Baudelaire, Charles - Las Flores Del Mal (Trad Angel Lazaro)

CHARLES BAUDELAIRE LAS FLORES DEL MAL BIBLIOTECA EDAF 9 Traducción y prólogo de ÁNGBL LÁZARO © E. D. A. F., M ADRI

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CHARLES BAUDELAIRE

LAS FLORES DEL MAL

BIBLIOTECA EDAF

9

Traducción y prólogo de ÁNGBL LÁZARO

© E. D. A. F., M ADRID, 196?

N.° de registro: 6355-63 Depósito legal: M. 1524/1964

IMPRESO EN ESPAÑA

PRINTBD IN SPAIN

TALLERES VELOGRAF.— NICOLÁS SÁNCHEZ,

97, MADRID- í9

CHARLES BAUDELAIRE

i.

i

EL POETA DE “ LAS FLORES DEL M A L i A mejor prueba de que un poeta está vivo es que I ^ un editor reedite sus versos. Dentro de cuatro años se cumplirán los cien de la muerte del poeta Charles llaudelaire. ¿Cuántas ediciones se han hecho desde en­ tonces de Las flores del mal? Tal vez se ha perdido ya la cuenta. Tan numerosas son. No. No es cierto que los libros de versos no se lean; lo que ocurre es que entre la selva formada por quienes hacen versos— los poetas voluntarios, com o les llamó Juan Ramón—es raro encontrar al auténtico poeta. A c­ tualmente, por ejemplo, hay en España una verdadera selva de poetas Uricos. Está bien ese entusiasmo por la poesía; pero sería pueril creer que, por bien que estén los versos de todos ellos, son todos poetas. El poeta es una flor rara. Ser poeta no consiste en tener más o me­ nos talento; se puede incluso—como decía Ramón G ó­ mez de la Serna— , se puede ser tan poeta, que ni si­ quiera se necesite escribir versos para serlo; en cambio, por buenos versos que haga quien no sea poeta—que 9

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es cosa de “ ser” y no de “ saber” — nunca se le podrá considerar dentro de la cofradía en la que se entra por­ que sí, es decir, por derecho de indudable autenticidad, o no se entra de ninguna otra manera. Y, cosa curiosa, es la gente, es el público, es el lector desconocido el que, al cabo, canoniza al poeta, el que lo lee en vida y el que lo consagra muerto, por muy ex­ quisito o muy de minorías que haya podido parecer en algún momento. El caso de Rubén Darío en lengua es­ pañola y el caso de Charles Baudelaire en lengua fran­ cesa, son bien elocuentes a este respecto. ¿Quién no los lee, quién no los conoce? Más recientes están en España los casos de Juan Ramón Jiménez y de Antonio Ma­ chado; ninguno de los dos ha tenido necesidad de conceder nada al llamado vulgo para que hoy su poe­ sía sea conocida de todos. Y si no su poesía, sí sus nombres como tales poetas. La poesía gusta y llega no sólo a los iniciados. Y no es cierto que los versos no tengan lectores. Nadie expli­ caba mejor esto que el director de una famosa revista española que, sin saberse por qué, dejó de publicar ver­ sos en sus páginas. — ¿Pero de verdad que no hay lectores para la poe­ sía? ¿D e verdad que el público no quiere versos? — le preguntó un colaborador. — V oy a decirle a usted la verdad. L o poesía verda­ dera, los buenos versos sí que gustan, como han gus­ tado siem pre; a unos lectores más que a otros, claro está, pero lo suficiente para que y o siguiera publicando versos en la revista. L o que ocurre es que si publico los versos buenos, los de la media docena de poetas con que, en verdad, puede contarse, y acaso me estiro un poco, tengo que publicar también todo el montón de versos que con recomendaciones y presiones de toda cla­ se me cae encima... “ ¿Es que no ha publicado usted Iosversos de fulano!” , alegan cuando no los publico. ¿Y cóm o le digo al que reclama que fulano es un poeta y que él no lo es? ¿Cóm o le digo que sus versos pulidos. 10

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alambicados, semejantes a los de docenas de jóvenes—a veces no tan jóvenes— iguales que él, no valen lo mismo que los de fulano? Por eso he decidido no publicar ver­ sos. Y la razón que doy es que no tienen lectores. Es lástima que los simuladores, los eternos amateurs del verso, hayan acabado con los versos en las revistas editadas “ para todo el mundo” ; porque, con ser útiles y necesarias las revistas de grupo, los cuadernos de poe­ sía para sólo una minoría de lectores, es indudable que no hay poeta “ consagrado” si no es conocido incluso por quienes no han leído siís versos. Charles Baudelaire es uno de estos poetas. Habladle a cualquiera de Las flores del m al; podrá haber leído o no haber leído a Baudelaire, pero sabe que existe o existió un poeta que escribió unos versos llamados asi, y, si no todos sus poemas, alguno, o algún verso suelto ha llegado a sus oídos. Esto, en cuanto al lector anónimo. Porque en lo to­ cante a la estimación, a la fama, a la gloria que Baude­ laire ha conquistado dentro de los medios literarios más exigentes, puede decirse que no más de ayer mismo, en el número de primero de agosto de 1963, Les Nouvelles Littéraires, de París, dedicaba un largo artículo de en­ trada al gran poeta francés. Baudelaire está ahí, para las minorías y para la in­ mensa mayoría que ha ido devorando edición tras edi­ ción, no sólo para los lectores franceses sino de otras lenguas a las que ha sido traducido. lOcurrió así con Baudelaire en vida! Hemos llegado al punto de su biografía, aunque la biografía de un poeta lírico está en sus versos, y para saber lo que fue la vida de Baudelaire— toda su vida, con entrega total—nada mejor que leer los versos que integran este libro. “ Tomad y leed, ésta es mi sangre” , pudiera decir el poeta, imitando a Jesús, al ofrecernos su obra, esta her­ mosa. abundante, milagrosa cosecha de sus poemas. * * * II

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Nace Charles Baudelaire en el mes de abril de 1821, en París. Quien iba a ser su padre, Frangois Baude­ laire, había casado a los sesenta años en segundas nup­ cias (1819) con Caroline Archimbaut-Dufays, que cuenta veintiséis y que había nacido en Londres. A los seis años del nacimiento de Charles muere el padre, el buen fran­ cés que desempeña un importante cargo administrativo en el senado. A l año siguiente contrae de nuevo matri­ monio la joven viuda, esta vez con el coronel Jacques A upick. A los doce años, el niño es internado en el Colegio Real de L yon ; a los quince, el padrastro logra que sea admitido en el Collége Louis-le-Grand, de París; Char­ les obtiene un premio por una traducción de versos la­ tinos; a los diecisiete hace las primeras amistades lite­ rarias; a los dieciocho es expulsado del Collége Louisle-Grand ; a los diecinueve está complicado amorosa­ mente con una joven judía llamada Sarah, inspiradora al parecer de cierto poem a; a los veinte años, el coronel A upick, preocupado por el carácter independiente del joven Charles, lo mete en un velero anclado en Burdeos y lo envía rumbo a Calcuta... En una escala en la isla Bourbón— o Reunión— el joven queda encantado por el paisaje tropical y se resiste a continuar el viaje. Esa es­ tancia allí, de un año aproximadamente, fue decisiva, a nuestro juicio, para su vida y su obra. ¿Qué ha pasado durante los años de infancia'? Nadie mejor que el poeta podrá decírnoslo cuando escribe des­ pués: “ porque desde mi infancia lejana he conocido la risa sin motivo y los sombríos llantos El niño no había sido feliz con su padre postizo, no porque éste fuera cruel, ni siquiera rudo con el mucha­ cho, sino seguramente porque había en él una sensibili­ dad singular: había nacido poeta... Basta leer su poema “ Bendición” para saber lo que Baudelaire piensa del na­ cimiento y la infancia del poeta, es decir, de la aparición de esa peregrina criatura que es el nacido poeta, en este 12

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mundo que él viene a cantar, a descubrir maravillado, por lo cual a veces ha de ser mirado con curiosidad, o con burla, o con recelo, como esos forasteros— ¿no es siempre un poco forastero el poeta en este mundo? — que recorren la gran ciudad asombrados de todo. Charles Baudelaire, veinte años, en la cubierta de un velero, desde Francia, rumbo a la India... ¿N o empieza aquí el poeta verdadero? Solamente un año escaso dura, como decimos, la estancia de Charles en la isla lejana, donde ha escrito su soneto A una dama criolla (“ A une dame créole” ), que es ya un poema admirable. En febrero de 1842 regresa a Francia a bordo de L’ Alcide. Tiene veintiún años; en el viaje escribe su gran poema El albatros, el poema por el que Baudelaire es ya un gran poeta; el poema que lo define más que otro ninguno; el poema que, una vez leído, nos hace ir a buscar ya todos los otros versos del poeta, toda su obra; el poema que tira siempre de nosotros; el más puro, el más noble, el más completo, porque es aquel en que el poeta se retrata, se deja para siempre a sí mismo. Y si Baudelaire no hubiera escrito más que este poema, estaría ahí com o está, verbigracia, Jorge Manrique en la poesía española por sus solas “ Coplas” a la muerte de su padre, o más tarde Bécquer por una sola de sus “ Rimas” . Hubiera muerto allí, a los veintiún años, Char­ les Baudelaire, y El albatros, y con él el nombre de su autor, sería inmortal. Ése es el poeta.

Aquel viaje y aquella permanencia en una tierra exó­ tica serían ya a lo largo de la vida y de la obra de Bau­ delaire algo decisivo. Un año escaso, no más, y ya para siempre queda en el espíritu del poeta una huella que ha de atravesar su obra. ¿D e qué modo? Decía Flauhert que para describir una siesta tropical no había como sentarse en una tarde de invierno ante

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una chimenea con troncos encendidos. Pues bien: cuan­ do leemos Cuadros parisienses, de Baudelaire, y nos ma­ ravillamos ante sus descripciones de la gran ciudad, que él pinta en su despertar, en sus muchedumbres que bu­ llen en las calles céntricas, o en los viejos borrachos que van dando tumbos por los arrabales', cuando se extasía ante sus ocasos, o se acurruca com o un gato voluptuoso tras las cortinas en su gabinete de París, adivinamos al poeta soñando, recordando o imaginando todo eso bajo los cocoteros lejanos, apenas salido de la adolescencia', y de tal modo el otro paisaje— el del tró­ pico— se le acerca cuando retorna a lo suyo, que siem­ pre, hasta el final, como en su poema A una malabaresa, está viendo en París lo distante, y siempre como queriendo volver allá, es decir, vuelta su nostalgia a aquello mismo que le hizo un día sentir la otra nostal­ gia, la de su patria, la de su tierra, la de su paisaje, y la de todo ese mundo que vemos latir a lo largo de sus versos. Trazad imaginativamente una línea desde El albatros y A una dama criolla hasta A una malabaresa y advertiréis esa constante en la obra del poeta. En su retrato espiritual, en esa autobiografía que son sus ver­ sos, tal linea está perfectamente clara, a nuestro juicio. ¿Es que su mismo enamoramiento de Juana Duval, kt mulata que hemos de ver inmortalizada una y otra vez en cada poema, no es como la sostenida nostalgia que el poeta experimenta, hundido hasta el pecho en el lodo de París, por las tierras donde las mujeres tienen piel color de tabaco y se mueven con ritmo y languidez que parecen los del cocotero acariciado por la brisa? Con todas las perversiones, los refinamientos, las ex­ quisiteces sensuales que pueda haber en los versos que inspira esta “ venus negra” , hay por debajo un puro re­ cuerdo de adolescencia. Y la lealtad que Baudelaire pro­ fesa a esta mujer, de la que cuida hasta el último mo­ mento, cuando ya ella está vieja y enferma, demuestra esa pureza de sentimientos que no puede provenir más

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que de aquella pura juventud arrancada de sus raíces, de su ambiente, de la patria, en suma, en un velero que ha de llevarlo a mares remotos. Esta ternura que, repetimos, ha de salvar a Baude­ laire de toda caída definitiva, aunque se familiarice con los antros que luego ha parodiado, sin saberlo, el existencialismo francés de última hora, si bien, claro está, no con la belleza y el estremecimiento del autor de “ Les fleurs du mal” — el “ nuevo estremecimiento” de que ha­ blaba Víctor Hugo— , esta ternura, decimos, que está, entre otros, en su poema Las viejecitas, y en El amor del engaño, donde recuerda a la vieja sirvienta cuyos despojos estarán tiritando comidos del gusano, y a cuya tumba quisiera él llevar unas flores, es la ternura de la niñez, es aquel sentimiento de la pura adolescencia con que Baudelaire veía al pobre albatros cazado sobre cu­ bierta, sufriendo las burlas y las torturas de los mari­ neros; y, como según Ortega y Gasset, a propósito de ¡a condesa de Noailles, “ la poesía es adolescencia fer­ mentada y así conservada” , vemos en Baudelaire cum­ plirse la definición orteguiana, vemos la adolescencia hecha poesía, el fermento milagroso que ha de convertir en materia poética cuanto toca. ¿Cóm o se explica, por tanto, la blasfemia, el satanis­ mo, lo que se ha llamado también la perversidad bodelerianal Hay que estar muy desesperado para blasfemar como lo hace Baudelaire en ocasiones. Pero esa misma desesperación, ese mismo blasfemar y maldecir de este “ poeta maldito” nos está diciendo su inconformidad con la fealdad del mundo que le rodea, nos está reve­ lando la aspiración a lo infinitamente bello y lo infinita­ mente bueno, y es, a su manera, un camino de perfec­ ción, porque Baudelaire siempre acaba por encontrar a Dios, siempre acaba por encontrar el bien, la pureza. En su más “ condenable” poema, el de Mujeres condenadas, acaba él mismo por pronunciar la sentencia, por lanzar la condenación, como poseído de un divino designio, y yernos al Espíritu descender sobre todas las aberrado-

