Conversaciones Violeta

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FLORENCE THOMAS

Conversaciones con Violeta

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© 2006, 2008, Florence Thomas © De esta edición: 2008, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. Calle 80 No. 10-23, Bogotá (Colombia) www.puntodelectura.com

ISBN: 978-958-704-643-4 Impreso en Colombia – Printed in Colombia Ilustración de cubierta: Jeanpaul Zapata Diseño de cubierta: Nancy Cruz Diseño de colección: Punto de lectura Impreso en el mes de marzo de 2008 por Nomos Impresores.

Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser reproducido por ningún medio, ni en todo ni en parte, sin el permiso del editor.

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Conversaciones con Violeta Historia de una revolución inacabada

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Contenido

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 ¡No, Violeta… no hemos llegado! . . . . . . . . . . . . . . . . 27 El amor o el lugar por excelencia de una fragilidad no resuelta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83 El cuerpo femenino colonizado: que ha sido objeto de deseo tantas veces, y tan pocas amado y celebrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123 Familia-trabajo: un binomio problemático . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155 El lenguaje usurpado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197 Conclusión: Sí, Violeta, creo en la posibilidad de otro mundo mejor para todos y todas . . . . . . . . . . . . . . . . 221 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225 7

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Prefacio

Hace varios meses, me encontraba en la sala de espera de un consultorio odontológico. Pocas revistas, algunas demasiado viejas, otras banales. Había olvidado traer algo de lectura y la espera pintaba larga. En la sala solo quedábamos dos mujeres. En efecto, a mi derecha, una joven mujer de unos veintiocho o treinta años, vestida con blue jeans, camisa de lino y una chaqueta más bien ligera para el frío de la ciudad, esperaba pacientemente su turno para ese otro parto que es la dentistería. Y sucedió lo que más tarde dio origen a este libro. Ella, que hoy llamaré Violeta, probablemente motivada por el aburrimiento mutuo de nuestra espera, entabló la conversación. Indagamos entonces las cosas usuales que se preguntan dos mujeres que tratan de romper la monotonía del momento. Ella dijo que me había visto una o dos veces en televisión pero no recordaba el contexto. Traté entonces de contarle el probable escenario de esas entrevistas. Y para no dejar morir la conversación, decidí hacerle un par de preguntas más. Realmente solo quería seguir conversando. Así supe que esta mujer había estudiado al9

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gunos semestres de Administración de Empresas y luego se había cambiado de carrera. Me contó también que vivía sola, aun cuando hacía algún tiempo había ensayado la convivencia con un hombre con el cual no funcionó la cosa. Me habló de su madre, trabajadora social, hoy separada; me habló de un padre lejano, ingeniero, y de un hermano aún universitario. Entre muchas otras cosas me relató algunos nudos propios de su generación: una vida laboral inestable, unos amores difíciles, su incógnita frente a la maternidad y las dificultades de comunicación con su madre. Fue entonces cuando le pregunté lo que ella pensaba del feminismo y de la defensa de los derechos de las mujeres: —No sé, pero para mí el feminismo es otro de esos «ismos» pasados de moda y que no sirve de gran cosa hoy. La respuesta, en el momento, no me impactó. Es más, la conversación continuó normalmente hasta que el odontólogo me hizo pasar a su consultorio. Durante cientos de charlas, conferencias y seminarios, he oído esta clase de reflexiones sobre el feminismo, además de otras, por cierto más duras. No obstante durante la sesión de odontología me invadió una extraña rabia. ¡Cómo esta mujer que había tenido casi todo y que podía vivir muchas de las cosas que nuestra generación no, había podido decir lo que dijo! Triste, regresé a mi casa con una amarga sensación de que estaba perdiendo el tiempo. Y, sin embargo, sabía que esa joven mujer de la sala de espera de mi odontólogo era, de alguna manera, la misma o igual a las amigas de mis hijos —que tienen hoy entre 28 y 35 años—, las periodistas que conozco, las jóvenes ejecutivas que encuentro en los aviones, las profesionales que tratan de conciliar trabajo, maternidad 10

