DEAS, Malcom - Del poder y la gramatica

D el P oder G ramática y LA Y OTROS ENSAYOS SOBRE HISTORIA POLÍTICA Y LITERATURA COIjQMBLANAS Malcolm Deas Pró lo go

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D el P oder G ramática y

LA

Y OTROS ENSAYOS SOBRE HISTORIA POLÍTICA Y LITERATURA COIjQMBLANAS

Malcolm Deas Pró lo go

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A l f o n s o Ló p e z

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M a lco lm D eas reúne en este libro trabajos sobre historia de C olom bia escritos en la s d os ú ltim as décad as. En su mayoría, se hallaban h asta ahora d isp ersos en libros y revistas no siem pre d e fácil acceso al lector colom biano. D e sd e ángulos novedosos, m u ch a s veces pioneros, el autor trata tem a s b ien diversos que abarcan im portantes p eríod os d e l siglo p asad o y d e l p resente: la im portancia de la gram ática en la historia política d e l país, la relación entre lo s ciclos económ icos y la s guerras civiles, la preparación y el m ontaje de una guerra civil, la persistente pobreza d e l E stad o, lo s a lto r e s y vicisitudes d e l cultivo d el café, el p eriodism o radical, y el proceso d e paz d e lo s años ochenta.

V, *

m

ISBN 958601411-8

EDITORES

9 789586 0141 13

Malcolm Deas nadó en Charminster, Dorset, Inglaterra, en 1941. Realizó estudios de historia moderna en la Universidad de Oxford, y en 1962 fue elegido fellow fie All Souls College. Vino |M>r primera vez a Colombia a finales de 1968. Desde entonces sus visitas han sido no sólo frecuentes sino continuas. En 1966 pasó u St. Antony’s College, donde fiie uno de los fundadores del ('entro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Oxford, del- «nial ha sido director en ''arlas ocasiones, lia publicado ensayos sobre historia colombiana, venezolana, ecuatoriana y argentina. Entre sus más recientes trabajos sobre historia colombiana ha publicado con Efraln Sánchez y Aída Murtinez Tipos y costumbres de la Nueva Granada: la colección de pinturas y el diario de viaje de Joseph Brown, Federación Nacional de Cafeteras, 1990, y con Efraín Sánchez, Santander y los ingleses 1838-1889, Fundación Francisco de Falda Santander, 1991 m Vive entre Oxford y Bogotá. Es miembro correspondiente de \la Academiu Colomblunn de Historia.

DEL PODER Y LA GRAMÁTICA Y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas

Por M alcolm Deas

TERCER /MUNDO EDITORES

C ontenido

P ró lo g o C orta

9 17

c o n f e s ió n

Agradecimientos M

ig u e l

A n t o n io C a r o

23 y a m ig o s :

25

GRAMÁTICA Y PODER EN COLOMBIA

Notas

52

IX)S PROBLEMAS FISCALES EN COLOMBIA DURANTE EL SIGLO X I X

61

Notas Pobr eza,

107

g u e r r a c iv il y p o l ít ic a :

R icard o G a it á n O en e l río

M

121 121

beso y su cam paña

agdalena en

C o l o m b ia , 1 8 8 5

Notas La

121 160

p r e s e n c ia d e l a polític a n a c io n a l

EN LA VIDA PROVINCIANA, PUEBLERINA Y RURAL de

C o l o m b ia

e n e l p r im er s ig l o d e l a

R e pú blica

Notas A lgunas

198

n o tas s o b r e l a h is t o r ia d el

c a c iq u is m o e n

C o l o m b ia

207

Notas U

175

n a h a c ie n d a c a f e t e r a d e

228 C u n d in a m a r c a :

S a n t a B á r b a r a (18 7 0 -1 9 1 2 )

Propietario y administrador

233 235

Arrendatarios y otros trabajadores permanentes

238

Cosecha, salarios y comida

244

8 C o n t e n id o

Condiciones reales La decadencia de Santa Bárbara Santa Bárbara 1870-1912 Nota bibliográfica Notas E l nostrom o Notas J osé M

a r ía

de

J oseph C o n r a d *

V argas V

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Su vida después de muerto Vive en rumores Notas

Un

24

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269 285

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293 295 2 98 299 303 307

C o r in t o :

1984

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C o l o m b ia N

y m u e r t e d e u n c a z a d o r d e o r q u íd e a s

v isita a l

264

2 87

Su obra

U na

261 263

282

Su vida

A venturas

249 258

para pr in cipian tes

o ta b ib lio g r áfic a

329 345

P rólogo

E s t a obra del profesor Malcolm Deas merece especial atención. Siempre admiré las crónicas de los viajeros que durante el siglo XIX visitaron a Colombia y dejaron en sus relatos un testimonio valioso sobre la república naciente. El más conocido es, por razones obvias, el del barón Humboldt, pero son innumerables las obras de ingle­ ses, franceses y norteamericanos que en una u otra forma consig­ naron sus apreciaciones sobre Colombia y sus gentes. Tanto me engolosiné con esta clase de lecturas que al aventu­ rarme en el campo de la novela escogí como personaje central un judío alemán que se supone viene a vivir en nuestro medio duran­ te la guerra, se familiariza con la alta clase social bogotana y pasa la vida estableciendo un parangón entre la Colombia de los años cuarenta y los reinos balcánicos de la primera guerra mundial. Su educación puritana y sus costumbres de burgués europeo lo lle­ van a enamorarse de esta tierra sin perder la distancia insalvable entre sus experiencias de joven europeo y las inconsecuencias de una sociedad en formación que había permanecido enclaustrada por siglos en el altiplano cundiboyacense. Malcolm Deas, con más elementos de juicio y más sentido del humor que el personaje de mi libro, realiza a cabalidad mi ideal y aventaja a mi protagonista por muchos aspectos. En primer término, este profesor distraído, que parece arran­ cado de una novela del siglo pasado, es un historiador de veras. Dios sabe por qué razón acabó interesándose y especializándose en Colombia hasta convertirse en una autoridad sobre nuestro siglo XIX. Bien hubiera podido escribir un texto completo de his­ toria, o al menos la biografía completa de alguno de nuestros

10

P rólogo

hombres públicos, pero ha preferido escribir ensayos breves sobre los rasgos más salientes de nuestra gente, y de esta suerte sus observaciones no solamente son amenas sino hasta divertidas. ¿Qué decir, por ejemplo, de su hallazgo con respecto al consumo de la coca que, según Deas, tuvo por precursor ni más ni menos que al prohombre de la Regeneración, el doctor Rafael Núñez? Recientemente dio a la luz su análisis acerca de la interrela­ ción entre la política y la gramática en el gobierno de Colombia, el cual, con un grano de sal, debe hacer sonreír a nuestros vecinos y a los estudiosos europeos que se ocupan de estas minucias. Y decía que aventajaba al personaje de mi novela Los elegidos por su versación en los antecedentes de nuestra sociedad. Alguna diferencia debe haber entre un investigador con un gran bagaje intelectual, fruto de sus lecturas, y el observador imaginario que hace una crítica benévola de nuestra sociedad, equiparándola por su inmadurez con el mundo del sureste europeo, siempre pen­ diente de Alemania, Francia e Inglaterra, como nosotros siempre atentos a las opiniones norteamericanas, a sus inversiones y a sus empréstitos. Lo menos que se puede decir de esta antología de Malcolm Deas, es que es amena. Es un menú completo en el que el lector puede escoger, según el estado de ánimo, entre la vida del inglés coleccionista de orquídeas, que muere asesinado en Victoria (Cal­ das), y el sesudo estudio sobre nuestra situación tributaria a lo largo del siglo XIX. iY cuántos hallazgos afortunados salen a ñote! Un ejemplo de extraordinaria agudeza es el penetrante análisis sobre la influencia de Vargas Vila en América Latina y en Colom­ bia en particular. Digo la influencia porque el primero en desesti­ mar la calidad literaria de la obra de Vargas Vila es el propio Deas, quien no ahorra epítetos para descalificarlo. Pero una cosa es el mérito intrínseco y otra, muy distinta por cierto, lo que sig­ nificó en su tiempo. En alguna parte leí el singular aserto según el cual durante el siglo XIX fue más decisiva la influencia de la obra de Víctor Hugo en la lucha de clases que la obra de Carlos Marx. Los miserables despertaba en mayor grado el sentimiento contra los ricos que los pesados estudios econométricos del revo­ lucionario alemán. Sin embargo, ¿quién osaría establecer un pa­ rangón entre los dos escritores como sociólogos, o simplemente

IHÓLOGO

11

rumo políticos? Es lo que ocurre con la obra de Vargas Vila y su contribución al populismo latinoamericano. Más de un general mexicano de la primera mitad del siglo XX se nutria de la litera­ tura de Vargas Vila. Juan Domingo Perón se contaba entre sus admiradores, y nuestro Jorge Eliécer Gaitán hizo suyo el lema que el propio Vargas Vila se aplicaba a si mismo de “yo no soy un hombre. Soy un pueblo”. ¿Quién más que Malcolm Deas se ha ocupado tan minuciosa­ mente de este personaje ya olvidado, que fue el primer colombia­ no que consiguió vivir espléndidamente de su pluma, no obstante sor víctima de las ediciones piratas en el mundo de habla hispa­ na? Lo único que falta saber es si alguna vez fue traducido a otro idioma, porque parece difícil que una prosa tan truculenta encua­ dro dentro de la economía de superlativos de los ingleses o dentro del racionalismo francés. Todo el mérito de desenterrar no ya el cadáver físico sino el cadáver literario de Vargas Vila le corres­ ponde a Malcolm Deas. En su estudio sobre los gramáticos en el gobierno, compara­ ble por su erudición al trabajo de Vargas Vila, aparece, por con­ traste, el investigador, el ratón de biblioteca, que tras engolfarse en la correspondencia de Caro y Cuervo, Marroquín y Uribe Uribe, formula un diagnóstico sobre nuestra inclinación al cultivo del idioma en las formas más puras. Tan caracterizada es esta pro­ pensión a la gramática que, hasta bien entrado el siglo XX, era el título por excelencia para alcanzar las más altas dignidades del Estado. Lástima grande ha sido el que la investigación de Deas se haya limitado a los inicios del siglo y nos quedemos esperando el juicio crítico sobre la pluma y la garganta de los prohombres de nuestro tiempo. Saber en qué medida el dominio de la lengua cas­ tellana siguió sirviendo de pedestal a las reputaciones políticas. Vale decir, si, por escribir bien, se sabía gobernar bien, o, como se dice en nuestro idioma vernáculo a propósito de las mujeres: “Ver si como camina, cocina”. Otros estudios son el fruto de una investigación profunda en archivos privados, que son tan raros en Colombia. Es el caso de los de la hacienda cafetera Santa Bárbara, que le permiten al profesor Deas reconstruir el escenario de las primeras plantacio­ nes cafeteras en el departamento de Cundinamarca. La fuente de

12

P rólogo

su información no puede ser más original: la correspondencia en­ tre el propietario de la hacienda, don Roberto Herrera Restrepo, residente en Bogotá, y su mayordomo, don Cornelio Rubio, vecino de Sasaima. Del intercambio de cartas entre el culto señor Herre­ ra, hermano del arzobispo (nos Bernardo), y el capataz, no tan ignorante como podría suponerse en aquellas edades, desfilan pe­ queñas viñetas de la vida rural colombiana en los treinta años anterioreá a 1912: las guerras civiles, la caída de los precios de nuestros productos en los mercados internacionales, la condición de los arrendatarios y los peones, el papel del cacique político y el tratamiento que recibe la oposición a1 régimen imperante. Una afirmación del autor, sustentada en el hecho de la dis­ persión de la hacienda Santa Bárbara, me llamó poderosamente la atención. Dice el profesor que en Colombia nunca hubo grandes latifundios. Yo agregaría, en abono de esta afimación, que es muy interesante desde el punto de vista de la reforma agraria, que basta comparar la extensión de los llamados latifundios mexica­ nos, argentinos y aun salvadoreños, para verificar de qué manera en Colombia, quizá por la topografía, fueron contados los latifun­ dios en las zonas agrícolas. Estudios de CEGA — Corporación de Estudios Ganaderos y Agrícolas— comprueban que en la actuali­ dad hay sólo cinco latifundios, entendiendo por tales los que lle­ gan a las cinco mil hectáreas en la parte colonizada del territorio nacional, es decir, excluyendo los Llanos Orientales, adonde toda­ vía no ha llegado la explotación agrícola. Aun teniendo en cuenta estas propiedades, se cuentan en los dedos de la mano los indivi­ duos dueños de esta clase de extensiones. En otro lugar ya he anotado el origen de esta creencia generalizada en los círculos universitarios norteamericanos, que equiparan nuestra situación con la de otros países. Cuando vinieron a Colombia las primeras empresas petroleras en busca del oro negro se encontraron con el fenómeno casi excepcional de que los recursos fósiles del subsue­ lo, antes del año 1873, pertenecían al dueño del suelo, o sea que existía la propiedad privada del petróleo. Con tal pretexto se re­ vivieron los títulos coloniales sobre tierras en la parte norte de Colombia y comenzaron a aparecer en las Cédulas Reales inmen­ sos latifundios adjudicados durante la época española. La verdad es que no solamente la propiedad del suelo se fue subdividiendo

I ’KÓLOGO

ii

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través del tiempo entre padres e hijos, sino que la posesión de

ln tierra se fue perdiendo por la explotación material de colonos e li i vi mores que acabaron por ser dueños de terrenos comprendidos

dentro de las supuestas adjudicaciones de baldíos hechas por la •iironn española. El acopio de estos datos en Estados Unidos e Inglaterra, sedes de las empresas petroleras, se fue transmitien­ do n los círculos académicos y acabamos con un gran número de profesores sustentando la peregrina teoría de que el mayor desa­ rrollo de algunos países, como México con respecto a Colombia, l ibaba en que el latifundio había sido abolido en México a tiem­ po que subsistía en nuestro suelo. La explicación se halla en otro

oh !

de los estudios contenidos en este volumen: nuestra legendaria l»>1ireza. La riqueza de las naciones en la época moderna proviene do su comercio. El desarrollo industrial es hijo de la capacidad de ' ipupa miento proveniente de las exportaciones de productos agríoo I u h ,

y Colombia, después del oro y la plata, nunca tuvo un rubro

que le garantizara un mínimo de estabilidad. La quina, el añil, el I ubiico y el caucho conocieron bonanzas transitorias para luego desaparecer del renglón de nuestras exportaciones. Yo les recomendaría a quienes quieran sacar el mayor pro­ veí lio de la obra que estamos presentando la lectura detenida

do nuestro historial en el campo de las finanzas públicas. Me l'ioita con transcribir esta afirmación contundente del trabajo en cuestión: El comercio internacional es más fácil de gravar con tributos que el comercio doméstico. A la luz de estas simples informaciones, las perspectivas colombianas eran tan pobres como eran medioiros sus exportaciones per cápita. Rafael Núñez escribió en 1882 que: "Comparando el movimiento comercial de los otros países latinoamericanos con el nuestro en general, (...) estamos a reta­ guardia en dicho movimiento. Respecto de algunos de esos paí­ ses no sólo estamos a retaguardia sino que casi los hemos perdi­ do de vista”. Estábamos situados entre Bolivia y Honduras.

En 1871 don Salvador Camacho Roldán decía: Sin pretender, desde luego, establecer en materia de rentas pun­ to alguno de comparación entre los pueblos europeos y los Esta­ dos Unidos con nuestro país, nuestros recursos fiscales, compa-

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P rólogo

rados con los del resto de la América española, son: la mitad de los del Salvador, la tercera parte de los de México y Nicaragua, la cuarta parte de los de Venezuela, la quinta de los de Chile, la sexta de los de Costa Rica y la República Argentina, y la duodé­ cima de los del Perú; Guatemala tiene un 50 por 100 más de rentas que nosotros, el Ecuador un 20 por 100, y Bolivia un 10. Apenas tenemos superioridad sobre la república de Honduras, y aun es posible que en los ocho años transcurridos desde la fecha a que se refieren los datos que tengo de ese país, nuestra ventaja se haya disipado.

Partiendo de estas cifras es como se entiende mejor el destino de los colombianos. Luchadores incansables, trabajadores de tiempo completo en las más adversas circunstancias, han conse­ guido sobrevivir sin haberse ganado hasta el presente ninguna lotería, ni la frontera con los Estados Unidos como México, ni el petróleo como Venezuela, ni el turismo, en su tiempo, como Cuba, ni los cereales ni el ganado como Argentina y Uruguay, ni la ex­ tensión territorial como el Brasil. Todo conspiraba contra la su­ pervivencia del estado colombiano que solamente a partir de 1975 comenzó a tener ingresos patrimoniales, distintos de la tributa­ ción, con el carbón de propiedad del Estado, los superávit de pe­ tróleo oficial para la exportación y el níquel de CerromaLoso. Con razón anota Malcolm Deas que por décadas el único patrimonio del estado colombiano eran las minas de sal. Ha sido la gran transformación de los últimos veinte años del siglo XX: haber te­ nido al lado de los ingresos tributarios los ingresos fiscales o pa­ trimoniales de que carecía Colombia. Anota el ensayista al analizar nuestra vida política la presen­ cia de los llamados caciques como una institución propia de toda la América española. Es curioso registrar cómo subsiste el cacique con diversos nombres a través de los tiempos. Al cacique sucedió el manzanillo y, con la intemacionalización de los términos, el “clientelista”. La primera vez que encontré la palabreja fue en las memorias de Raymond Aron, antes de que fuera conocida en Co­ lombia. Divulgada por algunas plumas, ha corrido con tanta fortu­ na como la llama sobre la gasolina cuando se le prende un fósforo. Seguramente, en el futuro, se encontrará otro vocablo sin que la institución desaparezca, pero permanecerá, como un testimonio, el análisis tan documentado que se nos presenta en esta obra con un

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l'MlilOGO

liiimor que no desdice de la solidez de la investigación. Son temas lilus, (Edit. Marco A. Gómez, Bucaramanga, junio de 1935). 1

ii m indamente no lo tuve a la mano cuando escribí sobre Gai' ilicho. Phillips, veterano de la batalla de La Humareda, nía, cincuenta años después, los extraordinarios finales de esa ail leuda: Va terminada mi tarea, como a las diez de la noche, sentí un fiii'tío nutridísimo en la parte norte del campamento, donde esi'ilinn atracados los vapores... >ipin había ocurrido? Que el vapor “Once de Febrero” en el que lialnamos guardado todas las municiones, el armamento cogido

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M alcolm D eas

al enemigo, una brigada como de 60 muías y el cadáver de don Luis Lleras que estaba en cámara ardiente en el salón, se había incendiado y había desaparecido en pocos minutos. Este vapor cuyo nombre recordaba el triunfo de Barranquilla y que ante­ riormente se llamaba “María Em m a", recibió en el combate una bala de cañón de proa a popa, que se llevó toda la fila de lám ­ paras que colgaban por toda la mitad de los salones; esas lám ­ paras según la disciplina de los barcos, se llenaban todos los días, de manera que esa gran cantidad de petróleo cayó sobre la madera seca del buque que la absorbió como esponja; el des­ pensero, apurado por alumbrar el buque estaba poniendo velas esteáricas en botellas, y al caer una de ellas se incendió el barco con gran velocidad, que no permitió sacar nada; al prender las bodegas empezaron a estallar las municiones. El zapateo de las muías acorraladas producía gran impresión, pues todo mundo comprendía que se estaban quemando vivas. Sobre la albarrada frente al buque había una infinidad de soldados cansados y dormidos; el General Lombana, que estaba en el buque siguien­ te, viendo el incendio, advirtió a gritos que al quemarse la casi­ lla del Capitán caería sobre el puente y haría disparar la cule­ brina de proa, cargada con metralla y podía m atar unos cuantos de esos soldados. Se les trató de despertar pero fue en vano: el sueño del soldado que ha combatido un día entero es un poco más profundo que el del justo; y hubo que tirarlos de los pies, operación a que caritativamente vino a ayudar el General Lom ­ bana; y en el momento en que hacía su obra de caridad se cum­ plió su previsión: la casilla cayó al puente; la culebrina se dis­ paró y la metralla despedazó al General Lombana, dejándolo sin manos y lleno de heridas. Se le llevó al vapor inmediato con ánimo de socorrerlo, pero él, que era médico, les dijo a sus cole­ gas: “Yo comprendo perfectamente que no tengo remedio; déjen­ me tranquilo, y que mis ayudantes me den a fumar un cigari11o” . A sí se h izo. Por m an o de sus a yu d a n te s fu m a b a , y conversaba con ellos, dándoles consejos respecto a que no aban­ donaran la causa liberal por más contratiempos que hubiera. Hizo que le tuvieran abierto un reloj que se hacía mostrar cada rato. Anunció los minutos que tardaría en tener hipo; a los cuantos empezaría su estertor y últimamente a los cuantos mo­ riría, todo lo cual se cumplió con exactitud.

¿Qué hace el historiador frente a un relato así? ¿Forma un equipo y aprende a contar? A mí me atrapó de nuevo la vieja fas­ cinación. Santafé de Bogotá, septiembre de 1992

• liADKGIMIENTOS

A la memoria de Eva Aldor I do libro abarca trabajos de muchos años; estoy endeudado i untos colegas, exalumnos, alumnos, maestros de estilo, ar■i on y bibliotecarios, que la lista de sus nombres sería tan ' M'i i 'ano una de esas viejas “adhesiones" a una candidatura "l"in ial con buenas perspectivas de éxito. Tengo una deuda * •npncial con el gremio de libreros, del libro nuevoy del libro v particularmente con J. Noé Herrera, de Libros de Cohimlnn, I 'ido perdón a todos los demás, y su comprensión por haber ■ "**li» una lista tan larga y por no agradecer acá con nombre pi" Mino a quienes tienen que ver muy directamente con este 1 1 i " .lime Antonio Ocampo, que me pidió compilarlo, y Alfonso 1 i ■ M icholsen, que me infundió aliento en un tiempo cuando el ........ faltaba, y que me ha honrado con su prólogo.

le i 'i i, Antonio C aro y amigos : 1 i' wivi k ’a y po der en C olombia

'

■ l Ti iln' I Iribe fue un inquieto y ambicioso guerrero y polí1 ■'i•‘Inno. cuya carrera concluyó con su asesinato en octu1 1' 11 I ( Combatió en tres guerras civiles, y en los intervalos

' i

i 'iblicii periódicos, sembró café y animó a otros en el culti-

I 11 ...... . I)ictó conferencias sobre el socialismo, figuró en el ■ s mjó mucho como diplomático y escribió cuentos para 1 "■ el arquitecto de muchas combinaciones revolueionai ' "i i i' .islas, o al menos subversivas. Semejante versatili■' ' i iini en la vida pública colombiana, aunque Uribe Uri....... haberla llevado a extremos frenéticos. Cualquier cosa '' " i'Utllera liacer, él, ciertamente, intentaría hacerla mejor. 'I.

iiiI

muios ile ascendencia liberal en la década de 1960

1

ni entre sus recuerdos de niñez ambiguos sentimientos

1

1"te hombre ejemplar, quien también era muy dado a

1 ti Ion de gimnasia sueca y a los baños de agua fría1. II l" 'en coronel, Uribe Uribe no estuvo en el bando ganador ...........ivil de 1885. En un acceso de celo disciplinario— es1•DER Y L A G R AM ÁTICA

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IiHHconnotaciones políticas de la ortografía eran, en realidad, menos clarnH. Marroquín observó que la lealtad no había seguido las líneas parti­ distas: “Con jota s y con ies latinas se batieron El Catolicism o y El TiemIx¡, el señor Groot y el doctor Murillo. Dos de los últimos campeones de ln ortografía antigua, don Ulpiano González y el doctor Lleras, eran libe­ rales conspicuos. Entre los conservadores de hoy hay acérrimos enemigos de la g y de la y ”. La ortografía americana fue un capricho juvenil de Andrés Bello y de .luán García del Río, propuesto en la publicación londinense Repertorio Am ericano, en 1826. Tuvo más éxito en Chile. Véase J. M. Marroquín, "De la neografía en América y particularmente en Colombia”, en R eper­ torio Colom biano, Vol. 2, No.12, Bogotá, junio de 1879, en donde también se encuentra la referencia a El Catolicismo, etc. Ill

Caro a Cuervo, 25 de mayo de 1880, en M. G. Romero, ed., Epistolario de Rufino José Cuervo con M iguel Antonio Caro, Bogotá, 1978, p. 51. Caro se equivocó sobre el consejo de la limpieza pública de los dientes: no está en Cervantes, sino en el anónimo Lazarillo de Tormes. Esto contrasta con los primeros años de la Academia Venezolana: fundada en 1883, como parte de las celebraciones del centenario de Simón Bolívar, ésta se unió al coro general de aduladores del dictador Antonio Guzmán Blanco. Elegido como su primer presidente, Guzmán Blanco insistió en inaugurar sus labores con una conferencia sobre su teoría de los orígenes vascos del español, la cual fue bellamente editada y ampliamente divulga­ da. La teoría era infundada. Venezuela produjo notables gramáticos. Andrés Bello nació y fue educado allí, y también Caracas puede ufanarse del notable gramático y polígrafo Juan Vicente González. Pero la comparación entre la carrera de éste y la de Caro muestra la distancia relativamente corta que, gracias a la erudición, pudo recorrer alguien en Venezuela. Pira la Academia Venezolana y paraGonzález, véanse los artículos correspondientes en el Diccionario de Histo­ ria de Venezuela, 3 Vols., Caracas, 1988. González fue autor de un Com pen­ dio d e Gramática Castellana, Caracas, 1841, que fue objeto de muchas reediciones, entre otras una por lo menos en Bogotá, 1857.

17.

2 Vols., París, 1892. 2a. ed., 2 Vols., Bogotá, 1946. Referencias de la 2a. ed.

18.

Ibid., Vol. 1, pp. 37-38.

19.

IbidL, Vol. 1, p. 39.

20.

IbidL, Vol. 1, p. 40.

21.

IbidL, Vol. 1, p. 188.

22.

Estos detalles de la vida de Cuervo de la Vida, Vol. 2, Cap. 6.

23.

Ángel Cuervo combatió al lado del derrotado conservatismo en la guerra civil de 1859-1862, y dejó su versión en Cóm o se evapora un ejército, P&rís, 1900. Otro de los hijos, Antonio B. Cuervo, fue historiador y des­ tacado general conservador, y otro, Luis María, educador.

56

M alcolm D eas

24.

A. Cuervo, La Dulzada, oíd. M. G. Romero, Bogotá, 1973. Este énfasis en las tradiciones de la comida fue común entre los conservadores. Su clási­ ca expresión se encuentra en la elaborada pieza costumbrista de J. M. Vergara y Vergara L as tres tazas, que describe el paso del chocolate al café y al té en el seno de la sociedad bogotana como una lamentable decadencia. Artículos literarios, Londres, 1885, pp. 197-232.

25.

ftira detalles del establecimiento de la cervecería y su venta final, M. G. Romero, ed., Epistolario de Angel y Rufino José Cuervo con Rafael Pombo, Bogotá, 1974, pp. XXVII y ss. Se fabricaba “palé ale, excelsior ale, porter ale, porter and bitter ale” y las etiquetas que traían las botellas se impri­ mían en París. Los ingresos de sus propiedades y la inversión del producto de la venta de la cervecería les significaron a los hermanos una renta anual de cerca de $10.000, aproximadamente 2.000 libras esterlinas de la época.

26.

R. J. Cuervo, Apuntaciones criticas sobre el lenguaje bogotano, 4a. ed, Chartres, 1885, p. 1. Todas las referencias se hacen sobre esta edición. Todas las cites que siguen son del prólogo, pp. I-XXIV

27.

M. G. Romero, e d Epistolario d e R ufino J osé Cuervo con M iguel Antonio

28.

D iario d e la secretaria del Virreynato d e Santa Fe d e Bogotá. N ocom pren -

Caro, Bogotá, 1978. d e más que D oce Días. Pero no importa, Q ue p or la Uña se conoce al León; Por la Jaula el Páxaro, y p o r la hebra se saca el ovillo. A ño d e 1783. Madrid, 1904. (Reimpreso en A. Gómez Picón, Francisco J avier Caro. Tronco H ispano d e los Caros en Colom bia, Bogotá, 1977). 29.

Para la familia Caro, véase M. Holguín y Caro, ed., L os Caro en Colom ­ bia, d e 1774 a 1925. Su fe, su patriotism o, su am or, Bogotá, 1942. Esta obra contiene trozos de muchos papeles familiares. Para las desventuras personales de Antonio José, véase J. Duarte French, Las Ibáñez, 2a. ed., Bogotá, 1982, con prólogo de A. López Michelsen; la relación del general Santander con la esposa de Antonio José, Nicolasa Ibáñez, también se trata en P Moreno de Angel, Santander, Bogotá, 1989. La mejor fuente para José Eusebio son sus propias cartas, J osé E usebio Caro, Epistolario, ed. S. Aljure Chálela, prólogo por L. Pabón Niiñez, Bogotá, 1953, y com­ pilados por el mismo editor, sus E studios histórico-politicos, Bogotá, 1982. La mejor introducción a Miguel Antonio Caro es M. A. Díaz Guevara, La vida d e don M iguel Antonio Caro, Bogotá, 1984. Indispensable para su pensamiento y su contexto, J. Jaramillo Uribe, El pensam iento colom biano en el siglo XIX, Bogotá, 1964; 3a ed., Bogotá, 1982.

30.

Vida de Ignacio G utiérrez Vergara, por su hijo Ignacio Gutiérrez Ponce, 2 Vols., Londres, 1900 y Bogotá, 1973, merece compararse con la vida de su padre por los Cuervo. Ignacio Gutiérrez tuvo antecedentes familiares parecidos y carrera política semejante, aunque más agitada. La obra la­

1

D el

po d er y la gramática

57

menta la anglofilia de la década de 1820, con el cambio de la noble cali­ grafía española por la inglesa, de nuevo cuño. Ignacio Gutiérrez escribió una célebre Oda al Chocolate (todavía en Bogotá se usa la expresión viejo chocolatero para designar a cierto tipo de viejo santafereño sentimental); amigo de José Eusebio Caro, estimuló al joven Miguel Antonio; solían intercambiar versos. Entre los antepasados de Marroquín estuvo el fiscal Francisco Antonio Moreno y Escandón, uno de los mas enérgicos e impor­ tantes burócratas de finales del siglo XVIII en Nueva Granada, cuyas actividades contribuyeron a precipitar la Rebelión Comunera. Véase J. O. Meló, ed., Indios y mestizos de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII, Bogotá, 1985; también "El Fiscal don Francisco Moreno y Escan­ dón", en J. M. Marroquín, Escritos históricos, Bogotá, 1982, pp. 65-87. Marroquín anota, p. 86: “En los escritos y en todos los demás que de él se conservan, el lenguaje es notable por su elegancia y pureza". 31.

Su H im no d el latino fue la única muestra en español en una competencia que atrajo colaboraciones en francés, italiano, “cevenol, perigordino, ro­ mano del siglo XII, loragués, languedocino, catalán y milanés". Véase “Fiestas Latinas en Montpellier", en Repertorio Colom biano, Vol. I, No. 4, Bogotá, octubre de 1878. Rara la historia y trascendencia de estos fes­ tivales, véase Grillo, op.cit., Cap. 4, “A View from the Periphery: 'Occitanie’ ”,

32.

Es tentador contrastar su filología, así como su política. Las rimas orto­ gráficas de Marroquín, por difíciles que hayan sido de aprender, no dejan de ofrecer cierto toque de frivolidad. En unas notas autobiográficas pri­ vadas, escritas en 1881, hace esta confesión: “Muchos, conociéndome co­ mo conservador viejo y no ignorando que he escrito cosas que se han impreso, me atribuyen la mitad de lo que sobre política se escribe. Todos, todos están engañados, y lo están tanto como los que me tienen por gran literato, los que se quedarían lelos si supieran la estúpida bostezadera con que escucho las doctas disertaciones de mis amigos doctos sobre Vir­ gilio, sobre Bryant o sobre Muller”. J. M. Marroquín, presbítero, op. cit., pp. 249-250. Fácilmente se adivina cuál era el erudito amigo que disertaba sobre Vir­ gilio. (La psicología de Marroquín merece estudio aparte. Revisando otras fuentes para este ensayo, el autor encontró este párrafo final del prólogo de Marroquín a la Gram ática práctica de la lengua castellana, de Emi­ liano Isaza, Bogotá, 1880: “Cierto compatriota nuestro, ponderando la belleza del cementerio de no sé qué ciudad de Italia, decía que le había provocado morir por ser enterrado en él. Yo, dejando a un lado la cues­ tión de si el enseñar Gramática es cosa que merezca compararse con la muerte, diré que me provoca volver a ser maestro de castellano para tener la satisfacción de enseñar por el texto del Sr. Isaza”'

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Un profundo odio también separó a Marco Fidel Suárez y José Vicente Concha. 33.

Véase el epistolario Cuervo-Caro; numerosas menciones de temas rela­ cionados con la venta del diccionario en las cartas de 1885-1886. El vo­ lumen A - B pesaba cerca de dos kilos, el límite postal máximo; sólo se podía incluir con el libro la nota más breve y delgada. Los trozos que siguen son del epistolario.

34.

Están recopiladas convenientemente en G. Hernández Peñalosa, ed., A nécdotas y poesías satíricas de M iguel Antonio Caro, Bogotá, 1988.

35.

Para una descripción del método de enseñanza en las provincias de “las definiciones, las jaculatorias, los versos de la ortografía, la lista de los verbos irregulares", por los métodos de “Don José de Lancaster”, reforza­ dos con un látigo de cuero de tres colas, véase J. Mejía y Mejía, H istorias m édicas de una vida y d e una región, Medellín, 1960. La escuela del caso estaba en Salamina, Antioquia.

36.

C. A. Díaz, “Lo que oí, vi y conocí de don Marco”, pp. 133-153, en sus Páginas d e historia colom biana, Bucaramanga, 1967. Esta obra también contiene un breve recuento de los primeros años de su vida, sus comien­ zos en Bogotá como portero de un colegio, de cómo fue descubierto por uno de los maestros, Caro, por su conocimiento del latín.

37.

Citado en E. Rodríguez Monegal, El otro A ndrés Bello, Caracas, 1969, p. 312. Los capítulos VI y VII contienen detalles de los antecedentes de los pronunciamientos de Bello y de sus discusiones con D. F. Sarmiento y J. V Lastarria. A pesar de sus diferencias, Bello les prestó discreto apoyo a los radicales esquemas de Sarmiento para la reforma de la ortografía, con gran horror y sorpresa de algunos conservadores chilenos.

38.

