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Paz y guerra entre las naciones Raymond Aron 1 Raymond Aron. 1 Paz y guerra entre las naciones. Prólogo a la edición

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Paz y guerra entre las naciones

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Raymond Aron. 1 Paz y guerra entre las naciones. Prólogo a la edición española* El libro que la Revista de Occidente me hace el honor de presentar al público español, trata ampliamente de problemas actuales pero no es, o al menos no quiere ser, un libro de actualidad. La intención original ha permanecido, en el curso de esta larga investigación, esencialmente teórica en el sentido que dan a este concepto tanto la filosofía como las ciencias sociales. Me he preguntado sí y cómo era posible pensar como un dominio específico de acción humana las relaciones entre las unidades políticas, celosa cada una de su soberanía, es decir, de su capacidad y de su derecho de elección entre la paz y la guerra. Aunque cada una de las cuatro partes de este libro lleva un título diferente -teoría, sociología, historia, praxeología- todas ellas se integran en una encuesta de significación y alcance teórico. La primera parte, teórica en el sentido estrecho de este término, establece a la vez la posibilidad de un sistema conceptual, propio de la conducta estratégico-diplomática, y la imposibilidad de una construcción sistemática y abstracta del conjunto diplomático, comparable a la reconstrucción del conjunto económico por Walras o Keynes. El doble resultado, positivo y negativo, nos lleva a una segunda interrogación: el medio en el cual se desarrollan las conductas diplomático-estratégicas, la potencia del número y la fuerza de los intereses, los caracteres de los regímenes, de las civilizaciones o de la psicología humana ¿permiten una explicación global de las alternancias entre paz y guerra? ¿Si no hay teoría de la diplomacia al estilo de Walras, no hay una teoría al estilo de Maquiavelo o de Marx? A esta interrogación aporta la segunda parte del libro una respuesta negativa que implica por añadidura enseñanzas positivas. Porque los seis capítulos de la segunda parte consideran las seis causas que se han tenido aquí y allá como determinantes y, dejando a un lado las teorías, unilaterales y dogmáticas, retienen los elementos materiales y morales, geográficos, demográficos, económicos, políticos y psicológicos, necesarios a la comprehensión de las coyunturas históricas. Además, ilustran la transformación, en el curso de los siglos, del valor de las posiciones: la misma postura toma o pierde su significación estratégica. El espacio es necesario o, dentro de ciertos límites indiferente a la prosperidad de las naciones. La variabilidad de las posiciones funda la necesidad de los estudios históricos que apunten hacia la deducción de los trazos propios a cada época al mismo tiempo que recuerdan la constancia del hecho mayor, constitutivo del orden (o del desorden) internacional, la existencia de centros múltiples de decisiones, la negativa de los Estados a someterse a las decisiones de un tribunal, la ausencia de una fuerza armada supranacional capaz de contener a las fuerzas armadas nacionales. El análisis del sistema planetario en la edad termonuclear se esfuerza en resolver dos problemas teóricos: integrar la estrategia moderna de disuasión en la concepción clásica de la estrategia cuyo representante por excelencia sigue siendo Clausewitz, aplicar las enseñanzas adquiridas en las dos primeras partes a un caso singular y favorable, el de un sistema extendido por vez primera a los límites del planeta, en una época en la que dos Estados, y dos solamente, poseen los medios de exterminar en algunos instantes a decenas de millones de hombres. Como la historia llega a crear ese riesgo desmesurado, la investigación se prolonga recogiendo tanto los análisis e inquietudes tradicionales como los análisis e 1

Texto tomado de: Raymond Aron. Paz y guerra entre las naciones. Traduc. Luis Cuervo. Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1963, pp. 9-39

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inquietudes actuales: ¿Cuál es la conducta moral en diplomacia-estrategia? ¿Cuál es la conducta eficaz, en el universo de hoy, es decir, la mejor hecha para salvar a la vez la paz y la libertad? ¿Cuáles son las perspectivas de sobrepasar el estado inmemorial de las relaciones entre unidades soberanas, que se bautizan como estado de naturaleza? En el punto de llegada –puesta en causa de la interrogación inicial- aparece no siendo la investigación sólo teórica, en el sentido que la economía, la sociología o la historia dan a esta palabra, sino también en el sentido filosófico. ¿Cómo elaborar una ciencia de las relaciones internacionales sin interrogarse por la significación, histórica y existencial, del hecho de que las colectividades, políticamente organizadas, al través de los seis mil años de civilización, no han conocido ninguna paz que no sea el intervalo entre dos guerras, o la guerra por otros medios que los militares? Si ésta es la ambición del libro –y el lector juzgará en qué medida se realiza- no importa que en tal o cual punto la situación no sea ya exactamente la que yo describo. La primera parte del libro ha sido escrita en julio-agosto de 1959, la segunda en julio-agosto de 1960, las dos últimas en 1961. La revisión del conjunto, aparte algunas correcciones de 1962, se acabó en octubre de 1961. Desde entonces, cuatro acontecimientos se han producido que merecen ser anotados: el fin de la guerra de Argelia, la crisis soviéticoamericana a propósito de Cuba, las operaciones militares en la frontera Chino-India, la confesión pública de las diferencias, ideológicas y políticas, entre los dos Grandes del comunismo. La accesión de Argelia a la independencia marca el fin del proceso de descolonización, al menos en lo que respecta a Francia. Es conforme a las previsiones que formulaban desde hace años los observadores clarividentes y conforme también a la racionalidad. Habiendo accedido o estando a punto de acceder a la independencia, África negra del sur del Sahara, Túnez y Marruecos, la soberanía de Francia en Argelia, a pesar de la presencia de un millón de ciudadanos franceses, a pesar de las ventajas económicas que la población musulmana hubiera podido obtener con una solución de compromiso como la autonomía o la confederación, resultaba un anacronismo cada vez más difícil de mantener. La crisis cubana de noviembre de l962 es el primer ejemplo de un choque directo entre los dos Grandes, primera aplicación de las doctrinas de disuasión, elaboradas por universitarios y analistas profesionales muchos de los cuales figuran entre los consejeros íntimos del Presidente Kennedy. La maniobra, conforme a las lecciones de la escuela de guerra atómica, consistía en utilizar la superioridad aplastante de las fuerzas clásicas que poseen los Estados Unidos en el mar Caribe para colocar a los dirigentes soviéticos en la alternativa de una derrota humillante (acompañada eventualmente de una requisa por los americanos de los proyectiles balísticos y de las ojivas nucleares) o de una retirada que la promesa hecha por Kennedy de no invadir Cuba permitía camuflar. En teoría, Kruschef tenía aún otra salida: replicar inmediatamente con la amenaza de utilizar en otro punto su propia superioridad local de fuerzas clásicas. Prefirió una retirada inmediata bien porque no tuviera totalmente preparado el plan de represalia en otro punto de fricción, bien porque juzgara demasiado peligroso el juego, bien, en fin, porque estimara la relación global de las fuerzas nucleares demasiado favorable a su enemigo. El acontecimiento se presta, pues, a dos interpretaciones que no son incompatibles, pero que no sugieren las mismas conclusiones. La primera pone el acento en el hecho de que, en la crisis de Cuba, todas las circunstancias eran contrarias a la empresa soviética: los pueblos de la Unión tenían que ser hostiles a un conflicto cuyo objetivo era mediocre, lejano, mal conocido mientras que el pueblo americano temía, con razón o sin ella, una agresión inmediata, concreta, intolerable. Gracias a una superioridad local, los Estados Unidos tenían la elección de los medios, la libertad de dosificar exactamente el peso de las armas a emplear y de las amenazas a blandir. Debería haber