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y marido o compañero, o las mujeres de treinta años, aún sin compromisos afectivos, que se preguntan «¿y dónde están los hombres?», en fin, la gran mayoría de las hijas de mis amigas… ¿Qué ha pasado con nuestra revolución silenciosa y la generación de nuestras hijas? ¿Por qué se hacen todas, o casi todas, las que no quieren saber cómo vivían sus bisabuelas, cuáles fueron las luchas, la toma de conciencia y las rupturas que tuvieron que librar sus abuelas y madres para que ellas pudieran recoger y vivir hoy los logros conquistados? ¿Cómo es posible que, a pesar de todo, no busquen explicaciones a ese extraño malestar que viven aún muchas de ellas en lo cotidiano? ¿Por qué es tan difícil para ellas seguir ese camino iniciado por sus abuelas y seguido por sus madres, tratando de asegurar que no haya retroceso posible? ¿Por qué aceptan tan fácilmente que «los hombres las prefieren brutas» cuando ellas los quieren inteligentes? Dedico este libro a todas ellas y a sus amigos y compañeros inteligentes.

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Para abrir mis encuentros con Violeta, escogí epígrafes de autores masculinos para que ella sepa que existió también un feminismo en masculino aun cuando el concepto de feminismo ni siquiera existía. A lo largo de los siglos encontramos algunos hombres inteligentes, preocupados por esta tenaz exclusión o discriminación cultural nuestra; hombres asombrados por nuestra inteligencia, hombres que añoraban nuestra compañía para debatir conjuntamente sobre los problemas más serios del mundo, hombres que se sentían huérfanos de compañía femenina, hombres que ayudaron en nuestra paulatina visibilización. Por supuesto y hasta bien entrado el siglo XX, ellos fueron tildados de utopistas, anarquistas o locos de remate. Y Violeta tendrá que saber que nuestro advenimiento en cuanto sujetas de palabras, de derechos y de deseos, lo debemos a las luchas de las mismas mujeres. De hecho, ni los Estados, ni los hombres más inteligentes, ni siquiera nuestros compañeros de vida y amores, nos regalaron algo. Todo lo que Violeta va a encontrar en las páginas siguientes, la marcha adelante nuestra, fue, y es aún, liderada por mujeres. No hay duda de esto. 13

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Pero aquí van algunas frases bellas de hombres: «Las mujeres tienen razón de rebelarse contra las leyes porque las hicimos sin ellas». MONTAIGNE «Podemos afirmar, con toda certeza, que el conocimiento que los hombres pueden adquirir de las mujeres, de lo que son, sin hablar de lo que podrían ser, es lamentablemente limitado y superficial y seguirá siendo así mientras las mujeres no puedan decir todo lo que tienen que decir». JOHN STUART MILL «Si prefiero las mujeres a los hombres es porque ellas tienen la ventaja de ser más desequilibradas, es decir, más complicadas, más perspicaces y más cínicas, por no hablar de esta misteriosa superioridad que confiere una esclavitud milenaria». CIORAN «¿Es posible que el antónimo de “olvidar” no sea “recordar”, sino “justicia”?». YERUSHALMI «Pero un filósofo soñador, cuando sueña el lenguaje, cuando las palabras para él salen del fondo mismo de los sueños, ¿cómo puede no ser sensible a la rivalidad entre lo masculino y lo femenino que él descubre en el origen de la palabra?». GASTON BACHELARD «El cambio mayor es sin duda el hecho de que la dominación masculina ya no logra imponerse 14

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con la evidencia de antes, con la evidencia de lo que ni siquiera tenía que ser demostrado». PIERRE BOURDIEU

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«No he nacido para la inquietud. Más bien para el dolor, para el infinito dolor de la pérdida». MARGUERITE YOURCENAR

