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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA Instituto Superior de Pastoral A vueltas con la parroquia: balance y perspectivas

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A vueltas con la parroquia: balance y perspectivas

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Instituto Superior de Pastoral

A vueltas con la parroquia: balance y perspectivas XVIII Semana de Teología Pastoral

Editorial Verbo Divino Avenida de Pamplona, 41 31200 Estella (Navarra), España Tfno: 948 55 65 11 Fax: 948 55 45 06 www.verbodivino.es [email protected]

Cubierta: Mercedes Navarro © Instituto Superior de Pastoral © Editorial Verbo Divino, 2008 © De la presente edición: Verbo Divino, 2013 ISBN pdf: 978-84-9945-799-4 ISBN (versión impresa): 978-84-8169-787-2 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

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Jesús Burgaleta Clemos (1939-2007) In memoriam

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Contenido

Presentación ............................................................. Antonio Ávila Blanco (director del ISP-UPSA)

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I PONENCIAS Nacimiento, desarrollo y evolución de la parroquia y de sus acciones pastorales........................................ Jesús Sastre García (profesor del ISP-UPSA)

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Realidad urbana y parroquia: análisis y contraste ...... José Ramos Domingo (profesor de la UPSA) José Luis Segovia Bernabé (profesor del ISP-UPSA)

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Teología/s subyacente/s a la parroquia ...................... Juan Pablo García Maestro (profesor del ISP-UPSA)

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La parroquia, vista desde una mujer con responsabilidades parroquiales ............................ Gotzone Meza Arancibia (religiosa dominica) Transformación del mundo rural y parroquia. Un desafío pastoral... ................................................ Rafael Núñez Pastor (cura rural, diócesis de Palencia)

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Movimientos de renovación parroquial en los últimos 40 años............................................... Eloy Bueno de la Fuente (profesor de la Facultad de Teología de Burgos) Los servicios pastorales que Internet puede ofrecer .... Juan Yzuel Sanz (director de “Ciberiglesia”)

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II MESAS REDONDAS Mesa redonda I Parroquia, vida religiosa, comunidades y movimientos: dificultades y posibilidades Una comunidad parroquial confiada a religiosos ....... José Antonio Álvarez (dominico, párroco de Nuestra Señora de Atocha, Madrid)

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Comunidad de grupos católicos Loyola ..................... Francisco Monteserín (jesuita, animador de los círculos)

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Parroquia, comunidades y movimientos .................... Francisco Garvía (párroco de Nuestra Señora de las Delicias, Madrid)

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Mesa redonda II Acciones pastorales y pastoral de conjunto Desde mi experiencia en Leganés ................................ José Mª Avendaño Perea (vicario general de la Diócesis de Getafe, Madrid)

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Mi visión de la parroquia hoy.................................... Ángel Matesanz Rodrigo (vicario episcopal, IV Vicaría, Madrid)

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Parroquia y pastoral de conjunto ............................... Faustino Alarcón Hortelano (párroco de San Basilio el Grande, Madrid) La parroquia urbana en la Arquidiócesis de México D. F. .......................... Carlos Ruiz y Alvarado (presbítero de la Arquidiócesis de México) Mesa redonda III Qué dificultades tienen los laicos: posibilidades y sueños Más que sueños, “conformidades” ............................. Alberto Rodríguez Gracia (ex presidente nacional de Justicia y Paz) Necesidad de un relevo generacional ......................... Adriana Sarriés (parroquia Santo Tomás de Villanueva, Madrid)

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Dificultades y expectativas ......................................... 371 Cristina Manteca Prieto (parroquia Santa María del Camino y la Palabra, Madrid) III GRUPOS Trabajo de grupos....................................................

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Presentación

Cuando ya estaban preparados los originales para ser enviados a la editorial y solamente quedaban por redactar estas líneas de presentación, los que formamos esta gran familia del Instituto de Pastoral de Madrid nos sentimos estremecidos por la noticia de la muerte de Jesús Burgaleta. Escribo estas líneas aún desde el aturdimiento por el acontecimiento, la tristeza de la separación del compañero y amigo, y la esperanza del creyente. Los sentimientos se entremezclan y tejen esa tupida red de complejidades y contradicciones que somos los seres humanos. Los profesores del Instituto hemos creído un deber de justicia dedicar este volumen al profesor y amigo Jesús Burgaleta Clemos no sólo por la coincidencia en el tiempo de su partida con la edición de estas páginas, sino por su mismo contenido: “A vueltas con la parroquia, XVIII Semana de Teología Pastoral”, que tanto debe a las aportaciones de Jesús. Él fue uno de los que, cuando estábamos barajando posibles temas, hizo que la balanza se inclinara en la elección de la parroquia como objeto de estudio y reflexión de la Semana. Él participó, también, en el equipo organizador del programa y en la elección de los ponentes y de los miembros de las mesas redondas. Sus sugerencias influyeron en su orientación y realización. Y, una vez más, en medio de una crisis de su enfermedad, diseñó las oraciones 11

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y la liturgia que pudimos gozar y celebrar todos los participantes. Su mano débil de salud, pero muy firme de coraje y de convicción, nos acompañó de forma discreta en aquellos días de los que este volumen da constancia. Todo ello ha hecho que sintamos la necesidad de convertir esta publicación en un gesto agradecido por su colaboración a las 18 Semanas de Teología Pastoral ya realizadas y por su dedicación al Instituto Superior de Pastoral de Madrid a lo largo de 40 cursos académicos. Creemos que con ello no hacemos sino recoger el sentir de todos los que estos días nos han expresado sus sentimientos de condolencia y amistad. Volviendo al contenido de la Semana, cabe preguntarnos: ¿A vueltas con la parroquia? ¿Otra vez a vueltas con ella? ¿No es éste un tema agotado tanto en la reflexión teológico-pastoral como en su práctica? Algunos consideran que sí, que éste es un tema cerrado o que se debería cerrar. Y piensan así porque consideran que las reformas que el Concilio Vaticano II propuso a esta realidad pastoral que es la parroquia y su actualización ya alcanzaron sus objetivos de renovación. Algunos incluso ponen fecha a esta consecución: el año 1989, en el que se llevó a cabo el Congreso “Parroquia evangelizadora”, promovido desde la Conferencia Episcopal Española. Para éstos, este Congreso fue el punto final de la recepción del Concilio en lo que a la parroquia se refiere. El hecho es que desde entonces hasta hoy pocos foros de reflexión y de debate se han abierto sobre la parroquia. Otros creen que la parroquia es un tema cerrado, pero en este caso por razones muy distintas. Consideran que la parroquia ha perdido la importancia que tenía antes del Concilio e incluso la actualidad y la 12

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vigencia que tuvo en el postconcilio, cuando su presencia en barrios y en pueblos suponía una forma nueva de presencia. Una presencia siempre evangelizadora y solidaria. Para éstos, los intentos de renovación han pinchado en hueso. No se puede echar vino nuevo en odres viejos. El futuro de la Iglesia hay que buscarlo fuera y al margen de la parroquia, que es una estructura caduca, lastrada por el juridicismo, el sacramentalismo y la rutina. Por último, otros muchos siguen considerando válida esta realidad pastoral y su acción, aunque con una valoración que no está exenta de crítica y de autocrítica. Siguen trabajando en ella e intentan su transformación con vistas a responder a los importantísimos cambios sociales y a las nuevas necesidades eclesiales. Consideran que la parroquia no es una institución muerta, ni lo son la reflexión y el debate sobre su futuro. Sienten que sigue siendo necesario abrir espacios para este reflexión y este debate y continuar dando vueltas a la parroquia, y esto en un contexto de transformación social y eclesial tan importante como el que se está dando en nuestro momento presente. La XVIII Semana de Teología Pastoral, que se celebró en Madrid del 25 al 27 de enero de 2007, ha pretendido volver a abrir la reflexión y el debate sobre la parroquia desde su mismo origen. El libro que tengo el gusto de presentar recoge en toda su extensión los textos de las ponencias, de las mesas redondas y de las oraciones. En ellas se analizaron la historia de la parroquia, sus orígenes y evolución; los retos que supone para ella la ciudad, la importancia de la teología y la eclesiología subyacente y su influencia en los múltiples intentos de renovación... En la necesaria reformulación de la parroquia se pasó revista a experiencias en el extranjero (México D.F.) 13

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y a otras que se vienen desarrollando en diversas diócesis (unidades pastorales, formas de presencia en el mundo rural, parroquias encargadas a religiosas, encomienda pastoral a laicos, utilización de las nuevas tecnologías...). En todo el proceso, desde la misma gestación de la Semana y, más tarde, en el aula en la que se desarrolló, se hicieron presentes posturas muy variadas y plurales. Tampoco estuvieron ausentes las voces de los que consideran que la parroquia es incapaz, sobre todo en su forma actual, de responder a los retos presentes y a los que intuimos como posibles en el futuro. Probablemente, algunos de los participantes que podían considerar que la reflexión sobre la parroquia era un tema cerrado y agotado, tras el desarrollo de la semana consideren que es un tema más bien silenciado, porque el mismo devenir de las sesiones nos hizo caer en la cuenta de que cuando se plantea de nuevo sigue levantando pasiones, ricos diálogos, no pocas reflexiones y un buen abanico de sugerencias. Antonio Ávila Blanco Director del ISP-UPSA

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I PONENCIAS

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Nacimiento, desarrollo y evolución de la parroquia y de sus acciones pastorales Jesús Sastre García Profesor del Instituto Superior de Pastoral-UPSA

La valoración de la evolución histórica de la parroquia es el primero de los temas de la XVIII Semana de Teología Pastoral. De alguna manera, nos toca hacer el marco y poner las bases para que las siguientes intervenciones desarrollen aspectos concretos. Aquí residen la dificultad y la ventaja de esta ponencia. No es fácil hacer un marco que se ha ido configurando a través de tantos siglos; al mismo tiempo, lo que no digamos en esta ponencia puede ser completado por las otras. Tres intuiciones me guían en el recorrido histórico: yo creo en la parroquia, la misión de la parroquia me parece insustituible e insuficiente, y la parroquia del futuro necesariamente ha de hacer una renovación en profundidad si quiere ser presencia cercana y significativa de la Iglesia1. 1 Al cumplirse el primer aniversario del fallecimiento del profesor Casiano Floristán, recordamos lo mucho que él aportó al estudio de la parroquia. A sus estudios nos vamos a referir a lo largo de esta exposición.

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Orígenes de la parroquia La institución parroquial nace como tal en los empeños evangelizadores del siglo IV. En el tiempo apostólico y en la vida de las primeras comunidades no vemos ningún elemento en el que poner el origen de la parroquia. En los tres primeros siglos, la Iglesia tuvo presencia fundamentalmente urbana por la configuración del Imperio romano y por la misma situación de los cristianos, muy limitados en movilidad2. “La parroquia surgió para adaptar la acción pastoral de la primitiva comunidad urbana a las zonas rurales recién evangelizadas. Desde sus comienzos se concibió como Iglesia local en una comunidad “extra muros”, a cargo de un presbítero, a diferencia de la diócesis, Iglesia local en una ciudad, a cargo de un obispo con su presbiterio y sus diáconos. A lo largo del tiempo se convirtió en institución jerárquica –fieles de un territorio en torno a un párroco– y en centro popular de servicios religiosos desde el nacimiento de una persona hasta su muerte”3. Los términos que utilizamos hoy no son los más apropiados para hablar de la Iglesia de los primeros siglos; a modo de ejemplo, no podemos distinguir con precisión las diferencias entre diócesis, parroquia y asamblea eucarística. Cuando el cristianismo se expande por el mundo grecorromano a partir del siglo III, necesita más organización, como podemos ver en dos instituciones pastorales profundamente significativas: el catecumenado y la liturgia penitencial. Lo que denominamos diócesis es una parroquia urbana, extensa, sin divisiones territoriales, en la que los 2 Cf. V. Bo, La parroquia, pasado y futuro, Paulinas 1978, 14; F. X. Arnold, “Hacia una teología de la parroquia”, en Mensaje de fe y comunidad cristiana, Verbo Divino 1962, 110-111. 3 C. Floristán, Para comprender la parroquia, Verbo Divino, 1996, 11.

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presbíteros realizan colegialmente su ministerio junto al obispo. Las comunidades episcopales, aunque tenían autonomía propia en la organización de la vida cristiana, se sentían en comunión unas con otras. Las “parroquias circunscritas”, que surgen por el motivo antes apuntado, eran visitadas por el obispo en días señalados; de esta manera, se mantenía la unidad inicial. En el siglo IV, estas parroquias empiezan a tener liturgia propia; el término “parroquia” se refiere primariamente a las parroquias rurales, pues las parroquias de ciudad aparecen bastante más tarde. En el campo existieron centros de misión y catecumenado; con el paso del tiempo, se convirtieron en parroquias cuando un presbítero se responsabilizó de la pastoral en una zona rural; con todo, estas parroquias siguen dependiendo de la sede episcopal, que está en la ciudad. A la comunidad encomendada al obispo se le llamaba ecclesia. En estos primeros siglos permanece viva la conciencia de que la Iglesia, en sentido bíblico, es paroikia; esto significa que los bautizados se sienten comunidad de creyentes que peregrinan (cf. Heb 11,13; 1 Pe 2,11), en cercanía los unos respecto de los otros y sin acomodarse (“extranjeros”) a este mundo (cf. Ef 2,19; 1 Pe 1,17). Con el Edicto de Milán, en el siglo IV, los cristianos son reconocidos como ciudadanos y se pueden mover libremente; esto favoreció grandemente la expansión del cristianismo y la creación de comunidades. El crecimiento de cristianos en las ciudades obligó también a dividir la gran comunidad urbana en comunidades más pequeñas a cargo de un presbítero4, que reciben el nombre de tituli 5; se trata de comunidades personales sin marcas territoriales. En ellas, los presbíteros celebran 4 Cf. C. Gerest, “En los orígenes de la parroquia”, en M. Brion y otros, Las parroquias. Perspectivas de renovación, Marova 1979, 95. 5 Son las insignias de los propietarios de las casas.

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la eucaristía, pero el resto de las acciones pastorales se desarrollan dentro de la unidad de la iglesia episcopal; el obispo visitaba las casas (tituli) y así se mantenía la unidad. Este movimiento incipiente llevó, con el paso del tiempo, al olvido del sentido teológico de la comunidad convertida en parroquia y al reforzamiento de los aspectos administrativos y jurídicos6. Se pierde la fuerza misionera y adquiere peso el aspecto sacramental. En las zonas rurales no se puede llevar a cabo la pastoral que se hacía en las ciudades. Esto, unido al desarrollo del bautismo de niños y a la decadencia de la liturgia penitencial, hace que se vaya perdiendo la unidad en torno al ministerio del obispo. “Surge así una forma de presbiterio, el rural, y unas nuevas iglesias, las rurales, en las que podemos encontrar más claramente el origen de nuestras parroquias. Este presbiterio depende directamente del obispo, y su tarea pastoral es controlada desde la ciudad. Pero está claro que el trabajo pastoral y la distancia van haciendo que este clero vaya adquiriendo cada vez más autonomía... Las parroquias rurales, primeras en existir, se ven más unidas con el obispo por las relaciones económicas y legales que por las de sus servicios y presencia”7. En el siglo V se hacen construcciones para las celebraciones; constaban de lugar de reunión, baptisterio, depósito de ayudas para los necesitados y residencia para presbítero. Los lugares de reunión en zona rural se llamaron vici, pagi o villae; son una especie de conventus minor en relación al conventus maior de las ciudades8. Este proceso de nacimiento y expansión de la parroCf. M. Payá, Parroquia, NDC, 1999, 1.749. J. A. Ramos, Teología pastoral, BAC, 1995, 329. 8 Cf. A. Houssiau, “Paroisse”, en Catholicisme, vol. 10, 1985, 672-688. 6 7

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quia es concomitante con la crisis del catecumenado; la generalización progresiva del bautismo de infantes afianzó el ser cristiano por nacimiento. Casiano Floristán resume esta etapa diciendo que el modelo fraternal de comunidad cristiana dio paso al “conglomerado social”, del domus ecclesiae se pasó a la ecclesia paroecialis (iglesia de masas). El paso siguiente se da cuando la Iglesia se configura en circunscripciones eclesiásticas siguiendo el modelo de las circunscripciones civiles. “Esta influencia ha hecho variar el centro de gravedad desde la comunidad hasta el territorio. En lugar de comunidades episcopales independientes (muchas), la Iglesia ha encaminado hacia diócesis extensas con comunidades presbiterales dependientes. Han sido los datos culturales y sociológicos, más que los teológicos, los que han llevado a esta situación”9. La construcción de grandes templos, la masificación y la territorialidad refuerzan los ritos solemnes, la oratoria sacra, el beneficio, la pérdida del sentido misionero y profético, y la importancia del poder en el ejercicio de la autoridad. En España, los concilios de Toledo fijaron las obligaciones y deberes de las parroquias creando un incipiente derecho parroquial. Entre los siglos VI y VIII aparecen claramente diferenciados dos tipos de pastoral. La pastoral rural, caracterizada por la relación jurídica y administrativa con el obispo, la creciente independencia en perjuicio de la comunión, la vinculación a los señores feudales y la situación social del clero en referencia al beneficio. La pastoral urbana manifiesta más la vinculación al obispo y la unidad en la pastoral, como se ve en el surgimiento de los cabildos, grupos de sacerdotes que viven en comunidad y atienden la catedral o la colegiata de las ciudades no episcopales. Con el paso del tiempo,

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J. A. Ramos, o. c., 329-330.

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también las ciudades se dividen en parroquias territoriales, se hace separación de bienes y se refuerza la vinculación del oficio al beneficio. El resultado es que la relación del obispo con las parroquias de la ciudad se configura de la misma manera que con las parroquias de las zonas rurales.

Evolución posterior de la parroquia La reforma carolingia (siglos VIII-IX) Fue un momento significativo en la evolución de la parroquia. El emperador Carlomagno dividió el Imperio en diócesis y parroquias. Las mismas circunscripciones territoriales eran administradas, al tiempo, por el poder civil y el eclesiástico; la coincidencia de la parroquia y el pueblo se ha extendido en todo el tiempo que ha durado el modelo de cristiandad. La reforma carolingia y la reforma gregoriana en el siglo XI buscan mejorar la vida espiritual y la unidad en torno a la dependencia jurídica del obispo frente a las injerencias de los señores feudales. A esta reforma debemos el establecimiento del “sistema beneficial” que regulaba rentas para el adecuado ejercicio de los oficios eclesiásticos. Con el paso del tiempo este sistema se deterioró de tal manera que llegaron a invertirse los términos: lo que surgió como “el oficio para el beneficio” terminó siendo el “beneficio para el oficio”. Este enfoque del ejercicio del ministerio ha perdurado hasta bien entrado el siglo XX; el canon 1409 de Código de Derecho Canónico de 1917 habla del “derecho a percibir las rentas anejas por la dote del oficio”. La reforma carolingia obligó a los obispos y párrocos a la residencia; indirectamente, esto influyó en el desarrollo del culto y de la función administrativa. Los 22

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párrocos tenían dos obligaciones ineludibles: administrar el beneficio de manera adecuada y atender la “cura animarum”. La referencia de los fieles comenzó a ser más el párroco que la comunidad de pertenencia. En estos siglos se van perfilando las obligaciones de los fieles parroquianos: deben cumplir con el precepto dominical, pagar diezmos y primicias, bautismo “quam primum”, entierro en camposanto, etc. Los fieles tienen que recibir los sacramentos y cumplir con las obligaciones propias en las parroquias, a las que pertenecen por circunscripción, no por libre elección. Las órdenes mendicantes entran en conflicto con este modelo por dos motivos: la predicación itinerante y los sacramentos celebrados en sus iglesias. El origen de este conflicto venía de antiguo por el llamado “derecho de patronato”, que regulaba la autoridad y el beneficio que algunos monasterios, cabildos e incluso cofradías tenían sobre algunas parroquias. Los concilios generales de los siglos XII y XIII denunciaron los abusos del sistema beneficial sin conseguir mucho fruto en su erradicación. El Concilio IV de Letrán y el Concilio de Trento completan los aspectos jurídicos de las parroquias que han llegado hasta nuestros días.

La reforma de la parroquia en el Concilio de Trento El decreto De reformatione (sesión XIV, 1563) habla de la parroquia como la unidad pastoral más importante, al tiempo que propone su reforma. Establece el principio parroquial por el que las diócesis se dividen en parroquias con párroco propio; el ejercicio del oficio del párroco conlleva también el control social en un contexto de cristiandad. Mantiene el sistema de beneficio, pero procura que primen los aspectos pastorales en el ejercicio de los ministerios; subraya la importancia de la 23

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formación religiosa de los cristianos, la catequesis preparatoria a los sacramentos, y la mejora del culto. Propició el aumento de parroquias y la obligación de residencia de los párrocos para una relación más cercana con los fieles. La reforma impulsó también un sistema complementario del beneficio, la “ofrenda” de los fieles (“portio congrua”) por los servicios cultuales prestados. Los “derechos de estola” y los libros parroquiales eran revisados por el obispo en las visitas pastorales. La creación de seminarios pretendió mejorar la formación de los futuros párrocos, y los sínodos diocesanos se preocuparon de mejorar la vida parroquial. La práctica sacramental va a ser lo fundamental de la vida parroquial; el párroco, ayudado por los coadjutores, va a ser el último y casi único responsable de todo, en detrimento del desarrollo y la participación de la comunidad de fieles. Para comprender la doctrina de Trento sobre el sacramento del orden conviene recordar el método que siguieron los padres conciliares: responder a las propuestas de los teólogos protestantes a partir de los textos de Lutero. La visión de la teología protestante sobre el sacerdocio se sintetiza en cuatro puntos: 1. El orden no es sacramento, sino oficio, y corresponde al pueblo por derecho divino instituir y destituir a los ministros. 2. Lo específico del orden es la predicación de la Palabra de Dios, y quien no predica no es sacerdote. 3. Todos los bautizados son igualmente sacerdotes, pero para poder ejercer el sacerdocio se precisa la llamada. 4. Los obispos no tienen el derecho de ordenar, y toda ordenación conferida por ellos es írrita10. 10

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El Concilio de Trento “propuso como materia de fe la existencia del ministerio eclesiástico instituido por Jesucristo, y como doctrina teológica enseñó la vinculación del sacerdocio a la eucaristía, y desde aquí enseñó de los presbíteros que son sucesores de los apóstoles en el sacerdocio y los diferenció de los obispos, que están en la Iglesia en lugar de los apóstoles”11. Esta comprensión de los presbíteros configuró la comprensión de la parroquia, el lugar de la comunidad de fieles y el desarrollo de las acciones pastorales. G. Alberigo ha estudiado la diferencia entre la parroquia tridentina y la parroquia reformada. Esta última se caracterizó por “su sentido comunitario, fundado sobre la teología del sacerdocio universal y alimentado por la participación en el cáliz y la ausencia de una jerarquía visiblemente estructurada”12. Este mismo autor afirma que, en el siglo XVI, algunos protestantes distinguían entre la “societas religiosa” (pueblo) y el “collegium pietatis” (comunidad creyente). En el mundo católico, al no asociar la idea de comunidad a la parroquia y predominar, en la práctica, los intereses económicos del beneficio, las parroquias grandes o mejor situadas evitaban la división; en consecuencia, para subsanar el problema de atender adecuadamente a un número grande de fieles, se procedió al nombramiento de coadjutores. El Concilio de Trento intentó que el aspecto de servicio propio del ministerio prevaleciera sobre el beneficio, pero en líneas generales no lo consiguió13. R. Arnau, Orden y ministerios, BAC, 2005, 156. G. Alberigo, “L’Église locale du seizième siècle à Vatican II”: La Maison Dieu 165 (1986) 58. 13 Cf. W. Croce, Historia de la parroquia, Dinor, San Sebastián 1961, 33-36. 11 12

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La parroquia en los siglos XVIII y XIX En estos siglos la parroquia sufrió la influencia del regalismo político y del josefinismo eclesiástico; la resultante de ambas fuerzas fue la configuración de los párrocos como tuteladores de los valores morales prevalentes y maestros del pueblo para conseguir que los feligreses a ellos encomendados fueran, al mismo tiempo, buenos cristianos y buenos ciudadanos. La pastoral busca la conformidad de los buenos creyentes con la situación política, social y económica propia de las monarquías católicas frente a los incipientes movimientos de emancipación en todos los campos de la vida humana. A finales del siglo XIX se toma conciencia, en algunos sitios, de la necesidad de renovación en la formación y misión del clero, de la importancia de los laicos en la acción pastoral y de la necesaria independencia de la Iglesia respecto de los poderes públicos. En la segunda mitad del siglo XIX se produce un intento de renovación de la teología pastoral como disciplina universitaria; con todo, no llegó a cuajar en la formación de los pastores. “Como disciplina, surgió en 1774, por real decreto de María Teresa de Austria, al aprobarse el plan de reforma de los estudios eclesiásticos formulado por el canonista benedictino Stephan Rautenstrauch. En España, el primer manual es de 1805; su autor es L. A. Marín y se titula Instituciones de teología pastoral o Tratado del oficio y obligaciones del párroco. Los manuales de pastoral buscaban la preparación de buenos pastores para que éstos formaran, a su vez, buenos ciudadanos y cristianos. La orientación de estos manuales era pragmática (consejos y recetas), y el pastor era considerado como servidor del Estado para tutelar y educar en los valores sociales vigentes, pues el Estado se constituía en servidor y protector de la religión. La teología pastoral católica ha pasado por varias etapas: 26

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comprensión pragmática (siglos XVIII y XIX), como acabamos de exponer; concepción histórica-salvífica, debido a su inspiración bíblica y kerigmática y por la consideración del sacerdote como colaborador de Cristo; con todo, le falta la óptica eclesiológica. La comprensión eclesiológica se debe a A. Graf, a mediados del siglo XIX, y a la influencia de la Escuela de Tubinga. Para A. Graf, la teología práctica surge de la reflexión o conciencia que la Iglesia tiene de sí misma al autoedificarse de cara al futuro. Un discípulo de A. Graf, J. Amberger, vuelve a clericalizar el enfoque de la teología pastoral al relacionar esta materia con el derecho canónico y presentar su objetivo como la adecuada formación del pastor para la recta administración de su oficio. La teología protestante ha hecho aportaciones valiosas al enfoque de la teología pastoral. Para Lutero, la experiencia que viene de la fe en Cristo crucificado es fundamental para evitar una teología especulativa. El objeto propio de la teología es la relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios; en este sentido, la auténtica teología es práctica, pues se centra en la experiencia de la fe y en la predicación de la Palabra de Dios. F. Schleiermacher (1763-1834) presenta la teología como ciencia en relación con la conducta de la Iglesia y divide la teología en sistemática, histórica y práctica. La teología práctica comprende el ministerio de la Palabra, el de la liturgia y el de la administración de la Iglesia según los tres oficios de Cristo profeta, sacerdote y rey. En la evolución posterior de la teología protestante se subraya que la Iglesia, y cada comunidad cristiana, es el sujeto y el objeto de la teología pastoral”14. La pastoral es reflejo de las ideas eclesiológicas de cada momento; en estos momentos, “tanto la eclesiolo-

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J. Sastre, Teología pastoral, NDC, 1999, 2.160-2.161.

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gía como la pastoral de la época se caracterizan por el poco nervio teológico. La cientificidad de ambas es muy pobre, y su teología, bastante restrictiva. Elementos fundamentales de la noción eclesial permanecen en el olvido”15. La parroquia como institución milenaria de origen rural ha heredado una pastoral de cristiandad; se constituye como “agregado o conglomerado social”; es institución territorial, centrada en la dimensión cultual, uniformadora desde una visión tradicional, dirigida por el clero y con autonomía económica16. Esta configuración de la parroquia ha impedido el desarrollo de una pastoral misionera, comunitaria, con proyecto asumido corresponsablemente y de incidencia en la transformación de la realidad. En términos generales, la visión de Trento ha estado vigente hasta el primer tercio del siglo XX. Así queda reflejado en el Código de Derecho Canónico de Benedicto XV, en 1917, al decir que la parroquia “es una parte territorial de la diócesis con su iglesia propia y población determinada, asignada a un rector especial como pastor propio de la misma para la necesaria cura de almas” (c. 216). Otros cánones que hablan de la parroquia son del 451-458 y del 1409-1488. Esta forma de entender la parroquia “se basa en una concepción canónica de la pastoral, sin dinamismo misionero, con carácter beneficial, donde prevalecen las asociaciones piadosas más que la asamblea cristiana, y con una fuerte autonomía respecto de cualquier otra instancia pastoral diocesana”17. Los cánones 451 y siguientes hablan de la parroquia como demarcación territorial en la que el párroco realiza los servicios de culto, catequesis y atención a los enfermos. La configuración de la parroquia es la de A. Ramos, o. c., 39. Cf. C. Floristán, Para comprender la parroquia, Verbo Divino, 1996, 19-22. 17 Ibíd., 16. 15 16

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una “institución clerical de servicios”; el Código de 1917 no hace ninguna referencia a la parroquia como comunidad. El tratado de la parroquia, el cometido de las visitas pastorales y las obligaciones, deberes y derechos de los párrocos están regulados por los canonistas18. Esta manera de entender la parroquia mantiene la visión de Trento e influye en la pastoral hasta el Vaticano II.

Intentos de renovación de la parroquia en la etapa preconciliar La renovación de la parroquia propiciada por el Vaticano II tiene su origen a partir de los años veinte, después de la Primera Guerra Mundial; una serie de movimientos preludian y anticipan los cambios posteriores. Repasemos brevemente las aportaciones de cada uno de estos movimientos.

El movimiento litúrgico Ayudó a que la parroquia descubriera su origen mistérico y comunitario, a valorar la Palabra de Dios y a la purificación de las devociones. En Alemania se acuña la expresión “misterio sacramental de la parroquia”. P. Parsch afirma en Viena en el año 1934: “El problema real de la parroquia reside en una comunidad parroquial viviente”. K. Rahner, en 1948, dice que la pastoral parroquial no es la única, y proclama el derecho al cristiano a integrarse en la comunidad que le parezca mejor. En España, esta renovación nos llegó tarde, pues la guerra civil interrumpió la renovación litúrgica que comenzó con el Primer Congreso Litúrgico en Montserrat 18

Cf. E. Fernández Regatillo, Derecho parroquial, Sal Terrae, 1951.

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(3-10 de julio de 1915), que profundizó en la importancia de la liturgia en la parroquia, la catequesis y la espiritualidad para poder mejorar la participación en las celebraciones19.

El movimiento misionero El comienzo de este movimiento de renovación está en la toma de conciencia del aumento de los no practicantes y de la existencia de un nuevo contexto social al que no llega la fe. Los movimientos especializados de Acción Católica tratan de dar una respuesta con la evangelización de unos y otros ambientes. G. Le Bras en 1931 hace una aportación importante al proponer el estudio científico de la realidad religiosa como paso previo a la evangelización; es el comienzo de la sociología religiosa20. Francia fue pionera en este sentido; en 1943 se fundó la Misión de París y en ese mismo año los consiliarios H. Godin e Y. Daniel publican La France, pays de mission?; se refieren a la “situación religiosa” de los obreros de París. Hacen una crítica dura a las obras parroquiales de perfil burgués y a las asociaciones que no consigan formar cristianos adultos. Indirectamente llegan a la siguiente conclusión: la parroquia sólo sirve para los católicos tradicionales, pues no llega a los no cristianos ni acoge a los convertidos por la misión. Parroquia y misión parecen contrapuestas. La parroquia obrera surge para tratar de superar esta dicotomía desde el planteamiento de la parroquia en clave de comunidad encarnada y comprometida en el contexto

19 Cf. C. Floristán, “Le renouveau liturgique en Espagne”: La Maison-Dieu 74 (1963) 109-127. 20 Sobre este autor hizo C. Floristán su tesis doctoral La vertiente pastoral de la sociología religiosa, Eset, Vitoria 1960.

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social. La sociología de la misión llevó a descubrir y revindicar la importancia del laicado y de la corresponsabilidad. En Besançon (1946) y Lille (1948) tuvieron lugar dos congresos con estos títulos: “Parroquia, cristianismo comunitario y misionero” y “Estructuras sociales y pastoral parroquial”. La ponencia de Y. Congar sobre la “Misión de la parroquia”21 ayudó a abrir el horizonte de los liturgistas alemanes al poner en relación la parroquia con los acontecimientos y situaciones sociales. “La parroquia es el ámbito de generación y de formación del ser cristiano” (Y. Congar). La parroquia rural fue tratada por F. Boulard, “Problemas misioneros de la Francia rural” (1945). El movimiento misionero de renovación fue recogido en tres cartas pastorales del cardenal Suhard22. Esta reflexión nueva en método y contenidos llevó a la afirmación de que la parroquia es insuficiente para poder realizar la acción misionera, pues la eficacia de la misión conlleva el proceder por ambientes teniendo como referencia lo urbano en toda su amplitud y complejidad. El buen funcionamiento exige coordinación entre los movimientos y entendimiento con la comunidad. “Sin olvidarnos del catecumenado, punto de encuentro entre la asamblea cultual viva y el ejercicio de la misión. Pretender que la parroquia sea misionera sin revisar a fondo su estructura es plantear una pastoral urbana con mentalidad rural o considerar la ciudad como federación de barrios, lo cual resulta ingenuo e inexac21 Y. Congar, “Misión de la parroquia”, en Sacerdocio y laicado, Estela 1964, 155-182 (original de 1948); cf. G. Michonneau, Parroquia, comunidad misionera, DDB, Buenos Aires 1945; No hay vida cristiana sin comunidad, Estela, 1961. Este autor desarrolló el tema de la comunidad de acogida. 22 Cardenal Suhard, Essor ou déclin de l’Églîse (1947), Le sens de Dieu (1948), Le prêtre dans la cité (1949).

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to. El dilema era claro: o parroquia comunidad misionera, o abandono de dicha institución”23. Este movimiento de renovación tuvo dificultades en su expansión debido a la prohibición en 1959, por la Santa Sede, de los sacerdotes obreros, la visión negativa de esta experiencia que da la novela de G. Ashon Les Saints vont en enfer (París, 1952), y la iniciativa del P. Montuclard “Jeuneusse de l’Église”, que criticaba la misión y hacía propuestas más revolucionarias que evangelizadoras en su obra Les événements et la foi (Seuil, París 1951).

El cuestionamiento de la parroquia de “obras” La parroquia de obras supuso una apertura de la parroquia exclusivamente centrada en lo eclesial. En los locales parroquiales se empezaron a realizar una serie de actividades culturales, recreativas, sociales, etc., para poder llegar a niños, jóvenes, mayores, marginados, etc. Estas obras realizaron una labor de suplencia ciudadana y de convocatoria para posteriormente poder educar en la fe a los que a ella acudían con una intención no específicamente religiosa. El párroco añade a sus funciones tradicionales la de coordinar de forma dinámica todas estas actividades. “Con un profundo instinto de defensa, la parroquia de obras protege a ciertos grupos de feligreses, pero no resuelve el apostolado de la gran ciudad, no promueve una fe adulta, ahuyenta a las generaciones jóvenes, no toma en serio la realidad del mundo y celebra un culto mortecino, aunque a veces fastuoso, para personas mayores de cuaren23 C. Floristán, o. c., 26. Cita Casiano Floristán que en la década de los cincuenta apareció un letrero en la puerta de una parroquia de los suburbios de París con este texto: “Cerrada a causa de la misión“.

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ta años y menos de catorce, predominantemente burgueses. Los esfuerzos desarrollados en este tipo de parroquias han resultado escasamente eficaces. Obviamente, este tipo de parroquia pasa inadvertida en la gran ciudad. Las clases sociales más dinámicas, como la obrera y la intelectual, permanecen al margen de lo parroquial. Casi todos los movimientos más vitales crecen fuera de la parroquia”24. Los servicios pastorales se ofrecen a modo de “mercadillo” donde se puede ver y escoger, pero no fomentan el sentido comunitario de la fe; este tipo de obras no llega a determinados ambientes que están al margen de la parroquia, así como a los movimientos sociales empeñados en la transformación de la realidad. A pesar de esta crítica, la parroquia de obras ha tenido un efecto positivo: la movilización de laicos profesionales en el ámbito parroquial, provenientes de movimientos apostólicos25.

Renovación eclesiológica de la parroquia La parroquia se empezó a ver como la expresión del ser y el hacer de la Iglesia en un lugar concreto. La parroquia “es la primera comunidad de vida cristiana en la Iglesia de Jesucristo”; es “comunidad en torno a la fe, la oración y la caridad” (cardenal Montini)26. La parroquia se ve como “célula viva” de la Iglesia institución que visibiliza el Cuerpo de Cristo y lugar donde se vive la fe. Este nuevo enfoque lleva a comprender la pastoral de la paC. Floristán, o. c., 27. Cf. J. Delicado, Parroquia y laicado. Sugerencias para una colaboración de los seglares después del concilio, Ed. A. C., Madrid 1974. 26 Palabras del cardenal Montini a los participantes italianos en una semana sobre la parroquia. Texto en La Maison-Dieu 36 (1953) 9-13. 24 25

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rroquia en relación a la triple acción eclesial: la palabra, la liturgia y la caridad enmarcadas en la pastoral de conjunto27. En época preconciliar se aplicó a la parroquia la eclesiología de la Iglesia local; tres teólogos sobresalen en este empeño: Y. Congar, F. X. Arnold y K. Rahner28. “En definitiva, se trataba de aplicar a la parroquia la eclesiología de la Iglesia diocesana (Rahner), al mismo tiempo que influía en la parroquia la concepción de una pastoral orgánica (Arnold), sin olvidar su apertura al mundo de la ciudad (Congar). Desde 1963 se comienza a utilizar en la reflexión teología y en escritos pontificios lo que se llamó “teología de la parroquia”. La parroquia se concebía como comunidad de fe, de culto y de caridad”29. Prueba de este descubrimiento de gran alcance teológico y pastoral son las semanas y congresos sobre la parroquia de 1953-1963. Los franceses ya habían tratado este tema en 1946 y 1948; los austriacos y canadienses, en 1953; los italianos en 1954; los españoles, en 1956 (Zaragoza). Desde entonces se han celebrado en España las siguientes Semanas Nacionales de la Parroquia: Sevilla (1960), Barcelona (1962), León (1967), Madrid (1974), Madrid (1988). Los portugueses celebraron en 1986 el primer coloquio nacional de parroquias sobre la corresponsabilidad. Se han celebrado quince Coloquios Europeos de Parroquias entre 1961 y 198230. 27

Cf. A. Ryckmans, La parroquia viviente, DDB, 1953 (original de

1950). 28 Cf. Y. Congar, “Misión de la parroquia”, o. c.; F. X. Arnold, “Hacia una teología de la parroquia”, en Mensaje de fe y comunidad cristiana, Verbo Divino, 1962, 107-139 (original de 1953), y K. Rahner, “Teología de la parroquia”, en K. Rahner (ed.), La parroquia. De la teoría a la práctica, Dinor, San Sebastián 1961, 35-51 (original de 1956). 29 C. Floristán, o. c., 27; cf. La parroquia, comunidad eucarística, Marova, 1964 (la redacción es de 1959). 30 Para más información, ver C. Floristán, o. c., 28.

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Una consecuencia del nuevo enfoque teológico de la parroquia es la importancia que cobra desde entonces el aspecto comunitario de la misma. En la década de los sesenta aparecieron los primeros estudios que atribuían la situación crítica de la parroquia a la falta de comunidad. Los sociólogos de la parroquia en estos años llegan a la conclusión de que la parroquia existente no es comunidad, sino “conglomerado o aglomerado social”31. Los estudios realizados hablan de la parroquia como grupo “formalmente organizado” (C. I. Nuesse, 1951), “sistema social” (J. B. Schuyler, E. Colomb, O. Schreuder, 1961), “unidad social” (J. H. Fichter), “forma social” (J. Schasching y R. Lange, 1963). Casiano Floristán, relacionando todos estos datos, llega a la siguiente conclusión: “Frente a una parroquia equivalente a masa cultual de fieles sin reciprocidad interpersonal y sin compromiso social exterior, el movimiento de renovación eclesial ha puesto de relieve la comunidad. El Vaticano II, impulsor de la Iglesia local –también llamada particular o peculiar–, entiende la parroquia como coetus fidelium (SC), communitas christiana, paroecialis (CD) o ecclesialis (PO). Después del concilio surge el fenómeno de las comunidades eclesiales de base, reconocido por el sínodo episcopal de 1974 como uno de los ‘signos de los tiempos’. También puede añadirse a la renovación comunitaria de la parroquia la aportación de la catequesis de adultos y el catecumenado como reiniciación cristiana de bautizados y camino de formación de comunidades... La tesis alemana del 31 Cf. Síntesis de artículos de H. Carrier y E. Pin sobre “La sociología y la pastoral urbana”: Selecciones de Teología 11 (1964) 189-196. También puede consultarse el libro de estos autores La paroisse se cherche, Biblica, Brujas 1963. Capítulo de N. Greinacher “Soziologie der Pfarrei”, en K. Rahner y otros, Handbuch der Pastoral-theologie, Herder, Friburgo de Br. 1968, III, 111-139.

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Pfarrprinzip, a saber, toda la pastoral es primordialmente parroquial, volvería a campear de nuevo, aunque no con los horizontes estrechos de algunos canonistas antiguos ni con la visión pastoral reducida de los liturgistas renovadores”32. La renovación de la parroquia es deudora, una vez más, de la renovación de la teología pastoral. “La renovación más reciente de la teología pastoral en el ámbito católico se debe a C. Noppel, que en 1937 publicó Aedificatio Corporis Christi; su visión es eclesiológica, y añade una tercera parte a la teología pastoral: la misión, en la que el laico tiene un lugar importante por el bautismo y la confirmación. F. X. Arnold, en los años cuarenta, define la teología pastoral como “teología de las acciones eclesiales”. P. A. Liégé, en Francia, tiene el mismo enfoque, al presentar la teología pastoral como la “reflexión sistemática sobre las diversas mediaciones que la Iglesia realiza para la edificación del cuerpo de Cristo”. La fundamentación cristológica, eclesiológica y de unidad de misión sitúa a la teología pastoral en el lugar teológico que le corresponde por su propia naturaleza. La renovación de la teología pastoral se sitúa en el marco de la renovación de la teología realizada por el Vaticano II. Ya en los años anteriores al concilio se veía la necesidad de trabajar: una formulación espiritual de la teología (J. González Arintero), una teología predicable (escuela kerigmática de Innsbruck y J. A. Jungmann), la no separación de la teología y la liturgia (O. Casel) y la relación entre la teología y las realidades temporales. El Vaticano II desarrolló estas intuiciones y logros, que hasta entonces eran intentos parciales”33. 32 33

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C. Floristán, o. c., 29. J. Sastre, Teología pastoral, NDC, 1999, 2.161.

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La parroquia en el Vaticano II El Vaticano II en unos pocos textos nos ofrece una teología breve, pero fundamental, sobre la parroquia. A ellos nos remitimos para ver sus principales aportaciones.

La parroquia representa a la Iglesia universal Cuando Juan Pablo II dice: “Ella [la parroquia] es la última localización de la Iglesia; es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive en las casas de sus hijos e hijas” (ChL 26), está recogiendo el siguiente texto conciliar: “Como no le es posible al obispo, siempre y en todas partes, presidir personalmente en su iglesia a toda la grey, debe por necesidad erigir diversas comunidades de fieles. Entre ellas sobresalen las parroquias, distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo, ya que de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe. De aquí la necesidad de fomentar teórica y prácticamente entre los fieles y el clero la vida litúrgica parroquial y su relación con el obispo. Hay que trabajar para que florezca el sentido comunitario parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa dominical” (SC 42). En cierto sentido, es una recuperación del modo de entender la pastoral en la Iglesia de los primeros siglos. “La parroquia presenta el modelo clarísimo del apostolado comunitario, reduciendo a la unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran e insertándolas en la Iglesia universal” (AA 10). “Viviendo el pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes” (AG 37a). Estos textos vienen a 37

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decirnos que la parroquia es la Iglesia localmente presente en su “catolicidad esencial”; es decir, la parroquia es “la realización más concreta de la Iglesia en un lugar” (Casiano Floristán). En este aspecto, como en otros, la definición de las cosas ha dado por supuesto que éstas existen; en consecuencia, no hay que desencadenar procesos para llegar a ser, sino acciones que alimenten y sostengan lo ya existente. En esta carencia encontramos también las pistas de renovación de la parroquia.

La parroquia es parte de la diócesis La parroquia únicamente puede ser comprendida dentro de la diócesis denominada Iglesia local (Vaticano II) o Iglesia particular (cc. 368-369). El decreto AG llama a la parroquia “célula de la diócesis” e invita a los laicos a que “cultiven sin cesar el afecto a la diócesis, de la que la parroquia es como una célula, siempre pronta a aplicar también sus esfuerzos en las obras diocesanas a la invitación de su pastor. Más aún, para responder a las necesidades de las ciudades y de los sectores rurales, no limiten su cooperación dentro de los límites de la parroquia o de la diócesis; procuren más bien extenderla a campos interparroquiales, interdiocesanos, nacionales o internacionales, sobre todo porque, al aumentar cada vez más la emigración de los pueblos, el incremento de las relaciones mutuas y la facilidad de las comunicaciones, no permiten que esté cerrada en sí ninguna parte de la sociedad” (AA 10). Las parroquias se entienden como “partes distintas” (c. 374,1) de la diócesis en virtud del principio de territorialidad (c. 518); esto explica que las parroquias no tengan todos los ministerios y carismas que se encuentran en la diócesis. El Código reconoce la exis38

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tencia de parroquias personales “en razón del rito, de la lengua o de la nacionalidad de los fieles de un territorio, o incluso por otra determinada razón” (c. 518). “¿No podría ser esa “determinada razón” la razón estrictamente comunitaria, sin que prevalezca la exigencia territorial?”34. Sin duda alguna, la “razón comunitaria”, sin suprimir la referencia territorial, ayudaría a la renovación de la parroquia al subrayar el aspecto comunitario como el fundamental para precisar la pertenencia y la referencia del fiel cristiano a una parroquia.

La parroquia es comunidad de fieles El subrayado se pone en que la parroquia es comunidad de fieles que se reúne para la eucaristía, da testimonio del Señor resucitado y trata de evangelizar a los hombres y mujeres de su entorno. La vida comunitaria sólo es posible si los miembros tienen una fe personal y madura. El futuro de la parroquia dependerá, en buena medida, de que sea comunidad de fieles; para ello hay que empezar porque una o varias pequeñas comunidades sean las que animen a la institución parroquial. “Las pequeñas comunidades que no se contraponen a la estructura parroquial o diocesana deben ser inscritas en la comunidad parroquial y diocesana de manera que sean en medio de ellas como el fermento del espíritu misionero” (Sínodo de Obispos de 1971). “La parroquia es, en cierto sentido, el modelo de la comunidad de base de la Iglesia” (Juan Pablo II a los cuaresmeros de Roma en 1993). “La parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es “la familia de Dios animada por el Espíritu de unidad”, “es la comu34

C. Floristán, Parroquia, NDP, San Pablo, 2002, 1074.

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nidad de fieles”. En definitiva, la parroquia está fundada sobre una realidad teológica porque ella es una comunidad eucarística” (ChL 26 b). Teniendo en cuenta este nuevo enfoque teológico de la parroquia y pensando en la formación de los pastores, se elaboran nuevos textos de teología pastoral. “En la etapa postconciliar es K. Rahner quien coordina la elaboración de un manual de teología pastoral subtitulado Teología práctica de la Iglesia en su presente. Presenta la teología pastoral como una disciplina teológica autónoma, cuyo objeto es la Iglesia; desarrolla los fundamentos de la acción pastoral desde una eclesiología existencial, y termina proponiendo criterios para la renovación pastoral. El manual de teología pastoral (Handbuch der Pastoraltheologie), editado por F. X. Arnold, F. Klostermaun, K. Rahner, V. Schurr y L. M. Weber, en seis volúmenes, entre 1964 y 1972, es el primer gran intento para presentar la teología pastoral como saber teológico con rango universitario. Parte de una eclesiología existencial, pues el estudio teológico de la situación de la Iglesia aparece como la base de la teología pastoral. El objeto material de la teología pastoral es la acción teándrica de la Iglesia, es decir, toda la vida de la Iglesia (miembros, funciones, acciones y estructuras). El objeto formal viene dado por la situación concreta en que se encuentra la Iglesia, como ámbito donde es posible la historia de salvación sin polarizaciones ni reduccionismos. El método es deductivo –inductivo y antropológico– teológico al tiempo. Las carencias de este enfoque han estado en la identificación de lo cristiano con lo eclesial y en el poco espacio dado a los datos socioeconómicos y socio-políticos a la hora de hablar de la autorrealización de la Iglesia en el mundo. Con todo, sus aportaciones han sido enormes y definitivas en el enfoque actual de la teología pastoral. La teología de la liberación ha hecho aportaciones muy valiosas a la teo40

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logía pastoral al recuperar la dimensión política de la fe, la perspectiva del pobre, la relación entre fe comprometida y reflexión teológica, y la centralidad de la caridad en la vida cristiana”35.

La parroquia en la etapa postconciliar En la etapa postconciliar se hicieron muchos esfuerzos de renovación de la parroquia según las claves teológicas dadas por el Vaticano II; también la institución parroquial fue contestada por las carencias que tenía, el peso del pasado y la dificultad para renovarse según la nueva eclesiología en una sociedad en cambio. La suma de estos elementos “parecía invalidarla para ofrecer una experiencia viva de la Iglesia como comunidad misionera”36. “Ella cuenta su historia por siglos, durante los cuales ha soportado las vicisitudes más azarosas y diversas. Y las sigue soportando. Recientemente alguno, ante los nuevos problemas de urbanismo y del anonimato de la gran ciudad y ante la nueva y aguda conciencia de la libertad personal de los creyentes, pensó que esa capacidad de resistencia de la parroquia estaba ya prácticamente agotada y pronosticó su final: “Prevemos que la ‘diaconía’ sustituirá a la parroquia como unidad institucional básica de la Iglesia. El encuentro periódico de amigos sucederá a la asamblea dominical de extraños (I. Illich)”37. En la década de los ochenta se retoma el tema de la parroquia con más confianza; este cambio de talante se debe a varios factores: el desaJ. Sastre, a. c., 2.161. M. Payá, Parroquia, NDC, 1.753. 37 Citado por J. Manzanares en la presentación de la obra La parroquia desde le nuevo derecho canónico, X Jornadas de la Asociación Española de Canonistas, Madrid, 18-20 abril de 1990, U. P. Salamanca, 1991, 9. 35 36

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rrollo de la teología de la Iglesia local, las aportaciones de los sínodos diocesanos y las dificultades de todo tipo que bastantes comunidades experimentaron al tratar de configurar su vida y su presencia al margen de la parroquia o como alternativa a la misma. Fruto de esta vuelta a la parroquia es la referencia a la parroquia como “comunidad de comunidades” con un fuerte sentido misionero. Casiano Floristán hace dos constataciones: la mayor parte de las comunidades nacidas fuera o enfrentadas a la institución parroquial hoy se consideran gozosamente dentro de las parroquias; la segunda constatación es que la expresión “comunidad de comunidades” es más una aspiración que una realidad. En opinión de este autor, es preferible hablar de “anillos comunitarios concéntricos”: la comunidad nuclear o ministerial (creyentes comprometidos o militantes), la comunidad sacramental (participan semanalmente en la eucaristía y en otros actos) y la comunidad popular (católicos ocasionales). El Código de 1983 define la parroquia en estos términos: “La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como pastor propio” (c. 515, 1). Lo dicho en este canon mejora significativamente la definición de parroquia del Código de 1917. El nuevo Código intenta traducir y condensar la eclesiología del Vaticano II. Como aspectos positivos podemos subrayar la visión de la Iglesia como sujeto unitario, la parroquia como comunidad de fieles, la eucaristía como centro de la vida parroquial; el oficio del párroco se entiende desde el ministerio y el servicio, pide al párroco el conocimiento de la comunidad, la cercanía a los fieles y la solicitud por los que sufren; habla de funciones especialmente confiadas (no reservadas) al párroco, invita a la participación de todos y contempla la posibilidad de que fieles no ordenados tengan participación en la cura 42

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pastoral (cf. canon 517, 2). Con todo, sigue resultando una visión jurídica en la que faltan algunos elementos teológicos precisados por el Vaticano II y el Magisterio postconciliar. Las principales carencias son las siguientes: la “imagen de parroquia” es consecuente con los orígenes y los siglos de historia de la parroquia en Europa; aparece la riqueza de la centralidad de la eucaristía en la vida de la parroquia, pero no se contemplan los presupuestos y las consecuencias que esto conlleva; la parroquia se centra en el párroco y los laicos aparecen como los que ayudan al párroco; los aspectos de comunitariedad y corresponsabilidad no están suficientemente tratados para situar adecuadamente los ministerios; no incorpora nuevas realidades que están en la vida de la Iglesia, como pueden ser las comunidades y los movimientos que han surgido después del concilio; sigue subrayando unilateralmente el aspecto de la territorialidad; la parroquia sigue apareciendo básicamente como el lugar de los sacramentos y de la catequesis, y no recoge las situaciones tan distintas de los cristianos, la problemática de la inculturación, la evangelización de ambientes, la extensión de las parroquias, etc. Algunas de estas carencias podrán ser resultas desde las Iglesias locales, pero no hubiera estado de más que el Código las hubiera tenido en cuenta. Miguel Payá propone la siguiente definición de parroquia: “La parroquia es una comunidad estable y pública, formada por todos los cristianos que viven en un determinado territorio y que, presidida por un presbítero en nombre del obispo, constituye una célula viva de la Iglesia particular y hace presente en ese lugar a la Iglesia, una, santa, católica y apostólica”38. La principal característica de la parroquia es que es una presencia de la Iglesia particular (cf. SC 42);

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M. Payá, a. c., 1.755.

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el resto de las características son concreciones de ésta. Si la parroquia es “presencia de la Iglesia particular”, la parroquia es comunidad creyente, comunidad permanente y pública, manifestación integral de la Iglesia en un lugar concreto, comunidad iniciática, eucarística y evangelizadora. La parroquia, como la Iglesia, encuentra su razón de ser en la evangelización. “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Noticia a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro y renovar la misma humanidad” (EN 18). Un reto grande que tiene la parroquia es hacer una pastoral de ambiente a través de los grupos y movimientos; únicamente de este modo podrá recuperar la dimensión social y política de la fe. Normalmente la parroquia está cerca de las familias en los barrios, pero no llega a los sectores sociales que están en esos mismos barrios; esto lleva a plantear la pastoral de la ciudad (o región) a partir de nuevas unidades de carácter más global, dejando a la parroquia lo específicamente comunitario. En este contexto de renovación de la parroquia, la Conferencia Episcopal Española convocó el congreso “Parroquia evangelizadora” (1988); el documento final del congreso, Parroquia evangelizadora (Madrid, 1988), dice que la mayor parte de las parroquias (22.488 en España en ese año) tienen muy poca proyección misionera y apenas convocan a los alejados. Para una mejor valoración de los resultados, conviene recordar que al cuestionario de 102 preguntas cerradas respondió únicamente el 6,3% del total de parroquias. Los tipos de parroquias verificados en el estudio son: el 10-15% de parroquias está en clave evangelizadora; el 8% atiende a los alejados; el 30% ofrece algunos rasgos misioneros, y el 55-60% no tiene proyecto evangelizador. “En conjunto, la actividad que se realiza hoy en nuestras parroquias aparece muy centrada en la vida interna de la misma comu44

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nidad, replegada sobre los servicios y la atención a los practicantes, con una pérdida de dinamismo evangelizador y de presencia evangelizadora en la sociedad”39. La exhortación apostólica Christifideles laici aporta bastante luz en los números 20 y 27, dedicados al ser de la parroquia y a la participación de los fieles laicos en la vida de la parroquia. Estos textos son una llamada a recuperar la “originaria vocación y misión” de la parroquia. “Si la parroquia es la Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres, ella vive y obra entonces profundamente injertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas... El hombre se encuentra perdido y desorientado, pero en su corazón permanece siempre el deseo de poder experimentar y cultivar unas relaciones más fraternas y humanas. La respuesta a este deseo puede encontrarse en la parroquia, cuando ésta, con la participación viva de los fieles laicos, permanece fiel a su originaria vocación y misión: ser en el mundo el ‘hogar’ de la comunión de los creyentes y, a la vez, ‘signo e instrumento’ de la común vocación a la comunión; en una palabra, ser la casa abierta a todos y al servicio de todos o, como prefería llamarla el papa Juan XXIII, ser la fuente de la aldea a la que todos acuden para calmar su sed” (Ch. L. 27). En la etapa del postconcilio aparecen estudios referidos a los diversos tipos de parroquias según el “modelo de Iglesia” que encarnan teniendo como referencia la eclesiología del Vaticano II fundamentada en la comunión, el pueblo de Dios y el sacerdocio común de los fieles. Existen varias clasificaciones según los autores que han tratado este tema. Veamos algunos ejemplos: 39

Congreso Parroquia evangelizadora, Edice, 1989, 91.

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1) Parroquia evangelizadora de los bautizados según el catolicismo popular (R Pannet). 2) Parroquia como lugar de encuentro y comunión de grupos distintos (L. Voyé)40. J. M. Díaz Mozaz y J. V. Sastre distinguen tres tipos de parroquias: 1) Parroquia como “agencia” de servicios religiosos. 2) Parroquia institución social o parroquia conglomerado residencial. 3) Parroquia comunidad de personas con grupos comunitarios41. V. Bo clasifica las parroquias según el tipo de diálogo que en ellas se ejerce: vertical, equivocado (como sucede, con frecuencia, en las democracias modernas), correcto42. Otros autores subrayan los criterios para clasificar a las parroquias; es el caso de St. van Caster y A. Hendrix, que proponen los siguientes criterios: la finalidad comunitaria del equipo animador, los instrumentos y mecanismos empleados, el modo de pertenencia, las relaciones con otras comunidades y la relación con el entorno social43. Casiano Floristán habla de cuatro tipos de parroquias según seis indicadores44: el servicio de la Palabra, la celebración, el estilo de comunidad, el compromiso social, el talante de los responsaCf. AA. VV., Les paroisses dans l’Église d’aujourd’hui, Lovaina 1981. Cf. J. M. Díaz Mozaz y J. V. Sastre, “La parroquia, comunidad y servicio eclesial en el marco urbano”, en V Semana Nacional de la Parroquia, Parroquia urbana: presente y futuro, Edice, 1975, 32-38. 42 V. Bo, “La storia della parrocchia”, en AA. VV., Parrocchia e pastorale parrocchiale, EDB, Bolonia 1986, 48-53. 43 Cf. St. van Caster y A. Hendrix, “Diversité et modéles de paroisses”, en Les paroisses dans l’Église d’aujourd’hui, Lovaina 1981. 44 C. Floristán, “Parroquia”, en Conceptos fundamentales de pastoral, Cristiandad, 1983, 709-712. 40 41

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bles y la forma de financiación. Los tipos de parroquias resultantes son los siguientes: 1) Parroquia de antigua cristiandad, autoritaria o preconciliar (el 25% de las parroquias españolas). 2) La parroquia de nueva cristiandad, literalmente conciliar. 3) La parroquia renovada según el espíritu del Vaticano II. 4) La parroquia popular, participativa o postconciliar. Estos estudios nos hacen ver el panorama tan variado que ofrecen las parroquias; ahora bien, en todos ellos hay un dato claro: el número de parroquias renovadas según la teología conciliar es muy pequeño.

Constataciones y propuestas al finalizar el recorrido histórico El recorrido histórico nos ha manifestado que la parroquia ha resistido con adaptaciones, más o menos acertadas y profundas, al paso de los siglos. Se ha revelado como una de las principales manifestaciones de la Iglesia, “tan necesaria como insuficiente” en la época actual. La parroquia a lo largo de la historia ha posibilitado la encarnación de la fe en diferentes culturas y sociedades, con sus sensibilidades, costumbres y valores. Al tiempo que se reconocen los aspectos positivos, hoy tenemos la impresión de que los intentos de renovación en el último siglo y, especialmente, las aportaciones teológicas del Vaticano II no han calado lo suficiente; las parroquias, en general, siguen configurándose de acuerdo a su origen rural, al régimen de cristiandad en que han vivido tantos siglos, y como sustento de una fe más 47

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sociológica que personalizada. La mayor parte de las parroquias no han hecho cambios en profundidad. ¿Cómo renovar las parroquias para que sean comunidad de fe y evangelizadoras en el mundo actual? C. Floristán opina, con acierto, que las posibilidades y dificultades de renovación de la parroquia dependen básicamente de cuatro aspectos: “Del talante del párroco, del nivel de implantación comunitaria, de la relación de la institución parroquial con el contexto social en donde está ubicada y de las líneas según las cuales se ejercen los diversos ministerios”45. En la parroquia se dan los elementos fundamentales que constituyen la vida cristiana: Palabra de Dios, sacramentos, comunidad, ministerios y atención a los necesitados. Esto hace que la parroquia tenga vocación de globalidad. Al mismo tiempo, constatamos los cambios tan grandes que ha sufrido la vida en las zonas urbanas; esto incide en la configuración de la parroquia como institución territorial. Necesariamente, la parroquia debe tener proyectos amplios cuya referencia sea la Iglesia particular46. En la práctica, la parroquia es la referencia más cercana y común para los creyentes; ella ejerce funciones de acogida y de respuesta a demandas. “La Iglesia muestra verdaderamente en la parroquia la maternidad dirigida a todos, sin criterios exclusivos de élite”47. Además, la parroquia ejerce la educación de la fe en todas las edades de la vida y es el lugar primordial de la iniciación cristiana. De la verificación positiva de C. Floristán, Para comprender la parroquia, Verbo Divino 1996, 31. Cf. P. Tena, “Comunidad, infraestructura y ministerio”: Phase 83 (1974), 389-406; “La ciudad como unidad pastoral (Opiniones sobre infraestructuras pastorales)”: Pastoral Misionera 10 (1974), 722-734; ¿Es realmente válida la parroquia urbana?: Phase 14 (1975), 188-190. 47 Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Lombardía en la visita “ad limina” (febrero 1987). 45 46

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esta afirmación depende, en buena medida, el que la parroquia sea comunidad. El catecumenado en una parroquia es lo que más ayuda a la formación comunitaria de sus miembros. “Con frecuencia, la comunidad cristiana está ausente del acto bautismal celebrado en un contexto familiar. No es extraño que sea difícil ver el bautismo como sacramente de la fe; es, a lo sumo, sacramento de la gracia. También resulta difícil verlo como símbolo sacramental de pertenencia a la Iglesia; es, de hecho, rito ancestral de pertenencia a la Iglesia. En la desviación del bautismo radica, a mi modo de ver, una de las mayores crisis de la parroquia. Y en la liturgia, como contrapartida, se asienta una posibilidad de renovación parroquial”48. Pablo VI, al final de su pontificado, duda de que los frutos augurados en el Vaticano II se estén dando y se hace preguntas de fondo en EN: “¿La Iglesia es más o menos apta para anunciar el Evangelio y para insertarlo en el corazón del hombre con convicción, libertad de espíritu y eficacia?” (n. 4). Esta pregunta exige una respuesta sincera y arriesgada, pues en ella nos va, en lo que de nosotros depende, el futuro de la Iglesia. Si esta es la pregunta con la que comienza EN, al final de la encíclica el papa retoma esta misma cuestión de forma mucho más concreta: “¿Qué es la Iglesia, diez años después del Concilio? ¿Está anclada en el corazón del mundo y suficientemente libre e independiente para interpelarlo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y, al mismo tiempo, del Dios absoluto? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?” (n. 76). Estas mismas preguntas se podrían dirigir a las parroquias en el momento presente.

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C. Floristán, o. c., 34-35.

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Lo que en Pablo VI son acuciantes preguntas, en Juan Pablo II se transforma en una firme convicción de que es necesario corregir y equilibrar algunas orientaciones postconciliares y propone la “nueva evangelización”. Olegario González de Cardedal lo sintetiza con estas palabras: “Juan Pablo II se proponía recomponer la unidad doctrinal de la Iglesia mediante la oferta de nuevas clarificaciones en e1 orden doctrinal, de criterios precisos en el orden de la acción, de certezas para vivir y de fuerzas cordiales para existir en el mundo y en la Iglesia [...]. Por tanto, se abre –en 1978– un nuevo decenio donde se tiende a recuperar la confianza perdida, la identidad difuminada, las certezas secuestradas”49. Este cambio de rumbo supuso una forma nueva de afrontar el diálogo dentro de la Iglesia y de la Iglesia con la sociedad. ¿Cuál ha sido el resultado del proyecto de evangelización y de nueva evangelización? En el reciente Congreso de Apostolado Seglar, monseñor Fernando Sebastián decía de forma clara: “Hace muchos años que estamos hablando de parroquia misionera, de pastoral evangelizadora, pero muchos de nuestros métodos y nuestras aspiraciones han cambiado bastante poco. La inmensa mayoría de nuestras parroquias, de nuestros colegios, de nuestras asociaciones, siguen viviendo y actuando ahora como hace veinte, treinta o cuarenta años. Y en muchos casos, peor, porque somos más rutinarios, tenemos menos iniciativas, porque la mayoría somos ya muy mayores”50. Juan Martín Velasco, haciendo una relectura de EN con motivo del XXX aniversario de su publicación, dice: “El fracaso de todas estas 49 O. González, “Teología en España”, en J. M. Laboa (ed.), El postconcilio en España, Encuentro, Madrid 1988, 117-118. 50 Monseñor F. Sebastián, “Los fieles laicos, Iglesia presente y actuante en el mundo”, Vida Nueva 2450 (4-XII-2004) 24.

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iniciativas, incapaces de poner a la Iglesia en estado de misión, nos lleva a pensar que, tal vez, la raíz de ese fracaso esté en que todas ellas partían del supuesto de que existían unas Iglesias ya evangelizadas, a las que se trataba de movilizar a la evangelización de una sociedad dominada por la increencia. Y hoy, tal vez, tengamos que reconocer que no sólo Europa es país de misión, sino que lo son las mismas Iglesias en Europa y que, por tanto, si el cristianismo en Europa está amenazado de extinción es porque las Iglesias son incapaces de evangelizar. Y no son capaces debido a la precariedad y la mediocridad de su fe, debido, por tanto a que ellas mismas, o una parte importante de ellas mismas, están necesitadas de evangelización”51. Ya en la exhortación apostólica Christifideles laici, Juan Pablo II dijo que el objetivo de la “nueva evangelización” era la formación de comunidades eclesiales maduras, en las que se viviera la adhesión a la persona de Jesús y su Evangelio, y una vida en caridad y servicio (cf. n. 34). Ahora bien, las comunidades, como los creyentes convertidos, no nacen; se hacen a través de los procesos de iniciación cristiana, es decir, de los catecumenados de jóvenes y adultos; no podemos suponer que unas y otros existen sin más. Si tuviéramos más comunidades cristianas en nuestras parroquias y diócesis, bastantes de los problemas de la Iglesia, incluido el de la autofinanciación, estarían mejor resueltos; el diálogo con la sociedad, la cultura, la política, etc., sería más fácil y fructífero. En consecuencia, mejoraría la imagen social de la Iglesia y nuestro poder de convocatoria (“ven y verás”) sería mayor. Llegados a este punto, hacemos las siguientes propuestas para renovar la parroquia: J. M. Velasco, “Reflexión sobre los medios para la evangelización”, en Evangelizar, ésa es la cuestión, PPC, 2006, 96. 51

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1. No podemos dar por supuesta la existencia de la comunidad parroquial. La parroquia es comunidad, pero la mera afirmación teológica o jurídica de lo que la parroquia es no consigue que existencialmente encarne lo que la definición contiene. La cuestión es la siguiente: ¿cómo llegar a ser narración existencial de lo que se es por naturaleza? “Hablar de comunidad a propósito de muchas de nuestras parroquias no deja de ser una ficción o una mera afirmación de fe que no se trasluce en hechos visibles”52. M. Payá propone un “camino para recorrer en comunidad y para construir la comunidad” indicando el nivel de reuniones y el método que se sigue en las mismas. Antes se decía que las parroquias se crean y se atienden pastoralmente; hoy tendríamos que poner el acento, sin excluir lo anterior, en el proceso dinámico y estructurado para conseguir que las parroquias sean comunidades formadas por creyentes que viven la fe de manera madura, encarnada, comprometida y evangelizadora. El punto de partida, lo que la parroquia es por definición, es lo que guía la configuración de la vida y misión de la institución parroquial. El primer paso en la parroquia comunidad es la creación y el cuidado del “grupo nuclear comunitario”, caracterizado por las relaciones interpersonales, el cultivo de la vida de fe, el compromiso social y la labor evangelizadora. La parroquia debe estar en consonancia con las búsquedas y necesidades del pueblo de Dios; esto lleva a evitar todo repliegue en lo intraeclesial y a desarrollar el dinamismo misionero y transformador. Las comunidades eclesiales tienen 52

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M. Payá, La parroquia, comunidad evangelizadora, PPC, 1995, 122.

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que ofrecer toda la riqueza de la experiencia comunitaria que tienen en su seno y, al mismo tiempo, ofrecer plataformas para reconstruir el tejido comunitario. Está en juego la formación de comunidades, pieza clave de la vida y misión de la Iglesia. En un contexto en que muchas familias hace una o dos generaciones que dejaron de transmitir la fe, “la importancia estratégica de las comunidades cálidas, abiertas y comprometidas” es decisiva. En definitiva, se necesitan comunidades de “memoria, vida y misión” (Robert Bellah). Se trata de responder a cuestionamientos acuciantes: ¿cómo teniendo los cristianos las mejores referencias y posibilidades para vivir comunitariamente somos tan lentos y perezosos en la concreción de pequeñas comunidades? Sigue repercutiendo en nuestros corazones la pregunta que se hacía J. Moltmann: ¿cómo tienen que ser las comunidades que el Señor necesita para continuar su misión? 2. La comunidad parroquial es una comunidad iniciática. La teología pastoral responde a dos cuestiones fundamentales: ¿cómo se hace un cristiano? y ¿cómo se renueva cuantitativa y cualitativamente una comunidad cristiana? La respuesta la dio la Iglesia desde sus orígenes con la institución del catecumenado como la principal estructura de la acción pastoral. Iniciar y reiniciar en la fe es la tarea más urgente e importante en la totalidad de nuestras parroquias. Los catequetas están trabajando en la elaboración de un nuevo paradigma de la iniciación cristiana; entre otras cosas, este nuevo paradigma supone la atención preferencial a los jóvenes y adultos en procesos catequéticos que terminen no en los 53

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sacramentos, sino en la vida cristiana adulta. Hoy constatamos que muchos de los niños, adolescentes y jóvenes que asisten a los grupos de catequesis no han sido “despertados a la fe” en la familia; también constatamos que en nuestras parroquias “el proceso continuo” de educación en la fe se quiebra, pues los niños no siguen después de la primera comunión, y los adolescentes y jóvenes desaparecen después de la confirmación. Como dice Gilles Routhier, “no estamos simplemente en presencia de un entorno cualitativamente transformado o nuevo, sino que nos hallamos en presencia de una humanidad nueva: hombres, mujeres y niños que son otros, parecidos y diferentes... Cada día más, en este ‘nuevo mundo’ se intenta decir que una forma de catequesis –y podríamos nosotros decir, una forma de pastoral– designada por hipótesis como ‘catequesis pastoral de mantenimiento’ ya no funciona o que este modelo, aunque se ajustaba perfectamente al estado anterior de la cultura, hoy se evidencia en desfase y ruptura con la situación presente e inadaptada a los sujetos que quisieran creer, esperar y amar”53. Las experiencias llevadas a cabo en algunos países europeos son sugerentes y esperanzadoras en lo que tienen de novedad en la respuesta a la situación actual, en la importancia de la parroquia y en la creación de tejido comunitario dentro de la misma. Constatamos que algunas Iglesias europeas cuentan con documentos de la Conferencia Episcopal iluminadores y valientes para impulsar una nueva andaG. Routhier, “Catequesis de la propuesta”, en Coloquio sobre el Nuevo Paradigma de la Catequesis, París, febrero de 2003. 53

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dura54. “Es un modelo de iniciación por inmersión, por contagio; es decir, por la inmersión evangelizadora en el encuentro con el Señor en la comunidad, en la celebración y en la praxis cristiana. Un modelo experiencial, es decir, configurado por la experiencia narrada, testimoniada y vivida; un modelo que potencia la experiencia religiosa”55. Este planteamiento conlleva consecuencias tanto para la comunidad que inicia como para la configuración del proceso, la formulación de los contenidos y las exigencias pedagógicas. 3. La parroquia comunidad debe sentirse en estado de misión. No podemos presuponer que está hecho el anuncio del Evangelio y que de lo que se trata es de mantener la fe. El punto de partida de una parroquia en estado de misión no es cuidar una “fe asumida”, sino cómo hacer el primer anuncio o la propuesta de fe a los jóvenes, a los adultos y a las familias. Más que catequesis de adultos tenemos que hacer “una forma adulta de catequesis” en la que la comunidad, y no sólo el catequista, aparezca implicada en la misma. Poco a poco hay que poner en práctica el orden teológico y la unidad de los sacramentos de la iniciación. Igualmente, el domingo, con la celebración de la eucaristía, debe recuperar toda su importancia como lugar y tiempo privilegiado en los procesos de iniciación56. La parroquia debe formar cristianos 54 Cf. VV. AA. (comps.), Proponer la fe hoy. De lo heredado a lo propuesto, Sal Terrae, 2005. 55 Documento de trabajo de AECA “Un nuevo paradigma para la iniciación cristiana”, 2006, 26. 56 Cf. Actas de la Asamblea AECA (2006). D. Villepelet: Experiencia del Secretariado Nacional de Catequesis de Francia; E. Biemmi: Experiencia de la Diócesis de Verona.

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pensando en el futuro. José M. Mardones parte del siguiente interrogante: “¿Qué futuro tiene el cristianismo?”57. El cristianismo del futuro lo perfila este autor con las siguientes características: experiencia religiosa profunda, solidaridad efectiva y con conciencia estructural, que vive y comparte la fe en pequeñas comunidades, con una fe formada y crítica, y que celebre gozosa y festivamente su vida y esperanza. Estamos ante una nueva espiritualidad cristiana en un “tiempo-eje” que pide una “revolución en las iglesias desde la base”, pues “la mediocridad eclesial del momento es indiscutiblemente el mayor obstáculo para el Reino”. Necesitamos un “nuevo paradigma teológico y pastoral”58. El cristianismo y la Iglesia deben aportar a la sociedad tres mensajes fundamentales: el sentido de la vida, la salvación y los valores morales. Estos mensajes sólo se pueden proponer desde un “Gran Relato” aceptado, vivido y compartido en una comunidad de fe. Estamos en un contexto de “pequeños relatos” y de desconfianza de los “relatos verticales”; sabemos, por experiencia personal y por historia, que el cristianismo tiene capacidad para dar sentido, fundamentar y jerarquizar valores que, aunque en buena parte están presentes en la sociedad, se presentan de forma confusa, conflictiva y manipulada por intereses políticos y económicos. En muchos ámbitos sociales hay una necesidad de recuperar y formular la vida desde los valores; así se manifiesta en no pocas 57 Cf. J. M. Mardones, La indiferencia religiosa en España, Hoac, Madrid 2003. 58 Cf. J. L. Herrero del Pozo, “Jóvenes postcristianos: ¿desertores o pioneros?”: Revista de Pastoral Juvenil 407, 2004.

