Corral, V (2001) - Comportamiento Proambiental

PRÓLOGO...............................................................................................................7

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PRÓLOGO...............................................................................................................7 AGRADECIMIENTOS.........................................................................................11 INTRODUCCIÓN.................................................................................................15 CAPÍTULO I: PSICOLOGÍA AMBIENTAL Y CONDUCTA PROTECTORA DEL MEDIO...................................................................................................................21 1. La psicología y los problemas del medio ambiente..............................21 2. La conducta humana y el origen de los problemas ambientales...........22 3. La gravedad de los problemas ambientales..........................................24 3.1. La atmósfera..................................................................................25 3.2. El suelo y los bosques....................................................................26 3.3. El agua...........................................................................................27 3.4. Basura............................................................................................27 3.5. Energía...........................................................................................28 3.6. Amenazas a la biodiversidad.........................................................29 3.7. La población..................................................................................32 4. Psicología ambiental.............................................................................33 5. Conducta proambiental.........................................................................36 6. Variedad de la conducta proambiental..................................................38 6.1. Disminución del consumo de recursos..........................................39 6.2. Reuso de productos........................................................................40 6.3. Elaboración de compost.................................................................40 6.4. Reciclaje........................................................................................40 6.5. Otras conductas que disminuyen la producción de basura............41 6.6. Control de la basura y estética ambiental......................................41 6.7. Ahorro de energía eléctrica............................................................41 6.8. Disminución del uso de transporte privado...................................42 6.9. Ahorro de agua...............................................................................42 6.10. Presión legislativa........................................................................43 6.11. Pertenencia o apoyo a asociaciones ecologistas..........................43 6.12. Preservación de ecosistemas........................................................43 7. Difusión de la investigación del CPA...................................................44 8. Resumen del capítulo............................................................................46 CAPÍTULO II: MARCOS EXPLICATIVOS DEL COMPORTAMIENTO PROAMBIENTAL (CPA)......................................................................................49 1. Introducción..........................................................................................49

2. La tradición conductista........................................................................49 2.1. La triple relación de contingencias................................................49 2.2. Análisis experimental de la conducta proambiental......................50 2.3. Eventos antecedentes y eventos consecuentes...............................52 2.4. Limitaciones de la aproximación conductista...............................52 3. El enfoque cognoscitivista....................................................................53 3.1. La teoría de la acción razonada.....................................................55 3.2. La teoría de la activación de las normas........................................57 3.3. Formación de hábitos.....................................................................58 3.4. Disonancia cognoscitiva................................................................59 3.5. Alcances y limitaciones de la postura cognoscitiva.......................60 4. La teoría psicoanalítica.........................................................................61 5. Psicología evolutiva..............................................................................62 5.1. Genes e individuos egoistas...........................................................63 5.2. Cooperación y altruismo................................................................64 5.3. Altruismo y CPA............................................................................65 5.4. Egoísmo y CPA..............................................................................66 5.6. La hipótesis de la biofilia...............................................................66 6. Enfoques sistémicos.............................................................................68 7. Resumen de los marcos explicativos....................................................70

PRÓLOGO Hace tiempo tuve la oportunidad de leer el manuscrito que el profesor Corral Verdugo publica en este volumen y me invitó a escribir un prólogo a este excelente trabajo, lo que acepté con sumo agrado, tanto por su gentil ofrecimiento como por el valor que a mi juicio tiene la obra. Como es de todos sabido obra y autor se conjugan siempre de una forma simbiótica formando un todo, siendo difícil diferenciar uno de otro, de tal forma que ambos se complementan dando a la obra un sentido único. Esto sucede en este libro ya que en él se conjugan las disposiciones científicas del autor y los conocimientos concretos que presenta. No obstante, voy a tratar de diferenciar ambos componentes y expresar lo que pienso sobre las dos caras de esta moneda, texto y autor. Permítame que le diga al lector, que a mi juicio este libro contiene una interesante obra de Psicología Ambiental y que no existe ninguna de estas características. En ella se puede apreciar cómo interaccionan los conocimientos de la Psicología Social y un problema ambiental concreto – la conducta ecológica responsable – construyendo el discurso de un área de trabajo de la Psicología Ambiental. El autor hace en la introducción del libro una pequeña reseña de los contenidos de cada uno de los capítulos, pero a mi juicio insuficiente para apreciar la obra en su conjunto. La estructura del libro es un acierto porque conjuga los conocimientos psicológicos elementales - “de manual” – con los últimos hallazgos de la investigación sobre el tema. Para ello recurre a tres partes claramente diferenciadas, una primera en donde se ofrece una visión de conjunto de la problemática que se estudia. A continuación se presentan cada uno de los factores psicológicos y situacionales que intervienen en la conducta proambiental. Y, se finaliza con los aspectos aplicados y los retos que la investigación tiene en este campo de estudio. Siguiendo este desarrollo se observa una primera parte compuesta por tres capítulos en los que se da cuenta de los tres pilares sobre los que se estructura el estudio de la conducta proambiental. Se señalan los problemas ambientales y se proponen las conductas eficaces frente a éstos. En segundo término, se da cuenta de las perspectivas psicológicas con que se estudian las conductas y, finalmente, se hace un exhaustivo repaso de los métodos de investigación en Psicología aplicados a esta problemática. Con esta primera parte se define un marco que sitúa la conducta proambiental dentro de la Psicología, planteando los enfoques y métodos con que se desenvuelve este ámbito de estudio. En conjunto resulta un excelente texto introductorio para aquellos que quieran conocer los fundamentos teóricos y metodológicos de la conducta proambiental.

Con posterioridad se tratan de forma más específica las variables moduladoras de la conducta proambiental, dando cuenta de variables tales como las creencias, los rasgos de personalidad, las actitudes y los motivos, junto con el conocimiento y las habilidades y competencias. En este momento el lector se encuentra con un conjunto de capítulos que le informan de cómo la investigación psicológica trata aspectos parciales de la conducta proambiental. En el apartado tercero se da cuenta de variables sociodemográficas y factores situacionales que, aunque se alejan del discurso centrado en los procesos psicológicos que poseen las dos partes anteriores, tienen una especial relevancia porque en ambos casos se señala el valor modulador que en la conducta proambiental tienen los dos aspectos. Las variables sociodemográficas favorecen el conocimiento de las homogeneidades y diferencias entre los agregados sociales y la situación resulta ser un elemento central a la hora de diseñar la intervención a través de programas de conducta proambiental. Finalmente, destacaría los dos capítulos con los que se concluye la obra, muy diferentes entre sí pero que apuntan en una misma dirección al ofrecer sugerencias de qué hacer con los estudios de la conducta proambiental. El primero de ellos está dedicado a la Educación Ambiental y en él se pone a disposición de los educadores ambientales los recursos que desde la Psicología Ambiental pueden utilizarse en el mejor desempeño de su quehacer. El segundo y último capítulo es una autentica discusión en los términos en que suele concluir un artículo de investigación. Con una gran rigurosidad y crítica va desgranando los problemas que este ámbito de investigación tiene en la actualidad. Tratar de responder a muchas de las cuestiones que se formulan en el texto puede dar origen a auténticos programas de investigación. Con seguridad que este capítulo - más dedicado a los investigadores del campo - va a ser un sugerente reto para tratar de dar respuesta a algunas de las cuestiones que en él se plantean. Este libro, desde el punto de vista formal, esta jalonado con cuadros en donde se presentan escalas y otras informaciones que le dan un fuerte valor pedagógico para aquel que quiera tener una visión de los contenidos específicos de escalas, referencias bibliográficas sobre temas específicos o contemplar alguno de los resultados de ciertas investigaciones. El libro cubre en este aspecto pedagógico un importante papel ya que hace un repaso claro y muy completo de cómo la Psicología Ambiental trata la conducta proambiental. Por lo que se refiere al autor, segundo componente del análisis y al que hacía mención al comienzo de este prólogo, he de decir que no trataré de hacer aquí una glosa de su curriculum, que poco aportaría en un prólogo de estas características. Sin embargo, sí me parece oportuno, en este caso, referirme a esas impresiones que se tienen de los colegas y que luego definen el marco de las relaciones profesionales, ya que sin lugar a dudas esas percepciones pueden haber causado

algún sesgo en mi apreciación de este libro. No obstante, espero que mi juicio no disuene de los colegas que con un talante crítico recurran a este interesante texto. Conocí personalmente al profesor Víctor Corral Verdugo, aunque ya sabía de su existencia, en un congreso en Puerto Rico y me impresionó la desenvoltura que tenía en los aspectos metodológicos de la Psicología Ambiental y la rigurosidad con que planteaba sus trabajos. Tuve ocasión de contactar en algún otro momento y se me confirmaron las primeras impresiones. Estos encuentros posteriores me permitieron conocer otros aspectos profesionales del profesor Corral Verdugo que me hicieron ver su capacidad para analizar los problemas psicoambientales y cómo colaboraba con otros investigadores que tenían, y tienen, una opinión sobre él muy similar a la mía. Otro aspecto importante de su curriculum que redimensiona la obra es su papel como embajador de la Psicología Ambiental de los hispano-parlantes en los Estados Unidos de América. Esta posición que podría estimarse como irrelevante en este contexto, no lo es, sobre todo, por el papel referente que Corral Verdugo tiene entre los psicólogos ambientales en el campo específico de la conducta proambiental. Para finalizar este prólogo quiero reiterar mi reconocimiento al profesor Corral Verdugo y manifestar que he tenido la oportunidad de conocer a un magnifico investigador de la Psicología Ambiental lo que me alegra profundamente, y que es un honor para mí prologar este libro que, a mi juicio, es una obra madura que sólo un avezado profesor puede hacer frente de forma tan brillante como aparece en el conjunto de estas páginas. Juan Ignacio Aragonés Madrid, septiembre 2000

AGRADECIMIENTOS Desde hace algunos años, el autor del presente texto tenía la inquietud de escribir un libro en el cual se procurara integrar el conocimiento alcanzado alrededor del tema del comportamiento proambiental, también llamado por algunos “conducta proecológica”. A pesar de su relativa novedad, este tema ha producido una cantidad impresionante de resultados de investigación desde finales de los años sesenta hasta la fecha. El interés por el tema no es nada extraño dada la enorme preocupación social que existe acerca de los problemas del medio y la necesidad de encontrar estrategias de solución a los problemas ambientales. Sin embargo- y esto sí es extraño- hay muy pocos textos especializados sobre el tema del comportamiento proambiental, y en nuestro idioma no existe ninguno, aparte de éste. A pesar de estas situaciones, y del interés antes mencionado, decidimos esperar un tiempo pertinente para iniciar la escritura del texto. Las razones fundamentales fueron el inicio de un proyecto de formación académica, el deseo de desarrollar más investigación en el área, y, por supuesto, la necesidad de concluir una revisión extensa acerca del estado del arte de la investigación en conductas protectoras del ambiente. En 1991 inicié el doctorado en psicología ambiental en la Universidad de Arizona, E.E.U.U., una de las pocas universidades en el ámbito internacional que cuentan con un doctorado de ese tipo. En el mismo, que terminé en 1995, recibí una buena cantidad de información y orientación respecto del área. Tuve la fortuna de contar con maestros como Robert B. Bechtel, William Ittelson, Dennis Doxtater y Terry Daniel, quienes llevan a cabo investigación en Psicología y Diseño Ambiental desde hace varios años, y son reconocidos en el ámbito mundial. También tuve la fortuna de ser estudiante de metodólogos de la investigación de gran prestigio como Lee Sechrest, Aurelio J. Figueredo y Patricia Jones. A todos ellos deseo brindar mi reconocimiento, pues no solo permitieron ampliar mis niveles de conocimiento psicoambiental y metodológico, sino que fueron un acicate para desarrollar proyectos de investigación y de difusión como el presente texto. Otras personas y situaciones fueron fuentes de interés que reforzaron el deseo por escribir este libro. Desde 1996 formo parte del Comité Editorial de Environment & Behavior, en funciones de Editor Asociado Internacional para América Latina. Como parte de mis tareas, debo –y lo hago con mucho placerrevisar y dictaminar artículos provenientes de todo el mundo, que son enviados a la revista. Eso me facilita estar al día de las últimas tendencias y conocimientos sobre el tema de este libro, ya que como muchos lectores lo saben, Environment & Behavior es la revista que publica más artículos relacionados con el tema, aparte de ser una de las mejores publicaciones de su tipo en el mundo. De esta manera, los

autores de artículos que caen en mis manos, son, involuntariamente también promotores de este libro. Por supuesto que también soy un autor “revisado” y “dictaminado”. Gracias a las sabias recomendaciones de muchos revisores en diferentes artículos puedo aclarar mis ideas, enmendar yerros y contar con interlocutores que permiten una sana discusión. Muchas de esas ideas están plasmadas en este texto, así es que, también ofrezco mi reconocimiento a esos revisores anónimos. Los posibles aciertos en las ideas y conceptos que aquí se manejan son en parte debida a ellos, pero yo asumo los errores de los mismos, pues a nadie más que a mí le corresponde responder por ellos. Escribir un libro requiere también de tiempo, facilidades y apoyo económico. La Universidad de Sonora me brindó el goce del Año Sabático durante el segundo semestre de 1999 y el primero del año 2000. Gracias a esto pude avanzar con cierta rapidez en la elaboración del texto. Por su parte, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología me facilitó un apoyo económico, como parte de un proyecto de investigación (L0069-H) a largo plazo, con el que pudimos costear parte de los gastos que implicó escribir el libro. A estas dos grandes instituciones, de nuevo agradezco su apoyo. En clases discuto con mis estudiantes muchos conceptos, como los aquí vertidos. Soy profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Sonora, México, y, como suele suceder, muchos de mis alumnos se trasforman en mis maestros a la hora de presentar ideas de investigación y resultados de la misma. También he impartido cursos de Conducta Proambiental a estudiantes en otros centros de enseñanza, como la Universidad de Guadalajara y el Instituto Tecnológico de Sonora, en México y seminarios sobre ese tema a profesores en la Universidad de Sonora, y la Universidad de La Laguna (Islas Canarias, España). En todos los casos he recibido valiosas sugerencias y criticas de parte de alumnos y profesores, que han posibilitado enriquecer muchas de las propuestas que, a título personal, ofrezco en este texto. Aunque podría pecar de omisiones, no creo justo dejar de mencionar a algunos de estos compañeros académicos, quienes, ya sea discutiendo, criticando, o animando el trabajo, han tenido una gran influencia en mis ideas y deseos para escribir este libro: Bob Bechtel, Terry Daniel, Jose Pinheiro, María Montero, Euclides Sánchez, Aurelio Figueredo, Martha Frias, Bernardo Hernández, Ernesto Suárez, Stephanie Hess, Gerardo Bernache, Bill Rathje, Bill Ittelson, Julio Varela, Emilio Ribes, María Elena Barajas, Francisco Obregón, Elías Robles, Allan Wicker, David Stea, Luz Irene Armendáriz, Francisco Zaragoza, César Varela, Aldo Bazán y Raymond De Young. De manera muy especial agradezco el esfuerzo que invirtió Juan Ignacio Aragonés al revisar el texto y escribir el prólogo del mismo. Su liderazgo

académico, que no necesito pregonar pues es bien conocido, son un importante aval y un estímulo para la producción de obras como ésta. Así pues, aunque sólo mi nombre aparezca en el libro, la verdad es que este es producto de muchos ánimos y disposiciones. A los responsables de los mismos, mi agradecimiento y reconocimiento. Victor Corral Verdugo Hermosillo, Sonora, México, Agosto de 2000

INTRODUCCIÓN El tema de este libro es o debiera ser del interés de todos, puesto que trata acerca de lo que los seres humanos podemos hacer para evitar la degradación del ambiente. Quizá esta introducción parezca publicidad para vender el libro -lo cual no sería nada malo- pero en realidad refleja una verdad de peso. Los problemas del medio ambiente son cada vez más notorios y los esfuerzos para enfrentarlos deben ser tan poderosos como los problemas ambientales que la acción humana genera. ¿Cómo pueden medirse los efectos negativos de la acción humana sobre el medio? Casi cualquier cosa imaginable puede ocurrir como consecuencia de nuestra actividad devastadora. Tomemos unos cuantos casos: Por ejemplo, está ampliamente documentada la influencia que tiene la contaminación ambiental en la salud humana: Problemas respiratorios, cardíacos, inmunológicos, oncológicos, gastrointestinales y un sinfín de alteraciones que surgen de los ambientes aéreo, acuático y terrestre degradados. ¿Otro caso? Los problemas del medio también afectan la estética ambiental, privándonos de escenarios para la recreación, la restauración de la salud y el contacto con la naturaleza. También se presentan impactos económicos negativos, como consecuencias de la depredación ambiental. La destrucción de recursos naturales no renovables supone la imposibilidad de contar con materia prima para explotar en el futuro, y condenar a las siguientes generaciones a la pobreza. Podemos ponerle incluso cifras a esta destrucción: Un país como México requiere alrededor de veinte mil millones de dólares anuales para reponer las pérdidas de la degradación de su ambiente. Por supuesto: Ese dinero no se está invirtiendo, así es que ya llevamos una gran cantidad de recursos perdidos y no se ve cercano el día en el que la acción gubernamental (y social) revierta(n) esta situación. Como lo señalan Montada y Kals (2000), la conservación de los recursos naturales y el control de la contaminación requieren cambios en la conducta individual, en la manera de hacer negocios, en las industrias, en la agricultura y prácticamente en todas las actividades humanas. En estos días, casi cualquier persona puede notar que los efectos del comportamiento humano sobre el medio han llegado a ser devastadores. Sin embargo, menos personas aun parecen comprender que esos efectos también nos están alcanzando, y, por desgracia, menos gente aun alcanza a imaginarse qué cosas podemos hacer para contrarrestar la devastación que estamos provocando sobre nuestro planeta. Las cosas son más complicadas de lo que parece a simple vista, pues los problemas del medio no sólo tienen que ver con la falta de habilidades de las personas para proteger el entorno. También están involucradas las actitudes y creencias de muchos individuos que consideran que los riesgos ambientales son exageraciones de los ecologistas radicales. Cuando hablamos de que casi cualquier persona puede notar que los efectos del comportamiento humano sobre el medio son devastadores, nos referimos

a esas actitudes y creencias. Mucha gente aún cree que podemos seguir explotando el medio en la escala en la que lo hemos venido haciendo, dado que sus recursos son ilimitados. Otros piensan que alguna potestad divina nos dio el ambiente para explotarlo a nuestro arbitrio y que los seres humanos no formamos parte de él, sino que estamos por encima de la naturaleza y somos sus dueños. Esas actitudes y creencias son reflejos de sistemas culturales que se han preservado durante centurias o milenios y desterrarlas no es simple. Están también incluidas en el problema las motivaciones de la gente. ¿Qué beneficios puede aportarme en lo individual el cuidar el entorno? La pregunta que hace la contraparte es ¿Qué beneficios personales obtengo al degradar el medio? Por lo que sabemos, al parecer los individuos obtienen “mejores” respuestas a la segunda pregunta. Es decir, el sacar provecho de los recursos que nos brinda la naturaleza es más satisfactorio, a corto plazo, que cuidar o ahorrar esos recursos. Esta trampa social, como la denomina Platt (1973), representa una de las mayores dificultades al tratar de encontrar soluciones a los problemas del medio. En el problema también está presente el estilo personal que cada individuo proyecta –su “personalidad”- cuando se comporta de manera pro o antiecológica; estilo que al ser consistente y característico de cada sujeto, lo hace difícil de cambiar. Al ser así, el estilo personal irresponsable representa una gran dificultad al tratar de resolver los problemas del entorno, pero, por otro lado, ¿será posible instaurar un estilo personal proecológico? Esto implicaría una gran ventaja, pues su permanencia y dificultad de cambio lo haría idóneo para generar ciudadanos responsables con el medio ambiente. Habilidades, conocimientos, creencias, actitudes, motivos y estilos de vida o personalidad, son todos factores de orden fundamental en la explicación de los problemas ambientales. Los investigadores, a pesar de las divergencias teóricas que puedan presentar, están todos de acuerdo en que si queremos enfrentar de manera exitosa esos problemas debemos entender y tratar de cambiar las mencionadas variables conductuales. Ahora bien, esas variables son objetos de estudio de la psicología y las llamadas ciencias del comportamiento, es decir, de aquellas disciplinas que estudian la conducta humana, sus determinantes y sus consecuencias. Entre éstas se encuentran, aparte de la psicología, la antropología, el derecho, las ciencias políticas y la educación, entre otras. Al interior de la psicología se ha formulado desde los años sesentas un movimiento profesional y científico que ha dado origen a una nueva rama conocida como la psicología ambiental (PA), la cual trata acerca del comportamiento humano y su relación con diversos problemas y eventos ambientales. Por supuesto, las otras áreas de la ciencia comportamental también han dado origen a especialidades como la educación ambiental, el derecho ecológico, la ecología cultural, la sociología y demografía ambiental, etc., que abordan aspectos ambientales relacionados con sus objetos de estudio respectivos.

