Codigos Del Despertar Interior

CODIGOS DEL DESPERTAR INTERIOR La transformación de sí hacia la verdad, el amor y la libertad Lluis Serra Llansana fms U

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CODIGOS DEL DESPERTAR INTERIOR La transformación de sí hacia la verdad, el amor y la libertad Lluis Serra Llansana fms Una persona con coraje exterior se atreve a morir. Una persona con coraje interior se atreve a vivir



Prólogo



El sexo



Presentación



El silencio



La sagrada familia.





El recuerdo de Dios

Desde el autobús



El vínculo de la fraternidad



El diapasón



Un cambio fundamental



El niño del patinete



El rasgo principal



Las siete evolución



El rompecabezas del yo



Romper el círculo



La perturbación capacidad de amar



Tocar la esencia



Ojos vendados



Pasarela sobre el abismo



Jugarse la vida



Mi padre



La imaginación bloqueo

en

la

asiento

etapas

de

un

de

la



La mentira vital



Enamórate de la vida



Despertar



El piloto automático



King Kong como metáfora



El canódromo



La tumba de Gurdjieff



El camino de Alicia



La Prieuré



Crash-colisión



Katherine Mansfield



Amor consciente



El trabajo de los tres centros



La sinfonía interior

como



La metáfora del compás



El sueño de Rosetta



El modelo educativo Etievan



Las dos últimas cartas de Ana M. Frank



Slumdog Millionaire



La cercanía del a muerte



El defecto principal, un virus mutante



Sísifo: la compulsividad de la pasión dominante



El camino del centro



La educación como violencia



La recuperación del niño interior

Prólogo Imagínate bajo la lluvia, corriendo para coger un autobús, con la cara aún en tensión después de otro día de trabajo. De repente, algo a tu derecha atrae tu atención. Te das la vuelta y ves la sonrisa de otro que, en cambio, camina pausadamente. Su mirada parece saludarte, tiene ese brillo en las pupilas que sólo las personas felices poseen. Entonces paras y te preguntas cómo es posible que en un día así de gris alguien esté sonriendo y tenga tiempo para vivir las cosas que le rodean, con calma, sin prisa. Así es como puedo describir mi encuentro con Lluís Serra Llansana. Corria el año 2002 o 2003, no recuerdo exactamente, yo vivía en mi amada ciudad natal, Roma. Era poco después de haber fundado La Teca, una asociación cuyo objetivo es la difusión de las enseñanzas de Gurdjieff (maestro y filósofo armenio que vivió entre los siglos XIX y XX). En ese tiempo me hallaba organizando una serie de encuentros sobre el Eneagrama, en los que participaban personas de todo tipo y rango social. Entonces tenía veintinueve años y un gran deseo de comunicar, a los que quisieran oirme, lo que había aprendido durante mis años de estudio sobre Gurdjieff. Comencé esta búsqueda a los once años, gracias a la influencia de un Testigo de Jehová que, un año antes, me había hablado de la dimensión del Espíritu. Y quedé prendado hasta tal punto que, en sexto de básica, hacía novillos en la escuela para refugiarme en la Basílica de Santa María Maggiore, sentándome durante horas a leer textos que estaba seguro de que contenían

importantes verdades: desde el Libro del Mormón hasta los del reverendo Moon, para descubrir, por último, a los grandes místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila. Cada día estudiaba más de diez horas, con la voracidad que sólo puede manifestar un niño que no ha sido amado lo suficiente. Me suspendieron en la escuela porque no asistía a clase y no estudiaba los temas que los demás consideraban importantes y que a mí me parecían totalmente inútiles. ¡Qué aburrido era estudiar a Pascoli, cuando yo me apasionaba por Corintios 13! ¡Qué superfluo el regreso al pasado del neo clasicismo cuando en mí sentía cantar los versos sublimes del salmo 23! Sólo mi profesora de religión me amaba de un modo casi declarado, pero poco se podía hacer ante la ira furiosa del resto de los profesores. Debido a las incomprensiones que recibí, algunas de las cuales tenían raíces muy antiguas y anteriores a ese período, mi sensibilidad me llevó cada vez más a ser un investigador solitario, un marginado al que era mejor dejar aparte. A los diecisiete años, la comunidad espiritual que había frecuentado, protestante evangélica, me expulsó debido a mis estudios sobre esoterismo. Desgraciadamente, a pesar de haber salido de aquel lugar donde los juicios silenciosos eran más asesinos que las ofensas proclamadas, yo ya había introyectado (de manera totalmente inconsciente) ese demiurgo interior que hacía que me sintiera equivocado, sucio, diferente, pervertido y terriblemente, irremediablemente, pecador. Me tomó muchos años librarme de su yugo y, a pesar de estar ya en el buen camino, cuando encontré al autor de este libro todavía estaba marcado por él y, en algunos momentos, vivía mi espiritualidad de un modo rígido, fundamentalista, como un gurdjieffiano tradicional poco dispuesto al debate. Porque es así, querido lector, como se puede reconocer a aquellos que hacen de la espiritualidad un modo para compensar algunas carencias, algunos temores básicos, algunas heridas que se desean ocultar con una fe que, sin embargo, nunca les permitirá ser profundamente libres. Cuando no estamos abiertos al diálogo y nos encerramos en las posiciones propias, considerando a los demás "pecadores"», "durmientes" o simplemente gente "común", destacando de un modo invisible, pero claro, el valor propio, entonces nos encontramos delante de un nuevo falso sustento: el espíritu se transforma, una

vez más, en una excusa para no ponerse en contacto con la propia debilidad y verdad. Cuando encontré a Lluís, aún sentía la necesidad de mojar mi pan en una espiritualidad como ésta, y lo admito sin ganas de gastar demasiada energía en querer parecer mejor. Lo vi allá, en el círculo de los que deseaban escuchar, sin hablar, con una atención amorosa y sin ningún tipo de interferencia pedante; se mostró con las características que a cualquier docente le gusta encontrar en sus alumnos: atención, aplicación en el estudio, respeto, dedicación, cariño y gratitud. En ese período Lluís permanecía sentado y me sonreía, con su mirada de sonrisa brillante, tomaba apuntes, hacía preguntas ingeniosas, pero, la mayor parte del tiempo, permanecía en silencio. Durante las siguientes clases sobre el eneagrama, empecé a conocer mejor a mis estudiantes. Lluís Serra me reveló que formaba parte de un grupo espiritual católico y que había estudiado "un poco" el eneagrama de Claudio Naranjo. Sólo más tarde, a partir de una búsqueda en Internet, descubrí que Lluís Serra Llansana puede considerarse uno de los principales expertos de Europa de ese eneagrama, que poseía un título en teología, uno en filosofía y otro en psicología, que había sido director y profesor universitario, autor de libros, periodista, investigador en el campo de la psicología de la educación, etc. Imaginé entonces, por un momento, a ese hombre de mirada brillante tomar notas en mis clases, con toda la sencillez del mundo, sin hacer mención de su formación, sin ninguna necesidad de darla a conocer, pero con el deseo de ser útil y de ayudarme si hubiera sido necesario. Entonces comprendí que Lluís Serra Llansana era alguien que valía mucho más que las decenas de títulos y honores que poseía: era un Hombre. Por esta razón decidí escucharle y, por un momento, me quité la chaqueta de maestro para no usar ninguna otra mas que la del amigo que se pone a su disposición, pudiendo incluso revisar sus propios métodos y sus enfoques. y fue gracias a esta elección que permití a Lluís introducirme en el maravilloso mundo del eneagrama de Claudio Naranjo, que antes rechazaba del todo, porque sólo el eneagrama de Gurdjieff era el único "verdadero", "puro" y todos los demás, sin excepción, el resultado de "vulgares" interpretaciones.

En una de las charlas que mantuvimos en aquellos días, me dijo una frase que me quedó gratamente grabada, fue esta: «Cuando alguien se encierra entre las paredes de sus convicciones y no está disponible para el diálogo y el debate, significa que tiene miedo a perder sus certezas, que no está realmente convencido de lo que sostiene, que no lo ha interiorizado verdadera y profundamente». A Lluís Serra Llansana le debo mucho, tanto en el aspecto cultural como en el personal. Cuando me ingresaron, por un problema de salud, en el Hospital Clínic de Barcelona, se lo comuniqué sólo a él. Hacía poco que vivía en la capital catalana y aún no conocía a nadie. N o quería molestar a los amigos de Italia y Lluís vino a verme. También en aquella ocasión me ayudó mucho su brillo. Nos partimos de risa cuando en lugar de preguntar si el diagnóstico ya estaba claro me preguntó que ¿cuándo iban a hacerme la autopsia? Durante estos años Lluís y yo hemos librado una misma batalla: la de devolver a su legítimo propietario el símbolo del eneagrama. Si el lector buscara algún texto sobre este tema, podría observar que, en la mayoría de los casos, remontan las raíces históricas del eneagrama al sufismo. Nosotros tenemos una idea completamente diferente y las fuentes históricas a las que nos referimos hacen que nuestra hipótesis sea del todo fundamentada. Todavía recuerdo cuando nos invitaron a los dos a dar conferencias en la Universidad de Medicina de Madrid. En estas conferencias se hablaba del eneagrama como una herramienta de comunicación entre médico y paciente. Las salas estaban llenas de estudiantes de medicina que nos escucharon con gran interés. En las dos conferencias, que tuvieron lugar simultáneamente en salas distintas, enviamos ambos (a muchos expertos del eneagrama de todo el mundo, estimados psicólogos, terapeutas y profesores) un mensaje idéntico: el único autor del eneagrama que se puede verificar históricamente es George Ivanovich Gurdjieff. Desde entonces muchas personas aquí en España empezaron a interesarse por el maestro armenio y este interés lo deben también al hecho de que Lluís (con un crédito mucho mayor que el mío en el ámbito académico) sostenía mis mismas tesis. Las páginas que leeréis son la recopilación de una serie de artículos que Lluís Serra Llansana ha querido escribir para nuestra publicación mensual El Cuarto Camino. Ver que este hombre, que es capaz de permanecer en sus

posicionamientos, nos honra cada mes con un artículo que lleva su firma, me parece extraordinario, incluso por el hecho de que estamos acostumbrados, nosotros que nos adherimos al pensamiento de Gurdjieff, a que se nos considere presencias al margen en el mundo de la espiritualidad y la religiosidad "acreditadas". En los capítulos de este libro no se va a hablar sobre el tema que he mencionado varias veces en este prólogo, el eneagrama. Conoceremos a otro Lluís Serra, que hace su propia interpretación del Cuarto Camino, enriquecida por su experiencia como psicólogo y educador. Deseamos, y en realidad lo percibimos ya de su pluma, que el período que ha pasado con nosotros pueda haber enriquecido su espiritualidad con nuevas visiones, exactamente como él ha enriquecido la nuestra. Tal vez su esfuerzo para escribimos cada mes un artículo lo haya llevado a una mayor integración y adaptación de sus descubrimientos pues, a menudo, trabajos de este tipo fortalecen y enriquecen. En muchos casos, las palabras que Lluís Serra utiliza son palabras sencillas, que van directamente al corazón del lector, sin demasiados lujos, sin voluntad de marcar una diferencia entre quien escribe y quien lee. Y es, precisamente por esta sencillez que lo distingue, por lo que estamos encantados de publicarlo cada mes y de reunir sus fatigas de los últimos cuatro años en esta recopilación, ya a la espera del segundo volumen. Para nosotros es un honor que personas de diferentes formaciones y orígenes puedan contribuir al enriquecimiento cultural y espiritual de nuestro Instituto, porque La Teca no es sólo una escuela de Cuarto Camino, es también un lugar de apertura y diálogo, de debate y reflexión, sin temor a perder esa identidad que nos describe. Buena lectura Giovanni Maria Quinti Madrid, 16 de febrero de 2010

PRESENTACIÓN El sueño y el despertar son dos estados vitales que se diferencian por el nivel de conciencia. En el primero, resulta prácticamente inexistente. En el segundo, se marca el inicio de su ejercicio. Ambos, no obstante, no se refieren sólo a la

dimensión física de la persona, sino también a su dimensión psicológica y espiritual, que es mucho más determinante. Cuando alguien vive dormido, se convierte en un ser mecánico. Puede gozar de éxito, llamar la atención social, tener una agenda apretada, pero se le escapa lo esencial. Ser consciente constituye otra realidad y se vincula al sentido, que brota en el interior de la persona. El protagonista de la película Ikiru [Vivir] (Kurosawa, 1952) vive mecánicamente durante más de sesenta años y sólo de forma consciente seis meses. En la balanza existencial, pesa más su último semestre que el resto de su vida. «Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarlo» (Jn 11.11), dice Jesús camino de Betania. Despertar es la primera tarea. Gurdjieff se pregunta: «¿Cómo despertar? ¿Cómo escapar de este sueño? Estas preguntas son las más importantes, las más vitales que un hombre tiene que hacerse. Pero antes de hacérselas deberá convencerse de su sueño. Mas sólo es posible convencerse de esto tratando de despertar». Y añade: «El despertar sólo es posible para aquellos que lo buscan, que lo quieren, y que están dispuestos a luchar consigo mismos, a trabajar sobre sí mismos, mucho tiempo y con perseverancia para obtenerlo» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). El gotear de artículos, que he escrito y publicado a ritmo mensual en la revista especializada Quarta Via, ha llenado la tinaja de un proyecto editorial de La Teca. Todos ellos, de una forma u otra, están al servicio del despertar e impulsan a la vida consciente. Pretenden ofrecer los códigos que nos adentren en el despertar interior. ¿Cómo nació esta colaboración? En Roma, de manera gradual y progresiva, entré en relación con la Asociación Cultural La Teca, fundada por Giovanni M. Quinti, cuyo proyecto se alimenta en parte del pensamiento de Gurdjieff y de su propuesta del Cuarto Camino. Se intensificaron los lazos con Giovanni hasta construir una auténtica amistad, así como con las personas que se habían comprometido en esta línea de trabajo personal. Vivíamos con interés los puntos comunes, numerosos e importantes; frente a las discrepancias, caso de haberlas, aceptación y respeto. Mi regreso a Barcelona, en septiembre de 20°4, coincidió con el viaje de Giovanni a la misma ciudad y la apertura de un centro de La Teca en la Ciudad Condal. Hablamos de mi colaboración en la revista, que se inició en enero de 20°5, y nos pusimos de acuerdo. La sección se llamó All'ombre di Geudi [A la sombra de Gaudí], para indicar que escribía desde Barcelona y que tomaba como referente un arquitecto que supo crear tantos significados.

Creo que es importante conocer el pensamiento básico de Gurdjieff que, junto con Ichazo y Naranjo, forman los tres pilares del eneagrama. Considero sugerentes e iluminadoras bastantes de sus ideas. Otras, requerirían mucho tiempo para su estudio, y no puedo desarrollarlas porque no creo hallarme en una comprensión suficiente de las mismas. Finalmente, hay puntos de vista que, caso de entenderlos bien, no comparto. He utilizado la obra completa de Gurdjieff, pero especialmente Encuentros con hombres notables (Gurdjieff, 2003). Hay otra obra, a la que he recurrido con mayor frecuencia: Fragmentos de una enseñanza desconocida [Ouspensky, 1968), que relata los ocho años de trabajo que pasó cerca de Gurdjieff, el cual, antes de morir, dio pleno consentimiento a su publicación. En el conjunto de los artículos que forman este volumen, la reflexión transcurre a menudo, pero no siempre, al hilo del pensamiento de Gurdjieff. Mi enfoque es interdisciplinar y cualquier realidad de la vida cotidiana puede ser un pretexto para la reflexión y el trabajo personal. Unos cuantos se inspiran en películas, en música, en obras de literatura, en la Biblia ... Otros corresponden al libro Encuentros con hombres notables. Otros, reflejan un viaje que hice a París en el verano del 2007. Otros recogen alguna reflexión conclusiva de mi investigación. Pero el contenido apunta siempre al despertar interior, al trabajo personal, al autoconocimiento y al proceso de transformación de sí hacia la verdad, el amor y la libertad. El eco acogedor de mis lectores italianos, que son los únicos que han tenido acceso a ellos, me ha estimulado a seguir en la tarea. Estos textos pretenden facilitar una mirada interior. Alice Miller escribe en Salvar tu vida [Miller, 2009a]: «Para mí el camino más largo de toda mi vida fue el camino hacia mí misma». Experiencia fácil de compartir para las personas que han realizado su despertar interior y que se comprometen en el trabajo personal. Determinadas situaciones pueden ser resueltas con rapidez, como pretende la terapia estratégica breve de Giorgio Nardone. Pero el camino del autoconocimiento y de la conciencia personal requiere plazos más largos. En los repliegues de la personalidad, siempre surgen novedades. Hay que estar atento. Evitar el autoengaño no resulta tarea cómoda, porque huir de la realidad hacia un mundo de sueños es tentación frecuente. No obstante, toda persona que realice su despertar interior, comprobará en sí misma que, pese a recorrer un "camino arduo y silvestre" como dice Dante, el proyecto vale la pena. Entiendo la lectura de estos artículos

como un ejercicio de diálogo con mis lectores, recordando que todo diálogo es desvelamiento y sin complicidad no existe comunicación profunda. Gracias a Giovanni M. Quinti y a los miembros de La Teca que acogen en su nueva editorial esta recopilación de mis artículos. Gracias a Eva Franchi, que se ha responsabilizado de su traducción al italiano, siempre con acierto y precisión. Gracias también a José Luis G. Muedra, Montse Roldán, Cecilia Deshayes y Ángela Cendra porque han colaborado con dedicación voluntaria y empeño en la edición, maquetación e impresión de este libro. Gracias a Elisabet, mi sobrina, por sus dos ilustraciones que abren y cierran este libro. Gracias a los amigos del grupo La Teca de Barcelona porque han facilitado generosamente su producción. Lluís Serra Llansana

La Sagrada Familia Esta nueva sección de Quarta Vía lleva por título A la sombra de Gaudí. De este modo, se indica que escribo desde Barcelona, pues el genial arquitecto es internacionalmente conocido, pero hay más. En esta ciudad catalana, bañada por el azul mediterráneo, llena de magia y fantasía, se ha abierto la última sede de la Asociación La Teca, la primera fuera de Italia. Si el símbolo de París es la Tour Eitiel. de Barcelona lo es el templo de la Sagrada Familia, cuya primera piedra se colocó en 1882, hace ahora 123 años. Este símbolo, realización de Gaudí, posee múltiples referencias para las personas que conducen su vida por el Cuarto Camino, en aspectos tales como el trabajo, el recuerdo de sí y de Dios, la ley del tres, el nacimiento y la muerte, la visión mística, el trabajo en equipo ... Antonio Gaudí (Reus, 18S2-Barcelona, 1926) fue consciente de que estaba haciendo una obra excepcional, pero sabía esperar. Comprendió la dimensión y el sentido de su tarea que, como el trabajo sobre sí, se fía a largo plazo: «El Templo crece poco a poco, pero eso ha pasado siempre y en todas las cosas que han de tener larga vida. Los robles centenarios tardan años en ser grandes; en cambio, las cañas crecen rápidamente, pero en otoño el viento las abate y no se habla más». "El Dante de la arquitectura", nombre dado a Gaudi por Rangonesi, quién sabía que el trabajo de Gaudí tenía una dimensión trascendente: "El amo de esta obra no tiene prisa"

Como místico, vivió de tal modo en su vida el recuerdo de Dios que dejó un sello de su presencia en el corazón de la ciudad. Gaudí estaba convencido de ser el arquitecto de Dios y detrás de cada detalle de su obra veía una revelación trascendente. Algunos datos del proyecto: Las torres de la Sagrada Familia serán doce y representarán a los 12 apóstoles. La altura de las ocho actuales oscila entre 90 y 112 m. Además, el crucero y el ábside se coronarán con seis cimborios dedicados a los cuatro evangelistas, la Virgen María y a Jesucristo. Este cimborio culminará a una altura de 170 m. con una cruz. Jugó a fondo, como arquitecto, la ley del tres. Uno de sus biógrafos, Juan Bassegoda Novell afirma que Gaudí "se había apercibido de que los arquitectos sólo usan la formas que previamente pueden dibujar con dos instrumentos, que son la escuadra y el compás. A lo largo de toda la historia de la arquitectura las formas de los edificios han sido hijas de estos dos simples instrumentos, que permiten dibujar círculos, triángulos, cuadrados o rectángulos, que en el espacio se convierten en prismas, pirámides, cilindros y esferas que dan lugar a los pilares, las cubiertas, las columnas y las cúpulas". Pero él optó por desarrollar sus ideas a escala y en forma corpórea. La tridimensionalidad de sus maquetas en yeso, barro, tela metálica, o cartón mojado y moldeado, le acompañaron siempre. En el nombre de su obra, la Sagrada Familia, confluyen en un místico triángulo las figuras paterna, materna y filial. Basta carecer de una de ellas para que el nombre pierda su sentido. El templo cuenta con tres pórticos: nacimiento, pasión y gloria, éste último todavía sin realizar. Actualmente, hay dos formas de acceder. El camino cronológico, que se inicia en el nacimiento y se acaba en la muerte. Y el camino del trabajo interior, que comienza en la muerte de sí, de la falsa personalidad, de la dimensión mecánica de la vida... para renacer en el Espíritu. Sólo entonces se abrirá el pórtico de la gloria. Gaudí comprendió que "el trabajo es el fruto de la colaboración", entre arquitectos y obreros, entre trabajadores y donantes. No se trata de un alarde de ricos, porque que se alimenta sólo de limosnas y donaciones. Para recaudar fondos, explicó su obra a todo el mundo que la visitaba. Más aún. Salió personalmente a la calle para pedir, a fin de levantar «una catedral de los pobres». El tranvía n° 30, al atardecer del 7 de junio de 1926, arrolló a un anciano en el cruce entre la Gran Vía y la calle Bailen de Barcelona. El cuerpo tendido en el

suelo no llevaba ninguna documentación, sólo un libro de los Evangelios como única pertenencia. Fue ingresado en el Hospital de la Santa Cruz como un indigente indocumentado más. Poco después, se descubrió que aquel anciano era Gaudí, que fallecería tres días después. Enterrado en olor de multitudes, su cuerpo yace en la cripta de la Sagrada Familia. Un instrumento mecánico puso fin a su existencia, pero su esencia permanece viva. Este primer artículo habla sobre Gaudí, pero los próximos, con otros contenidos, serán redactados a su sombra, es decir, desde Barcelona, desde la contemplación de una obra que está en proceso y se realiza en equipo, desde la labor constante y sin desfallecimiento de arquitectos y albañiles... En definitiva, el símbolo de un trabajo personal en el que nuestros lectores, hombres y mujeres, están indudablemente comprometidos. El recuerdo de Dios Las personas que se esfuerzan en practicar el recuerdo de sí llegan fácilmente a dos conclusiones. Primera, que el recuerdo de sí no es un trabajo fácil, porque el sueño amenaza de forma constante en mantener los párpados caídos y porque el vivir mecánico nos resulta de lo más normal. Segundo, los momentos vividos a la luz del recuerdo de sí son profundos, interiores, luminosos, conscientes. Gurdjieff no lo confunde con la introspección ni el análisis. Es otra cosa. La escisión de nuestra atención, que nos convierte al mismo tiempo en observadores y observados, nos permite despertarnos del sueño y reconocer nuestras identificaciones, que conducen a la fusión y a la pérdida de conciencia. El recuerdo de sí genera una distancia que proporciona objetividad y favorece una visión serena de sí mismo. No hay juicio, sino aceptación de la realidad. El recuerdo de sí se transforma en un viaje al propio centro interior, desde donde todas las cosas adquieren un nuevo sentido. Pero hay más. Cuando alguien consigue llegar al centro de sí mismo descubre la presencia de Dios. En ese momento, el hombre y la mujer que están en camino se plantean un nuevo reto: el recuerdo de Dios. Se crea una relación mistérica a través de la cual Dios me observa a mí y yo soy observado por Dios. No se trata de una vigilancia, como si un inmenso ojo controlara nuestras acciones y nuestros pensamientos. Nuestra personalidad, por la presión de nuestros centros, nos genera distintas imágenes de Dios, todas ellas externas y negativas, que se convierten en ídolos: un dios-juez, un dios-dogma, un diosplastilina...Cuanto más pequeña es nuestra vida interior, mayor necesidad

tenemos de colonizar los espacios exteriores. Un templo no tiene casi valor si no se corresponde con un santuario interior. Muchas batallas externas son maneras de eludir el trabajo personal. La esencia de Dios es amor y no existe verdadero recuerdo de Dios si no se fortalece la relación amorosa con él. Por ello, la imagen de Dios que subyace en el corazón de las personas condiciona nuestra vida consciente. No existe progreso interior sin plantearse esta cuestión y sin resolverla en profundidad. Verse a sí mismo observado por la mirada amorosa de Dios no deja indiferente. Se tiene la convicción de haber encontrado el centro. Juan Casiano, un abad que murió en torno al año 435, escribió en su libro Colaciones [Casiano, 1998, 11, XXIV, 6) este texto que puso en boca del abad Abraham: «Es menester que el monje fije sin cesar toda su atención en un objetivo único: el recuerdo de Dios. Hacía él deberán converger todos los pensamientos que surgen o bullen en su espíritu» «Supongamos a un arquitecto que deseara construir en el espacio la bóveda de un ábside. Debe trazar toda la circunferencia partiendo de un punto clave: el centro. Guiándose por esta norma infalible, ha de calcular luego la exacta redondez y el diseño de la estructura.» «Quien intentara llevar a feliz término la obra, haciendo caso omiso de este punto céntrico, por más que presuma de su destreza y de su ingenio, es imposible que pueda obtener una forma regular y sin defecto. Ni cabe con la sola mirada apreciar hasta qué punto su error ha menoscabado la belleza que resulta de una perfecta armonía de líneas. Para ello necesita referirse constantemente al modelo, que le permitirá justipreciar la exactitud de las medidas. Con esta luz le será fácil entonces determinar con precisión el contorno interior y exterior de la obra. Así es cómo un sólo punto se convierte en la clave fundamental de una construcción imponente [ ... ] Algo parejo sucede en nuestra alma. El monje debe hacer de la caridad del Señor el centro inconmovible que aúne en un solo haz todas sus obras y empresas... ». El lema de los benedictinos es Ora et labora [reza y trabaja]. El primer significado es fácil. Se trata de compaginar la vida contemplativa con la vida activa. Pero hay más. El recuerdo de Dios y el trabajo en el camino deben ir de la mano. La plegaria en diversos momentos de la jornada es un ejercicio que fortalece el recuerdo de Dios. Una vez en el centro, todo el trabajo adquirirá la proporción debida. En cada uno de nosotros, según R. Panikkar, hay un arquetipo de monje. ¿A qué nos invita nuestro arquetipo? Podemos preguntarnos: desde el inicio de este año ¿cuántas veces he experimentado el recuerdo de Dios? ¿Cuántas veces he actuado a partir de Dios? ¿Cuántas

veces me he dirigido a Dios para comunicarme con Él? ¿Cuántos minutos he dedicado a escuchar su palabra? ¿Cuántas veces he compartido el recuerdo de Dios con los demás, durante los encuentros o en momentos informales? ¿Cuál es el centro de mi vida: el dinero, el poder, el prestigio, el bienestar, la comodidad?... ¿Dios? El recuerdo de Dios no surge espontáneamente en nosotros. Requiere un trabajo y un esfuerzo de atención, que suele ser perturbado por pensamientos dispersos que asaltan nuestra mente, por imaginaciones que nos despistan, por nuestros sentimientos negativos. Quizás conviene hacer un aprendizaje para vivir el recuerdo de Dios en medio del mundo, de nuestra vida familiar, de nuestros compromisos laborales, de estar junto al lecho de los enfermos terminales. Todo esto requiere el recuerdo de sí. En italiano, la palabra Dio contiene el pronombre lo. Tanto en el macrocosmos como en el microcosmos existe un centro único, que lo despliega todo en un acto creativo: "No hay Dios fuera de Dios". El vínculo de la fraternidad ¿Qué vínculo une a los hombres y mujeres que forman parte de una confraternidad de La Teca? ¿Cuál es el centro de gravedad de sus relaciones? Se presume que entre ellos hay pensamientos afines, sentimientos coincidentes, conductas armonizadas. Puede no ser así. La pertenencia a una confraternidad no garantiza este clima paradisíaco. No es necesario que todos piensen igual, incluso algunos pueden sostener ideas contrarias. Unos a otros pueden caerse simpáticos, pero también antipáticos. Las sensibilidades pueden ser diversas. No todos actúan igual, movidos por los mismos resortes. Existen corrientes energéticas de atracción, pero también de rechazo. No estoy describiendo una situación apocalíptica, sino subjetiva. Toda esta gama de situaciones indica que el centro de gravedad es el hombre n" 1, n" 2 o n° 3. Si estos centros (piso inferior, emocional e intelectual) son los criterios últimos de nuestra pertenencia a la confraternidad, no hay futuro posible. Tarde o temprano se abocará a la pelea, al debate, a la ruptura afectiva. El vínculo de la fraternidad no ignora todos estos mecanismos que acabo de describir. Sabe que existen y los tiene en cuenta. Pero no les otorga mayor protagonismo ni les concede la última palabra. Se trata de ser lúcido para detectarlos. Para ser hermanos y hermanas en el seno de una confraternidad hay, al menos, dos requisitos mínimos:

1. Despertar del sueño físico y psicológico. Vivir los chispazos del recuerdo de sí. Intuir, en algún momento de luz, la conciencia objetiva, en cuyo estado el hombre «puede ver las cosas tal como son» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). y ¿cómo son las cosas? Gurdjieff en Relatos de Belcebú a su nieto escribe: «La existencia de todo ser es para Dios, Nuestro Creador Común, igualmente preciosa y querida» (Gurdjieff, 2001, cap. XXXIIX). En otros momentos, utiliza expresiones tales como «Nuestro Todo Previsor Padre Eterno Común» o «Nuestro Todo Misericordioso Padre Común». La expresión «Padre Común» está en la raíz de la fraternidad. Sólo en el recuerdo de Dios, porque es "Padre Común", podemos vivir el vínculo profundo de la fraternidad. Este vínculo no depende de mí y por eso se distingue del vínculo subjetivo, como es el que me une a la pareja y a los amigos. Se trata de una realidad en sí misma y por eso consiste en un vínculo objetivo (todos los hombres y mujeres son mis hermanos y hermanas). El amor erótico, el amor emocional... dejan paso al amor consciente. Los textos sagrados abundan en esta paternidad/ maternidad de Dios. Cuando los discípulos piden a su maestro Jesús que les enseñe cómo rezar, surge la oración del «Padre nuestro... ». En sus enseñanzas, Jesús utiliza parábolas para indicar la relación entre Dios y los hombres; y la relación de éstos entre sí. Narra entonces la parábola del padre amoroso que tiene dos hijos, normalmente conocida por la parábola del hijo pródigo. Si el vínculo con Dios no es fuerte, poca consistencia podrá tener el vínculo de la fraternidad. La paternidad/maternidad de Dios es la fuente de sentido que permite ver en cada hombre y en cada mujer un regalo divino. Las otras voces, los otros amores, alzarán sus exigencias, pero se someterán a una nueva dimensión que las sobrepasa y a la que darán la última palabra. 2. Alcanzar el hombre n° 4. Supone superar los tres anteriores, es decir, no guiarse como último criterio por los instintos, los sentimientos o las ideas. Implica esfuerzo y trabajo de escuela. Su centro de gravedad es permanente y empieza a equilibrar sus centros psíquicos. Abre paso al amor consciente de las últimas realidades. Establecer mis relaciones por un criterio de simpatía o antipatía produciría aceptación de unos y rechazo de otros. Fundamentar mis relaciones en el vínculo con el "Padre Común" me invitará a aceptar a todos, a ser más amable si cabe con aquella persona que me resulta repelente o menos agradable... Amar conscientemente no es nada fácil, pero dejarse amar del mismo modo

tampoco. Todos queremos ser amados por guapos, inteligentes, atractivos, especiales..., exigencias de los centros inferiores, y por ello construimos la máscara de nuestra personalidad. No se trata de que me amen por esos motivos sino por mi esencia, porque todos tenemos un "Padre Común". También aquí hay renuncia a los propios sueños, a las ilusiones de la personalidad, al propio engrandecimiento... El amor no es un merecimiento, sino un regalo que se agradece desde la humildad de quien sabe que no somos reyes por nuestras conquistas, sino porque somos hijos e hijas del Rey. Entonces, también hermanos y hermanas entre nosotros. Cuesta vivir las realidades objetivas, pero una escuela puede ser el ámbito adecuado para aprender a vivirlas y para poderlas extender después a todas nuestras relaciones. No se trata de anular o reprimir nuestros impulsos subjetivos sino de ponerlos al servicio de un proyecto mejor: el amor consciente. No es un amor instrumental que consiste en amar a Dios a través de un hombre o de una mujer que no me despiertan ningún interés, sino de amar la esencia, de ese hombre y de esa mujer, en la que puedo descubrir la presencia de nuestro "Padre Común". Un cambio fundamental Vivimos en una sociedad donde se producen muchos cambios, unos esperados, otros temidos. Las situaciones estables tienen poca cabida. Se busca cambiar de piso, de empleo... incluso, a veces, de pareja tras una crisis de convivencia. No todo cambio es mejora, ya que uno puede ir a peor, pero a menudo hay que correr riesgos si existe una necesidad interior y profunda de dar respuesta a las inquietudes que brotan en el corazón de cada persona. Quiero centrar mi reflexión sobre la relación que existe entre esencia y personalidad. ¿Es posible un cambio fundamental en la relación entre ambas? ¿Debe consistir nuestro trabajo en eliminar la personalidad para que florezca la esencia? ¿Cómo somos conscientes de nuestra personalidad? Nicoll afirma: «La esencia sólo puede crecer por medio de la conciencia cada vez mayor de la personalidad y el lento y gradual descubrimiento de lo que es la personalidad en una persona» (Nicoll, 20°3, vol. IV, p. 235). Para responder estos interrogantes, acudo a un texto del Evangelio de Lucas Cs.17-26): «Un día que estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos

hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: "Hombre, tus pecados te quedan perdonados." Los escribas y fariseos empezaron a pensar: '(Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?" Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: '(Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te quedan perdonados', o decir: 'Levántate y anda'? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados, -dijo al paralítico-: 'A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa'." Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: "Hoy hemos visto cosas increibles".» Nuestro protagonista es un paralítico, que está acostado en una camilla y que necesita de los demás para ir de una parte a otra. No es autónomo. No se vale por sí mismo. Depende siempre de otros. Pero tiene cuatro cosas muy positivas: a) es consciente de su enfermedad, de su parálisis; b) desea superarla; c) cuenta con un grupo de amigos que se comprometen a ayudarle en la mejora que busca y que harán lo imposible para que la obtenga; y d) busca en la fuente de la vida, en Jesús, la solución a sus problemas. Todo cambio fundamental suele implicar un precio y un trabajo, en el sentido gurdjieffiano del término. Quiere llegar hasta Jesús pero la multitud se lo impide. No existe espacio suficiente para circular. El cambio exige compromiso personal y no perderse entre la multitud. No se arredra ante la dificultad ni abandona su empeño. Con imaginación y audacia, realizan lo impensable: se suben a la azotea y desde allí le descuelgan ante Jesús a través de las tejas. El trabajo interior se teje de creatividad y entrega. La aventura espiritual requiere ponerse en contacto con lo divino. Jesús le ofrece la clave para iniciar el cambio fundamental: el perdón de los pecados. El pecado es dejar de obrar a impulsos del amor y por ello genera parálisis. El perdón implica la aceptación humilde de los propios errores, de las propias debilidades y de la propia fragilidad. El cambio interior tiene como punto de partida la humildad y la renuncia a la grandeza aparente. Jesús le ofrece el perdón porque descubre en el paralítico y en sus amigos una gran

fe. Han realizado un gran trabajo y han vencido las dificultades porque creen que la parálisis no es el estado mejor para el hombre. Quieren evolucionar. La palabra de Jesús anuncia el cambio fundamental: «A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». En este texto, hay un hecho sorprendente: ¿por qué le indica que tome su camilla? ¿Ni siquiera ahora que está sano puede prescindir de su camilla? La camilla es la personalidad y el paralítico la esencia. La camilla llevaba al paralítico porque la personalidad gobernaba a la esencia, una esencia poco vital y paralizada. Con la curación, el hombre lleva la camilla, porque la esencia gobierna a la personalidad. No debe prescindir de ella sino llevarla encima. El paralítico recupera su autonomía, su libertad de movimientos y puede irse a su casa, es decir ya no depende de las expectativas de los demás sino que comienza a vivir del recuerdo de sí. Estar en casa significa conectarse con la conciencia de sí. La narración evangélica sigue: «y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios». No hay demora, ni dudas, ni aplazamiento: Se pone en marcha al instante ante la gente. Hace tal como Jesús le indica, pero va más allá de tomar la camilla e irse a su casa: glorifica a Dios. La relación con Dios permite que la esencia despliegue sus enormes posibilidades. N o vamos a eliminar nuestro ego. Sólo le vamos a quitar el cetro y el poder sobre nuestra esencia, a la que la personalidad servirá desde ahora. El rasgo principal La vida monástica se ha evidenciado como un terreno óptimo para ahondar en e! conocimiento personal y en la lucha por la propia perfección. Sólo quien recorre e! itinerario para llegar a ella tiene una conciencia lúcida de los obstáculos, las trampas y los espíritus demoníacos que se encuentran en el camino. Por esto, no es de extrañar que Evagrio Póntico, ya en el siglo IV, presente una lista de ocho logistnoi, es decir, de ocho pensamientos que engendran todo vicio (1995, Tratado práctico, 6). En su formulación se encuentran las semillas de lo que posteriormente recibirá e! nombre de "pecados capitales" y que, en este contexto, voy a llamar "pasiones dominantes". Gurdjieff fue consciente de la existencia de esta realidad caracterológica y la llamó «el rasgo principal» (Ouspensky, 1968, cap. XI). Las citas son un poco largas, pero ilustran este punto más allá de algunos ejemplos anecdóticos:

«El carácter de todo hombre presenta un cierto rasgo que le es central -comparable a un eje alrededor de! cual gira toda su "falsa personalidad". El trabajo personal de todo hombre tiene que consistir esencialmente en una lucha con este defecto principal. Esto explica e! porqué no puede haber reglas generales de trabajo y por qué todos los sistemas que intentan establecer tales reglas, o no conducen a nada o causan daño. ¿Cómo podría haber reglas generales? Lo que es necesario para uno es dañino para otro. Un hombre habla demasiado; debe aprender a callar. Otro hombre se queda callado cuando debe hablar y debe aprender a hablar así es siempre y en todo. Las reglas generales del trabajo de los grupos se refieren a todo el mundo. Las indicaciones personales no conciernen a nadie sino a quien están destinadas. Nadie puede descubrir por sí solo su rasgo o su defecto más característico. Esto es prácticamente una ley. El maestro tiene que enseñarle al alumno su defecto principal y mostrarle cómo combatirlo. Sólo el maestro lo puede hacer,» «El estudio del "defecto principal" y la lucha contra este defecto, constituyen, en alguna forma, el sendero individual de cada hombre, pero la meta debe ser la misma para todos. Esta meta es el darse cuenta de su propia nulidad. Un hombre debe ante todo convencerse verdaderamente y con toda sinceridad de su propia impotencia, de su propia nulidad; y es sólo cuando llegue a sentirla constantemente que estará preparado para las próximas y mucho más difíciles etapas del trabajo.» [idem., cap. XI) «La lucha contra los "falsos Yoes", contra el rasgo o el defecto principal, es la parte más importante del trabajo, pero esta lucha debe traducirse en hechos, no en palabras. Con este fin el maestro da a cada uno tareas definidas que para ser llevadas a cabo exigen la conquista del rasgo principal. Cuando un hombre se encarga de cumplir con una de estas tareas, él lucha consigo mismo y trabaja sobre sí mismo. Si evita las tareas, si esquiva su realización, esto significa ya sea que no quiere trabajar, o que no puede.» [idern., cap. IX) El pecado capital tiene dos acepciones: a) ser la cabeza u origen de otros pecados secundarios; y b) ser capital y determinante en una persona, tal como lo entiende Gurdjieff al considerarlo como un eje alrededor del cual gira toda la «falsa personalidad». Aquí nos centramos en una expresión coherente con la psicología al denominar a ese "eje" como la pasión dominante. Según el eneagrama de las pasiones, éstas son nueve: ira, orgullo, vanidad, envidia, avaricia, miedo, gula, lujuria y pereza. Desde esta

visión, el trabajo debe ajustarse a las caracteristicas de cada persona. Algunas observaciones que podemos extraer de los dos fragmentos escogidos: a) Existe en cada persona un rasgo o defecto principal que aglutina toda su falsa personalidad. La tarea consiste en descubrirlo y conocerlo. b) El trabajo personal debe centrarse en luchar contra ese defecto principal. c) Cada persona tiene su propio camino, ya que el rasgo principal puede ser diverso. d) Las exigencias del trabajo sobre sí son distintas para cada persona. Desde esta perspectiva, se aprende a convivir en la diversidad y a ser tolerantes con la forma de ser de cada uno. e) Existen propuestas personalizadas de trabajo. No se trata de proporcionar reglas generales, sino de adaptarlas a cada persona en concreto. Lo que es bueno para uno puede ser dañino para otro. La uniformidad no tiene sentido. La unidad sí, ya que ésta pone el acento en la meta que se persigue y que, en el fondo, es la misma para todos. f) La lucha contra el rasgo principal no se consigue con discursos sino con actos. La conducta tiene que reflejar el resultado de este combate. Las palabras, si no van acompañadas de signos evidentes, no dejan de ser pura retórica. g) Trabajar sobre sí para no dejarse dominar por el rasgo principal es una tarea indispensable si se busca la mejora de sí mismo. Existen dos afirmaciones más de Gurdjieff que pueden conducir a una reflexión y a un debate. La primera: ¿es posible descubrir por sí solo el rasgo principal? Es decir, ¿es factible un auto diagnóstico sobre el defecto dominante? Con los avances de la psicología y los textos existentes hay material para que una persona acceda más fácilmente a descubrirlo. ¿Es así, en verdad? Existen, ciertamente, como en las pirámides egipcias, caminos falsos que no conducen al tesoro interior sino que sirven para despistar a los curiosos o ladrones. ¿Puede alguien, sin referencias externas, encontrar su defecto principal?

La segunda: ¿sólo el maestro es capaz de enseñarle al alumno su rasgo principal y mostrarle cómo combatirlo? ¿Nadie más puede hacerlo? ¿Qué garantías existen de que el maestro acierte tanto en el diagnóstico como en el tratamiento para que un alumno trabaje en la línea adecuada? El rompecabezas del yo La palabra átomo significa etimológicamente sin partes, no divisible. Los avances científicos han permitido detectar que el átomo tiene sus componentes, tales como protones, neutrones... Cuando una persona dice "yo", cree normalmente que está hablando también de una unidad indivisible, sin fisuras. Existen algunos pensadores que han advertido que el yo, en realidad, es un auténtico rompecabezas. Se compone de muchas piezas que funcionan a su aire, aunque todas ellas tienen el objetivo de crear un dibujo coherente. Voy a destacar tres autores, Stevenson, Pirandello y Gurdjieff, en sus aportaciones sobre la multiplicidad del yo. Robert Louis Stevenson (1850-1894), escocés, escribió una obra breve pero muy significativa sobre la duplicidad del yo: El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Se trata de un doctor que tras beber unos brebajes a modo de droga da salida a su personalidad malévola, que actúa por sí misma. De este modo se expresa la dualidad moral de su propia naturaleza. Al final de la novela, se puede leer la declaración completa de Harry Jekyll sobre el caso. Extraigo un fragmento: «Aun llevando a cabo un doble juego tan profundo, no era hipócrita en ningún sentido; mis dos facetas eran terriblemente reales; no era en mayor medida yo mismo cuando dejaba de lado la prudencia y me sumía en el deshonor que cuando trabajaba, bajo la luz del día, para profundizar en el conocimiento o aliviar las penas y los sufrimientos. Y sucedió que la orientación de mis estudios científicos, que conducían por completo hacia lo místico y lo trascendental, produjo una reacción y arrojó una fuerte luz sobre esta conciencia de la guerra perenne entre mis personalidades. Por ello, todos los días, y en las dos facetas de mi inteligencia, la moral y la intelectual, me acercaba más a esa verdad por cuyo parcial descubrimiento he sido condenado a un naufragio tan espantoso: que el hombre no es en realidad uno, sino dos. Digo dos porque el nivel de mis conocimientos no me permite ir más allá de este punto. Otros me seguirán, otros me aventajarán en estos mismos conceptos; y aventuro la conjetura de que el hombre, en último término, será conocido como una simple conjunción de sujetos diversos, incongruentes e independientes. Yo, por la naturaleza de mi vida, avancé infaliblemente en una única y definida dirección; en la faceta moral,

y en mi propia persona, aprendí a reconocer la profunda y primitiva dualidad del hombre; observé que, si respecto a las dos naturalezas que contendían en el campo de mi conciencia podría decirse, con razón, que yo era una u otra, se debía simplemente a que era radicalmente ambas» (1999, págs. 82-83). Luigi Pirandello (1867-1936), siciliano, escribió en 1925 una obra cuyo título Uno, ninguno y cien mil es altamente significativo para indicar la dinámica que existe entre unidad y multiplicidad. Coetáneo de Gurdjieff, afirma: «Creía aún que ese extraño era uno solo para mí. Pero pronto mi terrible drama se complicó con el descubrimiento de los cien mil Moscarda que yo era no sólo para los demás, sino también para mí». (2004, pág. 25) Pirandello había escrito cuatro años antes, en 1921, una famosísima obra de teatro Seis personajes en busca de autor, que también refleja el drama de la multiplicidad y la carencia de un centro que aglutine los distintos personajes. Georges Ivanovich Gurdjieff, sostiene como uno de los puntos fundamentales de su enseñanza «la ausencia de unidad en el hombre» (Ouspensky, 1968, cap. 111). El hombre es una pluralidad y cambia continuamente. Cada uno de los pensamientos, de los sentimientos, de los deseos, de las sensaciones... va sellado con un yo. Entre los centenares y millares de yoes que existen en la misma persona, cada uno pugna por hacerse con el control del poder, que puede ejercer por poco tiempo porque es derribado por otro yo y así sucesivamente. ¿Qué implicaciones tienen estos pensamientos sobre la multiplicidad del yo? El rompecabezas es un juego que consiste en componer determinada figura combinando cierto número de pedazos de madera o cartón, en cada uno de los cuales hay una parte de la figura. Cada uno de los yoes está orientado hacia la unidad de la persona, aunque tiene sus peculiaridades y su funcionamiento autónomo. Pensamientos, emociones, instintos... son piezas del puzzle. Resolver su encaje es un problema o acertijo de difícil solución. Algunos riesgos: a) Renunciar a algunas piezas, sobre todo a las que nos resultan más complicadas de colocar. Para unos son las emociones (ira, envidia, vanidad... ). Para otros, los instintos (sexualidad, violencia... ). Para otros, las ideas que les pululan por la cabeza y que les impiden vivir la libertad. Las piezas incómodas también pertenecen al rompecabezas.

b) Desconectar las aspiraciones de la realidad. Yo no soy sólo quien deseo ser, yo no debo confundirme con mis ideales. Existen en mí fuerzas que se resisten a vivir lo mejor de mí mismo, pero que forman parte de mí. No hay que ignorarlas ni dejarlas de lado. La realidad es compleja y múltiple. No se trata de suprimir sino de jerarquizar y de decidir a quién doy el mando. c) Resolver artificialmente el caso, como hace el protagonista de la obra de Stevenson, entregándose a las drogas como una aventura en solitario. La dependencia recorta la libertad. Las tareas son claves para vivir en plenitud la existencia. He aquí algunas: a) Ser consciente de la propia multiplicidad del yo. Quien la ignora puede caer bajo las garras de la parte peor de sí mismo. Los criminales tienen también su faceta humana y sensible. b) Aceptar la realidad de todas y cada una de las piezas que componen el rompecabezas. c) Trabajar hacia la unificación del yo. La evolución del hombre apunta a una mayor madurez en la medida que es capaz de ir aproximándose hacia una mayor unidad interna, hacia el yo real. La perturbación en la capacidad de amar Muchas personas conocemos mejor cómo funciona el microondas, el móvil o el aparato de DVD que nuestro propio interior. Asistimos a clases de informática para conocer los programas más importantes, pero ignoramos cuáles son y cómo funcionan nuestros programas mentales y emocionales. Conquistamos el mundo y nos perdemos a nosotros mismos. Los planes de estudio siguen sin resolver la cuestión central: la ruptura de nuestro vínculo amoroso. La gente se casa por amor pero las parejas duran pocos años. El hogar no es ya un remanso de paz sino el campo de batalla de la violencia de género. ¿Qué pasa? Muchos centros educativos han incorporado en sus proyectos y curriculos la educación emocional. Maestros y profesores se han informado sobre sus contenidos y cuentan con documentación variada, pero el problema es mucho más profundo. Como primer paso está bien, pero se corre el riesgo de no ir más

allá. Es lo que se lleva, pero hace falta más. Yolanda tiene un excelente dominio del inglés. Ha acudido puntualmente a la cita para pedir un empleo. La han entrevistado en inglés y estaba tan nerviosa que no le salían las palabras. Ha perdido una oportunidad de trabajo. Alejandro ha aprobado a la primera la teórica para obtener el carné de conducir. Acaba de presentarse a la prueba práctica. Ha estado nervioso... Los sentimientos han bloqueado su dominio del volante. No podía conducir bien el coche porque no controlaba sus miedos e inseguridades ante el examinador. Le han suspendido. Inteligencia emocional. Daniel Goleman conmovió al mundo, con la publicación de su libro Inteligencia emocional Se ha creído por décadas que el coeficiente intelectual (iq.) era el factor determinante para el éxito de una persona. Sacar «buenas notas» ha sido el objetivo de los estudiantes y el deseo de los padres. Tiene su importancia, pero no se avanza por la vida con la hoja de calificaciones en la mano. El aula no es como la vida. Juegan muchos otros factores, tales como la valentía, la constancia, la capacidad emocional, el autocontrol, el sentido de adaptación, la sensibilidad, el esfuerzo, la iniciativa, el ser espabilado, el entusiasmo, la atención a los demás ... Algunos de estos factores y habilidades constituyen la inteligencia emocional, así llamada por Goleman. En ella, los sentimientos tienen una función determinante. A partir de ahí, se han escrito numerosos libros explotando este filón. La agonía del patriarcado Detectar este problema ya es un primer paso, aunque no basta. No son ejemplos sueltos los que preocupan sino la existencia de un modelo que predomina en la sociedad y que no funciona. Claudio Naranjo lo definió con el título de su libro La agonía del patriarcado. El modelo actual es parcial, exalta la inteligencia, fortalece los planteamientos autoritarios, se pierde en lo secundario... La preponderancia de la figura masculina, el patriarcado, traducida en su vertiente negativa como fuerza, discurso, imposición, guerra... ha marcado siglos de historia. Hoy todavía sigue vigente. Nacen nuevos sistemas de lucha, como el «todo vale» que permite a dos hombres pelear de forma brutal sin casi existencia de reglas... Las guerras están salpicando todavía muchos países del

mundo. Pese a todo, este modelo está en crisis, en agonía. Empiezan a verse signos de esperanza. El movimiento por la paz no es tan antiguo y cada día tiene nuevos adeptos. Se pide el respeto a la naturaleza y surgen inquietudes eco lógicas. Las emociones afloran... Se prefieren las canciones al estallido de las bombas. Los valores femeninos La figura femenina, la madre, va incorporando sus valores a la nueva cultura: el diálogo en vez de la intransigencia, la atención a la sociedad en vez de los egoísmos crónicos... No se trata de hundir al hombre y exaltar a la mujer, sino de aprovechar las dimensiones mejores de cada uno de estos modelos, unidos estrechamente. La herida afectiva Cada persona posee en su interior una herida afectiva... La mayoría de las personas ni se da cuenta, pero los efectos que ocasiona son devastadores. No hay nada peor, se dice, que un animal herido. Nuestra agresividad y nuestras reacciones imprevistas son reacciones al dolor de esta herida. Incluso las relaciones con nuestros propios padres experimentan la ruptura del vínculo amoroso. Somos ambivalentes con ellos. Nos fusionamos o nos contraponemos, pero no somos libres y amorosos con ellos. Estos problemas de amor se repiten en nuestras relaciones de amistad, de pareja, de trabajo... El vínculo amoroso Hoy se observa nuestra incapacidad para las relaciones humanas. La gente dice que se casa por amor, pero las parejas duran poco. La mujer o el hombre que parecían indispensables en tu vida se convierten en tu mayor enemigo. Los medios de comunicación informan con frecuencia de la violencia de género. Personas que se juntaron por amor, se odian hasta matarse. Somos animales heridos. Nuestra perturbación en la capacidad de amar es nuestro mayor drama. Ser capaz de darse cuenta de la herida afectiva, de observarla y curarla, es la primera tarea para la reconstrucción de la persona. La educación emocional se convierte en un maquillaje si no va al fondo de la cuestión. Y casi nunca va... El cristianismo no llega a vivirse con plenitud porque es una religión de amor. Nos entretenemos en aspectos secundarios porque nos falla el principal.

El triángulo interior Ser imagen de Dios significa vivir la unidad en la trinidad, es decir, integrar en la unidad del espíritu nuestro triángulo interior formado por el padre, la madre y el hijo. El padre simboliza la inteligencia, la fuerza, la autoridad; la madre, la emoción, el sentimiento, la sensibilidad; y el hijo o hija, el instinto, el cuerpo. Si no existe armonía entre estas tres realidades, como suele suceder, el precio es muy alto. Por ello, la educación tiene que abarcar la persona entera, en todas sus dimensiones. Somos seres fragmentados. Cada uno de los trozos quiere gobernar a los demás y pugna por hacerse con el cetro de mando. El centro intelectual se proclama rey. El centro emocional lo quiere ser a su vez, mientras el centro instintivo -tan ignorado en la educación- salta a la primera por sentarse en el trono. Damos cuenta de nuestra complejidad y saber tratarla adecuadamente es un paso que inicia un camino de maduración personal. Queremos muchas cosas a la vez y no sabemos cómo actuar. Esta trinidad puede integrarse en la unidad de nuestro espíritu. La felicidad en juego ¿Educación emocional? Sí, pero más allá. Hasta encontrar la herida afectiva, hasta recuperar la capacidad original de amor, hasta recomponer el vínculo amoroso y establecer unas relaciones humanas que permitan sentirse feliz. Sólo así podremos hacer también felices a los demás. La mentira vital Llegué al teatro de Ibsen a través de la musica de Grieg. Era adolescente y asistía a una representación teatral que utilizaba fragmentos de Peer Gynt. Muerte de Ase me llegó al alma. El frío de Noruega hacía arder sentimientos profundos en mi mundo interior. Por aquella época murió mi madre. La partitura de Grieg sintetizaba unas lágrimas contenidas que pugnaban por salir. Años más tarde uní el entramado de autores y personajes de Ibsen y Grieg. Escuché las composiciones musicales, asistí a las obras de teatro y leí sus textos, dos de los cuales quiero hoy recordar aquí: Nora o una casa de muñecas y El pato salvaje [Ibsen, 2002). Estas dos obras presentan temas de gran actualidad. Ibsen (1828-1906) demuestra un profundo sentido de anticipación al tratar algunos temas, como el papel de la mujer que reivindica su dignidad a ser persona en vez de reducirse a muñeca para gusto de su marido.

Recuerdo aquí estas obras porque tienen mucho que ver con la tercera definición que Ouspensky formula sobre la psicologia: «el estudio de la mentira». Se explica así «La psicología se interesa particularmente en las mentiras que el hombre dice y piensa sobre sí mismo. Estas mentiras hacen muy difícil el estudio del hombre. El hombre, tal cual es, no es un artículo auténtico. Es la imitación de algo, y hasta una muy mala imitación.» (Ouspensky, 1965, pág. 61) Aquí Ouspensky apunta, en fidelidad a las enseñanzas de Gurdjieff, a las dos partes que componen al hombre: la esencia y la personalidad. Ésta última le sirve de máscara, de armadura, para hacerse presentable en sociedad y ante sí mismo. Se trata del resultado de una construcción artificial. Llegamos a identificarnos tanto con ella que perdemos el contacto con la esencia, con la dimensión auténtica de nuestra vida... y caemos, sin darnos cuenta, en la mentira vital que nos conduce al autoengaño, como sustancia de la misma. El médico Relling, en El pato salvaje, afirma: «Cuando a un hombre adocenado se le quita su mentira vital, se acaba a un tiempo con su felicidad». Vivir creyendo lo que interesa sin que sea verdad, representar un personaje que se encuadra muy bien en el escenario de relaciones pero que no echa sus raíces en el fondo de la persona, disfrutar en los juegos de apariencias sin que nada sea como parece, asumir el papel tan plenamente que uno llega a confundirse con él, negar los auténticos sentimientos que viven reprimidos en los pliegues del corazón... fortalecen el autoengaño y la mentira vital. La primera tarea de la conciencia consiste en denunciar y desactivar los mecanismos perversos de la mentira vital. El engaño es tan sutil que dinamita los mismos ideales. Ibsen (El pato salvaje), a través de su personaje Relling, avisa sin paliativos: «¿Por qué emplea usted precisamente la palabra "ideales", ajena a nuestra lengua, cuando tenemos una palabra propia tan buena: "mentiras'?». Quien vive instalado en el autoengaño, está dormido porque no ha descubierto la verdad sobre sí mismo. Se trata del sueño psicológico, que Gurdjieff define así: «el estado en que los hombres pasan la otra mitad de su vida es en el cual caminan por las calles, escriben libros, conversan de asuntos sublimes, participan en la política, se matan los unos a los otros; es un estado que ellos consideran como activo y que llaman de "conciencia lúcida" o "estado de vigilia". Las expresiones "conciencia lúcida" o "estado de vigilia" parecen haber sido escogidas en broma, sobre todo si uno se da cuenta de lo que debe ser una "conciencia lúcida" y de lo que es en realidad el estado en que el

hombre vive y actúa». (Ouspensky, 1968, cap. VIII). Quitarse la máscara y escuchar al corazón son tareas muy arduas porque vivimos identificados con la apariencia y hemos acallado la voz del ser. Podrá haber, como punto de partida, una ráfaga de luz, pero el proceso exige un trabajo largo y laborioso. La meta es la libertad y el amor. El hombre confunde la libertad con moverse en el espacio reducido de su prisión. Liberarse de la máscara no significa tener la capacidad de cambiar unas por otras, que es lo que suele suceder, sino poder quitársela y vivir sin ella. Cuando alguien atisba por unos segundos que vivir sin máscaras es posible, experimenta el influjo de la iluminación pero, a la vez, también el miedo de sentirse desnudo y des protegido ante los demás. Sin pasar por esta experiencia, no hay liberación posible. Nora, en Casa de muñecas, oculta su delincuencia, consistente en falsificar una firma que le puede llevar a prisión, y reacciona pensando así. «¿Y si ... ? No, ¡eso es imposible! Lo hice por amor». Helmer, su marido, acusa a Nora, en nombre de la rectitud, de haber adoptado un comportamiento que le puede acarrear a él graves consecuencias en el campo profesional: «Mas si tu religión no te muestra el camino recto, yo voy a despertarte la conciencia, pues tendrás algún sentido moral, ¿no?». Los dos llevan su máscara, sea la del falso amor, sea la de la falsa rectitud. Cuando Nora descubre el juego en que está viviendo y en el que participa tanto ella como su marido, toma una resolución: «Tengo que reflexionar yo misma sobre las cosas e intentar verlas con claridad». Los dos tendrán que perder algo, si quieren cambiar. Ella, dejar su papel de inconsciencia infantil y abandonar su casa; él, quedarse sin muñeca. Existe la posibilidad del milagro. Helmer dice: «Dime, ¿en qué consiste ese milagro?». Nora responde: «Pues tendríamos que cambiar tanto, tú y yo, que... ». El mensaje es pesimista al final, pues Nora no llega a creer en ese milagro para los dos, pero ella inicia su camino hacia el desenmascaramiento de su mentira vital. Existe dolor, mucho dolor, pero también esperanza. Enamórate de la vida El médico te dice: «Tienes cáncer y te quedan seis meses de vida». ¿Cuál es tu reacción? Detente unos minutos en la lectura y piensa un poco en la respuesta. ¿Cómo te sientes?

La película Ikiru [Vivir] de Akira Kurosawa trata sobre este tema. Kanji Watabane, un funcionario gris, que trabaja al frente del departamento de atención al ciudadano, se enfrenta al diagnóstico de un cáncer de estómago que le augura una muerte inminente. Hasta entonces, era una auténtica momia, sepultado en la inconsciencia del sueño psicológico del que habla Gurdjieff. Pasivo en el trabajo, ausente en la familia, anodino en la vida. Así hubiera llegado hasta el final de sus días si no hubiera recibido el revulsivo de la noticia de su enfermedad terminal, que le despierta del sopor en el que vive. Entonces se da cuenta de que la vida es corta y el tiempo, escaso. Pretende recuperarlo. ¡Ha perdido tanto ... Inicia su crisis personal. Busca disfrutar del tiempo que le queda y degustar los placeres que ha ignorado. Guiado por un personaje bohemio, se adentra en el mundo del alcohol y de las mujeres tras sacar del banco cantidades sustanciosas de dinero, los ahorros de su vida. Los sorbos de bebida no consiguen caricias femeninas rozan sólo la superficie de su piel, sin llegar al corazón. Se apega a una joven que había conocido en el trabajo y que construye conejitos de juguete, a los que se les da cuerda, para alegría de los niños. Esa mujer representa para él una fuente de vitalidad. No le da sexo sino que le despierta el sentido de la vida. Kurosawa nos traslada directamente, cinco meses después, al funeral de Watabane, interpretado por Takashi Shimura. Los asistentes, mientras sorben copitas de sake, intentan desentrañar el misterio de la vida del difunto. Todos advierten que se produjo un cambio en él, pero no saben explicárselo. Pasan del menosprecio a la admiración, porque, a base de flash backs, reconocen al final que Watanabe, tras enfrentarse paciente pero constantemente a la burocracia del sistema, consigue que se construya un parque para niños que habían solicitado unas mujeres anónimas. Su vida adquiere sentido cuando se esfuerza para que este proyecto se convierta en realidad. No deja su profesión. Por vez primera, la vive en serio. No juega al sistema funcionarial de "vuelva usted mañana", "esta solicitud hay que presentarla en otra ventanilla" o "esta decisión corresponde a otro departamento". El hombre mecánico sirve al sistema, el hombre consciente lo transforma. Existe una verdad incuestionable: «La vida mundana, aun la más exitosa, lleva a la muerte y no puede llevar a ninguna otra cosa.» (Ouspensky, 1968, cap. 11). El hombre dormido piensa en vivir, suma los días y cuenta los años, pero al olvidar la muerte pierde el sentido de su existencia. Lo insustancial domina su vida. Sus proyectos son efímeros y banales, pese a que los considera maravillosos y modélicos, Basta recordar que los cementerios todos están llenos de hombres y mujeres imprescindibles. La muerte le abre los ojos. El cáncer es la salvación de Watabane. Gracias a él,

se despierta. Gracias a él, valora el tiempo de su vida. Gracias a él, encuentra el sentido de su existencia. No lo descubre a la primera. Tendrá que hundirse en el infierno de sus deseos reprimidos para recuperar, poco a poco, la fuente de la alegría vital. Deja de ser una momia para convertirse en una persona consciente. Las personas mecánicas consideran la muerte como una amenaza para la vida. Por esto, la tapan, la olvidan o la transforman en espectáculo, como en muchas películas. No la miran cara a cara la asumen en profundidad. Viven como si no existiera, como si nunca tuvieran que morirse, como si la muerte fuera sólo para los demás. Las personas conscientes enfocan su vida a la luz de la muerte. A esa luz, las cosas adquieren su auténtica dimensión. Lo secundario es secundario y nunca principal. Muchas cosas se relativizan. Lo importante sale a flote. Entonces, se apasionan por la vida: «Todo el secreto es que no se puede trabajar para la vida futura, sin trabajar para esta vida. Al trabajar para la vida, un hombre trabaja para la muerte o más bien para la inmortalidad». (ídem., cap. VI). En nuestra sociedad, la muerte se ha convertido en un tabú. No domina la existencia el amor a la vida sino el miedo al final. Watabane es un paradigma del despertar. Para algunos les parecerá tarde pero, en los meses finales de su vida, consigue lo que otros nunca harán: abrirse a la conciencia. Otro funcionario se querrá revelar contra el sistema, pero la imagen fílmica habla por sí sola. Siente miedo a enfrentarse y poco a poco su rostro desaparece entre montañas de solicitudes sin responder. Su ráfaga de conciencia se consume en cuestión de segundos y se precipita en el sueño de la mediocridad. Vivir requiere el trabajo sobre sí, camino para llegar al amor. La prensa mecánica valora a los hombres poderosos que hacen grandes cosas, pero no será éste el criterio del examen final. Quizá baste con crear un parque para niños, atender a unas mujeres anónimas, acariciar un rostro enfermo, dar de comer al que tiene hambre, acompañar la soledad de una persona... tareas esenciales. San Juan de la Cruz lo resume a la perfección sólo un místico llega a tal grado de conciencia - cuando afirma: «En el atardecer de la vida, sólo se nos juzgará de amor». Al ver hace poco la película de Kurosawa, en blanco y negro, en versión original japonesa subtitulada en español, he gozado profundamente porque me ha conectado con las raíces de mi esencia. De vez en cuando, medito sobre la muerte aplicándome el diagnóstico de Watabane: ¿Qué voy a hacer

si me quedan seis meses de vida? ¿Qué voy a hacer si me quedan tres meses de vida?... Tareas que considero importantes pasan a serirrelevantes. Los objetivos esenciales flotan como nenúfares en el lago de mi interior. Tengo pautas para seguir en el trabajo pero, sobre todo, me siento enamorado de la vida. Despertar Recientemente di un seminario de fin de semana a un grupo cercano a treinta personas. El tema versaba sobre el conocimiento de sí a partir del mapa del eneagrama. Entrever los resplandores de la esencia gusta a todo el mundo pero, para que esto sea posible, hay que transitar por el desenmascaramiento de la personalidad. No se trata, en primer lugar, de quitarse la máscara, tarea muy difícil, sino de darse cuenta de ella. Esta experiencia, vivida a fondo, es dura y frustrante. Se descubre la mentira existencial que rige nuestra vida. Se desmorona el magnífico edificio de nuestros falsos ideales. Se es consciente, aunque a ráfagas, de no haber vivido de verdad sino de haber representado un papel de teatro. Se observa el ritmo mecánico de la existencia, que desemboca en el sinsentido y el absurdo, aunque socialmente nos reconozcan y aplaudan. En una jornada posterior de profundización, al exponer cada participante la situación anímica que siguió al seminario, se pusieron de manifiesto tres cosas: Primero: el impacto emocional provocado por el desenmascaramiento de su personalidad. Segundo: la aparición de fenómenos físicos inusuales en su vida, tales como tensiones musculares, lloros sin causa justificada aparente, conciencia y vivacidad de los sueños nocturnos... junto con la necesidad para algunos de ellos de recibir masajes. Tercero: adopción de alguna decisión importante, que afecta al ámbito familiar, laboral, económico... Estos tres elementos configuran la experiencia fundamental del despertar. Jesús invita a salir del sueño: «¿Por qué dormís? Levantaos y rezad para no caer en la tentación» (Lc 22.46). Gurdjieff convierte esta idea bíblica del sueño y del despertar en el eje central de su pensamiento: «A menudo se me ha preguntado por qué en los Evangelios no se dice nada acerca del sueño... En cada página se trata de esto. Esto muestra simplemente que la gente lee los Evangelios en sueño. En tanto que un hombre duerma

profundamente y esté totalmente sumido en sus sueños, no puede ni siquiera pensar que está dormido». (Ouspensky, 1968, cap. VIII). Las cuestiones fundamentales de la vida son éstas: «¿Cómo despertar? ¿Cómo escapar de este sueño? Estas preguntas son las más importantes, las más vitales que un hombre tiene que hacerse. Pero antes de hacérselas deberá convencerse del hecho mismo de su sueño. Mas sólo es posible convencerse de esto tratando de despertar» (ídem). Calderón de la Barca, dramaturgo del barroco español, escribe una obra titulada La vida es sueño (2006), donde refleja en los soliloquios de Segismundo, su protagonista, el engaño de la persona dormida, la fugacidad de la existencia, la reflexión sobre lo efímero: «¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son.» Estos versos conectan con los de otra obra suya, el auto sacramental El gran teatro del mundo (2005). Denuncia en ella la confusión propia entre vivir y representar: «sin mirar, sin advertir que en acto tan singular aquello es representar, aunque piense que es vivir» (versos 325-328). No obstante, su visión es más existencialista y universal: «que toda la vida humana representaciones es» (427-428). El problema no es que el hombre dormido desarrolle su papel, sino que lo haga en función de los demás y a expensas de su vida. Dante, en la Divina Comedia, traza el itinerario del viaje iniciático. Se comienza en el infierno, se pasa al purgatorio y se llega al paraíso. No hay atajos para evitar el abismo. El credo apostólico lo formuló claramente. Refiriéndose a Jesús, afirma: «descendió a los infiernos y al tercer día resucitó». La experiencia tiene que ver justamente con eso, como bien lo describe Gurdjieff: «Despertar significa darse cuenta de su propia nulidad, es decir, darse cuenta de su propia mecanicidad, completa y absoluta, y de su propia impotencia, no menos completa ni menos absoluta. Pero no basta comprenderlo filosóficamente con palabras. Hay que comprenderlo con hechos sencillos, claros, concretos, con hechos que nos conciernen. Cuando un hombre comienza a conocerse un poco, ve en sí mismo muchas cosas que no pueden dejar de horrorizarlo. En tanto que un hombre no se horrorice, no sabe nada sobre sí mismo» (Ouspensky, 1968, cap. VIII).

