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“EL CAPITAL” visto por su autor Carlos Marx Federico Engels Semblanza, prólogos, comentarios, correspondencia, sobre

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“EL CAPITAL” visto por su autor

Carlos Marx Federico Engels

Semblanza, prólogos, comentarios, correspondencia, sobre “El Capital” y su autor

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PRESENTACIÓN

a clase obrera tiene y asume la responsabilidad histórica de colocarse a la cabeza de las demás clases trabajadoras, para oponerse y combatir al capitalismo y al imperialismo, para derrocarlos e implantar el poder popular, la dictadura del proletariado y construir el socialismo. Esa tarea es una hazaña gigantesca que incorpora como protagonistas a millones de seres, a las masas trabajadoras, a los pueblos y a la juventud. Esa gran proeza es la revolución social del proletariado, significa el derrumbamiento del viejo mundo de la propiedad privada, los privilegios y la explotación, y su sustitución por el mundo de la igualdad social, por la sociedad de los trabajadores. Se trata de la primera revolución hecha por las mayorías en beneficio de ellas mismas. El cumplimiento de ese compromiso por parte de la clase obrera requiere la guía de la teoría revolucionaria, de la doctrina del proletariado, del marxismo leninismo. El marxismo leninismo es la teoría revolucionaria más avanzada que ha sido elaborada por la humanidad a lo largo de su milenario devenir. Es un sistema filosófico, la concepción del mundo de la clase obrera. A través del marxismo leninismo los proletarios explican el mundo, pero, fundamentalmente, con

L “El Capital” visto por su autor C. Marx – F. Engels (1843 – 1895)

Ediciones de la revolución ecuatoriana Colección

40 Aniversario del Partido Comunista Marxista Leninista del Ecuador Publicación a cargo del

COMITE UNIVERSITARIO (UC) del PCMLE Edición: 1.000 ejemplares 1ro. de Agosto de 2004 Quito – Ecuador

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su guía, con sus principios son capaces de transformar el mundo, de organizar y hacer la revolución. El marxismo leninismo se encarna, se convierte en fuerza material, en la existencia y la lucha del partido comunista, en los combates de los trabajadores y los pueblos. “El marxismo leninismo no es un dogma, es una guía para la acción”. Esta es una afirmación expresa de los Clásicos, es una verdad corroborada por la práctica social de millones de trabajadores, por varias revoluciones victoriosas. Plenamente convencido de esta realidad, el PCMLE, al cumplir 40 años de lucha por la revolución, renueva su disposición y decisión de continuar el combate por la el socialismo; dispone sus fuerzas para enfrentar nuevas batallas, para crecer y fortalecerse, para la forja de un poderoso movimiento revolucionario de las masas trabajadoras, para hacer uso legítimo de la violencia revolucionaria. Una de las maneras como los marxista leninistas del Ecuador perseveramos en nuestro cometido revolucionario es la publicación de la COLECCIÓN CUARENTA ANIVERSARIO. Se trata de la publicación de una serie de materiales teóricos, de la autoría de Marx, Engels, Lenin, Stalin, Enver Hoxha y otros revolucionarios destacados. Son títulos cuya edición es responsabilidad de los Comités Provinciales, de las Comisiones adjuntas al Comité Central que se involucran en este esfuerzo. Están dirigidos a los militantes del PCMLE, a nuestros compañeros y amigos, a los hombres y mujeres de la clase obrera y los pueblos del Ecuador. Pretenden constituirse en una nueva herramienta para adelantar la lucha revolucionaria, para acercar el día de la victoria. Comisión de Educación Política del Comité Central del PCMLE

Introducción

Las cartas de que Marx escribiera a Engels durante el largo periodo de elaboración teórica de El Capital, constituyen una fuente inagotable de nuevos conocimientos sobre la estructura y la problemática de la obra fundamental del materialismo histórico. A través de ellas el lector puede seguir de cerca los pasos, a veces terriblemente difíciles que llevan a Marx a culminar su teoría; cómo veía el autor su propio trabajo; cuáles eran a su juicio, los obstáculos principales de orden científico; bajo qué condiciones extremadamente penosas, estudió de hecho toda la literatura económica que estuvo al alcance de su mano en el British Museum para dejar finalmente a la clase obrera la más sólida fundamentación de su misión histórica y una exposición magistral del método materialista: El Capital. Completa este volumen los prólogos a ediciones sucesivas de la obra y comentarios escritos por Engels, su íntimo colaborados y amigo, que contribuyen a esclarecer en toda su significación el pensamiento marxista. Una semblanza biográfica también debida a Engels, permite situar en la vida de Marx los momentos culminantes de la evolución de su pensamiento. (Presentación de la edición de “Colección 70”, en 1970)

I Federico Engels

EL AUTOR DE “EL CAPITAL”

“El Capital” visto por su autor

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1 La vida y la obra de Carlos Marx

Carlos Marx, el hombre que dio por vez primera una base científica al socialismo, y por tanto a todo el movimiento obrero de nuestros días, nació en Tréveris, en 1818. Comenzó a estudiar jurisprudencia en Bonn y en Berlín, pero pronto se entregó exclusivamente al estudio de la historia y de la filosofía, y se disponía, en 1842, a aspirar a una cátedra de filosofía, cuando el movimiento político producido después de la muerte de Federico Guillermo III orientó su vida por otro camino. Los caudillos de la burguesía liberal renana, los Camphausen, Hansemann, etc., habían fundado en Colonia, con su cooperación, la Gaceta del Rin; y en el otoño de 1842, Marx, cuya crítica de los debates de la Dieta provincial renana1 había producido enorme sensación, fue colocado a la cabeza del periódico. La Gaceta del Rin publicábase, naturalmente, bajo la censura, pero ésta no podía con ella.2 El periódico sacaba adelante casi siempre los artí1 C. Marx. Debates de la sexta Dieta provincial renana (artículo primero). Debates sobre la libertad de la prensa y sobre la publicación de las actas de la asamblea estamental. Debates de la sexta Dieta provincial renana (artículo tercero). Debates sobre la ley acerca del robo de madera. (Véase C. Marx y F. Engels, Obras, 2ª ed. en ruso, t. I. págs. 30–84 y 119–160.) (Nota de la Edit.) 2 El primer censor de la Gaceta del Rin fue el consejero de policía Dolles-

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culos que le interesaba publicar: se empezaba echándole al censor cebo sin importancia para que lo tachase, hasta que, o cedía por sí mismo, o se veía obligado a ceder bajo la amenaza de que al día siguiente no saldría el periódico. Con diez periódicos que hubieran tenido la misma valentía que la Gaceta del Rin y cuyos editores se hubiesen gastado unos cientos de táleros más en composición se habría hecho imposible la censura en Alemania ya en 1843. Pero los propietarios de los periódicos alemanes eran filisteos mezquinos y miedosos, y la Gaceta del Rin batallaba sola. Gastaba a un censor tras otro, hasta que, por último, se la sometió a doble censura, debiendo pasar, después de la primera, por otra nueva y definitiva revisión del Pegierungs-präsident.3 Mas tampoco esto bastaba. A comienzos de 1843, el Gobierno declaró que no se podía con este periódico, y lo prohibió sin más explicaciones. Marx, que entretanto se había casado con la hermana de van Westphalen, el que más tarde había de ser ministro de la reacción, se trasladó a París, donde editó con A. Ruge los Anales franco–alemanes, en los que inauguró la serie de sus escritos socialistas, con una Crítica de la filosofía hegeliana del Derecho. Después, en colaboración con F. Engels, publicó La Sagrada Familia. Contra Bruno Bauer y consortes, crítica satírica de una de las últimas formas en las que se había extraviado el idealismo filosófico alemán de la época. El estudio de la Economía Política y de la historia de la Gran Revolución Francesa todavía le dejaba a Marx tiempo para atacar de vez en cuando al Gobierno prusiano; éste se vengó, consiguiendo del ministerio Guizot, en la primavera de 1845 –y pa-

rece que el mediador fue el señor Alejandro de Humboldt–, que se le expulsase de Francia. Marx trasladó su residencia a Bruselas, donde en 1847, publicó en lengua francesa la Miseria de la Filosofía, crítica de la Filosofía de la Miseria, de Proudhon, y, en 1848, su Discurso sobre el libre cambio. Al mismo tiempo encontró ocasión de fundar en Bruselas una Asociación Obrera Alemana, con lo que entró en el terreno de la agitación práctica. Esta adquirió todavía mayor importancia para él al ingresar en 1847, en unión de sus amigos políticos, en la Liga de los Comunistas, liga secreta, que llevaba ya largos años de existencia. Toda la estructura de esta organización se transformó radicalmente; la que hasta entonces había sido una sociedad más o menos conspirativa, se convirtió en una simple organización de propaganda comunista –secreta tan sólo porque las circunstancias lo exigían–, y fue la primera organización del Partido Socialdemócrata Alemán. La liga existía dondequiera que hubiese asociaciones de obreros alemanes; en casi todas estas asociaciones, en Inglaterra, en Bélgica, en Francia y en Suiza, y en muchas asociaciones de Alemania, los miembros dirigentes eran afiliados a la Liga, y la participación de ésta en el naciente movimiento obrero alemán era muy considerable. Además, nuestra Liga fue la primera que destacó, con su propia actuación, el carácter internacional de todo el movimiento obrero; contaba entre sus miembros a ingleses, belgas, húngaros, polacos, etc., y organizaba, principalmente en Londres, asambleas obreras internacionales. La transformación de la liga se efectuó en dos congresos celebrados en 1847, el segundo de los cuales acordó la redacción y publicación de los principios del partido, en un manifiesto que habían de redactar Marx y Engels. Así surgió el Manifiesto del Partido Comunista,4 que apareció por vez primera en 1848, poco antes de la revolución de febrero, y que después ha sido tra-

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chall el mismo que en cierta ocasión había tachado en la Kölnische Zeitung (Gaceta de la Colonia) el anuncio de la traducción de la Divina Comedia, de Dante, por Philalethes (el que más tarde había de ser el rey Juan de Sajonia). con esta observación: “Con las cosas divinas no se deben hacer comedias”. (Nota de Engels.) 3 En Prusia, representante del poder central en la provincia. (Nota. de la Edit.)

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4 Véase Manifiesto del Partido Comunista y otros escritos políticos. Col. 70, Núm. 63.

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ducido a casi todos los idiomas europeos. La Deutsche–Brüsseler Zeitung, en la que Marx colaboraba y en la que se ponían al desnudo implacablemente las bienaventuranzas policíacas de la patria, movió nuevamente al Gobierno prusiano a maquinar para conseguir la expulsión de Marx, pero en vano. Mas, cuando la revolución de febrero provocó también en Bruselas movimientos populares y parecía ser inminente en Bélgica un cambio radical, el Gobierno belga detuvo a Marx sin contemplaciones y lo expulsó. Entretanto, el Gobierno provisional de Francia, por mediación de Flocon, le había invitado a reintegrarse a París, invitación que aceptó. En París, se enfrentó ante todo con el barullo, creado entre los alemanes allí residentes, por el plan de organizar a los obreros alemanes de Francia en legiones armadas, para introducir con ellas en Alemania la revolución y la república. De una parte, era Alemania la que tenía que hacer por sí misma la revolución, y de otra parte, toda legión revolucionaria extranjera que se formase en Francia nacía delatada, por los Lamartines del Gobierno provisional, al Gobierno que se quería derribar, como ocurrió en Bélgica y en Badem. Después de la revolución de marzo, Marx se trasladó a Colonia y fundó ahí la Nueva Gaceta del Rin, que vivió desde el 1 de junio de 1848 hasta el 19 de mayo de 1849. Fue el único periódico que defendió, dentro del movimiento democrático de la época, la posición del proletariado, cosa que hizo ya, en efecto, al abrazar sin reservas el partido de los insurrectos de junio de 1848 en París, lo que le valió la deserción de casi todos los accionistas. En vano la Kreuz Zeitung señalaba el “Chimborazo de insolencia” con que la Nueva Gaceta del Rin atacaba todo lo sagrado, desde el rey y el regente del imperio hasta los gendarmes, y esto en una fortaleza prusiana, que tenía entonces 8,000 hombres de guarnición; en vano clamaba el coro de filisteos liberales renanos, vuelto de pronto reaccionario; en vano el estado de sitio decretado en Colonia, en el otoño de 1848, suspendió por largo tiempo el periódico; en vano el Ministerio de Justicia del

imperio denunciaba desde Francfort al fiscal de Colonia artículo tras artículo, para que se abriese proceso judicial; el periódico seguía redactándose e imprimiéndose tranquilamente, a la vista del cuerpo principal de guardia, y su difusión y su fama crecían con la violencia de los ataques contra el Gobierno y la burguesía. Al producirse, en noviembre de 1848, el golpe de Estado de Prusia, la Nueva Gaceta del Rin incitaba al pueblo, en la cabecera de cada número, para que se negase a pagar los impuestos y contestase a la violencia con la violencia. Llevado ante el Jurado, en la primavera de 1849, por esto, y por otro artículo, el periódico salió absuelto las dos veces. Por fin, al ser aplastadas las insurrecciones de mayo de 1849, en Dresde y la provincia del Rin, y al iniciarse la campaña prusiana contra la insurrección de Badem–Palatinado, mediante la concentración y movilización de grandes contingentes de tropas, el Gobierno se creyó lo bastante fuerte para suprimir por la violencia la Nueva Gaceta del Rin. El último número –impreso en rojo– apareció el 19 de mayo de 1849. Marx se trasladó nuevamente a Paris, pero pocas semanas después de la manifestación del 13 de junio de 1849 el Gobierno francés lo colocó ante la alternativa de trasladar su residencia a la Bretaña o salir de Francia. Optó por esto último y se fue a Londres, donde vivió desde entonces sin interrupción. La tentativa de seguir publicando la Nueva Gaceta del Rin, en forma de revista (en Hamburgo, en 1850), hubo de ser abandonada algún tiempo después, ante la violencia creciente de la reacción. Inmediatamente después del golpe de Estado en diciembre de 1851 en Francia, Marx publicó El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte5 (Boston, 1852; segunda edición, Hamburgo, 1869, poco antes de la guerra). En 1853, escribió las Revelaciones sobre el proceso de los comunistas en Colonia (obra impresa primeramente en Basilea, más tarde en Boston y

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5 C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, Ed. Progreso, Moscú, 1969, págs. 97–185.

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reeditada recientemente en Leipzig). Después de la condena de los miembros de la Liga de los Comunistas en Colonia, Marx se retiró de la agitación política y se consagró, de una parte, por espacio de diez años, a estudiar a fondo los ricos tesoros que encerraba la biblioteca del Museo Británico en materia de Economía Política, y de otra parte, a colaborar en New York Tribune, periódico que, hasta que estalló la guerra norteamericana de Secesión, no sólo publicó las correspondientes firmadas por él, sino también numerosos artículos editoriales sobre temas europeos y asiáticos salidos de su pluma. Sus ataques contra lord Palmerston, basados en minuciosos estudios de documentos oficiales ingleses, fueron editados en Londres como folletos de agitación. Como primer fruto de sus largos años de estudios económicos apareció en 1859 la Contribución a la crítica de la Economía Política. Primer cuaderno (Berlín, Duncker). Esta obra contiene la primera exposición sistemática de la teoría del valor de Marx, incluyendo la teoría del dinero. Durante la guerra italiana, Marx combatió desde las columnas de Das Volk, periódico alemán que se publicaba en Londres, el bonapartismo, que por entonces se teñía de liberal y se las daba de libertador de las nacionalidades oprimidas, y la política prusiana de la época, que, bajo el manto de la neutralidad, procuraba pescar en río revuelto. A propósito de esto, hubo de atacar también al señor Karl Vogt, que por entonces hacía agitación en pro de la neutralidad, más aún, de la simpatía de Alemania, por encargo del príncipe Napoleón (Plon–Plon) y a sueldo de Luis Napoleón. Como Vogt acumulase contra él las calumnias más infames, infundadas a sabiendas, Marx le contestó en El señor Vogt (Londres, 1860), donde se desenmascara a Vogt y a los demás señores de la banda bonapartista de seudo–demócratas, demostrando con pruebas de carácter externo e interno que Vogt estaba sobornado por el imperio decembrino. A los diez años justos, se tuvo la confirmación de esto; en la lista de las gentes a sueldo del bonapartismo, descubierta en las Tullerías en 1870 y publicada por el Gobier-

no de septiembre, aparecía en la letra “V” esta partida: “Vogt; le fueron entregados, en agosto de 1859... 40,000 francos”. Por fin, en 1867, vio la luz en Hamburgo el tomo primero de El Capital. Crítica de la Economía Política, la obra principal de Marx, en la que se exponen las bases de sus ideas económicosocialistas y los rasgos fundamentales de su crítica de la sociedad existente, del modo de producción capitalista y de sus consecuencias. La segunda edición de esta obra que hace época, se publicó en 1872; el autor se ocupa actualmente de la preparación del segundo tomo. Entretanto, el movimiento obrero de diversos países de Europa había vuelto a fortalecerse en tal medida, que Marx pudo pensar en poner en práctica un deseo acariciado desde hacía largo tiempo: fundar una asociación obrera que abarcase los países más adelantados de Europa y América y que había de personificar, por decirlo así, el carácter internacional del movimiento socialista, tanto ante los propios obreros como ante los burgueses y los gobiernos, para animar y fortalecer al proletariado y para atemorizar a sus enemigos. Dio ocasión para exponer la idea, que fue acogida con entusiasmo, un mitin popular celebrado en el Saint Martin’s Hall de Londres, el 28 de septiembre de 1864, a favor de Polonia, que volvía a ser aplastada por Rusia. Quedó fundada así la Asociación Internacional de los Trabajadores. En la Asamblea se eligió un Consejo General provisional, con residencia en Londres. El alma de este Consejo General, como de los que le siguieron hasta el Congreso de La Haya, fue Marx. Él redactó casi todos los documentos lanzados por el Consejo General de la Internacional, desde el Manifiesto Inaugural de 1864, hasta el manifiesto sobre la guerra civil de Francia en 1871.6 Exponer la actuación de Marx en la Internacional, equi-

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6 C. Marx. Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. (Véase C. Marx y F. Engels. Obras escogidas en dos tomos, ed. en ruso, t. I, págs. 335–343). C. Marx La Guerra Civil en Francia. (Véase en español, Ed. cit., págs. 286–328.) (Nota de la Edit.) Ver también Col. 70, Núm. 63.

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valdría a escribir la historia de esta misma Asociación que, por lo demás, vive todavía en el recuerdo de los obreros de Europa. La caída de la Comuna de París colocó a la Internacional en una situación imposible. Viose empujada al primer plano de la historia europea, en un momento en que por todas partes tenía cortada la posibilidad de una acción práctica y eficaz. Los acontecimientos que la erigían en séptima gran potencia le impedían, al mismo tiempo, movilizar y poner en acción sus fuerzas combativas, so pena de llevar a una derrota infalible al movimiento obrero y de contenerlo por varios decenios. Además, por todas partes pugnaban por colocarse en primera fila elementos que intentaban explotar, para fines de vanidad o de ambición personal, la fama de la Asociación, que tan súbitamente había crecido, sin comprender la verdadera situación de la Internacional o sin preocuparse de ella. Había que tomar una decisión heroica, y fue, como siempre, Marx quien la tomó y la hizo prosperar en el Congreso de La Haya. En un acuerdo solemne, la Internacional se desatendió de toda responsabilidad por los manejos de los bakuninistas, que eran el eje de aquellos elementos insensatos y poco limpios; luego, ante la imposibilidad de cumplir también, frente a la reacción general, las exigencias redobladas que a ella se le planteaban y de mantener en pie su plena actividad, más que por medio de una serie de sacrificios, que necesariamente habrían desangrado el movimiento obrero, la Internacional se retiró provisionalmente de la escena, trasladando a Norteamérica el Consejo General. Los acontecimientos posteriores han venido a demostrar cuán acertado fue este acuerdo, tantas veces criticado por entonces y después. De una parte, quedaron cortadas de raíz, y siguieron cortadas en adelante, las posibilidades de organizar en nombre de la Internacional vanas intentonas, y de otra parte, las constantes y estrechas relaciones entre los partidos obreros socialistas de los distintos países demostraban que la conciencia de la identidad de intereses y de la solidaridad del proletariado de todos los países, despertada por la Internacional, llega a imponerse aun sin el enlace de una asociación interna-

cional formal que, por el momento, se había convertido en traba. Después del Congreso de La Haya, Marx volvió a encontrar, por fin, tiempo y sosiego para reanudar sus trabajos teóricos, y es de esperar que en un período de tiempo no muy largo pueda dar a la imprenta el segundo tomo de El Capital. De los muchos e importantes descubrimientos con que Marx ha inscrito su nombre en la historia de la ciencia, sólo dos podemos destacar aquí. El primero es la revolución que ha llevado a cabo en toda la concepción de la historia universal. Hasta aquí, toda la concepción de la historia descansaba en el supuesto de que las últimas causas de todas las transformaciones históricas habían de buscarse en los cambios que se operan en las ideas de los hombres, y de que de todos los cambios, los más importantes, los que regían toda la historia, eran los políticos. No se preguntaban de dónde les vienen a los hombres las ideas ni cuáles son las causas motrices de los cambios políticos. Sólo en la escuela moderna de los historiadores franceses, y en parte también de los ingleses, se había impuesto la convicción de que, por lo menos desde la Edad Media, la causa motriz de la historia europea era la lucha de la burguesía en desarrollo contra la nobleza feudal por el poder social y político. Pues bien, Marx demostró que toda la historia de la humanidad, hasta hoy, es una historia de luchas de clases, que todas las luchas políticas, tan variadas y complejas, sólo giran en torno al poder social y político de unas u otras clases sociales; por parte de las clases viejas, para conservar el poder, y por parte de las nuevas, para conquistarlo. Ahora bien, ¿ qué es lo que hace nacer y existir a estas clases? Las condiciones materiales, tangibles, en que la sociedad de una época dada produce y cambia lo necesario para su sustento. La dominación feudal de la Edad Media descansaba en la economía cerrada de las pequeñas comunidades campesinas, que cubrían por sí mismas casi todas sus necesidades, sin acudir apenas al cambio, a las que la nobleza belicosa prestaba apoyo contra el

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exterior y daba cohesión nacional o, por lo menos, política. Al surgir las ciudades y con ellas una industria artesana disociada y un tráfico comercial, primero interior y luego internacional, se desarrolló la burguesía urbana, y conquistó, luchando contra la nobleza, todavía en la Edad Media, su incorporación al orden feudal, como estamento también privilegiado. Pero, con el descubrimiento de los territorios no europeos, desde mediados del siglo XV, la burguesía obtuvo una zona comercial mucho más extensa, y, por tanto, un nuevo acicate para su industria. La industria artesana fue desplazada en las ramas más importantes por la manufactura de tipo ya fabril, y ésta, a su vez, por la gran industria, que habían hecho posible los inventos del siglo pasado, principalmente la maquina de vapor, y que a su vez repercutió sobre el comercio, desalojando, en los países atrasados, al antiguo trabajo manual y creando, en los más adelantados, los modernos medios de comunicación, los barcos de vapor, los ferrocarriles, el telégrafo eléctrico. De este modo, la burguesía iba concentrando en sus manos, cada vez más, la riqueza social y el poder social, aunque tardó bastante en conquistar el poder político, que estaba en manos de la nobleza y de la monarquía, apoyada en aquélla. Pero al llegar a cierta fase –en Francia, desde la Gran Revolución–, conquistó también éste y se convirtió, a su vez, en clase dominante frente al proletariado y a los pequeños campesinos. Situándose en este punto de vista –siempre y cuando que se conozca suficientemente la situación económica de la sociedad en cada época: conocimientos de que, ciertamente, carecen en absoluto nuestros historiadores profesionales–, se explican del modo más sencillo todos los fenómenos históricos, y asimismo se explican con la mayor sencillez los conceptos y las ideas de cada periodo histórico, partiendo de las condiciones económicas de vida y de las relaciones sociales y políticas de ese período, condicionadas a su vez por aquéllas. Por primera vez se erigía la historia sobre su verdadera base; el hecho palpable, pero totalmente desapercibido hasta entonces, de que el hombre necesita en primer término comer, beber, tener un techo

y vestirse, y por tanto, trabajar, antes de poder luchar por el mando, hacer política, religión, filosofía, etc.; este hecho palpable, pasaba a ocupar, por fin, el lugar histórico que por derecho le correspondía. Para la idea socialista, esta nueva concepción de la historia tenía una importancia culminante. Demostraba que toda la historia, hasta hoy, se ha movido en antagonismos y luchas de clases, que ha habido siempre clases dominantes y dominadas, explotadoras y explotadas, y que la gran mayoría de los hombres ha estado siempre condenada a trabajar mucho y disfrutar poco. ¿Por qué? Sencillamente, porque en todas las fases anteriores del desenvolvimiento de la humanidad, la producción se hallaba todavía en un estado tan incipiente, que el desarrollo histórico sólo podía discurrir en esta forma antagónica y el progreso histórico estaba, en líneas generales, en manos de una pequeña minoría privilegiada, mientras la gran masa se hallaba condenada a producir, trabajando, su mísero sustento y a acrecentar cada vez más la riqueza de los privilegiados. Pero, esta misma concepción de la historia, que explica de un modo tan natural el régimen de dominación de clase vigente hasta nuestros días, que de otro modo sólo podía explicarse por la maldad de los hombres, lleva también a la convicción de que con las fuerzas productivas, tan gigantescamente acrecentadas, de los tiempos modernos, desaparece, por lo menos en los países más adelantados, hasta el último pretexto para la división de los hombres en dominantes y dominados, explotadores y explotados; de que la gran burguesía dominante ha cumplido ya su misión histórica, de que ya no es capaz de dirigir la sociedad y se ha convertido incluso en un obstáculo para el desarrollo de la producción, como lo demuestran las crisis comerciales, y sobre todo el último gran crack y la depresión de la industria en todos los países; de que la dirección histórica ha pasado a manos del proletariado, una clase que, por toda su situación dentro de la sociedad, sólo puede emanciparse acabando en absoluto con toda dominación de clase, todo avasallamiento y toda explotación; y de que las

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fuerzas productivas de la sociedad, que crecen hasta escapársele de las manos a la burguesía, sólo están esperando a que tome posesión de ellas el proletariado asociado, para crear un estado de cosas que permita a cada miembro de la sociedad participar no sólo en la producción, sino también en la distribución y en la administración de las riquezas sociales, y que, mediante la dirección planificada de toda la producción, acreciente de tal modo las fuerzas productivas de la sociedad y su rendimiento, que se asegure a cada cual, en proporciones cada vez mayores, la satisfacción de todas sus necesidades razonables. El segundo descubrimiento importante de Marx consiste en haber puesto definitivamente en claro la relación entre el capital y el trabajo; en otros términos, en haber demostrado cómo se opera, dentro de la sociedad actual, con el modo de producción capitalista, la explotación del obrero por el capitalista. Desde que la Economía Política sentó la tesis de que el trabajo es la fuente de toda riqueza y de todo valor, era inevitable esta pregunta: ¿cómo se concilia esto con el hecho de que el obrero no perciba la suma total de valor creada por su trabajo, sino que tenga que ceder una parte de ella al capitalista? Tanto los economistas burgueses como los socialistas se esforzaban por dar a esta pregunta una contestación científica sólida; pero en vano, hasta que por fin apareció Marx con la solución. Esta solución es la siguiente: El actual modo de producción capitalista tiene como premisa la existencia de dos clases sociales: de una parte, los capitalistas, que se hallan en posesión de los medios de producción y de sustento, y de otra parte, los proletarios, que, excluidos de esta posesión, sólo tienen una mercancía que vender: su fuerza de trabajo, mercancía que, por tanto, no tienen más remedio que vender, para entrar en posesión de los medios de sustento más indispensables. Pero el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo socialmente necesario invertido en su producción, y también, por tanto, en su reproducción; por consiguiente, el valor de la fuerza de trabajo de un hombre medio durante un día, un mes, un año, se determina por la can-

tidad de trabajo plasmada en la cantidad de medios de vida necesarios para el sustento de esta fuerza de trabajo durante un día, un mes o un año. Supongamos que los medios de vida para un día exijan seis horas de trabajo para su producción o, lo que es lo mismo, que el trabajo contenido en ellos represente una cantidad de trabajo de seis horas; en este caso, el valor de la fuerza de trabajo durante un día se expresará en una suma de dinero en la que se plasmen también seis horas de trabajo. Supongamos, además, que el capitalista para quien trabaja nuestro obrero le pague esta suma, es decir, el valor íntegro de su fuerza de trabajo. Ahora bien, si el obrero trabaja seis horas del día para el capitalista, habrá reembolsado a éste íntegramente su desembolso: seis horas de trabajo por seis horas de trabajo. Claro está que de este modo no quedaría nada para el capitalista; por eso éste concibe la cosa de un modo completamente distinto. Yo, dice él, no he comprado la fuerza de trabajo de este obrero por seis horas; sino por un día completo. Consiguientemente, hace que el obrero trabaje, según las circunstancias, 8, 10, 12, 14 y más horas, de tal modo que el producto de la séptima, de la octava y siguientes horas es el producto de un trabajo no retribuido, que, por el momento, se embolsa el capitalista. Por ende el obrero al servicio del capitalista no se limita a reponer el valor de su fuerza de trabajo, que se le paga, sino que, además crea una plusvalía que, por el momento, se apropia el capitalista y que luego se reparte con arreglo a determinadas leyes económicas entre toda la clase capitalista. Esta plusvalía forma el fondo básico del que emanan la renta del suelo, la ganancia, la acumulación de capital, en una palabra, todas las riquezas consumidas o acumuladas por las clases que no trabajan. De este modo, se comprobó que el enriquecimiento de los actuales capitalistas consiste en la apropiación del trabajo ajeno no retribuido, ni más ni menos que el de los esclavistas o el de los señores feudales, que explotaban el trabajo de los siervos, y que todas estas formas de explotación sólo se diferencian por el distinto modo de apropiarse el trabajo no pagado. Y con esto, caían

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también por su base todas esas retóricas hipócritas de las clases poseedoras de que bajo el orden social vigente reinan el derecho y la justicia, la igualdad de derechos y deberes y la armonía general de intereses. Y la sociedad burguesa actual se desenmascaraba, no menos que las que la antecedieron, como un establecimiento grandioso montado para la explotación de la inmensa mayoría del pueblo, por una minoría insignificante y cada vez más reducida. Estos dos importantes hechos sirven de base al socialismo moderno, al socialismo científico. En el segundo tomo de El Capital se desarrollan estos y otros descubrimientos científicos no menos importantes relativos al sistema social capitalista, con lo cual se revolucionan también los aspectos de la Economía Política que no se había tocado todavía en el primer tomo.