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expresiones que van siendo de uso común. La imagen de la Iglesia que tiene el ciudadano medio está más vinculada al mundo de las normas que al mundo de los valores; las palabras de Benedicto XVI a los obispos suizos han sido significativas en este aspecto: nos advierte del peligro de convertirnos en moralistas que impidan ver la grandeza de la fe. Es urgente que la presencia, el mensaje, la predicación y la educación de la fe estén mucho más alimentados y guiados por las bienaventuranzas. Además, el “imaginario eclesial” debe incorporar decididamente los valores que forman parte del “imaginario juvenil” y las “sensibilidades del hombre actual” si quiere llegar a conectar con sectores significativos de la sociedad. 4. La parroquia debe ayudar a superar el divorcio entre la Iglesia y la sociedad. Constatamos que la parroquia actual, en general, no es un espacio vital para muchos jóvenes y adultos. Las principales causas de esta situación, según las opiniones manifestadas en encuestas de investigación59, son la disminución y el envejecimiento de los líderes eclesiales; la irrelevancia de bastantes de nuestras discusiones internas para el hombre de hoy; la situación de la mujer dentro de la Iglesia; la no comprensión de la doctrina de la Iglesia en moral sexual y en bioética; el indiferentismo religioso; la escasa presencia de cristianos en la vida pública; la identificación de la Iglesia y de los nuevos movimientos católicos con la derecha política; el relativismo moral de que “todo vale Cf. Reflexiones sobre la Encuesta 2002, Seminarios 172-173, 2004, 277-279. 59

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igual”; la “ética indolora” en la configuración de los compromisos sociales; la ruptura entre valores finalistas y valores instrumentales; el ocio juvenil coloreado por la evasión; la omnipresencia de la sexualidad; la fragmentación del yo, etc. ¿Qué se puede hacer en esta situación en que la fe no está ni en la “memoria” ni en el “horizonte” de muchos de nuestros contemporáneos? Las soluciones no son fáciles, pero la parroquia no puede estar al margen de estos retos. Las respuestas acertadas que se den desde las comunidades parroquiales ayudarán a que la Iglesia encuentre su lugar en la sociedad actual y sea considerada como un interlocutor significativo y propositivo. 5. La importancia de las pequeñas comunidades acogedoras, dialogantes y encarnadas en las parroquias. Estamos en un momento en el que tenemos que realizar un movimiento diferente a lo vivido por las primeras comunidades; allí, una “red” de pequeñas comunidades, fruto de la predicación apostólica y misionera, se sintió Iglesia de Jesucristo. Hoy, nuestro problema, dentro de la Iglesia, es cómo vivimos la fe comunitariamente y cómo podemos hacer para que los pocos grupos de jóvenes y adultos que tenemos puedan llegar a ser pequeñas comunidades. La comunidad se hace a través de un proceso lento, auténtico noviciado de vida cristiana –dice AG 14–, no exento de problemas y dificultades que condicionan la decisión final de dar el “paso a comunidad” dentro de la gran comunidad de la Iglesia. Las cuestiones de fondo que subyacen son las siguientes: cuál es la naturaleza de una comunidad cristiana, por qué hacer esta propuesta, cómo un grupo 58

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llega a ser comunidad, cómo se mantiene la vida de las pequeñas comunidades y cómo cumplen los criterios de eclesialidad60. Pensamos que, en buena medida, en la formación de pequeñas comunidades al final de los procesos catecumenales de jóvenes y adultos se juega el futuro de la Iglesia. En la situación cultural y eclesial que vivimos se dan retos y posibilidades para poder concretar esta propuesta pastoral; la cuestión está en ir despejando, con ilusión y esperanza, cada una de las dificultades sabiendo que “se hace camino al andar”. Lo que está claro es que sin comunidades es imposible una evangelización auténtica y eficaz en nuestro mundo, pues el testimonio personal y comunitario está en la base de toda evangelización. Y el testimonio cristiano sólo es posible si se tiene una fe madura, y a ésta no se llega sin una iniciación cristiana completa y completada. 6. La importancia de la corresponsabilidad en la comunidad parroquial. Uno de los elementos que definen el tipo de parroquia es el “talante” del párroco y el modo concreto en que se articulan los ministerios en la parroquia. A este respecto, bueno será recordar lo que dice el Vaticano II en uno de sus textos más importantes: “El pueblo elegido de Dios es uno: un Señor, una fe, un bautismo (Ef 4,5); común dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, gracia común de hijos, común vocación a la perfección, una salvación, una esperanza y una indivisa caridad. Ante Cristo y ante la Iglesia no exisCf. C. E. Pastoral, Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas, 1980. 60

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te desigualdad alguna en razón de su estirpe o nacimiento, condición social o sexo” (LG 32). Del único bautismo parten la diversidad de vocaciones, carismas y funciones; la Iglesia es un pueblo vertebrado con una única misión servida de formas distintas. La eclesiología de comunión conlleva el ejercicio de la corresponsabilidad en la vida y misión de la Iglesia. “Hoy podríamos decir que [la parroquia] vive una época de revisión y recuperación. Sobre ella inciden los problemas de una nueva sociedad insatisfecha y movediza. Pero también en ella actúa la fuerza renovadora de una eclesiología de comunión, con todo lo que ella implica de corresponsabilidad y participación”61. En concreto, se trata de poner en práctica lo que dice el canon 519 según la eclesiología de comunión y todo lo que conlleva de participación en la vida y pastoral de la parroquia. La corresponsabilidad ministerial en la comunidad parroquial no es un tema menor, pues de su articulación dependerán otros aspectos de la vida interna de la parroquia y de su interacción con el contexto social. Más aún, el atractivo de la vida de los cristianos y la capacidad de convocatoria de las parroquias tienen que ver con dos aspectos muy relacionados entre sí: la dimensión comunitaria de la fe y el ejercicio de la corresponsabilidad en la institución parroquial. La iniciación en la fe en clave catecumenal conlleva la remodelación de la organización de la comunidad cristiana. “En la medida que consigamos que nuestras parroquias sean comunidades vivas y corresponsables, con 61 A. Suquía, “La parroquia, comunidad de fieles”, en Asociación Española de Canonistas, La parroquia desde el nuevo derecho canónico, o. c., 245.

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conciencia comunitaria y dinamismo evangelizador, lograremos la revitalización de nuestras Iglesias particulares”62. 7. La insuficiencia de la parroquia para desarrollar la pastoral que hoy se necesita. Dos situaciones confluyen en esta propuesta: por un lado, la parroquia, tal como está configurada, no llega a muchos ambientes, incluso de su propio barrio; por otro lado, el descenso y envejecimiento de los sacerdotes, la movilidad de las personas, la minorización sociológica de la comunidad parroquial, la consolidación del fin de semana como tiempo de descanso, etc., apuntan a la necesidad de “desarrollar la acción pastoral supraparroquial impulsando el trabajo conjunto entre parroquias e incluso la creación de unidades pastorales, dando los pasos necesarios: estructura de coordinación interparroquial, equipos pastorales interparroquiales, concentración de servicios, intercambio de recursos personales y materiales, integración de presbíteros, religiosos y laicos en acciones pastorales llevadas en común”63. La remodelación pastoral supone una nueva forma de entender y articular los ministerios, los servicios y carismas de una comunidad; los equipos pastorales son clave para que se pueda realizar la remodelación pastoral en una diócesis o en un arciprestazgo. Al mismo tiempo, y con la misma fuerza, hay que afirmar que estos equipos ministeriales no pueden surgir si no existen comunidades vivas de fe en las parroquias. Una vez más, constatamos qué es lo prioritario en nuestras parroquias en el 62 63

J. Bestard, o. c., 151. Diócesis de San Sebastián, Programa pastoral 2000-2004.

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momento actual; no es una cuestión de organización, sino de revitalización de la comunidad parroquial y de creación de comunidades dentro de la misma. Las unidades pastorales supraparroquiales no deben disolver ni devaluar a las comunidades pequeñas; todo lo contrario: las comunidades de cada parroquia, al verse liberadas de una serie de tareas que se atienden conjuntamente para varias parroquias, pueden dedicarse más a lo estrictamente comunitario e iniciático. Para que la parroquia pueda llegar a desarrollar o colaborar en una pastoral de ambientes es necesario que acoja, conecte y favorezca la acción de los movimientos apostólicos especializados; esto conlleva una manera de analizar y de posicionarse ante la realidad que no resulta fácil a gran parte de nuestras parroquias. Sólo les quedan dos opciones a muchas de las parroquias actuales: o se renuevan en profundidad o afrontan un futuro incierto y poco esperanzador. El fondo de lo propuesto en esta conclusión es de orden teológico: “La parroquia, aunque viva la globalidad del misterio eclesial, no agota la eclesialidad, cuya totalidad subsiste en la Iglesia local. Por tanto, una parroquia sin referencia a la Iglesia local pierde su fundamentación teológica. La referencia diocesana no es estratégica ni práctica, para suplir aquellos elementos que la parroquia no tiene. Es una referencia teológica”64. 8. La parroquia necesita una pedagogía para cambiar en profundidad. La renovación de la parroquia no es fácil por el peso de los siglos, la configuración sacramentalista que sigue teniendo, la mentali64

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J. A. Ramos, o. c., 345.

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dad de muchos párrocos y el miedo a los cambios de fondo. Es urgente diseñar una “pedagogía de cambio” que parta del análisis acertado de la realidad, que incorpore la autocrítica, desarrolle actitudes de búsqueda, respete al pluralismo existente y tenga muy presente el punto de llegada, la parroquia comunidad. “La parroquia concebida como comunidad de comunidades, es decir, como comunidad eclesial amplia, capaz de aglutinar, coordinar y dinamizar diversas comunidades de talla humana, diversos grupos de personas que quieren profundizar y vivir la fe, creo que continúa siendo plenamente válida. Vale la pena trabajar desde ella con nuevos planteamientos y desde una metodología pastoral”65. Está claro que no podemos continuar como estamos, pero tampoco podemos prescindir de la parroquia; la solución está en su renovación. No es tanto cuestión de teoría, pues ésta está adecuadamente formulada a partir de los textos conciliares; la cuestión es cómo concretar lo que formulamos teológicamente. Para ello necesitamos voluntad de cambio y método adecuado. El camino pedagógico puede hacerse de dos maneras para llegar a la misma meta. Podemos partir de lo que una parroquia constituida es y hace, y sacar las consecuencias para renovar la vida y la pastoral según lo que la teología y el derecho piden; otra forma pedagógica de hacer el camino es plantear los requisitos –comunidad viva, articulación de estructuras pastorales y ministerios– que una comunidad de fieles tiene que tener para poder ser constituida, conforme a derecho, 65

J. Bestard, o. c., 13.

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por el obispo diocesano como comunidad parroquial. El primer planteamiento da por supuesto que se es comunidad y que se trata de mejorar la vida y misión de la parroquia; el segundo modo de plantear el recorrido busca lo mismo que el anterior, pero potencia más la creatividad, cuestiona el fondo de las cosas y ayuda a comprobar si, en la práctica, las parroquias son lo que dicen la teología y el derecho. J. Bestard concluye su libro sobre la parroquia diciendo66 que “ha llegado la hora de la consolidación de las grandes intuiciones pastorales del Concilio Vaticano II”. Y para esto hace tres diseños: “hacia un modelo de pastoral renovada”, “un decálogo para una parroquia ideal” y “el ‘retrato robot’ del párroco hoy”. Lo que ahí se define con acierto no es algo que se pueda conseguir simplemente con buena voluntad y esfuerzo, pues se requiere cambio de mentalidad y de estructuras y un camino pedagógico que debería empezar con el estudio de la teología pastoral y la formación de los futuros párrocos en los seminarios. La parroquia, esa vieja novedad (Semana de la Parroquia en Zaragoza, 1958) sigue teniendo actualidad. ¿Seremos capaces de asumir todos los cambios necesarios para que surja verdaderamente la comunidad evangelizadora en la institución parroquial?

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Cf. J. Bestard, o. c., 181-190.

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Realidad urbana y parroquia: análisis y contraste1 José Ramos Domingo José Luis Segovia Bernabé Profesores de la Universidad P. Salamanca Instituto Superior de Pastoral

Nadie discutirá que nos encontramos en un momento histórico único y apasionante, caracterizado, entre otras muchas notas, por la brutal aceleración de los procesos de cambio, la concentración poblacional en las grandes urbes, el desarrollo de las tecnologías de la información y de la comunicación, el desarrollo de la ciencia, la facilidad para los desplazamientos y la llamada globalización. No es motivo de esta intervención ponernos a analizar en detalle estos factores, pero sí detectar en qué medida todos estos cambios repercuten en el ser humano y, más en concreto, en esa porción de hábitat cada vez más concurrido que son las urbes. Efectivamente, si grandes han sido los cambios habidos en la historia humana, no menores lo fueron las mutaciones producidas en la ciudad y nada superficiales las transformaciones que viene padeciendo el ser humano, 1 José Ramos es el autor de la primera parte, “Análisis de la realidad urbana”, y José Luis Segovia, de la segunda, “La parroquia en la ciudad del hombre de hoy”.

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habitante voluntario o forzoso de los grandes núcleos poblacionales. En este contexto parece, más que legítimo, harto necesario preguntarse en qué medida se están produciendo o deben producirse cambios en la parroquia; en una estructura jurídico-pastoral que entronca sus raíces en la Edad Media y que surge en un contexto eminentemente rural y cuyas señas de identidad convencionales han sido el cura párroco, el territorio y la asamblea dominical. No se trata de volver una y otra vez a la “crónica de una muerte anunciada” (muchas y siempre fallidas han sido las actas de defunción parroquial), pero sí de caer en la cuenta de los serios cambios habidos en nuestras ciudades y los retos consiguientes que ello plantea a nuestra forma de organizar la acción pastoral. Sabemos bien que estas reflexiones, que pretenden suscitar el debate, no son la última palabra –ni siquiera la antepenúltima– ni sobre la ciudad ni sobre la parroquia. Pero tampoco dejaremos de señalar que, fieles al método de la teología pastoral, no podemos ignorar que una “ciudad mutante” exige poner en acto con urgencia aquella vieja máxima: Ecclesia semper reformanda.

Análisis de la realidad urbana2 Hablar hoy de la ciudad no deja de ser, cuando no temerario intento, propósito harto complejo. Y es que en la ciudad hodierna confluyen un sinfín de elementos complejos y pluritonales, muchos de ellos inabarcables e indefinibles, sobre todo a la hora de buscar o encontrar los colores debidos para que en la plasmación final la imagen de su auténtica cara no resulte inade2 Fundamentalmente, esta reflexión que a continuación empieza, en sus líneas generales, está tomada del mismo autor que expone: J. Ramos Domingo, La Ciudad y el hombre, ayer y hoy, PPC, Madrid 2006.

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cuadamente idealizada o, por el contrario, meramente trastocada e irreconocible. Reflexiones, pues, que antes de pintar el cuadro consideramos oportunas, ya que el vocabulario morfológico que la expresa y la contiene ha dejado de ser legible tanto por su babelia lingüística como por su imparable percepción fisionómica. Por otra parte, cuando hablamos de realidad urbana debemos preguntarnos sobre qué tipo de urbe o ciudad hablamos. ¿La de ayer, anteayer, la de hoy, de la por-venir, aquella que todavía se está haciendo y, por tanto, movible e inquieta, aún no es posible retenerla en la retina para, así, definitivamente asentada en su sitio, contemplarla y fotografiarla? O quizá ¿no sería mejor, aquí y en este instante, dejar de lado el discurso de la composición y estructura de la ya vieja polis y comenzar a hablar definitivamente, como se está haciendo3, de la otra ciudad que dicen que está ya ahí, la llamada ciberciudad, sin contornos ni perímetros, desterritorializada, desbordando credos, fronteras y políticas? Semejante ciudad virtual, unidimensional y sin dispositivo teatral, por más que la alaben sus incondicionales neófitos, pensamos, no dejará nunca de ser remedo de ciudad, ciudad cerrada, abierta solamente al anónimo individualismo cívico y, por tanto, vaciada de deberes, exigencias experienciales y horizontes de construcción colectiva. No entrará, pues, en la proyección de nuestro dibujo semejante ciudad sin cara ni nombre propios, que no tiene, y creo que nunca tendrá, olores ni paisajes, percepciones estéticas, hitos y monumentos. 3

Cf. A. Alonso e I. Arzoz, La nueva ciudad de Dios, Siruela, Madrid

2002.

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La ciudad o, mejor, ciudades de las que hablaremos serán, aún no sintiéndonos todavía confortablemente hospedados a su abrigo, aquellas por las que todavía, ciertamente, nosotros, sin vivir todavía del todo, desasosegados y en trasiego, seguimos caminando hacia ellas, cruzando y traspasando; pero, eso sí, siempre esperando a que un día, no muy lejano, terminen definitivamente por convertirse en aquel dicho medieval que solemnemente afirmaba: “Su aire libera al hombre que las vive y las pasea”, o en aquel otro que rezaba la carta flamenca del siglo XII: “Aquí, entre sus muros, que el hombre se sienta seguro y solidario, y que unus subveniet alteri tanquam fratri suo, es decir, que uno ayude a otro como a un hermano”.

La ciudad difusa El nacimiento de las nuevas metrópolis, fenómeno acaecido sobre todo en el último cuarto del siglo pasado, hacia los espacios situados en las periferias ha sido el resultado del progresivo abandono de la ciudad clásica o histórica y del éxodo masivo tanto de las clases medias como altas hacia todos estos entornos periurbanos. De manera indistinta, y a tenor del capital, se ha terminado por configurar una especie de sociedad dual que se patentiza en la aparición de las llamadas ciudades dormitorio, para unos y, en otros, los de mayor poder adquisitivo y renta, en amplias urbanizaciones residenciales de chalets adosados que reflejan su alto standing. Ambas, expandiéndose, han terminado por succionar en su complejo vientre antiguos municipios periféricos, convirtiéndose en espacios lacónicos que en su definición no son ni campo ni ciudad, ni centro ni periferia. En estos espacios, donde nuestra llamada sociedad posmoderna ha implantado un nuevo marco urbano 68

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rompiendo con los presupuestos convencionales de la ciudad heredada, la memoria histórica ha sido abolida, expulsada, dejando de tener validez; transformándose en lugares amnésicos, sin identidad ni marcas, sin paisaje humanizado de contenidos y significantes. Es decir, “no lugares” sin espíritu y sin sentido, donde no habita ya el genius loci 4. Sólo el lugar, según Marc Augé, puede definirse como lugar de identidad, de relación y de historia, espacio simbólico y fecundante que hace nacer la relación de cada uno de sus ocupantes consigo mismos, con los demás y con su historia común5. Se diría, pues, que el desierto es la metáfora perfecta para esta ciudad que es nociudad, puesto que de ella no se pudo haber partido y nunca será destino para nadie 6. En fin, espacios sin identidad ni magma antropológico, sin construcción social, sin afueras ni adentro, sin profundidad ni memoria; en suma, el lugar desapacible. Mucho se ha escrito y hablado de la configuración morfológica de estas no-ciudades donde levemente reposa y habita su inquilino inquieto. Preocupadas por las urgencias de lo inmediato y nacidas de forma acrítica, urbanísticamente hablando se definen por una composición desestructurada en cuyo diseño han incidido un sinfín de intervenciones desafortunadas. Podemos decir que en lectura planimétrica percibimos un orden urbanístico difuso e improvisado, en expansión tentacular indefinido, como si estuviéramos contemplando en su dibujo un collage de manchas, retazos inconexos e in4 M. Augé, Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Gedisa, Barcelona 2004, 72. 5 Ch. Norberg-Schulz, Existencia, espacio y arquitectura, Blume, Barcelona 1975, 5. 6 M. Delgado, La no ciudad como ciudad absoluta, Universidad de Navarra, Pamplona 2004, 152-153.

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servibles texturas entre vacíos sin urdimbre urbana, despersonalizados y despoetizados; configuración en constante espacio mutante en el que su página morfológica no puede ser correctamente interpretada ni leída en todo su conjunto porque su vocabulario lingüístico es ilegible. Diríamos que estamos ante una geografía de la complejidad, desmembrada y desperdigada en sus partes, que se hace igualmente constancia en la indefinición de sus ejes lineales, impersonales y confusos, claras características del amorfismo y la hipertrofia. En esta caótica configuración socio-espacial, fragmentada e invertebrada como una ameba, la trama urbana queda resentida en sus debidos espacios integradores, haciéndose notar expresamente dicha ausencia en la miseria del espacio público. En fin, remedo de ciudad sin centro, vectoriada en función de la violencia tecnocrática que sólo se ocupa de primar los espacios circulatorios externos, convirtiendo finalmente a su habitante en nuevo pasajero instalado de un territorio de la indiferencia. Todo esto se constata en una urbanización en mancha de aceite, descontrolada, como si fuera simple producto de la prisa o la casualidad, faltando en ella el método y la planificación ordenada, deviniendo la visualización de todo el conjunto en una acumulación inorgánica de elementos contradictorios conjugados en carácter caótico. Es decir, en su lectura urbanística se dejan notar miles de fragmentos heterogéneos y aleatorios flotando sin arraigar, como significantes sin significados ni vinculación entre sí. Aún más, pareciéranos contemplar en su vista general un conjunto de piezas incongruentes, todas dispersas y sin centro. Hecha la lectura de todo este caos urbanístico, sin textura ni formas inspiradas, podemos decir que el pro70

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ceso de construcción de nuestra ciudad moderna ya no se relaciona con el alma ni el carácter del hombre que la habita. La ciudad, la nueva urbe, se ha empezado a construir de espaldas al deseo y la acción humana, abordándose desde exigencias económico-funcionales o proyectos mercantilistas. Por desgracia, la construcción de la ciudad está comenzando a dejar de ser competencia de los gobiernos locales para ser pensada y diseñada por grandes grupos empresariales a través de operaciones a gran escala; agentes anónimos que toman sus decisiones en función de la búsqueda de su propio beneficio y no en función de la calidad de vida de ciudades y ciudadanos. Dicha actividad inmobiliaria opera muchas veces en el inestable juego de la especulación y el simple beneficio que, bajo el tácito e ilícito consenso de recalificaciones y choriceos, tiene su lamentable efecto en la privatización (nueva desamortización laica) y en el robo del espacio público. En efecto, como si de una agarofobia se tratase, enfermedad elitista del miedo a la plaza libre y al lugar de todos y para todos, quedan eliminados los entornos comunes, espacios de movilidad colectiva y encuentro, como calles y plazas, verdadera entraña urbana donde nace y surge la expresión comunitaria, la interrelación y la identificación. Sí, hoy más que nunca, el flujo vital de una ciudad se constata y define en la realidad corporeizada de este espacio público. Es decir, la calle como campo abierto y gratuito para el libre transeuntar del hombre en sus idas y venidas, trasteos y quehaceres; o, lo que es lo mismo, la calle como espacio y lugar sin dirigir, donde la vida, cada día que amanece, se muestra preñada de invención en su itinerario de recorrido libre. 71

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Con razón se ha dicho que andamos para encontrarnos y que tanto el camino como la vida se hacen y construyen en el andar. La ciudad, entonces, vive y se transforma con nuestras salidas a la existencia de esa vía común donde se hace factible el azar del encuentro, la sorpresa de la piel ajena y la solidaridad entre extraños. La calle, pues, como lugar de nuestra realización, de nuestros acentos y desmesuras; espacio también donde disfrutamos de la asistencia y existencia de los otros, de su auxilio y compañía; vía en constante fluir y movimiento donde uno se percibe amparado, solicitado, sintiendo no existir solo, porque, entre su kilometraje y aceras, uno es reconocido, llamado y nombrado. Pero el espacio como holgura y desenvolvimiento para el despliegue de la vida humana se hace especial lugar viviente de interacción y convivencia dialogal en el espaciado y simbólico ámbito de la plaza, preferencial espacio donde nos encontramos y miramos; amparador lugar donde dejamos de ser extraños, porque aquí, en él, todos nos reconocemos y revelamos. La plaza, pues, como principal espacio antropológico en el que la fragilidad humana se deja ver y existir, ejercitando sin constricciones ni barreras el profundo sentido del vivir que se hace palpable y extensible en la comunicación y la alteridad. Sí, la plaza como centro y corazón que en latido constante impulsa y canaliza el fluir de la vida en la ciudad; fluir que no cancela la memoria ni se cierra a la tactilidad de la piel humana, que se hace contacto, diálogo, proyección afectiva, adherencia y comunicación. Ningún espacio abierto como la plaza para hacer posible el encuentro pausado con el otro, reconociéndolo y afirmándolo como presencia gratuita, como don en su significación más íntima. Nada como en la plaza, privilegiado eje del encuentro en el morar, para esceni72

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ficar y hacer posible la comunión del intercambio y el trato; natural ejercicio existencial en el que se pone en juego el propio ser de cada uno, ofreciendo y prometiendo, a través de la gratuita y acogedora palabra, proyectos comunes de vida y ámbitos de existencia.

Nuevos templos para un nuevo congregante Lamentablemente, hoy, en su lugar, dichos espacios de representación comunitaria y civil están siendo sustituidos por otros nuevos espacios públicos que no son más que pseudolugares teledirigidos para el consumo; edificaciones anexas a esta sociedad anónima que ha hecho su nueva ágora en las grandes superficies comerciales e hipermercados; remedo de ciudades simuladas para la recreación y el ocio que han concluido por disneylandizar los entornos urbanos y el tiempo del hombre contemporáneo. Éstas se dejan reconocer a primera vista por su diseño geométrico, aséptico y lineal, sin originalidad ni identidad propias, no amoldándose a la lectura del territorio, sino que se presentan imponiendo un modelo fuera de todo particularismo local; artefactos de importación efímera que, en su estética, no dejan de ser estructuras de naves fabriles camufladas en su frontal por evanescentes fachadas de quita y pon en cartón piedra. Adentrándonos en ellas, ya desde su pórtico o dintel se nos muestran como lugares impersonales, vigilados y controlados por cámaras teledirigidas y ambientados acústicamente por una música indefinida, inconcreta. Puesta la procesión en marcha, y a lo largo de todo el recorrido, se circula silenciosamente a través de pseudoespacios medidos y estudiados para no salirse de la fila y, así, de esta sutil manera, hacernos presentar delante del objeto de consumo. 73

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Son lugares de anonimato y en donde la única identidad que refrenda a su creyente consumidor no es ya la partida de bautismo, sino la tarjeta de crédito, que debe insertar previamente para adquirir los dones en la máquina expendedora de billetes y, más tarde, en la aduanera caja registradora de la compra. Anulada su conciencia reflexiva y flotando en un estado de debilidad psicológica, el nuevo congregante, pasivo e inconsciente, es llevado de aquí para allá en un estado de deriva; auténtico desmontaje estudiado del ser humano, que no va ni se dirige a sí mismo, ya que le ordenan y dirigen por cartelas indicativas, persuasivamente orientadas, incapacitándole para detenerse, pensarse y representarse a sí mismo en el espacio y lugar que le rodea. Se ha dicho, y no sin razón, que todas estas grandes superficies comerciales son los nuevos espacios de la fiesta, empíreo lugar de utopía ficticia donde se promete la bienaventuranza terrenal con falsos horizontes de felicidad en el marketing del sermonario publicitario. En efecto, en envolvente despliegue de simulacros se ejecuta para el homo ludens, en este lugar sin alma, sin misterio y sin Dios, su nueva liturgia consumista; y todo vaciado de cualquier significado trascendente, ya que lo trascendente, aquí, es vender al neófito las mercancías diseñadas y producidas por el predicamento de las multinacionales. En estas nuevas catedrales y templos del capitalismo del espíritu, todo queda envuelto de símbolos estimulantes, de ostensorios iluminados en escaparates, deviniendo el objeto mostrado y expuesto resplandeciente, casi sagrado. Dicho producto-objeto, mostrado a veces en remembranza retablística, termina por asumir características religiosas, pareciendo irradiar fuerza benéfica y funcionando casi como un 74

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sacramento7; después, la fraternal comunión queda trasmutada por la solemnidad del acto de comprar, y el sentimiento colectivo de realización del rito, por el consumo individual. Concluida toda esta pseudoliturgia sin paz, ni despedida, el intercambio comunitario queda ausente en todo su transepto, siendo sustituidos finalmente intérpretes y teólogos por ingenieros y psicólogos sociales del mercado. En fin, una sociedad anestesiada por el consumo, inserta en una “revolución posindustrial que se está llevando a cabo mediante la explotación de las pulsiones deseantes de las masas de consumidores”8, trasladando definitivamente al mercado los conceptos de participación democrática y derechos individuales. Casi por encima del derecho al voto, pareciera que el nuevo ciudadano, olvidando la máxima expresión de su libertad individual, hubiera cambiado su inalienable estatuto de derecho civil por otro meramente comercial: el de consumir; es decir, la ciudad comercial estaría ya diluyendo la ciudad política, haciéndose profética aquella afirmación de Simmel cuando, hablando de las metrópolis de principios del siglo XX y de sus individuos, afirmaba de estos últimos que, suprimiéndose los residuos de su libertad, habían pasado de ser actores económicos a ser ya meros objetos de la acción económica.

El inquilino de la ciudad movible Semejante ciudad comercial, difusa y desestructurada en sus espacios humanos, ha convertido a su acci7 L. Boff, El Señor es mi Pastor. Consuelo divino para el desamparo humano, Sal Terrae, Santander 2005, 62. 8 F. de Anzúa, La necesidad y el deseo, Universidad de Navarra, Pamplona 2004, 195.

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dental inquilino en pasajero de su propia ciudad. Su vida, aquí, inmersa en un mundo fronterizo y deslimitado socialmente, sólo se deja notar y fluye en huera y utilitarista relación de acaeceres efímeros, sin centralidad solidaria ni unificante. Por su configuración espacial, el inquilino, que no habitante de esta no-ciudad, se define más como transeúnte que ciudadano, inserto en la zozobra y en la mera transición; diríamos que nunca reposa en su sitio, porque siempre transita, va de paso, traspasa sin quedarse, no se hospeda, como si fuera un ser nómada centrifugado por la imparable inercia de la ciudad-vía, obligado al constante errar y vagabundeo, encarrilado y en total trashumancia, inquieto y desaparejado; identificándose en su desasosegante fatiga desbrujulada de transeuntar como “masa corpórea con rostro humano que ha devenido unidad vehicular”9. Todo es movible, pues, en la ciudad de hoy y, por lo tanto, sin paisajes estables que fijar y llevarse a la memoria. Ciudad desterritorializada en sus espacios sin atributos que no están hechos para vivir, sino para moverse o, como se ha dicho, espacios para vivir moviéndose en un inconcluso pentagrama de calderón fijado que siempre ha de repetirse mecánicamente en la inconclusa movilidad melódica de un inaguantable rap circulatorio; o sea, la ciudad no ya como espacio para el recorrer pausado, para el habitar y reflexionar viviéndola, sino la ciudad como permanente espacio en movimiento. Esta instintiva movilidad de esta sociedad peripatética, constantemente andante y sin reposo, que una vez que se ha movido es estimulada a moverse de nuevo, tiene hoy en el automóvil el artefacto perturbador que mejor le identifica, centrando y distribuyendo casi toda 9

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M. Delgado, La no ciudad como ciudad absoluta, o. c., 137.

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su existencia cotidiana; “como si todo en la vida –como diría E. B. White– estuviera en otro lugar y para llegar allí hubiera que ir siempre en coche”. Es decir, la vida centrada en esta criatura nacida de la capacidad inventiva del hombre y en la que, en la onda de la religión del desarrollismo de la antigua religión sansimoniana, pareciera rescatarse la mística y el culto a la máquina. La metáfora pictórica del retrato en coche de Tamara Lempicka en los años veinte podría hacerse extensible hoy en la llamada cultura del tuning; nuevo déspota adorado y auténtico amo ya de la ciudad, a la que ha condicionado por constituirse y hacerse a su medida, desestructurando los espacios, transformando el suelo público en privado y haciendo azarosa e intransitable la vida del peatón. Sin embargo, para sus propietarios, a causa de la leyes de zonificación, que han terminado por aislar lugar de trabajo, de servicios y de residencia, la vida se les muestra, cada día que amanece y termina, fatigosa, escindida y acelerada, consumiendo el tiempo del vivir que les queda entre atascos, semáforos, desviaciones, cruces, rotondas y autopistas. En todo este inhóspito trasiego, este fuera de lugar, individualista, solitario, sin habitáculo en reposo, termina por dar la espalda a este territorio de la indiferencia que, ante el fastidio cotidiano, concluye por vender su propia libertad a cambio de su seguridad en una nueva comendatio que ofrece paraísos deseados; teniendo como señor no ya al dueño del castillo, sino a sociedades hipotecarias y a bancos.

Rural-urbanización o nostalgia del paraíso La nostalgia del paraíso y la añoranza de un lugar limpio e higiénico, con claros ribetes de romanticismos utópicos, han ido configurando en estos últimos años el 77

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nacimiento de un sinfín de urbanizaciones-ciudades que, a modo de metástasis, se han abalanzado en horda sobre el campo10. Es la llamada cultura rural urbana, exenta del complejo fluir de la ciudad cotidiana, bien sea ésta la ciudad antigua o la urbe “dormitorio”. La facilidad de la automoción y el masivo desarrollo de las vías de comunicación han hecho posible que este hombre sin arraigo haya desplazado su antiguo hábitat hacia estos entornos rurales como una nueva forma de estar y organizar la vida. Y todo ello dirigido desde una insistente publicidad inmobiliaria que, a modo de espejismo, saben ofertar hipotéticos espacios edénicos11. En efecto, dicho fenómeno emergente, denominado también rural-urbanización, puede justificarse por la memoria colectiva que todavía añora el antiguo contacto con la naturaleza y con el ya perdido medio rural. En el fondo, semejante deseo no deja de ser una invención ficticia de un falso ruralismo que no hace más que remedar hipotéticas comunidades idílicas de otros tiempos. Utopismo ruralizante insertado en el pseudocampo que cree haber rescatado el pasado perdido de la comunidad mítica en una colonización lírica del territorio; falso ecologismo que no es más que una invasión descontrolada del campo en un inadecuado reencuentro con la naturaleza. Roussonianos paraísos antiurbanos que, queriendo comprar vegetación y césped e instalarse en éticas felices en sintonía con la naturaleza, 10 P. Manterola, La arquitectura de la no-ciudad. El problema del paisaje en los procesos de dispersión urbana, Universidad de Navarra, Pamplona 2004, p.14. 11 Z. Musí, La arquitectura de la ciudad global, Gustavo Gilli, Barcelona 2004, 58.

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crean una especie de sociedad folk con cierto contrapunto sonoro de holy community. Ante estas falsas comunidades pseudointegradas en el consumo de paisaje natural, muy bien podría recordarse aquí el remedo iconográfico12 de La casa de la pradera, acompañado con la banda sonora de la Pastoral de Beethoven. Pero bajo el aparente rostro feliz de estas nuevas áreas urbanas, creadas por el capital del miedo, también se dejan notar en su fondo otras lecturas. Y aquí y ahora evidenciemos una: la mixofobia. Acertadamente, Zygmunt Bauman la ha definido en su manifestación por la tendencia a buscar islas de semejanza e igualdad en medio del mar de la diversidad y la diferencia13. En efecto, como si de una lógica puritana se tratase, semejantes urbanizaciones buscan la profiláctica ideológica de las afueras que a toda costa evita el contacto, como si no quisieran mezclarse ni tocar el polvo de la antigua convivencia. Lugar ya apartado de la ciudad antigua y donde el nuevo pseudociudadano se parapeta del miedo a las desconocidas e inseguras ligazones, contagios multiculturales y visiones divergentes. En estos espacios vetados, donde el privilegiado colono-inquilino encuentra su aislamiento espiritual de los lugares comunes, dejan de existir igualmente la disparidad, las intersecciones funcionales del antiguo vivir cotidiano de la ciudad antigua y, sobre todo, el sano divorcio de pareceres ideológicos o políticos. Como consecuencia, estas comunidades de lugares decentes, 12 P. Arias Sierra, Periferias y nueva ciudad. El problema del paisaje en los procesos de dispersión urbana, Universidad de Sevilla, Sevilla 2003, 239. 13 Z. Bauman, Confianza y temor en la ciudad. Vivir con extranjeros, Arcadia, Barcelona 2006, 33.

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con su valla real o imaginaria que separa su gueto voluntario de los incontables guetos forzosos en que viven los desheredados14, quedan compuestas por iguales, evidenciándose, además del miedo a la cara del otro, del distinto, la ausencia y el desprecio no declarado a lo multiétnico y multirracial. En esta búsqueda de universos homogéneos, estables y seguros se constituye, entonces, una comunidad filtrada, aromatizada y desinfectada; zona segura de felicidad controlada donde a veces se determina qué tipo de personas tienen derecho a residir al abrigo de los equivalentes modernizados fosos medievales. Esta psicosis aseguradora de clases saludables hipervigiladas da paso a la constitución de auténticas islas fortificadas, sin santo ni patrón, que no son más que cárceles de sueño donde se ampara y alberga el nuevo zoológico humano. En el fondo, no dejan de ser sociedades cerradas, curativas y maniqueas, donde se instala un paraíso ficticio, porque la verdad de la vida, a pesar de la uniformidad, perseguida como un unicum, sigue latiendo fuera de sus muros y es inconcebible si antes no se comparte el espacio15. Ni que decir tiene que la ideología que se proyecta en estos archipiélagos carcelarios utópicos, prestos para una fácil manipulación y dirección, no está exenta de ciertos ribetes totalitarios que, en el fondo, hacen recordarnos a los guetos platónicos, óptimos lugares para visionar y volver a dar paso al show de Truman... Ciudad controlada, pues, pero, paradójicamente, también ciudad individualista, donde cada uno vive aislado y autosuficiente, relacionándose solamente con 14 15

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Ibíd., 29. Ibíd., 38.

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los otros a la hora del supermercado o del consumo. La falta de comunicación se hace igualmente tangible en el máximo grado de privatización del hábitat, donde los hipotecados inquilinos propietarios de su parcela idílica, con piscina y jardín, se ignoran pared con pared, puerta con puerta, llegando solamente como inoportuno saludo a la propiedad del anónimo colindante, el vecino olor de la barbacoa dominguera.

La ciudad museo Hasta aquí, las dos nuevas realidades urbanas. Pero ¿qué decir, por último, de la ciudad de siempre, la antigua, la denominada en rótulos y vallas publicitarias monumental; la que aún sigue ahí, detenida, configurada y desconfigurada en el correr de la memoria y el tiempo? Hoy, los cascos antiguos van viendo cambiar su fisonomía tanto por la renovación como por la densificación, y otras veces, por desgracia, los podemos ya contemplar abandonados a la suerte de una lenta degradación en la espera depredadora de la insensible especulación inmobiliaria. Pero si mal está el no respetar en la ciudad antigua la cara de su memoria, peor es hacer de ella una escultura inanimada. Hablamos de la llamada museificación de la ciudad, embalsamada, vacía de impulso vital y sin flujo en sus arterias, que sólo remite en su contemplación a un pasado de ayer, muerto ya, como si la piedra hubiera sido embalada y predispuesta para el simple proyecto de un mero “decorado cinematográfico”, presto solamente para ser fotografiado desde sus calles y espacios transitados, pero no vividos. 81

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Quizá sea hoy éste el peor mal que le haya tocado vivir a la ciudad antigua, renunciando a ser portadora de relaciones, valores e ideas, y a quedar convertida en nuevo espacio espectáculo inanimado al servicio de lo económico y turístico, reconduciendo falsamente el rescate de la memoria de su historia no hacia la fidelidad de su identidad, sino hacia el consumo. Pareciera que la antigua cara del pasado se hubiera transmutado por la impertinente, pintoresca y colorista tienda de souvenirs, y todo enfocado primordialmente al mercado global, al turismo de masas, que sólo busca los tópicos de la ciudad. Qué lejos queda ya aquella remembranza unamuniana de las recoletas y conventuales ciudades castellanas en las que el ritmo de su vida se movía y amparaba en el toque de campana: “El sol acaba de ocultarse, y blanda, lentamente, las parroquias tocaban las oraciones. Era un coro, un llanto continuo de campanas cantantes, de campanas gemebundas en el callado crepúsculo. Hubiérase dicho que la ciudad se hacía toda sonora, metálica, vibrante y ascendía entera hacia los cielos, milagrosamente, en el vuelo de su memoria”16.

En fin, nuestras ciudades hace ya tiempo que han dejado de dormirse y despertarse con la impresión de aquellos escatológicos sermones vespertinos, tornándose ya todo aquello en añoranza de lejanos sueños perdidos en la memoria. Y sí, torres y campanas aún siguen ahí, solitarias e inhiestas, pero el reclamo de su llamada se ha hecho ya imperceptible e inaudible para el oído del nuevo ciudadano. 16 Citado en J. A. Sánchez García-Sauco, La dimensión artística y social de la ciudad, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Madrid 2000, 19.

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Mientras, para qué negarlo, muchas de nuestras ciudades antiguas se están convirtiendo o han quedado ya convertidas en nuevos parques de ocio con atracciones pseudoeducativas y pseudoculturales; hipermercados del arte donde la cultura ofertada para el entretenimiento, incluida en el precio del billete de las agencias de viaje, ha terminado por invadir, por ejemplo, y valga el caso, el antaño inviolable tiempo de nuestros espacios sagrados. Para el lector atento, y como muestra, valga solamente este aviso: “Por favor, de 12 a 13 horas, mientras dura la misa, guarden silencio, no deambulen por la catedral y fotos no”. Reconsiderar hoy y respetar todo el valor simbólico de la herencia urbana de la ciudad histórica, en el que cada generación ha ido aportando su ilusión y su esfuerzo, incluidas nuestras catedrales e iglesias, es también no olvidar que ésta “nació como hogar de libertades, de creencias, de pactos, de participación; y convertirla en decorado es una traición a su espíritu originario”17.

Conclusión La ciudad ha sido tradicionalmente lugar de libertad, refugio de pobres y desarraigados, espacio para la heterogeneidad y crisol urbano donde se asentaba la diversidad significada en la coexistencia y el mestizaje. Hoy, igualmente, la ciudad empieza ya a reconocerse como un mosaico multirracial y pluricultural. Aquella ciudad que podía definirse como ámbito unitario y como ecosistema, está desapareciendo.

L. Martín Santos, Introducción a La ciudad, de M. Weber, La Piqueta, Madrid 1984, 3. 17

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La hasta hace muy poco sociedad homogénea étnica y culturalmente, con una identidad única y un sistema axiológico imperante, está dejando de existir. El cosmopolitismo ha comenzado a desacralizar la intensidad de los particularismos, de los prejuicios burkenianos, de los colores definidos, de las banderas y los credos, redescubriendo nuevas raíces de identidades complejas que, en contra de los patriotismos nacionalistas vinculados a la sangre y el suelo, intentan encontrar la humanidad de los seres humanos18. Sí, ciertamente, no es fácil hoy definir la ciudad, retenerla en la retina y percibirla en su inestable contorno. Hija de la tercera revolución urbana moderna, la ciudad se nos muestra en constante mudanza, en inabarcable forma, en metástasis imparable y continua. Diríamos que, al igual que su inquieto y desazonado habitante, también la ciudad ha entrado en ese perplejo trance de la modernidad posmoderna que cada día ha de ajustar las formas de pensar y actuar. Como consecuencia de semejante e inquieta mutación –se ha dicho–, ha terminado por convertir a la ciudad contemporánea “en una máquina de destradicionalizar, un monumento efímero del presente que es cambio incesante, sustantivo, puro acontecer que borra cada día su pasado y convierte el espesor de los siglos anteriores en mera conmemoración”19. Puede que la auténtica ciudad soñada, perfecta, delimitada y definida, no deje de ser una utopía, pero el hombre, aun así, nunca deberá dejar de intentar arribar hacia ella o de buscarla. ¿Sabemos, si es que es posible 18 D. Velasco, Éticas y políticas para una ciudadanía universal, Verbo Divino, Estella 2003, 36. 19 J. L. González Quirós, De la ciudad histórica a la ciudad digital, Lengua de Trapo, Madrid 2003, 73.

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que exista, dónde está o cómo hacerla? ¿Debemos seguir navegando hacia ella aun no sabiendo dónde está el puerto de su lugar ausente? Parafraseando a Isaiah Berlin, digamos que no debemos parar en el intento de ir hacia ella; por tanto, mientras haya tiempo, “hay que ir en su búsqueda desde la ilusión, hasta la eutopía que permita la persona, donde cada uno juegue su papel en el escenario teatral de la vida, y que en tal juego sea permitido hasta pisar la raya, y no por concesión, generosidad o caridad, sino por justicia, la justicia que nunca niega lo debido. Para alimentar estos espacios teatrales se necesitan orientaciones, referentes de ilusión, autores, guionistas, actores, faros, puesto que si lo que se alza ante nuestra frente es una aurora, hay que recogerla, y, por el contrario, si es un descenso en la grisura de la opacidad, habrá que alimentar la luz, la misteriosa, la parpadeante luz del corazón capaz de atravesar todo hiato, todo desierto, que nos permita recuperar nuestra ciudad, nuestro escenario, la identidad y la otredad, la ciudad ausente: la utopía sin utopía”20. Un apunte final. En este intento sería vano buscar la ciudad fuera del lugar donde no es o no existe, y, también, tratar de inventarla y hacerla en los meros estudios de urbanistas e ideólogos. La ciudad, ya lo dijo Sófocles en su Antígona, es gente y son los hombres, o, como siglos después afirmaría Agustín de Hipona, “la ciudad no consiste en piedras y ladrillos, sino en ciudadanos”21. Es decir, los hombres son la ciudad, y ésta, por tanto, no es sólo edificios y espacios públicos, sino, sobre todo, los hombres que la habitan. 20 R. Blanco Martínez, La ciudad ausente. Utopía y utopismo en el pensamiento occidental, Akal, Madrid 1999, 218. 21 San Agustín, De urbis exicidio, VI.

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La parroquia en la ciudad del hombre de hoy22 “La ciudad actual es una compleja encrucijada de una desconcertante gama de culturas, idiomas y procedencias”23, pero también es “la expresión humana de convivencia más perfecta que una sociedad puede aportar de sí en cada momento histórico por el que transita”24. Consiguientemente, la teología, y, más en concreto, la teología pastoral (que parte de la praxis y acaba proyectándose en la misma) ha de mirar críticamente25 a la ciudad y a sus habitantes, sobre todo a la hora de planificar una evangelización que, de otro modo, corre el riesgo de dirigirse a un sujeto que no existe, en un lugar en el que no está, dando respuestas a preguntas que nadie ha planteado26. 22 Aunque los yerros sólo son imputables a quien suscribe, debemos dejar constancia de las valiosas aportaciones del profesor Jesús Burgaleta, harto más de agradecer por cuanto se han hecho desde un estado de salud precario, aunque con el vitalismo entusiastamente creyente de siempre. También nos hemos servido de las sugerencias aportadas por el Seminario de Agentes de Pastoral que mantiene el Instituto Superior de Pastoral de Madrid. 23 A. Giddens, Sociología, Alianza Editorial, Madrid 42002, 718. 24 D. Senabre, “Prólogo” a J. Ramos, La ciudad de ayer y hoy, PPC, Madrid 2006, 7. 25 La teología pastoral ejerce una función crítica en el interior de la vida de la Iglesia, en cuanto que busca una reconstrucción de la imagen eclesial auténtica, y crítica con el mundo, por cuanto que trata de realizar el Reino de Dio sobre él. Cf. J. A. Ramos, Teología pastoral, BAC, Madrid 1995, 16; R. Prat y Pons, Compartir la alegría de la fe. Sugerencias para una teología pastoral, Salamanca 1988, 48. 26 Nos han sido sugerentes: C. Floristán, La parroquia, comunidad eucarística, Marova, Madrid 1961; íd., Para comprender la parroquia, Verbo Divino, Estella 1994; H. Rahner (ed.), La parroquia, de la teoría a la practica, Dinor, San Sebastián 1961; R. Pannet, La paroisse de l’avenir, l’avenir de la paroisse, Fayard, París 1979; J. Murgui, Parroquia y comunidad en la Iglesia española del posconcilio, Edicep, Valencia 1983; P. Mercator, Le fin des paroisses? Recompositión de las communautés. Reorganizatión de l’space, París 1997; M. Payá, La parroquia, comunidad evangelizadora, PPC, Madrid 1989; E. Bueno de la Fuente, Eclesiología, BAC, Madrid 1989; J. Bestard,

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Si, como se ha indicado, “no existen ciudades, sino ciudadanos”, quizá pueda convenirse que tampoco hay parroquia, sino parroquias, párrocos y feligreses27. Ciertamente no son lo mismo –por considerar sólo el aspecto geográfico– las parroquias del casco antiguo que las de la periferia o las de las áreas de expansión metropolitana, por no mencionar a las de ámbito rural. Cierto que todas tienen en común que durante siglos “se nació en la Iglesia”, pero no “se optó por la Iglesia”. Sin embargo, en nuestros días y en nuestras ciudades, el ius solii deja sitio a la electio y, felizmente, de una concepción jurídico-administrativa se va transitando hacia otra de corte más comunitario, teológico y pastoral. En efecto, la parroquia tradicional tomaba su ser del nacimiento, la vida y la muerte del sujeto que se desarrollaba a lo largo de etapas nítidamente marcadas, con ritos de paso perfectamente preestablecidos, siempre en uno o, como mucho, dos territorios. Ése ya no es el caso de nuestras ciudades y del nuevo modo de vida de sus “inquilinos”. Por eso, no es de extrañar que la parroquia urbana ya no sea gestora ni articuladora de la vida social local (¡a veces ni de la religiosa!) y, consiguientemente, carezca ya de la clásica “función de encuadramiento”28: si antes el párroco podía decir “mis feligreses”, ahora el feliCorresponsabilidad y participación en la parroquia, PPC, Madrid 1995; R. Berzosa, Para comprender y vivir la Iglesia diocesana, Aldecoa, Burgos 1998; C. Barberá, La parroquia más o menos, Alandar, Madrid 2006; F. Placer Ugarte, Renovación pastoral. Renovación eclesial a los 40 años del Concilio Vaticano II, Nueva Utopía, Madrid 2006; S. Pié-Ninot, Eclesiología. La sacramentalidad de la comunidad cristiana, Sígueme, Salamanca 2007. Igualmente, deben mencionarse las tres ponencias del Congreso Parroquia Evangelizadora, Edice, Madrid 1988, 51-182. 27 Cf. S. J. Killan, Theological Models or the Parish, Alba, Nueva York, 1977. 28 Ibíd., 112.

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grés, perpetuo viajero, bien puede hablar de “mis párrocos”29. La parroquia, señalada por el Concilio de Trento como el “órgano principal de la pastoral”30, es redefinida casi cuatrocientos años después como la “célula de la diócesis” (AA 10), “signo visible de la Iglesia” (SC 42) peregrinante (paroikia) “que vive entre las casas de sus hijos e hijas” (ChL 26). Se reconoce que viene siendo la figura de la Iglesia y su imagen más pública31, así como el lugar de identificación eclesial, donde se desarrolla cuantitativamente la vida cristiana, espacio en el que caben todos con adhesiones parciales o totales al Evangelio y, a la postre, auténtica base de la Iglesia y sede del catolicismo popular32. Sin embargo, hoy se ve profundamente interpelada en sus clásicas funciones por la ciudad difusa y por un nuevo perfil de “congregante”. Aunque ha atravesado con éxito varias crisis, ninguna ha tenido la intensidad de la actual.

“La parroquia, esa vieja novedad” Con un título ya sintomático, La parroquia, esa vieja novedad 33, se publicaron las actas de las Jornadas Preparatorias de la Semana sobre la Parroquia en España en Zaragoza (1956)34. Ya entonces, se señalaba que “en la 29 Así lo afirmaba J. Folliet, como recoge F. Houtart, “La sociología y la pastoral urbana”: Selecciones de Teología 11 (1964) 196. Cada vez es más cierto aquello de “parrocchia si nasce, comunità si diventa”. 30 Concilio de Trento, sesión XIV, 1563. 31 E. Bueno de la Fuente, Eclesiología, BAC, Madrid 1989, 112ss. 32 C. Floristán, Para comprender la parroquia, o. c., 7. 33 La parroquia, esa vieja novedad, Euroamérica, Madrid 1958. 34 Se celebraron sucesivamente en 1958 (Zaragoza), 1960 (Sevilla), 1962 (Barcelona), 1967 (León) y 1974 (Madrid). Más recientemente, con-

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hora actual, la parroquia exige una renovación geográfica y social”. No deja de ser significativo que 50 años después sigamos “a vueltas con la parroquia”, aunque, desde luego, con requerimientos harto más apremiantes que los de hace medio siglo. Tampoco extraña que a finales del año 2006 el Pontificio Consejo para los Laicos haya celebrado unas jornadas sobre “Caminos de renovación de la parroquia” en las que se vuelve a insistir sobre lo mismo.35 Menos aún, que los obispos belgas hayan publicado en enero de 2007 una refrescante carta36 dirigida a sus presbíteros en la que, entre otras muchas cosas, señalan que “se tiene la tendencia a creer que la parroquia ha existido siempre”, para acabar preguntándose: “Pero ¿será eterna?”37. Por otra parte, en un rápido vistazo a la bibliografía producida en torno a la parroquia en las últimas décadas, llama la atención que pareciera que poco hemos avanzado. Las preguntas siguen siendo las mismas, y las respuestas no han sido ni muy creativas ni diversas, salvo en los inevitables cambios epocales de lenguaje: de la tinuando el Congreso sobre Evangelización y Hombre Actual (1985), se tuvo en 1988 el Congreso sobre Parroquia Evangelizadora (Madrid). 35 El Consejo Pontificio para los Laicos, que reunido en asamblea plenaria ha tratado el tema “Volver a encontrar la parroquia. Caminos de renovación” (Ecclesia 3336 [2006] 1.720-1.721), afirma a la parroquia como “una familia de familias cristianas”. 36 Cf. Obispos de Bélgica, “Dios ha querido darnos un gran ánimo”: www.zenit.org Z307012411. 37 En la carta se señala que “durante los últimos decenios las condiciones de vida han sido seriamente modificadas. No se vive ya en un territorio de manera sedentaria... La forma concreta de las parroquias va a cambiar... El fenómeno de la parroquia de elección se va a extender... El sacerdote del futuro será más itinerante que sedentario. Sin duda, deberá prescindir de la seguridad de una comunidad local cálida y a medida humana... El ministerio gozará de gran flexibilidad y cada día más se afirma la necesidad de colaboración entre sacerdotes... Se impone una pastoral nueva, de la que no tenemos sino una experiencia sumaria: la evangelización de los semicreyentes y de los no creyentes”.

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preocupación por la cura de almas de los años cuarenta, pasamos al celo apostólico de los cincuenta; de ahí a la dimensión misionera de los sesenta, pasando por la acción evangelizadora de los setenta, y, más recientemente, a partir de la década de los ochenta, llegamos a la nueva evangelización 38. En realidad, las inquietudes han sido las mismas y se han planteado en estos cincuenta años con el mismo centro temático sin demasiados avances sustanciales de contenido. Sin embargo, en una somera aproximación histórica, es de justicia dejar reflejados algunos cambios significativos, unos positivos y otros no tanto. Entre los primeros, dejaremos constancia, sin desarrollarlos por ser motivo de otra intervención, de los movimientos de renovación parroquial (desde la catequesis, la liturgia, la acción social...). Igualmente, debe celebrarse el paso de una concepción jurídico-canónica y sacramentalista de la parroquia (centrada simbólicamente en el templo y en el despacho parroquial) a un enfoque teológico y pastoral, de corte más comunitario, que no desdeña la utilización de las ciencias auxiliares, singularmente de la sociología. Seguramente que a todos estos avances no ha sido ajeno el desarrollo de la teología pastoral como disciplina con un estatuto y un método propios. En efecto, los aldabonazos críticos a la parroquia tradicional y a su incapacidad para afrontar los nuevos retos misioneros39 sirvieron para cuestionar y revitalizar la parroquia y supusieron el despertar del espíritu evangelizador, comunitario y misionero que encontraría, 38 Sintomáticamente, llevamos dos décadas sin ni tan siquiera “innovaciones lingüísticas”. 39 H. Godin e Y. Daniel, France, pays de mission? (1943); G. Michonneau, Paroisse, communauté missionaire (1945); F. Boulard, Probléme missionaires de la France Rurale (1946), etc. Era el tiempo de los sacerdotes obreros y de la Misión de París.

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años después, mayores ecos en el Concilio. Fue positivo para sobrepasar las estrechas miras sacramentalistas y beneficiales de la parroquia tradicional y rescatar el sentido cristiano de la asamblea, aunque en aquel momento los logros no fueran los esperados. En esa época, los que más tarde se revelarían como los grandes teólogos del siglo XX tampoco se mantuvieron callados. En 1948, Congar puntualizaba que la Iglesia no es reductible a la sola parroquia y que no debía haber incompatibilidad entre parroquia y misión. Por su parte, Chenu sostenía que la parroquia, por indispensable que sea, no es la base de la sociedad. Debatiendo en Alemania acerca del llamado “principio parroquial”, el Pfarrprinzip 40, el entonces joven profesor Rahner escribía que este principio ha configurado la acción pastoral durante siglos; sin embargo, “la parroquia no es la única”, “el principio parroquial no puede convertirse en arma de un estatismo eclesiástico”41. Sigue nuestro teólogo: “Algo de la organización social, económica y espiritual como la que tenía la comunidad judaica en las grandes ciudades de la diáspora de la antigüedad helenística quizá convendría hoy a la parroquia cristiana en medio de las comunidades masivas descristianizadas y humanamente amorfas que encontramos en nuestros días”42. Sin decirlo tan explícitamente, la falla más im40 Para Karl Rahner el “principio parroquial” implica dos dimensiones: a) el principio del párroco (la cura de almas está a cargo del párroco y de sus auxiliares”; b) el principio de la parroquia: toda cura de almas se produce en el ámbito de la parroquia. A este ámbito se han incorporado incluso congregaciones “extraparroquiales”, pues cuando el clero no se sintió a la altura de las exigencias de la cura de almas, delegó en el clero regular ciertas funciones (dirección espiritual, predicación, enseñanza, incluso la responsabilidad en ciertas parroquias de misión...). Cf. K Rahner, “Reflexiones pacíficas sobre el principio parroquial”, en K. Rahner, Escritos de teología, vol. II, Taurus, Madrid 1961, 295-336. 41 Ibíd., 297.308. 42 Ibíd., 301.

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portante del principio parroquial fue el desconocer que la ciudad ya no crecía en torno al campanario y al templo y que la religión institucionalmente modelaba cada vez menos el modo de vida de los ciudadanos. En los años cincuenta y sesenta, con la extensión de las ciudades, merced a la inmigración interior en España, se acometió una importante actividad creadora de parroquias, que se continuaría con la expansión de los barrios de la periferia y la transformación de núcleos chabolistas en zonas urbanizadas. Salvo algún intento de parroquia personal –como la parroquia universitaria, las castrenses o las de los inmigrantes–, la parroquia convencional, de carácter territorial y autosuficiente (centrada en el párroco y en la respuesta a las necesidades sacramentales, catequéticas, caritativas y de celebración de la misa dominical), continuó siendo la “reina” sin competencia de la acción pastoral. Bien pudo decir Pío XII que la parroquia era la “célula básica de la vida eclesiástica”. Sin embargo, los cambios que se precipitarían en los últimos lustros del siglo XX ya estaban germinando. En 1958, Joseph Ratzinger, recién ordenado presbítero, definió como un engaño estadístico el cliché que describe a Europa como “un continente totalmente cristiano”. Para él, la Iglesia de la modernidad posbélica, falta de vigor y de significatividad evangélica, es una “Iglesia de paganos. Ya no es, como antes, Iglesia de paganos convertidos al cristianismo, sino Iglesia de paganos que se siguen llamando cristianos y que en realidad se han hecho paganos”. Estamos en el pre-concilio. Los ímpetus transformadores de la estructura parroquial llegan desde Francia de la mano de la sociología, desde Italia más dependientes del derecho canónico y desde Alemania al hilo de la reflexión teológica. Por nuestras latitudes, para 92

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procurar la renovación, se empezaron a celebrar las ya mentadas Semanas de la Parroquia43. Después del Vaticano II, con la eclesiología conciliar, hubo nuevos intentos para certificar la defunción de la parroquia y sustituirla por las comunidades de base. Otra tendencia pretendió dinamizar la dimensión comunitaria en la parroquia (consejos pastorales, asambleas parroquiales, la parroquia como “comunidad de comunidades”...). Tampoco faltarían intentos de instrumentalizar la parroquia al servicio de comunidades de diverso signo; décadas después, habría el mismo riesgo con los llamados “nuevos movimientos”. Efectivamente, a partir de los ochenta, y con el impulso de la “nueva evangelización”, cobran protagonismo estos movimientos eclesiales. Se caracterizan por unas notas que no deben pasar desapercibidas: la importancia que atribuyen a los laicos (la pretendida renovación ya no viene de la mano ni de los curas ni de la vida consagrada), la relevancia que dan a los procesos personales y a su acompañamiento efectivo en todas las dimensiones, a la calidez de las relaciones interpersonales y a su carácter netamente no territorial. Dejamos apuntado esto porque es posible que algo tenga que aprender la parroquia de estos movimientos44. 43 Coetáneamente, con carácter menos oficial, se vinieron celebrando desde 1961, bianualmente, los Coloquios Europeos de Parroquias. Cf. Cahiers Paroisse et Mission 24: “Colloque européen des paroisses. Actes du 3º C.E.P.”, Colonia 1965. 44 Naturalmente, hay que completar el fotograma con aspectos menos positivos: sus riesgos de guetización y neoconservadurismo y los choques que tienen con la parroquia (aunque el asunto no es nuevo y ya ocurrió con las órdenes mendicantes). Como señala E. Bueno en Eclesiología, o. c., 119, lo más llamativo y peligroso en este momento es el “salto cualitativo de una teología del laicado a la conciencia de autorrealización de la Iglesia”. A ello sigue la demanda de mayor autonomía y representatividad y la tentación de absolutizar su propia vivencia de la fe, el mantenerse extraña a la pastoral parroquial o el pretender vincularse a la Iglesia universal relativizando a la Iglesia local.

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Por nuestros pagos, no podemos dejar de hacer mención del Congreso sobre Parroquia Evangelizadora de 1988, en el que sólo el 10-15% de las parroquias se ubicaban en línea evangelizadora y entre el 55% y el 60% reconocían no tener proyección misionera. Concebido como continuación del Congreso Evangelización y hombre actual de 1985, se trataba de analizar la situación, las dificultades y los logros de la parroquia, confrontarla con los signos de los tiempos del Concilio Vaticano II y descubrir líneas prioritarias para configurar una parroquia auténticamente evangelizadora. Cabe preguntarse si, casi 20 años después, los datos han ido mejorando y, aún más importante, si ese entusiasmo evangelizador y ese vitalismo cristiano se han mantenido o han ido languideciendo. Tristemente, nos parece percibir, a partir de los años noventa, un cierto adormecimiento, atonía, inercia o síndrome de la fatiga crónica en la acción pastoral parroquial, acompañados de una menor visibilización de la parroquia en su entorno próximo y un cada vez menor influjo vital, incluso sobre sus allegados, fuera del espacio del templo. A ello no serán ajenos, además de los cambios socio-culturales vividos con especial intensidad en la ciudad, el envejecimiento del clero45 y la falta de relevo generacional de los agentes de pastoral, la pérdida estrepitosa de la juventud, la postergación de la mujer, la deserción silenciosa de los miembros más activos y militantes. También cabe citar, entre otros factores, el desencanto de los más abiertos por la falta de acierto de la Iglesia al plantear sus relaciones con el mundo, la fal45 En 1982, la edad media del clero español es de 52 años; en 1992 de 64; en 2007, de 67 en los diocesanos y 68 en los religiosos; el 40% del clero secular tiene más de 70 años; se jubilan y fallecen anualmente el doble de los que se ordenan. Teniendo en cuenta los datos anteriores, haga el lector una proyección a 10 años vista.

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ta de atención personal y cuidado interno del clero y de los agentes de pastoral, la ausencia de liderazgo y de personalidades creyentes de talla capaces de entusiasmar frente al individualismo y el secularismo imperantes, la pertinaz sequía de un diálogo libre y fraterno entre las distintas sensibilidades que coexisten –hoy por hoy sin tocarse ni mancillarse– en la Iglesia46, la pérdida de vigor en la defensa de los derechos de los más vulnerables, etc.; todo ello resumible en la falta de un vigor contagioso en la experiencia cristiana de Dios. Sintetizando este apartado, podemos concluir: 1. Llevamos décadas “a vueltas con la parroquia”, sin que cualitativamente se hayan producido cambios parejos a las mutaciones habidas en el estilo de vida del hombre y la mujer contemporáneos de nuestras ciudades. Las novedades no han sido muy significativas en lo tocante al modo de organización de la acción pastoral, que sigue en buena medida centrada en el párroco, el territorio, la autosuficiencia y la polivalencia. “La parroquia será cada vez más marginal a la ciudad. La reconciliación entre la ciudad y la parroquia sólo será posible si esta última muta”, decía F. Houtart hace más de 40 años47. 2. La reiteración de pronósticos incumplidos certificando la defunción de la parroquia, por más que no se haya producido, no debe dar lugar a ingenuidades: es verdad que la parroquia sobre46 Máxime cuando, superados triunfalismos de todo signo, hoy todas las “sensibilidades” caemos en la cuenta de la insuficiencia de nuestras respuestas y en los pocos frutos de buena parte de nuestras acciones pastorales. 47 F. Houtart, en Revue de l’Action Populaire 165 (1963), citado por A. Aubry, Una Iglesia sin parroquias, Siglo XXI, Madrid 1974, 40.

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vive a sus detractores48. Sin embargo, las sucesivas crisis son no sólo cuantitativamente, sino también cualitativamente más intensas. En otro lugar, irónicamente hemos llegado a pronosticar que en unos años, de continuar la actual tendencia por ambas partes (Mundo e Iglesia), es posible que ¡acaben sobrando parroquias y curas! Es lo que hemos llamado “efecto 2015” o “síndrome de los pelos blancos49. 3. El kantiano “atrévete a saber” parece que aguarda tiempos mejores. El momento del “ver”, el análisis de la realidad, tan importante en los años cincuenta, sesenta y setenta, parece haberse ido olvidando. En esos años se multiplicaban las encuestas, los sondeos y las investigaciones del estado de opinión sobre cuestiones variopintas. Nos da la sensación de que, desde el Congreso sobre la Parroquia Evangelizadora, el método sociológico ha caído en general desuso, salvo para la proyección poblacional de nuevas parroquias. Juzgar y actuar sin haber visto suficientemente da lugar a errores de bulto. Paralelo a lo anterior, llama poderosamente la atención descubrir en los boletines de las diócesis de hace varias décadas, incluso de la misma Conferencia Episcopal, no sólo la multiplicación de datos estadísticos y análisis, sino incluso la publicación de todo tipo de debates, 48 El P. Godin decía: “Hay que decir de la parroquia lo que del pianista, no disparen contra ella, que hace lo que puede”. Citado por A. Aubry, ibíd., 9, lo “arregla”: “¿Habremos de resistirnos a una institución que no resiste más? ¿O por el contrario habremos de obstinarnos en ajusticiar a la parroquia? Respondamos que no se prolonga indefinidamente una agonía, pero tampoco se remata a un moribundo”. 49 Cf. J. L. Segovia, “La Iglesia, la marginación y el ‘efecto 2015’”, en A. Ávila (ed.), Nostalgia de infinito, Hombre y religión en tiempos de ausencia de Dios. Homenaje a Juan Martín Velasco, Verbo Divino, Estella 2005, 437-453.

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opiniones plurales y críticas, algunas incluso poco defendibles. Todo esto prácticamente ha desaparecido de unas publicaciones cada vez más centradas en aspectos magisteriales y burocrático-administrativos50. Una ocasión más para recordar la importancia de aplicar con rigor el método de la teología pastoral, que principia siempre por un estudio concienzudo de la realidad51. 4. Por último, sorprende la tendencia a la baja en la autocrítica parroquial, y una cierta complacencia en “hacer lo que se pueda”. No resulta claro si se trata de un sano ejercicio de salud mental, para evitar flagelaciones inútiles, o más bien de un peligroso instalarse “en lo que se viene haciendo” (cada cual según su particular línea de trabajo), sin hacerse mayores cuestionamientos. Las congregaciones religiosas hablan de “refundación”, “misión compartida”, etc. Ningún lenguaje nuevo resuena en el ámbito de la parroquia.

Virtualidades de la parroquia Con todo, “algo” tendrá la parroquia para haber sobrevivido a tanta “crónica de una muerte anunciada”. 50 Así, por ejemplo, en el reciente Sínodo de la Diócesis de Madrid se ha perdido la oportunidad de partir de un exhaustivo conocimiento de la realidad que habría aportado datos muy ricos para programar con realismo la acción pastoral. Tampoco es infrecuente que, en ausencia de estudios propios, se ponga en cuestión la solvencia de los ajenos cuando no coinciden con las expectativas y disipan una prefijada visión más optimista. 51 Entre otros muchos textos, podemos citar a R. Duocastella, Cómo estudiar una parroquia, Nova Terra, Barcelona 1965; H. Carrier y E. Pin, “La sociología y la pastoral urbana”: Selecciones de Teología 11 (1964) 189196; N. Anderson, Sociología de la comunidad urbana, FCE, México 1965; Oficina General de Sociología, Religión y Estadística de la Iglesia, La parroquia a examen, Madrid 1972.

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Lo afirma Ecclesia in Europa 15: “Pese a las no pocas dificultades que existen en nuestro mundo secularizado, la parroquia conserva y ejercita una misión indispensable y de gran actualidad en el ámbito pastoral y eclesial”. Sin duda, en una ciudad como la definida anteriormente, la parroquia ha sabido aportar elementos que deberán ser destacados y en ningún caso perdidos, cualquiera que sea el modo de su reformulación. a) Es la estructura más estable y duradera de las que hemos “inventado” para la acción pastoral. Su mantenimiento a lo largo de los siglos es su mejor defensa. b) Ha hecho honor a su etimología referida al territorio: “parroquia” es avecinamiento, asamblea de vecinos, Iglesia que “vive entre las casas de sus hijos e hijas” (ChL 26). Espacio donde se ha venido viviendo la vida en todas sus dimensiones desde el tú a tu. c) Se caracteriza por la universalidad: la radical apertura de la parroquia, como auténtica “casa de la abuela”52 en la que todos caben, espacio de acogida a toda suerte de procesos de fe, de necesidades espirituales y materiales. “La parroquia realiza una función en cierto modo integral de Iglesia, ya que acompaña a personas y familias a lo largo de su existencia, en la educación y crecimiento de su fe...”53. Es la que entra en contacto con el mayor número de personas (tanto dominicalmente como ad extra en funerales, primeras comuniones, etc.), amén del 52 En feliz expresión de Pablo García Pérez del Río, cristiano, párroco, compañero y amigo. Si hubiera estado mejor de salud, habría enriquecido un montón este trabajo. 53 CELAM, La evangelización en el presente y en el futuro, n. 644.

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desarrollo de proyectos abiertos al barrio o realizados con colectivos del mismo. Se puede decir que “la parroquia es la vitrina de la fe”54 y “maternidad dirigida a todos, sin criterios exclusivos de élite”. Es el lugar donde los “turutas”, los discapacitados, las abuelas... todos, encuentran su reconocimiento y su sitio. d) El conocimiento general y la implantación de este primer “escalón avanzado pastoral”, inserto en la vida del barrio, sobre todo en aquellos lugares en que se ha procurado una continua interacción entre la vida de la comunidad parroquial y la vecinal, hacen que sea asumida espontáneamente por todos, creyentes y no creyentes. Está presente en todos los lugares como referencia natural incluso para no creyentes (CT 67). Está naturalmente integrada en el entorno y no tiene que luchar para ser aceptada. Por todos es conocida la especificidad de su oferta religiosa y de sentido y su predisposición para colaborar en otras acciones que dignifiquen y humanicen el barrio y sus moradores55. e) Es lugar privilegiado de socialización de lo religioso, de la transmisión y de la celebración de la fe. La parroquia es auténtica “comunidad de memoria, vida y misión” (R. Bellah). Es una comunidad integral, vecinal, territorial y pública. Sin monopolizar, sigue siendo lugar específico 54 Juan Pablo II a los obispos de Lombardía en visita ad limina (febrero de 1987), citado en Parroquia evangelizadora, Madrid 1989, 17. 55 De hecho, han tenido un impagable papel en los nuevos barrios y en la remodelación de los antiguos núcleos chabolistas. Su compromiso con el barrio y con la justicia ha supuesto la cara más amable de la Iglesia en tiempos difíciles.

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de catequesis, casa de familia, fraternal y acogedora56... Aglutinadora de lo religioso, es el auténtico núcleo básico accesible al pueblo llano y sencillo, el lugar donde está la gente practicante ahora. Por eso ha sido la más eficaz y fiel matriz de cristianos. Es el marco más habitual donde el creyente vive, celebra y alimenta su fe, incluso –en bastante menor medida– en el difícil terreno de la pastoral juvenil, si bien advirtiendo que “la parroquia no puede ser concebida como la única instancia para la inserción eclesial de los jóvenes. Aunque sí parece la institución más adecuada para iniciar en el cristianismo común, católico, no teñido de los acentos de un carisma o espiritualidad particular. Un espacio capaz de alimentar la fe de un colectivo humano, cercano, sencillo y plural”57; un lugar próximo, abierto y asequible para la iniciación cristiana popular.

Necesaria, pero no suficiente: “Non omnia possumus omnes” Las notas que hacen virtuosa a la parroquia la tornan, al mismo tiempo, frágil. Según se producen los cambios vertiginosos en una ciudad cada vez más plural y diversificada, se constata que resulta difícil que la parroquia siga siendo una realidad polivalente con respuestas adecuadas a todas las necesidades. También se detecta que su universalidad es una quimera: de hecho, 56 Cf. M. Payá, La parroquia, comunidad evangelizadora, PPC, Madrid 1989. 57 P. J. Gómez Serrano, “Jóvenes y parroquia”: Misión Joven 357 (2006).

