Cuentos de Terror Proyecto 2

La ventana de la morgue Los cinco muchachos se juntaron en la vereda y vigilaron hacia todos lados. Era casi media noche

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La ventana de la morgue Los cinco muchachos se juntaron en la vereda y vigilaron hacia todos lados. Era casi media noche. Habían ido al desfile de halloween y pensaban seguir divirtiéndose mientras intentaban asustarse unos a otros. En la vereda en la que estaban, se encontraba el fondo de un hospital, y estaban bajo la ventana de la morgue. Cerca de la ventana, que estaba ubicada a una altura considerable, había un árbol, y pensaban trepar por él para mirar hacia adentro. Gerardo vio que una señora dobló en una esquina y caminaba rumbo a ellos. - Viene gente - les advirtió a los otros, y enseguida miró hacia otro lado. - Hay que esperar que pase - dijo otro de los muchachos. La señora iba cruzando lentamente, y de pronto pareció acordarse, miró hacia la ventana y apuró el paso. En la ciudad casi todos habían escuchado alguna historia aterradora sobre aquella ventana, principalmente se decía que algunas apariciones observaban desde allí a la gente que pasaba por la vereda. También se decía que una voz aterradora llamaba a la gente por su nombre y lanzaba carcajadas. La señora se perdió en la otra cuadra. Al ver que la calle estaba desierta se decidieron. - ¿Quién sube primero? - preguntó uno. - Yo - dijo Gerardo. Miró hacia lo alto del árbol, levantó un pie hasta una rama baja y empezó a trepar. Los otros lo observaban, volteaban hacia los extremos de la calle y se miraban unos a otros, intentando adivinar el grado de miedo que cada uno sentía. Gerardo alcanzó el nivel de la ventana, se agarró con los dos brazos al tronco y, con los pies sobre una rama que temblaba bajo su peso, miró hacia el interior de la morgue. Lo primero que vio fue la mesa de autopsias, que estaba vacía. Cerca de ella había cuatro mesas tipo camilla, y sobre una de ellas, cubierto con una sábana, se encontraba un cuerpo. Gerardo lo miraba cuando súbitamente el cuerpo se enderezó hasta sentarse, y seguidamente se quitó la sábana tirando de ella con las manos, y Gerardo vio que aquel muerto era igual a él, y el muerto lo miró y lo señaló apuntando su brazo. Gerardo se estremeció tanto que sus pies resbalaron, y como se había soltado del tronco cayó al suelo y se rompió el cuello, muriendo allí mismo. Una hora y media después, Gerardo estaba dentro de la morgue, y lo habían puesto sobre aquella mesa. Publicado por Jorge Leal en 11:54 Sin comentarios: Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook Enlaces a esta entrada Etiquetas: cuentos de terror de halloween

Reacciones: miércoles, 17 de octubre de 2012

¿Accidentes? Aquella parte del camino siempre me había dado mala impresión. Allí ocurrieron varios accidentes automovilísticos, aunque aquel tramo no tiene ninguna dificultad que los justifique. Esa parte está encajonado por árboles altos, pero es un tramo recto, sin desniveles. Es un camino de tierra, en cada lado hay un bosque de eucaliptos. El de la izquierda va bajando con el terreno, y desde el camino se puede ver las copas de los árboles que están más abajo; el bosque de la derecha sube, y se ven sus troncos que van manteniendo la vertical mientras el terreno asciende; mas el camino en si es plano y bien nivelado. Cruzándolo a pie, incluso de día y yendo con otra gente, una sensación angustiante se apoderaba de mí hasta que me alejaba de allí. Creo que todos los que pasan por el lugar sienten eso, porque recuerdo que en esa parte los otros buscaban con la vista no sé qué, como yo. Una noche de luna, regresaba a mi hogar, a pie, solo, y al atravesar esa parte siniestra del camino sentí que me observaban. Tenía que haber seguido sin mirar, pero girando la cabeza miré hacia todos lados, y vi una cosa que venía atravesando las sombras del bosque. No hacía ruido al andar pero avanzaba bastante rápido. Iba agitando unos brazos larguísimos y parecía tener una joroba, o era parte de su cabeza. Lo veía bien porque aquella cosa tenía puesto algo como una capa o una túnica blanca. Hice bien en no correr. Aquello llegó hasta el borde del camino y se detuvo, después siguió por las sombras de los árboles. Mi cuerpo estaba tenso por el terror. De reojo vi que me siguió un buen tramo, siempre avanzando entre las sombras con aquel andar silencioso y su extraño movimiento de brazos. Desde esa noche pasó por otro camino, aunque me queda mucho más lejos. No sé que era, lo que sé es que hay lugares así en caminos o carreteras: no son tramos complicados pero hay muchos accidentes en ellos. Publicado por Jorge Leal en 13:39 1 comentario: Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook Enlaces a esta entrada Etiquetas: cuentos sobre carreteras embrujadas Reacciones:

lunes, 15 de octubre de 2012

No me creo esos cuentos A Emiliano lo divirtieron los cuentos de terror que sus conocidos narraron después de la cena. Las historias supuestamente eran verdaderas, y habían pasado allí, en aquel pueblo turístico. A él le pareció que eran sólo cuentos de los lugareños, que tal vez era una forma de atraer turistas; si funciona con los castillos embrujados… Cuando fue a despedirse, el dueño de la casa se levantó y le dijo: - Espera Emiliano, te acompañamos. Fuera está muy oscuro y no conoces bien el lugar. - No se moleste, que tengo buena vista y ya conozco las calles de aquí. Que tengan buenas noches. - Pero mira que estas callejuelas son engañosas, como todas las casas se parecen… - le advirtió uno de los presentes. - Si por engañosas quiere decir embrujadas, igual no me preocupan. Y si me cruzo con algún espanto, lo más probable es que se asuste más de mí que yo de él ¡Jajaja! Bueno, hasta mañana. Solamente Emiliano rió, los otros se quedaron muy serios y le desearon suerte. La noche estaba más oscura de lo que pensaba. No había luz en la calle ni en el frente de las casas. El cielo era una cúpula completamente negra, las nubes habían ocultado todas las estrellas. Se oía el rumor del viento cruzando entre los pinos que rodeaban al pueblo, y entre ese rumor se entreveraba el del mar, que estaba más allá de éstos, y rompía en una playa que también estaba oscura. Emiliano trataba de adivinar por dónde iba caminando. Escudriñaba hacia adelante, a los lados, en aquella oscuridad todo se veía igual. Creía tener un mapa mental, pero ahora no estaba seguro. Algo grande, que andaba en cuatro patas, cruzó delante de él mientras lo miraba. Emiliano se estremeció y alcanzó a saltar hacia atrás. Después pensó que había visto a un perro, pero su andar era muy raro, y al recordar su cara, evocó unos rasgos extraños. Siguió su caminata, mas cada pocos pasos volteaba, escuchaba, y varias veces creyó ver un bulto moviéndose en la oscuridad, entonces apuraba el paso. Por voltear tanto, casi se llevó por delante a una figura humana que se iba levantando de a poco. Emiliano se detuvo justo a tiempo para no chocarlo. Aquella figura humana oscurecida, de la cual no se distinguía rasgo alguno debido a la oscuridad, estiró un brazo hacia Emiliano, éste lanzó un grito y salió corriendo. Dio algunas vueltas más, ya sin saber hacia dónde ir, y de casualidad encontró el motel donde se estaba quedando. Atrás, en algún lugar oscuro del pueblo, quedó el perro reumático que cruzó por él, y el vagabundo que le tendió la mano pidiendo una limosna. Publicado por Jorge Leal en 12:30 Sin comentarios: Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook Enlaces a esta entrada

