Carrera de sacos.

CURSO: HUMANIDADES 1 – CULTURA CONTEMPORÀNEA DOCENTE: RAFAEL ARANGO ZULUAGA. ACTIVIDAD DE SEGUIMIENTO: INFORME DE LECTUR

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CURSO: HUMANIDADES 1 – CULTURA CONTEMPORÀNEA DOCENTE: RAFAEL ARANGO ZULUAGA. ACTIVIDAD DE SEGUIMIENTO: INFORME DE LECTURA. TALLER SOBRE: LA CARRERA DE SACOS DE SIAMESES Leer el documento “LA CARRERA DE SACOS DE SIAMESES” y responder las siguientes preguntas.

1. Analizar las siguientes frases de acuerdo al contexto que establece el documento: a. “El problema de la humanidad es relativamente fácil de explicar, pero muy difícil de resolver…” b. “Debemos considerar que el conflicto entre la naturaleza y la educación es la fuente de todas nuestras dificultades.” c. “Cuando se trata de explicar el origen de la vida y del hombre no hay ninguna otra teoría que le pueda competir a la teoría evolucionista.”

2. Según el documento el ser humano, es un ser especial, único. ¿Qué le confiere este carácter?

3. Establecer un paralelo comparativo entre la evolución cultural y la evolución natural.

4. Elaborar un texto que resuman las reflexiones del documento.

Por favor me envían las respuestas a mi correo el próximo fin de semana. Saludos.

LA CARRERA DE SACOS DE LOS SIAMESES Fue el primer asesinato de la historia del mundo. El hombre-mono, exultante, lanzó su cachiporra (que era en realidad el fémur de una cebra) al aire… y ésta, al girar, se transformó en una estación espacial en órbita. En esta impresionante escena de la película 2001: Una Odisea del Espacio, miles de espectadores vieron representado el dilema de la humanidad en el microcosmos: aunque somos portadores de los inconfundibles signos de nuestra animalidad, nuestros actos nos han llevado muy lejos del reino de lo puramente orgánico. Como hombres-mono, somos producto de la evolución biológica --un proceso lento y natural-- y, sin embargo, estamos en nuestra propia evolución cultural, que es un proceso rápido y en cierto modo “antinatural”. Desde la cachiporra del hombre mono hasta la primera excursión al espacio interplanetario han transcurrido cuatro millones de años de evolución biológica y cultural, condensados en sólo unos segundos en la frecuencia mencionada. El viaje de la especie humana deja pequeña la odisea de cualquier astronauta, y es un viaje continuo. Somos viajeros del tiempo, con un pie en nuestro presente cultural y otro atascado en nuestro pasado biológico. No es sorprendente que nos sintamos incómodos en esta extraña situación. El problema de la humanidad es relativamente fácil de explicar, pero muy difícil de resolver como Pascal reconoció con toda claridad, somos animales, sí, pero también somos mucho más que eso. La transición del mono al ser humano se queda pequeña ante la transición del fémur de una cebra a un misil. La mayoría de los antropólogos convendrían en que, desde un punto de vista biológico, un mono prehistórico no dista demasiado del mono Homo sapiens; parece haber mucha más distancia entre un fémur de una cebra y una estación espacial. No obstante, esta notable y vertiginosa transformación se produjo, según el criterio con que se estudia la evolución, de la noche a la mañana, y nosotros, hicimos que fuera posible. El pequeño guion que separa las palabras “hombre” y “mono” es, en realidad la línea más larga que podamos imaginar, puesto que conecta dos mundos radicalmente diferentes. Como Jano, el dios que simboliza el primer mes del calendario romano porque una de sus caras mira hacia el año venidero, nuestra especie también tiene dos caras: una que mira hacia atrás, hacia nuestro pasado evolutivo y otra mira hacia adelante, hacia un futuro que avanza vertiginosamente, manteniendo un delicado equilibrio en la frágil transitoriedad del presente. Este libro intentará darle sentido a ese presente y sugerir una teoría general que explique por qué nos parece tan confuso, tan peligroso y, aun así, tan lleno de esperanza para la aventura humana. Nuestro carácter único como seres humanos es evidente en casi todos los aspectos de la vida, desde nuestras maravillosas construcciones hasta nuestras conversaciones más banales. Pero nuestra herencia biológica lo impregna todo,