II Carlos Marx Federico Engels

“EL CAPITAL” y la economía política

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1 F. Engels Introducción a “Trabajo asalariado y capital” ...En la década del cuarenta, Marx no había terminado aún su crítica de la Economía política. Fue hacia fines de la década del cincuenta cuando dio término a esta obra. Por eso, los trabajos publicados por él antes de la aparición de la «Contribución a la Crítica de la Economía política» (1859), el primer fascículo de su obra grande, difieren en algunos puntos de los que vieron la luz después de aquella fecha; contienen expresiones y frases enteras que, desde el punto de vista de las obras posteriores, parecen poco afortunadas y hasta inexactas. Ahora bien, es indudable que en las ediciones corrientes, destinadas al público en general, caben también estos puntos de vista anteriores, que forman parte de la trayectoria espiritual del autor, y que tanto éste como el público tienen el derecho indiscutible a que estas obras antiguas se reediten sin ninguna alteración. Y a mí no se me hubiera ocurrido, ni en sueños, modificar ni una tilde. Pero la cosa cambia cuando se trata de una reedición destinada casi exclusivamente a la propaganda entre los obreros. En este caso, es indiscutible que Marx habría puesto la antigua redacción, que data ya de 1849, a tono con su nuevo punto de vista. Y estoy absolutamente seguro de obrar tal como él lo habría hecho introduciendo en esta edición las escasas modificaciones y

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adiciones que son necesarias para conseguir ese resultado en todos los puntos esenciales. De antemano advierto, pues, al lector que este folleto no es el que Marx redactó en 1849, sino sobre poco más o menos, el que habría escrito en 1891. Además, el texto original circula por ahí en tan numerosos ejemplares, que por ahora basta con esto, entre tanto que yo pueda reproducirlo sin alteración más adelante, en una edición de las Obras Completas. Mis modificaciones giran todas en torno a un punto. Según el texto original, el obrero vende al capitalista, a cambio del salario, su trabajo; según el texto actual, vende su fuerza de trabajo. Y acerca de esta modificación, tengo que dar las necesarias explicaciones. Tengo que darlas a los obreros, para que vean que no se trata de ninguna sutileza de palabras, ni mucho menos, sino de uno de los puntos más importantes de toda la Economía política. Y a los burgueses, para que se convenzan de cuán por encima están los incultos obreros, a quienes se pueden explicar con facilidad las cuestiones económicas más difíciles, de esos petulantes hombres «cultos», que jamás, mientras vivan, llegarán a comprender estos intrincados problemas. La Economía política clásica1 tomó de la práctica industrial la idea, en boga entre los fabricantes, de que éstos compran y pagan el trabajo de sus obreros. Esta idea servía perfectamente a los fabricantes para la práctica de los negocios, para la contabilidad y el cálculo de sus precios. Pero trasplantada simplistamente a la Economía política, causó aquí extravíos y embrollos verdaderamente notables. La Economía política se encuentra con el hecho de que los precios de todas las mercancías, incluyendo el de aquella a que

da el nombre de «trabajo», varían constantemente; con que suben y bajan por efecto de circunstancias muy diversas, que muchas veces no guardan relación alguna con la fabricación de la mercancía misma, de tal modo que los precios parecen estar determinados generalmente por el azar. Por eso, en cuanto la Economía política se erigió en ciencia,2 uno de los primeros problemas que se le plantearon fue el de investigar la ley oculta detrás de este azar que parecía gobernar los precios de las mercancías, y que en realidad lo gobierna a él. Dentro de las constantes fluctuaciones en los precios de las mercancías, que tan pronto suben como bajan, la Economía se puso a buscar el punto central fijo en torno al cual se movían estas fluctuaciones. En una palabra, arrancó de los precios de las mercancías para investigar como ley reguladora de éstos el valor de las mercancías, valor que explicaría todas las fluctuaciones de los precios y al cual, en último término, podrían reducirse todas ellas. Así, la Economía clásica encontró que el valor de una mercancía se determinaba por el trabajo necesario para su producción encerrado en ella. Y se contentó con esta explicación. También nosotros podemos detenemos, provisionalmente, aquí. Recordaré tan sólo, para evitar equívocos, que hoy esta explicación es del todo insuficiente. Marx investigó de un modo minucioso por vez primera la propiedad que tiene el trabajo de ser fuente de valor, y descubrió que no todo el trabajo aparentemente y aun realmente necesario para la producción de una mercancía añade a ésta en todo caso un volumen de valor equivalente a la cantidad de trabajo consumido. Por tanto, cuando hoy decimos simplemente, con economistas como Ricardo, que el valor de una mercancía se determina por el trabajo necesario para su producción, damos por sobreentendidas siempre las reservas hechas

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1 «...por Economía política clásica –escribe Marx en «El Capital»– entiendo toda la Economía política que, comenzando por W. Petty, investiga la conexión interna de las relaciones burguesas de producción. (Carlos Marx, «El Capital», tomo I, sección I, capitulo I, nota 32). Los representantes más destacados de la Economía política clásica, en Inglaterra, fueron A. Smith y D. Ricardo. (N. de la Red.)

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2 «La Economía política, en el sentido estricto de la palabra, aunque hubiera surgido a fines del siglo XVII en las cabezas de algunas personalidades geniales, tal como fue formulada en las obras de los fisiócratas y de Adam Smith es, en esencia, hija del siglo XVIII». (F. Engels, «Anti–Dühring», sección II, cap. I, ed. alemana, 1946, págs. 183–184.) (N. de la Red.)

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por Marx. Aquí, basta con dejar sentado esto; lo demás lo expone Marx en su «Contribución a la Crítica de la Economía política» (1859) y en el primer tomo de El Capital. Pero, tan pronto como los economistas aplicaban este criterio de determinación del valor por el trabajo a la mercancía «trabajo», caían de contradicción en contradicción. ¿Cómo se determina el valor del «trabajo»? Por el trabajo necesario encerrado en él. Pero, ¿cuánto trabajo se encierra en el trabajo de un obrero durante un día, una semana, un mes, un año? El trabajo de un día, una semana, un mes, un año. Si el trabajo es la medida de todos los valores, el «valor del trabajo» sólo podrá expresarse en trabajo. Sin embargo, con saber que el valor de una hora de trabajo es igual a una hora de trabajo, es como si no supiésemos nada acerca de él. Con esto, no hemos avanzado ni un pelo hacia nuestra meta; no hacemos más que dar vueltas en un círculo vicioso. La Economía clásica intentó, entonces, buscar otra salida. Dijo: el valor de una mercancía equivale a su coste de producción. Pero, ¿cuál es el coste de producción del trabajo? Para poder contestar a esto, los economistas vense obligados a forzar un poquito la lógica. En vez del coste de producción del propio trabajo, que, desgraciadamente, no se puede averiguar, investigan el coste de producción del obrero. Este sí que puede averiguarse. Varía según los tiempos y las circunstancias, pero, dentro de un determinado estado de la sociedad, de una determinada localidad y de una rama de producción dada, constituye una magnitud también dada, a lo menos dentro de ciertos limites, bastante reducidos. Hoy, vivimos bajo el dominio de la producción capitalista, en la que una clase numerosa y cada vez más extensa de la población sólo puede existir trabajando, a cambio de un salario, para los propietarios de los medios de producción –herramientas, máquinas, materias primas y medios de vida–. Sobre la base de este modo de producción, el coste de producción del obrero consiste en la suma de medios de vida –o en su correspondiente precio en dinero– necesarios por término medio para

que aquél pueda trabajar y mantenerse en condiciones de seguir trabajando, y para sustituirle por un nuevo obrero cuando muera o quede inservible por vejez o enfermedad, es decir, para asegurar la reproducción de la clase obrera en la medida necesaria. Supongamos que el precio en dinero de estos medios de vida es, por término medio, de tres marcos diarios. En este caso, nuestro obrero recibirá del capitalista para quien trabaja un salario de tres marcos al día. A cambio de este salario, el capitalista le hace trabajar, digamos, doce horas diarias. El capitalista echa sus cuentas, sobre poco más o menos del modo siguiente: Supongamos que nuestro obrero –un mecánico ajustador– tiene que hacer una pieza de una máquina, que acaba en un día. La materia prima, hierro y latón, en el estado de elaboración requerido, cuesta, supongamos, 20 marcos. El consumo de carbón de la máquina de vapor y el desgaste de ésta, del torno y de las demás herramientas con que trabaja nuestro obrero representan, digamos –calculando la parte correspondiente a un día y a un obrero–, un valor de un marco. El jornal de un día es, según nuestro cálculo, de tres marcos. El total arrojado para nuestra pieza es de 24 marcos. Pero el capitalista calcula que su cliente le abonará, por término medio, un precio de 27 marcos; es decir, tres marcos más del coste por él desembolsado. ¿De dónde salen estos tres marcos, que el capitalista se embolsa? La Economía clásica sostiene que las mercancías se venden, unas con otras, por su valor; es decir, por el precio que corresponde a la cantidad de trabajo necesario encerrado en ellas. Según esto, el precio medio de nuestra pieza –o sean 27 marcos– debería ser igual a su valor, al trabajo encerrado en ella. Pero de estos 27 marcos, 21 eran valores que ya existían antes de que nuestro ajustador comenzara a trabajar, 20 marcos se contenían en la materia prima, un marco en el carbón quemado durante el trabajo o en las máquinas y herramientas empleadas en éste, y cuya capacidad de rendimiento disminuye por valor de esa suma. Quedan seis marcos, que se añaden al valor de las materias primas. Según la premisa de que arrancan nuestros

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economistas, estos seis marcos sólo pueden provenir del trabajo añadido a la materia prima por nuestro obrero. Según esto, sus doce horas de trabajo han creado un valor nuevo de seis marcos. Es decir, que el valor de sus doce horas de trabajo equivale a esta cantidad. Así habremos descubierto, por fin, cuál es el «valor del trabajo». –¡Alto ahí! –grita nuestro ajustador–. ¿Seis marcos, decís? ¡Pero a mí sólo me han entregado tres! Mi capitalista jura y perjura que el valor de mis doce horas de trabajo son sólo tres marcos, y si le reclamo seis; se reirá de mí. ¿Cómo se entiende esto? Si antes, con nuestro valor del trabajo nos movíamos en un círculo vicioso, ahora caemos de lleno en una insoluble contradicción. Buscábamos el valor del trabajo, y hemos encontrado más de lo que queríamos. Para el obrero, el valor de un trabajo de doce horas son tres marcos; para el capitalista, seis, de los cuales paga tres al obrero como salario y se embolsa los tres restantes. Resulta, pues, que el trabajo no tiene solamente un valor, sino dos, y además bastante distintos. Más absurda aparece todavía la contradicción si reducimos a tiempo de trabajo los valores expresados en dinero. En las doce horas de trabajo se crea un valor nuevo de seis marcos. Por tanto, en seis horas serán tres marcos, o sea lo que el obrero recibe por un trabajo de doce horas. Por doce horas de trabajo se le entrega al obrero, como valor equivalente, el producto de un trabajo de seis horas. Por tanto, o el trabajo tiene dos valores, uno de los cuales es doble de grande que el otro, ¡o doce son igual a seis! Por más vueltas que le demos, mientras hablemos de compra y venta del trabajo y de valor del trabajo, no saldremos de esta contradicción. Y esto es lo que les ocurría a los economistas. El último brote de la Economía política clásica, la escuela de Ricardo, fracasó en gran parte por la imposibilidad de resolver esta contradicción. La Economía política clásica se había metido en un callejón sin salida. El hombre que encontró la salida de es-

te atolladero fue Carlos Marx. Lo que los economistas consideraban como coste de producción «del trabajo» era el coste de producción, no del trabajo, sino del propio obrero viviente. Y lo que este obrero vendía al capitalista no era su trabajo. «Allí donde comienza realmente su trabajo –dice Marx–, éste ha dejado ya de pertenecerle a él y no puede, por tanto, venderlo». Podrá, a lo sumo, vender su trabajo futuro; es decir, comprometerse a ejecutar un determinado trabajo en un tiempo dado. Pero con ello no vende el trabajo (pues éste todavía está por hacer), sino que pone a disposición del capitalista, a cambio de una determinada remuneración, su fuerza de trabajo, sea por un cierto tiempo (si trabaja a jornal) o para efectuar una tarea determinada (si trabaja a destajo): alquila o vende su fuerza de trabajo. Pero esta fuerza de trabajo está unida orgánicamente a su persona y es inseparable de ella. Por eso su coste de producción coincide con el coste de producción de su propia persona; lo que los economistas llamaban coste de producción del trabajo es el coste de producción del obrero, y, por tanto de la fuerza de trabajo. Y ahora, ya podemos pasar del coste de producción de la fuerza de trabajo al valor de ésta y determinar la cantidad de trabajo socialmente necesario que se requiere para crear una fuerza de trabajo de determinada calidad, como lo ha hecho Marx en el capitulo sobre la compra y la venta de la fuerza de trabajo («El Capital», tomo I, capitulo 4, apartado 3). Ahora bien, (qué ocurre, después que el obrero vende al capitalista su fuerza de trabajo; es decir, después que la pone a su disposición, a cambio del salario convenido, por jornal o a destajo? El capitalista lleva al obrero a su taller o a su fábrica, donde se encuentran ya preparados todos los elementos necesarios para el trabajo: materias primas y materias auxiliares (carbón, materias colorantes, etc.), herramientas y maquinaria. Aquí, el obrero comienza a trabajar. Supongamos que su salario es, como arriba, de tres marcos al día –siendo indiferente que los obtenga como jornal o a destajo–. Volvamos a suponer que en do-

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ce horas el obrero, con su trabajo, añade a las materias primas consumidas un nuevo valor de seis marcos, valor que el capitalista realiza al vender la mercancía terminada. De estos seis marcos, paga al obrero los tres que le corresponden y se guarda los tres restantes. Ahora bien, si el obrero, en doce horas, crea un valor de seis marcos, en seis horas creará un valor de tres. Es decir, que con seis horas que trabaje resarcirá al capitalista el equivalente de los tres marcos que éste le entrega como salario. Al cabo de seis horas de trabajo, ambos están en paz y ninguno adeuda un céntimo al otro. –¡Alto ahí! –grita ahora el capitalista–. Yo he alquilado el obrero por un día entero, por doce horas. Seis horas no son más que media jornada. De modo que ¡a seguir trabajando, hasta cubrir las otras seis horas, y sólo entonces estaremos en paz! –Y, en efecto, el obrero no tiene más remedio que someterse al contrato que «voluntariamente» pactó, y en el que se obliga a trabajar doce horas enteras por un producto de trabajo que sólo cuesta seis horas. Exactamente lo mismo acontece con el salario a destajo. Supongamos que nuestro obrero fabrica en doce horas doce piezas de mercancías, y que cada una de ellas cuesta, en materias primas y desgaste de maquinaria, dos marcos y se vende a dos y medio. En igualdad de circunstancias con nuestro ejemplo anterior, el capitalista pagará al obrero 25 pfennigs por pieza. Las doce piezas arrojan un total de tres marcos, para ganar los cuales el obrero tiene que trabajar doce horas. El capitalista obtiene por las doce piezas treinta marcos; descontando veinticuatro marcos para materias primas y desgaste, quedan seis marcos, de los que entrega tres al obrero, como salario, y se embolsa los tres restantes. Exactamente lo mismo que arriba. También aquí trabaja el obrero seis horas para sí, es decir, para reponer su salario (media hora de cada una de las doce) y seis horas para el capitalista. La dificultad contra la que se estrellaban los mejores economistas, cuando partían del valor del «trabajo», desaparece tan

pronto como, en vez de esto, partimos del valor de la fuerza de trabajo. La fuerza de trabajo es, es nuestra actual sociedad capitalista, una mercancía; una mercancía como otra cualquiera, y sin embargo muy peculiar. Esta mercancía tiene, en efecto, la especial virtud de ser una fuerza creadora de valor, una fuente de valor, y, si se la sabe emplear, de mayor valor que el que en sí misma posee. Con el estado actual de la producción, la fuerza humana de trabajo no sólo produce en un día más valor que ella misma encierra y cuesta, sino que, con cada nuevo descubrimiento científico, con cada nuevo invento técnico, crece este remanente de su producción diaria sobre su coste diario, reduciéndose, por tanto, aquella parte de la jornada de trabajo en que el obrero produce el equivalente de su jornal, y alargándose, por otro lado, la parte de la jornada de trabajo en que tiene que regalar su trabajo al capitalista, sin que éste le pague nada. Tal es el régimen económico sobre el que descansa toda la sociedad actual: la clase obrera es la que produce todos los valores, pues el valor no es más que un término para expresar el trabajo, el término con que en nuestra actual sociedad capitalista se designa la cantidad de trabajo socialmente necesario encerrado en una determinada mercancía. Pero estos valores producidos por los obreros, no les pertenecen a ellos. Pertenecen a los propietarios de las materias primas, de las máquinas y herramientas y de los recursos anticipados que permiten a estos propietarios comprar la fuerza de trabajo de la clase obrera. Por tanto, de toda la masa de productos creados por ella, la clase obrera sólo recobra para sí una parte. Y, como acabamos de ver, la otra parte, la que retiene para sí la clase capitalista, viéndose a lo sumo obligada a compartirla con la clase de los terratenientes, se acrecienta con cada nuevo invento y cada nuevo descubrimiento, mientras que la parte correspondiente a la clase obrera (calculándola por persona) sólo aumenta muy lentamente y en proporciones insignificantes, cuando no se estanca o incluso disminuye, como acontece en algunas circunstancias. Pero estos descubrimientos e invenciones, que se desplazan

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rápidamente unos a otros, este rendimiento del trabajo humano, que va creciendo día tras día en proporciones antes insospechadas, acaban por crear un conflicto, en el que forzosamente tiene que perecer la actual economía capitalista. De un lado, riquezas inmensas y una plétora de productos que rebasan la capacidad de consumo del comprador. Del otro, la gran masa de la sociedad proletarizada, convertida en una masa de obreros asalariados, e incapacitada con ello para adquirir aquella plétora de productos. La división de la sociedad en una reducida clase fabulosamente rica y una enorme clase de asalariados que no poseen nada, hace que esta sociedad se asfixie en su propia abundancia, mientras la gran mayoría de sus individuos están apenas garantizados, o no lo están en absoluto, contra la más extrema penuria. Con cada día que pasa, este estado de cosas va haciéndose más absurdo y más innecesario. Debe eliminarse, y puede eliminarse. Es posible un nuevo orden social en el que desaparecerán las actuales diferencias de clase y en el que –tal vez después de un breve periodo de transición, acompañado de ciertas privaciones, pero en todo caso muy provechoso moralmente–, mediante el aprovechamiento y el desarrollo con arreglo a un plan de las inmensas fuerzas productivas ya existentes de todos los individuos de la sociedad e imponiendo el deber general de trabajar, se dispondrá por igual para todos, en proporciones cada vez mayores, de los medios necesarios para vivir, para disfrutar de la vida y para educar y ejercer todas las facultades físicas y espirituales. Que los obreros van estando cada vez más resueltos a conquistar, luchando, este nuevo orden social, lo patentizarán, en ambos lados del Océano, el día de mañana, 1 de mayo, y el domingo, 3 de mayo3

3 Las tradeuniones inglesas celebraban la Jornada Internacional del Trabajo el primer domingo después del 1 de mayo, que en 1891 correspondió al día 3. (N. de la Red.)

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2 C. Marx Prólogo a la “Contribución a la crítica de la economía política” Estudio el sistema de la Economía burguesa por este orden: capital, propiedad del suelo, trabajo asalariado; Estado, comercio exterior, mercado mundial. Bajo los tres primeros títulos, investigo las condiciones económicas de vida de las tres grandes clases en que se divide la moderna sociedad burguesa; la conexión entre los tres títulos restantes, salta a la vista. La primera sección del libro primero, que trata del capital, contiene los siguientes capítulos: 1) la mercancía; 2) el dinero o la circulación simple, y 3) el capital, en general. Los dos primeros capítulos forman el contenido del presente fascículo. Tengo ante mí todos los materiales de la obra en forma de monografías, redactadas con grandes intervalos de tiempo para el esclarecimiento de mis propias ideas y no para su publicación; la elaboración sistemática de todos estos materiales con arreglo al plan apuntado, dependerá de circunstancias externas. Aunque había esbozado una introducción general, prescindo de ella, pues, bien pensada la cosa, creo que el adelantar los resultados que han de demostrarse, más bien sería un estorbo, y el lector que quiera realmente seguirme deberá estar dispuesto a remontarse de lo particular a lo general. En cambio, me parecen oportunas aquí algunas referencias acerca de la trayectoria de

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mis estudios de Economía política. Mis estudios profesionales eran los de Jurisprudencia, de la que, sin embargo, sólo me preocupé como disciplina secundaria, al lado de la Filosofía y la Historia. En 1842–43, siendo redactor de la «Gaceta del Rin»4 me vi por vez primera en el trance difícil de tener que opinar acerca de los llamados intereses materiales. Los debates de la Dieta renana sobre la tala furtiva y la parcelación de la propiedad del suelo, la polémica oficial mantenida entre el señor von Schaper, a la sazón gobernador de la provincia renana, y la «Gaceta del Rin» acerca de la situación de los campesinos del Mosela, y finalmente, los debates sobre el libre cambio y el proteccionismo, fue lo que me movió a ocuparme por vez primera de cuestiones económicas. Por otra parte, en aquellos tiempos en que el buen deseo de «marchar en vanguardia» superaba con mucho el conocimiento de la materia, la «Gaceta del Rin» dejaba traslucir un eco del socialismo y del comunismo francés, teñido de un tenue matiz filosófico. Yo me declaré en contra de aquellas chapucerías, pero confesando al mismo tiempo redondamente, en una controversia con la «Gaceta General de Augsburgo»,5 que mis estudios hasta entonces no me permitían aventurar ningún juicio acerca del contenido propiamente dicho de las tendencias francesas. Lejos de esto, aproveché ávidamente la ilusión de los gerentes de la «Gaceta del Rin», quienes creían que suavizando la posición del periódico iban a conseguir que se revocase la sentencia de muerte ya decretada contra él, para retirarme de la escena pública a mi cuarto de estudio. Mi primer trabajo, emprendido para resolver las dudas que me asaltaban, fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana

del derecho, trabajo cuya introducción vio la luz en 1844 en los «Anales franco–alemanes»,6 que se publicaban en París. Mi investigación desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de «sociedad civil», y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía política. En Bruselas, a donde me trasladé en virtud de una orden de destierro dictada por el señor Guizot, hube de proseguir mis estudios de Economía política, comenzados en París. El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las

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4 «Rheinische Zeitung», diario radical que se publicó en Colonia en los años 1842 y 1843. Marx fue el redactor jefe de dicho periódico desde el 15 de octubre de 1842 hasta el 18 de marzo de 1843. (N. de la Red.). 5 Marx se refiere aquí a su artículo «El comunismo y la “Gaceta General de Augsburgo”». Véase C. Marx y F. Engels, Cesamtausgabe, Erste Abt., Bd. I, Frankfurt a. M. 1927, S. 260–265. (N. de la Red.)

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6 «Deutsch–Französische Fahrbücher», órgano de la propaganda revolucionaria y comunista, editado por Marx en París, en el año 1844. (N. de la Red.)

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fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan, o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antago-

nismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad humana. Federico Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas desde la publicación de su genial bosquejo sobre la critica de las categorías económicas (en los «Anales franco–alemanes»), había llegado por distinto camino (véase su libro «La situación de la clase obrera en Inglaterra») al mismo resultado que yo. Y cuando, en la primavera de 1845, se estableció también en Bruselas, acordamos contrastar conjuntamente nuestro punto de vista con el ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar con nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía posthegeliana. El manuscrito –dos gruesos volúmenes en octavo–7 llevaba ya la mar de tiempo en Westfalia, en el sitio en que había de editarse, cuando nos enteramos de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de esto, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objeto principal, esclarecer nuestras propias ideas, estaba ya conseguido. Entre los trabajos dispersos en que por aquel entonces expusimos al público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos, sólo citaré el «Manifiesto del Partido Comunista», redactado en colaboración por Engels y por mí, y un «Discurso sobre el libre cambio», que yo publiqué. Los puntos decisivos de nuestra concepción fueron expuestos por vez primera, científicamente, aunque sólo en forma polémica, en la obra «Miseria de la Filosofía, etc.», publicada por mí en 1847 y dirigida contra Proudhon. La publicación de un estudio escrito en alemán sobre el «Trabajo asalariado», en el que recogía las conferencias explicadas por mí acerca de este tema en la Asociación obrera alemana de Bruselas, fue interrumpida por la revolución de febrero, que trajo como consecuencia mi alejamiento forzoso de Bélgica.

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7 Se trata de la obra de Marx y Engels «La ideología alemana». (N. de la Red.)

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La publicación de la «Nueva Gaceta del Rin» (1841–1849) y los acontecimientos posteriores, interrumpieron mis estudios económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en Londres. Los inmensos materiales para la historia de la Economía política acumulados en el British Museum, la posición tan favorable que brinda Londres para la observación de la sociedad burguesa, y, finalmente, la nueva fase de desarrollo en que parecía entrar ésta con el descubrimiento del oro de California y de Australia, me impulsaron a volver a empezar desde el principio, abriéndome paso, de un modo crítico, a través de los nuevos materiales. Estos estudios me llevaban, a veces, por sí mismos, a campos aparentemente alejados y en los que tenía que detenerme durante más o menos tiempo. Pero lo que sobre todo me mermaba el tiempo de que disponía era la necesidad imperiosa de trabajar para vivir. Mi colaboración desde hace ya ocho años en el primer periódico anglo–americano, el «New York Tribune»,8 me obligaba a desperdigar extraordinariamente mis estudios, ya que sólo en casos excepcionales me dedico a escribir para la prensa, correspondencia propiamente dicha. Los artículos sobre los acontecimientos económicos más salientes de Inglaterra y el continente formaban una parte tan importante de mi colaboración, que esto me obligaba a familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados fuera de la órbita de la ciencia propiamente económica. Este esbozo sobre la trayectoria de mis estudios en el campo de la Economía política tiende simplemente a demostrar que mis ideas, cualquiera que sea el juicio que merezcan, y por mucho que choquen con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el fruto de largos años de concienzuda investigación. Y a la puerta de la ciencia, como a la puerta del infierno, debería estamparse esta consigna: 8 «New York Daily Tribune», diario democrático que se publicó en Nueva York entre 1841 y 1924. Marx colaboró en él desde 1851 hasta 1862. (N. de la Red.)

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Qui si convien lasciare ogni sospetto; Ogni viltà convien che qui sia morta. Déjese cuanto sea recelo, Mátese aquí cuanto sea vileza. (Dante, «La divina comedia»)

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3 F. Engels La “Contribución a la crítica de la economía política”, de Carlos Marx I En todos los campos de la ciencia los alemanes han demostrado hace tiempo que valen tanto, y en muchos de ellos más, que las otras naciones civilizadas. No había más que una ciencia que no contase entre sus talentos ningún nombre alemán: la Economía política. La razón se alcanza fácilmente. La Economía política es el análisis teórico de la moderna sociedad burguesa y presupone, por tanto, condiciones burguesas desarrolladas, condiciones que después de las guerras de Reforma y las guerras campesinas, y sobre todo después de la guerra de los Treinta años, no podían darse en Alemania antes de que pasasen varios siglos. La separación de Holanda del Imperio alemán, apartó a Alemania del comercio mundial y redujo de antemano su desarrollo industrial a las proporciones más mezquinas. Y, mientras los alemanes se reponían tan fatigosa y lentamente de los estragos de las guerras intestinas, mientras gastaban todas sus energías cívicas, que nunca fueron demasiado grandes, en una lucha estéril contra las trabas aduaneras y las necias ordenanzas comerciales que cada príncipe en miniatura y cada barón del Reich imponía a la industria de sus súbditos; mientras las

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ciudades imperiales languidecían entre la quincalla de los gremios y el patriciado, Holanda, Inglaterra y Francia conquistaban los primeros puestos en el mercado mundial, establecían colonia tras colonia y llevaban la industria manufacturera a su máximo apogeo, hasta que, por último, Inglaterra, con la invención del vapor, que valorizó por fin sus yacimientos de hulla y sus existencias de hierro, se colocó a la cabeza del desarrollo burgués moderno. Mientras hubiese que luchar contra restos tan ridículamente anticuados de la Edad Media como los que hasta 1830 obstruían el progreso material de la burguesía de Alemania, no había que pensar en que existiese una Economía política alemana. Hasta la fundación de la Liga aduanera,9 los alemanes no se encontraron en condiciones de poder entender, por lo menos, la Economía política. En efecto, a partir de entonces comienza a importarse la Economía inglesa y francesa, en provecho de la burguesía alemana. La gente erudita y los burócratas no tardaron en adueñarse de la materia importada, aderezándola de un modo que no honra precisamente al «espíritu alemán». De la turbamulta de caballeros de industria, mercaderes, dómines y chupatintas metidos a escritores, nació una literatura económica alemana que, en punto de insipidez, superficialidad, vacuidad, prolijidad y plagio, sólo puede parangonarse con la novela alemana. Entre la gente de sentido práctico se formó en primer término la escuela de los industriales proteccionistas, cuya primera autoridad, List, sigue siendo lo mejor que ha producido la literatura económica burguesa alemana, aunque toda su obra gloriosa esté copiada del francés Ferrier, padre teórico del sistema continental.10 Frente a esta tendencia, apareció en la década

del cuarenta la escuela librecambista de los comerciantes de las provincias del Báltico, que repetían balbuceando, con una fe infantil, aunque interesada, los argumentos de los «freetraders» ingleses.11 Finalmente, entre los dómines y los burócratas, a cuyo cargo corría el lado teórico de esta ciencia, tenemos áridos herboristas sin sentido critico, como el señor Rau, especuladores seudo–ingeniosos como el señor Stein, que se dedicaba a traducir las tesis de los extranjeros al lenguaje indigerido de Hegel, o espigadores literaturizantes dentro del campo de la «historia de la cultura», como el señor Riehl. De todo esto salieron, por último, las ciencias camerales,12 un potaje de yerbajos de toda especie, revuelto con una salsa ecléctico–economista, que servía a los opositores para ingresar en los escalafones de la Administración pública. Mientras, en Alemania, la burguesía, los dómines y los burócratas se esforzaban por aprenderse de memoria, como dogmas intangibles, y por explicarse un poco los primeros rudimentos de la Economía política anglo–francesa, salió a la palestra el partido proletario alemán. Todo el contenido de la teoría de este partido emanaba del estudio de la Economía política, y del instante de su advenimiento data también la Economía política alemana, como ciencia con existencia propia. Esta Economía política alemana se basa sustancialmente en la concepción materialista de la historia, cuyos rasgos fundamentales se exponen concisamente en el prólogo de la obra que comentamos. La parte principal de este prólogo13 se ha publicado ya en «Das Volk»14 por lo cual nos remitimos a ella. La tesis de que «el modo de producción, de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general», de que todas las relacio-

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9 La Liga aduanera alemana (Zollverein) fue concertada el 1 de enero de 1834 entre Prusia y una serie de Estados alemanes. Austria permaneció al margen de esta Liga. (N. de la Red.) 10 Sistema continental: política prohibitiva contra la importación de mercancías inglesas en el continente europeo, seguida por Napoleón I. El sistema continental fue implantado en 1806, por un decreto de Napoleón. Abrazaron este sistema, aparte de otros países, España, Nápoles, Holanda, y más tarde Prusia, Dinamarca, Rusia y Austria. (N. de la Red.)

