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Obras y Apuntes Camila Henríquez Ureña Tomo I OBRAS Y APUNTES CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA Digitalización: Magdalena Díaz

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Obras y Apuntes Camila Henríquez Ureña Tomo I

OBRAS Y APUNTES CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA

Digitalización: Magdalena Díaz Bazzi Taymi Maceyras Delmonte Regla Valdés Diagramación y corrección: Mabel Torres Fouz Diseño de Portada: Mabel Torres Fouz

MIEMBROS DE LA COMISIÓN PARA LA PUBLICACIÓN DE LA OBRA Y APUNTES DE LA PROFESORA EMÉRITA SALOMÉ CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA. Lic. Luis F Céspedes Espinosa, Coordinador General Jefe de los Asesores del Ministro Ministerio de Educación Superior de Cuba Dr. Andrés L. Mateo, Coordinador General Subsecretario de Patrimonio Cultural Secretaría de Estado de Cultura, República Dominicana Dra. Nuria Gregori Torada , Coordinadora Técnica Directora. Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba Dr. Rogelio Rodríguez Coronel Decano. Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana Dra. Luisa Campuzano Sentí Directora del Programa Estudio de la Mujer. Casa de las Américas, Cuba. Dr. Sergio Guerra Vilaboy Jefe de Departamento de Historia, Universidad de La Habana Dr. Ramón Sánchez Noda Director. Ministerio de Educación Superior de Cuba Dra. María Dolores Ortiz Díaz Profesora Emérita, Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Cuba Dr. Román García Báez Director. Ministerio de Educación Superior de Cuba Dra. Diony Durán Mañaricúa Profesora Literatura Hispanoamericana. Cuba Dra. Marcia Castillo Vega Especialista del Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba Dra. María Elina Miranda Cansela Jefa de la Cátedra Camila Henríquez Ureña . Universidad de La Habana

NOTA ACLARATORIA En la obra y apuntes de la Profesora Emérita Salomé Camila Henríquez Ureña es común encontrar frases o párrafos entrecomillados o referencias a pasajes o personajes que luego no aparecen a pie de página con las aclaraciones correspondientes, como es tradicional en los libros. Esto se debe a la práctica, universalmente válida, que siguen los profesores en la preparación de sus clases, y que después se aclaran en el aula, proceder que forma parte del ritual pedagógico. Conocedora de la ejemplar honradez intelectual y personal de Camila, y su proverbial modestia, la Comisión que tuvo a su cargo la investigación de toda su papelería con el objetivo de realizar su publicación, estimó que era lo más adecuado respetar los originales y hacer la presente aclaración, teniendo en cuenta que Camila nunca consideró que dichos trabajos fueran a publicarse. Así mismo consideró que con el objetivo de evitar repeticiones innecesarias se publicará en el tomo titulado Documentos Varios el catálogo donde aparecen clasificados cada uno de los documentos de Camila que se encuentran en los archivos del Insituto de Literatura y Linguística de Cuba. Solamente en el caso de aquellos en que fue necesario de ponerle un título por no poseerlo, se hará la correspondiente aclaración a pie de página.

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PARA

SALDAR UNA DEUDA CON CAMILA

Dra. María Dolores Ortiz Profesora Emérita

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onocer personalmente a Camila Henríquez Ureña fue para mí -y para cuantos la conocieron –uno de esos raros privilegios que concede la vida- No fui su alumna en las aulas universitarias, aunque sí su compañera de claustro en aquellos luminosos primeros años de la Revolución, cuando la Universidad de La Habana, la educación del país en general, se quitaba, como soñaba José Martí, el viejo manto, para crear la universidad nueva, y también una escuela nueva. Era aquel un claustro singular. En él se entremezclaban, con limpieza de espíritu y entusiasmo infinito, junto a los sin duda mejores profesores que nos formaron, los jóvenes profesores, apenas recién graduados- a quienes se nos llamó a integrarlo dado el éxodo de caducos profesores de mentes cerradas y, a veces,

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agrios caracteres, y también por el crecimiento de la matrícula-, con figuras distinguidísimas de la cultura nacional a los que, por causas diversas, incluyendo las ideológicas, les había estado vedada la enseñanza universitaria, y profesores extranjeros de reconocida autoridad internacional, todos, es de suponer, de edades y trayectorias bien distintas –y distantes-, de los jóvenes que solo contábamos con nuestro deseo de consagrarnos a la docencia universitaria y también, ¿por qué no?, de tratar de llegar a ser como ellos, por lo menos hasta donde nos lo permitieran nuestras dotes personales. En aquel claustro heterogéneo e inolvidable, Camila brillaba con una luz serena. Es difícil explicarlo. Ella era para nosotros, los recién iniciados profesores, como un mito vivo y cercano, envuelto en la atmósfera impalpable, pero real, de pertenecer a la familia Henríquez y Carvajal, tan unida en amistad y cariño a José Martí, de ser hija de Salomé Ureña, educadora eminente y delicada poetisa, de ser hermana de Max y de Pedro, cuyos libros habían sido de cabecera en nuestra época de estudiantes. Pero, por encima de todo, ella era, así simplemente, Camila. Su luz le era propia, nacida seguramente de una vida de austera sencillez, dedicación al estudio, modestia ejemplar, como si el profundo conocimiento de las literaturas, leídas en sus lenguas originales, le hubieran transmitido la seVIII

rena sabiduría que en la antigüedad solo se esperaba de los ancianos sentados a las puertas de un templo o de una ciudad. Pero la vida de Camila no había sido descansada ni había huido del mundanal ruido. Ella fue una maestra, ¡qué hermosa palabra para definirla!, que no se limitó al aula en la Cuba amarga de su juventud, en un camino itinerante que la llevaba y traía de Santiago de Cuba a La Habana, a Camagüey, a Matanzas, ciudades donde ofrecía conferencias, clases, cursillos en instituciones culturales seguidos por un público ávido, tal como lo describe la prensa de la época. Estudiante en Santiago de Cuba, en La Habana- a cuya Universidad consideraba su universidad - , en Estados Unidos, en Francia. Feminista convencida- sin caer en algunos excesos que mal hubieran estado con su carácter-, ofreció charlas y conferencias sobre este tema y sobre la realidad de las mujeres en la Colonia, y hasta estuvo presa en la cárcel de mujeres de Guanabacoa, en La Habana, donde durmió en estrecha cama en la que apenas cabía su alta estatura, y allí organizó lecturas comentadas para las presas, algunas de las cuales, según testimonios, recordaban con nostalgia aquellos encuentros con Camila. Ese mismo camino itinerante la llevó a viajar por medio mundo para conocer, de primera mano, las

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obras hermosas de la civilización humana. Y la llevó a los Estados Unidos donde en Vassar College y en otras universidades e instituciones culturales dejó la impronta de su personalidad, de su sabiduría, de su carácter recio y dulce. Así lo podrán apreciar los lectores de este libro, donde encontrarán los testimonios de algunos de sus contemporáneos, y de discípulos en la universidad habanera, todos figuras destacadas de la literatura cubana, que revelan la huella indeleble que en ellos dejó Camila, cuando su camino la trajo de vuelta a Cuba, ahora para trabajar, ella, que se había ganado tras largos años de trabajo, merecido retiro, en la enseñanza en su Universidad y a colaborar con el Ministerio de Educación en los nuevos planes de estudios de las asignaturas de Español y de Literatura en los grados del 7 mo al 12 mo . En esta última tarea, me correspondió, por decisión de la Dra. Dulce María Escalona, destacada pedagoga, a la sazón decana de la Facultad de Educación –después, Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona- formar parte, junto con dos o tres funcionarios del Ministerio de Educación, de una Comisión, presidida por Camila. Aquí pude apreciar de cerca las cualidades y la cultura de esta mujer excepcional, que

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era capaz de encauzar opiniones diversas, establecer criterios comunes y expresar sus consideraciones de forma tal que ninguno se sintiera inferior o disminuido. La recuerdo, alta, serena, erguida siempre, viniendo a pie a la Escuela de Letras, o por los caminos de la Ciudad Escolar Libertad, donde radica el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, del cual era asesora, sin que pareciera molestarle el ardiente sol de Cuba. Sonriente siempre, se sentaba muchas veces en los bancos del vestíbulo a conversar con profesores y alumnos, y en aquellas conversaciones aprendíamos tanto como en una clase o en una conferencia. Ella, Camila, era siempre, en todo momento, una maestra. Recuerdo la sonrisa en su cara cuando me contó, con ojos pícaros, que en ocasiones tomaba un taxi para visitar a unos familiares que vivían en la esquina de las calles 23 y 2. Ella, con su correcta pronunciación, marcaba la ese final del 2, y los choferes, invariablemente, la conducían a 23 y 12, por lo que decidió, graciosamente, pronunciar, a la cubana, simplemente “do”. Nunca más hubo confusiones. En varios de los trabajos que se incluyen en este volumen, algunos de los autores se lamentan de que la gran obra de Camila no se hubiera recogido en libros, lo que, dicho sea de paso, a ella no le importaba mucho porque se consideraba, más que escritora, maestra. La presente colección demuestra que sí era ambas

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cosas, y era, además, sagaz crítico. Al contribuir a hacerlo, pienso que estamos saldando una deuda con Camila. En este volumen, además de los testimonios y recuerdos de algunos de sus contemporáneos y discípulos, encontrará el lector entrevistas que se le hicieron a Camila en distintos momentos de su vida, reseñas de sus conferencias y cursos, poemas dedicados a ella y también artículos, y una biobibliografía que da idea de la amplitud y fecundidad de su quehacer profesional. No quisiera terminar estas palabras introductorias, sin expresar mi personal satisfacción por poder rendir, con esta colección, el emocionado homenaje que merecen Camila Henríquez Ureña, su vida y su obra imperecedera. Ella sigue siendo un lazo más entre dominicanos y cubanos, hijos todos de estas islas caribeñas que, junto al Puerto Rico bienamado, forman lo que José Martí llamó “las islas dolorosas del mar”.

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“La mujer y la cultura”, en este volumen.

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I TESTIMONIOS DE CONTEMPORÁNEOS Y DISCÍPULOS

LA DOCTORA CAMILA, MI PROFESORA DE LITERATURA. SALVADOR ARIAS

Cuando pude publicar mi primer libro en 1974, bajo el título de Búsqueda y análisis. Ensayo crítico sobre literatura cubana, mi impulso natural fue dedicarlo “Al memoria de la Dra. Camila Henríquez Ureña, profesora”. Y en las páginas introductorias a mis textos reafirmaba la “deuda de gratitud contraída, muy en especial, con la Dra. Camila Henríquez Ureña, cuya muerte, coincidiendo con la terminación de este libro, me impulsa a dedicárselo en humilde y emocionado homenaje, infinitamente pequeño por parte de quien de ella recibiera tan altos ejemplos de dedicación de lozanía y dignidad”. Y es que si durante mis estudios en la Escuela de Letras de la universidad habanera tuve excelentes e inolvidables profesores, la presencia de la Dra. Henríquez Ureña; “Camila” para sus alumnos, fue una constante durante los cuatro años que pasé estudiando allí. A sus clases, a las frecuentes consultas que le hacía, a la cuidadosa revisión de nuestros trabajos que efectuaba, a su conducta en general, debo en gran medida mi visión actual de lo que es la Literatura, así con mayúscula, aunque sin empaques ni academicismo engorroso. En emotivo ejercicio de la memoria podemos retrotraernos a aquellos días, después del triunfo revolucionario del 1ro de enero de 1959, cuando la Universidad de La Habana iniciaba sus años de reformas, con la creación,

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entre otras carreras, de la Escuela de Letras, desgajando así los estudios literarios de la antigua Facultad de Filosofía y Letras, que yo había iniciado antes de la clausura universitaria por la tiranía batistiana. El nuevo plan de asignaturas aparecido en los periódicos exarcebó nuestras apetencias intelectuales, unido a la presencia de nuevos y prestigiosos profesores, que entonces se incorporaban a la docencia universitaria habanera. Y entre esos nombres, el de Camila Henríquez Ureña sonaba con especial atractivo, ligada a una de las más prestigiosas y conocidas familias de intelectuales en Hispanoamérica. Esto me hizo, abandonar mí, más o menos, seguro empleo como bancario para acogerme a una de las becas que el gobierno revolucionario ofrecía. Así ingresé en el edificio de 12 y Malecón a principio de 1962. Durante el primer año de la carrera Camila nos daba clases, diariamente, le Literatura General. Aunque los textos de la Grecia antigua no eran desconocidos para mi, entonces adquirieron un nuevo significado y valor. En ameno acercamiento, sin aparente erudición, nos fue presentando textos que a veces eran leídos por ella misma, con clara dicción y exquisita sensibilidad. Pues ella manejaba recursos, digamos, actorales, pero siempre con una justa medida de lo que era una clase. Entonces éramos un grupo numeroso de alumnos, pues al abrirse de nuevo la universidad, tras años de clausura, se unieron varias promociones, además de “atemporales” seducidos por las novedades de la inédita carrera. Pero la voz de Camila, una hermosa voz de mezzosoprano que nunca forzaba, llegaba a todos. Un día, conversando con ella, nos descubrió el más sencillo de los secretos: daba sus clases para la última fila de alumnos de la sala. La cultura de Camila siempre me pareció insondable, pero nuca he visto una erudición expresada con mayor sencillez y encanto. Para llegar a eso, pienso, había que tener una formación tan sólida como la que, desde sus primeros años, recibió de su madre Salomé Ureña y de sus hermanos mayores, Padres y Max. El rigor de sus acercamiento era ejemplar: para ella, conocer la obra de un autor era leérsela toda, aunque sólo fuese para comentar un solo texto. Y si se podía hacer en el idioma original, mejor; aprendió noruego para leerse a Visen. Haber recorrido de las manos de Camila en dos años la literatura universal, desde los griegos hasta Proust, Joyce y Kafka, ha sido una de las experiencias de veras cruciales de mi desarrollo cultural. Para Camila una clase era una clase, valga la redundancia, y este concepto compendiaba toda la sabiduría del mundo, pero también la comunicación más plana. No recuerdo haberla visto alterarse o distraerse mientras cumplía

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su ejercicio docente, ni siquiera cuando en medio de la clase uno de sus alumnos irrumpió excitada para anuncia que acababan de asesinar al presidente Kennedy. Las dificultades entonces eran muchos, pues los primeros años de la Revolución impusieron ciertas carencias. Pero el deseo de superarlas era mayor. A veces un libro imprescindible no aparecía y ella sabía buscar el sustituto. Recuerdo que durante el segundo año nos leía en clase fragmentos de una tragedia de Racine que no estaba en los fondos de nuestra biblioteca. Los leía con la misma perfección de siempre, pero un día descubrimos que el libro estaba en francés y ella, al leerlo, lo estaba traduciendo al mismo tiempo. Nos facilitaba texto importantes poco accesibles que la Asociación de Alumnos –entonces yo era presidente de la FEU en la Escuela- copiaba y mimeografiaba para que todos los tuviésemos en la mano. Algunos de aquellos textos eran estudios originales de la propia Camila, por suerte después recogidos en soportes más perdurables. Sin embargo, a pesar de la excelencia de sus escritos, ella no se consideraba una escritora. Escritores, solía decir, eran sus hermanos Pedro y Max pero ella, ella era una profesora. Expresaba esto con orgullo y, según su propia confesión, lo que más le gustaba era darles clase a niños pequeños. Como profesora, no le importaba echar mano al mejor material ajeno existente. Si no, lo creaba ella misma. Así, después de tratar de Ilíada de Homero en clases, lo que hizo fue leernos el que ella entendía era su mejor comentario: el que hiciera José Martí en La Edad de Oro. Sin embargo, cuando nos ofreció posteriormente un seminario sobre narrativa latinoamericana, hizo un original estudio sobre Los pasos perdidos de Alejo Carpentier. Años después, cuando ya fallecida su archivo pasó al Instituto de Literatura y Lingüística, guiado por el recurso, busqué en sus cuidadosas tarjetas para las clases y encontré sus apuntes, los cuales con solo unos retoques (suprimir repeticiones innecesarias, localizar las citas de la novela) se convirtió en un excelente ensayo que ha sido publicado varias veces. Su humildad era proverbial. Nunca la vimos hacer alardes de su impresionante currículum académico, acumulado sobre todo fuera de Cuba. Incluso en los aspectos materiales rechazaba lo que podía significar algún privilegio. Hubo un momento en que su turno de clases terminaba tarde, ya de noche. Un día nos dimos cuenta que ella caminaba un oscuro y extenso trecho, en ascenso, desde la aislada Escuela de Letras hasta el Hospital Calixto García, donde existía una piquera de autos de alquiler. Le pedimos a la dirección de la escuela que ese era un problema que debía solucionarse, pero mucho trabajo costó que Camila aceptara utilizar un auto con su chofer particular para trasladarse. Prueba de humildad fue también cuando, siendo yo “Instructor no

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Camila Henríquez Ureña

graduado”, al asistir a un curso especial que ofrecía Mirta Aguirre sobre Juan Bautista Vico, me encontré con Camila de condiscípula. Entre el proceso revolucionario que entonces vivíamos con efervescencia y Camila Henríquez Ureña se produjo una evidente relación interactiva. Ella nos ofreció su saber, su comprensión, su dignidad. Y a la vez se fue penetrando de nuestras ansias juveniles, de nuestros deseos por alcanzar cosas nuevas y mejores. Esto se refleja en muchos de sus textos de entonces, algunas entrevistas todavía por rescatar de las páginas de los periódicos. Incluso, en su físico se reflejó ese cambio, en su forma de vestir, en su disposición a compartir muchas tareas, como la de ofrecer charlas en los más diversos lugares. Para mí, entre las múltiples lecciones que recibí de ella existe una que me parece muy recordable, pues actualmente suele obviarse más de lo debido. Se refiere a cómo establecer relaciones de compenetración y afecto con los alumnos, pero siempre en un plano de dignidad, de respecto: la enseñanza no puede fluir si el profesor deja de ser profesor o el alumno, alumno. Verdad de Perogrullo que a veces se esquiva en aras de acercamientos falsamente igualitarios o francamente demagógicos. Camila Henríquez Ureña ha dejado un grupo de texto importante que la coloca entre los escritores a tener en cuenta dentro de las letras hispánicas. Pero su legado, como su propia vida, va mucho más allá de la letra escrita y debe ser renovado ejemplo de entrega, sabiduría y afecto para las nuevas generaciones. Los que la conocimos tenemos ese deber. Estas humildes palabras mías, que ya finalizan, intentan, en alguna medida, cumplir ese propósito.

Salvador Arias García (Caibarién, Cuba, 1935). Doctor en Ciencias Filológicas de la Universidad de La Habana. Desde 1971 se desempeña como Investigador Literario, primero en el Instituto de Literatura y Lingüística y posteriormente en el Centro de Estudios Marcianos. Además de múltiples colaboraciones en publicaciones periódicas tiene editado los libros Búsqueda y análisis (1974), Tres poetas en la mirilla (1981) y Aire y fuego en la raíz: José María Heredia (2003). Su libro Un proyecto martiano esencial: La Edad de Oro recibió premios anuales de investigación del Centro Juan Marinillo y de la Academia de Ciencias y fue considerado entre los diez mejores libros publicados en Cuba durante el año 2001. También ha realizado numerosos folletos, prólogos y compilaciones.

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CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA: IN MEMORIAM VICENTINA ANTUÑA

Hace justamente tres años que nos congregamos en esta Aula Magna en torno a Camila Henríquez Ureña, para el acto solemne de su investidura como profesor emeritus de la Universidad de la Habana. Fue el 21 de diciembre de 1970 y nuestra casa de estudios celebraba la Jornada del Maestro otorgando la más elevada jerarquía académica a quien tan meritoriamente se había hecho acreedora a ella. Hoy, en medio de la desolación que sentimos, no solo por el hecho natural de la muerte de Camila a edad bastante avanzada, sino por el incomparable vacío que deja su desaparición en la cultura cubana y, en lo personal, en nuestro entrañable afecto, nos reunimos de nuevo para tributarle público homenaje de recordación. Hace tres años, en aquella fiesta del espíritu, la compañera Mirta Aguirre1 y el entonces rector de la Universidad, compañero Miyar, tuvieron a su cargo exaltar las excepcionales calidades que tan singular hacen el magisterio de Camila Henríquez Ureña. En esta ocasión, ¿qué puedo hacer yo que no sea repetir lo que, interpretando cabalmente el sentir colectivo, expusieron ellos en forma inigualable? Trabajo leído en el Aula Magna de la Universidad de la Habana el 28 de diciembre de 1973, con motivo del homenaje póstumo rendido a la Profesora Emérita Camila Henríquez Ureña. Publicado en: Casa, No. 84, Mayo – Junio 1974, págs. 96 – 105. 1 Mirta Aguirre :»Para Camila Henríquez Ureña». En Casa, No. 65 – 66, 1971.

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Camila Henríquez Ureña

Por otra parte, después de la síntesis biográfica que acabamos de escucharle a Nuria Nuiry quizá solo me reste extraer de los largos años en que gocé del privilegio de la amistad de Camila, recuerdos y anécdotas que muestran rasgos de su carácter y aspectos menos conocidos de su quehacer público, que completan la imagen que atesoramos de esta mujer extraordinaria. Y puesto que se trata de evocarla lo más fielmente posible, citaré su propio testimonio siempre que me sea posible, pues, aunque era muy poco dada a hablar de sí misma, tenemos a nuestro alcance algunas entrevistas que, en los últimos años, le hicieron alumnos devotos interesados en conocer detalles de su fructífera vida y la trayectoria de su impar magisterio. En una de esas entrevistas, refiriéndose a su niñez y a sus años juveniles, Camila dice sencillamente: En 1994 llegué a Cuba siendo niña y cursé la enseñanza primaria en la Escuela Modelo de Santiago. En ese período también recibí clases de una profesora francesa y perfeccioné la gramática del francés que había aprendido de mi padre. En 1911 marché a la capital para hacer el bachillerato en el Instituto de La Habana. Lo terminé en dos años con muy poca asistencia a clases. Después matriculé en la Universidad. Esto coincidió con una estancia de mi hermano Pedro aquí y él me preparó en los estudios literarios. En 1917, en febrero, obtuve el doctorado en Filosofía y Letras. Más tarde obtuve el doctorado en Pedagogía. Fui a los Estados Unidos. Allí tuve oportunidad de tomar cursos de literatura comparada de lenguas romances en al Universidad de Minnesota. Estudié durante tres años La Divina Comedia. Obtuve allí un nuevo titulo universitario.2 Así, de esta manera parca, escueta, resume los primeros treinta años de su vida, como para corroborar lo que poco antes ha afirmado a sus entrevistadores: “No sé por qué van a hacer un trabajo sobre mi vida. No tiene nada importante”. En esta afirmación y en el párrafo que he copiado resalta su excesiva modestia; pero también el recato de una personalidad como la suya, profunda y reservada, no hecha a desnudar su intimidad y a comunicar vivencias que piensa no deben rebasar el límite de lo individual. Sabemos que en esos años en que se forjaba la austera estructura intelectual y moral de Camila, reconocía ella la enorme influencia que ejercieron su hogar – “la casa”, dice ella en una oportunidad,“ era realmente una casa de estudio; toda la familia se dedico siempre a estudiar”—, su padre y hermanos 2

M. Salado y M. Rodríguez: “Camila Maestra”, En: Vida Universitaria No. 216 – 217, 1969.

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mayores, especialmente Pedro, su maestro no solo en los estudios literarios, sino también su guía en la vocación por el magisterio y en la formación de una actitud ética y humanista ante el mundo de la cultura. Conocemos asimismo que fue su colaboradora en la Universidad de Minnesota, donde Pedro Henríquez Ureña creó el Departamento Hispánico y donde dejó una estela imperecedera, como me fue dable comprobar veinticinco años mas tarde, cuando estuve en ese Departamento como profesor visitante. En 1924 Camila regresa a Santiago de Cuba y comienza a trabajar en la Academia Herbart. María Luisa Rodríguez Columbié rememora aquella etapa: «Hace cuarenta años fui su alumna en el bachillerato en la Academia Herbart, de Santiago de Cuba. La recuerdo caminando en aquellos pasillos; joven, alta muy clásica en el vestir. Era nuestro modelo. Segura en las explicaciones, delicada en sus orientaciones con una forma especial para corregir los errores que jamás hirió a nadie”. 3 Tres años después se hace cargo de la cátedra de Lenguas y Literaturas Hispánicas de la Escuela Normal de Oriente, en la cual también son profesores su padre, Francisco Henríquez y Carvajal y su hermano Max Henríquez Ureña, que fue uno de sus fundadores. Podemos pues recordar aquí lo expuesto por Camila en relación con la dedicación de su hermano Pedro a la enseñanza: Hay un motivo fundamental que es familiar, y es que todos los Henríquez se han dedicado a la enseñanza. Y en él se agrega la circunstancia de que los Ureña también. Nuestra madre fue la fundadora de la enseñanza superior de la mujer en Santo Domingo. Cuando trabajó allí en la reforma de la enseñanza el gran puertorriqueño Eugenio Maria de Hostos, ella fue su colaboradora y fundaron las escuelas normales, que, desde luego tenían que ser privadas, no había otra posibilidad en ese momento, y a mi madre le tocó la dirección de la escuela normal de maestros que se llamó Instituto de Señoritas y graduó dos generaciones de maestras, las primeras de Santo Domingo. 4 La labor de los Henríquez Ureña, empero, no se circunscribe a las aulas, sino que la extienden a la colectividad, como propagadores de cultura. En esa

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Idem. “Conversatorio con Camila”. En Boletín del Departamento de Lengua y Literatura Hispánica. Escuela de Letras, Universidad de La Habana, número especial, 1970.

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época era Max en Santiago el máximo animador de actividades literarias y artísticas, y como tal, expone Camila, que colaboraba en sus empeños: publicó varias revistas, desde Cuba Literaria hasta Archipiélago, revista de la Institución Hispano-Cubana de Cultura, que él dirigió allá. Fundó la Academia Domingo del Monte, de Estudios de Derecho y no creo que hubo una sola manifestación cultural en Santiago en que él no tomara parte, porque su actividad era incesante y desde luego, tuvo mucha influencia. Allí se acuerdan todavía, los que vivieron en la época aquella, de la actividad que llegó a tener Santiago, ciudad que tiende a abandonarse intelectualmente; no es suficientemente activa. Siempre necesita un animador y ese fue Max. Como él era músico también, pianista más que aficionado, pues en realidad estudió para profesional y tenía conocimiento extenso y profundo de la música, también provocó un movimiento de vida musical en Santiago, como no lo ha habido después.5 En los primeros años de la década del treinta, las graves perturbaciones políticas de la lucha antimachadista provocan la clausura temporal de la Escuela Normal de Oriente, como de los restantes centros secundarios de la República, y de la Universidad; muere por esos años el padre de Camila y su hermano Max deja Santiago. Es entonces cuando Camila vuelve a la Habana, no todavía permanentemente, pero sí por largos períodos que le permiten desarrollar cursos, ofrecer conferencias y colaborar activamente en el Lyceum y con la Institución Hispano-Cubana de Cultura. Recuerdo que su primera conferencia en el Lyceum fue en 1934, sobre la poetisa uruguaya Delmira Agustini; esa conferencia fue publicada años después en la recién fundada revista de la asociación 6, de la que fue Camila una de sus primeras directoras. En aquellos años difíciles, como también en los que siguieron a la fracasada huelga de marzo de 1935 contra la dictadura de Batista, fueron el Lyceum, en primer lugar, y otras pocas instituciones no oficiales, las encargadas de mantener viva la llama de la cultura; las encargadas de evitar que las sombras de la barbarie entronizada en el poder alcanzaran los más recónditos rincones de la vida del espíritu. Fue en esa época el Lyceum refugio y tribuna de los intelectuales cubanos, así como de los republicanos españoles a quienes la resaca de la guerra civil en su patria había arrojado a nuestras playas. En aquella «verdadera universidad de estudios libres», como la llamó alguien, Camila, siempre preocupada por la juventud, ofrece para ella sucesivos cursos de apreciación literaria, de historia de la literatura y el arte en España y 5 6

Idem Camila Henríquez Ureña : En: “Delmira Agustini”. Lyceum, vol I, n.4, 1936

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lecturas comentadas de autores clásicos, con todo lo cual, como nos recordaba Mirta Aguirre hace tres años desde este mismo lugar, tanto contribuyó a encauzar vocaciones y a impedir la pérdida total de valores jóvenes para la cultura nacional. Muy importante fue para entonces la larga estancia en Cuba del gran poeta español Juan Ramón Jiménez, que se interesó vivamente por conocer la producción de los poetas jóvenes cubanos, a quienes invitó, a través de la Institución Hispano-Cubana de Cultura, a enviarle sus creaciones. Su entusiasmo le hizo llamar a colaborar con él a Camila Henríquez Ureña y a José María Chacón y Calvo, para entre los tres seleccionar los mejores de los poemas recibidos. La selección constituye la antología La poesía cubana en 1936, publicada bajo los auspicios de la Institución Hispano-Cubana de Cultura. Por esa misma época ocurrió un incidente en la vida de Camila que no quiero pasar por alto, porque se enlaza con uno de los aspectos menos divulgados de su actuación pública. Con motivo de la visita a Cuba del conocido dramaturgo, entonces comunista, Clifford Odets, una comisión de artistas y de hombres y mujeres de izquierda acudió al muelle a darle la bienvenida. Entre las lyceistas que formaban parte de la comisión, estaba Camila. La persecución ideológica desenfrenada por aquellas fechas, hizo que se detuviera, con amplio despliegue de fuerzas policíacas, a los integrantes de la comisión. Camila y sus compañeras de aventura fueron enviadas a la Cárcel de Mujeres de Guanabacoa, donde existía ya un numeroso contingente de presas políticas. Ella, por supuesto, no perdió en ningún momento la serenidad y el buen humor y, por las compañeras que compartieron con ella los diez o quince días que duró su encierro, conocemos lo que significó para todos su digno porte, su disciplina moral y su adaptabilidad a la penosas condiciones de la prisión. Charo Guillaume me ha contado cómo, al llegar aquel nuevo grupo de mujeres, hubo necesidad de improvisar incómodos catres para ellas, pues todas las camas disponibles estaban ya ocupadas por reclusas, y como, Camila, que, por su elevada estatura apenas cabía en el catre que se le asignó, se negó de plano a aceptar el ofrecimiento de Charo y de otras compañeras de cederle su cama. Maestra fue allí también y no solo por el ejemplo de su conducta personal, sino por su preocupación por elevar el nivel de convivencia de aquel grupo de mujeres entre las que había obreras, estudiantes, profesionales y políticas de muy variada cultura e ideologías. Cada noche se reunían a su alrededor para disfrutar de sus amenas pláticas, pues era una conversadora insuperable, y para oírla leer y comentar, con aquel arte exquisito que solo en ella hemos conocido, alguna obra de contenido literario o político social, porque “diariamente”, les decía, “hay que leer un libro” y fue

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así tan eficaz su prédica y su ejemplo, que liberada ella, continuaron esta práctica las reclusas; “seguimos yendo después a la escuela” me decía una, con mucha gracia. No fue poco también lo que debió a su influjo personal la Unión Nacional de Mujeres, una de las organizaciones unitarias de mayor importancia en la historia del movimiento femenino en Cuba, que se fundó poco después de ser liberadas las presas políticas y que Camila presidió algún tiempo. Fue esta Asociación la que, en 1938, tuvo la iniciativa de convocar el III Congreso Nacional de Mujeres, cuya organización puso en manos de un Comité Gestor, integrado por representantes de todos los sectores de la población. Después de un año de trabajo preparatorio, se celebró este masivo Congreso en el mes de abril de 1939, con la asistencia de unas dos mil trescientas delegadas de todo el país. Camila tuvo a su cargo el discurso inaugural y presidió después la Comisión “La mujer y la cultura”. En días de exacerbadas pasiones políticas, en vísperas de la Asamblea Constituyente y de las elecciones generales, que la fuerte oposición interna y la situación internacional habían obligado a Batista a convocar, es fácil comprender el cuidado y el tacto que fueron necesarios para evitar escisiones en el seno de aquel Congreso. Apenas realizada la primera sesión plenaria, en la que se eligieron la mesa del Congreso y las de las distintas comisiones se produjo un conato de división por un exiguo grupo de mujeres de derecha, inconformes con la tónica izquierdista que, necesariamente, tomaba la asamblea. Aquellas mujeres, entre las cuales figuraba una fundadora del Lyceum, trataron de lograr que esta asociación, la de mayor prestigio entre las adheridas al Congreso, hiciera públicas declaraciones en las que denunciaban la parcialidad de este y separándose de él. Esto, por supuesto, no se hizo; pero lo que ignoran muchos es que fue la limpia actitud de Camila Henríquez Ureña, su vigorosa personalidad, su respeto a los principios y sus profundas convicciones, las que salvaron la unidad del Congreso. Nunca olvidaremos cómo en la urgente reunión de las que figurábamos como delegadas del Lyceum, convocada para aquella misma noche por la presidenta de la asociación para discutir la solicitud que se le había hecho por las mencionadas mujeres, Camila, una vez informada, puso punto final al asunto con estas palabras: “De ninguna manera estoy dispuesta a abandonar un Congreso que acaba de iniciarse, pronosticando, sin base objetiva alguna, lo que va a ocurrir en él. Esto sería traicionar los intereses de nuestra causa. Lo correcto es mantenernos dentro del Congreso y adoptar una línea de conducta vigilante, para coadyuvar al logro de sus fines.” Les confieso que para mi, que me iniciaba para entonces en estas lides, fue una de las más elevadas lecciones, de las muchas que debo a Camila.

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Unos meses después, en julio de 1939, pronunció en la Institución Hispano- Cubana de Cultura, de la que fue Vicepresidenta, una conferencia, “El feminismo” 7, resultado de un profundo estudio, como todos los suyos, sobre la situación de la mujer desde las sociedades primitivas hasta nuestros días. En esa conferencia, cita obligada para todos los que con posterioridad nos hemos ocupado del tema, expuso sus criterios sobre el status social de la mujer que, sin duda, debieron parecer audaces, cuando no censurables, al ambiente pacato e hipócrita de la burguesía contemporánea. Muchas mujeres [dice en los párrafos finales] de los tipos considerados por el hombre como virtuosos se han educado en la creencia de que las mujeres de otros tipos no merecen ni protección ni miramientos. Cualquier ley o costumbre que pudiera favorecer a las otras, la interpretan como una medida en contra de los derechos adquiridos por ellas al precio de mantener la virtud. Leyes que puedan hacer menos rígido el matrimonio, que protejan al hijo ilegítimo, que den a las mujeres sin virtud el derecho de vivir, les parecen un atentado contra su seguridad. Otras muchas mujeres, por la educación que han recibido, no se preocupan y miran con absoluta indiferencia los problemas femeninos de orden social. Cuando el reciente Congreso Nacional de Mujeres reunido en La Habana, promovió discusiones en torno a todos los problemas que interesan a la humanidad y, entre ellos, problemas especiales de la mujer, una dama de familia acomodada y de instrucción poco común, me dijo: “ No he asistido a ese Congreso, porque no me interesa. Ninguno de esos problemas atañe a las mujeres de mi clase. No tenemos esos problemas. Si algunas han concurrido será por altruismo”. Cuando aquella señora me dejó, yo me quede pensando en un drama de aquel gran defensor de la mujer, el escritor noruego Ejórnstjerne Bjórnson. Es una tragedia intensísima. A consecuencia de un conflicto económico, la ruina de una familia es inminente. Acarreará consigo el deshonor y la muerte. A través de las escenas vivimos momentos de angustia, en un ambiente ominoso. Sobre la cabeza del padre, de los hijos, de la mujer, por tanto, se cierne la catástrofe. Mientras, ella, la esposa del protagonista, la madre de familia, entra y sale murmurando con aire de quien tiene que resolver el más arduo de los problemas; “¿Qué me haré, que menú dispondré para la comida de esta no7

Camila Henríquez Ureña: “El feminismo”.En Ultra, n. 39, septiembre de 1939.