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sido Kruschef quien tomara, salvo retirada, la iniciativa de recurrir a las armas atómicas. En otro lado, es Kennedy quien podría estar abocado al mismo dilema. La segunda interpretación, en revancha, pone el acento sobre la superioridad del aparato termonuclear de los Estados Unidos. Estos poseerían, según ciertos expertos, la capacidad de destruir completamente la estructura misma de la sociedad soviética mientras que las pocas decenas de proyectiles intercontinentales soviéticos, mal protegidos, habrían sido en parte destruidos si el aparato americano se hubiera puesto en acción el primero y no habrían amortiguado sensiblemente la violencia de los golpes americanos si se hubieran puesto ellos antes en acción. En esta última hipótesis, los Estados Unidos habrían sido heridos, pero no mortalmente, mientras que la Unión Soviética habría sido herida de muerte. Si se adopta esta segunda interpretación, la desigualdad de las fuerzas termonucleares, de las capacidades respectivas de estrategia anti-aparato y anti-ciudades, habría sido uno de los determinantes, si no el principal, de la victoria americana. Tanto con la interpretación de las circunstancias como con la interpretación de la relación de fuerzas nucleares, ha aparecido otro hecho con plena claridad: el temor común a esa guerra monstruosa, el acuerdo implícito de los Hermanos enemigos contra una eventualidad de la que no pueden no amenazarse recíprocamente, pero que desean apasionadamente que no se produzca jamás. La línea directa de teléfono entre el Kremlin y la Casa Blanca sería el símbolo de esta alianza entre enemigos, limitada a preservar la paz (definida simplemente como no-guerra atómica). Las operaciones militares en la frontera chino-india sólo constituyen un episodio de una rivalidad, inevitablemente duradera. No pueden establecerse con certidumbre las razones de la súbita ofensiva en la frontera del Nordeste ni del parón tras la victoria. Nadie puede medir exactamente la parte que conviene dar a los diversos móviles que se está en derecho de suponer: demostrar ante el mundo la superioridad militar de la China comunista frente a la India democrática, sacudir la confianza de los indios en Nehru y su gobierno, frenar el desarrollo económico de la India obligando a ésta a un incremento masivo de su presupuesto de defensa, asegurarse en la frontera del Himalaya a unas posiciones a partir de las cuales la infiltración en los principados himalayos semiindependientes resultaría más fácil, embarazar a Kruschef que se obstina en declararse amigo de los países no alineados incluso cuando éstos no se orientan hacia una revolución socialista, proclamar en fin, con actos, el estatuto de gran potencia de una China que ha recuperado la conciencia de su vocación en y por el marxismo-leninismo, y reencontrado quizá también el orgullo del Imperio que se llamaba “Imperio del Medio”. Cualesquiera que sean los motivos, una guerra, aunque se limitara a algunos días, entre el más importante de los Estados no comprometidos y el segundo Grande del comunismo, ilustra la complejidad creciente del sistema planetario. El sistema permanece bipolar en lo esencial, es decir, para la relación de las fuerzas nucleares. Pero a la sombra del equilibrio del terror, se dibujan múltiples sub-sistemas y Kruschef no puede ya ordenar soberanamente la diplomacia-estrategia de China ni Kennedy la de Francia. Las polémicas entre las potencias occidentales, cuyo objetivo es, a fines de l962, la organización militar, forman parte del trato corriente de la diplomacia entre países democráticos. No alcanzan la misma virulencia que las polémicas de l953-54 sobre la comunidad europea de defensa. Las polémicas, ya públicas, entre los dirigentes rusos y los dirigentes chinos (bautizados éstos a veces de albaneses) sorprenden la opinión mundial que no ha olvidado el monolitismo estaliniano. Según la doctrina marxistaleninista, sólo los Estados capitalistas son sospechosos de imperialismo. Los Estados socialistas son, por definición, fraternos (y es curioso que los marxistas-leninistas parecen olvidar la frecuencia en la historia de enemistad entre hermanos). Ni Kruschef ni Mao Tsetung presentan su conflicto en términos simples de opiniones divergentes o de intereses nacionales opuestos. Uno y otro hablan el lenguaje ideológico-teológico del marxismoAntología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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leninismo. El primero, a los ojos del segundo, es culpable de “revisionismo”, y el segundo, a los ojos del primero, de sectarismo. Cuando el hombre del Kremlin felicitó irónicamente al hombre de la Ciudad Prohibida por tolerar la ocupación por las fuerzas imperialistas de una fracción del territorio nacional chino, este último replicó que el error de aventurismo había sido cometido por aquél que había instalado proyectiles balísticos en Cuba, error seguido inmediatamente del error, de sentido opuesto, de “capitulacionismo”. Más allá o al través de este lenguaje, se discierne una rivalidad de estilo tradicional entre dos grandes potencias, una de las cuales ha sido la primera en abrir la vía nueva y la otra permanece aún muy próxima de sus orígenes revolucionarios. Diferencias de fases del desarrollo económico, diferencia de ancianidad en la carrera revolucionaria, constituyen con toda seguridad elementos de la coyuntura. Las rivalidades de potencias, cada una queriendo imponer su propia concepción estratégica al bloque, o las rivalidades ideológicas, cada una queriendo permanecer o llegar a ser la Meca de la Fe nueva ¿son decisivas? ¿La alternativa misma tiene un sentido en un universo donde los dirigentes piensan el mundo en un cierto sistema conceptual y traducen su voluntad de potencia en los términos consagrados por el sistema? Limitémonos a resaltar que China parece más preocupada en sostener en el resto del mundo, a los partidos o a los países metidos en el socialismo mientras la Unión Soviética, en función de su diplomacia anti-occidental, se acomoda sin gran dificultad a los regímenes que se declaran no comprometidos. ¿Teme China menos que la Unión Soviética una guerra termonuclear? Es posible puesto que la primera no posee las armas que serían los primeros blancos en cada de guerra. Pero si la propaganda de Pekín es más belicosa que la de Moscú, nada hay que autorice a creer que Pekín ignora los dientes atómicos del tigre de cartón o que Moscú no quiera ya la muerte del capitalismo, es decir, de Occidente. Puede ocurrir que aparezcan un día, retrospectivamente, las querellas chinorusas como el comienzo de una transformación radical del sistema diplomático. Sería prematuro afirmar ya desde hoy. La diplomacia-estrategia de Kruschef está regida por las exigencias de la competición ideológica en el interior del bloque comunista, lo está también por la voluntad de evitar la guerra termonuclear, y lo está, en fin, por la fidelidad residual al evangelio marxista-leninista. La parte respectiva de cada uno de estos tres móviles no es rigurosamente mensurable. El cuadro del sistema planetario dibujado en l961 permanece verdadero, me parece, en sus grandes líneas, en 1963.

RAYMOND ARON París, enero de 1963

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En 1954, en una nota a un artículo titulado “Acerca del análisis de las constelaciones diplomáticas”, publicado en la “Revista francesa de Ciencias políticas”, anunciaba yo una “Sociología de las Relaciones Internacionales”. Desde hacía ya varios años, pensaba en el libro que, siete años más tarde, se ha convertido en el que hoy presento. Entretanto, el tema se ha ampliado y la distinción entre teoría, sociología y praxeología me ha parecido fundamental para poder captar, a los diferentes niveles de conceptuación, la textura inteligible de un universo social. En efecto, aunque este libro trata sobre todo del mundo actual, su intención profunda no está ligada a los problemas de actualidad. Mi propósito es el de comprender la lógica implícita de las relaciones entre colectividades políticamente organizadas. Este esfuerzo de comprensión lleva a la interrogación que suscita el porvenir de la especie humana. Los pueblos capaces ya de exterminarse unos a otros sin siquiera llegar a desarmarse, ¿descubrirán el sentido de la convivencia auténticamente pacífica? No intento dar una respuesta que sólo la Historia ha de darnos; confío en que quizá este libro ayude a los lectores a considerar este problema en toda su complejidad1

Venanson, julio de 1959. París, octubre de 1961.

1 Séame permitido dar aquí las gracias a aquellos que me han hecho posible terminar esta obra. La Universidad de Harvard, al designarme como Profesor de Teoría del Gobierno de la Ford Research, para un semestre de l960-l961, me ha facilitado durante varios meses los ocios estudiosos del alumno. La señorita Suzanne Moussouris ha transcrito y vuelto a transcribir infatigablemente manuscritos casi ilegibles para quien no fuera ella. La señorita Isabelle Nicol ha puesto a punto el texto; los señores Pierre Hassner (que ha traducido las citas inglesas), Stanley Hoffman y Pierre Bourdieu me han sugerido correcciones de importancia.

