1- Aron - Paz y Guerra Entre Las Naciones

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LOS NIVELES CONCEPTUALES DE LA COMPRENSION

Los tiempos de disturbios inC:tan a la meditación. La crísis de la ciudad griega nos ha legado la República de Platón y la Política de Aristóteles. Los conflictos religiosos que destrozaban a la Europa del siglo XVII hicieron surgir con el Leviathan y el Tratado Político, la teoría del Estado neutral, necesariamente apsoluto, &:gún Hobbes, y liberal, por lo menos a los ojos de los filósofos, según Sp:noza. En el siglo de la Revolución inglesa, Locke defendió y aclaró las libertades civiles. En el tiempo en que los franceses preparaban, sin saberlo, la Revoiución, Montesquieu y Rousseau definieron la esencia de los dos regímenes que deberían surgir de la descomposición, súbita o progresiva, de las monarquías tradicionales: gobiernos representativos y moderados, grac:as al equilibrio de podex:es, y gobiernos supuestamente democráticos, que invocan la voluntad del pueblo, pero que rechazan todo límite a su autoridad. Al terminar la segunda guerra del siglo, los Estados Unidos, cuyo sueño histórico había sido el de mantenerse al margen de los asuntos del Viejo Continente, se encontraron responsables de la paz, de la prosperidad y de la misma existencia de la mitad del planeta. Había guarniciones americanas en Tokio y en Seul, al oeste, y en Berlín, al este. Occidente no había conocido nada semejante desde los tiempos del Imperio romano. Los Estados Unidos eran la primera .potencia auténticamente mundial, ya que la unificación planetaria del escenario diplomático no tenía precedentes. El continente americano ocupaba con relación a la masa euro-asiática una pos:ción comparable a la de las Islas Británicas en relación con Europa: los Estados Unidos recogían la tradición del Estado insular, esforzándose por levantar una barrera en el centro de Alemania y en medio de Corea ante la expansión del estado terrestre dominante. De esta coyuntura no ha surgido ninguna obra comparable a las que hemos citado, que estuviera orig:nada en la victoria conjunta de los Estados Unidos y de la Unión Soviética. Las relaciones internacionales se han convertido en objeto de una disciplina universitaria. Las cátedras, cuyos titula25

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res se consagran a la nueva disciplina, se han multiplicado. El número de libros y manuales se ha visto incrementado en proporción. ¿Han conseguido su objetivo estos esfuerzos? Antes de responder a esta pregunta, haría falta precisar lo que los profesores americanos, a imitación de los hombres de Estado y de la misma opinión pública, se proponían descubrir o elaborar. Los historiadores no han esperado la accesión de los Estados Unidos al primer plano para ponerse a estudiar las "relaciones internacionales". Pero las han descrito o contado, más que analizado o eX'plicado. Ahora bien, nin:guna ciencia se limita a describir o contar:· Es· más,. ¿qué beneficio podrían ·Obtener los hombres de Estado o los diplomáticos del conocimiento histórico ·de los siglos pasados? Las armas de destrucción masiva, las técnicas de ·subversión, la ubicuidad de las fuerzas militares, graci~s a la aviación y a la ,electrónica, introducen novedades, materiales y humanas, que hacen al me:nos e'quívocas las lecciones de los siglos pasados. O, si uo, ocurre que estas :lecciones no ...pueden ser retenidas si no son insertadas en una teoría que incluya una y otra, que deduzca una serie de constantes para poder elaborar, y no para eliminar, el papel de lo inédito. Ahí reside la cuestión decisiva. Los especialistas de las relaciones. internacionales no querían simplemente seguir el camino de los historiadores: querían, como todos los sabios, alcanzar una serie de proposiciones generales, crear un cuerpo de doctrina. únicamente la geopolítica se había interesado en las -relaciones internacionales, ·con· esa· }lreocupació11 de· abstracción y ae· explicación. Sin embargo, la geopolítica alemana había dejado una serie .de malos recuerdos y, de todas formas, la referencia a lln rparco espacial no podía constituir la finalidad de una teoría, cuya función es precisamente la de captar la multiplicidad éle causas que actúan sobre el desarrollo de las relaciones entre los Estados. Era ·fácil caracterizar de una manera burda la teoría de las relaciones internacionales. "En primer lugar, ésta hace posible la ordenación de los datos. Es, pues, un instrumento útil para la comprensión 1 • Además, "la teoría implica que los criterios de selección de los problemas, con vistas a un análisis detenido, estén explícitamente determinados. No siempre se reconoce que cada vez que un problema particular es escogido.,para el estudio y el análisis, en un contexto o en otro, haya en la práctica una teoría subyacente que poder escoger." Por último, "la teoría puede ser un instrumento para la comprensión, no sólo de las uniformidades y de las regularidades, sino también de los hechos contingentes o irracionales". ¿Quién presentaría / \objeciones a tales fórmulas? Ordenación de los datos. selección de los pro\ Rblemas, determinación de las regularidades y de los accidentes. He aquí las tres funciones que cualquier teoría; dentro de las ciencias sociales, debe cumKenneth W.

Towrzrd a theory o/ intemational palitics. American political science review. V1>l. XLIX, núm. 3, septiembre, 1955. 1