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nes, sobre todos los desvarios, sobre todos los delirios de la carne y de la sensualidad. Baudelaire, en Castilla, hubiera cantado a la manera del Quevedo que dice “ polvo seré, mas polvo enamo­ rado", o como la Teresa de Cepeda del “ muero porque no muero” . Pero es curioso que, mientras la seca, alta y des­ nuda meseta castellana transforma el frenesí de la sensualidad en puro espíritu, en el deliquio con Dios o en el platónico arrobo con que don Quijote ama a Dul­ cinea, la rica y jugosa tierra francesa— “ mollar y tibia", cantó Unamuno— transforme la exacerbación y el fre­ nesí sensual—sensual y erótico en su más genuino acep­ ción, es decir, como fiesta de los sentidos y culto amo­ roso—en este estremecimiento voluptuoso, en este ero­ tismo sublime que Baudelaire representa—sublime en él, deleznable en sus malos imitadores— , que nos pare­ cería a veces corruptor, si no fuera la expresión de un espíritu torturado en la búsqueda de lo eterno, a través de todos los paraísos, todos los purgatorios y todos los infiernos de este mundo. A este respecto, observad que Baudelaire siempre aca­ ba por refugiar su cabeza, harta de tantos senos volup­ tuosos, en el regazo de la eternidad. * * * Seguir paso a paso, en fechas, en detalles, en peque­ ños sucesos la vida de Baudelaire, no es nuestro propó­ sito. Nos parece, insistimos, que la vida del poeta, y más de un poeta como Baudelaire, está en sus versos. Es más: sería un error en ocasiones tomar por vida lo que no es sino apariencia cotidiana y vulgar de la vida verdadera; hay innumerables cosas que un poeta hace a lo largo de su vida porque no le queda más remedio que hacerlas, y que enumeradas, no harían sino desfigu­ rar su verdadera biografía, su semblante verdadero.

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“ Aquél no era y o ” , podría decir de sí mismo revisando muchas acciones de su pasado, muchas obligaciones que no estaban en la vocación y que encubrieron, en su momento, la autenticidad del ser, el modo esencial del poeta. Por eso, nos parece un juego pueril y poco útil para conocer a un poeta, dar un tironcito de cordel a la co­ meta maravillosa que ha elevado en el cielo, y traerla a la realidad de su vida, cada vez que él, para redimirse precisamente de la fealdad y la prosa que lo rodea, traza en el azul un giro deslumbrante, logra una evasión milagrosa, describe un asombroso vuelo, realiza, en fin, su verdadera vida, apresando la realidad ideal del poe­ ma que ha de dar fé de que verdaderamente ha vivido. Este dejarse un trozo de sí mismo en cada poema, este comunicar al verso la propia sangre, para dejarla en él, cálida, palpitante, es la forma de la inmortalidad. Y cada vez que leemos un poema de Baudelaire, te­ nemos al hombre retratado de cuerpo entero ante nos­ otros, y, más aún, tenemos su corazón estremecido y su espíritu trasfundido al verso. Pero hay que decir ineludiblemente algunas cosas: no fue comprendido de todos sus contemporáneos en la medida de su valor. Hoy, sin embargo, es el más “ popular” — llamémosle así— , no sólo en Francia sino en el mundo, con una popularidad que llega hasta quie­ nes no lo han leído, o que le conocen por malas refe­ rencias, esto es, por lo que en Baudelaire pueda haber de pecado. Otros poetas franceses, Ronsard, Mallarmé, Musset, Verkiine, han quedado, naturalmente, y han in­ fluido y siguen influyendo tal vez en los poetas de aquí y de allá; pero sólo Las flores del mal, aunque quien las miente desconozca el nombre del autor, están en labios de todos. Cierto que esto lo logran también, a veces, obras deplorables, pero cuando se produce la coincidencia de la popularidad en la gran obra de arte, cuando, como ante el Pórtico de la Gloria compostelano, se extasía el aldeano y el ilustre, es que el genio

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se haya presente. Y la presencia de Baudelaire es la presencia del genio. Que no gozase de la consagración que hoy tiene, no quiere decir que Charles Baudelaire no fuera conocido, loado, respetado, y perseguido también, que es una for­ ma de la gloria (perseguido y encausado por jueces que estimaron condenables algunos de sus poemas y le ar­ maron el proceso consiguiente) durante su vida. Es París, es la villa de esplendores y miserias, el mar­ co de esta vida, con escapadas al campo, a la natura­ leza que él amaba como otras cosas mayúsculas: amor, arte... Y en este punto, él ha de ser un crítico de arte admirable, animador de pintores que luego serían famo­ sos, figura familiar en teatros, exposiciones y salas de concierto. Viste con elegancia inconfundible, la misma que hay en sus versos; es cuidadoso en extremo de su aseo personal. Las mejores revistas y los diarios más importantes publican sus versos y sus críticas de arte, pese al es­ cándalo que en algún momento suscita el nombre del poeta, iN o hay en Baudelaire una complacencia íntima en escandalizar a aquellos por quienes se sabe no del todo comprendido? Tal vez fue Juana Duval quien mejor le comprendió en algún instante. Nunca, naturalmente, el coronel Aupick, su padrastro, que lo embarca hacia Calcuta casi un niño, ni la pobre señora Caroline Archimbaut-Dufays, en cuyos brazos, ya viuda de Aupick, muere el poeta en París, el día 31 de agosto de 1867. Tenía, pues, cuarenta y seis años. Por caprichos del sino, el poeta es enterrado en el cementerio de Montparnasse, al lado mismo de su pa­ drastro, “ el hombre que él había odiado más en la vida” , como si un castigo doméstico le persiguiera al tomar contacto definitivo con la tierra, él, que había hecho todo lo posible y lo imposible por libertarse de lo cotidiano. Después de su muerte, Las flores del mal es como

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un lunar obligado de peregrinación de todo lector de libros, algo así como las torres de Notre Dame en el itinerario de París y en la imaginación de cuantos sue­ nan con verlo. *

*

*

Aquí están sus versos. Aquí tiene el lector de habla castellana todo Baudelaire; aquí se le ofrece Las flores del nial íntegramente; aquí está ese libro buscado, o leído en parte, o del que se ha oído hablar', el que es­ conden con cierto guiño travieso las lectoras que gustan de tomar estos versos por donde queman', pero tam­ bién el obligado para el literato profesional, el lector enterado, selecto, que sabe que Las flores del mal no puede faltar en ninguna antología de obras maestras, verdaderamente inmortales. ¿Cuál ha sido nuestra norma y nuestro empeño al realizar verso a verso su traducción? He aquí la aproba­ ción que quisiéramos', he aquí el juicio a que aspira­ mos: a que esta traducción de Las flores del mal pa­ rezca una obra escrita originalmente en castellano. Á ngel L ázaro .

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\

I

1'

DEDICATORIA

Al poeta impecable, al per­ fecto mago de las letras fran­ cesas, a mi muy querido y venerado maestro y amigo Théophile Gautier, con los sentimientos de la más pro­ funda humildad, dedico estas flores enfermizas. CH. B.

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A L LECTOR I

a

necedad, el yerro, la culpa, la codicia,

^ ocupan nuestro espíritu, trabajan nuestro cuerpo, y como los mendigos se nutren de miseria, nosotros nos nutrimos de los remordimientos. Nuestro pecado es terco, la contrición, cobarde; nos hacemos pagar muy bien lo confesado, y rrpypnHr» lavar con vil llanto las Culnas. nos volvemos alegres al camino de fango. En la almohada del mal es Satán Trimegisto el que sabe mecer y embrujar nuestra alma, ; v el precioso metal de nuestra voluntad - evaporar su mano químicamente sabia. El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven. Atractivo encontramos en lo más repugnante; cada día al infierno descendemos un paso por tinieblas hediondas y espantosos lugares.

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Igual que un libertino que besara y mordiese el seno maltratado de una vieja ramera, robamos al pasar un placer clandestino que exprimimos lo mismo que una naranja seca.

Espeso, hormigueante, como un millón de helminTtos. un pueblo de demonios hierve en nuestro cerebro; v cuando respiramos baja a nuestros nulmones. como un río invisible, la muerte, el naso quedo. Si el estupro, el veneno, el incendio, el puñal, no han bordado hasta ahora dibujos a capricho en este cañamazo que destino llamamos es, ¡a y !, porque no somos lo bastante atrevidos. Pero entre los chacales, las panteras, los linces, los monos y escorpiones, los buitres, las serpientes, los monstruos aulladores, rampantes, gruñidores, en esa fauna horrible del vicio, ¡uno aparece más feo todavía, más malo, más inmundo! Sin gesticulaciones, sin lanzar grandes gritos, hiciera, por su gusto, de la tierra un despojo, se tragaría el mundo de un bostezo infinito: ¡es el tedio! Él nos llena de llanto sin motivo, y fumando su pipa, imagina cadalsos. Tú conoces, lector, al delicado monstruo —hipócrita lector— , — igual a m í--, ¡mi hermano!

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SPLEEN E IDEAL

,

.

LAS FLORES DEL MAL

I BENDICIÓN uando,

por un decreto de potencia suprema,

C el poeta aparece en este mundo hastiado,

espantada la madre, dolorida, blasfema, crispa el puño hacia Dios, que la mira apiadado. « ¡ A h !, un nido de serpientes mejor haber parido, »antes que amamantar esta pobre irrisión. »Maldita sea la noche de placer fementido »en que mi propio vientre concibió la expiación. »Pues entre las mujeres sólo a mí me escogiste »para ser repugnada por mi propio marido, »y no puedo a las llamas arrojar este triste »—como carta de amor— , este monstruo encogido,

»yo he de hacer recaer tu odio inacabable »sobre el hijo maldito, con odio de mujer; » ¡ retorceré con saña este árbol miserable »para que así sus ramas no puedan florecer!»

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Ella la espuma así de su odio revela: no puede comprender los designios eternos, y enciende del infierno, en tanto se desvela, las piras consagradas a crímenes maternos. Pero en tanto de un ángel baja la sombra leve, el niño condenado ante el sol se extasía, y en todo lo que come y en todo lo que bebe halla el néctar bermejo y encuentra la ambrosía. Y juega con el viento, charla con el celaje, y se embriaga cantando camino de la cruz; el espíritu síguelo en su peregrinaje v Hora al verlo alegre cual náiaro en la luz. Todos a quienes ama le observan con recelo, o bien se desazonan con su tranquilidad, buscando la manera de causarle algún duelo y hacer en él la prueba de su ferocidad. En el pan y en el vino destinado a su boca ellos mezclan ceniza e impuros salivazos; y solapadamente derriban cuanto él toca, y lo acusan de haberse interpuesto en sus pasos. Su mujer, deslenguada, en público atestigua: «Pues me encuentra tan bella que me quiere adorar, »yo seré para él como una diosa antigua, »y en oro, como ella, me tendrá que dorar. »Y de nardo embriagarme, v de mirra y de incien»y de genuflexiones, de manjares y vinos, [so. »para saber si aún de un corazón inmenso »puedo esperar, riéndome, homenajes divinos.

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»Y cuando quede hastiada de esas farsas impías, »mi mano fuerte y frágil en su pecho pondré, »y con mis uñas, uñas cual las de las arpías, »hasta su corazón un camino abriré. ¡¡■Como un pequeño pájaro que tiembla y que palpi ¡¡■el corazón sangrante yo le habré de arrancar, [ta, »y, para que se sacie mi bestia favorita, ¡¡■por tierra, con desdén, se lo habré de arrojar.» A.1 cielo, en que sus oios ven un trono translúcido. yereno alza e1 poeta sus dos manos piadosas, y los vivos relámpagos de su espíritu lúcido le. omitan la mirarift de las gentes furiosas. «¡Sed bendito, Dios mío, que dais el sufrimiento, »cual divino remedio, a nuestras impudicias, »así como el mejor, el más puro alimento »que prepara a los fuertes a las santas delicias! »Y o sé que vos guardáis un lugar al poeta »en las filas hermosas de angélicas legiones »y en la gloriosa fiesta que lo eterno interpreta »de tronos, de virtudes y de dominaciones. »También sé que el dolor es la única nobleza »que jamás ni la tierra, ni infiernos morderán; »para mí una corona de mística belleza »por todo el universo los tiempos tejerán. »Ni las joyas perdidas de la antigua Palmira, »los metales preciosos, las perlas de la mar, »aun por vos engarzadas, sin provocar tu ira, »a esa bella diadema podrían igualar.