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Introducción LOS NIVELES CONCEPTUALES DE LA COMPRENSIÓN Los tiempos de disturbios incitan a la meditación. La crisis de la ciudad griega nos ha legado la República de Platón y la Política de Aristóteles. Los conflictos religiosos que destrozaban a la Europa del siglo XVII hicieron surgir con el Leviathan y el Tratado Político, la teoría del Estado neutral, necesariamente absoluto, según Hobbes, y liberal, por lo menos a los ojos de los filósofos, según Spinoza. En el siglo de la Revolución inglesa, Locke defendió y aclaró las libertades civiles. En el tiempo en que los franceses preparaban, sin saberlo, la Revolución, Montesquieu y Rousseau definieron la esencia de los dos regímenes que deberían surgir de la descomposición, súbita o progresiva, de las monarquías tradicionales: gobiernos representativos y moderados, gracias al equilibrio de poderes, y gobiernos supuestamente democráticos, que invocan la voluntad del pueblo, pero que rechazan todo límite a su autoridad. Al terminar la segunda guerra del siglo, los Estados Unidos, cuyo sueño histórico había sido el de mantenerse al margen de los asuntos del Viejo Continente, se encontraron responsables de la paz, de la prosperidad y de la misma existencia de la mitad del planeta. Había guarniciones americanas en Tokio y en Seúl, al oeste, y en Berlín, al este. Occidente no había conocido nada semejante desde los tiempos del Imperio romano. Los Estados Unidos eran la primera potencia auténticamente mundial, ya que la unificación planetaria del escenario diplomático no tenía precedentes. El continente americano ocupaba con relación a la masa euro-asiática una posición comparable a la de las Islas Británicas en relación con Europa: los Estados Unidos recogían la tradición del Estado insular, esforzándose por levantar una barrera en el centro de Alemania y en medio de Corea ante la expansión del estado terrestre dominante. De esta coyuntura no ha surgido ninguna obra comparable a las que hemos citado, que estuviera originada en la victoria conjunta de los Estados Unidos y de la Unión Soviética. Las relaciones internacionales se han convertido en objeto de una disciplina universitaria. Las cátedras, cuyos titulares se consagran a la nueva disciplina, se han multiplicado. El número de libros y manuales se ha visto incrementado en proporción. ¿Han conseguido su objetivo estos esfuerzos? Antes de responder a esta pregunta, habría falta precisar lo que los profesores americanos, a imitación de los hombres de Estado y de la misma opinión pública, se proponían descubrir o elaborar. Los historiadores no han esperado la accesión de los Estados Unidos al primer plano para ponerse a estudiar las “relaciones internacionales”. Pero las han descrito o contado, más que analizado o explicado. Ahora bien, ninguna ciencia se limita a describir o contar. Es más, ¿qué beneficio podrían obtener los hombres de Estado o los diplomáticos del conocimiento histórico de los siglos pasados? Las armas de destrucción masiva, las técnicas de subversión, la ubicuidad de las fuerzas militares, gracias a la aviación y a la electrónica, introducen novedades, materiales y humanas, que hacen al menos equívocas las lecciones de los siglos pasados. O, si no, ocurre que estas lecciones no pueden ser retenidas si no son insertadas en una teoría que incluya una y otra, que deduzca una serie de constantes para poder elaborar, y no para eliminar, el papel de lo inédito. Ahí reside la cuestión decisiva. Los especialistas de las relaciones internacionales no querían simplemente seguir el camino de los historiadores: querían, como todos los sabios, alcanzar una serie de proposiciones generales, crear un cuerpo de doctrina. Únicamente la geopolítica se había interesado en las relaciones internacionales, con esa preocupación de abstracción y de explicación. Sin embargo, la geopolítica alemana había dejado una serie de malos recuerdos y, de todas formas, la referencia a un marco Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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especial no podía constituir la finalidad de una teoría, cuya función es precisamente la de captar la multiplicidad de causas que actúan sobre el desarrollo de las relaciones entre los Estados. Era fácil caracterizar de una manera burda la teoría de las relaciones internacionales. “En primer lugar, ésta hace posible la ordenación de los datos. Es, pues, un instrumento útil para la comprensión”1. Además, “la teoría implica que los criterios de selección de los problemas, con vistas a un análisis detenido, estén explícitamente determinados. No siempre se reconoce que cada vez que un problema particular es escogido para el estudio y el análisis, en un contexto o en otro, haya en la práctica una teoría subyacente que poder escoger.” Por último, “la teoría puede ser un instrumento para la comprensión, no sólo de las uniformidades y de las regularidades, sino también de los hechos contingentes o irracionales”. ¿Quién presentaría objeciones a tales fórmulas? Ordenación de los datos, selección de los problemas, determinación de las regularidades y de los accidentes. He aquí las tres funciones que cualquier teoría, dentro de las ciencias sociales, debe cumplir en todo caso. Los problemas se presentan más allá de estas proposiciones indiscutibles. El teórico tiene a menudo una tendencia a simplificar la realidad, a interpretar las conductas a través de la determinación de la lógica implícita de sus actores. El señor Hans J. Morgenthau, escribe: “Una teoría de las relaciones internacionales es un resumen racionalmente ordenado de todos los elementos racionales que el observador encuentra en su objeto (subject matter). Una teoría de este cariz viene a ser una especie de boceto racional de las relaciones internacionales, un mapa del escenario internacional”2. La diferencia entre una interpretación empírica y una interpretación teórica de las relaciones internacionales es comparable a la que puede establecerse entre una fotografía y un retrato pintado. “La fotografía muestra todo lo que puede ser visto por el ojo humano. El retrato no muestra todo lo que puede ver el ojo humano, pero muestra algo que éste no puede ver: la esencia humana de la persona que sirve de modelo.” A esto responde otro especialista con una serie de interrogantes: ¿Cuáles son los “elementos racionales” de la política internacional? ¿Es suficiente con considerar exclusivamente los elementos racionales para poder dibujar un boceto o pintar un retrato, de acuerdo con las características esenciales del modelo? Si el teórico responde negativamente a estas dos interrogantes, tendrá que tomar otro camino, que será el de la sociología. Admitiendo la finalidad –esbozar un mapa del escenario internacional- el teórico tendría que esforzarse en retener todos los elementos, en lugar de fijar su atención exclusivamente sobre los elementos racionales. A este diálogo entre el defensor de una “esquematización racional” y el de un “análisis sociológico” –diálogo en el que los interlocutores no siempre son conscientes de su naturaleza y de sus implicaciones- ha venido a añadirse, a menudo, una controversia de tradición característicamente americana: la del idealismo enfrentado al realismo. El realismo, bautizado hoy en día de maquiavelismo, de los diplomáticos europeos pasaba por ser, al otro lado del Atlántico, como típico del Viejo Mundo, y marca de una corrupción de la que había querido huirse al emigrar al Nuevo Mundo, al país de las posibilidades indefinidas. Ahora bien, convertidos, por obra y gracia de la desaparición del orden europeo y de la victoria de sus armas, en potencia dominante, los Estados Unidos descubrían poco a poco, y no sin problemas de conciencia, que su diplomacia se parecía cada vez menos a su antiguo ideal y cada vez más a las prácticas, antaño severamente juzgadas, de sus enemigos y de sus aliados. ¿Era moral comprar la intervención soviética 1

Kenneth W: THOMPSON. Toward a theory of international politics. American political science review. Vol. XLIX, núm. 3, septiembre, l955. 2 Estas líneas las he tomado de un informe del señor H. J. Morgenthau, titulado: “La importancia teórica y práctica de una teoría de las relaciones internacionales” (p. 5). Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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en al guerra contra el Japón al precio de una serie de concesiones a expensas de China?. Con el tiempo, se descubrió que no había sido un negocio rentable, y que Roosevelt habría debido, razonablemente, haber comprado en su lugar la no-intervención de la Unión Soviética. Pero, ¿hubiera sido el cálculo más moral por ser racional? Roosevelt, ¿había estado acertado o equivocado en abandonar la Europa del este a la dominación soviética?. Poner por excusa a la fuerza de los hechos, era escoger el argumento que había sido el de los europeos y que, seguros de su virtud y de su situación geográfica, los americanos habían descartado durante tanto tiempo, con desprecio o con indignación. El jefe en la guerra tiene que rendir cuentas, ante su pueblo, de sus actos, de sus éxitos o de sus derrotas. Nada importan las buenas intenciones y el respeto de las virtudes individuales, ya que es muy otra la ley de la diplomacia o de la estrategia. Pero, ¿qué ocurre, en esas condiciones, con esa oposición entre el realismo y el idealismo, entre el maquiavelismo y el kantismo, entre la Europa corrompida y la virtuosa América? Este libro tiende a poner en claro, en primer lugar, y a dejar atrás, después, estas discusiones. Los dos conceptos de la teoría no son contradictorios, sino complementarios: la esquemática racional y las proposiciones sociológicas constituyen momentos sucesivos en la elaboración conceptual de un universo social. La comprensión de un sector de acción no permite poner fin a las antinomias de esa acción. Únicamente la historia podrá quizá reducir, algún día, la eterna discusión entre el maquiavelismo y el moralismo. Sin embargo, pasando de la teoría formal a la determinación de las causas, y luego al análisis de una coyuntura singular, espero ilustrar un método, aplicable a otros temas, y mostrar a un mismo tiempo los límites de nuestro saber y las condiciones de las elecciones históricas. Para delimitar, en esta introducción, la estructura del libro, me hace falta definir, en primer lugar, las relaciones internacionales y luego precisar las características de los cuatro niveles de conceptuación, que llamamos teoría, sociología, historia y praxeología. 1 Recientemente, un historiador holandés1, designado para la primera cátedra de relaciones internacionales creada en su país, en Leyde, intentaba, en su lección inaugural, definir la disciplina que tenía por misión enseñar. Concluía con el reconocimiento de su fracaso: había buscado, pero no había encontrado los límites del campo que quería explorar. El fracaso es instructivo ya que es definitivo y, por así decirlo, evidente. Las “relaciones internacionales” no tienen fronteras trazadas todas ellas en lo real y no pueden ser, ni en realidad lo son, separables de otros fenómenos sociales. Pero la misma proposición sería utilizable a propósito de la economía, o de la política. Si es cierto que “la propuesta de desarrollar el estudio de las relaciones internacionales como un sistema automático ha fracasado”, la verdadera cuestión que se nos presenta está más allá de este fracaso y concierne al sentido del mismo. Después de todo, la tentativa de hacer del estudio de la economía un sistema cerrado sobre sí mismo ha fracasado igualmente, pero no por ello deja de existir a justo título, una ciencia económica, cuya realidad propia y posible delimitación no son puestos en duda por nadie. ¿Ocurre que el estudio de las relaciones internacionales lleva consigo su propio centro de interés? ¿Se preocupa de fenómenos colectivos, de conductas humanas, cuya característica específica es reconocible? Este sentido específico de las relaciones internacionales, ¿se presta a una elaboración teórica?.

