Alejandro Murgia - Las Invasiones Inglesas y La Literatura

Las Invasiones Inglesas y la Literatura Por: Alejandro Murgia Resumen A doscientos años de distancia, las invasiones ing

Views 97 Downloads 1 File size 65KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

  • Author / Uploaded
  • Elena
Citation preview

Las Invasiones Inglesas y la Literatura Por: Alejandro Murgia Resumen A doscientos años de distancia, las invasiones inglesas siguen siendo un episodio difícil de clasificar en el imaginario nacional. Las fuerzas en pugna son complejas, y se resisten a un análisis superficial. Más enigmáticos se vuelven los protagonistas de esta historia cuanto más pasa el tiempo y las distancias culturales entre ellos y nosotros se ahondan. Esos hombres vivieron en un clima espiritual muy distinto del nuestro, y quien esté auténticamente interesado en comprenderlos debe realizar un notable esfuerzo por despojarse de preconceptos propios de nuestros tiempos. A lo largo del siglo XX la ciencia de la Historia ha ido apartándose cada vez más de su tradicional rol de estudio centrado en la vida de los grandes hombres, para ocuparse de anónimos fenómenos económicos y sociales. Y eso le deja a la Literatura, y a ella sola tal vez, el deber de iluminar la memoria de aquellos personajes. Es lo que ella ha hecho y hace con suerte dispar, en especial la novela histórica. En su recreación del pasado, la literatura ha ido como en un péndulo, sin saber encontrar el punto de equilibrio. Detectaremos dos extremos: el de la exaltación de los protagonistas al nivel de inmaculados héroes alineados con las consignas ideológicas del autor, y el de la desmitificación ensañada de esos supuestos héroes, desmitificación que se regodea en endilgarles la misma ruindad que detectan en los personajes públicos del presente. En este trabajo recorreremos diferentes manifestaciones literarias que a lo largo de estos doscientos años han inspirado las Invasiones Inglesas, sometiéndolas al examen de la dicotomía anteriormente anunciada. Vicente López y Planes, Pantaleón Rivarola, Paul Groussac, Manuel Gálvez, y Arturo Capdevilla serán los principales autores tratados. Introducción Pocos episodios de la vida nacional son tan ricos, tan cargados de tensiones culturales, como los agitados meses de las invasiones inglesas. Buenos Aires, esa somnolienta aldea, aislada, perdida en un rincón lejano del mundo, de un día para el otro pasa a estar en el centro de la escena, y vive en carne propia las tensiones políticas y las crisis culturales de su tiempo. Comerciantes y abogados, gente que ocupaba hasta entonces su tiempo en rencillas de protocolo y etiqueta, o en permisos aduaneros, experimentan algo nuevo: el embriagante licor del heroísmo. Las invasiones inglesas marcan la despedida definitiva de una idílica vida sencilla y apacible, una vida de inocencia política y religiosa (o de retraso colonial, como dirían los apasionados amantes del progreso). Cierra una etapa e inaugura otra muy diferente A doscientos años de aquellos hechos, las invasiones inglesas siguen siendo un episodio difícil de clasificar en el imaginario nacional. Las fuerzas en pugna son complejas, y se resisten a un análisis superficial que se preocupe meramente por descubrir quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Para el lector curioso, los documentos y fuentes que nos han llegado de aquellos tiempos son realmente fascinantes. En especial los personajes que pueblan esta historia, son extremadamente novelescos: desde los jefes ingleses, como Beresford, Popham, o Whitelocke, pasando por el marqués de Sobremonte, sus parientes y acólitos, y llegando, por supuesto, el más fascinante de todos, Santiago de Liniers, un héroe de otro tiempo, salido de alguna novela de caballería, con sus gestos nobles, sus costados más humanos, y su fin trágico. Son personajes novelescos y enigmáticos. Y más enigmáticos se vuelven cuanto más pasa el tiempo y las distancias culturales entre ellos y nosotros se ahondan. Estos hombres vivieron en un clima espiritual muy distinto del nuestro, y quien esté auténticamente interesado en comprenderlos debe hacer un esfuerzo por despojarse de preconceptos propios de nuestros tiempos; de lo contrario, interpretará erróneamente los móviles de sus acciones. Lamentablemente se ve mucho este defecto en

