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Un regalo para Grecia Carla Angelo *** Exhausto, no había mejor palabra que describiese como me sentía; tan simple y tan cierta. Los exámenes de fin de semestre se me habían juntado con los últimos partidos de la temporada. Más que nunca debía equilibrar mi tiempo entre los estudios y los entrenamientos con el equipo de básquetbol de la universidad. Yo era el capitán, el jugador estrella como muchos me decían, y la presión por ganar el último partido ya pesaba sobre mis hombros. Mi consuelo: ese era el penúltimo entrenamiento antes del gran partido, después solo debía encargarme de los estudios, bueno, no era un tan grandioso consuelo, pero al menos el cansancio físico terminaba. —Buen trabajo Cohen, seguro ganamos el domingo —me gritó el entrenador al finalizar la práctica. Me senté en la banca, tomé un sorbo de agua y como era costumbre me fijé en las graderías. Un grupo de chicas me esperaban; Anette entre ellas; una estudiante de medicina que tras abandonar los esfuerzos por conquistar a mi mejor amigo, se había empecinado en salir conmigo. De no haber sido porque me sentía su segunda opción, de seguro habría salido con ella, y quien sabe, tal vez algo más. Pero mi orgullo era demasiado, yo no era la segunda opción de nadie, por eso me hacía al indiferente con ella. Ignorando sus vanos intentos por llamar mi atención, busqué en el otro extremo a quien siempre estaba allí esperándome: Grecia, una pequeña de catorce años y una de las mejores amigas de mi hermano menor. Desde hacía siete años ella asistía a todos mis entrenamientos y partidos. Grecia era algo así como una pequeña amiga, mi fan número uno; era divertido pensar en el pasado y mirar al presente; Grecia no había cambiado, físicamente sí, pero su alma seguía intacta, con aquella pureza e inocencia de una niña de ocho años. Igual que en esos tiempos corrió por las graderías sosteniendo su mochila. Del colegio a la universidad ella

realizaba un viaje de casi dos horas y, pese a la distancia, llegaba a tiempo, siempre con algún bocadillo fresco que había cocinado solo para mí. A Grecia le encantaba cocinar y a mí me encantaba comer ¿podía ser más perfecto? — ¡Estuviste genial Tiago! ¡Seguro ganamos el domingo! —con su inconfundible optimismo se acercó a mí y sacó el tapper de plástico con las galletas de ese día. Sin pensarlo tome una. — ¿De qué son? —pregunté con cierto desagrado, esperando encontrarme con chips de chocolate mordía algo pequeño y arenoso. —Son integrales, el partido está cerca, necesitas micha fibra y carbohidratos —me explicó mientras comenzábamos a caminar hacia la salida. Además de ser mi pequeña fan se atribuía el título de mi dietista personal. En nuestro recorrido la notaba algo nerviosa, parecía querer decirme algo. Yo sólo esperé y finalmente se decidió. Del bolsillo de su uniforme sacó un elegante sobre blanco. Por las ajaduras se notaba que lo había llevado consigo por días. —Tiago, bueno… —titubeó entregándome el sobre—, mañana es mi cumpleaños —cómo olvidarlo, siempre que esa fecha se aproximaba me lo recordaba con semanas de antelación, y ese año en particular me repetía constantemente que cumplía quince, una edad importante para las mujeres—, mi madre me está haciendo una fiesta y creí que.. Bueno ¿quieres venir? — se animó a preguntar finalmente. — ¡Tiago! Hay fiesta en el edificio "D" ¿Vienes? —a lo lejos una de mis compañeras me gritó, interrumpiendo a Grecia. —Sí, ya los alcanzó —le grité de vuelta —,gracias, pero creo que me sentiré extraño con los niños de tu edad— de verdad que no lo dije con mala intención, simplemente era estúpido y no pensaba antes de hablar. Inmediatamente Grecia me arrebató la invitación de las manos e intentó ocultar su rostro con su largo cabello rubio. —Te entiendo, tienes razón, lo siento— sin mirarme y aún ocultando el rostro devolvió la invitación a su bolsillo y se fue corriendo. Yo la contemplé mientras se alejaba, perplejo y confundido. No

le presté atención, ella aveces era u poco extraña, ¿se había enfadado? Era posible, o eso pensé en ese instante, luego me enteré que ella había llorado amargamente durante horas gracias a mi insensible e imbécil desplante. Dejando el asunto de lado corrí con el resto de mis compañeros. Como cada fiesta en el campus, esa terminó en destrucción masiva, ese era el tipo de fiestas a las que asistía, no quince años con chicos de colegio que a lo sumo se escondían en alguna habitación con una botella de champaña sustraída de alguna de las mesas de los adultos. *** Posterior a la resaca pensé con claridad. Era curioso cómo había necesitado alcoholizarme para recién darme cuenta de la magistral estupidez que había cometido el día anterior. Posiblemente el alcohol había encendido mis neuronas, o el cansancio del día anterior me había insensibilizado. Grecia me invitaba a su ansiada fiesta de quince años y yo como el gran estúpido que era le había rechazado. Grecia era una niña increíblemente dulce, me cautivaba su forma tan especial de ver la vida y el cariño que le dedica a cada acción que realizaba, sobre todo si era para mí, desde hornear algo hasta pintarme una pancarta, y yo jamás le había dado un regalo siquiera. Le debía una disculpa, una muy grande. Afortunadamente sabía donde vivía, su hermano mayor y yo éramos amigos… en realidad no, para desdicha de ambos compartíamos amigos, lo que significaba que automáticamente estábamos en el mismo grupo y debíamos toléranos. *** —Sophie ¿qué le regalas a una niña que cumple quince años? — por casi diez minutos me había rebanado la cabeza pensando qué regalarle, pero no se me ocurría nada. Las únicas mujeres a quienes les compraba obsequios eran mi madre y mi hermana, después de eso, nunca había visto la necesidad. Mi relación más larga había durado tres semanas, no era el tiempo suficiente para hacer algún presente, y generalmente, me aburría repetir con la misma mujer más de tres citas. — ¡Aprende a tocar!— en lugar de responderme mi hermana