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Introducción

Creo que desde que tengo la conciencia clara de ser feminista, no he hecho otra cosa que preguntarme ¿cómo ayudar a construir ese capítulo de la historia que se ha quedado sin escritura y sin voz? ¿Cómo remediar la pérdida? ¿Cómo dar existencia al saber de las mujeres, ese saber ignorado por la historia oficial? ¿Cómo ayudar a las mujeres a darse a luz a ellas mismas? ¿Qué hacer para que su palabra sea escuchada y reconocida ante la ensordecedora palabra de un Dios masculino, del Padre, del Amo, del Marido y del Hijo? ¿Qué hacer para que esta orfandad de los hombres se acabe? ¿Cómo instaurar una cultura que permita pensar en la otra, una cultura del dos, una cultura del estar juntos, capaz de generar una nueva ética de la diferencia escribiendo el último capítulo del apartheid sexual que nos ha tocado vivir desde hace más de veinte siglos? Muchas preguntas que tal vez tienen una sola respuesta: nous voulons guerir d’être femme. ¿Cómo decirlo en español? Es que todavía hay palabras, expresiones, frases que se me ocurren de una en francés y no logro pensarlas en español. No es muy frecuente, pero todavía me pasa. Enton19

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ces, la dejaré en francés. Solo una pista para los y las que no saben gran cosa de francés: guerir significa curarse. Y femme… ya saben todos y todas lo que significa. Una traducción libre, muy libre podría ser: queremos curarnos de haber nacido mujer. Violeta, la hija que me inventé, me ayudará a proponer algunos elementos de respuesta, algunas piezas para un complejo rompecabezas que necesita muchas otras voces femeninas para completarse. No sé por qué tuve que inventarme una hija para escribir este nuevo ensayo. Ya me había inventado una vez un hombre ausente para monodialogar con él. De eso hace ocho años. Esta vez me inventé a una mujer. Una hija. La hija que no tuve. Los hombres, sus argumentos, sus discursos tan políticamente correctos cuando se refieren a nosotras, los conozco, o eso creo. He vivido con ellos, vivo con ellos, me he construido también con ellos. Entonces inventé una hija. Tal vez porque me asusta escribir en soledad, sin nadie que me confronte, que me pida explicación, sin nadie que me recuerde lo complejo del mundo, lo difícil del encuentro generacional y lo pertinente hoy día de convencer a esta generación de mujeres jóvenes de seguir la tarea iniciada por sus madres, sus abuelas y sus bisabuelas. La tarea no ha terminado. El feminismo sigue siendo un debate de la modernidad, lejos de cerrarse. Violeta es entonces el nombre de la hija que me inventé y la llamé así porque el color violeta es un color complejo y sencillo a la vez. Es el resultante de una igual proporción de rojo y de azul, de la fuerza impulsiva del rojo y del infinito azul celeste. Es un color de equilibrio entre la 20

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tierra y el cielo, los sentidos y el espíritu, la pasión y la inteligencia, el amor y la sabiduría. Violeta es también el color del alba, del nacimiento, de la liberación. Violeta es el color de la utopía y consecuentemente de las feministas. Violeta es el color de todas las que creen que otro mundo mejor es posible. Violeta es el color de todas las mujeres del mundo que no se sienten cómodas en este universo de hombres. Violeta es el color de esta revolución inacabada de las mujeres. Violeta tiene 30 años. Es profesional. Podría ser historiadora. No se ha casado pero ya ha amado, y convivió con un hombre algunos años. Actualmente está sola, pensativa, y no alcanza a vislumbrar el futuro, pero tiene muchas ganas de volver a enamorarse. La escogí de esta edad, primero porque tengo 62 años y habría podido tener esta hija a los 32 años, una buena edad para tener hijos o hijas, y también porque a través de mis hijos —dos varones—, y sus amigas que están en la treintena, creo poder hablar a una mujer de esta edad, mas no de 16, 18 ó incluso de 20 años, que ya serían mis nietas. Con Violeta, compartiré algunos momentos decisivos de la marcha adelante de las mujeres, de la conquista de su ciudadanía, del reconocimiento de sus derechos, del aprendizaje de alguna autoridad y del ejercicio de ese pequeño y tan reciente poder que les permite actuar sobre el mundo gracias a la lenta conciencia de un sexo que ya no yacerá nunca más en la indiferencia. También con ella hablaré del advenimiento de ese sujeto mujer, un sujeto de deseo para el cual todo es aún inaugural: la palabra, el saber, el cuerpo, el amor, el erotismo y la participación política. Pero tam21