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Partidarios del libre cambio. (N. de la Red.) Ciclo de ciencias administrativas y económicas que se explicaba en las universidades alemanas. (N. de la Red.) 13 Véanse páginas anteriores de este tomo. (N. de la Red.) 14 Periódico alemán que se publicaba en Londres entre mayo y agosto de 1859. Marx participó muy activamente en su redacción. (N. de la Red.)

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nes sociales y estatales, todos los sistemas religiosos y jurídicos, todas las ideas teóricas que brotan en la historia, sólo pueden comprenderse cuando se han comprendido las condiciones materiales de vida de la época de que se trata y se ha sabido explicar todo aquello por estas condiciones materiales; esta tesis, era un descubrimiento que venía a revolucionar no sólo la Economía, sino todas las ciencias históricas (y todas las ciencias que no son naturales son históricas). «No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia». Es una tesis tan sencilla, que por fuerza tenía que ser la evidencia misma, para todo el que no se hallase empantanado en las engañifas idealistas. Pero esto no sólo encierra consecuencias eminentemente revolucionarias para la teoría, sino también para la práctica: «Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella... Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo». Por tanto, si seguimos desarrollando nuestra tesis materialista y la aplicamos a los tiempos actuales, se abre inmediatamente ante nosotros la perspectiva de una potente revolución, la revolución más potente de todos los tiempos. Pero, mirando las cosas de cerca, vemos también, inmediata-

mente, que esta tesis, en apariencia tan sencilla, de que la conciencia del hombre depende de su existencia, y no al revés, rechaza de plano, ya en sus primeras consecuencias, todo idealismo, aun el más disimulado. Con ella, quedan negadas todas las ideas tradicionales y acostumbradas acerca de cuanto es objeto de la historia. Toda la manera tradicional de la argumentación política se viene a tierra; la hidalguía patriótica se revuelve, indignada, contra esta falta de principios en el modo de ver las cosas. Por eso la nueva concepción tenía que chocar forzosamente, no sólo con los representantes de la burguesía, sino también con la masa de los socialistas franceses que pretenden sacar al mundo de quicio con su fórmula mágica de liberté, égalité, fraternité. Pero, donde provocó la mayor cólera fue entre los voceadores democrático–vulgares de Alemania. Lo cual no fue obstáculo para que pusiesen una especial predilección en explotar, plagiándolas, las nuevas ideas, si bien con gran confusionismo. El desarrollar la concepción materialista, aunque sólo fuese a la luz de un único ejemplo histórico, era una labor científica que habría exigido largos años de estudio tranquilo, pues es evidente que aquí con simples frases no se resuelve nada, que sólo la existencia de una masa de materiales históricos, críticamente cribados y totalmente dominados, puede capacitarnos para la solución de este problema. La revolución de febrero lanzó a nuestro partido a la palestra política, impidiéndole con ello entregarse a empresas puramente científicas. No obstante, aquella concepción fundamental inspira, une como hilo de engarce, todas las producciones literarias del Partido. En todas ellas se demuestra, caso por caso, cómo la acción brota siempre de impulsos directamente materiales y no de las frases que la acompañan; lejos de ello, las frases políticas y jurídicas son otros tantos efectos de los impulsos materiales, ni más ni menos que la acción política y sus resultados. Tras la derrota de la revolución de 1848–49 llegó un momento en que se hizo cada vez más imposible influir sobre Alema-

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nia desde el extranjero, y entonces nuestro partido abandonó a los demócratas vulgares el campo de los líos entre los emigrados, única actividad posible de tales momentos. Mientras aquéllos daban rienda suelta a sus querellas, arañándose hoy para abrazarse mañana, y al día siguiente volver a lavar delante de todo el mundo sus trapos sucios; mientras recorrían toda América mendigando, para armar en seguida un nuevo escándalo por el reparto del puñado de monedas reunido, nuestro partido se alegraba de encontrar otra vez un poco de sosiego para el estudio. Llevaba a los demás la gran ventaja de tener por base teórica una nueva concepción científica del mundo, cuya elaboración le daba bastante que hacer, razón suficiente, ya de suyo, para que no pudiese caer nunca tan bajo como los «grandes hombres» de la emigración. El primer fruto de estos estudios es el libro que tenemos delante.

mas posibles, y a un índice de palabras y giros que ya no tenían más misión que colocarse en el momento oportuno, para encubrir con ellos la ausencia de ideas y conocimientos positivos. Como decía un profesor de Bona, estos hegelianos no sabían nada de nada, pero podían escribir acerca de todo. Y así era; en efecto. Sin embargo, pese a su suficiencia, estos señores tenían tanta conciencia de su pequeñez, que rehuían, en cuanto les era posible, los grandes problemas; la vieja ciencia pedantesca mantenía sus posiciones por la superioridad de su saber positivo. Sólo cuando vino Feuerbach y dio el pasaporte al concepto especulativo, el hegelianismo fue languideciendo poco a poco, y parecía como si hubiese vuelto a instaurarse en la ciencia el reinado de la vieja metafísica, con sus categorías inmutables. La cosa tenía su explicación lógica. Al régimen de los diadocos15 hegelianos, que se había perdido en meras frases, siguió, naturalmente, una época en la que, el contenido positivo de la ciencia volvió a sobrepujar su aspecto formal. Al mismo tiempo, Alemania, congruentemente con el formidable progreso burgués conseguido desde 1848, se lanzaba con una energía verdaderamente extraordinaria a las Ciencias Naturales; y, al poner de moda estas ciencias, en las que la tendencia especulativa no había llegado jamás a adquirir gran importancia volvió a echar raíces también la vieja manera metafísica de discurrir, hasta caer en la extrema vulgaridad de un Wolff. Hegel había sido olvidado, y se desarrolló el nuevo materialismo naturalista, que apenas se distingue en nada, teóricamente, de aquel del siglo XVIII, y que en la mayor parte de los casos no le lleva más ventaja que la de poseer un material de Ciencias Naturales, y principalmente químico y fisiológico, más abundante. La angosta mentalidad filistea de los tiempos prekantianos vuelve a presentársenos, reproducida hasta la más extrema vulgaridad, en Büchner y Vogt;

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II Un libro como éste no podía limitarse a criticar sin ilación alguna capítulos sueltos de la Economía, estudiar aisladamente tal o cual problema económico litigioso. No; este libro tiende desde el primer momento a una síntesis sistemática de todo el conjunto de la ciencia económica, a desarrollar de un modo coherente las leyes de la producción burguesa y del cambio burgués. Y como los economistas no son más que los intérpretes y los apologistas de estas leyes, el desarrollarlas es, al mismo tiempo, hacer la crítica de toda la literatura económica. Desde la muerte de Hegel, apenas se había intentado desarrollar una ciencia en su propia conexión interna. La escuela hegeliana oficial sólo había aprendido de la dialéctica del maestro la manipulación de los artificios más sencillos, que aplicaba a diestro y siniestro, y además con una torpeza no pocas veces risible. Para ellos, toda la herencia de Hegel se reducía a un simple patrón por el cual podían cortarse y construirse todos los te-

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15 Diadocos, sucesores de Alejandro de Macedonia, empeñados después de su muerte en una lucha intestina que ocasionó el desmoronamiento del Imperio.

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y hasta el propio Moleschott, que jura por Feuerbach, se pierde a cada momento, de un modo divertidísimo, entre las categorías más sencillas. Naturalmente, el envarado penco del sentido común burgués se detiene perplejo ante la zanja que separa la esencia de las cosas de sus manifestaciones, la causa del efecto; y, si uno va a cazar con galgos en los terrenos escabrosos del pensar abstracto, no debe hacerlo a lomos de un penco. Aquí se planteaba, por tanto otro problema que, de suyo, no tenía nada que ver con la Economía política. ¿Con qué método había de tratarse la ciencia? De un lado estaba la dialéctica hegeliana, bajo la forma completamente abstracta, «especulativa», en que la dejara Hegel; de otro lado, el método ordinario, que volvía a estar de moda, el método, en su esencia metafísico wolffiano, y del que se servían también los economistas burgueses para escribir sus gordos e incoherentes libros. Este último método había sido tan destruido teóricamente por Kant, y sobre todo por Hegel, que sólo la inercia y la ausencia de otro método sencillo podían explicar que aun perdurase prácticamente. Por otra parte, el método hegeliano era de todo punto inservible en su forma actual. Era un método esencialmente idealista, y aquí se trataba de desarrollar una concepción del mundo más materialista que todas las anteriores. Aquel método arrancaba del pensar puro, y aquí había que partir de los hechos más tenaces. Un método que, según su propia confesión, «partía de la nada, para llegar a la nada, a través de la nada», era de todos modos impropio bajo esta forma. Y no obstante, este método era, entre todo el material lógico existente, lo único que podía ser utilizado. No había sido criticado, no había sido superado por nadie; ninguno de los adversarios del gran dialéctico había podido abrir una brecha en su airoso edificio; había caído en el olvido, porque la escuela hegeliana no supo qué hacer con él. Lo primero era, pues, someter a una crítica a fondo el método hegeliano. Lo que ponía al modo discursivo de Hegel por encima del de todos los demás filósofos era el formidable sentido histórico que

lo animaba. Por muy abstracta e idealista que fuese su forma, el desarrollo de sus ideas marchaba siempre paralelamente con el desarrollo de la historia universal que era, en realidad, sólo la piedra de toque de aquél. Y aunque con ello se invirtiese y pusiese cabeza abajo la verdadera relación, la Filosofía nutríase toda ella, no obstante, del contenido real; tanto más cuanto que Hegel se distinguía de sus discípulos en que no alardeaba, como éstos, de ignorancia, sino que era una de las cabezas más eruditas de todos los tiempos. Él fue el primero que intentó poner de relieve en la historia un proceso de desarrollo, una conexión interna; y por muy peregrinas que hoy nos parezcan muchas cosas de su filosofía de la historia, la grandeza de la concepción fundamental sigue siendo todavía algo admirable, lo mismo si comparáramos con él a sus predecesores que si nos fijamos en los que después de él se han permitido hacer consideraciones generales acerca de la historia. En la «Fenomenología», en la «Estética», en la «Historia de la Filosofía», en todas partes vemos reflejada esta concepción grandiosa de la historia, y en todas partes encontramos la materia tratada históricamente, en una determinada conexión con la historia, aunque esta conexión aparezca invertida de un modo abstracto. Esta concepción de la historia, que hizo época, fue la premisa teórica directa de la nueva concepción materialista, y ya esto brindaba también un punto de empalme para el método lógico. Si ya desde el punto de vista del «pensar puro», esta dialéctica olvidada había conducido a tales resultados, y si además había acabado como jugando con toda la lógica y la metafísica anteriores, a ella, indudablemente tenía que haber en ella algo más que sofística y pedantesca sutileza. Pero, el acometer la crítica de este método, empresa que había hecho y hace todavía recular a toda la filosofía oficial, no era ninguna pequeñez. Marx era y es el único que podía entregarse a la labor de sacar de la lógica hegeliana la médula que encierra los verdaderos descubrimientos de Hegel en este campo, y de restaurar el método dialéctico despojado de su ropaje idealista, en la sencilla

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desnudez en que aparece como la única forma exacta del desarrollo del pensamiento. El haber elaborado el método en que descansa la critica de la Economía política por Marx es, a nuestro juicio, un resultado que apenas desmerece en importancia de la concepción materialista fundamental. Aun después de descubierto el método, y de acuerdo con él, la crítica de la Economía política podía acometerse de dos modos: el histórico o el lógico. Como en la historia, al igual que en su reflejo literario, las cosas se desarrollan también, a grandes rasgos, desde lo más simple hasta lo más complejo, el desarrollo histórico de la literatura sobre Economía política brindaba un hilo natural de engarce para la crítica, pues, en términos generales, las categorías económicas aparecerían aquí por el mismo orden que en su desarrollo lógico. Esta forma presenta, aparentemente, la ventaja de una mayor claridad, puesto que en ella se sigue el desarrollo real de las cosas, pero en la práctica lo único que se conseguiría, en el mejor de los casos, sería popularizarla. La historia se desarrolla con frecuencia a saltos y en zigzags, y habría que seguirla así en toda su trayectoria, con lo cual no sólo se recogerían muchos materiales de escasa importancia, sino que habría que romper muchas veces la ilación lógica. Además, la historia de la Economía política no podría escribirse sin la de la sociedad burguesa, con lo cual la tarea se haría interminable, ya que faltan todos los trabajos preparatorios. Por tanto, el único método indicado era el lógico. Pero éste no es, en realidad, más que el método histórico, despojado únicamente de su forma histórica y de las contingencias perturbadoras. Allí donde comienza esta historia debe comenzar también el proceso discursivo, y el desarrollo ulterior de éste no será más que la imagen refleja, en forma abstracta y teóricamente consecuente, de la trayectoria histórica; una imagen refleja corregida, pero corregida con arreglo a las leyes que brinda la propia trayectoria histórica; y así, cada factor puede estudiarse en el punto de desarrollo de su plena madurez, en su forma clásica. Con este método, partimos siempre de la relación primera y

más simple que existe históricamente, de hecho; por tanto, aquí, de la primera relación económica con que nos encontramos. Luego, procedemos a analizarla. Ya en el sólo hecho de tratarse de una relación, va implícito que tiene dos lados que se relacionan entre sí. Cada uno de estos dos lados se estudia separadamente, de donde luego se desprende su relación recíproca y su interacción. Nos encontramos con contradicciones, que reclaman una solución. Pero, como aquí no seguimos un proceso discursivo abstracto, que se desarrolla exclusivamente en nuestras cabezas, sino una sucesión real de hechos, ocurridos real y efectivamente en algún tiempo o que siguen ocurriendo todavía, estas contradicciones se habrían planteado también en la práctica y en ella habrán encontrado también, probablemente, su solución. Y si estudiamos el carácter de esta solución, veremos que se logra creando una nueva relación, cuyos dos lados contrapuestos tendremos que desarrollar ahora, y así sucesivamente. La Economía política comienza por la mercancía, por el momento en que se cambian unos productos por otros, ya sea por obra de individuos aislados o de comunidades de tipo primitivo. El producto que entra en el intercambio es una mercancía. Pero lo que le convierte en mercancía es pura y simplemente, el hecho de que a la cosa, al producto, vaya ligada una relación entre dos personas o comunidades, la relación entre el productor y el consumidor, que aquí no se confunden ya en la misma persona. He aquí un ejemplo de un hecho peculiar que recorre toda la Economía política y ha producido lamentables confusiones en las cabezas de los economistas burgueses. La Economía no trata de cosas, sino de relaciones entre personas y, en última instancia, entre clases; si bien estas relaciones van siempre unidas a cosas y aparecen como cosas. Aunque ya alguno que otro economista hubiese vislumbrado, en casos aislados, esta conexión, fue Marx quien la descubrió en cuanto a su alcance para toda la Economía, simplificando y aclarando con ello hasta tal punto los problemas más difíciles, que hoy hasta los propios economistas burgueses pueden comprenderlos.

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Si enfocamos la mercancía en sus diversos aspectos –pero la mercancía que ha cobrado ya su pleno desarrollo no aquella que comienza a desarrollarse trabajosamente en los actos primigenios de trueque entre dos comunidades primitivas–, se nos presenta bajo los dos puntos de vista del valor de uso y del valor de cambio, con lo que entramos inmediatamente en el terreno del debate económico. El que desee un ejemplo palmario de cómo el método dialéctico alemán, en su fase actual de desarrollo, está tan por encima del viejo método metafísico, vulgar y charlatanesco, por lo menos como los ferrocarriles sobre los medios de transporte de la Edad Media, no tiene más que ver, leyendo a Adam Smith o a cualquier otro economista oficial de fama, cuántos suplicios les costaba a estos señores el valor de cambio y el valor de uso, cuán difícil se les hacía distinguirlos claramente y concebirlos cada uno de ellos en su propia y peculiar precisión, y comparar luego esto con la clara y sencilla exposición de Marx. Después de aclarar el valor de uso y el valor de cambio, se estudia la mercancía como unidad directa de ambos, tal como entra en el proceso de cambio. A qué contradicciones da lugar esto, puede verse en las págs. 20 y 21.16 Advertiremos únicamente que estas contradicciones no tienen tan sólo un interés teórico abstracto, sino que reflejan al mismo tiempo las dificultades que surgen de la naturaleza de la relación de intercambio directo, del simple acto del trueque, y las imposibilidades con que necesariamente tropieza esta primera forma tosca de cambio. La solución de estas imposibilidades se encuentra transfiriendo a una mercancía especial –el dinero– la cualidad de representar el valor de cambio de todas las demás mercancías. Tras esto, se estudia en el segundo capítulo el dinero o la circulación simple, a saber: 1) el dinero como medida del valor, de-

terminándose en forma más concreta el valor medido en dinero, el precio; 2) como medio de circulación, y 3) como unidad de ambos conceptos en cuanto dinero real, como representación de toda la riqueza burguesa material. Con esto, terminan las investigaciones del primer fascículo, reservándose para el segundo la transformación del dinero en capital. Vemos, pues, cómo con este método el desenvolvimiento lógico no se ve obligado, ni mucho menos, a moverse en el reino de lo puramente abstracto. Por el contrario, necesita ilustrarse con ejemplos históricos, mantenerse en contacto constante con la realidad. Por eso, estos ejemplos se aducen en gran variedad y consisten tanto en referencias a la trayectoria histórica real en las diversas etapas del desarrollo de la sociedad como en referencias a la literatura económica, en las que se sigue, desde el primer paso, la elaboración de conceptos claros de las relaciones económicas. La crítica de las distintas definiciones, más o menos unilaterales o confusas, se contiene ya, en lo sustancial, en el desarrollo lógico y puede resumirse brevemente.

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16 Engels se remite aquí al libro «Zur Kritik der politischen Ökonomie» («Contribución a la crítica de la Economía política»). Berlín, 1859. (N. de la Red.)

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I Desde que hay en el mundo capitalistas y obreros, no se ha publicado un solo libro que tenga para los obreros la importancia de éste. En él se estudia científicamente, por vez primera, la relación entre el capital y el trabajo, eje en torno del cual gira todo el sistema de la moderna sociedad, y se hace con una profundidad y un rigor sólo posible en un alemán. Por más valiosas que son y serán siempre las obras de un Owen, de un Saint–Simon, de un Fourier, tenía que ser un alemán quien escalase la cumbre desde la que se domina, claro y nítido –como se domina desde la cima de las montañas el paisaje de las colinas situadas más abajo–, todo el campo de las modernas relaciones sociales. La Economía política al uso nos enseña que el trabajo es la fuente de toda la riqueza y la medida de todos los valores, de tal modo, que dos objetos cuya producción haya costado el mismo tiempo de trabajo, encierran idéntico valor; y como, por término medio, sólo pueden cambiarse entre sí valores iguales, esos objetos deben poder ser cambiados el uno por el otro. Pero, al mismo tiempo, nos enseña que existe una especie de trabajo

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acumulado, al que esa Economía da el nombre de capital, y que este capital, gracias a los recursos auxiliares que encierra, eleva cien y mil veces la capacidad productiva del trabajo vivo, en gracia a lo cual exige una cierta remuneración, que se conoce con el nombre de beneficio o ganancia. Todos sabemos que lo que sucede en realidad es que, mientras las ganancias del trabajo muerto, acumulado, crecen en proporciones cada vez más asombrosas y los capitales de los capitalistas se hacen cada día más gigantescos, el salario del trabajo vivo se reduce cada vez más, y la masa de los obreros, que viven exclusivamente de un salario, se hace cada vez más numerosa y más pobre. ¿Cómo se resuelve esta contradicción? ¿Cómo es posible que el capitalista obtenga una ganancia, si al obrero se le retribuye el valor íntegro del trabajo que incorpora a su producto? Como el cambio supone siempre valores iguales, parece que tiene necesariamente que suceder así. Mas, por otra parte, ¿cómo pueden cambiarse valores iguales, y cómo puede retribuírsele al obrero el valor íntegro de su producto, si, como muchos economistas reconocen, este producto se distribuye entre él y el capitalista? Ante esta contradicción, la Economía al uso se queda perpleja y no sabe más que escribir o balbucir unas cuantas frases confusas, que no dicen nada. Tampoco los críticos socialistas de la Economía política, anteriores a nuestra época, pasaron de poner de manifiesto la contradicción; ninguno logró resolverla, hasta que Marx, por fin, analizó el proceso de formación de la ganancia, remontándose a su verdadera fuente y poniendo en claro, con ello, todo el problema. En su investigación del capital, Marx parte del hecho sencillo y notorio de que los capitalistas valorizan su capital por medio del cambio, comprando mercancías con su dinero para venderlas después por más de lo que les costaron. Por ejemplo, un capitalista compra algodón por valor de 1,000 táleros y lo revende por 1,100, «ganando», por tanto, 100 táleros. Este superávit de 100 táleros, que viene a incrementar el capital primitivo, es lo que Marx llama plusvalía. ¿De dónde nace esta plus-

valía? Los economistas parten del supuesto de que sólo se cambian valores iguales, y esto, en el campo de la teoría abstracta, es exacto. Por tanto, la operación consistente en comprar algodón y en volverlo a vender, no puede engendrar una plusvalía, como no puede engendrarla el hecho de cambiar un tálero por treinta silbergroschen o el de volver a cambiar las monedas fraccionarías por el tálero de plata. Después de realizar esta operación, el poseedor del tálero no es más rico ni más pobre que antes. Mas la plusvalía no puede brotar tampoco del hecho de que los vendedores coloquen sus mercancías por más de lo que valen o de que los compradores las obtengan por debajo de su valor, porque los que ahora son compradores son luego vendedores, y, por tanto, lo que ganan en un caso lo pierden en el otro. Ni puede provenir tampoco de que los compradores y vendedores se engañen los unos a los otros, pues eso no crearía ningún valor nuevo o plusvalía, sino que haría cambiar únicamente la distribución del capital existente entre los capitalistas. Y no obstante, a pesar de comprar y vender las mercancías por lo que valen, el capitalista saca de ellas más valor del que invirtió. ¿Cómo se explica esto? Bajo el régimen social vigente, el capitalista encuentra en el mercado una mercancía que posee la peregrina cualidad de que, al consumirse, engendra nuevo valor, crea un nuevo valor: esta mercancía es la fuerza de trabajo. ¿Cuál es el valor de la fuerza de trabajo? El valor de toda mercancía se mide por el trabajo necesario para producirla. La fuerza de trabajo existe bajo la forma del obrero vivo, quien para vivir y mantener además a su familia que garantice la persistencia de la fuerza de trabajo aun después de su muerte, necesita una determinada cantidad de medios de vida. El tiempo de trabajo necesario para producir estos medios de vida representa, por tanto, el valor de la fuerza de trabajo. El capitalista se lo paga semanalmente al obrero y le compra con ello el uso de su trabajo durante una semana. Hasta aquí, esperamos que los señores economistas estarán, sobre poco más o menos, de acuerdo con

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nosotros, en lo que al valor de la fuerza de trabajo se refiere. El capitalista pone a su obrero a trabajar. El obrero le suministra al cabo de determinado tiempo la cantidad de trabajo representada por su salario semanal. Supongamos que el salario semanal de un obrero equivale a tres días de trabajo; si el obrero comienza a trabajar el lunes, el miércoles por la noche habrá reintegrado al capitalista el valor íntegro de su salario. Pero, ¿es que deja de trabajar una vez conseguido esto? Nada de eso. El capitalista le ha comprado el trabajo de una semana: por tanto, el obrero tiene que seguir trabajando los tres días que faltan para ésta. Este Plustrabajo del obrero, después de cubrir el tiempo necesario para reembolsar al patrono su salario, es la fuente de la plusvalía, de la ganancia del incremento progresivo del capital. Y no se diga que eso de que el obrero rescata en tres días, trabajando, el salario que percibe, y que durante los tres días restantes trabaja para el capitalista, es una suposición arbitraria. Por el momento, nos tiene absolutamente sin cuidado, y es cosa que depende de las circunstancias, el que para romper el salario necesite realmente tres días, o dos, o cuatro; lo importante es que, además del trabajo pagado, el capitalista le saca al obrero trabajo que no le retribuye. Y esto no es ninguna suposición arbitraria, ya que el día en que el capitalista, a la larga, sólo sacase del obrero el trabajo que le remunera mediante el salario, cerraría la fábrica, pues toda su ganancia se iría a pique. He aquí la solución de todas aquellas contradicciones. El nacimiento de la plusvalía (de la que una parte importante constituye la ganancia del capitalista) es, ahora, completamente claro y natural. Al obrero se le paga, ciertamente, el valor de la fuerza de trabajo. Lo que ocurre es que este valor es bastante inferior al que el capitalista logra sacar de ella, y la diferencia, o sea el trabajo no retribuido, es lo que constituye precisamente la parte del capitalista, o mejor dicho, de la clase capitalista. Pues, hasta la ganancia que en nuestro ejemplo de más arriba obtenía el comerciante algodonero al vender el algodón, tiene que pro-

venir necesariamente, si la mercancía no sube de precio, del trabajo no retribuido. El comerciante tiene que vender su mercancía a un fabricante de tejidos de algodón, quien puede sacar del artículo que fabrica, además de aquellos 100 táleros, un beneficio para sí, compartiendo, por tanto, con el comerciante el trabajo no retribuido que se embolsa. De este trabajo no retribuido viven en general todos los miembros ociosos de la sociedad. De él salen los impuestos que cobran el Estado y el municipio, en la parte que grava a la clase capitalista, la renta del suelo abonada a los terratenientes, etc. Sobre él descansa todo el orden social existente. Sería necio, sin embargo, creer que el trabajo no retribuido sólo surgió bajo las condiciones actuales, en que la producción corre a cargo de capitalistas de una parte y de obreros asalariados de otra parte. Nada más lejos de la verdad. La clase oprimida se vio forzada a rendir trabajo no retribuido en todas las épocas de la historia. Durante los largos siglos en que la esclavitud era la forma dominante de organización del trabajo, los esclavos veíanse obligados a trabajar mucho más de lo que se les pagaba en forma de medios de vida. Bajo la dominación de la servidumbre de la gleba y hasta la abolición de la prestación personal campesina, ocurría lo mismo; aquí, incluso adquiría forma tangible la diferencia entre el tiempo durante el cual el campesino trabajaba para su propio sustento y el plustrabajo que rendía para el señor feudal, precisamente porque éste lo ejecutaba en otro sitio que aquél. Hoy, la forma ha cambiado, pero el fondo sigue siendo el mismo, y mientras «una parte de la sociedad posea el monopolio de los medios de producción, el obrero, sea libre o no libre, no tendrá más remedio que añadir al tiempo durante el cual trabaja para su propio sustento un tiempo de trabajo adicional para producir los medios de vida destinados a los poseedores de los instrumentos de producción». (Marx, pág. 202)17

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17 Los números de las páginas corresponden a la primera edición del primer tomo de «El Capital», Hamburgo 1867. (N. de la Red.)

