Arquitectura paisajista: Juan Grimm

Arquitectura paisajista Juan Grimm _ Arquitecto-Paisajista Pontificia Universidad Católica de Chile _ Universidad Católi

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Arquitectura paisajista Juan Grimm _ Arquitecto-Paisajista Pontificia Universidad Católica de Chile _ Universidad Católica de Valparaíso _ Docente Universidad de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile e Instituto profesional, Inca-Cea.

Hans Muhr _ Paisajista autodidacta, con estudios en Arquitectura, Gestión Inmobiliaria y Obras Civiles en la Pontificia Universidad Católica de Chile _ Docente Pontificia Universidad Católica de Chile _ Instituto profesional, Inca-Cea.

Escribir acerca de los fundamentos del diseño del paisaje nos obliga a un ejercicio a gran escala. No es posible concebir un paisaje nuevo sin hablar del tiempo y su particular aporte a la disciplina. No estará completa la visión del paisajista si no capta con sus cinco sentidos el equilibrio y la armonía de la naturaleza, aprehendiendo de la geometría y del orden natural, para hacer que su obra sea un real aporte al hábitat del hombre. Al hablar de arquitectura paisajista, estaremos hablando de una particular visión del espacio, en el que las dimensiones excederán el sitio del proyecto, y la percepción del visitante comprenderá una experiencia sensorial completa, lo que la hace acreedora, a nuestro juicio, a un espacio propio entre las artes del Diseño. Writing about the fundamentals of landscape design forces us to a large scales exercise. It’s not possible to conceive a new landscape without talking about time and its particular contribution to the discipline. The landscape artist’s vision would not be complete if he doesn’t grasp with his five senses the equilibrium and harmony of nature, learning from geometry and natural order, to make of his work a true contribution to human habitat. When speaking about landscape architecture we would be speaking about a particular vision of space, in which dimensions shall exceed the site of the project, and the perception of the visitor will understand a complete sensorial experience, which entitles it, in our judgment, its own space among the disciplines of Design. Paisajista _ tiempo _ equilibrio _ orden _ armonía naturaleza _ percepción _ geometría _ hábitat _ diseño Landscape designer _ time _ equilibrium _ order _ harmony nature _ perception _ geometry _ habitat _ design

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Desde que fuera sindicado sólo como un “género pictórico que se caracteriza por la representación del paisaje”1, hasta hoy, en que se ha elevado la disciplina a la categoría de “Arte”, con la enorme responsabilidad de ocuparse no sólo del “diseño de parques y jardines”, sino de “la planificación y conservación del entorno natural”, ha pasado mucho tiempo y muchos paisajistas. Entendida como una parte de la Arquitectura, de la que heredó aspectos de su quehacer, el diseño del paisaje maneja no obstante algunos conceptos nuevos que enriquecen la disciplina y la complementan. El orden natural, la búsqueda permanente del equilibrio y la armonía En primer lugar, el paisaje mismo, que es desde donde se nutre la disciplina, es una muestra permanente del precario equilibrio en que vive la naturaleza. En cualquier muestra de paisaje y a cualquier escala, se puede ver fácilmente cómo fuerzas antagónicas se superponen dejando cada una su huella para conformar un todo armónico que varía con el paso de los años y de los siglos. Un ejemplo reciente y fácil de reconocer se da en la erupción de un volcán: destruido el paisaje anterior por las rocas incandescentes que fluyen sin control, guiadas sólo por los desniveles de la superficie, surge un paisaje pétreo, duro y fascinante por la belleza de su geometría. De su especial conformación, luego, constituida por pequeños espacios protegidos, resurgirá toda suerte de semillas que, regadas por la lluvia y nutridas por las sales de la propia erupción, llevarán todo nuevamente a la situación original. El resultado del nuevo paisaje, no obstante, tendrá como sustrato la especial geometría dada por la erupción del volcán, lo que lo hará especialísimo entre sus semejantes. Este proceso, que puede tardar siglos o milenios, no es más que una pequeña muestra de esta fuerza que insta a la naturaleza a encontrar siempre un orden, a recuperar el equilibrio, porfiadamente, cada vez. En esta dinámica, el mar buscará carcomer la costa, y la costa intentará rellenar las bahías con sedimentos; el río socavará un cauce en el valle y luego rellenará el mismo valle hasta encontrar un nuevo paso; el desierto hará retroceder al bosque húmedo, y la vegetación que subsista