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B. H. M. VLEKKE. On the study of international political science. The David Davies Memorial Institute of International Studies. Londres (sin fecha). Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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Las relaciones internacionales son, por definición, según parece, relaciones entre naciones. Pero, en este caso, el término nación no está tomado en el sentido histórico que ha adquirido desde la Revolución Francesa y no designa una especie particular de comunidad política, en la que los individuos tengan, en gran número, una conciencia de ciudadanía y en la que el Estado parezca la expresión de una nacionalidad preexistente. En la fórmula “relaciones internacionales”, la nación equivale a un tipo cualquiera de colectividad política, territorialmente organizada. Digamos, provisionalmente, que las relaciones internacionales son relaciones entre unidades políticas, concepto este último que designa a las ciudades griegas, al imperio romano o al egipcio, al igual que a las monarquías europeas, a las repúblicas burguesas o a las democracias populares. Esta definición lleva consigo una doble dificultad. ¿Habrá que incluir en las relaciones entre unidades políticas las relaciones entre individuos pertenecientes a cada una de estas unidades? ¿Dónde comienzan y dónde terminan las unidades políticas, es decir, las colectividades territorialmente organizadas?. Cuando los jóvenes europeos van a pasar sus vacaciones más allá de las fronteras de sus patrias respectivas, ¿se trata de un fenómeno que interesa al especialista de las relaciones internacionales? Cuando yo compro en una tienda francesa una mercancía alemana o cuando un importador francés trata con un fabricante del otro lado del Rhin, ¿estos intercambios económicos pertenecen o no, a las “relaciones internacionales”? Parece igualmente difícil responder afirmativa como negativamente. Las relaciones entre los Estados, es decir, las relaciones verdaderamente interestatales, constituyen el tipo de relaciones internacionales por excelencia: así, los tratados representan un ejemplo indiscutible de relaciones interestatales. Supongamos que los intercambios económicos de país a país vengan regulados integralmente por un acuerdo entre Estados; en esta hipótesis, pertenecerán sin duda al campo de estudio de las relaciones internacionales. Supongamos, por el contrario, que los intercambios económicos a uno y otro lado de las fronteras se vean sustraídos a una reglamentación estricta y supongamos también que el libre-cambio reine; desde ese momento, las compras en Francia de mercancías alemanas y las ventas en Alemania de mercancías francesas serán actos individuales que no prestarán las características propias de las relaciones interestatales. Esta dificultad es real, pero cometeríamos un error, al parecer, si exagerásemos su importancia. Ninguna disciplina científica lleva consigo un trazado neto de fronteras. En primer lugar, no tiene casi importancia el saber dónde terminan las relaciones internacionales, y tampoco en precisar a partir de qué momento las relaciones interindividuales cesan de ser relaciones internacionales. Tenemos que determinar el centro de interés, el significado propio del fenómeno o de las conductas que constituyen el eje de este campo específico. Ahora bien, el centro de las relaciones internacionales viene constituido por las relaciones que hemos llamado interestatales, aquellas que ponen en relación las unidades como tales. Las relaciones interestatales se expresan en y por medio de conductas específicas, las de aquellos personajes que yo llamaría simbólicos: el diplomático y el soldado. Dos hombres, y tan sólo dos, actúan plenamente no ya como miembros cualesquiera, sino en el papel de representantes de las colectividades a que pertenecen. El embajador en el ejercicio de sus funciones es la unidad política en nombre de la cual habla; el soldado en el campo de batalla es la unidad política, en nombre de la cual da muerte a su prójimo. Fue precisamente porque alcanzó a un embajador por lo que el golpe de abanico del bey de Argel ha adquirido un valor de suceso histórico. Y porque lleva un uniforme y porque actúa en cumplimiento de su deber, por lo que el ciudadano de los estados civilizados mata sin problemas de conciencia.

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El embajador1 y el soldado viven y simbolizan las relaciones internacionales que, en tanto que interestatales, nos llevan a la diplomacia y a la guerra. Las relaciones interestatales presentan una característica original que las distingue de cualesquiera otras relaciones sociales: se desarrollan a la sombra de la guerra o, para emplear una expresión más rigurosa, las relaciones entre Estados llevan consigo, por esencia, la alternativa de la guerra o de la paz. Así como cada Estado tiende a reservarse para sí mismo el monopolio de la violencia, los Estados, a lo largo de la historia, al reconocerse recíprocamente, han reconocido al mismo tiempo la legitimidad de las guerras que se hacían. En determinadas circunstancias, el reconocimiento recíproco de Estados enemigos fue llevado hasta su fin lógico: cada Estado utilizaba únicamente su ejército regular y rechazaba la provocación de la rebelión en el interior del Estado al que combatía, rebelión que habría debilitado al Estado enemigo, pero que también habría destruido el monopolio de la violencia legítima que intentaba salvaguardar. Ciencia de la paz y ciencia de la guerra, la ciencia de las relaciones internacionales puede servir de fundamento a las artes de la diplomacia y de la estrategia, métodos estos dos, complementarios y opuestos, a través de los cuales se lleva a cabo el comercio entre los Estados. “La guerra no pertenece al domino de las artes ni de las ciencias, pero sí al de la existencia social. Es un conflicto de grandes intereses solucionados con la sangre, hecho éste por el que se distingue de los demás conflictos. Convendría compararlo mejor que a un arte cualquiera, al comercio, que es también un conflicto de intereses y de actividades humanas; todavía se asemeja más a la política, que podría ser comparada a su vez, al menos en parte, a una especie de comercio en gran escala. Además, la política es el medio material en el que la guerra se desarrolla, en el que sus caracteres generales, formados ya rudimentariamente, se esconden como las 1 propiedades de las criaturas vivientes lo hacen en sus embriones” . Por lo tanto, nosotros comprendemos a la vez por qué las relaciones internacionales ofrecen un centro de interés para ser una disciplina particular y por qué escapan a toda delimitación precisa. Los historiadores no han aislado nunca las descripciones de los sucesos que se refieren a las relaciones entre los Estados, aislamiento que hubiera sido efectivamente imposible, ya que las peripecias de las campañas militares y de las combinaciones diplomáticas están ligadas de múltiples maneras, a las vicisitudes de los destinos nacionales, o a las rivalidades de las familias reales o de las clases sociales. La ciencia de las relaciones internacionales no puede, al igual que la historia diplomática, desconocer los lazos múltiples que existen entre lo que tiene lugar en la escena diplomática y lo que pasa en los escenarios nacionales. No puede tampoco separar rigurosamente las relaciones interestatales de las relaciones interindividuales que afectan a diversas unidades políticas. Pero, en tanto que la humanidad no haya llevado a cabo su unificación en un Estado universal, subsistirá una diferencia esencial entre la política interior y la política extranjera. Aquélla tiende a reservar el monopolio de la violencia a los detentadores de la autoridad legítima, mientras que ésta acepta la pluralidad de centros de las fuerzas armadas. La política, en cuanto concierne a la organización interior de las colectividades, tiene por finalidad inmanente la sumisión de los hombres al imperio de la ley. La política, en la medida en que afecta a las relaciones entre los Estados, parece tener como significado –ideal y objetivo a la vez- la simple supervivencia de los Estados frente a la amenaza virtual que trae consigo la existencia de los demás Estados. De aquí la oposición frecuente en la filosofía clásica: el 1