me reprendía agresivamente por entrar a su departamento sin anunciar mi llegada — ¿el regalo es para Grecia?— intempestivamente cambió su tono de una forma solo común en ella. No sé qué cosas pasarían por su mente en ese momento, pero ya parecía volar en una nube rosa mientras su ojos brillaban con entusiasmo y ensueño. —Sí, me invitó a su cumpleaños. No sé qué se le puede dar a una niña de esa edad. —Grecia no es una niña— volvió a su semblante de represión — ya cumple quince años, una edad importante, donde las niñas dejan de ser niñas para volverse jóvenes y lindas mujeres— me habló remarcando cada palabra, claramente quería que yo entendiera algo, pero no sabía qué, los hombres no entendemos indirectas. Ignorando lo que posiblemente era una tontería inventada por su loca cabecita, volví a presionarla para que se concentrase en mi misión principal: comprar un regalo a Grecia. Mi hermana Sophie era la persona indicada, era una mujer y le gustaba comprar ¿necesitaba más requisitos? Después de seis horas en el centro comercial durante las cuales nos detuvimos en cada tienda antes de llegar a la joyería, Sophie realizó "paradas estratégicas", en las cuales se llevó casi la mitad de artículos disponibles en cada tienda y contar con su ayuda ya no parecía una buena idea. Creo que ese día cargué alrededor de media tonelada en ropa y accesorios. Finalmente llegamos a nuestro destino: Una elegante joyería; y en este caso como en la mayoría, elegante significaba costosa, extremadamente costosa. Protestando por lo bajo obedecí a mi hermana, quien se suponía era una experta en esos temas y terminé comprando un dije de corazón, que según la vendedora, podía usarse en un colar o una pulsera. No sabía si un corazón era el símbolo correcto que debía entregarle a una muchachita quien era más amiga de mi hermano que mía. Al final Sophie me convención con una charlatanería extensa sobre los miles de significados que un corazón tenía. ****************

Con el presente guardado en una fina cajita de terciopelo, la cual me había costado casi tanto como el dije, me dirigí a casa de Grecia. Tal como esperaba el lugar se encontraba atestado de gente. Bajé de mi motocicleta y caminé a la entrada, dándome cuenta recién que se trataba de una fiesta de gala y yo llevaba ropa común. No importaba, a Grecia seguramente no le importaría, después de todo, ella debía encontrase muy feliz rodeada de sus amigos, yo simplemente iba a ofrecerle una disculpa, hacer acto de presencia y luego salir de ahí. —Su invitación— en cuanto quise cruzar la puerta me detuvo uno de los guardias de seguridad. Yo busqué en mis bolsillos momentos antes de recordar que Grecia me había quitado la invitación después de mi torpe cometario. —No la traigo, Grecia olvidó dármela, pero la conozco— me excusé y los guardias rieron, haciéndome sentir aún más ridículo… como si eso fuese posible. —Tú y todos ellos… ponte a la fila— aún con la sonrisa en sus labios me señaló una fila con varios sujetos que intentaban colarse a la fiesta, seguramente con el mismo pretexto que yo, claro que a diferencia de ellos, yo sí decía la verdad. — ¡Evan!— grité al ver al hermano mayor de Grecia, quien salía de la mansión. Con despreció me reconoció, por primera y única vez en mi vida agradecía el verlo. — ¿Qué haces aquí?— me preguntó impasible. —Grecia me invitó, diles que me dejen pasar. — ¿Y tu invitación?— su pregunta retumbaba cargada de maldad, seguro estaba consciente de mi situación —sin invitación no pasas, además lo más posible es que la fiesta vaya a suspenderse. — ¿Por qué?— me extrañé, él parecía hablar en serio. —Grecia se niega a bajar, se encerró con llave en su habitación — su breve explicación vino acompañada de un portazo; no había la necesidad de tal acto, Evan quería establecer de manera física su terrible rechazo a mi presencia. No me molesté en insistir. La fiesta no me importaba, la