Aunque Vergara y Vergara visitó Europa, y aunque los Cuervo eventual­ mente se establecieron allí, Caro y Marroquín eran notoriamente aversos a viajar. Caro quizá recordaba el desgraciado exilio de su padre, pero dio como excusa la miopía, por la que tuvo una dolorosa experiencia con unas hormigas de tierra caliente. Lo más lejos que viajó de Bogotá, parece haber sido San Gil, a cuatro o cinco días a caballo. Véase M. A. Díaz Guevara, op. cit. Marroquín, en 1888, llevó a su familia a una correría por las tierras altas, como Tunja, Chiquinquirá, Villa de Leyva, Ráquira y el monasterio del desierto de la Candelaria, y después de dejar la presidencia de la repú­ blica, tomó unas vacaciones en Villeta y Fusagasugá: entonces fue inclu­ so menos audaz en los viajes que Caro. Aunque en alguna ocasión deseó visitar los Llanos Orientales, su anhelo, curiosamente expresado, fue morir “si Dios le daba vida, salud y licencia para ello, sin conocer el mar". Detalles en J. M. Marroquín, presbítero, op. cit. No hay evidencia de que alguno de los dos hubiera visto el río Magdalena.

39.

R epertorio Colom biano, No. XXXVIII, agosto, 1881.

Del

poder y la gramática

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40.

Ibid., No. I, julio de 1878.

41.

J. Posada Gutiérrez, M em orias histórico-politicas, 2 Vols., Bogotá, 1865, 1881.

42.

H. Triana y Antorveza, Las lenguas indígenas en la historia social del

43.

El historiador J. M. Groot, en su H istoria eclesiástica y civil de la Nueva

N uevo Reino d e Granada, Bogotá, 1987. G ranada, publicada por primera vez en 1869, le da a la versión conser­ vadora su máxima expresión. La obra contiene un notable pasaje sobre la distinta suerte de la población indígena bajo la colonia y bajo la repú­ blica liberal. Véase 2a. ed., 5 Vols., Bogotá, 1889, Vol. 1, pp. 316-319. 44.

El bosquejo de Cuervo "Los bogas del Río Magdalena” aparece en El O b ­ servador, Bogotá, 16 de febrero de 1840. La mejor antología de costum­ brismo que ha sido reimpresa, es (J. M. Vergara y Vergara, ed.) M useo de Cuadros de Costum bres, 2 Vols., Bogotá, 1866. A'gunos de sus autores son prominentes liberales, pero la mayoría son conservadores. El M usco imprime un par de trozos de la obra histórica del general Posada Gutié­ rrez como cuadros de costumbres.

45.

Véase Cmiel, D em ocratic Eloquence, p. 110: “Los ingleses que vinieron aquí en el siglo diecisiete fueron provincianos cuya habla no había sido afectada por el vocabulario latinizante de los humanistas. Trasladado a América y desprendido del progresivo refinamiento del habla inglesa, el dialecto yanqui fue producto de un desarrollo detenido. Pero esto lo hizo atractivo, no vulgar”.

46.

Epistolario Cuervo-Caro, p. 111. Cuervo a Caro, 5 de enero de 1884.

47.

La R evista Colom biana d e Folclor, que en un tiempo rivalizó con la R e­ vista Colom biana d e Antropología, fue estimulada por los gobiernos con­ servadores de 1945 - 1953. Las obras de Lucio Pábón Núñez a las que se hafee referencia son M uestras Folklóricas del N orte d e Santander, Bogo­ tá, 1952; su prólogo a la edición de S. Aljure Chálela del Epistolario de J. E. Caro, Bogotá, 1953; “El Centenario de la G ram ática de Bello” en R. Torres Quintero, ed., B ello en Colom bia, Bogotá, 1952. El autor, en cierta oportunidad, escuchó al doctor Rabón Núñez cuando se dirigía a los conservadores de Gramalote, Norte de Santander. El dis­ curso fue muy filosófico y muy largo. El doctor Pabón le explicó que el auditorio exigía simultáneamente el estilo — no les gustaban las novele­ rías— y la extensión: nadie iba a efectuar un viaje de medio día para escuchar un discurso de quince minutos. Para otro florecimiento tardío del entusiasmo filológico y folclórico, véase J. A. León Rey, El lenguaje popu lar del oriente de Cundinam arca, con respuesta del R. R Félix Restrepo, El castellano imperial, Bogotá, 1954.

48.

Intervención en un congreso de historia económica, Bogotá, 1978. Dos­ cientos mil es la cifra convencional de muertos por la violencia en los años cuarenta y los cincuenta.

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33.

Concha. Véase el epistolario Cuervo-Caro; numerosas menciones de temas rela­

Un profundo odio también separó a Marco Fidel Suárez y José Vicente

cionados con la venta del diccionario en las cartas de 1885-1886. El vo­ lumen A - B pesaba cerca de dos kilos, el límite postal máximo; sólo se podía incluir con el libro la nota más breve y delgada. Los trozos que siguen son del epistolario. 34.

Están recopiladas convenientemente en G. Hernández Peñalosa, ed., A nécdotas y poesías satíricas d e M iguel Antonio Caro, Bogotá, 1988.

35.

Para una descripción del método de enseñanza en las provincias de “las definiciones, las jaculatorias, los versos de la ortografía, la lista de los verbos irregulares", por los métodos de “Don José de Lancaster”, reforza­ dos con un látigo de cuero de tres colas, véase J. Mejía y Mejía, H istorias m édicas de una vida y d e una región, Medellín, 1960. La escuela del caso estaba en Salamina, Antioquia.

36.

C. A. Díaz, "Lo que oí, vi y conocí de don Marco”, pp.133-153, en sus Páginas d e historia colom biana, Bucaramanga, 1967. Esta obra también contiene un breve recuento de los primeros años de su vida, sus comien­ zos en Bogotá como portero de un colegio, de cómo fue descubierto por uno de los maestros, Caro, por su conocimiento del latín.

37.

Citado en E. Rodríguez Monegal, El otro A ndrés Bello, Caracas, 1969, p. 312. Los capítulos VI y VII contienen detalles de los antecedentes de los pronunciamientos de Bello y de sus discusiones con D. F. Sarmiento y J. V. Lastarria. A pesar de sus diferencias, Bello les prestó discreto apoyo a los radicales esquemas de Sarmiento para la reforma de la ortografía, con gran horror y sorpresa de algunos conservadores chilenos.

38.

Aunque Vergara y Vergara visitó Europa, y aunque los Cuervo eventual­ mente se establecieron allí, Caro y Marroquín eran notoriamente aversos a viajar. Caro quizó recordaba el desgraciado exilio de su padre, pero dio como excusa la miopía, por la que tuvo una dolorosa experiencia con unas hormigas de tierra caliente. Lo más lejos que viajó de Bogotá, parece haber sido San Gil, a cuatro o cinco días a caballo. Véase M. A. Díaz Guevara, op. cit. Marroquín, en 1888, llevó a su familia a una correría por las tierras altas, como Tunja, Chiquinquirá, Villa de Leyva, Ráquira y el monasterio del desierto de la Candelaria, y después de dejar la presidencia de la repú­ blica, tomó unas vacaciones en Villeta y Fusagasugó: entonces fue inclu­ so menos audaz en los viajes que Caro. Aunque en alguna ocasión deseó visitar los Llanos Orientales, su anhelo, curiosamente expresado, fue morir “si Dios le daba vida, salud y licencia para ello, sin conocer el mar”. Detalles en J. M. Marroquín, presbítero, op. cit. No hay evidencia de que alguno de los dos hubiera visto el río Magdalena.

39.

R epertorio Colom biano, No. XXXVIII, agosto, 1881.

D el

poder y la gramática

40.

IbicL, No. I, julio de 1878.

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41. J. Posada Gutiérrez, M em orias histórico-politicas, 2 Vols., Bogotá, 1865, 1881. 42.

H. Triana y Antorveza, Las lenguas indígenas en la historia social del

43.

El historiador J. M. Groot, en su H istoria eclesiástica y civil d e la Nueva

Nuevo R eino d e G ranada, Bogotá, 1987. Granada, publicada por primera vez en 1869, le da a la versión conser­ vadora su máxima expresión. La obra contiene un notable pasaje sobre la distinta suerte de la población indígena bajo la colonia y bajo la repú­ blica liberal. Véase 2a. ed., 5 Vols., Bogotá, 1889, Vol. 1, pp. 316-319. 44.

El bosquejo de Cuervo “Los bogas del Río Magdalena” aparece en El O b ­ servador, Bogotá, 16 de febrero de 1840. La mejor antología de costum­ brismo que ha sido reimpresa, es (J. M. Vergara y Vergara, ed.) M useo de Cuadros d e Costum bres, 2 Vols., Bogotá, 1866. Algunos de sus autores son prominentes liberales, pero la mayoría son conservadores. El M useo imprime un par de trozos de la obra histórica del general Posada Gutié­ rrez como cuadros de costumbres.

45.

Véase Cmiel, D cm ocratic Eloquence, p. 110: “Los ingleses que vinieron aquí en el siglo diecisiete fueron provincianos cuya habla no había sido afectada por el vocabulario latinizante de los humanistas. Trasladado a América y desprendido del progresivo refinamiento del habla inglesa, el dialecto yanqui fue producto de un desarrollo detenido. Pero esto lo hizo atractivo, no vulgar”.

46.

Epistolario Cuervo-Caro, p. 111. Cuervo a Caro, 5 de enero de 1884.

47.

La R evista Colom biana d e Folclor, que en un tiempo rivalizó con la R e­ vista Colom biana d e Antropología, fue estimulada por los gobiernos con­ servadores de 1945 - 1953. Las obras de Lucio Pábón Núñez a las que se hace referencia son M uestras Folklóricas del N orte d e Santander, Bogo­ tá, 1952; su prólogo a la edición de S. Aljure Chálela del Epistolario de J. E. Caro, Bogotá, 1953; ‘E l Centenario de la Gram ática de Bello” en R. Torres Quintero, ed., B ello en Colom bia, Bogotá, 1952. El autor, en cierta oportunidad, escuchó al doctor Pabón Núñez cuando se dirigía a los conservadores de Gramalote, Norte de Santander. El dis­ curso fue muy filosófico y muy largo. El doctor Pabón le explicó que el auditorio exigía simultáneamente el estilo — no les gustaban las novele­ rías— y la extensión: nadie iba a efectuar un viaje de medio día para escuchar un discurso de quince minutos. Para otro florecimiento tardío del entusiasmo filológico y folclórico, véase J. A. León Rey, El lenguaje p opu lar del oriente d e Cundinam arca, con respuesta del R. R Félix Restrepo, El castellano imperial, Bogotá, 1954.

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Intervención en un congreso de historia económica, Bogotá, 1978. Dos­ cientos mil es la cifra convencional de muertos por la violencia en los años cuarenta y los cincuenta.

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Ni, por supuesto, descuidarla, como se dice con más frecuencia. Para una antología de decadencia, que ahora parece más significativa políticamen­ te que cuando apareció por primera vez, véase A. Bioy Casares, Breve diccionario del argentino exquisito, Buenos Aires, 1978. Para un uso no tan inocente del lenguaje coloquial, véase M-19, Corinto, Bogotá, 1985. Hay ejemplos más antiguos. Angel Cuervo se refiere a un coronel que cambiaba de estilo en la guerra de 1859-1862, “redactando panfletos en dos partes: una dirigida 'Al pueblo’, en el lenguaje de las venteras y ven­ dedores de pollos, y la otra, en estilo elevado para ‘A la sociedad', colmada de giros como vos ereis". Epistolario de Angel y R ufino J osé Cuervo con R afael Pombo, p. XXIV.

50.

Citado en J. M. Marroquín, presbítero, op. cit., p. 218.

LOS PROBLEMAS FISCALES EN COLOMBIA DURANTE EL SIGLO XIX Conviene recordar (...) que las tropas del virreinato de Santa Fe, se pagaban con fondos del Perú y Méjico. G. Torres García, Historia de la moneda en Colombia, p. 31.

Es un extraño espectáculo el ver a un pueblo, tan endeudado y tan libre de impuestos como este, porque no existe actualmente en el país un solo impuesto directo a menos que el de timbres pueda ser considerado como tal. Yo en vano he buscado quien en este país fuera capaz de formar un gobierno lo suficientemente ilustrado como para preferir los intereses de la justicia y el pago de la deuda al cultivo de la popularidad. Popularidad que sería puesta en peligro, si no destruida, al establecerse un justo sistema tributario o al crear con liberalidad estímulos al desarrollo de los recursos del país para agilizar así el pago de dicha deuda. La presión extranjera, como lo he sugerido, puede empujarlos a hacerlo, pero ello supone la existencia de un clima de tranquilidad, y el Presidente que prevea esa tranquilidad ha de ser un vaticinador más audaz que yo. Del Ministro británico en Bogotá, William Tumer, a Lord Palmerston, 1836 (Public Record Office, Londres, Foreign Office 55-5)

iVÜ interés por este aspecto cuantificable del pasado de Colom­ bia no nace de un simple deseo de cuantificar. Más bien me llevó a él mi interés por el desorden. “Las guerras producen malas fi­ nanzas y a su vez las malas finanzas conducen a las guerras",

62

M alcolm D eas

guerras civiles inclusive. Dada la relación obvia entre la fortaleza de los recursos del gobierno y de sus fluctuaciones y la posibilidad de mantenerse en el poder, es sorprendente la poca investigación que se ha hecho de las finanzas públicas en Latinoamérica duran­ te el siglo XIX y de sus raíces: la tributación1. Cuando se afirma que un país es rico o que un gobierno es poderoso se dan usualmente las razones de esto. Por el contrario, la pobreza y la debilidad de un país no son generalmente motivo de estudios tan detallados, aunque el caso sea igual de complica­ do. Hay que empezar con las finanzas públicas. Schumpeter ase­ gura que el estudio de las finanzas públicas es “uno de los mejores puntos de partida para la investigación social, especialmente, aunque no de manera exclusiva, para el de la actividad política. El espíritu del pueblo, su nivel cultural, su estructura social, las metas de sus políticas, todo esto y mucho más está escrito libre de todo adorno en su historia fiscal”. Algo semejante dice de manera más gráfica el español J. Navarro Reverter: “Las finanzas públi­ cas de los estados expresan toda la vida de las naciones. Por lo tanto, similar a la manera en que un naturalista a partir de un diente puede reconstruir todo el animal, el presupuesto de la na­ ción le enseñará todo el mecanismo nacional a alguien que entien­ de de finanzas. Esas columnas de números, en grandes y poco leídos tomos, dan una medida del grado de pobreza o riqueza de un país, de sus fuerzas productivas, de sus tendencias y deseos, de su decadencia o progreso, de su vida política y de sus institu­ ciones, de sus tradiciones y cultura, de su poder y de su destino”. Schumpeter concluye así: “Aquel que sabe escuchar este mensaje de las finanzas públicas oye mejor que en cualquier otra parte el trueno de la historia universal2. No es exactamente el trueno de la historia mundial lo que se escucha en el llanto ahogado de las Memorias de Hacienda de Colombia del siglo pasado, sino las características de toda una economía política de pobreza. No se tiene que participar de la monomanía fiscal al estilo Cuvier del español citado — los estu­ diosos de la tributación tienden a explicarlo todo en sus térmi­ nos— para estar de acuerdo con que la cuidadosa lectura de los balances fiscales, lectura que escasamente se ha iniciado a nivel académico, puede ayudar a explicar o a dar información acerca de

I )E L PO D ER Y L A G R AM ÁTICA

63

muchos aspectos de la vida republicana. Parte de esta historia es obvia y algunos círculos viciosos son bien conocidos. Otras partes lo son menos o se han olvidado, o sencillamente no se conocen. El i'stado colombiano era en verdad pobre. Esto es obvio hoy en día, pero vale la pena recordar que ello fue una sorpresa para muchos de sus habitantes mejor informados y para casi todos los extran­ jeros — los ingleses, los franceses, los norteamericanos y los sue­ cos— después de las ^valuaciones exageradamente optimistas de la década de 18203. No fue tampoco el desarrollo posterior del pensamiento fiscal local siempre de creciente realismo y sobrie­ dad. Había que sufrir aún las desilusiones de los pocos recaudos de uno y otro arbitrio. También hubo intentos románticos de ver virtudes en una realidad desalentadora, que confundieron el E s­ tado pobre en una economía pobre con la modernidad del Estado mínimo postulado por las teorías de laissez faire. Algunos extran­ jeros siguieron siendo cándidos: los tenedores de bonos durante mucho tiempo sobreestimaron la capacidad de Colombia para pa­ gar, y poco entendieron por qué no había llegado el momento para i reabrirse el crédito colombiano en el exterior reanudando los pa- ' gos de la deuda externa'1. Esto se explica porque ellos no podían desde lejos ni sentir la's'presiones ni vivir las restricciones bajo las cuales se movía el gobierno colombiano. Aunque éstas eran tan notorias y severas, solamente unos pocos comentaristas se tomaron la molestia de estudiarlas o sencillamente de registrar­ las con exactitud. Las recomendaciones de lo que se podía hacer o de lo que se debía hacer eran frecuentemente erradas. Todavía los historiadores incurren en las mismas apreciaciones equivoca­ das. La importancia tributaria del comercio exterior no se destaca o se subestima aún por comentaristas modernos, siendo que no había alternativa práctica al fomento de un fuerte renglón de ex­ portación, un staple, como fuente eventual de recursos fiscales5. ¿Por qué eran tan escasos los recursos de estos gobiernos? El objetivo de este ensayo es hacer un tour d ’horizon de las posibles fuentes de ingreso y de los arbitrios a que hubieran podido haber recurrido. Gran parte del ensayo, aunque no todo, se dedica al estudio del sistema tributario, ya que después de todo, los recur­ sos fiscales no tributarios derivan de la tributación. El ensayo incluye poco trabajo cuantitativo, aunque creo que todos sus as-

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pectos podrían cuantificarse, y me interesaría ver un esfuerzo más completo en este sentido. Pero en realidad me interesa más la calidad general de la situación del gobierno. Igualmente, en algunos momentos siento deseos de prestar atención a determi­ nadas cantidades absolutas; la preferencia por series oscurece a veces el significado de las magnitudes. Es obviamente imposible tratar, en un ensayo de corta extensión, de presentar un recuento de la historia fiscal colombiana del siglo pasado; algunas observa­ ciones generales pueden ser aplicadas con mayor pertinencia a algunas épocas que a otras. El matiz ha sido sacrificado para dar mayor claridad a todo el panorama6. Es un axioma que la facilidad de la recaudación es directa­ mente proporcional a la prevalencia de una economía de inter­ cambio. El comercio exterior es generalmente más fácil de gravar que el comercio interno. A la luz de estas simples observaciones las perspectivas de Colombia fueron tan pobres como mediocre fue el récord de sus exportaciones. En la lista de exportaciones per cápita de los países latinoamericanos Colombia ocupó un sitio ba­ jo, al nivel de Bolivia y Honduras. En 1882 Rafael Núñez escribió: “Comparando el movimiento comercial de los otros países hispa­ noamericanos con el nuestro, resulta en efecto, en g e n ia l, que estábamos a la retaguardia en dicho movimiento. Respecto de al­ gunos de esos países, no sólo estamos a la retaguardia sino que casi los hemos perdido de vista”. Carlos Calderón, ministro de Hacienda en la crisis de 1899, se lamentó diciendo que “Colombia es el país cuyo tesoro se desarrolla más lentamente". En 1903 Calderón presentó unos datos comparativos para exportaciones y gastos per cápita del gobierno para algunos países. Colombia es­ taba muy por debajo de México, nación que tampoco ocupaba una posición alta en la escala de los países latinoamericanos: exporta­ ciones per cápita $3 per annum, gastos del gobierno central per cápita $0.75 per annum1. El nivel era bajo y aún entonces estaba sujeto a fluctuaciones bruscas; la historia del tabaco, la quina y el café es suficientemen­ te bien conocida y no hay necesidad de repetirla aquí. El producto de la aduana naturalmente sigue estas fluctuaciones y a partir de finales de los años cuarenta del siglo pasado, los ingresos de adua­ na llegaron a representar entre la mitad y los dos tercios de las

Del

65

po d er y la gramática

rentas del gobierno. Los movimientos de disminución señalaron emergencias políticas, y estas rentas por su propia naturaleza no podían responder a dichas emergencias. Esteban Jaramillo lo ex­ presó así: “En Colombia, probablemente más que en ninguna otra parte, la renta de aduanas ha hecho ver su ineficacia para satis­ facer necesidades extremas, por su carácter inflexible y su falta de elasticidad”8. Hay muchos ejemplos de este tipo de crisis. En 1885 se vio una combinación de condiciones de depresión en los mercados mundiales, una crisis general en las exportaciones co­ lombianas que llevó a la penuria absoluta del gobierno, la guerra civil, el agotamiento de todo crédito y la inaudita introducción de papel moneda de curso forzoso. Los ingresos de las aduanas que precedió el estallido de la Guerra de los Mil Días mostraron un patrón similar:

1897

1899

1.046.606

713.102

Febrero

982.887

733.409

Marzo

814.505

854.381

Abril

1.138.923

662.851

Mayo

1.117.661

673.6889

Enero

Este tipo de tendencia no necesita mayores comentarios, pero desde el punto de vista de la historia fiscal pueden hacerse algunas observaciones más amplias y útiles acerca de la aduana. La adua­ na era un impuesto sobre artículos de primera necesidad. Dos ter­ cios de las importaciones colombianas eran textiles, en su mayoría baratos, destinados a la confección del vestuario de la gente pobre. 1a clase que consumía lo que en una definición algo espartana uno podría llamar artículos de lujo, era muy pequeña. Esta clase social no estaba más inclinada a imponer tributación sobre sí misma que cualquier otra clase social en el poder, perp aun suponiendo una rara abnegación, el pequeño caudal de importaciones costosas no ora fuente potencial de recursos significativos. Dada la composi-

66

M alcolm D ea ;

ción de las importaciones colombianas, cualquier aumento en la tarifa se encontraba con la respuesta elástica de un mercado que estaba en gran parte cerca del nivel de subsistencia. No sólo la posible respuesta de la aduana era lenta, sino que era también limitada. La regresividad del gravamen fue por momentos empeo­ rada por los sistemas utilizados — el método de peso bruto tuvo tal efecto sobre los textiles— pero éste era regresivo por la obligada composición de las importaciones10. Los consumidores podían comprar lo más barato — hay evi­ dencia de que hicieron esto en los últimos veinticinco años del siglo— o comprar menos, o proveerse por vía del contrabando. Los ministros y empleados oficiales desarrollaron un conocimiento práctico que les indicaba a cuáles niveles de tarifa el comercio se desviaba de los cauces legales. Muchos de estos funcionarios eran comerciantes. Por todos los argumentos económicos que expusie­ ron, por todas sus euforias temporales, ellos como ministros estu­ vieron continuamente preocupados por las rentas. A las tarifas no se les consideró primariamente como un instrumento de política económica. A lo largo del siglo XIX la política de la aduana fue esencialmente fiscalista. Así como en el siglo X IX Europa y Rusia gravaron los denrées coloniales, en el mismo siglo en este punto del trópico se gravó la importación de textiles11. Los puntos finos del argumento pueden ser encontrados en las Memorias, y los detalles técnicos y administrativos que contienen justifican fre­ cuentemente algunas prácticas usualmente tachadas de anticua­ das o rutinarias. Algunos problemas ya tienen su descripción clá­ sica en las Relaciones de mando de la última etapa de la era colonial, las cuales comparten con las memorias republicanas la intensa preocupación por las rentas y el conocimiento que ellas derivan del comercio: “Un Reino en donde no hay comercio activo, no tiene ejercicio la navegación, y sus habitadores son pobres, tampoco puede producir para enriquecer el Real Erario”12. Los impuestos a las exportaciones se enfrentaron a un fraca­ so predecible: iban en contra de la necesidad obvia de incentivar las exportaciones. Estos impuestos no se acomodaban a Colom­ bia, un productor marginal con altos costos en unos mercados competitivos. Con malos precios en el exterior, el café colombiano no podía resistir el impuesto a las exportaciones establecido por

I M il, I ‘O D E R Y L A G R A M Á T I C A

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"I gobierno de Caro a fines de lo noventa, un ejemplo de cómo tal tributación era la solución menos indicada en las circunstancias iiilversas que llevaron a un gobierno desesperado a ensayarla13. Kl gobierno tampoco tenía ningún monopolio natural al cual rei urrir. Al leer la lista de exportaciones, sólo se encuentran las miniis de esmeraldas, cuyo derecho de explotación no pudo ser vendido en 1860 por $12.000, y el bálsamo de Tolú, del cual se

exportaron $20.000 en 1891. No había guano colombiano, ni nada imilar14,P a ra el colombiano de finales del siglo, cuando miraba los volúmenes del comercio internacional del país, la teoría de la ventaja comparativa le habría parecido una simple teoría. H. H. Hinrichs, en su trabajo A General Theory ofTax Structure Change During Ecuriomic Deuelopment, llegó a la siguiente conclusión: la sabiduría convencional sostiene que la participa•ion del gobierno en el producto nacional aumenta con el desarro­ llo económico. Lo anterior es obvio cuando se compara tal partici­ pación del gobierno en los países desarrollados con la que prevalece en los subdesarrollados. Sin embargo, cuando se obser­ van las diferencias entre los países subdesarrollados, la anterior proposición es en el mejor de los casos engañosa, y en el peor de ellos simplemente equivocada. Para los países pobres el grado de apertura puede ser un mejor indicador de su “capacidad de tribu­ lación" que la medida usual de ingreso per cápita. El sector de comercio exterior es relativamente fácil de tributar; su crecimien­ to a través de mayor monetarización, la expansión de cultivos comerciables, el aumento del tamaño de los negocios y la urbani­ zación incrementan las capacidades del gobierno para aumentar impuestos a todo nivel. “A medida que una sociedad tradicional cerrada se abre al comercio, no sólo es administrativamente posi­ ble gravarlo, sino que se le puede atar la tributación del comercio a una base con algo de elasticidad-ingreso”. La historia fiscal de Colombia del siglo XIX concuerda con estas conclusiones15. El padrón del comercio interno del país no era un aliciente para el recaudador de impuestos. Todo lo que se moviliza puede ser gravado. En Colombia el transporte era notoriamente caro y muy pocos de los productos se transportaban a grandes distan­ cias. Desde luego que existía intercambio entre regiones, y sus detalles pueden ser establecidos de fuentes tales como Wills, Co-

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dazzi, Pérez y Galindo. Pero en realidad este tráfico no era fuente importante de impuestos. En el entusiasmo de reconstruir su his­ toria en detalle y en el reconocimiento de su rol esencial en el desarrollo de cualquier faceta de la economía, uno no debe situar esta tributación en un sitio destacado entre las rentas posibles de la nación. Existía un buen número de peajes internos y derecHbs para propósitos específicos o generales establecidos por compa­ ñías privadas o gobiernos locales, pero su producto era escaso. Colombia era aún un país de unidades relativamente aisladas de inadecuada poliproducción. No existía buena complementariedad entre las economías regionales. Los comerciantes y geógrafos re­ copilaron lo que había, pero sus lectores deben hacer, ellos mis­ mos, una más larga recopilación de lo que no existía16. La de Colombia era una economía de las menos gravables de Latinoamérica, un país donde muchos podían subsistir, pero con una población abrumadoramente rural y dispersa, cuyo ingreso per cápita pudo haber sido aun inferior a $40 al año1'. Salvador Camacho Roldán dejó una viva descripción de sus habitantes, y en sus palabras uno puede percibir la nota de un arbitrista frus­ trado: Poblaciones que mueren sin conocerse y viven sin amarse; entre las que no existe el lazo de un comercio recíprocamente ventajo­ so, ni la comunidad de las artes, ni la fraternidad de las ciencias; para quienes no hay nada común sino el recuerdo de la esclavi­ tud de otros días y la huella de las guerras civiles más recientes; pueblos en que se prodiga la sangre en obsequio de ideas no bien claras o de palabras resonantes aunque vacías de sentido en oca­ siones, y se discuten los céntimos que se quisieran aplicar a dar trabajo al proletario, colocación a los capitales del rico y educa­ ción a la infancia: nacionalidades cuya existencia se defiende m ás que por su grandeza, por su miseria y por su anarquía: esos pueblos podrán tener un gobierno barato, fácil, inofensivo; pero carecen de algo de lo necesario para poder llamarse nación18.

Los colombianos no solamente viven aislados sino también son recalcitrantes. Había una larga historia de resistencia colo­ nial a la tributación, de la cual la Revolución de los Comuneros es solamente el más famoso episodio. La Nueva Granada de la colo­ nia nunca conoció el sistema de intendencias y da la impresión de

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haber sido gobernada ligeramente. Muchos de sus habitantes fue­ ron respetuosos frente a cualquiera autoridad. La población del Magdalena Medio, según la descripción del Fr. Palacios de la Ve­ ga, es una pesadilla para un recaudador de impuestos19. Quizás al pobre campesino indio de la tierra fría era sumiso, pero tenía muy poco para ser gravado. Los gobiernos republicanos se enfren­ taban aún a una fuerte resistencia política para lograr incremen­ tar sus rentas: no estaban recubiertos de ninguna majestad, te­ nían que sacrificar algunos recursos coloniales en aras del modernismo, y fueron en su mayoría gobiernos de partido, mani­ fiestamente débiles y algunas veces corruptos. En tales circuns­ tancias la evasión de impuestos aparecía para muchos como de­ ber cívico. Se debe recordar que ninguno de estos gobiernos existió en un vacío político. Los virreyes fueron conscientes del peligro de las innovaciones, y los presidentes de la república lo fueron aún más20. La debilidad básica del sistema fiscal de Colombia en el siglo pasado se derivó de los débiles logros de las exportaciones y sus consecuencias para la aduana. Sin embargo, el panorama de las finanzas públicas se debe completar examinando los otros recur­ sos que el gobierno tenía y explorando las limitaciones de cada uno de ellos. En la clasificación de George Ardant estos “rudimentnrios e intermediarios arbitrios podían producir determinada cantidad y nada m ás"21. Existían ciertos monopolios, de los cuales el más importante era el de la sal, principalmente las minas de sal de Zipaquirá. Issta era la segunda fuente de impuestos del gobierno después de las aduanas; era continuo, cercano#al gobierno y la cadena del comercio de la sal había funcionado desde antes de la aparición de los españoles. Además del consumo humano directo, la sal se utilizaba para salar carne, engordar ganado y fortalecer las mu­ ías. Existía, entonces, un punto de consumo por debajo del cual no se situaría la demanda, pero sería inocente suponer que no existían severas limitaciones en la renta que podía ser extractada de este monopolio. Primero, había otras fuentes de sal diferentes n la de Zipaquirá y sobre algunas de las cuales el gobierno ejercía MÓlo un control nominal; en algunas regiones el estanco nunca pudo ser instituido. Inclusive, Zipaquirá por sí sola estaba lejos

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de ser completamente controlada; el fraude y el contrabando fue­ ron frecuentes. Hubo gran debate acerca del precio óptifno para los diferentes tipos de sal. No era barato; Camacho Roldan calculó en 1870 que la sal se vendía a un precio siete veces superior al costo de producción. Para los pobres, quienes con su dieta rural consumían más sal que los ricos, el gasto representaba 65 centa­ vos por cabeza. Esta pequeña cantidad una vez sumada repre­ sentaba para el padre de una familia de cuatro personas cerca de doce días de trabajo en un año; si se da por supuesto que trabaja­ ba 240 días al año, entonces lo anterior equivaldría al 5% de sus ingresos. Por otra parte, el engorde de ganado, proceso en el que la sal era necesaria, sólo era rentable con la sal a determinado precio. Si el precio impuesto por el monopolio era muy alto, el negocio de engorde dejaba de ser beneficioso y los ganaderos ce­ saban la compra de sal o la buscaban más barata en otra parte. Las operaciones del monopolio eran fácilmente interrumpidas en épocas de guerra civil, cuando los precios de emergencia podían difícilmente compensar las pérdidas de la disminución de ventas. Las guerras civiles no eran ciertamente épocas para el engorde de ganado. A pesar de todas estas limitaciones, los ingresos de la sal eran todavía a finales del siglo la segunda fuente de las rentas del gobierno. Según Carlos Calderón, su reforma apareció como la fuente más promisoria de mejores ingresos en 1903. El mono­ polio de la sal tuvo una vida más prolongada y mayor importancia fiscal que la que tuvo el estanco del tabaco, el cual en época de la Independencia apareció como más promisorio^. El monopolio del tabaco ha atraído siempre la atención de los historiadores económicos, y el progresivo abandono del producto por parte de los gobiernos de la década de los cuarenta ha sido justamente analizado como proceso climatérico en la política gu­ bernamental y en el desarrollo del siglo XIX. El significado fiscal del tabaco no ha sido aún totalmente explorado. Una mirada rá­ pida a los datos parece indicar el abandono por parte de estos gobiernos de su principal recurso del interior. La oposición al em­ puje de terminar con el monopolio fue combatida con la promesa de un gravamen de exportación (que nunca fue impuesto) y con un argumento y una contramedida administrativa. El argumento fue que la pérdida de ingreso con la desaparición del monopolio

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I )l< l.j P O D E R Y L A G R A M Á T I C A

hitó

más que recuperado por la aduana, por medio del consi guien-

l*> aumento en comercio, gracias a la adopción de una sencilla larifa fiscal. La medida administrativa, la cual iba en contra de las más optimistas expectativas de este argumento, fue la descen­ tralización de rentas y gastos. En ella ciertos ingresos y responMabilidades fueron cedidos a las administraciones locales. Los de­ fensores del monopolio exageraron su importancia en los ingresos del gobierno, ignorando los considerables costos del recaudo y qui­ zá haciendo caso omiso de la proporción del producto de la renta que se escapaba del control del gobierno con los multiformes prés­ tamos y contratos de mercadeo. Los cálculos de quienes apoyaron la reforma fueron vindicados, aunque no tan rápido como éstos esperaban: las exportaciones de tabaco aumentaron, los ingresos de la aduana se incrementaron. No hubo otro intento significativo de gravar el tabaco en el siglo pasado. Los impuestos sobre el tabaco en las circunstancias colombianas no obedecieron a los preceptos clásicos de la tributación. A pesar de que las mejores tierras para el cultivo no eran muy extensas, el monopolio era engorroso, caro y molesto. Necesitaba el uso de grandes recursos que frecuentemente eran precisados con más urgencia en otra parte: el gobierno tenía en ocasiones que escoger entre sostener la renta del tabaco o sostenerse a sí mismo. Fue afectada por el fraude y aún más por el recelo y por su impopularidad general. El rendimiento neto, en promedios anuales para períodos de cinco años después de 1830, fue calculado por Aníbal Galindo así: A ñ os

P e s o s ($)

1830-1835

190.273

1835-1840

202.044

1840-1845

261.516

1845-1849

371.948

Aun tomando los datos de Galindo como verdaderos, y recor­ dando que la deuda del gobierno con sus agentes llevaría a pensar que la cifra verdadera era más baja, el tabaco representó cerca del 2 0% del total de los ingresos del gobierno, cantidad compara­ ble a los ingresos producidos por la sal23.

