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Café Bausch Adriana Ventura Fondo Editorial Tierra Adentro Colección La Ceibita Al Sr. de la Rosa, por Thiago, nuestr

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Café Bausch Adriana Ventura

Fondo Editorial Tierra Adentro Colección La Ceibita

Al Sr. de la Rosa, por Thiago, nuestro laberinto.

© Adriana Ventura D.R. ©  2015, de la presente edición: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes Dirección General de Publicaciones Av. Paseo de la Reforma 175, Col. Cuauhtémoc, CP 06500, México, D.F. Diseño de portada: Javier Alcaraz Formación: Alonso García Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes / Dirección General de Publicaciones.

Es curioso que las cosas bellas tengan siempre algo que ver con el movimiento. Pina Bausch —Lleve usted sus maravillosos pies descalzos y guarde en buena hora sus amatistas. Francisco Tario

isbn: en trámite Impreso y hecho en México 5

Coreografía Uno

Apunte

Media tarde. Mirar un álbum de fotografías. Pasar las yemas de los dedos por los bordes de las hojas. Sentir una tarde de otoño del noventa y tres. Cerrar los ojos. Estar tumbada bajo un laurel. Mirar sus pétalos largos. Jugar a los trompos con las semillas esparcidas en el suelo. Volver a la media tarde. Tener las manos sucias, los ojos repletos de pasado. Moverse. Bostezar. Sentir que el tiempo se lleva el cuerpo a través de un ejército de hormigas. Mejor no sentir nada. Creer que llueve. Moverse. Estirar una mano. Alcanzar la taza de té, frío ya. Moverse. Pasar los dedos por una fotografía. Un cumpleaños. La prima Naty bailando lambada, quizá otra cosa. Moverse. Estar de pie, con 1.20 de estatura, mirándola. Morir de envidia. Volver a la tarde que avanza tres cuartos. Sentir un octavo de tristeza. Moverse. Cerrar la ventana para que la tarde no entre. Atesorar ocho años de pasado en los párpados.

La eternidad es movimiento. Lo entiendo ahora que los días bostezan en mis manos, voy de un sitio a otro, de la cama a la silla. Pienso en la separación, el desprendimiento natural de las cosas. Aquella hoja que no cayó en su otoño porque se animó al desafío perpetuo.

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De Pina para Béla Bartók Han dicho que para andar por el sendero del amor se debe ir a ciegas. Judith lo sabe, le engalana la barba azul del conde, por eso va descalza hasta su castillo. El amado posee siete llaves y Judith es curiosa. Ya sabemos lo que la curiosidad hace a los gatos, pero Judith es una dama. Siete llaves para siete puertas. Primero una habitación de tortura. En la segunda, las armas de un hombre que se defiende de los días. Tercera, un tesoro. En todos los castillos suele haberlos, aunque no manchados de sangre. Será que las grandes recompensas aguardan siempre las sombras del sacrificio. Pero el jardín de la cuarta puerta lo compensa todo. Un patio alimentado de exclusiva y roja materia orgánica. En la quinta debe haber algo mejor, un paisaje acompañado de luz. Si miras bien notarás que las sombras se burlan de tu ingenuidad. Judith abre la sexta puerta, mira un lago plateado que se extiende melancólico como la barba azul de su conde. A Barba Azul le parece suficiente. No más pruebas de amor. Vacila. Hay puertas que desatan la ira del tiempo. El pasado es un rincón de la memoria donde los demonios aparcan. No hay que abrir más puertas. Pero el amor lo demanda todo. Judith vino al castillo descalza. Quiere la llave. Cae en sus manos como un meteoro, como la roja manzana cae en el campo marchito. En la última habitación se resguarda la imagen de las mujeres anteriores a ella: las amantes de las mañanas, del mediodía, de las tardes. 8

El amor lo demanda todo. Judith no podrá andar por el castillo entre todas las sombras, cómo entretener a esos fantasmas. No hay marcha atrás, devuelve las siete llaves y encuadra su lugar en la habitación. Barba Azul recibe un último abrazo y embiste su tristísima situación de hombre solo.

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Apunte La confianza también es desplazamiento, hay que abrir puertas con la misma delicadeza que se emplea para caminar entre hojas marchitas o para cambiar las páginas de un viejo álbum de fotografías. Casi la misma fuerza que se gasta en pasar los ojos por un cuento de Perrault y convertirlo en un poema o una ópera expresionista.