inventará infinidad de artilugios para resistir el nuevo clima imperante. Siempre en movimiento, siempre buscando un nuevo orden. De ahí la obligación de conocer estos procesos y conservar e intervenir el entorno natural para que reine el equilibrio perdido, tarea imperativa de las nuevas generaciones de paisajistas. El paisaje humanizado, no obstante, será la mayor causal de preocupación para el paisajista. En su incesante y laborioso quehacer, el hombre ha modificado las reglas naturales al límite de lo posible y en muchas ciudades el equilibrio es cada vez más difícil de lograr. De ahí surge la necesidad imperiosa de encontrar un nuevo orden que permita que reine la armonía en el paisaje construido, en el que conviven forzosamente el mundo natural y el artificial. Así las cosas, la arquitectura del paisaje será siempre la que busque ese equilibrio a través de una incesante investigación del entorno natural. Para ello se valdrá de ciertas claves que no forman parte de las disciplinas habituales del diseño y de la arquitectura, pero que son indispensables al trabajar con el paisaje. La primera de ellas será el tiempo. Cuando hablamos de él, no nos estamos refiriendo a los orígenes del paisajismo, ni a sus corrientes en el transcurso de la historia, lo que sería materia de otro artículo. Al hablar de tiempo nos referimos a que no se trabaja en el paisaje con las tres dimensiones clásicas de la arquitectura (largo, ancho, alto). A ellas se agrega esta cuarta dimensión del tiempo en el diseño, quizás la más importante para el paisajista, porque le imprime una forma de trabajar que tiene que ver con la naturaleza misma del ser humano. Si el arquitecto en teoría pudiera diseñar para que su obra perdure para siempre, no lo dudaría un segundo. En razón de ello, han surgido, de seguro, materiales cada vez más resistentes al paso de los años, y nos maravillamos por obras que nos ha legado la antigüedad. En el paisaje esto no sucede, pues las obras del paisajista cambian del día a la noche, con cada estación del año y en el tiempo. Sus obras mutan a medida que crecen las plantas y se transforman en árboles, varían según si es invierno o verano, primavera u otoño. No sólo en cuanto a las especies vegetales, algunas de las

cuales cambian drásticamente su fisonomía ―lo que obliga a que el paisajista trabaje con las mismas especies en diferentes estados de crecimiento, considerando incluso su eventual desaparición―, sino en los componentes básicos que concurren en su diseño, como el clima o la luz.2 Un diseño bien hecho, en consecuencia, debe tomar en cuenta esta condición para estar siempre espacialmente conformado, independientemente de su grado de desarrollo o de la estación del año, aspectos pocas veces considerados en otras disciplinas. Otra forma de entender este concepto del tiempo en el diseño es asociarlo a la música. Cada nota en particular se asemejará a un objeto en el paisaje. Se requerirá de varias notas para crear un acorde y de una sucesión de acordes ordenados en el tiempo para conformar una melodía. Idénticas notas podrán ser tocadas por diversos instrumentos y cada uno de ellos le dará un especial timbre, lo que lo hará único a la hora de interpretar. Pero no bastará tener una sucesión de notas ordenadas en el tiempo, con un ritmo y un timbre especial para obtener una melodía. Se requerirá de una armonía para que hablemos de música, de un equilibrio perfecto entre cada una de las notas e instrumentos, para que el resultado sea una obra musical. No habrá música si no hay

un artista que tome las notas y componga la armonía, y si no hay alguien luego que la interprete y la escuche. Una buena obra será aquella en que concurra el talento y la particular experiencia de quien crea con idénticas notas e instrumentos una experiencia única para nuestros oídos. Desde el punto de vista de la geometría, por último, habrá que poner especial atención en cómo resuelve la naturaleza el difícil algoritmo de crecer en orden y armonía, lo que se manifiesta tanto en la forma que toma el nautilus como en el brote de un helecho, figuras ambas que han sido admiradas desde la antigüedad. De su estudio, se deduce la presencia permanente de una geometría natural, en la que la matemática juega un rol fundamental3. Pero la naturaleza va más lejos, y es capaz de crear un cactus con trece, catorce o quince lados sin perder la base de su especial geometría, lo que sería imposible en nuestros cálculos euclidianos. Hoy estudiamos con fruición figuras que no responden a tamaño alguno, como los fractales, o conceptos que nos confunden en su complejidad como los relacionados con la teoría del caos, responsables de especiales geometrías en la naturaleza4, lo que no es más que un reflejo de lo poco que sabemos acerca de cómo se comporta ese orden natural que tenemos la obligación de investigar.