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bién con ella quisiera esforzarme en tratar de entender ese nuevo malestar que resultó de nuestra revolución y, en la medida de lo posible, proporcionar elementos, tal vez pistas, para tratar de aminorar ese malestar. La libertad quizás embriagó a algunas, la autonomía enajena y soy consciente de que las conquistas obtenidas en algo menos de 40 años tienen que madurar y ser acompañadas y respaldadas por un contexto tanto sociocultural como político, si no la ambivalencia se puede instalar entre un pasado que no se resuelve a desaparecer y un presente demasiado conflictivo. Violeta, mi hija hipotética, no es feminista. La contradependencia entre hijas y madres es muy común y creo que es más fácil para una feminista tener hijos feministas que hijas feministas. Entre madres e hijos no existe la rivalidad que casi siempre se impone, consciente o inconscientemente, entre madres e hijas. Una rivalidad construida minuciosamente por una cultura patriarcal que nos prefiere rivales que cómplices y solidarias… tal vez porque intuye, como nos lo recuerdan las Mujeres de la Librería de Milán1, que «la práctica de las relaciones entre mujeres es el

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Las Mujeres de la Librería de Milán es un grupo de mujeres que, en 1975, abrió en Milán una librería especializada en temáticas relativas al mundo de las mujeres, además de realizar reuniones y discusiones periódicas en la misma librería. Hoy reúne más de 7.500 textos y libros de 3.700 autoras, además de escritos que no se encuentran, o es muy raro encontrar, en otras librerías. Muchas de las discusiones de las Mujeres de la Librería de Milán fueron publicadas en «Sottosopra». Uno de los «Sottosopra» más divulgados, hace ya casi diez años, se titula El final del patriarcado (1996). 22

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instrumento femenino por excelencia de la transformación del mundo». Violeta ha asimilado en su diario vivir las conquistas obtenidas por la generación de su abuela y de su madre sin haber tenido que lucharlas y, como muchas otras mujeres jóvenes, tiende a pensar que ya no es imprescindible ser feminista y que ese calificativo, si bien ha sido importante en un pasado que no quiere cifrar, ya no es válido hoy. Sin embargo, es una mujer sensible a las injusticias y dispuesta a escuchar para entender ese nuevo malestar que se instaló poco a poco en el corazón de su generación. Espero lograr convencerla de la inmensa pertinencia del feminismo contemporáneo y así asegurar un relevo generacional. Y espero lograr convencer no solo a Violeta sino, y por medio de ella, a muchas de sus amigas generacionales: muchas mujeres de estrato medio alto y casi todas las de estrato alto, que son las más críticas del feminismo, las más duras con las feministas, las que nunca se meterían en una marcha de mujeres un 8 de marzo o un 25 de noviembre, todas estas jóvenes ejecutivas neoliberales que siguen repitiendo que el feminismo ha hecho mucho daño a la sociedad, y todas estas mujeres quienes expresan que el feminismo les parece ridículo. Y, sin embargo, cuántas veces las he visto llegar cansadas a la oficina o a cualquier otro sitio de trabajo, de mal genio porque el niño o la niña chiquita se despertó tres veces en la noche, porque la empleada no llegó, porque ganan menos que un colega que tiene exactamente la misma hoja de vida, porque cuando hablan con el jefe, no las oye. Cuántas veces les he oído decir: «Cuan23

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do le pregunto algo al jefe, me responde mirando a las otras personas de la reunión, todos hombres. Soy como transparente. Lo que digo ni siquiera lo oye». Y todas estas otras que quisieran trabajar pero «por los niños, no lo hago… cuando estén grandes, tal vez…». Y entonces de repente, dudan… empiezan a sentir adentro un bichito al cual no quieren ponerle nombre, y se instala poco a poco un extraño malestar… no obstante, parecería que no quieren saber. Como si tuvieran miedo de perder algo. ¿Perder qué? Lo único que pueden perder es ese estado de malestar que, incluso en estos estratos, termina a veces en depresión. Por algo repito a menudo que prefiero mil veces trabajar con mujeres populares, líderes comunales, madres solteras, mujeres pobres, campesinas, todas estas mujeres que han vivido tantas discriminaciones y tantas inequidades grabadas en la piel y en la memoria, que saben que no tienen nada que perder y todo por ganar. Por lo menos ellas entienden que les ofrecimos y ofrecemos dignidad a través de un estatus de ciudadanas que les permitió y les permitirá seguir adquiriendo derechos; les ofrecemos escucharlas, les damos la palabra, que, en la gran mayoría de los casos, no habían tenido nunca, y así pueden recuperar algo de su propia historia, resignificándola desde una trama hecha esta vez de nuevas explicaciones. Les mostramos la importancia de tejer redes y fueron ellas las que nos enseñaron a nunca dar un paso atrás, porque cuando arrancan, nunca más dan reversa. No tienen reversa. Pero la historia que voy a contar en estas páginas no es exactamente la historia de estas mujeres, aun cuando creo que muchas de las reflexiones que siguen pueden 24