como si fuera un diablillo sentado en nuestro hombro que nos susurra cosas al oído. Tenemos un cuerpo y hemos evolucionado, como también ha evolucionado aquella malhadada cebra que nuestro desagradable antepasado encontró tan útil. Somos seres biológicos a la vez que seres humanos. Sangramos, comemos, defecamos, nos reproducimos, nos reproducimos, morimos. Y también concebimos las odas más sublimes, construimos las más extraordinarias máquinas, desencadenamos la energía del átomo e imaginamos la eternidad y la divinidad. No sólo somos parte de la naturaleza; también, de un modo extraño, estamos fuera de ella, como criaturas que han trascendido en muchos sentidos su propio ser orgánico para pensar y hacer cosas que ningún otro animal puede pensar o hacer. Podemos señalar con orgullo nuestros impresionantes logros y advertir con consternación los problemas que tales conquistas acarrean para nosotros y para nuestro planeta. No sólo tenemos dos caras, como Jano, sino también dos almas; estamos aquejados de un profundo dualismo único entre todas las criaturas de la Tierra. Esta es nuestra gloria y nuestra maldición. En su Ensayo sobre el hombre, Alexander Pope se lamenta de: Entre una cosa y otra, dudando si actuar o reposar; dudando entre considerarse dios o bestia; dudando si preferir su cuerpo o su espíritu; nacido, pero para morir; capaz de razonar, pero para erra. Pope escribió esto más de cien años antes de Darwin, si bien ahora sabemos lo que el poeta no podía saber: somos tanto dioses como bestias, y no estamos entre una cosa y otra, sino metidos en las dos simultánea e irremediablemente. Pope concluye que somos criaturas esencialmente paradójicas: Creada mitad para elevarse y mitad para caer; gran señor de todas las cosas, pero víctima de todas ellas; único juez de la verdad cayendo sin cesar en el error: ¡Gloria, hazmerreír y enigma del Universo! Sea la gloria o el hazmerreír del mundo, el Homo sapiens es, por encima de todo, un enigma cuya clave debe ser proclamada: el conflicto entre nuestras dos características fundamentales, la cultura y la biología. Esta dicotomía esencial entre la liebre y la tortuga, entre nuestra cultura galopante y nuestro lento desarrollo biológico, es lo más notable de la existencia humana y la base de la mayoría de nuestros problemas. Este es, el tema del presente libro. Para poder comprender el conflicto que existe entre la cultura y la biología, debemos volver a considerar sus orígenes. Nuestras características físicas

esenciales –y-- presumiblemente, también nuestras características --emocionales y mentales-- se han desarrollado en un proceso gradual de evolución biológica. Aunque todavía se sigue discutiendo cuál es el mecanismo exacto de dicho proceso, ya nadie cuestiona el hecho esencial de la evolución. Así pues, existe la “teoría de la evolución”, y también diversas “teorías de la evolución”. Las diferentes teorías se encargan de estudiar los posibles mecanismos capaces de regular el proceso de la evolución (el papel que desempeñan las catástrofes geológicas, el significado que tienen los caracteres neutros, etc.). Pero, pese a la pretensión de algunos cristianos fundamentalistas, la evolución en sí no es una “teoría”, en el sentido de hipótesis sin demostrar o idea infundada, sino que está tan cerca de ser un hecho como lo están la “teoría atómica”, la “teoría de la gravedad” o la “teoría de la relatividad”. El papel que juega exactamente la evolución en la determinación de nuestro comportamiento es aún un tema abierto al debate. Pero afirmar que la evolución es sólo una teoría, sería como decir que es una teoría que la Tierra sea redonda. La palabra “teoría” viene del gringo Theoria, que quiere decir “ver o contemplar”. Una teoría científica es un conjunto de proposiciones coherentes que nos ayudan a comprender el sentido de hechos que de otro modo parecerían caóticos. No es un camino directo hacia la verdad, pero tampoco una suposición al tuntún. Cuando se trata de explicar el funcionamiento esencial del mundo vivo, la teoría de la evolución no tiene competidoras serias. Al igual que nuestra biología, también nuestra cultura ha evolucionado. Sin embargo, el proceso de evolución cultural difiere en aspectos fundamentales del proceso de evolución biológica que ha configurado a todos los seres vivos. Nuestra capacidad cultural es, en sí, un producto de evolución biológica y, en este sentido, la cultura humana es descendiente directa de nuestra biología. Como un niño perdido --o como el monstruo de Frankenstein-- la cultura desarrollo su propia iniciativa, siguiendo un camino bastante independiente del proceso natural que inicialmente la había generado. Esto es debido a que, al contrario que la evolución biológica, la evolución cultural tiene la capacidad de “despegar” por sí misma, reproducirse, mutar y desarrollarse mucho más rápida y eficazmente que cualquier sistema “natural”. Mientras nuestra naturaleza biológica, encadenada por la genética, avanza pesadamente a paso de tortuga --nunca a más de un paso por generación, y normalmente todavía más despacio--, nuestra cultura corre a toda velocidad. En la fábula de Esopo la tortuga gana finalmente la carrera porque la liebre es atolondrada, se confía demasiado y se distrae con facilidad, mientras que la tortuga, aunque lenta es perseverante. En el mundo real, la cultura y la biología corren a velocidad diferente, pero son igualmente atolondradas e