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El tabaco había sido el estanco más productivo de la última parte de la era colonial, realmente el más importante de todos los ingresos del virreinato24. Entre las rentas “estancadas”, el tabaco estaba seguido por los impuestos al licor, los cuales nun­ ca han dejado de aparecer de una u otra forma en la historia fiscal de la república. Estos impuestos tampoco llegaron a ser tan productivos en los tiempos republicanos como lo fueron en épocas coloniales. Los tributos al licor fueron descentralizados a mediados del siglo, cuando los ingresos ascendían a $150.000 al año"5. Los diversos sistemas utilizados y sus diferentes resul­ tados siguieron la variedad ecológica del país: un método que era tolerado en la tierra fría podía producir serios problemas para quienes trataban de utilizarlo en zonas cañicultoras situa­ das a corta distancia. Requerían una ágil administración Ibcal, y aun así los rematadores obtenían mayores beneficios que el mismo gobierno. Estas rentas permanecieron en calidad de lo­ cales por el resto del siglo pasado. Inclusive derrotaron los in­ tentos del general Reyes de nacionalizarlos en los primeros años del presente siglo y siguen siendo rentas departamentales hoy en día. Aunque su historia ha estado ligada al desarrollo de muchas familias y fortunas, la suma que llegó al gobierno fue siempre una pequeña proporción de lo gastado en bebidas26. Algunos monopolios menores de la colonia, mercurio, bara­ jas de juego y pólvora, fueron abandonados27. Existieron algu­ nos intentos republicanos tempranos de fomentar la industria y la empresa a través de concesiones de monopolio, pero éstas no tuvieron ningún significado fiscal y habían desaparecido en su mayoría a mediados de siglo. Algunos privilegios de mono­ polio en el transporte se mantuvieron, pero el único de ellos que produjo beneficios al gobierno fue el del tránsito por el Istmo de Panamá. Ningún nuevo monopolio de consumo fue intentado hasta la presidencia del general Rafael Reyes. El monopolio fis­ cal efectivo requiere artículos de consumo masivo que no son fácilmente producidos y que además son necesidades. Los pa­ trones colombianos de consumo y las condiciones de producción no tenían estas características, con excepción de la sal y en m e­ nor grado de las bebidas. Las limitaciones en ambos casos son fácilmente explorables.

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pod er y la gramática

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¿Cuáles eran las posibilidades de tributación directa? El tri­ buto de indios había dejado de ser de alguna importancia en la Nueva Granada mucho antes del final de la era colonial y poco se perdió cuando desapareció finalmente en 183228. De mayor volumen, especialmente para quienes lo pagaban, fue el diezmo, liste, que no era siempre un décimo, fue impuesto a la mayoría de los artículos de producción agrícola. El café, el índigo y el cacao plantado después de 1824 fueron eximidos. El diezmo fue implantado a través de un sistema local de remates, y los diezmeros que licitaban su recaudo centraban su atención en un pequeño número de circuitos. El recaudo tomaba tiempo y era costoso y molesto; tenía que seguir el calendario agrícola, requi­ riendo el conocimiento de la región, muías, pesos, corrales y probablemente no poca fuerza de carácter. Como en todas las cuestiones de predicción agrícola, fue siempre fácil equivocarse en el cálculo y muchos diezmeros registraron pérdidas. La poca evidencia existente indica que a estos últimos no les fue mal por ser indulgentes. El gobierno civil recibió un cuarto del producto de los remates, la Iglesia el resto y los diezmeros cualquier can­ tidad que conseguían de ahí en adelante. Uno se puede imagi­ nar que las ganancias de éstos podían variar de año a año y de lugar a lugar, pero cálculos aproximados contemporáneos admi­ ten que los valores recaudados eran tres o cuatro veces las can­ tidades obtenidas por el gobierno y la Iglesia juntos. El director general de Impuestos reportó en 1848 al ministro de Hacienda que el diezmo de Ambalema fue rematado por un quinto de su producto calculado, y concluyó como sigue: Esta renta, Señor Secretario, está cercada de incidías: no hay disposición suya que no se anule por las trampas del interés individual. El contribuyente la elude cuando puede; i última­ mente perece a manos de los rematadores.

El diezmo fue descentralizado en 1856, y en la mayor parte de las provincias fue rápidamente abolido. En datos incomple­ tos aparece que la suma más alta recibida por el gobierno repu­ blicano en este rubro fue $61.803 en 1835. Era un resultado muy pequeño para tanta “molestia”. Como en otros países, el

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5

V*

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diezmo ocultaba muchas complicaciones bajo una fachada sen­ cilla, y sus efectos negativos fueron ampliamente reconocidos: El bárbaro sistema de cobrar en especie, i no en dinero, la con­ tribución, trae la consecuencia necesaria del arrendamiento i la creación de una bandada de publícanos más que viven espiando al agricultor para apropiarse la décima parte del producto de su fatigosa industria, a tiempo que al tesoro no entra sino una mí­ nima parte del valor de lo que contribuye el ciudadano laborioso. Bajo dos aspectos es perjudicial la tendencia de este sistema vi­ cioso i bárbaro. Él desalienta la industria agrícola, gravándola con un impuesto excesivo, i crea una clase de hombres destina­ dos a molestar a los que trabajan i producen29.

No fueron el tributo de indios ni el diezmo buenos impuestas republicanos, y el producto del primero fue tan pequeño que pu­ do ser abolido en medio de general indiferencia. Como es natu­ ral, la Iglesia estaba profundamente preocupada con el diezmo y se oponía al derecho del gobierno civil a abolirlo. Pero no de­ fendió el sistema de remate, y trató de abolir sus inconvenien­ cias cuando estableció sus propias rentas en el período de hos­ tilidad liberal. Su bajo producto para el Estado no pudo sino reforzar la hostilidad de los informadores de mediados de siglo contra el diezmo30. El pensamiento de tales reformadores tendía a asociar la co­ lonia con la rutina y las trabas, olvidando que a veces esos gobier­ nos habían sido enérgicos, innovadores y perfectamente conscien­ tes de la importancia del comercio para las rentas. Igualmente, a mediados del siglo hubo un nuevo intento de modernizar el siste­ ma fiscal tal como no se había visto desde los eufóricos años de Castillo y Rada a comienzos de la década de los veinte. La más sucinta expresión de esta actitud aparece en el trabajo del joven Salvador Camacho Roldán, Nuestro sistema tributario, de 1850. En él se estudia todo el aparato de los impuestos indirectos, cos­ tosos de recaudar, confusos en sus cuentas, represivos, molestos y antiproductivos; el diezmo y sus terribles consecuencias; el tra­ bajo personal subsidiario, un corvée que debería haber producido $400.000 al año o su equivalente en trabajo, pero el cual manifies­ tamente no produjo ninguno de los dos y se perdía en una serie de abusos locales. Camacho Roldán calcula que antes de la abolición

I »l I . I 'O D E R Y L A G R A M Á T I C A

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ili'l estanco del tabaco los habitantes de la Nueva Granada pagaInin — hombres, mujeres y niños— alrededor de $2 per cápita a ' He "monstruo multiforme” del fisco: La forma enruanada del guarda del aguardiente, el rostro colé­ rico del asentista, el tono grosero del cobrador de peaje, la sucia sotana del cura avaro, los anteojos del escribano, la figura impa­ sible del alcalde armado de vara, la insolencia brutal del rema­ tador del diezmo, o la cara aritmética del administrador de nduana.

Igualmente calculó que el indefenso empleado público pagaba •urca del 6 % de su salario en una u otra contribución aun sin i onsiderar el monto de los impuestos indirectos que pagaba; los Moldados, según él, pagaban el 8%. El sistema existente, concluye, no es eficiente ni equitativo, y debería ser remplazado por el imItuesto directo, progresivo y único'11. Este era el punto de vista prevaleciente de los liberales, y muchas localidades ensayaron algún tipo de contribución direc­ ta en los años posteriores a la descentralización de rentas y gas­ tos. Los resultados no fueron más alentadores de lo que habían Mido en los días de Castillo y Rada. Esto no es una sorpresa. .'1.927.685, de los cuales $2.811.159 provenían de la aduana47. Las cifras anteriores merecen comentarios más detallados. El impuesto de sacrificio de ganado era fácil de imponer, y aun en las ureas rurales era difícil de evadir, excepto en los casos más remoios de autoconsumo. Este impuesto ha sido consistentemente pro­ ductivo a lo largo de la era republicana y no tuvo problemas de iireptación por parte de la población, siempre y cuando no fuera excesivamente alto. Ya hemos visto que las autoridades fiscales de Boyacá lo con­ sideraban equitativo — de todas formas los boyacenses y los de­ más campesinos de tierra fría no consumían mucha carne— . El secretario de Hacienda del departamento del Tolima lo estimaba como el impuesto de mayor producción, pero informa que se eva­ día cuando llegaba a $5 por cabeza; a este nivel el degüello no producía más que cuando era fijado en $ 2 48. El impuesto al licor mostraba variaciones grandes de acuerdo con la localidad. Su ba­ lo rendimiento en Boyacá se explica por razones largo tiempo co­ nocidas: era considerado inequitativo por los habitantes de las tierras templadas, “pues en la fría nadie paga”. De otro lado el contrabando y la destilación ilícita eran frecuentes. Un resguardo

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costaba más de lo que podía producir49. Los resultados del siste­ ma de remate de los monopolios en los diferentes distritos eran regularmente desalentadores. El problema aparece bien descrito por el director general de Impuestos en 1848: Cómo punieron éstos moralizarse: no lo alcanzo. El interés indi­ vidual oculta casi siempre los provechos que saca i no deja en­ trever las bases que pudieran servir a nuevos especuladores i el temor que se tiene a ciertas notabilidades agiotistas, que se han apoderado de estos negocios i que en cierta manera han hecho de ellos su propio patrimonio, obstruye la entrada a la libre com­ petencia, en lugar de promoverla. Si alguna vez se observan pu­ jas sorprendentes que contribuyen a aumentar trabajosa ^forza­ damente los productos, es porque alguna rara casualidad frustra la confabulación de los lidiadores o aleja el respeto de personas temibles interesadas, o porque el transcurso de los años ha lo­ grado arrancar el secreto de las grandes ganancias alcanzadas por los asentistas, que estimulan a otros a lograrlos, arrastrando la enemistad i persecusiones de los anteriores, que se empeñan en arruinarlos i a lo cual se ha debido varias quiebras50.

El gobierno de Boyacá estableció precios de reserva en cada distrito, pero el informe de 1873 dice que: Sucede con frecuencia que una compañía organizada para hacer los remates de un circuito por medio de sus influencias, o de cualquier otro modo, aleja toda competencia i obtienen el remate sólo por la base adoptada, sin que sea posible hacer subir de precio el remate51.

Las quejas de la “desmoralización" de esta renta fueron cons­ tantes y extensas. El Tolima experimentó dificultades particula­ res en ciertas áreas debido al gran número de pequeños produc­ to re s, sin lo g ra r la com bin ación de r e m a te s, p aten te s y administración directa que pudiera satisfacer todas las partes in­ teresadas a lo largo de los noventa. Los ajustes decretados en esa década pueden ser encontrados en los Informes del Goberandor a la Asamblea Departamental. Algunos de ellos fueron altamente impopulares, contribuyendo a “una pesada atmósfera de descon­ tento” en el departamento, la cual pudo haber tenido conexión con

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la intensidad con que los liberales tolimenses pelearon en la Gue­ rra de los Mil Días. La renta de licores fue la “renta (...) la más pingüe del Departamento, la que mayores dificultades ofrece en su organización y la que ha dado hasta ahora lugar a mas serias complicaciones”52. También era de todos los impuestos estata­ les el que producía la suma más alta de que se tiene informa­ ción en la tabla de Galindo: Antioquia recaudó por medio de él $ 1 7 5 .4 3 4 53. El estado con el ingreso más alto es el de Cundinamarca. De un total de $440.626, se obtuvieron $160.000 del peaje, impuesto sobre los productos foráneos que llegaban al estado. Dado que Bogotá era el principal centro de distribución nacional de bienes importados, este ingreso era en efecto un sobrecargo interno de aduana para el beneficio de este estado. Como tal fue atacado por Miguel Samper en su análisis de la política fiscal de los estados soberanos: Nuestras enfermedades políticas. Voracidad fiscal de los Estados. El autor encontró que se impusieron tarifas internas en todos los estados exceptuando Boyacá y Panamá; iban de $12 por cada 100 kilos en Antioquia hasta $1.60 en el Tolima, y en ios estados de la Costa Atlántica el 15% de la tarifa nacional. Estas diferencias limitaban el intercambio, “dividiendo la república en pequeñas Chinas, con sus murallas de recaudadores y guardas”. I'rima facie, estas imposiciones iban en contra de las disposicio­ nes de la Constitución. Samper argumentó que una subvención nacional cargada sobre las aduanas debería ser pagada a los es­ tados para compensar su pronta abolición a pesar de que la equi­ dad y los intereses creados estarían obviamente en conflicto con tal subrogación54. Cundinamarca no impuso virtualmente nada al licor, pero obtenía sumas sustanciales de la contribución direc­ ta, el derecho de consumo (un impuesto a las ventas de ciertos bienes) y el impuesto de degüello. Antioquia era el segundo estado en total de recursos, y el más alto en renta per cápita. Esto fue reflejo de una mayor prosperi­ dad, y el éxito fiscal fue logrado por un gobierno conservador que no desperdiciaba tiempo con la progresiva tributación directa. Más de tres cuartos de sus rentas provenían de tres impuestos indirectos: el de degüello; el de consumo de productos nacionales V extranjeros llegados al estado: tabaco, cacao, anís y algunos

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otros, y el impuesto a licores y aguardiente, organizado bajo el sistema de remates donde nacieron o crecieron algunas de las más grandes y más famosas fortunas del país. Las otras rentas eran insignificantes. Antioquia poseía ciertas ventajas económi­ cas y terna a su favor cohesión y consistencia en su administra­ ción, además de gran honestidad. Es cierto que existían combina­ ciones en los remates, pero sin embargo las entradas del gobierno aumentaron permanentemente. El sistema variaba muy poco, “porque las innovaciones hacen que jamás se aclimate ningún sis­ tema rentístico, i sufra el estado”55. Una proporción similar del ingreso del estado liberal, Santander, provenía de los impuestos indirectos, el derecho de degüello y aguardientes y licores. San­ tander abandonó su temprana confianza utópica en el impuesto único y directo, a pesar de que aún obtenía $35.000 pesos con el directo y se jactaba de tener un catastro impreso. Los resultados fueron muy inferiores con relación a los obtenidos en Antioquia. Cuando los precios del café y la quina de Santander cayeron en los ochenta, el estado sufrió un duro golpe y la crisis fiscal fue aguda. La imposición de una nueva tributación en 1884 por el general Wilches inició el período de guerra civil que puso fin a la Constitución Federal50. Los resultados de la descentralización de rentas y gastos fue­ ron, entonces, poco uniformes. El gobierno central logró algún respiro fiscal, que fue disminuyendo gradualmente cuando las circunstancias políticas lo forzaron a conceder algunas subvencio­ nes a los gobiernos locales. Éstas llegaron a ser mucho más cos­ tosas para el gobierno de lo que aparece en los cuadros de Galindo para los años 1873-1874. Si suponemos que el gobierno del estado de Bolívar no logró recaudar todo lo presupuestado, $201.800, se puede ver que cinco de los nueve estados tuvieron cada uno ingre­ sos inferiores a $200.000 al año. Medida en términos de libras esterlinas, esta última cifra sería de £40.000; el ingreso del estado del Magdalena fue de menos de £16.000 al año. ¿Qué se podía esperar de gobiernos con tal limitación de ingresos? La mayor parte de ellos podía soportar solamente “un tren gubernativo tan modesto que acaso toca en miserable”, y en épocas difíciles aun gobiernos tan pequeños tenían que adelgazar más cuando sus em­ pleados impagados renunciaban y. no se podía encontrar alguien

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para remplazados57. Un gobierno mínimo es el corolario obvio de mínimas rentas. Entonces las funciones del gobierno caen en ma­ nos privadas, o sencillamente no se llevan a cabo. Algunos gobier­ nos estatales, presos de desesperación fiscal, consideraron la po­

sibilidad de disolverse totalmente58. En la Memoria de Hacienda que presenta Salvador Camacho líoldán al Congreso de 1871 aparecen unas cifras de los recursos riel gobierno central que eran igualmente desoladoras. Contiene

esta llamativa comparación de los impuestos per cápita de Colom­ bia con la situación en otros países:

Sin pretender, desde luego, establecer en materia de rentas punto alguno de comparación entre los pueblos europeos y los Estados Uni­ dos con nuestro país, nuestros recursos fiscales, comparados con los del resto de la América española, son: la mitad de los de El Salvador, la tercera parte de los de México y Nicaragua, la cuarta parte de los de Venezuela, la quinta de los de Chile, la sexta de los de Costa Rica y la República Argentina, y la duodécima de los del Fterú; Guate­ mala tiene un 50 % más de rentas que nosotros, el Ecuador un 20% y Bolivia un 10%. Apenas tenemos superioridad sobre la república de Honduras, y aún es posible que en los ocho años transcurridos desde la fecha a que se refieren los datos que tengo de ese país, nuestra ventaja se haya disipado (...). Las rentas nacionales montan en la actualidad a poco más de dos millones ochocientos mil pesos; y como nuestra población, según el censo de 1870, da una cantidad algo superior, resulta que nuestros impuestos no alcanzan a representar un peso por cabeza de población.

El ministro continúa describiendo cómo “en materia de ren­ tas y contribuciones hemos atravesado en los veintitrés últimos años un período de demolición incesante”59. Aparte de la alcabala, abolida en 1836, el gobierno central cedió rentas por $598.000 a las provincias y estados y abolió otras — el monopolio del tabaco, el papel sellado y la aduana en el Istmo de Panamá— que produ­ cían $520.0006°. Lo que quedó fue lo siguiente, presentándose igualmente de cifras de una veintena de años antes: ( Véase cua­ dro página siguiente)

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D is m i­

18 51-1852

1869-1870

A u m en to

A duanas

714.978

1.575.904

860.926

S alinas

400.457

758.329

357.872

C orreos

66.126

61.282

14.844

B ienes nacionales

59.130

26.600

32.530

R en ta s

6.817

T ierras baldías A m onedación F e r r o c a r r il

26.734 de

Panam á A provecham ientos T otales

n u c ió n

29.213

2.479

250.000

250.000

93.211

92.402

1.360.636

2.883.758

92.402v 1.523.122

Al explorar los recursos del gobierno de 1871, Camacho Roldán no abrigaba muchas esperanzas de aumento inmediato. Los impuestos sobre comercio exterior, de los cuales advirtió que la aduana no era el único, son de por sí elevados: “Son superiores a lo que la experiencia de siglos enteros ha sugerido a los gobiernos tener por límite en Europa"61. No obstante lo anterior, estos im­ puestos iban a incrementarse antes del final de la era federal, más allá del 3 0% de lo que el autor los calculó62. Camacho Roldán, un comerciante práctico, pensaba que tales aumentos sólo contri­ buirían a alentar aún más el ya floreciente contrabando. El esta­ ba igualmente enterado de las bases sobre las cuales estaba mon­ tada la aduana y cuán regresiva era: La importación de telas de diversas especies representan las tres cuartas partes del producto de las aduanas (...) imaginemos por un instante una contribución directa cuya tasa disminuye a medida que aumentase la renta del contribuyente y que fuese de 10 por 100 sobre las clases jornaleras, y sólo de 1 por 100 sobre la clase rica capitalista (...) por más que se dijese, esa iniquidad sería notoria y capaz de despertar indignación en los caracteres más apacibles. Esa es, sin embargo, con corta diferencia, la|¡roporcionalidad de la contribución de aduanas entre nosotros .

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Tampoco era muy optimista acerca de las perspectivas de las exportaciones en general. Siendo un experto en limitaciones del monopolio de la sal, esperaba aún menos en este campo. Consi­ deraba que el impuesto a la tierra era la forma más posible y equitativa de incrementar futuros ingresos, dado que la tierra estaba subgravada, y que las dificultades de crear un impuesto a las rentas en general eran insuperables en la administración co­ lombiana — un impuesto sobre la tierra a escala nacional presen­ taría suficientes aificuitanes— . Tampoco esperaba mucho de las otras rentas. El correo produjo pérdidas; Camacho calculó lúgu­ bremente la tasa nacional de alfabetismo en 5%; mientras que en la Gran Bretaña se enviaban 31 cartas por persona, Colombia mostraba una relación de 16 personas por carta64 . Los “bienes nacionales" no eran significativos y las inmensas extensiones de terrenos del Estado, controlados sólo parcialmen­ te por el gobierno nacional, no producían mucho. Los bonos de tierra se cotizaban en el mercado a un precio muy bajo. Un im­ puesto a la extracción de la quina demostró ser muy difícil de administrar y no valía la pena gastar esfuerzos para obtener tan bajo producto. Las casas de moneda no ganaron suficiente por su mantenimiento: en 1884 no se recibió oro y el gobierno tuvo que ofrecer la Casa de Moneda de Bogotá como garantía de un prés65 tumo . Cuando las cifras en pesos de papel moneda para los años pos­ teriores a 1885 son desinfladas y cuando se tiene en cuenta la rerontralización de gastos que apareció con la Regeneración, no se encuentra ningún cambio significativo en el resto del siglo. Los co­ mentarios de Carlos Calderón guardan semejanza con los de Camaelio Roldán. Refiriéndose a la época en la cual el último había escrito, Calderón lo categoriza como “esa época de prosperidad universal, debido a los altos precios de las cosas, que terminó en 1873 y no ha vuelto”. El autor analiza el descenso fiscal anterior a la crisis de 1885, “tan sena, que ei ministro del tesoro llegó a ser ultrajado por los pensionados, a quienes no podía servirles la exi­ gua pensión con que, en muchos casos, se recompensa el martirio ■n servicio de la independencia nacional”. En 1886 la nueva Consi il ución centralizó los gastos de justicia, “un organismo vasto y exi­ gente”, y de las fuerzas armadas, del “ejército que había sido, como

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MALCOLM DKA:

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en Santander, Cundinamarca y Antioquia, cáncer de la hacienda nacional”. Al mismo tiempo el gobierno fue forzado por circunstan cias políticas a continuar la concesión de subsidios sustanciales n los departamentos que remplazaron los antiguos estados soberii nos. En 1898 Calderón encontró que a partir de 1876 la renta que recibió el gobierno nacional per cápita de población había declinado de $1 oro a 80 centavos oro. Los costos en oro del gobierno — el esquelético aparato diplomático y servicio consular, el pago de ln deuda, los pagos a reclamos diplomáticos (elemento de considera ción en épocas de mala fortuna y trastornos consecuentes) y la com pra de armas— fueron todos incrementados. El papel moneda na los pudo mantener bajos. No se podía esconder que “Colombia es al país cuyo tesoro se desarrolla más lentamente”. El autor tampoco pudo llegar a una conclusión, en las vísperas de la guerra civil da 1899, diferente de “la imposibilidad absoluta de seguir gobernando con las obligaciones que gravan al tesoro nacional, sin más rentas que las que hoy tiene”. La caída de los precios del café disminuyo los ingresos del gobierno en un 40%. Después de la catástrofe, cuan do consideró los posibles arbitrios, Calderón no pudo encontrar man de cuatro, de los cuales ninguno era nuevo. Veía posibilidades do efectuar un reforma del monopolio de la sal, cuyo producto había sido virtualmente estacionario desde 1869; un nuevo impuesto do timbre; un posible aumento resultante del ajuste de tarifas; finalmente, se podía imponer nuevos impuestos a los vicios . Estas no eran conclusiones obtenidas por un hombre autosatisfecho o sin imaginación, o por una persona desconocedora de recursos más complejos de crédito y papel moneda, con los que el gobierno colom­ biano había para entonces tenido gran experiencia y a los cuales este ensayo, hasta ahora preocupado con las rentas estrechamente definidas, regresa más adelante. Hay algunos recursos de naturaleza menos elaborada que de­ ben ser considerados antes de discutir el crédito formal y la infla­ ción organizada. El primero de ellos era la confiscación. ¿Existía alguna concentración de riqueza sobre la cual un gobierno desespe­ rado podía poner sus manos para lograr algún alivio significativo? Sólo aparecía una, la de las manos muertas, la propiedad de la Igle­ sia, y el victorioso gobierno revolucionario de Tomás Cipriano de Mosquera decretó una expropiación a gran escala en 1861. Esta

4

I »i : i , P O D E R Y L A G R A M Á T I C A

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confiscación y sus resultados fueron menores de lo que se había •m|x>rado por las siguientes razones: la Iglesia resultó ser menos i lea de lo que sus entusiastas enemigos habían supuesto; el gobier­ no estaba muy necesitado, tal como todos los gobiernos expropiadoivh

lo han estado, y no podía efectuar las ventas de la manera pa-

■lente y cuidadosa requerida para asegurar los precios más altos. I -.i principal preocupación del gobierno era tranquilizar a los deu­ dores internos; de tal manera que recibía en pago una proporción idta de su propio despreciado papel y poco “dinero fresco", para usar Iii frase hispana. Las ventas eran demoradas fuera de la ciudad ■npital; y la Antioquia conservadora aún rehusaba aplicar la medi­ do ljas expropiaciones crearon nuevas obligaciones para gobiernos fúturos, dada la compensación que recibió la Iglesia. Como siempre, i un tales medidas, ésta no se podría volver a utilizar67. Existían otras formas para obtener préstamos forzosos que sí « " podían volver a utilizar. Una era la demora reiterada en el pago d*1 Halarios oficiales, o su disminución forzosa, lo cual fue el uso i ponía

el recaudo de los ingresos en manos p riv a d a s". Por

mrta extremo que parezca hoy, tuvo sus atractivos después de ■lienta y cinco años de desilusiones y desastres poco llevaderos. Aliinnzó un éxito modesto: un vistazo a sus limitados recursos •■< Miificiente para explicar su mayor fracaso en convertirse en I I ’urfirio Díaz de Colombia. Mejores épocas, las primeras des■li' la década de los sesenta, hubieron de esperar el renacimiento de las exportaciones, y la posibilidad de más gobierno, y mejor, • la respuesta de esas mismas aduanas que un romántico fiscal de mediados del siglo X IX llamare “antiquísimos aparatos tri­ butarios (que) no pueden resistir los ataques de la ciencia ecomímica

. No fue ni el proteccionismo, ni ningún nuevo arbitrio,

al el papel moneda, ni ningún cuello de botella súbitamente am ­ pliado lo que aumentó los ingresos a un nivel que se acercara o que sobrepasara las necesidades y aspiraciones del gobierno, niño el aumento gradual en las exportaciones, y lo que esto trajo romo consecuencia. Hay una pregunta más que debe tratarse: con tanta eviden­ cia oficial y no-oficial no es difícil demostrar que los gobiernos du Colombia en el siglo pasado recibieron sólo escasos ingresos. Kntonces sí es fácil dar un pequeño paso más y decir que estos Ingresos fueron insuficientes. Pero, ¿qué tan insuficientes? ¿In­ eficien tes para qué? ¿Qué hubiera sido un ingreso adecuado? l ista es una pregunta que el historiador difícilmente puede con­ testar. Los gobiernos de países cercanos — como por ejemplo los •le Venezuela y Perú— tenían ingresos mayores. ¿Les fue mejor? No hoy colombiano que necesite que le recuerden todo lo que no un resolvió con el aumento en los ingresos desde 1920 en adelan­ te. La mayoría de las administraciones tratan de gastar hasta el límite de sus ingresos, y más allá, y siguen siendo política­ mente vulnerables a las fluctuaciones. ¿Qué gobierno fuera del nrchiconservador fiscal Juan Vicente Gómez sobrevivió en LaI¡noamérica a las consecuencias de 1929? Hubo muchos colom­ bianos inclinados a argumentar que el poco gobierno que se sos-

106

M A L C O L M DKA:

tenía con un 2 % 101 del reducidísimo producto interno bruto era más que adecuado, y sus argumentos eran menos equivocadmi de lo que suponían los entusiastas fiscales: los gobiernos sí eran partidarios, ineptos y algunas veces corruptos, y la alternativa de “cuidarse por sí m ism o" era una muy real para gente agres i va y capaz de depender de sí misma. Sin embargo, uno puede profundizar más en estas nociones de lo adecuado o inadecuado. Podría uno mirar en detalle lo que se hizo con las entradas del gobierno en las épocas y momentos más favorables, tanto por conservadores como liberales, examen que podría corregir la impresión dejada por partes de este ensayo de que el culpable no fue tanto el nivel de entradas como sus fluc tuaciones. Sobre este asunto también hay opiniones contemporn neas valiosas. Considérese, una vez más, al eminente Victoriano Salvador Camacho Roldán: La situación de la Hacienda federal es absolutamente inferior a las obligaciones que el Gobierno tiene para con el país. Hay un déficit crónico de cerca de medio millón de pesos anuales en los gastos de pura administración. No hay medios algunos de atender al fomento de los intereses morales y materiales

109

.

¿Era esta la simple intuición de un hombre de Estado que, como cualquier persona privada con su propio bolsillo, sentía que su país podría salir adelante sólo si tuviera un poquito más? La conclusión seguía un examen de las necesidades del país, que era algo más que pura intuición: Protección contra las violencias, justicia en la decisión de las controversias, seguridad para las propiedades, defensa de la pa­ tria común, ejecución o reglas adecuadas para la ejecución de los trabajos públicos, enseñanza general, alumbrado público, poli­ cía de ornato y de aseo, estudio de los intereses del porvenir para preparar su advenimiento, todas esas son necesidades indivi­ duales que se satisfacen mejor por medio de una organización común que por los esfuerzos aislados y débiles de cada individuo en particular103.

I >1.1, PODER Y LA G R AM ÁTICA

107

Camacho Roldan era perfectamente capaz de resaltar estos puntos en detalle y de costearlos, y sus trabajos muestran una mente práctica y en ocasiones aun mezquina, con algunas pruiImites esperanzas y pocas ilusiones. Por muchos años después de »u muerte en 1900, el país no pudo pagar la cuenta que él le preMi'iiló en medio de la más severa guerra civil, con el cambio cerca de 1.200 y en rápido ascenso, y los pesos impresos en papel de i hocolate sólo a unos meses vista104. Un gobierno central con los medios suficientes para trabajar en lo que pasó en su lista demoró I'untante tiempo en llegar a Colombia, y esta demora tuvo los efeci"H más profundos en la política, la economía y la cultura. ¿La i iizón? Como dijo Miguel Samper sobre otro asunto: Es posible (...) que esté consignada en alguna de las Memorias de Hacienda, que son documentos en que casi siempre se consig­ nan muy buenas indicaciones, pero a las cuales, en lo general, la pasta del volumen que los contiene hace las veces de losa de sepulcro105.

La macabra imagen cae muy bien aquí, así como la sugerencia.

Notas 1

M. Burgin, The E con om ic A spects o f A rgentine Federalism, 1820-1852, Cambridge, Mass., 1946, es todavía sobresaliente. Para una mejor com­ paración con el desarrollo colombiano, T. E. Carrillo Batalla, R Grases et al, H istoria de las finanzas públicas en Venezuela, 8 Vols. hasta la fecha, Caracas, 1972, es invaluable. Véanse también los artículos en M. Izard e ta l, Política y econom ía en Venezuela, 1810-1976, Caracas, 1976, publi­ cados por la Fundación John Boulton, muchos de los cuales están rela­ cionados con finanzas públicas.

'

Joseph Schumpeter citado en R. Braun, “Taxation, Socio-political Structure and State Building: Great Britain and Brandenberg-Prussia”, en C. Tilly, ed., The Form ation o f National States in Western Europe, Princeton, 1975, (Studies in Political Development No. 8), p. 327. Las pp. 164242 de este libro contienen el ensayo de G. Ardant, “Financial Policy and Economic Infrastructure of Modern States and Nations". Yo estoy en deu­ da con este artículo y con las obras del mismo autor: Theorie sociologique d e lím p ot, 2 Vols., París, 1965, e H istoire de l’impot, 2 Vols., París, 19711972. J. Navarro Reverter citado en Macedo, La evolución mercantil,

M alcolm D eas

108

comunicaciones y obras públicas. La hacienda pública. Tres monografía« qu e dan idea de una parte de la evolución económ ica d e M éxico, Méxic o, 1905, p. 307. 3.

Ellas son lo suficientemente conocidas como para ser ampliadas aquí; sin embargo, vale la pena anotar que esta “manía” optimista permitió a Co lombia conseguir empréstitos importantes en “términos ridiculosamente ventajosos”; estas palabras son del encargado de negocios de la Legación Británica, el coronel Patrick Campbell, Campbell a Dudley, enero 30, 1828, FO 18-52. Véase también su “Memoir on the Revenues and Expeml itures of the Republic of Colombia...”, contenido en FO 18-26. Esta tem prana euforia tuvo importantes efectos sobre la historia fiscal subHi guíente del país.

4.

Los enviados británicos compartían generalmente el pesimismo de la ad ministración colombiana. Véase por ejemplo: Pitt Adama a F’álmerso», abril 25 de 1839, FO 55-19.

5.

Los argumentos acerca de la "dependencia” parecen haber ignorado com pletamente este problema. Esto es extraño, cuando ésta había preocupa do tanto a los gobiernos en esa época. (La discusión acerca de la “depon dencia" se dio generalm ente entre economistas o historiadoras económicos, con poca participación de historiadores interesados en la po lítica y sus ambiciones y necesidades más inmediatas). Véase Sir J Hicks, A Theory o f Econom ic History, Oxford, 1969, Cap. VI, p. 82.

6.

Además de las M em orias, he encontrado útiles las siguientes obras: A Cruz Santos, Econom ía y hacienda pública (Vol. XV de la H istoria exten sa d e Colombia), Bogotá, 1965. Entre otros trabajos viejos: A. Galindo, H istoria económica i estadística de la hacienda nacional desde la colonia hasta nuestros días, Bogotá, 1874 y Estudios económ icos y fiscales, Bogo tá, 1880; J. M. Rivas Groot, Páginas d e la historia de Colom bia 1810 1910. Asuntos económ icos y fiscales, Bogotá, s.d. (c. 1910); Clímaco Cal derón, E lem entos d e h acien d a p ú b lica , Bogotá, 1911, contiene un recuento histórico de los gravámenes coloniales, muy útil; E. Jaramilln, Tratado de hacienda pública, 4 ed., Bogotá, 1946; La reform a tributaria en Colombia, Bogotá, 1918 (2a. ed. 1956).

7.

R. Núñez, “La crisis mercantil”, en la Reform q Política, Bogotá, 1945, Vol I, parte 2, p. 303; Carlos Calderón, L a cuestión m onetaria en Colombia, Madrid, 1905, pp. 143, 147 y ss. Véase también F. C. Aguilar, Colombia en presencia d e las repúblicas hispanoam ericanas, Bogotá, 1884.

