APOLOGETICA ORTODOXA

ANTECEDENTES HISTÓRICOS A. DIFERENCIAS ENTRE IGLESIA ORTODOXA Y EL CATOLICISMO ROMANO. La Cristiandad estuvo unida hasta

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ANTECEDENTES HISTÓRICOS A. DIFERENCIAS ENTRE IGLESIA ORTODOXA Y EL CATOLICISMO ROMANO. La Cristiandad estuvo unida hasta mediados del siglo XII D.C. La Fe Cristiana confesada y explicada por los Concilios Ecuménicos (Sínodos) fue la misma sin sufrir alteración, tanto en el oriente como en el occidente, en otras palabras: la Europa Occidental fue también Ortodoxa. Todos los Obispos del Oriente y del Occidente participaron en los 7 Concilios Ecuménicos, al mismo nivel, y ninguno de ellos pretendió la totalidad de la Iglesia. Por lo tanto, todas las decisiones de los Concilios Ecuménicos fueron formados en común acuerdo, y no fue arbique hasta principios del siglo IX cuando en el Occidente se empezó a introducir ciertas innovaciones concernientes a los principios dogmáticos y eclesiológicos. 1.- EL DOGMA DE LA SUPREMACÍA PAPAL:

La causa principal de la separación (cisma) entre Oriente y Occidente, fue una demanda infundada del Papa Nicolás I (858-867), Obispo de Roma, para tener supremacía jurídica y ser considerado por lo tanto superior a todos los demás Obispos, tanto en Oriente como en Occidente. Esta demanda monárquica, claro está, tuvo que ser disputada en aquellos días por el Arzobispo Himcart asistido por argumentos basados en las Leyes Canónicas de la iglesia de la Ciudad de Reims (Vlasslos Fidas: “Historia Eclesiástica”, Atenas 1973, pag. 75). Esta demanda del Obispo de Roma, que dada desde el siglo IX, no estuvo basada en la Tradición Apostólica, confesada y evidenciada por la totalidad de la Iglesia desde sus primeros días. Para resolver problemas importantes de carácter doctrinal o disciplinario, todos los Apóstoles se reunían en Sínodo (Consejo), y juntos ayunaban, rezaban, y tomaban decisiones inspirados por el Espíritu Santo: “Entonces pareció bien a los Apóstoles y Presbíteros, con toda la Iglesia” (Hechos 15:22). “Porque ha parecido bueno para el Espíritu Santo y para nosotros” (Hechos 15:28). Este sistema, llamado Sinódico o Conciliar, ha permanecido intacto en la Iglesia Ortodoxa Griega hasta la actualidad, ningún Obispo se considera superior a otro. El Patriarca Ecuménico de Constantinopla, es considerado (“primus inter pares” entre iguales, por lo tanto, esta primacía de honor no le otorga derecho a decidir separadamente de otros Obispos). Además de no poseer supremacía, el Papa tampoco posee infabilidad, la totalidad de la Iglesia y se manifiesta en los Concilios Ecuménicos que han sido reconocidos por todos (Clero y Laicos), conforme al texto sagrado: “Entonces pareció bien a los Apóstoles y Presbíteros, con toda la Iglesia”.

Por eso, de todas las diferencias que separan a la Iglesia Ortodxa Griega del Catolicismo Romano, el problema fundamental y dificíl de resolver es la posición del Obispo de Roma, la cual se fundamenta sobre los principios de supremacía e infabilidad. Desde el siglo IX, la supremacía del Papa en el Occidente ha estado basada en un texto bíblico (Mateo 16: 15-18), el cual fue erróneamente interpretado. Además , ningún Concilio Ecuménico propuso jamás esta interpretación posterior. La exacta interpretación de este texto es la siguiente: Jesucristo preguntó a los Apóstoles: “¿Quién dice a los hombres que Yo soy el Hijo del Hombre?” Siendo el más espontáneo, Simón Pedro contesto en nombre de todos: “Eres el Cristo, el Hijo del Dios Vivo”. Jesús agrego: “Bienaventurado eres Simón Bar – Jona: Porque esto no te lo ha revelado carne ni sangre sino mi Padre, que esta en el Cielo. Y también, yo te digo, que tú eres Pedro y sobre esta roca Yo edificaré mi Iglesia”. La piedra sobre la cual Él edificará su iglesia, no era Pedro como persona (quién lo hubo negado tres veces, posteriormente), sino en la confesión de la fe de Pedro. Aquella Fe en la que Jesús es Cristo, el Hijo del Dios Vivo, la piedra angular de la Iglesia no es Pedro como persona sino Cristo mismo. Como San Pablo dice a los Corintios: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que esta puesto el cual es Jesucristo” (I. Cor.3:11). Cristo no necesita a vicario o delegado único sobre la tierra, porque como Él prometió: “Yo estoy con ustedes siempre, aun hasta el fin del mundo” (Mat.28:20). A través del sacramento de la Santa Eucaristía Cristo está continuamente presente en el mundo como Sumo sacerdote y ofrenda: comida y bebida de salvación. San Pablo dice a los Corintios: “Y todos bebieron la misma bebida espiritual: por eso ellos bebieron de la roca espiritual que los seguía y esa roca era Cristo”. (I. Cor. 10:4). El texto sagrado en el Libro de los Hechos de los Apóstoles nos informa que la historia de la Iglesia empieza el día de Pentecostés en Jerusalén y no en Roma. Aquel día tres mil judíos se arrepintieron y fueron bautizados, por eso la primera Comunidad Cristiana fue en Jerusalén. También no debemos olvidar que San Pablo fundó la Comunidad Cristiana de Filipos y Corintios (en Grecia) antes del arribo de San Pedro a Roma. Además, la práctica de la Iglesia jamás garantizó una supremacía jurídica pata el Obispo de Roma, ya que durante los primeros ocho siglos, él gozaba solamente de una Primacía de Honor, hasta que el Concilio Ecuménico de Chalcedón (415), mediante su 28avo. Canon, concedió la misma Primacía de Honor al Papa de Roma y al Patriarca de Constantinopla (Nueva Roma). Esta Primacía de Honor no fue dirigida para el Obispo como persona, sino por la importancia de la Iglesia que representaba y en base al número de sus miembros y sus trabajos de caridad.

Esta innovación posterior (la Supremacía Jurídica del Obispo de Roma), fue la causa de todo hecho en nombre de la Iglesia. Habiendo asumido el Papado un poder monárquico universal y con el apoyo de los Emperadores Occidentales, sobrevinieron entonces las guerras religiosas: Las cruzadas y la inquisición, con todos sus horrores. Tales eventos jamás tuvieron lugar en la Iglesia Ortodoxa griega, la cual garantiza su profunda espiritualidad. Ella sigue el consejo de san Pablo, quien escribe a Tito para darle un consejo sobre los herejes: “Un hombre que es hereje después de la primera y segunda amonestación, deséchalo; sabiendo que él es tan soberbio y pecador.” (Tito 3:10-11). El no le dio consejo para matar o para quemar, tal como lo hizo al Occidental Medieval, con el fin de deformar el espíritu de la iglesia. 2.- EL DOGMA DE LA INFABILIDAD DEL PAPA:

El Dogma de la infabilidad del Obispo de Roma, proclamada en el año 1870, únicamente por el Concilio Vaticano I, y con una asistencia y votación de tan sólo 533 participantes que representaban solamente el 42% de todos los fieles católicos romanos de ese tiempo, (IOANNIS CARMIRIS “TA DOGMATIKA KE SIMBOLICA MNIMIA TIS ORTHODOXU CATHOLIKIS EKLISIAS” Vol.2. Pag. 68) representa una deformación completa del sistema Sinódico o Conciliar, conforme al cual la infabilidad recae en la totalidad de la Iglesia. Los 7 Concilios Ecuménicos (Sínodos), fueron aceptados por la totalidad de la Iglesia (Clero y Laicos), siguiendo el ejemplo del Apostolado en Jerusalén; “Entonces pareció bien a los Apóstoles y a los Presbíteros, con toda la Iglesia.” (Hechos 15:22). El dogma de la Supremacía Jurídica e “infabilidad” del Papa crea presión y destruye el espíritu de unidad en la Iglesia el cual se fundamenta en la caridad y no en el poder, por lo tanto si el Papa realmente desea la unidad y de todos los cristianos, es su deber retomar a la pureza de la Tradición Apostólica. Deformación de la fuente y la práctica de la Iglesia: Para la Iglesia Ortodoxa Griega, la verdad revelada esta contenida en la tradición Apostólica, de la cual es portadora. Esta Tradición sagrada está compuesta por dos elementos: la tradición oral (las enseñanzas y prácticas Apostólicas) y la tradición escrita ( el Antiguo y Nuevo Testamento), según San Pablo: “Por eso, hermanos, no cedan y mantengan las tradiciones, las cuales ya han sido enseñadas, ya sea por palabra o por carta nuestra” (2.Tes. 2:15). Esta Tradición Apostólica (escrita y oral) ha permanecido intacta hasta nuestros días, únicamente en la Iglesia Ortodoxa Griega, la cual es la verdadera Iglesia Universal, ya que el Catolicismo Romano la han deformado y el Protestantismo la niega completamente. Esta Tradición Apostólica, que vive continuamente en la Iglesia Ortodoxa desde aproximadamente

dos mil años, fue defendida por los cánones de los Concilios Ecuménicos (Sínodos) y por los de varios Concilios locales, los cuales a su vez fueron adoptados y aprobados por los Concilios Ecuménicos. Todos estos cánones (reglas) de la iglesia, constituyen la forma y la práctica correcta de la doctrina en la vida de los creyentes; esta es la verdad presentada en el Evangelio, tal y como fue defendida por siempre por los Concilios Ecuménicos. Estos cánones (reglas) que establecieron la vida de todos los fieles (clero y laicos) no constituyen un trabajo humano, sino divino, tal y como lo fueron los Concilios Ecuménicos siguiendo el ejemplo del Concilio Apostólico en Jerusalén inspirados por el Espíritu Santo: “Porque esto parece bueno para el Espíritu Santo y también para nosotros” (Hechos 15:28). Las decisiones de los Concilios Ecuménicos (Sínodos) son consideradas como inalterables, así como lo es el Evangelio y conforme al segundo Canon del Concilio en Trullo (692), ya que ellas constituyen la plenitud de la vida de Cristo y nos guían a la Salvación. Para aquellos quienes se rebelan contra los cánones de la Iglesia, les recordamos las palabras de San Pablo, quien nos dice: “que cada cosa debe ser hecha con dignidad y orden”. (I. Cor. 14:40). Y es así como el Profesor Griego, J. Carmiris, analiza esta práctica: “Como la iglesia es una Institución Divina, ella posee su propia constitución igualmente divina; y porque esta deriva directamente de Cristo, su fundador, sus Apóstoles y sus sucesores, inspirados por el Espíritu Santo, por esto la Iglesia no esta sujeta a una voluntad humana arbitraria, sino que ella posee una autoridad absoluta”. (J.Carmiris, Ekklisiología). Carta de Jeremías II, Patriarca de Constantinopla a Lutter German Sum; en “Valor y Misterio”. Lutter-Verlang-Witten. Pag. 520. “Filioque” (“Y del Hijo”). El Catolicismo Romano no solamente ha rechazado varios de los Cánones de la práctica de la Iglesia, sino también se ha atrevido a deformar el Símbolo de Fe Niceno Constantinopolitano (el Credo), el cual contiene los artículos fundamentales de la fe Cristiana. Desde los tiempos del Emperador Carlo Magno, la Iglesia Occidental distorsionó el artículo sobre el Espíritu Santo. A partir del Concilio de Aix-la-Capelle (809), los francos oficialmente insertaron la palabra “Filioque” en el Símbolo de Fe Niceno Constantinopolitano. Esta innovación significa que el Espíritu Santo no procede sólo del Padre, tal como está escrito en el Evangelio, sino también procede del Hijo. Esta inserción dentro del Símbolo de Fe Niceno Constantinopolitano es una herejía, ya que distorciona el texto bíblico: “El espíritu de verdad, quien procede del Padre” (Juan 15:26). De acuerdo con este texto bíblico, los Padres del Primer Concilio Ecuménico (Sínodo) de Nicea (325) y de los del segundo (381) establecieron el Credo el cual desde entonces ha permanecido intacto

en la Iglesia Ortodoxa. Esta inserción (“Filioque”) dentro del Símbolo de fe Niceno Constantinopolitano, está tan equivicada, que el Papa Leon III, en ese tiempo (809), elaboró una protesta, teniendo por inscrito in factum, el Símbolo de Fe Niceno Constantinopolitano (sin el “Filioque”) en placas plateadas y colocadas en la Iglesia de San Pedro, con estas palabras: “HAEC, LEO POSUI AMORE ETCAUTELA ORTHODOXAE FIDEI”: ( Yo, Leo, lo pongo aquí por el amor y la protección a la Fe Ortodoxa). Esta referencia importante esta en VITA LEONIS, LIBER PONTIFICALIS ,(Ed. Duchesne, T.II., pag. 26)- (Ref. Griega, Vas. Stefanidis, Historia Eclesiástica, Atenas 1970). Pero esta propuesta del Papa Leo III no fue suficiente, y en poco tiempo todo el Occidente gradualmente adoptó la enseñanza equivocada del “Filioque” ( que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo). Esta doctrina está equivocada, porque contradice al texto bíblico: (Juan 15:26) y porque distorciona la decisión del primer y segundo Concilio Ecuménico, los cuales fueron todas las decisiones de los Concilios Ecuménicos. También está equivocada porque distorciona la función de la persona de la Santísima Trinidad, porque crea dos fuentes de procedencia del Espíritu Santo, es una Doctrina que enseña lo absurdo porque el Hijo recibe la misma función que el Padre, es decir la procedencia del Espíritu Santo, y de esta manera el Hijo se convierte en Padre, por lo que puede dar vida a otro Hijo, es decir dar vida a otro Espíritu Santo, lo cual es completamente absurdo, ya que nos lleva a la no – existencia de Dios. Esta explicación de herejía fue mencionada por vez primera por San Fotios, Patriarca de Constantinopla en su carta Encíclica a los Patriarcas y Obispos de la Iglesia del Este. Por eso el Occidente tiene dificultad para entender el ministerio de la Santísima Trinidad. San Athanasios el Grande, Patriarca de Alejandría, quien participo en el Primer Concilio Ecuménico de Nicea (cuando él fue Diácono), explicó este ministerio mediante una comparación: La Fuente – el Río y el Agua del Río. La Fuente del Río es el Padre, de quien procede el Espíritu Santo. El Río es el Hijo, quien envía el Espíritu Santo, después de su sacrificio voluntario en la Cruz y su Gloriosa Resurrección. Él dijo a los Apóstoles antes de su Pasión: “Es conveniente para ustedes que Yo me vaya; porque sino me voy; El Consolador (El Espíritu Santo) no vendrá a ustedes, pero si Yo me marcho, lo enviaré a ustedes. (Juan 16:7).

EL Agua del Río que nosotros bebemos, es el Espíritu Santo, Él es quien distribuye la gracia y los “dones”, por lo que las tres personas (entidades que tienen una real e individual existencia), de la Santísima Trinidad, son indivisibles, como lo muestra el ejemplo: La Fuente, el Río y el Agua del Río: los tres son de la misma esencia. (La esencia divina es incomunicable a la humanidad y solamente a las “energías no creadas de la Santísima Trinidad lo que es comunicable a aquellos que son Sacrificados por hacer la voluntad de Dios en sus vidas, por creer en el camino correcto y haber participado correctamente en la celebración de los Santos Sacramentos. La Inserción del “Filioque” (“Y del Hijo”) por Carlo Magno, fue una interpretación incorrecta de San Agustín, dado que él jamas aprendió Griego y no pudo ser capaz de leer a los Padres Griegos, quienes escribieron antes que él, así como tampoco pudo leer a San Athanasios el Grande, quien escribió bastante sobre las decisiones del primer Concilio Ecuménico de Nicea, los Concilios de Nicea y Constantinopla que estableció el Credo tuvieron lugar en los años 325 y 381, y la conversión no era Cristiano y no sabía Griego, de esta manera no pudo leer la interpretación correcta de los Padres que estuvieron en el Concilio, como lo estuvo por ejemplo San Athanasios el Grande. Por tanto no podemos considerar esta intrepretación errónea de San Agustín ( AGUSTINI, EX LIBRO XV DE TRINITATE), por sobre el texto bíblico o por sobre el Concilio Ecuménico, en cual como ya hemos dicho, es inalterable. Por eso el Occidente no debería tardar en corregir el error dogmático y hacer lo que hizo el Papa Leo III en propuesta del “Filioque”, para escribir el Credo correctamente y recitarlo tal y como se hacia anteriormente al Consejo de Aix-LaChapelle (809). Estas dos innovaciones, la Primacía Jurídica del Obispo de Roma y esta inserción del “Filioque” en el Símbolo de fe Niceno Constantinopolano, dieron lugar al final del cisma en el siglo XI (1054), porque la Iglesia Apostólica no pudo admitir estas contradicciones contra el Evangelio y la Santa Tradición, la cual fue defendida por los Concilios Ecuménicos (Sínodos). Por eso después del VIII Concilio “Ecuménico” en el año 879, en los cuales los Obispos del Este y Occidente pudieran participar al mismo nivel, conforme a la Tradición Apostólica y le siguió un gradual alejamiento que guió a la Iglesia Occidental a otras desviaciones, como la negativa de la pureza de la doctrina y que derivó inevitablemente a otras negativas (como por ejemplo las confesiones protestantes).

II. DISTORCIÓN DE LA CELEBRACIÓN DE LOS SANTOS SACRAMENTOS A) BAUTISMO:

1) La palabra Bautismo deriva de la palabra Griega “Vaptizo”, la cual significa inmersión, por lo que el bautismo debe ser inmersión total en el agua, tal y como lo practica la Iglesia desde el principio. Esta inmersión simboliza el entierro de la muerte de Cristo Jesús, como dice San Pablo a los Romanos: “Porque somos sepultados con Él en el bautismo por la muerte: Así como Cristo de la muerte por la gloria del Padre, así también nosotros caminaremos en vida. Porque si hemos sido plantados juntos en la semblanza de su muerte, así también estaremos en la semblanza de su resurrección” (Romanos 6:4-5). Conforme a esta enseñanza todo el cuerpo del candidato debe estar en contacto con el agua de la pila bautismal, lo cual es un hecho visible del sacramento, en el que el Espíritu Santo se encuentra invisible. Los antiguos bautismantes, dispersos por toda Europa Occidental comprobaron este hecho, debido a que aquel bautismo era celbrado por inmersión y no poniendo un poco de agua sobre la frente del candidato, únicamente a partir del siglo XVI que se acostumbra poner agua sobre la frente en la Iglesia Occidental, ya que originalmente esta costumbre era un uso adoptado solamente para los enfermos, cuando era necesario. 2) En la Iglesia Ortodoxa el sacramento del bautismo no es realizado por el sacerdote, sino ante la presencia del Espíritu Santo, que es invocado por el Sacerdote mediante especiales Oraciones Venerables y el Sacerdote no dice: “Yo te Bautizo”, como lo hacen en el Catolicismo Romano, sino que: “El siervo de Dios es Bautizado”. Tal y como nuestro Señor fue inmerso en las aguas del Jordán (Mateo 3:16), el bautismo Ortodoxo es celebrado mediante una triple inmersión en nombre de la Santísima Trinidad, esta triple inmersión simboliza el entierro del “Hombre Viejo” y la Resurrección del “Hombre Nuevo”. B) CRISMACIÓN O CONFIRMACIÓN (“CRISMA” EN GRIEGO):

1) Otro sacramento importante es la Crismación (Confirmación en el Occidente), el cual nos concede el don del Espíritu Santo, desde los primeros días de la Iglesia este Sacramento era celebrado justamente después del bautismo. El escritor Eclesiástico de la Iglesia, Tertuliano (siglo II) dice: “Después del bautismo de Salvación, recibimos inmediatamente el Santo Crisma, conforme a las antiguas costumbres”, no obstante en el Occidente, después del Cisma separaron al bautismo de la Confirmación y dan la Confirmación a los niños bautizados solamente hasta la edad de 7 a 10 años, de esta manera privan al niño de los demás dones del Espíritu Santo durante su infancia y por lo tanto también de la Santa Comunión. En los tiempos

exactamente después de su bautismo y confirmación por eso la Iglesia Ortodoxa continua con las Antiguas Tradiciones, dando la Santa Comunión a los bebes bautizados, recordando las palabras del Señor: ” Permitan que los niños vengan a mí y no se les prohiba”. (Lucas 18:15-16). 2) Esta distorsión se debe a la mente racionalista del Occidente, en la cual se requiere que el niño tenga raciocinio para recibir la Confirmación, mientras que en la Ortodoxia se cree en la Revelación y el poder de la gracia de Dios, dados como un Don. Esta forma racional de pensamiento hizo mucho daño al Occidente, porque trató de explicar los misterios de Dios mediante los racionamientos de la lógica Aristotélica, lo cual es imposible, ya que la lógica tiene un cierto campo de actividad, y en el más allá tenemos la inmensidad del amor de Dios y su eternidad, algo que la lógica humana no puede lograr entender. Es por el don de gracia que el hombre puede vivir esta inmensidad con gratitud, sin tratar de comprender el misterio intelectualmente. Esta fue la actitud por la cual los Padres de la Iglesia aprovecharon los misterios de Dios como lo hizo San Juan Crisóstomo, por ejemplo. C) LA SANTA COMUNIÓN (EUCARISTÍA, DEL GRIEGO “EUCARISTO”: AGRADECER):

1) Después del Cisma, el Occidente distorcionó el sacramento de la Santa Comunión, porque en lugar de dar a los fieles el Cuerpo y la Sangre del Señor en forma de pan y vino, como el Señor se dio a Sí mismo durante la última cena, ellos lo suprimen y aunque dicen de la Sangre, solo les dan el Cuerpo en forma de una hostia (Una oblea sin levadura), y no en forma de pan de levadura, como lo fueron en los tiempos antiguos. El texto Bíblico nos informa como la Santa Comunión fue dada en los tiempos Apóstolicos: “Y como ellos estaban comiendo, Jesús tomo el pan y bendiciéndolo lo partió y lo dio a sus discípulos y les dijo: Tomen y coman, esto es mi cuerpo, y tomando la copa y dando gracias, dándose a ellos diciendo. Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre del Nuevo Testamento, la cual es derramada por varios, para la remisión de los pecados” (Mateo 26:26-29). Entonces Jesús les dijo: “En verdad, en verdad les dijo, a menos que coman la carne del Hijo del Hombre y beban de Su sangre, no tendrán vida eterna: y yo resucitaré en el último día. Porque mi carne es comida verdadera y mi sangre bebida verdadera. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él. Como el Padre viviente me ha enviado y Yo vivo por el Padre, asimismo quien me come, así también él vivirá por Mí.” (Juan 6:53-57). También San Pablo nos dice: “Porque lo que yo he recibido del Señor lo transmití a ustedes, que el Señor Jesús, la misma noche en la cual fue traicionado, tomó el pan: Y habiendo dado gracias, lo partió y dijo, tomen y coman: Este es mi cuerpo, el cual es partido por ustedes: Hagan esto en memoria Mía. Después, de la misma manera

tomó la copa, y a su vez cenado dijo: Esta copa es el Nuevo Testamento en Mi sangre: Hagan esto tan seguido como lo beban, en memoria de Mí; porque tan frecuente como coman este pan y beban de esta copa, ustedes muestran la muerte del Señor hasta que Él venga… Por eso cualquiera que comiere este pan y bebiere de esta copa del Señor, indignamente, será culpable del Cuerpo y Sangre del Señor. Por eso permitan al hombre examinare a sí mismo y permitan de aquel pan y beber de aquella copa, porque el que come y bebe indignamente, come y bebe con perjuicio de el mismo, sin discernir el cuerpo del Señor”. (I Cor. XI :23-30). 2) Por eso debemos usar en el sacramento de la Santa Eucaristía (Comunión) pan de levadura, porque en la Última Cena, que tuvo lugar en la noche de Jueves no era aún el día de “Pan sin levadura” (Azimo) de la religión Hebrea; el uso del pan normal fue práctica de la Antigua Iglesia y fue solo hasta el siglo y que algunos herejes influenciados por el Judaísmo, empezaron a usar pan sin levadura o “azimo”, y aún del Occidente tenemos información que se usaba pan normal de levadura para el sacramento de la Santa Comunión: (Marcos 14:1) (La Ultima Cena en Jueves). “Panes usitatus”. (DE SACRAMENTIS. Cap.IV, 14). 3) El cambio (“Metavoli”) del pan y el vino en el cuerpo y sangre del Señor es realizado mediante la invocación del sacerdote al Espíritu Santo, por quien se opera la transformación y no por el sacerdote mismo. En la Iglesia Ortodoxa, la hogaza de pan y el vino son ofrecidos por los fieles. Cristo nos ofrece en el Santo Cáliz “Vida”, y es El mismo el que se ofrece a través del pan que es usado para el sacramento por lo que debe tener “Vida” (con levadura) y no estar muerto (sin levadura). 4) Este sacramento es muy importante porque es el corazón de la Iglesia que nos une al Señor como “las ramas de la vid”. Esto es lo que Él dice: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos: el que habita en Mí y Yo en él, él produce mucho fruto: Porque sin Mí ustedes no pueden hacer nada” (Juan 15:5), y agrega: “Si un hombre no habita en Mí, será tirado lejos como una rama y se secará: y los hombres la recogerán y la tirarán en el fuego y se quemará. Si pertenecen en Mí y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho” (Juan 15: 6-7). En otras palabras, si nosotros no participamos en este sacramento, que nos santifica, somos como ramas secas que no producen ningún fruto (fruto de santificación) y somos buenos sólo para el fuego. D) ARREPENTIMIENTO – CONFESIÓN:

1) Este sacramento es una preparación para aprovechar el Santo Cáliz. La Liturgia de San Juan Crisóstomo (escrita en el siglo IV y basada en la más antigua liturgia jamás escrita de Santiago, primer obispo de Jerusalén, siglo I D.C.) contiene la siguiente oración, pronunciada por el Sacerdote: “El don santo de los Santos”.

No podemos entonces aprovechar el santo Cáliz si no hemos primero purificado nuestras almas mediante las lágrimas del arrepentimiento. Es por eso que el arrepentimiento es también llamado segundo bautismo o ‘bautismo de lágrimas”. San Pablo habla con severidad sobre esta preparación en su Epístola a los Corintios (I. Cor.XI: 27-29), basado en el siguiente texto bíblico: “Cuando el Señor, después de Su Resurreción se apareció a Sus Apóstoles a través de las puertas cerradas. Y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo; A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos” (Juan 20:23). Este poder dado por el Señor a los Apóstoles, fue transmitido a los Obispos mediante el sacramento de la Ordenación que a su vez lo transmiten a los Sacerdotes. 2) En la Iglesia Ortodoxa, no hay confesionarios, uno puede confesarse en cualquier lugar conveniente en la Iglesia o donde sea y además no hay enrejado que separa al confesor y al penitente. De este modo la confesión de uno a otro purifica el alma o puede resistir mejor a las tentaciones; para un Cristiano Ortodoxo es una completa responsabilidad sobre esta Tierra. La Absolución que él recibe es una consecuencia de su sincero arrepentimiento y no debido a las oraciones intermediarias, a los Santos o a otro factor. Los Santos son Honrados en la Iglesia Ortodoxa, porque ellos glorifican a Dios mediante sus martirios y su vida santa. “Dios es glorificado en la vida de los Santos” (Ps.67 (68:35) Ps. (89:7) y porque como está escrito: “El Señor oye la oración de los justos” (Provervios 15:29). Sin embargo, los Santos no tienen el poder del perdón de los pecados, la absolución es dada sólo a través del sincero arrepentimiento personal, lo cual es una acción libre, que obtiene su eficacia en la labor redimitoria del Señor en la Cruz. 3) De esta forma la confesión es considerada como un trámite del alma para convertirse en más y más poderosa. El sacramento del arrepentimiento expresa un cambio del pensamiento y una resolución para caminar conforme a la voluntad de Dios; este sacramento es un remedio, no un juicio. 4) Como la Confesión es una preparación de cuerpo; Los períodos de ayuno y la formula de ayunar han sido decretadas por reglas Apostólicas, desde el comienzo y aún sigue respetándose. En los países Occidentales esta tradición ha sido demasiado flexible. El ayuno fue un mandamiento de Dios para la primera pareja en el Paraíso (Clemente de Roma, 1er. Siglo, “La enseñanza de los Apóstoles” VIII, 1.P.P.Migne). E) LAS SANTAS ORDENES:

1) Las Ordenaciones como los sacramentos están basadas en el texto bíblico sobre la elección de los Apóstoles por el Señor (Mateo 10:1) (Lucas 10:1) (Juan 6:70) (Hechos 2:1). En los Hechos de Apóstoles, varios pasajes nombran como estos realizaron la elección de sus sucesores: (Hechos 6:6) (Hechos 13:3) (Hechos 20:28). Así como también las Epístolas de San Pablo (I. Timoteo 5:22) (2. Timoteo 1:16).

El siguiente texto muestra claramente: “Y cuando hubieron ayunado y orado, colocaron sus manos en ellos y los despidieron” (Hechos 13:3). El texto de la primera Epístola de San Pablo a Timoteo: “La imposición de las manos” produjo un cierto don; “No descuides el don que está en ti, el cual te fue dado por profecía, con la imposición de las manos del presbiterio” (I. Timoteo 4:14); este don es producido por la “imposición de las manos” y da al Sacerdote el poder de celebrar los Santos Sacramentos, lo cual no es válido si el Sacerdote está previamente ordenado. 2) La Iglesia Ortodoxa tiene sacerdotes casados “Presbíteros” (Los Ancianos), normalmente – el Clérigo Parroquial; también y los cacerdotes solteros, entre los cuales son seleccionados los Obispos. Esta doble posibilidad en la Iglesia Ortodoxa,ç es una decisión de un Concilio Ecuménico (VI Concilio, XII Canon) y aquellos que se están preparando para el Episcopado no se casan, pero antes de su ordenación. Después de la Ordenación, el Matrimonio no está permitido, y cuando un sacerdote es viudo, le esta permitido que se convierta en Obispo, porque está liberado de las obligaciones familiares. 3) La Iglesia Ortodoxa tiene tres grados principales de los Santos Ordenamientos, conforme al texto de los Hechos: El Diácono, los Presbíteros (Clérigo Parroquial) y el Obispo; el grado cardenal en el Catolicismo Romano es una innovación posterior y no existe en el texto Bíblico.El grado cardenal debilita al Episcopado, debido a que los cardenales son considerados superiores a los obispos. El matrimonio de los Presbíteros (Clérigo Parroquial) es mencionado en la epístola de San Pablo a Tito: “Ordena Ancianos en cada ciudad, como yo te lo he mandado: si alguno es irreprochable; esposo de una esposa, teniendo hijos creyentes”. (Toto 1:5-6). 4) Conforme al VI Concilio Ecuménico (692): Los Obispos deben ser solteros. F) MATRIMONIO:

1) El Matrimonio no es una institución humana, sino divina. En el texto bíblico del Génesis vemos: “Y el Señor Dios dijo: no es bueno que el hombre esté sólo; les haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). Y más adelante leemos: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán una sola carne.” (Génesis 2:24). Por eso, el matrimonio fundado por Dios tiene un doble propósito: La vida en común (la unión Sicosomática) y la procreación. 2) El Nuevo Testamento, esta divina institución convierte al sacramento en “Un gran misterio”, como dice San Pablo en su epístola a los Efesios, y en donde compara la unión santificada de un hombre y una mujer con la misteriosa unión de Cristo con la

Iglesia ( El cuerpo de los creyentes) (Efesios 5:32). Este sacramento es una figura de la Santa Trinidad. Desde el comienzo de la Cristiandad, el matrimonio fue una ceremonia religiosa como la muestran algunos hallazgos arqueológicos del arte primario Cristiano y las obras de los padres, como lo muestra la superficie de una copa encontrada en una catacumba en Roma, en donde vemos a un sacerdote coronado y bendiciendo a una nueva pareja. San Ignacio de Antioquía escribe a San Policarpo (siglo II): “El matrimonio debe ser celebrado conforme a la opinión del obispo, porque esta unión debe estar basada en la voluntad de Dios y no en un deseo físico.” Y San Juan Crisóstomo dice: “No es la unión física sino la bendición de la Iglesia, lo que constituya en todos los sacramentos”. Es la presencia del Espíritu Santo (presente en todos los sacramentos) el que da la bendición a la pareja y les transmite gracia. La gracia de Dios santifica la unión física transformando en un centro de perfección moral, por lo que a nosotros no nos está permitido disolver éste centro de espiritualidad; este es el ambiente en el cual nacerán y crecerán los nuevos Cristianos. Es la célula que tiene el poder de santificar poco a poco a la sociedad. 3) El carácter indisoluble del matrimonio fue dado por el Señor mismo, cuando los Fariceos Le preguntaron si el divorcio estaba permitidoy Él les contestó: “Por tanto, lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mateo 19:6). Y agregó más adelante: “Cualquiera que repudia a su esposa, salvo por causa de fornicación y se casa con otra, comete adulterio” (Mateo 19:9). Por esto, la Iglesia Ortodoxa permite el divorcio, en el caso mencionado por el Señor, en caso de infidelidad. 4) En el mismo pasaje bíblico hay una cuestión sobre el celibato: “Y hay eunucos que se han hecho a sí mismos eunucos, por causa del Reino de los Cielos. El que sea capaz de recibir esto, déjelo que lo reciba” (Mateo 19:2). Por eso, el celibato en Cristo no es para todos, sino para aquellos que son capaces y que lo reciben con libertad. Este es un don de Dios para aquellos que pueden aceptar ser separados completamente de las cosas mundanas, para dedicarse a sí mismos completamente a Dios, como dice San Pablo a los Corintios: “El que es soltero, cuida de las cosas que pertenecen al Señor, de cómo puede agradar al Señor: Pero el que es casado cuida de las cosas que son del mundo, de cómo puede agradar a su esposa” (1. Cor. 7:32-33). Y más adelante agregó: “Y esto que yo hablo para su propio provecho; no es para que yo pueda tirarles un lazo, sino para lo que es honesto y decente y puedan atender al Señor sin distracción” (1. Cor. 7:35). 5) Este caso celibato está basado en una ferviente Fe y en un ascetismo espiritual, el cual es capaz mediante la ayuda de la gracia, calmar los instintos y las pasiones, y hacer al alma más apta y permanecer unida a Dios así como para recibir el gradioso

don del Espíritu Santo. Por eso es que el gran ascetismo de la Iglesia Ortodoxa se convirtió, en repetidas coacciones, en el ferviente luchador y defensor de la verdad de la iglesia contra los herejes de toda clase. 6) Por lo que tomar un voto de celibato, sin tomar un voto de castidad, como sucede en el Occidente, no tiene significado, ya que el celibato en Cristo no puede ser más que un celibato de castidad. Para la gente Ortodoxa hay solamente dos soluciones para este propósito: Ya sea el matrimonio bendecido por Dios o la castidad aceptada libremente, una vida sobrenatural, la cual es un don de Dios. “El que sea capaz de recibir esto, dejando que lo reciba”. 7) El celibato en Cristo no es necesario una vida monástica, ya que puede tomar lugar en la sociedad, conforme al ejemplo de los Apóstoles y a otros Santos de la Iglesia. Sin embargo, en la Iglesia Ortodoxa no hay ordenes monásticas de legos activos en el mundo material. 8) El ascetismo es bíblico (I.Reyes 19) (Mat.4). G) LA SANTA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS:

La unición en aceite de oliva es mencionada como un sacramento en una de las epístolas Apostólicas, pero este sacramento era ofrecido al enfermo por alguna enfermedad que padecía, y no a una preocupación de muerte, como lo fue más tarde en el Occidente; he aquí el texto bíblico: “¿Está algún enfermo entre ustedes? Déjenlo llamar a los Ancianos de la Iglesia y permítanles orar sobre él, ungirlo con aceite en el nombre del Señor” (Santiago 5:14-15). Y también en el Evangelio de San Marcos vemos a los Apóstoles en actividad: “Y ellos echaban a varios dominios y ungían con aceite a varios que estaban enfermos y los sanaban” (Marcos 6:13). Por eso, la “extrema unción” del Catolicismo Romano, no es una tradición Apostólica. III. OTRAS DIFERENCIAS DOGMÁTICAS I) PURGATORIO

1) La concepción del purgatorio es una innovación posterior del Catolicismo Romano, no existió para nada en la tradición Apóstolica: “El ladrón fue directamente de la Cruz al Paraíso” (Lucas 23:43) y (Juan 5:29). 2) La idea del purgatorio, toma la responsabilidad del Cristiano sobre la tierra y en verdad es que seremos juzgados conforme a los actos cometidos en completa libertad y responsabilidad (Mateo 16:27) y (Apocalipsis 22:2). II) LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA SANTA VIRGEN:

La Santa Virgen, no fue concebida sin el pecado original, como lo decidieron en el Occidente en 1854 (por el Papa Pío IX). La doctrina correcta es que al momento de la anunciación, debido a su gran humildad y a su total obediencia a la voluntad de Dios, la Virgen fue liberada del pecado original por el Espíritu Santo Quien “vendrá a ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo que también la Cosa santa que nacerá en ti, será llamada el Hijo de Dios” (Lucas 1:35); y más adelante: “Y María dijo, he aquí la sierva del Señor, hágase en mi conforme a tu palabra” (Lucas 1:38). Es por eso que en la Iglesia Ortodoxa la Santa Virgen es llamada “Panaghía”. La toda Santa y “Theotokos”: Madre de Dios, ella dio a luz a Cristo, al Dios Hombre, el Salvador. (III y IV Concilio Ecuménicos en el siglo V D.C.). y siendo su Madre reza por nosotros constantemente y es nuestra Embajadora mediante sus oraciones. IV. ALGUNAS OTRAS DIFERENCIAS: 1) EL PECADO ORIGINAL Y SUS CONSECUENCIAS:

Para San Agustín y los Católicos Romanos, el pecado original es considerado solamente como una caída desde la perfección misma; mientras que para los primeros Cristianos y los Ortodoxos, generalmente el pecado original no es solamente una caída de la situación original de la perfección relativa, sino también una caída de la ruta hacia la perfección según Dios y la deificación. Los Católicos Romanos generalmente claman que la naturaleza humana después de la caída permaneció substancialmente intacta y fue privada solamente de la sobrenatural gracia creada, la cual es ahora restaurada para los humanos por el sacrificio de la Cruz, cuyo número infinito de buenas obras dignas de recompensa, junto con las buenas obras dignas de mencionar de los Santos, se vuelven en propiedad de los fieles a través de funciones Sacerdotales (especialmente el Papa), a través de las indulgencias y a través de los sacramentos. Siguiendo la opinión de San Agustín, los Católicos Romanos dejan de considerar a Satanás como resistencia a Dios y teniendo el poder de la muerte, porque es la causa de la muerte. La cosmología de San Agustín no permitió la existencia de voluntades que se opusieran a la voluntad divina. Por lo tanto, conforme a los Católicos Romanos no solamente la muerte sino que aún la caída del hombre en manos del Diablo es un castigo de Dios. Los teólogos Católicos Romanos consideran a Dios como la causa de la muerte y ven a la muerte y a la corrupción el resultado de la desición de Dios a considerar a la humanidad culpable y para castigarla.

