Casares Quiroga Un Presidente Ignorado

"Casares Quiroga, un presidente ignorado"1 ÁNGELES HIJANO PÉREZ Profesora titular de Historia Contemporánea Universidad

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"Casares Quiroga, un presidente ignorado"1 ÁNGELES HIJANO PÉREZ Profesora titular de Historia Contemporánea Universidad Autónoma de Madrid.

«La experiencia de la guerra es nenarrable y solo puede ser entendida si el que escucha su relación la ha vivido». María Casares (Residente privilegiada)

Esta comunicación, fruto de la casualidad, pretende reivindicar la figura de uno de los protagonistas de la Guerra Civil española de 1936 a 1939 y, sobre todo, cuestionar las razones por las que ha quedado ignorado en la historiografía española sobre el período. Se intenta, con ella, recuperar la memoria histórica sobre uno de los presidentes del gobierno español en las épocas más cercanas al estallido del «alzamiento» y de la Guerra Civil. Los estudios sobre la Guerra Civil padecen aún de los olvidos propios de una materia de la que quedan algunos implicados y cuyas familias siguen divididas en dos bandos, bien para pedir explicaciones sobre el acontecimiento o para seguir exigiendo el olvido del mismo. Aunque han transcurrido sesenta y ocho años desde su inicio, continúa siendo un campo que no se acomete con tranquilidad. Una de las razones para que esto ocurra puede ser la que planteaba uno de los historiadores más preocupados por el devenir de la historia Contemporánea. Pierre Nora señalaba que la historia contemporánea es una historia sin historiadores, debido a que la función del historiador le había sido arrebatada por los periodistas y los antropólogos. Cómo podríamos investigar en esa historia, si nos hemos convertido en unos cronistas de la actualidad2. El caso se complica aún más, si lo que se quiere investigar es una materia tan relacionada con la sensibilidad de un grupo amplio de personas que, de un modo u otro, se vieron reflejados en la crueldad de los acontecimientos. 1

Este texto tiene su origen en una biografía de Santiago Casares Quiroga, encargada por la Real Academia de la Historia para el futuro Diccionario biográfico español.

El asunto es muy peligroso porque siempre se tiene la posibilidad de hacer daño. Esa cuestión ha conducido a una espontánea censura, por la cual, es más conveniente provocar la amnesia, hacer que los protagonistas desaparezcan y seguir reivindicando aperturas de archivos para sanear los recuerdos. Seguramente, en relación con la Guerra Civil de 1936, nos está ocurriendo lo que preconizaban los investigadores de la Sorbona cuando desaconsejaban a los especialistas en historia contemporánea, investigar más allá de 1914. Es un problema trufado con demasiadas complicaciones para que pueda resolverse de manera adecuada. Algunos de los protagonistas de la Guerra Civil han sido objeto de lo que se ha llamado "una mala suerte historiográfica", en la medida que apenas se ha escrito nada sobre ellos. Este podría ser el caso de Niceto Alcalá Zamora, del que siempre se dijo que había sido olvidado por la historia, pero el caso de Casares Quiroga es todavía más exagerado3. Cuando me planteo buscar las razones por las que Casares Quiroga ha desaparecido de la historia de España, se me ocurren algunas, muy deshilvanadas, pero que, tomadas en conjunto, podrían dar una justificación sólida. En principio, se puede valorar su alejamiento del mundo nada más producirse el inicio de la guerra. Ese exilio, en principio voluntario, puede ser una de las razones por las que dejó de estar presente en el escenario del conflicto y, por tanto, inhibirse de su desarrollo. No dejó nada escrito sobre su persona, ni sobre su vida, ni sobre el entorno vivido, por lo que no sabemos nada de lo que podía pensar sobre el asunto. La ausencia de memorias personales hace que los historiadores, por el hecho de carecer de información, nos olvidemos de la existencia de un individuo que no enriquecería para nada nuestro trabajo. En su caso, los únicos textos que dejó escritos son algunos papeles en forma de carta y la autobiografía de su hija que puede ser considerada como la autora del libro de memorias que su padre no escribió. El hecho de que fuera un enfermo crónico, desde su nacimiento, puede hacer que se tenga una actitud ante la vida de indolencia o de despego, lo cual podría haber sido otra de las razones. No se puede olvidar que el propio Azaña, durante el asunto de Casas Viejas, tuvo que defender a su gobierno ante las Cortes en repetidas ocasiones y la razón alegada fue que el entonces ministro de Gobernación, Casares Quiroga, estaba enfermo y no podía defenderse

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NORA, Pierre, "Presente", en LE GOFF, Jacques (dir), La nueva historia, Bilbao, Mensajero, 1988, pp. 531537. 3 Es curioso que los dos personajes del gobierno de la república que peor se llevaban entre sí, hayan coincidido en el olvido de la historia. Se podrá argumentar que Casares no escribió ningún libro de memorias, pero Alcalá Zamora si las escribió y, no por ello, tuvo mayores presencias en los escritos sobre el tema. Vid., ALCALÁ ZAMORA, Niceto, Memorias, Barcelona, Planeta, 1978.

él mismo4. El estado de enfermedad permanente pudo ser otra razón para olvidarse de su existencia. Su alejamiento de los individuos que formaron parte del gobierno del exilio, puede ser otra razón por la que no aparece en ningún acto relevante, en ningún acontecimiento llamativo, en definitiva, en nada5. Si sumamos a todo esto, una actitud, en cierto modo perezosa, nos encontramos ante el retrato de alguien que no está entre los papeles de la historia, pero probablemente porque nunca tuvo la intención personal de ocupar un papel en ella6. Pese a este cúmulo de razones, todavía su nombre aparece entre los libros de algunos historiadores como un ser incapaz, un inepto o como el causante de diversos problemas políticos para la izquierda y, por último, como el desencadenante para el estallido de la Guerra. Afirmación esta última, descabellada, sin duda, pero que suele dar mucho juego cuando el afectado no se defiende, no tiene ninguna gana de defenderse y, además, parece que a nadie le importe el papel que se le ha adjudicado. Cuando ya han pasado tantos años de la Guerra Civil española, seguimos sin saber, de forma concreta, la respuesta a la pregunta más importante. ¿Quién fue el responsable? Parece que la respuesta necesitará de un tiempo, porque, entre otras cosas, todavía no se ha cumplido el calendario que algunos investigadores prestigiosos lanzaron en su día para conocer la explicación de algunos acontecimientos históricos que podrían producir tantos sinsabores como éste7. Probablemente no existe ningún dato objetivo que permita desmontar todas las interpretaciones elaboradas sobre su actuación, pero de todos modos no está de más retomar

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Vid., MALEFAKIS, Edward, Reforma agraria y revolución campesina en la España

del siglo XX, Barcelona, 1971, p. 303. El autor, en su explicación de la revuelta anarcosindicalista de Casas Viejas, se plantea que esa fue una de las causas primordiales de la derrota de las elecciones de abril de 1933, de la caída del gobierno de Azaña y de la descomposición de la coligación de partidos liderados por él. 5

Su hija María Casares en los escasos comentarios sobre esta cuestión que hace en su libro de memorias, indica que la casa donde pasó su padre cuatro años de doble exilio (entre París y Londres), era un palacete campestre alquilado en Sarry (Dormers) por Juan Negrín, también ex-presidente del gobierno de la República. Vid. CASARES, María, Residente privilegiada, Barcelona, Argos Vergara, 1981, p. 254. 6 De nuevo, su hija hacía una frase para explicar el aislamiento de su padre: «[E]s como cuando basándose en diversos informes, se consigue trazar detalle por detalle, la imagen robot de un bandido perseguido; terminado el retrato, aparece una cara, pero el hombre no está ahí ». Id., Ibid., p. 111. 7 NORA, Pierre, opus. cit., p. 536.

