CIENCIAS SOCIALES y Humanas VVAA

Lecturas del Eje 1 Lectura 1: La ciencia como real maravilloso Roberto Follari. Profesor titular de Epistemología. Univ.

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Lecturas del Eje 1 Lectura 1: La ciencia como real maravilloso Roberto Follari. Profesor titular de Epistemología. Univ. Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina) http://www.redcientifica.com/doc/doc200111120001.html La ciencia es una producción, una construcción: por tanto, de ninguna manera una simple constatación de algo pre-constituido. Y, a partir de allí, que en realidad -al decir del filósofo Heidegger- la ciencia es un fruto del platonismo. La ciencia sería resultado de las tendencias espiritualizantes propias del pensamiento occidental postulado por los griegos (tras destronar a los sofistas): de modo que su exactitud, su supuesta certidumbre, no serían otra cosa que la negación cerrada de la falibilidad, la imposibilidad de aseguramiento, y la contingencialidad propias del conocimiento -y el acontecerhumanos. Nada más exacto y objetivo que el conocimiento científico, según las versiones aceptadas por el sentido común de los científicos mismos. Nada más parecido al “dibujo natural del mundo” que el mapa que ofrece la ciencia, según las difundidas tesis de las epistemologías más anticuadas y -sin embargo- más conocidas, [Nota 1 ] al menos en Argentina . La pereza del pensamiento y la apelación a la intuición sensible -lo cual son [ Nota 2 ] dos modos de decir lo mismo -, se imponen masivamente para hacernos creer que el conocimiento científico es una especie de fotografía de la realidad, una copia pasiva de sus características intrínsecas. Esto oculta el hecho de que la ciencia es una producción, una construcción: por tanto, de ninguna manera una simple constatación de algo pre-constituido. Y, a partir de allí, que en realidad -al decir del filósofo Heidegger- la ciencia es un fruto del platonismo. La ciencia sería resultado de las tendencias espiritualizantes propias del pensamiento occidental postulado por los griegos (tras destronar a los sofistas): de modo que su exactitud, su supuesta certidumbre, no serían otra cosa que la negación cerrada de la falibilidad, la imposibilidad de aseguramiento, y la contingencialidad propias del conocimiento -y el acontecer- humanos. La ciencia puede así ser advertida en lo que tiene de “objetivación”, más que de “objetividad”; es el fruto de una cierta forma de poner los objetos en perspectiva, de captar sus aspectos legaliformes y repetibles, de modo de hacer desaparecer de la percepción aquello que -visto como desordenado- queda fuera de dicho campo de estipulación previa. Si hacemos caso a lo que se abre desde una posición como la que hemos brevísimamente delineado (desarrollarla implicaría un trabajo más largo que el que cabe a esta publicación), caerían toda una serie de supuestos que suelen darse por obvios, y pretendidamente “naturales”: La ciencia no señala cómo son los hechos; sólo el comportamiento ideal de leyes que en la realidad fáctica [ Nota 3 ] nunca se dan aisladas . Es decir: la ley de la gravitación universal se cumple, pero siempre existen resistencias a la caída de los cuerpos; muy claro resulta el caso de los planos inclinados, o las variaciones de temperatura de hervor de los líquidos de acuerdo a la altitud, etc. En una palabra: las leyes científicas nunca surgen de una simple lectura inmediata del comportamiento de lo real. La ciencia no “dice lo real”, sino que lo explica por medio de teorías. Ello implica que la ciencia no surge de [ Nota 4 ] la observación -según a menudo se cree - sino que implica siempre la existencia de supuestos previos que son puestos a contrastación por vía de la experiencia. Este es uno de los puntos que más [ Nota 5 ] contradicen la supuesta evidencia: como “lo real no habla” , sólo se hace inteligible en orden a los interrogantes conceptuales que se le formulan. En continuidad con el punto anterior, la ciencia implica apelar a teorías, y ello a provocar recortes empíricos disímiles. Dicho más fácilmente: la observación no es neutral ni objetiva, se capta diferencialmente de acuerdo con cuáles son los supuestos -explícitos o no- que ordenan la mirada del observador. De modo que sólo para aquellos que convencionalmente se han puesto de acuerdo sobre los criterios y protocolos observacionales, cabe establecer luego bases intersubjetivamente válidas para observaciones en las que pudieran acordar los tipos de descripción empírica. A teorías (o a “paradigmas”) diferentes, corresponden recortes empíricos diferentes (modalidades disímiles de clasificación, por ej.). Teorías diferentes implican también categorías de análisis disímiles en relación a “los mismos” objetos del mundo (en realidad, al categorizarlos diferencialmente deja de ser factible tomarlos simplemente por “los [ Nota 6 ] mismos”) . Es decir: se plantea la cuestión de la diferencia de lenguaje entre teorías. Si -como toda la [ Nota 7 ] concepción pragmática del lenguaje muestra - el lenguaje no refiere inmediatamente a lo real, sino lo

hace por mediación de condiciones socioculturales específicas, cabe establecer que no existe un lenguaje neutro interteórico que pudiera remitir directamente a lo real para resolver diferencias, o para permitir [ Nota 8 ] comunicación fluida. Ello lleva al tema de la “inconmensurabilidad” entre teorías o paradigmas, que planteara Kuhn: dos teorías diferentes se sostienen en supuestos diferentes, y ello implica -por ej.diferencia en cuanto a qué se entiende por ejemplo relevante, qué por prueba empírica suficiente, etc. La consecuencia es evidente: dos teorías no pueden resolver argumentativamente sus diferencias, ni tampoco empíricamente, dado que sus protocolos de validez son no/homologables. La ciencia crecerá -muestra Kuhn- en razón de su posibilidad de resolver problemas, no de su mayor racionalidad en función de algún [ Nota 9 ] supuesto patrón neutro de lo que se pudiera entender por esta . No existe “el” método científico, fetiche preferido de la mitología científica. El método depende del específico objeto, y por ello es variable en cada caso. Imposible practicar con el experimentalismo en Antropología, o para realizar el análisis clínico en Psicología o Medicina. Las ciencias no comparten un método -como [ Nota 10 ] machaconamente insiste el positivismo en retirada -, sino la rigurosidad metódica (respecto de la coherencia interna, la postulación de teorías públicamente expuestas, la contrastación empírica, el alcance del contenido empírico, etc.). Como bien se ha señalado, la insistencia en la cuestión del método suele esconder la incapacidad para advertir los problemas epistemológicos de fondo en la construcción de la [ Nota 11 ] ciencia . Las teorías científicas no están comprobadas, en tanto son imposibles de comprobar. Ya lo mostró [ Nota 12 ] sobradamente Popper : en tanto los casos nunca pueden agotarse, siempre una teoría podría hallar un futuro contraejemplo. Podría establecerse una teoría como falsa, pero es imposible demostrarla verdadera. De modo que someter las teorías a contrastación empírica es sin duda necesario, pero no permite asumir como válida la teoría que pase positivamente la prueba. Es más: varias teorías pueden resistir las mismas pruebas empíricas positivamente, ser coherentes con ellas, sin ser teorías equivalentes o [ Nota 13 ] coextensivas. Esto haría que hubiera “más de una teoría verdadera sobre el mismo objeto” , y que la prueba empírica no funcione como supuesto “experimento crucial” definitorio, como se pensaba desde el Círculo de Viena (fundador del positivismo lógico). La ciencia no progresa linealmente, sino por rupturas. Es decir: una nueva teoría habitualmente plantea corte, no continuidad con la anterior. Así, la ciencia no devela gradualmente una realidad pre-dada cuyas características van apareciendo cada vez más, sino define tal realidad en cada caso diferencialmente según [ Nota 14 ] el tipo de aproximación teórica Una teoría científica no se cae por un contraejemplo. Lejos de la imaginería experimentalista, se ha mostrado que una teoría resiste casos adversos, hasta tanto exista otra mejor que sea capaz de resolverlos. Ninguna teoría cae hasta que exista otra que la reemplace, por lo cual una teoría se sostiene mientras sus [ contraejemplos sean escasos, y resulte heurísticamente útil en la resolución de problemas de investigación Nota 15 ] . Los científicos no son grandes racionalistas dedicados a la cuestión de confirmar o refutar teorías, sino hombres ligados a la resolución de problemas concretos de investigación, que suelen ser inconscientes de los supuestos teóricos de su actividad. Es esto lo aportado por la noción kuhniana de “paradigma”, y ayuda a desmitificar la noción de lo que son los científicos, su actividad y sus productos. La mayoría de los científicos cree habérselas directamente con la realidad, no asume estar mediado por supuestos conceptuales específicos. El científico -en consonancia con lo anterior, y en contra de posiciones como la de Popper- no es un desinteresado buscador de verdades, sino un sujeto socialmente condicionado que busca, en primer lugar, legitimarse dentro de la comunidad científica. El elemento objetivo de su posición no es la referencia a una realidad incontaminada, sino a una situación social objetiva dentro de un campo de relaciones de poder en el aparato institucional de los científicos, el “campo”(Bourdieu). Los científicos no buscan abstracto [ Nota 16 ] conocimiento, sino concreto reconocimiento . Las posiciones que se tomen en las querellas de interpretación científica, están condicionadas por el lugar relativo que se ocupa dentro del espacio social global, y también en el espacio de las jerarquías científicas. Las tomas de posición en el campo del conocimiento están afectadas por situaciones contextuales ajenas a [ Nota 17 ] lo científico mismo, de las cuales a menudo el científico no es consciente . En fin, podríamos continuar atentando contra los prejuicios constituidos sobre la ciencia. Advertir su relación con la dominación y el poder (Foucault, Escuela de Frankfurt), enmarcarla en relación a intereses específicos que condicionan su tipo de perspectiva (Habermas), insistir en su actual creciente y peligrosa puesta al servicio de necesidades pragmáticas del aparato político y económico (Lyotard). O adentrarnos por la ruta que muestra que los sistemas físico-naturales también son productivos, y por ello no limitables a la explicación causalista clásica (Prigogine): lo cierto es que los caminos están lejos del bostezo positivista que aún habita la mentalidad de un amplio campo de los científicos prácticos. A estos, les cabe todavía a pleno la frase que -en un ámbito de influencia diferente- sostenía C. Marx: “lo hacen, pero no lo saben”.

Notas [1] Estas posiciones las defienden autores como Mario Bunge o G.Klimovski, ambos con fuerte peso en nuestro país, aún cuando muy diferente calidad en sus aportes (el primero es autor de más de treinta libros internacionalmente reconocidos, mientras el segundo tiene una limitada obra escrita) [2] G.Bachelard, La formación del espíritu científico, Siglo XXI, México, 1979 [3] L.Olivé, Conocimiento, sociedad y realidad (problemas del análisis del conocimiento y el realismo científico), F.C.E., México, 1988 [4] A.Chalmers, Qué es esa cosa llamada ciencia, Siglo XXI, Madrid, 1987, el capítulo sobre “el inductivismo ingenuo” [5] P.Bourdieu, et al.: El oficio de sociólogo, Siglo XXI, Bs.Aires, 1975 [6] T.Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, F.C.E., México, cap. 10, donde sostiene que científicos que están en paradigmas diferentes se ubican en “mundos diferentes”; contra esta posición se ubicó H.Putnam con su “teoría causal de la referencia”, por ej. en su El significado de significado, Cuadernos de Crítica, UNAM, México, 1984. Putnam ha atenuado su posición inicial sin haberla abandonado, ver su Las mil caras del realismo, Paidós, Barcelona, 1994 [7] Esta teoría va desde lo aportado por J.Austin en su clásico Cómo hacer cosas con palabras, (Paidós, Barcelona, 1988), a lo retomado en las conocidas obras de Umberto Eco. [8] T.Kuhn, La estructura...op.cit., cap. 10 [9] R.Gómez: “Kuhn y la racionalidad científica. Hacia un kantianismo posdarwiniano?”, en O.Nudler et al.: La racionalidad en debate, Centro editor de A.Latina, tomo 1, Bs.Aires, 1993 [10] Esta insistencia en EL método aparece en las obras de M.Bunge, incluso una de las primeras lleva ese nombre ] [11] P.Bourdieu et al., op.cit. [12] W.Quine, Teorías y cosas, UNAM, México, 1986; B.Magee: Popper, Grijalbo, Barcelona, 1974 [13] Esto es lo que sostiene T.Kuhn, a partir de la obra citada y también -con matices específicos- en sus trabajos posteriores. Su posición tuvo el importante apoyo de la “concepción no-enunciativa de las teorías”de W.Stegmüller, basada en la lógica y la teoría matemática de conjuntos, lo que desmintió la supuesta “irracionalidad”atribuida por los logicistas a la posición kuhniana. Ver W.Stegmüller, Estructura y dinámica de teorías, Ariel, Barcelona, 1983 [14] Idem [15] S.Wolgar, Ciencia: abriendo la caja negra, Anthropos, Madrid, 1994. Este autor -junto a Latour- ha abierto una decisiva veta de análisis concreto de lo que los científicos realmente hacen (no lo que “creen hacer”), aún casi desconocida en Argentina, a pesar de que ya cuenta con más de una década de vigencia. [16] B.Barnes, Kuhn y las ciencias sociales, F.C.E., México, 1986; C.Prego, Las bases sociales del conocimiento científico (la revolución cognitiva en sociología de la ciencia), Centro Editor de A.Latina, Bs.Aires, 1992

Lectura 2 - La realidad social1 Graciela Mingo de Bevilacqua - Docente e investigadora de la Universidad Nacional de Entre Ríos

¿A qué nos referimos cuando hablamos de la realidad social? Un tema a debatir cuando analizamos las distintas posturas de la investigación social, es la mirada que se tiene de la realidad social, y lo que encierra cada mirada, como forma o vía de abordar el mundo de la vida. Estas miradas se ponen en juego en el momento de realizar el recorte del objeto, instancia en la que necesitamos recurrir a diferentes métodos o perspectivas de estudio para abordar esa realidad social. Adoptar una postura implica diferencias en la construcción del objeto de estudio, y condiciona la existencia de múltiples modos de analizar a la realidad social. A este entrecruce de posturas, construcciones y modos de abordaje, se lo debe tomar como dice Miguel Beltrán (1999) como un indicador más de la complejidad misma de la realidad. Aproximación al vocablo realidad Desde un sentido amplio a la realidad la conocemos desde los saberes que detentamos, desde el lugar y el medio donde nacimos, desde nuestras formas de relacionarnos con los otros hombres y las cosas, lo que nos fomenta una forma de pensarla, y nos posibilita una forma de “verla” o entenderla. Entonces “lo que nos rodea constituye la realidad, y cada uno nos comprometemos con nuestras circunstancias ya que estamos involucrados en la misma, dado que las personas y las cosas coexisten en la 1

Ficha elaborada en el año 2008 y revisada para ser utilizada en el Seminario de Ingreso Facultad de Trabajo SocialUNER

esencia de tal realidad”2. La realidad entendida desde aquí significa estar y ser parte del transcurrir histórico, como teniendo una idea desde la apariencia, para llegar a comprenderla y construirla de manera más acabada. Se utilizan formas argumentativas para dar cuenta de los interrogantes que surgen dentro del proceso de abstracción y análisis de los elementos constitutivos del objeto de estudio de la realidad. Es en esa construcción de la estructura y las relaciones que se dan entre los distintos elementos, cuando sentimos que buscamos su esencia y será esto, su esencia, lo que nos interesa dilucidar como concreción del fenómeno estudiado en el campo científico. En términos generales agregamos que a la realidad podemos entenderla como una cualidad propia del fenómeno, independiente del proceso volitivo que cada uno realiza sobre ella, y está en relación con el conocimiento adquirido por uno, entendido como la certidumbre del fenómeno real que posee características propias. Ambos términos están en relatividad social desde el marco de emprender los trabajos de investigación y es allí donde cobran relevancia los significados que se depositan en lo que es “real” de acuerdo a las diferencias que hemos señalado. Ejemplificando la idea vertida, podemos decir que lo que es “real” para un joven afganistano, puede no serlo para un joven norteamericano en relación a la problemática de la guerra en Irak. El “conocimiento” que tiene un criminal difiere del que posee un abogado penalista en relación a un mismo hecho. En la dupla Realidad y Conocimiento, cada participante del tema estudiado, pertenece a contextos sociales específicos, pero en el análisis de las ciencias y en este caso las ciencias sociales ambos deben ser incluidos, para poder teorizar dicha asociación. Es por ello que al conjugar ambos términos, podemos tomar la expresión de Berger y Luckman3 desde el campo científico: “al referirnos a la realidad la entendemos como un proceso de construcción de lo social” que se distingue de lo que un hombre en su vida común supone que piensa y conoce de lo real, pues el hombre común conoce lo dado, cuando vive es parte de esa realidad. En ese sentido hay diferencias entre el hombre y su entorno y la reflexión filosófica que lleva al hombre de ciencia a preguntarse en primera instancia por ¿qué es lo real?. Luego ¿cómo reconocerlo? y también ¿cómo describirlo?, preguntas que no están ausentes en la sociología del conocimiento. Las aproximaciones a lo que encierra la realidad nos llevan a mencionar a Pedro Demo4 quien dice, al diferenciar a la realidad natural de la social, que la primera desde las Ciencias Naturales es extrínsecamente ideológica, y lo es sólo en la manera de usarla y construirla, ya que la materia no tiene historia. La realidad social por el contrario, es intrínsecamente ideológica, y lo es desde su propia constitución humana e histórica, además del manejo y uso que se le pueda dar. De acuerdo a lo que vamos describiendo es evidente que desde lo metodológico son inquietantes las preguntas que surgen sobre lo que es la realidad en general, y en particular la realidad social.

¿Qué es, entonces, la realidad social? Sin duda, si la realidad social no es lo dado, sino una construcción social, podemos caracterizarla como compleja, multidimensional, multivariada, politomica(5); es por eso que a cada forma de abordar al hecho como parte de la realidad social, le compete una metodología de acuerdo al objeto que se intenta indagar, y como venimos sosteniendo, sin ser eclécticos, no hay una única vía para comprenderla, para abordarla y los hallazgos serán acordes con la elección metodológica realizada para abordar el objeto de investigación. Es por eso que, cuando pensamos en un astrónomo lo imaginamos trabajando en un observatorio con un telescopio o interpretando imágenes de los satélites que den cuenta de nuevos asteroides, galaxias o planetas. Si mencionamos la violencia social, relacionamos su tratamiento con psicólogos, trabajadores sociales o abogados dictaminando y encontrando los motivos que llevan a violadores a dañar a otras personas y conteniendo a los núcleos familiares de las víctimas. Al referirnos a la construcción social de la realidad de la vida cotidiana, tenemos en cuenta su carácter intrínsecamente ideológico, y entonces vemos que “se presenta como una realidad interpretada por los hombres y que para ellos tiene un significado subjetivo de un mundo coherente”6. En este sentido nos sumergimos en las motivaciones de los sujetos para encontrar la esencia del objeto.

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MENDICOA. , Gloria. Manual teórico-práctico de investigación social. Espacio. Buenos Aires.1998. Pág.15 BERGER y LUCKMAN. La construcción social de la realidad. Amorrurtu editores. Buenos Aires 1998. Pág.17. 4 DEMO, Pedro. Ciencias Sociales y calidad. Narcea. Madrid. 1988. Pág.23 5 GARCIA FERRANDO, Manuel, IBÁÑEZ, Jesús y otros. El análisis de la realidad social. Métodos y técnicas de investigación. Alianza Universidad Textos. Madrid. 1996. 6 BERGER. Pág.36 3

Esta es una idea asociada al mundo de la vida cotidiana aprehendido como una realidad ordenada, y aunque es un “aquí” de mi cuerpo y un “ahora” de mi presente, no se agota en sí misma en presencias inmediatas, sino que también para llegar al hoy, se debe conectar con el pasado, tarea de vinculación que le compete al investigador, cuando reinterpreta el presente: lo que los hombres ven, sin dejar de lado los antecedentes, el devenir histórico, lo que significa que se experimente en grados diferentes de proximidad y alejamiento, a los hechos del mundo cotidiano. Desde un análisis fenomenológico, el método propuesto es descriptivo, con un análisis empírico en el que se pueda dar cuenta de la experiencia subjetiva de la vida cotidiana, entendiendo que la conciencia individual es intencional y que se dirige a los objetos. Es allí donde debe existir la base teórica para poder interpretar los datos (los cuales per se no dicen nada, por más que estén). Los datos son los fenómenos particulares que se originan en “el pensamiento y en las acciones que hacen sus hombres y es sustentado como real por ellos”7. El mundo de la vida cotidiana, se conforma por el mundo físico exterior y lo aprehendido como elementos de una realidad subjetiva interior. La conexión entre ambos, es lo que produce la toma de conciencia y el mundo existe en realidades múltiples. Teniendo presentes los grados de interpretación de acuerdo a las proximidades y alejamientos, podemos decir que: no es lo mismo vivir el hambre cuando no se poseen recursos para alimentarse, que recordar que cuando éramos chicos teníamos hambre porque nuestros padres no podían alimentarnos. No es lo mismo vivir la mordedura de un perro, que recordar, al mirar una cicatriz, que un perro nos mordió en la infancia. Estos ejemplos revelan las distintas instancias y etapas del significado que le dan los actores intervinientes a la sucesión de hechos de lo que circunscribe su vida cotidiana. Pero para el investigador, a la hora de interpretar entre estas realidades múltiples, hay una que se impondrá por excelencia en el acontecer de la vida cotidiana y se impondrá sobre la conciencia de manera masiva. La realización de estas tareas exigen por un lado que el investigador tenga plena vigilancia de lo que se pretende aprehender de la realidad y cuando la aprehende lo hace como una realidad ordenada, objetivada. Allí, el lenguaje se posiciona como un elemento importante, al ser un sistema de signos que proporciona continuamente las objetivaciones del mundo de la vida cotidiana, marcando algunas coordenadas y tipificando experiencias posibles de incluir en categorías más amplias. Además el mundo cotidiano es un mundo inter-subjetivo que se comparte con otros, es la relación “cara a cara” en un presente vivido como algo compartido, dirá Berger(8) a lo que agrego que hoy, surge un nuevo mundo cotidiano en el espacio virtual sin caras, pero también hay espacios compartidos donde la escritura es el medio de expresividad entre dos actores. En la relación cara a cara, juegan y surgen tensiones en el diálogo, en lo gestual, en la palabra o en el silencio. En el mundo virtual la expresividad la buscamos en qué se expresó a través de la frase, en el tono del mensaje, en los signos y símbolos que se emplean. Uno hará hincapié en el lenguaje oral fundamentalmente y el otro, en el lenguaje escrito. La labor del investigador no es simple para alcanzar a interpretar cualquiera de los lenguajes. Será un desafío lograr la transformación de la realidad (lo dado) en conocimiento científico, por lo tanto, teorizar la realidad es la meta a la cual se pretende arribar en el sentido de haber comprendido y/o explicado ese plano de lo real que se ha sometido a estudio. Desde la perspectiva empírica lo que interesa es el aspecto externo del objeto, en este caso aunque se trate de utilizar el método cuantitativo para captar los elementos constitutivos del hecho, la explicación pude ser de tipo sociológica. La realidad se la descubre desde su faz externa, y se la entiende como única, ya que se trata de dar cuenta de ella a través de los datos y las mediciones que esta metodología encierra. Ejemplo: en el tema demográfico (cuantitativo) se explica el envejecimiento de la población desde las teorías sociológicas. Las formas presentadas nos posibilitan acercar al investigador a la realidad social por distintas vías, pudiendo seleccionar una sola perspectiva o articular varias y en este último caso se podrá acceder a un número mayor de dimensiones de esa siempre compleja realidad que se presenta para ser analizada. Cuando se dice que la realidad social es intrínsecamente ideológica, nos referimos a una de las posturas: la de la dialéctica marxista. Entre los principios fundamentales del MHD (Materialismo Histórico Dialéctico) están: a) comprender la realidad como praxis (relación práctica - teoría) b) totalidad e historicidad: la realidad social como totalidad (histórica) en movimiento (dialéctica de los Modos de Producción y Formaciones Sociales), c) la contradicción como factor de cambio y movimiento permanente hacia la transformación, d) la realidad social como expresión de las leyes de la dialéctica (acción recíproca, 7 8

op. cit. Pág.42 op. cit. Pág. 46

interdependencia y unidad de los opuestos, transformación de la cantidad en calidad, negación de la negación), e) la praxis criterio último de verificación de la teoría, e) las ideas como expresión de las relaciones sociales, modos de producción y fuerzas productivas. Bibliografía utilizada: •

BERGER y LUCKMAN. La construcción social de la realidad. Amorrortu editores. Buenos Aires 1998.