El paisajista, en conclusión, no percibe el espacio de igual manera que un arquitecto. Así como el tiempo es un imperativo, y la geometría utiliza otros conceptos, la percepción de las dimensiones no es la misma, pues si para un arquitecto la medida fundamental es la que determina el hombre con su naturaleza5, para quien trabaje en el paisaje la medida estará dada por todos los sentidos del hombre, los que exceden y con mucho el alcance de sus manos. El paisaje, no hay duda, se percibe desde los cinco sentidos, y por ende, formará parte del jardín y del diseño del paisaje el perfil inaccesible de la cordillera, el ruido del viento y de la lluvia, la música de las ranas y de los grillos, el color del otoño o la sombra de un árbol. Será parte constitutiva del diseño el perfume de las flores y la textura de una planta cualquiera. En cuanto a quienes viven este paisaje, es importante considerar que él no será utilizado sólo por los habitantes de un edificio o de una ciudad, sino por animales, insectos, peces y aves, todos los cuales formarán parte integrante del diseño. Será en esta apreciación particular del tipo de paisaje construido y su completitud en la que se jugará la calidad del paisajista, en la medida que construya un hábitat en el que convivan diferentes especies, logrando un todo armónico y bello.

Otra forma de entender este concepto del tiempo en el diseño es asociarlo a la música. Cada nota en particular se asemejará a un objeto en el paisaje.

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En su incesante y laborioso quehacer, el hombre ha modificado las reglas naturales al límite de lo posible y en

muchas ciudades el equilibrio es cada vez más difícil de lograr. 5

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Definición de la página oficial de la Real Academia Española de la Lengua (RAE). Las estaciones del año son un reflejo del ciclo de vida de las plantas, y por ende cuando diseña un paisajista, lo hará pensando en cómo se comportará el parque o el jardín en cada estación del año, desde su creación hasta su inevitable muerte en el tiempo. Oscar Prager, por ejemplo, plantaba especies de crecimiento rápido para que acompañaran a las más longevas, y hay paisajistas que proponen cambios en las especies a medida que van pasando los años. Es patente la presencia de la figura espiral, en la que se manifiesta matemáticamente la serie de Fibonacci, inspiración de muchos arquitectos y diseñadores hasta hoy día. Ejemplos de formas naturales de fractales pueden verse en algunas variedades de Brassicas, o en el dibujo que forman las marismas de un torrente. La manifestación física de la teoría del caos está presente en la forma que toman las nubes, o en el movimiento de las aves. Ver el “modulor” de Le Corbusier.

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Un parque o un jardín es un lugar de encuentro con la naturaleza, y a través de ella, con nosotros mismos.

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6 Un buen ejemplo lo constituye el Parc Diagonal en Barcelona, obra del arquitecto Enric Miralles, en el que se diseña en base a la reconstitución de un humedal costero, el que se constituye posteriormente en el hábitat de numerosas especies de aves, peces y anfibios que conviven libremente con los visitantes.