igualmente perseverantes y, lo que es más importante, cruzarán la línea de meta juntas, puesto que, a pesar de sus diferencias, están inextricablemente vinculadas, una a otra. Nos sentimos tentados a sentarnos a contemplar el divertido espectáculo, una especie de cómica carrera de sacos entre dos gemelos siameses… si no fuera porque formamos parte de él. El conflicto entre biología y cultura no es una nueva variante de la antigua controversia naturaleza/educación, aunque es cierto que tiene algunos elementos semejantes. Los biólogos, los psicólogos y otros especialistas reconocieron, ya hace tiempo, que la naturaleza (nuestra herencia genética y biológica) y la educación (nuestras experiencias) se combinan inextricablemente para producir nuestro comportamiento. No se puede establecer la superioridad de una sobre la otra, al igual que no se puede sostener que en una moneda la cara es más importante que la cruz. Y esto es igualmente para la liebre y la tortuga. Pero, si bien la cultura y la biología están necesariamente relacionadas con nuestro comportamiento no tienen que estar necesariamente en armonía. Si ocurriera así, los individuos y la sociedad estarían también en armonía, y, en este caso, al faltar la necesidad de encontrar un remedio, no es probable que existiera la necesidad de buscar una explicación. Afortunadamente, existe una considerable armonía entre nuestra cultura y nuestra biología, debido, sobre todo a que nuestra biología es tan flexible como esas prendas “talla única” que se adaptan a todas las formas y tamaños. Pero no todo encaja a la perfección. A veces las cosas van mal, como demuestra la experiencia del ser humano a lo largo de una historia llena de momentos difíciles. Así pues, aunque el comportamiento humano se deriva tanto de la biología como de la cultura, tanto de la naturaleza como de la educación, nuestra cultura y nuestra biología no siempre se ajustan satisfactoriamente. Además, es probable que nos fijemos en los conflictos que, en la armonía, por la misma razón que en los periódicos pasan por alto las cosas que han ido bien. Al igual que debemos ver en la interacción entre la naturaleza y la educación la causa de nuestro comportamiento, debemos considerar que el conflicto entre la naturaleza y la educación es la fuente de todas nuestras dificultades. Un consejo útil para el esclarecimiento de asesinatos misteriosos –tan útil que ha llegado a convertirse en un cliché- es cherchez la femme (buscad a la mujer); cuando el Homo sapiens está en apuros puede ser igualmente útil buscar el posible conflicto ente la liebre y la tortuga. Pero cambiemos de metáfora: dos grandes placas tectónicas previamente separadas, la cultura y la biología, se reúnen y chocan entre sí. Los resultados de ello, como veremos más adelante, van de pequeños roces y movimientos casi

triviales, como nuestros pecadillos de gula o de lujuria, a impresionantes terremotos como la guerra nuclear. Entre estos dos extremos existe toda una gama de temblores de intensidad media; la alienación, el deterioro del medio ambiente o la superpoblación. Él conflicto entre la cultura y la biología, la carrera de sacos de los siameses –la liebre y la tortuga-- es un fenómeno de proporciones paradójicas, que van de lo sísmico a lo microscópico, y que afecta a todas las sociedades (y, de hecho, al pasado, presente y futuro de todo el planeta) y a todos los individuos con todos sus defectos y virtudes. Antes de pasar a analizar el conflicto, dedicaremos los dos capítulos siguientes a examinar a los participantes, repasando brevemente la anatomía de la tortuga y la de la liebre.