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che?, no cambiará, no puede cambiar en pocos años la mentalidad que ha llegado a tal grado de invalidismo. La lucha está muy lejos de vislumbrar siquiera una terminación pero lo importante es que la mujer puede trabajar y lo hace, por lograr que la ley y la costumbre se modifiquen y permitan su avance por la ruta que se propone seguir, cuyos jalones son los siguientes puntos fundamentales: a) la emancipación económica que implica la reforma de las condiciones sociales que limitan el desarrollo de su capacidad para trabajar y producir; b) la capacidad jurídica completa por la reforma de todas las leyes que la mantienen en condiciones de inferioridad en relación con el hombre y el establecimiento de leyes especiales favorables a la maternidad; c) la obtención de todos los derechos políticos; d) el derecho y la posibilidad para obtener la educación integral; e) la revisión de los fundamentos en que descansa la moral sexual […] Cuando la mujer haya logrado emancipación económica verdadera, cuando haya desaparecido por completo la situación que obliga a prostituirse en el matrimonio de interés o en la venta pública de sus favores; cuando los prejuicios que pesan sobre su conducta sexual hayan sido destruidos por la decisión de cada mujer de manejar su vida; cuando las mujeres se hayan acostumbrado al ejercicio de la libertad y los varones hayan mejorado su detestable educación sexual; cuando viviendo días de nueva libertad y de paz, a través de muchos tanteos se halle manera de fijar las nuevas bases de unión entre el hombre y la mujer, entonces se dirán palabras decisivas sobre este complejo problema. Me he detenido en hacerles esta larga cita, por más de una razón. Me parece, en primer término, que a los que conocen a Camila solo como la impredecible profesora y crítica de literatura que fue, les revela su precisión combativa y progresista a favor de la transformación de la sociedad, en contra de todo lo limitado, anacrónico e injusto. Tanto en el terreno intelectual como en el de la vida práctica, dista mucho Camila de sustraerse en una atalaya o en una torre de marfil. Por otra parte, si en el fragmento leído se pone de relieve el valor de esta mujer para, sin perder el buen gusto que la caracterizaba, exponer crudas verdades, también se condena al ciego egoísmo y la insensibilidad moral de mujeres que se consideraban situadas en los peldaños superiores de la escala social, unas por razones económicas y otras por su éxito artístico o profesional. Y esto era entonces una cuestión importante sobre todo en relación con las mujeres que

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se destacan por su talento en diferentes ramas de la cultura. Porque una de las formas más sutiles de combatir los esfuerzos que se realizaban a favor de la superación colectiva de la mujer, fue la de contrastar la existencia de extraordinarias capacidades femeninas en el pasado -una Gertrudis Gómez de Avellaneda, por ejemplo- con la ausencia total de ellas en momentos en que tenían acceso a todas las posibilidades de educación y cultura. En un breve trabajo intitulado “La mujer y la Cultura” 8 leído por Camila en un acto de propaganda del Congreso Nacional de Mujeres y publicado después en la revista Lyceum, aborda el tema y lo discute seguramente con su habitual probidad intelectual y, sobre todo, con sus sólidos criterios de mejoramiento social. Dice en una parte de su trabajo: Las mujeres de excepción de los pasados siglos representan, aisladamente, un progreso en sentido vertical. Fueron precursoras; a veces, sembraron ejemplo fructífero. Pero un movimiento cultural importante es siempre de conjunto, y necesita propagarse en sentido horizontal. La mujer necesita desarrollar su carácter en el aspecto colectivo, para llevar a término una lucha que está ahora en sus comienzos. Necesita hacer labor de propagación de la cultura que ha podido alcanzar, para seguir progresando. Y siempre que la cultura tiene que extenderse, da la impresión de bajar de nivel. Se trata de una ilusión óptica. Igual impresión se tuvo cuando empezó a aplicarse a la educación la teoría democrática [...] Quizás las mujeres cubanas, por dedicarse con tanto entusiasmo a esa labor de propagación, no tengan ahora tiempo para la de concentración en el aislamiento que implica la creación de una gran obra personal en el arte o en la ciencia; pero están realizando una obra colectiva de inmensa trascendencia, en la que se suman sus esfuerzos a los de todas las mujeres americanas, como los esfuerzos de arquitectos, escultores y pintores sin nombre ni número conocido se sumaban en la magnífica realización de la catedral gótica, expresión viva de una época del espíritu humano. Esa labor de la mujer cubana será perdurable y su radio de influencia sobrepasará los límites del país. Si más de una capacidad personal superior palidece o queda escondida en el esfuerzo de conjunto, no lo lamentemos demasiado, porque nos ha tocado establecer los cimientos de un edificio indestructible.

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Camila Henríquez Ureña: “ La mujer y la cultura”, En: Lyceum, Vol. IV, N.13, 1939

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No es frecuente hallar en la historia de la cultura femenina, mujeres superiores por su cultura y por su talento, dispuestas a sacrificar generosamente la ilusión de una obra de creación personal, en favor de la elevación cultural y social de sus congéneres. Las cubanas contamos, por lo menos, con dos, Maria Luisa Dolz, a principios de este siglo, y Camila Henríquez Ureña, ambas, y no por casualidad, educadoras eminentes. Estas actividades de Camila que acabo de rememorar, se corresponden, en el orden intelectual, con el interés que demostró siempre en el estudio de la presencia de la mujer en la historia y en la literatura. Asunto de notables trabajos ensayísticos suyos son, entre otros, estos temas: “La carta como forma de expresión literaria femenina “ 9; “La mujer en el Teatro de Bernad Shaw”; “Presencia de la mujer en el Romanticismo” 10, así como el de “Mujeres de la Colonia” 11, sobre el cual realizó trabajo de investigación en el Archivo de Indias, en Sevilla, aprovechando para ello su año sabático del Vassar College, en 1953. Uno de los rasgos más acusados del carácter de Camila era el de la seriedad en el tratamiento de cualquier cuestión por poco importante que esta pareciera, lo que no estaba reñido con su fino sentido del humor, que le permitía matizar agudamente lo mismo un comentario de lectura que una conversación privada. Lo único que no toleraba era la frivolidad, la ligereza en la consideración de cuestiones fundamentales. Recuerdo algunas ocasiones en la junta directiva del Lyceum en las que suavemente, pero con gran firmeza, exigía el análisis de alguna afirmación superficial o apresurada. Seguramente la recuerdan también los que tuvieron la dicha de ser sus alumnos, aquella expresión suya: “¿Cómo? Vamos a ver eso con mayor detenimiento...”, con la que iniciaba un dialogo a la manera socrática hasta esclarecer totalmente el punto discutido. Recuerdo también, en ese sentido, incidentes de la conferencia celebrada en La Habana por la Asociación Americana de la Federación Internacional de Mujeres Universitarias, en 1941, presidida por aquella notable educadora norteamericana, Virginia Gilderleeve, rectora hasta su muerte del Barnard College. Asistieron a esa conferencia delegados de casi la totalidad de los países del Norte y Sur América y, como invitadas especiales, designadas por el Lyceum, pues la asociación de mujeres universitarias no estaba constituida en Cuba, 9

Camila Henríquez Ureña: “La carta como forma de expresión literaria femenina”. En: Lyceum, Vol.VII, N. 25, 1951 10 Camila Henríquez Ureña: “Presencia de la mujer en el romanticismo” En: Lyceum, Vol. V, N. 17, 1949 11 Camila Henríquez Ureña: “Mujeres en la colonia”. En: Lyceum, Vol.XI, N. 39, 1954

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participamos Camila, Piedad Maza y yo. Todas las delegadas eran mujeres cultas, educadas y sumamente preocupadas por la guerra mundial, en pleno desarrollo en aquellos momentos; solo una, representante por cierto de uno de los países del Cono Sur, se caracterizó por su actitud frívola y por sus comentarios de corte francamente fascista en el curso de los debates. Por fortuna, algunos de esos comentarios, como el que hizo sobre la cuestión judía, fueron cortados enérgicamente por Camila, quien dirigía los debates en lengua española. Y no fueron traducidos al inglés ni pasados a las actas. Más de una ocasión tuvimos durante la celebración de la Conferencia para sentirnos orgullosos de nuestra Camila, especialmente en la sesión inaugural, en que pronunció un hermoso discurso que espero haya conservado entre sus papeles, y podamos recuperarlo. Cuando se pasa revista a los años que van de 1936 a 1942, causa asombro el intenso ritmo de la actividad cultural de Camila en ellos, pese a que todavía la retenía la Escuela Normal de Oriente y se veía obligada periódicamente a cumplir allí deberes docentes, hasta que finalmente pudo obtener un traslado temporal a una plaza de Literatura Española vacante en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas. Los que ansiábamos tenerla de profesora en nuestra Universidad, creímos llegado el momento al convocarse un concurso - oposición a una nueva cátedra monstruosa, pues comprendía la historia de la literatura española y la de las literaturas inglesa, francesa y alemana. Nadie había que pudiera disputársela a Camila, conocedora de esas literaturas en sus lenguas originales, pues es bien sabido que dominaba el francés, el inglés y el italiano y que leía con facilidad el alemán, y, cosa extraordinaria en nuestro país, hasta el noruego. Nadie había tampoco que pudiera presentar un expediente tan rico como el suyo en servicio a la docencia y en labor ensayística sobre temas de esas literaturas. Pero ella, que tenia muy elevado concepto de la especialización científica, por respeto a sí misma, se negó a figurar como candidato a semejante cátedra y así, por la absurda agrupación de materias en una cátedra y por la misma rigidez de una estructura académica de coto cerrado que nos impidió incorporar a nuestro claustro a muy destacados profesores españoles exiliados, nuestra juventud universitaria se vio privada, durante veinte años, de uno de los profesores de literatura más completos, de nuestro continente. Solo la Escuela de Verano, de más flexible organización en cuanto a la contratación de profesores, pudo beneficiarse con algunos cursos de Camila, en la década del 50. Fue necesario que el huracán de la Revolución barriera las arcaicas estructuras académicas, para que Camila, como lo expresó varias veces, realizara su viejo ideal de enseñar en su Universidad, y para que esta se honrara, teniéndola en su seno. Haber trabajado con ella durante los últimos once años, haber tenido ante nosotros el incentivo de su elevación

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moral e intelectual, ha sido, para los profesores y alumnos de la Escuela de Letras, disfrute provechoso de una lección permanente de sabiduría y de decoro. Profesora, maestra de literatura, que es decir ser capaz de formar, de sentir y transmitir el goce estético, de entusiasmar y de crear conciencia de valores humanos, del bien y de la belleza: eso fue Camila Henríquez Ureña; eso, tan difícil, que muy pocos pueden lograr, porque exige excepcionales dotes y consagración sin límites. No es frecuente que se conjuguen, como en ella, la más depurada sensibilidad literaria, una profunda cultura y una amplitud extraordinaria de intereses humanos y vitales, con la vocación didáctica, con la actitud y la disposición para la enseñanza. Esa vocación didáctica que, ya lo hemos visto, poseían todos los Henríquez Ureña: Pedro, primado de la cultura americana, Max fundador de escuela, como su madre; y Camila, maestra inolvidable; esa vocación, repito, no está hecha solo, ni principalmente, de condiciones innatas para transmitir conocimientos, como tampoco puede deberse solo a influjo de un ambiente, de un gran maestro o de una tradición familiar, aunque esto pueda pesar bastante en ella, sobre todo en sus inicios. Lo que hace en verdad permanente y valiosa esta vocación, y esto deben recordarlo siempre nuestros profesores noveles, es el amor a la juventud, que se traduce en interés y simpatía por sus problemas, sus dudas y tanteos y sus desvelos; y es, en ultima instancia una fe acendrada en la perfectibilidad del ser humano mediante la educación. Porque Camila tenía esta vocación, fue tan gran maestra, y porque para serlo, supo conservar una lozanía de espíritu y una muy flexible concepción de la cultura, que le permitían comprender todos los cambios y acoger y asimilar toda corriente renovadora, lo mismo en lo literario que en lo didáctico y en lo social. El profesor Moritz, nos decía en una conferencia Pedro Henríquez Ureña, acostumbraba a afirmar humorísticamente que un buen profesor de literatura tiene que ser embustero, porque al presentar una obra literaria a sus alumnos, para lograr que se entusiasmen con ella, tiene que reunir sus propias emociones, como si fuera la primera vez que se pone en contacto con dicha obra. Es, desde luego, una manera festiva de referirse a la primera condición que debe tener una enseñanza literaria no erudita, sino verdaderamente formativa. Que Camila lograba, como nadie más, despertar el entusiasmo de sus oyentes, lo sabemos de viejo cuantos pudimos asistir a sus cursos y conferencias en otros tiempos, pero es interesante escuchar al respecto el testimonio de sus alumnos más recientes. Habla Mirta Yañez:

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No le puedo tomar notas, lo importante es oírla ¡cómo disfruta leyendo! Disfruta mucho con las maldades de los demás, con el humor de los escritores. Con Baroja, por ejemplo. Y se ríe con un gusto tremendo. Pero un día, en el aula, nos leía Adiós, Cordera, de Clarín, y todos nos impresionamos mucho porque sin detener la lectura, con las inflexiones de voz necesaria, vimos que estaba llorando. Es la mejor profesora que hemos tenido; yo “entré” en el Quijote gracias a ella. Soy del grupo último al que Camila ha dado clases, y eso hace que uno se sienta triste y orgulloso al mismo tiempo. 12 Diony Durán comenta: “Bueno, el primer día de clases con ella: nosotros hemos oído la clase de profesora que es; uno está a la expectativa y se sienta delante de esta gran mujer que dicen es severa, tierna y dulce. Y uno va a ver lo que pasa. Y ya no la podrá olvidar jamás.” 13 Rogelio Rodríguez Coronel: “Su influencia sobre el alumnado se siente inmediatamente; ese sentido del humor tan especial, esa sensación que transmite como de haber vivido cualquier momento de la cultura humana, esa disposición de ánimo, esa serenidad ante todos los problemas que jamás entraña indiferencia, sino energía, majestad. “ 14 En Camila la lectura oral, expresiva, adquiría categoría artística; su voz, rica en matices e inflexiones, y su cuidada pronunciación, castiza, pero sin afectación alguna, cautivaban al oyente. En sus explicaciones usaba un lenguaje sencillo y a la vez elevado, sin rebuscamientos ni exotismos, lo mismo que en la conversación. Su porte majestuoso y su inalterable serenidad era lo primero que impresionaba a cuantos se le acercaban y fomentaba un profundo respeto. Su sencillez era proverbial y corría pareja con su modestia y su ausencia total de narcisismo. Nunca olvidaremos sus compañeros la alegre disposición con que acudía a los seminarios marxistas y a los círculos políticos, dándonos un ejemplo más de modestia y humildad intelectual. No olvidaremos tampoco su insaciable curiosidad e interés científico; cómo, por ejemplo, estudiaba, gozándose en ello, la teoría de conjuntos, al establecerse la matemática moderna en nuestra enseñanza.

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Mirta Yañez. En: Vida Universitaria. No. 216-217, La Habana, 1969 Diony Durán: Idem 14 Rogelio Rodríguez Coronel: Idem 13

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Oigamos lo que, con su fina percepción de los valores, nos dice de ella Beatriz Maggi: Hay mucho que decir: Cómo nunca hace sentir que ella es la personalidad intelectual, el pozo de saber…. Y que uno no lo es. A mí me da la impresión de que ha arribado a un equilibrio espiritual completo. Nunca está amargada; se irrita y parece humor o comicidad. A pesar de su edad y de sus dolencias físicas, ella es la primera en ir a dar conferencia en las fábricas, y no solo la primera en ir, sino la primera en valorar el trabajo que se realiza. Llueva o truene, allí está Camila, por encima de todas las dificultades, sin una queja, siempre con una sonrisa, con una palabra de comprensión hacia las dificultades. A Camila Henríquez Ureña la cultura le ha servido para la vida, le ha pasado a la sangre, a los poros. Es una demostración de que cuando no es así, la cultura se convierte en un edificio inmenso donde no dan muchas ganas de entrar. 15 Porque este juicio es exacto, pudo Mirta Aguirre exclamar, al conocerse la muerte de Camila: “¡Hemos perdido nuestro último Humanista!” Aquí, compañeros, podría terminar, pero me parece que este acto de recordación sería un pobre tributo a la memoria de Camila Henríquez Ureña, si no fuera acompañada del compromiso de perpetuar su luminoso magisterio. Nuestra universidad tiene ese deber con la cultura cubana y con la formación de la juventud. Recoger los artículos de crítica literaria, los ensayos y los trabajos didácticos de Camila, publicados unos en revistas y folletos, e inéditos los más; las lecciones de sus cursos universitarios y extraacadémicos, que se hallan en su archivo, es tarea que debe realizar, y realizará la Escuela de Letras, para publicar unitariamente toda la obra de Camila. Cuando esto se haga, cuando nuestros jóvenes profesores y estudiantes puedan seguir aprendiendo de aquella extraordinaria maestra a través de su obra, podremos decir que, aun sin su presencia física, Camila sigue viviendo entre nosotros.

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Idem

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obras y apuntes ANTUÑA, Vicentina (Güines 1909-La Habana 1987), Graduada de Doctora en Filosofía y Letras y en Pedagogía. Siguió cursos de latín en la Columbia University (Nueva York, 1936), de literatura latina en la Universidad de Roma (1956) y de arte grecoromano en el Instituto Dante Alighieri de Roma (1956). Ha viajado por países de América, Europa y el campo socialista. Tomó parte en el Congreso Nacional Femenino (La Habana, 1939), en los congresos por el latín vivo celebrado en Avignon (1956) Y Roma (1966) y en la Conferencia General de la UNESCO (París, 1960 y 1962). Ha sido directora de cultura del Ministerio de Educación (1959 - 1961), presidenta del Consejo nacional de Cultura (1961 – 1963), directora de la Escuela de Letras y Arte de la Universidad de La Habana (1962 – 1971) y de su departamento de letras clásicas, hoy Departamento Filológico, también desde 1962. De su labor didáctica continuada desde 1933 hasta su muerte, cabe destacar, a partir de 1934, la de profesora de Lengua y Literatura Latinas en la Universidad de La Habana. Fue miembro del consejo de redacción de la Revista Lyceum y ha publicado conferencias y artículos en Cuadernos de la Universidad del Aire, Universidad de La Habana y Prometeo. Entre sus trabajos se destaca el discurso pronunciado en el I Congreso Nacional de Cultura (1962). Autora de la selección y el prólogo de la antología Comedia latina (La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972). Fue presidenta de la Comisión Cubana de la UNESCO, hasta su muerte sin abandonar la docencia universitaria. Entre sus publicaciones se encuentran: Latín primer curso de acuerdo con el programa oficial. Tomadas por J. I. Lasaga y Travieso. La Habana, 1938.|| Lecciones de latín segundo curso. Autorizadas por (…) y redactadas por Eloísa Lezama de Álvarez. La Habana, Universidad de La Habana (195-) || Elementos de gramática latina. La Habana, Universidad de La Habana. Dirección de Publicaciones, 1970. 2 partes (Ed. mimeografiado). || Roma y las letras latinas. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1971 (Cuaderno H. Serie Literaria, 2) || Literatura latina. Presentación de Máximo Gómez Mirás. La Habana, Cooperativa Estudiantil E. J. Varona (S.A)

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PARA CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA* MIRTA AGUIRRE

La Escuela de Letras y de Arte, a la que cabe el honor de contar entre los miembros de su claustro a la doctora Camila Henríquez Ureña, ha tenido a bien depositar en mí la responsabilidad de pronunciar una palabras en este acto de trascendencia excepcional. Era evidente que, tratándose de un profesor, nadie más indicado que un discípulo para el cumplimiento de la encomienda; y era también evidente, puesto que se trataba del balance de una larga vida, que resultaba aconsejable que el testigo fuese, más o menos, de larga data, capaz de hablar por información directa y no de oídas. Y como yo reunía ambas cosas, es eso lo que explica mi presencia aquí. Quede pues claro que, si bien hago uso de la palabra en nombre de la Escuela de Letras y de Arte, como compañera de claustro de la doctora Henríquez Ureña, hablo aquí, sobre todo, a título de antigua –y actual- alumna de la ilustre profesora a quien se rinde tributo en esta noche. Porque si bien –todo el mundo sabe de mi autodidactismo literario- nunca figuré como estudiante en los planteles en los cuales la doctora Henríquez Ureña ha ejercido la docencia, es lo cierto que mi juventud debió mucho a cursillos y conferencias suyas, a sus preciosas sugerencias

* El 21 de diciembre de 1970, recibió la investidura de Profesor Emérito de la Universidad de La Habana la doctora Camila Henríquez Ureña. El rector de la Universidad de La Habana, doctor José M. Miyar, inauguró el acto; Mirta Aguirre pronunció, a nombre del claustro de la Escuela de Letras y Arte, las palabras que aquí publicamos, y, por último, la propia profesora Henríquez Ureña agradeció la alta distinción

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de lecturas, y a privadas charlas en las que ella –que, por supuesto, era ya Camila- no desdeñaba dedicar tiempo y atención a quien entonces andaba saliendo de la adolescencia. Eran años en los que la existencia y la actividad magisterial de personalidades como la de un Fernando Ortiz o una Camila Henríquez Ureña, resultaban decisivas para el porvenir intelectual de nuestro país. Se estremecía la Isla bajo la dictadura machadista; había sido asesinado Trejo y los centros de enseñanza secundaria y superior se encontraban clausurados; Cuba era un gran lago de hambre y de sangre que, si bien terminaría por ahogar a los responsables directos de aquella situación, había de desembocar en la militarada del 4 de septiembre y en el triste proceso político de los Mendieta, de los Grau, de los Prío, de los cuartelazos y los desgobiernos batistianos: esa etapa oscura de casi tres décadas, de la cual sólo habría de librarnos la gloriosa victoria serrana. Durante la crisis del machadato, como en muchos otros períodos – digamos, el que siguió a la frustrada huelga de marzo- , la cultura nacional vivió refugiada en algunos nombres próceres que supieron salvarla y que ejercieron el papel de guías para los que entonces éramos jóvenes y vivíamos, o bien inmersos en las contiendas políticas, o bien buscando protección en imposibles “torres de marfil”. Para unos y para otros, las personalidades como la de Camila Henríquez Ureña resultaron decisivas: haciendo, por una parte, que los que tenía en una mano la bomba o el panfleto, prosiguieran manteniendo en la otra no sólo a Marx sino también a Séneca, a Joyce o a Rilke; e impidiendo, por otra, que los dados al “escapismo” se deshumanizaran del todo. Lo que esas personalidades, entre las que figuraba Camila Henríquez, significaron para el desarrollo de la intelectualidad cubana, en la treintena de años que se extiende entre 1929 y 1959, es cosa que no se ha analizado suficientemente aún y que, por supuesto, no podemos detallar aquí; pero justo es mencionarlos y señalar que ese análisis constituye el pago ineludible de una deuda grande que ya va siendo hora de saldar en conjunto, como individual y parcialmente estamos, en cierto modo, saldándola aquí esta noche. Durante esa época, sobre todo a partir del cuarenta, faltó mucho de Cuba la doctora Henríquez Ureña; pero no faltó nunca del todo, porque no hubo año en el que no pasara en Cuba varios meses y en los que, durante esas estancias, no trabajase en Cuba. Y esa ausencia de Camila Henríquez –profesora en Vassar College, profesora en la Universidad de Middlebury- constituyen una penosa prueba de lo que hasta 1959 fue, pese a honrosas excepciones, la alta docencia cubana. Todos recordamos el bochornoso espectáculo que constituían, con frecuencia, los ejercicios de ingreso al profesorado universitario. Si bien allí donde había un jefe de cátedra honesto y enérgico los aconte-

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cimientos podían tener lugar de otro modo, no es menos cierto que lo que más abundaba era la “piña” mediocre que cerraba filas para impedir el paso a quien pudiera, por sus méritos, hacer sombra intelectual. Eso lo supo y lo padeció en carne propia Camila Henríquez, relegada por muchos años a la docencia en academias particulares y en planteles secundarios, obligada durante muchos años a trabajar y a enseñar fuera de Cuba, y a quien sólo el triunfo de la Revolución fue capaz de abrir las puertas de esta Universidad. Camila repitió siempre que era en Cuba donde quería vivir y donde quería profesar; y de que decía verdad es constancia su presencia entre nosotros. Cuando se marchaban muchos, regresó ella; cuando muchos se iban a mendigarle al enemigo un lugarcito bajo el sol, a cambio de retirarle a la patria sus servicios, Camila Henríquez volvió las espaldas a su importante cargo universitario –era ella una de las dos únicas mujeres que ostentaban en Estados Unidos la más alta jerarquía profesoral-, desdeñó –no uno sino dos- los retiros en dólares a que tenía derecho y que le habrían permitido vivir en holgura económica, sin necesidad de proseguir trabajando; y retornó a Cuba, para correr en Cuba la suerte que cupiera a todo nuestro pueblo; para darse en la ancianidad el lujo de contribuir a la construcción socialista en la primera tierra americana; para compensarnos con creces, con su nombre ilustre, del retraimiento de decenas y decenas de minúsculos nombres que nada significan. Entre muchas, éste ha sido, quizás, su suprema enseñanza; y, sin duda, uno de los más significativos entre los hechos que avalan su designación como Profesora Emérita de la Universidad de La Habana. Porque se habla mucho de los intelectuales “comprometidos”, entre los que ya sabemos que abundan los jóvenes, como sabemos que abundan los que al dejar de ser tan jóvenes se someten y se domestican; pero que un intelectual reconocido y estimado por los sectores dominantes de la cultura internacional, se “comprometa” en el invierno de la vida en la forma definitiva en que Camila Henríquez Ureña lo ha hecho, no es acontecer que se presencie con facilidad. Aunque no sea más que por aquello de que, según dicen, la prudencia, la cautela y asimismo la fatiga, sobrevienen con los años. Ahora bien, hablar de Camila Henríquez como de alguien que ya no es joven, es juzgar la esencia por las apariencias y, en suma, faltar a la verdad. Si juventud es lozanía de carácter y de inteligencia, flexibilidad para el cambio, ausencia de rutinarios modos de hacer y de pensar, capacidad de admisión para la transformación revolucionaria del mundo en que se vive, los compañeros y los alumnos de la doctora Henríquez Ureña en la Escuela de Letras y de Arte podemos asegurar que no hay allí, y que acaso no existía en toda esta Universidad, nadie más joven que Camila con sus espléndidos setenta y seis años en perpetua renovación.

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Camila Henríquez Ureña

Hace más de medio siglo produjo Camila Henríquez su admirable estudio sobre Eugenio Maria de Hostos, una de las más brillantes tesis de grado que se haya presentado en nuestra Universidad y que continúa siendo obra de obligada consulta para el cabal conocimiento del gran educador, político y filósofo puertorriqueño: hace más de medio siglo, y hace muy poco, cuando el Instituto del Libro publicó El infierno, a la pluma de Camila Henríquez Ureña se debió el magnífico ensayo sobre Dante que sirve de prólogo a esa edición. Entre una cosa y la otra se extiende una larguísima serie de trabajos cuya recopilación dará lugar algún día a varios volúmenes, en los cuales esta mujer reacia a la letra impresa ha ido dejando, como quien no da importancia a lo que hace, las muestras de un enciclopédico saber literario que lo mismo abarca a Homero que a Ibsen, a Shakespeare que a la narrativa hispanoamericana contemporánea, a los clásicos españoles, franceses o alemanes que a la poesía de Vladimiro Mayakosvski. Todo, por supuesto, conocido en las lenguas originales, y todo visto y juzgado desde un punto de mira original. Tanto como por su trabajo de cátedra, por esa numerosa obra dispersa en folletos y revistas, puede decirse, sin que a nadie cause escozor porque es de unánime reconocimiento, que no existe en nuestro país especialista más completo en cuestiones literarias, ni crítico literario de más largo alcance que esta profesora de continentales dimensiones que la Universidad de La Habana tiene el privilegio de disfrutar. Es mucho poder hablar, a un mismo tiempo, de talento y de erudición. Pero en el caso presente, eso no es todo. Señalaba Fidel un día a los universitarios, en un discurso inolvidable, los peligros de la vanidad intelectual; nos llamaba Fidel a la sencillez y a la modestia. Modesta y sencilla hasta lo increíble es esta humanista de cuerpo entero, maestra de maestras, para quien no hay, en su labor diaria, tarea demasiado humilde ni demasiado pequeña. En la Escuela de Letras y Arte se sabe que es posible contar con Camila Henríquez Ureña, lo mismo para representar a Cuba en un gran acontecimiento cultural que para acudir a una granja a brindar a campesinos, de modo capaz de interesarlos, el comentario de un libro; lo mismo para atender cursos selectos de superación profesoral que para afrontar cursos masivos de alumnos principiantes. En este orden de cosas, la presencia de la doctora Henríquez Ureña en el claustro de Letras es una presencia ejemplar; como lo es, igualmente, en lo que toca al estricto cumplimiento de la disciplina profesoral. Otros podemos faltar un día a clase, otros podemos llegar tarde a la clase un día: la doctora Henríquez Ureña, jamás. Ni siquiera en una ocasión –y valga la anécdota como retrato suyo y como constancia de la única vez en que ha merecido ser objeto de una severa reprimenda por parte nuestra-, ni siquiera en una ocasión en la cual, para cumplir con su deber, Camila Henríquez hubo de recorrer a

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pie, por accidente, la distancia que separa la Escuela de Letras de la entrada del reparto Miramar, donde vive. Así es esta mujer que hemos declarado Profesora Emérita. Y como bien se ha señalado en alguna parte, no es así por casualidad: es así por sangre y por educación, por una hermosa tradición familiar que ella ha sabido proseguir dignamente. Salomé Ureña, poetisa y educadora, una de las más distinguidas figuras femeninas latinoamericanas del pasado siglo, fue su madre. Federico Henríquez Carvajal, el amigo entrañable de Martí, era su tío. Y su padre era Francisco Henríquez y Carvajal, el llamado “presidente errante”, el dominicano presidente en el exilio, que prefirió ser simple médico y modesto profesor de francés en Santiago de Cuba a ser en Santo Domingo, instrumento político al servicio del imperialismo yanqui. Max y el excepcional Pedro Henríquez Ureña, fueron sus hermanos mayores. Camila Henríquez vino, pues, al mundo, en un medio privilegiado de cultura y de decoro cívico. Y si bien los astros no obligan, coyunturas hay, como parece haber sido esta, en las que sí inclinan y ayudan. No es pequeña ventaja crecer teniendo ante los ojos ejemplos ciudadanos como los de Federico y Francisco Henríquez Carvajal, y formarse intelectualmente bajo la guía fraterna de Pedro Henríquez Ureña. Sólo que para no ser aplastado por el peso de una estirpe semejante, es preciso ser capaz de dar la talla; es preciso ser un ensayista que no desmerezca al lado del autor de la Historia de la Cultura en la América Hispánica y tantas otras obras valiosas; y, sobre todo, es preciso saber ir de lo que significó el antimperialismo martiano a lo que representa el antimperialismo de la primera república socialista en América. Tal y como es y tal y como ha sabido ir Camila Henríquez. La Universidad de la Habana es, para no citar más que tres nombres señeros del presente siglo, la Universidad de Julio Antonio Mella, la Universidad de José Antonio Echeverría y la Universidad de Fidel Castro. Esto quiere decir que es una universidad que no puede otorgar ciertas distinciones sin pensarlo muy bien antes. Porque ser en ella Profesor Emérito no sólo implica que, como es ineludible, se es un eminente maestro, sino que presupone que se es, asimismo, una personalidad a la altura de la gloriosa tradición ciudadana de esta casa de estudios. Lo que en otros lugares puede constituir un escueto galardón académico, es aquí, además, como en toda universidad de veras revolucionaria, una declaración de respeto a la conducta pública de quien recibe el honor.