La psicología ambiental, entre otras cosas, aborda el estudio de los factores psicológicos, como las creencias, actitudes, competencias, motivos, conocimientos y creencias ambientales, y la manera en la cual estas variables afectan y son afectadas por la interacción individuo-medio ambiente. Este libro tiene el interés de introducir al lector al estudio de las relaciones entre variables psicológicas, los problemas del medio y las posibles soluciones a esos problemas. Dada la naturaleza compleja de los problemas ambientales, el texto también aborda aspectos interdisciplinarios del comportamiento proambiental como la educación, la cultura y la demografía ambiental, en un afán de brindar un panorama comprehensivo de los problemas del medio relacionados con la acción humana. La mayoría de los textos que tratan acerca del tema de la destrucción del entorno asume la perspectiva de enumerar los problemas ambientales y sus causas o, en el mejor de los casos, ofrecer soluciones de tecnología física (ingeniería ambiental). Aunque estas perspectivas son necesarias, no llegan a ser suficientes. Reconocer los problemas y sus causas, según pregona el viejo adagio, es una condición de inicio para enfrentar cualquier dificultad. Tras esto, sin embargo, es necesario buscar y ofrecer soluciones. En el caso de los problemas ambientales, no cabe duda que las ciencias físico-químicas y sus ingenierías derivadas, juegan un rol de primer orden en la solución de dichos problemas. Sin embargo, el agente causal de los desequilibrios ambientales es el ser humano y para entender qué mueve a este agente a comportarse de manera destructora o protectora con el medio ambiente, es necesario recurrir a las ciencias sociales y del comportamiento (Vlek, 2000). Afortunadamente, las estrategias de búsqueda de soluciones ambientales acuden cada vez más a las perspectivas social y conductual, tal y como lo muestra la gran cantidad de estudios acerca de los comportamientos proambientales. Estos estudios han sido desarrollados por psicólogos, sociólogos, antropólogos, ecólogos humanos, educadores ambientales, entre muchos otros profesionales del estudio comportamental. Sus resultados aparecen publicados fundamentalmente en revistas de divulgación científica y en tesis de posgrado. Es extraño, sin embargo, que a pesar de la abundancia de información en el área de las conductas protectoras del ambiente, haya tan pocos libros especializados en el tema. En el ámbito anglosajón, que es el que domina por la cantidad de estudios acerca del comportamiento proambiental hemos detectado un puñado de textos, entre los que podemos destacar el de Cone y Hayes (1980), que fue quizá la primera monografía especializada en el tema. Otros textos especializados son los de Geller, Winett y Everett (1982), y más recientemente, los libros de Gardner y Stern (1996) y Winter (1996). Puede afirmarse que hacen falta más libros acerca de la conducta proecológica y las soluciones tecnológico-sociales a los problemas del medio. En el contexto iberoamericano existe menos información aún. España, México, Brasil, Venezuela y Colombia se encuentran entre los pocos países que

producen investigaciones en conducta proecológica. Sin embargo, hasta donde sabemos, el presente es el primer libro, en lengua castellana, especializado en el tópico, es decir, un texto dedicado exclusivamente al tema del comportamiento proambiental. Por supuesto, hay una cantidad de trabajos empíricos sobre el tema, escritos en Castellano o Portugués (por ejemplo, Corral-Verdugo, 1996; 1997a; Hess, Suárez y Martínez-Torvisco, 1997; Páramo y Gómez, 1997; Granada, 1998; Biaggio, Vargas, Monteiro, y cols., 1998), y algunos trabajos de revisión de la investigación en conductas proambientales (ver Landázuri y Terán, 1998; CorralVerdugo, 1998a; Sánchez, 1998; Hernández e Hidalgo, 1998; Suárez, 1998; Pinheiro, 1997), todos ellos publicados como artículos o capítulos de libros. La escasez de información en lengua castellana se complementa con la ausencia de textos accesibles a la comprensión de estudiantes y de otras personas que no sean necesariamente expertos o investigadores en psicología ambiental. El propósito de escribir el presente libro no fue sólo entonces el de llenar el hueco existente en la divulgación de material relacionado con el estudio de la conducta proambiental, sino el de hacerlo accesible a estudiantes de bachillerato, licenciatura y posgrado. Esto sin demérito de la calidad científica que se le pretendió imprimir al texto. Los especialistas en el área podrán encontrar aquí una revisión extensa de estudios, métodos y aproximaciones en el campo de las conductas protectoras del ambiente, y a la vez, los lectores más jóvenes podrán tomar el material como guía para formularse propuestas de investigación e intervención. El libro puede ser de utilidad no solo para psicólogos, sino también para educadores ambientales, antropólogos, abogados, sociólogos, administradores de recursos naturales y otros profesionales e investigadores de las ciencias sociales. Además, puede ser una fuente de consulta para ingenieros agronómos, ingenieros industriales y de sistemas y diseñadores de tecnología proambiental. Prácticamente cualquier curriculum de enseñanza que contenga aspectos de preservación ambiental en sus contenidos podría verse beneficiado al incluir este material en sus lecturas y fuentes de referencia. Siguiendo los objetivos antes planteados, la estructura del texto trata de ser didáctica, siguiendo una estrategia analítica de presentación de temas relevantes relacionados con la conducta proambiental. En el capítulo I se hace un recuento de los principales problemas ambientales, relacionándolos con el comportamiento. Posteriormente, se define el objeto de estudio de interés: El comportamiento proambiental (CPA), enmarcándolo en el contexto de la psicología ambiental y se enumeran los tipos de comportamiento proambiental que más han sido estudiados. En el capitulo II se presentan los enfoques teóricos más utilizados por los investigadores del CPA. Predominan las aproximaciones conductuales, cognosicitivistas, evolutivas y sistémicas. También se hace mención al enfoque psicoanalista. Por su parte, el capítulo III consiste en un recuento de las estrategias

de investigación que se emplean en el estudio de la conducta proecológica (otra manera de llamarle al CPA). Entre éstas se mencionan los tipos de muestras estudiadas, los diseños de investigación, los métodos de recolección y análisis de datos y las maneras de evaluar las propiedades psicométricas de los instrumentos de investigación. El capitulo IV trata el tema de las creencias proambientales. La discusión se centra en la relación que existe entre el CPA y las visiones acerca de la relación entre los seres humanos y el medio ambiente. Los esquemas de creencias incluyen el Nuevo Paradigma Ambiental, las dicotomías antropocentrismo-ecocentrismo y materialismo-austeridad, las creencias acerca de las consecuencias del comportamiento, y los efectos de la ideología y la religión sobre el cuidado del entorno. El capítulo V es un recuento de estudios que abordan la relación entre factores de personalidad y la protección del medio, así como entre las disposiciones valorativas (actitudes y motivos) y la conducta proecológica. Las preguntas que tratan de contestar estos estudios son las de si existe una personalidad proambiental y cuáles son los motivos que llevan a las personas a cuidar el ambiente. El capítulo VI, por su lado, presenta las relaciones que se han encontrado entre variables como el conocimiento, las habilidades y las competencias proambientales con las conductas de cuidado del medio. El capítulo VII introduce al lector al estudio de las características demográficas de los individuos proambientalistas. Se revisan variables como el nivel educativo, el sexo, la edad, el ingreso económico y las características de la vivienda, entre otros. De manera relacionada, el capítulo VIII discute cómo es que las situaciones que rodean a las personas pueden influir en su comportamiento de cuidado del medio. Algunas de estas situaciones representan facilidades físicas para cuidar el entorno, aunque otras son marcos normativos que determinan qué conductas son apropiadas en la situacion de interacción sujeto-ambiente. El capítulo IX es una introducción al campo de la educación ambiental. En éste se trata de aplicar el conocimiento generado por la investigación de las conductas protectoras del ambiente, combinando esta aplicación con el uso de estrategias de enseñanza que permitan el desarrollo de competencias y un estilo de vida proambiental en los estudiantes y los ciudadanos en general. Por último, el capítulo X implica una integración de los aspectos revisados en los apartados previos. En ésta se discuten los avances alcanzados en el conocimiento de los determinantes del CPA, se señalan las limitaciones de los estudios hasta ahora emprendidos y se apuntan temas y áreas de investigación que, a juicio del autor, constituirán el futuro de este campo de la ciencia ambiental.

CAPÍTULO I: PSICOLOGÍA AMBIENTAL Y CONDUCTA PROTECTORA DEL MEDIO

1. La psicología y los problemas del medio ambiente. Cuando me preguntan mi profesión y especialidad y contesto: “psicología ambiental” la mayoría de las personas se intriga y, usualmente va a la segunda pregunta: “y eso ¿qué es?” Les explico que la PA trata acerca de las relaciones entre la conducta de los seres humanos y los problemas del medio, y que, al estudiar esas relaciones tratamos de entender qué características de la gente, y qué situaciones de su entorno posibilitan la preservación del ambiente. Usualmente, hay que avanzar en la exposición para aclarar que el área de la ciencia que estudia las características de las personas y su medio, así como sus relaciones, es la psicología. Esta área, al estudiar el comportamiento de los individuos, puede describir, explicar y predecir la conducta responsable con el medio ambiente, así como el comportamiento anti-ambiental. Por lo general, a estas alturas quienes me hacen la pregunta quedan convencidos de la pertinencia de involucrar a la psicología, y a otras disciplinas comportamentales, en el estudio de los problemas del medio. Al fin y al cabo, cada vez que una persona utiliza de manera responsable o irresponsable los recursos ambientales lo hace comportándose, es decir, interactuando con el entorno. Por otro lado, los psicólogos dividen -quizá con fines didácticos y de facilidad de análisis- el comportamiento general, en diversas facetas. Por ejemplo, a las conductas que tratan con resolución de problemas les llamamos comportamientos “competentes” o “inteligentes” (Corral-Verdugo, 1994), a los comportamientos de elección o preferencia los denominamos “motivos” o “actitudes” (Corral-Verdugo, 1998b); a las conductas con las que relacionamos objetos o eventos, empleando criterios convencionales, que reflejan las normas culturales, les llamamos “creencias” (Ribes et al., 1998); a las conductas idiosincrásicas o que reflejan peculiaridades propias del individuo les damos el mote de “personalidad” o el de “estilos interactivos” (Ribes, 1990), etc. Pues bien, todas estas facetas del comportamiento parecen estar implicadas en nuestras acciones pro o anti-ambientales, y sobre ellas trataremos en este texto. Antes de eso, discutiremos algunas ideas acerca del origen de los problemas del medio y trataremos de contextualizar el estudio de los comportamientos proambientales en el marco de la psicología ambiental.

2. La conducta humana y el origen de los problemas ambientales. ¿Cómo surgió la conducta destructora del medio? ¿Es el ser humano un organismo destructor por naturaleza? Contestar a la primer pregunta -a pesar de que no tenemos acceso a la observación directa de la conducta humana primitivaes más fácil que responder a la segunda interrogante. Pese a la dificultad de ambas preguntas podemos intentar responderlas. Parece haber un cierto acuerdo al afirmar que el inicio de los efectos nocivos del comportamiento sobre el medio se aparejó a la aparición de la civilización (Huges, 1981; Stallings, 1957), es decir, a la fundación de las primeras ciudades. Esto no significa que la conducta humana no tuviera un efecto sobre el medio antes de que aparecieran las primeras poblaciones sedentarias. Una forma de supervivencia de nuestros ancestros nómadas, hace 30,000 años era el pastoreo de rebaños migratorios, la caza, y la recolección de raíces y frutos silvestres (Trueba, 1980). Los grupos humanos se movían de lugar en lugar, siguiendo a los rebaños y aprovechando su carne, leche y pieles. Ocasionalmente pudiera haberse presentado una depredación sistemática de rebaños de mamíferos migratorios, como se muestra en hallazgos de fósiles (Campbell, 1985). Quizá esa depredación haya incluso colaborado en la extinción de algunas especies, y es posible también que ancestros del ser humano moderno, como los llamados Hombres de Cro-magnon, hayan utilizado la quema de bosques y matorrales, como una forma de conducir a los animales de un lugar a otro con esos incendios elaborados (Hughes, 1981). No obstante, se acepta en general que esas prácticas primitivas no tuvieron efectos significativos en el ecosistema (Campbell, 1985). ¿Cómo sabemos esto? No hay una respuesta a ciencia cierta, pero se pueden estimar los efectos de esas prácticas si las igualamos con las de grupos humanos contemporáneos que comparten características de vida de esos grupos primitivos. Al observar, por ejemplo, el impacto ambiental del pastoreo nómada de los nuunamiut (esquimales) en Norteamérica o el de los lapones en el norte de Europa, se ve que éste es notoriamente menor al de los grupos humanos que utilizan tecnologías modernas. A pesar de esto, no cabe duda que el uso de herramientas de caza, aunque fuesen primitivas, el descubrimiento y uso del fuego y las actividades de subsistencia como la explotación de rebaños de animales migratorios, representaron acciones de impacto negativo en el entorno. El descubrimiento de la agricultura posibilitó que la economía de subsistencia fuese cambiando por una forma de explotación a gran escala de los recursos naturales. Tras la “domesticación” de las plantas fue posible producir más que lo necesario para vivir y guardar el resto. Esto a su vez produjo un incremento en el bienestar humano: El hambre ya no fue necesariamente un riesgo inevitable de la vida y ésto propició que la población creciera. Al hacerlo, se generó una mayor necesidad de alimento, acompañada de una presión por extraer más

recursos de la tierra y, en fin, la aparición de un círculo vicioso que parece no tener fin. Juntas con la agricultura aparecieron las primeras ciudades, el comercio y el afán de lucro que acompañó a éste. También se desarrolló en grado mayor la tecnología y las posibilidades de impactar al entorno fueron también mayores. La siembra de extensas porciones de terreno con una sola variedad de semillas (monocultivo) ocasionó la aparición de plagas en grandes extensiones de tierra. La simplificación de los ecosistemas por la agricultura alteró la variedad, condición fundamental para la subsistencia de éstos (Odum, 1983). Aunque los pueblos antiguos conocían formas de tratar la tierra para hacerla productiva (empleando abonos y fertilizantes), la sobreexplotación condujo a un desmedro de la comunidad biótica (Hughes, 1981). La salinidad producida por los tratamientos al terreno y por el riego casi constante sólo podía -y puede- ser tratada con más agua con la consecuente salinización, en otro círculo vicioso sin fin. Mesopotamia y el pueblo Maya son ejemplos de civilizaciones que decayeron por estas consecuencias no previstas de la explotación agrícola (Stallings, 1957; Deevey, Rice, Rice, Vaughan, Brenner y Flannery, 1979). Las quemas de los desechos del cultivo propiciaron además el empobrecimiento del terreno y la contaminación del aire en épocas en las que no cabría esperar ese tipo de polución. Otros tipos de efectos antiambientales fueron, por supuesto, la tala de árboles para aprovechar terreno de siembra, y la extinción de especies animales con la alteración del ecosistema. Estos efectos se vieron en todas las ciudades del mundo antiguo. En esencia, la conducta destructora del medio se manifestó en una escala notoria cuando el ser humano contó con las herramientas tecnológicas y los sistemas de producción que le posibilitaron generar excedentes de su trabajo. No se trató ya de sobrevivir, lo cual implica comportarse como un integrante más del ecosistema, sino de obtener un beneficio “extra” que rompió el equilibrio ecológico. Cuando el ser humano fue capaz de lograr ese excedente, a través de la tecnología, entonces empezó su impacto significativo en el entorno. Esto nos lleva a la segunda pregunta ¿Es el ser humano destructor del entorno por naturaleza? Depende de lo que entendamos por “naturaleza”. Si la constitución biológica y psicológica de los seres humanos (su “naturaleza”) lo ha encaminado a ser la primera especie capaz de desarrollar tecnología, entonces no cabe duda que la respuesta es afirmativa. Ahora bien, esta naturaleza está acompañada de otros rasgos distintivos del ser humano, como su actuar deliberado, su anticipación (pensamiento prospectivo o hacia el futuro), su conducta cooperativa y su solidaridad hacia otros. Estos rasgos, junto con la capacidad de producir tecnología pueden mitigar y revertir los efectos del comportamiento destructor del medio. La “naturaleza” humana puede generar también conductas proambientales y este libro trata acerca de lo que sabemos de

ellas. ¿Cómo aparecen? ¿Bajo qué circunstancias? ¿Existe una “naturaleza” humana proambiental que coexiste con la tendencia destructora?

3. La gravedad de los problemas ambientales La aparición de las ciudades, el progresivo y rápido crecimiento poblacional y el uso de tecnología para explotar los recursos naturales y mejorar las condiciones de vida han sido vistos durante cientos de años como bendiciones. Ciertamente, estos hitos de la humanidad tienen un lado notoriamente positivo, pero también presentan su lado oscuro. Tras concluir la segunda guerra mundial, las sociedades industrializadas y algunos países en vías de desarrollo experimentaron estándares de vida sin precedentes. Una buena parte de la población tuvo a su disposición alimento, vivienda, educación y servicios de salud de buena calidad. Sin embargo, para alcanzar esos altos estándares de vida se ha tenido que pagar un gran precio: La amenaza del colapso ambiental (Nevin, 1991). Por otro lado, la mayor parte de la población de los países del llamado “Tercer Mundo”, quienes concentran la mayoría de la población, no sólo no han visto una mejoría en sus malas condiciones de vida, sino que también enfrentan esa amenaza global (Takala, 1991). De acuerdo con Oskamp (2000), las causas fundamentales de los problemas del medio son dos: La sobrepoblación y el consumo desmedido de productos. Numerosos estudios geofísicos señalan que están ocurriendo cambios globales del ambiente a una tasa alarmantemente rápida (Silver y DeFries, 1990; Brown y Flavin, 1999). La investigación ecológica también revela que existe una relación directa entre la conducta individual y grupal y esos cambios ambientales (Stern, Young y Druckman, 1992; Stokols, 1997). De manera resumida los principales problemas que enfrenta la biósfera terrestre, en donde el comportamiento humano ha jugado un papel relevante, son los siguientes: 3.1. La atmósfera. Las tres funciones vitales que tiene la atmósfera para propiciar la vida en el planeta están siendo amenazadas. Estas tres funciones son: Proveer un clima estable, proteger a la tierra de radiaciones letales y proveer aire fresco y limpio (McKenzie-Mohr y Oskamp, 1995). Con respecto al clima, existe evidencia que muestra que la temperatura promedio ha aumentado .6o C en los últimos cien años, y si la tendencia subsiste, a este incremento se le agregará un .3 o C de aumento por década (Brown y Flavin, 1999). Uno de los factores responsables de este cambio es el llamado efecto invernadero, producido por la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón mineral), y el uso de productos como el metano, óxido nitroso, y clorofluorocarbonos, para labores industriales y la agricultura (Jones y Wigley, 1990; Trefil, 1990). Estos gases de invernadero son trasparentes a la luz del sol (Mintzer, 1992), sin embargo, son capaces de atrapar las ondas de radiación

térmica que la tierra emite de regreso al espacio. Como consecuencia de esto, el calor llega pero no todo se refleja y esto calienta la superficie a la manera de un invernadero (Kempton, Darley y Stern, 1992; Stern, 1992). Aunque el cambio en la temperatura que referimos arriba puede sonar ridículo para algunos, su tendencia puede llevar a incrementos de entre 1.5o a 4.5o C para mediados del siglo XXI, lo cual provocaría que el nivel del mar suba más de medio metro, inundando ciudades costeras y campos agrícolas. También se producirían más huracanes y estos serían de mayor potencia, cambiarían los patrones de precipitación pluvial, la agricultura sería afectada y se perderían innumerables especies animales y vegetales (Brown y Flavin, 1999). La función de protección contra radiaciones letales también está seriamente amenazada por la contaminación atmosférica. A la capa de ozono, responsable de esa protección, la están destruyendo contaminantes producidos por el ser humano. Los clorofluorocarbonos (CFCs) son algunos de esos contaminantes. Estos compuestos, que son utilizados en refrigeradores, aparatos de aire acondicionado, y como solventes en la industria electrónica, al ser liberados a la atmósfera tardan quince años en alcanzar la capa de ozono. Sin embargo, una vez ahí, se rompen, liberando átomos de cloro que interactuan con el ozono para crear monóxido de cloro y oxígeno (Brown, Flavin y Kane, 1992). La falta de protección contra las radiaciones ultravioletas propicia un incremento en la aparición de cáncer de piel, cataratas y un debilitamiento del sistema inmunológico. Estas radiaciones también afectan la producción agrícola al limitar la fotosíntesis y la absorción de nutrientes del suelo por las plantas (Meadows, Meadows y Randers, 1992). Por si fuera poco, el fitoplancton, que es básico en la cadena alimenticia del oceáno, se ve reducido por la radiación ultravioleta (Johnson, 1990). Por último, la limpieza del aire parece ser una cualidad del pasado. Las concentraciones de CO2 en la atmósfera son las más altas de los últimos 160,000 años (Brown y Flavin, 1999). Las emisiones de contaminantes industriales a la atmósfera incluyen NO2, SO2, CO2, y las siete sustancias adicionales, como contaminantes industriales, que se listan por el Acta de Aire Limpio de los E.E.U.U. (Bechtel, 1997) son los asbestos, el mercurio, el berilio, el cloruro de vinil, el benceno, los radionúclidos y el arsénico. A éstas se agregan los metales tóxicos como el arsénico, el zinc, el cobre, y el mercurio. 3.2. El suelo y los bosques. La degradación ambiental también alcanza a la superficie terrestre, incluyendo su suelo y sus bosques. El ritmo de la deforestación en bosques tropicales se incrementó a una tasa de 50% en los años 80 (McKenzie-Mohr y Oskamp, 1995). Casi la mitad de los bosques que alguna vez cubrieron la tierra ya desaparecieron (Abramovitz y Mattoon, 1999). La deforestación total ocurre a una tasa tal que implicará que el 40% de los bosques en los países subdesarrollados

desaparecerá para este año 2000 (U.S. Departament of Agriculture, 1980). Una causa de lo anterior es la utilización sin precedentes de la madera, como combustible, papel, muebles y construcción de casas. El uso de papel se incrementó seis veces entre 1950 y 1996, alcanzando 281 millones de toneladas (Brown y Flavin, 1999). La producción total de madera creció un 49% sólo de 1980 a 1995 (Abramovitz y Matton, 1999) y el crecimiento se mantiene. Con respecto al suelo, a partir del final de la II Guerra Mundial se ha perdido (degradado) un área de suelo equivalente a la superficie de China y la India juntas (World Resource Institute, 1992). La degradación del suelo es producto de varias actividades humanas, incluyendo la agricultura, la deforestación y el sobrepastoreo de pastizales (ganadería). Cuando la tierra se sobre-explota o se utiliza de manera inapropiada, ésta se erosiona y pierde mucha de su capacidad para proveer recursos a la vida del planeta. Tras la deforestación de los suelos ocurre una gran cantidad de cambios destructivos como los deslaves o deslizamientos de terreno en las lluvias, que arrastran poblaciones enteras. La rapidez de estos deslaves impide que la tierra sea filtrada por el agua y recargue los mantos acuíferos, lo cual resulta en una posterior escasez de agua. Los deslaves también aumentan el grado de erosión, y promueven que los ríos se lleven el rico material orgánico de las capas superiores del suelo (Stern y Oskamp, 1987). Aun en la tierra “rica”, la siembra intensiva puede conducir a una pérdida drástica de los materiales orgánicos del suelo. Esto ocurre incluso en las naciones más desarrolladas, que practican una agricultura de avanzada tecnología. 3.3. El agua. Uno de los problemas más acuciantes para muchas poblaciones humanas es el de la escasez de agua, especialmente el agua potable. Aunque en algunas partes del planeta aun existe abundancia del recurso, en otras se presenta una carencia crónica que se agrava día a día. Alrededor de 26 países que albergan 230 millones de personas experimentan recortes severos de agua (Brown et al., 1992). Incluso en lugares en donde el recurso puede parecer abundante o suficiente, el problema se presenta debido a la contaminación de mantos acuíferos que ocasiona que el recurso, a pesar de estar disponible, no sea apto para el consumo. En otros lugares, aunque el líquido sea abundante y no esté contaminado, el costo ambiental que implica el almacenar, transportar, y entregar el líquido a la población contrarresta el aparente beneficio de las obras hidráulicas (Cone y Hayes, 1980). Por “costo ambiental” se entiende la construcción de presas, que modifican el habitat de numerosas especies animales y vegetales; el gasto de energía, y la contaminación asociada que conlleva el bombeo y la conducción del agua hacia los sitios de distribución. En estos días, el 70 por ciento de toda el agua que se canaliza desde los ríos o se bombea desde pozos subterráneos se utiliza para la irrigación

agrícola. El 20% se usa en la industria y el 10% va a las residencias (Brown y Flavin, 1999). En todos los casos se presenta el uso irracional del recurso, por ejemplo, se calcula que en los países del Tercer Mundo se pierde tanto como el 60% del consumo de agua en fugas del líquido (O’Meara, 1999). Muchas áreas del planeta han sobre-explotado sus recursos hidráulicos en proyectos de agricultura y urbanismo. El ritmo de extracción del recurso es superior al de la capacidad del suelo para recargar sus mantos acuíferos. Las consecuencias de lo anterior se manifiestan en un decremento notorio de las reservas en el suelo y sus pozos, la carencia de líquido para mantener a la población, y el subsidio obligado a las tierras de cultivo (Brown, 1981). La industrialización y la sobrepoblación también son presiones para incrementar el ritmo de extracción de agua del subsuelo, su conducción desde lugares remotos y su gasto incrementado, propiciando el agotamiento del recurso. Aunque nuestros antepasados han luchado contra la escasez de agua, desde la Mesopotamia hasta nuestros días, la falta de disponibilidad de agua para el consumo humano puede constituirse en el problema más serio que enfrentaremos conforme nos adentremos en el nuevo milenio (Brown y Flavin, 1999). 3.4. Basura. El planeta se está llenando de desechos producidos por el creciente consumo humano. La cantidad de desechos generada por cada individuo se incrementa en función de la mejoría en el ingreso económico. Los pobladores urbanos en países industriales generan hasta 100 veces más basura por individuo que las personas en los países en vías de desarrollo (O’Meara, 1999). Sin embargo, también en los países más pobres la basura está aumentando. En éstos, las tasas de crecimiento poblacional son mayores a las de los países más favorecidos económicamente, de manera tal que, aunque el consumo individual sea menor, el consumo total compensa las cantidades menores de productos consumidos per cápita (CorralVerdugo, 1996). Los problemas asociados a la producción de la basura son fundamentalmente tres: Gasto de recursos, muchos de los cuales no son renovables; pérdida de espacio para seres humanos, plantas y animales, debida a la necesidad de destinar lugares para almacenar la basura; y contaminación de aire, agua y suelos, con los consecuentes riesgos para la salud (Fishbein y Gelbe, 1992; Johnson, 1990). Los peligros de la acumulación de basura son más pronunciados en los países pobres, en donde entre la tercera parte y la mitad de los desechos no se recogen (O’Meara, 1999). Todos estos problemas tienen un notorio componente conductual. Los responsables de su aparición y mantenimiento son los seres humanos y los únicos que pueden enfrentarlos y contrarrestarlos son ellos mismos.