No hay ni que decir que, en este significado abstracto, el hombre de Estado, el ministro de Asuntos Exteriores, el Primer Ministro, el Jefe del Estado son también en algunas de sus aptitudes, embajadores. Representan la unidad política en cuanto tal. 1 Karl von CLAUSEWITZ. De la Guerre, libro II, capítulo IV, página 45. Las referencias son a la edición publicada por las Editions de Minuit, París, l950. Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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arte político enseña a los hombres a vivir en paz en el interior de las colectividades, y enseña a las colectividades a vivir tanto en paz como en guerra. Los Estados no han salido aún, en sus relaciones mutuas, del estado de naturaleza. Si lo hubieran conseguido, no habría ya teoría de las relaciones internacionales. Se nos objetará que esta posición, clara al nivel de las ideas, no lo es tanto al nivel de los hechos. Ello supone, en efecto, que las unidades políticas estén representadas por diplomáticos y por soldados uniformados, o de otro modo, cuando ellas ejercen efectivamente el monopolio de la violencia legítima, reconociéndose recíprocamente. En ausencia de naciones, conscientes de ellas mismas y de Estados jurídicamente organizados, la política interior y la política exterior tienden a confundirse, ya que aquélla no es esencialmente pacífica y esta última tampoco es radicalmente belicosa. ¿Bajo qué rúbrica conviene encasillar a las relaciones entre soberano y vasallos, en la Edad Media, cuando el rey o el emperador no poseían casi fuerzas armadas que les obedecieran incondicionalmente, y cuando los barones les prestaban juramento de fidelidad, pero no de disciplina? Por definición, las fases de soberanía difusa y armamentos dispersos parecen rebeldes a su caracterización conceptual, mientras que esta última conviene a las unidades políticas, delimitadas en el espacio y separadas unas de otras por la conciencia de los hombres y el rigor de las ideas. La incertidumbre de la distinción entre conflictos que opongan a diferentes unidades políticas y conflictos que tengan lugar en el interior de una misma unidad política, hace a veces su aparición, aún en períodos de soberanía concentrada y legalmente reconocida. Es suficiente con que, en una provincia, parte integrante del territorio de un Estado, una fracción de la población se niegue a someterse al poder central e inicie una lucha armada, para que el combate, guerra civil bajo la ley internacional, sea considerado como una guerra extranjera por aquellos que juzgan a los rebeldes como intérpretes de una nación existente o a punto de nacer. Si la Confederación hubiese triunfado, los Estados Unidos se hubieran dividido en dos Estados y la guerra de Secesión, que había comenzado como una guerra civil, hubiera terminado como una guerra extranjera. Imaginemos, en el futuro, un Estado universal que englobe a la humanidad entera. En teoría, no habría ya ejército (el soldado no es ni un policía ni un verdugo, y pone en riesgo su vida frente a otro soldado), sino solamente una policía. Si una provincia o un partido se alzaran en armas, el Estado único y planetario los declararía rebeldes y los trataría como tales. Sin embargo, esta guerra civil, episodio de política interior, parecería retrospectivamente una vuelta a la política extranjera, en el caso de que la victoria de los rebeldes trajera consigo la desintegración del Estado universal. Este equívoco, que viene implicado en el objeto de las “relaciones internacionales”, no es imputable a la insuficiencia de nuestros conceptos: está inscrito en la misma realidad de las cosas. Nos recuerda una vez más, por si hiciera falta, que el curso de las relaciones entre unidades políticas se ve influido, de múltiples maneras, por los sucesos que tienen lugar en el interior de esas mismas unidades. Nos recuerda también que lo que las guerras ponen en juego es la existencia, la creación o la eliminación de los Estados. A fuerza de estudiar el comercio entre Estados organizados, los especialistas terminan por olvidar a menudo que el exceso de debilidad no es menos temible para la paz que el exceso de fuerza. Las zonas, con motivos de las cuales estallan los conflictos armados, son a menudo aquéllas donde las unidades políticas comienzan a descomponerse. Los Estados que se saben, o se creen, condenados despiertan los apetitos rivales o, en una tentativa desesperada de salvación, provocan la explosión que los consumirá. ¿Pierde toda originalidad, todo límite neto, el estudio de las relaciones internacionales por extenderse al nacimiento y a la muerte de los Estados? Aquellos que imaginaban, por adelantado, que las relaciones internacionales son diferenciables Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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concretamente, se verán decepcionados por este análisis, pero esta decepción no está justificada. Teniendo como tema central las relaciones interestatales en su significado específico, es decir, en su característica de alternativa y de alternancia de la paz y de la guerra, la disciplina destinada al estudio de las relaciones internacionales no puede hacer abstracción, ni de las diversas modalidades de comercio entre las naciones e imperios, ni de los determinantes múltiples que actúan en la diplomacia mundial, ni de las circunstancias en las cuales los Estados aparecen y desaparecen. Una ciencia o filosofía total de la política englobaría a las relaciones internacionales como uno de sus capítulos, pero este capítulo guardaría su originalidad, ya que trataría de las relaciones entre unidades políticas, cada una de las cuales reivindica el derecho de hacerse justicia a sí misma y de ser la única dueña de la decisión de combatir o de no hacerlo. 2 Intentaremos captar las relaciones internacionales en tres niveles distintos de conceptuación, examinando a continuación, los problemas, éticos y pragmáticos, que se plantean ante el hombre de acción. Sin embargo, antes de caracterizar estos tres niveles, querríamos mostrar que existen otros dos sectores de actividad humana –un deporte y la economía- que se prestan a una distinción semejante de modos de conceptuación. Consideremos el deporte que en Francia es llamado foot-ball association. La teoría, aquélla que se dirige a los profanos, consiste en precisar la naturaleza del juego y las reglas a las que está sometido. ¿Qué número de jugadores se enfrentan a uno y otro lado de la línea divisoria? ¿Cuáles son los medios que los jugadores tienen, o no, el derecho de emplear (delanteros, medios y defensa)? ¿De qué manera combinan sus esfuerzos e impiden los de sus adversarios? Esta teoría abstracta es conocida por los practicantes y por los aficionados. El entrenador no tiene ninguna necesidad de recordársela a loa jugadores. Por el contrario, dentro del marco trazado por las reglas, pueden surgir situaciones múltiples, bien sea sin intención deliberada por parte de nadie, bien por la intención, concebida por adelantado, de los actores. En cada partido, el entrenador traza por adelantado un plan, precisa la misión de cada uno (un medio determinado se acomodará a los movimientos de un delantero adverso), fija las obligaciones y las responsabilidades de unos y otros en determinadas coyunturas típicas o previsibles. En esta segunda etapa de la teoría, ésta se descompone en discursos múltiples, dirigidos a los diferentes actores: hay una teoría sobre la conducta eficaz del extremo, del delantero centro o del defensa, al mismo tiempo que de la conducta eficaz de la totalidad o de parte del equipo en circunstancias definidas. En la etapa siguiente, el teórico ya no es ni instructor ni entrenador, sino sociólogo. ¿Cómo se desarrollan los partidos, no en la pizarra, sino en el terreno de juego? ¿Cuáles son las características de los métodos adoptados por los jugadores de éste o aquel país? ¿Existe un football latino, inglés o americano? ¿Cuál es el papel del virtuosismo técnico y de la cualidad moral en el éxito de los equipos? Es imposible dar una respuesta a estas cuestiones, sin hacer un estudio histórico. Hace falta observar el desarrollo de los partidos, la evolución de los métodos, la diversidad de las técnicas y de los temperamentos. El sociólogo del deporte podría buscar las causas que determinan, en una cierta época o constantemente, las victorias de una nación (condiciones excepcionales, número de los participantes, apoyo del Estado, etcétera) El sociólogo es tributario a la vez del teórico y del historiador. Si no comprende la lógica del juego, seguirá en vano las evoluciones de los jugadores. No llegará a descubrir el sentido de las diversas tácticas adoptadas, del marcaje individual o del marcaje por zonas. Sin embargo, las proposiciones generales relativas a los factores de la potencia o a las causas de la victoria, no son suficientes para explicar la derrota del equipo húngaro en una final de la Copa de Mundo, ni para satisfacer plenamente nuestra curiosidad. El Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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desarrollo de un partido individualizado no está nunca determinado, ni por la lógica del juego, ni por las causas generales del éxito, y determinados partidos, al igual que ciertas guerras ejemplares, son dignos de la descripción que los historiadores consagran. Las consecuciones de los héroes. Después del sociólogo y del historiador, hace su intervención un cuarto personaje inseparable de los actores: el árbitro. Las reglas vienen consignadas en los textos, pero ¿cómo hay que interpretarlas? El hecho, condición de las sanciones (la falta con la mano), ¿ha sido efectivamente realizado en tales o cuales circunstancias? La decisión del árbitro es inapelable; pero, inevitablemente, los jugadores y los espectadores juzgan silenciosa o ruidosamente al propio juez. El deporte colectivo, confrontación de equipos, suscita una serie de juicios, laudatorios o críticos, hechos por los jugadores, unos con respecto a los otros, por los partidarios entre sí, por un equipo con respecto al equipo opuesto, por los jugadores acerca del árbitro y por los espectadores con respecto a los jugadores y al árbitro. Todos estos juicios oscilan entre la apreciación de la eficacia (ha jugado bien), la apreciación de la corrección (ha respetado las reglas) y la apreciación de la modalidad deportiva (un equipo determinado ha actuado de acuerdo con el espíritu del juego). Aún en el deporte, no todo lo que no es estrictamente prohibido está por ello moralmente permitido. Por último, la teoría del football podría considerar al deporte en sí mismo, en relación con los hombres que lo practican o con la sociedad entera. ¿Es un deporte favorable a la salud física y moral de los jugadores? ¿Debe el Gobierno, pues, favorecerlo? Volvemos a encontrar así los cuatro niveles de conceptuación que hemos distinguido, la esquematización de los conceptos y de los sistemas, las causas generales de los acontecimientos, la evolución del deporte o el desarrollo de un partido determinado, los juicios, pragmáticos o éticos, que se refieren tanto a las conductas en el interior de la esfera considerada, como al sector considerado en sí mismo como un todo. La conducta diplomática o estratégica presenta cierta analogía con la conducta deportiva. Trae también consigo cooperación y competición a un mismo tiempo. Toda colectividad se encuentra rodeada de enemigos, de amigos, de neutrales o de indiferentes. No hay terreno diplomático que pueda delimitarse con cal, pero sí existe una esfera diplomática en la cual figuran todos los actores susceptibles de intervenir en caso de un conflicto generalizado. La disposición de los jugadores no está fijada, de una vez para siempre, por las reglas o por las tácticas impuestas por la costumbre, pero encontramos ciertas agrupaciones características de los actores que constituyen otras tantas situaciones esquemáticamente dibujadas. Cooperativa y competitiva, la conducción de la política extranjera es además, por naturaleza, de carácter aventurado. El diplomático y el estratega actúan, es decir, se deciden, en un determinado sentido, antes de haber reunido todos los conocimientos deseables y antes de haber adquirido una certidumbre. Su acción se basa en probabilidades. No sería razonable si rechazase el riesgo, mientras que sí lo es en la medida en que lo calcula. Pero nunca se eliminará la incertidumbre que surge de la imprevisibilidad de las reacciones humanas (¿qué hará el otro, general u hombre de Estado, Hitler o Stalin?), del secreto del que se rodean los Estados y de la imposibilidad de saberlo todo antes de comprometerse en la acción. La “gloriosa incertidumbre del deporte” tiene su equivalente en la acción política, violenta o no. No imitemos a los historiadores que creen que el pasado ha sido siempre fatal y que suprimen al dimensión humana del suceso. Las expresiones que hemos empleado para caracterizar la sociología (causa del éxito, caracteres nacionales de su práctica en diversas partes) y la historia del deporte (o de