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“No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre” SIGMUND

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“No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre” SIGMUND FREUD Acompaño a la muchedumbre enardecida, sostengo una anotorcha y grito a su lado. Pero nuestra voz, momentos antes tan segura, se nos atora en la garganta cuando aparece el hombre desnudo que ostenta las insignias de la ley. Nosotros ya no creemos en esa ley, ¿por qué, entonces su mera presencia,su obscena desnudez, nos paralizan, y una sola palabra suya basta para hacernos temblar? Una mujer se atreve a responderle: ¡no tienes ningun derecho!, y le lanza una piedra. Entonces, despertamos de la ilusión, y aquel hombre se no revela en toda su insignificancia... como si nos diéramos cuenta de que está desnudo, de que una piedra es suficiente para derrumbar a Goliat. En otro momento, es él quien me golpea, quien me humilla en un callejón oscuro, quien me arroja un cuchillo y me reta a asesinarlo. Se desgarra la camisa, grita como un animal, y ahí está otra vez su horrenda desnudez. El primer momento es un sueño, el segundo ocurre en la realidad, pero el gigante que aparece en ambos, como en todas sus apariciones a lo largo de la película, es como el personaje de una pesadilla que nos persigue despiertos, esa sombra oscura que conocemos los que hemos tenido sueños persecutorios, y que a veces tiene la forma de un animal, otras de un asesino, de un monstruo o de alguien que conocemos, y del que solo atinamos a correr. Pero Jacob Wilem Katadreufe se da la media vuelta y lo enfrenta. Lo muerde, lo golpea, lo sepulta entre los escombros. Y su respiración agitada era la mía, y mía la mano que sostenía el cuchillo... entonces el hombre que ostenta la insignia de la ley toma su mano, mi mano, con el cuchillo, y la jala hacia su pecho. “Jacob, ayúdame”, dice con un hilo de voz. Ya no mira como miraba, ya no es lejano, ni despectivo, ni violento, ni grotesco... está débil, está vulnerable. Sufre. Dreverhaven es el nombre personal de este hombre, pero el que importa es el otro: papá. Jacob Wilem ve su rostro ensangrentado, sin las insignias de la ley, y suelta el arma... La representación del padre, como símbolo, en la figura de Dreverhaven, me recordó el mito del padre totémico de Freud: una grotesca figura de la época de las cavernas, que imponía su tiranía sobre sus hijos, que golpeaba, violaba y asesinaba, hasta que ellos lo asesinaron, evento a partir del cual, dice Freud, se funda la civilización. A primera vista podría parecer que la ley se funda en contraposición a esta figura; en realidad, según Freud, la ley brota de ella, y conserva-aunque reprimido-, el carácter tiránico de ese padre obsceno, así como los sentimientos de miedo y culpa asociados a él. Existe, por supuesto, otros símbolos que dan cuenta de lo que un padre puede representar. Al padre obsceno de Tótem y tabú se opone