DEMO, Pedro. Ciencias Sociales y calidad. Narcea. Madrid. 1988.



GARCIA FERRANDO, Manuel, IBÁÑEZ, Jesús y otros. El análisis de la realidad social. Métodos y técnicas de investigación. Alianza Universidad Textos.Madrid. 1996. MENDICOA, Gloria. Manual teórico-práctico de investigación social. Espacio. Buenos Aires.1998.



Lectura 3 - La dimensión subjetiva de la realidad

Andrés Pérez-Baltodano Intelectual nicaragüense. Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Western Ontario. Director fundador del Instituto Nicaragüense de Administración Pública (INAP) y funcionario del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (CIID) en Canadá. Ha publicado extensamente sobre los temas del Estado, la globalización y el desarrollo social de América Latina. Editor de Globalización, ciudadanía y política social en América Latina: tensiones y contradicciones. La realidad se estructura mediante un sistema de significados sociales que determinan el sentido común con el que se articulan las definiciones del bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo legal y lo ilegal. Estas definiciones son esencialmente políticas porque expresan los balances de poder que establecen los diferentes sectores y grupos que, representando diversos intereses y aspiraciones, luchan por definir los significados que forman el sentido común de la sociedad. En la lucha por definir estos significados, triunfan aquellos grupos y sectores sociales que logran transformar sus intereses particulares en valores que terminan imponiéndose sobre la sociedad. A través de este proceso se construyen y reconstruyen las instituciones que, de acuerdo a Cornelio Castoriadis, condensan los valores sociales dándole forma y sentido a la historia (Castoriadis, 1997, 3-18). Estas instituciones, a su vez, cumplen una función socializante; es decir, sirven para transformar a los individuos en “sujetos éticos” socialmente adaptados (Clifford, 2001, 11). El pensamiento político y la teoría social forman parte de la red de significados con que la humanidad define el sentido de su existencia y el sentido de la realidad. Nada –el neoliberalismo, el socialismo, o la idea de la justicia, por ejemplo–, existe fuera de estos sentidos y, más concretamente, de los medios discursivos que utilizamos para articularlos. La subversión ética de la realidad supone, desde esta perspectiva, desestabilizar este sistema de representaciones simbólicas y conceptuales. Cuando cambian las representaciones subjetivas que hacemos de la realidad, cambia la realidad misma. Es un error, entonces, asumir la existencia de una relación unidireccional entre la dimensión objetiva y la dimensión subjetiva de la realidad. La realidad es lo que pensamos a partir de lo que vivimos; a partir de lo que sentimos; a partir de nuestra doble condición de seres individuales y sociales, porque no existe la individualidad fuera de un contexto y de una condición social que le sirve de referencia. Somos y estamos “ahí” (Dasein), “en el mundo” (Heidegger, 1962). Desde el mundo pensamos y creamos el sentido de la realidad social y de nuestra propia existencia. La mente con la que pensamos esta realidad es una mente “encarnada”; es decir, es una mente incrustada en la materialidad concreta de seres vivientes que habitan un tiempo histórico y un espacio social que condiciona su humanidad (Merleau-Ponty, 1964b). Esto, sin embargo, no implica que la mente no pueda trascender su materialidad para imaginar nuevas realidades (Fielding, 2006). Construimos y reconstruimos “realidades” haciendo diferentes representaciones del mismo hecho objetivo y material: la esclavitud que en un momento histórico se impone para muchos como legítima y normal,

reaparece como ilegítima y despreciable en otro momento, no porque el hecho en sí haya cambiado, sino porque hemos cambiado nuestra representación y significación de este mismo hecho. Más aún, dentro de un mismo tiempo histórico pueden surgir diferentes interpretaciones de una misma condición material. Para algunos, por ejemplo, la pobreza que sufre hoy América Latina es una inevitabilidad histórica. Para la teoría marxista es un producto de la explotación y de la existencia de clases sociales. Para el cristianismo es una afrenta contra Dios y la humanidad. Lo que llamamos la realidad social, entonces, es el resultado de la confrontación entre diversas concepciones y representaciones de su sentido. La historia, desde esta perspectiva, es una lucha permanente entre las diferentes narrativas que pueden hacerse a partir de una misma base material. Así, cuando el pensamiento nomina y explica la realidad, desarrolla la capacidad de transformarla creando nuevas realidades. La historia, entonces, es un proceso de transformaciones materiales y subjetivas. No existe la una sin la otra. No existe una materialidad que para ser reconocida como tal, prescinda de significado. Y no es posible significar lo inexistente […] Publicado en El Nuevo Diario- 17 de Febrero del 2009 - http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/68485

Lecturas del Eje 2 Lectura 3 - Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos. (Fragmento) Edgardo Lander En La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoame-ricanas Edgargo Lander (comp) - CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Bs As, Argentina. Julio de 2000. p. 246. Disponible http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/lander/lander1.rtf

II- La naturalización de la sociedad liberal y el origen histórico de las ciencias sociales El proceso que culminó con la consolidación de las relaciones de producción capitalistas y modo de vida liberal, hasta que éstas adquirieron el carácter de las formas naturales de la vida social, tuvo simultáneamente una dimensión colonial/imperial de conquista y/o sometimiento de otro continentes y territorios por parte de las potencias europeas, y una encarnizada lucha civilizatoria interna al territorio europeo en la cual finalmente terminó por imponerse la hegemonía del proyecto liberal. Para las generaciones de campesinos y trabajadores que durante los siglos XVIII y XIX vivieron en carne propia las extraordinarias y traumáticas transformaciones: expulsión de la tierra y del acceso a los recursos naturales; la ruptura con las formas anteriores de vida y de sustento -condición necesaria para la creación de la fuerza de trabajo “libre”-, y la imposición de la disciplina del trabajo fabril, este proceso fue todo menos natural. La gente no entró a la fábrica alegremente y por su propia voluntad. Un régimen de disciplina y de normatización cabal fue necesario. Además de la expulsión de los campesinos y los siervos de la tierra y la creación de la clase proletaria, la economía moderna requería una profunda transformación de los cuerpos, los individuos y de las formas sociales. En diversas partes de Europa, y con particular intensidad en el Reino Unido, el avance de este modelo de organización no sólo del trabajo y del acceso a los recursos, sino del conjunto de la vida, fue ampliamente resistido tanto en las ciudades como en el campo. Detengámonos en la caracterización de esa resistencia, de este conflicto cultural o civilizatorio, que formula el historiador inglés E.P. Thompson, lúcido estudioso de la sensibilidad popular de ese período: Mi tesis es que la conciencia de la costumbre y los usos de la costumbre, eran especialmente robustos en el siglo dieciocho: de hecho algunas de las ‘costumbres’ eran de invención reciente y eran en realidad reclamos de nuevos ‘derechos’. … la presión para ‘reformar’ fue resistida obstinadamente y en el siglo dieciocho se abrió una distancia profunda, una alienación profunda entre la cultura de patricios y plebeyos Esta es entonces una cultura conservadora en sus formas que apela a, y busca reforzar los usos tradicionales. Son formas no-racionales; no apelan a ninguna ‘razón’ a través del folleto, sermón o plataforma; imponen las sanciones del ridículo, la vergüenza y las intimidaciones.

Pero el contenido y sentido de esta cultura no pueden describirse tan fácilmente como conservadores. En la realidad social el trabajo está volviéndose, década tras década, más ‘libre’ de los tradicionales controles señoriales, parroquiales, corporativos y paternales, y más distanciado de la dependencia clientelar directa del señorío De ahí una paradoja característica del siglo: encontramos una cultura tradicional rebelde. La cultura conservadora de los plebeyos, tan a menudo como no, resiste, en el nombre de la costumbre, esas racionalizaciones económicas e innovaciones (como el cerramiento de las tierras comunes, la disciplina laboral, y los mercados ‘libres’ no regulados de granos) que gobernantes, comerciantes, o patronos buscan imponer. La innovación es más evidente en la cima de la sociedad que debajo, pero como esta innovación no es un proceso tecnológico/sociológico neutral y sin normas (‘modernización’, ‘racionalización’) sino la innovación del proceso capitalista, es a menudo experimentado por los plebeyos en la forma de explotación, o la apropiación de sus derechos de uso tradicionales, o la ruptura violenta de modelos valorados de trabajo y ocio. Por lo tanto, la cultura plebeya es rebelde, pero rebelde en la defensa de las costumbres. Las costumbres defendidas son las de la propia gente, y algunas de ellas están, de hecho, basadas en recientes aserciones en la práctica. Las ciencias sociales tienen como piso la derrota de esa resistencia, tienen como sustrato las nuevas condiciones que se crean cuando el modelo liberal de organización de la propiedad, del trabajo y del tiempo dejan de aparecer como una modalidad civilizatoria en pugna con otra(s) que conservan su vigor, y adquiere hegemonía como la única forma de vida posible. A partir de este momento, las luchas sociales ya no tienen como eje al modelo civilizatorio liberal y la resistencia a su imposición, sino que pasan a definirse al interior de la sociedad liberal. Estas son las condiciones históricas de la naturalización de la sociedad liberal de mercado. La “superioridad evidente” de ese modelo de organización social -y de sus países, cultura, historia, y raza- queda demostrada tanto por la conquista y sometimiento de los demás pueblos del mundo, como por la “superación” histórica de las formas anteriores de organización social, una vez que se ha logrado imponer en Europa la plena hegemonía de la organización liberal de la vida sobre las múltiples formas de resistencia con las cuales se enfrentó Es éste el contexto histórico-cultural del imaginario que impregna el ambiente intelectual en el cual se da la constitución de las disciplinas de las ciencias sociales. Esta es la cosmovisión que aporta los presupuestos fundantes a todo el edificio de los saberes sociales modernos. Esta cosmovisión tiene como eje articulador central la idea de modernidad, noción que captura complejamente cuatro dimensiones básicas: 1) la visión universal de la historia asociada a la idea del progreso (a partir de la cual se construye la clasificación y jerarquización de todos los pueblos y continentes, y experiencias históricas); 2) la “naturalización” tanto de las relaciones sociales como de la “naturaleza humana” de la sociedad liberal-capitalista; 3) la naturalización u ontologización de las múltiples separaciones propias de esa sociedad; y 4) la necesaria superioridad de los saberes que produce esa sociedad (‘ciencia’) sobre todo otro saber Tal como lo caracterizan Immanuel Wallerstein y el equipo que trabajó con él en el Informe Gulbenkian, las ciencias sociales se constituyen como tales en un contexto espacial y temporal específico: en cinco países liberales industriales (Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y los Estados Unidos) en la segunda mitad del siglo pasado. En el cuerpo disciplinario básico de las ciencias sociales -al interior de las cuales continuamos hoy habitando- se establece en primer lugar, una separación entre pasado y presente: la disciplina historia estudia el pasado, mientras se definen otras especialidades que corresponden al estudio del presente. Para el estudio de éste se acotan, se delimitan, ámbitos diferenciados correspondientes a lo social, lo político y lo económico, concebidos propiamente como regiones ontológicas de la realidad histórico-social A cada uno de estos ámbitos separados de la realidad histórico-social corresponde una disciplina de las ciencias sociales, con su objeto de estudios, sus métodos, sus tradiciones intelectuales, sus departamentos universitarios: la sociología, la ciencia política y la economía. La antropología y los estudios clásicos se definen como los campos para el estudio de los otros De la constitución histórica de las disciplinas científicas que se produce en la academia occidental, interesa destacar dos asuntos que resultan fundantes y esenciales. En primer lugar, está el supuesto de la existencia de un metarrelato universal que lleva a todas las culturas y a los pueblos desde lo primitivo, lo tradicional, a lo moderno. La sociedad industrial liberal es la expresión más avanzada de ese proceso histórico, es por ello el modelo que define a la sociedad moderna. La sociedad liberal, como norma universal, señala el único futuro posible de todas las otras culturas o pueblos. Aquéllos que no logren incorporarse a esa marcha inexorable de la historia, están destinados a desaparecer. En segundo lugar, y

precisamente por el carácter universal de la experiencia histórica europea, las formas del conocimiento desarrolladas para la comprensión de esa sociedad se convierten en las únicas formas válidas, objetivas, universales del conocimiento. Las categorías, conceptos y perspectivas (economía, Estado, sociedad civil, mercado, clases, etc.) se convierten así no sólo en categorías universales para el análisis de cualquier realidad, sino igualmente en proposiciones normativas que definen el deber ser para todos los pueblos del planeta. Estos saberes se convierten así en los patrones a partir de los cuales se pueden analizar y detectar las carencias, los atrasos, los frenos e impactos perversos que se dan como producto de lo primitivo o lo tradicional en todas las otras sociedades Esta es una construcción eurocéntrica, que piensa y organiza a la totalidad del tiempo y del espacio, a toda la humanidad, a partir de su propia experiencia, colocando su especificidad histórico-cultural como patrón de referencia superior y universal. Pero es más que eso. Este metarrelato de la modernidad es un dispositivo de conocimiento colonial e imperial en que se articula esa totalidad de pueblos, tiempo y espacio como parte de la organización colonial/imperial del mundo. Una forma de organización y de ser de la sociedad, se transforma mediante este dispositivo colonizador del saber en la forma “normal” del ser humano y de la sociedad. Las otras formas de ser, las otras formas de organización de la sociedad, las otras formas del saber, son trasformadas no sólo en diferentes, sino en carentes, en arcaicas, primitivas, tradicionales, premodernas. Son ubicadas en un momento anterior del desarrollo histórico de la humanidad, lo cual dentro del imaginario del progreso enfatiza su inferioridad […]

Lecturas del Eje 3 Lectura 1 - Acerca del conocimiento, el conocimiento científico y la ciencia.

Graciela Mingo de Bevilacqua - UNER 1.1.a. ORIGEN DEL CONOCIMIENTO La adquisición de conocimientos confiables está unida a las necesidades prácticas con que se gesta la especie humana, o sea que el hombre desde sus orígenes, tanto para protegersede la naturaleza y luego recurrir a ella para satisfacer sus necesidades, como para utilizarla en defensa de su persona y de sus primeras comunidades, se vale de acciones prácticas. En ese sentido en el transcurrir histórico los hombres y las comunidades utilizaron, a partir de su inteligencia, los precarios conocimientos en pos de la mejora de las condiciones materiales de vida, la producción de instrumentos de trabajo, el perfeccionamiento de los mismos, la creación de nuevas herramientas. Así se fueron ampliando los conocimientos disponibles. Podemos decir entonces que el conocimiento es una forma de relacionarnos con la realidad natural y social, es un modo de entenderla, de aprehenderla, de vencer escollos y de enunciar o construir ideas que den cuenta de ella, lo cual nos lleva a afirmar que el conocimiento es una construcción del hombre. La historia del conocimiento muestra también que en un proceso de ensayo – error, el hombre no solo se plantea interrogantes acerca de cómo resolver los problemas de la vida material o cotidiana; también reflexiona sobre aspectos más globales referidos a su origen y destino, los problemas de la organización social, entrelazando conocimientos originados en la intuición, la observación, pero también la magia, la religión, los mitos, además de los inicios del pensar filosófico, cuando los griegos contemplaban la naturaleza y se interrogaban por ella. Al referirnos a los griegos aludimos a una construcción del conocimiento en abstracto, por el contrario los sirios y árabes que aportaron en matemática, se identifican más con un saber práctico.

Todas las personas somos al mismo tiempo hombres prácticos y hombres pensantes; en consecuencia todos los hombres somos “intelectuales” y reflexionamos sobre nuestros propios actos, sobre la sociedad, sacando conclusiones. Y estas elaboraciones se basan en nuestras experiencias, la educación recibida, las tradiciones, los modos de relaciones producidas y recibidas de nuestros antecesores. La historia muestra que a medida que la sociedad se desarrolla otorga a algunos de sus miembros la responsabilidad de pensar, justificar, y buscar soluciones a los problemas más graves. Si nos basamos en Deleuze (1993) y Foucault (1968) diremos que el conocimiento y los conceptos son construcciones sociales producto de las interacciones entre los individuos y de sus prácticas sociales, las cuales se van constituyendo en el propio devenir histórico. Este mosaico constituye el histórico modo de hacer de una época. Alrededor de estos rasgos, la historia social de la ciencia ha sentado diferencias. De ese modo podemos ver que en las sociedades primitivas la función de sabiduría era cumplida por el hechicero o el “brujo” de la tribu, o por los sumos sacerdotes de las primeras religiones. La aparición del excedente en la actividad económica fue muy importante para la constitución de este sector de hombres especializados en el trabajo intelectual. A partir del siglo V a.c. en Grecia, comienzan a constituirse formas de pensamiento racional muy ligadas a la filosofía y la política, a la matemática, a la astronomía. El derecho y la jurisprudencia aparecen en Roma mucho tiempo después. En las primeras sociedades organizadas del medioevo, los patriarcas y los sacerdotes cumplían la función de interpretar los textos sagrados y a través de la autoridad e influencia de éstos en la organización de la sociedad, tenían un fuerte poder intelectual, compartido según el caso, con los monarcas, reyes y los hombres de armas. Será el Renacimiento el momento en que las ciencias vuelven a tener un mayor auge, perfeccionando las ciencias exactas sus técnicas de cálculos. A partir de la modernidad, desde hechos concretos como el descubrimiento de América y desde los aportes galileanos del método experimental, se trata de explicar y fundamentar los hechos sociales y naturales. Por ello decimos que en el mundo científico prima el pensamiento racional. Se produce dentro del ethos moderno la independencia de la religión, de la filosofía y empiezan a desarrollarse y a expandirse las ciencias. En el siglo XVII aparecen instituciones científicas que adquieren mayor auge y que han perdurado en el tiempo como la Royal Society (1662). La práctica científica deja de ser individual para pasar a ser colectiva. Aunque las bases de la racionalidad, superando el pensamiento mítico, surgen en Grecia, recién es en este momento cuando se consagra el pensamiento racional (ratio) que busca la rigurosidad a través de procedimientos lógicos formales. Todo el proceso del devenir científico se vincula con las ideas políticas, sociales y económicas que en cada momento histórico se consagran y es así que los reformadores sociales a partir de mediados el siglo XIX y el siglo XX, entienden que el estado debe asegurar el derecho ciudadano de acceso a la educación, cuyo fundamento, entre otras razones, permitía que todos los sectores sociales puedan llegar a formar parte de la capa social de los intelectuales especializados, además de consagrar uno de los principios democráticos: el de la igualdad, como igualdad de oportunidades. De allí que en el articulado de las constituciones de muchos Estados aparece la necesariedad de garantizar la obligatoriedad de la enseñanza. Es justamente la racionalidad la que abre el espacio para la construcción de la realidad y para que, como principio universal de la ciencia, se entienda que ésta debe estar al servicio del hombre. Es por ello que la ciencia moderna o tecnociencia (sin separación de la actividad científica y tecnológica) se constituye en un saber capaz de prolongarse en la acción eficaz. Ahora bien este proceso de precisión, certeza y determinación de la ciencia muestra sus dificultades y en el momento actual el conocimiento forma parte de la inmediatez, la globalización y la interactividad al constituirnos en parte activa de la sociedad de la información y la comunicación. Esto implica que se han producido rupturas de barreras cuyos accidentes cartográficos se esfuman en el ciber espacio, por lo cual el estatus del saber científico identitario de la ciencia moderna clásica, no se sostiene como tal. Se ha perdido el estatus de privilegio que tenía el conocimiento científico, desde la visión otorgada a la ciencia como clave de la superación de los problemas de la humanidad. Se ha pasado de un visión simplista para explicar, mantener el equilibrio y el orden desde la certeza sostenida por Descartes, a un visión compleja donde se introducen los fenómenos desorganizadores (azarosos) como elemento creativo. “Incorporar lo azaroso implica, también, dejar de lado la idea de sujeto

de conocimiento capaz de conocer y manipular todo. Lo azaroso forma parte de una dimensión subjetiva que es imprescindible o relativamente indeterminante”. (Prigogine, 1995)