su presencia en la historia española, aunque sólo fuera como un recuerdo nostálgico que superara su exilio. Estado de la cuestión Como se ha visto, el personaje que da título a estas páginas ha sido objeto de una memoria en negativo, hasta el punto de haber quedado casi como un personaje inexistente. No obstante, sabemos que desde el 13 de mayo de 1936 hasta el 18 de julio de 1936 ocupó varios puestos en el gobierno del Frente Popular. En la fecha del inicio de la guerra era Presidente del Consejo de ministros y ministro de Guerra, así como interino en dos ministerios, el de Estado y el de Gobernación, hasta que se incorporara su titular. Esa amplitud de cargos podría haber dado mucho juego, pero parece que la dirección de cada uno de esos ministerios en esta etapa del Frente Popular no consiguió logros importantes. Las razones por las que un presidente de gobierno, haya desaparecido, casi por completo, de los manuales, diccionarios y libros especializados de historia de España, deben ser objeto de indagación, aunque probablemente sólo se consigan reflexiones muy personales, relacionadas con ese «síndrome de Estocolmo» que padecemos casi todos los historiadores al biografiar a un individuo. Es por eso que este congreso puede utilizarse para reivindicar su figura y devolverle su presencia en la historia, aunque yo no plantee la verdad exacta de quién tuvo la responsabilidad última. Casares Quiroga no fue una víctima torturada, presa o fusilada, sino que su persona salió ilesa físicamente del conflicto, aunque sufrió el deterioro moral que infringe un exilio. En estas páginas no se pretende hacer un recuento biográfico de su persona que, aunque escaso, tiene ya algunos resultados8, sino de comprender las razones que han provocado el menoscabo de una figura tan importante del conflicto. Se intentará explicar cómo la represión franquista utilizó todos los medios a su alcance para cumplir el objetivo del olvido, marcando así las intenciones «perversas» que trataron de expulsarle de la historia. El ninguneo que le ha hecho la historiografía más oficialista ha sido contundente, pues sus datos biográficos apenas aparecen en los ejemplares clásicos de diccionarios y enciclopedias de Historia de España. Por ejemplo, no aparece en el Diccionario de Historia de España, dirigido por German Bleiberg y publicado en 1952, con posteriores reediciones en 1968. El apéndice cronológico de este diccionario que, inicialmente finalizaba en la época del

reinado de Alfonso XIII, se amplía en los Anales de 1931 a 1968, donde, en la parte dedicada a 1936 se le menciona al hablar de las elecciones generales del 16 de febrero de 1936 que supusieron el triunfo del Frente Popular, el gobierno de Azaña que sustituiría a Alcalá Zamora en la Presidencia de la República el 10 de abril de 1936 y del gobierno de Casares Quiroga. Esas son todas las menciones a su persona, incluyendo, además que aparece en el índice alfabético de personas citadas en esos anales. En la Enciclopedia de Historia de España, dirigida por Miguel Artola en 1991, el tomo 4, dedicado a Diccionario biográfico omite su nombre. En el Gran Larousse Universal, Barcelona, 1988, volumen 17, se dedica uno de sus artículos a la Segunda República, para indicar que la destitución de Alcalá Zamora como presidente de la República por las Cortes el 7 de abril de 1936 y su sustitución por Azaña el 10 de mayo propició que Casares Quiroga presidiera un nuevo gobierno formado por miembros de partidos republicanos. En el recorrido por las principales figuras de la Segunda República, se dedican unas líneas a nuestro protagonista para decir que fue un "abogado y político (La Coruña 1884-París 1950). Republicano autonomista, fue el líder de la Organización Regional Gallega Autónoma. Su política se mantuvo muy cercana a Azaña, cuya reforma militar aplicó en la marina de guerra. Varias veces ministro, murió en el exilio". Hay excepciones, como el libro de Hugh Thomas, La guerra civil española, Madrid, 1979. Este libro le dedica media página y hace una pequeña biografía en una columna lateral. Aunque no se le da gran importancia, sí se hace un comentario sobre sus características personales que, quizá, pudieron ser la causa de su aptitud ante el conflicto. Se le acusa de tener un «optimismo irónico», que seguramente era un síntoma de la tuberculosis que padecía. Igualmente se le hace responsable de desoír todas las informaciones que le avisaban del anunciado «alzamiento» para actuar con una ética personal que no siempre fue la más adecuada. Las pequeñas líneas sobre Casares aluden a su enfrentamiento constante con Gil Robles en la Cámara, donde decía de él que era un hombre débil y resentido, un dócil instrumento del marxismo revolucionario. Lo poco que se conoce de su actividad nos obliga a tener que abundar en una de las ideas del texto de Thomas, «se enfrentó a circunstancias por las que se vio radicalmente desbordado». Seguramente la historiografía, en general, ni los historiadores, en particular, han sido responsables de esa ocultación, sino que hay, como suele ocurrir siempre, una multitud de coincidencias que han provocado esa situación.

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FERNÁNDEZ SANTANDER, Carlos, Casares Quiroga, una pasión republicana, A Coruña, Edicios do Castro, 2000.

En el volumen XII de la Historia del Mundo Moderno, se menciona a Casares Quiroga, aportando de su persona más información que otros diccionarios españoles. Este diccionario dedica a España un capítulo del Tomo XII, el XXVI, con el título "España en la primera mitad del siglo XX". En el apartado IV, titulado "La Guerra Civil" hace una mención expresa a Casares Quiroga. Le coloca en el momento del levantamiento militar, cuando ya era presidente del gobierno, desde que Azaña ocupara la jefatura del Estado. Se indica que el «alzamiento» le cogió por sorpresa, tanto como a sus propios autores, los militares, que no se esperaban la resistencia con que el pueblo y las fuerzas leales a la república les frustraron un triunfo inmediato. En la descripción de los momentos iniciales del conflicto se dice que el equipo gobernante no estuvo a la altura de la situación creada porque había minusvalorado en los primeros momentos la importancia y amplitud del pronunciamiento militar. Vuelve a mencionarse a Casares para indicar que tuvo que dimitir. Su sucesor Martínez Barrio tuvo que hacer lo mismo al fracasar sus intentos de negociación con los militares y al negarse a armar a las organizaciones obreras que, insistentemente y desde un principio pedían armas para defender a la república. La interpretación que hace este diccionario es una de las más recurrentes porque señala que la negativa de los dirigentes republicanos de armar a los obreros en los primeros días fue una medida negativa y, en consecuencia, reflejo de una pésima actuación de dichos gobernantes republicanos. Hasta aquí, la interpretación de este texto coincide con la de buena parte de los historiadores, pues no resuelve la pregunta que se sigue haciendo en el siglo XXI, sobre ¿quién fue el responsable? La negativa a entregar las armas se justificaba por el temor de los dirigentes de que los obreros iniciasen la revolución social que llevaban preparando desde hacía tiempo. Ese temor parece que estaba justificado porque amplias regiones de la España republicana conocieron avances y cambios económicosociales más profundos de los que nunca se habían conocido en España. Al menos en este texto no se dice que Casares fue el responsable de la guerra, una de las razones que podrían haber justificado su obligada ignorancia. El Diccionario de la Real Academia de la Historia dedica a Casares Quiroga un espacio mínimo y de ahí su interés en que el político republicano forme parte de su nuevo Diccionario Biográfico Español. Pero, curiosamente, en esa nueva edición su vida debe resumirse en 4 o 5 folios, frente a los 7 u 8 encargados para otros presidentes. Seguramente, el tiempo tan escaso de su presidencia no daría para más. Siguiendo con la búsqueda de publicaciones que pudieran hacer una lectura, más o menos amplia, del papel de Casares Quiroga en la Guerra Civil, es preciso enumerar algunas que dan una muestra bastante clara de esa ausencia comentada sobre su persona. Algunos

