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UN TESORO DE CUENTO DE HADAS Hans Christian Andersen LO QUE EMPIEZA BIEN TERMINA BIEN “Uso exclusivo VITANET, Bibliotec

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UN TESORO DE CUENTO DE HADAS Hans Christian Andersen

LO QUE EMPIEZA BIEN TERMINA BIEN “Uso exclusivo VITANET, Biblioteca Virtual 2003”

Lo Que Empieza Bien Termina Bien

Les voy a contar una historia que escuché cuando yo era muy

niño. Cada vez que recuerdo el final, la historia se pone mejor; en realidad, hay historias que se parecen a la gente parece que al envejecer se ponen más hermosas. Había una vez dos granjas muy viejas, cada una tenía el techo con pasto y musgo, y cada una tenía un nido de cigüeñas en el techo. Las paredes estaban inclinadas hacia la derecha y la izquierda; habían solamente dos o tres ventanas bajas y todas ellas estaban cerradas, menos una. El horno sobresalía de la pared como una barriga gorda. Por los bordes crecía una madreselva, y debajo de sus ramas había un estanque de patos. Un perro guardián ladraba a todo aquel que pasaba cerca. En una de estas casitas vivía una pareja de edad un granjero y su esposa. Ellos no poseían casi nada en este mundo, excepto por un caballo que comía pasto de las zanjas a lo largo del camino. El granjero siempre montaba el caballo cuando iba a la ciudad. A menudo sus vecinos le pedían prestado el caballo y en recompensa,

clase de labores. Sin embargo, el granjero pensaba que sería mejor deshacerse del caballo. Decidió venderlo o darlo como parte de pago por algo que les fuera más útil a ellos, cualquier cosa. “Algo que tu aprecies más que cualquier otra persona,” dijo su esposa. “Hoy hay una feria en el pueblo. Ve allá con el caballo. Puedes conseguir una buena ganancia vendiéndolo, o lo puedes cambiar por alguna otra cosa. Cualquier cosa que hagas está bien para mí: ¡prepárate para ir!” Ella le puso una hermosa bufanda en el cuello y se la ató con un doble nudo de mucho estilo. Le arregló el sombrero con la palma de su mano y le dio un gran beso. El tomó el camino rumbo al pueblo sobre el caballo, decidido a venderlo o cambiarlo. “Sí, el viejo sabe lo que hace. Sabe como negociar mejor que cualquier otro,” dijo su esposa, mientras movía la mano diciéndole adiós. El sol quemaba y no había ni una nube en el cielo. El viento soplaba el polvo del camino, por el cual toda la gente se apresuraba a llegar a la ciudad, en carreta, a caballo o caminando. Todos sufrían del abrasante calor, pero no se veía nada donde calmar la sed. Entre estas personas caminaba un hombre que llevaba una vaca al mercado. Era tan hermosa como una vaca puede ser. “¡Debe dar una leche deliciosa!” pensó el granjero. “Aquel sería un cambio excelente ¡esa magnífica vaca a cambio de mi caballo!” Le llamó, “Hey, usted, ¡el hombre con la vaca! le tengo una oferta. Un caballo, usted sabe, cuesta mucho más que una vaca, pero eso me es indiferente una vaca me dará más ganancia que un caballo. ¿Le gustaría cambiar su vaca por mi caballo?”

“Me encantaría!” contestó el hombre, y cambiaron los animales. Bueno, todo había salido bien, y el viejo granjero podía regresar a casa porque había hecho el negocio que se había propuesto. Pero como quería ver la feria decidió ir al pueblo de todas maneras. Continuó su viaje con la vaca caminando alegremente, no pasó mucho rato cuando se unió a otro hombre que llevaba una oveja de raza rara, de lana gruesa y suave. “¡Ah, ese es un hermoso animal que me gustaría tener!” se dijo el granjero. “Una oveja tendría todo el pasto que necesita en nuestro seto. En el invierno la podemos tener en la casa eso sería una buena distracción para mi querida esposa. Una oveja nos vendría mejor que una vaca. Llamó al dueño de la oveja, “Hola amigo, ¿le gustaría hacer un trueque?” No había necesidad de preguntarle al hombre dos veces. Se apresuró a tomar la vaca y dejó la oveja atrás. El granjero continuó su viaje con la oveja. Más allá vio a un hombre que llevaba bajo el brazo un ganso vivo. Era un ganso fino y gordo un ganso que no se podría encontrar en cualquier lado. El granjero lo admiró. “Ah, esa si que es una bonita criatura,” dijo, caminando hacia el hombre. “El animal es extraordinario ¡tan gordo! ¡Y que bonitas plumas!” ¡El granjero no podía dejar de pensar en el ganso! “Si viviera en nuestra casa, apuesto a que mi querida esposa encontraría la manera de engordarlo aún más. Le podríamos dar todas las sobras de la comida. ¡cómo se pondría! Mi esposa siempre dice, ‘¡Ah! ¡si tuviéramos un ganso, sería tan lindo verlo, junto con

