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El sapo ladrón Esta es la historia de un sapo llamado Rafael, que tenía la fea costumbre de robar siempre a sus amigos.

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El sapo ladrón

Esta es la historia de un sapo llamado Rafael, que tenía la fea costumbre de robar siempre a sus amigos. Un día no controló sus impulsos y realmente robó más de lo que siempre lo hacía, por lo que por mucho que se esforzase, tendría que terminar siendo descubierto más pronto que tarde. Ese día robó la melena a su amigo Thiago el león, mientras jugaban a las escondidas y a este descuidadamente se le cayó. Luego sustrajo el almuerzo de sus amigos Ricky y Rosa, cebra y osa respectivamente. Sus amigos, una vez se percataron de todo lo que les faltaba comenzaron a preocuparse. Creían que podrían haber sido robados por alguien de fuera del bosque, por lo que acudieron consternados a casa de su amigo el sapo Rafael, a ver si a él también se le había perdido algo. Por mucho que llamaron a la puerta de Rafael, este no respondió, pues andaba fuera de casa roba que te roba a otras criaturas del bosque. Una vez se cansaron de llamar a la puerta los tres animales se asomaron a la ventana a ver si Rafael dormía o había sido víctima de algún delito mayor. Para su sorpresa vieron que sus pertenencias preciadas habían sido sustraídas por su llamado amigo, por lo que, muy indignados, decidieron tomar venganza. Así, cuando Rafael llegó a su casa vio cómo sus preciadas hojas, con las que jugueteaba en el pantano, ya no estaban, al igual que otras de sus pertenencias.

Muy triste entendió todo el mal que había provocado con todo lo que había robado a lo largo de su vida, aunque su arrepentimiento no fue motivo suficiente para que recuperase sus preciadas hojas, que aún no aparecen. ACTIVIDADES DE LA LECTURA

La castañera

Érase una vez una castañera que se llamaba Tana y era muy buena. Los niños la querían mucho porque cuando no tenían dinero, la castañera les regalaba castañas y porque sabía explicar unos cuentos estupendos. Cuando Tana les narraba un cuento, ellos cerraban los ojos y todo parecía de verdad. Tana esperaba con alegría la llegada del otoño, cuando las hojas de los árboles se vuelven de color oro, el viento sopla fuere y las hojas bailan alocadas en los campos. Entonces tana se vestía de castañera: con falda acampanada, blusa ajustada y pañuelo en la cabeza. Se sentaba en su silla y comenzaba a asar castañas. Las asaba lentamente dejando un delicioso olor a su alrededor. - Castañas, castañas asadas - vociferaba Tana Al anochecer cuando el frío comenzaba a ser más intenso volvía a su casa, y preparaba las castañas para el día siguiente. Tana esperaba con impaciencia el Día de Todos los Santos porque en esas fechas vendía muchísimas castañas, pero unos días antes de la fiesta una señora extraña y con cara de enfadada entró en la casa de Tana. Era otra castañera, una señora triste y malhumorada que tenía envidia de Tana porque a ella los niños no le compraban castañas ni le ofrecían sus sonrisas. La castañera le robó todas las castañas a Tana y se marchó corriendo. Tana estaba muy triste, lloró y lloró hasta que se quedó dormida. Al día siguiente, los niños camino a la escuela fueron a comprar castañas, y al no ver a Tana, fueron corriendo a su casa. La encontraron llorando y muerta de frío. Al enterarse sobre lo que había pasado, rompieron sus huchas, juntaron el dinero y le compraron un saco entero de castañas.

Ella emocionada les decía - Sois los niños más maravillosos del mundo-. Mientras tanto, la castañera envidiosa asaba las castañas robadas, que comenzaron a saltar y a explotar haciendo un ruido horroroso. - Esto es un castigo por haber asado las castañas y haber tenido envidia-, se dijo y fue a pedir perdón a Tana, que la perdonó y desde entonces fueron buenas amigas. Los niños decidieron entonces comprar también a ella las castañas y compartir sus sonrisas y desde entonces nunca estuvo triste.

La oveja y el cerdo

A primera hora de una mañana brillante, una oveja y un cerdo de cola enroscada se aventuraron al mundo en busca de un hogar. —Construiremos una casa —dijeron la oveja y el cerdo de cola enroscada—, allí viviremos juntos. Los dos siguieron un largo, largo camino, pasando sobre los campos, entre montañas y a través del bosque, hasta que se encontraron con un conejo. —¿Adónde van? —preguntó el conejo. —Vamos a construir una casa —dijeron la oveja y el cerdo. —¿Puedo vivir con ustedes? —preguntó el conejo. —¿Qué puedes hacer para ayudar? —preguntaron la oveja y el cerdo.

—Puedo afilar estacas con mis dientes —dijo el conejo— y clavarlas con mis patas. Los tres recorrieron el largo, largo camino, hasta que se encontraron con un ganso gris. —¿Adónde van? —preguntó el ganso gris. —Vamos a construir una casa —dijeron la oveja, el cerdo y el conejo. —¿Puedo vivir con ustedes? —preguntó el ganso gris. —¿Qué puedes hacer para ayudar? —preguntaron la oveja, el cerdo y el conejo. —Puedo juntar musgo y usarlo para rellenar las hendijas con mi ancho pico —dijo el ganso. —Está bien —dijeron la oveja, el cerdo, el conejo—. Puedes venir con nosotros. —¿Adónde van? —preguntó el gallo. —Vamos a construir una casa —dijeron la oveja, el cerdo, el conejo y el ganso. —¿Puedo vivir con ustedes? —preguntó el gallo. —¿Qué puedes hacer para ayudar? —preguntaron la oveja, el cerdo, el conejo y el ganso. —Puedo cacarear de madrugada para despertarlos a tiempo —dijo el gallo. —Está bien —dijeron la oveja, el cerdo, el conejo y el ganso—. Puedes venir con nosotros. Los cinco fueron más allá del largo, largo trecho, hasta que encontraron un buen lugar para una casa. La oveja cortó troncos y los apiló. El cerdo fabricó ladrillos para el sótano. El conejo afiló las estacas con sus dientes y las martilló con sus patas. El ganso buscó musgo y rellenó las hendijas con el pico. El gallo cantaba todas las madrugadas para anunciarles que era la hora de levantarse. Y todos vivieron felices en su casita. Dibuja los personales que faltan en esta historia

El perro cazador y su amo Había una vez un perro cazador cuyo orgullo era servir a su amo.

Cada día ambos dejaban temprano en la mañana la cabaña en la que habitaban y se adentraban en el bosque en busca de las mejores presas que les permitieran alimentarse y vivir un poco de la venta de carne. El perro era tan diestro en lo suyo, que por jornada ubicaba al menos tres o cuatro presas para su amo; una para comer ellos y otras tres para vender. El amo estaba más que orgulloso de la habilidad de su perro para el trabajo. Tenía tan buen olfato y era tan veloz ubicando y atrapando a la presa, para que luego él la rematase, que era imposible que desease algún otro chucho en el mundo. Sin embargo, nadie ni ninguna suerte escapan al paso del tiempo. Lamentablemente los perros, a pesar de ser el mejor amigo animal del hombre, no duran tanto como este, y entre una década y 15 años sus habilidades y vida van mermando y apagándose. Así, el perro cazador de nuestra historia veía como cada mes que pasaba tenía menos habilidad para la faena diaria. Su olfato no detectaba presas buenas a la misma distancia que antes, su velocidad tampoco era la misma y para colmo su visión y sus mordidas no eran tan sagaces ni fuertes respectivamente como antaño. Por este motivo la cantidad de presas iba en decadencia. Durante todo un año dejaron de ser cuatro para ser tres, al siguiente dos y durante el último par de años tanto él como su amo debían conformarse con solo una. El dueño del can percibía que su chucho no era el mismo, pero asociaba esta disminución más a la fortuna y la mala suerte que a otra cosa. Para colmo de males, el tamaño y composición de las presas también iba en decadencia. Y es que el perro cazador más no podía hacer. Sus huesos se resentían cada vez que emprendía una carrera y sus músculos dolían cada vez que se batía con una presa para que luego viniese el amo a rematarla. La mala fortuna o la carencia de éxito en las jornadas de caza siguieron acrecentándose. Hubo una semana incluso en la que nada pudieron cazar y la pobreza extrema comenzó a invadir la cabaña del perro y su amo. Para hacer frente a esta situación el amo decidió salir un día más temprano aún que de costumbre. El perro cazador, consciente de que el paso del tiempo y la mella que este había hecho en él y sus habilidades eran los principales culpables de la dramática situación, salió con el mismo ímpetu de siempre, ese que lo convirtió en su momento en el mejor perro cazador del bosque. Tras andar unos kilómetros su viejo olfato percibió una presa buena, esa que hacía tiempo no habían podido cazar.