Conforme al entendimiento Católico Romano, Dios se encarga de alguna manera de los trabajos bíblicos de Satanás, para castigar a los humanos con la muerte, la corrupción y con toda aflicción humana. Es obvio por lo tanto que de esta manera las acciones divinas y las satánicas se vuelven peligrosamente confusas. Los Padres Ortodoxos rechazan la idea de que Dios es la causa y el creador de la muerte. “La muerte no es de Dios”. (Trineos, Refutación, C.XXIII, 1,2,4; exposición 16,17). También: “Dios no creó la muerte; sino que nosotros la trajimos a nosotros mismos debido a nuestra mala opinión. Sin embargo Dios no impidió la disolución (corrupción) para no preservar la enfermedad inmortal” (San Vasilio Magno, Migne P.G. 31,345). San Agustín está de acuerdo con Palageo en que el pecado original se origina únicamente de la voluntad humana. Él clama que de alguna manera la voluntad de Adán es heredadad por sus descendientes (De Gratia Christi et de Peccato Originali” – Libro II, Cap. 45). En la Ortodoxia, la caída es entendida como el resultado de un traslado del humano mismo de la vida dividida y como un resultado de la consecuente enfermedad de la naturaleza humana. Y como causa de todo esto es considerado el hombre mismo que esta en colaboración con el mal. Al contrario, para los Católicos Romanos todos los males en este mundo originan de la punitiva voluntad divina y ven al Satanás mismo como instrumento punitivo de Dios. En el entendimiento Católico Romano la Salvación no es una Salvación principal y especialmente de la muerte y la corrupción, sino que más bien es una Salavación de la furia divina y que la abolición del castigo de la muerte y de la enfermedad signe simplemente como resultado de la Santificación de la justicia divina. Los Católicos Romanos y los Cristianos de Occidente en su enseñanza sobre la Redención siguen en líneas generales la teoría de Aselmo de Cantebury (1033-1109) acerca de la santificación divina, que no presupone como necesario la continua e interrumpible comunión y presencia de Jesucristo en los cuerpos iluminados. Toda

vez que por el sacrificio en la Cruz del Señor la divina justicia fue satisfecha, no hay necesidad substancial nunca más para la presencia continua y real de Jesucristo en la Iglesia, para la salvación de los fieles. Los fieles adquieren los beneficios del sacrificio de la Cruz, ya sea a través de la absoluta predestinación (Calvino) o a través de las buenas obras dignas de recompensa, de la indulgencia y los sacramentos de los cuales brotan grandes cantidades de “gracias divinas” creadas, mientras Jesucristo está presente solamente en intervalos en la Divina Eucaristía por orden de los sacerdotes (Roma).Ellos no aceptan para nada como absolutamente substancial la necesidad (conforme a la enseñanza Evangélica y Patrológica) de la energía continua real y vivificante de Jesucristo en los cuerpos de los fieles. Los Padres Ortodoxos (siguiendo la Bíblia) consideran la salvación como la Redención de la muerte y la corrupción, y como un remedio de la naturaleza humana, la cual fue atacada por Satanás y por ello los Santos Padres ponen como bases de sus enseñanzas Cristológicas “lo no asumido permanece incurable” esto es, Jesucristo curó a la naturaleza humana porque Él la asumió ( Padre Ioannis Romanidis, Pag. 12,13,17,18,28,29,30,90,137,141,142). 2) CONOCIMIENTO DE DIOS SOBRE LAS ENERGÍAS DIVINAS NO CREADAS.

La enseñanza de los Católicos Romanos sobre la “gracia salvadora creada” no es debido solamente a su errónea noción sobre la Salvación pero también sobre una enseñanza hereje sobre Dios. Los Católicos Romanos generalmente identifican la esencia divina no creada con la energía de Dios y claman que Dios es “actus purus”. Por lo que es imposible que acepten la comunicación real de la energía divina no creada, porque esto significaría que también las criaturas participan de la divina esencia. Para evitar el Panteísmo, es decir, la comunión real de la esencia divina por las criaturas, ellos enseñan que la gracia divina salvificante la cual es participante por el mundo, es creada. Sin embargo enseñan que los que son salvados tienen una relativa comunión con la esencia divina clamando que los Santos tienen una dichosa visión de la esencia divina; y ésta es una enseñanza que es inaceptada por los Padres Ortodoxos. Los Católicos Romanos tienen nociones cosmológicas engañosas, que les permiten examinar la esencia divina, porque la identifican con las energías divinas. La presunción de la Teolología Católica Romana es la “analogía fidei’ (analogía de la Fe). Todas las cosas en el mundo son principalmente pinturas en el tiempo de los originales (arquetipos) que existen en la esencia del Unico (Dios).

Los Católicos Romanos después de la identificación Escolástica de la esencia divina con la energía divina, a fín de evitar el obvio Panteísmo, usan el sofísmo de que Dios no tiene una relación directa y real con el mundo (porque esto significaría una sustancial dependencia de la esencia divina por el mundo), sino que Dios tiene una relación indirecta con el mundo, que Dios supuestamente concibe los arquetipos (los originales) de la Creación y el Orden entre ellos que es la eterna ley divina en su ausencia y sin haber nacido; consecuentemente Dios conoce y ama al mundo en sus arquetipos (originales). Pero entonces algunas preguntas pueden dar origen: Si en esencia y energía (toda vez que estas dos son idénticas, conforme a los Católicos). Dios conoce y ama directamente sólo a los arquetipos, entonces ¿Cómo conoce Él el mal o por lo menos como sabe Él que hay una necesidad de enviar a Su Hijo a salvar a la humanidad caída? Si Dios es “actus purus”, pero puede conocer el mal o saber la necesidad de la Salvación de los humanos, entonces la noción del mal o la necesidad o de la caída o el de no ser debe también estar entre los arquetipos de la esencia divina. Por lo tanto, de acuerdo a esta teoría, la noción del mal debe ser “parte” de la esencia divina, porque si ésta es independiente, entonces la teoría Escolástica sobre la Omnisciencia se derrumba, excepto si aceptamos que el mal es inexistente cuando la necesidad para una Salvación real del mal se vuelve fábula vacía. Al contrario, los Padres ortodoxos enseñan una distinción unidimencional entre la esencia divina no creada y la energía divina no creada, toda vez que la esencia divina no es participada (Sínodo de Constantinopla 1341 D.C. y Art. 10 de la confesión de fe de Constantinopla, 1727. D.C.). Conforme a los Padres Ortodoxos, la Esencia Divina ni es aprovechada por el cerebro humano ni es identificada con las energías, atributos y aptitudes divinas (Padre Ioannis Romanidis, pag. 16,29,30,). En otras palabras, los humanos pueden participar en las energías y es exactamente que Dios a través de Sus energías no creadas (y no con Su esencia) creó al mundo de la nada; Él lo gobierna y lo conoce. V. ECLESIOLOGÍA (Enseñanza sobre qué es la Iglesia): La Iglesia Católica Romana atribuye una posición al rol de la Autoridad como fuente de la vida de la Iglesia.

El criterio Ortodoxo de la Fe de la Iglesia como fue expresado por San Vicentio de Lerins de que “Aceptamos en nuestra fe, la cual fue aceptada (creída) siempre, por todos lados y por todos (los fieles)” fue reemplazada en la Iglesia Católica Romana por el criterio que fue introducido por San Agustín: “Está satisfecho solamente con la opinión de que parte del mundo, en donde el Señor quiso coronar con un glorioso Martirio al primero de sus Apóstoles” (San Agustín contra Julián I, 13). La “Eclesiología” Católica Romana considera la primacía del Papa de Roma como la Autoridad Suprema de la unidad visible de la Iglesia. Expresando el mismo sin reservas enfrente de una Audiencia de Cardenales, el Papa Pablo VI no vaciló en decir en su discurso, en el encuentro de Mayo 24, 1976: “Si alguien no está en comunión con el sucesor de Pedro, significa que él está fuera de la Iglesia”. Ya en el siglo XIX, el primer Sínodo Vaticano comprobó este desarrollo doctrinal decretado como dogma de fe la primacía de la Autoridad del Papa sobre la Iglesia Universal y la infabilidad personal en lo referente a la expresión de los dogmas (doctrinas). Para la Iglesia Católica Romana aún en los Sínodos locales, una vez que han recibido la aprobación del Papa, adquieren importancia doctrinal y Autoridad igual a los Sínodos Ecuménicos. En una carta que el Papa Pablo VI envió el 29 de Junio de 1975 dijo que el segundo Sínodo Vaticano tuvo igual importancia y en algunos aspectos fue incluso más importante que el Primer Sínodo Ecuménico de Nicea (325 D.C.). La “Ekklisología” Ortodoxa, al contrario, insiste en los valores (principios) de la comunión y la esencia espiritual. 1) La más alta Autoridad de la Unica, Santa, Católica y Apóstolica Iglesia, reside en el Sínodo Ecuménico de toda la Iglesia. 2) Nadie entre los Obispos de la Iglesia Ortodoxa aceptó una Autoridad, un privilegio o un derecho, canónicamente otorgado; sobre un área Eclesiástica, cualquiera que fuera esta área, sin la propia voluntad y aprobación Canónica del Obispo de esa área. 3) la Iglesia Ortodoxa es la única Iglesia de Jesucristo (Archimandrita Plácido Deseille, pags. 94,104,105,127,128). La Doctrina Ortodoxa de la Iglesia como “del Cuerpo de Jesucristo y el Templo del Espíritu Santo”, es la base total y el presupuesto del entendimiento Ortodoxo sobre la Salvación.

La Iglesia está constituída solamente por los participantes de la energía vivificante (que es donadora de vida, la Santa Trinidad). Por esta razón, San Nicolás Cavasilas en el siglo XIV escribió “La Iglesia se significa en los sacramentos” (” interpretación de la Divina Liturgía”, capitulo 38, Migne P.G. 150, 452). La participación de la energía vivificante del Espíritu Santo no es garantizada una vez y para todos por el bautismo: (Ver San Juan Cris 2stomo 3º Homillalu. La Epístola a los Efesios, Cap. 4. Migne P.G. 60,23). Solamente a través de la lucha por la perfección, el hombre puede ser participante de la energía de Dios que nos hace incorruptos. Por esta razón, en cada Divina Liturgia los fieles pacifican en el amor, unos con otros, apelan a Dios que a través de los Santos Dones forme dentro de ellos a Jesucristo a través del Espíritu Santo (invocación). La Iglesia continuamente hará que “La comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos nosotros”. El total presupuesto de la participación de la energía que nos da incorruptibilidad de la Santa Trinidad, es la lucha individual y colectiva contra el quien reina en la muerte. “Por lo tanto procuren reunirse juntos más frecuentemente en agradecimiento y glorificando a Dios. Porque cuando se reúnen más frecuentemente, entonces los poderes de Satanás son destruídos y su desastre es disuelto en concordancia de su Fe” (Ignacio, Ef. 13). “Nadie sea engañado, si alguien no participa de lo del altar, él es privado del pan de Dios… Por lo tanto aquel que no viene a los encuentros comunes, ya altivó y se ha separado el mismo” (Ignacio, Ef. 5). La Iglesia existe y continuamente está formada en los sacramentos y a través de los sacramentos. Aquellos que viven fuera de la vida sacramental del amor, están fuera del cuerpo de Jesucristo. “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos; el que no ama a su hermano permanece en la muerte” (1- San Juan 3:14). ¿Qué posición puede tener la Doctrina Papal sobre la organización Eclesiástica? Por la canonical orden de la vida sacramental de la Iglesia, tenemos el sacramento del Sacerdocio.

Pero el Papismo presupone un sacramento más de su propiedad, esto es el sacramento de la Organización Universal (con el Papa como cabeza, un sacramento cuya autoridad se extiende más allá del “Cuerpo” de Jesucristo (cuyo “Cuerpo” continuamente esta indicado y formado en uno)). (Protopresbítero Joannis Romanidis, Pag. 157-158). VI. RACIONALISMO – ANTROPOCENTRISMO. La teología Católica Romana bajo la influencia del pensamiento Teológico Escolástico, trató de entender a Dios a través de la Lógica humana (Raciocinio) conforme a las leyes Aristotélicas. Naturalmente este esfuerzo estuvo predestinado al fracaso desde el principio, debido a la limitante capacidad de la facultad intelectual de los humanos y el objeto infinito de su estudio (=la divinidad). Sin embargo, este esfuerzo, en su largo camino, tuvo dos serias consecuencias: 1) El hachazo en sumo grado al pensamiento Teológico del Occidente, del milagro, de lo místico y de lo sobrenatural y tambien la secularización de su teología, y 2) La elevación del factor al supremo grado y como criterio de todas las cosas; este fue manifiestado por la legislatura doctrinal del ‘hombre’ como la suprema autoridad de la Iglesia Católica Romana. (Este “hombre” está en todo momento como Papa que se encuentra encumbrado en dicho momento). Universalmente como vicario de Jesucristo sobre la tierra y como la única autoridad doctrinal a través de la infabilidad Papal (primer Concilio Vaticano – 8 de Diciembre de 1869 – Septiembre de 1870). De esta manera el racionalismo de la Iglesia Católica Romana la guía inevitablemente el antropocentrismo, teniendo como su centro al Papa de Roma. Contrario a esto, la Iglesia Ortodoxa ha permanecido siempre mística, teniendo a Jesucristo mismo como cabeza y siendo inspirada, enseñada, guiada y santificada por el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad, que es Dios mismo. Por lo tanto la Iglesia Ortodoxa permaneció siempre y aún permanece theocéntrica, teniendo como su centro, como guía y como su objetivo a Dios mismo y aspirando por la santificación de sus miembros, su experiencia de Dios, su unión con Dios y su Deificación por la gracia increada de Dios. VII. LA ENSEÑANZA CATÓLICO ROMANA DEL “DESARROLLO DEL DOGMA” La Iglesia Romana a fin de legalizar sus cambios, recurre a la enseñanza del desarrollo de la doctrina y a la infabilidad del Papa de Roma. En esta perpectiva, los

diferentes cambios aparecen como diversos niveles de un proceso legal de crecimiento de nuevas doctrinas, aparece un pasaje de la vaguedad (obscuridad) a la claridad definida. Eventualmente el único criterio que permite a los Católicos Romanos discernir entre un desarrollo legal y un cambio de la tradición es la comunión con el Papa de Roma y la garantía de su infabilidad en los tópicos doctrinales. Para el tiempo que el Papa de Roma acepta las nuevas enseñanzas a su autenticidad e identificación con las enseñanzas previamente sostenidas es automáticamente verificados aún si esta similitud de identidad no puede ser descubiertas por los fieles. La explicación de la Iglesia Católica Romana es la siguiente: – Hay dentro de la Iglesia un progreso doctrinal a través de los siglos, que es guiado por el Espíritu Santo. – Este progreso doctrinal permite a través de los siglos, para nuevas doctrinas, ser presentadas y aceptadas, conforme a esta suposición, estas nuevas doctrinas no son totalmente nuevas. Los Católicos asumen que estas nuevas doctrinas existieron comprensivamente (en breve) en la vida eclesiástica y que fueron concienzudamente reorganizados solo después en algún momento. De esta manera un completo desarrollo puede tener lugar. Sin embargo los Católicos Romanos aceptan que aún algunas partes de la enseñanza que fue totalmente desconocida en algún momento o aún más fue rechazada por algunos Padres de la Iglesia o por algunos Santos, pueden algún día convertirse en la enseñanza Oficial de la Iglesia Católica Romana, si sus Teologos llegan a la decisión alguna vez de que corresponden a la verdad (nuestra verdad). Por ejemplo, la enseñanza de la Inmaculada Concepción fue rechazada en los siglos XII y XIII por grandes Teólogos Romanos, como Bernardo de Claervaux y Santo Tomás de Aquino. Pero más tarde otros Teólogos la aceptaron poco a poco y finalmente en el siglo XIX el Papa Pío IX la aceptó como doctrina de Fe; que constituye parte de la Fe Católica Romana. La misma cosa sostiene por la Concepción de la infabilidad del Papa. Es cierto que en la época de los Padres nadie aceptó que el Papa de Roma era infalible en su enseñanza doctrinal.

Al contrario conforme al Archimandrita Pablo de Ballester Convalis y más tarde Obispo de nuestra Iglesia Ortodoxa Griega del Norte y Sudamérica aquí en México, varios Papas de Roma fueron herejes. En su libro “Mi conversación a la Ortodoxia”, en Griego – Atenas 1954 Pag. 29 -36 él menciona alguno de ellos: Papa Marcelo (296-303) quien durante la persecución del Emperador Diocletian ofreció sacrificio a la Dios Pagana Diana y cuyo nombre no fue incluido en “El Regito Pontifico” Romano. El Papa Julio quien fue condenado por el Sínodo de Sardica342 (343 ?). El Papa Liberio (352-366) cuyas creencias herejes son verificadas por Bienaventurado Jerónimo, San Hilario y San Pedro quien afirma que el Papa siguió los herejes de Aruis; el Papa Felix 2do. El Papa Honacio (625) quien fue condenado por hereje por el 6to Sínodo Ecuménico. El Papa Gelasio, quien siguió la creencia hereje en la doctrina de la Santa Eucaristía. El Papa Sixto 5to. Quién admitió con sus propias manos un ejemplar de la Santa Bíblia llena de errores. El Papa Urbano el 8vo quien condenó como herejía las enseñanzas del Astrónomo Galileo de que la tierra rota alrededor del sol y por tanto “desde junio 3 de 1633 todos fueron obligados a creer que la tierra no daba vueltas alrededor del sol, por temor a ser condenado a anatema como herejía”. El Papa Zacarías quien prohibió (con castigo de anatema) a la gente a creer que la tierra es esférica (ver – innovaciones del R.g. 4.c.XIV, Pag. 202 – Madrid 1891). El Papa Pío 2do aconsejó al Rey de Francia, Carola VII que no creyera lo que los Papas dicen. El Papa Pío 4to, quien osó anular el 7mo Canon del Sínodo Ecuménico de Efesios y cometió perjurio al momento de su coronación. Como resultado de esta enseñanza del ‘Desarrollo del Dogma”, por Teólogos Católicos Romanos, encontramos que el pensamiento de los Padres de la Iglesia representan un nivel del pensamiento cristiano, el cual es antiguo pero sin ambargo es absoluto.

Los Católicos Romanos ven a la enseñanza de los Padres de la Iglesia muy interesante pero esta no expresa la totalidad de la Fe Católica de hoy en día. (Archimandrita Plácido Deseille “I PORIA MU PROS TIN ORTHODOXIA” Atenas 1986 Pag. 42,161,162). La posición de la Iglesia Ortodoxa sobre el tópico de la doctrina es clara, y fue expresada por San Vicentii Lirinesis. “Aceptamos y creemos lo que la Iglesia creyó siempre, en cualquier lugar y por todos sin ningún cambio” y estas creencias no estan en conflicto con la Santa Bíblia y con las decisiones declaradas por los previos Sínodos Ecuménicos de la Iglesia (Panayiotis Pg. 57-58) (“Catholicum Est Quod semper, Quod Ubique Et Quos Ab Omnibus Creditum Est”). San Vicencio de Lerino, Commonitorium (Primun 2 PI 50,64 Ob). Pag. 56 del Padre Pablo de Ballester Convalier. “IN IPSA ITEM CATHOLICA ECCLESIA MAGNOPERE CURADUM EST UD ID TENEAMUS QUOS UBIQUE, QUOD SEMPER, QUOD AB OMNIBUS CREDITUM EST”. La desafortunada división de la Cristiandad se complicaría posteriormente, ya que Occidente, a partir del siglo XVI, sufriría un desmembramiento con motivo de la Reforma, apareciendo así múltiples comunidades protestantes. El Cristianismo de Occidente se vería desde entonces enormemente dividido en materia doctrinal. Ante este terrible cuadro de Cristianos desunidos, la Iglesia Ortodoxa, adolorida por la separación de sus hermanos que reconocen a Cristo como Salvador y Redentor del género humano, reza siempre por la unión de todos en la verdadera fe, transmitida por nuestro Señor Jesucristo, los Apóstoles y los Padres de la Iglesia. La verdadera doctrina cristiana, heredada de Cristo y sus Apóstoles, fue reservada intacta en el Oriente Cristiano Ortodoxo. La misión natural de la Iglesia es propagar el Evangelio y ensanchar sus fronteras. Su primer privilegio es misión y conversión, siendo así como los primeros Patriarcas que continuaron la obra de los Apóstoles y discípulos de Cristo, predicando la verdad cristiana primero en los Balcanes a los Serbios y Dálmatas, y después a los Eslavos, Moravios, Búlgaros y Ucranianos.

Con el devenir de los siglos otras misiones fueron organizadas, alcanzándose así China, Japón y las tierras de Europa, Alaska, América y el Sur de Africa, donde muchos no conocían el mensaje de Cristo, que lo recibieron con naturalidad y amor. Originadas por el esfuerzo misionero de los primeros Patriarcas, se establecieron Iglesias Locales a las que les fue concedida posteriormente Autocefalía o Autonomía: lo que en ningún caso afecta la unidad de la fe, doctrina y sacramentos de la Iglesia. Los Patriarcados antiguos y estas Iglesias Locales existen hasta la actualidad, sin perder su comunión entre sí, ni alterar la unidad de la Iglesia. Con el canon 28 del cuarto Concilio Ecuménico en Calcedonia el año 451, Primacio de Honor entre los Patriarcas y Autoridad sobre las nuevas teorías tiene el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. Los cristianos Ortodoxos se encuentran en todos los Continentes del Mundo y ascienden aproximadamente a 450 millones. No obstante su independencia administrativa y diferencia de idiomas, todos tienen las mismas enseñanzas, la misma tradición Apóstolica, la misma Liturgia y Sacramentos, servicios y prácticas esenciales. Nuestra Iglesia ha mantenido la cultura Heleno-Cristiana. Y el Griego y el Arabe fuero sus idiomas originales, este en Asia Menor y Egipto, en tanto que el primero en el resto de la cristiandad. El Griego fue el idioma en que se escribió el Nuevo Testamento, el cual se uso para la prédica a los gentiles, el que usaron los primeros Obispos, incluso en occidente en Roma, por los primeros misioneros en Francia e Inglaterra. El verdadero centro de Cristianismo fue el Oriente Griego y Sirio. Varios siglos después Roma usaría el Latín y los Rusos el Eslavo. En los siglos XI, XII y XIII Ocidente organizó 7 expediciones militares llamadas cruzadas, cuya intensión original era rescatar los Santos lugares de manos del Islam. Este propósito contó con la decidida ayuda de los Emperadores Bizantinos, defensores de la Ortodoxia. Pero, además de sus intensiones originales, dado el fanatismo contra la Iglesia Ortodoxa, atacaron las cedes Orientales e incluso a los primeros Patriarcados acupando sus cátedras y finalmente, no cesaron hasta volverse contra la propia Capital Bizancio y ocupar el Trono Imperial. Bizancio volvió después a sus legítimos gobernantes, pero no obstante ello, y ya debilitados físicamente, en el siglo XV grupos étnicos y religiosos extraños, subyugaron a los Pueblos de Ortodoxia, sin que estos contaran con la ayuda de Occidente. En el siglo XIX los Ortodoxos apoyados por la capacidad protectora de su Iglesia, se liberaron de la opresión política y religiosa, con la esperanza de una vida libre. En el

siglo XX el materialismo ateo atacaría un baluarte importante de la Ortodoxia, Rusia y parte de los Balcanes, pero estos valerosos pueblos supieron sobrellevar estos ataques y mantener libre la llama inextinguible de la fe, produciendo una legión de mártires contemporáneos que con valor y sin miedo dieron testimonio de la fe cristiana. A pesar de haber estado presente en el mundo Occidental, no ha sido adecuado el conocimiento de la Ortodoxia, y la más de las veces entraña prejuicios particularmente religiosos, culturales y políticos, por falta de información adecuada. Uno de los más comunes, es creer la confianza a las culturas y pueblos que ella tradicionalmente ha animado, otro es confundirla por elementos no cristianos, pero especialmente, en el presente siglo se ha visto como una Iglesia llena de vitalidad y santidad, situada en la continuidad apóstolica y expandida por el mundo entero dando testimonio del mensaje preservado en su más prístina pureza, como fue recibida de Cristo, los apóstoles y Padres. Por eso es que a ella recurren otras denominaciones Cristianas, cientificas y estudiosos, como la fuente del Cristianismo auténtico y tradicional. La Ortodoxia, fe mayoritaria del mundo cristiano Oriental, donde la doctrina, la tradición y la Liturgia del cristianismo tuvieron su origen, esta consiste de los tesoros que posee y se los brinda a Occidente que los conoce o que recientemente comienza a descubrirlos. fuente: http://comunidadrusa.org/



La postura de la Iglesia Apostólica Ortodoxa acerca del movimiento ecuménico. Escrito por uno de los más famosos discípulos de San Justino Popovich, quien era uno de los más destacados teólogos en el siglo XX. El obispo Atanasio, entre otras, es ex profesor de historia de la Iglesia y patrología en la Facultad de Teología en Belgrado, tal como en el instituto ortodoxo de San Sergio en París; en este estudio expresa los hechos por los cuales desde siempre e ininterrumpidamente vive la Iglesia Ortodoxa. Un pequeño libro donde concisamente fue expuesta la doctrina de la Eclesiología ortodoxa. Por primera vez en español. Ex Oriente Lux. Acá se puede obtener este título en la forma de un libro de tapa blanda.

1. Toda la verdad de nuestra fe cristiana es la revelación de la Santísima Trinidad en Cristo, en la Encarnación de Cristo; el cuerpo de esa verdad, como decía San Ireneo, es precisamente la Iglesia como el cuerpo de Cristo. Por lo tanto, para nosotros los ortodoxos, toda la Iglesia y todo en la Iglesia surge y está relacionado con el Señor Jesucristo, Quien es DiosHombre. Por eso la eclesiología, la cual es tan actual hoy, para nosotros los ortodoxos – brota, se basa y es inseparable de la cristología. La unión de Dios y el hombre en Cristo, nuestra unión con Dios, con la creación entera [1] y con los hombres, tanto en el cuerpo cósmico como, al mismo tiempo, en el histórico concreto, eclesioilógico de la Iglesia de Cristo, y de allí – la superación de todos los abismos, todos los “dualismos” los que no pueden ir junto con el “duofisitismo” del Dios-Hombre Verbo – eso es la característica esencial de la visión ortodoxa tanto del mundo como del hombre y, por consiguiente, y la del Ecumenismo Ortodoxo, también. 2. Las consecuencias de tal cristológico punto de vista acerca de todo, es decir, las de la visión cristológica del mundo, se reflejan, ante todo, en el entendimiento de la salvación, en la soteriología. Aquí la salvación es entendida como el vivir y estar en unión con Cristo y, en Cristo – con la Santísima Trinidad. La salvación está en el nacimiento nuevo (= el renacimiento), en una vida nueva (llena de la gracia increada divina), en la unión de la filantropía Trina con el amor desinteresado del hombre, y no en alguna doctrina sobre “satisfacciones”, “méritos”, “gracia creada”, “mejoramiento de nuestro estado” moralmente, “humanismo social” etc. El acto de Dios de hacerse hombre (очовечење) y la theosis del hombre – eso es la verdad ortodoxa acerca de la salvación, según los Santos Apóstoles (especialmente Pablo y Juan) y los Santos Padres (especialmente San Ireneo, San Atanasio, los Santos de Capadocia, San Máximo, San Palamás). La Iglesia es la “matriz” (en griego “η μήτρα” = el vientre) y la “fábrica” de tal salvación en Cristo, ya que, en la Ortodoxia, el “Misterio de Cristo” se identifica con el del “Plan de la salvación” el

cual es la Iglesia. 3. Las consecuencias para la Eclesiología de tal entendimiento cristológico son las siguientes: Los Santos Padres del Oriente Ortodoxo han visto, creían y experimentaban la Iglesia como el “Misterio de Cristo” y, para ellos, ese Misterio de Cristo entra y penetra todas las dimensiones del organismo eclesiástico, tanto la doctrina teológica dogmática sobre la Iglesia, como su vida sacramental canónica y su orden y organización bajo la dirección del Espíritu Santo, el Consolador y el Guía de la Iglesia (Juan 14, 17; 14, 26; 16, 13-14; Hechos 15, 28; 20, 28; 1 Corintios 12, 3-13). Solamente hasta su final vivida y experimentada la cristología termina por ser la eclesiología correcta (de aquí se ve que la eclesiología occidental equivocada nos descubre el hecho de que allí el Misterio de Cristo no es entendido y experimentado correctamente). Únicamente en la Ortodoxia la unidad, la santidad, la apostolicidad y la catolicidad de la Iglesia están fundados en Cristo y realizados por el Espíritu Santo, “por la fuerza, efecto y gracia del Espíritu”, como dice a menudo en los oficios divinos y los Sagrados Misterios de nuestra Iglesia. La plenitud (το πλήρωμα) teantrópica de la Iglesia (Богочовечанска пуноћа), su catolicidad en el mundo – es aquello que los Apóstoles, predicando al Jesús Crucificado y Resucitado, planteaban en cada lugar, habiendo comenzado por Jerusalén, la “Madre de todas las Iglesias” [2]. Es aquella misma plenitud apostólica de la Iglesia como la del “pueblo de Dios” y del “cuerpo de Cristo”, la cual se trasmite a los obispos por medio de los obispos; es por eso que en la Iglesia Ortodoxa Oriental está presente y acentuada la “cristocentralidad” = “apóstolo-centralidad”, “obispo-centralidad”, tanto en el organismo litúrgico y la vida de la Iglesia, como en su estructura interna y su organización canónica. Cada obispo quien está al frente de una Iglesia Local, está “eis topon kai typon de Xristou” (en el lugar de Cristo y en Su forma) y, como tal, es sucesor de todos los Apóstoles y todos los obispos; únicamente en Cristo – como en la Cabeza y el Salvador, Arquijerarca y Obispo del cuerpo de la Iglesia (Efesios 1, 22; 5, 23; 1 Pedro 2, 25) – hallan su unidad y cada uno de ellos se identifica con todos los demás obispos y con Cristo, conforme a las palabras de San Ignacio: “…Como también los obispos, establecidos hasta los confines de la tierra, están en el pensamiento de Jesucristo…” (Efesios 3, 2). De este modo se ha acentuado la organización conciliar (universal), la “cristo-céntrica” de la Iglesia, y no la “papo-céntrica”, o con su centro en Roma. Los obispos, como cabezas de las Iglesias Locales, es decir, del pueblo de Dios reunido en cierta Iglesia, en la Iglesia en un cierto lugar, y eso concretamente en la Santa Eucaristía, expresan su unidad “cristocéntrica” en fe y la gracia del Espíritu Santo, en la Divina Eucaristía y los demás Sagrados Misterios, tal como en cada oficio divino y comunión eclesiástica – en el amor y la paz en el Espíritu Santo. En una palabra, en la unidad en Cristo, a través de reunirse en los Concilios, donde se da testimonio de la misma fe y constata su confesión y la unidad de la misma gracia divina, en un solo y el mismo Espíritu Santo; dicho brevemente: la unidad y la comunidad del cuerpo universal (conciliar) de Cristo. Es por eso que es natural y

normal para los obispos servir juntos y comulgar del mismo Cáliz (especialmente durante la elección y el nombramiento de un nuevo obispo) y la plena comunión eclesiástica (η κοινωνία) en la unidad canónica (como de eso testifican los santos cánones: el 34 y el 37 de los Apóstoles, el 9 y el 20 en Antioquía, el 4 y el 5 del Primer Concilio Ecuménico, el segundo canon del Segundo Concilio Ecuménico, el 8 del Tercer Concilio Ecuménico, el 19 del Cuarto Concilio Ecuménico, el 8 del Sexto Concilio Ecuménico, el 6 del Séptimo Concilio Ecuménico, tal como la Epístola del Concilio en Cartago en el año 418). Los Santos Concilios exhiben esa unidad en la fe testificada, y en comunión de un solo y el único Cuerpo de la Iglesia Universal (Católica) de Cristo en todo el mundo (κατά την οικουμένην καθολικής Εκκλησίας), conforme a las palabras de San Policarpo. De otra parte, los Concilios corrigen y restablecen la unidad en la fe y en la comunión eucarística que se ha perturbado, o excomulgan de la unidad eclesial a los incorregibles corruptores de la fe y la unidad y, por ende, los corruptores de la salvación de los hombres. 4. La unidad en la fe (= en la verdad de la vida cristiana y de la salvación) siempre ha tenido el significado y el carácter cristológico, lo que quiere decir que, al mismo tiempo, ha tenido el significado tanto eclesiológico como soteriológico. El eclesiológico: como la unidad del “cuerpo de la Verdad” según San Ireneo de Lyon, y ése es Cristo como la Verdad y Su cuerpo, la Iglesia, como el cuerpo de la Verdad (corpus veritatis). El soteriológico: porque fuera de la unión con la Verdad = Cristo no existe la vida ni la salvación. La base para la participación en esa Verdad, en ese “cuerpo de la Verdad” de Dios-Hombre, es decir, la base para comulgar con ella y en ella – es la confesión recta y salvadora de la fe recta (= ortodoxa). Por eso, en la Divina Liturgia siempre se ha leído primero el Símbolo de la Fe, y después se servía el canon Eucarístico y los fieles participaban en la comunión (eucaristía). La comunión litúrgica – η κοινωνία, communio – sin que la acompañe la confesión sincera y recta de una sola y la misma fe, representa un “nonsense” eclesiológico. Tal acto directamente iría en contra de la unidad de la Iglesia, ya que ése niega y rompe la fuerza básica misma la cual une – la fe, como el poder que une en un solo Espíritu, en un solo Cristo, en un solo Dios. También, ése representaría sólo una preponderancia sentimental y puramente humanística de lo humano sobre lo Divino, de un compromiso (humano) sobre la Verdad, de un acuerdo condicional de los hombres sobre el organismo teantrópico y la ordenanza de la Iglesia. Para nosotros los ortodoxos, aquí son válidas las palabras de San Máximo el Confesor: “La verdad es más antigua que la virtud” (PG 90, 1221 AB). 5. Esta ordenanza teantrópica y el carácter de todo en la Iglesia: de la fe, la vida, la salvación, la unión, de la unidad – es la única base para la participación y la comunión en el Misterio de la Iglesia misma y de los Sagrados Misterios las cuales brotan de Ella y “desembocan” en Ella. Sólo en esa plenitud teantrópica y en el carácter cristológico de todo en la Iglesia se encuentra la catolicidad verdadera, la totalidad y la ecumenidad (η καθολικότητα) de la Iglesia; Su ecumenidad y catolicidad no sólo en un sentido espacial, geográfico, sino la cual también abarca