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Cuba no entiende de sapiencias ni de talentos desasidos del cumplimiento de los grandes deberes patrios; nuestra universidad no entiende de grandes maestros que no sepan serlo fuera del aula, tanto o más que dentro de ella. Si Camila Henríquez Ureña recibe el título que esta noche le es concedido, ello se debe, sin duda, a su brillantez humanística; pero se debe, junto a eso, al signo de admirable austeridad que ha regido su vida entera; se debe a que es posible colocar esa vida ante los ojos de nuestros jóvenes como un modelo que amerita imitación. Hecha de estudio incesante, de trabajo sin tregua, de honestidad sin grietas, de perenne autoexigencia, de inquebrantable sencillez, de altísima dignidad intelectual y de acendrado amor a Cuba, esa vida es lo que sobre todo se aplaude y a lo que se rinde homenaje hoy. Haber cumplido setentiséis años, haber vivido toda la historia republicana de esta Isla hasta hace poco sometida a todas las tiranías y todas las corrupciones, y poder presentarse ante la juventud con las manos totalmente limpias del lodo que salpicó ese amargo pasado, es, antes que nada, lo que nos impulsa hoy a descubrirnos y a ponernos en pie ante Camila Henríquez, justísimamente designada Profesora Emérita de nuestra Universidad. El 25 de marzo de 1895, al partir de Santo Domingo hacia Cuba, José Martí le escribía a Federico Henríquez y Carvajal en la carta que se considera su testimonio político: “Debo a Ud. un goce de altura y de limpieza, en lo áspero y feo de este universo humano...” Compañera Camila Henríquez Ureña: permítame repetirle eso hoy aquí. Permítame decirle hoy aquí, para terminar, que los que hemos tenido la fortuna de conocerla de cerca, entre lo mucho que le debemos, le debemos también eso, que no de cualquiera puede obtenerse: un goce de altura y limpieza que nunca podremos olvidar. Patria o muerte. Venceremos

AGUIRRE, Mirta (La Habana 1980) Desde muy joven se incorporó a las luchas revolucionarias. Ingresó en el Partido Comunista de Cuba en 1932. Durante la dictadura de Gerardo Machado tuvo que trasladarse a México como exiliada. En 1939 fue delegada al Congreso Nacional Femenino celebrado en La Habana. Se doctoró en leyes en 1941. Ha realizado estudios especiales de literatura, música y filosofía marxista. En 1947 obtuvo premio en los Juegos Florales Iberoamericanos por su obra Influencia de la mujer en Iberoamérica. Ese mismo año le fue otorgado el premio periodístico -Justo de Lara-. En 1948 ganó el premio en el concurso convocado por el Lyceum Lawn Tennis Club por su libro Un hombre a través de su obra: Miguel de Cervantes Savedra. Asistió ese año a los congresos por la paz celebrado en París y Nueva York. Trabajó, durante toda su etapa de

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obras y apuntes funcionamiento, en la Comisión Nacional para el trabajo Intelectual del Partido Socialista Popular. Fue vicepresidenta de la Federación Democrática de Mujeres Cubanas y responsable político de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. Trabajó como traductora y redactora y como guionista de radio y televisión. Durante años tuvo a su cargo la sección de cine, teatro y música del periódico Hoy. También ha colaborado en Mensajes, Mediodía, La Última Hora, La Palabra, Revistas Lyceum, Cuba Socialista, Casa de las Américas, Universidad de la Habana. Fue coeditora de Gaceta del Caribe (1944) y subdirectora del semanario La Última Hora (1951 – 1954). Perteneció a los consejos de redacción de Nuestro Tiempo y Cuadernos de Arte y Ciencia. Después del triunfo de la Revolución fue directora de la Sección de Teatro y Danza del Consejo Nacional de Cultura. A partir de 1962 se incorporó, como profesora a la Escuela de Letras y Artes de la Universidad de la Habana. Ocupó además la dirección de su Departamento de Lenguas y Literatura Hispánicas. Ha colaborado en los Cuadernos H de la Facultad de Humanidades. Se ha distinguido por su labor como conferencista. En 1974 ganó el primer premio en el concurso que sobre Sor Juana Inés de la Cruz, convocó la Secretaría de Obras Públicas de México, con su libro Del encauso a la sangre: Sor Juana Inés de la Cruz. Autora de la Introducción a la edición cubana de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972). Ha utilizado los seudónimos Rosa Iznaga, Rita Agumerri y Luis Robles Garza. Entre sus publicaciones se encuentran: Recuerdos de Mella. La Habana. Arroz Press, 1937. || Presencia interior. Poemas. La Habana, 1938|| Palabras en Juan Cristóbal. La Habana, Imp. El Siglo XX 1940|| Clara Zetkin. La Habana, Eds. Sociales, 1941; ed. Parcial (La Habana), Ministerio del Trabajo. 1962 || Todo para aplastar al nazismo. Resoluciones en la II Asamblea Nacional de U.R.C. La Habana, EDS Sociales, 1941. || Influencia de la mujer en Iberoamérica. Ensayo. La Habana, Imp. P. Fernández, 1947; La Habana, Servicio Femenino para la Defensa Civil, 1948. || Un Hombre a través de su obra: Miguel de Cervantes Savedra. La Habana, Sociedad Lyceum, 1948. || La Edad de Oro y las ideas martianas sobre educación infantil. La Habana, Universidad de La Habana. Escuela de Letras y Artes, 1963 (Texto mimeografiado). || El neorrealismo italiano. La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1963. || Canción antigua a Che Guevara. La Habana 1970. || La Obra narrativa de Cervantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1971. || Miguel de Cervantes. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1973 (Cuaderno H. Grandes figuras 1). ||El romanticismo de Rouseau a Hugo. La Habana, Instituto Cubano del Libro. Editorial Artes y Literatura, 1973.|| Juegos y otros poemas. La Habana (Hungría). Instituto del Libro. Editorial Gente Nueva 1974. || Del encauso a la sangre: Sor Juana Inés de la Cruz. México, D.F., Larios e Hijos Impresores, 1975; La Habana, Casa de las Américas, 1975 (Cuaderno Casa, 17).

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CAMILA: MAGISTERIO Y HUMANISMO DIONY DURÁN

Una mujer joven y esbelta transita por fotografías en blanco y negro: el corte cuadrado en el cabello, la falda larga, la boca firme y delicada, una ligera sombra le hace misteriosos los ojos. Mira directamente al que la observa, acaso sólo con calma. Junto a un grupo de amigas parece estar en un parque de La Habana, o cerca de la Universidad; sola, de busto, la sonrisa leve, parece frágil; puede estar en Las Palmas, Cádiz, Versalles, Bruselas, Nueva York, Ciudad México, Toluca o Xochomilco, Puede ser una mujer contemporánea que regresa con el tiempo y la moda, y se instala en daguerrotipos cuadrados y pequeños de antiguas cajas negras; son pocas impresiones que aparecen saltando etapas, como si por vivir con plenitud le importara poco quedarse retenida. Por una calle, cerca del Archivo de Indias su cabello es más corto y platea en las sienes, camina con lentitud y armonía. En el aula, apenas se ve la pizarra al fondo, imagina leer un libro, sus manos están cruzadas de lunares finos. Un collar de perlas de una sola vuelta unifica las fotos, va saltando de cuello en cuello, por un tiempo ido, y la ensarta al ojo del estudiante que la enfoca y la presiente. Los que tuvimos la suerte de asistir a las clases que impartió durante más de diez años en la Escuela de Letras y Arte del Universidad de La Habana la doctora Camila Henríquez Ureña no podremos olvidar jamás aquella forma suya de volcar sobre los atentísimos alumnos –con siempre renovada amenidad y con una modestia intelectual ejemplar- el caudal impresionante de su

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sabiduría. 1 Así dice Luis Rogelio Nogueras, el poeta Wichy, que significativamente prologa la tercera edición de Invitación a la lectura, y así podrían coincidir todas las opiniones de sus alumnos, ahora poetas, narradores, cineastas, maestros; unanimidad de opiniones a favor de una mujer que, hoy lo demuestra, tiene un amplio registro de convocatoria. Un registro que se anuda en su trabajo pedagógico y por ello se expande en muchas direcciones, irradiando en torno. Una mujer erudita que Wichy prefirió calificar de sabia porque por ese concepto se amplía y difunde la idea de Camila del conocimiento, amparado en el equilibrio y la prudencia, y nacida de su formación humanista. Entre un grupo muy nutrido de hombres y mujeres a los que en este final de siglo se le celebran cumpleaños centenarios, se encuentra Camila. Ellos iban fundando ideas, revistas, asociaciones, grupos, escuelas. Cruzaron dos guerras mundiales, cambios drásticos en la poesía, la narrativa, la crítica literaria, los sistemas sociales y el equilibrio ecológico. Camila sigue esa ruta y no es menos. Vive situaciones que la conforman y le dan un sentido de pertenencia: es educadora, mujer y caribeña, y en todos los casos lo disfruta a fondo. Andrés Mateo decía en Santo Domingo que Camila culminaba la “diáspora de los Henríquez Ureña”2 en sus viajes por el mundo, en sus visitaciones a otros países de los que a veces ya no regresaron más a Santo Domingo, como si los recorriera un sino. Pero acaso la diáspora es más amplia y atañe al Caribe, a sus intercambios forzados por inquietudes políticas y económicas. Y a su vez, las islas del Caribe se inscriben en una diáspora mayor que esa condición por la que Martí llamó “dolorosas” a las repúblicas de América. Larga es la memoria de los intercambios entre Santo Domingo y Cuba, en los que José Martí también fundaba en Quisqueya, mientras se iba a traer a Máximo Gómez. Los Henríquez Ureña están cruzando esa historia, como el mar entre las dos islas, y si es alto el servicio que hicieron a su país, no es menor el que han hecho a Cuba y a América. Estaban compelidos por circunstancias políticas y razones culturales para encontrar un espacio de realización a su obra, pero la saga familiar a lo que apunta es a un conjunto mayor, donde espejea la Confederación Antillana de Hostos y el ideal de Nuestra América de Martí, que los dota de un proyecto de vida y de una razón más de pertenencia al Caribe, Camila no sólo representa muy alto la tradición familiar, sino que se queda sola para llevarla a término. 1

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Camila Henríquez Ureña: Invitación a la lectura (tercera edición) Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1975 Andrés L. Mateo: Camila Henríquez Ureña: La virtud del anonimato. Ed. Feria Nacional del Libro y Universidad Autónoma de Santo Domingo. Rep. Dominicana, 1992, p.23

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Nadie mejor que ella, por estas razones, para conocer los intercambios entre las islas y los códigos de una identidad supraisleña que se había plasmado en el disfrute de una cultura común; pero nadie mejor que ella para expresar el anhelo de unidad entre las islas, cuando esta noción se trazaba azarosamente en la conciencia cultural y le faltaban aún organismos de realización. Ella dice: Carácter de isla ha tenido originalmente, cada uno de los paisajes del Caribe. Porque no es sólo la definición geográfica del territorio cercado por el mar lo que se expresa en la esencia etimológica de la palabra isla: separación, fijación, encierro dentro de límites que se juzgan infranqueables acaso. Hay aislamientos geográficos que no determina el mar. Hay ensimismamientos, que producen, con una visión hipertrofiada de los acontecimientos internos, el olvido de lo que importa a la comunidad más amplia a la que se pertenece. Murallas de indiferencia separan más que el mar y la montaña. 3 Era el año 1939 y decía estas palabras como representante de la Universidad de Santo Domingo ante la reunión interamericana del Caribe, celebrada en La Habana. Camila estaba en plenitud, se había cumplido con creces la apreciación de su hermano Pedro cuando la consideraba “un carácter perfecto: sin debilidad pero sin violencias”4 Hasta la década del treinta ha acumulado conocimientos estimables en estudios literarios, idiomas, experiencia práctica en la docencia. Un currículum abultado con notas sobresalientes, exámenes de premio, tesis con felicitaciones, concuerda con sus títulos obtenidos en la Universidad de la Habana, en la de Minnesota y los estudios en París. Sin embargo, este equipaje académico se desborda en una intensa actividad en el tiempo que va entre la caída de Machado y el primer batistato. Camila suelta amarras, viaja con frecuencia de Oriente, donde mantiene su cátedra como profesora de la Escuela Normal, a La Habana, donde se va instalando. Inicia su participación en el Lyceum como conferencista, para seguir luego como vicepresidenta de la institución y directora de su revista. Escribe prólogos, publica artículos en las revistas Lyceum, Bimestre Cubana, Grafos, Senderos y otras. Hace intervenciones radiales, trabaja con José María Chacón y Calvo y Juan Ramón Jiménez en lo que será la antología La poesía cubana. Es secretaria de la Institución Hispano-Cubana de Cultura,

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Camila Henríquez Ureña. Discurso en la I Reunión Interamericana del Caribe. La Habana, 1939. En Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias, La Habana, No. 81 Pedro Henríquez Ureña: Carta a Alfonso Reyes, La Habana, 8 de mayo de 1914, en Epistolario Intimo, tomo I, UNPHU, Santo Domingo, 1981, p. 231.

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directora técnica del Colegio Ariel, vice-secretaria del Teatro de Arte La Cueva, pronuncia conferencias y discursos a los niños y a los maestros, es profesora invitada a los Cursos de Verano en la Universidad de La Habana, miembro de la Academia Nacional de Ciencias de la Educación, imparte un curso de lecturas literarias para ciegos, recorre Santa Clara, Remedios, Trinidad, Cienfuegos, Sagua la Grande, Camagüey y Matanzas ofreciendo un cursillo sobre la Escuela Nueva y aún le alcanza el tiempo para recibir clases de canto y practicar la equitación. Esta selección de actividades que ha querido ser abrumadora, denota una intensa energía. Cuando Camila, en este mismo año de 1939, habla de la mujer en uno de sus trabajos fundadores –“El feminismo”- dignifica el que sea virtuosa, y define la virtud como energía, según “la antigua lengua de Roma”5 Con ello se refiere a “la calidad moral, la excelencia en el consejo, la nobleza de espíritu, la dignidad en la acción, la serenidad”6 En ese sentido y a toda profundidad, Camila era una mujer virtuosa. Ese año de 1939 es un año límite, un año de definiciones para Camila, y estas pueden tener relación con una carta de su hermano Pedro, quien le escribe proponiéndole de nuevo que viaje a Buenos Aires a radicarse y a trabajar. Tal vez Camila le ha contado qué hace en Cuba, le ha mandado muestra de sus poemas y sus escritos. Es significativo que sólo se encuentren dos cartas de Pedro en la correspondencia de Camila, como si ella las hubiera guardado particularmente. Ambas tienen el sello orientador de quien Max reconoció como “hermano y maestro”. Pedro le dice que “en Cuba tú estás en el centro de las cosas, tienes parte en las actividades directivas y orientadoras, y eso no se puede sustituir” Sobre la Argentina señala: “Todo lo que aquí parece centro no es centro: todo está aquí como sin alma, y sin dirección, sin orientación, y se siente que se trabaja en el vacío”7 Pedro, de todas formas, le ofrece el centro que él ocupa y todos los espacios a los que tenía acceso, cuando era un reconocido ensayista, crítico, maestro, editor de carácter continental. Para ello abre un paréntesis tentador en el que incluye a Camila: la revista Sur, el periódico La Nación, la editorial Losada, el Colegio Libre de Estudios Superiores, la Universidad Popular Alejandro Korn, más un “etc” de modestia y añade: “tendrías actividades y relaciones tuyas propias, como la Unión Argentina de Mujeres”8 5

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Camila Henríquez Ureña: “Feminismo” en Estudios y conferencias Ed. Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1982, p. 550, Idem, p.550. Pedro Henríquez Ureña: Carta del 14 de diciembre de 1939 a Camila Henríquez Ureña, en Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística. Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, No. 333 Idem

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En Pedro gravita la situación política en Argentina, en una década que con razón fue llamada “infame”, pero sobre todo gravita su convicción cuando se autodefine: “Yo no soy contemplativo –dice- quizás no soy ni escritor en el sentido puro de la palabra: siento necesidad de que mi actitud influya sobre las gentes aun en pequeña escala”9 Y, Camila que lo sabe, que ha leído en toda su significación la breve carta, se queda en Cuba. Irá a la Argentina dos años más tarde, por unos pocos meses, y se irá diciendo: Me siento atada a un hilo de Ariadna interminable. Se irá desenvolviendo hasta Buenos Aires y se volverá a enrollar hasta La Habana. No puedo sentirme desatada.10 Atada estaba a un trabajo didáctico que se expandía de la escuela a la calle y abordaba, con carácter verdaderamente renovador, la situación de la mujer, Vicepresidenta de la Unión Nacional de Mujeres, desde 1936, participa en el congreso nacional de esta organización en el treinta ocho y en el congreso de la Federación Internacional de Mujeres Universitarias en el cuarenta y uno. En los discursos inaugurales de ambos congresos, en las conferencias que ofrece sobre el tema femenino en la época, en las intervenciones radiales, tiene un telón de fondo que es la guerra civil española, que como a tantos intelectuales hispanoamericanos esclarece en un sentido de activismo social. La mujer ante la guerra, sus deberes para educar por la paz, conjugan las dos direcciones de su discurso y la revelan en el eje pedagógico que lo articula. La educación como un proyecto de largo alcance en la modelación social del hombre, ocupa un plano esencial en el ideario humanista. Camila se encuentra con ese proyecto por todos los caminos que la conducen a la enseñanza organizada y renovada por Hostos en Santo Domingo, y en Cuba, por Luz y Caballero. Del maestro puertorriqueño afirma: Para Hostos la educación tiene un valor disciplinario, desarrollar los poderes del educando, y un valor ideal: perfeccionar al hombre para que sirva a los ideales sociales de justicia y a los universales de bien y de verdad. 11 Camila recorre un largo aprendizaje pedagógico, estudia métodos para renovar el valor disciplinario de la enseñanza, pero continúa afiliada al ideal

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Carta a Alfonso Reyes. La Plata, 5 de septiembre de 1925 en Obras Completas, Tomo V, Santo Domingo, 1978, p. 332 10 Camila Henríquez Ureña, Diario de su viaje a Buenos Aires (Fragmentos) en Revista Letras Cubanas, No. 7, año II 1988, La Habana, p. 237 11 Las ideas pedagógicas de Hostos, Talleres tipográficos, “La Nación” Santo Domingo, 1932, p.56

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redentorista de la educación y lo define junto a Salomé Ureña, que es su otro conducto y más entrañable: Salomé de Henríquez es un ejemplo de la contribución prestada por la mujer hispanoamericana a la magna labor a la que han consagrado sus mayores esfuerzos todos los grandes hombres de nuestra América: la formación de la conciencia nacional. 12 En medio de las contingencias de la guerra en España y los síntomas de una mundial, la necesidad de formar conciencia nacional se agudiza y más aún, se refuncionaliza en un orden humano y social más amplio pero no menos concreto. Es la dirección que ofrece Camila a la Asociación de Maestros para señalarles la tarea principal: “la transformación de las conciencias”13 El título de esta conferencia es elocuente de su grado de generalización: “Educador de hoy frente a la cuestión de la guerra y la paz del mundo”. Allí se concentra en dos aspectos centrales de la que denomina “la nueva educación” y dice: Implica la necesidad de un régimen de igualdad económica que permita a todos los hombres las mismas oportunidades, sin más diferencias que las creadas por la capacidad individual...implica una completa transformación del orden social,,,14 La mujer que habla con un discurso en máxima tensión aún se excusa con su habitual delicadeza: “...yo vengo de otro clima intelectual que no el de las luchas sociales...”15, se excusa por conocer sus límites, porque en la práctica arremete con tanto vigor como prudencia. Con esta consistencia, el discurso de Camila es muy avanzado y rebasa el discurso ficcional femenino, que todavía tantea las razones de su escisión, o se oculta en la imaginería literaria, o ataca al hombre, posición de la que Camila considera que “las mujeres de hoy, en su mayoría están de vuelta...” porque, explica: “Lo que reclamamos en esa lucha es nuestro puesto al lado de nuestros compañeros”16. A Camila le pareció absurdo que a Gómez de la Serna le hubieran dicho que ella era “roja” y controlaba la entrada de españoles en Cuba. Más absurdo le hubiera parecido que por aquellos años el gobierno cubano la hubiera 12

“Las mujeres en las letras hispánicas”, 1942, en Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística. Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, No. 19 13 “Educador de hoy frente a la cuestión de la guerra y la paz del mundo” en Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística. Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, No. 32, p.7 14 Idem pgs. 13 y 7 15 “La mujer ante el problema de la guerra y la paz” en Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística. Academia de Ciencias de Cuba, L Habana, No. 9, p.1 16 Idem p.6

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investigado bajo la sospecha de anarquismo17. En otro horizonte temporal hubiese sido tildada de jacobinismo o masonería por lo que puede asustar el humanismo en su máxima tensión e integridad, vuelto trasgresor y con espinas. En 1942 Camila acepta ser profesora visitante del Vassar College de Nueva York, en el momento en el que se inicia otra etapa opresiva en Cuba y se reducen las posibilidades del trabajo cultural. Apenas dos meses después de llegar a los Estados Unidos ya está ofreciendo una conferencia sobre: “La mujer en las letras hispanoamericanas”. No se va de sus temas, como no se va ciertamente de los Cursos de Verano de la Universidad de La Habana y de algunas disertaciones en el Lyceum, en regresos esporádicos para luego continuar cursos de literatura española e hispanoamericana en el Vassar College, Smith College, Barnard College, Middlebury College y conferencias que siguen la ruta de la mujer: “Women and Higher Education in Latin America”(1942), “Women in the actual crisis” (1942), “La carta como forma de expresión femenina”(1945) o Dante, Lope de Vega, Shakespeare, Cervantes, donde se ejercita, con la mejor arquitectura literaria, el arte de enseñar. Cuando regresa, abriendo la década del sesenta, viene cumpliendo un largo itinerario familiar y el suyo propio. Camila regresa al “centro de las cosas”; ya no es una mujer en plenitud, pero es virtuosa, y su virtud es enérgica: acto de espíritu, creación para dar. Regresa y ya es asesora del Ministerio de Educación y luego miembro del Consejo de Publicaciones de la Casa de las Américas, y profesora titular de literatura española, hispanoamericana y general de aquella Escuela de Letras y de Arte por donde se le vio entrar cuando la Escuela se fundaba y era una fiesta estudiar. Se fundaba y se revolucionaba todo en aquella década romántica del sesenta que acompañó Camila, y tal vez su grandeza y nuestra admiración radicaban en verla mantener la continuidad entre tantas rupturas, a veces rupturas innecesarias. Ella había recibido el premio “Maria Luisa Dolz” en 1927 y tenía, como aquella gran educadora, el conocimiento de la escuela cubana, la experiencia de maestra normalista, traía la continuidad de una enseñanza avanzada y prestigiosa, alimentada por el tiempo y su ejercicio en varias universidades. Ella era más bien la que fundaba, y a pesar de todo lo que se le oyó en orientación y disertación sobre la enseñanza primaria y secundaria, debió ser oída más. En aquellos años la Escuela de Letras no fue un refugio, sino su lugar de estancia, el que siempre le había correspondido y desde el cual volvía a irradiar, mostrando la factura del profesor universitario y del centro de enseñanza 17

Ver el Diario de Camila en Buenos Aires, Ob. Cit, y la revista Del Caribe. Año 1, Santiago de Cuba, 1984

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superior abierto a recepcionar e influir. Allí impartía sus conferencias redactadas por escrito, y es proverbial que la Asociación de Alumnos de la Escuela de Letras y de Arte, las reproducían mimeografiadas, en pequeñas tiradas que ponían a circular por todos los años académicos el “Cervantes” de Camila o su “Shakespeare”. Puede haber sido aquella iniciativa estudiantil que denotaba la necesidad de publicar a Camila, o la ausencia de textos autorizados, lo que determinó que se iniciara la serie Cuadernos H, de estudios críticos sobre temas, etapas y escritores de la cultura universal, en los que Camila fue una de las primeras autoras, y de las más asiduas. Allí mantuvo su cátedra y compartió esa especie de matriarcado magisterial que caracteriza los centros de estudios de las letras, con aquellas profesoras que hay que invocar juntas: Mirta Aguirre, Vicentina Antuña y Camila Henríquez Ureña, tan distintas y tan cercanas. Camila no sólo regresó sino que vino a invertir su único y último tiempo posible en la formación de conciencia nacional, en los términos en que se forjaba esa conciencia en medio de un proceso revolucionario. Su enorme cultura, su sabiduría, se plasmó en la conferencia impecable y la relación educativa. Sus discípulos la oyeron con rendimiento tanto por sus conocimientos como porque apelaba a la reflexión individual. En contra de un aprendizaje memorístico y, por tanto, en contra de una enseñanza basada en la acumulación de datos y en la voz del “magíster dixit”, Camila analizaba las posibilidades de una educación que, según decía “ha venido a concebir primordialmente como algo dinámico, como un proceso de liberación de capacidades creadoras”18 Nada mejor entonces, que el espacio que abren la literatura y el arte para despertar esas capacidades, portadoras de valores formativos, acicate para la creación personal: “...ser artistas también”, decía Camila. De ahí que las aprovechara para dotar al alumno de un ejercicio del criterio, de un pensamiento propio lentamente propulsado según los grados y años académicos. Es significativo que aconsejara la narración como formadora del gusto y los valores de la escuela primaria y que constatara que “los cubanos tenemos la buena fortuna de poseer una obra maestra de ese género: La Edad de Oro de José Martí” 19 Con un discurso semejante había instado a leer a las presas de la Cárcel de Guanabacoa más de veinte años antes, cuando les explicaba que los libros son “maestros y compañeros,

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Camila Henríquez Ureña: Mesa redonda sobre la enseñanza de la literatura, 1960, en Estudios y conferencias, Ob. Cit, p. 85. 19 Idem, p.93

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tienen una capacidad más alta: nos enseñan a ser: nos ayudan a vivir” 20 Con una letra apurada había escrito el discurso en su libreta de notas, con el que presentaba una biblioteca para las presas y había subrayado con precisión: ser y vivir con la certidumbre de que entraba en el territorio de la personalidad; con la misma seguridad con la que apuntaba al ejercicio de la profesión en las humanidades como un acto de existencia, al afirmar que el estudio de Dante: “sólo fructificará a través de la asiduidad en el estudio y la maduración en la experiencia: “...el largo estudio y grande afecto”21 Tres discursos diferentes como el de disposición pedagógica, el divulgativo y el crítico, apuntan a un mismo destino: la formación individual, la creación de un proyecto de vida. Para Camila la lectura era un arte, el arte de saber leer. Su insistencia por la lectura también trataba de que el estudiante aprendiera a articular su lengua, pero no sólo eso, sino que proponía que el maestro narrara oralmente, que leyera con frecuencia a los alumnos, “situándose –dice- en relación comunicativa con el “modo” espiritual de los alumnos: lo que en nuestra lengua llamamos tan expresivamente, el “ánimo”” 22 La búsqueda de la comunicación espiritual, de un continuum entre profesor y alumno, la creación de una atmósfera de receptividad, sugiere la necesidad de un maestro muy entrenado y de cualidades intuitivas desarrolladas. No es de otra manera que lo piensa Camila cuando lo llama “artista que sabe sentir y hacer sentir lo que interpreta” 23 Esta es la ruta que nos acerca a entender lo que hacía ella misma en el aula, su manera de transmitir la literatura como materia palpitante, como hecho vivo, como acto inusitado y amoroso de comunicación. En el aula Camila leía con depurada interpretación, era una manera de recordar la emoción estética y compartirla con desprejuicio, más bien con una intención claramente didáctica, porque en esta lectura subyace un método que pasaba por el sentimiento, la impresión y el deleite. Ella no se concebía a sí misma como una teórica de la crítica literaria, ni tampoco como una crítica, por lo menos así lo expresaba cuando invitada a hablar acerca de “El lector y la crítica”, se explicaba: No siendo yo ni artista, ni creadora de obras literarias, ni crítico profesional, no me pude explicar, cuando se me invitó a tomar parte en este forum, por qué se me extendía esta invitación. 24 20

Palabras a las mujeres recluidas en la Cárcel de Guanabacoa, en ocasión de inaugurarse la Biblioteca donada por la Comisión del preso. 8 de julio de 1934, en su Cuaderno de Notas (manuscrito), Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística. Academia de Ciencias de Cuba, La Habana. 21 Prólogo al Infierno de Dante Alighieri, Ed. Pueblo y Educación, 1971, p.VIII Mesa redonda sobre la enseñanza de la literatura, en Ob.cit. p. 93. 22 23 Idem p.94. 24 “El lector y la crítica” Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística. Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, No. 65, p.1.

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En sus trabajos teóricos sobre la crítica literaria y en sus estudios sobre épocas, obras y autores, se puede apreciar el diseño clásico que los conduce y las direcciones de la teoría de las que se sirve. En el punto en el que se unen el método didáctico y el método crítico de Camila, podría recordarse a Leo Spitzer cuando aconsejaba: “leer, releer, paciente y confiadamente”, como una invitación a hacer una recreación crítica del texto. Camila estaba asistida de una información profusa y novedosa, y especialmente en el caso de lo que proponía en Europa la estilística, se podía servir del intermedio de Pedro Henríquez Ureña, que desde 1923 con la fundación del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, colaboraba con la difusión de los estudios que dirigía Amado Alonso, dando a conocer a Kart Vossler, Charles Bally y Leo Spitzer. Esta también debió ser una vía de acceso a las investigaciones filológicas del Centro de Estudios Históricos que en Madrid dirigía Ramón Menéndez Pidal y que propaga Pedro en Hispanoamérica, sin descontar la experiencia directa en aquellos cursos que recibió de Federico de Onis, Pedro Salinas, Navarro Tomás y Angel del Río. Cercana a una estilística genética, Camila trabaja una época o autor, o diversos géneros, un rasgo estilístico o un estilo en su conjunto. Al propio tiempo usa puntos de apoyo –a veces sólo puntos de partida- en el siglo XIX con Sainte Beuve, tal vez por una posición equilibradora en la que el francés no se afiliaba a los extremos del clasicismo ni del romanticismo; con “Alain” encontraba en la lectura “la clave de la cultura” 25, emergiendo de un espiritualismo optimista. Y, si no llegó a fondo en la Nueva Crítica Anglosajona de la década del cuarenta, ni en la “nouvelle critique” francés, en los años sesenta, trabajó por lo menos referencialmente con las ideas de T.S.Eliot, que antecede a la Escuela de Chicago, y con Albert Thibaudet, uno de los precursores de la “nouvelle critique”. En todos los casos, y muy especialmente con Eliot, buscaba mantener la unidad de la obra ante la fragmentación del análisis textual. Ella explica que “hay crítica clásica, romántica, impresionista, expresionista, pero lo importante en medio de esa diversidad, es hallar la unidad”26 Cuando en Cuba, en la década del sesenta, se tenía a Wellek y Warren como autores básicos para el estudio de la teoría y la crítica literarias –texto que tampoco descarta-, Camila informa en sus conferencias, especialmente en Invitación a la Lectura (1964) sobre los formalistas y considera que esta escuela “se limita al criterio estético, es decir, a juzgar la estructura artística de la obra

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Mesa redonda sobre la enseñanza de la literatura, Ob. Cit. P.88 “La crítica” en Estudios y conferencias, ob,cit, p.98

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obras y apuntes

literaria” 27 Más tarde y en esta dirección, los teóricos observarán con claridad que era necesario al formalismo ruso, una relación entre sonido y significado, más lógica, epistemología o teoría del lenguaje, para crear un análisis integrador. La información y los juicios de Camila son fundadores y se remontan a época tan temprana como 1954, en conferencias en el Lyceum. Ese año Victor Erlech había publicado El Formalismo Ruso, obra básica para dar a conocer la historia de ese movimiento en Europa occidental y Norteamérica. Camila no descubre sus fuentes, pero estas eran muy actualizadas. Cuando en 1958 ella enseñaba en las universidades norteamericanas, Jakobson imparte su conferencia “Lingüística y poética” en la Universidad de Indiana, pero no será hasta más tarde, bien entrada la década del sesenta que, traducidos al francés, los formalistas serán muy conocidos y reformulados a su vez por el estructuralismo. Camila hablaba como maestra que se permitía amalgamar posiciones diversas en una indagación literaria cuyo centro era la vocación humanista que estructura su discurso; buscaba, en todo caso, un análisis sistémico para el cual las técnicas le resultaban piezas aleatorias, y se aproximaba al texto no como un hecho dado, sino como un universo abierto a la especulación, el ámbito de la reflexión para sus estudiantes y, a la vez, una continuidad que revela y da vida. Ella explicaba: Y recordar que, como dice Thibaudet, el novelista es el arquitecto de una gran catedral, y el lector ideal es aquel que, en esa morada viva, hecha por el espíritu y para el espíritu, sabe apreciar conscientemente todo el simbolismo arquitectural y litúrgico28 La renovación constante de información es un signo que califica a Camila en su trabajo docente y muestra su apetencia de conocimientos, su actitud abierta a lo nuevo y, a la vez, la ponderación con la que sabe seleccionar lo que es genuino de lo efímero. Es esa disposición la que la lleva a apuntar temas que se han convertido en debates de la mayor actualidad. Si en un momento se quejaba de que “no es posible aún determinar con exactitud el efecto que en detrimento de la salud mental de nuestros niños está ejerciendo la literatura de “muñequitos” y “episodios” que invaden nuestros periódicos y nuestros cines...” 29 en otro momento, movida por revelar la importancia de la literatura oral –en lo que también se adelanta- afirma: Nuestro nivel de civilización se apoya sobre la imprenta y la propagación de la palabra escrita. Acaso el descubrimiento de la transmisión por 27

Idem p.101 Invitación a la lectura, ob.cit.p.111 29 Mesa redonda sobre la enseñanza de la literatura ob,cit,p.90 28

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Camila Henríquez Ureña

radio y televisión y del cine hablado, represente el inicio de una nueva etapa en que el hombre restablezca sus nexos con la literatura oral” 30 Aquella misma maestra delicada y digna que había transmontado ya los setenta años, en medio de las contradicciones trágicas y hermosas de la década del sesenta, ofrecía un espacio para crecer dentro de la propia contingencia del pensamiento, y mostraba que los mismos recursos que corrompen también pueden beneficiar. Su concepción humanista de la cultura organiza sus juicios en un equilibrio, vertebra su magisterio y se expresa también en su honestidad intelectual. Todavía hay que hacer en el orden de los trabajos inéditos de Camila, pero un maestro no se recopila en tomos suntuosos, ni se publica en la editorial Planeta, ni debe pasar por una metrópoli de la cultura para irradiar, ni es la fama lo que persigue. Mucho menos Camila, que pensaba que la del maestro es “heroicidad esencial, honda, constante y silenciosa” 31 El diapasón que los hace conocer son sus discípulos y no sólo porque transmitan su personalidad o su obra, sino porque mantengan la inquietud vital y los intereses de los más jóvenes en la mirada, como Camila en su mundo interior nos contenía. Ella no era proclive al halago: ni a darlo ni a recibirlo. Tal vez la hubieran ruborizado estas celebraciones. Para que se ajusten a su medida, precisa apuntar a donde Camila disparaba. Frente al caos social, la guerra, la crisis de valores, prestó los servicios del humanismo con la sencillez de quien tiene blasones auténticos. Si su imaginario estaba donde las islas se reúnen, América crece y el hombre es pleno, la concreción de su obra en los espacios históricos tensó su discurso humanista hasta el límite donde las clasificaciones han demostrado si ineficacia. En su ideario pedagógico, la cultura, en un ensanchamiento providente, va del hombre al hombre, mostrándole mejor en el arabesco de su propia vida, y ajusta y enriquece su espiritualidad. La doctora Camila Henríquez Ureña regresa en la evocación oportunamente, ahora también vuelve a estar en el “centro de las cosas”. Camila, nombre cálido para la intimidad de sus discípulos, lleva tras de sí otra denominación con la que ella calificó a las mujeres de grandeza: es “fundadora de espíritus”32 y entre los fundadores habita.

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Invitación a la lectura ob,cit,p32 “La peregrinación de Eugenio María de Hostos” en Estudios y Conferencias, ob,cit,p.601. 32 “La carta como forma de expresión femenina” en Estudios y Conferencias, ob.cit.p.475 31

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obras y apuntes DURÁN, Diony: Ensayista y profesora de la Universidad de La Habana Conferencia impartida el 11 de abril de 1994 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana durante la celebración solemne del centenario del natalicio de Camila Henríquez Ureña.