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los sectores más jóvenes, activos, críticos o militantes se van distanciando de su ritmo, necesariamente acompasado al de una mayoría cercana a la tercera y a la cuarta edad, con un talante necesariamente más conservador e inmovilista, bien distante y distinto al de los “congregantes” de la ciberciudad desterritorializada. Para abrirse a un futuro más halagüeño es necesario que caiga en la cuenta de tres graves limitaciones que hipotecan su porvenir: la autosuficiencia, su carácter territorial y su pretensión de polivalencia no especializada. 1. Autosuficiencia La parroquia mantiene pretensiones de globalidad y se considera lugar primero y casi exclusivo de la vida cristiana58. Conserva el monopolio de lo sacramental y una gran autonomía pastoral. De hecho, se considera autosuficiente, a veces incluso al margen de la diócesis y, naturalmente, de otras estructuras intermedias. Esta pretendida autarquía frente a demandas cada vez más diversificadas y más complejas, que requieren una mayor especialización, no puede ser respondida genéricamente desde una parroquia supuestamente experta en todo, animada por agentes de pastoral de elevada edad que saben de todo: iniciar a niños en la fe; acompañar jóvenes; desarrollar catecumenado de adultos; espiritualidad del anciano; acogida, seguimiento y catecumenado de convertidos adultos o vueltos a la fe; personas en situaciones de fe irregulares; adhesiones parciales a la fe de distinta intensidad; menesterosos de todo tipo, inmigrantes, uni58 Tanto celo y devoción generaban la parroquia y los párrocos que Pío VI, en Auctorem fidei, condena el parroquismo, pues la “parroquia no tiene origen divino, ni los párrocos han nacido por voluntad expresa de Cristo”.

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versitarios, parados, trabajadores, artistas, malabaristas... Todo eso a cargo de un clero con 67 años de edad media y unos agentes de pastoral sin relevo generacional. Habría que asumir con humildad que “non omnia possumus omnes” (no todos podemos todas las cosas). Sigue siendo verdad que las parroquias, o mejor los párrocos, la siguen concibiendo desde una perspectiva “muy jurisdiccional”. Entendida en exceso como territorio, corre el riesgo de acabar en un auténtico reino de taifas. Es el llamado “espíritu del campanario”, cerrado a una pastoral conjuntada con otras parroquias. Desde ese principio de primacía y exclusividad, con mal disimulada superioridad, no es difícil situarse sobre otras instancias que “pertenecen” a “su jurisdicción”: colegios religiosos, proyectos sociales de diversa titularidad, congregaciones religiosas, movimientos y comunidades eclesiales de todo tipo..., los cuales, a su vez, presentan una comprensible resistencia a tal pretensión de sometimiento, que acaba reforzando su también cuestionable autoconcepción de “sistema total”. No es ajena a esta cuestión una lectura equívoca de la noción conciliar de “Iglesia local”. El haber traspasado automáticamente las prerrogativas de la diócesis –auténtica Iglesia local– a la parroquia y las del obispo al párroco puede estar en el origen de una incorrecta interpretación del término. Una vez más, una buena concepción teológica es pre-requisito de una buena praxis pastoral. En efecto, “la Iglesia local en sentido pleno sólo es la diócesis”, que no es reductible a una mera “suma de las parroquias”59. De ahí que “la parroquia no es el factotum en lo pastoral. Ocupa un lugar significado a causa del “pleroma sacramental”, pero no es el entronF. Houtard y E. Niermann, “Parroquia y párroco”, Sacramentum Mundi, vol. 5, Herder, Barcelona 1974, 222. 59

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que exclusivo del fiel con la Iglesia”60. En efecto, ante la imposibilidad de una adecuada atención del obispo a toda su grey, ésta se divide en comunidades de fieles, entre las que “sobresalen las parroquias, que de alguna forma (quodammodo) 61 representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe” (SC 42). Éstas son una “auténtica comunidad de fieles”, pero no la única ni la plena realización de la Iglesia, pues “la parroquia no es estructura esencial a la Iglesia, ya que es Iglesia local derivada, no plena”62. En síntesis, la Iglesia particular, la diócesis, no es una suerte de provincia de la Iglesia universal, sino la realización de la Iglesia única que se realiza en la parroquia, pero no sólo en ella 63, pues no constituye la única “comunidad eucarística” 64 ni lo es sino en reconocimiento y apertura a otras comunidades y siempre dentro de la Iglesia diocesana65. Sin duda, si el arciprestazgo, más que la parroquia, se considerase como el territorio común y el ámbito de 60 J. M. García de Mendoza y Frontaura, “Nueva concepción de la pastoral parroquial”: Surge 245 (1966) 234. 61 Significativamente, la redacción del esquema previo no aprobado era más radical: decía que las parroquias “in se perfectius” representan a la Iglesia. Cf. S. Pons Franco, Parroquia y misión en la eclesiología del Vaticano II, Marfil, Alcoy 1970, 240. 62 C. Floristán, “Realidad pastoral de la parroquia”: Pastoral Misionera 159 (1988) 61. 63 La Iglesia como “acontecimiento” se realiza sobre todo en la eucaristía, pero no siempre la eucaristía tiene como locus proprius a la parroquia. Ésta no es propiamente la única “comunidad eucarística”, a diferencia de lo acontecido hasta el Concilio de Nicea, en que habitualmente la eucaristía era presidida por el obispo en presencia de todos los que componían la Iglesia local. Ése es el argumento de J. Zizioulas, “L’Eglise locale dan une perspective eucharistique”, en L’être ecclésial, Labor et Fides, Ginebra 1981, 185, citado en el documentado estudio que seguimos de R. Pellitero, “Parroquia, Iglesia local y eucaristía” en www.almudi.org. 64 No hay que olvidar que la “comunidad eucarística” es condición necesaria pero no suficiente para constituir una Iglesia particular. 65 Cf. E. Bueno, o. c., 100.

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la acción pastoral de parroquias, colegios, congregaciones, comunidades de base, etc., habríamos dado un paso importante en la siempre intentada y pocas veces lograda pastoral de conjunto o pastoral integrada. Ello requeriría repensar el arciprestazgo, refundarlo “al revés”: no como la suma de átomos autosuficientes, sino como espacio de convergencia de equipos de trabajo de diversa procedencia. De eso hablaremos más adelante. 2. Territorialidad 66 La existencia de diversidad de planos en la vida (familiar, laboral, formativo-educacional, de consumo y automantenimiento, de ocio, religioso, de compromiso militante o voluntario...) configura una tupida malla de subsistemas relacionales, sin territorio común, no necesariamente interrelacionados, sin nada que unifique a un sujeto cada vez más disperso. Bien distinto del ámbito de lo rural, que unifica y configura naturalmente la existencia en torno a un único eje67. Desafiliado, con frecuencia desadaptado, casi siempre malhumorado, la residencia ya no vincula a un urbanita cada vez más “individualista cívico” y “mixófobo”. El estrés, el no tener tiempo para nada como queja universal, la multiplicación de actividades desde la más tierna infancia (natación, tenis, música, inglés, judo), son sin duda factores deshumanizadores que dificultan el echar raíces. Nada que ver con la parroquia territorial clásica, basada en la vecindad. A veces esa territorialidad se llevaba al extremo. Así, en el Concilio de Nantes se dijo: “Antes de la misa, el sacerdote pregunta si se halla presente alguno de otra parroquia. Tales deben ser arrojados, pues desprecian a su propio párroco”. 67 Símbolos de esta forma nueva de vivir la ciudad son el ascensor (que fuerza al anonimato vertical), el coche (que facilita la movilidad pero nos encapsula frente a los demás) y la gran superficie (espacio privatizado donde se aúna la masa y la soledad). 66

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Consiguientemente, las relaciones no son las obligadas por el territorio, sino que cada vez más son electivas. Domina el principio de libre adscripción. Por eso, no es infrecuente que venga a una eucaristía una persona o grupo desde el extremo opuesto de la gran ciudad. Los vecinos ya no son conocidos, los barrios cambian su configuración a velocidad de espanto: cada vez más pluriculturales y descohesionados. Conscientes de que el territorio sirve a todos los hombres pero ya no a todo el hombre68, habría que apostar por una territorialidad abierta, flexible, interpeladora desde los que están fuera, auténtico “memorial de la evangelización”69. Aunque a la larga no deja de ser cierto que “no se pueden reconstruir pueblos en las ciudades”70, se trataría de que, al menos, “las empresas apostólicas traspasen los límites parroquiales” (PO 7)71. 3. La especialización La dimensión institucional de la ciudad ha ido especializando sus servicios. La zonificación natural o especulativa ha ido exigiendo un principio de espacialización y especialización del que sería conveniente tomar buena nota. Resulta imposible dar una respuesta desde la “medicina general” a necesidades cada vez más diversificadas, complejas y requeridas de atención especializada y de calidad. Es necesario aunar una atención de proximidad fraternal, sencilla, personal y directa y Cf. AA. VV., La Iglesia y la ciudad, Barcelona 1967. Congreso Parroquia Evangelizadora, II Ponencia: “Parroquia, comunidad y misión”, Edice, Madrid 1988, 115ss. 70 J. Comblin – J. Calvo, Teología de la ciudad, Verbo Divino, Estella 1972, 323-325. 71 AA 10, 3, con casi idéntica cita: “Para responder a las necesidades de las ciudades... no limiten su cooperación dentro de los límites de la parroquia”. 68 69

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un momento segundo de atención especializada, duradera, en espacios preparados y con agentes de pastoral capacitados para el acompañamiento con altos niveles de atención personalizada. Si la Iglesia siempre ha imitado los modelos de organización y de gestión del orden civil y el político, ¿por qué no hacer ahora lo mismo, detectando lo que funciona en el ámbito de los servicios públicos que prestan las administraciones a los ciudadanos? Hay que reconocer que los servicios estatales han ganado en calidad y en competencia. Los profesionales que los prestan brindan atención personalizada (la teleasistencia felicita a los abuelos en su cumpleaños, les llama al menos una vez por semana...) y siempre ¡las 24 horas! Además, se procuran múltiples formas de aproximación geográfica (oficinas móviles de atención al ciudadano, de denuncias o de emergencia social). Los servicios públicos se desplazan allí donde la persona los necesita en cada momento, y no al revés. La sectorialización, la especialización, el seguimiento, la fidelización del usuario y un exigente control de calidad72 en continua interacción con el cliente son notas que caracterizan a unos servicios públicos a los que los ciudadanos exigen cada vez más. 72 Alguna propuesta se ha hecho de incorporar a las parroquias las normas de calidad ISO 9000. Cf. Ll. Oviedo Torro, “Propuestas para mejorar la gestión eclesial”: Razón y Fe 254 (2006) 318ss. Señala que la ausencia de ofertas religiosas paralelas que motiven la competitividad puede relajarnos en exceso, sobre todo, ante un “usuario” con mayor nivel cultural, con más capacidad crítica y que demanda cada vez prestaciones de mayor calidad. ISO 9000-2000 (cf. www.iso.org/iso) se basan en ocho puntos: focalizar en el cliente; mejorar el liderazgo; implicar al personal; asumir una táctica en clave de proceso; organizar la actividad de forma sistemática; bucear hacia la mejora continuada; orientar la toma de decisiones a partir de los hechos; y establecer una relación de mutua ventaja con los proveedores. En suma, preocuparse activamente por la calidad y poner los intereses del cliente por encima de otros legítimos.

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Además de las tres dimensiones antedichas, la parroquia debe afrontar otras dificultades no menores que desarrollamos menos: a) No puede dejar de ser una instancia abierta y permeable al barrio. Pareciera venirse dando desde los noventa un proceso creciente de invisibilización, de pérdida de significatividad y de repliegue sobre sí misma un tanto peligroso. Ciertamente, ya no es ni será el “ombligo” del barrio, pero no puede constituir una mera anécdota geográfica. b) Debe combatir toda forma de clericalismo clásico y neoclericalismo juvenil, dando importancia a las estructuras de participación comunitaria y corresponsabilidad laical y ministerial integrada, con proyectos pastorales transparroquiales, programados, ejecutados y evaluados por todos (también por los destinatarios, y aún mejor si se pudiese contar con una “auditoría externa”). c) Debe acostumbrarse a contemplar la realidad y las demandas que se le hacen (también las sacramentales) con amabilidad y agradecimiento (en unos años habrán casi desaparecido), superando una visión miope de una familia cristiana que prácticamente existe poco y sobre la que se sigue basando la transmisión de la fe. Habrá de descubrir en toda demanda pastoral una oportunidad de presentar lo más específicamente suyo: abrir a la experiencia de Dios y facilitar la entrada a la comunidad de la Iglesia. d) Tendrá que empeñarse en evitar algunos vicios especialmente antipáticos: el funcionariado clerical (también el laical de los cercanos), la burocracia innecesaria, la pasividad, la rutina, el sacramentalismo ritual, la falta de acogida y calidez con el forastero, la falta de sintonía con el 107

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entorno, la cerrazón, el capillismo de los grupos, la falta de calidad de las celebraciones, la pretensión de superioridad sobre las parroquias vecinas, etc. No se puede olvidar que la parroquia es vecina de la gente, que debe entrar en las casas y en la vida de las personas y dejar que éstas entren en la suya cómodamente, porque es un espacio habitable por todos, también muy especialmente por los pobres y por los que padecen la soledad y el aislamiento social73.

Pensando en el futuro... “Debería realizarse una ‘pastoral integrada’, porque en realidad no todos los párrocos tienen la posibilidad de ocuparse suficientemente de la juventud. Por eso, se necesita una pastoral que trascienda los límites de la parroquia y que trascienda los límites del trabajo del sacerdote. Una pastoral que implique también a muchos agentes... también extraparroquiales”74 (Benedicto XVI).

Como dice L. Briones75, “una pregunta más grave todavía: para el mundo de hoy, tan cambiado en su forma de vivir, ¿no habría que ir inventando ya –o potenciando, porque ya hay algunos atisbos– nuevas plataformas de evangelización y atención religiosa y espiritual para mu73 Cf. A. M. Rouco Varela, “La parroquia en la Iglesia. Evolución histórica, momento actual, perspectivas de futuro”, en J. Manzanares (ed.), La parroquia desde el nuevo derecho canónico, Universidad Pontifica de Salamanca, Salamanca 1991, 21ss. 74 Benedicto XVI, encuentro con los sacerdotes en Albano, 31 de agosto de 2006 (Zenit, 28 de septiembre de 2006: ZS O6092806), Ecclesia 334 (2006) 22ss. y 29. Instantes antes, con fraternal sencillez, el papa había manifestado que era la primer vez que oía hablar de “pastoral integrada”. 75 L. Briones, Parroquia de barrio hoy. Crónica de una búsqueda, PPC, Madrid 2006, 14.

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chas gentes cuyo hábitat social ya no es el de la parroquia, tan ceñida a un territorio?”. Bestard amplía el sentido de la pregunta planteando el dilema: ¿”pastoral parroquial” o más bien “pastoral urbana con las parroquias”?76 A esta cuestión, cada vez más acuciante, se han dado múltiples respuestas positivas77. Coinciden todas en algunos elementos comunes: a) la reordenación y reagrupamiento territorial de las parroquias; b) la puesta en acto de las consecuencias de la eclesiología del Concilio Vaticano II: Iglesia ministerial y consiguiente corresponsabilidad de los laicos; c) puesta en marcha de una auténtica pastoral conjuntada; d) superación de la concepción territorial y jurídica de la parroquia y su sustitución por otra más amplia zonal, en la que confluyen, los presbíteros, los agentes de pastoral, la vida religiosa, los movimientos y comunidades...78 Martínez Gordo79 ha descrito distintos modelos de renovación parroquial en entornos geográficos próximos. Así, la Iglesia alemana ha apostado por favorecer la participación corresponsable del laicado con un 40% de agenCf. J. Bestard, o. c. Cf. F. Placer Ugarte, Renovación pastoral. Renovación eclesial a los 40 años del Concilio Vaticano II, Nueva Utopía, Madrid 2006, especialmente, 135ss y 209ss. 78 La zona es el objeto de atención pastoral, antes que la demarcación parroquial o el propio carisma de la congregación... La diócesis y las estructuras intermedias en que se subdivide son antes que la parroquia, y no viceversa. Eso requeriría una auténtica planificación desde instancias superiores a la parroquia. 79 J. Martínez Gordo lo ha tratado in extenso y de él bebemos: “La historia reciente del laicado en la Iglesia”, en Instituto Superior de Pastoral, Hablan los laicos, Verbo Divino, Estella 2007, 27. Del mismo autor: “La experiencia de los laicos con encomienda pastoral en Alemania”: Surge 59 (2001) 211-257 (describe los “referentes pastorales”, “referentes de la comunidad”, “colaboradores de la comunidad”); “La reorganización territorial en Italia”: Surge 611 (2002) 229-272; “La reorganización territorial en Francia”: Surge 614 (2002) 519-554; “La experiencia de los laicos con encomienda pastoral en España”: Surge 609 (2002) 49-99. 76 77

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tes de pastoral liberados económicamente. La palabra clave en Friburgo es Seelsorgeeinheit. De mil parroquias en esta diócesis, se ha pasado a 300. Esto ha implicado disminuir el número de misas, celebrar ordinariamente el matrimonio sin misa, que los párrocos reduzcan sus clases de religión y que cada vez más los laicos remunerados lo sigan haciendo ad honorem. La Iglesia de Francia, por su parte, a partir de los noventa, además de promocionar el laicado (hay también varios miles de liberados: mujeres y jubiladas de clase media), ha apostado por una reagrupación territorial80 sin precedentes de la acción pastoral y por otorgar responsabilidades a los laicos y a los sectores más jóvenes y dinámicos del clero. Algunas diócesis (Poitiers, Bayona) encomiendan a un equipo de laicos la atención de varias parroquias rurales ahora agrupadas. Se han podido abrir más de cien parroquias antes cerradas. Lo significativo es que se hace en función no del presbiterio, sino de las necesidades pastorales; la reorganización territorial no se ha hecho sólo desde el criterio de los curas, sino de los agentes de pastoral efectivamente disponibles. Los presbíteros están para acompañar a los equipos, para que hagan lectura creyente de lo que van haciendo. Se supera la obsesión sacramental: ningún cura debe celebrar más de tres misas en fin de semana. No les gusta llamarlas celebraciones en ausencia de presbítero, sino “para encontrarse con Cristo”. Ha ganado la dimensión comunitaria: equipos diversos en manos menos clericales. Las nuevas parroquias tratan de orientarse también hacia las “comunidades difusas” y los “cristianos intermitentes”. Por debajo de todos estos intentos late la idea de generar de una vez por todas una auténtica pastoral de

Cf. P. Mercator, La fin des paroisses? Recomposition des communautés, aménagement des espaces, París 1997. 80

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conjunto. Berzosa81 entiende por tal una pastoral articulada (donde es corresponsable todo el pueblo de Dios), integral (que abarque las cuatro dimensiones clásicas: comunión, misión, anuncio y celebración) y que llegue a todos los sectores (edades) y ambientes. Implica a toda la diócesis en todos sus niveles y reclama, entre otras cosas, experiencia personal y comunitaria, vivencia fuerte de la eclesialidad, necesidad de programación conjunta, fuertes dosis de solidaridad, concepción de la parroquia como comunidad de comunidades y de los arciprestazgos como unidades básicas pastorales. En definitiva, se trata de crear una auténtica pastoral integrada formada por una malla donde se articulen las parroquias como unidades de proximidad, las Unidades de Atención Pastoral como nuevo sujeto, y la diócesis como espacio de colaboración coordinada de carismas, fuerzas, movimientos, vida religiosa y servicios sectoriales especializados (delegaciones, etc.). A día de hoy, el arciprestazgo es la unidad básica de la pastoral de conjunto, más en el nivel teórico que en el práctico, pues hay que reconocer que la pastoral sigue siendo eminentemente parroquial. Quizá sea expresivo de su falta de eficacia que ya no es obligatoria su implantación en el vigente Código de Derecho Canónico de 1983 (en el anterior, sí)82. El arciprestazgo como zona presenta características que lo hacen de tamaño más humano, frente a las insuficiencias de la parroquia para responder a demandas complejas. No sería tan grande y alejado como la diócesis de una megápolis, ni tan pequeño como una parroquia. Sin embargo, por supuesto con excepciones, existe la percepción de que se camina a trancas y barrancas. Los laicos se aburren y se cansan, 81 R. Berzosa, “Pastoral de conjunto”, en Diccionario de pastoral y evangelización, Monte Carmelo, Burgos 2000, 851-852. 82 Cf. cn. 217 (CIC 1917).

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cuesta mucho llegar a acuerdos, incluso en algunos lugares han optado por no reunirse... A nuestro juicio, la principal dificultad es la clásica, el “parroquismo” territorial y el personalismo de los párrocos. Mientras se siga concibiendo como la mera suma de partes, todas ellas territorialmente separadas, jurídica y pastoralmente autosuficientes y polivalentes, poco se podrá avanzar. Por eso, nos parece preciso realizar el arciprestazgo, pero, como se ha dicho, “al revés”. Es decir, comenzarlo no desde las parroquias, sino desde la zona, previo estudio de necesidades y recursos humanos y materiales, a la vista del camino recorrido y los retos que se quieren abordar; contando, por supuesto, con la parroquia, pero como lugar de proximidad no autosuficiente, con servicios comunes arciprestales que prestan su grado de especialización y competencia. Se trata de reformularlo como el ámbito donde confluyen las parroquias, las comunidades religiosas, los colegios de la Iglesia, las comunidades de base..., todos en una acción conjuntada en la que cabe reclamar a todos los actores que renuncien a lo que es uno de los males que más dificultan la fecundidad pastoral: la renuncia al poder y a asumir que ninguno supone la plena autorrealización de la Iglesia. Menos teológicamente, pero más elocuentemente lo expresaba así el P. Lombardi: “¡El particularismo es la carcoma de nuestras obras, y la envidia es su peste!”. Un paso más en esa dirección de reformular la acción pastoral de las parroquias es el intento de actuar a través de Unidades Pastorales (UPAS)83. Éstas aparecen citadas en la instrucción Erga migrantes Charitas Christi del Con83 A modo de ejemplo, algunas definiciones interesantes de diócesis que ya tienen en marcha las UPAS: “Agrupación estable de habitantes que, viviendo en una o varias parroquias limítrofes, forman una comunidad cristiana viva y organizan su actividad apostólica y misionera con la participación corresponsable de los seglares, religiosos y religiosas y el sacerdote o grupo sacerdotal, a quien el obispo encomienda la comunidad evangelizadora” (Dió-

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sejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes de 14 de mayo de 2004, núm. 95: “Las unidades pastorales que han surgido desde hace algún tiempo también en varias diócesis, podrán constituir en el futuro una plataforma pastoral también para el apostolado entre los emigrantes. Ellas ponen de relieve, en efecto, el lento cambio de la relación de la parroquia con el territorio, que ve multiplicarse los servicios de la cura de almas en el ámbito supraparroquial, la aportación de nuevas y legítimas formas de ministerios... Las unidades pastorales obtendrán los resultados deseados si se sitúan sobre todo en una dirección funcional con relación a una pastoral de conjunto, integrada y orgánica”... En la nota 76 al mismo número 95, se añade: “Están formadas por lo general por varias parroquias llamadas por el obispo a constituir una ‘comunidad misionera’ eficaz, que trabaja en un determinado territorio, en armonía con el plan pastoral diocesano. Se trata, en resumen, de una forma de colaboración y de coordinación interparroquial (entre dos o más parroquias limítrofes)”. En el fondo, se trata de considerar la parroquia desde un territorio más amplio: la Iglesia local diocesana, y no al revés. Aunque todavía no hay un único perfil nítido (según se mantenga con más o menos vigor el “principio parroquial”), lo relevante de este modelo es que: cesis de Asturias). “Determinadas comunidades parroquiales con cierta homogeneidad que, en signo de comunión, permiten realizar una pastoral de misión con pluralidad y diversidad de ministerios, carismas, vocaciones y funciones, encomendadas por el obispo a un presbítero o conjunto de presbíteros, capaces de fomentar fraternidades sacerdotales y equipos apostólicos” (Diócesis de Burgos). “Es la parcela territorial o conjunto de distintas realidades territoriales con una identidad geográfica, cultural, histórica... confiadas a un pastor o a un equipo: la Unidad Pastoral Territorial es una realidad más amplia que la parroquia jurídicamente considerada” (Málaga). ”Grupo de parroquias socialmente homogéneas y geográficamente próximas, atendidas por uno o varios sacerdotes con la participación activa de seglares y religiosos para facilitar una mayor atención evangelizadora” (Tarazona).

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a) Supera la concepción estrictamente territorial de la parroquia, considerando determinada zona de similares características (coincidente o no con el arciprestazgo) como zona de actuación pastoral. b) Se realiza una auténtica acción pastoral de conjunto, mucho más que la simple coordinación formal de iniciativas atomizadas aisladas parroquiales. c) El sujeto es un equipo apostólico formado por un número variable de personas, con un coordinador presbítero al frente de algunos otros, y, sobre todo, con la incorporación de los religiosos y religiosas, así como de laicos responsables de acciones pastorales (preferentemente instituidos de ministerios laicales) en ejercicio efectivo de la corresponsabilidad eclesial. d) Se pone en práctica cierto principio de especialización en función de los carismas de los miembros del equipo (uno se centra en la catequesis de iniciación, otro en la preparación de la celebración, otro de la acción caritativa y social, etc.) o incluso de las parroquias: en una el despacho parroquial, en otra el desarrollo de determinados proyectos, otra para atención a jóvenes, otra para iniciación... e) Se conjuga el elemento de la territorialidad (reinterpretado como proximidad) con el de la especialización. Se vienen dando varios posibles modelos de UPA84: a) Agrupación de pequeñas comunidades parroquiales rurales más o menos de las mismas diCf. R. Berzosa, Para comprender y vivir la Iglesia diocesana, Aldecoa, Burgos 1998, 92-93. 84

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mensiones y en igualdad de condiciones pastorales y estatuto jurídico. b) Agrupación de comunidades parroquiales rurales alrededor de una parroquia mayor o de mayor consistencia que hace de punto de referencia para las demás incluso jurídicamente y favorece la integración y potenciación de recursos materiales y humanos. c) Agrupación de comunidades parroquiales urbanas o semiurbanas, allí donde los límites geográficos son de hecho borrados por la cercanía geográfica de las mismas, por el número de sus habitantes o por sus características socioculturales peculiares y homogéneas. Sin duda, no se pueden dejar de lado las dificultades que existen para la implantación de este sugerente modelo85. Entre otras, suele mencionarse que en muchos sitios aún no se ha caído en la cuenta de la seriedad de la crisis y, sorprendentemente, se continúa como si no pasase nada; por otra parte, está la elevada edad media de los presbíteros, su resistencia para diluirse en un trabajo más de equipos que de personas, la falta de laicos cualificados, la circunstancia de combatir contra una inercia de siglos sin cambios cualitativos en la concepción del principio parroquial, etc. A ello se suma la resistencia de los propios fieles, que quieren seguir contando con “su” cura, con las misas “de siempre”; el temor a singularizarse los laicos en pueblos pequeños; la resistencia al protagonismo de las mujeres en la comunidad; la movilidad de los religiosos y el seguimiento de sus propias directrices, etc. Como se ve, las dificultades no son propias ni exclusivas de este modelo. 85

Cf. ibíd.

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Es importante destacar, para no desvirtuar su capacidad renovadora, que las UPAS, también llamadas Unidades Parroquiales de Acción Pastoral, no quieren constituir sólo una respuesta a la escasez de presbíteros, sino, sobre todo, una llamada a la comunión y a la comunidad por encima de pequeños reductos parroquiales encerrados en sí mismos y sin perspectivas más amplias de comunidad, dentro de una zona, arciprestazgo o diócesis. “Las unidades pastorales no deben confundirse con las celebraciones en ausencia de presbítero. Son una forma de ser y hacer Iglesia, un nuevo modo de evangelizar. Deben ser un proyecto diocesano que nos lleve a una reestructuración de la diócesis” (monseñor Luis Gutiérrez, Segovia). Para ello, además de ámbitos de servicios especializados, son espacio de programación, ejecución y evaluación común. En España86, además de otras realizaciones más clásicas –nombramiento de párroco in solidum (cn. 517, 1) encomiendas de parroquia a diácono, laico o comunidad religiosa bajo supervisión de presbítero (cn. 518), parroquias personales (que ya no necesitan indulto pontificio)–, ya se han empezado a hacer reorganizaciones pastorales en Coria-Cáceres, Teruel y Albarracín, Málaga (se decanta por encomiendas pastorales a laicos), Bilbao (tiene estatuto de laicos y laicas con responsabilidad pastoral aprobado en 2006)87, Pamplona-Tudela, Salamanca, Astorga, Tarazona, Segovia, Oviedo, Valladolid, Ciudad Rodrigo... 86 Las encomiendas de parroquias confiadas a laicos suman 1.669 en todo el mundo y una en España, según el Anuario Pontificio Estadístico de 1996; a diáconos permanentes, tres en España; a religiosos no sacerdotes, ninguna, y a religiosas, 13. Ver más datos en el mentado texto de J. Martínez Gordo, o. c., 39. 87 Cf. M. A. Martínez Escudero, “Los laicos liberados en la diócesis de Bilbao”: Surge 59 (2001) 31-71, y F. Placer Ugarte, o. c.

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A nuestro juicio, el éxito o el fracaso de esta nueva forma de abordar la pastoral (más pensada y ejecutada en el ámbito rural que en el urbano) estribará en caer en la cuenta de su radical novedad como forma de organizar la pastoral, en no hacerla depender del “principio parroquial”, en lograr equipos bien coordinados y en empeñarse en no reproducir las patologías que se han generando en la parroquia y en el arciprestazgo.

Conclusión En teología pastoral resulta complicado elevar las conclusiones provisionales a definitivas, porque las respuestas han de ser cambiantes y adaptadas a la realidad. Esto es todavía más cierto en la materia que nos ocupa. Lograríamos no poco si la parroquia y todos sus agentes redescubrimos que el sentido originario de parroquia (parokein) es lo más alejado de una concepción de dominio jurídico sobre un territorio y del monopolio de la acción sacramental. Bien al contrario, “la Iglesia que vive entre las casas de sus hijos e hijas”, la parroquia, ha de ser una realidad mutante, cambiante; peregrina, en suma. Hemos dejado constancia de sus posibilidades y de los límites de una ya imposible concepción territorial estricta, de su peligrosa autosuficiencia en la época de la interdependencia y de la estéril pretensión de polivalencia en el siglo XXI. El reto será abandonar el parroquismo territorial jurídico, pero sin perder ninguna de las posibilidades humanizadoras y evangelizadoras que brinda la proximidad. Del mismo modo, habrá que compatibilizar una acogida necesariamente generalista con una red de recursos pastorales especializados y de calidad. Ninguna de las alternativas de pastoral de conjunto apuntadas –arciprestazgo “al derecho” o “al revés”, uni117

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dades pastorales ¡también en las urbes!, etc.– podrá llevarse a cabo con éxito sin que cuaje y se desarrolle la eclesiología que emergió del Concilio Vaticano II. La parroquia, entendida como “comunidad de fieles” (CIC 515), debe partir de una concepción de Iglesia como pueblo de Dios que fomente la comunión y la participación articulada de todos los sectores eclesiales y la corresponsabilidad de laicos y laicas. A ello no será ajeno el ejercicio del ministerio presbiteral de modo menos clerical e individualista y más abierto al trabajo en equipos mixtos88, lo que obligaría a repensar si el modelo formativo tridentino sigue siendo válido para dar respuestas pastorales en nuestra época89. Por eso resulta fundamental proceder a la reorganización de la actividad pastoral más como respuesta al dinamismo evangelizador y misionero de la Iglesia y a las necesidades efectivas de las comunidades cristianas desde la clave comunidad-ministerios que desde razones meramente funcionales: la mera redistribución territorial de los escasos presbíteros o la necesidad de reagrupar geográficamente a los fieles para la eucaristía dominical. Nada será posible sin practicar el “ecumenismo dentro de la Iglesia”90 que supone el diálogo fraterno como urgencia de la comunión y auténtica exigencia 88 Aun sabiendo que no es “la” solución a todos los complejos problemas a que se enfrenta la pastoral, no estaría de más, previo serio discernimiento individualizado, estudiar la reincorporación ad experimentum a tareas ministeriales de presbíteros que abandonaron el ejercicio por problemas de disciplina celibataria y han continuado su vinculación con la Iglesia, o desarrollar la ordenación de viri probati casados. 89 Sin embargo, Pablo VI, en Ecclesiam suam, definió a la Iglesia como “coloquio”. Cf. n. 60. 90 Sorprende en este sentido la inacción de quienes en el ejercicio del ministerio episcopal de la comunión no promueven y facilitan espacios de diálogo fraterno y libre entre las distintas y cada vez más peligrosamente distantes sensibilidades eclesiales.

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teológica para buscar cauces que articulen la acción de la parroquia, la de las congregaciones religiosas, comunidades y movimientos. Quizá ha llegado el tiempo de dejar de contraponer comunidades cálidas a críticas; habrán de ser las dos cosas: cálidas (para resguardar al urbanita del anonimato y la soledad existencial a que empuja el vigente “individualismo ciudadano”) y críticas (para hacer madurar en una fe con “mística de ojos abiertos” que haga realidad la frase de Bernanos: “Al entrar en la Iglesia, uno se quita el sombrero, pero no la cabeza”). El futuro, también el de la parroquia, está en manos de Dios. Por lo que respecta a nuestra tarea, habremos de hacer de las parroquias y de las unidades pastorales lugares sencillos que miren con amabilidad a nuestros contemporáneos, capaces de comprender al que se queja y retrocede, de tratar con mimo a los excluidos, de incorporar sanamente las diferencias, habitables por nuestros urbanitas. Se tratará de convertirlos en ámbitos acogedores, cálidos y críticos, capaces de seguir procesos continuados y de acompañar intermitencias, susceptibles de ofrecer la radicalidad del Evangelio y de no despreciar a priori demandas a la carta, con una organización más centrada en las personas que en la gestión de grupos, capaces de entrar significativamente en su vida, acompañarles en sus dolores, suscitarles las preguntas y no estorbar para que caigan en la cuenta del Dios que con su ternura discreta los sobrevuela. Se trata de hacer realidad aquello de que “la parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio –es la familia de Dios” (ChL 26)–, y de que, se configure como se configure, sea auténtica Domus Dei y verdadera Domus Ecclesiae, no sólo capaz de alojar sin violencia a nuestros urbanitas contemporáneos, sino de ofrecerles propuestas humanizadoras, dignificantes y evangélicamente significativas. En definitiva, está 119

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llamada a ser “una casa de familia donde los cristianos se hacen conscientes de ser pueblo de Dios” (DGC 257) y se constituye en “primer referente de los pobres” (Benedicto XVI)91.

91 Discurso al Pontificio Consejo para los Laicos con motivo del Encuentro sobre Renovación de la Parroquia 2006. Cf. www.zenit.org/article-20442?l=spanish.

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La(s) teología(s) subyacente(s) a la parroquia Juan Pablo García Maestro, O.SS.T. Instituto Superior de Pastoral (UPSA-Madrid)

Organizar unas jornadas de teología pastoral sobre la renovación de la parroquia quiere decir que este Instituto pretende dar un impulso a esta pequeña célula de la Iglesia particular, pero que a partir de ella creemos que puede surgir la verdadera renovación de la Iglesia universal1. 1 A pesar de que en esta aportación queremos apostar que es posible una renovación de la parroquia, y por lo tanto su validez en la tarea evangelizadora de la Iglesia, somos conscientes de que hay quienes sostienen con razón que la parroquia ha dejado de ser el lugar de referencia para muchos ciudadanos cuya vida religiosa se desenvuelve en otros ámbitos como los educativos, los movimientos y asociaciones de pertenencia, o simplemente otras iglesias que se escogen por motivos diversos, como la afinidad con sus celebraciones. La acción pastoral pasa por facilitar las experiencias donde sean más cercanas y vitales para los parroquianos, en lugar de mantener el monopolio de la parroquia geográfica y administrativa. Hay que encontrar un equilibrio entre el mantenimiento de una estructura que ha mostrado su eficacia durante siglos, pero que necesita ser transformada, y las necesidades pastorales en una sociedad movible. En el modelo tridentino de parroquia sólo el párroco era el referente importante, de modo que se repetía en la parroquia el modelo monárquico del ministerio episcopal. Esto no es viable en la sociedad actual, que rechaza las estructuras patriarcales y las formas no democráticas de ejercicio de la autoridad. Cf. J. A. Estrada, El cristianismo en una sociedad laica, Desclée de Brouwer, Bilbao 2006, especialmente 237-240.

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Mi exposición va a constar de tres partes. Una primera donde quiero destacar la importancia de hacer teología de la acción pastoral a partir de la vida y de la experiencia. Pues primero viene el silencio, la contemplación, la experiencia, y luego viene el hablar o la reflexión, pero no como acto segundo, sino que se da una circularidad hermenéutica en los dos momentos. De la experiencia a la reflexión, y de ésta de nuevo a la experiencia. En el segundo punto afrontaremos los temas centrales de ese gran evento eclesial del siglo XX, del que hace poco más de un año celebrábamos los cuarenta años de su clausura: el Concilio Vaticano II. Y en el último apartado, hilvanando con los dos anteriores, pretendo demostrar que la parroquia, “signo visible de la Iglesia universal” (Apostolicam Actuositatem 10), para que viva una verdadera renovación deberá ser aquello que Medellín definió lo que tenía que ser en sí la Iglesia, a saber: pobre, misionera y pascual. Estas mismas peculiaridades deberán caracterizar a la comunidad parroquial. Aún más, es desde la vivencia de la iglesia particular donde se deberán hacer vida esas propiedades, para que se dé una verdadera renovación eclesial. Asumo este planteamiento a partir de la distinción que hacía el teólogo alemán Karl Rahner de la historia del cristianismo. Él hablaba de una primera etapa, la más breve, que va desde la muerte y resurrección de Jesucristo y culmina con los viajes de Pablo y las persecuciones del Imperio romano a los primeros cristianos. Una segunda, la más larga, que arranca desde la conversión del emperador Constantino al cristianismo y que ha perdurado hasta antes del Concilio (la cristiandad). Y una tercera que va desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días, donde se quiere poner fin a la cristiandad y en donde la Iglesia ha tomado conciencia de ser universal y no solamente europea. Por usar una 122

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expresión del teólogo Johann Baptist Metz, “una Iglesia universal culturalmente policéntrica”2. Considero que la reflexión teológica de la parroquia ha de asumir el reto de las Iglesias de los tres primeros siglos y de la renovación que inició el Concilio Vaticano II. Creo que la claridad es el primer deber de todo escritor, también y precisamente cuando trata temas teológicos, no sólo por respeto al lector, sino porque la experiencia me ha demostrado que un pensamiento que no es capaz de expresarse en un lenguaje sencillo y transparente parte ya genéticamente de supuestos falsos y está condenado, por ello, a desorientar y sembrar la duda.

La experiencia como punto de partida Reflexionar sobre las teologías subyacentes a la parroquia es tomar en serio de qué definición partimos a la hora de hablar y hacer teología. Teología es para mí, a lo largo de mi breve vocación como teólogo, “una reflexión crítica de la experiencia a la luz de la Palabra de Dios”. No uso la expresión “reflexión crítica de la praxis”, como otros definen la teología, sino que empleo la categoría “experiencia”. Aquí sigo la definición de un pensador neoconfuciano chino del siglo XVI que decía que “no es posible la teoría sino a partir de la experiencia, y de la experiencia de algo concreto”. No dice “a partir de la praxis” (reflexionar sobre aquello que yo practico), sino “a partir de algo muy concreto”. Y cuando habla de la categoría de la “experiencia”, este pensador chino está pensando a partir de una experiencia que ha tenido con un campesino que vivía agobiado. Este pensador está hablando de esta experiencia desde el exilio. J. B. Metz, Zum Begriff der neuen Politischen Theologie (1967-1997), Grünewald, Mainz 1997, 119-122. 2

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Y en esta situación le toca vivir con un campesino que vive agobiado por falta de recursos económicos suficientes. Esto le lleva a decir a este autor que no se sabe lo que es un campesino si primero no hemos vivido con él. Por eso, inferirá que es desde, y a partir de, la experiencia donde surge una auténtica teoría. Por todo ello, pienso que la teología debe partir de esta categoría de la “experiencia”; aún más, sólo se puede pensar y hacer teología a partir de ella. Sin embargo, la categoría de la “experiencia” quedaría incompleta si no va unida a otra que nos viene del pensamiento del filósofo judío Emmanuel Lévinas, que él denomina “exterioridad” y que aparece desarrollada en su obra Totalidad e infinito 3. Esta categoría, llevada a su mayor radicalidad, nos hace ser críticos con ciertos planteamientos, ora filosóficos, ora teológicos que no tienen en cuenta o son poco sensibles con aquellos que viven en el reverso de esta historia o en la espalda del mundo. Por eso, hacer teología a partir de la experiencia es tomar en serio desde qué sujeto histórico hacemos teología. ¿Es posible hacer teología, es decir, un discurso honesto de Dios, si no se asume como punto de partida a aquellos que viven abajo, es decir, a los expulsados del sistema? 3 E. Lévinas, Totalité et infini. Essai sur l’exteriorité, La Haya 1971. Partiendo de la afirmación del otro como valor supremo de la existencia humana, este filósofo de ascendencia judía acusa a la ontología occidental, ya a partir de Sócrates, de no ser otra cosa que una egología: “El ideal de la verdad socrática se apoya sobre la suficiencia del yo, sobre el egoísmo. La filosofía es una egología”. En este contexto dedica una parte importante de su obra a atacar a su antiguo maestro Heidegger, cuya ontología asocia con la voluntad de poder, el ateísmo y el egoísmo. “La ontología como filosofía primera es una filosofía del poder”. Separado de los otros, el hombre no puede tener ningún conocimiento de Dios: “El otro (autrui) es el lugar mismo (lieu même) de la verdad metafísica e indispensable para mi relación con Dios”. La idea de infinitud se consuma como hospitalidad hacia el otro. Amar significa temer por el otro, socorrerle en su debilidad. De ahí que la moral, para Lévinas, no sea una parte de la filosofía, sino la “primera filosofía”.

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¿Qué consecuencias tienen estas dos categorías a la hora de hablar de la teología subyacente a la parroquia? Formulado de una forma más radical: ¿es posible una verdadera renovación de la parroquia si no partimos de las categorías de experiencia y de la “exterioridad”? Y si el teólogo debe partir de la experiencia y de la exterioridad, es porque ha vivido a partir de estas dos realidades. Para mí, la experiencia de vivir en una pastoral en diáspora me ha deparado no tener un lugar fijo de encuentro; esto me ha llevado a ir en busca y salir al encuentro del otro. No olvidemos que la parroquia en su sentido original4 tenía ese matiz de vivir sin lugar fijo, vivir en situación de extranjero, porque el cristiano se siente peregrino en este mundo5. Por eso, está abierto a todos, y allí donde convive el otro (los otros), sea de la condición o creencia que pertenezcan, lo considera co4 El término “parroquia” procede del sustantivo paroikia y del verbo paroikein, que en la traducción griega de los Setenta equivale a ser extranjero o emigrante, vivir como forastero o peregrinar (la Vulgata traduce por peregrini). La paroikia es en el Antiguo Testamento (AT) la comunidad del pueblo de Dios que vive en el extranjero sin derecho de ciudadanía. En el Nuevo Testamento (NT) se encuentra el vocablo paroikos varias veces con el mismo significado que en el AT. La Iglesia es, pues, paroikia, es decir, comunidad de creyentes que se consideran extranjeros (Af 2,19), de paso (1 Pe 1,17), emigrante (1 Pe 2,11) o peregrinos (Heb 11,13). 5 Para el tema de la parroquia envío a los siguientes estudios de Casiano Floristán, La parroquia. Comunidad eucarística, Marova, Madrid 2 1964; Para comprender la parroquia, Verbo Divino 2001; La Iglesia. Comunidad de creyentes, Sígueme, Salamanca 1999, especialmente 497-517; “El futuro de la parroquia”, en M. Brion – H. Denis – C. Floristán – J. Remy, Las parroquias. Perspectivas de renovación, Marova, Madrid 1979, 7-9; “Parroquia, en C. Floristán (dir.), Nuevo diccionario de pastoral, San Pablo, Madrid 2002, 1.068-1.079. De otros autores ver: E. Bianchi – R. Corti, La parroquia, Sígueme, Salamanca 2005; A. L. Camilla – J. Schorn, Recuperar la fe. Acoger a los católicos no practicantes, Mensajero, Bilbao 2006, especialmente el capítulo VI, que lleva como título “En busca de una parroquia aceptable”, 115-130; S. Pons Franco, Parroquia y misión en la eclesiología del Vaticano II, Marfil, Valencia 1970; F. Connan – J. C. Barreau, La parroquia de mañana, Stu-

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mo un hermano más. No olvidemos que Jesús de Nazaret no se pone en el alero del templo, pues desde arriba es imposible ver los rostros de los demás. Más bien sale a los caminos de Galilea, y allí se encuentra con cojos, lisiados, niños, mujeres que han perdido su dignidad, madres viudas que han perdido a su único hijo, leprosos, publicanos y pecadores. Un poeta peruano, Juan Gonzalo Rose, decía que a Jesús se le conoce con los pies, y creo que a los hijos preferidos de Dios también les conoceremos si salimos a los caminos. Otra experiencia es la pluralidad y la universalidad que estamos viviendo actualmente, y no sólo ahora, pues hace ya casi tres décadas que la estamos percibiendo en la mayoría de nuestras ciudades. Aquí también puedo hablar desde la experiencia. En la década de los noventa me tocó estar al frente de una parroquia con una presencia de personas de cincuenta y ocho nacionalidades distintas. Esa realidad nunca me dejó tranquilo, y eso me ha hecho llevar a acuñar una expresión: me gusta decir que hoy nuestra Iglesia y en particular nuestras parroquias tienen que dar el salto cualitativo de “ser menos católicas pero a su vez más católicas”. Es decir, divm, Madrid 1970; K. Rahner, “Teología de la parroquia”, en H. Rahner (dir.), La parroquia de la teoría a la práctica, Dinor, San Sebastián 1961, 37-51; íd., “Reflexiones pacíficas sobre el principio parroquial”, en Escritos de teología, tomo II, Taurus, Madrid 1955, 299-337; E. Bueno de la Fuente, Eclesiología, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2001, 111-121; A. Sarcia, Parrocchia si nasce, comunità si diventa, Chiesa-Mondo, Catania 2004; N. Castellano Franco, De la parroquia “de cristiandad” a la parroquia misionera, Proyecto Hombres Nuevos, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) 1998; F. Placer Ugarte, Remodelación pastoral, renovación eclesial. A los 40 años del Vaticano II, Nueva Utopía, Madrid 2006, especialmente 209-279; A. M. Rouco Varela, “La parroquia en la Iglesia. Evolución histórica, momento actual, perspectivas de futuro”, en J. Manzanares (ed.), La parroquia desde el nuevo derecho canónico. Aportaciones del derecho común y particular. X Jornadas de la Asociación Española de Canonistas, Madrid, 18-20 abril 1990, Universidad Pontificia, Salamanca 1991, 15-29.

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menos marcadas por una identidad cerrada y significadas por unos rasgos identitarios más abiertos. Hay catolicismos paradójicamente “muy poco católicos”, porque tienen miedo a perder su propia identidad. ¿Cómo es posible que en una parroquia católica con una fuerte presencia de emigrantes extranjeros católicos no forme parte del consejo parroquial ningún miembro de otro país? Y esto no es todo; las actividades de la parroquia creo que han de ser pensadas también a partir de los miembros de otras confesiones y de otras religiones. Es esto lo que yo llamo y entiendo por una Iglesia y una parroquia menos católicas y más católicas.

El Concilio Vaticano II y su temas centrales El Concilio Vaticano II representa, sin lugar a dudas, el acontecimiento mayor de la Iglesia católica en varios siglos. Al decir esto pensamos no sólo en sus textos, sino también en el espíritu que los anima, así como en el impulso que le dieron Juan XXIII y Pablo VI. Todo ese conjunto constituye el hecho conciliar 6. Juan XXIII había destacado en algunos discursos y alocuciones previos al Concilio tres temas claves que darían sentido y significado a ese evento tan importante para la Iglesia: el primero, la apertura de la Iglesia al mundo y a la sociedad, escrutando los signos de los tiempos, con objeto de hacer inteligible el anuncio del Evangelio; el segundo, la unidad de los cristianos o presencia activa de la Iglesia en el ecumenismo, y, finalmente, la opción no exclusiva pero sí preferencial por los pobres. 6 Aquí seguimos el excelente análisis de Ramón Sala, “El mundo por los pobres. El legado de la constitución ‘Gaudium et spes’”, en I. González Marcos (ed.), Concilio Vaticano II. 40 años después. IX Jornadas Agustianianas, Centro Teológico San Agustín, Madrid 2006, 155-189.

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Con relación al primer tema, es decir, la apertura al mundo, Juan XXIII decía: “Abrir las ventanas de la Iglesia para que salga ‘el polvo imperial’ acumulado durante siglos”. Ésta es una de las más expresivas imágenes del papa Juan XXIII para referirse a la actitud que el Concilio debía tener. También Pablo VI, con palabras solemnes y penetrantes, expresará la misma idea: “Lo sepa todo el mundo: la Iglesia lo mira con profunda comprensión, con verdadera admiración, sinceramente dispuesta no a conquistarlo, sino a servirlo; no a despreciarlo, sino a valorizarlo; no a condenarlo, sino a confortarlo y salvarlo”. También conviene recordar la iluminadora figura del cardenal Lercaro, quien insistía en el tema de la Iglesia de los pobres. Con estas palabras llenas de lucidez y de visión de futuro afirmaba: “Ésta es la hora de los pobres, de los millones de pobres que están sobre la tierra; ésta la hora del misterio de la Iglesia madre de los pobres, el misterio de Cristo sobre todo en el pobre. Por consiguiente, la más profunda exigencia de nuestro tiempo, incluyendo nuestra esperanza de promover la unidad de los cristianos, no sería satisfecha, sería eludida más bien, si el problema de la evangelización de los pobres de nuestro tiempo fuese tratado en el Concilio como un tema que se añade a otros. En efecto, no se trata de un tema cualquiera, sino en cierto sentido del único tema de todo el Vaticano II”7. Esta sensibilidad hacia ese mundo de los marginados no era por mero empeño social, sino desde y a partir de una dimensión cristocéntrica y por eso también teocéntrica. “El misterio de Cristo en la Iglesia es siempre, 7 G. Lercaro, Per la forza dello Spirito. Discorsi conciliari, Dehoniane, Bolonia 1984, 109-110. Lercaro llegó a insistir en que la ausencia de este aspecto (la Iglesia y su opción preferencial por los pobres) era la laguna de los esquemas preparatorios del Concilio.

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y particularmente hoy, el misterio de Cristo en los pobres, en tanto que la Iglesia es de todos, pero especialmente la Iglesia de los pobres”8. Hoy habría que cuestionarse: ¿qué recepción han tenido estos ejes centrales en la renovación de nuestra Iglesia a nivel universal y desde el ámbito particular de la comunidad parroquial?

Hacia una parroquia pobre, misionera y pascual Hacer teología desde la parroquia y sobre la parroquia implica en primer lugar no un análisis eclesiológico, sino en primer lugar cristológico y sobre todo teocéntrico. Una de las aclaraciones que tenemos que hacer es que el Concilio Vaticano II fue un concilio de la Iglesia sobre la Iglesia (K. Rahner). Pero es necesario partir de un planteamiento en el que la Iglesia, y su realidad particular que es la parroquia, no sean el centro, sino más bien la crisis de Dios en el mundo actual9. Por lo tanto, hablar de teología subyacente a la parroquia es asumir que la verdadera renovación de ésta vendrá a partir del Dios que nos reveló y por el que vivió Jesús de Nazaret. Necesitamos una Iglesia y una parroquia que hablen de Dios. Desde aquí habrá que revisar el resto de los modelos propuestos a la hora de vivir la fe en Dios. Ibíd., 111. Cf. S. del Cura Elena, “Realidad de Dios y propuestas pastorales: ‘etsi Deus (non) daretur’”, en M. A. Pena – J. R. Flecha Andrés – A. Galindo García (eds.), Gozo y esperanza. Memoria al Prof. Dr. Julio Ramos Guerreira, Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca 2006, 245-274. Recuerda Del Cura Elena que, según encuestas de opinión pública, se tiene la percepción de hablar mucho sobre cosas que la Iglesia hace u organiza, pero muy poco sobre cuestiones de fe y sobre la realidad de Dios (p. 263). 8 9

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Este planteamiento nos está exigiendo que tomemos como punto de partida la siguiente pregunta: ¿qué Iglesia quería Jesús? ¿Qué modelo de comunidad quería Jesús? ¿A partir de quien comienza Jesús el Cristo a reconstruir la nueva comunidad y la nueva familia? Porque tomar como punto de partida el origen de la Iglesia, es decir, el Dios trino, es ser conscientes por quién comienza Dios a renovar la humanidad rota. Si no es posible hablar de Dios sin tener en cuenta al hombre (Pablo VI), también hay que partir desde una antropología cristiana y afirmar que no es posible hablar de Dios sin tener en cuenta a los excluidos de nuestro mundo. El amor por el otro no puede ser universal, sino parte de lo concreto, lo particular, y ése es el marginado. La parroquia en sus orígenes tiene el sentido de aquella comunidad que vive en situación de extranjería, que vive junto al otro, junto a las casas de la gente. Los cristianos son personas domiciliadas para las que toda tierra extranjera es patria y toda patria es tierra extranjera (carta a Diogneto). Juan Pablo II llama a la parroquia “comunidad fundamental del pueblo de Dios”10. El Vaticano II, en la constitución Sacrosanctum Concilium, afirma que la parroquia de alguna manera “representa a la Iglesia establecida por todo el orbe” (n. 42). La Tercera Asamblea de Obispos de Latinoamérica, celebrada en Puebla (México), afirma que la parroquia “realiza la función en cierto modo integrante de la Iglesia” (n. 644). El documento de la Cuarta Asamblea de Obispos de Latinoamérica, celebrada en la ciudad de Santo Domingo, nos dice al respecto que las parroquias pertenecen a la esencia misma de la Iglesia particular, que es donde vive y se realiza la Iglesia. Juan Pablo II al clero romano al comienzo de la cuaresma (25 de febrero de 1993), en Ecclesia, n. 2.625, del 27 de marzo de 1993, 473. 10

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Pero en todas estas definiciones poco se percibe la parroquia como comunidad de discípulos. A mi modo de ver, es allí donde nacen los discípulos, se forman y llegan a ser misioneros. Y no tanto misioneros, sino más bien discípulos para, como el Maestro de Nazaret quiere, formar una comunidad en la que los primeros que tienen que tener lugar son los expulsados del sistema: las mujeres, los leprosos, los extranjeros, los enfermos... El discípulo de Jesús opta por los pobres porque primero ha optado por Jesús11. Todo ello porque la opción por los excluidos hunde sus raíces en la opción por el Dios que nos revela Jesús. Con otras palabras: nuestra opción por el pobre es fundamentalmente teocéntrica. La verdadera renovación de la parroquia surgirá en la medida en que los pobres sean los preferidos en la Iglesia y en la comunidad particular. Y el origen de esta opción nace porque, antes, el creyente ha tenido una experiencia del Dios de Jesús. Esta opción llevará a una verdadera descentralización de la Iglesia. Sólo desde una experiencia de la Trinidad, la Iglesia será aquello que el Concilio Vaticano II quiso que fuese: comunión y verdadero pueblo de Dios12. Sin embargo, no una comunión abstracta, sino una comunión en conflicto, porque de verdad ha comenzado a hacer comunión con los que menos está en comunión esta humanidad: los pequeños y los excluidos. También es pueblo de Dios porque toma en serio a los seglares. Herbert Haag, teólogo de la Universidad de Tubinga, ha escrito con mucho acierto que el Concilio Vaticano II dejó sin definir lo que la Iglesia entiende 11 G. Gutiérrez, “Seguimiento de Jesús y opción por el pobre”, en Misiones extranjeras 215 (2006), 692-706. “Ser cristiano es caminar, movido por el Espíritu, tras los pasos de Jesús. Ese seguimiento, la ‘sequela Christi’, es la raíz y el sentido último de la opción preferencial por el pobre” (p. 696). 12 Cf. B. Forte, La Iglesia, icono de la Trinidad. Breve eclesiología, Sígueme, Salamanca 20033, especialmente 15-87.

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por seglar13. Y por eso la Iglesia sigue siendo aún clerical. El concepto de pueblo de Dios nos viene a decir que en la comunidad eclesial no es lo más importante la jerarquía, sino que todos somos cristianos y, por lo tanto, en las grandes decisiones todos tenemos derecho a formar parte14. Una parroquia es misionera no sólo porque ha tomado conciencia de que la evangelización es lo prioritario en sus miembros, sino porque éstos están llamados a dejarse evangelizar por los pobres: los pobres nos evangelizan. Pero una Iglesia desunida ad intra no podrá ser signo de credibilidad mientras no tome en serio la desunión de

13 H. Haag, ¿Qué Iglesia quería Jesús?, Herder, Barcelona 1998, 29. Este autor hace esta interesante observación: “A través de toda la constitución sobre la Iglesia (LG) se percibe, como motivo central, la oposición o división entre cleros y plebs, entre laicos y ‘sagrados pastores’. Llama particularmente la atención el frecuente uso que los documentos del Concilio, al referirse a los seglares, hacen de la palabra ‘también’: a los laicos ha de abrírseles el camino ‘para que también ellos participen celosamente en la misión salvadora de la Iglesia’ (n. 33). Jesucristo ‘desea continuar su testimonio y su servicio también por medio de los laicos’ y, en consecuencia, ‘también les hace partícipes de su oficio sacerdotal’ (n. 34). De igual manera, Cristo cumple su misión profética ‘también por medio de los laicos’ (n. 35) y, ‘también por medio de los fieles laicos’ trata de dilatar su Reino (n. 36). Lo que suena como añadido es en realidad una limitación. Primero vienen los sacerdotes y luego ‘también los seglares’” (p. 33). 14 En la misma línea que señalábamos anteriormente, el teólogo Juan Antonio Estrada sostiene que la renovada teología del laicado promovida por el Vaticano II ha fomentado la participación de los laicos en la vida parroquial, pero apenas ha modificado su estructura tridentina. El clero sigue siendo el protagonista absoluto en el que se encuentran todos los poderes y toma de decisiones, de tal forma que la actividad de los laicos depende de su tolerancia y disponibilidad. Como además el sistema de designación de los párrocos depende exclusivamente del obispo y éste procede sin consulta ni mucho menos negociación con la comunidad parroquial, no es infrecuente que se nombre a párrocos con una orientación pastoral distinta del anterior, indiferentes al respecto del asentimiento o no de la comunidad. La misma potenciación de los laicos y de los ministerios laicales se ha debido más a la escasez del clero que a una eclesiología renovada”: El cristianismo en una sociedad laica, o. c., 239 y 252.

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los cristianos. El otro hermano de otra confesión no nos podrá ser indiferente. Será una colaboración conjunta en la reflexión bíblica, en la catequesis, en la oración, en la misión, pero sobre todo en la que de verdad podamos celebrar juntos la cena del Señor. Esta comunión deberá alcanzar un ecumenismo más amplio, el de la colaboración con los miembros de otras religiones, y no sólo las que llamamos religiones mundiales. La Iglesia no puede considerar a las demás religiones como simples creencias (cf. Dominus Iesus, 7). En los programas pastorales deberá aparecer como tarea prioritaria la colaboración mutua con los miembros de otras religiones presentes en el barrio organizando debates a nivel teórico, pero, sobre todo, para un diálogo de las obras, de la vida y de la oración. De aquí podrá surgir la verdadera espiritualidad del diálogo, que consiste en que el otro forme parte de mi vida. Esto es lo que a la parroquia le hará desde lo particular vivir ya su universalidad. La parroquia es evento pascual, en la medida que ha vivido la experiencia del Dios de la vida, que es el que resucitó a Jesús. Pero para vivir el evento pascual deberá ser consciente de que el Resucitado es también el Crucificado. Una parroquia que comenzará a ser cuestionada porque se ha puesto de parte de los pobres. Es la realidad en la que vivió Jesús. “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20). En estos últimos años, las iglesias jóvenes han vivido una Iglesia y una teología martirial no por defender los intereses de la Iglesia, sino por ponerse de parte de los pobres15. La persecución es algo necesario en la Iglesia porque la ver15 Cf. J. Sobrino, “De una teología sólo de la liberación a una teología del martirio”, en J. Comblin – J. I. González Faus – J. Sobrino (eds.), Cambio social y pensamiento cristiano en América Latina, Trotta, Madrid 1993, 101-122.

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dad siempre es perseguida. Y por eso, cuando un día le preguntaron al papa León XIII, aquella inteligencia maravillosa de principios del siglo pasado, cuáles son las notas que distinguen a la Iglesia católica verdadera, el papa dijo ya las cuatro conocidas: una, santa, católica y apostólica. “Agreguemos otras –les dice el papa–, perseguida”. No puede vivir la Iglesia que cumple con su deber sin ser perseguida. De ahí deberemos examinar: ¿con quiénes estamos a bien? ¿Quiénes nos critican? ¿Quiénes no nos admiten? ¿Quiénes nos halagan? La teología de la parroquia hunde sus raíces a partir de la eucaristía16. Es ella la que da razón de ser, ya sea a la Iglesia como a la parroquia. Recordemos el adagio que tanto gustaba repetir al teólogo Henri de Lubac: “La Iglesia hace la eucaristía, y la eucaristía hace la Iglesia”. Pero la eucaristía tiene sentido en la medida en que de ella emerge un verdadero compromiso por las víctimas. Aquí conviene recordar un hecho histórico: cuando mataron a monseñor Óscar Romero, y sabemos que fue asesinado cuando estaba levantando el cáliz, el biblista y ex arzobispo de Milán Carlo Maria Martíni hizo este comentario: “Eso es la eucaristía. Para monseñor Romero, la eucaristía había sido la cena que le llevó a pagar un precio muy caro por haber sido la voz de los que no tenían voz. Días antes de su muerte, monseñor Romero había dicho estas palabras: ‘Si me matan, resucitaré con mi pueblo salvadoreño’”17. 16 C. Floristán, La parroquia, comunidad eucarística, o. c.: “La Iglesia es Iglesia de la Palabra; pero es algo más: es una Iglesia nacida del costado de Cristo y que crece, en la celebración eucarística, con la proclamación de la muerte del Señor”. A su vez, “la eucaristía en cuanto acontecimiento local sucede únicamente en la Iglesia, y la misma Iglesia llega a ser total acontecimiento, en su sentido más pleno, mediante la celebración local de la eucaristía” (pp. 37 y 120). 17 Citado por Pablo Richard, La fuerza espiritual de la Palabra de monseñor Óscar Romero, en www.servicioskoinonia.org.

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Pero vayamos ahora por partes y examinemos una por una las propiedades que deberán caracterizar a nuestras parroquias.

Una parroquia pobre Se trata de una realidad conflictiva, en la que es necesario anunciar el Reino de vida. Pero esto supone, como vislumbraba el Concilio, andar “por el camino de la pobreza” (Ad gentes, n. 15). Eso es lo que Medellín llama una “Iglesia pobre”, una Iglesia que para ser precisamente sacramento de salvación debe comprometerse con los pobres y con la pobreza; “la pobreza de la Iglesia es, en efecto, una constante de la historia de la salvación” (Pobreza, n. 5). Esto implicará la denuncia de “la carencia injusta de los bienes de este mundo y del pecado que la engendra”; y poder predicar y vivir “la pobreza espiritual como actitud de infancia espiritual y apertura al Señor”. Este enfoque ha dado lugar, en muchos lugares donde está presente la Iglesia, a múltiples compromisos y experiencias de las iglesias locales, comunidades cristiana y familias religiosas que buscaban dar testimonio de la liberación en Cristo en medio del mundo pobre18. No es tarea nada fácil; por eso se habla de la necesidad de una “conversión” de los cristianos y de toda la Iglesia. En esta línea se pronuncian los documentos de Puebla: “Afirmamos la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una opción preferencial por los pobres, con miras a su liberación integral” (n. 1.134). La preferencia por el pobre debe expresarse en una auténtica “solidaridad con ellos... esta solidaridad signiCf. A. Quiroz Magaña, Eclesiología en la teología de la liberación, Sígueme, Salamanca 1983. 18

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fica hacer nuestros sus problemas y sus luchas, saber hablar por ellos” (Medellín, Pobreza, n. 10). Esta temática será, además, retomada con gran fuerza por Juan Pablo II, que considerará la solidaridad de la Iglesia con los pobres “como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo”. Pero desde el inicio se percibe también que la preferencia no hace olvidar ese otro dato evangélico fundamental: la universalidad del amor cristiano. Se dice en esa línea de ideas en Medellín, después de hablar de la solidaridad con los pobres, que la Iglesia quiere ser “humilde servidora de todos los hombres de nuestros pueblos” (Pobreza, n. 8). El tema de la Iglesia de los pobres tiene una perspectiva netamente cristológica. La exigencia fundamental y lo que confiere pleno sentido a todo viene de la fe en Cristo. “La pobreza de tantos hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio, compromiso, esfuerzo y superación para el cumplimiento pleno de la misión salvífica de Cristo” (Medellín, n. 7). La salvación en Cristo, de la que la Iglesia es un sacramento en la historia, es lo que da significado a la cuestión de la Iglesia de los pobres. Esta óptica cristológica se inspira también en otra afirmación del Vaticano II. En la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium se dice que la Iglesia “reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente... y procura servir en ellos a Cristo” (n. 8). Por lo tanto, no se asume esta opción desde el ángulo del “problema social”, como muchos han creído y todavía siguen pensando. Creer que se atiende al significado de la cuestión de la pobreza con un secretariado sobre temas sociales no ha sido ni es la forma de entender la Iglesia de los pobres en aquellos lugares que han asumido 136

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esa opción como tarea prioritaria, ya sea en la teología o en la acción pastoral. ¿Qué comunidad pretende crear Jesús de Nazaret? ¿Qué rasgos fundantes caracterizan a la familia mesiánica de Jesús? A juicio del teólogo Xabier Pikaza, son tres los rasgos fundantes de la comunidad mesiánica: la gratuidad, la pobreza y la universalidad19. – La gratuidad se explicita como don de Dios y don humano; no es espacio de lucha o de conquista entre los hombres. – La pobreza en el sentido de que en ella ocupan un lugar fundamental los más pequeños. – La universalidad porque es una comunidad abierta a todos los hombres, por encima de las barreras de la ley nacional que ha ido estableciendo el judaísmo. Todo lo que dice el evangelista Marcos sobre la familia y el matrimonio ha de entenderse desde el trasfondo de la gran crisis mesiánica. En contra de lo que a veces se ha dicho, el Evangelio no es una sacralización de los esquemas familiares antes existentes (en el hogar y nación israelita), sino todo lo contrario; es testimonio de una fuerte crisis, que termina llevando a Jesús a la muerte: le matan precisamente aquellos que representan el orden antiguo (la sacralidad de la familia israelita, la identidad nacional, el propio templo). El Jesús de Marcos nos lleva al principio de la creación, nos hace empalmar con el proyecto fundante de vida que ha tenido y tiene Dios en Cristo. Recorrer ese camino, hacerse humanos con Jesús, en clave de gratuidad, pobreza y universalidad: ésa es la tarea del Evangelio. 19 X. Pikaza, “Familia mesiánica y matrimonio en Marcos”, en Semanas de Estudios Trinitarios, n. 29, Secretariado Trinitario, Salamanca 1995, 67-167.

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El proyecto de Jesús como institución del verdadero reino de lo humano, es decir, de aquella familia fraterna de hombres y mujeres libres que pueden compartir los bienes y vincularse en gesto de amor y solidaridad en torno a una mesa, abriendo espacio de vida compartida para todos y de esperanza de futuro y gracia para los pequeños y niños. ¿Quiénes son invitados a esa nueva comunidad? Jesús comienza con unos pescadores: Pedro, Andrés, Santiago y Juan (cf. Mc 1,16; 3,6). En esta llamada hay varios puntos que destacar. a) La apertura de un horizonte utópico o de reconciliación o plenitud humana: Jesús llama a cuatro pescadores para invitarles a participar en su gran tarea mesiánica. b) El segundo es la ruptura laboral y familiar: estos cuatro pescadores tienen que dejar sus ocupaciones antiguas, su modo de vida, para ponerse al servicio de esa nueva comunidad de Jesús. c) El tercero es la importancia de Jesús: dice a los pescadores que “sigan tras él”. Jesús no viene con un libro –como los escribas–, diciendo a los llamados que les enseñará a entender las sabidurías escondidas desde antiguo en la Escritura de Israel o de los pueblos. Tampoco trae unos planes preconcebidos de tipo social o laboral. Viene él mismo y se pone como punto de arranque y sentido para todo el que le sigue. Veamos otro grupo de los que Jesús busca. Nos detenemos en el episodio del endemoniado en la sinagoga (cf. Mc 1,21-28). Allí busca en la sinagoga no para aprender de los sabios que allí enseñan, ni para invitar a los buenos del lugar a que le sigan; al contrario, viene a buscar al que se encuentra allí perdido, es decir, a un hombre con espíritu impuro. 138

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Ésta es su primera pesca; este endemoniado será el primer miembro de su nueva familia mesiánica: en vez de comenzar entre los grandes de la tierra, los ricos, los letrados, los piadosos y los limpios, Jesús viene a ponerse en contacto con los “impuros”. Comienza su tarea de recolección comunitaria en los márgenes de una sociedad que tiende a sacralizar sus relaciones, sus formas de conducta. Se ha situado Jesús en un campo peligroso: en el lugar de los enfermos y marginados. Con ellos y para ellos quiere construir una comunidad y una familia del Reino. Recordamos también la disputa del sábado (cf. Mc 2,23-38). En este pasaje, una vez más, Jesús demuestra que lo que importa es el bien del hombre, no el cumplimiento de una norma particular del grupo. Sólo allí los hombres y mujeres se reúnen y ayudan por encima del sábado y puede surgir la comunidad universal, superando las limitaciones del judaísmo. La comunidad de Jesús se funda en la gratuidad. Él va ofreciendo en el mundo el don de la vida de Dios, llamando a su familia a los expulsados de la sociedad israelita (leprosos, publicanos...). Su gracia se expresa de un modo muy fuerte en medio de la pobreza de esos expulsados. ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? (Mc 3,7–4,41). De este pasaje intuimos que en la casa y comunidad que instaura Jesús caben todos los que escuchan ahora a Dios en su compañía. Y aquí, en esta alternativa que ofrece Jesús, conviene puntualizar que “solemos ver a Jesús como alguien que trae sólo “nuevas ideas” sobre Dios: como una especie de profesional de la filosofía o como un maestro de la pura verdad interior. Olvidamos que Jesús es un “profeta creador”: como heredero de la mejor tradición israelita, no separa la verdad interior y la exterior, el lado 139

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social y el lado espiritual del misterio. Ha venido a crear una comunidad y una familia mesiánica. Eso le lleva a enfrentarse con la autoridad suprema de su pueblo (con los escribas, con sus mismos familiares). Al no aceptar esa apertura de la comunidad universal, pero comenzando por los expulsados del sistema, Jesús acusa a los escribas de pecar contra el Espíritu Santo. Jesús no entiende la vida a partir de sus orígenes genealógicos. Su Evangelio es principio de la nueva y verdadera comunidad y familia de hombres. Esta nueva comunidad de la gratuidad sólo se puede lograr en gratuidad, allí donde alguien (Jesús y sus discípulos) estén dispuestos a dar la vida por ello. La nueva familia de Jesús sólo se construye allí donde cada uno de sus miembros “se niega a sí mismo” buscando el provecho de los otros. Esta opción del Jesús histórico es lo que hizo que las primeras comunidades vivieran en un mismo sentir, que nadie pasara necesidades, pues todo lo ponían en común (cf. Hch 2,42; 4,32-35). En esta línea se mueve el discurso del papa Benedicto XVI a la XXII Plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos. Decía así: “La parroquia tiene que acceder al misterio de comunión, ser signo e instrumento de comunión. El evangelista Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, indica los criterios esenciales para la recta comprensión de la naturaleza de la comunidad cristiana –y por ende de toda la parroquia– al describir a la primera comunidad de Jerusalén perseverante en la escucha de la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones: una comunidad acogedora y solidaria hasta el punto de ponerlo todo en común. La parroquia puede revivir esta experiencia y crecer en el entendimiento y en la cohesión fraternal si ora incesan140

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temente y permanece a la escucha de la Palabra de Dios, especialmente si participa con fe en la celebración de la eucaristía (...). La esperada renovación de la parroquia no puede, por lo tanto, surgir exclusivamente de iniciativas pastorales, por muy útiles y oportunas que éstas sean, ni mucho menos de programas elaborados de forma puramente teórica. Inspirándose en el modelo apostólico tal y como éste aparece en los Hechos de los Apóstoles, la parroquia se recobra a sí misma en el encuentro con Cristo, especialmente en la eucaristía (...). En su unión con Cristo, la parroquia halla la fuerza necesaria para entregarse después sin tasa al servicio de los hermanos, particularmente el de los pobres, para los que constituye, de hecho, el primer referente”20.

Parroquia misionera Además de pobre, la Iglesia y la parroquia en su particularidad deben ser misioneras. Ésta fue una ancha perspectiva del Vaticano II; se puede incluso decir que ella constituye el gran aliento de sus textos. Se trata de una Iglesia volcada hacia fuera de ella misma al servicio del mundo y en última instancia al Señor de la historia, como lo repite la Gaudium et spes. Como pórtico, quiero recordar aquella anécdota de Juan XXIII: “Yo salté de la barca y camino entre las olas al encuentro de Cristo, que nos llama. La Iglesia debe abandonar la seguridad de la barca y caminar entre las olas. Llegará la noche, la tempestad, el miedo, pero no hay que retroceder. La Iglesia está llamada a ir al encuentro del mundo”21. 20 Benedicto XVI, “Parroquia, familia de familias cristianas”, en Ecclesia, n. 3.336, 18 de noviembre de 2006. Este discurso fue pronunciado el 22 de noviembre de 2006 con ocasión de la clausura del congreso organizado por el Pontificio Consejo para los laicos en torno al tema La parroquia recobrada. Itinerarios de renovación. 21 Citado por N. Castellanos Franco, De la parroquia “de cristiandad” a la parroquia misionera, o. c., 6.