pequeña Grecia era el centro de mi preocupación. Ese día era importante y ella se veía entusiasmada por su fiesta ¿Qué le sucedía? Solo rogaba no ser yo la causa de su malestar. Un segundo de culpa fue reemplazado por negación. Yo no era tan importante para Grecia como para ser el motivo de su encierro. Pensando tanto no iba a llegar a ningún lado, así que decidí averiguar por mí mismo. En las pocas ocasiones que había ingresado a esa inmensa casa, Grecia me había recibido gritando desde su balcón; uno contiguo a su habitación, el cual daba al jardín trasero. Tal como esperaba, la luz de su habitación se encontraba prendida y la fortuna parecía sonreírme nuevamente, las puertas del balcón estaban abiertas. Trepar hacia el segundo piso por las ramas de los rosales no parecía tarea complicada, y no lo fue. Desde el balcón vi a través del fino tul que permitía le paso del viento, tras él distinguí la silueta de Grecia. Sin ser notado traspasé en la habitación y me abandoné al extasiante momento, en el cual Grecia era el centro de mi universo. Ella se miraba en el espejo, llevaba su vestido de fiesta, uno rosa con brillos, de los que se sujetan solo arriba del pecho dejando al descubierto los hombros. De no haber sido porque ella lo llevaba puesto, jamás me habría fijado en detalles como ese. Mi pequeña se veía triste, vacía, como el precioso envoltorio vacío de un caramelo, dulce como la recordaba del día anterior. Sosegadamente volteó hacia mí, desconcertada por mi inesperada presencia. Yo no me moví, reprimí el impulso de arrimarla a mis brazos, el cual extrañamente, comenzaba a superar mi autocontrol y se apoderaba de aquella parte del cerebro que se encapricha con una determinada acción, por más inoportuna que resulte. — ¿Tiago? ¿Qué haces aquí?— sin salir del asombro se dirigió a mí, su triste mirada aún me carcomía. —Yo vine a disculparme, me porté muy mal contigo, no debí rechazarte. —No te preocupes, no necesitabas venir—noté que reprimía unas lágrimas y que sus palabras no decían la verdad, algo le

molestaba y no era solo yo. — ¿Qué sucede? Evan me dijo que no quieres bajar, es tu fiesta… —No, no es mi fiesta— me interrumpió tajante— es el peor cumpleaños de mi vida, y créeme que he tenido malos. Mi madre hizo todo esto para ella, no le importa siquiera que más de la mitad de mis compañeros no vino y que casi todos los que están son amigos de ella y su esposo ¿Cuál es el sentido? Ella no me quiere ahí y a sus invitados poco les importa el verme— se sinceró conmigo soltando las lágrimas. En lo poco que sabía sobre ella, el tema de su madre no era algo a lo que estuviese ajeno. Su padre había muerto cuando ella era muy pequeña y su madre se dedicaba a viajar, vivir eternas vacaciones de sus hijos, quienes habían sido criados por los sirvientes de la casa. La consolé tal como necesitaba. Me arrodille frente a ella y la abracé, no quería verla llorar, Dios… verla así es algo que me destruye el alma. En ese momento hubiese sido capaz de arrancarme el corazón y regalárselo en una caja si eso le hubiese hecho sonreír. Se soltó de mi abrazo y yo permanecí mirándola, aún arrodillado en el suelo. ¿Cuándo había crecido tanto? Sus ojos grises sumidos en la tristeza me parecían tan bellos… con un destello precioso que solo era superado cuando sonreía. — ¿Tiago qué pasa?— la dulce voz de Grecia llamó mi atención, sacándome de ese hechizo hipnótico que me mantenía naufragando en sus cristalinas lágrimas. —Nada, que tal si…—una idea surcó mi mente, Grecia merecía ser feliz en el cumpleaños más importante de su vida y estaba a mi alcance hacerla sonreír — vámonos— me levanté y le extendí la mano. Ella perpleja y sin entender me entregó con confianza su pequeña mano de piel de porcelana. Me aproximé a la ventana, estaba oscuro y no parecía haber gente cerca. De la misma forma en la que había trepado, bajé antes que ella, para ayudarla y vigilar que su aparatoso vestido y costosos zapatos no le jugasen una mala pasada. Ya sabía exactamente dónde ir. Corriendo con sigilo

atravesamos el extenso jardín hasta mi motocicleta, la cual esperaba parqueada en la acera. Me pareció que los guardias se percataron que me llevaba a la cumpleañera, pero Grecia y yo habíamos partido tan rápido que sus reclamos sonaron como un zumbido inteligible segundos antes de ser reemplazados por el motor de la moto. Nos detuvimos en un parque, el cual se encontraba vacío a esas altas horas de la noche. Justo en el centro se hallaba una enorme estatua, rodeada de pequeños jardines, pero esa no era la atracción principal del lugar. Ese parque era grande y poseía una especie de bosquecillo, el cual finalizaba justo frente a un risco. Una improvisada baranda de madera detenía la caía y servía como mirador. Grecia se colgó del barandal, contemplando emocionada la luna, la cual brillaba y se reflejaba en su mirada. Su cabello rubio se veía platinado y vestido que llevaba marcaba su perfecta silueta. De nuevo me encontraba perdido, detallando cada parte de ella, sin encontrarle la más mínima imperfección. No sé por qué, pero sin darme cuenta le retiraba el cabello y acariciaba la piel desnuda de sus hombros. Ella volteó preguntándome lo que hacía con su expresión. Inmediatamente dejé mi acción percatándome de mi inoportuno movimiento. — ¿Te gusta?— desvié su atención — me refiero a la vista— por el movimiento extraño que hizo con los ojos caí en cuenta que ella pensaba que me refería a la caricia. En realidad si me refería a eso, pero a último momento metí el tema del paisaje. Esa niña me hacía sentir tanto, y esa noche mis locos sentimientos querían manifestarse por cuenta propia; y así lo hicieron, cometí una locura que nuca había pensado pudiese haber cometido. — ¿Bailamos?— le pregunté con una ligera inclinación. Ella pensó que bromeaba, yo no era de los que bailaban, menos en un solitario lugar y sin música. — ¿Bailar qué?— me preguntó con una risa nerviosa. —Se supone que son tus quince años, debes bailar el vals a la media noche. Ya son las doce— sin esperar respuesta la jalé hacia mí, cerrando uno de mis brazos alrededor de su cintura y