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CAMILA ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR

Camila Henríquez Ureña fue espejo de la cultura de la América Latina y el Caribe en muchos sentidos: en lo personal, en lo familiar, en lo histórico, indivisibles en ella. Criatura refinada, cultísima y raigal, altiva y popular como solo saben serlo los/las auténticamente grandes, dominadora de muchos idiomas (en sus últimos años, me dijo, estudiaba ruso para leer en su lengua a Tolstoy y Dostoyevki), colaboradora cercana de espíritus de primera magnitud (como Fernando Ortiz, con quien llevó adelante la Institución Hispano Cubana de Cultura, como Juan Ramón Jiménez y José María Chacón y Calvo, con quienes compiló la colección La poesía cubana en 1936), dueña de un español impecable y de una información enorme, todo lo cual le hubiera permitido producir numerosos libros, esta humanista integral decidió ser, sobre todo, maestra. Glosando lo que Martí escribió sobre Luz y Caballero, de ella hay que decir que antes que libros prefirió hacer hombres y mujeres que fueron y son sus agradecidos discípulos. Además, en México, según me comunicó Arnaldo Orfila, contribuyó a diseñar la Biblioteca Americana del Fondo de Cultura Económica, publicada en memoria de su hermano Pedro; y en Cuba, la Colección Literatura Latinoamericana de la Casa de las Américas, raíz a su vez de otras empresas. Múltiples fueron sus conferencias, por ejemplo, en el Lyceum de La Habana. Pero sobre todo es de destacar su presencia en la Universidad de La Habana, en la cual, teniendo relaciones y prestigio sobrados para tomar otras decisiones, ingresó con entusiasmo, y fue allí su mejor profesora de letras, que deslumbraba y estremecía a sus alumnos y alumnas, en

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Camila Henríquez Ureña

momentos en que Cuba era bloqueada, invadida y calumniada. Lo que nos lleva por obligación a considerar sus vínculos familiares e históricos. Un tío de Camila, Federico Henríquez y Carvajal, fue el amigo íntimo de Martí a quien éste, en víspera de desembarcar en Cuba y de morir en su guerra, escribió una de sus últimas y más reveladoras cartas, que con razón ha sido considerada, junto con la carta póstuma a Mercado, como su testamento político. La madre de Camila, la poetisa Salomé Ureña, fue activa colaboradora de Eugenio María de Hostos en la magna tarea educativa desempeñada por éste en la República Dominicana. Su padre, Francisco, era honesto y digno presidente de su país cuando los Estados Unidos (entonces bajo el gobierno de Woodrow Wilson) lo derrocaron en 1916, aduciendo la falta de pago de una deuda. La familia salió al destierro, y no olvidó nunca el agravio. Hasta no hace mucho, en que fueron trasladados a su patria, los restos del ilustre ex presidente se conservaban con unción en Santiago de Cuba. En cuanto a sus hermanos Pedro (que además ella tuvo el privilegio de que fuera su mentor) y Max, es innecesario abundar en lo que significan para la cultura de toda nuestra América. Lo menos que podría decirse de Camila en este orden es que fue totalmente digna de esa estirpe, quizás sin parigual en el Continente. Refiriéndose a ella en cartas desde Santiago de Cuba a Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña le escribió el 9 de mayo de 1911: “Camila, que sólo tiene diecisiete años, (...) sabe francés e italiano, y estudia inglés; ha leído a los poetas griegos, cierto número de autores clásicos y muchas poesías”; y el 30 de junio de ese año le añadió: “Habrás de saber que en Santo Domingo se asegura que ella es el mayor talento de la familia (...); tiene mucho de mi carácter, por la tranquilidad, y del de Max por la inventiva.” Me complace decir que Camila, la gran humanista, fue también, como corolario esencial de aquella condición, una gran feminista, lo que reveló con gran altura su ensayo “Feminismo”, de la década de 1930 del siglo pasado (que la Magistra Vicentina Antuña me dio a conocer e hice republicar en la revista Casa de las Américas), y además en su conducta toda. Mucho de lo anterior lo he escrito ya. Quiero añadir que aunque no tuve el privilegio de haber sido su alumno en las aulas, pude tratarla con frecuencia, incluso desde antes de ser ella profesora de la Universidad de La Habana, pero sobre todo a partir de entonces. Su modestia y su humildad eran impresionantes, como lo era, por otra parte, su postura señorial. Coincidimos en círculos de estudio, donde nadie la superaba en aplicación y disciplina. Siempre estaba dispuesta a aprender, ella que parecía saberlo todo. Una tristeza me queda de su recuerdo. La convencí para que escribiera un complemento en que pusiera al día el libro de su hermano Pedro Las corrientes literarias de

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la América Hispánica, para editarlo, así actualizado, por la Casa de las Américas. El libro, un clásico, se publicó inicialmente, en inglés, en 1945, por lo que un aggiornamento suyo, hecho nada menos que por Camila, hubiera sido de gran trascendencia. Pero cuando ella se disponía a hacerlo, apareció una edición cubana del libro con la que no contábamos, en su versión habitual, y Camila, lógicamente, se abstuvo de realizar su labor. Es difícil calibrar lo que se perdió. Pero no quisiera concluir con tal nota triste esta semblanza. Son incontables los/las que le deben buena parte de su formación. Es inmenso lo que hizo por nuestra cultura, incluso más allá de sus áreas habituales. José Rodríguez Feo (quien había asistido en la Universidad de Harvard a las famosas conferencias de Pedro Henríquez Ureña de donde se derivaría el libro nombrado) mencionó que del encuentro en el estudio del pintor Mariano con escritores y artistas como Camila surgiría el proyecto de lo que después fue la revista Orígenes. Conferencias, clases, estímulos intelectuales, instituciones culturales, antologías, revistas: en incontables sitios ha quedado en Cuba y en otros países la huella de esta manera ejemplar. Cuidar y propagar tal huella es deber de quienes la admiramos y le agradecemos de veras. La Habana, 9 de junio de 2004

FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto: Escritor, profesor e investigador nacido en La Habana en 1930, estudió de las Universidades de La Habana (donde es Profesor Emérito), París y Londres, y ha ofrecido cursos y conferencias en otras de América, Europa y Japón, algunas de las cuales le otorgaron Doctorados Honoris Causa. En 1960 fue consejero cultural de Cuba en Francia. Entre las instituciones que ha contribuido a fundar han estado la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y el Centro de Estudios Martianos. Al frente de este último estuvo hasta 1986, año en que comenzó a presidir la Casa de las Américas, cuya revista homónima dirige desde 1965. Ha publicado varias decenas de libros de versos y otros tantos de estudios y ensayos, varios de ellos en España. Sus libros han sido traducidos a más de una docena de idioma. En 2001, la Editorial Letras Cubanas comenzó a publicar en conjunto sus Obras, de las que han aparecido tres tomos: Todo Caliban, Introducción a José Martí y Algunos usos de civilización y barbarie, y están en preparación Cuba defendida y Poesía nuevamente reunida. Entre las distinciones que ha recibido se encuentran la Orden Félix Varela y el Premio Nacional de Literatura, en Cuba; el Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, en Nicaragua; el Premio Internacional de Poesía Nikola Vaptsarov, en Bulgaria; el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde, en Venezuela; el grado de oficial de la Orden de las Artes y las Letras, en Francia, los Premios Feronia y Nicolás Guillén, en Italia, y la condición de Puterbaugh Fellow, en los Estados Unidos. Desde 1998 es diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y miembro del Consejo de Estado de su país.

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TESTIMONIO BEATRIZ MAGGI

- “¡Dra. Maggi, yo la mato! ¡La mato, Dra.¡ ¡Yo-la-ma-to! - Pero ¿por qué? Mirta, por qué? - Dra. ¿por qué, cuando hace tiempo me acerqué a usted le pedí me concediera una entrevista y me diera su opinión sobre la Dra. Camila Henríquez Ureña, porque yo quería recoger cuanta información tuviera para presentar una imagen lo más fundamentada posible en un libro sobre ella? ¿por qué me contestó usted que apenas tenía nada inédito que decir sobre ella porque todo el mundo conocía sus altísimos méritos? ¡Y ahora, fuera de tiempo, se me sale usted con esa anécdota tan bella que me hubiera hecho feliz meter de cabeza en mi libro! - Ah, bueno, Mirta, tú has sido alumna mía en el Pre y en la Universidad, y luego colega mía en el claustro de la Facultad, y tu sabes mi edad y mis distracciones. Yo pensé que tú me preguntabas sobre sus profundos conocimientos humanísticos y su nivel elevado de magisterio; no recordé entonces una conversación que yo, en plena adolescencia, escuché en Santiago de Cuba cuando Camila conversaba en privado con mi hermana Evangelina” Ahora que un nuevo libro con datos reunidos por la Dra. María Dolores Ortiz acomete una valiosa Suma de esta ejemplar dominicana-cubana, con gusto relataré la conversación que yo –mera chiquilla- escuché a media tarde

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Camila Henríquez Ureña

en la sala de la casa de huéspedes de Vista Alegre en la que Camila se hospedaba. Cualquier inexactitud en las fechas de lo que refiero, por fuerza responde al tiempo transcurrido de entonces acá, pero doy fe de aquella esencia que causó en mí huella indeleble: Camila le decía a la estudiante Evangelina Maggi en mi presencia: “Eva, cuando yo era estudiante en un Colegio de Señoritas en Suiza, amaba a un joven que me correspondía con el mismo fervor y un día se presentó ante mí repentinamente y me dijo: “Camila, me han llamado al frente de batalla; salgo mañana. Casémonos hoy mismo, ¡tendremos un día!” Yo le respondí que no podía dar un paso como ése sin consultar a mis familiares, que estaban aquí en América. No había tiempo para tal consulta; veinticuatro horas después le alcanzó la metralla en el campo de batalla. Siempre me he arrepentido de mi vacilación. No lo olvides, Evangelina, cuando desees algo firmemente, no titubees, porque la vida no suele dar dos oportunidades iguales”. Haber dejado caer en el olvido estas preciosas palabras al momento en que pude haber servido mejor a mi ex-alumna y ex-colega es lamentable, pero con el libro de la Dra. Ortiz, yo sí recibo esta segunda oportunidad. Es que tanto se ha dicho y se conoce sobre la Dra. Camila Henríquez Ureña, que uno solo puede asentir; por ejemplo, cómo, al terminar sus clases en la Facultad, la veíamos esperando el ómnibus que la llevaría a alguna fábrica para leerles a los obreros fragmentos literarios de valor imperecedero. O, también, cuando se oía comentar por los pasillos sobre la gracia inimitable con que leía los parlamentos de los personajes de alguna comedia de Moliére. Y, forcejeando más con mi memoria, para no volver a cometer otro error, diré que tengo algo que agradecer a Camila desde el punto de vista de mi trayectoria profesional; desde Santiago de Cuba ella me conocía, y cuando, al triunfo de la Revolución, la Dra. María Luisa Rodríguez Columbié asumió, con una energía creadora que yo llamaría fragorosa, una serie de tareas, tales como Inspectora Nacional de Español, Asesora Nacional de Español; y organizó planes, proyectos, programas, etc... y un Seminario para el perfeccionamiento de la enseñanza de la literatura, para el que fui llamada desde Santiago de Cuba, fue que tuvo la buena fortuna de conocer a la Dra. Rodríguez Columbié, en aquellos Seminarios en que, sentadas en el estrado, se encontraban ellas dos juntas y por una conocía a la otra. Gracias a este apoyo, la Dra. Rodríguez Columbié me seleccionó para el claustro del Instituto Preuniversitario Experimental “Arbelio Ramírez”. Lenta y gradualmente (como suelo siempre darme cuenta), veo que Camila Henríquez Ureña tuvo un punto inicial de ignición en mi actividad docente en la Ciudad de La Habana.

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obras y apuntes MAGGI, Beatriz: Nacida en Puerto Padre (Las Tunas) en 1924. Infancia y estudios de enseñanza primaria y preuniversitaria: Santiago de Cuba. Dra. en Filosofía y Letras, Universidad de La Habana, 1946. Master of Arts en English Literatura, Wellesley Collage, Mass, 1946-48 De 1948 a 1951 reside en Lancaster, Pa., casada con el escritor cubano Ezequiel Vieta. De 1951 a 1961: en Santiago de Cuba, profesora de literatura de la Universidad de Oriente y en el Instituto de Segunda enseñanza. De 1961 a 1991: profesora de literatura de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Publicaciones: 4 libros de ensayos, 3 de los cuales han recibido el Premio de la Crítica que otorga el Instituto Cubano del Libro. Colaboraciones en varias revistas de La Habana y de Santiago de Cuba. Recientemente ha impartido cursos sobre Williams Shakespeare en el departamento de Artes Escénicas del Ministerio de Cultura.

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CAMILA, SIEMPRE EN VERANO GRAZIELLA POGOLOTTI

El verano parecía ser el tiempo de Camila. En esos días tórridos, con el sol a plomo y el cielo intensamente azul, apenas enturbiado por un breve chaparrón, Camila llegaba desde Vassar College, donde cumplía con su vocación de magisterio. Sabíamos que en ese entorno académico mantenía vínculos con los núcleos intelectuales surgidos alrededor del exilio republicano español. Entonces, poco a poco, se abrían paso los estudios hispánicos y, junto a ellos, en segundo plano, aquellos dedicados a las letras de nuestra América. Pero Camila no renunciaba al regreso regular a la Habana. Para mi, el ingreso a la Universidad era todavía un sueño distante. Me hubiera gustado tenerla como una de mis profesoras. Pero los rígidos reglamentos y la permanente penuria financiera impidieron que Camila, como tantos españoles y latinoamericanos, accediera a las aulas de nuestro primer y único centro de enseñanza superior. Tenaz, ella persistía en mantener el diálogo con los cubanos. Y volvía, una y otra vez, al ámbito acogedor del Lyceum. Sociedad constituida y animada por mujeres, el Lyceum distaba mucho de ser excluyente. Su sala de conferencias, su galería, su biblioteca permanecían abiertas a todos. Ante la inercia oficial, el Lyceum movilizó sus escasos recursos hasta convertirse, en las décadas del cuarenta y del cincuenta en uno de los polos culturales más importantes de La Habana. La vanguardia de las artes visuales cubanas encontró allí el recinto adecuado para difundir las obras más audaces. Pensadores de talla iberoamericana ofrecieron ciclos de confe-

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rencias en torno a un amplio registro temático, al que se acercaba un público plurigeneracional formado por intelectuales de renombre y por inquietos adolescentes. En ese contexto, año tras año, la presencia de Camila estaba asegurada. Su alta y maciza silueta atravesó el tiempo, casi inconmovible, indoblegable. Mas tarde, unas pocas canas denotarían el paso de los días. Un aura de serenidad parecía envolverla. Abordaba temas de literatura universal, conferencia señalada por los clásicos. Feminista convencida, se inclinaba a abordar figuras de mujeres relevantes, capaces de romper en su momento los valladares impuestos por el medio. Esta perspectiva se advertía en la selección de la autoras. El debate feminista se situaba en los ámbitos diseñados a ese efecto. Allí, eludiendo el transcurso de los siglos, tendía un puente amistoso con personalidades notables. Algunos pormenores biográficos eran suficientes para valorar la obra realizada. Conciente de mi corta edad, de mis manos todavía vacías, yo la observaba desde una distancia respetuosa. La conocí mucho más de cerca cuando la Reforma Universitaria de 1962 favorecería la fundación de la Escuela de Letras y Arte. Para Camila había llegado la hora de instalarse en Cuba y de integrar el claustro como profesora de literatura general. Otros vinieron de México, Chile o Estados Unidos a prestar un servicio temporal, a cumplir una etapa en la trayectoria intelectual vuelta hacia horizontes diversos. Camila, en cambio, parecía haberse instalado para siempre en esos sillones de alto respaldar, con su permanente sonrisa y con juguetona picardía de su mirada. En el tiempo de espera entre clases, se le acercaban alumnos y colegas para un intercambio, breve, a veces prolongado. Serena e inmutable, la profesora se dejaba arrastrar gustosa al diálogo cordial, en una continuada presencia de su magisterio. Poseedora de una vastísima cultura literaria, persistía en su fidelidad al aprendizaje permanente. Concentraba su atención en escuchar a otros con la disciplina de una escolar sencilla. Entonces, mi atención se detenía en su despaciosa manera de tomar notas en alguna libreta de uso corriente, siempre al alcance de su mano. Sorprendía en mujer letrada el rescoldo de infancia latente en su escritura algo torpe, carente del desmañado descuido característico de quienes mucho han andado por el mundo de los libros. Alguna vez comenté que su personalidad proyectaba una vertiente de la sabiduría, la que quienes, por haber recorrido muchos caminos, conservan prístina la modestia adquirida en la aventura del conocimiento. Y, sin embargo, su transparencia contenía un ministerio indescifrable.

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Vida y cultura se articulaban orgánicamente en el magisterio de Camila, Más que una técnica, más que una ciencia, la enseñaza constituía un singular arte de la comunicación. El universo de la literatura incluía los más altos valores de la tradición occidental. Su perspectiva, sin embargo, distaba mucho de ser arqueológica. El pasado se reconstruía como presente inmediato, palpitante. Los textos de otro tiempo recuperaban su virginidad original. Privilegiaba, para los destinatarios de su palabra, la posibilidad de un constate redescubrimiento, así en el aula universitaria como en el contexto de la educación popular. En cualquier caso, se trataba de procurar una iniciación a la lectura. Apenas comenzaba la década del setenta, animé un proyecto de investigación sociocultural en el territorio cubano del Escambray. Era una zona campesina. Los habitantes, muchos de ellos recién alfabetizados, vivían en bohíos dispersos. Las redes viales eran escasas y la electricidad no alcanzaba todavía a buena parte del territorio. El estudio de las tradiciones y del comportamiento cultural contemporáneo, debía incluir, por necesidad, la multiplicación de iniciativas que reactivaran la participación de los pobladores prescindiendo del empleo de recursos tecnológicos inaccesibles dadas las condiciones del lugar. Para llevar a cabo el proyecto, se requería un entrenamiento previo. Aprendimos a manipular títeres, recuperamos la memoria de los juegos infantiles, adquirimos nociones de psicología grupal y de técnicas de investigación social. La lectura era, sin lugar a dudas, un factor indispensable en este proceso. Solicitamos entonces la colaboración de Camila. Siempre dispuesta, accedió. Y leyó para nosotros uno de los cuentos más conocidos del escritor cubano Onelio Jorge Cardoso. Habíamos recorrido esas páginas muchas veces. Y, de inmediato, nos cautivó el descubrimiento de lo insospechado. Carente de alardes declamatorios, la lectura pausada revelaba nuevos sentidos latentes en el subtexto. La voz recomponía una sutil puesta en escena teatral. Tras la aparente sencillez, advertíamos horas de trabajo y de apropiación transformadora de lo ajeno. La autoridad profesoral transcurría implícita, ajena a cualquier manipulación impositiva. Sabíamos que resultaba imposible imitarla. Recibimos, en cambio, una profunda lección pedagógica. Camila proponía una solución para un problema aún no resuelto de transmisión de conocimiento en el campo de la literatura, donde el qué y el cómo se entrelazaban. Todo proceso de enseñaza implica, necesariamente una mediación, la de un profesor que se remite a presupuestos conceptuales incorporados a través del ejercicio de su quehacer. Y, sin embargo, mientras el texto se mantiene viviente, conserva rincones inescrutados, disponibles a la exploración personal del lector, capaz de salvar distancias de tiempo y espacio, para vincularlos a su presente y convertirlos en experiencia de vida.

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Liberada de amarras, la lectura se convierte en práctica de creación y en necesidad primordial del ser humano, indispensable para el especialista y el aficionado. Subyacentes, más o menos desarrolladas, las nociones conceptuales y las herramientas de análisis, persisten en la memoria del receptor aunque las formas de apropiación sean diversas. La práctica profesional del profesor, del investigador, del crítico conduce a una extensa acumulación de conocimientos, fundamentos de un punto de vista progresivamente arraigado, hasta desembocar en una perspectiva unilateral, reforzada por los mecanismos imperantes en la academia contemporánea. No son descartables. El crecimiento acelerado del pensamiento teórico ha contribuido a revelar aspectos ignorados y a reconocer vasos comunicantes entre las distintas instancias de la cultura y de la sociedad. No obstante, el texto original no puede reducirse a mero palimsesto, destinado al desciframiento de algún jeroglífico olvidado. Para salvarse, el profesional de la literatura habrá de tener conciencia del problema y preservar siempre un fragmento de inocencia. Porque, a pesar de la inmensa bibliografía existente acerca del Quijote, “en un lugar de la Mancha...”, sigue siendo imán insustituible, invitación a la aventura, territorio de la ambigüedad, tentación del misterio. Para los estudiantes de la Escuela de Letras y de Arte, la propuesta de Camila se colaba en un diálogo vivo, interactuante, con una diversidad de vías de acceso a la literatura. Beatriz Maggi construía su universo a partir del examen en profundidad de un fragmento. Mirta Aguirre acudía a un análisis inspirado en el marxismo. Roberto Fernández Retamar involucraba en un mismo objeto de estudio el conjunto de la poesía hispánica del siglo XX. En inmensas sábanas de papel blanco, Federico Alvarez procedía al desmontaje de los procedimientos empleados por la narrativa latinoamericana contemporánea, con particular énfasis en el boom entonces emergente. En sus cursos de literatura latina, Vicentina Antuña privilegiaba un enfoque filológico. No era el ámbito de una mera coexistencia pacífica. La Universidad cumplía su misión esencial para el campo literario de abrir caminos, de multiplicar el cruce de las perspectivas. Modesta y original, Camila integra y complementa esa excepcional triada de intelectuales que, desde el fragmento de una isla, se proyectaron hacia una América Latina sin fronteras. Pionero visionario, Pedro contribuyó a explorar, cuando la sistematización del estudio de nuestras letras todavía estaba en germen, los vínculos secretos entre las corrientes literarias de nuestra América. Mas atenido a una formación académica, Max elaboró un manual de historia de la literatura cubana consultado hoy todavía por profesores y estudiantes. Camila se entregó a la formación de lectores. Cada uno a su manera contribu-

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obras y apuntes

yó al desarrollo de la cultura cubana a través de un intenso diálogo intelectual acentuado por una esencial cercanía antillana. A diferencia de otros, no se sintieron emigrantes. Tampoco se consideraron aves de paso fortuitas. En ese sentimiento de vecindad coincidieron con muchos otros dominicanos, hombres y mujeres de la política y de las letras que, sin olvidar el destino de su país de origen, se integraron a nuestra cotidianeidad, compartieron amistades, tertulias, tanto como los acontecimientos de nuestra historia. Pocos, sin embargo, lo hicieron tan profundamente como Camila. En los días de Vassar volvía siempre, en verano, a La Habana, como quien reconoce, en esta isla raíz y ala. Cuando, con el triunfo de la Revolución la Universidad se abrió a profesores de otras tierras, pudo anclar en puerto acogedor. De modo natural, sin mirar hacia atrás, atravesó carencias y vicisitudes, atravesó peligros con la serenidad de quien está inmerso en el proyecto fundacional de una Universidad renovada. Su imagen permanecía incólume al paso del tiempo. Pero su salud se resquebrajaba. Necesitaba regresar por algún tiempo a los cuidados del entorno familiar. Le organizamos la despedida en un célebre centro de recreo habanero, cabaret por las noches, restorán en las horas del día. Acodada al bar, yo la observaba. Apacible, ella estaba rodeada por la muchachada bullanguera. De pronto, me estremecí. En medio de la alegría, sentí la presencia de la muerte. Ella lo sabe, pensé. Lúcida, con la implacable sabiduría de quien ha cumplido su tarea en el reino de este mundo, emprende el viaje definitivo a la tierra.

POGOLOTTI, Graziella (París 1932) Dra. en Filosofía y Letras en la Universidad de la Habana 1952 y literatura francesa contemporánea en La Sorbonne (1952 – 1953). Artículo suyos han aparecido en las más prestigiosas publicaciones cubanas y extranjeras Dra. en Ciencias Filológicas, es Profesora Titular en Literatura de La Universidad de La Habana, y vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Ejerce la crítica de arte y literaria. Ha publicado numerosos libros. Obtuvo el Premio de la Crítica en 2004.

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CAMILA ELINA MIRANDA CANCELA

Alta, erguida, reposada, con una serenidad enorme, pero con una gran sensibilidad para detectar tonos, matices y sentidos en su lectura, así como un disfrute evidente que trasmitía a quienes la escuchábamos, Camila, ella misma olímpica, iba adentrándonos en los conflictos de los héroes, en las intrigas de los dioses, al tiempo que nos develaba con aquella misma sencillez los misterios de la literatura y el goce que encierra toda obra maestra sin importar el tiempo transcurrido ni los cambios históricos ocurridos. Camila, leyéndonos pasajes de la Ilíada, es la primera imagen que de ella viene a mi memoria, cuando recuerdo aquel febrero de 1962 en que la Escuela de Letras abrió sus puertas. Era un aula amplia y larga, llena de mesas y sillas ocupadas por un numeroso y heterogéneo estudiantado. Junto a quienes acabábamos de obtener nuestro título de bachillerato, estaban aquellos que habían tenido que esperar largos años para entrar a la universidad; junto a quienes dábamos nuestros primeros pasos independientes en la vida cultural, académica y social, estaban trabajadores, a veces con una ya larga trayectoria laboral, que ahora se acogían a las leyes favorecedoras para su incorporación a los estudios universitarios; pero todos experimentábamos el hechizo de la personalidad y de la voz de Camila que, sin esfuerzo aparente, llenaba toda la sala de clases desde su estrado profesoral.

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Camila Henríquez Ureña

Aunque con solícita deferencia y cálida simpatía acogía nuestras preguntas o inquietudes cuando nos acercábamos a ella, sentíamos una especie de aura en su torno generada por el respeto que nos inspiraba. Por ello, no dejaba de sorprendernos y hasta recriminábamos con nuestras miradas, cuando una condiscípula de nombre nórdico –el cual invariablemente Roberto Fernández Retamar, otro de nuestros profesores, sustituía por el de Ingridantes de comenzar el turno de clases, sentada ya Camila en el estrado, lista para comenzar tan pronto terminara el receso entre los turnos de clases, se atrevía a arreglarle las mangas del vestido y regalarle caramelos, cosa que nos parecía inconcebible, pero que Camila aceptaba con la misma jovialidad de siempre. Nos admiraba su extensa cultura, el advertir que del fragmento literario que tan magistralmente acaba de leernos en una excelente traducción, Camila tenía ante sus ojos el texto en su lengua original, pero también nos admiraba verla día tras día asistir a las clases de ruso, como una estudiante más, pues, según alguna vez comentara, deseaba leer, con todo lo que sabemos que el término implicaba para ella, a Dostoyevki en su propia lengua, o verla, más tarde, preparar con igual o mayor diligencia que los muy jóvenes instructores los seminarios de filosofía marxista ofrecidos para el claustro de la Escuela; o visitar las bibliotecas en busca de nuevas obras al tiempo que nos comentaba que su hermano Pedro consideraba que un hombre no se podía considerar culto si no leía al menos un libro diariamente. Pero no sólo la oíamos, sino que nos incitaba al trabajo independiente y a la búsqueda de obras y análisis que obviamente quedaban fuera de las posibilidades del programa del curso. No solo confiaba a los estudiantes aspectos importantes de la asignatura para que estos los prepararan y expusieran en seminarios, sino que fomentaba la entrega de trabajos en que debíamos demostrar las habilidades adquiridas así como aplicarlas a obras y momentos que no eran objeto del curso en cuestión. Recuerdo, por ejemplo, cuando en ese mismo primer semestre de clases al que antes me refería, nos propuso hacer un trabajo comparativo entre alguna de las obras clásicas, griegas o romanas, en torno a las cuales el curso de Literatura General I versaba, y una contemporánea. Era también de nuestra incumbencia hacer la elección de las obras en concreto, aunque muchas veces nos sugería algún título, y una vez aprobada la propuesta, decidir en cual bibliografía nos apoyaríamos, sobre qué trataría el trabajo y cómo lo desarrollaríamos. Así, como una premonición de lo que constituiría el foco de mi labor en los últimos años, al cual por supuesto estaba yo muy ajena, con osadía propia de los diecisiete años emprendí la comparación del tratamiento de los personajes míticos en la Ilíada con aquel que Giraudoux les confería en su pieza teatral La guerra de Troya no

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tendrá lugar. Pero este no era un trabajo de curso, como ahora solemos nombrar, sino uno más entre los que debíamos hacer dentro del curso. Más, si bien continuamente daba muestras de su respeto y confianza en las posibilidades de sus alumnos, la calificación dependía del esfuerzo de todo el semestre y no la aventuraba en una primera muestra. Viene a mi mente la decepción del primer seminario, pues la nota había sido muy rigurosa y aunque me propuse esforzarme más, pensé que había que despedirse de la posibilidad de una alta calificación. Nadie comentó, pero también los demás debieron hacer conjeturas semejantes, pues cuando conocimos la nota obtenida en la asignatura, entonces sí surgieron las preguntas; parecía como si aquellos primeros puntos perdidos, no fueran parte del cómputo final que en aquel entonces era sobre cien. Antes nuestras caras interrogantes, Camila, con la tranquilidad acostumbrada, nos aclaró que en aquel primer seminario ella se había reservado cinco puntos para otorgarlos solo al final, cuando ya le fuera posible apreciar nuestro rendimiento en conjunto. En época en que la calificación era cuantitativa y acumulativa, nuestra profesora se adelantaba a los tiempos al darle un matiz también cualitativo. Mucho le agradecíamos cuando, alguna que otra noche en que organizábamos fiestas en el local de la Asociación de estudiantes o en otra parte del edificio, se presentaba y, sentada en un sillón, conversaba buen rato con nosotros, o cuando nos entregaba libros o sus propias conferencias para que a través de la agrupación estudiantil organizáramos su reproducción y paliar así en alguna medida las deficiencias bibliográficas que tanto nos atormentaban. También colaboraba con la dirigencia estudiantil en propiciar actividades en las que se procuraba conjugar lo académico con la vida cultural del país, como una conferencia, entre otras, que brindó en el teatro Mella a modo de preámbulo a la representación de algunas escenas de Romeo y Julieta, obra que por entonces se estaba ofreciendo en ese teatro con una puesta poco convencional y bastante discutida. Si bien Camila, tan organizada y acuciosa en la preparación de sus clases, nos ha dejado en su papelería muchas conferencias, notas y aún fichas, pienso que son estas y otros imágenes de su labor profesoral que dejó impresas en sus estudiantes, las que nos dan una idea más cabal de su ejercicio del magisterio y de su dimensión humana, anécdotas que nos impactan mucho más si recordamos, como fuimos descubriendo sus jóvenes alumnos de la Escuela de Letras, que Camila, en aquel año 62 cuando, emocionada por al fin ver colmadas sus aspiraciones de profesar en su muy amada universidad habanera, nos iniciaba en los goces y el aprecio de la literatura, había dejado atrás beneficios y reconocimientos de una bien ganada jubilación para dedicarse por

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entero, sin reparar en horarios, a la labor educativa que el momento reclamaba en Cuba, su patria por propia elección. Por ello posiblemente, cuando años después se le presentara la ocasión de visitar su patria por nacimiento y fervor familiar, se extrañaba de nuestros afanes para despedirla. Parada, firme, serena como de costumbre, en los jardines del restaurant de Tropicana, donde acabábamos de terminar un almuerzo de despedida en su honor, aseguraba que, aunque mucho agradecía nuestras muestras de cariño, no había lugar para preocupaciones por el largo periplo que le esperaba, dado los inconvenientes de entonces para viajar hasta la cercana Santo Domingo, pues estaba acostumbrada; ni para los pesares que suelen acompañar las despedidas, pues solo unos cuantos meses después ya estaría ella de nuevo entre nosotros, continuando con sus cursos. No le faltó razón, pues si físicamente ya no le seria posible hacer buenas sus palabras, siempre estará entre nosotros, Cuando años después tuve, a mi vez, que asumir cursos de literatura, incluso aquel mismo del primer semestre de la carrera, tomar decisiones sobre programas y orientaciones, el recuerdo de Camila siempre ha estado presente, desde pequeños consejos sobre cómo proyectar la voz para llegar a todos o la forma en que ella nos había explicado determinado tema, aunque ya estuviera a nuestra disposición una mayor información, o la lectura de autores que nunca hubiera conocido si ella no los hubiera nombrado, hasta la convicción de que el objetivo mayor, independientemente de requisitos o normativas que en algún que otro momento suelen absolutizarse, no puede ser otro que despertar el disfrute de la lectura. Tan presente ha estado siempre esto último en la conciencia de todos que, en los años ochenta, al surgir la idea de crear una cátedra que contribuyera a los esfuerzos por extender el hábito de la lectura, no hubo ni siquiera que ponerse de acuerdo sobre el nombre: Cátedra por la lectura Camila Henríquez Ureña. Bajo la presidencia de la Dra. Vicentina Antuña, las labores emprendidas devenían de alguna manera la continuidad de su obra y el homenaje que su innata modestia le hubiera permitido aceptar. Es muy posible que para nuestros estudiantes actuales, quienes solo la conocen a través de algunos de sus escritos que consultan como parte de la bibliografía, el oírnos llamarla simplemente Camila les parezca quizás de una familiaridad poco adecuada a su talla intelectual; sin embargo, no recuerdo que nunca la nombráramos de otra forma cuando sobre ella hablábamos, en tanto para su discípulos de la Escuela de Letras bastaba decir Camila para que ya estuviera todo dicho y con su nombre apresábamos todo lo que para cada

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uno ella significaba y continúa significando con su magisterio ejemplar, su honestidad intelectual y su dignidad humana.. MIRANDA CANCELA. Elina: Doctora en Ciencias Filológicas, profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, Directora de la cátedra académica de Filología y Tradición clásicas, fundadora del Grupo de Estudios Helénicos y del Aula de Cultura Neohelénica, preside actualmente la Cátedra por la lectura Camila Henríquez Ureña. Además de sus estudios en el campo de la filología griega, inició en la década de los ochenta la indagación sistemática de la pervivencia clásica en autores cubanos e hispanoamericanos. Ha publicado artículos en libros y revistas editados en distintos países de Europa y América. Entre sus obras están los libros: Comedia y sociedad en la antigua Grecia (1982), Introducción al griego clásico (I.,1982, II, 1984), José Martí y el mundo clásico (1990), Grecia clásica: géneros poéticos (1993) y La tradición helénica en Cuba (2003).

