ANEXO INT. LENGUA Comentarios de Texto 2

TEXTO 8 Es verdad, la Navidad o la Semana Santa tienen una dimensión religiosa, pero sobre todo son parte de nuestra cul

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TEXTO 8 Es verdad, la Navidad o la Semana Santa tienen una dimensión religiosa, pero sobre todo son parte de nuestra cultura. No nos podemos explicar a nosotros mismos, ni quiénes somos, ni por qué somos como somos, ni por qué es como es la Europa en que vivimos si no aceptamos el peso de la religión católica, para bien y para mal, en la construcción de Europa. Por lo menos, conocer de dónde venimos y los porqués de nuestra historia nos ayudaría a comprender el presente y evitar errores en el futuro. Vaya por delante que pienso que los "padres" de nuestra Constitución acertaron definiendo nuestro país como "aconfesional" y que, por tanto, hay que hacer bueno eso de "a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César", pero me parece un despropósito querer suprimir celebraciones que están fuertemente arraigadas en nuestra cultura como son la Navidad o la Semana Santa. Como también me parece un despropósito los que hacen profesión de ser políticamente correctos y defienden que hay que poner al mismo nivel a todas las religiones. Pues mire usted, a mí me parece que haya que garantizar que cada cual rece a quien quiera y como quiera, y que a nadie se le persiga por practicar la religión que le venga en gana, pero convendrán conmigo incluso los que no son católicos queel catolicismo ha dejado en nuestra cultura una huella que, lógicamente, no han podido dejar otras religiones que nos son ajenas. Así que no entiendo el afán de fastidiar de quienes cuando llega la Semana Santa proponen hacer procesiones laicas e incluso solicitan hacerlas por el mismo lugar por las que van a pasar las procesiones católicas. En fin, sería una pérdida cultural que se suprimieran las procesiones de Semana Santa. En realidad no solo sería una pérdida, sería una estupidez de tamaño monumental.

TEXTO 9 Los troles eran unos seres pequeños, sucios y peludos que, según la mitología escandinava, surgían de la oscuridad de los bosques para raptar a niños y cometer todo tipo de tropelías con las que perturbar la vida de la comunidad. En el argot de Internet, un trol es un internauta que interviene en los debates para, habitualmente desde el anonimato, provocar a los adversarios de forma grosera y desestabilizar la conversación. Poco a poco, esta forma de actuar ha ido invadiendo la conversación pública. La hemos visto destrozar el hábitat de las redes sociales y de los medios de comunicación y ahora amenaza con contagiar también la forma de hacer política. Los que distorsionan el debate en las redes sociales ya no son anónimos, como tampoco lo son los políticos que recurren al insulto, el exabrupto, la exageración o la hipérbole con el único propósito de llamar la atención y colonizar el espacio público. Mientras se habla de sus excesos no se habla de otra cosa. Ni el Parlamento se libra de su incordiante protagonismo. Estos políticos actúan como troles de la democracia y puede ocurrir lo mismo que cuando los medios de comunicación abrieron las noticias a comentarios. Su propósito era fomentar la participación de los lectores y facilitar una conversación que enriqueciera los contenidos. Sucedió todo lo contrario. En cuanto se abrió la puerta, entraron los troles con sus improperios y lo que provocaron fue la huida de los lectores interesados en un debate constructivo.

Ahora vemos emerger un tipo de políticos que desprecian la verdad y no tienen inconveniente en distorsionar la realidad hasta hacerla irreconocible. Ya no importan los datos ni los hechos. Lo que importa es producir frases estridentes contra el adversario, capaces de convertirse en titulares y tener un largo recorrido en las redes sociales. Cada día fabrican cápsulas mediáticas capaces de impactar en las audiencias aprovechando la querencia de los medios y las redes por los antagonismos y el enfrentamiento. Para ellos, el Parlamento ya no es esa Cámara en la que confrontar ideas y propuestas, sino el escenario desde el cual lanzar con más fuerza las cápsulas de su argumentario. Si esta forma de actuar se extiende, es fácil prever el efecto: la desafección y el desistimiento de la ciudadanía interesada en un buen debate público. La mejor forma de hacer antipolítica.