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II Veíamos en nuestro artículo anterior que todo obrero enrolado por el capitalista ejecuta un doble trabajo: durante una parte del tiempo que trabaja, repone el salario que el capitalista le adelanta, y esta parte del trabajo es lo que Marx llama trabajo necesario. Pero luego, tiene que seguir trabajando y producir la plusvalía para el capitalista, una parte importante de la cual representa la ganancia. Esta parte de trabajo recibe el nombre de plustrabajo. Supongamos que el obrero trabaja durante tres días de la semana para reponer su salario y tres días para crearle plusvalía al capitalista. Expresado en otros términos, esto vale tanto como decir que si la jornada es de doce horas, trabaja seis horas por su salario y otras seis para la producción de plusvalía. De una semana sólo pueden sacarse seis días o siete, a lo sumo, incluyendo el domingo; en cambio, a cada día se le pueden arrancar seis, ocho, diez, doce, quince horas de trabajo, y aún más. El obrero vende al capitalista, por el jornal, una jornada de trabajo. Pero ¿qué es una jornada de trabajo? ¿Ocho horas o dieciocho? Al capitalista le interesa que la jornada de trabajo sea lo más larga posible. Cuanto más larga sea, mayor plusvalía rendirá. Al obrero le dice su certero instinto que cada hora más que trabaja, después de reponer el salario, es una hora que se le sustrae ilegítimamente, y sufre en su propia pelleja las consecuencias del exceso de trabajo. El capitalista lucha por su ganancia, el obrero por su salud, por un par de horas de descanso al día, para poder hacer algo más que trabajar, comer y dormir, para poder actuar también en otros aspectos como hombre. Diremos de pasada que no depende de la buena voluntad de cada capitalista en particular luchar o no por sus intereses, pues la competencia obliga hasta a los más filantrópicos a seguir las huellas de los demás, haciendo a sus obreros trabajar el mismo tiempo que tra-

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bajan los otros. La lucha por conseguir que se fije la jornada de trabajo dura desde que aparecen en la escena de la historia los obreros libres hasta nuestros días. En distintas industrias rigen distintas jornadas tradicionales de trabajo, pero, en la práctica, son muy contados los casos en que se respeta la tradición. Sólo puede decirse que existe verdadera jornada normal de trabajo allí donde la ley fija esta jornada y se encarga de velar por su aplicación. Hasta hoy, puede afirmarse que esto sólo acontece en los distritos fabriles de Inglaterra. En las fábricas inglesas rige la jornada de diez horas (o sea, diez horas y media durante cinco días y siete horas y media los sábados) para todas las mujeres y los chicos de trece a dieciocho años; y como los hombres no pueden trabajar sin la cooperación de aquellos elementos, de hecho también ellos disfrutan la jornada de diez horas. Los obreros fabriles de Inglaterra arrancaron esta ley a fuerza de años y años de perseverancia en la más tenaz y obstinada lucha contra los fabricantes, mediante la libertad de prensa y el derecho de reunión y asociación y explotando también hábilmente las disensiones en el seno de la propia clase gobernante. Esta ley se ha convertido en el paladión de los obreros ingleses, ha ido aplicándose poco a poco a todas las grandes ramas industriales, y el año pasado18 se hizo extensiva a casi todas las industrias, por lo menos a todas aquellas en que trabajan mujeres y niños. Acerca de la historia de esta reglamentación legal de la jornada de trabajo en Inglaterra, contiénense datos abundantísimos en la obra que estamos comentando. En el próximo «Parlamento del Norte de Alemania» se deliberará también acerca de una ordenanza industrial, y, por tanto, se pondrá a debate la reglamentación del trabajo fabril. Esperamos que ninguno de los diputados elegidos por los obreros alemanes intervendrá en la discusión de esta ley sin antes familiarizarse bien con el libro de Marx. Aquí se podrá lograr mucho. Las disensiones que existen en el seno de la cla18

Es decir, en 1867. (N. de la Red.)

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se dominante son más propicias para los obreros que lo fueron nunca en Inglaterra, porque el sufragio universal obliga a las clases dominantes a captarse las simpatías de los obreros. En estas condiciones, cuatro o cinco representantes del proletariado, si saben aprovecharse de su situación, y sobre todo si saben de qué se trata, cosa que no saben los burgueses, pueden constituir una fuerza. El libro de Marx pone en sus manos, perfectamente dispuestos, todos los datos necesarios. Pasaremos por alto una serie de excelentes investigaciones, de carácter más bien teórico, y nos detendremos tan sólo en el capítulo final de la obra, que trata de la acumulación del capital. En este capítulo se pone primero de manifiesto que el método capitalista de producción, es decir, el método de producción que presupone la existencia de capitalistas por una parte, y de obreros asalariados por otra, no sólo le reproduce al capitalista constantemente su capital, sino que reproduce, incesantemente, la pobreza del obrero, velando, por tanto, por que existan siempre, de un lado, capitalistas que concentran en sus manos la propiedad de todos los medios de vida, materias primas e instrumentos de producción, y de otro lado, la gran masa de obreros obligados a vender a estos capitalistas su fuerza de trabajo por una cantidad de medios de vida que, en el mejor de los casos, sólo alcanza para sostenerlos en condiciones de trabajar y de criar una nueva generación de proletarios aptos para el trabajo. Pero el capital no se limita a reproducirse, sino que aumenta y crece incesantemente, con lo cual aumenta y crece también su poder sobre la clase de los obreros desposeídos de toda propiedad. Y, del mismo modo que el capital se reproduce a sí mismo en proporciones cada vez mayores, el moderno modo capitalista de producción reproduce igualmente, en proporciones que van siempre en aumento, en número creciente sin cesar, la clase de los obreros desposeídos. «La acumulación del capital reproduce la relación del capital en una escala mayor; a más capitalistas o a mayores capitalistas en un polo, en el otro polo más obreros asalariados... La acumulación del capital significa, por tanto, el

crecimiento del proletariado» (pág. 600). Pero, como los progresos de la maquinaria, el cultivo perfeccionado de la tierra, etc., hacen que cada vez se necesiten menos obreros para producir la misma cantidad de artículos, y como este perfeccionamiento, es decir, esta creación de obreros sobrantes, aumenta con mayor rapidez que el propio capital creciente, ¿qué se hace de este número, cada vez mayor, de obreros superfluos? Forman un ejército industrial de reserva, al que en las épocas malas o medianas se le paga su trabajo por menos de lo que vale y que trabaja sólo de vez en cuando o se queda a merced de la beneficencia pública, pero que es indispensable para la clase capitalista en las épocas de gran actividad, como ocurre actualmente, a todas luces, en Inglaterra, y que en todo caso sirve para vencer la resistencia de los obreros que trabajan normalmente y mantener bajos sus salarios. «Cuanto mayor es la riqueza social... tanto mayor es la superpoblación relativa o ejército industrial de reserva... Y cuanto mayor es este ejército de reserva, en relación con el ejército obrero activo (o sea, con los obreros que trabajan normalmente), tanto mayor es la masa de superpoblación consolidada (permanente) o las capas obreras cuya miseria está en razón inversa a sus tormentos de trabajo. Finalmente, cuanto más extenso es en la clase obrera el sector de la pobreza y el ejército industrial de reserva, tanto mayor es también el pauperismo oficial. Tal es la ley absoluta, general, de la acumulación capitalista» (pág. 631). He ahí, puestas de manifiesto con todo rigor científico –los economistas oficiales se guardan mucho de intentar siquiera refutarlas–, algunas de las leyes fundamentales del moderno sistema social capitalista. Pero, ¿queda dicho todo, con esto? No, ni mucho menos. Con la misma nitidez con que destaca los lados malos de la producción capitalista, Marx pone de relieve que esta forma social era necesaria para desarrollar las fuerzas productivas sociales hasta un nivel que haga posible un desarrollo igual y humanamente digno para todos los miembros de la sociedad. Todas las formas sociales anteriores eran demasiado

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pobres para esto. Sólo la producción capitalista crea las riquezas, y las fuerzas productivas necesarias para ello; pero crea también, al mismo tiempo, con las masas de obreros oprimidos, una clase social obligada más y más a tomar en sus manos estas riquezas y fuerzas productivas, para conseguir que sean aprovechadas en interés de toda la sociedad y no, como hoy, en el de una clase monopolista.

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5 C. Marx Prólogo a la primera edición del primer tomo de “El Capital” El trabajo, cuyo primer tomo doy a la publicidad, es la continuación de la «Contribución a la criítica de la Economía política», publicada por mí en 1859. El largo intervalo transcurrido entre el trabajo inicial y su continuación me ha sido impuesto por una enfermedad de muchos años que ha interrumpido la labor repetidas veces. El contenido de la obra primitiva está resumido en el primer capítulo de este tomo.19 Y al hacerlo así, no se ha atendido sólo a conseguir que sean más coherentes y completas las ideas, sino que se ha mejorado la exposición. En la medida en que la materia lo ha permitido, se han desarrollado aquí puntos que antes apenas se esbozaron, mientras que otros, ampliamente desarrollados allí, aquí simplemente se enuncian. Los capítulos sobre la historia de la teoría del valor y de la teoría del dinero, por supuesto, han desaparecido. En cambio, el lector conocedor del trabajo primitivo encontrará en las notas del primer capítulo referencias a nuevas fuentes para el estudio de la historia de estas teorías. 19 En la primera edición del tomo I de «El Capital», los capítulos correspondían a las actuales secciones. Marx se refiere aquí, por tanto, a los primeros tres capítulos. (N. de la Red.)

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El principio siempre es duro; esto ocurre en todas las ciencias. Por eso, la máxima dificultad la constituirá la comprensión del primer capítulo, en particular los párrafos referentes al análisis de la mercancía. En cuanto a lo que toca especialmente al análisis de la substancia del valor y de la magnitud del valor, he procurado, en la medida de lo posible, exponerlo en forma popular.20 La forma del valor, que llega a su pleno desarrollo en la forma dinero, es muy simple y de poco contenido. No obstante, la inteligencia humana se ha dedicado a investigarla durante más de 2,000 años, sin resultado, mientras que otras formas más complejas y de contenido mucho más rico han sido analizadas, por lo menos aproximadamente, con resultado positivo. Y esto, ¿por qué? Porque el cuerpo organizado es más fácil de estudiar que las células del cuerpo. Además, para analizar las formas económicas, no se puede utilizar ni el microscopio ni los reactivos químicos. La capacidad de abstracción ha de suplir a ambos. Ahora bien: para la sociedad burguesa, la forma mercancía del producto del trabajo o la forma valor de la mercancía son formas económicas celulares. A los espíritus poco cultivados les parece que analizar estas formas significa aquilatar y perderse en minucias. Se trata efectivamente de minucias, pero de minucias como las que son objeto de la anatomía microscópica. Por eso, a excepción del capítulo sobre la forma del valor, na-

die podrá acusar a este libro de difícil o incomprensible. Me refiero, por supuesto, a lectores que traten de aprender algo nuevo y quieran, por tanto, pensar por sí mismos. El físico, para observar los procesos naturales, o bien lo hace donde se presentan en forma más acusada y menos deformada por influencias perturbadoras, o bien, si puede, hace experimentos en condiciones que aseguren el desarrollo del proceso en su forma pura. Lo que me propongo investigar en esta obra es el modo de producción capitalista y las relaciones de producción y de cambio a él inherentes. El país clásico para ello es hasta ahora Inglaterra. De aquí el que haya tomado de él los principales hechos que sirven de ilustración a mis conclusiones teóricas. Si el lector alemán alza los hombros con gesto de fariseo ante la situación de los trabajadores industriales y agrícolas ingleses o si se tranquiliza con optimismo pensando que en Alemania las cosas no están, ni con mucho, tan mal, tendré que decirle: De te fabula narratur! 21 No se trata aquí del grado de desarrollo, más alto o más bajo, que alcanzan los antagonismos sociales engendrados por las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de las leyes mismas, de las tendencias mismas que actúan y se imponen con una necesidad férrea. El país industrialmente desarrollado no hace más que mostrar al menos desarrollado el cuadro de su propio porvenir. Pero aparte de esto: en los sitios donde la producción capitalista ha tomado por completo carta de naturaleza en nuestro país, por ejemplo, en las fábricas propiamente dichas, la situación es mucho peor que en Inglaterra, por faltar el contrapeso de la legislación fabril. En las esferas restantes, pesa sobre nosotros, como sobre los demás países continentales de la Europa occidental, no sólo el desarrollo de la producción capitalista, sino su insuficiente desarrollo. Además de las miserias modernas, nos oprime toda una serie de miserias heredadas, procedentes

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20 Esto me ha parecido tanto más necesario, cuanto que incluso el capítulo del trabajo de F. Lasalle contra Schulze–Lelitzche en el que declara explicar la «quintaesencia del espíritu» de mi investigación sobre este tema, contiene errores importantes de interpretación. En Passant (dicho sea de paso) si F. Lasalle ha tomado de mis trabajos, casi literalmente y hasta con la terminología creada por mí, todas las tesis teóricas generales de sus escritos económicos (por ejemplo, las tesis sobre el carácter histórico del capital, sobre la conexión entre las relaciones y el modo de producción, etc., etc.) y lo ha hecho sin citar las fuentes, ha sido simplemente con fines de propaganda. Naturalmente, no me refiero a los detalles ni a las consecuencias prácticas que saca, con los que nada tengo que ver. (Nota de Marx.)

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Contigo va el cuento. (N. de la Red.)

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del hecho de seguir vegetando entre nosotros formas de producción antiguas y ya caducas que acarrean un conjunto de relaciones sociales y políticas anacrónicas. No sufrimos sólo a causa de los vivos, sino a causa de los muertos. Le mort saisit le vif!22 En comparación con la inglesa, la estadística social alemana y del occidente continental europeo es muy pobre. Sin embargo, levanta el velo lo bastante para dejar entrever una cabeza de medusa. Nos horrorizaríamos de ver nuestra propia situación si nuestros gobiernos y parlamentos designasen periódicamente, como en Inglaterra, comisiones de investigación de las condiciones económicas; si estas comisiones estuviesen investidas de la misma plenitud de poderes que en Inglaterra para descubrir la verdad; si se pudiera encontrar, para cumplir esta misión, hombres tan expertos, imparciales y severos como los inspectores del trabajo de Inglaterra, como los médicos ingleses que informan sobre la «Public Health»,23 como los comisarios ingleses que investigan sobre la explotación de la mujer y del niño, sobre las condiciones de la vivienda y de la alimentación, etc. Perseo se cubría con un casco mágico para perseguir a los monstruos; nosotros nos colocamos un casco mágico sobre nuestros ojos y nuestros oídos para poder negar la existencia de los monstruos. No hay que hacerse ilusiones. Del mismo modo que la guerra de independencia americana del siglo XVIII fue el toque a rebato para la clase media europea, la guerra civil americana del XIX lo ha sido para la clase obrera de Europa. En Inglaterra, el proceso de subversión se ha hecho palpable. Cuando alcance un determinado nivel repercutirá en el continente. Y allí revestirá formas más brutales o más humanas, a tono con el desarrollo de la clase obrera misma. Abstracción hecha de móviles más elevados, sus más vitales intereses mandan a las clases hoy dominantes eliminar todos los obstáculos para el desarrollo de la cla-

se obrera, que pueden ser eliminados por la legislación. Esta es la razón por la cual yo me he extendido tanto en este tomo sobre la historia, el contenido y los resultados de la legislación fabril inglesa. Una nación debe y puede aprender de otra. Incluso en el caso en que una sociedad haya llegado a descubrir la pista de la ley natural que preside su movimiento –y la finalidad de esta obra es descubrir la ley económica que mueve la sociedad moderna– no puede saltar ni suprimir por decreto sus fases naturales de desarrollo. Pero puede acortar y hacer menos doloroso el parto. Unas palabras para evitar posibles interpretaciones falsas. A los capitalistas y terratenientes no los he pintado de color de rosa. Pero aquí se habla de las personas sólo como personificación de categorías económicas, como portadores de determinadas relaciones o intereses de clase. Mi punto de vista, que enfoca el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico–natural, puede menos que ningún otro hacer responsable al individuo de unas relaciones de las cuales socialmente es producto, aunque subjetivamente pueda estar muy por encima de ellas. En el terreno de la Economía política, la investigación científica libre se encuentra con más enemigos que en los demás campos de la ciencia. La particular naturaleza del tema de que se ocupa levanta contra ella y lleva al campo de batalla las pasiones más violentas, más mezquinas y más odiosas que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado. La alta Iglesia de Inglaterra, por ejemplo, perdona antes un ataque contra 38 de sus 39 artículos de fe que contra 1/39 de sus ingresos monetarios. Hoy en día, el mismo ateísmo es una culpa levis,24 comparado con la crítica de las tradicionales relaciones de propiedad. Sin embargo, aquí hay que reconocer la existencia de un paso adelante. Observemos, por ejemplo, el libro azul publicado en las últimas semanas con el titulo «Correspondence with

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22 23

¡El muerto se agarra al vivo! (N. de la Red.) Sanidad pública. (N. de la Red.)

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Un pecado venial. (N. de la Red.)

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Her Majesty’s Missions Abroad, regarding Industrial Questions and Trade’s Unions».25 Los representantes de la corona de Inglaterra en el extranjero exponen aquí sin ambages que en Francia, en Alemania, en una palabra, en todos los países cultos del continente, es tan palpable y tan inevitable como en Inglaterra una transformación radical de las relaciones entre el capital y el trabajo. Al mismo tiempo, al otro lado del Atlántico, el señor Wade, vicepresidente de los Estados Unidos de América, declaraba en mítines públicos que, abolida la esclavitud, se ha puesto sobre el tapete la transformación de las relaciones de propiedad sobre el capital y la tierra. Son estos signos de la época, que no se dejan encubrir con mantos de púrpura ni con sotanas. No significan que mañana se vayan a producir milagros. Indican que en las mismas clases dominantes apunta ya el presentimiento de que la sociedad actual no es ningún cristal duro, sino un organismo susceptible de transformación y en transformación constante. El segundo tomo de esta obra tratará del proceso de circulación del capital (Libro II) y de los aspectos del proceso en su conjunto (Libro III); y el tercero y último (Libro IV) de la historia de la teoría. Bien venido sea todo juicio crítico científico. Contra los prejuicios de la llamada opinión pública, a la que nunca he hecho concesiones, tengo por divisa el lema del gran Florentino: «Segui il tuo corso, e lascia dir le genti!»26

25

Correspondencia con los representantes de Su Majestad en el extranjero sobre cuestiones industriales y las tradeuniones. (N. de la Red.) 26 «¡Sigue tu camino y deja que la gente murmure!» (Dante) (N. de la Red.)

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6 C. Marx De las palabras finales a la segunda edición del primer tomo de “El Capital” El método empleado en «El Capital» ha sido poco comprendido, como ya lo demuestran las nociones contradictorias que acerca de él se han formado. Así, la «Revue Positivista» de París me echa en cara, por una parte, que trato la economía de un modo metafísico y, por otra –¡adivinen ustedes qué!–, que me limito a un simple análisis crítico de los datos, en lugar de prescribir recetas (¿comtistas?) para los figones del futuro. Respecto a la acusación de metafísico, he aquí lo que escribe el profesor Síber: «En lo tocante a la teoría propiamente dicha, el método de Marx es el método deductivo de toda la escuela inglesa, cuyos inconvenientes y cuyas ventajas son comunes a todos los mejores teóricos de la Economía». El señor M. Block –“Les théoriciens du socialisme en Allemagne. Extrait du «Journal des Economistes», juillet et août 1872”–27 encuentra que mi método es analítico y dice, entre otras cosas: «Par cet ouvrage M. Marx se classe parmi les esprits analytiques les plus éminents».28 Los críticos alemanes cla27 «Los teóricos del socialismo en Alemania». Artículo publicado en los números de julio y agosto de 1812 del «Journal des Economistes». (N. de la Red.) 28 «Con esta obra, el señor Marx se sitúa entre los espíritus analíticos más eminentes». (N. de la Red.)

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man naturalmente contra la sofística hegeliana. «El mensajero»* de San Petersburgo, en un artículo dedicado exclusivamente al método de «El Capital» (número de mayo de 1872, págs. 427–436),29 encuentra que mi método de investigación es rigurosamente realista, pero lamenta que el método de exposición sea del tipo dialéctico alemán. Dice: “Al primer golpe de vista, juzgando por la forma externa de la exposición, Marx es un filósofo idealista a ultranza. Y esto, en el sentido «alemán», es decir, en el sentido malo de la palabra. De hecho es infinitamente más realista que todos los que le han antecedido en el campo de la crítica económica... No hay ni asomo de razón para calificarle de idealista”. No puedo contestar mejor al escritor, que citando extractos de su propia crítica que, ciertamente, pueden interesar a algunos de mis lectores para los cuales el original ruso no es accesible. Después de una cita de mi prólogo a la «Contribución a la crítica de la Economía política» (Berlin, 1859, págs. IV–VII),30 en el que expongo el fundamento materialista de mi método, el escritor continúa así: «Para Marx sólo hay una cosa importante: descubrir la ley que rige los fenómenos de cuya investigación se ocupa. Y no le interesa sólo la ley que los rige cuando tienen una forma determinada y una determinada relación, tal como se les puede observar en un período dado. Le interesa, además, la ley de su mudanza, de su desarrollo, es decir, de su paso de una forma a otra, de un orden de relaciones a otro. En cuanto ha descubierto esta ley investiga detalladamente los efectos por los cuales se manifiesta en la vida social... Por eso, Marx se ocupa solamente de una cosa: de demostrar, mediante una investigación científica precisa, la necesidad de determinados órdenes de relaciones so-

ciales, y de comprobar, con toda la exactitud posible, los hechos que le sirven de punto de partida y de punto de apoyo. Y le basta plenamente, si, al demostrar la necesidad del orden actual, demuestra también la necesidad de otro orden que inevitablemente habrá de nacer del primero, sin importar para ello el que los hombres crean o no crean, tengan o no tengan conciencia de ello. Marx considera el movimiento social como un proceso histórico–natural sujeto a leyes que no sólo no dependen de la voluntad, de la conciencia ni de los propósitos de los hombres, sino que, por el contrario, son las que determinan esta voluntad, esta conciencia y estos propósitos... Si el elemento consciente desempeña un papel tan subordinado en la historia de la cultura, ni que decir tiene que la crítica de esta misma cultura menos que nada puede tener por base ninguna forma de la conciencia ni ningún resultado de la conciencia. En otras palabras: el punto de partida de ella no puede, en modo alguno, ser la idea, sino solamente el fenómeno exterior. La crítica debe consistir en comparar, confrontar, cotejar un hecho, no con una idea, sino con otro hecho. Para ella importa sólo que los dos hechos estén investigados con la mayor exactitud posible y que, el uno con respecto al otro, representen realmente diferentes fases del desarrollo, siendo, además, importante que el orden y la sucesión de las diversas fases del desarrollo, así como sus conexiones sean estudiados... «Algún lector tal vez pueda decirnos... que las leyes generales que rigen la vida económica son las mismas, tanto si se aplican al presente como al pasado. Marx niega precisamente esa idea. Para él no existen tales leyes generales... Por el contrario, cada gran período histórico tiene, según él, sus leyes propias... Pero en cuanto la vida ha superado cierto período de desarrollo, ha salido de una fase y ha entrado en otra, empieza a regirse ya por otras leyes. La vida económica presenta en este caso un cuadro análogo al que observamos en otras categorías de fenómenos biológicos... Un análisis atento de la contextura interna y de las propiedades de los fenómenos propios de la vida económica

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* «El mensajero de Europa». En ruso en el original. 29 Se trata del artículo de I. Kaufman, profesor de la Universidad de San Petersburgo, «El punto de vista de C. Marx en la crítica de la Economía política». (N. de la Red.) 30 Véase en este mismo volumen.

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en actividad, había servido repetidas veces a muchos investigadores para convencerse, ya en la década del cuarenta, del error cometido por los viejos economistas al considerar que las leyes económicas eran de la misma naturaleza que las leyes de la Física y de la Química... Un análisis más profundo de los fenómenos demuestra que los organismos sociales se diferencian unos de otros tan profundamente como los organismos animales y vegetales... La diferente estructura de estos organismos, la diversidad de sus órganos, las distintas condiciones en que éstos tienen que funcionar, etc., hacen que un mismo fenómeno pueda regirse por leyes completamente distintas en las diferentes fases de su desarrollo... Marx se niega a reconocer, por ejemplo, que la ley de la población sea siempre y en todas partes, para todas las épocas y para todos los lugares la misma; y afirma, por el contrario, que cada fase de desarrollo tiene su propia ley de la población... Cuanto ocurre en la vida económica depende de la productividad de las fuerzas económicas... Los distintos grados de productividad implican consecuencias distintas, y también, por tanto, serán distintas las leyes que las rijan. Al plantearse, pues, la tarea de analizar y explicar la organización económica capitalista Marx no hace sino formular de un modo rigurosamente científico el objetivo que debe perseguir toda investigación exacta de la vida económica... El valor científico de semejante investigación consiste en aclarar las leyes especiales que rigen el surgimiento, la existencia, el desarrollo y la muerte de un organismo social dado y su sustitución por otro organismo más elevado. Y éste es el valor que efectivamente tiene la obra de Marx.» Al definir el autor tan justamente lo que él llama mi verdadero método, y al juzgar tan favorablemente la aplicación que yo hago de él ¿qué hace sino definir el método dialéctico? Ciertamente, el procedimiento de exposición debe diferenciarse, por la forma, del de investigación. La investigación debe captar con todo detalle el material, analizar sus diversas formas de desarrollo y descubrir la ligazón interna de éstas. Sólo

una vez cumplida esta tarea, se puede exponer adecuadamente el movimiento real. Si se acierta a reflejar con ello idealmente la vida del material investigado, puede parecer que lo que se expone es una construcción apriorística. Mi método dialéctico no sólo es en su base distinto del método de Hegel, sino que es directamente su reverso. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo (creador) de lo real, y lo real su simple forma externa. Para mí, por el contrario, lo ideal no es más que lo material traspuesto y traducido en la cabeza del hombre. Yo he criticado el aspecto mistificador de la dialéctica hegeliana hace cerca de 30 años, cuando todavía estaba de moda. En la época en que yo estaba escribiendo el primer tomo de «El Capital», los epígonos molestos, pretenciosos y mediocres, que hoy ponen cátedra en la Alemania culta, se recreaban en hablar de Hegel, como el bravo Moisés Mendelssohn, en tiempo de Lessing, hablaba de Spinoza: tratándolo de «perro muerto». Por eso me he declarado yo abiertamente discípulo de aquel gran pensador e incluso, en algunos pasajes del capítulo sobre la teoría del valor, he llegado a coquetear con su modo particular de expresión. La mistificación sufrida por la dialéctica en las manos de Hegel, no quita nada al hecho de que él haya sido el primero en exponer, en toda su amplitud y con toda conciencia las formas generales de su movimiento. En Hegel la dialéctica anda cabeza abajo. Es preciso ponerla sobre sus pies para descubrir el grano racional encubierto bajo la corteza mística. En su forma mistificada, la dialéctica se puso de moda en Alemania porque parecía glorificar lo existente. Su aspecto racional es un escándalo y una abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la concepción positiva de lo existente incluye la concepción de su negación, de su aniquilamiento necesario; porque, concibiendo cada forma llegada a ser en el fluir del movimiento, enfoca también su aspecto de transitoriedad; no se deja imponer por nada; es

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esencialmente crítica y revolucionaria. El movimiento lleno de contradicciones de la sociedad capitalista se deja sentir para el burgués práctico del modo más impresionante en las vicisitudes de los ciclos periódicos que atraviesa la moderna industria, vicisitudes cuyo punto culminante es la crisis general. Ya se acerca de nuevo, aunque aun se encuentre sólo en las etapas preliminares, y por la universalidad de su campo de acción y la intensidad de sus efectos, va a hacer entrar la dialéctica hasta en la cabeza de los medrados que han crecido como hongos en el nuevo Sacro Imperio pruso–alemán.

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7 F. Engels Del prólogo al segundo tomo de “El Capital” ...¿Qué es lo que Marx ha dicho de nuevo acerca de la plusvalía? ¿Cómo se explica que la teoría de la plusvalía de Marx haya caído como un rayo de un cielo sereno, y además en todos los países civilizados, mientras que las teorías de todos sus predecesores socialistas, incluyendo las de Rodbertus, se han esfumado sin resultado alguno? La historia de la Química nos puede aclarar esto, a la luz de un ejemplo. Todavía a fines del siglo pasado imperaba, como es sabido, la teoría flogística, según la cual la esencia de toda combustión residía en que del cuerpo que se quemaba se desprendía otro cuerpo hipotético, un combustible absoluto, al que se daba el nombre de flogisto. Esta teoría bastaba para explicar la mayoría de los fenómenos químicos conocidos por entonces, aunque violentando un poco la cosa en ciertos casos. Ahora bien, en 1774, Priestley descubrió una clase de aire que encontraba «tan puro y tan libre de flogisto, que, comparado con él, el aire corriente parecía estar ya corrompido», y le dio el nombre de aire desflogistizado. Poco después, Scheele descubría en Suecia la misma clase de aire, poniendo de manifiesto su existencia en la atmósfera. Encontró, además, que desaparecía al quemar en él o

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en el aire corriente un cuerpo, razón por la cual lo denominó aire ígneo (Feuerluft). «De estos resultados sacó luego la conclusión de que la combinación que se forma al asociar el flogisto con una de las partes integrantes del aire» (es decir, en la combustión), «no es sino fuego o calor, que huye a través del cristal»31 Tanto Priestley como Scheele habían descubierto el oxígeno, pero no sabían lo que habían descubierto. «Seguían prisioneros de las categorías» flogísticas, «tal y como se las habían encontrado». En sus manos, el elemento que estaba llamado a echar por tierra toda la concepción flogística y a revolucionar la Química, venía condenado a la esterilidad. Pero Priestley comunicó, poco después, su descubrimiento a Lavoisier, en París, y Lavoisier se puso a investigar a la luz de este nuevo hecho toda la química flogística y descubrió, entonces, que la nueva clase de aire era un nuevo elemento químico y que durante la combustión no sale del cuerpo que arde el misterioso flogisto, sino que este nuevo elemento se combina con el cuerpo, y así fue como enderezó toda la Química que bajo su forma flogística estaba vuelta del revés. Y aun cuando Lavoisier no haya descubierto el oxígeno, como más tarde afirmó él, al mismo tiempo que los otros dos e independientemente de ellos, es, no obstante, el verdadero descubridor del oxígeno respecto a los otros, que no habían hecho más que encontrarlo, sin sospechar siquiera lo que habían descubierto. Lo que Lavoisier es respecto a Priestley y a Scheele, lo es Marx respecto a sus predecesores en la teoría de la plusvalía. La existencia de esta parte del valor del producto a que hoy llamamos plusvalía, había sido señalada mucho antes de Marx; asimismo se había dicho, con mayor o menor claridad, en qué consistía, a saber: en el producto del trabajo por el que quien se lo

apropia no paga ningún equivalente. Pero no se pasaba de aquí. Los unos –los economistas burgueses clásicos– investigaban, a lo sumo, la proporción cuantitativa en que el producto del trabajo se distribuye entre el obrero y el poseedor de los medios de producción. Los otros –los socialistas– encontraban esta distribución injusta y buscaban medios utópicos para acabar con la injusticia. Unos y otros seguían prisioneros de las categorías económicas, tal y como las habían encontrado. En esto apareció Marx. Y apareció en oposición directa a sus predecesores. Donde éstos habían visto una solución, él veía sólo un problema. Marx vio que lo que aquí había no era ni aire desflogistizado, ni aire ígneo, sino oxígeno; vio que aquí no se trataba ni de limitarse a registrar un hecho económico, ni del conflicto de este hecho con la eterna justicia y la verdadera moral, sino de un hecho que estaba llamado a revolucionar toda la Economía y que daba –a quien supiera manejarla– la clave para entender toda la producción capitalista. A la luz de este hecho, investigó Marx todas las categorías con que se había encontrado, como Lavoisier hizo, a la luz del oxígeno, con las categorías de la química flogística con las que se encontró. Para saber qué era la plusvalía, tenía que saber qué era el valor. Había que someter a crítica sobre todo la teoría del valor del propio Ricardo. Marx investigó, pues, el trabajo en cuanto fuente del valor y señaló, por vez primera, qué trabajo, y por qué y cómo crea valor, y cómo el valor no es, en general, más que trabajo cuajado de esta clase, punto éste que Rodbertus no llegó a entender hasta el fin de sus días. Marx investigó luego la relación entre la mercancía y el dinero y puso de manifiesto cómo y por qué, en virtud de la cualidad de valor inherente a ella, la mercancía y el cambio de mercancías tienen que engendrar la antítesis de mercancía y dinero; su teoría del dinero, basada en esto, es la primera teoría completa del dinero, aceptada hoy, tácitamente, con carácter general. Investigó la transformación del dinero en capital y demostró que descansa en la compra y venta de la fuerza de trabajo. Y, poniendo fuerza de trabajo, o sea la cualidad crea-

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31 Roscoe–Schorlemmer: «Ausführliches Lehrbuch der Chemie» [«Tratado completo de Química»], Braunschweig, 1877. t. I, pág. 13–18. (Nota de Engels.)