Quien despierta pasa por el horror de descubrir su propia realidad, la impotencia de cambiar las cosas, el engaño permanente en el que vive, la falsedad de la máscara que ha endosado... La mayoría intenta mirar hacia otro lado o quiere evitar ser negativo. Cierran los ojos ante la vorágine y el pánico que experimentan de ser engullidos por el vacio y siguen dormidos. Otros, en cambio, afrontan el horror y descienden a los infiernos. Tras la visión apocalíptica del vacío infernal, pueden comenzar el trabajo, que se expresa en la fase del purgatorio, un largo itinerario para alcanzar la esencia. Recuerdo mi visita a «las grutas de Castellana Grotte, cerca de Bari. Un trayecto de 1.500 metros conduce desde la entrada hasta la Grotta Bianca, considerada como la más espléndida caverna del mundo. Los cristales purísimos inundan de blancura la gruta a 70 metros bajo tierra. Una obra natural de extraordinaria belleza. Para llegar hay que pasar por un tramo de 400 metros llamado el corredor del desierto. Camino y meta están unidos». (Serra, 2002, pág. 9). Los israelitas llegaron a la Tierra Prometida tras cuarenta años de caminar por el desierto. El despertar tiene un precio, tal como reconoce Gurdjieff: «El despertar sólo es posible para aquellos que lo buscan, que lo quieren, y que están dispuestos a luchar consigo mismos, a trabajar sobre sí mismos, mucho tiempo y con perseverancia para obtenerlo» [Ouspensky, 1968, cap. VIII). Si trabajamos juntos, si nos esforzamos para que siempre haya alguien vigilante, al menos uno, podremos seguir despiertos. Nos lo tenemos que recordar unos a otros. El mayor drama de la historia seria que todos, todos, cayéramos dormidos. El piloto automático Visitar la cabina de un avión en pleno vuelo, tras el derrumbe de las Torres Gemelas, se ha convertido en un sueño casi irrealizable. Antes no era fácil, pero se podía conseguir. En distintos viajes, incluso intercontinentales, pedí entrar en la cabina y mi petición fue favorablemente acogida, debido a la gentileza de pilotos y azafatas. Recuerdo un viaje de noche. Formulé al piloto unas preguntas sobre la caja negra que, al contrario de lo que se cree, es de color butano chillón. Éste, girándose atrás, me miró atentamente para responderme y dialogar con tranquilidad. Observó un rictus de consternación en mis ojos y me dijo: «No se preocupe. Pilotar un avión no es

como conducir un coche. No es necesario pegar los ojos a los cristales y mirar continuamente delante. Ahora funciona el piloto automático». Para el aterrizaje, el piloto utilizó el sistema manual. Este recuerdo conecta con uno de los temas claves del pensamiento de Gurdjieff, así como también con algunas imágenes sugerentes de Baraka [El último paraíso], una película norteamericana dirigida por Ron Fricke en 1992. Impacta el paralelismo entre las imágenes de una fábrica clasificadora de pollitos, y las escaleras mecánicas de grandes centros comerciales que engullen grandes cantidades de personas. Unos y otros aparecen como elementos irrelevantes manejados por resortes anónimos. Gurdjieff, para indicar esta situación, hablaba del hombre mecánico. No confundía funciones motrices con acciones automáticas. Las funciones motrices corresponden al centro motor. Las acciones automáticas son las que «el hombre realiza de manera imperceptible para él mismo» (Ouspensky, 1968, cap. VI) y pueden surgir de todos los centros. Existen, por ejemplo, pensamientos automáticos y sentimientos automáticos. No se trata de teorias, sino de evidencias.Nadie se explica cómo tantos millones de personas sucumbieron en la Segunda Guerra Mundial, cómo los funcionarios de los campos de concentración pudieron acostumbrarse al horror de ver morir a los prisioneros en las cámaras de gas o ateridos de frío en los barracones, cómo los soldados podían lanzar bombas sobre la población civil o matar a otros hombres a punta de bayoneta en los asaltos a las trincheras enemigas... Pero sucedió. Calaron algunos pensamientos automáticos, tales como «hay que eliminar a judíos y a homosexuales», «hay que purificar la raza», «hay que dominar el mundo»... La gente no pensaba, repetía mecánicamente en su cerebro estos pensamientos, que se reforzaban con los sentimientos correspondientes, de odio y rechazo, de superioridad sobre sus adversarios, de miedo... ¡Cómo los poderes políticos juegan con el miedo de la gente! Escribo desde Cataluña, cuyo Parlamento ha aprobado por un 88,88% un nuevo Estatuto de Autonomía. ¡Es increíble la reacción de la sociedad española, cuya mecanicidad ha sido manipulada por fuerzas políticas y mediáticas! Incluso se está realizando un boicot en toda regla a los productos elaborados en Cataluña. Pensamientos automáticos como «España se rompe» o «hay que acabar con los disidentes». En resumen, odio, odio, odio... pese a que existen recursos democráticos de diálogo y votación para tratar los temas estatutarios. Cada uno puede poner más ejemplos. Sólo hay un antídoto contra la mecanicidad: la conciencia. Gurdjieff afirma: «La comprensión de la dualidad en nosotros mismos comienza desde que

nos damos cuenta de nuestra mecanicidad, y desde que llegamos a captar la diferencia entre lo que es automático y lo que es consciente. Esta comprensión debe estar precedida por la destrucción de este mentirse a sí mismo, que para un hombre consiste en tomar sus acciones, aun las más mecánicas, por actos voluntarios y conscientes, y en considerarse a sí mismo un ser uno y entero.» (Ouspensky, 1968, cap. XIV). Cuando los mandos del avión están bajo el control del piloto automático, no hay nada que hacer. Si no se desactiva, no hay conducción manual. Una persona no puede hacer nada hasta que no se da cuenta de las fuerzas que conducen su aparato. Tiene que descubrir la verdad de los hechos y dejar de mentirse a sí mismo. ¿Cuál es la razón por la que muchas parejas se casan o deciden vivir juntas? Automatismos físicos y químicos, es decir, el atractivo físico y la química erótica. Unos años más tarde, tras abrir los ojos a la realidad, uno se pregunta: ¿cómo me pude casar con esta persona?, ¿cómo pude estar tan ciego?, ¿cómo pude engañarme tanto a mí mismo pensando haber decidido de forma libre y voluntaria? El amor consciente implica la superación del hombre mecánico, y va más allá del puro sentimentalismo y del impulso instintivo. La observación de sí, el recuerdo de sí, son el primer paso para hacer naufragar el automatismo y para destruir la mecanicidad humana: «las mismas acciones, desde que son observadas, ya no se pueden llamar automáticas» (idern., cap. VI). La mentira implica la identificación con la máscara, con la armadura, con el ego. La observación de sí facilita el desdoblamiento. Soy observador y observado. Este ejercicio permite desidentificarse con el ego para abrirse al horizonte de la esencia. Me doy cuenta de que soy algo más que ego, sede y expresión de la mecanicidad humana. Una nueva realidad aparece ante mis ojos y soy consciente de mi esencia a la vez que de mi ego, de mi máscara. La tarea es dolorosa, porque ponemos nuestro valor en los resplandores del ego, porque supone dejar de mentirse una y otra vez, porque hay que pasar por la fragilidad para adivinar nuestra grandeza. En esto consiste el despertar. No siempre es fácil y agradable, pero es necesario. Gurdjieff dice: «los choques, y sólo ellos, pueden sacar al hombre del estado en que vive, es decir, despertarlo» (ídem., cap. VIII). Quizás has experimentado un crack económico, una ruptura afectiva, un fracaso laboral, una enfermedad inesperada... Son distintas formas de despertar para abrirse a la conciencia y quitar el control de tu vida al piloto automático.

King Kong como metáfora La última versión cinematográfica de King Kong, dirigida por Peter Jackson y rodada en Nueva Zelanda, puede interpretarse como un entramado de las relaciones internas que existen en toda persona siguiendo el modelo antropológico propuesto por Gurdjieff. En Relatos de Belcebú a su nieto, Jassín pide a su abuelo Belzebú: «Querido, muy amado abuelo, sé bueno como siempre y cuéntame otra vez algo sobre los seres tri-céntricos que pueblan el planeta que tiene el nombre de Tierra». (Gurdjieff, 2001, cap. 31). Estos seres, también adjetivados como tri-cerebrales, son los hombres. Estas expresiones son reiterativas en esta obra, se repiten decenas de veces. Hoy se reconoce que los hombres poseen un cerebro reptiliano (endocórtex}, un cerebro mamífero [mesocórtex] y un cerebro racional [neocórtex]. El primero corresponde a los instintos; el segundo, a las emociones; y el tercero, a los pensamientos. De forma análoga Naranjo desarrolla sus teorías de los tres amores: el amor erótico (o instintivo), el amor compasivo (o materno) y el amor admirativo (o paterno). ¿Cómo estas tres realidades, autónomas y contrapuestas, pueden armonizarse de forma integrada al servicio de la unidad personal? Cuando digo a alguien: "te amo", ¿desde dónde esta expresión adquiere su sentido? ¿Qué significa: te deseo sexualmente, te amo desde el sentimiento o te admiro? Confundir estas realidades, sin llegar a distinguirlas, obstaculiza llegar al amor consciente. King Kong nos sirve una metáfora espléndida sobre los seres tri-cerebrales. Consigue casi resolver la tarea, pero a la postre fracasa en su intento. Fui a ver la película con un sobrino mío de 13 años. Le pregunté, al final, si le había gustado. Su respuesta contiene la clave del fracaso. Hablaré de ella más adelante. Kong, junto con los numerosos animales salidos del parque jurásico y que con él habitan en la Isla de las Calaveras, representa el instinto, con sus connotaciones de energía, fuerza y poder. Ann Darrow (Naomí Watts] simboliza el sentimiento, la sensibilidad, la belleza, que combina el miedo con la valentía. Jack Driscoll (Adrein Brody), escritor y guionista, sugiere la inteligencia y el pensamiento. Los tres constituyen la trilogía central de la película, la tercera más cara de la historia. Los tres se encuentran dentro de cada uno de nosotros. Integrarlos y ponerlos en armonía no es tarea fácil. Psicólogos y terapeutas, consejeros y guías espirituales desean contribuir en este empeño.

Los misteriosos habitantes de la Isla de las Calaveras, siguiendo ceremonias de fuego y ritmos de percusión, presentan periódicamente a una muchacha para alimento de la bestia, Kong. Así calman su agresividad y les deja en paz. El grito estridente de cada mujer ante las fauces enormes del gorila refleja pánico e impotencia. Ann, apresada por los nativos de la isla, es entregada al gorila. La primera reacción es asustarse ante el instinto. Luego, se sobrepone e intenta un diálogo con él. Representa números de habilidad y gracia, que despiertan en Kong otros registros, además de su energía y fuerza. Nace una relación de atracción mutua, en la que el simio se pone al servicio de Ann, protegiendo su fragilidad y defendiéndola de los otros monstruos prediluvianos. Se requiere valentía para dialogar con el instinto pero es el único camino para aprovechar sus profundas energías. Muchas personas lo temen, lo reprimen, le dan cloroformo para adormecerlo...pero de este modo pierden estímulo y fuerza. Ann afronta la realidad de su dimensión instintiva. Cada uno aloja en su interior fuerzas, casi incontroladas, con apariencia de monstruos. Desconocerlas es darles el mando de la vida. Hay que mirarlas a los ojos, con humildad pero con firmeza. La delicadeza y sensibilidad de Ann consiguen invertir la dinámica perversa de las fuerzas instintivas, poniéndolas al servicio del amor. ¡Cuántas personas no se atreven a desafiar las zonas oscuras de su interior! Los monjes del desierto así lo hacían. Eran sus peleas con los demonios. No se trata de un combate frontal sino de aprovechar tanta energía contenida para su propio bien. No es la belleza quien derrota a King Kong, como afirma Carl Denham ¡Jack Black!, sino el amor quien le saca lo mejor de sí mismo. Jack, el joven guionista que no se atrevía a saltar del barco que zarpaba de New York, no tiene que limitarse a vivir recluido en la inteligencia de las ideas sino arrojarse a la vida, una vez su admiración por Ann se transforma en beso y en amor. El pensamiento rescata a la sensibilidad del instinto, para que no quede apresada en él. El final llega en la cima del Empire State Building, que en la época del primer film era el edificio más alto de la ciudad y que lo sigue siendo tras el derrumbamiento de las Torres Gemelas. El primero en coronar el edificio es King Kong, el instinto. Luego, Ann va a su encuentro y toma el lugar para abrazarse al final con Jack. Culmina así el triunfo del amor. La sociedad, con sus aviones, mata el instinto, pero la persona no debe perderlo. Se trata de armonizar las tres fuerzas (visceral, emocional y mental) al servicio del amor. [Una tarea para el desarrollo personal y para quienes se han comprometido en el Camino a través del trabajo! Mi sobrino

respondió: "la película es fantástica pero no me ha gustado que hayan matado a Kong». Creo que captó lo esencial. No es la muerte lo que aquí asusta, sino la pérdida de una dimensión instintiva, que es fundamental. El hecho de que cree problemas es debido, aparte de por su fuerza, a la forma inadecuada de tratarla. Ann consiguió ponerla al servicio del amor. La especulación económica (las motivaciones deficitarias) y las fuerzas militares (los mecanismos de defensa), se cargan una potencialidad maravillosa encerrada en cada uno de nosotros. Podemos reprimir los instintos, anestesiarlos o extirparlos ... Cualquiera de estas fórmulas implica una amputación de nosotros mismos. La propuesta del Cuarto Camino apuesta por la integración de nuestros tres centros cerebrales, sin sacrificar ninguno de ellos. El canódromo Paso a veces, los sábados por la tarde, por una zona de Barcelona donde hay un canódromo. El acceso es libre porque el negocio se basa en las apuestas. Entro para ver una carrera y observar los diversos ritos que sigue. Los preparadores introducen a los galgos, jadeantes y nerviosos, en las casetas metálicas de la línea de salida. Un juez comprueba que todo esté en su sitio para dar la señal. Una liebre metálica discurre a gran velocidad sobre un rail que circula en paralelo por el perímetro exterior de la pista. El pitido inicial se acompaña con el levantamiento mecánico de las trampillas y los galgos, a toda velocidad, se lanzan tras el conejo. Los apostantes siguen con interés las evoluciones de los galgos. Cuando han recorrido el trayecto propio de la carrera, la liebre, tras superar ampliamante la meta, se detiene y los galgos se le echan encima. Los preparadores los recuperan. Nuevos galgos aparecerán en la pista y volverán a cruzarse las apuestas. Acabo de ver una alegoría sugerente de la persona y de la sociedad. Como galgos, vamos corriendo por la vida creyendo ilusoriamente que somos libres. Participar en el rito no signifca haberlo escogido. Existen varios elementos que hacen pensar: el engaño de una liebre metálica, aunque esté revestida de pieles verdaderas; la identificación con el objetivo que se persigue; la consideración de un público que contempla la carrera... El sistema mecánico que crea un escenario de ilusión y espectáculo. Temas todos ellos afines a la reflexión de Gurdjieff. La primera tarea es despertar del ritmo mecánico de nuestra vida. Lo importante no es si ganamos la carrera o no, que en esto consiste la mayoría de objetivos

en nuestra sociedad. La pregunta básica apunta a si queremos o no participar en la carrera. Responder a esta cuestión requiere grandes dosis de sinceridad: «todo el problema está precisamente en ser sincero consigo mismo. V esto está lejos de ser fácil. La gente no comprende que la sinceridad se debe aprender. Se imagina que depende de su deseo o de su decisión el ser sinceros o el no serlo» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). ¿Queremos vivir la vida tal como la sociedad nos la ha programado o queremos asumir nuestra responsabilidad al realizar nuestras propias elecciones? El ejercicio de la libertad exige consciencia y rompe con la mecanicidad que gobierna nuestra existencia. La segunda tarea implica desenmascarar nuestros objetivos, ya que vivimos para ellos: «El hombre está siempre en estado de identificación; sólo cambia el objeto de su identificación» [ídem.]. La liebre metálica es un símbolo de las realidades con las que nos identificamos: dinero, poder, prestigio ... Cada uno puede elaborar su propia lista de prioridades, pero todas ellas son sucedáneos. Aquello que realmente perseguimos es el amor, como los galgos un animal vivo, pero caemos en el engaño de un objeto metálico, sin entraña alguna. Trabajar la identificación no es tarea fácil: «La identificación es nuestro más terrible enemigo porque penetra por todas partes. En el mismo momento en que creemos luchar contra ella seguimos siendo víctimas de su engaño. Y si nos es tan difícil liberarnos de la identificación, es porque nos identificamos más fácilmente con las cosas que más nos interesan, a las que damos nuestro tiempo, nuestro trabajo y nuestra atención. Para liberarse de la identificación el hombre debe entonces estar constantemente en guardia y ser despiadado consigo mismo. Es decir, que no debe tener miedo de desenmascarar todas sus formas sutiles y escondidas.» [idem.]. La tercera tarea se refiere a la consideración social, que consiste en ser primero y correr más que los demás para recibir el aplauso del público y arrancar alabanzas de los espectadores que están en la gradería. ¡Qué ilusión! Nos manipulan sin que nos demos cuenta. Somos carne para sus apuestas a intereses particulares. Encima nos hinchamos de orgullo y vanidad o nos sentimos temerosos de ser juzgados adversamente: «En la mayoría de los casos un hombre se identifica con lo que piensan los demás de él, con la forma en que lo tratan, con la actitud que tienen hacia él» [ídem.]. Nos esclavizamos ante la opinión de los demás, corno si de ello dependiera el valor de uno: «El hombre en su fuero interno exige que todo el mundo lo tome por alguien notable,

a quien cada cual debería constantemente mostrar respeto, estima y admiración por su inteligencia, su belleza, su habilidad, su sentido del humor, su presencia de ánimo, su originalidad y todas sus otras cualidades» [ídem.]. Esta consideración interior nos condiciona en gran modo y nos impide vivir con libertad. Damos el telecomando de nuestra vida a los demás para que programen nuestra pantalla con las imágenes que desean de nosotros. Los intereses económicos y políticos quieren mantenemos en la mecanicidad. Como los lebreles, somos útiles para sus apuestas y para el espectáculo del canódromo. Una persona dormida, una persona identificada inconscientemente con los objetivos (que nos trazan los demás, aunque imaginamos que los hemos elegido nosotros), una persona que se rige por la consideración interior... es una persona perfecta para ser manipulada e instrumentalizada. El mundo feliz de Aldous Huxley constituye una invitación a la comodidad, pero el Salvaje exclama: «yo no quiero comodidad. yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado». Mustafá Mond responde: «En suma, usted reclama el derecho a ser desgraciado» (Huxley, 2007, cap. XVII). Éste es el dilema de nuestra existencia: ser mecánicamente felices, pasando nuestra vida corriendo por las pistas del canódromo tras objetivos sin alma, o despertar y ser conscientes de nuestra realidad, vivida a tope desde la libertad y el compromiso, pese a que los espectadores de las carreras puedan llamamos desgraciados y salvajes. Esta opción requiere trabajo y escuela; la otra, basta echarse a correr cuando se levantan las trampillas. El camino de Alicia Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas escribe un diálogo muy sugerente entre la protagonista de la obra y el gato, al que llama Minino de Cheshire «-Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? - Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar -dijo el Gato. - No me importa mucho el sitio... -dijo Alicia. - Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes -dijo el Gato. - ... siempre que llegue a alguna parte -eñedio Alicia como explicación. -¡Oh siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!» (Carroll, 1989, cap. VI).

La relación entre la meta, es decir el objetivo que quiere conseguirse, y el camino elegido para llegar a ella es muy estrecha. Si una persona busca dinero, hará negocios o incluso trampas con tal de obtenerlo. Si busca triunfar, venderá su imagen al mejor postor con tal de conseguir fama y renombre. Si una persona busca poder, intentará hacerse con el control de los resortes a su alcance para dominar la vida de los demás. Dinero, prestigio y poder... están en el horizonte de muchas vidas, pero no en el fondo de las mismas. Las enseñanzas religiosas, como reconoce Gurdjieff, apuntan a la inmortalidad, de la cual todas las demás cosas son sucedáneos.Tradicionalmente, los caminos que existen pueden agruparse en tres categorías: el camino del faquir, el camino del monje y el camino del yogui. Una buena comprensión de los mismos ayuda a entender la opción final de Gurdjieff. Cada camino implica elegir una metodología y sintonizar con unos valores. Cada uno de los tres caminos mencionados se conecta con un centro, que Gurdjieff llama habitaciones. El camino del faquir responde al centro visceral (instintivo, motor...) y se corresponde a la lucha con el cuerpo físico. Pretende conseguir el poder sobre el cuerpo mediante ejercicios físicos increíblemente penosos. El camino del monje es la vía de la fe, del sentimiento religioso y de los sacrificios. Expresa la voluntad sobre las emociones. El camino del yogui implica desarrollar su intelecto. Lo sabe todo pero no puede hacer nada. Estos tres caminos tienen una actualidad sorprendente, ya que existen nuevas formas de vivirlos. Una mirada a la realidad social que nos envuelve nos ofrece numerosos elementos para un buen diagnóstico. - El camino del faquir hoy se evidencia a través del imperio del deporte, de las actividades del gimnasio que proliferan en todas las ciudades, en los cuidados corporales, en el imperio de las dietas alimenticias, en la cirugía plástica para eliminar de nuestro rostro las huellas del paso del tiempo, en la propuesta de terapias basadas en el cuerpo, en la proliferación de la anorexia y la bulimia, en los cánones vigentes de las modelos que pasean sus esqueletos en las pasarelas de moda. Se trata de perseguir la inmortalidad a través del sucedáneo de una juventud que pugna por etemizarse. - El camino del monje hoy relanza el predominio del sentimiento. La vida espiritual tiene que ser emocionante, la contemplación sirve para llenar el corazón de gozo, el trabajo no tiene sentido si no posee una gran dosis de aventura, el amor sólo es auténtico si hay vibración. Todo es feeling «Todo es sentimiento», como dice Goethe en Fausto. Los encuentros comunitarios de oracion deben mover la fibra sentimental para ser valorados. En caso contrario,

se consideran aburridos e insubstanciales. Ha surgido, como dice Michel Lacroix, "el culto a la emoción". Nos sentimos atrapados en un mundo de emociones sin sentimientos. - El camino del yogui hoy propulsa el imperio de la cultura, la búsqueda del conocimiento, el predominio de lo académico. Se teme ser analfabeto en informática y en los nuevos descubrimientos. Se busca llenar las estanterías de la biblioteca con las últimas novedades editoriales. Incluso se propicia el uso de la droga para acceder a paraísos inéditos o a nuevas fuentes de conocimiento, cerrados al trabajo diario. El mundo está al alcance a través de la ventana de intemet. Celulares e emails envían mensajes de palabras que afloran en la pantalla sin tocar la piel. Cuerpos sin envejecer, emociones sin marchitar, conocimientos sin fecha de caducidad... son sucedáneos para sentimos inmortales. Gurdjieff propone el Cuarto Camino. Los otros tres caminos se polarizan hacia un aspecto importante de la vida, pero se olvidan del resto. Son parciales y pierden de vista el todo. El Cuarto Camino es holistico, es decir integral. Se trabajasimultáneamente sobre los tres centros. No se descuida ninguno. Bastantes personas, como Alicia, quieren "salir de aquí", acaso por huir de la situación en que viven o acaso por llegar a nuevos horizontes que sueñan. El deseo de "salir de aquí" puede ser un primer impulso de libertad ante el hecho de sentirse encerrado, de experimentarse atado a circunstancias que impiden volar... pero no basta. Hay que ser conscientes de lo que se quiere. Quizás no se sepa del todo, pero es necesario concretar lo más posible. El desarrollo personal y consciente de sí mismo tiene su precio y hay que pagarlo. Si no es así, cualquier camino es bueno para ir a cualquier parte. Joaquín Sabina canta en Calle melancolía: «Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido / que viene de la noche y va a ninguna parte / así mis pies descienden la cuesta del olvido» (Sabina, 1980). La vida, en la que no hay lugar para el espíritu, se reduce a una triste secuencia: nacer, crecer, reproducirse y morir. Gurdjieff también advierte contra los falsos caminos y las vías artificiales. Se confunde desacertadamente progreso material y tecnológico con evolución personal. La línea telefónica me permite hacer llegar mis palabras a millares de quilómetros, pero en sí misma no mejora la calidad de mis ideas o la hondura de mis sentimientos. ¡Cuánto espejismo! Si quiero llegar a ser una persona desarrollada íntegramente, es necesario elegír el camino adecuado que pasa por el trabajo, la atención personal y una cierta escuela de vida.

Pero hay que responder a dos preguntas previas: ¿quieres salir de dónde estás? y ¿a dónde quieres llegar? Crash [Colisión] El detective Graham dice a Ría su compañera: "Es la sensación de contacto. En cualquier ciudad por donde camines, ¿comprendes?, pasas muy cerca de la gente y ésta tropieza contigo. En Los Ángeles, nadie te toca. Estamos siempre tras este metal y cristal, y añoramos tanto ese contacto que chocamos contra otros sólo para poder sentir algo". Así comienza Crash [Colisión], el film de Paul Haggís (2006) que ha obtenido tres Óscars, entre ellos a la mejor película. Se trata de un film excelente para analizar lo que Gurdjieff llama amortiguadores o topes y para observar qué ocurre cuando dejan de funcionar. En Fragmentos de una enseñanza desconocida leemos: «Los topes arrullan el sueño del hombre y le dan la agradable y apacible sensación de que todo irá bien, que no existen las contradicciones y que puede dormir en paz. Los topes son dispositivos que permiten al hombre tener siempre la razón: le impiden sentir su conciencia moral» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). Se crean mediante la educación o mediante la influencia hipnótica de toda la vida circundante: «En su origen se encuentran las múltiples contradícciones de sus opiniones, de sus sentimientos, de sus simpatías, de lo que dice, de lo que hace. Si un hombre tuviese que sentir durante su vida entera todas las contradicciones que están en él, no podría vivir ni actuar tan tranquilamente como ahora. Sin cesar se producirían en él fricciones; sus inquietudes no lo dejarían reposar nunca. No podemos ver cuán contradictorios y hostiles entre sí son los diferentes yo es que forman nuestra personalidad. Si un hombre pudiera sentir todas estas contradicciones sentiría lo que él realmente es. Sentiria que está loco. Para nadie es agradable sentirse loco. Además, tal pensamiento priva al hombre de su confianza en sí mismo, debilita su energía, frustra su respeto de sí mismo. De una manera u otra, tiene entonces que dominar este pensamiento o desterrarlo. O bien tiene que destruir sus contradicciones o dejar de verlas y de sufrirlas, Un hombre no puede destruir sus contradicciones, pero deja de sentirlas cuando los topes aparecen en él. A partir de entonces ya no siente los impactos que resultan del choque entre perspectivas, emociones y palabras contradictorias» (ídem).

Volvamos al film. La colisión de coches, que abre y cierra la película, sirve de metáfora sobre la convivencia humana en una gran ciudad, donde existe un conglomerado de razas, culturas, lenguas, religiones, procedencias, niveles económicos... Las historias personales se mezclan con las colectivas. Páginas de biografías que distorsionan la visión de la realidad. Sufrimiento y dolor, que no encuentran comprensión ni acomodo. Seres paranoicos que proyectan sobre los demás sus neuras, sea la mujer del fiscal del distrito, dos negros jóvenes delincuentes o el tendero. Un retrato de la sociedad hacia la que vamos a pasos agigantados. El tránsito de la uniformidad al pluralismo incide sobre la convivencia. Se confunde la identidad de los demás. Uno no sabe donde está México, otros no distinguen entre persas y árabes, algunos inmigrantes no entienden el idioma. La incomunicación desemboca en la soledad. Ría dice a Graham: ¿Por qué mantienes a todo el mundo a distancia? ¿Es que empiezas a sentir algo y te asustas?" La tecnología, como el cristal de los coches, aísla. Acariciamos más tiempo y con mayor delicadeza un móvil que la mano de una persona amiga. Los juguetes mecánicos recaban nuestro tiempo y atención, pero nos hunden en un mayor sentimiento de soledad. Muchas horas ante la pantalla del ordenador o del televisor... y perdemos de vista los ojos de los demás. El mando a distancia nos da sensación de seguridad y control. Ponemos en pantalla la cadena que queremos. Los artefactos nos obedecen, pero las relaciones personales son otra cosa. Nuestros prejuicios y heridas filtran la realidad que vivimos. Cada uno de nosotros, como la misma sociedad, estamos llenos de contradicciones. El oficial Ryan abusa de Christine manoseándola en un control policial, pero será su salvador en un accidente con peligro de muerte. El asco que encuentra Christine en el tacto de Ryan se transforma en agradecimiento al ser salvada de una explosión de gasolina. El director de televisión se arruga ante la policía cuando ésta abusa de su mujer y se envalentona hasta el límite por defender a un delincuente. Circulamos en el mismo coche malhechores y agredidos. El joven agente Thomas busca ser un policía bueno y aprieta el gatillo, por miedo, en el momento más inoportuno. Los hijos protegen a los padres poniendo balas de fogueo en la pistola para evitar que maten; cubriendo con su cuerpo, envuelto de un manto de fantasía, la trayectoria de una bala, o vendiendo su moral y dignidad por

salvar a su hermano a fin de complacer a su madre. La sociedad va al revés. Los padres han perdido su función y nadie encuentra su sitio. Hacemos culpables a los demás de nuestra ira, como la mujer del fiscal del distrito, que necesita poner rostro a la rabia que siente en su interior y nada mejor que un negro para ello. Los negros ponen rostros blancos a su rencor y atropellan a un chino. Los políticos enuncian sus principios ante una situación complicada, corrompiendo y extorsionando: "Si no podemos ocultarlo, tendremos que neutralizarlo". Todo vale. Pese a las numerosas colisiones y quizás gracias a ellas, no faltan gestos de bondad ni expresiones de amor. La vivencia de la multiplicidad, cultural o no, tiene una disyuntiva: la colisión o el abrazo, la mecanicidad o la conciencia. Para despertar, "es absolutamente necesario destruir los topes, es decir, ir al encuentro de todos los sufrimientos interiores que están ligados a la sensación de las contradicciones". En la película se destruyen, a veces, los topes y por eso se pierde el control de la situación y se producen las colisiones. Pero entonces se abre el camino de la voluntad. Sin comprender estos fenómenos, el trabajo pierde consistencia y no puede dar nada más que frutos de apariencia o refugiarse detrás del cristal de un coche creyéndose seguro y protegido, hasta que un choque nos despierta de nuestra existencia dormida. Amor consciente Alfred R. Orage (1873-1934) escribió un texto breve, pero de una profunda densidad, titulado Amor consciente. (Orage, 1971). Este editor y crítico literario inglés conoció a Gurdjieff en 1922 y llegó a ser difusor de sus enseñanzas durante siete años en los Estados Unidos de América. Comienza así: «Hay que aprender a distinguir entre tres tipos de amor por lo menos (aunque haya siete en total): el amor instintivo, el amor emocional y el amor consciente. No hay mayor peligro de que no se puedan aprender los dos primeros, pero el tercero es raro y depende tanto del esfuerzo como de la inteligencia.» Quiero aportar mi punto de vista para favorecer una reflexión que, acaso, requiere un debate argumentado. Este texto adquiere mayor sentido si se pone en relación con el capítulo IV de Fragmentos de una enseñanza desconocida, (Ouspensky, 1968) que presenta la evolución del hombre en siete etapas. La primera corresponde al hombre n° 1, cuyo centro de gravedad reside en la parte instintiva. La

segunda polariza su centro de gravedad en lo emocional y constituye el hombre n° 2. El hombre n° 3, por su parte, gravita sobre el intelecto. En resumen, «los hombres números 1, 2 Y 3 constituyen la humanidad mecánica: permanecen en el nivel en que han nacido». Cuando Orage habla del amor instintivo y del amor emocional se refiere a la forma que tiene de amar el hombre n° 1 y el hombre n° 2. Para completar el cuadro, habría que indicar que el amor intelectual o admirativo sería propio del hombre n° 3, pero no lo menciona. En este caso, todavía seguimos situados en el hombre mecánico. Quedan cuatro tipos más de amor. Al referirse al amor consciente, Orage habla a partir del hombre n" 4. En Fragmentos leemos: «El hombre n° 4 no nace como tal. Nace como 1, 2 o 3, y no llega a ser 4 sino como consecuencia de esfuerzos de carácter muy definido. El hombre n° 4 es siempre producto de un trabajo de escuela. No puede nacer como tal, ni desarrollarse accidentalmente; las influencias ordinarias de la educación, de la cultura, etc., no pueden producir un hombre n° 4. Su nivel es superior al del hombre n° 1, 2 o 3; tiene un centro de gravedad permanente que está hecho de sus ideas, de su apreciación del trabajo y de su relación a la escuela. Además, sus centros psíquicos ya han comenzado a equilibrarse; en él, un centro ya no puede tener preponderancia sobre los otros, como es el caso de los hombres de las tres primeras categorías. El hombre n" 4 ya comienza a conocerse, comienza a saber hacia dónde va». En este marco de referencia, el texto de Orage aparece más luminoso. ¿Cómo amo a las demás personas? ¿Me mueve el amor instintivo, basado en la química? ¿Fundo mi relación amorosa en un repertorio de emociones, vibrantes a veces y con frecuencia contradictorias? ¿Se nutre mi amor de admiración por la persona amada, subyugado más por sus ideas que por el tacto de su piel? ¿Qué relación establezco con cada persona? ¿Soy consciente del tipo de amor que destilo en cada encuentro? ¿Se mezclan o se superponen estos tipos de amor? ¿La carga erótica está desprovista de tonalidad emocional de forma que el instinto busca sólo su propia satisfacción? La mecanicidad tiende siempre al engaño. Por ello, estamos inmersos en un mercado de amor. Venderíamos nuestra alma por unos minutos de placer, por una caricia de ternura, por una idea ilusoria. Los mercaderes lo saben. Por eso, construyen pornografía, emiten horas interminables de programas televisivos basados en crónicas rosas, cantan al amor como trovadores medievales. No obstante, la insatisfacción sigue porque falta el amor consciente.