Naty era una niña extrovertida. Solía llamar la atención en las reuniones. Iba a clases de natación, patinaje, cocina, danza. Yo nunca tomé una clase extra. No podía sostener un balón entre las manos, ni mantener el equilibrio sobre ruedas, no corría. Nunca entendí la dinámica de la cocina, nada. Apenas si balbuceaba el par básico de monosílabos. Me hubiera gustado bailar lambada, o cualquier otra cosa. Usar tutú, o un traje folclórico. Mi vida es una secuencia de no sucesos. El pasado me convirtió en el tablero predilecto de la nostalgia. La atrocidad del hubiera acompaña la solitaria tonada triste de mis tardes.

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Tengo planeado un baile con el pasado. Yo que no me atrevo a dar siete pasos seguidos. Yo, la que ha envidiado la sincronía de los insectos que enfilan su avaricia. Siempre quise bailar como mi prima. Siempre quise organizar mis recuerdos a partir de la nostalgia, pero un pretexto azul y largo me paraliza.

Me confunde este desplazamiento por el tiempo, ya no sé si tengo ocho años, 1.20 de estatura, siete llaves, o las piernas largas y torpes de los 21. Siento, de eso estoy segura, un octavo de tristeza por los hombres solitarios, de barba azul y larga. Me apenan los condes que se enamoran de mujeres curiosas y descalzas.

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Coreografía Dos ¿De qué es capaz un cuerpo? Spinoza Cuando llueve, la gente suele desesperar y buscar refugio. Hay quienes bailan, sé de una película donde un hombre canta bajo la lluvia, yo sólo miro los pasos, sus vueltas alrededor de un farol. Un hombre de traje, chapoteando alegría con un paraguas. Nunca bailé bajo la lluvia. Canté, quizá, de ello no hice anotaciones en mi diario. Seguramente busqué refugio ante una tormenta. Hay algo de común en no desear el chapuzón de las nubes. La lluvia me ha estropeado días, vestidos, zapatos. Lo pienso ahora: me gustaría, alguna vez, cantar y bailar bajo la lluvia.

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Siempre he querido organizar mis recuerdos a partir de la nostalgia. Nadie sospecha del tumulto de miedos que me paralizan. No creo que exista otra forma de poner orden al trauma de mi mundo. En primer plano pondría la envidia de aquella tarde en la que miré a Naty bailando. No llovía, no sé qué hora era. Si ella estaba descalza, no lo recuerdo. Yo no bailo.

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Apunte Deseo piernas y brazos para aniquilar el espacio. Soy diminuta, no lleno mis vestidos. Lo inmenso del sonido me abarca. Soy tímida, no lleno el sentido de las palabras. Hay demasiada amplitud en los días. Soy diminuta, no puedo avanzar una vereda. Habito las cuatro patas de una mesa de café. Leo el tiempo en las manecillas doradas: sesenta segundos de silencio me impactan. Soy tímida, no hablo. El miedo motiva mi cuerpo.

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De Pina para el que canta bajo la lluvia y para los espectadores de La luna llena Escena emblemática. Se baila y se canta. Me hice bailarina porque no pude con las palabras. Los signos me daban punzadas en el cuerpo. Yo quería hacer del movimiento un trazo líquido. Porque sé dar forma a la energía que fluye en mí, siempre igual. Un gesto que me hace transitar por el universo en mi forma silenciosa y limitada. Un hombre desafía a la física con el mismo armamento que desafía la amargura: baila. Sostiene una bóveda sobre su paraguas, reta al cielo: canta. La imagen de la luna me acechó. Una idea lírica que perturba, libera, enajena. Un disparate enorme. Qué enfado exhibir el lado común de los astros. Entre el universo de posibles se me ocurrió bailar justo en medio de un río, brindar tenue compañía a la noche con una roca, una grande. La tierra, el único lazo que detiene mis alas. El agua es el recurso principal de mi vida, dije, que también lo sea para esta coreografía. La luna debe ser el símbolo redondo de la locura. Con el agua no puede hacerse más que enloquecer y bailar.

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Intuyo que la danza es el juego inocente que nos pone la vida para retarnos a desafiarla. Me contengo, el sonido provoca todos mis poros. La sinfonía del tiempo me lanza a un escenario. El escenario es una piscina donde la soledad da piruetas, a pesar de nuestro recato. Extiendo el miedo que me abarca, los demás afirman que eso es bailar.

Apunte De Aristóteles aprendí a moverme. Todas mis penas han sido desgarres líquidos. La vida es distinta cuando entiendes la dinámica de la vida que brota a pesar del contacto disimulado y violento de la materia. Me amurallo en la tibieza de un edredón. No entiendo las 280 y tantas páginas del griego. Me seduce la idea de no entender nada, ignorar qué impulso me empuja o me mantiene. Soy el refugio sagrado de la energía. Me obsesiona la poética de la forma sin límites. La materia a pesar de mí, se mueve y me expulsa. ¿De quién tendré que aprender a quedarme quieta?

