Cristo Altar

Cristo es a la vez sacerdote, victima y altar. “Altar” En todas las religiones es el altar el centro del culto sacrific

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Cristo es a la vez sacerdote, victima y altar.

“Altar” En todas las religiones es el altar el centro del culto sacrificial (hebr. zabah: sacrificar, raíz de mizbeah: altar). El altar es el signo de la presencia divina; Moisés supone tal creencia cuando lanza la mitad de la sangre de las víctimas sobre el altar y la otra mitad sobre el pueblo, que así entra en comunión con Dios Ex 24,6ss; también Pablo: «¿No participan del altar los que comen de las victimas?» 1Cor 10,18. En el sacrificio perfecto, el signo cede el puesto a la realidad: Cristo es a la vez sacerdote, victima y altar. 1. Del memorial al lugar del culto. En los origenes, si el hombre construía un altar, era para responder a Dios que acababa de visitarle, esto quiere decir la fórmula frecuente en el gesto de los patriarcas: Edificó un altar a Yahveh e invocó su nombre. Gen 12,7s 13,18 26,25. El altar, antes de ser un lugar en el que se ofrecen sacrificios, era un memorial del favor divino; los nombres simbólicos que reciben estos altares son testimonio de ello Gen 33,20 35,1-7 Jue 6,24. Sin embargo, era también el lugar de las libaciones y de los sacrificios. Si en los principios podia uno contentarse con rocas mejor o peor adaptadas Jue 6,20 13,19s, pronto se pensó en construir altares de tierra apelmazada o de piedras brutas, altares sin duda groseros, pero mejor adaptados a su finalidad Ex 20,24ss. Para los descendientes de los patriarcas, el lugar del culto tendía a representar más valor que el recuerdo de la teofanía que le había dado origen. Esta primacía del lugar frente al memorial se manifestaba ya en el hecho de que se escogían con frecuencia antiguos lugares de culto cananeos: así Bethel Gen 35,7 o Siquem 33,19, y más tarde Guilgal Jos 4,20 o Jerusalén Jue 19,10. De hecho, cuando el pueblo escogido entra en Canaán, se halla en presencia de los altares paganos que la ley le manda destruir sin piedad Ex 34,13 Dt 7,5 Num 33,52; y Gedeón Jue 6,25-32 o Jehú 2Re 10,27 destruyen así los altares de Baal. Pero ordinariamente se contentan con «bautizar» los altos lugares y su material cultual 1Re 3,4. En este estadio el altar puede contribuir a la degradación de la religión en dos sentidos: olvido de que sólo es un signo para referirse al Dios vivo, y asimilación de Yahveh con los ídolos. Efectivamente, Salomón inaugura un régimen de tolerancia para con los ídolos aportados por sus mujeres extranjeras 1Re 11,7s, Ajab procederá de la misma manera 1Re 16,32, Ajaz y Manasés introducirán en el templo mismo altares a la moda pagana 2Re 16,10-16 21,5. Los profetas, por su parte, censuran la multiplicación de los altares Am 2,8 Os 8,11 Jer 3,6. 2. El altar del templo único de Jerusalén. Un remedio se aportó a la situación con la centralización del culto en Jerusalén 2Re 23,8s 1Re 8,63s. En adelante el altar de los holocaustos cristaliza la vida religiosa de Israel, y numerosos salmos dan testimonio del lugar que ocupa en el corazón de los fieles Sal 26,o 43,4 84,4 118,27. Cuando Ezequiel describe el templo futuro, el altar es objeto de minuciosas descripciones Ez 43,13-17 y la legislaclón sacerdotal que le concierne se pone en relación con Moisés Ex 27,1-8 Lev 1-7. Los cuernos del altar, mencionados ya hacia tiempo como lugar de asilo 1Re 1,50s 2,28, adquieren gran importancia: con frecuencia serán rociados con sangre para el rito de la expiación Lev 16,18 Ex 30,10. Estos ritos indican claramente que el altar simboliza la presencia de Yahveh.