1.1.b. Diferentes Formas de Saberes o de Conocimientos. En realidad el conocimiento científico (ciencia) no es la única manera de abordar la realidad. Para algunos un paisaje de montaña puede ser un hecho que convoca a plasmar sus bellezas en una obra de arte (pintura o poesía); para otros la montaña puede ser vista como una cuestión física que requiere un estudio racional sobre su estructura, la erosión que sufre, la vida biológica existente en ella; para un economista, para un cientista político o para un ingeniero posiblemente la montaña será un escollo a vencer y luego transformar en un medio de transporte hasta el momento desaprovechado; desde un pensamiento estratégico se la verá como un lugar de aprovechamiento turístico o un nuevo canal de comunicación necesario de unir por infraestructura. El sentido común (para algunos el menos común de los sentidos) se origina en la práctica social de las personas, experiencias, la cultura transmitida (la tradición, la educación), la llamada “universidad de la vida”. Consiste en la transmisión oral de ideas más subyacentes o más explícitas, de generación en generación. El conocimiento científico no es un conocimiento superior a este sentido común o conocimiento ordinario, sino simplemente distinto. El sentido común es un tipo de saber, en su estado consuetudinario, que se presenta en forma de relatos, sus formas narrativas admiten diferentes enunciados, y por su transmisión oral enseñan al oyente las competencias propias y no necesitan de procedimientos especiales para legitimar los relatos. La ciencia por el contrario tiene una característica distintiva: la utilización de procedimientos específicos que llamamos método científico tanto para explicar los fenómenos como para verificar o comprobar su resultados. En la interpretación del mundo el ser humano se apoya en dos tipos de lenguajes: los históricos o naturales y los artificiales o formales. Llamaremos históricos a los que la persona utiliza en su comunicación diariamente, la lengua materna: el castellano, el guaraní, el francés, etc. Por lenguajes artificiales se entiende, sobre todo, a las matemáticas y los lenguajes lógicos, también a la gramática que trata de aplicar reglas racionales y coherentes a los lenguajes históricos. Toda ciencia ya sea natural o social, maneja su propio lenguaje, que desde el punto de vista lingüístico llamamos metalenguaje (forma de expresión que va más allá del contexto cotidiano). Dentro de estas distinciones, nos encontramos con el lenguaje que caracteriza a la ciencia: es un lenguaje artificial, con códigos restringidos, que Habermas (1984) llama interés técnico, y que dista del lenguaje histórico y natural, como también del pensamiento mágico y religioso. Este disgregar de la ciencia no es un tema de la modernidad, los griegos ya lo planteaban. Recordemos a Platón, quien trazaba las diferencias entre el saber "episteme" (tratado) y el saber "doxa" (opinión). Al referirse a ambos conocimientos decía: hay hombres virtuosos cuyas opiniones pueden ser verdaderas, lo cual depende de la creencia y, sin ser ciencia, pueden ser útiles. En este sentido no hay un menosprecio al saber doxa. Por oposición diremos que hay diferencias entre la apariencia y la esencia, o realidad objetiva de las cosas y de los hechos. Con el advenimiento de la modernidad y la primacía del método de la ciencia físico –matemática, se entendía al saber doxa, como saber cotidiano, como un saber apariencial, que se presenta indemostrable e irrepetible en sus datos y preceptos y que está en contraposición a la ciencia y al saber verdadero. La episteme, como saber de la ciencia, presenta un doble sistema de referencia: sus "verdades", por un lado, deben ser válidas en la realidad (praxis) y por otro, deben ser ubicadas dentro de un sistema cognoscitivo. Desde esta concepción del saber, conocer un fenómeno no significa simplemente poder reaccionar ante él, sino conocer la conexión que lo liga a otros fenómenos y captar el lugar que ocupa entre éstos. El conocimiento cotidiano sobre el mundo nos lleva a actuar de una u otra manera, y en esa elección subyace una decisión que se conoce como teorías implícitas o representaciones mentales que forman parte del conocimiento de un individuo, basadas en la experiencia, y en las que las pautas socioculturales, definidas por prácticas culturales y formatos de interacción social, moldean las percepciones de los sujetos sociales.

Al pensar en la ciencia y el conocimiento que ésta produce, diremos que se basa en las capacidades de razonamiento y raciocinio que tienen los hombres. Pero el hombre no es sólo razón, es mucho más: tiene pasiones, deseos, predilecciones, aptitudes, habilidades y placeres, como plantea Kant. El arte, la religión, la filosofía, las ciencias naturales, las ciencias sociales confluyen en dar al hombre un saber más completo y profundo. El conocimiento mítico‐ religioso representa una forma de conocimiento sustentada en su pretensión totalizante. Puede tener carácter dogmático ya que sustenta su validez en la autoridad de las fuentes que revelan la verdad (la Biblia, el Corán, el I Ching) y muchos de sus postulados son indemostrables empíricamente. Se requiere del acto de adhesión a una creencia y no un acto racional. Existe a su vez en esta sociedad global, como dice Habermas (1984), ciencia no sólo con los conceptos, sino que la imaginación, los sentidos muchos otros mundos (mito, arte y ciencia) permiten ir más allá, donde el otros saberes humanos ya no se plantean como estamentos estancos y confunden en mutaciones diversas.

la factibilidad de hacer y su convergencia con conocimiento científico y separados sino que se

1.1.c. Posibles puntos de encuentro entre los saberes y los conocimientos. Todos los tipos de conocimiento tienen un piso común: un escenario civilizatorio complejamente interconectado, una realidad de alta incertidumbre que deja atrás los modelos más avanzados de aprehensión cognitiva. Ello hace que deba plantearse necesariamente una reinvención de los modelos de conocimiento. Tanto el conocimiento científico como el práctico, o saber doxa, tienen que lidiar con una realidad que les desborda, con una asombrosa infinitud de variables interconectadas que vuelven a esa realidad prácticamente imprevisible (Capra, 1991). De aquí la necesidad de buscar alianzas para el abordaje de esa inquietante realidad. Se hace imperativa la búsqueda de puntos de acercamiento entre ambos tipos de conocimiento. La indagación científica (que no necesariamente ha de tener una aplicabilidad inmediata), y el conocimiento aplicado (que no siempre ha de tener fundamento científico) requieren de posibilidades de encuentro sistemático, sin negarse o excluirse recíprocamente. El acercamiento entre ambos permitirá, por una parte, abordar la compleja realidad para generar soluciones a problemas multidimensionales promoviendo decisiones oportunas y pertinentes a diversos niveles y, por otra parte, permitirá acercar la producción científica al llamado "mundo de los actores sociales". Las ciencias pueden aportar al conocimiento práctico mayor nivel de sistematicidad y de evaluación interna, así como una mayor elaboración y exigencia teórica (explicación, predicción, redes de conceptos). El conocimiento práctico puede aportar al conocimiento científico una orientación hacia las urgencias de la vida contemporánea un sentido de generación de tecnología para la resolución de problemas vitales. Hablamos de construir un conocimiento social riguroso con sustrato vital. 1.1.d. La presentación formal del conocimiento. En general al conocimiento se lo entiende como el conjunto de enunciados denotativos que describen objetos. No todo enunciado denotativo es un enunciado científico. Para que lo sea debe presentar dos condiciones esenciales: el objeto al que se refiere tiene que ser accesible directa o indirectamente a la observación. Ejemplo “las ballenas son mamíferos”, “el agua se congela a cero grado”, son proposiciones que denotan observaciones repetibles por cualquier investigador, y por lo tanto pueden validarse en la experiencia. Y cada disciplina científica define la forma en que deben construirse para que se consideren parte de ella. Decíamos que hay diferencias entre la ciencia y la religión. Esta última parte de una verdad ya poseída, necesita de la fe, de las creencias necesarias, en cambio la ciencia busca la evidencia empírica para ver si un enunciado es o no verdadero. También se diferencia del arte en que éste genera interpretaciones subjetivas del mundo, que se comunican a través del lenguaje cualitativo y predominantemente subjetivo del artista, por medio de

la plástica, de la pintura, de la novela, de la música, etc. Tanto en la ciencia como en el arte hay creatividad e inventiva. La primera parte de la ley científica, el segundo, de la obra artística o lo singular.

1.1.d. ¿Cómo materializamos el conocimiento científico? El conocimiento científico no es una entidad abstracta sin anclaje en lo real, está registrado en publicaciones, grabaciones, protocolos, conclusiones de investigaciones, bancos de datos, unidades y redes informáticas, así como en aplicaciones concretas que la ciencia realiza. Forma parte de las prácticas y discursos de la comunidad científica y está relacionado con la sociedad. El conocimiento, entonces, posibilita describir, explicar, predecir y retrodecir sobre los hechos o sucesos que conforman la realidad. Lo que diferencia a los distintos tipos de conocimiento es el modo de legitimación que tiene cada uno de ellos como saber. En el conocimiento científico se apela a la experiencia y el saber científico proviene de la precisión, coherencia de las proposiones, así como la contrastación entre lo que enuncian esas proposiciones y la realidad empírica a la que se refieren. Necesita de la evaluación de los pares de la comunidad científica, ya que la práctica investigativa requiere la comunicación de sus hallazgos entre los investigadores, desplegando un espacio de debate para llegar a un acuerdo en la teoría propuesta. El conocimiento de la ciencia es riguroso y limitado y por ello se distingue de otras formas de conocimiento. Sus exigencias internas lo limitan, cuando hace un recorte empírico y cuando enuncia una teoría. La ciencia busca cierta unificación dentro de cada disciplina científica, al manejar un mismo sistema de signos y consensuar significados. Es un conocimiento que exige cierto rigor lógico, coherencia interna y validación empírica de sus teorías. El lenguaje científico busca comunicar eliminando ambigüedades, elude vaguedades y trata de ser unívoco, a lo que agregamos que hoy se expresa en el idioma inglés, como lo dice Esther Díaz (1998). Según Follari (2000) la ciencia pude ser advertida en lo que tiene de “objetivación”, más que de “objetividad”. Es una forma de poner los objetos en perspectiva, de captar sus aspectos legaliformes y repetibles, haciendo desaparecer la visión de aquéllos como desordenados.

1.1.e. Características del Conocimiento Científico a) Descriptivo, explicativo y predictivo. Describir es identificar los aspectos más significativos de un objeto, fenómeno, proceso; explicar es dar razón de los motivos, factores que determinan a los fenómenos y sus relaciones; predecir es anticipar el comportamiento de los hechos a partir de las conclusiones, derivaciones, deducciones que nos permite una teoría. b) Racional, crítico y analítico. El razonamiento es el arma esencial de la ciencia, el ida y vuelta permanente entre los conceptos y los hechos (Schumpeter 1982). El análisis exige distinguir las partes que componen o conforman una realidad, mientras que la crítica implica observar cada una de esas partes a la luz de argumentos racionales, lógicos, teóricos, de los nuevos datos que aportan los movimientos que se observan (a juicio del investigador) en los procesos de la realidad.

c) Metódico y sistemático. El conocimiento requiere la aplicación del método científico (procedimientos que responden a una estructura lógica, a una sucesión de instancias y que permiten alcanzar un objetivo). Y lo sistemático radica en que las teorías, las hipótesis y sus relaciones, se estructuran en forma de sistemas y subsistemas. d) Controlable: el conocimiento científico es cuidadoso en sus afirmaciones e hipótesis; para ello las hipótesis son contrastadas, confrontadas cuidadosamente con la realidad. e) Unificado (nomotético) Esta característica tiene relación con la preocupación de que el conocimiento científico pueda llegar en sus desarrollos más avanzados a formular leyes de carácter general, explicativas de la realidad. Al menos algunas hipótesis deben tener la capacidad de referirse a la mayor cantidad posible de fenómenos similares; si bien es entendible esto en las ciencias naturales, en el campo de las ciencias sociales es menos aceptado, a partir de la dificultad de encuadrar todos los hechos haciendo abstracción de los factores históricos y espaciales. f) Consistente lógicamente. Es decir coherente con los principios de la lógica. g) Comunicable a través de un lenguaje preciso, sin ambigüedades, incoherencias ni valoraciones. h) Objetivo. En principio objetivo implicaría que los conceptos y las hipótesis de una teoría, sean coherentes con la realidad, que expresen realmente la realidad. Al respecto Esther Díaz señala que: “…paradójicamente, aunque objetivo es lo contrario de subjetivo, algo es tanto más objetivo cuanto más coincidencias intersubjetivas obtenga.” (Díaz, 1997:15). Precisamente por ello, una investigación científica debe ser muy transparente en sus procedimientos y especialmente en relación a las estrategias para confrontar hipótesis y hechos de la realidad. i) Falible. El conocimiento científico siempre es provisorio y sujeto a los nuevos desarrollos teóricos o a nuevos datos de la realidad.

Bibliografía BUNGE Mario, Ética, Ciencia y Técnica, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1997. DIAZ Esther, Metodología de las Ciencias Sociales, Ed. Biblos, Bs.As., 1997. DE LA TORRE, F y otro, Introducción a las ciencias sociales, Ed. Mc Graw Hill, México,1993. DELEUZE G. GUATTARI F. (1993)¿ Qué es la filosofía? Editorial Anagrama. Barcelona FOLLARI, Roberto, Epistemología y Sociedad, Homo Sapiens. Rosario, 2000. FOUCAULT, M (1968) La palabras y las cosas Siglo XXI Edit HABERMAS, J (1984) Ciencia y técnica como ideología. Edit. Tecnos Madrid KANT I (1997) Crítica de la razón pura. 1781 Trad. de Pedro Ribas. Madrid, Alfaguara–Santillana (13ª edic.). RODRIGO, RODRÍGUEZ, MANECO. Teorías Implícitas. Una aproximación al conocimiento cotidiano. España.1999. Disponible en //Virtual.usc.edu.co/maestría educación/index. SCHUMPETER, J.A. (1982): Historia del análisis económico (2ª ed. cast.), Ariel, Barcelona.

Lectura 3 - El Poder de los Mapas Dennis Wood "La apariencia cargada de autoridad de los mapas modernos enmascara la finalidad con que son elaborados. La comprensión de las limitaciones subjetivas de los mapas es esencial para hacer un uso inteligente de la información" - Revista Investigación y Ciencia año 1993

Tan por sentada se da la objetividad de los mapas modernos, que sirven de metáfora a otras ciencias, e incluso a la objetividad científica en sí. La historia de la cartografía occidental refuerza esta suposición de objetividad, nos habla de un progreso gradual desde las burdas visiones medievales del mundo, hasta las

representaciones de hoy, atenidas a criterios actuales de precisión. Pero todos los mapas incorporan supuestos y convenciones propios de la sociedad o de los individuos que los han elaborado, que saltan a la vista cuando miramos un mapa antiguo, y de los que, sin embargo, no solemos percatarnos cuando examinamos uno moderno. La historia de la cartografía empieza por los autores de mapas egipcios y babilónicos, y enseguida pasa a las contribuciones griegas y romanas; a continuación rinde tributo a las de los árabes en la Edad Media y pone en la Europa medieval el nadir de este arte, que desde el siglo XV, sostiene, avanzó con regularidad hasta su culminación con los mapas de hoy, elaborados con la ayuda de satélites y procesamientos digitales. Dada esta historia, quizá nos sorprenda que pocos objetos puedan ser interpretados de forma indiscutible como mapas de la antigüedad. Existen algunas piezas de tejidos que formaron parte de mapas griegos, pero no se conservan los verdaderos mapas. Si exceptuamos las copias medievales de los itinerarios romanos tampoco conocemos mapas del mundo de la época de Roma, a pesar de las detalladas instrucciones que para elaborarlos encontramos en la geografía de Ptolomeo. En términos estrictos, los historiadores no conocen ningún mapa del mundo que date de antes de la Edad Media. Y no son muchos los mapas medievales que sirven de línea de horizonte de la que medir la altura que ha alcanzado la cartografía. Tan por sentada se da la objetividad de los mapas modernos, que sirven de metáfora a otras ciencias, e incluso a la objetividad científica en sí. La historia de la cartografía occidental refuerza esta suposición de objetividad, nos habla de un progreso gradual desde las burdas visiones medievales del mundo, hasta las representaciones de hoy, atenidas a criterios actuales de precisión. Pero todos los mapas incorporan supuestos y convenciones propios de la sociedad o de los individuos que los han elaborado, que saltan a la vista cuando miramos un mapa antiguo, y de los que, sin embargo, no solemos percatarnos cuando examinamos uno moderno. La historia de la cartografía empieza por los autores de mapas egipcios y babilónicos, y enseguida pasa a las contribuciones griegas y romanas; a continuación rinde tributo a las de los árabes en la Edad Media y pone en la Europa medieval el nadir de este arte, que desde el siglo XV, sostiene, avanzó con regularidad hasta su culminación con los mapas de hoy, elaborados con la ayuda de satélites y procesamientos digitales. Dada esta historia, quizá nos sorprenda que pocos objetos puedan ser interpretados de forma indiscutible como mapas de la antigüedad. Existen algunas piezas de tejidos que formaron parte de mapas griegos, pero no se conservan los verdaderos mapas. Si exceptuamos las copias medievales de los itinerarios romanos tampoco conocemos mapas del mundo de la época de Roma, a pesar de las detalladas instrucciones que para elaborarlos encontramos en la geografía de Ptolomeo. En términos estrictos, los historiadores no conocen ningún mapa del mundo que date de antes de la Edad Media. Y no son muchos los mapas medievales que sirven de línea de horizonte de la que medir la altura que ha alcanzado la cartografía. Hay mapamundis medievales de varios tipos. Los mapas dibujados para acompañar el Comentario sobre el Apocalipsis de Beato de Liébana son ilustrativos. Datan del siglo X o de un poco más tarde, y puede que sigan un prototipo del siglo VIII. Los mapas del beato son rectangulares y están orientados de forma que el Este - donde se encuentra el Paraíso, encerrado en una viñeta cuadrada quede en la parte superior. Los tres continentes poblados por los hijos de Noé están en la mayor parte de los mapamundis dispuestos de la siguiente manera: Europa, abajo a la izquierda; Africa, abajo a la derecha; Asia, arriba. Los mapas del Beato incluyen también un cuarto continente, la terra incógnita, requerido por el texto evangélico (los Apóstoles fueron enviados a predicar el Evangelio "a las cuatro esquinas de la tierra"). Por encima de todo, los mapas del Beato son visiones de la Tierra en cuanto escenario de la historia cristiana del mundo; la precisión físico-geográfica es un detalle secundario. Comparados con nuestros atlas parecen pintorescamente erróneos, pero carece de sentido afirmar que los mapas más recientes proporcionan un sentido del mundo "más verdadero". Dada su función espiritual, los mapas del Beato son absolutamente correctos. El redescubrimiento de los textos de Ptolomeo sobre la elaboración de mapas, en la época de las Cruzadas, condujo a un estilo cartográfico de apariencia más moderna allá por el siglo XIV.