No sé distinguir entre el arriba y abajo cósmico. Los elementos no deberían conformar teorías. Resulta complicado entender que debo salir de la cama, que las mañanas abarcan mi habitación. El cosmos es una palabra que zumba en mi despertador, escucho su eco como el canto de pájaros citadinos que mantienen la cordura ante los disparates de la física. El orden sideral me empuja a los días, me encierra en las noches. Mi orientación tambalea en el universo.

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El movimiento es la afirmación infinita de una pregunta que todavía no existe. ¿Tengo que aprender a quedarme quieta? Notarás que el agua es la imagen predilecta del movimiento, un tambaleo sin premura que se repite y en su constancia queda la evidencia divertida del tiempo. La tierra es el único lazo que detiene mis alas.

La felicidad es un líquido que fluye en el tiempo. Tenía que asumir tal reto en mi primera clase de danza. Era un cuerpo entre los muchos cuerpos del cosmos. Una materia andante y desorientada en el universo. No pude desprenderme o incorporarme. No sabía mover la forma que calzo y visto, un conjunto sanguíneo que nunca me ha pertenecido. Estaba enredada en el asombro de mis pies desnudos cuando desistí para salir a enfrentar mi terror en las calles. No debo olvidar que llovía y que tampoco bailé ni canté bajo la lluvia.

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Coreografía tres La energía del cuerpo es con frecuencia centrífuga y todos los centímetros de la piel humana se tiñen de una suerte de soledad. John Berger Llegar a otra ciudad. Viajar tres horas en transporte público. Tener hambre. Asistir al teatro por primera vez. Entrar a un camerino. Entender la frase de Ionesco: «Toma un círculo, acarícialo, y tendrás un círculo vicioso». Besar a alguien por última vez. Decir adiós convencida de que volverá. Tirar la toalla, levantarla, romperla, quemarla. Comprar una nueva. Estrellar cada una de las piezas de una vajilla cara, arrepentirse. Amar, asesinar. Empacar toda la ternura en una bolsa de mano. Caminar por el borde de un acantilado. Rendirse. Tener hambre, de nuevo. Hurgar en la bolsa. Descubrir una mentira, dos, tres. Viajar, de nuevo. Entender otras frases de Ionesco. Amar como nunca a las cuatro de la tarde de un febrero cruel. Asistir al teatro por segunda vez. Asumir que la vida es un camerino prestado al que se debe entrar sin bolsas de mano.

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Apunte para después de hablar con ella Me enamoré de Benigno a los diecinueve, quizá a los veinte. Todas soñábamos con ser chicas Almodóvar. Benigno no me habría correspondido. Él quería a una que bailaba. Yo no bailo.

Dicen que la melodía es un ritmo cuya consecuencia se refleja en los actos. Para mí la música es el antiguo mangoneo que me reduce el espacio y acorrala mis sentidos hasta extirparme las ganas de ejercer mi derecho al vuelo.

Benigno sabía tratar a las mujeres. A la suya, le hablaba. «El amor es la cosa más triste del mundo cuando acaba» y también cuando no sucede. Benigno se enamoró de una mujer en coma y yo de un personaje de cine. A los veinte no quería ser una chica Almodóvar, quería bailar y que me hablaran.

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A Diego El color para la física es azul pardo, cobalto, acero, aciano, acuático, aguamarino, arándano. Azul campánula, caribe, celeste, Chagall, ciruela, clemátide, cosmos, indantreno. Azul de medianoche, de niño, de egipcio, eléctrico, escarcha, esmeralda, espuela, éter. Azul grisáceo, jacinto, marino, mate, medio, alto. Azul montaña, negro, niebla, nocturno. Azul nomeolvides, nuboso, océano, ocular, ópalo, azul oriente. Azul como el movimiento. Azul original, pastel, porcelana, primario, profundo, virgen, zafiro, como nuestros recuerdos.

Apunte El amor es también una motivación motriz. Lo dijo Aristóteles: la pulsión o empuje de un cuerpo contra otro. Yo diría, la mano que desemboca en otra mano, un beso, un abrazo: la violencia. El espacio que suprime. Por eso la caricia es un movimiento poderoso, el gesto más puro del egoísmo.

Los cuerpos nunca mienten. Amo su ingravidez en el escenario. El asidero, la canalización, el enfoque de un proyecto. No estoy segura de poder canjear mis piernas por alas. Para bailar o para amar se requiere concentrar ciertos misterios del movimiento. Yo siempre lo he ignorado todo.

