Barrio de Santa Ana

Barrio de santa ana Al noroeste de la ciudad, en su parte más elevada, se encuentra ubicado Santa Ana, uno de los barrio

Views 150 Downloads 51 File size 184KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Barrio de santa ana Al noroeste de la ciudad, en su parte más elevada, se encuentra ubicado Santa Ana, uno de los barrios más antiguos del Cusco. Su historia se inicia aproximadamente 700 años antes de Cristo cuando este sector fue ocupado por los Chanapata. Los estudios arqueológicos han hallado numerosos ceramios y muestras líticas de este período. Durante la época incaica, Chanapata pasó a llamarse Carmenca. Aquí vivían ayllus dedicados sobre todo a una intensa producción agrícola. Muestra de esta labor es el sistema de andenes que se puede apreciar actualmente en la esquina de Arcorpata. La población de Carmenca estuvo conformada por nativos incas y un gran número de Cañaris y Chachapoyas. Estas etnias guerreras, procedentes de lo que actualmente es Ecuador y del norte de nuestro país, fueron trasladadas a este sector por Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac. Cañaris y Chachapoyas, según el cronista Martín de Murúa, formaban parte de la guardia personal del inca. El 14 de noviembre de 1533, los españoles hacen su ingreso a la capital incaica por el cerro Carmenca. Desde allí inician su descenso hacia el valle del Cusco por el callejón que hoy se conoce como calle de la Conquista. Una vez que tomaron posesión del Cusco, Carmenca fue repartido en parte entre los peninsulares, siendo privilegiados con terrenos los más connotados soldados que participaron en la conquista, entre ellos Juan de Betanzos y Diego de Silva. Carmenca fue el primer sector donde se construyeron las nuevas viviendas y se comenzó a implantar la nueva cultura, pero siguió siendo principalmente una parroquia de indios. En 1560, los españoles mandan a erigir la iglesia y crean la parroquia bajo la advocación de la “Gloriosa Santa Ana”. Desde entonces, esta parroquia fue considerada el punto de entrada al Cusco, pasando a ser “cabeza” de la ciudad porque era el primer lugar al que llegaba el viajero que venía de Lima. En la plazuela de la parroquia existió una gran cruz de madera, que desapareció misteriosamente. Esta llevaba grabada a cuchillo los nombres de los conquistadores que tomaron el Cusco. Por la misma época se construyó en la empinada cuesta de acceso a la plazoleta el arco llamado de la Alcabala, donde el Cabildo Secular cobraba los impuestos. El terremoto de 1650 destruyó gran parte de la ciudad. El templo del barrio se vino abajo y sepultó los distintos altares, la sacristía, las esculturas y otras obras de arte religioso que ahí se conservaban. Posteriormente se levantó la iglesia con las mismas características andinas que hasta hoy conserva. “Mi nombre es Juan Zapaca Inga. Por encargo del cura de la parroquia de Santa Ana, don Juan de Herrera, he pintado una serie de lienzos que muestran nuestra fiesta del Corpus Christi. Ha sido un trabajo difícil, que me ha demandado varios años y para el que he tenido que contratar a muchos ayudantes. Sin embargo, ahora estoy muy orgulloso de los cuadros que en adelante adornarán las paredes de la iglesia. El mismo obispo, su Ilustrísima don Manuel de Mollinedo y Ángulo, ha dicho que si bien las paredes del templo son de barro, con los lienzos del Corpus Christi es como si estuvieran cubiertas de oro.” Los cuadros que a mí más me gustan son los que muestran a los patronos de las parroquias de indios: Santiago, San Blas, San Cristóbal y el Hospital de Naturales.