una parte de él) se aplican igualmente a la sociología que a la historia de las relaciones internacionales. Son la teoría nacional y la praxeología las que difieren esencialmente de una esfera a otra. Comparada con el fútbol, la política extranjera se nos Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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presenta singularmente indeterminada. La finalidad de sus actores no es tan simple como la de hacer penetrar un balón más allá de una línea blanca. Las reglas del juego diplomático están imperfectamente codificadas y cualquier jugador las puede violar cuando en ello encuentre ventaja. No hay árbitro y aún cuando el conjunto de los actores intenta dar su juicio (Naciones Unidas), los actores nacionales se someten a las decisiones de este árbitro colectivo, cuya imparcialidad se presta a discusión. Si la rivalidad de las naciones evoca a un deporte, es con demasiada frecuencia a la lucha libre, un catch que sería auténticamente aquello de lo cual es ahora simulacro. De una manera más general, la conducta deportiva presenta tres rasgos, singulares: el objetivo y las reglas del juego están claramente precisados: el partido se juega en el interior de un espacio cerrado, el número de participantes es fijo y el sistema delimitado hacia el exterior, está estructurado sí mismo. Las conductas se ven sometidas a reglas de eficacia y a las visiones del árbitro, de tal forma que los juicios morales o semi-morales se ven al espíritu con el que los jugadores practican el juego en sí. A propósito de cada una de las ciencias sociales, se puede uno preguntar si, y en qué medida, el objetivo y las reglas están definidos, y si, y también en qué medida, los actores están organizados en un sistema y las conductas individuales sometidas a obligaciones de eficacia y de moralidad. Pasemos del deporte a la economía. Toda sociedad tiene un problema económico, bien tenga o no conciencia de él, y lo resuelve de una determinada manera. Toda sociedad debe satisfacer las necesidades recursos limitados. La desproporción entre los deseos y los bienes no siempre comprendida como tal. Aceptando como normal, como tradición determinado modo de vida, puede ocurrir que una colectividad no da nada más allá de lo que ya posee. Una colectividad como esta será en si, pero no para si. Añadiríamos -lo que no constituye una para más que en apariencia- que las sociedades no han estado nunca tan presentes de su pobreza como en nuestra época a pesar del crecimiento prodigioso de sus riquezas. Los deseos han crecido aún más deprisa que los recursos. La limitación de estos recursos parece escandalosa a partir del momento en que la capacidad de producir se considera, equivocadamente, como ilimitada. Lo económico es una categoría fundamental del pensamiento, una dimensión de la existencia individual o colectiva. Esta categoría no puede confundirse con la de rareza o la de pobreza (desproporción entre deseos y recursos). La economía como problema supone solamente rareza o pobreza; la economía como solución supone que los hombres sean capaces de vencer su pobreza de diferentes maneras y que tengan la posibilidad de escoger entre las distintas maneras de utilización de sus recursos; es decir, y en otros términos, supone el problema de elección que el mismo Robinson, en su isla, no ignoraba: Robinsón posee su tiempo de trabajo y por lo mismo puede escoger una cierta distribución de las horas del día entre el trabajo y el ocio, una cierta distribución de su trabajo entre los bienes de consumo (alimentos) y las inversiones (habitación). Lo que es cierto del individuo lo es mucho más aún de la colectividad. Como quiera que la fuerza de trabajo es el recurso primario de las sociedades humanas, la multiplicidad de las utilizaciones posibles de los recursos viene dada desde un principio. A medida que la economía se complica, las posibilidades de elección se multiplican y los bienes se hacen cada vez más fácilmente sustituibles. El mismo objeto puede servir en diversos fines, y diversos objetos pueden ser utilizados para un mismo fin. Pobreza y elección –considerando a la pobreza como el problema planteado a las colectividades y a una cierta elección como una solución efectivamente adoptada- definen la dimensión económica de la existencia humana. Los hombres que ignoran la pobreza porque ignoran el deseo, no tienen conciencia de esta dimensión económica. Viven de la misma manera que vivieron sus antepasados y de la misma forma en que siempre han vivido ellos mismos. La costumbre es tan fuerte que llega a excluir el sueño, la insatisfacción, la voluntad de progreso. Existiría una fase post-económica si, junto con la Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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rareza, la obligación de elección, el trabajo penoso, desapareciera. Trotsky ha escrito en algún sitio que la abundancia era desde hoy visible en el horizonte de la historia, y que solo los pequeños burgueses se niegan a creer que este futuro radiante, considerando eterna la maldición del Evangelio. Es concebible un periodo post-económico en que la capacidad de producción será tal que cada uno podrá consumir según su fantasía y, por respeto a los demás, no tomará del total más que su parte en justicia. Los jugadores de fútbol quieren hacer entrar el balón dentro de un espacio delimitado por dos postres verticales unidos, a dos metros del suelo, por un madero horizontal. En tanto que son sujetos económicos, los hombres quieren hacer el mejor uso de recursos insuficientes y utilizar estos últimos de tal manera que les permitan el máximo de satisfacción. Los economistas han reconstruido y elaborado de diversas maneras la lógica de estas elecciones individuales, siendo todavía hoy en día la teoría marginalista la versión más corriente de está ordenación racional de las conductas económicas, interpretadas a partir de los individuos y de sus escalas de preferencias. Aunque la teoría recorra el itinerario que va de la elección individual al equilibrio global, me parece a mí, tanto desde un punto de vista lógico como filosófico, que es preferible partir de la colectividad. Los caracteres específicos de la realidad económica no se descubren, en efecto, sino al nivel del conjunto. Las escalas individuales de preferencias no difieren quizá fundamentalmente en el interior de una sociedad determinada, ya que todos los individuos se adhieren, en mayor o menor grado, a un sistema común de valores. Sin embargo, las actividades que tienden a la potenciación al máximo de las satisfacciones individuales estarían mal definidas si la moneda no introdujera la posibilidad de una medida más segura y universalmente cognoscible. Los negros preferían, lógicamente las baratijas al marfil, en tanto en cuanto los objetos intercambiados no pertenecían al mismo mercado no tenían, cada uno de ellos, su propio precio en plata. La cuantificación monetaria permite reconocer las igualdades contables dentro de la economía total. Estas igualdades contables, desde los cuadros fisiocráticos hasta los estudios modernos de contabilidad nacional, no nos facilitan la explicación de los intercambios, pero constituyen las evidencias, a partir de las cuales la economía puede esforzarse en captar variables primarias o secundarias, o determinantes y determinados. De la misma forma, la solidaridad recíproca de las variables, como la interdependencia entre los momentos de la economía se imponen a la observación. Modificar un precio es, indirectamente modificar todos. Reducir o aumentar las inversiones o elevar los tipos de interés, es, cada vez más, actuar sobre el producto nacional, al igual que sobre la distribución de este producto entre las distintas categorías. Todas las teorías económicas, sean microscópicas o macroscópicas, o de inspiración liberal o socialista, ponen su énfasis en la interdependencia de las variables económicas. La teoría del equilibrio, al estilo de un Walras o de Pareto, reconstruye el conjunto a partir de las elecciones individuales poniendo al mismo tiempo un punto de equilibrio, que seria también el punto de máxima de la producción y de las satisfacciones (considerando determinada distribución de las rentas, como punto de partida). La teoría Keynesiana o las teorías macroscópicas captan directamente la unidad del sistema y se esfuerzan en deducir las variables determinantes, sobre que hay que actuar para evitar el sub-empleo y para llevar el producto a su máximo posible. El fin de la actividad económica, en un principio, nos aparece, por lo definido: "la maximización” de las satisfacciones para el individuo que racionalmente: maximización de los recursos monetarios, en la fase valor, considerando a la moneda como el intermediario universal entre los bienes. Ahora bien, esta definición deja lugar a una serie de incertidumbres: por ejemplo, ¿a partir de qué momento prefiere el individuo el ocio al aumento en sus ingresos? Es más, la incertidumbre o, si se quiere, la indeterminación, se convierte en esencial si consideramos a la colectividad. Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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El "problema económico" se plantea a una colectividad: es ella la que, a través de una cierta organización de la producción, de los intercambios y de la distribución, escoge una solución. Esta solución lleva consigo una parte de cooperación entre los individuos y una parte de competencia. Ni la colectividad considerada globalmente, ni los sujetos económicos se encuentran en situaciones que impongan como razonable una determinada decisión, y sólo una. Maximación del producto nacional o reducción de las desigualdades, maximación del crecimiento o mantenimiento de un nivel elevado de consumo: maximación de la cooperación impuesta autoritariamente por los poderes públicos o el libre curso concedido a los mecanismos de la competencia, estas son las tres alternativas que las sociedades todas dilucidan de hecho, aunque la elección no sea una consecuencia lógicamente deducible partiendo de la finalidad inmanente de la actividad económica. Dada la pluralidad de objetivos a que tienden las sociedades, toda solución económica, hasta el presente, implica un pasivo al mismo tiempo que un activo. Es suficiente con que se haga intervenir al transcurso del tiempo (¿qué sacrificios deben consentir los vivientes en beneficio de aquellos que vendrán tras ellos?) y a la diversidad de los grupos sociales (¿qué distribución se impone a partir de una cierta organización de la producción?), para que ninguna solución del problema económico pueda ser considerada como razonablemente obligatoria en unas determinadas circunstancias. La finalidad inmanente de la actividad económica no determina, de una manera unívoca, ni la elección de los individuos, considerados independientemente, ni la elección de las colectividades, consideradas globalmente. En función de este análisis, ¿cuáles son las modalidades de la teoría económica de tipo racional? Como quiera que el problema económico es fundamental entre la fase de la inconsciencia y la posible fase de la abundancia, el teórico se esfuerza por elaborar, en primer lugar, los conceptos esenciales del orden económico, en cuanto tal (producción, intercambios, repartición, consumo, moneda). El segundo capitulo, el más importante, es el del análisis, elaboración o reconstrucción de los sistemas económicos. Marginalistas, Keynesianos, especialistas de la contabilidad, partidarios de la teoría de los juegos, cualesquiera que sean sus diferencias. Todos tienden igualmente a delimitar la textura inteligible del conjunto económico y las relaciones reciprocas entre las variables. Las controversias no se refieren a esta textura en sí misma, cuya expresión nos viene dada en las igualdades contables. Nadie pone en duda la igualdad contable entre el ahorro y la inversión, pero esta igualdad es un resultado estadístico ex post facto y los mecanismos a través de los cuales es obtenible son complejos y a menudo oscuros. La discusión se refiere al problema de saber si, y también en qué circunstancias, el exceso de ahorro puede ser motivo de la aparición del sub-empleo y si, y también en que circunstancias, el ahorro provoca reacciones de carácter tal como para poner fin al sub-empleo, además de saber si es posible un equilibrio sin pleno empleo y en que condiciones. En otras palabras, ni el esquema walrasiano del equilibrio ni los esquemas modernos de la contabilidad nacional se prestan a refutación, en tanto que esquemas. Por el contrario, los modelos de sub-empleo o de crisis, que pueden ser extraídos de las teorías, son discutibles en la medida en que sugieren una explicación o previsión de los hechos. Los "modelos de crisis” -relaciones determinadas entre las diversas variables del sistema- son comparables con los "esquemas de situación" en un juego, con la diferencia de que los sujetos económicos corren el riesgo de no conocer la situación exacta creada por las relaciones entre las variables, mientras que los jugadores de fútbol pueden