8.

Véase La Reform a Tributaria, pp. 88-110 (edición de 1956) y p. 177: “Ln renta de aduanas es una cabalgadura del fisco, bastante cómoda, de fácil sustento y de regular resistencia; pero absolutamente ineficaz cuando w trata de acelerar el paso o hacer un esfuerzo mayor que el ordinario entonces, no solamente se muestra reacia a las exigencias de mayor rn

IIHI, PODER Y L A GR A M ÁT ICA

10 9

pidez, sino que se fatiga y desmaya antes de tiempo, bajo la presión de la violencia que le impone, para que rinda más pronto la jomada”.

11

C. Calderón, La cuestión monetaria, pp. 190 y as. Él estimó que una caída en los precios del café de US$0.16 en 1897 a US$0.10 en 1898 privaría al Gobierno del 40% de sus ingresos.

II)

Véase el trabajo de J. A. Ocampo, “Las importaciones colombianas en el siglo XIX”, para el análisis más completo existente.

II

A la luz de la atención otorgada actualmente a la discusión acerca de libre comercio y protección, la afirmación de que las tarifas fueron consi­ deradas esencialmente desde el punto de vista fiscal parece ser fuerte, lluro las consideraciones físcalistas siempre fueron más importantes que las de economía política; como E. Jaramillo decía, “la renta de Aduanas es antes que todo un recurso fiscal” (La reform a tributaria, p. 92), y un recurso regresivo (p. 97). IVra el debate económico sobre las tarifas, véanse: M. Samper, “La pro­ tección”, en Escritos político-económ icos, 4 Vola., Bogotá, 1925, Vol. I, pp. 195-291 que da un breve recuento hasta 1880; D. Bushnell, “Two Stages in Colombian Tariff Fblicy: The Radical Era and the Retum to Protection (1861-1885)”, en Inter Am erican Econom ic Affairs, 1955, No. 6.

II

G. Giraldo Jaramillo, ed., Relaciones d e m ando de los virreyes de la N u e­ va Granada. M em orias económ icas, Bogotá, 1954. “Relación del Sr. D. Manuel de Guirior, p. 87.

Ii'l

Véase R. Uribe Uribe, Discursos parlam entarios Congreso N acional de 1896, 2a. ed., Bogotá, 1897. “Gravamen del café”, pp. 189-223.

iI

El monopolio más importante en posesión de Colombia era el tránsito a través del Istmo de Panamá. Éste producía ingresos, los que al querer aumentar contribuyeron en parte a la separación de ese departamento. El ferrocarril producía al Gobierno $225.000 al año.

II■ 11. H. Hinrichs, A G eneral Theory o f Tax Structure Change D uring E co­ nom ic Developrnent, Cambridge, Mass, 1966, pp. 7, 19-24 y ss. ni

IG.Wills], O bservaciones sobre el com ercio d e la N ueva Granada, con un apéndice relativo al d e Bogotá, Bogotá, 1831 (2a. ed. Bogotá, 1952). A. Oodazzi, J eografia física i política d e las provincias de la N u eva G rana­ da, 2a. ed., 4 Vols., Bogotá, 1957 (la . ed. Bogotá, 1856). F. Pérez escribió una Jeografia física i política de cada uno de los nueve Estados S obera­ nos y del D istrito Federal, Bogotá, 1862-1863. A. Galindo, A nuario Esta­ dístico d e Colom bia, 1875, Bogotá, 1875; parte tercera, sección 7a., “Co­ mercio Interior”, pp. 148-163. De esta y de otras fuentes similares se puede reconstruir el panorama comercial interno del país.

11

Colombia era un país donde podía subsistir una población relativamente grande. Esta paradoja de abundancia de población y pobreza fue obser­ vada por muchos comentaristas, por ejemplo Antonio Nariño: “La rique­ za sigue en todas partes a la población y aquí es en sentido contrario. A

M alcolm D ka¡

110

proporción que se multiplican los hombres, aumenta la pobreza”. (CiUil" en A. Cruz Santos, op. cit., p. 231). Ingreso per cápita: S. Camacho Roldan, “Catastro del Estado de Cundí namarca”, en Escritos varios, 3 Vols., Bogotá, 1892-1895, Vol. I, pp. 5Hn y S8., cálculo del ingreso per cápita en Bogotá en 1868 a $76 p. a. Est.inm el consum o per cápita en Cundinamarca en $50 p. a. en “Presupuesto de rentas y gastos de Cundinamarca, 1873-1874”, Ibid., Vol. III, p. 16 y cid culo “producimos y consumimos $125.000.000 anuales” c. 1870, que con una población de 2.9 millones da algo cerca a $40 per cápita per anniun (Ibid., “Estudios sobre la hacienda pública. Fragmentos de la Memorl» de 1872”, p. 243). Continúa: “Sólo un 2 por 100 consagramos a la satisfacción de necesidn des comunes por medio del funcionamiento del gobierno nacional. Si In cluimos en esta comparación las rentas de los gobiernos municipales de los Estados y Distritos... la proporción subirá a poco menos de 5 por 100' (p. 243). Estas cifras dan una impresión del esfuerzo impositivo de la época. 1,n« cifras del ingresty'consumo per cápita tienen el valor de ser un estimativa de un contemporáneo bien informado. Su cifra de 15 centavos por din como costo de subsistencia daría un gasto anual de $54.75. 18.

Op. cit., Vol. III, p. 259.

19.

Difícilmente había encontrado el sentimiento de descontento con los itn puestos una expresión más clara que en las Capitulaciones de Zipaquirn “La imprudencial conducta de los Visitadores, pues quisieron sacar jugo de la sequedad (...) que sea don Juan Francisco Gutiérrez de Piñernn Visitador de esta Real Audiencia extrañado de todo este Reino (...) y qm nunca para siempre jamás se nos mande tal empleo, ni personas que no» manden y traten con semejante rigor de imprudencia". M. Briceño, Lm Com uneros, 2a. ed., Bogotá, 1977, pp. 73-83. J. L. Phelan, The People añil the King, Madison, 1978, Cap. II, pp. 18-35. Piara Palacios de la Vega, O Reichel-Dolmatoff, ed., D iario d e Viaje del P.Joseph Palacios de la Vegn entre los indios y los negros de la provincia d e Cartagena en el N uew R eino de Granada, 1787-1788, Bogotá, 1955.

20.

Podían confiar aún menos los gobiernos republicanos en las costumbn»i y la legitimidad que sus antecesores coloniales. Camacho Roldán considera que la misma idea de los gravámenes estalm asociada con la opresión colonial, exagerada por él mismo: “Época en que, siendo la riqueza apenas la décima parte de lo que es en el día se cobra ban impuestos cuyo producto era igual al de los tiempos actuales y »>• invertía, no en la mejora de nuestra condición, sino en el remache d« nuestras cadenas. Se tiene la idea, cuando se trata del pago de una con tribución, de que el país es en extremo pobre, y de que, por pequeña qun sea la tasa de aquélla, es lo bastante para cegar las fuentes de la riquezn

I )E L PO D ER Y L A GRAM ÁTICA

111

pública y producir el hambre y la muerte entre las poblaciones...". “A esta noción debe haber contribuido, además de la tradidión histórica, el empleo poco cuidadoso que entre nosotros se ha dado hasta el día al pro­ ducto de las rentas públicas, invertidas, en gran parte, casi siempre, en saldar las cuentas de las guerras civiles y pagar empleados y pensiona­ dos cuyo servicio no estima o no comprende el público en general” (op. cit., Vol. III, p. 248). Camacho Roldan exageraba verdaderamente la eficiencia colonial, pero hay que reconocer que el gobierno colonial no enfrentaba la oposición partidista que los gobiernos republicanos encontraron. Carlos Calderón da la siguiente descripción del círculo vicioso de la debilidad fiscal: “El desprestigio del régimen político trae naturalmente la debilidad del go­ bierno y la desconfianza y la intranquilidad; porque un Gobierno pobre es un gobierno débil, sin autoridad moral incapaz de inspirar temores ni afectos. Esto mismo repercute sobre el producto de las rentas porque toda intranquilidad significa paralización de los negocios, y ésta, disminución de las rentas” (La cuestión monetaria, p. 195). Vale la pena mencionar, además, que Colombia era una república cons­ titucional, bien provista de abogados, con las adicionales dificultades fis­ cales y políticas que ello implica. '1

En su Theorie sociologique d e l'impot, I., pp. 389 y ss., 4 4 0 y ss. Rira una detallada descripción de lo atractivo de este ingreso véase Ca­ macho Roldan, “Negociación de los acreedores extranjeros para la amor­ tización de la deuda exterior, mediante la dación en pago de la salina de Zipaquirá y la abolición del monopolio de la sal”, op. cit., Vol. III, pp. 90-106; para el cálculo de su incidencia sobre los pobres, IbicL, pp. 202203. I’ara las salinas de Zipaquirá, el mejor recuento es aún el de L. Orjuela, M inuta histórica Zipaquireña, Bogotá, 1909, "Ojeada sobre salinas”, pp. LXXII-CCVI. La opinión de Carlos Calderón en La cuestión monetaria, p. 152; Clímaco Calderón alegaba que el monopolio era aún más regresi­ vo ya que el pobre, quien vivía en una dieta predominante de vegetales, consumía más sal que el rico. Elem entos de hacienda pública, pp. 42-103. Este trabajo tiene también una descripción muy útil de la administración colonial de las salinas y de la geografía de la sal en Colombia, pp. 371409.

il.'l

A. Galindo, H istoria económ ica i estadística d e la hacienda nacional, Cuadro 3, provee cifras para estos cálculos. 1‘hra la historia del monopolio del tabaco véase M. González, "El estanco colonial de tabaco”, Cuadernos Colom bianos, No. 8, pp. 637-708; J. R I Ittrrison, "The Colombian Tobacco Industry from Government Monopoly to Free Trade” (tesis de Ph.D. no publicada, Universidad de California, 1951), especialmente Cap. VII, la abolición; L. F. Sierra, El tabaco en la

112

M alcolm D ka>

econom ía colom biana del siglo XIX, especialmente pp. 91-96, parn loa argumentos abolicionistas; J. L. Helguera, "The first Mosquera Adminla tration in New Granada, 1843-1849” (Tesis de Ph.D. no publicada, Clin peí Hill, 1958), Cap. XI, pp. 327,332,353-358. Desafortunadamente nin guno de estos autores está particularmente interesado en el aspecto fiscal de la historia del tabaco. Harrison, Sierra y Helguera sobrestimim la importancia fiscal del monopolio en la década de 1840 al confundir «I producto bruto y neto, y al no ubicar la renta en el contexto fiscal generul Sierra hace énfasis en lo hipotecada que estaba la renta. Clímaco Calderón, op. cit., p. 106, defiende el argumento de la rápidn recuperación de la pérdida a través de la aduana: “En efecto, el producto de la renta de aduanas, que en el año fiscal de 1848 a 1849 no había sido sino de $540.238, ascendió en el año 1855 a 1856 a $1.096.210, lo qu> arroja un aumento de $555.972; y como el producto liquido de la renta d* tabacos en el año fiscal de 1848 a 1849, último de su existencia, fue d» $321.071, con el aumento ya expresado en la renta de aduanas, se obtuvo para el fisco un excedente efectivo de $243.901". Para la “descentralización de renta i gastos”, lei del 20 de abril de 1850, y el preámbulo de éste, de Murillo Toro, véase A. Galindo, op. cit., pp 24.

85-94. Para una sinopsis de rentas durante el virreinato, véanse las tablas en L. Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810-1930, Me dellín, 1955, p. 37 (tomado de M em oria de Haciendtr'de 1839); A. Galind», H istoria económ ica i estadística d e la hacienda nacional, Bogotá, 1874, Cuadro No. 1 (cuidado con erratum en el “Tributo de Indios"). Galindo también usa la M em oria de 1837.

25. 26.

A. Galindo, op. cit., Cuadro No. 10. Véase abajo para los problemas locales del ingreso de bebidas. Rara loa intentos de nacionalización de Reyes, L. Ospina Vásquez, Industria y protección, p. 322.

27.

Véase Clímaco Calderón, Elem entos de hacienda pública, pp. 477 y ss. El monopolio de la fábrica de naipes fue anulado por recurso popular a otros “juegos prohibidos, como el de dados”.

28.

La tabla de Luis Ospina Vásquez, op. cit., p. 37, da $47.000 para el “año común de los inmediatamente anteriores al de 1810”. (Comparar el total para Ecuador: $184.000 en 1836. C. A. Goselman, Inform es sobre los estados sudam ericanos en los años d e 1837 y 1838, Estocolmo, 1962, p. 100. Este trabajo es una fuente útil de información comparativa para el período republicano; el libro cubre Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Nueva Granada y Venezuela). Véase también A. Cruz Santos, Econom ía y H acienda Publica (Vol. XV de la H istoria extensa d e Colom bia), pp. 285 y ss.

I M I. POD ER Y LA GRAM ÁTICA

"1

113

Véase M. Brugardt, “Tithe Production and Pattems of Economic Change in Central Colombia, 1764-1833” (Tesis de Ph.D. no publicada, Universi­ dad de Texas, 1974), pp. 6 y ss., para los métodos administrativos. Citas del Inform e del D irector Jeneral de Im puestos al H. S eñor S ecreta­ rio de Estado en el D espacho de Hacienda, Bogotá, 1848, y de Florentino González, Inform e de Hacienda de 1848. Las cifras de 1835 de A. Galindo, op. cit., Cuadro No. 9: Galindo calculó que la Iglesia y el Estado debieron haber recibido cerca de S250.000 anuales, y por consiguiente los pagadores el diezmo tuvieron que haber pagado mínimo lo que pagaban para la sal.

III

Para los argumentos de la Iglesia véase D ocum entos para la biografía del ilustrísim o señ or D. M anuel J osé M osquera, 3 Vols., París, 1858, Vol. II, pp. 306-318; Vol. III, p. 512: “Para hacer menos gravosa esta contribución (...) para evitar extorsiones (...) se previene que se procure introducir el sistema de composición con los contribuyentes (...) Si el sistema de rema­ tes ha sido odiosa, porque tal vez han abusado los rematadores, o porque se ha creído, con razón o sin ella, que éstos hacían ganancias exorbitan­ tes, ambas cosas cesan con el sistema que se recomienda”. — 1853, "pro­ yecto sobre arreglo de la administración y contabilidad de la renta de diezmos".

■II.

Escritos varios, Vol. III, pp. 421 y ss., "Nuestro sistema tributario", “Im­ puesto único” e Impuesto directo progresivo".

i'

Para un recuento magistral de estos puntos véase G. Ardant, “Financial Policy and Economic Infrastructure of Modem States and Nations", en C. Tilly, ed., op. cit., particularmente pp. 208-220.

•13.

Inform e qu e el secretario d e Hacienda presenta al ciudadano Presidente del Estado Soberano del Tolima, 1865. Natagaima (T) 1865. (Hay algo heroico en imprimir informes en Natagaima. En 1870 la población del municipio alcanzó 6.823).

11.

Inform e del Secretario -Jeneral del Poder Ejecutivo del Estado Soberano de Boyacá, 1869, Tunja, 1869, pp. 30 y ss.

35.

El mismo Inform e para 1873, pp. 29 y ss. Para más especulaciones acerca de estos aspectos de política local véase mi artículo “Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia”, particularmente el extracto de R. Gutiérrez, Monografías, 2 Vols., Bogotá 1920-1921, Vol. I, pp. 90-92, y la controversia mencionada en nota 10 del citado artículo. El gam onal es renuente a gravarse a sí mismo, o a gravar a sus amigos, e incapaz de gravar a sus superiores.

36.

Inform e para 1873, ya citado.

37.

Inform e del secretario de H acienda de Cundinam arca al gobernador del Estado, Bogotá, 1868.

38.

Véase artículo de Camacho Roldán, "Catastro del Estado de Cundina­ marca’', en Escritos varios, Vol. I, pp. 585 y ss.

114

M alcolm I )l

39. E Pérez, J eografia física i política del E stado d e Cundinam arca, H|•i 1863, pp. 80-81. 40.

En Camacho Roldan en 1873 — estimativos de su “presupuestos di n i tas y gastos del Estado de Cundinamarca en el año de 1873 y 1871 E scritos varios, Vol. III, p. 3 y ss. Su opinión acerca del total nacionnl di la contribución territorial y los impuestos en general de “Estudios imln la Hacienda Pública y de Colombia - Fragmentos de la memoria de llu cienda... de 1871”, Ibid., pp. 212-213. Las cifras de Santander del Amin rio estadístico d e Colom bia, 1875, p. 220, de A. Galindo. La opinión di i secretario general de Boyacá acerca del degüello del Inform e de 18611 Los otros tres estados registrados como aplicadores de una contribuí i- i. directa fueron Panamá, Bolívar y Tolima.

41.

El Inform e para 1865 antes citado, pp. 9 y ss., 17. "Destino oneroso” se debe entender como cargo público sin sueldo ........ remuneración suficiente.

42.

Inform e d e Secretario Jencral del Poder Ejecutivo del Estado Soberna. d e Boyacá, 1869, Tunja, 1869, p. 38: “Pbr desgracia nuestro pueblo (...) está muy atrasado en materias ecorm micas i de gobierno; creen que toda contribución que se pide es un robu que se Ies hace, i que los empleados públicos son ladrones que viven » espensas del pueblo i sin embargo, el día en que a esos mismos señorn» se les llama a servir un destino oneroso, reniegan, pero sin hacer justicia a quien tiene que consagrar su vida i lo que es más, su honra i tranqul lidad al servicio público”. La obra de J. L. Helguera sobre la administración de Mosquera durante 1845-1849, arriba citada, contiene una descripción de las dificultades encontradas al intentar introducirla partida doble, pp. 341-344. Emplea dos mal pagados renunciarán antes que mejorar su trabajo o acomódame a nuevas normas que ellos no entendían. El gobierno podía dar poco» incentivos e imponer pocas sanciones. Sería revelador investigar por qué la situación no era peor.

43.

M. Samper, N uestras enferm edades políticas. Voracidad fiscal d e los Es todos, Bogotá, 1884, p. 3.

44.

No está claro cuánto de los impuestos municipales está incluido en esta» cifras; yo no creo que ello pueda alterar significativamente el panorama general, pues las cantidades implicadas no son grandes. Este ejercicio comparativo también fue hecho, con resultados semejan­ tes, por el secretario de Hacienda de Antioquia en 1871 y 1875 para con­ vencer a los antioqueños de que ellos no eran sobregravados en compa­ ración con los otros colombianos. Véase el Inform e de Estado de 1871 y la M em oria para 1875, p. 15 y p. VI respectivamente.

Il»i I | i) l) E R Y LA GR A M ÁT ICA

|li

115

I ¡alindo dejó sus R ecuerdos históricos, Bogotá, 1900, que dan una muesIni bastante buena de sus ideas. Entre sus muchos logros está la primera traducción completa al castellano del Paraíso perdido de John Milton.

3.

La participación del monopolio de las bebidas en la formación de los ca­ pitales privados está fuera del alcance de este ensayo; sin embargo, se puede decir en passant que hay varios nombres interesantes en los Infor­ mes locales, además del de don Pepe Sierra; para ese famoso caso véanse las anécdotas en B. Jaramillo Sierra, Pepe Sierra, el método d e un cam ­ pesino millonario, Medellín, 1947, pp. 73-82. Todo el problema del im­ puesto a las bebidas en tiempos de la República, con sus aspectos fiscales, políticos, culturales e industriales, pide un mayor estudio.

54.

M. Samper, op. cit., p. 5, para las tarifas de los estados Samper concluye: “ya hemos dicho a los hombres políticos bien intencionados que conviene que moderen su entusiasmo por el progreso porque el exceso de dicha mata a las veces...”.

11G

55. 50.

M alcolm Dlí/V

La frase es del Inform e del Secretario General de Boyncá, 1869, p. 29 Vcosc para Santander y la crisis de 1881,,]. H. Palacio, Lo G u a ro del lio Bogotá, 1930, pp. 20-23.

57.

La frase citada es de la Exposición de Hacienda de Ignacio Gut iérre/., de 1858, p. 7. El tamaño de esas burocracias locales y centrales puede sei calculado fácilmente de los varios Informes, y Galindo da las siguiente cifras en el Anuario de 1875: Empleados nacionales: 1.451 (Esto incluye 27 senadores, 00 representantes y G7 personas en la Uní versidad Nacional) Empleados de los Estados: 3.318 Esta cantidad incluye maestros para algunos estados pero no para otros, hay otras discrepancias. (El ejército no está incluido). Estas cifras no son muy grandes. A pesar del deseo de emplear lo que el gobernador llamó en su Inform e de 1890 (p. 25) “personas que necesitan y merecen un puesto público”, los gobiernos no estaban ansiosos de ad­ quirir subalternos a los que luego habría de despedir, y los colombianos estaban poco dispuestos a trabajar por nada. Existe más evidencia de em pleofobia que tle empleomanía.

58.

Vftjse E. Pérez, Vida d e Felipe Pérez, Bogotá, 1911, p, 150: "El Sr. O. Juan Solano, que ejerció las funciones de Presidente del Estado de Boyará antes que el Dr. Felipe Pérez, se vio en tan apuradas circunstancias para gobernar, que aconsejó a la Asamblea que dividiera el territorio del Es­ tado en dos grandes proporciones y que una se junt ara a Santander y la otra a Cundinamarca". Felipe Pérez tiene su propia opinión: "El Estado de la Unión que no pueda arreglar su hacienda, será borrado más tarde o más temprano del mapa de Colombia, y lo borrará la espada de la anarquía o la mano de la ley”,

59.

Ibid., p. 103. E scritos varios, III, pp. 192-193.

00.

Ibid., p . 189.

01.

Ibid., p . 200.

02.

Véanse los artículos de M. Samper y D. Bushnell arriba mencionados, nota 11.

03.

Escritos enrías. III, pp. 308-309, 283. Camocho Holdán considera que los gravámenes a las telas, a los zapatos y a los sombreros producían más de las tres cuartas partes del ingreso de aduanas. El de las bebidas producía el S%. (Anexos de Memoria d e H acienda de 1872) El año anterior se calculó el ingreso del gobierno nacional como: Aduanas

5*1%

Salinas

27%

117

I lia , l>ODER Y L A G R AM ÁTICA

Frerrocarril de Panamá Rest.

9%

10% 100%

Ibid., p. 187. Entonces el impuesto a las telas producía cerca del ‘10% del total. En 1852 Camacho Roldan había dado el siguiente ejemplo de la natura­ leza regresiva de esa tarifa: "El humilde agricultor, que de los ¡100 pesos anuales que le dan sus cosechas, consume por 50 pesos de género de algodón, paga 20 pesos al fisco, que son el siete por ciento de su renta; y el acomodado negociante, que con sus 0.000 pesos de ganancia consume por 50 pesos de sederías paga solamente 5 pesos de derechos, que no alcanzan a ser el uno por mil de su renta (‘Impuesto directo progresivo’, Ibid ., p . 453)”. 6I

Ibid., p. 246. “Proporción de la sociabilidad expresada por la correspon­ dencia epistolnr entre los habitantes de Inglaterra y los de Colombia: 500 al".

65

Véanse las medidas anunciadas para superar la emergencia fiscal en los periódicos de la época.

60.

Carlos Calderón, La cuestión monetaria en Colom bia, Madrid, 1905, póssim.

07.

Sobre la desam ortización, véase S. Uribe Arboleda, “La desamortización en Bogotá, 1861-1870", tesis no publicada, Facultad de Economía, Uni­ versidad de los Andes, 1976; F. Díaz Díaz, La desam ortización d e bienes eclesiásticos en lioyaea, Tunja, 1977; el ensayo "I.as manos muertas”, en I. Lióvano Aguirre, El proceso d e M osquera ante el Senado, Bogotá, 1966. R. J. Knowlton: “Expropriation of Church IYoperty in Nineteenth Century México and Colombia: A Comparison”, The Am ericas, Vol. XXV, abril de 1969, No. 4, ofrece un corto estudio comparativo.

08.

Sobre este tema en 1884-1885 véase mi ensayo "Pobreza, guerra civil y polít ica: Ricardo Gaitán Obeso y su campaña en el río Magdalena, 1885"; para expropiaciones en 1877 en el sur véase G. S. Guerrero, Rcm em bm nzas políticas, Pasto, 1921, pp. 88 y ss. Véase también el ensayo de Núñcz "Derecho de propiedad", La Reform a Política, Bogotá, 1945, Vol. I (1), pp. 249-253.

69.

Escritos varios, Vol. 111, “Impuesto directo progresivo”, p. 447. En parte (mismo vol. "Ferrocarril del Norte”, p. 68) él afirma: “Los empresarios de industria, los que en nuestro país tienen esa posición independiente arre­ glada, valerosa y próspera, son muy pocos. No pasan del uno por ciento de la población total; en la suposición más favorable, como la de capital de la Unión, no pasan del dos por ciento. En toda la república sobre tres millones de habitantes, no llegan a cuarenta mil personas. Las demás son jornaleros, mujeres, niños, ancianos, enfermos, emplea­ dos, gente que no trabaja o que consume día por día sus salarios ínlegra-

M alcolm D ea

I 1H

mente porque carece de alicientes, de medios, de posibilidad, de volunlml para ponerse el duro sacrificio de la economía. De ochocientos mil adull" trabajadores, hombres o mujeres, que pueden calcularse en la República no menos de setecientos mil son puros proletarios sin capital”. 70.

Escritos varios, Vol. III, p. 11, en cuanto a los beneficios medicinales del vine Es necesario hacer énfasis en que las M em orias de los ministros de 11» cienda fueron escritas en parte para persuadir a los recalcitrantes con gresos de conseguir más ingresos — con pocos resultados usualmonl. (véase, por ejemplo, ibi'd., p. 219, nota)— . El ejecutivo colombiano eru mucho más débil que su contraparte venezolana. Aunque los líderes políticos pueden ser vagamente situados en el “estrato alto” no pueden ser igualados a los empresarios de industria o a los rico» establecidos de Camacho Roldán. Estos últimos consideraban a los poli ticos con fastidio y alarma y no como los guardianes de sus intereso» Véase el informe de J. A. Soffia, Ministro chileno en Bogotá a su gobierno fechado Bogotá, abril 30, 1882, publicado en Thesaurus XXXI, No. 1, 1976, pp. 128-129. La “clase especial de hombres políticos” no había siil» cohibida por intereses de clase al tratar de imponer mayores gravárm nes.

71. 72.

IbidL, “Ferrocarril del Norte", p. 54. La mejor historia sucinta de la deuda desde sus orígenes hasta el convo nio Holguín-Avabury de 1905 es la incluida en J. Holguín, D esde cem i (Asuntos colom bianos), París, 1908, pp. 1-103. Tiene también el extraer dinario mérito de ser legible.

73.

Inform e del secretario de H acienda d e la N ueva G fanada..., 1844.

74.

L a Reform a Política, III, “Mammón”, p. 242.

75.

“Lo que hay, debemos agradecerlo a los que nos han querido dar prestado; si no hubiéramos encontrado especuladores, ya no tendríamos qué dispn rar, ni con qué”, Santander a Bolívar, citado en J. M. Rivas Groot, Prígi ñas d e la H istoria d e Colombia, 1810-1910. A suntos económ icos y fisco les, p. 81. (La carta es para Bolívar, agosto 2, 1823). Cita de Esposición de H acienda, 1858. Diferentes tipos de deuda interna clasificados en Esposición de Haden da, 1854, p. 27.

76.

Esposición de 1858, pp. 62-30. A. Galindo, Estudios económicos i fiscales, Bogotá, 1880, p. 21 (su énfasis)

77.

IbidL, p . 48.

78.

M em oria dirijida al Presidente d e la República p o r el Secretario del ramo

79.

La primera cita es de M. Samper, Cuestión crédito público, Bogotá, 1863,

(del tesoro i Crédito Nacional), 1873, p. 40. p. 8; la segunda, de E. Rojas, Teoría del crédito público i privado con su aplicación al d e los Estados Unidos d e Colom bia, Funza, 1863, p. 13. 80.

M. Samper, op. cit., p. 9.

I M i |t)I)ER Y L A GRAM ÁTICA

"I

119

IbidL, p. 9. .1 Holguín, D esde Cerca, pp. 35-37. 1 K Rojas, op. cit., p. 42, dice que Bolívar mandó tomar ciertos llaves del I)irector del Crédito Público por la fuerza.

" I

Véase el Inform e de 1844 y la Esposición de 1858. Se creía que el barón ( ¡oury de Roslan prestaba dinero al gobierno de Mariano Ospina Rodrí­ guez en 1859-1860. La Legación Inglesa pensaba que sólo estaba tratan­ do de monetizar la fortuna de su esposa, una neogranadina, para sacarla del país y llevarla a Francia. Griffith a Russell, 19 de mayo de 1861, FO 55-155.

M!.

Citado en J. M. Rivas Groot, op. cit., pp. 243 y ss.

!MI

S. Cnmacho Roldán, Escritos varios, Vol. II, p. 308. F Pérez, Memoria... (del tesoro i crédito nacional) 1873, pp. 11 y ss. F González, Informe... del Secretario d e Hacienda, 1848, p. 19: “El pago do deudas en abono de contribuciones impide el que se cuente con ingre­ sos ciertos en metálico para hacer los gastos, complica las operaciones de contabilidad, i da lugar a un ajiotaje inmoral, en que muchas veces to­ man parte los empleados públicos”.

M/.

En relación con estos intentos véase G. Torres García, Historia de la m o­ neda en Colom bia, Bogotá, 1945. Compare con las emisiones de Rosas en Argentina: “El régimen fue res­ ponsable por las emisiones de 109.980.854 pesos en un período un poco mayor de once años. Esto fue entonces el secreto de la habilidad de Rosas para evitar la bancarrota fiscal”. M. Burgin, The Econom ic A spects o f A rgentino Federation, 1820-1852, Cambridge, Mass., 1946, p. 216. Aun Rosas no pudo obtener éxito con una contribución directa: el admitió que “no hay nada más cruel e inhumano que obligar a una persona a dar cuenta de su riqueza personal”, IbidL, pp. 191-192.

1 '

126

pedientes más complicados. No obstante la fuga de una propon i muy alta de moneda, todavía no existía el recurso del papel nioin da. Por consiguiente, el gobierno empezó a reclutar más hombn para llenar las filas de un ejército patéticamente minúsculo y pu blicó la "Orden de prelación en los pagos”, en la que declaraba qut haría honor a las tradiciones civiles y democráticas de la Repuhli ca pagando, primero que todo, “los viáticos, dietas y el material di Congreso”, pero que después atendería los gastos militares. Al na rar la lista y estudiar las probabilidades, se llega a la conclusión de que poco más se podía hacer. Además, se daría precedencia a los gastos corrientes sobre las deudas10. Esta era la forma como todos los gobiernos colombianos se ha bían visto obligados a reaccionar en crisis similares. Al comen/.io los malos tiempos, el presidente Núñez durante su primera pivnl dencia (1880-1882) había sido más innovador; había concillada L opinión en las provincias decretando nuevas obras públicas, e inira dujo una moneda de níquel11. Pero la situación empeoró y había oa límite a los arbitrios que el país estaba dispuesto a tolerar al gobio no en tiempos de paz. El último recurso fiscal era la guerra, la cual colocaría inmediatamente una serie de recursos nuevos al aleant e del gobierno. Núñez, como todo el mundo, se daba perfect- cuenta de esta posibilidad. Un gobierno pobre era un gobierno débil, y tan to las economías como la búsqueda de nuevos ingresos lo hacían más impopular, y todavía mucho más, el reclutamiento de hombrea para el ejército12. Por otra parte en Colombia existían tarfibién de bilidades constitucionales excepcionales. La Constitución de Rionegro de 1863 fue el resultado tlcl triunfo militar del general Mosquera sobre los conservadores v del temor político que el general despertaba entre los radicales La Constitución era federal, y dividía la República en nueve esta dos soberanos, que en teoría y en la práctica gozaban de amplia autonomía en sus asuntos internos. Pero el sistema nunca fundo nó sin intervenciones del Gobierno Federal, cuyo instrumento principal era la Guardia Colombiana, pequeña fuerza de vetera nos que conformaba el ejército federal permanente. El período presidencial era de sólo dos años y el presidente no era inmedia tamente reelegible. La elección de presidente era indirecta y el candidato triunfador debía tener una mayoría de votos en los es-

IhiIm i, los cuales tenían derecho a un voto cada uno. El sistema HkiHia que se hicieran rondas continuas de votación, lo que pro•Inrin frecuentes interferencias en la política, en principio autó..... .

de los estados. Tres partidos políticos estaban en conflicto:

|m> radicales, padres de la Constitución de Rionegro, quienes haIilnn dominado el país hasta que perdieron parcialmente el poder i o la guerra civil de 1876-1877; los independientes, quienes favoli'i ion una política liberal, pero menos a outrance que la de los i lidíenles y constituían un grupo formado pacientemente por RafiH'l

Núñez desde 1874; por último estaban los conservadores,

'lin o n e s desde su derrota en 1859-1862 habían quedado excluidos

•lid Gobierno Federal, aunque hasta 1877 habían mantenido la «upremacía en el estado católico de Antioquia. El presidente Núno/, y los independientes se enfrentaban a la desconfianza de los i ndícales, la cual se estaba convirtiendo poco a poco en oposición i mlical. Mientras tanto los conservadores esperaban y mantenían oí organización. Hasta finales de 1884 no se sabía cuáles podrían h it

los resultados, si la oposición radical creciente llevaría al pre-

Mldente a transigir con su antiguo partido, o si ésta lo forzaría a llegar a un acuerdo con los conservadores. Las maniobras políticas se realizaban dentro de un sistema que los observadores extranjeros consideraban sui generis y que describió insuperablemente el diplomático chileno José Antonio Soffia; él era lo suficientemente suramericano para comprender lo qué estaba pasando y, al mismo tiempo, por venir de una repú­ blica muy ordenada, lo suficientemente chileno para analizar esIns juegos políticos tropicales de manera objetiva. Soffia observó una verdadera línea divisoria entre los partidos, el orgullo cons­ ciente de los radicales por “todos los milagros del individualismo moderno” y su contraparte en la reacción conservadora: “la toga, la espada y el altar”. Además notaba con agudeza cómo la política colombiana ofreció una “carrera abierta al talento”, tanto para civiles como para militares, y cómo a tales talentos por su misma idiosincrasia les faltaba, y posiblemente les seguirá faltando, el espíritu moderado de las clases poseedoras: la participación polí­ tica exponía a los miembros de éstas a riesgos demasiado gran­ des. Por consiguiente, Soffia no creía que la sociedad colombiana fuera deferencial con las clases altas. Estaba de acuerdo con el

128

M alcolm D ka i

diagnóstico cíe los independientes en la necesidad de una reforma, pero consideraba que el partido de Núñez sólo mantenía un equl übrio temporal, ya que era demasiado pequeño y, exceptuando nii jefe, no contaba con hombres de prestigio. Además le faltaban recursos: Solíia calculó que en 1S82 el gobierno había comprona ticlo ya algo como 102 partes de 100 de los reducidos ingreso , nacionales y que no podría pagar a sus propios empleados1 En el estado de Santander el general Solón Wilches, presi dente seccional, estaba atrapado en una espiral de dificulta des semejantes. Su gobierno era impopular y con la caída de las ex portaciones de la quina y del café, tampoco tenía ingresos sul'i cientos. Su intento de conservar sus pocos partidarios y su adml nistración mediante la imposición de nuevos gravámenes, entro otros el de diez pesos por cada saco de harina importada, produjo una rebelión que fue incapaz de dominar14. Carlos Calderón, en un editorial de La Epoca en diciembre de 1S84, describió nítida mente la secuencia de los hechos: Desde 1SS0 había en las selvas un activo movimiento de produc­ ción: Santander casi íntegro entró a los bosques a extraer la qui­ na, que improvisaba potentados de unos días, y formaba, en el mismo tiempo, fortunas modestas pero comunes; el caucho y la tagua alimentaban en parte este trabajo, y particularmente del Chicamocha hacia el norte del Estado era una vasta plantación del café que daba a las poblaciones un bienestar completo. El oro corría en raudales por las manos encallecidas en eUrabajo, de esos soldados que iban a levantar sus toldas junto a la guarida del tigre, en los flancos de la cordillera, para llenarlas con el rico botín que entregaba la naturaleza al que sabía vencerla. Pero llegó la competencia de la India y del Brasil, y todo cambió. Los que antes tomaban el rifle para defenderse de las fieras en la montaña, hallaron insufrible el régimen bajo el cual vivían, cuando en realidad lo que había variado era la condición econó­ mica en que se encontraban. Por esto, cuando concluyó el trabajo pacífico comenzó la tragedia. (...) Lo que pareció algo como una colonia yankee del Oeste, se convierte en un pueblo de instintos primitivos (...) La lucha por la vida reviste entonces caracteres siniestros: en lugar de la aza­ da o el machete de bosque, se toma el rémington: las aventuras bélicas o políticas entran en juego, y si las cosas apuran, el hom­ bre benévolo, caballeroso, pacífico y trabajador se hace capaz de

I >Kl, PO D ER Y L A GRAM ÁTICA

12 9

tomar el rifle, que le defendió de las fieras, para matar a sus conciudadanos en la soledad de un camino público.