nuestros patos! Esta es quizás la oportunidad de tener uno, ¡uno que vale por dos!” “Escuche, mi amigo,” dijo. “¿Le gustaría hacer negocio conmigo? Tome mi oveja y deme su ganso a cambio. No quiero nada más.” Este hombre no tuvo que pensarlo dos veces tampoco, y el granjero se hizo dueño del ganso. Ahora ya estaba cerca del pueblo. La multitud era grande hombres y animales se apuraban en el camino. Incluso había gente caminando por las orillas del camino. En la puerta de la feria todo el mundo empujaba para entrar. El recaudador de impuestos del pueblo levantó una gallina. Viendo tanta gente, le amarró una cuerda para que no se asustara y así no escapara. Se encaramó en la puerta y agitó sus emplumadas alas guiñó con un ojo como un animal travieso, y dijo: “cloc, cloc”. ¿En qué estaría pensando? No sabría decirlo, pero tan pronto como la vio el granjero empezó a reír. “Ella es más hermosa que la gallina de cría del pastor” se rió ahogadamente. “¡Y se vé tan divertida! ¡Nadie la podría mirar sin romper a reír! ¡Por Dios! Me gustaría tenerla. Una gallina es el animal más fácil de tener. No hay que cuidarla. Se alimentaría ella misma con cereales y migajas del

suelo. Pienso que si pudiera cambiar mi ganso por la gallina, haría un excelente negocio.” Se acercó al recaudador de impuestos. “¿Le gustaría cambiar?” le dijo, enseñándole su ganso. “¡Cambiarlos!” contestó el hombre. “¡Sería perfecto!” El recaudador aceptó el ganso y el viejo granjero tomó la gallina. El granjero había hecho varios negocios durante el viaje y ahora tenía calor y estaba cansado. Necesitaba algo de beber y comer, y entonces se dirigió a una posada. Un niño venía saliendo llevando una bolsa llena hasta el borde. “¿Qué llevas ahí?” preguntó el granjero. “Una bolsa de manzanas verdes que son para alimentar a los cerdos,’’ contestó el niño. “¿Qué dijiste? ¿Manzanas verdes para los cerdos? ¡Pero que extravagancia de desperdicio! Mi querida esposa hace muchas cosas de manzanas verdes. ¡Qué feliz se pondría con todas estas manzanas! El año pasado, nuestro viejo árbol de manzanas no dio ni una fruta. Las mantendremos en el armario hasta que maduren. ‘Es signo de que uno se siente confortable,’ mi esposa dice siempre. ¿Qué diría ella si tuviera una bolsa llena de manzanas? Me gustaría hacerle ese favor.”

“Bueno, ¿qué me daría a cambio por la bolsa? preguntó el niño. “¡Qué te daría! ¡La gallina por supuesto! ¿No es suficiente?” dijo el granjero. Intercambiaron sus productos sin problemas y el granjero entró en la posada con la bolsa, la cual puso con mucho cuidado al lado de la estufa. Luego bebió algo. La estufa estaba caliente, pero el granjero no se dio cuenta. Había mucha gente en la posada - comerciantes de caballos, rancheros y también dos pasajeros franceses. Los franceses eran tan ricos que sus bolsillos estaban atestados con piezas de oro. ¡Y cómo les gustaba apostar, ya verán!” ¡Shssss-ssss! De repente la estufa empezó a hacer un ruido extraño. Eran las manzanas que empezaban a cocinarse. ‘¿Qué es eso?” preguntó uno de los franceses. “¡Oh, mis manzanas! dijo el granjero, y les narró a los franceses la historia del caballo que había cambiado por una vaca, y todo lo demás, hasta que se había quedado con las manzanas. “¡Oh bueno, su señora va a estar furiosa cuando usted llegue a casa!” dijeron los franceses. “¡En absoluto!” dijo el granjero. “Ella me va a