todos los tiempos. Es que, en la Iglesia Ortodoxa, nuestra unión con los fieles de nuestra generación no es menos fuerte que la con los fieles de todas las generaciones anteriores, desde los Apóstoles hasta hoy. Eso es nuestra comunión “con todos los santos” (Efesios 3, 18). Esa ecumenidad y catolicidad no es algo que se construye, más bien ello existe en la forma de la Iglesia misma, como la plenitud universal (católica) llena de la gracia de Dios y la unidad de todos los dones divinos, todas las generaciones y todos los tiempos en la vida de la Iglesia de Cristo en el Espíritu Santo, la cual se llama la “comunión con todos los santos” (Efesios 3, 14-19). Esta plenitud teantrópica de todos y de todo en Cristo – es el contenido de la predicación del Evangelio por parte de la Iglesia, el de la fe y la vida evangélica, así como el de la misión de la Iglesia en el mundo. Ciertos hombres, o grupos, o las naciones enteras pueden llegar a ser su parte y unirse a ella, pero no la pueden cambiar según “su parecer”, “según el hombre”. Ésa representa la unidad de la Sagrada Tradición de la Iglesia la cual es la misma en todas partes y es inmutable, de la cual tan inspiradamente ha dado testimonio San Ireneo de Lyon y, después de él, todos los Santos Padres y los Concilios. 6. El problema del así llamado “intercommunio”, así como los otros similares a él en la Eclesiología contemporánea, son producto del ecumenismo occidental contemporáneo. Hay que decir que el ecumenismo, de manera de cómo apareció en este tiempo, en sus mejores representantes – apareció como (la expresión) de la sed por la unidad cristiana perdida; al mismo tiempo, el Ecumenismo es también la prueba de la tragedia de la división del Cristianismo Occidental; una prueba de que ellos no poseen tal unión con la Iglesia. Esa tragedia empezó hace mucho, desde aquel momento cuando el misterio de la unidad de la Iglesia, en el Occidente – fue trasmitida de Dios-Hombre al hombre (Indirectamente, el ecumenismo occidental es producto del papismo, ya que nació del protestantismo, el cual se separó del romanocatolicismo). La sed por la unidad cristiana se basa en el sentimiento de que la unidad se ha perdido en la fe y en la experiencia espiritual. Ahora hay intentos de “construir” la unidad en el edificio derribado de la Iglesia, pero con base en una eclesiología errónea, en una cristología pervertida (quizás a ello haya contribuido el hecho de que el Occidente cristiano no ha experimentado correctamente y profundamente todos los problemas cristológicos, como lo ha hecho el Oriente cristiano). La “construcción” de la unidad de la Iglesia en el ecumenismo contemporáneo del occidente se intenta con los métodos, medios y caminos no eclesiológicos, no eclesiásticos, no evangélicos, sin el arrepentimiento y la humildad, a menudo incluso sin fe, fuera de la Sagrada Tradición, sin (ayuda) de la gracia (increada), sin el Espíritu Santo, el Consolador de la Iglesia. Por lo tanto, no asombra que, después de más de 50 años de la existencia del movimiento ecuménico y del trabajo de sus foros, el Occidente cristiano todavía no se encuentra cerca de la unidad de los cristianos desunidos, como se anhelaba o, por lo menos, declaraba, sino que, es más, está frente a las nuevas divisiones y al “funeral” de los últimos residuos de la Iglesia, de la fe apostólica y de los Santos Padres y del Cristianismo evangélico,

especialmente en cada vez más creciente número de las fracciones y sectas protestantes, las cuales no creen más ni siquiera en las verdades fundamentales de la Revelación Divina: en la Santa Trinidad, la Resurrección de Cristo, la Santidad de la Iglesia etc., y las cuales, lamentablemente, justamente como tales, se reciben como miembros en el “Consejo Mundial de Iglesias” en Ginebra, aunque se oponen a eso los representantes de las Iglesias Ortodoxas en esa “Liga de Iglesias” en Ginebra, la cual, obviamente, fue creada imitando la “Liga de Naciones” y las “Naciones Unidas”. Eso lo demuestran claramente los “espectáculos” de ese voluminoso mecanismo ecuménico (especialmente un espectáculo de hace poco en Upsala), los cuales no tienen nada que ver con las antiguas reuniones eclesiásticas y los Concilios en los cuales se expresaba la fe de los Padres. 7. En cuanto al ecumenismo de Roma o, más precisamente, al “romanocéntrico”, el cual fue proclamado en el Segundo Concilio de Vaticano, aunque hasta hoy en día, la Iglesia Católica Romana oficialmente no ha entrado en el movimiento Ecuménico (no es su miembro, sino sólo el “observador” en el “Consejo Mundial de Iglesias”) – él no ha renunciado a la antigua mentalidad uniata y su práctica. Roma, desgraciadamente, no trabaja en la unión verdadera de la Iglesia, sino en la sujeción de todas las Iglesias al papismo de Roma. Para nosotros los ortodoxos aquí aparece un problema demasiado serio: vamos a continuar participando y colaborando, como lo piensan y creen algunos de los “ecumenistas” del ambiente ortodoxo, en ese funeral, o vamos a renovar y hacer más fuerte nuestro auténtico testimonio eclesial ante los cristianos desunidos, y la confesión de la fe recta y anunciación al mundo entero de la “predicación luminosa de la Resurrección” de la Iglesia del Dios Vivo y Verdadero, la cual es “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3, 16). En lugar de participar en el funeral de los residuos de la eclesialidad en el Cristianismo occidental, es necesario el testimonio ortodoxo sobre el martirio de la Cruz y la victoria de la Resurrección, con el fin de que aquellos que todavía duermen se levantaran del sueño y resucitaran de entre los muertos y les iluminara Cristo (Efesios 5, 14). Porque la Ortodoxia no puede y no debe renunciar a su misión, no debe despreciar y descuidar la llamada y el llamamiento de los cristianos no ortodoxos. Sin embargo, lamentablemente, para algunas delegaciones ortodoxas en las conferencias ecuménicas parece que la Iglesia Ortodoxa solamente hay que participar “orgánicamente” en el “Consejo Mundial de Iglesias”, y aquí cuadra completamente con sus mecanismos incluso la mentalidad protestante, su falta de fe, su incredulidad y superstición, olvidando que de tal manera se distorsiona la castidad de la fe de la Novia de Cristo y se pierde la fidelidad a Cristo, a los Apóstoles, a los Padres, a los Concilios, y la Santa Ortodoxia “llega a ser” una “confesión” más entre las demás de la así llamada “Branch theory”, por lo que la Eclesiología se “bajó” hasta que llegue a ser la “sociología religiosa”. De otra parte, hay que decir algo más: a través de evitar, por parte de algunos representantes de la Iglesia Ortodoxa, su misión verdadera del testimonio veraz de la Verdad de Cristo, del Evangelio de los Apóstoles y los Padres no distorsionado , muchas almas sinceras en occidente, las cuales anhelan la plenitud de la eclesialidad

y la comunión en gracia de Dios en los Sagrados Misterios, pierden su última esperanza en la posibilidad de encontrar su camino hacia la Iglesia de Dios y en la de la salvación en Ella, en encontrar el camino de unirse verdaderamente a Una Santa, Católica y Apostólica Iglesia de Cristo. Ya que, el dar testimonio de la Iglesia Verdadera, de la Ortodoxia o, lo que es lo mismo, de la única Verdad del Evangelio y la única posibilidad de la salvación del mundo – brota de la esencia misma de la Iglesia Ortodoxa. Ante la Verdad apostólica y de los Padres acerca de la Iglesia de Dios genuina y ante el rostro del hecho mismo (de la existencia) de la Iglesia Ortodoxa, la pordiosería del así llamada participación “orgánica” en antieclesiástico Ecumenismo del Consejo Protestante, en general, representaría un acto de una ignorancia impermisible y de la negación de auto-conocimiento y auto-sentimiento de la Iglesia de todas las generaciones a lo largo de los siglos, desde el día de Pentecostés hasta hoy en día. No debe tener su lugar la Iglesia Ortodoxa Universal en el “Consejo Mundial de Iglesias” en Ginebra, lo que no significa que los ortodoxos deben despreciar e ignorar las llamadas de los cristianos no ortodoxos, tampoco renunciar a su misión en el mundo, así como en el mundo occidental contemporáneo. La Ortodoxia desde siempre significa tanto el dar testimonio – la “mistiria”, como la confesión martirial – el “martirion”. El mandamiento de San Apóstol Pedro siempre es válido para nosotros los ortodoxos: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa (“pros apologian”) con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón (“logon”) de la esperanza que hay en vosotros, teniendo buena conciencia…” (1 Pedro 3, 15-16). Esa Esperanza nuestra, según el Apóstol Pablo, es “la gloria de este Misterio – es decir, de la Iglesia – entre los gentiles, la cual es Cristo en vosotros, la Esperanza de la gloria” (Colosenses 1, 27; 1, 24). Esa Esperanza es la Verdad de Cristo, la verdadera fe de Dios – “la fe que actúa por medio del amor” (Gálatas 5, 6) – y el amor de Cristo, “el amor del Espíritu Santo” (Romanos 15, 30). Por eso, nosotros los ortodoxos en el verdadero Ecumenismo no debemos y no nos comportaremos “como niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4, 14-15). Esto lo último lo olvidan muchos mensajeros del ecumenismo del hoy en día, quienes como papagayos incesantemente repiten que ya era suficiente con tantos “siglos de odio” y que ahora es necesario “sólo el amor”, pensando que ese grande, principal y el último Misterio del Cristianismo lo poseen solamente los que lo pronuncian con su lengua, pero su corazón, al mismo tiempo, está lejos del Amor verdadero y de la Verdad (En el concilio uniata de Florencia en el siglo XV también hablaron mucho acerca del amor, pero todo se acabó de manera anti-eclesiástica y vergonzosa). 8. El dar testimonio de la Iglesia Ortodoxa de su plenitud católica de la Verdad es la Cruz y la Crucifixión, significa morir por Cristo y con Cristo, por la salvación de los hombres y del mundo entero, pero ello no es una historia sentimental sobre un

“Cristianismo rosado” y sobre el “amor sin límites”, la cual se niega a sí misma negando a la Verdad, a través de no tener la verdad en el amor. En la Iglesia Ortodoxa Católica (Universal, Conciliar), la Iglesia es la plenitud de la Verdad del Evangelio y de la gracia increada de la Santa Trinidad, y eso es la única posibilidad de la salvación del mundo y del género humano. El dar testimonio de eso, que dura toda la vida, representa la misión la cual “brota” de la esencia misma de la Iglesia. Renunciarlo a eso significa renunciar a la Apostolicidad misma de la Iglesia. Este tipo de dar testimonio significa el descubrimiento soteriológico y la confesión, tanto en la práctica como en la teología, de todas las dimensiones de la Verdad de la Fe ortodoxa y de la vida teantrópica llena de gracia increada de Dios, lo que brota del grande Misterio de la encarnación de Dios y de la theosis del hombre en la Iglesia, como en el cuerpo y la obra de Cristo, en la Iglesia como en la “Economía (el Plan) de la gracia” de la Santa Trinidad (Colosenses 1, 25- 27; Efesios 1, 3-14). Ese “diálogo del amor” ya bastante forzado y anunciado es inconvencible por su verbalismo ante todo, por su sentimentalismo insincero, y en su falta de paciencia aparece como una renuncia incrédula de la salvadora “santificación del Espíritu y la fe de la Verdad” (2 Tesalonicenses 2, 13), la del único “amor salvador de la Verdad” (2 Tesalonicenses 2, 10). En cambio, sólo los que poseen la “verdad en el amor” pueden alcanzar la unión real y salvadora en la fe y gracia, en el organismo vivo de la Iglesia de Cristo Apostólica y de los Santos Padres, pueden alcanzar aquello “crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4, 15). Seriamente hay que darles el testimonio a los cristianos de Europa de que no es posible ni suficiente verbal el “crecimiento en el amor” sin un real “crecimiento en la fe” del Evangelio, sin el “crecimiento en conocer a Dios”, el “crecimiento en la gracia y conocimiento del Señor nuestro y Salvador Jesucristo” (2 Corintios 10, 1415; Colosenses 1, 10; 2 Pedro 3, 18). Una diferenciación simplemente humanística y herética entre la Verdad y el Amor y viceversa, solo es una señal de la castidad evangélica y la honestidad ética que se han perdido, la de un equilibrio espiritual perdido, la de la plenitud en gracia de los dones del Espíritu Santo que se ha perdido; cabe destacar que por ese camino o mejor dicho descamino nunca pasaban ni los santos Apóstoles ni los Santos Padres de la Iglesia. A lo largo de los siglos, los ortodoxos pasaban por el camino de la Verdad en el Amor, y del Amor en la Verdad, y así con “Cristo alojado en corazones por medio de la fe” y en la comunión “con todos los Santos” en el Espíritu Santo, ellos “conocían el Amor de Cristo” y se quedaban “en la Iglesia de Cristo Jesús” para la gloria del Dios Padre y para la salvación del género humano y el mundo entero (Efesios 3, 16-21). Dios ha mostrado Su Amor hacia el mundo y el hombre a través de la Cruz y la Resurrección de Cristo, por eso nuestro amor hacia el mundo y el hombre tiene que ser así, y eso significa aceptar a la Verdad que salva, y la vida en esa Verdad. El minimalismo y pacifismo puro del ecumenismo contemporáneo solamente lo que hace es demostrar sus raíces humanísticas, su filosofía y ética “según hombre” (Colosenses 2, 8), la crisis espiritual de su fe en la Verdad, su insensibilidad docética por la importancia de la fe verdadera revelada por Dios-

Hombre, y la por la significación de la lucha teológica de la Iglesia por la Verdad a lo largo de la historia penada de la Iglesia. He aquí lo que dice acerca de la Verdad y del Amor verdadero y salvador uno de los más grandes Padres de la Iglesia quien, después de los Apóstoles Juan y Pablo, nos ha dejado un himno nuevo del Amor (aquellos 400 famosos capítulos sobre el Amor), quien, al mismo tiempo, era un luchador fervoroso de la fe Ortodoxa en contra de la fe pervertida de los heréticos y de sus palabras pervertidos – se trata de San Máximo el Confesor: “Yo no deseo que los heréticos se atormenten, tampoco me alegro por su mal – ¡Sálvanos oh Dios! – sino que aún más me alegro por su conversión. Ya que, qué podría ser más precioso para los fieles que ver que los hijos que se despilfarraron se reúnan en uno. Yo no me volví loco tanto para que aconseje que la inhumanidad deba ser apreciada más que la filantropía. Al contrario, yo aconsejo que hay que, atentamente y con amor, hacer el bien a todos los hombres y ser todo para todos (1 Corintios 9, 22), según la necesidad de cada uno. Al mismo tiempo, lo único que quiero es aconsejar que a los heréticos como a heréticos no se debe ayudar apoyándoles en sus creencias dementes, sino que allí hay que estar agudo e irreconciliable. Ya que yo no llamo “amor” sino el odio hacia el hombre y caída del Amor Divino cuando uno apoya el error herético, para perdición más grande de aquellos hombres que siguen ese error” (La carta 12, PG 91, 465 C). Estas palabras de San Máximo de la mejor manera demuestran cómo los Santos Padres, siguiendo fielmente a los Santos Apóstoles, se comportaban con aquellos que pervierten la fe revelada por Dios y de tal manera privan a los hombres de la salvación. San Máximo ha dicho también: “La fe es la base de la esperanza y del amor”, ella es la base de la Iglesia misma, por cuanto “el Señor ha dicho que la Iglesia Universal (Católica) es la confesión ortodoxa y salvadora de la fe” (PG 90, 1189 A y 93 0). Así mismo, decía y daba testimonio San Juan Damasceno, un gran luchador también por la fe ortodoxa y por la Iglesia en contra de los heréticos: “El que no cree conforme a la Tradición de la Iglesia Universal (Católica)… es un incrédulo” (Exposición de la fe ortodoxa IV, 10; PG 94, 1128 A). “Todo lo que nos fue entregado a través de la Ley y los Profetas y los Apóstoles y los Evangelistas nosotros aceptamos, y conocemos, y apreciamos altamente, y no pedimos nada más sobre eso… Estemos con eso satisfechos plenamente, y que nos quedemos en eso, no rompiendo las fronteras eternas, ni violando la Tradición Divina” (Ibíd. I, 1; PG 94, 792 A). “Por tanto, hermanos, estemos en la piedra de la fe (Mateo 16, 16-18) y en la Tradición de la Iglesia (1 Corintios 11, 2 y 15, 3; 2 Tesalonicenses 2, 15), no rompiendo las fronteras puestas por nuestros Santos Padres, ni dándoles lugar a aquellos que quieren introducir innovaciones y destruir el edificio de la Santa Iglesia de Dios Católica (Universal) y Apostólica” (Sobre los íconos 3, 41: PG 94, 13-56 CO). Citemos también, al final, la postura patrística expresada por San Juan Damasceno sobre la Santa Eucaristía (en cuya realidad y el poder salvador la gran mayoría de

los ecumenistas protestantes contemporáneos ni siquiera cree), donde la postura ortodoxa excluye toda la posibilidad del así llamado “intercommunio”: “El pan de Eucaristía no es simplemente un pan, sino está unido con la Divinidad… El pan y el vino por la epíclesis (“dia tis epikliseos” – en la cual no creen los romanocatólicos ecumenistas) y el descenso del Espíritu Santo sobrenaturalmente se convierten en el Cuerpo y la Sangre Suya… Comulgando y limpiándose por Ellos, nosotros nos unimos al Cuerpo del Señor y a Su Espíritu, y llegamos a ser el Cuerpo de Cristo (la Iglesia). El Misterio de la Eucaristía se llama “Comulgar”, ya que en ella comulgamos la Deidad de Jesús. También se llama la “Comunión” y, en verdad, él lo es, puesto que por ella nosotros entramos en la unión con Cristo y participamos en Su Cuerpo y Su Deidad; por otra parte, por ella nosotros entramos en la unión de unos con los otros. Y puesto que todos comulgamos un solo Pan, de tal modo llegamos a ser un solo Cuerpo de Cristo y una sola Sangre, y miembros unos de los otros (mutuamente, entre sí mismos), copartícipes de la promesa en Cristo Jesús (1 Corintios 10, 16-17; Efesios 3, 6; Colosenses 3, 11). Por lo tanto, con todas nuestras fuerzas cuidémonos de no recibir la comunión de los heréticos, ni dárselo, tampoco. Ya que el Señor dice: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos” (Mateo 7, 6), para que no se hagáis partícipes de su creencia mala (kakodoxia) y su condenación. Es que si realmente sucede la unión con Cristo y entre sí, entonces en verdad nosotros voluntariamente nos unimos a todos aquellos que comulgan junto con nosotros. Y esa comunión sucede voluntariamente, no sin nuestro consentimiento” (Exposición de la fe ortodoxa IV, 13: PG 94, 1149-53). 9. En cuanto a la relación de la Iglesia Ortodoxa con la Romana, se trata igualmente de un serio problema eclesiológico. Para algunos ortodoxos, incluso para los ciertos entre los jerarcas, el Romanocatolicismo representa la “Iglesia antigua Occidental” con sus “costumbres y dogmas especiales” los que son válidos sólo para Occidente y los que , como tales, existían antes del año 1054. La división, consideran ellos, vino solamente por “haberse perdido el amor” y, por tanto, ahora son justamente ellos quienes vienen después de los “nueve siglos de odio” para que, con ayuda del “amor”, superen el cisma. Al mismo tiempo ellos consideran que el problema de que lleguen a ser uno de nuevo el Cristianismo Oriental y el Occidental no es, y no debe ser, una cuestión de teología, una cuestión de la fe Recta, Verdadera, sino la del “diálogo de amor”; sólo hay que “quitar mutuamente los anatemas entre sí” entre Roma y Constantinopla y, de esa manera, se va a “recuperar la unidad”. La colocación del problema de la relación entre la Iglesia Católica Ortodoxa y la Romana así simplificada, no teológica y en gran medida agnóstica e ignorante – no sólo que demuestra el desconocimiento de la historia de la Iglesia y de la problemática teológica real, tal como diferentes perspectivas soteriológicas las cuales están detrás de las diferencias dogmáticas entre la Ortodoxia y Roma, sino que ayuda en que la mentalidad unionista siga existiendo, la mentalidad de LyonFlorencia la cual existe hasta hoy en día en la Iglesia Papal, especialmente en el Vaticano. La mentalidad unionista del Ecumenismo papo-céntrico romano no puede ser cambiada y superada por medio de una distorsión así del verdadero Ecumenismo

Ortodoxo, es decir – a través de huir del enfrentamiento con reales problemas teológicos, soteriológicos y eclesiológicos, los cuales separan la Iglesia Romana de la antigua Iglesia Ortodoxa de los Santos Padre y los Concilios Ecuménicos. Ya que, como fue notado por parte de algunos buenos conocedores de teología y de la historia de la Iglesia (como, por ejemplo, un Jorge Florovski) – ya en el siglo XIV, durante las discusiones acerca del hesicasmo, en el fondo de la contienda acerca del Filioque se descubrían las diferencias esenciales en los entendimientos teológicos tanto sobre Dios (muy probablemente eso es producto de la experiencia espiritual diferente y de la experiencia diferente en la creencia y experimentación del Misterio del Dios Trino y en comunicación con Él), como en el entendimiento y experimentación de la gracia, la salvación y la theosis del hombre. Además, hay que añadir también el hecho de que Roma no se quedó solamente en aquellas diferencias en el siglo XI y el XIV, sino que, en su desarrollo ulterior, más y más se alejaba de la Tradición teológico-eclesiástica de la antigua Iglesia de los Padres y Concilios comunes, especialmente desde el concilio de Trento en adelante (1545-1563), y después del Primer concilio de Vaticano (1870) cuando fueron proclamados nuevos dogmas inexistentes, desconocidos para la Revelación y la Iglesia antigua, y se establecieron las distorsiones y errores eclesiológicos (la primacía absoluta e infalibilidad papal, ¡solo porque están de Roma!). De tal modo se han establecido nuevas diferencias esenciales y los obstáculos teológicos para el restablecimiento de la unidad de la Fe y la Iglesia y, por ende, aún más ha sido profundizado el abismo entre el Cristianismo Oriental y el Occidental. Lamentablemente, allí ni siquiera el Segundo concilio de Vaticano (1962-1965), reunido poco antes, a pesar de muchas reformas, no ha cambiado mucho la situación, ya que ha confirmado todos los alejamientos antiguos del Oriente Ortodoxo por parte de la Iglesia Romana, antes todo – el poder y la primacía papal, y la “infalibilidad” ex cathedra, una doctrina y creencia por la cual la “comunión del Espíritu Santo” (koinonia tou Agiou Pneumatos) (2 Corintios 13, 13) – en la Iglesia Universal – Conciliar – dejó de ser válida como un criterio central de la fe y de la Tradición (porque, según eso, el papa es infalible “por sí mismo y no por el consenso de la Iglesia” = ex ese et non ex consensu Ecclesiae). Lo que es necesario para el verdadero Ecumenismo Ortodoxo es que, durante cualquier reunión de la Iglesia Ortodoxa con la Romana, en primer lugar – con sobriedad teológica y de los Santos Padres y con una buena conciencia histórica y, claro, con fidelidad al espíritu y sentido del Evangelio del Cristo Dios-Hombre y a la Sagrada Tradición de la Iglesia antigua – sean reconsiderados tanto antiguos como nuevos “dogmas” de Roma. El Filioque, la primacía e infalibilidad papal, así como sus consecuencias eclesiológico-soteriológicas. Estamos seguros de que muy pronto saldría a la luz el hecho de que será necesario reconsiderar incluso aquellos puntos de la fe que antes era común para nosotros, en los cuales, como a los muchos les parece, Roma formalmente concuerda con la Ortodoxia, por ejemplo: el lugar y el papel del Espíritu Santo y de la gracia en la Iglesia, la cuestión del pecado y la salvación, el entendimiento de la Eucaristía y del Episcopado, la cuestión de la

Eclesiología y la Sagrada Tradición. Para nosotros los ortodoxos el criterio de esa reconsideración es la “predicación de los Apóstoles y los dogmas de los Padres y de los Concilios”, como leemos en el contaquio en el oficio divino dedicado a los santos Padres del Primer Concilio Ecuménico. 1] Como lo dice San Juan Damasceno: “Si el hombre es el enlace entre todas las cosas visibles e invisibles, entonces, habiéndose unido el Creador el Verbo de Dios con la naturaleza humana – a través de ella se unió con la creación entera” (PG 96, 662; también en San Máximo, PG 91, 1312) [2] Este nombre de la Iglesia de Jerusalén se encuentra en nuestros libros con los oficios divinos, está allí desde los tiempos más antiguos. Así también San Ireneo dice acerca de la Iglesia de Jerusalén: “Ésa es la Iglesia de la cual cada Iglesia ha recibido su principio… es la metrópolis de los ciudadanos del Nuevo Testamento” (En contra de las herejías 3, 12, 5). También, los Santos Padres del Segundo Concilio Ecuménico (el año 382) dicen: “De la Iglesia en Jerusalén – la madre de todas las Iglesias” (Teodoreto, La historia de la Iglesia, 5, 9). TRADUCIDO AL CASTELLANO POR МАРКО ДАШИЋ

l mes de julio… El sol brillante de la ciudad de Moscú freía el Arbat que ya fue agotado por el calor. La brisa suave que de ningún modo reducía este calor, solo lo que hacía era levantar las nubes de polvo en el pavimento, las nubes que le recordaban al cualquier pasajero devoto a los demonios del desierto. Una tal comparación de ninguna manera era equivocada. Los sentimientos ya entrenados han notado algo, no lejos de ahí, lo que parecía a un concierto de rock, cuyos sonidos terribles se extienden frecuentemente por las murallas de nuestra ciudad capital muy sufrida (durante su historia; n. del trad.). Las orejas de este hombre cristiano ya se habían acostumbrado a no recibir tales estupideces, cuando, de repente, lo que ha provocado el asombro, entre los aullidos de las “gatas en los tejados”, se pudo escuchar el santísimo nombre de Jesús… “¡Oh, Jesús! ¡Tu Nuevo Jerusalén nos está esperando!” salvajemente gritaban las voces que, como más tarde ya lo entendió nuestro héroe, pertenecían a un grupo de cinco jóvenes vestidos decentemente. Pero, mientras este cristiano ortodoxo se estaba acercando al lugar de ese acontecimiento, el canto se acabó y uno de los cantores se dirigió a los presentes con un sermón histérico sobre la pernicie de la Ortodoxia. A este cristiano no le quedó ninguna otra opción que, acordándose de las palabras tremendas de Cristo el Salvador: “Porque el que se avergonzare de Mí y de Mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de Su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8, 38), posponer todos sus trabajos y acercarse, para defender el Cuerpo de Cristo – Su Santa Iglesia. Ese predicador protestante decía que la verdadera fe los ortodoxos no la poseen, puesto que la fe personal la han cambiado por los ritos; por ejemplo, bautizando a los niños. Justamente sobre este tema este cristiano empezó la conversación con los heréticos reunidos en aquel lugar. Como a menudo ocurre durante los debates, el uno interrumpía al otro, y los sectarios, como de costumbre, trataban de cambiar de tema. Por eso, para que la lectura de este libro sea más cómoda y para evitar repeticiones, todos los argumentos expuestos por ambas partes pondremos en un diálogo, donde todo lo que han dicho los heterodoxos estará bajo el nombre “protestante”.

EL PROTESTANTE: Ustedes los ortodoxos no tienen vergüenza de considerarse a sí mismos como los cristianos, aunque directamente están violando Sus mandamientos, puesto que bautizan a aquellos que aún no tienen la fe. ¿Me extraña ver cómo es posible convertir a los hombres sin su conocimiento, violentamente haciéndolos cristianos (aunque ustedes están en el error)? EL CRISTIANO: Permítame preguntarle: ¿Dónde, según su parecer, el Señor enseña que es imposible bautizar a aquellos que todavía no poseen la fe personal? Le pido que me cite el versículo concreto de la Sagrada Escritura, para que pudiéramos persuadirnos en qué medida usted verdaderamente transmite el significado de la palabra de Dios. EL PROTESTANTE: Eso es fácil. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Marcos 16, 16). EL CRISTIANO: Pero, vamos a leer las palabras del Señor hasta el final, para que no pervirtamos la Revelación: “Mas el que no creyere será condenado” (Marcos 16, 16). Pues, yo aquí no veo las palabras las cuales ustedes Le atribuyeron a Cristo: “Bautizad solamente a aquellos que han alcanzado la mayoría de edad y Me recibieron como su Salvador personal”… Por cierto, ese título de nuestro Señor tan popular para ustedes no lo vamos a encontrar en ninguna parte de la Escritura. Al contrario, allí está escrito que “Él es el Salvador del Cuerpo” (Efesios 5, 23), es decir, de la Iglesia, y no de una persona en particular. Pero bueno, regresemos al tema. Ustedes atribuyen a la Escritura sus propias ficciones. Aquí está escrito sólo lo que está escrito: que para la salvación es necesaria tanto la fe como el Bautismo. Claro, ningún cristiano ortodoxo le va a decir que será salvado un hombre quien fue bautizado en su niñez, pero no creyó habiendo llegado a la mayoría de edad. Si entendiéramos estas palabras así como las entiende usted, entonces resultaría que los

niños que murieron son condenados a la perdición. Ya que, ellos no poseen la fe consciente la cual ustedes les piden. EL PROTESTANTE: Así que, según usted, ¿para bautizar a los niños no es necesario tener ninguna fe? De tal manera ustedes llegan a tener una magia verdadera. La Escritura dice: “El bautismo… no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3, 21). ¿Pues, cuál promisión puede dar un recién nacido? EL CRISTIANO: Claro, durante el Bautismo de los niños la fe se exige de sus padres y padrinos. Según las reglas de la Iglesia, no pueden recibir el Bautismo los niños de los padres incrédulos, ya que ésos no pueden garantizar que su niño será educado en la Ortodoxia y que no va a caer, por ejemplo, en la herejía protestante. En cuanto a las palabras del Apóstol Pedro, tengo que decir, con algo de pena, que aquí ocurrió un error en la traduccción. En el texto eslavo dice: “… no quitando las inmundincias de la carne, sino como la PROMESA de una buena conciencia hacia Dios por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3, 21). De verdad, si nosotros solos, por sí mismos, podemos darle promesa al Señor de una buena conciencia, entonces no es necesaria para nada ni siquiera la obra (salvadora) misma de Cristo. ¡Resulta que nosotros, por nuestras propias fuerzas, podemos llegar a ser justos! Sin embargo, el Apóstol Pedro aquí, así como siempre, dice que el Bautismo nos salva; y si nos salva, eso significa que la salvación nos es necesaria, y por tanto, claro, no podemos prometerle nada a Dios. Si reconocemos esta traducción, la cual es más precisa, entonces aquí no hay ninguna contradicción con la práctica cristiana. Ya que, siempre podemos pedirle al Señor que le dé a un recién nacido una buena conciencia. ¡Para el Eterno la edad no representa ningún obstáculo! Por cierto, nuestra polémica tiene un carácter en cierta medida abstracto. Nosotros aún no hemos hablado sobre lo principal. Ni usted ni yo hemos expuesto nuestra comprensión de qué es el Bautismo. Justamente aquí se encuentra la raíz misma de nuestras contradicciones. Por favor, exponga su punto de vista, qué es, según usted, el Baustismo. Explíque, por favor, por qué él es necesario.

EL PROTESTANTE: La salvación se le otorga al hombre como un don, solamente por su fe. El Bautismo es necesario solamente como una señal de que el hombre ya Le recibió a Jesús como su Salvador personal. Las aguas del Bautismo no se diferencian en absoluto de cualquieras otras aguas, y ella por sí misma no le puede ayudar en nada al hombre quien todavía no creyó (por cualquier razón que sea). Ese rito es necesario solamente porque lo estableció Jesús. Él no representa nada más que solamente un testimonio exterior del nacimiento interior ya existente, el cual se realizó solamente por la fe. EL CRISTIANO: Claro, entonces, con ese enfoque, el Bautismo de los niños es imposible. Aparte de eso, ese mismo rito suyo es absurdo. Ya que usted honestamente reconoce que ese baño suyo no le está dando nada. Es que, solo no hay que extender esa falta de la experiencia de sentir el poder de Dios en sus aguas (de ustedes) a lo que sucede en la Iglesia Verdadera. Basándose justamente en esa experiencia, confirmada en la Revelación, nosotros confesamos que “El Bautismo es el Sagrado Misterio en el cual los fieles, con la triple inmersión del cuerpo en el agua, invocando al Dios Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, mueren para la vida carnal y pecadora, y renacen por el Espíritu Santo para la vida espiritual y santa” (El Catecismo Ortodoxo de San Filaret de Moscú). Esta decisión representa la explicación de las palabras del Señor: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3, 5) (a este mandamiento regresaremos de nuevo más tarde), así como de las palabras del Apóstol Pablo quien enseña: “¿O no sabéis que todos (no solamente los adultos) los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte? Porque somos sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6, 3-4). También sabemos que, en el Bautismo Ortodoxo, el hombre se hace miembro del Cuerpo de Cristo (como de eso habla el Apóstol: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12, 13)) y se reviste de Cristo (Gálatas 3, 27). Gracias al Bautismo, se lavan todos los pecados del hombre (Hechos 22, 16), entre otros también el que heredaron de Adán (*). Como el Apóstol Pablo dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte entró en TODOS los hombres, por cuanto TODOS pecaron” (Romanos 5, 12), por tanto, todos tienen la necesidad de la purificación y liberación del fermento de la muerte antigua. Aquí los niños no representan excepción, ya que “¿Quién hará limpio al inmundo? Nadie” (Job 14, 4). Pues, si es así, entonces incluso ellos deben vestirse del Único Inmortal y hacerse miembros de Su Cuerpo para que puedan ser salvados. En verdad, es muy sorprendente su autoconfianza. Usted dice que el hombre no puede hacer nada por su propia salvación y al mismo tiempo considera que eso es una decisión tomada voluntariamente, como, por ejemplo, que el reconocimiento personal por su parte de Jesús como del Salvador en un instante les eleva hasta los cielos. EL PROTESTANTE: Pero, es dicho: “Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos

resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos POR MEDIO DE LA FE; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2, 5-9). EL CRISTIANO: Perdón, pero, justamente ustedes son los que aseguran la necesidad de las acciones humanas solamente. Ustedes consideran que, durante el bautismo, todo lo realiza solamente el hombre. Él está dando promesa. Él testifica sobre su fe. Ahí no hay lugar para Dios. Pero, el Apóstol Pedro dice que el Bautismo salva por la resurrección de Cristo. Si es así, entonces resulta que aquí, no obstante, no se trata de un don de Dios, sino de algunas acciones por parte de los hombres, de las cuales ustedes se jactan pensando que los salvan ésos, supuestamente. Pues, no es así, a nosotros nos salva precisamente la gracia de Dios, es decir, Su poder increado, el cual actúa a través de los Sagrados Misterios ortodoxos, empezando con el Bautismo. Justamente el Señor realiza el renacimiento por agua y por el Espíritu, el sacerdote aquí es sólo un siervo Suyo, y no un teúrgo autocrático. Aquí lo que el hombre hace solamente es recibir la gracia increada de su Creador; si es así, entonces no existe ninguna razón para no permitir que se haga en los niños. Ya que, Cristo mismo había ordenado: “Dejad a los niños venir a Mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el Reino de Dios” (Marcos 10, 14). Pues, ¿cómo se atreven los protestantes a ahuyentar de Dios a los que Él mismo llamó a Sí? Si en el texto de San Apóstol Pablo el cual usted citó es dicho que somos resucitados con Cristo, siendo muertos en pecados, entonces cómo se podría afirmar que para el Bautismo es necesaria la comprensión y la decisión consciente. ¿Cómo un muerto puede entender el proceso de su resurrección? Pues, usted intente explicarme el mecanismo de cómo nosotros estamos sentados con Cristo en los cielos. ¿Cómo Dios resucitó de la tumba? ¿Cómo nosotros nacemos de agua y del Espíritu? Si usted no puede decir cómo eso ocurrió (y no puede, puesto que Dios es incognoscible en todas Sus obras) entonces, según su propia lógica, ustedes mismos (y no solamente los niños) nunca podrán recibir el Bautismo. EL PROTESTANTE: Pero, si Dios ha dicho sobre los niños que “de los tales es el Reino de Dios”, entonces, ¿por qué bautizarlos? EL CRISTIANO: Dios no ha dicho que el Reino es de los niños, sino de los tales como son los niños, así puros y sin maldad. Si reconocemos como recta su interpretación, entonces resulta que nadie tiene necesidad de bautizarse. Ya que Cristo decía a los adultos que imiten a los niños; y si los niños pueden salvarse sin el Bautismo, entonces todos los demás también lo pueden. ¡Pero eso es un absurdo! El Señor claramente decía sobre la necesidad del Bautismo para la salvación. Hay que decir que la práctica cristiana de bautizar a los niños se puede justificar de una otra manera, también. El Apóstol Pablo dice que en Cristo “también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo, sepultados con Él por el bautismo” (Colosenses 2, 11-12). Si el Bautismo es la circuncisión de Cristo no hecha a mano,

cómo entonces podríamos alejarlos de él a los niños, cuando incluso en el Antiguo Testamento el hombre entra en el pacto con Dios a través de ser circuncidado de edad de ocho días (Génesis 17, 12). ¿Por qué en el tiempo de Abraham era posible entrar en el pacto con el Creador en la niñez por la fe de los padres, y después de la venida del Salvador esa posibilidad se perdió?