Carlos Calderón conocía Santander y escribía en la época de los acontecimientos. Julio H. Palacio, un escritor posterior, hace •'no a sus puntos de vista: Mientras el bienestar económico, la prosperidad en los negocios, la oportuna exportación de la quina subsistieron, aquel régimen fue acremente censurado, pero vivió sin violentas resistencias. Los fa­ náticos de la teoría de Marx sobre la interpretación materialista de la historia encontrarán en casi todas nuestras guerras civiles argumentos para comprobarla15.

Un marxismo tan simple estaba sin duda al alcance de la in­ teligencia profunda y ecléctica del presidente Núñez, quien por lo menos desde diciembre de 1882 había previsto la especial vulnei ubilidad de los estados de Cundinamarca y Santander: Probablemente nuestra quina y nuestro café representan, como se dice, cerca de la mitad de nuestras exportaciones normales, y es muy cierto que esos dos artículos han perdido su anterior po­ sición en los mercados extranjeros, de modo que no puede ya contarse con ellos como objeto de provechoso tráfico (...) La deca­ dencia del café será causa de grandes pérdidas en el Estado de Cundinamarca principalmente, donde se han hecho extensas plantaciones, estimuladas por los favorables precios anteriores. La baja de la quina ha causado ya perturbaciones comerciales en el Estado de Santander15.

lia “colonia yankee del Oeste” que produjo la quina en las montañas de Santander tenía una historia anterior de violencia. En la “guerra de quinas” diferentes bandos de recolectores se dis­ putaban áreas promisorias de bosque, y compañías rivales recla­ maban títulos frente a distintas autoridades. Pero lo que debe «ubrayarse es cómo la súbita demanda de quinas hizo que innu­ merables individuos abandonaran su medio ambiente y sus ofi■ios tradicionales, y cómo la caída igualmente súbita de la deman­ do los dejó desamparados. Santander sufrió doblemente las consecuencias del descenso de las exportaciones; la crisis no sólo nfoctó a la quina, que nunca volvió a resurgir, sino también al

A

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13 0

café. Así mismo, ios textiles locales estaban en decadencia y ■1 comercio estaba prácticamente paralizado. Hacia finales de 1881 la prensa bogotana publicó un informe diciendo que “no hay letras de cambio en Bucaramanga”. En estas circunstancias todos

I on

partidos se unieron contra el “círculo de Wilches”, y muchas per sonas estaban dispuestas a ir mucho más allá, tal como lo dermmtraron los hechos. Los relatos de la campaña del general Hermin dez, quien había estado en el negocio de la quina17, Muestran qui pudo reunir un número considerable de hombres que no tenían nada que perder, aunque también se ve que la mayoría de elloN tampoco tenía nada que ganar. En un principio la intervención del Gobierno Federal pudo mantener la paz en Santander. El mes de septiembre transcurra en calma. En las elecciones de Cundinamarca, en las que el "mu\ impopular” general Aldana intentaba prolongar su período de dm años a cuatro, sólo hubo "tres muertos y diez heridos” . Pero el I de octubre, Ricardo Gaitán Obeso atacó la población de Guaduas en un intento de dirigir un levantamiento contra Aldana. Por este tiempo en Bogotá, el presidente Núñez, hombre qu< había leído y viajado mucho, estaba leyendo “un libro reciente escrito por un autor libérrimo”, Hippolyte Taine, y en “la primera hojeada” se encontró con las siguientes líneas: / Por malo que un gobierno sea, hay una cosa peor aún, y es la supresión de todo gobierno (...) si desfallece y deja de ser obede­ cido, si es ajado y falseado de fuera por una presión brutal, la razón cesa de conducir los asuntos públicos, y la organización social retrocede muchos grados. Por la disolución de la sociedad y por el aislamiento de los individuos, cada hombre vuelve a su debilidad original, y el poder entero cae en manos de las agru­ paciones transitorias que, como torbellinos, se levantan del seno de la polvareda humana. Este poder, que con tanta dificultad es ejercido por los hombres de mayores aptitudes, se comprende cuán lastimosamente habrán de desempeñarlo fracciones im­ provisadas. En un artículo publicado en La Luz, Bogotá, el 15 de octubn de 1884, Núñez escribió la siguiente glosa al pasaje:

I )EL PO D ER Y L A G R AM ÁTICA

131

Síntomas variados indican que estas apreciaciones de H. Taine podrán ser aplicadas a Colombia dentro de poco tiempo, si todos los grupos políticos que se agitan en la superficie social no se esfuerzan en convertirse en verdaderos partidos para trabajar luego con método, perseverancia, energía y patriotismo en la reorganización constitucional del país19.

Pero ese milagro moral no ocurrió y la banda de Ricardo Gailun Obeso fue el primer “grupo transitorio” en surgir “del polvo humano”. Núñez tenía razón en percibir el ataque a Guaduas co­ mo sintomático de lo que ocurriría después. El ataque fue descrito ■n detalle en la prensa bogotana, y en el juicio de Gaitán Obeso "• rindió evidencia sobre él20. Únicamente es posible comprender luda la fuerza de la aprensión hobbesiana de Núñez leyendo la descripción del ataque y de los antecedentes de los rebeldes. Parece que Gaitán Obeso nació en Ambalema en 1850, de oríM«nes que siguen siendo oscuros. En el juicio se dijo que pasó sus años formativos en Ambalema y en el Tolima, lo cual no deja de »"f significativo, porque Ambalema era en ese tiempo el centro del i mnercio del tabaco en Colombia, y una población que atraía inmiHcuntes de muchas partes del país. Los salarios eran altos y en ella »u respiraba un ambiente de libertad: Ambalema era prácticamen­ te una fundación nueva, fuera del control inmediato de la Iglesia \ de las viejas clases terratenientes. El auge del tabaco coincidió ..... la victoria liberal de 1848, y el espíritu de la población era / li'línitivamente liberal: en la literatura era lugar común describir mu mbiente como bastante disipado, y los habitantes de esa región del Gran Tolima adquirieron, y todavía poseen, la reputación de -ei agresivamente indisciplinados. Definitivamente no era el sitio ¡di rundo para educar a un hombre dócil y conservador. Gaitán ' 'I.eso nunca negó tener raíces en Ambalema, pero aclaró que por •ilgun tiempo había asistido a la Escuela Militar, fundada por el inmoral Mosquera, lo cual podría indicar sus conexiones liberales y quizá que contaba con alguna clase de vinculación o protección i...... (y así mismo da pie para dudar de los efectos disciplinarios d" una corta educación militar). Gaitán Obeso luchó en las fuerzas tlburales en la batalla de Garrapata en 1877, en los llanos del ToIluíu. y el autor de una memoria recuerda su actuación entonces, •11.111indo cómo Gaitán ordenó llevar a los cobardes al hospital por-

J

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M alcolm D k.n

que “la cobardía es una enfermedad contagiosa". Parece que pin ticipó activamente como liberal radical en los estados de Tolimn Cundinamarca, y en el juicio se le acusó de haber perseguido con servadores en el Tolima después de la guerra de 1876-1877, peí ' su negación de haber cometido asesinatos específicos es más con vincente que las acusaciones. Por algún tiempo fue prefecto do L región de Tequendama, parte de la cordillera central que desden de al valle del Magdalena, cerca a la región donde reuniría su primeros seguidores después de abandonar Bogotá a fines de 1881 Gaitán Obeso tenía una hacienda en “Piedras, o sea Caldas” y ti nía rango de general, quizá únicamente en el ejército del Tolimn porque en todo caso no tenía ese rango en el Ejército Federal, L Guardia Colombiana, en la época del asalto a Guaduas. Por lo di más tenía fama de guapo. En el juicio declaró "tener treinta y cinco años, ser agriculloi de profesión, habitar en Bogotá (...) ser soltero de religión catoli ca”. Esta última información causó “murmullos entre la audinn cia los cuales cesaron cuando el Presidente del Tribunal hizo no nar su campana”21. El ataque a Guaduas había sido un asalto muy sangrientn que difícilmente hubiera podido realizar cualquier agricultor ca tólico radicado en Bogotá. Gaitán Obeso asaltó en la población la pequeña guarnición dennos cincuenta hombres, estacionados allí por orden del presidente de Cundinamarca, general Daniel Alda na, un liberal en quien no confiaban los radicales como Gaitán, ni los independientes como Núñez. Los cálculos sobre el número de hombres involucrados en el asalto varían. El relato más complete dice que Gaitán Obeso salió de Ambalema con ocho o diez hom bres a principios o mediados de septiembre y que el 23 de ese moa estaba en el distrito de Beltrán, donde asaltó una hacienda. Entro a Guaduas “por el camino de Chaguaní” con 200 hombres, según la prensa y con 300 de acuerdo con la tradición local22, mientra» que la guarnición contaba únicamente con 50 ó 60 soldados. En la región se describió a los atacantes como “la culebra de Ambu lema, los asesinos de La Garrapata de agosto de 1877, el Cuadro de Chicuasa, y varios ex-convictos”. La verdad es que no es posi ble formarse una idea muy clara de quiénes fueron. Según rumo res la culebra de Ambalema era una sociedad secreta con propo

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il>>d criminales y comunistas, pero lo más probable es que fuera la personificación de los temores de los habitantes de las regiones m in estables. También se decía que había culebras en otros sitios, i eino por ejemplo en Popayány Bucaramanga. El asesinato de La i eirrapata se le atribuyó a Gaitán, y en cuanto al Cuadro de Chi­ nana parece no haber dejado ninguna otra huella. Las primeras noticias que llegaron de Guaduas informaban ine había habido 17 muertos y 20 heridos entre los defensores, la mayor parte con arma blanca”; la tradición local afirma que ^lamente un recluta llamado Chícala se pudo salvar escondién­ dose debajo de los cadáveres” y que “la sangre corría hasta la plaza mayor, que estaba casi a una cuadra de distancia”. Mutila­ ría! a los muertos, hubo saqueos y una multitud de radicales de i ¡uaduas se unió a los atacantes, "hasta muchas mujeres frenétinn, entre las cuales se sindican algunas de mediana y alta posilíin”. Algunos conservadores fueron asesinados después de haber ini minado la lucha y hay evidencia plausible de que Gaitán Obeso había perdido el control total de sus hombres. Poco después del ulnque llegaron tropas del Gobierno Federal que se encontraban ■■rea, y el comandante, general Luis Capella Toledo, persuadió a I ¡aitán de que aceptara un tratado. Este Ultimo reconoció el dereho que tenían las fuerzas federales a intervenir para preservar ■I orden en el estado de Cundinamarca, y convino desbandar sus fuerzas. A cambio se le concedió indemnidad por todas sus actua■iones, con excepción de los delitos comunes que hubiera cometi­ do. Las fuerzas del gobierno eran superiores en nümero y armas i las de Gaitán, pero afortunadamente para él, habían sido neu­ trales ante el conflicto. Mientras se dirigía con el general Capella Toledo a Bogotá, sus hombres, todavía armados, volvieron a cru­ zar el Magdalena. Núñez tuvo indudablemente una actitud muy indulgente; por una parte no tenía ningún interés especial en fortalecer la posi■ion del general Aldana, quien era impopular y persona poco con­ fiable, y quizá el presidente tenía la esperanza de que renunciara. I’or otra parte, era necesario tener en cuenta el precario equilibrio di la situación política del país y el presidente no quería hacer la primera movida contra los radicales. Quizá también lo movió la prudencia: Núñez no contaba con un ejército que respaldara una

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actitud menos conciliatoria y cualquier intento de severidad n solamente hubiese fracasado, sino que habría empeorado la ni tuación, de por sí ya muy delicada. La declaración pública qtn hizo después del suceso es una obra maestra de ambigüedad: Los guerrilleros de Cundinamarca se excedieron en Guaduas, pero no todos; y en estas materias, dominados por la pasión, es difícil por otra parte, aplicar a los hechos un criterio atinado. La guerra es la barbarie, y por esto hay que impedirla a todo trance. Todos los bandos cometen abusos cuando ciegos de cólera se lan­ zan como chacales a dar muerte colectiva a sus adversarios, y sólo Dios puede señalar, después de la victoria, los que sólo m e­ recen el estigma de asesinos y los que sí tienen derecho a ser llamados caballeros23.

El 23 de octubre el ministro británico informó que Gaitán, un “rufián”, estaba ya en Bogotá, y conspirando además. Ante la in sistencia de Núñez, el general Capella Toledo lo presentó al pro sidente y después ambos afirmaron que Gaitán se había compro metido a no participar en ningún conflicto futuro, pero Gaitán negó que esto fuera cierto. Se decía que al abandonar el palacio presidencial le dijo a los amigos: “Acabo de estar con el Dr. Ñuño/ que cree que me va a comprar con una taza de té; y le voy a mos trar que está equivocado”. Una colecta para fondos revoluciona rios hecha entre esos mismos amigos reunió cinco pesos y “natu raímente él no aceptó esa suma tan ridicula". Francisco de Paula Borda, un radical que había salido en su defensa en la prensa, li­ dio consejo y ayuda. En sus memorias Borda describe cómo al conocerse la noticia de que fuerzas radicales de Santander habían invadido a Boyacá, Gaitán se reunió con el “directorio liberal”, y cómo él, Borda, había planeado para Gaitán una campaña en i'l Magdalena: Lo describí detenidamente en una multitud de pequeñas tarje­ tas mías, con el objeto de que pudiera llevarlas ocultas en el chaleco.

El episodio ilustra bien la naturaleza del liberalismo de la época: de un lado, el hombre de provincia, arriesgado, belicoso o indudablemente de extracción social relativamente humilde, y

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•l< I ol.ro, Borda, radical fanático no obstante ser también un pa­ tricio, escribiendo, civil como era, su plan de campaña en tarjetas •l* visita, que tan cómodamente cabían en el bolsillo del chaleco. No queda la menor duda de que en los hábitos sociales del partido ■xistia una buena dosis de democracia24. Todavía no se veía muy claro lo que iba a suceder en Boyacá v Santander cuando Gaitán, aparentemente siguiendo las insl mociones de la primera tarjeta, salió de Bogotá con dos compaiiito s

— su camarada, el general Francisco Acevedo2j, de vieja y

ó 'l inguida familia bogotana, y un tal sargento Sabogal— quie­ nes permanecerían a su lado hasta el final de la campaña. Inclu'Ive algunas personas pensaban que Acevedo fue su consejero inli'lectual permanente. Es así como tres personas iniciaron lo que llegaría a ser una destructiva campaña de ocho meses. Los docu­ mentos del juicio y los otros relatos nos permiten analizar con notable exactitud la forma como lo lograron. En Subachoque, un pueblo decididamente liberal en los lími­ tes de la Sabana, reunieron veintidós .hombres y en La Vega "allí se nos reunieron unos cuarenta hombres”20. Gaitán, evitando combatir con las fuerzas gubernamentales, ya fueran federales o del Estado, logró bajar rápidamente al puerto de Honda, donde comenzaba la navegación en el bajo Magdalena. Entre Bogotá y I londa pudo reunir ochenta hombres sobre los que no existe la menor información, pero lo más probable es que para un cabecilla como él no haya sido difícil reunir semejante grupo en esa época, t ¡aitán conocía la región y quizá todavía gozaba de algún presti­ gio local como antiguo prefecto del Tequendama, región al sur inmediatamente colindante. Además, como en Santander, allí se sentían las consecuencias de la depresión de las exportaciones del café, y en estas épocas de crisis los hacendados contrataban me­ nos trabajadores, reducían los salarios y dejaban crecer la male­ za. Estas circunstancias afectaban rápidamente toda la vida eco­ nómica de la región y, al igual que en Santander, la situación se agravaba porque por lo general las gentes no se preocupaban por sembrar productos alimenticios en las regiones cafeteras. Ni en Santander ni en Cundinamarca esta miseria produjo ninguna protesta amplia y definida, pero sí la tendencia a la rebelión que describió tan bien Carlos Calderón en Santander, y también esta Ltf

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parte de Cundinamarca era un área donde había habido inmigi ción y donde muchos de sus habitantes se habían alejado d< i clase de controles sociales que todavía predominaban en las Io rras frías. Junto con esta gente disponible, los rebeldes consigoh ron caballos y muías y, tal como lo había demostrado en Guadua Gaitán no era un jefe muy escrupuloso, así que pudo reunir

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pequeño ejército sin dificultades. Honda estaba virtualmenl.c -m defensas y esto era todo lo que él necesitaba27. En Honda, según escribía Gaitán más tarde, “se nos reunió iiim pequeña fuerza venida de Ambalemn”, posiblemente los mismo hombres que habían participado en el asalto a Guaduas. Pero mu cho más importante eran los otros recursos que la ciudad poili ■ suministrar, en especial dinero. La toma del correo le produjo $70.000 y en Caracoli, un poco más abajo en el río, capturó vano» buques de vapor y con noventa hombres — había dejado algunos m Honda— avanzó aguas abajo, incautando la mercancía que encolo traba en las distintas bodegas a lo largo del río para rematarlo luego: café, pieles, sal y algunas mercancías extranjeras que se im portaban con destino al interior. Además confiscó ganado y caba­ llos28. Para ganar el siguiente objetivo, la ciudad liberal de la costa, Barranquilla, Gaitán empleó una combinación de promesas y en gaños: exageró el número de sys fuerzas y afirmó que Núñez estaba ya en manos de los conservadores. En Barranquilla no había sufi cientes soldados de la Guardia Colombiana para defender la ciudad — únicamente 60— y prefirieron no prestar resistencia. La verdad es que, fieles a sus orígenes radicales, se pasaron al bando de los rebeldes. La entrada de Gaitán a la ciudad fue un desfile triunfal y ciudadanos eminentes en sus coches cerraban la retaguardia del pequeño ejército de doscientos hombres, y según un relato, cuaren­ ta generales. En Barranquilla, Gaitán no sólo consiguió que se le unieran soldados veteranos, sino que también, de acuerdo con el informe del vicecónsul británico, reunió un pie de fuerza de 2.500 hombres y recursos económicos mucho más considerables que los que había logrado reunir en su corta estadía en Honda y en su rá­ pido viaje por el Magdalena29. Los informes que se presentaron en el juicio de Gaitán mues­ tran cómo esta clase de revolución se financiaba sola. Gaitán to­ mó $70.000 en el correo de Honda. Luego hizo rápidas subastas a

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ln orilla del Magdalena, muy generosas para los compradores con •Imcro contante y sonante, porque Gaitán no tenía ningún interés un mantener los precios de los cueros, el café o la sal, sino en >mmeguir efectivo. A sus hombres les pagaba intermitentemente \ Icnía fama de ser un jefe generoso. En Barranquilla en las ofii m is del ferrocarril encontró 35 cajas con monedas de níquel por nlor de $42.500, en los correos tomó $40.000 y en la agencia del hunco Nacional, $6.000 en pagarés. Puso preso al hijo del admi­ nistrador de aduanas y consiguió que éste le entregara pagarés I»t

un valor de $64.000, y al tomar la aduana, según los cálculos

ili'l fiscal en el juicio, logró recaudar alrededor de $440.000 en los mi ses de enero y febrero, antes de que el gobierno consiguiera ■errar parcialmente el puerto. Cuando el gobierno tuvo noticia de que Barranquilla estaba en manos de los rebeldes, declaró el cie1iv del puerto e informó a sus agentes en el exterior para que ■«los se lo hicieran saber a los exportadores y a los barcos, pero do todas maneras tomó un tiempo antes de que se acabara completamente el tráfico. Gaitán Obeso también tuvo la fortuna de encontrar en la aduana $150.000, que eran las entradas de las dos últimas semanas de diciembre. En los meses siguientes, el general y sus subordinados recaudaron tres préstamos forzosos "titre los partidos locales del gobierno, por un total de $530.000. El fiscal calculó el total de estas extorsiones en $1.332.500 y esto no fue todo. Se decía que el ejército de Gaitán había incautado 2 (X)0 “bestias” y 3.000 cabezas de ganado. Por otra parte estaban

las subastas, sobre las que no quedó ningún informe, y los otros •iiiqueos. Don Esteban Márquez, dueño de una hacienda en las vecindades, declaró que solamente él había perdido 800 cabezas de ganado. Además, a los propietarios los ofendía la forma des­ preocupada como los rebeldes vendían el botín, pidiendo siete u echo reales por un sombrero o por una pieza de tela. Gaitán tam­ bién impuso y recolectó impuestos, y elevó el gravamen sobre el sacrificio de ganado a $15 por cabeza, lo cual duplicó el precio de la carne. Como Barranquilla era una ciudad predominantemente liberal, muchas personas aceptaron en silencio los sacrificios que debían hacer por la causa, y aun cuando se tiene en cuenta que tenía que hacer rebajas considerables para conseguir dinero en efectivo, es indudable que el general Gaitán logró reunir un buen

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fondo de guerra. A las personas que se les imponía un empréstito se las encarcelaba hasta que los familiares lo pagaran, y las con diciones en la prisión se hacían más desagradables a medida quo pasaba el tiempo: Ya en Barranquilla los amigos y enemigos están penetrados de que la revolución expira. Por eso hay u n desaliento profundo entre los rebeldes contra el gobierno de la Unión, y por eso los empréstitos se están cobrando, poniendo a sitio a las personas, a quienes en la prisión se les priva de cama, asiento, agua y alimentos. Así he presenciado que se ha hecho, ha poco, con Joa­ quín Lamadrid y Lucas Barros, por un segundo empréstito. A este último se lo metió en un excusado^.

En el interior del país, el gobierno del presidente Núñez se es taba viendo obligado a hacer lo mismo, pero en forma más ordena da. Al comienzo de la guerra civil, ni el gobierno ni los revoluciona rios tenían recursos. El 31 de diciembre de 1884, Núñez decretó un empréstito por $600.000 que se impondría entre los que se juzgaran ser liberales enemigos del régimen en Cundinamarca. En la prensa aparecieron las listas de los nombres con las cifras de lo que debe rían pagar al frente de cada uno. La recaudación se entregó a arren datarios del impuesto, y a la^ personas que aparecían en las listas se les advirtió que cualquier intento de discuta la suma o la evn luación de ésta haría elevar inmediatamente la misma. A los qm pagaran de inmediato les daban alguna esperanza de rembolsarles su dinero algún día, y a los que no, les enviaban guardias para que los vigilaran en la casa hasta que pagaran. Los recursos normales del gobierno se perdieron, como en el caso de los de la aduana de Barranquilla, que era la más productiva del país, o quedaron muy disminuidos: la venta de sal de las minas de Zipaquirá, que en esa época constituía la quinta parte de los ingresos del gobierno, quedó restringida a la pequeña área circun­ dante que todavía estaba bajo el control del gobierno. Algo se pudo hacer respecto al monopolio de emergencia sobre el sacrificio de ganado y, a diferencia de los revolucionarios, Núñez estuvo listo a utilizar el recurso arriesgado del papel-moneda, a pesar de que los billetes se desvalorizaron inmediatamente a más de una tercera parte de su valor nominal y sólo podían hacerse circular con gran-

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li i dificultades. Más tarde, el gobierno pudo imponer un emprés­ tito mus productivo en Antioquia. A comienzos de la revolución, K 111 ii •/. (Iisponía de sólo setecientos hombres confiables en el ejército v i.... ló aislado del campo más fértil de reclutamiento, que era BoKm a Kn realidad, por puras razones geográficas, no tuvo más reOí ..... lio que recurrir al “Ejército de Reserva” conservador . No obstante el éxito inicial de la campaña, Gaitán Obeso sabía l*ii’ no podría formar un gran ejército en la costa. Se había apodei ■!' lo tle Barranquilla, de casi todos los barcos del Magdalena, había I»im¡nudo la reducida guarnición de la ciudad y podía contar con “la i'iníon" de casi todos sus habitantes. Además disponía de más de .....unta “generales”, es decir, suficientes jefes y coroneles para .... miar fuerzas mucho mayores. Es interesante recordar los noml'ti'M de algunos de ellos: Capitalino Obando, hijo de José María •'Imndo, quien había sido la figura más popular en la historia de la It publica; Patricio Wills, hijo de Guillermo Wills, inglés prominenlr do Cundinamarca, de quien hasta el ministro inglés admitía que ■i n un caballero. Tal como sería evidente en la batalla de La Huuiiiroda, la lucha no estaba reservada únicamente para las clases i lipis, y aun una expedición como la de Gaitán atraía hombres de •iii IIidos ilustres. La dificultad de luchar en la costa se debía a que •m difícil reclutar soldados entre su escasa y dispersa población, pniblema que después de numerosas guerras los generales colomhiunos conocían muy bien. También observó esta dificultad el diploliuitico, político y hombre de letras José María Samper, quien tomó piule en la defensa de Cartagena contra las fuerzas de Gaitán. uinper escribió que Gaitán contaba con los sentimientos produci­ d a por la rivalidad comercial entre Barranquilla y Cartagena y se podría añadir que también con los recelos que despertaba el hecho de que Núñez fuese cartagenero. Pero Samper observó correcta­ mente que el estado de Bolívar “no es, ni ha sido nunca, en su ge­ neralidad, belicoso”. El escritor tenía la intuición de que, detrás de • il a falta de agresión, existía una explicación de tipo ecológico: “Sus poblaciones, dadas al comercio, la agricultura, la industria pecua­ ria y la navegación interna, de cabotaje y costera, son esencialmenle pacíficas; y sólo Cartagena, ciudad necesariamente heroica por mis tradiciones y carácter, conserva instintos que, especialmente

para la defensiva, pueden disponerla a la guerra”. Los patrones de

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distribución de la población hacían muy difícil el reclutamiento fm zosoy había, además, muy poco descontento popular y muy esca-»sentimientos de radicalismo extremo: “Solamente en el distrito tL la Ciénaga, y en muy escasa medida en el de Santa Marta, existían partidarios del radicalismo que pudieran apoyar la Rebelión”. Y en la costa a Gaitán le faltaba ese elemento esencial de la fama: "Gai tán era totalmente desconocido en los Estados del Atlántico, y nin guna reputación había tenido como caudillo militar, ni menos como hombre político”. Para aumentar su ejército tenía que regresar al interior riel país, lo cual procedió a hacer, dejando un pequeño destacamento en Barranquilla

. Regresó por el río a Honda y en el camino m

le unieron varios centenares de nuevos voluntarios procedente» de Santander, Cundinamarca, Tolima y Antioquia. Volvió a Bii Tranquilla el 11 de febrero, a tiempo para derrotar el ataque a I» ciudad que habían planeado los partidarios locales de Ñuño/ Gaitán era dueño del río, de los barcos y de Barranquilla, y con­ taba con un ejército que debía ser de más de mil hombres: en eso momento debió haber presionado al enemigo. Sin embargo, en los siguientes quince días Gaitán asumió una actitud dilatoria. De acuerdo con el no siempre confiable pero siempre terminante doctor Borda, las instrucciones en las tarjo tas de visita eran las de atacar inmediatamente a Cartagena, que sin duda hubiera tenido entonces menos posibilidades de defen­ derse de las que tuvo cuando Gaitán la atacó más tarde. En reali­ dad es posible que esa hubiera sido la mejor táctica, aunque algu nos sostenían que lo mejor habría sido reforzar la revolución en el interior o invadir a Panamá. Pero al final, la revolución en el interior resultó ser mucho más débil de lo que había parecido en un principio: las fuerzas del gobierno volvieron a tomar a Honda, los radicales fueron derrotados rápidamente en el Cauca y muy pronto perdieron a Antioquia, estado en el que nunca habían lo­ grado contar con suficiente opinión pública. Las campañas de los radicales revolucionarios en Boyacá y Santander eran realmente patéticas por su falta de dirección e ineficacia: a los rebeldes lea faltaban municiones y las divisiones internas impedían llegar a acuerdos sobre una estrategia común

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De todas maneras, es muy poco lo que Gaitán hubiera podido hacer. Siendo Colombia un país pobre los ejércitos tenían que m/intenerse alejados, y un elemento importante en una dirección militar acertada era reconocer las capacidades limitadas de sublatencia que ofrecía cada región. Dirigirse a Santander con su i mrcito hubiera significado una marcha muy peligrosa e indirec­ ta, a través de un territorio hostil y difícil. Cauca era inaccesible; Antioquia no fue nunca la tierra prometida para ningún radical Instintivo; y Tolima, aunque era el teatro preciso para crear pro­ blemas, no ofrecía las condiciones para una victoria decisiva. Además, lo que faltaba en el interior no eran jefes — de los que siempre había muchos— ni hombres, sino armas y municio­ nes, y Gaitán no podría suministrarlas. En cambio, podía atacar n Cartagena, y para el gobierno, que combatía otra revolución en I‘nnamá, un estado notoriamente inestable, y con Gaitán en Baminquilla, la caída de Cartagena hubiera significado la pérdida de toda la Costa Atlántica. Algunos sostienen que Cartagena no ofrecía a los rebeldes ninguna ventaja estratégica adicional a la que ya tenían con la ocupación de Barranquilla. Sin embargo, la ciudad heroica en manos del gobierno constituía una amenaza y lo toma de la ciudad hubiera significado un golpe para el prestigio de Núñez pero, sobre todo, contribuido a mantener el impulso de lo revolución. Ni el gobierno ni los revolucionarios contaban con una información muy completa acerca de la situación de sus ene­ migos sobre la cual elaborar cálculos más sutiles, y los rebeldes ron más experiencia conocían el peligro que significaba la pérdida ilo impulso. Sabían que un gobierno conserva su reputación, y 0 un la aumenta, con cada día que pasa sin la noticia de un triunfo revolucionario. El gobierno necesitaba tiempo, tiempo para impo­ ner gravámenes, tiempo para reclutar y entrenar hombres, y por 1so las primeras etapas de una emergencia eran casi siempre de­ cisivas. La opinión era muy importante para el gobierno — Núñez difícilmente hubiera podido sobrevivir sin el apoyo voluntario de los conservadores, materializado en el Ejército de Reserva— pero la lenta maquinaria de reclutamiento y de los empréstitos tam­ bién contaba muchísimo. Por esta razón, una campaña revolucio­ naria como la de Gaitán Obeso debía mantenerse activa. En su ejército no había mucha disciplina formal; los hombres se unían

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a él por entusiasmo que se evaporaba con las demoras, o por «I deseo del botín que también los hacía impacientes: “El voluntario en las guerras civiles exige de sus jefes maniobras rápidas y afor tunadas. No comprende los movimientos estratégicos de los ejór citos regulares. Se enroló para combatir, y si tardan los combate» considera perdida la aventura”34. Esto no quiere decir que Gaitán Obeso hubiera permanecido completamente inactivo: en primer lugar, hizo los arreglos para enviar al coronel Benjamín Gaitán (no era pariente suyo) a Nueva York para comprar armas y uniformes con $120.000, que incluían $80.000 en oro. Esta comisión sgría el origen de un gran escónda lo y suscitaría muchos debates 35.'Én segundo lugar, Gaitán Obesa era “ardoroso en los placeres”. Tal como más tarde lo expresara Celso Rodríguez, un liberal amargado por la derrota: Los conservadores debieran levantar dos monumentos. Uno a xx, que se engulló los $300.000 oro, que se le enviaron de Barranquilla a Nueva York para comprar armas y municiones, y otro a las dos Margaritas. Margarita R.. que entretuvo a Gaitán veinte días después del 11 de febrero, y Margarita la bella trigueña del Sinú que fue la causa de que Rangel, el jefe del batallón Ocaña, le tomara tan m ala voluntad a Gaitán que juró vengarse ue él no dejándole la gloria de tomar a Cartagena.