Pensó inteligentemente que si el olor llegaba a su desgastado sentido era porque el animal andaba realmente cerca. Se concentró todo lo que podía permitirle su cansado cerebro de perro y no perdió la pista. Tras unos metros olfateando llegó a un descampado en cuyo extremo se hallaba un gran jabalí, con tanta carne como para alimentarlos a él y su amo durante una semana, e incluso vender un poco en el pueblo. Radiante de júbilo el perro asumió la posición de firme típica de los canes cazadores para señalar la dirección en que se ha ubicado una presa. Al verla, el amo le dio la señal de que fuese a por ella, mientras él cargaba su escopeta de perdigones. El perro cazador se esforzó nuevamente y sacó fuerzas de donde no las había. Exigió tanto a sus huesos y músculos en una brutal carrera, que estos se resintieron y lo hicieron gemir de dolor. No obstante, el can sorprendió al jabalí y, haciendo caso omiso del terrible dolor general que lo embargaba, se le lanzó al cuello para derrumbarlo con una poderosa mordida. Pero sucede que de poderosa nada. La mordida del perro fue bastante inofensiva, debido a que sus dientes estaban muy mellados por el paso inexorable del tiempo. Por ello, y por mucho que el chucho se esforzó, el jabalí pudo desprenderse y echar a huir, con tan solo una leve herida que no le impediría conservar la vida. Al ver todo lo sucedido el amo irrumpió en el descampado e increpó al perro. -Para nada sirves ya. ¿Cómo se te ha podido escapar ese buen jabalí? Nos hubiese venido muy bien. Creo que no me eres útil y constituyes tan solo una carga para mí. Tendré que deshacerme de ti y conseguir otro perro. Acongojado por estas palabras el otrora perro cazador ripostó: -Buen amo mío. No me maltrates por ser víctima yo del paso del tiempo. A pesar de estar viejo y de que mis habilidades no son las mismas de antaño, soy en esencia el mismo animal que tan buenas presas te propició y junto al que viviste momentos de buena fortuna. Por tanto, ¿crees que es justo lo que dices? Las palabras del perro impactaron en el amo, que recapacitó enseguida. Aquello y aquellos que nos han sido útiles en determinados momentos de nuestra vida, no por viejos dejan de ser parte importante y querida de la misma. Por ello permaneció junto al perro cazador durante el resto de la vida de este y por muchos canes que tuvo después, ninguno fue como aquel que le hizo aprender tan importante lección.

La gallina roja

Había una vez una curiosa gallinita roja que vivía junto a otros animales en una bella granja. Los propietarios de la granja la tenían siempre tan limpia y ordenada, y atendían tan bien a todos los animales por igual, que allí todo era armonía y felicidad. Cada día todos los animales desempeñaban orgullosos sus funciones y los dueños trabajaban con tal ahínco, que podríamos decir que era incluso una granja próspera, con buenas producciones de leche, queso, carne, pienso, heno y trigo.

Sin embargo, hubo un breve tiempo en el que el trigo no abundó mucho, por lo que los dueños reservaban el que había para su propia alimentación y la venta, dándole entonces a los animales otras cosas igual de efectivas para su alimentación, pero que quizás a alguno que otro no les agradase tanto como el tradicional grano. Uno de esos animales al que le gustaba mucho el trigo era una gallinita roja, quien tuvo tanta dicha que un día se encontró escarbando un reluciente grano de trigo. Pensó la gallinita que no resolvería nada con picotearlo y comérselo así, por lo que prefirió trazar una estrategia que le permitiese a la larga obtener más. Se dijo: -Si lo siembro saldrá una planta, de la que luego obtendré mucho más para poder incluso hacer pan y compartir con mis amigos. Así, la gallinita fue muy contenta a donde estaban los otros animales y dijo: -He encontrado un grano de trigo. Pienso plantarlo para luego cosecharlo y hacer un rico pan. ¿Quién me ayudará a sembrar? Ni cortos ni perezosos los animales se pronunciaron. -¡Yo no! –dijo el pato. -¡Ni yo!- exclamó el perro. -¡Yo tampoco!-agregó el gato. Un poco desilusionada por la falta de ayuda, pero aún resuelta en su empeño, la gallinita roja dijo: -Está bien. Ya lo plantaré yo sola. Así, la gallinita fue y escogió un buen lugar para la siembra. Tanto esmero puso a su labor y tanto vigiló y regó el lugar, que al cabo de unos pocos días la naturaleza la premió con una bella planta. Radiante de alegría la gallinita acudió una vez más a por ayuda de sus compañeros, pues necesitaba de ellos para segar la planta y cosechar el fruto. Cuando llegó al establo donde descansaban el resto de los animales les explicó: -Mi grano se hizo una bella planta que ahora debo segar para luego separar el grano de la paja. Es una gran tarea para la que requeriré de ustedes. ¿Me ayudan? Al igual que en la ocasión anterior, la gallinita obtuvo las mismas respuestas. -¡Yo no! –dijo el pato. -¡Ni yo!- exclamó el perro. -¡Yo tampoco!-agregó el gato. Ya más desilusionada de sus amigos que en el anterior pedido la gallinita roja les contestó: -Pues bien, ya me las apañaré yo solita.

Acto seguido fue sin más ayuda que la de sus paticas y alas e invirtió gran cantidad de horas segando y separando luego el grano de la paja. Al día siguiente, muy extenuada pero contenta por haber obtenido un gran resultado después de un duro trabajo, cayó en la cuenta de que ya solo le restaba ir al molino y hacer el delicioso pan que había previsto. Aunque estaba molesta por la falta de disposición de sus amigos para hacer algo de lo que también podrían beneficiarse, pues a todos encantaba el pan de trigo, decidió darles otra oportunidad y acudió a solicitar su ayuda. -Amigos, -les dijo. –Ya tengo el grano listo para ir al molino y hacer un rico pan. Todo será más fácil y rápido si me ayudan. ¿Se apunta? Una vez más, la pereza de sus amigos la sorprendió. -¡Yo no! Estoy muy cansado –dijo el pato. -¡Ni yo! Prefiero quedarme aquí- exclamó el perro. -¡Conmigo no cuentes!-agregó dándose un gran estirón el gato. A la gallinita roja le pareció que esto era el colmo. No solía pedir ayuda a ninguno de sus amigos, pero para una vez que lo hacía, y con el objetivo de tener algo bueno para todos, la respuesta de ellos no podía menos que molestarla. Por ello, decidió que lo que había empezado sola lo acabaría de la misma manera y disfrutaría del rico pan ella solita. Así, comenzó a hornear el delicioso producto en el molino. Cuando ya estaba listo, su agradable aroma invadió todos los rincones de la granja. Atrapados por ella, los animales acudieron en masa hacia el molino y vieron como la gallinita roja traía entre sus alas una bandeja muy grande, con un rico pan encima. Al verlos la gallinita dijo pícaramente: -He aquí el resultado de mi empeño y trabajo. ¿Quiere alguno compartir conmigo este rico pan? Enseguida las respuestas habituales variaron. -¡Yo, que siempre he sido tu amigo! –exclamó el perro. -¡Y yo también, que siempre te he apreciado mucho! –dijo el pato. -¡Cuenta conmigo para eso! –ripostó el gato. Sin dudarlo un segundo la gallinita roja dijo entre molesta y contenta a la vez: -Pues pueden creer que no. Cuando acudí en su ayuda todos me rechazaron y ahora, que el pan está listo para comer, es cuando único recuerdan nuestra amistad. Por eso lo disfrutaré yo solita. Si no me ayudaron a hacerlo, no probarán bocado alguno del resultado de mi arduo trabajo.

Así la gallinita roja disfrutó mucho su trabajoso pan y dio una gran lección a sus supuestos amigos, porque los de verdad son aquellos que permanecen y luchan junto a uno tanto en las buenas como en las malas. Por suerte, el perro, el pato y el gato comprendieron esto y a partir de ese momento, junto a la gallinita roja, fueron mejores animales y amigos de lo que habían sido.

El cerdito de color verde

Había una vez una bonita granja en la que convivía una gran familia de cerdos muy feliz. La causa de tal felicidad radicaba en que en la granja tenían todo cuanto necesitaban para vivir plenamente como cerdos. No les faltaba el pienso ni ningún otro alimento, así como tampoco el agua y el barro que necesitaban para revolcarse y divertirse de lo lindo. Sin embargo, esa armonía se rompió un día por un suceso que nunca nadie pudo explicar. De una de las cerdas más bellas salió una camada de cerditos, todos muy bonitos pero uno misteriosamente verde, igual de lindo pero con ese color nada habitual para un ejemplar de la especie. Todos reaccionaron de inmediato de la misma manera. Rechazaban al cerdito por su color verde, que lo hacía diferente a todos, y en tal sentido lo marginaban de todas las rutinas que normalmente desarrollaban.