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dora del valor, donde antes decía trabajo, resolvió, de un golpe, una de las dificultades contra las que se había estrellado la escuela de Ricardo: la imposibilidad de armonizar el intercambio del trabajo y el capital con la ley ricardiana de la determinación del valor por el trabajo. Y, sólo al establecer la distinción del capital en constante y variable, consiguió exponer hasta en sus más mínimos detalles la verdadera trayectoria del proceso de creación de la plusvalía, explicándolo con ello, cosa que ninguno de sus predecesores había conseguido: registró, por tanto, una distinción dentro del propio capital con la que los economistas burgueses, lo mismo que Rodbertus, no habían sabido qué hacer y que, sin embargo, da la clave para resolver los problemas económicos más complicados, de lo cual tenemos la prueba evidentísima, una vez más, en este libro II, y mejor aún, como se verá, en el libro III. Luego siguió investigando la misma plusvalía y descubrió sus dos formas: plusvalía absoluta y relativa, poniendo de manifiesto los papeles distintos, aunque decisivos en ambos casos, que han desempeñado en el desarrollo histórico de la producción capitalista. Y sobre la base de la plusvalía, desarrolló la primera teoría racional del salario que poseemos y trazó, por vez primera, los rasgos fundamentales para una historia de la acumulación capitalista y una exposición de su tendencia histórica.

III Carlos Marx Federico Engels

LA CREACIÓN DE “EL CAPITAL”

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1 C. Marx El método de la economía política

Cuando estudiamos un país determinado desde el punto de vista de la economía política, comenzamos por su población, la división de ésta en clases, su establecimiento en las ciudades, en los campos, a orillas del mar; las distintas ramas de producción, la exportación y la importación, la producción y el consumo anuales, los precios de las mercancías, etc. Parece lo correcto comenzar por lo que hay de concreto y real en los datos; así, pues, en la economía, por la producción, que es base y sujeto de todo el acto social de la producción. Pero, bien mirado, este método sería falso. La población es una abstracción si dejo a un lado las clases de que se compone. Estas clases son, a su vez, una palabra sin sentido si ignoro los elementos sobre los cuales reposan, por ejemplo: el trabajo asalariado, el capital, etc. Estos suponen el cambio, la división del trabajo, los precios, etc. El capital, por ejemplo, no es nada sin trabajo asalariado, sin valor, dinero, precios, etc. Si comenzase, pues por la población resultaría una representación caótica del todo y por medio de una determinación más estricta, llegaría analíticamente siempre más lejos con conceptos más simples; de lo concreto representado, llegaría a abstracciones cada vez más tenues, hasta alcanzar a las más simples determinaciones. Llegado a este punto, habría

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que volver a hacer el viaje a la inversa, hasta dar de nuevo con la población, pero esta vez no con una representación caótica de un todo, sino con una rica totalidad de determinaciones y relaciones diversas. El primero es el camino que ha seguido históricamente la naciente economía política. Los economistas del siglo XVII, por ejemplo, comienzan siempre por el todo vivo: la población, la nación, el Estado, varios Estados, etc.; pero terminan siempre por descubrir mediante el análisis cierto número de relaciones generales abstractas que son determinantes, tales como la división del trabajo, el dinero, el valor, etc. Una vez que han sido más o menos fijados y abstraídos estos momentos aislados comienzan los sistemas económicos que se elevan de lo simple, tal como Trabajo, División del trabajo, Necesidad, Valor de cambio, el mismo Estado, el Cambio entre las naciones y el Mercado universal. El último método es manifiestamente el método científicamente exacto. Lo concreto es concreto, porque es la síntesis de muchas determinaciones, es decir, unidad de lo diverso. Por eso lo concreto aparece en el pensamiento como el proceso de la síntesis, como resultado, no como punto de partida, aunque sea el verdadero punto de partida y, por consiguiente, el punto de partida también de la percepción y de la representación. En el primer método la representación plena se volatiliza en la abstracta determinación; en el segundo, las determinaciones abstractas conducen a la reproducción de lo concreto por la vía del pensamiento. Así es como Hegel dio en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensamiento que se absorbe en sí, desciende en sí, se mueve por sí; en tanto que el método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto no es sino la manera de proceder del pensamiento para apropiarse lo concreto, para reproducirlo mentalmente como cosa concreta. Pero esto no es de ningún modo el proceso de la génesis de lo concreto mismo. La más simple categoría económica, pongamos por ejemplo el valor de cambio, supone la población, una población que produce en determinadas condiciones y también cierta clase de familias, comunidades o Estados. Dicho valor no

puede nunca existir de un modo que como relación unilateral–abstracta de un todo concreto y vivo ya determinado. Como categoría, por el contrario, el valor de cambio lleva consigo una existencia antediluviana. Para la conciencia –y la conciencia filosófica está determinada de tal modo que para ella el pensamiento que concibe es el hombre real, y el mundo concebido es, como tal, el único mundo real–; para la conciencia, pues, el movimiento de las categorías aparece como el verdadero acto de producción –que no recibe más que un impulso del exterior–, cuyo resultado es el mundo, y esto es exacto porque (aquí tenemos de una tautología) la totalidad concreta, como totalidad de pensamiento, como un concreto de pensamiento, es, en realidad, un producto del pensar, del concebir; no es de ningún modo el producto del concepto que se engendra a sí mismo y que concibe aparte y por encima de la percepción y de la representación, sino que es la elaboración de la percepción y de la representación en conceptos. El todo, tal como aparece en el cerebro, como un todo mental, es un producto del cerebro pensante que se apropia el mundo de la única manera que puede hacerlo, manera que difiere del modo artístico, religioso y práctico de apropiárselo. El Sujeto concreto permanece en pie antes y después en su independencia exteriormente al cerebro el mismo tiempo, es decir, que el cerebro no se comporta sino especulativamente, teóricamente. En el método también teórico de la economía política el sujeto, la sociedad, debe, pues, hallarse presente siempre al espíritu como presuposición. Pero estas categorías simples, ¿no tienen también una existencia independiente, histórica o natural, anterior a las categorías más concretas? Según. Por ejemplo, Hegel comienza correctamente su Rchtsphilosophie por la posesión, como la relación jurídica más simple del sujeto. Pero no existe posesión, anterior a la familia o a las relaciones entre amos y esclavos, que son relaciones mucho más concretas todavía. Como compensación, seria justo decir que existen familias, tribus, que se limitan a poseer, pero no tienen propiedad. La categoría más simple

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aparece, pues, como relación de comunidades de familias o de tribus con la propiedad. En la sociedad primitiva aparece como la relación más simple de un organismo desarrollado, pero se sobreentiende siempre el subestrato más concreto, cuya relación es la posesión. Se puede imaginar un salvaje aislado que no posea cosas. Pero en este caso la posesión no es una relación jurídica. No es exacto que la posesión evolucione históricamente hacia la familia. La posesión supone siempre esta “categoría jurídica más concreta”. Sin embargo, quedaría siempre lo siguiente: que las categorías simples son la expresión de relaciones en las que lo concreto menos desarrollado ha podido realizarse sin haber establecido aún la relación más compleja, que se halla expresada mentalmente en la categoría concreta, en tanto que lo concreto más desarrollado conserva la misma categoría como una relación subordinada. El dinero puede existir, y ha existido históricamente antes de que existiese el capital, antes de que existiesen los Bancos, antes de que existiese el trabajo asalariado. Desde este punto de vista puede decirse que la categoría simple puede expresar relaciones dominantes de un todo poco desarrollado aún, relaciones que ya existían antes de que el todo se hubiese desarrollado en la dirección que está expresada en una categoría más completa. En este sentido, las leyes del pensar abstracto que se eleva de lo simple a lo complejo, responden al proceso histórico real. Por otra parte, puede decirse que hay formas de sociedad muy desarrolladas, aunque históricamente no hayan alcanzado todavía su madurez, en las que se encuentran las formas más elevadas de la economía, tales como la cooperación, una división de trabajo desarrollada, sin que exista en ellas el dinero; por ejemplo, el Perú. También en las comunidades eslavas del dinero y el cambio que lo condiciona desempeñan un papel insignificante o nulo pero aparecen en sus fronteras, en sus relaciones con otras comunidades. Además, es un error situar el cambio en medio de

las comunidades como elemento que las constituye originariamente. Al principio aparece más bien en las relaciones recíprocas entre las distintas comunidades que las relaciones entre los miembros de una misma y única comunidad. Además, aunque el dinero haya desempeñado desde antiguo y por todas partes un papel como elemento dominante, no aparece en la antigüedad sino en naciones desarrolladas unilateralmente en determinado sentido, y aún en la antigüedad más culta, entre los Griegos y Romanos no alcanza su completo desarrollo, suponiendo completo el de la moderna sociedad burguesa, sino en el período de la disolución. Esta simplicísima categoría alcanza, por consiguiente, históricamente, su punto culminante sólo en las condiciones más desarrolladas de la sociedad. Y el dinero no entraba (?) de ningún modo en todas las relaciones económicas; así, en el imperio romano, en la época de su perfecto desarrollo, permanecieron como fundamentales el impuesto y el préstamo en frutos naturales. El sistema del dinero, propiamente hablando, se encontraba allí completamente desarrollado únicamente en el ejército, y no tenía participación en la totalidad del trabajo. De modo que, aunque la categoría simple haya podido existir históricamente antes que la más concreta, no puede precisamente pertenecer en su pleno desarrollo, interno y externo, sino a formaciones sociales compuestas (?), mientras que la categoría más concreta se hallaba plenamente desarrollada en una forma de sociedad menos avanzada. El trabajo es una categoría del todo simple. Y también la concepción del trabajo en este sentido general –como trabajo en general– es muy antigua. Sin embargo, concebido económicamente bajo esta simplicidad, el trabajo es una categoría tan moderna como lo son las condiciones que engendran esta abstracción. Por ejemplo, el sistema monetario coloca la riqueza del todo objetivamente todavía...1 en el dinero. Desde este punto de vista

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Hay dos palabras indescifrables en el manuscrito original.

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hubo un gran progreso cuando el sistema manufacturero o comercial colocó el manantial de la riqueza no en el objeto, sino en la actividad subjetiva –el trabajo comercial y manufacturero–. Pero la concebía todavía en el seno restringido de una actividad productora de dinero. En relación con este sistema, el de los fisiócratas (un nuevo progreso) es así: establece una forma determinada de trabajo –la agricultura– como creadora de riqueza, y el objeto mismo no aparece ya bajo el disfraz del dinero, sino como producto en general, como resultado general del trabajo. Pero este producto, de conformidad con las limitaciones de la actividad, es siempre un producto natural. La agricultura produce, la tierra es productora por excelencia. Se progresó inmensamente cuando Adam Smith rechazó todo carácter determinado de la actividad que crea la riqueza, cuando estableció el trabajo sin más; ni el trabajo manufacturero ni el comercial, ni el agrícola, sino lo mismo unos que otros. Con la generalidad abstracta de la actividad que crea la riqueza, tenemos ahora la generalidad del objeto determinado como riqueza, el producto en general o, una vez más, el trabajo en general, pero como trabajo pasado realizado. La dificultad e importancia de este tránsito lo prueba el hecho de que el mismo Adam Smith vuelve a caer de cuando en cuando en el sistema fisiocrático. Podría parecer ahora que de este modo se habría encontrado únicamente la expresión abstracta de la relación más simple y más antigua en que entran los hombres –en cualquier forma de sociedad– en tanto que son productores. Esto es cierto en un sentido. Pero no en otro. La indiferencia respecto de un género determinado de trabajo presupone una totalidad muy desarrollada de trabajos reales, ninguno de los cuales domina a los demás. Tampoco se producen las abstracciones más generales sino en donde existe el desarrollo concreto más rico, en donde una cosa aparece como común a muchos individuos, común a todos. Entonces ya no puede ser imaginada solamente bajo una forma particular. Por otra parte, esta abstracción del trabajo en general no es más que el

resultado de una totalidad concreta de trabajos. La indiferencia respecto del trabajo determinado corresponde a una forma de sociedad en la cual los individuos pueden pasar con facilidad de un trabajo a otro y en la que el género determinado del trabajo es fortuito y, por consiguiente, les es indiferente. En este caso el trabajo se ha convertido no sólo categóricamente, sino realmente, en un medio de producir riqueza en general, y ha dejado de confundirse con el individuo como un destino especial. Este estado de cosas es el más desarrollado en la forma de existencia más moderna de la sociedad burguesa –en los Estados Unidos–. Así, pues, en este caso la abstracción de la categoría “trabajo”, “trabajo en general”, trabajo a secas, punto de partida de la economía moderna, resulta por primera vez prácticamente cierta. De modo que la abstracción más simple, que coloca en primer lugar la economía moderna y que expresa una relación antigua y válida para todas las formas de sociedad, no aparece, sin embargo, como prácticamente cierta en esta abstracción sino como categoría de la más moderna sociedad. Podría decirse que lo que aparece en los Estados Unidos como un producto histórico se presenta entre los rusos, por ejemplo –se trata de esta indiferencia respecto del trabajo determinado–, como una disposición natural. En primer lugar, hay una diferencia enorme entre bárbaros aptos para ser empleados en cualquier cosa y civilizados que se dedican ellos mismos a todo. Y, además, prácticamente, a esta indiferencia respecto del trabajo determinado corresponde, en los rusos, el hecho de que se hallan sometidos tradicionalmente a un trabajo bien determinado, del que sólo pueden arrancarles las influencias exteriores. Este ejemplo muestra de una manera clara cómo hasta las categorías más abstractas, a pesar de su validez –precisamente a causa de su naturaleza abstracta–, para todas las épocas, son, no obstante, en lo que hay de determinado en esta abstracción, asimismo el producto de condiciones históricas, y no poseen plena validez sino para estas condiciones, y dentro del marco de estas mismas.

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La sociedad burguesa es la organización histórica de la producción más desarrollada, más diferenciada. Las categorías que expresan sus condiciones, la comprensión de su organización propia la hacen apta para abarcar la organización y las relaciones de producción de todas las formas de sociedad desaparecidas, sobre cuyas ruinas y elementos se halla edificada, y cuyos vestigios, que aún no ha dejado atrás, lleva arrastrando, mientras se ha desarrollado todo lo que antes había sido simplemente indicado, etc. La anatomía del hombre es la clave de la del mono. Lo que en las especies animales inferiores indica una forma superior, no puede por el contrario, comprenderse sino cuando se conoce la forma superior. La economía burguesa facilita la clave de la economía antigua, etc. Pero no según el método de los economistas, que borran todas las diferencias históricas y ven la forma burguesa en todas las formas de sociedad. Puede comprenderse el tributo, el diezmo, cuando se conoce la renta rústica. Pero no hay que identificarlos. Como además la sociedad burguesa no es en sí más que una forma antagónica del desarrollo, ciertas relaciones pertenecientes a formas anteriores volverán a encontrarse en ella completamente ahiladas, o hasta disfrazadas; por ejemplo, la propiedad comunal. Si es cierto, por consiguiente, que las categorías de la economía burguesa resultan ciertas para todas las demás formas de sociedad, no debe de tomarse esto sino cum grano salis. Pueden contenerlas desarrolladas, ahiladas, caricaturizadas, pero siempre esencialmente distintas. La llamada evolución histórica descansa en general en el hecho de que la última forma considera a las formas pasadas como grados que conducen a ella, siendo capaz de criticarse a sí misma alguna vez, y solamente en condiciones muy determinadas –aquí no se trata, como es natural, de esos periodos históricos que se descubren a sí mismos–, incluso como tiempos de decadencia. La religión cristiana no ha podido ayudar a hacer comprender de una manera objetiva las mitologías anteriores sino cuando su crítica de sí misma estuvo, hasta cierto punto, dynamei, es decir, acabada, completa. De es-

te modo, la economía burguesa únicamente llegó a comprender la sociedad feudal, antigua, oriental, cuando la sociedad burguesa comenzó a criticarse a sí misma. Precisamente porque la economía burguesa no prestó atención a la mitología y no se identificó simplemente con el pasado, su crítica de la [sociedad] anterior, especialmente de la feudal, con la que aún tenía que luchar directamente, se asemejó a la crítica que el cristianismo hizo del paganismo, o el protestantismo del catolicismo. Cuando se estudia la marcha de las categorías económicas y en general cualquier ciencia social histórica, conviene siempre recordar que el sujeto –la sociedad burguesa moderna en este caso– está determinado en la mentalidad tan bien como en la realidad, y que las categorías, por consiguiente, expresan formas de vida, determinaciones de existencia, y a menudo solamente aspectos aislados de esta sociedad determinada, de este sujeto, y que, por lo tanto, la economía política no comienza también como ciencia a partir únicamente del momento en que se trata de ella como tal. Hay que recordar este hecho porque da inmediatamente una dirección decisiva para la división que hay que hacer. Parece muy natural, por ejemplo, que se comience por la renta rústica, la propiedad rústica, porque se halla ligada a la tierra, fuente de toda producción y vida, y a la agricultura, primera forma de producción en todas las sociedades, por poco solidificadas que se hallen. Y, sin embargo, nada más falso que esto. En todas las formas de sociedad se encuentra una producción determinada, superior a todas las demás, y cuya situación asigna su rango y su influencia a las otras. Es una iluminación universal en donde se bañan todos los colores, y a los que modifica en su particularidad. Es un éter especial que determina el peso específico de todas las cosas a las cuales ha puesto de relieve. Consideremos, por ejemplo, los pueblos pastores (los simples pueblos cazadores o pescadores, no han llegado al punto en que comienza el verdadero desarrollo. En ellos existe cierta for-

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ma esporádica de la agricultura. La propiedad rústica se halla determinada por ella. Esta propiedad es común, y conserva más o menos esta forma, según que aquellos pueblos se aferren más o menos a sus tradiciones; por ejemplo, la propiedad rústica entre los eslavos. Donde predomine la agricultura practicada por pueblos establecidos –y este establecimiento ya constituye un gran progreso–, como en la sociedad antigua y feudal, la industria con su organización y las formas de la propiedad que le corresponden, tienen también ellas más o menos rasgos característicos de la propiedad rústica; la [sociedad] o bien depende enteramente de la agricultura, como entre los antiguos romanos, o imita, como en la Edad Media, la organización del campo en las relaciones de la ciudad. El capital mismo –en tanto que no sea simple capital dinero– posee en la Edad Media, como utensilio (?) tradicional, este carácter de propiedad rústica. En la sociedad burguesa sucede lo contrario. La agricultura se transforma más y más en simple rama de la industria y es dominada completamente por el capital. Lo mismo ocurre con la renta rústica. En todas las formas en que domina la propiedad rústica, la relación con la naturaleza es preponderante. En aquellas donde reina el capital, el que prevalece es el elemento social producido históricamente. No se comprende la renta rústica sin el capital, pero sí el capital sin la renta rústica. El capital es la potencia económica de la sociedad burguesa, que lo domina todo. Debe de constituir el punto inicial y el punto final, y ser desarrollado antes que la propiedad rústica. Después de haber considerado separadamente el uno y la otra, hay que estudiar su relación recíproca. Sería, pues, impracticable y erróneo colocar las categorías económicas en el orden según el cual han tenido históricamente una acción determinante. El orden en que se suceden se halla determinado más bien por la relación que tienen unas con otras en la sociedad burguesa moderna, y que es precisamente lo contrario de lo que parece ser su relación natural o de lo que corresponde a la serie de la evolución histórica. No se trata del lugar que las relaciones económicas ocupen histórica-

mente en la sucesión de las diferentes formas de la sociedad. Menos aún de su serie “en la idea” (Proudhon) que no es más que una representación falaz (?) del movimiento histórico. Se trata de su conexión orgánica en el interior de la sociedad burguesa moderna. La nitidez (carácter determinado abstracto) con que los pueblos comerciantes –fenicios, cartagineses– aparecieron en el mundo antiguo, proviene precisamente de la misma supremacía de los pueblos agricultores. El capital, como capital comercial o capital dinero, aparece justamente en esta abstracción allí donde el capital no es aún el elemento preponderante de las sociedades. Los lombardos, los judíos, ocupan la misma posición respecto de las sociedades medievales que practican la agricultura. Puede servir aún como ejemplo del distinto oficio que las mismas categorías desempeñan en diferentes grados de la sociedad, lo siguiente: las sociedades por acciones, una de las últimas formas de la sociedad burguesa, aparecen también en sus comienzos, en las grandes compañías comerciales privilegiadas y que disfrutan de monopolios. El concepto de la riqueza nacional en sí se insinúa en el espíritu de los economistas del siglo XVII bajo la forma –y esta representación continúa en parte entre los del siglo XVIII– de que la riqueza no se crea sino para el Estado, pero que la potencia del Estado es proporcional a esta riqueza. También ésta era una forma inconscientemente hipócrita bajo la cual la riqueza y la producción de la misma se expresaban como finalidad de los Estados modernos, y no se les consideraba sino como medios para llegar a este fin. La división debe, desde luego, de ser hecha de manera que [se desarrollen] en primer lugar las determinaciones generales abstractas que pertenecen más o menos a todas las formas de sociedad, pero en el sentido expuesto anteriormente. En segundo lugar, las categorías que constituyen la organización interior de la sociedad burguesa, y sobre las que reposan las clases fundamentales: Capital. Trabajo asalariado. Propiedad rústica. Sus re-

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laciones recíprocas. Ciudad y campo. Las tres grandes clases sociales. El cambio entre éstas. Circulación. Crédito (privado). En tercer lugar, la sociedad burguesa comprendida bajo la forma de Estado. El Estado en sí. Las clases “improductivas”. Impuestos. Deudas del Estado. El crédito público. La población. Las colonias. Emigración. En cuarto lugar, relaciones internacionales de la producción. División internacional del trabajo. Cambio internacional. Exportación e importación. Curso del cambio. En quinto lugar, el mercado mundial y las crisis. (Del “Preliminar” a la Contribución a la crítica de la economía política.)

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2 C. Marx El plan de “El Capital”

[Londres], 2 de abril de 1858. Lo que sigue es un breve bosquejo de la primera parte. La porquería entera ha de dividirse en seis libros: I. Capital; II. Propiedad de la tierra; III. Trabajo asalariado; IV. Estado; V. Comercio internacional; VI. Mercado mundial. Capital. Contiene cuatro secciones: A. El capital en general (éste es el material de la primera parte); B. Competencia, o acción de los diversos capitales unos sobre los otros; C. Crédito, en que el capital aparece como elemento general en comparación con los capitales particulares; D. Capital por acciones, como la forma más completa (que pasa al comunismo) junto con todas sus contradicciones. La transición del capital a la propiedad de la tierra es también histórica, ya que la forma moderna de la propiedad territorial es un producto de la acción del capital sobre la propiedad territorial feudal, etc. Análogamente, la transición de la propiedad territorial al trabajo asalariado no es solamente dialéctica sino también histórica, desde que el producto final de la propiedad de la tierra es la institución general del trabajo asalariado, que se presenta a su vez como base de toda la porquería. Pues bien

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(me es difícil escribir hoy), llegamos ahora al corpus delicti (prueba del crimen). I. Capital. Primera sección: El capital en General. En toda esta sección se supone que los salarios son constantemente iguales a su nivel más bajo. El movimiento de los salarios mismos y el aumento o la disminución del mismo entran en la consideración del trabajo asalariado. Además, la propiedad de la tierra se toma como = 0; esto es, hasta ahora nada concierne a la propiedad de la tierra en cuanto relación económica particular. Esta es la única manera posible de evitar tener que tratar con todo al hacerlo con cada relación particular. 1) Valor. Puramente reducido a cantidad de trabajo. El tiempo como medida del trabajo. El valor de uso –ya sea considerado subjetivamente como utilidad del trabajo, u objetivamente como utilidad del producto– se presenta aquí simplemente como la presuposición material del valor, que por ahora cae completamente fuera de la determinación de la forma económica. El valor como tal no tiene otro “material” que el trabajo mismo. Esta determinación del valor, indicada por primera vez por Petty y elaborada claramente por Ricardo, es simplemente la forma más abstracta de la riqueza burguesa. En sí misma ya presupone: la disolución: 1) del comunismo primitivo (India, etc.); 2) de todos los modos de producción no desarrollados, preburgueses, no dominados por completo por el intercambio. Si bien es una abstracción, ésta es una abstracción histórica que sólo podría adoptarse sobre la base de un desarrollo particular de la sociedad. Todas las objeciones a esta definición del valor o bien derivan, de condiciones menos desarrolladas de la producción, o bien se fundan en una confusión por la cual se establecen las determinaciones económicas más completas (y de las cuales se abstrae el valor y que, desde otro punto de vista, también puede por lo tanto considerarse como desarrollo ulterior del mismo) en oposición al valor en su forma abstracta y sin desarrollar. Teniendo en cuenta la falta de claridad entre los propios Señores Economistas en cuanto a la forma en que esta abstracción se

vincula a las formas posteriores y más concretas de la riqueza burguesa, esas objeciones eran más o menos justificadas. De la contradicción entre el carácter general del valor y su existencia material en una mercancía particular, etc. –estas características generales son las mismas que más tarde aparecen en el dinero–, surge la categoría del dinero. 2) Dinero. Algo acerca de los metales preciosos como vehículo de las relaciones monetarias. a) El dinero como medida. Algunas notas sobre la medida ideal de Stewart, Attwood, Urquhart; presentado en forma más comprensible por los defensores del trabajo–dinero (Gray, Bray, etc. Algunos palos ocasionales a los proudhonistas). El valor de la mercancía traducido en dinero es su precio, que por ahora sigue apareciendo solamente en esta diferenciación puramente formal del valor. De acuerdo a la ley general del valor, una cantidad particular de dinero expresa meramente una cantidad particular de trabajo corporizado. En tanto que el dinero es medida, la variabilidad de su propio valor no hace al caso. b) El dinero como medio de intercambio, o circulación simple. Aquí sólo se considera la forma simple de esta circulación. Todas las circunstancias que la determinan más precisamente residen fuera de ella y por consiguiente se considerarán más adelante. (Presuponen condiciones más desarrolladas). Si denominamos C a la mercancía y M al dinero, la circulación simple exhibirá ciertamente estos dos movimientos circulares o circuitos: C–M–M–C y M–C–C–M (el último constituye la transición a la Sección C), pero el punto de partida y el de retorno no coinciden de modo alguno, o si lo hacen es sólo accidentalmente. La mayor parte de las llamadas leyes formuladas por los economistas tratan la circulación del dinero, no dentro de sus propios límites, sino como incluida en y determinada por movimientos superiores. Todo esto hay que eliminarlo. (Entra parcialmente dentro de la teoría del crédito; pero en parte también debe tratarse en los puntos en que el dinero aparece nuevamente, aunque más completamente definido). Ahora viene, entonces, el di-

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nero como medio de circulación (moneda). Pero al mismo tiempo como la realización (no meramente en trance de desaparición) del precio. De la simple determinación que la mercancía fijada como precio, ya está canjeada idealmente por dinero, antes de serlo en la realidad, surge la importante ley económica de que la cantidad de medio circulante está determinada par el precio y no viceversa. (Aquí, algo de historia de la controversia vinculada a este punto). Se sigue, además, que la velocidad puede reemplazar a la masa, pero que para los actos simultáneos del intercambio es necesaria una masa determinada, en tanto que aquellos no están relacionados entre si como + y –; esta igualación y la consideración de la misma sólo se mencionarán en este punto, sin embargo, como anticipo de resultados posteriores. No entraré ahora en más detalles del desarrollo ulterior de esta sección, y sólo anotaré que la separación de C–M y M–C es la forma más abstracta y superficial en que se expresa la posibilidad de la crisis. El desarrollo de la ley que expresa que el premio determina la masa del circulante, muestra que aquí entran tres suposiciones que de ningún modo se aplican a todas las etapas de la sociedad; por consiguiente, es absurdo tomar, por ejemplo, la afluencia de la moneda llegada a Roma desde Asia y su influencia sobre los precios romanos, poniéndola así junto a las condiciones comerciales modernas. Las determinaciones más abstractas, cuando examinadas con mayor cuidado, siempre indican una concreta base histórica determinada (como es natural, ya que han sido abstraídas de ellas). c) El dinero como dinero. Este es el desarrollo de la forma M–C–C–M. El dinero como ente independiente del valor, desvinculado de la circulación; la existencia material de la riqueza abstracta. Lo muestra en circulación en la medida en que el dinero no aparece simplemente como vehículo de la circulación, sino como la realización del precio. En su carácter de (c), en que (a) y (b) sólo aparecen como funciones, el dinero es la mercancía general de los contratos (aquí es importante la variabilidad de su valor, debida a la determinación del valor por el tiempo de

trabajo) y objeto de atesoramiento. (Esta función sigue siendo importante en Asia y fue importante generalmente en el mundo antiguo y en la Edad Media. Ahora sólo existe como parte secundaria del sistema bancario. En épocas de crisis vuelve a cobrar importancia el dinero en esta forma. Consideración del dinero en esta forma y de los engaños que ha producido en el curso de la historia universal. Propiedades destructivas, etc.) El dinero como encarnación de todas las formas superiores en que aparecerá el valor; formas precisas en que son limitadas exteriormente todas las relaciones del valor. Sin embargo, el dinero fijado en esta forma deja de ser una relación económica; la forma se pierde en su medio material, el oro y la plata. Por otra parte, en cuanto el dinero entra en circulación y es nuevamente canjeado por C, el proceso final, el consumo de la mercancía, cae nuevamente fuera de la relación económica. La simple circulación del dinero no contiene el principio de su autorreproducción y por consiguiente va más allá de sí mismo. Como lo muestra el desarrollo de sus determinaciones, el dinero contiene en sí mismo la demanda de valor que entrará en circulación, lo mantiene durante la circulación y, al mismo tiempo, establece la circulación: esto es; para el capital. Esta transición, también histórica. La forma antediluviana del capital es el capital comercial, que siempre despliega dinero. Al mismo tiempo, el verdadero capital surge de este dinero o capital de los mercaderes, que cobra el control de la producción. d) Esta simple circulación, considerada en sí misma –y aquí tenemos la superficie de la sociedad burguesa, que oculta las operaciones más profundas de la que proviene– no manifiesta diferencia entre los objetos del intercambio, a excepción de los formales y temarios. Este es el reino de la libertad y de la igualdad, y de la propiedad basada en el “trabajo”. La acumulación, que aquí aparece en forma de atesoramiento, es, por consiguiente, tan sólo una mayor frugalidad, etc. En seguida, por una parte del absurdo de los armonistas económicos de los librecambistas modernos (Bastiat, Carey, etc.), quienes establecen este as-

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pecto tan superficial y abstracto como su verdad aplicable a las relaciones de producción más desarrolladas y a sus antagonismos. Por otro lado, el absurdo de los proudhonistas y socialistas similares que tratan de aplicar las ideas de igualdad que corresponden a este intercambio de equivalentes (a lo que se supone tal) a las desigualdades, etc., de las que surge el intercambio y a las que este retorna. Como ley de apropiación en esta esfera, aparece la apropiación por el trabajo, un intercambio de equivalentes, de manera que el intercambio devuelve simplemente el mismo valor en una forma material diferente. En resumen, todo es “amoroso”, pero muy pronto llegará a un horrible final, y por cierto que debido a la ley de equivalencia. Ahora llegamos al: 3) Capital. Esta es realmente la parte más importante de la primera sección, y acerca de la cual más necesito tu opinión. Pero hoy no puedo seguir escribiendo. Esta sucia ictericia me hace difícil sostener la pluma y el inclinar la cabeza sobre el papel me marea. De modo que, hasta la próxima. [Carta a F. Engels]

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3 C. Marx F. Engels Correspondencia sobre “El Capital” de Marx a Engels

[Londres], 14 de enero de 1859. ...Estoy obteniendo algunos hermosos resultados. Por ejemplo, he tirado por la borda toda la doctrina del beneficio tal como existía hasta ahora. En el método del tratamiento, el hecho de que por puro accidente volviese a hojear la Lógica de Hegel, me ha sido de gran utilidad (Freiligrath encontró algunos volúmenes de Hegel que pertenecieron a Bakunin y me los envió de regalo.) Si alguna vez llegara a haber tiempo para un trabajo tal, me gustaría muchísimo hacer accesible a la inteligencia humana común, en dos o tres pliegos de imprenta,2 lo que es racional en el método que descubrió Hegel, pero que al mismo tiempo está envuelto en misticismo… ¿Qué me dices del amigo Jones? Todavía no puedo creer que el hombre se haya vendido. Su experiencia de 1848 puede pesarle en el estómago. Con su presunción puede creerse capaz de explotar a la clase media o puede imaginar que bastaría que Er2

Un pliego = 16 páginas.