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»Pues no estará formada sino de lumbre pura, »sagrada hoguera de milagrosos reflejos, »por la cual los mortales, a su celeste albura, »no son sino enturbiados, desvaídos espejos.»

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II [ EL ALBATROS \, k

C u el en , por divertirse, los m ozos marineros ^ cazar albatros, grandes pájaros de los mares que siguen lentamente, indolentes viajeros, al barco, que navega sobre abismos y azares.

Apenas los arrojan allí sobre cubierta, príncipes del azul, torpes y avergonzados, el ala grande y blanca aflojan como muerta y la dejan, cual remos, caer a sus costados. ¡ Qué débil y qué inútil ahora el viajero alado! Él, antes tan hermoso, ¡qué grotesco en el suelo! Con su pipa uno de ellos el pico le ha quemado, otro imita, renqueando, del inválido el vuelo. El poeta es igual... Allá arriba, en la altura, ¡qué importan flechas, rayos, tempestad desatada! Desterrado en el mundo, concluyó la aventura: ¡sus alas de gigante no le sirven de nada! 31

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III ELEVACIÓN

T)

encima de lagos, de valles y praderas, de montañas, de bosques, de nubes y de mares, por más allá del sol, de rutas estelares, más allá del confín de remotas esferas, or

¡ oh tú, espíritu m ío!, te mueves ágilmente como el buen nadador se mece en libertad surcando alegremente la azul inmensidad, una indecible dicha gozando virilmente. Evádete muy lejos de enfermizos miasmas, sube a precipitarte al aire superior, y bebe como un puro y divino licor el claro fuego que ahuyenta los fantasmas. Después de los hastíos y de las hondas penas que abruman con su peso la existencia dudosa, feliz aquel a quien un ala vigorosa lanza hacia las regiones radiantes y serenas.

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LAS FLORES DEL MAL

Tií gnp.r al igual que alondras, elevas tus ideas v el cielo matinal en un vuelo saludas, comprendes sin esfuerzo, sobre las cosas feas, p] hahla de las flores v de las cosas mudas.

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JV ~i (

|correspondencias ^ ^

es templo donde vivos pilares dejan salir a veces una palabra oscura; entre bosques de símbolos va el hombre a la ventura, símbolos que lo miran con ojos familiares.

N

atu r a leza

Igual que largos ecos lejanos, confundidos en una tenebrosa y profunda unidad, vasta como la noche y cual la claridad, se responden perfumes, colores y sonidos. Así hay perfumes frescos cual mejillas de infantes, verdes como praderas, dulces como el oboe, y hay otros corrompidos, estridentes, triunfantes, de una expansión de cosas infinitas henchidos, como el amizcle, el ámbar, el incienso, el aloe, que cantan los transportes del alma y los sentidos.

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LAS FJ*O R £S DEL

I as épocas lejanas me encanta recordar 1 " en -que_a_Feho placía las estatuas dorar. Cuando muier y hombre en plena agilidad L’o/ahan sin engaño, perfidia ni ansiedad.. V de SU noble máquina, Viajo e l ripio amorran la salud pregonaban en un juego armonioso. Ciheles era entonces fértil y generosa. no creía a sus hiios una carga onerosa: lo ha de corazón henchido de ternuras. nnlría al universo con sus ubres oscuras. Ágil V fuerte el h om hre podía m hiisna ley presidir las bellezas que In hacían su r m : frutos, de tod o ultraje vírgenes, sanos, puros. ineilando al m ord isco en sus vientres m aduros

Pero hoy, cuando el poeta pretende imaginar toda aquella grandeza en donde contemplar la deznudez del hombre y la de la mujer, siente que un negro frío quiere su alma envolver. Y el cuadro que contempla le causa tal espanto, que sobre él pusiera piadosamente un manto.

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¡Oh, qué torsos enclenques, qué monstruosos des­ nudos ! ¡Oh, qué cuerpos, torcidos, fláccidos y ventrudos! Porque el dios de lo útil, implacable y severo, niños aún, los envuelve en pañales de acero. Y , ¡a y !, vosotras mujeres, pálidas como cirios, corrompidas, roídas, que un día fuisteis lirios, y ahora arrastráis la herencia de la maternidad y las deformaciones de la fecundidad. Tenemos, es verdad, naciones corrompidas. de los antiguos pueblos, bellezas no sabidas; rostros roídos por llagas del corazón v bellezas que tienen lánguida sugestión. Mas esas invenciones de unas musas tardías no podrán impedir al correr de los días que las razas enfermas, decadentes, del mundo a la juventud rindan homenaje profundo. A la juventud santa, simple, de dulce frentela de mirada límpida como clara corriente. v Que va a todo dándose así, sencillamente. como el azul del cielo, las aves y las flores. sus perfumes, sus cantos y sus dulces calores.

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LAS FLORES DEL MAL

VI LOS FAROS

río de olvido, jardín de la pereza, carnal almohada donde es imposible amar, pero donde la vida emana su belleza como el aire en el cielo v la mar en la mar. |)

hbkn s.

Leonardo es un espejo de luz que no se nombra, donde ángeles esbeltos, de sonrisa exquisita. cargada de misterio, se ven baio la sombra dn glaciares v. pinos que el paisaje suscita. Remhrandt. triste hospital, murmullo solamente. con un gran crucifijo tan sólo decorado. en donde la laceria es nn rezo llorado al que un ravo de sol traspasa de repente.

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Miguel Angel, los Hércules con increíbles múscu­ lo s . mezclados con los Cristos, seres para los miedos, fantasmas poderosos que en los lentos crepúsculos rasgarán sus sudarios con estirar los dedos. Impudicias de fauno, iras de luchador, tú, que supiste hallar del pillo la delicia, corazón orgulloso en rostro de ictericia, Puget, de los galeotes pálido emperador. Wateau. de corazones ilustre carnaval, que como mariposas vagan centelleando en decorados donde lucernas de cristal reflejan la locura de los que están danzando. Goya, todos los monstruos, todas las pesadillas; en aquelarres, fetos que se están cocinando; viejas ante el espejo, y desnudas chiquillas que tientan al demonio sus medias ajustando. Delacroix. lago rojo, de ángeles malos lleno, por un bosque de abetos siempre verde, sombreado, en donde, baio un cielo gris, fanfarrias sin freno pasan igual.que un Weber apenas suspirado. Estas blasfemias, estos llantos y maldiciones, estos éxtasis, gritos, tedéum estremecido, son un eco por mil laberintos venido, que es como opio divino para los corazones. Un grito que repiten mil y mil centinelas, consigna por millares de voces transmitida, es un faro que alumbra sobre mil ciudadelas, clamor de muchedumbre en un bosque perdida.

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LAS FLORES DEL MAL

Porque es, señor, el sumo testimonio que pueda ofrecer nuestra humilde, contrita dignidad: este ardiente sollozo que por los siglos rueda para morir al borde de vuestra eternidad.

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CHARLES BAUDELAIRE

VII j LA MUSA ENFERMÁ~|

pobre musa, ¡a y !, ¿qué ocurre esta mañana? M i Tus ojos están llenos de visiones nocturnas, y veo reflejarse en tu tez con desgana la locura, el horror, fríos y taciturnos. El súcubo verdoso o el duende sonrosado, ¿te volcaron el miedo y el amor de sus urnas? ¿Es que la pesadilla com o un puño apretado te oprimió hasta anegarte en lágrimas nocturnas? Quisiera que de olor de salud saturado fuera de ideas fuertes tu seno frecuentado, que en tu sangre cristiana el ritmo de ola hubieses, y las antiguas sílabas de numerosos sones en donde reina el padre de todas las canciones: Febo y el viejo Pan, que es señor de las mieses.

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i.

LAS FLORES DEL MAL

VIII

i LA MUSA

POBRE~l

'T'ú, mi musa querida, que adoras los palacios, * ¿tendrás cuando se acerquen los cierzos desata[dos, en las noches de invierno— ¡oh alfombras y topa­ cio s ! — , un tizón que caliente tus pobres pies morados? ¿Reanimarás entonces tus bellos hombros fríos de los nocturnos rayos, cubierta con su tul? V al sentir con tu estómago los bolsillos vacíos, ¿recogerás el oro de la bóveda azul? Es necesario, musa, ganar el pan diario, co m o el niño del co r o m over el incensario,

y sin mucho creer los tedéum cantar. O, saltimbanqui ayuno, tu destreza mostrando y con una sonrisa la lágrima ocultando, servir de esparcimiento a la gente vulgar.

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CHARLES

BAUDELA1RE

IX 1 EL MAL MONJE)

guos sobre los grandes muros, ___________ tablos la sagrada verdad. que al penetrar caldeando los corazones puros aliviaban el frío de aquella austeridad. Y cuando la simiente de Cristo florecía. más ríe nn sabio enclaustrado, hov echado en olvido. Por taller, solitario camposanto escogía. la gloria de la muerte consagrando sin ruido. Mi alma es como una tumba que igual que un cefnohita nada embellece el muro ni limpia los abrojos. ¡Oh tú !, monje holgazán, ¿cuándo sabré yo hacer del viviente espectáculo y el triste padecer la labor de mis manos y el amor de mis ojos?

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LAS FLORES DEL MAL

X ( EL i

ENEM IGO"!

juventud fue sólo tenebrosa tormenta

M de fulgurantes soles alternada y de gozo; los rayos y las lluvias han hecho tal destrozo que en mi jardín apenas lo que ha quedado cuenta. Ved que para mi vida ya llegó la otoñada, y hace falta emplear la pala y el rastrillo para extender de nuevo en la tierra anegada — con huecos como tumbas— del abono el mantillo. ¡Quién sabe si las nuevas flores que yo he soñado podrán brotar en un arenal desolado con la mística esencia que les dará esplendor!

{

¡Oh dolor, oh dolor! Come el tiempo la vida, y el oscuro enemigo que en nuestro pecho anitfiv con nuestra propia sangre crece y cobra vigor. ,

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CHARLES BAUDELAIRE

XI LA MALA SUERTE

cargar tan rudo fardo, Sísifo, dame tu coraje. Con toda el alma yo trabaje; el tiempo es corto, el arte es largo. D

ara

De célebres sepulcros huyendo, hacia un cementerio callado, mi corazón, tambor velado, su marcha fúnebre va batiendo. Más de un diamante amortajado duerme en tinieblas olvidado, lejos de picos y de sondas; más de una flor a su pesar tiene su aroma que exhalar en las soledades más hondas.

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LAS FLORES DEL MAL

XII |la

vida anterior!

I _I abité largo tiempo en pórticos grandiosos * ' por los soles del mar teñidos de cobalto, y que con sus pilares, altos, majestuosos, semejábanse, a veces, a grutas de basalto. Las olas reflejaban imágenes del cielo, mezclando con solemne y mística manera los potentes acordes— ¡o h incomparable v u e lo !— al color del ocaso, fantástica vidriera. A llí he vivido yo en venturosas calmas, en medio del azul, de oleajes, de esplendores, de desnudos esclavos impregnados de olores, que en la tarde oreaban mi frente con sus palmas, y en donde todo mi cuidado consistía en ahondar el secreto en que languidecía.

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it

CHARLES BAUDELAIRE

XIII / caravana

T

a

de g it a n o s !

^

profética tribu de pupilas ardientes

ayer se puso en marcha, los hijos a la espalda; otros marchan llorosos, cogidos a la falda; otros muerden hambrientos los pezones pendientes. Los hombres van a pie, armas en bandolera, junto a los carromatos por sendas y rastrojos, paseando sobre el cielo los apenados ojos por la oscura nostalgia de lejana quimera. Asomado al reducto de su agujero, el grillo, mirándolos pasar, redobla su estribillo; Cibeles, que los ama, prodiga sus verduras, y hace manar la roca, florecer el desierto para los caminantes que tienen siempre abierto el familiar imperio de las sombras futuras.

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LAS FLORES DEL MAL

X IV f EL HOMBRE Y EL MAR*3 * ombre

libre, tú siempre preferirás el m ar!

La mar es el espejo en que tu alma se mira, en su onda infinita eternamente gira, y tu espíritu sabe lo amargo saborear. Hundiéndote en su seno, desnudo para el viaje, la acaricias con brazos y o jo s ; tu corazón se distrae muchas veces de su propia canción al escuchar la suya, indómita y salvaje. Los dos sois tenebrosos y a la vez sois discretos: hombre, nadie ha llegado al fondo de tu abismo; Ioh mar!, nadie ha llegado a tu tesoro m ism o; ¡con tan celoso afán guardáis vuestros secretos! Y entre tanto que pasan siglos innumerables, sin piedad y sin miedo uno y otro atacáis, tic tal modo la muerte y el combatir amáis, ¡oh eternos luchadores, oh hermanos implacables!