THOMT'SON,

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plir en todo caso. Los problemas se presentan más allá de estas proposíciones indiscutibles. El teórico tiene a menudo una tendencia a simpllficar la realidad, a interpretar las conductas a, través de la determinación de la lógica implícita de sus act-0res. El señor Hans J. Morgenthau, escribe: "Una teoría de ~ relaciones internacionales es un resumen racionalmente ordenado de todos los elementos racionales que el observador encuentra en su objeto (subject matter). Una teoría de este cariz viene a ser una especíe de boceto racional de las relaciones internacionales, un mapa del escenario internacional" 1 • La dif~ rencia entre una interpretación empírica y una interpretac:ón teórica de las relaciones internacionales es comparable a la que puede establecerse entre una fotografía y un retrato pintado. "La fotografía muestra todo lo que puede ser vísto por el ojo humano. El retrato no muestra todo lo que puede ver el ojo humano, pero muestni algo que éste no puede ver: la esencia humana de la persona que sirve de modelo." A esto responde otro especialista con una seríe de interrogantes: ¿Cuáles son los "elementos racionales" de la poJ.ítica internacional? ¿Es suficiente con considerar exclusivamente los elementos racionales para p-0der dibujar un boceto o pintar un retrato, de acuerdo con las características esenciales del modelo? Si el teórico responde negativamente a estas dos interrogantes, tendrá que tomar otro camino, que será el de la sociología. Admitiendo la finaEdad -esbozar un mapa del escenarío internacional- el teórico tendría · que esforzarse en retener todos los elementos, en lugar de fijar su atención exclusivamente sobre los elementos racionales. A este diálogo entre el defensor de una "esquematizacjón rado¡:¡a]'' y eL de un "análisis sociológico" -diálogo en el que los interlocutores no síempre son conscientes de su ñaturaleza y de sus implicac:ones- ha venido a añadirse, a menudo, una controversia de tradición característicamente americana : la del idealismo enfrentado al realismo. El realismo, bautizado hoy en día de maquiavelismo, de loo diplomáticos europeos pasaba por ser, al otro lado del Atlántico, corno típ:co del Viejo Mundo, y marca de una corrupción de la que había querido huirse al emígrar al Nuevo Mundo, al país de las posibilidades indefinidas. Ahora bien, convertidos, por obra y gracia de la desaparicíón del orden europeo y de la victoria de sus armas, en potencia dom:nante, los Estados Unidos descubrían poco a poco, y no sin problemas de conciencia, que su diplomacia se parecía cada vez menos a su antiguo ídeal y cada vez más a las prácticas, antaño severamente juzgadas, de sus enemigos y de sus aliados. ¿Era moral comprar la intervención soviética en la guerra contra el Japón al precio de una ser:e de concesiones a expensas de China? Con el tiempo, se descubrió que no había sido un 1 Estas líneas las he tomado de un informe del señor H. J. Morgenthau, titulado: "La importancia teórica y práctica de una teoría de las relaciones internacionales" (p. 5).

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negocio rentable, y que Roosevelt habría debido, razonablemente, haber com. prado en su lugar la no-intervención de la Unión Soviética. Pero, ¿hubiera sido el cálculo más moral por ser racional? Roosevelt, ¿había estado acertado o equivocado en abandonar la Europa del este a la dominación soviética? Poner por excusa a la fuerza de los hechos, era escoger el argumento que había sido el de los europeos y que, seguros de su virtud y de su situación geográfica, los americanos habían descartado durante tanto tiempo, con desprecio o con indignación. El jefe en la guerra tiene que rendir cuentas sus derrotas .. Nada importa~ ante su pueblo, de sus actos, de sus éxitos ci las buenas intenciones y el respeto de las virtudes individuales, ya que es muy otra la ley de la diplomacia o de la estrategia. Pero, ¿qué ocurre, ~n esas cond:ciones, con esa oposición entre el realismo y el idealismo, entre el maquiavelismo y el kantismo, entre la Europa corrompida y la virtuosa Anpica? · /Este libro tiQnde a poner en claro, en primer lugar, y a dejar atrás, después, estas discusiones. Los dos conceptos de la teoría no son contradictorios, sino complementarios: la esquemática racional y las proposiciones sociológ'cas constituyen momentos sucesivos en la elaboración conceptual de un universo social. La comprensión de un sector de acción no permite poner fin a las antinomias de esa acción. únicamente la historia podrá quizá reducir, algún \ día, la eterna discusión entre el maqúiavelismo y. el rtldtalismo: s:n embargo, pasando de la teoría formal a la determinación de las causas, y luego al análisis de una coyuntura singular, espero ilustrar un método, aplicable a otros temas. y mostrar a un mismo tiempo los límites de nuestro saber y las ~ondiciones de las elecciones hl:>tóricas. Para delimitar, en esta introducción, la estructura del libro, me hace falta definir, en primer lugar, las relaciones internacionales y luego precisar-las características de los cuatro niveles de conceptuación, que llamamos teoría, .sociología, historia y praxeologfa.

de

Recientemente, un historiador holandés 1, designado para la primera cátedra de relaciones intemac'onales creada en su país, en Leyde, intentaba, en su lección inaugural, definir la disciplina que tenía por misión enseñar. Concluía con el reconocimiento de su fracaso: había buscado, pero no había encontrado los limites del campo que quería explorar. 1 B. H. M. VLEKKE, On the stuáy of intemational pvlitical science. The David DaTies Memorial Institute of lnternational Studies, Londres (sin fecha).

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El fracaso es instructivo ya que es definitivo y, por así decirlo, evidente. Las "relaciones internacionales" no tienen fronteras trazadas todas ellas en¡ ¡0 real y no pueden ser, ni en realidad lo son, separables de otros fenómenos\ •aciales. Pero la misma p;oposición sería utilizable a propósito de la economía, o de la política. Si es cierto que "la propuesta de desarrollar el estudio de las relaciones internacionales como un sistema automático ha fracasado", la verdadera cuestión que se nos presenta e&tá más allá _de este fracaso y concierne al sentido del mismo. Después de todo, la tentativa de hacer del estudio de la economía un sistema cerrado sobre sí mismo ha fracasado igualmente, pero no por ello deja de existir a justo título, una ciencia económica, cuya real:dad propfa y posible delimitación no son puestos en duda por nadie. ¿Ocurre que el estudio de las relaciones internacionales lleva consigo su propio centro de interés? ¿Se preocupa de fenómenos colectivos, de conductas humanas, cuya característica específica es reconocible?. Este sentido específico de las relaciones internacionales, ¿se presta a una elaboración teórica? Las relaciones internacionales son, por definición, según parece, relacio- \ nes entre naciones. Pero, en este caso, el término nació~ no está tomado en el sentido histórico que ha adquirido desde la Revolución Francesa y no designa una especie particular de comunidad política, en la que los individuos tengan, en gian número, una concienci' de ciudadanía y en la que el Estado parezca la expresión de una nacionalidad preexistente. En la fórmula "relaciones internacionales", la nación equivale a un tipo cualquiera de colectividad) política, territorialmente organizada. Digamos, prov:siooalmente, que las 1 relaciones internacionales son relaciones entre unidades políticas, concepto este último que designa a las ciudades griegas, al imperio romano o al egipcio, al igual que a las mooarquías europeas, a las repúbl:cas burguesas o. a las democracias populares. Esta definición lleva consigo una doble dificultad. ¿Habrá que incluir en las relaciones entre unidades políticas las relaciones entre individuos pertenecientes a cada una de estas unidades? ¿Dónde comienzan y dónde terminan las unidades políticas, es decir, las colectividades territorialmente organizadas? Cuando los jóvenes europeos van a pasar sus vacaciones más allá de las fronteras de sus patrias respectivas, ¿se. trata de un fenómeno que interesa al especialista de las relaciones internacionales? Cuando yo compro en una tienda francesa una mercancía alemana o cuando un importador francés trata con un fabricante del otro lado del Rhin, ¿estos intercambios económicos pertenecen o no, a las "relaciones internacionales"? Parece igualmente difícil responder afirmativa corno negativamente. Las\ relaciones entre los Estados, es decir, las relaciones verdaderamente interestatales, constituyen el tipo de relaciones internacionales por excelencia: así, los tratados representan un ejemplo indiscutible de relac'.ones interestatales. Supongamos que los intercambios económicos de país a país vengan