Construir con un orden tomando en cuenta los ciclos y el paso del tiempo no parece tarea fácil, y por ende es decisivo comentar con qué elementos se cuenta para conseguir tan ambicioso resultado. En primer lugar se trabaja con la tierra, es decir, con la materia inanimada en todas sus formas, de roca, cemento o madera, materiales que conforman el paisaje natural y que se instalan en el paisaje construido buscando siempre un equilibrio con los demás elementos. En segundo lugar, estará siempre presente el aire, perceptible por la temperatura y el movimiento de las hojas, por la forma que toman ciertas rocas y por el dibujo que imprime su paso en el agua y en la arena. En tercer lugar, se trabaja con el agua, ya sea porque se incorpora la que existe naturalmente, o porque se conduce e instala en el paisaje construido. Quieta o en movimiento, presente o ausente, el agua será siempre fundamental a la hora de diseñar un paisaje. En cuarto lugar se trabaja con la luz, concepto más difícil de asimilar porque no hablamos de ningún tipo de iluminación artificial, lo que podría corresponder a otras disciplinas, sino del estudio y la aplicación del color en la naturaleza. Se trata de conocer el comportamiento del paisaje en cada momento del día, saber si se trabajará con la luz fría de la mañana o con la luz cálida del atardecer. Con la especial luz amarilla del verano o con el reflejo grisáceo de las tardes de invierno. Siempre en la búsqueda de la armonía esperada, tal y como hace el pintor que recoge del paisaje la especial “atmósfera” que lo conforma. Finalmente, se trabaja con la materia viva, constituida por las especies vegetales, secas o húmedas, rastreras o gigantes, así como con todos los seres vivos que completan el paisaje, entre los cuales nos contamos nosotros mismos, testigos privilegiados de este milagro. Será parte del diseño, entonces, una pradera o una bandada de palomas. Un bosque, o el canto de los grillos en primavera.6 El uso de estos materiales no está restringido de ninguna manera, pudiendo

existir paisajes que sólo trabajan con la luz y la tierra, en ausencia de vegetación y agua, o viceversa. Tampoco habrá restricción de tamaño, pudiendo darse un paisaje en un jardín de pocos metros o de miles de kilómetros. Lo único irrenunciable es que haya un equilibrio en la propuesta, un orden que tome en cuenta el origen de los elementos utilizados, su especial ubicación en su hábitat natural, además de los ciclos estacionales y el paso del tiempo. Mientras más perfecta la combinación y más completa, más armónico el resultado.

El paisaje utilitario No trata este artículo de porcentajes de usos de suelos, porcentajes de áreas verdes por habitante, polución, huella de carbono, etc., todos temas recurrentes a la hora de hablar de arquitectura paisajista y no es que no tengan relevancia para la disciplina. Es que sería como hablar de una persona refiriéndose a sus medidas, no a su vocación. Tal como decía el Principito de Saint-Exupèry al reclamar que las personas mayores sólo entienden de cifras, nosotros hemos optado por hablar de aquellos fundamentos que nos mueven al trabajar en el paisaje. Es claro que no existen los parques por el solo placer de ser observados, pues cumplen muchos otros objetivos en la vida de una ciudad, pero no son a nuestro juicio los fundamentales a la hora de diseñar, y es por ello que hemos puesto el énfasis en estos conceptos, pocas veces tratados, dada la urgencia de resolver los problemas que nos afligen. Una muestra de este dilema es el que aparece recurrentemente al realizar talleres de paisaje, ejemplificado en aquel alumno que estudia cuidadosamente las razones que llevarían a la necesidad de contar con un parque en un cierto sitio. Casi siempre impulsado por las estadísticas, busca en primer lugar los diferentes usos que se darían en el terreno en cuestión, determina actividades y las relaciona entre sí. Luego se aboca a estudiar sus posibles conexiones con la trama de la ciudad, instala el equipamiento y ubica cada una de las obras que supone concurrirán en su proyecto. Diseña accesos y estacionamientos, edificios, veredas y caminos, para finalmente y en el último

minuto, instalar algunos árboles y arbustos que cumplirán a su juicio la función de dar una cierta coherencia a la propuesta, proceso que en general da como resultado un paisaje empobrecido por las urgencias del programa y las necesidades que se le asignan desde el punto de vista de cada uno de los usuarios. Este mismo error es el que lleva a muchos de nuestros profesionales a obtener un paisaje subordinado a la arquitectura, obligado por ese arquitecto que terminado completamente su proyecto solicita tardíamente la instalación de algunos árboles y arbustos que le den realce a su obra. Lo correcto, a nuestro juicio, es observar primero un paisaje ocupando como base de análisis los elementos que se han planteado en este artículo, buscar el especial orden que los une para proponer un nuevo equilibrio en el diseño y ubicar finalmente las actividades en ese paisaje ya creado, como parte de esa armonía conseguida. De esa forma el restorán estará ubicado en el lugar más tranquilo y con mejor vista, la puerta se abrirá en el lugar preciso para no interrumpir el paisaje, y los caminos se instalarán de tal forma de gozar de la experiencia a cada paso. Es cierto que un parque tiene que contener actividades y que plantar árboles puede ayudar a disminuir los niveles de contaminación. Es acertado pensar que contar con techos y muros verdes disminuirá los niveles de temperatura de nuestras grandes ciudades. También es correcto pensar que un buen parque puede contribuir a mejorar el valor de los terrenos adyacentes, pero no es una cuestión utilitaria ni de plusvalía lo que valora la población. No se deben plantar árboles sólo para que actúen de filtros, ni plantas para que nos den sombra solamente. Un parque o un jardín es un lugar de encuentro con la naturaleza, y a través de ella, con nosotros mismos. Es un lugar para realizarse en la vida personal y comunitaria. Un paisaje es nuestro cable a tierra. El lugar donde se reconoce el paso del tiempo y la increíble sucesión de las estaciones del año, un lugar para la contemplación de la belleza en todas sus formas. El desafío entonces será cómo abordar un proyecto para que se cumplan al menos en parte estos objetivos.