3.5. Energía. El bienestar humano y la sobrevivencia de la civilización dependen del aporte de suministros energéticos. El petróleo es la principal fuente, aportando el 30% del uso comercial, con 67 millones de barriles producidos diariamente. El gas natural emerge como una alternativa ambiental, con varios usos, y contribuye con el 23% de la utilización. El carbón mantien un importante papel como generador de fuerza, con el 22% de aportación al uso de energéticos (Flavin y Dunn, 1999). Ninguno de estos suministros es renovable, es decir, algun día se agotarán, como los combustibles fósiles (petróleo, gas); y otros de ellos, aunque existen de manera prácticamente inagotable, producen efectos secundarios indeseables al utilizarlos de manera indiscriminada. Al parecer, el primer problema (agotamiento de las fuentes de energía) no preocupa demasiado a los politicos y a los ciudadanos de principios del nuevo milenio. La idea de que el petróleo se agotaría para la primera década del año 2000 ya es cosa del pasado. De hecho, tendremos petróleo por varias décadas más, y si éste se agota, aun habrá gas natural por, al menos, un poco más de tiempo. Para el año 2040 se podrá explotar una forma de petróleo pesado (brea) y antes de que éste se acabe, el carbón ocupará su lugar. Así es que, el problema de la disponibilidad de fuentes de energía fósiles no parece ser grave en el mediano plazo, y mucho menos si hablamos de otras formas de extraer esa energía. El problema es la contaminación y otras consecuencias negativas de su uso. Por ejemplo, la energía nuclear en teoría puede extraerse de cualquier elemento químico, la energía solar esta disponible casi a diario, y como vimos, otros recursos como el carbón, pueden utilizarse en gran escala, renovando sus fuentes de abastecimiento. Lo malo es que el uso a gran escala de estos energéticos –con la excepción de la energía solar- produce contaminación o gases de invernadero (Kempton, Darley y Stern, 1992; Stern, 1992), como ya vimos en la sección acerca de la atmosféra. Los otros problemas, sabemos que se relacionan directamente con la salud de los seres humanos y las otras especies del planeta (ver Flavin y Dunn, 1999). Para muchos países, está también presente el problema de los recursos económicos. Son tan escasos los fondos monetarios que el desperdicio de combustibles o fuentes de energía se presenta como una cuestión de sobrevivencia. Por lo tanto, el problema no es sólo de evitar contaminar o generar sobrecalentamiento de la tierra, sino de ahorrar los pocos recursos que aun le quedan disponibles a los países pobres. 3.6. Amenazas a la biodiversidad. Existen evidencias muy sólidas que muestran que la actividad humana es por hoy la principal amenaza a la biodiversidad del planeta. La variedad de plantas es quizá el recurso más importante con el que cuenta la humanidad y estamos

acabando con ella. Los científicos han descrito más de 250,000 especies de plantas y estiman que puede haber más de 50,000 adicionales, esperando ser clasificadas (Heywood y Davis, 1997). Estas proveen alimentos, enriquecen la atmósfera respirable y sirven para la elaboración de una infinidad de productos, entre los que destacan los medicamentos. Aunque la extinción es un componente normal de la evolución, ésta constituye un evento más bien raro, cuya tasa natural implica la desaparición anual de entre 1 a 10 especies. En contraste, los investigadores estiman que la tasa de extinción se aceleró en 1,000 especies por año durante el siglo XX (Stork, 1997). La escala de la actividad humana en el uso y control de recursos ha llegado a ser tan notoria que, por ahora, hombres y mujeres consumimos el 40% de la producción biológica anual (Tuxill, 1999), entre la que destacan los productos de monocultivos. En combinación, estos cálculos hacen suponer que nos encontramos en el inicio de un período de extinción masiva, un hito global evolutivo que afectará la biodiversidad y la composición del planeta tierra. Esta extinción sería la más grande desde aquella que borró de la faz del planeta a una inmensa cantidad de especies hace 160 millones de años (Brown y Flavin, 1999). Ahora mismo, los científicos están detectando indicios de una atmósfera global alterada en las comunidades de plantas. La tasa de recambio de los bosques, es decir, la tasa en la que los árboles mueren y son reemplazados por otros, se ha incrementado significativa y sostenidamente desde los años 50. Esto sugiere que los bosques se están volviendo “más jóvenes” y dominados por árboles de más rápido crecimiento y de corta vida. Estos son los árboles que se espera vivan mejor en una atmósfera rica en bióxido de carbono y con eventos climáticos más extremos. Si no se reducen las emisiones de carbono, las tasas de recambio seguramente seguirán incrementádose y esto llevará a la extinción de numerosas especies de árboles de más lento crecimiento, que no pueden competir en una atmósfera rica en CO2. (Tuxill, 1999). Los científicos también identifican un potencial efecto de invernadero “de escape”, que se presentaría después del 2050 y que puede convertir áreas como el Amazonas y el sur de Europa en desiertos virtuales (Brown y Flavin, 1999). De acuerdo con el análisis de más de 240,000 especies de plantas investigadas, una de ocho se encuentra en riesgo potencial de extinción, ya sea por que ya está en peligro evidente, porque es vulnerable a cambios inducidos en su habitat, porque es extremadamente rara, o incluso, porque se sabe poco de ella (Walter y Gillett, 1997).

Tabla 1.1. Problemas ambientales y causas conductuales Problemas ambientales Atmósfera: Efecto invernadero

Destrucción de capa de ozono Suciedad del aire

Suelos: Deforestación Degradación del suelo Agua: Escasez del líquido Contaminación del agua

Basura: Producción excesiva de desechos. Contaminación.

Energía: Agotamiento de recursos Biodiversidad : Extinción de especies

Población : Hambre y guerra

Sobrepoblación

Causas Quema de combustibles fósiles ; uso de productos como el Metano, óxido nitroso y CFC, para agricultura e industia. Uso de CFC. Emisión de contaminantes industriales (NO2, , SO2, CO2, Asbestos, mercurio, berilio, cloruro de vinil, benceno, etc. Tala inmoderada de bosques, incendios, uso agrícola de zonas forestales. Agricultura de monocultivo, erosión por sobreexplotación, deslaves. Riego intensivo en agricultura, usos industriales sin moderación, consumo doméstico irracional. Descarga de desechos domésticos e industriales en sistemas de conducción, contaminación de mantos acuíferos. Consumismo, conducta de desperdicio. Manejo inadecuado de basura, especialmente de sustancias tóxicas; compra de productos nocivos para el ambiente Uso irracional de la energía; falta de uso de aditamentos de ahorro. Destrucción de hábitats, contaminación del aire, suelo y agua; sobreexplotación de especies en peligro de extinción. Desigualdad en la distribución de recursos, sobrepoblación ; lucha por acceso a tierras no contaminadas o erosionadas. Sistemas de creencias, falta de acceso a educación.

Pero las plantas no son las únicas amenazadas por la actividad humana irresponsable. El inicio del nuevo milenio marca el punto de cambio en la productividad de las pesquerías oceánicas: Un cambio de la abundancia a la gran

escasez, en donde las especies se vuelven raras, los precios de los productos marinos se vuelven elevados, y el conflicto entre países por la explotación de las pesquerías se multiplica. Una tercera parte de las 24,000 especies de peces, tanto marinas como de agua dulce, está amenazadas por la extinción (Brown y Flavin, 1999). En la tierra y en el aire las cosas no son muy diferentes. De las 9,600 especies de aves que pueblan el planeta, dos terceras partes están en declive, mientras que el 11 por ciento se encuentra amenazada por la extinción. Considerando las 4,400 especies de mamíferos –de las cuales nosotros somos sólo una- el 11% está en peligro de extinción y otro 14 % se encuentra en estado vulnerable, tendiendo a ese mismo peligro (Baillie y Groombridge, 1996). Si la humanidad pretende prosperar, no puede sustentar su desarrollo en la desaparición de otras especies. Una economía sustentable no destruye plantas y animales de manera más rápida que la capacidad de evolución de nuevas especies. 3.7. La población. Para nadie es una novedad que la población humana ha alcanzado un nivel de crecimiento sin precedentes (ya somos, a partir de julio de 1999, seis mil millones de personas) y que hay una correlación significativa entre sobrepoblación y la merma en los recursos naturales disponibles. El agotamiento de estos recurso no sólo conduce a la pobreza y al hambre, sino también puede generar conflictos (incluyendo la guerra) entre comunidades, por el acceso a la poca riqueza natural disponible (Renner, 1999). En ecología existe una regla que establece que los límites de crecimiento poblacional de una especie están dados por la disponibilidad de recursos (Sponsel, 1987). Los seres humanos en general estamos muy cerca de ese límite, y en algunas regiones ya lo hemos rebasado, lo que explica en parte las hambrunas en ciertas zonas del planeta. Ciertamente, una de las causas más serias de los problemas ecológicos es la sobrepoblación que lleva al agotamiento de recursos, la contaminación, y mayor pobreza, por lo que se invierte una buena cantidad de esfuerzo en el desarrollo de programas de control natal en muchas regiones y países (Howard, 2000). También sabemos que los paises eufemísticamente llamados “en vias de desarrollo”, que comprenden las naciones más pobres, son aquellos que poseen una mayor tasa de crecimiento poblacional. Lo anterior parece correlacionarse con sistemas de creencias que ven a una familia numerosa mejor que a una con pocos miembros. También se ha encontrado que un acceso limitado a la educación formal se correlaciona positivamente con engendrar un número alto de hijos (Roodman, 1999). Los sistemas de creencias que favorecen una familia numerosa y los índices más bajos del nivel educativo se encuentran en las naciones pobres, quienes además padecen serios problemas ambientales.

De un análisis simplista de lo anterior podría desprenderse que los países menos favorecidos económicamente son los responsables del deterioro ambiental. Esto, sin embargo, no es enteramente cierto. Las naciones industrializadas, aunque tiendan a una tasa cero de crecimiento poblacional, son las más consumistas, lo cual implica que un solo individuo en una de esas naciones puede gastar más recursos que muchas personas de los países pobres. Se sabe que el consumo energético de una sola nación industrializada equivale al gasto de decenas de países pobres. Los norteamericanos por sí solos utilizan alrededor de la tercera parte de los productos que componen la economía global (Gardner y Sampat, 1999). Entonces, si bien es cierto que el crecimiento poblacional tiene un impacto negativo en el ambiente, la solución de los problemas no se arregla solamente con disminuir ese crecimiento, sino también con disminuir el consumo individual. De hecho, lo que se ha observado en la investigacion pertinente es que cuando decrementa la tasa de crecimiento poblacional, aumenta el consumo individual, lo cual deja las cosas igual o peor que antes, en términos del gasto de recursos, contaminación y otros efectos ambientales nocivos. En China, por ejemplo, el progreso impresionante de la agricultura tras las reformas de 1978, combinado con el dramático decremento en la tasa de crecimiento poblacional, incrementó la producción de consumo de granos por persona de 200 a 300 kilogramos por año (Brown, 1999). Esto plantea que la solución al dilema de crecimiento/control de la población en su relación con los problemas ambientales no es tarea nada fácil y requiere de un mayor entendimiento de la naturaleza humana.

4. Psicología ambiental. Como vimos antes, la rama de la psicología que se interesa en el estudio del comportamiento proambiental es la psicología ambiental. Ésta, sin embargo, no sólo estudia los comportamientos de protección del medio, sino también muchas formas de comportamiento humano que tienen relación con diversos aspectos del ambiente. Hay muchas definiciones de psicología ambiental. Como lo mencionan Aragonés y Amérigo (1998, p. 23), definir significa “delimitar y, por tanto, decidir hasta dónde alcanza la materia definida.” Según estos autores, los psicólogos ambientales, como Canter y Craig (1981) han sido cautos y han dado definiciones muy generales, de manera tal que con éstas “no se comprometa la disciplina”. Esto pareciera indicar que, tratando de evitar ese compromiso las definiciones pudieran ser imprecisas, y quizá algo más, como veremos después. Algunas de las definiciones de psicología ambiental se presentan a continuación: “El estudio científico de la relación entre el hombre y su medio ambiente” (Lee, 1976, pág. 9).

“Una disciplina que se ocupa de las relaciones entre el comportamiento humano y el medio físico” (Heimstra y McFarling, 1978, pág. 2) “[El estudio de] las influencias interactivas y recíprocas que tienen lugar entre los pensamientos y conductas de un organismo y el ambiente que rodea a ese organismo” (Darley y Gilbert, 1985, pág. 949). “Es el estudio de la conducta y el bienestar humano en relación con el ambiente sociofísico” (Stokols y Altman, 1987, pág. 1). “Disciplina que estudia las relaciones recíprocas entre la conducta de las personas y el ambiente sociofísico tanto natural como construido” (Aragonés y Amérigo, 1998, pág. 24). Ciertamente, hablar de relaciones entre los humanos y su medio ambiente, como lo plantea Lee (1976) no “compromete a la disciplina”, pero tampoco aclara el ámbito de estudio de la PA. Casi cualquier disciplina social, desde la psicología hasta la sociología, pasando por la antropología podrían adscribirse esa definición como su objeto de estudio. Por otro lado, cuando se habla de relaciones entre conducta y medio ambiente, así en lo general, se corre el riesgo de incurrir en una definición tautológica, dado que la conducta puede definirse como la interacción entre organismos y objetos, eventos u otros organismos que se encuentran en su medio ambiente (Kantor, 1978). De esta manera, acabaríamos diciendo que la PA es el estudio de la interacción organismo-ambiente relacionándose con el ambiente (de nuevo). En resumen, esta definición no sólo parece ser muy general, sino también tautológica, al menos para algunas posiciones teóricas dentro de la psicología. No obstante, muchos autores en PA parecen aceptar esta definición. Por otro lado, aunque algunas de las definiciones que se plantean para la PA sólo tratan acerca de las relaciones de los seres humanos con el entorno físico, otras incluyen también al ambiente social; esto trasformaría a la psicología social en una sub-especialidad de la psicología ambiental, lo cual probablemente no sería del agrado de muchos psicólogos sociales. Todas las definiciones de la PA parecen implicar que la relación conductaambiente es recíproca, es decir, el medio afecta al comportamiento y el comportamiento es afectado por el entorno. Stokols y Altman (1987) dan un propósito a ese estudio: el bienestar humano, el cual queda implícito en el resto de la acepciones de la PA. Sin embargo, a pesar de que se reconoce la reciprocidad de las relaciones conducta-ambiente, la mayoría de los psicólogos ambientales estudia cómo el medio ambiente influye en la conducta. Por lo tanto, el estudio de los efectos del comportamiento en el entorno no ha llamado aún la atención de los sectores más amplios de la comunidad de psicólogos ambientales. Aún con las inconsistencias señaladas, hasta el punto anterior existe un acuerdo general en la mayoría de las definiciones: La PA estudia las relaciones entre la conducta humana y algunos aspectos del medio ambiente. Sin embargo,

algunos autores cuestionan el que la psicología ambiental sea una “disciplina”. Dado el carácter interdisciplinario que algunos le otorgan (por ejemplo, Veitch y Arkkelin, 1995), esto pareciera indicar que la PA es un área científica particular e independiente, si bien, estrechamente relacionada con múltiples disciplinas como la arquitectura, la antropología, el derecho, la psicología, la educación, la ecología, etc. Otros autores, como Craik (1995) dan a la PA el status de “programa de investigación”, en los términos del filósofo e historiador de la ciencia Imre Lakatos. No obstante, otros consideran que la PA es un área de la psicología (Holahan, 1982) o una subdisciplina (Sommer, 2000). McKenzie-Mohr y Oskamp (1995 pág. 7) mencionan que la PA, se ubica “Dentro de la psicología [como] el subcampo de la psicología ambiental”. Desde nuestro particular punto de vista, la PA es un área aplicada de la psicología cuyo objetivo es estudiar el comportamiento humano en el marco de problemas o tópicos ambientales delimitados. Al ser aplicada, la psicología ambiental se define en función de problemas a abordar: Degradación del medio, habitabilidad de escenarios, salud, enfermedad y medio ambiente, diseño de ambientes, etc. Esto ha contribuido a que la psicología ambiental se oriente hacia el análisis de los problemas que se producen al interactuar los individuos con el entorno (Pol, 1993). La psicología ambiental, sin embargo, no es una “nueva psicología”, sino una aplicación de esta ciencia comportamental para abordar y resolver problemas concretos. Para lo anterior, la PA utiliza cuerpos de conocimiento adquiridos en la psicología general tales como los modelos de percepción humana, el análisis experimental de la conducta, los mapas cognoscitivos, los modelos de procesamiento de información, etc. Lo anterior significa que la PA no es una interdisciplina, sino un área de una disciplina particular (la psicología) que aporta sus elementos teóricos y metodológicos para la conformación de una estructura -ahora sí- interdisciplinaria conocida como estudios ambientales, compuesta a su vez por áreas como la educación ambiental, el estudio de recursos naturales, la arquitectura y el diseño ambiental, la ecología cultural, y la psicología ambiental, entre otras ramas disciplinares.

5. Conducta proambiental. Habiendo caracterizado a la psicología ambiental (o al menos, tratado de caracterizarla), podemos pasar ahora a definir al comportamiento proambiental (CPA). Al llegar a este punto ya hemos asumido que el CPA es uno de los temas de estudio de la PA. Dado el carácter aplicado de la psicología ambiental, la búsqueda de características comportamentales que resulten en el cuidado del medio ambiente debe ser uno de los objetivos principales de esta rama de la psicología. Emplearemos de manera indistinta los términos “comportamiento proambiental”, “conducta proambiental” o “conducta proecológica”, para referirnos a este tipo de

características comportamentales, tal y como lo hacen los investigadores en este campo. Hess, Suárez y Martínez-Torvisco (1997) definen la conducta proambiental como todas “aquellas actividades humanas cuya intencionalidad es la protección de los recursos naturales o al menos la reducción del deterioro ambiental.” Tomaremos ésta como la base para una propuesta de definición que plantearemos líneas adelante. La definición de Hess et al. implica, de entrada, que el CPA incluye aquellas conductas que resultan en el cuidado del entorno o que beneficien su preservación. El cuidado o la preservación son resultados de un comportamiento efectivo, es decir, no ocurren por casualidad, sino que requieren del despliegue de habilidades concretas para lograr esos resultados. Además, la definición incluye un componente de deliberación (la “intencionalidad”), lo cual supone una noción de conducta de un cierto nivel de complejidad: El individuo anticipa un resultado de su acción, lo cual ubica su comportamiento en un nivel transituacional, es decir, que trasciende la situación concreta e inmediata en la cual se encuentra el individuo que decide actuar de manera responsable. Lo anterior nos lleva a plantear que el comportamiento proambiental tiene tres características fundamentales: 1) Este comportamiento es un producto o resultado; 2) el mismo se identifica como conducta efectiva y 3) presenta un cierto nivel de complejidad. Decimos que el CPA es un producto o resultado pues consiste en acciones que generan cambios visibles en el medio. El CPA es también conducta efectiva, dado que resulta en la solución de un problema o en una respuesta ante un requerimiento. Lo anterior significa que las conductas proecológicas deben analizarse en tanto competencias proambientales (CorralVerdugo, 1995), o dicho de otra forma, como respuestas efectivas ante exigencias de protección del medio. Estas exigencias pueden ser actitudes o motivos individuales, pero también normas sociales, lo cual hace imprescindible el estudio de las creencias y actitudes proambientales y la participación de los grupos sociales en el desarrollo de normas de protección del medio. Por último, hablamos de la complejidad del CPA, en términos de un nivel que le permite trascender la situación presente y anticipar y planear el resultado efectivo esperado. Esto refuerza la necesidad de estudiar los criterios convencionales (normas, valores) que un individuo toma como marco de referencia para planear y ejecutar acciones proambientales. Implica también estudiar qué condiciones de desarrollo personal y educativo facilitan la aparición de CPA como conducta compleja dirigida a proteger el entorno. Por lo anterior, la conducta proambiental puede definirse como el conjunto de acciones deliberadas y efectivas que responden a requerimientos sociales e individuales y que resultan en la protección del medio. Esta definición dejaría por fuera a acciones involuntarias o forzadas (por ejemplo, ahorrar el agua para evitar

multas), circunstanciales (tirar la basura en el lugar apropiado porque me están viendo otras personas), aleatorias (cuidar a veces los recursos y otras veces no) y no planeadas (no anticipar el efecto de mi comportamiento). El CPA, al ser deliberado y competente, implica formar parte de un estilo de vida, lo cual requiere una tendencia más o menos permanente de actuación (Corral-Verdugo, 1998a). A este respecto, De Young (1993) plantea que el cambio hacia un comportamiento proambiental debe ser de larga duración, por lo que uno de los objetivos de la investigación del CPA debiera ser el descubrimiento de técnicas que cambien la conducta, sin necesidad de intervenciones repetidas. Lo anterior no significa que en el desarrollo o adquisición de un estilo de vida proambiental las personas no aprendamos el CPA mediante acciones circunstanciales, involuntarias, aleatorias y a veces hasta forzadas. Sin embargo, habría que distinguir el proceso de adquisición (aprendizaje del CPA), del producto a perseguir (el CPA). A lo largo de este texto veremos que muchos investigadores llaman “comportamiento proecológico” o “conducta proambiental” a cualquier acción que resulte en el cuidado del medio ambiente, sea ésta o no una acción deliberada, o consecuencia de ejercitar un estilo proambiental más o menos permanente. No obstante, un comportamiento proecológico que le dé sentido a la búsqueda de soluciones efectivas de los problemas del medio no debería detenerse en la consecución de acciones dispersas, circunstanciales y no planeadas. Emmons (1997) le da una implicación de “acción ambiental positiva” a los actos proambientales, en tanto que esta acción ambiental posee una cualidad intencional que la conducta proambiental en amplio pudiera o no pudiera poseer. La autora plantea, basándose en Deci (1980), que la conducta puede ser determinada o forzada (como en la coerción); automatizada o automática (como en los hábitos); o auto-determinada o intencional (como en la acción ambiental positiva). Esto significa que algunas de las conductas consideradas como proambientales pueden surgir de la coerción, como lo muestran Agras, Jacob y Ledebeck (1980), o ser partes de un hábito (automáticas), como lo señalan Dahlstrand y Biel (1997), o guiadas por la deliberación del individuo, como lo propone Emmons (1997). Para ella, sin embargo, solo este último tipo de acciones –las deliberadas- es de interés para la educación ambiental. Por desgracia, la búsqueda del CPA -en tanto un estilo de vida que integra todo tipo de comportamientos deliberados y efectivos de cuidado del medio- es una empresa difícil. Los resultados de la investigación muestran que el CPA se manifiesta más como grupos independientes de acciones de cuidado ambiental (Kaiser y Wilson, 2000). Estas conductas, conceptualmente relacionadas no constituyen necesariamente un constructo unitario que involucre a todos los tipos de actividades en favor de la conservación ambiental (Berger, 1997; Daneshvary, Daneshvary, y Schwer, 1998; Lee, De Young y Marans, 1995). Por ejemplo,

limitar el uso del automóvil no se correlaciona con el ahorro de energía en la casa (Bratt, 1999), el cuidado de animales y plantas no hace a un individuo un reciclador de productos de desecho (Corral-Verdugo, 1998a), y aun al interior de las prácticas de conservación de desechos existen diferencias: No solamente el reuso y el reciclaje son conductas diferentes y potencialmente contradictorias (Corral-Verdugo, 1996) sino que el reciclaje en lo general no predice el reciclaje de productos particulares (Lee et al., 1995): El ser un reciclador de aluminio, no necesariamente lo convierte a uno en un reciclador de papel (Corral-Verdugo, 1996). Esta situación se generaliza a todas las dimensiones del CPA, como lo muestran Tracy y Oskamp (1984), quienes dividieron un conjunto de prácticas proambientales en cuatro categorías: Mantenimiento del hogar, transporte, reciclaje de objetos, consumo y protección ambiental. Sólo las últimas dos categorías produjeron indicadores de consistencia interna, si bien ésta no fue muy elevada. Lo anterior significa que no existe una liga significativa entre conductas proecológicas que en teoría debieran interrelacionarse. Los autores también encontraron que los conjuntos de variables no mostraron relaciones significativas entre sí, lo cual muestra la dificultad de encontrar una categoría general de “comportamiento proambiental”.