Escrito, al final del siglo, para una semblanza de Camila Henríquez Ureña

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NANCY MOREJÓN

Escrito, al final del siglo, para una semblanza de Camila Henríquez Ureña A Astrid González, condiscípula El fragor de las aves acompañaba a Camila Henríquez Ureña desde La Puntilla hasta los jagüeyes de la calle Zapata. Tal parecía que todos los Adelantados de la Conquista pavorosa se aglutinaban ante las escaleras de la Universidad para que la hija de Salomé Ureña entonara el verso medieval: Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va Así nos sorprendía Camila, cada tarde, alzada entre las lluvias tropicales; contándonos las peripecias de Telémaco así como la intriga entre Penélope y los pretendientes, la historia de las aventuras de Odiseo en el mar y en otras tierras, en fin, su llegada a Itaca y la matanza de los pretendientes mientras iba detallando las causas del talón de Aquiles. Siento su piel cobriza, sus ojos avispados. La vuelvo a ver alta como el humo, derecha como su voluntad femenina,

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Camila Henríquez Ureña

con una sonrisa que amainaba los vientos, con ese andar certero de aquel que busca en las estrellas toda la sabiduría, todas las gamas de las humanidades. No había recurso literario, no había pasaje famoso que no contara con su anuencia. Camila Henríquez Ureña viene de una tradición desde donde las letras se hunden en el polvo de la tierra descubierta a cada golpe de viento, a cada batir de alas, a cada escozor. Se asomaba a cualquier aula, a cualquier hora, y entraba por el horizonte una luz extraña, lejana, cayendo desde su boca que traducía del alemán –como si sólo estuviera leyendo a sus alumnos-, capítulos enteros de Los nibelungos: las hordas de los vencedores tronando en medio del atardecer, a la sombra de los jagüeyes. Camila leía. Camila invitaba a la lectura. Investigaba el peso muerto y el paso vivo de los griegos y de los romanos y de las Termópilas. En su voz suave, la Paideia era un himno primero de una cultura más que primera y nos hacía saber que ninguna cultura es más funcional, ni más hermosa, ni más transparente que otra, sino que cada una se estremece trasvasándose a esa última cultura necesitada por todos sus sensibles hacedores y aun por los insensibles. Las princesas carabalíes se bañan en las aguas del Artibonite y bailan una mascarada de plumas en Quisqueya. Nunca alabó a ningún capitán, o a esos guerreros ciegos de epopeyas antiguas, por haber empuñado una daga o una bayoneta sino por haber enarbolado un sencillo escudo de hojas verdes

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anegado en el rocío de la mañana próxima. Camila hablaba de las literaturas europeas porque defendió, y por eso las enseñaba, a las literaturas infinitas de la humanidad toda. No nos encaminó a apreciar la literatura limitada a la palabra escrita. Para ella, un concepto exacto de la literatura debía abarcar la literatura oral, “como lo hace la palabra alemana wortkunst, arte de la palabra. Porque la forma literaria, como el lenguaje humano en general, es oral es su esencia. La letra es contingencia”. Estábamos desprovistos de arco y flechas. No conocíamos a Horacio, ni el carácter dolce y utile de las letras. Camila nos hundió en el valor del conocimiento, en las aguas del Artibonite y en las de la imago. Ya nunca más salimos a flote sino que respiramos en sus cuevas marinas una sal de medusa incomparable. Permanecimos sumergidos como una nueva catedral en el centro de los corales. Las corrientes llevaban la dirección de las flechas y un manatí abría sus fauces (“Platero es peludo...”) para devolvernos las imágenes ciertas de la poesía que Camila elogiaba. Ya entonces iba preparándonos para la función de la imagen. Y el viejo romancero –peregrino en su hechura, pastando en su verde pradera que quisimosalienta en las orejas de los alumnos y en sus almas. Camila trae unas velas y un halcón del Conde Arnaldos planea sobre su cabeza. En su agenda: el pañuelo de Desdémona, una calle de Londres por la que transitan Ricardo III y Falstaff, que Camila amaba,

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porque, sibarita, predicó el gusto por la vida y el amor por las delicias de la carne. En su voz, Lady Macbeth enardecida, escondiendo el puñal, urdiendo la política de su siglo. Hamlet gimiente bajo la falda de Camila, temeroso como los dementes temen al viento de Cuaresma. Las princesas carabalíes se bañan en las aguas del Artibonite y bailan una mascarada de plumas en Quisqueya. Oigo que nos susurra a Edipo Rey. Oigo a Camila llamando a Esquilo, a Sófocles, a Eurípides y, en medio del coro griego, el anhelo de amparar la ventisca en Santiago de los Caballeros. En la glorieta del parque principal de una aldea polvorienta, se escuchan los redoblantes, las trompas municipales de una banda entonando el compás de un danzón espumoso, tranquilo, sediento. Un personaje sin nombre ni hoja clínica la toma de la mano y la va conduciendo hacia los claustros de la Catedral de Santo Domingo, y suenan los sones de los alrededores que hacen retornar a Camila y a Edipo a una universalidad “trémula y sola”. Fue a Camila Henríquez Ureña a quien oímos alabar, en los pasillos de la Escuela, las fabulaciones de Borges y el fortísimo acento italiano de Cristiani y la fugacidad de Beatriz Viterbo. Camila abría las ventanas y no sólo irrumpían los soles del Ecuador sino los rumores de los ultraístas (Huidobro a la cabeza y Neruda y Gabriela,

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y aún el rinoceronte que se autonombró Pablo de Rokha, y las aspilleras de Violeta Parra), y el Orinoco ameno, y la pampa endiablada. Entonces Camila nos hacía volver al rito, a la semilla del teatro. “El teatro nace del rito y no ha perdido nunca del todo su sentido ritual”. Milagros, misterios, Camila es un aroma de abril que ha estado en una cava al cabo de cien años. Hamlet lo aspira mientras crece la hierba. Esto fue escrito por Nancy Morejón, antillana, y alumna de Camila Henríquez Ureña, en abril de mil novecientos noventa y cuatro.

MOREJÓN, Nancy: (La Habana, 1944), una de las voces más relevantes de la poesía cubana actual, ha merecido importantes reconocimientos dentro y fuera de nuestro continente, especialmente en México, Venezuela y los Estados Unidos. Traductora y ensayista además, publicó su primer libro en 1962 y el más reciente, Elogio y Pasaje en 1997, que mereciera el Premio de la Crítica. Su obra publicada incluye más de doce títulos, entre los que se destacan: Richard trajo su flauta y otros argumentos (1967), Where the Island Sleeps Like a Wing (Antología bilingüe, 1985), Piedra pulida (1986) y Botella al mar (Antología 1997) que publicara la editorial española Olphante. Es una estudiosa de la obra de Nicolás Guillén así como de la humanística caribeña. Miembro del Jurado del Premio Carbet del Caribe. Miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua. La Universidad de Howard, de Washington D.C, publicó en 1999 un volumen de estudios críticos sobre su obra recopilados por la profesora Miriam Decosta-Willis bajo el título de Singular Like a Bird: The art of Nancy Morejón. La editorial Visor, de Madrid, publicó recientemente la antología, Richard trajo su flauta y otros poemas, (1999) cuya edición estuvo al cuidado de Mario Benedetti. Su poemario La quinta de los molinos recibió el Premio de la Crítica 2000. Premio Nacional Literatura 2001. Recientemente, han aparecido importantes antologías de su obra poética en Cuba, Estamos Unidos y Suecia. Se destacan Cuerda Veloz, de la Editorial Letras Cubanas de La Habana asi como Looking Within/Mirar adentro de la editorial de la Universidad de Wayne State, de Detroit, Michigan, con introducción selección y notas de Juanamaría Cordones-cook. Es miembro del Consejo Asesor del Teatro Nacional de Cuba. Actualmente se desempeña como directora del Centro de Estudios del Caribe de la Casa de las Américas.

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NOTA A LA TERCERA EDICIÓN DE INVITACIÓN A LA LECTURA, DE CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA. LUIS ROGELIO NOGUERAS.

Los que tuvimos la suerte de asistir a las clases que impartió durante más de diez años en la Escuela de Letras y de Arte de la Universidad de la Habana la doctora Camila Henríquez Ureña, no podremos olvidar jamás aquella forma tan suya de volcar sobre los atentísimos alumnos –con siempre renovada amenidad y con una modestia intelectual ejemplar- el caudal impresionante de su sabiduría. He hablado de modestia intelectual; esa virtud (una de las muchas que adornaron la fértil vida de la doctora Henríquez Ureña), fue casi proverbial. En hermosas palabras, que pronunció a nombre del claustro de Letras en el acto de investidura como Profesor Emérito del máximo centro docente habanero a la gran educadora, la doctora Mirta Aguirre dijo: Es mucho poder hablar, a un mismo tiempo, de talento y de erudición. Pero en el caso presente, eso no es todo. Señalaba Fidel un día a los universitarios, en un discurso inolvidable, los peligros de la vanidad intelectual; nos llamaba Fidel a la sencillez y a la modestia. Modesta y sencilla hasta lo increíble es esta humanista de cuerpo entero, maestra de maestras, para quien no hay, en su labor diaria, tarea demasiado humilde ni demasiado pequeña. En la Escuela de Letras y Arte se sabe que es posible contar con Camila Henríquez Ureña, lo mismo para representar a Cuba en un gran acontecimiento cultural que para acudir a una granja a brindar a campesinos, de modo capaz de interesarlos,

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Camila Henríquez Ureña

el comentario de un libro; lo mismo para atender cursos selectos de superación profesoral que para afrontar cursos masivos de alumnos principiantes. Camila Henríquez Ureña nació en Santo Domingo, el 9 de abril de 1894. Muy joven pasó a Cuba, y en nuestra patria se doctoró en Filosofía y Letras y en Pedagogía en la Universidad de La Habana, Hizo estudios en la universidades de Minnesota y Columbia, y en la universidad de París. Fue profesora de Lengua y Literatura Españolas de la Escuela Normal de Oriente de 1927 a 1941. Realizó trabajos de investigación en el Archivo de Indias en Sevilla sobre mujeres destacadas en la Colonia. En La Habana, colaboró activamente en el Lyceum femenino como miembro del consejo de redacción de su revista, como vocal de conferencias y como presidente de su junta directiva. Participó como delegada de esta asociación en el Congreso Nacional Femenino celebrado en 1939 y en la Conferencia que celebró en 1941 en La Habana la General Federation of University Women. Fue vicepresidente de la Institución Hispano-Cubana de Cultura )que presidía Fernando Ortiz) y editor consejero del Fondo de Cultura Económica de México. De 1942 a 1950 ocupó la cátedra de Lengua Española e Hispanoamericana en Vassar College (New York). Desde 1962 hasta su muerte –ocurrida el 12 de septiembre de 1973 en Santo Domingo, durante una estancia en su tierra natal- la doctora Henríquez Ureña ocupó diferentes responsabilidades en la Escuela de Letras y de Arte de la Universidad de La Habana. Como se explica en el prólogo a la segunda edición, este cuaderno, Invitación a la Lectura, fue publicado por primera vez en el año 1964, por el Instituto Superior Educacional (ISE). Recoge un grupo de conferencias que la doctora Henríquez Ureña ofreció a inspectores y asesores del Ministerio de Educación, y es –por la vasta cultura y la riquísima experiencia pedagógica de su autora- una valiosa guía para aquellos que desean abordar los problemas de interpretación y análisis de la obra literaria con rigor y seriedad. Luis Rogelio Nogueras

NOGUERAS, LUIS ROGELIO: La Habana 7.11.1944 – 1986) Su nombre es Luis Rogelio Rodríguez Nogueras. Cursó la primera enseñanza y comercio en la Academia Militar del Caribe. Estudió maquinas IBM. Viajó a Estados Unidos (1955 – 1956). Hizo estudios de publicidad dirigida en la Universidad de Caracas. Trabajó como auxiliar de laboratorio de cine, auxiliar de cámara, camarógrafo, dibujante animador y realizador. Ha trabajado además como corrector de estilo. Cursó Lengua Española e Hispanoamericana en la Escuela de letras de Arte de la Universidad de La Habana. Ha colaborado en

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obras y apuntes Juventud Rebelde, Universidad de La Habana, Cuba, Verde Olivo, Unión, La Gaceta de Cuba, Casa de las Américas, Alma Mater, Tercer Mundo Siglo XX –esta última de Cienfuegos, Las Villas; El Corno Emplumado, Pájaro Cascabel, El Día (México); Marcha (Montevideo); Cormorán y Delfín (Argentina); Cuadernos Hispanoamericano (España), Ruedo Ibérico de la Bar du Jour, ambas de París. Fue jefe de redacción de El Caimán Barbudo (1966 – 1967). Participó en el Encuentro en el Pabellón de la Juventud en la Expo-67 (Canadá 1967). En 1967 compartió con Lina de Feria (Casa que no existía) el Premio David, de la UNEAC, por su libro de poemas Cabeza de zanahoria. Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés, al inglés, al danés y al ruso. Publicó además de Cabeza de zanahoria, Las quince mil vidas del caminante (1977); Imitación de la vida, Premio Casa de las Américas (1980); El último caso del inspector, (1983); Nada del otro mundo (Antología) 1986; La forma de las cosas que vendrán (1987); fue premio del concurso Literario del MININT por su novela El cuarto círculo, escrita en coautoría con Guillermo Rodríguez Rivera; y Premio de novela Cirilo Villaverde, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, por Y si muero mañana.

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POR EL NOMBRE DE CAMILA QUE ENSEÑABA A APRENDER NURIA NUIRY SÁNCHEZ

El mes de septiembre de 1973 se presentó convulso. Las noticias de chile llegaban de manera intermitente. Los disturbios se sucedían en ese país unos tras otros. El gobierno legítimo atravesaba una difícil situación. El presiente Salvador Allende asumía una valiente actitud ante la traición de algunos militares. En medio de ese torbellino de informaciones comenzó a circular el rumor del fallecimiento de la insigne educadora Camila Henríquez Ureña, en la República Dominicana. Nadie podía asegurar la veracidad –o no- de este hecho, ni de dónde procedía la noticia. Solamente algunos días después, en medio de una manifestación organizada por la Universidad de La Habana como protesta por el golpe militar que se había producido en Chile, se ofrecieron algunos datos sobre el deceso de Camila en su ciudad natal el 12 de septiembre de 1973. Camila Henríquez Ureña nació y murió en la República Dominicana, (1894 -1973) pero su vida estuvo siempre estrechamente vinculada a Cuba y ambos países la consideran, con todo derecho, hija propia. Sus raíces estaban en Quisqueya y también en Cabanacán, quienes la conocimos nos sentimos en la obligación de referirnos a ella no como una figura ficticia no manipulada, sino debemos mostrarla en su verdadera proyección humana, sin idealizarla,

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pero sin desvirtuar sus principales rasgos. Es necesario reconocer sus inmensos meritos como ser humano y como maestra. La madre de Camila falleció en 1897 cuando la niña tenía tres años de edad. Debido a la compleja situación política que confrontaba su país, el padre se trasladó a vivir en Santiago de Cuba en 1910. Con él vino la pequeña Camila que terminó la enseñanza primaria en esa ciudad. Luego cursó el bachillerato en La Habana y se graduó de doctora en filosofía y letras y en pedagogía con excelentes notas en la única universidad existente en Cuba en esos momentos. En la década del 20 se hizo ciudadana cubana. En Santiago de Cuba ejerció como profesora de bachillerato en la Academia Herbart. Sus alumnos de entonces, como la destacada profesora María Luisa Rodríguez Columbié, se refieren a ella con admiración y cariño. De su etapa santiaguera también habla con entusiasmo el declamador Luis Carbonell. Varias de sus hermanas fueron alumnas de ella en la normal para maestros de Santiago y él recuerda como se referían a las dotes pedagógicas y humanas de Camila. La consideraban un modelo a seguir. La prestigiosa profesora Beatriz Maggi también la conoció en ese periodo, pues Camila era amiga de su hermana mayor y Beatriz recuerda el respeto y la admiración que despertaba la joven profesora. En la década del sesenta fue su compañera de claustro de la escuela de letras de la Universidad de La Habana. Camila trabajó en la escuela normal para maestros de la provincia de Matanzas y según decía; a cada rato lo dejaban a uno cesante. Nos cerraban la escuela y nos dejaban con los brazos cruzados. Durante la dictadura de Gerardo Machado la suspendieron de su empleo como profesora. En La Habana desarrolló una inmensa labor de animación cultural. Fue vocal de conferencias y miembro del consejo de redacción de la Revista Lyceum. En 1938 fue delegada de esa institución al Congreso Nacional Femenino y participó en la conferencia de la General Federación Of University Women. Fue miembro fundador de la sociedad Hispano-Cubana de cultura donde, entre otras, realizó las presentaciones de Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral. De la década del treinta fue detenida y enviada durante diez días al reclusorio de mujeres de Guanabacoa. Cada vez que se le preguntaba el motivo de su encierro sonreía con la picara dulzura que le era característica y

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contestaba: yo lo único que hice fue acudir a recibir a unos intelectuales que eran considerados como revolucionarios; Durante su estancia en la prisión impartió conferencias y organizó círculos de estudios. Visitó los países más importantes de Europa y, según consta en sus diarios de viaje, pudo comparar lo aprendido en los libros con la cultura de esos lugares, sus obras de artes y sus monumentos. Fueron verdaderos viajes de estudios. En estos diarios se aprecian sus dotes de investigadora. En 1941 viajó por numerosos países de América Latina. Su hermano Pedro Henríquez Ureña le pidió que lo acompañara en los cursos que impartía en diversas universidades norteamericanas y Camila se trasladó a los Estados Unidos. En 1942 comenzó a ejercer como profesora en ese país. En 1948 durante su año sabático, viajó a México y trabajó en el fondo de cultura económica. De 1952 a 1953 investigó en el archivo de Indias de Sevilla. Cada verano regresaba a Cuba y se vinculaba a los procesos socio-culturales del país. En 1958 viajó por Europa y posteriormente regresó de nuevo a los Estados Unidos. La Revolución cubana triunfó en enero de 1959. En marzo Camila cumpliría 65 años de edad y se acercaba el momento de su retiro como profesora, pero se encontraba en plena lucidez mental y a su gran experiencia en el campo de la enseñanza unía una sólida cultura; una fuerte ética personal y profesional y un profundo orgullo por las tareas patrióticas, educacionales y culturales que realizara su madre en Santo Domingo. Sentía un inmenso deseo de continuar su trabajo académico y una gran nostalgia de no hacer podido –por diversos motivos- trabajar de manera estable en Cuba, la tierra donde no nació, pero que había escogido como propia. En lo Estados Unidos contaba con el respaldo económico de dos pensiones y la posibilidad de una vida reposada y estable. En Cuba todo era futuro y conocía que se presentan nuevas y complejas tareas; diversas luchas que librar; numerosos prejuicios que erradicar y que existían personas que no estaban dispuestos –por las más variadas causas- a arrostrar los complejos cambios que el nuevo proceso implicaba. Camila se sintió con voluntad, deseo y fuerzas suficientes para enfrentar esta nueva vida. Realizó algunas gestiones. Conocía que no podía seguir perci-

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biendo sus dos pensiones. Arregló un pequeño equipaje y se dirigió al país en el que no había nacido, pero del que se había hecho ciudadana cuatro décadas antes. En lugar de retirarse se prepuso comenzar una nueva vida. Abandono la seguridad y la rutina y se dispuso resueltamente a participar en el futuro. Cuando Camila regreso a Cuba, muchas personas la conocían, otras habían oído hablar de ella y algunos jóvenes estudiantiles ignoraban todo acerca de su personalidad y su labor cultural y pedagógica. Camila se integró de inmediato a tareas educaciones. Trabajó en el Ministerio de Educación, donde compartió tareas con la Dra. María Luisa Rodríguez, que había sido su alumna de bachillerato en la década del veinte, cooperó con el Instituto Pedagógico en la formación de profesores. Confeccionó planes de estudios, impartió numerosas conferencias. Conocí a la Dra. Henríquez Ureña en una de las conferencias que ofreció. Su fama la había precedía, pero yo nunca la había escuchado, por ese motivo me sentía expectante aquella mañana del mes de octubre de 1961. El sitio de la disertación era el ángulo campamento militar de columbia, que fue el principal bastión de la dictadura batistiana y se había convertido después del primero de enero de 1959 en una ciudad escolar. La conferencia se realizo en el edificio principal del antiguo cuartel. Casi todo los que asistimos a esta conferencia éramos profesores de institutos preuniversitarios y, pocos de los presentes habíamos visto con anterioridad a Camila. Una excepción constituía la Dra. Beatriz Maggi que la había conocido en Santiago de Cuba. Cuando Camila hizo su entrada en el local la observamos con mal disimulada curiosidad: era de elevada estatura, erguida, a pesar de estar cerca de los setenta años de edad, cutis aceitunado y pelo entrecanoso. Vestía con sencillez, usaba un discreto reloj pulsera y su único adorno consistía en un collar de una sola vuelta después de pasear su vista por el publico asistente, saco una carpeta de un maletín y comenzó a leer pausadamente el texto del proyecto de Programa de Literatura española. Su voz era modulada y ligeramente cascada. Interpretaba cada párrafo como si fuera un monólogo teatral. Después de escucharla quedé con la sensación de que a ella le hubiera gustado ser actriz. Se notaba que pretendía llegar a cada uno de los presentes y que no solo recibiéramos información, sino que nos identificáramos plenamente con las ideas que planteaba

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Se integró al claustro de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana en 1962 y poco después paso a ser la Jefa del Departamento de Literaturas Hispánicas de la Escuela. Al comenzar a trabajar en letras en 1966, me incorporé a ese departamento y tuve la oportunidad de conocer directamente a Camila. La austeridad de la Dra. Henríquez Ureña – a los que todos llamábamos simplemente Camila- nos traía diversos problemas. Ella nos solicitó nunca ningún tipo de trato diferente al de los otros profesores. Compartía todas las limitaciones que el bloqueo nos ha impuesto en estos años. Nunca emitió una queja. Teníamos que estar pendientes de sus más perentorias necesidades porque no las planteaba. Era de todos conocido que sí se le dificultaba el transporte se dirigía caminando desde su apartamento, situado cerca del Río Almendares, distante unos tres kilómetros de la escuela. Nunca se retrasó. Llegaba con anticipación a la hora en que debía comenzar sus clases y se dirigía a la biblioteca con el fin de consultar uno u otros libros. Una tarde en que me brindé para llevarla a su casa en mi viejo Chevrolet, cuando transitábamos por la Avenida de los Presidente rumbo al Malecón, el carro comenzó a echar humo por el motor. (No era la primera vez que esto ocurría, yo llevaba siempre un saco con arena en el maletero), me bajé rápidamente, abrir el capó y en pocos minutos varias personas me estaban auxiliando. Un joven se bajó rápidamente de su motocicleta con un extintor en la mano; otro zafaba los cables del acumulador para evitar que se extendiera el incendio. Una pequeña multitud se reunió delante del automóvil. Pasaba unos minutos sentí que desde el asiento delantero del automóvil Camila me preguntaba; ¿Usted cree que llamaría mucho la atención si me bajara del carro…? La Escuela de Letras, que incluía en ese momento la carrera de periodismo, se dispuso a volcarse en marzo de 1967 por diversos lugares del país. Profesores y alumnos se mostraban inquietos. Para la mayoría era su primera experiencia, pero el ambiente, en general, era de entusiasmo. Se eligieron los sitios a los que se iría: Ocujal del Turquino, Gran Tierra, La Patana…. Varios ni siquiera estaban señalados en los mapas. Poco antes de la fecha de salida los profesores y alumnos que componíamos los grupos nos reunimos en el anfiteatro de la escuela para concretar los objetivos del trabajo. Camila era una de las personas que se iba a dirigir a nosotros. Con gestos firmes y suaves y voz lenta y modulada comenzó Camila a brindar orientaciones acerca de cómo deberían hacerse las que tituló lecturas comentadas. To-

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dos nos apresuramos a tomar notas de sus palabras. En mi pequeña libreta anote lo siguiente: Ustedes no deben pensar que son los lectores y ellos el público, sino Todos (y subrayó oralmente la palabra) son los encargados de realizar la lectura Todos (insistió) deben estar en actividad mental. Hay que establecer una comulación estrecha con los oyentes; estar concientes de que no es una lectura privada. El que lee para otro debe estar en la misma actitud que el actor; l público no debe quedar pasivo. Será un mal lector el que no sep transmitir al que lo escucha la emoción de lo que ha leído. Leer es transmitir una experiencia, sentencio. Un completo y respetuoso silencio reinaba en el anfiteatro. Y muchos comprendimos en ese momento el secreto de la lectura de Camila en clases. Después de una breve pausa, continúo: para leerle a otro, el que lee tiene que comprender el sentido de las palabras y de los párrafos. Primero uno debe leer y comprender el texto. El lector es un intérprete del pensamiento de otra persona. Hay que compenetrarse con ese pensamiento, en el momento en que leemos, tenemos que ser el autor. Al leer una obra es necesario darle su expresión justa. Posteriormente expuso varios consejos acerca de cómo proyectar la voz y dónde situar el libro cuando se esta leyendo. Como resumen expuso una advertencia oportuna a aquellos que, en muchos casos, iban a conocer por primera vez olas zonas campesinas del país. Paseó su vista para observar la reacción del público y tras otra pausa, sentenció: no debemos tener la idea preconcebida de que no nos van a comprender. Cultura es una cosa y sensibilidad es otra. Y concluyó con una frase que se convirtió en un punto de partida de aquel trabajo social que se iniciaba: Cuando los otros no nos comprenden, afirmó, la culpa no es siempre de los demás. Camila poseía una amplia experiencia docente: impartió clases en las enseñanzas primarias, secundarias, universitaria y de posgrado en Cuba y otros países. Sumamente rigurosa consigo misma, sentía un gran respecto por sus alumnos y sus interlocutores. Disfrutaba cada clase y se proyectaba como pedagoga, actriz y persona que necesitaba trasmitir sus amplios conocimientos obtenidos por una vida de estudios, trato a importantes intelectuales y artistas. Se nutrió también de ideas y vivencias que luego trasladaba generosamente a los demás.

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Insistía siempre en la necesidad de que cada cual se vinculara personalmente con los textos. Enseñaba la necesidad de saber leer realmente, de adentrarse en las obras, de analizar, de pensar. Lograba que el otro sintiera que no era que ella enseñaba, sino que el aprendía. Sabía aunar su profunda y amplia erudición con la amenidad y un refinado sentido del humor. No improvisaba sus clases. Las llevaba escritas con tinta o lápiz en hojas sueltas de papel o en cuidadosas libretas. Afirmaba que la educación y la cultura debían formar parte integral de la vida cotidiana y ser consideradas u apoyo básico para enfrentar la existencia. Corregía los errores ajenos con una manopla de seda: enmendaba las faltas sin herir susceptibilidades. Sus interlocutores salían convencidos de que Camila se había enriquecido con la conversación cuando lo normal era que ocurriera exactamente lo contrario. Inspiraba confianza como ser humano y como profesional. No escogía a sus discípulos: lo mismo impartía clases a grupos de alto rendimiento que a numerosos alumnos de diverso nivel intelectual. Su vida era enseñanza perenne. Al realizar una observación a un programa, al refutar un concepto, al señalar una equivocación o una insuficiencia, lo hacía de tal modo que el otro se sentía seguro de poder resolver sus propias limitaciones. La crítica no quedaba sin hacer, se enmendaba el error y la persona crecía internamente. La Universidad de La Habana le otorgó la categoría de Profesora Emerita en diciembre de 1970. En el Congreso de Educación y Cultura que se celebró en 1971, fue seleccionada como profesora destacada. El 18 de octubre de 1971 Camila envió una carta a las autoridades universitarias en la que manifestaba: Mi familia reside en Santo Domingo, República Dominica, me pide que vaya a visitarla después de tantos años de separación. Como quiera que mi edad reduce velozmente cada día el tiempo que pueda quedarme para hacer tal visita, yo querría realizarla ahora. Por prescripción facultativa tuvo que esperar hasta la primavera del siguiente año para viajar, pues, a pesar de la cercanía física de ambos países, las dificultades que se le imponían a Cuba en ese momento forzaban a ir hasta Europa para desde allí trasladarse a Santo Domingo.

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Desde su arribo a su país natal comenzó a enviar cartas, recados y cables por diversos motivos. Solicitaba información de lo que ocurría en la escuela. En una carta que remitió a la directora de la escuela de letras decía: Salud mediante, pronto estaré de regreso Los jóvenes profesores la esperaban ansiosamente para asistir al curso que tenía programado sobre Mi Hermano Pedro. No nació ni murió en Cuba, pero los cubanos hemos conocido a Camila desde que era niña hasta los últimos años de su vida. Los hay que la recuerdan desde su primera estancia en Santiago de Cuba o que fueron sus alumnos en algunas escuelas normal para maestros o que participaron con ella en innumerosas actividades culturales. También son numerosas las personas que la trataron durante sus intermitentes viajes a Cuba o los que compartimos con ella desde principio de la década del sesenta hasta poco antes de que emprendiera el viaje definitivo a su tierra natal. Camila no idealizaba procesos sociales ni seres humanos. Sabía encontrar las costuras internas de diversas situaciones, pero luchaba por la superación social, cultural y educacional de países y personas. Tampoco pretendemos idealizarla a ella, pero es totalmente justo presentarla de acuerdo con su verdadera biografía y no inventar datos ni desvirtuar los verdaderos y, muchos menos, convertirla en una figura ficticia. No consideramos válido que con el fin de propiciar la venta de un libro, realizar un lucimiento estilístico o cualquier otro torcido propósito, se desvirtúe la imagen de una personalidad de tan sólido prestigio. Heredó de Salomé Ureña, su madre, el amor por la docencia se compenetró con el ideario martiano y con el de Hostos, Sabía qué enseñar y cómo hacerlo. Por su nombre hay que luchar; porque: Camila enseñaba a aprender.

SÁNCHEZ, Nuria Nuiry: Nació en Santiago de Cuba el 18 de noviembre de 1933. Doctora en Filosofía y letras y en Ciencias Filológicas. Ha sido profesora de Institutos Preuniversitarios; de las facultades de letras y periodismo de la Universidad de La Habana y del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Es profesora titular y consultante de la Universidad de La Habana.

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obras y apuntes Ha impartido innumérales cursos de pregrado y posgrado sobre literatura hispanoamericana y cubana en universidades de Cuba y otros países. Ha publicado ensayos, críticas y artículos en publicaciones especializadas de Cuba y el extranjero. Ha participado en numerosos eventos científicos. Fue decana de la facultad de periodismo. Directora Nacional de Enseñanza Artística del Ministerio de Cultura y Rectora del Instituto Superior de Arte de Cuba. Por su trabajo sociocultural y educacional le han sido concedidas más de doce medallas y condecoraciones.

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UNA DAMA DE LA CULTURA. ROGELIO RODRÍGUEZ CORONEL

Tuve la suerte de ser alumno de la Dra. Camila Henríquez Ureña, y la dicha de que fuera mi tutora como instructor de Literatura Hispanoamericana en la Escuela de Letras y de Arte de la Universidad de La Habana. Seguramente muchos recuerdan su sapiencia aparejada a su modestia, como aquella vez que, en clases, nos pidió excusas porque nos estaba leyendo un pasaje de La señorita Julia, de Strindberg, en traducción simultánea directa del sueco, y que, por ello, podía cometer algún error. Uno nunca puede olvidar el gozo de una lectura realizada por la Dra. Henríquez Ureña; cuando nos leía pasajes de El Quijote, de Cervantes, por ejemplo, disfrutaba tanto con las peripecias de Sancho y su enjuto caballero, que contagiaba a todo el grupo. El cúmulo de conocimientos que poseía, su enciclopédica formación, jamás nubló su inocencia ni melló su sensibilidad para el deleite de la creación literaria. Este es un legado cardinal que los profesores de literatura tenemos que resguardar. Pero hoy quiero recordar dos momentos en que pude aquilatar su magisterio más allá del aula. Esa rigurosa y vasta formación académica, siempre estuvo presidida por una irrenunciable vocación de servicio social. Para la Dra. Camila Henríquez Ureña, una mayor formación implicaba una mayor responsabilidad en la asunción de las funciones sociales que la comunidad le otorga al profesional de las

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letras. Recuerdo que, todavía estudiante, me dio la tarea de impartir una charla sobre Doña Bárbara en una cárcel cuya biblioteca tenía la obra de Rómulo Gallegos. Ella, por supuesto, modeló conmigo las coordenadas esenciales de esta charla cuyo objetivo era incentivar la lectura de la novela. No me impuso su criterio ni su manera de hacer, sino que, a partir de mis presupuestos, iba cincelando aquella materia en bruto, de acuerdo con mis posibilidades y con el propósito señalado. Pero antes, me habló de la importancia de aquel encuentro para hombres que, aislados de la sociedad por un error cometido, podían encontrar un pedazo de vida, crearse otros horizontes a través de la lectura. Me acompañó aquella tarde y me di cuenta de que no era la primera visita que ella hacía a aquel lugar, para mí un tanto tenebroso. Todos —presos y custodios— trataron con enorme respeto y deferencia a aquella Dama de la Cultura (así la veían y así era Camila), y su presencia no sólo me llenó de confianza sino que, estoy seguro, contribuyó a la cálida atmósfera del intercambio. Un tiempo después, mi profesora me dijo que, en otra visita a esa cárcel, algunos reclusos le habían comentado que habían disfrutado mucho la lectura de aquella novela de la que yo les había hablado. No hubo mayor satisfacción para mi entonces. Recién graduado, conjuntamente con Mirta Yáñez y Diony Durán, jóvenes instructoras también, nos reuníamos en la casa de la Dra. Camila para estudiar a José Carlos Mariátegui; mientras tanto, de manera independiente, mi tutora me orientaba el estudio de la novela de la Revolución Mexicana. Todavía conservo su inicial orientación bibliográfica, y recuerdo nuestras conversaciones sobre esta temática, incentivo primero de toda una investigación que concluyó con la publicación de un volumen sobre aquella novelística en la colección Valoración Múltiple de Casa de las Américas, y, en definitiva, de mis estudios posteriores sobre la novela de la Revolución Cubana. Pero interesa poner de relieve cómo en aquellos años de fervor juvenil y apasionamientos, Camila nunca nos impuso sus juicios, sino que ejercía su magisterio amablemente, con amor, orientando una lectura complementaria, ampliando nuestra información, debatiendo un enfoque, aceptando otro. Compartía con nosotros el conocimiento y los hallazgos; nos guiaba sabiamente teniendo como resguardo su experiencia y su cultura. Recuerdo, en particular, el debate sostenido sobre la introducción de Mariátegui, en su ensayo sobre la evolución de la literatura peruana, en torno a su compromiso político e ideológico como crítico literario. Era un asunto muy en boga en aquellos tensos y polémicos años de inicios de la década del setenta del siglo pasado. Pero tampoco puedo olvidar cómo nos señalaba la sensibilidad de Mariátegui para aquilatar la poesía de José María Eguren, el poeta exquisito, apolítico, pero de enorme significación en la evolución poética del Perú; cómo descubría, en fecha tan temprana, al inmenso César Vallejo y la raigambre indígena de su simbolismo.

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Las enseñanzas que nos dejaba Camila tenían dos rumbos: la apreciación de la literatura como hecho artístico, valioso en sí mismo como patrimonio de un pueblo, y la asunción de la cultura como un valladar frente a todo dogmatismo y manquedad valorativa. En 1973 la Dra. Henríquez Ureña ofrecía, entre otras asignaturas, un semestre sobre la novela hispanoamericana del siglo XX. Un día me dijo que tenía que ir a Santo Domingo y me pidió que yo impartiera esa asignatura en su ausencia. Asumir ese compromiso, ¡sustituir a Camila!, era demasiado para mí, no me sentía capaz, y así se lo expresé. Con la eterna dulzura de sus maneras, me fue convenciendo, a la vez que me infundía confianza en mí mismo hasta que me sentí con posibilidades de realizar un papel con cierto decoro, gracias a la formación que ella misma me había otorgado, siempre con la seguridad de que sería sólo un semestre, y de que a su regreso, me seguiría formando junto a ella. Un día llegó la noticia: Camila había fallecido en su tierra natal. Quedé consternado. Desde entonces, hace más de treinta años, comparto con mis estudiantes el estudio de la novela latinoamericana contemporánea. Espero que Camila, esté donde esté, siga confiando en mí.

Dr. ROGELIO RODRIGUEZ CORONEL ( Banes, Holguín, 1946). Decano de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Doctor en Ciencias Filológicas. Profesor Titular y principal de Literatura Latinoamericana. Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Panameña. Director de la revista UNIVERSIDAD DE LA HABANA. Ensayista, crítico literario, sus estudios y artículos se encuentran se encuentran en publicaciones nacionales e internacionales. Tiene publicados seis libros, de ellos La Novela de la Revolución Cubana (1985) recibió el Premio de la Crítica 1986. Su último título publicado es la recopilación de trabajos Crítica al Paso (1998). Ha sido Profesor Visitante, entre otros centros, de la Universidad de Salamanca, de la Universidad de Alcalá de Henares, de la Universidad de Granada y de Oviedo, en España, de la Universidad de Panamá, de la Universidad de Córdoba, Argentina, de la Universidad de Rió de Janeiro, Brasil, de la universidad de Sofía, Bulgaria, y de la Universidad de ¨Lomonosov¨, de Moscú. Ha impartido cursos de postgrado y ha participado como ponente y dictado conferencias de Literatura y Cultura Latinoamericana y Cubana en otras universidades e instituciones de Europa, América Latina y Estados Unidos. Es miembro del Tribunal Nacional de Grados Científicos. Ha recibido distinciones por la Educación y por la Cultura cubanas. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Preside el Consejo Asesor de la Editorial Letras Cubanas del Instituto del Libro.

