Caracter de Edipo

“Aproximaciones teórico-metodológicas al estudio de personajes literarios” Dra. Angélica Tornero Salinas Alumno: José Ma

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“Aproximaciones teórico-metodológicas al estudio de personajes literarios” Dra. Angélica Tornero Salinas Alumno: José María Palacios Cortés

La construcción de Edipo, como carácter, según la Poética de Aristóteles

En el capítulo III de su Poética, Aristóteles define la esencia de la tragedia como “representación de una acción memorable y perfecta, de magnitud competente, recitando cada una de las partes por sí separadamente, y que no por modo de narración, sino moviendo a compasión y terror, dispone a la moderación de estas pasiones” (Aristóteles, Arte poética/Arte retórica, trad. José Goya y Muniain, Francisco de P. Samaranch, México: Porrúa, 2002, p. 25). Y enuncia las partes constitutivas de toda tragedia de la siguiente manera: fábula, carácter, dicción, dictamen, perspectiva y melodía (25). Define la fábula como “la ordenación de los sucesos” y, por tanto, como un “remedo de la acción”. Incluye dentro de los sucesos a los actos y los dichos, entre otras cosas. A través de los actos se van a manifestar las costumbres y a través de los dichos el pensamiento. Costumbres y pensamientos nos van a permitir calificar a determinado personaje de bueno o malo, venturoso o desventurado; es decir, costumbres y pensamientos nos van a ofrecer el carácter del personaje. Y todo personaje posee un carácter: Y como sea que la representación es de acción, y ésa (sic) se hace por ciertos actores, los cuales han de tener por fuerza algunas calidades según fueren sus costumbres y manera de pensar, que por éstas calificamos también las acciones; dos son naturalmente las causas de las acciones: los dictámenes y las costumbres, y por éstas son todos venturosos y desventurados. (25)

Más adelante nos dice que “En cuanto a las costumbres, el carácter es el que declara cuál sea la intención del que habla en las cosas en que no se trasluce qué quiere o no quiere” (26). Para Aristóteles la tragedia mejor lograda debe “formar un objeto terrible y miserable” no por arte de perspectiva (escenografía) sino “por la constitución bien ordenada de las aventuras”, y la tragedia que lo consigue es Edipo (32). Por otra parte, define el carácter del héroe trágico ideal de tal manera que no sea muy virtuoso que caiga de buena en mala fortuna, pues esto no causa ni espanto ni lástima sino indignación; que no sea malvado que pase de mala a buena fortuna; ni tampoco perverso que de dichoso pare en desdichado (31). Dado que, para él, “la compasión se tiene del que padece no mereciéndolo” y el miedo se tiene “de ver el infortunio en

un semejante nuestro” (31); entonces el héroe trágico debe ser alguien “que no es aventajado en virtud y justicia, ni derrocado de la fortuna por malicia y maldad suya, sino por yerro disculpable, habiendo antes vivido en gran gloria y prosperidad” (31). Y vuelve a poner como ejemplo a Edipo. Finalmente, establece que las costumbres del héroe trágico deben ser buenas, deben cuadrarle bien (esto es, deben ser congruentes), deben ser semejantes a las nuestras (espectadores contemporáneos de Aristóteles) y deben ser del mismo genio, de tal manera que parezcan naturales y verosímiles, pero nutridas de mansedumbre y entereza (33-34). En efecto, después de un análisis al Edipo rey, vemos que los elementos constitutivos del carácter del héroe trágico, según Aristóteles, se verifican de manera justa en Edipo. Que éste no es aventajado con exceso en virtud queda demostrado, por ejemplo, cuando, al principio de las acciones, el anciano sacerdote le implora encontrar una solución al problema de la epidemia o peste que azota la ciudad de Tebas y le dice: “Ni yo ni estos jóvenes estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los dioses, pero sí el primero de los hombres en los sucesos de

la

vida

y

en

las

intervenciones

de

los

(http://blog.educastur.es/lunpau/files/2009/10/edipo-rey-sin-escenas-completo.pdf;

dioses” pág.

2).