Orage afirma «¿Quiere alguien ingresar en esta orden del amor consciente? Que se deshaga entonces de todo deseo personal e idea preconcebida». En el mercado del amor se trafica con los deseos, planteamiento muy alejado de la exigencia de autodisciplina y de auto educación que propone Orage. No se trata de una propuesta puritana, que desconfía de los sentimientos o estigmatiza los instintos, sino de integrar los distintos tipos de amor en una unidad, tarea posible sólo desde la consciencia. El comportamiento mecánico no colma la plenitud, porque su dinámica es meramente repetitiva. Como el corazón humano no se sacia, se repite una y otra vez la búsqueda, la satisfacción pasajera y el hambre permanente. El egoísmo se reviste de sus mejores disfraces, pero la otra persona se convierte en un instrumento para el propio placer. Sólo el amor consciente es capaz de dar el salto cualitativo hacia una nueva dimensión, a cuyo acceso Orage invita de forma poética: «Entrad, audaces, en estos bosques encantados. Los dioses se aman conscientemente. Y los amantes conscientes se convierten en dioses.» Para construir el triángulo interior, además del amor, se requiere conocimiento y poder: «El amor sin conocimiento y sin poder es demoníaco. Sin conocimiento, puede destruir lo amado. ¿Quién no ha visto a más de un ser amado reducido a la miseria y a la enfermedad por su "amante"? Sin poder, el amante tiene que sentirse infortunado, puesto que no puede hacer por su amada 10 que él quiere y sabe que le deleitaría» (Idem]. Pocas veces un final de película me ha impactado más. Se trata de Damage [Herida] [Malle, 1992). Stephen Fleming (Jererny Irons], casado y con dos hijos, es un ministro del gobierno inglés que vive una pasión desbordada por Ana Burton [Juliette Binoche], la novia de su hijo mayor. Movido por este amor sin conocimiento, se destruye a sí mismo, destruye su familia, destruye a su mujer, destruye a su hijo, que muere por accidente al caer por el hueco de una escalera tras descubrir a su padre acostado con su novia, destruye su carrera política... Al final lo pierde todo, pero la valoración que hace de la mujer que lo arrojó en la vorágine de la pasión es demoledora. En un minúsculo apartamento de una ciudad anónima, sentado en una silla frente a una fotografía que cubre toda la pared en la que están Ana, su hijo Martyn y él mismo, Stephen dice: "Sólo la vi una vez más. La vi por accidente en el aeropuerto, cambiando de avión. Ella no me vio. Estaba con Peter. Llevaba un niño. No era distinta de las demás".

La sinfonía interior La cadena montañosa de Montserrat parece un recortable sobre el fondo azul intenso de un cielo de atardecer. Acabado el canto de las vísperas, el bullicio de los peregrinos desaparece con los autocares y coches que descienden hacia el valle. El silencio monacal impera sumergiendo la plaza en un ambiente de paz y sosiego. Pero el último sábado del mes de mayo me depara un acontecimiento musical en el interior de la basílica, al que asisto invitado por la primera chelista. La Orquesta Sintonice Julia Carbonell de les Terres de Lleide, junto con el Orfeó Cetelé y el barítono Lluís Sintes, interpretan composiciones de tres máximos representantes de la música inglesa de la primera mitad del siglo XX: Edward Elgar con Chanson de nuit, Ralph Vaughan-Williams con Cinco canciones místicas para barítono, coro y orquesta, y William Walton, con El festí de Belshazzar, por vez primera en Cataluña. La basílica se llena. En los primeros bancos, los monjes escuchan atentamente y siguen con delectación el programa del concierto. Observo que una orquesta se estructura en tres grupos instrumentales: viento, cuerda y percusión. Cada uno sigue su propia partitura pero nunca pierde de vista la armonía del conjunto. Existe una profunda jerarquía dentro de cada grupo y en el total de la orquesta. Cada dos chelos, por ejemplo, comparten un mismo atril que sostiene la partitura. El segundo de a bordo pasa página cuando toca, nunca lo hace el primer chelista. El primer violín, llamado concertino, se encarga de la ejecución de los solos. Anteriormente asumía la dirección del grupo, que hoy recae en la figura del director de orquesta, quien bajo su batuta se unifica la diversidad de instrumentos y voces. Aplico el eneagrama como clave de interpretación de la experiencia musical que estoy viviendo. Gurdjieff habla de tres centros (mental, emocional y motor), a los que añade el centro instintivo y el centro sexual. Los cinco centros integran los llamados centros inferiores. Finalmente, existen dos centros más llamados superiores, el mental superior y el emocional superior. En total, siete centros. Para nuestra reflexión, podemos aglutinar dentro de la misma área los centros motor, instintivo y sexual. El triángulo del eneagrama me sirve de clave de interpretación de la realidad que escucho y contemplo. Los instrumentos de viento en metal y en madera se corresponden con el centro mental, cuya sede física se encuentra en la cabeza, concretamente en la boca que juega un papel

central. Los instrumentos de cuerda se relacionan con el centro emocional y se concentran cerca del corazón con un juego acompasado del brazo que maneja el arco. Los instrumentos de percusión incumben al centro visceral, es decir, a la integración del centro motor, instintivo y sexual, y actúan como una caja de resonancia en el estómago. En esta diferencia de instrumentos reside la diversidad de tareas: «el primer objetivo debe ser librar a cada centro de todo trabajo que no le sea natural, y hacerlo volver a su propia tarea, la cual puede desempeñar mejor que ningún otro centro.» (Ouspensky, 1968, cap. IX). Cuando cada grupo instrumental cumple con su función de acuerdo con su partitura, se produce la sinfonía. La experiencia de las personalidades que observamos nos indica que los hombres y las mujeres somos unilaterales. Hay quienes ven el mundo desde las ideas y reprimen sentimientos e instintos. Otros se relacionan desde el centro emocional y sus pensamientos e instintos quedan en segundo lugar. Finalmente, hay quienes se rigen por sus instintos, de modo que sus pensamientos y emociones cuentan poco: «Sabemos que el hombre tiene cinco centros: intelectual, emocional, motor, instintivo y sexual. El desarrollo predominante de uno u otro de estos centros a expensas de los demás, produce un tipo de hombre muy unilateral, incapaz de todo desarrollo ulterior. Pero si el hombre lleva el trabajo de sus cinco centros a un desarrollo armonioso, "el pentagrama se cierra en él", y llega a ser un tipo de hombre físicamente perfecto» [ídem., cap. XIV). El trabajo debe apuntar al desarrollo de cada centro, pero para ello hay que ser consciente de cómo funciona y de su impacto sobre el conjunto de la persona. Existen tantos desequilibrios... La armonía interior no es un resultado espontáneo sino el fruto de un trabajo realizado a fondo. Como en una orquesta sinfónica, se requieren horas de ensayos. Queda por abordar un punto fundamental: el papel del director de la orquesta, que no toca ningún instrumento pero los dirige a todos. ¿Cuál es el eje central en la vida de cada persona? ¿Cuál es el eje en torno al cual pensamientos, sentimientos y vísceras se concentran y armonizan? Si este eje carece de fuerza y decisión, los instrumentistas se pierden en su individualidad y dejan de servir a la armonía del conjunto. El desastre está servido. Cada uno va a 10 suyo y se cae en la multiplicidad de yoes. La unidad sólo es posible cuando una persona encuentra y vive a fondo su principio rector. La ambición, el ansia de poder, la búsqueda ' de la vanagloria, el deseo del dinero... sirven como

principios rectores, pero interpretan una partitura equivocada. Producen seres falsamente unificados y surgen prototipos del vicio. Son las pasiones de la ira, el orgullo, la vanidad, la envidia, la avaricia, el miedo, la gula, la lujuria y la pereza. El auténtico principio rector sólo puede surgir de los centros superiores. Se expresa a través de las virtudes y en todas ellas la fuerza sustancial es el amor. Un ser incompleto carece de esta energía central, que aglutina todos los centros. Acaso Gurdjieff quiere decir algo parecido cuando al responder a una pregunta de Ouspensky afirma: «Es un hidrógeno incompleto, un hidrógeno sin el Espíritu Santo.» [ídem., cap. XVI). Cuando en la vida de una persona predomina el Espíritu, todos los centros se supeditan a él y la armonía es completa. Reconocer su primacía y someterse a Él es el trabajo más importante que se puede llevar a cabo. Entonces, el ruido de las pasiones se transforma en sinfonía espiritual. EL SEXO El sexo es un tema clave, pero su comprensión sufre muchas interferencias y dificultades. En él, como afirma Gurdjieff, se resuelve un dilema vital: «El sexo es la principal razón de nuestra esclavitud, pero también nuestra principal posibilidad de liberación.» (Ouspensky, 1968, cap. XII). Intento, con este artículo, proporcionar elementos de reflexión. Me sirven las enseñanzas de los ancianos, de los Twisted Hairs de la Isla de la Tortuga que transmiten a través de ruedas y de claves chámanicas. Para ellos, la creación surge del vacío y se expresa en los cuatro elementos fundamentales: aire, fuego, agua y tierra. He aquí sus conexiones: - El agua se corresponde con el mundo vegetal y con el aspecto emocional de la persona, con su corazón. - La tierra se corresponde con el mundo mineral y con el aspecto físico de la persona, con su cuerpo. - El aire se corresponde con el mundo animal y con el aspecto mental de la persona, con su mente. - El fuego se corresponde con el mundo humano y con el aspecto espiritual de la persona, con su espíritu. - El vacío se corresponde con el mundo espiritual y con el aspecto del alma y del sexo de la persona. El vacío es la clave creativa de la persona y en el trabajo espiritual se corresponde con la "nada, nada, nada" de San Juan de la Cruz. El pánico que nos produce el vacío, el silencio, la nada... nos impulsa a llenar nuestra vida de acción, ruido, cosas. De este modo, eliminamos nuestra fuerza creativa y con ella dos elementos profundamente conectados: el espíritu (la vida

divina) y el sexo (el alma sexual). El tipo de relación que mantenemos con nuestra sexualidad marca nuestra relación con Dios y con nuestra propia alma. Hay mucho en juego. Sobre esto ha habido muchas confusiones, como pensar que cuanto más reprimida esté la sexualidad, más espiritual es la persona. Algunos, para afrontar una transformación interior, tendrán que modificar la relación con su sexualidad. Una vida promiscua y lujuriosa suele alejar de la consciencia e instalar a la persona en una vida mecánica. Como sucede en casi todas las cosas, los extremos se tocan. La represión y el descontrol tienen estructuras de fondo parecidas: no hay una actuación consciente y libre. Para recuperar la centralidad de la virtud, cada persona tiene su propio camino. Alguien preguntó a Gurdjieff: «¿Es necesaria la continencia absoluta para la transmutación? Y, de manera general, ¿es útil la abstinencia sexual para el trabajo sobre si?» (Ouspensky, 1968, cap. XII). Su respuesta fue matizada en función de los tipos de hombre y de los diversos caminos que pueden darse: - «Para ciertos tipos es indispensable una larga y total abstinencia sexual para que comience la transmutación; sin esta larga y total abstinencia, no puede comenzar. Pero una vez que el proceso esté bien encaminado, la abstinencia deja de ser necesaria.» - «Con otros tipos, la transmutación muy bien puede comenzar, por el contrario, en una vida sexual normal; puede aun realizarse más pronto y desenvolverse mucho mejor con un gran expendio exterior de energía sexual» - «En el tercer caso, al comienzo la transmutación no requiere abstinencia, pero luego toma toda la energía del sexo y pone fin a la vida sexual normal, o al expendio exterior de la energía sexual.» No existe fórmula única, sino diferenciación de procesos personales. Pero antes, según Gurdjieff, hay que darse cuenta de que el sexo contribuye al mantenimiento de la mecanicidad de la vida, que la educación moderna y la vida moderna crean un número incalculable de psicópatas sexuales que no tienen la menor posibilidad en el trabajo, que se puede cambiar el estado de cosas sólo para sí mismo y que el abuso del sexo constituye el principal factor de esclavitud. El abuso no apunta tanto al exceso cuanto al trabajo equivocado de los centros en sus relaciones con el centro sexual. En ese caso, asoma la negatividad. Joder es una palabra vulgar que significa practicar el coito, pero que según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua tiene dos acepciones más: a) molestar; fastidiar; y b) destrozar; arruinar; echar a perder. En catalán, el término fotre, además de referirse al acto sexual, tiene otros múltiples significados. Son ejemplos que se refieren a una utilización equivocada de la

energía sexual. Los centros que la hacen servir se desvían de su propia finalidad y sus creaciones, por más aparatosas que puedan parecer, no sirven a la persona. Sólo hay dos vías para gastar legítimamente la energía sexual: «una vida sexual normal y la transmutación» (Ouspensky, 1968, cap. XII). En psicología, esta segunda posibilidad recibe el nombre de sublimación, que consiste en cambiar el objeto pulsional (del deseo) del sujeto por otro objeto, desexualizándolo para hacerlo pasar a través de la conciencia ya que todos nuestros deseos son reprimidos y guardados en el inconsciente. De ahí surgen grandes creaciones, pero también pueden realizarse grandes disparates. La frontera que los separa es muy sutil y casi imperceptible. El neo liberalismo económico ha sabido descubrir el aspecto crematístico de la sexualidad. La publicidad la utiliza como reclamo. No hay que volver al tabú, porque el tabú es mecanicidad, pero el abuso sexual, en la concepcion de Gurdjieff, también. Se trata de un tema de gran importancia y complejidad. Basta aproximarse a grupos de terapia para darse cuenta de la dificultad que experimentan las personas para que su centro sexual trabaje con su propia energía. No es fácil. Existen muchos introyectos que se lo impiden. Sin una vivencia sana de la sexualidad, no hay desarrollo amoroso. Y sin amor, no hay espiritualidad posible ni sintonía con Dios. Sólo queda el vacío, que no hay manera de llenar satisfactoriamente. Sólo quedan seres insaciables y frustrados, que se entretienen sin llegar nunca al fondo de sí mismos. Pero no hay que olvidar que el sexo es también nuestra principal posibilidad de liberación. El silencio ¿Qué significado tiene el silencio en el comportamiento y la reflexión de Gurdjieff? Una lectura pausada de Fragmentos de una enseñanza desconocida permite observar en su edición española que la palabra silencio aparece 41 veces en la obra de Ouspensky. He agrupado los 11 conceptos más relevantes en cuatro categorías que voy a desarrollar a continuación. - Primera: el silencio como comunicación no verbal. Gurdjieff solía dar sus respuestas tras una pausa silenciosa, breve o prolongada, según los casos. La pausa permite nutrir las palabras en la reflexión y genera en el interlocutor una actitud de escucha. Mientras dura, no hay vacío sino que se intensifica la comunicación y se crea un espacio de encuentro. La

despedida, antes de la separación, se rubrica dándose la mano siempre en silencio. Así se ahonda en el sentimiento y no hay necesidad de buscar la palabra oportuna. Se indica así la capacidad de soportar el dolor y se expresa un amor capaz de mantenerse en la distancia. Escuchar en silencio facilita la expresión de la persona que, al no verse interrumpida, articula mejor su discurso. Ouspensky reconoce que Gurdjieff le planteaba «preguntas silenciosas» (Ouspensky, 1968, cap. XIII) a las que él respondía en voz alta. El silencio también interpela. Una persona puede manifestar su aprobación mediante el silencio (ídem., cap. XVI), como hacía Gurdjieff. - Segunda: el silencio como indicador del trabajo personal. Frente al deseo mecánico de compartir los pensamientos sobre las cosas que nos interesan con las personas próximas, Gurdjieff reconoce que «el silencio es la forma de abstinencia más difícil» (idem), que favorece el ejercicio del recuerdo de sí y el desarrollo de la voluntad. Afirma: «Sólo un hombre capaz de guardar silencio cuando es necesario puede ser su propio amo» [ídem.]. De este modo, la persona no es esclava de sus palabras sino dueña de su silencio. No se va contra la comunicación sino que se pretende regular el afán compulsivo de hablar, que constituye un claro indicador de mecanicidad. La conciencia requiere silencio y nutre en él el fluir de sus palabras. - Tercera: el silencio como contraposición al parloteo. El parloteo, el hablar por hablar, constituye una de las características principales de muchas personas, incluso de las que se consideran serias y sensatas. Admitirlo es un primer paso para descubrir numerosos aspectos de sí mismo que no se suelen notar. Si un hombre no divide su atención, fácilmente se identifica con lo que habla, pierde el contacto con la realidad, entona su voz de modo que se torna «incapaz de distinguir la mentira de la verdad» [ídem., cap. XIII). Sólo si despierta puede comenzar a discernir una cosa de otra. El parloteo imposibilita que se guarde silencio. Refleja miedo y temor al vacío. La palabra, en este contexto, no es plenitud de comunicación sino huida. - Cuarta: los tres aspectos de la tarea de guardar silencio. El silencio vivido desde el miedo. Ouspensky recuerda que, en el apartamento de la Bolshaia Dmitrovka que Gurdjieff tenía en Moscú, los alumnos de éste podían permanecer en silencio, a veces durante horas (ídem). Esta situación no se vivía de forma desagradable y angustiosa porque se afrontaba desde la interioridad y la conciencia. Los curiosos y las visitas ocasionales quedaban extrañados y se ponían a hablar sin interrupción. Surgía entonces el miedo «de detenerse y sentir algo», se ofendían interpretando el silencio

como «dirigido contra ellos» o lo encontraban «estúpido, cómico y antinatural» (idern.). Reacciones todas ellas que escondían el temor al silencio y mostraban el carácter defensivo de la tendencia a hablar. En un clima así, se detecta con facilidad la pose y el artificio del discurso. El silencio vivido como ofensa por parte de la persona que abandona el grupo. Cuando una de dos personas unidas de forma íntima (dos amigos, una pareja, una relación paterno-filial) deja el grupo, la otra «no tiene más el derecho de hablarle sobre el trabajo del grupo» (idem., cap. XI). Si se calla, el silencio se interpreta por la otra persona como ofensa y hay pelea. Para evitar esto, Gurdjieff propone que cuando uno de los dos no continúa el trabajo, el otro también debe irse. El silencio voluntario como disciplina a la que el hombre se somete. Existen dos tipos: el silencio completo, que «es simplemente un camino fuera de la vida, bueno para un hombre en un desierto o en un monasterio» [ídem., cap. XVII); y el silencio en el trabajo inmerso en la vida. Esta última forma de guardar silencio pasa a menudo inadvertida ya que se limita el hablar a las «palabras realmente indispensables» [idem.]. Esta conciencia del límite es aplicable a todos los ámbitos de la existencia. El aforismo: "no hables si tu palabra no va a mejorar tu silencio" es una forma gráfica de recoger el pensamiento de Gurdjieff. No existe condena sobre el hablar sino sobre la desconexión interior y la falta de conciencia. Si el hablar es un hecho mecánico, se dificulta el despertar porque distrae y trivializa el diálogo. El ritmo trepidante de la vida, la abundancia de medios técnicos, el ruido ambiental... anulan el silencio. Escucharlo llega a ser una experiencia casi inalcanzable en el seno de una gran ciudad. Por ello, hay que buscarlo conscientemente. Pero el tema de fondo es la identificación del silencio con el vacío. El horror vacui [horror al vacío] genera en las personas un afán compulsivo de llenarlo con lo que sea para dejar de experimentarlo. En vez de enfrentarse a él, se lo quiere anular rellenándolo con actividades y cosas. La huida no resuelve el problema sino que lo disimula y lo traslada al inconsciente. Las reacciones frente al silencio, asimilado con el vacío, apuntan a querer suprimirlo en vez de vivirlo en plenitud o de entenderlo como marco para que surja una nueva realidad, como la música. En este intento, aparece el parloteo, el hablar por hablar, la incapacidad de asumir la pausa silenciosa. De este modo, se disuelve la angustia pero la persona se instala en la superficie. El miedo al abismo nos impide hundir nuestras raíces en la profundidad y la mecanicidad merodea

en nuestra vida. Desde el asiento de un autobús Año 1955, 1 de diciembre. Rosa Parks, trabajadora en unos grandes almacenes, sube a un autobús en Montgomery (Alabama, USA) y se sienta en la parte trasera, en uno de los lugares permitidos para los negros, indígenas, orientales... En las próximas paradas, se incorporan algunos blancos, que permanecen de pie. El conductor al darse cuenta detiene el autobús e indica a tres mujeres que se levanten y les cedan sus asientos. Rosa, en contra de las ordenanzas municipales, se niega. Por este motivo, es arrestada, enjuiciada y condenada. Compañeros suyos, pertenecientes como ella a una asociación a favor de los derechos civiles, inician un día de protesta y de boicot, que se prolonga más de un año hasta que, tras mil vericuetos jurídicos, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos declara inconstitucional la segregación racial en los autobuses. La señora Parks muere en octubre de 2001, a los 92 años. Es la primera mujer negra en ser velada en el Capitolio de Washington. ¿Por qué no se levantó aquel día y cedió su asiento a un blanco, como había hecho tantas veces? Su respuesta fue «porque estaba cansada». ¿Cansancio físico después de una jornada laboral? ¿Cansancio psicológico de tanto verse relegada y menospreciada por razón del color de su piel? ¿Cansancio por observar cómo, una vez más, veía su dignidad pisoteada? Existen dos hechos entrelazados: su negativa surgía de la conciencia de que algo no estaba bien en aquellas ordenanzas municipales y su enfrentamiento a la legalidad, que hoy consideramos injusta, creó conciencia en todo un país, que declaró inconstitucional la segregación racial. Gurdjieff preguntó en cierta ocasión a Ouspensky: «¿Cómo define usted la conciencia?» La respuesta fue: «La conciencia se considera indefinible. Y, en efecto, ¿cómo podría definirse siendo cualidad interior? Con los medios ordinarios de que disponemos es imposible establecer la presencia de la conciencia en otro hombre. No la conocemos sino en nosotros mismos». Gurdjieff le recriminó: «¡Palabreria científica habitual! Ya es tiempo de que se libere de toda esa sofística. No hay sino un punto justo en lo que ha dicho: es que usted no puede conocer la conciencia sino en usted mismo. Pero fíjese bien, usted no puede conocerla sino cuando la tiene. Y cuando no la tiene, no puede reconocer, en ese mismo momento, que no la tiene; sólo más tarde podrá hacerlo. Quiero decir que cuando vuelva, usted podrá ver que ella ha estado

ausente durante largo tiempo y recordar el momento en que desapareció o aquél en que volvió a aparecer», porque «los momentos de conciencia son muy cortos y están separados los unos de los otros por largos intervalos de completa inconsciencia, durante los cuales su máquina trabaja en forma automática. Verá que puede pensar, sentir, actuar, hablar, trabajar, sin estar consciente». (Ouspensky, 1968, cap. VII). ¿Cuántos viajes había hecho Rosa Parks en autobús sujetándose mecánicamente a las disposiciones municipales? La señora Parks ¿era una ciudadana modélica cuando obedecía, un día tras otro, a la rutina y costumbre que pudo observar desde pequeña en sus mayores o cuando se negó a ceder su asiento a instancias del conductor? Existe la tentación de pensar que la conciencia se reserva para temas metafísicos y trascendentes cuando la piedra de toque, en verdad, apunta a realidades cotidianas y sencillas. Ser consciente aquí y ahora es la tarea. No resulta nada fácil. Sólo funciona a intervalos. Un grupo comprometido con este objetivo de ser consciente puede ayudar a despertar de la modorra. En definitiva, el sueño es siempre la gran amenaza y las respuestas mecánicas sus consecuencias más habituales. Pero hay algo más que podemos observar en la vida de Rosa Parks. La conciencia posee un profundo poder transformador de la propia realidad. Vivir de acuerdo con ella tiene un precio muy alto. Pueden producirse arrestos y condenas, porque nada odia más el sistema que la conciencia de la gente, ya que así dejan de ser personas manipulables. El sistema tiende a narcotizar y utiliza todo el instrumental a su alcance para conseguirlo. Muchos programas de televisión cumplen estos requisitos. El llamado choque de civilizaciones es producto del miedo y los hombres y mujeres responden de forma mecánica a los estímulos que reciben. Incluso un Mundial de fútbol o los Juegos Olímpicos sirven de aglutinante y utilizan los mecanismos de identificación para adormecer a la multitud y paralizar un país. La masa existe cuando se oscurece la conciencia del individuo. La conciencia no sólo transforma la propia vida sino la misma sociedad. El derrumbamiento de las Torres Gemelas de Nueva York en el 11-S fue un acto mecánico y la respuesta que obtuvo también lo fue: la guerra de Afganistán y de Irak. La voz de Juan Pablo II condenando la guerra fue una voz solitaria en el concierto de las democracias occidentales. La única salida que se ha dado al problema ha sido una espiral de terrorismo y de odio. Hay políticas que parecen inviables pero líderes como Mahatma Gandhi o Martín Luther King demuestran

que su impacto social ha sido transformador. Sólo desde la conciencia es posible romper la mecanicidad. Las palabras de Jesús: «al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra» (Mt 5·39) son interpretadas de forma ingenua. Se trata de romper el dinamismo mecánico de la violencia mediante la toma de conciencia del círculo vicioso que representaría devolver la injuria. Cuando alguien ha podido subir un peldaño en la conciencia, contempla su vida desde otra perspectiva. Momentos que pueden parecer de poder y triunfo se valoran mucho menos que un instante de lucidez. Todo se evalúa desde otro criterio. Ni por asomo uno quiere regresar a la situación anterior, tejida de mentira existencial, engaño permanente y falta de sentido. Este descubrimiento es doloroso, porque es desprenderse de una máscara bonita, pero es profundamente liberador, porque aparece el rostro verdadero. No hace falta subir al Everest. Como Rosa Parks, desde el asiento de un autobús, puedes cambiar tu vida y transformar el mundo. Basta, y no es poco, el despertar de la conciencia. El diapasón El coro de la Universidad Ramon Llull de Barcelona, en la cual trabajo, participó en el acto de la inauguración académica del curso 20062007. Sus actuaciones, a cappella, motivan que el director utilice el diapasón para obtener la nota precisa de afinación. El diapasón es, según el diccionario de la RAE, un «regulador de voces e instrumentos consistente en una lámina de acero doblada en forma de horquilla con pie, que cuando se hace sonar da un LA fijado en 435 vibraciones por segundo». Gracias al diapasón, se pueden afinar los instrumentos y se facilita la actuación del conjunto. Nosotros, como el diapasón, tenemos en nuestra memoria contenida una nota de música, que duerme mientras nadie nos sacuda. Al presenciar el concierto, y al ver cómo el director aproximaba a su oído el instrumento vibrante, recordé el texto de Gurdjieff, cuando habla de la dificultad de pensar de una manera nueva: «Imaginemos que [un hombre] tenga la costumbre de fumar cigarrillos cada vez que quiere pensar. Este es un hábito motor. Decide pensar de una manera nueva, comienza por fumar un cigarrillo y vuelve a caer en su pensar rutinario, aun sin darse cuenta. El gesto habitual de encender un cigarrillo ya ha llevado sus pensamientos a su antiguo diapasón» (Ouspensky, 1968, cap. XVII). Existen unos mecanismos de fondo que nos dan la nota a partir de la cual va a sonar

nuestra orquesta interior. Actúan siempre de manera inconsciente y, por tanto, su resultado nunca podrá ser un despertar. El antiguo diapasón es nuestra personalidad, nuestro carácter, y requiere ser cambiado si queremos tener otra nota y otra vibración profunda. Estos lazos inconscientes que nos mantienen dormidos son resistentes a la conciencia y al cambio. Para romperlos, se exige la contribución ajena. Un diapasón no suena si no se le golpea: “Ustedes deben recordar que un hombre no puede destruir tales vínculos por sí mismo. Se necesita la voluntad de otro, y los palos también son necesarios. Lo único que puede hacer un hombre que desea trabajar sobre sí mismo, hasta que logre un cierto nivel, es obedecer. Nada puede hacer por sí mismo (Idem…) Para que suene nuestro diapasón Gurdjieff cita dos elementos necesarios: la voluntad de otro y los palos. Sólo quien está despierto puede sacudir a los dormidos. Las personas despiertas constituyen un tesoro para cualquier comunidad humana, porque son las únicas que pueden abrir los ojos de los demás a la luz. Suelen resultar incómodas porque siempre resulta difícil quitarse las legañas y se prefiere mantenerse dormido antes que permanecer en vigilia. Se necesitan también palos. No bastan las argumentaciones intelectuales. Muchas personas han comenzado a vibrar con frecuencias esenciales y han sacado la mejor música de sí mismas cuando han recibido severos palos, tales como, la muerte de un ser querido, un accidente, un fracaso amoroso, un ruptura de pareja, una pérdida económica, una crisis existencial, una depresión, un trauma sexual, un problema de trabajo…La comodidad tiende a mantener a la gente dormida. Los palos despiertan. Al inicio, el dolor impide darse cuenta del cambio que una persona experimenta, pero poco a poco se van descubriendo nuevos horizontes y nuevas realidades. En uno de los frescos que puede observarse en el monasterio del Sacro Specco en Subiaco se ve a San Benito que sacude con un palo a un monje perezoso para conminarle al cambio y a la mejora personal. El corazón bondadoso del abad no está reñido con su tarea de despertar a los dormidos. No hay humillación sino estímulo. Pero Benito de Nursia, como toda persona despierta, resulta peligroso y las fuerzas inconscientes pugnan por matarlo y destruirlo, como recuerda otro fresco, donde se ve cómo le ofrecen un cáliz con bebida envenenada, que por la acción de la gracia se rompe impidiendo su muerte, permitiéndole continuar su tarea de encaminar a los monjes hacia la verdad de sí mismos.

Estos dos elementos del cambio personal que dan sonido vibrante al diapasón, no son bien vistos por la mentalidad contemporánea. El individualismo, el self made man o woman (el hombre o la mujer hechos a sí mismos), el cultivo de la personalidad, el orgullo…impiden dejar a nadie las riendas de sí mismo (ni siquiera en el momento del aprendizaje). Se pierde la admiración y sin asombro no hay mejora posible, ni pensamiento filosófico ni ansias de eternidad. Se requiere de una actitud que implica humildad y asunción de los propios límites. El bienestar, la comodidad a cualquier precio, la pérdida de la cultura del esfuerzo, una sensibilidad enfermiza a flor de piel…dificultan aceptar los “palos” que nos da la vida. Queremos dominar la realidad como a una pantalla del televisor, con un mando a distancia, con que cambiamos los canales a nuestro antojo. La vida es terca y nos sacude a menudo con “palos” bien dados. Produce sufrimiento, que no es un objetivo que se debe buscar sino una realidad que nos acompaña en el proceso de mejora personal: El despertar aún momentáneo de la conciencia moral en un hombre con millares de “yoes” diferentes, implica obligatoriamente el sufrimiento (idem CAP VIII) Cuando el diapasón vibra y ofrece la nota al director del coro, comprendemos que este instrumento realiza un ejercicio de recuerdo de si. Saca, no sin esfuerzo, lo que tiene dentro. Entonces vive sus posibilidades y es útil a los demás. Deja el silencio del ser dormido para armonizar una coral. El despertar de sí mismo se traduce en despertar a los demás. Al acabar la redacción de este artículo, los bafles del ordenador amplifican el Adagio en G minor de Albinoni. Brotan sentimientos en mi interior desde las profundidades del corazón, donde la esencia pugna por vivir pese a los obstáculos de una personalidad que narcotiza, ya que ésta es su principal finalidad. Como el diapasón, el ser humano contiene una información preciosa que permanece dormida y congelada si nadie le da el golpe de gracia para que surja hasta transformarse en música. El golpe inicialmente duele, pero es mucho mayor la alegría de sacar lo mejor de sí mismo, que da sentido a la vida. El niño del patinete

Pasé por una plaza cercana a donde vivo. Un niño jugaba con un patinete. Mantenía el pie derecho sobre la madera sostenida por las ruedas y con el pie izquierdo iba tomando impulso para avanzar con rapidez. Una hora más tarde, pasé por el mismo lugar y el niño seguía jugando. El pie derecho siempre sobre

la madera y el pie izquierdo trabajando sin parar. Comprendí que este niño ofrecía una imagen muy sugerente sobre los centros de los que habla Gurdjieff, me reflejaba a mí y a mi manera de funcionar. No hay alternancia de centros, sino hipertrofia de uno en detrimento de los demás. "El rasgo principal" (Ouspensky, 1968, cap. XI) tiene que ver con el centro predominante.

En el juego de la vida, mientras vamos montados en el patinete de nuestra existencia, unos se apoyan sobre el centro intelectual; otros, sobre el centro emocional; hay quien sobre el centro instintivo. Las consecuencias son claras: el hombre o la mujer en cuestión se mantienen dentro del nivel mecánico y no se dan cuenta de su realidad, hipertrofian el centro más empleado en perjuicio de los centros restantes, pierden la armonía de trabajar con todos los centros de manera equilibrada (que es el intento justamente del Cuarto Camino), fomentan la existencia de varios yoes ya que cada centro tiene su propia voz y sus propios deseos y apetencias, utilizan erróneamente un centro para desempeñar las tareas de otro (algunas personas piensan los sentimientos en vez de sentirlos), asocian el sexo a la lujuria en vez descubrir la energía transformadora que encierra, realizan lo que Gurdjieff llamaba «el mal trabajo de los centros» (idem., cap. III), etc.

Funcionar como el niño del patinete con un pie en detrimento del otro, apoyado en un centro y desconociendo los demás... impide realizar las tareas que implican a todos los centros: «La comprensión es la función de tres centros. De modo que el aparato del pensar puede saber algo. Pero la comprensión aparece solamente cuando un hombre tiene el sentimiento y la sensación de todo lo que está vinculado a su saber. Anteriormente hemos hablado de la mecanicidad. Un hombre no puede decir que comprende la idea de la mecanicidad, cuando la sabe solamente con su cabeza. Tiene que sentirla con toda su masa, con su ser entero. Sólo entonces la comprenderá» [idem., cap. IV). Por ello, cuando hay preponderancia de un centro sobre los demás suele indicar que la persona se encuentra en una de las tres primeras etapas de su evolución, que se sitúan en el mismo nivel de desarrollo y que responden a su mecanicidad. Superar estas etapas para llegar a la cuarta es el primer paso hacia la consciencia ya que la única evolución posible debe ser consciente y voluntaria. Si el niño se da cuenta de que siempre se apoya en el mismo pie y de que esto no es bueno para él, quizás cambie su comportamiento, pero no se da cuenta. No busca su

equilibrio sino el aprovechamiento de su mayor habilidad con un pie. Cuanto más juega, más se aparta de lo que le beneficia. Si fuera consciente de lo que hace y de las repercusiones que esta conducta tiene sobre él, buscaría un mayor equilibrio y desarrollo. Su conducta reiterativa frena su proceso personal, pero no lo sabe. Sin conciencia de los centros y de su funcionamiento «el resultado es que todo acontece al azar. Se les permite a centros equivocados que dirijan operaciones. Actuamos cuando deberiamos pensar. Pensamos cuando debe riamos sentir. En un pique, dejamos que el centro emocional conduzca el coche, lo que hace muy mal y a menudo con desastrosas consecuencias. El nosotros implicado es, por supuesto, la persona mecánica de cada día, no dirigida conscientemene por el yo real, que se ha ido a dormir» (Reyner, 1985, pág. 59).

Cuando falla el principio rector, el desorden y el caos reinan por doquier. Pocos hacen la tarea que les corresponde y se meten en camisas de once varas. El patinete funciona de forma mecánica, pero no sabe de dónde viene ni a donde va. El niño se divierte, pero no se desarrolla. En los cursos y seminarios que imparto, suelo observar que poca gente es consciente de su centro predominante. Parece claro pero no es evidente. Muchos dicen que son sentimentales, que tienen sus emociones a flor de piel, y no es verdad. Acaso tienen sus emociones reprimidas o congeladas, pero ¿quién es capaz de saberse insensible, poco emocional? Pueden ser mentales que piensan sus emociones, que no es lo mismo que sentirlas. Pueden ser viscerales, que dan cuerpo a sus sentimientos pero que no los sienten. Sacarse la venda de los ojos es un trabajo ímprobo, pero sin el cual la consciencia resulta imposible. El engaño, la mentira, nos acechan por todas partes. Conocerse a sí mismo es un arte que requiere esfuerzo y sinceridad. Se vive mejor con medias verdades o con medias mentiras sin darnos cuenta de que entonces no vivimos. Sólo representamos un papel en el teatro. Sacrificamos nuestra vida en función de un personaje de ficción que nos sirve para arrancar el aplauso de los demás, pero que no satisface nuestra sed profunda. Donde hay mentira, la espiritualidad no es posible. La debilidad, en contra de lo que solemos pensar, puede ser una vía para llegar a las cimas del espíritu. Porque hay niveles determinados de progreso que se nos escapan, no están a nuestro alcanze, sólo son un don que viene de lo alto.