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UNA MAESTRA ESPECIAL Cuando llegué a mi aula en la recién inaugurada Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, en 1962, la encontré. Era una mujer alta, casi majestuosa, con un elegante cabello canoso y el rostro indeleblemente marcado por el tono acanelado del Caribe. Era la clase de Literatura General, y la señora estaba leyendo de un libro en griego, para el asombro de los jóvenes estudiantes que se asomaban temerosos a los estudios superiores. Pero aquello apenas fue el inicio. En las semanas siguientes la vimos leer los incomprensibles –para nosotros- signos del noruego, porque nos estaba traduciendo directamente a Ibsen. Cuando le conté a mi madre sobre la excepcional maestra que teníamos, ella me preguntó su nombre y enseguida sonrió como de cosa sabida. Me dijo. “Claro si es la hija del doctor Francisco Henríquez Carvajal, quien fue presidente de República Dominicana. Ella y su hermano Max fueron fundamentales en Santiago de Cuba por el trabajo que hicieron en la Escuela Normal para maestros”. Lo que fui sabiendo en las semanas siguientes, en los años siguientes, era que teníamos una profesora única. La escuché hablar de su hermano Pedro y supe cómo casi había renunciado a su retiro por sus años de docencia en el Vassard College, en Estados Unidos, porque ese dinero que le pertenecía, no lo podía cobrar viviendo en la Cuba revolucionaria, por la que había optado a pesar de los pesares.

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Fueron enormes y profundas las huellas que Camila Henríquez Ureña dejó en la educación cubana, e inolvidable su trabajo para los que tuvimos el enorme privilegio de ser sus alumnos. Guillermo Rodríguez Rivera

RODRÍGUEZ RIVERA GUILLERMO (Santiago de Cuba, 1943). Es Licenciado en Lengua Española y Literatura Hispanoamericana y Cubana en la Universidad de La Habana (1966). Doctor en Ciencias Filológicas. Artículos suyos han aparecido en importantes revistas de Cuba, Francia, México, España y otros países. Profesor Titular de Literatura en la Universidad de La Habana. Ha publicado varios libros de poesías, novelas, ensayo y crítica. En 2004 obtuvo el Premio de Crítica en Cuba, con su poemario Canta.

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RECORDATORIO A CAMILA El tiempo en múltiples ocasiones obnubila los recuerdos y se vislumbra la esperanza de apresarlos. Se van alejando velados, aunque con cierta transparencia. Se avisaran pero no se pueden desbastar y efectuar su desgranamiento con completa independencia. Se reconocen de modo vacilante y cuando se cree tenerlos devienen confusos o disparatados. Pero, ¡otros surgen con cierta trascendencia y tal claridad que nos decimos “Parece que fue ayer”! ¿Y esto por que? Por qué esta diferencia? Pues sencillamente que estos últimos alcanzan la categoría de formadores y son aquellos que han influido en nuestras vidas y han contribuido en gran parte a que seamos tal y como somos: buenos o malvados; aptos o ineptos; cultos o incultos; creadores o destructores, etc. es decir que nos han ayudado a colocarnos en un punto de estas antinomias y que nos han de calificar como tipo o clase de ser humano. Me han pedido que escriba acerca de los diferentes contactos personales que tuve la suerte de sostener con un personaje extraordinario, -persona muy real, que no de ficción, usted me entiende ¿no? – que influyó en mi decisión y consecuente preparación profesional: maestra y profesora de Literatura. Estoy refiriéndome a Camila Henríquez Ureña. Nací en Sagua de Tánamo, pero crecí en Baracoa, la ciudad primada de Cuba y región de los tibaracones. Cumplidos los diez años fui a vivir con mi familia a Santiago de Cuba urgidos por la necesidad mía y de mis hermanos de continuar avanzando hacia otros niveles de enseñanza. En Baracoa sólo funcionaba la primaria, me matricularon en la Academia Hernart, Escuela para menores del sexo femenino de clase media y alta. La dirigía Ana Abril de

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Toro Torres, pedagoga en gran prestigio. Estudió la preparatoria y la examiné en el Instituto de Segunda Enseñanza y matriculé primer año de Bachillerato. El día inicial del curso, recibimos la visita de la señora Abril (así la llamábamos). Venia acompañada de una joven que supusimos era la profesora de gramática y literatura española. De inmediato la señora Abril nos la presentó como la Doctora Camila Henríquez Ureña. Elogió la cultura humanística de la profesora, su facilidad para los idiomas, pues hablaba varios. Nos habló de Salomé Ureña, poetisa nacional Dominicana, madre de la profesora y que también fue una notabilísima educadora, fundadora del “Instituto para señoritas Salomé Ureña. Ahora voy a tratar de exponer mis impresiones acerca de Camila en esta época de su juventud. Tendría no más de 30 años y aunque me pareció al lado de nosotras, una edad madura, se veía rozagante, vital. Tenía una mirada especial que denotaba inteligencia. Era alta, esbelta, muy derecha, tenía un caminar majestuoso, siempre lento; vestir sencillo, pero armonioso y de buen gusto. Sus maneras eran suaves. Presentaba un gran equilibrio emocional. La serenidad era una característica psicológica más destacada. Una vez de ¡fuego¡. Rápidamente me respondí: se oiría su peculiar voz diciendo: “niñas por la escalera, pero en fila y sin gran alboroto”. Amaba su profesión de moro extraordinario. Un día en una de sus lecciones de un curso en el Lyceum, nos habló de la importancia que en la vida femenina ha tenido siempre la afectividad y el deseo de enseñar, de guiar, de dar dirección espiritual y normas de vida, pues la mujer es por naturaleza maestra de vida y aunque nominalmente sus funciones de mentora y formadora se limiten al periodo de la infancia y la adolescencia de los educadores, es un hecho que la mujer no deja nunca de dirigir, de organizar y de inspirar con sus consejos. En esta función era insuperable. Con gran sabiduría señalaban errores y deficiencias nuestras de tal modo que nos comprometíamos, aunque no lo explicitáramos, a ser mejores y a movilizar nuestras fuerzas psíquicas para lograr la superación. Volvamos al aula. La admiración y el respeto crecían. Y ella transmitía el afecto y el empeño esmerado en ayudarnos a alcanzar su labor pedagógica. Rápidamente nos dimos cuenta de que habíamos entrado en el campo de la cultura literaria y gramatical a la que nos adherimos con entusiasmo.

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De entrada nos dio la bibliografía necesaria y señaló las obras que debíamos leer antes de estudiarla en clase así cómo redactar un informe acerca de la obra leída. Esto último permitirá controlar el proceso de redacción y la capacidad crítica, riqueza de vocabulario y corrección sintáctica. Planteó la necesidad de la libreta de vocabulario para fijar los vocablos nuevos. Una vez adentradas en la obra, se celebraba una discusión dirigida por una de las alumnas. Posteriormente la profesora completaba el estudio con valoraciones personales. Para nosotras era un placer escucharlas leer. Con su fina sensibilidad podía trasmitir los sentimientos del autor y valorar lo positivo y lo negativo que encierra la obra a veces de modo muy oscuro. En las hojas largas se recogían episodios significativos. El estudio de El Quijote comprendió diez clases. Al terminar el curso estábamos en condiciones de presentarnos al examen oficial en el Instituto de Segunda Enseñanza, situado entonces en la loma del intendente. Las notas fueron excelentes, la profesora se sintió feliz. Pasaron los años. Camila con su equipaje de cultura extraordinario había realizado su ansiado viaje por Europa. Comprobó hizo realidad sus sueños artísticos, y en América se topó con ese mundo mezquino, desgarrado y triste del continente americano. Bien pronto lo entendió. En 1926 Camila, dominicana por nacimiento, adopto la ciudadanía cubana guiada por su corazón. La ciudad de La Habana constituyó su sitio predilecto para residir de nuevo permanentemente. En 1929 se había fundado en La Habana una sociedad femenina: El Lyceum, institución que durante vario años ayudo en gran medida al auge de la lectura infantil y juvenil a través del funcionamiento de la biblioteca pública bien equipada. Las significativas actividades del departamento de bienestar social, caracterizaban las necesidades perentorias de personas desposeídas, especialmente los niños. Esas necesidades eran solventadas casi siempre, con urgencia. Por otra parte, múltiples labores se efectuaban dirigidas a lograr la superación de la mujer. Cursos muy numerosos eran desarrollados por magníficos profesores. Respondían en su mayoría a las necesidades de la mujer en su vida práctica y otros a la evolución de su intelecto: apreciación artística, literaria, filosofía, etc. El salón de conferencias siempre se vio honorado con las altas voces de la intelectualidad cubana y las de los extranjeros destacados que visitaban nuestro país.

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En este importante ámbito cultural, se movió Camila Henríquez, fue elegida vicepresidenta de El Lyceum y se le encomendó la delegación al Congreso de la Federación Internacional de Mujeres Universitarias que se habría de celebrar en Cuba. Fue presidenta del Lyceum. Nada más benéfico para esta sociedad, pues la nueva presidenta era la persona adecuada que quería, podía y sabía lo que tenía que hacer para la consecución de los objetivos propuestos. La institución hispanocubana de cultura, creada por Fernando Ortiz le abrió con jubilo sus puertas. Perteneció a la directiva y allí se mostró como siempre, creadora y solidaria en la labor común perseguida. Ya en este momento participó de lleno en el movimiento feminista. Creo la Unión Nacional de Mujeres que tenía como fin laborar por el mejoramiento integral de la mujer y el niño. Desde el Lyceum realizó labor de propaganda para el III Congreso Nacional Femenino que se celebro en La Habana en 1939. Dos conferencias importantes, entres otras, pronuncio Camila “Feminismo” y “La Mujer y la Cultura”. Según Mirta Aguirre: Feminismo era el trabajo más importante que se había hecho en Cuba sobre ese tema. Camila fue la presidenta del congreso, así como delegada por filosofía y letras para presenciar y tomar parte de su exitoso desarrollo. El congreso fue tildado de rojo, porque personalidades del Partido Comunista formaron parte activa de su desarrollo y toma final de decisiones. Los fines del congreso quedaron expuestos del modo siguiente en el reglamento: agrupar a todas las mujeres de Cuba sin exclusiones de índole política, religiosa o social y en defensa de los derechos de la mujer y el niño, la paz y los progresos de Cuba. Como presidenta tuvo a su cargo el discurso de apertura. Toco todos los puntos constitutivos del temario del congreso y que habían de debatirse en las comisiones y luego en plenaria. Camila hizo llegar su autocompromiso de lucha al seno de su país de adopción y con gran satisfacción llegó a ver como se rompieron vetustas ataduras que paralizaban los auténticos valores femeninos. En 1942 la encontramos de profesora en Vassar Collage en Estados Unidos. Con cierta periodicidad se alejaba de esa universidad para viajar por España, Francia e Italia. En España realizó estudios investigativos en el archi-

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vo de Indias que habían de ser básicos para su conferencia: Mujer de la Colonia. En La Habana, su ciudad preferida, pasaba las vacaciones, durante esos meses El Lyceum era su centro preferido de reuniones y actividades intelectuales. En cursos y conferencias presentó tipos psicológicos femeninos con análisis de la influencia epocales, esos personajes literarios o reales eran tratados con profundidad y maestría literaria. En el verano de 1949 diserto sobre “La presencia de la mujer en el romanticismo”. La desarrolló en torno a Elvira, la protagonista del Estudiante de Salamanca de Espronceda. Muy analítica, después de referirse a las mujeres de la edad media y el renacimiento nos presentó a Elvira: débil, sin fuerzas para sufrir. Cuando ama se entrega, es infamada y abandonada. Solución: La muerte. En 1959 desarrollo un curso donde empleo el resultado de sus investigaciones en el archivo de Indias de España, que mencionamos anteriormente, lo intitulo “Mujeres en la Colonia”. El curso consistió en tres lecciones o conferencia: “La mujer Europea de la edad media y el renacimiento”. “La mujer en España: del siglo XV al XVIII” y “Argumentos para desvirtuar la leyenda negra de la mujer española”. Presentó un minucioso análisis acerca de la concepción moderna de la edad medio y especialmente de los valores de la colonización superados en el siglo XIX. Para mi fue extraordinariamente interesante la exposición de “La formación cultural de la mujer en la edad media”; lejos de ser postergación de la mujer lo fue de prestigio excepcional. Camila explicó que”: un rasgo de aquella época fue la semejanza de ciertos modos de manifestarse los hombres y las mujeres. La norma de que ciertos modos de conducta sentimientos eran normales en uno de los sexos, pero no eran aceptable en el otro, no estaba entonces determinado. Los hombres tenían derecho a llorar y las mujeres a llamar las cosas por su nombre.” Las mujeres llegaron a ocupar cátedras en las famosas universidades de Paris, Bolonia y Salerno. Destacó el desarrollo cultural de la época de Isabel la católica y su positiva influencia en el mundo hispánico la carta como forma de expresión literaria femenina, fue otro curso brillante. Un gran acierto constituyó la selección de las escritoras cuyas cartas han de poner de relieve la senda espiritualidad de tres mujeres: “Tres religiones y una dama de la alta sociedad francesa”. “Carta de amor divino (Santa Teresa

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de Jesús), Carta de amor mundano (Mariana Alcanforado), Carta como crónica (Madame Sevigne); Delicioso curso. Los años han corrido como gamos. Hemos entrado en la década de 1960. La Dra. Dulce María Escalona, responsable de planes y programas del Ministerio de Educación, me llamó, pues deseaba que me hiciera cargo de determinados trabajos. Fui a entrevistarme con ella y me propuso: 1- Trabajar con Camila en la organización de un inspectorado capaz para la enseñanza secundaria. 2- La dirección de un Instituto Preuniversitario Experimental que funcionaría a la entrada de ciudad libertad (Antiguo campamento militar de Columbia). Llevaría el nombre del Mártir Latinoamericano Arbelio Ramírez. 3- La responsabilidad de enseñar lengua y literatura española en el curso de formación de profesores de la enseñanza secundaria y la enseñanza preuniversitaria. El departamento había realizado dos cursos para los futuros inspectores, pero sus resultados no fueron satisfactorios, por lo que decidieron encargárselos a Camila, que ya estaba incorporada al departamento de planes y programas de la enseñanza secundaria y enseñanza preuniversitaria. Se escogió a un grupo de maestros de La Habana y de otras provincias. Fue un trabajo valioso y muy agradable. A través de las reuniones con Camila sentíamos que crecíamos, éramos más aptos para el trabajo que nos proponíamos. Camila presentó un Proyecto de Programa de Español para Instituto Preuniversitarios. Ya desde el primer año aparecían elementos de guías para el profesor. En literatura hacia énfasis en que la lectura ha de ser el centro del curso. Con suficiente antelación se recomendaba lecturas previas a las clases correspondientes. Señaló tres procedimientos que ayudarían a que los alumnos comprendieran bien los textos, pudieran desarrollar su sentido crítico, afinar el sentimiento, según decía ella insistentemente. En los programas –guías se explicaba cada uno y se insistía mucho en la labor de cerrar el ciclo con el estudio. Gramática y verificación se basaban en fragmentos de los textos leídos, lo cual llevaba a un mayor dominio de la lengua en vocabulario sintaxis y como se insistía en la lectura expresiva, el vocabulario y la dirección ganaban mucho. El diccionario era un Vademécum escolar.

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En una de las reuniones se planteó la necesidad de un texto único para todas las escuelas porque existía variedad en la nomenclatura gramatical que se usaba en el país. En algunas escuelas secundarias y preinversitas al predicado nominal le llamaban atributo sujetivo y los tiempos verbales recibían los nombres de los autores que utilizaban lo alumnos. Llegamos a la conclusión de que había la necesidad del texto único. Camila recomendó la Gramática Española de Amado alonso y Pedro Henríquez Ureña. Con la publicación de este libro la nomenclatura gramatical quedó unificada en el país. Camila y yo, como inspectoras nacionales, visitábamos secundarias e institutos preuniversitarios para observar la marcha de las innovaciones. Camila nos ofreció conferencias específicas como Invitación a la Lectura y curso como el de Apreciación artística. En el departamento se terminó la selección de la lectura para los institutos tecnológicos que se entregó a la Dra. Núñez Berro para su publicación. También se concluyó y publicó un cuaderno de trabajo de gramática para secundaria básica. Camila revisó la guía para el maestro. Elogió esta publicación e hizo objeciones a otros trabajos. Al terminar la campaña de alfabetización en 1961, comenzaron a llegar a La Habana los jóvenes alfabetizadotes. Muchos de ellos estaban en condiciones de comenzar o continuar sus estudios preuniversitarios. Se inscribieron en el Instituto Experimental “Arbelio Ramírez”, Ciudad Libertad los recibió en sus recién inauguración internados, era un grupo de alrededor de 700 alumnos. Comenzaron el curso en el Instituto de Marianao y luego se trasladaron a la edificación que los acogería en la nueva ciudad escolar. Ya comencé a dirigir ese instituto. La Universidad de La Habana solicitó que la Dra. Henríquez Ureña pasara a trabajar con ellos en la recién creada Escuela de Letras y Artes. Al terminar este parcial recuento de las actividades de Camila en nuestro país, surge en mi mente el recuerdo de su rostro cuando decía que sólo la muerte la vencería en su lucha congénita. Porque ella, había sellado la perennidad de sus objetivos con devoción y amor. Con ese respeto y cariño nos referimos a ella cuando nos reunimos en Cuba recordando a Camila. María Luisa Rodríguez Columbie

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Camila Henríquez Ureña MARÍA LUISA RODRÍGUEZ COLUMBIE: Nació en 1915 en Sagua de Tánamo. Efectuó la enseñanza primaria en Baracoa y el bachillerato en Santiago de Cuba. En este nivel que alumna de la Dra. Camila Henríquez Ureña. Durante sus estudios en la Universidad de La Habana, fue delegada por la escuela de filosofía y letras al Tercer Congreso Nacional Femenino, La Habana, 1939. La Dra. Henríquez fue la Presidenta del Congreso en 1940: graduada en filosofía y letras en 1941: Comenzó a cobrar en la cátedra de español del Instituto #1 de La Habana desde 1945 y durante 15 a los dedico grandes esfuerzos al empeño cultural y social de la Sociedad Femenina Lyceum. La vocalía de conferencia fue su primordial actuación así como Presidenta y Vicepresidenta en dos ocasiones. En 1960 llamada a cooperar en el departamento de planes y programas de la enseñanza secundaria al lado de la Dra. Camila Henríquez. Ha sido Inspectora Nacional de español y Asesora Nacional después. Dirigió el Instituto Experimental “Arbelio Ramírez”. En 1965 dirigió el Instituto Superior de Educación (ISE) En 1967 formó parte de la Cátedra de Español del Instituto Pedagógico “Enrique José Varona”

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PARA CONTAR UNA HISTORIA DE NAVIDAD A CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA IN MEMORIAM MIRTA YAÑEZ

Se despierta y de momento no sabe dónde está. Desde el segundo piso del edificio se deja oír un ruido como de...piedrecitas que caen. Una luz pulverizada anega el pasillo de la derecha. El personaje, el profesor, está solo en la Facultad durante la madrugada del 25 de diciembre. Cubre la guardia de vigilancia y se ha quedado dormido después de recorrer todo el lugar y apagar las luces de las aulas y las oficinas. Recuerda que la única luz que debe manifestarse encendida es la del vestíbulo. Así que, por lo pronto, se sorprende y se despabila por completo. Revisa la caja central de electricidad y comprueba que todas las clavijas siguen en estado de interrupción. Piensa en usar el teléfono. Son las tres de la madrugada y la ciudad duerme. Pero aunque fueran las doce del día tampoco tiene a quien llamar. El panorama afuera le parece desapacible. La portalada y el cruce de las avenidas Zapata y G, con los arbolotes en sombras, se iluminan a ratos con los reflejos del semáforo. En comparación, al viejo edificio de Letras lo siente como chocantemente acogedor. Desde el zaguán de la derecha, en dirección al Departamento de Literaturas Hispánicas, el suyo, se derrama un resplandor nebuloso, y aquel ruido como de piedrecitas que caen.

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Es la noche de Navidad, recuerda, fecha en que según se cuenta suelen hacerse visibles los íncubos, los fantasmas. Al personaje no le interesa la franja que linda el mundo de los muertos de los vivos. Una presencia del más allá es lo menos que puede ya ocurrirle. El mismo, durante los últimos diez años, se ha convertido en un ánima en pena. Muerto en vida, que es lo peor, El profesor acaba de cumplir los cincuenta años, está solo, la ciudad se cae a pedazos a su alrededor, ya no le gusta dar clases, la rutina de cada día lo quebranta como una maquinilla de moler carne. La desesperanza y el aburrimiento agostan sus horas libres, las pocas que quedan fuera de su exhausta sobrevivencia en La Habana de fin de siglo. Decide investigar qué ocurre allá arriba. Sube las escaleras, cruza la antesala del claustro y se dirige al Departamento. Cuando abre la puerta, aparentemente ve lo mismo que siempre: unos estantes con libros adosados a la pared, una mesa satélite con una decrépita máquina de escribir, un buró, unas sillas y el mueble que llaman “el sillón de Camila”. Lo único diferente consiste en esa luz polvorienta que sale de ni se sabe dónde y aquel ruido, que no puede identificar aún, intermitente, opacado ahora por sus propios pasos. Algo está pasando allí. El personaje no cree ni en los peces de colores. Sin embargo, por su profesión ha leído, ha estudiado, ha meditado sobre aquellos que a veces parecen volver, con cuentas pendientes, a cumplir un llamado, a ejercer un castigo. En todo caso, el profesor percibe que la presencia es de índole benigna. Se queda de pie ante el sillón. Eres rumor, esa cadencia. Ese ruidito...ahora lo reconoce. Es el susurro del pasar, una tras otra, las hojas de un libro. Ras, una hoja, un lapso, ras, otro pliego, otro intervalo, ras la página siguiente...¡está leyendo! La quimera, el fantasma, lo que fuese, está leyendo. El profesor sale del Departamento y cierra con suavidad la puerta. No quiere interrumpir. Comprende que tanto o más que a las personas de este mundo, la presencia añoraba sus libros. Advierte que ha llegado allí para finalizar la despedida, el último acto: no había alcanzado a terminar una lectura. El personaje vuelve a su sitio en el vestíbulo. Escucha ensimismado el transitar de los folios de un libro y se va reconciliando, se siente en compañía, confortado en su soledad por primera vez en mucho tiempo. Recompone su antigua armonía, aquel ruidito lo abastece de una paz que casi había olvidado. Le entran ganas de leer aquellos libros amados y que hace tanto que no

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desempolva de su librero. Rompe el alba del día de Navidad. Se dice que, a veces, los muertos nos guían por los senderos de la vida. MIRTA YAÑEZ (La Habana, Cuba, 1947) Narradora, poetisa y ensayista. Doctora en Ciencias Filológicas (Universidad de la Habana, 1991) Especialista en Literatura Latinoamericana y Cubana, así como en estudios acerca del discurso femenino. Periodista y profesora universitaria, ha participado en seminarios y coloquios, y ha ofrecido numerosos cursos y conferencias en universidades y centros de estudios de Europa, Estados Unidos y América Latina. Ha colaborado en publicaciones periódicas dentro y fuera de Cuba. Ha sido jurado de diversos concursos literarios, entre ellos del “Premio Casa de las Américas” y del “Premio de la Crítica”. Cuenta con una amplia obra, traducida parcialmente a otros idiomas y premiada en certámenes literarios de su país. Ha obtenido dos veces el “Premio de la Crítica” (1998, 1990), importante galardón que se entrega anualmente en Cuba. Principales publicaciones: Todos los negros tomamos café (1976), La Habana es una ciudad bien grande (1981) y El diablo son las cosas (1988) (Premio de la Crítica), Narraciones desordenadas e incompletas (1997) cuentos; La narrativa romántica en Latinoamérica (1990) (Premio de la Crítica) y Cubanas a capítulo (2000) ensayo; Antología del soneto hispanoamericano (1988), Estatuas de sal Cuentistas cubanas contemporáneas (1996), Album de poetisas cubanas (1997), Cubana (USA, 1998), Habaneras (España, 2000), entre otros textos de antologías, crítica e investigación literaria; La hora de los mameyes (1983) novela, Serafín y su aventura con los caballitos (1979), Poesía casi completa de Jiribilla el Conejo (1995), literatura para niños; Las Visitas (1971) y Las visitas y otros poemas (1986), Algún lugar en ruinas (1997), Un solo bosque negro (2003) poesia; Una memoria de elefante (1971), Camila y Camila (2003) Testimonio.

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INSTANTÁNEAS DE CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA CINTIO VITIER

Siempre recordamos, como en sueños, la figura y la voz de Camila Henríquez Ureña durante la presentación de Juan Ramón Jiménez en la Institución Hispanocubana de Cultura presidida por Fernando Ortiz. ¿Teatro Principal de la Comedia o Teatro Campoamor? La duda ahora se extiende a sus palabras mismas en aquella ocasión, pues la melodía que siempre nos llega de su figura delicadamente hierática y de su voz un tanto ajena y cantábile, dice, decía indudablemente: “No le podrán quitar a él, como a Gracilaso, el dolorido sentir”. Y sin embargo, cuando ahora vuelvo al texto de aquellas palabra, lo que encuentro es la evocación de Browning al saber la muerte de Shelley: “¡Le visteis de cerca y él os habló!...¡Ah! Yo solamente he podido hallar (...) mezclada con las zarzas, una pluma de las alas del águila”. Y, en efecto, todo el vuelo del águila juaramoniana quedó grabado aquella mañana en nosotros. Quizás Camila modificó algo su presentación al publicarse en la revista Ultra, en enero del 37, o quizás la alusión a Gracilaso la improvisó en el momento de la lectura. ¿Qué importa un teatro u otro, qué importa la precisión de una cita? Pero Camila, me parece, no estaría de acuerdo. Paradigma fue de precisiones intelectuales y de puntualidad constante. Así cuando el 11 de marzo de 1953, relatando a las hermanas Lavedán (Las “Lavendancitas”, como las llamaban) el reencuentro con Juan Ramón en Puerto Rico, les cuenta sus consejos para la Semana Santa en Sevilla:

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Camila Henríquez Ureña

“No duerma usted la noche del Jueves al Viernes Santo”. La debo pasar yendo a la Plaza de San Francisco a ver pasar las procesiones, y cuando vea pasar la Virgen, ha de seguirla hasta la entrada de la Macarena, donde “ella” entra y “otros” se opondrán en escena ritual muy curiosa. Entonces deberé irme al puente de Triana a ver pasar, a las doce de la noche...al Jesús Cá-chorro (de la canción “con ca-chorro de sangre...”). Todo el tiempo escucharé las saetas que entonarán los más grandes cantaores de España: la niña de los Peines y otros niños y niñas, A la Catedral he de ir el Domingo de Ramos, el Viernes a oir el Miserere, que cantan algunos de los mayores cantantes de España (Gayarre, en su tiempo), y el Sábado de Gloria. También me recomendó cómo he de visitar los jardines del Alcázar, especialmente de noche, cuando no haya público, y me dio una carta para un su amigo, conservador del Alcázar. Y acabó por decirme: “Ah! Si yo estuviera con Ud. en Sevilla! Yo me conmoví de solo pensarlo... Y luego sigue Camila escribiendo en alta mar a sus queridas Coca y Amalia: “He dejado a propósito de hablar de Zenobia hasta ahora, aunque ella estuvo en todo momento presente. Ella está bien en apariencia, gruesa, rosada y siempre alegre. Pero cuando salimos me acompañó un momento sola, y me dijo que ha tenido nuevos brotes de tumor maligno, que le han extirpado, y está bajo tratamiento de radio. Esta pavorosa noticia... Yo no puedo dejar a Juan Ramón, me dijo...Fui luego a dejar un recuerdo en la tumba de Salinas...”1 Sabia y piadosa Camila. Hostosiana de raíz, la enseñanza de la literatura y la emancipación de la mujer fueron sus serenas pasiones. Digna descendiente fue, como Pedro, Max y Fran, de Francisco Henríquez Carvajal, a cuyo hermano Federico dirigió Martí un verdadero testimonio americanista, y que en 1916 ni pudo asumir la presidencia por la ocupación militar norteamericana; y de Salomé Ureña, Poetisa Nacional e insigne educadora. Su identificación con el destino de Cuba y con su destino personal de maestra, que llegó a serlo con mayúscula, la llevó a ponerse de inmediato al servicio del triunfo revolucionario en 1959, con una devoción y una fineza inolvidables. Algo pude colaborar con ella en la preparación de una Biblioteca Básica de Cultura Cubana, que espero algún día, en homenaje a su memoria, se haga plena realidad. 1

Ver la trilogía De Peña Pobre, en obras 4, Narrativa, pp. 391-392. Esta y otras cartas donadas a Vitier por las “Lavendancitas” fueron donadas por el escritor a la Sala Juan Ramón y Zenobia de la Universidad de Puerto Rico.

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Otro modo perdurable de homenajearla sería superar la incomunicación cultural que, salvo en medios académicos especializados, prevalece entre Cuba y la República Dominicana. Basta recordar si, por una parte, la obra de Camila sólo empezó a conocerse en Santo Domingo, donde nació en 1894, durante los años ochenta, de otra parte la legión de escritoras a la que ella en rigor pertenece (Veáse el volumen de Ensayos críticos sobre escritoras dominicanas del siglo XX, de Miguel Collado y Rafael García Romero, Ediciones Cedibil, 2002) recoge estudios sobre 38 notables figuras femeninas muy escasamente conocidas en Cuba. De las agudas páginas dedicadas en ese libro por Andrés L. Mateo a Camila, reproduzco, como última imagen, sus líneas finales: Yo la recuerdo ahora en el verano de 1973, en su apartamento del hotel Sierra Maestra, en La Habana. Se preparaba para volver a Santo Domingo, después de muchos años de ausencia, en una visita que para ella tenía mucho de reencuentro con la nostalgia. Estaba leyendo, en portugués, las novelas de Eca de Queiroz, que conocía anteriormente, y que le parecía que habían influido en García Márquez, pero que nadie había mencionado. Este viaje culminaría la “diáspora de los Henríquez Ureña”, que sorprendió a Pedro muriendo en un tren camino al aula en la Argentina, y a Camila de regreso a la tierra que la vio nacer, y que, como dice el pueblo, misteriosamente la estaba llamando. Moriría el 12 de septiembre de 1973, en Santo Domingo, habiendo vivido en la más absoluta modestia, y protagonizando una cierta virtud del anonimato, que sólo el desprendimiento sin límite permite encarnar. Mucho podemos seguir aprendiendo de las lecciones y del ejemplo de Camila Henríquez Ureña. Marzo, 2004 CINTIO VITIER (Cayo Hueso, 1921) Poeta, ensayista, narrador, traductor, investigador. Miembro del Grupo Orígenes. Premio Nacional de Literatura 1988 y Orden Nacional “José Martí”. Recibió en 2002 el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”. La obra poética de Vitier está integrada por Vísperas 1938-1953 (1953), Testimonios 1953-1968 (1968), La fecha al pie (1968-1975) (1981). Nupcias (19791992)(1993), Cuaderno así (2000) y Epifanías (2004). Libros suyos han sido publicados en diversos países.

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CAMILA, MAESTRA M. SALADO

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HABLAN DE CAMILA ESTUDIANTES QUE HACE MUY POCO SON SUS ALUMNOS; OTROS QUE LA CONOCEN MÁS; PROFESORES QUE LA RECUERDAN DESDE SANTIAGO CUANDO YA ERA UNA HENRÍQUEZ UREÑA Y TENÍA -TAMBIÉN ENTONCES- LA MIRADA SERENA DEL QUE SE ACERCA AL FUTURO SIN SOBRESALTOS. ¡QUÉ DISGUSTADA ESTOY CON USTED! Y yo que creí que no me conocía, que no recordaría mi nombre entre tantos, porque ¿quién era yo sentada allí y escuchando sus explicaciones? Y de buenas a primeras, dulcemente y llamándome por mi nombre de pila, me dice: Diony: ¡Qué disgustada estoy con usted! Una muchacha tan inteligente, tan “literata”... ¡con tan mala ortografía! Bueno, el primer día de clases con ella: nosotros hemos oído la clase de profesora que es; uno está a la expectativa y se sienta delante de esta gran mujer que dicen es severa, firme, dulce. Y uno va a ver qué pasa. Y ya no la podrá olvidar jamás. (DIONY DURÁN, 4to. año de Letras)

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Camila Henríquez Ureña

CULTURA PARA LA VIDA La conocí en Santiago de Cuba. Yo tenía quince años y recuerdo que aquel día tenía una sensación de auto importancia porque iba a conocer a Camila Henríquez Ureña. Hay mucho que decir: cómo ella nunca hace sentir que ella es la personalidad intelectual, pozo de saber... y que uno no lo es. A mí me da la impresión de que ha arribado a un equilibrio espiritual completo. Nunca está amargada; se irrita y parece humor o comicidad. A pesar de su edad y de sus dolencias físicas, ella es la primera en ir a dar conferencias en las fábricas, y no sólo la primera en ir, sino la primera en valorar el trabajo que se realiza. Llueve o truene, allí está Camila, por encima de todas las dificultades, sin una queja, siempre con una sonrisa, con una palabra de comprensión hacia las dificultades. A Camila Henríquez Ureña la cultura le ha servido para la vida, le ha pasado a los poros. Es una demostración de que cuando no es así, la cultura se convierte en un edificio inmenso donde no dan muchas ganas de entrar. (BEATRIZ MAGGI, Profesora de Literatura) UN TODO Como profesora ¿qué decir? Extraordinaria podría ser la palabra. Una mujer y una profesora extraordinaria. Hay en ella esa combinación -más armonía que combinación- de valores humanos e intelectuales: un todo. Su influencia sobre el alumnado se siente inmediatamente; ese sentido del humor tan especial, esa sensación que transmite como de haber vivido cualquier momento de la cultura humana, esa disposición de ánimo, esa serenidad ante todos los problemas que jamás entraña indiferencia, sino energía, majestad. (ROGELIO RODRÍGUEZ, 5to. año de Letras) ESTABA LLORANDO No le puedo tomar notas, lo importante es oírla. ¡Cómo disfruta leyendo! ¡ Cómo habla de cine! Está al tanto de todo lo que pasa, disfruta mucho con las maldades de los demás, con el humor de los escritores, con Baroja por ejemplo. Y ríe con un gusto tremendo. Pero un día, en el aula, nos leía “ Adiós, Cordera” de Clarín, y todos nos impresionamos mucho porque sin detener la lectura, con las inflexiones de voz necesarias, vimos que estaba llorando. Es la mejor profesora que hemos tenido; yo “entré” en el Quijote

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gracias a ella. Soy del grupo último al que Camila ha dado clases, y eso hace que uno se sienta triste y orgulloso al mismo tiempo. Mira, si yo pudiera ser “chicharrona”1 con alguien, lo sería con ella. (MIRTA YÁÑEZ, 4to. año de Letras) NOS SEÑALÓ EL CAMINO Hace cuarenta años fui su alumna en el bachillerato, en la Academia Herbart de Santiago de Cuba. La recuerdo, caminando por aquellos pasillos: joven, alta, muy clásica en el vestir. Era nuestro modelo. Segura en las explicaciones, delicada en sus orientaciones, con una forma especial para corregir los errores que jamás hirió a nadie. Creo que no se ha destacado la influencia que Camila Henríquez Ureña ha tenido en la Educación en Cuba. Después de la Revolución, el MINED le encargó los programas de Español, es la primera que inicia la formación técnica de un cuerpo de inspectores. En Cuba no se enseñaba Lengua Española, sino Gramática. Camila le da una nueva orientación a la enseñanza del idioma español. Nos señaló el camino. (MARÍA LUISA RODRÍGUEZ COLUMBIÉ, Profesora de Literatura) ADMIRAN UNA ACTITUD ANTE LA VIDA. CADA PALABRA EVOCA AL MAESTRO; SE VA ARMANDO CON ESTOS RECUERDOS LA FIGURA COMO DE UN HÉROE -Y SU ALEGRÍA PROFUNDA. Si Camila fuera una flor, ¿qué flor sería? Un lirio ¿Si fuera un libro? Un diario ¿Si un ave? La paloma ¿Si un poeta? Juan Ramón Jiménez ¿Si una virtud? La sencillez ¿Si un defecto? La modestia excesiva ¿Si fuera un árbol? El pino ¿Si un sentido? La voz humana ¿Si un efecto de la naturaleza? La brisa 1

aduladora.