Los cartógrafos, siguiendo las instrucciones y datos de Ptolomeo, produjeron mapas en los que el Norte caía en la parte superior y donde los lugares estaban fijados en un enrejado de longitudes y latitudes. Aunque estos mapas guardan cierta semejanza con los de nuestros días, estaban influidos por las convenciones de los mapamundis medievales. En el Sur aún mostraban la terra incógnita, hacían amplio uso de representaciones decorativas (como los símbolos de los doce vientos), y empleaban convenciones cromáticas tradicionales (por ejemplo, el Mar Rojo se pintaba de este color). Sin embargo, los mapas ptolemaicos anuncian un progresivo alejamiento de la interpretación del mundo a la luz de la Biblia a favor de preocupaciones más prácticas, que servían mejor al naciente comercio mundial centrado en Europa. Los atlas, cada vez más comunes, del siglo XIX muestran un mundo manifiestamente eurocéntrico. Sus límites, signos convencionales, ilustraciones y anotaciones expresan con claridad los intereses políticos, comerciales y científicos de los estados europeos; se resaltan las posesiones coloniales. Parten de la tradición ptolemaica y establecen un nuevo conjunto de rasgos convencionales. El Norte está arriba, la longitud cero grados pasa por Greenwich (Inglaterra) y los mapas están centrados en Europa Occidental, América del Norte o el Atlántico Norte. La configuración resultante ha llegado a ser tan familiar que pocos se dan cuenta de su carácter arbitrario. Conforme la realización de mapas se fue transformando en cartografía científica, resultó cada vez más difícil aceptar que los mapas son ventanas abiertas a la sociedad que los configuran en la misma medida que lo son al mundo propiamente dicho. En Occidente, la epistemología positivista y la confianza en el progreso material animaron a historiadores y profanos a despreciar los mapas no-occidentales como primitivos y a denigrar los mapas antiguos como productos de un pasado bárbaro ya superado. Por extensión lógica, los mapas actuales deberían ser los más precisos y los más objetivos. Esta impresión ha sido reforzada por la coincidencia, de hecho la confusión, entre los mapas y las imágenes tomadas desde satélites espaciales. Fijémonos por ejemplo, en el mapa Geosphere, elaborado por Tom Van Sant, del Geosphere Project de santa Mónica, con la asistencia técnica de Lloyd Van Warren, del Laboratorio de Propulsión a Chorro de Pasadena. Se trata de una obra que borras los límites entre la cartografía y la representación por satélite. Van Sant y Van Warren compusieron su mapa cribando millones de píxeles transmitidos por satélites TIROS-N. Retiraron las imágenes en que la presencia de una capa de nubes oscurecía el suelo. El resultado es una Tierra exenta cuyos límites continentales define un ojo imparcial, electrónico. El mapa Geosphere incorpora sus propias obligaciones ideológicas lo mismo que incorporaron las suyas los mapamundis medievales, los mapas ptolemaicos o los atlas del siglo XIX. Como la mayor parte de sus predecesores, Van Sant ha optado por disponer el Ecuador por el centro, el Atlántico en medio y el Norte arriba. Además Van Sant reconoce que ha filtrado y modificado los datos del satélite de varias maneras deliberadamente subjetivas. La misma supresión de las nubes omite uno de los rasgos característicos del aspecto que la Tierra ofrecerá a quien la contemple desde el espacio. En aquellos parajes donde no se podía disponer de imágenes libres de nubes, estas fueron sustraídas píxel a píxel. Para las latitudes bajas y moderadas, los autores del mapa seleccionaron las imágenes que mejor mostraban la vegetación del verano, para latitudes y altitudes grandes, seleccionaron imágenes propias de paisajes nevados. Se resaltaron los sistemas fluviales para realzar los ríos y, paradójicamente, se aplicó falso color para conferir mayor verismo a la cubierta vegetal. Todas estas decisiones buscan que el mapa sea más útil y fácil de leer. Pero hay que tener presente que la ausencia de nubes, la extensión de la cubierta vegetal, la visibilidad de los ríos y todos los colores que se ven en el mapa son expresiones propias de la visión de sus manipuladores, y no atributos intrínsecos de la Tierra. La iluminación y coloración del mapa de Van Sant realzan los aspectos naturales del planeta y omiten la huella social. W.T. Sullivan, de la universidad de Washington, ha creado un mapa casi antitético al anterior, que centra su atención en el impacto humano. Publicado por el Planetario Hansen, utiliza imágenes libres

de nubes transmitidas por los satélites TIROS- N si bien del hemisferio nocturno. Sullivan elimina los contornos de océanos y continentes para dejar sólo luces de ciudades y fuegos. Un tercer mapa derivado también de los datos transmitidos desde satélite, presenta otra visión, precisa aunque diferente del mundo. Realizado por William F Haxby, del Observatorio Lament Doherty, adscrito a la universidad de Columbia, el mapa representa anomalías del campo gravitatorio en el fondo de los océanos ( es decir, ligeras variaciones de la atracción gravitatoria) determinadas gracias a la finísimas mediciones altimétricas de la superficie marina efectuadas por el satélite SEASAT. Haxby prescinde en absoluto de la superficie terrestre. El mapa de las anomalías gravitatorias parece mostrar la topografía del fondo oceánico, ilusión acentuada por la manera en que el autor ha iluminado cimas y valles, como si estuvieran bajo el sol poniente. Este método de representación hace los datos más comprensibles pero puede inducir a error al poco avisado. El mapa de Haxby proclama abiertamente su carácter subjetivo: las anomalías gravitatorias en el océano reciben vibrantes colores falsos, y los continentes, en negro, carecen de importancia. El hecho de que éste mapa excluya información sobre ciertas partes de la Tierra deja bien claro que es sólo un mapa. Más cuidado hay que tener al interpretar mapas que aparentemente muestran la Tierra tal y como la vería un observador del exterior. Estos mapas se ofrecen a veces como "retratos" o "vistas ", lo que respalda esa falsa impresión. No hay planisferio que no sea subjetivo, en el sentido de que no puede evitarse que distorsione tamaños y formas de los accidentes terrestres. Los cartógrafos sortean tal limitación de muchas maneras. El mapa de Van Sant consigue precisión en la representación de las formas a expensas de los tamaños relativos, lo que es apropiado para sus fines. El mapa de Conservation International, por el contrario, ha optado por una proyección de áreas iguales, que preserva los tamaños relativos de los continentes, a costa de distorsionar sus perfiles. Conservation International tiene por objetivo la conservación de las selvas húmedas tropicales, de modo que ha recurrido a una proyección que no exagera el tamaño de Europa o Norteamérica en detrimento de Africa Central, Asia o Sudamérica, como ocurre en tantas y tantas proyecciones corrientes. Lo mismo que el mapa de Van Sant, el de Conservation International usa una coloración especial para destacar algunos aspectos naturales del planeta, pero recurre al falso color para atraer la atención hacia los bosques húmedos amenazados. Aunque cada mapa de estos busca la precisión, a duras penas podrían ser más diferentes. Esta es la contradicción de los mapas: que son una representación que se dice objetiva de un mundo que sólo subjetivamente cabe representar. La utilidad de los mapas deriva de su sesgo y subjetividad; hay que reconocer uno y otra. Los mapas han de ser explícitos por lo que toca a la elección sus datos y la manera en que los representan. Deben declararse las distorsiones introducidas. Hay que educar a los usuarios sobre lo que pueden o no recibir de ellos. La contraposición de la cara objetiva y la subjetiva que todo mapa tiene ha de ser superada. Disponible en http://geocities.ws/nievas_ies/tallerinvestigacion/Repositorio/El_poder_de_los_mapas.pdf

Eje 3 Lectura 1 - El uso habitual de la palabra ‘paradigma’9 - Paradigma y teorías Autores: Lic. (M.S.) Mingo Graciela y Lic. Sarrot Elisa (FTS – UNER). Previo adentrarnos en el campo de las visiones de las ciencias sociales junto a las posturas 10 epistemológicas que entienden cómo se debe construir el conocimiento científico, recurrimos a Vasilachis 11 y a Lorenzano quienes hacen una breve introducción de lo que se entiende por paradigma a partir de la idea desarrollada por Thomas Kuhn. El concepto de paradigma más usado en ciencias sociales es el que propone Kuhn, quien más tarde a partir de la posdata (1969) sugiere denominar a esta cuestión “tradiciones” o “matrices disciplinarles”. Entre las variadas definiciones que propone Kuhn en su obra La Estructura de las Revoluciones Científicas escogemos ésta: 9 Ficha elaborado para el seminario de Ingreso 2009 de la FTS- UNER. Revisión 2010 y 2011 10 Vasilachis, Irene. Métodos Cualitativos I Centro Editor de A.L. buenos aires.1991. 11 Lorenzano César. La concepción de la ciencia de Thomas Kuhn. Metodología de las Ciencias Sociales.Ediciones Macchi.Bs.As.1999.

“... son las realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica.” (1971) Pero el desarrollo de la obra se fundamenta en pruebas históricas tomadas de la física y la química mostrando la complejidad del progreso científico. El término paradigma según este autor, lo introduce para designar la estructura que adopta el conocimiento científico, diferenciándolo de lo que es la teoría, a la que entiende como una entidad constituida únicamente por enunciados que tienen reglas de correspondencia y que es aceptada por la comunidad científica. Esto nos posibilita a decir que el concepto de paradigma es una entidad compleja que supera a la noción de teoría, abarca un campo del conocimiento más amplio y complejo, por ello en algunos pasajes le da el sentido de “modelo” o “patrón”. Ahora bien existió el intento del propio Kuhn , en 1969, de sustituir el sentido amplio de paradigma por la 12 noción de matriz disciplina , para evitar confusiones y recoger el carácter plural de los elementos teóricos, metodológicos y normativos que gozan del consenso de los especialistas, no ha tenido éxito esta decisión, porque lo revolucionario del aporte de Kuhn está precisamente en la amplitud con que aplica el término paradigma, a la vez matriz disciplinar y referencia ejemplar. Lo más claro es singularizar con el adjetivo “común” el paradigma plural -los paradigmas compartidos- que asume, más o menos explícitamente, la mayoría de los miembros de una especialidad profesional, científica. Es por ello que la comunidad científica en el ámbito de las ciencias sociales toman el concepto de paradigma desde la noción de su amplitud y en el análisis de la realidad social ocurre algo diferente de lo que sucede en el campo de las ciencias naturales. Ejemplo de ello es que ante un mismo fenómeno, la revolución industrial de fines del siglo XVIII en Inglaterra , “...surgen para interpretarlo dos paradigmas distintos: el positivista de Comte y el materialista histórico de Marx. El primero supone que el orden es la condición del progreso y el segundo, que el conflicto es la condición del progreso. Estas dos interpretaciones de la realidad están aún vigentes en nuestros días ... y en las connotaciones de la palabra ‘progreso’ tan distintas para cada paradigma, se hace manifiesta la continuidad de la problemática sociológica.” (pág.27 Vasilachis). Entonces, en las ciencias sociales, “...la elección entre paradigmas no es una elección comunitaria...” (Ibidem, pág.27) al modo que lo es en las ciencias físico-naturales. En el campo de las Ciencias Sociales un mismo hecho posibilita como venimos sosteniendo más de una interpretación, por lo cual es posible decir que las teorías rivales conviven en el análisis de la realidad y del objeto que estemos construyendo. Es posible sostener además que teorías diferentes implican categorías de análisis diferentes en relación a mismos objetos del mundo, esto lleva al tema de la inconmensurabilidad entre teorías, como lo sostiene Kuhn. O sea que teorías rivales conviven en la descripción y análisis de la realidad social. Por otra parte en el campo científico la ciencia no progresa linealmente sino por rupturas, se planean cortes de una teoría a otra, hay una no continuidad con la teoría anterior. Ahora bien, una teoría no cae por un contraejemplo, sino cuando exista otra que sea capaz de resolver los problemas mejor. En ese sentido y con una mirada más amplia y plural metodológicamente, la coexistencia de paradigmas constituye - en ciencias sociales - una posibilidad que las caracteriza desde su nacimiento como ciencias “La aceptación de un paradigma no lleva necesariamente al reemplazo por otro... La sociología no progresa (como pretende Kuhn) ‘reemplazando las antiguas teorías por otras nuevas’” (Vasilachis, op.cit., pág. 27). Los paradigmas compartidos lo son de forma más tácita que explícita, más práctica que teórica; no están especificados con toda precisión ni, por descontado, exentos de desacuerdos y conflictos internos; se trata de creencias aceptadas (su estabilidad nos faculta para hablar de valores) que permiten a los miembros de la comunidad seleccionar, evaluar, criticar e interpretar; sus elementos provienen tanto de la teoría como de la práctica, de la propia disciplina como de otras, del conocimiento científico como del conocimiento corriente, etc. Por lo tanto “...tenemos que concluir que, de acuerdo al contenido de las tesis expuestas hasta aquí, los conceptos de ciencia normal y de revolución científica no son aplicables a la sociología” (Vasilachis, op.cit., pág. 28). Previo adentrarnos en el campo de las visiones de las ciencias sociales junto a las posturas 13 epistemológicas que entienden cómo se debe construir el conocimiento científico, recurrimos a Vasilachis

4. Lorenzano. Op.cit. 13 Vasilachis, Irene. Métodos Cualitativos I Centro Editor de A.L. buenos aires.1991.

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y a Lorenzano quienes hacen una breve introducción de lo que se entiende por paradigma a partir de la idea desarrollada por Thomas Kuhn. El concepto de paradigma más usado en ciencias sociales es el que propone Kuhn, quien más tarde a partir de la posdata (1969) sugiere denominar a esta cuestión “tradiciones” o “matrices disciplinarles”. Entre las variadas definiciones que propone Kuhn en su obra La Estructura de las Revoluciones Científicas escogemos ésta: “... son las realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica.” (1971) Pero el desarrollo de la obra se fundamenta en pruebas históricas tomadas de la física y la química mostrando la complejidad en del progreso científico. El término paradigma según este autor, lo introduce para designar la estructura que adopta el conocimiento científico, diferenciándolo de lo que es la teoría, a la que la entiende como una entidad constituida únicamente por enunciados que tienen reglas de correspondencias y que es aceptada por la comunidad científica. Esto nos posibilita a decir que el concepto de paradigma es una entidad compleja que supera a la noción de teoría, abarca un campo del conocimiento más amplio y complejo, por ello en algunos pasajes le da el sentido de “modelo” o “patrón”. “Consideramos que la coexistencia de paradigmas podría explicarse aceptando el supuesto de la teoría de la acción comunicativa (Habermas), para la cual existen tres mundos, los que constituyen conjuntamente el sistema de referencia que los hablantes suponen en común en los procesos de comunicación. El mundo externo alude a los mundos objetivo y social, y el interno al mundo subjetivo. ...” (Vasilachis, op.cit., pág.28) “...la copresencia de mundos que esta teoría postula hace por demás evidente la complejidad de los fenómenos sociales y la dificultad de analizarlos a partir de la perspectiva de un solo paradigma. De este modo, desde la mira del paradigma positivista se accedería al mundo objetivo y aquellos aspectos del mundo social que se tradujeran en comportamientos observables. Si el paradigma presupuesto es el interpretativo, el foco estará puesto en el mundo social, en el mundo subjetivo y, principalmente, en el mundo de la vida de los actores...” (Ibidem, pág.29). Esta propuesta de complementación de paradigmas, fundamentada en la copresencia de mundos postulada por Habermas, podría graficarse, inspirándonos en Ortí, quien se refiere a la complementariedad de 15 paradigmas por mutua deficiencia . Graficando la realidad social como un triángulo invertido, en el cual el vértice formado por el ángulo más reducido representa la profundidad más difícil de acceder (punta de la cuña que se hunde quedando bastante más debajo de la superficie de lo social), y el lado opuesto a este vértice, la superficie visible, accesible a la observación, notamos lo siguiente:

El mundo objetivo y social estaría involucrado en el plano superior, el de los hechos, el paradigma positivista puede acceder a este plano, y aún al de los discursos desde su estilo de sondeo de opinión. El mundo subjetivo estaría involucrado en el plano inferior más profundo, el de los discursos desde el estilo de análisis cualitativo del discurso, y el de las motivaciones, las significaciones explicitas o implícitas que los sujetos tienen. El paradigma interpretativo se propone acceder a este mundo, para construir una idea del mundo con la acción del mundo, desde la sensibilidad de un sujeto que conoce. Tenemos entonces la posibilidad de acceder al conocimiento de la realidad social desde lo observable, la apariencia, lo explícito, pero también tenemos la posibilidad de acceder a ella desde lo no observable, la

14 Lorenzano César. La concepción de la ciencia de Thomas Kuhn. Metodología de las Ciencias Sociales.Ediciones Macchi.Bs.As.1999. 15 En DELGADO y GUTIERREZ (coord..) “Métodos y Técnicas Cualitativas de Investigación en Ciencias Sociales”, Ed. Síntesis Psicología, Madrid, 1998, pág.93-

esencia, lo implícito. Lo cual nos permite hacer un balance en el que podemos decir que la integración metodológica implica una mejor y más completa comprensión del fenómeno en estudio.

De la relación entre paradigmas, teorías y metodologías En el marco de las ciencias sociales, en todo paradigma científico juegan supuestos ontológicos, epistemológicos, axiológicos y metodológicos. Las preguntas en cada plano son diferentes, pero la coherencia del paradigma implica una concatenación de las respuestas en pos de que -por ejemplo- las herramientas metodológicas no sean contradictorias respecto de las respuestas ontológicas, epistemológicas y axiológicas dadas en los planos “superiores”. Son preguntas del plano ontológico entre otras: “…¿cuál es la naturaleza y forma de la realidad y qué se puede conocer acerca de ella?, ¿la realidad es objetiva y separable del investigador o es subjetiva y múltiple?...” (Sautu, 2003, 44) Son preguntas del plano epistemológico por ejemplo “…¿es posible establecer distancia con el objeto y los actores estudiados? O por el contrario, ¿la interacción entre ambos y la mutua influencia deben ser, ellas mismas, parte de la investigación?...” (Ibidem) Y como preguntas del plano axiológico, “…¿es posible desprenderse de los propios valores, de las ideas de bien y mal, de lo justo o injusto, de nuestras ideas profundas acerca de lo que deseamos para nosotros y para los otros?...” (Ibidem) En el plano metodológico nos preguntaremos cómo obtener conocimiento de esa realidad, con qué estrategia teórica metodológica, cómo produciremos evidencia, con qué procedimientos, en qué contexto socio-histórico y cómo definiremos a éste, con qué problemas de generalidad, validez y confiabilidad nos encontraremos, y cuáles serán nuestros modelos de análisis. Las teorías sociales se integran en un paradigma cuando comparten con él estos supuestos ontológicos, epistemológicos, axiológicos y metodológicos. Lo enuncien explícitamente o no, los principios básicos de algún paradigma se patentizan de alguna manera en la teoría que se enrola en él. Sólo cuando surgen teorías pioneras en las rupturas de paradigmas, cuesta enrolarlas en alguno de los paradigmas vigentes al momento de ese surgimiento. De las Teorías En los diccionarios encontramos definidas a las teorías como “..sistemas de ideas acerca de cómo el mundo funciona, que van más allá de lo que se puede observar o medir; de allí que la teoría siempre tiene un status hipotético. En niveles altos de abstracción, la designación de teoría social comúnmente se aplica a teorías más generales de la sociedad” (Sautú, 2003, 47). Otra forma de definirla es “El conjunto de conocimientos relacionados y configurados en una estructura o sistema, con conexiones y en orden que versan sobre un recorte o aspecto de la realidad. Las preguntas que acompañan al proceso de la elaboración de las teorías son: lo que se conoce, lo que pienso (como investigador) y lo que se espera” (Arnal, 1992). O sea que al realizar un recorte de la realidad social además de existir recortes diferentes sobre la misma, pueden darse categorías de análisis disímiles que tratan de argumentar un mismo fenómeno desde distintas ópticas analíticas. En su significado actual, la teoría “es la forma de conocimiento científico consistente en unificar diversas leyes sobre un aspecto de la realidad. La teoría ha sido interpretada de diversas maneras por la epistemología moderna, se la considera como una descripción de los hechos ej.: la pobreza urbana, como una explicación de los mismos o como un símbolo para la aproximación de la realidad. Por la inseparabilidad de las dimensiones de la realidad social, es frecuente que la teoría social se enraice en concepciones no sólo sociológicas sino también políticas, culturales, psicológicas, económicas, entre otras dimensiones de lo social. Es por ello que en muchos autores encontramos teorías que fusionan filosofía, sociología y teoría económica, como es el caso de Marx o Weber. Además fueron los empiristas quienes buscaron superar la preocupación para enfrentar la teoría sin información o la información sin teoría y es lo que en los años 1950 se denominó la teoría empírica, tema reconocido no solo por filósofos de la ciencia, sino por sociólogos (Merton) y por politólogos ( Deustsch y Sartori) entre otros. (Schuster,2002,37) .

La teoría empírica es la cristalización de construcciones conceptuales de un nivel de generalidad y abstracciones con un campo empírico de aplicaciones que permita la comparación, como el testeo de un cierto nivel del conocimiento. Esto es en parte la influencia del empirismo lógico al momento de construir el concepto de teoría para las ciencias sociales. Para Sautú, una concepción de teoría más restrictiva “…la define como el conjunto de proposiciones lógicamente interrelacionadas del cual se derivan implicaciones que se usan para explicar algunos fenómenos. Implícitos en cada teoría existe una serie de supuestos acerca de la naturaleza de las cosas que subyacen a las preguntas que nos hacemos y la clase de respuestas a las que arribamos como resultado de esas preguntas. …”(Ibidem, 48). Pero la construcción de teoría se abre en un abanico de posibilidades, desde distintos niveles de abstracción, distinta amplitud de fenómenos o procesos que la teoría explica, y en consecuencia, distintos rangos teóricos. Así nos encontramos: -

con una metateoría, o teoría acerca de la producción de conocimiento, nivel supra-teórico en el que se encuentran ubicadas la epistemología o filosofía de la ciencia.

-

Con una teoría formal, de alto nivel de abstracción, caracterizada por explicar procesos de amplitud macrosocial, para lo cual las preguntas a formular desde el quehacer del científico refieren a las semejanzas cruciales que pueden encontrarse entre fenómenos, procesos o contextos altamente heterogéneos entre sí. Los constructos teóricos en este nivel se acercarán a definiciones universales. Por ejemplo: cambio social, estigma, cultura, sistemas políticos, sistemas económicos.

-

Con una teoría sustantiva, de menor nivel de abstracción, caracterizada por explicar procesos de menor alcance, con una óptica más microsocial, para lo cual los científicos se preguntarán por diferencias y semejanzas entre fenómenos, procesos o contextos que presentan cierta homogeneidad. Sus constructos distarán de parecerse a definiciones universales, aunque con la posibilidad de que puedan ser válidos en más de un contexto espacio-temporal. Por ejemplo: tipos de cambio social, tipos de estigma (enfermos de VIH Sida, discapacitados, mendigos, etc.) peculiaridades de las subculturas (población urbana, suburbana, rural: grupos de trabadores según actividad, según sean asalariados o no, etc.

Elementos de las teorías A partir de las diferentes funciones asignadas al término teoría nos parecen importantes los elementos constitutivos de la teoría: •

Conceptos o variables que describen los fenómenos, constructor hipotético.



Relaciones entre los conceptos que describen el fenómeno.



Explicaciones de los fenómenos descritos y de sus relaciones.

Estos elementos toman cuerpo cuando el investigador aborda áreas problemáticas poco conocidas y se encuentra con datos aislados y por ello formula relaciones aisladas, sin conexión entre sí y en la medida que avance el desarrollo se van conectando y se van dando respuestas a los supuestos hipotéticos. Cuando se logra establecer las conexiones entre las diversas relaciones aisladas se llega al encadenamiento de relaciones y conceptos (constructor) y se va configurando un sistema y el conjunto de ese encadenamiento que recibirá el nombre de teoría. El sistema relacional es la búsqueda de ¿cómo? Y ¿por qué? Está constituida por un sistema de relaciones orientadas a describir el fenómeno, es la unión de los acontecimientos de la realidad que están de manera fragmentada y se busca relacionar lo que requiere una explicación integral. Además de describir y explicar el fenómeno, la teoría trata de determinar el cómo y el porqué de las conexiones. De aquí se desprende la posibilidad de deducir o derivar una serie de consecuencias o predicciones de la teoría. Un ejemplo: Una teoría intenta explicar todas las conductas específicas de carácter agresivo, se buscan explicaciones generales, ésa es la tarea del científico y no explicar por qué Carlos golpeó a Rosa. De allí surge el marco de una cierta "teoría de la agresividad" se puede hipotetizar que la privación de una gratificación tiende a producir agresividad. En el caso de explicar la agresividad de un niño se podría hipotetizar que a un grupo de niños les

impedimos el acceso a unos juguetes atrayentes que han deseado. Se enfadarán e insultarán muchas veces cuando otro grupo acceda sin dificultad a los juguetes. Se está evaluando la relación mantenida con variables como el carácter, temperamento, motivación, intereses, reacción ante la frustración, etc. Las teorías al explicar el fenómeno pueden comparar sus resultados con la realidad para ver si existe coherencia entre éstos y los hechos. La consistencia interna se da cuando la teoría no entra en contradicciones entre las explicaciones y predicciones. La consistencia externa sería que la teoría no entra en contradicciones con otras teorías afines.