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CHARLES BAUDELAIRE

XV DON JUAN, EN LOS INFIERNOS uando

don

Juan bajó hasta el oscuro río

C y una vez que a Caronte su óbolo entregó, como Antístenes fiero, un mendigo sombrío se inclinó vengativo en su barca y remóro n los pochos temblando, rasgando las camisas, las mujeres convulsas, baio del firmamento. lo mismo que un rebaño de víctimas sumisas. detrás de él se arrastraban con un largo lamento. Sganarello reclama su paga sin esperas en tanto que don Luis con dedo tembloroso le mostraba a los muertos que iban por las riberas al hijo que ultrajó el cabello canoso. Tiritando en su luto, la casta y magra Elvira junto al pérfido esposo, su amante de un momento, por la sonrisa última parece que suspira y la luz y el dulzor del primer juramento.

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LAS FLORES DEL MAL

Aferrado al timón, en su negra armadura, un gigante de piedra cortaba el agua oscura; pero el héroe tranquilo, apoyado en la espada, contemplaba la estela sin dignarse ver nada.

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49 B A l'D E I.A IR F .— 4

i

CHARLES BAUDELAIRE

XVI CASTIGO DEL ORGULLO

C

los tiempos dorados en que la teología floreció con más savia y con más energía, se cuenta que un doctor de los más eminentes — tras de haber convertido almas indiferentes, después de haber su negra conciencia iluminado y a la celeste gloria haberla encaminado por caminos difíciles y para él mismo oscuros, solamente cruzados por espíritus puros— , com o un hombre que asciende por demás, sintió pániy exclamó poseído de un orgullo satánico: [co, «¡Jesús, pobre Jesús, muy en alto te he puesto! »Pero si combatirte yo me hubiera propuesto, »tu vergüenza sería tanta com o tu gloria, »y tú no fueras más que una cosa irrisoria.» n

Sucedió que en el acto él perdió la razón: el sol se le cubría con un negro crespón; se convirtió en un caos aquella inteligencia, y el templo que otro tiempo era todo opulencia 50

LAS FLORES DEL MAL

y bajo cuyos techos tanta pompa hizo ruido, cu noche silenciosa se quedó convertido. Vino a ser como un .sótano cuya llave no existe, su semblante fue como el de una bestia triste, y cuando como ciego por los campos pasaba, porque estíos de inviernos ya no diferenciaba, puerco, inútil y feo, con su figura fofa, a los chicos servía de juguete y de mofa.

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CHARLES BAUDELAIRE

XVII ü LA BELLEZA ) -jt ü

soy, ¡o h m ortales!, como una pétrea flor, y mi seno que a todos por turno ha torturado, fue hecho para inspirar al poeta un amor tal com o mi materia, inmortal y callado. li la

Tengo un trono en lo azul, esfinge incomprendida; mi blancor es de cisne, mi corazón es fr ío ; desdeño el movimiento que altera mi medida, y como nunca lloro, tampoco nunca río. El poeta, a quien deslumbra mi impasible actitud, semejante a la de los grandes monumentos, se aplicará al estudio con austera virtud; pues para fascinar mis amantes sedientos, puros espejos tengo que hacen las cosas bellas: mis grandes ojos y las eternas estrellas.

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LAS FLORES DEL MAL

XVIII EL IDEAL

\ J *1.serán nimca aquellas beldades de viñeta. ^ -Productos averiados que dio un siglo vacío, pies para borceguíes, dedos de castañeta, lus une contenten a un corazón como el mío. Y o le dejo a Gavarni y a sus musas llorosas el rebaño de sus bellezas de hospital, pues no puedo encontrar en sus pálidas rosas la flor que se asemeje a mi rojo ideal. Lo que este corazón— hondo abismo— quisiera es a vos, lady Macbeth, alma en el crimen fiera, sueño de Esquilo abierto a un clima de huracanes; o a ti, noche grandiosa, de Miguel Angel hija, que apacible retuerces en una actitud fija tus formas modeladas por labios de titanes.

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CHARLES BAUDELA1RE

X IX

A LLÁ. cuando natura, fin su fuerya prim era.1 a diario concebía un hiio monstruoso1 yo junto a una giganta vivir querido hnhiera como junto a una reina un gato voluptuoso. Y ver cómo su cuerpo con su alma florecía creciendo libremente en su terrible juego, y adivinar en ella una llama sombría^ a través de la niebla de sus ojos de fuego. Acariciar a gusto sus formas prodigiosas, trepar por su vertiente— rodillas poderosas— , y, a veces, en estío cuando de un sol violento derribada ella fuera en la vasta campaña, de su seno a la sombra descansar somnoliento lo mismo que una aldea al pie de una montaña.

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LAS FLORES DEL MAL

XX LA MÁSCARA

Estatua alegórica, al modo del renacimiento (A Ernesto Christophe, estatuario)

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^ o ntem pla este tesoro de gracias florentinas.

^ J En la ondulante forma del cuerpo musculoso. la elegancia y la fuerza son hermanas divinas. Esta m ujer, bocado realmente m ilagroso divinamente ágil, fina adorablemente. heehn para reinar en lecho suntuoso v encantar a un pontífice o un príncipe eminente.

«También al sonreír con voluptuosidad »hay un largo paseo para la fatuidad; »su mirada burlona, lánguida, deliciosa, »y su rostro gracioso al que un velo aprisiona »que parece decirme con un gesto de diosa: » « ¡ El placer me preside y el amor me corona!» j>A este ser adornado de tanta majestad, 55

CHARLES BAUDELAIRE

»y que ningún encanto incitante perdona »contemplemos, y hagamos ofrenda a su beldad. »¡O h blasfemia del arte! ¡Oh sorpresa fatal! »E1 cuerpo que promete delicias y ternezas »viene a ser al final monstruo de dos cabezas.» «¡M as, no! Máscara es solamente del mal. »Ese rostro animado de exquisito mohín »míralo, aquí lo tienes, crispado horriblemente; »el rostro verdadero, lo feo, el alma ruin, »se oculta tras el velo de la verdad que él miente.» « ¡ Oh pobre y gran belleza verdadera! En tu río »de lágrimas abreva este corazón mío. «Mas ella, ¿por qué llora? Hermosura completa »que al humano linaje vio a sus plantas vencido, »¿qué misterioso mal roe el flanco de atleta?» «Ella llora, insensato, porque ella ha vivido. »Y porque vive, llora. Mas, lo que ella deplora »sobre todas las cosas, lo que la hace temblar »es que mañana, ¡a y !, vivirá como ahora, »y al otro día, y siempre.» Vivir, vivir, durar.

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LAS FLORES DEL MAL

XXI HIMNO A LA BELLEZA

I \ T IENES del alto cielo o surges riel abism o. ' ’ ’ belleza? Tu mirar, infernal y divino, la caridad y el crimen derrama a un tiempo mismo, por lo que te podemos comparar con el vino.

En tu mirada están el ocaso y la aurora; exhalas los perfumes de un día tormentoso; tus besos son un filtro que torin ln_deizora v hacen cobarde al héroe, v al niño, valeroso, ¿Surges del negro abismo, bajas de las estrellas? El destino a tu lado camina como un perro; desastres y alegrías van dejando tus huellas; gobiernas todo, pero no respondes del yerro. Pisas sobre los muertos, te burlas del vencido; el horror de tus joyas suele ser atrayente; para ti el homicidio es un dije querido que sobre el vientre orondo baila orgullosamente. 57

CHARLES BAUDELAIRE

La efímera en tu lumbre se quema deslumbrada, crepita, estalla y dice: “ ¡Bendito sea el fuego!” El. amante inclinado sobre su bella amada parece estar cavando su fosa para luego. Que vengas del infierno o del cielo, ¡qué importa, belleza!, enorme monstruo como jamás lo ha habido, si tu mirar, tu cuerpo y el pie que lo soporta son lo infinito que amo y nunca he conocido. De Satán o de Dios, ¡qué más d a !, ángel, sirena, qué importa, si me vuelves— hada de ojos sedantes ritmo, perfume, luz, ¡ oh tú !, mi reina buena, menos odioso el mundo, más leves los instantes.

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LAS FLORES DEL MAL

X X II |

Tí: INTIME ÜKBTK’O

C i, cerrados los ojos, en la tarde otoñal, ^ respiro en tu regazo un olor capitoso, veo ante mí extenderse un litoral dichoso, y me tiendo a dormir en ese litoral. Una isla perezosa donde lo natural es el hermoso árbol con su fruto sabroso; hombres que tienen cuerpo esbelto y vigoroso, mujeres con mirada de fresco manantial. Por tu aroma hacia climas hechiceros guiado, veo un pequeño puerto, velas y arboladuras que las hirvientes olas del viaje han fatigado. Mientras del tamarindo los perfumes ligeros dilatan mi nariz, y en el aire perduras, mi alma adormezco en una canción de marineros.

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CHARLES BAUDELAIRE

X X III LA CABELLERA

i/^\H vellón que se riza casi hasta la cadera! ¡ Oh bucles! ¡ Oh perfume cargado de desvelo! ¡Éxtasis! Porque puedan poblar la alcoba entera los recuerdos dormidos en esta cabellera, agitarla en el aire quiero como un pañuelo. El Asia perezosa y el África abrasada, todo un mundo olvidado, remoto, se consume en tus profundidades, floresta perfumada. Como hay almas que bogan sobre música alada, la mía, ¡oh amor, am or!, navega en tu perfume. Y o me iré a donde el hombre, el árbol, el paisaje desfallecer parecen de ardientes calenturas. Fuertes trenzas, servidme vosotras de oleaje. Hay en ti, mar de ébano, la promesa de un viaje con velas, con remeros y altas arboladuras.

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LAS FLORES DEL MAL

Un puerto rumoroso en donde yo he abrevado largamente el sonido, el perfume, el color; en donde los navios, sobre el moaré dorado del agua, abren los brazos hacia un cielo soñado, puro y estremecido del eterno calor. Con ansias de embriagarme hundiré mi cabeza en ese negro océano que a otro mar ha encerrado; mi espíritu sutil, por la onda acariciado, sabrá recuperaros, ¡ oh fecunda pereza!, balanceo infinito del ocio embalsamado. ¡Oh cabellos sedosos, tinieblas extendidas, me devolvéis el cielo que en su comba azulea! En la noche de vuestras guedejas retorcidas me embriago ardientemente de esencias confundidas, el aceite de coco, el amizcle y la brea. ¡Mi mano a esa melena ya por siempre le augura la ofrenda del rubí, la perla y el zafir para que a mi deseo nunca te muestres dura! ¿N o eres tú cual oasis donde sueño y la pura esencia del recuerdo y de lo por venir?

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CHARLES BAUDELAIRE

T e adoro como adoro la bóveda nocturna, ¡oh vaso de tristeza, oh grande taciturna! Y tanto más te amo, cuanto más me reproches, porque tú sola eres el lujo de mis noches. Se pudiera añadir aún, irónicamente, más que hay de mí a los cielos, aunque es irreverente. Al ataque me lanzo con furores insanos com o sobre un cadáver un coro de gusanos, y— ¡ oh mi cruel enemiga, oh mi bestia implacable! — hasta esa frialdad te hace más adorable.

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LAS FLORES DEL MAL

XXV

'4

L’ i, universo entero meterás en tu alcoba, mujer impura. El tedio rinde tu alma de loba. Ejercitas tus dientes en juego singular y un corazón al día podrías devorar. Tus ojos, cual nocturnas galas de joyería, o como deslumbrantes cohetes de romería, usan con insolencia de un poder usurpado cuya ley de belleza tú siempre has ignorado. Máquina ciega y sorda que, con placer inmundo, eres gran bebedora de la sangre del mundo; monstruo, ¿no te sonrojas, no ves en el espejo cada día tu rostro más pálido y más viejo? La grandeza del mal de que te ufanas tatito, ¿no te ha hecho alguna vez retroceder de espanto, cuando naturaleza, con designios sagrados, ríe ti puede servirse, reina de los pecados de ti, vil animal—para un genio amasar? ¡Oh grandeza enlodada! ¡Oh ignominia ejemplar!

CHARLES BAUDELAIRE

XXVI

'ÍCPsED NON

SATIATA*1j

t

extraña, oscura belleza sin reproche, con perfume de amizcle y aroma del habano, producto de algún Fausto de caprichosa mano, bruja del flanco de ébano, criatura de la noche. T A eid ad

Aún más que el opio y más que la noche prefiero el licor de tu boca donde el amor se ufana; cuando de mis deseos va a ti la caravana, tus ojos son cisternas donde brilla un lucero. Por esos grandes ojos, suspiros de tu alma, demonio sin piedad, ¡ dame un poco de calma! Y o no soy el estigio para dar nueve abrazos, ¡a y !, y tampoco puedo, ¡oh furia libertina!, para amansar tu ímpetu ahogándote en mis brazos, en tu lecho infernal volverme Proserpina.

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LAS FLORES DEL MAL

I X X V II p f

oN sus vestidos ondulantes, nacarados, hasta cuando camina se creyera que danzq. como esas largas sierpes que juglares sagrados agitan, cadenciosas, en lo alto de una lanza. Como el triste arenal y del desierto el cielo insensibles los dos a angustias y avatares— , como ese largo encaje que dibujan los mares, indiferentemente ella se quita el velo.

Sus ojos son bruñidos minerales radiantes, donde sólo hay acero, oro, luz y diamantes, y la esfinge se abraza al ángel inviolado. Igual que un astro inútil brillan perennemente, y algo en ellos, extraño, hay simbólicamente de la estéril mujer que nunca un hijo ha dado.