historiadores han escrito acerca de Casares Quiroga para comentar su actitud ante los problemas que tenía el gobierno del Frente Popular, pero sin cuestionar su papel en el inicio de la Guerra Civil. Sería el caso de algunos autores que han escrito libros de historia contemporánea de España y por ello han tenido que escribir sobre el acontecimiento más importante del siglo XX español, la Guerra Civil y en función de ello, han hablado de él, casi por obligación. Sería el caso, entre otros, de Cuenca Toribio, autor de un libro sobre relaciones entre Iglesia y Estado en el momento de la Guerra, lo cual le permite hacer alguna valoración sobre Casares. Para este autor, su papel es el de un político del Frente Popular que, siguiendo las tesis de Azaña, intentó obtener réditos políticos, fomentando la separación entre ambos poderes y permitiendo que algunos municipios se incautaran de establecimientos regidos por religiosos Cuenca no considera que Casares Quiroga fuera el político que activó el conflicto, porque, según él, la cuestión religiosa no tuvo ningún calado en el estallido de la Guerra Civil9. Algo similar ocurriría con los manuales oficiales de Historia Contemporánea, en los que la situación tampoco es muy boyante. Uno de los más conocidos es el libro de Ramón Tamames10, que le dedica varios apartados, pues le menciona como integrante de la ORGA y presente en la formación, por parte de Azaña. de un nuevo partido, Izquierda Republicana, que sería la base de los contactos para la creación del Frente Popular. También se le concede protagonismo cuando dirigió la ORGA, Organización Regional Gallega Autónoma, un partido dirigido por Santiago Casares Quiroga que se mostró como el representante del autonomismo gallego, aunque fuera de menor importancia que el catalán o el vasco. Las intenciones de ese partido eran más de carácter estatal, como muestra que su máximo dirigente, fuera Ministro de Marina durante el Gobierno Provisional y del de Gobernación, durante el resto del primer bienio republicano. Ya era mucha aparición en los libros de historia, pero, aunque sólo fuera por seguir su rastro será mencionado de nuevo cuando en las elecciones de febrero de 1936, la derrota del Frente Nacional Contrarrevolucionario, haga que Azaña pase de jefe de gobierno a presidente de la República y que Casares Quiroga pase a presidir el Consejo de Ministros. Se le menciona en su etapa del último gobierno de la República, desde 19 de febrero de 1936 a 18 de julio de 1936, fechas en las que tuvo gran importancia la reforma agraria. La última mención que se hace de su figura es en el momento

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Vid. CUENCA TORIBIO, José Manuel, Relaciones Iglesia-Estado en la España Contemporánea, México, Alambra, p. 45-46. 10 TAMAMES, Ramón, La República. La Era de Franco, en Historia de España Alfaguara VII, dirigida por Miguel Artola, Madrid, Alianza Editorial, Alfaguara, 1976.

en que Casares Quiroga se niega a dar crédito a las acusaciones de alzamiento formuladas contra Mola, por Indalecio Prieto en un discurso de Cuenca y confirmadas por Mallol que era el director general de seguridad. En este asunto, Tamames, al menos, no le hace responsable del estallido del conflicto, sino que en el escaso espacio que permite un manual, sólo indica que se negó a hacer caso e «incluso desmintió esos rumores, en la clara intención de no herir». Tamames no es el único historiador que se dedicó a escribir en páginas resumidas el inicio de la Guerra Civil y no todos fueron tan permisivos con Casares Quiroga. Sería el caso de Javier Tusell, autor también de un manual de Historia de España11que es más crítico con su persona. Se le menciona, por primera vez, en el apartado del Frente Popular en el gobierno y lo hace de forma contundente. El párrafo no tiene desperdicio: «A quien le correspondió entonces la jefatura del Gobierno fue a Santiago Casares Quiroga, íntimo de Azaña y persona manifiestamente por debajo de la altura a la que obligaban las circunstancias a las que debió hacer frente. En realidad, su gestión fue una peculiar mezcla de "inconcebible pasividad" y "explosiones de cólera" periódicas que ocultaban su autentica debilidad». Hasta aquí Tusell no hace más que reproducir las opiniones vertidas por Martínez Barrio en su autobiografía12, pero en el resto del apartado ataca directamente a Casares, indicando que fue inconsciente en sus afirmaciones, de manera que le hicieron perder apoyos potenciales del republicanismo. También critica que el gobierno era mucho más débil de lo que el presidente anunciaba. Por último, aunque prometió someter a la derecha fue incapaz de conseguir el apoyo de los ministros de Azaña y se negó a controlar a sus propias masas. Tusell considera que, en cierta medida, Casares Quiroga fue el responsable del inicio de la guerra porque no pudo llevar adelante un plan, el del propio Azaña, que preveía que una sublevación derechista fuera vencida, para así reafirmarse después en el poder. Tusell indica: «Al mantener esa pasividad, Casares, que no era Azaña, demostró, además, una ignorancia radical de la situación española, así como de los medios con los que podría encauzarla. Su error era tan manifiesto que fueron muy numerosos los políticos del Frente Popular que a lo largo de las últimas semanas de la República le denunciaron la existencia de una conspiración; luego, cuando la magnitud de la misma le sorprendió, se ganó los juicios condenatorios generales». Tusell, de todos modos, le da una cierta permisividad a su actitud, porque considera que cometió un error en el diagnóstico de la situación española, pero es también cierto que tomó muchas 11

TUSELL, Javier, Historia de España en el siglo XX. II. La crisis de los años treinta: República y Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1998. 12 MARTÍNEZ BARRIO, Diego, Memorias, Barcelona, Planeta, 1983.

medidas para evitar que el movimiento se ampliase. Tenemos una opinión contraria a la postura de Casares, pero todavía no hemos leído a ningún historiador actual que le haya hecho culpable del conflicto. Tampoco se le ocurre a nadie que hubiera un complot perfectamente articulado por la derecha para el inicio de la Guerra Civil. He indagado en la literatura al respecto, para poder asegurarme de que lo que era una apreciación general, se acaba convirtiendo en una realidad contrastable. Consultando los libros sobre la Guerra Civil, recientemente publicados, el panorama es también desolador. Una especialista en la materia, Paloma Aguilar Fernández, ha publicado un libro13 que, como otros muchos de la autora14no se detiene en estudios prosoprográficos ni en un relato de acontecimiento, sino que tiene un carácter mucho más profundo, interpretando cuestiones tan importantes, en el ámbito social, como el asunto de la «memoria», el «olvido», el envilecimiento de los «vencidos»15. El nombre de Casares Quiroga no aparece en ningún momento en el libro, pues la autora trata de desentrañar, más que la culpabilidad de los protagonistas o su responsabilidad en el estallido de la guerra, cuáles fueron sus consecuencias para la población. Para la autora la guerra generó un colectivo, el de los vencidos, a los que no se les tuvo en cuenta. No se construyó ningún lugar mítico de culto, no se les inauguró ninguna placa en las calles, para recordar su caída en el bando republicano y pasaron de ser envilecidos primero, para ser ignorados después16. Según plantea este libro, los vencidos de la Guerra Civil española, a diferencia de lo ocurrido en otros conflictos europeos, como los derivados de la 2ª guerra mundial, como en Alemania o en Francia, no fueron honrados periódicamente, quedando el ejército vencido español como algo litigioso y agresivo, nunca considerado como víctima. En España, con esa estrategia del olvido, se consideró a los vencidos como «gente de buena fe que fue vilmente engañada, pero siempre como personas que tomaron una opción errónea»17. En España los vencidos fueron represaliados y castigados por el bando vencedor que impidió que tuvieran los mismos derechos y prerrogativas que los del otro bando.