Al principio esto no preocupó al cerdito verde. Consideraba que era normal que lo dejasen de lado por ser el más chiquito y aunque no participaba en las actividades del resto de la familia, se las arreglaba para hacer sus días divertidos en la granja. Para ello se encaramaba en árboles y en el tejado de la casa, se dejaba caer sobre pilas de paja, entraba al granero a jugar con las gallinas y hacía un sinfín de actividades más, nada comunes para un cerdo. No es que no le gustara revolcarse en el barro, es que no podían porque la familia no lo dejaba. Así pasaron unos meses y el cerdito se volvió uno de los pequeños más grandes y fuertes de la familia. A pesar de esto siguió siendo marginado, con lo que comprendió que el rechazo hacia él se debía a su diferencia, que para él era leve y nada extravagante, y no al hecho de que hubiese sido el menor de sus hermanos. Caer en el entendimiento de esto le provocó una gran tristeza durante muchos días. No obstante, repuso su ánimo y retomó con más intensidad que antes las actividades que le hacían tener días felices. Los cerdos mayores, al ver esto, no soportaron más la felicidad de un cerdito que para ellos había roto la armonía familiar y ahora los abochornaba con sus extravagancias y conducta impropias de un cerdito, como si no fuera suficiente el hecho de que era verde y eso para ellos mancillaba el prestigio y la armónica belleza rosadita de la familia. Cansados de él, los cerdos mayores decidieron expulsarlo de la granja. Le dijeron que se marchara, que era un engendro de la naturaleza que solo deshonraba a la familia, y que si se atrevía a volver por allí la pasaría realmente mal. Tras esto el cerdito de color verde si no pudo reponerse de la tristeza. Había sido obligado a abandonar el lugar que lo vio nacer y, en consecuencia, a vagar por el mundo sin rumbo fijo ni destino al que ir. Tras andar y desandar por un denso bosque durante unos días, el cerdito vio una bella pareja de ciervos ya mayores. Quedó encantado con la belleza y cornamenta de tan majestuosos animales, mas no se atrevió a interrumpir lo que hacían y se quedó en una esquina de un descampado. Sin embargo, los viejos ciervos se percataron de su presencia y lo observaron detenidamente con una mezcla de asombro, gracia y admiración. Nunca habían visto algo tan curioso, pero a la vez tierno, como un cerdito de color verde. De pronto se percataron que el animalito estaba sollozando y sin dudarlo se acercaron a él y le preguntaron que lo acongojaba. El cerdito con el tono de la esperanza les hizo su historia y ganó la solidaridad en sentimiento de los ciervos, que casualmente nunca habían podido tener descendencia y vieron como esa extraña pero agradable criatura despertaba sus instintos maternal y paternal.

Por ello propusieron al cerdito que viviese con ellos en el bosque, donde los tres podrían ser muy felices y vivir en familia, esa de la que por distintas causas los tres habían sido privados. Por supuesto, el cerdito aceptó gustoso y desde entonces habita en el bosque junto a los viejos y muy bellos ciervos. Cuentan los que han pasado por allí que aún puede verse a esa insólita familia, lo mismo tirados descansando en cualquier descampado, que disfrutando de un baño en una laguna o correteando de un lugar a otro, radiando libertad y felicidad. Ello demuestra que no importa cuán diferente seamos ni las cosas de las que hayamos sido privados. La felicidad y la realización de nuestras vidas radican en nosotros mismos y en las acciones que hagamos para potenciarlas y hacerlas extensivas a los demás.

El cuento de los amigos

Esta es la historia de dos amigos, Pedro y Ramón, que se querían como hermanos a pesar de no tener vínculo familiar alguno. Tenían una amistad tan grande, que para todos los moradores del pueblo eran como inseparables hermanos o gemelos sin mucho parecido físico, ya que uno era más alto y el otro más grueso, uno rubio y otro trigueño. Su vínculo surgió desde que eran niños. Vivían cerca uno del otro y desde pequeños se adaptaron a jugar juntos y desempeñar todas las tareas en conjunto.

Podía vérseles lo mismo jugando a las escondidas que correteando de aquí para allá o dándose un chapuzón en la laguna, o jugando con animales, en fin, todo lo que un niño hace para hacer sus días divertidos. De igual forma, los dos ayudaban mucho en sus casas y compartían las tareas del cole, por lo que los padres de cada uno querían al otro como un hijo más. Así, Pedro y Ramón fueron creciendo, y también lo hicieron su amistad y las labores que hacían juntos. Por supuesto, a medida que maduraban no hacían lo mismo que antes, pero igual se les podía ver juntos haciendo cualquier tarea típica de hombres de pueblo de leñadores como talando árboles, llevando madera al aserradero, vendiéndola o contribuyendo con su fuerza a la ejecución de las obras del vecindario. Asimismo, compartían partidas de ajedrez y naipe, asados, horas de bares y muchas cosas más. Tan inseparables eran que incluso cuando se casaron y tuvieron que construir su casa y su familia, lo hicieron uno al lado del otro, para que sus familias fuesen partícipes también del bello lazo de amistad que los unía. Son muchos los ejemplos y las historias que reafirman que pocas veces se ha visto una amistad como la que unía a estos leñadores. Sin embargo hay una que resulta excepcional. Resulta que un día estaba Pedro profundamente dormido en su hogar, junto a su esposa e hijo pequeño. Había tenido una jornada bastante tranquila en el trabajo y no había sucedido nada que se saliese de su rutina habitual. Sin embargo, de repente despertó sobresaltado, como quien tuviese una gran preocupación o tormento en su cabeza. Sin dar explicación a su cónyuge, extremadamente intrigada por la agitación de su marido, tomó una farola y fue rápido a casa de su vecino y amigo Ramón, al que tocó la puerta con una dureza típica de una persona apurada. En unos segundos, también asustado, Ramón abrió su puerta y al ver a su amigo tan pálido le preguntó: -¿Pasa algo Pedro? ¿Por qué me tocas a la puerta tan tarde en la noche y con ese sobresalto? El interpelado no pudo responder de pronto, pues su nerviosismo y agitación no le dejaban aún recuperar el aliento e hilvanar las ideas para narrar lo sucedido. Ante este silencio Ramón volvió a intervenir. -En serio, dime –le pidió. –Me tienes preocupado. ¿Pasa algo en tu casa? ¿Intentaron robarte? ¿Están bien tu esposa e hijo? ¿Te sucede algo a ti, te sientes enfermo acaso? Ante tanta insistencia, y un poco más recuperado, Pedro pudo responder a Ramón.

-Amigo, no pasa nada. Sucede que dormía profundamente y de repente me vi en un extraño sueño, donde corrías un grave peligro. Disculpa mi agitación y mis formas, pero tenía que asegurarme de que tanto tú como tu familia estaban en perfectas condiciones. Agradecido y feliz, Ramón contestó: -¡Qué disculpas ni ocho cuartos! ¿Cómo vas a pedir mi perdón por algo que debería agradecer yo? Tener un amigo que preocupe así por uno es de lo más grande que se puede desear en la vida. Ahora te digo, ten por seguro que yo haría lo mismo por ti, sin importar la hora que fuese. Y así ambos amigos se fundieron en un abrazo y fueron a jugar una partida de naipes y a beber una cerveza hasta que a Pedro se le calmase su sobresalto. Su amistad después de ese día siguió siendo igual de fuerte, tal vez un poco más, lo que demostró a todos los que lo conocían, y a nosotros que nos enteramos ahora de sus peripecias, que amistad como la de ellos hay realmente pocas y que los verdaderos amigos son aquellos que siempre están ahí el uno para el otro, tanto en las buenas como en las malas. En sus familias la historia se repitió con sus hijos, luego con sus nietos, bisnietos y así indefinidamente, aunque por supuesto, ya esas serían otras historias y otros sueños para narrar.

La maceta vacía

Hace muchos siglos atrás, el emperador de China hizo un gran anuncio, necesitaba encontrar a alguien para reemplazarlo como emperador pues estaba envejeciendo y no tenía hijos. Como siempre le había encantado la jardinería, decidió repartir semillas de flores entre todos los niños y niñas del reino. —Quien dentro de un año me traiga las flores más bellas, será el sucesor al trono— proclamó el emperador. Todos los niños y niñas fueron al palacio a reclamar sus semillas. Entre los niños se encontraba Ping, el mejor jardinero de todo el reino. Sus habichuelas y melones eran siempre las más dulces y sus flores las más coloridas y perfumadas del mercado. Con cuidado, él plantó la semilla que el emperador le había dado en una maceta con tierra fértil. El pequeño regó y cuidó la semilla con mucho esmero, pero no pasó nada. Sin embargo, las semillas de los otros niños brotaron rápidamente y crecieron hasta convertirse en hermosas flores de todos los colores y tamaños. Todos se burlaron de Ping y comenzaron a llamarlo el niño de la maceta vacía. Ping plantó su semilla en una maceta más grande con tierra negra fertilizada. Aun así, nada brotó. Finalmente, llegó el día de llevar las plantas al emperador. Ping estaba triste, pero tomó su maceta vacía y caminó hacia el palacio. El emperador examinó las plantas verdes de flores coloridas de los niños y niñas. Cuando llegó hasta Ping, dijo con el ceño fruncido: —¡Me trajiste una maceta vacía! ANUNCIO Todos comenzaron a reírse del niño de la maceta vacía. Ping agachó la cabeza y dijo con mucha vergüenza: —Lo siento su majestad. Intenté e intenté cultivar la semilla, pero no brotó nada de ella. El emperador se rascó la barbilla y sonrió. Luego, les dijo a todos los presentes: —¡Les presento a Ping, el nuevo emperador de China! Todas las semillas que les entregué fueron cocinadas para que no pudieran crecer. No sé cómo el resto de ustedes cultivaron flores, pero ellas no crecieron de mis semillas. Ping es el único que ha sido honesto y por esto merece ser emperador. Ping creció para convertirse en uno de los más memorables emperadores de China. Él fue siempre honesto y dedicado; se preocupó por sus súbditos con el mismo esmero con el que cuidó la semilla que lo hizo emperador.