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Este soplo misionero se expresa muy bien en Ad gentes, uno de los documentos de mayor densidad teológica del Concilio. En él, la misión es presentada –desde su fundamento trinitario– no como una actividad particular de la Iglesia, sino como un rasgo central del conjunto de la comunidad cristiana. El requerimiento misionero implica siempre salida de su propio universo y la entrada en un mundo distinto22. Eso es lo que experimentaron sectores de la Iglesia latinoamericana al lanzarse por los caminos de la evangelización de los pobres y oprimidos: comenzaron a descubrir el mundo del pobre. Y allí aprendieron que ser pobre es sobrevivir más que vivir, es estar sujeto a la explotación y a la injusticia; pero también es tener un modo de sentir, de pensar, de amar, de creer, de sufrir, de orar. Anunciar el Evangelio a los pobres significa entrar en su mundo de miseria y esperanzas23. Pero años de compromisos en defensa de los derechos de los pobres y la creación de comunidades cristianas de base “han ayudado a descubrir a la Iglesia el potencial evangelizador de los pobres “(Puebla, 1147). Destinatarios privilegiados (no exclusivos) del mensaje del Reino, los pobres son también sus portadores. Una expresión de esta posibilidad son esas comunidades eclesiales de base que Puebla saluda como uno de los hechos más importantes de la vida de la Iglesia latinoamericana (y de otros continentes) y como expresión del amor preferente de la Iglesia por el pueblo sencillo” (n. 643). Además, en ellas el pueblo pobre encuentra la “po22 J. Sánchez Sánchez, La teología subyacente a la experiencia pastoral de la Iglesia particular de Ciudad Guzmán, Jalisco, México, en www.servicioskoinonia.org/relat/257.htm. 23 Cf. G. Gutiérrez, “La recepción del Vaticano II en Latinoamérica. El lugar teológico la Iglesia y los pobres”, en G. Alberigo – J.-P., Jossua, La recepción del Vaticano II, Cristiandad, Madrid 1987, 213-237.

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sibilidad concreta de participación en la tarea eclesial y en el compromiso de transformar el mundo” (ibíd.). Pero aquí nos gustaría añadir, en la línea que señalaba Juan XXIII de una Iglesia llamada a ir al encuentro del mundo, que hoy nuestras comunidades parroquiales forman parte de un contexto plural en el ámbito religioso. No podemos cerrarnos en un gueto y vivir a espaldas de esta realidad plural, ya sea a nivel ecuménico (con las distintas confesiones) o en el ámbito del diálogo interreligioso24. Ya no sólo el sujeto de la evangelización será el pobre, sino también el otro que cree distinto y respecto a quien hasta ahora hemos vivido como si no existiera. La Iglesia, sacramento universal de salvación, no sólo evangelizará, sino que sus miembros deberán dejarse evangelizar por el otro. Ya no sólo será importante el diálogo con las otras religiones, sino salir el encuentro de los otros que viven al lado de nuestras comunidades parroquiales. ¿Serán capaces nuestras comunidades parroquiales de organizar sus programas pastorales en diálogo y colaboración con los miembros de otras confesiones y religiones que viven alrededor? ¿En qué consistiría esta colaboración? El documento Diálogo y anuncio 25 de 1991 señala cuatro formas en todo diálogo interreligioso: a) El diálogo de la vida, en el que las personas se esfuerzan por vivir en un espíritu de apertura y de buena vecindad, compartiendo sus alegrías y penas, sus problemas y preocupaciones humanas. 24 Esto ha sido objeto de estudio en mi obra El futuro del diálogo interreligioso. Del diálogo al encuentro entre las religiones, Acción Cultural Cristiana, Salamanca 2005. 25 Pontificio Consejo para el Diálogo y Congregación para la Evangelización de los Pueblos, “Diálogo y anuncio. Instrucción sobre el anuncio del Evangelio y el diálogo interreligioso”, 19 de mayo de 1991, en AAS (1992), 414-446.

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b) El diálogo de las obras, en el que los cristianos y las restantes personas colaboran con vistas al desarrollo integral y a la libertad de la gente. c) El diálogo de los intercambios teológicos, en el que los expertos buscan profundizar la comprensión de sus herencias religiosas y apreciar recíprocamente sus propios valores espirituales. d) El diálogo de la experiencia religiosa, en el que las personas, enraizadas en sus propias tradiciones religiosas, comparten sus riquezas espirituales; por ejemplo, en lo que se refiere a la oración y a la contemplación, a la fe y a las vías de búsqueda de Dios y del Absoluto. Finalmente, quisiera señalar que este diálogo y colaboración será eficaz en la medida en que asumamos con rigor el tema ecuménico. Pues ¿qué cristianismo es el que desea entrar en el diálogo con las demás religiones? ¿Será un cristianismo dividido, como ha sido habitual en la historia? ¿Qué confusiones pueden proceder de escuchar las distintas versiones de su doctrina? En esta línea escribía el papa Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint: “La división de la Iglesia contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura”26.

Por eso creemos que el diálogo interreligioso está planteando una serie de retos al cristianismo27 y a la tarea pastoral y evangelizadora. 26 Juan Pablo II, Carta encíclica “Ut unum sint”, San Pablo, Madrid 1995, n. 6. 27 Cf. J. J. Alemany, “El diálogo interreligioso, reto al diálogo ecuménico”, Pastoral ecuménica 52-53 (2001), 57-72.

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– En primer lugar, el esfuerzo por la renovación del concepto de misión. Es decir, de dar el salto de ir hacia el otro que cree distinto para que se convierta, pero también para conocer y aprender de los otros. – El don de la reconciliación para un testimonio común. La clara vocación evangelizadora choca con la escucha del mensaje que deseamos trasmitir, que es Jesucristo. Esto lo dejó bien claro la segunda Asamblea ecuménica de Graz (Austria) en 1997, que tenía como lema “Reconciliación: don de Dios y fuente de nueva vida”. Decía así: “Confesamos juntos ante Dios que hemos oscurecido la unidad por la que oró Cristo. Hemos presentado al mundo el espectáculo indigno de una cristiandad desgarrada por las divisiones. Ésta es una fatal consecuencia del hecho de que a través de la historia se han sacado diferentes conclusiones para la vida de nuestras Iglesias. Esto ha llevado con frecuencia a mutuas acusaciones, condenas y persecuciones. De esta manera, la credibilidad de nuestro testimonio común se ha debilitado”.

El servicio pascual en la parroquia Anunciar el Evangelio en el corazón del mundo de la pobreza y en un contexto plural religioso significa dar también testimonio de la vida en una realidad de la muerte. Esto no se puede hacer sin costos. Medellín hablaba de una “Iglesia pascual”; Puebla se refiere a una Iglesia servidora que prolonga a través de los tiempos al Cristo-Siervo de Yahvé por los diversos ministerios y censuras (n. 1.303). La situación en la que viven muchos de nuestros hermanos emigrantes, los pobres dentro de los países opu145

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lentos, la llegada de emigrantes en pateras, significa para muchos una situación de muerte prematura e injusta, debida al hambre y a la enfermedad, o a los medios represivos usados por quienes defienden sus privilegios. En esa realidad de muerte corresponde proclamar la vida. Es decir, anunciar el Reino de vida como expresión del amor de Dios por toda persona. En esa tarea se deberán comprometer nuestras parroquias especialmente como una tarea prioritaria. Y sabemos que el compromiso por las no personas nos puede traer persecuciones, la desaparición y la muerte. No olvidemos que el Resucitado es el Crucificado, y, antes de pasar por la resurrección, Jesús pasó por la cruz por haber vivido un proyecto de vida muy concreto28. Este proyecto de vida, en palabras del teólogo Dietrich Bonhöffer, consistió en haber vivido para los demás29. Ése es el proyecto de vida de muchos hermanos cristianos que, por ponerse de parte de los más pequeños, pagaron su vida con el precio del martirio. Pero la sangre de los mártires da siempre nueva vida a la Iglesia. Se trata de una Iglesia que, desde el sufrimiento y la muerte de muchos de sus miembros, anuncia con palabras el mensaje permanente de la vida sobre la muerte, de la victoria definitiva del Resucitado.

Conclusión Para terminar, desearía resumir mi aportación de la mano de dos grandes teólogos del siglo pasado. Uno de ellos es Karl Rahner, que en su libro que lleva por títu28 Cf. J. Sobrino, “Ante la resurrección de un crucificado. Una esperanza y un modo de vivir”, Concilium 318 (noviembre 2006), 107-117. 29 D. Bonhöffer, “¿Quién es y quién fue Jesucristo?”, en Escritos esenciales, Sal Terrae, Santander 2001, 65-71.

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lo Cambio estructural de la Iglesia 30 (original de 1972) se preguntaba: ¿dónde nos encontramos? ¿Qué hacer en esta situación? ¿Cómo imaginar la Iglesia del futuro? ¿Dónde nos encontramos? Un análisis de la situación, profundizado teológicamente, ha de tomar conciencia de los cambios históricos y sociales que se han ido produciendo: “Nuestra actual situación representa la transición de una Iglesia apoyada en una sociedad cristiana homogénea y casi idéntica a ella –de una Iglesia de masas– a una Iglesia constituida por quienes, en contradicción con su entorno, se han abierto paso hasta una opción de fe personal, clara y consciente. Así será la Iglesia del futuro, o bien dejará ya de ser”31. En medio de esta nueva situación socio-religiosa, de fuerte mengua numérica, dedicaba su atención a la Iglesia de la “pequeña grey”, cosa que no significa gueto o secta, sino la nueva condición en la que se ha de vivir la fe cuando ya no tiene el apoyo de una sociedad homogéneamente cristiana. ¿Qué hemos de hacer? Esta pregunta apunta a que hay que planificar el futuro con tiempo. Y hay que decir que la Iglesia del futuro tendrá que ser una Iglesia desclericalizada, cosa que no excluye la existencia de un ministerio ordenado, investido de la autoridad de Cristo, ejercido por un cristiano colmado del Espíritu y liberado para el ejercicio de un servicio desinteresado a la comunidad eclesial. Esta Iglesia debe configurarse como una Iglesia servidora, menos introvertida, preocupada por la suerte de los hombres, y debe urgir una moral sin moralismo. Rahner formula seguidamente esta orientación de futuro: hemos de ser una Iglesia de puertas abiertas; esta afirmación comporta una valoración positiva de indeterminación y la flexibilidad de sus fronte-

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Cristiandad, Madrid 1974. Ibíd., 31-32.

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ras. La Iglesia debe tener valor para dar imperativos y directrices concretas incluso en el campo de la actuación socio-política de los cristianos en el mundo. En este sentido aducía la Populorum progressio de Pablo VI. Todo ello desemboca en la exigencia del cultivo de una espiritualidad auténtica; en un mundo donde no se oye pronunciar la palabra Dios, ¿qué se puede decir en estas circunstancias? ¿Cómo hablar de Jesús de modo que otros puedan tener algún barrunto de la importancia que él tiene en nuestra vida? El otro teólogo es el mártir Ignacio Ellacuría, que en una conferencia pronunciada en Valladolid en 1982 y cuyo título era Las Iglesias latinoamericanas interpelan a la Iglesia de España, decía así: “Las Iglesias de Latinoamérica interpelan a la Iglesia española en esta cuádruple dirección: ¿hay en su Iglesia una opción preferencial por los pobres?, ¿hay en su Iglesia un acompañamiento real en las luchas que realmente sean de liberación de las mayorías populares?, ¿hay un esfuerzo para que la teología y la pastoral se metan dentro de esos movimientos y traten de cristianizarlos?, ¿hay un factor profundo, importante, de persecución?” Lo único que quisiera –porque eso de interpelación suena muy fuerte– son dos cosas: que pusieran ustedes sus ojos y su corazón en esos pueblos que están sufriendo tanto –unos de miseria y hambre, otros de opresión y represión– y después (ya que soy jesuita), que ante ese pueblo crucificado hicieran el coloquio de san Ignacio en la primera semana de los Ejercicios, preguntándose: ¿Qué he hecho yo para crucificarlo?, ¿qué hago para que lo descrucifiquen?, ¿qué debo hacerle para que ese pueblo resucite?32

I. Ellacuría, “Las Iglesias latinoamericanas interpelan a la Iglesia de España”, Sal Terrae 826 (1982), 219-230, aquí 230. 32

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Desde una mujer con responsabilidades pastorales Gotzone Mezo Arancibia Religiosa dominica

Contexto El título de la comunicación me hace intuir que puede ser importante situar el contexto desde el que voy a hablar de mi experiencia, para que se comprenda desde el primer momento que de lo que yo diga no se deducen conclusiones que puedan generalizarse. Al hablar de “responsabilidades pastorales” espero que sean muchas las mujeres que tengan responsabilidades pastorales en nuestra Iglesia. En este caso concreto, “una mujer con responsabilidades pastorales” significa que a lo largo de 18 años una comunidad de mi provincia, y en particular una hermana de esa comunidad, ha sido la responsable de la pastoral de una parroquia. Y que durante ese tiempo yo he estado implicada más o menos directamente en esa misión comunitaria. Se trata, pues, de una experiencia singular, en el sentido de única. Dilatada en el tiempo, pero limitada y concreta. Quiere esto decir que no tenemos otras experiencias vividas en primera persona con las que poder comparar. 149

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En 1988, monseñor Ramón Echarren, obispo de Canarias, propuso a nuestra congregación que se hiciera cargo de una parroquia de la ciudad de Arrecife, en Lanzarote. Hasta entonces la comunidad había colaborado intensamente en la pastoral de la zona rural de la isla formando parte de un grupo de sacerdotes, religiosas y laicos que llevaron a cabo una tarea de evangelización conjunta que trataba de poner sobre el terreno el espíritu del Concilio Vaticano II. A partir de ese momento y hasta ahora mismo, seguimos en esa misión, si bien han variado las hermanas de la comunidad y la hermana responsable. Arrecife es una ciudad pequeña, y nuestra parroquia se encuentra situada en uno de sus barrios. La población se sitúa en torno a los 8.000 habitantes y proviene fundamentalmente de las zonas rurales de la isla, lo que significa que casi todos se conocen y existen muchas relaciones de parentesco. Hay también un grupo de personas procedentes de diversas regiones españolas y en los últimos años ha aumentado considerablemente el número de inmigrantes extranjeros. En general, se trata de personas sencillas, que con trabajo y esfuerzo han ido construyéndose sus casas (también fueron ellos quienes construyeron con sus propias manos la parroquia y el centro cultural del barrio). Los efectos del boom turístico en los últimos veinte años, devastadores en muchos aspectos, han supuesto una bonanza económica imprevisible. De tal modo que podríamos hablar de necesidades materiales básicas cubiertas con holgura, pero que no han incidido de manera decisiva para enjugar carencias de otros tipos, quizá por falta de visión o porque los intereses económicos deciden las políticas de la inmensa mayoría de las instituciones. De hecho, la escasez de recursos básicos se circunscribe a personas (y a sus familias) con problemas 150

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personales de cierta entidad, que hacen difícil su inserción laboral, o a inmigrantes ilegales que llevan poco tiempo en la isla, son explotados con frecuencia en los trabajos, y tropiezan con dificultades importantes para poder alquilar una vivienda. En este ámbito tan concreto de una isla pequeña y hasta hace relativamente poco tiempo aislada en el sentido más amplio de la palabra, tiene lugar la experiencia a la que voy a hacer referencia.

Delimitación de la responsabilidad Conozco la existencia de casos similares en nuestro país, pero creo que las condiciones en las que se ejerce la tarea pastoral son variadas. En nuestro caso, mediante contrato con la diócesis, la responsabilidad asumida por la hermana responsable atañe a los siguientes aspectos: a) La catequesis de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, así como la formación de catequistas de los diferentes niveles. b) La acción social. c) La liturgia, cuyo grupo convocará y animará, en colaboración con el sacerdote encargado, responsable último de las celebraciones. d) El Consejo Pastoral Parroquial, que convocará y copresidirá. e) La economía, en colaboración con la junta económica parroquial, que ella presidirá. La hermana responsable puede delegar la responsabilidad directa de algunos de estos aspectos en otra hermana de la comunidad o en laicos de la parroquia. El sacerdote encargado de la parroquia, además de las celebraciones litúrgicas, tiene la responsabilidad de la 151

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acogida, admisión y preparación de las parejas que desean celebrar el sacramento del matrimonio y de los padres que piden el bautismo para sus hijos. La diócesis, por su parte, proporciona a la comunidad la vivienda parroquial, el sueldo de la hermana responsable y la posibilidad de trabajo para otra hermana de la comunidad. Y con este telón de fondo pasamos a los aspectos más concretos de la experiencia.

Posibilidades y límites Globalmente, la primera gran posibilidad consiste en poder pensar la parroquia como un todo, de modo que el “tono” y la organización de conjunto son el resultado del discernimiento comunitario amplio (nuestra comunidad religiosa y los miembros de la comunidad parroquial). “Sentir” la responsabilidad de la globalidad no sólo amplia el horizonte de la mirada, sino que lleva a situarse de modo diferente a cuando la implicación en la Iglesia local está restringida a un ámbito pastoral muy concreto. Es lícito preguntarse en este punto sobre el papel o la postura del sacerdote encargado de la parroquia. No vamos a obviar que en nuestra Iglesia se dan de hecho situaciones en las que las diferencias de criterio dificultan la tarea pastoral de unos y otros. En nuestro caso no hemos vivido esa experiencia. En los 18 años que dura ha habido solamente dos sacerdotes encargados. Ambos han sido al mismo tiempo párrocos de otra parroquia de Arrecife y capellanes de la cárcel. Su talante personal ha facilitado la tarea y el diálogo, respetando siempre el terreno pastoral confiado a la comunidad. Incluso sería deseable una mayor presencia y participación suya en algunos aspectos. 152

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El primer gran límite es consecuencia de la primera gran posibilidad. Asumir la responsabilidad global abre multitud de frentes posibles a la tarea pastoral. En este sentido, la comunidad ha pasado por diversas etapas y ha dado respuestas diferentes. En todo caso nos esforzamos por renunciar al deseo de “omnipotencia”, por señalar prioridades, por concretar nuestras posibilidades reales de dar respuesta a las necesidades que vamos descubriendo. A pesar de ello, no son pocos los momentos en los que vivimos con la impresión de que no vamos a llegar. Acercándonos a los aspectos pastorales singulares, intento hacer un bosquejo de las posibilidades y los límites (también dificultades o retos) con los que nos encontramos.

La acción pastoral catequética La primera constatación en este campo es la complejidad que supone la planificación de la acción catequética de todas las etapas de la vida. Si miramos a la infancia, hay interrogantes sobre la catequesis para la primera comunión (evitamos llamarla de Iniciación Cristiana, pues el objetivo declarado es que los niños hagan la primera comunión). Aunque en materia de fe no es adecuado hablar de “resultados”, sí parece comprobado que esta catequesis infantil difícilmente puede constituir una iniciación en la fe. Los factores de socialización que influyen en los niños, normalmente desprovistos de toda referencia religiosa, tienen mucha más fuerza que lo que pueden recibir y vivenciar a lo largo de dos cursos escolares, en una reunión semanal. Añadimos a ello la dificultad para contar con un grupo de catequistas estable, que suele resolverse de manera precaria con las madres de los niños, dispuestas en última instancia a asumir un grupo de cate153

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quesis si ven peligrar la primera comunión de sus hijos. En consecuencia, esto no sólo requiere trabajo de organización de esta catequesis, sino un importante esfuerzo de formación de catequistas orientado no tanto a lo que van a trabajar con los niños –que también– como a ellos mismos, tratando de despertar inquietudes, interés, preguntas... y ofreciéndoles otros ámbitos de participación en grupos de adultos. En ocasiones tenemos la alegría de contemplar un verdadero caminar personal. Con los preadolescentes, adolescentes y jóvenes se han invertido durante los últimos años importantes recursos, realizando un trabajo muy creativo y con gran dedicación de tiempo por parte de un grupo de catequistas integrado por algunas hermanas, madres jóvenes y algunos jóvenes de la parroquia. Se pretende potenciar valores y actitudes que hagan posible o faciliten un despertar personal a la fe. Tampoco es sencillo, y las cosas se complican cuando aparece en el horizonte el tema del sacramento de la confirmación. Por un lado, se convierte en una especie de meta que tienen que conseguir como todos los demás; por otro lado, la posibilidad de proceso se trunca por el simple hecho de que muchos chicos y chicas salen de la isla al terminar el bachillerato para hacer sus carreras universitarias. No encontramos, pues, los caminos que puedan conducir a unos grupos estables que ayuden a sus miembros a despertar y profundizar la fe, a crecer hacia la adultez. Es en el campo de los adultos donde nos parece fundamental el trabajo catequético, y lo realizamos a través de: a) El Despertar Religioso, instituido desde la diócesis, según el cual los padres que piden la primera comunión para sus hijos han de realizar una catequesis previa para ayudar a los niños a despertar en la fe. Existen materiales preparados, 154

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que adaptamos tratando de abordar temas fundamentales que puedan “despertarlos” a ellos. En nuestra parroquia se realiza a lo largo de dos cursos escolares, con reuniones quincenales. La gran limitación es la condición de obligatoriedad, que resta muchas posibilidades. Hay, sin embargo, personas que sienten verdadero interés, y algunas se acercan a la comunidad parroquial. b) Grupos de adultos para compartir la vida y profundizar en la fe. Se trata, en mi opinión, de la experiencia más gratificante, la que produce el encuentro con personas que se reúnen porque quieren y que buscan en la vida. Son personas muy diferentes, en situaciones muy diversas, pero que coinciden en su deseo de abrirse a Dios. c) Asambleas familiares cristianas en las casas. Son resultado de la Misión Popular que se vivió en la parroquia en noviembre de 2001. La experiencia inicial fue muy rica y hubo personas dispuestas a seguir poniendo su casa a disposición de los vecinos para continuar reuniéndose. El número de asambleas ha disminuido con el paso de los años, pero es algo que ha adquirido arraigo y a lo que muchos no desean renunciar. Sin entrar en la dinámica que suponen, reseño que lo más interesante, desde mi punto de vista, es que los vecinos se reúnen para hablar de temas de fe vinculados a la vida que normalmente no se abordan en otro tipo de conversaciones, y en algunos grupos se ha creado un ambiente de verdadera fraternidad. Tratamos también de potenciar la pastoral familiar, que funciona en el ámbito insular. Nosotras no hemos tenido una presencia directa, por considerar que se trata 155

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de una pastoral muy específica y que nuestra falta de experiencia personal en lo que supone la vida de pareja es una limitación importante. Sin embargo, este año una hermana ha respondido afirmativamente a la petición de un grupo de matrimonios de la parroquia para que participara en sus reuniones. Al fin y al cabo, también es verdad que quien les acompaña en el nivel insular es siempre un presbítero.

La acción pastoral caritativa y social La responsabilidad parroquial nos ofrece la posibilidad de que esta pastoral no quede circunscrita al grupo de Caritas y a las necesidades concretas de la parroquia. Tanto en las celebraciones como en las reuniones de los diversos grupos se procura implicar a todos en la reflexión y en la acción. Durante estos últimos años, la realidad de la inmigración ha creado en la isla múltiples brotes de racismo, de exclusión, de miedo irracional. Nuestro esfuerzo se ha dirigido a favorecer actitudes de acogida, y a pesar de que los recelos hacia lo desconocido y lo diferente están muy interiorizados e incluso potenciados desde ciertos grupos sociales y también políticos, contemplamos con alegría que las personas concretas que se acercan por diferentes motivos (tanto los inmigrantes como los “sin techo”) son acogidas y aceptadas en la comunidad parroquial, en la que los que lo desean se integran con normalidad. Y, del mismo modo, aprovechamos todos los ámbitos parroquiales para tratar de concienciar sobre los problemas sociales más amplios, animando también a la participación activa en iniciativas de colectivos de la isla, eclesiales o no, que reclaman desde sus ámbitos respectivos unas condiciones más justas y dignas para todos. 156

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La acción pastoral litúrgica Aunque, como ha quedado dicho al comienzo, la responsabilidad última de la celebración litúrgica es del sacerdote encargado, también en este campo se abren posibilidades importantes, que hacen referencia a un estilo de comunidad. No podemos hablar de celebraciones “brillantes”, pero sí de celebraciones “dignas” y “familiares”, en las que las personas se sienten en casa, en las que se participa con naturalidad, y que van acompañadas posteriormente de una tranquila charla de unos con otros en el patio parroquial. Durante los últimos años hemos promovido que la preparación de las fiestas importantes, sobre todo el Triduo Pascual, se realice con la participación de todas las personas que lo deseen. Y se trata de una experiencia muy satisfactoria, pues el compartir los diversos aspectos de la preparación hace que se viva como algo de todos, no como meros asistentes o espectadores. Por ejemplo, en la última Pascua hemos vivido una celebración del vía crucis extraordinariamente densa. Una hermana propuso que tal vez, en lugar de estar eligiendo –con las personas que preparaban el Viernes Santo– un vía crucis entre los muchos que existen editados, se podrían pedir voluntarios en la comunidad parroquial que elaborasen desde ellos mismos una estación. La idea nos pareció buena, pero dudábamos de su viabilidad. Sin embargo, aunque hubo que “forzar” un poquito la voluntariedad, el resultado fue impresionante, por vivo, sencillo, verdadero y hondo. Y el clima de oración creado realmente estremecía. Aunque no forma parte estricta de la celebración litúrgica, la responsabilidad global nos permite también promover la existencia de espacios de oración comunes. Lo hemos intentado de muchas maneras. La modalidad 157

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que más tiempo se ha mantenido (tres cursos) fue una oración semanal guiada, tranquila, a las 7.15 de la mañana, que tuvo su origen en las Misiones Populares. Este año compartimos la oración de vísperas de nuestra comunidad con las personas de la parroquia que lo desean, un día a la semana. En Semana Santa, el jueves, viernes y sábado hacemos por la mañana una oración larga para introducirnos en el sentido de cada día, alternando la reflexión y el silencio con momentos de participación. Es un espacio muy cuidado y muy valorado por los que participan (entre 30 y 50 personas), pues ayuda a vivir el día en clima de oración y a intervenir en las celebraciones de la tarde con una actitud interior más profunda.

Prioridades Dieciocho años en el mismo lugar dan mucho de sí para contemplar la evolución de una sociedad concreta, la nuestra, puesto que formamos parte de ella. Quiere esto decir que nuestra manera de situarnos y de estar presentes ha sido diferente a largo del tiempo, influyendo también en ello nuestras circunstancias comunitarias concretas y las posibilidades que descubríamos a nuestro alcance, así como la reflexión en torno al modo en que podíamos vivir la tarea evangelizadora que se nos encomendaba desde las claves del carisma dominicano. Sin hacer historia, señalo algunos aspectos que en los últimos años constituyen una prioridad para nosotras y que, en mayor o menor medida, me parece que van configurando un estilo de presencia. a) Un rostro comunitario significativo. Las comunidades dominicanas como “santa predicación” son una clave fundamental en la orden desde 158

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los orígenes. Y estos tiempos de individualismo creciente nos hacen sentir que es preciso rescatar el valor de lo comunitario como referencia para la vida y para la vida cristiana. Esto no significa que todas estemos a todo y en todo, pero sí que cuidamos una presencia amplia y, sobre todo, un modo de situarnos que suponga un telón de fondo comunitario. Hay así espacios preparados y realizados por turnos, actividades en las que participan unas u otras en función de las posibilidades, presencias del grupo comunitario en momentos significativos..., al mismo tiempo que queda claro que la persona de referencia para la coordinación de todos los aspectos de la vida parroquial es la hermana responsable. Y vamos constatando que, si bien las diferentes personas tienen naturalmente mayor relación con unas que con otras, crece la percepción que tienen de nosotras como grupo comunitario. Para muchos de los más cercanos, somos “las chicas”. b) Cuidado del aspecto contemplativo. Por un lado somos conscientes de lo difícil que resulta en esta sociedad de la prisa y el activismo encontrar tiempos dedicados a algo tan inútil como la oración, desde el punto de vista de una productividad tangible. Por otro lado, nos parece que la Iglesia ofrece a quien lo desee múltiples espacios de actividad y tareas concretas, pero no cuida tanto el aprendizaje y la práctica de la oración, como si ésta pudiera darse por supuesta en los creyentes. En este aspecto intuimos que ofrecer medios y ámbitos en los que se pueda ir dando el proceso personal de encuentro con Jesús de Nazaret y con el Dios de Jesús es condición indispensable para no limitar en su 159

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raíz las posibilidades evangelizadoras de las demás tareas. c) Atención a la realidad. Corremos el peligro, en tiempos de “invierno”, de crear grupos comunitarios parroquiales centrados en sus cosas, satisfechos o muy insatisfechos, trabajando para que todo vaya mejor de puertas adentro, pero con escasa capacidad para descubrir otra cosa que males en una sociedad de la que ilusoriamente imaginan estar al margen. Y en el mejor de los casos, procurando que “los otros” se agreguen a nuestro grupo. Nuestra apuesta, que trata de dar respuesta a la responsabilidad contraída, es promover la “salida”, la preocupación, la participación en otros ámbitos, el compromiso con la realidad cercana y lejana. Y los resultados son muy variados: la comunidad parroquial responde con generosidad en la medida de sus posibilidades (estamos en un barrio muy sencillo) cuando se trata de compartir los bienes económicos para colaborar con necesidades cercanas o lejanas, pero el compromiso resulta muy complicado en estos tiempos –incluso para aquellos que tienen una trayectoria personal de implicación y compromiso– en ámbitos que suponen dedicación de tiempo y problemas, sobre todo en el de la política, en el que se da una resignación generalizada ante una situación de auténtico caos y de proliferación de la corrupción. d) Promoción del contacto personal y las relaciones humanas. Las tareas a las que prestar atención en una parroquia son muchas y variadas, con lo que se corre el riesgo de entrar en una dinámica funcionarial de cumplimiento de obligacio160

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nes. Por otro lado, esta sociedad que promueve la competitividad como instrumento para escalar socialmente y tener acceso al ídolo del “poseer” está generando en las personas inseguridad, desconfianza, soledad, cerrazón... y, en aquellos que no consiguen el pretendido éxito, la sensación de “no ser dignos”. Esta realidad nos empuja a tratar de vivir por nuestra parte y promover en la comunidad parroquial una dinámica regida por otros valores, que nos vaya conduciendo a una preocupación por las personas concretas, por generar un ambiente de relación natural y auténtica que contemple la gratuidad como elemento fundamental de cohesión de la comunidad. Se va creando así un ambiente familiar en el que disfrutamos juntos y en el que surgen espacios para la simple convivencia: fiestas en las que todo el mundo se implica de una u otra forma, excursiones, salidas de los diferentes grupos, comidas, piscolabis después de las grandes celebraciones litúrgicas..., todo ello con la máxima sencillez y alegría y con los mínimos medios. e) Clave de proceso. Está tan claro en estos tiempos que el desarrollo integral de la persona es una cuestión de proceso, que nos parece impensable dejar la dimensión religiosa al margen de esa dinámica procesual. No resulta sencillo, pero intuimos como imprescindible la existencia de un “sujeto” personal abierto y en búsqueda, que vaya dando sus propios pasos al ritmo y en la medida que le permita su situación. Esto tiene consecuencias no demasiado vistosas. Gran parte de la actividad de las parroquias está orientada a la preparación de los sacramentos. El contacto y el diálogo con los adultos que se acercan 161

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para “pedir” un sacramento nos convierten en testigos permanentes de motivaciones y situaciones cuya relación con la fe es tangencial. Nuestras ofertas de preparación a la celebración de los sacramentos desde la estructura parroquial tampoco parece que generen en exceso nuevas inquietudes o preguntas. Para la mayoría, se convierten en una cuestión de trámite. Llegamos, pues, a la conclusión de que las estadísticas sacramentales ejercen una función tranquilizadora engañosa en la Iglesia, y optamos por no pretender grandes números en torno al templo y a tareas que no consiguen “tocar” a las personas, en favor de abrir algún resquicio que posibilite el planteamiento personal libre de la propia opción respecto a la fe.

A modo de conclusión No sé muy bien cómo ha podido resonar todo lo anteriormente expuesto. Es probable que tenga puntos de coincidencia con la experiencia parroquial de muchos lugares de nuestro país. La limitación de espacio me impide entrar en retos pendientes e interrogantes para los que no encontramos respuesta. Enumero algunos: – Proyectos pastorales que emerjan de las necesidades y la situación actual del pueblo de Dios. – Coordinación y colaboración entre las parroquias. – Modos de entrar verdaderamente en contacto, de salir al encuentro con los que no “vienen”, 162

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para conocer la realidad desde dentro y caminar junto a los otros. – Elaboración de un nuevo Plan Diocesano de Pastoral, propuesto por el obispo, monseñor D. Francisco Cases, que invita a la participación de todos, y que supone un reto importante para la Iglesia de Canarias. Quiero dejar constancia de que dentro de la estructura eclesial no resulta sencillo ser mujer y asumir la responsabilidad parroquial. Por un lado, por la dificultad objetiva que el término “responsabilidad” genera desde el punto de vista del derecho canónico, que no considera otra posibilidad de responsable que el párroco. En este sentido, la llegada de un nuevo pastor a la diócesis de Canarias supone la revisión del contrato con la diócesis, tratando de encontrar los términos apropiados que no entren en contradicción con el derecho canónico. Pero también, en la práctica de cada día, la condición de mujer supone un permanente ejercicio de equilibrio entre el “no llegar” y el “pasarse”. Con todo, reconociendo que la estructura parroquial conlleva también aspectos de tipo administrativo y burocrático, relaciones complejas con las instituciones sociales (relaciones atípicas en la realidad lanzaroteña), y que todo ello supone preocupación y dedicación de tiempo, vivimos esta experiencia como una verdadera oportunidad de participar en la misión evangelizadora desde el amplio abanico de tareas y presencias que la parroquia posibilita. Y aunque pueda parecer paradójico, la vivimos en clave de libertad: libertad para promover un estilo de evangelización, libertad para priorizar tareas, libertad para introducir espacios que consideremos convenientes... Todo ello desde el esfuerzo de un discernimiento compartido y permanente. 163

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En el fondo, creo que nuestros deseos y objetivos estarían cumplidos si nuestra presencia sirviera como instrumento para que: – Algunas personas se encontraran con Jesús de Nazaret y descubrieran en él el sentido más hondo y pleno de su propia existencia. Lo demás vendría dado por añadidura. – Las muchas personas con las que nos encontramos en el camino se sintieran tratadas como tales y tuvieran ocasión de hallar espacios de diálogo, relación, crecimiento... – Los pequeños y pobres se sintieran reconocidos en su dignidad, acogidos, en pie de igualdad con los demás, desde una compasión en su acepción más genuina. En definitiva, ¿cómo situarse hoy tras las huellas de un Maestro como el que nos presentan los evangelios?

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Transformación rural y parroquia: un desafío pastoral (relato de una vida en el mundo rural) Rafael Núñez Pastor Cura rural. Diócesis de Palencia

Reconocimiento agradecido Quiero iniciar mis palabras, en esta tarde, con un reconocimiento agradecido a una serie de realidades que están conformando mi vida: Reconocimiento agradecido a los orígenes: familia y pueblo. Nací en un pueblo pequeño, agrícola y ganadero llamado Abastas. En los años cincuenta contaba con 253 habitantes, y en estos momentos son 30 las personas que viven en él habitualmente; de ellas, 20 son mayores de 65 años –es decir, jubiladas– y no hay ningún niño en edad escolar. Es un pueblo que, para poder subsistir, pagar al secretario del ayuntamiento, juntamente con otros cuatro pueblos, ha perdido el nombre, ha dejado de ser ayuntamiento, convirtiéndose en pedanía. Ya no se llama Abastas, sino Valle del Retortillo. Y nací en el seno de una familia agricultora y ganadera, con siete hermanos más. En las vacaciones, con mi padre y mis hermanos, me tocaba hacer el verano: ir a segar, acarrear la mies, trillar, beldar, ir a ordeñar las 165

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ovejas... aunque ya había un tractor que facilitaba mucho las tareas. De todos los hermanos, solamente dos, un hermano y una hermana que se casó con un agricultor de un pueblo vecino, siguen siendo agricultores. El resto de hermanos emprendió otros caminos... De hacer el verano prácticamente a mano hemos pasado a hacerlo totalmente con maquinaria..., llegando a la siembra y recolección directa. Reconocimiento agradecido al Seminario Mayor de Palencia, donde nos enseñaron a no desconectar con el mundo rural, sino a seguir amándolo. En mi época, años 75, la ilusión, al ordenarnos presbíteros, era ir a los pueblos, pero hoy parece que son otros los vientos que corren. Y de aquella época fascinante nació un movimiento de presbíteros por el mundo rural que hoy día seguimos reuniéndonos mensualmente, trabajando conjuntamente y siendo un apoyo imprescindible en la tarea pastoral. No puedo olvidar a los presbíteros y obispos de la distintas diócesis de Castilla que en los años ochenta iniciaron el “espíritu de Villagarcía de Campos”, que en la actualidad sigue vivo, aunque va perdiendo su frescor original. Y tampoco quiero olvidar a la revista Sementera, que desde hace más de 25 años, puntualmente, llega todos los meses a más de 2.100 familias rurales como aliento, pregunta, interrogante... Reconocimiento agradecido a toda la familia del Instituto de Pastoral de Madrid, donde viví dos inolvidables años (1996-1998) de reciclaje que me ayudaron a repensar la teología y el hacer pastoral. Reconocimiento agradecido a la Asociación de Sacerdotes del Prado, de la que formo parte, cuyas claves de “pesebre-eucaristía-cruz” están dando un sentido a mi vida de presbítero en el mundo rural. Reconocimiento agradecido a un entrenador que tuve en los años en los que jugué al fútbol, que constante166

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mente nos animaba no sólo a pasar bien el balón al jugador mejor situado, sino que nos decía que tan importante y necesario como pasar bien el balón era “acompañar” al balón. Así, la palabra “acompañar” quedó grabada en mi corazón como una clave esencial en el hacer pastoral... Reconocimiento agradecido a las distintas comunidades rurales por las que he ido pasando a lo largo de los 30 años de presbítero, sin olvidar los dos años vividos en el psiquiátrico de San Juan de Dios. Y, en estos momentos, a las comunidades de Belmonte de Campos, Capillas, Castil de Vela y Villarramiel, en las cuales me encuentro contento y feliz desempeñando el quehacer pastoral en el mundo rural palentino. Y por último, aunque no en último lugar, mi reconocimiento agradecido al Señor Jesús, que nos ha dicho que su Padre, Dios, trabaja siempre1 y que él estará siempre con nosotros hasta el final de los tiempos2, lo que en muchos momentos de mi vida, en el encuentro con las personas, experimento que es verdad: el Padre Dios ha estado trabajando en las personas...

Realidad en la que vivo La actual Palencia (Pallantia) es heredera de una rica tradición cultural-humana-artística-religiosa. En ella surgió la primera universidad española, y entre sus monumentos artísticos destaca la basílica visigótica de San Juan de Baños (año 661) y la mejor representación de templos románicos de todo el Estado español, sin olvidar su catedral gótica, denominada “la Bella Desconocida”. Pero de recuerdos no se vive. 1 2

Jn 5,17. Mt 28,10.

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Palencia está enclavada en la región de Castilla y León y participa de sus avatares. Es una provincia eminentemente agrícola y ganadera, con unos indicios de despegue industrial en torno a tres núcleos de población: Villamuriel de Cerrato, Venta de Baños y Aguilar de Campoo, pero, por otro lado, con negros nubarrones en el sector de la minería y del automóvil. Su extensión es de 8.052 km2 y, según los últimos datos del censo de 20063, la densidad es de 21,6 habitantes/km2. El número de habitantes (población de derecho) es de 173.153, distribuidos de la siguiente manera: 90.890 en los pueblos y 82.263 en la capital. La evolución de la población desde 1900 hasta hoy es muy significativa: Población Abastas

1900

1950

313

253

1991

2001

2006

95

47

30

1.232

294

214

108

Belmonte

206

64

41

37

Castil de Vela

391

132

106

89

Capillas

513

160

109

105

Valle del Retortillo

Villarramiel

3.894

2.804

1.191

1.184

998

Palencia (ciudad)

15.940

41.769

77.863

80.836

82.263

Palencia (pueblos)

176.776

191.521 101.602

96.509

90.890

Total

192.716 233.290 179.465 177.345 173.153

En el año 1900, la ciudad contaba con 15.940 habitantes y hoy tiene 82.263; en cambio, los habitantes de los pueblos, que en el año 1950 eran 191.521, hoy son 3

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El Norte de Castilla, 7 de enero de 2007. Censo del año 2006.

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90.890 (-52%)4. Desde el año 1950, que fue cuando más habitantes había en toda la provincia (233.290), se contempla una progresiva disminución de población, siendo la provincia española que más habitantes ha perdido entre los años 2000 y 2005, el 2,21%. Las notas más destacadas de su población son el estancamiento regresivo de su población; la desertización poblacional, con un gran despoblamiento rural; el envejecimiento de sus habitantes, y que empieza a ser significativa la presencia de inmigrantes. Y dentro de esta realidad, mi vida pastoral se desarrolla en el Arciprestazgo de Tierra de Campos, en otras épocas “la tierra de pan llevar”, en cuatro pueblos: Belmonte de Campos (con 37 personas censadas, 18 de ellas viviendo todo el año y ningún niño en edad escolar), Castil de Vela (con 89 habitantes censados y 60 viviendo habitualmente; de ellas, dos son niñas en edad escolar y tres jóvenes que estudian fuera), Capillas (con 105 habitantes censados y 68 viviendo; de ellos, solamente tres son niños que van a la escuela y hay siete jóvenes estudiando fuera) y Villarramiel (con 998 habitantes censados, pero menos de 700 personas viviendo todo el año). Los cuatro pueblos, hasta ahora, siguen siendo parroquias y ayuntamientos. Villarramiel es el centro de la unidad pastoral. En él están las escuelas, el centro médico, el cuartel de la Guardia Civil, dos cajas de ahorros y un banco, una residencia de ancianos. Hay cinco fábricas familiares de curtidos, cuatro fábricas de cecina de caballo, tres talleres de costura –en los que trabajan 40 mujeres– y dos templos, preciosos, enormes, que fueron hasta los años cincuenta parroquia, y una ermita. En la actualidad, su Balance Económico Regional, elaborado por la Fundación de Cajas de Ahorros (FUCAS). 4

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conservación es un auténtico quebradero de cabeza... Veinte familias de agricultores y seis grupos que trabajan en la albañilería... He querido describir un poco la realidad rural en la que me desenvuelvo porque, aunque el mundo rural es uno, es muy distinto no sólo en la provincia de Palencia, donde se ven notables diferencias entre el mundo rural de Campos, del Cerrato, de la Valdavia, de la Montaña..., sino aún más a lo largo de todo el territorio español.

Transformaciones en el mundo rural... La realidad rural está sufriendo una serie de cambios muy fuertes y rápidos, cuyo significado, causas y consecuencias son de un alcance tal para la agricultura y para sus moradores –tan diversos en las distintas regiones– que podemos afirmar que esta tierra está empezando a ser otra tierra; me atrevo a decir que es ya “otra tierra”, pues estamos “ante la pérdida del alma del pueblo rural castellano, donde se ha pasado de una visión del mundo en la cual el ‘hombre era por lo que era’ (es la vieja cultura castellana), a una visión del hombre en la que el ‘hombre es por lo que tiene’”. Antes, la cultura de este pueblo tenía unos ejes: la autenticidad humana (ser hombre) al insertarse en el mundo (la laboriosidad, el trabajo) y al insertarse en la comunidad (la solidaridad), y la religación vertical (un fuerte espíritu contemplativo religioso). Ahora, en cambio, a la autenticidad le ha sucedido la propiedad: el hombre es lo que tiene; a la laboriosidad, la productividad: hay que meterse en el capitalismo y, por tanto, hay que producir porque tenemos que seguir en el Mercado Común; a la solidaridad, un terrible individualismo que fragmenta y atomiza en familias e individuos la comunidad humana. Y en la religa170

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ción profunda e ilusionada en Nuestro Señor Jesucristo se han puesto los ídolos de los productos de la sociedad de consumo... Es la pérdida del alma rural5. Uno de los factores determinantes de los últimos cambios del mundo rural hay que situarlo en la reforma de la Política Agraria Comunitaria (PAC), con la doble reconversión de la agricultura y del territorio rural. Esto está dando lugar a una situación realmente nueva, y cada día son menos las personas que viven y quieren vivir de la agricultura-ganadería. Sobre esta situación están pesando algunos fenómenos que han aparecido o se han agudizado a partir de los años setenta, con el proceso de modernización de la sociedad y la economía españolas.

Algunas incidencias del proceso de modernización en el medio rural La agricultura se ha sumado al proceso de modernización acontecido en España –aumento del tamaño de las explotaciones, impulso de la tecnificación agrícola...–, alcanzando cotas cada vez más altas de producción y productividad. Esto supone para el campo el endeudamiento (los productos agrícolas –trigo, cebada, remolacha, alfalfa...– valen lo mismo o menos que hace treinta años; en cambio, el precio de la maquinaria –tractor, aperos agrícolas, fertilizantes...– se ha multiplicado por 10) y la dependencia cada vez mayor no sólo de los productos y la financiación exteriores a él, sino también de las decisiones de la política nacional e internacional. Además, lleva consigo el éxodo o paro de una parte importante de la población del medio rural, pues la mayor tecnificación necesita una menor mano de obra. M. Legido, La alegría del nuevo Éxodo. Apuntes de ejercicios espirituales, Villagarcía de Campos 1984, tema 10, 5-6. 5

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Estamos ante una nueva y determinante configuración demográfica de amplias zonas de la geografía rural. Como consecuencia de ello, el número de habitantes se reduce progresivamente. Es de valorar el interés de la Junta de Castilla y León por evitar la despoblación, con sus 73 propuestas para mejorar y asentar la población en el medio rural. A mí me parecen excesivas. Por eso, “invito a los que han elaborado las propuestas, que no se cansan de proclamar su preocupación por el mundo rural, que ahora que las chimeneas no echan humo, ahora que las calles de los pueblos están vacías y el frío se siente en los cuerpos, casas y templos, que vengan a vivir unos cuantos días a nuestros pueblos y después vuelvan a leer todas las propuestas que han escrito. Igual eliminan muchas de ellas y cambian otras..., y el ‘Observatorio contra la despoblación’ que comenzó a funcionar en febrero del año 2006 acierta para que los pocos que quedamos no nos marchemos y algunos de los que se han ido vuelvan a los pueblos con nuevas ideas, con nuevas ilusiones, nuevos proyectos... y, entonces, los pequeños pueblos recobren de verdad vida todo el año”6. Al disminuir la población, el crecimiento vegetativo de los pueblos y de la comarca es negativo, desequilibrado por sexos –hay muchas más mujeres que hombres– y está sometido a un fuerte proceso de envejecimiento. Es fácil adivinar lo que esto significa de empobrecimiento en recursos humanos, materiales e iniciativas en todos los campos de la vida, incluso a nivel de fe. Junto al demográfico, se han producido en la sociedad rural otros cambios. Tal vez, uno de los más fuertes haya sido la desintegración en gran medida del antiguo tejido social y las dificultades para el surgimiento de La Solana, Revista Semestral de la Comarca de Tierra de Campos, elaborada por el CEAS de Villarramiel. 6

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uno nuevo. La sociedad rural ha sufrido y sigue sufriendo un proceso de debilitamiento y desorganización de los distintos grupos, organizaciones e instituciones (en los diversos campos: político, económico, educativo, cultural, de ocio, religioso, familiar...) que conforman la vida social y enriquecen la vida personal. Hoy, de hecho, la vitalidad de muchos núcleos rurales, y ciertamente también de muchas personas, está dependiendo de la capacidad de reorganización de sus habitantes. Estos cambios hablan de un empobrecimiento del medio rural-natural dentro del modelo de desarrollo en el que estamos, que genera desigualdad y no facilita igual acceso al bienestar creado a los distintos pobladores, regiones, sectores, etc. Aunque es verdad que en las poblaciones rurales se ha mejorado en muchos aspectos el nivel de vida, se puede afirmar, con carácter general, que en el medio rural se dan unas condiciones de vida peores que en las áreas urbanas7; los distintos indicadores de bienestar y equipamiento existentes lo ponen de manifiesto. Valgan como ejemplo los índices de pobreza: “Entre los hogares agrarios pueden clasificarse como pobres el 31%, frente al 12% de los no agrarios, y en los municipios de menos de 10.000 habitantes [que son todos los de la provincia], el 24%, frente al 10% en el conjunto de los mayores de 10.000 habitantes”. Y un amplio estudio sobre las condiciones de vida de la población pobre de la provincia de Palencia afirma: “No es lo mismo la pobreza urbana que la pobreza rural” 8. 7 J. L. Bolaños, El movimiento rural cristiano, un fermento de esperanza en la incertidumbre, Instituto Superior de Pastoral, Universidad Pontificia de Salamanca, Madrid 1996, 2-3. 8 EDIS (Equipo de Investigación Sociológica), Las condiciones de vida de la población pobre de la provincia de Palencia, Fundación FOESSA, Serie Pobreza, n. 6, 18.

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Junto con los índices de pobreza está todo el tema de las nuevas tecnologías: en los pueblos rurales no nos podemos beneficiar de la banda ancha de Internet; en el uso del móvil, la señal es deficitaria en muchos pueblos o no llega; el tema de las comunicaciones: autovías, tren de alta velocidad, etc., que no se sabe cuándo llegarán, si llegan. Todo ello ha conducido a generar una situación sociológica particular en el mundo rural, marcada por la sensación de abandono y de pérdida de prestigio social de la forma de vida rural, y en particular, del agricultor, de manera que son muy pocos los jóvenes que quieren seguir los pasos de sus padres, viviendo en el pueblo y del campo. Si a esto sumamos hoy el desconcierto y la incertidumbre ante los nuevos vientos que corren para el campo –tema de la remolacha, la leche, el precio del gasóleo...–, la impotencia ante decisiones que cada vez se toman más lejos –recorte de las ayudas para los años 2008-2013– o la poca fuerza organizativa que se constata en la nueva situación, etc., se comprenderá mejor el estado anímico actual de muchos hombres y mujeres rurales.

Opciones posibles A la luz de todo esto, conviene subrayar dos aspectos. En primer lugar, ante la menor importancia que la actividad productiva agraria tiene y va a tener en el futuro de la economía, no constituyendo la base material suficiente para el mantenimiento de las comunidades rurales, hace falta otra serie de actividades complementarias para que el medio rural pueda reproducirse. Esto conlleva nuevos pobladores, nuevas profesiones, nueva relación campo-ciudad, nueva reorganización del tejido social, etc. 174

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En segundo lugar hay que subrayar que, en estas condiciones, la generación de empleo se va a constituir en un problema fundamental, con lo cual la población seguirá descendiendo. Los posibles campos son dos: las actividades más o menos mixtas del desarrollo rural y la dedicación a la agricultura-ganadería como único medio de vida. La realidad actual parece que no permite análisis muy optimistas, salvo en algunas zonas concretas. Y es que la gestión del desarrollo rural por parte de la población rural, “más si se quiere un desarrollo integral y en protagonismo”, se convierte en uno de los retos principales, y esa gestión pide un dinamismo en la población rural y una capacidad humana (información, organización, creatividad, cooperación, coordinación...) que resultan difíciles en la actual situación demográfica, organizativa y anímica del medio rural. Por otro lado, la permanencia en la agricultura como único medio de vida requiere una serie de transformaciones que la hagan rentable (reforma de las estructuras agrarias; fomento de una agricultura de calidad; agricultura ecológica; coordinación entre producción-transformación-comercialización; formación asociativa y empresarial...). Las actuales condiciones financieras, de asociacionismo, de confianza y capacidad de riesgo ante el futuro, la edad de los titulares de las explotaciones, etc., no son las más adecuadas para todo ello. Ante las nuevas circunstancias que están surgiendo, los habitantes del medio rural en general, los agricultores y ganaderos en particular (y, entre éstos, de modo especial los considerados poco rentables por la reforma de la PAC), quedan frente a una situación: optar por ser protagonistas de la nueva situación o por ser víctimas y tener que emigrar. 175

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El protagonismo parece claro que pasa por la “unión apasionada y duradera entre realidades aparentemente distintas y distantes pero que, cuando se juntan y complementan, producen resultados espléndidos”. Entre esas realidades es preciso una buena información y clarificación de lo que está pasando; organización en la producción, transformación y comercialización de los productos; la defensa de los propios intereses y el cooperativismo; la captación de los recursos externos y la implicación de los propios; la coordinación en la defensa de distintos aspectos de la vida rural (educativos, sociales, culturales...); la generación de productos de calidad, con una red de comercialización suficiente para que los beneficios no pasen a otras manos; la mejora de las comunicaciones y una mayor formación; la mecanización y el control de los precios; en definitiva, por una política agraria que cuente con los propios agricultores. Probablemente así lo han entendido muchas de las personas y grupos empeñados en seguir apostando por el mundo rural, a partir del estudio de los recursos propios del medio en que se desenvuelven y en formas, en mayor o menor grado, de cooperativas. Entre éstos se encuentran desde los que intentan producciones rentables y su comercialización hasta los que quieren convertir las necesidades sociales del medio rural (ancianos, cultura, casas rurales, patrimonio...) en fuente de trabajo, pasando por los que buscan una posibilidad de vida digna en el cuidado del medio, en la reforestación, en la producción de calidad e incluso ecológica, en las pequeñas industrias de transformación de recursos naturales propios, en las diversas formas de turismo rural, etc. Pero, a pesar de los esfuerzos que se están haciendo, el presente y el futuro del mundo rural no son muy esperanzadores. 176

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La parroquia, llamada a acompañar al pueblo rural, hoy La situación actual que está viviendo el mundo rural es, por un lado, una llamada apostólica a las parroquias rurales –de forma especial a los que en ellas nos sentimos discípulos del Señor Jesús– a acompañar en obediencia al modo de hacer de Dios en la historia de la salvación. Ante ella podríamos pasar de largo no sólo los “políticos”, sino también los “colaboradores activos” de las parroquias (presbíteros, seglares, religiosas), como nos advierte el Señor Jesús en la parábola del buen samaritano9: “Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo...”. Y, por otro lado, un reto a su ser y hacer pastoral: ¡Ojalá escuchemos hoy la voz del Señor Jesús, que brota de esta tierra, en esta hora! No podemos, pues, pasar de largo ante la nueva e inquietante situación del mundo rural. Los obispos de la Iglesia en Castilla nos lo recordaban en su carta La Iglesia en Castilla, samaritana y solidaria con los pobres. Y el XXV Sínodo Diocesano Palentino (1987-1988) decide hacer una confesión de amor a esta tierra y a este pueblo afirmando: “...queremos, en la gratuidad de este amor de servicio, vivir encarnados en esta tierra, asumir los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de este pueblo palentino, especialmente la riqueza de su historia, su despojo y envejecimiento, su desorientación ante la actual crisis de valores, la oscuridad de su reconversión agrícola, e industrial y el dolor de su paso a una nueva civilización; queremos escuchar su voz y ofrecerle lo mejor que tenemos: ‘la esperanza a la que hemos sido llamados por Jesús, el Señor”10. Lc 10,29-37. Asamblea Sinodal de la Iglesia del Señor en Palencia, XXV Sínodo (1987-1988), Boletín Oficial del Obispado de Palencia, n. 4, octubre-diciembre 1988, 91. 9

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Andando el camino Hay que andar el camino con los ojos puestos en el Señor Jesús, pues si seguimos mirando hacia atrás, o mirándonos a nosotros mismos, podemos convertir la vida del mundo rural en arqueología y parar su historia. Por eso, el servicio pastoral del discípulo ha de configurarse fundamentalmente por la categoría del “acompañamiento”, que entraña encarnación, paciencia y aliento. “Acompañar” significa principalmente “comer el pan con otros haciendo el mismo camino, abriendo posibilidades en cualquier situación del hombre/pueblo para que ellos sean los protagonistas de la historia, sabiendo que Dios es el protagonista principal y nosotros unos “siervos inútiles”. La pastoral del acompañamiento no disminuye, sino que incrementa la exigencia de la encarnación del discípulo en el mundo rural. En cambio, se constata que no sólo las personas se están marchando a la ciudad o cabeceras de comarca, sino que también con ellas se están marchando los discípulos.

El rostro del discípulo-acompañante Después de treinta años de ejercicio ministerial en distintas comunidades rurales de la diócesis de Palencia, y siendo consciente de que la transmisión de la fe es misión y responsabilidad de “toda la comunidad”, pues, “toda la comunidad” es enviada, responsable, activa, ministerial y apostólica –y cuanto más activa sea y más, en ella, todos se sientan corresponsables, más necesita de algunos que realicen las diversas tareas concretas de la transmisión de la Buena Noticia del Señor Jesús, porque en el mundo rural no vale cualquier tipo de pastoral–, creo que es preciso una pastoral seriamente misio178

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nera11, honda y sencilla, de “acompañamiento”, que ayude a “renacer a la fe y a la vida” en esta tierra, con todo su vigor y frescor, en todas sus dimensiones, con todas sus exigencias. El mundo rural también es tierra de misión, y original tierra de misión; no entenderlo así hará que el nuevo mundo rural sea alumbrado sin el Evangelio. Y nuestro sínodo palentino decía: “Los presbíteros serán auténticos animadores de la comunidad. Que faciliten al máximo la labor de los seglares. Que estén más presentes física y afectivamente en la vida de la comunidad. Que esta presencia no se reduzca al ámbito de la iglesia-templo, sino que se extienda a las casas, a la calle, al trabajo, a las situaciones de marginación. Que vivan con la gente, sientan con la gente, sufran con la gente, se alegren con la gente”12.

Teniendo en cuenta esto, intuyo unos rasgos esenciales en el rostro del “discípulo-acompañante”, si realmente quiere ser fiel a Dios y a la persona/pueblo rural que se le ha encomendado en esta hora concreta de la historia. Persona “encarnada” “El rasgo mayor del discípulo-acompañante en el mundo rural es el de la encarnación”13. El primer paso 11 Las Semanas de Teología de los años 1989, La Iglesia en la sociedad española (Verbo Divino, Estella 1990, 223-236), y 1990, La transmisión de la fe en la sociedad (Verbo Divino, Estella 1991, 318-325), celebradas en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid, de la Universidad Pontificia de Salamanca, recogen de forma preciosa y precisa la necesidad de una pastoral misionera, organizada, encarnada, liberadora, que estima lo pequeño, que potencia la mística del éxodo permanente..., y por unos agentes de pastoral bien formados, que trabajen, vivan y evangelicen por opción personal, en equipo, que acompañen en sus vidas y problemas al pueblo rural...”. 12 Asamblea sinodal, d. c., decisión n. 37, 106. 13 AA. VV., La transmisión de la fe en la sociedad actual, Verbo Divino, Estella 1991, 136.

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de la acción reveladora, comunicadora, ha de ser siempre “poner la tienda”, “ir donde está el pueblo”, “estar con”, “caminar con”, “asumir la carne”. Como nos decía el Sínodo14, “vivir con la gente, sentir con la gente, sufrir con la gente, alegrarse con la gente”. Así lo aprendemos del actuar de Dios, de Moisés... y del Señor Jesús, y así lo exige una lectura teologal de la realidad rural actual y su perspectiva de futuro. Porque cuando más digamos que el mundo rural es tierra de huida, espacio olvidado y olvidable, pueblo con futuro de muerte..., más urge la “encarnación”. Esta “encarnación” es signo del Reino para la evangelización que ha de realizar la Iglesia, puesto que es una traducción completa de la opción por los pobres. Esta encarnación es una opción en libertad; en la libertad de obediencia al Señor Jesús y de entrega al mundo rural hasta no sólo vivir, sino “no querer vivir en otra tierra; hasta no sólo trabajar pastoralmente en el pequeño mundo rural, sino estimar como suerte esta misión. Una encarnación que necesita vivirse desde el Señor, alimentarse en una honda contemplación, traducirse en pobreza y sencillez de vida, experimentarse como gozo, como suerte pastoral, y vivirse en gratuidad, necesitando, por otro lado, ser sostenida y alentada por el Espíritu del Señor Jesús, por el obispo, vicarios y compañeros presbíteros y laicos de las parroquias” 15. Persona de la “Palabra” “¡Qué poco significan las palabras!”, decía una canción de Karina de los años sesenta Y qué verdad es. Nuestro mundo rural siente el uso y el abuso de las palabras. Asamblea sinodal..., d. c., decisión 37, 106. Congreso Evangelización y Hombre de Hoy, conclusión 1ª del sector rural, 392. 14 15

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Soy consciente de que la palabra está devaluada en nuestra sociedad rural. Antes, “una palabra” acompañada por un apretón de manos era lo mismo que suscribir un contrato. La “palabra dada” era algo sagrado. En cambio, la abundancia de discursos nos ha sumido en una sensación de saturación de palabras. Así oímos decir: “¡Sobran palabras, necesitamos hechos!”. Es preciso recobrar la fe en la palabra, la palabra humana y la Palabra de Dios, y descubrir que la comunicación humana y el anuncio explícito del Evangelio son cauces para avivar la esperanza del pueblo, para seguir caminando con el pueblo en busca de la “tierra que mana leche y miel”. El “discípulo-acompañante”, en su tarea de anunciar la fe, no precisa muchas palabras, sino la “Palabra” (Jesucristo16), que previamente ha recibido, cree, vive y sigue conociendo, y entonces “su palabra” será capaz de generar vida y esperanza donde no se ve fututo, porque acierta a pronunciar la palabra adecuada, da la palabra al pueblo, pone el nombre a todo desde el Señor Jesús, que es la palabra definitiva, y lo hace en la fidelidad progresiva a la tradición y en la mediación cultural del momento histórico, como los profetas en tiempos del exilio. Será, en definitiva, una “palabra creativa”. Ésa es su tarea. Como muy bien dice Felicísmo Martínez17, en tiempos de crisis es preciso “una espiritualidad escasa en palabras y abundante en silencio orante y en gestos evangélicos. Una espiritualidad que nos lleva de la palabra al 16 A. Chevrier, en El verdadero discípulo, o. c., 113, dice: “Conocer a Jesucristo lo es todo. Todo está encerrado en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. No se trata de un conocimiento meramente intelectual, sino de un conocimiento hecho experiencia de vida. 17 AA. VV., Espiritualidad en tiempos de crisis, Instituto Superior de Pastoral, Universidad Pontificia de Salamanca, Verbo Divino, Estella 1996, 215-217.

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silencio, y del silencio a una vida coherente con el Evangelio”. La mujer y el hombre rural, en este momento, necesitan más que otros “palabras creativas”, y la Palabra de Dios es esa palabra creativa que les ayuda a encontrarse consigo mismos y con la realidad (de ahí la necesidad del estudio y formación sobre la Palabra)18. En unos cuantos pueblos rurales están empezando los grupos de Estudio del Evangelio, cada quince días. Y es alentador descubrir cómo en los pequeños grupos de Estudio del Evangelio las personas, fundamentalmente mujeres, van aprendiendo a decir su palabra desde la Palabra de Dios. Os ofrezco el testimonio de una mujer, que dice así: “El estudio del Evangelio ha sido para mí como esa lluvia fina, pero constante, que va poco a poco empapando la tierra para hacerla fecunda. Una veces, la Palabra de Dios compartida me ha animado en los bajos momentos, en los que parece que todo es rutina y no avanzas; otras, me ha interpelado y me ha hecho despertar para no acomodarme a la mentalidad reinante, iluminándome para discernir el trigo de la cizaña que hay en todos nosotros, para ser veraz y justa; otras, me ha dado fuerza para afrontar las dificultades, para amar en gratuidad, para perdonar; otras, para descubrir mi falta de fidelidad y pedir perdón al Señor por ello19”.

El encuentro con la Palabra de Dios les está ayudando a los hombres y mujeres del campo y nos está ayudando a nosotros, los discípulos, a seguir caminando, a vivir esperanzados; les está ayudando a dominar la palabra y, así, poder “decir” su palabra; entrar en diálogo social, cultural, con sencillez, con otras personas, sin miedo, sin la traba de “no saber qué decir”, de estar sin 18 El XXV Sínodo Diocesano hace un gran hincapié en el estudio de la Palabra. Cf. decisiones 7, 8, 96. 19 “Escuchando el Camino”, Revista Sementera, n. 242, diciembre 2006, 15.

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saber qué responder o creer que “ya no vale para nadie hoy lo que él cree”. Persona que cree en la utopía de Dios: “Los últimos y lo pequeño” La incidencia del mundo rural en la marcha de la historia aparece en estos momentos como irrelevante. Se considera al mundo rural como “inválido” para ser protagonista de la historia de nuestra sociedad. Es aquello “de Nazaret puede salir algo bueno”. Con frecuencia se oyen voces como ésta: “¿Merece la pena invertir energías jóvenes, enterrar tiempo, gastar empeños misioneros en el mundo rural? ¿Para qué viene usted, si somos tan pocos?”. Sólo habiendo escuchado a Dios, que dice, como a Moisés: “Ve, pues yo te envío... y yo estaré contigo”. Sólo habiendo escuchado al Señor Jesús, que dice: “No temas, yo estaré contigo”... Sólo desde el encuentro con el Señor Jesús es como pueden resonar en el corazón de los discípulos los anhelos y los problemas de los más pobres y de todos cuantos padecen cualquier forma de marginación y sufrimiento, para decirles que, aunque pocos, son importantes, que Dios no se fija en la cantidad, sino en las ganas que ponemos en hacer las cosas... Es este sentirse “llamado-enviado-acompañado” por Dios en esa realidad concreta, a pesar del convencimiento de sus limitaciones, de la falta de preparación y la envergadura del trabajo a realizar, lo que lleva al “discípulo-acompañante” a confesar su fe en la utopía de Dios, que son los últimos, los excluidos, porque sabe que no es obra suya, sino de Dios, “para el que nada hay imposible” 20. 20

Lc. 1,37.

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Ciertamente, para ir a los pequeños pueblos rurales, sobre todo para permanecer, para seguir después de un primer momento de entusiasmo y experimentación, y más aún para creer que esta misión es una suerte, que merece la pena, es necesario estar ganado por la mística de “creer en los últimos y valorar lo pequeño” en gratuidad pascual, y, humildemente, pienso que el mundo rural está entre los últimos. Queramos o no, consciente o inconscientemente, cada discípulo se coloca en una determinada zona u orilla de la sociedad. El Señor Jesús se colocó en la orilla de los pobres y marginados. Y desde ahí anunció el Evangelio.

Actitudes generadoras de vida La “encarnación/acompañamiento”, el “creer en la Palabra” y en la “utopía de Dios: los últimos”, hará que el “discípulo-acompañante” vaya alentando, potenciando y haciendo brotar en el “alma del pueblo” un conjunto de “actitudes que podemos llamar generadoras de vida y de futuro”, y, consecuentemente, provocando posturas activas y constructivas y denunciando también comportamientos pasivos y negativos. Sin olvidar la importancia de todo lo que es autoestima, protagonismo, solidaridad, organización, capacidad crítica, compromiso..., yo quisiera destacar cuatro actitudes generadoras de vida en estos momentos para el mundo rural.

En fraternidad apostólica El discípulo no puede ni debe hacer solo la tarea de acompañamiento; necesita de otros. 184

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En esta hora que nos ha tocado vivir en medio del mundo rural, no puedo decir, como Pedro: “Me voy a pescar 21”, “voy a andar solo el camino”, sino lo que dijeron los demás compañeros: “Vamos contigo”. En este “vamos” están los compañeros del arciprestazgo (y constato que es, con frecuencia, a los presbíteros a los que más nos cuesta no sólo vivir, sino también trabajar en equipo), están los presbíteros del mundo rural, están los laicos de las comunidades, los catequistas, los grupos de Caritas, liturgia, las asociaciones de vecinos, de mujeres, de jubilados... Este “vamos contigo”, en el que se expresa lo mejor de cada persona, nos recuerda nuestra determinación más deliberada de seguir adelante por ese camino que nos habla de perder para ganar, de no salir en la foto, de conformarse con lo necesario, de acoger a los inmigrantes que están llegando a las comunidades, de recoger en la casa de catequesis de la parroquia a una familia del pueblo con tres hijos a quienes el banco ha embargado la casa y nadie le quiere alquilar una porque igual no les van a pagar...; de tomar el suave yugo del Señor Jesús cuando no podemos ni con la propia mochila, de seguir diciendo con la propia vida que el Señor vive, nos quiere felices, y vivir en un pueblo pequeño no es una desgracia...; cuando todo nos habla de muerte... y resulta que a la larga, ¡y a veces incluso a la corta!, funciona. Es preciso “discernir con los hermanos de camino cómo Dios sigue actuando en estos momentos de la historia del mundo rural” si queremos intuir los caminos por los que el Señor Resucitado sigue guiando a su pueblo a través de todos los acontecimientos que está viviendo, siendo esa pequeña lámpara que ayuda a encontrar “lo 21

Jn 21,3.

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que Jesús haría en nuestro lugar o, mejor aún, lo que Jesús quiere hacer por medio de nosotros y ahora”22. Un compañero de mi diócesis, Luis María Caminero, realizó su tesis en este Instituto de Pastoral sobre Las fraternidades apostólicas de la Iglesia de Castilla y León en el mundo rural 23, que os invito a leer y que creo que no ha perdido actualidad, aunque la realidad es que a los presbíteros, por las circunstancias que sean, cada día nos cuesta más vivir en fraternidad y trabajar en equipo. Pero por libres estamos condenados al fracaso. Las fraternidades de vida, de trabajo y misión, donde “juntos acoger, juntos contemplar, juntos compartir (vida, dones, bienes) y juntos servir”, son una gracia humanizadora y una urgente necesidad pastoral. Estas fraternidades apostólicas me parecen una necesidad pastoral para el mundo rural hoy, pues el servicio conjuntado y compartido que puede ofrecer la parroquia rural (yo diría mejor: unidad pastoral o arciprestazgo) se hace inviable sin la fraternidad de vida o de misión tanto para adivinar juntos la tarea como para realizarla en toda su plural riqueza y no caer en el desaliento. Y es lo que intentamos realizar un grupo de presbíteros rurales de la diócesis que nos reunimos todos los meses –y una vez al año lo hacemos con los hermanos de las diócesis de Castilla y León, y con los hermanos que trabajan en el mundo obrero– para rezar, para compartir la tarea y entre todos descubrir los pasos que el Señor Jesús nos pide en estos momentos, en medio del mundo rural. Este año, después de la experiencia gratificante Antonio Chevrier, El verdadero discípulo, o. c. L. M. Caminero Pérez, Las fraternidades apostólicas de la Iglesia en Castilla y León en el mundo rural, Instituto Superior de Pastoral, Madrid 1992. 22 23

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que vivimos con Juan de Dios Martín Velasco en torno al Nuevo paradigma de la transmisión de la fe hoy: iniciación cristiana, estamos preguntándonos cómo hacer efectiva la implicación de los padres en los procesos de iniciación cristiana, y próximamente nos encontraremos en Villagarcía de Campos para seguir profundizando en ello. Estas fraternidades han de estar alentadas por la “peregrinación”, por el “camino”. Como a las mujeres y a los discípulos, en la mañana de Pascua, el Resucitado les impulsaba a un dinamismo imparable, que no era ir y hacer las cosas corriendo, sino algo mucho más profundo: era vivir desde la convicción de que el Señor había resucitado. Y, en aquella mañana de Pascua, resulta que los únicos que permanecían inmóviles eran los sacerdotes y los escribas, satisfechos junto a sus viejos pergaminos. Este “vivir en camino” me lleva a preguntar con frecuencia: “¿Vivo mi sacerdocio y ayudo a las comunidades que me han confiado a buscar lo esencial de la vida”. Y lo esencial, desde mi humilde punto de vista, siguiendo las Escrituras, es entrar por los caminos de la iniciativa divina, pasando del “querer hacer algo por Jesús” a vivir toda la vida “desde Jesús”, pues el Señor no me llama a embalsamar, a mantener lo que hay en las comunidades en las que me encuentro, a hacer cosas..., sino a creer realmente en él, que sigue vivo, y a ayudar a las personas a creer en él. El “vivir en camino” nos desapropia de aquellos aspectos que dañan la misión (mi parroquia, mi grupo...) y nos abre a la acción de un Dios que no deja de trabajar 24. 24

Jn 5,17.

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Y quién sabe si, viviendo en fraternidad, como peregrinos, no turistas, devolveremos la Esperanza al mundo rural.

Alentando a los apóstoles del nuevo futuro En las grandes parroquias urbanas, la necesidad urge el reparto de tareas y responsabilidades. En una familia numerosa, por necesidad, todos suelen ser miembros más activos, participativos y colaboradores. En las pequeñas comunidades rurales, el reparto de responsabilidades y tareas necesita nacer más de la convicción evangélica, eclesiológica, pastoral, y de la fe en las posibilidades reales del pueblo rural. Pero no sólo es necesario, sino que es posible y se hace realidad cuando cuidamos las condiciones y los procesos acertados. En los pueblos rurales también hay apóstoles capaces de acompañar al discípulo en la transmisión de la fe. Es más, han de ser ellos los que lleven a cabo las tareas de alumbrar y madurar la fe, y ojalá que sean ellos los protagonistas de la nueva configuración rural a todos los niveles: nuevo hábitat, trabajo social, vivencia de la fe... Por eso, el “discípulo-acompañante” no sólo se ha de preocupar de alentar la vida de toda la comunidad, sino que ha de alentar, con un cariño especial, a los apóstoles del nuevo futuro para el mundo rural. Hacerlo o no hacerlo pone en juego la existencia de la parroquia como comunidad evangelizadora en el futuro mundo rural. En estos momentos estamos cuidando los procesos de preparación al matrimonio mediante unas jornadas de formación en el arciprestazgo, los encuentros anua188

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les con los matrimonios que llevan diez años de casados, los encuentros con los padres que piden el bautismo o la confirmación para sus hijos, los encuentros mensuales de formación con los catequistas. En el Arciprestazgo de Campos, la escuela de catequistas lleva funcionando más de veinticinco años... Es verdad que cada día quedan menos niños y jóvenes en los pueblos rurales. Y que los que están, por razones de estudio, cada vez pasan menos tiempo en los pueblos, con lo que esto lleva de pérdida de la propia identidad, de desarraigo... La tarea del acompañamiento con los niños está marcada por el diálogo personal y por el testimonio de la propia vida, aunque en las unidades pastorales que se puede se aprovecha para la catequesis al terminar la escuela antes de que vuelvan a sus casas, o que sean los propios padres los que den las catequesis a sus hijos siguiendo el estilo del Señor Jesús con los discípulos: les enseñaba a mirar el corazón, sin quedarse en las apariencias25, desde su compasiva mirada de amor al pueblo26. Este estar cerca de los niños me lleva a colaborar en las escuelas con el equipo de fútbol sala, en excursiones, marchas y campamentos. También, el discípulo-acompañante ha de prestar atención a los ancianos, que cada vez son más y son los que viven en peores situaciones de soledad y abandono. La cercanía y presencia del discípulo, tomándolos en cuenta, servirá para hacerles descubrir que siguen siendo válidos. Ellos mejor que nadie son la “memoria del pueblo”. Ellos pueden ayudar al discípulo a discernir lo importante de las distintas tradiciones, fiestas... El “discípulo-acompañante” ha de prestar una gran atención a todos ellos para que, por medio de un pro25 26

Mc 12,11. Mt 9,36.

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ceso de “formación-acompañamiento”, descubran la posibilidad de hacer de su propia historia una historia liberadora para ellos y el resto de la comunidad, siendo capaces de integrar fe y compromiso, vida interior y solidaridad. Quién sabe si en un futuro serán ellos los nuevos “testigos” del Reino, pues son capaces de encontrar nuevas salidas de vida y de desarrollo para el mundo rural.