EL PROTESTANTE: Pues, ha sido dicho que la circuncisión es abolida y no vale más. Si es así, entonces ni los niños tienen necesidad de bautizarse. EL CRISTIANO: Si siguiéramos su lógica, entonces el Bautismo no sería necesario ni para los adultos tampoco. Ya que, hace un rato hemos citado las palabras del Apóstol de que el Bautismo es la circuncisión no hecha a mano. Su argumento se basa en aquella famosa afirmación: “Lo que le gusta a la abuela, pues, eso le llega al sueño”. Dígame, si entrar en el pacto con Dios en el Nuevo Testamento se hizo más difícil en comparación con el Antiguo, entonces, como primero, ¿por qué vino Jesús? y, como segundo, ¿dónde en la Escritura nos fue anunciada por parte de Dios esa decisión dura? EL PROTESTANTE: No, responda usted, ¿dónde en la Escritura ha sido dicho que hay que bautizar a los niños? EL CRISTIANO: Y usted diga dónde es dicho que hay que bautizar a los minusválidos, viejos y otros. Si no existe una prohibición y no ha sido dicho especialmente que es necesario de todas las naciones (Mateo 28, 19) excluir y privar de la gracia increada solamente a los niños, entonces todas sus afirmaciones no son nada más que la distorsión de la Revelación conforme a la voluntad de su razón caída y pecadora, con la cual usted intenta convertirse en consejero de Dios. Mas el profeta dice: “¿Quién enseñó al Espíritu del Señor, o Le aconsejó enseñándole?” (Isaías 40, 13). Es necesario notar que un leyente atento verá muchos testimonios directos de que los Apóstoles bautizaban a los niños: así, el Apóstol Pablo bautizó al hogar completo de Lidia (Hechos 16, 15), al de aquel carcelero (Hechos 16, 33), en la ciudad de Corinto al hogar de Crispo (Hechos 18, 8). En su primera Epístola a los Corintios, él escribe que los niños de esa mujer creyente eran inmundos, mientras que ahora son santos (1 Corintios 7, 14) y la santificación, como dice en esta misma

Epístola, el hombre recibe a través del Bautismo (6, 11). El Apóstol Juan les escribe a los niños: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por Su nombre” (1 Juan 2, 12), lo que ocurre solamente en el Bautismo y en la Divina Liturgia la cual lo sigue, cuando la Sangre de Cristo Jesús, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado (1 Juan 1, 7; véase también Hechos 22, 16). “Mucho me regocijé“, dice San Juan sobre los niños bautizados, “porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre” (2 Juan 4). Es decir, la práctica ortodoxa de llevar a los niños a la comunión con la Verdad, con Cristo, a través del Bautismo (“Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3, 27)) es el mandamiento directo del Padre. Eso quiere decir que ustedes los protestantes se atreven a alejar del Misterio a los que el Padre mismo llamó. Si Él consideraba a los niños dignos de esa gracia increada, es obvio que tenemos que obedecer a Su voluntad. Pero, al final, quisiera hacer notar que la Escritura directamente dice que los niños son dignos del Bautismo. En el día de Pentecostés, el Apóstol Pedro claramente dice: “Arrepentíos (notemos que no añadió “todos”, ya que los niños no se pueden arrepentir) y bautícese CADA UNO de vosotros (es decir, sin excepción) en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para VUESTROS HIJOS (más claramente no se puede expresar la enseñanza ortodoxa) y para todos los que están lejos a los que llamará el Señor nuestro Dios” (Hechos 2, 38-39). Eso quiere decir que Dios, sin lugar a dudas, ordena que los niños se bauticen por la fe de sus padrinos, para que después, cuando crecen, bajo la influencia de la gracia increada la cual les protege, absorben lo que les fue dado por la misericordia del Salvador. Me dirijo a ustedes con las palabras del Apóstol Pedro: “Sed salvos de esta perversa generación” (Hechos 2, 40), si no, Dios les va a condenar en el día del Juicio. La resistencia a la palabra del Señor, en la cual ustedes se encuentran ahora, y la caída de Su Iglesia es aquel pecado de herejía sobre el cual Pablo testificó que los que lo cometen no heredarán el Reino de Dios (Gálatas 5, 20-21). ***

Los protestantes no fueron capaces de responderle al cristiano y, similar a los judíos, “se fueron, teniendo gran discusión entre sí” (Hechos 28, 29). Mas nuestro héroe enderezó sus pasos hacia los callejones del Arbat, de donde ya se escuchó el sonido de las campanas del templo de San Apóstol Felipe, elevando el agradecimiento vespertino al Señor, al “varón de guerra” (Éxodo 15, 3): “Tu diestra, oh Señor, ha sido magnificada en poder; Tu diestra, oh Señor, ha quebrantado al enemigo. Y con la grandeza de Tu poder has derribado a los que se levantaron contra Ti…Tú los introducirás y los plantarás en el monte de Tu heredad” (Éxodo 15, 6-7; 15, 17) (*) Cuando nosotros los ortodoxos hablamos del pecado heredado de los ancestros, siempre nos referimos a su consecuencia, a la muerte (esta naturaleza caída, herida, enferma, incapaz de unirse a su Creador, en lo que justamente consiste la salvación eterna para el hombre). Los ancestros tuvieron culpa por su pecado de desobediencia a Dios; este pecado suyo les fue perdonado por el Señor. Ellos ahora, junto con los demás justos del Antiguo Testamento, están en el Paraíso; el Señor los sacó del hades en el día del Gran Sábado, cuando descendió con Su alma humana allí abajo. Además, Adán y Eva también heredaron el resultado de su pecado – esta naturaleza caída. Nosotros, sus descendientes, no heredamos la culpa por este pecado, nosotros heredamos solamente esta naturaleza caída, consecuencia de aquel pecado. Siempre cuando leemos en los textos que hablan de la doctrina ortodoxa expresada por los Santos Padres ortodoxos, sea en el griego, ruso o cualquier otro idioma en el cual éstos escribían – con la palabra “pecado”, en cuanto a lo que hemos heredado nosotros, se refieren a esta naturaleza caída, a este estado del pecado en el cual nos encontramos. (Nota del traductor) Fuente: http://www.svedokverni.org/o-krštenju-dece-sveštenomučenik-danil/ TRADUCIDO AL CASTELLANO POR МАРКО ДАШИЋ Y ANDA MARIA MARTIN

proponemos a su atención una obra excelente de uno de los más grandes misioneros de la Iglesia Ortodoxa en el día de hoy – del sacerdote Jorge Maximov. Es la verdad que los cismáticos pueden utilizar la regla XV del Primer-Segundo Concilio en Constantinopla para justificar su cisma, es suficiente un acto en contra de los cánones por parte del cierto clérigo para romper la comunión y salir de la Iglesia, cuál es en realidad la historia con el anatema contra el ecumenismo pronunciado en el siglo pasado, cuál posición, en el sentido espiritual, en todo eso, tiene que sostener un cristiano ortodoxo quien sinceramente desea quedarse fiel a la doctrina de Cristo – todo esto son las preguntas a las cuales usted puede recibir respuestas en este libro, el cual representa la transcripción de las emisiones en la estación de radio “Radonezh”, en las cuales habla este gran misionero. El libro es un poco más largo, exige esfuerzo para ser leído, pero nosotros esperamos que eso no vaya a representar un obstáculo para los hombres quienes quieren conocer cuál es la enseñanza verdadera. El tema de cisma es muy importante, muchos peligros de cisma no son suficientemente entendidos. Los ataques de los cismáticos contra nuestra Iglesia Ortodoxa observaremos después; ahora hablaremos sobre cuál es la posición de la Ortodoxia en cuanto al pecado de cisma. ¿Qué es el cisma? ¿Cómo enseñan acerca del cisma los Santos Padres? Sin entenderlo primero eso, nosotros no podemos entender completamente qué sucede con los hombres que se caen de la Iglesia Ortodoxa; además, nosotros mismos también nos encontramos en la zona de riesgo si no tenemos sensibilidad hacia este tipo de pecado. Para comenzar, hay que explicar qué es el cisma. A diferencia de herejía que significa la separación de la Iglesia Ortodoxa por causa del cambio en la doctrina que se confiesa (вероучење), cuando los hombres distorsionan la doctrina cristiana misma y por eso salen de la Iglesia – los cismáticos desgarran la Iglesia por otras razones, no dogmáticas. Eso puede ser por cualquier razón, por ejemplo, por algunos sentimientos nacionalistas, bajo la propuesta de la separación nacional pueden ocurrir las separaciones de la unidad de la Iglesia; también, bajo la propuesta de varias acucasiones inventadas como, por ejemplo, de la supuesta apostasía de la Iglesia Ortodoxa etc. Lo más peligroso en el cisma es que éste mata a los hombres quienes ya entraron en la cerca de la Iglesia. Los demás errores están orientados hacia los hombres quienes están fuera de la cerca de la Iglesia, aunque, claro, sabemos los ejemplos de los ortodoxos que cayeron en varios errores y herejías; pero, el cisma representa las armas del diablo dirigidas contra los hombres ortodoxos que están en la Iglesia. Aquí se trata de una copia casi completa de la Iglesia verdadera.

Si nos vamos a un templo cismático, a veces nos puede ser muy difícil de reconocer que allí no se trata de un templo ortodoxo. Si ellos no ponen de manifiesto a quien pertenecen, es que sucede así que lo esconden, de tal manera intentando atraerlos a sí mismos a los hombres de la Iglesia Ortodoxa canónica, entendiendo que, si los hombres supieran de quien se trata, si supieran de su estatus de apóstatas, muchos entre ellos no les seguirían. Viendo desde fuera, todo es igual, los mismos templos dentro de los cuales se encuentran los mismos íconos, los así llamados obispos suyos o los sacerdotes o los monjes están vestidos de la misma forma que los ortodoxos, los mismos libros ortodoxos allá los pueden proponer para la lectura, se llevan las conversaciones sobre la Ortodoxia, y aún más, sobre el nivel de la fe, sobre el fervor por la verdad. En el cisma pueden haber aún más tales conversaciones. Todo eso parece tanto a la Iglesia verdadera; no obstante, eso no es la Iglesia. En nuestro tiempo, lamentablemente, muchos entre los laicos y sacerdotes se caen de la Iglesia Ortodoxa en cisma. Eso ocurre porque, en general, en las mentes de nuestros contemporáneos ha sido borrada la comprensión recta de qué es la Iglesia de Cristo. Por esa razón, en primer lugar quisiera recordar algunas verdades básicas. Como primero: Existe Dios Quien nos dio la vida a cada uno de nosotros. En nuestra vida existe el sentido: elegir entre estar con Dios o con el pecado, con la verdad o con la mentira. Dios nos dio la posibilidad de conocer la verdad, nos la reveló en Su Palabra – en la Biblia. De los que eligieron en favor de Dios y la Verdad, Él ha creado “linaje escogido, real sacerdocio” (1 Pedro 2, 9), es decir, Su Iglesia. Un hombre quien sinceramente aspira hacia la unión con Cristo, no puede, al mismo tiempo, encontrarse en enemistad con otros hombres o estar separado de ésos que asimismo anhelan la unión con Cristo. Eso ya el Apóstol Juan lo reprendía: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a Quien no ha visto?” (1 Juan 4, 20). El diablo, con la ayuda del pecado y el odio, trajo al mundo la división entre Dios y el hombre, así como la entre los hombres entre sí. Al contrario de eso, Cristo, a través del amor, la santidad y el sacrificio, trajo la curación a nuestro mundo dividido y fraccionado. El Señor trajo la unidad a Su Iglesia, en la Cual Sus discípulos llegan a ser uno con Dios y entre sí. Como decía el abad Doroteo: “Cuánto más los hombres se acercan a Dios, tánto más se acercan unos a otros”. Es tan importante esta unidad de los fieles, que Cristo, en el jardín de Getsemaní, rezó al Padre justamente por eso: “Para que todos sean uno; como Tú, oh Padre, en Mí, y Yo en Ti, que también ellos sean uno en Nosotros; para que el mundo crea que Tú Me enviaste” (Juan 17, 21). Por eso, los discípulos de Cristo enfrontaban con delicadeza los intentos de romper esta unidad. He aquí lo que escribe el Apóstol Pablo: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Romanos 16, 17).

Una división en la Iglesia puede ocurrir tanto a través de la introducción de una nueva doctrina, a través de herejía de la cual hemos hablado, como a través de los cismas. Tanto en el primer como en el segundo caso, la Iglesia se queda así como era hasta entonces, Una sola; pero, de esa unidad de Cristo se caen aquellos que siguen a los que se separaron. ¿Cómo enseñaban los Santos Padres de la Iglesia acerca de los cismas? Bienaventurado Agustín decía: “Nosotros creemos en la Iglesia Santa y Conciliar (Universal, Católica); sin embargo, tanto los heréticos como los cismáticos llaman a las comunidades suyas “las iglesias” también. Pero, los heréticos, pensando falsamente sobre Dios, distorsionan la fe misma, mientras los cismáticos, a través de las divisiones ilegales, se apartan del amor fraternal, aunque creen en lo mismo que nosotros. Por lo tanto, ni los heréticos pertenecen a la Iglesia Universal Que ama a Dios, ni los cismáticos pertenecen a Ella”. El caer en cisma no es nada mejor que caer en herejía, también se trata del camino por el cual uno se echa fuera a sí mismo de la comunidad de los que se salvan, fundada por el Señor Jesucristo. Los cismáticos, aunque se parecen a los ortodoxos, en realidad son los enemigos de la Iglesia, se hicieron a sí mismos así con relación a la Iglesia e intentan extraer a los hombres de la cerca de la Iglesia. Son conocidos los ejemplos cuando diferentes cismáticos se meten en nuestras parroquias ortodoxas, perturban a los hombres, intentan llevarles consigo. Lamentablemente, entre nosotros gobierna esta opinión: “Sí, la herejía es algo horrible, con ella es necesario luchar; pero el cisma quizás no es algo bueno, pero nada terrible, ahí se trata de la cerca de la Iglesia también, no tiene influencia en la salvación”. Esta opinión es falsa, equivocada y no ortodoxa. Voy a citar las palabras de San Ignacio Teóforo, el discípulo de los Apóstoles, quien escribió: “No os engañéis, hermanos míos. El que sigue a los que causan divisiones no heredará el Reino de Dios”. Ustedes ven cuánto peligrosa es esta cosa. Si caemos de la unidad de la Iglesia, ni siquiera importa si estamos en un grupo el cual se llama la “Iglesia Ortodoxa” también, o incluso la “Iglesia Ortodoxa Verdadera”, no importa que allá todo parece a la Ortodoxia; sin embargo, llegamos al camino el cual conduce al fuego eterno. Lo más triste en eso es que los hombres que ya se hicieron ortodoxos, de repente caen en el engaño espiritual (prelest) y se caen de la unidad de la Iglesia.

También, voy a citar la doctrina ortodoxa sobre la Iglesia tal como la ha expresado el Hieromártir Hilarión Troitski: “La Iglesia es Una sola y solamente Ella posee toda la plenitud de los dones del Espíritu Santo. Todo aquel que, por cualquier razón que sea, se aparte de Ella y caiga en herejía, en cisma o forma algún foro insubordinado – pierde su participación en la gracia increada de Dios. Lo sabemos y estamos convencidos de que la caída ya sea en herejía o en el cisma, o en sectas significa una perdición total y la muerte espiritual. Para nosotros no hay Cristianismo fuera de la Iglesia. Si Cristo ha fundado a Su Iglesia, y la Iglesia es Su Cuerpo, entonces separarse de Su Cuerpo significa – morir”. He aquí por qué es tan esencialmente importante cuidarse de las amenazas no solamente que vienen de las herejías, sino y de las que están relacionadas con los cismas. Para confirmar esta opinión de que los cismas no son en absoluto menos peligrosos que las herejías, voy a citar aquí las palabras de San Juan Crisóstomo: “Causar divisiones en la Iglesia no es menos mal que caer en herejía” (Interpretación de la Epístola a los Efesios). Este Santo también ha escrito: “El pecado de cisma no puede ser lavado ni siquiera por la sangre del martirio”. Es tan difícil ese estado, tan pernicioso. También los Santos de los tiempos más cercanos a nosotros (hablan de eso), como San Ignacio quien advierte: “El pecado mortal del cristiano ortodoxo que no fue curado por el arrepentimiento, le sujeta a aquel que lo hizo a los tormentos eternos. los pecados mortales para un cristiano ortodoxo son: herejía, cisma, blasfemia, apostasía… Vemos a cuál lugar San Ignacio Brianchaninov puso el pecado de cisma. “Cada uno de estos pecados”, continúa San Ignacio, “mata al alma y la hace incapaz para la bienaventuranza eterna hasta que no se limpie por el arrepentimiento”. Lo mismo también escribe y San Juan de Kronstadt: “Hombre, has alcanzado la unidad, con todas tus fuerzas evita las divisiones espirituales. Dios es la unidad, el diablo es la división; división en la Iglesia es una obra diabólica, las herejías y los cismas son la obra del diablo”. Un Santo antiguo, San Ireneo de Lyon decía que “Cristo les va a juzgar a los que causan cismas, no tienen el amor por Dios

y se preocupan más de su propio beneficio que de la unidad de la Iglesia, quienes por algunas razones insignificantes y fortuitas cortan y destrozan el grande y glorioso Cuerpo de Cristo y, cuánto depende de ellos – lo derriban; quienes mientras hablan sobre la paz, crean la enemistad”. El primer peligro el cual lleva hasta el camino que puede terminar en caer en cisma es la pasión de juzgar a los demás, especialmente a los sacerdotes y los obispos de nuestra Iglesia. Creo que los hombres, quienes conocen a los cismáticos y quienes han leído su literatura o sus páginas web, notan como la Noticia buena cristiana completa en esos cismáticos llega a ser el odio contra la Iglesia, contra algunos sacerdotes o obispos quienes, como les parece a ellos mismos, pecan gravemente, a quienes juzgan con malicia y se burlan de ellos – hasta tales cosas se baja el hombre quien está en cisma. Para nosotros también es importante evitar esa perdición, ese peligro, cuando empezamos a escuchar o lo que nos habla el calumniador – el demonio, o lo que nos habla un calumniador – algún hombre por medio de quien habla el demonio, cuando intenta sugerirnos la desconfianza, sospechas o enemistad en contra de la Iglesia a través de considerar algunos pecados de ciertos sacerdotes. Eso no significa que tales sacerdotes no practican algún pecado, aunque por supuesto que ocurre que ellos abiertamente calumnian a los hombres, pronuncian los hechos no comprobados, una calumnia obvia. Ocurre también que los enemigos de la Iglesia en verdad notan algún pecado de alguno entre los clérigos. Pero, ¿acaso eso significa que el hombre, quien hizo algún pecado, convirtió nuestra Iglesia entera en la “ramera de Babilonia”, como dicen ellos? ¿Acaso eso significa que la Iglesia entera dejó de ser la Iglesia y que se fue a su comunidad microscópica de los cismáticos encolerizados, puesto que alguno hizo algún pecado? De la Escritura sabemos: nos advierte que no juzguemos a los demás. El Apóstol Pablo dice: “¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (Romanos 14, 4). San Juan de Kronstadt también advierte: “No te enojes con los que pecan, no poseas dentro de sí la pasión de notar diferentes pecados en tu prójimo y de juzgarlo, así como hacemos nosotros habitualmente. Cada uno de nosotros Le dará respuesta al Señor por sí mismo. Especialmente no te enfoques, con malicia, en los pecados de los mayores los cuales a ti no te importan; mejor, presta atención a tus pecados y corrige tu corazón”. Muchos se darán cuenta de la astucia de poner una tal pregunta, cuando el hombre quien también es un pecador, quien desde los pecados graves ha llegado a la Iglesia, quien aquí recibió el perdón de sus pecados de Dios, pero por medio del sacerdote, recibió la gracia increada – pues, después de todo eso, tal hombre empieza a notar los pecados de algún sacerdote. De tal manera, él dice: “Mis pecados, pues, es fácil con ellos, nada terrible, pero lo que hace él, eso ya es un pecado gravísimo, algo así

no se puede tolerar, su pecado es más grave, más horroroso que el mío”. ¿Entienden qué astuta es una tal lógica, cuánto lejos ella está del Cristianismo? Quisiera citar aquí las palabras de San Juan Casiano quien decía que “el hombre quien se apoya en su propia opinión y cree en su propio discernimiento – no puede alcanzar la altitud de la perfección y evitar las trampas fatales del diablo”. Justamente por eso el diablo intenta proponernos, o a través de los pensamientos, o a través de algunas mentiras calumniadores, o a través de los ataques de los hombres quienes tienen mala disposición hacia la Iglesia, que empecemos a creer en nuestro propio discernimiento sobre los pecados de alguien, si alguno es digno o no. Un hombre así se encuentra en un estado enfermo espiritualmente, tal hombre no puede evitar las trampas fatales del maligno. San Teófano el Recluso dice: “No es para nada pequeña la señal de la perversión de nuestra conciencia cuando se apartamos de juzgar a nosotros mismos y empezamos a juzgar a los demás. La conciencia nos fue dada para que juzguemos a nosotros mismos; si nuestra conciencia juzga a los demás, entonces hay que decir que ella empezó a hacer trabajo el cual no le pertenece”. San Gregorio el Teólogo dice: “El que condena el vicio de alguien otro, él mismo va a caer en lo que condena antes que detener el vicio”. También es necesario mencionar las palabras de la regla 6 del Segundo Concilio Ecuménico, la cual dice que nosotros no debemos, no tenemos la obligación de escuchar las acusaciones dirigidas hacia nuestros obispos o sacerdotes que vienen por parte de los hombres quienes están fuera de la Iglesia. Lo que es importante en esa regla es que los cismáticos son igualados con los heréticos, hasta fueron puestos al mismo grupo con los heréticos. Voy a citar aquí las palabras del Concilio Ecuménico: “Antes todo, hay que prohibirles a los heréticos presentar acusaciones contra los obispos ortodoxos en las cosas eclesiásticas; los consideramos heréticos tanto a aquellos que fueron excluidos de la Iglesia desde antes como a aquellos que fueron anatematizados después por nosotros. Aparte de ésos, eso será prohibido y a aquellos también que fingen que confiesan la fe recta, pero se fueron al cisma o organizan complots en contra de nuestros obispos puestos canónicamente por nosotros. Además de eso, si algunos fueron condenados por la Iglesia o excluidos, o excomulgados por algunas acusaciones, a ésos tampoco se les debe permitir presentar acusaciones contra los obispos” (la sexta regla). Por eso, cuando alguno de ustedes tiene la oportunidad de encontrarse con las acusaciones por parte de los cismáticos dirigidas hacia nuestros obispos, hacia nuestra Iglesia, hacia nuestros clérigos, recuerden la sexta regla del Segundo Concilio Ecuménico y aléjense, ni siquiera escuchen esa calumnia que ellos pronuncian, ya que tal es la decisión del Concilio Ecuménico. Pregunta: Cuando dentro del Patriarcado de Moscú algunos sacerdotes, por ejemplo, empiezan a luchar por la pureza de la Ortodoxia, cuando, como se puede

encontrar en internet, sirve junto con los heréticos, con los romanocatólicos y todos los demás quienes se encuentran fuera de la Iglesia; cuando empieza la lucha por la pureza de los dogmas y cánones. Hace un mil de años también ocurrían tales cosas, yo considero que algo así es incorrecto, que aquí se trata de los cismáticos, es que en su tiempo solamente San Marcos de Éfeso quedó y todos los demás querían firmar la unión. Según su parecer, ¿ellos son los cismáticos o no? Padre Jorge: ¿Usted habla de los que se separaron de la Iglesia? Oyente: No, no. No se separaron, están dentro del Patriarcado de Moscú. Padre Jorge: Si no se separaron, entonces, claro, no son los cismáticos. Si nosotros vemos que ocurre alguna ilegalidad, la cual vemos con nuestros propios ojos, si vemos que le hace daño a la Iglesia, especialmente eso lo ven los pastores – ellos tienen el derecho de expresar su desacuerdo con eso. Si eso lo hacen de la manera eclesiástica y no rompen con la Iglesia, entonces, por supuesto que no son los cismáticos. Nosotros aquí estamos hablando de los que su pecado de cisma justifican por varias proposiciones, especialmente por los pecados de otros hombres, entre otras, y por aquellos los cuales usted mencionó. No obstante, incluso en una tal posición existe cierto peligro y, a menudo, una seria alteración. Voy a citar las palabras de San Paísios del Monte Athos referente a este asunto: “El único vicio el cual corrompe la Iglesia proviene de nosotros mismos, cuando nosotros, empezando con aquel que está al frente de la jerarquía y terminando con un simple hombre creyente, representamos la Iglesia así como no se debe. Tenemos que cuidarnos de no provocarle el problema a la Iglesia y no difundir pequeñas debilidades humanas que ocurren, para que no hagamos un mal más grande y no darle lugar al maligno a alegrarse. Un hombre quien ve algún desorden y se inquieta demasiado por eso, bajo la influencia de ira se va a corregirle al otro hombre, parece a un sacristán irrazonable quien ve que la vela se va a quemar, se dirige furiosamente hasta ella al mismo tiempo derribando a los fieles, volcando la mesa en la cual están las velas, de tal manera provocando un desorden grandísimo durante el oficio divino. Lamentablemente, en nuestro tiempo, la madre Iglesia la perturban muchos: unos, los educados, tomaron los dogmas con su mente pero no y con el espíritu de los Santos Padres; otros, los analfabetos, también tomaron los dogmas, pero con sus dientes, por eso rechinan ellos cuando analizan algún problema eclesiástico. De esa manera, se le hace un daño más grande a la Iglesia que el cual le hacen los enemigos de nuestra Ortodoxia. Yo presté atención a lo siguiente – de la Ortodoxia se van solamente los egoístas, un hombre humilde nunca se irá de la Ortodoxia. Si quieres ayudar a la Iglesia, mejor esfuérzate por corregir a tí mismo, y no a los demás. Si tú te corriges a ti mismo, de inmediato será corregida una pequeña parte de la Iglesia. Es entendido que, si hicieran así todos, entonces la Iglesia se encontraría en perfecto orden”. Éstas son las palabras de San Starets Paísios del Monte Athos.

Puesto que hemos empezado a hablar sobre el fervor en la fe, aquí quisiera decir que los hombres quienes juzgan a los representantes del obispado, así como aquellos que ya se cayeron en cismas, todos ellos o, en mayor medida, muchos entre ellos, les gusta esconderse bajo lo siguiente: “nosotros somos fervorosos en la fe, por eso lo que estamos haciendo es por este fervor”. Quisiera citar las palabras de San Ignacio Brianchaninov sobre los semejantes fervores, las cuales se encuentran en su obra “Sobre el prelest (auto-engaño espiritual provocado por el diablo; n. del trad.): “Es muy necesario cuidarse del fervor carnal y emocional (телесна и душевна ревност), el cual exteriormente parece como un fervor devoto, pero que en realidad es inconsiderado y pernicioso para el alma. Los hombres mundanos, así como muchos entre los monjes, por su desconosimiento, alaban mucho tal fervor, no entendiendo que sus fuentes son soberbia y orgullo. Ese fervor ellos alaban como si fuera el fervor para la fe, para la devoción, para la Iglesia, para Dios. Éste consiste en más o menos un juzgamiento cruel y en desmentida de los prójimos por sus faltas morales y sus errores en contra del orden eclesiástico y de las reglas del servicio o cumplimiento de los ritos litúrgicos. Engañados por parte de una imagen falsa sobre el fervor, los fervorosos irrazonables creen que, entregándose a ése, imitan a los Santos Padres y a los Mártires, habiendo olvidado que ellos mismos no son los santos sino los pecadores. Si los Santos les desmentían a los pecadores e impíos, pues, eso lo hacían porque así les ordenó a Dios, porque tuvieron una tal obligación, porque les inspiró el Espíritu Santo, y no bajo la influencia de sus pasiones y los demonios. Pero, quien decide, por su propia voluntad, desmentirle a su hermano o reprenderlo, pues, ése claramente muestra y demuestra que se considera a sí mismo como más razonable y más lleno de las virtudes que aquel hombre a quien él le desmiente, demuestra que actúa bajo la presión de las pasiones y bajo la influencia de los pensamientos diabólicos los cuales lo engañaron. Un hombre guiado por la razón (la mente) carnal

(телесно мудровање) de ningún modo es capaz de juzgar tanto sobre su estado interior como del de sus prójimos. Hay que notar que, después de haberse adquirido la razón (la mente) espiritual (разум духовни), las faltas y los errores de nuestro prójimo empiezan a parecer totalmente insignificantes, como aquellos que ya son redimidos por el Salvador y los cuales fácilmente se pueden curar por el arrepentimiento – aquellas mismas faltas y errores que le parecían a la mente carnal innumerablemente grandes e importantes. Es obvio que la mente carnal, siendo como una viga, les otorgaba una importancia tan grande. La mente carnal ve en nuestros prójimos incluso los pecados que no hay en absoluto en ellos; por esa razón, aquellos que se entregaban a ese fervor irrazonable, a menudo caían en el delito de calumniar a sus prójimos y se convertían en los instrumentos y juguetes de los espíritus caídos”… … Es raro que, a pesar de hablar tanto entre los varios hombres ortodoxos sobre el pecado de juzgar a los demás, curiosamente, los hombres ortodoxos, los hombres que participan en la vida sacramental de la Iglesia, empiezan entonces a contradecir: “Pues, ¿cómo que no juzguemos, cómo que no desmintamos?”, aunque, tanto la Escritura como los Santos Padres hablan sobre la pernicie de juzgar a los demás. Como el Señor mismo dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7, 1). La Sagrada Escritura abiertamente nos está deciendo que juzguemos, es decir, que expresemos un juicio sobre unas u otras cosas, sobre eso existe una serie completa de lugares en la Sagrada Escritura. Sin embargo, cuando se habla sobre juzgar a las personas mismas relacionadas con esas cosas, pues, eso muchas veces y explícitamente se prohibe: Mateo 7, 1-2; 1 Corintios 4, 5; en la Epístola a los romanos en muchos lugares. De eso también habla San Juan Crisóstomo: “El que rigorosamente analiza las caídas de los demás, no le serán toleradas en absoluto sus propias (caídas)”. Es verdad que en la Iglesia existen los sacerdotes indignos. Eso ya era conocido desde los tiempos antiguos, aquí no se trata de algo nuevo lo que apareció justo ahora. Sobre ese problema, por ejemplo, San Juan Crisóstomo dice: “Hoy, habitualmente el Señor actúa y a través de los indignos, también”. San Gregorio el Teólogo advierte: “No juzgues a los jueces tú quien necesitas de la curación, no analices la dignidad de aquellos que te limpian, no hagas tu elección mirando en los padres aunque sí, uno es mejor que el otro o peor; cada uno de ellos es más alto que tú”. San Nicodemo del Monte Athos: “¿Qué, preguntará alguien, nosotros tenemos la obligación de sujetarnos a cada abad, obispo, director, incluso cuando no es bueno? Te respondo: si no es bueno en su vida personal y hazaña espiritual, tienes que sujetarse a él. Únicamente si predica alguna herejía, entonces no debes sujetarse a él”. De esto también hablan y las reglas de la Iglesia, pero, es necesario acentuar: por el nombre herejía se entiende alguna herejía ya condenada, y no lo que algunos empiezan a inventar algunas herejías para justificarse a sí mismos… Aquí se habla

de lo que disponen las reglas de nuestra Iglesia, la regla XV del Concilio en Constantinopla en el año 861 sobre el cual vamos a hablar con más detalles más tarde; la regla dice que la herejía por la cual uno puede dejar de sujetarse a su obispo es alguna, como primero, que ya es condenada por la Iglesia y, como segundo, si él no cometió simplemente un desliz o erróneamente cree en sí mismo pero eso no expresa, sino alguna herejía la cual él predica públicamente y constantemente. Además, lo que es importante, ni San Nicodemo del Monte Athos ni las reglas de la Iglesia dicen que, si alguno se separa del que concretamente expone una u otra herejía ya condenada… que es necesario separarse de la Iglesia entera, de todas las Iglesias Locales Ortodoxas. Eso sería un absurdo. Los cismáticos a quienes les gusta juzgar a los caídos o, como les parece a ellos, a los pastores caídos, son guiados por aquel mismo espíritu y lógica perversa, por la cual fueron guiados aquellos orgullosos quienes, hace dos mil años, decían de Cristo que es el amigo de los publicanos y pecadores. Ésos consideraban que la comunicación del Señor con esas personas de mala fama le compremete a Su persona, de la misma manera como ahora sus seguidores espirituales piensan que la estancia de los hombres pecadores en la Iglesia compromete a la Iglesia misma. Esos fariseos decían, engañando a los seguidores de Cristo: “Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” (Lucas 5, 30). Así, de la misma manera, hoy los cismáticos contemporáneos y odiadores de la Iglesia les dicen a los hijos de la Iglesia: ¿Por qué estáis con tales pecadores?… … Es necesario también tocar las explicaciones por las cuales los hombres justifican su salida de la Iglesia: que se encontraron con algunos insultos dirigidos a ellos, por ejemplo, algunos sacerdotes y monjes se van, diciendo que se encontraron con algún abad malo, algún obispo “cruel” quien se les expuso las condiciones crueles etc. La gravedad de estas circunstancias puede variar… Sin embargo, existen también los hombres serios quienes, en verdad, se enfrentan con las injusticias en relación con ellos mismos. Quisiera citar las palabras de San Dionisio de Alejandría, un antiguo Santo de nuestra Iglesia, tomadas de su carta dirigida a Novato cismático quien fue uno de los primeros, de los más conocidos cismáticos en la historia de la Iglesia. Respondiendo a la carta de Novato quien explicaba que, por alguna injusticia que le hicieron, los representantes de la Iglesia le obligaron que salga de Ella y organice el cisma – he aquí lo que le escribe San Dionisio: “Si estás diciendo que te separaste de la Iglesia involuntariamente, pues, eso lo puedes probar con tu regreso voluntario a la Iglesia. Lo mejor para ti sería que lo aguantes todo, para que no cortes la Iglesia de Cristo; recibirías la misma gloria por el martirio para su integridad (de la Iglesia), así como la reciben (los mártires) por haber renunciado a los ídolos. Según mi parecer, incluso una gloria aún más grande, puesto que en el segundo caso cada uno recibe los tormentos por (el bien eterno de) sus propias almas, mientras en el primer caso (los reciben) por la Iglesia

entera. Si tú ahora convencieras a los hermanos de que regresen a la unidad, entonces tu bondad sería más fuerte que tu mal. Esto lo segundo no se contaría en absoluto, y lo primero merecería elogio. Pero, si ya no eres capaz de obedecer a sus hermanos, entonces, por lo menos, salva tu alma en cualquier manera posible”. Desgraciadamente, Novato no aceptó este consejo y se perdió en el cisma. Pensamiento importante para nosotros en estas palabras de San Dionisio es que, si un hombre se enfrentó con alguna injusticia dirigida a él mismo por parte de los obispos, por parte de los representantes de algunas estructuras oficiales de la Iglesia, si a pesar de estos insultos objetivos proferidos en contra de él – se queda en la Iglesia, entonces se convierte en un hombre más glorioso que los mártires. Como nos dice nuestra tradición de la Iglesia, el martirio es algó lo más elevado lo que podemos ofrecer. Aquí, San Dionisio dice que esa paciencia, si el hombre lo aguanta y no se va de la Iglesia, no destruye su unidad, él entonces se convierte en un mártir por la Iglesia entera, incluso llega a ser más glorioso que aquel que sufrió por parte de los paganos. De eso deben de acordarse los hombres que se encontraron en un tal escándalo y tentación, porque en verdad existen los sacerdotes indignos, los obispos indignos, cada hombre en la Iglesia puede caer en pecado. El demonio tienta no solamente a los laicos, lo hace también a los monjes, sacerdotes, a los obispos. Pero, nosotros hemos llegado a la Iglesia para encontrarnos con Cristo, para vivir en Cristo en Sus Sacramentos. Eso es algo absolutamente posible, eso es lo que el Señor nos está dando en la Iglesia. Si nos encontramos con algunas violaciones (por parte de algunos) en la vida de la Iglesia, pues, eso no significa que debemos de apartarnos de Cristo mismo, ya que como el Señor aguanta nuestros pecados, así y nosotros también tenemos que aguantar los de nuestro prójimo y hay que rezar por su arrepentimiento y perdón (de ese prójimo) antes que odiarlo. * **

Ahora vamos a analizar cuáles argumentos los cismáticos, quienes se presentan a sí mismos como los “superortodoxos”, los más limpios ortodoxos, los más verdaderos – exponen en contra de nuestra Iglesia, a favor de su posición. Paea ellos, el cisma empieza desde el momento en que se apartan de la unidad con su obispo, un obispo de la Iglesia canónica la Cual representa la continuación de aquella Iglesia Que empezó en el día de Pentecostés, la Cual representa una cadena ininterrumpida desde el primer siglo hasta nuestros días. Los hombres que se van al cisma – si son sacerdotes, dejan de mencionar a su obispo en la Divina Mistagogia; si son laicos, se unen a aquellos que crearon algunas comunidades suyas, las cuales llaman la “Iglesia Ortodoxa verdadera tal y tal” etc. No representa ninguna sorpresa que los cismáticos, los que hay hoy tanto en Rusia como en otros países que están bajo la responsabilidad canónica de nuestra Iglesia, no son unidos entre sí, puesto que, habiéndose separado de la unidad de la Iglesia, ni entre ellos mismos pueden ponerse de acuerdo. Por eso, existe un gran montón de esos cismas: los griegos veterocalendaristas, y algunos de catacumbas, los más diversos que los hombres inventan. Como regla general, se trata de los grupos pequeños, ya que, formar las comunidades grandes no se les permite a los hombres que se separaron de la unidad de la Iglesia lo mismo lo que les llevó de la Iglesia – el pecado del orgullo. Pero, ¿por qué para los hombres ortodoxos, para los que participan en la vida sacramental de la Iglesia, este camino es erróneo? Quisiera citar unas cuantas expresiones las cuales testifican sobre cómo en la Iglesia desde siempre se entendía la unidad de los fieles con su obispo. Justamente el obispo es heredero de los Apóstoles, mientras los demás clérigos (sacerdotes, diáconos) – son los hombres a quienes el obispo transmite, les encomienda servir los Misterios, ellos (los obispos) comparten con ellos (los demás clérigos) el don que fue entregado justamente a ellos, a los obispos. Sabiendo esto, no nos sorprende cuando leemos en los escritos de San Ignacio el Teóforo, un Santo quien vivió en el primer y segundo siglo, quien personalmente conocía a los Apóstoles, que “sin Obispo no hay Iglesia, donde está el obispo allí deben estar los fieles también”, “donde está Jesucristo, allá está la Iglesia Conciliar (Católica, Universal)” (Epístola a los esmirniotas). También, en la Epístola a los filadelfios: “Quienes son los de Dios y de Jesucristo, están con el obispo”. Santo escribe también que “el que hace algo sin que lo sepa el obispo, sirve al diablo” (Epístola a los esmirniotas). En una otra carta suya, San Ignacio escribe que “el que se considera a sí mismo como más alto del obispo, se perdió completamente” (Carta a Policarpo). Nosotros recordamos que ese mismo Hieromártir Ignacio el Teóforo advertía: “No os engañéis, hermanos, el que sigue a los que introducen divisiones (cismas), no heredará el Reino de Dios”.