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adaptarse a su condición. En general la historia que sigue es una historia situada en un contexto social distinto; es la historia de Violeta y de sus compañeras de clase, quiero decir, mujeres profesionales de clases medias y de condición socioeconómica privilegiada. Pues sí, espero convencer a Violeta y a sus amigas de que tengan mucho cuidado con esos discursos políticamente correctos que las convencen de que el feminismo fue importante pero que hoy día no tiene sentido, pues las mujeres están en todas partes, tienen todo o casi todo, han sido escuchadas, y hombres y mujeres ya son iguales y punto. Y he oído a hombres añadir, previniéndolas: «Dejen a estas feministas, malamadas, vengativas y amargas, y sigan como mujeres inteligentes, seduciéndonos con estos atributos que nos gustan tanto». Sí, a través de Violeta, quisiera convencer a mujeres y a hombres inteligentes que nunca, por lo menos en Colombia, ha sido tan pertinente el feminismo y que sus debates son debates de la modernidad, de la democracia; son debates que anhelan un mundo mejor, y que al contrario del machismo que maltrata, violenta, humilla y mata todos los días, nosotras solo soñamos y actuamos con esa utopía en el corazón, una utopía que nunca ha matado a nadie y que hace avanzar la democracia en el país. Y no olvidemos que la misoginia fue la que suscitó o que generó el feminismo y no a la inversa. Y bueno, para mí escribir siempre ha tenido el fin de salvar algo. Gracias a Violeta, espero lograrlo.

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¡No, Violeta… no hemos llegado!

Un poco de historia

Para que no sigas repitiendo que no tiene sentido ser feminista hoy… Y para todos y todas los y las que creen que las mujeres ya tienen todo y están en todas partes… y aquellos que añaden en general… «¿qué más quieren?». No, Violeta, el debate sobre el lugar de las mujeres y sobre el feminismo está lejos de cerrarse. Empezaré con un poco de historia2, de historia reciente porque de hecho la historia de las mujeres es la de su acceso a

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En esta breve historia menciono algunos eventos, tanto nacionales como internacionales, que cambiaron de alguna manera el rumbo histórico de las mujeres colombianas. Son muchos más de los que se resumen aquí y hay ya trabajos e investigaciones que dan una mirada más completa de los contextos, legislaciones e historias particulares de las mujeres colombianas y de las mujeres en la historia colombiana. Entre ellos: Magdala Velásquez Toro, «Condición jurídica y social de la mujer». En: Nueva Historia de Colombia, tomo IV, Planeta, Bogotá, 1989. 27

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la palabra. Antes de esto, las mujeres habían sido representadas y fantaseadas por los hombres, quienes no lograban describirlas o hablar de ellas, como si no las conocieran o no hubieran podido sino dar la medida de sus temores y fantasmas hacia ellas. Antes de ser mujer de huesos y carne, de palabras y deseos, fuimos todas mujeres imaginadas, fantaseadas, mujeres de la ilusión, de la ilusión de los hombres, diría Ana María Fernández3. Conocer nuestra historia es la única manera de darle un sentido a nuestra existencia y comprender nuestro empeño por seguir rompiendo los moldes exigidos por una cultura patriarcal y una moral judeo-cristiana terriblemente duras con nosotras. Conocer nuestra historia es una de las pocas estrategias que nos permite hoy resignificar nuestra manera de habitar el mundo, interpretarlo y actuar sobre él. Es una de las pocas estrategias que nos permiten tomar conciencia sobre lo que significa haber nacido mujer en una cultura patriarcal. ¿Sabes lo que decía Jane Austen a propósito de la historia oficial? ¿No? Pues escúchala4: Los tres tomos de Las mujeres en la historia de Colombia, bajo la dirección de Magdala Velásquez Toro, editado por Norma, Bogotá, 1995. Recomiendo también el video: Las tres olas del feminismo, realizado por Clara Riascos y comentado por María Emma Wills. Así mismo, ya tenemos un acervo de tesis de maestría de la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia sobre varios de los problemas abordados en esta conversación con Violeta. 3 Ana María Fernández es psicóloga, psicoanalista y feminista argentina, profesora titulada de la UBA y autora de varios libros sobre la cuestión femenina, entre los cuales está La mujer de la ilusión: pactos y contactos entre hombres y mujeres, Paidós, 1993. 4 Citado en Nicole Loraux, Les expériences de Tirésias. Le féminin et l’homme grec, París, Gallimard, 1989. 28