La hospitalidad Parece que una de las posibilidades de los pueblos rurales es que pueden hacerse “lugar de acogida para los inmigrantes y de descanso para otros”. Esta situación que nos está siendo dada nos urge a hacer de nuestros pueblos “expertos en hospitalidad”. Una hospitalidad generosa, que regala lo mejor que tiene, junto al gozo de vivir una relación verdadera, sin prisas, la convivencia festiva, la armonía con la naturaleza... Es decir, el camino de la libertad y de la nueva abundancia. Regalar la sospecha de que “la tierra fértil y espaciosa, la tierra que mana leche y miel”, se encuentra mirando en otra dirección que la sociedad de consumo, la competencia, el poder y la posesión27. La hospitalidad de Abrahán28 con los tres peregrinos ofreciéndoles lo mejor que tenía, hizo posible la bendición de Dios, que le regaló el hijo de la promesa. Quién sabe si la hospitalidad a todos los que se están acercando por distintos motivos al mundo rural 27 F. Fernández Alía, “Claves de espiritualidad para el nuevo éxodo cristiano de nuestros pueblos de Castilla”, Revista El Prado 133 (octubrediciembre 1992) 29-30. 28 Gn 18,1-15: Teofanía de Mambré.

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puede ser el nuevo germen de bendición para nuestros pueblos.

Celebrando la vida En el mundo rural, hoy es difícil celebrar algo ante la escasez de personas y ante la pérdida de ilusión y esperanza. Ello hace que una de las tareas prioritarias del “discípulo-acompañante” sea la recuperación de la pastoral del templo como celebración de la vida de las personas, del pueblo. Los templos románicos están sirviendo para el disfrute de los turistas, pero son una carga económica para las pequeñas comunidades. La experiencia nos dice que la vida sin culto pierde pronto su sabor y sentido, porque el componente celebrativo, festivo, lúdico, es necesario para una vida en plenitud29. La comunidad, por pequeña que sea, que no celebra la vida e incluso la muerte, los logros e incluso los fracasos, pronto se ve debilitada en su esperanza. Estamos acostumbrados a celebrar los misterios de la encarnación, la redención, la pascua, pentecostés..., las fiestas de María, las fiestas de los santos... Todo esto está muy bien, pero nos cuesta celebrar los hechos históricos y cotidianos de vida y de muerte a la luz de esos misterios. Por eso, el culto en general está divorciado de la vida y es incapaz de sembrar esperanza en la comunidad. El culto avivará la esperanza de las personas en la medida en que sea cada vez más ámbito de resonancia de la verdad de Dios, de la verdad del hombre/pueblo; de la escucha de la Palabra de Dios sobre la justicia, el amor, la solidaridad, el trabajo, el perdón, la misericordia, la pobreza, las bienaventuranzas... Es decir, en la L. Maldonado, La acción litúrgica. Sacramento y celebración, San Pablo, Madrid 1995. 29

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medida en que sepa discernir los signos de vida y de muerte que nos rodean, narrar las acciones de salvación y liberación que Dios sigue realizando entre nosotros. Y la celebración de la vida ha de llevar a las personas al compromiso de la realidad y a dar signos de fraternidad si no queremos que Dios de nuevo se ausente de nuestros templos y se vaya a vivir al desierto. Quién sabe si la celebración de la vida y la muerte de las comunidades a la luz del Resucitado ayudará a no separar vida y fe, porque es una misma realidad, y aunque ahora se nos está negando parte del pan, seamos capaces de dar con el Pan de la vida. Quién sabe si será lo que nos devuelva la esperanza y la alegría, que merece la pena seguir apostando por lo pequeño y sencillo, porque lo pequeño y sin importancia es capaz de fermentar la masa de harina, como la levadura; quién sabe si de nuevo ha sido escogido por Dios para confundir a los sabios y entendidos, y puede hacer que “la bellota llegue a ser roble, porque el roble está en la bellota”30... Quién sabe si será lo que un día, como el grano de trigo sembrado en el surco, contemple el renacer de todo lo que se está sembrando y nos revele el camino de la gratuidad para la nueva misión de la parroquia rural en el siglo que estamos, y nos devuelva un sentido más cabal de Dios y del hombre, de las relaciones humanas..., del auténtico sentido del vivir y del ser, y nos devuelvan la esperanza de la Nueva Tierra. Quién sabe si “mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”31 y lograr que recobre el alma y el corazón. 30 J. R. Urbieta, Acompañamiento de jóvenes. Construir la identidad personal, PPC, Madrid 1996, 11. 31 Revista RS21, noviembre 2006, 50.

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Y termino con una parábola: “Aprender del peral” “Había un hombre que tenía cuatro hijos. Él buscaba que sus hijos aprendieran a no juzgar las cosas por la primera impresión que producen. Por ese motivo, el sabio padre decidió enviar a cada uno de sus hijos, por turnos, a ver un árbol de peras que estaba a una gran distancia. Cuando todos ellos habían ido y regresado, el padre los llamó y les pidió que le describieran lo que habían visto. El primer hijo, que fue en invierno, contó que el árbol era horrible, doblado y retorcido. El segundo hijo, que fue en primavera, dijo que no, que el árbol estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas. El tercer hijo, que lo vio en verano, no estuvo de acuerdo con sus hermanos y lo describió cargado de flores, con un aroma muy dulce y muy hermoso: era la cosa más hermosa que jamás había visto. El último de los hijos no estuvo de acuerdo con ninguno de ellos y les explicó que, en otoño, el árbol estaba maduro y marchitándose de tanto fruto, lleno de vida y de satisfacción. Entonces el padre, con cariño, les explicó a sus hijos que todos tenían razón, porque cada uno de ellos sólo había visto una de las estaciones de la vida del árbol. El padre les dijo a todos que no deben juzgar las cosas viendo sólo uno de sus aspectos, y que la esencia de lo que son, el valor auténtico de lo que vemos, a veces sin entenderlo, sólo puede descubrirse con el tiempo. La vida sólo puede ser medida al final, cuando todas las estaciones han pasado. Si te das por vencido en el invier193

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no, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción de recoger tu esfuerzo en el otoño de la vida. No dejes que el dolor de alguna estación destruya la dicha del resto. No juzgues la vida sólo por una estación difícil. Persevera a través de las dificultades y de las malas rachas... Mejores tiempos, seguramente, están por venir”.

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Movimientos de renovación parroquial en los últimos cuarenta años Eloy Bueno de la Fuente Catedrático de la Facultad de Teología de Burgos

La parroquia constituye el rostro más visible de la Iglesia. Tanto cristianos como no cristianos ven en ella el cuerpo real de la Iglesia, las raíces de la fe cristiana en la experiencia humana cotidiana y universal. Por ello es comprensible que sobre ella hayan caído todas las presiones y exigencias, todas las denuncias y reproches, todos los silencios e ilusiones que reflejaban el malestar de una Iglesia que se daba cuenta de que era necesario tomar un cuerpo y adoptar una figura más acordes con la sensibilidad y las necesidades de un mundo que ya no era aquél en el que la parroquia había hecho que la Iglesia formara parte del paisaje colectivo y social. El final de la “civilización parroquial”, paralelo a la superación de un mundo rural, parece conducir el catolicismo al fin de un mundo1. Por eso la parroquia y su futuro deben ser contemplados desde las encrucijadas en las que va siendo situada esta figura eclesial2. 1 D. Hervieu-Léger, Catholicisme, la fin d’un monde, Bayard, París 2003, 120ss, observa no obstante que “el final de un mundo” no es “el fin del mundo” (p. 325ss). 2 R. Calvo Pérez, “El futuro de la parroquia desde sus encrucijadas”, Lumen 48 (1999) 289-328 y 425-449.

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No resulta en consecuencia ni exagerado ni aventurado decir que la parroquia se ha convertido en el escenario en el que se han planteado enormes disputas y tensiones, proyectos y alternativas. Especialmente en todos los intentos de renovación pastoral (y de la teología subyacente), la parroquia (por acción o por omisión) ha jugado un papel de protagonista: o porque en ella se quería ver plasmada la auténtica identidad cristiana o porque era considerada inservible (cuando no contraproducente) para el ideal que se buscaba. La parroquia, por tanto, nos ofrece una perspectiva irrenunciable para penetrar en las aspiraciones más nobles y utópicas (a veces arriesgadas) del cambio experimentado en la conciencia eclesial a lo largo del último siglo. Pero a la vez los debates en torno a la parroquia (en sus replanteamientos y cuestionamientos) no pueden ser contemplados más que desde el amplio marco de la evolución global experimentada por la Iglesia católica. Dada la amplitud de las cuestiones y de las propuestas, resulta difícil identificar cuál debe ser nuestro objeto de análisis. Nos centraremos evidentemente en la figura parroquial de nuestro entorno eclesial, la Europa occidental (a pesar de todas las variaciones, las líneas de fondo son comunes, especialmente en el período postconciliar). La literatura es abundante, pero se mueve en registros diversos. Señalemos desde el principio la doble ambigüedad que nos parece más significativa y que debe ser tenida en cuenta en el planteamiento de nuestra exposición y de nuestra valoración: a) en los materiales a disposición no es fácil distinguir lo que es reflexión y lo que es descripción, lo que es un proyecto a realizar y lo que es vida experimentada; la frecuente elaboración de tipologías esconde más de construcción teológica y pastoral que de narración de historias reales (salvo en casos muy concretos que responden al 196

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“modelo” elaborado); b) muchos movimientos de renovación o de sugerencias por parte de los episcopados, de teólogos o pastoralistas no se refieren directamente a la parroquia aunque en la práctica tengan la parroquia como ámbito propio (de modo especial la liturgia y la catequesis). Por ello, el desarrollo del tema implica una tarea de discernimiento por parte del autor, que debe tener en cuenta, junto con su observación personal, la lectura de la literatura sobre la parroquia, pero insertada en el marco general de la evolución de la autoconciencia eclesial. En virtud de lo dicho, se impone una última precisión. Los cuarenta años objeto de nuestro estudio corresponden exactamente al período postconciliar. Sin embargo, éste resultará incomprensible si no lanzamos nuestra mirada, aunque sea brevemente, al dinamismo que hizo posible y que a su vez desembocó en el Vaticano II. Los fermentos que de aquí saldrán (y que tan decisivos son para nuestro tema) resultarán significativos si los valoramos como discernimiento de lo que venía siendo intento e ilusión, experiencia o proyecto, en la vida eclesial de los decenios anteriores. Teniendo en cuenta todo el arco que mencionamos, será posible proponer la tesis que a nuestro juicio emerge de la lógica que atraviesa y que mueve todo este recorrido. En consecuencia, desarrollaremos nuestro tema siguiendo cinco pasos: 1) Arrancaremos de las tendencias preconciliares que apuntaban a una renovación, más o menos radical, de la parroquia. 2) Sobre ese trasfondo, el Vaticano II realiza una recepción (de modo más bien implícito, dado que la parroquia no ocupó un papel relevante) que queda entroncada en una reflexión eclesiológica más amplia; la toma de postura por par197

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te del Magisterio de la Iglesia se condensará en el Código de 1983. 3) El período inmediatamente posterior al Concilio muestra la confrontación radical de dos posturas sobre la parroquia: la deslegitimación que procede desde varios frentes y su consideración como ámbito privilegiado de recepción (o aplicación) de la reflexión conciliar. 4) A partir de ahí podremos señalar de modo más directo los movimientos de renovación que de modo diverso y con grados distintos son propuestos a la parroquia y realizados en ella. 5) Durante todo este camino la parroquia ha debido cargar con duras acusaciones que, no obstante, conducen a su reivindicación, hasta el punto de poder hablar de “revancha” de la parroquia. Estamos asistiendo –es la conclusión a la que podemos llegar– a un proceso de reconciliación de la parroquia con sus críticos, que encierra un profundo carácter paradójico: la parroquia estaba bajo acusación porque se la consideraba incapaz de afrontar una nueva situación misionera; después de muchos avatares, precisamente cuando la urgencia misionera es experimentada con mayor gravedad e inmediatez, la parroquia es recuperada precisamente porque desde ella se entra en contacto directo con la situación misionera. Esta conclusión no significa que hayan desaparecido o que deban desaparecer las críticas justificadas. Significa sencillamente que la experiencia y la reflexión aportan otros conceptos y otras experiencias que deben ser tenidos en cuenta para percibir con claridad las circunstancias del momento (que no son las de hace medio siglo) y para afrontar el futuro de la Iglesia desde su dinamismo propio. 198

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La parroquia, entre la renovación y la acusación La parroquia había dado cuerpo y figura a la Iglesia en una sociedad determinada y en una eclesiología concreta, elaborada desde la doble coordenada del Concilio de Trento y del Código de 1917. Esa doble estructura (tanto la organización institucional como la teología que la apoya) se muestra, sin embargo, inservible cuando la sociedad cambia sustancialmente y cuando se recurre a nuevos elementos teológicos. La parroquia era vista como el medio privilegiado de encuadramiento de la sociedad en un período de cristiandad y en una Iglesia que se apegaba a un mundo que había conseguido habitar con normalidad y de modo dominante. Trento, en su decreto de reforma de 1563, había establecido un principio de largo alcance: estructuró las diócesis en parroquias para favorecer la práctica sacramental y la comunicación personal entre el párroco y los feligreses; el pueblo cristiano eran los habitantes en un territorio, no los que habían elegido personalmente una pertenencia3. De este modo, cualquier persona se encuentra referida a una parroquia en cualquier lugar del mundo. Este presupuesto puede ser denunciado como expresión de una voluntad de control. Mirándolo desde otro punto de vista, se podrá descubrir que –precisamente por eso– la parroquia está abierta a todos los hombres, 3 El Código de 1917 articulará jurídicamente esta situación: la parroquia es parte territorial de la diócesis con su templo propio y con una población determinada asignados a un sacerdote como pastor propio (c. 216); el párroco es el pilar sobre el que pivota toda la actividad de la parroquia, como reflejo de una mentalidad autoritaria y clerical, en una perspectiva jurídica y administrativa. Cf. A. Houssiau, “Paroisse”, en Catholicisme X, 675; sobre esta perspectiva jurídica y administrativa frente a otra más teológica y pastoral, puede verse D. Grasso, “Osservazioni sulla teologia della parrocchia”, Greg 40 (1959) 297-314, que recoge la situación previa al Vaticano II.

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sean creyentes o no, es decir, que posee un fuerte potencial misionero. Todo dependerá de la teología con la que se contemple la realidad social y a la misma Iglesia que peregrina en el tiempo. Este tipo de parroquia era considerado como inviable desde los planteamientos y objetivos de los movimientos eclesiales de renovación que estaban fermentando y consolidándose en los primeros decenios del siglo XX4.

Movimiento litúrgico Redescubre el significado profundo de la asamblea litúrgica, que es la que realmente protagoniza el misterio de la parroquia5. La participación personal en el misterio litúrgico es la garantía y la expresión clara de pertenencia a la Iglesia. La centralidad de la eucaristía comunitaria y la participación en la oración de la Iglesia pretenden superar las tentaciones de individualismo y las posibles desviaciones de las devociones particulares. Por esta vía se deposita un fermento ya irrenunciable y una adquisición irreversible6, aunque adolecerá de un elitismo que margina la religiosidad popular y de un espiritualismo poco abierto a la dimensión socio-cultural.

Movimiento misionero Constituye, sin duda, el factor decisivo en los proyectos de renovación que requería la parroquia realmente existente, dado que era incapaz de afrontar las nuevas si-

4 C. Floristán, “Parroquia”, en C. Floristán – J. J. Tamayo (eds.), Conceptos fundamentales de teología, Cristiandad, Madrid 1983, 699-705. 5 A. Wintersig, “Pfarrei und Mysterium”, JLW 5 (1925) 136-143. 6 P. Parsch, La renovación de la parroquia por medio de la liturgia, Bilbao 1960.

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tuaciones misioneras que estaban emergiendo no sólo en los contextos urbanos (como habían mostrado Godin y Daniel7), sino incluso en el mundo rural8. La preocupación misionera bajo expresiones diversas9 invadió la sensibilidad de la Iglesia y tuvo una consciente expresión en la parroquia, como lo muestra la reflexión ya simbólica de G. Michonneau sobre La parroquia, comunidad misionera 10, que generó repercusiones notables11. La parroquia debía recuperar la lógica de la misión en sentido propio: ha de tener como objetivo el surgimiento de la Iglesia en los otros, en los contextos sociales que viven al margen del cristianismo. El militante y el comprometido son figuras cristianas privilegiadas, frente a la del practicante y burgués, pues aquéllos son capaces de hacerse presentes en los “ambientes” habitados por no practicantes o por “paganos”. El “ambiente”12 requiere unas fuerzas y energías que no aporta el “medio parroquial” tradicional13, con estructuras y devociones anónimas e irrelevantes. La gravedad y la ur-

7 France pays de mission? fue publicado en 1943 y se ha convertido en punto de referencia para una autoconciencia eclesial que debía reaccionar ante las nuevas circunstancias sociales y culturales. 8 Son clásicos los estudios sociológicos de F. Boulard, Problèmes missionnaires de la France rural, publicados en 1950. 9 F. Bourdeau, “Le vocabulaire de la mission”, Parole et Mission 3 (1960) 9-27. 10 El original es de 1945 (traducción en castellano: Buenos Aires 1951). Relata su propia experiencia personal. Desarrollos en G. Michonneau – H. C. C. Héry, L’esprit missionnaire, Cerf, París 1950. 11 El Congreso Europeo Anual sobre la Parroquia se desarrolló en 1946 en Besançon sobre la parroquia misionera. 12 J. Thomas, “Les ‘espaces’ de la mission”, Parole et Mission 2 (1959) 33: hay que implantarse en los espacios humanos como espacio de misión. 13 Ya se indica con claridad la importancia del desarrollo de “la ciudad del mañana”, que es el ámbito de la socialización de la actual vida humana: F. Houtart, “Faut-il abandonner la paroisse dans la ville moderne?”, NRTh 77 (1955) 602ss.

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gencia del desafío hacen ver la inadecuación entre la realidad parroquial y el ideal de la misión que se le ha encomendado. El modelo de las comunidades cristianas primitivas se convierte en el mito fundador de una alternativa que se hace cada vez más necesaria. La responsabilidad ante la situación y la idealización del compromiso dificultaban ver la complejidad de funciones que desempeñaba la parroquia real y que difícilmente podrían ser cumplidas por los nuevos dinamismos que se iban creando.

Movimiento comunitario El desarrollo del movimiento misionero iba necesariamente acompañado de una renovación comunitaria de la parroquia: sólo podía ser misionera una parroquia que se viviera como comunidad14. La misma renovación litúrgica pretendía la superación de toda devoción individualista. Con ello se estaba denunciando la parroquia existente como un conglomerado carente de relaciones interpersonales. En esta dirección apuntaban motivaciones de carácter psicológico, propias de una sociedad salida de la guerra y que reclamaba, con actitudes a veces románticas, experiencias que compensaran el estilo de vida de la sociedad moderna. Los movimientos juveniles, tan desarrollados en Alemania, reflejaban una nueva mentalidad y una nueva experiencia religiosa, que exigían por ello a la parroquia su transformación en comunidad15 para responder a las necesidades de la nueva época16. 14

G. Michonneau, No hay vida cristiana sin comunidad, Barcelona

1961. 15 E. Golomb, “Ergebnisse und Ansätze pfarrsoziologischer Bemühungen im katholischer Raum”, en D. Goldschmidt – J. Matthes (ed.), Probleme der Religionssoziologie, Colonia 1962, 205-206. 16 A. Blöchinger, Die heutige Pfarrei als Gemeinschaft, Einsiedeln 1962.

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Renovación de las obras parroquiales En las parroquias existían actividades e iniciativas que pretendían ofrecer a los feligreses, y especialmente a los jóvenes, un mundo social alternativo y autónomo respecto a los valores que se iban instalando en la nueva cultura emergente. Era prolongación de una actitud surgida ya en el siglo XIX como reacción de defensa para prolongar una mentalidad de cristiandad en un contexto considerado hostil. Eran instituciones “temporales” en el sentido estricto: educativas (escuela, colegio, clases de alfabetización), sociales (asociaciones de vecinos), recreativas (cine, salón), deportivas (excursiones, campamentos), caritativas... Para llevarlas adelante se debía contar con laicos, pero dentro de un esquema fundamentalmente clerical. Estas “obras” suponían un gran esfuerzo de creatividad y de adaptación ante las nuevas necesidades, pero corrían el peligro de cobijar a personas que no se socializaban en la mentalidad urbana e industrial que crecía especialmente en los contextos urbanos. Parroquia y mundo, de este modo, se alejaban; con ello se hacía más acuciante la necesidad de acceder con espíritu misionero a esos ambientes vitales, pero difícilmente serían habitados por quienes estaban siendo socializados en el medio parroquial.

Renovación eclesiológico-pastoral Simultáneamente, se estaba produciendo una renovación eclesiológica que no podía dejar de repercutir en la parroquia y en la pastoral que ésta debía desplegar. Algunos teólogos, de modo lúcido, pretendían insertar los intentos misioneros en una perspectiva teológica más amplia que afectaba al conjunto de la realidad eclesial17. Y. Congar, “Misión de la parroquia”, en Sacerdocio y laicado, Barcelona 1964, 155-182 (el original es de 1948). 17

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Tres aspectos merecen mención especial porque despliegan horizontes de largo alcance para nuestro tema. La parroquia adquiere un mayor rango teológico18 al ser vista en la analogía del dinamismo de la Iglesia local (como acontecimiento19 o célula20). Se va tematizando la triple dimensión que constituye la vida de la parroquia: la Palabra, la liturgia, el servicio21. Desde estas perspectivas teológicas resulta obvio el engarce pastoral: se requiere una pastoral de conjunto a partir del análisis de la realidad22

Relativización del principio parroquial Este conjunto de replanteamientos conduce a la relativización del principio parroquial, que estructuraba tanto la Iglesia cuanto la acción pastoral (o la “cura de almas”, como se decía en la época). La división de la diócesis en parroquias llevaba consigo que cada párroco tenía una responsabilidad respecto a todos sus feligreses y que cada católico tenía su pastor propio en función de su lugar de residencia. Las dos coordenadas, territorial y administrativa, se condicionaban y potenciaban recíprocamente. Se va viendo, sin embargo, que este principio parroquial no puede ser el único criterio de la acción pastoral. Y ello por dos razones de índole diversa: 18 Es digno de mención en los momentos previos al Vaticano II G. Philips, Pour un christianisme adulte, Tournai 1962, 145: la parroquia “no es una porción de la Iglesia sino toda la Iglesia sobre un determinado territorio... como la Iglesia a escala humana ordinaria... provista de todos los medios de salvación”. 19 K. Rahner, “Teología de la parroquia”, en H. Rahner (ed.), La parroquia. De la teoría a la práctica, San Sebastián 1961, 37-51. 20 J. Colson, “Qu’est-ce qu’un diocèse?”, NRTh 75 (1953) 486: es como la célula en el cuerpo, que no tiene sentido más que si está unida al cuerpo; aislada, muere. 21 En nuestro país fue pionero C. Floristán con La parroquia, comunidad eucarística, Madrid 1961 (aunque elaborado desde 1959). 22 A. Ryckmans, La parroquia viviente, Bilbao 1953.

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a) La referencia territorial es un existencial fundamental del ser humano, pero no el único y tal vez tampoco el más importante; el terreno natural de la parroquia no es el ámbito vital en el que el hombre urbano desarrolla sus actividades importantes, por lo que es normal que surjan otro tipo de asociaciones o agrupaciones que requieren su pastoral peculiar23. b) Desde el punto de vista teológico, a la parroquia se le aplica la eclesiología de la comunidad diocesana: la parroquia es la comunidad local primaria, la forma más originaria de comunidad cristiana local, allí donde la Iglesia se hace acontecimiento24; con ello se abren las perspectivas para una pastoral orgánica de conjunto, que supere las estrecheces de la vinculación al territorio, propia del principio parroquial25. La parroquia veía cuestionada su posición predominante desde el punto de vista de la experiencia eclesial y de la acción pastoral. Este desplazamiento estaba movido por factores de índole teológica, por los cambios socio-culturales y por las necesidades pastorales. Con grados de intensidad diversa, la parroquia se veía cuestionada desde muchos frentes. El Concilio Vaticano II no podrá dejar de tener en cuenta estas aportaciones y las nuevas circunstancias. Con ello, por un lado inten23 K. Rahner, “Reflexiones pacíficas sobre el principio parroquial”, en Escritos de teología II, Taurus, Madrid 1967, 120ss; cf., sobre el debate de la época, O. von Nell-Breuning, “Pfarrgemeinde, Pfarrfamilie, Pfarrprinzip”, TTZ 56 (1947) 257-262; J. Miller, “Beiträge zum Pfarrprinzip”, Or 15 (1952) 91-94. 24 K. Rahner, Teología de la parroquia, o. c., 48. 25 F. X. Arnold, “Hacia una teología de la parroquia”, en Mensaje de fe y comunidad cristiana, Estella 1962, 107-139 (original de 1953).

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ta canalizar los intentos de renovación, pero por otro lado desata unos dinamismos que atacarán de modo directo y radical la institución parroquial.

El discernimiento magisterial: Vaticano II y Código de 1983 Aunque el Vaticano II ofreció elementos para una comprensión teológica global de la parroquia, lo que dio origen a publicaciones diversas26, no afrontó un tratamiento directo y expreso27 (hecho lamentable, como observa Legrand28). La parroquia no formó parte de las grandes preocupaciones del Concilio. De hecho, algunas alusiones en los textos fueron desapareciendo a lo largo del itinerario conciliar. Las referencias presentes en la redacción final refleja, sin embargo, una coherencia global con el marco eclesiológico conciliar. Vamos a presentar de modo directo SC 42, porque es el primer documento en el que se alude a la parroquia, que condensa un fuerte contenido teológico. Posteriormente mencionaremos las ideas principales de las otras referencias del Vaticano II. “El obispo no puede presidir personalmente a toda la grey en su Iglesia, siempre y en todas partes. Por eso, 26 J. Grand-Maison, La paroisse en Concile. Coordonnées sociologiques et théologiques, Montreal 1966; G. Concetti, La parrocchia del Vaticano II, Milán 1967; A. Mazzoleni, La parrocchia mistero di Cristo e della Chiesa, Nápoles 1968; S. Pons Franco, Parroquia y misión en la eclesiología del Vaticano II, Alcoy 1970. 27 F. Coccopalmeiro, “Il concetto di parrocchia nel Vaticano II”, ScCat 106 (1978) 123-142; íd., “Quaedam de conceptu paroeciae iuxta doctrinam Vaticani II”, Per 70 (1981) 119-140. 28 H. Legrand, “La Iglesia se realiza en un lugar”, en B. Lauret – F. Refoulë (eds.), Iniciación a la práctica de la teología, III/2, Cristiandad, Madrid 1984, 166.

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necesariamente debe constituir comunidades de fieles, entre las que destacan las parroquias, distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo. Éstas, en cierto modo, representan a la Iglesia visible establecida por todo el mundo” (SC 42). Es de destacar la importancia de la categoría comunidad, que puede tener realizaciones diversas, una de las cuales es la parroquia. Dentro de los rasgos que la caracterizan destacan fundamentalmente: la localidad, si bien el lugar no es constitutivo de la parroquia, sino un medio para circunscribir a la comunidad29; la referencia a la diócesis es auténticamente esencial, simbolizada en el pastor que hace las veces del obispo30. Podemos resumir la perspectiva conciliar en esta definición: la parroquia es una comunidad de fieles, territorialmente individualizada en el ámbito de una diócesis, que tiene como cabeza un pastor que hace las veces del obispo. El resto de las aportaciones conciliares ratifican esta perspectiva y desarrollan algunas otras: a) LG 26 y 28 presentan la parroquia como comunidad de personas, radicada en un lugar, en el seno de la Iglesia local, y por ello acentúan el aspecto jerárquico como esencial a la parroquia: la presidencia del presbítero hace que el grupo de personas no sea un conglomerado casual o una iniciativa meramente humana, sino un sujeto comunitario con rango eclesiológico. La comunidad y el lugar tienen su mayor expresión en la asamblea que celebra la eucaristía dominical: P. Jounel, “Développement de la vie liturgique dans le diocèse et la paroisse”, LMD 77 (1964) 109. 30 La mayor fuerza teológica se encuentra en su capacidad de “representar” a la Iglesia universal. No obstante, queda claro que es la diócesis la que realiza esa representación. Es significativo que un texto previo decía “in se perfectius repraesentant Ecclesiam visibilem”. La redacción definitiva suavizó el alcance diciendo simplemente “quodammodo”. 29

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b) AA (especialmente 10 y 18) pone de relieve la parroquia como ámbito de apostolado comunitario y por ello como agente en cuanto sujeto unitario: encierra ciertamente diferencias y dimensiones humanas diversas, pero ofrece una unidad que integra las diferencias; la comunidad parroquial es ámbito en el que se deviene miembro de la Iglesia, lo cual no puede ser considerado al margen de la dimensión apostólica (cf. AA 30). c) AG (especialmente nn. 15, 20, 37) destaca con mayor fuerza el aspecto dinámico y misionero; es la comunidad parroquial la que actúa, en cuanto sujeto unitario, como signo de Dios en el mundo y ante los no cristianos. La comunidad queda situada dentro del proceso de la evangelización: naciendo del testimonio y del anuncio se va afirmando y consolidando de cara a la evangelización y gracias a la evangelización. Las afirmaciones sobre la parroquia están, desde otro punto de vista, potenciadas por las grandes coordenadas de la eclesiología conciliar, lo cual no dejará de generar repercusiones en el futuro. Destacaremos fundamentalmente dos: a) La categoría pueblo de Dios, vista sobre todo desde la idea de comunión, posee enormes potencialidades (colegialidad, carismas, igual dignidad de todos los bautizados, llamada universal a la santidad...) que no podrán dejar de repercutir en la vida parroquial. b) La apertura al mundo, la actitud de diálogo, la lectura de los signos de los tiempos, la atención a los grandes problemas de la humanidad... quiebran la tendencia a la introversión o al narcisismo de la vida eclesial. 208

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El Código de 1983 recoge la doctrina conciliar, considerada incluso a la luz de algunos desarrollos de los años posteriores. Juan Pablo II indica claramente que el nuevo ordenamiento jurídico pretende asumir la eclesiología conciliar, por lo que está animado por un “espíritu eminentemente colegial”, de modo que se ha de reflejar “en la misma sustancia de las leyes promulgadas”31. Algunos esperaban y deseaban que, desplegando la idea de un sujeto comunitario, se reconociera a la comunidad como capaz de derechos y de deberes para favorecer una participación efectiva de todos los miembros de la comunidad parroquial en su misión32. Es evidente que la insistencia en el carácter consultivo de los consejos hace depender las decisiones de modo prácticamente exclusivo del párroco, pero ello no obsta para reconocer logros y avances en la concepción y en la modulación de la parroquia33. El Código ratifica la concepción de la parroquia como comunidad en relación con la Iglesia particular (aunque mantiene la referencia al territorio y la división de toda diócesis en parroquias): “Comunidad determinada de fieles, constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, es confiada a un párroco como su pastor propio” (c. 515, 1). La parroquia queda aún reconocida coSacrae disciplinae leges (25.1.1983), AAS 75/2 (1983) VIII. J. C. Périsset, Curé et presbyterium paroissial, P. U. Gregoriana, Roma 1982, 304. 33 B. David, “Paroisses, cures et vicaires paroissiaux dans le Code de droit canonique”, NRT 107 (1985) 853-866; P. G. Marcuzzi, “Verso una nuova definizione giuridica di parrocchia”, Sales 43 (1981) 833845; F. Coccopalmeiro, “La parrocchia nel nuovo Codice”, Or Past 31 (1983) 147-168; J. Beyer, “Paroisse, Église locale, communion”, L’Année Canonique 25 (1981) 179-199; J. Huels, “La vida parroquial y el Nuevo Código”, Conc 205 (1986) 389-398; J. Passicos, “La paroisse vue par le canoniste”, RTL 13 (1982) 18-30. 31 32

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mo el modelo normal de comunidad cristiana. Su mayor rango queda expresado en el título bajo la que es presentada: “Parroquia, pastores y vicarios parroquiales”. Se da la prioridad a la comunidad parroquial, a diferencia de lo que acontecía en el Código de 1917. En éste se hablaba ante todo de los párrocos y vicarios, de sus obligaciones y derechos, mientras que de los feligreses se hablaba sólo indirectamente como sujetos pasivos de la cura pastoral, a los que no se concedía ningún papel activo en el funcionamiento de la parroquia. El párroco ahora es visto no desde la perspectiva del beneficio, sino desde el ministerio y el servicio. Por ello se intentan eliminar los rasgos de un absolutismo jerárquico: lo que antes eran funciones “reservadas” del párroco (c. 462 de 1917) ahora aparecen como “especialmente confiadas” (c. 530 de 1983). Entre sus tareas se destaca el anuncio del Evangelio, la responsabilidad de la liturgia, la presencia pastoral entre los feligreses, el estímulo de la participación de los laicos... El aspecto jurídico-administrativo queda desbordado por la perspectiva eclesiológica, pastoral y evangelizadora. Aunque la figura territorial sigue siendo paradigmática, se reconocen con más normalidad otras modalidades de parroquia centradas sustancialmente en el tipo de personas o de situaciones: de estudiantes (c. 813), de emigrantes (c. 518), cuasi-parroquias (c. 516). Desde este punto de vista. el principio parroquial queda relativizado y flexibilizado. Más significativo es el abanico de posibilidades y de modalidades que abre para incorporar a otras personas como protagonistas: se puede confiar una parroquia a un equipo de sacerdotes (“in solidum”), si bien la responsabilidad se deposita sobre un moderador; se permite confiar igualmente la parroquia a un diácono, un laico o una comunidad de personas, si bien bajo la mo210

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deración de un presbítero; el pastor debe colaborar con otros presbíteros y con otros niveles de la articulación diocesana; se reconoce una mayor autonomía a las comunidades existentes; se sugiere la constitución de un consejo pastoral y se ordena la instauración de un consejo económico.

La crisis del inmediato post-concilio: la marginación de la parroquia El Vaticano II ofreció los elementos fundamentales que iban a sostener y acompañar la renovación de la parroquia. Los movimientos de renovación de la parroquia se inspirarán –como no podía ser de otro modo– en la eclesiología conciliar. Pero la recepción no fue pacífica ni sosegada. La clausura del Concilio coincidió con un momento histórico especialmente intenso, en el que estallaron gérmenes de ruptura con el pasado y con la tradición. Esta sensibilidad repercutió profundamente en el ámbito eclesial, de modo que la renovación, la reforma y la revolución crearon un ambiente de exaltación en el que el discernimiento se hacía difícil. La parroquia, como no podía ser de otro modo, debió cargar con las acusaciones más radicales, hasta decretar su muerte, porque representaba un pasado del que había que salir. Algunos gérmenes de los proyectos preconciliares eclosionaron como exclusión de la figura parroquial, la imagen más nítida de un modo de cristianismo que debía ser superado. Presentaremos este momento de crisis, con sus presupuestos e implicaciones, para comprender mejor los intentos de renovación y, sobre todo, la conclusión paradójica de todo este proceso: la “revancha” de la parroquia, que acabaría mostrando sus virtualidades y sus potencialidades. 211

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a) El trasfondo: la “década prodigiosa” La década de los sesenta del siglo XX se ha convertido en un símbolo, porque vivió en toda su exaltación la utopía de una ruptura con el pasado que hiciera posible una sociedad y un tiempo distintos. Esta sensibilidad exultante no pudo dejar de repercutir en la autoconciencia eclesial, que había expresado por medio de los textos conciliares un profundo deseo de renovación. En aquel momento, de modo especial en Francia (escenario de Mayo del 68), eclosionó una profunda crisis en el mundo católico34, que hizo pensar en la posibilidad de una “ruptura instauradora”35 realizable en un “cristianismo que había estallado”36 y que debía ser habitado por “nuevos cristianos”37: la Iglesia postconciliar está atravesada por mil fronteras, dividida en mil capillas, cada una con su pequeña concepción del mundo y de Dios. Vamos a mencionar solamente cuatro aspectos de la circunstancia histórica que afectan directamente a la valoración de la parroquia. 1. El proceso de secularización y de descristianización provocó que la frontera entre lo cristiano y lo no cristiano se fuera desplazando: ciertamente permanecen las estructuras impresas por el cristianismo en Occidente, pero no es menos cierto que ya no se da identificación entre el pueblo civil y la comunidad parroquial. La responsabilidad pastoral no debía empujar a otros

D. Pelletier, La crise catholique. Religion, societé, politique en France (1965-1978), Payot & Rivages, París 2002. 35 M. de Certeau, La faiblesse de croire, Seuil, París 1987, 40-46, 208-226. 36 M. de Certeau – J. M. Domenach, Le christianisme éclaté, Seuil, París 1974. 37 R. Sole. Les nouveaux chrétiens, Seuil, París 1975, 111. 34

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ambientes que se encontraban en el exterior; debería, ante todo, situarse de otro modo en su propio ámbito para dar nuevo cuerpo al ser cristiano. 2. Se van produciendo cambios radicales en la organización del espacio y en la movilidad de los grupos humanos38: la vecindad juega cada vez menos papel; se multiplican y se especializan los barrios; la gente debe articular los diversos territorios en los que vive, trabaja o se divierte, debe conjugar la red multipolar de sus relaciones. Si el proceso de socialización se hace más flexible y más complejo, el dinamismo urbano39 hace estallar la estabilidad de la parroquia y su capacidad para reunir espiritualmente a los hombres. 3. La nueva sociedad post-industrial40 generaba un cambio radical en la estructura social, lo cual hace estallar las antiguas categorías, ámbitos y sectores. Conceptos como obrero, proletario, burgués... van experimentando evoluciones imparables. Esto representa un desafío desestabilizador para los movimientos especializados, que habían sido pensados y planteados desde una sociedad industrial. 4. La necesidad de la transformación radical de nuestra sociedad generó un relanzamiento de la acción política, entendida como “compromiso”. El statu quo debía ser alterado desde un plantea38 L. Voyé, “Sociologie et religion. Pour clarifier les relations entre sociologues et théologiens”, RTL 10 (1979) 305-323. 39 L. Voyé, La ville et l’urbanisation. Modalités d’analyse sociologique, Gembloux 1974; F. Houtart – J. Rémy, Milieu urbaine et communauté chrétienne, París 1968. 40 A. Tourain, La societé postindustrielle, Denoel, París 1969.

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miento alternativo: la modernidad burguesa debía ser atacada desde los análisis y la praxis marxistas. El pensamiento de izquierda, que alimentaba los sueños y utopías, se apoyaba en el único planteamiento socio-político realmente alternativo al capitalismo que reinaba en Occidente. El cristianismo, si quiere estar a la altura de su época y alcanzar incidencia en la experiencia histórica de la humanidad, no puede quedar al margen de este proceso.

b) Reinventar una Iglesia al margen de la parroquia Las instancias comunitarias y misioneras habían desplegado un dinamismo que iba a acabar apuntando más allá de sus objetivos iniciales. Por un lado, potenciará iniciativas agregativas que deben existir fuera de los marcos parroquiales; por otro lado, el mito de los orígenes se podía transformar en un cuestionamiento radical de la identidad misma de la institución eclesial. La dimensión jerárquica y territorial de la Iglesia, visibilizada en la parroquia, debía ser sustituida por una adhesión libre e informal41. La crítica a la sociedad va unida a la crítica a la Iglesia, y la búsqueda de una sociedad alternativa tiene su traducción en la búsqueda de una Iglesia alternativa. En el ambiente sobrecargado de finales de los sesenta estallan sin matices lemas que se venían repitiendo durante los decenios anteriores: “reinventar la Iglesia”42, “adiós a una Iglesia”43. 41 L. Bressan, La parrocchia oggi. Identità, transformazione, sfide, EDB, Bolonia 2004, 194ss. 42 “Réinventer l’Église?”, Esprit 39 (1971) 513-803. 43 Lumière et Vie dedicó al tema Adieux à une Église un número: 93 (1969). Se afronta una de las categorías que serán decisivas en el futuro: “La crise de la communauté”, por J. Rémy y F. Hambye (pp. 85-111).

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La parroquia queda situada ante una alternativa radical y tajante44: o renovación o muerte lenta45. Hubo quienes planteaban la cuestión del fin de las parroquias46 e incluso quienes declararon que la parroquia era una comunidad imposible47, que había que propugnar una Iglesia sin parroquias48, porque ya estaban viendo el nacimiento de la Iglesia del mañana49 sobre el envejecimiento imparable de la parroquia. Como repite A. Rétif, la parroquia es el punto de referencia de lo que no debe ser, la antítesis del dinamismo misionero50 que se venía promoviendo. Ello no implica sin más el fin del cristianismo o de la Iglesia, sino la emergencia de otro modo de vivir y de dar cuerpo al cristianismo.

c) La nueva vivencia comunitaria de la Iglesia La protesta y la sospecha contra los viejos sistemas de autoridad encuentran amplio eco en la relectura del origen y de la autenticidad del hecho cristiano. El sistema parroquial impone una estructura con papeles predeterminados y con una pertenencia controlada burocráticamente. La fidelidad a los orígenes está reclamando una nueva etapa instituyente del cristianismo, invita a habi44 Sobre el debate en España, cf. J. M. Murgui, Parroquia y comunidad en la Iglesia española del postconcilio, Valencia 1983. 45 El número 123 (1975) de Lumière et Vie estaba dedicado a este tema: Les paroisses: mort lent ou renouveau. 46 P. Mercator, La fin des paroisses?, Desclée, París 1997. 47 M. Gamo, “La parroquia, comunidad imposible”, en Vida cristiana y compromiso terrestre, Bilbao 1970, 435-498. 48 A. Aubry, Una Iglesia sin parroquias, México 1974 (el original es de 1971): en un día cercano no quedará piedra sobre piedra del edificio parroquial, se levantará una Iglesia de sus ruinas cuando se pongan en pie otras comunidades. 49 J. Rétif, J’ai vu naître l’Église de demain, Ouvrières, París 1971. 50 Ibíd., 165ss, 162ss, 195ss.

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tar nuevos territorios de la experiencia humana, pide un modo de adhesión y de pertenencia que no se deje asfixiar por el sistema jerárquico, suscita la fascinación de lo informal y espontáneo... Para recuperar el dinamismo de los orígenes y partir de un encuentro personal con Cristo, resulta necesaria una mutación sustancial del cristianismo, advierte M. Légaut como portavoz de quienes pretenden desarrollar los gérmenes de un cristianismo que salga al encuentro de la nueva sensibilidad y de las nuevas esperanzas: la institución, tal como la conocemos, es incapaz de aportar remedio a los males del presente y de ofrecer una salida tras una historia de degradación y de ideologización; sólo pequeñas comunidades fraternas, que viven en soledad y en comunidad, ofrecen una posibilidad real al futuro del cristianismo51. La reinvención de la Iglesia y la búsqueda de una experiencia cristiana auténtica52 habían de hacerse al margen del individualismo y la esclerotización de la parroquia. La creatividad, la redefinición de roles, la búsqueda de un cristianismo libre, se han de lograr por medio de grupos53 electivos y minoritarios que permitan experimentarlo desde el sentimiento54 y en una actitud de 51 M. Legaut, Introduction à l’intelligence du passé et de l’avenir du christianisme, Aubier, París 1970. 52 Junto a las necesidades de la sensibilidad europea, no se puede olvidar desde un principio el influjo de las prácticas latinoamericanas: F. Weber, “Notwendige Schritte auf halbem Weg. Mitteleuropäische Pastoralpläne aus lateinamerikanischer Sicht”, ThPQ 143 (1995) 136-148; H. J. Sander (ed.), Das Volk Gottes. Ein Ort der Befreiung, Echter, Würzburg 1998. 53 Mons. Coffy, “La signification du phenomène ‘groupes’”, LMD 100 (1969) 123-129. 54 D. Hervieu-Leger, De la mission à la protestation. L’évolution des étudiants chrétiens en France (1965-1970), Cerf, París 1970, 99-137, realiza una investigación sobre la Mission Étudiante en la que se muestra la tendencia a una experiencia religiosa en términos emocionales.

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conversión que inicie algo nuevo desde el presente55. Dada la quiebra de las grandes parroquias, se prevé con excesivas dosis de seguridad que la religión, en un futuro bastante próximo, será practicada y vivida en el seno de un tipo nuevo de agrupaciones, menos numerosas y rígidas que las parroquias habituales56. La fenomenología de estos intentos por dar un nuevo cuerpo a la Iglesia es muy variada. Se afirma una dinámica que, según muchos, va a marcar el futuro de la Iglesia: la figura de lo religioso se concentra en otros ámbitos y en otros temas que caen fuera de la parroquia, por lo que la experiencia cristiana debe buscar nuevas expresiones que privilegien el aspecto local y comunitario57. Surgen lo que se denominó “comunidades salvajes”, que ponen por obra actitudes claramente alternativas a los marcos ministeriales y a la celebración de los sacramentos, cuestionando la tradicional distinción entre sagrado y profano, entre Iglesia y mundo. Se convirtieron en símbolos de una época comunidades de carácter monástico, como las de Isolotto en Italia58 o Boquem en Francia59, que se sitúan en la red de relaciones en las que quedan incorporadas personas y situaciones que tradicionalmente existían fuera del ámbito monástico. En este nuevo horizonte se encenderá la A. Godin, La vie des groupes dans l’Église, Centurion, París 1969. J. Moingt, “Mutations du ministère sacerdotal”, Et 332 (1970) 582. 57 A. Schifferle (ed.), Pfarrei in der Postmoderne? Gemeindebildung in nachchristlicher Zeit?, Herder, Friburgo i.Br. 1997. 58 Comunitâ dell’Isolotto, Liberarsi per liberare, Pisa 1973; G. Franzoni, Il posto della fede, Coines, Roma 1977; E. Mazzi (ed.), Isolotto 19541969, Laterza, Bari 1969. 59 B. Besret, Boquem. Hier, aujourd’hui, demain, L’Épi, París 1969, relata la experiencia desde su propia óptica de abad. En el mismo horizonte está la Fraternité de la Vierge des Pauvres, Au coeur même de l’Église, une recherche monastique, DDB, París 1966. 55 56

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llama que mantendrá abierto un interrogante amenazador para la parroquia: ¿son las pequeñas comunidades una alternativa a las parroquias?60

d) Las exigencias del compromiso político La instancia misionera actuó en ocasiones como el ariete para el cuestionamiento radical de un modo institucional de Iglesia, pero asimismo escondía un espíritu de aventura para salir del espacio tradicional y sacral y encontrarse con el mundo. La significatividad y la eficacia de la fe debían pasar a través del compromiso político. La fidelidad al Concilio y a los hombres suscitaba también en este campo la emoción de habitar nuevos territorios61, que debía ser vivida desde el servicio a los últimos y el compromiso social. De cara a esta tarea, la parroquia no está a la altura de la necesidad histórica. Son por ello los movimientos especializados los que asumen un mayor compromiso político para vivir la aventura de los hombres62. Entre algunas de las nuevas comunidades (que dan prioridad a lo espiritual) y las parroquias (que se mueven en prácticas tradicionales), los movimientos especializados, especialmente la Acción Católica, se ven confrontados con lo que parece un callejón sin salida: no pueden volver al pasado, pero a la vez deben ir tomando conciencia de que los ambientes se han transformado, por lo que tienen que replantear su sentido acentuando una dimensión política más expresa y discerniendo los pro60 B. Ugreux, Les petites communautés chrétiennes, une alternative aux paroisses?, Cerf, París 1988. 61 B. Besret – B. Schreiner, Les communautés de base, Grasset, París 1973, 238ss. 62 H. Madelin, Les chrétines entrent en politique, Cerf, París 1975.

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blemas de la nueva sociedad63. En numerosos ambientes se recurrió a análisis sociológicos de impostación marxista64, lo cual generó tensiones en el seno de las comunidades cristianas65. Esta problemática afecta sólo de modo tangencial y minoritario a las parroquias. La problemática se manifiesta de modo directo en el ámbito de los movimientos. Pero esta situación tendrá una consecuencia negativa respecto a la parroquia: ésta quedaba desplazada de las preocupaciones del momento. Los documentos e intervenciones episcopales en España, por ejemplo, no tendrán entre sus destinatarios explícitos las comunidades parroquiales. Las parroquias corren el riesgo de quedar como observadores distantes ante lo que se refiere a los movimientos y asociaciones, por un lado, y a los creyentes en general, por otro. Se irá pidiendo que los movimientos apostólicos se vinculen más claramente a las parroquias. Pero se ha insertado un herida difícil de curar. Hará falta un lento proceso de apaciguamiento de los espíritus, de recepción de la eclesiología conciliar y de asunción del cambio de la situación cultural. 63 J. Moussé, “Avenir de l’Action Catholique”, Et 334 (1971) 925-942; en España, por su peculiar situación política bajo el régimen franquista, la crisis se hizo radical: J. Guerra Campos, Crisis y conflicto en la Acción Católica española y otros órganos nacionales de apostolado seglar desde 1964. Documentos, Madrid 1989; M. Vigil y Vázquez, El drama de la Acción Católica y el nacionalcatolicismo, Barcelona 1990. 64 J.-P. Ciret – J. P. Sueur, Les étudiants, la politique et l’Église. Une impasse?, Fayard, París 1970, confirman esta orientación en el ámbito estudiantil, lo que acaba significando la petición a la Iglesia de que no se defina en términos de misión o de apostolado. 65 “Las diócesis están rotas, como consecuencia de las diferentes maneras de entender la Iglesia, su misión, sus preferencias, las exigencias fundamentales de la vida cristiana”, se dice en una memoria-informe de la Conferencia Episcopal Española: F. Chica, Conciencia y misión de Iglesia, BAC, Madrid 1996, 198.

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e) El fenómeno complejo de las comunidades eclesiales de base Esta misma década es testigo de la fuerte irrupción de las comunidades eclesiales de base. Todos los observadores constatan la diversidad de realidades que se esconden bajo el mismo término. Sus raíces pueden encontrarse tanto en la seducción de la experiencia latinoamericana66 como en la efervescencia comunitaria que ya hemos mencionado67. En ocasiones encierran en sí las formas más radicales de las “comunidades salvajes” o del compromiso político, lo que lleva a plantear su carácter eclesial68. En este contexto, sin embargo, nos interesa destacar otro ángulo de vista: su ambivalencia respecto a la parroquia. En ocasiones surgen y se desarrollan como medio para potenciar la dimensión comunitaria de la parroquia69, y en este sentido abren camino a la comprensión de la parroquia como comunidad de comunidades. En otras ocasiones, sin embargo, se arrogan pretensiones eclesiológicas equiparables a la parroquia, reivindican su capacidad de eclesiogénesis y por ello se 66 M. de Azevedo, Comunidades eclesiales de base. Alcance y desafío de un modo nuevo de ser Iglesia, Madrid 1986; íd., “Comunidades eclesiales de base”, en I. Ellacuría – J. Sobrino (eds.), Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, II, Trotta, Madrid 1990, 245ss. 67 J. M. González Ruiz, “Genèse des communautés de base en contexte ecclésiale”, Lumière et Vie 99 (1970) 43-59. 68 H. Denis, “Les communautés de base sont-elles l’Église?”, Lumière et Vie 99 (1970) 103-132. 69 Destacan las relaciones interpersonales, la participación en la vida y decisiones de la parroquia. Por ello pueden ser un factor dinamizador a partir de realidades infraparroquiales. Ya antes de Medellín, sus formas iniciales pretendieron superar el individualismo, el anonimato, la devoción privatizada de muchas parroquias. En este sentido pudo Medellín considerarlas como primera célula eclesial y potenciarlas como paradigma de una evangelización que brota de la realidad vital de los cristianos.

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autocomprenden como realizaciones eclesiales del mismo rango que la parroquia La tensión entre esta doble dinámica pasará a formar parte del destino de la parroquia en la vida eclesial70.

Los movimientos de renovación de la parroquia como recepción conciliar La crisis postconciliar tuvo repercusiones notables en la parroquia, que quedó profundamente cuestionada. La radicalidad de la crítica ha puesto de manifiesto –aun en lo que tiene de exceso– las lagunas e insuficiencias de la parroquia. En ella y desde ella se intentó, sin embargo, un proceso de recepción del horizonte conciliar, de relectura de la realidad de las parroquias existentes y de valoración de los signos de los tiempos. Vamos a mencionar por ello, en primer lugar, algunos esfuerzos realizados de modo más sereno para re-comprender y re-vivir la parroquia y, a continuación, expondremos los que consideramos movimientos de renovación que pretenden situar a la parroquia a la altura de la teología y de la misión de la Iglesia. 70 Lanzando su mirada a los orígenes, que vivió como protagonista, dice J. Marins, “Las CEBs en el caminar de América Latina y El Caribe”, MisEx 215 (2006) 734-748: la intuición generadora y profética de Medellín no estaba en el nivel de los carismas eclesiales, sino que las CEB se situaban en el nivel eclesial de la sacramentalidad eclesial (LG 26), como eclesiogénesis, en la perspectiva de la Iglesia local, con tanta concentración eclesial como las parroquias; por eso Puebla puso en un capítulo unitario la diócesis, las parroquias y las CEB. Por tanto, con ellas no se habla de una realidad de comunión, sino de una comunidad eclesial sacramental. También M. de Azevedo, a. c., p. 256, las ve como parte del cuerpo de una eclesiología que está en gestación en América Latina.

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a) La parroquia re-visitada desde la eclesiología conciliar Connan y Barreau71, párrocos de Saint Severin de París, intentan liberar la parroquia de la lastimosa situación en la que la habían dejado las críticas anteriores, recogiendo sin embargo con sinceridad sus observaciones, pero no para orientarlas hacia salidas alternativas, sino con una voluntad integradora: reafirmando su figura institucional originaria, limpiando su rostro de muchas incrustaciones depositadas por la historia. Los análisis de la realidad no deben ser dejados en manos exclusivamente de las posturas más radicales, sino utilizados para que el catolicismo más conservador se dé cuenta de que debe entablar una nueva relación con el entorno y desarrollar una teología que devuelva energía y convicción a la parroquia. La teología y la sociología, puestas en diálogo, han de ayudar a conciliar lo que parecía heterogéneo: el territorio y el ambiente. En la sociedad urbana actual, en la que el hombre se encuentra solo y sin referencias, la parroquia debe favorecer el nacimiento de diversas figuras institucionales y de niveles de vida eclesial diferentes, si bien coordinadas e interdependientes. Pequeñas comunidades, lugares diversificados para asambleas eucarísticas, grupos dispuestos a colaborar con sectores de la vida social, asociaciones que estén en contacto con el barrio, comunión con otras realidades de la vida diocesana, apertura a una pastoral de conjunto... son perspectivas que pueden aportar vida a una parroquia que tantos consideraban agonizante. El también párroco P. Guérin plantea con gran realismo y lucidez su reflexión sobre la parroquia72. Reconoce F. Connan – J. C. Barreau, Demain la paroisse, París 1966. P. Guérin, La paroisse pour quoi faire?, París 1981; “La paroisse dans vingt ans”, Le Supplément 124 (1978) 61-79. 71 72

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que ya no está en condiciones para ejercer control social y que ha quedado relegada por los movimientos más espontáneos y especializados, que su estructura limita su protagonismo en el futuro. Desde esa situación de debilidad, la parroquia puede asumir con más serenidad lo que le corresponde: lo suyo no es elaborar formas de testimonio cristiano incisivo, pero esa debilidad es la que la convierte en casa habitable por todos: es lugar de hospitalidad y de acogida, lazo de un tejido de relaciones incluso con gente que carece de base religiosa, instrumento indispensable de diálogo y de encuentro con la sociedad, puente lanzado hacia los que se consideran alejados, oferta de un espacio que puede ser ocasión evangelizadora... Todo ello está en condiciones de aportar cambios en la figura de la parroquia actual73. También los obispos apuestan por esta opción. Según ellos, el Concilio ha ofrecido perspectivas y elementos para revitalizar la parroquia, pues sigue siendo un modo irrenunciable de visibilidad de la Iglesia y de evangelización. La parroquia no debe ni infravalorar ni esconder sus posibilidades para hacer experiencia la realidad eclesial tal como había sido pedida por el Vaticano II, en un espacio preciso y como sujeto unitario de calidad74. 73 Otras obras pueden ser interpretadas en la misma clave, que señalan el paso decidido de la concepción jurídico-administrativa a la teológico-pastoral: R. Pannet, L’avenir de la paroisse. La paroisse de l’avenir, París 1972, que intenta conjugar el pasado con el presente; C. Dillenschneider, La parroquia y su párroco, Sígueme, Salamanca 1968 (original de 1965), que comenta todas las dimensiones esenciales de la parroquia: comunidad de fe, de culto, de caridad, misionera, escatológica, ámbito de personalización de la fe; asume la existencia de movimientos especializados de cara a la evangelización y de pequeños grupos que no se cierren en el ámbito parroquial. 74 L. Bressan, o. c., 320ss.

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b) La parroquia a la luz de la Iglesia local 75 A nuestro juicio, el elemento fundamental para la renovación de la parroquia fue su consideración a la luz de la Iglesia local, vista ésta a su vez en el dinamismo de la comunión. Éste es el presupuesto que da consistencia –y que imprime exigencia– a los diversos intentos de renovación. Para que ésta sea posible se requiere que la parroquia –y todos en la Iglesia– tome conciencia del auténtico rango teológico de la parroquia. Ésta no es sólo una circunscripción administrativa o una subdivisión de la diócesis, sino su epifanía76. Esta perspectiva ha sido asumida de modo claro y constante por la teología. “La descripción teológica de la parroquia transcurre y se desarrolla con la teología de la diócesis”77. La parroquia no sólo históricamente, sino también teológicamente, brota de la misma lógica y del mismo dinamismo que la Iglesia local78, pues es de hecho Iglesia en un lugar 79. Aunque no se pueda negar cierto grado de subordinación o de dependencia, todo lo que se puede afirmar válidamente de la diócesis puede aplicarse a la parroquia por analogía o participación80. 75 T. Citrini, “Figura e figure della comunita cristiana. Un sondaggio nella problemática teologico-pastorale”, ScCat 113 (1985) 369, observa con razón que, desde el punto de vista pastoral, la reflexión sobre la parroquia no es menos importante que la de la diócesis, tal vez incluso lo es más. Esto es cierto, pero veremos que las insuficiencias de la parroquia sólo encontrarán solución desde el desarrollo de la Iglesia local. 76 F. Connan – J. C. Barreau, o. c., 87. 77 R. Blázquez, La Iglesia del Concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca 1988, 125. 78 E. Bueno de la Fuente, “Teología de la parroquia”, Teología y Catequesis 28 (1988) 525ss. 79 F. Dalla Vecchia – G. P. Montini (eds.), La parrocchia come chiesa locale, Brescia 1993. 80 F. X. Arnold, Glaubensverkündigung und Glaubensgemeinschaft, Düsseldorf 1955, 100.

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Desde la Iglesia local debe entenderse cualquier realidad infradiocesana, pues de ella recibe su eclesialidad81. Este principio vale también para la parroquia. Pero la parroquia no es vista como una realidad infradiocesana entre otras. Es iluminadora la observación de H. Legrand: la expresión “Iglesia local” lleva consigo una ambigüedad patente, pues a partir de los textos conciliares vale tanto para definir la diócesis como la parroquia82. Este grado de imprecisión permite (y ello lo justifica el origen histórico de la parroquia) aumentar la estima de la parroquia: no es en rigor una estructura esencial de la Iglesia, pero es un modo por medio del cual la Iglesia adapta su expansión a la organización del espacio83. El símbolo de la célula es suficientemente expresivo: vive en el seno del organismo; sin absolutizarse, pero haciéndolo posible; una y otro se exigen y se necesitan, pues ninguno puede vivir aisladamente. Esta mayor estima de la parroquia implica exigencias notables: por un lado, reclama de ella una renovación y, por otro, le plantea profundos desafíos. Se ve urgida a realizar de modo adecuado todas las funciones que debe desempeñar una realidad eclesiológica de su rango84. Se debe integrar en la misión y en la pastoral del conjunto de la Iglesia local, que es la que debe modular su presencia en el marco de la ciudad. A la vez que ve compensadas sus lagunas, puede aportar su contribución irrenunciable en la gestión del territorio social en el que existe la Iglesia local como realización por antonomasia de la J. Ramos, Teología pastoral, BAC, Madrid 1995. H. Legrand, “La realización de la Iglesia en un lugar”, en B. Lauret – F. Refoulé (eds.), Iniciación a la práctica de la teología III/2, Cristiandad 1984, 163, 179-180. 83 A. Houssiau, “Paroisse”, en Catholicisme X, 681-282. 84 S. Lanza, “La Chiesa si realiza in un luogo: riflessione teologicopastorale”, en N. Ciola (ed.), La parrocchia in un’ecclesiologia di comunione, EDB, Bolonia 1995, 109-158. 81 82

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Iglesia. Esta articulación en la Iglesia local ofrecerá el marco de justificación y de referencia para las reconfiguraciones parroquiales que se harán inevitables. Como medio fundamental de renovación de las parroquias desde la perspectiva de la Iglesia local, merecen ser destacados los sínodos diocesanos, esa “revolución tranquila” operada entre los católicos: refleja la voluntad de comunión en la Iglesia, la participación general de los laicos, la toma de conciencia de la propia eclesialidad diocesana en el seno de la cual deben ser tomadas las decisiones que afectan a las parroquias en cuanto visibilización de la Iglesia. Puede ser significativo a este respecto que las reticencias mayores ante los sínodos diocesanos proceden de los sacerdotes y de los movimientos laicales85.

c) La renovación comunitaria Junto a la referencia a la Iglesia local, es la instancia de la comunidad la que en mayor medida ha marcado los intentos de renovación de la parroquia. El proyecto que surgió antes del Vaticano II86 quedó ratificado y profundizado en el Concilio87 y reivindicado unilateralmente durante la crisis postconciliar. La más amplia línea de recepción conciliar conservará esta perspectiva como objetivo a conseguir y como criterio de autoconciencia eclesial88. 85 Así lo constata en su libro reportaje M. Hebrard, Révolution tranquille chez les catholiques, Centurion, París 1989. 86 Es uno de los leit-motiv que enlazan el Concilio y el postconcilio: N. Greinacher, “Auf dem Wege zur Gemeindekirche”, en N. Greinacher – H. Th. Risse (eds.), Bilanz des deutschen Katholizismus, Maguncia 1966, 15-41. 87 H. Wich, Konzil und Gemeinde, Frankfurt 1978. 88 AA. VV., Esperienza di comunità, esperienza di Chiesa, LDC, Turín-Leumann 1980.

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Actúa, junto a los datos bíblicos y teológicos (la referencia a las primeras comunidades sigue siendo constante), la tipología elaborada por Tönnies, que contraponía “comunidad” y “sociedad”. Ésta es el reino de lo anónimo e impersonal, las relaciones son indirectas, dominadas sobre todo por la búsqueda de objetivos racionales y de los medios adecuados para alcanzar las metas pretendidas; las reglas son convencionales, y cuentan con la posibilidad de conflictos. La comunidad, por el contrario, se levanta sobre las relaciones interpersonales y sobre una solidaridad afectiva; se supone unanimidad en el nivel de los valores básicos, lo que dispensa de la necesidad de explicitar las reglas en forma de ley formal y objetiva. Este trasfondo actúa en un doble nivel: a nivel general, de la visión global de la parroquia, y en el reconocimiento de pequeñas comunidades que han de colaborar para conseguir que la parroquia sea “comunidad de comunidades”, que se convertirá en uno de los lemas más repetidos (posteriormente se matizará como “comunión de comunidades”). El “principio comunidad”, abanderado sobre todo por F. Klostermann89, será asumido como criterio y norma de la teología pastoral y de la vida eclesial. Sobre todo en Alemania se resalta el contraste entre la Volkskirche (Iglesia popular, de masas, propia de una situación de cristiandad) y la Gemeindekirche (eclesialidad vivida como comunidad)90. La Iglesia de masas ha quedado suF. Klostermann, Wie wird unsere Pfarrei eine Gemeinde? Für alle Mitarbeiter in der Pfarrgemeinde, Viena 1979; íd., Gemeinde-Kirche der Zukunft, 2 vols., Herder, Friburgo i. Br. 1974. El coloquio europeo sobre la parroquia celebrado en Heerlem (Holanda) en 1973 fue dedicado a este tema: Comunidad en construcción; P. Wess, Gemeindekirche Zukunft der Volkskirche, Friburgo i.Br. 1976. 90 La valoración de la situación desde este binomio suscitó el correspondiente debate: H. Schilling, “Kritische Thesen zur ‘Gemeindekirche’”, Dia89

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perada, por lo que hace falta una nueva forma histórico-social del ser cristiano: la Iglesia de la comunidad91. La figura de la parroquia debe reflejar la adhesión voluntaria, con pequeños grupos que favorezcan la participación y la personalización de la fe92. La parroquia es vista como el lugar en el que uno puede sentirse como en casa, por lo que se puede hablar incluso de la parroquia como comunidad de amigos93. El “principio comunidad” se plantea como alternativa al “principio parroquial” en niveles varios de contraposición94. Dada la magnitud de las parroquias y la diversidad de espiritualidades, se debe contar con una pluralidad de pequeñas comunidades en el seno de la parroquia, a partir de las cuales se puede potenciar el rostro comunitario de ésta. A ello pueden contribuir grupos de impronta konia 6 (1975) 78-99; N. Greinacher, “Reformierte Volkskirche ober Gemeindekirche”, ibíd., 106-110. La misma revista relanzó la cuestión en 1988-1989. 91 Esta perspectiva teológica dio origen a reflexiones sistemáticas: K. Lehmann, Gemeinde, Herder, Friburgo 1982; íd., Kirche ist Gemeinschaft. Schwerpunkt der Seelsorge in Erzbistum Köln, Colonia 1985; íd., “Chancen und Grenzen der neuen Gemeindetheologie”, Communio 6 (1977) 111-127. 92 El desarrollo de la pastoral adecuada: F. Klostermann, “Allgemeine Pasthoraltheologie der Gemeinde”, en Handbuch der Pastoraltheologie, Herder, Friburgo 1968, III, 17-58; L. Maldonado, “La prioridad pastoral de la comunidad cristiana de talla humana: aspectos eclesiológicos”, Actualidad Catequética 96 (1980) 189-198. 93 N. de Martín, Parroquia nueva: comunidad de amigos, Central Catequística Salesiana, Madrid 1983. 94 La contraposición es expresada por H. Steinkamp, “Selbst ‘wenn die Betreuten sich andern’. Das Parochialprinzip als Hindernis für Gemeindebildung”, Diakonia 19 (1988) 78-89; más proclive al aspecto positivo del principio parroquial: N. Greinacher, “Die Chance der vorhandenen Pfarreien wahrnehmen! Zustimmung und Widerspruch zu Steinkamp”, Diakonia 19 (1988) 90-93; como relectura del debate, cf. N. Mette, “Pfarrei versus Gemeinde? Zur Wiederaufnahme einer unterbrochenen Diskussion”, Diakonia 20 (1989) 150-161.

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más informal y espontánea95, pero también comunidades eclesiales de base96 y las nuevas comunidades97, especialmente de carácter carismático98, que van surgiendo con fuerza y que encuentran espacio y acogida en la parroquia99. Estos nuevos movimientos de espiritualidad son capaces de construir identidades cristianas100 y, a la vez, de responder a las necesidades afectivas de las personas concretas; su dimensión profética no es en principio antiinstitucional, por lo que se integran con facilidad en el entramado institucional, protagonizando de este modo una vasta operación de resignificación del cristianismo 95 R. Metz – J. Schlick (eds.), Les groupes informels dans l’Église, Estrasburgo 1971. 96 G. Colzani, CEB: parrocchia impegnata nel territorio, Catania 1990; L. Hernández, “El grupo cristiano de base como lugar de salvación”, Sal Terrae 66 (1978) 521-528; J. M. Ochoa, “CEB: entre el riesgo y la esperanza”, Surge 37 (1979) 3-46. En estos contextos se mantiene en ocasiones la tesis que las considera como perspectiva de futuro de la Iglesia, exaltando como elementos propios de las comunidades de base la actitud crítica respecto a la Iglesia-institución y respecto a la sociedad, la insistencia en el compromiso social y un mayor espacio de libertad y de creatividad: D. Barba, En el futuro, las comunidades de base, Madrid 1974. 97 J. Losada, “Eclesiología de las pequeñas comunidades: los tres momentos de la radicalización del carisma”, Sal Terrae 70 (1982) 871-880; M. L. Gondal, Communautés en christianisme. Un nouveau pas à faire, DDB, París 1993; F. Robles, “Los obispos y las pequeñas comunidades cristianas en España”, Razón y Fe 205 (1982) 421-427. 98 G. Lepoutre, “Le renouveau charismatique. Esquisse de relecture”, Christus 47 (2000) 116-125; C. Pina, Voyage chez les charismatiques français, L’Atelier, París 2000. 99 Dada la importancia del fenómeno y los problemas concretos que plantean en la pastoral, pero teniendo en cuenta sus posibilidades para revitalizar la vida eclesial, la Comisión Episcopal de Pastoral publicó Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas (15 de marzo de 1982). 100 P.-A. Liegé, Comunidad y comunidades en la Iglesia, Narcea, Madrid 1978: ése es el objetivo del catecumenado (para personalizar la fe y ofrecer experiencia comunitaria), conjugando catequesis y liturgia. En España se pueden mencionar intentos y proyectos como los de Casiano Floristán, M. Gamo en Moratalaz o Kiko Argüello en Palomeras, con actitudes diversas respecto a la parroquia.

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en la sociedad contemporánea. El Sínodo de los obispos de 1971 recoge y valora esta nueva realidad cuando trata del ministerio sacerdotal: “Las pequeñas comunidades que no se contraponen a la estructura parroquial o diocesana deben ser inscritas en la comunidad parroquial y diocesana de manera que sean en medio de ellas como el fermento del espíritu misionero”. Es muy diversa la relación de cada tipo de comunidad con la parroquia101. Todos los proyectos pastorales y comunitarios pretenden la comunión a nivel de principios. En la práctica, existen tensiones y deseos de absorción o de monopolización. En estos casos es fundamental la actitud que el presbítero adopta de cara a su ministerio de unidad o a potenciar indiscriminadamente un carisma particular. Por ello, hay que buscar siempre el modo de expresar la unidad superior a los grupos particulares. La identidad teológica de la parroquia (que visibilice que es comunión de comunidades) requiere que se mantenga la celebración común de la eucaristía dominical102, porque la Iglesia (parroquial) se dice en la eucaristía (dominical) que desemboca en el cuidado por la misión103. La dinámica comunitaria encierra un elemento de validez irrenunciable104. No obstante, la hipertrofia de la 101 Ha habido intentos muy loables por parte de diócesis que han intentado una presentación y un discernimiento; cf., por ejemplo, Secretariado Diocesano de Catequesis de Madrid, Comunidades plurales en la Iglesia, Paulinas, Madrid 1981. 102 La Sagrada Congregación de Ritos publicó ya en fecha temprana la instrucción Eucharisticum mysterium (25 de junio de 1967), en la que recomendaba que la eucaristía de los grupos particulares tuviera lugar preferentemente los días feriales. 103 J.-M.Onfray, “L’eucharistie dans les communautés chrétiennes aujourd’hui”, LMD 242 (2005) 83-96. 104 En este sentido, es comprensible que se use de modo habitual para referirse a las realidades eclesiales concretas. La catequesis de la comuni-

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comunidad puede generar efectos contraproducentes105: identificar apresuradamente la comunión con la comunidad; idealizar el mito de los orígenes como denuncia de la experiencia concreta; aspirar a un nivel tan elevado que de hecho signifique una huida de la realidad; denunciar implícitamente la sociedad como una estructura sin corazón; sobrecargar a los protagonistas con una responsabilidad que de hecho acabe comprobándose como inalcanzable (generando, en consecuencia, frustración o desánimo). El realismo de los hechos conducirá a un equilibrio sin contraposiciones entre la dimensión comunitaria y la objetividad de la institución y de la complejidad social. Desde estos presupuestos se han desarrollado intentos comprometidos y eficaces para renovar las parroquias a gran escala. La “Misión Iglesia-mundo”, abanderada por A. Fallico106, intenta superar las “llagas de la parroquia” recurriendo a grupos107 y comunidades de base108 que, como vasos capilares, permitan rediseñar la dad. Orientaciones pastorales para la catequesis en España hoy (22 de febrero de 1983) considera en este sentido a la parroquia, pero también a realidades supraparroquiales e infraparroquiales: “La vida de la Iglesia se apoya en dos realidades íntimamente vinculadas entre sí: en el plano de la gracia, la comunión, y en el plano de la realidad sensible e histórica, la comunidad” (n. 254). El plan pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana para los años ochenta llevaba como título Comunione e comunità, intentando una articulación y conjugación de ambos niveles. 105 D. Borobio, “La comunidad cristiana: realidad, misterio y misión”, Sal 31 (1984) 321-360, distingue una tipología y una estratología en el seno de la comunidad, lo que debe ser muy tenido en cuenta (aunque a nuestro juicio, como indicaremos, es arriesgado identificar la parroquia con la comunidad en sentido estricto). 106 A. Fallico, Le cinque piaghe della parrocchia italiana. Tra diagnosi e terapia, Catania 1995, ofrece, desde la experiencia, un proyecto sugerente y equilibrado que recoge iniciativas reales. 107 Íd., Gruppi e parrocchia: quale rapporto?, AVE, Roma 1981. 108 Íd., Le comunita ecclesiali di base, Paoline, Roma 1982.