Precisamente ese pensamiento sobre la dignidad alta del obispo y su relación con los fieles vemos en los escritos de otros Santos también, especialmente en los de San Simeón de Tesalónica; él decía que en el obispo son concentrados todos los Divinos Misterios, y el obispo participa en los servicios de todos los Misterios Sagrados (свештенодејства) y que sin él ni siquiera existiera el altar, ordenación de los clérigos, ni el Miro sagrado, ni el Bautismo – por consiguiente, ni los cristianos. Como nuestros oyentes ya lo saben, el sacerdote sirve la Divina Liturgia en el antimension (ante-mnesa – en latín) firmado por el nombre de su obispo o Patriarca. Si el sacerdote no tiene ese antimension, a pesar de toda su bondad y devoción, él no puede servir la Liturgia. Si se atreve a servir la Liturgia sin el antimension, tal Liturgia no se considera verdadera, real. Solamente la firma del obispo en el antimension el cual él encomienda a un sacerdote es justamente la señal y el precepto del obispo al sacerdote para servir en una parroquia concreta o en el templo. Entonces no nos sorprende para nada que San Justino Popovich decía directamente que nuestra Iglesia es episcopocéntrica, es decir, el Señor Jesucristo ha puesto a los obispos como aquellos que vigilan sobre la Iglesia. Justamente la palabra “obispo”, “επίσκοπος” se traduce del griego como “aquel que vigila, cuida, se preocupa de la Iglesia”. Los cismáticos tienen una conciencia diferente, ellos dicen que es al revés, que los laicos y los sacerdotes deben vigilar sobre los obispos, ellos tienen que averiguar si algún obispo algo distorsiona o hace algo de mala manera. Si de repente ven algo lo que no les gusta, entonces tienen la obligación de huir enseguida y separarse del obispo. Aquí, por supuesto, la colocación misma de las cosas es opuesta a lo que escribían los Santos Padres. Esos mismos cismáticos difunden diversas ideas, las cuales en absoluto no están de acuerdo y contradicen a la enseñanza de los Santos Padres, a la de la Iglesia Ortodoxa. Especialmente están diciendo que si, supuestamente, algún obispo pronuncia alguna herejía, eso significa que él automáticamente se priva del orden sacerdotal y, si los hombres no se separan de tal obispo, eso significa que incluso ellos se contagian por herejía, a través de participar en la Comunión con ese obispo. A menudo se puede ver esta idea entre los cismáticos. Claro, una tal idea que dice que la Sagrada Comunión representa un transmisor del contagio herético – dicho suavemente – está muy lejos de la verdad. Pero, lo que es lo más importante es que contradice a la práctica eclesiástica misma, a la historia de la Iglesia, entre otros – a los Concilios Ecuménicos. A un obispo no le priva automáticamente del orden episcopal alguna afirmación equivocada expresada por su parte, o si a alguien se le pareció equivocada, o si, en verdad, fue pronunciada alguna herejía. A algún obispo le puede privar del orden episcopal únicamente un Concilio de los obispos, y justamente por eso San Cirilo de Alejandría en la Epístola conciliar, la cual escribió en el nombre del Concilio en Alejandría el cual condenó la herejía de Nestorio, a Nestorio mismo él se le dirige como a un obispo. En esa Epístola vemos cómo empieza con su dirección:

“A Nestorio, al más honrado y carísimo compresbítero, le deseo en el Señor todo el bien”, aunque el nestorianismo ya fue condenado tanto en el Concilio de Alejandría como en el de Roma, pero Nestorio mismo aún no fue condenado y privado del orden episcopal. Por eso, San Cirilo de Alejandría junto con los padres del Concilio en Alejandría, también los Padres del Tercer Concilio Ecuménico – cuando le llamaron a Nestorio al juicio, en su epístola se le dirigen a él como a un obispo. Pero, cuando él no vino a ese juicio y fue condenado y, conforme a los cánones, privado del orden sacerdotal en el Concilio, pues, entonces ya se le dirigen a él no como a un obispo, sino como “a Nestorio, a nuevo Judas”. Lo mismo pasó con el herético Dioscoro en el Cuarto Concilio Ecuménico. Ese mismo San Cirilo de Alejandría, en su carta dirigida a los monjes ubicados en Constantinopla, dice claramente que “Nestorio cayó en la blasfemia mala y habladuría impía” pero, no obstante, le llama “Nestorio, el más honrado obispo”. Por lo tanto, cuando dicen (los cismáticos) que alguna supuestamente pronunciada herejía, verdadera o imaginaria, o alguna expresión equivocada o un desliz, o quizás algo dicho lo que viene del desconocimiento, a un obispo automáticamente le priva del orden episcopal – que ustedes sepan que se trata de una enseñanza no ortodoxa y ajena a la Iglesia.

Es más, si algo así fuera la verdad, pues, entonces no sería necesario que todos los Concilios, tanto los Ecuménicos como Locales los cuales luchaban contra los heréticos, condenen a estos herejes a la privación del orden sacerdotal; entonces lo único necesario sería condenar solamente la herejía y considerar como ellos ya están privados del orden sacerdotal. Tal enseñanza sobre la privación automática del orden sacerdotal no existe.

Creo que ahora ya es tiempo para analizar los cánones de la Iglesia dirigidos en contra del cisma y la manera de cómo los cismáticos contemporáneos intentan utilizarlos a su favor. Vamos a hablar especialmente sobre las reglas XIII, XIV y XV del Primer-Segundo Concilio Local en Constantinopla. Las cito en su totalidad, ya que se trata de un tema importante, especialmente porque estos cánones están dirigidos justamente contra el cisma. He aquí lo que escriben los padres del Concilio: “Puesto que el impío había sembrado las semillas de mala hierba herética, pero habiendo visto que ésta se arranca por la espada del Espíritu, ahora empezó a pasar por un otro camino, por el camino del engaño y aspira a que, a través de la locura de los cismáticos, demedie al Cuerpo de Cristo; este santo Concilio, para que destruyera en su raíz este plan suyo también, ORDENA QUE, si en el futuro algún presbítero, o diácono, acusa a su obispo por alguna acción mala, antes de que eso se haya analizado e investigado conciliarmente, y antes de que en contra de ése (obispo) la decisión final se haya pronunciado, pero se atreve a romper la comunión con él y deja de mencionar su nombre en las santas oraciones en las Liturgias lo que es conforme a la Tradición de la Iglesia, tal será privado del orden sacerdotal y todo tipo del honor sacerdotal. Ya que, el que fue puesto como presbítero, pero se apropia del juicio el cual pertenece al Metropolita y, antes del juicio, por sí mismo le condena como culpable a su padre y obispo – tal no es digno ni del honor ni del nombre mismo de presbítero. Aparte de ése, los que le acompañan a tal hombre, si son los sacerdotes que también se priven de su honor; si son los monjes o laicos, que sean completamente excomulgados de la Iglesia, hasta que no rompan su relación con los cismáticos y regresen a su obispo “. La regla XIV se refiere al obispo quien de manera insubordinada se aparta de la comunión con su Metropolita, y la regla XV continúa y añade un punto esencialmente importante. He aquí lo que dice la regla XV: “Las normas establecidas con relación a los presbíteros, obispos y metropolitanos son aún más aplicables a los patriarcas. Así que, en caso de que algún presbítero, obispo o metropolitano reniegue de la comunión con su patriarca, y no mencione su nombre según la costumbre dispuesta y ordenada, en la divina Mistagogia, sino que, antes de que se haya pronunciado un veredicto por parte del concilio, se dictara sentencia contra él, creando un cisma, el santo sínodo decreta que esta persona sea tratada como ajena a cualquier función sacerdotal, si fuera culpable de haber cometido esta transgresión contra la ley. Según esto, estas reglas han sido selladas y ordenadas con respecto a aquellos que, bajo el pretexto de arremeter contra sus superiores, crean un cisma, y rompen la unión de la Iglesia. Por otro lado, con respecto a las personas que, a causa de alguna herejía condenada por los santos sínodos, o los padres, se separan de la comunión con su patriarca, es decir, siendo predicada públicamente la herejía, y siendo enseñada públicamente también en la iglesia, estas personas no solo no están sujetas a un castigo canónico, por haberse separado a sí mismas de todos y

de toda comunión con el obispo antes de que se haya dictado un veredicto conciliar o sinodal, sino que, por el contrario, son dignos de gozar del honor que les corresponde como cristianos ortodoxos. Pues han desafiado, no a los obispos, sino a los pseudo obispos y pseudo maestros; y no han sesgado la unión de la Iglesia con ningún cisma, sino que, por el contrario, han sido diligentes en rescatar a la Iglesia de los cismas y divisiones”. Estas dos reglas, la XIII y la XV, completamente cierran todos los pretextos para los cismáticos quienes se separan de la unidad de la Iglesia, bajo las acusaciones de carácter canónico dirigidas hacia sus obispos, es decir, qué tan grandes sean ésas, (aunque) eso no significa, por supuesto, que el hombre ha de estar callado, para eso existe el tribunal eclesiástico. Si un hombre, en verdad, sabe sobre algún pecado del obispo, si se trata de algún pecado grave, si no existe la base para la suposición de que éste fue curado por el arrepentimiento, que el obispo sigue practicándolo, entonces, claro, el hombre tiene derecho de testificar sobre eso ante el tribunal eclesiástico. Sin embargo, él no tiene derecho de tomar la decisión arbitrariamente sobre ese obispo, sino tiene que dejarlo, conforme a las reglas de la Iglesia, al juicio de los obispos. Hay que haber, como mínimo, doce obispos quienes le juzgarán a un obispo, eso también es una de las reglas de la Iglesia… … Como lo vemos, en la regla XV dice que hay una excepción que se puede aplicar en el caso de que el obispo empiece a predicar públicamente alguna herejía, abiertamente la enseña en el templo, alguna herejía ya condenada por los Concilios de la Iglesia. Claro, los cismáticos contemporáneos, los “zilotas”, entienden bien que lo único lo que podría justificarlos es que hallen alguna herejía en su obispo o en el Patriarca de quien se fueron. Si encuentran alguna herejía, pues, eso significaría que ellos entonces no son los cismáticos, conforme a las reglas de este Concilio. Por eso, empiezan a buscar febrilmente y pensar cuál herejía podrían hallar para que pudieran separarse, y comienzan a hablar: ” Pues, allí está la herejía del sergianismo, la del ecumenismo, la herejía del globalismo (como decía el ex obispo Diomido), la herejía del reconocimiento de la democracia “… Inventan muchas cosas, las cuales fácilmente se desenmascaran. Bueno, veamos qué dice esta regla. Si algún obispo predica alguna herejía ya condenada en los Concilios, eso como primero. Como segundo, si la predica públicamente y la enseña abiertamente en el templo, eso significa – no algo lo que a alguien en algún lugar le dijo por casualidad, o se expresó incorrectamente. En este caso, enseguida surge la pregunta: ¿Cuál Concilio condenó la herejía del globalismo, del sergianismo? ¿Dónde allí ustedes hallaron las herejías, cuáles Concilios de la Iglesia las han condenado? Ninguno. En ese caso, resulta que todas esas justificaciones por las cuales los cismáticos tratan de explicar su caída, su pecado de

cisma, no les ayudan para nada. Ésta es la primera cosa, referente a la regla XV de este Concilio. Otra cosa, también muy importante, la cual los cismáticos se esfuerzan con todas sus fuerzas en no notarla y mencionarla, cuando se dirigen a la regla XV de este Concilio – es el hecho de que esta regla no otorga en absoluto ningún derecho a construir sus propias iglesias, no da ningún derecho a separarse de la plenitud completa de la Iglesia. Si tu obispo enseña públicamente alguna herejía ya condenada por los Concilios o por los Padres, en este caso, esta regla te permite romper la comunión con ese obispo concreto, quedándose en la unidad con la Iglesia completa o con todos aquellos obispos o patriarcas quienes no cayeron en la herejía y quienes siguen confesando la doctrina ortodoxa. Nuestros cismáticos, quienes intentan esconder su pecado bajo la regla XV del Primer-Segundo Concilio, se separan de la Iglesia entera, no se separan solamente de aquél a quien le atribuyen esas o aquellas herejías las cuales, como les parece a ellos, él confiesa. Ellos se separan de todos los jerarcas de la Iglesia Ortodoxa, y eso con esta regla no se permite para nada; se apartan de la plenitud completa de la Iglesia y construyen sus propias iglesias. Ninguno de los Santos Padres hacía así. Por ejemplo, si recordamos la turbulencia arriana – los Santos Padres, San Atanasio el Grande y San Basilio el Grande y otros Padres quienes luchaban, a pesar del hecho de que el contagio de esta herejía prendió un gran número de los jerarcas de ese tiempo, es más, se puede decir la mayor parte de ellos; a pesar de eso, ellos se quedaron en la Iglesia en la Cual recibieron los Misterios, en la Cual recibieron el Bautismo. No dijeron: “Pues, vámonos de aquí y construyamos nuestra propia ‘super-limpia’, ‘super-verdadera’, ‘super-ortodoxa’ Iglesia”. Ellos luchaban y se quedaron en esa misma Iglesia, manteniendo la unidad con aquellos que preservaban la Ortodoxia, quienes no fueron contagiados por el arrianismo en la Iglesia. También hay que mencionar el siguiente ejemplo. Es conocido que el padre de San Gregorio el Teólogo, Gregorio también, era el obispo quien firmó la confesión herética de la fe. Pero, la firmó no porque él mismo era un herético, sino por su sencillez, le engañaron, no comprendió de qué se trataba y puso su firma bajo ese documento herético. Algunos monjes entonces se separaron de su jerarca, rompieron la comunión con él, pero no salieron y construyeron una nueva iglesia, sino se fueron bajo la dirección de un otro obispo canónico. Lo que es itantosante aquí es que San Gregorio el Teólogo mismo, quien era un luchador infatigable contra el arrianismo, decía que estos monjes no hicieron correctamente, ya que primero debieron comprender las razones, incluso aunque su jerarca firmó, no habiéndolo analizado primero, el símbolo de la fe no ortodoxo; pero, no obstante, él no dejó de

ser jerarca ortodoxo, puesto que cree ortodoxamente. Ésta es la lógica la cual expresa San Gregorio el Teólogo. Estas razones muestran la insostenibilidad de la ideología de los cismáticos y la de sus intentos de justificarse por la regla XV del Primer-Segundo Concilio. Si ellos en verdad obedecieran a esta regla, entonces se quedarían en la unidad canónica con los obispos quienes no confiesan, como ellos dicen, las herejías. Hay que decir que estas acusaciones por herejía de los cismáticos dirigidas a los jerarcas de nuestra Iglesia – también son falsas. Vamos a analizar los argumentos concretos, para que no quede todo solamente en las palabras. Empezaremos con el tema del ecumenismo. Ellos dicen que el ecumenismo es una herejía y que los jerarcas están contagiados por esta herejía y que es necesario apartarse de ellos. Veamos cuáles Concilios condenaron el ecumenismo. No hubo tal Concilio.

Existe un cuento de hadas que dice que en el año 1983 el Concilio de la Iglesia Ortodoxa Rusa fuera de Rusia (ROCOR) supuestamente condenó el ecumenismo, pronunció un anatema en contra del ecumenismo. En realidad, aquí se trata de una falsificación, eso es conocido, sobre eso tenemos los testimonios de los testigos oculares y participantes en ese Concilio. En él fue propuesto que se acepten los anatemas en contra del ecumenismo, y los padres del Concilio dijeron que van a prolongar la consideración de este asunto. Sin embargo, el que fue el iniciador de eso, entonces el obispo Gregorio Grabe, así simplemente, a pesar de que ni siquiera consideraron ese asunto ni aceptaron esa decisión sobre el anatema, él mismo incluyó el anatema en el material del Concilio. Puesto que él era el redactor del periódico perteneciente a la ROCOR, pues, incluyó ese anatema. Aquí simplemente se trata de una falsificación, tanto de hecho como esencialmente. Aparte de eso, si no tocamos este asunto concreto, la posición de la ROCOR en ese tiempo no era

completamente clara, y las decisiones de su Concilio no fueron aceptadas por parte de todas las Iglesias Ortodoxas Locales como pan-ortodoxas. Pero, incluso si no analizamos este asunto, aquí se trata de una simple falsificación. No obstante, un Santo hablaba sobre el tema del ecumenismo. Se trata de San Justino Popovich, quien decía que el ecumenismo es una herejía. Hay que decir que San Justino mismo, cuando decía que el ecumenismo es una herejía, bajo la noción de ecumenismo entendía la teoría de ramas. La enseñanza falsa sobre la teoría de ramas dice que la Ortodoxia, el romanocatolicismo y diversas confesiones protestantes en realidad – todos ellos juntos forman la única Iglesia de Cristo y que, según sus palabras, “las barreras no llegan hasta el cielo”, que las divisiones de ninguna manera han destruido la unidad profunda de los cristianos. Esta enseñanza San Justino Popovich la llama la herejía del ecumenismo. Dicho sea de paso, en el anatema el cual el ex obispo Gregorio Grabe (él mismo se cayó de la ROCOR en cisma) intentaba introducirlo en el dicho Concilio, la enseñanza falsa y herejía del ecumenismo se describía precisamente como la enseñanza sobre la teoría de ramas. La enseñanza sobre la teoría de ramas no solo que no la confiesan los jerarcas de nuestra Iglesia, justamente al contrario, esta falsa enseñanza es condenada por parte de nuestra Iglesia (la Iglesia Ortodoxa Rusa; n. del trad.) como no cristiana. Voy a citar unas cuantas oraciones del documento que fue aceptado en el Concilio de los Jerarcas de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el año 2000, sobre los principios básicos de la relación con los heterodoxos. En este documento está escrito: ” La Iglesia Ortodoxa no puede aceptar la teoría de que, a pesar de las divisiones ocurridas durante el transcurso de la historia, la unidad esencial, profunda de los cristianos supuestamente no está destruida, y que la Iglesia debe ser entendida así para que correspondiera al “mundo cristiano” entero, que la unidad de los cristianos supuestamente existe, a pesar de las barreras de (diversas) denominaciones. Es totalmente inaceptable también y, relacionada con la concepción mencionada arriba, la llamada teoría de ramas, la cual anuncia la normalidad y hasta la providencia en la existencia del Cristianismo en la forma de las ramas separadas. Para los ortodoxos es inaceptable la afirmación de que las divisiones cristianas existen solamente en la superficie histórica y que pueden ser curadas o superadas con la ayuda de los acuerdos interconfesionales. La Iglesia Ortodoxa no puede reconocer la igualdad de las confesiones entre sí; los que se cayeron de la Iglesia, no pueden estar unidos con Ella encontrándose en el estado en el cual están ahora; los desacuerdos dogmáticos existentes deben ser superados, y no que se simplemente esquiven” (II, 4-7). De esa manera vemos que a esa misma herejía del ecumenismo la cual condenaba San Justino Popovich, nuestra Iglesia no solo que no se sujeta, sino que directamente condena esta enseñanza falsa. Esto provoca problemas para los cismáticos. ¿Cómo ellos intentan salir de este problema? Ellos dicen: “Como lo ven ustedes, existen los ejemplos cuando algún jerarca rezó junto con los heréticos. La oración en común con los heréticos está prohibida por los cánones de la Iglesia, eso significa que ellos están contagiados por la herejía del ecumenismo”. Pero, vamos a ver ahora; ¿qué es la herejía? La herejía es la distorsión de los dogmas. ¿Qué es la oración junto con los heréticos? Eso es la violación de los cánones de la Iglesia, así como existen también las violaciones de otros cánones, descritas en el Libro de las reglas. En verdad, las oraciones junto con los heréticos están prohibidas: por la regla 45 Apostólica, por la 33 del Concilio en Laodicea. Se trata de los hechos conocidos y, por

cierto, hay que decir las oraciones están prohibidas no sólo con los heréticos, sino con los cismáticos también; esa misma regla del Concilio en Laodicea dice: ” No se permite orar junto con los heréticos o con los cismáticos “. Si un hombre no respeta esto, incluso si se trata de un jerarca, pues, él entonces comete ese pecado – aquí se trata de la violación de las reglas canónicas de la Iglesia. Pero, la violación de los cánones representa un acto en contra de los cánones, eso no es una herejía, no es la distorsión de los dogmas. Todo esto se sujeta a lo que hemos leído en la regla XIII del Primer-Segundo Concilio. Allí justamente se describe que, cualquier violación de los cánones hecha por un jerarca representa su propio pecado; sin embargo, un jerarca no se sujeta al juicio de la multitud, al de algunas individuas concretas, él se sujeta al juicio de otros jerarcas. Otros jerarcas tienen que juzgarle y tomar decisión sobre él, sobre sus falsas enseñanzas. Tal orden en la Iglesia estableció el Señor Jesucristo por medio de los Apóstoles, ya que eso fue escrito ya en las reglas Apostólicas. Por lo tanto, cuando dicen que los cánones prohíben la oración junto con los heréticos y que un u otro obispo violó este canon – esto no significa que él es un hereje. Los cismáticos dicen que si él reza junto con tales, entonces seguramente también cree que los heréticos son igualmente los cristianos como los ortodoxos, pero eso no significa eso en absoluto. Un hombre puede violar este canon o por su desconocimiento o por un sentimiento falso que le dice que hay que ser cortés: si le invitaron a un lugar donde también están los heterodoxos; ésos allí empezaron a orar, él no se levantó para irse, no golpea la puerta, se quedó allí por el deseo de ser amable y cortés, y no porque él considera que esos heréticos son ortodoxos también. Él mismo puede sentir que violó ese canon, lo puede ver como su propio error, el cual fue hecho por una u otra debilidad humana. Algo así no es bueno, se trata del pecado, pero no se trata de ninguna herejía, no es algo lo que le priva al hombre del orden sacerdotal, no es algo lo que inevitablemente pone frente a nosotros la aplicación de la regla XV del Primer-Segundo Concilio. Aquí se trata de un pecado contra los cánones, es como otros pecados que cometen muchos otros, no solamente los jerarcas, sino los sacerdotes y laicos también. Cada uno de nosotros que abra el Libro de las reglas y compare su vida personal con él. “¿Quizás yo también me permito violar algunos cánones?” Creo que muy pocos entre nosotros pueden decir de sí mismos que guardan completamente todos los cánones, siempre y en todo. Pero, si hacia nosotros mismos, hacia la violación de los cánones por nuestra parte, somos tolerantes y tenemos paciencia, lo que tampoco es correcto, entonces surge la pregunta: ¿Por qué, entonces, cuando se trata de los jerarcas, de repente consideramos que sus errores y pecados con una severidad dos veces más grande? Éstos nos parecen más graves que nuestros propios. Ya hemos hablado de que todo este asunto proviene del pecado del orgullo, el cisma representa la “caída de los orgullosos”, según la definición del padre archimandrita Rafael Karelin; antes todo, este pecado está basado en el orgullo humano. El deseo de vigilar al obispo en lugar de que él te vigile a ti, mirar en los pecados de los otros más que en tus propios, la pasión de anunciar los pecados de los demás, de la cual Dan Pimen el Grande decía: ” Cuando nosotros cubrimos los pecados de nuestro prójimo, entonces Dios cubre los nuestros; pero cuando anunciamos los pecados de nuestro prójimo, entonces Dios también anuncia nuestros propios”. San Juan Crisóstomo decía sobre el pecado de Cam que, cuando él se estaba burlandode su padre quien estuvo desnudo, lo que hacía no era mentir sobre su padre, en verdad tal caída ocurrió y los Santos Padres la describen así; sin embargo, el pecado de Cam, quien se fue y se burlaba de su padre desnudo provocó condena…

… Yo entiendo que los hombres quienes se acostumbraron a juzgar a los demás, sienten algún placer en eso, que en la búsqueda de los pecados de los que están en la jerarquía eclesiástica, ellos encuentran cierto placer oscuro- pues, para tales éste no es ningún tema agradable, hasta se escandalizan. Preguntan: “¿Pero, cómo que no juzguemos, que no anunciemos y descubramos eso?” Pero, pensemos un poco, si nosotros somos hombres creyentes, si cotidianamente Le rezamos al Señor: “Señor, ten piedad de mí, pecador”, ” Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, esto significa que nosotros mismos también sentimos este estado del pecado en el cual nos encontramos, que sentimos la necesidad del Sagrado Misterio de la Penitencia, sentimos alivio en nuestro corazón después de este Sagrado Misterio, así como el agradecimiento a Dios por el perdón de nuestros pecados el cual recibimos. Pero cómo entonces después de eso, habiendo dirigido nuestra mirada hacia un jerarca, por medio de quien Dios nos otorgó el perdón a través del Sagrado Misterio de la Confesión, ya que conforme a la enseñanza de la Iglesia, el jerarca participa en en todos los oficios divinos y servicios de los Misterios (como ya hemos citado las palabras de San Simeón de Tesalónica; cómo entonces, notando los pecados, sean verdaderos o imaginarios, nos convertimos en los jueces rigurosos quienes, sin teniendo duda alguna, deciden que un jerarca es digno de recibir la condena inmediata, que ése no puede evitar el castigo, que inmediatamente se prive del orden sacerdotal, que sea excomulgado de la comunión con nosotros. Todo eso nos recuerda a la parábola del Señor sobre un hombre a quien le fue perdonada una deuda de diez mil talentos, pero que no perdonó a su deudor una deuda pequeña de cien denarios (Mateo 18, 23-35). No quiero que todo esto suene como si yo justificara cuando un hombre vestido en el orden sacerdotal peca – no, eso es malo, eso es su caída; pero nosotros, siendo los cristianos, ¿acaso no deberíamos desearle que se levante de su caída? ¿Que se levante, que se limpie de su caída, que se salvo y se haga un pastor verdadero, bueno, un cristiano verdadero? ¿Acaso, en lugar de eso, queremos que él sea juzgado cuanto antes, excomulgado, castigado, echado en el infierno? Pues, los Santos Padres pensaban de otra manera.

Aquí quisiera que nos acordemos de las palabras de San Nicodemo del Monte Athos: “¿Qué, preguntará alguien, tenemos que sujetarnos a cada abad, jerarca, gobernante, incluso si él no es bueno? Te respondo: Si no es bueno en su propia hazaña espiritual y su vida

personal, obedécele, salvo si peca a través de imponer alguna enseñanza herética”. En ese caso, como recordamos, la regla XV del Primer-Segundo Concilio permite apartarse de la comunión con ese jerarca concreto, pero no con todos los jerarcas, no con la Iglesia entera. Lo mismo ocurrió en los ejemplos en la historia de nuestra Iglesia Local Rusa, cuando apareció la herejía de los judaizantes; San Genadio de Novgorod, San José de Voloka luchaban contra esta herejía, luchaban por la Iglesia, no rompieron el contacto con la Iglesia, condenaban la herejía, a los heréticos, no saliendo fuera de las fronteras de la Iglesia, construyendo alguna Iglesia Rusa suya, alguna ” super-ortodoxa”… … En cuanto a las acusaciones por el ecumenismo, lo que se puede añadir al tema: “He aquí, le dieron una distinción a algún hombre no ortodoxo, a un musulmán o a un budista”. ¿Cuál canon prohíbe dar las distinciones eclesiásticas a un budista? ¿Cuál regla eclesiástica fue violada aquí? ¿Cuál herejía está presente en eso? Aquí ni siquiera existe alguna violación de algún canon. ¿Qué, en realidad, representan esas distinciones? Eso es un “gracias” eclesiástico en la forma de esa cosa material. Decirle “gracias” a un hombre no ortodoxo a veces hay por qué.

Personalmente conozco los ejemplos cuando los hombres no ortodoxos sinceramente y con mucho fervor ayudaban la vida cotidiana de la Iglesia, la vida de alguna parroquia a veces incluso más que los miembros de la parroquia. ¿Han merecido estos hombres decirles un “gracias”? Por supuesto. Y eso cuando la Iglesia les dice “gracias” en la forma de esas distinciones, ¿acaso eso representa la violación de algún dogma o canon de la Iglesia? ¿Cuál? Si ese hombre de las manos de la Iglesia recibe esa recompensa y pone en sus pechos una distinción con la imagen de algún Santo ortodoxo, eso significa que, a través de eso, él aún más se está acercando a la Iglesia. ¿Cuál pecado existe aquí, cuál dogma o canon fue violado? Pregunta: Conozco a una mujer que se fue al cisma del rito viejo (старообредници, un pequeño grupo cismático que existe varios siglos ya en Rusia). ¿Se me permite rezar por ella, por su salud, o ya no puedo más rezar por ella? Otra pregunta – tenemos a un parroquiano en nuestro templo quien categóricamente se niega a rezar por el Patriarca Cirilo, pero recibe la Santa Comunión. No sé si eso es correcto, explíquemelo, por favor. Padre Jorge: En cuanto a la primera pregunta – sí, claro, podemos rezar para que se hagan razonables los que se cayeron de la Iglesia, especialmente en la oración personal, para que el Señor le abra los ojos al hombre quien cayó en cisma, para que regrese a la Iglesia canónica. Sabemos que en el día de Pentecostés, la Iglesia con más fervor reza por todos los que se cayeron de Ella y, claro, durante estas oraciones, nosotros podemos suspirar en nuestra oración también y por todas las personas cercanas que se cayeron. Mencionarla como como si ella fuera miembro de la Iglesia, sería una injusticia, tanto frente a Dios como frente a la elección de esa persona. Por eso, no es correcto mencionarla como al miembro de nuestra Iglesia. En cuanto al otro caso, eso es justamente aquello de lo que hablábamos en la homilía anterior, como hoy también – eso significa que el hombre se encuentra en el auto-

engaño (прелест), se encuentra en la presa de los demonios, de lo que hablaba San Teolipto de Filadelfia. Él decía que el calumniador- demonio tiene envidia de nuestra salvación, que se aloja en nuestros sentimientos y que se esfuerza no solamente en que los hombres fijen su mirada en los pecados y errores de su prójimo, sino en que los obligue que ni siquiera vean alguna dignidad en su prójimo. Una tentación similar a menudo ocurre con relación a los pastores de la Iglesia: en el alma de un creyente se siembra, o por parte del enemigo del género humano o por la de los hombres malos a través de los que actúa el diablo, una sospecha con relación a los sacerdotes o al Patriarca, y como el resultado tenemos que en ese hombre empieza a crecer un orgullo enorme, tal se llena del desprecio hacia todos los demás, no le permite a nadie que le dé algún consejo… Sobre eso San Teolipto habla detalladamente en su primer discurso en contra de los arsenitas. Quizás usted pudiera proponerle a su conocido que se conozca con el contenido de nuestras homilías, para que pueda escuchar qué dicen los Santos Padres sobre eso. Eso quiere decir, no porque algo decía yo, sino porque cito las palabras de los Santos Padres, y su ejemplo de ellos muestra el error de la posición la cual sostiene ese hombre. Si él considera que el Patriarca no tiene razón en algo, que se equivoca en algo, pues, ¿acaso eso es un motivo para odiarle al Patriarca? Justamente al contrario, es necesario aquí que te esfuerces más en orar por el Patriarca si consideras que él no tiene razón en algo, para que el Señor le ayude y le indique el camino recto. Eso también se refiere al cualquier otro jerarca o, simplemente, a algún conocido nuestro. Si nuestro padre o algún otro hombre a quien amamos cae en algún error, ¿acaso vamos a decir: “Ya, no más, él está muerto para mí, ni siquiera voy a rezar por él”? Si en nosotros tenemos por lo menos una sola gota del amor, será al revés, rezaremos más por él. Por eso, cuando algunos dejan de rezar por el Patriarca, por su obispo, por su sacerdote a quien se iban o se van, eso es una señal de la enfermedad espiritual, la del orgullo de tal hombre, una señal que muestra que tal hombre está lejos de Dios. Regresando al tema de la intención de los cismáticos de inventar como nuestra Iglesia supuestamente se encuentra en el pecado del ecumenismo… Hemos hablado de la oración junto con los no ortodoxos. Por supuesto que algo así es inaceptable, eso está prohibido no solamente por los antiguos cánones, sino también y por el Concilio de los Jerarcas en el año 2008, hasta puedo decir que el hombre quien se jura antes de recibir el orden sacerdotal, en ese juramento dice que no rezará junto con los hombres quienes no tienen relación con la Iglesia Ortodoxa. Por eso, si alguien no respeta esto, ahí no se trata del pecado de la Iglesia, sino del su propio, se trata de su propia caída. Algunos dicen que cuando los representantes de la Iglesia, entre otros, incluso los clérigos, se encuentran con los hombres no ortodoxos, con

los romanocatólicos, protestantes, musulmanes, judíos, que eso también es, supuestamente, la herejía del ecumenismo. En realidad, aquí no se trata de ninguna herejía del ecumenismo, se trata de una práctica la cual existía desde siempre en la Iglesia, en el pueblo de Dios. Nosotros sabemos que el profeta Elíseo se encontraba con Naamán el sirio quien era un pagano; el Apóstol Felipe hablaba con los griegos, como describe el Evangelio según Juan (el capítulo 12); el diácono Felipe se sentó en la carroza de aquel eunuco de Etiopía, como está descrito en el capítulo 8 del libro de Hechos de los Apóstoles. Todos estos casos justamente nos muestran que no existe ningún pecado en los encuentros con los no ortodoxos. El pecado es es si nosotros en tales encuentros distorsionamos la doctrina ortodoxa, si vendemos la Ortodoxia – en ese caso, sí, el pecado existe. Pero, por sí mismos, los encuentros con los no ortodoxos no se condenan en ningún lugar y no representan el pecado, la distorsión de la fe. Si nos dirigimos a la historia, veremos que muchos de nuestros Santos se encontraban y hablaban con los hombres no ortodoxos, o para resolver algunos asuntos en la vida de la Iglesia, para ayudar a los ortodoxos; por ejemplo, San Nicolás el Místico enviaba a San Dimitriano de Hitrona, un Santo de Chipre, al califa para que le pide que libere a los cristianos cautivos. Este Santo lo hizo y la liberación ocurrió.