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AGUILAR FERNÁNDEZ, Paloma, Memoria y olvido de la guerra civil española, Madrid, Alianza, 1996. AGUILAR FERNÁNDEZ, Paloma, La memoria histórica de la guerra civil española (1936-1939): Un proceso de aprendizaje político, Madrid, Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones, Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales, 1995. 15 AGUILAR FERNÁNDEZ, Paloma, Memoria y olvido de la guerra civil española, Madrid, Alianza, 1996, p. 135. 16 Id., Ibid., op. cit., p. 136. 17 Id., Ibid., op. cit., p. 137. 14

Muchos de los libros publicados sobre la Guerra Civil plantean un escenario similar. Así ocurre con un libro de Alexandra Barahona18, donde se incluye un capítulo sobre España, elaborado también por Paloma Aguilar19, donde no se plantea la posibilidad de traer a la memoria a figuras olvidadas, sino que se ocupa de explicar las anomalías del caso español, el conocimiento sobre si se tomaron medidas de justicia política (la creación de comisiones de la verdad, depuraciones, o juicios), cómo se pudo sustituir la legalidad anterior por la nueva y, por último, los intentos de rehabilitación moral y material del represaliado, viendo los que se realizaron y los que no pudieron salir adelante. La única manera de salir del atolladero, era impedir la obligación de reconocer culpabilidades. En ese sentido, la Ley de Amnistía de 1977 eximió de responsabilidad a los responsables de abusos y torturas sufridos en los primeros años del franquismo. La falta de depuración, unida a lo anterior, permitió que no se pusiera en práctica una medida de justicia política, similar a la «Comisión de la verdad» de Argentina y ello ha permitido que el Congreso siga sin pedir perdón a la población española por los daños causados por el régimen franquista20. Obviamente, la figura de Casares Quiroga no puede tener aquí ninguna mención, pues no fue directamente represaliado, ni tampoco fue la víctima de un encarcelamiento, mutilación o tortura. Sólo desapareció del país y, por ese motivo, nadie ha tenido que responder, ni responsabilizarse de su olvido. En este sentido, es bueno recordar que aunque no entró en la cárcel después del «alzamiento», Casares sabía lo que suponía estar en la cárcel, pues no fue capaz de parar la sublevación de Jaca en diciembre de 1930, por lo que tuvo que entregarse, para ser conducido a la cárcel de Huesca. Fue trasladado a Madrid para ingresar en la cárcel Modelo y someterse a un Consejo de Guerra en el que fue defendido por Luis Jiménez de Asúa. La sentencia final fijó seis meses y un día de prisión para los

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BARAHONA DE BRITO, Alexandra, AGUILAR FERNÁNDEZ, Paloma y GONZÁLEZ ENRÍQUEZ, Carmen (eds.), Las políticas hacia el pasado, juicios, depuraciones, perdón y olvido en las nuevas democracias, Madrid, Istmo, 2002, p. 184. 19 AGUILAR FERNÁNDEZ, Paloma, "III. Justicia, Política y Memoria: Los legados del franquismo en la transición española", en BARAHONA DE BRITO, Alexandra, AGUILAR FERNÁNDEZ, Paloma y GONZÁLEZ ENRÍQUEZ, Carmen (eds.), Las políticas hacia el pasado, juicios, depuraciones, perdón y olvido en las nuevas democracias, Madrid, Istmo, 2002, p. 135-193. 20 Id., Ibid., p. 184.

miembros del comité revolucionario, como autores de un delito de excitación a la rebeldía militar, aplicándoles los beneficios de la libertad condicional aprobada por una ley de 192921. Historia y represión franquista Este congreso no es el lugar para exigir una revisión del modelo de estado español actual, aunque tampoco puede ser otro momento de apoyo a un régimen político que debe seguir conservando la memoria de dónde salió y cómo lo hizo. Aquí es donde debe quedar plenamente justificada la queja de que el franquismo permitiera y hasta propiciara que un Presidente de gobierno de la II República haya sido ignorado por la historiografía. Olvidarse de su existencia, permite que los lectores no se hagan preguntas, admitiendo que se glorifique el golpe militar y la dictadura que se impuso después. Para los defensores del dictador había un culpable de la Guerra Civil y era Casares Quiroga. La intención ahora es convencer a los lectores de que este individuo no fue el culpable de nada, más que de ser una persona débil al que se colocó el "san benito". Buscando material para justificar las afirmaciones anteriores, elegí un magnífico libro que me producía cierta credibilidad, pues trataba sobre la ideología y las formas de represión después de finalizada la Guerra Civil, aunque lo que finalmente analiza es la idea de la autosuficiencia o de la autarquía. No es extraño, por tanto, que no se mencione para nada a la persona de Casares Quiroga, pues no pertenece a ninguno de los elementos estudiados por el autor. No obstante, es bueno abundar en alguna de las frases más contundentes del libro sobre la represión franquista, «[l]a legitimidad del dictador se afirmó fundamentalmente a través de la violencia y de la continua amenaza de violencia» 22. Lo cierto es que la política represiva del franquismo trató de hacer desaparecer, en nombre del presente, a una persona del pasado. Fernando Savater clarifica de forma decisiva esa represión franquista, cuando dice: «[E]l franquismo lo hacía siempre. Se prohibía mencionar los nombres de determinados escritores, cineastas o artistas adversos al régimen. Stalin también hacía borrar de las fotografías oficiales a Trotski o a cualquiera de los enemigos que iban cayendo en desgracia. Este intento permanente de transformar el pasado, de cambiar las cosas, la realidad que no queremos aceptar, acaba en la supresión por 21

Vid., FERNÁNDEZ SANTANDER, Carlos, Casares Quiroga, una pasión republicana, A Coruña, Edicios do Castro, 2000, pp. 90-100. En estas páginas el propio Casares Quiroga escribe sus experiencias de la cárcel, siendo, probablemente, el momento en que escribió más textos de memoria personal. 22 RICHARDS, Michael, Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1939, Barcelona, Crítica, 1998, p. 192.

decreto»23. Ese intento de seguir falseando la realidad sigue vivo en la España actual, como demuestra la publicación de algunos artículos periodísticos. Recientemente Vicenç Navarro, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra, ha publicado un artículo en el diario El País, justificando su repudio a la monarquía, entre otras cosas, por la relación intrínseca que mantuvo con la dictadura franquista. Según Navarro es inadmisible que el 18 de julio de 1978, la Casa del Rey publicara una especie de bando para conmemorar el aniversario del Alzamiento Nacional que había dado a España la victoria contra el odio, la miseria y la anarquía. Textos de esa naturaleza son los que hacen olvidar a la población que la regeneración de que hablan los defensores del franquismo «[c]ondujo a 192.684 ejecuciones y asesinatos, incluyendo 30.000 que continúan desaparecidos (sin que la Monarquía o los gobiernos democráticos hayan ayudado a los familiares de tales desaparecidos a encontrar a sus seres queridos), y al gran retraso económico, social y cultural del país, como demuestra que cuando el dictador murió, España tenía el porcentaje más elevado de Europa (84%) de personas con escasa educación... No existe hoy en España conocimiento por parte de la juventud de lo que fue la II República, la etapa más progresista de España en la primera mitad del siglo XX, de lo que fue el golpe fascista militar, de lo que fue la dictadura, de lo que significó una transición inmodélica»24. Su exigencia final radica en eso que se viene pidiendo desde hace tiempo, pero que nunca se cumple, aludiendo a la juventud de la democracia española, la petición de perdón a la población española, por parte de las instituciones, como la Iglesia, la Monarquía o las fuerzas armadas, por apoyar a la dictadura. Sin duda, el perdón se puede pedir en cualquier momento, cuanto antes mejor. En este apartado de la represión que el presidente del Gobierno no sufrió en carne propia, es oportuno mencionar la reprobación que el franquismo ejerció sobre su familia. María, la hija más pequeña, abandonó España, junto a su madre, al inicio de la guerra, siendo víctima del destierro que, probablemente, es una represión tan vergonzante como otras, pero al menos pudo mantener su integridad física. No ocurrió lo mismo con la otra hija de Casares, la que permaneció en España. Su otra hija, Esther Casares, era la mayor y había nacido cuando él se encontraba estudiando en Madrid. Esta hija convivió con el resto de la familia y se casó con un capitán de Caballería, Enrique Varela Castro, que era hijo de un general monárquico y reaccionario. La relación familiar que había sido tensa al comienzo, acabó 23

SAVATER, Fernando, Los diez mandamientos en el siglo XXI. Tradición y actualidad del legado de Moisés, Barcelona, Debate, 2004, p. 147. Comparto la afirmación de Savater, pues Franco es quizás el responsable más directo de que Casares Quiroga haya sido ignorado. 24 NAVARRO, Vicenç, "Por qué no soy monárquico", El País, sábado 29 de mayo de 2004. Sólo he reseñado una parte mínima de un artículo que revela cuestiones fundamentales, que deberían recordarse.

suavizándose, hasta el punto de convertirse en ayudante personal de su padre. Su marido pudo escapar y huir a la zona republicana, pero Esther decidió presentarse ante la Guardia Civil de Miño a finales de agosto de 1936, cuando pensó que su marido estaría seguro. Inmediatamente fue detenida e ingresada en el Hospital Naval del Ferrol, para curarse de la tuberculosis crónica que también padecía, y estar allí hasta otoño de 1938. Fue enviada a la cárcel de La Coruña, donde permaneció incomunicada hasta el verano de 1939, momento en que fue puesta en libertad provisional, marchando con su hija Cuca a La Coruña para vivir allí una situación calamitosa. En Capitanía General de La Coruña le comunicaron que se encontraba en situación de libertad vigilada y que debía presentarse todos los días para enseñar un diario de todo lo que había hecho el día anterior, con el único objetivo de que no pudiera ponerse en contacto con su padre. La vida de las dos mujeres fue la de auténticas apestadas, sólo por ser hija y nieta de Santiago Casares. Después de la segunda guerra mundial le devolvieron el pasaporte para volver a requisárselo y, por fin, el 15 de agosto de 1955, Esther y su hija llegaron a Méjico25. Este sería la parte de la biografía de Santiago Casares más vinculada a la represión directa del franquismo y demuestra, también, la injusticia de cuantos maltrataron a los actores del conflicto en sus sucesores que no habían cometido más delito que ser familiares de Casares.