ver la posición exacta de sus rivales y de sus compañeros. La teoría económica, tal y como venimos de esbozarla, se esfuerza en aislar el conjunto económico –el conjunto de conductas que resuelven de hecho, bien que mal el problema de la pobreza- y en poner el énfasis sobre el carácter racional de estas Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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conductas, es decir, sobre las elecciones para el empleo de recursos limitados, cada uno de los cuales implica una multiplicidad de utilizaciones. Toda teoría cualquiera que sea su inspiración, sustituye a los hombres concretos por sujetos económicos, cuya conducta está simplificada y como racionalizada. Reduce a un pequeño número de determinantes las circunstancias múltiples que influyen sobre la actividad económica. Considera como exógenas a ciertas causas, sin que la distinción entre los factores exógenos y los actores endógenos sea constante, de una época a otra, o de un autor a otro. La sociología es un intermediario indispensable entre la teoría y acontecimiento, pero la superación de la teoría hacia la sociología puede realizarse de distintas maneras. La conducta de los sujetos económicos, empresarios, obreros o consumidores, no está nunca determinada unívocamente por la noción de un máximo: la elección a favor de un incremento de los ingresos, o de una disminución del esfuerzo, depende de los datos psicológicos, irreductibles a una formulación general. De una manera más amplia, la conducta efectiva de los empresarios o de los consumidores viene influida por los modos de vida, las concepciones morales o metafísicas, la ideología o los valores de una determinada colectividad. Existe por lo tanto una sociología, o una psicología económica, cuya finalidad es la de comprender la conducta de los sujetos económicos a través de su comparación con los esquemas de la teoría, o por medio de la determinación de las elecciones efectivamente realizadas entre las diferentes clases de maximación elaboradas por la teoría. La sociología puede darse también como objetivo la reintroducción de un sistema económico en el conjunto social, o la continuación de la acción recíproca que las distintas esferas de actividad ejercen unas sobre otras. Por último, la sociología puede tener como objeto una tipología histórica de las economías. La teoría determina las funciones que deben cumplirse en cualquier economía. Medida de valores, conservación de estos últimos, distribución de los recursos colectivos entre los distintos e empleos adecuación de los productos a los deseos de los consumidores, todas estas funciones son siempre realizadas de hecho, mejor o peor. Cada régimen está caracterizado por la modalidad en que se cumplen las funciones indispensables. En particular, para referirnos a nuestra época, cada régimen concede una parte, de mayor o menor amplitud, a la planificación central o a los mecanismos de mercado: aquélla representa la acción cooperativa sometida a una autoridad superior, éstos son una forma de acción competitiva (la competencia, en conformidad a unas reglas, asegura la función de repartir los ingresos entre los individuos y da unos resultados que no han sido ni concebidos ni decididos o queridos por nadie). El historiador de la economía es deudor del teórico, que le facilita los instrumentos de comprensión (conceptos, funciones y modelos), como lo es del sociólogo, que le indica el marco en que se desenvuelven los sucesos y que ayuda a captar la diferencia entre los distintos tipos sociales. En cuanto al experto, al ministro o al filosófico, es decir, a aquellos que aconsejan, deciden o actúan, hay que tener en cuenta que todos ellos tienen necesidad de conocer los esquemas racionales, las determinantes del sistema y las regularidades de la coyuntura. Es más, para tomar partido a favor o en contra de un régimen, y no de una medida tomada en el interior de ese mismo régimen, hace falta conocer, en primer lugar, los méritos y deméritos probables de cada régimen y luego aquello que se exige de la economía: ¿cuál es la sociedad perfecta y que acción ejercen determinadas instituciones de orden económico sobre la existencia? La praxeología, que sucede necesariamente a la teoría, a la sociología y a la historia, vuelve a poner en duda las premisas de esta comprensión progresiva: ¿cuál es el sentido humano de la dimensión económica?. El objetivo de la acción económica no es tan simple como el de la acción deportiva, pero, aunque haya numerosas nociones de máximo, las teorías pueden reconstruir las conductas de los sujetos económicos al definir de una cierta manera el Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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máximo buscado y, acto seguido, las implicaciones de lo racional. El sistema económico está menos rigurosamente estructurado que el sistema constituido por un partido de fútbol: ni los limites físicos, ni los jugadores de un sistema económico están tan precisamente determinados, pero de todas formas la solidaridad reciproca entre las variables del sistema económico y las igualdades contables permiten, una vez admitida la hipótesis de racionalidad, captar la textura del conjunto a través de sus elementos. En cuanto a las directrices de la acción, que quieren ser racionales al nivel de la teoría y razonables al nivel de lo concreto, consagran la eficacia, cuando se ha propuesto un objetivo unívoco; la moralidad, cuando se trata de respetar las reglas de la competencia, y los valores últimos cuando nos preguntamos acerca de la dimensión de la vida, acerca del trabajo y del ocio, o de la abundancia y el poder. 3 Volvamos a la política extranjera y preguntémonos cómo vienen caracterizados, en esta esfera, los diversos niveles de conceptuación. Toda conducta humana, en la medida en que ella no es un simple reflejo o el acto de un enajenado, es comprensible. Pero existen múltiples modos de inteligibilidad. La conducta del estudiante que viene a escuchar una determinada clase, porque hace frío afuera o porque no tiene nada que hacer entre dos clases, es comprensible, hasta podríamos decir que es "lógica" (según la expresión de Pareto) o "racional" (de acuerdo a la terminología de Marx Weber), si ella es el medio de evitar el frío o de llenar agradablemente una hora vacía. Sin embargo, no presenta las mismas características que la conducta del estudiante que sigue una clase porque estima que hay una posibilidad de que sea interrogado en el examen sobre el tema tratado por el profesor, o la conducta del empresario, que adopta cada una de sus decisiones haciendo referencia el balance de fin de año, o la conducta del delantero centro que se mantiene retrasado para desconcertar al defensa central del equipo adversario, que le sigue los pasos. ¿Cuáles son los rasgos comunes en las conductas de estos tres actores estudiante, empresario, jugador-? No es, desde luego, el modo de determinación psicológica. El empresario puede ser personalmente un ser ávido de dinero o, por el contrario, indiferente a las ganancias. El estudiante, que establece la lista de las clases que ha seguir en función del tiempo de que dispone o de la probabilidad de las preguntas que han de hacerse en el examen, puede muy bien apreciar o detestar los temas que estudia, o puede querer su diploma por amor propio o por necesidad de ganarse la vida. Igualmente, el jugador de fútbol puede ser aficionado o profesional, puede soñar con la gloria o con la riqueza, pero se verá determinado por las exigencias de eficacia que surgen del juego en sí. En otros términos, esas conductas llevan consigo, de una manera más o menos consciente, un cálculo, una combinación de medios con vista de unos determinados fines, o la aceptación de un riesgo en función de unas determinadas probabilidades. Este mismo cálculo viene dictado, ora por una jerarquía de preferencias, ora por la coyuntura que implica, en el juego y en la economía, una textura inteligible. La conducta del diplomático, o la del estratega, presenta algunas de estas características, aunque, de acuerdo con la definición que de ellas hemos dado anteriormente, no tengan ni un objetivo tan determinado como el de los jugadores de fútbol, ni siquiera una finalidad, dentro de ciertas condiciones relacionadas definibles por un máximo, semejante a la de los sujetos económicos. La conducta del diplomáticoestratega tiene, en efecto, por carácter específico el estar dominada por el riesgo de la guerra y el de afrontar a los adversarios en una rivalidad incesante, en la cual cada uno se reserva el derecho de recurrir a la razón última, es decir, a la violencia. La teoría del deporte se desenvuelve a partir del fin (hacer entrar el balón en la red). La teoría de la economía se refiere, también a ella, a un fin a través del concepto de maximación Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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(aunque se puedan concebir diversas modalidades de este máximo). La teoría de las relaciones internacionales parte de la pluralidad de centros autónomos de decisión y, por lo tanto, del riesgo de guerra, deduciendo de este riesgo la necesidad del calculo de los medios. Ciertos teóricos han querido encontrar, para las relaciones internacionales, el equivalente del objetivo racional del deporte o de la economía. Un solo fin, la victoria, grita el general ingenuo olvidando que la victoria militar da siempre satisfacciones de amor propio, pero no siempre beneficios políticos. Un solo imperativo, el interés nacional, proclama solemnemente el teórico, escasamente menos simple que el general, como si fuese suficiente con colocarle el adjetivo nacional al concepto de interés para hacerle unívoco. La política entre los Estados es una lucha por el poder y la seguridad, afirma otro teórico, como si no hubiera nunca contradicción entre aquél y ésta, como si las personas colectivas, a diferencia de las personas individuales, se vieran caracterizadas por preferir la vida a las razones de vivir. Tendremos ocasión de discutir estas tentativas teóricas a lo largo de este libro. Al principio, limitémonos a establecer que la conducta diplomático-estratégica no tiene una finalidad evidente, pero que el riesgo de guerra la obliga a calcular las fuerzas o los medios. Como intentaremos demostrar en la primera parte de este libro, la alternativa de la paz y de la guerra permite elaborar los conceptos fundamentales de las relaciones internacionales. La misma alternativa nos permite también plantear "el problema de la política extranjera", de la misma forma que hemos planteado el problema de la economía. Durante milenios, los hombres han vivido en sociedades cerradas, que nunca se han sometido de una manera plena a una autoridad superior. Cada colectividad tenía que contar, por encima de todo, con ella misma para sobrevivir, pero debía o habría debido aportar también una contribución a la labor común de las ciudades enemigas, amenazadas de perecer juntas a fuerza de combatirse. El doble problema, de la supervivencia individual y de la supervivencia colectiva, no ha sido nunca solucionado duraderamente por ninguna civilización. No podrá serlo definitivamente sino a través del Estado universal o del reino de la ley. Podríamos calificar de prediplomática la edad en que las colectividades no mantenían relaciones regulares, unas con otras, y de post-diplomáticas, a aquélla que un Estado universal que no dejaría lugar a luchas intensivas. En tanto que cada colectividad deba preocuparse de su propia salvación, al mismo tiempo que la del sistema diplomático o de la especie humana, la conducta diplomático-estratégica no estará nunca determinada racionalmente, ni siquiera en teoría. Esta relativa indeterminación no nos impide elaborar, en la primera parte de este libro, una teoría de tipo racional, yendo de los conceptos fundamentales (estrategia y diplomacia, medios y fines, poder y fuerza, fuerza, gloria e idea) a los sistemas y a los tipos de sistemas. Los sistemas diplomáticos no están delimitados en el mapa como un terreno de juego, ni están unificados por las igualdades contables o por la interdependencia de las variables, como en los sistemas económicos, sino que cada actor sabe, muy por encima, en relación a qué adversarios y a qué aliados debe situarse, La teoría, al determinar los modelos de los sistemas diplomáticos y al distinguir las situaciones típicas, trazadas a grandes rasgos, imita a la teoría económica, que elabora modelos de crisis o de sub-empleo. Empero, a falta de un objetivo unívoco para la conducta diplomática, el análisis racional de las relaciones internacionales no está en posición de poder desenvolverse en una teoría global. El capítulo VI, consagrado a una tipología de las paces y de las guerras, sirve de transición entre la primera y segunda parte, entre la interpretación inmanente de las conductas en política extranjera y en la explicación sociológica, por causas materiales o sociales, del curso de los acontecimientos. Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo

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La sociología busca las circunstancias que influyen sobre las consecuencias de los conflictos entre los Estados, sobre los objetivos que se asignan sus actores y sobre la fortuna de las naciones y de los imperios. La teoría saca a la luz la textura inteligible de un conjunto social. La sociología muestra cómo varían las determinantes (espacio, número, recursos) y los sujetos (naciones, regímenes, civilizaciones) de las relaciones internacionales. La tercera parte de este libro, consagrada a la coyuntura actual, intenta poner a prueba, en primer lugar, el tipo de análisis que se deduce de las dos primeras partes. Pero, en ciertos aspectos, y debido a la extensión planetaria de la esfera diplomática y a la puesta a punto de armas termonucleares, la coyuntura presente es única, sin precedentes. Lleva consigo una serie de situaciones que se prestan al análisis con "modelo". En este sentido, la tercera parte, a un nivel menos elevado de abstracción, contiene a la vez una teoría racionalizadora y otra sociológica de la diplomacia en la edad planetaria y termonuclear. Al mismo tiempo, constituye una introducción necesaria para la última parte, normativa y filosófica, y en la que se ponen en duda de nuevo las hipótesis iniciales. La economía desaparece con la rareza. La abundancia dejaría subsistir problemas de organización, pero no cálculos económicos. Igualmente, la guerra dejaría de ser un instrumento de la política el día en que supusiera el suicidio común de los beligerantes. La capacidad de producción industrial da una cierta actualidad a la utopía de la abundancia y la capacidad destructora de las armas vuelve a suscitar los sueños de paz eterna. Todas las sociedades han vivido el "problema de las relaciones internacionales", muchas culturas han caído en ruinas porque no han sabido limitar sus guerras. En nuestra época, no es ya sólo una cultura, sino la Humanidad entera la que se vería amenazada por una guerra hiperbólica. La prevención de una guerra de este carácter se convierte para todos los actores de un juego diplomático en un objetivo tan evidente como la defensa de los intereses exclusivamente nacionales. De acuerdo son la visión, profunda y quizá profética, de Kant, la Humanidad debe recorrer el camino sangriento de las guerras para llegar a alcanzar, un día, la paz. Es a través de la historia como se lleva a cabo la represión de la violencia natural y la educación del hombre para el uso de la razón.

Antología Teoría de Relaciones Internacionales I Dra. Ileana Cid Capetillo