Funciones de la teoría Según Bunge la teoría tiene una función descriptiva y explicativa del fenómeno tanto desde el punto de vista teórico, como práctico. Así antes de tomar una decisión e implementar un cambio hay que describir cómo es el fenómeno y cuáles son sus características, tratar de indagar por qué se produce y por último implantar cambios. Agregan a esta idea de teoría tanto Popper (1984) como Wittgenstein (1981) que las comparan a redes o mallas que permiten captar y describir la realidad tratando de explicar los fenómenos y los nudos de las mallas simbolizan las relaciones entre los fenómenos. Así, el progreso científico es ir tejiendo mallas (Arnal y otros, 1992,16) Si tomamos en parte el pensamiento de Kuhn diremos que la ciencia crece en la medida que resuelve problemas, o sea que crece por rupturas, donde una teoría es reemplazada por otra teoría. Desde las diferentes posturas epistemológicas vemos que también hay construcciones distintas en torno a las teorías y al crecimiento del conocimiento científico. Siendo uno de los objetivos de la investigación configurar y contrastar empíricamente las teorías, éstas son esenciales para la ciencia y por ello el proceso de la investigación está vinculado a la elaboración de teorías.

Bibliografía: ARNAL, J.,DEL RINCÓN D., LATORRE A. Investigación Educativa. Fundamentos y Metodologías. Editorial Labor. Barcelona. Año 1992. BERICAT, EDUARDO. La integración de los métodos cuantitativos y Cualitativos en la investigación social. Editorial Ariel. S.A. Barcelona. Año 2000. SAUTÚ, RUTH. Todo es Teoría. Objetivos y métodos de investigación. Ed. Lumière, Bs. As., Año 2003. SCHUSTER, FEDERICO. Filosofía y métodos en las Ciencias Sociales, .Editorial Manantial, Bs As, Año 2002 VALLES, MIGUEL S. Técnicas cualitativas de Investigación Social. Reflexión Metodológica y Práctica Profesional. Editorial Síntesis S.A. Madrid. Año 2000.

Lectura 3 “Seudociencia e ideología “ Editorial Alianza Madrid. Mario Bunge - (1985)

La tecnología y los males de nuestro tiempo 1. Introducción Hasta hace poco la ciencia y la tecnología solían ser elogiadas por enriquecer la calidad de la vida; hoy se las culpa de empobrecerla. En efecto, se las hace responsables de algunos de los peores males de nuestro tiempo, tales como el armamentismo, la desocupación, la degradación del ambiente, el agotamiento de los recursos no renovables, la sobrepoblación, y muchos otros. Creo que esta acusación es injusta. Veamos por qué. 2. Qué o quién puede ser responsable

Ante todo, sólo las personas (humanas o subhumanas) pueden ser responsables de lo que hacen o dejan de hacer y, por consiguiente, sólo ellas pueden ser reprobadas o elogiadas. Aun así, la responsabilidad es condicional: requiere tanto libertad como conocimiento. Si una persona está totalmente dominada por otra, o en un estado que le hace comportarse como un autómata, no puede elegir entre diferentes cursos de acción y por consiguiente no es responsable (moral o legalmente) de lo que hace o deja de hacer. Y si ignora del todo los resultados posibles de sus actos o de su inacción, puede decirse de ella que actúa en forma irresponsable, pero no puede censurársela o elogiársela por tales resultados: tiene la excusa de la ignorancia. (Esta excusa es parcial y vale sólo en lo moral: en el derecho la ignorancia no justifica los actos.) Ahora bien, la ciencia y la tecnología no son personas. Por lo tanto no son dignas de elogio ni de censura. En particular, no es posible responsabilizarlas de nuestros males actuales. Por consiguiente, si buscamos culpables de éstos debemos mirar en otras direcciones. Examinemos a los científicos y tecnólogos individuales. 3. Identificación de los responsables Los investigadores en ciencias básicas son inocentes de los males sociales de nuestro tiempo, porque sólo procuran conocimiento; y, mientras el conocimiento no se aplique a fines buenos o malos, es moralmente neutral. Es verdad que la mayor parte del conocimiento es valioso, y por esto socialmente útil, en sí mismo; también es cierto que los investigadores científicos tienen dos responsabilidades morales y sociales primarias: las de investigar y enseñar. Pero hasta aquí llega su responsabilidad moral y social en cuanto científicos. Como ya se ha dicho muchas veces, la ciencia básica es como un cuchillo, que puede usarse sea para cortar una zanahoria o una cabeza humana: ambos son moralmente neutrales. Los científicos aplicados y tecnólogos son bichos de una especie totalmente diferente: ellos sí pueden llegar a saber cómo hacer el bien o el mal. Pueden diseñar fertilizantes artificiales o proyectiles, medicamentos o gas nervioso, programas sociales o campos de exterminio. Más aún, salvo en pocos casos, son libres de hacer lo uno o lo otro, y en todos los casos obran deliberadamente y con conocimiento de los resultados más probables de sus actos. Por consiguiente son plenamente responsables de sus actos, aun cuando no hagan "nada más" que obedecer órdenes. Es verdad que un ingeniero aeroespacial que se niegue a diseñar una nueva arma, o un psicólogo aplicado que se rehúse a diseñar una campaña de publicidad dirigida a engañar al público, corre riesgos: desocupación, prisión, o tal vez algo peor. Pero el poder engendra responsabilidades. Quien no quiera cargar con una gran responsabilidad social no debiera elegir una ocupación que la acarrea. El científico aplicado y el tecnólogo, sobre todo este último, son responsables de lo que pueda resultar de sus esfuerzos, porque pueden vender, o abstenerse de vender, una pericia. Es claro que quien compra esta pericia con fines malvados es el principal culpable (no sólo responsable). En efecto, él es quien ordena o permite a su experto que vaya adelante con un proyecto que sólo puede servir para fines censurables. En resumidas cuentas, la responsabilidad primordial y la culpa de los males sociales de nuestro tiempo la tienen los decisores políticos y económicos. Responsabilicémonos y culpémoslos a ellos, principalmente, por el armamentismo y la desocupación que éste causa, por la lluvia ácida y la destrucción de los bosques, así como por los productos comerciales y culturales de baja calidad. Los científicos aplicados y tecnólogos que participan de estos procesos no son sino accesorios del delito, aun cuando a menudo desplieguen un entusiasmo censurable. Entiéndase bien: no por ser instrumentos carecen de responsabilidad. La tienen, pero menor que sus empleadores. 4. Culpando al "sistema': Sin embargo, un globalista (holista) podría objetar que, al fin de cuentas, el decisor no es sino una víctima del "sistema": que no es libre de actuar de otra manera. Todos los que creen en la necesidad ciega emplean esta excusa, y preconizan que se luche contra "el sistema", al mismo tiempo que dicen respetar a sus componentes individuales. (Un científico marxista me dijo en cierta ocasión que yo debiera "escribirle una carta a la historia quejándome de lo que está pasando". Omitió darme la dirección de la vieja dama.) Según el holismo nadie sería personalmente responsable de sus actos, de modo que sería injusto elogiarlo o censurarlo. Hitler "tenía que" hacer la guerra, Stalin "tenía que" liquidar a sus enemigos y Truman "tenía que" ordenar el ataque atómico: cada uno de ellos fue víctima de su "sistema" o quizá incluso "instrumento de la historia". Este argumento olvida que esos individuos fueron nada menos que pilares de sus propios "sistemas", y por cierto que pilares muy devotos. Fueron libres de abstenerse de ayudar a forjar o sostener a sus sistemas, pero eligieron obrar de otro modo. Y, lejos de ser "instrumentos de la historia", fueron poderosos actores de la historia. Debemos regresar al punto de partida y recordar que sólo las personas individuales pueden responsabilizarse por lo que hacen o dejan de hacer: que los entes impersonales, en particular los grupos sociales, no pueden ser responsables, porque carecen de cerebros capaces de elegir y evaluar. Por

consiguiente, no hay tal cosa como la responsabilidad colectiva, menos aún la culpa o la virtud colectivas. Si a uno no le gusta un sistema dado, debiera criticarlo, combatirlo, o al menos abstenerse de ayudarlo. Sin embargo, parecería que la opinión globalista tiene un grano de verdad, ya que se puede argüir que, si el individuo X hubiera pertenecido al sistema social Y, en lugar del sistema social Z al que pertenece, entonces X habría obrado de manera diferente, p. ej., virtuosamente en lugar de pecaminosamente. Es cierto que ningún individuo es una isla: como solía decir Ortega y Gasset, "yo soy yo y mi circunstancia". Con todo, éste es el problema causal, no el moral. El que X pertenezca al sistema social Z explica la conducta de X pero no la disculpa necesariamente. Si X sabía que lo que se esperaba de él en virtud de pertenecer al sistema Z era moralmente censurable, entonces X pudo abstenerse de hacer lo que hizo, aunque por supuesto corriendo un riesgo. En resumen, puesto que sólo las personas individuales son responsables de sus actos o de su inacción, a) el científico básico, quien no se propone sino conocer el mundo, es inocente de los males sociales actuales, salvo el de sobrecarga de información; b) el científico aplicado y el tecnólogo -sobre todo este último-, quienes se proponen cambiar el mundo, pueden hacerlo para mejor o para peor, por lo cual son dignos de elogio en el primer caso y de censura en el segundo; e) el decisor (político o empresarial), quien puede ordenar la puesta en ejecución de un proyecto tecnológico, es máximamente responsable de los resultados buenos o malos de tal obra. La moral práctica de nuestra historia es que debemos pasar al científico puro, pero debemos palpar de intenciones al aplicado, y de armas al tecnólogo, aunque centrando nuestra vigilancia en el empleador de este último. 5. Relaciones causales y su control Aunque nuestro discurso anterior termina con una moraleja, no contesta cabalmente la pregunta que sugiere ambiguamente el título de este capítulo. En efecto, la pregunta puede interpretarse tanto moral como causalmente. Es decir, independientemente de la atribución de responsabilidad y de culpa, queremos saber si los males sociales que nos aquejan son efecto del uso intensivo de la tecnología en el curso de los dos últimos siglos, o sea, desde la Revolución Industrial. Y también podemos desear averiguar si la solución reside en abandonar la tecnología o en emplear una tecnología diferente. Estos son problemas legítimos e importantes, pero pertenecen a la ciencia social y a la sociotecnología, no a la filosofía. Parecería que los problemas sociales de alcance mundial más apremiantes del momento, tales como el armamentismo, la desocupación y la sobrepoblación, son efectivamente efectos del uso intensivo de ciertas tecnologías modernas, desde las ingenierías eléctrica y nuclear hasta la agronomía y la medicina. Por ejemplo, la sobrepoblación es el resultado de un aumento rápido de la producción de alimentos y de la difusión de medidas higiénicas (tan simples como hervir el agua), las que fueron posibilitadas por la aplicación de la biología. La degradación del ambiente es un efecto de la industrialización, hecha posible por la tecnología moderna combinada con la sobrepoblación. La amenaza de guerra nuclear, aunque estrictamente es efecto de una rivalidad política e ideológica, habría sido imposible sin la aplicación de la física nuclear a la tecnología militar. Y no habría desocupación a no ser por la difusión masiva de maquinarias cada vez más automáticas. De modo, pues, que podemos responsabilizar a nuestros dirigentes políticos y empresariales, junto con sus dóciles auxiliares tecnológicos, por habernos llevado al punto en que estamos. Sin embargo, podemos suponer que esto no era inevitable: que, de haber sabido anticipar lo que vendría, lo habríamos evitado. Por ejemplo, la planeación familiar (materia de la tecnología biológica) podría haber impedido la explosión demográfica, permitiendo que el aumento de la producción de alimentos y la difusión de la higiene mejoraran la calidad de la vida. A su vez, una menor población mundial hubiera disminuido la demanda de materia prima, lo que a su vez hubiera reducido las tensiones internacionales. Otro ejemplo: la Revolución Verde no habría empeorado la suerte de los campesinos pobres si éstos se hubiesen organizado en cooperativas capaces de adquirir cereales de alto rendimiento, fertilizantes y maquinaria agrícola. Tercer ejemplo: no habría desempleo si la semana de trabajo se redujera de cuarenta a treinta horas en los países altamente industrializados, y si no se empleara tecnología de punta en la industria de los países en desarrollo. En definitiva, los problemas sociales más agudos que aquejan al mundo de hoy no son inevitables: en principio pueden corregirse controlando el uso de las tecnologías físicas y biológicas, y empleando una dosis de tecnología social. Por cierto esto no es fácil, porque involucra una reorientación ideológica y una mayor participación popular en la administración de la cosa pública. Pero es factible. Y, lo que importa para nuestro tema, no debiéramos acusar a la tecnología per se sino más bien a la elección de una combinación equivocada de tecnologías físicas, biológicas y sociales, y en particular un descuido de estas últimas. En resumen, los efectos colaterales negativos de una tecnología cualquiera pueden evitarse, disminuirse o

compensarse con ayuda de alguna otra tecnología. El que haya grupos sociales que se opongan a semejante reorientación, es verdad pero no viene al caso. 6. Conclusión En conclusión, podemos responder brevemente como sigue a las preguntas que sugiere el título de este capítulo. Primero: en efecto, la tecnología ha sido empleada a menudo sin consideración por valores que no sean económicos o políticos, lo cual ha tenido consecuencias desastrosas para todo el mundo. Segundo: efectivamente, los tecnólogos son personalmente responsables de tales usos, aunque ciertamente en mucho menor medida que sus empleadores. Tercero: no es verdad que la tecnología deteriore necesariamente al mundo, las tecnologías existentes, combinadas y dosificadas adecuadamente pueden ayudarnos a salir del embrollo, con tal de que sean guiadas por un sistema de valores diferente. De modo que, en última instancia, el problema íntegro es más de valores o desiderata que de medios. Lo cual no significa que sea un problema axiológico teórico que podamos endilgarle al filósofo. El problema de los males sociales de nuestro tiempo sólo tiene solución por vía política (nacional e internacional) con la ayuda de las tecnologías adecuadas. Por consiguiente, no se trata de echarles el fardo a las tecnologías, sino de controlarlas. En Mario Bunge, Seudociencía e ideología, Madrid, Alianza. 1985

“La producción de los conceptos científicos” Editorial Biblos, Buenos Aires Esther Díaz (comp.) 1994 Ciencia contemporánea y responsabilidad ética Según los cálculos más pesimistas, hoy no sólo están amenazados los paisajes y las especies. El universo entero se encuentra bajo sospecha. El trámite parece lento pero seguro. Luego de algunos milenios, las fuerzas que componen el universo se desintegrarán. Una vez que se alcance la máxima disipación de la energía, todo habrá terminado. Esta evidencia, unida a los actuales desequilibrios ecológicos, enturbia el horizonte de la humanidad. Pero esta inquietud no es nueva. Siempre existió preocupación por el fin de los ciclos vitales. Existieron, al mismo tiempo, intentos de prolongarlos. No obstante, la vida biológica se mostraba remisa a perdurar. En su defecto, se prometía la duración del alma. Los magos arcaicos ofrecían la eternidad. Luego la ofrecieron los sacerdotes. En otros tiempos y desde otros ámbitos, los alquimistas, furtivos precursores de la ciencia, buscaban la piedra filosofal, aquella sustancia maravillosa que vencería a la muerte. De hecho, vencería la corrupción vital del individuo y vencería además la corrupción de los metales. Como sabemos, las inquietantes aleaciones de los alquimistas no dieron resultado. Pero sus prácticas -interactuando con otras prácticas sociales- posibilitaron el acaecer de la ciencia moderna. Ciencia que, en cierto modo, alcanzó los objetivos propuestos por sus antecesores. Esos objetivos, obviamente, no se obtuvieron de forma literal. Sin embargo se lograron. Por supuesto que los logros sufrieron los desfasajes que suelen mediar entre las teorías y las prácticas, las profecías y las realizaciones, los proyectos y las adquisiciones. Uno de los objetivos de la alquimia era que cualquier metal innoble se convirtiera en oro. Si se toma el oro como metáfora y se la traduce por "riqueza", "eficiencia" y "progreso", se puede concluir que la ciencia consiguió, realmente, que cualquier elemento se transforme en oro. El accionar de la razón científicotecnológica, entendida como acción racional con respecto a fines, ha conquistado el malogrado afán del alquimista. Toda empresa que hoy aspire a obtener ganancias interesantes, es decir, que aspire a convertir en oro sus productos, deberá atenerse a la racionalidad científica. Por lo demás, dicha racionalidad se aplica (o se intenta aplicar) a la sociedad en general, y no únicamente a la actividad privada. Correr detrás de mayores logros al menor costo posible es un signo de nuestro tiempo. Me refiero a los menores costos económicos, por cierto, ya que los espirituales, psicológicos o sociales cada vez cuentan menos.

Se despliega así una ética de la eficiencia. Al ritmo de esta ética, lo que sirve para fortalecer el sistema se usa: lo que no, se descarta. De este modo se descartan máquinas, productos, personas. En consecuencia, el objetivo del metal precioso está logrado: ya que si bien la racionalidad científico tecnológica no engendra oro, funda su equivalente de manera más provechosa, puesto que la utilización del oro tiene un límite, mientras que la gama de productos que puede producir una multinacional tiende al infinito. La otra meta perseguida por los alquimistas también ha sido alcanzada por la ciencia moderna, con los consabidos desencuentros entre lo que se aguarda y lo que realmente se cosecha. La inmortalidad absoluta no se alcanzó, esto es real, pero se duplicó largamente el promedio de vida. En algunos períodos de la alta Edad Media la esperanza de vida humana era de 25 años promedio. En la época de Paracelso, aproximadamente de 35. En la actualidad, la expectativa sobrepasa los 75. Hay que agregar a ello el descubrimiento de la panacea universal. Otra frustración de los siglos medios. Otro éxito de la modernidad, en la cual el dolor físico se anestesia y el psíquico se adormece. A partir de lo dicho, cabe concluir entonces que la anhelada piedra filosofal no es otra cosa que la ciencia moderna, cuya racionalidad brinda los medios para la eficacia económica, y cuyas aplicaciones alargan la vida y vencen el dolor. Esta ciencia, fecunda y contradictoria, ha surgido al abrigo de dos aspiraciones: deseo de conocer y deseo de dominio. Sus dos fuentes deseantes tienen por objeto al hombre y a la naturaleza. Si algo se conoce, se torna previsible. Si es previsible, es dominable. Así se postula la razón científica devenida razón instrumental. Ahora bien, existen dominios deseables y dominios objetables. Es deseable, por ejemplo, el dominio de las enfermedades, de los torrentes, de las conductas destructivas. Por el contrario, son objetables ciertos dominios del átomo, de los genes, de las conductas sociales. Nuestro problema entonces es distinto al de los alquimistas. Ellos buscaron sin éxito la piedra filosofal. Nosotros la encontramos y, a veces, no sabemos qué hacer con ella. Los productos de la ciencia se nos suelen escapar de las manos, como un artilugio que se escapa de las manos de un aprendiz de brujo. Cabría preguntarse pues en qué medida éste es el precio que se paga por haber generado una técnica capaz de independizarse de su proceso creador, o en qué medida es el costo por haber entronizado la objetividad científica en la hornacina de la divinidad. En las primeras décadas de nuestro siglo no existía conciencia histórica acerca de la relación entre actividad científica y juegos de poder. Quienes se atrevían a señalar esta relación eran acusados de irracionales. El discurso ganador, en cambio, proclamaba la neutralidad ética de la ciencia y exaltaba la búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo. La responsabilidad social se relegaba entonces al campo de las aplicaciones científicas, es decir, a las decisiones de los tecnólogos, de los empresarios, de los políticos. La investigación básica había recibido las aguas bautismales de la neutralidad moral. La ciencia es inocente, se decía, la tecnología puede ser culpable. Pero el desarrollo tecnológico no es autónomo. Pertenece a la producción del conocimiento científico. La investigación básica necesita tecnología y, obviamente, subsidios. Esto es, capital. El capital se consigue con prestigio, con relaciones, con antecedentes. En fin, con poder. La ciencia, como cualquier actividad humana, forma parte, evidentemente, del dispositivo de poder social. Afirmar esto no significa negar la racionalidad interna de la ciencia, sino indicar que dicha racionalidad se inscribe en un proceso histórico. En las postrimerías de nuestro siglo, a la luz de numerosos efectos cuestionables o condenables de la ciencia, no podemos seguir negando la relación ciencia-tecnología-política-economía. Por lo tanto, no podemos seguir ocultando la relación de la ciencia con la ética. De los efectos positivos de la ciencia no es necesario hablar, todos los disfrutamos: y los negativos son demasiado conocidos. Se trataría de reflexionar, más bien, sobre la responsabilidad que nos cabe a quienes directa o indirectamente estamos relacionados con la actividad científica. Esta tarea se nos impone como un debate doble: por una parte, discutir una política científico-tecnológica que nos permitiera participar dignamente en el concurso mundial de las naciones y, por otra, deliberar sobre la responsabilidad que debemos asumir en tanto docentes, investigadores, técnicos, decidido res o, simplemente, ciudadanos. Dicha responsabilidad no debería atender únicamente a la defensa de la vida, sino también a su calidad. Además, no debería considerar solamente la naturaleza, sino también la cultura, ya que ambas forman parte del nicho ecológico de los seres humanos. He aquí una propuesta que es también un desafío: repensar el quehacer científico a la luz de su dimensión humana. En E. Díaz (comp.), La producción de los conceptos científicos, Buenos Aíres, Biblos, 1994