6. Variedad de la conducta proambiental. A pesar de que se reconocen diversas facetas del CPA, sean éstas independientes entre sí o no, la literatura muestra un sesgo de estudios encaminados a investigar sólo ciertos tipos de conductas proecológicas. Estos estudios se han limitado a los tópicos de ahorro de energía residencial (electricidad y gas) y el control de la basura (Stern y Oskamp, 1987; Corral-Verdugo, 1998a). La razón de esto es muy simple: La mayoría de la investigación del CPA se realiza en países industrializados -E.E.U.U., Canadá, Europa Occidental, Australia y, en menor grado, Japón- y las agencias que otorgan financiamiento a esa investigación están más interesadas en esos tópicos debido a que éstos reflejan las necesidades, reales o percibidas, de la población en esos países. Por ejemplo, a finales de la década de los 70 y principios de los 80 prácticamente todo el esfuerzo de investigación se concentraba en estudiar los determinantes del uso racional de la energía (Delprato, 1977; Winett, Kagel, Battalio y Winkler, 1978; Hayes y Cone, 1981; Van Houten, Nau y Merrigan, 1981). Recordemos que por esos años las naciones industrializadas enfrentaban la amenaza del embargo petrolero de los países de la OPEP; los precios de los energéticos eran elevados y el ahorro de éstos se consideraba una política de seguridad nacional en naciones como los E.E.U.U. y Canadá. Al pasar los riesgos del embargo, y tras descubrirse grandes yacimientos de petróleo, los precios del

combustible bajaron y esa política se relajó, las agencias ya no consideraron prioritaria la búsqueda de mecanismos que condujeran a un decremento en el ahorro de energía y el tema central cambió. Para finales de los 80 este tema fue el control de desechos sólidos. La notoria mejoría de las economías industrializadas, especialmente la de los E.E.U.U., se vió acompañada de un incremento en los niveles de consumo de la población y esto se ha reflejado en la cantidad alarmante de basura que llega a los vertederos. Así, se generó el boom de la investigación en conductas de conservación de productos, con un énfasis en el reciclaje de objetos (Burn, 1991; Katzev, Blake y Messer, 1993; Gamba y Oskamp, 1994; Daneshvary et al., 1998; Scott, 1999; Lüdemann, 1999). Este tema, a pesar de parecer reiterativo, sigue ocupando la atención de un número significativo de investigadores del CPA, en detrimento de otros tópicos que requieren también atención urgente. En vista de la cantidad de problemas ambientales, esta especialización de temas de investigación no sólo puede llevar a un despilfarro de esfuerzos, sino también a una estrategia que minimiza la contribución de la PA a la solución de los graves problemas que enfrentamos (McKenzie-Mohr y Oskamp, 1995). Si incluimos los temas generales y de ahorro de energía a la lista de comportamientos proambientales, los campos de investigación por tipo de problema a abordar que se han estudiado son los siguientes: 6.1. Disminución del consumo de recursos. En esta área de investigación se tratan de estudiar los determinantes de la reducción del gasto de recursos. Los comportamientos que se estudian son el consumo “consciente” de productos, es decir, la compra no excesiva de artículos como comida, vestido, productos domésticos, objetivos decorativos o de recreación, etc. (Linn, Vining y Feeley, 1994; De Young, Duncan, Frank et al., 1993), o la compra de productos que no sean nocivos para el ambiente (Linn et al., 1994; Ebreo, Hershey y Vinning, 1999; Mainieri, Barnett, Valdero, Unipan y Oskamp, 1997). Otros estudios se dirigen a investigar formas o estilos de vida basados en la austeridad, es decir, en el consumo de lo absolutamente necesario (De Young, 1991; 1996). De acuerdo con Duncan (1999), estas prácticas reductivas contienen cuatro dimensiones: 1) disminuyen el impacto ambiental, 2) decrementan el consumo de recursos, 3) son actividades de productor y consumidor, y 4) incluyen acciones frugales y más eficientes. 6.2. Reuso de productos. El reuso implica la reutilización de un objeto, en lugar de desecharlo a la basura. De Young (1991) plantea que el reuso es un tipo de comportamiento que reduce la generación de basura desde su fuente, al promover indirectamente que se produzca el consumo de productos. El reuso se practica en algunos hogares,

especialmente con objetos como ropa, papel, cartón y envases de vidrio. Este tipo de comportamiento ha sido escasamente investigado, según muestra la literatura disponible (De Young, 1986a; 1986b; Corral-Verdugo, 1996; 1997a). De acuerdo con esta literatura, el reuso, es una forma de CPA más efectiva y más proecológica de control de desechos sólidos, ya que, a diferencia del reciclaje, no requiere de energía para re-convertir el producto a conservar. 6.3. Elaboración de compost. Esta práctica post-consumo implica separar los residuos orgánicos de la basura y someterlos a un tratamiento de descomposición (Taylor y Todd, 1997), usualmente en el patio de la casa, o en una mezcladora o licuadora. La mezcla resultante es utilizada como abono o fertilizante para huertos y jardines. La elaboración de compost, junto con el reuso y reciclaje, implica una forma de conservación de objetos de desecho, en este caso orgánicos, que de otra manera llegarían a la basura, propiciando contaminación. 6.4. Reciclaje. Este CPA constituye, sin duda, el tipo más estudiado de acción proecológica (Stern y Oskamp, 1987; McKenzie-Mohr y Oskamp, 1995; Corral-Verdugo, 1998a). El reciclaje implica el tratamiento o procesamiento de un objeto desechado, de manera que éste pueda estar disponible para uso en una forma parecida a la original o alguna otra manera (Corral-Verdugo, 1996). Este tratamiento requiere el uso de energía (en la planta recicladora) y puede producir contaminación como consecuencia del proceso de reconversión. El comportamiento estudiado implica la separación de objetos a reciclar, usualmente papel, aluminio, desechos orgánicos, vidrio y cartón, entre otros, y su colocación en recipientes que pueden ser recogidos por servicios municipales o empresas privadas de reciclaje. Algunas personas entregan personalmente sus productos en las plantas recicladoras. 6.5. Otras conductas que disminuyen la producción de basura. El reuso, el reciclaje, la elaboración de compost y la disminución del consumo son comportamientos puntuales que resultan en una disminución de la cantidad de desechos. Otros comportamientos igualmente efectivos son la donación de ropa usada, muebles y juguetes a instituciones de beneficiencia o a individuos necesitados. La donación de medicinas cuya fecha de caducidad no haya expirado, así como de material para pintura, insecticidas o productos para la limpieza del jardín, representan conductas que evitan el desecho de productos tóxicos. Otra actividad es el ciclaje de pasto, es decir, la acumulación de los desechos de las podas de pasto y otras plantas en el jardín, de manera que éstos se descompongan en los patios, en lugar de recogerlos y empacarlos con destino a los vertederos de basura.

A pesar de la importancia de estas prácticas como intentos de evitar la generación de más basura, los estudios que abordan la investigación de las mismas son sumamente escasos. Entre ellos, se encuentra el de Scott (1999). 6.6. Control de la basura y estética ambiental. El interés de los investigadores en esta área tiene que ver con las condiciones que propician que las personas depositen sus desechos en lugares apropiados (depósitos de basura). Casi toda la investigación se ha realizado en escenarios públicos como parques recreativos, parques deportivos, o cafeterías (Burgess, Clark, y Hendee, 1971; Cialdini, Reno y Kalgreen, 1990; Durdan, Reeder y Hencht, 1985), aunque tambien en lugares más privados como el interior de automóviles (Cope y Geller, 1984). El énfasis en este comportamiento se pone en la conservación de la limpieza y la estética de sitios, más que en la reducción de la basura en sí, tal y como lo persiguen las acciones de reducción, reuso y reciclaje. 6.7. Ahorro de energía eléctrica. Una buena parte de la energía eléctrica que se obtiene en el mundo proviene de centrales térmicas, es decir, plantas que producen energía del calor obtenido al quemar petróleo u otros combustibles fósiles. Las reservas de éstos, al ser limitadas, obligan al uso racional de esa energía. Otras fuentes son potencialmente contaminantes, al provenir de centrales nucleares, o son de uso limitado, como las que generan la energía de plantas hidroeléctricas o de sistemas eólicos (energía del viento). Las investigaciones acerca del ahorro de electricidad se han avocado a estudiar las condiciones que promueven que los individuos disminuyan el uso de aparatos domésticos eléctricos (Hayes y Cone, 1981; Seligman, Becker y Darley, 1981), de aditamentos eléctricos en instalaciones comerciales (Delprato, 1977) o en locales públicos (Van Houten, Nau y Merrigan, 1981). 6.8. Disminución del uso de transporte privado. Dado que el uso de automóviles está significativamente asociado a problemas como el congestionamiento de tráfico en calles, autopistas y carreteras, y así mismo a la contaminación, especialmente en las ciudades, se han emprendido estudios para determinar de qué manera los individuos dejarían de utilizar sus automóviles o los usarían menos. Algunas estrategias seguidas para promover estos cambios conductuales han implicado otorgar incentivos a personas que utilizan menos su auto, reforzar la utilización de transporte público o el uso de un sólo automóvil por múltiples ocupantes (carpooling), o incluso incrementar el precio de la gasolina para disminuir el uso del transporte privado (Hake y Foxx, 1978; Reichel y Geller, 1981).

6.9. Ahorro de agua. El agua se utiliza de maneras diferentes en el hogar o fuera de él: Para beber, preparar comida, regar plantas y jardines, para limpieza corporal, y lavado y limpieza de ropas, casas y edificios, etc. Sin embargo, algunas personas utilizan más agua que otras, incluso empleando el recurso en las mismas actividades (Aitken, McMahon, Wearing y Finlayson, 1994). Así, la investigación de conductas de uso del agua se ha centrado en estudiar actitudes, motivaciones hábitos, condiciones físicas, variables situacionales y programas de modificación de conducta, que influyen en el uso racional de ese líquido (Thompson y Stoutemyer, 1991; Dickerson, Thibodeau, Aronson y Miller, 1992; Aitken et al., 1994; De Oliver, 1999). Algunos de estos programas incluyen la promoción del uso de dispositivos de ahorro de agua (Milne, 1976), y el uso de mensajes persuasivos y la información (Aronson y O’Leary, 1983). Por desgracia, a pesar de que el problema de la escasez de agua, especialmente de aquella apta para el consumo humano, está alcanzando niveles alarmantes en muchas partes del planeta, se ha desarrollado muy poca investigación acerca de determinantes del consumo racional de este recurso. 6.10. Presión legislativa. Un tipo de comportamiento que tiene un efecto indirecto en la conservación del medio es la presión que ejercen los ciudadanos sobre sus gobiernos, de manera que éstos controlen legislativamente actividades destructoras del medio como el uso de pesticidas, la contaminación visual o auditiva, el fumar en áreas públicas cerradas, o el uso de clorofluorocarbonos (Suárez, 1998; Dietz, Stern y Guagnano, 1998). La manera en la que esta presión se manifiesta usualmente es a través de cartas firmadas de manera individual o por grupos de ciudadanos, que se dirigen a sus representantes en el poder legislativo, o al ejecutivo o judicial, y que exigen la modificación o el cumplimiento de leyes en materia de regulación ambiental. Lo anterior requiere, por supuesto el que los ciudadanos vivan en una democracia, ya que es muy poco probable esperar el éxito de la presión ciudadana en una dictadura o en un régimen autoritario y cerrado. 6.11. Pertenencia o apoyo a asociaciones ecologistas. Una actividad relacionada con la anterior es la participación a asociaciones ecologistas. Estas usualmente se dedican a la difusión de problemas ambientales y sus soluciones, y se involucran activamente en campañas contra acciones antiambientales, por ejemplo los grupos pacifistas, y los llamados movimientos verdes. Otra forma de comportamiento, relacionada con la anterior consiste en brindar apoyo, ya sea económico o soporte político a los grupos de defensa del ambiente (Hernández y Suárez, 1997; Karp, 1996; Stern, Dietz, Kalof y Guagnano, 1995; Séguin, Pelletier y Hunsley, 1998).

6.12. Preservación de ecosistemas. Casi toda la investigación del CPA se ha centrado en problemas ambientales del contexto inmediato y directo de los sujetos (hogar, escuela, barrio). Existen muy pocos estudios que aborden el involucramiento de las personas en problemas locales como la degradación de ecosistemas. En uno de esos raros estudios, Syme, Beven y Sumner (1993) investigaron las motivaciones y situaciones que promovían el que los sujetos se involucraran en actividades de protección de un pantano en Australia. Los autores concluyen que es fundamental entender estos factores, aparte de los fenómenos de cuidado del ambiente que ocurren en escenarios construidos, es decir no en contextos que ellos reconocen como “NEMP” (No en mi Patio). Otro estudio es el de Baasell-Tillis y Tucker-Carver (1998), quienes describen las prácticas de cuidado y de degradación de los ecosistemas marinos en los E.E.U.U., que llevan a cabo los dueños de embarcaciones de recreo. Entre esas prácticas, las autoras investigaron la disposición de residuos sólidos y orgánicos en las costas y en alta mar, así como los reportes del reciclaje de productos en los botes. El lector habrá notado ciertas diferencias entre los tipos de comportamiento proambiental. Aparte de las claras desigualdades morfológicas entre ellos, existe una que hace cualitativamente diferentes a los comportamientos enlistados desde 6.1 a 6.9, de los que se describen desde 6.10 a 6.12. En el primero de los casos, se trata de actuaciones directas sobre el medio, mientras que en el segundo de los casos se involucran conductas que son de un claro carácter social. Estas diferencias, como veremos después, parecen ser determinantes en la adopción de estilos proambientales de vida, los cuales son cualitativa y cuantitativamente distintos de la mera suma de acciones proambientales dispersas.

7. Difusión de la investigación del CPA. Aunque hay informes de estudios de la conducta proecológica desde antes de los años 70, la investigación del CPA se hace notoria a partir de esa década. Dado que los psicólogos de orientación conductual se encuentran entre los pioneros del área, sus trabajos aparecen en revistas norteamericanas como el Journal of Applied Behavior Analysis (JABA) o Behavior Modification, con un claro predominio de la primera sobre cualquier otra publicación que incluyera reportes sobre CPA. En 1968 aparece, también en los E.E.U.U., la primera revista especializada en psicología ambiental y estudios ambientales, Environment & Behavior, la cual, desde su inicio ha dedicado un espacio significativo a la difusión de estudios de conducta proecológica. En esta revista han aparecido muchos de los articulos más influyentes en la investigacion del CPA. Hasta la fecha, E&B es una de las

publicaciones periódicas que más cabida dan a este tipo de estudios, constituyéndose en una fuente obligada de consulta. En 1980 se funda en Inglaterra el Journal of Environmental Psychology (JEP). Este, a pesar de su énfasis en estudios que describen efectos del ambiente sobre el individuo, da frecuentemente espacio a investigaciones del CPA, es decir estudios en donde el interés del efecto de la conducta sobre el medio es más notorio. Por ejemplo, en 1996 el JEP publicó un número especial sobre psicología verde. Environment & Behavior y el Journal of Environmental Psychology son las dos únicas revistas en idioma inglés especializadas en temas de PA. Durante la década de los 80 y principios de los 90, una revista norteamericana especializada en educación, el Journal of Environmental Education (JEE), dio cabida a muchos de los informes más importantes acerca del CPA que se produjeron en esos años. En el JEE, por ejemplo se publicó no sólo una definición pionera de Educación Ambiental (Stapp et al., 1969), sino que escritos ahora clásicos como el de Dunlap y Van Liere (1978) en el cual proponen su famoso “Nuevo Paradigma Ambiental”, y el meta-análisis de determinantes del CPA de Hines, Hungerford y Tomera (1987) salieron a la luz pública en el JEE. Aunque esa revista se especializa en estos días más en tópicos de estrategias de educación ambiental, continúa publicando esporádicamente reseñas y reportes de investigación acerca de variables explicativas del CPA. Otras publicaciones importantes son el Journal of Environmental Systems, revista interdisciplinaria que, si bien mantiene el énfasis en estudios con orientación físico-química, da cabida a artículos de conducta proecológica y estudios sociales relacionados. Además, el Journal of Social Issues, el Journal of Applied Social Psychology, Environmental management, el Journal of Consumer Research, y el Journal of Social Psychology, regularmente incluyen informes de investigación del CPA en sus páginas. El Annual Review of Psychology dedica un espacio aproximadamente cada cuatro años (el último fue en 1996) para revisar los avances que experimenta la PA, y en él se incluyen los trabajos acerca de conducta proecológica (Sundstrom, Bell, Busby y Asmus, 1996). El American Psychologist y el International Journal of Psychology publicaron en el año 2000 una sección acerca de desarrollo sostenible y conducta proambiental. En el contexto iberoamericano no existía ninguna revista especializada en temas de PA, hasta el año 2000 en el que apareció el primer número de Medio Ambiente y Comportamiento Humano, editada en las Islas Canarias, España. Además, los trabajos en idiomas castellano o portugués se publican en revistas de psicología general como La Revista Latinoamericana de Psicología, Estudios de Psicología, la Revista Mexicana de Psicología, Estudos de Psicología, o en publicaciones especializadas en Psicología Social, como Psicología Social, y la

Revista de Psicología Social Aplicada. No obstante, el número de trabajos acerca del CPA es mínimo, como proporción del total de trabajos publicados. Aparte de los libros especializados que mencionamos en un apartado previo, se puede encontrar información sobre estudios del CPA en textos como el Handbook of Environmental Psychology, editado por Stokols y Altman (1987) y Advances in Environmental Psycholog. Vol. 3, editado por Baum y Singer (1981). En España, entre los que han producido este tipo de obras se encuentran Morales, Blanco, Fernández-Dols y Huici (1985), con su obra Psicología Social Aplicada; Aragonés y Amérigo (1998), editores de Psicología Ambiental; y Hernández, Suárez y Martínez-Torvisco (1994) quienes editaron un libro sobre Interpretación Social y Gestión del Entorno. En América Latina, Wiesenfeld (1994) compiló el libro Contribuciones Iberoamericanas a la Psicología Ambiental y Guevara, Landázuri y Terán (1998) hicieron lo mismo con la obra Estudios de Psicología Ambiental en América Latina. A este mismo respecto, en 1997 Corral-Verdugo editó un número especial de Environment & Behavior, sobre Psicología Ambiental en América Latina, el cual incluyó trabajos sobre CPA.

8. Resumen del capítulo. En este capítulo discutimos el papel que juega la psicología en el estudio y solución de los problemas del medio ambiente. Planteamos que, dado que el comportamiento de los seres humanos es uno de los factores responsables del deterioro ambiental, su estudio es imprescindible para proponer estrategias de solución ante los problemas originados. La psicología es el área de la ciencia que estudia el comportamiento humano y entre los factores que ésta investiga se encuentran aquellos determinantes conductuales de la degradación ambiental, pero también los determinantes de la protección al medio. Al revisar la historia y la pre-historia de la humanidad nos percatamos de la gran influencia que tuvieron actividades como el pastoreo, la agricultura y el uso de tecnología, amén del acelerado incremento poblacional, en el daño al medio ambiente. Los beneficios de la tecnología en el bienestar humano son evidentes, pero de manera indirecta lo afectan también negativamente, dado que el uso irracional de recursos y la búsqueda de ganancias que acompaña a ese uso casi siempre impacta nocivamente al medio y ese impacto repercute en males para la humanidad. Los hitos tecnológicos van acompañados de la aparición de sistemas culturales que afectan las creencias de los individuos. Estas creencias permiten la perpetuación de prácticas que pueden ser antiecológicas. La búsqueda de beneficios a partir de la explotación del ambiente representa un claro ejemplo de factores motivacionales ligados al daño ambiental. Estos son sólo dos casos de variables psicológicas ligadas a la aparición y mantenimiento de los graves problemas ambientales que

padecemos: Daños a la atmósfera, al suelo, y al agua; devastación de recursos naturales, y basura, entre otros. La psicología ambiental (PA) es la rama de la psicología que se encarga de estudiar las relaciones entre el comportamiento de los individuos y los problemas del entorno. Un tópico particularmente importante de estudio de la PA es el del comportamiento proambiental (CPA), el cual se define como el conjunto de acciones deliberadas y efectivas que responden a requerimientos sociales e individuales y que resultan en la protección del medio. Se pretende que el conocimiento obtenido a partir de este estudio desemboque en estrategias que permitan enfrentar los problemas del medio. Por desgracia, dicho estudio ha mostrado que es más fácil encontrar comportamientos proecológicos disgregados que una tendencia general a comportarse de manera responsable siempre y en todo tipo de ocasiones. Esto significa que la mayoría de los individuos exhibe ciertos tipos de CPA, como reciclar, pero no otros, como reusar. Lo anterior significa que las estrategias de intervención, como la educación ambiental, deben orientarse a formar individuos que desarrollen un CPA como estilo de vida. Con el fin de difundir la investigación del CPA se edita una buena cantidad de revistas, y en menor grado, libros, en donde se incluyen reportes de estudios acerca de la conducta proecológica. La mayor parte de estos estudios se desarrolla en América del Norte, seguida por Europa, Australia y, en menor grado, Japón. América Latina y España, a pesar de que producen una menor cantidad de investigaciones en el área, hacen esfuerzos notables en la producción de artículos de difusión y, en menor grado, libros especializados en psicología ambiental, en donde se incluyen estudios acerca del CPA.