El gato con botas Érase una vez un molinero muy pobre que dejó a sus tres hijos por herencia un molino, un asno y un gato. En el reparto, el molino fue para el hijo mayor, el asno para el segundo y el gato para el más joven. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte. —¿Qué será de mí? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un gato. El gato escuchó las palabras de su joven amo y decidido a ayudarlo, dijo: —No se preocupe mi señor, yo puedo ser más útil y valioso de lo que piensa. Le pido que por favor me regale un saco y un par de botas para andar entre los matorrales. Aunque el joven amo no creyó en las palabras del gato, le dio lo que pedía pues sabía que él era un animal muy astuto. Poniendo su plan en marcha, el gato reunió algunas zanahorias y se fue al bosque a cazar conejos. Con el saco lleno de conejos y sus botas nuevas, se dirigió hacia el palacio real y consiguió ser recibido por el rey. —Su majestad, soy el gato con botas, leal servidor del marqués de Carabás —este fue el primer nombre que se le ocurrió al gato—. El marqués quiere ofrecerle estos regalos. Los conejos agradaron mucho al rey. Al día siguiente, el gato con botas volvió al bosque y atrapó un jabalí. Una vez más, lo presentó al rey, como un regalo del marqués de Carabás. Durante varias semanas, el gato con botas atrapó más animales para presentarlos como regalos al rey. El rey estaba muy complacido con el marqués de Carabás. Un día, el gato se enteró que el rey iba de visita al río en compañía de su hija, la princesa, y le dijo a su amo: —Haga lo que le pido mi señor, vaya al río y báñese en el lugar indicado. Yo me encargaré del resto. El joven amo le hizo caso al gato. Cuando la carroza del rey pasó junto al río, el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas: —¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de Carabás se está ahogando! Recordando todos los regalos que el marqués le había dado, el rey ordenó a su guarda a ayudar al joven. Como el supuesto marqués de Carabás se encontraba empapado y su ropa se había perdido en la corriente del río, el rey también ordenó que lo vistieran con el traje más elegante y lo invitó a pasar al carruaje. En el interior del carruaje se

encontraba la princesa quien se enamoró inmediatamente del apuesto y elegante marqués de Carabás. El gato, encantado de ver que su plan empezaba a dar resultado, se fue delante de ellos. Al encontrar unos campesinos que cortaban el prado en un enorme terreno, dijo: —Señores campesinos, si el rey llegara a preguntarles a quién pertenecen estas tierras, deben contestarle que pertenecen al marqués de Carabás. Háganlo y recibirán una gran recompensa. Cuando el rey se detuvo a preguntar, los campesinos contestaron al unísono: —Su majestad, estas tierras son de mi señor, el marqués de Carabás. El gato, caminando adelante de la carroza, iba diciendo lo mismo a todos los campesinos que se encontraba. El rey preguntaba lo mismo y con cada respuesta de los campesinos, se asombraba más de la riqueza del señor marqués de Carabás. Finalmente, el ingenioso gato llegó hasta el más majestuoso castillo que tenía por dueño y señor a un horripilante y malvado ogro. De hecho, todas las tierras por las que había pasado el rey pertenecían a este castillo. El gato sabía muy bien quién era el ogro y pidió hablar con él. Para no ser rechazado, le dijo al ogro que le resultaba imposible pasar por su castillo y no tener el honor de darle sus respetos. El ogro sintiéndose adulado le permitió pasar. —Señor, he escuchado que usted tiene el envidiable don de convertirse en cualquier animal que desee —dijo el gato. — Es cierto —respondió el ogro—, y para demostrarlo me convertiré en león. El gato se asustó de tener a un león tan cerca. Sin embargo, estaba decidido a seguir con su elaborado plan. Cuando el ogro volvió a su horripilante forma, el gato dijo: —¡Sus habilidades son extraordinarias! Pero me parecería más extraordinario que usted pudiera convertirse en algo tan pequeño como un ratón. —Claro que sí puedo—respondió el ogro un tanto molesto. Cuando el ogro se convirtió en ratón, el gato lo atrapó de un solo zarpazo y se lo comió. Al escuchar que se acercaba el carruaje, el gato corrió hacia las puertas del castillo para darle la bienvenida al rey: —Bienvenido al castillo del señor marqués de Carabás. —¿Cómo, señor marqués de Carabás? —exclamó el rey—. ¿También este castillo le pertenece?

El rey deslumbrado por la enorme fortuna del marqués de Carabás, dio su consentimiento para que se casara con la princesa. Aquel joven que antes fue pobre se había convertido en un príncipe gracias a la astucia de un gato. El joven nunca olvidó los favores del gato con botas y lo recompensó con una capa, un sombrero y un par de botas nuevas.

Cómo le salió la joroba al camello

Al principio de los tiempos, cuando el mundo era muy joven y los animales empezaban a repartirse los trabajos para ayudar al hombre, había un camello que se negaba a trabajar. El muy holgazán se pasaba el día tendido en la arena, tomando el sol y masticando palitos. Cada vez que alguien le dirigía la palabra, contestaba: —¡No me jorobes! El lunes, se presentó un caballo con la silla y el bocado puestos, y le dijo: —Camello, ven conmigo y corre como hacemos todos. —¡No me jorobes! —respondió el camello. Y el caballo se marchó y le contó todo al hombre. El martes, el perro fue a verlo con un palo en la boca y le dijo: —Camello, busca y lleva cosas como hacemos todos. —¡No me jorobes! —respondió el camello.

Y el perro se marchó y le contó todo al hombre. El miércoles, fue a verlo el buey con el yugo en el cuello y le dijo: —Camello, ven y ara como hacemos todos. —¡No me jorobes! —respondió secamente el camello. Y el buey se marchó y le contó todo al hombre. Al final del día, el hombre llamó al caballo, perro y buey y les dijo: —Siento mucho que el camello no quiera colaborarles. Él es terriblemente perezoso y yo no puedo hacer otra cosa que dejarlo tranquilo. Por lo tanto, ustedes tendrán que hacer su trabajo. Estas palabras enfurecieron muchísimo al trío de animales. Así estaban las cosas, cuando apareció un genio volando en una nube de polvo y se detuvo ante ellos. —Genio del desierto, ¿te parece justo que, siendo este mundo tan nuevo alguien pueda ser tan vago? —dijo el caballo. —¡Claro que no! —respondió el genio— Imagino que me estás hablando del camello. Es al único al que he visto vagando. —Sí, es el camello de quien hablo, siempre que le pedimos que trabaje dice: «¡No me jorobes!» —contestó el perro—. Y tampoco quiere recoger cosas y llevarlas de vuelta al hombre. —¿Ha dicho alguna otra cosa? — preguntó el genio. —No, solo dice: «No me jorobes», y tampoco quiere arar la tierra —añadió el buey. —Muy bien —dijo el genio—, en un momento verán cómo le daré al camello su merecida lección. El genio se envolvió en su nube de polvo y se fue a buscar al camello. Al día siguiente, lo encontró tendido en la arena haciendo absolutamente nada y le dijo: —Amigo camello, ¿es cierto que te niegas a colaborar con las tareas de este mundo nuevo? —¡No me jorobes! —respondió el camello. La insolencia del camello tomó por sorpresa al genio. Con el dedo en la barbilla empezó a pensar en un poderoso hechizo. El camello se había levantado para admirar su reflejo en un charco de agua. —Por culpa de tu pereza, has hecho que los tres animales tengan que trabajar más. —¡No me jorobes! —exclamó el camello.

—No vuelvas a decirme eso —le advirtió el genio—. ¡Te ordeno que te pongas a trabajar inmediatamente! El camello miró al genio y dijo otra vez: —¡No me jorobes! Pero con solo decirlo, vio cómo su lomo, del que se sentía tan orgulloso, se hinchó y se hinchó hasta convertirse en una enorme joroba. —¿Ves lo que te ha pasado? —dijo el genio—. Es la joroba que tú mismo te has puesto encima por haragán. Hoy es jueves y desde el lunes no has hecho nada. —¿Cómo quieres que trabaje con esta joroba en la espalda? —preguntó el camello. —Esa joroba tiene un propósito —contestó el genio—, y todo porque has perdido tres días. Ahora podrás trabajar tres días sin comer, porque puedes vivir de tu joroba; y no digas que no he hecho nada por ti. Sal del desierto, ve con los tres animales y pórtate bien. Desde aquel día, el camello anda con su joroba a cuestas. Aunque siendo un tanto vanidoso, prefiere que la llamen giba.