Etiquetas: Cuento de terror Reacciones: domingo, 14 de octubre de 2012

Ruidos de cementerio Allí estaba y aún no lo podía creer; era el nuevo vigilante del cementerio. Un pariente que trabaja en el municipio me consiguió ese empleo. No era un gran mérito que digamos, pues no deben ser muchos los que quieren ese trabajo por razones obvias. El antiguo vigilante me dio un montón de instrucciones. Mirándome fijamente me dijo varias veces: “No es necesario que salgas de la casilla y andes dando vueltas por el cementerio en plena noche, no. Puede ser que a veces oigas alguna cosa, pero no le des importancia, no salgas, son ruidos de cementerio nomás. Pero tampoco te duermas aquí, no es bueno. Trae bastante café y lee algo o lo que sea”. “Ruidos de cementerio”, le pregunté varias veces qué quería decir con eso, pero el viejo se las ingenió para no contestarme. Llegué al atardecer. Los sepultureros ya se habían ido. Vi a un cortejo fúnebre marcharse lentamente. Después, ya casi de noche, me aseguré que no quedara nadie y cerré el portón. La casilla era diminuta. En un rincón había palas y picos, en el centro una mesita, una silla, en otro rincón un pequeño armario, eso era todo. Había llevado un termo lleno de café. Me senté a beber mientras miraba por la ventana. Veía desde allí gran parte del cementerio: lápidas, criptas, panteones, algunas estatuas de ángeles, otras más extrañas, y más allá el muro que estaba en el fondo, y una porción de cielo que aún conservaba algo de claridad, aunque las estrellas ya empezaban a titilar. También había llevado un libro. La lámpara que estaba sobre mi cabeza pendía de los cables y se hamacaba levemente, produciendo un efecto sobre las letras del libro, sobre mi vista más bien, y parecía que se hamacaban también y me ardía los ojos. Cada vez que consultaba el reloj me sorprendía lo temprano que era. Cada tanto miraba hacia la ventana, y como la noche era clara, veía las facetas de las lápidas y las criptas iluminadas por la luna, y a las sombras que formaban. Las vistas me ardían cada vez más, así que decidí descansar los ojos. De pronto, un ruido. Levanté la cabeza y miré hacia la ventana, y entre las lápidas iba cruzando una silueta humana que se ocultó tras una cripta, y después vi que asomó la cabeza para enseguida esconderse de nuevo. Sin pensarlo tomé la linterna y salí. Avancé iluminando las sombras. Cerca de la cripta caminé lentamente, la rodee, pero no había nadie, más al volverme hacia la casilla, había un muerto a mi lado, y se abalanzó hacia mi cara con la boca abierta y lanzando una especie de gruñido. De repente estaba nuevamente en la casilla; me había dormido. Aquella pesadilla fue la más real que tuve en toda mi vida, de sólo recordarla siento terror. Trabajé un buen tiempo en el cementerio, pero no volví a dormir en él. Ruidos, nunca escuché nada alarmante. Creo que el viejo vigilante los oía porque estaba algo loco, por haber sufrido muchas pesadillas tal vez. Publicado por Jorge Leal en 08:25 Sin comentarios:

jueves, 11 de octubre de 2012

Tu fantasma Benjamín, que acababa de mudarse a una casa, recibió la visita de Rolando, su mejor amigo. Se saludaron y lo hizo pasar a la sala. - Siéntate - lo invitó Benjamín, y agregó señalando hacia un pasillo -. Voy a traer un vino y algo para comer. - ¡Menuda casa te compraste! ¿Estás saliendo con la hija fea de tu jefe? ¡Jajaja! - Ahora no tengo jefe, tengo jefa… me cambié de empresa ¡Jeje! - ¡Ahí está! Es eso ¡Jajaja! - Vos siempre tan bromista Rolando. Ya vengo. Si quieres mirar la tele dale nomás. Mi casa es tu casa. Rolando se sentó a sus anchas y se puso a contemplar la habitación. Unos minutos después vio a su amigo que venía por el pasillo; detrás de él iba una señora mayor que lo seguía de cerca, mas antes de entrar a la sala la señora dobló hacia una habitación. - ¿Quién es la señora? ¿Contrataste un ama de casa y todo? - preguntó Rolando. - ¿Qué? ¿Qué señora? - La que venía atrás tuyo en el pasillo. - No bromees con eso, en la casa no hay más nadie. - No bromees tú, iba caminando cerca de ti y dobló en aquel cuarto. - ¿En serio? - En serio. Te lo juro por mi madre. Benjamín dejó sobre la mesa la botella que tenía en la mano y, muy serio miró hacia el pasillo. Sabía que su amigo no juraba en vano, además había sentido una especie de corriente fría en la espalda, y no era la primera vez que le pasaba eso en aquella casa. - Creo que en mi casa hay fantasmas, creo no, si lo viste es porque hay - razonó Benjamín. - Yo la vi sí, y ahora que la recuerdo se veía un poco rara, tenía la cara muy gris. Los dos quedaron mirando hacia el pasillo, y de pronto la aparición volvió a salir, les dio la espalda y se fue alejando, pero un instante después giró rápidamente la cabeza hacia ellos como lo hacen las lechuzas, y comenzó a caminar hacia atrás mientras los miraba de frente. Los dos salieron de la casa como una exhalación, huyeron sin mirar hacia atrás, pero de reojo vieron que la aparición los perseguía volando sobre el suelo y lanzando manotazos al aire. Benjamín fue el que más se aterró, pues había dormido varias noches allí, y supo que aquellas corrientes de aire frío que a veces le recorrían el cuerpo, era el contacto del fantasma y de sus dedos espectrales. Publicado por Jorge Leal en 08:08 Sin comentarios: Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook

Enlaces a esta entrada Etiquetas: Cuento de terror Reacciones: martes, 9 de octubre de 2012