La defensa del presidente del Consejo Frente a los autores que han hecho una interpretación de la Guerra Civil, culpabilizando a Casares Quiroga, o ignorándole, nos encontramos a un historiador que ofrece una lectura bien distinta a la mayoritaria, acerca del papel del presidente en el desarrollo del conflicto. Alberto Reig Tapia ha publicado varios libros y artículos ofreciendo una interpretación diferente a la que trataba de dejar incólume la memoria del dictador26. El autor aporta muchos datos recogidos por el Centro de Investigaciones Sociológicas en diciembre de 1994, según los cuales, el 53,6% de la población consideraba que el régimen de Franco había sido muy negativo o bastante negativo para España, frente al 22,8% que lo

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Vid., FERNÁNDEZ SANTANDER, Carlos, Casares Quiroga, una pasión republicana, A Coruñ, Edicios do Castro, 2000, pp. 293-298. Este relato es una muestra certera de cómo se padecía la represión franquista después de la guerra, sobre personas que no habían tenido nada que ver. 26 REIG TAPIA, Alberto, Franco «Caudillo»: mito y realidad, Madrid, Tecnos, 1995.

consideraba muy positivo o bastante positivo. Estos datos, como muy bien aclara Reig Tapia son el reflejo de una opinión pública, con contenidos de carácter sociológico, pero no de verdad científica27 y han supuesto que las percepciones personales de aquéllos que no estuvieron relacionados directamente con el acontecimiento, hayan podido ser víctimas de esa manipulación machacona que ha intentado conseguir, muchas veces con éxito, que Franco había sido sólo un político y que no había actuado como un criminal y un dictador. Esa lectura de defensores y atacantes del franquismo sigue vigente en la actualidad, como puede apreciarse en las publicaciones ya comentadas de algunos autores28. En el libro de José Mª Gil Robles, se indica que Franco le había enviado una carta a Casares para informarle del éxito de la sublevación en Marruecos, y de la intención de trasladarse a Madrid, para luchar en la defensa de la República29. La interpretación sesgada de esta carta haría pensar que Franco se sublevaría a favor de la república, cuando su pretensión era acabar con el gobierno del Frente Popular, con su presidente y con la constitución de 193130. Esa manipulación podría funcionar si no fuera porque todo eso ocurría, antes del triunfo de la izquierda en las elecciones ganadas por el Frente Popular. Con esta interpretación se vislumbra ya una idea de existencia de un complot para conseguir tapar la verdad y se explica también que cuanto menos se investigara sobre Casares, mejor, porque así no podría existir ningún testigo para contradecir esas afirmaciones que, el paso del tiempo, ha demostrado que eran falsas. Este ataque al franquismo no ha sido el único realizado por Reig Tapia a lo largo de su obra, sino que he podido constatar que es el primer autor, de los consultados, que intenta desmontar las consignas de algunos historiadores defensores del fascismo, como Ricardo de la Cierva, otorgando a Casares Quiroga un protagonismo que no aparece en otros trabajos31. En este libro hace algunos comentarios sobre Casares Quiroga, bien distintos a los que ha sido habitual leer sobre su persona. Hace una crítica a las opiniones que Ricardo de la Cierva

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Id., Ibid., p. 13. Pío Moa, por ejemplo, es uno de los defensores más recalcitrantes del alzamiento nacional en pleno siglo XXI. Su libro más conocido es El derrumbe de la Segunda República y de la Guerra Civil, Madrid, Encuentro, 2001. Ha publicado muchos libros, pero no voy a dar más publicidad a un publicista que es, además, uno de los mayores apologistas del golpe militar y de la dictadura que implantó. 29 GIL ROBLES, José María, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968, p. 75. En este libro se intenta exonerar de toda culpabilidad a Franco, basándose en una carta que nunca apareció y refiriéndose a Franco como el «César superlativo». 30 Id., Ibid., p. 156. Se vuelve a mencionar a Casares, cuando se indica que las fuerzas económicas y sociales que formaban la coalición franquista apuntaban al gobierno republicano como el gobierno de la revolución y señalaban a Casares Quiroga como el Kerenski español. 31 REIG TAPIA, Alberto, Ideología e historia: Sobre la represión franquista y la guerra civil, Madrid, Akal, 1984. 28

vertió en un conocido artículo "La mentira final"32. En un intento abstruso de modificar la realidad, para Ricardo de la Cierva había tres cuestiones básicas: 1ª «El papel de las derechas en la primavera trágica no fue de agitación sino de denuncia», 2ª «Se minimizó el crimen de Estado que acabó con la vida de Calvo Sotelo» y 3ª «Se negó, entre la ignorancia y el cinismo, que el asesinato de Calvo Sotelo determinase el estallido de la Guerra Civil». Con estas afirmaciones se mantenía la defensa sempiterna a una serie de cuestiones que ya no podían admitirse. Reig Tapia responde individualmente a cada una de las afirmaciones planteadas por de la Cierva. El autor dice textualmente: «Con respecto a la primera afirmación, indica que en la primavera de 1936 la derecha no sólo atacaba al gobierno de Casares, sino que se mostraba en contra de la propia «esencia» del régimen republicano que para ese sector era la causa de «todos» los males que sufría el país. Para seguir su argumentación, indica que el mantenimiento del orden público había sido una cuestión complicada ya en la etapa de la Restauración. La interpretación desmonta, por completo, el texto de Ricardo de la Cierva, porque indica que en aquellas fechas no se produjo ningún ataque ni a la Restauración ni a Alfonso XIII. Era evidente que con los problemas generados por el orden público se pretendía acabar con un régimen democrático que era lo único que perseguía la derecha. Al hacer una comparación entre las dos etapas cronológicas, demuestra que el número de atentados y muertos era igual o mayor que durante el gobierno de Casares Quiroga y, no por ello, habían atacado a los gobiernos de la monarquía. Explica su certeza de que durante la primavera de 1936 las derechas atacaban abiertamente no ya al gobierno de Casares Quiroga por su debilidad en el mantenimiento del orden público, sino a la propia «esencia» del régimen republicano, causa y efecto de «todos» los males que aquejaban al país, según parece. La propaganda de la derecha presentaba la situación -sin duda difícil y conflictiva- como desesperada ocultando adrede que en los años 20, proporcionalmente, la situación del orden público era mucho más grave bajo gobiernos conservadores y no por ello las fuerzas políticas y sociales que tan vehemente atacaban entonces a Casares Quiroga y el régimen republicano, ponían en cuestión las «esencias» del régimen de la Restauración o la figura de Alfonso XIII. Simplemente, la derecha se aprovechaba de cualquier disturbio como «justificación ideológica» de su declarado propósito de ruptura violenta del sistema político democrático entonces vigente»33. 32

DE LA CIERVA, Ricardo, " La mentira final", diario Ya, 14/IX/1983. Para desmontar que todo se debió a la mala gestión del orden público, indica que «[e]n 1920, con una población laboral netamente inferior, hubo 424 huelgas parciales (sin contar varias decenas de huelgas