Es duro bajar del patinete en que estamos montados. Nuestro juego es una ilusión de la existencia. Como un asno en la noria, siempre damos vueltas sobre el mismo punto sin avanzar ni un paso. Moverse no siempre es progresar. El niño vive otro engaño. Escalamos puestos de trabajo hasta llegar a niveles altos de ejecución, mejoramos nuestras cuentas bancarias hasta llegar a conseguir cantidades notables de dinero, obtenemos el reconocimiento por nuestro esfuerzo y contribución social... pero no progresamos de verdad. Somos tan mecánicos y mezquinos como siempre. Ser consciente es otra cosa. El que ha tenido unas ráfagas de consciencia en su vida, lo sabe. Valora las cosas desde otra perspectiva, que le está vedada a quien se engaña con el patinete.

Las siete etapas de la evolución

La mentalidad tecnológica acentúa la importancia del resultado y de la meta, pero para los buscadores el proceso y el camino recaban su mayor atención. Teodor Suau (1995) lo refleja claramente en el título de una de sus obras: Más importante que la meta es el camino. Los autores más significativos han representado la idea de la evolución del hombre como un proceso escalonado. San Juan Clímaco, en el siglo VII, escribió una obra que en su tiempo tuvo enorme resonancia: Scala paradisi. Para llegar al paraíso, se debía subir por una escalera de 30 peldaños, agrupados en tres etapas: a) desapego en general, renuncia al mundo y a los afectos terrenos (1-3); b) fundamento y desarrollo de la vida ascética (4-26); y e) fases elevadas de la vida ascética con resplandores místicos (27-30), (Climaco, 1998). Dante, en su Comedia, también establece un viaje iniciático que parte del infierno, pasa por el purgatorio y culmina en el paraíso. No hay meta sin purificación ni ascesis, especialmente en aquellos aspectos que configuran el rasgo fundamental. Los envidiosos tienen los párpados cosidos con alambre para dejar de ver a los demás como fuente de comparación y buscar en su interior su contentamiento y felicidad. Cada persona requiere un tratamiento adaptado a sus peculiaridades. San Juan de la Cruz, en Subida al Monte Carmelo y Noche oscura del alma, destaca tres fases: purgativa, iluminativa y unitiva. Santa Teresa de Jesús, en Las Moradas del Castillo Interior, describe minuciosamente siete niveles para llegar a la perfección espiritual. Cada persona tiene su camino. En el sufismo, se habla de tariqa, el camino, que es un iter perfectionis [un camino de perfección]. No se trata tanto de norma como de vivencia. En el budismo, la meditación

permite alcanzar el satori o nirvana. En el judaísmo, la cábala sirve para indicar las pautas del camino que se tiene que recorrer. Gurdjieff descarta una evolución mecánica del hombre «porque ésta no existe», en beneficio de «una evolución consciente y voluntaria, que es la única posible» (Ouspensky, 1968, cap. IV). Establece una escala por la que se dan siete categorías o siete etapas de la evolución, las tres primeras constituyen la humanidad mecánica y se encuentran en el mismo nivel de desarrollo. El hombre n" 1 tiene el centro de gravedad de su vida psíquica en el piso inferior (centro motor, centro instintivo, cuerpo) y sus funciones predominan sobre las intelectuales y emotivas. El hombre n" 2 tiene su centro de gravedad en el centro emocional, cuyas funciones predominan sobre las de los otros centros. El hombre n° 3 gravita sobre el centro intelectual, tiene una teoría para todo y parte siempre de consideraciones mentales. El hombre n° 4 llega a ser tal como fruto del esfuerzo y como producto de un trabajo de escuela. Posee un centro de gravedad permanente y comienza a equilibrar sus centros psíquicos. El hombre n° 5 se refiere al individuo que ha alcanzado la unidad. El hombre n" 6 ha llegado casi a la cima, pero algunas de sus propiedades no son todavía permanentes. El hombre n° 7 ha llegado al más completo desarrollo que le es posible al hombre con la consecución de un yo permanente e inmutable. Estos tres últimos grados resultan casi inaccesibles. Cada uno de los siete tipos tiene su propia forma de saber y de ser, así como su propia forma de vivir la religión. Para Gurdjieff, «el desarrollo del hombre se opera a lo largo de dos líneas saber y ser», que deben avanzar juntas de forma equilibrada y de cuya relación surge la comprensión, «que crece en función del desarrollo del ser» [idem., cap. IV) La diferencia entre saber y comprender es que el saber puede ser la función de un solo centro; en cambio, la comprensión es la función de tres centros. Todo camino espiritual exige pasar del sueño a la vigilia mediante el despertar. La experiencia vital que acompaña este proceso no es cómoda o fácil. Suele existir mucho dolor a la vez que se abre un horizonte mucho más amplio. Se abandona el comportamiento mecánico para abrirse a un camino de conciencia. La armadura, la máscara... están tan pegadas a la piel que desconocemos nuestro verdadero rostro. Llegamos a confundirnos con

ellas. Cuando un golpe brutal que recibimos (muerte, fracaso, ruptura amorosa, crisis existencial...) abre una grieta, empezamos a adivinar que una cosa es nuestra apariencia y otra, muy distinta, nuestro interior. Empezamos a dividimos conscientemente entre personalidad o carácter y esencia. Nos damos cuenta de que nuestro centro dominante (visceral, emocional o mental) nos imposibilita el crecimiento armónico de la persona. Queremos desapegamos de nuestra máscara y sentimos impotencia. Ser conscientes de nuestra compulsividad nos produce dolor, pero nos abre un camino de superación. Abandonamos nuestros sueños de grandeza postiza y la humildad nos impulsa a las estrellas. Queremos ser de verdad. Por esto, se habla de ascensión, subida... La consciencia implica un esfuerzo a contracorriente. La escuela de vida enseña y ayuda, aunque no sustituye la responsabilidad y el proceso personal. En todo caso, los enriquece. Los ideales adolescentes se hacen añicos y la realidad se convierte en maestra de vida. No se trata del deseo sino de la voluntad. Las conquistas no se sustentan en el mérito sino que se consideran un don. Las sombras no son nuestra amenaza sino la advertencia de luz en nuestra vida, porque sólo gracias a ella se explican. Existen ansias de plenitud y de absoluto. El camino, a veces rectilíneo, muchas más veces tortuoso, nos aproxima al yo permanente e inmutable, que es la última de las siete etapas según Gurdjieff. Las tres primeras permanecen perdidas en el laberinto, ninguna tiene más valor que otra. A partir de la cuarta, la consciencia juega su baza de forma determinante. Sólo quien choca contra los límites de su personalidad y quiere salir de ella puede lanzarse por los caminos del infinito. Con humildad, con mucha humildad; con esfuerzo, con mucho esfuerzo; con abandono, con mucho abandono en las manos de Dios. Romper el círculo La película encuentro con hombres notables (Brook, 1979) inspirada en la obra de Gurjieff del mismo nombre, presenta la escena del yezeida: “En el centro de un círculo trazado en el suelo, un niño sollozaba haciendo extraños movimientos, mientras los demás se mantenían a cierta distancia, se reían y se burlaban de él. Como no comprendía nada, pregunté qué pasaba. Me dijeron que el niño pertenecía a la secta de los Yezeidas, que habían trazado un círculo alrededor de él y que no podía salir de ahí

mientras no lo borraran. El niño intentaba verdaderamente con todas sus fuerzas salir del círculo encantado, pero por más que debatía no podía lograrlo. Corrí hacia él y borré rápidamente una parte del círculo. Inmediatamente el chiquillo brincó y huyó a pierna suelta. Estaba tan aturdido que me quedé helado en el sitio, en la misma posición, como hechizado, hasta que al fin recobré mi capacidad normal de pensar. (Gurjieff, 2003, cap XX). A continuación,Gurjieff presenta más datos sobre los yezeidas: a) una secta que vive en Transcaucacia; b) reciben a veces el nombre de adoradores del diablo; c) un yezeida no puede salir por su propia voluntad del círculo; d) puede moverse libremente sólo dentro del círculo; e) no puede franquear la línea; f) se dan diversas interpretaciones del fenómeno: credulidad, histeria… El eneagrama de la personalidad viene a ser como el círculo encantado de los yezeidas. El ego tiene efectos diabólicos. Evagrio Póntico, el primer monje en elaborar la lista de las pasiones dominantes que sería, después, la base de los llamados pecados capitales, las llama espíritus del mal. Cuando una persona descubre su carácter llega a tener la sensación que nunca podrá superarlo. Se manejará con más o menos libertad dentro de él, pero en el fondo se siente incapaz de traspasar la línea. Se encuentra preso. Sin posibilidad de ir más allá. Se da cuenta de que siempre repite los mismos mecanismos, de que sus actuaciones son compulsivas, de que sus reacciones son siempre previsibles. Trabaja, se apunta a cursos, hace terapias. Experimenta algunas mejoras, pero al fin choca con el límite de su ego y no encuentra manera de traspasarlo. Muchas personas, cuando se aproximan por primera vez a la realidad del ego, piden que no se sea tan pesimista, que se presente una panorámica más optimista de la vida personal, que se hable más de virtud que de pasiones. No han descubierto todavía la monstruosidad del ego, la rigidez del carácter, la parálisis de la personalidad. La situación resulta lo bastante cómoda y el circulo reconforta de tal modo que no se desea salir de él. Ésta es la trampa. Quizás han de bajar al fondo de sí mismos o caer en el abismo del propio vacio para desear romper la línea que aprisiona. Hay que sentirse muy mal para esforzarse por sentirse bien. Las medias tintas prolongan situaciones inauténticas.

Pensar en la salida y buscarla denonadamente es tarea clave. Alguien tiene que borrar una parte del círculo para poder escapar. Quien ayuda en la tarea, quien la posibilita, no realiza algo divertido. Como Gurdjieff, se siente aturdido, helado, hechizado. Trabajar en la liberación de los demás exige un altísimo precio personal. No bastan discursos ni teorías. Hay que implicarse y jugarse el tipo, sabiendo que quizás el otro no salga del círculo y que tú puedes caer en él. El riesgo convierte en apasionante la tarea. Cuando alguien se dedica al trabajo personal y ha recorrido los primeros tramos del proceso, cuando la novedad se disipa y el entusiasmo por el hallazgo se diluye, cuando los primeros cambios han sido realizados con éxito pero aún no se ha ahondado en la estructura profunda de la personalidad... la sensación de libertad y poder disminuyen por momentos. El trabajo en profundidad no obtiene compensaciones inmediatas. La lucidez y las fuerzas parecen agotarse ante la tarea imposible de superar los viejos problemas. La línea circular parece infranqueable. El progreso personal se convierte en un espejismo. Fue bonito mientras duró, pero poco más queda por hacer. Resignarse a vivir dentro del círculo es más fácil que luchar por salir de él. Hay otra posibilidad. Una vez acudí a un oftalmólogo y le comuniqué un problema ocular. Le pregunté si se podía solucionar, si se podía operar de alguna manera. El médico me dijo que los riesgos eran mayores que las ventajas. Su consejo me resuena en más de una ocasión: "Aprenda a convivir con ello". La aceptación de la propia realidad no tiene que ver con la sumisión al ego. Observo que, con frecuencia, cuando alguien llega al conocimiento del eneagrama descubre que es prisionero de mecanismos inconscientes, compulsivos y repetitivos. Darse cuenta es el primer paso hacia la libertad, pero le acecha una trampa. Puede que caiga en una prisión peor que la primera. Se trata de etiquetarse de tal modo que obedezca al perfil del tipo y sea incapaz de distanciarse de él. Incluso que justifique su comportamiento en función de su tipología. Esta esclavitud es aún mayor porque cree hacerlo en nombre de la conciencia y de la libertad. Una persona de estas características precisa de la intervención de quien le borre parte del círculo para salir de él. Hay que romperlo. La conciencia es posible. La libertad es posible. El amor es posible. Existen dificultades pero no hay que doblegarse frente a ellas. Salir del círculo no significa que dejo todo atrás. Me llevo parte de mis compulsiones y de mi ego, pero admito que existen otros horizontes, que otro modelo de vida está al alcance de la mano. Como todo símbolo, el

eneagrama me puede abrir ambientes inexplorados, significados nuevos, desafíos inesperados. A la vez, el símbolo puede convertirse en prisión inexpugnable y el eneagrama se transforma en una armadura que encorseta e impide el crecimiento. Todo depende del uso que se haga del mismo. Romper el círculo permite abrirse a la transcendencia, reconocer que la psicología tiene una palabra importante, pero no la última, ni la más esencial, ni la definitiva. La espiritualidad, la mística, el amor tienen su espacio propio más allá de la línea egoica, aunque empiecen a germinar dentro del círculo. Sin esta energía, permaneceriamos encerrados para siempre, como el yezida de Gurdjieff. Tocar la esencia Gurdjieff establece una diferencia entre esencia y personalidad (Ouspensky, 1968, cap. VIII), que sirve de clave interpretativa de la realidad profunda de la persona y que resulta «difícilmente comprensible», ya que «la psicología lo ignora todo acerca de esta división». Entiende que «un niño pequeño no tiene todavía personalidad. Él es lo que realmente es. Es esencia. Sus deseos, sus gustos, lo que quiere y lo que no quiere expresan su ser tal cual es. Pero tan pronto interviene aquello que llamamos "educación", la personalidad comienza a crecer» El niño se resistirá para defender lo que le pertenece, lo que constituye su auténtica realidad, pero tendrá que disimularlo ante el mundo adulto. Por este motivo, Gurdjieff afirma: «La esencia es la verdad en el hombre; la personalidad es la mentira». Mi propia experiencia así como la experiencia de las personas que acompaño en un itinerario de formación personal en grupo que recibe el nombre de Gerasa, basado en el eneagrama, me permite observar que descubrir el engaño de la personalidad es un hecho impactante, casi traumático. Poco después, uno se pone en camino para irse trabajando, sobre todo en aquellos aspectos compulsivos que configuran el guión existencial. A menudo se llega a la convicción de que tener éxito en la operación de superar, regular o vencer a la personalidad es una utopía. N o hay posibilidad ninguna de triunfo ni de sanación. La esencia parece inalcanzable para personas conscientes de que estamos capturadas, secuestradas, aprisionadas por la personalidad. A veces, uno se pregunta si no se vivía mejor engañado. La respuesta que surge del profundo de sí mismo no desea volver al pasado, sino afrontar con humildad los nuevos retos.

No obstante, quiero realizar dos aproximaciones que considero importantes para abrir una rendija a la esperanza. No como sistema de engañar y hacer más tolerable la situación de colapso, sino por la convicción de la prioridad del bien sobre el mal, de la verdad sobre la mentira, de la libertad sobre la compulsión. - Primero: el gremlin es un mogwai herido. Existe una película paradigmática para entender estos dos conceptos gurdjieffianos de esencia y personalidad. Se trata de Gremlins, (Dante, 1984). Cuando la he escogido en diversas ocasiones para dirigir un cine fórum, la primera reacción del público es que se trataba de una broma. Después, al ofrecer la interpretación, los participantes en la sesión quedaban sorprendidos. Un padre regala a su hijo por Navidad un pequeño animalito que ha comprado en una tienda china, pese a la negativa del anciano dueño, que afirma que "mogwaino está en venta, mogwai implica mucha responsabilidad". Su nieto, ante los dólares americanos, se doblega y lo vende pero recuerda al comprador que debe observar tres reglas: "La primera es que no debe darle la luz directamente, ya que le mataría. La segunda es que nunca debe entrar en contacto con agua. Pero lo que no debe hacer nunca es darle de comer después de media noche." Por circunstancias, se quebrantan una tras otra las tres reglas y el tierno, cariñoso, inteligente, amoroso mogwai se transforma en un gremlin, en un animal dañino, agresivo, destructivo. La herida amorosa produce monstruos. ¿Cómo controlar la nueva situación? ¿Es posible recuperar el mogwai una vez ha sido herido? Sí, pero habrá que enfrentarse a los gremlins y en el mogwai quedará una cicatriz permanente. Será preciso un esfuerzo titánico y no siempre el éxito está garantizado. La esencia tiene sus reglas, que deben ser observadas. Reglas que Hellinger interpreta como los órdenes del amor en las constelaciones familiares (Hellinger, 2002). Reglas que también existieron en el paraíso original y que, al ser quebrantadas, supusieron la expulsión a las tinieblas exteriores. Recomiendo ver esta película desde la perspectiva que acabo de ofrecer. - Segundo: la curación de la hemorroísa. El texto de Mc 5.22-34 trata sobre la curación de una mujer hemorroísa, que sufría flujos de sangre. Jesús camina hacia la casa de Jairo, jefe de la sinagoga. Le rodea una multitud que le aprieta por todas partes. La mujer enferma, símbolo de la personalidad, símbolo de una herida sangrante y siempre abierta, quiere curarse. Se ha gastado todos sus bienes en

médicos, sin provecho alguno. Se aproxima como puede y consigue tocar el vestido de Jesús. Inmediatamente se cortan sus flujos de sangre y se siente sanada de su mal. Jesús, al darse cuenta de que una fuerza ha salido de él, pregunta: «¿Quién me ha tocado?», Los discípulos se extrañan porque la gente les oprime. La mujer se acerca y le cuenta toda la verdad. Sin desactivar la mentira existencial no hay curación posible. Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» No hay desperdicio en el texto. Jesús es el símbolo de la esencia como la hemorroísa lo es de la personalidad. La mujer se ha gastado sus bienes en médicos, cursos, seminarios, psicólogos, terapeutas... y no encuentra la solución que busca. La herida amorosa sigue sangrando. ¡Hay tantas historias parecidas! Sólo el contacto con la esencia puede curar una enfermedad que la martirizaba desde hace doce años. La cifra tiene su sentido. Se refiere a que los flujos de sangre le impedían la plenitud de ser mujer. La personalidad dificulta el desarrollo personal porque ahoga la esencia. La psicología tiene un papel importante en la mejora de las condiciones de vida de las personas. Pero su capacidad de curar es limitada. Restituir el vínculo esencial y cicatrizar la herida amorosa son tareas que incumben, en último término, a la espiritualidad: «tu fe te ha salvado». El camino no es un pensamiento sino un contacto. Hay que tocar la esencia para poder recibir su influjo. La mayoría de las curaciones que figuran en los evangelios se realizan tras un contacto con Jesús. Tocar. Se trata de tocar. ¿Cómo se puede tocar la esencia? ¿Cómo se puede trascender la personalidad para que se abra más allá de sus límites, compulsiones y mentiras? No creo que pueda explicar más. Cabe vivirlo desde la experiencia. Inténtalo. Ojos vendados No se sabe a ciencia cierta si el viaje misterioso que Gurdjieff narra en Encuentros con hombres notables para acercarse a un famoso monasterio, jamás localizado, describe una página biográfica real o se trata de una ucronía, es decir de una "reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder". En el film de Peter Brook, descubre en ese lugar el símbolo del eneagrama hermanado con las famosas danzas sagradas. Las especulaciones que surgen del capítulo VII, dedicado al príncipe Yuri Liubovedsky, cubren un amplio abanico, desde quien defiende la historicidad del relato a quienes lo consideran un recurso a la fábula para ocultar los orígenes del eneagrama y sumergirlo en

la nebulosa del misterio. Sea lo que sea, realidad o símbolo, existe un detalle que nos muestra un requisito indispensable en todo proceso de trabajo personal: los ojos vendados. Gurdjieff escribe: «A la caída de la tarde nos exigieron renovar el juramento, nos pusieron un bashlik sobre los ojos, nos subieron sobre la silla de montar y partimos. Durante todo el viaje mantuvimos, fiel y concienzudamente, la palabra que les habíamos dado de no mirar y de no tratar de saber por dónde íbamos y qué lugares atravesábamos. De noche en los pasos, o a veces cuando comíamos en lugares retirados, nos quitaban el bashlik que nos cubría los ojos. Aparte de eso, sólo dos veces en el viaje nos permitieron levantarlo.» (Gurdjieff, 2003, pág. 154). ¿Puede haber progreso personal sin que, en algún momento del mismo, el protagonista no se deje llevar? ¿Es indispensable que exista, en toda superación y trabajo interior, la figura de un maestro, en quien hay que confiar y dejarse conducir con los ojos vendados? ¿Es necesario afrontar este riesgo de ponerse en manos de otro para poder llegar a ser uno mismo? La confianza que exige dejarse vendar los ojos para llevar a cabo un viaje iniciático choca frontal mente con el sentido de autosuficiencia, tan arraigado en cada persona. Existe un principio fundamental del cuarto camino: «un hombre tiene que asegurarse por sí mismo de la verdad de lo que se le dice, y en tanto que no haya adquirido esta certidumbre, no debe hacer nada.» (Ouspensky, 1968, cap. II). «Los resultados obtenidos en el trabajo son proporcionales a la conciencia que uno tiene de ese trabajo» (ídem). Para llegar a ello, el hombre se pone bajo el control y la dirección de su maestro a título de experimento. Hasta adquirir un cierto nivel, la obediencia al maestro es necesaria. Se trata de la experiencia de los ojos vendados. Pasar por la oscuridad para ver posteriormente la luz. Ésta es una de las paradojas del crecimiento personal. Juan de la Cruz lo definió con gran acierto al hablar de la noche oscura, paso indispensable para llegar a la iluminación. Otra regla fundamental del cuarto camino: «el alumno no puede progresar sin maestro y el maestro no puede progresar sin alumno o alumnos» (ídem., cap. X), ya que «nadie puede elevarse a un grado superior de la escalera antes de haber colocado a alguien en su propio lugar. Lo que un hombre ha adquirido, inmediatamente debe darlo de nuevo; solo entonces puede adquirir más. De otro modo le seria quitado aun lo que le ha sido dado.» [ídem., cap. X). Me he encontrado frecuentemente con terapeutas y personas que han realizado un

importante proceso personal. Muchos de ellos, han dejado su ámbito profesional habitual para dedicarse a transmitir a los demás aquello que han aprendido, muchas veces con sangre, sudor y lágrimas. La transmisión de su experiencia les da sentido a su vida y garantiza el progreso en el trabajo. Nadie puede conducir en profundidad a una persona con los ojos vendados si no ha pasado por la experiencia de ser conducido. Resulta sorprendente como un joven universitario pueda encontrarse, a veces, con un título de psicología en las manos sin haber hecho nunca un proceso terapéutico personal. La necesidad de la confianza es vital en el trabajo: «cuando un hombre comienza a desconfiar de su maestro, el maestro pierde toda utilidad para él, y él mismo se vuelve inútil para el maestro, y en este caso, es preferible para él que se marche y busque otro maestro o trate de trabajar solo. Esto no le hará ningún bien, pero en todo caso le hará menos daño que mentir, o suprimir la verdad, o resistir y desconfiar del maestro.» [ídem., cap. XI). Hace apenas un año participé en una experiencia de recorrer durante cerca de una hora un trayecto desconocido con los ojos vendados. Era en un monte, a ratos en camino llano, a ratos en atajo; a ratos en pedregal, a ratos entre zarzas. Aguantar la tensión resulta imposible si llegas a desconfiar del guía. Me sabía protegido, pero las dificultades no eran pequeñas. ¿Hasta dónde se me va a permitir que me golpee? Siempre puede asaltar la duda de tener o no un buen maestro: «ningún trabajo de grupo es posible sin un maestro. El trabajo de grupo con un mal maestro sólo puede producir resultados negativos.» [ídem] ¿Quién puede garantizarme que tengo un buen maestro? Se trata del discernimiento: «es imposible reconocer un camino falso, si no se conoce el verdadero. Esto significa que es inútil preocuparse por reconocer un camino falso. Más bien, hay que preguntarse cómo hallar el verdadero.» (ídem.) El tema del guía incapaz es abordado por Jesús: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?» (Lc 6.39). Cuando se niega la comprensión, es más fácil abdicar de las propias responsabilidades. Sólo desde la libertad personal tiene sentido dejarse vendar los ojos. Además de la confianza, la sinceridad resulta indispensable: los miembros del grupo «deben aprender a ser sinceros, y aprenderlo ante todo en relación con el maestro de su trabajo. Mentir deliberadamente al maestro, o ser insincero con él, o simplemente ocultarle algo, hace la presencia de éstos en el grupo completamente inútil y es aún peor que ser groseros o descorteses con él o en su presencia» [Ouspensky, 1968, cap. XI). Sin sinceridad, no hay entrega al trabajo y no vale la pena proseguir en él. Vencer la mentira es tarea ardua,

porque nuestro carácter se fundamenta en ella. La sinceridad es quitar la venda al maestro para que me pueda ver tal cual soy. Mucha gente aspira a tener al mejor maestro. Puede ser una trampa para evitar el trabajo personal: «cuanto más bajo es su nivel -del alumno- tanto más exige un maestro de nivel superior» (idem, cap. X). Quizás basta con que empieces por dejarte vendar los ojos. Pasarela sobre el abismo Una de las dos veces que Gurdjieff pudo levantarse el bashlik, venda que le cubría los ojos, en el misterioso viaje hacia un ignoto monasterio, fue cuando tuvo que cruzar una pasarela. Afirma: «jamás olvidaré el nerviosismo y el miedo que sentimos al internarnos en ese puente. Hasta tuvimos que tomarnos un tiempo para decidirnos» (Gurdjieff, 20°3, pág. 154). Se trataba del único camino posible a menos que se hiciera un larguísimo rodeo. Ante una aventura de dimensiones parecidas, se añora el bashlik. La vista, la lucidez, la conciencia se transforman en un tormento: «si lo hubiéramos podido atravesar con los ojos vendados quizás hubiese sido mejor para nosotros» [ídem., pág. 154). El progreso de una persona, en algunos momentos en la vida, implica un precio casi imposible de pagar: «cualquiera que quisiera arriesgarse sentiría su corazón venírsele a la boca» [idem., pág. 155). Se trata de cruzar una pasarela sobre el abismo. La descripción de Gurdjieff es precisa: estos puentes casi nunca tienen baranda, son tan estrechos que sólo un caballo de montaña puede cruzarlos, se balancean a cada paso y su solidez despierta la mayor de las incertidumbres. Si uno va repasando su propia biografía, encuentra algunas experiencias, tan escasas como inolvidables, que se asemejan a cruzar una pasarela de estas características. Para adentrarse en ella, hay que decidirse. Pero una vez en medio, las ganas de regresar a la seguridad de la orilla o el deseo de alcanzar el lado opuesto se entremezclan de tal modo que la angustia llena el corazón. Uno quisiera apearse, pero es imposible. El abismo se abre bajo los pies, Las aguas del río corren indiferentes al sufrimiento de quien se encuentra en medio de la pasarela. El fondo de las gargantas crea una vorágine que engulle la mirada del viandante. Es más fácil dejarse arrastrar al vacío que intentar cruzarlo salvando la vida. En el trabajo personal, tarde a temprano, cada persona tiene que afrontar el problema del vacío. Utilizamos mil estratagemas para burlarlo. Nuestro ego, nuestra personalidad, crea espejismos para disimularlo, pero en realidad lo agranda sin parar. Sólo la esencia puede colmarlo.

El autoengaño busca recursos y soluciones que no resuelven nada. Ante el vacío de amor, reaccionamos con el sucedáneo de la admiración, del ansia de contar con el aplauso ajeno, de realizar grandes proyectos que no nos interesan para nada, de envidiar las cualidades de los demás, de trabajar sin descanso para no tener tiempo de pensar. Khalil Gibran lo entendió perfectamente cuando habla del amigo: «Buscadle siempre para las horas vivas. Pues el papel de amigo es el de henchir vuestras necesidades, y no vuestro vacío» (Gibran, 2001, pág. 86). El hombre (y la mujer) despierto tarde o temprano descubre el vacío. Cuando uno se da cuenta de él, quisiera regresar al sueño, pero muchas veces ya no es posible. ¿Qué hago yo cuando soy consciente de mi vacío? ¿Qué ideas se cruzan por mi mente? ¿Qué sentimientos me embargan el corazón? ¿Qué conductas tiendo a llevar a cabo? Las pasiones dominantes quieren burlar el vacío con sus ofertas engañosas, pero la insatisfacción sigue instalada en el centro de cada persona. La avaricia pretende cubrir el vacío acumulando conocimientos, bienes ... , pero éstos nunca son suficientes porque el vacío es existencia!. Las teorías brillantes o el dinero reluciente no resuelven las necesidades amorosas que subyacen en el vacío. La vanidad llena con el aplauso y la admiración su recinto interior, pero sólo es ficción, porque sigue sin atenderse la sed profunda de amor. La lujuria utiliza impúdicamente al otro para el propio placer o como confirmación de su ejercicio de poder y dominio. La intensidad quiere llenar el vacío, pero la ternura permanece en ayunas y, por tanto, el vacío no desaparece. La envidia, consciente de su propio vacío, quiere introyectar las cualidades ajenas para dejar de experimentarlo, pero la comparación le genera un hueco todavía más difícil de cubrir. Sólo la esencia puede salvar del abismo. Sólo el amor puede dar la plenitud. Dios, la antítesis del vacío, es definido como "amor", pero el camino que llega hacia él exige cruzar algunas pasarelas sobre el abismo. No se puede desear la plenitud sino se tiene la experiencia del vacío. Hay que vaciarse de personalidad, para llenarse de esencia. Vaciarse suele ser un trabajo personal, que cuenta con la ayuda de acontecimientos dramáticos de nuestra vida, como una muerte, una pérdida, un fracaso, una enfermedad, un trauma... Llenarse, pese a nuestras ínfulas autosuficientes, suele ser un don, un regalo, que no siempre está a nuestro alcance. Cuando una persona cruza una pasarela sobre el abismo, puede mirar hacia las gargantas que se abren bajo sus pies. Ésta es la imagen más frecuente, pero

Gurdjieff habla también de otra experiencia: «la impresión es mucho más intensa aun si mira hacia arriba, porque las paredes parecen no tener fin, y la cima no es visible sino desde lejos, a varios kilómetros de distancia» (Gurdjieff, 2003, pág. 155). Experimentar el vacío, mirando hacia abajo, se complementa con otro ejercicio: mirar hacia arriba. La sensación que genera es de pequeñez y fragilidad. La actitud humilde acepta el vacío pero no quiere engañarse negándolo con su propia grandeza. El orgullo dificulta todo progreso personal, porque imposibilita la conciencia del vacío. Cuando una persona está llena de sí misma, no se da cuenta del hueco interior de su vida. El ego llena todos los recovecos y, de este modo, impide que se instale en el corazón de la persona la esencia, que es amor. Su personalidad falsifica expresiones de amor, pero le impide vivir la autenticidad del mismo. Ver que las cimas son inalcanzables no debe producir desánimo sino estimular la humildad. Nuestra grandeza reside en reconocer nuestra pequeñez. Nuestra fuerza en darse cuenta de nuestra fragilidad. Nuestra plenitud sólo es posible cuando se ha cruzado la pasarela sobre el vacío. El crecimiento personal contiene la permanente paradoja: «si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto» (Jn 12.24). Quienes mejor lo entienden son los místicos: «Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes» (Juan de la Cruz, 2002, Subida al Monte Carmelo). Jugarse la vida Jugarse la vida es una de las pocas maneras de vivir a fondo, que de eso se trata. Sólo una existencia mecánica puede instalarse en el engaño de llevar a cabo grandes proyectos, vividos todos ellos desde la superficie. La tarea más anodina, vivida desde la conciencia, se transforma en fuente de sentido. Para llegar a este nivel de vida consciente, hay que pagar a menudo el precio de jugarse la vida, de caminar en el filo de la navaja, de ponerse en peligro, de afrontar la muerte. Gurdjieff tuvo diversas experiencias que se sitúan en esta tesitura, pero hay una que encuentro emblemática. Piotr Karpenko llegó a ser amigo de Gurdjieff después de haber rivalizado con él por el amor de la joven Riauzov. Movido por los celos, Gurdjieff le propinó una soberana tunda que dio origen a un duelo a muerte. Por carecer de armas, aceptaron la proposición de Turtchaninov, que consistía en adentrarse en el campo de artillería, en la orilla del río Ksts-Chei, y meterse en un hoyo durante el ejercicio de tiro de los militares. Vencía el que sobrevivía, aunque el riesgo podría ser morir los dos. Así lo hicieron. Gurdjieff relata sus impresiones: «Todo parecía más bien una broma, pero cuando empezó el tiroteo ya no era cosa de risa». (Gurdjieff, 2003, pág. 205 y ss.)