la otra tomó su mano. Empecé a girar lentamente, ella apoyaba la cabeza en mi pecho, no necesitaba apoyar los pies en el suelo, yo la elevaba, girando y moviéndola conmigo al compás de una melodía imaginaria. Ella reía, era feliz, y su alegría se me contagiaba; sentía como esta penetraba por cada poro de mi cuerpo hasta tocar mi alma. Después ya la abrazaba, el compás terminaba y yo solo disfrutaba la presencia de mi pequeña; me abrazaba como lo hacía años atrás, o tal vez no… definitivamente no, eso no era igual a cuando tenía nueve años y se negaba a desprenderse de mi pierna. Lastimosamente el momento acabó, ambos lo sabíamos, era momento de volver, a esas alturas yo ya debía ser buscado por secuestro y a Grecia le esperaba una buena regañina por parte de su madre. —La fiesta aún no se acaba, tenemos varias horas que perder — mientras caminábamos de vuelta pensaba como alargar mi tiempo en su compañía. Aún no quería dejarla, ya estábamos en problemas, ¿cuánto más daño causaría que permaneciéramos juntos un par de horas más? —Me prometiste que me llevaría s a pasear por el campus— Grecia alzó la vista y no pude negarme a su deseo. Hacía más de dos años que le había prometido llevarla a visitar el enorme campus universitario. Un paseo nocturno por ese lugar no parecía mala idea. *** En la oscuridad le mostré los edificios donde pasaba clases, el área deportiva nos la pasamos de largo puesto que ella la conocía muy bien y caminamos hacia los dormitorios. Grecia se emocionaba con cada cosa que le contaba, por más aburrido que a mí me parecía contarle sobre mis clases y estrictos docentes, ella escuchaba atenta, enterándose de cada anécdota, interesándose en mi vida cotidiana. — ¿Tienes frío?— me sentí torpe preguntándole a esas alturas, nuestra noche casi acababa y seguramente ella se había aguantado el clima que congelaba sus hombros desnudos. También lamenté el no tener una chaqueta en ese momento, solo levaba una camisa y no se vería galante que me la quitase

para cubrirla precariamente — acompáñame a mi dormitorio un momento, así sacamos una chaqueta. —Estoy bien, no te preocupes— intentó engañarme con su sincera sonrisa; yo no le creí, se notaba que tensaba su cuerpo para no temblar. —No es pregunta, vamos. Ella me siguió confiadamente, esa niña me tenía demasiada fe, podía llevarla al fin del mundo y ella me seguiría dichosa y sin reparos. Mi edificio se encontraba frente a la avenida, era uno de los más altos; pese al impresionante tamaño de la construcción, las habitaciones parecían cajetillas de fósforos, ideal cuando solo te dedicas a estudiar y a la loca vida universitaria. Las miradas curiosas no se dejaron esperar cuando pasé con Grecia a la estancia. Anette y su grupo de amigas se encontraban conversando en los sillones. — ¿Te robaste a una quinceañera?— me preguntó Anette con una simpática sonrisa. —De hecho sí. —No me digas qué piensas llevártela a tu habitación— protectoramente abrazó a Grecia, quien a comparación de Anette parecía una pequeña niña. —Solo recogeré una chaqueta— fingí molestia por su desconfianza. Mi pequeña tenía una mueca extraña, el resto de chicas la rodeaban y le preguntaban si de verdad yo me la había llevado de su fiesta —bien, cuídala unos segundos— otro par de chicas se habían sumado a la reprobación así que decidí subir solo. Grecia podía esperarme un par de minutos y también evitaba que ella viese el terrible desorden que había en mi habitación. Tras una sonrisa de probación por parte de mi acompañante subí corriendo al tercer piso. Afortunadamente una chaqueta se encontraba lista sobre la silla. Era enorme para Grecia, pero sin duda se vería adorable con ella. Ya dispuesto abajar nuevamente, recode el regalo. No se lo había entregado, lo saqué de mi bolsillo y lo llevé en la mano, para no olvidarme de entregárselo antes de salir. No tardé ni dos minutos en subir y bajar, sin embargo Anette y las otras chicas conversaban amenamente como al principio,