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nest Jones entrara de una u otra manera al Parlamento, para que la historia del mundo tomara un nuevo rumbo. Lo mejor del asunto es que Reynols se presente ahora en su periódico (el de Jones) como furioso opositor de la clase media y de todo compromiso, desde luego por resentimiento contra Jones. Igualmente, Mr. B. O’Brien se ha vuelto ahora un irrefrenable cartista a cualquier precio. La única excusa que puede aducirse en favor de Jones es la inercia que penetra al presente a la clase obrera inglesa. Sea lo que fuere, ahora está en camino de convertirse en victima incauta de la clase media o en renegado. El hecho de que él, que acostumbraba consultarme tan ansiosamente por cualquier tontería, esté ahora igualmente ansioso por evitarme, prueba cualquier cosa, menos conciencia tranquila...

inmediatamente después. Los perros demócratas y los cuzcos liberales verán que somos los únicos tipos que no han sido adormecidos por este desalentador período de paz.

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DE MARX A ENGELS [Londres], 25 de febrero de 1859. Po y Rin es una idea excelente, que debe llevarse inmediatamente a la práctica. Debes ponerte enseguida a ella, ya que el tiempo lo es todo en este asunto. Ya le escribí hoy a Lassalle, y estoy seguro que Jüdel Braun3 lo llevará a cabo. El folleto (¿cuántos pliegos?; sobre este punto contesta a vuelta de correo) debe aparecer anónimamente, para que el público crea que el autor es un gran general. En la segunda edición, que verás sin duda si la cosa aparece en el momento oportuno, te revelarás en un prefacio de seis líneas. Esto será entonces un triunfo para nuestro Partido. Te he hecho algún honor en mi Prefacio4 y será entonces tanto mejor si apareces en escena 3 Apodo de Lassalle. 4 A la Crítica de la Economía

Política (1859).

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DE MARX A ENGELS [Londres], 2 de agosto de 1862. Es un verdadero milagro5 que yo haya podido proseguir, como lo he hecho, con el trabajo teórico. Y después de todo, me propongo incluir la teoría de la renta ya en este volumen, como capítulo suplementario, es decir, como “ejemplo” de un principio sentado anteriormente. Te diré en pocas palabras lo que, cuando elaborada, será una larga y complicada historia, a fin de que puedas darme tu opinión. Tú sabes que distingo dos partes del capital: El capital constante (materia prima, matières instrumentales [materias auxiliares] maquinaria, etc.) cuyo valor reaparece meramente en el valor del producto; y en segundo lugar, el capital variable, es decir, el capital invertido en salarios, que incluye menos trabajo que el que devuelve el obrero. Por ejemplo, si el salario diario = 10 horas y si el obrero trabaja 12, aquél reemplaza al capital variable + 1/5 (2 horas). A este último excedente lo llamo plusvalía. Supongamos una tasa de plusvalía dada (es decir, la extensión de la jornada de trabajo y el excedente de trabajo sobre el necesario para la reproducción de la paga del obrero) y digamos que es igual al 50 por ciento. En este caso, con una jornada de trabajo de, por ejemplo, 12 horas, el obrero trabajaría 8 horas 5

En un periodo de desesperadas dificultades pecuniarias.

C. Marx – F. Engels

“El Capital” visto por su autor

para sí y 4 (8/2) para el empleador. Y supongamos esto para todas las industrias, de modo que cualesquiera diferencias en el tiempo medio de trabajo son simplemente una compensación de la mayor o menor dificultad del trabajo, etc. En estas circunstancias, con igual explotación del obrero en diferentes industrias, capitales diferentes del mismo volumen producirán cantidades muy diferentes de plusvalía en diferentes esferas de la producción, y por consiguiente muy diferentes tasas de beneficio, ya que la ganancia no es sino la proporción de la plusvalía respecto del capital total aplicado. Esto dependerá de la composición orgánica del capital, esto es, de su distribución en capital constante y variable. Supongamos, como antes, que el trabajo excedente = 50 por ciento. Entonces, si por ejemplo 1 Libra = 1 jornada de trabajo (el resultado no altera si tomas la duración de la jornada como una semana), la jornada de trabajo = 12 horas y el trabajo necesario (para la reproducción de la paga) = 8 horas, los salarios de 30 obreros (o jornadas de trabajo) serán entonces = 20 Libras, y el valor de su trabajo = 30 Libras; el capital variable por obrero (diaria o semanalmente) = 2/3 de Libra; y el valor que éste produce = 1 Libra. La cantidad de plusvalía producida en diferentes industrias por un capital de 100 Libras será muy diferente según las proporciones de capital constante y variable en que se divida ese capital. Llamemos c al capital constante, y v, al variable. Si en la industria del algodón, por ejemplo, la composición fuese c = 80, v = 20, el valor del producto seria = 110 (dada una plusvalía o trabajo excedente del 50 por ciento. La cantidad de plusvalía = 10 y la tasa de beneficio = 10 por ciento, ya que beneficio = relación de 10 (plusvalía) a 100 (el valor total del capital gastado). Supongamos que en la sastrería al por mayor la composición sea c = 50, v = 50; entonces el producto = 125, la plusvalía (a una tasa del 50 por ciento, como antes) = 25, y la tasa de beneficio = 25 por ciento. Tomemos otra industria, en que la proporción sea c = 70, v = 30; entonces el producto = 115, y la tasa de beneficio = 15 por ciento. Y finalmente, una in-

dustria en que la composición sea c = 90, v = 10; el producto = 105 y la tasa de beneficio = 5 por ciento. Aquí tenemos, con igual explotación del trabajo, cantidades muy diferentes de plusvalía para iguales sumas de capital invertidas en distintas industrias y, en consecuencia, tasas de beneficio muy diferentes. Pero si sumamos los cuatro capitales anteriores, obtenemos:

110

Valor del producto 1) c = 80 ,v = 20 210 2) c = 50 ,v = 50 125 3) c = 70 ,v = 30 115 4) c = 90 ,v = 10 105 Capital = 400

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por ciento Tasa de beneficio ” ” ” ” ” ” ” ” ”

= 10 = 25 = 15 = 5

Tasa de plusvalía en todos los casos = 50 por ciento.

Beneficio = 55

Sobre 100, esto da una tasa de beneficio del 133/4 por ciento. Considerada como capital total de la clase (400), la tasa de beneficio sería = 133/4 por ciento. Y los capitalistas son hermanos. La competencia (transferencia o retiro de capital de una industria a otra) provoca que iguales sumas de capital en diferentes industrias produzcan, a pesar de su diferente composición orgánica, la misma tasa media de beneficio. En otras palabras: el beneficio medio que produce un capital de 100 libras, por ejemplo, en cierta industria, no proviene de la aplicación de este capital particular ni está vinculado, en consecuencia, a la finalidad con que se produce la plusvalía, sino que constituye una parte alícuota del capital total de las clases capitalistas. Es una participación en la cual se pagan los dividendos, en proporción a su volumen, mediante la totalidad de la plusvalía (o trabajo no pagado) que produce el capital variable total (invertido en salarios) de la clase. Ahora bien, a fin de que los cuatro tipos de capital de la cla-

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se anterior produzcan el mismo beneficio medio, cada uno de ellos debe vender sus mercancías a 1133/4 libras. Las industrias 2 y 3 las venden por encima de su valor, y las 1 y 4 por debajo de su valor. El precio regulado de esta manera = gastos del capital + beneficio medio; por ejemplo, el 10 por ciento es lo que [Adam] Smith llama precio natural, precio de costo, etc. Es a este precio medio que reduce los precios en las diferentes ramas la competencia (por transferencia o retiro del capital) entre las diferentes industrias. Por consiguiente, la competencia no reduce a las mercancías a su valor, sino a su precio de costo, que es superior, inferior, o igual a su valor, según la composición orgánica de los respectivos capitales. Ricardo confunde valor con precio de costo. Por consiguiente, cree que si existiera la renta absoluta (esto es, una renta independiente de la diversa productividad de los diferentes tipos de suelos) los productos agrícolas etc., se venderían siempre por encima de su valor, porque se venderían por encima de su precio de costo (capital invertido + tasa media). Esto echaría por tierra su ley fundamental. Por eso niega la existencia de la renta absoluta y sólo admite la renta diferencial. Pero esta identificación del valor de las mercancías con su precio de costo es fundamentalmente errónea y viene siendo aceptada tradicionalmente desde tiempos de Adam Smith. El hecho es éste: Supongamos que la composición media de todo el capital no agrícola sea c = 80, v = 20, de modo que el producto (a una tasa de plusvalía del 50 por ciento) = 110, y la tasa de beneficio = 10 por ciento. Supongamos además que la composición media del capital agrícola sea c = 60 y v = 40. (Estas cifras son estadísticamente bastante correctas para Inglaterra; las rentas ganaderas, etc., no comportan diferencias en este caso porque están determinadas por las rentas del cereal y no por ellas mismas). Entonces el producto, con la misma explotación del trabajo que antes, será = 120, y la tasa de beneficio = 20 por ciento. Por consiguiente, si

el agricultor vende su producto a su valor, lo vende a 120 y no a 110, que es su precio de costo. Pero, la propiedad de la tierra le impide al agricultor, equivalente de los capitalistas hermanos, ajustar el valor del producto a su precio de costo. La competencia entre los capitales no puede modificar esto. Interviene el terrateniente y extrae la diferencia entre el valor y el precio de costo. En general, una baja proporción del capital constante al variable es expresión de un bajo (o relativamente bajo) desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo en una esfera particular de la producción. Por consiguiente, si la composición media del capital agrícola, por ejemplo, es c = 60, v = 40, en tanto que la del capital no agrícola es c = 80, v = 20, esto demuestra que la agricultura todavía no ha alcanzado el mismo grado de desarrollo que la industria. (Lo que es muy fácil de explicar, ya que, prescindiendo de todo lo demás, la industria presupone a la antigua ciencia de la mecánica, y la agricultura presupone a las ciencias enteramente nuevas de la química, la geología y la fisiología). Si la proporción es en la agricultura c = 80, v = 20 (como supusimos antes), la renta absoluta desaparece. Sólo queda la renta diferencial, la que, sin embargo, expongo en forma tal que la suposición de Ricardo, del continuo deterioro de la agricultura, se manifiesta de lo más ridícula y arbitraria. En la determinación anterior del precio de costo, en cuanto distinto del valor, debe señalarse también que, además de la distinción entre capital constante y capital variable –la que surge del proceso inmediato de producción en que interviene el capital–, hay también una distinción entre capital fijo y capital circulante, distinción que proviene del proceso de circulación del capital. Pero la fórmula se volvería demasiado complicada si yo tratase de introducir también esto en lo dicho más arriba. Aquí tienes –a grandes rasgos, porque la cosa es bastante complicada– la crítica de la teoría de Ricardo. Admitirás, al menos, que la atención a la composición orgánica del capital termina con una pila de lo que hasta ahora parecían ser contradicciones y problemas...

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DE MARX A ENGELS [Londres], 9 de agosto de 1862. Con respecto a la teoría de la renta, primero debo esperar, naturalmente, la llegada de tu carta.6 Pero a fin de simplificar el “debate” como diría Heinrich Bürgers, te envío lo siguiente: I) Lo único que ha tenido que demostrar teóricamente es la posibilidad de la renta absoluta, sin violar la ley del valor. Este es el punto alrededor del cual ha girado el conflicto teórico desde los tiempos de los fisiócratas hasta ahora. Ricardo niega esta posibilidad, yo la sostengo. También sostengo que su denegación se funda sobre un dogma teóricamente falso tomado de Adam Smith: la presupuesta identidad entre el precio de costo y el valor de las mercancías. Además, ahí donde Ricardo ilustra el punto con ejemplos, presupone siempre condiciones en que, o bien no hay producción capitalista, o bien no hay propiedad de la tierra (de hecho o legalmente). Pero el asunto es investigar la ley cuando existen esas cosas. II) En cuanto a la existencia de la renta absoluta del suelo, esta es una cuestión que en cada país tendría que ser resuelta estadísticamente. Pero la importancia de la solución puramente teórica se debe al hecho de que todos los estadígrafos, y en general los hombres prácticos, han estado sosteniendo durante los últimos 35 años la existencia de la renta absoluta, en tanto que los teóricos (ricardianos) han estado tratando de demostrar su inexistencia por medio de abstracciones muy arbitrarias y teóricamente débiles. Hasta ahora, en todas estas disputas los teóricos están equivocados. 6 Engels le había escrito el 8 de agosto: “No veo clara la existencia de la renta ‘absoluta’, pues después de todo tendrás que demostrarla.” (N. Ed. Ingl.)

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III) Demuestro que, aun suponiendo la existencia de la renta absoluta del suelo, de ninguna manera se sigue que en todas las circunstancias la tierra peor cultivada o la peor mina pague una renta, sino que muy posiblemente tienen que vender sus productos al valor del mercado, aunque por debajo de su valor individual. A fin de demostrar lo opuesto, Ricardo siempre supone –lo que es teóricamente falso– que en todas las condiciones del mercado la mercancía producida en las condiciones más desfavorables es la que determina el valor del mercado. Tú ya diste la respuesta correcta a esto en los Deutsch Französische Jahrbücher.

DE MARX A ENGELS [Londres], 28 de enero de 1863. Estoy agregando algo a la sección sobre la maquinaria.7 Hay aquí algunos curiosos problemas que ignoré en mi primera exposición. A fin de aclararlos he releído todas mis anotaciones (resúmenes) sobre tecnología y también estoy asistiendo a un curso práctico (únicamente experimental) para obreros, dictado por el profesor Willis (en el Instituto de Geología de la calle Jermyn, donde también Huxley acostumbraba a dar sus conferencias). Me ocurre con la mecánica lo mismo que con los idiomas. Comprendo las leyes matemáticas, pero la más simple realidad técnica que requiera percepción me es más difícil que al mayor estúpido. Podrás o no saber –porque la cuestión en sí no interesa– que hay una gran discusión acerca de qué es lo que distingue a una 7 Cf. El Capital, Vol. I, Cap. XV, Sección I, “El Desarrollo de la maquinar-

ia”.

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máquina de una herramienta. Los mecánicos (matemáticos) ingleses denominan, a su ruda manera, herramienta a una máquina simple, y máquina a una herramienta complicada. Pero los tecnólogos ingleses, que ponen bastante mayor atención a la economía (y que son seguidos por muchos, por la mayor parte de los economistas ingleses) fundan la distinción entre ambas en el hecho de que en un caso la fuerza motriz deriva de los seres humanos, y en otro de una fuerza natural. Los asnos alemanes, que son grandes en estas minucias, han concluido en consecuencia que un arado, por ejemplo, es una máquina, mientras que el más complicado de los telares, etc., en cuanto funciona a mano, no lo es. Pero, si damos un vistazo a las formas elementales de la máquina, no puede discutirse que la revolución industrial parte, no de la fuerza motriz, sino de esa parte de la maquinaria que los ingleses llaman working machine [máquina operatoria]. Así, por ejemplo, la revolución no se debió a la sustitución de la acción del pie por el agua o el vapor en la rotación del torno de hilar, sino a la transformación del propio proceso inmediato de la hilatura y al desplazamiento de esa parte del trabajo humano que no era meramente el “esfuerzo motriz” (como en el movimiento del pedal del torno), sino que se aplicaba directamente a la elaboración de la materia prima. En cambio, es igualmente cierto que cuando se trata, no del desarrollo histórico de la maquinaria, sino de la maquinaria en base al método actual de producción, la working machine (por ejemplo, la máquina de coser) es el único factor determinante; pues tan pronto como este proceso es mecanizado, cualquiera lo sabe hoy día, la cosa se puede mover a mano, hidráulicamente o a vapor, según tamaño. A los matemáticos puros estos problemas les son indiferentes pero se vuelven muy importantes cuando se trata de probar la conexión entre las relaciones sociales de los seres humanos y el desarrollo de esos métodos materiales de producción. La lectura de mis extractos técnico–históricos me ha conducido a la opinión de que, aparte de los descubrimientos de la pólvora, la brújula y la imprenta –esos requisitos indispensables

para el desenvolvimiento burgués– las dos bases materiales sobre las cuales se organizaron los preparativos de la industria maquinizada dentro de la manufactura y durante el período que va del siglo XVI a mediados del XVIII (el periodo en que la manufactura se transformaba de artesanía en industria en gran escala), fueron el reloj y el molino (al principio el molino de cereal, es decir el molino de agua). Ambos fueron heredados de los antiguos. (El molino de agua fue llevado a Roma del Asia Menor en tiempos de Julio César.) El reloj es la primera máquina automática aplicada a fines prácticos; toda la teoría de la producción del movimiento regular se desarrolló por su intermedio. Su naturaleza es tal que está basado en una combinación de artesanía semiartística y teoría directa. Cardano, por ejemplo, escribió acerca de (y dio fórmulas prácticas para) la construcción de relojes. Los autores alemanes del siglo XVI denominaban “artesanía culta” (esto es, no de las guildas) a la relojería, y sería posible demostrar, mediante el desarrollo del reloj, cuán enteramente diferente era la relación entre los estudios teóricos y la práctica sobre la base del artesanado, de lo que es, por ejemplo, sobre la base de la industria en gran escala. Tampoco cabe duda de que en el siglo XVIII la idea de aplicar dispositivos automáticos (movidos por resortes) a la producción, fue sugerida por vez primera por el reloj. Puede probarse históricamente que los experimentos de Vaucanson, de este estilo, ejercieron tremenda influencia sobre la imaginación de los inventores ingleses. Por su parte, el molino, desde su comienzo, tan pronto como se produjo el molino de agua, provee las distinciones esenciales en el organismo de la máquina: la fuerza motriz mecánica –primer motor– de que depende; el mecanismo de transmisión; y, finalmente, la máquina operatoria que se aplica al material (cada cual de existencia independiente de las demás). La teoría de la fricción, y con ella las investigaciones sobre las formas matemáticas del torno, de los dientes de rueda, etc., se desarrollaron todas en el molino; aquí también, por primera vez, la teoría de la medición del grado de la fuerza motriz, del mejor modo de

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emplearla, etc. Casi todos los grandes matemáticos de después de mediados del siglo XVII, en cuanto se ocuparon de mecánica práctica y de su lado teórico, partieron del simple molino de agua para la molienda de cereal. Y esta fue ciertamente la razón por la cual el nombre de molino llegó a aplicarse, durante el período manufacturero, a todas las formas mecánicas de fuerza motriz adaptadas a fines prácticos. Pero con el molino, como con la prensa, la forja, el arado, etc., el trabajo efectivo de golpear, aplastar, moler, pulverizar, etc., se efectuó desde un principio sin trabajo humano, aun cuando la fuerza motriz fuese humana o animal. Esta clase de maquinaria es, por ello, muy antigua, al menos en su forma primaria, y se le aplicaba una verdadera propulsión mecánica. También es, por lo mismo, prácticamente la única maquinaria que se encuentra en el período manufacturero. La revolución industrial empieza apenas se emplea el mecanismo ahí donde, desde los tiempos antiguos, el resultado final requería siempre trabajo humano; es decir, no ahí donde, como ocurría con las herramientas recién mencionadas, el material a tratar nunca, desde un principio, ha sido tratado con la mano humana, sino donde, por la naturaleza de la cosa, el hombre no ha actuado meramente, desde el comienzo, como fuerza. Si uno ha de seguir, con los burros alemanes, llamando maquinaria al uso de la fuerza animal (que es movimiento voluntario, tanto como lo es la fuerza humana), entonces el uso de esta clase de locomotora es en todo caso mucho más antiguo que la más sencilla de las herramientas artesanales.

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DE MARX A ENGELS [Londres], 15 de agosto de 1863. Mi trabajo (el manuscrito para el impresor) está marchando bien en un sentido. En la elaboración final las cosas están tomando, según creo, una soportable forma popular, a excepción de algún inevitable M–C y C–M.8 En cambio, aunque escribo todo el día, la cosa no marcha conforme a lo que mi propia impaciencia, después de esta larga prueba de paciencia, lo desea. De cualquier manera será en un 100 por ciento más fácil de entender que el Nº 1.9 Por lo demás, cuando miro ahora esta compilación y veo cómo he tenido que cambiarlo todo y cómo he tenido que redactar incluso la parte histórica con documentos de los cuales muchos eran completamente desconocidos, entonces Itzig (Lassalle) me parece realmente chistoso, con “su” economía ya terminada, aunque todo el material que ha pregonado hasta ahora lo revela como un escolar que, con el cotorreo de viejas más repugnante y ampuloso, trompetea –como su último descubrimiento– principios que –y diez veces mejor– nosotros hemos estado distribuyendo como monedas entre nuestros partidarios hace ya veinte años. El mismo Itzig también colecciona, en su fábrica de abono, los excrementos de partido que hemos abandonado hace veinte años, con los cuales ha de ser fertilizada la historia mundial.

8 M = dinero, C = mercancía. Para su fórmula, cf. El Capital, Vol I, Cap. III, sección 2. 9 La Crítica de la Economía Política (1859).

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DE MARX A ENGELS [Londres], 20 de mayo de 1865. Ahora estoy trabajando como un caballo, ya que debo emplear el tiempo en que es posible trabajar, y el ántrax sigue estando presente, aunque ahora sólo me perturba localmente y no en el cráneo. A ratos, como no se puede estar siempre escribiendo, hago dy algo de cálculo diferencial . No tengo paciencia para leer dx otra cosa. Toda otra lectura me conduce siempre de vuelta a mi escritorio. Esta noche hay una sesión especial de la Internacional. Un buen viejo, antiguo owenista, Weston (carpintero), ha presentado las dos proposiciones siguientes, que está defendiendo continuamente en la Beehive: 1) que un aumento general del salario no sería de utilidad para los obreros; 2) que por consiguiente, etc., los sindicatos tienen un efecto perjudicial. Si estas dos proposiciones, en las que sólo él cree en nuestra sociedad, fueran aceptadas, nos pondríamos en ridículo, tanto a causa de los sindicatos de aquí como de la infección huelguística que prevalece ahora en el continente. En esta ocasión –ya que a esta reunión se admite la asistencia de no miembros– será apoyado por un inglés que ha escrito un folleto al mismo efecto. Se espera, desde luego, que la refutación corra a mi cargo. Por lo tanto debiera haber elaborado mi réplica para esta noche, pero creí que era más importante trabajar en mi libro10 de modo que tendré que depender de la improvisación. Desde luego que sé de antemano cuáles son los dos puntos 10

El Capital, Vol. I, publicado en 1861.

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principales: 1) que la paga del trabajo determina el valor de las mercancías; 2) que si los capitalistas pagan hoy 5 shillings en lugar de 4, mañana venderán sus mercancías a cinco en lugar de 4 (pudiéndolo hacer por la creciente demanda). Por insustancial que esto sea –adhiriéndose a la más superficial apariencia externa– no es fácil explicar a gente ignorante todos los problemas económicos que aquí entran en juego. No se puede comprimir un curso de economía política en una hora. Pero, haremos lo mejor que podamos.

DE MARX A ENGELS [Londres], 31 de julio de 1865. En cuanto a mi trabajo, te diré sin ambages la verdad. Todavía falta escribir tres capítulos para completar la parte teórica (los primeros tres libros). Luego queda por escribir todavía el cuarto libro, el históricoliterario, que es la parte relativamente más fácil para mí, ya que todos los problemas han sido resueltos en los primeros tres libros y este último es por consiguiente más bien una repetición en forma histórica. Pero no puedo ponerme a despachar nada antes de tenerlo todo completo. Cualesquiera sean los defectos que puedan tener, el mérito de mis escritos es que constituyen un conjunto artístico, y esto sólo se puede lograr con mi método de no publicarlos mientras no los tenga ante mí como un todo. Esto es imposible con el método de Jacob Grimm, que en general se adapta más a obras que no están construidas dialécticamente.

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menos poder sentarme. DE MARX A ENGELS [Londres], 13 de febrero de 1866. En cuanto a este “maldito” libro, la situación es la siguiente: estaba listo a fines de diciembre. De acuerdo a la disposición actual, la sola discusión de la renta del suelo, el penúltimo capítulo, toma casi un libro. Fui al Museo de día y escribí de noche. Tuve que interiorizarme de la nueva química agrícola en Alemania, especialmente Leibib y Schönbein, quienes en esta materia son más importantes que todos los economistas juntos, y también de la enorme cantidad de material que han producido los franceses desde que me ocupé por última vez de este punto. Terminé mi investigación teórica de la renta del suelo hace dos años. Y es precisamente en este intervalo que se han hecho una cantidad de cosas, las que, por otra parte, confirman por entero mi teoría. La apertura del Japón fue importante también aquí (excepto cuando me veo obligado a hacerlo profesionalmente, como regla nunca leo descripciones de viajes). De aquí que el “sistema de desplazamiento” que los puercos de fabricantes ingleses acostumbraban a aplicar a la misma persona en 1848–50 ha sido aplicado por mi a mí mismo. Aun cuando terminado el manuscrito, gigantesco en su forma actual, no podría ser preparado para la publicación por nadie sino por mí mismo, ni siquiera por ti. Puntualmente, el primero de enero empecé a copiarlo, y a pulir el estilo, y la cosa prosiguió muy felizmente, ya que gozaba limpiando al niño después de tantos dolores de Parto. Pero luego interfirió nuevamente el ántrax, de manera que hasta ahora no he podido proseguir sino únicamente completar lo que de acuerdo al plan ya estaba terminado. En cuanto a lo demás concuerdo con tu opinión y le daré el primer volumen a Meissner tan pronto como esté terminado. Pero para terminarlo debo al

DE MARX A ENGELS [Londres], 7 de julio de 1866. Las demostraciones obreras en Londres, maravillosas comparadas con todo lo que hemos visto en Inglaterra desde 1849, son puramente obra de la “Internacional”. Mr. Lucraft, por ejemplo, el líder de Trafalgar Square, pertenece a nuestro Consejo. Esto muestra la diferencia entre trabajar detrás de las bambalinas y desaparecer en público, y el estilo de los demócratas, de hacerse importantes en público y no hacer nada... ¿Hay alguna parte en que nuestra teoría de que la organización del trabajo está determinada por los medios de producción se confirme más brillantemente que en la industria de la carnicería humana? Valdría realmente la pena que escribieras algo sobre ello (yo no tengo el conocimiento necesario), lo que yo podría incluir, con tu nombre, como apéndice a mi libro. Piénsalo. Pero si ha de hacerse deberá ser para el primer volumen, en que trato este tema ex professo. Comprenderás el placer que me darías si tú también aparecieras como colaborador directo en mi obra principal (hasta ahora sólo he hecho pequeñas cosas) en lugar de aparecer meramente en las citas. También estoy estudiando ahora a Comte, como asunto colateral, debido a que los ingleses y franceses hacen tanto barullo con este tipo. Lo que les gusta es el toque enciclopédico, la síntesis. Pero esto es miserable comparado con Hegel. (Si bien Comte, como matemático y físico profesional, fue superior a él, digo superior en cuestiones de detalle, aun aquí Hegel es infinitamente superior en conjunto.) ¡Y esta carroña positivista apareció en 1832!