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Apunte

Coreografía cuatro o boceto para «Café Müller»

Me muevo para encontrar la mixtura entre pasado y futuro, porque siempre partiré de mí para ser otra, la niña de doce años o la de ahora. El movimiento es la palpitación misteriosa, el golpeteo tenaz de los insectos contra algunos faroles durante el verano. No cabe en mi cuerpo la bóveda del universo, me expando, aleteo a la velocidad de la luz para aniquilar esta miseria.

Al café de mis padres llegan viajeros, se refugian. Mantienen conversaciones que no entiendo, la palabra es un lenguaje distinto al mío. Ellos mueven las bocas entre un bocado y otro. No quiero hablar, no entiendo. Habito las cuatro patas de una mesa de café. Yo apenas puedo sostener dos palabras, balbuceo. Debe ser el silencio lo que reina en este sitio, pero el ruido me golpea la frente, uno, dos, tres. Las mesas, los platos, las sillas. El encierro de mis días dentro del café de mis padres, uno, dos tres. La tragedia de una niña muda bajo las mesas.

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Otro apunte Desperté a tiempo para buscar una voz. Resulta confuso ir de cacería, una entorpece entre el sonido. ¿Cómo colocarme el ruido en la boca? Sé esparcirme por el tiempo en zapatillas de ballet. Soy una mujer larga, muda, lo padezco.

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Extenderme al mundo con cuatro simples tentáculos, sin lengua, es doloroso.

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Serie de apuntes para Philippina 1 Aristóteles no es buen amigo, suele implicarse en demasiados asuntos y no me ayuda a descifrar tu misterio. Energía es una palabra que ronda mi almohada y me dice que sueñe con despegar del suelo. Pero mi cuerpo es renuente; se atrofiaron mis piernas y mi voz es bajita. Soy insegura, Pina. 2 Sé que naciste en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Tiempo de sacrificios, dices. Hablar te daba miedo. Nunca encontrabas las palabras adecuadas. El movimiento era tu propio lenguaje, te abrió el telón de la vida. En la mía no hay telones, ni ruidos o sombras me han empujado a dar un paso, dos, quizá un salto. Soy la desgracia de lo estable. Me parezco a mí misma, inmutable.

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3 Te escribí un libro, que no leerás, Pina querida. Te miré por primera vez en tercera dimensión. De ti hablaron todos tus bailarines, me conmovieron. Yo quería moverme, bailar como el chocolate cuando escurre por los pasteles que preparo. Habría sido buena bailarina, tengo piernas largas. Pero soy inmutable; una inválida que no deja de admirar lo que te conmovió. El encierro me ha mutilado. Bailar no es, no fue una de mis opciones. 4 La vida siempre demanda un protagonista, tengo que llegar a ser desde lo que no soy. Soy impuntual, nunca he asumido los pasos de mi vida. Me arrepiento de todo, Pina. Estampé mi cuerpo en el silencio de donde brotó un paso, otro, un plié, una reverencia. No sé qué hago cuando pongo la música y siento las partículas empujándome a desear otro cuerpo, no el mío, uno cuya energía abarque todo lo flexible. Me arrastro por el suelo deseando ser una manzana madura y fresca, una fruta que la música pueda morder.

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5 Existir es, naturalmente, agazaparnos en el universo y no pertenecer a nada. 6 Debo confesar, Pina, que odio tus coreografías. La cruda forma del amor estampada como un puñal que se entierra en el cuerpo, que sale de la herida y vuelve. Aunque la envidia me asesina. Me poseen las ganas de amar, pero soy la frustración en dos patas. El tiempo me zarandea con su infinita secuencia de recuerdos deformes. 7 Pina, el suelo me besa la planta de los pies y aquí agradezco una referencia tan botánica porque lo orgánico me hace habitar la certidumbre. Es tiempo de bajar el telón. Voy a germinar en el movimiento, ¿cierto, Pina?

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Índice Coreografía Uno 6 Apunte 7 De Pina para Béla Bartók 8 Apunte 10 Coreografía Dos 12 Apunte 14 De Pina para el que canta bajo la lluvia y para los espectadores de La luna llena 15 Apunte 17 Coreografía tres 19 Apunte para después de hablar con ella 20 Apunte 23 Apunte 24 Coreografía cuatro o boceto para «Café Müller» 25 Otro apunte 26 Serie de apuntes para Philippina 28

Café Bausch, de Adriana Ventura, se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2015 en los talleres de Offset Santiago, S.A. de CV., Av. Río San Joaquín #436, Ampliación Granada, CP 11520, México, D. F. El tiraje consta de 3 550 ejemplares.