Jugarse la vida no se lleva a cabo sin una gran intensidad emocional: «a cada instante tenía la impresión de pensar y vivir más que en el curso de un año entero». El tiempo adquiere una nueva dimensión. No se trata del paso cronológico de los días y del discurrir imperturbable y monótono de la aguja de un reloj. Se vive a fondo. Un minuto es una eternidad y una eternidad se vive en un minuto. El tiempo se transforma en una dimensión interior de la persona. ¿Cuántas horas de mi vida han sido significativas? Jugarse la vida proporciona una «sensación completa de sí mismo». Cualquier disparo puede poner fin a la vida. La muerte no es una teoría o una posibilidad remota, sino una amenaza cercana. Los motivos del duelo, en esta situación, se relevan como insustanciales. Una ligereza puede conducir a un disparadero. En la antesala de la muerte, se depuran las motivaciones. Tras esta aventura, tanto Gurdjieff como Karpenko, habrán volatizado el amor por la dama que, en el fondo, no era otra cosa que celos y rivalidad. Jugarse la vida implica tanto riesgo que uno se enfrenta ante «el invencible terror animal». La lógica queda atrás. Las emociones se confunden, pero el instinto se desnuda con toda su fuerza. Hay momentos que uno parece incapaz de soportar por más tiempo el ritmo de la vida. ¿Quién, en el camino, no ha experimentado alguna vez una sensación semejante? Dice Gurdjieff: «hubiera querido volverme tan pequeño como fuera posible y guarecerme en algún repliegue del terreno, con el fin de no oír más ni pensar más». La vida se hace dura. Se dibuja la depresión y la huida. Jugarse la vida enseña algunas lecciones inolvidables, como el hecho de afrontar sólo temores auténticos. ¡Cuántos problemas secundarios y fútiles llenan la vida de muchas personas! El temor ajeno es motivo de comprensión pero ya no se trata de dejarse arrastrar ni engañar por él. Ante el límite, muchas situaciones aparecen como secundarias. La proximidad de la muerte, el vivir el riesgo de perder la vida, permiten calibrar mejor que nunca el valor de las cosas, de las relaciones, de los proyectos. Jugarse la vida puede convertirse en un estilo de afrontar la existencia. Quien vive a fondo, quien ha visto la luz clara una vez, encuentra una enorme dificultad en dar marcha atrás. La tentación de añorar la felicidad superficial de la inconsciencia surge a menudo, pero resulta muy difícil caer en ella. Gurdjieff afirma: «terminé por acostumbrarme a esa prueba interior, como también al tronar de los cañones y al estallido de los obuses a mi alrededor». Es duro vivir

en la prueba pero se aumenta la capacidad de vivir en ella. Se cultiva la resistencia. Jugarse la vida proporciona la «ilimitada alegría de haber salido indemne». Si se perece -y el motivo se lo vale-, la muerte se transforma en una posibilidad digna de culminar la vida. Si se sigue vivo, se experimenta el gozo de vivir y la preocupación por los demás. Gurdjieff va a ver qué ha sucedido con su compañero. De este modo, siente el terror por la suerte ajena, ya que la primera impresión se confunde con la muerte de su rival, pero no es así. La gente que se encuentra en el camino no resulta indiferente. Les une un lazo misterioso de fraternidad. Jugarse la vida permite compartir objetivos y tareas más allá de la simpatía inicial. Los dos jóvenes eran rivales por el amor de una niña. La rivalidad tiende a eliminar al competidor. El duelo había sido planteado a muerte, pero la amistad surge mucho más fácilmente con una persona que también, como tú, quiere vivir a fondo su vida, aunque existan muchos motivos para encontrarse distantes. La superficialidad distrae, pero no traba amistades. La apuesta vital se convierte en un nexo tan fuerte como libre. Jugarse la vida permite transformar «jóvenes holgazanes en hombres notables». Resulta bastante fácil advertir si una persona que participa en un grupo, terapéutico por ejemplo, se juega la vida, se arrastra rutinaria mente o se apunta a la novedad de turno. Se sabe por sus prioridades y por la capacidad que muestra por pagar un precio. En ello le va la vida. Quiere el cambio, se abre a la conciencia, se niega a aceptar el engaño... No huye ni se escuda en otros compromisos para postergar su trabajo personal. Se sabe débil y frágil, pero persiste en la tarea. He experimentado la sensación de jugarme la vida en diversos momentos. En ocasiones, el peligro era físico. En algunos viajes, el entorno hostil y peligroso te deja desprotegido. Si hay una razón profunda por aceptar el reto, el miedo no impide ponerse en peligro, pero se sufre. El mundo interior, el itinerario personal, el recorrido en el camino... pueden proporcionar sensaciones tanto o más extremas. Con quien mejor se pueden compartir es con una persona que se encuentra en el mismo trayecto. No hay comprensión sin vivencia. Pueden decirte palabras amables, pero sabes que no te entienden. Tus palabras, si te has jugado alguna vez la vida, tienen la autoridad de quien las escribe con sangre. Sólo entonces son creíbles. Mi padre «Mi padre» constituye el primer capítulo de la obra Encuentros con hombres

notables, que Gurdjieff reservó «a los lectores que hayan aceptado la duda sobre sí mismos», como apunta la nota del editor francés. Una serie eneagrámica, en tanto que nueve, de personajes masculinos que desfilan con el calificativo de notable, entendiendo como tal «el hombre que se distingue de los que lo rodean por los recursos de su espíritu y porque sabe contener las manifestaciones provenientes de su naturaleza, mostrándose al mismo tiempo justo e indulgente hacia las debilidades de los demás» (Gurdjieff, 20°3, pág. 46). Por tanto, tres características definitorias: calidad espiritual, autodominio e indulgencia ajena. Su padre inicia la lista. Todo personaje tiene detrás una biografía y las figuras parentales ocupan en ella un papel primordial. En Gurdjieff no iba a ser menos, aun cuando resulta sorprendente que ninguna figura sea femenina y que ni siquiera su madre ni su mujer tengan especial relevancia en sus escritos. No obstante, creo que habría diversos argumentos que explicaran esta situación, algunos de ellos vinculados al concepto de época. La palabra padres aparece sólo nueve veces en Fragmentos de una enseñanza desconocida y de manera personalizada vale la pena resaltar el siguiente texto, pese a su extensión, porque refleja la mirada que Ouspensky tenía sobre el padre de Gurdjieff: «Casi nunca logré ver ni hablar a solas con G. quien pasaba una gran parte de su tiempo con su padre y su madre. Me gustaba mucho la relación que tenía con su padre, que manifestaba una consideración extraordinaria. El padre de G. era un hombre viejo y robusto, de mediana estatura, siempre con la pipa entre los dientes y con un gorro de astrakán. Era difícil creer que tuviera más de 80 años. Apenas hablaba el ruso. Tenía la costumbre de conversar con G. durante horas y me gustaba ver cómo éste lo escuchaba, riendo un poco de vez en cuando, pero sin perder un segundo el hilo de la conversación, alimentándola con sus preguntas y sus comentarios. Evidentemente, el anciano gozaba al hablar con su hijo. G. le consagraba todo su tiempo libre y jamás demostraba ninguna impaciencia; por el contrario, todo el tiempo manifestaba un gran interés por lo que decía. Aunque esta actitud era en parte deliberada, no lo podía ser totalmente o no hubiera tenido ningún sentido. Yo estaba muy interesado y atraído por esta expresión de sentimiento de parte de G.» (Ouspensky, 1968, cap. XVI). Gurdjieff admira en su padre una serie de características personales así como el uso de algunos procedimientos para educarle. Seguramente, al origen griego de su padre haya que atribuir que Gurdjieff bautizara en esa lengua el símbolo de! eneagrama (EWW, nueve, ypauua, puntos). Gurdjieff destaca «la serenidad y el desapego de su padre, en todas sus manifestaciones, frente a las

desgracias que se abatían sobre él» (Gurdjieff, 2003, pág. 55), que compaginaba con el «alma de un verdadero poeta» (idem., pág. 56). La repercusión de esta actitud en su familia, incluso en los momentos de máxima carencia, era «una extraordinaria atmósfera de concordia, de amor y de deseo de ayudarnos los unos a los otros» (ídem). Admira también en él la manera de encarar la cuestión del más allá así como su honradez: «mi padre nunca hubiera edificado conscientemente su bienestar sobre la desdicha del prójimo» [ídem., pág. 60). Su padre le dedica tiempo y le proporciona experiencias vitales de gran profundidad, aunque algunas pudieran parecer irrelevantes para una mirada superficial. Le lleva a torneos de ashojs, donde pueden observarse improvisaciones poéticas y cantos, le cuenta cuentos que le dejarán una profunda huella a modo de factor espiritualizante, mantiene con él largas conversaciones... Sorprende el contraste de esta relación con algunos tipos de relación paterno-filial que abundan hoy en día, donde prevalece la adquisición de bienes y artefactos al tiempo compartido con los hijos. Su padre utiliza diversos procedimientos como la llamada katulisia, uso alternativo de preguntas y respuestas entre adultos que ayudan al «desarrollo mental y al perfeccionamiento de sí» [ídem., pág. 52) en quienes los escuchan. Esta proximidad no hay que entenderla como blandenguería. El padre de Gurdjieff utiliza también lo que éste llamó «persecuciones sistemáticas» (ídem., pág. 57), tales como meter una lombriz o una rata en la cama u obligarle a agarrar serpientes para trabajar actitudes de indiferencia a fin de combatir la aversión, el asco, la repugnancia, la poltronería, la pusilanimidad...; ir al amanecer a rociarse con agua helada y luego correr desnudo, no sin la preocupación de su madre y sus tíos. Gurdjieff recuerda estos momentos con auténtica gratitud. Su proyecto educativo era claro: «la aspiración fundamental de todo hombre debía ser conquistar su libertad interior» (idem., pág. 53), para lo cual cada uno debía adquirir unos datos, desde su infancia hasta los 18 años, que se reflejan en estos cuatro mandamientos: amar a los padres, conservar la pureza sexual, manifestar igual cortesía a todos sin discriminación alguna y amar al trabajo por el trabajo mismo y no por la ganancia (ídem.). En resumen, Gurdjieff desea llegar a ser como su padre tal como lo conoció en la vejez y le queda una tarea pendiente: visitar la tumba donde descansan sus cenizas, tarea que deja para sus hijos, lo sean por la carne o por el espíritu. Una lectura de este capítulo dedicado a su padre tiene sus riesgos para los lectores: idealizar la figura del padre de Gurdjieff y perder las referencias del padre de cada uno, que tiene su impacto innegable. Resolver la relación con el propio

padre, vivo o difunto, constituye una tarea de trabajo personal de indiscutible importancia. Los vínculos misteriosos que nos unen a él pueden ser trampolines de libertad o ataduras de esclavitud. Si la relación afectiva no está bien resuelta, podemos pasar la vida buscando en las personas que se cruzan por nuestro camino al padre que quisimos tener y no tuvimos. Incluso huyendo de él. Todo un juego de expectativas pueriles. Las heridas de la infancia reverberan en cada nuevo episodio de nuestra vida. Si no se cicatrizan, se agrandan y nosotros empequeñecemos. Si se curan, nos convertimos en adultos, que de eso se trata. La imaginación como bloqueo

Naamán (II Re 5.1-27), general del ejército del rey de Siria, era un hombre valeroso en extremo pero leproso. Una muchacha israelita estaba sirviendo a la mujer del general y le dijo que existía un profeta en Samaria que podía curarlo de su enfermedad. El rey sirio envió credenciales y grandes tesoros al rey de Israel para que su general fuera curado. Al leer las cartas, el rey de Israel se rasgó las vestiduras llegando a pensar que era una estratagema para entrar en guerra. Eliseo, el profeta, al enterarse, mandó a decirle al rey que se lo enviara a él para que se supiera que existe un profeta en Israel. Llegado el general a la casa de Eliseo, éste le hizo llegar a través de un mensajero una indicación muy precisa: «Ve, y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio.» Naamán se fue enojado, diciendo: «Pensaba que saldría él en persona y, de pie, invocaría el nombre del Señor, su Dios, dirigiría la mano hacia mi piel enferma, y así la lepra huiría.» Más aún, añadió: «Los ríos de Damasco, Abana y Pharphar, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podría lavarme en cualquiera de ellos, y quedar así limpio de la lepra?» El general reaccionó a partir de su ego, de su personalidad. Eliseo, el profeta, mostró que no hay curación posible sin antes sacudir con fuerza el ego de Naamán. Gurdjieff afirma que «la personalidad encuentra su alimento en la imaginación y la mentira» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). Naamán se imagina la curación a su manera.

El profeta saldría a recibirle, realizaría sus ritos y con el contacto sobre su piel curaría su lepra. Nada de eso sucede. Ni siquiera es recibido personalmente. Se trata de un golpe para su orgullo. La propuesta de

sanación excede a cuanto podía pensar. Bañarse en un río extranjero cuando en su país había ríos muchos más caudalosos, ¿a quién se le ocurre? Otro golpe a su ego. La pregunta fundamental se centra en qué aleja a Naamán de su curación. La respuesta es clara: su ego, su personalidad. Sus criados le insistieron en que era sencillo de hacer lo que el profeta le proponía. Naamán no pensaba así. Era demasiado para su ego. Finalmente, a regaña dientes, hizo lo que le indicó Eliseo y «su piel se tornó como la de una criatura recién nacida». Eliseo llevó a cabo el trabajo de un auténtico maestro espiritual. Curó su cuerpo de la lepra, pero antes sanó su alma sometida a la personalidad y al ego. Éste es el precio más alto que Naamán tenía que pagar, mucho más que recompensar al profeta con oro, plata y vestidos. Nada se lleva a cabo según su imaginación. Nada se desarrolla según sus previsiones. El gran general, acostumbrado siempre a mandar, tiene que obedecer al emisario de un profeta. Gurdjieff recuerda que, para disminuir la mentira y debilitar la imaginación, la persona tiene que adoptar «una línea de trabajo que a su vez está dirigida por la voluntad de otro hombre» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). Cada uno quiere establecer su camino personal de sanación, pero con mucha frecuencia el trazado nos viene dado por los demás. Nuestra autosuficiencia nos dificulta la curación. Bañarse siete veces en las aguas del río indica un proceso repetitivo y una acción completa. ¿No bastaba una sola vez? Normalmente, no es así. Se precisa un itinerario. Tomar conciencia de la propia realidad puede partir de un fogonazo inicial, pero para llegar a niveles profundos es necesario insistir. Las pasiones dominantes, el rasgo característico de cada persona, siguen los mismos mecanismos de compulsividad. Para erradicarlas, la perseverancia suele ser un requisito indispensable. Tiene que hacerse todo el proceso. El número siete simboliza a menudo la realización de la obra completa. La creación se somete al ritmo semanal de siete días. Bañarse seis veces hubiera sido mucho, pero no suficiente. No se hubiera completado la curación. Naamán tenía que someterse a la palabra del profeta. Le asaltaban mil argumentos para invalidar la propuesta de trabajo de Eliseo. Sólo la desesperación de volver con la lepra sin curar le hizo vencer sus resistencias. Si una persona no desea ardientemente cambiar, no suele haber curación. El vértigo ante el abismo sirve de impulso para la transformación. El general sirio tiene que confiar en el profeta, que no está para complacer su vanidad ni para alimentar su ego. Eliseo mira el bien de Naamán. No teme golpearle donde más le duele. No se deja impresionar por

la grandeza de su rango ni por los tesoros que trae consigo. Por eso, le envía un servidor como mensajero. Ni siquiera se digna a salir a recibirle. El auténtico indigente era el general, que estaba enfermo de lepra. Tenía que darse cuenta de su pequeñez pese a su graduación militar. La imaginación, al servicio de la personalidad, le jugó una mala pasada. Podía haberle impedido la curación. Gurdjieff afirma: «La imaginación es una de las principales causas del trabajo equivocado de los centros. Cada centro tiene su propia forma de imaginación y de ensueño» (Ouspensky, 1968, cap. VI). Es necesario renunciar a trazar los propios caminos para abrirse a las insinuaciones de la esencia. Cada persona se imagina su propia transformación, pero ésta nos suele llegar de la forma menos pensada. Nadie imaginaría una catástrofe, un fracaso, una frustración... como senderos que nos conducen al descubrimiento de la verdad sobre nosotros mismos. Pero la vida nos recuerda que normalmente son esos caminos los que nos llevan a la luz. El intelecto nos permite imaginar que la lectura de un libro voluminoso de un autor de prestigio nos dará el conocimiento que buscamos. Una forma sutil, en el fondo, de seguir alimentando nuestra personalidad. Naamán, tras la curacion, le dice al profeta que «de aquí adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni sacrificio a otros dioses, sino a Jehová.» Se acabó la idolatría de la personalidad. Basta de sacrificar las mejores energías en el altar del ego. El general curado, con la piel como un niño, recupera la conexión con su esencia y va a vivir pendiente de ella en adelante. La imaginación queda atrás. Una vez vencidas las resistencias de la personalidad ya puede hablar con el profeta cara a cara. La tumba de Gurdjieff En el verano del 2007 visité dos veces la tumba de Gurdjieff, que se encuentra en Avon, junto a Fontainebleau, centro éste famoso por su espléndido castillo, rodeado de un cuidado jardín y que se alza en medio de un bosque frondoso. La primera vez, Serge Troude, presidente de European Center for Inner Development tuvo la gentileza de acompañarme en coche para visitar no sólo el cementerio de Avon, donde esté enterrado Gurdjieff, sino también le Prieuré, sede de L'Institut pour le Développement Harmonique de l'Homme y le Paradou, mansión donde se alojó con su familia el creador del Cuarto Camino. El viaje por autopista permitió mantener un intercambio

sobre el eneagrama, así como sobre el pensamiento gurdjieffiano que hizo aun más breve la corta distancia de poco más de 60 kms, Una vez de nuevo en París, sentados en un bar, me abrió su ordenador para mostrarme documentos y textos de gran interés para mí hasta que la batería quedó sin recursos. Era el 30 de julio del 2007 lunes. El jueves siguiente, el 2 de agosto, volví en tren. Esta vez iba solo para favorecer un clima de meditación y silencio. Tras visitar el castillo de Fontainebleau y comer en sus inmediaciones, fui a pie al cementerio y a le Prieuré para acabar en la estación de tren y regresar a París. Dos días antes, había ido a la Rue des Colonels Renerd, no 6, donde se encuentra el piso que acogió a Gurdjieff en su estancia en París. Se ubica en las inmediaciones del Arco de Triunfo cerca de la estación de metro Argentina. Avon es, en la actualidad, una pequeña ciudad hermanada con Melksham (Gran Bretaña) y cuenta con 15.000 habitantes. Su cementerio, por tanto, cuenta con las proporciones ajustadas al volumen de su población. Se accede por la Rue du Souvenir. El nombre de la calle, que se traduce por recuerdo, hace referencia a la memoria de los muertos por Francia y a las víctimas de la guerra (19141918), tal como puede verse en un monumento a la entrada. Representa un guiño para los conocedores del pensamiento de Gurdjieff. La tumba se encuentra en la 8 división. Se levanta sobre un rectángulo de hierba, enmarcada por unas plantas rojizas. En los dos extremos se yerguen dos piedras como si se tratara de siluetas humanas, sin tallar. No sé si representan una invitación al trabajo personal para ir dibujando el rostro y los perfiles propios, pero ésta es la interpretación que me surge. No hay ninguna descripción, ningún nombre, ninguna fecha. El Institut pour le Développement Harmonique de l'Homme colocó al lado derecho un rótulo con este texto, que traduzco del francés: «Georges Ivanovitch Gurdjieff nacido en el Cáucaso en1877, muerto en París en 1949. Desde su infancia, se interesa por los temas inexplicados filosóficos y religiosos y, con un grupo de Buscadores de la Verdad, continua a través de Asia su indagación de fuentes de conocimiento tradicionales. Para poner en práctica su enseñanza, crea en 1920 en Tiflis el Instituto para el Desarrollo Armónico del hombre. En 1922 se instala en Avon, en el Priorato des Basses Loges (actualmente propiedad privada). El lugar se convierte en un centro que atrae a algunos intelectuales entre los más eminentes de la época, en particular ingleses y americanos. Algunos años después, cierra el Instituto y continúa su trabajo en Paris y en Estados Unidos. La obra de Gurdjieff suscita siempre búsquedas e interrogantes apasionados, escepticismo o admiración sin límites.»

En la tumba, hay cuatro personas enterradas: su madre, que padecía una enfermedad hepática crónica y que murió en el Prieuré. Julia, su esposa, que murió de cáncer el año 1926 en el mismo lugar; Dimitri, su hermano menor, que murió en Paris en 1935, y el propio Gurdjieff. No hay muchos textos en los que él hable de su madre y de su mujer, pero existe uno profundamente significativo, que rezuma gran ternura e intensidad, a la vez que expresa la importancia que da a la tumba donde están enterradas: «Por esa época a menudo venían a sentarse a mi lado en este mismo banco las dos únicas criaturas cercanas a mi mundo interior. Una era mi vieja madre -ique por siempre sea venerada!, la otra mi mujer, a la que amaba con un amor único y sincero. Ahora estas dos mujeres, únicos seres cercanos a mi mundo interior, descansaban una cerca de la otra en el cementerio en un país que, tanto para ellas como para mí, era totalmente extraño. Primero murió mi madre de una larga enfermedad del hígado; y algunos meses más tarde mi mujer, del más terrible de los males contemporáneos, el cáncer. Dicho sea de paso, este país, Francia, que es el último lugar de reposo de estos dos seres tan cercanos, es y será siempre para mí, aunque sea profundamente extraño a mi naturaleza, como mi propia tierra natal». (Gurdjieff G. l., 2004a, pág. 39). Me senté frente a su tumba en la soledad del cementerio. El silencio era perturbado sólo por algún leve ruido del jardinero, del tren o de alguna ráfaga de viento. Pensé, sentí y recordé. Repasé mi itinerario personal. Grabé digitalmente tres reflexiones, a partir de las 14:52 horas. Extraigo dos frases: «Hoy tengo aquí un recuerdo muy especial por Giovanni Quinti y también por todos los amigos de La Teca y de Barcelona». La segunda: «El castillo de Fontainebleau me ha dado un contrapunto a estos momentos que estoy aquí viviendo. El contrapunto del poder, del dominio del mundo, del control de la sociedad, frente al trabajo personal, al trabajo interior, al trabajo hacia dentro. Fontainebleau, la grandeza de los reyes; Avon, el trabajo personal, el trabajo profundo. Los unos, en Fontainebleau, han querido ser reyes del mundo; en Prieuré, cada uno intenta ser rey de sí mismo. Es un hermoso contraste». Los otros retazos se centraban en mis sentimientos personales. Este próximo 29 de octubre, un grupo de seguidores de Gurdjieff celebrarán un oficio religioso en el 58 aniversario de su muerte a las 7 de la tarde en la Chapelle Vieille-catholique, 15 rue de Douai, 75009 Paris. Antes, habrán visitado su tumba y, más que lamentarse por la muerte, festejarán un canto a la vida.

El Prieuré Dejo a mis espaldas el cementerio de Avon, donde se encuentra la tumba de Gurdjieff. Subo por la Rue du Souvenir que empalma con la Rue des Deportés y, después de cruzar dos rotondas, paso por la Rue de la Republique que sigue en línea con la Rue de Katherine Mansfield y llego finalmente a la Rue des Basses-Loges donde se alza Le Prieuré. Un letrero indica "Résidence du Prieuré. Propriété privée' y anticipa, de alguna manera, que sólo podré contemplar los exteriores del edificio. Cerca de allí existe un centro sanitario. Unos indicadores dan prioridad a las ambulancias. Unas filas de árboles y amplios parterres de césped crean un escenario de sugerencia y serenidad. La vegetación del entorno es abundante. La casa tiene dos pisos coronado por un tercero que se confunde con el tejado, notablemente vertical, como ocurre en muchas construcciones francesas. La fachada tiene en cada uno de sus tres pisos siete grandes ventanales, integrado cada uno por 28 cristales cuadrados. Rodeo la casa para verla desde todas las perspectivas. En la entrada para los vecinos, existen doce timbres así como otros tantos buzones de correo, que permiten prever un número equivalente de pisos o apartamentos. Ouspensky explica el origen de la presencia de Gurdjieff en el Prieuré: «Mis amigos de Londres y mis oyentes habituales reunieron una suma considerable, con cuya ayuda G. pudo adquirir el histórico castillo de Prieuré, con su enorme y descuidado parque, en Avon, cerca de Fontainebleau. Y fue allí donde en el otoño de 1922, abrió su Instituto. Se reunió un grupo bastante abigarrado. Había allí algunas personas que se acordaban de San Petersburgo; algunos alumnos de Tiflis; otros que habían seguido mis conferencias de Constantinopla y de Londres. Estos últimos estaban repartidos en varios grupos.» (Ouspensky, 1968, cap. XVIII). Más adelante, describe sus primeras impresiones: «Llegué al Prieuré por primera vez a fines de octubre o a principios de noviembre de 1922. Se realizaba ahí un trabajo muy interesante y muy animado. Se había construido un pabellón para las danzas y los ejercicios, se había organizado la administración y se había logrado el acondicionamiento del castillo. La atmósfera en general era excelente y producía una fuerte impresión.» [idem.]. En aquella época, pese a las invitaciones que Ouspensky recibió de Gurdjieff para que fuera a vivir al Prieuré, se empezaba a adivinar que el distanciamiento se hacía gradualmente irreversible. Adele Kafian, que había estado al servicio de la escritora neozelandesa

Katherine Mansfield, afirma de las personas que acudían al Prieuré: «Unos buscaban el objetivo ideal, Dios; otros querían liberarse de sus defectos y otros trabajaban por su desarrollo moral o psíquico» (Last Days of Katherine Mansfield, 1946). En el castillo del Prieuré confluían biografías muy diversas. La procedencia geográfica y los usos idiomáticos constituían un monumento a la diversidad. En este contexto, se produce el trabajo de Gurdjieff. Pero no todos eran adultos, había también alrededor de una decena de niños. Fritz Peters llegó al Prieuré a los 10 años, en 1924, y estuvo allí cuatro años y medio. Resulta interesante su narración, recogida en su libro Recordando a Gurdjieff. Gurdjieff le encomendó entre otras tareas cortar la hierba y le insistió «Tienes que prometer que lo harás sin importarte lo que ocurra, sin importarte quién trate de detenerte. En la vida pueden ocurrir muchas cosas». (Peters E, 1994) Al día siguiente, Gurdjieff tendría el accidente de coche yendo a París. El Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre contaba por aquella época con unos 150 alumnos. El Prieuré se irá vaciando entre los años 1931 y 1933. Hay otro edificio, muy cerca, que mucha gente ignora. Despunta con dificultad entre la abundante vegetación que lo rodea. Se trata del Paradou, que acogió al clan familiar de Gurdjieff. Allí vivieron, tal como pude descubrir en un documento microfilmado que consulté en la Biblioteca Nacional Francois Míterrand, Gurdjieff y Julia, su esposa, fallecida de cáncer en 1926; la madre de Gurdjieff, muerta en el Prieuré; Dimitri, hermano joven de Gurdjieff, muerto en Paris en 1935 y enterrado en Avon; su esposa Asta y sus tres hijas Liouba, Genia y Lida: Sofía, la hermana de Gurdjieff, y su marido Georges Kapanadce. También dos sobrinos: Valentin y Lucia. Sentado en un banco del parque, contemplo el edificio. Visualizo como en un túnel del tiempo el ambiente de aquel lugar. Todo escenario retiene, aunque sea en pequeños pedazos, la magia de las obras en él representadas. La historia implica una lejanía en el tiempo pero, a la vez, un acercamiento al pasado. ¿Qué sucedía entre los muros del Prieuré? Frizt Peters lo relata así: «Como supe más tarde, el trabajo de grupo era considerado de verdadera importancia: las diferentes personalidades al trabajar juntas producían conflictos humanos subjetivos; los conflictos humanos producían fricciones; las fricciones ponían de manifiesto características que al ser observadas podrían revelar el "yo". Una de las muchas metas de la escuela era "verse uno mismo tal como los demás lo veían"; verse uno mismo como si fuese desde cierta distancia; ser capaz de criticar a ese "yo" objetivamente; pero en primer lugar: simplemente verlo»(ídem). El conflicto constituye una fuente de conocimiento y de superación

personal. Cuando las condiciones del trabajo son neutras, los personajes latentes en el corazón de cada persona no afloran a la superficie y permanecen ignorados. Cada uno se construye su propia imagen basada en el engaño y en los ideales. El grupo es un elemento importante para un buen trabajo personal. Permite la confrontación y favorece que las múltiples miradas ofrezcan un mayor conocimiento de sí. Encerrarse en el propio interior o moverse dentro de los controles rígidos que cada uno sabe construirse facilitan vivir en el autoengaño. No se trata de silenciar los conflictos sino de convertirlos en oportunidades de crecimiento y maduración. Me dirijo a la estación de tren para volver a París. Un panel informa que Avon es una ciudad dinámica con 14.586 habitantes, 122 comercios y 201 asociaciones. Mientras espero en el andén, soy consciente de haber llevado a cabo una mirada retrospectiva sobre una escuela de trabajo, cuyos objetivos siguen vigentes en la actualidad. Katherine Mansfield

El cementerio de Avon, donde se encuentra la tumba de Gurdjieff, acoge también el sepulcro de Katherine Mansfield (Kathleen Beauchamps era su verdadero nombre). Esta escritora neozelandesa, nacida en Karori el 14 de octubre de 1888, tiene cerca del Prieuré una calle y una pequeña plaza dedicadas a su nombre. Llegó al Institut pour le Développement Harmonique de l'Homme el 18 de octubre de 1922. Fallecería poco más de dos meses después, el 9 de enero, a la edad de 34 años. Su aportación literaria, tanto en la técnica narrativa como en los contenidos, puso las bases del movimiento modernista en Europa. Me voy a concentrar en lo que más me interesa: en su biografía y en su afán de búsqueda personal, que culminó a la sombra de Gurdjieff. Una biografía llena de turbulencias y transgresiones, de rupturas familiares y relaciones eróticas, de creación literaria y pasión amorosa, de lucha contra la tuberculosis y esperanza de curación. Al subir una escalera, una repentina hemoptisis puso fin a su vida. Su búsqueda le llevó de una parte a otra, para culminar su proceso en Avon, donde descansan sus restos mortales. Ouspensky recuerda una velada que pasó en el Prieuré con Katherine, a quien había dado la dirección de Gurdjieff tras asistir a alguna de sus conferencias. Ella se enteró de que en Avon había «un médico ruso que

curaba la tuberculosis aplicando rayos X al bazo» y allí fue. Ouspensky afirma: «Me parecía que ya estaba a medio camino hacia la muerte. Y creo que se daba perfecta cuenta de ello. Sin embargo, uno se quedaba impresionado por sus esfuerzos. Quería hacer uso de sus últimos días y encontrar la verdad cuya presencia sentía tan claramente, sin llegar a tocarla.» (Ouspensky, 1968, cap. XVIII). Louis Pauwels en su libro Monsieur Gurdjieff recoge todas las cartas que Katherine escribió desde el Prieuré a John Middleton Murry, su marido. Constituyen un testimonio excepcional sobre el ambiente y el trabajo llevado a cabo en el Institut pour le Développement Harmonique de l'Homme en sus inicios. En su primera carta, escrita el mismo día de su llegada, describe con precisión su momento existencial y el objetivo de su búsqueda: «No puedo continuar a desempeñar un rol, ya que sería como estar muerta en vida. He decidido hacer tabla rasa de todo aquello que ha sido superficial en mi vida pasada y reemprender el camino para ver si puedo llegar a esta vida real, viva, verdadera y plena a la cual me despierto». (Louis Pauwels, 1996) No huye ante la muerte, que adivina cercana, sino que la afronta desde la verdad de sí misma. Los guiones ajenos no pueden sustituir a las creencias propias. Realiza una relectura de su biografía buscando el sentido más profundo. Renuncia a la superficialidad y al entretenimiento. Ir a la raíz sin engaños ni cataplasmas. El despertar marca el pistoletazo de salida. ¿A qué se debe este despertar? La aparición de una enfermedad que puede conducirla a la muerte. Muchas veces, sólo la experiencia del límite lleva a la conciencia y a la luz. Podía buscar exclusivamente su curación corporal, pero da el salto cualitativo cuando afirma que no quiere una semicuración que conciencia sólo a su cuerpo. Desde esta óptica, los logros acumulados hasta entonces merecen la mínima consideración, por ello no teme hacer tabla rasa de los mismos. Han servido para alimentar el ego y para construir una imagen social, pero distraen del objetivo esencial: la vida plena y verdadera. Cada persona puede tener experiencias muy distintas a las de Katherine, pero si existe trabajo interior habrá este punto de confluencia: el despertar a la consciencia de sí, el abandono de prácticas engañosas de distracción y la búsqueda del sentido profundo de la vida. Mirar a la muerte de cara, sin velos que la oculten, tiene un resultado terapéutico indudable. No hay desesperación sino verdad, la verdad más universal que existe. Describe su período anterior como espantoso cuando el caos anidaba en su interior. Muchas personas que siguen procesos similares experimentan sentimientos parecidos. Descubren que la verdad sobre sí mismo, por más difícil de encajar y aceptar que sea, se convierte en fuente de

liberación. El resto se toma secundario, superficial, prescindible. El escenario de sus últimos días es, a su juicio, un viejo castillo, muy bello, rodeado de un parque admirable. Allí libra su última batalla. Pide a Gurdjieff permanecer un cierto tiempo junto a la cuarentena de personas, la mayoría rusos, que, a finales de 1922, se encuentran en el Prieuré. La práctica ocupa el primer lugar y se concreta en toda clase de trabajos: cuidado de los animales, jardinería, música, danza... Se trata de despertar a las cosas en vez de pensarlas. El estudio de la doctrina va en segundo lugar. En su primera carta desde el Prieuré, Katherine muestra su incertidumbre de ser aceptada por Gurdjieff a la vez que escribe: «Me siento en absoluta confianza. Él puede ponerme en el buen camino, físicamente y de otro modo». Ouspensky dice que «G. había sido muy bueno con ella. La había autorizado a quedarse, aunque era claro que no podía vivir, y naturalmente, por eso recibió con intereses, su plena paga de mentiras y calumnias» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). ¿Por qué la aceptó dentro del grupo?, ¿qué pasaba por la mente de Gurdjieff cuando éste encabezaba la comitiva hacia el cementerio para el enterramiento de Mansfield? Una relación que merecería ser estudiada. Mientras Katherine esperaba el milagro de la recuperación, como recuerda Adele Kafian en Looking back to the Last Days of Katherine Mansfield, se iba llevando a cabo en ella una transformación interior. El trabajo se asemeja a un proceso alquímico o a la elaboración de un mandala. No importa el resultado, por más vistoso que sea, sino la metamorfosis que experimenta la persona que lo lleva a cabo. Katherine, mientras se esfuerza por curar su cuerpo y recuperar su salud maltrecha por la tuberculosis, toma consciencia de sí misma y del sentido de la vida. Cualquier detalle se convierte en oportunidad de mejora y de trabajo personal. Incluso, la celebración de su última Navidad cuando baja de sus habitaciones hacia al gran árbol iluminado y se muestra atractiva con su vestido de tafetán morado oscuro, bordado con diminutas flores. Semanas antes le había dicho a Ouspensky: "Me siento feliz de poder estar aquí". El trabajo con los tres centros El trabajo con los tres centros era uno de los temas a los que Gurdjieff concedía mayor importancia. Poco más de dos meses después de su llegada al Prieuré, Katherine Mansfield escribe una carta a su querido Boggie, nombre familiar de su esposo, en la que muestra cómo ha conseguido adentrarse en los postulados del cuarto camino: «Es esta vida de la cabeza, del intelecto, desarrollada a expensas de todo el resto, que

nos ha metido en el estado en el que nos encontramos. ¿Cómo el intelecto podría sacamos de ahí? No veo ninguna esperanza de salir de ahí, sino de aprender a vivir igualmente en nuestro yo emocional, en nuestro yo instintivo, y en mantener la armonía entre estos tres centros» (26 de diciembre de 1922). Mansfield es consciente que la pregunta sobre ¿quién soy yo? no se puede resolver desde un solo centro. Se observa en la lectura de esta carta que su autora va aplicando las enseñanzas de Gurdjieff a su propia experiencia mediante la comprensión del papel diferenciado que cada uno de los tres centros juega en la vida de las personas. La idea central del cuarto camino, según el pensamiento de Gurdjieff, apunta a «que la esencia del trabajo correcto de un hombre consiste en el trabajo al unísono de los tres centros: motor, emocional e intelectual. Cuando los tres trabajan juntos y producen una acción, esto es el trabajo de un hombre» (Gurdjieff, 2004b, Prieuré, 17 de enero de 1923). Desde estos planteamientos, Gurdjieff, valora: a) el trabajo armónico de los tres centros por encima del trabajo de un solo centro, aunque el resultado sea socialmente menos importante (mejor lustrar el piso que escribir veinticinco libros); y b) la metodología de preparar cada centro por separado antes de concentrar los tres en el trabajo. Pienso en una orquestra. Primero hay que ensayar por grupos de instrumentos antes de compaginarlos todos en conjunto. Si un hombre lleva a cabo un trabajo extraordinario con la intervención de un solo centro, consigue un resultado óptimo en el fruto que produce, pero se aleja del desarrollo armónico de sí mismo. El precio personal de algunos triunfos determinados, muy aplaudidos socialmente, es elevado. La satisfacción del ego por ver su vanidad alimentada le impide observar el deterioro propio que está pagando por ello. La hipertrofia de un centro, que siempre va en detrimento de algún otro, desequilibra a la persona. A eso se refería Gurdjieff cuando hablaba del camino del faquir, del yogui y del monje. En el mismo texto, escribe: «Nuestro centro motor está más o menos adaptado. El segundo centro, en lo referente a dificultades, es el centro intelectual y el más difícil es el emocional». Quienes han dedicado un tiempo a las danzas sagradas conocen los problemas que les ocasiona que el centro motor desarrolle órdenes diversas en los brazos, las piernas y la cabeza. No obstante, se puede aprender, pero no es fácil. Al principio uno no sabe qué hacer con sus extremidades. El centro mental tiene una actividad desbordante. Quienes hayan dedicado algún tiempo a la meditación para llegar al vacío, al no pensar, detectan que los pensamientos se agolpan en la cabeza y se montan su propia historia. Vivimos inmersos en una auténtica agitación mental. Los que han trabajado cualquiera de estos