abrazar no importa lo que pase, y va a decir: ‘Lo que el viejo hace siempre está bien. Lo que empieza bien termina bien. “¿Quieres apostar?" dijeron los franceses. “Te apostamos todo el oro que quieras así sean cien libras, o cien kilos.” “Una bolsa es suficiente,” contestó el granjero. Lo único que puedo poner para apostar a cambio es mi bolsa de manzanas. Yo diría que es un buen cambio. ¿Qué piensan caballeros?” “Está bien, es suficiente; ¡aceptamos!" Y se hizo la apuesta. Los tres hombres pidieron prestada la carreta del posadero, se subieron a ella y pronto ya estaban en la humilde y rústica granja. “Buenas tardes, querida,” dijo el granjero, entrando a la casita. “Buenas tardes ,mi amor, contestó su esposa “Cambié el caballo." "¡Ah! Tú si que sabes como hacer negocios,” dijo la mujer, y lo abrazó sin poner mucha atención en la bolsa de manzanas o en los extraños. “Cambié el caballo por una vaca,” dijo el granjero. ¡Gracias al Cielo! ¡Tendremos buena leche, mantequilla y queso! Es un maravilloso cambio, dijo su esposa. “Sí, pero después cambié la vaca por una oveja,” continuó el granjero. “Bueno, mejor aún” sonrió la esposa. “Tenemos suficiente pasto para alimentar a la oveja y nos dará leche también. Me encanta el queso de oveja. Y sobre todo, tendré lana que puedo usar para tejer calcetines y chaquetas calientitas. ¡Oh, no podríamos tener todo eso de una vaca. Tú piensas en todo!” “Esto no es el final todavía, querida. Cambié la oveja por un ganso.

“Bueno entonces, ¡tendremos un exquisito ganso asado para esta Navidad! Mi querido esposo, tú siempre piensas en lo que me complace más. ¡Muy bien hecho! De ahora hasta la Navidad tendremos tiempo suficiente para engordarlo.” “Ya no tengo el ganso; lo cambié por una gallina,” continuó el granjero. “Una gallina tiene su valor,” asentó su esposa. “Una gallina pone huevos, se echa sobre ellos, y empolla pollitos que crecen y pronto tendremos aves de corral. Un verdadero corral - ese ha sido siempre mi sueño.” “Ya no la tenemos, mi querida esposa. La cambié por una bolsa de manzanas verdes,” terminó diciendo el granjero. “¿Es cierto? ¿De verdad?” gritó entrecortada su esposa. “¡Pero ahora te voy a besar, mi querido esposo! ¿Quieres escuchar lo que pasó esta mañana? Tu habías salido cuando empezé a pensar en qué te iba a hacer de cenar esta noche. Huevos con mantequilla y cebolla era lo mejor que tenía. Bueno, tenía los huevos y la mantequilla, pero no tenía cebollas. “Entonces fui donde el director de la escuela que las cultiva y hablé con su esposa. ¿Sabes lo mal intencionada que es, a pesar que parece muy dulce? Le rogé me prestara unas cuantas cebollas. ‘¡Prestar!’ exclamó. ‘Pero si no tenemos nada en nuestro jardín ni cebollas, ni siquiera manzanas verdes. Lo siento mucho vecina.’ “Entonces me vine a casa otra vez. Mañana le voy a ofrecer las manzanas verdes porque ella no tiene. Le voy a ofrecer toda la bolsa! ¡Se va a avergonzar tanto! ¡Me muero por ver la cara que pondrá!” Puso los brazos alrededor del cuello de su esposo y le dio varios besos sonoros, casi como si estuviera besando a un niño.

“¡Bueno, bueno!” dijeron los dos franceses. “La caída en el valor de los productos no ha cambiado su ánimo ni por un segundo. ¡Pensamos que has ganado la apuesta, amigo!” Le dieron al granjero una bolsa de oro. Su esposa estaba más feliz todavía con esa transacción, el hombre de repente se volvió más rico que si hubiera vendido su caballo diez veces, a treinta veces su valor. Esta es la historia que me fue contada cuando yo era un niño, y me parece muy razonable. Ahora ustedes también la saben, y nunca olviden: “¡Lo que el viejo hace está siempre bien y todo lo que empieza bien termina bien!"