Julio H. Palacio escribe que “Barranquilla fue para Gaitán, proporciones guardadas, lo que Capua para Aníbal”36. Gaitán no marchó contra Cartagena sino a finales del mes y el 11 de febrero sería el punto álgido de su campaña. El sitio de Cartagena, una fortaleza todavía formidable des­ pués de sesenta años de dilapidación republicana, dejó descripcio­ nes tanto de sitiadores como de sitiados. En cuanto a las operacio­ nes militares, es suficiente con que aquí presentemos un brevo resumen. El ejército de Gaitán, que a veces contaba con más de mil hombres, nunca fue suficiente para llevar a cabo un asalto o un bloqueo. La influencia conservadora y del gobierno dentro de la ciu­ dad era muy fuerte y los defensores se movieron con suficiente ra­ pidez como para impedir la clase de traición y golpe armado que so habían presentado en Barranquilla, la ciudad que despertaba la rivalidad de Cartagena. A pesar de que los enemigos de Gaitán

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>xagerarían más tarde las amenazas de éste de dinamitar y asediar ln ciudad, la verdad es que la artillería de Gaitán era completamen­ te insuficiente para esta tarea y, después de un tiempo, dejó de ate­ morizar a los cartageneros. Los radicales en realidad no estaban en i opacidad de sostener un sitio estrecho, ni siquiera cuando venían n reforzarlos soldados dispersos de los ejércitos derrotados en el interior del país. Barcos de guerra norteamericanos, ingleses, fran­ ceses y españoles se hicieron presentes en distintos momentos en In bahía, y los sitiadores se quejaban de que su presencia complicaI >i i

las cosas para ellos, pero los sitiados decían más o menos lo

mismo. En todo caso es difícil ver en qué forma esos barcos influye­ ron en el curso de los acontecimientos, aunque quizá hayan tenido un efecto de restringir o limitar las operaciones militares3'. Con la llegada de jefes de “más larga trayectoria” procedentes de Boyacá V

de Santander, se redujo la posición de Gaitán a la de comandante

de uno de otros tantos ejércitos. Al fin y al cabo su jefatura, no obstante sus fallas, había sido única, lo cual permitía un comando definido y claro. Los recién llegados — Vargas Santos, Sergio Camargo, Daniel Hernández y otros— no habían logrado imponer una . «trategia efectiva en el interior y nuevamente fracasaron en la rosta. Los problemas que se presentaron fueron mucho más complicados que simples conflictos surgidos de la vanidad individual, nunque estos últimos como en cualquier ejército también se hicie­ ron presentes. Los distintos ejércitos desconfiaban el uno del otro. Además era muy difícil conseguir hombres de las tierras frías dis­ puestos a luchar en la costa, y la mayoría terminaba desertando ■ diadamente. Por otra parte, en cada grupo muchos hombres esta­ ban ligados a sus jefes por vínculos mucho más estrechos que los de un reclutamiento fortuito; los unían experiencias comunes y los laes de antecedentes geográficos similares. Foción Soto describe los iiuntimientos que abrigaban sus sufridos santandereanos respecto a los hombres de Gaitán, que tan buena vida se habían dado en la i nsta. “Ya se hablaba de las enormes dilapidaciones que se hacían i n la Costa por el ejército del Atlántico, y de la excelente vida que ii' daban sus jefes; y que de consiguiente, la llegada allí de un ejéri ilo hambriento cuando esos cuantiosos recursos debían estar ya a liunto de agotarse, iba a ser un entorpecimiento grave para quienes •'Miaban acostumbrados a disponer sin traba de centenares de miles

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de pesos, y un motivo inevitable de discordia entre soldados (jtt< debían estar ya cansados de medio vivir, y otros llenos de dinero de comodidades"38. Con una administración militar tan incierta, Im competencia por los recursos era con frecuencia tan intensa enl n los aliados como entre éstos y el enemigo, y cada jefe era también el representante político de sus hombres39. Es posible ver en le informes sobre esta última fase de la guerra que los distintos ejei citos revolucionarios nunca conformaron en realidad una fuerza única. El asalto a Cartagena el 7 de mayo de 1885, que fue su en fuerzo más conspicuo, fue rechazado en forma efectiva y con gran des pérdidas para los rebeldes. Aunque el sitio no reviste mayor interés desde el punto de vis! .■ militar, en él se presentaron varios episodios significativos. El reía to que hace Samper es revelador: como la mayoría de sus escrito revela más del simple despliegue de virtudes cívicas que paren hacer. El relato muestra las corrientes de opinión dentro de la ciu dad, el prestigio de Núñez y del general Santodomingo Vila, encai gado de la defensa. Muestra además que había voluntarios para la defensa del gobierno y describe cómo los que llegaron a Cartagena a luchar por la causa oficial se negaron a desembarcar si antes no se les entregaba rifles. Habían dejado los suyos con las fuerzas que se quedaron defendiendo Riohacha, y los volúntenos temían soi confundidos con soldados reclutados a la fuerza a quienes no se le? dieran armas. Samper describe el batallón cívico o compañía cívica nacional, que él mismo organizó y dirigió: “Entre ellos sonaban apr Hielos ilustres o muy notables en Cartagena, como los de Véle/ Araújo, Fosada, Piñeres, Jiménez, Villa, Grau, Morales, Esprielln Calvo y muchos otros”. Según el autor, no era un cuerpo exclusivi. pero sí armonioso: “En el cuerpo se hallaban soldados periodista» capitalistas, abogados, empleados públicos y dignísimos negocian tes y artesanos”. En el interior de la ciudad también había radica les. Varias veces Samper hace referencia a un barrio contrario al gobierno, y se envió a la cárcel a algunos radicales importantes Samper dice de los radicales “que pertenecían en su gran mayoría a la gente de color”, y los acusa de hacer circular rumores malinten cionados, como que los conservadores masacrarían a los libera les que si perdían los radicales se reimplantaría la esclavitud; que los ricos estaban especulando con el hambre de los sitiados. Es curioso

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•|ii el rumor sobre la esclavitud pudiera circular treinta años des­ pués de su completa abolición; en cambio es obvio que los otros rumores se podían difundir muy fácilmente. En el relato del sitio aparecen otros puntos de interés, como i'iir ejemplo, que la noticias sobre el incendio de Colón por obra de Mxlro Prestan fortalecieron, como la artillería de Gaitán, la vo­ luntad de resistencia40; la valorización de la hasta entonces des­ prestigiada moneda de níquel frente a cualquier clase de papel "n cada puerco le llega su San Martín”— . El incansable Samper inició un periódico literario. La Guerra-guerra a la guerra, para levantar la moral o por lo menos para hacer que los lectores de•i.'jiran la rápida finalización del sitio. Cuando éste terminó y los defensores volvieron a ocupar El Cabrero, en la casa de Núñez, ■lile quedaba fuera de las murallas y había sido el escenario de una lucha enconada, encontraron, según Samper, el retrato intacle dol presidente colgado de la pared y una cruz de ramos benditos quo no había sido tocada por las balas. Esta clase de detalles no debe llevar al lector a dudar de la que es, por otra parte, una narración vivida y verosímil. En el momento en que falló el asalto a Cartagena el gobierno había recobrado mucho terreno. Había derrotado la revolución en id Tolima, con el triunfo del general Casabianca en Cogotes, y los generales Payán y Reyes habían dominado el Cauca con la victoria do Santa Bárbara. Reyes se dirigió al Istmo, lo ganó para Núñez, ejecutó a dos de los compañeros de Prestan y se reunió con los de­ fensores de Cartagena, como también lo hicieron tropas del gobier­ no que llegaron desde Antioquia, dirigidas por el general Mateus que comandaba la expedición de Ayapel. El general Aristides Cal­ derón pacificó a Boyacá y a Santander y rindió un informe de los ■ostos totales de esta maniobra: “Jamás campaña alguna se ha he­ cho con más economías, con menos desastres para la propiedad, puede asegurarse que el valor de los efectos contratados no pasó de ¡H147.442.45 centavos, como es fácil por la comprobación”41. Las fuerzas revolucionarias de la costa se retiraron a Barranquilla y los jefes iniciaron conversaciones con el gobierno bajo los buenos oficios del almirante norteamericano Jouett, pero final­ mente no llegaron a ningún acuerdo. Mientras tanto los soldados desertaban, hasta que el ejército, cada vez más dividido y sin je-

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fatura efectiva, regresó Magdalena arriba, perdiendo toda posilii lidad de volver a la costa cuando las fuerzas del gobierno avanza ron sobre Calamar. Cerca a Mompox encontraron otra fuerza dtil gobierno atrincherada en la orilla del río, bajo el mando del geni ral Quintero Calderón. Los radicales, en vez de evitar un enfren tamiento, atacaron y lograron dominar la margen del río pero n costa de pérdidas muy graves. Después de esta batalla, La Humn reda, los rebeldes perdieron todas las esperanzas de triunfar1 Todavía no concluyó la guerra porque los radicales no poilmn ponerse de acuerdo sobre los términos de la rendición. El gennrnl Sergio Camargo opinaba que se debía firmar una paz decoroso tan rápido como fuera posible, pero ni Ricardo Gaitán ni Aceveilo estaban de acuerdo con él. Han quedado relatos sobre las amm gas disputas que se suscitaron entre los rebeldes en el río, unen acusando a los otros de cobardía y éstos lanzando acusacionr igualmente graves contra Gaitán, afirmando que cuando se hu bían unido a la revolución gozaban ya de una posición establecidn y que por eso no tendrían que responder por robos en la costa. El general Rueda comentó “que él había llegado al Ejército de la Re volución con nombre y Con fortuna pecuniaria que le permitían vivir con holgura y con honor, mientras que otros lo que buscaban con las revoluciones era el logro de alguna aventura no siempr notable". Los generales del gobierno concedieron salvoconducto a los rebeldes, exceptuando a “los que fueron responsables direct a mente con el Gobierno Nacional por sus comprometimientos con él, o que hubieran violado algún compromiso anterior. Así mismo se exceptuaba también a los responsables por delitos comunes" Los jefes del ejército del Atlántico creyeron ver en la cláusula pe núltima del convenio una excepción tácita que se hacía de la per sona del general Gaitán, y por eso fueron desde el principio opuos tos a dicho convenio, como así lo expresaron en la junta que tuvo lugar a bordo del “Montoya”43. Camargo renunció al mando y so fue, sin más hombres que la tripulación, en un pequeño barco do vapor, declarando que las pérdidas de La Humareda lo habían descorazonado y que además consideraba que las pocas fuerzas que quedaban eran incontrolables: “Ayer (...) mandé que se hicio ra una excursión por los lados de Agua Chica, y la fuerza que fui allá cometió atropellos que avergüenzan a un Ejército. Es cierto

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ipin esto sería remediable (...) pero estos momentos no son los más 0 propósito para castigar desmanes, y yo no quiero hacerme res1'iiiHuble de nuevos actos"44. Es indudable que la conducta de Gaitán y de sus hombres (mitificó el argumento del fiscal en el juicio, según el cual lo que li< interesaba a este producto típico de Ambalema era que la fiesta mi

ho

acabara nunca, “que siguiera la parranda, ensayando con-

. 1 1ir así a la Nación entera en patio de bolo, recordando quizá ni primera juventud en Ambalema”45. El relato de Foción Soto y la publicación del gobierno, La re­ belión, coinciden en la descripción de los saqueos y subastas finalim realizados por Gaitán: “Chiquinquirá, 25 de agosto de 1885: i ¡iiitán vaga arriba de Bodega Central buscando salida y llevando mucho dinero. La gente costeña se insurreccionó porque no le par­ ticipaba de las rapiñas de la Costa, y él tuvo la habilidad de conl untar la insurrección con el saqueo completo de los almacenes de Mi niega Central... Dos vapores bajaron cargados con lo robado M ili”.

Soto expresó su desaprobación al comentar la oposición de i liiitán y Acevedo al convenio de Pedraza: “Yo no puedo disimular i I disgusto con que vi a Acevedo y a Gaitán, el primero de los rindes trató de excusar a medias su falta de sinceridad”; añadió: "Ni menos podía ocultar el desagrado que me causaba el saqueo ipil' literalmente estaba haciéndose de los almacenes de Bodega i Vntral. El plan de estos señores se limitaba a que el Isabel se utostase de café, cueros y sal, y que todo eso se vendiese en Mai'imgué para gastos de la guerra. Toda la noche se pasó en embar■ar cuanto había, sin que obstase el que jefes, oficiales y tropa hubiesen dispuesto a sus anchas de los licores y comestibles que hIIi existían”.

Soto dejó el Magdalena y se dirigió a Ocaña; Gaitán y Acevedo no comprometieron a seguirlo, pero después de que despacharon mus hombres en varios barcos para que regresaran a sus lugares ■lo origen, Cundinamarca, Antioquia, Cauca y la Costa, se inter­ naron en la selva del Carare, quizá con la intención de llegar a Venezuela a través de Santander. Soto no se muestra muy apesa­ dumbrado al escribir sobre lo que les sucedió: “Gaitán y Acevedo, infieles a las promesas que me hicieron, han pagado harto caro su

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infidencia. Muertos casi de hambre en los desiertos bosques dol Carare, fueron aprehendidos y sometidos a un Consejo de Gui rra". Cuando la noticia de su captura llegó a Bogotá el 10 de sop tiembre, Núñez dio por terminada la rebelión46. Gaitán llegó como prisionero a Bogotá el 4 de octubre y Nii ñez ordenó que se le siguiera un consejo de guerra verbal, n>> obstante su anterior escepticismo respecto a esta clase de jui cios: “En el momento forzoso de la reacción hallaron en la penn sufrida mérito especial para obtener honores y recompensas' Desde el punto de vista legal la decisión era dudosa. Era un abuso del código militar e iba en contra de los precedentes senta

y setenta del siglo XIX no hubiese tenido contacto directo

. un la violencia y no conociese las ventajas que se podían obtener ii

través de ella. Hasta el ministro británico observó que “los co­

lombianos que siguen las banderas de un jefe revolucionario no non hombres de propiedad sino individuos que buscan adquirir propiedad”. Es indudable que Gaitán Obeso andaba en compañía de gentes violentas y de mala reputación y, para decirlo en forma indulgente, comandaba hombres a los que difícilmente podía con­ trolar, tal como fue evidente en Guaduas. Uno de los últimos tes­ tigos en el juicio, Indalecio Saavedra, declaró que algunos de los hombres que estaban con Gaitán eran los mismos que los habían atacado a él y a su hermano en su hacienda de Garrapata, en agosto de 1877. Y añadió: Que el señor Ricardo Gaitán O., en conferencias que tuvo conmi­ go en 1877, por lo de Garrapata, y en 1884 por lo de Guaduas, atribuyó a sus compañeros los horrorosos crímenes cometidos en uno y otro acto, pero es el hecho que siempre anduvo con ellos y que no se mostró en ninguna ocasión arrepentido ni quejoso de todos aquellos actos de crueldad y barbarismo, cometidos a su orden y con su carácter de jefe principal de los bandidos5'*.

Gaitán Obeso era un hombre peligroso que andaba en compa­ ñía de individuos depredadores y violentos, pero no fue sólo eso y Soto era capaz de observarlo con imparcialidad. En el pasaje que citamos antes en parte y que vale la pena que lo presentemos al lector en forma más completa, Soto lo describe como:

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Joven valiente como pocos, ardoroso en los placeres, amable y obsequioso para con sus amigos, generosísimo con sus tropas, sin privilegiado talento y de mediana instrucción, pero capaz de grande abnegación y lleno de justa ambición.

Gaitán robó y permitió que otros robaran, pero nunca lo hi zo en provecho propio, y es posible que nunca pensara llevarse los fondos de la revolución, porque si hubiese sido así, lo lógico es que se hubiera quedado en la costa. Al igual que todos Ion revolucionarios victoriosos de su época y ambiente, era indife­ rente a la propiedad privada, y lo que le llegaba fácilmente, tan fácilmente se le iba de las manos. Se puede comparar la repug­ nancia que le produjeron las últimas expropiaciones en Bodega Central al general Soto, con el recuerdo de uno de los soldados de Gaitán: El General Gaitán nos dijo allí adiós, poniendo en nuestro bolsi­ llo unas cajetillas de cigarrillos; ¡cuánta tristeza y vagos presen­ timientos dejó en nuestra alma aquella despedida!

Parte de la tristeza debió ser la certidumbre de que ya no habría más cigarrillos gratuitos, y lo cierto es que nunca se supo si el general había pagado o no esos cigarrillos repartidos con tan­ ta generosidad53. Sin embargo, la admiración de sus hombres no era una cuestión de simple interés, Gaitán despertaba afecto; asi por ejemplo, el cabo Acuña, a pesar de estar con fiebre amarilla, insistió en unirse a Gaitán en el sitio de Cartagena “porque yo no podía quedarme cuando mi General Gaitán venía a pelear. Yo vine de Ambalema para morir donde él muera, si es que nos toca esa suerte". El lector se pregunta al leer estos informes si hombres ignorantes en esos ejércitos andrajosos — y jefes conservadores y del gobierno a veces despertaban esa misma devoción— realmen­ te sentían y decían este estilo de cosas que hoy nos suenan tan improbables y extrañas. Pero algunos las dijeron y las sintieron, circunstancia que no puede pasarse por alto en ningún relato so­ bre la forma como evolucionó esta sociedad. Es cuidoso que un principio tan común como el de que la gue­ rra es una movilización política, además de militar, utilizado en el estudio de las guerras de otras partes del mundo, se haya apli-

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■arlo tan pocas veces en el análisis de los conflictos latinoameri■ inos. Los hechos no apoyan la tesis corriente de que en las gue­ rras civiles los hombres luchaban al lado de la rebelión buscando adquirir cargos públicos que les dieran beneficios personales, o i un miras siempre al saqueo y el botín; ni tampoco que lucharon simplemente porque obedecían órdenes de sus superiores en la jerarquía social, o porque habían sido reclutados a la fuerza por el gobierno. Es indudable que algunos lo hicieron por esas razo­ ne;,

pero es imposible que sólo esos motivos hubiesen originado

las guerras civiles y que hubieran sido suficientes para que ellas hubiesen tenido la intensidad que tuvieron51. Para algunos de sus seguidores, Gaitán Obeso era una figura romántica: “El bravo entre los bravos e hidalgo entre los hidalgos, al ( 'abo Ricardo Gaitán Obeso — como cariñosamente lo llamába­ mos— ”. Así lo recordaba José Dolores Zarante, escribiendo munhos años después, en 1935. Y Vargas Vila, en uno de sus primeros n'lutos del año de 1885, dice: “lo caballeroso de sus acciones, lo arrogante de su porte, lo aventurero de sus empresas, lo román­ tico y noble de todos sus procederes, han arrojado sobre él cierto i míe interesante que lo hace aparecer como un héroe de leyenda i iihnllerosa y fantástica”. Gaitán era muy buen mozo: “Un hom­ bro joven, de proporcionada estatura, de hermosa pero varonil liaonomía, poblado y negro bigote, vestido de blanco, altas botas negras de montar, foete en la diestra, espada al cinto, sombrero do jipa de copa alta y anchas alas, con divisa roja”. Era valiente, mi le tema miedo a la muerte, y cuando los placeres no lo alejaban ih■sus propósitos, sus dotes de mando tenían la simple cualidad ilo la decisión y la rapidez: “El creía, y tal vez no sin falta absoluta Jo fundamento, que los asuntos de la guerra se deciden por la lindada y por el valor”55. Tampoco carecía de atractivo para los civiles. Gaitán podía nor galante e intervino para proteger a señoras conservadoras de Ion abusos de sus propios hombres: “General Gaitán, no le dé el brazo a las godas”. “Coronel, ponga inmediatamente preso a ese atrevido"56.

Siempre fue el objeto de atenciones por parte de la población i-ivil, por ejemplo “cuando en Sopla-Vientos (una aldea en el Di-

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Malcolm Dea.1

que, cerca a Cartagena) se supo la aproximación del general Gui­ tón con su ejército, las autoridades de aquel distrito improvisaron una fiesta en su honor, cuya parte principal consistió en el obso quio que un grupo de niñas, cuidadosamente ataviadas, le hacían al general, ofreciéndole una corona de laurel, con un discurso alu­ sivo al objeto, en el que lo saludaban como al caudillo de la causa de la libertad. Los habitantes de esa población son hospitalarios, humildes y liberales entusiastas”5'. Es indudable que el general Gaitán sabía cómo correspon der a esta simpatía popular, exactamente como antes de él lo había hecho el general Obando y como después lo sabrían hacer los generales Herrera y Uribe Uribe. Por otra parte no hay nin gún indicio que permita suponer que el bagaje ideológico de Gui­ tón Obeso fuese en algún sentido diferente al usual entre hom­ bres de su clase, quienes estaban convencidos de que el “ejército de ciudadanos” luchaba en favor del progreso y del siglo. Pero contaba con ese bagaje, y el hecho es que existían diferencias muy reales entre su partido y el de sus adversarios, por un lado los conservadores, a los cuales Gaitón se refería utilizando el epíteto de “chivatos”, nombre que generalmente les daban los liberales, y del otro los independientes, a quienes consideraba traidores a la causa. Algunos soldados radicales fueron más tos­ cos y algunos pensadores radicales más sutiles que él58, y asi Gaitón aparece como una figura en el término medio, un hom­ bre que en Bogotá podía e sta fe n compañía de los miembros del directorio liberal y tener un libro en su mesa de noche después del sangriento episodio de Guaduas. Gaitán era un devoto de “la Diosa Libertad", pero un devoto capaz de reflexionar, y en su correspondencia militar y en sus proclamas muestra cierta fa cilidad de expresión. ¿Quiénes fueron los modelos de Gaitán Obeso, qué pensaba de sí mismo, qué esperaba este hombre que Soto describió como “lleno de justa ambición”? Había muchísimos ejemplos para se­ guir y rivales para emular — Mosquera, el creador del estado del Tolima, los otros jefes de Garrapata— , el partido radical estaba abierto a una gama muy amplia de talentos, y el Tolima había producido dos de sus más eminentes ideólogos, Murillo Toro, do Chaparral, y Rojas Garrido, de Saldaña. Gaitán Obeso, sin duda,

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'•ni capaz de aparecer como un idealista y de dar a su liderazgo ■nh dimensión ideológica que paradójicamente es esencial para •'inducir a hombres ignorantes, ya que les ofrece una excusa, dig­ nifica la causa, les permite identificarse con ella y alivia al jefe de la carga pesada de conducir tropas totalmente recalcitrantes. Transmitir una ideología era parte del “arte de entusiasmar a la tropa” y si ello no hubiese tenido ninguna utilidad no se habría '■mpleado en la medida en que se hizo. Sin esa dimensión ideológica, Gaitán Obeso no hubiera de­ ludo la fama que dejó. La historia liberal no sólo lo absolvió, sino que hizo de él un mártir. Núñez no se equivocó con “el fantas­ món de Gaitán”: el curso que tomó la revolución lo convirtió en la principal figura m ilitar del liberalismo colombiano — los "I ros jefes murieron o no lograron alcanzar éxitos tan rápidos y '•upectaculares— . Los liberales recordaron el hecho de que Gailán nunca se había rendido, y no las posibles razones que le Impidieron rendirse. Otra ventaja fue que sus limitaciones fue­ ron muy poco conocidas. Tal como escribió, poco después de su muerte, Rudecindo Cáceres, “el carácter personal del General i mitán fue muy poco conocido aun entre sus propios amigos, y do su espíritu franco, generoso y naturalmente inclinado a di­ fundirse en el círculo de sus relaciones y simpatías, nadie, hasta ahora por lo menos que sepamos, ha hablado de él sin pasión”. I.o versión legendaria de su personalidad se tejió rápidamente. Ñoñez no pudo menos que protestar: “El Gran Partido Liberal había descendido hasta Gaitán Obeso (...) Gaitán fue canoniza­ do porque se apoderó de los recursos de la Costa (...) se daba investidura de cónsul a un caballo”. Pero la verdad es que nadie difama caballos muertos, y que ningún partido sobrevive sin lu í-oes muertos. A Gaitán se le imitaría en las dos guerras civi­ les que siguieron y hasta bien entrado el siglo X X se exaltaría mu

memoria59. Desde el punto de vista político la campaña radical fue un

I"iso desastroso, aunque se podría sostener que Gaitán no hizo mus que multiplicar los errores de Hernández y sus amigos en Itoyucá y Santander. Esa gente fue menos efectiva y más dispuesIn que él a llegar a un acuerdo. Gaitán hizo inevitable que la gueII a se extendiera ampliamente, y eso aumentaba las posibilida-

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des de una derrota total00. La posición política del partido ci • mucho menos desesperada que la militar, pero una vez quo cu menzó la guerra, los rebeldes tuvieron muy pocas posibilidad*" de triunfar en Cundinamarca y en gran parte de Boyacá, en A a tioquia o en el Cauca, lo cual significaba desventajas estratégica» muy graves. Los radicales liberales tampoco tenían un plan ni una jefatura coherentes. En Colombia, en el siglo XIX, frecuento mente las revoluciones se debían más al hecho de que el partid" en oposición no podía evitarlas, por tener también un escaso con trol sobre sus propios elementos, que a una unidad de propósito» por parte de los revolucionarios. Los jefes provinciales no sol" eran indisciplinados por temperamento, sino que inevitablemen te calculaban sus posibilidades basándose en una información muy pobre y, además, a menudo sólo tomaban en cuenta los inte reses de un particular fragmento del partido en su propia región La muerte había debilitado al Olimpo radical, que desde 187H había perdido su anterior poder sobre la política nacional; el rn dicalismo se había convertido en un elemento entre muchos otros No todo el “material militar” del partido estaba preparado para luchar en 1885, y gran parte de los civiles se había acostumbrado a que la lucha la llevara a cabo la Guardia Colombiana. Dos civi­ les que participaron activamente en la guerra dejaron relatos en que expresan sus ideas, sus sentimientos y su falta de convicción en esa empresa. Felipe Pérez describe lo que era sentirse “arras­ trado”. Preocupado por la situación, Pérez regresaba a Bogotá o imprudentemente entró a Tunja para ver qué estaba sucediendo. A pesar de ser día de mercad^, encontró que los campesinos de Ioh alrededores estaban abandonando la plaza — “las gentes campe­ sinas corrían azoradas y decían que había revolución” y se ibar para evitar que se las reclutara— , mientras seguía llena de gru­ pos de “personas notables” a la expectativa de los acontecimien­ tos. Al conversar con sus copartidarios liberales, con los cuales estaba ligado por vínculos familiares y de partido, éstos le expli­ caron sp posición: Su nombre y su posición política lo obligan a usted: hay momen­ tos en los cuales no se puede discutir con los partidos, puesto que éstos le dan el nombre de tra id or, de ven d ida, o de cob a rd e, a los que no ven las cosas como ellos las ven, o no hace lo que ellos

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lineen. Usted no puede permanecer cruzado de brazos durante la guerra, porque está en los intereses y en la política del Gobier­ no cobrarles este movimiento a todos sus enemigos. Usted irá a Bogotá a sufrir el azote de los empréstitos y de la prisión, de los vejámenes y de toda clase de disgustos, y si el partido liberal sucumbe en la lucha, lo que es muy probable, puesto que no está preparado para ella, ni la quiere ni le conviene, van a decir que usted tuvo la culpa porque fue el primero en desautorizarlo. No tiene usted otra cosa que hacer sino sacrificarse a la razón d e Ixirtid o.

No era fácil para un hombre público escapar a esta lógica •■incida en la atmósfera de entusiasmo y euforia que generalmen­ te ae generaba en épocas semejantes: “En las democracias todos Iiih caudillos y todos los partidos tienen también sus días de carimvar. Pero a muchos el entusiasmo no les duró mucho tiempo, y I Virez mismo informa sobre las deserciones masivas, “y hasta en lem cuerpos más lúcidos les amanecía sin sus jefes”61. Desde Bammquilla, el joven matemático liberal e improvisado artillero, Luis Lleras, explicó en una carta al lexicógrafo Rufino Cuervo, que vivía en París, las razones por las cuales, a pesar de todo, no podía desertar aun cuando el vapor del Royal Mail estaba en el muelle: Compadre, la guerra es un vértigo, es uná locura, una insensa­ tez: y los hombres más benévolos se vuelven bestias feroces; el valor del guerrero es una barbaridad; pero cuando uno toma las armas, no puede, no debe dejarlas en el momento de peligro, no puede volver la espalda a amigos, enemigos y hermanos, sin co­ meter la más baja de las acciones, sin ser un cobarde y un m ise­ rable. Preciso es que responda yo de mis acciones en las horas de prueba y amargura; que mi carácter se temple en la adversi­ dad, y que cumpla hasta el fin con las obligaciones que me im ­ puse del soldado, y con las del patriotismo, como yo las entiendo. Perdone, compadre, toda esta palabrería vacía quizá de sentido para quien juzga las cosas con ánimo tranquilo y desapasionado; pero es el caso que no acierto explicarme, y que sin embargo tengo que buscar una excusa para no tomar hoy mismo el vapor de la Mala, satisfaciendo así una de mis mayores aspiraciones: hacer un viaje a Europa y estrechar a Ud. y a Angel entre mis brazos62.

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La guerra reunía bajo la misma cobija a extraños compañero» y los mantenía juntos hasta la derrota final. La estrategia econo mica de los radicales que promulgó durante tres décadas el libro comercio y aceptó la división internacional del trabajo y la depend encia de las exportaciones se consideraba un fracaso total a prin­ cipios de la década de los ochenta. Por lo tanto, se acusaba a lo» radicales de ser, cuando menos, unos optimistas ilusos. La crisi» penetraba en la política del país y tuvo las repercusiones que des­ cribimos atrás. Además no sólo cambió la manera de pensar del morador pacífico de Santander o del desarraigado del occidente de Cundinamarca, sino que desmintió a los optimistas de mediado» del siglo, debilitó su prestigio y produjo entre todo el liberalismo un sentimiento colectivo de intranquilidad. Inconscientemente Núñez presenta esta sucesión de ideas en el mismo ensayo en el que compara a Gaitán Obeso con el caballo de Calígula: A fines de 1884 escaseaba ya hasta la moneda metálica, como es notorio, porque el trabajo nacional no alcanzaba a pagar los con­ sumos. Las grandes conquistas liberales habían hecho del país un montón de ruinas, y estas mismas ruinas iban a perecer (Lucan)... La guerra civil de 1885 fue combate de búhos agitándose entre escombros y tinieblas como los músculos de un cuerpo de­ capitado63.

Es así como la crisis atomizó la oposición, destruyó sus direc­ tivas políticas y profundizó el descontento local, el que tarde o temprano algún cabecilla aprovecharía temporalmente64. Como en todas las guerras colombianas, con una sola excepción, en las circunstancias particulares de 1884-1885 estas acciones fortale­ cieron al gobierno: “Aun cuando parezca paradójico, a los gobier­ nos roídos por el cáncer de una crisis fiscal se les salva haciéndo­ les la guerra 65. Así Núñez podría, inclusive, introducir el papel moneda. Colombia, una nación pobre, era muy vulnerable a esta clase de convulsiones. Su débil desarrollo como país exportador impe­ día a los gobiernos contar con ingresos seguros y al mismo tiempo reducía el peso de los elementos respetables, o por lo menos esta­ cionarios, de la sociedad. Las fuerzas represivas eran muy débi­ les. Los terratenientes y los otros propietarios no podían controlar

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exclusiva o efectivamente lo que sucedía en las provincias; esta­ llan divididos y en la guerra eran todavía más débiles que en tiempos de paz. Es posible detectar cierto grado de identificación con cada causa política, con cada una de las “grandes corrientes”, en toda la escala social. En el caso del liberalismo, éste tenía un contenido con el que el humilde y el anárquico podían identificar­ se, y una figura como la de Gaitán Obeso servía para vincularlos con los librepensadores distinguidos y los comerciantes de la élite radical. Por lo demás no se necesitaban muchos hombres para comenzar una guerra: se requerían tan pocos como el reducido número de justos que hubiera sido suficiente para salvar a Sodo­ ma y a Gomorra. Al estudiar la atmósfera que reinaba en los me­ ses que precedían una guerra civil, se puede percibir todavía la preocupación con que la mayoría pacífica de los colombianos es­ peraba que apareciera en algún lugar, en algún momento, el ine­ vitable puñado de rebeldes. La campaña de Gaitán no fue la más destructiva de esta guerra — la suya no puede rivalizar con el incendio que provocó Pedro Prestán en Colón-Aspinwall— pero se le pueden contabilizar muchas más cosas que las depredaciones en el río que fueron tan incompletamente cuantificadas por el fis­ cal en el juicio. Las conclusiones de J. M. Samper subrayan la vulnerabilidad de los intereses de tantos, frente a unos pocos: Quedaba patentizada la enormidad de los efectos que a veces se originan de pequeñas causas, dado que un hecho de tan poca monta al parecer, como el asalto dado por Gaitán a la ciudad de Honda el 29 de diciembre último, con sólo 90 hombres de pési­ mos antecedentes, había causado inmensos males en los tres E s­ tados del Atlántico, directamente, e indirectamente en los de­ más de Colombia66.

Para evitar que se repitiera un episodio semejante, Núñez pensó que era posible establecer “la paz científica", poniendo fin al federalismo y a los excesos democráticos con una Constitución centralista y un sufragio limitado; con un ejército mucho mayor — “si hay mucho ejército, también hay mucha paz”— y una Iglesia fortalecida que dominara la educación; con una prensa que apren­ diera a controlarse ella misma; un ejército dirigido por un número selecto de generales conservadores y que no ofreciera la oportuni-

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dad de hacer carrera a talentos provinciales indeseables. Sería un país donde todos sus habitantes trabajarían en armonía a fin dr abrirle su paso en el mundo. En resumen, la Regeneración produ ciría un país en el que no surgirían hombres como Gaitán Obeso Pero otras dos guerras civiles antes de que hubieran transcurrido veinte años demostraron que, sin una mayor prosperidad, el fan tasma no iba a desaparecer tan fácilmente, y aun después de troH décadas de paz y dos de prosperidad cafetera, el partido liberal on 1930 todavía lo recordaba.

N otas El autor desea agradecer a Gerardo Reichel Dolmatoff, Thomas Skidmo re, Raymond Carr y Marco Palacios el estímulo y ayuda que le prestaron Ángela de López hizo la traducción al español. 1.

Para Latinoamérica en general, véase Warren Dean, "Latin Americnn Golpes and Economic Fluctuations, 1823-1966”, Social S cience Quar terly, junio, 1970. Es mucho lo que todavía se puede aprender de Juan Álvarez, Estudio sobre las g u erra s civiles argentinas, Buenos Aire», 1914. Charles Bergquist estudió la guerra civil colombiana de 1899 on “The Political Economy of the Colombian Presidential Election of 1897", HAHR, Vol. 56, No. 1, febrero 1976; siento más simpatía que él por lo» problemas del gobierno. Para este período de la historia colombiana, na­ da supera aún la economía política que se encuentra en la obras recopi ladas de Rafael Núñez, L a Reform a Política, 2a. ed., 7 Vols., Bogotá, 1944-1950.

2.

“¿Qué producirá de Lacy Evans en San Sebastián?" le preguntaron ni Duque de Wellington, refiriéndose al comandante de la Legión Británica contra los Carlistas. “Pasiblemente dos volúmenes en octavo”, contestó ol duque. Los colombianos fueron así mismo autores prolíficos de memoria» militares. Muchos escribían muy bien y los resultados son no solamente conmovedores — véase Ángel Cuervo, Cóm o se evapora un ejército, terci ra edición, Bogotá, 1953, y Max Grillo, Em ociones d e la guerra, Bogotn, sin fecha— sino que también suministran información sobre condicione», costumbres y política que difícilmente se encuentra en otra parte. Como es de esperar, estas obras son a menudo muy partidistas, lo cual no ¡m pide que sean útiles para reconstruir los sentimientos de la época. Por lo general la parcialidad es tan acentuada que es fácil descartarla. Además, para la mayoría de las guerras hay relatos de ambos bandos, lo cual sirve para controlar las dos versiones.