dos centros conocen las dificultades que entraña el ejercicio de cada uno de ellos. Y eso que somos conscientes sólo en parte. No obstante, el centro emocional se lleva la palma en la dificultad. Distinguir las emociones, ver de dónde surgen, darse cuenta de su versatilidad... resulta complejo. Brotan muchas veces de los bajos fondos biográficos de cada persona y acaparan las energías de este centro de modo que amenazan la clarividencia de quien los experimenta. Evagrio Póntico estableció la primera lista de pasiones (expresiones del ego correspondientes al centro emocional), o malos pensamientos y o espíritus del mal. Estas pasiones fueron llamadas posteriormente pecados capitales, pero en su concepción se refería a los demonios interiores que nos impiden el desarrollo personal y bloquean nuestro centro emocional: ira, orgullo, vanidad, envidia, avaricia, gula, lujuria y pereza. El trabajo espiritual consiste en atemperar estas pasiones para que no sean el motor de nuestra vida. La esencia apunta a unas determinadas cualidades, antítesis de estas pasiones, que llamamos virtudes o cualidades esenciales, también correspondientes al centro emocional. La Gestalt es un movimiento que da especial relevancia al trabajo con los sentimientos y las emociones. No se trata sólo de pensar sino sobre todo de sentir. Las versiones del eneagrarna, formuladas por Ichazo y Naranjo, recogen esta tradición cristiana de las pasiones capitales y la estructuran en consonancia con el centro mental (las fijaciones del ego y las ideas santas de la esencia) y con el centro motor (los comportamientos compulsivos del ego y el instinto libre de la esencia). Los ecos de Gurdjieff son evidentes. Las pasiones hunden sus raíces en el centro instintivo. Aumentan así su fuerza y presentan diversos matices según arraiguen en el instinto sexual, social o de conservación. El trabajo con cada centro implica una serie de ejercicios. Reflexionar sólo sobre los mismos puede conducir a una visión intelectual de la realidad que se aleja de la visión armónica del cuarto camino, como trabajo integrador y holístico (que propugna la concepción de cada realidad como un todo distinto de la suma de las partes que lo componen). La consciencia, el darse cuenta, apunta a la producción de cada centro: pensar, sentir y actuar. Pero cabe recordar que cada centro busca dominar a los otros y suele interferir en su desarrollo. La expresión ciegos de ira lo refleja con claridad. La ira (pasión del centro emocional) ciega, es decir, colapsa el centro mental al

impedir ver con claridad. Nadie ha prometido que el trabajo sea fácil. Querer coronar la cumbre sin subir la montaña es el espejismo de una ilusión infantil. Estamos llamados a ser hombres y mujeres conscientes. Tenemos una leve intuición del precio que hay que pagar por ello. La metáfora del compás Utilizar un compás resulta sencillo. Basta fijar una de sus dos puntas en un lugar preciso y trazar con la otra un movimiento hasta describir un círculo perfecto. Si se sigue el procedimiento adecuado, el resultado siempre es el mismo. Si no se clava bien la punta del compás, el resultado puede ser un garabato indescifrable. Faltaria consistencia en el trazado y, pese a que el movimiento estuviera impulsado por una mano experta, la línea carecería de armonía. Por tanto, la primera necesidad es clavar bien la punta. En ese caso, la otra pierna del instrumento describirá un círculo perfecto porque el centro está garantizado. El compás es una imagen de la vida. Si la punta no está bien clavada, cualquier resultado es posible, pero predomina la incoherencia y el trazo improvisado. Existen personas que deambulan por el mundo sin un sentido que oriente su vida, sin un rasgo preciso, perdidas en los acontecimientos que las rodean. Nacen, crecen, se reproducen y mueren. Una secuencia cronológica sin aliciente alguno. Puede que ostenten cargos importantes y sean bien consideradas socialmente, pero viven su existencia de forma mecánica. No poseen raíz ni centro vital. Se mueven en el oleaje de la historia sin conciencia de sí mismas. Como marionetas, sin vida propia, gesticulan de acuerdo con los hilos que alguien estira de manera casi invisible. Cumplen su horario de trabajo, pagan las hipotecas, pasan horas delante del televisor, pero son incapaces de formularse una pregunta sobre el sentido de la vida. Muchas otras personas clavan la punta del compás con decisión. Se trata de un progreso respecto a la postura anterior, pero no basta. ¿Dónde la clavan? Si la punta se centra en la economía, el círculo que se traza responde a los intereses económicos. Si la punta se centra en el poder, el espacio circular contiene afanes de control y de dominio. Si la punta se centra en el prestigio, la fama y el reconocimiento llenan el círculo que surge del movimiento del compás. La calidad de vida se evidencia en el lugar donde se clava la punta. ¿Cuál es el lugar que se convierte en centro de mi existencia? Si lo son el materialismo y el consumismo, ¿qué biografías configuran? En ese caso, sólo se observan inquietudes crematísticas o deseos exclusivos de bienestar en los círculos de la influencia personal. Por tanto, donde claves la punta del compás se convertirá en el centro de tu vida. Clavarla en el lugar equivocado puede conducir a una

vida superficial y con escaso contenido. ¿Dónde clavó Gurdjieff la punta de su compás? ¿Cuál es el centro que aglutina su pensamiento y su vida? Imagino que existen varias respuestas, pero voy a aventurar la mía, que resumo en la expresión que utiliza en la introducción de su obra Encuentros con hombres notables. «buscador de la verdad». En la versión española de Fragmentos de una enseñanza desconocida, «verdad» aparece 103 veces. Muchas veces para contraponerla a mentira, que se contabiliza con una frecuencia de 50 veces, como en este fragmento: «Para comprender la interdependencia de la verdad y de la mentira en su vida, un hombre debe llegar a comprender su mentira interior, las mentiras incesantes que se dice a sí mismo.» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). No obstante, creo que la aproximación etimológica al término "verdad" puede ser sumamente reveladora. En griego, (aletheia) significa verdad, veracidad, sinceridad, realidad. Pero el vocablo griego está compuesto por la Q- como partícula privativa o negación de lo que viene después, que significa olvido, hacer olvidar. Gurdjieff, gran conocedor de la lengua griega por raíces familiares, tuvo que respirar estas esencias lingüísticas. Cabe recordar que el símbolo conocido como eneagrama recibe este nombre porque él lo extrajo del griego. Desde esta perspectiva, la "verdad" se vincula al recuerdo, al hecho de no olvidarse de sí mismo y de lo que pasa. Por ello, surge con claridad meridiana su relación con el "recuerdo de sí", que Gurdjieff considera «factor éste absolutamente indispensable para el proceso de perfeccionamiento de sí» (Gurdjieff G. 2003, Introducción). Corresponde al tercer estadio de consciencia, que «es el recuerdo de sí, o conciencia de sí, o conciencia de su propio ser,» (Ouspensky, 1968, cap. VIII), antesala de la conciencia objetiva. La tarea no es fácil y requiere tener la energía indispensable para llevarla a cabo. Mantener la punta del compás clavada en el lugar preciso exige atención, energía, estar despierto. El sueño hace caer el instrumento y la vida se descentra. Por ello, el ejercicio constante del recuerdo de sí reclama una profunda energía interior, que puede dilapidarse en el cultivo de las emociones negativas, en el trabajo equivocado de los centros vitales, en la charlatanería alejada del silencio, en la imaginación desbocada... Sin esta energía, el compás se cae de las manos, se pierde el centro y se deja de describir el círculo perfecto. Cualquier garabato es posible y la vida se despilfarra en objetivos mediocres. El trabajo personal, que se nutre de la conciencia y del recuerdo de sí, exige tensión para mantener el compás activo. «¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si al final pierde su alma, si

arruina su vida?» (Mc 8.36-37), es una sentencia evangélica de Jesús que ha resonado a lo largo de todos los siglos. Perder el alma implica perder el centro. Se trata de vivir una vida centrada en Dios como valor último que da sentido a la existencia. Gurdjieff lo recuerda cuando aplica las siete categorías del hombre a la religión, concretamente al cristianismo: «para ser un cristiano, hay que tener el ser de un cristiano, es decir vivir conforme a los preceptos de Cristo.» (Ouspensky, 1968, cap. IV). Una vida centrada en los valores del amor que se concretan en los compromisos por la justicia social, a favor de los pobres y excluidos, en la responsabilidad laboral, en el comportamiento ético, en el gozo de una vida solidaria, en la satisfacción de construir la sociedad, en la expansión de la conciencia. El centro de la vida cualifica la existencia. Si se pierde el centro, de nada sirve haber conquistado el mundo, porque uno se habrá arruinado a sí mismo en el intento. El sueño de Rosetta El teatro Anfitrione, situado en la zona Aventino de Roma, acogió a inicios de octubre de 2008 el estreno del espectáculo multimedia il sonno di Rosetta [El sueño de Rosetta], dirigido por Giovanni Maria Quinti. Teatro, cine y danzas, con impacto de gran calado, hilvanados a partir de hechos que esporádicamente se publican en los periódicos. ¿Quién no recuerda haber leído alguna vez el caso de una familia que deja en la parte trasera del coche a su bebé que, por exceso de calor y carencia de ventilación, se asfixia y muere? Rosetta es la víctima. Quienes son los responsables de una situación de este tipo, no salen de su asombro. ¿Cómo es posible haberse descuidado hasta este extremo? La mirada acusatoria del resto acentúa más aún la culpabilidad, pero ¿quién es capaz de asegurar que a él o ella nunca podría pasarle nada parecido? Asistí a la gala inaugural así como a los dos siguientes espectáculos. Volver a Italia para mí es como regresar a casa, porque las vivencias que tuve allí correspondieron a un período muy importante de mi vida. Pero esa noche tenía un carácter especial. Saludar a los amigos, a tanta gente que quiero, y darles un abrazo era una parte del encuentro. Otra parte era verme a mí mismo como actor en el cortometraje, junto con los que lo hicieron posible. La implicación personal era fuerte. Las sensaciones fueron intensas y variadas. El espectáculo constituyó una urdimbre de sentimientos. Seguí el espectáculo con mucha atención. Giovanni M. Quinti, el director, me anticipó que el mensaje tenía un carácter universal. No hacía falta ser experto en

Gurdjieff para acoger los valores representados. Creo que es verdad. El sueño de Rosetta posee, al menos, dos niveles de interpretación. El primero, un mensaje general a partir de una reflexión sobre los hechos y sobre una fantasía de Rosetta como protagonista estupendamente interpretada por Sofía, una niña de 12 años. La obra constituye un auténtico bofetón a nuestra somnolencia, que nos hunde en el olvido de las cosas realmente importantes. Luchar de modo desproporcionado por el dinero, el poder, el prestigio... conlleva con frecuencia un precio muy alto, tal como la pérdida de un hijo. Se conquista el mundo y se desperdicia la vida. El aplauso no puede silenciar a la larga el sentimiento de culpa. Se trata, en formas menos extremas, de la historia de muchas familias. El afán de bienestar conlleva el descuido de los hijos. El tiempo del trabajo reduce el tiempo de la familia. Cuando es por necesidad real, es una cosa. Pero muchas veces, una ambición desmesurada dispara el mecanismo y el malestar se resuelve comprando a los hijos mediante el regalo de lo que no necesitan o la entrega de dinero para sus caprichos personales. Esta interpretación social no suprime la interpretación individual. Consumir tantas energías en satisfacer el ego tiene también su precio: el maltrato del niño o de la niña interior que cada uno llevamos dentro. No es extraño que el sentimiento de felicidad sea tan frágil. Vamos por la vida como animales heridos buscando al azar nuestra curación, pero sin estar dispuestos a cambiar lo que nos hunde en el desconcierto. La lectura psicológica es evidente. La segunda clave de interpretación se encuentra en el pensamiento de Gurdjieff, continuamente presente. Primero: Rosetta es la imagen de la esencia, frente a la ambición desbocada de una personalidad que pugna por triunfar a cualquier precio y a costa de los demás. Se trata de la postura egotista, centrada en sí misma y en detrimento de los otros. Impresiona sobre todo cuando se ven los efectos: una vida destrozada, una pareja rota y una conciencia herida. Todo ello de manera prácticamente irreversible. En resumen, el impacto del drama. Segundo: la resonancia de los diálogos de Rosetta con su ángel protector, que le enseña el significado de las cosas, nos conduce a una versión teatral de Relatos de Belcebú a su nieto. Estas conversaciones adquieren frescura, ternura, clarividencia. Pretenden mostrar las claves de la vida y ofrecer un punto de vista alejado de los prejuicios humanos. El carácter angélico de la maestra permite crear la distancia que requiere todo aprendizaje. En resumen, el impacto de la enseñanza.

Tercero: las danzas de Gurdjieff. Fáciles de ver, difíciles de interpretar, ya que requieren una extraordinaria coordinación llevada a cabo por el centro motor, una gran concentración del centro mental y un disfrute de paz y serenidad para el centro emocional. La música y la danza llevan el sello de Gurdjieff, pero un espectador que no lo supiera podría gozar del espectáculo, aun sin conocer a su autor. Para los participantes, no era una representación sin más sino el resultado de una tarea constante y laboriosa: aprender de sí mismo y de los demás a través de las danzas. En resumen, el impacto del trabajo. El cortometraje fue presentado en una versión apropiada para el espectáculo. No como un filme autónomo sino como una parte del proceso de la existencia de Rosetta. Se mezclaron diversos lenguajes (teatro, cine, danza) al servicio de la reflexión y del mensaje. Todo ello tenía un objetivo primordial, que acaso escapó al público. Los hombres y mujeres, que participaron en esta creación artística, no vendían un producto o querían obtener una ganancia económica. El espectáculo era el pretexto para llevar a cabo un trabajo personal desde el altruismo, entendido como una combinación del recuerdo de sí y una atención amorosa hacia los demás. Pude observar en las tres representaciones que asistí que el impacto llegaba al público, especialmente al final del espectáculo. La gente se quedaba sentada en su butaca sin levantarse, como si esperara que continuara o como intentando digerir el mensaje. El sueño de Rosetta tiene el acierto de poner, a la vez, sobre un escenario y en una pantalla de cine valores universales, tales como la importancia de vivir despiertos, de no caer en el olvido de las cosas esenciales, de saber jerarquizar los objetivos de nuestra existencia, de cuidar este niño o niña interior que cada uno lleva dentro, de someter el ego al servicio del amor y de la libertad. Un camino de estas características suele abrirse al mundo espiritual y adentrarse en el misterio de Dios. Los ángeles nos aproximan a este mundo con sus diálogos y sus danzas. Rosetta fue capaz de imaginar un mundo así. El modelo educativo Etievan Los métodos pedagógicos no son indiferentes. María Montessori, tras encontrar colaboración en el ámbito político, descubrió que su proyecto de educar en libertad chocaba frontalmente con Mussolini y Hitler, Tuvo que cerrar sus escuelas en Italia y Alemania para desplazarse a Barcelona y empezar de nuevo su proyecto. La guerra civil española le impidió desplegar

su talento pedagógico en estas circunstancias. Esta vez sería Holanda quien la acogería. «No me sigan a mí, sigan al niño», había dicho. Hoy, en muchos países, se sigue aplicando el método Montessori. Pero hay otros modelos. Quisiera atraer la atención hacia un proyecto pedagógico poco conocido en Europa. Se trata del modelo educativo Etievan, que se sigue desarrollando en Perú, Venezuela, Colombia, Chile y Brasil. El nombre proviene de una mujer, llamada Nathalie de Salzmann de Etievan, nacida en Tiflis, Georgia, y fallecida en el año 2007. Ella creó este modelo. Su particularidad es que se inspira en las ideas de Georges Ivanovich Gurdjieff, a quien conoció en Paris por la década de los años veinte del siglo pasado. El título del libro que escribió y resume su pensamiento es muy sugerente: ¡No saber es formidable! (De Salzmann, 2002). El vacio de la ignorancia puede ser rellenado por la curiosidad de saber, de conocer, de investigar. En amplios sectores de la población, existe la convicción de saber lo suficiente como para matar el gusanillo del estudio y del conocimiento. Los temas y las palabras se consumen con relativa facilidad. Se hace equivaler la asistencia a un seminario con la elaboración de una tesis doctoral. Se consumen términos, pero no se profundizan conceptos. Se escuchan temas nuevos, cuya data de caducidad es casi inmediata. «No saber» implica dejar de caer en estas trampas. En el fondo, es formidable aprender. ¿Cómo? y ¿qué? Aquí aparecen los modelos educativos. El modelo Etievan parte del punto básico de Gurdjieff, que consiste en el despertar de la conciencia, que vincula con el saber: «Un hombre, si verdaderamente quiere saber, debe reflexionar ante todo en las maneras de despertarse, es decir, de cambiar su ser» (Ouspensky, 1968, cap. IV). La educación no sólo atañe al conocimiento intelectual sino que apunta directamente al ser. Por este motivo, Nathalie recoge la idea clave del Cuarto Camino, consistente en el trabajo armónico de los tres centros. Con frecuencia, se ha tildado a la educación de excesivamente académica, es decir, basada casi de forma exclusiva en el centro mental. Desde hace poco más de una década, se ha incorporado el concepto de "inteligencia emocional", a partir de un libro de Daniel Goleman. Muchos colegios hablan en sus proyectos de ofrecer una educación integral. ¿Cómo se vive esta pretensión desde el modelo Etievan? Basta recoger las impresiones de una periodista, como Aura Lucía Mera, que visitó centros que siguen este modelo para darse cuenta de las materias que se imparten: «Encuentros (es el nombre de un colegio de estas características que se ubica en Cali,

Colombia) es una especie de microcosmos donde las matemáticas y la física, la literatura y la historia van a la par con el cultivo de la tierra, el cuidado de los animales, la culinaria, el deporte, la disciplina, la pintura, el compañerismo y la amistad» (El País, 14 de mayo de 2005). No es extraño que esta periodista se quedara embelesada por el modelo y añadiera: «Sería conveniente un acercamiento a este modelo educativo, en el cual los alumnos tienen un altísimo rendimiento académico, están en contacto con la naturaleza, los oficios básicos y sus propias emociones». Los centros mental, emocional y visceral, es decir, pensamientos, sentimientos y cuerpo son objeto del currículo. El conjunto de decisiones educativas tiene presentes estas tres realidades, cada una de manera individual y también en su conjunto. Otros centros educativos que siguen este modelo son el colegio Leonardo Da Vinci en Lima, Perú; el colegio Hipocampitos en Los Teques, Venezuela, el colegio Etievan en Santiago de Chile, y el colegio Leonardo Da Vinci de Santana, Barra do Pirai-RJ, Brasil. Una visión (pseudo)progresista de la escuela ha desterrado durante decenios palabras de un vocabulario serio y consistente, tales como amor al trabajo, al esfuerzo y al reto; desarrollo de la atención y del recuerdo de sí, educación para la vida; inmersión en el mundo de las emociones; visión cooperativa y no competitiva; deber y responsabilidad: ejercicio de la voluntad y de la disciplina... Ahora, tímidamente se quiere regresar a un vocabulario perdido, porque se lleva demasiado tiempo deambulando sin rumbo por las sendas de la educación. No se trata de un retorno nostálgico al pasado sino de una profundización en las fuentes del sentido. En su publicidad, estos centros desarrollan algunos principios educativos tales como el desarrollo de la confianza en sí mismo, el amor al trabajo y al esfuerzo, el desarrollo de la atención (es interesante como vinculan atención con afecto ya que afirman que "dar atención es dar amor"), y una actitud de búsqueda, por encima de los resultados. Una de las dificultades que a priori presenta este modelo se concreta en la fase de su evaluación. ¿Qué indicadores cabe utilizar para detectar si ha habido mejora en la confianza en sí mismo, en la responsabilidad, en la capacidad amorosa, en la libertad...? Tarea nada fácil. ¿Qué plus de formación añade uno de estos centros respecto a los demás? ¿Qué resultados consiguen con sus planteamientos educativos? Soy consciente que este artículo, para un buen número de lectores, puede

despertar un notable interés por conocer a Nathalie de Salzmann de Etievan, por observar la práctica de su modelo, por ponerse en contacto con centros que lo siguen y no sólo eso. También en qué medida han incorporado la filosofía de Gurdjieff, qué interpretación han realizado de su pensamiento y de su personalidad, cómo han traducido en aspectos concretos todo el bagaje de su trabajo y de sus aportaciones. Nathalie de Salzmann de Etievan, la fundadora de este modelo educativo, tiene escritos, al menos, dos libros: ¡No saber es formidable!, citado más arriba; y Tal como uno hace su cama, se acuesta (de Salzmann, 2000), sobre la relación de pareja. Las últimas cartas de Ana M. Frank Las dos últimas cartas del diario de Ana M. Frank están fechadas el viernes, 21 de julio de 1944, y el martes, 1 de agosto del mismo año. En ese momento, tenía 15 años. Tres días más tarde, los agentes de la Gestapo irrumpen en la buhardilla de unos almacenes de Amsterdarn, donde se encontraba ella con su familia y con otros judíos, los detienen y los deportan a distintos campos de concentración. La expresión «un manojo de contradicciones» cierra la penúltima carta y abre la última. La carta del 21 de julio se centra en el mundo exterior y comenta detenidamente un hecho que está en la boca de todos: «¡Noticias bomba! Ha habido un atentado contra Hitler y esta vez no han sido los comunistas judíos o los capitalistas ingleses, sino un germanísimo general alemán, que es conde y joven además [ ... ] El autor principal del atentado ha sido fusilado». Ana se refiere, no a un general, sino al coronel Klaus von Stauffenberg, que el día anterior a esta carta llevó a cabo el atentado. Este suceso ha sido llevado recientemente a la pantalla en la película Valkiria, (2008) (Walküre), dirigida por Bryan Singer y protagonizada por Tom Cruise. Su comentario epistolar no puede ser más actual. Ana vive inmersa en las contradicciones de la sociedad de su tiempo. En esta carta, parece hacerse eco de lo que oye en su entorno, los comentarios de los adultos, la adrenalina del atentado, las expectativas frustradas, los rumores filtrados, los partes de la radio. No sólo Ana es un manojo de contradicciones. También lo es su entorno. La guerra expresa esta tensión en su máximo grado. El atentado refleja, en este caso, la lucha interna del poder alemán. En la última carta, el registro se vuelve intimista e introspectivo. Un fragmento de la misma se lee en Entre les murs [La clase], una película, dirigida por Laurent Cantet (2008), que acaba de obtener el premio Palma de Oro de 2008 en

Cannes. En ella, Francois, un profesor de lengua, utiliza la carta para motivar a sus alumnos del banlieu de Paris, inmersos en un grupo multicultural. Su autora, la adolescente judía, analiza el mundo interior a través de la frase eslabón: "tengo fama de ser un manojo de contradicciones", que coincide con uno de los puntos fundamentales de la enseñanza psicológica de Gurdjieff: «la ausencia de unidad en el hombre» (Ouspensky, 1968). La distinción básica entre esencia y personalidad es descrita por Ana de manera directa y desenfadada: «Mi alma está dividida en dos, como si dijéramos». Lo expresa con lenguaje adolescente, pero su intuición es poderosa. Por una parte, se describe así: «soy un payaso divertido por una tarde, y luego durante un mes todos están de mí hasta las narices». Por otra, es consciente que posee un lado «mucho más bonito, más puro, más profundo». Esta contradicción es continua: «La Ana buena no se ha mostrado nunca, ni una sola vez, en sociedad, pero cuando estoy sola casi siempre lleva la voz cantante». Como dice Gurdjieff, «el hombre es una pluralidad». Esta carta de Ana expresa la contradicción recogida en el diseño de la primera hoja publicitaria del eneagrama a través del ángel bueno y el demonio. Las dos caras opuestas de la misma realidad. Esta duplicidad, más que moral, es psicológica y existencial. Ana así lo describe: «la persona feliz frente a la cabrita exaltada». Ella, a los 15 años, se encuentra más en la fase del diagnóstico que en el momento de la trasformación. Su lucidez es sorprendente, pero late un cierto sentimiento de impotencia: «Mi lado más ligero y superficial siempre le ganará al más profundo, y por eso siempre vencerá». Más adelante, añade: «Sucumbo a ejércitos más fuertes». No sé cuánto de coyuntural tienen estas expresiones derrotistas. Vivir más de dos años oculta en una buhardilla, agobiada por un espacio pequeño, con la tensión de ser descubierta de un momento a otro, con las caras de preocupación de su entorno, sin correr ni saltar, sin poder ocupar nuevamente su lugar en las aulas, con la seguridad de saber que su vida pende de un hilo... resulta muy duro. Es fácil sentir malhumor, encontrarse mal de salud, ponerse arisca, replicar con insolencia, desproblematizar haciendo el payaso. Su niña interior es frágil y deja escapar un hilo de voz que, con frecuencia, no es escuchado por su lado ligero. Pero la auténtica Ana sigue viva y con deseos de superar los inconvenientes de sus contradicciones. Todo esto le afecta, pero no sabe qué hacer. Ella, junto con Margot, su hermana mayor, serán deportadas al campo de concentración de Bergen-Belsen. Una epidemia de tifus pondrá fin a sus vidas entre finales de febrero y mediados de marzo de 1945. Se trunca de este modo su introspección y su pasión por vivir.

Muchas personas, como Ana, pasan la vida «buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser... si no hubiera otra gente en este mundo». Nuestra experiencia de seres desintegrados, de poseer una multiplicidad de yoes, de ser un manojo de contradicciones, se confirma de día en día. A la vez, surge en nuestro interior un deseo de unidad. Queremos integrar pensamientos, sentimientos y acciones. Queremos armonizar cabeza, corazón y vísceras. Queremos crear una sinfonía entre el yogui, el monje y el faquir. Las piezas del puzle, al inicio, se nos antojan imposibles de compaginar. Poco a poco, vamos encontrando la manera de ensamblarlas. Cuando repaso mis textos personales, escritos en mi adolescencia, cuando releo las páginas de mi diario, siento una profunda cercanía con Ana M. Frank. ¿Quién no se ha sentido más de una vez, a lo largo de su vida, como un manojo de contradicciones? Contradicciones que reflejan la complejidad de la existencia humana y que, con frecuencia, son causa de sufrimiento interior. Pero, no estamos aislados en una burbuja independiente. Ana vivió con pasión las contradicciones de una sociedad, inmersa en la segunda guerra mundial. Encerrada en una buhardilla, crea un personaje de ficción como Kitty, a quien escribe sus cartas, donde se reflejan con maestría las contradicciones de! mundo y las suyas propias. En Ana, se atisban los rasgos de la mujer adulta mientras no puede ocultar la fragilidad de su niña interior. En sus textos, el ego y la esencia libran su batalla. Se considera «un manojo de contradicciones». Diagnóstico preciso. Slumdog Millionaire Ganar ocho estatuillas no garantiza la ausencia de polémica. Tildar el filme de “pornografía de la pobreza es sacar las cosas de quicio como lo es también convertirlo en un símbolo máximo de la intercultural. La película, dirigida por Danny Boyle, (2008), es fundamentalmente un relato de un cuento, una historia de amor. No es relevante que el escenario sea un Slum de la India, en concreto los tugurios de Dhravi, en Mumbay, aunque introduce para nosotros una notable dosis de exotismo. Las cámaras que lo escrutan son tan occidentales como los ojos del director. Si el filme queda revestido de significaciones de las que carece se puede perder su aportación genuina. Un cuento que tiene sus apuntes psicológicos y sus enseñanzas, como siempre sucede en los relatos abiertos. Un cuento con un final feliz, como corresponde. Por esto me ha gustado. Por esto, pese a las críticas negativas, conectará con el público. Cualquier espectador se puede identificar con Jamal Malik (Dev Patel), el protagonista. No por sus

orígenes sino por su obsesión amorosa y por ver en su éxito personal el final del túnel. Se trata del triunfo del individuo contra el sistema que pone la zanahoria para despertar los deseos pero que quiere imposibilitarle el conseguirla cuando va a morderla. De nada va a servir la violencia en una comisaría ni las acostumbradas torturas en los interrogatorios. Jamal, como no tiene nada que esconder, tampoco tiene nada qué confesar. Tres detalles me han gustado especialmente. El primero, se conoce mejor lo que se ha vivido. Los recursos para afrontar los retos de la vida se esconden en los fondos biográficos de cada persona. Un concurso, donde los intelectuales han fracasado, sirve de trampolín a un marginado que ha acudido sólo ocasionalmente a las aulas de estudio. Basta conectar las preguntas con episodios de su vida para que fluyan las respuestas. No todas, que para eso están los comodines. No todas, que para eso está elegir lo contrario de lo que aconsejan los presuntos amigos. Cuando se desconocen las respuestas, está el olfato. No hay que acudir a las enciclopedias para buscar los nombres precisos. Es suficiente con recordar hechos y situaciones. En último término, cuando la llamada telefónica resulta impotente, al menos el mensaje es útil: "Dios está contigo". Es decir, se alimenta la confianza básica en la vida. Gurdjieff, en la Introducción a su obra Encuentros con hombres notables, afirma: «En mi opinión, se puede perfectamente transmitir la quintaesencia de una idea por medio de anécdotas y de refranes elaborados por la vida misma». Por ello, escoge nueve personajes que se han cruzado por su vida para reflejar sus aprendizajes más profundos. La lista se inicia con su figura paterna. Jamal no ha acudido a las aulas universitarias para extraer de los libros las respuestas a las preguntas del concurso. Sólo puede rastrearlas en su vida, agitada y turbulenta. La atención a las ideas se desplaza hacia los capítulos de propia biografía, que encierran más enseñanzas de lo que cabe imaginar. Con estos recursos, que parecen tan rudimentarios, es capaz de ir superando una tras otras las pruebas del programa televisivo. El segundo, sólo es capaz de ganar 20 millones de rupias quien no tiene ningún interés en ellas. La emoción de la apuesta no radica en la obtención del dinero, sino en permanecer el máximo de tiempo en pantalla para que Latika (Freida Pinto), el amor de su vida y aficionada al programa de televisión, pueda saber que aún está vivo. Cuando se busca el dinero como objetivo último de la existencia sólo se produce muerte, destrucción y violencia. Se dejará ciego a un niño porque un mendigo invidente que canta obtiene más limosnas. Las burbujas financieras y las crisis que nos sacuden en la actualidad son un reflejo de este

principio. Para Jamal lo más importante es el amor. Por ello, no tiene miedo a perderlo todo si hay una posibilidad remota de rehacer su tejido amoroso. Como lo hizo en su infancia, cuando Latika estaba tiritando bajo la lluvia, y la llamó para que pudiera guarecerse a su lado, pese a la negativa de su hermano. Una de las sentencias que recoge Gurdjieff de las enseñanzas de su padre reza así: «Lo que sacia al hombre no es la cantidad de alimento, sino la ausencia de avidez» (2003). Recuerda a la famosa frase epicúrea de Epicteto: «Si quieres hacer rico a Pitocles no aumentes sus riquezas, disminuye sus deseos». Los valores de Jamal responden a otros parámetros que los que configuran el concurso de la televisión. La fortuna, el dinero, la ganancia... no son nada comparados con la realización amorosa, que se expresa desde una cultura asiática. Gurdjieff compara las culturas: «En un europeo, la comprensión del objeto observado no puede hacerse si no posee al respecto una información matemática completa, mientras que la mayoría de los asiáticos capta por así decir la esencia del objeto observado, a veces con su solo sentimiento, y otras veces incluso con su solo instinto» (ídem, Introducción). Como Jamal, que se guía por el instinto en la búsqueda de sus respuestas. El tercero, una historia de amor no es tanto la culminación de un deseo sino la aceptación de una herida. El primer beso no está impulsado por el erotismo sino por la aceptación profunda y respetuosa de las cicatrices de la persona querida. Amar a una persona es asumirla con toda su historia. Amar a una persona es besar sus cicatrices. Sólo así la convivencia y la fidelidad son posibles. No tendrá que recriminarle su pasado, porque en el fondo el amor es confianza y apuesta de futuro. El pueblo ante los televisores aclamará al nuevo héroe que ha ganado un concurso millonario, porque muchos sueñan con ser ricos, pero el nuevo príncipe, ausente de estos sueños, rescatará a su princesa por la fuerza de su amor. Piotr Karpenko fue amigo de infancia de Gurdjieff. Los dos se enamoraron de la joven Riauzov. Karphenko, tras ser golpeado por su compañero, declaró ante el grupo: «La tierra es demasiado pequeña para contenemos a los dos; por consiguiente, uno de los dos debe morir». Esto dio origen al famoso duelo en el campo de tiro. Tras el susto de una muerte aparente de Karphenko, se observó que tenía sólo una herida. La sonrisa que le dedicó al volver en sí, hizo escribir a Gurdjieff: «A partir de ese momento, tuve por él los mismos sentimientos que hacia un hermano». Los amores más profundos, más de una vez, surgen de las heridas más sangrantes. Jamal podrá expresar su amor tras aceptar la cicatriz

del rostro de Latika. La cercanía de la muerte Marco Tulio Cicerón es el autor de De senectute, la única obra en la literatura latina antigua que se ocupa íntegramente de la vejez. En ella, analiza con detenimiento las cuatro causas por las que la vejez puede parecer miserable: «La primera porque aparta de las actividades, la segunda porque debilita el cuerpo, la tercera porque priva de casi todos los placeres, la cuarta porque no está lejos de la muerte» (Acerca de la vejez, 2008, cap. IV). Podría pensarse que se trata de un texto actual, porque los cuatro elementos escogidos coinciden con los que configuran la ancianidad en los tiempos que corren. Este libro, no obstante, fue escrito en el año 44 a.c. Cicerón no sucumbe ante los razonamientos habituales sino que discrepa, en gran medida, de esos planteamientos tópicos. No hay duda que la vejez hoyes distinta a la de los tiempos del gran orador. El promedio de vida es mucho más alto. La alimentación y la sanidad han mejorado de tal modo que, en los países avanzados, se sobrepasa de media los setenta y los ochenta años. Las mujeres viven más que los hombres. Las repercusiones del envejecimiento de la población están aportando grandes transformaciones en el campo de la investigación, con la aparición de nuevas ciencias como la gerontología y la geriatría; en el campo de la economía, ya que las nuevas generaciones deben resolver el peso de las pensiones; en el ámbito de los servicios, con residencias para personas mayores, con ofertas de ocio para la llamada tercera edad o con propuestas de extensión universitaria. Una cosa está clara y resulta inevitable: la cercanía de la muerte. Cicerón reconoce que es la causa que «más parece angustiar y tener en vilo a los de nuestra edad» (idem., cap. XVIII). Frente a las dos alternativas que contempla, ya que considera imposible encontrar una tercera, su postura es nítida. La muerte «debe ser mirada con la mayor indiferencia, si es que el alma se extingue por completo, o debe ser incluso deseada si es que la conduce a algún lugar donde haya de ser eterna» (ídem). Cicerón discrepa que la muerte tenga que vincularse exclusivamente a la vejez, ya que su amenaza también planea sobre la juventud. No hay escapatoria posible. En todo caso, la ilusión de un futuro lejano largo o corto son matices insignificantes frente a la seguridad del final en todos los casos. Nuestra sociedad secuestra el tema de la muerte. ¿Cuántos adolescentes y jóvenes han visto un cadáver real? Otra cosa es la muerte como ficción y consumo, por ejemplo en el espectáculo cinematográfico. ¿Cómo afrontar la muerte con paz interior? Cicerón afirma que «para poder

despreocuparse de la muerte se debe meditar esto desde la juventud, ya que sin esta meditación nadie puede tener sosiego de espíritu (idem., cap. XX). Por este motivo, no rehuyo reflexionar sobre este tema, incluso en una publicación que no tiene, por definición, a las personas de la tercera edad como sus destinatarios preferentes. La pregunta típica ante la muerte se centra en la cuestión de si hay vida después de la muerte. No es un tema menor. Pero hay otra pregunta más fundamental: ¿hay vida antes de la muerte? La mecanicidad que gobierna la vida de muchas personas impide ser consciente de la propia existencia. Se vegeta, se realizan incluso grandes proyectos... pero el sentido de la vida se escapa por los entresijos de la propia inconsciencia. En cierta ocasión, participé durante un largo fin de semana en un seminario sobre la muerte. La consciencia de su realidad no me generó angustia ni temor. Todo lo contrario, me proporcionó mayores ganas de vivir, porque la clave de la muerte está en la vida. La muerte, como la vejez, no se improvisa. Gurjieff lo definió claramente: “Si (el hombre) llega a ser amo de su vida, pude llegar a ser amo de su muerte. (Ouspensky, 1968, cap, VI). La meditación sobre la muerte nada tiene que ver con pensamientos sombríos sino que su resultado representa un estímulo para la vida. Ahora bien, ¿qué significa ser amo de la vida? En primer lugar, despertarse. Estar sumergido en el sueño impide vivir a fondo. A veces las personas necesitan un golpe duro para que esto ocurra, como sucede a los protagonistas de películas como Ikiru (Kurosawa, 1952) o mi vida sin mi (Coixet, 2002), al serles anunciado por su médico que les quedan pocos meses de vida. Entonces, se dan cuenta de que el tiempo pasa y que las agujas del reloj no tienen marcha atrás. En segundo lugar, superar los comportamientos mecánicos. De este modo, se trabaja la característica principal o la pasión dominante, que constituye una de las expresiones más evidentes de la mecanicidad. Se revisan las formas de pensar, los códigos cognitivos, que favorecen una visión determinada de la existencia. En tercer lugar, abrirse a la conciencia de sí mismo y tomarle el pulso a la vida. Finalmente, adentrarse en los horizontes de sentido. Cuando esto ocurre, la calidad de una persona no se mide por los años que ha vivido sino por la densidad de su biografía. A Jesús le bastaron 33 años para poder proclamar: Consummatum est (Todo está cumplido) (Jn 19,30) Wolfang Amadeus Mozart murió a los 35 años y hoy es considerado uno de los grandes compositores de la música clásica. Dante Alighieri, sin llegar a los 40 años, inició su obra inmortal, la Divina Comedia.