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DE MARX A KUGELMANN Londres, 13 de octubre de 1866. Desde la última y única carta que le envié, he sufrido de nuevo continuas recaídas, a consecuencia de las cuales mi trabajo teórico ha sido constantemente interrumpido (el trabajo práctico para la Asociación Internacional prosigue constantemente, y es muy grande, porque en realidad tengo que dirigir toda la sociedad). El mes que viene le enviaré los primeros pliegos a Meissner y continuaré haciéndolo así hasta llevar yo mismo el resto a Hamburgo. Entonces lo visitaré a usted de todas maneras. Circunstancias personales (interrupciones físicas y externas11 sin tregua) hacen que sea necesario que el primer volumen aparezca separadamente, y no ambos volúmenes juntos como era mi primitiva intención. Después de todo habrá probablemente tres volúmenes. La obra entera se divide como sigue: Libro I. El Proceso de Producción del Capital. Libro II. El Proceso de Circulación del Capital. Libro III. La forma del Proceso en Conjunto. Libro IV. Contribución a la Historia de la teoría Económica. El primer volumen contiene los dos primeros libros. Creo que el tercer libro llenará el segundo volumen, y el cuarto libro el tercero. Consideré que era necesario empezar el primer libro ab ovo [desde el principio], es decir, hacer en un capítulo sobre las mercancías y el dinero un resumen de mi libro que publicó Duncker.12 Pensé que esto era necesario, no sólo por ser completo, si11 12

Preocupaciones pecuniarias y domésticas. La Crítica de la Economía Política.

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no también porque gente bastante inteligente no comprendió muy correctamente el asunto, y por consiguiente debe faltar algo en la primera presentación, particularmente en el análisis de las mercancías. Lassalle, por ejemplo, en su Kapital und Arbeit [Capital y Trabajo], donde supone haber dado la “quintaesencia intelectual” de mi desarrollo del tema, comete grandes desatinos, lo que, es verdad, siempre ocurre con él en su apropiación tan poco ceremoniosa de mis obras. Es gracioso oírlo acusarme de “errores” literarios e históricos porque a menudo cito de memoria sin consultar el original. Todavía no he resuelto si he de decir algo, en el prefacio, en pocas palabras, sobre el plagio de Lassalle. La manera desvergonzada en que sus ciegos partidarios han salido a mi encuentro lo justificaría.

DE MARX A S. MEYER Hanover, 30 de abril de 1867. ¿Que por qué nunca le contesté? Porque estuve rondando constantemente el borde de la tumba. Por eso tenía que emplear todo momento en que era capaz de trabajar para poder terminar el trabajo al cual he sacrificado mi salud, mi felicidad en la vida y mi familia. Espero que esta explicación no requiera más detalles. Me río de los llamados hombres “prácticos” y de su sabiduría. Si uno resolviera ser un buey, podría, desde luego, dar las espaldas a las agonías de la humanidad y mirar por su propio pellejo. Pero yo me habría considerado realmente impráctico si no hubiese terminado por completo mi libro, por lo menos en borrador. El primer volumen de la obra será publicado dentro de pocas semanas por Otto Meissner en Hamburgo. El título es: El Capital, una Crítica de la Economía Política. He venido a Alemania

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“El Capital” visto por su autor

para traer el manuscrito, y en mi viaje de vuelta a Londres me quedo en Hanover por pocos días en casa de un amigo. El volumen I abarca el “proceso de la producción capitalista”. Además del desarrollo científico general, describo en gran detalle, basándome en fuentes oficiales, que hasta ahora no habían sido empleadas, la condición del proletariado agrícola e industrial de Inglaterra durante los últimos veinte años, idem las condiciones irlandesas. Usted comprenderá de antemano que todo esto sólo sirve de “argumentum ad hominem”. Espero que dentro de un año habrá sido publicada toda la obra. El volumen II da la continuación y conclusión de las teorías. El volumen III, la historia de la economía política a partir de mediados del siglo XVII.13

mo, los puntos establecidos aquí dialécticamente podrían ser demostrados históricamente con mayor amplitud; la prueba la dará la historia, por así decir, aun cuando lo más necesario a este respecto ya ha sido dicho. Pero tú tienes tanto material que con seguridad puedes hacer todavía una buena digresión, que le probará históricamente al filisteo la necesidad del desarrollo del dinero y del proceso que tiene lugar en relación a él. En estos desarrollos más abstractos has cometido el gran error de no aclarar el hilo del pensamiento mediante gran cantidad de pequeñas secciones y encabezamientos separados. Debieras haber tratado esta parte a la manera de la Enciclopedia de Hegel, con cortos parágrafos, toda transición dialéctica marcada con un encabezamiento especial, y en lo posible todas las digresiones y ejemplos impresos en tipos especiales. La cosa se hubiera parecido bastante a un texto escolar pero, habría sido mucho más comprensible para un grupo muy amplio de lectores. Porque el populacho, inclusive el sector culto, no está ya acostumbrado a esta clase de pensamiento, y debe facilitársele toda clase de ayuda. Comparado con la exposición anterior (Duncker),15 el progreso en la agudeza del desarrollo dialéctico es muy marcado, pero en la exposición misma muchas cosas me gustan más en la primera forma. Es una gran lástima que sea justamente el segundo pliego el que sufra de la huella del ántrax. Pero sobre esto ya no queda nada por hacer, y cualquiera capaz de pensar dialécticamente lo comprenderá de todas maneras. Los demás pliegos son muy buenos y me han causado mucho placer... He leído a Hofmann.16 La teoría química más reciente, con todas sus faltas, constituye un gran avance sobre la teoría atómica anterior. La molécula como la menor parte de la materia capaz de existencia independiente es una categoría perfecta-

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DE ENGELS A MARX Manchester, 16 de junio de 1867. El segundo pliego,14 especialmente, lleva marcas bastante fuertes del ántrax, pero esto no puede alterarse ahora y no creo que debas hacer nada más en las adiciones, porque, después de todo, el filisteo no está acostumbrado a esta clase de pensamiento abstracto y no se molestará por la forma del valor. * A lo su13

Marx pensaba publicar la continuación del primer volumen de El Capital en un tomo; este tomo se transformó en dos. En consecuencia, el volumen que había sido planeado como tercero [Teorías de la Plusvalía] recibió el número IV. (Ver el Prefacio de Engels al Vol. II de El Capital.) 14 El segundo Druckbogen (pliego de imprenta) de El Capital, Vol. I. * Al enviarle a1gunas de las pruebas de imprenta de El Capital a Engels, le había escrito el 3 de junio: “Debes decirme exactamente los puntos de la exposición de la forma del valor que crees deban ser especialmente divu1gados para el filisteo en mis adiciones.” [N. del Ingl.]

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La Crítica de la Economía Política, publicada por Duncker en 1859. HOFMANN. A. W., Einleitung in die Moderne Chemie [Introducción a la Química Moderna], 1866–67.

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mente racional, un “nodo”, como decía Hegel, en las infinitas series de divisiones, que no termina con ellas, sino que establece una diferencia cualitativa. El átomo –antes representado como límite de la división posible– no es ahora más que una relación, si bien el propio Monsieur Hofmann recae a cada momento en la vieja idea de los átomos indivisibles verdaderos. Por lo demás, el progreso de la química que registra el libro es realmente enorme, y Schorlemmer dice que esta revolución prosigue diariamente, de manera que se pueden esperar nuevos levantamientos en cualquier momento.

taba parcialidad. Calculan que la Reform Bill 17 absorberá toda la atención pública, de modo que la cosa pueda meterse de contrabando muy confortable y privadamente, mientras que al mismo tiempo los sindicatos tienen un tiempo tormentoso que afrontar. Lo peor de los “reports” [informes] son las afirmaciones de los propios tipos. Y ellos saben que una nueva investigación sólo puede significar una cosa, precisamente lo que “nosotros los burgueses queremos”: un nuevo período de cinco años de explotación. Afortunadamente, mi posición en la “Internacional” me permite perturbar los tramposos cálculos de estos canallas. El asunto es de la mayor importancia. ¡Se trata de abolir la tortura de un millón y medio de seres, sin incluir obreros adultos de sexo masculino! En cuanto a la exposición de la forma del valor, he seguido y no he seguido tu consejo, a fin de comportarme también en esto dialécticamente. Es decir, que: 1) he escrito un apéndice en que describo la misma cosa tan sencillamente y a la manera de un maestro de escuela como es posible; y 2) he seguido tu consejo y dividido en parágrafos, etc., cada paso del desarrollo, con encabezamientos separados. En el prefacio le digo al lector “no–dialéctico” que debiera saltear las páginas x y y leyendo en cambio el apéndice. No es simplemente cuestión de filisteos, sino también de la juventud ansiosa de conocimiento, etc. Además, la cuestión es demasiado decisiva para todo el libro. Los señores economistas hasta ahora han pasado por alto el punto sencillísimo de que la forma: 20 yardas de hilo = 1 traje no es sino la base no desarrollada de 20 yardas de hilo = 2 £, y que por ello la forma más simple de la mercancía, en que el valor no se expresa todavía como una relación con todas las demás mercancías, sino solamente diferenciado de la mercancía en la forma natural que le es propia, contiene todo el secreto de la forma dinero, y con ello, en una cáscara de nuez, todas las formas burguesas del producto del trabajo. En mi primera exposición

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DE MARX A ENGELS [Londres], 22 de junio de 1867. ...Tu satisfacción, hasta este punto, es para mi más importante que cualquier cosa que pueda decir el resto del mundo. De todos modos, espero que la burguesía recuerde mi ántrax por el resto de su vida. He aquí otra prueba de lo puerco que son. Tú sabes que la Comisión de Trabajo de Menores ha estado funcionando durante cinco años. De resultas de su primer informe, que apareció en 1863, se tomaron inmediatamente “medidas” contra las secciones denunciadas. Al comienzo de esta sección, el Ministerio tory había introducido, por intermedio de Walpole, el sauce llorón, un proyecto de ley por el cual se aceptaban todas las propuestas de la Comisión, si bien en escala muy reducida. Los tipos contra los cuales se adoptarían las medidas, entre ellos, los grandes industriales metalúrgicos, y también especialmente los vampiros del “trabajo en casa”, estaban silenciosos y humillados. ¡Ahora presentan una petición al Parlamento reclamando una nueva investigación! Dicen que la anterior manifes-

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Que ampliaba el derecho de voto. Aprobada en 1867.

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(Duncker) evito la dificultad del desarrollo dando únicamente un análisis real de la expresión del valor cuando aparece ya desarrollado y expresado en dinero. Tienes mucha razón acerca de Hofmann. También encontrarás, por la conclusión de mí capítulo III, en que se toca la transformación del maestro artesano en un capitalista –de resultas de cambios puramente cuantitativos– que en el texto menciono la ley que descubrió Hegel la de los cambios puramente cuantitativos que se vuelven cambios cualitativos, como válida por igual en la historia y en las ciencias naturales. En una nota al texto (en esa época yo estaba asistiendo precisamente a las conferencias de Hofmann) menciono la teoría molecular, pero no a Hofmann –quien no descubrió nada en este campo, nada excepcional–, sino a Laurent, Gerhardt y Wurtz, de los cuales el último es el más original. Tu carta me trajo a la mente una confusa reminiscencia del asunto, y por esto le di un vistazo a mi manuscrito.

No importa. Si he de terminar tan tarde que ya no encuentre al mundo preparado para poner atención en estas cuestiones, la culpa será evidentemente mía.

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DE MARX A LASALLE Le diré en qué estado está la obra económica. En realidad tengo entre manos la elaboración final desde hace unos meses. Pero la cosa hace progresos muy lentos, porque tan pronto como uno trata de llegar a un ajuste final en cuestiones que durante años ha sido el tema principal de estudio, aquellas revelan constantemente nuevos aspectos y exigen nueva consideración. A esto se agrega que no soy dueño de mi tiempo, sino más bien su sirviente. Sólo la noche me queda para mí, y este trabajo nocturno es a su vez perturbado por muy frecuentes ataques y recaídas de la enfermedad del hígado... Después de todo, tengo el presentimiento de que ahora, cuando después de quince años de estudio he llegado lo bastante lejos para dominar el asunto, es probable que interferirán tormentosos movimientos exteriores.

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DE MARX A KUGELMANN La larga demora se debe a las siguientes causas. En primer lugar, el escándalo Vogt, de 1860, insumió gran parte de mi tiempo, porque tuve que realizar muchas investigaciones en asuntos que en sí mismos no eran de valor, tuve que meterme en pleitos, etc. En 1861, debido a la guerra civil norteamericana, perdí mi principal fuente de ingresos, la New York Tribune. Mis colaboraciones a ese diario fueron suspendidas hasta el presente. De manera que fui obligado y estoy obligado, a aceptar una cantidad de trabajo de peón para no quedar en la calle junto con mi familia. Inclusive había decidido volverme un «hombre práctico», y estuve por tomar un empleo en una oficina ferroviaria a principios del año próximo. ¿He de llamarla buena o mala suerte?, la cuestión es que no conseguí el puesto debido a mi mala caligrafía. De modo que usted ve que tenía poco tiempo y poca paz para el trabajo teórico. Es probable que las mismas razones demoren más de lo que desearía la preparación final de mi obra para los impresores.

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DE MARX A ENGELS [Londres], 16 de agosto de 1867. A las dos de la madrugada.

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cambio (toda la comprensión de los hechos depende de esto, se subraya de inmediato en el primer capitulo); 2) El tratamiento de la plusvalía independientemente de sus formas particulares, beneficio, interés, renta del suelo, etc. Esto aparecerá especialmente en el segundo volumen. El tratamiento de las formas particulares por la economía clásica, que siempre las mezcla con la forma general, es un buen revoltijo.

Querido Fred, Acabo de terminar de corregir el último pliego (el 49) del libro. El apéndice –la forma del valor– toma 11/4 pliegos en tipo pequeño. El Prefacio, idem corregido y enviado ayer de vuelta. De modo que este volumen está terminado. Esto sólo ha sido posible gracias a ti. Sin tu sacrificio por mí, posiblemente nunca habría podido hacer el enorme trabajo para los tres volúmenes. Te abrazo lleno de agradecimiento. Acompaño dos pliegos de pruebas corregidas. Recibí las 15 £; muchísimas gracias. Saludos, mi querido, amado amigo. Tu K. MARX. Sólo necesitaré de vuelta las pruebas corregidas ni bien haya aparecido el libro entero.

DE MARX A ENGELS [Londres], 24 de agosto de 1867. Los mejores puntos de mi libro son: 1) El doble carácter del trabajo, según que sea expresado en valor de uso o en valor de

DE MARX A ENGELS [Londres], 8 de enero de 1868. Con respecto a Dühring. Es mucho para este hombre el que acepte casi positivamente el capítulo sobre la Acumulación Primitiva. Es todavía joven. Como discípulo de Carey, en completa oposición a los librecambistas. A esto se agrega que es profesor universitario, y por ello no es de lamentar que el Profesor Roscher, quien bloquea el camino de todos ellos, reciba algunos palos. Una cosa de su exposición me ha llamado mucho la atención. Es esta: en tanto que la determinación del valor por medio del tiempo de trabajo quede “indeterminada”, como en Ricardo, no hace temblar a la gente. Pero, tan pronto como se la pone en exacta conexión con la jornada de trabajo y sus variaciones, cae sobre ellos una luz muy desagradable. Creo que una de las razones de Dühring al comentar mi libro fue su rabia contra Roscher. Por cierto que se percibe muy fácilmente su temor de ser tratado como Roscher. Es extraño que el tipo no se dé cuenta de los tres elementos fundamentalmente nuevos del libro: 1) Que en contraste con todos los sistemas anteriores de economía política, que empiezan por los fragmentos particulares de plusvalía con sus formas fijas de renta, beneficio e interés como ya dadas, yo empiezo por tratar la forma general de la plusvalía,

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en la cual se hallan todavía sin diferenciación todos esos elementos (como si dijéramos en solución). 2) Que, sin excepción, los economistas no han advertido el simple punto que si la mercancía tiene un doble carácter –valor de uso y valor de cambio– entonces el trabajo encarnado en la mercancía también debe tener un doble carácter; en tanto que el análisis simplemente malo del trabajo, como el de Smith, Ricardo, etc., está obligado a enfrentarse en todas partes con lo inexplicable. Este es, en efecto, todo el secreto de la concepción crítica. 3) Que por primera vez los salarios se muestran como la forma irracional en que aparece una relación oculta, y esto está exactamente representado en las dos formas del pago de salarios; salario por tiempo de trabajo y por pieza. (Me fue de ayuda el hecho de que fórmulas similares se encuentran a menudo en matemática superior.) Y en cuanto a las modestas objeciones de Dühring contra la definición del valor, se asombrará cuando vea en el Volumen II cuán poco cuenta “directamente” para la sociedad burguesa la determinación del valor. Por cierto que ninguna forma de la sociedad puede impedir el hecho que, en una u otra forma, el tiempo de trabajo a disposición de la sociedad regule la producción. Pero, mientras esta regulación no se cumpla por el control directo y consciente de la sociedad sobre su tiempo de trabajo –lo que sólo es posible bajo el sistema de la propiedad común–, sino por el movimiento de los precios de las mercancías, las cosas quedan como tú las describiste muy correctamente ya en los Deutsch–Französische–Jahrbücher.

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DE MARX A KUGELMANN Londres, 6 de marzo de 1868. Hay algo conmovedor en Thünen. Un junker de Mecklenburg (cierto que con entrenamiento mental alemán) que trata a sus posesiones de Tellow como el campo y a Mecklenburg-Schwerin como la ciudad, y que, partiendo de estas premisas, con ayuda de la observación, del cálculo diferencial, de la contabilidad práctica, etc., construye por su cuenta la teoría ricardiana de la renta. Es a la vez digno de respeto y ridículo. Ahora puedo comprender el tono curiosamente embarazado de la crítica de Herr Dühring. Corrientemente es un muchacho de lo más presuntuoso, descarado, que se presenta como revolucionario en economía política. Ha hecho dos cosas. En primer lugar, ha publicado –glosándolo a Carey– un Fundamento Crítico de la Economía Política (unas 500 páginas), y en segundo lugar, una nueva Dialéctica Natural (contra la hegeliana). Mi libro lo ha enterrado por ambos costados. Lo comentó por su odio a Roscher, etc. Por lo demás, a medias intencionalmente y a medias por falta de visión, comete imposturas. Sabe muy bien que mi método de desarrollo no es hegeliano, desde que yo soy materialista y Hegel es idealista. La dialéctica de Hegel es la base de toda la dialéctica, pero sólo una vez que se la ha despojado de su forma mística, y precisamente esto es lo que distingue a mi método. En cuanto a Ricardo, realmente le chocó a Herr Dühring que en mi exposición de Ricardo ni siquiera figuran sus puntos débiles, que Carey y cientos antes de él han señalado. En consecuencia, intenta, con mauvaise foi [mala fe], cargarme con todas las limitaciones de Ricardo. Pero no importa. Debo agradecerle al hombre, puesto que es el primer experto en decir algo. En el segundo volumen (que por cierto nunca aparecerá si mi

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salud no mejora), la propiedad de la tierra será uno de los temas, y la competencia sólo en la medida en que lo requiere el tratamiento de los otros temas. Durante mi enfermedad (que espero termine pronto del todo) no pude escribir, pero tragué una cantidad enorme de “material” estadístico y de toda suerte, que por sí mismo habría bastado para enfermar a gente que no está acostumbrada a esta clase de forraje y no posee estómagos habituados a digerirlo rápidamente. Mi situación es muy atormentadora, ya que no he podido hacer ningún trabajo adicional que reportara dinero, y sin embargo es preciso conservar las apariencias por los chicos. Si yo no tuviera que producir esos dos malditos volúmenes (y por añadidura buscar un editor inglés), lo que sólo puede hacerse en Londres, iría a Ginebra, donde podría vivir muy bien con los medios de que dispongo.

Si mientras cae el valor de la moneda, el precio del trabajo no aumenta en el mismo grado, o sea, si cae, la tasa de plusvalía crece y, por consiguiente, quedando iguales todas las demás cosas, también crece la tasa de beneficio. El aumento de esta última –en tanto que continúa la oscilación ascendente del valor de la moneda– se debe simplemente a la baja de salarios, y esta baja se debe al hecho de que el cambio de salarios se acomoda sólo con lentitud al cambio de valor de la moneda. (Así ocurrió a fines de los siglos XVI y XVII.) Si, por el contrario, cuando sube el valor de la moneda los salarios no caen en la misma proporción, entonces la tasa de plusvalía cae, y en consecuencia también –permaneciendo iguales las demás cosas– la tasa de beneficio. Estos dos movimientos, el aumento de la tasa de beneficio cuando baja el valor de la moneda, y su caída cuando sube el valor de la moneda, se deben, en esas circunstancias, únicamente al hecho de que el precio del trabajo no se ha ajustado todavía al nuevo valor de la moneda. Estos fenómenos (su explicación se conoce hace tiempo) desaparecen cuando se ajustan el precio del trabajo y el valor de la moneda. Aquí empieza la dificultad. Los llamados teóricos dicen: Tan pronto como el precio del trabajo corresponde al nuevo valor de la moneda, por ejemplo cuando ha aumentado al caer el valor de la moneda, el beneficio y el salario se expresan en tanto más dinero. Por lo tanto, su relación permanece constante. En consecuencia no puede haber variación en la tasa de beneficio. A esto replican con hechos los especialistas que se ocupan de la historia de los precios. Sus explicaciones son meras frases. Toda la dificultad proviene de confundir la tasa de plusvalía con la tasa de beneficio. Supongamos que la tasa de plusvalía permanezca igual, por ejemplo, 100%. Entonces, si el valor de la moneda cae en 1/10, los salarios que importan 100 Libras (digamos para 100 hombres) aumentan a 110 y, análogamente, a 110 la plusvalía. La misma cantidad total de trabajo que antes se expresaba en 200 libras se expresa ahora en 220. Por lo tanto, si el pre-

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DE MARX A ENGELS [Londres], 22 de abril de 1868. Ahora sólo te daré breve cuenta de una “cosita” que se me ocurrió cuando estaba mirando la parte de mi manuscrito que trata de la tasa de beneficio. Gracias a ella se resuelve sencillamente uno de los problemas más difíciles. La cuestión es ésta: cómo es que cuando cae el valor de la moneda, es decir, del oro, aumenta la tasa de beneficio, en tanto que baja cuando aumenta el valor de la moneda. Supongamos que el valor de la moneda disminuya en 1/10. Entonces el precio de las mercancías, permaneciendo constantes las demás circunstancias aumenta en 1/10. En cambio si el valor de la moneda aumenta en 1/10, permaneciendo constantes las demás circunstancias, el precio de las mercancías cae en 1/10.

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cio del trabajo se ha ajustado al valor de la moneda, ningún cambio del valor de la moneda puede hacer que la tasa de plusvalía suba o caiga. Pero supongamos que los elementos, o algunos elementos, de la parte constante del capital, caigan en valor debido a la creciente productividad del trabajo, cuyos productos son. Si la caída de su valor es mayor que la de la moneda, su precio disminuirá a pesar del valor depreciado de la moneda. Si la caída de su valor sólo corresponde a la caída del valor de la moneda, su precio permanece invariable. Supongamos que se presenta el último caso. En cierta rama de la industria, el capital 500 está compuesto de 400 c + 100 v, de modo que tenemos con una tasa de plusvalía de 100%, 400 c + 100 v + pv = 100/500 = 20%, tasa de beneficio. (En el Vol. III pienso usar 400 c, etc., en lugar de c/400, etc., por ser menos complicado. ¿Qué piensas de esto?) Si el valor de la moneda cae en 1/10, los salarios suben a 110, idem la plusvalía. Si el precio en moneda del capital constante no varía, debido a que, como consecuencia del aumento de la productividad del trabajo el valor de sus partes componentes ha caído en 1/10, entonces 400 c + 110 v + 110 pv, o bien 110/510 = 21 29/50% de tasa de beneficio, la que por tanto habría subido en aproximadamente un 11/2%, al tiempo que la tasa de plusvalía 110 pv /110 v sigue siendo, como antes, del 100%. El aumento de la tasa de beneficio sería mayor si el valor del capital constante cayese más rápidamente que el valor de la moneda, y menor si cayese más lentamente. Pero la subida continuará mientras tenga lugar cualquier caída del valor del capital constante, siempre que la misma cantidad de medios de producción no cueste 440 libras en lugar de, como antes, 400 libras. Sin embargo, es un hecho histórico, y en particular puede demostrarse respecto de los años 1850–60, el que la productividad del trabajo, en especial, en la industria propiamente dicha, es estimulada por la caída del valor de la moneda, por la simple inflación de los precios y el general rebato internacional de la cantidad aumentada de moneda.

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DE MARX A ENGELS Londres, 30 de abril de 1868. Para el caso en discusión no interesa si p. v. (la plusvalía) es cuantitativamente mayor o menor que la plusvalía producida en la propia rama dada de la producción. Por ejemplo, si 100 pv/400 c + 100 v = 20%, y éste, debido a la caída del valor de la moneda en 1/10, se convierte en 110 pv/400 c + 110 v (suponiendo que caiga el valor del capital constante), entonces no interesa si el productor capitalista sólo se embolsa la mitad de la plusvalía que produce. Porque la tasa de beneficio será entonces para él de 55 pv/400 c + 110 v, y mayor que la anterior de 50 pv /400 c + 100 v. Conservo aquí pv a fin de mostrar cualitativamente, en la expresión misma, de dónde proviene el beneficio. Pero, es conveniente que conozcas el método por el cual se desenvuelve la tasa de beneficio. Por esto te expondré los aspectos más generales del proceso. Como sabes, en el Libro II se describe el proceso de la circulación del capital en base a las premisas expuestas en el Libro I. De aquí, las nuevas determinaciones de forma que surgen del proceso de la circulación, tales como el capital fijo y el circulante, el capital invertido a plazo fijo, etc. En el Libro I, finalmente, nos contentamos con la suposición de que, si en el proceso de realización, 100 libras se convierten en 110 ya están presentes en el mercado los elementos de una inversión ulterior de capital. Pero ahora investigamos las condiciones en las cuales estos elementos ya se encuentran en existencia, a saber, el entrelazamiento social de los diferentes capitales, de las partes componentes del capital y de la renta (= pv). En el Libro III llegamos a la transformación de la plusvalía en formas y partes componentes separadas. El beneficio es para nosotros, en primer lugar, tan sólo otro

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nombre u otra categoría de la plusvalía. Puesto que, debido a la forma que toman los salarios, el conjunto del trabajo parece ser retribuido, la parte no pagada parece provenir necesariamente, no del trabajo, sino del capital, y no de la parte variable del capital sino del capital como un todo. De este modo, la plusvalía asume la forma del beneficio, sin diferencia cuantitativa alguna entre uno y otro. Esta es solamente la forma ilusoria en que aparece la plusvalía. Además, la parte del capital que se consume en la producción de una mercancía (el capital, constante y variable, invertido en su producción menos la parte utilizada pero no efectivamente consumida del capital fijo) se presenta ahora como el precio de costo de la mercancía; porque para el capitalista, esa parte del valor de la mercancía que él debe pagar es el precio de costo de la mercancía, mientras que el trabajo no pagado que la misma contiene no está incluido en su precio de costo desde su punto de vista. La plusvalía = beneficio se presenta ahora como el excedente del precio de venta sobre el precio de costo. Llamemos v al valor de la mercancía y c a su precio de costo; entonces v = c + pv, luego v – pv = c, y en consecuencia v es mayor que c. Esta nueva categoría del precio de costo es muy necesaria para los detalles del desarrollo ulterior. Es evidente desde un comienzo que el capitalista puede vender una mercancía por debajo de su valor con un beneficio (mientras la venda por encima de su precio de costo), y esta es la ley fundamental que explica la igualación provocada por la competencia. Si el beneficio se distingue al principio sólo formalmente de la plusvalía, la tasa de beneficio, en cambio, se distingue en seguida y realmente de la tasa de plusvalía, puesto que en un caso la fórmula es pv/v y en el otro pv/c + v, de donde se sigue de inmediato, puesto que pv/v es mayor que pv/c + v, que la tasa de beneficio es menor que la tasa de plusvalía, a menos que c = 0. Pero teniendo en cuenta los puntos expuestos en el Libro II, se concluye que no podemos computar la tasa de beneficio mediante la producción de mercancías que elijamos –por ejemplo

una producción semanal–, sino que pv/c + v representa aquí la plusvalía producida durante el año en relación con el capital invertido durante el año (es decir, en distinción con el vuelco transitorio de capital). La fórmula pv/c + v vale aquí, en consecuencia, para la tasa anual de beneficio. Luego examinamos cómo las variaciones de las inversiones transitorias de capital (en parte dependientes de la relación entre las porciones circulante y fija del capital, y en parte de la cantidad de capital circulante invertido en un año, etc.) modifican la tasa de beneficio al tiempo que permanece constante la tasa de plusvalía. Tomando la inversión como se dijo, y pv/c + v como la tasa anual de beneficio, examinemos cómo puede variar esta última independientemente de los cambios de la tasa de plusvalía e incluso en su cantidad total. Desde que pv, el total de plusvalía = la tasa de plusvalía multiplicada por el capital variable, si llamamos r a la tasa de plusvalía y p’ a la tasa de beneficio, p’ = r. V/C + V. Aquí tenemos las cuatro cantidades, p’, r, v, c, con tres cualesquiera de las cuales podemos operar buscando la cuarta como incógnita. Esto cubre todos los casos posibles de movimientos de la tasa de beneficio, en tanto que se distinguen de los movimientos de la tasa y aun, en cierta medida, de los de la cantidad total de plusvalía. Desde luego que esto ha sido hasta ahora inexplicable a todo el mundo. Las leyes así descubiertas serán muy importantes, por ejemplo, para comprender cómo influye el precio de la materia prima sobre la tasa de beneficio, y valen independientemente de cómo se divida posteriormente la plusvalía entre el productor, etc.18 Esto solo puede cambiar la forma de aparición. Además, estas leyes siguen siendo directamente aplicables si pv/c + v es considerada como relación entre la plusvalía socialmente producida y el capital social.