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presencia cristiana en el territorio; con intención claramente evangelizadora, y apoyándose en un proyecto pastoral, pretenden a la vez refundar la experiencia cristiana y salir al encuentro de la gente caminando en sus propios ámbitos y experiencias existenciales. A partir de 1977, el Movimiento por un Mundo Mejor comenzó la puesta en práctica de su nueva imagen de parroquia, que asumió como proyecto pastoral el paso de masa a pueblo de Dios109. Pretende integrar toda la actividad parroquial, sus estructuras y agentes, pero también a todo el pueblo cristiano, al que se quiere convertir en el verdadero sujeto de la iniciativa pastoral (y no grupos más pequeños, que deben servir al dinamismo del conjunto). La convocatoria es lanzada a todos, de cara a la evangelización y al inicio de un proceso catecumenal. Su lema recoge este planteamiento: “El pueblo de Dios y cada cristiano es responsable de todo el Evangelio para todos los hombres”. Recurre a una pastoral planificada, que parte del análisis de la realidad y del potencial que se encuentra en las aspiraciones de las personas concretas. Pretende dar juego a todos los carismas mediante la participación y la comunicación, con especial protagonismo de las familias y de las comunidades eclesiales de base.

d) Equilibrio de las funciones y dimensiones de la parroquia En virtud de la analogía entre parroquia e Iglesia local, dado por ello el rango eclesiológico de la parroquia, ésta debe renovar y potenciar de un modo armónico todas las dimensiones eclesiales de la parroquia: liturgia, catequesis, servicio caritativo (palabra, culto y diakonía, AA. VV., De masa a pueblo de Dios. Proyecto pastoral, PPC, Madrid 1982. 109

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que recogen las funciones profética, sacerdotal y real). Los proyectos de renovación parroquial que acabamos de mencionar tienen en cuenta estas dimensiones dentro de su visión global de una parroquia que sea sujeto de la eclesialidad y de la pastoral. La parroquia es el lugar privilegiado en el que estas actividades se pueden ejercer de modo coherente. Para evitar la segmentación o fragmentación, se han ido desarrollando los programas y los planes pastorales, así como el contacto con otros organismos de la pastoral diocesana110. Las tres dimensiones han sido tenidas en cuenta por las parroquias y por las reflexiones teológicas sobre la parroquia111. Aunque, como decíamos antes, no siempre la parroquia ha sido tenida en cuenta de modo directo por documentos e intervenciones episcopales, a ellas en gran medida iban dirigidas las reflexiones referidas a la liturgia, a la catequesis y al servicio caritativo. Es usual que se hable de “comunidad”, término aplicable a diversas realidades eclesiales, dentro de las cuales se menciona expresamente a la parroquia. No obstante, aunque haya que evitar absolutizaciones, no se puede relegar el hecho de que la comunidad que celebra y que transmite la fe o se compromete en la caridad y justicia 110 G. Locatelli, La pastoral de conjunto después del Concilio, Mensajero, Bilbao 1969; A. Bravo, Programación pastoral por objetivos, Madrid 1987. Es común la insistencia en el arciprestazgo como unidad fundamental de una pastoral de conjunto, porque inserta a la parroquia en las estructuras de la vida diocesana: J. Delicado, Pastoral diocesana al día. El arciprestazgo en la pastoral de conjunto, Verbo Divino, Estella 1966, presenta el arciprestazgo como hogar, escuela y taller. En España se harían habituales los encuentros de arciprestes en diversas regiones eclesiásticas, en los que se intentaba elaborar criterios para una pastoral orgánica y de conjunto en la que debían participar las diversas parroquias. 111 J. Bestard, Corresponsabilidad y participación en la parroquia. El consejo pastoral parroquial, PPC, Madrid 1995, arranca de la parroquia entendida como comunidad y, a partir de ahí, sitúa las dimensiones esenciales que hemos mencionado.

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tiene vínculos ineludibles con la parroquia (en ella radican la pila bautismal y el altar de la eucaristía dominical). No obstante, aletea una clara ambigüedad acerca de la relación entre comunidad y parroquia. La reforma litúrgica auspiciada por el Vaticano II ha encontrado en la parroquia su marco prioritario de desarrollo, porque el sujeto celebrante encuentra un paradigma en la eucaristía parroquial dominical112. Los nuevos rituales sobre los sacramentos, con los principios señalados en los praenotanda, han servido como criterio constante. En todos ellos se ha puesto de relieve la dimensión comunitaria de los sacramentos y la participación activa de toda la comunidad113. Es, en definitiva, el “nosotros” de la comunidad eucarística el protagonista de los sacramentos, especialmente los referentes a la iniciación cristiana114. La celebración del bautismo ha conocido realizaciones comunitarias, e incluso su inserción en la eucaristía dominical. La confirmación ha adquirido un rango de celebración de toda la comunidad parroquial. En la medida de lo posible, ha estado presente en las ordenaciones presbiterales. La eucaristía ha adquirido una mayor dignidad y solemnidad con el desarrollo de cierta variedad ministerial, no sólo se generalizó la lengua vernácula sino que se elaboraron misas especiales (para niños) y se amplió el número y el estilo de las anáforas. Las devociones colectivas e incluso las manifestaciones de religiosidad popular han experimentado una notable transformación en textos y en teología. De modo general, se Ch. Pottie y D. Lebrun, “La doctrine del’Écclesia sujet intégral de la célebration dans les livres liturgiques depuis Vatican II”, LMD 176 (1988) 117-132, desarrollan su estudio a la luz del clásico trabajo de Y. Congar, “L’Ecclesia ou communauté chrétienne, sujet intégral de l’acte liturgique”, en AA. VV., La liturgie après Vatican II, Cerf, París 1967, 241-282. 113 B. Bürki, “L’Église, lieu d’une communauté célébrante”, LMD 197 (1994) 9-23. 114 Lumen vitae dedica a Les sacrements en paroisse: 42/1 (1987). 112

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puede decir que el misterio pascual ha adquirido mayor presencia y significación. Las insuficiencias siguen siendo notables, pero debe reconocerse el enorme esfuerzo desplegado, que ha transformado la fisonomía de la liturgia parroquial en comparación con la situación preconciliar. La renovación catequética (en el marco del Vaticano II115) ha sido asimismo asumida por la parroquia bajo el estímulo de la publicación de numerosos catecismos (y materiales catequéticos), así como por la celebración de un sínodo de los obispos dedicado a este tema, que se concretaría en Catechesi Tradendae. Como indica este documento papal, la parroquia es “referencia importante para el pueblo cristiano, incluso para los no practicantes” (n. 27), y con la misma claridad se expresan los obispos españoles116 y el Directorio General de Catequesis de 1997117. La catequesis parroquial118 ha pretendido un modelo y una metodología que la diferencien del esquema escolar, teniendo más en cuenta la experiencia vital y situándola en el rimo de los AA. VV., “La catequesis del Vaticano II”, Sinite 26 (1985) 121-135. C. E. de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad. Orientaciones pastorales para la catequesis en España hoy (22 de febrero de 1983), n. 268: “La parroquia, en cuanto comunidad cristiana local, es el ámbito ordinario del nacimiento y crecimiento de la fe”. 117 Como “lugares” de la catequesis señala la familia, la escuela, asociaciones y movimientos, comunidades eclesiales de base, si bien presenta la parroquia como animadora y “lugar privilegiado” (nn. 257-258). 118 Raramente se trata la especificidad de la catequesis parroquial, porque se piensa como más adecuado el ámbito de grupos más pequeños: J. Audinet – S. Duguet – J. Joncheray, “Dans quels lieux cathéchiser?”, Lumen Vitae 43 (1988) 377-386; nos parecen, sin embargo, acertadas las observaciones de G. Pirsoul, “Les communautés sont-elles lieu de catéchèse?”, ibíd., 367-376: se da una necesidad relativa de la comunidad; no hay ciertamente verdadera vida cristiana que excluya las relaciones fraternas; pero el despliegue de la vida cristiana se realiza a veces sin esas aportaciones tan concretas, en base a la necesaria libertad, creatividad y diversificación de compromisos. Como iremos señalando, el criterio de la objetividad parroquial hace de ésta más y menos que una comunidad. 115 116

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sacramentos, adecuando el contenido de la fe a las coordenadas contemporáneas, con una metodología acorde con los avances de la teología, de las ciencias humanas y de la sensibilidad actual. La catequesis ha intentado desgajarse de una vinculación excesiva a la edad infantil. Por ello se ha realizado un esfuerzo inmenso de cara a los adolescentes y jóvenes, especialmente de cara al sacramento de la confirmación. En estos niveles se ha concebido como catecumenado119, que se ha ido ampliando al campo de los adultos120 como proceso permanente de personalización de la fe y como posibilidad de generación de experiencias comunitarias121. Las necesidades de la experiencia han facilitado la creación de itinerarios diversos, incluso, donde ha hecho falta, dirigidos a los que retornan a la fe. Todo ello, en no menor medida que en el campo de la liturgia, ha ido desarrollando modos diversos de ministerialidad122. La tarea de los catequistas ha sido revalorizada no sólo mediante iniciativas de formación, 119 A. Cañizares, “Panorámica general de los catecumenados en España”, Phase 94 (1976) 307-330. 120 F. Jordan, “Catequesis de adultos en línea catecumenal parroquial”, Sinite 35 (1994) 405-417; pueden verse experiencias de Comunidades Cristianas Populares, Renovación Carismática, Comunidad de Ayala, ADSIS, en págs. 419-455. 121 Es llamativo que la terminología absolutiza la comunidad como sujeto y ámbito de la catequesis: A. Ginel Vielva, “Un período de clarificación en la catequesis española (1986-1983)”, Teología y Catequesis 35-36 (1990) 347-372; J. M. Estepa, “La comunidad cristiana: origen, meta, ámbitos y agentes de catequesis”, Actualidad Catequética 92-93 (1979) 71-81; F. Garitano, “La catequesis en la comunidad cristiana y en la Iglesia local”, Teología y Catequesis 4 (1983) 559-576; S. Movilla, “Educación de la fe y comunidad cristiana”, Sinite 23 (1983) 317-331, y “La comunidad cristiana, lugar de catequización”, Sínite 29 (1988) 21-37. 122 Tanto Catechesi Tradendae como el directorio mencionado reconocen esta actividad como ministerio. Se le suele interpretar en clave comunitaria: J. L. Pérez Álvarez, “El catequista persona de comunidad”, Sinite 38 (1997) 431-456.

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sino a través del reconocimiento de su dimensión ministerial. En ocasiones, incluso se formalizaba el reconocimiento y el envío en celebraciones litúrgicas y en presencia de toda la comunidad parroquial. En definitiva, se pretendía que la comunidad apareciera como sujeto y responsable del proceso catequético. La autoconciencia de los catequistas ha sido acompañada y fomentada igualmente por medio de congresos a nivel no sólo diocesano, sino también regional y nacional123. La dimensión caritativo-social ha sido mantenida en las parroquias, pero con renovación fundamentalmente en dos frentes. Mientras que anteriormente dominaba el aspecto asistencialista y benéfico, los últimos lustros han destacado en mayor medida el aspecto transformador de las causas estructurales, asumiendo planteamientos de los organismos nacionales; asimismo, han ido dejando más espacio a diversos tipos de voluntariado, en sintonía con la nueva sensibilidad y con las iniciativas de la sociedad civil.

e) Participación de los laicos y desarrollo ministerial 124 La reflexión conciliar sobre los laicos y la proclamación de la igualdad fundamental de todos los bautizados, así como el reconocimiento de los carismas y de la pluralidad de ministerios en la misión única, provocó –al menos en las intenciones– el fin de una Iglesia cleA. Cañizares, “Crónica del Congreso Nacional de Catequistas”, Teología y Catequesis 18 (1986) 301ss, señala como objetivos prioritarios transformar las parroquias en comunidades responsables que permitan reconocer los ministerios y carismas de todos. 124 Sobre toda la problemática y fenomenología de movimientos y asociaciones, así como de la evolución de la teología y de la pastoral al respecto, cf. E. Bueno de la Fuente – R. Calvo Pérez (eds.) Diccionario del laicado, asociaciones y movimientos católicos, Monte Carmelo, Burgos 2004. 123

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rical125. La reflexión postconciliar fue especialmente intensa126, revitalizada por la convocatoria del sínodo de los obispos sobre el tema, que concluiría en Christifideles laici. En un contexto cargado de tensiones127 puede servir de punto de referencia la Asamblea de los obispos franceses en 1973, que planteó como objetivo pastoral Tous responsables dans l’Église? 128, que recogía las aportaciones bíblicas129, las necesidades eclesiales y los desafíos evangelizadores. Es necesaria una conversión para conseguir un nuevo equilibrio eclesial en el que pastores y laicos asuman solidariamente la misión única de la Iglesia130. Congar hablará en este contexto de “corresponsabilidad diferenciada”131 como articulación de una Iglesia entendida desde el binomio comunidad-ministerios132, que debía reemplazar el habitual clero-laicos. P. Gilmot, Fin d’une Église clericale?, Cerf, París 1969. E. Bueno de la Fuente, “¿Redescubrimiento de los laicos o de la Iglesia?”, RET 48 (1988) 214-249; 49 (1989) 69-100; 51 (1991) 475-500. 127 Baste recordar el Concilio Pastoral celebrado en Holanda entre los años 1968-1970, que planteó directamente la cuestión de la autoridad en la Iglesia ante las necesidades del diálogo y de la participación, y que se reflejó aún en el Coloquio Pastoral Nacional celebrado el 1973. Estas situaciones encajaban en la crisis del inmediato postconcilio que ya hemos mencionado. 128 Tous responsables dans l’Église?, Assemblée de l’Épiscopat Français, Centurion, París 1973. 129 Como fruto de un taller iniciado a raíz de la reflexión suscitada por los obispos franceses surgió una obra de referencia: J. Delorme (ed.), Le ministère et les ministères selon le Nouveau Testament, Seuil, París 1974. 130 En ello insistía el Rapport de Mons. Bouchex durante la asamblea episcopal francesa. Mons. Marty, en una entrevista, habló de “une Église qui soit prise en charge par tous les membres du peuple de Dieu”. 131 Cf. Tous responsables..., 61. 132 Congar, que había sido propugnador de la nueva “teología del laicado”, habla de una retractación al defender el esquema comunidad-ministerios: Mon cheminement dans la théologie du laïcat et des ministères, en Ministères et communion eclesial, Cerf, París 1971, 9-30. Como obispo se expresa en esta óptica J.-Ch. Thomas, Église et ministères. Fidelité d’un renouveau, Felurus 1974. 125 126

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Estas nuevas perspectivas se manifestaron bajo formas e intensidades diversas. Señalaremos algunas de las más significativas, tal como se han reflejado en la vida cotidiana de las parroquias. A través de ellas se trata de dar cuerpo a una Iglesia que se vive como comunidad y como comunión de comunidades en la que nadie (ni siquiera el párroco) puede decir “yo” de modo aislado, sino en la que todos deben confluir en un “nosotros” compartido. La ministerialidad laical, al servicio de la vida de la comunidad eclesial, responde a las dimensiones y funciones que constituyen la parroquia, y que ya han sido mencionadas: animadores litúrgicos133, catequistas, responsables de grupos o de comunidades, visita a los enfermos, lectores, acólitos, preparación para los sacramentos, consiliarios (o capellanes) de centros escolares presentes en el territorio parroquial, servicios caritativos, responsables de actividades de ocio y tiempo libre, proclamadores de la Palabra134 incluso como protagonistas en la homilía135... Pocas veces se trata de ministerios en sentido estricto136, pero la comunidad parroquial genera formas de servicio que podrían entrar en la figura técnica de ministerio o que, en cualquier caso, expresan la ministerialidad de la parroquia y de cada uno de sus miembros. Como signo de la nueva sensibilidad 133 Éste es uno de los campos más desarrollados: puede verse por ejemplo números monográficos de revistas especializadas dedicados a ello: Ephemerides Liturgicae 101/2 (1987) y Rivista Liturgica 3 (1986). 134 Lumen Vitae 41/4 (1986) está dedicado a “La Parole aux laïcs”. 135 Es el tema sin duda más polémico: cf. como toma de postura reciente P. Hünermann, “‘Laienpredigt’ – eine Aufgabe für die Kirche heute”, ThQ 186 (2006) 283-297. 136 La reorientación laical o comunitaria de algunos ministerios entendidos durante siglos como pasos hacia el orden sacerdotal se ve claramente en el m. p. Ministeria quaedam de Pablo VI (1972); sobre el lector y el acólito, cf. los artículos correspondientes de J. Camarero Cuñado en E. Bueno de la Fuente – R. Calvo Pérez (eds.), o. c.

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se hablará no de “ministerios laicales”, sino de “ministerios de la comunidad”. Esta diversidad de funciones y de servicios, así como la constatación de los sectores o ámbitos que deben ser atendidos, suscitan la necesidad de un consejo pastoral parroquial137 como artífice y ejecutor de un plan pastoral. En éste se debe tener una visión orgánica y global para integrar las diferencias señaladas y para abrirse a la vez a las parroquias del entorno y a la diócesis en cuanto tal. La participación138 encuentra un mayor espacio e incluso se articula y gestiona de modo más flexible la toma de decisiones139. En esta misma dinámica y estructuración se pretende que se incorporen también los movimientos especializados y las asociaciones de laicos, que deben encontrar en la parroquia su lugar de integración y de armonización140. 137 La carta circular Omnes christifideles de la S. C. del Clero (25 de enero de 1973) trata los consejos pastorales, conforme a lo cual se puede hablar de equiparación de funciones entre los diocesanos, los zonales o los parroquiales. J. Bestard, El consejo pastoral parroquial. Cómo dinamizar una parroquia, Madrid 1992; C. Pini, Il Consiglio pastorale parrocchiale. Cosa è, cosa fa, come funciona, Elle Di Ci, Turín 1988; J. M. Díaz Moreno, “Los consejos pastorales y su regulación canónica”, REDC 41 (1985) 165-181. 138 A. Recio, “La parroquia y sus organismos de participación”, Studium Legionense 30 (1989) 159-178. 139 Las decisiones deben referirse a las opciones pastorales, y por ello al tipo de ministerios que son necesarios: H. Legrand, “L’avenir des ministères: bilan, défi, tâches”, Le Supplément 124 (1978) 21-48. 140 Precisamente, a raíz de la crisis de los movimientos especializados, decían los obispos españoles: “Entre las diversas formas de vida comunitaria de la Iglesia diocesana, la parroquia está llamada a ser el lugar de integración de múltiples actividades apostólicas de seglares (y remite a AA 10)... Es absolutamente necesaria la participación responsable y activa de los seglares cristianos en la catequesis, en la pastoral litúrgica, en diversos encuentros de información, revisión y programación de la comunidad parroquial, para que la parroquia sea una verdadera comunidad, con auténtico espíritu misionero” (Orientaciones pastorales sobre el apostolado seglar II, 27 de diciembre de 1972). En la misma línea está Actualización del apostolado seglar en España n. 10 (4 de marzo de 1967).

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El reconocimiento de la pluralidad de protagonistas141 y de dimensiones a tener en cuenta exige un funcionamiento sinodal 142 como ejercicio concreto de la comunión, como el esfuerzo de ir integrando las diferencias en la conciencia común de misión, asumida por el “nosotros” parroquial. El peligro de idealización del principiocomunidad se ve confrontado con la dureza de la realidad143: no basta simplemente con apelar a la comunidad (a la comunión); hay que generar los dinamismos sinodales que den cuerpo efectivo a la comunión, haciendo que la utopía de la comunidad se encuentre con el lugar concreto y con sus protagonistas144. Las asambleas parroquiales y los diversos tipos de consejos constituyen el camino adecuado, equivalente al sínodo o al consejo pastoral diocesano a nivel de Iglesia local145. Un paso nuevo lo representan las asambleas dominicales en ausencia de presbítero146 o, como algunos pre141 A. Borrás (ed.), Des laïcs en responsabilité pastorale? Accueillir de nouveaux ministères, Cerf, París 1998. 142 E. Bueno de la Fuente – R. Calvo Pérez, Una Iglesia sinodal: memoria y profecía, BAC, Madrid 2000. 143 La sinodalidad es la figura que debe lograr la Iglesia y cada iglesia concreta, precisamente porque se han multiplicado los sujetos y los protagonistas: E. Bueno de la Fuente – R. Calvo Pérez, Una Iglesia sinodal: memoria y profecía, BAC, Madrid 2001; E. Bueno de la Fuente, “La búsqueda de la figura de la Iglesia como lógica interna de la eclesiología postconciliar”, RET 57 (1997) 243-261. 144 R. Calvo Pérez, La sinodalidad, aurora de esperanza para la Iglesia local, Burgos 2000; íd., “Edificar pastoralmente una iglesia sinodal”, Burgense 41 (2000) 435-473; íd., “Las praxis sinodales en la pastoral”, Burgense 43 (2002) 51-80. 145 J.-C. Perisset, “La synodalité au niveau paroissial”, en AA. VV., La synodalité. La participation au gouvernement dans l’Église, L’Année Canonique, París 1992, 805-814; A. Montan, “I soggeti dell’azione pastorale nella comunita parrocchiale”, en N. Ciola (ed.), La parrocchia in un’ecclesiologia di comunione, Dehoniane, Bolonia 1995, 159-185. 146 El 30 de junio de 1988, la Congregación para el Culto Divino publicó un directorio para recordar algunos elementos de la doctrina so-

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fieren denominarlas, asambleas dominicales con animadores laicos147. Dada la imposibilidad de celebrar la eucaristía dominical en todas las parroquias tradicionales, se ha encargado en ocasiones a laicos o religiosos (trabajando fundamentalmente en equipo) para que convocaran a la comunidad a una celebración con lectura de la Palabra y recepción de la eucaristía. Esta decisión significaba una revitalización148 y reconfiguración nueva de la parroquia149, pero colocaba a ésta ante una nueva encrucijada: ¿es más conveniente mantener la ficción de la existencia de la parroquia como en el pasado, aun sin disponer de un pastor propio, o, por el contrario, hay que optar por una reestructuración que adecúe el cuerpo de la Iglesia local a sus posibilidades y a sus necesidades? Esta alternativa nos abre al apartado que trataremos a continuación. La realidad misma es la que va provocando a la parroquia (y a todos los bautizados) a tomar conciencia de su protagonismo y de su carácter peregrinante. Los intentos de actualización y de recepción surgen como respuesta a necesidades reales, pero a la vez van abriendo bre el domingo, establecer las condiciones que las legitiman y señalar algunas indicaciones para su correcto desarrollo. 147 M. Brulin, “Assemblées dominicales en l’absence de prêtres. Situation en France et enjeux pastoraux”, LMD 130 (1977) 80. 148 Se requiere un número determinado de miembros con rasgos heterogéneos. Desde este presupuesto, se da en ocasiones una reapropiación personal de la fe y de la eclesialidad, revitalizando el tejido eclesial; en algunos casos la mitad de los participantes intervienen en la celebración; todo ello repercute en la solidaridad cotidiana, genera equipos de trabajo, acentúa el ritmo catequético-catecumenal y el discernimiento sobre decisiones a tomar y ministerios a crear... 149 M. Brulin, “Les assemblées dominicales en l’absence de prêtre. Situation française en 1987. Les resultats d’une enquête nationale”, LMD 175 (1988) 111-167: además de abundancia de datos, destaca el hecho de que pueden ser una “penuria enriquecedora” y una “chance para la misión”, en cuanto que se produce una reapropiación del ser-parroquia.

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tensiones y problemáticas nuevas. Es lo que ha sucedido con la creciente participación de los laicos y con el desarrollo de los ministerios: para muchos significaba una confusión indebida entre el ministerio presbiteral150 y el resto de los ministerios comunitarios151 (considerados laicales), y para algunos sacerdotes el cuestionamiento de su verdadera función eclesial (pues si la mayor parte de las funciones las podían realizar los laicos, ellos quedaban reducidos a una función estrictamente sacral). Esta problemática suscitó una toma de postura por parte de Roma, que dio origen a un encendido debate152. 150 En Alemania, la actividad de los Gemeindereferenten o Pastoralreferenten generaba una fuerte polémica debido a que en ocasiones ejercían funciones que parecían propias del pastor de la comunidad. Ya en el sínodo interdiocesano celebrado durante la década de los setenta en Würzburg se insinuaba la dificultad: se aprobó en mayo de 1972 la participación de los laicos en la homilía, lo que fue desautorizado por la Sagrada Congregación del Clero. Ante la escasez de sacerdotes y el mayor protagonismo de los laicos, la polémica se avivó de nuevo: N. Mette, “‘Kooperative Seelsorge’ ein zukunftsfähiges pastorales Konzept?”, en O. Fuchs y otros, Der pastorale Notstand. Notwendige Reformen für eine zukunftsfähige Kirche, Patmos, Düsseldorf 1992, 9-27; AA. VV., “Modele kooperativer Seelsorge”, ThPQ 143 (1995) 113-169; AA. VV., “Kooperative Pastoral”, BuL 71 (1998) 81-137; L. Karrer, “Was der Geist den Gemeinden sagt. Fragen und Optionen zur Zukunft der Gemeindeleitung”, Diakonia 32 (2001) 4-12; M. Belok (ed.), Zur Vision und Planung. Auf dem Weg zu einer kooperativen und lebensweltorientierten Pastoral. Ansätze und Erfahrungen aus 11. Bistümern in Deutschland, Bonifatius, Paderborn 2002. 151 En el seno de la reflexión francesa al respecto, cf. las reflexiones de J. Moingt, “Les ministères dans l’Église”, Et 336 (1972) 271-291; íd., “L’avenir des ministères dans l’Église Catholique”, Et 337 (1973) 129-141 y 441-456. Eje del debate fue la obra de E. Schillebeeckx, La comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid 1983 (original de 1980), que pareció prestar apoyo y legitimación a la praxis “ilegal” de las “comunidades salvajes”; cf., sobre su valoración teológica, R. Blázquez, “La teología de una praxis ministerial alternativa”, Sal 31 (1984) 113-135. A ello hay que añadir la reivindicación del derecho de la comunidad a un pastor o a la eucaristía, lo que muestra la variedad de usos de la expresión “comunidad” (cf. el número 153 de marzo de 1980 de la revista Concilium, dedicado a esta cuestión, donde aparecen las reivindicaciones y las aporías). 152 El 13 de noviembre de 1997 fue publicada una instrucción pastoral Sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagra-

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f ) La reestructuración del tejido parroquial La parroquia se ve confrontada con una nueva encrucijada en su proceso permanente de renovación y de reestructuración153. Para ello cuenta con la referencia a la Iglesia local, con la recuperación de la idea de comunidad y de corresponsabilidad, con la ministerialidad diversificada. La parroquia, ante las dificultades por el descenso numérico y por la escasez de sacerdotes154, va aprendiendo a verse a sí misma como un medio a través del cual la Iglesia en lo concreto va tomando cuerpo y desplegando las figuras más convenientes para “dar lugar a la Iglesia”155. En este punto concreto son tres las vías que merecen ser mencionadas como caminos efectivamente recorridos: el encargo a un equipo de laicos de la responsabilidad parroquial, la introducción de las unidades pastorales, la reducción del número de las parroquias. Las tres vías suponen un dato teológico y sociológico previo: es la Iglesia local la que debe hacerse presente como protagonista en el marco de la ciudad156. Una vez sudo ministerio de los sacerdotes, firmada por ocho dicasterios de la curia romana (sin firma expresa del papa, pero con su aprobación específica). Aunque reconoce la importancia de la participación de los fieles laicos, pretende destacar sobre todo la diferencia esencial entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, que en lo concreto debe manifestarse en puntos que se mencionan expresamente. 153 Se requiere un esfuerzo permanente para afrontar los caminos adecuados ante la insuficiencia de los esquemas intentados, como observa H. Denis, “La paroisse, déclin ou promesse? Essai de théologie pastorale”, Lumière et Vie 123 (1975) 73-92, que valora con distancia la parroquia-comunidad, la parroquia como unidad pastoral ampliada, la parroquia ideologizada, la parroquia como federación de grupos. 154 J. Remy – J. P. Hiernaux – E. Servais, “Le phénomène paroissial aujourd’hui: éléments pour une interrogation sociologique”, Lumière et Vie 123 /1975) 23-36. 155 F. Bussini, “Donner lieu à l’Église”, Lumière et Vie 123 (1975) 60-72. 156 Es lúcido e iluminador en este sentido J. Comblin en Théologie de la ville, aunque a nuestro juicio llega a conclusiones excesivas a la luz de sus

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perado el estadio rural de la civilización, la vida urbana constituye una unidad157 que gira en torno a núcleos concretos. Esa unidad sociológica y cultural es la que debe ser habitada y evangelizada por la Iglesia que se hace presente en un lugar. La asimilación de esta nueva lógica es fundamental para la autoconciencia de identidad y misión de la Iglesia local, y esa misma lógica –como ha sucedido a lo largo de los siglos– lleva consigo a la parroquia158 (que se va mostrando como insustituible pero inpresupuestos. El fenómeno urbano ha de servir de instrumento para interpretar la experiencia cristiana y eclesial. Es momento de crisis, pero por ello de verificación de la pertinencia de su figura histórica. La ciudad es un símbolo de la actuación humana en su libertad y sus relaciones sociales, lo que la constituye como realidad humana autónoma, que no puede ser dominada por la Iglesia. Ese horizonte debe ser habitado por la Iglesia para contribuir como protagonista al desarrollo de la ciudad. Es lo que la hará auténticamente Iglesia local. Desde el origen, la Iglesia no fue más que Iglesia local, y en la actualidad debe discernir cómo lo puede seguir siendo dentro de los actuales dinamismos sociales. Debe situarse frente a la ciudad, como interlocutora, con actitud crítica y profética, consciente de su aportación. Este horizonte unitario debe relativizar las estructuras rígidas y permanentes para la eucaristía dominical, por lo que debe reaccionarse con libertad a la luz de su aceptación o solicitud. La Iglesia debe articularse de modo capilar, para que se permita hablar a todos en la Iglesia y en el nombre de la Iglesia, sin privilegios de autoridad. La experiencia comunitaria va generando estructuras de apoyo a los individuos en base a sus tareas sociales o eclesiales. Para evitar la fragmentación y la dispersión, se da origen a instrumentos de coordinación y se celebran momentos unitarios que mantengan vivo el compromiso radical de la Iglesia local. Este planteamiento exige una figura más compleja de autoridad: el obispo como punto de condensación y de cohesión de la imagen simbólica de la Iglesia local (pero en la dinámica colegial del presbiterio local). Esta visión, como se aprecia, privilegia hasta tal punto la Iglesia local que la parroquia desfigura su protagonismo. 157 V. Bo, La parroquia, pasado y futuro, Paulinas, Madrid 1978, 137144, señala como pista para recuperar la vitalidad de la parroquia la redefinición de la territorialidad, considerando “toda una ciudad” como base y punto de referencia territorial de la comunidad cristiana. 158 P. Gérin, párroco del que ya hemos hablado, cuenta su concreta experiencia de la relevancia y posibilidades de una parroquia al nivel de una ciudad: nueva, es minoritaria, pero no marginal, pues es la institu-

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suficiente en la vida de la Iglesia local). No faltan quienes desde esta nueva encrucijada siguen relativizando la parroquia, pero la mayoría exigen a la parroquia un nuevo esfuerzo de adaptación porque reconocen su función. A tenor del canon 517,2 se puede encargar a un equipo de laicos (y religiosas) la atención pastoral de parroquias, siempre con la presencia de un presbítero como moderador. De todos modos, se trata de un paso significativo, porque se podía hablar con todo rigor de responsabilidad pastoral, pues lleva consigo un envío en misión con una carta de encomienda por parte del obispo (con contratos de trabajo en ocasiones) y con exigencias espirituales específicas159. Ello significa una reconfiguración del tejido parroquial, pues la responsabilidad pastoral directa corresponde a laicos e implica de un modo más inmediato a los bautizados residentes en el lugar160. Lo que parece una potenciación de los laicos y una renovación de las parroquias esconde notables ambigüedades que parecen conducir a un callejón sin salida. Ante todo, oscurece la identidad de la parroquia y de la relación pastoral: ¿puede ser considerada parroquia aquella comunidad que carece de eucaristía dominical y de pastor propio? Esto queda agravado por la identidad de tales laicos: si sus actividades no se justifican en base al solo bautismo, ¿se puede decir que son realmente ción que consigue reunir a más gente y entablar más vínculos, porque está en la calle, es abierta, presente en las asociaciones, especialmente en el voluntariado...; está por ello bien adaptada a la ciudad, aunque deba recurrir a otras vías para acceder a determinados ambientes a los que ella sola no puede: Et 374 (1991) 827-838. 159 M. Metzger, Que ton Règne vienne. Jalons pour une “spiritualité” pastorale, à l’intention des laïcs engagés dans des tâches ecclésiales, Cerf, París 1999. 160 X. de Chalendar, “Des laïcs en responsabilité pastorale”, Et 366 (1987) 811-822.

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laicos o, más bien, un “tercer polo” entre laicos y presbíteros? Al menos se trata de una incongruencia entre la eclesiología teórica y la práctica, ya que la Iglesia no tiene medios para la pastoral que requiere su eclesiología161 y por ello parece recurrir a soluciones de emergencia. Otra vía es la de la “unidad pastoral de base” o “unidad pastoral nueva”. Como la sociedad, también la Iglesia debe gestionar mejor sus funciones conforme a sus posibilidades, a pesar del apego que la gente siente hacia su lugar de residencia162. Se procura que no se entienda como una simple estrategia de gestión. Hay que invertir la perspectiva: más que un reajuste de estructuras, se debe buscar el modo de presencia significativa de la Iglesia, identificar el tipo de realidad colectiva a partir de la cual se constituye un sujeto eclesial y evangelizador. La Iglesia debe buscar su nuevo rostro a la luz de sus posibilidades y de su contexto163. Este camino fue siendo asumido, a partir de Francia, en otros países 161 B. Sesboüé, “Les animateurs pastoraux laïcs. Une prospective théologique”, Et 377 (1992) 253-265; íd., N’ayez pas peur! Regards sur l’Église et les ministères, DDB, París 1996. 162 Los estudios sociológicos sobre la realidad urbana siguen ejerciendo su influencia imponiéndose como criterio que no debe ser descuidado por la pastoral: AA. VV., L’homme et la ville dans le monde actuel, DDB, París 1969; X. Arsene-Henry, Notre ville, Mame, París 1969; la perspectiva de la ciudad, en el sentido moderno, se refleja también por ejemplo en las palabras del cardenal Ugo Poletti de cara a la Asamblea Diocesana de Roma (febrero de 1874): ofrecía su colaboración a la vida de la ciudad, para luchar contra sus males y encontrar remedios que superaran los problemas de la ciudad; en la misma asamblea, representantes del mundo político y sindical aportaron su propia visión sobre problemas concretos (por ejemplo, el de los nuevos barrios). 163 Sobre esta cuestión debatían los obispos y sacerdotes en una reunión conjunta celebrada en Lourdes en noviembre de 1969: L. de Vaucelles, “L’Église de France à la recherche de son nouveau visage”, Et 332 (1970) 93-110: la unidad pastoral de base pretendía ser la unidad de concertación y de iniciativas, de acogida catecumenal, de responsabilidad pastoral real; en la asamblea episcopal posterior ya se adoptaron medidas en esa dirección: cf. DocCath 64 (1969) 1.064-1.065.

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vecinos, en los que pasó a convertirse en criterio pastoral164, fundamentalmente para reestructurar la pastoral en zonas rurales. Muchas veces se plantea el proceso como modo de solucionar problemas inmediatos. Este juicio, sin embargo, infravalora las motivaciones teológico-pastorales más genuinas: se pretende insertar en el dinamismo de localización de la Iglesia para mostrar cómo emerge realmente de la experiencia humana; es en el seno de la Iglesia local que busca sus figuras adecuadas donde las unidades pastorales pueden encontrar su savia y sus raíces165. La actitud psicológica de muchos (movidos por la eficacia o utilidad) y la motivación teológica de algunos no logran ofrecer una imagen que evite todos los desajustes. La puesta en práctica deja ver sus claras ambigüedades, un “estado magmático”166 que no supera el impasse de dos lógicas divergentes y que por ello hace difícil identificar con claridad la identidad de lo nuevo y de lo que permanece167; aparte de que complica indebidamente el tejido eclesial, se confunde con el arciprestazgo y oculta la verdadera cuestión: ¿qué es en realidad la 164 R. Calvo Pérez, “Unidades pastorales”, en íd., Diccionario del animador pastoral, Monte Carmelo, Burgos 2002, 848-855; A. Toniolo (ed.), Unità pastorali. Quali modelli in un tempo di transizione?, Messaggero, Padua 2003; G. Bonicelli (ed.), Unità pastorali. Verso un nuovo modelo di parrocchia?, Dehoniane, Roma 1994; V. Grolla, Unità pastorali. Nel rinnovamento della pastorale parrocchiale, Dehoniane, Roma 1996. 165 L. Bressan, “Prove di comunione. Fare unità pastorale oggi, ovvero: come cambia la parrocchia in una chiesa che si fa locale”, ScCat 127 (1999) 452ss. 166 F. Brovelli, “‘Unità pastorali’ viste dal interno”, Ambrosius 72 (1996) 112-123. 167 P. Thomas, ¿Qué va a ser de la parroquia? ¿Muerte anunciada o nuevo rostro?, Mensajero, Bilbao 1997, 85ss: por un lado, la gente tiende a grupos mayores, pero también valora lo local; ¿bastaría hablar de comunidad cristiana local para designar la estructura antigua en los elementos que se conservan?

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parroquia y cuándo podemos considerar como tal una comunidad eclesial?168 Aunque es “confusa en la definición, incierta en el funcionamiento, polivalente en su significado eclesial”169, se le puede reconocer la función simbólica de dar nombre a lo desconocido que avanza, un modo nuevo de presencia de la Iglesia sobre el territorio y entre la gente170. Ante la necesidad de dar a la Iglesia el cuerpo adecuado, en numerosas diócesis francesas se optó por reducir drásticamente el número de parroquias. Bajo el lema “menos parroquias, más Iglesia”171, se pretendía salir de la situación de excepción que significaba el “equipo de animación pastoral” conforme al canon 517, para implicar a todos los cristianos en la búsqueda del rostro auténtico de la Iglesia desde las parroquias viables172 a la luz de las tres dimensiones de la misión de la Iglesia: testimoniar, celebrar, servir173. A través de estos tanteos, la parroquia va encontrando su espacio y su función: debe reconocer la existencia 168 E. Bueno de la Fuente – R. Calvo Pérez, La Iglesia local entre la propuesta y la incertidumbre, San Pablo, Madrid 2000, 171-182. 169 L. Bressan, “Fare unità pastorale oggi, ovvero: come cambia la parrocchia in una chiesa che si fa locale”, ScCatt 127 (1999) 421. 170 Ibíd., 424. 171 Cf. L. Bressan, o. c., 355, en cuanto que la nueva situación implica la reflexión y la opción de todos los afectados. 172 Y. Bodin, “Le réamenagement des paroisses”, en Comisión Social des Évêques de France, Église et societé face à l’aménagement du territoire, Bayard-Cerf, París 1998, 151-161; J. Marcaux, “Les nouvelles paroisses: raisons et enjeux d’une réforme”, en Regards sur la paroisse. Vocation et missions, Parole et Silence, París 2002; 127-150. 173 Así lo relata el vicario general de la diócesis de Sées, diócesis de 295.000 habitantes que redujo las parroquias de 507 a 37: G. Louis, “Paroisses nouvelles. Une autre manière de faire Église?”, Et 384 (1996) 377-386; fue la conclusión de un sínodo diocesano que se movió en torno a este lema: “Paroisse nouvelle, nouvelles paroisses”; cf. A. Join-Lambert, “Synodes diocésains et ‘nouvelles paroisses’”, LMD 223 (2000) 9-28.

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de “otros lugares” de la vida eclesial174 (sin que por ello quede disminuida su centralidad). No es posible satisfacer en el mismo lugar tantas aspiraciones diversas ni hacer cohabitar bajo el mismo techo a tantos cristianos que no comparten siempre los mismos criterios. Se requieren, por tanto, lugares tranquilos y lugares abiertos a todos los vientos, ámbitos de encuentro y de comunicación que constituyen también el cuerpo de la Iglesia, su estar en el mundo y su existir a disposición del mundo175. La parroquia da cuerpo a la Iglesia en su proceso de localización sin por ello monopolizar su visibilidad.

g) La dimensión misionera de la parroquia Se trata de una de las reivindicaciones sentidas con más fuerza, que ha llevado a la condena de la parroquia, pero que, igualmente, puede conducir a su renovación. Los últimos años, las diversas Conferencias Episcopales de Europa han ido recurriendo a la terminología misionera como perspectiva general de la pastoral176, lo cual debe llevar a configurar “el rostro misionero de las parro174 J. Moingt, “Service et lieux d’Église”, Et 350 (1979) 835-849 y 351 (1979) 103-119, 363-394 175 J. Moingt, “Un corps pour l’Église”, RechScRel 81 (1993) 397ss; lo cual no significa ver estos espacios como creación del Espíritu en independencia de la acción cristológica referida a la parroquia y la institución; la vitalidad, el vigor, la audacia, la inventiva, la flexibilidad de este otro tipo de comunidades cristianas, como lugares de paso según el ritmo del dinamismo social, no deben ser comprendidas como experiencia de “diáspora” o “diseminación” desvinculada de la objetividad y de la visibilidad de la parroquia y de la Iglesia local. 176 Cf. las referencias concretas en E. Bueno de la Fuente, “¿La sociedad post-cristiana, ámbito de la misión ad gentes?”, en AA. VV., El primer anuncio en una sociedad poscristiana, Estudios de Misionología 12, Burgos 2004 15-47. El último plan de pastoral de la C. E. Española está planteado a partir de la acción misionera. En estas nuevas perspectivas se intenta de modo consciente articular adecuadamente esta dimensión misionera con la especificidad de la misión ad gentes.

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quias en un mundo que cambia”177. La fijación al territorio parecía signo de estabilidad, de apego al inmovilismo y a la rutina. En base a ello, había quienes relativizaban el territorio178, mientras otros, sin embargo, consideraban que ello significaría renunciar a una apertura universal179, porque el territorio puede ser límite, pero también apertura180. Este tema será recuperado desde una nueva óptica tanto sobre el territorio como sobre la misión181. G. Routhier realiza una observación que, aunque con matices, debe ser tenida en cuenta. La actividad misionera requiere formas de actividad propias, y, si bien es cierto que la parroquia puede desplegar alguna actividad misionera, no fue concebida para ello; su razón de ser apunta a la iniciación a la vida cristiana de los que se abren a la fe y al sentido pastoral de los fieles182. No se debe, a nuestro juicio, acentuar la oposición o incompatibilidad entre parroquia y misión, pues la parroquia nació en el dinamismo de la misión de la Iglesia en cuanto se enraíza en la experiencia y en el espacio de los hombres. La renovación misionera de la parroquia debe brotar, por tanto, de la fidelidad a lo que ella es y al dinamismo misionero gracias al cual ha surgido. Siguen perviviendo intentos de reconducir la dimensión misionera de la parroquia al planteamiento de las co177 Es el título de una nota pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana de mayo de 2004. 178 F. Connan – C. Barreau, o. c., 18. 179 J. Hamer, “Vocation catholique de la paroisse, sa mission dans l’Église”, Evangeliser 14 (1960) 363. 180 A. Mazzoleni, La parrocchia, Nápoles 1969, 11. 181 Sobre la evolución en la conceptualización y en la praxis misionera, que tan amplio papel juega en estos temas, cf. E. Bueno de la Fuente – R. Calvo Pérez (eds.), Diccionario de misionología y animación misionera, Monte Carmelo, Burgos 2002. 182 G. Routhier, “La paroisse: ses figures, ses modèles et ses représentations”, en G. Routhier – A. Borras (eds.), Paroisses et ministère. Métamorphoses du paisaje paroissial et avenir de la mission, Mediaspaul, Montreal 2001, 240.

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munidades de base como expresión de la “Iglesia popular”: parece que la dimensión misionera queda absorbida por la pretensión de convertirse en Iglesia popular. La Iglesia y sus parroquias deben transformarse en comunidades de creyentes, insertos en el pueblo y en sus procesos de emancipación y liberación, que actúan como agentes de desalienación frente a la tendencia a vivir la religiosidad integrada en el sistema183; aun teniendo en cuenta la ambigüedad de la categoría pueblo y de la presunción de convertirse de modo elitista en la conciencia del pueblo, este tipo de compromiso es considerado por muchos como irreemplazable184 para que surja una Iglesia misionera desde lo concreto de la experiencia humana. En esta perspectiva más amplia, la parroquia ha ido descubriendo y desarrollando su dimensión misionera realizando de modo más neto y nítido lo que son sus dimensiones fundamentales: planteamiento de la catequesis en espíritu catecumenal; creación de itinerarios para los que retornan; confirmación de adolescentes y jóvenes como medio de personalización y de inserción en la Iglesia; atención a los pobres y a los enfermos; contacto con los “lejanos” que se encuentran en su entorno; hospitalidad ofrecida a bautizados procedentes de horizontes culturales y de clases sociales diversas; posibilidad de encuentro y de celebración compartida más allá de los conflictos y divisiones de este mundo; contacto mantenido con misioneros originarios de la propia parroquia y la participación en iniciativas de evangelización a nivel universal; cooperación con iniciativas que tienen lugar en el entorno territorial; presencia visible en el ambiento A. Fierro, “Consideraciones irreverentes sobre teología popular”, Iglesia Viva 93 (1980) 533-538; J. J. Tamayo, “Reflexiones respetuosas en torno a la teología popular”, Iglesia Viva 93 (1981) 85-91; íd., Por una Iglesia del pueblo, Madrid 1976. 184 J. M. Castillo, “Iglesia popular”, una categoría y un programa aceptable?, EE 54 (1979) 243-248. 183

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urbano y en las grandes metrópolis; ofrecimiento de un espacio de presencia y de diálogo en una civilización anónima e impersonal; esfuerzo por transformar una comunidad natural en signo de una iniciativa de gracia; incorporación de comunidades y movimientos que lanzan una clara propuesta de identidad cristiana; búsqueda de modos de reajuste entendidos como búsqueda de un cuerpo visible para la Iglesia; visibilizar en el contexto de increencia la memoria de la misión... Para llevar adelante estos planteamientos misioneros se puede contar con movimientos específicos como la Acción Católica185. A través de todas estas vías, la Iglesia en lo concreto va realizando lo que Juan Pablo II decía de su Iglesia local con motivo del sínodo diocesano de 1988: “La Iglesia de Roma debe buscarse a sí misma un poco fuera de sí misma”. La toma de conciencia de sus lagunas, dentro del proceso de recepción conciliar, significa el reconocimiento de las posibilidades de la parroquia también en el horizonte misionero. La renovación de la parroquia sólo será posible desde la reconciliación con ella. Ello se muestra, por ejemplo, en el Congreso sobre Parroquia Evangelizadora celebrado en Madrid en noviembre de 1998. En línea con un intento constante por revitalizar la evangelización en España186, se preguntaba en su primera ponencia: “¿Evangelizan nuestras parroquias?”. El reconocimiento de sus insuficiencias concretas y la insuficiencia de ella misma en el seno de la Iglesia no fueLa CEAS (con la Federación de Movimientos de Acción Católica) celebró el IX Encuentro General de Apostolado Seglar sobre “Parroquia misionera y Acción Católica” (22-23 de abril de 2003); las diversas intervenciones están publicadas con el mismo título (Madrid 2004). 186 Tres años antes se había celebrado el Congreso sobre Evangelización y Hombre de Hoy, promovido por la Conferencia Episcopal, en el que se mostró con claridad la necesidad de una “segunda evangelización” y de pasar de una pastoral de conservación a una de misión. El Congreso sobre la parroquia se situó en el dinamismo que marcó este primer congreso. 185

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ron óbice para proclamar su carácter necesario debido a que es la unidad pastoral básica por la globalidad de su acción; la pobreza y elementalidad de su figura y de sus pretensiones es la base de su posibilidad evangelizadora, pues, en definitiva, siempre se vuelve a ella como lugar básico de la evangelización187. En la misma línea han insistido los obispos italianos: “El futuro de la Iglesia en Italia tiene necesidad de la parroquia”188. Esta idea ha adquirido gran fuerza en el programa pastoral planteado para el primer decenio de este siglo; centrado fundamentalmente en la comunicación de la fe, se destaca el papel de la parroquia, pues es el lugar incluso físico con el que la comunidad y los individuos entablan contactos permanentes, incluso es el lugar desde el que se establecen lazos con los no practicantes y no creyentes, por lo que es ámbito privilegiado de acogida y de primer anuncio189. La opción de la Iglesia italiana se ha venido concretando desde hace años en el Proyecto cultural, dentro del cual la parroquia ocupa un papel relevante desde la perspectiva misionera de relación con el territorio. Precisamente porque la parroquia es una casa de puertas abiertas es por lo que puede entrar en contacto con quienes habitan el territorio y con las actividades de todo tipo que constituye el tejido existencial de las personas190. 187 Eran acentos claros en la ponencia 2 (Parroquia, comunidad y misión) y 3 (La Iglesia que evangeliza y que a su vez debe ser evangelizada). 188 Cf. Il volto missionario delle parrocchie in un mondo che cambia (2004). 189 Comunicare il Vangelo in un mondo che cambia. Orientamenti pastorali dell’Episcopato italiano per il primo decennio del Duemila (29 de junio de 2001), especialmente nn. 47 y 57; los ejemplos pueden multiplicarse: el contacto de los niños con los catequistas es una primera evangelización, la asistencia a determinados actos religiosos, la visita al templo, momentos de encuentro y diálogo... Dentro de este horizonte, cf. la carta pastoral de C. F. Ruppi, La parrocchia e il fuoco della missione, Paoline, Milán 2003. 190 Cf. como ejemplo Parrocchia e Pastorale del turismo, dello sport, del

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Las fronteras y confines que van haciendo a la parroquia un espacio misionero siguen desplazándose191 en virtud de la flexibilidad y multiformidad de pertenencias en el ámbito religioso. La figura típica del creyente no es ya la del practicante regular, sino la del peregrino y la del convertido, se ha dicho desde el punto de vista de la sociología de la religión192. La pertenencia puede adquirir forma de itinerancia193 o de relaciones muy diversificadas194. Si existe una “Iglesia del umbral” y si la Iglesia en lo concreto se convierte en espacio de itinerancia195, esto plantea numerosos peligros de disolución o resquebrajamiento, pero a la vez la instituye en presencia pública misionera: si hay personas que están a la puerta, que ni entran ni salen, que marchan y retornan, que se acercan y se mantienen distantes196, que se sitúan en una marcha insegura e inestable, ¿debe la Iglesia pedirles que marchen y cerrar las puertas para que no haya aire, o debe más bien acompañarlas en su “marcha”197 como “acompañamiento de una misión” que se va enriqueciendo de múltiples significados semánticos? pellegrinaggio, a cargo del Ufficio Nazionale della CEI per la Pastorale del Tempo Libero, Turismo e Sport. 191 Sobre la fluidez, movilidad y flexibilidad de las fronteras que deben ser gestionadas en el ámbito de lo relacional, la RvScRel ha publicado un seminario bajo este título: Frontières de l’Église, frontières dans l’Église. La période peléochrétienne (cuaderno 1 de 2007). 192 D. Hervieu-Leger, Le pélerin et le converti, París 2001. 193 A. Borras, “Appartenance à l’Église ou itinérance ecclésiale”, Lumière et Vie 48 (1993) 161-173. 194 J. Joncheray, “Demain la paroisse”, RechScRel 81 (1993) 87-92. 195 L. Bressan, o. c., 358; en 321 cita a mons. Rozey, para quien el fuerte capital simbólico de la Iglesia en cuanto parroquia se convierte en nuestra sociedad en nueva frontera misionera. 196 J. Joncheray, “Les relais de l’appartenance ecclésiale”, LMD 223 (2000) 59-72. 197 El cardenal Lustiger presentaba el proyecto “La marcha del Evangelio” con estas palabras: “La ‘marcha’ es un hermoso tema bíblico. Evoca también una imagen más urbana: pienso, por ejemplo, en el maratón de

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h) El espacio antropológico de la religiosidad popular La religiosidad popular se ha convertido en otro “umbral” o “frontera” (situación misionera) que ha provocado interpelaciones y esfuerzos de renovación en la parroquia, porque la mayor parte de sus manifestaciones o expresiones tienen lugar en el ámbito de la parroquia. Aquí también se ve situada ante un dilema: o la mera conservación rutinaria o una renovación en clave misionera. A nivel genérico, la parroquia es el espacio en el que la gente busca una respuesta a sus necesidades religiosas, ante las que la parroquia puede responder de modo rutinario o encauzarlas en línea evangelizadora198. No se puede olvidar que en ella se expresa el pueblo en cuanto tal, en una perspectiva distinta a la que mencionábamos anteriormente199 y que debe ser igualmente respetada. A nivel colectivo, son también múltiples las formas religiosas: hermandades, cofradías, procesiones, fiestas patronales... A lo largo de los siglos, y hasta el presente, se han producido relaciones tanto de complementariedad como de desencuentros entre parroquias y religiosidad popular. Sus ambigüedades son notables, debido a un Nueva York, en el que todos pueden tomar parte: unos, un kilómetro; otros, 10. La carrera no se interrumpe, la muchedumbre se agranda y el conjunto avanza...” (La Croix 12.4., 1990, 3). ¿Hasta qué punto puede la Iglesia ser un lugar de paso en el que la gente realiza pasajes múltiples? Esta pregunta, de tanta trascendencia pastoral y misionera, recae directamente sobre las parroquias. 198 R. Pannet, El catolicismo popular. Treinta años después de “¿Francia, país de misión?”, Marova, Madrid 1976. 199 L. Briones, “La pastoral popular como tarea de articulación del pluralismo de referencia y de pertenencia a la Iglesia”, EE 54 (1979) 201-217, sostiene que hay que integrar la dimensión popular de las comunidades eclesiales de base, la religiosidad popular y la educación liberadora del pueblo; la complejidad de la realidad exige incluso que una “pastoral plural articulada” sea preferible a una pastoral de conjunto que aspira a una pertenencia ideal sin tener en cuenta la realidad de niveles diversos.

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fondo de religiosidad natural, muchas veces incluso de contenido pagano200. Por eso es comprensible que hayan surgido actitudes de distancia y de reticencia desde ámbitos contrapuestos: el movimiento litúrgico, la teología académica, la pastoral liberadora, consideraban de modo displicente la religiosidad popular. No obstante, en los últimos lustros se ha producido una inflexión en la valoración global. Nuevos aspectos han sido puestos de relieve201: son modos de participación laical202, caminos de expresión no controlados por el clero203, han generado notables obras culturales y caritativas204, esconden sentimientos auténticos de fe muy acordes con la revelación cristiana... Por ello, los obispos y las parroquias se han visto empujados a adoptar actitudes más matizadas: las manifestaciones de religiosidad popular son ocasión para la catequesis y la formación205, ofrecen un punto de partida para que se conviertan en auténtica actitud de piedad206, pueden desplegar servicios sociales y caritativos... Por ello, resulta necesario integrarlas como elemento funda200 Cf. E. Bueno de la Fuente, España entre cristianismo y paganismo, San Pablo, Madrid 22005. 201 AA. VV., Religiosità popolare. Proposte di analisi e orientamenti, EDB, Bolonia 1979; R. Álvarez Gastón, La religión del pueblo. Defensa de sus valores, BAC, Madrid 1976. 202 Los laicos tienen derecho a fundar cofradías (cc. 215 y 301). 203 A. Lazzerini, “Eclesialidad y carácter laical en las hermandades y cofradías”, en I Congreso de Hermandades y religiosidad popular, vol. II, Sevilla 1999, 38-41. 204 J. R. Flecha, “Aspectos religiosos y sociales en las cofradías penitenciales”, en I Congreso de Hermandades y religiosidad popular, vol. I, Sevilla 1999, 507-521. 205 Es punto de referencia la acción de los obispos del sur de España: El catolicismo popular en el sur de España, PPC, Madrid 1975. 206 Ésta es la línea argumental del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones, publicado en diciembre de 2001 por la Congregación para el Culto Divino y para la Disciplina de los Sacramentos.

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mental de los planes pastorales parroquiales207 y afrontarlos con actitud evangelizadora208 y misionera209.

Conclusión: ¿la “revancha” de la parroquia? En cierta medida, podemos hablar de “revancha” de la parroquia210. Ha habido quienes, de cara al futuro del cristianismo y de la Iglesia, estaban apostando contra la parroquia, convencidos de su derrota. Al final de la partida, sin embargo, la parroquia ha demostrado su resistencia y su consistencia y, lo que es aún más importante, ha conservado su “buena imagen” como punto de referencia entre la gente211. Todo parecía contra ella: el pensamiento moderno la consideraba como institución obsoleta, vinculada al intento eclesial de control; la sensibilidad postmoderna, con la privatización de lo religioso y su apuesta por la disolución de lo institucional, parecía inclinarse por una red de comunidades. La parroquia, sin embargo, ha sobrevivido a todos los ataques y a todas las profecías de desaparición. 207 R. González, “La religiosidad popular: ¿cómo integrarla en un proyecto o plan de pastoral?”, Sal 46 (1999) 89-119. 208 J. M. de Miguel, “Sobre la evangelización de la religiosidad popular. Conocer para actuar”, EstTr 32 (1998) 187-206. 209 Puede considerarse como acción misionera en el ámbito de la cultura porque intelectuales y artistas se proponen recuperar el fondo pagano de muchas de estas manifestaciones eliminando su ropaje cristiano. En ese punto, por tanto, se plantea uno de los debates básicos en la presencia del cristianismo en el actual paisaje cultural y social. Por su cercanía e inmediatez, las parroquias (sacerdotes y laicos) encuentran un espacio irrenunciable de presencia y de evangelización, pues es una de las fronteras que separan lo cristiano de lo no cristiano. 210 L. Bressan, “La ‘rivincita’ della parrocchia”, en F. Garelli (ed.), Sfide per la Chiesa del nuovo secolo. Indagine sul clero in Italia, Il Mulino, Bolonia 2003, 101-145. 211 F. Garelli, “Gli italiani e la chiesa”, en V. Cesareo (ed.), La religiosità in Italia, Mondadori, Milán 1995, 254.

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¿Quiere ello decir que este milagro debe dejar a la parroquia libre de críticas y denuncias? En absoluto. La parroquia sigue atravesada por una tensión que se puede convertir en tentación y en esquizofrenia o en agonía, pues parece que su estructura ha estallado y se encuentra oscilando entre la nostalgia de una comunidad inalcanzable o la resignación de ser un servicio público de lo religioso212 sin identidad y sin fuerza de provocación. Tal vez el milagro de la parroquia consiste en su ambivalencia, en el propio dinamismo que la constituye en cuanto cuerpo de la Iglesia en la carne y en la sangre de los hombres reales. El proceso de recepción conciliar, simultáneo a la renovación parroquial, ha hecho ver que está abocada a una evolución permanente, a una existencia entre dilemas que la historia va planteando en la medida en que la Iglesia es una realidad histórica. Los dilemas y desafíos son de diversa índole, y van suscitando reacciones y movimientos de renovación y adaptación en las diversas parroquias, aunque ello se realiza en grados e intensidades diversas. Por ello es por lo que en nuestra exposición hemos renunciado a la tipología de modelos213. Ésta tiene 212 G. Routhier, “La paroisse: entre un discours de communauté et une pratique de service publique”, en G. Routhier (ed.), La paroisse en éclats, Ottawa 1995, 91-115. 213 Mencionemos dos que recogen a nuestro juicio las articulaciones más usuales. G. Routhier, La paroisse: ses figures, ses modèles et ses représentations, en o. c., 244-245, distingue cuatro: parroquia como lugar de encuadramiento de los fieles, parroquia como comunidad cristiana, parroquia como gran servicio público de lo religioso, parroquia como célula misionera; reconoce que lo conveniente es realizar una síntesis fecunda que recoja los elementos válidos de los diversos modelos. C. Floristán, Teología práctica, Sígueme, Salamanca 1991, 609-612, sintetiza de este modo: parroquia preconciliar, parroquia conciliar de pastoral de conservación (servicios religiosos dignos, liturgia pensada para evangelizar, preocupación por los alejados, cierta preocupación social, cierto grado de comunidad, pero centrada en el párroco...), parroquia postconciliar de pastoral misionera y liberadora (corresponsabilidad participativa, catecumenados de inspiración liberadora, opción por los pobres, eucaristías asamblearias...).

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cierta capacidad heurística, pero puede ser distorsionante si se aplican unilateralmente, pues los tipos prácticamente nunca se dan de modo puro cuando se trata –como es el caso– de realidades complejas y situaciones cambiantes. El diálogo entre teología, pastoral e historia ha hecho ver que la parroquia es única e insustituible 214. La vida eclesial debe contar con ello, lo cual no significa que haya que aceptar la realidad existente. Es la realidad existente, urgida por la teología y por la historia, la que hace ver que la parroquia no agota la figura de la Iglesia, pero, a la vez, que es irreemplazable: es donde la Iglesia se hace pueblo y garantiza la libertad a sus miembros; es espacio de hospitalidad eucarística más allá de las diferencias; garantiza la memoria que debe ser transmitida, permite la evangelización de la religiosidad humana... Sobre este presupuesto se puede realizar una pastoral de primer anuncio porque existen los destinatarios y el espacio215. Es la historia misma la que ha colocado a la parroquia en la frontera de la misión en una civilización en transformación216. 214 Es significativa la evolución de C. Floristán en sus juicios. Claramente negativo es el artículo dedicado a la parroquia en Conceptos fundamentales de pastoral (1983): tendencia hacia el gueto, modelo rural, dirección autocrática, mentalidad primaria y tradicionalista, modelo sociocultural reaccionario... (pp. 705ss). En el artículo correspondiente en Nuevo diccionario de pastoral, San Pablo, Madrid 2002, 1.070, matiza: sigue siendo en la Iglesia la institución fundamental de la acción pastoral, es la “Ecclesia permixta” de san Agustín, en la que caben quienes se adhieran parcial o totalmente...; incluso (p. 1.077) “casi todos los colectivos comunitarios nacidos como comunidad al margen o en contra de la parroquia han dado un viraje significativo. Hoy son en su mayoría comunidades dentro de la parroquia, ya que a la parroquia acude el pueblo cristiano”; ella asegura la continuidad, aunque siga siendo conservadora. 215 L. Bressan – L. Diotallevi, Tra le case degli uomini. Presente e “posibilità” della parrocchia italiana, Citadelle, Asís 2006, 289ss. 216 Por eso, tiene tanta importancia que, más allá de la programación, la parroquia elabore un proyecto pastoral, es decir, que reflexione y discierna sobre su capacidad de proyectación: E. Bueno de la Fuente – R. Calvo Pérez, La Iglesia local, e. c., 193-222; V. Grolla, Giocare il rinnovamento della pastorale sulla progettualità, Dehoniane, Roma 1996, 73ss.

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“Por ello es conveniente evitar las alternativas forzadas. Se debe superar un binomio perjudicial que se nos ha presentado bajo rostros distintos para poder así asumir y potenciar el destino histórico de la parroquia: conseguir que ella exista como visibilidad de la Iglesia, potenciar las actividades que aseguran su vitalidad, son ya factores de su compromiso misionero; en esta óptica la parroquia ha quedado rehabilitada, pero al precio de una relativización que constituye también un buen signo de salud: la relativización de ciertas luchas acerca de lo parroquial y de lo no parroquial en la Iglesia”217 en cuanto se integra en la Iglesia local y en su dinamismo sinodal. Por eso desde este nivel de nuestra exposición podemos decir que para curar las “llagas” de la parroquia la mejor medicina es la salud de la Iglesia local. “La parroquia es más y menos que misión, más y menos que comunidad. Menos que misión, porque no siempre acepta o percibe conscientemente su nueva situación por estar apegada a un territorio. Más que misión, porque se encuentra en un contexto cultural que le provoca un nuevo protagonismo. Menos que comunidad, porque hay tal diversidad de miembros y de grados de pertenencia que la hacen imposible. Más que comunidad, porque no todo en la vida de la parroquia ni en la vida de la Iglesia debe ser pensado o experimentado en clave comunitaria”218. Hay que asumir la multiplicidad 217 G. Pietri, “L’Église de France tentée de replie sur soi?”, Et 360 (1984) 676, en cuanto secretario adjunto de la Conferencia Episcopal, evaluando las opciones asumidas en el pasado y en sintonía con la sensibilidad del conjunto de las diócesis francesas. 218 G. Routhier, a. c., 226-227; también Legrand, La Iglesia..., e. c., 170: la Iglesia local se compone de comunidades y de otros grupos, todos ellos sujetos activos de acción y de palabra para edificar la Iglesia; la promoción de iglesias-sujeto permite dar cabida a los grupos comunitarios sin erigirlos en modelo para todos, respetando la complejidad de las mediaciones; difiere del modelo de comunidad porque, en vez de privilegiar las relaciones interpersonales, deja todo el espacio necesario a las relaciones múltiples.

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de imágenes para designar a la parroquia. Se puede hablar de comunidad, pero sin grandes ilusiones. La parroquia es de otro orden que las realidades comunitarias (pues hay que tener en cuenta a los no practicantes y a aquellos con los que hay que mantener contactos sin compromiso). Desde esta óptica, la parroquia es una realidad popular, en el sentido más noble y realista de la palabra: en un pueblo en marcha hay siempre múltiples ritmos y actitudes. Aunque lo importante sean las personas, es también fundamental el territorio: en él se establece un pacto con la sociedad, con el barrio, con la ciudad219. Dado el carácter de esa sociedad, la parroquia está siendo situada en una lógica misionera. Hablábamos antes de la tensión que vive la parroquia entre diversos modelos: el de comunidad misionera y el de agencia de servicios religiosos. Esta tensión debe ser reorientada hacia el interior de la parroquia: existen en su seno “círculos concéntricos” de pertenencia y de eclesialidad. No porque no se pueda pedir lo mismo a todos hay que despreciar la parroquia o buscarle alternativas. Más bien, hay que aceptar (y articular) el hecho de que en la parroquia existen aquellos que asumen como vocación (en actitud vicaria y representativa) la lógica que localiza a la Iglesia y la abre a la situación misionera; otros simplemente participan en los acontecimientos más importantes, y hay quienes simplemente se acercan, se sitúan en el umbral y se sienten de paso. En esa encrucijada y en ese dilema, la parroquia adquiere todo su sentido porque vive de la comunión a favor de la misión (con protagonismos y vocaciones diversas).

En este horizonte se mueven las reflexiones y propuestas de P. Thomas, o. c., 34ss, 45ss, 53, 61-62. 219

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Los servicios pastorales que Internet puede ofrecer Juan Yzuel Sanz Responsable de Ciberiglesia.net [email protected]

Viví varios años en un barrio de Brooklyn llamado por los hispanos “Los Sures” (The Southside, Williamsburgh). En una esquina del mismo, metida ya en el barrio de los judíos hasidim, se encuentra la parroquia de la Transfiguración. Su párroco, el P. Bryan Karvelis, solía decirme cuando comentábamos la creciente informatización de muchas parroquias de la ciudad a mitad de los años ochenta: “No es lo mismo tener en un archivo todos los datos de los feligreses que llamar a cada oveja por su nombre”. Años después, cuando la informática e Internet han transformado muchos aspectos de nuestra vida, sigo pensando que mi amigo Bryan tenía razón. Internet nos brinda hoy muchas oportunidades de ofrecer servicios pastorales. Pero hemos de comenzar esta reflexión siendo conscientes de la centralidad del amor y la relación personal en el proceso de evangelización, en el discipulado y en el ministerio. Jesús se encarnó, se hizo “uno con nosotros”. No hay nada de “virtualidad” en el misterio de la encarnación. Impactó nuestras vidas con su presencia, y su presencia real sigue siendo el centro de nuestra vida. 263

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De ahí que debamos comenzar esta reflexión invocando el nombre del Señor para que su Espíritu nos ilumine y nos haga encontrar nuevas formas de hablar los nuevos lenguajes humanos, con nuevas herramientas de comunicación, pero confiando en el Señor, que habla al corazón de cada hombre y mujer y los llama por su nombre. Nosotros somos sus mensajeros, sus enviados. Que Internet sea, pues, una forma más de hacernos presentes en la vida de las personas para que muchos más sean tocados por el amor del Padre.

Una gran oportunidad de cambio En mi anterior participación en este mismo Instituto de Pastoral, dentro de la XVI Semana de Teología Pastoral1, hablé de los avances de la presencia eclesial en el campo de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). En ella resaltaba la importancia de la labor pastoral con estos nuevos medios, la originalidad y creatividad del servicio que están dando quienes se lanzan a estos nuevos entornos de evangelización y, finalmente, las alarmas y peligros que veía –y sigo viendo– de un tibio compromiso institucional con estos recursos para la evangelización, una creciente brecha tecnológica con los últimos avances y una atomización de la imagen de la Iglesia en miles de páginas basadas en teologías y modelos de Iglesia abiertamente enfrentados unos a otros, cuando no contradictorios. La Iglesia ha comenzado a reflexionar sobre las implicaciones de estos retos2, y 1 Véase la ponencia en “Esperanzas y alarmas en Internet”, en ¿Qué ves en la noche?, XVI Semana de Teología Pastoral, Verbo Divino, Estella 2005, 341-357. 2 Véanse, por ejemplo, las actas del Congreso Continental sobre Iglesia e Informática celebrado en Monterrey, México, en abril de 2003, en la página web www.iglesiaeinformatica.org.

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tanto el papa como muchos obispos han escrito cartas pastorales sobre el tema. Así, el papa Juan Pablo II reflexionaba en la XXXVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 20023: Internet es ciertamente un nuevo “foro”, entendido en el antiguo sentido romano de lugar público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad y se manifestaba lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Era un lugar de la ciudad muy concurrido y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente, sino que también creaba una cultura propia. Esto mismo sucede con el ciberespacio, que es, por decirlo así, una nueva frontera que se abre al inicio de este nuevo milenio. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, ésta entraña también peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que caracterizó a otros grandes períodos de cambio. Para la Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la gran aventura de usar su potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa, al comienzo del milenio, seguir el mandato del Señor de “remar mar adentro”: “Duc in altum” (Lc 5,4).

Pero la labor es ingente y requiere una gran creatividad, además de un espíritu profético. Agradezco, por ello, que en el marco de esta Semana de Teología Pastoral se vuelva a reflexionar sobre este tema. Mi tesis, en esta breve presentación, es la siguiente: Internet ofrece una gran oportunidad de mejorar los servicios pastorales. Para demostrarlo, mi ponencia va a tener una dimensión práctica y otra más teórica. “No hay nada más práctico que una buena teoría” de3 Mensaje del Santo Padre para la XXXVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2002: “Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio”, 12 de mayo de 2002. Punto 2.

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cía Kurt Lewin4, padre de la dinámica de grupos. Por ello, además de algunos consejos prácticos, profundizaremos en la teología pastoral del ministerio parroquial en la red.

Los cuatro saltos tecnológicos de la parroquia En las últimas dos décadas hemos dado cuatro grandes saltos tecnológicos en el uso de las TIC en la parroquia: 1. La parroquia informatizada (1985). A mediados de los años ochenta comienza a utilizarse la primera generación de ordenadores personales, bien en entorno DOS o con interfaz gráfico, en su mayoría PC con Windows. Los primeros trabajos para la parroquia serán los boletines parroquiales, listados, documentos de formación y bases de datos. Se llegarán a usar escáneres para mejorar la inclusión de imágenes en documentos divulgativos. La impresa a chorro de tinta, con programas de diseño gráfico cada día más sofisticados, consigue un gran número de adeptos entre los sacerdotes. La posibilidad de publicar textos con gran calidad de impresión, unida a la fotocopiadora, veterana ya en la parroquia, anima la adquisición de equipos y habilidades de uso. Llegan luego los programas específicos para la parroquia: gestión de libros de bautismos, bases de datos, programas de contabilidad... No consiguen calar hondo, pero alguKurt Lewin, Field theory in social science; selected theoretical papers, D. Cartwright (ed.), Harper & Row, Nueva York 1951, 169. 4

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nos sacerdotes llegan a digitalizar los archivos parroquiales. 2. La parroquia con presencia en Internet. A partir de 1995 comienzan a surgir parroquias (o, más bien, sacerdotes y religiosos) con conexión a Internet que hacen sus pinitos en la creciente red de redes. Algunos llegan temprano y con simpatía, como José María Garbayo (Chema, “un cura en la red”)5. Otros, como Enric Ribas, comienzan a crear servicios especializados para la nueva realidad cibernética como Esglesia.org6, que será durante años una referencia obligada de búsqueda temática. Estas páginas especializadas no seguirán un modelo “parroquial” de ministerio y se irán haciendo cada vez más originales y creativas. Aparecen miles y luego decenas de miles de espacios en la red animados por cristianos de a pie con muy buena voluntad pero, de vez en cuando, con escasa formación teológica. Las congregaciones religiosas y las diócesis lanzan portales institucionales. En cuanto a las parroquias tradicionales, todas van subiéndose al nuevo medio, hasta el punto de que, hoy en día, quedan muy pocas que no hayan puesto en Internet, al menos, su dirección y horario de misas. 3. La parroquia interactiva. Con el desarrollo de nuevos lenguajes de programación y, sobre todo, la llegada de PHP, se comienza a incluir interacLa dirección actual de esta página es http://www.13chema.es/. Aunque la página perdió interés con la llegada de Google, sigue siendo un lugar imprescindible para encontrar algunas páginas “perdidas” en la inmensidad del océano cibernético. Puede verse en www.esglesia.org. 5 6

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tividad en las páginas. Ya no es una persona sola (normalmente un sufrido administrador de la web en HTML que acaba siendo un permanente cuello de botella en el proceso de actualización de la página) quien mantiene la web, sino varios colaboradores que pueden trabajar en paralelo o por secciones y colgar o subir imágenes y textos al servidor. Surgen los rincones de pastoral juvenil, catequesis, pastoral de enfermos, grupo de liturgia, homilías, Caritas... Hay acciones que se pueden hacer desde la web, y a ello se invita a los parroquianos: darse de alta en un servicio, rellenar un formulario de inscripción en una excursión o retiro, apuntarse a un cursillo prematrimonial... 4. La parroquia virtual 7. Con este término entendemos los esfuerzos por crear espacios en la red que simulen una parroquia, que ofrezcan los mismos servicios que buscaríamos en una parroquia, aunque en realidad sólo exista en la red y dependan del voluntariado de personas muy alejadas físicamente. Hay muchos modelos distintos de lo que se denomina una parroquia virtual en la red, como “El rincón del cura”8 (una prolongación en la red del ministerio de José Ángel Fuertes, sacerdote de Zara7 Esta palabra polisémica tiene tres acepciones en el diccionario de la RAE: 1. Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real (por ejemplo: Ya desde niña sus profesores veían en ella a una virtual atleta). 2. Que tiene existencia aparente y no real (por ejemplo: En la imagen virtual se puede ver cómo pudo ser Roma en tiempos de César Augusto). 3. En el ámbito informático se define realidad virtual como representación de escenas o imágenes de objetos producida por un sistema informático, que da la sensación de su existencia real. 8 www.elrincondelcura.com.

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goza), o la parroquia virtual de Chile9 (más bien un portal de información sobre lo que hacen las parroquias reales), etc. En una parroquia virtual se suelen ofrecer algunos servicios similares (acogida, documentación, catequesis, formación, iniciación bíblica, espacios de oración, chats, orientación espiritual...) abiertos a todo el mundo. Atraen a personas muy diversas, desde quienes buscan un respuesta concreta a un problema hasta quienes desean formación sobre un aspecto doctrinal o acompañamiento para superar una dificultad espiritual o matrimonial. El anonimato que proporciona Internet, más la seguridad que inspira una “parroquia”, hacen que el servicio que se puede dar sea realmente útil y sanador10. El objetivo final de estos ministerios suele ser que la persona ayudada termine participando más en la vida de la Iglesia local en la que está inserta, pero es evidente que hay una gran necesidad de algo más que el cura que tengo en mi barrio. Internet da una nueva dimensión a la catolicidad.