CAPÍTULO II MARCOS EXPLICATIVOS PROAMBIENTAL (CPA)

DEL

COMPORTAMIENTO

1. Introducción Como ocurre en otros campos de la psicología, en la PA no existe un marco teórico único para explicar el comportamiento en relación con aspectos del ambiente. Prácticamente todos los esquemas conceptuales que han sido utilizados para modelar el comportamiento en el resto de las áreas se aplican para tratar de explicar la conducta proambiental. Algunos de esos marcos explicativos son el conductismo, el psicoanálisis, el cognoscitivismo, la psicología evolutiva, enfoques sistémicos interdisciplinarios, y dentro de cada uno de estos es posible encontrar variaciones.

2. La tradición conductista. Analizaremos en primer término la tradición conductista del CPA, ya que ésta fue probablemente la primera en ser utilizada de manera sistemática en la explicación de la conducta responsable con el medio ambiente. El análisis experimental de la conducta proambiental (AECPA) es una aplicación de los principios establecidos por Skinner (1938; 1957) a la explicación del comportamiento humano protector del medio. Para Skinner, no es necesario recurrir a variables “internas” o la “mente” para analizar los eventos psicológicos. De acuerdo con los conductistas, el énfasis debería ponerse en los eventos observables, y la conducta es uno de esos eventos (Geller, 1995a). La búsqueda de objetividad es una de las metas del análisis experimental de la conducta, la cual, como su nombre lo indica, toma a la experimentación como método de investigación, y a la conducta individual como el centro de atención del análisis de lo psicológico. 2.1. La triple relación de contingencias Cone y Hayes (1980) adaptan el modelo skinneriano de la triple relación de contingencias a los problemas ambientales y su relación con la conducta. Este modelo tiene, como su nombre lo indica, tres elementos: Un estímulo discriminativo o evento antecedente; una respuesta emitida por un individuo y una consecuencia que sigue a la respuesta. De acuerdo con Skinner, es posible explicar cualquier comportamiento si somos capaces de identificar el o los estímulos discriminativos que señalan la

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ocasión para que se produzca un comportamiento, y las consecuencias que acompañan ese comportamiento. Un ejemplo de estímulo discriminativo es la mirada del maestro como señal para que el alumno inicie su exposición (respuesta). Ahora bien, las consecuencias de la conducta son de dos tipos: reforzantes o punitivas. Las consecuencias reforzantes incrementan la probabilidad de que se presente de nuevo una respuesta. Por ejemplo, si a un estudiante le dan un premio por entregar a tiempo su tarea, este premio incrementará la probabilidad de que el estudiante sea de nuevo puntual en futuras entregas. Las consecuencias punitivas, por el contrario, disminuyen la probabilidad de emitir la respuesta bajo estudio. Por ejemplo, si cada vez que una persona habla en voz alta recibe un insulto, es muy probable que disminuya o desaparezca ese comportamiento. También es posible disminuir la aparición de conductas, mediante la extinción, es decir, eliminando las consecuencias reforzantes que mantienen esas conductas (Skinner, 1938). La asociación espacial de una consecuencia con una respuesta es una condición necesaria, pero no suficiente para asegurar el efecto de esa asociación. También es importante considerar la contigüedad temporal respuesta-contingencia, es decir, qué tan pronto se presenta la consecuencia para que ésta afecte a la conducta. Las consecuencias inmediatas tienen un mayor efecto que las que se presentan a largo plazo. Esto es válido tanto para el reforzamiento positivo como para el castigo. Esto explicaría, por ejemplo, por qué las personas siguen bebiendo alcohol, a pesar de los efectos tan desagradables de la resaca: El problema es que estos efectos se presentan hasta horas después de la parranda, mientras que las consecuencias inmediatas del alcohol (deshinibición, euforia) son casi inmediatos. 2.2. Análisis experimental de la conducta proambiental. Cone y Hayes, al adaptar el modelo de la triple relación de contingencias al AECPA combinan la explicación de la conducta proambiental con el comportamiento antiecológico. El cuadro siguiente ilustra esta situación: ED------------------> R ----------------->C+ corto plazo = mayor probabilidad de incremento en R ED------------------> R ----------------->C+ largo plazo= menor probabilidad de incremento en R ED------------------> R ----------------->C- corto plazo= mayor probabilidad de decremento en R ED------------------> R ----------------->C- largo plazo= menor probabilidad de decremento en R

En donde ED es el estímulo discriminativo, R es la respuesta, C+ es la consecuencia reforzante positiva y C- es la consecuencia castigante. Dado que R puede representar tanto al comportamiento responsable como al irresponsable, con este esquema los conductistas suponen poder explicar cualquier tipo de conducta relacionada con aspectos del medio. Para ellos, muchos de los problemas ambientales tienen que ver con la naturaleza reforzante del consumo irracional de recursos, la explotacion del medio y la comodidad de no hacer nada para evitar la

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degradación ambiental. El problema se agrava con el hecho de que las consecuencias reforzantes asociadas a las conductas antiecológicas se presentan inmediatamente después de emitir esas conductas. Por ejemplo, al explicar el consumo irracional de agua al bañarse: El estímulo discriminativo (disponibilidad de agua) es seguido por el consumo de ésta, el cual tiene como consecuencia el placer que produce el agua sobre la piel (reforzamiento positivo). Dado que la consecuencia reforzante es inmediata, la probabilidad de que el consumo irracional siga presentándose es muy alta. Por otro lado, es cierto que existen consecuencias negativas del uso desmedido de agua (carestía, racionamiento del líquido), sin embargo, el individuo percibe esas consecuencias como eventos a largo plazo, por lo que el probable control que éstas pudieran ejercer sobre su comportamiento irresponsable es mucho menor que el que produce el reforzamiento positivo inmediato. Prácticamente todas las instancias de comportamiento pro o antiambiental pueden ser explicadas con este esquema. Si la conducta irresponsable es mantenida por consecuencias reforzantes a corto plazo, o si es suprimida por el castigo, también a corto plazo, entonces el CPA debe seguir forzosamente los mismos principios. Se buscaría entonces colocar a los individuos en situaciones en las que su conducta responsable sea reforzada positiva e inmediatamente y su comportamiento antiambiental sea castigado, o extinguido, también inmediatamente (Cone y Hayes, 1980; Everett y Watson, 1987). Pues bien, estos principios fueron aplicados en estudios cuyo objetivo era el de demostrar que el análisis experimental de la conducta no sólo era una explicación apropiada sino también una aplicación efectiva de principios teóricos a la solución de problemas ambientales. En la década de los 70 se desarrolló una gran cantidad de estudios en los cuales se probó el efecto de eventos antecedentes, en tanto estímulos discriminativos, y consecuentes (tanto punitivos como reforzantes positivos), sobre el CPA. Estos estudios versaron sobre temas de investigación como el uso de transporte publico y privado (Deslauriers y Everett, 1977; Everett, 1974) el ahorro de energía residencial (Hayes y Cone, 1981; Delprato, 1977), el ahorro en el consumo de agua (Agras, Jacob y Ledebeck, 1980), control de basura (Burgess, Clark, y Hendee, 1971; Durdan et al., 1985) y el reciclaje de productos (Hamad, Cooper y Semb, 1977; Luyben y Cummings, 1982), entre otros. 2.3. Eventos antecedentes y eventos consecuentes. El esquema de la triple relación de contingencias llevó al analisis de los efectos de estímulos discriminativos y consecuencias en el CPA. Muchos investigadores identificaron a los primeros como eventos antecedentes, dado que los estímulos discriminativos se presentan antes de que aparezca el comportamiento de interés, y a las consecuencias las llamaron entonces eventos consecuentes.

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Los estudios típicos de AECPA consistían en exponer a los participantes a condiciones antecedentes como carteles, avisos o recordatorios señalando formas apropiadas de comportamiento proambiental (apagar la luz, utilizar autobuses en lugar de autos particulares, reciclar, etc.), para después registrar los efectos de esas condiciones. De acuerdo con el meta-análisis de Hines et al. (1987) esta estrategia tenía efectos moderados en el comportamiento, es decir, se conseguían incrementos en el CPA, aunque éstos no eran muy notorios (ver Reid, Luyben, Rawers y Bailey, 1976; Katzev y Mishima, 1992). Sin embargo, el uso de eventos consecuentes producía otra historia. Dentro de estos eventos consecuentes se consideraban la retroalimentación (información acerca de las consecuencias del comportamiento), el reforzamiento positivo y el castigo. Aunque los efectos de la retroalimentación en el CPA eran moderados (Hayes y Cone, 1977; 1981; Hines et al., 1987), el castigo, y sobre todo, el reforzamiento positivo producían incrementos dramáticos en el comportamiento (Agras et al., 1980; Van Houten, Nau y Merrigan, 1981; Everett, 1974; Hayes y Cone, 1977; Hines et al., 1987). Se emplearon diversos tipos de castigo como multas al consumo irracional de agua (Agras et al., 1980) o demoras en la llegada de elevadores, para decrementar su uso (Van Houten et al., 1981). Entre los reforzadores positivos se encontraban fichas por usar autobuses (Everett, 1974), cupones canjeables por alimentos, por reciclar en la escuela (Hamad et al., 1977), o dinero por ahorrar energía (Hayes y Cone, 1977). Al utilizar estas contingencias, entregadas deliberadamente, de forma inmediata los sujetos se comportaban de la manera esperada (proecológica), lo cual auguraba un magnifico potencial al uso de las estrategias conductuales de control del CPA. 2.4. Limitaciones de la aproximación conductista. A pesar de la evidente capacidad explicativa del modelo de la triple relación de contingencias, sus resultados empezaron a ser cuestionados. Si bien era cierto que los eventos consecuentes incrementaban notoriamente los comportamientos esperados, también se observaba que el retiro de las contingencias se acompañaba por la desaparición del resultado logrado (extinción). Al retirar el reforzador, la tasa de la respuesta reforzada volvía al nivel que tenía antes de la aplicación del programa de reforzamiento. Por ejemplo, las personas a las que ya no se les otorgaba un incentivo económico por utilizar el transporte público, dejaban de utilizarlo. Ese era, y sigue siendo un problema de los programas de reforzamiento, que el propio esquema teórico conductual contempla (Skinner, 1938). Aunque estos programas varían en términos de la tasa e intervalo de reforzamiento (hay programas que no siempre otorgan reforzamiento tras la respuesta, sino que lo hacen a veces sí y otras no), la extinción de la respuesta llega en algún momento al retirar por completo el reforzador. Dado que en los programas estudiados siempre había alguien administrando las consecuencias, era necesario que ese alguien se

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mantuviera registrando los CPAs y reforzándolos (o castigando las conductas antiambientales, en su caso). También era necesario, por supuesto, que hubiera una cantidad suficiente de reforzadores a administrar y eso nos lleva al siguiente problema: El costo económico de los reforzadores. En muchos estudios era mayor el gasto en el programa de intervención que el ahorro que se pretendía lograr con el CPA, lo cual hacía impráctica e incosteable la aplicacion generalizada de ese programa (Werner et al., 1995). Por supuesto, la gran mayoría de los estudios del CPA en la tradición conductual empleaban reforzadores “extrínsecos”, es decir, consecuencias reforzantes materiales como el dinero u otras ganancias tangibles. Algunos investigadores (De Young, 1986a; 1986b), al criticar este énfasis material en los reforzadores, y al reconocer también el impacto tan significativo de las variables consecuentes, empezaron a plantear que este tipo de programas debía cambiar su búsqueda de reforzadores extrínsecos a reforzadores “intrínsecos”. Estos últimos, que revisaremos con mayor detalle en el capitulo sobre motivos proambientales, no requieren de que una fuente externa al individuo esté presente para administrarlos, sino que resultan como una consecuencia “espontánea” del comportamiento. Aunque la tradición conductista ha experimentado una merma notable de su productividad en los últimos años, ésta dejo un antecedente de enorme importancia en la formulación de estudios de la conducta proecológica. Su énfasis en la objetividad y su gran poder explicativo, dado sobre todo por los componentes motivacionales (reforzamiento) siguen siendo características buscadas por los investigadores en sus modelos explicativos del CPA.

3. El enfoque cognoscitivista. A pesar de que todos los psicólogos -incluidos lo ambientales- reconocen que el comportamiento tiene un componente observable y que la objetividad es una condición indispensable de la investigación científica, muchos de ellos no están de acuerdo con la postura conductista de negar la existencia de fenómenos psicológicos inobservables. Si para el conductista lo que importa es el control “externo” de la conducta, es decir la presencia o ausencia de estímulos discriminativos y contingencias, para el cognosicitivista lo fundamental estriba en estudiar los determinantes internos del comportamiento. Aunque estos eventos internos son notoriamente variados, a los cognoscitivistas les interesa en especial los procesos del pensamiento y eventos relacionados, como el conocimiento, las creencias, las actitudes y las normas personales, entre otros. El enfoque cognoscitivista establece que el comportamiento se ve influido por la información que el organismo almacena en el cerebro. Esta información puede estar disponible en la forma de creencias, conocimientos, actitudes, mapas cognosicitivos u otro tipo de disposiciones a actuar (Corral-Verdugo, 1998b). La

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manera en la que estas disposiciones se forman depende del tipo de información y de los sistemas de procesamiento que contiene el cerebro (Corral-Verdugo, 1994). La percepción juega un papel fundamental en la explicación cognoscitivista, percepción que resulta de los mecanismos de procesamiento central de los estímulos ambientales. De manera resumida, este proceso funcionaría de la siguiente manera: Los estímulos del medio entran en contacto con el organismo, el cual los transduce (conversión a impulsos eléctricos en el sistema nervioso) a través de receptores especializados. Una percepción primaria, burda e indiferenciada es la primera respuesta a los estímulos, la cual es seguida por un estado afectivo (Zajonc, 1980). Tras ésta, se produce la representación cognoscitiva de los estímulos percibidos. La memoria, como el proceso de almacenamiento y uso de la información hace posible el contraste y la comparación entre la información “nueva” y la “vieja” o ya almacenada (Anderson, 1983). Finalmente, estos procesos culminan en una respuesta visible “externa”, que los cognosicitivistas reconocen como una conducta. En otras palabras, los eventos internos, incluidos el procesamiento de la información y los almacenes de la misma no tienen el status de conducta, puesto que los eventos conductuales son visibles y, por lo tanto, “externos” (Corral-Verdugo, 1994). Entonces, a diferencia de la posición conductista que se centra en los determinantes externos del comportamiento, el marco cognoscitivo mantiene que los procesos y eventos mentales que suceden en el interior del individuo son los responsables de la conducta, y por lo tanto, hay que buscar en ellos las razones de la actuación proambiental. Si la conducta proambiental, como cualquier otro tipo de comportamiento, está influida por los eventos psicológicos internos, y si éstos se forman a partir de información que el organismo procesa, entonces resulta lógico suponer que hay que dotar a los individuos de la información pertinente que permita formar en ellos pensamientos, conocimiento, actitudes y creencias proambientales. Estas a su vez se manifestarían como conductas proecológicas. El anterior es el marco general cognosicitivista para explicar el CPA. Este ha producido una buena cantidad de variantes, cuya diferencia fundamental estriba en el énfasis que algunos autores ponen en ciertos eventos internos como los determinantes del comportamiento proambiental. Por ejemplo, algunos modelos están más interesados en el rol de las actitudes proambientales, otros en el de las normas, otros más incluyen los efectos combinados de diferentes eventos mentales en el CPA. Revisaremos a continuación una muestra de los modelos cognosicitivistas que más impacto han tenido en la investigación de la conducta proecológica. 3.1. La teoría de la acción razonada. Fisbein y Ajzen (1975), los autores de este modelo, estaban interesados en estudiar la relación entre actitudes y conducta. En este contexto, las actitudes se

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definen como sentimientos a favor o en contra de realizar una conducta (Eagly y Chaiken, 1993). Algunos investigadores (Wicker, 1969) habían mostrado que la relación actitudes-conducta no es directa, por lo que los autores propusieron que las actitudes afectan al comportamiento de manera indirecta, a través de un factor llamado “intención de actuar”. Además de esto, las intenciones recibían la influencia de una “norma subjetiva”, la cual refleja las percepciones que tienen personas importantes para el sujeto (amigos, familiares, vecinos) respecto de lo que el sujeto debiera o no debiera hacer (Fishbein y Ajzen, 1975). Dicho de otra manera, el comportamiento es función de la intención de actuar (el sujeto actuará si tiene intención de hacerlo), la cual a su vez surgirá si hay actitudes favorables para desarrollar la intención, y si existe una norma subjetiva que conduzca a esa intención. La figura 2.1. es una representación gráfica de esa teoría, en donde las flechas señalan la dirección del flujo causal.

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ACTITUD INTENCIÓN

CONDUCTA

NORMA SUBJETIVA

Figura 2.1. Representación gráfica de la Teoría de la Acción Razonada (Fishbein y Ajzen, 1975). Una variante de este modelo es la llamada “Teoría de la Acción Planeada” (Ajzen, 1991). En este modelo se incluye un quinto factor, llamado “Control conductual percibido”, el cual se refiere a las creencias acerca del control que el sujeto tiene de factores que pueden impedir o facilitar la conducta. Este control conductual percibido también afecta la intención de actuar, junto con las actitudes y la norma subjetiva. En cualquiera de sus versiones, este modelo comparte el fundamento cognoscitivista de que la información que el sujeto adquiere y almacena, ya sea en forma de actitudes, creencias o normas, es importante en la emisión del comportamiento. Lo que hace particular al modelo de Fishbein y Ajzen es su manera de caracterizar las relaciones entre estos factores internos cognoscitivos y el comportamiento abierto. El modelo ha sido puesto a prueba, en el contexto de la investigación del CPA, con resultados diversos (Taylor y Todd, 1995; 1997; Cheu, Chang y Wong, 1999). Algunos autores han encontrado que, en general, los resultados de relacionar los componentes del modelo corresponden con la teoría. Por ejemplo, Taylor y Todd (1995) estudiaron el comportamiento de elaboración de compost a partir de los desperdicios orgánicos en el hogar. Este comportamiento fue la variable dependiente, predicha de manera directa por la intención conductual e indirectamente por actitudes a favor de elaborar compost, por la norma subjetiva relacionada con esa actividad y también por el control conductual percibido. Todos los efectos causales probados fueron significativos. Sin embargo, en una investigación posterior (Taylor y Todd, 1997), a pesar de que esos efectos se repitieron, la influencia de la norma subjetiva en la intención de actuar no fue significativa.

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En el área del reciclaje de objetos, Goldenhar y Connell (1993) encontraron lo que ellos identifican como “un apoyo limitado a la teoría de Fishbein y Ajzen” (op. cit., pág. 99). Analizando datos de estudiantes universitarios, corroboraron que la conducta de reciclaje, reportada verbalmente por los sujetos, era predicha significativamente, aunque no de manera saliente, por la intención de reciclar, la cual a su vez era afectada por las normas subjetivas y las actitudes a favor del reciclaje. Se encontraron resultados similares en los estudios de Taylor y Todd (1995) y Bagozzi y Dabholkar (1994), sin embargo, inexplicablemente en el primero el efecto de la norma subjetiva en la intención de actuar fue negativa, y en el segundo no se encontró ninguna relación entre estas variables. Otros estudios han mostrado que el efecto de la norma subjetiva en la intención a actuar es muy pequeño o insignificante (Allen, Davis y Soskin, 1993; Jones, 1990; Kok y Siero, 1985). La inconsistencia de estos resultados podría deberse a problemas en la medición de las variables (Thøgersen, 1996), sin embargo, es también probable que refleje deficiencias en la especificación del modelo. 3.2. La teoría de la activación de las normas. Este modelo también encaja en el marco cognoscitivo y ha sido además aplicado en el campo del CPA. Fue planteado por Schwartz (1968; 1977) y estipula que la activación de normas altruistas (ayudar a otros) ocurre más probablemente cuando un individuo se da cuenta de las consecuencias positivas que tendría su altruismo y cuando se adscribe a sí mismo esa responsabilidad de ayudar a otros en situaciones de necesidad. Al igual que el modelo anterior, los aspectos centrales del modelo son las cogniciones: En este caso, percepciones de las consecuencias de la acción y de la propia responsabilidad del sujeto. Como todos los modelos cognoscitivos, la teoría de Schwartz presupone que las normas, en este caso las normas altruistas, son disposiciones que el individuo posee y almacena internamente. Dado que esas normas surgieron de un procesamiento de información, una nueva y pertinente información puede lograr la recuperación (activación) de las mismas. El modelo presenta también una característica peculiar, que la hace compartir un componente teórico con otros modelos de la psicología evolutiva: El desarrollo de altruismo como comportamiento adaptativo, y que parece tener un efecto importante en el CPA; pero sobre eso volveremos en la sección de psicología evolutiva que trataremos posteriormente. Al igual que en el caso de la Teoría de la Acción Razonada, el modelo de Schwartz no fue pensado originalmente para explicar la conducta proambiental, sin embargo, ha sido aplicado exitosamente a este campo desde principios de la década de los 70 y sigue utilizándose como marco referencial para desarrollar investigación hasta la fecha. De acuerdo con estas aplicaciones, el CPA puede entenderse como un tipo de altruismo, en este caso altruismo por el medio ambiente, incluyendo la

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búsqueda del beneficio de otros seres humanos y otras especies (Stern, Dietz y Kalof, 1993). Los individuos pueden poseer creencias acerca de las consecuencias de su comportamiento, como contaminar o desperdiciar recursos, así como creencias relacionadas con la responsabilidad de evitar la contaminación y ahorrar recursos (Stern, Dietz y Guagnano, 1995). El sistema de creencias propuesto por Schwartz ha sido investigado en su relación con conductas proambientales, como por ejemplo la adherencia a los objetivos del movimiento ambiental (Karp, 1996; Stern, Dietz, Kalof y Guagnano, 1995). Otros estudios han mostrado que estas creencias predicen significativamente comportamientos proambientales como el consumo de productos no nocivos para el ambiente, la reducción en el uso de transporte, y el reuso y reciclaje de productos (Dietz, Stern y Guagnano, 1998). 3.3. Formación de hábitos. El comportamiento rutinario de la gente puede ser caracterizado por el concepto de “hábito”, un patrón consistente de conducta, que ha sido establecido previamente y que no requiere la toma activa de decisiones. La ventaja de tener un hábito es que el individuo no tiene que pensar y considerar diferentes alternativas cada vez que enfrenta cierta situación. Dado que las actitudes funcionan mejor cuando las personas tienen que tomar decisiones (Corral-Verdugo, 1998b), el hábito produce una moderación de la relación actitud-conducta: Cuando el hábito es fuerte, la relación actitud-conducta es débil, mientras que cuando el hábito es débil, la liga entre actitud y conducta es fuerte (Verplanken, Aarts, Van Knippenberg y Van Knippenberg, 1994). Reconociendo la fortaleza de los hábitos para guiar el comportamiento, los cognoscitivistas proponen la formulación de estrategias que permitan desarrollar hábitos proambientales, es decir, consistencias en el comportamiento que sean funcionales y de utilidad para el medio ambiente. Estas consistencias serían semejantes, aunque no iguales, a los estilos proambientales de los que hablamos en el capítulo I. De acuerdo con Dahlstrand y Biel (1997), la mayoría de las personas tienen establecidos hábitos en su relación con el medio ambiente, pero muchos de esos hábitos no son de beneficio para el mismo. Por ejemplo, en el pasado, una persona pudo haber decidido utilizar su auto para ir a trabajar, dado que esto le ahorraba tiempo, o pudo haber empezado a usar detergentes no biológicos, puesto que son más baratos. Podría pensarse que esos hábitos se manifiestan como conductas mantenidas por consecuencias reforzantes a corto plazo, como lo establecen los conductistas, aunque aquí el mecanismo de control, según los cognoscitivistas no sería un evento externo, sino la disposición interna a comportarse de manera consistente.