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regulados integralmente por un acuerdo entre Estados; en esta hipótesis pertenecerán sin. duda al campo de estudio de las relaciones internacionales'. Supongamos, por el contrario, que los intercambios económicos a uno y otro lado de las fronteras se vean sustraídos a una reglamentación estricta y supongamos también que el libre-n la destrucción o bien ofreciéndole una perspectiva de paz. Nosotros consideramos aquí a la "unidad política" como un actor iluminado por la inteligencia y movido por la voluntad. Cada Estado está en relación con otros; mientras permanezcan en paz, deben conseguir vivir en relación, cueste lo que cueste. Antes que recurrir a la violencia, intentarán convencerse. El día en que se combaten, intentan doblegarse. En ese sentido puede decirse que la diplomacia es el arte de convencer sin emplear la fuerza y la estrategia, el arte de vencer al mínimo costo. Sin embargo, es también una manera de convencer. Una demostración de fuerza hace ceder al adversar:o y simboliza ese doblegarse, más que realizarlo realmente. Aquel que posea una superioridad de armamentos en tiempo de paz convencerá al aliado, al rival o al adversario, sin tener que recurrir a las armas. Inversamente, el Estado que ha conseguido una reputación de equitativo, o de moderado, será el que tenga una mayor posibilidad de alcanzar sus objetivos, sin tener que llegar al límite extremo de la victoria mJitar. Aún en tiempo de guerra convencerá más que doblegará. La distinción entre la diplomacia y la estrategia es por completo relativa. Estos dos términos constituyen lbs aspectos complementarios del arte único de la polítíéa, que es el arte de dirigir el comercio con otros Estados para el mayor beneficio del "interés nacional". Si, por definición, la estrategia -dirección de las operaciones militares- no interviene cuando las operaciones no tienen lugar, los r.edi-0s militares son sin duda parte integrante de los instrumentos que utiliza la diplomacia. En sent:do contrario, la palabra, las notas, las promesas, las garantías y las amenazas pertenecen al arsenal del Jefe del Estado en guerra, con respecto a sus aliados, a los neutrales y hasta a los enemigos del día, es decir, a los aliados de ayer -0 de ma~ana. La dualidad complementaria del arte de convencer y ·del arte de obligar viene a ser la imagen de una dualidad, aún más esencial, que pone de relieve la definición in'.cial de Oausewitz: la guerra es una confrontación de voluntades. Humana en cuanto confrontación de voluntades, la guerra implica, por naturaleza, un elemento psicológico que ilustra la fórmula célebre: no está derrotado sino aquel que se reconoce como tal. La única oportunidad que tenía Napoleón de vencer, escribe Oausewitz, era la de que Alejandro se reconociera como vencido tras la toma de Moscú. Si Alejandro no perdía el valor, Napoleón, aparent~ vencedor en Moscú, estaba ya virtualmente derrotado. El plan de guerra de Napoleón era el único posible, pero se

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L Estrategia y diplomacia

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basaba en un envite que la constancia de Alejandro hizo perder al Emperador de los franceses. Los ingleses están derrotados, gritaba Hitler en julio de 1940, pero son demasiado estúpidos para darse cuenta de ello. No reconocerse vencido era, efectivamente, la condición primera para el éxito final de los ingleses. Valor o inconsciencia, poco importa: .Qacía falta que la voluntad inglesa resistiese. En la guerra absoluta, en la que la v:olencia. llevada al extremo termina con el desarme o con la destrucción de uno de los dos adversarios, el elemento psicológico termina por desaparecer. Sin embargo, éste es un caso límite. Todas las guerras reales hacen enfrentarse a colectividades, cada una de las cuales se unifica y se exterioriza en una sola voluntad. A este respecto, todas son __ guerras psicológicas. '

Estrategia y objetivo de guerra.

2.

La relación entre la estrategia y la política viene expresada en una doble fórmula: "L~. guerra debe corresponder por entero a las intenciones políticas, y l_a política debe adaptarse a los medios de guerra disponibles"'. En un sentid?, las dos pi:rtes de la fórmula podrán parecer contradictorias, ya q~e la primera subordina la conducta de la guerra a las intenciones políticas, mientras que la segunda hace depender las intenciones políticas de los medios disponibles. Sin embargo, el pensamiento de Clausewitz y la lógica de la acción, no se prestan a duda: la política no puede determinar los objetivos haciendo abstracción de los medios de que ·dispone y, por otra parte, "no penetra con profundidad en los detalles de la guerra, ya que no se sitúan centinelas, ni se envían patrullas, por simples motivos políticos. Pero su influencia es completamente decisiva en el plano de conjunto de' una guerra, d_e una campaña y, a menudo, hasta de una batalla"•. Una, serie de ejemplos pondrán de relieve el alcance de estas proposiciones abstractas. ALa dirección de la guerra exige la determinación de un plan estratégico : "toda guerra debe ser comprendida, por encima de todo, de acuerdo con la proba?ilidad de su carácter y de sus rasgqs dom·nantes, tal y corno pueden deducrrse de los datos y de las circunstancias políticas"•. En 1914 todos los beliger~ntes se equivocaron sobre la naturaleza de la guerra en la que iban a hundrrse. Por un lado, los Estados Mayores, o los Ministerios no habían c?_ncebido~ ni prepara~o, la rnoviliza~ión de las industrias, ni d; las poblaciones. N1 los Imperios centrales m los Aliados habían contado con un conflicto prolongado, cuyo resultado habría de decidirse· por los recursos superiores de uno de los bandos. Los generales se habían lanzado a una 1

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'

Clausewitz, VIII. 6, p. 708. Jbídem, p. 705. Ibídem, p. 706.