TEXTO 10 La crisis económica que hemos padecido y de la que, con tantas dificultades, vamos saliendo, habría sido mucho peor si no hubiéramos contado con los abuelos. Su exigua pensión ha permitido a muchas familias subsistir. Han abierto la puerta de sus casas a hijos y nietos cuando estos han perdido sus pisos por no poder pagar la hipoteca o el alquiler. Los abuelos, generosos, han sido el mástil seguro donde agarrarse en medio de la tormenta. Por eso me pregunto cómo es posible que el egoísmo haya prendido de tal manera en nuestra sociedad; en cuanto los padres enferman o son dependientes, inmediatamente se les lleva a una residencia. Nos buscamos excusas: no tenemos tiempo a causa del trabajo; no disponemos de sitio en nuestras casas, más pequeñas que antaño; necesitan atención profesional. Y todo suele ser verdad, pero eso también esconde una nueva actitud ante la vida, el reflejo de una sociedad más hedonista, que no quiere hacer ciertos sacrificios. Les confieso que las residencias de ancianos me encogen el corazón. Les veo tan desvalidos, tan solos, tan tristes... No digo que no les atiendan, pero una cosa es la atención y otra la ausencia de afecto que se respira. Veo a estos ancianos como niños que se quedan desolados cuando se van sus familiares, tras la visita de rigor. Yo viví con mis abuelos. Y creo que los mejores años de mi vida fueron los que pasé, siendo pequeña, teniendo en casa a mi abuela Teresa y a mi abuelo Jerónimo. Creo que crecer con los abuelos es una suerte, no solo porque son una fuente inacabable de cariño, sino por lo mucho que aprendes de ellos…. Mi abuela Teresa me enseñó a leer antes de que yo fuera al colegio. Por la tarde, después de comer, me sentaba junto a ella y me hacía leer en voz alta durante un buen rato. Así nació mi amor por la lectura. No puedo imaginar que les hubieran llevado a una residencia. Creo que les habría rescatado y me habría fugado con ellos. Habría sido como si me hubieran arrancado lo mejor de mi infancia. No juzgo a nadie, pero ¿de verdad, de verdad no podemos tener a nuestros padres y abuelos en casa? ¿No será que, como sociedad, somos cada vez más egoístas y por eso les llevamos a una residencia, porque es más cómodo para nosotros? Nuestros mayores han dado una lección de generosidad cuando más les hemos necesitado en medio de la crisis. No nos han cerrado la puerta en las narices, sino que han vuelto a compartir lo que tenían. Deberíamos reflexionar sobre ello.

TEXTO 11 El pasado 2 de enero, Arturo Pérez-Reverte protagonizó una encendida polémica en Twitter a cuenta del Holocausto. El escritor fue interpelado por el Museo de Auschwitz debido a unos comentarios irónicos que había publicado a cuenta de la prolífica obra literaria que existe sobre el tema. El Museo, junto a una legión de usuarios de la red social en cuestión, se lanzaron sobre Pérez-Reverte acusándole de banalizar uno de los peores crímenes, si no el peor, que la Humanidad ha conocido. Pérez-Reverte no banalizó el Holocausto, pero la reacción que suscitó tiene como telón de fondo una herida en la conciencia occidental que aún no ha sanado; un asunto delicado y frágil cuya distancia histórica es aún corta para mencionarlo sin pillarse los dedos. Y esto es así porque el Holocausto es hoy un horrible recordatorio que asalta nuestras conciencias, que nos muestra la condición humana en toda su dimensión. Es difícil encontrar ejemplos anteriores en la Historia en donde se documente y se difunda, de forma tan detallada y universal, todo el sufrimiento padecido por las víctimas. Los seres humanos hemos tendido a esterilizar la historia para hacerla más soportable. Leemos sobre batallas y gestas militares del pasado, pero poco encontramos sobre las víctimas. Así hemos hecho más llevadera la longeva tendencia de matarnos los unos a los otros y así hemos corrido un tupido velo sobre nuestras vergüenzas. Por eso tenemos la piel tan fina cuando se habla del Holocausto y, por eso, el nazismo es hoy un arquetipo del horror, un ejemplo al que acudimos -y del cual abusamos- para ahuyentar a ese fantasma que sigue rondando por las costuras de nuestros sistemas garantistas. El Holocausto es un espejo que nos enseña lo peor de nosotros mismos. Por eso sobrecoge, por eso asusta y por eso, al fin y al cabo, sigue siendo de actualidad.