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Camila Henríquez Ureña

¿Si una luz? La mirada ¿Si una ciudad? La Habana Vieja al amanecer ¿Si un sentimiento? La ternura ¿dónde se publicó?

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II ENTREVISTAS

INTERÉS Y ENTUSIASMO EN AMÉRICA Camila Henríquez Ureña, crítica eminente y catedrática de Literatura de la Universidad de La Habana, estima también que los concursos anuales “han tenido la virtud de despertar interés y entusiasmo en todas las naciones hispanoamericanas, como lo prueba el hecho de que se cuentan por miles las obras de los cuatro géneros admitidos durante estos seis años”. Hay cubanos –dice- pero las tres cuartas partes provienen de todo Latinoamérica, desde México a Chile y Argentina, incluyendo a autores residentes en Europa y Asia. El concurso constituye así uno de los más convincentes testimonios de la unidad cultural de nuestro continente. La Dra. Henríquez Ureña destaca como importante el estimulo a los autores noveles, pero subraya la oportunidad de reunir en nuestra capital a figuras de América y Europa con los cuales se establece un fecundo intercambio de ideas y se fijan lazos de mutuo conocimiento, antes casi imposibles de crear. - Constituye una institución firme y seriamente establecida a través de seis años de ejercicios y su acción puede considerarse ininterrumpida, pues al terminar cada concurso, le sucede la publicación y distribución de las obras premiadas y a éstas, la convocatoria para el nuevo concurso, de modo que no se detiene por un momento esta actividad cultural, que asombra por su calidad y amplitud. “El premio Casa de las Américas es ya el más importante de su clase en el continente. De todos merece admiración y aplauso el gran esfuerzo material e intelectual que se está llevando a cabo en Cuba”. Entrevista a Camila Henríquez Ureña del 26 de diciembre de 1965. Fondo del Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana, Cuba.

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CAMILA, MAESTRA M. SALADO M. RODRÍGUEZ*

Desde su mesa de profesora Camila lee. Se trata de una obra del teatro griego. Sólo se escucha su voz. Clara. Timbrada. Inflexiones para cada personaje. No hay alteración. La voz no se dice, sale. Perfecto español. Interrumpe el timbre. Camila se levanta: “continuaremos en la próxima clase. Espero que puedan perdonarme si he cometido algún error al leer, lo estaba haciendo directamente de la edición griega”. Los Henríquez Ureña están hechos de la materia especial del maestro. Pedro y Max han pasado a la historia de las letras hispanoamericanas como maestros en las disciplinas literarias. Camila, su hermana menor, hace ya tiempo posee un lugar en América como especialista en literatura general, como educadora. Durante años fue profesora en Estados Unidos. De regreso a Cuba imparte desde las aulas de la Escuela de Letras y de Arte de la Universidad de La Habana la asignatura de Literatura General. De una manera y de otra -saber y personalidad- Camila contribuye a la formación del intelectual dotado, en exactas cantidades de humanidad y cultura. Se la encuentra en su apartamento. Homero. Tomos de Aguilar. Escritorio mínimo. Mar. “ No sé por qué van a hacer un trabajo sobre mi vida. No tiene nada importante”. El

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Salado, Minerva y Miriam Rodríguez Bethencourt. En: Revista Vida Universitaria, La Habana, No. 216-217, julio-diciembre 1969.

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Camila Henríquez Ureña

lugar es amable. Las cortinas se mueven. Entra la luz. “Pudiéramos comenzar hablando de su infancia en Santiago de Cuba, sus estudios...” - En 1904 llegué a Cuba siendo niña y estudié la primaria en la Escuela Modelo de Santiago. En ese período también recibí clases de una profesora francesa y perfeccioné la gramática del francés que había aprendido con mi padre. En 1991 marché a la capital para hacer el bachillerato en el Instituto de La Habana. Lo terminé en dos años con muy poca asistencia a clases. Después matriculé en la Universidad. Esto coincidió con una estancia de mi hermano Pedro aquí. Y él me preparó en los estudios literarios. En 1917, en febrero obtuve el doctorado en Filosofía y Letras. Más tarde obtuve el doctorado en Pedagogía. Fui a los Estados Unidos. Allí tuve la oportunidad de tomar cursos de literatura comparada de lenguas romances en la Universidad de Minnessota. Estudié durante tres años La Divina Comedia. Obtuve allí un nuevo título universitario. Ya en aquel instante Camila sentía devoción por Dante. Lo había leído inicialmente en su niñez en ruso -lo aprendió en 1957 con la esposa de un ex príncipe blanco, un Wolkonsky. A través de ella conoció a Alejandra Tolstoi, la hija de León Tolstoi. Si Camila fuera un sonido, probablemente sería la voz humana. - ¿Qué es un escritor? - Es una persona consagrada a escribir y en la mayor parte de los casos es un creador. Por eso no me considero escritora, porque no he hecho nada de creación. - ¿Se siente usted crítico? - Hasta cierto punto, yo no me creo un crítico especializado. - ¿A quién considera usted un buen crítico cubano? - Enrique Piñeyro es un ejemplo dentro de la época. - ¿Y Martí? - Martí sí, pero Martí es el genio, la excepción, y no se puede tomar un genio como regla, porque escapa a todas las reglas. En 1924 Camila volvió a Santiago de Cuba como profesora de la Academia Herbart y más tarde de la Escuela Normal de Maestros, donde ejerció desde 1927 a 1945 aproximadamente. En ese período también dio clases durante un año en el Instituto de Matanzas. Fue en la década del 40 cuando marchó a Estados Unidos de nuevo para enseñar en el Vassar College. Entonces venía casi todos los años a Cuba y en varios veranos dio cursos de seis

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semanas en la Universidad de La Habana. Cuando se quedaba en Estados Unidos impartía clases durante el verano en la Escuela Española de Middlebury, donde se ofrecen cursos de especialización en determinados idiomas. Durante esos años pasó en México un año como Editor Consejero del Fondo de Cultura Económica. Luego realizó trabajos de investigación en el Archivo de Indias en Sevilla, sobre las mujeres que se habían destacado en la colonia. “Me llamó la atención que en la colonia existieran mujeres no solo con una gran cultura, sino a veces con funciones políticas, hecho insólito. “ Algunas conferencias ofreció sobre el tema. Si le preguntamos por qué no divulga sus trabajos, dirá: “ No me gusta publicar porque me considero profesora, no escritora. Yo dicto clases y después no me preocupo de que se publiquen”. Si Camila fuera un defecto de seguro sería la modestia excesiva.. Cuando en 1917 fue a Estados Unidos por primera vez, sólo había visitado Cuba y Haití, además de su original Santo Domingo. Después vivió largos años en Norteamérica. Ahora se detiene, responde: “Estaba allí porque tenía trabajo interesante. Pero nunca me adapté a otros aspectos de la vida norteamericana. Siempre quise volver a Cuba. Estaba impaciente por volver.” En este momento un silencio. La tarde en la habitación. Quieta. Si Camila fuera una ciudad sería la Habana Vieja al amanecer. De nuevo la palabra. Ademanes precisos. Respuesta total. - ¿Por qué vive en Cuba? - Nunca he querido vivir más que en Cuba. Soy cubana. Santo Domingo es la patria de mis padres y de mis hermanos mayores. Gabriela Mistral visitó La Habana en la década del 30 al 40. Camila estaba aquí en ese momento y se conocieron. Fue ella quien presentó a la Mistral en las conferencias que ofreció en Cuba en la Sociedad Hispano- Cubana de Cultura. De la chilena guarda múltiples anécdotas y una impresión: “Parecía de piedra. Tenía una especie de inmovilidad indígena. Hacía lo que quería, siempre... Cuando estuvo acá, Dulce María Loynaz organizó en su casa una recepción de intelectuales en su honor. El día de la recepción Gabriela no apareció por allí. Al cabo de dos horas de haber empezado aquello, llamó y le dijo a Dulce María: - Oye, no he podido ir, sabes, porque estoy aquí, mirando el mar.

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Camila Henríquez Ureña

Después le tocó a Camila ir a Vassar College, donde Gabriela había impartido clases. “Hablaba siempre como en un monólogo. Como si hablara consigo misma. Tenía el don de la frase de respuesta absolutamente lapidaria. Las clases de ella eran especiales. Se sentaba a conversar sobre un tema y a veces no se refería casi nada a él., pero siempre absorbía la atención. Al día siguiente preguntaba invariablemente: - A ver niña, ¿qué dije yo ayer? - Bueno, profesora, dijo que la sencillez siempre es bella. - Yo no he dicho eso, niña. Porque hay la sencillez de la paloma y la sencillez de la gallina”.

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CHARLA CON CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA* LA CRÍTICA ES NECESARIA PARA PROMOVER LA CULTURA. POR ENRIQUE GONZÁLEZ MANET FOTOS DE BRAGADO

“El profesor es un incitador de la cultura y a veces, en cierta medida, un educador del gusto literario. Pero no es un crítico y respecto de la literatura actual, él mismo se encuentra como en medio de un bosque”, expresa la doctora Camila Henríquez Ureña, catedrática de Literatura General de la Escuela de Educación de la Universidad de La Habana y uno de los valores de mayor relieve en el ámbito intelectual cubano. Basada en estas premisas, la doctora Henríquez Ureña sugirió en el fórum de crítica convocado recientemente por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la conveniencia de que se invite a críticos y autores a ofrecer cursos especializados en los altos centros de estudios. “ Esto contribuirá a divulgar en las universidades las grandes corrientes de la literatura actual” La profusión y diversidad de nuevas ediciones -añade -constituye un enigma para el lector medio, que no sabe qué escoger. Por eso los casos editados tienen también un importante papel orientador en la formación del gusto público.

* En: Revista Vida Universitaria, No. 152, pp. 8-9, año XIV, abril de 1963.

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OBJECIONES SOBRE LA ILIADA Explica la doctora Henríquez Ureña que la Editora Nacional ha hecho una buena labor, aunque no se limite sólo a la literatura. Revelando estar al tanto de lo que se publica, formula objeciones: “Hay cosas como la versión española de la Iliada de Homero, por Hermosilla, que no supone una acertada selección. Copiar un discurso no es hacer poesía. Y este traductor carecía del juego necesario para crear.” Refiriéndose a la iniciativa de fundar una Escuela de Crítica, lanzada en el citado fórum recordó que “no se puede enseñar a nadie a ser crítico, como tampoco se puede enseñar a ser poeta”. No obstante reconocer que tal actividad requiere de una técnica especial, señala que el criterio llega al oficio como producto de la vida literaria nacional. - Para esto hay que publicar mucho. Es la única forma de provocar el interés colectivo, lo que demanda, a su vez, guiar el gusto literario. Los profesores participan en ese proceso mediante charlas y conferencias, pero no pueden leerlo todo, que es función esencial del crítico. EL CRÍTICO, POBRE VÍCTIMA El crítico, agrega, es una pobre víctima que se pasa la vida leyendo obras malas para encontrar algunas buenas. Pero esta ingrata búsqueda selectiva produce su fruto al elevar y orientar el gusto de las mayorías. La voz suave y pausada indica que publicar y divulgar en el radio y la prensa secciones críticas regulares, induce a la lectura y fomenta buenos hábitos literarios. Esta sistematización -aclara- crea una demanda y estimula la curiosidad intelectual. Respecto a las funciones del crítico, aprecia dos vertientes: hacer un análisis expositivo de las letras y aconsejar a las editoriales en la selección de sus publicaciones. Añade sobre este tema que la Editorial Nacional de Cuba está realizando una interesante labor, al recoger importantes obras cubanas de pasadas épocas, como las de Loveira, Carrión, etc. IMPULSO CULTURAL El movimiento cultural, agrega, ha recibido en esta etapa un notable impulso, visible en la apertura de numerosas bibliotecas circulantes y la creación de las bibliotecas en todas las provincias. “Ese gusto por la lectura se traduce, por ejemplo, en la amplia difusión que ha tenido una obra como “Bertillón 166” de José Soler Puig que reúne los tres valores literarios y logra en algunos momentos caracteres de gran estilo. “

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La Dra. Henríquez Ureña, que mira la crítica desde el plano visual de los lectores, respalda su opinión con el aval que le da haber sido Consejera de la Biblioteca Americana del Fondo de Cultura Económica de México, cuya primera obra publicada fue el Popol - Vuh traducida del maya- quiché por el Dr. Recinos. PEDRO Y MAX HENRIQUEZ UREÑA A esta colección pertenece también “Las Corrientes Literarias en la América Hispana”, de Pedro Henríquez Ureña, que fuera profesor de la Universidad de Columbia, como su otro hermano -Max- lo fue anteriormente de las universidades de Oriente y Villanueva y hoy lo es de la de Puerto Rico. En relación al programa de publicaciones de esa casa editora, señala que incluía todas las obras importantes de la producción literaria e histórica de América, labor en la que lleva diez y siete años. (Es significativo destacar que, según el último Boletín del Fondo, muchas de estas obras han contribuido a enriquecer el acervo universal, siendo traducidas a más de veinte idiomas, entre ellas el “Popol Vuh”, vertido al japonés el pasado año) UNA BUENA PROMOCIÓN Sobre sus actividades docentes, la Doctora Henríquez Ureña responde en términos elocuentes: “Tuve el pasado semestre una de las mejores promociones en mucho tiempo. No todos los años sucede eso. Hay años que no son favorables. Quizá el mismo entusiasmo de la Revolución ha hecho que los alumnos tengan un entusiasmo general ”. La explicación del fenómeno no se hace esperar: “Temí que resultara tedioso el penetrar en la literatura del pasado, en la mitología antigua y el mundo de la teología medieval. Los grupos son nuevos y existe una gran distancia respecto de la concepción actual de la vida ”. - Sin embargo, los he visto entusiasmarse con Homero y Dante. Es que han sabido interpretar la vibración poética y sentir la profunda belleza de esos textos. De ese grupo tan atento y entusiasta, terminó el curso más del ochenta por ciento de los alumnos. IMPORTANCIA DE LA CRÍTICA El estudiantado, reitera volviendo al tema inicial, va a la Universidad a relacionarse con la literatura y conocer los autores clásicos pero no se puede enterar de la literatura actual. “Por eso resulta importante el crítico. Es necesario una campaña inteligente y no orientarse como hacen otros públicos que

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toman como guía a los “best-sellers”, los cuales rara vez constituyen un buen éxito literario ”. Camila Henríquez Ureña, que viene de una progenie de enraizada estirpe intelectual, cuyo tío fue confidente de Martí y cuyo padre se opuso en nombre del Congreso de la República Dominicana a la penetración imperialista de 1916 en ese país, finaliza sus palabras expresando que la edición completa de las obras del Apóstol -iniciativa de la Universidad de La Habana y el Consejo Nacional de Cultura- es uno de los más extraordinarios logros culturales que la Revolución lleva hoy a cabo en beneficio del pueblo.

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PREGUNTAS A CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA (GRABACIÓN) * Doctora Camila Henríquez Ureña: Creo que ustedes querían saber algunos detalles biográficos relacionados con la vida de Pedro de modo que podemos comenzar por ahí, porque el problema es que todo comentario que haga sobre Pedro es tal la variedad de temas y de trabajos que abarca, que no sería posible de ningún modo reunirlos en un solo contexto. Así que vamos a ir eligiendo y pueden ustedes comenzar con algunas preguntas sobre su vida. ¿Están publicados los poemas de Pedro? Los recogió hace poco, muchos años después de la muerte de Pedro, Emilio Rodríguez Demorizi, historiador dominicano, en un pequeño volumen de Poesía Juvenil de Pedro Henríquez Ureña. Pedro nunca, durante su madurez, cultivó la poesía. Pero un dato que puede ser interesante en ese sentido es el que apunta nuestro otro hermano Max con su biografía de Pedro “Hermano y Maestro” donde señala que: “Los primeros versos de genuino saber modernista que ostentan la firma de un autor dominicano son un pequeño poema de Pedro que se titula “Flores de Otoño” y que escribió en su adolescencia en 1901 que dice así: Crisantoma, Crisantoma como el oro, Crisantoma cual la nieve, *

Tomado de Invitación a la Lectura, República Dominicana, publicado en el Boletín del Departamento de Lengua y Literatura Hispánica, Escuela de Letras y Periodismo, Universidad de La Habana, número especial de 1970, reproducido en ¨ESTUDIOS Y CONFERENCIAS¨, Ed.Letras Cubanas,L.H.1982

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desplegad vuestras corolas; las corolas como el sol del mediodía las corolas como el mármol inmortal. ¡Que lucientes en el rico invernadero otras límpidas vidrieras como rosas entre auroras entre lívidos claveles como sangre entre tímidas violetas como el mar!. ¿Es que sueñan en atavismo en sueños, en olímpicas nostalgias, con su país encantado, con su patria luminosa que no han visto con sus tangos y con el lejano Japón? Desterradas como con las nieblas sólo viven en otoño Flor de oro, flor de miel, ya pasaron resplandores del estío ya es la hora, ¡desplegad vuestro botón!. Así pues, tiene la curiosidad ese pequeño poema de ser el primer poema modernista que lleva la firma de un dominicano. Y en aquel momento los amigos y los parientes de Pedro, todos pensaban que iba a ser poeta, fue el primer despuntar, pero eso no es raro ustedes saben que la poesía es fruto temprano. ¿Qué le hizo dedicarse a la enseñanza? En eso hay un motivo fundamental, que es familiar, y es que todos los Henríquez se han dedicado a la enseñanza. Y a él se agrega la circunstancia de que los Ureña también. Nuestra madre fue la fundadora de la enseñanza de la mujer en Santo Domingo. Cuando trabajó allí en la reforma de la enseñanza el gran puertorriqueño Eugenio María de Hostos, ella fue su colaboradora, y fundaron las Escuelas Normales, que desde luego tenían que ser privadas. No había otra forma en ese momento, y a mi madre le tocó la dirección de la Escuela Normal de Maestras. No se llamó así: se llamó “Instituto de Señoritas”, y graduó dos generaciones de maestras, las primeras de Santo Domingo. ¿Qué recuerdos tiene usted de Salomé Ureña? Mi madre murió en el año 1897: hecho por el cual yo no la recuerdo.

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¿Y Pedro? Si, desde luego que sí, porque Pedro era muchos años mayor que yo. Era diez años mayor que yo, exactamente. De modo que él, si, era un niño, pero mayorcito, y si había recibido mucha influencia formativa de ella, e incluso le había leído mucho; cuando él todavía no leía lenguas extranjeras; ella le traducía de varias lenguas y comentaban juntos las lecturas. La casa era realmente una casa de estudio, todo el mundo se dedicó siempre a estudiar. ¿Desde cuándo se pusieron en contacto con los clásicos? Cuando él y Max eran aún bastante pequeños leían a Shakespeare, traducido. Por entonces llegó un gran actor italiano, si no muy grande como actor, sí notable por su cultura y su afán de difundir los conocimientos, ese actor se llamaba Roncoroni y representaba obras de Shakespeare y otros autores a través de toda la América Latina. Llegó a Santo Domingo y empezó a representar Shakespeare. Los muchachitos –Pedro y Max- le pidieron a su padre que los llevara a verlo; su entusiasmo fue tal, que al dia siguiente se presentaron en la librería más importante de Santo Domingo a pedirle al señor Mejías – que era el dueño de la librería-que les vendiera las obras completas de Shakespeare y a Mejías le dio aquello una risa tan grande, y les dijo: “Ustedes no pueden entender esto”. Oh, si, -le dijo Max- lo entendemos y nos gusta mucho. Mejías se rió, pero no les quiso vender los libros. Pedro que siempre fue muy tranquilo, acalló a Max y le dijo: “Mañana volveremos con papá”. Y al día siguiente volvieron con nuestro padre, Francisco Henríquez y Carvajal y Mejías tuvo que vender el libro con gran sorpresa a aquellos muchachitos que lo leían y les gustaba. ¿Utilizó algún seudónimo? Pedro escribió unas crónicas que firmo P. Garduña. Y simplemente, porque consideraba que era una obra de puro interés periodístico que tal vez no le iba a poner mucha atención, la publicó bajo ese seudónimo; no usó seudónimo por otro motivo. ¿Qué influencias cree usted que tuvo Pedro? Mi madre no escribió prosa. Lo que escribió lo hizo en verso. Es probable que en el uso de la prosa se ejerciera sobre Pedro la influencia de Federico Henríquez y Carvajal, que fue poeta, pero fue también un escritor en prosa bastante prolífico. Sin embargo, su estilo no es del tipo de Pedro. El estilo de Henríquez y Carvajal es un poco declamatorio, como de su tiempo:

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Oratorio. (El mismo estilo de Martí era muchas veces oratorio) Esto precisamente es lo contrario del estilo de Pedro, que es un estilo sencillo, desnudo, que persigue una gran exactitud, una gran pureza. Creo que fue algo muy personal; a ello dedicó una gran asiduidad. Hay páginas suyas, de las primeras, como la página introductoria de Horas de estudio, en que se nota el cuidado en perfeccionar una forma de prosa que era nueva. Podría ahí señalarse como origen la prosa modernista, por la frase corta; el período no demasiado extenso; la ausencia de declamación, la pureza en la elección de los términos. Hay que recordar que este período, de fines del siglo pasado a principios de éste, fue un período de escritores estilistas. El período en que Azorín y Unamuno y en general la Generación del 98 están precisamente haciendo labor constructiva en el estilo español. Y si alguna influencia puede señalarse en Pedro es sin duda la de la Generación del 98. Ustedes recordarán que Pedro escribió un estudio bastante extenso sobre Azorín, que creo está en la Obra Crítica publicada recientemente por el Fondo de Cultura Económica. Esa preocupación no fue solo de él. Más tarde, cuando él fue a Méjico, se encontró con el grupo de los jóvenes mexicanos que formaron la Sociedad de Conferencias, la que después fue el Ateneo de la Juventud. Todos tenían esa preocupación por el estilo, empezando por Reyes, que llegó a ser uno de los mejores estilistas de la lengua española. ¿Conocían ustedes a Máximo Gómez? Los Henríquez Ureña fueron muy amigos de Máximo Gómez. Había una vieja amistad entre las familias. Mi padre era su amigo personal. Mi tío Federico también. Cuando Gómez tuvo su ultima enfermedad, el primer medico que lo asistió fue mi padre, en Santiago de Cuba. De ahí cuando lo trajeron para la Habana donde murió. ¿Usted conoció a su tío Federico Henríquez y Carvajal? Si: vivió ciento cinco años. Fue rector de la Universidad hasta los noventa y cinco. El día que cumplió cien años dictó – porque ya no escribía, por debilidad de la vista- una página en defensa de la independencia de Puerto Rico. La hizo publicar. La independencia de Puerto Rico, como la de Cuba, había sido uno de los móviles de su vida. El fue compañero de trabajo de Hostos, como lo fue también de Martí en el poco tiempo que estuvieron juntos en Santo Domingo. Gómez estaba envuelto también en ese trabajo, desde luego, en aquel momento. Como ustedes saben, Gómez abandonó entonces Santo Domingo para venir a Cuba a combatir.

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¿Organizó Pedro algún círculo en Cuba? Si; un grupo no muy grande, pero muy asiduo. Entre ellos estaba Mariano Brull, Francisco José Castellanos, que murió en penosa juventud, Chacón y Calvo y otros memos asiduos. Pedro era muy exigente consigo mismo y con sus compañeros de estudio; había que trabajar mucho; él les decía que nadie que no se leyera un libro diario, durante largos años, podía aspirar a llamarse un hombre culto en la materia que quisiera especializarse De ahí que Alfonso Reyes, por ejemplo, que siguió esa orientación sin desviarse ni un momento, llegó a acumular aquella cantidad de conocimientos que tenía. Decía Juan Ramón Jiménez que Pedro y Alfonso habían realizado una verdadera hazaña intelectual, que no se encuentra para ganarse la vida. Pedro trabajó para ganarse la vida desde que entró en la casa de Silveira a los diecisiete años. Así que no fue porque no tuvieran otra cosa que hacer más que leer. En la casa comercial de Silveiria era secretario, como se llama hoy, oficinista. Era una empresa comercial, compañía de seguros. El y nuestro hermano Francisco, entraron allí a trabajar hacia 1902. Francisco se quedó durante largo tiempo. Pedro se fue uno o dos años después para México y Max lo siguió poco después. Pero por supuesto, un hombre como Chacón y Calvo, nacido para el estudio, verdadero temperamento de erudito; un poeta tan refinado como Mariano Brull, un ensayista tan sutil como Francisco José Castellanos, fueron miembros permanentes del grupo que trabajó con Pedro en La Habana en 1914. Recuerdo que se reunían en casa en el Vedado. Se sabía cuando llegaban; pero nunca se sabía cuándo terminaban: a las dos o tres de la mañana o nunca. ¿Qué hacían en esas reuniones? Leían y discutían; porque claro es que muchas cosas las habían leído ya, pero se volvía sobre esos pasajes, se volvían a discutir y comentar. ¿Sobre cualquier tema? No, a mi me parece que no era libremente, sino que las conversaciones se agrupaban en torno a un tema, y en torno a éste ellos iban leyendo obras que se discutían, hasta agotar ese tema o pasar de él a otro, ya que un tema iba sugiriendo otros. ¿Qué idiomas conocía? Sé que Pedro dominaba el inglés, el francés y el italiano con perfección suficiente, no solo para leer y escribir sino para hablar en ellos. Algunas de sus

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obras, como Las corrientes literarias fueron escritas en inglés; alguna de las que se publicaron en revistas francesas fueron escritas en francés. Realmente dominaba esos idiomas con verdadera maestría. ¿Es cierto que Alfonso Reyes no sabía griego? Bueno, eso yo no lo entiendo; porque él tradujo, se supone que del original, la primera rapsodia de la Ilíada. El grupo del Ateneo no estudiaría el griego y el latín para empezar, porque no entraba en el sistema de enseñanza de México; allí el positivismo había desterrado del bachillerato el griego y el latín. Lo mismo en Cuba; las lenguas muertas no se estudio predilecto de los positivistas. No sé si más tarde Alfonso llegaría, ya que su traducción de la Ilíada la hizo cuando era muy mayor, a leer el griego; aunque es evidente que en su juventud no lo sabía leer. Sin embargo aquellos jóvenes conocían la literatura griega al dedillo, la leyeron traducida, pero penetraron en ella; consagraron años al estudio de los griegos. Eso lo hacía un grupo bastante grande de jóvenes; los de la Sociedad de Conferencias o Ateneo de la Juventud. Pedro me contaba de cuando decidieron leer, una noche, el Banquete de Platón, siete de ellos; leerlo como si representaran el Banquete, interpretando cada uno de ellos a uno de de los comensales, y luego hacer el comentario de la lectura; comenzaron en la prima noche, les amaneció y no se habían dado cuenta, el día los sorprendió. ¿Quiénes estaban presentes esa noche? Recuerdo que estaban, además de Pedro, Alfonso Reyes, Antonio Paz, el mayor del grupo, que ya era maestro de Filosofía en ese momento, Alfonso Gravioto, Acebedo, quizás uno de los Valenzuelas y Jesús Urueta, el gran orador. Uno de los mejores oradores de la época; orador de párrafos perfectos, de elegancia incomparable y un gran admirador de Grecia; vivía soñando con la Grecia antigua. Todos ellos tuvieron una etapa de “fiebre griega” y nunca perdieron luego ese nexo estrecho con la cultura griega. En Alfonso Reyes se nota a través de todos sus trabajos sobre la crítica, que basa en el estudio de los griegos. Escribieron hasta tragedias helénicas. La Ifigenia cruel de Alfonso Reyes es muy bella; El Nacimiento de Dionisios, de Pedro, es un ensayo de tragedia griega. Hacían estos ejercicios sobre todo para penetrarse bien de la estructura y el espíritu de las creaciones griegas. ¿Trabajó como traductor? Como traductor, Pedro tradujo, por ejemplo Los estudios griegos, de Walter Pater. No tradujo el griego. El no conocía griego. Tradujo, sobre todo, del inglés; pero no se consagró nunca especialmente a la traducción.

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¿Y Max? Max hizo traducciones de poesía moderna inglesa. Y de la francesa, Los trofeos de Heredia, en verso. ¿Dónde estudiaron sus hermanos? Si; mis hermanos fueron a estudiar al extranjero cuando tenían poco más de quince años. Fueron a estudiar a los Estados Unidos. Pedro y Frank, los mayores, y llegaron a conocer el inglés como su propio idioma, porque ellos eran así: se dedicaban a conocer las cosas muy profundamente. Yo recuerdo que al mayor, Francisco, la gente lo tomaba por inglés cuando hablaba ese idioma. Se asombraban de la dicción fluente y pura. Max aprendió muy bien el francés, mucho antes que el inglés, que vino a dominar más tarde. Respecto a la actividad de Pedro en el periodismo, ¿qué puede decirnos? No sé yo de ningún estudio suyo que en particular trate de esa materia. No lo conozco, digo, o no lo recuerdo. Es posible que no, que no tratara esa materia nunca especialmente. Aunque él y Max cultivaron el periodismo; fueron fundadores de periódicos y revistas desde que eran niños; sus primeras revistas las escribían a mano y la circulaban en la familia, y luego entre los amigos, tuvieron una revista que tenía un solo ejemplar, porque había que escribirla a mano. Aún así, hubo veces que tenían dos revistas, porque Max tenía una y Pedro otra, en su niñez. ¿Fundaron alguna revista? Les voy a decir los nombres de esas revistas, como lo registra Max. Dice: “Pedro y yo no nos conformábamos con ser noveles hacedores de colecciones de versos”. Una de las primeras actividades, fue hacer antologías, antologías dominicanas, donde incluían cuanta poesía veían que se publicaba; las ojeaban las cortaban, y las pegaban en un libro. No contento con tomar de los periódicos; “quisimos tener periódicos propios”, dice Max, “Yo lancé a la circulación en el hogar una hojita manuscrita semanal, con pésima letra y alguna que otra falta de ortografía”. Le puso por nombre “La Tarde”, naturalmente se editaba un solo ejemplar que circulaba por la casa de mano en mano. Alguien le hizo observar que el nombre elegido era más propio de un diario que saliera todas las tardes y este era semanal; entonces cambió el título por el de “Faro literario”; Pedro echó a circulación otra hojita también hebdomadaria que bautizó “La Patria” y en ella aparecieron reproducciones de nuestros poetas, con comentarios suyos que acaso fueron la primera manifestación de sus futuras dotes de crítico y ensayista. De modo que siempre fueron, espontáneamente, periodistas. Max no dejó nunca la actividad de fundar y dirigir periódicos durante su vida y Pedro escribió en periódicos siempre. Fundaron

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también sociedades literarias, como la que llamaron “El siglo XX”, cuando todavía no era el siglo XX. Está muy bien resumida aquí por Max; la actividad periodística que ellos desarrollaron desde los primeros años. Ya ustedes ven que hacían estos periódicos manuscritos. Después de La Patria y el Faro literario, hubo uno que se llamó El siglo XX, y como les decía yo, eso fue antes del siglo XX; es decir, que ellos tenían una edad muy tierna, porque habían nacido en los años 84 y 85 y antes del siglo XX ya habían fundado la revista con ese nombre. Después ya se reunieron con grupos de otros jóvenes que también se dedicaban a la actividad literaria, y publicaron una revista que se llamó “Nuevas Páginas”. Fundada por el mayor de nosotros, Frank, y otros jóvenes. Pedro y Max, además, escribían en la Revista Literaria, ya una revista seria, publicada por un escritor llamado Enrique Deschamps. Entonces vino el primer viaje de Pedro y Frank a los EEUU, todavía jovencitos. A Max no lo mandaron, porque estaba aún demasiado joven; se quedó en Santo Domingo, y siguió publicando una revista que se llamó “El ideal” y Pedro, desde Estados Unidos, colaboraba en ella y no dejaba de publicar constantemente. Cuando Max vino para Santiago de Cuba, fundó una revista seria; él ya era un hombre, aunque todavía de menos de 20 años. La revista fue “Cuba literaria”, que todavía se recuerda y de la que existe una colección en la Biblioteca Nacional. “Cuba literaria” publica los primeros trabajos de Pedro como crítico y ensayista, entre ellos su estudio sobre Rodó y su estudio sobre D Annunzio que después van a formar parte del libro Ensayos críticos. Cuando se traslada Max a la Habana viene a colaborar en el diario “La Discusión” y la revista semanal “El Fígaro” y Pedro se dirige a México. Allí es redactor de la revista “El Dictamen” y luego de la revista “Crítica” que fundó junto con Arturo Carricarte, (no se si ustedes recuerdan a Carricarte que fue un martiano bastante activo, en aquel momento él estaba en México) La revista “Crítica” alcanzó resonancia en el mundo intelectual, aunque de ella solo se publicaron tres o cuatro números. Eso se publicaba en Veracruz. Pero el Dictamen no fue fundado por Pedro; él era el redactor solamente. El Dictamen era algo que ya existía. En cambio, la revista “Crítica” la fundaron él y Carricarte. Se publicaron sólo tres o cuatro números, porque Pedro se trasladó a la capital mejicana. Allí conoce al grupo literario de la “Revista Moderna” de México, entre otros, al poeta Jesús Valenzuela, y también entra a formar parte del cuerpo de redacción del diario “El Imparcial”, que es uno de los grandes diarios de Méjico en aquella época; así, era ya periodista profesional. Pero todo ese movimiento periodístico se completaba con las actividades intelectuales del grupo, se reunían siem-

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pre en las que llamaban, “tertulias literarias”. En casa de Valenzuela se reunían muchos escritores y poetas de alta significación dentro del movimiento modernista, que se desarrollaba entonces; por allí desfilaban, los grandes escritores mejicanos, Luis Urbina, Balbino Dávalos, Juan José Tabalada, Jesús Urbeta, Efraín Rebolledo venía de Jalapa, Salvador Díaz Mirón. Y concurrían, junto con los hijos de Valenzuela, entre los cuales Emilio solía cultivar el verso, no pocos jóvenes de la nueva generación. Esa nueva generación va a originar el grupo del Ateneo de la Juventud de Méjico. Alfonso Gravioto, Antonio Caso, Rafael López, gran poeta, Ricardo Gómez Robelo, Abel Salazar, Eduardo Colín, Manuel de la Parra, Roberto Argüelles Bringas, Luis Castillo Ledón, Angel Párraga, Nemesio García Naranjo, Carlos González Peña –el novelista-, Jesús Acevedo, Rubén Valenti, Genaro Fernández Maogroger, Isidro Fabelas –que murió hace poco- Jesús Villaseñor y el benjamín del grupo Alfonso Reyes, que tanto en el verso como en la prosa, hacia ya gala de las excepcionales dotes que lo han consagrado como maestro del pensamiento y artífice de la expresión. Y además de eso había pintores, había músicos, Ponce estaba entre ellos, el músico mejicano; y más tarde vinieron a engrosar este grupo juvenil hombres venidos de estados interiores de Méjico, entre ellos José Vasconcelos que va a ser después el que reforme, en un momento dado, el sistema educacional de Méjico. Recuerda Max una protesta que hicieron con motivo de un hecho periodístico. Un escritor de segundo orden, llamado Manuel Caballero, decidió volver a publicar la revista “Azul”. Ustedes saben que la revista “Azul” fue el primer órgano del modernismo y fue fundada por Manuel Gutiérrez Nájera, desde luego, ya muerto en ese momento de las “tertulias literarias”. Ustedes recuerdan que toda la primera generación modernista, con la excepción de Darío, muere antes de 1896. Ahora este hombre quería volver a publicar la revista “Azul”. El grupo de jóvenes protestó y publicó un manifiesto, oponiéndose. De esta protesta nació la Sociedad de Conferencias, de la que más tarde nació el Ateneo de la Juventud, fundado por Gravioto, Caso y Pedro, los que dictaron las primeras conferencias. ¿Pedro escribió para periódicos norteamericanos sobre algunas cuestiones políticas y sociales que reflejan su pensamiento político? Creo que lo más importante en cuanto a su pensamiento político y social, está en sus “Ensayos en busca de nuestra expresión”, y en un pequeño discurso –no muy conocido- que tituló “América, patria de la justicia”, donde se ve muy claramente su orientación ideológica. Dice Rodríguez Feo que él escribía sobre cuestiones sociales. El se refiere a cuando Pedro era corresponsal de El Heraldo.