En una cama de hospital Sergio se había dormido. Estaba internado en un hospital, en una sala de niños. Su madre había salido por un momento, dejándolo solo, pero cuando despertó ya no estaba solo. Lo primero que miró fue la silla donde se sentaba su madre a cuidarlo, y se acordó que ella había salido. Al voltear hacia el otro lado su mirada dio con la de una niña que estaba acostada. - Hola - lo saludó la niña. - Hola. - ¿Hace mucho que estás internado? - preguntó la niña mientras se acomodaba hasta quedar sentada. - Hace un día - le contestó Sergio, y tosió un par de veces. - Yo estoy aquí desde hace un rato. Cuando me trajeron estabas durmiendo. - Sí, me da sueño, es que ya estoy medio aburrido, pero mamá dice que en dos días… - ¡Hay algo bajo tu cama! - gritó la niña repentinamente al tiempo que apuntaba con el brazo -. Hay una cosa fea que se está escondiendo ahí. ¡Y ahora me está haciendo señas para que me calle! A Sergio lo sobresaltó el grito repentino, mas inmediatamente creyó que la niña le estaba mintiendo. - No hay nada, no mientas - dijo Sergio intentando sonreír. - Hay sí. Me está haciendo todo tipo de caras, ¡Hay, que horrible! - afirmó la niña, y se cubrió la cara como si sintiera mucho terror. - ¡Mentirosa! - ¡Si no me crees mira bajo tu cama! Sergio dudó un poco, se acercó al borde de la cama y, cuando iba a mirar hacia abajo, una mano arrugada de dedos cortos y gruesos salió proyectada desde allí y lo tomó de la cara por un instante, luego desapareció bajo la cama con la misma velocidad. Sergio gritó como nunca antes lo hizo. En ese momento su madre abrió la puerta de golpe y se precipitó hacia él. - ¿Qué pasó? ¿Qué fue? - le preguntó. - ¡Hay un monstruo bajo mi cama! ¡Me agarró la cara…! - ¡Hay mi vida!, estabas soñado. - ¡No! fue ahora cuando estaba despierto - Su madre miró bajo de la cama y sonrió. - No hay nada, fue una pesadilla. - ¡Te digo que no! ¡Estaba despierto! Ella lo vio primero - afirmó Sergio entre sollozos y señaló hacia donde estaba la niña, pero la cama estaba vacía. Publicado por Jorge Leal en 09:49 2 comentarios:

Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook Enlaces a esta entrada Etiquetas: cuentos de hospitales embrujados Reacciones: domingo, 7 de octubre de 2012

Pasó a mi lado La noche calurosa me entretuvo fuera de la pensión hasta la medianoche. Cuando regresaba caminando por la calle, oí unos truenos y miré hacia arriba, pero las luces de la calle no me permitieron ver la tormenta. Estaba cerca, ya se sentía en el aire. Apuré el paso y llegué a la pensión justo antes de que un aguacero se volcara sobre la ciudad. Era una de esas lluvias que caen de pronto, cortando el silencio de la noche abruptamente. Cuando atravesé el patio interior, que estaba oscuro, casi tropiezo con un masetero de flores. En ese momento recordé al casero y a lo amarrete que era ¡Qué le costaba poner una luz! Llegué a la escalera, que apenas estaba iluminada por un tuvo de luz que parpadeaba, y subí mientras escuchaba como la lluvia azotaba el techo de la vieja pensión. Alcancé el corredor que estaba penumbroso también y me dirigí a la puerta de mi pieza. Seguía en el corredor cuando vi que alguien más avanzaba por él caminando hacia mí lentamente. Haciendo un esfuerzo para vencer las tinieblas, distinguí a la persona; era la señora de Rodríguez, que después me enteré que se llamaba Carmen. Frente a mi puerta, metí la mano en el bolsillo para tomar mi llave, sin dejar de mirar a la mujer. Cuando la fui a saludar, de pronto se me erizó la piel, sentí que el aire estaba helado, y de alguna manera supe que estaba viendo una aparición. Al pasar a mi lado me miró, abrió la boca y dijo algo que no entendí a pesar de que lo escuché bien. Volvió la cara hacia el corredor y siguió su camino y la vi perderse en la oscuridad. Esa noche, mientras afuera seguía la tormenta, la sentí pasar varias veces frente a la puerta. Por la mañana escuché un alborotó. Cuando me asomé al corredor vi que unos policías llevaban esposado a Rodríguez. Él fue el que los llamó. Temprano en la noche había matado a su esposa. Publicado por Jorge Leal en 10:41 Sin comentarios: Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook Enlaces a esta entrada Etiquetas: Cuento de terror Reacciones: Entradas antiguasPágina principal Suscribirse a: Entradas (Atom)