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Dahlstrand y Biel plantean que es posible “romper” esos hábitos antiambientales y reemplazarlos por otros nuevos y más propicios para el ambiente. Dada la naturaleza cognoscitiva de su propuesta, ésta se basa en proveer información relevante que produzca una reestructuración de los procesos internos (cognoscitivos). De acuerdo con esos autores, algunos de los factores que promueven esa reestructuración son el énfasis en valores pro-ambientales, seguido por la percepción de la CPA de otros, la información específica acerca de la conducta actual y sus consecuencias negativas, el planteamiento de alternativas evidentes y existentes, instrucciones de procedimiento claras y una retroalimentación positiva. 3.4. Disonancia cognoscitiva La simple persuación en ocasiones no es suficiente para formar un hábito, y en ocasiones ni siquiera para instaurar un comportamiento proambiental al mediano plazo. Algunos investigadores sugieren que hay que avanzar con procedimientos más radicales para lograr una re-estructuración cognoscitiva que promueva el cambio comportamental. Una de las estrategias propuestas es la disonancia cognoscitiva. Tal y como la formuló Festinger (1957), la teoría de la disonancia plantea que cuando una persona mantiene dos cogniciones que son psicológicamente inconsistentes, el individuo experimentará disonancia cognoscitiva, un estado displacentero similar a la sed o el enojo. Una vez que surge la disonancia, la persona se ve motivada a reducirla, a través de cambios actitudinales o conductuales que permitan re-establecer la consistencia. Siguiendo las ideas de Festinger (op cit), Aaronson (1980) propone que la teoría de la disonancia funciona mejor cuando se involucran las expectativas acerca de uno mismo, es decir, cuando la gente hace algo que viola sus auto-conceptos: Creencias acerca de nosotros, como las de que somos buenos, morales, o competentes. Por lo tanto, elegir un comportamiento que entra en contradicción con esas creencias produce disonancia (Dickerson, Thibodeau, Aaronson y Miller, 1992). Algunos de esos comportamientos son las acciones anti-ambientales. La teoría de la disonancia ha sido puesta a prueba, con cierto éxito, en las áreas de ahorro de energía (González, Aaronson y Constanzo, 1988). Algunos estudios han mostrado que la manipulación de un compromiso público, hecho por participantes en una investigación, puede producir la reducción de su consumo de energía por seis meses (Pallak, Cook y Sullivan, 1980; Pallak y Cummings, 1976). Dickerson et al. (1995) emplearon la teoría de la disonancia en un intento de lograr ahorro de agua en una ciudad californiana. Los autores indujeron lo que ellos denominan una condición de sentimiento de “hipocresía”, es decir un estado en el que los sujetos se dan cuenta de que lo que hacen no es siempre lo que predican. Primero registraron las creencias de los sujetos al respecto de su uso de agua. Las preguntas se diseñaron de manera tal que los individuos recordaran que algunas

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veces ellos gastaban el líquido innecesariamente. Tras esto, firmaron un compromiso público de ahorrar el líquido y posteriormente, sin que los sujetos lo notaran, los investigadores registraron su comportamiento de uso de agua. Bajo esta condición y en contraste con grupos de control, los investigadores encontraron una reducción significativa en el consumo del líquido. 3.5. Alcances y limitaciones de la postura cognoscitiva. Sin lugar a dudas, el enfoque cognoscitivo es la postura teórica dominante en la investigación contemporánea del CPA. Tras el decline de la actividad investigativa conductual, los cognoscitivistas ocuparon el lugar de los conductistas y sus estudios acaparan la atención de los interesados en el área. Una de las características que le da fortaleza a esta posición es su inclusividad, es decir, la consideración de un buen número de aspectos, sobre todo disposicionales psicológicos que tratan de explicar el CPA. El enfoque cognosicitivista, al igual que el conductual, también abarca un número significativo de temas de investigación (ahorro de recursos naturales, evitación de contaminación, anticonsumismo, participación en movimientos ecologistas, limpieza y estética ambiental, etc.). Para muchos, el cognoscitivismo representa también una explicación psicológica integral del CPA, ya que recupera el estudio de factores mentales o internos, que no son del interés de los conductistas. Las limitaciones también están presentes, por supuesto, en esta postura. Una de ellas es su énfasis en los aspectos de procesamiento y uso de la información, como determinantes del CPA. Como veremos más adelante, muchos autores no comparten la idea de que el comportamiento destructor del medio pueda ser cambiado simplemente a través de la información, no importa qué tan elaborada, simple o variada pueda ser ésta, o de qué forma sea presentada a los sujetos. El suponer que el cambio de normas, creencias, valores o actitudes es simplemente materia de conocimiento o información entra, a juicio de algunos autores, en contradicción con resultados de la investigación que muestran que la información no es suficiente, y en ocasiones, ni siquiera importante. Por supuesto, también está presente el problema de la objetividad en la obtención de medidas del CPA y sus determinantes, que los conductistas consideran es de singular importancia para asegurar un status científico a esos resultados. Aunque las medidas de los cognoscitivistas se han refinado hasta llegar a niveles sin precedentes, siempre queda la duda de que éstas no reflejen necesariamente la presencia de fenómenos internos, que a final de cuentas no son otra cosa que constructos intangibles. Manejar constructos siempre ha sido más complicado que describir eventos observables, aunque lo primero pueda parecer más interesante y para algunos, más “realista”.

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4. La teoría psicoanalítica. Aunque el enfoque psicoanalítico se ha limitado fundamentalmente a la investigación clínica y al uso de pruebas psicológicas (Levine, 1971), eventualmente ha ofrecido explicaciones del CPA. En el centro de la explicación psicoanalítica se encuentra la noción de energías psíquicas, las cuales son análogas a las energías físicas, en el sentido de que ninguna de las dos se crean ni destruyen, sino que simplemente se trasforman. Estas energías dirigen el comportamiento humano a partir de tres estructuras psicológicas: el ello, el yo y el superyo. El yo representa la estructura consciente que entra en contacto directo con el mundo externo, el superyo está conformado por las reglas y convencionalismos que regulan el comportamiento social y moral, mientras que el ello representa la parte más básica e instintiva del ser humano. De esta estructura fluyen dos tipos de energías fundamentales representadas por el instinto destructivo (Tanatos), relacionado con la muerte y la destrucción, y el instinto creativo (Eros), relacionado con la vida y el sexo. De acuerdo con Freud (1950) el instinto destructivo, funciona en cada ser viviente “haciendo lo posible para traer la ruina y reducir la vida a su condición original de materia inanimada” (pág. 280). En esta exposición puede asentarse la base para una explicación del comportamiento antiambiental. De manera fatal existe en nuestra naturaleza humana un impulso a la destrucción que explicaría no sólo nuestro comportamiento agresivo sino también la tendencia humana a degradar el medio (Winter, 2000). Por supuesto, existe la contraparte (Eros), que al predominar sobre Tanatos podría inducir un comportamiento protector (Leff, 1998). De manera relacionada, Fromm (1973) sugiere que los seres humanos poseen un atributo básico como respuestas emocionales hacia lo vivo o hacia la muerte. Este psicoanalista llama “Biofilia” a la orientación emocional a la vida, señalando que mientras algunas personas se inclinan hacia la vida y su cuidado, algunos otros prefieren la muerte o las cosas inanimadas, con su potencial de ser objetos controlados y ordenados. Ray y Lovejoy (1984), entre otros, consideran que quizá los amantes de la naturaleza poseen un compromiso hacia la vida en sí misma y que el ambientalismo puede ser simplemente un aspecto más de la biofilia. Freud también señala la existencia de defensas, mecanismos que nos permiten disminuir la ansiedad provocada por los conflictos entre las estructuras del aparato psíquico. En la perspectiva psicoanalítica de los problemas del medio, se predice que a mayor conciencia del predicamento medioambiental se produce una mayor ansiedad (Winter, 2000). Las defensas de las que habla Freud surgen sobre todo cuando tratamos de resolver el conflicto entre las demandas del instinto (ello) y la prohibición por la realidad (superyo), las cuáles se presentarían en situaciones de decisión por el cuidado o la degradación del medio. Landázuri y Terán (1998) y Winter (2000) ejemplifican algunas de esas situaciones, como instancias de

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racionalización (crear una atractiva pero falsa explicación de nuestra conducta antiambiental, para justificarla); intelectualización (distanciarse emocionalmente del problema ambiental, describiéndolo en abstracto en términos intelectuales); o desplazamiento (expresar nuestros sentimientos hacia un blanco más seguro, menos amenazante). Dado el carácter eminentemente clínico del enfoque psicoanalítico, sus propuestas de solución a los problemas del medio se sitúan en el contexto de recomendaciones para prácticas personales. Algunas de éstas implican el que las personas se permitan experimentar los sentimientos desagradables ocasionados por la problemática ambiental, evitando los mecanismos de defensas que impiden enfrentar esos problemas. Es muy probable que esta estrategia requiera una reflexión profunda, que permita extraer esos sentimientos, y reconocer cabalmente las trabas (defensas) que impiden enfrentarnos al cambio de comportamiento irracional, para optar por un CPA (Landázuri y Terán, 1998). Por desgracia, hasta donde sabemos no hay informes de experiencias de investigación que hayan puesto a prueba esas recomendaciones. Tampoco hay descripciones de estudios de determinantes del CPA desde una perspectiva psicoanalítica, y si éstos existen, su difusión no se ha dado en medios al alcance de los estudiosos de este tipo de comportamiento. Aunque el enfoque psicoanalítico puede parecer atractivo para algunos estudiosos del CPA, la falta de estudios empíricos que respalden sus postulados representa un inconveniente significativo para su aceptación por parte de un sector importante de investigadores en el área. Otros argumentarán también que la postura psicoanalítica es incluso más subjetiva que la posición cognoscitivista; situación que, por supuesto es reconocida e incluso estimulada por los propios psicoanalistas, quienes ven en la subjetividad una condición fundamental para entender a cabalidad las complejidades del comportamiento humano (Leff, 1998).

5. Psicología evolutiva. En la revisión de la postura conductista se comentaba que muchos de los problemas del medio podían tener como su origen el reforzamiento positivo de conductas antiambientales. Es probable que, al ser más fuerte e inmediata la gratificación de comportamientos antiecológicos que la que se consigue tras la conducta responsable, los resultados de la investigación hayan sido desalentadores por la dificultad de contrarrestar tan potentes efectos del reforzamiento a la conducta antiambiental. Estaríamos entonces frente a un caso de egoísmo reforzado (la búsqueda de satisfacción al gastar los recursos del medio), quizá no muy diferente del impulso destructivo, y también egoísta del que habla Freud en su teoría psicoanalítica.

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5.1. Genes e individuos egoistas La situación arriba comentada encaja bien en un marco explicativo psicoevolutiva. De acuerdo con éste, el comportamiento humano tiene una fuerte influencia genética: Mucho de lo que hacemos obedece a la necesidad de preservar nuestros genes: Evitar el daño corporal, aproximarse a lo que nutre y protege, e involucrarse en actividades de procreación, son sin duda actividades de enorme interés para los seres humanos y animales. A final de cuentas, el castigo y el reforzamiento skinnerianos tienen su base en la evolución de sistemas que permiten la supervivencia de las especies, pero para que la especie sobreviva, primero tiene que sobrevivir el individuo, ya que en éste se encuentra depositados los genes a transmitirse a la descendencia. Aun más: Es tan fuerte el impulso a la preservación genética que el interés del individuo queda supeditado al mantenimiento de los genes. De hecho, si el interés mayor se centrara en el individuo, el organismo no envejecería, sin embargo, la programación genética determina que tras la reproducción el cuerpo entre en una etapa de obsolescencia, tras la cual muere. Por lo tanto, los animales y las plantas están diseñados para hacer las cosas no para ellos, ni para sus especies, sino para sus genes (Ridley, 1996). De aquí se desprende el término “gen egoísta” (Dawkins, 1976), el cual describe el control absoluto -en última instancia- del destino individual en poder de los genes. Ahora bien, usualmente, el interés genético y el interés individual coinciden. Esto tiene sentido, ya que si el individuo muere prematuramente el gen también desaparece, de manera que los genes, aparte de programar la muerte de sus huéspedes corporales, los dotan también de poderosos sistemas motivacionales que los inducen a conservarse vivos y aptos para reproducirse. La aptitud individual promueve un sistema de selección de los sujetos más capaces: Usualmente los más fuertes, sanos e inteligentes, dentro de una lucha al interior de cada especie (Darwin, 1859). Al sobrevivir estos sujetos, sus tendencias motivacionales los llevan a reproducirse. De hecho, hay pocas cosas más motivantes para un organismo que involucrarse en tareas de reproducción...para el servicio de sus genes. Lo anterior resulta en una prolongación del egoísmo genético: Un egoísmo individual que lleva a los animales y seres humanos a hacer cosas que resulten en su provecho, y mientras más inmediato sea ese provecho, mejor. Siguiendo los resultados de la tradición conductista, y el fatalismo del Tanatos freudiano, aparentemente habría muy poco que hacer para contrarrestar el egoísmo de los individuos en su interacción con los recursos del medio ambiente. Si estamos diseñados para buscar el reforzamiento en casi cualquier cosa del ambiente que nos rodea, aparentemente no terminaremos de degradar el medio hasta que consigamos agotar su fuente de reforzadores: Individuos del sexo opuesto para copular, sobre-poblando el mundo; recursos naturales para terminar con ellos en

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busca de satisfactores; uso irracional de tecnología que contamina pero que nos brinda comodidades. Quizá este panorama fatalista haya sido en parte responsable del desánimo observado en la investigación conductista del CPA en la década de los 80, y también el que la investigación psico-evolutiva no haya tenido un despegue temprano, dado que los postulados del egoísmo genético e individual no eran muy alentadores para una búsqueda de determinantes del CPA . 5.2. Cooperación y altruismo. Sin embargo, hay una faceta de la psicología evolutiva que sólo recientemente ha llamado la atención de un número importante de investigadores: El egoísmo de los organismos es sólo una estrategia evolucionada de supervivencia, a la que se aúnan otras que pueden ser de gran interés no sólo para la preservación de la especie, el individuo y los genes (por supuesto), sino también para la conservación del medio ambiente. Una de esas estrategias es el altruismo. Muchos estudios han mostrado que los organismos, incluídos los humanos, aunque usualmente se ven impulsados por el interés propio, frecuentemente cooperan entre sí (Siebenhüner, 2000). Trivers (1971) argumenta que una razón por la que los individuos ayudan a otros es la búsqueda de reciprocidad, es decir, ayudan en el presente para obtener una retribución futura. Un favor hecho por un individuo puede ser pagado con un favor a cambio después, brindando provecho a ambos. Este tipo de cooperación, lejos de ser altruista y desinteresada implica un trueque de favores que satisface a dos o más intereses egoístas; sin embargo, funciona para las partes. Aparte de este altruismo recíproco, existe por supuesto el altruismo que un individuo despliega ante miembros de su familia. Una persona le dará ayuda a un hermano, padre, o hijo, en primera instancia, o a parientes más alejados, en segundo término, sin esperar retribución a cambio (Wright, 1994). La explicación psicoevolutiva plantea que este tipo de altruismo se da en función de una covarianza genética, es decir, qué tanto porcentaje de genes comparte un individuo con otro (Hamilton, 1964). La ayuda que le brinde a ese otro individuo entonces, no es otra cosa a final de cuentas que un sistema de cooperación entre los mismos genes, a través de los individuos que los portan. En el nivel más elevado del sistema de cooperación se encuentra el altruismo no recíproco y no genético, es decir, aquella tendencia a ayudar a otros sin esperar -aparentemente- nada a cambio. Una forma especialmente interesante de altruismo consiste en buscar el bienestar de todos los organismos, no sólo de los miembros de la misma especie, sino la de la vida y el ambiente en última instancia. A pesar de que muchos evolucionistas no estarían de acuerdo con la existencia de este altruismo sin ganancia, otros lo interpretarían como una “preocupacion por los demás disfrazada”. Es decir, el individuo aparenta no recibir beneficios de su generosidad, sin embargo, estos beneficios se manifiestan en la forma de

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consecuencias aparentemente intangibles como la reputación o el reconocimiento social. De cualquier forma, el individuo altruista gana. Una cosa interesante es que este altruismo a ultranza parece haberse desarrollado a partir del egoísmo (todo para mí), dado que ocasionalmente los individuos tenían que compartir para recibir posteriormente (altruismo recíproco). De acuerdo con Ridley (1996) hay una paradoja en el hecho de que a pesar de que la mente humana surgió a partir de genes egoístas haya sido “construida” para ser social, y cooperativa. Es tan fuerte la tendencia de los grupos sociales a auto-preservarse a través de las prácticas altruistas, que la virtud en cualquier sociedad del mundo siempre se concibe como una conducta altruista, mientras que la maldad, en cualquiera de sus manifestaciones, siempre se muestra como egoismo: El virtuoso comparte y se preocupa por los demás, mientras que el malo o pecaminoso es un egoísta. De acuerdo con la postura psico-evolutiva, el ideal a alcanzar sería el desarrollo de un altruismo tan evolucionado que tendría como objetivo final la preservación del entorno (Ridley, 1996). Algunos investigadores (Flannery y May, 1994; Larsen, 1995) sugieren que mucha gente se involucra en actividades proecológicas como una manera de reflejar su preocupación por el altruismo social o la sociedad en general. Ebreo, Hershey y Vining (1999) plantean que los individuos desarrollan conductas de conservación debido a que éstas se perciben como una contribución al bienestar de la comunidad a la que ellos pertenecen, y también porque esas conductas se esperan en los integrantes de la comunidad. 5.3. Altruismo y CPA. El modelo de la activación de la norma de Schwartz (1977) -que describimos en una sección previa- encaja en esta descripción psico-evolutiva de valores proambientales. Si como la psicología evolutiva lo plantea, la sociedad funciona no por qué la hallamos inventado conscientemente, sino porque es un antiquísimo producto de nuestras disposiciones evolucionadas (Ridley, 1996), y si la cooperación y el altruismo social forman parte de ese producto (Trivers, 1971), entonces cabría esperar el desarrollo de valores proambientales, como formas de preocupación por los demás. Si el ambiente se preserva, entonces se preserva mi sociedad, mi grupo y, por supuesto, yo, porque estoy incluido en los anteriores. Una buena cantidad de aplicaciones del modelo parece confirmar su pertinencia en la predicción de las conductas de conservación ambiental (Hooper y Nielsen, 1991; Stern, Dietz y Black, 1986; Vining y Ebreo, 1992). Estos estudios muestran que es posible “activar” normas ambientales cuando los individuos creen que sus acciones tendrán serias consecuencias en los demás y que ellos son responsables de esos efectos.

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5.4. Egoísmo y CPA Ahora bien, no todo el CPA tendría por qué depender del altruismo. De acuerdo con la literatura, también existen razones más personales (egoístas) para desarrollar conductas de conservación. Por ejemplo, Vining y Ebreo (1990) y Vining, Linn y Burdge (1992) han mostrado que las inconveniencias personales y la logística práctica (dificultades para hacer algo) pueden ser importantes inhibidores de la conducta de reciclaje, lo cual implica que si el reciclaje es conveniente y práctico, los individuos lo llevarán a cabo. Corral-Verdugo (1996), por otro lado, encontró que la motivación económica, es decir la obtención de dinero, era un importante predictor del reciclaje, y Baldassare y Katz (1992), por su parte, mostraron que la gente que cree que los problemas ambientales son una amenaza a su seguridad y salud personal consume más productos que no lesionan el ambiente. Esto pareciera mostrar entonces que aún los motivos egoístas pueden ser importantes predictores del CPA. Queda aún por dilucidar qué motivos son más importantes para desarrollar CPA, los egoístas o los altruistas, y si existen transiciones entre estos motivos. Aunque la psicología evolutiva anticipa que es más probable encontrar las razones para preservar el medio en el altruismo evolucionado (Ridley, 1996), no cabe duda que este campo de investigación apenas está abriéndose y representa una veta importante a explorar por los psicólogos ambientales. 5.6. La hipótesis de la biofilia. Un enfoque evolutivo particularmente interesante plantea que todos los seres humanos poseemos una necesidad inherente de afiliación con la vida y los procesos vitales de la naturaleza. Esta tendencia a preferir y buscar la preservación de la vida es explicada bajo el rubro de la hipótesis de la biofilia (Wilson, 1984), la cual se deriva originalmente de Fromm (1973), quien señala que los seres humanos poseen una orientación hacia la vida. La hipótesis sugiere que la biofilia es proecológica y que le confiere a la lucha evolucionaria por la sobreviviencia humana una ventaja para adaptarse, persistir y triunfar como individuos y como especie (Kellert, 1993). Ray y Lovejoy (1984), en un estudio exploratorio acerca de la pertinencia de esta teoría, utilizaron una escala de biofilia y contrastaron las respuestas obtenidas con las que daban sus sujetos a un instrumento que medía ambientalismo. Los resultados señalan una correlación significativa, aunque no muy grande (.27), entre la biofilia y la participación en actividades proecológicas. Una versión más elaborada de esta teoría proponen nueve aspectos fundamentales de las bases evolutivas para la valoración del mundo natural: Estos serían los aspectos o valores utilitarios, naturalistas, ecologistas-científicos, estéticos, simbólicos, humanistas, moralistas, de dominio, y negativistas (Kellert, 1993).

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Los valores utilitaristas son tendencias que revelan la necesidad de obtener beneficios físicos de la naturaleza, como sostén, protección y seguridad. Algunos estudios del CPA han mostrado que el utilitarismo es un importante motivo para buscar la protección del medio, ya sea como búsqueda de satisfacer necesidades de manera egoísta o para los miembros del grupo (Vining et al., 1992; Corral-Verdugo, 1996). Por otro lado, los valores naturalistas son vistos como la satisfacción que se deriva del contacto directo con la naturaleza. Ulrich (1993) y Kaplan (1983) han mostrado los beneficios que experimentan los seres humanos al entrar en contacto directo con los elementos naturales como árboles, agua, arbustos, flores y demás detalles del entorno. La preservación del ambiente, como una forma de asegurar esta satisfacción debiera ser entonces un importante motivo humano. La belleza natural del ambiente es también uno de los mayores atractivos que mueven al ser humano en la búsqueda de satisfactores, lo que da origen a los valores estéticos, éstos se manifiestan por una mayor preferencia de los seres humanos por características de la naturaleza, en contraposición con aquellas del ambiente construido (Kaplan, 1987; Ulrich, 1983). Los valores ecologistas-científicos reflejan la necesidad humana de estudiar la naturaleza, así como la creencia de que el ambiente puede entenderse a través de la investigación empírica (Kellert, 1993). Esta tendencia y urgencia por adquirir conocimiento del medio le daría al humano la capacidad de aprovechar sus recursos, pero, además podría brindarle la oportunidad de propiciar su cuidado y preservación (Blum, 1987; Schan y Holzer, 1990). La experiencia simbólica, a la vez, refleja el uso de la naturaleza como un medio de facilitar la comunicación y el pensamiento. El desarrollo de expresiones linguísticas que denotan rasgos, ideas abstractas o cualidades, que son tomadas de los animales, plantas o fenómenos naturales es un indicador de esta tendencia (Kellert, 1993). Los valores humanistas de la hipótesis de la biofilia se manifiestan como tendencias hacia el cuidado y protección de los elementos individuales de la naturaleza: plantas, animales, o escenarios de la misma. Es probable que esta disposición se haya originado y mantenido por el uso de animales de compañía en tareas como la cacería y la protección de la guarida. Como sea, la tendencia a cuidar y proteger animales y plantas es uno de los rasgos del CPA más importantes, el cual, por cierto no ha merecido una atención suficiente por los investigadores. La experiencia moralista de la naturaleza comprende los sentimientos de afinidad, responsabilidad ética e incluso de reverencia por el medio natural. En ésta cabrían los sistemas de valores expresados por algunos pueblos indígenas que, en lo general, han mostrado un mayor respeto y preocupación por la preservación del medio. Los valores de dominio reflejan los deseos de avasallar la naturaleza, tal y como se expresan en diversos códigos morales y religiosos, sobre todo de Occidente, y en sus sistemas de creencias al respecto del predominio humano sobre

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el ambiente (Dunlap y Van Liere, 1978). Por último, la experiencia negativista se caracteriza por los sentimientos de miedo, aversión y antipatía hacia diversos aspectos del mundo natural. Se reconoce que estos sentimientos poseyeron y ocasionalmente aun poseen un valor adaptativo, dado que motivan respuestas de escape ante el peligro. Sin embargo, algunos conservacionistas y promotores del CPA aseguran que los mismos son inapropiados y a menudo conducen a la depredación y destrucción del ambiente (Kellert, 1993). Como puede notarse, muchos de los valores expuestos por la hipótesis de la biofilia están contenidos de alguna manera en otras teorías, ya sea como instintos destructivos o creativos, como necesidades egoístas, como procesos cognosicitivos o como contingencias de reforzamiento. Un aspecto interesante de esta propuesta es que contiene algunos elementos o “valores” que no han sido investigados de manera empírica en su relación con el CPA, por ejemplo, las experiencias estéticas, negativistas, simbólicas y humanistas. Estas áreas de estudio podrían producir algunas sorpresas y ahondar el conocimiento de los factores que promueven la aparición y el mantenimiento de la conducta proecológica.