Grecia no estaba con ellas. — ¿Dónde está Grecia?— les pregunté preocupado. —Hace un momento tomó un taxi— me explicaron levantando los hombros y volviendo a su conversación. Me encontraba confundido ¿por qué ella se había ido? Mi primera idea fue llamarla, luego me di cuenta de que no sabía su número. La conocía por más de siete años y jamás le había pedido el número de teléfono. Contemplé el regalo que tenía en la mano. Estaba preocupado, deseaba saber si había llegado bien a su casa, sobre todo preguntarle por qué no me había esperado. Esa vez estaba seguro de no haber hecho nada mal, o eso pensaba. ****** Capitulo 2 Infructuosamente traté de despejar mi mente y olvidarla momentáneamente mientras el entrenador nos daba indicaciones. Después de la pequeña reunión rutinaria previa al entrenamiento, caminé hacia la cancha con la seguridad de que Grecia estaría esperándome como siempre. Lo primero que me fijé fue en las graderías. Varias chicas de la universidad esperaban, pero no mi pequeña Grecia. Rogando que sólo se tratase de un retraso, me enfoqué en la práctica. Aquella era la más importante, al día siguiente teníamos el partido, el último y el definitivo, el que podría coronarnos como campeones estatales. — ¡Cohen! Si juegas así mañana, te encerraré en los casilleros —me amenazó el entrenador cuando finalizamos por ese día. Mi mente volaba lejos, la pelota era lo de menos cuando la preocupación por Grecia me consumía, y esa espantosa sensación de desesperación se extendió durante el resto del día. Reprobé un examen final y un auto estuvo a punto de atropellarme dos veces. Lo primero que deseaba era ir a casa de Grecia, y personalmente preguntarle por qué había faltado a la práctica ese día; mas la suerte no estaba a mi favor. El partido era al día siguiente, y como siempre que había uno de esos importantes acontecimientos, teníamos vetada la salida de la

universidad. Sólo se nos permitía ir a nuestros salones de clases y debíamos dormir en uno de los edificios destinados a nuestra concentración. *** Infundí ánimo a mi equipo antes de salir a la cancha. Ese día era importante. El partido final, después, tendría una especie de vacación, sólo me quedaban un par de exámenes, además del que había reprobado y debía repetir en segundo turno. Sobre todo, la dicha me embriagaba porque albergaba la esperanza de que Grecia estaría animándome; era el partido más importante del año, ella ni loca se lo perdería. Empezamos con un saque nuestro favor, yo alternaba la vista entre el aro, un rival que intentaba arrebatarme el balón y las gradas. Miraba para todas direcciones y de Grecia no había rastro. Sería innecesario explicar que ese partido lo perdimos, y todo a causa de mi falta de concentración ¿Cómo podía jugar si lo que más me importaba era que mi pequeña no estaba presente? —Idiota ¿En qué pensabas? —me reclamó Ian, mi mejor amigo. Él también estaba en el equipo, no porque fuese un fan del deporte o le encantase practicarlo, simplemente era muy bueno jugando y el estar en el equipo le suponía una media beca universitaria. —Grecia, no vino ¿No crees que es raro? El otro día se fue sin despedirse, y no la he vuelto a ver. — ¿Llamaste a Evan? —me preguntó. — ¡No! ni loco lo llamo. Me interrogará para saber por qué pregunto por su hermana ¡Diablos! ¿Qué hago? —ya me desesperaba, había dejado pasar demasiado el tiempo, me angustiaba, y no necesitaba pensar el por qué, lo sabía: me comportaba como un idiota enamorado. En algún momento, no sé si durante esa especial noche que pasé con ella o un tiempo antes, me había enamorado de esa niña. — ¿Por qué no llamas a Daniel? Es su amigo —me aconsejó por último, saliendo de los cambiadores, haciéndome sentirme aún más idiota. Grecia era una de las mejores amigas de mi hermano menor, si alguien tenía su número y sabía cómo se encontraba, de

seguro era él. Marqué sin esperar, pero el maldito mocoso no me contestaba, es más, colgaba, seguramente al ver mi nombre. Algo había hecho y me evitaba, estaba seguro. De nuevo, la suerte bailaba lejos de mí y se me hacía la burla. Paciencia era lo único que me restaba. Al día siguiente la iría a buscar a la salida de su colegio. *** Llegué media hora antes sólo para asegurarme. Me apoyé contra la pared de mi vieja secundaria. Aparentemente ya me ponía viejo y nostálgico, pues recordaba como hacía unos años atrás, yo salía por esas puertas portando mi uniforme, generalmente con alguna compañera. Novias en el colegio y la universidad, había tenido muchas, ya ni recordaba cuantas. Me gustaba contar con una compañía femenina, mas nunca aguantaba a la misma muchacha demasiado tiempo, me aburría. Mi hermana decía que era porque nunca me había enamorado de verdad, que el día que lo hiciera, desearía estar con esa persona toda la vida y jamás se tornaría aburrido. Al parecer, ese día había llegado. Increíble pensar que justamente me iba a enamorar de la chica que me había perseguido desde que recuerdo, a la cual nunca había prestado demasiada atención por tratarse de una niña. Pero en ese momento, Grecia no era aquella pequeña que me horneaba galletas a diario y me dejaba sin vida siguiéndome de un lado para el otro; era una hermosa joven y sin duda la quería a mi lado, para mí, solo para mí. Tan metido en mis pensamientos, casi no había notado el correr del tiempo. Los adolescentes ya salían y yo buscaba la albina cabellera de Grecia entre el mar de muchachitas. Mi alma dio un brinco cuando la vi. Salía sola, con la mirada gacha, y la mochila apoyada en un hombro como siempre. Me abrí paso entre los colegiales y la alcancé justo cuando tomaba un taxi. — ¡Grecia! —la llamé y desconcertada ella buscó en todas direcciones hasta verme. Esperaba que sonriera, como siempre hacía cuando me veía, mas ella apresuró su paso e intentó entrar rápidamente al taxi. Llegué a tiempo para impedir que cerrara la puerta. —Grecia, te busqué por días ¿Dónde estabas? Te fuiste sin