65 ItAUI'M'l AJHI .

-5

CHARLES BAUDELAIRE

X X V III LA SERPIENTE QUE DANZA ujer

indolente, yo gozo

si en tu cuerpo veo, igual que una seda ondulante, el leve espejeo. Sobre tu cabellera profunda, de aroma salvaje, mar olorosa y vagabunda de azul oleaje, com o un navio al que despertara un fresco viento matutino.

Tus ojos, de secreto que ignoro, sin amargor y sin ambrosías, son igual que dos joyas frías, labradas de hierro y de oro.

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LAS FLORES DEL MAL

Al andar indolentemente, graciosa, bella, abandonada, «c diría que una serpiente danza en un bastón enroscada. Y tu adormilada cabeza. ye halancea con la pereza de un pequeño elefante. Tu cuerpo se estira y se afloja tan leve como una piragua que acuesta la borda y que moja k u vela en el agua. Lo mismo que un río al que afluyen glaciares rugientes, las risas asoman y fluyen a flor de tus dientes. Y entonces me embriago de hembra. (Amar y vencer! jü n líquido cielo me siembra de estrellas el ser!

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CHARLES BAUDELAJRE

X X IX UNA CARROÑA D

ecuer da

aquella cosa que vim os, alma mía,

l ' - un día soleado: al lado de un sendero una carroña había, un cuerpo espatarrado. Con las piernas al aire, como una mujer lúbrica, emanando veneno, era allí, abandonada, de la muerte la rúbrica, con el vientre de cieno. El sol resplandecía sobre esta podredumbre como para cocerla, y a la naturaleza— ¡oh milagrosa lumbre!— , dando ciento por uno, devolverla. El cielo la soberbia osamenta miraba. que era un cráneo o una flor. Y tu cuerno en la hierba casi se desmayaba. : tan fuerte era el hedor! 68

LAS FLORES DEL MAL

Las moscas mientras iban las larvas que sobre aquellos

sobre el vientre daban su bordoneo. saliendo en negros batallones corrían como un líquido feo jirones.

Todo ello descendía, subía cadencioso, latía, destellaba; dijdrase que el cuerpo, a un soplo misterioso, viviendo se agitaba. El mundo daba entonces una música extraña como el agua y el viento, o el grano que el harnero sobre la parva apaña con suave movimiento. Las formas se borraban y no eran más que un sueun esbozo confuso en la tela olvidado [ño, til que el pintor un día da el último pergeño con el pincel que pinta sólo lo recordado. Y detrás de las rocas estaba un perro inquieto que nos miraba airado, esperando el momento de husmear el esqueleto en busca del bocado. «Tú serás algún día igual que esta basura, •que esta horrible infección, •estrella de mis ojos, calor de mi ternura, *1 ángel de mi pasión! » ¡S í! Tal habrás de ser, ¡oh mi dulce querida!, •después del postrer sacramento, •cuando tus huesos bajo la tierra florecida •escuchen su memento. •Entonces, ¡ oh mi bella!, dile tú a los gusanos, •pululando en tus huesos, »quc aún guardará el recuerdo de tus besos malsanos •la esencia de mis besos.»

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CHARLES BAUDELAIRE

XXX “ de

profundis clamavi”

V

o imploro tu piedad, tú, la única amada, desde el fondo del pozo en que mi alma ha caído. Es un negro horizonte el mundo sin sentido, la blasfemia responde al horror de la nada. Un sol triste de invierno para mí va a llegar, después vendrá la noche con negros cobertores; es país más desnudo que la tierra polar, sin bestias, sin arroyos, sin bosques ni verdores. N o hay horror en el mundo que supere a este frío, a esta crueldad de un sol que hiela el pecho mío, oscura, inmensa noche, del viejo caos hermana; del más vil animal ahora envidio la suerte, pueda dormir un sueño semejante a la muerte... ¡Tan lentamente el tiempo su madeja devana!

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LAS FLORES DEL MAL

XXXI EL VAMPIRO

'p ú que, como una cuchillada, * en mi corazón te has m etido; tú, que a una loca manada de diablos tienes parecido, sobre mi espíritu humillado quieres caer como una hiena; ¡oh infame!, a quien estoy atado como el forzado a su cadena, como a su juego el jugador, igual que el borracho a la espita, como a la podre el roedor..., ¡maldita seas, sí, maldita! Pedí, de odio y de ira lleno, la libertad a la espada un día; supliqué al pérfido veneno que redimiese mi cobardía.

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CHARLES BAUDELAIRE

Y , ¡a y !, el veneno como la espada me respondieron con fría actitud: «Tu alma no es digna de ser salvada »de esa maldita esclavitud. » ¡ Imbécil! ¡ Si tal se lograra »dándole a tu alma un respiro, »tu amor a besos resucitara »el cadáver de tu vampiro!»

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LAS FLORES DEL MAL

i

X X X II na

noche, junto a una horrorosa judía,

U como junto a un cadáver un cadáver tendido,

me di a pensar, al lado de aquel cuerpo vendido, en la triste belleza que mi deseo ansia. Y me representaba su majestad nativa, su mirar vigoroso, de gracia penetrado, sus cabellos que le hacen un casco perfumado, cuyo solo recuerdo el amor en mí aviva. Pues con fervor tu noble cuerpo hubiera besado, desde tus frescos pies al cabello trenzado, de profundas caricias desatando el tesoro, si alguna vez tu rostro lágrimas verdaderas surcaran fácilmente, reina de las panteras, poniendo en tus pupilas com o un temblor de oro.

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X X X III I

r em o r d ím í H'WTO p o s t u m o i

p u ando en el fondo duermas, mi bella tenebrosa. ^ de una bóveda en márm ol oscuro trabajada, y ya no tengas más por alcoba y morada que una llovida cueva y que una hueca fo s a ; cuando la tierra oprima tu carne perezosa y tus flancos que el ocio con encanto ha pulido, ni hay en tu corazón el amor, ni el latido, ni tus pies puedan ir tras de ninguna cosa, la tumba, confidente de mi sueño infinito, en esas noches de las que el sueño está proscrito — la tumba y el poeta son hermana y hermano—

te dirá: «Cortesana de atractivos inciertos, »¿d e qué te vale ahora ignorar a los muertos?» Como un remordimiento te roerá el gusano.

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i

LAS FLORES DEL MAL

X X X IV | EL GATO | en ,

bello

gato, ven, amansa mis enojos,

V por un momento esconde las uñas de tu y deja que me hunda en tus dos bellos ojos

pata

mezcla de metal y de ágata. Cuando mi mano acaricia tu lomo elástico y tu cabeza, y siente la profunda delicia que hay en tu eléctrica pereza, a mi amante parece que aguardo. Su mirar es, ¡oh bestia amada!, profundo y frío como un dardo. Y desde la cabeza a los pies un aire sutil ella es, una nocturna encrucijada.

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CHARLES BAUDELAIP.E

XXXV DUELLUM

se acechan mutuamente; sus armas Dosdeguerreros fulgores sangrientos el aire han encendido. «Tal juego y sus chasquidos de acero son alarmas »de que el amor, ¡ oh jóvenes!, dio su primer vagido. »¡L a s espadas se han roto! Igual que nuestra au[rora, »mujer. Mas ahora hay dientes, hay uñas aceradas; »hay, a falta de espada, una daga traidora.» ¡Furor de almas maduras por el amor llagadas! En el foso que rondan panteras y leopardos, nuestros héroes en un fiero abrazo han caído; florecerá por ellos la aridez de los cardos. «La sima es el infierno, que está de amigos lleno. » ¡ Amazona inhumana, trotemos sin sentido, »a fin de eternizar de nuestro odio el veneno!»

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LAS FLORES DEL MAL

XXXVI EL BALCÓN

1 1 U ADRE de l°s recuerdos, querida de queridas; ' ■*-’ a tú, mis placeres todos; tú, todos mis deberes 1 Recordarás las bellas caricias compartidas, la dulzura del fuego en los atardeceres, ¡madre de los recuerdos, querida de queridas! Las tardes alumbradas por el carbón ardiente. las, tardes al balcón, las nubes como rosas., ¡ Qué -dulce era tu seno, tu corazón clemente! Y cómo nos decíamos las inefables cosas, ¡oh tardes alumbradas por el carbón ardiente! ¡Qué hermosos son los astros en las tibias velaidas! ¡Qué profundo es el cielo! ¡Qué impulso el alma [toma! Reclinado en tu pecho, reina de las amadas, creía respirar de tu sangre el aroma. ¡Qué hermosos son los astros, reina de las amadas!

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L

CHARLES BAUDELAIRE

L a n och e iha esnesando en to m o su neornra y hehía til aliento, ¡o h veneno, oh dulzura ? , y .tus pies en mis tríanos fraternas se dorm ían

La noche iba espesando en tomo su negrura. Y o sé cóm o evocar los minutos dichosos y sobre tus rodillas revivir el pasado. ¿Dónde podría hallar tus brazos perezosos, tu cuerpo estremecido, tu corazón amado? ¡Y o sé cóm o evocar los minutos dichosos! Juramentos, aromas y besos encendidos, ¿renacerán un día de los propios pesares? Así ascienden los soles como recién nacidos tras de haberse bañado en lo hondo de los mares. ¡Oh aromas, juramentos y besos encendidos!

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LAS FLO R ES D E L MAL

X X X V il

1 ÜL WmiIflV)'! l

sol está cubierto de un crespón. ¡Haz lo mismo,

E y envuélvete entre sombras, oh luna de mi vida!

Duerme o sueña a tu gusto, muda y ensombrecida, y húndete toda entera del tedio en el abismo. Te amo así. Sin embargo, si hoy quieres por ventucom o un astro eclipsado que descorre el cendal, [ra, pavonearte en lugares que aturde la locura, ¡está bien! ¡En su estuche, ahí tienes el puñal! Tus pupilas de loca en esa llama prende. Los ojos de algún rústico en el deseo enciende. Mórbido o petulante, todo en ti me es placer. Sé lo que quieras, noche negra, aurora de o r o ; no hay fibra en este cuerpo, que haces estremecer, que no grite: “ ¡Oh querido Belcebú, yo te adoro!”

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J

CHARLES BAUDELAIRE

X X X V III UN FANTASMA

I Las tinieblas C N las cuevas de una insondable amargura donde el destino ya m e tiene relegado, y a donde la alegría del sol nunca ha llegado, a solas con la noche, que es azafata dura, vengo a ser un pintor al que algún dios burlón, en medio de tinieblas, ¡ a y ! , condena a pintar, o cocinero que si quiere algo cenar, ha de hervir y comerse el propio corazón.

A veces brilla, abriéndose lo mismo que una flor, un espectro formado de gracia y de esplendor. Al pasar desvaído com o un sueño oriental

I

80

LAS FLORES DEL MAL

y cuando ya ha logrado su belleza total, en la visita, al fin, reconozco a la hermosa: ¡Es ella! ¡Es ella! Oscura y a la vez luminosa.

81 M 'r r t M A t f t i '

CHARLES BAUDELAIRE

II El perfume T

ector ,

¿quizá recuerdas el haber respirado con singular delicia, gozosamente suave, el incienso que llena de una iglesia la nave, la almohadilla de olor que el amizcle ha guardado?

Profundo encanto mágico con que aun nos excita, viviendo en el presente el pasado distante. Sobre el cuerpo adorado asimismo el amante acaricia el recuerdo, esa flor exquisita. Igual su cabellera, elástica y pecada, incensario de alcoba o perfumada almohada, exhalando un salvaje y penetrante olor; y también su vestido, pues me rtejaha__en ál_ impregnado de un sano v juvenil frescorese vaso perfume de la axila v la niel.

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LAS FL O R E S DEL MAL

III

El marco I o mismo que un gran marco pone en una pintura, * ' aunque sea de un pincel muy alabado, yo no sé qué de mágico, no sé qué de encantado, ul aislarlo en el acto de la inmensa natura, así la jova. el mueble, la alfombra, el decorado adaptaban precisos a su belleza rara, sin la mínima mengua de su perfección clara. núes todo para ella parecía creado. kp.

Hasta se hubiera d ich o q u e ella mism a creía q u e era amada de. tod os y p o r t o d o : se hundía voluplliosam ente en la seda v el lino.

Y . lenta o brusca, era en cada movimiento. Kcpim fuera el en fa d o o el m im o del m om ento,

infantil como un mono, cauta como un felino.

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CHARLES BAUDELAtRE

IV

i El retrato \ a

enfermedad, la muerte, ceniza hacen del fuego

que ardía por nosotros y que nos alumbraba; de aquella boca en donde mi corazón se ahogaba, de aquellos grandes ojos, encendidos o en ruego. Los besos que provienen de un designio glorioso, los impulsos, los éxtasis, los goces de algún día, ¿qué nos queda de todo? ¡Es horrible, alma mía! Apenas la miseria de un tricolor borroso, que, com o yo también, en soledad se muere y al que el tiempo implacable— ese viejo injurioso— cada día con su ala un poco más lo lAere.