O para que testifiquen sobre la Ortodoxia. Por ejemplo, San Cirilo el Equiapóstol, uno de los hermanos Iluminadores de los eslavos, antes de haberse ido a la misión

entre los eslavos, fue enviado a Bagdad, como parte de la delegación cristiana, para testificar sobre la Ortodoxia frente a los magistrados musulmanes. Por lo tanto, los encuentros, por sí mismos, o saludos los cuales se envían a los no ortodoxos, por sí mismos, no representan la violación ni de los cánones ni de los dogmas. Cada hombre quien piensa de esa manera, por ejemplo: “He aquí, el Patriarca saludó al muftí o a alguien más, eso significa que se cayó de la Ortodoxia”, que imagine que vive en el mismo piso con un musulmán o un judío. Cada día, yendo hasta su propio apartamento, ve a su vecino y él le dice: “Sabes, en nuestra casa es alegría, mi hija se casó”, o ” Cumplí 50 años”, o algo así. Pues, ¿acaso ese hombre va a decir entre dientes: “Sí, lo veo” y ya? ¿Acaso no va a decir “¡Felicitaciones!”? ¿Cuál traición de la Ortodoxia existe en eso? Eso es precisamente aquella amabilidad cristiana, sobre cuya necesidad escribía San Nectario de Égina. También nos podemos acordar de cómo San Marcos de Éfeso, este luchador famoso por la Ortodoxia, conocido por su firmeza, con cuál grande atención escribió la carta al papa de Roma, en el tiempo cuando existía la esperanza de que él puede unirse a la Ortodoxia. Los hombres quienes anuncian que algo así es inaceptable, simplemente se les puede dar el consejo de leer su carta, así como y la de los Patriarcas de la Iglesia Oriental también, dirigida a los no ortodoxos.

Una cosa más, importante también, la cual nos muestra el por qué todas esas esas declaraciones de los cismáticos son falsas. Por una simple razón, porque todas estas cosas, de las cuales ellos dicen que justamente por ellas nuestra Iglesia supuestamente se contagió y dejó de ser la Iglesia verdadera – pues, todas estas cosas existen no desde ayer, no desde hace 10, 20, 50 ni 100 años. Todas estas cosas – las oraciones junto con los no ortodoxos las cuales representan la violación de los cánones, comunicación con los no ortodoxos etc, todo esto existía en la Iglesia incluso en los tiempos antiguos, incluso en los tiempos de Bizancio, éstos son unos hechos conocidos. Eso no significa que todo eso es algo bueno y correcto; eso significa que la Iglesia no dejó de ser la Iglesia por todo eso; eso significa que eso no puede ser un motivo para caerse de la Iglesia. Fuente: http://www.svedokverni.org/tacka-pada-odbrana-crkve-od-napadasavremenih-raskolnika-svestenik-georgije-maksimov/ TRADUCIDO AL CASTELLANO POR МАРКО ДАШИЋ

o lejos del teatro en Taganka, de repente se dirigió a mí un joven con la pregunta: ¿Usted ha leído la Biblia? A pesar de que me han ordenado ir siempre vestido de sacerdote, este tipo de preguntas, pues, no lograba evitarlas. Le respondí: – Sí, tuve esta oportunidad. Ya que usted, obviamente, está familiarizado con ese significante libro ortodoxo, permítame preguntarle ¿qué en él especialmente se le gustó tanto para que venga, inmediatamente, a las calles de nuestra ciudad a predicar una doctrina nueva? El joven se confundió poco al escuchar esta pregunta imprevista, pero un rato después, habiendo abierto su Biblia, respondió con (aquella) frase estereotipada: – Antes yo era un hombre malo y mi conciencia no me dejaba tranquilo y tenía miedo de perderme. Pero, conseguí a unos amigos maravillosos quienes me explicaron que no tengo nada que temer; recibe a Jesús como tu Salvador personal y ya eres justificado. He aquí, lo mismo escribe Pablo también: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en Él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por Su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3, 21-24, versión la Reina Valera 1960). – Usted acabo de leer las palabras maravillosas – respondí,- y es verdad que todo aquel que por medio de la fe Ortodoxa, “la cual obra por el amor” (Gálatas 5, 6) recibe en su corazón la gracia increada, la cual como el don se reparte en la Iglesia Ortodoxa – es justificado, es decir, se hace justo por la fuerza de Dios. Pero, permítame preguntarle ¿a cuál templo van sus amigos maravillosos? El joven me dijo el nombre de una secta protestante conocida. – Los ortodoxos – él notó – han pervertido la Sagrada Escritura, adoran a los ídolos y, en general, ellos son los hombres no renacidos en Cristo. – Me da pena porque usted cayó bajo la influencia de los hombres “que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina” (Romanos 16, 17) – le respondí. Pero, puesto que sus amigos La culparon a la Iglesia Apostólica por haber alterado la Biblia, la cual Ella misma construyó, pues, entonces, vamos a comparar juntos nuestras convicciones. – De acuerdo. – Creo que usted va a concordar conmigo que de nuestra fe podemos juzgar por sus manifestaciones; ya que nuestro corazón sólo Dios lo sabe y nosotros no tenemos poder de penetrar en su profundidad; mas, qué podría servir mejor como la manifestación de nuestra fe que la manera de cómo nosotros adoramos al Creador. – Sí. Estoy de acuerdo completamente – respondió el joven. – Dígame entonces, ¿qué es lo que más le gusta en el rezo de su organización? – No de la organización, sino de la iglesia – dio un respingo él. Tocamos la guitarra, cantamos bonitas canciones, estudiamos la Biblia por versículos, sentimos que aquel otro hombre es nuestro hermano y nos alegramos porque Dios ya nos ha salvado. En todos nuestros servicios gobierna el amor puro (y no como en los de los ortodoxos),

todos están alegres. Nuestros servicios me dan una gran satisfacción y me posibilitan un conocimiento serio de la palabra de Dios. No así como está en los servicios de los ortodoxos. Ustedes rezan en un idioma incomprensible. Si alguien llega a ustedes, tal no participa en absoluto. No hay nadie que se interesa explicarle algo a tal hombre. Abuelitas con velas regañan a los demás. La Biblia los ortodoxos no la estudian. También, todos sus templos, íconos, reliquias de los Santos contradicen a la Escritura. – Usted habló muy lindo sobre sus oficios – le respondí. Pero, antes de empezar a hablar sobre los servicios divinos de los ortodoxos, por lo menos primero hay que intentar vivir según ellos, rezar estando de pie, y no ofender (de la manera como lo hacían los comunistas en su tiempo) algo lo que no conoces. Regresemos, ahora, a sus servicios. En cuanto a su narración completa, de lo que me di cuenta es que lo principal en sus servicios son ustedes mismos; sus necesidades, sus emociones. Bueno, pero usted va a concordar conmigo que nosotros somos los seres terrenales, ¿no? – Sí, por supuesto. Pero, ¿por qué usted menciona eso? – Porque la Revelación de Dios dice claramente: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Colosenses 3, 1-4). El Señor mismo nos enseña: “Mas buscad primeramente el Reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6, 33). Por esa razón, el fondo de los servicios divinos debe ser la glorificación de Dios, el arrepentimiento ante Él, y no nuestras emociones y relaciones mutuas. Lo principal es la vida en Cristo, y no las palabras sobre Él. De la Biblia nosotros tenemos que rezar, y no hacer de Ella un manual para elegir y sacar las citas. Sobre aquellos que, como sus amigos, colocan como el base no a Dios, sino la palabra sobre Él o, lo que es aún peor, sus sentimientos provocados por la palabra, el Apóstol Pablo dice: “Porque por ahí andan muchos…que son enemigos de la Cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre y cuya gloria es su vergüenza (¿no se trata aquí, pues, de los grupos de rock protestantes?), que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo…”(Filipenses 3, 18-20). Se nota, pues, que sus servicios contradicen al mandamiento de Dios. El sabio Salomón dice: “El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Proverbios 28, 9). Tengan miedo del castigo de Dios y no juzguen a la Iglesia Apostólica la Cual vive por la Revelación de Cristo. Durante todo el tiempo de mi narración larga, mi interlocutor intentaba decir algo. Le pregunté: – Pues ¿acaso yo dije algo lo que no es de la Escritura? ¿Acaso yo describía sus servicios? Sin embargo, ¡usted ahora está tratando de justificar una ilegalidad evidente! El Señor habla por medio del profeta Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz;

que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5, 20). En ese momento mi interlocutor intentó alejarse de la cuestión delicada. Me dijo: – Pues, usted afirma que nosotros servimos a Dios erróneamente. Demuestre, entonces, de la Biblia, que los ortodoxos rezan a Él rectamente. – Bien – le contesté. No muy lejos de aquí hay un templo en el cual pronto empezará el servicio de las vísperas. Vámonos a él y yo, con la ayuda de Dios, me esforzaré en mostrarle que todo, tanto la constitución del templo como nuestros servicios divinos, son completamente bíblicos. No piense que yo quiero ofenderle. Al contrario, deseo que tanto usted como yo lleguemos al conocimiento de la Verdad y, a través de Ella – hasta la unanimidad. Ya que hay que cumplir el mandamiento del Salvador: “para que todos sean uno; como Tú, oh Padre, en Mí, y Yo en Ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste” (Juan 17, 21). – Estoy de acuerdo, – él respondió. – Intente usted demostrar que todos sus templos, íconos, reliquias de los Santos, velas, incensarios no contradicen a la Biblia. ¡No creo que lo va a lograr! – Es excelente que usted se haya puesto de acuerdo. Eso es una señal de Dios que su corazón está abierto para la luz del Evangelio. Bueno, regresemos a lo que ya hemos constatado. Hemos visto de la Biblia que la esencia de los servicios divinos tiene que ser el pensamiento no sobre lo terrenal, sino de lo celestial. El Señor mismo ha dicho a la mujer samaritana: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque el Padre tales adoradores busca que Le adoren. Dios es espíritu; y los que Le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4, 23-24). Eso quiere decir que nuestro servicio completo debe tener como su fuente la voluntad del Espíritu Santo y tiene que estar completamente de acuerdo con la Verdad – en otras palabras, que exactamente exprese la fe Ortodoxa. – Pero, ¿por qué justamente la Ortodoxa? ¿Dónde en la Biblia se utiliza esa palabra? – Pues, ¿usted cree que estar de acuerdo con la Verdad significa expresar la fe la cual incorrectamente glorifica al Creador, es decir, la cual miente sobre Él? Pues, ¿usted cree que la herejía agradece a Dios? ¡Esa palabra ha aparecido para distinguir la fe de los Apóstoles de las herejías! Sin embargo, en la Biblia, también, existe la expresión que sirve de base para esa palabra. David dice: “La generación de los rectos será bendita” (Salmo 112, 2); también, los cristianos en el Nuevo Testamento se llaman “la generación de Dios” (Hechos 17, 29; 1 Corintios 15, 23; Hebreos 2, 10-13). Como lo podemos ver, incluso ese nombre que la Iglesia lo ha tomado con el propósito de distinguirse de las herejías no es ajeno a la Escritura. Cuando confesamos nuestra fe en la Iglesia, nosotros La llamamos Una, Santa, Católica y Apostólica, lo que en su totalidad corresponde a la doctrina sobre Ella, expresada en la Revelación.

– Bueno, pues, me ha mostrado que la verdadera Iglesia se puede llamar la “ortodoxa” también. Aunque eso no significa que esa organización la cual ahora llama a sí misma así – es la verdadera. Sin embargo, regresemos al tema sobre cuál manera de adorar a Dios es correcta. ¿Cómo usted va a demostrar prácticamente que todos sus servicios divinos como su fuente tienen la voluntad del Espíritu Santo? – Hace poco nos hemos puesto de acuerdo en que un cristiano debe pensar en lo celestial, y no en lo terrenal. Sobre el Señor Espíritu Santo Cristo ha dicho: “Él os enseñará todas las cosas” (Juan 14, 26), lo que significa que nos enseñará y sobre lo principal – cómo rectamente servir a Dios y adorarle. El Apóstol Pedro dice que el Espíritu Santo es enviado del cielo (1 Pedro 1, 12), lo que significa que nuestros servicios divinos también deben tener el origen celestial. Ya en el Antiguo Testamento Dios ha ordenado a Moisés cuando erigía el tabernáculo: “Conforme a todo lo que Yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis” (2 Moisés 25, 9). Aunque en aquel tiempo ésos servían “a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales” (Hebreos 8, 5), para que Dios recibiera las oraciones de los hombres, pues, era necesario que todo se regule no conforme a las leyes terrenales, sino conforme a las celestiales. Tanto más ahora, cuando ha llegado Cristo “por el más amplio y y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación” (Hebreos 9, 11), todo en nuestras oraciones se debe hacer conforme al espécimen celestial. ¿Está de acuerdo con esto? – Sí, estoy. Pero, ¿cuál relación eso tiene con nuestra conversación sobre los

servicios divinos de los ortodoxos? – Pues, ¡las más cercanas! Quiero demostrarle que nuestra vida litúrgica está basada en la imitación de los cielos, lo que quiere decir que está completamente de acuerdo con la Revelación de Dios. De eso resulta que nuestra fe y nuestra Iglesia son el único lugar donde se puede alcanzar la salvación. Ya que aquel que no sirve a Dios rectamente no puede alcanzar la vida eterna. – Bien. Intente usted probar que los ídolos y los templos se pueden encontrar en el cielo y yo me pondré de acuerdo entonces que la renovación es posible en su Iglesia, también. Pero, ¿por qué en un solo lugar se puede hallar la salvación? ¿Acaso no dice que “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hechos 2, 21)? – Los demonios también invocaban el nombre del Señor – le respondí – pero eso no les sirvió para su salvación (Lucas 4, 34). Pero, según usted, ¿es posible salvarse no respetando a Dios y no sirviéndole? El joven se ha puesto de acuerdo conmigo, aunque con un descontento evidente. – Bueno, regresemos al tema de nuestra conversación – continué – vamos a ver qué dice la Biblia sobre el templo. Hace rato hemos leído que el tabernáculo de Moisés fue erigido según el espécimen celestial. Es evidente que en los cielos existe el templo. Pero, además de esos testimonios indirectos, la Biblia también directamente habla sobre eso. – ¿Dónde? – con interés me preguntó el sectario. – En el libro del profeta Isaías (capítulo 6) y en Apocalipsis: “Y el templo de Dios en el cielo se abrió, y el arca de Su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo” (Apocalipsis 11, 19). A San Apóstol Juan se le había ordenado que mida ese templo: “Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él” (Apocalipsis 11, 1). ¿Por qué fue necesario que se mida ese templo, si no porque conforme a ese espécimen deben erigirse los templos del Nuevo Testamento? Fue necesario medir a los que adoran en él para que se demuestre que los templos deben erigirse de conformidad con el número de los parroquianos, y no según el estrictamente determinado tamaño (como lo hacían en el Antiguo Testamento). Espero que luego de nuevo volvamos a la descripción de este santuario celestial por el Apóstol Juan. – Pero, ¿por qué nuestras casas de oración no las podemos considerar erigidas conforme al espécimen celestial? – me interrumpió el sectario. Ya que en ellos se lee la Biblia, Dios se glorifica. – La diferencia principal entre un templo y una casa de oración, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, es que en el segundo caso no hay altar el cual es el más importante lugar de un templo. Ya desde el tiempo de Adán Le fue agradable a Dios mostrar Su presencia especial allí donde se ofrecían los sacrificios (1 Moisés 4, 4). Al lado del altar Él se reveló a Noé (1 Moisés 8, 20-21), a Abraham (1 Moisés 15, 7-21), a Jacob (1 Moisés 35, 1, 7-15). Para el ofrecimiento de los sacrificios Él ha ordenado que se erijan el tabernáculo y el templo de Salomón, el cual Él ha santificado con la apariencia de Su gloria increada, habiéndose revelado en la forma

de una nube (2 Moisés 40, 34; 3 Reyes 8, 10). Sobre el templo de Salomón el Señor ha dicho: “Yo he santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estarán mis ojos y mi corazón todos los días (1 Reyes 9, 3). En ese templo rezaba el Señor mismo y lo llamó “la casa de Su Padre” (Juan 2, 16). Ya en la Iglesia del Nuevo Testamento los Santos Apóstoles tomaron la decisión de que se levanten los altares. He aquí como de eso habla San Pablo Apóstol: “Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo” (Hebreos 13, 10). Así mismo y ahora en la Iglesia Apostólica Ortodoxa el altar representa el corazón del templo. A eso podemos añadir que en los cielos, también, las cuales son (como nos hemos puesto de acuerdo sobre eso) el espécimen para nuestros servicios a Dios – hay un altar místico. Juan vio bajo él a las almas de los mártires (Apocalipsis 6, 9). Desde ese santo lugar Dios revela Su voluntad a los Ángeles (Apocalipsis 9, 13; 16, 7). El profeta Isaías recibió limpieza desde altar celestial: “Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitado tu culpa, y limpio tu pecado” (Isaías 6, 6-7). Justamente esa cosa, la cual es la principal – no la hay en las casas de oración de los protestantes; por tanto, precisamente por esa razón, ¡ellas no son bíblicas! – Usted de una manera muy interesante y con pruebas ha mostrado que en los templos deben existir los altares, pero inmediatamente surge la siguiente pregunta: ¿Cuáles sacrificios ustedes ofrecen en éstos, ya que Cristo mismo Le ofreció a Dios el Único Sacrificio – a Sí mismo? ¿Qué, acaso ustedes quieren completar con algo el sacrificio del Señor?

– Por supuesto que no! Quién sería tan demente para pensar que él, con sus propias fuerzas que son débiles, podría añadir algo al Sacrificio de Cristo… En nuestro poder solamente está hacerse partícipes de este Sacrificio, así como en Israel “los que comen de los sacrificios son partícipes del altar” (1 Corintios 10, 18). Por eso y nosotros en la Iglesia Ortodoxa llegamos a ser partícipes del altar sobre el cual hablamos hace rato a través de recibir al Sacrificio Verdadero: “Nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5, 7), la cual se entrega en la Santa Liturgia. En los que no comulgan este Sacrificio Pascual del Nuevo Testamento se cumple el mandamiento de Dios: “la tal persona será cortada de entre su pueblo” (Números, 9, 13). Cristo mismo ha dicho: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6, 53). – Ah, usted habla de su Comunión – hizo una seña negativa con la mano el joven, – eso son sólo los símbolos y un recuerdo; solamente la fe salva. – Todo eso ya oímos hace dos mil años – le respondí. – Inmediatamente después de estas palabras del Señor: “Desde entonces muchos de Sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6, 66-67). Lo mismo están diciendo ahora los protestantes, así como lo hacían los judíos: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Juan 6, 60). Tal como entonces, Cristo y ahora también insiste en la comprensión literal de Sus palabras. ¡Él no le dio derecho a nadie a interpretarlas simbólicamente! Si en el Antiguo Testamento Israel fue salvado por haber comido un cordero pascual real,

¿entonces cómo en el Nuevo Testamento eso podría cambiar por un simple pensamiento sobre el Cordero de Dios Quien quita el pecado del mundo (Juan 1, 29)? En cuanto al sentido simbólico de la expresión “comer la carne”, en verdad, éste existe. Job, cuando le insultan sus amigos, les dice: “¡Oh, vosotros mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí! Porque la mano de Dios me ha tocado. ¿Por qué me perseguís como Dios, y ni aun de mi carne os saciáis?” (Job 19, 21-22). ¿Acaso tendremos la vida eterna si insultamos al Señor y nos burlamos de Él? Habiendo pensado un poco, el joven reconoció que la interpretación de su organización está lejos de la verdad. En esos momentos nosotros dos ya hemos llegado hasta el fin de nuestro caminar – hasta un templo pequeño, bello, escondido en una de las calles al lado de Taganka. Mi interlocutor, habiendo elevado sus ojos, vio cinco cúpulas maravillosas de ese templo y me dijo: – Usted me prometió demostrar que todo este ornamento está de acuerdo con la Biblia. – Por supuesto, yo no olvidé mi promesa – le respondí. – La Iglesia Ortodoxa durante siglos construía esta apariencia y forma de los templos, la cual nosotros dos estamos mirando en este momento. Ella lo hacía a fin de que entregara con la mayor plenitud posible la realidad celestial, en los términos terrenales. Una muy grande influencia en la construcción de los templos ortodoxos tuvo la descripción bíblica tanto del tabernáculo de Moisés como del templo de Salomón, aunque la Iglesia no seguía servilmente los ejemplos del Antiguo Testamento, recordando que ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6, 14). Bueno ahora, ¿de qué usted quisiera que yo empiece a explicarle el sentido del templo y de sus elementos? – Pues, aquí veo que en sus cúpulas se encuentran las cruces. Pero, la cruz es el instrumento del castigo del Hijo de Dios. Además, la Biblia dice: “Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gálatas 3, 13). ¡Y ustedes estas malditas horcas las colocan así para que todos las vean y, aparte de eso, adoran a ese ídolo! – Perdóneme – le respondí, – ¿usted se considera a sí mismo como qué, cuál religión confiesa? ¿Quizás yo tengo la oportunidad desgraciada de hablar con uno de los asesinos de Dios (representante del pueblo que realizó la crucifixión del Señor; n. del trad.) – con un hebreo? Ya que justamente ellos Le llaman al Señor Jesús “maldito”, y esas palabras que usted mencionó hablan no de la Cruz, sino de Aquél Quien es colgado en Ella. Si usted considera la Cruz como el instrumento de la maldición, entonces para usted el Dios-Hombre mismo será la maldición. Sí. La Cruz antes era el instrumento de la maldición, pero cuando en ella murió el Hijo de Dios, ella se convirtió en la gloria para nosotros. Como nos dice el texto el cual usted mencionó: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición, porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero, para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gálatas 3, 13-14). En los protestantes se cumplen las palabras del Apóstol Pablo: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan (y no a los que ya son

salvados) , esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Corintios 1, 18). Eso quiere decir que, si son verdaderas las palabras de Pablo de que gracias a la crucifixión en la Cruz, Cristo extendió la bendición de Abraham y a través de ella el poder del Espíritu Santo en los gentiles también, es decir en nosotros, entonces debieron cumplirse también y estas palabras de Isaías: “Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa. Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que el Señor alzará otra vez Su mano… Y levantará pendón a las naciones…” (Isaías 11, 10-12). Justamente por eso la Iglesia del Señor levanta en los lugares de sus reuniones pendones de Su Novio – la Cruz. Eso también previó y el sabio Salomón cuando decía sobre la Iglesia Ortodoxa que Ella es “imponente como ejércitos con pendones” (El Cantar de los Cantares 6, 10). – Bueno, usted con muchas pruebas demostró que los ortodoxos hacen correctamente colocando la cruz en los templos. Aunque tengo unas cuantas preguntas más con respecto a su respeto hacia la Cruz, explíqueme ahora qué significan estas cúpulas suyas – dijo el sectario. – Acabamos de leer los dos las palabras del profeta de que el Señor levantará Su pendón. El templo es el símbolo de la Iglesia, y Su Cabeza – es Cristo. Obviamente, a los ortodoxos les fue necesario expresar de alguna manera esa verdad. Por eso la construcción del templo se corona con el símbolo del Señor Quien lleva pendón – con la cúpula. Este templo también tiene cuatro cúpulas más pequeñas como el símbolo de los cuatro Evangelistas, gracias a quienes hasta nosotros ha llegado la imagen y la doctrina de Cabeza de la Iglesia – del Señor Jesús. Para que se mostrara la diferencia entre los discípulos y el Maestro, en nuestros templos la cúpula principal está cubierta por el oro – el cual representa el Reino e incorrupción (por eso los sabios Le ofrecieron al Bebé Cristo el oro como su don), mas la cúpula la cual representa a los Evangelistas tiene color de cielo estrellado, lo que nos recuerda las palabras del profeta Daniel: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12, 3). Y ¿quién convirtió a la fe a más gente que los Apóstoles? La cúpula misma está en el pedestal que se llama “cuello”. Como usted lo ve, en uno de ellos son pintados los Apóstoles, mientras en otros está un ornamento especial parecido a las puntas de las alas. Aquí el templo mismo nos muestra el significado de esta parte suya. El cuello, gracias al cual la cabeza se une con el tronco, es el símbolo de los Apóstoles y sus sucesores, gracias a quienes los ortodoxos tienen la comunión con Cristo. Como de eso escribe San Juan el Teólogo: “lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1, 3). Sin la sucesión apostólica directa, preservada en la Iglesia Ortodoxa, la comunión con Dios es imposible. Esa comunión, por ejemplo, no existe en las comunidades protestantes, quienes consideran que Dios olvidó a Su Iglesia y quienes quieren corregir Su “negligencia”.

– Y ¿qué significa esa forma rara del techo, acaso él también tiene su origen en la Biblia? – preguntó el joven, portándose como si no hubiera oído mis últimas palabras, las cuales, por cierto, son extremadamente dolorosas para los sectarios. – Por supuesto que sí, la tiene – respondí, habiendo decidido no presionarlo demasiado a mi interlocutor, – esos ornamentos se llaman bóvedas. La forma misma suya, parecida a las alas de los ángeles, tiene como su objetivo mostrar su significado. Los ortodoxos han adoptado firmemente las palabras del Apóstol: “Sino que os habéis acercado al monte Sion [por eso el techo parece a un monte], a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación triunfal y a la iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos [justamente esa congregación de los ángeles y los justos es representada por esta bóveda], a Dios el Juez de todos [a Quien simboliza la cúpula], a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel [todo esto está en el altar ortodoxo]” (Hebreos 12, 22-24). Así esas palabras de la Escritura son pintadas por la lengua simbólica en nuestros templos. Pero ya que hablamos de ese texto sagrado, más importante es acentuar que los protestantes son violadores de ese mandamiento. Ellos no rezan ni a los santos, ni a los ángeles, aunque sobre eso habla aquí el

Apóstol, aún menos se acercan a la Sangre rociada, ya que son ajenos a la Sagrada Comunión ortodoxa. Esa Sangre los va a condenar en el día del Juicio, así como la sangre de Abel condenó al asesino Caín. Hablando de ese elemento del arte eclesiástico, hay que decir que éste proviene ya del tiempo del Antiguo Testamento. Salomón “esculpió todas las paredes de la casa alrededor de diversas figuras, de querubines, de palmeras y de botones de flores, por dentro y por fuera” (1ra de Reyes 6, 29). Justamente la continuación de esa tradición bíblica usted ve en las paredes de nuestro templo. Sobre el pintar de los querubines ya hemos hablado (si usted mira atentamente en los azulejos, vera ahí a uno de ellos). En cuanto a los ornamentos vegetales, por ellos está cubierta esa pared completa. Ellos nos muestran que, gracias a lo que acontece en el templo, nos vuelve a nosotros el paraíso que hemos perdido. – Sí, su interpretación deja una impresión fuerte – dijo el protestante, habiéndose abstraído en sus pensamientos, pero inmediatamente añadió con malicia – ¿acaso incluso aquellas rejas en las ventanas, las cuales nos recuerdan a las celdas de prisión, tienen su origen en la Biblia? – No entiendo su escepticismo – le respondí. Por supuesto que tiene. “E hizo a la casa ventanas anchas por dentro y estrechas por fuera” (1ra de Reyes 6, 4). Justamente tales las cuales usted ve en nuestro templo (estrechas – en nuestros templos las con contraventanas). La ventana es el símbolo de la Revelación de la luz de Dios, y las rejas nos muestran que ella aún no es perfecta, “porque en parte conocemos” (1 Corintios 13, 9). Ese simbolismo tiene su origen en la Biblia: “Helo aquí, está tras nuestra pared” – habla la Novia de Cristo, – “mirando por las ventanas, atisbando por las celosías” (El Cantar de los Cantares 2, 9). Un otro elemento antiguo de la apariencia exterior del templo son pilares los cuales tienen su origen en los del tabernáculo (Éxodo 26) y el cual simboliza a los Santos y los Ángeles (Gálatas 2, 9). – Usted me explicó todo excepto una cosa: ¿De dónde sacaron esta forma de sus templos, es decir, por qué en ellos el campanario es más alto que el templo, y el templo es más alto que el altar? – Como usted obviamente ya se acuerda, la división tripartita de nuestros templos tiene su origen en el templo y el tabernáculo del Antiguo Testamento – le respondí. Con respecto a la forma misma de nuestros templos, ella también tiene su origen en la construcción del templo de Salomón. En el segundo libro de Crónicas, en la descripción leemos las siguientes medidas: “…la longitud de sesenta codos, y la anchura de veinte codos. El pórtico que estaba al frente del edificio era de veinte codos de largo, igual al ancho de la casa, y su altura de ciento veinte codos; y lo cubrió por dentro de oro puro” (2do de Crónicas 3, 3-4); y si nos acordamos de aquella otra descripción escrita en el primer libro de Reyes donde la altura del templo principal era de treinta codos, y el lugar santísimo (es decir – el altar) era de veinte codos de altura, veremos que nuestra Iglesia fielmente preservó incluso las proporciones del antiguo templo (1ro de Reyes 6, 2; 20). Bueno, ahora reconozca usted que nosotros no hemos descubierto ni un solo caso de desviación de la

Revelación bíblica. El protestante se vio obligado a ponerse de acuerdo conmigo. En aquel momento, desde el campanario llegó el sonido de las campanas invitándoles a los cristianos al oficio divino, y yo dije: – Como ya durante el vagabundeo de los judíos por el desierto, Dios le ordenó a Moisés hacer dos trompetas de plata para llamarles a los fieles a los holocaustos y dijo: “esto os recordará delante de vuestro Dios” (Números 10, 10), así hoy, imitando eso, los ortodoxos se invitan tanto al servicio matutino como al vespertino del Señor por el sonido de las campanas que (en nuestra Iglesia) reemplazaron las trompetas. – ¡He aquí una violación de la Biblia! – dijo el sectario con alegría. – En este caso, ustedes también son violadores, porque la Escritura no dice que hay que tocar sintetizadores, mas los ortodoxos, a diferencia de ustedes, cumplen con precisión las palabras del Salmo: “Alabadle con címbalos resonantes; Alabadle con címbalos de júbilo.” (Salmo 150, 5). Según la fe de la Iglesia Ortodoxa, el sonido de las campanas está asociado con el poder increado del Divino, por lo que puede ahuyentar a los espíritus malignos, como el sonido del salterio de David los alejó del rey Saúl (1 Samuel 16, 23). Por otra parte, los que escuchan el sonido se están llenando de la gracia increada del Espíritu, como fue el caso del profeta Eliseo (2 Reyes 3, 15), por eso muchos vienen a la iglesia por primera vez justamente gracias al sonido de las campanas. Éste no es el caso con los protestantes, por lo que se ven obligados a estar todo el tiempo en búsqueda de sus partidarios y por lo tanto no llegan a tales resultados a los cuales llegan los cristianos ortodoxos. No hay ni siquiera un pueblo que haya sido convertido al cristianismo por los protestantes. Eso no es nada raro, ya que, sin el apoyo del poder de Dios, los hombres no pueden aceptar sinceramente la fe en Cristo (1 Corintios 12, 3). Pero ya es el tiempo para el servicio de las vísperas. Vamos a entrar al templo por las puertas, de las cuales David canta: “Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella” (Salmo 117, 18-19). – Bueno pues, ahora usted se está esforzando por hallar la justificación bíblica para una simple puerta, pero yo creo que usted exagera un poco en este momento. – Pero, no, ¿por qué? Dos puertas al templo fueron hechas por el rey Salomón (3 Reyes 6,33-34) y, en la Iglesia Ortodoxa, cada objeto posee, además de su uso práctico, y un significado espiritual. Nosotros hemos entrado en la iglesia, bajo sus silenciosas bóvedas. Justo enfrente de la entrada estaba la mesa con velas encendidas. -¿Qué significa este objeto extraño y por qué hay tantas velas en él? – preguntó el sectario. – Ésta es la mesa para el recuerdo de los difuntos, le respondí. – Las velas son símbolo de nuestra oración por ellos. Delante de esta mesa, la Iglesia ofrece incienso y eleva sus oraciones por nuestros hermanos fallecidos. Los parientes cercanos al lado de ésta dejan sus ofrendas que traen en la memoria de sus fallecidos. Todo esto representa una manifestación de nuestro amor, que “nunca deja de ser” (1 Corintios 13, 8), porque “si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Romanos 14, 8). Por lo tanto, nuestras oraciones, tal como la Iglesia cree, poseen una fuerza grande para los fallecidos, quienes ya no pueden hacer nada por sí

mismos. – Pero, ¿cómo puede usted orar por los fallecidos cuando su destino ya está decidido? Puesto que Abraham le ha dicho a aquel rico: “Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá “(Lucas 16:26). – Por supuesto, los fallecidos mismos no pueden cambiar su posición, pero esto puede hacer la fuerza todopoderosa de Aquél Quien tiene las “las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1, 18). Y Él dijo a los cristianos ortodoxos: “ Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21, 22). Justamente por eso nosotros rezamos por nuestros hermanos, más aún porque hasta el Día mismo del Juicio Final el destino de cada persona todavía no está determinado definitivamente; si no, entonces el Juicio mismo no tendría sentido, y nuestro Redentor como Aquel que permanece eternamente tiene un sacerdocio imperecedero, ” por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7, 25). Creemos que para Su poder no hay barreras, excepto el rechazo libre de Él por el hombre, por eso la Iglesia menciona en sus oraciones a todos sus hijos, excepto aquellos que evidentemente lucharon contra Dios y por consiguiente cometieron el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo, el cual no se perdona ni en este siglo ni en el futuro (Mateo 12, 31-32). De estas palabras de Cristo realmente se deduce que el perdón de los pecados es posible incluso después de la muerte. Pero yo tengo que advertirle que si permanezca en la secta, entonces ya nadie le puede ayudar más, puesto que usted en este momento está blasfemando contra el Espíritu, Quien permanece eternamente en la Iglesia Ortodoxa (Juan 14,16). Él hizo mueca de disgusto y se apresuró de nuevo a evitar este tema delicado. – Bueno, pues, está claro por qué ustedes rezan por los difuntos. Pero, ¿por qué están dando limosnas por ellos? – A todos los cristianos se les fue dado el mandamiento: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6, 36), por eso la limosna ayuda mucho a nuestras oraciones. Es que ya en el Antiguo Testamento el hijo de Sirácides escribió: “La gracia de tu dádiva llegue a todo viviente, ni siquiera a los muertos les rehúses tu gracia”(Eclesiástico 7, 33). Pero si usted no tiene otras preguntas, continuemos nuestro paseo por este templo. – ¿Por qué ustedes violan públicamente el mandamiento de Dios? – el sectario me preguntó, mostrándome los santos iconos. – Ya que es dicho: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éxodo 20, 5). Mas ustedes llenaron todo su templo con las imágenes de los hombres y ángeles. ¡Aquí se trata de una obvia idolatría! – ¿Y a usted no le parece – contesté yo, – que desde que se dio este mandamiento, ocurrieron algunos cambios en la relación entre Dios y el hombre? Recordemos que Moisés mismo explicó la razón por la que era imposible hacer imagen de Dios en el Antiguo Testamento. Él dice: “Guardad, pues, mucho vuestras almas, pues ninguna figura visteis el día que el Señor habló con vosotros de en medio del fuego, para que no os corrompáis y hagáis para vosotros

escultura, imagen de figura alguna” (Deut.4, 15-16). Pero, desde entonces ocurrieron algunos acontecimientos grandes. El Invisible mismo se hizo visible y, confesando esta verdad en práctica, nosotros hacemos imagen de Dios encarnado. “A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él lo ha dado a conocer” (Juan 1,18). Y nosotros anunciamos este increíble mensaje no sólo por las palabras, sino en práctica también. Ustedes no pueden de ninguna manera demostrar su fe en Cristo, Quien vino en la carne, ya que explícitamente niegan a hacer Su imagen. Por lo tanto, ustedes corresponden completamente a la descripción del engañador y Anticristo, dada por el apóstol Juan (2 Juan 1, 7). Rechazando la veneración de los iconos, también se privan de la posibilidad de cumplir el mandamiento del apóstol Pablo: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, Quien por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz [diciéndole estas palabras le mostré con la mano la Cruz], menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios [y le he mostrado el icono de Cristo en Su gloria]” (Hebreos 12, 1-2). Que yo sepa, los hombres miran con los ojos, y esto presupone la existencia de los iconos en la Iglesia. – Aquí se trata no de mirar con los ojos, sino por el pensamiento, por el recuerdo – respondió el sectario. – No, usted está equivocado – dije yo. El versículo siguiente habla de la mirada mental, pero aquí no tenemos ninguna razón para alejarnos del significado literal del texto bíblico.