El lienzo en el que más he trabajado, sin embargo, es el del Final de la Procesión. Un cacique Cañari, del ayllu Chasquero de la parroquia de Santa Ana, es el donante de este lienzo y aparece retratado en él. Por lo mismo, siguiendo su encargo, he representado en un lugar privilegiado del lienzo a la guardia de arcabuceros del corregidor, conformada como es costumbre por indios cañaris y chachapoyas de la misma parroquia. En Santa Ana, como todo el mundo sabe, están asentados ocho ayllus de indios y los más numerosos e importantes son los de los Chachapoyas y Cañaris Chasqueros, quienes sirven de correos del rey y no pagan tributo. Según su cacique, el lienzo que mis manos han pintado servirá para recordar la alianza histórica de cañaris y chachapoyas con los españoles. Personalmente, sin embargo, he puesto más empeño en pintar, en este mismo lienzo y en otro, el retrato de su Ilustrísima el obispo Mollinedo. Es el señor obispo el que hace que a los maestros pintores, talladores, orfebres, no nos falte trabajo últimamente y a él se debe que las iglesias de nuestro Cusco reluzcan como joyas.” La parroquia de Santa Ana fue cambiando poco a poco. Los nombres de sus calles tomaron algunos vocablos quechuas como Uma Calle o fueron adquiriendo el nombre o apellido de españoles importantes de la zona, como el conquistador Diego de Melo, que dio nombre a la calle que ahora se conoce como Meloc. Dice una tradición que en esta calle se encuentra un gran tesoro y que en el lugar se ven arder grandes llamaradas de fuego. También es reconocida por la pileta de agua que está en esquina con la calle Nueva Baja. Ya en la época republicana, Santa Ana seguía conservando ese aire que tenía en la colonia y dando fe a las historias que contaban sus vecinos, como esta que le ocurrió a una costurera… Margarita, una costurera joven y solitaria, tenía su taller en la cuesta de Santa Ana. Como recibía gran cantidad de encargos, trabajaba sin descanso hasta la madrugada. Concentrada en su labor, no daba importancia a las extrañas procesiones de medianoche que pasaban delante de su casa. Una noche, sin embargo, golpearon su puerta y, al abrir, Margarita, se encontró con un feligrés que le pidió guardar unas velas. “Las recogeré mañana” –explicó el desconocido. Al amanecer, la costurera comprobó asustada que no eran velas lo que le habían dejado, sino huesos humanos. Tal fue su desconcierto que inmediatamente fue a buscar al párroco de la iglesia, quien le recomendó que en su casa pasaran la noche varias criaturas. A medianoche pasó de nuevo la procesión, Cuando Margarita escuchó golpes en su puerta, pellizcó a los niños para que lloraran a gritos, como le había recomendado el párroco. Luego temblando abrió la puerta y al ver a un esqueleto un sudor helado le recorrió la espalda. “Tu trabajo durante la noche perturba el sueño de todos nosotros. Agradece que los niños lloran, porque de otro modo tendrías que acompañarnos en esta procesión al más allá” –le dijo el esqueleto y luego desapareció. Desde entonces, Margarita dejó de trabajar por las noches y ninguna costurera de Santa Ana coge la aguja desde el anochecer hasta la madrugada. No menos curiosa que la de Margarita es la historia del Niño Compadrito. Según cuenta la tradición oral, la pequeña calavera que hasta hoy se conserva en una casa de la calle Tambo de Montero pertenece a un niño que vivió en este barrio y murió en un accidente. Sus restos, conservados en una urna, demostraron ser

milagrosos y son visitados por gran número de devotos que le dan muestras de cariño. El Niño Compadrito, por su parte, se encarga de cuidar a sus fieles de enfermedades, maleficios, espíritus malignos y ladrones. Entre las fiestas tradicionales de la parroquia, las más importantes son el Cruz Velacuy, la Semana Santa y el Corpus Christi. Aunque los preparativos para esta última fiesta empiezan con mucha anticipación, los vecinos del barrio empiezan a vivirla cuando la imagen de Santa Ana se dirige a la catedral para participar en la colorida procesión de Corpus Christi. Tras ocho días de permanecer en el templo principal de la ciudad, Santa Ana, en hombros de sus fieles y escoltada por sus mayordomos, regresa a su templo. Con la misma devoción se celebra el tradicional Corpus de Santa Ana en la iglesia del barrio. En este caso, la imagen de la madre de la virgen hace su recorrido tradicional acompañada de danzantes y creyentes en un ambiente de alegría, fe y catolicismo. Santa Ana es considerada la patrona de las chicheras y picanteras del Cusco. En su fiesta patronal, entre el 25 y 27 de julio, se saborea el tradicional chiriuchu y la lawa de Santa Ana. Después del terremoto de 1950, el Barrio de Santa Ana cambió su aspecto casi por completo. Varias casonas coloniales desaparecieron y desde entonces empezó un acelerado proceso de crecimiento. Con todo, Santa Ana sigue siendo un barrio tradicional cuyos vecinos se enorgullecen de su pasado y conservan vivas sus tradiciones.