(Como un villano ebrio, como un brutal soldado que derriba un tabique, y todavía emporcado toma de una belleza el brazo delicado.)

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} LAS FLORES DEL MAL

¡Asesino del arte y de la vida escoria!, no has de lograr jamás matar en mi memoria la que fue mi placer y la que fue mi gloria.

«i

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CHARLES BAUDELAIRE



rxxxü n *

ofrezco estos versos porque si dignos son Y odete alcanzar felizmente las épocas futuras, y hacen soñar un poco a las tristes criaturas, en ellos tú— bajel que empuja el aquilón— te salvarás. Tal com o las fábulas primeras con su ritmo encadenan del niño la atención, así por un fraterno, misterioso eslabón, tu memoria irá unida a mis rimas severas. ¡Ser maldecido a quien del abismo más hondo hasta el más alto cielo, tan sólo yo respondo!, — ¡oh tú !, que com o sombra de vuelo transparente, pasas con un mirar tan sereno, el pie alado, y a quien los ignorantes por amarga han juzgado, ¡ángel de ojos de jade y de broncínea frente!— .

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LAS FLORES DEL MAL

XL “ SEMPER EADEM”

] [ X e dónde viene— dices— este pesar henchido '■’ *•^ »que sube como el mar sobre un negro peñón?» Después que ha vendimiado ya nuestro corazón, el vivir es un mal, tenedlo por sabido. Una angustia muy simple y nada misteriosa, y, como tu alegría, visible para todos. Deja, pues, de indagar, ¡oh mi bella curiosa! Tu voz es dulce, pero ¡calla de todos modos! ¡Calla, calla, ignorante! ¡Alma siempre encendi¡ Boca de infantil risa! Más aún que la vida [da! la muerte con sutiles lazos nos sabe atar. Deja, deja a mi alma de mentira vivir; en tus oios un dulce y largo sueño, dormir, y a la penumbra de tus pestañas, soñar.

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CHARLES BAUDELAIRE

XL1 TODA ENTERA

demonio, que todo lo asalta, esta mañana me vino a ver, y queriendo pillar-me en falta, me dijo: «Quisiera saber, C L

»entre todas las bellas cosas s>que coinciden en su primor, »entre las cosas negras y rosas »que hacen su cuerpo encantador, »¿qué es lo más dulce?» Y tú, ¡oh alma m ía!, respondiste al aborrecido: «Puesto que en ella todo porfía, »nada puede ser preferido. »A quien todo le encanta, ignora »lo que es mejor en tal derroche: »ella deslumbra com o la aurora »y consuela como la noche. 88

LAS FLORES DEL MAL

»Y es demasiada la armonía »que gobierna su cuerpo hermoso »para hacer una crítica fría *cn el acorde numeroso. s>¡ Oh misterioso encantamiento »que en uno mis sentidos sume, »pues es de música su aliento »como su voz es de perfume!»

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CHARLES BAUDEI.A1RE

XLII I Y A ué dirás esta noche, pobre alma callada, qué dirás, corazón en un tiempo abatido, a la siempre tan bella, a la buena, a la amada, bajo cuya mirada de nuevo has florecido? Pondremos nuestro orgullo en cantar su loor ; nada iguala el encanto que hay en su autoridad; su carne espiritual tiene angélico olor, v sus ojos me visten d e suave ClaridadAsí sea en la noche y solitariamente. así sea en la calle v en medio de la gente. .su fantasma, en el aire danza v su luz pregona. A veces, habla y dice: «Y o soy bella, y por ello, »pues me amáis, os ordeno no améis más que lo be»soy el ángel guardián, la musa y la madona.» [lio ;

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LAS FLORES DEL MAL

XLIII j

LA ANTORCHA VIVIENTE 3



P a b l a n t e de m í van sus ojos soberanos,

’ que un ángel sapientísimo imantó sonriendo; ahí van esos divinos hermanos, mis hermanos, en mis ojos su fuego diamantino vertiendo. De caídas salvándome y del grave pecado, hacia lo bello saben mis pasos conducir; son como dos esclavos que me han esclavizado. ¡Que mi ser siempre vea esta antorcha lucir! Bellos ojos, que tienen esa luz— se diría— de los fúnebres cirios que arden en pleno día. El rojo sol no puede esa llama apagar. Ellos honran la muerte, cantando el renacer. En mi resurrección de nuevo vais a arder, astros que ningún sol logrará marchitar.

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CHARLES BAUDELAIRE

X L IV i REVERSIBILIDAD^ A

pleno de gozo, ¿sabes lo que es la angustia. la vergüenza, el remordimiento, los dolores de esas terribles noches cuyos vagos terrores el corazón oprimen com o una seda mustia? Á ngel pleno de gozo, sabes lo que es la angustia? n g el

Á ngel de bondad pleno, ¿conoces la crueldad y los puños crispados, las lágrimas de hiel, si la venganza, dueña de su infernal papel, se hace la capitana de nuestra voluntad? Ángel de bondad pleno, ¿conoces la crueldad? Á ngel de salud pleno, ¿conoces tú la fiebre de aquellos que entre muros de un horroroso hospicom o los desterrados, o los hijos del vicio, [ció, buscan el sol y beben el más amargo pebre? Ángel de salud pleno, ¿conoces tú la fiebre?

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LAS FLORES DEL MAL

Ángel de beldad lleno, ¿sabes de las arrugas y el miedo a la vejez, y el odioso tormento de leer en los ojos el negro pensamiento en quien todos los bienes y bellezas conjugas? Ángel de beldad lleno, ¿sabes de las arrugas? Ángel pleno de dichas y alegres luminarias, ¡David muriente habría la salud demandado a las emanaciones de tu cuerpo encantado! Pero de ti no imploro yo más que tus plegarias. ¡Ángel lleno de dicha y alegres luminarias!

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CHARLES BAUDELAIRE

XLV fCONFESIÓN 1

T Tna vez, una sola, dulcemente amoroso, ^ en mi brazo tu brazo se apoyó. (De mi alma el fondo tenebroso guarda el pálido trazo.) Era tarde; lo mismo que una medalla nueva la luna llena relucía, y París, com o un río que a la noche nos lleva, goteando dormía. Los gatos por debajo de las puertas cocheras se deslizaban furtivamente, y también en acecho, cual sombras de rameras, nos venían siguiendo lentamente. De súbito y en medio de aquella intimidad que a la pálida luna se abría, ) de ti, rico instrumento, de tal sonoridad que en él no vibra más que la alegría; 94

LAS FLORES DEL MAL

de ti, clara y gozosa, cual fanfarria valiente en una jubilosa mañana, se escapaba una nota, melancólicamente dolorida y humana. Como un niño enfermizo, sombrío, horrible, inque a su familia sonrojara [mundo, y al que durante años, por ocultarlo al mundo, en una cueva encadenara, cantaba, ¡pobre ángel!, la nota inesperada. «Nada es cierto aquí abajo; todo es uno y lo mismo. »Se ve siempre pasar la torpe mascarada ~ »del humano egoísmo. »Es un oficio duro el de mujer hermosa, »y es un trabajo muy banal »danzar desfalleciendo lo mismo que una rosa »con una sonrisa maquinal. »No se edifica nada sobre los corazones; »todo se agrieta v cruie: amor, belleza, infieles. »todo el olvido lo echa al cesto de los paneles... » ¡Sólo la eternidad impone sus razones!» Y o evoco muchas veces esa luna encantada, su silencio, su lánguida, su nocturna emoción, y aquella confidencia horrible, musitada en el confesonario de nuestro corazón.

CHARLES BAUDELAIRE

XLVÍ *

t. ~EL'^^_||TOlTUÁLJjj( en los pervertidos el clarear de la aurora filtra el rayo ideal que es siempre un rondador, por una misteriosa faena vengadora * se les revela siempre un ángel triunfador. uando

C

El cielo espiritual de azul inaccesible para el hombre caído que todavía sueña se abre com o un abismo que de su alma se adueña. Así, querida diosa, ser lúcido y sensible, sobre el despojo humeante de estúpidas orgías tu recuerdo más claro, más dulce, más rosado, ante mis ojos nunca de pasar ha dejado.

El sol ha oscurecido la luz de las bujías. Así, vencedor siempre, tu fantasma es igual — alma resplandeciente— a ese sol inmortal.

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LAS FLO R ES D EL MAL

XLV II ^ R M O N L ^ ^ ^ TARDE J * * a viene el tiempo en que del tallo estremecido * cada flor se evapora igual que un incensario; iones y aromas hacen de la tarde un rosario; )melancólico vals en cadencia mecido!

V

Cada flor se evapora igual que un incensario, el violín es igual que un corazón herido: Imelancólico vals en cadencia m ecido!, el cielo es triste v bello como altar solitario. 111 violín es igual que un corazón herido, jim tierno corazón con su dolor diario! ; el cielo es triste y bello como altar solitario, rn su sangre cuajada el sol se ha sumergido. ¡Un tierno corazón con su dolor diario va recorriendo el rastro del pasado encendido! Un su sangre cuajada ya el sol se ha sumergido..., , brilla en mí tu recuerdo como en un relicario!

97 M IIH ilA M t

7

CHARLES jBAUDELAIRE

XLVIII 1 EL FRASCO

V

T T a y perfumes que en toda materia hallan igual ' * lo poroso. Diríase que filtran el cristal. Cuando abrimos un cofre venido del oriente v cuva cerradura rechina levemente. o bien, en una casa desierta, algún armario que exhalando vejez se pudre solitario, encontramos, a veces, ese frasco olvidado, alma-aroma a la que hemos resucitado. Pensamientos dormidos, cual fúnebres crisálidas latiendo dulcemente en lejanías pálidas. las alas entreabren en un vuelo sonoro. tintas de azul, lunadas de rosa, vivas de oro. Y ya revolotea el recuerdo embriagante en el aire; los ojos se cierran al instante. El vértigo posee nuestra alma vencida y la lanza otra vez a lo hondo de la vida. \98

LAS FLORES DEL MAL

1.a tumba al borde de un abismo milenario, donde—Lázaro ungido, desgarrado el sudario— resucita el yacente cadáver espectral tic un viejo amor, a un tiempo hermoso y sepulcral. Así. cuando de mí ya no quede memoria, podré gozar aún de una siniestra gloria, cuando me hallen igual que ese frasco olvidado, decrépito, podrido, sucio, abyecto, humillado. Y yo seré tu féretro, amada pestilencia, testigo de tu fuerza y de tu virulencia. ¡Veneno preparado por ángeles! ¡Licor «pie nie fue consumiendo!... ¡ Oh vida, muerte, amor!

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CHARLES BAUDELAIRE

X L IX I EL VENENO)

sabe el vino los tugurios peores de un lujo milagroso, y hacer surgir un bello pórtico fabuloso de entre rojos vapores, igual que un sol de oro en un cielo brum oso.

R

evestir

El opio lo hace todo desvaído, ilimitado hasta la infinidad; ahonda en el tiempo, y a la voluptuosidad le da un placer cansado; colma el alma por cima de su capacidad.

Mas todo eso no vale el veneno vertido por tu verde miradalago donde mi espíritu se refleja invertido. Mis sueños han bebido en el amargo pozo de tus oios, amada.

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LAS FLORES DEL MAL

Todo ello no vale ese placer nefando t|iie tu saliva vierte, y me hunde en el olvido, y mi alma pervierte mientras la va arrastrando desfallecida a las riberas de la muerte.

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CHARLES BAUDELAIRE

L ( cielo NUBLADO 1 *

X u mirada parece que en un sueño se pierde, ■*- tu mirar misterioso— ¿es azul, gris o verde? alternativamente tierno, cruel, soñador, refleja la indolencia del cielo y su color. Recuerdas esos días blancos, tibios, velados, que hacen fundirse en lágrimas a los acongojados cuando un mal ignorado que los nervios excita se burla, despertándola, del alma que dormita. Te asemejas, a veces, a esas tierras hermosas que iluminan los soles de estaciones brumosas. ¡Cóm o luce de nuevo el paisaje mojado cuando se asoma el sol tras un cielo nublado! ¡Oh mujer peligrosa! ¡Oh climas seductores! ¿Adoraré yo, pues, tu clima y tus rigores para lograr así del implacable invierno más profundos placeres, con un sabor eterno? 102

LAS FLORES DEL MAL

LI EL GATO

I I ; n mi cerebro se rebulle. ■ " m m n ftn su 1er.hr> nn gran

un gato hermoso, encantador, .No se le siente aunque maúlle Tal es su timbre dulce v discreto Sea su voz apacible o graveresulta siempre rica v suave. Ése es su encanto y su secreto. Esta voz que, húmeda, penetra en mi fondo más tenebroso, me colma, verso numeroso, verso que no tuviera letra.

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CHARLES BAUDELAIRE

Adormece los males más crueles. todos los éxtasis suscita : qo necesitan palabra escrita yus frases más dulces y fieles. No he de encontrar arco que muerda mi corazón—noble instrumento— , ni que con mayor sentimiento haga cantar su vibrante cuerda que tu voz, gato misterioso, gato seráfico y extraño, ro m o un ángel— ¡ oh mi ángel huraño! —

II

Hay en su piel leonada y bruna un perfume de tal delicia que basta una sola caricia para embriagamos, sólo una. Él es mi espíritu familiar; preside, inspira, juzga, impera en todo. ¿ Es una fiera. un mago, un dios por revelar?

como atraídos por un imántan suave y dócilmente van .qm». quedo en mf mismo encantado Me sumerjo profundamente en sus pupilas, marinos faros, vivientes ópalos, fanales claros que me contemplan fijamente.