“Ciencia, política y cientificismo” - Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 1º edición noviembre de 1969 - Sexta edición julio de 1975 Oscar Varsavsky Capítulo III. El cientificismo Comenzaremos analizando la actitud ante la ciencia que prevalece entre los científicos argentinos. En pocos campos es nuestra dependencia cultural más notable que en éste, y menos percibida. Eso ocurre en buena parte porque el prestigio de la Ciencia -sobre todo de la ciencia física, máximo exponente de este sistema social- es tan aplastante, que parece herejía tratar de analizarla en su conjunto con espíritu crítico, dudar de su carácter universal, absoluto y objetivo, pretender juzgar sus tendencias actuales, sus criterios de valoración, su capacidad para ayudamos a nosotros, en este país, a salir de nuestro "subdesarrollo". Se toleran, sí -con sonrisa de superioridad comprensiva- las inofensivas críticas contra la bomba atómica, o el "despilfarro" de dinero en viajes espaciales, o las añoranzas de un supuesto pasado feliz precientífico: son cosas de los Fósiles. Pero los científicos del mundo no dudan de su institución, ellos están mucho más unidos que los proletarios o los empresarios; forman un grupo social homogéneo y casi monolítico, con estrictos rituales de ingreso y ascenso, y una lealtad completa -como en el ejército o la iglesia- pero basada en una fuerza más poderosa que la militar o la religiosa: la verdad, la razón. Este grupo es realmente internacional; atraviesa cortinas de cualquier material (por ahora el bambú sigue siendo algo impermeable), pero acepta incondicionalmente el liderazgo del hemisferio Norte: los Estados Unidos, Europa, la URSS. Allí es donde se decide -o mejor dicho se sanciona, porque no hay decisiones muy explícitas- cuáles son los temas de mayor interés, los métodos más prometedores, las orientaciones generales más convenientes para cada ciencia, y allí se evalúa en última instancia la obra de cada científico, culminando con premios Nobel y otros reconocimientos menos aparatosos pero igualmente efectivos para otorgar "status". Allí está la elite de poder del grupo. Este liderazgo es aceptado por dos motivos contundentes: allí se creó y desarrolló la ciencia más exitosa, y el grupo no constituye una casta cerrada ya que cualquier estudiante puede aspirar a la fama científica. La ciencia del Norte es la que creó las precondiciones tecnológicas para una sociedad opulenta, la que obligó a los militares a pedir ayuda y tiene a la religión a la defensiva. Y por si fuera poco, es la que generó las ideas, conceptos y teorías que son obras cumbre de la humanidad, capaces de producir emociones tan profundas como la revelación mística, el goce estético o el uso del poder, para decirlo de la manera más modesta posible. Los medios de difusión de nuestra sociedad ensalzan estas virtudes de la Ciencia a su manera, destacando su infalibilidad, su universalidad, presentando a las ciencias físicas como arquetipo y a los investigadores siempre separados del mundo por las paredes de sus laboratorios, como si la única manera de estudiar el mundo científicamente fuera por pedacitos y en condiciones controladas "in vitro". Su historia se nos presenta como un desarrollo unilineal, sin alternativas deseables ni posibles, con etapas que se dieron en un orden natural espontáneo y desembocan forzosamente en la ciencia actual, heredera indiscutible de todo lo hecho, cuya evolución futura es impredecible pero seguramente grandiosa, con tal que nadie interfiera con su motor fundamental: la libertad de investigación (esto último dicho en tono muy solemne). Es natural, pues, que todo aspirante a científico mire con reverencia a esa Meca del Norte, crea que cualquier dirección que allí se indique es progresista y única, acuda a sus templos a perfeccionarse, y una vez recibido el espaldarazo mantenga a su regreso -si regresa- un vínculo más fuerte con ella que con su medio social. Elige alguno de los temas allí en boga y cree que eso es libertad de investigación, como algunos creen que poder elegir entre media docena de diarios es libertad de prensa. ¿Qué puede tener esto de objetable? Es un tipo de dependencia cultural que la mayoría acepta con orgullo, creyendo incluso que así está por encima de "mezquinos nacionalismos" y que además a la larga eso beneficia al país. Ni siquiera tiene sentido, se dice, plantear la independencia con respecto a algo que tiene validez universal; más fácil es que los católicos renieguen de Roma. ¿Puede haber diferentes tipos de ciencia? Es indudable que sí. Basta una diferente asignación de recursos -humanos, financieros y de prestigio- para que las ramas de la ciencia se desarrollen con diferente velocidad y sus influencias mutuas empiecen a cambiar de sentido. Eso da una Ciencia diferente. El predominio de las ciencias naturales sobre las sociales es una característica histórica de nuestra sociedad, pero no es una ley de la naturaleza: pudimos haber tenido una Ciencia de otro tipo. Pero hemos

llenado de elogios a la ciencia que tenemos. Su prestigio es tan grande que seguramente está bien como está. ¿Qué necesidad hay de otro tipo de Ciencia cuando ésta ha tenido tantos éxitos? y sin embargo -observación trivial que ha perdido fuerza por demasiado repetida- entre sus éxitos no figura la supresión de la injusticia, la irracionalidad y demás lacras de este sistema social. En particular no ha suprimido sino aumentado el peligro de suicidio de la especie por guerra total, explosión demográfica o, en el mejor de los casos, cristalización en un "mundo feliz" estilo Huxley. Esta observación autoriza a cualquiera a intentar la crítica global de nuestra Ciencia. Algo debe andar mal en ella. La clásica respuesta es que ésos no son problemas científicos: la ciencia da instrumentos neutros, y son las fuerzas políticas quienes deben usarlos justicieramente. Si no lo hacen, no es culpa de la ciencia. Esta respuesta es falsa: la ciencia actual no crea toda clase de instrumentos, sino sólo aquellos que el sistema le estimula a crear. Para el bienestar individual de algunos o muchos, heladeras y corazones artificiales, y para asegurar el orden, o sea la permanencia del sistema, propaganda, la readaptación del individuo alienado o del grupo disconforme. No se ha ocupado tanto, en cambio, de crear instrumentos para eliminar esos problemas de fondo del sistema: métodos de educación, de participación, de distribución, que sean tan eficientes, prácticos y atrayentes como un automóvil. Aun los instrumentos de uso más flexible, como las computadoras, están hechos pensando más en ciertos fines que en otros. Aunque el poder político pasara de pronto a manos bien inspiradas, ellas carecerían de la tecnología adecuada para transformar socialmente, cultural mente -no sólo industrialmente- al pueblo, sin sacrificios incalculables e inútiles. Se hacen estudios de todos los temas imaginables, pero la intensidad no está distribuida como le interesaría al nuevo sistema, sino al actual. Basta comparar el esfuerzo intelectual que se dedica a mejorar la enseñanza primaria con el que se dedica al análisis de mercados y a la propaganda comercial, para comprender que no sólo hace falta una revolución política sino una científica, y que es muy poco eficiente esperar la primera para iniciar la segunda, hasta ahora eso no parece haber comenzado en ningún país del mundo. Esta distribución del esfuerzo científico está determinada por las necesidades del sistema. La sociedad actual, dirigida por el hemisferio Norte, tiene el estilo propio que hoy se está llamando "consumismo". Confiesa tener como meta el "bienestar" definido por la posibilidad de que una parte cada vez más grande de la población consuma muchos bienes y servicios siempre novedosos y variados. [...] Para hacer esto posible es necesaria una altísima productividad industrial con rápida obsolescencia de equipos por la continua aparición de nuevos productos. Esto requiere una tecnología física muy sofisticada, que a su vez se basa en el desarrollo rápido de un cierto tipo de ciencia, que tiene como ejemplo y líder a la Física. Se perfeccionan entonces ciertos métodos: standardización, normas precisas, control de calidad, eficiencia y racionalización de las operaciones, estimación de riesgos y ganancias, que a su vez implican entronizar los métodos cuantitativos, la medición, la estadística, la experimentación en condiciones muy controladas, los problemas bien definidos, la superespecialización, métodos que no tienen por qué ser los mejores para otros problemas. [...] La productividad del hombre que fabrica, diseña o descubre, se estimula mediante la ética de la competitividad, empresarial o stajanovista. El hombre tiene sólo dos facetas importantes: producir y consumir en el mercado (capitalista o socialista). Sea artista, científico, campesino o militar, lo que produzca será puesto en venta en algún mercado, si es que satisface las normas del sistema, y su éxito dependerá, tanto o más, de la propaganda o de las relaciones públicas que de su valor intrínseco y como consumidor está sujeto a las mismas presiones. [...] Muchos científicos son sirvientes directos de estos mercados y dedican sus esfuerzos a inventar objetos. Los resultados son a veces muy útiles: computadoras, antibióticos, programación lineal; pero no podemos esperar que se dediquen a inventar métodos para difundir ideas sin distorsionarlas, antídotos contra el lavado de cerebro cotidiano que nos hacen los medios de difusión masiva, estímulos a la creatividad, criterios para juzgar la importancia de las noticias que aparecen en primera página y en la última o la justicia. Implicaciones y motivos de los actos de autoridad que allí se anuncian. Esto se acepta como trivialidad: nadie espera que las empresas paguen a sus científicos para trabajar contra sus intereses. Es cierto, pues, que la ciencia aplicada no es libre sino dirigida, y que por tanto podría ser de otro tipo si se la dirigiera hacia otros fines, como por ejemplo los que hemos ido mencionando incidental mente. Pero no se acepta lo mismo para la ciencia pura o básica, para la investigación académica. Es ésta, se afirma, la que tiene carácter universal, absoluto, independiente del sistema. ¿Por qué la teoría cuántica o la de la evolución deberían estar más ligadas a la sociedad de consumo que a cualquier otra? ¿Y quién se

atreve a proponer otro "tipo de ciencia", donde tal vez no se habrían desarrollado la teoría de la medida o la de los reflejos condicionados? Para responder a esto dejemos por el momento de lado el caso de estas Grandes Ideas -con mayúscula-· y examinemos la actividad científica corriente. No es novedad que el sistema influye sobre la "ciencia pura" de diversas maneras. Un nuevo sistema social formado en oposición a éste tendrá concebible mente menos interés por el psicoanálisis, la topología algebraica y la electrodinámica cuántica, que por las teorías de la educación, del equilibrio ecológico general del planeta, de la imaginación creadora o de la ética. Esto produce una reasignación de recursos, y por lo tanto un distinto tipo de ciencia. La objeción a esto proviene de la falacia triangular: la "reasignación de recursos" se interpreta como un acto totalitario mediante el cual se fuerza despiadadamente a los científicos a abandonar los temas de investigación a que dedicaron todas sus vidas o se les imponen métodos, directivas o teorías ideadas por un déspota para consolidar su régimen. Se presupone que "dejado en libertad", el investigador escoge espontáneamente -porque la misma Ciencia se lo sugiere -los temas actualmente de moda, y si no puede hacerla, pierde creatividad. El resultado de la reasignación forzosa no es entonces un nuevo tipo de ciencia, sino la desaparición o decadencia de la ciencia. El progreso científico, pues, sólo estaría garantizado por la "libertad de investigación". El sistema social actual cumpliría este requisito, como lo prueban los éxitos de su ciencia, y todo está como es debido. Este argumento tan típico del "libre empresismo" convence ya a muy pocos científicos, aunque eso no se nota en sus actitudes. Está claro que son cada vez menos los que eligen su tema sin presiones, los que hacen "ciencia por la ciencia misma" o los que pueden decir "me ocupa de esto porque me divierte, y si no sirve para nada, mejor". Algo de esto se ve todavía entre matemáticos, y en grado menor entre físicos teóricos. El que quiere hacer de la ciencia un juego, termina rápidamente aislado. Hoy se exige que todo trabajo tenga una motivación, es decir, alguna vinculación con otros trabajos o con aplicaciones prácticas. Gracias a eso, el sistema actual influye activamente sobre su ciencia y fija sus prioridades, aunque por supuesto con guante de terciopelo, pues no es Totalitario. Las aplicaciones industriales generan multitud de problemas teóricos que estimulan las ramas correspondientes de la ciencia. Los transistores promueven estudios de física de sólidos, y la propaganda, de Psicología Social, también a nivel de científicos académicos o "puros". Pero se hacen infinidad de investigaciones cuyas aplicaciones son dudosas o pertenecen a un futuro lejano. ¿Cómo influye el sistema sobre éstas, las más puras y desinteresadas de las actividades científicas? El sistema no fuerza; presiona. Tenemos ya todos los elementos para comprender cómo lo hace: la elite del grupo, la necesidad de fondos, la motivación de los trabajos, el prestigio de la ciencia universal [... ] En O. Varsavsky, Ciencia, política y cientificismo, Buenos Aires. CEAL. 1969.

Lecturas del Eje 5 Lectura 1 - 29 de julio de 1966 - La noche de los bastones largos Disponible en http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/revolucion_argentina/la_noche_de_los_bastones_largos.php

Carta de Warren A. Ambrose a The New York Times El 29 de julio de 1966, las universidades nacionales fueron intervenidas y ocupadas militarmente en el episodio que se conoce como la “noche de los bastones largos”. Cientos de profesores, alumnos y no docentes que ocupaban varios de los edificios de las facultades de Buenos Aires en defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra fueron salvajemente golpeados por miembros de la Guardia

de Infantería de la Policía Federal, enviados por Onganía, quien decretó la intervención a las universidades nacionales y la “depuración” académica, es decir, la expulsión de las casas de altos estudios a los profesores opositores, sin importar su nivel académico. La consecuencia de esta noche negra para la cultura nacional fue el despido y la renuncia de 700 de los mejores profesores de las universidades argentinas, que continuaron sus brillantes carreras en el exterior. A continuación transcribimos una carta del profesor Warren A. Ambrose, Profesor de Matemáticas en Massachussets Institute of Technology (MIT) y en la Universidad Nacional de Buenos Aires, publicada en la sección carta de lectores de The New York Times, el 3 de agosto de 1966.

Carta del profesor Warren A. Ambrose Buenos Aires, Argentina, 30 de julio de 1966 Carta al Editor The New York Times New York, N.Y. Estimados señores: Quisiera describirles un brutal incidente ocurrido anoche en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y pedir que los lectores interesados envíen telegramas de protesta al presidente Onganía. Ayer el Gobierno emitió una ley suprimiendo la autonomía de la Universidad de Buenos Aires y colocándola (por primera vez) bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. El Gobierno disolvió los Consejos Superiores y Directivos de las universidades y decidió que de ahora en adelante la Universidad estaría controlada por los Decanos y el Rector, que funcionarían a las órdenes del Ministerio de Educación. A los Decanos y al Rector se les dio 48 horas de plazo para aceptar esto. Pero los Decanos y el Rector emitieron una declaración en la cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria. Anoche a las 22, el Decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un meteorólogo de fama que ha sido profesor de la Universidad de California en Los Ángeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo, de la Facultad de Ciencias (compuesto de profesores, graduados y estudiantes, con mayoría de profesores) e invitó a algunos otros profesores (entre los que me incluyo), a asistir al mismo. El objetivo de la reunión era informar a los presentes sobre la decisión tomada por el Rector y los Decanos, y proponer una ratificación de la misma. Dicha ratificación fue aprobada por 14 votos a favor, con una abstención (proveniente de un representante estudiantil). Luego de la votación, hubo un rumor de que la policía se dirigía hacia la Facultad de Ciencias con el propósito de entrar, que en breve plazo resultó cierto. La policía llegó y sin ninguna formalidad exigió la evacuación total del edificio, anunciando que entraría por la fuerza al cabo de 20 minutos (las puertas de la Facultad habían sido cerradas como símbolo de resistencia –aparte de esta medida no hubo resistencia). En el interior del edificio la gente (entre quienes me encontraba) permaneció inmóvil, a la expectativa. Había alrededor de 300, de los cuales 20 eran profesores y el resto estudiantes y docentes auxiliares. (Es común allí que esa hora de la noche haya mucha gente en la Facultad porque hay clases nocturnas, pero creo que la mayoría se quedó para expresar su solidaridad con la Universidad). Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos. Al poco tiempo estábamos todos llorando bajo los efectos de los gases. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a los gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde nos hizo permanecer de pie, con los brazos en alto, contra una pared. El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos. Los golpes se distribuían al azar y yo vi golpear intencionalmente a una mujer –todo esto sin ninguna provocación. Estoy completamente seguro de que ninguno de nosotros estaba armado, nadie ofreció resistencia y todo el mundo (entre quienes me incluyo) estaba asustado y no tenía la menor intención de resistir. Estábamos todos de pie contra la pared – rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo –se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros). Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente en cualquier parte del cuerpo que

pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno de otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan brutalmente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieron alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros –mujeres, profesores distinguidos, el Decano y Vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos pero otros, menos afortunados que yo, han sido seriamente lastimados. El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo Radioobservatorio de La Plata, recibió serias heridas en la cabeza, un ex secretario de la Facultad (Simón) de 70 años de edad fue gravemente lastimado, como asimismo Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país. Después de esto, fuimos llevados a la comisaría seccional en camiones, donde nos retuvieron un cierto tiempo, después del cual los profesores fuimos dejados en libertad sin ninguna explicación. Según mi conocimiento, los estudiantes siguen presos. A mí me pusieron en libertad alrededor de las 3 de la mañana, de modo que estuve con la policía alrededor de cuatro horas. No tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio para mí incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades norteamericanas. Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas razones entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país. Atentamente, Warren Ambrose Profesor de Matemáticas en Massachussets Institute of Technology y en la Universidad Nacional de Buenos Aires

Lectura 2 - La Noche y las Luces Disponible en http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/revolucion_argentina/la_noche_y_las_luces.php La Noche y las Luces Fuente: Felipe Pigna y María Seoane, La Noche de los Bastones Largos, Editorial Caras y Caretas, Buenos Aires, 2006. Aquel 9 de julio, apenas 11 días después del golpe de Estado que derrocara al Doctor Illia y entronizara al dictador Onganía, el país conmemoraba los 150 años de la declaración de la Independencia nacional. La situación nacional podía verse claramente reflejada en dos discursos antagónicos que se dijeron el mismo día de la Independencia. Dijo en aquella ocasión el general Onganía: “No permitiremos que acosen a nuestra juventud extremismos de ninguna naturaleza. Si fijamos con claridad el rumbo, nadie podrá apartarla de su misión de grandeza.” Y dijo pocas horas después el Rector de la Universidad de Buenos Aires, Hilario Fernández Long: “En este día aciago en que se ha quebrantado en forma total la vigencia de la Constitución, hacemos un llamado a los claustros universitarios en el sentido de que sigan defendiendo como hasta ahora la autonomía universitaria. La Universidad no es una máquina ni una razón; es una voluntad decidida a iluminar los caminos más difíciles del hombre”. Veinte días después la historia los iba a juntar a golpes, a golpes de bastones largos. Todo empezó un viernes. Estaba reunida la “mesa chica” de la inteligencia de la autodenominada “Revolución Argentina”. Allí estaban los generales Eduardo Señorans, jefe de la SIDE, y Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal. Llegaron noticias de los servicios de que en la Facultad de Ciencias Exactas, en la Manzana de las Luces, la comunidad universitaria había resuelto resistir pacíficamente la violenta política educativa del Onganiato. Los generales ya se habían decidido a intervenir “contra los subversivos” cuando un estímulo extra alimentó sus furias. Fonseca y Señorans recordaron que hacía unos días mientras homenajeaban a su idolatrado General de la Nación Julio Argentino Roca en su notable monumento emplazado frente a la Facultad, y mientras leían y escuchaban alternativamente discursos sobre la valentía del general y las ventajas del fusil rémington sobre las lanzas, comenzaron a llover aquellas sólidas monedas de un peso moneda

nacional sobre las gorras de los representantes de la reserva moral de la Nación y sus amigos civiles y eclesiásticos. La inusual emisión monetaria provenía de las ventanas de la Facultad de Exactas y eran arrojados por entusiastas y certeros estudiantes. Fonseca recordaba con admiración la actitud decidida del General Ávalos quien valientemente escoltado y armado irrumpió en la Facultad para pedir explicaciones. Fonseca y Señorans se aprestaban a darles una lección a aquellos apátridas que no respetaban ni al general Roca, que en paz descanse, y decidieron bautizar al operativo con el poético nombre de “Operación Escarmiento”. En Exactas, mientras tanto, tras una masiva asamblea, Docentes y Alumnos decidieron tomar el establecimiento en demanda de la anulación del decreto 16912 de Onganía, que ponía fin a más de 40 años de Autonomía, Cogobierno y Libertad de Cátedra, los ejemplares postulados de la Reforma Universitaria de 1918 que recorrieron el mundo y honraron a la inteligencia argentina. Los docentes y los estudiantes con más experiencia en la lucha invitaron a retirarse a los compañeros que tuviesen miedo o no estuvieran de acuerdo con la toma. Tanto el decano Rolando García, como el vice-decano Manuel Sadosky y aun el notable profesor visitante Warren Ambrose del MIT de Massachussets, creyeron que ante su presencia las tropas de Onganía se iban a abstener de reprimir la pacífica toma. La lógica de los notables científicos no coincidía en nada con la de los represores. El general Fonseca mandó cortar el tránsito en torno a toda la Manzana, que empezaba a perder sus luces. Pronto unas voces metálicas intiman a través de altavoces el desalojo inmediato del edificio. Desde adentro responden con una canción que se había estrenado en 1811 a pocos metros de allí, el Himno Nacional Argentino. Estudiantes y docentes salen del edificio cantando la canción nacional con los brazos en alto. Nadie opone resistencia. Pero la orden debía cumplirse claramente, Fonseca había dicho que había que enseñarles a esos “judíos de mierda”, a esos “zurdos hijos de puta” que “acá se había acabado la joda”. Y la obediencia debida y generalmente sentida hizo el resto. La Guardia de Infantería no ahorró insultos, patadas, golpes de machetes y palazos que por “orden superior” y razones obvias debían apuntar a la cabeza, pero no sólo en la cabeza, como lo demuestra la querella criminal iniciada por el decano Rolando García contra el general Fonseca, en donde constan según el informe forense lesiones en el cráneo, la espalda y la fractura de parte de la mano derecha.