Superar las resistencias al cambio Todo cambio radical en los procesos de una organización o en los hábitos y rutinas de un puesto de trabajo provoca estrés y, por tanto, resistencia al cambio. En los cuatro saltos tecnológicos se han prewww.iglesia.cl/parroquia/. En mi propia experiencia, como animador de Ciberiglesia.net durante nueve años, he podido ser testigo de historias muy interesantes de acompañamiento de todo tipo. El campo pastoral que se nos abre cuando nos colocamos ante la enormidad de Internet es apasionante. 9

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sentado situaciones similares de resistencia al cambio tecnológico que luego se han resuelto en estas cinco fases: – Resistencia inicial al cambio tecnológico por parte de una gran parte del clero debido a las dudas sobre la utilidad pastoral de estas herramientas, la rentabilidad económica y las consecuencias que la tecnología puede tener sobre las personas implicadas. – Discernimiento y adquisición de la tecnología (hardware). – Desarrollo o búsqueda e implantación de herramientas específicas para la parroquia (software). – Formación técnica mínima de los agentes pastorales (personware) para utilizar estas nuevas herramientas con eficacia pastoral y rentabilidad económica. – Educación o sensibilización de la comunidad para el uso de estos nuevos recursos y servicios que se le ofrecen. Podemos decir que todo tipo de institución pasa por estas fases de adaptación de un modo u otro11. Pero las resistencias al cambio no son por idénticos motivos, pues cada institución o grupo resiste desde una realidad humana y una ideología subyacente diferentes y específicas. Como he apuntado, en el caso de las parroquias, las resistencias vienen, sobre todo, de aspectos eco-

11 Dada la volatilidad de muchas páginas web, es difícil hacer referencia a algunas relacionadas con este tema. Basta teclear en Google “resistencia cambio tecnológico” para dar con cientos de artículos que, salvadas las distancias, pueden extrapolarse a nuestro contexto.

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nómicos, personales y teológicos. Dado que, con el tiempo, se han ido abaratando los costes de la tecnología, la resistencia mayor sigue viniendo de la situación del clero actual, con una edad media que lo sitúa en una zona de la población poco proclive a nuevas aventuras. Por otro lado, el concepto teológico de parroquia y del modelo ministerial con el que se trabaja paraliza la utilización inteligente y eficaz de estas nuevas herramientas. Por si fuera poco, en el sentido estricto de su etimología, la parroquia es una institución pastoral territorial. El trabajo de los sacerdotes en una parroquia se suele circunscribir al espacio geográfico y la comunidad local concreta a la que se sirve. Internet, en cambio, no conoce fronteras. Todo esfuerzo en la red llegará “hasta los confines del mundo”, en el sentido más literal de este concepto evangélico. Pero también llegará hasta los hogares de los feligreses, para hacer con ellos comunidad cercana, para dialogar, compartir, construir, acompañar, testimoniar... Para superar estas resistencias al cambio, y en especial a la posibilidad de usar las TIC y, más en concreto, Internet en la labor pastoral de la parroquia, es preciso presentar nuevos modelos de parroquia y reanimar, sobre todo, la dimensión ministerial de la comunidad local. Se necesita una buena teología pastoral.

Definiendo los servicios o ministerios pastorales Si nos asomamos a Internet y comparamos qué se entiende por “servicios parroquiales” o “servicios pas271

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torales” nos llevamos una gran sorpresa, pues hay tantos modelos como parroquias. Para hacernos a la idea de la variedad, vamos a ver aquí cinco ejemplos y a compararlos entre sí. Comencemos con la parroquia de San Ildefonso, de Granada12. Al pinchar en su dirección y dirigirnos a la sección de servicios parroquiales, nos encontramos con esta página:

Para esta parroquia, los servicios parroquiales son: exposición del Santísimo, retiro espiritual de mujeres, retiro espiritual de hombres, cursos de preparación al matrimonio, catequesis, bautizos y otras celebraciones. 12

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http://www.parroquiasanildefonso.com/.

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En el segundo ejemplo, la parroquia del Espíritu Santo y Nuestra Señora de la Araucana, de Madrid13, nos encontramos con esta otra oferta:

Si nos fijamos con cuidado, veremos que el primer servicio es Caritas parroquial (con ropero, distribución de juguetes y alimentos, asesoramiento social y bolsa de trabajo), seguido de Administración, Hoja parroquial, servicios de Secretaría, Sacristía, Librería... Estamos hablando de un concepto muy diferente de ministerio. Nuestro tercer ejemplo nos lleva a Santa María de Caná, de Pozuelo14 (Madrid). En esta parroquia vemos esta portada de servicios: 13 14

http://www.archimadrid.es/araucana http://www.smcana.com/.

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La novedad, frente a las otras dos, es la siguiente: Reunión de voluntarios de carácter caritativo y social, Equipo de limpieza de la iglesia (maravilloso que nos acordemos de las mujeres que sostienen el día a día de nuestras iglesias), Consejo pastoral, Mercadillo, Página web (¡fantástico: se considera un servicio, un ministerio parroquial!), una reunión de niños discapacitados, Taller de manualidades, costura y punto... La parroquia de Montserrat, de Valencia15, tiene una entrada que selecciona inicialmente el tipo de servicios 15

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http://www.montserratva.com.

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que se quiere recibir y los clasifica en estos apartados: Evangelización y catequesis; Formación y vida cristiana; Celebraciones de la fe; Testimonio y presencia. Cada uno de ellos se subdivide una vez que se entra en ese enlace, y aparecen, por ejemplo, los siguientes ministerios dentro del primer apartado: Escuela de catequistas, Formación de monitores y educadores juniors, Legión de María, Grupo de oración “Comunidad de Emaús”, Escuela de Biblia, Escuela de liturgia y coro parroquial. Es decir, hay ya una diferenciación de los servicios: se distinguen los litúrgicos de los diaconales, catequéticos, etc.

Podríamos mostrar cientos de modelos, pero no es necesario. Ante estos ejemplos, vamos a intentar dar un modelo integral de servicios pastorales. Si el dicho evangélico “a vino nuevo, odres nuevos” puede servir para muchas situaciones, a ésta le va de perlas. No podemos “nacer” al mundo de las nuevas tecnologías sin examinar si las herramientas conceptuales y teológicas siguen siendo válidas. Si no lo revisamos, nos quedaremos cortos, no soñaremos mundos posibles. Como el patito feo del cuento, nos lamentaremos de no poder volar como los cisnes cuando, en realidad, tenemos su mismo corazón, sólo que no lo sabemos. Veámonos, pues, en el espejo del Evangelio para saber que somos cisnes llamados a más altos vuelos. 275

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Un modelo integral de ministerios para Internet Hace casi diez años, cuando lancé la página web Ciberiglesia.net 16 y Discípulos, Revista de Teología y Ministerio 17, me vi necesitado de hacer un esquema de qué entendía por “ministerio”, en el más amplio sentido de la palabra. Mi educación teológica en Estados Unidos me había influido mucho en este aspecto. Con tristeza veía que las reformas en esta línea pastoral se habían detenido a finales de los setenta y necesitábamos nuevos paradigmas, nuevos modelos conceptuales. ¿Cómo comprender que tanto el sacerdote como la abuelita que limpia y adorna el altar los sábados por la mañana están haciendo un servicio, un ministerio parroquial? Para poder clasificar la gran variedad de servicios que los cristianos y cristianas ejercemos en la comunidad, los he dividido en este gráfico en nueve grandes secciones:

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www.ciberiglesia.net. http://www.ciberiglesia.net/discipulos/index.htm.

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1. Espiritualidad Estos servicios ayudan a crecer en una relación personal con el Señor y son los de estas personas: los que preparan la oración, los maestros de oración, los directores y acompañantes espirituales, los que predican retiros y ejercicios espirituales, los contemplativos que dedican su vida a la oración, etc. En Internet podría suponer estas secciones: – Rincón de oración. – Grupos virtuales de oración. – Intercesión personal a través de correo electrónico o chat. – Información sobre retiros y lugares de crecimiento espiritual. – Ejercicios para la vida diaria. – Acompañamiento espiritual. – Servidor de documentos y presentaciones con esta temática.

2. Liturgia Pertenecen a este ministerio las personas que trabajan en la celebración comunitaria de nuestra fe: presbíteros, diáconos, liturgos, lectores, predicadores, cantores, músicos, compositores, acólitos, encargados del orden, ministros extraordinarios de la eucaristía, etc. En Internet podría suponer estas secciones: – Formación para los diversos ministerios litúrgicos: documentación, talleres... – Calendarios litúrgicos. – Lecturas, Biblias virtuales, enlaces a formación bíblica... – Archivos de música, partituras, cantorales... – Imágenes para la liturgia. – Presentaciones y vídeos. 277

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– Homilías. – Arte litúrgico de la misma parroquia. Presentación de las imágenes de vidrieras, retablos, etc. – Servidor de documentos y presentaciones con esta temática.

3. Pastoral Pertenecen a este ministerio los que tienen a su cargo, como pastores, una parte del rebaño del Señor: el papa, los obispos, abades, párrocos, superiores de comunidades religiosas, encargados de grupos cristianos, padres y madres de familias cristianas, padrinos de bautismo... En Internet podría suponer estas secciones: – El equipo pastoral. – La página del párroco, obispo, papa (páginas personales, cercanas). – Acompañamiento pastoral (a los fieles en general y a otros “pastores”, como una madre de familia que ve que su hija se tira al mal camino). – Los otros “pastores”: padres, padrinos, profesores, animadores... Profundizar en la llamada al ministerio de los bautizados. – Asesoramiento a comunidades. – Servidor de documentos y presentaciones con esta temática. – Pastoral especial: jóvenes, novios, matrimonios, enfermos, inmigrantes...

4. Catequesis y formación En él se enmarcan quienes acompañan en el crecimiento en la fe y la maduración cristiana: catequistas de niños, adolescentes y jóvenes; catequistas del sacramento del matrimonio; animadores juveniles; ministros de la familia y el matrimonio... Asimismo, quienes investigan 278

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nuevas formas de realizar la pedagogía de la fe y explican mejor la tradición evangélica: pastoralistas, teólogos, etc. En Internet podría suponer estas secciones: – Catecismos. – Documentos, etc. – Fichas y esquemas para la catequesis. – Apoyo a la clase de Religión escolar. – Teología (cursos, apuntes, talleres, enlaces...). – Formación de cristianos adultos. – Recursos didácticos. – Servidor de documentos y presentaciones con esta temática. – Asesoría doctrinal, catequética, etc.

5. Evangelización Este ministerio abarca a quienes anuncian el Evangelio: misioneros, predicadores, propagadores del mensaje del Señor y su Palabra... y todos los cristianos que lo anuncian de forma explícita como testigos o mártires, aun en las pequeñas cosas de cada día. En Internet podría suponer estas secciones: – Acogida. – Presentación de Jesús (kerygma, con fuerza, con alegría). – Testimonios de personas concretas tanto de la Iglesia universal como de la propia parroquia. – Testigos de la fe (biografías de quienes han sido luz para el mundo y la Iglesia, buena nueva para otros). – Misión especializada (hacia los alejados, los inmigrantes, las personas de otras culturas...). – Las misiones: campañas del Domund, de ayuda a las Iglesias emergentes del Sur, de los países donde la fe católica es perseguida... 279

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6. Comunicación y acercamiento Lo ejercen quienes se ocupan de llevar información y fomentar el contacto con personas de fuera de la comunidad: vecinos de la parroquia, instituciones del barrio, asociaciones, entidades públicas, otras iglesias, etc. En Internet podría suponer estas secciones: – Imagen corporativa. – Relación con la Iglesia local. – Boletines parroquiales. – La misma página web. – Las actividades que buscan el diálogo entre fe y cultura, diálogo intercultural... – Diálogo ecuménico e interreligioso.

7. Sostenimiento Son los que contribuyen económicamente y con su trabajo a las necesidades de la Iglesia: desde el fiel que apoya a su parroquia con el donativo dominical o ayuda a la Iglesia con sus impuestos, hasta quienes preparan colectas, administran los bienes de la Iglesia, desarrollan proyectos financieros, etc. También, quienes contribuyen con su tiempo y trabajo en la preparación de encuentros, en la limpieza del templo, el mantenimiento de locales... En Internet podría suponer estas secciones: – Economía y finanzas de la parroquia o comunidad. – Motivación de colectas especiales. – Motivación de proyectos. – Transparencia financiera. – Formación fiscal (IRPF y su importancia para la Iglesia...). – Grupos de mantenimiento de la infraestructura de forma solidaria. – Servicios de limpieza. 280

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8. Profecía Clara fundamentación en la teología bíblica: todos los cristianos son llamados por el Señor a despertar y concienciar a la comunidad: quienes promueven la renovación de la Iglesia en los movimientos bíblicos, ecuménicos, liberadores, carismáticos, de vida cristiana y religiosa, comunitarios, de respeto por la vida, por la Tierra, por la mujer, etc. Todos los profetas. En Internet podría suponer estas secciones: – Lectura creyente de la realidad: análisis de fenómenos sociales, recortes de artículos... – Denuncia y posicionamiento como comunidad ante algunas situaciones sociales, eclesiales... – Ciberactivismo: acciones en la red por una causa de justicia social. – Campañas por temas especiales: derechos humanos, pro-vida, ecología, mujer, derechos de minorías, marginación...

9. Misericordia Ministerios relacionados con las obras de misericordia y el amor fraterno: Caritas parroquial, ministros de los enfermos, los moribundos, los fieles difuntos y sus familias, los presos, los ancianos, los abandonados, los pobres, los perseguidos, los confundidos y atribulados, los marginados, los que sufren esclavitud de cualquier tipo... En Internet podría suponer estas secciones: – Caritas parroquial. – Atención especializada: marginados, presos, enfermos, adictos, ancianos, atribulados, víctimas de diversa índole. – Solidaridad, en todas sus múltiples facetas. – Ciberactivismo: acciones en la red por una causa de compromiso con el débil y de caridad. 281

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Siendo prácticos: 10 orientaciones Para terminar, quisiera dar algunas indicaciones prácticas a quienes desean lanzarse a esta tarea. Son diez orientaciones que pueden ayudar a crear esos “odres nuevos”.

1. Confiar en el Señor ¿Creemos que el Señor puede hablar a los hijos e hijas del siglo XXI con nuevos lenguajes, a través de tecnologías todavía insospechadas? ¿Puede una persona conocer a Dios en la red? Hemos de confiar en que su Espíritu, que ha hablado de mil formas a lo largo de la historia y nos ha dejado ver su rostro en Jesús, seguirá “revelando todo” y llevándonos a la plenitud de la verdad también en este universo aún por descubrir.

2. Primar a las personas En el mundo de las tecnologías –¡como en tantos otros!– lo más importante son las personas, no las máquinas. Desarrollar verdaderos ministerios implica cuidar pastoralmente a los ministros, animarles, darles lo que necesitan para su trabajo, tratarles con la dignidad y delicadeza que se merecen... Quienes están metidos en el manejo de ordenadores y toda su parafernalia no son máquinas, aunque hablen jergas y lenguajes desconocidos para nosotros. Necesitan que se les agradezcan las cosas, que se les haga ver que su labor es importante, que muchos están teniendo una nueva vida gracias a ese servicio. Y también lo necesitan quienes están detrás de cada servicio en la red (orientadores pastorales, diseñadores, personas que animan una campaña...). En Internet, como en la vida, lo más importante es quién está detrás de lo que se cuelga en la red, no lo que se cuelga. 282

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3. Cuidar la(s) identidad(es) y la(s) comunión(es) Una página pastoral debe mantener un compromiso con su mensaje global. El medio es el mensaje. No puede estar encabezada por anuncios de Google de temas variopintos y, frecuentemente, contrarios a la página. En la siguiente imagen podemos ver un claro ejemplo de una página informativa de misas en toda España18:

Sobre el título de la página aparecen anuncios entre los que se oferta: “Encuentro Madrid... “Encuentros serios o sensuales”. Hay que cuidar también la comunión. Internet abomina de órganos reguladores y certificadores; es el paraíso de la libertad de expresión. Pero, para la Iglesia, tiene como consecuencia que se ha difuminado lo que significa “ser cristiano” o “ser católico”. Hay que mirar dos veces antes de colgar cualquier enlace sugerido. Pe18

www.misas.org.

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ro, a la vez, aceptar que la Iglesia es plural y que hay sensibilidades y opiniones que pueden no ser las de uno mismo, pero que tienen derecho a ser oídas.

4. Trabajar en red Es decir, en equipo, formando parte de un gran colectivo de páginas católicas donde muchas cosas ya están inventadas, donde el verbo compartir se conjuga en todas las personas y todos los tiempos, donde lo importante no es hacer y montar todo, sino poner en red lo que uno ofrece y beneficiarse de lo que otros ya han logrado.

5. Desarrollar el ministerio Avanzar en la teología del ministerio es seguir reflexionando y dando pasos hacia una Iglesia más según el corazón del Señor, donde cada discípulo tiene una misión, se siente enviado y la desarrolla con alegría y generosidad, pero, también, con formación suficiente, sentido común, fidelidad y obediencia a la comunidad. En una palabra: con una missio.

6. Respetar el medio No se puede hablar en la televisión igual que en la radio. Son medios diferentes. Y más distintos aún son el mundo estático de los libros y los periódicos y el interactivo de Internet. Evangelizar aquí no es sinónimo de echar homilías y publicar largos documentos farragosos. Cuando se viene de la “galaxia Gutenberg”, cuesta un esfuerzo enorme adaptarse a medios donde priman la imagen y la interactividad, pero habrá que intentarlo.

7. Cuidar la calidad No hacer chapuzas. Servimos al Señor y hay que dar lo mejor de nosotros mismos en esta tarea. Es preferi284

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ble la sencillez que lo abigarrado y de mal gusto. En Internet, es mejor ofrecer poco, pero bueno y fiable, que mucho pero vacío y sin nadie que lo atienda.

8. Dejarse evangelizar Navegar por la red es entrar en diálogo con muchos, como en el foro que nos recordaba el Papa. Es cierto que hay grandes peligros en Internet, pero también hay mucha bondad, mucho espíritu humano y divino creando belleza y esperanza, mucho trabajo generoso. Hay que saber escuchar a todo hombre y mujer de buena voluntad, con humildad, aportando el propio granito de arena y la luz del Señor.

9. Aprender a desaprender Es preciso sospechar de nuestras intuiciones y gustos, escuchar a los jóvenes, formarse... No hemos sido entrenados para estas realidades, y hay que cultivar la sospecha y la autocrítica, siendo capaces de desaprender los hábitos que ahora no nos sirven. Uno puede ser un buen orientador espiritual, por ejemplo, pero si intenta ofrecer este servicio por correo electrónico deberá reaprender parte de sus tareas y estrategias.

10. Dar responsabilidad real a los laicos Este imparable fenómeno de Internet ha permitido que más del 90% de las páginas web católicas sean de cristianos de a pie. Otra parroquia, otra Iglesia es posible. Acojamos la energía creativa de este gran movimiento social y humano que es Internet. Que éste sea, como los anteriores movimientos del siglo XX, una oportunidad de cambio y mejora. Que el Espíritu del Señor sople en nuestras velas mientras comenzamos a navegar en la red. 285

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Bibliografía – Babin, Pierre; Zukowski, Angela, El Evangelio en el Ciberespacio, PPC, Madrid 2005. – Castells, Manuel, La era de la información, Alianza, Madrid 1996. – Cebrián, Juan Luis, La red: cómo cambiarán nuestras vidas los nuevos medios de comunicación, Taurus, Madrid 1998. – Haker, Hille; Van Erp, Stephan, y Borgman, Eric (eds.), “Ciberespacio, ciberética y ciberteología”, Concilium 309, Verbo Divino, Estella 2005. – O’Meara, Thomas Franklin, Theology of Ministry, Ramsey, Paulist Press, Nueva Jersey 1983. – Terceiro, José B.; Matías, Gustavo, Digitalismo: el nuevo horizonte sociocultural, Taurus, Madrid 2001. – Yzuel Sanz, Juan, “Esperanzas y alarmas en Internet”, en ¿Qué ves en la noche?, Verbo Divino, Estella 2005, 341-357.

Páginas web – Red Informática de la Iglesia en América Latina: www.riial.org. – Congreso Continental sobre Iglesia e Informática celebrado en Monterrey (México), en abril de 2003: www.iglesiaeinformatica.org. – Ciberiglesia: www.ciberiglesia.net. – www.elrincondelcura.com.

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Parroquia, vida religiosa, comunidades y movimientos: dificultades y posibilidades

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Una comunidad parroquial confiada a religiosos José Antonio Álvarez Dominico Párroco de Nuestra Señora de Atocha, Madrid

Los grandes retos que hoy se presentan a la pastoral parroquial no surgen de quien esté al frente de nuestras parroquias, sino que más bien son fruto de distintas circunstancias y situaciones, ya sean socio-culturales o de la vida misma de la Iglesia, desde lo que hoy se suele llamar “secularización interna de la Iglesia” o “crisis de Dios”. ¿Qué ha supuesto para la vida religiosa insertarse de un modo bastante generalizado en la pastoral parroquial? Leyendo con atención a algunos autores ya clásicos en el estudio y reflexión sobre a la vida religiosa, nos damos cuenta de que siempre se refieren a ella como una experiencia radical de Dios o, lo que es lo mismo, como una experiencia mística del Dios de Jesús y de su predicación del Reino de los Cielos. Así, por ejemplo, uno de sus más acreditados estudiosos, el padre Tillard, O. P., fallecido hace ya unos años, en una de sus obras sobre vida religiosa afirmaba que los religiosos no son simples cuerpos especializados 291

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al servicio de la sociedad y de la Iglesia, señalando con ello que en la vida religiosa frente al “hacer” se acentúa siempre el “ser”. Ahora nos damos cuenta de cómo al iniciarse la última década de los sesenta se produjo en la Iglesia un movimiento orientado a responsabilizar a las comunidades de religiosos de unidades de pastoral parroquial. Y cómo la asunción de esta tarea por parte de ellos no se realizó sin pocos problemas y dificultades, pues, al mismo tiempo que esto ocurría, se iniciaba también un movimiento de renovación de la misma vida religiosa impulsado por el Concilio Vaticano II. Dicho movimiento trataba de animar a los religiosos a volver a las “fuentes” y a ser fieles a los retos que les planteaba el mundo de hoy (Perfectae Caritatis n° 2). Este proceso llenó las últimas décadas del siglo XX y desembocó en el planteamiento de serios interrogantes para todos aquellos religiosos que atrapados, por designación de sus superiores, en un trabajo pastoral parroquial se cuestionaban al mismo tiempo cuál era su carisma, su identidad y su misión. Me vais a permitir que me sirva para mi reflexión de un texto que extraigo de una obra muy seria de Felicísimo Martínez, teólogo y religioso dominico, que lleva por título Refundar la vida religiosa 1 y que a mi juicio ilumina muy bien lo que yo aquí estoy tratando de explicar: “Hoy la cuestión se plantea en otros términos, pero el problema es el mismo: relación entre el ser y el hacer, entre la razón simbólica y la razón instrumental. Y se ha planteado precisamente porque la institucionalización y funcionalización de la vida religiosa han dejado al descubierto las debilidades de su dimensión carismática y simbólica. En fechas recientes, muchas congregaciones experimentaron lo que Hostie y Cada llamaron la ‘fase de estabiliza1

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Felicísimo Martínez Díez, Refundar la vida religiosa, Madrid 1994.

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ción’: éxito institucional, activismo, satisfacción por la eficacia del propio trabajo, inercia comunitaria, debilitamiento de la oración y de la experiencia mística, sensación de bienestar y resistencia al cambio, acumulación de riquezas, abandono de la sencillez y la pobreza, acomodación a los valores seculares del statu quo. Cuando esta situación ha tocado fondo, se ha planteado el problema de la identidad y misión de la vida religiosa. En este contexto se siente hoy la necesidad de rescatar la dimensión simbólico-política o la identidad carismática y profética de la vida religiosa. Esto no significa la renuncia a su dimensión político-mística. La teología actual define la misión esencial de la vida religiosa desde la razón simbólica. La crisis y el debilitamiento de lo carismático tienen mucho que ver con el predominio de la razón instrumental en las congregaciones. En lo civil crece el interés por los trabajos profesionales útiles y seguros... En lo pastoral, la vida religiosa se ha ‘clericalizado’ y parece más interesada en cubrir puestos pastorales que en ser vida religiosa”.

De este modo nos situamos en la actualidad, en estos mismos años que nos está tocando vivir, ante una situación en la que aún no han sido totalmente resueltos los problemas anteriormente enunciados y a la que además se añade la seria crisis vocacional en la que nos encontramos en el presente. Crisis que pesa como “una losa” en todas nuestras obras y en lo que es nuestra presencia en la “pastoral parroquial”. – La frontera entre la vida y la muerte, esto es, el gran reto de la justicia y la paz en el mundo. – La frontera entre la humanidad y la inhumanidad, es decir, el gran reto de los marginados. – La frontera de la experiencia cristiana y el reto de las religiones universales. – La frontera de la experiencia religiosa y el reto de las ideologías seculares. 293

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– La frontera de la Iglesia y el reto de las confesiones no católicas. A través de estas orientaciones básicas, la orden a la que pertenezco pretendía revitalizar su débil presencia en algunas cuestiones disputadas de nuestro mundo, romper con una cierta estabilidad de los frailes, con la domesticación de la vida dominicana a manos del elemento más institucional de la Iglesia, y asumir nuevos retos y compromisos. Por ello, hoy en día, a las parroquias confiadas a comunidades de religiosos dominicos las tratamos de impregnar de estos nuevos retos o compromisos y del tradicional estilo dominicano de amor al estudio a través de la formación teológica. Al igual que nosotros, dominicos, y con resultados similares, otras congregaciones religiosas han impregnado con su propio carisma las diferentes opciones pastorales y les han conferido un estilo que les es propio. Los religiosos que trabajamos en parroquias vivimos hoy en día cierta tensión entre lo que por una parte desea representar la vida religiosa dentro de nuestra sociedad y lo que, de un modo más o menos oficial, nos va señalando la pastoral general de nuestras diócesis. El espíritu profético que la vida religiosa española manifiesta cada vez con más intensidad a través de las conclusiones de las asambleas generales de la CONFER más recientes es, en general, el que impregna los planes pastorales de nuestras de nuestras diócesis. Ahora bien, como a todos nosotros se nos ha enseñado un día eso que venimos llamando “la prudencia pastoral”, estamos intentado ser fieles a nuestros pastores a través de la buena administración de nuestras parroquias y de la fidelidad a sus normas y directrices. Y, por otra parte, estamos intentando no romper con 294

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nuestro carisma de religiosos. Todo ello nos lleva a no desconocer la tensión e incluso, en ciertos momentos, el enfrentamiento interior que vivimos. Quizás sea esto una constante de la misma vida religiosa desde sus inicios hasta nuestros días dentro de la Iglesia. Ello la enriquece y la hace más plural, al mismo tiempo que ayuda a las diversas sensibilidades de nuestros fieles para encontrar otras respuestas a sus necesidades. En paralelo a esta situación de tensión entre lo institucional eclesial y lo profético religioso se ha dado una ausencia de clarificación en la política de nombramiento de responsables de las tareas parroquiales confiadas a los religiosos. El “baile de párrocos” o miembros del equipo parroquial en algunos momentos, hoy en día muy atemperado, pero muy fuerte en el pasado, ha sido alarmante. La falta de claridad desde los órganos de gobierno de nuestras congregaciones obedece a diferentes causas. Una es ese buen principio religioso de la “itinerancia”, que, no obstante y para estas tareas, debe ser moderado por el realismo de los compromisos adquiridos y por el bien de las personas que se nos han confiado a nuestra responsabilidad pastoral. Mucho me temo que en el pasado no fue la fidelidad a la “itinerancia religiosa”, sino el desconocimiento de las necesidades del trabajo parroquial, la confusión de tareas y principios, y el equiparar misiones –pues no es lo mismo un trabajo educativo en un colegio que ser párroco, con lo que conlleva de necesidad de tiempo para conocer personas, cimentar proyectos, estabilizar equipos, etc.– lo que hizo tomar decisiones acaso equivocadas en su momento a nuestros superiores. ¿Consecuencias de todo ello? La frustración de proyectos pastorales prometedores, la desilusión de comunidades cristianas identificadas con un estilo, el desconcierto de agentes de pastoral, etc. 295

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Señaladas algunas dificultades, quisiera terminar apuntando muy brevemente las posibilidades que ofrece a la pastoral parroquial la inserción de religiosos en ella. Y, al mismo tiempo, lo contrario: lo que a los religiosos nos enriquece y puede enriquecer el trabajo parroquia. Creo sinceramente que la vida parroquial se ve enriquecida en la Iglesia con la llegada de los religiosos, pues no sólo ofrecen un nuevo estilo –y me atrevería a decir que hoy incluso una cierta alternativa–, sino que, además, el mero hecho de la existencia de una comunidad religiosa al frente de una parroquia permite diversificar dentro de la misma parroquia los estilos y tareas y ofrece posibilidades de trabajo y atención. Al mismo tiempo, a la vida consagrada en el trabajo parroquial se le han abierto campos donde enraizar de modos nuevos nuestro carisma, de colaborar más intensamente con la Iglesia, de ensanchar la acción evangelizadora, etc. Estamos en las primeras etapas de una nueva perspectiva de trabajo dentro de la Iglesia que aún necesita mucho discernimiento y audacia, pero que puede abrir nuevos puntos de vista tanto para nuestras diócesis como para los mismos religiosos.

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Comunidad de grupos católicos Loyola Francisco Monteserín, SJ

La comunidad de grupos católicos Loyola (Grupos Loyola) está constituida en asociación privada con personalidad jurídica propia, de naturaleza canónica. Hoy es una asociación de derecho privado inscrita en la diócesis de Madrid. Su finalidad es fomentar la vida cristiana de sus miembros para que éstos, transformados por la luz y la fuerza del Espíritu, se esfuercen en seguir los criterios de Jesús, siendo hombres y mujeres para los demás, que trabajen por la construcción del Reino de Dios y su justicia. El fomento de la vida cristiana se hará en comunión con la Iglesia, bajo la guía de san Ignacio de Loyola, buscando en todo amar y servir para mayor gloria de Dios. El grupo nace como congregación mariana el 26 de abril de 1951. El antecedente inmediato de su creación es una tanda de ejercicios espirituales que el padre Eduardo Granda, S. J., director espiritual de un instituto de enseñanza media de Madrid desde principios de 1950, da a un grupo de los alumnos mayores... A partir de este grupo, con el que se reúne regularmente con el fin de acompañar su formación cristiana y su vida espiritual, nace la comunidad. Como suele ser común en los fundadores, Eduardo Granda era un sujeto profundamente espiritual y carismático, de fortísima personalidad... 297

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La comunidad, como puede verse por su origen, no nace adscrita a ninguna parroquia, y así continúa. El domicilio social de la misma está en la calle Diego de León, 33, 3º izda., aunque para las actividades ordinarias de la comunidad se utilizan locales de la parroquia de San Francisco de Borja, de la calle Maldonado, 1. La comunidad está formada por fieles, mayores de edad, que se integran en la misma conforme a las normas previstas, asumen sus estatutos y, en principio, residen en la comunidad autónoma de Madrid. La asociación se estructura en un grupo de profesionales –profesionales jóvenes (menores de 40 años), profesionales mayores (más de 40 años)– y otro de universitarios. El grupo de profesionales, tanto de jóvenes como de mayores, tienen su propia dinámica de reuniones. Se reúnen por separado. Tienen cuatro reuniones al mes: cada quince días, acto (reunión de grupo grande) y, cada quince días, reunión de promoción (grupo pequeño). Los universitarios se reúnen todas las semanas en un acto conjunto y tienen, además, una reunión quincenal de promoción (grupo pequeño). En los llamados “actos”, que se celebran quincenalmente, se imparte una formación integral, humana y espiritual, centrada en Jesús y en el Evangelio, que lleve a sus miembros al compromiso con la sociedad. En los actos se celebra la eucaristía. Los grupos de promoción son una comunidad reducida de fe (grupo pequeño) que se reúne periódicamente (quincenalmente), compartiendo lo que hace Jesús en sus vidas, sus alegrías y dificultades. Deben impulsar a sus componentes a la oración personal y al servicio a los demás. 298

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Obligaciones de los miembros (estatutos) Práctica anual de ejercicios espirituales durante cuatro días (como mínimo), inspirados de una u otra manera en los ejercicios espirituales ignacianos, en las tandas organizadas por la propia asociación (más de veinte anuales). Relación con el director espiritual de la asociación (a veces, acompañamiento espiritual). Asistencia habitual a los actos y a la eucaristía. Pertenencia a un grupo de promoción (según personas, lugares y circunstancias). Las actividades pastorales están estructuradas en principio en función del grupo al que se dirijan, aunque también hay acciones pastorales conjuntas. Por sectores: – Catequesis (primera comunión). – ESO. – Bachillerato. – Confirmación. – Universitarios. – Profesionales jóvenes. – Profesionales mayores.

Órganos de gobierno de la comunidad Asamblea General de la comunidad (cada cinco años, ordinaria). Presidentes de universitarios (elección cada dos años). Presidentes de profesionales jóvenes (elección cada tres años). Presidentes de profesionales mayores (elección cada tres años). Directores espirituales (función consultiva). 299

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En los asuntos propios de cada grupo, son sus presidentes, con su equipo de presidencia, quienes gobiernan. Los presidentes tienen poder ejecutivo. Cuando los temas afectan a toda la comunidad, las decisiones las toma el consejo de presidentes. La comunidad, funcionalmente, está estructurada del siguiente modo: – Presidentes. – Consejo de Grupo (universitarios, profesionales jóvenes, profesionales mayores, consejeros de promoción). – Consejo de Pastoral: representantes de todos los grupos, más los directores espirituales, representantes de los acompañantes de grupo, representantes de los presidentes (12 personas). – Coordinación de acompañantes. – Coordinación de catequesis. – Coordinación de bachilleres. – Equipo de comunicación. – Equipo de solidaridad. – Equipo de organización. – Equipo de acogida de nuevos miembros. Los momentos comunitarios más destacados en el año son: – Misa de Navidad. – Misa con celebración penitencial: miércoles de ceniza. – Misa con el sacramento de la confirmación. – Misa del envío comunitario y la cogida de los nuevos miembros de la comunidad (paso a universitarios y nuevas incorporaciones adultas). 300

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Testimonios desde el equipo de acogida de la comunidad “Buscaba una comunidad a la que incorporarme y en mi parroquia no había... Me ofrecían actividades en las que colaborar, grupos de oración, etc., pero no era eso lo que yo necesitaba y buscaba”. “Después de la confirmación no había nada para gente de mi edad en mi parroquia... llevo algunos años alejado de la Iglesia buscando mi sitio”. “Me interesa un tipo de espiritualidad que me ayude a ser cristiano en el día a día, y esto creo que me lo aporta la espiritualidad ignaciana”. “Nos interesa que nuestro hijo se incorpore a un grupo de catequesis que posteriormente le ofrezca alternativas a su edad y a su crecimiento en la fe”.

Reflexiones, intuiciones o... prejuicios Considero que, hoy, la parroquia es necesaria pero insuficiente. Necesaria porque, al estar incorporada a nuestra cultura, puede ser la estructura de acogida en cualquier circunstancia y para cualquier sujeto en su aproximación a la Iglesia. La mayoría de nosotros accedimos al encuentro con la realidad comunitaria, al menos inicialmente, a través de nuestras parroquias y de sus pastorales. En algún momento de nuestro crecimiento tanto personal como de fe sentimos la necesidad de avanzar hacia una profundización en la vida comunitaria, a vivir nuestra fe, alimentarla, celebrarla y compartirla en comunidad, y no siempre la parroquia pudo dar respuesta a esta necesidad. 301

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No tengo claro si es intuición, prejuicio o ambas cosas, pero dudo que la comunidad de grupos Loyola siguiera existiendo como tal comunidad después de 57 años si hubiese estado adscrita a una parroquia. Como hemos visto, el grado de participación, corresponsabilidad y autogobierno que estos laicos tienen en “su comunidad” es difícil de imaginar en una estructura parroquial. No pretendemos proponer esta comunidad como modelo de nada, pues en cada contexto concreto, sea o no parroquial, habrá que buscar la alternativa que resulte más válida.

Propuestas – Sinergias, evitar la tentación de la autosuficiencia: “Tengo que tener de todo y todo mío”. – Unidades pastorales tendentes a una pastoral de conjunto. Pueden ser o no zonales, pero con capacidad de atender a necesidades concretas. – Posibles áreas en las que la comunidad de grupos Loyola podría colaborar o apoyar: – Formación de grupos pequeños. – Acompañamiento de parejas. – Acompañamiento en convivencias y campamentos. – Apoyo “técnico” a los grupos y comunidades que lo necesiten. – Acompañamiento y apoyo de familias. Partimos de la convicción de que es mucho lo que en la Iglesia podemos y necesitamos compartir.

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Parroquia, comunidades y movimientos Francisco Garvía Párroco de Nuestra Señora de las Delicias (Madrid)

Tres afirmaciones me han servido de fuente para mi reflexión, y por eso me parece importante ponerlas sobre la mesa al iniciar mi intervención: – La parroquia es “el lugar más significativo en el que se forma y manifiesta la comunidad cristiana” (DGC 257). – El Concilio Vaticano II subraya fuertemente el carácter comunitario de la parroquia, que tiene su origen en la celebración de la eucaristía. – La parroquia es una célula viva de la Iglesia particular. Quiero partir en mi intervención de algunas sencillas convicciones que expresan mi reflexión personal, encuentran fundamento en mi experiencia parroquial y, por supuesto, no son inamovibles, pero las pongo al servicio de los que estamos aquí, por si interesan: 1. Tengo la convicción de que algunos creyentes, tal vez mayoría en las parroquias, sobre todo gente sencilla y que ha tenido pocas oportunidades o deseos de formarse en la fe recibida y heredada, no tienen una clara conciencia de su identidad cristiana; la base de su fe es más afectiva que razonada, y su sentido de pertenencia 303

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a la Iglesia es débil y difuso. Por otra parte, tenemos cristianos en las parroquias que son conscientes de su escasa formación y, a la hora de expresarla en los ambientes en que se mueven –círculos de amistad, compañeros de trabajo, centros de estudio, tertulias familiares...–, no saben formular la razón de su fe o salir al paso de las objeciones que les presentan en el momento de conversar sobre la Iglesia o de vivir su fe en medio de los acontecimientos de nuestro mundo. Por eso, pienso que urge fortalecer la identidad cristiana de nuestros parroquianos, y en este reto o tarea los movimientos y las comunidades pueden realizar un buen servicio en las parroquias. 2. Todavía son muchos los creyentes que viven su fe de manera individualista. Quizá la única expresión comunitaria sea para ellos la eucaristía dominical, y no sienten la necesidad de compartir la fe, de orar en común, de plantearse su vida laboral o política a la luz del Evangelio de manera que les comprometa y, por tanto, les “complique” su existencia. Prefieren vivir su cristianismo por libre, sin influencias de nadie y prácticamente en su fuero interno. Por un lado marcha la vida de todos los días y, por otro, sus prácticas religiosas. Para salir al paso de esta forma empobrecida de vivir la fe, parece necesario crear fraternidad, y en este sentido las comunidades y movimientos ofrecen posibilidades que las parroquias no siempre tienen o no alcanzan a tener. 3. La experiencia nos muestra que en la Iglesia, en la parroquia en concreto, en las pequeñas comunidades y en los movimientos, hay con frecuencia protagonismos, intereses personales y grupales, conveniencias u oportunidades para implantar hegemonías de ideas, sensibilidades encontradas, proselitismos en orden a alcanzar fuerza numérica o intereses de poder. Todo esto 304

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ensombrece el rostro de Cristo que presentamos al mundo, contradice el Evangelio que anunciamos y dificulta el desarrollo del pueblo de Dios que somos, la fraternidad a la que hemos sido llamados y la comunidad que nace de la celebración de la eucaristía. Importa testimoniar la comunión de modo que otros se sientan atraídos por la vida que propone Jesucristo y su Buena Nueva del Reino. Es necesario salir al paso de esta debilidad que manifestamos en la Iglesia, y a este trabajo de coherencia con la persona de Jesucristo y el Evangelio estamos llamados todos: la parroquia, los movimientos y las comunidades. 4. La parroquia –decía Juan Pablo II– es “la última localización de la Iglesia..., la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”. La describe como comunidad eucarística, fraterna y abierta a la misión, “profundamente injertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas”. La parroquia es una casa misionera, una comunidad que no vive para sí misma, sino para realizar la misión de Jesucristo: anunciar la Buena Nueva y reunir a los hijos de Dios dispersos. Nos damos cuenta de que las parroquias están, con frecuencia, encerradas sobre sí mismas. Muchas de nuestras parroquias ejercen una pastoral que llamamos de mantenimiento, y en los últimos años sentimos la necesidad de reflexionar y abrir caminos para la evangelización de nuevas personas, situaciones y ambientes. A todos los creyentes –las parroquias, los movimientos y los pequeños grupos y comunidades– nos apremia la misión. En ocasiones, nos es más fácil ver y analizar las dificultades que tenemos ante cualquier tarea para posteriormente descubrir las posibilidades que se nos pueden abrir ante el futuro, de manera que esas dificultades queden superadas. 305

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Dificultades 1. Una dificultad la ofrecemos los mismos pastores, que podemos estar “ideologizados”: nuestro propio pensamiento, sensibilidad o línea pastoral pueden impedir –y, de hecho, a veces impiden– la presencia en la parroquia de los carismas que proponen los diversos movimientos y las pequeñas comunidades. La escasa valoración, por parte de algunos pastores, del trabajo asociado de los seglares dificulta la presencia de los movimientos en las comunidades parroquiales. 2. En las parroquias impide también el desarrollo y el enriquecimiento de los carismas presentes en los grupos eclesiales asociados un conjunto de actitudes, como son el miedo, la falta de audacia, el respeto humano, los prejuicios que los pastores y/o los agentes de pastoral mantenemos. 3. El excesivo protagonismo del propio pastor, de la comunidad, de uno o de varios movimientos en la parroquia, de manera que acaparen sus acciones pastorales, sus miembros ocupen los puestos de responsabilidad y servicio de las mismas, y que se apliquen criterios pastorales exclusivos. 4. La identificación plena de la comunidad parroquial, de tal forma que sólo pueda sentirse miembro corresponsable de la parroquia aquel que pertenezca a la pequeña comunidad o movimiento, y quede fuera, sin formar parte, quien no acepte dicha identificación. En este caso podríamos decir que la parroquia es la “comunidad” o el movimiento. 5. El enrocamiento o encerramiento sobre sí misma de la parroquia que se ha ensimismado y se ha constituido como el mejor modelo de comunidad, porque considera que posee en sí misma los mejores criterios, planes, 306

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programas..., se autoabastece pastoralmente e ignora lo que puede necesitar de otras instancias, formas de pensar o programar o personas que no sean las que ella conoce y acepta. 6. También, los movimientos y comunidades que se repliegan a veces sobre sí mismos y corren el riesgo de confundir a la Iglesia con la experiencia propia de Iglesia que ellos tienen, con lo que sufren un mutuo alejamiento y un desconocimiento de su ser. 7. La convicción de una comunidad de que sólo perteneciendo a ella se puede construir “parroquia”, convirtiéndose ella en el único modelo de comunidad parroquial posible en el barrio donde esté ubicada. En este caso, no hay lugar para que los movimientos aporten sus carismas al servicio de la parroquia. 8. En otro orden, de cosas existe la dificultad de promover en la parroquia la sensibilidad necesaria para formar pequeñas comunidades de vida fraterna porque no se tiene conciencia ni experiencia de vivir la fe en grupo o comunidad, se tiene miedo al compartir o se considera arriesgado formar parte de una comunidad porque puede suponer perder algo de uno mismo. 9. Otra dificultad que impide la inserción y el trabajo conjunto de parroquias, asociaciones, movimientos y comunidades de vida religiosa es la desconfianza y el desconocimiento mutuos, que llevan en ocasiones a la exclusión y privan a los seglares de su autonomía, restringen el número de participantes y empobrecen la vida parroquial. Así, la comunidad parroquial se encierra en sí misma y queda condenada al aislamiento y, tal vez, a una mayor improvisación. La presencia en la parroquia de movimientos, asociaciones o comunidades puede crear algún problema 307

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de autoridad o de coordinación. Esto pide a todos los que forman la comunidad parroquial –y especialmente a quien la preside y a todo el equipo sacerdotal– un esfuerzo por dialogar, entenderse y ejercer la comunión.

Posibilidades 1. Siendo la parroquia el lugar más significativo para manifestar la comunidad cristiana, vendrá bien a los grupos, movimientos y comunidades que estén integrados en la misma hacerles la propuesta de trabajar la dimensión comunitaria en su formación, invitar a vivir las celebraciones centrales de la vida cristiana en la comunidad parroquial e implicarse en la creación de un clima de comunión que favorezca el encuentro, el diálogo y la valoración de todo lo que une a los miembros de la comunidad. 2. Hacer posible la creación y el desarrollo en la parroquia de una mayor conciencia en los miembros de la misma de su identidad cristiana; dicho de otra manera, se trata de fortalecer la identidad cristiana dentro de la comunidad parroquial. Los movimientos y comunidades posibilitan una mayor profundización en este tema, al ofrecer programas concretos y sistemáticos que refuerzan toda la organización catequética realizada en la parroquia a través de la iniciación cristiana. Presentar en la parroquia la identidad cristiana, el estilo de vida con distintos acentos en su espiritualidad y en las distintas maneras de hacerse presente en el mundo, puede generar respuestas de quienes se sientan llamados a vivir de una manera concreta su fe o a servir a la causa del Evangelio trabajando en algún campo específico de la acción pastoral. 308

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3. La conciencia de pertenencia favorece la toma de iniciativas en los diversos campos de la acción parroquial. Los iniciados en la fe al abrigo de la comunidad parroquial suelen quedar fácil y frecuentemente a la intemperie en muchas parroquias, que tampoco tienen capacidad para ofrecer una posibilidad de trabajo pastoral asociado y misionero, mientras que los movimientos y comunidades posibilitan un mayor “arropamiento”, un acompañamiento cercano y una reflexión compartida de la experiencia de fe. Los seglares asociados pueden ser elemento motivador y también referencia para otros miembros de la comunidad parroquial en el ejercicio de la corresponsabilidad necesaria para desarrollar las acciones parroquiales. Los movimientos y comunidades están llamados a ser elemento integrador en el conjunto de la vida parroquial, por su preocupación y seguimiento de las tareas comunes de la parroquia y por su presencia, animación y participación en los acontecimientos y celebraciones claves o importantes de la vida parroquial. 4. Pueden ser una propuesta de vida cristiana. Cuando en la parroquia existen comunidades o movimientos, éstos sirven de referencia a los más jóvenes, a quienes se les propone un estilo de vida concreto para realizarse como cristianos, de manera que puedan vivir su fe superando el individualismo y el personalismo. 5. Se trata de armonizar los diferentes carismas presentes en una comunidad parroquial, de manera que se encuentren, se conozcan y pongan al servicio de todos lo que a cada movimiento lo hace diferente y lo 309

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que aporta su espiritualidad. El equipo sacerdotal y/o el párroco tienen aquí un papel importante. 6. Es de desear que la parroquia sea un lugar abierto a la presencia de diferentes espiritualidades, las presente y promueva. Que los grupos, movimientos y comunidades compartan entre sí y con el resto de la gran comunidad parroquial oración y celebración. Los movimientos especializados o comunidades pueden ofrecer una aportación organizando encuentros para reflexionar sobre temas concretos que afectan a la pastoral, a las situaciones, retos y problemáticas, y poniendo personas, materiales y tiempo a disposición de la tarea pastoral de la parroquia. Sus programas formativos encaminados a responder a situaciones concretas y complejas, a grupos ambientes que están fuera de la parroquia, así como su metodología y su sensibilidad a las diversas problemáticas, son una aportación valiosa para la marcha de la parroquia. 7. Las asociaciones, movimientos y comunidades pueden ser un vivero de agentes seglares de pastoral que aporten a la comunidad parroquial un estilo renovado, formación, dedicación y continuidad en las tareas pastorales. Los movimientos y comunidades de laicos, así como la presencia de religiosas o religiosos, pueden dar estabilidad y continuidad a los grupos que se van formando en las parroquias, garantizando así una mayor permanencia de los que se inician en la comunidad parroquial. Quiero terminar expresando que, para superar las dificultades que existen entre la parroquia, los movi310

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mientos, las comunidades y la vida religiosa, sería bueno: – Favorecer el encuentro en libertad, el respeto, la generosidad y el aprecio mutuo. – Acoger y educar la diversidad. – Promover la convivencia. – Trabajar en corresponsabilidad, favoreciendo la participación de todos; trabajar en común, formando para los distintos servicios.

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Acciones parroquiales y pastoral de conjunto

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Desde mi experiencia en Leganés José María Avendaño Perea Vicario general. Diócesis de Getafe

“Yo soñé para ti las distancias, ¡toda la vida, la luz, los caminos! ¡Yo que te quise feliz en tu reino, amigo!” “Quisiera esta tarde no llevar en mi frente la nube sombría. Quisiera tener esta tarde unos ojos claros para posarlos serenos en la lejanía”. (José Hierro) “Mi vocación última y radical es la adoración. Gozo, gozo y acción de gracias; el don escatológico del Espíritu Santo. Dios es ese soplo tan delicado, discreto. Dios es el poder infinito, pero un poder infinitamente delicado”. (Fernando Urbina) “Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura”. (San Juan de la Cruz) Dios nos quiere felices viviendo encarnados en nuestros pueblos, ciudades o barrios; en este caso, llevando a cabo las diversas acciones parroquiales injertadas en una 315

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pastoral de conjunto. En esta reflexión a la que se me ha invitado en una mesa compartida con otras comunicaciones, iré intercalando el cómo soñaba e imaginaba la parroquia y las acciones pastorales parroquiales siendo seminarista, cuando había recorrido una historia con raíces en un pueblo de Toledo y el trabajo en la gran ciudad de Madrid; cómo lo he vivido como presbítero durante veinte años en Leganés, y cómo lo vivo en la actualidad en mi servicio a la Iglesia diocesana de Getafe como vicario general.

La Iglesia en medio del mundo Siendo seminarista, soñaba con una parroquia que fuera como la levadura en la masa, “fuente de la aldea”, en palabras del beato Juan XXIII, mirando la realidad con los ojos de Dios. Dios es nuestro Padre y los hombres son mis hermanos. Una familia donde todos nos reconociésemos y nos preocupásemos unos de otros. Un lugar donde primase el amor de Dios y el amor concretado en el servicio diario a los más necesitados. Donde no se tuviese miedo y se gozase por experimentar que Dios es nuestro Padre; que Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, nos ha salvado y nos alienta cada día su Espíritu Santo. Mirando al mundo con simpatía en comunión constante con Cristo. Una acción pastoral en comunión y coordinación con otras parroquias, congregaciones religiosas, movimientos, asociaciones, en los arciprestazgos y con conciencia de pertenencia a una diócesis. “Id y predicad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis. No os procuréis oro ni plata, ni moneda de cobre para vuestros cinturones, 316

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ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, que el obrero merece su sustento” (Mt 10,6-9). La Iglesia de corazón escondido es al mismo tiempo una realidad bien visible entre las demás realidades del mundo. “El hombre de Iglesia siempre está abierto a la esperanza. Para él, el horizonte nunca está cerrado” (H. de Lubac). Sabemos que el tiempo va desgastando muchas cosas; que son necesarias muchas renovaciones si se quiere evitar nefastas novedades. Nos preocupamos por discernir. Buscamos con los que buscan, como es el caso de D. Luis Briones en su experiencia reflejada en el último libro La parroquia de barrio hoy (Crónica de una búsqueda). Nos sentimos afectados por todo lo que paraliza, entorpece o lastima el Cuerpo de Cristo. Sufrimos con los males interiores de la Iglesia. Quisiéramos que la Iglesia fuera en todos sus miembros más pura, más unida, más ardiente en su sed de justicia, más espiritual. Cosechamos lo que otros sembraron y estando lejos de pensar y esperar que tengamos que ser nosotros precisamente los que recojamos el fruto de lo que quizás hemos sembrado.

La parroquia como “la fuente de la aldea” La Iglesia que vive y convive entre las casas de los hombres, participando de la vida cotidiana, caminando con el pueblo, todos juntos, es la Iglesia, la parroquia que va sabiendo y teniendo experiencia del misterio de la encarnación. Jesús vivió su vida cotidiana en Nazaret durante 30 años. La parroquia es un lugar donde se anuncia la Buena Nueva de Jesucristo, donde se celebra la fe enraiza317

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da a la vida y donde se progresa en el amor, sirviendo a los hermanos y hermanas, en el servicio a la caridad. “Firmes en la fe, alegres en la esperanza y constantes en la caridad”. La parroquia es el lugar, en constante renovación, a la brisa suave del Espíritu, donde se reconocen capacidades, dones, servicios, por pequeños que sean; es el lugar donde se acoge y construye el Reino de Dios y su justicia con el fin de hacer más habitable la aldea, el pueblo o el barrio de la ciudad, iluminando con pequeñas lamparillas o sencillos candiles que emiten una luz desde lo más hondo del alma.

Nuestro tiempo Según constatan los sociólogos, el proceso de humanización de nuestro mundo está gravemente obstaculizado por la pérdida de la experiencia de la historia acumulada. Esta sociedad de la “globalización liberal” transforma en inservibles valiosos e insustituibles aprendizajes atesorados por personas y grupos humanos: destrezas, sabiduría, valores, expresiones... ¿Por qué? Porque son diferentes de los que se presentan como los únicos “racionales” y eficaces. No obstante, existe un mundo alternativo que emerge por las grietas de la convivencia eclesial y de la sociedad. Un mundo que no es rentable según los criterios del mercado. Aquí aparecen las parroquias, donde mujeres y hombres viven testimoniando con su vida y con humildad la pasión por Jesucristo y por este mundo. Hoy, en la Iglesia, el Espíritu nos presenta retos y oportunidades para que volvamos a lo esencial, a lo que tenemos en común todos los bautizados como regalo y como responsabilidad. 318

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La novedad de las parroquias “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo...” (Sal 62). La novedad de las parroquias se fundamenta en nuestra experiencia de Dios, personal y comunitaria. Por Dios madrugamos cada día y Él calma nuestra sed. Él es la fuente donde bebemos el Agua viva. Cualquier pastoral de conjunto ha de partir de la confianza en Dios y de la confianza en los demás. He visto que en las parroquias se fomentan las relaciones personales, se comparte la vida y la fe. También hay personas que acuden, pero se sienten solas, a la intemperie, y tienen que vérselas como pueden con sus propias alegrías y sus propios problemas. Se constata que pertenecer activamente a la Iglesia es un rasgo irrenunciable del cristiano hoy y siempre. Tomar conciencia del bautismo nos lleva, y así lo he constatado, a la oración compartida, la escucha juntos de la Palabra de Dios, la formación juntos en una fe adulta, la celebración de la eucaristía, la celebración de la penitencia, el servicio a la caridad en compromisos eclesiales en todo lo que humaniza y se afana por la dignidad de la persona. Los cristianos de las parroquias, en medio de su búsqueda, siguen convencidos de que los signos del Reino y la acción del Espíritu brotan no sólo en el interior de Iglesia: “Cristo obra en el corazón del hombre... alentando, purificando y robusteciendo propósitos con los que la familia humana se esfuerza en hacer más humana la propia existencia y conducir la tierra a este fin” (GS 38). En mi experiencia y trabajo en equipo durante veinte años en parroquias, y actualmente dos en la Vicaría General de Getafe, he constatado que el Espíritu abre 319

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camino a través de los más necesitados, de los últimos de la sociedad, de los pobres, de los “heridos de la historia” y de los “huérfanos de alegría”. “Dios ha elegido a la gente común y despreciada; ha elegido lo que no es nada para rebajar a lo que es” (1 Cor 1,27-29). De aquí se sigue que la pastoral parroquial de conjunto es un eje diamantino, columna vertebral en la vida de la Iglesia local, que no se esfuerza sólo por mejorar la administración de las fuerzas y recursos existentes o por una mejor coordinación de actividades (esto es lo que hace cualquier empresa), sino creando comunidades cristianas, consiguiendo pastorales parroquiales, arciprestales, diocesanas, coordinación-comunión de catequesis, consejos parroquiales, consejos del presbiterio... pues la fe del pueblo de Dios ahonda en los caminos de la vida y de la historia, y así lo testimonia de forma creíble y lo anuncia a los hombres. La vida de las parroquias nos lleva a vivir hasta sus últimas consecuencias la lógica de la encarnación. Es preciso sostener el “vaso de barro” que contiene el Misterio Santo. Hay que vivir la “humildad de Dios” y la “sencillez de Cristo”. Necesitamos ser humildes para buscarle en su Iglesia, perdernos en el humilde pueblo de los fieles “practicantes”. Lo esencial apenas se presta a discursos. La vitalidad cristiana de cada época depende poco de lo que se discute en la escena del mundo. Existe una vida que se mantiene, se transmite y se renueva sin que apenas sea posible percibirla desde fuera. “Los mejores cristianos, los que tienen una vida más pujante, no se cuentan necesariamente ni entre los sabios o entre los hábiles, entre los intelectuales ni entre los políticos... su voz no resuena en la prensa... su vida está oculta a los ojos del mundo, y si llegan a conseguir cierta notoriedad, esto no sucede sino por excepción, y, sin embargo, ellos 320

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son los que contribuyen más que todos los demás a que esta tierra no sea un infierno. La mayor parte de ellos no se preguntan si su fe está ‘adaptada’, ni si es ‘eficaz’. Les basta con vivir de ella” (H. de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, p. 237). La acción pastoral de la parroquia no se puede quedar a lo que espontáneamente se le ocurra a cada cual. Se trata de tener visiones globales de la situación de los procesos que se van llevando a cabo para vivir “en la libertad para la que Cristo nos libertó” (Gál 49). La pastoral de conjunto, el llevar a cabo líneas de acción comunes, comporta: 1. La escucha atenta de lo que sucede en un mundo que cambia a pasos de gigante y en el que únicamente los pobres, los marginados, los últimos permanecen y aumentan. 2. El discernimiento comunitario a fin de escucharnos y sostenernos mutuamente. La pastoral de conjunto nos evita caer en la tentación de hacer de cada lugar y espacio eclesial compartido un “conjunto de pastorales”, en vez de una “pastoral de conjunto”. Por este camino no desperdiciaremos la experiencia humana acumulada de nuestras parroquias, ni tampoco la acción salvadora de Dios, y de este modo seremos una Iglesia más fiel al único Maestro. En mi diócesis de Getafe, desde hace cinco años se puso en marcha al Área de Pastoral Caritativo-Social, que engloba: Pastoral penitenciaria, Caritas, Pastoral de las migraciones y Pastoral obrera. Se trata de una muy buena experiencia de pastoral de conjunto, pues esto mismo está teniendo repercusiones en los arciprestazgos y las parroquias. 321

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Actividades pastorales y elementos básicos que generan y transmiten una madura vida teologal en las parroquias – La Palabra de Dios que configura a los creyentes de la parroquia y a la comunidad (Hch 4,31). – El don del Espíritu Santo (Hch 9,31) que ilumina la oración y la celebración de los sacramentos. – El seguimiento de Jesucristo con sus diferentes carismas. – La fe viva de los cristianos que actúa por el amor y es capaz de testimoniar en el pueblo, barrio, la realidad ya presente del Amor más grande. – Las personas sencillas y pecadoras que constituyen la parroquia son el elemento natural de la Iglesia particular; por ellas, centradas en el Evangelio y en la eucaristía en comunión y fraternidad con el propio obispo, subsiste la Iglesia universal (LG 26). – La presencia pública en la sociedad, alrededor de la eucaristía y del Evangelio escuchado, predicado y vivido. Testimonio de los cristianos que edifican una sociedad más justa e impregnada por los valores del Reino... Son miles de mujeres y hombres que viven, sufren el “peso de lo cotidiano”, “el espesor de lo real”, los que llevan en sus vasijas de barro la luz testimonial de la fe viva. Hacen vida la vida de Jesús de Nazaret: – Oración confiada al Padre. – Recibir la vida de Dios. – Caminar con los pobres. – Partir el pan y darlo. – Compartir la mesa y ser amigo de los pecadores. – Levantar a los heridos de la vida. – Vivir una existencia entregada. 322

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– Poner andamios a la esperanza. – Amar hasta el extremo. – Perdonar al enemigo. – Anunciar la Buena Nueva.

¿Qué es lo que la gente pide a la parroquia? – Ayuda para vivir la vida de cada día. – Ayuda para buscar lo que verdaderamente importa. Narrar lo que interesa. – Vigilantes, centinelas atentos al pueblo pobre y oprimido. – Vivir centrados en Cristo, despojados de protagonismos, y que nuestro vivir sea un “vivir para los demás”. – Buscar juntos el sentido de la vida. – Descubrir el verdadero sentido de lo sagrado. – Caminar al encuentro con Dios en la persona de Jesucristo. – Vivir los valores del Evangelio.

Perspectivas de la parroquia en la pastoral de conjunto – Vivir encarnados y asumir la realidad. – Adulta vida teologal. – Con creatividad pastoral. – Sumar y no restar. – Responsabilidad en el trabajo. – Ser la comunidad cristiana según el programa de Jesucristo. – Ser una familia para el barrio. 323

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– Siendo servidores de la comunión y de la alegría cristiana. – Viviendo en estado constante de misión. – Saliendo la parroquia al encuentro del mundo en actitud de presencia, cercanía, diálogo, servicio fraterno, testimonio y anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo. – Trabajo pastoral en comunión-coordinación en la propia parroquia, con las parroquias vecinas, en el arciprestazgo y en la diócesis. – Abiertos a la esperanza cristiana. – Donde todos tengan cabida porque se respetan los carismas. – Con el tesoro de la alegría para los huérfanos del gozo cristiano.

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Mi visión de la parroquia hoy Ángel Matesanz Rodrigo Vicario episcopal, IV Vicaría Archidiócesis de Madrid

Presupuestos No es el momento de desarrollar todo lo que se presupone cuando hablamos de “acciones parroquiales y pastoral de conjunto”, pero sí de recordarlo brevemente. Hay presupuestos que son decisivos. 1. Una parroquia se caracteriza por ser una comunidad enclavada en un territorio determinado. Está formada principalmente por todos los creyentes que viven en un territorio concreto. Es verdad que este criterio, que es objetivo –pertenecen todos los que viven aquí–, hay que tomarlo con cierta flexibilidad, porque cómo no van a pertenecer también a la parroquia los que, de hecho, están vinculados de modo estable a los intereses de los que viven en ella, aunque ellos mismos no vivan. En la parroquia aparece sobre todo la dimensión local, concreta y cercana de la eclesialidad (de lo que es la Iglesia). A través de la parroquia, de los miembros de la comunidad parroquial, la Iglesia se enraíza en el territorio, en los barrios, en una sociedad y en una cultura concretas. 325

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La referencia al territorio no sólo es criterio y motivo para la reunión de los miembros de la comunidad. Es también recordatorio apremiante de que existen vecinos y amigos que, estando llamados a formar parte de la familia de Dios, todavía no están en la comunidad. 2. Si decimos que en la parroquia se realiza la Iglesia es porque en ella se cumple, de un modo sencillo y cercano para los vecinos, eso de ser “como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Y es signo e instrumento de la salvación confesando la fe en el Evangelio que anuncia, celebrándola [la salvación] en la liturgia, viviéndola en las relaciones fraternas, contribuyendo a su realización por la transformación de la sociedad. Así que la parroquia se caracteriza también por dedicarse al proceso de la evangelización en su conjunto, globalmente. Sin especializarse en ninguna de las múltiples tareas que integran el complejo proceso de la evangelización, sin dejarse vincular exclusivamente a uno de los diferentes carismas que puede conceder el Espíritu Santo. La comunidad parroquial tiene que tener la preocupación de capacitar a sus miembros para participar en la vida cristiana básica pero globalmente, tal como se hace en una parroquia: desde que se es acogido en la Iglesia por el bautismo y se empieza a conocer la fe hasta que se va estando en condiciones de anunciar a otros la misma fe que se ha recibido. La formación de los miembros de la comunidad parroquial –nunca meros “clientes”, siempre evangelizadores, aunque sea en el grado más elemental– coincide con la iniciación cristiana, o sea, con el catecumenado y la celebración de los sacramentos, y culmina en la eucaristía. Tanto la referencia objetiva al territorio como el hecho de tener que dedicarse al conjunto de la evangeliza326

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ción impiden a la comunidad parroquial seleccionar de modo alguno a sus miembros: ni la coincidencia ideológica, ni la opción política, ni la calidad moral, ni la especialización en una de las tareas que integran el proceso de la evangelización, ni un carisma o vocación particular. 3. La parroquia se caracteriza por ser comunidad eucarística. La eucaristía del domingo es la suprema realización eclesial de esa agrupación local de cristianos que es la parroquia En la eucaristía, la comunidad queda hecha, por obra del Espíritu Santo, Cuerpo de Cristo; forman un solo cuerpo los que comen del mismo pan. La fraternidad que nace de la eucaristía no es un acuerdo entre personas de buena voluntad; es un don de Dios que nos hermana a los diferentes. En la celebración de la eucaristía, la comunidad parroquial queda unida a Jesucristo, que es el Enviado a evangelizar a los pobres y pecadores y el que entrega su vida para la salvación de todos. Unidos a él, los miembros de la comunidad parroquial quedan hechos una comunidad de enviados que consagran su vida a la misión del Evangelio. 4. De la celebración de la eucaristía se sigue una última característica de la parroquia: es misionera. En la celebración de la eucaristía, la comunidad siente la ausencia de todos los que, estando llamados a ser miembros del Cuerpo de Cristo, todavía no están incorporados. No lo conocen, no creen en él, no están unidos a él. Se hace viva la memoria de las divisiones y enfrentamientos, de la injusticia y la fraternidad rota, de los hijos de Dios a los que se les niega la dignidad que les corresponde. Pero una cosa es echar de menos y otra poner falta. No es el deseo de ser numerosos y fuertes lo que pone en marcha el dinamismo misionero de la comunidad parroquial, sino el deseo de compartir los bienes que recibimos con la fe, empezando por la fe misma. 327

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En la eucaristía queda claro también que todos los miembros de la comunidad somos igualmente llamados a la misma misión; sea cual sea la modalidad de la llamada, todos somos convocados al trabajo de buscar y reunir a los hermanos dispersos.

Las acciones parroquiales 1. Las acciones parroquiales son expresión de la fe de la comunidad. Una parroquia no organiza una acción si no es para responder a Jesucristo, que llama a colaborar con él en el anuncio y la implantación del reinado de Dios. Mantenerse activos para que no se pueda decir que no son útiles, empeñarse en sacar adelante con toda generosidad un proyecto propio porque resulta gratificante hacer cosas buenas, no son razones suficientes. Igual que san Pablo, los cristianos de una parroquia no se predican a sí mismos. Las acciones que organiza una parroquia nacen de la fe que vive la comunidad. Son para crecer en el conocimiento de Jesucristo, en la experiencia del Evangelio, en la calidad humana y humanizadora que aporta la vida auténticamente cristiana. Son también para compartir la fe que vive la comunidad. El Evangelio no es un bien para que lo conserven en exclusiva quienes lo han recibido en la fe, sino para ofrecerlo a quien ni lo conoce ni lo disfruta. Se ofrece de muchas maneras: por la palabra, contándolo con sencillez o contando sinceramente lo que “produce” en uno mismo la fe en Jesucristo; por el lenguaje de los símbolos y las acciones simbólicas de la liturgia; por las relaciones fraternas que se expresan y se alimentan (y se abren a otros) en reuniones festivas y actividades de ocio; en el servicio a quienes se encuentran en situaciones apuradas de la clase que sea. 328

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Cualquier acción que no sea antihumana puede ser organizada y ofrecida coherentemente por una parroquia, con tal de que nazca de la fe y sea expresión de la adhesión a la persona y a la obra de Jesucristo. Lo que anunciamos no puede ser sino lo que hemos visto y oído. Puede parecer una simpleza, pero, siendo así las cosas, una parroquia no debería organizar una actividad sólo porque es costumbre o mantenerla si los responsables directos de sacarla adelante no tienen fe. Tampoco tiene sentido embarcarse en una acción pastoral sólo para atraer a mucha gente y conseguir que haya movimiento y “vidilla” en la parroquia. De aquí se sigue también que no basta con que quienes llevan a cabo la acción acrecienten su capacidad o ejerciten las habilidades que se requieren para ello; es indispensable, además, que renueven continuamente su motivación cristiana, que vivan con sentido evangélico lo que hacen. 2. Otra característica de la acción que organiza la parroquia es que se decide después de discernir, a la luz de la fe, la situación de las personas a las que se dirige. Los miembros de la comunidad parroquial conviven en el mismo territorio con personas que no pertenecen a la comunidad, pero a las que tienen que saber ver y conocer. No se trata de conocerlas como conocen los vendedores, para poder controlarlas lo más posible, para conocer sus puntos flacos. Tienen que conocerlas como conocen las personas, dejándose impresionar por ellas. No porque sus vidas sean especialmente dramáticas, sino porque son sensibles a sus aspiraciones y sus logros, y a sus fracasos o temores, que, en el fondo, son comunes. En esas situaciones vitales compartidas, la comunidad parroquial descubre, al contemplarlas a la luz de la fe, cómo se está realizando en ellas el designio de Dios o qué obstáculos lo están impidiendo; cómo la humanidad 329

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–la calidad humana– crece o se deteriora, cómo la dignidad humana es respetada y promovida o es dañada. Quienes en la eucaristía han sido hechos Cuerpo de Cristo se sienten llamados a colaborar con él en la realización del plan de Dios respecto de esas personas concretas. Y se deciden a emprender las acciones que lo favorezcan. Las acciones serán distintas según las necesidades de evangelización –de auténtica humanización– que se detecten: pueden ir desde la presentación ordenada de la experiencia de fe de la Iglesia (catequesis) a un servicio de orientación familiar o de acompañamiento a personas mayores o un taller de oración. Lo cierto es que los apóstoles tienen que ser antes discípulos: tienen que buscar qué es lo que Dios quiere, a qué es a lo que Dios llama, para favorecerlo con toda diligencia. El diálogo, el encuentro con las personas con las que convivimos, el discernimiento de lo que Dios quiere de nosotros, son actitudes indispensables para decidir las acciones pastorales. 3. Expresar la fe, ofrecerla a quien no la tiene, participar en las acciones de la parroquia, es cosa de toda la comunidad. También de las personas que puedan parecer más frágiles o menos dotadas. En el pueblo de Dios, el Espíritu Santo nos ha hecho profetas a todos, a los instruidos y a los ignorantes. Cuando hablamos de la eficacia del Evangelio (de la fecundidad del grano que muere, por ejemplo), nos referimos a una cosa distinta de la eficacia de la técnica o la economía. Si todos –también los ignorantes, los pecadores y los pobres– participamos de la eucaristía, todos somos hechos Cuerpo de Cristo, todos somos evangelizadores, aunque no todos estemos llamados a sostener las mismas iniciativas ni a prestar los mismos servicios. En las comunidades parroquiales muchas veces habrá que superar la tentación de abandonar a su suerte a los 330

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más débiles (débiles por la razón que sea: retraimiento, pereza, limitación intelectual...) como si fueran una rémora. Habrá que echar tiempo y paciencia para ayudar a esas personas a descubrir cuál es su carisma, a acoger su vocación. Esto supone estar convencido de que el ritmo en el trabajo de Dios no suele coincidir con el nuestro. Y también que, a los ojos de Dios, los dos reales que echó la viuda en el cepillo del templo fue una limosna mucho más valiosa que la que echaban los ricos. Participar en las acciones parroquiales es cosa de toda la comunidad. También de las personas más frágiles, hemos dicho. Y de los diferentes, decimos ahora. “La parroquia –dice el decreto del Concilio Vaticano II sobre el apostolado de los seglares– ofrece un modelo clarísimo del apostolado comunitario, porque reduce a unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran y las inserta en la universalidad de la Iglesia” (AA 10). La parroquia no es propiedad privada de nadie, ni del párroco ni de los grupos o movimientos o asociaciones que puedan estar insertos en ella. Todos tienen algo que decir y que hacer, ninguno tiene el dominio sobre los demás. Los distintos grupos que existen en una comunidad parroquial no tienen por qué ser el resultado de un reparto de tareas que se hace en una comunidad homogénea, ocupándose cada grupo de una tarea. Se trata más bien de que la parroquia sea capaz de promover, de admitir, de integrar en una comunión misionera, grupos o pequeñas comunidades diversas, cada una con su estilo propio. La parroquia es más bien el lugar donde se encuentran y se enriquecen mutuamente iniciativas evangelizadoras diversas, liberadas del aislamiento y de la contraposición. 4. Al servicio de esta comunión, de la misión encomendada a la comunidad parroquial en un territorio, de 331

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la corresponsabilidad, está el Consejo pastoral. Expresa la comunión, así que no puede excluirse la representación de ningún grupo parroquial ni por fragilidad ni por ideología. Organiza las distintas actividades evangelizadoras que ha de realizar la parroquia; para ello han de conocer las situaciones reales que se viven en el barrio, tienen que discernir las necesidades de evangelización más urgentes, tienen que decidir las acciones que se deben emprender. Hay que señalar que el funcionamiento del Consejo pastoral tiene que estar marcado por el momento de oración, de búsqueda a la luz de la fe de lo que Dios quiere. Ni que decir tiene que en la participación de cada uno de sus miembros se reflejará el testimonio de la propia experiencia de fe. De otro modo, el Consejo podría quedarse en lo puramente organizativo, en una especie de tecnocracia pastoral. En algunos sitios, las parroquias se han quedado muy pequeñas y, por otro lado, las parroquias vecinas son muy parecidas desde el punto de vista cultural y económico. Se valora cada vez más el arciprestazgo como la unidad pastoral, con ventaja sobre la parroquia, donde debería programarse y realizarse la acción pastoral. Concretamente en Madrid hay incluso quien encuentra que los arciprestazgos son pequeños y algo empobrecedores...