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«—La historia, la solemne historia real, no me interesa casi nada. ¿Y a usted? —Adoro la historia. —¡Qué envidia me da! He leído algo de historia, por obligación; pero no veo en ella nada que no me irrite o no me aburra: disputas entre papas y reyes, guerras o pestes en cada página, hombres que no valen gran cosa y casi nada de mujeres, ¡es un fastidio!». Sí, la historia contada exclusivamente por los hombres ha sido y sigue siendo un fastidio, estoy de acuerdo con Jane Austen. Y en esta primera conversación contigo, Violeta, arrancaré con la historia de tu abuela. Una abuela que habría podido nacer en 1911; de hecho, mi madre, Marie Thérèse, nació en 1911, pero hablo de un abuela tuya hipotética, colombiana. Bien, tu abuela no podía merecer aún el calificativo de ciudadana y a los 20 años (en 1931), no solo no tenía derecho a votar, sino que en caso de una herencia paterna, no podía administrarla. Tenía que entregarla a un hermano mayor o a su marido, en caso de estar casada. Dicho en otras palabras, tu abuela era interdicta judicial, lo que significa que estaba totalmente privada del ejercicio de ciertos derechos al igual que los dementes, los niños y las niñas.

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Estudiar era todavía complicado aun cuando existían ya unos colegios de monjas. Tu abuela, tal vez, habría estudiado en el Colegio de La Enseñanza de La Compañía de María. Allí le habrían enseñado ante todo a rezar, a coser y a bordar, a hablar un buen castellano y un poco de contabilidad, cosa importante para la «economía del hogar», y a volverse un ama de casa responsable. Su único destino era ser una esposa inmejorable, cuyo significado era la decencia y la represión de todo deseo que no estuviera vinculado a la maternidad como única posibilidad de existir para una mujer de principios del siglo XX. Por cierto, para algunas mujeres de sectores medios, existían desde el final del siglo XIX Normales de Señoritas para formar maestras, y a partir de los años veinte surgió la enseñanza comercial y las escuelas de artes y oficios, en las que se capacitaban mujeres secretarias y telegrafistas, entre otras. En 1928 se creó el Instituto Pedagógico Femenino. Tu abuela, como ya lo mencioné, no podía representarse a sí misma legalmente y estaba lejos de tener igualdad jurídica con los hombres, pues ella, que se casó en 1931 con un señor que le llevaba 15 años, estaba, además, bajo el yugo de la potestad marital. Salía poco a la calle y cuando lo hacía, siempre iba acompañada. Su palabra no podía circular sino en el patio de atrás o en la cocina con sus hermanas, su madre y las comadres para comentar algunos eventos de la vida doméstica mien30