Al salir, los estudiantes debieron pasar por una doble fila de policías que golpeaban a los varones y, como buenos caballeros defensores de la moral occidental, golpeaban y manoseaban a las estudiantes. En la facultad de arquitectura se repitieron las escenas de barbarie a pesar de que allí no se había preparado orgánicamente ningún acto de resistencia. En total, en aquella noche nefasta ideada por Onganía y sus secuaces, se llevaron a 200 personas detenidas, aunque los partes oficiales hablaban de 140. Otras quince fueron llevadas a distintos hospitales públicos.

Todos los detenidos sufrieron vejaciones y muchos de ellos simulacros de fusilamiento. Todos aprendieron una lección inolvidable: las dictaduras odian la cultura, el estudio superador, liberador. Todos ellos recibieron, junto a los golpes, su graduación acelerada en una materia que comenzaba a impartirse en la Argentina y en América Latina por órdenes superiores de Washington aceptadas con mucho gusto por los mercenarios locales y sus financistas de turno, que comenzaba a conocerse como la Doctrina de la Seguridad Nacional, y empezamos a saber que era correlativa y obligatoria. A los pocos días, el general Onganía declaró ante la atónita prensa extranjera: “Infortunada y lamentablemente, la decisión del gobierno de hacer actuar a la Policía fue tomada porque los estudiantes resolvieron ocupar ilegalmente dos edificios de Facultades. Lamento la violencia. Si no lo hiciera, estaría avergonzado”. El gobierno quiso dar la imagen de que nada había ocurrido. Fue nombrado Rector de UBA el autodenominado “juez de la Revolución Libertadora” Luis Botet (calificado por los diarios “serios” como eminente penalista). Renunciaron los decanos de Filosofía y Letras, Ciencias Exactas y Arquitectura. En Exactas de un total de 675 docentes renunciaron 330 (66 profesores, 87 Jefes de Trabajos Prácticos, 105 ayudantes y 72 técnicos). Institutos como los Biología Marina, Cálculo, Meteorología, Televisión Educativa (pionero en América Latina), quedaron desmantelados. En total presentaron su renuncia 1500 docentes de todo el país que continuaron sus brillantes carreras en el exterior. Mientras tanto el premio Nobel Bernardo Houssay declaró que debían rechazarse todas las renuncias y evitar que los científicos, investigadores y técnicos abandonaran el país. Houssay se encontraba en el VII Congreso de Filosofía reunido en Mar del Plata del cual se retiró la delegación peruana en solidaridad con los intelectuales argentinos perseguidos. Mientras tanto el canciller argentino Nicanor Costa Méndez se defendía ante el New York Times: “El nuevo gobierno no es una dictadura militar: el único militar que hay en el poder es el presidente y el presidente es un militar retirado. No es una dictadura: no hay nadie en la cárcel ni se ha perseguido a nadie por sus ideas políticas; nadie ha sido excluido del gobierno por esa razón. El gobierno ha comenzado por corregir la situación en las universidades, en la industria azucarera; está corrigiendo la situación en los ferrocarriles, en los puertos, y la situación que se refiere a los llamados precios políticos. En cuanto a la política exterior, la Argentina es un aliado de los EE.UU. porque cree en lo que creen los EE.UU., en los derechos del hombre como individuo y en la defensa de la vida del hombre como forma de libertad”. 1 Roberto Roth, el secretario técnico de Onganía, prefirió recurrir a la ironía: “No ha de haber hecho falta ningún milagro de persuasión para convencer a los bravos integrantes de la Guardia de Infantería a repartir palos aquella noche. Hacía varias décadas que no hacían buenas migas con los estudiantes. Encontrarlos servidos en un patio de donde ninguno podía escapar parecía una bendición caída del cielo. Con la tanda de palos que recibieron los estudiantes, los intervencionistas tuvieron su argumento; la Guardia de Infantería, su satisfacción; los estudiantes, su martirio; y los dirigentes que habían buscado el incidente, su atropello a la cultura. Quedaba entonces todo el mundo contento. El incidente, una trifulca universitaria más, no hubiera merecido mayor comentario, pero un genio de las relaciones públicas le encontró un nombre y la bautizó, con lo cual ‘la noche de los bastones largos’ entró en la historia”. 2 Pero el glorioso movimiento estudiantil argentino iba seguir con su tradición de lucha y vendrían duras y heroicas jornadas de resistencia en todas las universidades del país de Salta a la Patagonia y de Mendoza a Corrientes, y a Onganía y a sus socios se les acabó su dictadura “con objetivos y sin plazos”, porque estudiantes y obreros comenzaron a destruir sus objetivos y a emplazarlo.

1The New York Times, reproducido por La Prensa el 28 de septiembre de 1966.

2 Comentario del Subsecretario Técnico de Onganía, Roberto Roth, citado por Gerardo Bra, en Todo es Historia, número 223, noviembre de 1985.

Lectura 3 CARRASCO Andrés El lugar de la ciencia social - Art. Sección Universidad 22/04/2011. Diario Página 12. Argentina. Disponible en www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-166779-2011-04-22.htm

El lugar de la ciencia social El crecimiento de la investigación en ciencias sociales plantea la necesidad de evaluar una estrategia de desarrollo que contemple su rol en el sistema científico. El Instituto Gino Germani (UBA) organizó un debate y aquí se presentan las principales exposiciones. Por Andrés Carrasco *

El desafío de lo global Varsavsky, en 1969, definió la necesidad de politizar la ciencia como la intersección entre conocimiento, sociedad y soberanía para un modelo nacional. Hoy esa discusión sigue vigente, mostrando que no hemos avanzado sino retrocedido. La ciencia sigue siendo cientificista, atemporal y atada al positivismo. La idea de neutralidad no ha variado y es usada para legitimar la subordinación a los intereses del mercado, que provee su sentido productivista, y el retroceso del Estado, que privatiza la política científica. La integración subordinada del desarrollo científico se encuentra hoy con un elemento que no tenía peso en los ’70. La aparición de la globalización del poder, la rendición de la soberanía, la ausencia de un arbitraje del Estado desligado de la ideología de mercado, transfirió el control a las corporaciones y convirtió al conocimiento en mercancía de los complejos industriales-financieros globales. Al mismo tiempo que la sociedad de mercado y su principal aliada, la sociedad del conocimiento, milagrosa y salvacionista, avanzan sobre el control de las instituciones productoras de conocimiento, desestructuran al sujeto crítico, suprimiendo toda valoración filosófica e ideológica que pudiere desafiar la celebración de la razón técnica. El conocimiento científico debería ser parte de una construcción que permita el uso de recursos adecuados para sostener un crecimiento cero que modere el consumo a las posibilidades del planeta y permita su sustentabilidad. La globalización exige transferir la decisión integral de modos y razones de explotación de los bienes comunes a manos privadas, apropiándose de la decisión política. La producción de alimentos con medios e instrumentos tecnológicos de un puñado de corporaciones hace imposible pensar que el mundo resuelva el hambre del planeta, sino más bien formas de control del mercado que destruyen la “soberanía alimentaria” instalando un control social que conduce el diseño de un mundo cada vez más injusto. Y las legislaciones que regulan el patentamiento de moléculas y organismos vivos pasan a ser parte de la legitimación de ese control social necesario para el capitalismo. Si la tecnología puede sostener esta impúdica apropiación de la naturaleza para el control de la sociedad humana, no habrá necesidad de ejércitos para mantener la colonialidad. La “industrialización civilizatoria” estará diseñada para aquellos que tengan pasaje en el arca de Noé del día después. El resto, los otros, serán prescindibles. Nuestro país tiene la oportunidad de crear o imitar. Podemos reeditar la versión neoliberal disfrazada de neodesarrollismo, pero igual de dependiente, o desarrollar un auténtico modelo soberano, al margen de la globalización. El Conicet, INTA, Conea, etc., pueden desplegar políticas que tiendan a desarrollar técnica que genere saberes propios ante las necesidades del pueblo, una elección soberana, o pueden servir a intereses dependientes implantados por concentrados corporativos. La adopción de tecnologías es tan poderosa y poco inocente como la espada colonial. Con ella se condicionan modos de producción y usos de recursos naturales. Para ello la tecnología es diseñada a medida de las formas productivas hegemónicas de las corporaciones. Los desarrollos científicos y tecnológicos, los mecanismos de financiamiento y la privatización de la decisión política, así como los relatos que se estructuran alrededor de la “sociedad del conocimiento”, resignifican sistemas e instituciones públicas para generar conocimiento-mercancía. El conocimiento entonces pasa a ser no sólo propiedad del demandante, sino el instrumento que permite subordinar modos y estrategias para satisfacer el consumo de las sociedades centrales sin detenerse en los cambios, exclusiones, saqueos que generan a su alrededor. * Director del Laboratorio de Embriología Molecular (UBA) y ex presidente del Conicet.

Un campo desjerarquizado Por Silvia Guemureman * Cada vez que reflexionamos sobre el lugar de las ciencias sociales en la política y la producción científica constatamos la misma referencia inobjetable: aún están desjerarquizadas respecto a las biomédicas y las duras. Un indicador elocuente es la facultad de rectificación con que se bendice a las dos últimas, pero se condena en las primeras. Que las ciencias duras y sobre todo las biomédicas hayan trabajado por siglos con hipótesis equivocadas, y promovido con valor axiomático certezas que luego cayeron en el desván del desprestigio, no es sino indicador de progreso y avance científico. Lo interesante es que estos “cambios” en el sentido y la dirección de las prescripciones son asimilados a nuevos descubrimientos y estadios científicos superiores. Esta facultad de rectificación les está vedada a las ciencias sociales: cuando volvemos atrás con una argumentación, eso no constituye “sino la mejor demostración de que antes no habíamos sido lo suficientemente rigurosos” y “esto habla a las claras de la poca seriedad del conocimiento producido por metodologías no-científicas”, o sea, no nos cabe el mote de personas que trabajan por el avance de la ciencia y con humildad rectifican caminos erróneos, sino que los nuevos descubrimientos en forma tautológica confirman que los viejos no eran verdaderos, y por ende, ¿por qué darles crédito a los nuevos? Si bien es cierto que las ciencias sociales vienen ganando terreno en los organismos de ciencia y las universidades nacionales, también es cierto que la mayor participación alcanza sólo a los instrumentos de promoción más básicos (becas de formación científica y subsidios a la investigación con instrumentos poco complejos); las ciencias sociales aún no aplican a instrumentos científicos complejos y mucho mejor financiados. En las ciencias sociales es harto difícil cuantificar “beneficios” productivos. Pero acaso ¿sirven los parámetros de contabilidad para medir calidad? Y esto nos lleva al tema de la evaluación. ¿Es posible en contextos complejos de evaluaciones permanentes tener parámetros eficientes que no se anclen en la contabilidad ejecutiva y mecánica, despojada de lectura y reflexión sobre los contenidos? Producimos muchas veces en forma compulsiva para completar los múltiples casilleros de los formularios de evaluación, pero ¿cuántas veces esperamos a que nuestros resultados estén maduros para la discusión? Debate, intercambio: ¿qué es eso? Si pocos leen, si incluso los espacios concebidos para el intercambio son, en realidad, desfiles de monólogos donde cada uno, a su turno, expone casi en forma autista. En eso se han convertido los congresos. La lógica del mercado también atravesó la producción científica: hay mucho para consumir, dificultad para establecer diferencias, mucho marketing que inclina las balanzas en formas falaces. Esos problemas son, seguramente con matices, comunes a todas las disciplinas. Lo preocupante es que los cientistas sociales hemos internalizado tan bien aquello de que para ser científicos de pura cepa teníamos que ser como “ellos”, los duros, que en ese tren copiamos también vicios y deformaciones. Evaluaciones y publicaciones son ejemplos elocuentes. Esta dificultad se reproduce y realimenta con las posiciones objetivas que ocupan los cientistas sociales en las estructuras científicas, y valga como referencia otro observable inobjetable: la mayoría de los secretarios de Ciencia y Técnica en las universidades nacionales proceden de las ciencias duras o biomédicas. Para avanzar en un cambio, es necesario que haya más debate y más participación de los cientistas sociales, así sea echando mano al recurso de fijar pisos de participación, cuando no de avanzar en la confección de agendas específicas, con problemáticas inherentes a las ciencias sociales. * Investigadora del Instituto Gino Germani, coordinadora del Piumas UBA.

Más expansión y democracia Por Dora Barrancos * Un sistema científico que se precie debe estar regido por el principio de la expansión, hasta con desperdicio, tal como lo han hecho países que han realizado transformaciones decisivas, como Brasil. Pero ese principio suele no ser muy compartido por los propios agentes científicos, que a menudo son muy temerosos de los cambios. En primer lugar, es necesario reconocer el aumento notable del número de becas que ha permitido una formación frondosa, pero también más rica en calidad. El mayor número de beneficiarios/as de becas del Conicet ha mejorado la calidad de la producción. La política que ha llevado al aumento geométrico de becarios y becarias ha sido solidaria, claro está, con la implantación de estudios de posgrados en universidades. Hace una década era absolutamente menguada la oferta de posgrados en ciencias sociales

y hoy nos enfrentamos a un crecimiento exponencial que, desde luego, plantea serias reflexiones acerca del número de egresados que no tendrán ingreso al Conicet y que debe ser sobre todo objeto de un acuerdo entre las universidades y los organismos gubernamentales. Hace una década, las políticas restrictivas de admisión en la Carrera del Investigador Científico (CIC) habían llevado al grave envejecimiento de la planta y no escapaba aún a los espíritus más retardatarios que se enfrentarían problemas de todo orden de mantenerse esa situación. Fue una decisión política fundamental el incremento del ingreso de científicos en un proceso que también permitió una mejor representación de nuestras ciencias. Durante los últimos años, la capacidad de ingreso al Conicet significó que los/las postulantes positivamente evaluados pudieran hacerlo. Hoy nos enfrentamos a una severa circunstancia y es que, por primera vez en estos años expansivos, el número de quienes se encuentran en condiciones de ingresar a la CIC supera las vacantes disponibles. En efecto, la captación ha estado en torno de 500 nuevos investigadores en los años recientes y en el último concurso hubo cerca de 200 candidatos/as que no pudieron ser incorporados no obstante su buena calificación. Es necesario señalar que no ha disminuido el número de vacantes, que se han mantenido las proporciones distributivas entre las diferentes áreas del conocimiento, y la que corresponde a nuestras disciplinas sociales y humanas se mantiene en torno del 30 por ciento. Pero es urgente reconocer que necesitamos ampliar la disponibilidad de vacantes en al menos un 25 por ciento, ya que no podemos limitar y menos mutilar el desarrollo del conocimiento, fiel al principio de la inexorable expansividad del sistema científico. Forma parte vertebral de las políticas científicas, si es que hemos de mirar hacia adelante, garantizar la democratización y la equidad, la igualdad de oportunidades en orden a muy diversas dimensiones. Con relación a la perspectiva de género hemos dispuesto que se contemple la maternidad (incluida la adoptiva) como atributo para aplazar por un año la presentación de los informes obligatorios, y hemos comenzado la discusión en materia de plasticidad para las edades límite del sistema de becas cuando se trata de mujeres con hijos. Otro aspecto que concierne a la equidad es mejorar las posibilidades de quienes aplican en áreas de vacancia, sean estas consideradas en orden a espacios geográficos o a problemas del conocimiento. Hay profundas diferencias regionales que deben ser atendidas si es que deseamos una sociedad más integrada y unas ciencias más democráticas. * Profesora consulta (Sociales-UBA), directora del Conicet por las Ciencias Sociales y Humanas.

Ciencia y Sociedad en debate - GIARRACCA Norma Opinión. Sección Universidad 1/07/2011. Diario Página 12. Argentina Disponible en www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-171257-2011-07-01.html

OPINION

Ciencia y sociedad en debate Por Norma Giarracca * Es importante seguir el debate que involucra la relación de la ciencia y la sociedad en un momento de grandes anuncios en materia científica. La ciencia, el derecho y una manera de organizar el poder han sido los pilares del mundo moderno. Esta estupenda ingeniería social precedió a la organización económica del capitalismo, aunque hoy acompaña, con una “fidelidad” asombrosa, sus cada vez más fuertes y frecuentes crisis que presagian no ser meramente locales. Para importantes pensadores contemporáneos, el meollo de la cuestión reside en que enfrentamos graves problemas “modernos” para los cuales no existen soluciones “modernas”. Esos problemas tienen mucho que ver con las promesas incumplidas por la modernidad: paz, educación, salud, trabajo y alimentos para todos... En aquellas épocas de las promesas “modernas” (cuando “futuro” era igual a “progreso”), las ciencias sociales críticas, tanto las liberales como las marxistas, se ubicaban en muchos sentidos en el mismo registro que las “ciencias duras”, procurando un avance “ilimitado” en el desarrollo de las fuerzas productivas. Se buscaban las famosas conexiones triangulares entre las agencias generadoras de conocimiento, el Estado y las empresas para aprovechar al máximo los recursos científico-tecnológicos para el desarrollo económico. La mayoría creía en el desarrollo como consecuencia directa del crecimiento económico por aplicación de nuevas tecnologías; fue un esquema en el que se depositaron muchas esperanzas y, por cortos momentos en países como los nuestros, parecía funcionar. No obstante, mucho después, cuando crisis de todo tipo azotan a este “modelo de desarrollo”, se ha seguido con un uso tan

simplificado de las relaciones del triángulo que algunos de sus entusiastas seguidores formulan severas advertencias sobre una versión cándida de los planificadores que pretenden un esquema ingenuo y lineal de articulaciones de oferta y demanda tecnológica. En países de desarrollos de alta tecnología, como Japón o Israel, se necesitaron generar “complejas mediaciones” para hacer uso de los principios del paradigma, ya de por sí modificado. La estrepitosa caída de las certezas en las ciencias sociales desde fines de los ‘60 tal vez es más reconocida que la de las ciencias en general, pero no por eso menos importante. Los científicos del mundo, conscientes de estas crisis epistemológicas y societales, se reunieron en 1999 para repasar su papel en estos mundos en transiciones. Así, la Unesco organiza en Budapest una Conferencia Mundial sobre la Ciencia para pensar un nuevo contrato social entre ciencia y sociedad. La discusión se centra en la responsabilidad de la ciencia y en la necesidad de un debate amplio, riguroso y más allá de los miembros de la comunidad científica, acerca de la producción y utilización del conocimiento. Algunos países de América latina perciben la necesidad de profundizar este debate, se crean nuevas asociaciones de científicos que comienzan a incluir los nuevos paradigmas de unas ciencias sociales críticas aún muy incipientes, que acompaña la ecología política. La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) de México es un buen ejemplo. Se define como “una organización no lucrativa” conformada por “científicos de campos diversos” y “dispuestos a asumir su responsabilidad ética frente a la sociedad y el ambiente”. ¿Cuál es la situación en Argentina? ¿Por qué, frente a posibilidades de expansión del sector científico en condiciones inéditas, no se han generado aún espacios de discusión semejantes al mexicano? ¿Por qué algunos siguen con la idea lineal de una universidad convertida en la proveedora de conocimientos para el Estado o en oferente de tecnología para grandes empresas? ¿Por qué el país que dio pensadores como Jorge Sabato u Oscar Varsavsky no genera una discusión amplia y democrática? Son interrogantes difíciles de responder, pero vale la pena arriesgar algunas razones: 1) los casi ocho años de una ominosa dictadura que tuvo al sector científico como dispositivo de negocios y corrupción por parte de su dirigencia (de científicos), sin que tal situación se terminara de revisar; 2) la pasividad de muchos hombres de ciencia ante la “cuestión pública” y su desconocimiento de cuestiones sociales y ambientales; 3) el desencuentro actual con pensamientos críticos del siglo XXI. Muchos científicos aún dialogan con teorías sociales decimonónicas y desconocen el fructífero diálogo entre científicos, pensadores involucrados en el presente y nuevos sujetos sociales y políticos que se despliega en América latina y Europa. * Socióloga, Instituto Gino Germani (UBA).