Al mismo tiempo se precisan las funciones sacerdotales: los sacerdotes vienen a ser exclusivamente los ministros del altar, al paso que los levitas se encargan de los cuidados materiales Num 3,6-10. El cronista, que subraya este uso 1Par 6,48s, pone la historia de la realeza en armonia con estas prescripciones 2Par 26,16-20 29,18-36 35,7-18. Finalmente, es un signo de veneración del altar el hecho de que la primera caravana de repatriados de la cautividad pone empeño en reconstruir inmediatamente el altar de los holocaustos Esd 3,3ss, y Judas Macabeo manifestará más tarde la misma piedad 1Mac 4,44-59. 3. Del signo a la realidad. Para Jesús, el altar sigue siendo santo, pero lo es en razón de lo que significa. Jesús recuerda, por tanto, este significado, obliterado por la casuística de los fariseos Mt 23,18ss y descuidado en la práctica: acercarse al altar para sacrificar es acercarse a Dios; no se puede hacer esto con un corazón airado 5,23s. Cristo no sólo da el verdadero sentido del culto antiguo, sino que pone fin al mismo. En el nuevo templo, que es su cuerpo Jn 2,21, no hay ya más altar que él mismo Heb 13,10. En efecto, el altar es el que santifica la victima Mt 23,19; así pues, cuando se ofrece Cristo, él mismo se santifica Jn 17,19; es a la vez el sacerdote y el altar. Así, comulgar en el cuerpo y en la sangre del Señor, es comulgar en el altar que es el Señor, es compartir su mesa 1Cor 10,16-21. El altar celestial de que habla el Apocalipsis y ante el cual esperan los mártires Ap 6,9, altar de oro cuya llama hace que se eleve a Dios un humo abundante y oloroso, al que se unen las oraciones de los santos 8,3, es un símbolo que designa a Cristo y completa el simbolismo del cordero. Es el único altar del solo sacrificio cuyo perfume es agradable a Dios; es el altar celestial de que habla el canon de la misa y sobre el que se presentan a Dios las ofrendas de los fieles, unidas con la única y perfecta ofrenda de Cristo Heb 10,14. De este altar, nuestros altares de piedra no son sino imágenes, como lo expresa el pontifical cuando dice: «El altar es Cristo». Es la mesa del sacrificio donde el Sacerdote celebra la Santa Misa. "El altar, en el que se hace presente el Sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es también la mesa del Señor, para participar en la cual, el Pueblo de Dios se congrega en su nombre. Puesto que la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y de su culto, el altar es un signo de la Iglesia y cumple su doble función de culto a Dios y santificación de la humanidad. El altar es el lugar sagrado de encuentro en la relación entre Dios y el pueblo redimido por la Sangre de Cristo" -Ordenación General del Misal Romano, 296. Del Rito de la Dedicación de un Altar: “Que este altar sea el lugar donde los grandes misterios de la redención se actualicen: un lugar donde tu pueblo ofrezca sus dones, manifieste sus buenas intenciones, derrame sus oraciones y se adhieran en todo sentido a su fe y devoción” . ¿Por qué besan los sacerdotes el altar? Junto con el púlpito, donde se proclama la palabra de Dios, el altar es el centro de nuestro encuentro con Dios Padre, en y a través de Jesús. El altar representa a Jesús mismo quien se hizo por nosotros sacerdote, altar y cordero del sacrificio. Por esta razón, la Iglesia considera el altar (no el crucifijo ni el el tabernáculo) como el punto central de la Santa Misa. De ahí la tradición de que los obispos, sacerdotes y diáconos veneren el altar besándolo. Además, según el Canon #1237, "Debe observarse la antigua tradición de colocar bajo el altar fijo reliquias de Mártires o de otros Santos, según las normas