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tras ayudaban a preparar el ajiaco dominguero o el arroz de leche santafereño. Muy pocas veces llegaban a sus oídos acontecimientos de afuera. Y aun cuando la hubieran alcanzado los ecos de la vida política del momento, nadie le pedía su opinión, y así era muy difícil darle un sentido a su existencia, politizando o historizándola. El orden natural era la única explicación que tenía a mano para soportar y sobrevivir a su condición de mujer. Las cosas eran así y punto. Era un mandato de la naturaleza. Además, las lecturas que le estaban permitidas le reforzaban esta representación de un femenino frágil, emotivo, dependiente económicamente y pasivo sexualmente, es decir, una mujer predestinada a la maternidad, al servicio, a un amor abnegado, a la victimización y al sacrificio. Una mujer sin existencia en sí, tal cual la María de Jorge Isaacs. Era el reino absoluto del patriarcado y de la voluntad de una religión que seguía considerando a las mujeres como el mayor peligro, es decir, como seres que hay que reprimir frente a las posibles manifestaciones de la inteligencia y de un deseo propio, mejor dicho, de la carne, sinónimo de pecado. El sujeto de deseo que tú eres hoy, Violeta, era una utopía para tu abuela. Y no sé si algunas mujeres de su generación lograron encontrarle mieles a una existencia alienada, a una palabra sin ecos, a unos cuerpos colonizados y a unos pobres deseos mimetizados en deseos oficiales, es decir, masculinos. No sé tampoco si tu abuela lo logró; no lo creo, a menos que esa tan larga represión de una existencia propia muy sutilmente naturalizada haya logrado convertirse en una especie de sacrificio gozoso que muchas de las mujeres de esta época le ofrecían a Dios. 31

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«Suponer que la mujer pueda sentir placer sexual es una vil calumnia». Acton (médico contemporáneo de Freud). Tu abuela habrá podido, tal vez, leer El segundo sexo, de Simone de Beauvoir —cuya primera edición francesa es de 1949— a principios de los años sesenta, cuando ya tenía cincuenta años y era muy tarde para ella. Resignificar su vida exigiría mucho valor a esta edad. Simone de Beauvoir nació en 1908, su hermana Hélène, en 1910. Mientras Simone escribía y se volvía un personaje célebre en el mundo entero por su defensa de la causa femenina, Hélène fue una pintora, mucho menos conocida a pesar de tener una obra importante y de haber realizado varias exposiciones. A propósito de su hermana, Simone escribió: «No es una casualidad que dos hermanas de temperamento bastante diferente compartieran una actitud similar ante la vida: las dos deseamos furiosamente otra existencia que la que conocieron nuestra madre, nuestras tías y todas estas mujeres llenas de virtudes, resignadas y que no hablaban sino de deberes. Nosotras dos queríamos la felicidad, la vida, queríamos crear». La primera edición en español llegó a Colombia, gracias a la editorial argentina Siglo Veinte, en 1962, una edición rústica en dos tomos. No fue la España franquista, por supuesto, la que tradujo la obra. En cuanto al Vaticano, se apre32

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Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal).

suró, por intermedio del Santo Oficio, a registrar El segundo sexo en el índice de libros prohibidos. Yo, tu madre, podré resignificar mi vida. Y tú recogerás los frutos de haber tenido una madre beauvoiriana… Te cuento todo esto, Violeta, para que no olvides esta historia tuya tan reciente. Es la vida de tu abuela. Que podría haber muerto hace poco. No sé si esto te da la medida de lo que han significado los rompimientos que tuvieron que hacer las mujeres de mi generación. Pero, bueno, volvamos a los años treinta… 1930 y miremos los tímidos cambios legislativos que van a ocurrir a partir de esta década. Gracias a la bulla de algunas mujeres de la generación de tu abuela —un puñado de mujeres ilustradas, rebeldes, tercas, pero sobre todo soñadoras y ansiosas de felicidad— se logró agrietar el pesado yeso del molde oficial de la feminidad y dar los primeros pasos de una revolución silenciosa que no iba a dejar de crecer y madurar sin estallar nunca. A esas mujeres del final de la década de los veinte y de los treinta que mi generación reconoce como las verdaderas pioneras del feminismo, aun cuando muchas de ellas no conocían ni siquiera ese calificativo, no las podemos olvidar5. Ellas se llamaban, entre muchas otras, María Cano, «La flor del trabajo», una defensora de 5

Para más documentación sobre la vida de estas mujeres, se puede consultar el Nº 7 de la revista En Otras Palabras: «Mujeres que escribieron el siglo XX». Enero-julio de 2000. El Nº 7 se encuentra en el Fondo de Documentación Mujer y Género de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, en la Biblioteca Nacional y también en la Biblioteca Luis Ángel Arango. 33