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guerra "pimpante y alegre", convencidos de que los primeros encuentros serían decisivos, como lo habían sido en 1870. Una estrategia de aniquilamiento habría de dar la victoria y los hombres de Estado del bando vencedor dictarían, inapelablemente, las condiciones de paz al enemigo vencido. Cuando la victoria fran~sa del Mame y la estabilidad de los frentes, tanto al este como al oeste, hubieron desvanecido la ilusión de una guerra corta, la política debiera haber recuperado sus derechos, puestb que no desaparece más que en el momento del paroxismo guerrero, cuando la violencia se desata sin reservas y cada uno de los beligerantes no piensa más que en ser, físicamente, el más fuerte. Efectivamente, la política no dejó de ser activa entre 1914 y 1918, pero sobre todo en el lado de los aliados pareció no haber tenido por finalidad otra que la de alimentar a la misma guerra. La victoria que los Aliados habían buscado al princip:o con el empleo de una estrategia de aniquilamiento, intentaron conseguirla, luego, gracias a una estrategia de cansancio. Pero en ningún momento se interrogaron seriamente sobre los objetivos que tenían posibilidad de alcanzar sin victoria absoluta: el desarme del enemigo, la paz dictada y no negociada, se convirtieron en el fin supremo de la guerra. Esta se aproximó a su forma absoluta en la misma medida en que los hombres de Estado abdicaban en beneficio de los jefes militares y sustituían sus objetivos políticos, que eran incapaces de definir, por un objetivo _estrictamente militar: la destrucción de los ejércitos enemigos. Es posible que· esta dimisión de la política fuera inevitable en función de las circunstancias. ¿Hubiera renunciado Alemania a Alsacia y Lorena de no haber sido obligada por la derrota? ¿Hubiera podido conseguirse que la opinión francesa aceptara una paz de compromiso, sin anexiones ni indemnizaci~nes, después de tantos sacrif:cios impuestos a los pueblos y de .tantas promesas prodigadas por los gobernantes? Los tratados secretos concluidos entre los aliados consagraban tantas reivindicaciones y consignaban tantas promesas solemnes, que toda veleidad, reflejada en unas negociaciones sin victoria, corría el riesgo de desunir la frágil c-oalición de los futuros vencedores. Por último, las hostilidades misma.s creaban un hecho nuevo, ineludibl!}, que trastornaba a la coyuntura anterior: el estatuto de Europa entera parecía de nuevo sometido a discusión y los hombres de Estado no creían que la vuelta al statu qua ante ofreciera ninguna posibilidad de estabilidad. Puede· ser que las grandes guerras sean precisamente aquéllas que, en razón de las pasiones .desencadenadas, terminen por escaparse de entre las manos de los hombres que se hacen la ilusión de dirigirlas. De una manera retrospectiva, el observador no siempre es capaz de percibir los intereses que hubieran justificado las pasiones y excluido los compromisos. Puede ser, como estoy tentado de creer, que la naturaleza misma de la batalla, industrializada, termina por comunicar a las masas un odio furioso y por inspirar a los hombres de Estado el deseo de subvertir el mapa del Viejo Continente. El hecho

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es que la primera guerra del siglo pone de relieve el deslizamiento hacia una forma absoluta de una guerra, cuyo objetivo político fueron incapaces de determinar los propios beligerantes. La sustitución del objetivo militar -la victoria- por los objetivos de paz se nos aparece, con mayor relieve, todavía, durante la II Guerra MundiaJ. El general Giraud, soldado que no había meditado sobre Clausewitz, repetía en 1942: una sola finalidad, la victoria. Pero lo más grave es que el· presidente Roosevelt, aunque no había pronunciado esta frase, actuaba igual que si la tuviera por verdadera. ·.La destrucción, tan rápida como posible, de las fuerzas. armadas enemigas se convirtió en el imperativo supremo, al que se subordinó la dirección de las operaciones. Al exigir la capitulación incondicional, un jefe civil de la guerra testimoniaba, inocentemente, su incomprensión de los lazos existentes entre la estrategia y la política. La ·capitulación incondicional respondía a la lógica de la Guerra de Seces:ón. Lo· que se había convertido en el objetivo de la guerra, era la misma existencia de los Estados Unidos, la prohibición a los Estados de abandonar la Federación. La victoria de los yanquis traía consigo el aniquilamiento de la Confederación. La exigencia de. una capitulación sin cond:ciones tenía un significado racional, tanto si era dirigida a !-Os jefes políticos de la Confederación, como al general Lee, comandante de los últimos ejércitos sudistas. Nada semejante aparecía en el caso de Alemania: ni los soviets, ni. los americanos, intentaban suprimir la existencia estatal de Alemania. La suspensión temporal de esa existencia traía consigo un número mayor de inconvenientes que de ventajas para los vencedores. De todas formas la estrategia, dándose a sí misma corno objetivo único la destrucción de las fuerzas armadas alemanas y la capitulación incondicional del Reich se pres~ taba a tres críticas. · , Está admitido que vale más vencer con el menor desgaste (esta fórmula tiene en estrategia un ~ignificado análogo al de la fórmula del menor costo, en economía). Ex:gir la capitulación incondici-Onal incitaba al pueblo alemán a una resistencia desesperada. Los dirigentes americanos, según ellos, querían evitar. la repetición de lo que había ocurrido en 1918-1919, es decir, las protestas alemanas contra la violación de las promesas contenidas en los "14 puntos" del presidente Wilson. En realidad, estas protestas no habían jugado ningún papel, o casi ninguno, en el fracaso de la paz de Verrnlles. La victor:a aliada de 1918.había sido estéril porque la misma guerra había puesto en marcha a las fuerzas revolucionarias, y porque los anglosajones no habían querido defender ·el estatuto al que habían c-0ntribuído a establecer. Dejando adivinar la suerte que le estaba reservada a la Alemania vencida, los americanos no hubieran enajenado su libertad de maniobra y se hubieran concedido a sí mismos una posibilidad suplementaria de vencer sin llegar hasta el últim-0 extremo de la violencia. La manera de conseguir la victoria militar influye inevitablemente sobre