6. Enfoques sistémicos. Todos los enfoques revisados hasta ahora incluyen variables de índole psicológica. Factores como las actitudes, las creencias, las normas, los valores, el reforzamiento, la motivación, los instintos, etc. son los componentes de los modelos conductistas, psicoanalistas, cognoscitivistas y psicoevolutivas. Aunque se supone que estos factores surgen de la interacción entre los individuos y su medio ambiente (Kantor, 1978), es raro encontrar, de manera explícita, variables del contexto o características personales no conductuales que afectan el comportamiento, como componentes de los modelos psicológicos del CPA. Dicho de otra forma, en estos modelos el CPA es predicho fundamentalmente por variables psicológicas pero no por factores situacionales (contextos físico y normativo) o características personales no psicológicas como la edad, el sexo, el ingreso económico, la educación, la religión, etc. Por supuesto, en la tradición conductista las variables antecedentes asumen la forma de variables contextuales que afectan el comportamiento; no obstante, son pocos los estudios de este tipo como proporción del total de investigaciones del CPA. En las teorías cognosicitivistas las variables de normas, creencias y valores, presuponen la presencia de un contexto normativo, sin embargo, éste no queda incorporado explícitamente en los modelos: Las normas, creencias y valores son rasgos personales, ciertamente afectados por la convención social, pero esta convención social no es medida de manera específica, sino que su efecto se da por sentado a través de la medición de las variables disposicionales que, en teoría, esta convención social afecta.

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Claro, muchos podrán argumentar -con cierta razón- que los factores de contexto físico y marco normativo, así como las variables demográficas, al no ser de índole psicológica nada tienen que hacer en un modelo comportamental; no obstante, todas las teorías psicológicas reconocen un valor fundamental de estos aspectos extrapsicológicos, dado que ellos no sólo posibilitan la emergencia de la conducta, sino que también la favorecen y ocasionalmente la obstaculizan (Kantor, 1978; Barker, 1968). En este sentido, un modelo que incorpore variables situacionales y factores demográficos, como influencias del CPA y sus predictores disposicionales no sólo no niega el carácter psicológico de ese modelo, sino que además lo enriquece. Esta es la perspectiva de la mayoría de los modelos sistémicos, los cuales pueden ser adaptaciones de teorías ya existentes a relaciones entre variables psicológicas pro-ambientales y factores extrapsicológicos, usualmente modelados como variables exógenas, es decir, variables independientes que afectan a los factores psicológicos proambientales, los cuales a su vez son estudiados como predictores del CPA. Entre las representaciones de este tipo se encuentra la de Blamey (1998), quien propone un modelo ampliado de la teoría de activación de la norma de Schwartz (1977), el cual, como ya vimos, plantea que las normas altruistas se activan en función de la adscripción de responsabilidad y del tomar conciencia de las consecuencias del comportamiento. Para Blamey, el modelo es más completo si a esas variables se agrega el contexto de la acción colectiva, en donde normalmente ocurre la CPA. El autor le da un énfasis especial a variables de ese contexto como el rol de las organizaciones, la iniciativa política, así como a las nociones de justicia distributiva y de procedimiento que existen en el marco normativo en el que se da el CPA. Otros enfoques sistémicos son el de Taylor y Todd (1997), quienes estructuran un modelo integrado de manejo de la basura, a partir de la teoría de la acción razonada y una serie de condiciones facilitadoras del CPA; el de Samdahl y Robertson (1989), que incluye a variables demográficas como factores exógenos predictores de variables perceptuales y creencias proambientales; el de Hines et al. (1987) que también considera el efecto de variables demográficas y situacionales sobre el CPA y sus predictores psicológicos; y el de Corral-Verdugo (1996) que plantea el efecto de factores disposicionales psicológicos (conocimientos, motivos, competencias y creencias proambientales) sobre el CPA, a la vez que considera el efecto de variables situacionales, demográficas y de información sobre esos factores psicológicos.

7. Resumen de los marcos explicativos. Aunque parece haber un acuerdo en definir el CPA como acciones observables que resultan en la protección o conservación del entorno, no existe

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consenso en la manera de concebir a sus determinantes. Para los conductistas la CPA, al igual que todo el comportamiento, se encuentra bajo el control de estímulos y contingencias externas al individuo, ya sean éstas variables antecedentes (estímulos discriminativos) o variables consecuentes (reforzamiento positivo, castigo o extinción). Una persona se comportará de manera responsable con el ambiente si se le presentan estímulos que señalen la ocasión para actuar de manera proecológica, y si se le refuerza de manera inmediata ese comportamiento responsable. Para los conductistas, no existen fenómenos internos de interés en la explicación del CPA y éstos no pueden ser estudiados de manera científica, pues son intangibles y subjetivos. Los cognosicitivistas, por el contrario, señalan que son estos fenómenos internos o mentales los principales responsables del CPA. Estas variables, que asumen la forma de conocimiento, actitudes, creencias o percepciones proambientales, surgen del procesamiento de la información que el individuo extrae de su interacción con el medio ambiente. Dichas variables pueden ser recuperadas por los individuos, ante condiciones propicias como la presencia de normas subjetivas, el señalamiento de la responsabilidad de actuar, la disonancia cognoscitiva, u otras condiciones que desembocan en la formación de hábitos proambientales. En todos los casos, la postura cognoscitiva enfatiza el papel que tiene la información como desencadenante de los procesos proambientales. Los psicoanalistas ven la dicotomía preservación-degradación del medio ambiente como una consecuencia de la lucha entre los impulsos creativos (Eros) y destructivos (Tanatos) del inconsciente humano, o entre la biofilia y la orientación a la muerte. El cuadro de degradación ambiental que impera en la actualidad pareciera indicar que Tanatos prevalece sobre Eros, lo cual se ajusta al pesimismo de Freud cuando explica los mecanismos psíquicos de la agresividad humana. Aunque los psicoanalistas han dado un buen número de propuestas para contrarrestar el efecto de los impulsos destructivos sobre el medio ambiente, poca o ninguna investigación se ha hecho, desde la perspectiva psicodinámica, para corrobar la pertinencia de esas propuestas. La psicología evolutiva asegura que la preservación del ambiente puede entenderse ya sea como una acción que busca un beneficio para el individuo (egoísmo proambiental), para los familiares de éste (altruismo genético) o para otros en espera de una retribución (altruismo recíproco). Algunos psicólogos evolucionistas plantean que el altruismo proambiental es una forma evolucionada de comportamiento que posibilitaría la preservación del grupo social, y por lo tanto del individuo y de sus genes. Otros evolucionistas sugieren una biofilia en los seres humanos, la cual es una afinidad por la vida en la naturaleza, como tendencia que puede llevarnos a cuidar el entorno.

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Por último, los enfoques sistémicos, al tratar de ganar inclusividad en la explicación del por qué la gente se comporta de manera proecológica, incluyen el efecto de variables situacionales (contextos físicos y normativos) y otras variables de índole extrapsicológico, en sus modelos del CPA. Algunas de las variables incluidas son características personales como la edad, el sexo, la clase social, el ingreso, el nivel educativo, y factores del contexto como normas proambientales, presencia de incitadores del CPA, y facilidades físicas para el despliegue de la conducta proecológica. La Tabla 2.1 resume esta exposición.

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Tabla 2.1. Marcos teóricos explicativos del CPA y sus elementos fundamentales. Marco teórico

Elementos fundamentales

Conductismo

Triple relación de contingencias

Cognoscitivismo

Procesamiento de información

Psicoanálisis

Aparato intrapsíquico

Psic. evolutiva

Presiones genéticas

Teorías sistémicas

Interrelación de factores

Explicación del CPA El CPA se genera y mantiene por las consecuencias positivas e inmediatas que acompañan a éste. El individuo genera disposiciones proambientales que se procesan, almacenan y usan. En la lucha entre Eros y Tanatos hay un predominio del primero. El CPA es efecto del altruismo recíproco que puede llegar a ser altruismo desinteresado o biofilia. El CPA es producto de efectos complejos operando dentro de sistemas de relaciones entre variables.

Corral Verdugo, V. (2001). Comportamiento Proambiental. Tenerife, España: Editorial Resma.

CAPÍTULO III: MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN DEL COMPORTAMIENTO PROAMBIENTAL 1. Introducción No sólo se encuentra una gran variedad de enfoques teóricos en la investigación del CPA. También se presenta una notoria diversidad de aproximaciones metodológicas en el estudio de ese tipo de comportamiento. Los estudios del CPA se han desarrollado dentro de diseños observacionales o experimentales; han empleado métodos de recolección de datos que van desde los auto-informes hasta el registro de huellas del comportamiento, pasando por las observaciones directas, el análisis de archivos y las pruebas de resolución de problemas, entre otros; han empleado análisis de datos cualitativos o cuantitativos, y dentro de estos últimos han utilizado métodos que van desde un simple análisis univariado de respuestas hasta los sofisticados modelos de ecuaciones estructurales y el meta-análisis. El objetivo de este capítulo es el de presentar una muestra de la

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gran variedad de enfoques metodológicos utilizados en la investigación de la conducta proecológica.

2. Tácticas de investigación. De acuerdo con Shadish (1990), el investigador científico debe contar con una estrategia de investigación -los objetivos a alcanzar y el plan general para lograr éstos- así como las tácticas de investigación, es decir, las maniobras particulares o arreglos para lograr un objetivo específico del plan de investigación. Las tácticas incluirían entonces a los métodos que los investigadores utilizan para inquirir a la naturaleza. Shadish plantea que las siguientes tácticas debieran ser consideradas: 1. Elaboración de preguntas de investigación, 2. Selección de teoría(s) o modelo(s), 3. Diseño de investigación, 4. Análisis de datos, 5. Interpretación de resultados, 6. Síntesis de resultados, 7. Utilización de los resultados de investigación. Aunque el autor no menciona específicamente a los métodos de recolección de datos, los considera implícitos en el tema de las tácticas de investigación, y nosotros los trataremos de manera particular en este capítulo. Los puntos 1 y 2 fueron, de alguna manera, abordados en los capítulos previos. En esta sección del libro nos avocaremos a la descripción del uso de diseños de investigación, los métodos de recolección de información, las tácticas de análisis de datos, y la síntesis de resultados en la investigación del comportamiento proambiental. Haremos una aplicación de las tácticas de interpretación de resultados, al exponer las formas de obtener indicadores de propiedades psicométricas en las medidas del CPA.

3. Diseños de investigación. Se reconoce como diseño de investigación a aquel plan organizado para obtener medidas de un fenómeno (Matheson, Bruce y Beauchamp, 1983). El diseño de investigación incluye la asignación de sujetos a los diferentes niveles de las variables independientes, la especificación de esas variables independientes, y definiciones operacionales de las medidas dependientes. El diseño de investigación también especifica en qué forma se controlarán las diferentes formas de varianza de las variables de interés. Es importante recordar que por varianza entendemos qué tanto cambia una variable dada, y que mientras más expliquemos su cambio más podremos entender acerca de esa variable. Dado que siempre encontramos una proporcion de varianza inexplicada, o varianza de error, los investigadores tratan de minimizar esa fuente de variabilidad e incrementar la varianza explicada. La división tradicional de diseños de investigación establece una diferencia entre el diseño experimental y el diseño naturalista o correlacional. En el primero, se establece un gran control sobre variables extrañas, y se asigna aleatoriamente a los sujetos a las diferentes condiciones de investigación, las cuales son manipuladas

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por los investigadores. Este es el tipo clásico de estudio en condiciones de laboratorio, aunque no se limita a éste. En los diseños correlacionales, los sujetos no se asignan a ninguna condición y no se manipula ninguna variable. El objetivo de los investigadores es el de estudiar a los sujetos en su medio natural, tal y como se comportan de manera espontánea, relacionando variables de interés previamente identificadas en los sujetos y su medio (Sechrest, Perrin y Bunker, 1990). La diferencia fundamental entre los dos tipos de diseño se encuentran en los criterios de validez interna y externa que se aplican a ambos. La validez interna se refiere al grado de seguridad que un investigador posee para determinar si existe una relación causal entre variable dependiente e independiente (Cook y Campbell, 1979). En la investigación experimental, el control que se ejerce sobre las condiciones de investigación permite tener una mayor certeza de esa relación entre variables, y por lo tanto, de que se ha obtenido validez interna. Se elige el laboratorio como sitio de investigación en primer lugar porque se asume que es posible ejercer control sobre aspectos del escenario que –se supone- contribuyen con varianza no deseada en el fenómeno investigado (Winkel, 1985). Dado que en los estudios naturalistas ese control no es tan marcado, es necesario utilizar estrategias especiales de control de variables extrañas, pero aun así se asume que la validez interna de estos estudios no es tan grande como la de los experimentales. Por otro lado, se entiende por validez externa el grado de generalización de los resultados de un estudio. Dado que la investigación correlacional se lleva a cabo en escenarios “naturales” es más fácil proclamar este tipo de validez en contextos de investigación naturalista, que en los de los estudios experimentales, cuyos escenarios son usualmente más artificiales y en donde el control de variables puede oscurecer relaciones entre fenómenos que se dan de manera “natural”. Una razón adicional para utilizar diseños naturalistas es la necesidad de utilizar escenarios que correspondan con el tipo de problema a abordar (Winkel, 1985). Usualmente, en el estudio del CPA este escenario no es un laboratorio, aunque muchos experimentos de conducta proambiental no se efectuan en ese contexto. 3.1. Sujetos estudiados. Los escenarios son importantes para la generalización de los resultados de la investigación del CPA, pero también lo es el tipo de sujetos estudiado. Tanto en los diseños experimentales como en los correlacionales se ha llevado a cabo investigación con estudiantes universitarios (Smith-Sebasto, 1992; Goldenhar y Connell, 1993; Howenstine, 1993) –el tipo clásico de muestra en la investigación psicológica- lo cual podría poner en duda la capacidad de generalización de los hallazgos, dado que un estudiante típico no es representativo de una población general. Por supuesto, hay estudios que tienen por objetivo describir y/o explicar el comportamiento proecológico de ese sector –estudiantes universitarios- sin mayores

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pretensiones de generalización (por ejemplo, Wysor, 1983; Corral-Verdugo, Bechtel, Armendáriz y Esquer, 1997). De cualquier manera, la mayor parte de la investigación del CPA emplea muestras de poblaciones en barrios o ciudades, con lo cual se asegura una mayor representatividad y más posibilidades de generalización de resultados. Se encuentra una menor cantidad de estudios con poblaciones especiales, aparte de los estudiantes universitarios, pero aún así se detectan investigaciones con niños (Corral-Verdugo, 1993; Corral-Verdugo, Frías y Corral, 1996; Cohen y HormWingerd, 1993); adolescentes y estudiantes de secundaria y bachillerato (Amérigo y González, 1994; Lyons y Breakwell, 1994; Kuhlemeier, Van der Bergh y Lagerweij, 1999); profesores (Luyben, 1980); servidores públicos (West, Lee y Feiock, 1992); amas de casa (Corral-Verdugo et al., 1995); legisladores (Maggiotto y Bowman, 1982); consumidores de gasolina (Heberlein y Black, 1981), dueños de barcos y botes recreativos (Baasell-Tillis y Tucker-Carver, 1998; Cottrell y Graefe, 1997) y miembros de asociaciones ecologistas o grupos conservacionistas (De Young y Kaplan, 1986; West et al., 1992). 3.2. Investigación experimental del CPA. Considerando las diferencias entre los dos tipos de diseño de investigación, es fácil entender por qué la mayor parte de los estudios del CPA sea de naturaleza correlacional: Los investigadores estudian a los sujetos sin controlar prácticamente ninguna condición, y sin asignarlos a grupos o tratamientos especiales, registrando las características que son de interés y correlacionándolas entre sí para ajustarlas a un modelo o enfoque teórico dado. Aún así, la literatura muestra una gran cantidad de casos en donde se estudian diversos tipos de comportamientos proecológicos que resultan de la manipulación de variables independientes. Por ejemplo, los estudios desarrollados por los conductistas para probar el efecto de variables antecedentes o consecuentes sobre el CPA, son una muestra de esta tradición experimental. Esas investigaciones se adscriben al campo de lo que ellos llaman el análisis experimental de la conducta “ambientalmente relevante” (Hayes y Cone, 1977; Dwyer, Leeming, Cobern, Porter y Jackson, 1993). A pesar de las dificultades inherentes a la investigación psicoambiental, los investigadores del CPA usualmente cumplen con los requerimientos de los diseños experimentales: Asignan de manera aleatoria los sujetos a las diferentes condiciones o tratamientos, obtienen un número igual de sujetos por condición, y manipulan las variables independientes de acuerdo con los objetivos del estudio. Una característica común de tales estudios es, sin embargo que, a diferencia de la mayoría de los proyectos experimentales realizados en otras áreas, éstos se llevan a cabo fuera del laboratorio, trasladándose a la calle, edificios públicos, escuelas, parques o casas. Algunos autores llaman a estos estudios “experimentos de campo” (por ejemplo, Wang y Katzev, 1990).

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El foco de la experimentación en el campo del CPA es el cambio conductual, el cual se intenta a través de la manipulación de variables independientes con el fin deliberado de provocar un comportamiento proecológico (Dwyer et al., 1993). El resto de la investigación –dirigida a descubrir qué categorías de personas se dedican a hacer, pensar o decir cosas acerca del ambiente y su conservación- no es de interés para la postura experimentalista. Con este fin, se prueba el efecto de intervenciones como el modelamiento (demostración de una conducta), la retroalimentación (información acerca de las consecuencias del comportamiento), o “activadores” escritos (anuncios, posters, recordatorios), sobre la conducta proambiental (Winett, Lecklitter, Chinn y Stahl, 1984; Luyben, 1983; Syme, Seligman, Kantola y McPerson, 1987; Schultz, 1998). Otros tratamientos o intervenciones son el clásico reforzamiento positivo de los conductistas, la modificación de componentes ambientales y el castigo al comportamiento irresponsable (Cope y Geller, 1984; O’Neil, Blanck y Joyner, 1980; Van Houten et al., 1981). Todas estas estrategias experimentales son eficaces promotoras del CPA. Fuera del campo conductista, otros investigadores han probado estrategias como la obtención de compromiso de parte de los participantes en un experimento de CPA (Pardini y Katzev, 1984; Wang y Katzev, 1990), la dotación de información acerca de procedimientos para ejecutar un comportamiento deseado (De Young et al., 1993) y la comunicación persuasiva (Burn y Oskamp, 1986) con resultados positivos. Algunos de los estudios de disonancia cognoscitiva también caen en esta categoría (González et al., 1988; Dickerson et al. (1995). 3.3. Investigación correlacional de la conducta proecológica. El interés de este tipo de investigación está centrado en la explicación del CPA, correlacionando este comportamiento con otras variables o predictores del comportamiento proecológico, las cuales se registran tal y como ocurren en condiciones no controladas. A pesar de que se admite que los diseños naturalistas no brindan ni el control ni la seguridad de proclamar relaciones causales con el mismo grado de certeza que lo hace la investigación experimental, los autores de este tipo de diseño proponen mecanismos de control y “reglas” para la causalidad dentro de los estudios correlacionales. Usualmente los métodos de “control” de varianza no deseada incluyen procedimientos estadísticos, en donde se separan los efectos espurios de los predictores del CPA de aquellos efectos que brindan una varianza “real”, producida por el contacto de la variable independiente con la dependiente. Las reglas de la causalidad (Davis, 1990) ayudan a los investigadores a determinar qué variables pueden fungir como explicaciones del CPA en el escenario no experimental. Algunas de esas reglas especifican, por ejemplo, que los predictores de la conducta deben preceder temporalmente a la variable dependiente, o bien ser

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variables de mayor estabilidad (que cambian poco) o fertilidad (que afectan a un gran número de variables, sin ser afectadas) (Davis, 1990). Los controles y reglas anteriores se usan en modelos causales complejos como la Teoría de la Acción Razonada (Fishbein y Ajzen, 1975), la Teoría de la Activación de Normas (Schwartz, 1977), o diferentes enfoques sistémicos (Samdahl y Robertson, 1989; Corral-Verdugo, 1996), en los que se especifican y estiman relaciones entre conjuntos de predictores del CPA y esta variable dependiente. En estos modelos todas las variables se registran en escenarios no restringidos, sin asignar aleatoriamente a los sujetos a condiciones especiales de investigación. El interés de los estudios es el de recoger información acerca de las características personales y las condiciones que rodean a un individuo que se comporta de manera pro-ambiental. Para esto, no se fija ninguna intervención especial, ni manipulación de parte del investigador sobre esas características y condiciones. Con lo anterior, se pretende descubrir qué factores del sujeto y qué situaciones de su entorno le facilitan, de manera “natural” el desarrollo de un comportamiento responsable con el medio ambiente. Muchos investigadores plantean que los resultados de sus estudios pueden servir para generar estrategias de intervención o educación ambiental (McKenzie-Mohr y Oskamp, 1995; Oskamp, Burkhardt, Schultz, Hurin y Zelezny, 1998; Scott, 1999). La mayor parte de la información que se desprende de los estudios de actitudes, conocimientos, creencias, y normas proambientales se origina a partir de diseños correlacionales.