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Respecto a la segunda pregunta, se cuestionan si sólo eran mera «denuncia» los planes conspirativos ya en marcha, los pactos, las compras de armamento, los atentados terroristas. Por último, también se pregunta si no fueron más que una denuncia las palabras que José Calvo Sotelo había pronunciado ya en enero de 193634. La estrategia seguida por el historiador para desmantelar las preguntas capciosas que se habían formulado, consistió en desmontar, una por una, todas las afirmaciones echas en el artículo, demostrando, al menos en el papel, que no había ninguna prueba procesal de las afirmaciones hechas sobre el asesinato de Calvo Sotelo, pues para Reig Tapia, éste fue fruto de la casualidad y no de un montaje preparado para que se iniciara la guerra, como defienden aquellos que, por interés propio, defendieron que el asesinato de Calvo Sotelo había sido un «crimen de estado». Esa interpretación permitía que se buscara en el mismo un elemento justificativo más para la rebelión del 18 de julio de 1936. Como dice el autor, puede justificar con hechos todas sus aseveraciones , con hechos incontrovertibles, no con opiniones35. Hay otro texto interpretado por Reig Tapia, muy conocido para los estudiosos de la Guerra Civil, que es notorio, pues ha permitido obtener de él versiones distintas, incluso contradictorias. Ésta es la base de una de las teorías de Adam Schaff acerca del trabajo histórico. Plantear interpretaciones distintas de un mismo suceso, de un mismo discurso o de un mismo texto es, en cierto modo, la esencia de la historia, porque, según Schaff «[L]os historiadores "en la medida en que difieren" no tienen la misma visión del proceso histórico; dan imágenes distintas, y a veces contradictorias, del mismo y único hecho. ¿Por qué?»36. Es lo que ocurrió con el debate parlamentario del 16 de junio de 1936, un debate con el que se consiguió inculpar a Casares en el estallido de la guerra. Buena parte de los historiadores consideraron que en ese debate Casares pecaba de confiado, de indolente y de

generales), con pérdidas de más de siete millones de jornadas de trabajo (en base a los datos muy incompletos del Instituto de Reformas Sociales, superados por la mera información que proporcionaban los gobernadores civiles). Tampoco se cuentan los frecuentes «lock-outs» de la época. Ese mismo año, solamente en Barcelona hubo 47 asesinatos político-sociales. En 1921, 228 personas fueron muertas en la calle. Todo esto en tiempos de la Monarquía y con gobiernos conservadores». Vid. REIG TAPIA, Alberto, Ideología e historia: Sobre la represión franquista y la guerra civil, Madrid, Akal, 1984, p. 38. 34 «Pronunciadas el 12/1/1936 en el curso de un banquete que la Agrupación Regional Independiente de Santander ofrecía en un hotel madrileño a las minorías monárquicas, mucho antes de las elecciones y de la tan mentada «primavera trágica» ¿No contribuía acaso al mantenimiento de «esa primavera» y de «aquel verano» de 1936 palabras como las pronunciadas por Calvo Sotelo en dicho banquete? Allí dijo encontrarse «en posesión de la verdad totalitaria» y que como faltaba la legalidad, sobraba la obediencia y se imponía la desobediencia. Allí invocó la fuerza como salida y, específicamente, al Ejército, diciendo que prefería ser militarista que masón, marxista, separatista e incluso progresista, arrancando una fuerte ovación de su auditorio. Rechazó la supremacía del poder civil y en medio de la indescriptible emoción de su auditorio terminó expresando el deseo de que las inminentes elecciones fuesen las últimas». Vid., REIG TAPIA, Alberto, opus. cit., p. 40. 35 Id., Ibid., p. 44. 36 SCHAFF, Adam, Historia y verdad, Barcelona, Crítica, Grupo editorial Grijalbo, 1976.

incapaz. Se dijo que no había querido admitir la verdad de los datos que le estaba facilitando Gil Robles y que era incapaz de admitir las verdades que se le comunicaban. Pensando en la dualidad originada por ese debate, hay que hablar de los autores que, en función de ese texto, culparon a Casares de ser el causante de la guerra. En ese debate parlamentario intervinieron representantes no sólo de la derecha, como Gil Robles y Calvo Sotelo, sino también de la izquierda, como Pasionaria, Pabón, Ventosa, Cid y Maurín37. Este último es el caso de un diputado por Barcelona, en la candidatura de Front d'Esquerres, cuya participación en el debate de ese día ha dado pie para que algunos historiadores se planteen que Casares (sería el caso de Tusell) no había sido capaz de satisfacer los deseos de los demás firmantes del pacto para la creación del Frente Popular. El diputado increpó a Casares por presidir un gobierno sólo de republicanos que no era capaz de darse cuenta del crecimiento del fascismo. Para Maurín no se había ejecutado ninguna de las obligaciones asumidas para que el pacto funcionara. Enumerando de forma ordenada las exigencias, éstas se centraban en que el Parlamento no había concedido la amnistía prometida, no se había resarcido de su dolor a todos los represaliados , se vivía en una situación de falta de garantías permanente, no se habían puesto en práctica una serie de leyes represivas contra los jueces que dictaran sentencias favorables al fascismo. Para este partido el país se encontraba en una situación prefascista de la que Casares no quería darse cuenta. La manera de resolver la multitud de conflictos era sencilla; para liberar la democracia, más democracia. Esta interpretación, según Tapia, le era muy favorable a la propia derecha, pues así su levantamiento tendría plena justificación. Avalando esos contenidos, se podría insistir en que el conjunto de cuestiones que provocaron el «alzamiento» no tenía ninguna relación con el caos en el mantenimiento del orden público, sino que se trataba de una campaña articulada previamente, que tenía la pretensión de convencer a la opinión de la necesidad del mismo. En esa tesitura los responsables no serían ya los problemas del Consejo de Ministros, por su incapacidad para controlar el desorden, ni tampoco el caos del Congreso de los diputados que eran incapaces de consensuar nada. La sentencia de Reig Tapia es concluyente , pues el asunto base era la campaña orquestada por las derechas, en la que se intentaba establecer "la equivalencia de República (es decir, régimen democrático) igual a caos"»38. Alimentando esos argumentos se le hacía creer a la población que su «rebelión era realmente legítima» y, 37

Se trata de un debate reproducido hasta la saciedad, por lo que sería innecesario comentarlo aquí de nuevo. Cfr. Diario de Sesiones de Cortes, núms. 45-60, tomo III, Congreso de los Diputados, Madrid 1936, p. 1384 y s.s. 38 Vid. REIG TAPIA, Alberto, Ideología e historia: Sobre la represión franquista y la guerra civil, Madrid, Akal, 1984, p. 220.

en consecuencia, la figura de Casares era la de un individuo que no se había dado cuenta de nada, que había sido engañado en función de sus escasas capacidades intelectuales. Esa afirmación era falsa por completo porque de lo único que podría presumir Casares, en relación con sus compañeros del Parlamento, era de ser mucho más culto que ellos. Hay una certeza en todo su razonamiento, «Los sublevados de julio de 1936 pretendían, simplemente, terminar con la democracia parlamentaria por la vía de una dictadura militar»39. ¡Por fin! se le hace un poco de justicia al presidente del Consejo de ministros de 1936. La subjetividad u objetividad con que el historiador analiza un documento, provoca, casi siempre, soluciones divergentes. Es, por tanto, muy curioso que un mismo texto, el Diario de Sesiones de 16 de junio de 1936, haya servido para obtener resultados tan distintos para obtener la verdad histórica40. Además de este historiador que considero el más acertado en la defensa de Casares, hubo otra defensora de gran importancia. Se trataba de su propia hija, María Casares que rechaza las causas utilizadas para hacerle responsable de la guerra: «Papá ya no formaba parte del gobierno de aquélla República en la que había dejado sus energías, todo su fervor, su juventud y la mejor parte de sí mismo. Porque quería armar al pueblo en las primeras horas del levantamiento militar, se vio forzado a dimitir; y por razones… de Estado, a causa de su amistad con Azaña y también por circunstancias que prohibían toda escisión entre las que debía defender las libertades en España, se vio reducido al silencio y a aceptar a representar para siempre la capitulación o la incapacidad. Sin embargo, poco tiempo después de su pretendida dimisión, el pueblo invadió los arsenales de Madrid para armarse por sí sólo. Demasiado tarde quizá, en pleno desorden, y mal». Su frase está llena de rabia y de pena. María Casares, en su libro de memorias reproduce el texto de una de las noticias de un periódico gallego, en el que el mismo gobernador Civil había escrito lo siguiente: «Siendo indigno de figurar en el Registro oficial de nacimientos que se lleva en el juzgado municipal instituido para seres humanos y no para alimañas, el nombre de Santiago Casares Quiroga, someto a su consideración la procedencia de que se cursen las órdenes oportunas para que el folio «oprobioso» del Registro Municipal de esta ciudad en que se halla