Es erróneo pensar que existe una dicotomía entre la vida y la muerte. Un misterioso hilo conductor las une en un proceso único. Siempre se han querido contraponer las realidades fundamentales. Incluso, se habla del cielo y de la tierra como opuestos. Cuando Jesús sale del agua, tras el bautismo en el río Jordán (Mt 3,16) el cielo se abre configurando una realidad única. Hay que superar la ilusión de los fragmentos. El cuarto camino, como filosofía holística, tiene esta pretensión. Por ello, Gurdjieff afirmó: «Todo el secreto es que no se puede trabajar para la vida futura, sin trabajar para esta vida. Al trabajar para la vida, Un hombre trabaja para la muerte o más bien para la inmortalidad. Es por esto por lo que el trabajo para la inmortalidad, si se le puede llamar así, no puede estar separado del trabajo para la vida en general». (Ouspensky, 1968, cap. VI). La eternidad empieza aquí. Refugiarse en el pasado o proyectarse hacia el futuro son dos escapatorias que no conducen a ninguna parte. La vivencia divina del tiempo es el ahora. En la medida en que una persona va muriendo día a día al imperio de su ego descubre una dimensión nueva de la vida. No hay otra paradoja tan vital como ésta: «Si el grano de trigo, cuando cae a tierra, no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12.24). El defecto principal, un virus mutante Gurdjieff utiliza la expresión defecto principal equivalente a rasgo principal y le concede una gran importancia: «El estudio "defecto principal" y la lucha contra este defecto, constituyen, en alguna forma, el sendero individual de cada hombre, pero la meta debe ser la misma para todos. Esta meta es el darse cuenta de su propia nulidad». (Ouspensky, 1968, cap. XI). El itinerario espiritual de cada persona pasa por afrontar su carácter, su rasgo principal, que constituye su máscara, su armadura, y que le aleja de su esencia, entramado de amor y libertad. Los sucedáneos son múltiples, pero embarrancan al hombre en su empeño de mejora. Parecen atajos, pero se convierten en callejones sin salida. La verdad es el requisito básico para ser conscientes de la propia realidad. Cada uno debe descubrir su rasgo para poder trabajarlo, por ello los caminos son diversos. El anonadamiento es el resultado. Juan de la Cruz lo recuerda en La noche activa del sentido: «Para venir a serio todo, no quieras ser algo en nada» (San Juan de la Cruz, 2002, Subida al Monte Carmelo, libro 1, cap. 13). El vaciamiento pleno posibilita la apertura al todo. Vivir la paradoja es el camino para resolverla. Dos afirmaciones de Gurdjieff complementan su visión sobre el defecto principal. La primera atañe a su importancia en el trabajo: «El carácter de todo hombre presenta un cierto rasgo que le es central, comparable a un eje alrededor del

cual gira toda "falsa personalidad". El trabajo personal de todo hombre tiene que consistir esencialmente en una lucha con este defecto principal (Ouspensky, 1968, cap. XI). La segunda, más sujeta a debate y a matizaciones: «Nadie puede descubrir por sí solo su rasgo o su defecto más característico» (ídem.]. No es fácil. Gurdjieff piensa que el maestro tiene que enseñarle al alumno su defecto principal y mostrarle cómo combatirlo y que sólo el maestro lo puede hacer. Que el maestro tiene su función, es indudable. Más polémico es sostener que tiene la exclusiva. ¿Cuáles son los defectos principales? He centrado mi estudio a lo largo de estos últimos años, en las aportaciones de Evagrio Póntico y en los que han seguido el surco de sus intuiciones. Los espíritus del mal (los demonios) luchan contra los monjes por medio de los pensamientos, «que engendran todo vicio» (Tratado práctico, 6). Esta relación entre las estructuras mentales (malos pensamientos) y los contenidos emotivos (vicios o pasiones) es innovadora. De ahí surgen la gula, la lujuria, la avaricia, la tristeza (la envidia como tristeza del bien ajeno), la cólera, la acedia (más amplia, pero en relación con la pereza), la vanagloria y el orgullo. No podemos evitar que estos pensamientos, según Evagrio, turben el alma, ya que no dependen de nosotros, pero sí que está a nuestro alcance que exciten (o no) las pasiones. El trabajo está en la conexión que se establece. Se puede desactivar. Mi experiencia con mi propio trabajo y en el que desarrollan otras personas me permite afirmar que se pasa por diversas fases. La primera, el descubrimiento del defecto principal, de su fuerza compulsiva y de la casi imposibilidad de superarlo nos sumerge en un cierto desánimo. Posteriormente, una mayor conciencia del mismo, acompañado por las pequeñas victorias que se obtienen, nos sitúa en una cierta euforia. Se mantiene el discurso cauto, pero los trabajos efectuados, los cursos y seminarios realizados, la pertenencia a una cierta elite de consciencia permite observar que una primera fase de progreso puede convertirse en un obstáculo posterior. Por este motivo, sostengo que la pasión dominante actúa como un virus en mutación. El carácter (y las pasiones dominantes), cuando es detectado, controlado y neutralizado a partir de actitudes conscientes reacciona, actúa como un virus mutante, que se metamorfosea y adopta otras formas sutiles que vuelven a escaparse de la conciencia de la persona. Se confunden las prácticas espirituales con la transformación. Se trabajan los síntomas, pero no se llega a las causas. Se podan las ramas, pero se dejan intactas las raíces que están sumergidas en el inconsciente.

Sin entrar en la sombra no hay trabajo radical. El defecto principal ya no actúa a la luz, pero sigue activo en la sombra y es ahí donde experimenta su mutación, como un virus. Se vuelve más sutil. Se trata, según Juan de la Cruz, de las imperfecciones de los principiantes antes de acceder a la fase de proficientes o aprovechados. Habla en La noche pasiva del espíritu sobre esta situación: «Como estos principiantes se sienten tan fervorosos y diligentes en las cosas espirituales y ejercicios devotos, de estas prosperidades -aunque es verdad que las cosas santas de suyo humillan- por su imperfección les nace muchas veces cierto ramo de soberbia oculta, de donde vienen a tener alguna satisfacción de sus obras y de sí mismos». (1994, La noche oscura, libro 1, cap. 2). El hacer más alimenta su presunción. Desautorizan a aquellas personas que no reconocen o alaban su progreso. En mi investigación, subrayé que un eneatipo 2 que se dé cuenta de su orgullo puede adoptar actitudes humildes, es decir bajar al humus (la tierra) de sus propias limitaciones y debilidades, pero también le cabe reaccionar desde una falsa humildad, como reconoce una mujer entrevistada: "Y a veces cuando lo reconozco soy capaz de sacar la falsa humildad, es decir reconocerlo para que los demás digan que tía tan 'cojonuda' que reconoce sus fallos". Una auténtica caída en espiral. Cada defecto principal tiene su manera oculta de desarrollarse. Tan perjudicial es considerar en poco las propias faltas como entristecerse demasiado por ellas. Se confunde voluntad con resultado. El hecho de querer superar el rasgo principal se traduce en el deseo de conseguirlo cuanto antes. No se acepta el propio proceso y se cae en la impaciencia. Quizás la resistencia permite seguir en la humildad, porque un progreso exageradamente rápido puede alimentar la presunción. Cuando un principiante cree dominar los cuatro conceptos básicos del crecimiento personal, quiere convertirse en maestro y se cree en el derecho de dar lecciones a todos. Tan dispuesto está en querer enseñar como poco preparado en seguir aprendiendo. Así se estanca y no progresa. Vive de la ilusión de estar en el camino, pero no hay avance en el amor y sigue atado a sus pasiones. El defecto principal va mutando según las etapas del itinerario espiritual. Darse cuenta es indispensable para no detenerse. Ir al fondo, a las raíces, sin prisas y sin pausas. Teresa de Jesús recuerda el criterio básico de este trabajo: «Con la paciencia todo se alcanza. Sólo Dios basta». Sísifo: la compulsividad de la pasión dominante Albert Camus publicó en 1942 Le Mythe de Sisyphe [El mito de Sísifo], inspirado en un personaje de la mitología griega, del que se habla en el capítulo XI de la

Odisea: «Y vi también a Sísifo, que padecía intensos dolores, sosteniendo una enorme roca con sus dos manos. Apoyándose con manos y pies, empujaba hacia arriba en la colina el pedrusco. Mas cuando estaba a punto de coronar la cima, entonces una violenta fuerza lo derribaba hacia atrás. Y luego la impúdica piedra rodaba hasta el llano. Y él, de nuevo, volvía a transportarla con titánico esfuerzo. El sudor le brotaba y manaba de todos sus miembros, y la polvareda lo envolvía desde la cabeza a los pies» (Hornero). Camus (2004, El mito de Sísifo) recuerda este mito para sustentar su filosofía del absurdo. «Sisifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento» (idem., pág. 156). Aquí lo traigo a colación porque es una imagen muy precisa del carácter y de la compulsividad de la pasión dominante. La piedra nunca podrá llegar a la cima, pero nunca debe permanecer abajo. Su caída constante obedece a la compulsividad y a la reiteración de los comportamientos egoicos. El esfuerzo es titánico y la lucha no ceja: «La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre» (ídem., pág. 160). La compulsividad siempre existe pero varía la forma de afrontarla debido al grado de conciencia: «Las verdades aplastantes desaparecen al ser reconocidas» (idem., pág. 158). Por ello, «la clarividencia que debía ser su tormento consuma al mismo tiempo su victoria» (idem., p. 158). Ser consciente de la compulsividad de las pasiones dominantes produce mucho dolor, pero es la primera vía de liberación. Cualquier persona que lleve a cabo un trabajo espiritual de crecimiento y superación de su ego va a experimentar la fuerza de su compulsión, entendida como una inclinación y una pasión vehemente difícil de regular. Pablo de Tarso, en un texto misterioso, recoge esta situación de manera clara y personal: «Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: "Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad." Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.» (II Cor 12,7b-1O). Entonces ya no se busca la fuerza en el ego, en la petulancia de su carácter, en la arrogancia de su personalidad, sino en la esencia, donde reside la fuerza de Cristo. ¿En qué consiste esta espina en la carne, este ángel de Satanás? Su plegaria es insistente (tres veces) como lo es esta espina clavada. Verse libre de ella es su deseo más ferviente, pero la respuesta constituye una invitación a

confiar en la gracia de Dios. Su función es mantenerle en la humildad, alejarle de la prepotencia y entender que sus actuaciones no dependen de su propia grandeza sino de la fuerza de Dios. Cuando uno cree que ya ha llegado a la cima, la roca cae de nuevo y vuelta a empezar. No se trata de desanimar a la persona que está en camino, sino de recordarle la esencia del trabajo. La compulsión es una característica de la mecanicidad. Se repite el mismo guión existencia!. Se tropieza siempre en la misma piedra, pero cuesta darse cuenta. Sólo consiguen observarlo, quienes están en camino. A partir de ahí comienza el desánimo y el ser consciente de que prácticamente no se avanza nada. Se experimenta la inutilidad del esfuerzo. Gurdjieff lo resumió con su lenguaje radical (Ouspensky, 1968, cap. XI): «Un hombre ha visto en sí mismo algo que lo horroriza. Decide deshacerse de esto, eliminarlo, acabar con ello. Sin embargo, siente que a pesar de sus esfuerzos no puede hacerlo, que todo permanece como antes. Entonces verá su impotencia, su miseria y su nulidad [ ...]. Esta conciencia continua de su nulidad y de su miseria, finalmente le dará el valor para "morir", es decir para morir no simplemente en su mente, o en teoría, sino morir de hecho, y renunciar positivamente y para siempre a todos estos aspectos de sí mismo que no ofrecen ninguna utilidad desde el punto de vista de su crecimiento interior, o que se le oponen. Estos aspectos son ante todo su "falso Yo", y luego todas sus ideas fantásticas sobre su "individualidad", su "voluntad", su "conciencia", su "capacidad de hacer", sus poderes, su iniciativa, sus capacidades de decisión, y así sucesivamente». La ilusión de la cumbre y el deseo de la conquista de la cima espolean al hombre a realizar grandes empresas. Si las orienta hacia su mundo interior, observa que las dificultades para llegar a la cima se encuentran en el propio interior, en sus pensamientos equivocados y en sus afectos desordenados. Si las orienta hacia el mundo exterior, la competitividad se convierte en una carrera hacia el éxito sin mirar el precio que se paga por ello. El poder, el prestigio, el dinero... insensibilizan las relaciones y sólo se descubren adversarios o súbditos. Posiblemente, cuando un individuo está demasiado empeñado en el triunfo personal, ha dejado de lado el crecimiento interior, el trabajo profundo. El ego se instala en la importancia de sí mismo y en un pretendido valor de las propias cualidades. La esencia es consciente de su fragilidad, de su propia inutilidad. Desde esta perspectiva, se conjuga bien la respuesta: «Siervos inútiles somos, lo que teníamos que hacer, esto hicimos» (Lc 17.10). La compulsividad de la

pasión, al modo de la actuación de Sísifo, resitúa en el camino espiritual, en la humildad y en la fuerza de Dios. No cabe el desánimo ni la prisa por recoger los frutos de la cosecha. Todo llegará a su tiempo. Cada persona tiene su propio campo de trabajo y su propia modalidad de realizado. Los monjes antiguos redactaron una lista de las pasiones determinantes en el carácter humano. La práctica espiritual y las investigaciones recientes concluyen en definir que una de estas pasiones actúa como dominante. Cada individuo tiene la suya. En ella, la compulsividad es fácilmente observable, al menos para los demás. Como ocurre con la roca de Sísifo, la pasión dominante tiende siempre a volver al llano, pese a los esfuerzos titánicos por llevada a la cumbre. El camino del centro Bernardo Bertolucci, en su película El pequeño Buda (I993), pone en boca de un músico anciano, que navega en una barquichuela con un instrumento de cuerda en las manos y que pasa por delante de Siddhartha, este comentario: "Si apretáis la cuerda demasiado se romperá y si la dejáis demasiado floja no sonará". Siddharta, al escuchar esta sentencia, advierte que, al extremar su conducta durante años, ha seguido un camino equivocado. A partir de ahí, opta por una vida que se aleja del rigorismo de algunos de sus seguidores. Ante las recriminaciones de los ascetas que le acompañan, afirma: "aprender es cambiar". El camino a la iluminación es el camino del medio. Es la línea que existe entre todos los extremos opuestos. Dhammapada afirma: «La doctrina de Buda recibe también la denominación de "camino de medio" [majjhima patipada] por cuanto evita, por un lado, los excesos de un exacerbado ascetismo y, por otro, el sometimiento al mundo de la sensualidad» (Dhammapada 2000, pág. 205). La expresión in medio virtus significa justamente que la virtud, como la música, sólo es posible con la tensión adecuada. Aristóteles, por su parte, describe la existencia del exceso, del defecto y del término medio, y afirma que «en todos los casos, el punto medio relativo a nosotros mismos es el mejor» (Ética eudemia, 1988, pág. 70). En ningún caso, este término medio equivale a mediocridad, cuyo significado apunta en el diccionario a ser «de calidad media, de poco mérito, tirando a malo». La distorsión de la imagen por exceso conduce a la vanidad y por defecto, a la «antivanidad». Tanto una forma como otra alejan de la centralidad, que es la correspondencia auténtica entre la imagen y el ser. La acumulación, como forma de satisfacer la avaricia, expresa el exceso, y el

aislamiento, el defecto. El punto medio, en cambio, se encuentra en la generosidad y el desprendimiento. La gula busca por exceso el placer y los deleites hedonistas, por defecto aboca a la pérdida del gusto por la vida. Una forma y otra se alejan de la centralidad virtuosa, que consiste en la sobriedad y en la moderación. En resumen, el ego, a través de sus fijaciones mentales y de sus pasiones dominantes, implica la pérdida de la centralidad, ya sea por defecto como por exceso. Los efectos se concretan en la distorsión de cualquier relación que una persona mantenga Tagore, en su obra de teatro El asceta, analiza la figura del Sanyasi, cuyo nombre significa completa renuncia. Sale triunfante de su combate con la naturaleza. Así lo reconoce: «Tú [naturaleza] me hostigabas, con el látigo relampagueante del placer, al vacío de la saciedad; pero los apetitos, esos reclamos tuyos, no me traían más que hambre infinita, polvo de manjares, vapor de brebajes» (1974, pág. 405). Vive tranquilo en su cueva, donde experimenta la ilusión de su ascetismo, pero decide salir al «reino de la mentira». Primero, se convierte en espectador de la muchedumbre: «¿Por qué correrán tanto, y con ese ruido, estos hombres, y para qué? Parece como si tuvieran siempre miedo de perder lo que no alcanzan» [ídem., pág. 40). Después conocerá a Vasanti, la hija de Raghu, que teme acercarse a él porque se considera impura y le llaman «la que mancha». El Sanyasi, instalado en su espejismo espiritual, no teme que lo toque: «Nada puede tocarme, porque yo siempre estoy lejos de todo, en lo infinito» [idem., pág. 416). La niña Vasanti, huérfana y sin amigos, quiere quedarse con el asceta. Su respuesta, distante, es que «puedes quedarte conmigo, pero no estarás nunca conmigo». La fragilidad de Vasanti despierta en el Sanyasi, pese a que lo niegue explícitamente, una ternura y unos sentimientos que creía eliminados. Incapaz de enfrentarse con ellos, huye. Tras un proceso de confusión, quiere volver a encontrar a la niña y la busca afanosamente. Rompe con su pasado: «¡Mueran mis votos de Sanyasi [ ... ] ¡Libre! ¡Rota aquella inmaterial cadena del No!». El camino del centro comprende que «¡el verdadero infinito está en lo limitado, y sólo el amor conoce la verdad!», pero la trampa en la que el asceta cae es vascular de un camino al otro, de un exceso a un defecto. San Juan de la Cruz establece tres caminos. Dos de imperfección y el camino del centro. En uno, el camino del cielo predomina la razón. En el otro, e! camino del suelo se abre a la sensualidad. El Sanyasi pasa de la frialdad amorosa a una dependencia afectiva: «!La hija de Raghu no puede morir!». El camino del centro no prescinde de ninguna dimensión, pero las integra en un proyecto de sabiduría, que es la

meta del camino de! centro. Cuando una persona abandona el punto medio, cae en un extremo. Poco importa si es uno u otro, porque los extremos se tocan. En política, nada hay más parecido a un extremista de izquierdas que un extremista de derechas. Obedecen a los mismos mecanismos de fondo, aunque los (aparentes) valores que persiguen se muestren como contrapuestos. Existe una búsqueda de seguridad, una incapacidad para el discernimiento y la reflexión, una construcción de posturas intolerantes, una imposibilidad de abrirse al diálogo. Gurdjieff buscó e! camino del medio en la armonía de los centros: «En un hombre desequilibrado, la continua substitución de un centro por otro es precisamente lo que se llama "desequilibrio" o "neurosis» [Ouspensky, 1968, cap. VI). Si el centro mental se hipertrofia, aparece el racionalismo y el imperio de la razón sobre las emociones y los instintos. Se cae con facilidad en la intolerancia y el dogmatismo. Si el centro instintivo se sobredimensiona, surge e! sensualismo y e! empirismo. Se cae en el hedonismo y en la búsqueda compulsiva del placer. Renunciar a una dimensión o a otra, pretender ignorarlas sólo por el hecho de no considerarlas dignas de uno mismo conduce al engaño, como le ocurre al asceta de Tagore. Cuando una persona no transita por el camino del centro, no sabe interpretar la realidad: «Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis». Jesús lo proclama con claridad: «Llegó Juan Bautista, que no comía ni bebía, y dijisteis: "Tiene un demonio dentro"; ha llegado el Hombre, que come y bebe, y decis: "¡Vaya un comilón y un borracho, amigo de recaudadores y descreídos!". Pero todos los discípulos de la Sabiduría le han dado la razón» (Lc 7.32-37). La educación como violencia Un pensamiento de Alice Miller puede levantar ampollas: «Mientras la violencia contra los adultos se denomina tortura, en el caso de los niños se considera educación» (2009a). Los defensores del sistema educativo discrepan de una afirmación como ésta y no la toleran. Otros, que están de acuerdo con ella, caen en la trampa de transformar sus afanes libertarios en ideología y en una opción educativa, que imponen a los niños, sin respetar siquiera sus sentimientos. El maltrato en la infancia no se reduce a palizas físicas o violación sexual, que ocurren más de lo que se publica, sino que abarca otros aspectos disciplinarios o del aprendizaje que pasan inadvertidos. Se olvida que el niño es el ser más frágil que podemos imaginar y, a pesar de que tiene una capacidad de supervivencia extraordinaria, las heridas que recibe le marcan para toda la

vida. El sufrimiento no se congela en una época del pasado sino que se proyecta hacia el futuro. Existen dos opciones ante ese sufrimiento. La primera implica revertirlo hacia su origen, hacia sus padres y educadores. Se trata, entonces, de descubrir la verdad, tarea que va a hacer añicos la imagen idealizada de los progenitores. Las resistencias son tan brutales, la imagen está tan interiorizada, que pocos se atreven a dar el paso. Interpretan la violencia recibida como un signo de amor cuando se ha producido un maltrato evidente. La segunda, sumergidos en la inconsciencia de la propia historia y víctimas de una idealización sin límites, repiten en la generación siguiente los errores vividos en la infancia. Te voy a educar como me educaron a mí. Si ahora yo soy un hombre o una mujer de provecho, es gracias a la educación recibida. Atribuyen al amor los componentes educativos de la violencia. Resulta claro que sólo la primera opción rompe el círculo. Si una persona consigue la superación del maltrato, entonces y sólo entonces conseguirá transmitir a la generación siguiente otros valores como el amor y la libertad. Gurdjieff lo había definido antes con precisión: «el hombre [ ... ] nace entre dormidos, y naturalmente cae a su vez en su sueño profundo justo en el momento en que debería comenzar a tomar conciencia de sí mismo. Todo colabora con esto: la imitación involuntaria que hace el niño de los adultos, las sugerencias voluntarias o involuntarias de estos, y su así llamada "educación". Todo intento de despertar de parte del niño es frustrado al instante. Fatalmente.» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). La educación se centra en el resultado. Busca sujeción, disciplina y obediencia. Sería distinto si se centrara en la persona, en el respeto de sus sentimientos, en la aceptación de sus pulsiones. No se acogen, se frustran. Así se demuestra quién manda en el tablero de la educación. Se confunde poder con autoridad. En el otro extremo, respeto no equivale a desinterés e indiferencia, como piensan algunos. Los sentimientos infantiles y sus pulsiones instintivas requieren cuidado y acogida. No significa que siempre se deban llevar a cabo. La limitación humana lo impide. El problema reside en los educadores. Si no despiertan, cualquier intento que los niños tengan de vivir despiertos será abortado. Se instruye con lo que se sabe, pero se educa con lo que se es. Los centros universitarios del profesorado garantizan conocimientos, metodologías y didáctica s, pero no piden procesos terapéuticos de crecimiento personal. Un educador, que no haya despertado, transmitirá sus propios fantasmas y compulsiones a sus propios hijos o a los

alumnos que llenan su aula. Por esto, se avanza tan poco. Mucho más determinante que las palabras es el volcado de contenidos inconscientes sobre la infancia. La relación que una persona tiene con su niño/a interior va a marcar sus relaciones educativas. Si su niño/a interior está maltratado, maltratará; si está reprimido, reprimirá; si crece de espaldas a la verdad, vivirá en el engaño; si se ignoran sus sentimientos y pulsiones, se convertirá en un autómata; si está dormido, anestesiará a los demás. Todo ello siempre y cuando no se produzcan al menos uno de estos fenómenos: la existencia de una persona amorosa que haya estado presente en los inicios y que desactive los traumas infantiles, y el proceso de recuperación del niño interior. Ésta es la clave. Para ello, hay que despertar. Y no es fácil, tal como reconoce Gurdjieff: «y cuántos esfuerzos son necesarios más tarde para despertar; y cuánta ayuda se necesitará cuando se hayan acumulado millares de hábitos que compelen al sueño. Uno se libra de esto muy raras veces. En la mayoría de los casos cuando un hombre es todavía un niño ya ha perdido la posibilidad de despertar; vive toda su vida en el sueño y muere en el sueño» (idem). Los momentos terapéuticos que han iluminado mi firmamento interior coinciden con la vivencia de los sentimientos genuinos y con el reconocimiento de las pulsiones de mi niño interior. Esta luz ha ido precedida por la observación dolorosa de las consecuencias nefastas de una educación que ha desconfiado de las posibilidades genuinas de mi yo verdadero. Esta desconexión permite el surgimiento del ego, la aparición del carácter, la construcción de la personalidad, el vestido de la armadura, la dependencia de la máscara. De este modo, la consciencia cede paso a la mecanicidad y dejo de vivir mi propia vida. Fuera del yo verdadero, no hay libertad, sino sujeción a normas externas. Fuera del yo verdadero, no hay amor, sino pérdida del sentido de la vida. Fuera del ámbito natural, uno se expresa mediante la violencia o su vida languidece de manera paulatina. Sólo queda la ilusión de un ego que enmascara la realidad y permite vivir en la quimera del teatro. Dos convicciones finales. Primera, la tarea es ardua. Los mecanismos y los hábitos son tan poderosos que resulta casi imposible desprenderse de ellos. Pero es posible. Segunda, sólo la verdad nos hará libres. El miedo a descubrir la propia vida pone un tupido velo sobre uno mismo. No se trata de una recuperación intelectual de la propia historia sino de un trabajo profundamente emocional, que hará revivir el niño interior, oprimido durante muchos años

en las mazmorras del olvido. En la vida, no es tan importante lo que se vive sino cómo se vive: «El origen del síndrome neurótico no es causado por un acontecimiento exterior, sino por la represión de los innumerables elementos que configuran la vida cotidiana del niño y que éste nunca será capaz de describir, simplemente porque ignora que puede haber otra cosa» (Miller, 1998, pág. 57). La recuperación del niño interior Ursula K. LeGuin escribió el cuento Los que se marchan de Omelas, que reproduce el tema del mito psicológico de la víctima propiciatoria aparecido por primera vez en Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoievski, y replanteado, posteriormente, por William James. Dicho mito, aplicado a la sociedad, implica el intercambio de un alma torturada por la felicidad de toda una comunidad. Caifás, que en el año de la muerte de Jesús era sumo sacerdote, dijo: «Vosotros no tenéis idea; ni siquiera calculáis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo antes que perezca la nación entera» (Jn 11.50). Tras esta reflexión, el evangelista concluye: «Así aquel día acordaron matarlo». Desde una óptica sociológica, ¿no se sustenta el progreso de unos países sobre el hambre y la miseria de otros, a los que arrebatan de manera sutil sus materias primas? Como ocurre con los icebergs, para que flote una novena parte el resto tiene que estar hundido en el agua. Aplicado este principio a la comunidad interior de la persona, surge una pregunta lacerante: «¿es posible abandonar al niño interior e ignorar sus necesidades a fin de asegurar la supervivencia y el bienestar de la personalidad adulta?» (LeGuin, 1996, pág. 145). El galardonado cortometraje El sueño de Rosette, de J.J. Brañas y Giovanni M. Quinti, incide en la misma línea. La identificación del espectador con los avatares del protagonista de esa película facilita el olvido del drama de la niña. Sólo al final el público se da cuenta, queda hundido en la butaca y se pregunta cómo no lo advirtió antes. La propuesta de bienestar que proponen el ego y las pasiones (satisfacción de la ira, del orgullo, de la vanidad, de la envidia, etc.), ¿justifica el daño que se inflige al niño o a la niña interior (como expresión de la esencia) de cada persona y el deterioro de sus relaciones consigo mismo, con los otros, con las cosas y con Dios? Se pone de manifiesto el altísimo precio que cada uno paga cuando se deja guiar por su pasión dominante: sufrimiento personal, desvinculación y daño social. Alice Miller afirma: «La represión del sufrimiento infantil no sólo determina la vida del individuo, sino también los tabúes de la sociedad» (200gb, págs. 17-18).

Llegar a detectar esta represión, descubrir los causantes de la misma, enfrentarse a ellos pese a tenerlos idealizados, aceptar la verdad de la propia vida... constituye una tarea tan ardua como indispensable. El dilema no admite término medio. O se está con la víctima (el niño/la niña interior) o se está con el agresor (el ego, método de supervivencia ante el mundo parental y educativo). Para comenzar este trabajo, hay que despertar. No resulta nada fácil. Así lo reconoce Gurdjieff: «Desde su más tierna infancia, los topes han comenzado a desarrollarse y a fortalecerse en él, quitándole progresivamente toda posibilidad de ver sus contradicciones interiores; por consiguiente, para él no hay el menor peligro de un súbito despertar» (Ouspensky, 1968, cap. VIII). El camino de sanación, el itinerario de transformación personal, pasa por ir al encuentro del sufrimiento interior. Tarea ardua. Dos sistemas de trabajo son preponderantes en el trabajo personal: el combate directo contra el ego (el camino ascético de la purificación) y la búsqueda constante de la virtud (el camino místico que culmina en la vía unitiva). Cada uno de estos sistemas, contemplados aisladamente, no resuelve el problema. El camino de la interioridad, que representa una fórmula mixta, aproxima mejor a la solución. La ascesis tiene hoy otros rostros: despertar, darse cuenta, descubrir el alto precio de la mentira, elegir la verdad aunque duela... La mística implica conectar con la fuente de amor y de libertad que brota en el interior de cada persona. San Agustín habla de su experiencia: «!Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que si no estuviesen en ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti» (Confesiones, X, 38). Vivir afuera implica perder el centro y alejarse del niño interior. La solución no está fuera, donde el ego busca afanosamente, sino en la interioridad personal. Llama la atención cómo esta relación profunda se establece a través de los cinco sentidos. El cuerpo juega su baza. Por esto, Agustín de Hipona habla de curar la ceguera (vista), de llamada y clamor (oído), de exhalar el perfume (olfato), de hambre y de sed (gusto) y de tocar (tacto). El camino de la interioridad no se reduce al terreno mental, sino que abarca a la persona entera. La conexión emocional y la escucha del propio cuerpo resultan indispensables

para llevar a cabo la tarea. Este camino interior coincide con el objetivo de la terapia que consiste en «hacer hablar y sentir al niño que hay en nosotros y que un día enmudeció», a fin de que cada persona pueda «descubrir, a un tiempo, su propio yo y su sepultada capacidad de aman> [Miller; 1990, pág. 211). El niño, antes mudo, dejará hablar a los sentimientos y a las pulsiones instintivas. Así empezará a revivir su amor y su libertad. Ser consciente de los bloqueos padecidos desde las primeras etapas de la infancia genera mucho sufrimiento. Acaso quienes tenían que haber asegurado el clima de amor para esta criatura, frágily pequeña, se convirtieron en sus mayores verdugos. Descubrir esta verdad es muy doloroso, pero constituye el primer paso para comprender nuestras reacciones, nuestros silencios y nuestras dependencias. De este modo, se rompe la cadena de transmisión porque el pasado de cada persona se proyecta inexorablemente hacia su futuro. Si nuestro entorno fue insensible hacia nuestros sentimientos profundos o hacia nuestras necesidades básicas, nosotros también seremos insensibles hacia las necesidades de las nuevas generaciones. Hay que romper la dinámica. Por ello, recuperar el niño interior es la tarea fundamental de la terapia y de la vida espiritual. Jesús se lo dice a Nicodemo: «Si uno no nace de nuevo, no puede vislumbrar el Reino de Dios» (Jn 3.3).