La ciencia, política - MOLEDO Leonardo Art. SECCIÓN Ciencia 22/12/2010. Diario Página 12. Argentina. Disponible en www.pagina12.com.ar/diario/ciencia/19-159480-2010-12-29.html

La recuperación de un texto importante del pensamiento argentino

Ciencia, política y cientificismo El libro Ciencia, política y cientificismo, de Oscar Varsavsky, fue fuente de polémicas y discusiones en los años ’60. Su reedición renueva las discusiones: el estudio preliminar a cargo de Pablo Kreimer, principal especialista en sociología de la ciencia del país, es un adelanto. Por Leonardo Moledo La editorial Capital Intelectual decidió reeditar un clásico que hizo mucho ruido en su momento. Pablo Kreimer, especialista en sociología de la ciencia, escribió el estudio preliminar de esta nueva edición y nos cuenta aquí por qué es tan importante este libro y cómo es que, de alguna manera, su estudio preliminar es una continuación de este libro. –Ante todo –dice Kreimer– creo que la idea de la editorial fue buena, porque justamente forma parte de una colección de pensamiento crítico latinoamericano y no una colección específicamente de ciencia. Si se fija, va a encontrar clásicos latinoamericanos como los de Mariátegui, Echeverría, José Martí... Que se haya pensado que un libro sobre ciencia es un clásico latinoamericano es ya una buena idea. Una de las cuestiones que a mí me preocupa bastante es que hoy las ciencias sociales en general ignoran la ciencia, o

la piensan de un modo completamente acrítico: como si la ciencia fuera algo bueno per se sin saber bien en qué consiste eso. Entonces, en una colección sobre intelectuales, en general progresistas, que se incluya el trabajo más importante sobre ciencia en los ’60 y los ’70, es muy relevante. –¿Por qué fue tan importante en su momento? –Por tres cuestiones. La primera, porque es una de las primeras intervenciones públicas sistematizadas en un libro que pretende intervenir en el debate acerca de la ciencia. Los debates estaban, hasta entonces, hegemonizados por una postura más tradicional, que era la que representaba la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia y cuyo referente indudable era Houssay. Había ya algunas expresiones más críticas, pero no tenían mucha repercusión más allá de los círculos de investigadores de algunos institutos del Conicet. Entonces, este libro lo que hace es abrir un debate público. Y quien lo promueve es alguien que, además, proviene de esta tradición importante de la ciencia argentina: participó de aquello que se llamó “la época dorada de la ciencia argentina”, entre el ‘55 y el ‘66. La segunda cuestión es que se trata de una intervención fuertemente política, en la que se pone en cuestión cuál es el papel de la ciencia en la sociedad. Eso tiene una fuerte marca de época: ya en los ‘60 se está discutiendo en Europa y en Estados Unidos, por ejemplo, la cuestión de los efectos negativos... –Hiroshima, Nagasaki... –En realidad, esos episodios son el efecto deseado: son la movilización de la ciencia para lograr un objetivo. Los riesgos de la ciencia son los efectos colaterales, como los daños ambientales, los riesgos para la salud... Empieza a ponerse en cuestión el paradigma que relacionaba el desarrollo capitalista con ciencia exitosa, que es el paradigma de la modernidad. Es un llamado de atención político: la ciencia no puede seguir su camino sola, sin estar sometida al control social. Claro, dentro de esta segunda cuestión está la perspectiva particular de Varsavsky, que era muy radical. Varsavsky era claramente un revolucionario. –Era un revolucionario en una época en que se era revolucionario... No había fracasado todavía la revolución. –Y evidentemente ahí están las consecuencias de la Revolución Cubana. En América latina, todo el mundo pensaba que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. En ese sentido, el discurso de Varsavsky está metido en una contradicción, que es la contradicción de la izquierda en su relación con la ciencia. Porque el pensamiento tradicional marxista era muy positivista en relación con la ciencia: el materialismo histórico se propone como modo científico de abordar la cuestión histórica y la revolución. Se podría decir que de alguna manera la visión de la ciencia del marxismo es conservadora. Varsavsky va a cuestionar esta objetividad. Y éste es el tercer punto, que yo llamaría “las intuiciones de Varsavsky”. Porque él no tenía grandes lecturas epistemológicas, no conocía debates que ya estaban en el aire (ya se había publicado el libro de Kuhn, algunas cosas de Feyerabend). Varsavsky rompe con la idea de neutralidad, de objetividad y de universalidad de un modo instintivo. No tiene un pensamiento sistemático sobre por qué la ciencia no es neutral, objetiva o universal. –Bueno, mucha gente cree que la ciencia no es neutral, objetiva o universal... –No tanta. Yo creo que Varsavsky expresa algo que provoca malestar en mucha gente. Porque la verdad es que para un científico de laboratorio, que trata todo el día con ADN, microbios, partículas, no hay “construcciones”: un gen es un gen, una molécula es una molécula... Varsavsky expresa un pensamiento muy molesto. Porque lo que dice es que la ciencia que tenemos no es adecuada para lo que decimos que sirve. Decimos que queremos tener una ciencia nacional que sirva al contexto en que está inserta, pero lo que hacemos es una ciencia internacionalizada que genera conocimiento que no se va a aprovechar acá. Lo que propone, entonces, es que no hay que estudiar los temas de acuerdo con lo que define la agenda internacional sino que hay que seleccionar los temas importantes. Pero no da ninguna pista de lo que es lo importante. Y ahí interviene su dimensión política: lo importante es lo que nosotros vamos a determinar. Esta crítica epistemológica es indisociable de la política. –¿Y por qué lo eligen como prologuista? En fin, yo creo que, de alguna manera, usted es una continuación de esa postura. Digamos, ¿por qué cree que se le pide que haga una relectura de Varsavsky, 40 años después? –Yo leí a Varsavsky a comienzos de los ’80. Después fui desarrollando un programa de investigaciones sociológicas o históricas. Pero en realidad mi lectura de Varsavsky la metía adentro de un paquete con otros especialistas de la época: Amílcar Herrera, Jorge Sabato. Después me olvidé de Varsavsky, y quise hacer un programa de investigaciones sociológicas e históricas sobre la ciencia argentina. Uno de los temas que siempre me preocupó fue la posición particular de América latina en relación con los centros hegemónicos de producción de conocimiento a nivel mundial. –Creo que, de alguna manera, lo que usted hizo fue darle a esa intuición de Varsavsky el carácter de programa.

–Sí, ahora se podría decir que sí. Pero en su momento lo que quería hacer era un programa de estudios similar al de mis colegas europeos, para ver cómo se produce conocimiento en la Argentina. Y me di cuenta, releyendo a Varsavsky, de que algunas cuestiones que yo estudié de un modo sistemático (como las trayectorias de los investigadores o la discusión de cuál es el conocimiento legítimo, controversias en torno del uso de conocimiento) en realidad responden a intuiciones que Varsavsky ya había planteado en su momento. Posiblemente a mí me llamaron de la editorial porque encontraron una cierta familiaridad entre aquellas ideas de Varsavsky y algunos de mis textos. –Pero, además, creo que usted extendió el concepto de “ciencia periférica”, que es de alguna manera la continuación de lo que Varsavsky dice. Porque esa idea que plantea una y otra vez es la idea de vanguardia en sociología o epistemología de la ciencia. –Dos cosas diría. Una es una diferencia que puede parecer sutil: yo no hablo de centro y periferia sino de centros y periferias, en la medida en que hay centro y periferia incluso al interior de los países centrales. Un laboratorio en Dresden, Alemania, puede ser tan periférico respecto de Berlín como uno de Buenos Aires. Esas nociones de centro y periferia son las nociones de la época con las que Varsavsky trabajaba, pero creo que ahora son mucho más dinámicas. Eso lo hace más interesante, porque ya no se analiza “la ciencia” sino “los campos científicos”. La segunda cuestión es que hoy la revolución no está a la vuelta de la esquina. Para la generación que tiene mi edad, que es la misma que tenía Varsavsky cuando escribió el libro, es otro el contexto. El estaba pensando en qué hacer con la ciencia cuando llegara la revolución, cosa que ahora no estamos haciendo. Pero esos debates siguen teniendo una veta muy interesante, porque Varsavsky piensa que la ciencia tiene que estar al servicio de la revolución. Y otros, que también creían en la revolución, decían que el científico no es el sujeto histórico; el sujeto histórico es el pueblo, y el científico tiene que intervenir como sujeto histórico, no como científico con un saber privilegiado. Entonces lo acusaban a Varsavsky de tecnócrata. Nosotros ya no nos planteamos qué tiene que hacer la ciencia antes o después de la revolución. Pero el hecho de que no haya revolución no implica que tengamos que abandonar la pregunta por la función de la ciencia en las transformaciones sociales.

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La ciencia, el periodismo, el arte y la comunicación publica - MOLEDO Leonardo Art. SECCIÓN FUTURO 10/09/2011. Diario Página 12. Argentina. Disponible en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2588-2011-09-10.html

La divulgación como pieza necesaria de la ciencia moderna

La ciencia, el periodismo, el arte y la comunicación pública Por Leonardo Moledo GALILEO REALIZO SU EXPERIMENTO DE CAIDA LIBRE EN LA TORRE FRENTE A ALUMNOS Y COLEGAS. Ante todo quiero agradecerle a Mariano Bravi y a la gente de la UTN Santa Fe que me haya invitado a dar esta charla. Quizás el título de la charla sea ampuloso, pero tiene sus ventajas, porque me permite hablar de cualquier cosa y siempre va a encajar. Yo quería hablar un poquito de lo que pienso de la divulgación científica. Del porqué, el cómo, de quiénes, de cuándo. Empezaría diciendo que en realidad la ciencia es comunicación. Y no es que existe la ciencia y después se comunica. La ciencia existe si se comunica, si no, no existe. Y por una razón muy simple: la ciencia occidental, la que empieza con Copérnico y la revolución científica del siglo XVI, instaura una manera de hacer que es necesariamente pública porque el núcleo explícito de la ciencia es el experimento, y el experimento tiene que ser reproducible. Tiene que ser controlado por alguien. No es admisible una ciencia hermética, porque algo que no se comunicó a alguien de tal manera que la otra persona pudiera comprobarlo, no es un enunciado científico. Aclaro que estoy simplificando mucho el esquema epistemológico de la ciencia (planteado por Newton en el siglo XVII), e incluso no estoy de todo de acuerdo con él, pero lo tomo como punto de partida para lo que quiero decirles.

Así, y en este marco, un enunciado científico es un enunciado que alguien escucha. Porque si nadie lo escucha es simplemente un pensamiento de la persona a la que se le ocurrió. Puede ser verdadero o falso y no tiene la menor importancia: el valor de verdad –siempre provisorio– de los enunciados científicos se da en esa relación particular de comunicación que es el experimento. No es ninguna casualidad que uno de los grandes héroes de la revolución científica que fue Galileo empezara a escribir en italiano. Y fue, dicho sea de paso, una de las acusaciones que se le hizo: escribir en italiano y no en latín. Por otro lado, El mensajero de los astros fue, quizás, el primer ejemplo de divulgación científica moderna. Lo hacía el propio Galileo. Si uno lee a Galileo aprende un montón porque cualquiera de los libros de Galileo parecen escritos por un periodista actual. Lo que hace Galileo es publicitar a la ciencia: la ciencia no es patrimonio de quien la descubre –nos dice– sino que es patrimonio de todos. Pero es patrimonio de todos de manera intrínseca, ya que no hay ciencia sin experimento. Por poner un ejemplo, no hay arqueología sin que otro venga y mire. Si viene alguien y cuenta que desenterró en Salta un palacio con rasgos mesopotámicos de Oriente... bueno, es un lindo cuento, pero si no va alguien a mirar eso, eso no existe. En ese sentido, el museo también es un experimento. El que va al museo ve que esas cosas que los científicos dicen existen y están ahí. LA CIENCIA ENRIQUECE LA VISION DEL MUNDO Es falso lo que dice muchas veces el discurso solapado que viene de cierta forma reaccionaria del romanticismo, que la ciencia por su racionalismo impide la emoción; la ciencia es una aventura llena de emociones, pero como en el caso de lo público de la ciencia es una de las condiciones de su existencia, lo creativo también. ¿Por qué? Porque si uno se atiene al método científico moderno, el que Newton recomienda en sus Principia, y que ya cité, la ciencia trabaja mediante experimentos que después se extienden por inducción a leyes generales. La inducción, es decir, a través de varios experimentos poder sacar una ley general, no es una cosa que garantice la verdad. La inducción es una operación filosófica, una operación puramente creativa. Nadie me asegura a mí que yo pueda inducir a partir de un cierto número de casos. Entonces ahí hay un paso creativo, un paso metafísico, un paso filosófico, como quieran llamarlo, que está metido adentro de la ciencia. Es decir que la creatividad es una parte indisoluble de la ciencia de la misma manera que lo es del arte. EL DERECHO A LA CIENCIA Se habló aquí de que la Comunicación Pública de la Ciencia (CPC) es una manera de devolver a la sociedad lo que la sociedad financia mediante sus impuestos. Es cierto, desde ya, pero me parece que hay más, que se puede ir un paso más allá. Porque el quehacer científico no sólo lo hace el científico: el científico utiliza todos los recursos que la cultura pone a su disposición, y todos los recursos que no pone a su disposición. Es decir, el científico trabaja con la cultura de su época. Copérnico trabajaba con las cosas que se sabían, con los prejuicios de la época, con los conocidos y con los prejuicios que no conocía. ¿Qué es la gran cosa que hace Copérnico? Se da cuenta de que la Tierra en el centro del mundo es un prejuicio que él conoce, y entonces lo cambia, intercambia el lugar de la Tierra y el Sol. Pero hay un prejuicio que él tiene y que no sabe que lo tiene, como que las órbitas tienen que ser circulares. Y entonces el sistema no encajaba con los datos e, hiciera lo que hiciese, no podía hacerlos encajar porque estaba metido adentro de un prejuicio que él no conocía. Es decir, Copérnico estaba usando los recursos de la sociedad. La sociedad no solamente paga los impuestos para que después se utilicen en el presupuesto del Conicet. La sociedad formó a ese científico, lo hizo ir al colegio, le financió la universidad: el científico del Conicet es un producto público, es un producto social. (Todos nosotros somos productos sociales, dicho sea de paso, porque estamos aquí entre otras razones porque la medicina avanzó lo suficiente como para que llegáramos a esta edad, y hace sólo 150 años la mitad de nosotros estaríamos muertos, empezando por mí, que ya sería una momia fosilizada.) Siguiendo con este asunto de la cultura, cuando yo dirigía el Planetario de Buenos Aires, nosotros elaboramos una definición sobre la ciencia y es que la ciencia era un derecho. No era solamente una devolución de impuestos sino que era un derecho que tenía la sociedad, como cuando decimos que la salud es un derecho. A nadie se le ocurre decir que la gente tiene derecho a la salud porque con sus impuestos sostiene los hospitales. La salud es un derecho primario. Poder acceder al arte es un derecho primario. Por eso tiene que haber museos públicos de arte. Poder acceder a la ciencia es un derecho primario, en todas sus formas. Ya sea yendo a un museo de ciencia, yendo a la facultad para ser un científico, o recibiéndolo

por los diversos canales que está armando el Conicet o los que busca armar la UTN. Así quedamos en esta segunda definición: la ciencia es un derecho por naturaleza. EL COMUNICADOR HACE CIENCIA Si la ciencia es comunicación por naturaleza, y la comunicación es una parte de la ciencia, el comunicador tiene que saber que cuando comunica la ciencia está haciendo ciencia. Y ése es otro de los conceptos que elaboramos en el Planetario. Una de las actividades de la ciencia, por su propia naturaleza, es la comunicación, y por lo tanto el comunicador hace ciencia. Hay otro prejuicio (esto es lo que Bacon hubiera llamado “prejuicios de la tribu”), y es que hay dos culturas separadas. Ya Snow hace muchas décadas escribió sobre este asunto. El se basaba en lo que es la educación inglesa, una educación que era fuertemente humanista, el egresado de Cambridge sabía latín, griego, había leído todos los clásicos, aunque no tenía la menor idea de qué era la entropía. Pero hasta tal punto no la tenía que incluso estaba orgulloso. Es decir, la idea de estar orgulloso porque uno no sabe hacer una cuenta o porque no puede leer una fórmula es muy frecuente. Lo cual crea una situación difícil para el comunicador de ciencia. Lo primero que tiene que decir es que eso que le va a comunicar es digno de ser comunicado. Esa ciencia que le va a transmitir es digna de ser recibida. Es decir que no se va a robotizar, que es la idea de muchísima gente, por saber leer una fórmula, sino que se va a enriquecer porque la lectura de una fórmula es un acto de lectura. La ciencia es un lenguaje que uno tiene que aprender a hablar para comunicar cosas, y como todo lenguaje tiene su gramática, tiene su sintaxis, tiene su ortografía, tiene su literatura. Y la literatura del lenguaje de la ciencia son las historias que cuenta la ciencia sobre el mundo, parafraseando a Macbeth, la ciencia es un cuento lleno de sonido y de furia, pero que significa mucho. Es un cuento que la humanidad se cuenta a sí misma. Cómo es, por qué ese árbol es como es, cómo dentro de una célula hay un conjunto de mensajes que se escalonan e interactúan hasta tal punto que uno no puede creer que exista algo tan maravilloso. La historia del Universo y las historias del Universo son tan maravillosas como el más maravilloso de los cuentos de hadas. Cómo funciona internamente una estrella. Una estrella es una máquina, y verla como una máquina ya da una perspectiva nueva. Es un reactor nuclear que transforma peso y gravedad en luz. Es una perfecta máquina que un día se queda sin combustible y adiós, nos achicharra a todos nosotros como va a ocurrir... Es lo que va a ocurrir dentro de 5 mil millones de años: podemos hacer planes para el fin de semana. Pero va a pasar y fíjense que ese relato del final es tan terrorífico como el más terrorífico de los cuentos de hadas. Es el cuento de hadas, o el relato, o uno de los relatos, mejor dicho, que nosotros podemos escribir sobre el Universo. Entonces es una falacia total que la ciencia no sea un relato. La ciencia lo es, porque es comunicación y es un lenguaje. Y su literatura son los relatos sobre el mundo. LA IMAGEN DEL CIENTIFICO Y EL LABORATORIO La imagen del científico, bueno, acá se habló un poco de esto: el científico es visto como un hombre de guardapolvo blanco –ahora, porque antes no: en el siglo XIX se operaba sin siquiera lavarse las manos, imagínense con qué consecuencias– encerrado en un laboratorio. Cosa que también se estimula, porque en las semanas de instituciones abiertas, por ejemplo, se lleva a los chicos a recorrer un laboratorio detrás de otro y se infunde la idea de que es ahí y sólo ahí donde se produce la ciencia. El laboratorio es un invento de los alquimistas, y era un espacio particular, un espacio místico. Con la revolución científica, el laboratorio se vuelve un espacio profano. Pero el laboratorio es sólo una herramienta más: en el laboratorio se mide, se hacen algunos experimentos (sin hablar de las disciplinas que no usan ningún tipo de laboratorio, como las matemáticas, por ejemplo), pero en realidad el verdadero laboratorio está entre las cejas y el pelo de cada uno de nosotros. Ahí se hace la ciencia. El científico mismo se siente muy apegado y seguro en su laboratorio. Por eso yo cuando hago mis reportajes, que no llamo reportajes sino diálogos, trato de encontrarme con los científicos en un café, sacar al científico del lugar donde se siente seguro y me muestre la ciencia desarmada. Las grietas. PRESUPUESTOS Entonces el científico (y el comunicador de la ciencia convencional) en general parte de algunos presupuestos. Yo soy un científico, la ciencia es racional, es precisa, yo trabajo en el laboratorio y aquí se cumplen las leyes de la ciencia, y aquí se manifiesta la verdad, así como en el laboratorio del alquimista se manifestaba, no sé, Dios o el Espíritu Santo. Todo eso es falso.

En primer lugar, el científico en su laboratorio está pensando que lo que dice lo va a leer el científico del laboratorio de al lado. No está pensando que lo va a leer el público. Entonces tiene terror explícito o no de cometer un error. O que el que lo está entrevistando cometa un error. Ese es el principal problema o motivo de rispidez. Y aparte la ciencia no es exacta, no es precisa, es parcialmente (o mejor, localmente) racional: localmente exacta y localmente precisa. No voy a entrar a fondo en esto, pero sí diré que si el comunicador sabe eso, tiene una actitud diferente frente al investigador. EL CIENTIFICO COMO IGNORANTE Además, los descubrimientos son temporales, tienen una historia, una filosofía. No todo el mundo cree que las mismas cosas tengan el mismo valor epistemológico. Si el comunicador se mentaliza en ese sentido, va a requerir una serie de ríos de alimentación, de la historia, de la filosofía. El científico es un ignorante, y tiene que serlo porque, si supiera todo, no investigaría nada. La pregunta central que uno le puede hacer es: “¿Qué es lo que no sabe y quiere saber en su investigación?”. Lo que el científico no sabe y quiere saber, y no solamente lo que quiere saber y no sabe sino lo que se imagina que pueda llegar a pasar, es una fuente de riqueza. Aunque su programa vaya finalmente al fracaso: el fracaso científico también es útil, porque les ahorra a otros seguir determinado camino. Y eso me trae nuevamente a la imagen del científico que dan las películas, esa imagen del “científico loco”. Pero es una idea muy anterior. Fíjense: el tipo que inició la ciencia fue Thales de Mileto. ¿Y qué historias se cuentan de Thales de Mileto? Una es que estaba tan distraído que se cayó a un pozo. El científico distraído ya está desde el primer tipo, desde el año 500 antes de Cristo. Ahora, si uno mira el científico distraído de Volver al futuro, por ejemplo, es el distraído, despeinado, pero es el que tiene las soluciones. Es el que sabe cómo resolver los problemas. Tiene esa cosa de mendigo y de Dios. Sabemos que esas cosas no son así, que el científico, así como el mecánico de automóviles, tiene una capacidad particular para arreglar un coche –yo nunca en la vida se lo llevaría a un filósofo, ni siquiera a un físico–, el científico puede razonar sobre una cierta parte de la realidad, y no sobre toda. No hay científicos y legos, hay legos en distintas cosas. EN CONCLUSION Bueno, entonces hablé de la imagen del científico, la falacia de la realidad, la falacia de la precisión, la falacia de la próxima puerta... Hay que explicarle que cuando habla con un periodista, está hablando para el periodista o para quienes van a leer al periodista, no para sus colegas. Sus colegas ya saben. Entonces, así como él simplifica el mundo... Borges cuenta la historia de un lugar donde la cartografía estaba tan desarrollada, donde el mapa de una provincia ocupaba una ciudad, y el mapa del reino ocupaba una provincia. Y llegó un día en que un rey quiso hacer un mapa absolutamente preciso y pidió un mapa del reino que ocupara todo el reino. Que fuera exactamente igual. Y lo hicieron, claro, pero ese mapa no sirve para nada, un mapa tiene que sintetizar. El científico resume la naturaleza y hace un modelo relativamente simplificado. Entonces, en ese proceso de reducción hay imprecisiones que se cuelan. Vamos al asunto de los recursos, brevemente: la literatura, la cita, el recurso a la historia, todo eso es válido. Pero no porque es un adorno, es válido porque forma parte del núcleo mismo de lo científico. Un hecho científico se compone de su historia y su filosofía. Cada cosa es también su historia. Porque es interesante ver cómo cada cosa llegó a ser. Sólo me resta, en realidad, agradecer nuevamente la invitación a hablar, y agradecer que me hayan escuchado.