– Bueno pues, supongamos que es posible hacer imágenes de Cristo, pero ¿por qué hacer iconos de los santos? Puesto que ellos no son dioses en absoluto, así que ¿de qué testifican estos iconos? – Los santos, por supuesto, no son dioses por naturaleza, ellos son los hijos de Dios por gracia increada de Dios (Juan 1, 12-13). Sus iconos representan un testimonio

brillante de que la hazaña de Cristo no ha quedado infructuosa. Ellos recibieron la gloria que el Padre Le dio al Hijo, y Él se la dio a los santos (Juan 17, 22). Mire, por ejemplo, en este icono de la santa Mártir Paraskeva. ¿Ve la luz brillando alrededor de su cabeza? Éste es el símbolo de la Gloria Divina, porque “Dios es luz” (1 Juan 1, 5). Y la manera de cómo esta santa llegó a Dios es indicada por la cruz en sus manos. Ya que es dicho: “El que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de Mí, la hallará” (Mateo 10, 38-39). Así también Santa Paraskeva tomó su cruz, perdió su vida por Cristo y encontró la alegría eterna. Y nosotros “considerando cuál haya sido el fin de su vida, imitamos su fe” (Hebreos 13, 7), como el Apóstol nos aconseja. De esto llegamos obviamente a la conclusión de que la Escritura nos enseña a honrar los iconos de los santos y a través de ellos pedirles ayuda en la oración, porque “la oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). Sin embargo, en la Biblia hay un mandamiento directo de Dios de hacer imágenes, dado ya en el Antiguo Testamento. Ya hemos hablado acerca de que en el templo de Salomón había imágenes de los querubines, y él no las hizo arbitrariamente, sino que cumpliendo solamente el mandamiento dado a Moisés. “Y el Señor habló a Moisés, diciendo: Harás también dos querubines de oro; labrados a martillo los harás en los dos extremos (del propiciatorio). Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel” (Éxodo 25, 1-22).De estas palabras está claro que Dios mismo ordenó que se hagan las imágenes sagradas. Ellas son tan agradables a Él de que a través de ellas Él revelaba Su voluntad y hacía milagros, tal como los hace a través de los iconos hasta ahora. Si usted recuerda, en el comienzo de nuestra conversación hablamos sobre el hecho de que deberíamos imitar el servicio divino celestial. Ahora es importante mencionar que, a pesar de que en el cielo viven los prototipos mismos de los iconos, las hay incluso allí. Porque el apóstol Juan vio en el templo el arca del pacto, que está cubierta con las imágenes (Ap. 11,19). En los tiempos del Antiguo Testamento era imposible hacer imágenes de los hombres, porque aún no habían sido redimidos y no se habían unido con Dios; pero ahora, cuando los justos se hacen iguales a los ángeles a través de la participación en la divinidad (Lucas 20, 36) y hasta su rostro puede llegar a ser como el de un ángel (Hechos 6, 15), por supuesto, entonces podemos y debemos recordar el mandamiento del Apóstol (Hebreos 13,7) de hacer imágenes de los Santos. – Muy bien. Usted ha demostrado que los iconos no contradicen a la Biblia. Pero, ¿por qué venerarlos cuando es dicho: “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás” (Mateo 4, 10)? – Usted notó que no fue dicho que hay que venerarle solamente a Dios. Hay diferentes tipos de veneración. Abraham se inclinó ante los hijos de Het (Génesis 23, 12), Jacob adoró apoyado sobre el extremo de su bordón (Hebreos 11, 21). Todo esto se llama veneración por el respeto – de tal manera nosotros nos inclinamos ante las cosas santas, mayormente ante los iconos. La muestra de una tal veneración nos fue dada en la Biblia: Jesús Navin postró en tierra sobre su rostro delante del arca

que era un icono del Dios invisible y estaba cubierto con iconos de ángeles (Josué 7, 6). David se inclinó delante del templo (Salmo 5, 8) y dijo que, cuando se despertará, “estará satisfecho a la semejanza de Dios” (Salmo 16, 15).Y la estructura misma del Tabernáculo presuponía la veneración, el encender los candiles y el incienso delante del velo, cubierto con las imágenes de los querubines (Éxodo 26, 31, 35, 30, 6-7). ¡De esa manera, la Iglesia Ortodoxa en todo es fiel a la Revelación de Dios! Pero hay también otro tipo de veneración, llamada adoración o el servir a Dios – tal adoración nosotros Le damos solamente a Dios y así nos inclinamos solamente ante la Sagrada Comunión, porque el Dios Verbo mismo entonces está frente a nosotros – con Su Cuerpo y Sangre. – ¿Y dónde pues en las Escrituras ustedes encontraron el mandamiento de poner tantas velas, candiles y lámparas? Yo sé que ahora usted va a mencionar el candelero de siete brazos, pero sólo él estaba en todo el tabernáculo, ¡y usted tiene tantos! – Sí, había un solo candelero de siete brazos en el tabernáculo. Por supuesto, también podemos recordar el fuego incesante que ardía en el altar, y siguiendo este ejemplo las velas están constantemente ardiendo en los templos. Aparte de eso, hay indicios en la Biblia sobre muchas lámparas que iluminan el templo como un símbolo de la luz divina que ilumina el templo celestial. Salomón “hizo asimismo diez candelabros de oro, como Dios lo había ordenado, y los puso en el templo; cinco en el lado sur, y cinco en el lado norte” (2 Crónicas 4, 7). Y el apóstol Pablo también sirvió una liturgia en la habitación superior, “donde … habían bastantes lámparas encendidas” (Hechos 20, 8). Así que aquí de nuevo la Iglesia permaneció sin cambios desde los tiempos apostólicos. Pero, mientras no haya comenzado el oficio divino, acerquémonos y miremos en el santuario mismo del templo. Nos hemos acercado al iconostasio y el joven me preguntó: – ¿Acaso toda esta decoración complicada tiene raíces bíblicas? – Como usted ya se ha convencido bastantes veces de eso – sí, la tiene. Ya hemos hablado del velo cubierto con las imágenes que separaban el resto del templo del Santo de los Santos. La pared misma la cual unía esas dos partes apareció ya en el templo de Salomón: “Asimismo hizo al final de la casa un edificio de veinte codos, de tablas de cedro desde el suelo hasta lo más alto; así hizo en la casa un aposento que es el lugar santísimo…Y esculpió todas las paredes de la casa alrededor de diversas figuras, de querubines, de palmeras y de botones de flores…A la entrada del santuario hizo puertas de madera de olivo; y el umbral y los postes eran de cinco esquinas (Preste su atención a la forma de las puertas de altar; ella completamente corresponde a la descripción). Las dos puertas eran de madera de olivo; y talló en ellas figuras de querubines, de palmeras y de botones de flores, y las cubrió de oro” (1ra de Reyes 6, 16-32). Si usted mira atentamente, justo al lado de las imágenes de los cuatro evangelistas, verá los iconos de los querubines, también. Las imágenes de los apóstoles no aparecieron aquí por casualidad. Es que justamente gracias a sus Evangelios nosotros podemos alcanzar la vida eterna, que es el Dios Hijo, Quien habita en nuestros altares con Su Cuerpo y Sangre. Esta salvación se hizo posible

sólo gracias a la encarnación que ocurrió en el momento de la Anunciación, cuyo icono también está en las puertas. Como el testimonio de la veracidad de la encarnación, a sus lados vemos los iconos de Cristo y de Su Madre. Cabe señalar que el prototipo de las puertas de altar existe también en el cielo. El apóstol Juan vio: “he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá” (Apocalipsis 4, 1). Sigamos nosotros también esa voz y vayamos a la imagen terrenal del santuario celestial. Hemos llegado hasta la puerta norte cuando tuve que advertirle a mi interlocutor:

– Usted no tiene el derecho y la posibilidad de entrar en el altar, porque está en el pecado mortal de herejía. La fuerza de Dios puede castigarle si usted, no habiéndose unido a la Iglesia de Cristo, entra en el altar. No me gustaría que con usted suceda también lo que sucedió con Nadab y Abiú, quienes ofrecieron fuego extraño delante del Señor y murieron de su llama (Levítico 10, 1-7). Por eso, le mostraré el altar desde sus puertas. Después de convencerme de que mi interlocutor no se ofendió por tal actitud hacia él, abrí las puertas y dije: – Ahora casi sin ningún comentario más se pueden citar las palabras del libro de Apocalipsis y mostrar la imagen del cielo en nuestra tierra triste. “Y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda” (Apocalipsis 4, 2-3). Mire usted en el lugar superior y verá las imágenes de todo esto. Aquí está el trono superior, donde el portador de la gracia increada apostólica está sentado durante el servicio divino – el obispo, quien sirve como la imagen de Dios, como aquel que ha sido ungido por el Espíritu Santo. Sobre el trono vemos el icono de Jesús mismo Quien está sentado, rodeado por un arco iris de esmeralda. “Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas” (Apocalipsis 4,4).Al lado del trono principal se pueden ver también estos tronos más pequeños, donde los sacerdotes pueden sentarse durante la Liturgia (los “ancianos” – traducido del griego).Sobre sus cabezas se encuentran los iconos de los presbíteros celestiales, de los santos padres quienes nos han compilado el texto de la Liturgia apostólica.

– Bueno – me interrumpió el sectario, – ustedes introdujeron algo nuevo en lo que los Apóstoles les habían entregado, ¡y eso significa que su Iglesia no es apostólica! – Del hecho de que realmente hemos introducido algo lo que no hay en los textos bíblicos, todavía no resulta que de alguna manera distorsionamos la Revelación. Nuestra Iglesia está viva. Ella es un organismo que crece, y no podemos encerrarlo en el marco de una Biblia. Nosotros no somos los ministros de la letra que mata, sino los del Espíritu Quien vivifica (2 Corintios 3, 6), de Quien el Señor dio testimonio: “Os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14, 26). Por lo tanto, guiados por el Espíritu Santo, en cada siglo los santos añaden al tesoro de la Iglesia más y más riquezas, las cuales descubren en Ella lo que le Cristo dio en toda su plenitud desde el principio mismo. -Bueno pues, usted con eso ha confirmado su naturaleza no bíblica; al contrario, nosotros seguimos sólo la Biblia, ¡y no necesitamos nada más! – Por supuesto, ¡Ustedes ni siquiera tienen necesidad del Espíritu Santo! Pero si ustedes son tan bíblicos, entonces ¿por qué no tienen nada de lo que hablamos tanto tiempo ya? No vino ninguna respuesta clara a esto. Entonces continué: – Volvamos a la contemplación de los símbolos celestiales. Hemos oído que los ancianos en el cielo se visten no sólo en ropas ordinarias, sino en unas ropas especiales; imitando a éstos, los sacerdotes ortodoxos llevan ropas sacerdotales, rechazadas por sus correligionarios. Las coronas de oro simbolizan las mitras – las cuales llevan los obispos y los presbíteros gratificados. Una de las mitras, como lo puede ver usted, está en el lugar superior. “Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios” (Apocalipsis 4, 5). La imagen de estas voces y truenos son las palabras de la Revelación de Dios, las cuales se pronuncian desde el lugar superior. Las siete lámparas que están ardiendo ve frente a usted. Esto es un candelero con siete velas. El apóstol Juan vio un mar de cristal el cual aquí es simbolizado por este lavabo en altar, y cuatro animales representados tanto en las pinturas al fresco como en los exapterigas. Los himnos los cuales ellos cantan, usted puede oír cuando regrese a la Iglesia y luego participe en la Liturgia. Ahora prestemos nuestra atención a la parte principal del altar – que se llama Altar o la Mesa, sobre cuya existencia en la Iglesia hablaba también y el apóstol Pablo (1 Corintios 10, 21). Bajo el altar celestial están las almas de los mártires (Apocalipsis 6, 9); bajo su imagen terrenal, reposan sus cuerpos – eso es la expresión de la unidad de la Iglesia terrenal con la celestial. – ¿Bueno, y qué significan estas cubiertas en el altar? Es que, él, si recuerdo bien, no estaba cubierto en el templo en el Antiguo Testamento. – Usted no tiene toda la razón. Si usted recuerda, el santuario principal del templo – el arca – estaba cubierto con velos durante el viaje de Israel, así como otros objetos sagrados (Números 4, 5-15). Los ortodoxos no consideran esta tierra como su hogar eterno; su vida entera es un viaje incesante a la tierra de promesa, hacia Cristo. Por eso, nuestros templos miran hacia el este y nuestro altar está cubierto, porque aún estamos en el camino. Por otra parte, el altar es el símbolo de la tumba de Cristo

Quien sufrió por nosotros; por lo tanto, las cubiertas son un recuerdo del sudario que quedó después de Su resurrección (Juan 20, 6-7). La cosa más santa del altar en el Antiguo Testamento era el arca del pacto. Éste también vio en su visión el Evangelista Juan. Este santuario hay también en nuestra mesa: la imagen del templo que está en ella como su parte principal tiene el arca, donde se encuentra el Cuerpo de Cristo – el prototipo de la mana (Juan 6, 49-51) la cual se guardaba ante el arca del Antiguo Testamento (Éxodo 16, 32-34). Como usted se acuerda, el contenido principal del arca eran las tablillas del pacto (Éxodo 25, 21), y en el templo celestial El que está sentado en el altar en Su mano derecha tenía un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos que abrió el Cordero inmolado (Apocalipsis 5).Era necesario que hubiera algo similar en el santuario terrenal, también. Por eso, en la mesa usted ve el Evangelio de Jesucristo – las nuevas tablillas del pacto y el libro abierto de los destinos de Dios. Aparte de estos objetos sagrados, delante del arca del pacto se encontraba la vara de Aarón que floreció ” por señal a los hijos rebeldes; y harás cesar sus quejas de delante de Mí, para que no mueran” (Números 17,10). En nuestro altar hay una señal incomparablemente mayor, la del Hijo del Hombre (Mateo 24, 30) – la Cruz Vivificadora, en la que Dios mismo estableció un nuevo sacerdocio según el orden de Melquisedec, que superó el sacerdocio de Aarón (Hebreos 7). Nuestro altar es consagrado por el sucesor de los apóstoles a través de la unción con el santo miro, así como era también en el Antiguo Testamento. “Así los consagrarás, y serán cosas santísimas; todo lo que tocare en ellos, será santificado” (Éxodo 30, 29). – ¿Qué significa esta mesa de la izquierda? ¿Por qué la necesitan? Y, en general, ¿por qué todo es tan complicado en la Ortodoxia?

– Esta mesa se llama la mesa de la proposición del pan. Ella fue construida según su prototipo en el Antiguo Testamento (Éxodo 25, 23-30). En ella se ofrecen constantemente los panes “una ofrenda encendida para el Señor… este es una cosa muy sagrada” (Levítico 24, 7-9). En nuestra Iglesia se llaman prosforas (panes santificados), que se traen para ofrecérselos a Dios por los cristianos vivos y fallecidos. Por medio de ellos, Dios hizo muchos milagros con los que creen en Él. Pero el papel principal de esta mesa es el de preparar el pan y el vino usados para el Sacrificio litúrgico. Bueno, la Ortodoxia es muy compleja: Ella fue creada por Dios para responder a las innumerables preguntas del corazón herido e inmensamente profundo del hombre, el cual es conocido solamente a Dios (1 Juan 3, 20). En nuestra vida se enfrentan dos abismos: la profundidad del corazón humano y la incomprensibilidad de la mente de Dios. No éramos nosotros los que hemos

inventado la Ortodoxia. Ella nos fue dada por Aquél de Quien David cantó: “En el mar fue tu camino, y tus sendas en las muchas aguas; Y tus pisadas no fueron conocidas. Condujiste a tu pueblo como ovejas por mano de Moisés y de Aarón” (Salmo 76, 20-21). Por eso, nosotros no podemos abolir nada, “Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Romanos 11, 34). Yo le aconsejo a usted también que no irrite al Señor con su oposición a Su Iglesia, porque “¿Somos más fuertes que Él?” (1 Corintios 10, 22). ¡Mejor es que se humille bajo Su mano alta, y Él le exaltará! Pero por el momento tenemos que terminar nuestra conversación, porque nuestro sacerdote quien nos preside en el Señor (1 Tesalonicenses 5, 12) ya está en su lugar, y el servicio de vísperas ahora va a comenzar. Participemos juntos en esta oración servida en la Iglesia Ortodoxa desde la época del Patriarca Isaac (Génesis 24, 63), durante ya cuatro mil años. Descendimos del ambón y nos quedamos al lado del icono principal de nuestro templo. En ese momento, el sacerdote comenzó con el servicio de vísperas con el clamor del rey y sacerdote Melquisedec: “Bendito sea Dios” (Génesis 14, 20). El lector devoto comenzó a cantar en una sola nota las palabras del profeta David, el orden maravilloso del mundo creado por el Omnipotente (Salmo 103). Entonces, imitando al sabio rey Salomón, el diácono pronunció una letanía pacífica (1 Reyes 8, 22-53), y el coro comenzó a cantar el antiguo himno vespertino del rey David (Salmo 140; 141; 129; 116). Durante esos cantos, el diácono cumplía el antiguo ritual del incienso vespertino del templo, establecido por Moisés (Éxodo 30, 8), cuyo prototipo el apóstol Juan contemplaba en el templo celestial (Apocalipsis 5, 8). Mientras tanto, el coro, según el mandamiento del Apóstol, estaba cantando: “con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efesios 5, 19) por todas sus grandes bendiciones y pidiéndole perdón. Luego este coro, cumpliendo las palabras de Salomón “la memoria de los justos será bendecida” (Proverbios 10, 7), cantó los himnos en honor de los santos, donde “Su alabanza sea en la iglesia de los santos” (Salmo 149, 1). Al final de los himnos, las puertas del altar se abrieron y los sacerdotes, con velas en sus manos, hicieron la procesión de entrada vespertina, la cual tiene su origen en el rito del encender las siete lámparas en el Antiguo Testamento cada tarde (Éxodo 27, 20-21). El coro alabó a Él Quien es la verdadera Luz (Juan 1, 9), las palabras del antiguo himno post-Apostólico. Entonces el diácono pronunció el proquímeno grande, extraído del salmo 60: “Me has dado la heredad de los que temen tu nombre. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti. Estaré seguro bajo la cubierta de tus alas. Así cantaré tu nombre para siempre” (Salmos 60, 6, 3, 9). El coro, imitando el coro celestial de los ángeles (Apocalipsis 4, 8-11), cantó el primer verso en cada una de esas oraciones. Se pudo notar en la cara de mi interlocutor que fue especialmente conmovido por las palabras del gran proquímeno (yo le explicaba todo lo que ocurría en el servicio divino, paso a paso). Como señal de que el tiempo del arrepentimiento ha llegado, las puertas del altar se cerraron, y el

lector pronunció una de las más antiguas oraciones cristianas: “Concede, oh Señor, que nos guardemos del pecado esta noche…”. Entonces el diácono les invitó a todos los fieles a buscar el Reino y su justicia (Mateo 6, 33), y el coro cantó el Salmo 122 y las canciones penitenciales asociadas con él. Ellas nos invitaban a imitar la oración del publicano y a evitar el orgullo farisaico (Lucas 18, 9-14). El lector nos recordó la proximidad de nuestra muerte, cuya imagen representa el sueño. Él ha puesto en nuestros corazones el ejemplo de la actitud correcta hacia este acontecimiento inevitable, pronunciando la oración maravillosa de San Simeón el Recibidor de Dios (Lucas 2, 29-32). Habiendo limpiado nuestra mente de los apegos terrenales, nos unimos al himno de los serafines (Isaías 6, 3) y nos atrevimos a llamar a Dios “el Padre nuestro” pronunciando las palabras de la oración del Señor (Mt 6, 9-13). Luego, hemos pedido que nos ayuden en nuestra oración a aquellos que ya han alcanzado la perfecta adopción como hijos de Dios. Especialmente, clamamos a Aquélla Quien profetizó en el Espíritu: “Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones” (Lucas 1, 48). Le hemos ofrecido doxología, compuesta por las palabras del arcángel Gabriel (Lucas 1, 28) y las por Elisabet (Lucas 1, 42-43). El presbítero junto con nosotros Le pidió al Señor con las palabras de San Efrén que nos salve de los espíritus del pecado y nos dé a los espíritus de las virtudes. Habiéndola glorificado a nuestra esperanza – Cristo y a la Santísima Trinidad descubierta a nosotros por medio de Él, salimos del templo. Nuestro camino y la tarde que viene fueron bendecidos por el nombre de Jesús, el cual es la “torre fuerte, a él correrá el justo, y será levantado” (Proverbios 18, 10). Ya era muy tarde y empezamos a despedirnos. Le di consejo a mi compañero que se reconcilie con Dios y entre bajo la protección de Sus alas, en la Iglesia Ortodoxa. Él prometió que va a pensar en eso. Me despedí de él habiéndole recordado las palabras de Cristo: “Escudriñad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de Mí” (Juan 5, 39). “Yo edificaré Mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra Ella” (Mateo 16, 18). ********************* La Gran Cuaresma ya pasó. La Pascua ya se celebraba en la Tierra. Visitando los templos decorados con flores, rodeados por los guindos y manzanos olorosos, “lavados” con fresca tormenta de mayo, me encontré con una iglesia pequeña maravillosa en Zamoskvorechye. Mi corazón me atrajo a esa casa preciosa del Novio celestial. Habiendo entrado en ella, bajo sus bóvedas fragantes, vi a algunos hombres quienes esperaban para confesarse al sacerdote. De repente, entre los hombres que estaban allí, vi a mi interlocutor. Resultó qué, después de algunas dudas aparecidas, este conocido mío rechazó sus errores, se arrepintió por sus pecados y ahora está aprendiendo a vivir según los mandamientos de Dios… ” Y (el Señor) dijo: Así es el Reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado” (Marcos 4, 26-29).

Fuente: Священник Даниил Сысоев. Прогулка протестанта по православному храму TRADUCIDO AL CASTELLANO POR МАРКО ДАШИЋ Y ANDA MARIA MARTIN

San Ignacio Brianchaninov – Sobre la imposibilidad de la salvación de los hombres de otras fes y de los heréticos Es digna de un sollozo amargo la siguiente escena: los cristianos quienes no saben qué es el Cristianismo; con esa escena ahora nos encontramos casi constantemente. Nuestras miradas raramente se encuentran con alguna escena contraria, la cual sería, en verdad, consoladora para nosotros. En la multitud de aquellos que llaman a sí mismos “cristianos”, nuestros ojos raramente se pueden detener en un cristiano quien sería eso tanto por ese nombre como por su obra. La pregunta que usted hace, en el día de hoy la hacen todos: “¿Por qué no se salvan”, escribe usted, “los paganos, los mahometanos y los así llamados heréticos? Entre ellos hay tan buenos hombres. Ajusticiarles a esos hombres tan buenos sería opuesto a la misericordia de Dios… Sí, eso sería opuesto incluso al sentido común del hombre. Pues, los heréticos también son los cristianos. Considerar a sí mismos salvados, y a los miembros de las demás creencias como perdidos – ¡eso es demencia y una soberbia extrema!” Trataré de contestarle, si es posible, en pocas palabras, para que la claridad de la expresión no fuera dañada por mucho hablar. Cristianos, vosotros reflexionáis sobre la salvación y, al mismo tiempo, no sabéis qué es la salvación, por qué ella es necesaria a los hombres; al final, no conocéis a Cristo, Quien es el Único medio de nuestra salvación. He aquí la doctrina verdadera sobre esta cuestión, la doctrina de la Santa Iglesia Católica (Ortodoxa): la salvación consiste en regresar a la comunión con Dios. Esta comunión la perdió el género humano completo por causa de la caída en el pecado de nuestros ancestros. Todo el género humano es un género de los seres perdidos. La perdición es la herencia de todos los hombres, tanto de los virtuosos como de los malos. Nos concebimos en el delito, nacemos en el pecado. “Descenderé a la tumba enlutado por mi hijo”, dice San Patriarca Jacobo sobre sí mismo y su santo hijo José, (quien era) casto y maravilloso. Al terminar su peregrinación terrenal, descendían al infierno no sólo los pecadores, sino también y los justos del Antiguo Testamento. Tal es el poder de las buenas obras humanas. Tal es el precio de las virtudes de nuestra naturaleza caída. Para que se establezca la comunión del hombre con Dios, para la salvación – era necesaria la redención. La redención del género humano no la cumplieron ni los Ángeles ni los Arcángeles, incluso ni cualquier de los más altos, pero limitados y creados seres. La ha cumplido el Dios ilimitado mismo. Los castigos – los que eran el destino del género humano,

se han reemplazado por Su castigo; la falta de los méritos de los hombres fue reemplazada por Su dignidad eterna. Todas las buenas obras de los hombres, las cuales son impotentes y descienden al infierno – son reemplazadas por una buena obra poderosa: la fe en el Señor nuestro Jesucristo. Le preguntaron al Señor los judíos: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?” El Señor les contestó: “Ésta es la obra de Dios, que creáis en El que Él ha enviado” (Juan 6, 28 – 29). Una sola buena obra es necesaria para nuestra salvación: la fe. Pero, la fe es la obra. Por la fe, únicamente por la fe, nosotros podemos entrar en la comunión con Dios, por medio de los Sacramentos los cuales Él nos dio. Pero, en vano y equivocadamente usted piensa y dice que serán salvados los buenos hombres entre los paganos y los mahometanos, es decir, que entrarán en la comunión con Dios. En vano usted considera como una innovación el pensamiento opuesto a eso (a la afirmación expresada por la parte del hombre quien escribió la carta a San Ignacio; n. del trad.) como una falta que se deslizó. Pero, no es así, tal es la doctrina ininterrumpida de la Iglesia verdadera, tanto la del Antiguo Testamento como la del Nuevo. La Iglesia consideraba siempre que el único intermediario de la salvación es el Redentor. Ella reconoce que incluso las más grandes virtudes de la naturaleza caída descienden al infierno. Si los justos de la Iglesia verdadera, los faros de quienes lucía el Espíritu Santo, los profetas y milagrosos quienes creían en el Redentor que viene, pero quienes vivieron y murieron antes de la llegada del Redentor y, por consiguiente, descendieron al infierno, entonces, ¿cómo usted quiere que los paganos y los mahometanos, quienes no conocieron al Redentor y no creyeron en Él, sólo porque a usted le parece que son tan buenos, adquieran la salvación, la cual se otorga por un solo, le repito, por el único medio – por la fe en el Redentor? ¡Cristianos, conozcáis a Cristo! Entendáis que vosotros no Le conocéis, que vosotros renunciabais a Él considerando que la salvación es posible sin Él, que ella es posible por algunas buenas obras. Aquel que acepta la posibilidad de la salvación sin la fe en Cristo, ése, pues, renuncia a Cristo y, quizás ni siquiera dándose cuenta de eso, cae en el pecado grave de la blasfemia. “Concluímos, pues”, dice San Apóstol Pablo, “que el hombre se justificará por fe sin las obras de la ley” (Romanos, 3, 28). “Y eso es la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo para todos los que creen, porque no hay diferencia. Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, y se justifican por el don, por Su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos, 3, 22 – 24). Usted va a objetar: “San Apóstol Santiago exige inevitablemente buenas obras, él enseña que la fe sin obras es muerta”. Analice usted sobre qué exige San Apóstol Santiago. Usted va a notar que él, tal como todos los escritores inspirados por Dios de las Sagradas Escrituras, exige las obras de la fe, y no las buenas obras de nuestra naturaleza caída. Él exige una fe viva, confirmada por las obras del nuevo hombre, y no las de la naturaleza caída las cuales son opuestas a la fe. Él menciona lo que hizo el Patriarca Abraham, menciona aquella obra de la cual salió a luz la fe del justo: esa obra consistió en ofrecer como sacrificio a Dios a su hijo unigénito. Degollar a su

hijo y ofrecerlo como sacrificio no es ninguna buena obra en absoluto, según la naturaleza humana. Ella representa una buena obra solo como (la expresión) del cumplimiento del mandamiento de Dios, como una obra de la fe. Fije usted su mirada en el Nuevo Testamento y en la Biblia completa, en general. Usted va a encontrar que él exige cumplir los mandamientos de Dios y que justamente ese cumplimiento se llama allí “obras”, que por cumplir así los mandamientos de Dios la fe en Dios llega a ser viva, como aquella que obra. Sin ella, la fe está muerta, como si estuviera destituida de todo movimiento. Al contrario de eso, usted va a encontrar que las buenas obras de la naturaleza caída – de los sentidos, de la sangre, del instinto y de los sentimientos tiernos del corazón – son inaceptables, rechazadas. Justamente esas buenas obras de los paganos y los mahometanos le gustan a usted. Usted quiere que se otorgue la salvación a ellos por tales buenas obras, aunque eso iría al mismo tiempo con el rechazo de Cristo. Es rara su reflexión sobre la razón sana. ¿De dónde, con qué derecho usted la halla y la reconoce en usted mismo? Si usted es cristiano, entonces debe tener la comprensión cristiana de este asunto, y no alguna otra, arbitraria y aceptada de quien sabe donde. El Evangelio nos enseña que, por causa de la caída, hemos conseguido una falsamente llamada razón; nos enseña que la razón de nuestra naturaleza caída, a pesar de toda su dignidad innata que posee y agudeza obtenida por erudición de este mundo, en todo modo preserva su herencia conseguida por la caída – se queda como una falsamente llamada razón. Ella hay que rechazarla y entregarse a la guía de la fe. Bajo esa guía, a su debido tiempo, después de grandes esfuerzos en la devoción (viviendo en Cristo; n. del trad.) Dios dona a su siervo fiel la razón de la Verdad, la razón espiritual. Esta razón es posible y obligatorio considerarla como la razón sana, ella es la fe anunciada, tan insuperablemente descrita por parte de San Apóstol Pablo en el capítulo 11 de su Epístola a los hebreos. El fundamento del discernimiento espiritual es Dios. En esta piedra firme él se construye y por eso no vacila, no cae. Y eso lo que usted llama “la razón sana” nosotros los cristianos lo consideramos como una razón tan enferma, tan obscurecida y errónea – que su curación no se puede realizar por alguna otra manera sino solamente a través de quitarle todos sus conocimientos los cuales la construyen, y eso por medio de la espada de la fe, y rechazarlos. Mas si ella (esta razón; n. del trad.) se considera como sana y se reconoce como tal, basándose en algún fundamento inseguro, suelto, indeterminado, que se cambia cada rato – pues, entonces ella como una razón “sana” inevitablemente rechazará a Cristo. Esto es comprobado por experiencia. ¿Qué le está diciendo a usted su razón sana? Le dice que considerar la perdición de los buenos hombres quienes no creen en Cristo se opone a su razón sana de usted. Y no sólo eso, sino que tal perdición de los buenos (hombres) se opone a la misericordia de un tal Ser todobondadoso, como es Dios. Bueno, ¿se entiende que usted ha recibido la revelación sobre este asunto desde arriba, sobre qué es contradictorio y qué no a la misericordia de Dios? Pues, no, sino que le muestra eso su razón sana. ¡Oh, su razón sana!…

Sin embargo, apoyándose en su razón sana, ¿cómo usted cree que pueda entender qué se opone y qué no a la misericordia de Dios, por medio de su propia mente humana? Permítame usted expresar nuestra opinión. El Evangelio, es decir la doctrina de Cristo, o la Sagrada Escritura o, dicho de otra manera, la Iglesia Santa Católica (Ortodoxa) nos ha revelado todo lo que el hombre pueda saber sobre la misericordia de Dios, lo que sobrepasa todo razonamiento y está indisponible para toda comprensión humana. Es un entusiasmo vano de la mente humana intentar dar definición del Dios ilimitado, cuando intenta explicar lo inexplicable y sujetar a su imaginación… ¿a quién? ¡A Dios! ¡Una tal hazaña representa el esfuerzo satánico! Lleva usted el nombre “cristiano” y no sabe la doctrina de Cristo! Si de esta doctrina celestial bendita (aquí traducí así la palabra griega “κεχαριτωμένη” o la palabra rusa “благодатная”; n. del trad.) no ha aprendido que Dios es incognoscible, váyase a la escuela y escuche qué les enseñan a los niños. Los profesores de matemáticas les enseñan en la teoría de lo infinito que ello, como un valor indeterminado, no se sujeta a aquellos leyes a las cuales están sujetos los valores determinados – los números; que sus resultados pueden ser totalmente contrarios a los de los números. Y usted, imagínese, quiere limitar las leyes del efecto de la misericordia de Dios y dice: esto está de acuerdo con ella, eso se le opone. Pues, esto está de acuerdo o en desacuerdo con su razón sana, con sus entendimientos y sentimientos. Ahora, ¿debería resultar de eso que Dios tiene obligación de entender y sentir tal como usted entiende y siente? Usted justamente eso exige de Dios. Ésa es una hazaña completamente irracional y extremadamente soberbia. Pues, no culpe usted los discernimientos de la Iglesia por la falta de un sentido sano y de la humildad: ¡esa es la falta de usted! Ella, la Santa Iglesia, lo que hace es solamente seguir perseverantemente la doctrina de Dios sobre los actos de Dios, los cuales Dios mismo nos reveló. Tras ella obedecientemente van Sus hijos verdaderos, iluminándose por la fe, suprimiendo esa razón fanfarrona la cual se levanta contra Dios. Nosotros creemos que podamos saber sobre Dios sólo lo que Él mismo quiso revelarnos. Si hubiera existido algún otro camino hacia la adquisición del conocimiento de Dios, el camino el cual podríamos nosotros abrir (a nuestra mente) por nuestros propios esfuerzos, entonces no se nos habría dado la revelación. Ella nos fue dada porque la necesitamos. Son inútiles y falsas invenciones y vogabundeos de la mente humana. Usted dice: “Los heréticos también son los cristianos”. ¿De dónde usted sacó eso? Pues, ¿acaso alguien quien llama a sí mismo “cristiano” y no sabe nada de Cristo, por su desconocimiento extremo va a decidir considerar a sí mismo “cristiano” así como son los heréticos, y la santa fe cristiana no la va a diferenciar del producto de la maldición – la herejía blasfema? Diferentemente reflexionan sobre esto los cristianos verdaderos. Un gran número de los Santos ha recibido la corona martirial, ellos consideraban como mejor los más ardientes y largos tormentos, la cárcel, la expulsión, en comparación con la participación junto con los heréticos en su enseñanza blasfema. La Iglesia Católica (Ortodoxa) siempre consideró que la herejía es un pecado mortal, siempre supo que el alma del hombre, contagiada por la enfermedad tremenda de herejía, está muerta,

que ese hombre está lejos de la gracia increada y de la salvación, que está en comunión con el diablo y su perdición. La herejía es el pecado de la mente. La herejía representa más un pecado del diablo que el del hombre; ella es la hija del diablo, su invento, su delito, cercano a la idolatría. Los Padres llaman habitualmente la idolatría “incredulidad”, y la herejía “la mala fe”. En la idolatría, el diablo recibe para sí mismo el “honor divino” (puesto entre comillas por el traductor) por parte de los hombres ciegos; con la ayuda de la herejía él hace que los hombres ciegos se conviertan en sus cómplices en el pecado principal, lo que es la blasfemia. Aquel que lea atentamente “Las Decisiones de los Concilios”, se convencerá fácilmente de que el carácter de los heréticos es completamente satánico. Él va a ver su hipocresía horrorosa, su soberbia excesiva, se dará cuenta de su conducta miserable expresada en mentiras constantes, verá que ellos se entregaron a varias pasiones bajas, también que ellos, cuando haya la oportunidad, cumplen los más tremendos delitos y crímenes. ¡Especialmente se hace notar su odio irreconciliable hacia los hijos de la Iglesia verdadera, y la sed que tienen por su sangre! La herejía está relacionada con la dureza del corazón, con un obscurecimento tremendo y perversión de la mente; perseverantemente se mantiene en el alma contagiada por ella y es difícil curar al hombre de esta enfermedad. Cada herejía contiene blasfemia en contra del Espíritu Santo: ella blasfema o contra del dogma del Espíritu Santo o contra la acción del Espíritu Santo, pero obligatoriamente blasfema contra Él. La esencia de cada herejía es la blasfemia. San Flaviano el Patriarca de Constantinopla, quien selló por su sangre la confesión de la fe verdadera, pronunció la decisión del Concilio Local en Constantinopla en contra de Eutiquio, uno de los líderes de la herejía (se trata del monofisismo; n. del trad.), diciendo lo siguiente: “Eutiquio, hasta ahora el sacerdote archimandrita, fue descubierto completamente tanto en su conducta de antes como en sus declaraciones actuales sobre los errores de Valentino y Apolinário, en seguir perseverantemente sus blasfemias, aún más porque él ni siquiera escuchó nuestros consejos de aceptar la doctrina sana. Por eso, llorando y suspirando por su perdición total, anunciamos en el nombre del Señor nuestro Jesucristo que él cayó en blasfemia y que está destituido de toda clase del sacerdocio, de la comunión con nosotros y del gobierno de su monasterio, dando a saber a todos los que desde ahora estarán en comunión con él o le visitarán – que ellos también serán excomulgados”. Esta decisión es un espécimen de la opinión común de la Iglesia Católica (Ortodoxa) sobre los heréticos; esta determinación fue reconocido por la Iglesia entera, y la confirmó el Concilio Ecuménico en Calcedonia. La herejía de Eutiquio consistió en que él no confesaba dos naturalezas en Cristo después de Su encarnación, como lo confiesa la Iglesia, sino que permitía solamente la naturaleza divina. Usted va a decir: ¡sólo eso! Es divertido por su falta del conocimiento verdadero y amargamente triste por su naturaleza y sus consecuencias la respuesta a San Alejandro el Patriarca de Alejandría sobre la herejía arriana, de alguna persona a quien le fue entregado el gobierno de este mundo. Esa persona aconseja al Patriarca que preserve la paz, que

no empiece con las disputas las cuales son tan contrarias al espíritu del Cristianismo, y eso solo por unas cuantas palabras. Esa persona escribe que no encuentra nada en la enseñanza de Arrio lo que merecería condena, ¡solamente una pequeña diferencia en el uso de unas cuantas palabras! Tal uso de esas palabras, como lo hace notar el historiador Fleri, en las cuales “no hay nada lo que merecería condena”, rechaza la Deidad del Señor nuestro Jesucristo – ¡sólo eso¡ Eso significa que niegan la fe cristiana completa – ¡sólo tanto! Se hace notar que todas las herejías antiguas, bajo diferentes máscaras que reemplazaban una la otra, aspiraban hacia un solo objetivo: rechazaban la Deidad del Verbo y pervertían el dogma de la Encarnación. Las más nuevas herejías, por la mayor parte, intentan rehusar los actos del Espíritu Santo: blasfemando horrorosamente, ellas rechazaron la Divina Liturgia, todos los Sagrados Misterios, todo, pero todo en lo que la Iglesia Católica (Ortodoxa ( siempre reconoció la acción del Espíritu Santo. Y todo eso lo han llamado “instituciones humanas”, o aún más insolentemente: ¡la superstición, el error! ¡Bueno, claro que en la herejía usted no ve ni los crímenes ni los robos! ¿Quizás sólo por eso usted no la considera como el pecado? Ahí fue rechazado el Hijo de Dios, allí fue rechazado y blasfemado el Espíritu Santo – ¡sólo eso! Aquel que ha aceptado una doctrina blasfema y la sigue, aquel que pronuncia blasfemias (pero) no roba, sino que incluso hace buenas obras de la naturaleza caída – ¡pues, él es un hombre maravilloso! ¡Cómo Dios puede privarle a él de la salvación!… La única causa de su última duda, tal como y la de todas las demás – está en un profundo desconocimiento del Cristianismo. No piense usted que un tal desconocimiento representa una falta insignificante. No, sus consecuencias pueden ser perniciosas, especialmente ahora cuando en nuestra sociedad circulan innumerables libritos sin valor con el título cristiano, pero los cuales contienen la enseñanza satánica. No conociendo la verdadera doctrina cristiana, usted muy fácilmente puede aceptar un pensamiento falso y blasfemo como si fuera verdadero, absorberlo y junto con él absorber también y la perdición eterna. Un hombre que blasfema no será salvado. Esas dudas que usted expresó en su carta ya representan los adversarios horribles de su salvación. Su esencia (de esas dudas; n. del trad.) es la renuncia a Cristo. No juegue con su salvación, no juegue; si no, llorará usted eternamente. Lea el Nuevo Testamento y a los Santos Padres de la Iglesia Ortodoxa (y de ningún modo a las Terezas, a los Franciscos y a los demás hombres dementes de occidente a quienes su iglesia herética respeta como los santos). Aprenda usted de los Santos Padres de la Iglesia Ortodoxa a cómo entender rectamente la Escritura, cuál manera de la vida, cuáles pensamientos y sentimientos convienen a un cristiano. Antes de la hora tremenda cuando usted tendrá obligación de llegar al juicio ante Dios – adquiera la justificación la cual Dios los dio como un don a todos los hombres mediante el Cristianismo.