Podemos ver que su pueblo sí le considera virtuoso, pero que considera tal virtud no de orden divino sino humano. Esa virtud consiste en tener cierto poder de intercesión entre los dioses y los hombres. Este poder se lo atribuye el pueblo de Tebas a Edipo desde que éste los liberó del yugo de la Esfinge: “Tú que, al llegar, liberaste la ciudad cadmea del tributo que ofrecíamos a la cruel cantora y, además, sin haber visto nada más ni haber sido informado por nosotros, sino con la ayuda de un dios, se dice y se cree que enderezaste nuestra vida” (2-3). Por otro lado, sabemos que la virtud de Edipo no es excesiva desde el momento en que se ve obligado a pedir consejo tanto a un dios (Apolo o Febo, a través del oráculo de Delfos) como a un adivino (el ciego Tiresias), para poner fin al problema de la peste. Que Edipo tampoco es desmesuradamente aventajado en cuanto a la impartición de justicia, queda demostrado cuando, al conocer la causa divina de la peste, se dispone a hacer justicia con respecto a la muerte de Layo, rey antecesor de aquél. Edipo promete vengar Tebas, vengar al dios y, por añadidura, vengar la muerte de Layo:

Yo lo volveré a sacar a la luz [el asunto de la muerte impune de Layo] desde el principio, ya que Febo, merecidamente, y tú [Creonte], de manera digna, pusieron tal solicitud a favor del muerto; de manera que verán también en mí, con razón, a un aliado para vengar esta tierra al mismo tiempo que al dios. (4)

Pero, cuando escucha por boca de Tiresias que el asesino es él mismo, pierde la mesura, duda de la veracidad del adivino y asegura que lo que éste afirma son necedades (también duda de Creonte), sin aportar pruebas de ello, movido sólo por la indignación: Tiresias.— ¿De verdad? Y yo te insto a que permanezcas leal al edicto que has proclamado antes y a que no nos dirijas la palabra ni a éstos ni a mí desde el día de hoy, en la idea de que tú eres el azote impuro de esta tierra. Edipo.— ¿Con tanta desvergüenza haces esta aseveración? ¿De qué manera crees poderte escapar a ella? (8) ... … … … … … … … … … … … … … … … … … Tiresias.— Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando. Edipo.— No dirás impunemente dos veces estos insultos. (8) … … … … … … … … … … … … … … … … … … Edipo.— ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto? Tiresias.—Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad. Edipo. — Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los oídos, de la mente y de la vista. (8)

En estos momentos, Edipo es totalmente parcial. Más adelante Creonte le replica así: “No es justo considerar, sin fundamento, a los malvados honrados ni a los honrados malvados” (13). Y, de inmediato, el corifeo señala: “Bien habló él [Creonte], señor, para quien sea cauto en errar. Pues los que se precipitan no son seguros para dar una opinión” (13). Así pues, ante la verdad que lo incrimina, Edipo deja de preocuparse por el bien común de su pueblo, que hace poco había jurado vengar, y sólo se preocupa por su propia integridad moral. También se verifica que Edipo cae de la buena en la mala fortuna. Sobre la buena fortuna de Edipo antes de la peste, da cuenta el anciano sacerdote al hablar con aquél al principio de las acciones: ¡Ea, oh el mejor de los mortales!, endereza la ciudad. ¡Ea!, apresta tu guardia, porque esta tierra ahora te celebra como su salvador por el favor de antaño. Que de ninguna manera recordemos de tu reinado que vivimos, primero, en la prosperidad, pero caímos después; […]Con favorable augurio, nos procuraste entonces la fortuna. (3)