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el curso de los acontecim~entos. No era indiferente que Europa fuese liberada, en 1944, partiendo del Este, del Sur o del Oeste. No hay incon.veniente en especular sobre lo que hubiera ocurr'ido en el caso de que los ejércitos anglo-americanos hqbieran desembarcado en los Bal:anes .. ¿Era. realizable ese plan? ¿Cuál hubiera sido la reacción de Stalin? Sigue srer.do equivocado, al· nivel teórico, que la decis:ón ~mericana se hub.i~r~ visto n:otivada por la preocupación exclusiva de destrmr el grueso del eierc1t-0 aleman, y que la consideración de las consecuencias políticas .de uno Y otro m~tod-0 hubiera sido considerada, por Roosevelt y sus consejeros, corno una rntromisión ilegít:rna de la política en la estrategia. Por último, toda dirección de la guerra, dentro de una coalición, debe tener en cuenta las rivalidades potenciales entre los aliados, al mismo tiempo que la hostilidad actual con respecto al enemigo. Se irnpone1 me parece, una dist'.nción radical entre aliados permanentes Y aliados ocasionales. Pueden ser considerados o no aliados permanentes aquellos Estados que, cualquiera que sea la oposición entre algunos de sus respectivos intereses, no concibían, en un futuro previsible, que puedan encontrarse en campos opuestos. Gran Bretaña y· i'os Estados Unidos han sido en el siglo XX aliados permanentes, ya que la clase dirigente inglesa decidió sabiamente que el día que Inglaterra perdiera el dominio de los mares la pax americana era el único sustitutivo aceptable para la pax británica. Francia y Gran Bretaña hubieran debido considerarse, recíprocamente a partir de 1914, corno aliados permanentes. 'Gran Bretaña debería haber cons'.derado, quizá con disgusto, pero sin inquietud ni resentimiento, un exceso, temporal y frágil, del poderío francés. El ·incremento de p-Oder de un aliado permanente no debe suscitar ni inquietud, ni envidia. El incremento de poderío de un aliado ocasional. por el contrar:o, es, en cuanto tal, una amenaza aplazada. En efecto, los aliadas ocasionales no tienen otro lazo de unión que el de una hostilidad común hacia un enemigo, capaz de inspirar un temor suficiente para vencer las rivalidades que oponían en la víspera, y que opondrán de nuev-0 el día de mañana, a los Estados provisionafmente amigos. Puede ocurrir. además, que esos aliados ocasionales sean, en un sentido más profuudo, enemigos permanentes: entendernos por esto Estados que, por razón de su posición en el tablero diplomático o de su ideología, estén condenados a combatirse. Roosevelt, al rechazar la dirección de la guerra· en función también de la postguerra, al soñar con un directorip de tres (o de dos) para el universo y al denunciar también a los imperios francés e inglés, en lugar de al imperio soviético, confundía a un aliado ocasional con un aliado permanente y escondía a sus propi-Os ojos la hostilidad esencial, oculta bajo una cooperación temporal. Las consecuencias desastrosas de la guerra hiperbólica fueron atribuidas a la larga, a la obsesión por la victor;a militar a todo precio y por todos los

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medios. Quizá hayan contribuido las derrotas políticas de los occidentales, que han sucedido por dos veces al triunfo de las armas (derrota por la tentativa de revancha por parte del vencido, en el primer caso, y por el in.cremento excesivo de fuerza del aliado ocasional, pero enemigo permanente, en el otro) a despertar en los hombres de Estado conciencia de la primacía ·de la política. La guerra de Corea ofrece un ejemplo opuesto, casi puro, de una guerra llevada en cada instante en función de la política y uunca con vistas a una victoria exclusivamente militar. Cuando el general Mac Arthur proclamó: "No hay un sustitutivo para la victoria"', parecía tomar por su cuenta el concepto que Había sido de Roosevelt, proponiéndose por objeto la destrucción de las fuerzas armadas del enem:go y una paz dictada, tras el desarme de este último. El pi:esidente Trurnan y sus consejeros dudaron acerca de los objetiv-0s políticos que debían trazarse. ¿Tenía que ser el único objetivo el efe rechazar la agresión nor-coreana y restablecer el statu. quo ante, es decir, la repartición de Corea de acuerdo con una línea trazada a la altura del paralelo 38, o, por el contrario, la unificación de los dos Estados coreanos, de acuerdo ton el voto de las Naciones Unidas? Es lógico que todos los dirigentes americanos hubieran preferido este segundo objetivo al primero, pero, en contra de lo que había ocurrido durante las dos grandes guerras, no partían del imperativo de la victoria militar, para deducir una serie de consecuencias (movJización total, reclutamiento de aliados, combates implacables, etc.), sino que partían del imperativo de no transformar la guerra local en guerra general, preguntándose qué objetivos eran los accesibles dentI-0 del marco trazado por la negativa a extender el conflicto. Después del desembarco de Imchon y de la destrucción de los ejércitos de Corea del Norte, el presidente Truman, siguiendo el consejo del general Mac Arthur, que no creía en una intervención china, corrió el riesgo d, a través de la Historia, la grandeza -colrctiva ha sido su propia recompensa.

Capítulo III

EL PODER, LA GLORIA Y LA IDEA O DE LOS FINES DE LA POLITICA EXTERIOR

· Las unidades políticas se esfuerzan por imponerse, unas a otras, su propia voluntad:· ·esta es la hipótesis sobre la que descansa la definición de guerra tornada de Clausewitz y, al mismo tiempo, la formulación concéptual de las relaciones internacionales. Desde este momento, se nos plantea una interrogante: ¿por qué quieren imponerse unas a otras su voluntad, !as unidades políticas? ¿Qué objetivos vislumbra cada una de ellas y por qué son, o parecen, incompatibles estos objetívos? Si nos situamos en el momento en que estalla una guerra general, es fácil de indicar, con más o menos precisión, los fines que se asigna cada uno de los Estados en ella enfrentados. Austria-Hungría quería, en 1914, eliminar la amenaza que suspendían sobre la monarquía dualista las reivindicaciones de los Eslavos del Sur. Francia, que se había resignado a la anexión de la Alsacia-Lorena, sin por ello reconocerla moralmente, volvía a encontrar, intacta, ardiente, desde el mismo día en que el cañón comenzó a tronar, la voluntad de vuelta a la madre patria de las provincias perdidas. Los italianos reivindicaban tierras que pertenecían al imperio de lo& Habsburgo. Los aliados, virtualmente, no se encontraban menos divididos que sus adversarios. La Rusia de los zares aspiraba a la posesión de Constantinopla y de los Estrechos, m'.entras que Gran Bretaña se había opuesto constantemente a estas ambiciones. Sólo el peligro alemán incitó al gobierno de Londres a suscribir, en el papel y secretamente, lo que, desde hacía un siglo, había rechazado obstinadamente. Puede ser que el Reich inspirara a sus rivales aún mayores temores, porque sus objetivos de glierra no eran conocidos. En el momento de. sus primeros éxitos, estos objetivos parecían grandiosos y vagos. Determinadas ligas y agrupaciones privadas soñaban con "el cinturón de Africa" o con la Mittel .Europa. El Gran Estado Mayor, todavía en 1917-1918, reclamaba 107