despedirte y me dejaste muy preocupado, tampoco fuiste al partido ¿Qué pasó? Nunca faltas. —Yo… perdón, tenía otras cosas que hacer —me respondió con un tono seco, pero yo distinguí algo de tristeza ¿Otras cosas qué hacer? Ella lo dejaba todo por ir a verme a los partidos—. Perdón por no haberme despedido, y perdón por todo, sé que fui una molestia para ti —continuó y sus palabras me sacaron de contexto ¿Por qué se disculpaba? Pasmado, me alejé de la puerta y ella la cerró, dándole al chofer la orden para que partiera de inmediato. No podía creer lo que pasaba. Ella nunca me trataba con semejante indiferencia. Salí del asombro y volteé furioso conmigo mismo, seguro había hecho algo mal. Ya a punto de regresar a mi moto, vi a mi hermano menor, él me vio también y de inmediato se hizo al loco, dando media vuelta y ajándose rápido. Yo corrí y lo agarré del cuello de la camisa justo a tiempo. — ¿Tú qué te traes? —lo voltee y me di cuenta que llevaba un yeso en el brazo. —Nada, tuve un accidente —se soltó y me respondió presuntuoso. — ¿Qué te pasó? —pregunté sin mucho interés, él se lastimaba siempre por hacer cosas idiotas y peligrosas. —Un accidente en moto… —habló inseguro y de golpe tuve un presentimiento. — ¿Tú desde cuando tienes moto? —Pues... papá me dijo que podía usar la tuya, la que dejaste en casa. — ¡¿Mi moto?! —Me exalté, le tenía un cariño especial a mi primera motocicleta y ya le había dejado en claro a ese mocoso que no podía usarla—. No vuelvas a tocarla. —No pienso hacerlo, es más no puedo… quedó tan mal que papá la vendió como chatarra —soltó con una extrema calma, parecía no darse cuenta que yo iba a lanzarlo a la avenida; supongo que mi gesto se lo advirtió. Retrocedió unos pasos y yo conté para tranquilizarme. Las estúpidas acrobacias de mi hermano y la defunción de mi moto vieja eran lo que menos me preocupaba en ese momento. Ya ajustaría cuentas con él después.

—No voy a matarte ahora solo porque tengo cosas que hacer. Quiero que me digas algo ¿Sabes qué le pasa a Grecia? —tal vez él no era la mejor persona para preguntar sobre los sentimientos de una mujer, aunque por algún motivo inexplicable para mí, tenía la misma novia desde hacía dos años, y Grecia era su amiga, algo debía saber. — ¿No sabias? —se puso serio y me causó un estremecimiento —.Su madre gastó lo último que tenían en la fiesta, están en banca rota, Grecia se cambiará de colegio. Tras la explicación, quedé en total shock ¿Así que eso era lo que le pasaba? Tal vez me había apresurado al sacar conclusiones, al menos Grecia no estaba mal por mi culpa, claro que no, su vida no giraba en torno a mí, aunque bien que me hubiese gustado. —Por suerte su hermano guardó algo de dinero aparte y lo invirtió en un pub que administra con un amigo. El problema es que su madre quiere agarrase de ese dinero y de Grecia. Evan está luchando por su custodia. Me sentí peor, terriblemente triste por ella. Encima debía soportar eso. Evan no me caía para nada bien, pero sin duda, Grecia no podía estar en mejores manos que con él, después de todo, Evan la había criado prácticamente mientras su madre viajaba. — ¿Sabes dónde puedo encontrarla? ¿Sigue viviendo en el mismo lugar? —No —negó acompañando su voz con la cabeza—, embargaron la casa. Ella se está quedando con Evan en un departamento; en las tardes el pub funciona como cafetería y Grecia ayuda ahí con las mesas. Le saqué la dirección a mi hermano y en seguida me encaminé. Debía estar con ella, mostrarle mi apoyo y ayudarla de alguna forma, no estaba seguro cómo, pero sentía que ella me necesitaba. *** Aquel negocio parecía prospero, no me sorprendía, Evan era bueno administrando y me calmé con la seguridad de que Grecia tenía todo lo que necesitaba. Entré al lugar y la busqué. Sonreí con alivio al verla en una mesa tomando una taza de café. Igual que aquella noche, sus

hermosos ojos grises parecían opacados por la tristeza. Un muchacho que llevaba el mismo uniforme que ella se sentó a su lado y Grecia sonrió. Le dedicó una de las dulces sonrisas que antes me dedicaba a mí. Apreté los puños, Grecia se veía feliz y yo contenía incontrolables deseos de matar a ese chiquillo ¿Qué tenía ese mocoso para que mi Grecia se sintiera tan bien en su presencia? No sabía y no me agradaba sin duda. Ese chico le coqueteaba descaradamente y mi ingenua y dulce pequeña le hablaba con timidez, parecía caer en esos burdos engaños de fanfarronería galante. Bruscamente retiré una silla y me acerqué a ellos, no podía más, agarraría Grecia y me la llevaría conmigo, para que iluminase en ambiente con su sonrisa exclusivamente en mi presencia. — ¿Tú qué haces aquí? —alguien me detuvo por el hombro y esa petulante voz la reconocí enseguida. — ¿Es un lugar público no? —Ya no me animé a representar mi escena de celos frente a Evan. Conocía los límites y hasta cierto punto apreciaba mi vida, si él sabía lo que sentía por su hermanita, sería capaz de mandarla al otro lado del mundo con tal de que yo no estuviese ni remotamente cerca. —De hecho nos reservamos el derecho de admisión —dijo llamando a un guardia. Grecia no se percató de lo ocurrido, parecía demasiado distraída con aquel chico. Me las agarré con un poste cuando me arrastraron fuera. Grecia tenía problemas y no podía consolarla, en mi lugar, un insignificante niño de colegio la hacía sonreír; yo también había sido adolescente y conocía muy bien las intenciones de ese chico aún sin conocerlo. Confiaba en mi pequeña, ella no sería tan ingenua ¿O sí? ¿Qué tal si caía? ¿Qué tal si ese chico le gustaba más que yo? ¿Qué tal si la besaba? ¿Grecia había besado a alguien antes? No estaba seguro, pero si aquello no había pasado aún, yo sin duda quería ser el primero y el único que tuviese el privilegio de apropiarse de esos finos y rosados labios. *** Tomaba mi gaseosa imaginado las mil y un formas más