Sabemos que ese “favor de antaño” es haber liberado a Tebas del yugo de la Esfinge y haber hecho de ella una ciudad próspera, bajo su reinado. El cambio de fortuna está marcado ya por la propia peste, que lastima al héroe como si la padeciera en su carne. A este dolor, después, se añade el tormento de ir descubriendo poco a poco que él es el asesino y el verdadero hijo de Layo, que mantiene una relación incestuosa con su propia madre y que sus hijos son, a la vez, sus hermanos. Al final, Edipo se saca los ojos al no tolerar ver el cadáver de su esposa-madre, que se ha suicidado, y al no tolerar las miradas de su pueblo y de su propia descendencia. Se siente el más indigno de los hombres; sabe que su destino es o el destierro o la muerte, y exige a Creonte ejecutar el edicto que aquél había promulgado al principio de las acciones. Por si esto fuera poco, se duele, además, por el destino funesto que le espera a sus hijas. Edipo ha errado en sus acciones, pero sus yerros, a saber, el asesinato de su padre y el incesto con su madre, ameritan disculpa. En el primer caso, Edipo mata en legítima defensa de su propia integridad, respondiendo a una agresión previa: en un cruce de caminos Edipo es lanzado fuera del camino por un carro tirado por potros en el que viajaba Layo, un conductor y un heraldo (17); y mata a su padre sin saber que lo es. En el segundo caso, tampoco sabe que su esposa es su madre. Esta disculpa parece advertirla ya Tiresias cuando dice: “Afirmo que tú has estado conviviendo muy vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto de desgracia estás” (8); y más adelante: “Eres, sin darte cuenta, odioso para los tuyos, […] y la maldición que por dos lados te golpea, de tu madre y de tu padre, con paso terrible te arrojará, algún día, de esta tierra” (9). Por otra parte, el coro defiende de manera clara la no maldad de Edipo: Un hombre podría contraponer sabiduría a sabiduría [se refiere a los reproches de Edipo a Tiresias]. Y yo nunca, hasta ver que la profecía se cumpliera, haría patentes los reproches. Porque un día, llegó contra él [Edipo], visible, la alada doncella, y quedó claro, en la prueba, que era sabio y amigo para la ciudad. Por ello, en mi corazón nunca será culpable de maldad (11).

Sus yerros, pues, no son motivados por maldad alguna y, por tanto, son perdonables. Al final, la no maldad de sus actos va a ser coronada por su férrea voluntad de justicia al exigir a Creonte que haga cumplir cuanto antes el edicto que él mismo había promulgado. Creonte arguye que antes debe consultar a los dioses, y da muestras de una profunda compasión por la desgracia de Edipo:

No he venido a burlarme, Edipo, ni a echarte en cara ninguno de los ultrajes de antes. (Dirigiéndose al coro) Pero sino sienten ya respeto por la descendencia de los mortales, siéntanlo, al menos, por el resplandor del soberano Helios que todo lo nutre y no muestren así descubierta una mancilla tal, que ni la tierra ni la sagrada lluvia ni la luz acogerán. Antes bien, tan pronto como sea posible, métanlo en casa; porque los más piadoso es que las deshonras familiares sólo las vean y escuchen los que forman la familia. (29)

Creonte sanciona con estas palabras al pueblo (coro) porque éste se muestra horrorizado por la desgracia y el aspecto de Edipo con el rostro sangrante y sin ojos: ¡Oh sufrimiento terrible de contemplar para los hombres! ¡Oh el más espantoso de todos cuantos yo me he encontrado! ¿Qué locura te ha acometido, oh infeliz? […] ¡Ay, ay, desdichado! Pero ni contemplarte puedo, a pesar de que quisiera hacerte muchas preguntas, enterarme de muchas cosas y observarte mucho tiempo. ¡Tal horror me inspiras! (27)

Podemos concluir, con Aristóteles, que los actos de Edipo, sin llegar a la perfecta virtud, pues son susceptibles de caer presos de las pasiones —como la ira o el terror—, se asemejan a las costumbres de su pueblo —tanto, que éste eligió a aquél como su rey— y que, sin embargo, dichos actos se diferencian de los actos de un hombre ordinario por su esencial mansedumbre y entereza. Estas dos cualidades antagónicas constituyen un carácter especial y enigmático que colocan la heroicidad de Edipo en una categoría distinta, más allá de la virtud olímpica y de la ordinaria terrenalidad, más allá de la dicha divina y la desdicha mundana, en un punto insondable donde es posible reunir milagrosamente estos extremos.