litúrgicas". EL sacerdote besa a Cristo y con El a todos los santos que forman su cuerpo místico. Diseño Se ha de tener gran cuidado respecto al diseño y colocación del altar. Toda iglesia ha de tener un solo altar, fijo y dedicado (IGMR 303) que “significará en la asamblea de los fieles al único Cristo y a la única Eucaristía de la Iglesia” (IGMR 303) y “representa a Jesucristo, la Piedra Viva (1Pe 2, 4; ver Ef 2, 20) más clara y permanentemente” (IGMR 298). En la renovación de las iglesia de valor histórico y con mérito artístico puede suceder que se encuentre un altar que “por su posición hace difícil la participación del pueblo” (IGMR 303) y que si se moviese comprometería su valor artístico y su significado. En tales casos se deberá construir otro altar fijo y dedicado. Por lo tanto, el antiguo altar no debe adornarse en un modo especial y la liturgia ha de celebrarse únicamente en el nuevo altar fijo (IGMR 303); si se debe cuidar de que siempre tenga una apariencia digna. No se debe poner nada sobre el altar excepto aquello que está indicado. (IGMR 306). Incluso las flores han de ser acomodadas con moderación alrededor del altar y nunca sobre él (IGMR 305). El párrafo sobre la disposición de las flores indica que durante la Cuaresma es prohibido su uso, excepto en el Domingo de Laetare, solemnidades y días festivos. Del mismo modo, se pide una cierta moderación durante el tiempo de Adviento que convenga “al carácter de este tiempo, sin que se anticipe la plena alegría de la Navidad del Señor” (IGMR 305). La Cruz del Altar Donde la Ordenación del Misal Romano anterior hablaba solamente de una cruz sobre el altar o procesional, la Ordenación revisada habla siempre de “una cruz con la imagen de Cristo Crucificado” (IGMR 308, 122). Esta cruz “colocada sobre el altar o cerca de él”, ha de ser claramente visible no solo durante la Liturgia sino en todo tiempo, recordando “a los fieles la pasión salvadora del Señor, y permanezca junto al altar también fuera de las celebraciones litúrgicas” (IGMR 308). Una procesión litúrgica es un signo de que el pueblo de Dios constituye la Iglesia Peregrina sobre la tierra, y es laudable que tales procesiones sean precedidas por la Cruz.

Refugiémonos en Cristo, nuestra fortaleza, y adhirámonos con todas nuestras fueras al Seór, la piedra sólida y siempre firme, y podremos decir con el profeta, como está escrito: “Afianzó mis pies en la roca y aseguró mis pasos”. Consolidados así y afianzados podremos contemplar y escuchar lo que él diga y sabremos cómo responder cuando él nos reprenda. (San Bernardo)

Yo quisiera ser el cáliz en el que adoro la sangre de mi Dios y Salvador. Mas puedo en la santa Misa recogerla cada día. A Jesús le gusta mi alma más que los vasos de oro. El altar es un Calvario donde por mí y para mí

se derrama gota a gota toda su sangre divina. (Santa Teresita)

Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico.¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad. Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo. (J.P. II, Ecclessia de Eucharistia) A la luz de esta doctrina, resulta aún más clara la razón por la que toda la vida sacramental de la Iglesia y de cada cristiano alcanza su vértice y su plenitud precisamente en la Eucaristía. En efecto, en este Sacramento se renueva continuamente, por voluntad de Cristo, el misterio del sacrificio, que Él hizo de sí mismo al Padre sobre el altar de la Cruz: sacrificio que el Padre aceptó, cambiando esta entrega total de su Hijo que se hizo "obediente hasta la muerte"156 con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la resurrección, porque el Padre es el primer origen y el dador de la vida desde el principio. Aquella vida nueva, que implica la glorificación corporal de Cristo crucificado, se ha hecho signo eficaz del nuevo don concedido a la humanidad, don que es el Espíritu Santo, mediante el cual la vida divina, que el Padre tiene en sí y que da a su Hijo,157 es comunicada a todos los hombres que están unidos a Cristo. (JP II, Redemptor Hominis)