horribles en las que mataría ese chico que no conocía, y también las formas en las cuales podría incluir a Daniel. Esos pensamientos se entremezclaban con los recuerdos de Grecia, no podía dejar de pensar en lo bonita y dulce que era, y cómo la había dejado ir ¿Tal vez si me hubiese dado cuenta de mis sentimientos antes? No, lastimosamente no era posible, Grecia era casi seis años menor que yo, difícilmente podría haber albergado esa clase de afecto por ella antes, era demasiado joven; y ahora que crecía, la perdía antes de siquiera haber tenido la oportunidad de desarrollar completamente mis sentimientos hacia ella. Me encontraba ausente, haciendo el intento de almorzar en la cafetería. Ian me hablaba algo de su vida amorosa, jabón y una docente. Algo que no me importaba en realidad. — ¡Me escuchas o no! —llamó mi atención de un grito. — ¡Qué! —respondí con fastidio. — ¡Que le digas a tu hermana que no compre jabón con aroma de margaritas, luego huelo como niña! — ¡No era margaritas, era jazmines! ¿Por qué haces tanto escándalo de eso? —intervino Sophie, quien se encontraba ahí, aunque yo no había notado su presencia. — ¿Yo escándalo? Te pedí amablemente que compres un jabón si olor y te pusiste a llorar frente a todo el campus, una de mis docentes te vio y ahora me trata del insensible que hace llorar a su novia embarazada. Va a reprobarme, me mira con odio — le discutió. Yo como siempre, debía estar en medio de sus pleitos maritales. Siempre era lo mismo, peleaban por cualquier estupidez y luego se reconciliaban en público, en un acto de exhibicionismo —¿Lo ves? Me llevo la papa a la boca y siento ese horrible aroma en mis manos —siguió Ian con sus quejas. Yo volví a abstraerme, solo escuchaba a mi hermana gritándole de vuelta y el protestando por el aroma de sus manos. — ¡Hola! ¿Nos estas escuchando? —mi hermana me devolvió a la realidad de nuevo, aparentemente su estúpida pelea por el jabón había llegado a su fin y hablaban con más calma. Yo asentí distraídamente, y ella advirtió que me había mantenido ausente—. La cena, mañana, no la olvides —me hizo recuerdo de la cena familiar que teníamos de vez en cuando — ¿Crees

que sea un buen momento para decírselo a papá? —me preguntó con nerviosismo. Cada vez que regresábamos a casa ella salía con la misma pregunta; y cada vez, se echaba para atrás cuando miraba a mi padre a los ojos. No se animaba a decirle que ella e Ian se habían casado en secreto casi medio año atrás, y que encima estaba embarazada. Algo idiota y con lo que no había estado de acuerdo, pero esos dos eran un par de raros y no me explicaba cómo habían podido mantener semejante secreto tanto tiempo; no sé como yo pude guardarlo, tal vez era que me interesaba poco. —Aún si no le dicen, mi padre se dará cuenta, Sophie está gorda, hay que ser ciego para no notarlo —hablé con desinterés, sin medir mis palabras. Mi hermana abrió la boca con furia y apretó la botella de mostaza, apuntándome directamente a los ojos. Eso sí logró despejar de mi mente los pensamientos sobre Grecia y desesperado caminé a tientas hacia el baño de la cafetería, para enjuagarme los ojos antes de quedar ciego. Volví buscando revancha y enseguida voltee la vista. Ian ya tenía a mi hermana apoyada en el asiento y la besaba sin pudor, de una forma que hasta a mi me causaba bochorno. Sin mirarlos para evitar las náuseas, tomé mi bandeja con comida y me senté en otra mesa, lejos de esos dos y el nuevo espectáculo público que presentaban. Pesadamente caí en el asiento y escuché a un grupo de chicas charlar en la mesa de atrás. No les prestaba atención, pero el nombre "Grecia" resaltó entre el resto de palabras superficiales. Me agaché para no ser visto y reconocí la voz de Anette entre ellas. —En serio eres mala ¿Por qué le dijiste eso a la chiquilla? — dijo una muchacha, mientras el resto reía. —Para eliminar a la competencia qué más —intervino otra. —Por favor, esa mocosa no es competencia, solo lo sigue como su mascota, la tonta babea por él y por supuesto Tiago no le presta ni la menor atención. Les hice un favor a ambos, le dije cuanto él detesta que ella lo siga siempre y lo vaya a ver a todas las prácticas. Está demasiado desesperada, se lo hice comprender, Tiago no le dice nada por lástima, pero de verdad que se vuelve latosa e insoportable.