Fuente: Voz desde la eternidad (cartas a los monjes y a los laicos), la carta número 203, ОЬРАЗ СВЕТАЧКИ, Belgrado, el año 2003 https://svetosavlje.org/van-crkvenema-spasenja/12/ TRADUCIDO AL CASTELLANO POR МАРКО

San Nicolás Velimirovich: ¿Por qué la Ortodoxia no tiene a su propio papa? (La carta 48) Carta 48.- A un erudito ortodoxo, quien pregunta: ¿Por qué la Ortodoxia no tiene a su propio papa?

Pues, ¡sí tiene! La Ortodoxia tiene a su propio papa, mayor que todos los papas y patriarcas en el mundo. Lo tenía desde el principio y lo tendrá hasta el fin del tiempo. Ese, es el mismo papa a quien invocaban todos los Apóstoles de Cristo: El Espíritu Santo, el Espíritu de sabiduría y razón, el Espíritu del consuelo y la fuerza de Dios. Él es el papa verdadero de la Iglesia de Cristo desde siempre y para siempre, sin permutación ni cambio, sin disputa ni elección, sin precursor ni sucesor. Y, afortunadamente, existe el documento escrito por sus propias manos, donde vemos que los Apóstoles reconocían/confesaban al Espíritu Santo como su sumo jefe y papa. En el primer Concilio en Jerusalén, los Apóstoles habían escrito estas célebres palabras: Porque ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros, etc (Hechos de los Apóstoles 15,28). Evidentemente, los Apóstoles ponían al Espíritu Santo por delante de ellos y sobre ellos. Antes de esa y de cada una de sus reuniones, ellos rogaban a Él, invocaban a Él. ¿No hacen lo mismo, hasta el día de hoy, los caudillos de la Iglesia Ortodoxa? Cada vez que se reunen, ellos se acuerdan, en primer lugar, de su infalible papa, el Espíritu Santo. A Él invocan con temor antes de todos sus trabajos, y a Él obedecen sin condición. Pero no sólo los caudillos de la Iglesia; sino también los jefes de Estado en los paises ortodoxos, los ministros y los parlamentarios, en primer orden invocaban al Espíritu Santo y luego empezaban sus trabajos como autoridades civiles. Igualmente, también hacían y lo hacen, los dirigentes escolares. Usted sabe que en el comienzo de sus trabajos escolares, ellos van a la iglesia con sus alumnos para invocar al Espíritu Santo… El Todobondadoso, Todopoderoso y Todosabio Espíritu Santo maneja a todos, vigoriza a todos, inspira a todos: a la Iglesia, al Estado y a los que trabajan en el sisitema educativo. Y gobierna a todos en todo, no violentamente como los dictadores terrenales, sino como padre con sabiduría y amor. Él es nuestro padre a través del Bautismo en el cual lo hemos recibido. Y usted sabe que la palabra griega ”papa” significa el padre. Es decir, en verdadero, histórico y ético sentido, el Espíritu Santo es nuestro padre, nuestro papa. ¿Y para qué, entonces, la Iglesia Ortodoxa necesitaría a otro padre, o papa? ¿No nos ha advertido el mismo Señor Cristo, para que nos cuidemos de los papas terrenales, los padrastros? Él, diecinueve siglos antes, nos ordenó: Y no llaméis a nadie en la tierra vuestro padre (entiéndase: papa), porque sólo uno es vuestro Padre, el que está en los cielos (Mt. 23,9). Le deseo salud

y paz de Dios. fuente: https://svetosavlje.org/sr/misionarska-pisma/49/ Extraído del libro ” МИСИОНАРСКА ПИСМА ” del Santo Traducción: Marko Revisión: Gabriel

MI CONVERSIÓN A CRISTO – Por Paul Fotiou El rabino que se convirtió a la ortodoxia en Pentecostés en 1952

Entre los muchos conversos al cristianismo ortodoxo estaba el rabino judío Paul Fotiou de la comunidad hebrea de Arta en Grecia, quien se convirtió del judaísmo y fue bautizado como un cristiano ortodoxo junto con su familia. Archimandrite Nektarios Ziompolas escribe lo siguiente sobre Paul Fotiou: “Llegué a conocer a Paul Fotiou de lugares y entornos de iglesias sagradas en Atenas donde predicaba, y repetidamente en conversaciones lo escuché hablar sobre su conversión de la religión hebrea a la fe cristiana ortodoxa. Cuando habló, lo escuchamos con asombro y emoción y tuvimos preguntas generales. Vivió intensamente la vida sacramental de la Iglesia. Su rostro y su carácter respiraban respeto, “oliendo” a incienso. Mencionaré un incidente particular de mi relación con Paul Fotiou, del cual fui testigo. Por lo que recuerdo, sucedió entre los años 1960 y 1962 en Atenas. Era la noche del Jueves Santo y estábamos en una iglesia en Atenas para el Servicio de la Santa Pasión. Entonces era un laico y me encontraba al lado de Paul Fotiou, al lado del iconostasio ante los iconos de Cristo y el Precursor. Cuando el sacerdote de hermosa voz leyó el pasaje del Evangelio: “Cuando Pilato vio que no estaba llegando a ninguna parte, pero que en su lugar estaba comenzando un alboroto, tomó agua y se lavó las manos frente a la multitud. “Soy inocente de la sangre de este hombre”, dijo. ‘¡Es tu responsabilidad!’ Toda la gente respondió: ‘¡Su sangre está sobre nosotros y sobre nuestros hijos!’ ”(Mateo 27: 24-25), Paul Fotiou cayó bruscamente al suelo inconsciente. Y mientras el sacerdote seguía leyendo, lo trasladamos al santuario. Un médico de la congregación lo vio de inmediato e hizo lo necesario, y luego se recuperó y no quiso irse antes de terminar el Servicio. Por supuesto, la multitud de la congregación recibió bastante noticias de lo que sucedió, y pensó que se desmayó de pie. Pocos sabían que esto sucedió en ese momento cuando escuchó el terrorífico Evangelio. En otras palabras, esas palabras hablaron dentro de él, y se sintió muy conmovido, después de haber vivido después de dos mil años la confesión entonces insensata de sus patriotas de los judíos … Su corazón se convirtió de uno perdido al verdadero Mesías Jesús; rompió y se dio cuenta del horrible crimen en la historia que ocurrió en Gólgota …

Paul Fotiou escribió acerca de su conversión en un folleto en griego titulado “Mi conversión a Cristo“, del cual se presenta un extracto a continuación…

MI CONVERSIÓN A CRISTO Por Paul Fotiou Probablemente usted esté familiarizado con los periódicos del gran evento que ocurrió hace una década, por la gracia del Señor, para mí y para mi familia, pero tal vez no. Se refiere a mi regreso a Cristo y mi bautismo en la fiesta de Pentecostés en el año 1952 en la Santa Metrópolis de Arta, de mí y de toda mi familia. Para mí y mi familia, esto fue un gran hito en nuestras vidas, por lo que siempre agradecemos a Dios, a través de Jesucristo, su Hijo y nuestro Dios, por la gracia y el honor que Él nos hizo, por invitarnos en su camino hacia su salvación. Nuestra gratitud a Él, así como nuestras obligaciones para con los demás, es grande, principalmente para nuestros hermanos los israelitas, quienes al interpretar erróneamente las Sagradas Escrituras rechazan violentamente y odian a Cristo Mesías. Al que nuestros padres entregaron a una muerte vergonzosa y su Padre lo resucitó al tercer día de entre los muertos de acuerdo con las Escrituras. De hecho, muy excepcionalmente para ellos escribo este folleto, para facilitar esto con la ayuda de las Sagradas Escrituras para hacer que deseen y vuelvan y acepten como su Salvador Jesús, que ahora no vendrá a salvar sino a juzgar a los vivos y los muertos… Apariciones del Señor hacia mi iluminación La primera aparición del Señor Fue el período del Triodion, es decir, la segunda semana del Hijo Pródigo, un momento en que Dios nos llama a arrepentirnos y ayunar para celebrar los horrores de la Pasión y la Crucifixión. Entonces vi en mi sueño lo siguiente. Vi que estaba haciendo Saturday Vespers mientras estudiaba el Pentateuco desde el pergamino, desde el pasaje del Éxodo de Egipto, y vi allí tres palabras griegas en tinta dorada, que decían: “Fe, libertad, nación”. Pasando a la siguiente página, vi que me encontraba en una casa grande y en la puerta había dos soldados. En ese momento apareció nuestro Señor Jesucristo. El Señor llamó a la puerta e inmediatamente descendí y la abrí. Al entrar a través de Cristo, sacó de su bolsillo una foto con 360 personas y me la dio. Como no pude comprender la interpretación de esta fotografía, dijo: “Muchos de ustedes se fueron como rehenes y muchos de ustedes regresaron de Arta, 360. Es hora de arrepentirse por el pecado de sus padres, que fue Mi Crucifixión”. Luego me mostró los agujeros en sus manos. Y habiendo iluminado la interpretación del capítulo 26 de Levítico, Él desapareció …

La segunda aparición del Señor Después de dos meses y desde que continué estudiando varios libros de la Iglesia ortodoxa y seguí las Divinas Liturgias, llegamos al Jueves Santo. La noche del Jueves Santo me dormí muy molesto, por lo que había escuchado en la iglesia. Y por segunda vez vi a Cristo como sigue. Vi que estaba con mi familia, que fue exterminada en Alemania, y comimos juntos en el pasillo de mi casa. En un instante, la puerta llamó a la distribuidora postal de Arta y él me dio una carta. Abrí la carta y vi dentro de la foto que el Señor me dio la primera vez y una renuncia al rabino de la comunidad judía. De nuevo quedé extasiado con la fotografía de 360 personas. Entonces una voz desconocida sonó a través de la casa, que me dijo: “Muchos de ustedes se fueron y muchos de ustedes regresaron. Es hora de no escuchar a nadie. Toma a tu familia y ven conmigo. El pecado de tus padres te está torturando. Arrepiéntete y ven conmigo para ser salvo”. A partir de ese momento, mi fe se inflamó aún más y anunció a mi familia que nos instaba a todos a ir lo antes posible a Seraphim el Metropolitano para la catequesis y el bautismo. Al día siguiente, un amigo me enteré de que mi entonces hermano israelita había ideado un plan para retirarme de la sinagoga si iba a la sinagoga el sábado, como otros escribas y fariseos en los días del Señor. Así que lo evité y el tercer día de Pascua fuimos al Metropolitano para el catecismo familiar, prometiéndole a Su Eminencia que le notificaremos diez días antes de nuestro bautismo. La tercera aparición del Señor Pasaron cuarenta días entre la Pascua y la noche de la Ascensión, en la que se celebra el Pentecostés de los israelitas, y teníamos la costumbre de pasar la noche en diferentes casas de más de veinte personas cada una, para estudiar la tradición de la Ley Mosaica en el Sinaí. Esa noche, junto con mi familia, estábamos estudiando un libro que tuvo la conversación de San Gregorio Arzobispo con un rabino llamado Erwan, quien había sido invitado por un rey de Etiopía para hablar sobre Cristo. El Rabino Principal solicitó cuarenta días de tiempo para estudiar la Santa Biblia y luego discutir. Después del final del período, presentó y discutió durante tres días y noches con setenta maestros. Finalmente, los israelitas dijeron que creerían, a condición de que el Señor se les apareciera, lo que se hizo. Pero a causa de la poca fe de los judíos, tan pronto como el Señor se les apareció “mientras las puertas estaban cerradas” (Él vino en una nube en el centro de la sala) el Arzobispo oró y fueron cegados. Luego, mientras estaban ciegos, el arzobispo les instó a ser bautizados. Después del bautismo, los ojos de su alma se abrieron y creyeron en el Salvador de la humanidad Cristo junto con el Rey y su corte, un total de 1500

personas alrededor de la ciudad. Era medianoche cuando los estudié, escuché tres golpes en el techo de mi casa, cerré el libro con miedo y me acosté. Entonces oí que alguien golpeaba la puerta de mi habitación y entró nuestro Señor Jesucristo, sosteniendo en su mano un trozo de algodón untado con aceite, y con él me ungió en la cara y me dijo: “Paul, Paul, desde mañana lo harás, sé mío frente al que aparezca, no tengas miedo, Yo estaré en ti”. El intento de soborno Al día siguiente, el primer día del Pentecostés judío, apareció todo el Consejo de la Comunidad en mi casa alrededor de las once de la mañana para convencerme de ofrecer grandes sumas de dinero. Esto fue hecho incluso por mis familiares que llegaron de Corfú. Pero advertido por mi Señor, fui firme, junto con mi familia, en el futuro, en la fe correcta con mi bautismo en el nombre del Dios Trino: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El 8 de junio de 1952 Al día siguiente le notifiqué al metropolitano de Arta Seraphim que nos bautizara. Así que el domingo 8 de junio de 1952, el día de Pentecostés de la Iglesia ortodoxa, a las 12 del mediodía fue mi bautismo junto con los tres miembros de mi familia ante el clero y las autoridades de la ciudad y muchas personas, calculadas en más de tres mil. La Epístola de Paul Fotiou, ex Rabino de Arta, a los Rabinos y Líderes de Israel “Aquellos que sobrevivan en las tierras de tus enemigos serán destruidos por su pecado; también se desperdiciarán por los pecados de sus padres junto con los de ellos. Pero si confesan su pecado y el pecado de sus padres, su infidelidad que practicaron contra Mí, y cómo actuaron con hostilidad hacia Mí … ”(Levítico 26: 39-40). Mis queridos judíos, he aquí la maravilla de nuestra destrucción diaria de parte de los alemanes, quienes desafortunadamente nos tomaron y nos aniquilaron por los pecados de nuestros padres, quienes torcieron la interpretación de las Sagradas Escrituras y crucificaron al Mesías Cristo, y el pecado de la crucifixión fue arrojado sobre nosotros, cuando los ávidos fariseos dijeron ante Pilato: “Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mateo 27:25) y el resto de la multitud acordó decir “Amén” y se lo llevaron … Finalmente, mi amado, vemos en la lengua hebrea una palabra más grande que cualquier otra palabra, que gritamos con poder y tono melódicos: “Recuerda la Ley de Moisés que se habló en Horeb”, etc. Es necesario que estudie cada fragmento de este capítulo junto con el capítulo 26 de Levítico, en el que están escritas todas las

catástrofes de los judíos por desobedecer la Ley de Dios, hasta el punto de que somos un pueblo responsable … Amado, no hablo por interés material, pero hablo por la gracia del Espíritu Santo que recibí dentro de mí por nuestro Señor Jesucristo el día de mi bautismo. Les hablo a través del arrepentimiento, tanto para mí como para toda la humanidad, a nuestro Señor Jesucristo, que es el Mesías y el Salvador de todos los pecadores arrepentidos, y que todos podamos llegar a ser un rebaño bajo un Pastor: Cristo. Amén. Con amor en Cristo, Paul Fotiou

Traducido por Cristián (Olaf) Hidalgo

Formula Hormisdae”: un triunfo del papado que nunca existió Los apologetas católicos romanos, para demostrar un supuesto reconocimiento del gobierno absoluto jurisdiccional y en los asuntos de la fe del obispo de Roma en la Iglesia antigua, de vez en cuando apelan a la historia con la dicha “Fórmula de Hormisdas”. El año 482, de parte del emperador bizantino Zenón, fue promulgado el “Henoticon” (Ενωτικόν) – un documento religioso con un contenido bastante vago, el que habría debido llegar a ser la base para la unión de los ortodoxos calcedonios con los monofisitas que rechazaron el Concilio en Calcedonia, de allí viene su nombre (traducido del griego significa la “epístola que une”). En su Henoticon el emperador Zenón confiesa todos los dogmas cristianos fundamentales que no niega ninguno, reconoce la santidad y ortodoxia de los tres primeros Concilios Ecuménicos, es decir, del Niceno, Constantinopolitano y Efesino y especialmente acentúa la importancia de los doce anatematismos de San Cirilo de Alejandría. De esa forma, Zenón se niega a reconocer tanto el Segundo Efesiano como el Concilio en Calcedonia, donde los dos pretenden ser reconocidos como el Cuarto Ecuménico, pero los dos también atizaban las pasiones. El Henoticon no anatemizaba estos Concilios mismos, aunque en éste directamente se anatemiza cualquier tipo de enseñanza que no concuerda con los expuestos arriba criterios de la verdad: “A todo aquel que piense de manera diferente ahora o en cualquier momento en el pasado, sea eso en Calcedonia o en cualquier otro Concilio – nosotros anatemizamos”. De esa forma, el Henoticon podía ser entendido tanto como un documento ortodoxo como monofisita. Las esperanzas de Zenón en la unión, no obstante, no se habían realizado, puesto que el dicho documento no fue reconocido ni por los que firmemente confesaban la Ortodoxia, es decir, las decisiones del Concilio en Calcedonia, ni por los que firmemente confesaban el monofisismo. De esa manera, en lugar de tener dos partes que luchan entre sí, ahora se formaron tres. Y aunque la mayoría de los obispos, obedientes al gobierno imperial, recibió el Henoticon, la influencia verdadera en el pueblo no la tuvieron ellos, sino los que eran sinceros en sus convicciones. Es más, este decreto llegó a ser la causa del primer cisma entre la Iglesia Occidental y Oriental. El Papa Félix de Roma en el año 484 condenó el Henoticon y excomulgó al Patriarca Acacio de Constantinopla por haber recibido ese documento. Los sucedientes Patriarcas de Constantinopla, Macedonio y Eutimio, condenaron el Henoticon, y por eso fueron enviados a la cárcel por parte del gobierno imperial; sin embargo, se negaban a excluir el nombre de Acacio de los Dípticos, puesto que él no confesaba formalmente ninguna herejía, ni tampoco fue condenado por algún tribunal canónico; antes bien, exluyeron los nombres de los

Papas. Éste, el así llamado “cisma acaciano”, duró unos 35 años y terminó el año 518, durante el gobierno del emperador Justino I, con una participación activa del Papa Hormisdas. “En el año 515 el Papa Hormisdas (+523) firmó el ‘libellus’, o sea la fórmula doctrinal (Formula Hormisdae), donde, junto con los anatematismos contra Nestorio, Eutiquio, Dióscoro, Timoteo Elure, Pedro Mongo, Pedro Knafeo, se pronunciaba el anatema contra el Patriarca Acacio de Constantinopla y fue expresado el pedimiento de que se acepte el Tomos del papa de Roma San León I el Grande, tal como la idea de la necesidad de estar en la unión con la cátedra romana como la guardadora de la doctrina ortodoxa inviolada. La suscripción de la Fórmula por parte de todos los Obispos orientales para Hormisdas era una condición necesaria para que ellos restablecen la comunión con Roma” – dice la “Enciclopedia Ortodoxa” (1). De verdad, el texto de esta Fórmula sirve como la expresión de una eclesiología absolutamente monárquica que ya fue prácticamente formada en Roma hasta aquel momento: “Lo primero que es necesario para la salvación es preservar la verdadera fe y no apartarse de las decisiones de los Santos Padres. Nadie puede pasar en silencio lo dicho por el Señor nuestro Jesucristo: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mateo 16, 18-19). Lo dicho por Él fue probado por la vida misma, ya que el trono apostólico siempre preservaba la fe católica intacta… Nosotros apoyamos y aprobamos las epístolas de San Papa León, dirigidas al mundo cristiano entero, siguiendo, como ya decíamos, en todo el trono apostólico y predicando todas sus decisiones. Y por eso espero ser digno de establecer la comunión con usted, como el representante del trono apostólico, por el que la verdadera e intacta fe cristiana se preserva firmemente” (2). La “Enciclopedia Ortodoxa” así describe las circunstancias de la aceptación del Libellus Hormisdae: “Al principio del año 519, el Papa Hormisdas envió a sus legados a Constantinopla, quienes tuvieron que entregar en Constantinopla el “libellus” y obtener las firmas de todos los Obispos orientales. Hormisdas añadió al “libellus” los anatematismos contra todos los sucesores de Acacio, aquí incluyendo a los Patriarcas ortodoxos Eutimio y Macedonio II como aquellos que no permanecían en la unión con Roma, tal como a todos los obispos que tenían comunión con ellos; sin embargo, acerca de eso no le informó al Emperador y al Patriarca de Constantinopla. Durante el viaje de los enviados del papa hacia Constantinopla, muchos de entre los Obispos firmaron el

“libellus”, no obstante, el Arzobispo de Tesalónica consintió en aceptar la “Fórmula de Hormisdas” sólo a condición de que sea ratificada en Constantinopla. El 25 de marzo del año 519, los legados pontificios fueron recibidos solemnemente en Constantinopla. El día siguiente, durante la recepción con el Emperador y en la presencia del Senado y de los Obispos, los legados leyeron el “libellus” y pidieron que lo firmen a fin de restablecer la unión con la Iglesia romana. El 27 de marzo el Patriarca Juan entró en el debate con los legados con respecto al anatematismo contra los sucesores del Patriarca Acacio, insistiendo en cambiar el texto de la “Fórmula de Hormisdas”, pero bajo la presión tanto del Emperador como del Senado, al Patriarca se le permitió sólo componer un corto preámbulo para el documento papal. El 28 de marzo, el Gran Jueves, en el castillo del Emperador, en la presencia de él, el Senado y el clero, el Patriarca firmó el “libellus” y permitió a los legados echar fuera de los Dípticos los nombres de Acacio y sus sucesores, tal como los de los Emperadores Zenón y Anastasio”. En la suscripción de esta fórmula que sirvió como una condición necesaria para la reconcilación entre Oriente (mezclado con el tema de la unión con los monofisitas) y la Roma ortodoxa, es difícil no ver el testimonio de un gobierno absoluto del papado sobre la Iglesia entera. Pero, eso sólo a primera vista. Una consideración más profunda de los acontecimientos históricos, como sucede a menudo, puede cambiar nuestra idea acerca de éstos hasta una completamente contraria. Así que, el papa de verdad pidió de los orientales que firmen un documento abiertamente “papista”. Pero, ¿cuál era la reacción de los Patriarcados bizantinos en este texto? ¿De verdad todos los obispos ortodoxos de Oriente aceptaron la Fórmula de Hormisdas? El Patriarca de Constantinopla Juan II el Capadocio (518-520) de verdad aprobó el Libellus, pero puso su firma sólo después de que el preámbulo compuesto por él fue añadido al texto: “Que sea sabido, Su Santidad, que yo, conforme a lo escrito de mi parte, concordando contigo en la verdad, renuncio a todos los herejes anatematizados de tu parte. Ya que considero las santas Iglesias tanto de la antigua como de nueva Roma como una sola, y determino que la cátedra del Apóstol Pedro y la de esta ciudad capital son una sola y la misma cátedra”. En estas palabras, obviamente, el Patriarca Juan identifica la cátedra de Pedro y con Roma y con Constantinopla al mismo tiempo, con lo que concuerdan no solamente los historiadores ortodoxos, sino que también, por ejemplo, un famoso historiador católico romano Frances Dwornik. En su artículo “Byzantium and the Roman

Primacy” (3), Dwornik escribe que los griegos que firmaron la fórmula no estaban de acuerdo con las expresiones en ella, “con las declaraciones del Papa que amenazaban la independencia de su Iglesia”, por lo que precisamente, como lo vemos, fue necesario que el Patriarca Juan componga el preámbulo. Aparte de eso, teniendo en cuenta de que la fórmula del Papa Hormisdas acepta las decisiones del Concilio en Calcedonia, la adición de parte del Patriarca Juan parece aún más lógica, ya que en su pensamiento él, antes que nada, seguía la regla 28 que afirma que, en primer lugar, Roma es la principal cátedra por el estatus de esta ciudad (“Los Padres legítimamente otorgaron los privilegios al trono de antigua Roma, puesto que ésta era la ciudad imperial…”) y, en segundo lugar, que afirma que la nueva Roma (es decir, Constantinopla) fue privilegiada “con las mismas preferencias que la antigua Roma imperial”, a pesar de que era la segunda después de ella. Justamente en tal forma, prácticamente corregida hasta que llegue a ser casi completamente contraria (a la original), el Libellus fue aceptado en el Patriarcado de Constantinopla. Aún peor era la disposición hacia la fórmula de Hormisdas en los demás Patriarcados orientales. El emperador Justino escribió a Hormisdas sobre qué difícil era para muchos firmar el Libellus, ellos “consideraban la vida como más tormentosa que la muerte, puesto que tenían que condenar a los que ya son muertos, y cuya vida representaba la gloria para sus pueblos” – a Santos Patriarcas Eutimio y Macedonio, “culpables” únicamente por el hecho de que no los reconocía como legítimos el obispo de Roma, y le recomendaba ablandar las exigencias y expresiones de la “Fórmula”: “A nosotros nos parece necesario actuar más blandamente y misericordiosamente… Ya que, no era por eso que nosotros hemos aceptado el Libellus, porque aspiramos (es desagradable siquiera hablar de eso) a la sangre y a los castigos; no lo hemos aceptado para que los desacuerdos minuciosos impidieran que se realice tan anhelosa unanimidad. ¿Qué sería mejor? ¿Si por algunas minucias una gran multitud se quede separada de nosotros o si, cediendo en lo poco, pueda ser posible corregir lo bastante y necesario desde cualquier punto de vista? Por eso te pedimos que cedas, y eso no referente a Acacio, a ambos Pedros, a Dióscoro o a Timoteo… Su Santidad, como lo hemos escrito arriba, ya dispone de los textos de petición de Oriente, los que nos fueron enviados a nosotros y contienen las opiniones y juicios de los obispos orientales. Como se ve, ellos firmemente se mantienen en estos juicios, y de ninguna manera quieren alejarse de ellos. Estos papeles con tan gran importancia, nosotros se los confiamos, puesto que hemos prometido enviárselos, por medio de Juan el reverendísimo obispo, para que su trono apruebe su contenido

y se alcance la unión de las estimadas Iglesias por todas partes – y especialmente de la Iglesia de Jerusalén, a la que todos le dan el respeto, siendo la Madre del nombre mismo de los cristianos, y de la que nadie se atreve a apartarse” (4). La Epístola de las Iglesias de Antioquía y Jerusalén al emperador Justino, la que él se la reenvió al Papa, se preservó hasta nuestros días: “‘Sacaréis con gozo agua de las fuentes de la salvación’ (Isaías 12, 3) – clama el profeta pregonero Isaías, mostrando las fuentes de la salvación – la predicación de la verdad evangélica. De estas fuentes los bienaventurados Apóstoles y sus discípulos en el orden de la sucesión – los maestros sabios de la Iglesia sacaban el agua salvadora de la fe y regaban con ella la Iglesia, la que, manteniéndose firmemente en la roca de más alto de los Apóstoles, preserva la fe recta e inquebrantable, y fielmente clama junto con él hacia el Unigénito Hijo de Dios, diciendo: Tu éres Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mateo 16, 16)” (5). Más adelante sigue la exposición detallada de la fe en la Trinidad y en la Encarnación de Dios, así como la expusieron los cuatro primeros Concilios Ecuménicos. En esta Epístola ni una sola vez fue mencionado el Papa o la Iglesia de Roma; como la única autoridad en los asuntos de la fe fue presentada la enseñanza de los Santos Padres y de los Concilios; los autores de la Epístola se niegan a condenar a Santos Macedonio y Eutimio. Un interés especial en la Epístola provoca el prefacio mencionado arriba, con la exposición del punto de vista eclesiológico de sus autores. Sin lugar a dudas, ellos se encuentran en la relación directa con la afirmación del Patriarca Juan el Capadocio de que la “cátedra de Pedro” es también la Iglesia de Constantinopla; los obispos orientales prácticamente siguen la eclesiología de San Cipriano de Cartago, la que afirma que toda legítima cátedra episcopal es indirectamente la de “Pedro”, puesto que ésa preserva la fe de Pedro. En la respuesta a esa carta, el Papa exigió obligarles con violencia a los orientales a firmar el Libellus (de tal manera mostrando una disposición mucho más grande hacia la “sangre y los castigos” que el emperador). Sin embargo, la violencia también resultó inútil. Como escribe el protopresbítero John Meyendorff: “Muchos Concilios saludaron el restablecimiento de la conmemoración de Eutimio y Macedonio, negándose a someterse al Libellus romano que exigía que se ponga fin a esta conmemoración. En Tesalónica uno de los legados del Papa, el obispo Juan, habiendo visitado la ciudad (la ubicación de un vicario del Papa) con el propósito de exigir la suscripción del Libellus, fue expuesto a las ofensas de parte de la multitud. Doroteo el obispo local se negó a firmar el Libellus precisamente porque éste exigía renunciar a la conmemoración de los obispos respetados localmente. Doroteo, quien fue excomulgado de parte del Papa, fue rehabilitado en el Concilio en Heraclea y, con el apoyo del emperador, incondicionalmente restablecido en su cátedra” (6).

El año 520, después del Patriarca Juan, a la cátedra de Constantinopla llegó Epifanio. El Patriarca Epifanio escribió al Papa, explicando que “muchos de entre los reverendísimos obispos de Ponto y Asia y, ante todo, los que se denominan Orientales, consideraron difícil e incluso imposible borrar los nombres de sus antecesores… Ellos estaban preparados antes para afrontar cualquier peligro que realizar algo así” (7). El Papa Hormisdas, en su respuesta, se le dotó plenos poderes de actuar en su nombre en el Oriente. Entendiendo que los tentativos de imponérselo al Oriente el Libellus, y con él el punto de vista eclesiológico de Roma fracasaron, Hormisdas se rindió: él puso como la condición del restablecimiento de la comunión que se concuerden con la definición de la fe que no mencionaba los privilegios del obispo de Roma de antes (como fue expuesto en el texto primordial; n. del trad.): “Puesto que su amor decidió mencionar en su carta y sobre los obispos de Jerusalén cuya confesión nos fue entregada, nosotros hemos considerado necesario leer atentamente lo escrito y dar una respuesta adecuada. En cuanto que ellos guardan las decisiones de los Santos Padres, honran las bases de la fe de los Padres y no renuncian a lo que fue determinado por medio de los Padres y con sinergia del Espíritu Santo – todas esas decisiones o son perfectas y no tienen necesidad de que las completen, o son plenamente confiables y no pueden ser cambiadas, ya que por ellas fue detenido el veneno de las herejías… /aquí sigue la confesión de la fe en la Encarnación del Verbo y en la Trinidad, así como la exponen los cuatro primeros Concilios/… Por consiguiente, en cuanto que ellos preservan esas decisiones, así como las establecieron los Padres, creen en ellas y no rompen esas fronteras (ya que todo aquel que se desvía de ese camino a sí mismo se lleva a la niebla del error)… nosotros hemos decidido añadir un más requisito, por su salvación: si ellos quieren la unión con la Iglesia Católica (8), entonces de forma escrita tienen que entregar la misma confesión, con el mismo contenido que aquella que fue entregada a nuestros legados en Constantinopla o a su fraternidad, y que, después de haber sido establecida por usted, se nos envíe de cualquier manera posible” (9). Esta, la segunda Fórmula (ya corregida) fue aceptada por dos de los cuatro Patriarcados orientales: el de Alejandría decidió firmar este corregido Libellus el año 583 (10). De esa manera, en su forma primordial la fórmula de Hormisdas no fue aceptada prácticamente en niguna parte en el Oriente; el Patriarcado de Constantinopla concordó con ella sólo después de haber sido añadido un preámbulo importante eclesiológicamente que afirmaba la unidad, igualdad y una identificación fáctica entre la “cátedra de Pedro” y el trono de Constantinopla. El Patriarcado de Antioquía y la Iglesia de Jerusalén “a la que todos le dan el respeto, siendo la Madre del nombre mismo de los cristianos” y de la que, según la opinión del emperador Justino, es inadmisible apartarse en los asuntos de la fe (11), concordaron con la segunda confesión, la que fue ofrecida por Hormisdas y en la que ya no había

ningún “papismo”. En fin, la Iglesia de Alejandría incluso ésta, la segunda versión de la Fórmula, la aceptó después de diez años. Es obvio que en su forma primordial el Libellus Hormisdae representa no más que un monumento de la eclesiología papal que en aquella época fue creada, el que no posee ninguna importancia canónica y en los asuntos de la fe – para la Iglesia Ortodoxa Católica. La historia de la lucha (y de la victoria en esta lucha) de los obispos orientales en contra de las implicaciones eclesiológicas de la dicha “Fórmula” es un ejemplo regular del rechazo, de parte de la conciencia católica, de los tentativos de pervertir la doctrina verdadera. Notas: (1) http://www.pravenc.ru/text/166221.html (2) https://ru.wikisource.org/wiki/Libellus_Hormisdae (3) https://www.catholicculture.org/culture/library/view.cfm?recnum=1355 (4) PL 63, 507-508 (5) PL 63, 508 (6) https://predanie.ru/meyendorf-ioann-protoierey/book/71912-edinstvo-imperii-irazdeleniya-hristian/ (7) PL 63, 498 (8) En el texto en latín: de la unidad de la comunión apostólica. (9) PL 63, 521-522 (10) Denny, Edward. Papalism. London, 1912. P. 412 (11) En este contexto, sería interesante acordarse del hecho de que precisamente el Patriarca de Jerusalén, San Sofronio, era el guardador de la doctrina ortodoxa, cuando en la herejía de monotelismo cayó el Papa Honorio de Roma.

Fuente: https://vk.com/@photian-formula-hormisdae