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LAS FLORES DEL MAL

LII j^ E ^ B E l^ ^ IA V Ío J

V " o te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera!, * las diversas bellezas que hay en tu primavera. Empezaré esta vez por la belleza que es infancia y madurez. Cuando mueves el aire con tu falda ligera, pareces un bajel que se va mar afuera, dando la vela al viento con balanceo suave y perezoso y lento. Sobre tus anchos hombros, sobre tu largo cuello, la graciosa cabeza pavonea lo bello; con aire plácido y triunfante, majestuosa criatura, tú sigues adelante. Y o te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera!, las diversas bellezas que hay en tu primavera, y empezaré esta vez por la belleza que es infancia y madurez.

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CHARLES, BAUDELAIRE

Tu pecho, perfilado por la seda tirante, es un arca preciosa ese pecho triunfante. Senos turgentes, duros, trémulos palpitando, igual que dos escudos luceros reflejando. ¡Escudos retadores con sus dos puntas rosas! Arca dulce en secretos, llena de buenas cosas, vinos, perfumes y licores, delirio de cerebros, del corazón traidores. Cuando mueves el aire con tu falda ligera, pareces una barca que se va mar afuera, dando la vela al viento, con balanceo suave y perezoso y lento. Las piernas, que a través del volante entreveo, afilando mis dientes, aguzando el deseo; dos brujas que preparan su conjuro batiendo un filtro negro dentro de un vaso oscuro. Tus brazos, que ahogarían los hércules precoces, son los émulos vivos de las boas feroces, hechos para apretar con tanta obstinación que a tu amante imprimieras en ese corazón. Sobre tus anchos hombros, sobre tu largo cuello, tu graciosa cabeza pavonea lo bello; con aire plácido y triunfante, majestuosa criatura, tú sigues adelante.

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LAS FLO R ES DEL MAL

LITI LA INVITACIÓN AL VIAJE )} i I T ermana criatura, 11 I piensa en la dulzura de ir a vivir juntos allá, a lo distante!

Amar sin cesar, amar y expirar

en ese país a ti semejante. Los soles mojados, los cielos nublados tienen el encanto que hay en tu mirada, traidora, taimada, cuando da su brillo a través del llanto. Allí todo es orden y todo es belleza, voluptuosidad, lujuria, pereza.

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CHARLES BAUDELA1RE

Muebles relucientes, preciosa madera que el tiempo puliera, harán deliciosa nuestra íntima estancia; las más raras flores darán su fragancia, mezclando con ámbar sus vagos olores. Los artesonados, los viejos espejos, profundos, callados, con un esplendor oriental, todo le hablaría quedo al alma mía su dulce lenguaje natal. Allí todo es orden y todo es belleza, voluptuosidad, lujuria, pereza. Mira en ese río dormir el navio — suave balanceo— com o un vagabundo; por satisfacer tu menor deseo, hasta aquí ha venido del cabo del mundo. El sol del ocaso baña los canales, la campiña entera, toda la ciudad, de flores, jacintos de oro y de raso; el mundo se duerme en su claridad. Allí todo es orden y todo es belleza, voluptuosidad, lujuria, pereza.

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LAS FLORES DEL MAL

LIV LO IRREPARABLE

I :p

hacer algo contra el remordimiento, que vive se agita y escarba, se nutre de nosotros lo m ism o que una larva del muerto, o que la oruga del roble corpulento? ¿Podemos hacer algo contra el remordimiento? o d em o s

¿En qué filtro, en qué vino, en qué tisana ahogar a ese inclemente, destructor y goloso como una cortesana, y, como la hormiga, paciente? ¿En qué filtro, en qué vino, en qué tisana? Dile, bella hechicera, ¡oh, d i!, si lo has sabido, a mi pecho angustiado, igual que un moribundo al que pisa otro herido, o el casco de un caballo lo deja magullado, dile, bella hechicera, ¡oh, d i!, si lo has sabido, m

CHARLES BAUDELAIRE

dile a este agonizante al que el lobo olfatea, pues el ala del cuervo ya sombrea la luz, ¡a este soldado roto!, si es preciso que crea que no hallará una tumba y una cruz. ¡Oh pobre agonizante al que el lobo olfatea! ¿Se puede iluminar un mudo y negro cielo? ¿Se puede en la tiniehla contemplar las estrellas? La tiniebla más negra que la pez, ese velo que ni siquiera habrán de rasgar las centellas. ¿Se puede iluminar un mudo y negro cielo? La esperanza que antaño fue posible hostería ya para siempre ha muerto. Sin luna y sin estrellas, ¿qué refugio hallaría mi corazón incierto? ¡El diablo ya apagó la luz de la hostería! Adorable hechicera, ¿amas los condenados? Dime si tú conoces el castigo irredento, flechas al corazón, dardos envenenados, ¿sabes tú lo que es, dime, el remordimiento? Adorable hechicera, ¿amas los condenados? Lo irreparable muerde con su lima maldita nuestro ser semejante a un viejo monumento, y socava, socava, igual que la termita va minando el cimiento. ¡L o irreparable muerde con su lima maldita! II

Una vez en el fondo de un teatro banal que aturdía una orquesta sonora, vi un hada aparecer en un cielo infernal cual milagrosa aurora; una vez en el fondo de un teatro banal

110

i

LAS FLO R ES DEL MAL

vi a un ser que parecía hecho de gasa y luz^ vencer al terrible Satán ; así mi corazón, bajo un negro capuz, es com o ese teatro en donde siempre están

CHARLES BAUDELAIRE

LV CONVERSACION í 'C r es

un bello cielo de otoño claro y rosa!

•J-' Pero en mí la tristeza sube cual la marea, y deja en el reflujo en mi boca morosa un limo amargo y un negro sabor de brea. Tu mano se desliza vanamente en mi pecho; lo que ella encuentra, amiga, es un lugar vacío; con la garra y el diente la mujer lo ha deshecho. Las bestias devoraron este corazón mío. Es igual que un palacio por la turba asaltado, donde beben, se matan, se arrancan el cabello. ¡Flota un perfume en tomo de tu desnudo cuello!... ¡ Belleza, duro azote del alma, lo que quieras f Con tus ojos de fuego que para mí han brillado calcina estos despojos que han dejado las fieras.

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LAS FLO R ES D EL MAL

LVI

f CANTO DE OTOÑO ¡ Ü D ronto nos hundiremos en las frías tinieblas; ' adiós, radiantes cielos y tardes estivales. Se escucha ya ese ruido, entre fúnebres nieblas, i|ue hace al caer la leña en los fríos corrales.

I)

En mi pecho va a entrar otra vez el invierno: odio, temor, horror, el trabajo forzado, y lo mismo que el sol en su polar infierno será mi corazón rojo y a un tiempo helado. ( ada tronco parece caer en una tumba; el cadalso no se alza con tan sombrío eco. Mi espíritu es la torre que por fin se derrumba ¡*l golpe del ariete infatigable y seco.

113 1 MKI ■— 8

CHARLES BAUDELAIRE

Me parece, al oír el monótono ruido, que están cavando un féretro de prisa en cualquier [parte — ¿para m í?— . Adiós, verano; ¡el otoño ha veniadiós, adiós, amor, belleza, ensueño, arte... [d o ! ;

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LAS FLORES DEL MAL

DD* IU e gusta de tus ojos el verdoso fulgor, dulce beldad; mas, hoy yo no te puedo amar, y nada, ni el boudoir, ni el fuego, ni el amor valen hoy para mí lo que el sol sobre el mar. Y, sin embargo, ámame con maternal ternura, igual que a un hijo ingrato, díscolo, indiferente; sé mi amante y mi hermana con la misma dulzura de un otoño glorioso o un dorado poniente. ¡Breve tarea ya! La tumba ávidamente aguarda. ¡Déjame, la frente en tus rodillas, gustar, mientras añoro un verano caliente, el tiempo de las hojas amarillas!..

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CHARLES BAUDELAIRE

S.

LVI1 A UNA MADONA

Exvoto a la manera española alzar para ti. madona. dueña m ía . un altar desde el fondo de mi melancolía. y en el rincón más negro que hava en mi corazón. muv lejos del deseo y del mirar burlónhacer una hornacina de a /u l v oro esmaltada. donde tú te levantes, estatua consagrada. M is versos, damasquino del más puro m etalsabiamente incrustado de estrellas de cristalharán para tus sienes una hermosa coron a: y después con mis celos. ;o h mi m ortal m a A e m a t. sabré cortarte un manto singular, de manera que el pliegue, duro v rígido, de piedra pareciera.^ v fuese la garita que encierre tus encantos. ¡N o de perlas bordada, pero sí con mis llantos, tu túnica será m i deseo que prende, ondula, crece, sube impetuoso o desciende; que en las cumbres desmaya, en los valles reposa, y que de besos viste tu cuerpo blanco y rosa.

Q

1 1 6

uiero

LAS FLORES DEL MAL

Haré con mi respeto más rendido dos finos escarpines de raso para tus pies divinos; Io n aprisionarán tan justa y suavemente que quedará su molde en el raso crujiente. Si no puedo, a pesar de mi mejor deseo, una luna de plata recortarte, yo creo que podré colocarte a los pies la serpiente que muerde mis entrañas, y tú angélicamente, |oh reina victoriosa!, fecunda en redenciones, sobre el monstruo de odio hundirás los talones. Verás mis pensamientos en fila, cual los cirios que u la reina del cielo alumbran entre lirios, el azul cielo raso del cielo constelar y con ojos de fuego mirarte sin cesar. Y como todo en mí te admira y ama, pienso que todo se hará mirra, benjuí, ámbar, incienso; y hacia ti, eternamente, cumbre nevada y rosa, MNcenderá en vapores mi alma tormentosa. Hn fin, para hacer bien tu papel de María y mezclar el amor con la barbarie impía, ¡negra voluptuosa!, de los siete pecados haré siete cuchillos sabiamente afilados, lanzándolos igual que un juglar aburrido y tomando por blanco lo que te es más querido, I he de clavarlos en tu corazón palpitante, lu corazón gimiente, tu corazón sangrante!

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LVIII CANCIÓN DE SIESTA

A unque

esas cejas malignas te den un extraño aire — bruja de ojos tentadores— que no es, por cierto, el de un ángel, te adoro, ¡o h frívola mía, mi pasión inconfesable!, con la misma devoción que a un ídolo hay que adorarle.

Dan el desierto y la selva a tu pelo olor salvaje; tu frente, tus actitudes son un enigma inviolable. Tu como ninfa como 118

en me un perfume exhala un sahumerio fragante; tenebrosa y cálida. la noche, adorable. (

LAS FLO R ES DEL MAL

¡ A h !, no existe ningún filtro que a tu pereza se iguale. ¡Los muertos revivirían si tu los acariciases! De tus pechos se enamoran esas caderas sensuales; los cojines soliviantas con tus desperezos suaves. Rabiosa de amor, a veces precisas para calmarte, misteriosa y grave a un tiempo, el morderme y el besarme. Me hieres, bruna adorada. con un fingido desaire. Son cual la luna tus ojos en mi corazón posándose. Rajo tu chapín de raso v tus pies incomparables pongo mi dicha, mi genio, pongo mi destino..., ¡ámame! A mi alma sólo la curan luz y color de tu imagen, tú que en mi Siberia eres el Fuego a que calentarse.

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CHARLES BAUDELAIRE

LIX SISINA

T m ag in ad a Diana, cinegética alada, atravesando bosques, matorrales saltando, senos y pelo al viento, de júbilo embriagada, soberbia, sus mejores jinetes fatigando. ¿Habéis visto a Théroigne, en las matanzas fieras, a un harapiento pueblo al asalto azuzando, la mirada de fuego, de su hazaña gozando, subir, sable en el puño, las reales escaleras? ¡Pues igual es Sisina! Mas la dulce guerrera es una mezcla rara de monja y de ramera; su coraje, embriagado de pólvora y tambores, sabe bajar el arma ante los suplicantes; su corazón, rabioso unos momentos antes, tiene para los dignos sus lágrimas mejores.

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LAS FLORES DEL MAL

LX “ franciscae

meae l a u d e s ”

Versos compuestos para una modista erudita y devota 'V I ovis te cantabo chordis, o novelletum quod ludis in solitudine cordis. Esto sertis implicata, o femina delicata per quam solvuntur peccata. Sicut beneficum Lethe, hauriam oscula de te, quae imbuta es magnete. Quum vitionim tempestas turbabat omnes semitas, apparuisti, Deitas,

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CHARLES BAUDELAIRE

velut stella salutaris, in naufragiis amaris... Suspendam cor tuis aris! Piscina plena virtutis, fons aetemae juventutis, labris vocem redde mutis! Quod erat spurcum, cremasti quod rudius, exaequasti; quod debite, confirmasti. In fame mea taberna, in nocte mea lucerna, recte me semper gubema. Adde nunc vires vi ri bus, dulce balneum suavibus, unguentatum odoribus! Meos circa lumbos mica, o castitates lorica, aqua tincta seraphica; patera gemmis corusca, pañis salsus, mollis esca, divinum vinum, Francisca!