Caperucita roja

Érase una vez una niñita que lucía una hermosa capa de color rojo. Como la niña la usaba muy a menudo, todos la llamaban Caperucita Roja.

Un día, la mamá de Caperucita Roja la llamó y le dijo: —Abuelita no se siente muy bien, he horneado unas galleticas y quiero que tú se las lleves. —Claro que sí —respondió Caperucita Roja, poniéndose su capa y llenando su canasta de galleticas recién horneadas. Antes de salir, su mamá le dijo: — Escúchame muy bien, quédate en el camino y nunca hables con extraños. —Yo sé mamá —respondió Caperucita Roja y salió inmediatamente hacia la casa de la abuelita. Para llegar a casa de la abuelita, Caperucita debía atravesar un camino a lo largo del espeso bosque. En el camino, se encontró con el lobo. —Hola niñita, ¿hacia dónde te diriges en este maravilloso día? —preguntó el lobo. Caperucita Roja recordó que su mamá le había advertido no hablar con extraños, pero el lobo lucía muy elegante, además era muy amigable y educado. —Voy a la casa de abuelita, señor lobo —respondió la niña—. Ella se encuentra enferma y voy a llevarle estas galleticas para animarla un poco. —¡Qué buena niña eres! —exclamó el lobo. —¿Qué tan lejos tienes que ir? —¡Oh! Debo llegar hasta el final del camino, ahí vive abuelita—dijo Caperucita con una sonrisa. —Te deseo un muy feliz día mi niña —respondió el lobo. El lobo se adentró en el bosque. Él tenía un enorme apetito y en realidad no era de confiar. Así que corrió hasta la casa de la abuela antes de que Caperucita pudiera alcanzarlo. Su plan era comerse a la abuela, a Caperucita Roja y a todas las galleticas recién horneadas. El lobo tocó la puerta de la abuela. Al verlo, la abuelita corrió despavorida dejando atrás su chal. El lobo tomó el chal de la viejecita y luego se puso sus lentes y su gorrito de noche. Rápidamente, se trepó en la cama de la abuelita, cubriéndose hasta la nariz con la manta. Pronto escuchó que tocaban la puerta: —Abuelita, soy yo, Caperucita Roja. Con vos disimulada, tratando de sonar como la abuelita, el lobo dijo: —Pasa mi niña, estoy en camita. Caperucita Roja pensó que su abuelita se encontraba muy enferma porque se veía muy pálida y sonaba terrible.

—¡Abuelita, abuelita, qué ojos más grandes tienes! —Son para verte mejor —respondió el lobo. —¡Abuelita, abuelita, qué orejas más grandes tienes! —Son para oírte mejor —susurró el lobo. —¡Abuelita, abuelita, que dientes más grandes tienes! —¡Son para comerte mejor! Con estas palabras, el malvado lobo tiró su manta y saltó de la cama. Asustada, Caperucita salió corriendo hacia la puerta. Justo en ese momento, un leñador se acercó a la puerta, la cual se encontraba entreabierta. La abuelita estaba escondida detrás de él. Al ver al leñador, el lobo saltó por la ventana y huyó espantado para nunca ser visto. La abuelita y Caperucita Roja agradecieron al leñador por salvarlas del malvado lobo y todos comieron galleticas con leche. Ese día Caperucita Roja aprendió una importante lección: “Nunca debes hablar con extraños”.

El gigante bonachón

Sofía era una niña de apenas 9 años, llena de curiosidad pero muy tímida. Como no tenía padres, vivía junto a otras niñas en un orfanato de Inglaterra. Le gustaba estar sola y no tenía muchos amigos. Un día, o mejor dicho, una noche, algo le llamó la atención. Esa noche Sofía no podía dormir, y se asomó a la ventana. Entonces lo vio: era grande, muy grande... era un ¡gigante! Al principio Sofía tuvo miedo. Pensó que el gigante le haría daño. Pero el gigante lo trató desde el principio con dulzura. Resultó ser un gigante bonachón. El gigante le llevó hasta el mundo en donde vivía. Le enseñó todos los secretos sobre su país y su gente. Por ejemplo, le contó por qué los gigantes tienen esas orejas tan grandes... ¿Quieres saberlo? Chsss.... pero es un secreto: Los gigantes pueden oír gracias a sus enormes orejas... ¡todos los secretos de las personas! Sí, los gigantes oyen sonidos que nadie puede escuchar. Escuchan los pensamientos y son capaces de oír a los corazones hablar. Los gigantes son capaces de volar, siempre que se toman Gasipum, una bebida especial. Además, corren muy deprisa, gracias a sus larguísimas piernas.

El gigante bonachón no lee cuentos, sino sueños. Sus libros están escritos con sueños que consiguen cazar al vuelo. Gracias a los sueños que lee el gigante Bonachón, Sofía duerme tranquila y sin pesadillas, y por muy tontos que parezcan esos sueños, siempre funcionan. De hecho, el gigante Bonachón narra los sueños sobre los libros, unos libros mágicos. Cuando empieza a contarlos, ya no pueden parar. Pero no penséis que todos los gigantes son así de buenos. En el país de los gigantes, también hay malos. De hecho, uno de ellos quería hacer daño a Sofía y a todos los niños del planeta. El gigante bonachón decidió hacerles frente, con ayuda de Sofía y de la mismísima reina de Inglaterra. Todos juntos (incluidos los sueños atrapados por el gigante bonachón) pudieron parar a los gigantes malos. Desde entonces, y para evitar nuevos problemas, los gigantes decidieron esconderse en su mundo. Pero yo sé una cosa que muchos no saben: de vez en cuando, dejan entrar a algún niño, para contarles todos sus secretos. Que además, son muchos.

La alegría ausente

Este cuento habla sobre la búsqueda de la felicidad, enseña a poner buena cara, hace que nuestro día sea un poquito más feliz que ayer, mientras que la tristeza sólo genera más tristeza. Érase una vez, hace muchos años en un pequeño pueblo, vivía una niña llamada Violeta, era muy feliz y vivía rodeada de la naturaleza y su familia. Un día, cuando la pequeña Violeta se levantó por la mañana comprobó con terror que su habitación se había quedado sin colores. - ¿Qué ha pasado? – se preguntó la niña comprobando con alivio que su pelo seguía rojo como el fuego y que su pijama aún era de cuadraditos verdes. Violeta miró por la ventana y observó horrorizada que no solo su habitación, ¡toda la ciudad se había vuelto gris y fea! Dispuesta a saber qué había ocurrido, Violeta, vestida de mil colores, se marchó a la calle. Al poco tiempo de salir de su casa se encontró con un viejito oscuro como la noche sacando a un perro tan blanco que se confundía con la nada. Decidió preguntarle si sabía algo de por qué los colores se habían marchado de la ciudad. -Pues está claro. La gente está triste y en un mundo triste no hay lugar para los colores. Y se marchó con su oscuridad y su tristeza. Al poco tiempo, se encontró con una mujer gris que arrastraba un carrito emborronado y decidió preguntarle sobre la tristeza del mundo. -Pues está claro. La gente está triste porque nos hemos quedado sin colores. -Pero si son los colores los que se han marchado por la tristeza del mundo… La mujer se encogió de hombros con cara de no entender nada y siguió caminando. En ese momento, una ardilla descolorida pasó por ahí. -Ardilla, ¿sabes dónde están los colores? Preguntó violeta, hay quien dice que se han marchado porque el mundo está triste, pero hay otros que dicen que es el mundo el que se ha vuelto triste por la ausencia de colores. La ardilla descolorida dejó de comer su castaña blanquecina, miró con curiosidad a Violeta y exclamó: -Sin colores no hay alegría y sin alegría no hay colores. Busca la alegría y encontrarás los colores. Busca los colores y encontrarás la alegría. Violeta se quedó pensativa durante un instante. ¡Qué cosa extraordinaria acababa de decir aquella inteligente ardilla descolorida! La niña, cada vez más decidida a recuperar la alegría y los colores, decidió visitar a su abuelo Filomeno. El abuelo Filomeno era un pintor aficionado y también la persona