Lo único irrenunciable es que haya un equilibrio en la propuesta, un orden que tome en cuenta el origen de los

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elementos utilizados, su especial ubicación en su hábitat natural, además de los ciclos estacionales y el paso del tiempo.

ARQUITECTURA PAISAJISTA

Los elementos que componen el paisaje

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El paisaje construido Al enfrentarse a un determinado sitio para hacer una propuesta de jardín, entonces, debemos primero aguzar los sentidos para comprender el orden de ese paisaje de manera tal que el diseño consiga luego potenciarlo y reconocerlo. La primera tarea para el paisajista es revelar la identidad que subyace en todo sitio a construir, ya sea en un entorno natural o en el medio de la ciudad, siempre desde la particular mirada del autor del proyecto. Las herramientas con que cuenta para ello serán su talento, su experiencia y el conocimiento que tenga de la disciplina, trilogía que le otorgará luego su especial sello al resultado. El objetivo será encontrar el camino correcto para llegar a la esencia del lugar elegido y proponer un nuevo orden para que la obra final adquiera sentido y en ello la capacidad de observación será fundamental. Así es como podemos reconocer situaciones geográficas en la naturaleza, denominados paisajes, los que se repiten indefinidamente y a distintas escalas, con características que van a estar determi-

nadas por la forma en que interactúan los cuatro elementos básicos para la obtención de la vida: aire, agua, tierra y luz. Habrá paisajes en los que el agua será el componente fundamental, como en los ríos, quebradas y lagos, muy presentes en los paisajes del sur de nuestro país, y otros en los que su presencia será percibida apenas por pequeños coirones que insinúan la humedad, en los que el agua prácticamente no existe, como en los ríos secos del desierto de Chile. Los salares del altiplano, los lagos mediterráneos o las lagunas cordilleranas son paisajes muy diferentes, teniendo mucho en común. Desde este punto de vista, pareciera que bastara citar ejemplos de paisajes en el mundo, establecer luego cómo se relacionan unos con otros y qué los identifica, para tomarlos luego como patrón para conseguir un buen proyecto; sin embargo, no es suficiente. Faltaría un elemento fundamental y que tiene relación con la mirada del paisajista. Comprender el orden del paisaje natural para trabajar directamente con él aparece como extremadamente complejo y subjetivo si no

se toma en cuenta la especial mirada que tenga el observador. Es ahí donde se genera el proyecto. Es en esa observación, en esa experiencia, en la que se acuña un nuevo orden construido, y por ende el resultado de la obra dependerá de cuán estrecha sea la vinculación del paisajista con ese paisaje en particular. Única forma de que éste adquiera identidad. Si observamos, por ejemplo, cómo es el valle de Santiago, cuál es su condición espacial, cómo es su orientación y su temperatura, cómo se comportan los vientos y dónde se ubican en él las diferentes especies en relación a su morfología y clima, debiéramos proponer para la ciudad una nueva trama de áreas verdes que responda a esas condiciones, con el uso de vegetación nativa, corredores visuales hacia los cerros y la cordillera, ya sea en parques o avenidas. Debiéramos sugerir una drástica disminución de las áreas de césped, incorporando cubresuelos que contribuyan a disminuir la evaporación. De esa forma podríamos regular el uso del agua, cuidando que la densidad de los árboles de copa ancha mitigue la enorme