TEXTO 12 Verán, una de las cosas que más me sorprenden, y de paso también me irritan, es que con más o menos sutileza se exija a las mujeres que tengamos comportamientos masculinos a la hora de trabajar. Incluso, que ajustemos nuestro atuendo al de los hombres. De hecho, en las últimas décadas, las mujeres hemos incorporado a nuestro armario los trajes sastre, algunos tan anodinos como los que llevan los hombres. Nos ha dado miedo que alguien pudiera criticar nuestro aspecto, que lo consideraran 'poco serio'. Menos mal que ya hace unos años que las más jóvenes de entre nosotras han decidido que la igualdad no pasa por tener que renunciar a ponerse tacones o vestirse con lo que mejor les sienta […] Y me preocupa especialmente que haya mujeres que teman que no las tomen en serio si se atreven a llevar ropa que no se ajuste a determinados cánones masculinos. No han sido pocas las ocasiones en que machistas recalcitrantes intentan justificar que determinadas vestimentas femeninas son una provocación y que por eso hay hombres que se sobrepasan. Por eso me parece que se equivocan de estrategia algunas actrices de Hollywood que, al parecer, han decidido no 'pisar' la alfombra roja con vestidos que dejen al descubierto lo que son: mujeres. Es tanto como reconocer que, efectivamente, el cuerpo femenino provoca y que lo mejor es ocultarlo.

Pues no. Rotundamente no. Son algunos hombres los que tienen que cambiar la mirada. Y también algunas mujeres las que tienen las que cambiar el chip. Luchar por la igualdad pasa por luchar por la diferencia. Somos iguales, pero somos diferentes. O, mejor dicho, debemos de ser iguales en derechos, pero desde nuestras diferencias. Esa es la batalla, no la de renunciar a ser como somos para que nos tomen en serio o para evitar que algún desalmado nos ataque.

TEXTO 13 Hasta hace sólo unos años, la escritura habitual formaba parte de determinados ámbitos profesionales, pero no alcanzaba a la inmensa mayoría de la población del mundo avanzado. Mucha gente podía pasar semanas y meses sin necesidad de escribir nada (aunque sí de leer). Ahora, sin embargo, se escribe más que nunca en la historia de la humanidad. Eso ha dotado de un nuevo rasgo a las personas. Su imagen ya no reside sólo en su aspecto, sus ropas, su higiene, el modelo de su automóvil, acaso la decoración de la casa. Ahora también transmitimos nuestra propia imagen a través de la escritura. El grupo de WhatsApp de la asociación de padres, los mensajes de Twitter, los comentarios de Facebook o los argumentos de un correo electrónico constituyen un escaparate que exhibe a la vista de cualquiera laortografía de una persona, su léxico, su capacidad para estructurar las ideas. Si alguien lleva una mancha en la camisa, el amigo a quien tenga cerca en ese momento le advertirá amablemente para que se la limpie. Incluso puede decírselo el desconocido con el que acaba de entablar una conversación. Sin embargo, los fallos de escritura en esos ámbitos se dejan estar sin más comentario. Los vemos y los juzgamos, sí, pero miramos para otro lado. Ni siquiera avisamos en privado para que el otro tome conciencia de sus errores. Tememos dañar al corregido. ¿Por qué? Tal vez porque la escritura constituye una prolongación de la inteligencia y de la formación recibida. Y por tanto las refleja. El que observe esas faltas exculpará a quien no haya tenido a su alcance una educación adecuada. Puede que no sea tan benevolente, en cambio, con los demás: con quienes han malversado el esfuerzo educativo que se hizo con ellos.