más alegre que Violeta había conocido jamás. Como ella, el abuelo Filomeno tenía el pelo de su barba rojo como el fuego y una sonrisa tan grande y rosada como una rodaja de sandía. ¡Seguro que él sabía cómo arreglar aquel desastre! -Pues está claro, Violeta: Tenemos que pintar la alegría con nuestros colores. -Pero eso, ¿cómo se hace? Pinta a la ciudad pero alegre. -Muy fácil, Violeta. Piensa en algo que te haga feliz… -Jugar a la pelota en un campo de girasoles. -Perfecto, pues vamos a ello… Violeta y el abuelo Filomeno pintaron sobre las paredes grises del colegio un precioso campo de girasoles. Un policía incoloro que pasaba por allí quiso llamarles la atención, pero el abuelo Filomeno con su sonrisa de sandía le preguntó alegremente: -Señor Policía, cuéntenos algo que le haga feliz… -¿Feliz? Un sofá cómodo junto a una chimenea donde leer una buena novela policiaca. Y fue así como Violeta, el abuelo Filomeno y aquel policía incoloro se pusieron a pintar una enorme chimenea con una butaca de cuadros. En ese momento una mujer muy estirada y sin una pizca de color se acercó a ellos con cara de malas pulgas, pero el abuelo Filomeno con su sonrisa de sandía le preguntó alegremente: -Descolorida señora, díganos algo que le haga muy feliz… -¿Feliz? ¿En estos tiempos grises? Déjeme que piense…una pastelería llena de buñuelos de chocolate. Poco a poco, todos los habitantes de la ciudad fueron uniéndose a aquel grupo y llenando la ciudad de murales llenos de cosas maravillosas, que a todos ellos les hacían muy feliz. Cuando acabaron, la ciudad entera se había llenado de colores. Todos sonreían alegres ante aquellas paredes repletas de naranjas brillantes, azules marinos y verdes intensos. Volvían a ser felices y volvían de nuevo a llenarse de colores. Terminada la aventura, el abuelo Filomeno acompañó a Violeta a su casa. Pero cuando iban ya a despedirse, a Violeta le entró una duda muy grande: -Abuelo, ¿y si los colores vuelven a marcharse un día? -Si se marchan tendremos que volver a sonreír. Solo así conseguiremos que regresen… Y con su sonrisa de sandía, el abuelo Filomeno se dio media vuelta y continuó su camino a casa.

La princesa enfadada

Érase una vez, una muchacha llamada Isabel que todos decían que tenía nombre de reina. Y aquello no era tan raro, porque Isabel algún día sería reina, que para eso era una princesa y vivía en un palacio y tenía sirvientes a los que daba órdenes sin parar, vestidos con piedras preciosas de los que se cansaba enseguida y todas esas cosas lujosas que tienen las princesas de cuentos. Isabel también tenía un dragón tan torpe, que siempre tenía que castigarle en un rincón y un padre al que le gustaba llevarle la contraria. Pero Isabel, con su nombre de reina y todos sus lujos, no sonreía mucho ni se sentía muy feliz. Se pasaba el día enfadada porque no tenía amigos, pero no tenía amigos porque se pasaba todo el día enfadada. Así que un día, decidió llamar a su hada para que le cumpliera su deseo… - ¡Ya era hora de que aparecieras! Venga… rápido… ¡cumple mis deseos: quiero tener amigos! El hada, a la que no le gustaba nada que le hablaran de malos modos, exclamó con su voz de pito:

- Un poco de amabilidad, señorita. Con esos modales nunca tendrás un amigo. A los amigos se les habla con cariño, se les pide las cosas por favor. ¡Me marcho! Ya veo que no me necesitas… Y el hada desapareció. Isabel se enfadó, gritó, lloró de rabia y finalmente, muy bajito, pidió por favor, por favor, por favor, que el hada volviera. Y como lo había pedido por favor, el hada regresó. - Antes de conocer mundo y de tener amigos, debes aprender a sonreír. ¡No se puede estar enfadada todo el día, querida princesa! Y al decirlo, tocó a la princesa con su varita mágica. Un segundo después, Isabel estaba rodeada de barro junto a una casa que olía peor que la torre en la que tenía encerrado a su dragón. - ¿Por qué me habrá traído esta hada aquí? ¡¡Qué asco!! Si aquí solo hay animales. Así cómo voy a tener amigos, ¡cómo no voy a enfadarme todo el rato! Isabel continuó caminando muy enfadada entre todas aquellas vacas que mugían y aquellas gallinas que la seguían a todas partes. Hasta que se encontró a un niño roncando en una silla junto a un perro pastor. Pero además de roncar, aquel niño tenía la sonrisa más grande y más bonita que había visto nunca. Isabel esperó a que el muchacho se despertara. Quizá, pensó, él puede ser mi amigo. Pero la paciencia de Isabel era tan pequeña como su sonrisa, así que no habían pasado ni dos minutos cuando empezó a molestarle el ronquido del niño, la sonrisa enorme en la boca y sobre todo… ¡que no se despertara para ella! - Pero bueeeeeeeno… ¡ya está bien! ¡¡Deja de roncar!! - dijo Isabel mientras le zarandeaba muy enfadada. El niño se despertó un poco despistado, pero sin dejar de sonreír. - ¡Qué sorpresa más agradable! ¡Una niña con la que jugar! Aunque una niña un poco enfadada… - ¡¡Yo no estoy enfadada!! - exclamó muy enfadada Isabel. El niño no pareció inmutarse con los gritos de Isabel, al contrario, estaba muy contento de tener compañía aunque fuera la compañía de aquella princesa enfadada y era tan amable y tan sonriente que a Isabel se le quitó el enfado en un periquete. El niño, que sonreía siempre, le contó que se llamaba Miguel y que vivía solo en aquella granja, pero que no se sentía solo porque todos aquellos animales eran sus amigos. Isabel, a su vez, le contó que en su palacio tenía caballos con alas y hasta un dragón pero que no tenía ni un solo amigo. - A lo mejor no tienes amigos porque te pasas el día enfadada… - ¡¡Yo no me paso el día enfadada!! - exclamó muy enfadada Isabel y se marchó a un rincón de la granja con cara de pasa arrugada.

Miguel siguió jugando con los animales sin parar de sonreír. Parecía tan feliz y su sonrisa era tan bonita, que a Isabel se le pasó el enfado. ¿Cómo conseguiría Miguel no estar nunca enfadado? - Es fácil. Cuando me levanto por la mañana lo primero que hago es sonreírle al espejo. Y con esa sonrisa me voy a todas partes. Sonrío a los perros, a mi vaca, a las gallinas... ¡sonrío hasta a las princesas enfadadas como tú! Y de tanto sonreír, la alegría se me mete dentro y todo me parece mucho mejor y ya no encuentro motivos para enfadarme. Prueba a hacerlo. Isabel pensó que aquel plan era de lo más absurdo. Pero como no tenía nada que perder comenzó a sonreír. Estaba tan poco acostumbrada que al principio hasta los músculos de la cara le dolían. Pero después de un rato jugando con los animales y sin parar de sonreír, Isabel se dio cuenta de que ya no le dolía la cara al hacerlo y que además ya no tenía ganas de enfadarse. Isabel y Miguel se pasaron toda la tarde jugando con los animales y sin parar de sonreír. Cuando comenzaba a anochecer, de repente, apareció el hada. - Muy bien Isabel, ¡has conseguido olvidar tu enfado y sonreír! Y tus deseos se han cumplido. Tienes un amigo y tendrás muchos más ahora que has dejado de estar enfadada. Y así fue como Isabel empezó a tener amigos y dejó de ser para siempre la princesa enfadada. Ejercicios de comprensión lectora ¿Cómo se llama la princesa? ¿Por qué no tenía amigos? ¿Qué le dijo el hada que debía aprender a hacer? ¿Cómo se llamaba el niño que se encontró? ¿Qué le enseñó a hacer Miguel a la princesa?

La bola

mágica

Larisa había nacido en septiembre, la madrugada en que el verano y el otoño se daban la mano. Por eso, por ser una niña a medio camino entre el sol y la lluvia, Larisa era alegre y resplandeciente, pero también pensativa, nostálgica y a veces un poco llorona. A Larisa le gustaba tostarse al sol y pasear bajo la lluvia. Le gustaban los helados y las sopas calientes, las mantas a cuadros y los bañadores de volantes. El calor y el frío. El verano y el otoño. Septiembre. Por eso, el año que Larisa cumplió 8 años recibió un regalo muy especial. No creeras que se lo hizo mamá, ni papá, sino el viejo vecino del primero. Se trataba de una bola de cristal con una ciudad en miniatura dentro. - La ciudad que hay dentro es la nuestra. ¡Agítala! Y al hacerlo, Larisa observó sorprendida como la ciudad no se llenaba de nieve sino de una lluvia de hojas de colores. - ¡Es preciosa! Muchas gracias. - No es solo preciosa. También es mágica. - ¿Mágica? - Claro. Es la bola de los cambios de estaciones. Solo alguien que haya nacido entre una estación y otra puede tenerla. - ¿Y qué puedo hacer con ella? – preguntó con incredulidad Larisa. - Utilizarla con inteligencia. Cada vez que agites tres veces seguidas esta bola, cambiará la estación. Larisa agitó tres veces la bola y observó maravillada como las pequeñas hojas de colores cubrían la ciudad en miniatura. De repente un fuerte estruendo la asustó. - ¿Qué ha sido eso?