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poder y la gramática

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Véase Norman Sherry, Conrad’s Western World, Cambridge, 1971, para las fuentes de Nostrom o. Para estudiar más a fondo sus conexiones con Colombia, tiéase mi “Colombia y el Nostramo de Joseph Conrad”, en Re­ vista Plum a, Bogotá, Año II, No. 14, marzo-abril, 1977, incluido en este volumen. Conrad visitó la costa colombiana en 1876-1877, en los años de la guerra civil que precedió a esta. Fue el primer viaje fuera de Europa que hizo Conrad.

4

La frase es del presidente Rafael Núñez. Véanse los informes de los ministros británicos en el Public Record Office. Con pocas excepciones — las del procer O’Leary y las de Robert Bunch y Spencer Dickson— son arrogantes hasta el cansancio y la información política que contienen es muy escasa: el Foreign Office no estaba intere­ sado en aumentar los gastos de correo exigiendo que fueran más volumi­ nosos. Los enviados norteamericanos mostraban menos superioridad gratuita pera con frecuencia todavía menos esfuerzo interpretativo que sus colegas británicos. El ministro británico en 1884-1885, Sir Frederick St. John, KCMG, también escribió un capitulo sobre Bogotá en sus me­

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morias, Rem iniseences o f a Retired Diplom at, Londres, 1895. El autor utilizó relatos disponibles en la Biblioteca Nacional, Bogotá, y

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Tampoco se siguieran muchos juicios a personas prominentes. Los casos

en la Biblioteca Luis Angel Arango, Bogotá. más notables fueron los de José María Obando y el de Tomás Cipriano de Mosquera, aunque a ninguno de los dos se los juzgó por el crimen político de la guerra civil. Las ejecuciones y las represalias informales tampoco fueran frecuentes: el general Mosquera solía referirse a la doce­ na de hombres o más que había hecho fusilar como sus “angelitos” y a nivel nacional adquirió fama de hombre cruel, pera de acuerdo con el estándar español se catalogaría como persona indulgente. Las guerras colombianas no merecen reputación de salvajismo: en ellas se luchó en forma dispersa y, para el observador ocasional, desorganizadamente, con tropas harapientas y a menudo armadas sólo con machetes. Sin embar­ go, me parece que se cometieron pocas atrocidades comparables a las de las guerras de la Independencia o a las de las guerras civiles españolas. Es obvio que establecer juicios de guerra hubiera presentado extraordi­ narias dificultades legales y políticas. En Colombia generalmente las re­ vueltas terminaban con algún pacto o tratado, en el que los vencedores ofrecían garantías a los vencidos. La Constitución de Rionegro de 1863 también fue explícitamente tolerante. Véase por ejemplo el Artículo 11, y el comentario en J. Arosemena, Estudios constitucionales sobre los g o ­ biernos de la Am érica Latina, 2a. ed., 2 Vols., París, 1878, Vol. II, pp. 4 y 70 respectivamente. H.

1.a mejor presentación de la historia económica colombiana sigue siendo la obra del desaparecido autor Luis Ospina Vásquez, Industria y protección

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M A L C O L M 1)1'. a

i

en Colombia, Bogotá, 1955. Pára la crisis monetaria véase también G. 'Ib rres Mejía, Historia de la moneda en Colombia, Bogotá, 1945, pp. 185-21 I Para relatos locales y contemporáneos de la crisis, véase Rafael Núñr Reform a Política, en especial los artículos “Urbi et Orbi”, “La crisis mía cantil", “La crisis económica y la producción de oro", "Fomento a la indu» tria”, que están en el Vol. I (I) y (II) de la edición de 1945 de Bogotá. 9.

Para la situación fiscal de comienzos de la década de 1880 la fuente m«« accesible es la serie de M em orias d e H acienda. Sobre la estructura fiscal del país, consúltese Aníbal Galindo, Historia económ ica y estadística iln la H acienda Nacional, Bogotá, 1874, y mi estudio “Fiscal Problemn »f Nineteenth Century Colombia”, publicado por Fedesarrollo, en Migui'l Urrutia, ed., Ensayos sobre historia económ ica colom biana, Bogotá, Edl torial Presencia, 1980. Sobre la deuda externa, véase el resumen en J. Holguín, D esde cerco, París, 1908, y los informes del Council o f Foreign Bondholders. Para la* opiniones de Núñez, véanse en la Reform a Política los artículos “Crédito exterior" y "Deuda exterior”. Es difícil compartir las primeras opÍnion i i HIKK Y LA GRAMÁTICA

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Hnliri' ni curso de la revolución en el interior del país, véanse La Rebelión| No lirias de la Guerra, citado más arriba; general Guillermo E. Martín, ( ’nm/nña del Ejército del N orte en 1885. Relación Documentada, Bogotá,

IIIH7; K. Pérez, Vida d e Felipe Pérez, Bogotá, 1911, pp. 215-267; E Soto, Memorias sobre el m ovim iento d e resistencia de la dictadura de Rafael Nlinez, 2 vols., Bogotá, 1913, I, pp. 117-284. Para el Cauca, véanse A. I lunzález Toledo, El General Elíseo Payan, Bogotá, 1887, y E. Lemaitre, lleves, Bogotá, 1953. |f

Hnbrc la importancia especial que Cartagena tenía para Núñez, véase 1‘nliicio, op. cit., p. 169 y 88. Era su ciudad natal y fue la base de su m i ividad política cuando regresó en 1874 de sus misiones consulares en Europa. El sitio lo inspiró poéticamente: “A Cartagena cercada por ban­ didos*. I bulan hubiera podido atacar más rápidamente y haber tenido mejor suerte. Finalmente el veredicto de Felipe Pérez fue el correcto: el sitio fue "una úlcera cancerosa para nuestra causa”. F. Pérez, op. cit., p. 265.

i' ■ IIcnjamín Gaitán llegó a Nueva York y logró enviar un despacho que llegó más o menos un mes después y que consistía en 1.200 rifles Peabody, 2 ametralladoras, 300.000 cartuchos, unas cuantas docenas de espadas y uniformes para varios centenares de soldados. También una espada de pnrada para el general Hernández de Santander. Todo el lote y su despa­ cho en el buque "Ciudad de México” se calculó en menos de $22.000. Vétase Proceso, pp. 42 y ss.; La Rebelión, p. 158. Los agentes tuvieron que sobornar a la policía de Nueva York, que estaba presionada para impedir la salida del barco por el cónsul colombiano (Martin, op. cit., p. 248), pero de todas maneras sobró una suma considerable la cual explica Benjamín Gaitán en forma convincente en Una Exposición, Nueva York, 1885, di­ ciendo que lo que quedó lo traspasó al cónsul colombiano en Nueva York. La firma que Benjamín Gaitán contrató en Nueva York fue la de Santia­ go Pérez Triana, hijo del antiguo presidente radical Santiago Pérez, y quien inspiraría a Joseph Conrad el personaje de don José Avellanos en Nostrom o. La suerte que corrieron esos fondos constituyó por mucho tiempo un tema espinoso en las filas liberales. Entre otros, Vargas Vila, a quien los rumores pueden haberle sugerido el comentario de que "Don Santiago dejó dos obras: un libro que nunca se vende y Santiaguito que se vende todos los días” (ed. C. T. Watts, Joseph Conrad's Letters to Cunnigham e Graham , Cambridge, 1969, p. 159 y 206-208). ¡Y no es que Var­ gas Vila necesitara hechos! 36. 37.

J. H. Palacio, op. cit., p. 59. Palacio, op. cit., pp. 164 y ss., para los detalles de estos encuentros. Pára las objeciones de los defensores, véase Samper, op. cit., pp. 171 y ss. Samper afirma que el cónsul Stacy de Barranquilla era muy partidario de los rebeldes, y de los ingleses en general dice: “Los ingleses no querían com-

M alcolm D ea i

168

prender estas cosas tan elementales (lo que constituye un beligerante); y es lo cierto que nos incomodaron todo lo posible, como si el gobierno d« Colombia no fuese muy leal y liberal amigo del de la Gran Bretaña”. Lim comunicaciones de Gaitán Obeso con los comandantes navales de los En tados Unidos están en E. Pérez, op. cit., pp. 283 y ss. Véase también Palacio, op. cit., p. 188. 38.

E Soto, op. cit., pp. 16-20 para los argumentos sobre enviar ejércitos a In costa y sobre sus temores sobre el clima y las fricciones entre los distinto» jefes militares y los distintos ejércitos.

39.

Esto explica en parte la multiplicidad de jefes, fenómeno que tanto recnl carón los observadores extranjeros. Los hombres procedentes de una lo­ calidad determinada insistían en que se reconociera el rango de su jefe inmediato a fin de asegurar su posición dentro del ejército. Esto era in­ dudablemente un inconveniente, "La superabundancia de Jefes y Oficia­ les obligaba a formar cuerpecitos de sesenta y ochenta plazas, que apeñas podían ser com pañías, organización sum am ente viciosa y perjudicial", pero no se trataba de simple vanidad pueril, la cual, según Soffia, también existía — véase su informe citado más arriba, p. 131— , sino del resultado de la forma como se conformaban esos ejércitos: "No era posible someter a personas relativamente notables, que de esa clase eran los que habían adherido al movimiento, en casi todas las poblacio­ nes, a la condición de individuos de tropa, obligarles a marchar a pie sin la más absoluta necesidad, y hacerles de todos modos más ponderosos lo» sufrimientos que la mayor parte de ellas por solo patriotismo iban a afrontar". E Soto, op. cit., Vol. 1, p. 157. Esta multiplicación e igualdad de rangos refleja la debilidad del gobierno central y una sociedad relativamente indiferenciada. No se trataba sim­ plemente de una característica latinoamericana: véase. Mrs. Francés Trollope, D om estic M anners o f the Am ericans, ed. D. Smalley, Nuevo York, 1960, p. 18: "Definitivamente los caballeros que había en el cama­ rote, (no había señoras) ni por su forma de expresarse, ni por sus manoras o apariencias, hubieran sido llamados tales en Europa; pero pronto nos dimos cuenta que su pretensión a este título descansaba sobre bases más firmes, porque oímos que a casi todos se les daba el título de general, coronel y mayor. Poco tiempo después, al mencionar estas dignidades militares a un amigo inglés me dijo que él también había viajado con la misma clase de compañía que yo le describía, y cuando observó que no había un solo capitán entre ellos, le preguntó a un compañero de viaje cuál podría ser la explicación. ‘Ah, señor, es que los capitanes están todos en la cubierta' contestó el amigo”. La señora Trollope se refería a los rangos de las distintas milicias norteamericanas.

40.

Prestán, cuyos antecedentes eran mucho peores que los de Gaitán Obeso, originó el desastre más destructivo de toda la guerra cuando su ejército

I >EL PO D ER Y L A G R AM ÁTICA

169

prendió fuego a Coión-Aspinwall. Las pérdidas se calcularon en $30 mi­ llones, cifra posiblemente correcta: más tarde los reclamos británicos as­ cendieron a £239.000, y los intereses británicos en esa localidad eran mucho menores que los norteamericanos y los franceses. Prestán buscó refugio en el ejército de Gaitán, pero éste se dio cuenta rápidamente de que su presencia constituía un riesgo y una desventaja, y lo mantuvo vigilado. Cuando Prestán cayó en manos de las fuerzas del gobierno, le siguieron consejo de guerra y fue ahorcado. E. T. Parkes, Colom bia and the United States, Vol. II, pp. 308-317; St. John a Rosebery, junio 10 de 1886, en FO 55-323; F. Soto, op. cit., pp. 45-46 para la conducta de Gaitán respecto a Prestán, y su resistencia a la presión norteamericana para que se rindiera, hecho al que debe en parte su fama postuma. La Rebelión, pp. 109-110, 113, 151, 175, 195, 197. Los otros detalles de este párrafo están tomados del relato del sitio que hace Samper y que está citado más arriba. '11.

Para las victorias de Casabianca, véase La rebelión. Existe el relato de un participante en B. Rodríguez, M is cam pañas, 1885-1902, Bucaramanga, 1934, a veces demasiado exagerado. Es interesante observar que el último oponente en el campo de batalla de Casabianca fue el inquieto y desafortunado político Jorge Isaacs, autor de María: “Jorge Isaacs pre­ tendió levantar algunos pueblos del norte; pero, desprestigiado, refugió­ se en las montañas de Anaime con cien hombres, y allí fue batido por dos compañías del Arboleda (Batallón 5o.). Isaacs logró escaparse, pero creo que pronto lo tendremos en nuestro poder", La rebelión, p. 194.

'12.

Entre los muertos en La Humareda estaban los generales Hernández, Bemal, Sarmiento, Capitolino Obando, Lombana y Vargas, y Luis Lle­ ras. El corazón del general Hernández, de tamaño mayor que lo común, se conservó en una botella “en la botica de Ribón Hermanos” en Mompox. Esta "hecatombe”, en la que los radicales perdieron también la mayoría de sus barcos, se convirtió rápidamente en parte vital de la mitología liberal de la derrota. “El Partido Liberal... semejante a los emperadores romanos, se puso de pie para expirar” (J. M. Vargas Vila, Pinceladas sobre la última revolución en Colom bia”, y Siluetas políticas, la. ed. Maracaibo, 1887; vuelto a publicar como Pretéritas, México, 1969. Otras mu­ chas ediciones). La batalla tuvo lugar el 17 de julio de 1885. La muerte del general Manuel Briceño, de fiebres, en Calamar, el 13 de julio, ofreció al gobierno y a los conservadores el principal mártir de la causa. Briceño fue la figura más importante en la insurrección conserva­ dora de 1876-1877 y autor de un relato de esa guerra, además de una monografía sobre el levantamiento de los Comuneros: Los Com uneros; historia de la insurrección d e 1781, Bogotá, 1880, que es todavía un es­ tudio valioso. La rebelión, p. 168, para su muerte: sus funerales coinci­ dieron con el juicio de Gaitán.

170

43.

M alcolm D kai

R Cáceres, op. cit., pp. 117-118. F. Soto, op. cit., II, pp. 158, 163, 168. La popularidad de Gaitán irritnlin a Camargo, quien sospechaba que él y Acevedo tenían todavía parte ili los fondos que habían conseguido en Barranquilla.

44.

R Cáceres, op. cit., p. 122.

45.

Proceso, p. 144.

46.

Para Bodega Central, La rebelión, p. 204; F. Soto, op. cit., II, p. 180, y pnrn

47.

La fecha en Soffia a Aniceto Vergara Albano, 20 de octubre de 18H/•

la etapa final de la misma, p. 220 y L a rebelión, p. 214. Archivo Nacional, Santiago, Chile, Relaciones Exteriores, Vol. 302. (E»l< despacho, que no aparece en la selección de R. Donoso, describe el mu biente de nerviosismo que reinaba en Bogotá durante el juicio de Gaitim) Véase también Palacio, op. cit., pp. 298 y ss. Aparentemente Núñez hablo del “fantasma de Gaitán” en una conversación con el general Ulloa, quien fue uno de los jueces del juicio, p. 302. La opinión anterior de Núñez sobre la inutilidad de juzgar a los rebeldt" está tomada del artículo “Reflexiones”, Reform a Política, I (II), p. 260, 48.

Sobre Urdaneta, véase Pilar Moreno de Ángel, A lberto Urdaneta, Bogotá 1972, en especial Cap. XIII, “El fiscal”. El historiador liberal Laureano García Ortiz tenía una copia del juicio que hoy se encuentra en la Biblioteca Luis Ángel Arango; frente al nom bre de Urdaneta, el historiador escribió al margen “canalla” y tambion hace referencia a su talento como grabador y a su maravillosa haciendo en la Sabana, llamándolo “el monedero de Canoas".

49.

Los discursos finales aparecen en el Proceso, pp. 102-156; 157-164. Veos, también F. de R Borda, op. cit., p. 134. Gaitán pensaba que no podía habti progreso sin sufrimiento.

50.

Palacio pone en duda que Núñez haya pensado hacerlo fusilar, op. cit., |> 307: “Núñez era, como todos los grandes políticos, un gran comediante” Soffia informa sobre la intervención a su favor de “la parte imparcial y sana de la capital” en el despacho citado más arriba. Cordovez Moure, «ti Rem iniscencias, p. 308, dice que el arzobispo intercedió por Gaitán. Los escritores liberales sacaron todo el partido posible de las circunstau cias que rodearon la muerte de Gaitán Obeso, en especial Vargas Vila, Existen algunos documentos sobre su muerte y entierro, en un panflet" extraño, escrito por Inés Aminta Consuegra y A., M editaciones del Geni ral Ricardo Gaitán O. en su prisión d e Cartagena y Panam á, sin lugar (1886), pp. 78-87. Véase también la copla: A Cartagena me llevan, Yo no sé por qué delito; Pbr una papaya verde Que picó mi pajarito.

I )KI, PODER Y L A GRAM ÁTICA

171

en A. J. Restrepo, El cancionero de Antioquia, Medellin, 1971, p. 177, ¿acaso una referencia folclórica a las dos Margaritas? En Maracaibo, 1887, se publicó una colección de escritos en homenaje a Gaitán: Corona fúnebre a la memoria del General Ricardo Gaitán Obeso. •I

Proceso, p. 118. Sin embargo, en otro momento Urdaneta reconoció que Gaitán tenía otras cualidades: “Su fisonomía es del todo agradable, y procede en los actos de la vida como hombre galante; sabemos, además, que es persona valerosa”, p. 107.

■1

Sobre el Tolima, aparte de las descripciones de Ambalema citadas más arriba, consúltense los relatos de 1876-1877 de M. Briceño y de Constan­ cio Franco V

Sobre la violencia rural, véase la extensa comunicación

“Los monstruos de Coyaima”, en El Com ercio, agosto 26 de 1884, de Ino­ cencio Monroy. Se encuentran otras descripciones de la sociedad del Tolima en esta épo­ ca en F. Pereira Gamba, L a vida en los A ndes colom bianos, Quito, 1919, Cap. II, y Rosa Camegie Williams, A Year in the Andes: A Lady's Life in Bogotá, Londres, 1882. La opinión de St. John a Rosebery, abril 22 de 1886, FO 55-322. Saavedra en el Proceso, pp. 199-200. 63.

F. Soto, op. cit., II, p. 56; R. L. Cáceres, op. cit., p. 124. Los jefes que intentaban mantener una disciplina demasiado estricta perdían rápida­ mente sus hombres, los cuales desertaban o se pasaban a otros ejércitos.

I>4.

El cabo Acuña en R. L. Cáceres, op. cit., pp. 38-39. En el A rchivo del G eneral Julián Trujillo, que se encuentra en el Archivo Histórico Nacional, Bogotá, hay una serie de cartas escritas por soldados rasos del ejército del gobierno, en 1876-1877, a su comandante. En algu­ nas de ellas, los hombres resaltan sus servicios anteriores en favor de la causa liberal y utilizan frases como "la causa del siglo y de las luces” y palabras como “progreso”. Con demasiada frecuencia se asume que los ejércitos estaban conforma­ dos por peones obligados a luchar por sus jefes terratenientes. Es indu­ dable que el gobierno recurría al reclutamiento forzoso y, algunas veces, también lo hacían asi los jefes revolucionarios, pero esto es diferente a la presunción anterior, y los inconvenientes obvios del reclutamiento forzo­ so hicieron que los terratenientes trataran de evitarlo. (Véase mi "A Cundinamarca Hacienda, Santa Bárbara 1870-1914”, en Landlord and Peasant in Latín Am erica, ed. K. Duncan y I. Routledge, Cambridge, 1977). Es cierto que a veces los terratenientes movilizaban a sus dependientes — véanse los compromisos de conservadores notables en M. A. Nieto, op. cit., pp. 112-122, y sus actividades posteriores, pp. 147-152; el autor men­ ciona a “mi inolvidable amigo Hipólito Nieto, quien dio a todos sus arren­ datarios los caballos de la hacienda, pagó los fletes de los que no los teman propios y las raciones de la gente pobre, obsequiando tanto a la

172

M alcolm DICAI

venida como al regreso y como él sabía hacerlo, a toda esa gente. EmI» I» costó muy cerca de tres mil pesos”. (Obsérvese que Hipólito les pagó) M|n duda esta clase de reclutamiento voluntario podía hacerse en las regí, nes de organización más señorial de Cundinamarca, Boyacá y Santtm der, pero aun en ellas, en última instancia, era menos importante qu» José Dolores y su esposa, y está presente en una carrera de cabo líos guajiros. Otros políticos y notables viajeros de las primera* décadas del siglo veinte fueron Rafael Uribe Uribe, Benjamín 1lorrera, Guillermo Valencia y Alfonso López Pumarejo; éste fue el primero en hacer giras políticas en avión. ¿No será esto dedicar demasiada atención a tan poca cosa? ¿Qué importancia tenían esos raros y modestos paseos para lo* espectadores de provincia? ¿No es cierto que hay también evidon cia de un miedo frente a la política, de gente que huía de las elor ciones como de la peste, además de todo lo que se ha escrito solm la manipulación política del campesinado? ¿Qué significa para osn

I )KL PO D ER Y L A GRAM ÁTICA

195

gente mas o menos miserable del campo su cacareada filiación po­ lítica? Para esta pregunta, en absoluto fácil, tenemos algunos es­ bozos de respuesta. El hombre es “cliente” de alguien; viene de una t ierra sufrida, solidariamente fanática en tal línea política; puede •ier que sea un auténtico chulauita, un supercatequizado minifunilista de Monguí, un llanero de Puerto López: cada uno tiene su herencia, de distrito y de familia; tiene tal puesto, le interesa el trago gratis o la venta de su voto y no le importa nada más. Pero estas razones no entran mucho en la psicología del caso, la idea iiue el hombre tiene de sí mismo. Creo que existe acá en Colombia sigo singular en la formación política nacional. El errático José María Samper trata el tema en su Ensayo antes citado: En resumen, la democracia es el gobierno natural de las socie­ dades mestizas. La sociedad hispanocolombiana, la más mestiza de cuantas habitan el globo, ha tenido que ser democrática, a despecho de toda resistencia, y lo será siempre mientras subsis­ tan las causas que han producido la promiscuidad etnológica. La política tiene su fisiología, permítasenos la expresión, como la tiene la humanidad, y sus fenómenos obedecen a un principio de lógica inflexible, lo mismo que los de la naturaleza física5” .

Prosa decimonónica, pero una noción profundamente sugesIiva; como todo el ensayo, es más rica que algunos de nuestros conceptos “modernos” y pseudocientíficos tales como “clientelismo”, de un positivismo anémico y simplista. Sin caer en un deterininismo racial, se puede especular más sobre la importancia del mestizaje en Colombia, siempre teniendo en mente el mundo ru­ ral y regional que es el tema de este ensayo. Dos de nuestros colegas colombianos han señalado el alto gra­ do de mestizaje a fines de la colonia: Jaime Jaramillo Uribe y Virginia Gutiérrez de Pineda57. Virginia Gutiérrez, en la concluiiiiin de su libro sobre el trasfondo histórico de la familia colom­ biana, cita documentos que muestran el estado nada dócil de mu­ c h o mestizo y blanco pobre del campo. En Melgar, por ejemplo, el

Hiicerdote anota que los blancos “no quieren entrar a' la Iglesia” y la orden de que lo hagan “la reciben por afrenta y bejamen, y dicen que no son indios para que los sugete a semejante incomo­ didad”. Y ahí tienen “por orgullo alejarse de la Religión y llevar

196

MAIXOLM D ü A:

un género de vida disipada” como prueba de su categoría étnica y social que les da el aparente derecho a desobedecer a las norma:i de comportamiento de su religión y evadir el control de sus minm tros. El cura de Peladeros (jurisdicción de Tocaima, provincia di' Mariquita) dice que las autoridades de los poblados “promueven artículos calumniosos e impertinentes contra el cura". En Yacopi, los vecinos “localizan sus habitaciones ‘cerca a las divisiones de unos y otros curatos qe quando en una parte los compelen se pa san a la otra y así viven como dicen, sin dios y sin Rey’ ”. La doctora Pineda observa: “O sea que la Iglesia dentro de la pobla ción blanca y mestiza carece de fuerza de control, anulada por las condiciones del medio y el tipo de poblamiento disperso que con­ lleva el sistema de vida económica”08. Ella recuerda el resumen de tal rechazo al poder de la Iglesin en un dicho santandereano: “Cura, vaya manda indio”. Esta evidencia viene de fines de la colonia, pero en esto la Independencia no marca ningún hito definitivo. El conflicto per­ siste, aun cuando las categorías raciales pierden toda o gran par­ te de su importancia práctica, y la Iglesia viene a menos. Recor­ demos la observación de Gosselman: Los mestizos son la raza de la clase que sigue a los blancos. En muchos casos se les encuentra de alcaldes, administradores de correos e incluso de jueces políticos. Forman la suboficialidad del ejército y la mayoría de los rangos subalternos. A su estrato per­ tenecen pequeños comerciantes y ocupan los puestos de escri­ bientes de la administración pública. No tienen el mismo pres­ tigio que los criollos, lo cual no les excluye de alcan zar reputación y cierta cuota de poder. Siempre les queda la espe­ ranza de seguir escalando. Por su actuación, se dice que forman el puente entre las capas altas y bajas de la población. Entre las clases postergadas se considera al mulato como el más noble y el indígena le mira con la certeza de saber que por las venas de quien tiene delante corre sangre europea. Se le encuen­ tra en la industria mostrando una capacidad para el trabajo m a­ yor que la de cualquier otro de distinta condición59.

El mestizaje implica una escala continua de politización: “La mezcla de estas razas ha procurado tal dispersión de tonos y unio­ nes, que se hace imposible en muchas oportunidades señalar a

I M I, PO D ER Y L A GRAM ÁTICA

197

nuil raza pertenece, o cuál es el origen. M ás parece un hermoso arco iris, que ha visto la luz a través del tiempo y las generacioin'n",la. El “hermoso arco iris”, con sus muchos elementos díscolos v ambiciosos, contrasta con las estructuras raciales de otras re­ públicas, incluso con la de Venezuela. No hace el país más gober­ nable, ni en todo el sentido de la palabra más democrático: falta •■n el ambiente colombiano el tono dogmáticamente democrático que se ha implantado en Venezuela. Pero determina en parte la naturaleza constante del juego político colombiano, juego que ya tiene sus ciento cincuenta años casi ininterrumpidos. Sospecho que más allá de las explicaciones materiales y me■anicas de la politización del colombiano, fenómeno que antecede a la urbanización (que en algo lo despolitiza) y tantos otros rasgos de modernidad, hay una interiorización de “la política”. El “hom­ bre libre", el “hombre serio”, el “ciudadano”, es alguien que “pien­ sa por sí mismo”, que tiene sus propias ideas abstractas, su propio i uncepto del país, no importa cuán burdo sea. Tales ideas abstrac­ tas pueden ser “ideas de lujo", de sobra, sin ninguna utilidad prác­ tica o inmediata: éste, como a veces es el caso de la educación formal, es parte de su atractivo61. Muchas veces las únicas ideas abstractas disponibles están en la política — en ciertas circuns­ tancias el liberalismo llevará ventaja, en otras el conservatismo— : un antropólogo entre mis amigos una vez encontró en Tierrndentro a unos indios quienes, interrogados sobre sus opiniones políticas, le contestaron: “Somos godos porque somos muy rieos

. ¿Sorprendente muestra de “falsa conciencia”, o inteligente

postura de autodefensa, basada en la medida de las fuerzas loca­ les, o herencia de la colonia? Ni los antropólogos ni los sociólogos han tenido gran interés en el lado convencional de la política local, ni en la política como parte del proceso complejo de aculturación. A los unos les ha in­ teresado más bien la cultura indígena intacta, o muestras de con­ ciencia de grupos que tienen fines defensivos; relativamente poco les ha interesado el grueso del campesinado del país; a ambos, antropólogos y sociólogos, legítimamente les parece más urgente poner en claro las estructuras de explotación, o cosas peores63. La política común y corriente queda como nefanda, o por lo menos

198

MALCOLM DBA!

inauténtica. La verdadera política de redención, se entiende, II* gara más tarde, cuando se constituya la verdadera nación. ¿La virginidad política va a reconstituirse para eso? ¿Qué sig niñea ser una verdadera nación? Hasta hace poco hubo definirlo nes de esta última, señalando características como la posesión EL PO D E R Y L A G R A M Á T IC A

203

inclusive, dos tomos, Bogotá, 1936; T. Higuera B., La imprenta en Colom ­ bia, Bogotá, 1970. H. Zapata Cuéllar, Antioquia, Periódicos de Provincia, Medellín, 1981; S. E. Ortiz, “Noticia sobre la imprenta y las publicaciones del sur de Colom­ bia durante el siglo XIX”, Boletín de Estudios Históricos, Vol. VI, Nos. 66 y 67, suplemento No. 2, Pasto, 1935. 36.

F. C. Aguilar, C olom bia en presencia de las repúblicas hispanoam erica­

37.

nas, Bogotá, 1884, pp. 290, 74-75. En Olivos y aceitunos..., la Nueva Luz tira doscientos ejemplares y tiene siete suscripciones (sic); “El gobierno de la provincia lo costeaba, pagando $34 de ley por cada número, lo que se importaba a 'impresiones oficiales' en los libros de contabilidad provincial”, pp. 94-95.

38.

J. León Helguera, “Antecedentes sociales de la revolución de 1851...”, artículo arriba citado: el general Obando ayuda de su propio peculio a los democráticos del Valle a comprar una imprenta.

39.

Bogotá, 1882. El librito de 551 páginas ofrece un resumen del "estado moral” de los varios pueblos de Cundinamarca visitados por “el infatiga­ ble Santo Colombiano”.

40.

Orlando Fals Borda en El Presidente Nieto, arriba citado, menciona el Catecism o o Instrucción Popular de Juan Fernández de Sotomayor y Pi­ cón, Cartagena, 1814; J. J. Nieto, D erechos y deberes del hom bre en so­ ciedad, Cartagena, 1834; J. R Posada (el alacrán), C atecism o político de los artesanos y cam pesinos, 1854. Sobre Sotomayor y Picón, A. Camecelli, La m a son ería en la In d e­ pendencia d e A m érica, tomo I, pp. 359-362.

41.

O livos y aceitunos, p. 125: “Comenzó a salir otro periódico de grandes dimensiones, titulado El Chiriquique/io. Una de las grandes mejoras que tenía sobre sus antecesores (...) era la creación de un folletín (...) El folle­ tín estaba lleno con el principio de la vida de Sócrates, por Lamartine. Este escrito ha servido para fundar algo más de setecientos periódicos en América, de esos que empiezan por ‘Año lo.' y jamás pasan del número 13. La muerte de Sócrates es tan popular entre los cajistas, que nunca desbaratan lo compuesto”.

42.

Kurt L. Levy, Vida y obras de Tomás Carrasquilla, Medellín, 1958, p. 370.

43.

Biblioteca Luis Ángel Arango, Mss. I, Papeles de Aquileo Parra. Ambas con fecha Atanquez, abril lo. de 1876. En el mismo archivo hay una carta de David Peña, Cali, octubre 8 de 1876, contando la formación del “Bata­ llón Parra No. 7o.”. Doy gracias al doctor Jaime Duarte French, director de la Biblioteca, por darme acceso a estos documentos.

44.

Un resumen de los abusos del siglo pasado en Inglaterra, Escocia e Ir­ landa, se halla en H. J. Hanham, The Nineteenth Century Constitution, 1815-1914, D ocum ente and Com m entary, Cambridge, 1969, pp. 256-292.

204

M alcolm D eas

Para España e Italia, véanse los artículos de J. Romero Maura, J. Vareln Ortega, J. Tussell Gómez y N. A. O. Lyttelton en Revista de Occidente, Madrid, No. 127, octubre 1973. 45.

Sobre el impacto popular de 1810, la Patria Boba, la Reconquista, lux guerras de la Independencia y el fin de la Gran Colombia poco todavía sr ha escrito. Sospecho que hubo sentimientos bien definidos de "venezoln nidad" y '‘neogranadinidad’’ que llegaban de la Colonia; U. S. Ministor Watts a Clay, diciembre 27 de 1826: "The prejudices of the people belong ing to the two great divisions of the Republic are as invetérate as thosc of different nations; and having existed as distinct governments under Spain, it ¡s difficult to remove the impression of a similar disunion". Na­ tional Archives, Washington, D. C., Despatches form U. S. Ministers to Colombia, 1820-1906, Microfilm, Roll 4.

46.

Por ejemplo, Galindo, más tarde Gramalote, N. de Santander; su historia en R. Ordóñez Yáñez, Pbro., Selección de escritos, Cúcuta, 1963.

47.

Olivos y aceitunos, p. 56, sobre el ejército que tumbó a Meló, 1854: “Unhiendo venido gente de todos los extremos de la República (menos de Pasto), era curioso ver la variedad de tipos y vestidos en los soldados de la gran revista (...) El indio timbiano, con su rústico vestido y su fusil limpio como la cacerola de una cocina de cuáqueros, se veía al lado del soldado de la Costa, que tiene sucio el fusil. El soldado de Boyacá sigue tras la animada fisonomía del mulato costeño, con su cara impasible en que nunca se revela gozo, miedo, entusiasmo, ni dolor”.

48. 49.

Cali, 1950. 1. F. Holton, op. cit., p. 334: “I saw the Cámara (of Mariquita) in session. It has a strong Conservador majority, while the Govemor is, of course, a Liberal. What I saw here teaches me not to transíate the word Conser­ vador by Conservativa, there are no Conservatives in New Granada except fanatic Papists. AU the rest deserve the ñame of Destructives, and might be classed into Red Republicana and Redder Republicans; and the Redder men may belong to either party, but, except the Golgotas, the reddest I know are the Conservadores of the province of Mariquita”.

50.

Cf. M. Agulhon, op. cit., pp. 246-250.

51.

Eso se ve muy claro en La Gaceta M ercantil. El fenómeno persiste — en el caso del exgeneral Gustavo Rojas Pinilla, por no citar ejemplos más recientes.

52.

Emiro Kastos (Juan de Dios Restrepo), A rtículos escogidos, Londres,

53.

En todas partes la política es un fenómeno intermitente para la gran

1885, p. 359. mayoría de la gente; la política perpetua o es para políticos, o es estado de excepción, y por eso inestable — por ejemplo, Chile en los meses antes del golpe de 1973.