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[Entre el productor y los demás capitalistas.]

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II. Lo que en I fue tratado como movimiento, fuese de capital en una rama dada de la producción, o de capital social –movimientos que varían la composición, etc., del capital– se conciben ahora como diferencias entre las cantidades de capital invertido en las diversas ramas de la producción. Se sigue en seguida que la tasa de plusvalía suponiéndose constante (la explotación del trabajo), la producción de valor y en consecuencia la producción de plusvalía y de aquí la tasa de beneficio, son diferentes, en las diferentes ramas de la producción. Pero por la competencia, a partir de estas diferentes tasas de beneficio, se forma una tasa media o general de beneficio. Esta tasa de beneficio, expresada en términos absolutos, no puede ser otra cosa que la plusvalía producida (anualmente) por la clase capitalista en relación con el capital social total invertido. Por ejemplo, si el capital social = 400 c + 100 v y la plusvalía que produce anualmente = 100 pv, entonces la composición del capital social = 80 c + 20 v, y la del producto (en porcentajes) = 80 c + 20 v + 20 pv = 20 por ciento de tasa de beneficio. Esta es la tasa general de beneficio. Lo que la competencia tiende a producir entre las diversas masas de capital –diferentemente compuestas e invertidas en diferentes esferas de la producción– es el comunismo capitalista, esto es, que la cantidad de capital perteneciente a cada esfera de producción, arrebate una parte alícuota de la plusvalía total proporcional a la parte alícuota del capital social total que integra. Esto sólo puede lograrse si en cada esfera de la producción (suponiendo, como antes, que el capital social = 80 c + 20 v y la tasa social de beneficio = 20 pv/80 c + 20 v) la cantidad de mercancías que se produce anualmente se venda al precio de costo más el 20% de beneficio sobre el valor del capital ya invertido (no interesa qué cantidad del capital fijo anteriormente invertido entre o no en el precio de costo anual). Pero esto significa que la determinación del precio de las mercancías no coincidirá con su valor. Únicamente en aquellas ramas de la

producción en que la composición del capital (en porcentajes) sea igual a 80 c + 20 v, el precio c (precio de costo) + 20% coincidirá con el valor del capital invertido. Allí donde la composición es más elevada (por ejemplo 90 c + 10 v), el precio está por encima del valor; allí donde la composición es más baja el precio está por debajo del valor. El precio así igualado, que divide igualmente el total social de plusvalía entre los totales individuales de capital en proporción con su volumen, es el precio de producción de las mercancías, el centro alrededor del cual se mueve la oscilación de los precios del mercado. Aquellas ramas de la producción que constituyen monopolios naturales están exentas de este proceso de igualación aun cuando su tasa de beneficio es mayor que la tasa social. Esto será de importancia para la exposición de la renta del suelo. En este capítulo deben elaborarse más las diversas causas de igualación entre las distintas inversiones de capital, que para la concepción vulgar son otras tantas fuentes originarias de beneficio. Además: la forma cambiada de aparición que toman ahora las leyes, anteriormente desarrolladas y aun válidas, del valor y de la plusvalía después de la transformación del valor en precio de producción. III. La tendencia de la tasa de beneficio a caer a medida que progresa la sociedad. Esto se deduce ya de lo que se expuso en el Libro I sobre el cambio de composición del capital con el desarrollo de las fuerzas productivas sociales. Este es uno de los grandes triunfos sobre los grandes pons asini (obstáculos) de toda la economía anterior. IV. Hasta ahora sólo hemos tratado del capital productivo. Con el capital mercantil surgen modificaciones. De acuerdo a nuestra suposición anterior, el capital productivo de la sociedad = 500 (no interesa si son millones o billones). Y la fórmula era 400 c + 100 v + 100 pv. La tasa general de beneficio, p’ = 20%. Supongamos ahora que el capital co-

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mercial = 100. Los 100 de pv deben calcularse ahora sobre 600 en lugar de sobre 500. En consecuencia, la tasa general de beneficio se reduce, del 20 al 162/3 por ciento. El precio de producción (para simplificar supondremos aquí que todo el 400 c, incluyendo la totalidad del capital fijo, entra en el precio de costo de la producción anual de mercancías) es ahora = 5831/3. El comerciante vende a 600 y gana entonces, si dejamos de lado la parte fija de su capital, un 162/3 por ciento sobre sus 100, esto es, tanto como los capitalistas productores; en otras palabras, se queda para sí con 1/6 de la plusvalía social. Las mercancías –tomadas en su conjunto y en escala social– se venden a su valor. Sus 100 libras (aparte de su proporción fija) sólo le sirven de capital circulante. Lo que el comerciante trague de más, lo hace simplemente recurriendo a engaños o especulando con las oscilaciones de los precios de las mercancías, o, en el caso de los comerciantes minoristas, lo gana sobre salarios de trabajo –por miserablemente improductivo que sea este trabajo–, y todo esto aparece en forma de beneficio. V. Ahora hemos reducido el beneficio a la forma en que se da realmente en la práctica, es decir, de acuerdo a nuestra suposición, el 162/3 por ciento. Luego viene la división de este capital en beneficio del empresario e intereses. Capital que devenga intereses. El sistema del crédito. VI. Transformación del beneficio de plusvalía en renta del suelo. VII. Por último hemos llegado a las formas de aparición que sirven de punto de partida en la concepción vulgar: la renta proveniente de la tierra, el beneficio (interés), del capital, los salarios, del trabajo. Pero desde nuestro punto de vista, la cosa se ve ahora en forma diferente. Se explica el movimiento aparente. Además, el disparate de A. Smith, convertido en el principal pilar de toda la economía hasta el presente, de que el precio de una mercancía deriva de esas tres rentas, es decir, sólo del capital variable (salarios) y de la plusvalía (renta del suelo, beneficio, interés), es derribado. Todo el movimiento tiene lugar en esta

forma aparente. Finalmente, puesto que esas tres –salarios, renta del suelo, beneficio (interés)– constituyen las respectivas fuentes de ingreso de las tres clases –terratenientes, capitalistas y trabajadores asalariados–, tenemos en conclusión, la lucha de clases, en que se resuelve el movimiento de todo el asunto.

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DE MARX A KUGELMANN Londres, 11 de julio de 1868. Muchas gracias por las cosas que me envió. No le escriba a Faucher, pues de lo contrario este mannequin piss19 se creerá muy importante. Todo lo que ha logrado es inducirme, si es que hay una segunda edición, a tirarle algunas estocadas necesarias a Bastiat, en la parte que se refiere a la magnitud del valor. Esto no se hizo antes, porque el tercer volumen contiene un capítulo aparte y detallado sobre los señores de la “economía vulgar”. Usted encontrará muy natural que Faucher y Cía. deduzcan el “valor de cambio” de sus engendros, no de la cantidad de fuerza de trabajo empleada, sino de la ausencia de tal gasto, es decir, del “trabajo ahorrado”. Y el digno Bastiat ni siquiera hizo él mismo este “descubrimiento”, tan bienvenido por esos caballeros, sino que, como era su costumbre, no hizo sino copiar a muchos autores anteriores. Las fuentes que empleaba son, por supuesto, desconocidas a Faucher y Cía. En cuanto al Zentralblatt, el hombre hace la mayor concesión posible al admitir que, si uno entiende algo por valor, deben aceptarse las conclusiones que yo saco. El desgraciado no sabe que, aun cuando en mi libro no hubiera un capítulo sobre el valor, el análisis de las relaciones reales que doy contendría 19 La

conocida estatua de Bruselas.

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la prueba y demostración de la relación real de valor. El disparate acerca de la necesidad de probar el concepto de valor proviene de una completa ignorancia del tema y del método científico. Un chico sabe que un país que dejase de trabajar, no digo durante un año, sino por unas pocas semanas, se moriría. Cualquier chico sabe también que la cantidad de producto correspondiente a las diversas necesidades requiere masas diferentes y cuantitativamente determinadas del trabajo total de la sociedad. El que no pueda eliminarse esta necesidad de distribuir el trabajo social en proporciones definidas mediante la forma particular de la producción social, sino que sólo pueda cambiar la forma que toma, es evidente. No se puede eliminar ninguna ley natural. Lo que puede cambiar, con el cambio de circunstancias históricas, es la forma en que operan esas leyes. Y la forma en que opera esa división proporcional del trabajo en un estado de la sociedad en que la interconexión del trabajo social se manifiesta en el intercambio privado de cada uno de los productos del trabajo, es precisamente el valor de cambio de esos productos. La ciencia consiste precisamente en elaborar cómo opera la ley del valor. De modo que si se quisiera “explicar” en el comienzo mismo todos los fenómenos que aparentemente contradicen esa ley, debiera darse la ciencia antes de la ciencia. El error de Ricardo es precisamente que en su primer capitulo sobre el valor toma como dadas todas las posibles categorías que deben todavía desarrollarse, a fin de probar su conformidad con la ley del valor. En cambio, como usted supuso correctamente, la historia de la teoría demuestra por cierto que el concepto de la relación del valor ha sido siempre el mismo, fuese más o menos claro y rodeado de ilusiones o científicamente preciso. Puesto que el proceso del pensamiento nace de las condiciones, puesto que es él mismo un proceso natural, el pensamiento que realmente comprende debe ser siempre el mismo y sólo puede variar gradualmente conforme a la madurez del desarrollo, incluyendo la del

órgano mediante el cual se piensa. Todo lo demás es cháchara. El economista vulgar no tiene la más leve idea de que las relaciones reales y cotidianas del intercambio no necesitan ser directamente idénticas a las magnitudes del valor. Lo característico de la sociedad burguesa consiste precisamente en esto, en que a priori no hay una regulación consciente, social de la producción. Lo racional y lo necesario se producen en la naturaleza sólo como un promedio que opera ciegamente. Y entonces el economista vulgar cree haber hecho un gran descubrimiento cuando proclama con orgullo, en lugar de revelar la interconexión, que en apariencia las cosas parecen diferentes. En realidad, alardea de que se atiene a la apariencia y la toma por la última palabra. Siendo así ¿por qué debe haber ciencia? Pero la cuestión tiene también otro fundamento. Cuando se aprehende la interconexión, toda creencia teórica en la necesidad permanente de las condiciones existentes se derrumba antes de su colapso práctico. En este caso, por consiguiente, está en el interés de las clases dominantes perpetuar esta huera confusión. ¿Y para qué otro fin se les paga a estos charlatanes serviles que no saben proclamar otra cosa científica que en economía política no se debe pensar? Pero satis supraque.20 De todas maneras esto muestra aquello a que han llegado a ser estos sacerdotes de la burguesía cuando obreros e incluso industriales y comerciantes entienden mi libro, mientras que esos “escribas” (!) se quejan de que exijo demasiado de su inteligencia.

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20

Más que suficiente.

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DE MARX AL DIRECTOR DEL Otyecestvenniye Zapisky [El memorial de la Patria]21 [A fines de 1877.] El autor22 del artículo Karl Marx ante el Tribunal del señor Zhukovsky es evidentemente una persona inteligente y si, en mi exposición sobre la acumulación primitiva, hubiese encontrado un sólo pasaje en apoyo de sus conclusiones, lo hubiese citado. En ausencia de tal pasaje, se encuentra obligado a recurrir a un hors d’oeuvre, a una especie de polémica contra un “escritor” ruso23 publicada en el apéndice a la primera edición alemana de El Capital. ¿Cuál es mi queja en ese lugar contra ese escritor? Que descubrió la comuna rusa, no en Rusia, sino en el libro escrito por Haxthausen, Consejero de Estado prusiano, y que en sus manos la comuna rusa sólo sirve de argumento para probar que la vieja y podrida Europa será regenerada por la victoria del paneslavismo. Mi juicio acerca de ese escritor puede ser correcto o falso, pero de modo alguno puede constituir una clave de mis opiniones sobre los esfuerzos “de los rusos para hallar para su país una vía de desarrollo que será diferente de la que transitó y sigue transitando la Europa Occidental”, etcétera.24 En el apéndice a la segunda edición alemana de El Capital –la que conoce el autor del articulo sobre el señor Zhukovsky puesto que la cita– hablo de “un gran crítico y estudioso ruso”25 con la alta consideración que merece. En sus notables artículos, este escritor ha tratado la cuestión de si Rusia, como lo sostienen sus economistas liberales, debe empezar por destruir la 21 22

Escrita en francés. N. K. Mijailovsky, prominente teórico del partido socialista revolucionario pequeñoburgués de los Narodniki [populistas.] 23 Herzen. 24 Citado en ruso. 25 Chernichevsky.

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commune rurale para pasar al régimen capitalista o si, por el contrario, puede –sin experimentar las torturas de este régimen– apropiarse de todos sus frutos dando desarrollo a sus propias condiciones históricas. Dicho escritor se pronuncia en favor de esta última solución. Y mi honorable crítico tendría por lo menos tanta razón para inferir de la consideración que le profeso a este “gran crítico y estudioso ruso” que participo de sus opiniones sobre el tema, como para concluir de mi polémica contra el “escritor” y paneslavista que las rechazo. Para terminar, puesto que no me gusta dejar nada que deba adivinarse, iré derecho al grano. Para poder estar autorizado a estimar el desarrollo económico actual de Rusia, estudié el ruso y luego estudié durante muchos años las publicaciones oficiales y otras vinculadas a este asunto. Llegué a esta conclusión: si Rusia sigue por el camino que ha seguido desde 1861, perderá la mejor oportunidad26 que le haya ofrecido jamás la historia a una nación, y sufrirá todas las fatales vicisitudes del régimen capitalista. El capitulo sobre la acumulación primitiva no pretende más que trazar el camino por el cual surgió el orden económico capitalista, en Europa Occidental, del seno del régimen económico feudal. Por ello describe el movimiento histórico que, al divorciar a les productores de sus medios de producción, los convierte en asalariados (en proletarios, en el sentido moderno de la palabra), al tiempo que convierte en capitalistas a quienes poseen los medios de producción. En esa historia “hacen época todas las revoluciones que sirven de palanca al avance de la clase capitalista en formación; y sobre todo las que, después de despojar a grandes masas de hombres de sus medios tradicionales de producción y subsistencia, las arroja súbitamente al mercado del trabajo. Pero la base de todo este desarrollo es la expropiación de los cultivadores. “Esto sólo se ha cumplido radicalmente en Inglaterra... pero 26

La mejor oportunidad de evitar el desarrollo capitalista. [N. Ed. Ingl.]

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todos los países del Occidente Europeo están yendo por el mismo camino”, etc. (El Capital, edición francesa, 1879, p. 315.) Al final del capítulo se resume de esta manera la tendencia histórica de la producción: que ella misma engendra su propia negación con la inexorabilidad que preside las metamorfosis de la naturaleza; que ella misma ha creado los elementos de un nuevo orden económico al darle de inmediato el mayor impulso a las fuerzas de producción del trabajo social y al desenvolvimiento integral de cada uno de los productores; que la propiedad capitalista, al fundarse, como ya lo hace en realidad, sobre una forma de la producción colectiva, no puede hacer otra cosa que transformarse en propiedad social. En este punto no he aportado ninguna prueba, por la simple razón de que esta afirmación no es más que el breve resumen de largos desarrollos dados anteriormente en los capítulos que tratan de la producción capitalista. Ahora bien, ¿qué aplicación a Rusia puede hacer mi crítico de este bosquejo histórico? Únicamente esta: si Rusia tiende a transformarse en una nación capitalista a ejemplo de los países de la Europa Occidental –y por cierto que en los últimos años ha estado muy agitada por seguir esta dirección– no lo logrará sin transformar primero en proletarios a una buena parte de sus campesinos; y en consecuencia, una vez llegada al corazón del régimen capitalista, experimentará sus despiadadas leyes, como las experimentaron otros pueblos profanos. Eso es todo. Pero no lo es para mi crítico. Se siente obligado a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en el Occidente europeo en una teoría histórico filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualesquiera sean las circunstancias históricas en que se encuentre, a fin de que pueda terminar por llegar a la forma de la economía que le asegure, junto con la mayor expansión de las potencias productivas del trabajo social, el desarrollo más completo del hombre. Pero le pido a mi crítico que me dispense. (Me honra y me avergüenza a la vez demasiado.) Tomemos un ejemplo.

En diversos pasajes de El Capital aludo al destino que les cupo a los plebeyos de la antigua Roma. En su origen habían sido campesinos libres, cultivando cada cual por su cuenta su propia fracción de tierra. En el curso de la historia romana fueron expropiados. El mismo movimiento que los divorció de sus medios de producción y subsistencia trajo consigo la formación, no sólo de la gran propiedad fundiaria, sino también del gran capital financiero. Y así fue que una linda mañana se encontraron con que, por una parte, había hombres libres despojados de todo a excepción de su fuerza de trabajo, y por la otra, para que explotasen este trabajo, quienes poseían toda la riqueza adquirida. ¿Qué ocurrió? Los proletarios romanos se transformaron, no en trabajadores asalariados, sino en una chusma de desocupados más abyectos que los “pobres blancos” que hubo en el Sur de los Estados Unidos, y junto con ello se desarrolló un modo de producción que no era capitalista sino que dependía de la esclavitud. Así, pues, sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante el pasaporte universal de una teoría histórico filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica.

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DE MARX A SORGE Londres, 15 de diciembre de 1881. Los ingleses han empezado recientemente a ocuparse más de El Capital, etc. Así, en el número de octubre (o noviembre, no estoy muy seguro) del Contemporary, hay un artículo de John

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Rae sobre el socialismo. Muy imperfecto, lleno de errores, pero “benévolo”, como me dijo anteayer uno de mis amigos ingleses. ¿Y por qué benévolo? Porque27 John Rae no supone que en los cuarenta años que llevo difundiendo mis perniciosas teorías yo haya sido instigado por “malos” motivos. “Seine Grossmut muss ich loben”. Parece que la benevolencia de enterarse usted mismo, al menos suficientemente, del tema que somete a crítica, es algo bastante desconocido para los hombres de letras del filisteismo británico. Antes de esto, a comienzos de junio, un tal Hyndman (quien anteriormente se había introducido en mi casa) publicó un librito, England for All [Inglaterra para todos]. Pretende estar escrito como exposición del programa de la “Federación Democrática”, una asociación, recientemente formada, de diferentes sociedades inglesas y escocesas avanzadas, medio burguesas y medio proletarias. Los capítulos sobre el trabajo y el capital son tan sólo extractos literales o glosas de El Capital, pero el tipo no cita el libro ni a su autor, y para cubrirse señala al final de su prefacio: “En cuanto a las ideas y a gran parte de la documentación contenidas en los Capítulos II y III, tengo una gran deuda para con un gran pensador y original escritor, etc.” Conmigo se disculpó escribiéndome cartas estúpidas, en las que decía, por ejemplo, que “a los ingleses no les gusta ser enseñados por extranjeros”, que “mi nombre era tan detestado, etc.” Con todo, este librito –en la medida en que saquea a El Capital– es una buena propaganda, aun cuando el hombre es de corto alcance, y está lejos de tener siquiera la paciencia –que es la primera condición para aprender cualquier cosa– de estudiar un asunto a fondo. Todos estos amistosos escritores de la clase media –si no especialistas– tienen apuro por hacerse de dinero o de nombre o de capital político de inmediato mediante cualesquiera nuevos pensamientos que hayan podido obtener por cualquier golpe de viento favorable. Durante muchas noches este individuo me ha

hurgado para sonsacarme y aprender en la forma más fácil. Finalmente, el 1º de diciembre pasado apareció un artículo (le enviaré un ejemplar) en la revista mensual Modern Thought, titulado “Líderes del Pensamiento Moderno”, Nº XXIII, Karl Marx, por Ernest Belfort Bax. Esta es la primera publicación inglesa de su tipo animada de un verdadero entusiasmo por las nuevas ideas, y que se le cuadra audazmente al Filisteísmo Británico. Esto no impide que las noticias biográficas que el autor da de mí sean en su mayor parte equivocadas, etc. En la exposición de mis principios económicos y en su traducción (es decir, citas de El Capital) hay mucho de incorrecto y de confuso, pero con todo la aparición de este artículo, anunciado en grandes letras por carteles pegados en las paredes del West End londinense, ha producido gran sensación. Y lo que fue más importante para mí, recibí dicho número del Modern Thought el 30 de noviembre, de modo que animó los últimos días de mi querida mujer. Usted sabe el apasionado interés que ponía en tales asuntos.

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27 A partir

de aquí la carta está escrita en inglés.

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DE ENGELS A SORGE Londres, 15 de marzo de 1883. No era posible mantenerlo a usted regularmente informado del estado de salud de Marx, porque cambiaba constantemente. He aquí, en resumen, los hechos principales. Poco después de la muerte de su mujer, ocurrida en octubre del 81, tuvo un ataque de pleuresía. Se recobró del mismo, pero cuando fue enviado a Argelia, en febrero del 82, le tocó durante el viaje un tiempo frío y húmedo, y llegó con otro ataque de pleuresía. El atroz tiempo persistió y, cuando mejoró, fue enviado a Montecarlo (Mónaco) para evitar el calor del verano que se

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acercaba. Llegó allí con otro ataque de pleuresía, aunque esta vez menos fuerte. Nuevamente un tiempo abominable. Cuando por fin mejoró su salud, fue a Argenteuil, cerca de París, a la casa de su hija Madame Longuet. Fue a las termas de azufre situadas en las cercanías de Enghien, para aliviarse la bronquitis de la que había sufrido tanto tiempo. También allí fue espantoso el tiempo, pero la cura le hizo algún bien. Luego fue por seis semanas a Vevey y volvió en septiembre, habiendo recuperado aparentemente casi por completo su salud. Se le permitió pasar el invierno en la costa sur de Inglaterra. Y estaba tan cansado de deambular sin nada que hacer, que otro período de exilio en el sur de Europa probablemente le habría perjudicado tanto espiritualmente como beneficiándole la salud. Cuando en Londres empezó la estación de la neblina, se le envió a la isla de Wight. Allí no hizo otra cosa que llover y se pescó otro resfrío. Schorlemmer y yo teníamos el propósito de visitarlo para año nuevo, cuando llegaron noticias de que se hacía necesario que Tussy se le reuniera de inmediato. Luego vino la muerte de Jenny y sobrevino otro ataque de bronquitis. Después de todo lo que había pasado, y a sus años, esto era peligroso. Se presentaron una cantidad de complicaciones, las más serias de las cuales fueron un absceso pulmonar y una pérdida de fuerzas terriblemente rápida. Pero a pesar de esto el curso de la enfermedad marchaba favorablemente, y el viernes pasado su médico de cabecera, uno de los médicos jóvenes más famosos de Londres, que le recomendara especialmente Ray Lankester, nos dio la más brillante esperanza de recuperación. Pero cualquiera que haya examinado al microscopio, una vez, el tejido pulmonar se da cuenta del peligro que significa que se rompa un vaso sanguíneo si hay pus en el pulmón. Por eso, durante las últimas seis semanas, todas las mañanas he tenido un terrible sentimiento de temor de encontrar corridas las cortinas al doblar la esquina de la calle. Ayer por la tarde, a las 2.30 –que es la mejor hora para visitarlo– llegué y encontré la casa en lágrimas. Parecía que el fin estaba próximo. Pregunté qué había ocurrido, traté de ir al fondo del asun-

to, de consolar. Sólo había habido una débil hemorragia, pero repentinamente había empezado a decaer con rapidez. Nuestra buena vieja Lenchen, que lo había cuidado mejor que una madre, subió las escaleras para verlo y volvió. Dijo que estaba medio dormido y que yo podía entrar. Cuando entramos a la habitación estaba dormido, pero para no despertar más. El pulso y la respiración se le habían detenido. Había muerto en esos dos minutos, apaciblemente y sin dolor. Todos los hechos que ocurren por necesidad natural traen consigo, por terribles que sean, su propio consuelo. Así fue en este caso. La pericia de los médicos podría haberle dado algunos años más de existencia vegetativa, la vida de un ser impotente, agonizante –para victoria del arte médico– no súbitamente sino pulgada a pulgada. Pero nuestro Marx no lo hubiera podido soportar. Vivir con todas sus obras incompletas ante su vista, martirizado por el deseo de terminarlas sin poder hacerlo, habría sido mil veces más amargo que la suave muerte que le sobrevino. Citando a Epicuro, solía decir que “la muerte no es una desgracia para el que se va, sino para el que se queda”. Y verlo a ese poderoso genio postrado como un despojo físico para gloria de la medicina y escarnio de los filisteos a quienes tan a menudo había puesto en vereda en la plenitud de sus fuerzas, no, es mejor, mil veces mejor que haya ocurrido así, mil veces mejor que dentro de dos días lo llevemos a la tumba donde reposa su mujer. Y después de todo lo que había ocurrido, acerca de lo cual los médicos no saben tanto como yo, en mi opinión, no había otra alternativa. Sea como fuere, la humanidad tiene una cabeza menos, y la cabeza más grandiosa de nuestro tiempo. El movimiento proletario prosigue, pero se ha ido su figura central, a la que franceses, rusos, americanos y alemanes recurrían espontáneamente en los momentos críticos, para recibir siempre ese consejo claro e incontestable que sólo podían dar el genio y una perfecta comprensión de la situación. Las luminarias locales y las men-

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talidades inferiores, sin hablar de los farsantes, tendrán ahora camino libre. La victoria final es segura, pero los caminos tortuosos, los errores pasajeros y locales –cosas todas que aún ahora son tan inevitables– serán más corrientes que nunca. Pues bien, tendremos que ocupamos nosotros. ¿Para qué estamos sino es para eso? Y todavía no estamos cerca de perder el valor.

ción I, los capítulos 1 a 4; en cambio, para la conexión general son menos importantes los capítulos 5, 6 y 7, con los cuales no hay que perder mucho tiempo en la primera lectura. Sección II. Muy importante. Capítulos 8, 9 y l0. Revise ligeramente los 11 y 12. Sección III. Muy importante: los capítulos 13 y 15 por entero. Sección IV. Igualmente muy importantes, pero también de fácil lectura: 16 a 20. Sección V. Capítulos 21 a 27, muy importantes. Menos importante el 28. Importante el capítulo 29. En conjunto los capítulos 30 a 32 no son importantes para los propósitos de usted; el 33 y 31 y 34 son importantes, ya que tratan del papel moneda; el 35, sobre las tasas internacionales de cambio, es importante; el 36, muy interesante para usted y fácil de leer. Sección VI. Renta del suelo. 37 y 38, importantes. Algo menos, pero igualmente necesario leer, los 39 y 40. Los capítulos 41 a 43 pueden ser más descuidados (Renta diferencial II. Casos particulares). Los 44 a 47 nuevamente importantes y también de muy fácil lectura. Sección VII. Muy buena, pero desgraciadamente fragmentaria e igualmente con marcadas huellas de somnolencia. De modo que si usted estudia a fondo los puntos principales y en un principio superficialmente los menos importantes, siguiendo estas indicaciones (lo mejor sería releer lo principal del volumen I), tendrá una idea de conjunto y podrá estudiar luego más fácilmente las partes dejadas de lado.

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DE ENGELS A VICTOR ADLER Londres, 16 de marzo de 1895. ...Como usted quiere masticar El Capital [volúmenes] I y II, en prisión, le daré algunas indicaciones para facilitarle la tarea. Volumen II, Sección I. Lea por completo el capítulo I, luego podrá comprender más fácilmente los capítulos 2 y 3; lea luego con cuidado el capítulo 4, ya que es un resumen; los 5 y 6 son fáciles y el 6, en especial, trata de asuntos secundarios. Sección II. Capítulos 7 a 9, importantes. Particularmente importantes los 10 y 11. Igualmente los 12, 13 y 14. En cambio los 15, 16 y 17 al principio pueden tocarse ligeramente. Sección III, es una excelentísima exposición de todo el circuito de las mercancías y del dinero en la sociedad capitalista, la primera que aparece desde los tiempos de los fisiócratas. Excelente en contenido, pero tremendamente pesada en la forma porque 1) está confeccionada mediante dos versiones que poseen dos métodos distintos, y 2) porque la versión Nº 2 fue concluida a la fuerza durante el período de la enfermedad en el cual el cerebro sufría de somnolencia crónica. Yo dejaría esta parte para el final, después de trabajar en el volumen III por primera vez. Tampoco es inmediatamente indispensable para su trabajo. Luego el tercer volumen. Aquí son importantes: en la Sec-

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I N D I C E Presentación ........................................................................... 7 Introducción ............................................................................ 9 I

FEDERICO ENGELS: El autor de “EL CAPITAL” .............11 1 La vida y la obra de Carlos Marx .................................. 13

II C. MARX y F. ENGELS: “EL CAPITAL” Y LA ECONOMÍA POLÍTICA ............................................ 27 1 F. ENGELS. Introducción a “Trabajo asalariado y capital” ........................................ 29 2 C. MARX. Prólogo a la “Contribución a la crítica de la economía política” ................................. 39 3 F. ENGELS. La “Contribución a la crítica de la economía política”, de Carlos Marx ...................... 47 4 F. ENGELS. “El Capital”, de Marx ................................. 61 5 C. MARX. Prólogo a la primera edición del primer tomo de “El Capital” ..................................... 71 6 C. MARX. De las palabras finales a la segunda edición del primer tomo de “El Capital” ......................... 77 7 F. ENGELS. Del prólogo al segundo tomo de “El Capital” ........................................ 83 III C. MARX y F. ENGELS: La creación de “EL CAPITAL”... 87 1 C. MARX. El método de la economía política .............. 89 2 C. MARX. El plan de “El Capital” ................................ 101 3 C. MARX y F. ENGELS. Correspondencia sobre “El Capital” ......................................................... 107