- Una tormenta. Va a empezar a llover. - Pero si hacía un sol impresionante. ¿Cómo es posible? - Porque has agitado tres veces la bola mágica. Esta bola controla las estaciones y ahora tú eres su guardián. - ¿Yo? Pero si solo soy una niña… - Pero solo las personas que nacen entre estaciones pueden tenerla. Yo nací entre el invierno y la primavera y tú entre el verano y el otoño. - Está bien. Yo guardaré la bola mágica. Solo la agitaré tres veces cuando cambien las estaciones. Y así lo hizo. Cada tres meses, en todos los cambios de estaciones, Larisa cogía su bola mágica y la agitaba tres veces. Entonces, contemplaba emocionada como el cielo cambiaba de color y daba paso a una nueva estación. Del otoño al invierno, del invierno a la primavera, de la primavera al verano, del verano al otoño y vuelta a empezar. Un año. Y otro. Y otro. Y otro… Las estaciones fueron pasando y Larisa se acabó convirtiendo en una anciana despistada a la que poco a poco se le iban apagando los recuerdos. Primero olvidó dar de comer a su gato, y el pobre tuvo que buscarse otra dueña. Luego se olvidó de pagar los recibos de la luz y acabó viviendo a oscuras. Por último, se olvidó de aquella bola mágica que cambiaba las estaciones. Y así ocurre ahora: el tiempo es un caos. Un día llueve y al siguiente hace un calor terrorífico. De repente viene el frío invernal y al momento corre un delicioso viento primaveral. ¿No os habéis dado cuenta? Es la vieja Larisa que agita tres veces su bola mágica sin saber muy bien para qué. No recuerda nada. Solo sabe que espera a alguien que haya nacido entre una estación y otra. Un niño o una niña que sea mitad primavera, mitad verano. Mitad otoño, mitad invierno. Algo así…

El gran milagro

En un precioso y frondoso árbol nació un alegre y risueño gusanito llamado Nano, un habitante que dio mucho de que hablar en el bosque. Y es que desde que nació, Nano siempre se ha portado distinto de los demás gusanos. Caminaba más despacio que una tortuga, tropezaba en casi todas las piedras que encontraba por delante, y cuando intentaba cambiar de hojas......¡qué desastre!....siempre se caía. Por esa razón, la colonia de los gusanos le llamaba el gusanito torpecillo. A pesar de las burlas de sus compañeros, Nano mantenía siempre su buen humor. Y se divertía mucho con su torpeza. Pero un día, llegado el otoño, mientras Nano se daba un paseo por los alrededores, una gran nube cubrió rápidamente todo el cielo, y una gran tormenta se cayó. Nano, que no tubo tiempo de llegar a su casa, intentó abrigarse en una hoja, pero de ella se resbaló y acabó cayéndose al suelo, haciéndose mucho daño. Se había roto una de sus patitas, y se había quedado cojo. Pobre gusanito... torpecillo y cojo. Agarrado a una hoja, Nano empezó a llorar. Es que ya no podía jugar, ni irse de paseo, ni caminar... Pero, una noche, cuando Nano estaba casi dormido, una pequeña luz empezó a volar a su alrededor. Primero, pensó que sería una luciérnaga, pero la luz empezó a crecer y a crecer... y de repente, se transformó en un hada vestida de color verde. Nano, asustado, le preguntó: - Quién eres tú? Y le dijo la mujer: - Soy un hada y me llamo naturaleza. - ¿Y porque estás aquí?, preguntó Nano. - He venido para decirte que cuando llegue la primavera, ocurrirá un milagro que te hará sentir la criatura más feliz y libre del mundo. Explicó el hada. - Y ¿qué es un milagro?, continuó Nano.

- Un milagro es algo ¡extraordinario, estupendo, magnífico!...... Explicó el hada y, enseguida desapareció. El tiempo pasó y llegó el invierno. Pero Nano no ha dejado de pensar en lo que había dicho el hada. Ansioso por la llegada de la primavera, Nano contaba los días, y así se olvidaba de su problemita. Con el frío, todos los gusanos empezaron, con un hilillo de seda que salía de sus bocas, a tejer el hilo alrededor de su cuerpo hasta formar un capullo, o sea, una casita en la que estarían encerrados y abrigados del frío, durante parte del invierno. Al cabo de algún tiempo, había llegado la primavera. El bosque se vistió de verde, las plantas de flores, y finalmente ocurrió lo que el hada había prometido... ¡El gran milagro! Después de haber estado dormido en su capullo durante todo el invierno, Nano se despertó. Con el calor que hacía, el capullo se derritió y Nano finalmente pudo conocer el milagro. Nano no sólo se dio cuenta de que caminaba bien, sino que también tenía unas alas multicolores que se movían y le hacían volar.. Es que Nano había dejado de ser gusano y se había convertido en una mariposa feliz, y que ya no cojeaba.

En un establo cerca de un gran pastizal vivían 30 vanidosas vacas y un perro pastor alemán. Todos los días las vacas muy seguras de que eran muy importantes para su dueño, mecían sus colas mirándose largos ratos unas a otras antes de hacer caso al perro pastor que, animado, daba de brincos para llevarlas a pastar. Luego, sin mucha prisa, pasito a pasito iban a comer. El perro brincaba mostrando el camino, corriendo, ladrando, y diciendo a las vacas por donde llegar al gran pastizal. "Por aquí señoras! Por aquí!". " Vamos, daos prisa que ya es hora de llegar", ladraba el perrito, "Señoras en fila para cruzar el riachuelo". Las vacas se burlaban del perro: "Nosotras somos importantes, somos las vacas, damos leche a nuestro amo, así que nosotras marcamos el paso, no este perro tonto que está hecho de saltos, carreras y no da nada al amo". Todos los días era lo mismo, las vacas miraban al perro por encima del hombro, mientras el perro trataba de ordenarlas a su paso entre carreras, ladridos y animados saltos. Una noche, al llegar al establo, el perro agotado se echó al costado y escuchó a las vacas burlarse de su trabajo, "Ese perro inútil cree que nos lleva y no sabe que nosotras lo llevamos hasta nuestro pasto ja, ja, ja ". Se reían haciendo escándalo "¿Quién necesita a ese perro?" Esa noche, el perro se durmió llorando. Al amanecer el perro decidió no seguir pastando a aquellas vacas vanidosas y se fue en busca de otros animales más agradecidos que reconocieran su trabajo. Cuando fue la hora de salir al pasto las vacas meneaban sus rabos esperando que llegara el perro flaco brincando y ladrando para salir de nuevo al campo, pero no escucharon ladridos ni vieron saltos. Sólo se escuchaba al amo llamando "¡Tarzán!, ¡Tarzán! ¿Dónde estás?". Pasó la mañana y sus ¿grandes estómagos comenzaron a rugir. Las vacas esperaban ya poder salir, pero vieron

luego que el amo molesto sólo les traía heno. "Y que ha pasado con nuestro paseo?", decían las vacas mientras comían rumiando, "¿Es que el perro inútil se olvidó de nosotras que somos importantes?" y así las vacas pasaron el día burlándose, riéndose y criticando al perro. Al día siguiente, por no salir al campo, las vacas vanidosas se estaban aburriendo, pero una vez más no escucharon los ladridos del inútil perro, sólo vieron al amo trayéndoles heno, "Creo que hoy tampoco al campo saldremos", " Seguro que esos ricos pastos ya deben estar creciendo y nosotras aquí acaloradas nos quedaremos", decían las vacas mientras rumian su heno. En lo que quedaba de día, las vacas siguieron discutiendo por quien tenía la culpa de la huída del perro "Fue tu culpa por no darte prisa", "No, fue la tuya por no formar fila" " No, fue tuya por mojarte en el arroyuelo cuando veníamos de regreso"… Se culpaban unas a otras sin encontrar al responsable. Pasó un día más y las vacas ya cansadas se resignaron a su encierro. Fue al no salir al campo y mugir su aburrimiento, cuando de pronto una de las vacas dijo con gran suspiro: "Extraño al perro", "Sí, yo extraño sus ladridos", " y yo sus saltos de contento", "y yo extraño el que nos pasee dando órdenes como de sargento", "ah! pero era bueno el perro, nos sacaba temprano sin importarle el frío, calor o la lluvia de invierno", " Sí, siempre pensó en nosotras y en nuestro alimento, en conseguirnos pasto y del más tierno". Y en ese tercer día las vacas entristecieron y no dieron leche pues de tristeza casi no comieron. El jilguero del roble que crecía al costado del establo escuchó los lamentos de las vacas tristes y fue a buscar al perro. Voló todo el día buscando y buscando y al final de la tarde encontró al perro, echado al costado de un hormiguero con el hocico picado y con cara triste. "Al fin te encuentro perro. Te he estado buscando por todo el campo" dijo el jilguero. "¿Para que me buscabas?, preguntó el perro". "Para que vuelvas al establo" respondió el jilguero. "¡Allí no me necesitan! Esas vacas vanidosas no me quieren ni respetan, y yo no quiero eso, por eso me fui a buscar otros rebaños", dijo el perro. Fui donde las abejas, me picaron, y ni caso me hicieron, siguieron volando a las flores que quisieron. Fui donde los patos, traté de dirigirlos en el agua pero nadar es demasiado cansado para un perro. Fui luego donde unos gusanos que encontré en un árbol, pero caminaban muy lento, y por más que yo ladrara, al día siguiente eran mariposas, salieron, volaron, y se fueron muy lejos. Ahora estoy aquí tratando de decirles a estas hormigas donde ir, pero pasaron sin mirarme, les ladre, les brinqué y solo esquivaron mi pata y siguieron adelante". "Por eso debes regresar" dijo el jilguero, "las vacas están tristes, ya ni leche pueden dar desde que te fuiste", "ayer las escuché decir que te extrañaban y que si tu regresabas nunca más de ti se burlarían". "¿Eso dijeron?" se alegró el perro, y partió rumbo al establo, ladró y brincó, sin dejar de mover el rabo. A la mañana siguiente las vacas escucharon los ladridos sonoros, se arreglaron temprano para salir al pasto, y el perro contento las llevó ladrando diciendo "Señoras, buen día, nos vamos al campo", se hicieron amigos y nunca más pelearon. Y el jilguero pudo dormir sin burlas, sin culpas ni quejas en el roble al costado del establo.