I >111. lü D E R Y L A GR AM ÁT ICA

i■I

205

Sobre la necesidad de llenar plazas, M. Latorre Rueda, E lecciones y p a r ­ tidos políticos en Colom bia, Bogotá, 1974, pp. 92-102; sobre Santander, véase sus Cartas y mensajes, ed. R. Cortázar, 10 tomos, Bogotá, 1944; sobre Mosquera, A rchivo Epistolar del g en eral M osquera. Corresponden­ cia con el gen eral Ram ón Espina, 1835-1866, J. León Helguera y R. H. David, eds., Bogotá, 1966.

65.

RA. Pedraza, República de Colombia. Excursiones Presidenciales. A pun ­ tes d e un diario d e viaje, Norwood, Mass, 1909, p. 1. El mismo Pedraza, comandante-jefe de la policía, tomó los kodaks.

Mi.

J. M. Samper, op. cit., p. 78.

1*7.

J. Jaramillo Uribe, “Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la segunda mitad del siglo XVIII”, en su libro Ensayos sobre historia social colom biana, Bogotá, 1968, pp. 163-203; V Gutiérrez de Pineda, La fam ilia en Colombia, volumen 1, Trasfondo H istórico, Bo­ gotá, 1963.

fiH.

V Gutiérrez de Pineda, op. cit., Cap. 17, “El medio ambiente y la acultu-

59.

C. A. Gosselman, op. cit., p. 333.

60.

IbidL, p. 331.

ración familiar en el siglo XIX”, pp. 307-359.

(11.

Cf. G. y A. Reichel Dolmatoff, en su estudio The People o f Aritam a, Lon­ dres, 1961, pp. 115-125, sobre la educación en un pueblo mestizo de la Sierra Nevada hace unos veinte años, estamos otra vez frente al fenóme­ no de que el “campesino" no quiere ser rural. Rechaza la “educación ru­ ral": “It seems that the govemment thinks we are a bunch of wild ¡ndians, asking us to make our children plant trees and vegetables” (p. 120); los autores concluyen que la escuela de Aritama, con sus rituales, formalidades y prejuicios, “creates (...) a world devoid of all reality". Ftero lo inútil tiene su prestigio: “One oíd man who could be seen frequently sitting before his house with a book, admitted candidly that he had never learned to read but that he had acquired considerable prestige by pretending to do so, staring every day for a while at the open pages”.Lástima que el estudio sin rival de los Reichel Dolmatoff no se ocupó de la política.

62.

Gerardo Reichel Dolmatoff, conversación.

63.

Por ejemplo, N. S. de Friedemann, ed., Tierra, tradición y p od er en C o­ lombia, Bogotá, 1976; W. Ramírez Tobón, ed., Cam pesinado y capitalis­ mo en Colom bia, Bogotá, 1981. En ninguna de las dos colecciones la po­ lítica recibe atención. El interesante estudio de Elias Sevilla Casas, “Lame y el Cauca indígena”, pp. 85-105 de la obra editada por Nina de Friedemann, no menciona ni una vez la participación de Quintín Lame en la política tradicional, particularmente con el partido conservador. Implica que esa parte de su actuación fue inauténtica, que fue un error, que es mejor olvidarla. Para esa participación, véase D. Castrillón Arbo­ leda, op. cit.

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64.

Hay mimetismo en los acontecimientos, no sólo en las ideas: el de marzo de Bogotá imita al de enero de Caracas, y otras jomadas a las journées de París.

65.

Oliuos y aceitunos..., p. 50.

Algunas notas so bre la historia DEL CACIQUISMO EN COLOMBIA

L o s períodos de autoritarismo o de militarismo han sido muy escasos y de muy corta duración en los ciento cuarenta años de existencia de Colombia como estado independiente. El número de experimentos constitucionales ha sido muy grande, y esta repú­ blica ha sido escenario de más elecciones, bajo más sistemas, cen­ tral y federal, directo e indirecto, hegemónico y proporcional, y con mayores consecuencias, que ninguno de los países america­ nos o europeos que pretendiesen disputarle el título. Dentro del país, las diferencias de clima, economía y cultura de una región a otra han tenido también repercusiones políticas. Como campo de estudio del caciquismo electoral es inmejorable1. El sistema co­ lombiano, con su acusado sectarismo, se desarrolló a lo largo de un siglo de guerra civil permanente. Los últimos conflictos que el sistema produjo en las décadas de 1940 y 1950 no pueden ser comprendidos fuera del contexto de esta evolución, que espero exponer a continuación. Colombia, todavía hoy, no es una república dominada por una sola región, y mucho menos lo fue en el siglo pasado. Durante las guerras de independencia había comenzado a vivir bajo una exa­ gerada experiencia federal, la Patria Boba, y los compromisos re­ gionales fueron durante mucho tiempo fundamentales para el mantenimiento de la paz y unidad nacionales. Su sistema de co­ municaciones era extremadamente malo, su gobierno extremada­ mente pobre, su sociedad atomizada. La hegemonía local de sus escasos magnates era muy limitada y más bien precaria, y no se

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traducía necesaria y fácilmente en poder político local, fuera de los límites de la hacienda, o en influencia nacional. Respecto a los altos cargos, la competencia fue intensa desde los primeros días de la República, y sus débiles partidos podían mantenerse en el poder únicamente mediante constantes esfuerzos políticos y mili­ tares. Los diplomáticos extranjeros en América Latina, a la vista de las sórdidas realidades que contemplaban sus ojos, se inclina­ ron siempre a creer que, hasta poco antes de su llegada, la Repú­ blica en cuestión había sido cómodamente gobernada por educa­ dos y cultos hacendados blancos de pura ascendencia española, pero esta primera edad de oro señorial es una pura ilusión. En la Nueva Granada no hay evidencia de una edad tal: existen islotes aristocráticos, pero se hunden o flotan en distintos y más peligro­ sos mares. A pesar de un muy restringido sufragio, de una insignificante urbanización, de ser una sociedad todavía esclavista y relativa­ mente poco perturbada por las guerras de independencia, a pesar de los prestigios ganados en dichas guerras, la política fue desde el primer momento un ejercicio arduo y a menudo degradante. De la correspondencia del general Mosquera de estos primeros años, es posible deducir algo de lo que esto suponía. En su intensa y finalmente victoriosa lucha contra el patronazgo y las amenazas gubernamentales, Mosquera y sus agentes tuvieron que trabajar los “barrios” artesanos con cerveza, música, cohetes, chicha y asa­ dos, peleas de gallos y periódicos. Hubo que trazar carreteras pa­ ra satisfacer a este o aquel pueblo, visitar y aplacar a los vacilan­ tes, aislar a los propios seguidores de posibles intromisiones y estorbar constantemente a los seguidores de otros candidatos. Cierta conciencia de partido y clubes rudimentarios existen ya hacia principios de la década de 1830, así como la mayoría de los trucos electorales practicados tanto por el gobierno como por la oposición. Los obispos y el nuncio de Su Santidad aparecen ya implicados, y la actividad política no está ya exclusivamente res­ tringida a aquellos autorizados a participar por la Constitución. Opinar, “la opinión”, a juzgar por la correspondencia de la época, no es prerrogativa exclusiva de los votantes: éstos pueden ser in­ fluidos o intimidados por el clima de opinión de la localidad, y el conservatismo y liberalismo rudimentarios de la época son cons-

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cientes de ello. La propiedad no garantiza el predominio. El gene­ ral Espina, agente de Mosquera, ha trabajado tanto la región Gachetá, lugar de influencia del rival de Mosquera, Mariano Ospina, que puede escribir: “Ya pasó el tiempo en que él se creía por estos pueblos dueño de vidas y haciendas”2. Revelador, aunque dema­ siado optimista, ya que no todo resultó a su gusto, “pues los Arrublas fueron traicionados por casi toda su peonada, en razón a que [el alcalde] no cambió todas las boletas por Ospina, ellos remedia­ ron el mal cuando lo supieron hasta donde les fue posible, pero ya una gran parte de los peones había votado". Mosquera, Ospina, los Arrubla, son todos propietarios, estos últimos dos hermanos considerados como los hombres más ricos de Colombia. Todos par­ ticipan. La propiedad les permite y les presiona a tomar parte en la competencia, pero no da a ninguno la victoria. Las elecciones fueron pronto consideradas peligrosas: “Se ve­ rificaron las elecciones... y una gran parte de la población se fue al campo ese día uyendo, porque los otros días antes, empezaron a rugir que a tiempo de elecciones iba a ver revolución, muertos, el infierno avierto y qué sé yo cuántas cosas m ás"3. Era un temor bien fundado. Hubo guerras civiles en escala superior a la local en 1839-1841, 1851, 1854 y 1859-1863, sin contar refriegas más pequeñas. La sangre penetró en el sistema, intensificando los an­ tagonismos y lealtades locales y de partido. Éstos tienen orígenes muy variados y a veces es posible remontarlos hasta los primeros días de la colonia: las causas que inducen a una familia o a una localidad a preferir un partido a otro son muy complejas, pero cuando terminó la última de las guerras citadas anteriormente, había muy pocas personas o localidades que todavía abrigasen dudas sobre sus lealtades. Este fue el legado natural de la lucha, de la más intensa movilización de guerra. Hubo también elementos raciales en es­ tas guerras, y al final de la última de ellas, la Iglesia sufrió un importante ataque a sus posesiones e influencia con la desamor­ tización de manos muertas y otras leyes tutelares. El gobierno central fue derrotado militarmente y la capital de la nación fue tomada por la fuerza. El dominio señorial, ya geográficamente restringido, había sido seriamente socavado y los victoriosos libe­ rales que asistieron a la Convención Constitucional de Rionegro

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en 1863 consideraron la República como una tabula rasa sobre la cual escribir sus ideas democráticas y federales. Dividieron el país en lo que llamaron nueve estados soberanos, triunfo de una tendencia que había existido desde el principio de la nación y que, sólo temporalmente y con dificultad, había sido frustrada en la guerra de 1839 a 1841. En esta organización federada, en que el Partido Liberal controla lo que resta de gobierno central y todos los estados menos uno, el país entra en un período de veinticinco años de peculiar interés para los estudios de gobierno local, años de gran experimentalismo y poco control central. El sufragio universal masculino se estableció diez años antes que la Constitución de Rionegro, y desde 1853 el país fue escena­ rio de la competencia entre dos federalismos, conservador y libe­ ral, ambos batiéndose en oportunista retirada frente a la autori­ dad central. Aquello parecía cada vez menos sostenible, cada vez menos una garantía de sus intereses individuales, locales e insti­ tucionales. Ambos se organizaron localmente, amplia aunque in­ termitentemente, los liberales en Sociedades Democráticas, los conservadores normalmente en una Sociedad Popular. A menu­ do, disponían de prensa propia. Colombia estuvo a la cabeza de Latinoamérica en cuanto al número de sus periódicos, si no en otras cosas4. Los conservadores pronto cesaron su oposición al sufragio universal a nivel municipal: “El buen sentido indicaba que esa manera de sufragio había de ser en las poblaciones neogranadinas de aquel tiempo, la más ventajosa para la causa con­ servadora, resueltamente apoyada por la generalidad del clero y de los grandes propietarios y caciques de parroquias”5. Los con­ fusos experimentos liberales de 1848-1854 habían terminado en un gobierno interino, el del presidente Mallarino, que había cele­ brado elecciones neutrales bajo una constitución que debilitaba cualquier poder que el gobierno central hubiera estado tentado de utilizar, y los conservadores habían ganado: “La verdadera mayo­ ría numérica pudo manifestarse, y ella hizo inevitable la caída del radicalismo y del liberalismo en el terreno legal”6. Los liberales, tras su victoria en 1863, pasaron los siguientes veintitantos años intentando evitar semejante resultado. El período federal produjo cuarenta y dos nuevas constituciones estatales y antes de 1876 las elecciones fueron casi continuas, puesto que los distintos es-

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tados no votaban simultáneamente ni siquiera para la elección del presidente de la Federación. La habilidad liberal-radical para mantener el equilibrio sobre una base tan precaria e imprevisible produjo unas cuantas guerras menores, una abundante literatu­ ra crítica, en que se describían los herméticos métodos de “escru­ tinio” y el conflicto nacional de 1876-1877. Las primeras descrip­ ciones amplias, no muy conocidas, del sistema político local datan también de esta época. El gamonal y el cacique — “lo que en España se llama caci­ que”— ' son un tema habitual de la literatura costumbrista, que lo enfoca normalmente con aversión superficial y bipartidista. De los escritos de los literatos de Bogotá, en su mayoría terratenien­ tes semiabsentistas, se deduce claramente que el gamonal o caci­ que no es normalmente un hacendado, en el sentido elegante de la palabra, aunque puede ser un importante terrateniente local: no todo tipo de tierras tienen prestigio social. Esta literatura so­ bre política municipal y provincial está fuertemente impregnada de esnobismo urbano, y el afán de caricaturizar está reforzado por el deseo de algunos escritores de negar o falsificar el carácter pro­ vincial o rural de sus relaciones y orígenes. El cacique ha sido siempre mirado con desprecio desde arriba; el gobierno municipal y quienes lo ejercen han de ser objetos de burla. Pero, además de la exclusión de los conservadores en todas partes salvo en Antioquia, existían poderosas razones que explicaban la abstención de los notables de la política municipal. Se daba el hecho de que en muchos municipios ningún nota­ ble podía existir con provecho. Las obligaciones de las autorida­ des locales implicaban la asistencia regular a determinados actos en determinados días. El “régimen municipal forzoso” anterior a 1849, bajo el cual las personas designadas para los cargos locales por el ministro o el gobernador no podían rehusar sus servicios, había sido extremadamente impopular. Más que por la rivalidad para obtener los cargos a este nivel, la República sufrió por la rivalidad para eludirlos, y no encontró nada con qué remplazar la atracción (aunque era más bien mítica) del viejo cabildo. Los car­ gos locales eran considerados como onerosos por quienes tenían capacidad para ocuparlos. Tampoco la naturaleza del comercio y

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de la vida profesional permitía a tales personas pasar mucho tiempo lejos de los más importantes centros urbanos del país. La política provincial era dura, y las personas decentes se mostraban poco dispuestas a participar en ella — o debían haberlo estado: en Zipaquirá, el doctor Gálvez y el doctor Weisner se en­ cerraron en la alcaldía y se batieron con machetes: “He ahí de qué manera se sostiene... por hombres de pelo en pecho, la preponde­ rancia de los principios políticos”— . A menudo deploraban el fa­ natismo quienes se beneficiaban de él. He aquí la opinión de un conservador sobre el jefe local de su partido en Zipaquirá, una localidad relativamente importante: Era corifeo de la plebe conservadora de aquel lugar un hombronazo de talla más que gigantesca, de voz proporcionada a su cuerpo, que usaba por vestido un bayetón, por arma habitual un garrote, de religión, fanático, de oficio, carnicero, godo (conser­ vador) hasta la pared de enfrente, de los bravos y matasietes tolerados con disimulo o azuzados sin embozo por magnates y autoridades, como afiliados a la pandilla del nefando F u ego L e n ­ to [sigue a continuación una nota sobre este bandido que cantaba al tip le mientras sus víctimas eran azotadas en su presencia]... un coco que el partido conservador zipaquireño tenía a la van­ guardia para los casos en que se viera un poco apurado.

De estos conservadores se dice que en 1861 asfixiaron a sus contrarios con chalecos de cuero crudo. Los indios de la localidad, un potencial político errático pero, algunas veces, poderoso, fue­ ron dirigidos a mediados del siglo pasado por el “Dr. Eduardo Gu­ tiérrez, o por otro nombre el indio Eduardo, avispa intolerable en política, y con resabios rabulescos, tenía grandes entronques, principalmente de raza, con las comunidades, de cuyos intereses se preciaba de ser patrono”. El patronazgo federal directo estuvo representado en Zipaqui­ rá por los trabajadores de las salinas, desesperados dependientes con un elaborado sistema para vivir a costa ajena y una pésima reputación local. Los elementos liberales del pueblo — “había una Sociedad Democrática apreciable— cuando tuvieron el poder, cho­ caron con el campesinado conservador de los alrededores — el in­ dependiente y numeroso orejón de la Sabana— . Un gobernador

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conservador admitió en 1854 que aunque éstos eran “amigos” no podía ejercer ningún control sobre ellos8. La descripción clásica de esta situación en las mesetas cen­ trales, la parte más densamente poblada del país, se encuentra en la monografía de Rufino Gutiérrez, un inspector del gobierno conservador que escribió después de la Regeneración, la reacción conservadora de 1885. La reproduzco totalmente, puesto que se trata de un intento hacia una descripción funcional, lo cual es muy raro para la época y el lugar, y consigue en un espacio redu­ cido tratar brevemente sobre muchos aspectos del problema. Permítanos el señor Secretario que le manifestemos cuáles son, a nuestro juicio, las causas eficientes de ningún progreso m ate­ rial e intelectual de casi todas las poblaciones de la Sabana, cer­ canas a la capital; pero no se crea que al hacer enumeración de estas causas es porque las hayamos encontrado todas en el Dis­ trito de que tratamos: siendo ésta la primera relación que hace­ mos de los pueblos pequeños que hemos visitado, aprovechando la ocasión para darle cuenta de nuestras observaciones genera­ les, lo que quizá no podamos hacer otro día por cualquier cir­ cunstancia. También advertimos que hacemos apreciaciones ge­ nerales y que prescindimos en absoluto de algunas honrosísimas excepciones que podrían presentársenos en todos y cada uno de los pueblos de esta meseta, de vecinos patriotas, desinteresados y llenos de todo linaje de virtudes cívicas y privadas: ya que ellos no han sabido o no han querido imponerse en sus respectivos pueblos en beneficio del común, que sufran la pena de verse en­ vueltos en la apreciación general que se hace de sus conciudada­ nos. Puede dividirse el vecindario de cada Distrito en tres secciones o clases sociales: la . 2a.

Los grandes capitalistas. Los propietarios menores.

3a.

Los proletarios (los indios).

La primera clase se compone de gente domiciliada en Bogotá, que tiene valiosas haciendas en la Sabana, manejadas por un mayordomo, y que visita una o dos veces por semana, cuando va a pedir cuentas al administrador y a tomar noticia del estado de sus hatos, sementeras y cercos; para quienes es indiferente el progreso moral y material del poblado. Estos vecinos, por sus relaciones en la capital y por su posición pecuniaria, son a me-

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nudo nombrados Alcaldes o Concejales del Distrito; no aceptan el primer cargo por no tomarse el trabajo de ir los días de mer­ cado a oír las demandas y a administrar justicia, y por temor de enajenarse la voluntad de los propietarios menores; pero sí ha­ cen valer sus influencias con el Gobierno para hacer nombrar autoridades a quienes pueden inclinar en favor de sus particu­ lares intereses en la composición de ciertos caminos, decisión de controversias, etc. Aceptan el cargo de Concejales para no concurrir a las sesiones sino cuando tienen noticia de que hay algo recaudado de la con­ tribución directa o del trabajo personal subsidiario, para hacer valer su poderoso voto en favor de la mejora del camino que in­ teresa a su hacienda. En elecciones no se mezclan, porque eso les aleja simpatías, y por consiguiente clientela en sus negocios. La instrucción pública les es indiferente porque sus hijos están en la capital en los colegios. El Cura es para ellos bueno cuando rinde parias. Sólo muestra interés por el pueblo, y entonces con entusiasmo, cuando tiene que reclamar contra algún desacato de las autoridades civiles o eclesiásticas de él. La segunda clase, más numerosa que la anterior, se compone de vecinos del Distrito, blancos, mestizos e indios, entre los que se ven familias numerosas, muchas de ellas ejemplares en todo sentido; pero generalmente de allí salen los tenorios de parro­ quia, corruptores de toda india que por su gracia se distingue de las demás: los g a m o n a les o caciques, gente despiadada, que es­ quilma a los infelices indios y abusa de ellos sin misericordia; los m a ton es, hombres de botella y revólver, que dan la ley en las chicherías de la comarca. De esta segunda clase, ignorante y escasa de nociones de moral, que es la conocida entre nosotros con el calificativo de orejon es, salen necesariamente las autori­ dades del Distrito. Un Alcalde o un Juez es entonces el favore­ cedor de las demasías de los de su clase, por temor o por relacio­ nes de parentesco y amistad, y un verdugo de los proletarios. Entre estos individuos hay estrechos vínculos de parentesco y amistad, por lo mismo que las familias son muy numerosas, y a veces también se dividen en bandos originarios de profundas rivalidades personales, de disensiones de familia o de diferen­ cias por intereses. Es una clase llena de envidia de las comodi­ dades de que disfrutan los grandes hacendados y de desprecio hacia sus inferiores. Mandan a sus hijos a estudiar pocos años a la capital, de los cuales resulta un noventa y cinco por ciento que sólo aprenden vicios cortesanos y malas costumbres, y que para sostener unos y otros se ocupan casi exclusivamente en suscitar litigios que arruinan a las familias y perturban la paz de los pueblos. Casi todos los individuos de esta clase viven en desmán-

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teladas casas, muchas de ellas incómodas para la habitación de la familia, pero con grandes departamentos para el servicio de las chicherías que en ellas tienen. De entre ellos surgen de cuan­ do en cuando notables soldados y jefes tan abnegados como en­ tusiastas. La tercera, compuesta de indios, nos cuesta más dificultad cla­ sificarla: no pueden compararse con los parias, con los ilotas ni con los gitanos, porque aquéllos carecen por completo del espíri­ tu de cuerpo que a éstos anima; son desventurados seres despro­ vistos de inteligencia, de educación, de instrucción moral y reli­ giosa y aun de buenos sentim ientos; sin aspiraciones; por quienes no se interesa nadie desde que el Gobierno español fue expulsado de esta tierra. Es esta una raza completamente ab­ yecta, que, tal vez por fortuna, va desapareciendo, debido a sus malos hábitos y a la falta de alimentación... Otra de las causas que hace que el número de indios disminuya es el reclutamiento: los indios, poco amigos del matrimonio, una vez que son engan­ chados en el ejército, casi nunca se casan; y las indias parece que prefieren una dependencia criminal a la honesta vida del matri­ monio. Otras muchas causas impiden el progreso de las poblaciones ve­ cinas a Bogotá, que es para ellas una bomba aspirante: casi todo joven de algunas aspiraciones o de mediana ilustración que en estos pueblos nace, viene a la capital en busca de mejor medio social y más amplio horizonte; y las muchachas, desesperadas por los malos tratamientos y peores ejemplos que reciben de sus padres, aprovechan la primera ocasión que se les presenta para huir de su lado y venir aquí a alquilarse en una casa o tienda o a entregarse a la prostitución. En estos pueblos tiene poco prestigio la autoridad, a causa de que en veinte años de una dominación odiosa para ellos, se han acostumbrado a mirar a las autoridades que se les han impuesto como enemigos a quienes sólo deben obedecer cuando la fuerza bruta les obliga a ello; así es que aunque las autoridades de hoy día son aceptables para el pueblo, sólo tienen en éste el propio prestigio personal9.

Gutiérrez describe lo que claramente no es una sociedad exactamente deferencial, pero muestra que no es únicamente la delicadeza lo que lleva al gran capitalista ilustrado a participar sólo moderadamente en los asuntos locales. Este protege sus in­ tereses sin definirse más de lo necesario; utiliza su influencia cuando lo necesita, a niveles más altos que los municipales. Tiene

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poder para conseguir lo que quiere en asuntos de contribución local, carreteras, y del “trabajo personal subsidiario”, pero para salvaguardar su posición renuncia a toda pretensión sobre el con­ trol minucioso de los asuntos municipales, una renuncia dictada en parte por el interés y en parte, parece, por el miedo: es mejor mantenerse en buenas relaciones con la segunda clase, “los ma­ tones, hombres de botella y revólver”. Debemos dejar un margen de exageración en las descripciones de Gutiérrez, pero también es necesario recordar que son muy escasas las fuerzas públicas, ejér­ cito o policía con las que podía contar un hacendado en esta época, por influyente que fuera. Tenemos aquí una estructura dual de poder, en que un magnate tiene poder de veto sobre algunos asun­ tos locales, y cierta influencia positiva en las esferas superiores, departamentales o nacionales, del gobierno, en la selección de un propietario menor en lugar de otro para un cargo local. Este poder tenía serios límites y era poco lo que el gobierno podía hacer para excluir a los dirigentes naturales del municipio de sus nombra­ mientos, puesto que necesitaba su apoyo electoral, y frecuente­ mente su apoyo militar. Pero el tipo de demarcación tácita descri­ ta por Gutiérrez reducía, en tiempos normales, la fricción entre el gran capitalista y las personas de menos importancia con cierto control sobre los asuntos locales. En tiempos de paz sus compen­ saciones incluían un ocasional douceur de la envidiada clase su­ perior, y en tiempos de guerra, las posesiones de esta clase esta­ ban a menudo enteramente a su merced10. La posesión de armas estaba muy extendida. Durante el pe­ ríodo federal, 1863-1885, el libre comercio de armas era una cuestión dispuesta por la Constitución: el texto de Rionegro es­ tipulaba el libre comercio de armas y municiones como parte del sagrado derecho de insurrección — sección 2, artículo 15, sub­ sección 15— : “La libertad de tener armas y municiones, y de hacer el comercio de ellas en tiempos de paz”. El objeto de esta, a veces realista, Constitución, era localizar las rebeliones más que permitirlas, y el efecto de esta disposición tenía sus límites naturales en la pobreza. No obstante, “cada comerciante pudo inundar el país de revólveres, puñales y sables, y de cápsulas, balas y pólvora, de suerte que todos los ciudadanos pudiesen proveerse de elementos de destrucción tan libremente como si

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se proveyeran de vestidos, alimentos y calzado... A más de los parques nacionales, cada Estado tenía el suyo, a costa de enor­ mes sacrificios, y cada caudillo su parque privado y oculto, cada pueblo sus medios de apelar a las arm as"11. Las fuerzas del Es­ tado eran muy escasas, y en tiempos de paz la Guardia Colom­ biana federal consistía en menos de mil hombres; no había po­ licía nacional. No es extraño que hubiera más de cincuenta rebeliones en estos veinte y tantos años. ¿Por qué se luchaba? Era difícil mantener la neutralidad en muchos de estos conflictos, porque los que no tenían ambiciones y los excluidos sufrían innumerables molestias a manos de los círculos que sólo podían mantenerse en el poder por medio de un rígido favoritismo, y algo más que molestias una vez empe­ zada la lucha: las técnicas de represión de un gobierno siempre tenían el efecto inicial de aumentar el número de sus enemigos en el campo de batalla. La cuestión religiosa verdaderamente despertó una fuerte sensibilidad en la guerra de 1876-1877. Pe­ ro, sobre todo, y más en el contexto del caciquismo, estaba la cuestión del patronazgo, incluso en estos “estados famélicos”. En el gobierno nacional había contratos de carreteras, tierras de la Iglesia y el Estado, resguardos, proyectos ferroviarios, pensiones y exenciones, el tribunal supremo, la aduana, las sa­ linas, los ministerios: Bogotá fue siempre una capital esencial­ mente administrativa. En los estados había aduanas menores, algunos monopolios locales, nuevamente tierra de la Iglesia, del Estado y de resguardo, carreteras, los tribunales menores, la creación, disolución y alteración de circuitos judiciales y límites municipales. El número de cargos y los sueldos de que estaban dotados no eran grandes, el cargo en sí no era más que una pequeña parte del botín. A nivel municipal el sueldo de un al­ calde era mísero, incluso en el contexto de la pobreza colombia­ na, y Colombia era, per cápita, uno de los países más pobres de América Latina. Es preciso emplear una balanza delicada para sopesar el valor que tenía para los hombres de la segunda clase de Gutiérrez el asumir el poder local, pero incluso empleándola, el sueldo en sí no constituía gran diferencia12. Para el cacique había otra lista: contenía el monopolio de be­ bidas, que era en muchas regiones una cuestión en gran parte

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local hasta muy entrado este siglo; la autoridad para multar; la dirección del trabajo personal subsidiario, que también sobrevivió hasta el siglo X X — era conveniente en ocasiones controlar el tra­ bajo que se hacía, y quién lo hacía— ; el control sobre el recluta­ miento, generalmente y justamente temido y que daba al que lo controlaba algo muy negociable; el control de los jurados, en aque­ llos lugares donde se experimentaba con ellos y, en general, de la influencia judicial. El gran número de abogados no es casualidad en un país donde la administración sigue el código pertinente, pero puede no seguirlo de una manera neutral. Estos son los as­ pectos más tangibles, a los que hay naturalmente que añadir en cualquier comunidad los menos tangibles — respeto, deferencia— , la seguridad de que otros no pueden hacerle a uno lo que uno puede estar tentado de hacer n los demás. En la Colombia del siglo XIX esta era con seguridad una certidumbre de mucho valor. Los liberales perdieron su posición predominante en 1885, en parte debido a que su sistema electoral había llegado a ser dema­ siado herméticamente simple13. La solución conservadora fue la rígidamente centralizada Constitución de 1886, que impuso a los votantes las condiciones de ser propietario y alfabeto y elecciones indirectas. La receta del presidente Rafael Núñez para la “paz científica” incluía también un ejército mayor y gendarmería, puesto que estos dos votaban también convenientemente, y si era necesario repetidas veces (“el expediente consiste en votar impa­ siblemente cuantas veces sea necesario”). Más importante, inclu­ so, era la máxima aproximación a la Iglesia, “un concordato de milagro”. Un conflicto no resuelto con la Iglesia había limitado seriamente el alcance del anterior dominio liberal. Antes de los años 1920, en que los buenos precios del café, el petróleo y los plátanos, la indemnización de veinte millones de dólares de Panamá y grandes préstamos del extranjero alteraron el equilibrio, el nexo entre los gobiernos central, departamental y municipal en tiempos de general pobreza gubernamental no es muy fuerte. Hay pocas obras públicas, pocas carreteras llegan ser algo más que una responsabilidad local, los monopolios departa­ mentales de licor eran a menudo sacados a concurso, y el general Reyes tuvo que abandonar los planes de monopolio nacional de­ bido a la resistencia departamental, en 1908. El aparato burocrá-

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tico de los departamentos era aún muy pequeño, sus fuerzas po­ liciales insignificantes: los departamentos tenían todavía poco que ofrecer al municipio, poco con qué amenazar, y debido a la misma debilidad de sus propios recursos el gobierno central per­ maneció de hecho mucho menos centralizado de lo que se deduce de la letra de la Constitución de 1886. La gran ventaja natural que tenían sus autores conservadores era el apoyo clerical, rela­ tivamente disciplinado, abierto, institucional y constitucional. La Iglesia se recobró de los ataques de los años 1860 con sor­ prendente rapidez; en algunos lugares el fanatismo local había si­ do protección suficiente, y los radicales más prudentes del tipo de Manuel Murillo Toro deseaban eludir toda provocación innecesa­ ria14. A principios de la década de 1880 la meseta fue escenario de misiones muy activas que reorganizaron a los fieles a nivel local, restablecieron gradualmente y redistribuyeron el diezmo, una ta­ rea realizada sin el apoyo del Estado. Estas misiones eran algunas veces hostilizadas — "[una] voz infernal... se oyó diciendo, ¡Abajo el fraile autor de todos estos hechos!”— , pero esta era en su mayo­ ría una región creyente y bien catequizada. Los curas no vacilaban en instruir a los ricos sobre sus deberes, e incluso nombraban por escrito a absentistas reacios a colaborar o indiferentes: "Ricos pro­ pietarios que se llaman cristianos... stulLoruin infinitus est nume­ ras, el peruersi dlficile correguntur"u\ Excepto en la provincia de Antioquia, no había una relación muy próxima entre la élite laica y la Iglesia por debajo de la jerarquía. El alto mando conservador sin duda acogía con gusto el apoyo clerical, y en 1890 lo reforzaron con la vuelta definitiva de los jesuítas y con españoles importados de demostrada ortodoxia, pero no lo controlaban directamente y hay una ligera pero persistente corriente de inquietud en los cír­ culos oligárquicos con relación al oscurantismo clerical10. No obs­ tante, durante los cuarenta y cinco años que van de 1885 a 1930, la Iglesia fue el brazo electoral de los conservadores. El liberalismo ora pecado: las pastorales colombianas eran intensas e insistentes sobre este punto. El cura era frecuentemente la persona más in­ fluyente de la localidad — “frente a él, que representa la eternidad celestial y al mismo tiempo la perennidad burocrática, el alcalde es deleznable y efímero"— : “Al llegar a su parroquia un cura tur­ bulento, es como cuando sueltan un toro nuevo en la plaza, algo

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peor, porque con él no hay barrera que valga"17. En algunos mum cipios, Monguí, el valle de Tenza y otras zonas de minifundio, g zaban de un predominio casi absoluto. La guerra de 1899-1903 fue oficialmente la última guerra ci vil sufrida por la República; desde ese momento los conservadores concedieron una cierta representación a algunos liberales seiec tos y la mayoría del Partido Liberal concluyó que en la guerra el Gobierno probablemente vencería. A pesar de ello, el sistema era todavía propenso a la violencia, y el país estuvo al borde de la guerra en bastantes ocasiones posteriormente. En 1922 las divi siones de los conservadores fueron explotadas por una coalición liberal independiente y la situación se salvó por el uso a nivel local de la fuerza y un recurso general al fraude. Verdaderamente el gobierno central tenía ahora más medios a su disposición, los recursos congresionales y departamentales parecían mucho más formidables en manos conservadoras que el esquelético aparato de la época federal: había más monopolios centrales, más trenes, más poderosas “juntas de caminos”; el “trabajo personal subsidia­ rio", uno de los grandes i ocursos, desapareció: ahora el salario de un peón del departamento empleado en obras públicas era mayor que el de un alcalde. Hubo un gran aumento de patronazgo nacio­ nal, departamental y urbano debido a la indemnización de Pana­ má y los nuevos y sustanciales préstamos públicos a gran escala de los años veinte. El efecto inmediato fue hacer a las entusias­ madas regiones difícilmente manejables desde el punto de vista del presidente al hacerse sus representantes en el Congreso más reacios con respecto a los “auxilios” preelectorales. La tendencia según la cual las localidades llegaron a depender fiscalmente ca­ da vez más de las subvenciones del gobierno y los municipios cada vez más de los departamentos, había ciertamente comenzado; igualmente cierto es que tardaría mucho tiempo en aproximarse siquiera al centralismo previsto en el texto de la Constitución de 1886. Todavía existían poderosas y naturales fuerzas federalis­ tas. Núñez, el “Regenerador”, había querido pulverizar los anti­ guos estados soberanos y rehacer el mapa administrativo por completo, pero las fuerzas locales fueron demasiado vigorosas pa­ ra él, como lo fueron también para el presidente Reyes: todavía le era difícil al gobierno eliminar o remplazar un gobernador sólida-

I M il. PO D ER Y L A G R A M ÁT ICA

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establecido o un gran cacique, hombres como el general

Mnnjarrés en el Magdalena o el doctor Charri en el Huila. Hasta dónde llegaban los límites de control del Gobierno y hasta qué punto era todavía el sistema una federación de caciques, puede entreverse en las circunstancias que rodearon la caída del Partido