irradiación producida por los asfaltos. Buscaríamos en definitiva todos aquellos elementos que puedan dar cuenta del paisaje observado, en una solución original que sea capaz de desarrollarse y sostenerse en el tiempo. Esto siempre con la especial identidad propuesta por el paisajista. Un buen ejemplo de una inspirada utilización de este concepto es lo que fuera el antiguo parque Providencia, obra del paisajista Oscar Prager7. Constituido en sus inicios por un eje principal conformado por dos grandes masas de árboles plantados a escasos metros unos de otros, tal como nacen naturalmente en las quebradas de la cordillera. Con una densa vegetación de arbustos y cubresuelos que aislaban totalmente el espacio interior del tráfago de la ciudad, creando un gran valle orientado a la vista lejana de la cordillera, la que en este caso, reflejada en la pileta central, pasaba a formar parte del jardín. La vida en este parque se ordenaba según el carácter definido por este paisaje, con las circulaciones y espacios de estar a la sombra de los árboles, y las actividades más libres en las praderas,

destacándose contra el verde negro de los alcornoques, pataguas y bellotos, la floración de crespones y magnolios. En suma, una propuesta coherente con el paisaje del entorno, aunque especialmente definida y original, con una identidad propia producto del conocimiento y la experiencia del paisajista. El actual parque, sin embargo, ha sido profundamente intervenido. La identidad que lo hacía tan especial se ha perdido, tanto por la construcción del Metro de Santiago, lo que determinó la pérdida de valiosas especies, como por el retiro forzado de los arbustos (por el equivocado expediente de la seguridad). Han contribuido en esta vorágine de desaciertos la instalación de una serie de elementos que impiden la visual de la cordillera como los edificios de las torres de tajamar, y la escultura instalada en el espejo de agua. Contribuyen a la pérdida de la idea original el drástico cambio que sufrió la pileta original, de la que sólo se conserva el tamaño, siendo hoy un atractivo por sus juegos de aguas y luces, no por el valor paisajístico de ser un espejo de la cordillera, y

una serie de plantaciones de árboles en el espacio central, que interrumpen el paisaje del valle original. En contraste, sería interesante ver el aporte que hace a nuestro entorno la existencia de otras propuestas inspiradas en paisajes foráneos, donde la belleza queda circunscrita únicamente a la calidad de las especies utilizadas. La identidad de una obra de paisajismo en definitiva, tal como en todas aquellas disciplinas que están relacionadas con el Diseño, tiene que ver con la manera como el artista traduce desde la naturaleza, con su propio lenguaje, una obra concreta. Desde un pequeño objeto utilitario, una joya, el diseño de una banca, el proyecto de una casa o de un jardín, en una obra construida, debe reconocerse la mano del autor por la forma en que aborda el proceso de diseño hasta llegar a un resultado final. El hombre al construir inevitablemente destruye. La labor del paisajista será reparar esas heridas vinculando su obra con la arquitectura existente y con el paisaje, en una perfecta sutura que cree un nuevo equilibro en el paisaje humanizado. DNA

La identidad de una obra de paisajismo en definitiva, tal como en todas aquellas disciplinas que están relacionadas con el Diseño, tiene que ver con la manera como el artista traduce desde la naturaleza, con su propio lenguaje, una obra concreta.

7. Paisajista alemán, residente en California entre 1903-1914, en Alemania (1914-1925), en Argentina (cuatro años), y en Chile desde 1926 hasta 1960, año de su fallecimiento. Fue consultor, director y proyectista de los parques de la ciudad de Oakland en U.S.A., proyectista en Argentina, y en su larga residencia en Chile, proyectista de numerosos parques públicos y privados. Su obra ha sido referida en el libro “Oscar Prager. El arte del Paisaje”, de M. Viveros, et als., Ed. ARQ, P.U.C., 1997 Revista de Urbanismo Nº6, Universidad de Chile, Julio 2002, ISSN 0717-5051

Bibliografía Corbusier, L. (1980). El Modulor: ensayo sobre una medida armónica a la escala humana, aplicable universalmente a la arquitectura y a la mecánica. Barcelona: Poseidon. Viveros, M. Oscar Prager. (1997). El Arte del Paisaje. Santiago: ARQ. Revista de Urbanismo Nº 6, Universidad de Chile, julio 2002, ISSN 0717-5051.

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