El pajarito perezoso

Había una vez un pajarito simpático, pero muy, muy perezoso. Todos los días, a la hora de levantarse, había que estar llamándole mil veces hasta que por fin se levantaba; y cuando había que hacer alguna tarea, lo retrasaba todo hasta que ya casi no quedaba tiempo para hacerlo. Todos le advertían constantemente: - ¡Eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para última hora... - Bah, pero si no pasa nada.-respondía el pajarito- Sólo tardo un poquito más que los demás en hacer las cosas. Los pajarillos pasaron todo el verano volando y jugando, y cuando comenzó el otoño y empezó a sentirse el frío, todos comenzaron los preparativos para el gran viaje a un país más cálido. Pero nuestro pajarito, siempre perezoso, lo iba dejando todo para más adelante, seguro de que le daría tiempo a preparar el viaje. Hasta que un día, cuando se levantó, ya no quedaba nadie. Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero él había respondido medio dormido que ya se levantaría más tarde, y había seguido descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba comenzar el gran viaje, y las normas eran claras y conocidas por todos: todo debía estar preparado, porque eran miles de pájaros y no se podía esperar a nadie. Entonces el pajarillo, que no sabría hacer sólo aquel larguísimo viaje, comprendió que por ser tan perezoso le tocaría pasar solo aquel largo y frío invierno. Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual que había hecho las cosas muy mal, también podría hacerlas muy bien, y sin dejar tiempo a la pereza, se puso a preparar todo a conciencia para poder aguantar solito el frío del invierno. Primero buscó durante días el lugar más protegido del frío, y allí, entre unas rocas, construyó su nuevo nido, que reforzó con ramas, piedras y hojas; luego trabajó sin descanso para llenarlo de frutas y bayas, de forma que no le faltase comida para aguantar todo el invierno, y finalmente hasta creó una pequeña piscina dentro del nido para poder almacenar agua. Y cuando vio que el nido estaba perfectamente preparado, él mismo se entrenó para aguantar sin apenas comer ni beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante todo el tiempo que durasen las nieves más severas.

Y aunque parezca increíble, todos aquellos preparativos permitieron al pajarito sobrevivir al invierno. Eso sí, tuvo que sufrir muchísimo y no dejó ni un día de arrepentirse por haber sido tan perezoso. Así que, cuando al llegar la primavera sus antiguos amigos regresaron de su gran viaje, todos se alegraron sorprendidísimos de encontrar al pajarito vivo, y les parecía mentira que aquel pajarito holgazán y perezoso hubiera podido preparar aquel magnífico nido y resistir él solito. Y cuando comprobaron que ya no quedaba ni un poquitín de pereza en su pequeño cuerpo, y que se había convertido en el más previsor y trabajador de la colonia, todos estuvieron de acuerdo en encargarle la organización del gran viaje para el siguiente año. Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron tiempo para inventar un despertador especial, y ya nunca más ningún pajarito, por muy perezoso que fuera, tuvo que volver a pasar solo el invierno.

Las conejitas que no sabían respetar

Había una vez un conejo que se llamaba Serapio. Él vivía en lo más alto de una montaña con sus nietas Serafina y Séfora. Serapio era un conejo bueno y muy respetuoso con todos los animales de la montaña y por ello lo apreciaban mucho. Pero sus nietas eran diferentes: no sabían lo que era el respeto a los demás. Serapio siempre pedía disculpas por lo que ellas hacían. Cada vez que ellas salían a pasear, Serafina se burlaba: 'Pero mira que fea está esa oveja. Y mira la nariz del toro'. 'Sí, mira que feos son', respondía Séfora delante de los otros animalitos. Y así se la pasaban molestando a los demás, todos los días. Un día, cansado el abuelo de la mala conducta de sus nietas (que por más que les enseñaba, no se corregían), se le ocurrió algo para hacerlas entender y les dijo: 'Vamos a practicar un juego en donde cada una tendrá un cuaderno. En él escribirán la palabra

disculpas, cada vez que le falten el respeto a alguien. Ganará la que escriba menos esa palabra'. 'Está bien abuelo, juguemos', respondieron al mismo tiempo. Cuando Séfora le faltaba el respeto a alguien, Serafina le hacía acordar del juego y hacía que escriba en su cuaderno la palabra disculpas (porque así Séfora tendría más palabras y perdería el juego). De igual forma Séfora le hacía acordar a Serafina cuando le faltaba el respeto a alguien. Pasaron los días y hartas de escribir, las dos se pusieron a conversar: '¿no sería mejor que ya no le faltemos el respeto a la gente? Así ya no sería necesario pedir disculpas'. Llegó el momento en que Serapio tuvo que felicitar a ambas porque ya no tenían quejas de los vecinos. Les pidió a las conejitas que borraran poco a poco todo lo escrito hasta que sus cuadernos quedaran como nuevos. Las conejitas se sintieron muy tristes porque vieron que era imposible que las hojas del cuaderno quedaran como antes. Se lo contaron al abuelo y él les dijo: 'Del mismo modo queda el corazón de una persona a la que le faltamos el respeto. Queda marcado y por más que pidamos disculpas, las huellas no se borran por completo. Por eso recuerden debemos respetar a los demás así como nos gustaría que nos respeten a nosotros'. Preguntas de comprensión lectora sobre el cuento 1. Responde 'V' si la afirmación es Verdadera y 'F' si es Falsa: - Serapio era el papá de Serafina y Séfora - Pedir disculpas lo soluciona todo y por ello no es importante aprender a respetar - Solo debemos respetar a nuestros padres y maestros - Debemos tratar a los demás como quisiéramos que nos traten a nosotros 2. Describe a los personajes con adjetivos: - Serapio - Serafina y Séfora 3. ¿Qué significa 'Respetar a los demás'? 4. Recuerda alguna vez en que sentiste que alguien te faltó el respeto (puede ser alguna vez en que alguien se burló de ti por algo). ¿Cómo te sentiste en ese momento? 5. Subraya las palabras que no conozcas, búscalas en un diccionario e intenta utilizarlas cuando converses con tus papás y maestros.

Atrapando a la luna Cierta noche un campesino, mientras descansaba con su burrito a orilla de un riachuelo y mientras tomaba agua vió el reflejo de la luna en el agua, tan hermosa, grande y cerca de él. La vio tan cerca que parecía que se la podría atrapar. Entonces decidió llamar a su nieto porque sabía que a él le gustaría la idea, quien llegó al riachuelo con su largavista para observarla y al hacerlo veían que la luna les sonreía. Tanta fue la alegría, que hicieron todo lo posible para atraparla, primero con una red y la ayuda de una escalera, pero vieron que era imposible tal intento. Al no lograr su objetivo, no se dieron por vencidos, sino que consiguieron una caña de pescar trataron de atraparla como que fuera un pez, mientras tanto a la luna le causaba chiste al ver las hazañas de los dos. Finalmente, el campesino y su nieto se pusieron a idear y buscar otras estrategias para lograrlo. Dibuja en cinco escenas el cuento siguiendo la secuencia

Estrategia 1 En tu Unidad Educativa se está llevando a cabo un concurso de escritura donde indica que cada participante debe escribir un cuento con sus personajes favoritos debes aprovechar al máximo tu creatividad se premiara al final del bimestre.

Ejercicio 2 A continuación, realizarás una prueba de escritura. Lee atentamente las instrucciones. Observa las imágenes: ahora bien si tu quisiera ir a nadar ¿Cuál de la imágenes escogerías? Ahora escribe por qué y realiza una nueva imagen que consideras que nos pueda ayudar a orientarnos.

Escribe tu texto a continuación:

Observemos con detenimiento las imágenes, las ordenamos como creamos que es más interesante .

A continuación escribe tu cuento

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Inicio

Desarrollo

Desenlace