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Id., Ibid., pp. 228-229. Cfr. SCHAFF, Adam, Historia y verdad, Barcelona, Crítica, Grupo editorial Grijalbo, 1976, 331. «vemos mejor la historia con la perspectiva del tiempo, cuando los efectos de los acontecimientos se han revelado y permiten emitir juicios más íntegros y más profundos; y a que lo más difícil es escribir la historia reciente, la historia contemporánea en particular: debido no sólo a la dificultad de ser objetivo…. sino también a la dificultad de comprender el sentido de los acontecimientos contemporáneos» 40

inscrito su nacimiento, se haga desaparecer, y a este sentido espero me comunicará V.E. la prestación de ese obligado homenaje a la España «una, grande y libre de Franco». En el acta del Colegio de Abogados y en cuantos libros figure el nombre repugnante de Casares Quiroga, deberá procederse, así mismo, a borrarlo en forma que las generaciones futuras no encuentren más vestigio suyo que su «ficha antropométrica de forajido». Dios guarde a V.E. muchos años. La Coruña 26 de noviembre de 1937 Segundo año triunfal El gobernador civil José María de Arellano41 Lo cierto, es que estas perlas salidas de la boca de un fascista lo único que producen es rechazo y estimulan a que se recupere la memoria de un individuo al que no fue justo tratar de tal modo. Así se entiende mucho mejor porqué se quiso hacer desaparecer del mapa a Casares Quiroga o cuál fue la razón de ser ignorado. El interés por hacer justicia Quizás fuera Manuel Tuñón de Lara el primero de los historiadores españoles que manifestó interés en recuperar la figura de Santiago Casares Quiroga. Eso es lo que afirma su biógrafo más autorizado, hasta el momento presente, que en sus libros llama la atención sobre la falta de interés que producía el personaje. En la introducción de su obra sobre Casares, hacía un recuerdo especial de la figura de Manuel Tuñón de Lara, quien se reunió con un grupo de historiadores en un seminario organizado por la Universidad Menéndez Pelayo, y se planteó que empezaba a ser necesario que se hiciera una nueva lectura de la persona de Casares Quiroga42. Recordando la escasa proyección que había tenido el estudio del personaje, mencionaba las obras de Óscar Ares43, de Parrilla44, así como las ocasiones en que

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CASARES, María, Residente privilegiada, Barcelona, Argos Vergara, 1981, pp. 253-254. Este texto aparece también en FERNÁNDEZ SANTANDER, Carlos, Casares Quiroga, una pasión republicana, A Coruña, Edicios do Castro, 2000, pp. 251-252. 42 FERNÁNDEZ SANTANDER, Carlos, opus. cit., pp. 7-9. 43 ARES BOTANA, Óscar, Casares Quiroga, La Coruña, Vía Láctea, 1996. 44 PARRILLA, José Antonio, Casares Quiroga y la Coruña de su época (1900-1936), La Coruña, Gramela, 1995.

había aparecido en los diccionarios, enciclopedias y apartados de memorias de algunos presidentes de la época, como Azaña45, y Portela Valladares46. En este momento no me queda más remedio que solidarizarme con las opiniones vertidas por su biógrafo y hacer causa común con él. Las imprevisiones de una persona no pueden ser entendidas como razón suficiente para achacarle más culpabilidades de las que probablemente tuvo. Siguiendo esa misma tónica se publicó un libro que recogía los textos del IV Coloquio de Segovia sobre Historia Contemporánea de España, que fue dirigido por Manuel Tuñón de Lara, autor del que ya hemos comentado su interés por la recuperación de ciertos personajes de la Guerra Civil española. Uno de los autores, Alberto Reig Tapia, ya nos es conocido por su defensa de Casares y

realiza un capítulo titulado "La justificación ideológica del

«alzamiento» de 1936" , donde el personaje de Santiago Casares Quiroga adquiere cierto protagonismo, en comparación con lo que ya hemos visto que han hecho otros autores para el mismo período. En ese libro recopilatorio de las comunicaciones del congreso, sólo este artículo menciona la actividad de Casares Quiroga y, desde luego, no es para achacarle la responsabilidad de haber sido el causante de la Guerra Civil. El apartado dedicado a la cuestión del orden público, es el que le sirve al autor para desmontar esa teoría por la cual Casares había sido perezoso a la hora de controlar el orden público. En el debate parlamentario del 16 de junio de 1936, José María Gil Robles presentó una lista de hechos que, bien justificados con datos estadísticos, presentaban un panorama imposible de controlar. La respuesta que dio en ese momento el presidente del Consejo de Ministros fue la afirmación de que sus colaboradores no le habían informado de ello y que no creía en los datos expresados por Gil Robles, entre otras cosas porque no se habían producido. Reig Tapia argumenta que lo que se estaba produciendo en la Cámara no era más que un intento de provocar la alteración del pueblo que justificara un alzamiento contra la República. «La crítica de la oposición parlamentaria y extraparlamentaria al gobierno de Casares Quiroga , desde los sectores favorables al golpe, no se circunscribía a su debilidad en el mantenimiento del orden público, sino a la propia esencia y fundamentos del régimen republicano, causa y

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AZAÑA DÍAZ, Manuel, Obras Completas (Coord. de Juan Marichal), México D.F., Oasis, 1968 [4 vols.]; Memorias políticas y de guerra, Barcelona, Crítica, 1978 [dos vols.]; Diarios (1932-33 (Los cuadernos robados), Barcelona, Crítica, 1978. 46 PORTELA VALLADARES, Manuel, Dietario de dos guerras, La Coruña, Do Castro, 1988; Memorias, Madrid, Alianza, 1989.

efecto, al parecer, de todos los males que aquejaban al país»47. Parece que ya no es tan necesaria la defensa de Casares Quiroga, ahora sabemos ya que las lecturas vertidas sobre su papel eran realmente unívocas y, en consecuencia, con ciertos visos de irrealidad. Sin duda, es cierto que el bloque de derechas intentaba justificar el golpe de estado que se avecinaba, seguramente sin tener conciencia todavía de su desarrollo, para luego hacer responsables a otros. En este caso concreto, harían responsable a Casares Quiroga, el individuo más frágil, lo cual puede entenderse como una de las razones por las que se intentó que desapareciera de la historia de España, evitando así que diera una información distinta. Jugaron también con la ventaja de que el personaje había asumido su exilio y no tenía salud como para ponerse a defender algo que el consideraba innecesario justificar. Pese al reconocimiento que le ha hecho esa completa biografía, es fácil comprobar que su valoración histórica continúa siendo mínima. Sirva como ejemplo la publicación del monográfico de la revista Ayer, dedicado a La Guerra Civil 48 que tiene el mérito de reunir a buena parte de las plumas más brillantes en la historia de la materia. Los historiadores se han decantado por hacer estudios de alto calado sobre la guerra y en sus artículos se menciona a Azaña a Martínez Barrio, pero no al presidente Casares. Creo que hablar de los ataques morales que se hicieron a su persona ya no tiene sentido, aunque siempre se podrá seguir investigando en ello. Se me ocurre ahora, después de leer el ejemplar de Ayer que una de las razones para quedar ignorado fue no haber escrito nada de su interpretación del conflicto, no ser autor de ningún texto de memorias que parece ser es lo que convierte a los personajes en materia de investigación histórica. La política municipal Para finalizar esta comunicación querría dar valor a una carrera política poco convencional en la historia de España, pues llegó a ser presidente del gobierno, partiendo de puestos en la esfera de la administración local, una situación casi desconocida, pues no es habitual que los cargos ocupados en gobiernos municipales, permitieran el salto hacia puestos 47