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la anexión o la pareciera, estrictamente nacknal. Si el derecho internacional que prohibe las agresiones y las conquistas tiene por origen a la sociedad t:J;ansnaci-0nal, ésta, o no existía .o existía débilmente a juzgar por los sentimientos y las voluntades . de los hombres. El formalismo juríd:co, que aspiraba a excluir a la guerra como medio de regular las diferencias o de modificar el estatuto territ-0rial, no ha sido abandonado después de su itinerari-0 de derrotas, jalonado por las guerras de Manchuria, Etiopía, China y, finalmente, la doble guerra general en Europa y en Extremo Oriente. En 1945 se intentó hacer uso del derecho internacional,. que ponía a la guerra fuera de la ley, para castigar a los jefes hitleristas. En el proceso de Nuremberg, el "complot c-0ntra 'la paz" no era más que una de las acusaciones d:rigidas contra los cabecillas del III Reich y 1-0s crímenes de guerra no nos interesan en el contexto actual. Por el contrario, la tentativa de pasar de la agresión como crimen internacional a la determinación y al castigo de los culpables, ilustra un aspecto del problema que se plantea cuando el derech-0 internacional se esfuerza en sacar todas sus c-0nsecuencias a la "declaración de fuera de la ley de la guerra". 1 Suponiendo que se pueda distinguir todavía, de acuerdo con las ideas de nuestra época, entre unos y otros.

IV. De los sistemas internacionales

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Entre los beligerantes, uno-Estado o bloque-es jurídicamente cnmi. Qué es lo que resulta de esta "crim'.nalización" de la guerra, antaño 1 na. & 1 d . . al llamada injusta? Seamos optimistas: supongamos que e Est~ ~ cnmm sea vencido. ¿Cómo castigarle y dónde se encuentran los cnrnmales? O se stiga al Estado mismo. o lo que es lo mismo, se le amputa su territorio, ~: le prohibe armarse y se le priva de parte de S1;1 s~b~ranía: Ahora bien, importaba sobre todo que las cláusulas de l~ paz imp1a.;e.sen 1~ vuelta a la guerra. ¿Es inteligente que el deseo de castigo, aun leg¡trmo, mfiuya en el trato reservad-O al enemigo y en las clánsulas de la paz? Se trata en este supuesto todavía, repitámoslo, de la hipótesis optimista. Es fácil. imaginar el uso que el Reich victorioso hubiera hecho del derecho de cast:gar a los Estados "criminales" (Polonia, Francia, Gran Bretaña). ·Se trata de castigar n-0 al Estado o a la nación, sino a las perwnas. 6 por el intermedio de las cuales el Estado ha c-0metido el "crimen contra la paz"? Una sola fórmula sería plenamente satisfactoria: la que aparece repetidas veces en diferentes discursos de sir Winston ~~mrchill: One man. one man alone Si un solo hombre ha tomado las dec1S1ones que han comprometido a un pueblo y si un solo hombre disponía del poder absoluto Y actuaba en soledad, entonces este hombre encamaba al Estado y merece ser castigado por el crimen de la nación. Sin embargo, esta hipótesis no se realiza nunca plenamente, ya que los compañeros del jefe han tomado parte en !as decisi-0nes y han conspirad-0 con él en contra de la paz y con el fin de la conquista. ¿Hasta qué punto se llevará la búsqueda de los culpables? ¿En qué med:da el deber de obediencia o la solidaridad con la patria serán .:onsiderados como excusas absolutorias? Por lo demás, aun si esta búsqueda de los individuos criminales, que deben pagar por el Estad-0 del que eran jefes o instrumentos, fuese jurídicamente satisfactoria, no por ello dejaría de estar llena de peligros. ¿Cómo pueden ceder los hombres de Estado antes de haber agotad-0 los medios de resistencia, si saben que a los ojos del enemigo son criminales y serán tratados como tales en caso de derrota 7 Tal vez sea inmoral, pero, lo más a menudo, es prudente perdonar a los d'.rigentes del Estado enemigo, ya que en caso contrario estos hombres sacrificarán, con la vana esperanza de salvarse ellos mismos, la vida y las riquezas de sus conciudadanos y de sus súbditos. Si la guerra es en sí criminal, debe ser inexpiable. Es más, aun en el caso de la última guerra, en la que la responsabilidad fundamental incumbía manifiestamente a Alemania, no· por ello, ni mucho menos. se encontraban todos los Estados inocentes y todos los culpables, aquéllos de un lado y éstos del otro. El sistema internacional, antes de 1939, era heterogéneo. Por lo demás, era una heterogeneidad compleja, ya que se enfrentaban dentro de ella tres regímenes profundamente hostiles entre sí e inclinados, cada uno de ellos, a colocar a sus dos adversarios ."en el mismo saco". A los ojos de los comunistas, fos fascismos y el parlamenta-