Nunca en mi vida había tenido deseos de golpear a una mujer ¿Así que eso había pasado? Grecia se había alejado por las mentirosas palabras de Anette. Grecia me parecía algo cargosa cuando yo era un adolescente y ella una niña pequeña, pero me había acostumbrado, es más, adoraba tenerla en cada entrenamiento, en cada partido, que ella corriera a abrazarme cuando me veía, aunque los últimos años había dejado de hacerlo, seguramente le causaba vergüenza, pero yo lo extrañaba. —Sí, claro —volvió a hablar una de sus amigas—. Tienes que aceptar que la mocosa es bonita, varios chicos de la clase la miran muy interesados ¿Qué te hace pensar que Tiago no le tiene ganas tampoco? Tiene quince, es linda… —enumeró y Anette pareció enfurecer, pese a que enmascaró su tono. —Si Tiago le tiene ganas dejaré que se la coja un par de veces, así todos felices, pero ni sueñes que se la tomará en serio… — eso era todo; tras esas palabras me levanté y les hice notar con mi presencia que las había escuchado. Annette pareció encogerse en su silla y sus amigas me miraron con pánico. —No vuelvan a meterse con ella —las amenacé. Les hubiera dicho un montón de cosas más, pero ellas no me interesaban en ese momento. Corrí fuera del campus, debía hacerle entender a Grecia que todo aquello era una mentira. Me encantaba su presencia, no podía vivir sin ella. No había nada que me gustase más que verla en las graderías, dándome su apoyo y que luego me esperase con algo de comer; y sin duda, no había nada que deseara más que tenerla en mis brazos y confesarle lo que sentía. *** —Tengo que hablar con Grecia, es urgente —entré al local de Evan y no me importó, ella debía escucharme, era necesario. — ¿Qué tienes que hablar con mi hermana? —Evan se mostró enfadado y me mantuvo alejado con un brazo. —Mira Evan, no sé por qué no nos llevamos bien, y ahora no voy a pensarlo. Solo no me impidas ver a Grecia, de verdad necesito hablarle, es algo privado. Evan me miró con desconfianza, y yo estaba seguro que no me

dejaría. Me sorprendió cuando me soltó y seriamente me explicó el posible paradero de su hermana. Tal vez ese día había despertado con ganas de ser bondadoso, o la desesperación en mi rostro había causado cierta compasión en su frío corazón. Aparentemente, a Grecia le gustaba sentarse a escuchar música a la sombra de un árbol en un parque cercano. El lugar no era muy grande y enseguida la localicé. Me senté al otro lado del grueso tronco, donde ella no podía verme. No sintió mi presencia, ocultaba el rostro en las rodillas y su mochila reposaba a unos metros más allá. Podían hasta robarla y ella no se daría cuenta. Me acerqué hasta encontrarme junto a ella, no se dio cuenta hasta que le bajé los audífonos. Pareció despertar de un sueño y se asustó un poco al verme. —Tiago ¿Qué haces aquí? —me preguntó. —Quería hablar contigo —me acerqué más y ella recorrió un poco. — ¿De qué? Mira… —agachó la cabeza con arrepentimiento—. Ya sé qué vas a decirme, y de verdad lo lamento… sé que todos estos años fui demasiado cargosa, era una niña y no me daba cuenta. Te prometo que no volveré a molestarte, perdón por haberte avergonzado —continuó hablando, yo no escuchaba esa sarta de estupideces, mi mirada se mantenía fija en su angelical rostro, sobretodo en sus pequeños labios que se movían al ritmo de sus incesantes disculpas. No me importó y la callé tomando posesión de sus labios. Ella sin duda se sorprendió; no la dejé separase. Por un monto era solo yo quien saboreaba por primera vez un manjar más exquisito que la ambrosía, luego ella me correspondió. Por su inexperiencia y nerviosos movimientos me di cuenta que era el primero de sus besos y sentí una dicha interior. Mi hermana tenía razón, jamás podría cansarme de besar esos labios, palpar con las yemas de mis dedos tan suave piel, sobre todo, no me cansaría de sentir ese agradable ardor en la boca del estómago. —Nada de eso es cierto pequeña, no vuelvas a dejarme —le dije en el corto instante que me separé de ella. El tiempo se nos hizo eterno e insuficiente al mismo tiempo. Ni

en toda una vida podría terminar de expresarle con un beso lo que sentía por ella, afortunadamente, tenía una larga vida y muchos besos para brindarle. —Te amo mi pequeña —le susurré al oído, ella escuchó mis palabras aún con los ojos cerrados, tratando de asimilarlas. Repentinamente recordé el obsequio, lo había llevado en mi bolsillo todos esos días y al fin podía entregárselo. Ella permanecía incrédula, yo le abrí la cajita, descubriendo el pequeño dije. —No es mi verdadero corazón, pero debes saber que ya es tuyo —lo deposité en su mano y la cerré con la mía. — ¿Esto es un sueño? —me preguntó en un murmullo que se confundía con la brisa que soplaba y revolvía sus cabellos claros. —No lo sé —aseguré con sinceridad—, pero si lo es, te juro que al despertar voy a hacer que se cumpla. FIN ******************* No me hago responsable por posible diabetes de quienes lean esto... Espero que les haya gustado :) nos vemos en otras historias! un beso y gracias por sus votos y comentarios :D