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LAS FLO R ES DEL MAL

LXI /

a

una

dam a

c r io l l a "*]

L' n u n p a ís d e sol, d e a r o m a s , d e c a r ic ia s , *-*' bajo los flamboyanes verdes y purpurados, y palmeras que ponen en los ojos delicias, conocí a una criolla de encantos ignorados. La tez pálida, fresca; trigueña encantadora, gracioso y noble el cuello en todas sus maneras, pasaba, alta y esbelta, como una cazadora, la sonrisa frutal, moradas las ojeras. Si alguna vez, señora, vais al país glorioso, orilla el verde Loire o del Sena brumoso, bella, digna de ornar las antiguas mansiones, haríais germinar en rincones discretos los más apasionados y rendidos sonetos, convirtiendo en esclavos todos los corazones.

1 23

CHARLES BAUDELAIRE

LX11 {“ pP\ ^

im e ,

m oesta et errabu n da'

1

*

¿tu co ra zó n , Á g a ta , a veces h uye

le j o s d e l n e g r o o c é a n o d e la in m u n d a c iu d a d ,

> en busca de otro mar que centellea y fluye azul, claro, profundo cual la virginidad? i, Dime, ¿tu corazón, Ágata, a veces huye? ¡ El mar, el vasto mar, consuela nuestros males! ¿Qué demonio ha dotado al mar, ronco cantor al que acompaña el órgano de fieros vendavales, de esa virtud sublime de acunar el dolor? i El mar, el vasto mar, consuela nuestros males! ¡Llévame tú, vagón! ¡Embárcame, navio! ¡Lejos, lejos! El lodo se amasa aquí con llanto. Es verdad que, por veces, tú, Ágata, amor mío, dices: «Basta de crímenes, remordimiento, espanto...» ¡Llévame tú, vagón! ¡Embárcame, navio!

{ 124

LAS F LO R ES D EL MAL

¡Qué lejos estás ya, paraíso perfumado, donde, bajo el azul, hay amor y alegría, donde cuanto se ama digno es de ser amado, donde en puro deleite el alma se extasía. ¡Qué lejos estás ya, paraíso perfumado! Pero ese paraíso de infantiles amores, de paseos, de cantos, de besos, de violetas, de violines vibrando detrás de los alcores, con los vasos de vino, de noche en las glorietas pero ese paraíso de infantiles amores— , paraíso inocente, de furtivos placeres, ¿está más lejos ya que la India y que la China? ¿Podremos revivir con quejas los ayeres y animar todavía de una voz argentina el verde paraíso de furtivos placeres?

1 25

CHARLES BAUDELAIRE

LX1LI t EL APARECIDO 1 f ' ' omo

^

un á n g e l d e f ie r a p u p ila

v o lv e r é h a s ta tu a l c o b a t r a n q u ila ,

y s a b r é d e s líz a r m e s in r u id o , y lle g a r a tu c u e r p o d o r m i d o .

En la sombra he de darte, ¡ oh mi bruna!, besos fríos igual que la luna, y caricias de sierpe ondulante que una fosa rondara reptante. Cuando al alba despiertes de frío, encontrando mi sitio vacío, no podrás recobrar el calor. Si algún día te di mi ternura, en tu vida de alegre hermosura quiero ahora reinar por terror.

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LAS FLO R ES D EL MAL

LXIV SONETO DE OTOÑO

preguntan tus ojos, claros como el cristal: “ ¿Qué mérito has podido encontrar en mí, amaSé encantadora y calla. Mi corazón hastiado [d o?” necesita del simple candor casi animal.

M

e

No quiere descubrirte su secreto infernal, mano acariciadora que al largo sueño invita, ni su negra leyenda que está con fuego escrita. Ya temo a la pasión y el esprií me hace mal. Amémonos en calma. Que amor en su garita, tenebroso, emboscado, tiende el arco fatal. Conozco los recursos de su viejo arsenal: crimen, horror, locura. ¡ Rosa que se marchita!, ¿no eres tú, como yo, también sol otoñal, oh mi blanca, mi tierna, mi fría Margarita?

127

CHARLES BAUDELAIRE

LXV TRISTEZAS DE LA LUNA C

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n o c h e la lu n a s u e ñ a c o n m á s p e r e z a .

como sobre cojines tendida una belleza que, acariciando leve con m an o distraída el contorno del seno, se va a quedar dormida. ^obre su suave espalda con pálidos nublados, moribunda, se entrega a éxtasis prolongados, .V. p a s e a s u s o i o s p o r la s b la n c a s v is io n e s q u e e n e l a z u l a s c ie n d e n ig u a l q u e f lo r a c i o n e s .

Cuando sobre este mundo su languidez ociosa deja caer alguna lágrima silenciosa, un poeta piadoso, enemigo del sueño, en su mano recoge esta lágrima fría como un fragmento de ópalo que al iris desafía, y de ella al solitario corazón hace dueño. I

í 28

a

LAS FLO RES DEL MAL

LXV1 LOS GATOS

T o mismo los amantes que los sabios austeros adoran a los gatos, orgullo de la casa, de suave y alto lomo— sobre él la mano pasa— , como ellos sedentarios, como ellos frioleros. Amigos de la ciencia y el deleite a la vez, ;d horror y al silencio de la tiniebla fieles, los tomara el Erebro por fúnebres corceles, si a esclavitud pudiera inclinar su altivez. Somnolientos, imitan las nobles actitudes de las esfinges que en lejanas latitudes duermen su largo sueño, inmóviles, tranquilas. Cuando enarcan su lomo hay como un centelleo; partículas de oro, finas arenas veo destellar cuando abren sus mágicas pupilas.

129 M I ’IM tA IN h .

9

CHARLES BAUDELAIRE

LXV II LOS BÚHOS

AL

a b r ig o d e lo s a le r o s ,

lo s b ú h o s m e d it a n e n fila , v ig ila n t e la r o j a p u p ila , c o m o f i l ó s o f o s a u s te r o s .

Inmóviles permanecerán hasta la melancólica hora en que el sol las colinas dora. Las sombras acechando están. Su actitud dice al sabio el secreto: hav que saber estarse quieto. v del tu m ulto tener n iid n d o .

¡Cuántos—-v vo soy buen testigohan sufrido el justo castigo por haber de sitio cambiado!

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LAS FLO R ES D EL MAL

LXV III LA PIPA

\ / o soy la pipa de un autor. * Se advierte en mi fisonomía de Abisinia o de Cafrería, alma, son en verdad espantosos! HV1 Vagamente ridículos, maniquíes noctámbulos; terribles, singulares, igual a los sonámbulos, fijan quién sabe en dónde sus ojos tenebrosos. Sus ojos, de que huyó la centella divina, como si algo miraran en lo lejano, al cielo se alzan siempre; jamás su cabeza se inclina para buscar, cargada de visiones, el suelo. Él atraviesa así la negra inmensidad, hermano del silencio infinito. ¡Oh ciudad!, mientras en torno cantas, ríes sin un anhelo generoso, aturdida, de placer embriagada, ¡m ira!, también me arrastro, el alma desolada, y me digo: “ ¿Qué buscan los ciegos en el cielo?”

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LAS FLO R ES DEL MAL

xcm I

A UNA TRANSEÚNTE'

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a calle aturdidora en torno mío aullaba. ' Alta. ,c cruzó una muier. Con un gesto precioso recoda la blonda que la brisa agitaba.

Y era ágil, noble, con su pierna de escultura. Yo hehí en el instante, embriagado v crispado, en su pupila— cielo de tormenta preñado— placer mortal v a un tiempo fascinante dulzura. Un relámpago... ¡y noche! Fugitiva beldad cuya mirada me ha hecho de pronto renacer, t,no he de volver a verte sino en la eternidad? , Lejos, lejos..., o tarde..., cuando no pueda ser! Pues dónde voy no sabes, ni yo sé adónde huiste, ¡ tú. a quien yo hubiera amado, tú, que lo compren­ diste!

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CHARLES BAUDELAIRE

XCIV EL ESQUELETO LABRADOR

I E

las láminas de anatomía que hay en el muelle polvoriento, donde el libro y el documento duermen com o una m om ia fría n

— dibujo a cuya gravedad el oficio de un viejo artista, aunque el tema se le resista, sabe dar cierta calidad— , se ven, para hacer más completos esos misteriosos horrores, cavando, com o labradores, despellejados y esqueletos.

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LAS FLO R ES D EL MAL

II

En esa tierra que caváis, fúnebres siervos resignados, tensa la vértebra, curvados, decid, ¿qué cosecha sacáis? Decidme, a ver, ¿qué extrañas mieses cosechan en ese osario; de qué granjero estrafalario estáis sirviendo los intereses? nc

¿Queréis— imagen espantosa de un humano destino harto d u r o mostrar que no hay sueño seguro ni en lo profundo de la fosa ; que la nada es siempre traidora, que hasta la propia muerte miente, V, en fin , que sempiternamente, |iiy!, tendremos en mala hora y en algún país ignorado que cavar una tierra mala, y empujar una dura pala con el pie desnudo y llagado?

177 M i i i n i Alto

12

CHARLES BAUDELAIRE

xcv J.EL CREPÚSCULO DE LA TARDg]f

I J e aquí la noche, amiga del criminal desvelo; -*■ viene a paso de lobo como un cóm plice; el cielo se cierra lentamente, cual si una alcoba fuera, y todo hombre impaciente se cambia un poco en fiera. ¡ Oh noche!, amada noche, tranquila, deseada por aquellos que pueden decir: “ Hoy la jomada ha sido de trabajo.” La noche es quien serena las almas devoradas por indecible pena, al sabio que se obstina inclinando su pecho, y al obrero cansado que va en busca del lecho.

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LAS FLO R ES D EL MAL

I on ilcnionios malsanos, a favor del ambiente, ■orno hombres de negocios, despiertan torpemente, y nietos y ventanas golpean al volar. A triivés de las luces, que el viento hace temblar, •o

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PARISIENSES :

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A una mendiga penrruja

\< 1. V V

...

11.

A una li aiiseunte

IV.

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...

M V. V V I. \< Vil. \< V III.

(1.

Danza macabra .........................

157 159 164

VXXIX. \< .

M III.

147 148

1 AV M il.

... ........

170 174 175 176 178 180 182 185 187

tarumas v lluvias ............................... 315

CHARLES BAUDELAIRE

CU. .Sueño narisiense CIII.

.........

1OI

EL VINO CIV. El alma del vino ......... CV. El vino de los traperos CVI. El vino-asesina......... *-***CVII. (El_Yino del solitariofk............ CVIII. El vino de los amantes ..

2(>i

LAS FLORES DEL MAL: CIX. W.a destróce ¡orí » . ... ex. U ll jaácttj; ................................ CXI. Mujeres condenadas JJL'L r& F fr 1.a. .fuente de la sanare ......... exiv. Alegoría ............... cxv. |;| m-.itrLy.............. exvi. Un viaje a Cyteres ... CXVII. __EI amor v la calavera ..

? ÍK

REBELIÓN CXVIII. cxix. CXX.

La negación de san Pedro ... Abel v Caín .............. Las letanías de Satán

231

LA MUERTE: ' CXXI. La, muerte de los am anté CXXII. (La muerte de los nobresl ★ CXXIII. La—muerte—de—los—artistas ... CXXIV. F,1 fin de |a jornadrt ......... exxv. El sueño de un curioso .. ^-•CXXVI. £1 viaje)*. ................................

.........

241 242 243 "M4

SUPLEMENTO A “LAS FLORES DEL MAL” : I. Epígrafe para np l.h r,, II. Examen de medianoche ... III. (Madrigal tris^eó») * -J & V. El rebelde .............

vi. 316

Muy lejos de aquí

.....I,.

...

255

LAS FLO RES DEL MAL

Vil. El abismo ............. es úc un ¡caro

V III . IX.

l.a tapadera La pipa de la paz ............... La plegaria de un pagano

X. XI. X I I. XIII. XI V.

io s

A Teodoro de Banville ...

di si’ ojos

ii. mi.

iv. v. vi. vil. vin. ix. x. — XI. xii. xiii. xiv. xv. xvi. xvii. xviii.

263 264 265 266 267 271 272 273

:

Lcshos • ............................................................. Mujeres condenadas ...................................... El I.eteo ............................................................ A la que es demasiado alegre ................ Las alhajas ....................................................... Las metamorfosis del vampiro ................. El surtidor ........................................................ Los ojos de Berta ....................................... Himno ................................................................ Las promesas de nn rostro ....................... Versos para un retrato de H. Daumier Lola de Valencia ........................................... Sobre el Tasso en p risión .............................. La voz ............................................................... Lo imprevisto .................................................. El rescate ......................................................... A una malabaresa ..........................................

277 278 281 286 288 290 292 294 296 297 299 301 302 303 304 306 309 310

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18

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317