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nsmo no eran sino dos modalidades del capitalismo. A los ojos de los occidentales, el comunismo y los fascismos representaban dos versiones distintas del totalitarismo. En opinión de los fascistas, el parlamentarismo y el comunismo, expresiones ambas del pensamiento democrático y racionalista, marcaban dos etapas en la degeneración de la plutocracia y de la nivelación despótica. No obstante, en caso de necesidad, cada uno de estos regímenes consentía en reconocer ciertos elementos de parentesco con uno y otro de sus adversarios. Durante la guerra, Stalin hacía la distinción entre los fascismos, que destruyen las libertades de las organ~aciones obreras, y les regímenes de la democracia burguesa, que, al menos, toleran los sindicatos y los partidos A pesar de ello, en la época del pacto germano-soviético, admiraba el amor de que el pueblo alemán hacía objeto a su Führer y saludaba el "encuentro de las dos revoluciones". Los demócratas occidentales, en los tiempos 'de la coalición antifascista o de la Gran Alianza, creían poder reconocer una comunidad de aspiraciones, característica de las izquierdas, pero, cuando el telón de acero cayó sobre la línea de demarcación, vinieron a recordar que el totalitarismo rojo no valía mucho más que el totalitarismo negro. En cuanto a. los fascistas, éstos estaban dispuestos, de acuerdo con las circunstancias, a ·aliarse con el comunismo, por el interés de la revolución, o con las democracias burguesas, en contra de la barbarie sov;ética y en defensa de la civilización. Esta heterogeneidad, que podríamos decir ternaria, excluía la formación de bloque$ en fu~ción del régimen interior, coyuntura a la que conduce el dualismo ideológico. Daba también ventaja a los Estados tácticamente libres en sus maniobras y capaces de aliarse con uno de sus enemigos en contra del otro. Ahora bien, Francia y Gran Bretaña podían aliarse con la Unión Soviética en contra de los fascismos (y aún hacía falta que la inminencia de la agresión fuese cierta para que las derechas consintieran en ello), pero no podían aliarse con los fascismos, corno consecuencia de la oposición irreductible de las izquierdas. Por último, la Unión Soviética era la ·que tenía mejores bazas, ya que aceptaba corno aliado provisional a cualquiera de sus enemigos, siendo además aceptada como tal por cualquiera de ellos dos. Entre la Unión Soviética y las democracias occidentales existía un interés común: impedir que el ill Reich se fortaleciera hasta el punto de que pudiera superar, por sí solo, a uno u otro de los dos bloques host:les. Pero prevenir la guerra interesaba a Francia y a Inglaterra, pero no necesariamente a faUnión Soviética. Respondía al interés soviético el poder desviar hacia el Oeste la primera agresión alemana, de la misma manera que hubiera respondido al interés occidental el que la Unión Soviética recibiese el primer golpe. El pacto germano-soviético no escapaba al marco tradicional del maquiavelismo. Sin embargo, desde el momento en que todos los Estados participaban en este trágico juego, la agresión contra Polonia, y luego contra Finlandia y los

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países bálticos, por muy indiscutible que fuera en el plano jurídico, podía ser interpretada como una réplica defensiva, por anticipación, ante la previsible agresión hitlerista. Cuando los designios de un Estado vecino y fuerte son evidentes, ¿se puede exigir que la vícfrna designada espere apaciblemente? La invasión de Alemania por las tropas francesas en marzo de 1936, habría quizá sido condenada por la opinión mundial, pero hubiera salvado la paz. Esta imposibilidad de recurrir al criterio exclusivo de la "in'.ciativa" para fijar las responsabilidades, era ya conocida de los juristas clásicos, quienes veían en ella la razón fundamental para legalizar la guerra. En cuanto a los jueces de Nurernberg, entre los que se sentaba un ruso, evidentemente ignoraron la agresión de que indudablemente se había hecho culpable la Un:ón Soviética, de acuerdo con la letra de la ley, con respecto a Polonia. Finlandia y los Estados bálticos. Discreción inevitable, pero que pone excesivamente de relieve la fórmula de la injusticia : dos pesos, dos medidas. En el sistema internacional de antes de la guerra, el deseo de los Estados insatisfechos de transformar el statu quo era el hecho primordial. Entre los Estados. a los que amenazaba esta voluntad revolucfonaria, unos eran más conservadores. y otros menos, pero estando todos preocupados· por impedir una hegemonía alemana, cada uno de ellos deseaba poner freno a la acción -hitlerista al menor costo para el mismo, y obtener de la victoria los mayores beneficios posibles. Por último, el costo fue enorme para todos, pero los beneficios fueron igualmente enormes para aquel que había dado a Hitler, quizá por temor a la coalición de los países capitalistas, la ocasión de desencadenar la gran carnicería. En una coyuntura semejante es más fácil para el moralista criticar estas maniobras que para el político encontrar un sustitutivo.

5.

Equívocos del reconocimiento y de la agresión

El orden jurídico, creado después de la segunda guerra y cuya expresión viene constítu:da por la Organización de las Naciones Unidas, está fundad-0 en los mismos principios que el Tratado de Versalles y de la Sociedad de Naciones. En esta ocasión han sido los Estados Unidos los jnspiradores del acuerdo y quienes quieren mantenerlo, en lugar de sugerir su concepción, para mantenerse después apartados, como hicieron después de la primera guerra. Este orden jurídico se ext:ende ya a la casi totalidad de los pueblos del globo (siendo Alemania, en razón del reparto, y la China comunista las dos excepciones más notables) y, por este mismo motivo, se aplica a realidades históricas y políticamente heterogéneas. La heterogeneidad, encubierta por el principio de la igualdad de los Estados, es la de las mismas unidades políticas : Yemen, Liberia y Haití son proclamados soberanos, con el mismo título Y las mismas prerrogativas que la Unión Soviética, la Gran Bretaña y los

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Estados Unidos. Algunos ven en ello un progreso decisivo en relación con la coyuntura diplomática de principios de siglo, momento en que los europeos juzgaban normal el dominio que ejercían sobre tantos no-europeoo. Afortunada o no, la evolución es indudable; hace cincuenta años, la igualdad jurídica había sido concedida a muy pocos Estados fuera de la zona europea y americana, mientras que hoy en día es acordada a todos, cualesquiera que sean sus recursos y sus instituciones. El derecho internacional, que fue en un princip:o el de las naciones cristianas, y luego el de las naciones civilizadas, se aplica ya a las naciones de todos los continentes·· con tal de que sean pacíficos (peace loving) 1 • Más aún que la heter-0geneidad histórica 2 es la heterogeneidad política la que hipoteca el orden jurídico. Los Estados comunistas y los Estados democráticos, no son sólo diferentes. sino que, como tales, son enemigos. De acuerdo con su doctrina, los dirigentes soviéticos consideran a los Estados capitalistas dedicados a la expansión bélica y condenados a muerte. De acuerdo con la interpretación que aceptan de la ideología comunista, los dirigentes de los Estados Unidos están convencidos de que los dueños del Kremlin aspiran al imperio mundial. D:cho de otra manera, los Estados de cada bloque no poseen, a los ojos de los del otro bloque, ese carácter "pacífico" (peace loving) que, de acuerdo con la Carta 3 , los calificaría para formar parte de las Naciones Unidas. Si los EstlJ.do_sJi:!J_era1e!.a~g_i_a,i:an_siguienº-o la línea lógica de sus convicciones, no admitirían a los Estados totalitarios (imperialistas eñ su opinión) en la comunidad jurídica internacional, y estos últimos adoptarían la misma actitud con respecto a aquéllos. En realidad, se adoptó la decisión de ignorar esta doble heterogeneidad, histórica y política, al menos en Lake Success o en Nueva Ylitis añadía una enumeración de las circunstancias l ARONEARU, obra citada, p. 292. • Ibídem, ¡r. 281.