4. Métodos de recolección de datos. Los métodos de recolección de datos incluyen los tipos de instrumentos con los que se recaba la información y la manera en la que éstos se administran. Por instrumentos entendemos los materiales de registro de las variables a investigar y la manera de administrarlos refiere a los arreglos y condiciones que se establecen para aplicar esos instrumentos. En el campo de estudio del CPA se utiliza una gran variedad de instrumentos y formas de recolectar datos. A continuación haremos referencia a las más mencionadas por la literatura. 4.1. Auto-informes del comportamiento proambiental. Como en cualquier otro campo de la psicología, los auto-informes del comportamiento son los métodos de recolección de datos más utilizados en la investigación del comportamiento proambiental. Este método incluye a las entrevistas y los cuestionarios en los que se plasman los detalles que dan las personas acerca de su conducta, incluyendo sus actitudes, conocimientos, motivos, creencias y todo tipo de variables disposicionales. Bechtel (1990) señala las grandes ventajas de los auto-informes: Estos son económicos, prácticos y fáciles de aplicar en cualquier investigación. Además, estos métodos de recolección de datos son usualmente confiables (Dalton y Mesh, 1991). Por otro lado, los mismos permiten

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obtener información acerca de comportamientos privados y procesos internos (de acuerdo con las tradiciones mentalistas) de los sujetos estudiados, a los que no se tendría acceso directo a través de otros métodos. Los cuestionarios se encuentran entre los auto-informes más utilizados por los investigadores del CPA. Usualmente éstos se constituyen a partir de preguntas estructuradas que los investigadores leen enfrente de los participantes en un estudio. Las preguntas investigan qué tanto se involucran los sujetos en acciones de protección del medio (De Young, 1986a; Corral-Verdugo, Bernache, Encinas y Garibaldi, 1995), así como acciones o verbalizaciones que revelan sus actitudes, creencias, conocimientos, motivos y otras disposiciones proambientales (Amérigo y González, 1994; Daneshvary et al., 1998; Ebreo, Hershey y Vining, 1999; Margai, 1997). En algunos formatos, los cuestionarios se entregan en las casas de los sujetos y, tras llenarse, se recogen para su calificación (Taylor y Todd, 1997). En los E.E.U.U, Canadá y Europa es muy usual enviar por correo los cuestionarios, junto con un sobre con estampilla postal para el regreso del mismo (Heberlein y Black, 1981; Séguin et al., 1998; Mainieri et al., 1997; Bratt, 1999). El formato de entrevista implica el contacto verbal del investigador con los participantes en el estudio. Esta comunicación puede ser directa (Blamey, 1998; Corral-Verdugo, 1996; Margai, 1997) o hacerse a través de la vía telefónica (Syme et al., 1987; Tarrant y Cordell, 1997). Los auto-informes, a pesar de sus grandes ventajas, presentan también inconvenientes en su uso. Uno de ellos es su reactividad, es decir el efecto que produce un método al inducir respuestas sesgadas (Sechrest y Belew, 1983). En el caso de los auto-informes, el ideal social de aparecer como individuos responsables hace que las personas no respondan conforme a su conducta real, sino a las percepciones o creencias de lo que debiera ser su conducta (Corral-Verdugo, 1997a). Por ejemplo, la gente se ve a sí misma más honesta, más atractiva, más agradable, y, en este caso, más proambientalista, de lo que en realidad es (Allen y Ferrand, 1999; De Oliver, 1999). Una buena cantidad de estudios ha mostrado que existe poca correspondencia entre los resultados de los informes que dan las personas acerca de su CPA y los resultados de otros métodos, como la observación o las huellas de la conducta proambiental (Geller, 1981; Cote, 1984; McGuire, 1984; Corral-Verdugo et al., 1995; Corral-Verdugo, 1997a). Tales resultados han llevado a algunos autores a afirmar que los auto-informes del comportamiento proambiental son medidas menos válidas que las de otros métodos, como la observación directa del comportamiento (Oskamp et al., 1998). Esto significaría que lo que la gente dice que hace y lo que en realidad hace con respecto al cuidado del medio ambiente son dos cosas distintas, por lo que habría que tomar con cierta reserva los resultados de la sola utilización de auto-informes en la investigación del CPA.

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4.2. Análisis de archivos. Los registros oficiales acerca de características de una población, y el comportamiento de individuos pueden servir como valiosos instrumentos para la recolección de datos en Psicología Ambiental (Bechtel y Seizel, 1990). Algunos de estos registros pueden ser expedientes médicos que permiten relacionar aspectos físicos del ambiente con la salud física y el bienestar emocional de las personas (Kaplan, 1971); otros son records individuales que posibilitarían obtener información acerca de comportamientos de compra, consumo, contribuciones, ingresos, pertenencia a asociaciones varias, etc. (Bechtel y Seizel, 1990), con los cuales se podría obtener información acerca del compromiso ambiental de una persona. Una forma particularmente útil de análisis de archivos para registrar el CPA es la información de los censos o encuestas de población. Dado que en un censo es teóricamente posible indagar cualquier aspecto del comportamiento de todos los individuos en un país, el uso potencial de la información censal es de un valor incalculable. Por desgracia, quizá debido a las restricciones financieras de la mayoría de los gobiernos, o a la falta de visión de algunos de ellos, pocos estados, hasta donde sabemos, incluyen preguntas relacionadas con el cuidado del ambiente en sus censos de población. Sin embargo, movidos por diferentes motivos, algunas empresas privadas que se dedican a la recopilación de estadísticas generan ocasionalmente encuestas que incluyen ese tipo de preguntas. Berger (1997), por ejemplo, utilizó los archivos de la encuesta de 1991 de la empresad Statistics Canada y extrajo de ella más de 43,000 registros referidos a variables demográficas, factores situacionales y conductas proambientales, produciendo una matriz de correlaciones entre esas variables. En otro estudio, Howell y Laska (1992) analizaron las respuestas a una pregunta sobre el gasto para proteger el ambiente, incluida en la encuesta de Estudios Nacionales Electorales de la Universidad de Michigan. Esta pregunta, que formó parte de las encuestas de 1980, 1984 y 1988, solicita a los electores que revelen su disposición a invertir en la protección del medio ambiente. Los informes de investigación del CPA, al ser almacenados como artículos en revistas o libros, son también una forma de archivo que posibilita el análisis ulterior, produciendo por ejemplo, síntesis de resultados o meta-análisis. El estudio de Hines et al. (1987) ilustra de manera clara esta aplicación particular del análisis de archivos aplicado a la investigación del CPA. 4.3. Observación directa de la conducta responsable. Una manera objetiva de obtener información acerca del CPA es la observación directa de la conducta. Para recoger esta información se define y selecciona un tipo particular de comportamiento –digamos, la colocación de basura en su contenedor correspondiente-, se entrena al menos a un par de observadores en el registro y

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codificación de las respuestas definidas, se obtiene la confiabilidad de los registros y se procede a la observación definitiva. La definición y selección del comportamiento implica precisar qué tipo específico de conducta se registrará y ante qué condiciones. La confiabilidad de un registro se obtiene contrastando los datos obtenidos por un par de observadores, usualmente a través de coeficientes de correlación. Se espera encontrar coeficientes cercanos a 1.0 para poder proclamar dicha confiabilidad. Aparte de su aparente objetividad, la observación directa se considera un método de obtención de datos generalmente más válido que los auto-informes (Oskamp, Zelezni, Schultz, Hurin y Burkhardt, 1996). Recordemos que la validez de una medida se refiere el hecho de que lo que pretendemos registrar sea realmente lo que estamos midiendo. Esta situación le daría a las observaciones una ventaja sobre otros métodos de registro o, al menos, sobre los auto-informes. No obstante, la observación, al igual que todas las tácticas de recolección de datos, presenta también sesgos e inconvenientes. En el área de investigación que nos atañe no es muy común encontrar informes del uso de la observación como método de recolección de datos. Hay algunas razones para esto; una de ellas es la del tiempo que se requiere para observar un comportamiento, el cual normalmente es mayor que el de una entrevista o que el que se requiere para completar un auto-informe. Otra exigencia es la de contar con un cierto número de observadores. Por otro lado, el uso de esta técnica puede implicar violar la privacidad de los observados, lo cual nos lleva a inconvenientes de tipo ético. Por último, si las personas observadas se dan cuenta de que están siendo registradas muy probablemente modificarán su manera normal de comportarse. Algunos de los estudios que han empleado esta técnica son los de Werner y Makela (1998), quienes registraron a los sujetos que participaban en un programa de reciclaje, colocando sus contenedores en la calle. Esto les permitió formar dos grupos: Uno de participantes y otro de no-recicladores, cuyas características fueron descritas. Gamba y Oskamp (1994) también emplearon una técnica observacional en su estudio acerca del reciclaje: En el primero, se anotaba en un registro si los habitantes de un vecindario sacaban a la banqueta sus depósitos de objetos reciclables, con el fin de que éstos fueran recogidos por los camiones recolectores. Además, los autores observaron la cantidad de material reciclable que los vecinos depositaban en estos depósitos. Por otro lado, Oskamp et al. (1998) obtuvieron tres indicadores del comportamiento de reciclaje, a través de la técnica de observación directa: Grado de participación, cantidad de materiales reciclables en el contenedor, y nivel de contaminación en los materiales.

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4.4. Huellas del comportamiento proambiental. Cuando los investigadores tratan de conocer cómo se comportó una persona o personas en lugares que ellos no observaron, tienen que realizar una reconstrucción. Usualmente el comportamiento deja huellas, y éstas pueden permitir a los investigadores la reconstrucción del comportamiento (Bechtel y Seizel, 1990). Por ejemplo, el grafitti y el daño a edificios pueden constituir señales de vandalismo. En el caso del comportamiento pro o antiambiental también se utilizan diferentes indicios de esas conductas, en tanto huellas de las mismas. Un tipo de huella del comportamiento es la lectura de medidores o el recibo del consumo de recursos como la energía eléctrica o el agua. Numerosos autores han utilizado estos indicios, no sólo como huellas del CPA sino también como señales para retroalimentar el esfuerzo de ahorro. Por ejemplo, Hayes y Cone, (1981); Seligman et al. (1981) y Winnett et al. (1984) emplearon esta estrategia para obtener indicadores del consumo de electricidad en residencias. Por su parte, Aitken et al. (1994) utilizaron la lectura de los medidores de consumo de agua para obtener una medida del uso de la misma. Una forma especialmente útil e ingeniosa de inferir el CPA es el uso de indicadores de cultura material o consumismo a través del análisis de la basura. Rathje (1984), un investigador, que asegura que la arqueología no utiliza otra cosa más que basura como sus objetos de análisis, fue de los primeros en emplear el análisis de componentes de basura para determinar cuánto y qué consume la gente. Muchos autores han hecho uso de su técnica (ver Hughes, 1984) como indicadora de prácticas de reciclaje o reuso de objetos (McGuire, 1984; Corral-Verdugo et al., 1995). Otros investigadores toman como huella del comportamiento el producto final de una práctica proambiental, como por ejemplo el reuso de objetos. Un objeto que ha sido reutilizado en una forma semejante o diferente a la que originalmente tuvo cuando fue adquirido se considera como un indicio o huella de un comportamiento de reuso. Estos objetos se observan y se cuantifica su frecuencia, como indicadora de esa práctica (Corral-Verdugo y Figueredo, 1999; Corral-Verdugo, Zaragoza y Guillén, 1999). 4.5. Resolución de problemas. Una técnica muy valiosa, y también poco utilizada, para obtener medidas de comportamiento proambiental es la resolución de problemas. Esta técnica es semejante a las empleadas por profesores en las escuelas, o instructores en cursos de capacitación en empresas, cuando aplican exámenes o pruebas para evaluar las capacidades de sus estudiantes. Dado que el CPA es en buena medida un comportamiento competente, en ocasiones es necesario conocer hasta qué punto los individuos en un estudio poseen habilidades o destrezas para responder a las

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exigencias de la preservación ambiental (Corral-Verdugo, 1994). Estas pruebas pueden consistir en respuestas a cuestionarios de conocimientos acerca del medio, en pruebas de pensamiento crítico ambiental, evaluaciones de deterioro ambiental y sus posibles soluciones, o en la ejecución de un comportamiento instrumental (hacer algo) que resuelva directamente un problema de protección del entorno. En un estudio con niños de edad pre-escolar, Cohen y Horm-Wingerd (1993) utilizaron dibujos que mostraban eventos ecológicos, como estímulos para la ejecución de tres tareas: Discriminación de la presencia de contaminación; arreglo temporal de eventos en una secuencia de efectos de la contaminación; y una ejecución de comprensión de los dibujos (para señalar qué cosas “malas” se encontraban en cada uno de ellos). Por su parte, Corral-Verdugo et al. (1996) evaluaron el pensamiento crítico ambiental, a través de una prueba escrita en la cual cuatro grupos de niños tenían que distinguir entre hechos y opiniones ambientales. Una manera de medir capacidades conductuales es la de exponer ante los sujetos estímulos ambientales en vivo o reproducciones fotográficas y solicitarles juicios o evaluaciones acerca del nivel de degradación ambiental en un escenario. La agudeza de estos juicios y evaluaciones se contrasta posteriormente con el desarrollo de actividades de protección ambiental (Syme et al., 1993). Por otro lado, en una investigación acerca de prácticas de conservación, Corral-Verdugo (1996) solicitó a los participantes que le indicaran las secuencias a seguir en el reciclaje y en el reuso de diversos objetos de desecho; estas pruebas fueron tomadas como indicadoras de la competencia proambiental de esas prácticas de conservación.

5. Análisis de datos. 5.1. Análisis cualitativos. Cuando uno piensa en técnicas para el análisis de datos, por lo general se imagina uno o varios procedimientos numéricos, es decir, métodos cuantitativos de análisis. A pesar del gran uso de estos métodos, también existen procedimientos cualitativos, en donde más que la cuantificacion de un evento, importa el entendimiento íntimo, de primera mano, acerca de un proceso bajo estudio, y la apreciación subjetiva que los sujetos estudiados tienen acerca de ese proceso. Dicho de manera amplia, los métodos cualitativos cubren una gama de procedimientos de recolección y análisis de datos que no se ligan directamente a los métodos tradicionales de encuesta, el análisis secundario, el uso de la estadística y la investigación experimental de laboratorio (Snow, 1999). Esto nos conduce a una gran categoría de métodos de estudio, como la investigación de archivos, el estudio socio-histórico y comparativo, el análisis sociológico y psicológico de productos o textos culturales, las historias de vida, la entrevista informal, y la etnografía (Cahill, Fine y Grant, 1995; Snow, 1999).

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En la investigación del comportamiento proambiental, aunque predominan los estudios cuantitativos, también se utilizan los métodos cualitativos. Por ejemplo, Emmons (1997) empleó un procedimiento de observación participativa para recoger información acerca de los efectos de un programa de educación ambiental con estudiantes de primaria en Belice. En estos procedimientos, los investigadores participan como integrantes (en este caso, eran los instructores del curso) del proceso bajo estudio, y toman notas o graban las actividades de los sujetos. El método incluye además preguntas a cada uno de los participantes en el estudio, y el análisis de trabajos finales. En otro estudio, Hallin (1995) utilizó entrevistas etnográficas para generar temas que pudieran explicar la conducta proambiental de las personas. Las entrevistas fueron estructuradas de manera tal que los sujetos tuvieran la libertad de generar tópicos a su manera, sin la imposición de temas que usualmente delimita el investigador. Estas entrevistas se graban y transcriben y el análisis implica un proceso iterativo de categorización y abstracción de los datos, el cual ocurre simultáneamente con la recolección de resultados. De estos datos surgen los patrones y temas principales que son abstraídos y analizados por el investigador. A diferencia de los análisis cuantitativos, en donde el formato de respuesta es uniforme y se consideran todos los resultados, promediando las respuestas, en los análisis cuantitativos las respuestas individuales son importantes. Una participación que el investigador juzgue interesante o ilustrativa puede ser utilizada para describir una situación de importancia en la relación individuo-medio ambiente. 5.2. Análisis cuantitativos. Los métodos cuantitativos, como su nombre lo indica, ponen un énfasis en la cuantificacion de los eventos, señalando frecuencia, intensidad y probabilidad, como atributos de interés de los fenómenos que se investigan. Los investigadores que utilizan métodos cuantitativos también se interesan en las correlaciones que se establecen entre variables o eventos estudiados. En ocasiones, estas correlaciones señalan efectos causales que permiten entender como se conectan diversos factores dentro de campos complejos de interrelación. Los métodos cuantitativos se basan fundamentalmente en la estadística, el conjunto de procedimientos que permiten organizar, agrupar y evaluar datos. La estadística tradicionalmente se divide en dos ramas: Descriptiva e inferencial. En la primera, se trata de organizar y agrupar los datos, mientras que en la segunda se procura hacer inferencias de la población total, a partir de una muestra que se estudia. Otra forma de dividir la estadística es a partir de considerar métodos univariados, que consideran el análisis de una sola variable (p. ej., Análisis de frecuencias, medidas de tendencia central), o una sola variable en relación con un conjunto de variables (p. ej. Correlación, regresión múltiple, ANOVA); y los métodos multivariados, que analizan relaciones entre grupos complejos de variables

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(p. ej. análisis discriminante, modelos de ecuaciones estructurales) (Grimm y Yarnold, 1998). A continuación, se revisan los procedimientos cuantitativos más utilizados en la investigación del comportamiento proambiental. 5.3. Análisis univariados del CPA y sus determinantes. Antes de describir las maneras con las que se analizan cuantitativamente los resultados en una investigación de la conducta protectora del ambiente, deberíamos precisar algunas características de los datos. Los datos son observaciones o medidas que se toman para representar las respuestas o características de los sujetos. A una medida o puntuación se le denomina dato. Los datos de las variables de respuesta pueden estar en una de cuatro escalas: Nominal, ordinal, de intervalo o de razón. Los datos se clasifican también en continuos y discretos. Las medidas en escala nominal son discretas, puesto que no hay una relación entre las categorías de respuesta, en términos de las cantidades o intensidades. Por ejemplo, podríamos dividir a las personas investigadas en dos categorías, que indicaran su esfuerzo por reciclar objetos. La variable discreta “grupo” entonces, tendría dos valores, mutuamente excluyentes: Recicladores y no recicladores. Las variables continuas, por otro lado, reflejan no sólo una relación de orden y de intervalo entre los valores obtenidos, sino que, en teoría las escalas continuas pueden asumir un número infinito de valores. Un ejemplo de variable continua sería la cantidad de kilovatios ahorrados por una persona. Ahora bien, la forma más sencilla de organizar y agrupar datos de una investigación consiste en efectuar análisis univariados. Estos implican presentar los cambios en una sola variable, sin correlacionarla con otra(s). Se considera importante presentar análisis univariados de respuestas u observaciones, en tanto que éstos revelan la importancia de un fenómeno (qué tan seguido se presenta, qué tan intensamente se da). Los análisis de frecuencia y las medidas de tendencia central son casos de este tipo de análisis. Al contabilizar la frecuencia de un CPA se determina la cantidad de veces que éste se observa o se reporta. Hay al menos dos tipos de indicadores de frecuencia empleados para analizar comportamientos proecológicos: Indicadores cualitativos e indicadores cuantitativos (Corral-Verdugo et al., 1999). Los primeros son el resultado de determinar la frecuencia con la que se responde con opciones como “Siempre”, “frecuentemente”, “Algunas veces” y “Nunca”, a preguntas como “¿Qué tan seguido ahorra usted energía eléctrica?” Estas respuestas, al no reflejar cantidades, sino calificaciones del esfuerzo proambiental, se consideran como medidas cualitativas de frecuencia. Los indicadores cuantitativos de frecuencia, por otra parte, se expresan en números o cantidades, como 15 objetos reusados o 3,000 litros de agua consumidos. Aunque la cantidad de veces que aparece un CPA -medido como variable continua- puede ser objeto de análisis de frecuencia, es más

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común encontrar frecuencias de comportamientos proambientales registrados como variables discretas. Por ejemplo, Werner y Makela (1998) presentan las frecuencias de respuesta a la pregunta “¿Hay algo en el reciclaje que tú piensas es interesante o divertido?” Las respuestas, que son mutuamente excluyentes, se contabilizan y estas constituyen un ejemplo de análisis de frecuencia de una variable discreta. Las medidas de tendencia central, especialmente la media, se emplean como representaciones de la preocupación ambiental o el CPA. De esta manera, se determina qué tipo de comportamiento es el más común, o el que mayor puntaje alcanza en un registro de conductas proecológica. Por ejemplo, Dunlap y Van Liere (1978), mediante un análisis de medias muestran cuáles de las creencias proambientales de su “Nuevo Paradigma Ambiental” tienen una mayor aceptación de parte de la población. 5.4. Modelos de correlación, regresión y análisis de varianza. La correlación entre variables representa un paso de mayor complejidad en el análisis de resultados. Esta indica qué tanto cambia una variable, en función del cambio en otra. También puede concebirse la correlación como el grado de cercanía entre dos variables. Dado que en una investigación típica del CPA usualmente se estudian más de dos variables, los investigadores utilizan frecuentemente matrices de correlaciones, es decir las correlaciones que se dan entre un conjunto de variables. Esto puede dar una idea acerca de qué variables se encuentran más cercanas entre sí. El siguiente es un ejemplo de una matriz de correlaciones: Tabla 3.1. Matriz de correlaciones entre variables de un estudio de CPA (Tomado de Arbuthnot, 1977). _____________________________________________________________ ______

Conservadurismo (Cons) Auto-estima (A–E) Actitudes proambientales (APA) Aislamiento social (AS) Cinismo Ambiental (CA)

Con A–E APA s

AS

CA

CA C

RE

.11

-.18

.02

-.28

.64

-.30

-.13

-.08

.08

.05

-.20

-.03

-.05

-.03

.20

-.22

.03

.05

-.36

-.01

110

Carencia de auto-control (CAC)

-.22

Responsabilidad ecológica (RE)

De esta tabla se desprende que las variables que más se asocian entre sí son el conservadurismo (Cons) y la carencia de auto-control (CAC), con una correlación bivariada de .64; seguidas por la correlación entre Carencia de auto-control y Cinismo ambiental, la cual es negativa (-.36), y la Carencia de auto-control (CAC) y la responsabilidad ecológica (RE), que también es negativa. Una correlación positiva indica que a un incremento en los valores de una variable corresponde un incremento en los valores de la otra, mientras que en una correlación negativa, el cambio de los valores de una variable se ve acompañada por cambios en la otra, pero en la dirección opuesta (cuando una crece, la otra decrece). La regresión múltiple es una derivación de la correlación, en donde un conjunto de variables, llamadas usualmente “independientes” o “predictores”, explican a o se correlacionan con una variable “dependiente” o “criterio” (Cohen y Cohen, 1983). Por ejemplo, en la Tabla 3.2 se muestra una serie de variables utilizadas para predecir o explicar el comportamiento ambiental responsable. Tabla 3.2. Predictores del CPA en profesores de secundaria taiwaneses, de acuerdo con la regresión múltiple de Hsu y Roth (1999). _________________________________________________________ __________ Variable

 Conocimiento percibido de estrategias de acción.  Intención de actuar.  Habilidad percibida en el uso de estrategias de acción.  Conocimiento percibido de problemas ambientales.  Sensibilidad ambiental.  Locus de control.  Actitudes ambientales.  Responsabilidad ambiental.

% de contribución

% acumulado

F

Prob F

21.16 9.16

21.16 30.33

60.1 29.3

.000 .000

2.05

32.36

6.7

.009

.47 .24 .24 .19 .03

32.84 33.07 33.31 33.50 33.53

1.5 .7 .7 .6 .1

>.10 >.25 >.25 >.25 >.50

111

 Conocimiento percibido de la ecología y la ciencia ambiental.

.00

33.53

.0

>.50

____________________________________________________________________ ______ NOTA: Variable dependiente: CPA (R2=.335).

Del análisis se desprende que sólo las variables “conocimiento percibido de estrategias de acción” “intención de actuar” y “habilidad percibida en el uso de estrategias de acción” tienen una relación significativa y directa con la conducta proambiental, dado que éstas produjeron una F