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Si, donde él firmaba Garduño; eso no está recogido; hay una inmensa parte de sus escritos que no se ha recogido en ninguna parte, que no podemos consultar. Se piensa que se puede recoger. La editorial del Fondo de Cultura Económica llegó a publicar, como ustedes saben, un volumen de “Obra Crítica” de Pedro. No se continuó, porque en eso la editorial cambió de manos y ya no creo que se ocupe de dar curso a esa publicación. No sé si la nueva Editorial Siglo XXI, que Orfila creó, se propondrá hacerlo. En todo lo que se ha recogido no hay uno solo de esos artículos; de modo que no nos es posible saber hasta qué punto es como lo dice Rodríguez Feo. Rodríguez Feo dice: “Muchas veces me habló de su labor periodística, citando sus artículos sobre teatro y música, porque eso era en realidad lo que a él le interesaba; pero más tarde descubrí otro aspecto de las crónicas sobre los problemas sociales”; pero no se reproducen ni uno solo en la selección, lo que es muy extraño; sin duda no los tuvo a mano Rodríguez Feo, cuando no ha podido recocer ni uno solo de sus artículos. Max tampoco los recogió, de modo que son artículos que existirán solamente en las colecciones de los periódicos en que vieron la luz, y que tendríamos que poder encontrar para determinar hasta qué punto son interesantes. Hay otro aspecto también político de su pensamiento, que está en todo lo que escribió a favor de la Independencia de Santo Domingo, es decir, de la desocupación de Santo Domingo por los americanos. El tomó parte en esta lucha tanto como Max; aunque no pudo acompañar a nuestro padre en su viaje a través de toda América presentando el caso de Santo Domingo, él escribió mucho sobre ese punto. Esto tampoco se ha recogido. Su obra está en manos de su familia directa, sus hijas y su viuda, que residen en México, de modo que es en México donde se debe acabar de hacer su publicación. Por motivo de las interrupciones que han tenido las publicaciones del Fondo de Cultura Económica, ignoro si se podrá llegar a sacar a la luz la obra completa de Pedro; porque el proyecto de imprimirla completa se paralizó en el primer tomo. * ¿Qué opinaba Pedro de Jorge Luis Borges? Yo creo que ustedes se habrán leído, en el prólogo de Rodríguez Feo, la opinión severa, aunque amistosa, de Pedro sobre Borges, reconociéndole el enorme talento de Borges y su cultura refinada, pero también sus limitaciones sobre todo de gusto. En su opinión, Borges no se ocupaba en muchos aspectos de la cultura española e hispanoamericana. Recuerdo que él dice que Borges no se interesaba en lo español y ni aún en lo francés; en nada latino; se interesaba solamente en las culturas germánicas, inglesa y alemana, y escandinava y así lo juzgaba sumamente limitado. También se interesaba Borges

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mucho en cosas de las viejas culturas asiáticas, por ejemplo, de la India, de la China, pero en nada de lo moderno. Por eso lo consideraba muy limitado. Desde luego, Borges es mucho más joven que Pedro; pero fueron muy buenos amigos. ¿Qué estudios realizó Pedro? ¿Qué quiere decir, estudios académicos? Pedro era Doctor en Letras por la Universidad de Minnessota, y era Doctor en Leyes por la Universidad de Méjico. ¿Qué hechos realizaron los Henríquez Ureña en Santiago de Cuba? Max solamente; Pedro no vivió en Santigo. Ellos eran de manera que dondequiera fundaban un periódico, fundaban una sociedad, organizaban cursos, publicaban. Max fue uno de los fundadores de la Normal de Oriente. Publicó varias revistas desde “Cuba literaria” hasta “Archipiélago”, revista de la Institución Hispano-Cubana de Cultura, que él la dirigió allá. Fundó la Academia “Domingo del Monte”, de estudio de Derecho, y yo no creo que hubo una sola manifestación cultural de Santiago en que él no tomara parte, porque su actividad era incesante, y desde luego tuvo mucha influencia; allí se acuerdan todavía los que vivieron en la época aquella, de la actividad que llegó a tener Santiago, ciudad que tiende a abandonarse intelectualmente; no es suficientemente activa, siempre se necesita un animador, y ese fue el papel de Max. Como que él era músico también, pianista más que aficionado, pues en realidad él estudió para profesional y tenía un conocimiento extenso y profundo de la música, también provocó un movimiento de vida musical en Santiago, como no lo ha habido después. Porque en cuanto desaparece el animador, Santiago tiende a abandonarse. Lo mismo, desde luego, ha pasado con otros animadores que ha habido en diversos momentos, en cuanto desaparece la persona que lleva el impulso adelante, todo decae. ¿Y no había otro miembro de la familia en Santiago en aquél momento? Una Henríquez Ureña que estaba trabajando a la sombra de Max. ¿Conoció usted a Federico García Lorca en Santiago? Si. Su poema, el son “Iré a Santiago” provocó una discusión muy grande sobre si el poeta había estado o si no había estado; pero a mi me consta que estuvo, porque allí fue donde yo lo conocí. Y nunca lo volví a ver, de modo que no me puedo haber confundido. Cuando se suscitó esa discusión, que yo le escribí una carta a Marinello explicándole que yo había conocido a Lorca en Santiago y hablándole de la

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conferencia que allá había dado. Un escritor oriental que se llamaba Sario (murió poco después aquí), acabado de llegar a la Habana, escribió un sueltecito que publicó en el periódico recordando haber abrazado a García Lorca en Bayazo, cuando pasó por allí. En Santiago hay todavía algunas personas que se acuerdan de haberlo conocido. Pero era un momento tan difícil, las cosas eran tan irregulares, que esa visita no se consignó debidamente. Viene a aparecer el dato en un número de “Archipiélago” posterior a la caída de Machado, según explica el propio Marinillo; se refiere esto a los números de “Archipiélago” que aparecieron después de 1936. Pero en la época, en que se efectuó la visita no apareció ninguna referencia, porque se interrumpió la publicación de la revista. Precisamente yo hice un prólogo para la colección de Archipiélago que la Biblioteca Nacional está publicando, que abarca los años 1928-1929, pero como entonces se interrumpe la publicación, el dato sobre la conferencia de García Lorca no apareció hasta años después, cuando se reanudó la revista. La culpa de la confusión sobre si García Lorca estuvo o no en Santiago la tuvo el propio García Lorca. Le gustaba ser muy libre; se le escapaba a Antonio Quevedo, el musicólogo, que lo tenía aquí de huésped. Un día se le fue, pero como tenía costumbre de escaparse y desaparecer y Quevedo no sabía dónde se metía, no se le ocurrió que se hubiera ido a Santiago. Quevedo por eso ha asegurado que Lorca no fue a Santiago, porque el viaje, cuando estuvo proyectado, se suspendió; y cuando el poeta fue no le dio la noticia a Quevedo. Marinello ha publicado las cartas que se cruzaron entre él –que estaba a cargo de la Institución Hispano-Cubana aquí en La Habana en ese momento, por enfermedad o viaje de Fernando Ortiz- y Max, allá en Santiago, sobre que el viaje de Lorca, y las variaciones y los arreglos en torno a él. Marinello dice cuándo fue al fin Lorca a Santiago. El discurso América Patria de la Justicia, de Pedro Henríquez Ureña.... A mi me parece interesante porque señala la orientación del pensamiento de Pedro respecto a la vida política y social de América: *El depositario de los archivos de Pedro Henríquez Ureña es el Lic. Emilio Rodríguez Demorizi, quien luego de haber realizado importantes publicaciones por su cuenta y dirección, los ha facilitado al Dr. Jacobo de Lara, quien, junto a la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, ha emprendido la meritoria labor de su publicación. (Nota de E.T)

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CAMILA HENRÍQUEZ PROFESORA EMÉRITA ENTREVISTÓ DAISY MARTÍN*

NUESTRO país tiene una larga historia de luchas, tanto bélicas como obreras y políticas, y en ellas ha estado siempre presente la mujer cubana llena de valor y entusiasmo, empuñando en muchos casos las armas y en otros la pluma, pero siempre dispuesta a defender nuestra soberanía. Una de esas mujeres, que en un momento determinado utilizó su pluma y su intelecto y unió su voz a la de los trabajadores y estudiantes, fue Camila Henríquez Ureña. La Camila maestra que tantos y tantos estudiantes recuerdan con cariño impartiendo sus clases de Literatura con esa voz suya, de inflexiones perfectas que hace tan personal cada intervención. Como “pozo de saber” ha calificado a Camila una antigua alumna y nosotros añadimos, pozo de saber y de enseñar, pues esa ha sido su vida: un continuo educar. “...siempre tuve inquietudes vocacionales, yo creo que nací maestra porque apenas tenía diez años cuando ya daba clases a los niños más pequeños que yo. Enseñar ha sido en mí una vocación absolutamente espontánea. Eso ha sido mi vida siempre...” La infancia de Camila transcurrió en nuestra heroica Santiago de Cuba donde llegó muy pequeña en 1904. *

En: Revista Mujeres. Año II, No. 2. Febrero 1971. Págs: 4 - 5

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“... nací en Santo Domingo, todos mis hermanos nacieron allá. Vine a Cuba muy pequeñita, me siento completamente cubana. Tengo pasión por este país, una pasión extraordinaria, pues no concibo mi vida fuera de él. Por motivos de trabajo he pasado largos años en el extranjero, pero siempre añorando a Cuba.” Estudió las primeras letras en la capital oriental. En 1917 ya es Doctora en Filosofía y Letras. Poco después alcanza el título de pedagoga. Más tarde, siempre ampliando su horizonte cultural va a Estados Unidos donde toma cursos de literatura comparada de lenguas romances. Durante tres años se sumerge en Dante (por el que siente devoción) y estudia la Divina Comedia. A su regreso trae en la cartera un nuevo título. Ya en 1924 Camila es profesora de la Academia Herbart de Santiago de Cuba, también ejerce en la Escuela Normal de Maestros y en el Instituto de Matanzas. Pocos años después, en la década del 30, nuestro país atraviesa una seria crisis política. Camila, además de profesora, participa en las diversas actividades culturales que se desarrollan en el Lyceum. Por el mes de agosto de 1935 se anuncia la llegada la Habana de una comisión integrada por intelectuales, estudiantes y obreros de distintos sectores, de tendencias progresistas, que se interesan por conocer de cerca la situación de nuestro país en aquellos momentos, por tal motivo se organiza un comité de recepción, en el que participa Camila. “... de aquellos años recuerdo el Tercer Congreso, donde dije algunas palabras. Pero lo que más vivamente me ha quedado en la mente de aquello fue que por la segunda mitad del año 1935 llegó una Comisión de norteamericanos, entre los que estaban algunos profesores universitarios. Yo había sido profesora en una universidad de aquel país, y conocía a algunos de ellos. Cuando esto se dijo en el Lyceum me ofrecí para recibirlos. Al llegar nos dejaron pasar hasta cierto lugar del muelle, allí nos detuvieron sin ninguna explicación. Estuvimos un buen número de días en la prisión de Guanabacoa, hasta que el Tribunal nos llamó... y aquello fue bastante curioso, pues lo único que hicieron fue preguntarnos por qué habíamos ido al muelle. Yo dije exactamente lo que usted acaba de oír. El Juez nos escuchó y después de un pequeño discurso, donde daba a entender que era una injusticia, nos dejó en libertad. Eso, y el hecho de que gran número de personas se presentó en la cárcel interesándose por nosotros, nos alentó, y lo recordamos con cariño...” Hay un gesto de Camila que la retrata de cuerpo entero y nos muestra exactamente todo el caudal de modestia que encierra.

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En ocasión de celebrarse el Tercer Congreso Nacional de Mujeres de que nos habla (que estaba orientado por el Partido Comunista y fue convocado por diversas organizaciones femeninas de la época, algunas ya progresistas) surgió la idea de enviarle algo más de 500 cartas a otras tantas mujeres, invitándolas a unirse, a organizarse. Esas cartas debían ir avaladas por una firma femenina de reconocido prestigio. Camila ya era una intelectual de renombre y cuando le pidieron colaboración su respuesta fue muy elocuente: estampar su firma en aquellas cartas donde se llamaba a la mujer cubana a integrarse al movimiento social que ya se gestaba en nuestro país. Así surgió la Unión Nacional de Mujeres, primera organización femenina cubana, orientada por el Partido Comunista. Años después Camila regresa a Estados Unidos, donde permanece varios años como profesora. En ese lapso es durante un año Editor Consejero del Fondo de Cultura Económica de México. “... estuve 17 años enseñando en Estados Unidos, pero no hubo un solo año, uno solo, en que no viniera a Cuba por lo menos dos veces. Cada vez que tenía una ocasión venía. Si no hacía esto no habría podido continuar allí, nunca me adapté a otros aspectos de la vida norteamericana.” Al referirse al movimiento cultural de nuestro país dice: “...la cultura ha dejado de ser un privilegio de algunos para hacerse algo general. Hemos progresado en variedad. Nuestros estudios antes estaban inclinados a ciertas ramas, de las cuales no se podía salir. Hoy, las ramas de aplicación de los conocimientos se han multiplicado, de modo que es mucho más amplio el panorama. Tenemos valores muy altos en todas las ramas de las letras y las artes, y se está haciendo una cantidad de labor que no existía. Creo que tenemos un gran progreso en extensión de las materias y de las ramas que se cultivan, y extensión en el número de personas a que alcanza. En realidad hemos ganado en calidad.” Allí, con Camila, en la quietud de su apartamiento, rodeada de sus libros, frente a ese mar “del que no puede prescindir”. Serena, asequible a pesar de la majestad de su porte, que a la primera vista impone un poquito porque puede parecernos severa, escuchamos su voz, esa voz que tanta cultura ha derramado a lo largo de su quehacer educativo. “... Eso ha sido mi vida...educar. Y debo decir que nunca, y mira que yo habré dado clases en mi vida, he entrado a dar una clase, o he salido de ella sin sentirme feliz, para mí, esa es la felicidad.”

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PALABRAS DE CAMILA NYDIA SARABIA *

Camila, sencilla, modesta, amable siempre, encierra esa continuidad en su familia de creadores literarios. Pedro y Max Henríquez Ureña han aportado a la cultura hispanoamericana el acerbo de sus conocimientos y estudios, enriqueciéndola. Camila forma parte de esa trilogía en el papel didáctico que ha impartido a su carrera profesoral por espacio de más de medio siglo. Dentro de pocas semanas, Camila recibirá el título de primera “Profesora Emérita” de la Universidad de La Habana. Ella ha aportado a varias generaciones de cubanos lo mejor de sí misma como profesora y educadora. Camila enseña educando, que es la expresión más alta que pueda lograr un profesional de su calidad. Y Camila será siempre insustituible, como los grandes maestros, pero habrá dejado en el alma de sus alumnos, la semilla de su sensibilidad. He aquí sus palabras, palabras de Camila a las preguntas clásicas. - ¿Desde cuándo se dedica a la carrera profesoral - Desde la infancia tuve siempre inclinación a enseñar. Mis primeros recuerdos en ese campo se remontan a los diez años de mi edad: desde entonces empecé a reunir en torno mío a otros niños más pequeños, a quienes

* Nydia Sarabia, En: Revista Bohemia, La Habana 1970

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Camila Henríquez Ureña

trataba de enseñar lo que yo creía saber. Por supuesto, todo ello debió tener un sentido de juego y por eso sin duda yo lograba que los pequeños cooperaran conmigo; pero lo tomábamos con la infinita seriedad con que los niños toman sus juegos. Mas tarde, en la juventud, empecé a enseñar apenas graduada y llevo hoy más de cincuenta años en el ejercicio de una profesión en la que nunca me he sentido defraudada. - ¿En qué casa de estudios se sintió mejor? - Tengo imborrables recuerdos de varias casas de estudio; pero para mí la casa de estudios por antonomasia fue siempre la Universidad de La Habana, mi Alma Mater. Y lo es sobre todo ahora, desde que me he integrado a ella como profesora, ya en la etapa revolucionaria: van a cumplirse nueve años. - ¿Por cual personaje histórico siente mayor admiración? - Por José Martí. Y sería del todo superfluo explicar las razones de mi preferencia. Lo que sí quiero señalar es que esa preferencia tuvo su germen en la veneración con que siempre se habló de Martí en mi familia, ya que uno de los hermanos en ideal de Martí fue mi tío Federico Henríquez y Carvajal, a quien el Apóstol dirigió su hermosa carta testamento político, escrita horas antes de salir de Montecristi rumbo a Cuba, el 1º de abril de 1895.´ - ¿Qué nos cuenta sobre su detención en la Cárcel de Mujeres de Guanabacoa, durante la lucha antimperialista, después de la caída de Machado y la subida del dictador Batista en 1935? - Es uno de esos actos incomprensibles por lo injustificado y arbitrario, además de inútil. Jamás he podido explicarme qué extravío del razonamiento pudo conducir a las autoridades gubernamentales de aquel momento a decidir la expulsión de un grupo de intelectuales norteamericanos que venían a visitar Cuba, y la detención del grupo de cubanos que acudimos al muelle con la intención no encubierta de recibirlos. Nunca se nos dio explicación de por qué se nos mantenía detenidos, ni de por qué se nos puso en libertad sólo después de varios días. Aunque en ambos grupos hubiera personas de ideas progresistas, aquella visita no tenía carácter que pudiera tener trascendencia política y hay que pensar que los gobernantes se espantan de su propia sombra. - ¿Qué personaje o personajes de la literatura universal trató personalmente? - Muchas son, entre las personalidades destacadas a quienes he tratado, cubanas y extranjeras, las que me merecen admiración y en más de un caso,

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obras y apuntes

cariño. No sería posible ponerme a escoger. Solo quiero dedicar aquí un recuerdo emocionado a la amistad que me unió a Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí, a quienes conocí durante los años que pasaron en Cuba a partir de 1936; amistad que tuve la dicha de mantener hasta la muerte del gran poeta y de su esposa, unos veinte años más tarde. - ¿Cree necesaria la crítica literaria como una búsqueda hacia una mejor literatura en Cuba? - Creo que una crítica perspicaz y bien orientada es uno de los guías más eficaces del desarrollo de una literatura. - ¿Cómo observa el actual desarrollo de la literatura en América Latina? - Mas de una vez, desde el momento inicial del Modernismo, se ha anunciado la llegada de la literatura hispanoamericana a “la mayoría de edad”. Creo qu en el momento actual se justifica plenamente el considerar que ha alcanzado su período de madurez. Así lo demuestra la calidad de sus producciones y su propagación y aceptación en los ambientes literarios más exigentes del resto del mundo. - ¿Ha logrado la mujer cubana el pleno reconocimiento de sus derechos civiles? - En la etapa prerrevolucionaria, la mujer cubana logró innegables triunfos y distinciones, pero solo con grandes esfuerzos y en casos aislados. Creo que tras el triunfo de la Revolución, debido a las importantes transformaciones que se han producido en nuestra sociedad, se puede considerar que la mujer cubana está recibiendo el pleno reconocimiento de sus derechos civiles y ve abrirse ante ella innumerables nuevos caminos para sus aptitudes y su capacidad de esfuerzo, como miembro de una sociedad que no admite discriminaciones. - ¿Siente necesidad de retirarse de su carrera o aún tiene deseos de proseguir su tarea profesoral? - Inevitablemente me acerco al término de mi carrera. Quizás alcance a jubilarme. O quizás me quepa la misma suerte que a mis mayores: mi padre y mis hermanos Pedro y Max murieron en edad avanzada, súbitamente, mientras desempeñaban sus acostumbradas actividades profesionales.

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CAMILA, LA PROFESORA EMÉRITA LÍDICE VALENZUELA*

El próximo lunes, Camila Henríquez Ureña recibirá el título de Profesora Emérita de la Universidad de La Habana. Este galardón es el segundo que se confiere a una mujer en el alto centro docente y el primero después del triunfo de la Revolución. A los 75 años de edad, la doctora Henríquez Ureña ejerce su cátedra de Lengua y Literatura Hispánicas. La figura de Camila preside un modesto despacho en la Escuela de Letras y Arte. Sentada frente a su buró de trabajo, la mujer que ha brindado su sabiduría a más de dos generaciones de cubanos, rememora los momentos en que se inició como profesora. No es posible encerrar ese día en fechas...Aunque los recuerdos aseguran que la niña profesora era tan pequeña como sus alumnos amigos de juego. Muchos almanaques han desaparecido desde entonces. La vocación, surgida al calor de un hogar donde casi todos sus integrantes eran maestros, se mantiene viva en esta mujer que dedica varias horas al día al estudio y a la preparación de una clase que quizás ha ofrecido ya. - ¿Por qué, Camila? * Lídice Valenzuela. En: Diario Granma, La Habana, diciembre, 1970

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Camila Henríquez Ureña

La sonrisa, las manos entrelazadas, las palabras: -El maestro tiene que ser siempre un estudiante, si no, ¿cómo seria capaz de crear nuevas formas, de buscar métodos para entusiasmar a su alumnado con una materia? Para mi...-diga usted, Camila- un maestro debe reunir tres atributos: conocimientos, inteligencia y, sobre todo, sensibilidad. Un profesor no puede ser rutinario; tiene que comunicarse con sus alumnos como si fueran amigos desde siempre; comprender e interesarse por sus problemas. El segundo creador En sus cincuenta años como profesora. Camila no recuerda haber hecho nunca distinción entre sus alumnos, aunque: “claro que algunos mostraban más capacidad que otros”. Ella, cuando trasmitía sus conocimientos, solo pensaba en formar, porque “el que educa, más que informar debe forjar” Camila sustenta la idea de que el profesor es el segundo creador del hombre. El primero, los padres. Después, “el querer saber y ser, significa que es necesario impulsarlos a realizarse como seres humanos...” Investigadora La doctora Henríquez Ureña asegura no haber emprendido otros trabajos que no fueran para acumular riquezas de conocimientos para sus clases. En México Camila fue editora del Fondo de Cultura Económica. Organizó y dirigió los trabajos de edición de la Biblioteca Americana, que comenzó a editarse bajo la inspiración de su hermano Pedro. - La Biblioteca publicó obras tanto antiguas como modernas, que se editaron en varias series. Era necesario desentrañar obras, mantenerse en contacto con los autores de la época, y eso, por supuesto, constituía una interesante y valiosa experiencia que después vinculaba a mis clases. No ha conocido Camila a un autor que como José Martí “pueda reflejar su personalidad a través de una obra que no tiene igual entre los autores hispanoamericanos”. De los escritores contemporáneos, Camila se interesa especialmente por dos: Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez, Sobre este último señala: “Tiene una tremenda imaginación con una forma de creación muy nueva y muy propia. En mi criterio, él ha abierto una nueva posibilidad a la novela latinoamericana”. Una pregunta: ¿si usted fuera a escribir un libro ahora mismo, qué tema escogería?

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obras y apuntes

- Le aseguro que si tuviera el tema, lo haría, pero no soy muy dada a escribir obras largas, con la excepción de lo que escribí sobre las ideas pedagógicas de Eugenio María de Hostos. Mis materiales están dispersos, porque nunca he escrito con el ánimo de publicar, sino como trabajos didácticos; sólo algunos folletos se han editado. Recuerdos de una maestra Muchas anécdotas guarda la doctora Henríquez Ureña de su vida. Habla con veneración de dos de sus profesores: Aguayo y Dihigo, “porque aunaban a su sabiduría un gran amor por sus alumnos”. Camila tuvo siempre un anhelo: ser profesora de la Universidad de La Habana, donde estudió Filosofía y Letras y Pedagogía. Desde hace nueve años, ese deseo es una realidad. Camila recalca: “Aprendo un poquito todos los días mientras converso con mis alumnos, quienes siempre ven algo nuevo en una obra”. También se mantienen frescos en la memoria los recuerdos de sus primeras clases, impartidas en Minnesota, donde los oyentes eran tan jóvenes como ella misma. Pero... -No crea que todo fue hermoso para un maestro. En los años 30, yo era profesora en la Escuela Normal de Oriente. La situación que pasaban los maestros es incalificable. La escuela se cerraba, por orden del gobierno, cuando menos lo esperábamos...En una forma cruel se dejaba a los estudiantes con las carreras truncadas...Eso significaba, además, que el maestro quedaba sin empleo. Recuerdo el caso de una maestra matancera que murió de hambre...Esas cosas parecen muy lejanas, pero causaron mucho daño. - ¿Cómo se siente una mujer que ha sido designada Profesora Emérita? Camila sonríe. Solo eso: una sonrisa.

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Índice A Aguirre, Mirta : 6, 7, 11, 20, 23, 38, 56, 71, 94, 155, 157, 192, 194, 203, 207 Agustini, Delmira : 10, 210, 269, 271 Antuña, Vicentina : 7, 38, 46, 56, 62, 199, 274

B Batista: 10, 12, 33, 140, 160, 202 Bjórnson, Ejórnstjerne: 13

C Carpentier, Alejo: 5, 144, 225

CH Guillaume, Charo : 11

D Darío, Rubén: 47 Dante: 21, 26, 37, 39, 116, 121, 136, 184, 205, 240, 245 216, 262, 279 Dolz, María Luisa: 224 Durán, Diony: 19, 31, 86, 107

G Gómez de Avellaneda, Gertrudis: 15, 214 Guillén, Nicolás: 47, 69, 147

H Henríquez Carvajal, Francisco: 27 Henríquez Ureña, Camila: 2, 4, 6, 7, 12, 16, 18, 20, 23, 24, 25, 26, 28, 31, 38, 45,49, 50, 51, 62, 63, 65, 66, 69, 71, 72,76, 85, 86, 91, 92, 98, 99, 103, 107, 113, 116, 117, 121, 125, 137, 145, 152, 153, 175, 182, 188, 189, 191, 192, 195, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 213, 214, 215, 216, 218, 223, 224, 225, 229, 230, 232, 233, 236, 237, 240, 241, 245, 248, 249, 250, 251, 254, 255, 257, 263, 265, 266, 267 Henríquez Ureña, Max: 9, 139, 213, 230, 267

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Camila Henríquez Ureña Henríquez Ureña, Pedro : 9, 27, 40, 46, 47, 77, 97, 121, 123, 134, 206, 230, 235, 236, 241, 261, 263, 265, 276 Heredia, José María : 6, 272 Homero: 5, 26, 115, 120, 121, 205, 262

I Ibsen: 26, 89, 161, 205

J Joyce: 4, 24, 204 Jiménez, Juan Ramón : 11, 33, 45, 76, 103, 109, 127, 141, 270, 271

K Kafka: 4

L Lope de Vega: 37, 182, 269 Lezama, Eloísa : 21

M Maggi, Beatriz: 20, 49, 56, 76, 78, 108 Martí, José : 5, 28, 32, 38, 47, 63, 82, 105, 140, 144, 156, 202, 207, 270, 279 Marinello, Juan : 208 Mateo, Andrés L. : 105 Mella, Julio Antonio : 27 Monte, Domingo del: 10, 133 Miyar: 7, 193

N Navarro, Tomás : 159, 216 Nuria Nuiry: 8, 75

O Odets, Clifford : 11, 202 Ortiz, Fernando: 24, 45, 72, 94, 103, 134, 202, 203, 208

P Proust: 4

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R Reyes, Alfonso: 46, 127, 128, 131, 236 Rodríguez, María Luisa : 9, 50, 76, 78, 97, 98, 109 Rodríguez Coronel, Rogelio: 19, 85

S Sainte Beuve: 40 Salomé Ureña: 4, 27, 36, 46, 65, 82, 92, 104, 124, 206, 208, 215, 261 Salvador Arias García: 6 Shakespeare: 26, 37, 38, 51, 125, 205, 208, 209, 262, 279

V Vico, Juan Bautista : 6

Y Yañez, Mirta: 18, 99, 101

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ÍNDICE

GENERAL

I. Testimonios contemporáneos y discípulos ..... 1 La Doctora Camila, mi profesora de Literatura Salvador Arias ................................................................................. 3 Camila Henríquez Ureña: In Memoriam Vicentina Antuña ............................................................................. 7 Para Camila Henríquez Ureña Mirta Aguirre .................................................................................23 Camila: Magisterio y Humanismo Diony Durán..................................................................................31 Camila Roberto Fernández Retamar ...........................................................45 Testimonio Beatriz Maggi .................................................................................49 Camila, siempre en verano Graziella Pogolotti ..........................................................................53 Camila Elina Miranda Cancela ....................................................................59 Nancy Morejón ..............................................................................65 Nota a la tercera edición de Invitación a la lectura, de Camila Henríquez Ureña. Luis Rogelio Nogueras. ..................................................................71 Por el nombre de Camila Que enseñaba a aprender Nuria Nuiry Sánchez ......................................................................75 Una Dama de la Cultura Rogelio Rodríguez Coronel ............................................................85 Una maestra especial .............................................................. 89 Recordatorio a Camila ................................................................91 Para contar una historia de Navidad A Camila Henríquez Ureña in memoriam Mirta Yañez ....................................................................................99

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Instantáneas de Camila Henríquez Ureña Cintio Vitier ................................................................................. 103 Camila, Maestra M. Salado, M. Rodríguez .............................................................. 107

II. Entrevistas ................................................. 111 Interés y entusiasmo en América .......................................... 113 Camila, Maestra M. Salado M. Rodríguez ............................................................. 115 Charla con Camila Henríquez Ureña .................................... 119 La crítica es necesaria para promover la cultura. Por Enrique González Manet Fotos de Bragado .............. 119 Preguntas a Camila Henríquez Ureña (grabación) ............... 123 Camila Henríquez Profesora Emérita Entrevistó Daisy Martín ............................................................... 135 Palabras de Camila Nydia Sarabia ............................................................................... 139 Camila, la profesora emérita Lídice Valenzuela .......................................................................... 143 ¿Qué espera usted del Congreso Cultural? Domingo Carballo ....................................................................... 147 Camila Henríquez Ureña Mercedes Santos Moray ............................................................... 149 Formación integral del hombre ............................................ 169

III. Poemas y artículos dedicados a Camila .... 173 Rimas Galantes ..................................................................... 175 A Camila Henríquez Ureña .................................................. 179 Ovillejo para despedir a Camila Henríquez Ureña, que deja el Fondo de Cultura Económica por volver al Vassar College. ... 180 A la mirada de Camila .......................................................... 181 Una coplillas .............................................................................. 182

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Para Lope de Vega y Camila Henríquez Ureña En el Centenario de 1962 ..................................................... 182 Conferencia de Camila Henríquez Ureña Literatura y Revolución Por Miriam Rodríguez Bethencourt * ........................................... 187 Dos Maestros ....................................................................... 191 Camila Henríquez Ureña: Profesora Emérita de la Universidad de La Habana .......................................... 193 Designada Camila Henríquez Ureña “Profesora Emérita” de la Universidad de La Habana .......................................... 195 Camila Henríquez ureña, la maestra de siempre Por Jesús Soto .............................................................................. 197 Invitación a la lectura ............................................................... 201 Camila Henríquez Ureña, maestra de la cultura latinoamericana y caribeña Mercedes Santos Moray ............................................................... 213 Del Libro Camila y CAMILA Mirta Yáñez ................................................................................. 217

IV. Reseñas de conferencias ofrecidas por Camila Henríquez Ureña ................................ 219 Mayo 9, teatro Vista Alegre, Santiago de Cuba: ................................................................ 221 Conferencia de la Doctora Camila Henríquez Ureña: La Divina Comedia. .................................................................. 221 Camila Henríquez Ureña Berta Arocena .............................................................................. 223 Dr. Henriquez Says Hispanic America Has Long Sought Cultural Unity With US By Jean Douglas ´44 ..................................................................... 227 South American Women in Every Vanguard Says Charming Scholar From Santo Domingo By Viki Petrow ............................................................................. 229

U.S Officials Pan Public Projects to Aid Western Germany´s Jobless Vassar Professor Named to U.N. Post. .................................... 231 Clausuran hoy Cursillo de Literatura Se desarrolla en el Lyceum de la Ciudad de Camagüey A. de Piña Varona ....................................................................... 233 Ciencia y Conciencia Camila Henríquez Ureña Por Lázaro Marín ......................................................................... 235 Vida cultural y artística Por Rafael Marquina ..................................................................... 239 Notas, noticias, motivos y pretextos Por Rafael Marquina ..................................................................... 243 Ciclo de charlas en el Lyceum sobre la mujer en la colonia Por Adela Jaume .......................................................................... 245 Las mujeres de la colonia Por Rafael Marquina ..................................................................... 247 Expuesto anoche ante la Hispanocubana el proceso histórico de liberación femenina. ........................... 249 Mujeres de la colonia Por Rafael Marquina ..................................................................... 253 Dará curso de O. Literatura el (sic) Dr. Henríquez Será en la Universidad Central de Las Villas ........................ 255 Dr. Henríquez Plans Publishing Venture .............................. 257 Noted Dominican Scholar Lectures at CC Thursday .................................................................... 259 Camila Salomé Henríquez Ureña (9 de abril de 1894 – 12 de septiembre de 1973) Bibliografía comentada ........................................................ 261

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