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que no legitimaban la acción militar de un Estado extranjero : "la situación interior de un Estado, por ejemplo, su estructura económica, política y s0cial. los defectos acusados de su administración; los disturbios procedentes de huelgas, re.voluciones, contrarrevoluciones o guerras civiles; la conducta internacional de un Estado, como por ejemplo, la violación o el peligro de violación de los derechos ó de los intereses. materiales y morales de un Estado extranjero o de sus súbditos; la ruptura de relaciones diplomáticas o económicas ; las medidas de "boycoteo" económ:co-financiero ; las diferencias relativas a los compromisos económico-financieros o de otro tipo, con respecto a Estados extraníeros, y los incidentes fronterizos que no entren en los casos de agresión indicados en el artículo I". La prohibición de intervenir en contra de la revolución, o de la contra-revolución, puede ap[carse directamente a la acción soviética en Hungría, de la misma manera que la prohibición de usar la fuerza para defender intereses materiales, que pone en peligro un Estado extranjero, apunta con exactitud a la acción franco-británica contra Egipto. Esta definición de la agresión había sido insertada en numerosos pactos concluidos por la Unión Soviética en particular con los países bálticos y. con Finlandia '. Estos últimos no se salvaron por ello. Las Naciones Unidas han renunciado finalmente a definir la agresión y utilizan preferentemente otros conceptos incluidos en la Carta, como ruptura de la paz. amenaza a la paz o a la seguridad internacional y atentado a la inteoridad territorial o a la independencia política de los Estados. Restringe la ~tilización del térm:no de agresión a un solo caso, el de la violación de las fronteras de un Estado por las tropas regulares ae otro, sin consentimiento del primero. La propaganda, los agentes de subversión y los comandos terroristas pasan a través de las fronteras, o por encima de ellas, sin verse condenados formalmente por las organizaciones .internacionales ni, tan siquiera, por los intérpretes del derecho internacional. El formulismo jurídico se ha inclinado ante las realidades de la guerra fría.

* * * Ningún sistema jurídico ha dado una respuesta, siquiera en teoría, a estas dos interrogantes fundamentales: ¿cómo evitar que toda modificación del statu quo se realice a través de una violación del derecho" o, de otra forma y para formular la misma cuest:ón en otras palabras, ¿en nombre de qué criterios podría un tribunal o un árbitro ordenar las modificaciones pacíficas, en ausencia de las cuales el derecho internacional particular, fundado en la voluntad de los Estados, no puede ser otra cosa que conservador? 1

Ibidem, p. 286.

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Los derechos y deberes de los Estados están, por hipótesis, determinados con exactitud: ¿cómo definir los organismos de hecho que merecen ser coñsiderados como Estados? La Sociedad de Naciones no dio respuesta alguna a la primera pregunta y las Naciones Unidas buscan la con:espondiente a la segunda, aunque la heterogeneidad histórica y jurídica del sistema planetario impiden encontrarla.

La distinción entre teoría y sociología es tan fácil de deducir, en abstrílcto, en las disciplinas sociales, como difícil de respetar en la práctica. Aún en la ciencia económica, cuya teoría ha sido rigurosa y sistemáticamente construida, las fronteras son a menudo muy variables. ¿Qué datos. qué causas pertenecen a la pura teoría? ¿Qué datos y qué causas deben ser considerados como exteriores al sistema económico como tal (exógena)? Según las épocas y, en una misma época, según los economistas. varía la respuesta a estas interrogantes. En. todo caso, hará falta que la teoría sea elaborada en conceptos y lógica propios para que puedan desprenderse los problemas propios de la sociología. La primera parte de este libro nos ha permitido deducir los conceptos con cuya ayuda hemos podido interpretar la lógica de las conductas en la ;,.-~::::q exterior. En los tres primeros capítulos, hemos analizado alternativamente la solidaridad de la diplomacia y de la estrategia, los factores de los que dependen el poder de las unidades políticas y, en fin, los objetivos que los hombres de Estado se proponen alcanzar. En los tres últimos capítulos hemos analizado, no las conductas en la política exterior, consideradas aisladamente con sus medios y fines, sino los sistemas internacionales. El análisis de los sistemas ha implicado dos etapas: primero, la determinación de los caracteres propios de cualquier sistema (homogéneo o heterogéneo, equilibrio de fuerzas y reglamentación juríd'.ca); después, la descripción de dos tipos ideales de sistemas (multipolar y bipolar). El análisis de los sistemas conduce a la dialéctica de la paz y de 'la guerra, es decir, a la enumeración de tipos~de paz y de tipos de guerra, comprendiendo en ellos las formas intermedias, bautizadas ordinariamente de guerra fría, o de paz belicosa, o de guerra revolucionaria. Así concebida, la teoría rinde al estudio de las relaciones internacionales, tal y como se desarrollan concretamente, tres clases de servicios: l.º) indica al sociólogo y al historiador los principales elementos que debe llevar consigo una descripción de la coyuntura (límite y naturaleza del sistema diplomático, objetivos y medios de los actores, etc.); 2. 0 ) si el sociólogo o el bis217

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Philaphical anthropology and practical politics, New York, 1%1, p. 182.

XIX.' En ·busca de una moral

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Praxeología. Las antinomias de la acción diplomática .estratégica

esta libertad o Ja relación entre Ja libertad del individuo dentro de la comunidad y Ia independencia de la, c