REIG TAPIA, Alberto, "La justificación ideológica del «alzamiento» de 1936", en GARCÍA DELGADO, J. L., (ed.), La II República española. Bienio rectificador y Frente Popular, 1934-1936, V Coloquio de Segovia sobre Historia Contemporánea de España, dirigido por Manuel Tuñón de Lara, Madrid, Siglo XXI, 1988, pp. 211-237. Se trata de un artículo que reproduce en cierto modo algunos de los contenidos ya comentados sobre cómo la derecha utilizó y manipuló los datos para justificar el «alzamiento». 48 MORADIELLOS, Enrique (ed.), "La Guerra Civil", Ayer, Madrid, nº 50, 2003. En este Dossier publican artículos. Enrique Moradiellos, Gabriel Cardona, Ismael Saz, Julio Aróstegui, Santiago de Pablo y Enric

superiores de la jerarquía política. La conexión entre el poder local y el nacional, es una de las peculiaridades que ofrece la carrera política de Santiago Casares Quiroga. En este asunto concreto se puede hacer una comparación sencilla, Casares Quiroga fue un presidente ignorado por la historiografía, igual que las políticas municipales y la historia de la administración local son ignoradas por la historiografía española desde hace también una buena cantidad de años. En este asunto, el de la administración local y su participación en esa actividad durante el período republicano, volvemos a encontrarnos en una situación sin argumentos para revalorizar nada de su participación en la vida política del país durante la etapa del gobierno del Frente Popular. Esto se debe a que la política dedicada a reformas administrativas durante el período republicano no tuvo apenas desarrollo. En el pacto para crear el Frente Popular había una consigna básica, nacionalizar las tierras, los ferrocarriles, las minas, las bancas, etc., pero no se pudo hacer nada. El país, se encontraba después de haber ganado las elecciones el 16 de febrero en una situación de suspensión de garantías constitucionales, lo cual impedía que se pusieran en funcionamiento los acuerdos pactados. Los parlamentarios se quejaban del peligro fascista y de la inexistencia de medidas para dar más democracia. Lo que se ha podido comprobar es que en la etapa republicana, probablemente por esa lucha latente entre republicanos y fascistas, apenas se pudo innovar en casi nada. La etapa republicana se inicio con una normativa de carácter local que seguía respetando la legislación maurista y el Estatuto de Calvo Sotelo de 8 de marzo de 1824. En esta etapa no se elaboró ningún texto que hubiera podido permitir un avance en la normativa local y provincial, hasta tal punto que Franco utilizó la ley de Maura para hacer el desarrollo de su legislación municipal. Cuando mencionaba que no es habitual ascender desde puestos de la administración

local a puestos superiores en la jerarquía política, no hacía una

exageración, sino plasmar una realidad. El último de los políticos reformistas de la administración local de que se tiene noticia histórica a comienzos del siglo XX, es José Calvo Sotelo49. Aun hay más, los textos de Maura y de Calvo Sotelo son las únicas obras conocidas como materia de investigación en el terreno de la administración local. Probablemente ello se deba a la urgencia y rapidez con que debió gobernar la república, pero aún así han dejado un Ucelay-Da Cal. Como mencionaba, algunas de las plumas más brillantes, pero aún así, todavía queda mucho por investigar de la historia de la guerra civil española. 49 Recientemente se ha publicado una biografía suya, donde aparece como un individuo con intereses reformistas. Vid. BULLÓN DE MENDOZA Y GÓMEZ DE VALUGERA, Alfonso, José Calvo Sotelo, Madrid, Ariel, 2004.

gran vacío para poder realizar una investigación de carácter local. A Casares Quiroga, individuo que procedía de gobiernos municipalistas no se le dio oportunidad de descollar para el futuro por un proyecto de reforma administrativa de carácter provincial o municipal y, en consecuencia, se ha perdido otra oportunidad de ensalzar su figura. Sí se puede mencionar que en la firma del pacto del Frente Popular para asistir a las elecciones, uno de los puntos, el 5º, mencionaba la obligación de promulgar las leyes orgánicas de la constitución, y especialmente la provincial y la municipal.

Ese pacto,

obviamente, no se pudo poner en funcionamiento, pues su objetivo era ganar las elecciones generales, después de haber conseguido una unidad entre los partidos republicanos y los marxistas. Como se recoge en un estudio sobre la administración local española, es necesario considerar que, salvo los procesos de autonomía catalanista, se hizo muy poco en la II República por reformar los proyectos elaborados en la etapa del regeneracionismo. Parece que hubo muchos problemas para que se conciliaran entre sí las leyes elaboradas en Madrid y su aplicación al resto de los municipios españoles50. Casares Quiroga, muy vinculado, al poder municipal pudo hacer muy poco para reformar esa materia. Es evidente que la Constitución de la II República española de 9 de diciembre de 1931 trataba de regular el régimen local de forma muy diferente a la que plantaba el Estatuto Municipal de 1824, que era el texto vigente entonces. La II República intentó hacer innovaciones. Su Ley Municipal era el Decreto de 21 de noviembre de 1935, que desarrollaba, a su vez, la Ley de Bases de 10 de julio de 1935. Esta Ley se basaba en el Estatuto Municipal y por eso señalaba en su artículo 2 que el municipio «era una asociación nacional de carácter público, de personas y bienes, constituidos por necesarias relaciones de vecindad, y domicilio dentro de un territorio determinado». Con ese inicio se pretendía que el Ayuntamiento fuera el órgano supremo de la Administración municipal y, en consecuencia, su gobierno y representación legal. La elección de los concejales, se realizaba por sufragio universal libre, directo y secreto, con participación de las mujeres. Se seguía manteniendo también una Comisión Municipal Permanente, formada por el alcalde y los tenientes de alcalde, de la que ese alcalde sería el presidente. El alcalde presidiría también el ayuntamiento y sería el delegado del gobierno en su localidad. Sería elegido en una elección, distinta a la de los concejales, por los vecinos del pueblo. Las alteraciones del Estatuto serán mínimas y tendrán que ver, sobre todo, con las competencias, siendo fundamental el reconocimiento en la ley republicana, de la autonomía

de los municipios. Los municipios podrán recurrir ante los Tribunales cualquier disposición que vulnerara su autonomía. Ese punto ya era un logro más que suficiente para que fuera considerado como un éxito para la vida municipal, pero las necesidades de la guerra impidieron un desarrollo amplio, y , por ejemplo, esa ley no regulaba las Haciendas Locales, aunque sí hizo mucho para fijar la estructura administrativa del funcionariado de los municipios. En estas fechas se aprobaron las leyes regionales catalanas de 14 de agosto de 1933 y de 16 de julio de 1934, textos que supusieron un gran avance en el código normativo municipal. La obra de la República en el plano municipal, aunque no muy mencionada, fue saltada por la dictadura franquista que en su nueva legislación permitió el Estatuto municipal y provincial de 1924, antes de poner en funcionamiento la Ley de Bases de Régimen Local de 1945, en la que se anula cualquier tendencia progresista de la normativa republicana. Los alcaldes, en consecuencia, ya no serán de elección popular, sino que serán de nombramiento directo de la autoridad administrativa. Los problemas de la administración local española en la época de la II República eran derivados del caciquismo imperante en los municipios, algo que el sistema no fue capaz de eliminar. Además de las carencias que podrían tener los textos a debatir en la época de la república, no se puede olvidar que la ley municipal de la República no aportó nada especial al factor de la autonomía de los municipios y, en consecuencia, el texto republicano pudo seguir inspirando la vida municipal española «incluso hasta el día de antes del fallecimiento del Jefe del Estado don Francisco Franco»51. Realmente muy poco o casi nada se había modificado en esa etapa. Probablemente, la vinculación a las materias municipales pueda ser otra causa más de haber sido ignorado por la historiografía. Este último apartado explica bastante bien, el por qué de la ignorancia sobre su trabajo. El personaje siempre se había dedicado a la política municipal y esa materia, incluso en la época actual es una de las que se olvidan más fácilmente.

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