Algunas pistas Es muy común el deseo de programar y realizar coordinadamente en las parroquias y en los arciprestazgos el trabajo de la evangelización; en los arciprestazgos se desea también que entren en la coordinación otras instituciones de la Iglesia, aunque no sean parroquias. Las razones que muchas veces se aducen son eminentemente prácticas: ahorrar energías, apoyarse mutuamente, distribuir mejor las personas, “optimizar” (con perdón) 332

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los recursos... También se presiente que se ganaría en eficacia. Parece bastante razonable. Se dan también otras razones de orden moral: la unión hace la fuerza; es contraproducente, se dice, ir cada uno por su lado; y mucho peor aún es que se ponga de manifiesto la oposición entre unas instituciones y otras: se debe dar testimonio de unidad. Me parece intuir todavía otras razones, que quizá no se digan tanto pero se sienten mucho: la aspiración profunda a gestionar las diferencias fraternalmente, sin que el enfrentamiento ni la indiferencia quiebren la comunión. Después de todo, estamos hechos para la comunión, aunque el camino sea complicado y la meta parezca siempre lejana. Dejarnos convocar a la comunión cada día por el Espíritu Santo en la escucha de la Palabra y en la celebración de la eucaristía tiene que terminar dando fruto. Aunque los tiempos sean difíciles y haya algo (o mucho) de desconcierto, aunque nos dé un poco de miedo llegar a ser insignificantes del todo, aunque a veces nos equivoquemos por las prisas y digamos y hagamos cosas poco provechosas, me parece que también hay sitios en los que las comunidades parroquiales encuentran caminos de evangelización, de fraternidad, de coordinación. Me parece que en esos casos coinciden algunas actitudes que, aunque sean don de Dios, las podemos cultivar todos. Una confianza básica en los hermanos que, igual que uno mismo, han sido con-vocados a trabajar por el Evangelio y tienen sus luces y sus fuerzas, como yo tengo las mías. Esta confianza básica hace valorar con simpatía y enriquecer las iniciativas que puede tener cualquiera en la parroquia o el arciprestazgo. Da igual que la iniciativa haya sido sugerida “desde arriba”, como se dice a veces, o 333

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desde al lado. Un convencimiento de tener tanta necesidad como los demás de recibir claridad y apoyo. Actitud de escucha, de dejarse enriquecer por las aportaciones de los demás. Ahora bien, la consideración positiva de los otros puede hacerlos ver como colaboradores, como aliados, como hermanos, como miembros de un mismo cuerpo. No todo tiene la misma fuerza. La comunión llega a sentir como propios los logros y los fracasos de los hermanos. Compartir con simplicidad y transparencia la búsqueda perseverante de lo que Dios quiere de nosotros mismos y de las personas con las que convivimos en el barrio, y buscar esa voluntad de Dios en la escucha de su Palabra y en la contemplación a la luz de su Palabra de la vida de las personas concretas. Esto supone, es claro, un deseo de conocer cada vez mejor a Jesucristo y vivir más unidos a él, el convencimiento de que estamos haciendo su trabajo y no el nuestro. No sé si en los casos que yo conozco de coordinación de la acción evangelizadora, quienes están participando en ella hablaron de estas actitudes y se propusieron expresamente cultivarlas. A veces, el Espíritu Santo hace las cosas, aunque luego no lo diga. Lo que puedo decir es que, una vez que he conocido esos casos, estoy seguro de que las tienen y las favorecen. Por eso me parece que son una pista a considerar. Los tiempos serán como sean, pero, como le decía Pablo a Timoteo, “Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación”. No seremos maravillosos, pero tenemos remedio.

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Parroquia y pastoral de conjunto Faustino Alarcón Hortelano Párroco de San Basilio el Grande, Madrid

Por qué optar por una pastoral de conjunto Cuando me invitaron a participar en esta mesa me dijeron que se trataba de compartir mi experiencia de trabajo en parroquia desde la perspectiva de una pastoral de conjunto. Antes que contar algunas experiencias, voy a enumerar brevemente en qué apoyo mi opción por este tipo de pastoral organizada desde unidades pastorales, arciprestazgos o zonas geográficamente cercanas. Parto de mi experiencia de 35 años trabajando en parroquias de distintas zonas, con distintas realidades tanto sociales como religiosas. Desde que soy cura opté por el trabajo en parroquia, convencido de que es el lugar privilegiado para compartir la fe en comunión con gentes distintas, que han seguido procesos muy diversos, que han recorrido muchos caminos. Tengo que confesar que la experiencia en las distintas parroquias ha configurado mi vida y mi espiritualidad, además de ir construyendo lo más presentable de mi pobre persona. Y junto con esta opción por la parroquia, siempre ha sido un objetivo en mi actividad pastoral el empeño 335

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por una pastoral programada y coordinada. En la mayoría de las ocasiones, aprovechando la organización de los arciprestazgos, aunque no exclusivamente. También es verdad que en muy pocas ocasiones este empeño se ha hecho realidad, pues hay obstáculos y resistencias que lo impiden, y que tienen diversas causas y que enumeraré en el apartado “Dificultades”, en la página 341. No se trata de hacer una exposición teológica, sino de expresar mi convencimiento personal, así como algunas razones sacadas de la experiencia en el trabajo pastoral. – Creo en primer lugar que la Iglesia no es para ella misma, sino mediación o sacramento de salvación, que ofrece al mundo lo mejor que ella tiene, que no es suyo, sino que le ha sido dado: el hacer posible la participación de todo el pueblo de Dios en el mismo Espíritu que el Resucitado nos ha dado. De esta “unanimidad” o participación en el mismo Espíritu dimana la necesidad de unas acciones comunes en las que todos los miembros de la Iglesia tenemos que implicarnos: escucha de la Palabra, participación en los sacramentos, difusión del Evangelio, transformación del mundo... Y sustentando estas acciones está la conciencia de la corresponsabilidad en una Iglesia que es cosa de todos y de cuya vida y crecimiento todos tenemos que responder. – Para ofrecer al mundo la misión que le ha sido encomendada, nuestra Iglesia tiene que hacerlo de manera coherente. Es imprescindible para ello trabajar más por una pastoral orgánica y planificada, que exprese también en nuestra metodología nuestra identidad comunional y participativa. La pastoral de conjunto debería ser una exigencia de primordial importancia en la vida de la Iglesia. Coordinarse, comunicarse, informarse, revisarse juntos, no debería ser algo accesorio u opcional en la pastoral de la Iglesia, sino fundamental. 336

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– Se trata nada menos que de compartir la responsabilidad y el trabajo para realizar la común misión de dar testimonio del Dios que nos ha salvado y nos ha hecho hermanos en Cristo. Se trata de ser fieles al Espíritu Santo, que nos vivifica a todos en orden a la construcción de una comunidad, sacramento de Cristo, que tiene que visibilizarse también en sus estructuras y en su organización. – La condición sacramental de la Iglesia se encarna en mediaciones y estructuras que tienen que hacer visible la comunión en la misma vida de Dios y comunión en el mismo Espíritu. Si la Iglesia es sobre todo congregación, asamblea, comunión, fraternidad..., en función de esto tienen que estar nuestras estructuras y mediaciones pastorales. Una pastoral coordinada, compartida, consensuada, fraternalmente revisada y corregida, leída y orada desde el Espíritu de Jesús, expresa y visibiliza mejor los fines que nos proponemos. Anunciar la Buena Noticia, celebrar al Dios de la Vida y servir a los pobres y excluidos no se puede hacer coherentemente actuando como francotiradores, reinos de taifas, reductos intimistas, liderazgos o protagonismos sobredimensionados, etc. – Tanto los carismas y vocaciones como los ministerios son dones del Espíritu. “Uno sólo es el Espíritu que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la variedad de ministerios (1 Cor 12,1-11)” (LG 7). La pastoral de conjunto ayuda a valorar tanto los propios carismas como los de los demás. Todos aportan algo específico y todos necesitamos de las aportaciones y carismas de los demás. Esta actitud de apertura y de complementariedad es la que se pide al laicado, a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial, que actuando armónicamente en los diferentes servicios, se complementan mutuamente y multiplican así los resultados de sus esfuerzos. 337

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Enumero también algunas razones sacadas de la práctica diaria en la pastoral parroquial y que responden a por qué optar por una pastoral de conjunto: – Porque en las parroquias no podemos hacerlo todo. – Porque tenemos recursos materiales y humanos limitados (personas, espacio, tiempo, dinero...). – Porque si no trabajamos con una pastoral de conjunto, todos gastamos muchas energías, a veces eliminando lo que el otro ha hecho. – Porque trabajar de manera articulada y con sentido de comunión nos ayuda a sentirnos más comunidad, significa un estímulo para todos, optimiza nuestros recursos y hace posible un servicio más integral. – Ayuda a superar el binomio curas-laicos y a construir una Iglesia más de comunidad-ministerios.

Algunas experiencias Podría contar algunas experiencias, aunque no muchas, y no muy notables en el ámbito de la pastoral de conjunto. Sí que he vivido pequeñas realidades de coordinación. Pero siempre he echado en falta la necesaria organización y estructura que haga posible la articulación en términos de realismo y eficacia. Desde mis primeros pasos como cura trabajé en equipo con otros compañeros, incluso compartiendo vivienda y bienes. Esta experiencia fue muy gratificante, pero muy poco apoyada por los obispos. Nos consintieron ir en equipo porque les dijimos que no teníamos inconveniente en ir a donde nadie quisiese ir. En los compañeros sacerdotes sí tuvimos bastantes apoyos. 338

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Puedo decir que en esta etapa sí gozamos de las ventajas de una pastoral coordinada, colegiada y revisada en equipo por un verdadero equipo pastoral. Otra etapa muy enriquecedora, y esta vez sí apoyada por el obispo –por eso menciono su nombre: Alberto Iniesta– fue en la zona rural de la Vicaría IV. Él sí nos apoyaba y, además, hubo un gran avance en la pastoral de conjunto en los tres arciprestazgos de la zona rural que trabajábamos unidos, con programas comunes y con un tejido organizativo y colegiado que hacía posible la pastoral de conjunto. Después, en algunos periodos de tiempo y para proyectos muy concretos, en los distintos arciprestazgos donde he trabajado sí he vivido experiencias muy ricas en este campo de la pastoral coordinada y de conjunto. Como caso significativo cuento la experiencia vivida en el arciprestazgo de Delicias-Legazpi, de Madrid, donde sigo actualmente. Fue hace unos años, cuando la avalancha de inmigrantes comenzó a llenar nuestros barrios y, en cada parroquia, el día y la hora de la Acogida de Caritas era una fila de gentes nuevas que reflejaban muchas veces en sus rostros la ansiedad y la angustia de la falta de “papeles”, de vivienda digna, de trabajo, de relaciones... Yo estaba de coordinador de Caritas de la zona y comenzamos una reflexión sobre la realidad del inmigrante que venía a nuestros barrios, sobre sus necesidades y demandas. Se formó un equipo en el que había representantes de las siete parroquias y comenzamos a mirar esta realidad que tanto nos interpelaba y preocupaba. Después de un periodo de reflexión y preparación, en el que hubo que solucionar algunos conflictos entre los que querían dar soluciones inmediatas y los que querían asentar unas bases más firmes que diesen consistencia al equipo y al proyecto, se convocó una asamblea. Desde 339

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las misas de los domingos, y con carteles, se convocaba a todos los que tuviesen inquietud por conocer el mundo de la inmigración y las propuestas que desde el arciprestazgo presentábamos. A esta asamblea acudieron algo más de cien asistentes. Al final de la asamblea se les dio una ficha a los que quisieran colaborar en el proyecto. Se apuntaron 55 voluntarios. Se crearon cuatro equipos que correspondían a cuatro caras del problema de la inmigración: sensibilización de las parroquias y del barrio; trabajo, vivienda, y menores. Fue muy ilusionante, sobre todo los primeros años. También es verdad que no todo fue fácil, pues alguna parroquia se descolgó del proyecto, que actualmente está en momentos difíciles por el excesivo protagonismo, por el cambio de líneas pastorales en alguna parroquia de la zona y por la falta de interés de algunos compañeros sacerdotes que no animan los suficiente ni asumen la pastoral de conjunto. Otra experiencia también en la misma zona es el trabajo realizado en el Consejo de Animación Pastoral del Arciprestazgo. Se elaboró un borrador titulado Salir al encuentro de un pueblo plural, que se ofreció para que lo trabajasen en todos los consejos pastorales de las siete parroquias de la zona. Este trabajo terminó con una asamblea de todos los consejos parroquiales, en la que se eligieron las líneas prioritarias en los cuatro campos a los que queríamos salir al encuentro: ancianos, inmigrantes, jóvenes y familias jóvenes. El trabajo de reflexión y de elección de las líneas prioritarias está hecho, ha servido para unirnos y hemos sido capaces de consensuar algunas líneas de acción. El llevarlo a la práctica está siendo muy lento. A lo largo de todos estos años, en muy pocos momentos de mi actividad pastoral he encontrado apoyos 340

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claros a esta pastoral. Tampoco he encontrado un convencimiento profundo ni en los responsables diocesanos, ni en la mayoría de los compañeros sacerdotes, ni en la mayoría de los laicos. Pero en medio de avances y retrocesos, ha ido creciendo el convencimiento de que coordinarse y organizarse por zonas o unidades pastorales es la mejor manera de hacer pastoral.

Dificultades – Se echa en falta una opción clara por la pastoral de conjunto en los planes pastorales de las diócesis. Son necesarios itinerarios de referencia para poder dar pasos. – Las curias diocesanas son organismos burocráticos, jurídicos y administrativos, más que pastorales. – Inadecuación de la estructura tradicional en muchas parroquias para facilitar tanto una vivencia comunitaria como una pastoral de conjunto. – Desazón y desencanto en muchos sacerdotes, proveniente de no encontrar un lugar claro y satisfactorio en la estructura pastoral; esto ha sido a menudo un factor decisivo en algunas crisis sacerdotales, como también, por analogía de situaciones, en las crisis de un número considerable de religiosos y laicos. – Casos de aplicación desacertada de la pastoral de conjunto o de la planificación, sea por improvisación o incompetencia técnica, sea por excesiva valoración de los “planes” o por una concepción demasiado rígida y autoritaria de su puesta en práctica. – Debilitamiento de nuestras comunidades, así como en la edad de muchos agentes de pastoral. Este momento de debilidad debería convertirse en oportunidad para unir, compartir y coordinar mejor los esfuerzos y las acciones. 341

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– Excesivo celo y protagonismo de algunos grupos que temen perder su autonomía. Es tiempo para reforzar el espíritu de comunión y mirar con una mirada nueva la realidad. – A menudo se falla en la transmisión de la información, que se queda a mitad de camino, en el grupo cercano, y no llega a otros grupos, como tampoco al conjunto de la parroquia y aún menos al arciprestazgo. – La indefinición de los espacios pastorales como los arciprestazgos y la relación entre las parroquias. – Ausencia de motivación y espíritu de comunión y de pertenencia a la comunidad cristiana. – Falta de formación en los sacerdotes para trabajar en equipo. – Las instituciones diocesanas no apoyan ni priorizan los equipos pastorales. – Falta de estabilidad, porque no se cuidan los procesos en marcha y a menudo se vienen abajo por los cambios de sacerdotes, a veces con líneas muy distintas y a veces casi opuestas. – Excesivo clericalismo y débil incorporación de laicos con responsabilidades pastorales en los equipos de coordinación.

Pistas de acción Antes de proponer algunas pistas que me parecen importantes, quiero constatar también desde mi experiencia que la coordinación en los arciprestazgos cada vez es más pobre y que cada vez se habla menos entre los sacerdotes de pastoral de conjunto. Habrá que ir pensando en otras plataformas de coordinación, como las llamadas “unidades pastorales”, que están desarrollando en algunas diócesis. 342

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Vistas las dificultades que existen para hacer efectiva la pastoral de conjunto, sugiero las siguientes pistas: 1. Iniciar un proceso de continua mentalización y aggiornamento desde un doble punto de vista: a) Teológico-pastoral, fundamentado en la eclesiología del Concilio Vaticano II y en la teología postconciliar. b) Pedagógico, proveniente de un continuo diálogo apoyado en la revisión de vida, tendente a crear un auténtico sentido comunitario, sin el cual es totalmente imposible una genuina pastoral de conjunto. Esta mentalización y aggiornamento debe alcanzar a todas las esferas del pueblo de Dios, creando en obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, comunidades, movimientos y asociaciones una sola conciencia eclesial. Esta mentalización y aggiornamento debe también llevarnos a crear espacios de participación efectiva. No se puede dar la coordinación si no hay antes una praxis de corresponsabilidad y participación efectivas dentro de las parroquias, arciprestazgos, vicarías, diócesis. 2. Optar claramente por el trabajo en equipo. Y en equipo plantearse los siguientes pasos: a) Estudio de la realidad. Es algo que ha dejado de valorarse en la práctica pastoral, pero yo creo que es más necesario que nunca, pues también los cambios son más rápidos. Para ello son importantes las aportaciones de organismos y personas especializadas. b) Reflexión teológica sobre la realidad detectada. c) Censo y ordenamiento de los elementos humanos disponibles y de los materiales de trabajo. d) Determinación de las prioridades de acción. 343

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e) Elaboración del plan pastoral. Se deben seguir para esto los principios técnicos y serios de una auténtica planificación, dentro de una integración en planes de nivel superior. f ) Evaluación periódica de las realizaciones. Apertura a las necesidades nuevas que vayan surgiendo, desde una revisión y autocrítica permanentes. 3. Amplia participación de cada parroquia. Es muy necesario trabajar las asambleas parroquiales, arciprestales o unidades pastorales. a) Es importante la integración e interacción de diferentes áreas de la pastoral. Se consigue muy poco coordinando acciones pastorales aisladas. Por ejemplo, se pueden coordinar proyectos de Caritas, pero luego esto no influye para nada en catequesis ni en liturgia, teniendo presente también en estas áreas la opción por los pobres. b) Buscar juntos, preguntarnos constantemente, qué es lo que el Espíritu nos está insinuando para que el Evangelio llegue al corazón de nuestro barrio, cómo inculturar nuestro anuncio de modo que aprendamos a proclamar, enseñar, celebrar y servir con el lenguaje y los símbolos propios de hoy y con acciones significativas para el hombre y la mujer de hoy. c) Aprender a mirar juntos, con el corazón, el mundo que nos rodea y “salir a su encuentro”, para hacer como Jesús la opción preferencial a favor de los pobres y sufrientes en el seno de nuestra Iglesia, para ir haciendo el camino hacia una Iglesia más misionera, más orante, más samaritana, más cercana y comprometida con los que sufren. d) Organizarse y articularse no quiere decir desaparecer ni empobrecerse, sino potenciar entre 344

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todos lo que hacemos. Siempre es positivo crear espacios conjuntos para la reflexión, la oración, la motivación, el análisis de la realidad, la respuesta a las necesidades... Es enriquecedor trabajar coordinadamente para poder llegar donde no estamos y también para evitar las duplicidades (en convocatorias y procesos formativos, etc.). e) Apoyar la realización de pequeños proyectos y acciones concretas que tienen la virtualidad de generar vida atrayendo gente nueva. f ) Tener siempre presente que más importante que una técnica o cronograma, es asimilar toda una “actitud” y un “espíritu”; que las personas son más importantes que los proyectos; que el único elemento que no cambia en la pastoral es el mensaje. Termino con un cuento que trabajamos en los equipos de coordinación y que es muy sugerente: Cuentan que en una carpintería hubo una extraña asamblea. Fue una reunión donde las herramientas se juntaron para hablar de sus diferencias. El martillo estaba ejerciendo la presidencia, pero los participantes le exigieron que renunciase. ¿La causa? Hacía demasiado ruido y, además, pasaba todo el tiempo golpeando. El martillo reconoció su culpa, pero pidió que también fuese expulsado el tornillo, alegando que éste daba muchas vueltas para conseguir algo. Frente a este ataque, el tornillo aceptó también la propuesta, pero pidió la expulsión de la lija. Dijo que ella era demasiado áspera en el traro con los demás y entraba siempre en conflicto. La lija acató la sentencia, pero con la condición de que se expulsara al metro, que siempre medía a los otros de acuerdo a su medida, como si fuese el único perfecto. 345

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En ese momento de la discusión entró el ebanista, juntó a todos e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro, el tornillo... y la tosca madera se convirtió en un bello mueble. Cuando el ebanista se marchó, las herramientas iniciaron su discusión de nuevo. Pero el serrucho se adelantó y dijo: –Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el ebanista trabaja con nuestras cualidades resaltando nuestros puntos valiosos... Por tanto, en vez de pensar en nuestras flaquezas, debemos centrarnos en nuestros puntos fuertes. Entonces, la asamblea entendió que el martillo era fuerte y el tornillo unía y daba consistencia; la lija era especial para limpiar y afinar asperezas, y el metro era preciso y exacto. Se sintieron como un equipo capaz de producir cosas bellas. Y una alegría se apoderó de todos por la oportunidad de trabajar juntos.

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La parroquia urbana en la Arquidiócesis de México D. F. Carlos A. Ruiz y Alvarado Arquidiócesis de México

Introducción Esquematizar el andar rico y complejo de una comunidad humana y cristiana como es la Iglesia en la Ciudad de México es comprimir y dejar algunos ricos detalles que la explican y configuran, pero es necesario hacer esta tarea. Lo que sigue es un acercamiento con mirada pastoral al proceso evangelizador que se está llevando a cabo en la Ciudad de México por la Iglesia particular de la misma desde la celebración del II Sínodo Diocesano en 1992; en 1994, el arzobispo, como su legítimo Pastor, propone la opción pastoral sinodal para toda la arquidiócesis. El trienio que antecedió al Gran Jubileo preparó los ánimos para la Misión Permanente, que se inicia en el 2000. Y continúa.

Esquema El punto de partida es la realidad socio-pastoral, que apenas se bosqueja siguiendo el sistema del FODA (fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas). 347

FORTALEZAS

Crecimiento urbano desordenado

Manipulación política –clientelismo electoral– Medios de comunicación y manipulación masiva Cultura estándar, masiva, sin vínculos primarios Inmediatismo, no hacen plan a largo plazo Pérdida del sentido de la vida... Pragmatismo e individualismo

Búsqueda de sentido Anhelo de progreso Sensibilidad y búsqueda de lo trascendente Voluntad de participar y de ser tomados en cuenta Procesos democráticos Organización popular Organismos solidarios Tiempos fuertes litúrgicos y religiosidad popular Voluntad de los laicos en participar en acciones organizadas Ir más allá del templo, más allá de la oficina... Formación de cuadros, líderes cristianos que colaboren en lo secular

Matriz urbana Megaciudad (9-10 millones de habitantes, aproximadamente; zona metropolitana, 20-23 millones). Multicultural y pluriideológica Ciudad de migrantes Movilidad humana Recursos y carencias Religiosidad y secularización... Lucha por la vida Fragmentación familiar Relaciones funcionales.

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Administración pública –burocracia, corrupción y abuso del poder–

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Inseguridad

OPORTUNIDADES

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Desintegración familiar Crisol de culturas Participación ciudadana, Desintegración emergencia de ONG de la red social Múltiples recursos Masificación socio-culturales Solidaridad y mayor Deshumanización organización Servicios urbanos Religiosidad popular Desempleo, subempleo Mayor consciencia de la dignidad y de los y pobreza Derechos Humanos Adicciones Más críticos...

AMENAZAS

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DEBILIDADES

AMENAZAS

Apoyar, desde la propia identidad, acciones por el bien común Salir a la búsqueda de los que se fueron (¿por qué se fueron?)

Opción pastoral (II Sínodo Diocesano 1994) Evangelizar las culturas de la ciudad: a personas y ambientes

Ofertar una pastoral integral a la familia (a las múltiples familias de hecho) Nuevos espacios y formas para jóvenes Urgente repensar la parroquia para que sea un signo real. Renovación integral de: personas, instituciones y ambientes

Pastoral misionera De encarnación De testimonio De diálogo

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Orientaciones anuales (acentos) pastorales del Atender sólo a los que arzobispo después de es- aún vienen... cuchar a la asamblea diocesana Sin oferta específica a Subsidios pastorales por los vueltos a casar... y a la Vicaría de Pastoral y grupos “minoritarios” de Agentes Gobierno de comunión Caridad sólo asistencial y animación

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Difusión, por “conta- Desconocimiento de la gio” de esta nueva dinámica de las culturas visión y acción pastoral (además del Decreto Resistencia a la oficial) adecuada inculturación El decanato del Evangelio, de la (archiprestazgo) es el pastoral espacio dinamizador e integrador de las acciones Intolerancias religiosas pastorales parroquiales

OPORTUNIDADES

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Inercias pastorales Aumento de los alejados, indiferencia, no pertenencia... Religiosidad individual y privada, de ocasión, masiva, sectaria, agresiva Clericalismo... Parroquia rebasada, sigue siendo el referente físico, cultual y jurídico: Ya no responde ni convoca significativamente en la gran ciudad. Desintegración familiar y rompimiento de la transmisión de la fe en el hogar e inadecuación de la propuesta parroquial tradicional

FORTALEZAS

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DEBILIDADES

FORTALEZAS

“PILOTES” / EJES

Modelos únicos... (desajustados de las realidades tan diversas, entre parroquias...)

Mayor diálogo interdisciplinar (teología-pastoral y ciencias humano-sociales)

Prioridades sinodales Pobres Alejados Familias Jóvenes

Falta claridad en los términos y continuidad en los procesos evangelizadores.

Participación y formación del laico Catequesis para adultos, con acento de reiniciación... hacia un posible neocatecumenado... Centralidad de la Palabra Preparación de la homilía Exigencia de Plan Pastoral Parroquial y compromiso de continuarlo el nuevo párroco.

Caminar aislado... Autosuficiencia...

Proceso evangelizador permanente Procesos (reiniciación cristiana, neocatecumenado...)

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Discontinuidad en las acciones pastorales planificadas

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Clericalización de los laicos (ministerios laicales sólo para el culto o la catequesis...)

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Resistencia al cambio, a Vuelta con la ética y los la reevangelización valores Mayor apoyo a las Pastoral cultual ligada al familias “disfuncionales” sostén económico de los Proyectos Caritas pastores... Parroquiales Diversos y ajustados procesos evangelizadores Falta adecuar más la (reiniciación, catequesis formación de los para adultos, futuros pastores a la neocatecumenales) nueva evangelización y a la complejidad Desde el año jubilar de la ciudad. (2000) a la fecha, el 30%, aproximadamente, ha entrado al proceso... En los agentes (pastores CEFALAE (formación y laicos), formación para acciones específicas permanente para laicos) Resistencia eclesiástica a la participación de los Programas de formación integral y permanente laicos para los pastores

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DEBILIDADES

FORTALEZAS

Resistencia a planificar la acción pastoral (improvisación, no evaluación, sólo emergencias)

Comunicación e integración de carismas religiosos a la Opción Pastoral Diocesana

AMENAZAS

Acciones pastorales interparroquiales Procesos integrales de la caridad: asistencia, promoción y cambio social

“PILOTES” / EJES Formación de los agentes Laicos Vida religiosa Pastores

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Aplicación del método Plan pastoral de la teología pastoral Pastoral de conjunto Plan pastoral parroquial Acciones Los pastores podrán resituarse en su propio interparroquiales ámbito ministerial: de presidencia, comunión y animación... Estructuras dejando ser y hacer a los laicos en su propio pastorales campo y capacidades. Consejo de pastoral Consejo económico Equipo misionero

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Por el cambio de párroco pudiera haber discontinuidad en los procesos y queden “vacunados” los Mayor articulación entre parroquianos los planes pastorales de Lo acostumbrado las vicarías, los decanatos y sólo lo mandado Desgaste por el servicio y las parroquias (quejas amargas: “no se Pérdida de mística Subsidios pastorales puede más”, falta en la acción diocesanos, vicariales y creatividad...) decanales Problemas en el En muchos casos sólo Mayor capacitación ejercicio de la autoridad Más participación (más y el poder... formal críticos y propositivos) Sin formación al caso Sólo operativo... Uso del método Recursos y solidaridad teológico pastoral para la planificación

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Acentos pastorales en la renovación parroquial Durante el proceso de la Misión Permanente se han subrayado algunos elementos sin los cuales no podría ser posible su continuidad y avance: 1. La ciudad es fuente y resultado de complejas relaciones. 2. Sin una visión real de la vida urbana, difícilmente se puede hacer una propuesta pastoral significativa que responda, acompañe y aliente a sus moradores. 3. La Iglesia particular, y todas las parroquias en ella, requieren de una misma “opción pastoral”, ajustada a cada realidad comunitaria. 4. Las grandes ciudades son hoy por hoy “tierra de misión”, comenzando por los bautizados. 5. Las acciones pastorales serán procesuales, no acciones aisladas o discontinuas, ni sujetas al ir y venir de los párrocos. Cuando se da el cambio de párroco, es necesario que éste conozca previamente el plan pastoral, el consejo de pastoral, y se comprometa a darle continuidad. 6. Los decanatos (arciprestazgos), por medio de la pastoral de conjunto, han de velar por la continuidad y el avance de esos procesos parroquiales. 7. Es impostergable la renovación integral de la parroquia como comunidad de comunidades abierta a la movilidad y complejidad de la ciudad. 8. Es fundamental la formación integral y permanente de todos los agentes de evangelización, pastores y laicos. 352

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9. Los laicos deben asumir un lugar y una acción privilegiados en la nueva evangelización, en comunión con sus pastores y comunidades. 10. La formación pastoral en el seminario ha de ser congruente con la “opción pastoral” de la diócesis. 11. Toda acción pastoral requiere ser planificada y evaluada para generar procesos evangelizadores que tengan futuro. Y según sus características, asumirán prioridades entre tantas exigencias. 12. Los procesos evangelizadores requieren integrar la iniciación cristiana, con sabor catecumenal a largo plazo. 13. Lo anterior requiere también estructuras renovadas y medios para alcanzar el objetivo pastoral.

Fuentes bibliográficas Documentos pastorales de la Arquidiócesis de México (www.vicariadepastoral.org.mx): – Hacia el plan de pastoral de la Arquidiócesis de México (12 de enero de 1997). – Plan pastoral para 1998 (10 de enero). – Itinerario pastoral para la misión 2000 (9 de enero de 1999). – Evangelización intensiva (5 de febrero de 2000). – Misión permanente (25 de diciembre de 2000). – Consolidar el proceso misionero (12 de diciembre de 2001). – La parroquia, comunidad para todos (25 de diciembre de 2001). 353

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– Directrices pastorales 2004 (10 de enero), crecimiento en la fe (15 de enero de 2005). – El proceso evangelizador como seguimiento de Jesús (14 de enero de 2006). – Agentes de evangelización en misión permanente (13 de enero de 2007). Proceso evangelizador en la V Vicaría de Pastoral, Arquidiócesis de México (www.vicariasanpedro.org).

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MESA REDONDA III

Qué dificultades tienen los laicos: posibilidades y sueños

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Más que sueños, “conformidades” Alberto Rodríguez Gracia Ex presidente nacional de Justicia y Paz

Mi situación personal no es la mejor para soñar en parroquias ideales. Tengo cierta neblina –como decía Torres Queiruga– sobre mi alma eclesial. Me identifico con un reciente “chiste” de Máximo (aunque él hablara de un país y no de una Iglesia). –Quiero vivir en un país en el que no haya que manifestarse cada dos por tres. En el que no haya que estar a favor de la paz y de la libertad porque nadie esté contra la paz y contra la libertad. En el que no haya que condenar la violencia porque nadie la propugne. ¡Ah! Y también quiero vivir en un país en el que la autodeterminación y la secesión sean derechos normales regulados por la ley. –O sea, que usted quiere vivir en un país que no existe... –Exacto (ése sería mi sueño). Aunque me conformaría con vivir en un país que quisiera ser como ese imposible y democrático país. (O al menos que lo intentara, añado yo.) 357

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Por eso no hablare de “sueños”, sino de “conformidades”. Con lo que me conformaría. Y los voy a lanzar de corazón, sin intentar siquiera probar ni razonar mis argumentos, porque no contienen nada de original, porque son banalidades teológicas. Y el que quiera oír, que oiga. Y el que, después, quiera descalificarme, que lo haga. 1. Es triste que alguien pudiera calificar de “sueño” el deseo de que todos los feligreses de una parroquia se sientan como “copropietarios” (o “corresponsables”, que es una manera más correcta y teológicamente indiscutible de decir casi lo mismo). Pero debe de ser un sueño. Yo me conformaría tan sólo con que, seriamente, se intentara. a) La primera dificultad que habría que vencer es esa mezquina visión que equipara, prácticamente al menos, la confesionalidad católica o pertenencia a la Iglesia a la presencia dominical en la eucaristía. ¿No habló el Concilio de que la separación entre la fe y la vida es el mayor error de los católicos? ¿No habló de la necesidad de evangelizar nuestra propia Iglesia? Me imagino que la razón fundamental de que este error continúe es la mala formación que todos hemos recibido desde la juventud. Y su mantenimiento, a que los actuales sacerdotes teman perder su ya escasa “clientela”. b) Es posible que, para que los laicos se crean lo de “copropietarios” eclesiales, los que se lo tienen que creer, en conciencia, son los equipos sacerdotales. Creo sinceramente que en la formación tanto laical como sacerdotal sigue faltando transmitir la convicción profunda de que la Iglesia somos todos. 358

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Sin esta convicción profunda, tanto la evangelización como la corresponsabilidad del laicado sí que es un “sueño”, y en su más peyorativa acepción. Laicos y sacerdotes somos ya “amigos”. Pero el “pastor” del cortijo, si no cree en esta “corresponsabilidad”, continuará actuando como dueño de la finca... Como el “señorito” que fue un día. c) Detrás de este hábito ancestral también puede existir el recurso teológico a la manida verdad (puesta de moda últimamente) de que la eucaristía es la que “construye” la Iglesia; lo que comienza a ser falso en cuanto no se le añada algún otro contenido. A no ser que creamos que nuestro culto eucarístico dominical ya convoca todas las actividades cristianas exigidas por los evangelios... d) Por otro lado, ¿cómo se mide la “eficacia” de un párroco en una parroquia? Acaso se le dice que el primer “servicio” sacerdotal a prestar no es el número de misas, bodas, bautizos o primeras comuniones, sino cumplir con la obligación de evangelizar a sus propios feligreses. Y no sólo, como es lógico, en el sentido cultual (que de sacrificios y ritos hasta Yahweh estaba ya harto..), sino en su sentido pleno de compromiso vital con el Evangelio. e) Con el actual nivel de evangelización y compromiso eclesial de nuestros “fieles”, ¿qué significa eso de que nuestras iglesias parroquiales tienen que “evangelizar” la cultura, la política local o el barrio? ¿No será que los que están en el más dulce de los “sueños” son los que lanzan estas llamadas pastorales? ¿O acaso es que se confunde la “evange359

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lización” con el seguimiento de las consignas de moda y los actos cultuales masivos? Conviene releer la Ecclesiam suam y la Evangelii nuntiandi. Como veis, este punto contiene un simple deseo de que se estudie nuestra situación eclesial y la eficacia evangelizadora de nuestras actuales actividades pastorales. Se nos han ido los obreros (decíamos hace años). Hace poco confesábamos la pérdida de los jóvenes. Ahora nos enteramos de que la Iglesia es la institución peor valorada por ellos. Padres de jóvenes nos quedan pocos. Continuamos los abuelos. Y, al menos temporalmente, los niños, que por lo menos acuden a prepararse para la primera comunión. Éste es el sector al que nos debíamos dedicar: conceder importancia y urgencia a los catequistas. Y, en general, a la formación de los formadores. Y renunciar, si es preciso, a la enseñanza de la Religión como “maría” escolar (que ya huelen mal sus resultados históricos) y centrar en las parroquias todos nuestros esfuerzos pastorales. 2. Mi segundo deseo sería que se intentara incrementar, tan solo algo, el diálogo racional en el interior de la Iglesia. Pues tampoco sirve de mucho evangelizar a los niños si cuando sean adultos les vamos a “echar” porque no nos creen, o porque no les entendemos, o porque no escuchamos sus críticas. a) Hay que intentar que dentro de cada una de nuestras parroquias se pueda no sólo “tener libertad para pensar cada cual lo que quiera” (¡faltaría más!), sino también tener libertad para 360

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decirlo, para hablar sobre ello. Y no sólo me refiero a temas dogmáticos o heterodoxias, naturalmente, sino a temas cotidianos, a los que unen la fe con la vida, a los que salen a diario en las prensas locales. Que están relacionados, casi siempre, con dos ámbitos donde “el diálogo” es tremendamente duro, si no prácticamente imposible: el actual ambiente político-social y los “pecados” conocidos –y por tanto, públicos– de nuestra Iglesia. b) El ámbito político-social de nuestro país se está enrareciendo en gran parte con la anuencia de nuestro actual catolicismo, como se hizo en tiempos que prefiero olvidar. Y esto incide gravemente en los círculos menores y parroquiales. Que los fieles de nuestra Iglesia española tienden hacia la derecha política se revela en las encuestas sociológicas desde hace bastantes años. Pero, además, las posturas pastorales, en ocasiones muy politizadas, de nuestros propios sacerdotes e incluso de la jerarquía, o las opiniones de la llamada “Radio de los obispos”, o los periódicos que nos “defienden”, tienden a acentuar esta posición y crean barreras para un diálogo no apasionado. ¿Cómo se va a dialogar en las parroquias sobre la posibilidad de que unas consignas sean falsas e incompletas en una manifestación si nuestros propios obispos la presiden? ¿Cómo vamos a creernos la independencia política de nuestros clérigos y obispos si prácticamente sólo acuden a las manifestaciones de un solo partido y dejan de acudir a otras al menos tan justas como las primeras e incluso convoca361

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das por organizaciones católicas de primera fila, como pueden ser Manos Unidas, Caritas o Justicia y Paz? ¿Creéis, de verdad, que una emisora de radio puede llamarse católica por radiar una misa los domingos, el Angelus o dar breves resúmenes de las pastorales de un obispo? ¿No exigen un análisis detenido sus restantes contenidos? ¿Creéis sinceramente que se puede apelar a la libertad de los locutores para tolerar la demagogia y el insulto constante? Me duele que haya tantos que puedan considerar a la COPE o a La Razón como si fueran la única expresión válida de nuestra Iglesia jerárquica. c) Y, por último, para terminar de colmar la paciencia de algunos de vosotros, una llamada a la escucha del mundo que nos rodea y la reflexión racional sobre los “escándalos” que provoca nuestra Iglesia. Sólo tres ejemplos: Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona. Magnífico en cuanto habla de fe y razón. Pero ¿de verdad se sacó de contexto una cita de Manuel II Paleólogo, texto fuera de lugar e inoportuno? ¿No podríamos encontrar en aquellos tiempos citas parecidas aplicables a nuestra propia Iglesia? ¿De verdad tengo que creerme que de la dimisión del arzobispo de Polonia –defendido, como tantas otras veces, hasta última hora, contra la propia opinión de los obispos polacos– hay que culpar a nuestros “enemigos” de siempre? ¿También son éstos –los “enemigos de siempre”– los que tienen la culpa de nuestros (porque los siento también como míos) sacerdotes pederastas en Estados Unidos y en otros lugares? 362

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3. No. Me niego a pensar que todo esto sea calificado como un “sueño”. Yo sigo creyendo firmemente en la potencia regeneradora de nuestra fe. Pero también creo firmemente que la Iglesia en nuestro país (y hablo tanto de clérigos como del laicado común) vive lo que, según el salmo 137, puede llamarse el “síndrome de Babilonia”. Y llamo “síndrome de Babilonia” a la unión: a) Entre un sentimiento de vivir en “tierra extraña”, echando constantemente de menos el pasado: Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos al acordarnos de Sión. Si me olvido de ti, que mi mano derecha se me seque; que mi lengua se me pegue al paladar. b) Junto con otro sentimiento, muy anticristiano, de desamor hacia el que hoy vive como prójimo junto a nosotros. ¿No estaremos deseando que se realicen los versículos finales del salmo 137? Babilonia, devastadora, bienaventurado el que te devuelva el mal que nos hiciste; dichoso el que agarre a tus niños y los estrelle contra las rocas.

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Necesidad de un relevo generacional Adriana Sarriés Parroquia de Santo Tomás de Villanueva, Madrid

Durante veintitantos años he frecuentado y participado en la vida de la parroquia de Santo Tomas de Villanueva. Debo dejar claro que ni soy una creyente incondicional ni una gran creyente (por estas razones, es posible que debiera estar aquí otra persona...). Soy del batallón de los creyentes “justitos”, de esos que siempre arrastran dudas pero tienen la gran convicción de que Jesús fue un ser excepcional y que la vivencia de alguna similitud con él es una gran experiencia humana, totalmente válida para aproximarme y aproximarnos a eso que llamamos felicidad. Y, sobre todo, que su proyecto, su mensaje, contienen valores capaces de construir un mundo bueno, realmente fraterno. Hecha esta presentación, entro brevemente en lo que se nos pide en esta mesa: lo que percibo en mi parroquia. No quiero hacerme voz de nadie, de modo que lo referiré en singular. Si en algún momento pluralizo, debe interpretarse como un desliz. Y antes de entrar en las dificultades, quiero dar mi visión general: describir solamente lo que interpreto como dificultades me parece excesivamente “chato”. 365

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Lo mejor y más importante 1. Mucha gente buena, gente de fiar. Incluyo a laicos, sacerdotes y religiosas. Muchas de estas personas pertenecen, pertenecemos, a Grupos Comunidad. A lo largo de estos 26 años hemos avanzado, hemos crecido como personas creyentes y... también nos hemos hecho mayores. 2. La opción de esta parroquia por los pobres sigue viva. Y no sólo por su ubicación, sino por un compromiso trabajado seria y continuamente. Como ejemplo, el grupo de acción social es fundamental en la parroquia y en el barrio. 3. La vinculación amigable y comprometida con la asociación de vecinos es, a mi modo de ver, una seña de identidad de esta parroquia. Miembros de la misma pertenecen a la junta y a las actividades que la asociación desarrolla. Colaboran también con la escuela de adultos, atienden a ancianos, etc. 4. Es una parroquia que intenta funcionar y desarrollarse en democracia. Las dificultades surgen por parte de todos. 5. Se valora la formación de los miembros, que participan en los Encuentros de Teología en la zona y en la posterior reflexión en grupo. 6. Es también una parroquia donde se cultivan los valores del diálogo, del servicio, de la libertad de conciencia, del derecho a disentir y, sobre todo, el valor del ser humano.

Dificultades 1. A pesar de los esfuerzos, creo que las propuestas de Jesús se siguen interpretando como dirigidas al ám366

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bito privado. No veo que descubramos colectivamente que estas propuestas son incompatibles con el orden socio-económico dominante, que estas propuestas tienen tal carga de profundidad que nuestro barrio debería estar transformado por un dinamismo de años... 2. La parroquia resulta envejecida, con consecuencias esperables, como: – Escaso empuje y menor creatividad. – Menor compromiso. – Más enfermedades. – Más nietos y familiares que cuidar y menor disponibilidad de tiempo. – Más ausencias (el ir y venir de los pueblos, a los servicios médicos, al “cine de un euro”...). En síntesis, termina el modelo anterior de parroquia. 3. La parroquia resulta llamativamente feminizada: hay desequilibrio en la participación, y son pocos los hombres que lo hacen. 4. Es una parroquia tranquila: no levantamos demasiado la voz en defensa de causas como: – La igualdad en la sociedad y, sobre todo, en la Iglesia. – La democracia en la Iglesia. – El derecho a disentir cuando se cree necesario. – El sacerdocio para quien lo desee –sea hombre o mujer– y el celibato voluntario. – El valor del cuerpo y de la sexualidad, la diversidad en este terreno, etc. 5. Con todo, padecemos, como todas las comunidades que van en esta línea, cierto conflicto con la estructura eclesial convencional, que no apoya, sino que más bien bloquea las iniciativas más ricas, y eso que damos poca “caña”... 367

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Posibilidades Las posibilidades que descubro, sin dejar de ser realista, sin pretender aportar ninguna novedad y pensando en concreto en mi parroquia, se pueden resumir en mantener una resistencia activa trabajando las propuestas de Jesús, concretadas en: – Cultivar la amistad y una fraternidad en la que todos quepan. – Defender la justicia y trabajar por la paz. – Atender a la formación de niños, jóvenes y adultos. – Dar espacio e importancia a la oración y asumir el compromiso. – Vivir en esperanza, con alegría y optimismo. – Valorar el cuerpo, los afectos, los sentimientos y las emociones. – Ejercer el sentido crítico como derecho y necesidad para avanzar.

Sueños – Un cambio generacional, con jóvenes marcando camino y mayores acompañando, orientando y siguiendo con lealtad. – Menor desequilibrio entre mujeres y hombres en la vida parroquial. Igualdad entre todos. – Sacerdocio para quien lo desee y celibato opcional. – Que la parroquia sea una referencia de los más débiles. – Que sea “pueblo de Dios”, democrático, formado por todos en el día a día mediante el diálogo, el servicio y el afecto. 368

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– Que la parroquia sea fiel pero a la vez crítica y rebelde, cada vez más comprometida con las luchas sociales colectivas que anuncian que otro mundo es posible. Con una presencia pública más marcada. – Que en ella se conciba y practique cualquier ministerio como servicio y no como poder. – Que afirme la vivencia del cuerpo y de la sexualidad como valores humanos. – Que haya encuentros interreligiosos. – Que se llegue a un compromiso económico real y efectivo de quienes formamos la parroquia. Me falta apostillar que, sin el relevo generacional, creo que dentro de 25 o 30 años el modelo será otro y será de minorías. Posiblemente, el edificio de la parroquia se habrá reconvertido en otro tipo de servicios. Pero algo de lo que importa quedará. Por tanto, ¿por qué vamos a pensar y vivir sin esperanza, como si nada hubiéramos hecho, como si nada estuviéramos haciendo?

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Dificultades y expectativas Cristina Manteca Prieto Comunidad Corinto Parroquia Santa María del Camino y de la Palabra, Madrid

Cuando comencé a trabajar sobre el tema, me di cuenta de que esta aportación no podía ser sólo mía, sino la reflexión de un grupo más amplio. Lo que voy a ofrecer son las aportaciones de unos cuantos miembros de la comunidad a la que pertenezco y de otros amigos y hermanos en la fe que generosamente han contribuido contestando a las preguntas. En general, son personas de mi generación, o sea, de cuarenta o más años, vinculados a la Iglesia de una forma u otra y con alguna vinculación parroquial. Comienzo citando un párrafo de uno de los libros de Juan M. Velasco, Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo: Es de todos conocida la afirmación que, al plantearse la figura de una espiritualidad cristiana del futuro, hizo K. Rahner: “El cristiano del mañana o será místico o no será cristiano”. Con el término místico no designaba Rahner al sujeto de experiencias extraordinarias, sino al creyente que, en medio de la vida, hace la experiencia personal de su fe. Ya en el siglo pasado, el cardenal Newman había advertido que una fe heredada, pasiva, “tenida” más que “ejercida”, sólo podía conducir, en las personas cultas, a la indiferencia y, en las sencillas, a la superstición. Y, a 371

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finales de este siglo, Y. Congar señalaba que el catolicismo actual o se asienta sobre el centro de la vida cristiana –la experiencia y la vida interior– o perderá toda posibilidad de sobrevivir. Los datos anteriormente apuntados orientan en la misma dirección. La secularización de la sociedad, la crisis de la socialización cristiana, la extensión de una “cultura de la ausencia de Dios”, hacen que ya no sea posible hacer depender el futuro del cristianismo de los mecanismos del influjo social y cultural. De ahí que sólo un cristianismo personalizado, sustentado en una experiencia personal, tiene posibilidades de subsistir. Una religión reducida a magnitud social minoritaria, condenada a situación de “diáspora”, únicamente se comprende como grupo de adscripción voluntaria al que sólo se pertenece por una participación consciente, afectiva y experiencial.

Algunas constataciones Voy a comenzar mencionando –a modo de análisis de la realidad– algo de lo que ocurre, de lo que unos y otros conocemos (aunque no quiere decir que ocurra en todas las parroquias). – La parroquia es un lugar de encuentro para todos: gentes de todas las edades, de diversos países, de todas las ideologías... Esta heterogeneidad le da a la parroquia su riqueza. – Pero hay parroquias cansadas y envejecidas, a las que siempre acuden los mismos y en las que el vacío generacional en algunos segmentos de edad es asombroso. – Hay desencanto, agotamiento, en muchos cristianos que ven, que vemos, que las parroquias viven a cierta distancia de la realidad. – Las parroquias parecen demasiado pendientes del número: el de niños en primera comunión, el de grupos, el de personas en las eucaristías, el de actividades... 372

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Parecen más preocupadas por la cantidad que por la calidad, y preocupa más tener un cartel lleno de actividades que el objetivo y los fines de esas actividades. – En las parroquias hay personas trabajando en las distintas áreas parroquiales, pero no se fomentan vocaciones dirigidas al cambio de este mundo, no se anima al compromiso social, a vivir la opción preferencial por los pobres como algo esencial. Los párrocos parecen temer que, si lo hacen, los laicos abandonarán el ámbito parroquial. – Tampoco por parte de algunos laicos hay motivación y disponibilidad para compartir con otros, en grupos, con otras comunidades –parroquiales o no–, y formarse y realizar actividades juntos. – El párroco suele marcar mucho el estilo y rumbo de la parroquia. En muchas ocasiones, un cambio de párroco lleva consigo un cambio total de la parroquia (estilo de relación, actividades, celebraciones...). – Muchas celebraciones resultan poco encarnadas, expresan poco o nada de la realidad que viven los participantes. La liturgia es demasiado formal, apegada a lo tradicional, escasamente atenta a las realidades actuales, poco capaz de hacer que las personas se sientan acogidas. – Además, en algunas parroquias, determinados movimientos están monopolizando la vida parroquial. – No es raro que los laicos busquen fuera de las parroquias espacios y ocasiones para crecer como creyentes, para acceder a nuevos lenguajes, a celebraciones más vivas, a nuevas expectativas y compromisos diferentes... Todo lo anterior lleva a preguntarse por la función de la parroquia y su futuro en la sociedad del siglo XXI. 373

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Las dificultades – En bastantes casos, los laicos encuentran una escasa motivación en la parroquia para vivir su fe en la vida diaria. Desearían algo más atractivo y motivador. – En demasiadas ocasiones no han sido llamados a una participación real, sino a colaboraciones menores, poco cualificadas. – Ellos mismos tienen escasa disponibilidad y tiempo para implicarse. Los que participan son en general personas con hijos pequeños o adolescentes, y con padres mayores, todos ellos con necesidad de ser atendidos. – Además, sus trabajos y la vida en una gran ciudad reclaman mucho tiempo y energías. – Se añaden también las dificultades que comporta hoy la educación de los hijos, y en especial la educación en la fe, la iniciación en la experiencia religiosa y comunitaria. Es muy difícil encontrar espacios adecuados dentro de las iglesias o actividades que motiven y “enganchen” a niños y adolescentes. – Y es difícil, reconocen también los laicos, conjugar la diversidad de talantes y la heterogeneidad de personas que hay en una parroquia.

Los sueños Por todo lo expuesto, parece necesario un giro, una transformación. Se dice que en los países occidentales está cambiando la forma histórica del cristianismo, que de una situación de religión mayoritaria está pasando a una situación de diáspora. Por ello, tiene que cambiar su relación con la sociedad, su organización y el planteamiento de las parroquias. Con esta convicción pensamos en: 374

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– Una parroquia más arriesgada, capaz de salirse de los clichés para poner en juego aquello que realmente motiva, engancha, aquello en lo que de verdad creemos, aquello que puede centrar la vida y transformarla. Si la comunidad parroquial viviera y transmitiera de verdad el mensaje de Jesús, la vida y las actividades que desplegara resultarían atractivas para todos: jóvenes, mayores, alejados... – Una parroquia que acoja, en la que todos se sientan reconocidos, donde puedan establecer lazos, tener amigos; donde se pueda encontrar el calor y la comunicación que no se encuentran en otros lugares de nuestra sociedad; donde todos se puedan sentir comprometidos y acompañados. – Una parroquia más participada, pues no hay verdadera motivación allí donde las decisiones y acciones están sólo en manos de uno o de pocos. La parroquia debe ser vida compartida, y la vida exige participación. – Es necesario que los espacios y momentos principales de la parroquia se transformen y dejen de ser sólo espacios y momentos de relación vertical: nos referimos al templo y a la eucaristía, que deben expresar las relaciones entre los hermanos y dar cauce a la creatividad. – Un templo en el que cada rincón y símbolo reflejen, junto a la presencia de Dios, la vida concreta de la comunidad. – Una eucaristía preparada, celebrada, compartida, en la que la vida cotidiana, con sus alegrías y sus sufrimientos, se exprese y se avive en torno a la mesa. – A propósito de la preparación y la acogida, se subraya la importancia del saludo y del encuentro previo a la celebración (en una especie de “atrio”), donde se comuniquen preocupaciones o necesidades de unos y otros, 375

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y donde se expresen peticiones concretas o propuestas que tuvieran eco en la celebración. – Además, es necesario reformular los textos litúrgicos, de modo que trasluzcan la vida actual de la comunidad. Asimismo, es importante abrir a la participación el comentario de la Palabra, dar cabida a símbolos y gestos expresivos, y dejar espacios de silencio. – Es necesario hacer de la celebración de la eucaristía el momento fuerte de una verdadera asamblea. El momento en el que los grupos y las personas pueden intercambiar sus propuestas y necesidades, aunque haya otros varios momentos para convenir o discernir sobre otros temas. – Es necesario asimismo que funcione un consejo pastoral que sea realmente un equipo que da cauce a propuestas y acciones. Que se sienta con libertad para opinar y proponer, y que ejerza la crítica cuando sea necesario. – Sería deseable una parroquia solidaria con sus vecinos y los miembros de la comunidad. Una parroquia en la que la caridad no se delegue en unos pocos, sino que sea un tema central decidido por la asamblea y ejecutado entre todos (salvo en las tareas en que sea necesaria la confidencialidad o la intervención de profesionales). – Una parroquia autofinanciada, donde sean los mismos creyentes que participan de la vida parroquial los que asuman los gastos que de ella se deriven (las aportaciones de los parroquianos son un buen feedback de su compromiso con lo que allí ocurre). – Una parroquia abierta a otras realidades, a otras gentes, a otros mundos. Que fomente que las personas colaboren y trabajen también en ámbitos diferentes al de la parroquia. Que realice acciones que favorezcan la 376

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apertura y el diálogo con los que piensan diferente, con miembros de otras religiones, con inmigrantes... – Una parroquia para crecer, que sea lugar de iniciación de la fe y celebración de esa fe, que preste atención a la formación, en todas sus formas, y para todos los ciclos de la vida. Donde se haga posible que los niños, jóvenes y adultos degusten las experiencias básicas de la vida cristiana: orar, compartir, discernir, celebrar, comprometerse, arriesgarse..., transformando la propia vida, la de la comunidad y la de la sociedad. – Una parroquia donde haya espacios para compartir vida y oración al estilo de las primeras comunidades. Donde se cuiden los momentos de reconciliación, mostrando que Dios nos ama y nos espera con los brazos abiertos. – Una parroquia atenta a los niños y jóvenes. Con proyectos dirigidos a ellos en los que cabría contar con la aportación de laicos, voluntarios o “liberados”, profesionales de las diferentes facetas. Para terminar, ofrezco algunas líneas de un artículo de Federico Bellido, un sacerdote conocido que animó nuestro grupo en los primeros tiempos de su existencia, hace ya 20 años. El artículo, publicado en 1994 en Alandar, se titula “La Iglesia del futuro” y dice así: La Iglesia del futuro que yo entreveo podría ser así: el estamento clerical desaparece, ser forman comunidades por doquier, finalmente son presbíteros hombres y mujeres célibes, hombres y mujeres casados. Así aparecerá ante el mundo la Iglesia como sacramento universal de salvación... El pueblo de Dios será todo él corresponsable. La jerarquía se hará pequeña, servidora, sierva, humilde, toda ella servicio de la fraternidad. Las diócesis serán pequeñas, más humanas, donde las relaciones fraternales resplandezcan... La actual praxis de vida sacramentalista, rutinaria, sociológica, se acabará y habrá celebraciones de la fe y de la vida reales, participativas, en las que el Reino de Dios se 377

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exprese. Serán verdaderas celebraciones de la fe, comprometidas con la fe y la evangelización del mundo... Una Iglesia así mantendrá siempre lo “esencial”, que es la conversión permanente a Dios y un empeño fiel a las exigencias de la fraternidad, al compartir la vida y los bienes de todo tipo. Se acabará el individualismo y la fe se vivirá, como es natural, en comunidad, en comunión. No se tendrá una Iglesia fuerte, poderosa, por el camino de la autoridad, sino una Iglesia pobre, sencilla, misericordiosa, pero mucho más vigorosa que la Iglesia actual... Ha de quedar bien claro en el sueño de una Iglesia para el futuro que el señor de la Iglesia es Jesús y nadie más que él. Los demás somos hermanos con distintas funciones en la comunidad eclesial, pero sin ejercer indebidas presiones sobre la libertad de los demás. Autoridad, sí, pero ejercicio humilde y servicial, respetuosa de la misma...

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III GRUPOS Ofrecemos la síntesis elaborada por los secretarios de los seis grupos de trabajo organizados en torno a temas de la Semana

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Grupo 1

La parroquia rural

Dificultades encontradas en este tipo de parroquias Aunque hay diferentes realidades del mundo rural, dependiendo de su población, cercanía a la ciudad, mayor o menor dependencia de la agricultura y ganadería, etc., socialmente partimos de la constatación de que el medio rural ha sido paulatinamente desangrado y, en la actualidad, es un ámbito que sufre la exclusión. Nuestras zonas rurales han ido despoblándose y envejeciendo. En algunos casos retoman cierta vida los fines de semana con la presencia de quienes van a visitar a sus familiares y de quienes consideran el medio rural como destino turístico. Algunos pueblos se están convirtiendo en “dormitorios” para quienes viajan diariamente a la ciudad a trabajar y regresan a descansar. Nos duele pensar que poco a poco nuestros pueblos van perdiendo su identidad. A lo largo de los últimos años, quienes estamos trabajando en parroquias rurales percibimos cierto cansancio y apatía en algunos agentes pastorales. Nos da la sensación de haber sido ineficaces en nuestras tareas 381

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pastorales al ver que el medio rural poco a poco se va desmoronando. Parte de estos sentimientos han sido motivados, unas veces, desde el interior de la Iglesia, y otras, por los criterios religiosos desde los que nos exige la misma población rural. Desde dentro de la Iglesia, nos duele que no se prepare a los futuros agentes de pastoral para compromisos serios en el medio rural y que aún se siga considerando a las parroquias rurales como parroquias de “inicio”, en contraposición a las urbanas, consideradas como de “término”. Echamos en falta auténticas opciones personales y comunitarias “por lo rural” para trabajar en parroquias rurales. Nos encontramos con escasos materiales catequéticos pensados y adaptados al mundo rural, pues se hacen más desde la ciudad y para la ciudad. También nos cuesta trabajo conseguir el equilibrio entre la religiosidad popular de los pueblos, con toda la amalgama de costumbres y tradiciones que tienen, y los ideales y proyectos desde los que pensamos llevar a cabo nuestra misión pastoral “hoy, ahí y con esos pocos que quedan”. Nos duele que a las pequeñas parroquias rurales se les exija, a veces, tener los mismos esquemas pastorales y estructurales que a las grandes parroquias. Echamos en falta más acompañamiento de los agentes rurales, a la vez que más apoyo para poder cambiar la imagen de la parroquia como un feudo personal. A las poblaciones rurales les cuestan mucho trabajo los cambios, los movimientos, salir de lo acostumbrado y de su ambiente. Es por eso por lo que resulta difícil iniciar proyectos con la dinámica de una pastoral de conjunto sumando parroquias cercanas, proyectos que exigen cierta movilidad de los moradores, aunque esto tiene el aspecto positivo de que los agentes de pastoral trabajan más en equipo. 382

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En nuestros pueblos, muchos se han acostumbrado a exigir y vivir de determinadas prestaciones de las instituciones públicas (pensiones, subvenciones, servicios domiciliarios), y acaban viendo también a la Iglesia como una institución de funcionarios a los que se les debe exigir una serie de servicios religiosos.

Algunos pasos dados A pesar de las dificultades que encontramos en nuestro caminar por el medio rural, afirmamos con rotundidad que vivir hoy en los pueblos nos parece aún muy importante y necesario, y que la Iglesia ha de seguir presente y comprometida en esta realidad. Nos sigue animando la gratitud que siente la gente hacia la actual presencia de la Iglesia en sus pueblos cuando tantas otras instituciones los han abandonado. Sólo desde actitudes como la paciencia y la pequeñez, vividas evangélicamente, podremos revitalizar nuestra misión en el mundo rural, sin olvidar la disposición a una mayor movilidad física que nos haga ser más eficaces en nuestro trabajo. Desde nuestras diferentes experiencias, constatamos que los equipos apostólicos, las unidades pastorales y el hacer proyectos comunitarios entre los agentes de pastoral y las diversas parroquias rurales más cercanas, ayudará a mantener una opción por la vida y el trabajo en el medio rural.

Propuestas – Seguir fomentando en el medio rural la pastoral de conjunto, con proyectos y procesos comunitarios, y unidades pastorales. 383

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– Incorporar y promocionar al laicado rural comprometido con su realidad social y capaz de asumir diferentes ministerios laicales. – Vivir inmersos en el medio rural desde una espiritualidad específica que fomente la encarnación, la paciencia, la pequeñez, el “no-prestigio”, la creatividad y la vida comunitaria. – Trabajar en relación con el MRC (Movimiento Rural Cristiano), dando vigencia a los medios formativos e instituciones ya existentes y comprometidos con el medio rural. – Aprovechar, y en su caso crear, espacios y momentos de reflexión y comunicación en torno a la pastoral rural.

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Grupos 2A y 2B

La vida parroquial: celebración y transmisión de la fe

El grupo 2A destaca la dificultad de presentar hoy la fe a quienes han vivido tradicionalmente una religiosidad muy vinculada a factores sociológicos. En muchos casos, la fe ha sido recibida de manera no crítica, como algo que formaba parte de la costumbre y algo que se mantenía inalterado durante años y años. Esta confusión de lo religioso y la sociología ha podido llevar incluso a que los pastores den todavía por supuestos una vivencia y unos conocimientos de lo cristiano que no son tales, y que por ello no detecten que los interlocutores que consideran tales ya “no entienden” en muchos casos el lenguaje que se habla en las iglesias. Además, en la concepción de muchos, la parroquia es el lugar adonde se acude y en el que un párroco o varios sacerdotes asumen casi todas las tareas, y el cambio de párroco supone en otros casos un giro “total” en la orientación de la vida parroquial. Los propios agentes pastorales reconocen la dificultad de encontrar laicos que se brinden a trabajar corresponsablemente en una pastoral más abierta que no reproduzca modos clericales. Las gentes de muchas parroquias –observa este grupo– siguen bautizando a sus hijos y se preocupan de que 385

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reciban la primera comunión y la confirmación, pero todo esto no comporta una adhesión personal de los sujetos, ni que entiendan la dimensión comunitaria de la fe, ni que opten con decisión por una forma de vida que refleje valores evangélicos. Por todo ello, apenas se puede advertir la presencia de un sentido comunitario en los que acuden a las parroquias, y también es escasa su valoración de lo celebrativo. Hay creyentes sinceros pero con resistencias al cambio: “siempre se ha hecho así”, argumentan, y por respeto a ellos no se logra evolucionar. En todo caso, parece que no hemos continuado avanzando desde los años setenta. Parece necesario un repensamiento de la pastoral –también en el nivel diocesano–, y el grupo constata lo insuficiente de planes que apenas logran cubrir vacantes o salir al paso de sustituciones. El grupo reconoce –a manera de autocrítica– que, en esta situación, entre los propios agentes predomina el lamento sobre la iniciativa, lo que merma viveza e ilusión a la oferta. Una oferta que debe presentarse de manera que aparezca claramente que la fe afecta a la vida; una oferta no impositiva, sino hecha como invitación; una oferta que no invade ni sustituye la libertad de cada uno; una oferta hecha de tú a tú, que tiene en cuenta la realidad única que es cada persona y su situación. A este propósito, el grupo señala la importancia del acompañamiento individual, a la vez que recuerda la fecundidad del trabajo y de la discusión en grupo para avanzar en el camino de la fe. Y subraya la necesidad de ampliar las responsabilidades y los compromisos de manera que el cambio de párroco no suponga un costoso empezar de nuevo, dando al traste con lo hecho hasta entonces. 386

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Propuestas El grupo señala como vías para animar la vida parroquial: – El empeño en una verdadera iniciación cristiana de niños y jóvenes. – La catequesis de adultos y el acompañamiento en la fe. – La formación de grupos de trabajo y discusión, y de pequeñas comunidades. – La lectura compartida de la Biblia y la organización de grupos de reflexión cristiana. – La organización de convivencias en las que se analice la implicación de la fe en la vida cotidiana. – La preparación participada de las celebraciones, dando relieve a la eucaristía dominical y a las celebraciones de la penitencia. El grupo 2B aporta sobre el mismo tema unas reflexiones semejantes. A propósito de la ponencia de Jesús Sastre, se detiene en el subrayado hecho en ella sobre el término “comunidad”, sobre la urgencia de hacer de la parroquia una comunidad de comunidades, teniendo presente que la Iglesia es comunidad de bautizados y seguidores de Cristo. Aprecia que el ponente haya hablado de la parroquia como marco referencial, aunque insuficiente, de la vida cristiana. Y recuerda que ser mejor cristiano es también crecer en sentido comunitario y renovar la comunidad. Reconoce que, ahora mismo, y en contextos varios, se hace necesario un primer anuncio y que no basta una pastoral que mantenga lo que hay. Se detiene en la im387

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portancia de una verdadera catequesis para niños y, por supuesto, para jóvenes y adultos, sin olvidar la triste realidad del alejamiento de muchos del ámbito parroquial. Y enumera como retos para renovar la vida parroquial: – Acentuar la incidencia de la fe en la vida diaria y favorecer la iniciativa y la parresía cristianas. – Pensar en la parroquia como “Iglesia en misión”. – Ayudar a superar la idea del “cumplimiento” que todavía mantienen los cristianos adultos, invitándoles a caminar hacia una vivencia de la fe más comunitaria. – Intentar que los creyentes sientan y vivan más la parroquia como una comunidad. – Atender a los jóvenes, saliendo del mero lamento de su ausencia en las celebraciones. – Proceder a la formación de animadores y agentes que hagan de la pastoral algo creativo y esperanzador. – Reconocer el lugar que corresponde a las mujeres, y suscitar y acoger diversas formas de servicios y ministerios. – Estudiar la posibilidad de crear unidades pastorales y otras formas de reorganizar la pastoral. – Preocuparse por que el lenguaje de la fe –las palabras y los gestos– “hable” en una sociedad que se aleja aceleradamente de tiempos y modos anteriores. Finalmente, los participantes señalan que la esperanza y la creatividad, y no el miedo ni la rutina, son las actitudes que reclama este tiempo, en el que las comunidades y los agentes de pastoral han de aceptar ser sembradores, sin detenerse a medir, y menos a añorar, la abundancia de frutos. 388

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Grupo 3

La acción caritativa y social en la parroquia

Se parte de la convicción de que ésta es constitutiva de cualquier comunidad cristiana y, por tanto, lo es de la parroquia. La caridad no es una actitud moral o ética, sino que es una actitud teologal, esencial en el seguimiento de Jesús. La vida cristiana es vida comprometida con los otros y por los otros: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor”, según Juan, y “la religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo”, según la Carta de Santiago. En consecuencia, la acción caritativa y social –se dice– no puede ser una acción más, un apéndice o la tarea de sólo uno de los grupos dentro del ámbito parroquial. Toda la parroquia, toda la comunidad, debe estar implicada en la apertura y atención a los otros, en la acción a favor de los más necesitados. De hecho, las comunidades abiertas e implicadas en la acción social tienen una fe profunda y viva. La parroquia debe estar siempre atenta y abierta, y no reducir la acción social a un grupo, ni confinarla a un despacho con un horario determinado. No se puede reducir la acción 389

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caritativa y social a una atención más o menos burocrática.

Dificultades Es difícil lograr que la acción social y la implicación con los otros y por los otros sea el centro de la vida de una parroquia. Normalmente se deja en manos de un grupo, y se la percibe como una acción más dentro de otras muchas que se realizan: la liturgia, las catequesis, la preparación a los sacramentos... También es difícil ampliar en la parroquia la capacidad de acogida y conseguir que más miembros se impliquen en las luchas sociales a favor de la justicia y la ayuda a los pobres. Muchas veces, la atención se limita a una tarea burocrática, sin llegar a ofrecer una verdadera acogida con implicación de la comunidad. Y es difícil conseguir que aquellos que acuden y son atendidos se hagan a su vez partícipes y se conviertan en miembros activos de la comunidad.

Retos Aun teniendo en cuenta que la acción asistencial es muchas veces necesaria e imprescindible, el grupo señala la importancia de una acción promocional y de la atención a las causas profundas, a la raíz de la injusticia y de la pobreza que llevan a las diferentes formas de marginación. En la comunidad parroquial tienen que resonar los problemas sociales, las situaciones de injusticia. La parroquia se tiene que lanzar al compromiso real, tiene que levantar la voz en favor de quienes los padecen. Es necesario que la comunidad marque líneas de acción en esta sentido, ya que la parroquia no se ciñe al 390

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templo ni su vida se reduce a la celebración o el culto. Ha de salir hacia fuera, a los lugares donde está la vida de la gente. Ha de ir al encuentro de los que necesitan ayuda y hacer resonar dentro de los muros los problemas sociales. Hay que hacer –resumen– que los otros sean “el centro”. En la acción caritativa se refleja la imagen del Cristo a quien queremos seguir y al que anunciamos; el Cristo que se implica por la causa del Reino y se desvive por los más débiles. El grupo subraya que es importante realizar acciones y gestos significativos y no limitar la caridad a una tarea más o menos burocratizada. Hay que suscitar y formar creyentes que se impliquen en causas e iniciativas justas, que ideen o se sumen a proyectos que en muy diversos países atienden a los pobres y marginados. Todo ello revertirá en la viveza de la fe en la comunidad parroquial.

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Grupo 4

La parroquia, bajo la responsabilidad de los religiosos

El grupo considera importante que la ponencia haya insistido en el carácter de comunidad que ha de tener la parroquia, así como en que ha de ser evangelizadora y siempre “en estado de misión”. Estima que en demasiados casos las parroquias se han ido convirtiendo en algo así como “mercadillos” en los que se puede encontrar lo que se desea (¡incluso la celebración de un sacramento!), sin que ello implique una efectiva vivencia del Dios que celebra con su pueblo ni un compromiso con la comunidad cristiana parroquial. Denuncia también la “burocratización” de los servicios parroquiales y la excesiva carga administrativa que pesa sobre los párrocos. Reconoce asimismo que en las congregaciones ha decaído la preocupación por la formación y por la formación de los laicos. No se ha hecho justicia –se dice– con respecto al papel de los laicos en la Iglesia, en especial el de las mujeres, ya que no se valora debidamente su presencia activa y valiosa en la acción pastoral, en la catequesis y en la liturgia de la parroquia. Se viene hablando largamente de la “misión compartida”, pero no se termina de dar con su verdadero significado y con la aplicación a las situaciones pastorales. 393

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Además, se señala como preocupante el fracaso registrado en la iniciación cristiana, a pesar de los programas catequéticos.

Dificultades En este capítulo, los religiosos participantes en el grupo señalan la elevada edad de muchos de los que trabajan en parroquias y la dificultad de compatibilizar esas tareas con las exigencias de la vida comunitaria. Reconocen que en las parroquias encomendadas a religiosos suele producirse el cambio de párroco con una frecuencia que va de los tres a los seis años, lo que repercute –si no hay un equipo y consejo parroquial que salve la continuidad– en cierto provisionalismo de los planes y proyectos. A esto se suma el hecho de que la edad de los propios religiosos no permite contar con acompañantes o monitores que se hagan cargo de grupos juveniles o adolescentes, una pastoral necesitada de especial atención en nuestros días. Añaden que no siempre es fácil armonizar los planes diocesanos con las líneas marcadas por la propia congregación. Y registran también cierta reticencia por parte de algunos obispos –y de los propios sacerdotes diocesanos– hacia su actuación pastoral. Un participante plantea la cuestión de la compatibilidad de fondo de la vida religiosa –llamada a cierto profetismo– con la tarea pastoral tal como se realiza ahora mismo en una parroquia. La pregunta queda abierta.

Aportaciones positivas y posibilidades El grupo señala que aportaciones importantes son las del carisma propio de la congregación y el testimonio de 394

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una vida en común, un testimonio de fraternidad que puede ayudar a avivar el sentido comunitario de la parroquia. Se señala también que la universalidad de la gran mayoría de las congregaciones religiosas hace posible un acercamiento de la comunidad parroquial a otros lugares, a sus necesidades y esperanzas. El dinamismo de la congregación puede influir muy positivamente en la vida parroquial. Asimismo, pese a los cambios a los que antes se han referido, se habla de la continuidad de proyectos pastorales de los que se hace cargo la comunidad religiosa que asume la parroquia (lo que no debe dejar en segundo plano ni el consejo pastoral ni la corresponsabilidad de los laicos). El grupo insiste en que es hora de tomar en serio que la parroquia debe ser una comunidad en la que todos –con sus diferencias, con sus peculiaridades– se sientan responsables de todos. La comunidad –se señala– tiene un papel fundamental en la evangelización. La parroquia, como tal, ha de acoger y secundar la llamada a evangelizar la sociedad: “Vemos las parroquias que acompañamos, con apertura al mundo, con apertura a la sociedad en la que nos encontramos; encarnando la figura del Jesús que habla con la gente a pie de calle”. En cuanto a la organización de la pastoral, se señala el interés de la creación de unidades pastorales tanto en el mundo urbano como en el rural. Se insiste también en la formación de los laicos, en la necesidad de que acepten servicios acordes con su vocación y sin repetir modos clericales. Se añade que en la vida parroquial urge dedicar espacio a la acogida de inmigrantes, a acompañar a las familias separadas, a los ancianos y enfermos, al igual que 395

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a los niños y los jóvenes, destinatarios reconocidos como tales expresamente en las líneas pastorales de las parroquias. Y se concluye que importa no dar por supuestos ni la iniciación cristiana ni el ser “adultos en la fe”. Y recordar que toda parroquia está “en estado de misión”.

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Grupo 5

Relación parroquia-movimientos

Este grupo acepta que plantear la cuestión de los movimientos y su relación con la parroquia puede ofrecer perspectivas nuevas, ya que el enfoque que se da al tema de la parroquia desde la óptica de los movimientos desarrolla nuevos caminos y novedosos planteamientos. Entiende que: – La parroquia se ve como modelo necesario, pero insuficiente. La reflexión sobre la parroquia es abundante, pero falta conectarla más con la teología de la Iglesia local y desarrollar cierta “pedagogía de la parroquia”. – Es urgente avanzar en una “teología de la comunión” que articule el ser, la vida y la misión de la parroquia con la diócesis y con los diversos movimientos eclesiales. Se trata de cambiar el modelo de parroquia en orden a integrar los movimientos, superando la idea de unidad territorialidad que ha marcado la manera de concebir la parroquia, para tener en cuenta otros “espacios” en los que están y se mueven las personas. En el grupo surge la pregunta de si hay movimientos que son como parroquias paralelas. Se reconoce que es necesario clarificar de qué hablamos cuando decimos 397

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“comunidad”, “parroquia”, “movimientos”, o cuando hablamos de “eclesialidad” y de “comunión”. Se señala que los movimientos se presentan con un “sentido de frontera” necesario en el hoy, aquí y ahora. Pero se dice también que es preciso evitar extremos, de manera que, por una parte, los movimientos se integren de algún modo en la comunidad parroquial y, por otra, no monopolicen el espacio de la parroquia. Las diversas experiencias expuestas y la diversidad de puntos de vista presentes en el grupo mostraron que el tema está necesitado de ulteriores tratamientos.

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