1

la divulgación histórica popular de estos días, donde los hombres de 1800 aparecen razonando como posmodernos del siglo XXI. Yo pienso que esta pseudo-historia de best-seller que nos toca sufrir, más preocupada en el escándalo que en la verdad, y en copiar y pegar más que en la investigación, sólo puede prosperar debido al abismo de ignorancia en que ha caído la sociedad actual. Lo cierto es que a lo largo del siglo XX la ciencia de la Historia, la verdadera Historia, ha ido apartándose cada vez más de una tradición de estudio centrado en la vida de los grandes hombres para ocuparse de anónimos fenómenos económicos y sociales. Y eso le deja a la Literatura, y a ella sola tal vez, el deber de iluminar la memoria de aquellos personajes. Es lo que ha hecho y hace, pero con suerte dispar. En su recreación del pasado, la literatura ha ido como en un péndulo, sin saber encontrar el punto de equilibrio. Detectaremos dos extremos: 1. La exaltación de aquellos hombres al grado de héroes inmaculados, movidos por ideales que curiosamente coinciden en su extensión y significado con los defendidos por el autor, aunque éste escriba en una época muy posterior. Este extremo transforma a nuestros personajes en figuras de cartón, sin relieve, ni interés humano, y deforma los auténticos móviles que les sirvieron de impulso, oscureciendo la verdad. 2. El otro extremo es la ensañada desmitificación de los supuestos héroes, desmitificación que se regodea en endilgarles la misma ruindad que cree detectar en los personajes públicos del presente. Premisa: hoy en día, todos los hombres públicos son corruptos, cínicos, farsantes, traidores. ¿Es posible que los hombres del pasado fueran mejores? No, esa visión ennoblecida ha de ser un invento de los historiadores. Por lo tanto, los hombres del pasado eran –sin necesidad de demostrarlo con documentos- corruptos, cínicos, farsantes, traidores. Hay un regodeo en esta supuesta revelación, el regodeo del sumergirse en la ciénaga, muy característico del momento espiritual que vivimos. Hay una tendencia abusada hasta el cansancio de explorar las raíces de nuestros vicios, remontándolos de modo simplista al pasado colonial, y presentar tal lugar común con la exaltación de quien acaba de realizar un gran descubrimiento. El error que más lamento en este extremo es la despreocupada creencia de que los hombres son siempre iguales, en la época que sea, que nuestros ancestros coloniales razonaban y sentían exactamente como nosotros, y por supuesto lamento la falta absoluta de respeto por la memoria de hombres que ya no están para defenderse de las más absurdas acusaciones. Este extremo está tan lejos de la verdad como el otro. En sus peores manifestaciones, este segundo extremo agudiza otra tendencia muy típica: hay contradecir todo lo que se ha sostenido en el extremo opuesto. Si alguien era caracterizado como bueno, tiene que ser malo, y si era caracterizado como malo, eso basta para que se gane nuestras inmediatas simpatías. Es el síndrome del revisionismo de cafetín, que subido al peldaño de un inflado orgullo intelectual contempla con sorna la Historia Oficial, abanderándose en una supuesta contracultura más lúcida y desmitificadora. Resulta patética la proliferación de títulos con expresiones como la historia que nos ocultaron, o las verdades que nadie nos contó, cuyas páginas no contienen absolutamente ninguna investigación original, y repiten datos que cualquiera puede leer en libros publicados hace más de setenta años, sólo que con mucho menos rigor intelectual. ¿Quién es el que no nos contó esas supuestas verdades? ¿Nuestra maestra de primer grado? Es doloroso constatar cómo algunos de nuestros más populares divulgadores de historia y su público lector parecen ponen el listón de la cultura argentina al nivel de la educación primaria. Yo espero para la literatura otra actitud, una actitud que puedo sintetizar con una frase de Spinoza que es desde hace muchos años mi lema, y que dice: he procurado no reírme de las acciones humanas, ni indignarme, ni abominar de ellas, sino comprenderlas. No me cabe duda de que el novelista debe ajustarse a esta regla, de lo contrario, difícilmente haga auténtica literatura.

2

Periplo literario de las Invasiones Inglesas Del puñado de autores contemporáneos a los hechos que hicieron literatura inspirándose en las invasiones inglesas mencionaremos a Vicente López y Planes y al presbítero Pantaleón Rivarola, ambos criollos. López y Planes publicó en 1808 su Triunfo Argentino, largo poema épico de más de mil versos endecasílabos celebrando los hechos militares de la reconquista y la defensa de Buenos Aires. De estilo netamente neoclásico, el Triunfo Argentino iguala hiperbólicamente a Liniers y al vecindario de Buenos Aires con lo héroes mitológicos de la antigüedad grecolatina. Llama la atención el virtuosismo con el que López, que a la sazón contaba con tan sólo veintidós años, escribe esta página que parece sacada de La Eneida, haciendo gala de una sólida cultura clásica y perfecto dominio del estilo. Por lo general, los críticos literarios han tendido una actitud despectiva hacia el poema, justamente por su pesado andamiaje neoclásico que lo lleva a dedicarle más versos al panteón romano y las alusiones mitológicas que a los hechos concretos ocurridos en Buenos Aires, pero desde un punto de vista estrictamente literario, no se puede negar el pulso firme del autor y su adecuación a los cánones del género, como tampoco el cuantioso vocabulario que poseía, lo que habla muy bien de la educación recibida en el Colegio de San Carlos primero, y en la Universidad de Chuquisaca después. El hecho de que un poema de lectura difícil como el Triunfo Argentino haya sido tan popular en su tiempo nos invita a replantearnos la supuesta orfandad cultural en que estarían sumidos los habitantes del Río de la Plata. Difícilmente salgamos bien parados de una comparación entre aquellos tiempos y los nuestros en cuanto al bagaje cultural de los escritores en boga y sus lectores, aunque los medios de acceso a la cultura de aquellos días fueran desesperadamente escasos comparados con los actuales. Lo más relevante de El Triunfo Argentino fue el espaldarazo definitivo que el poema le dio al término argentino. ¿Vosotros sois los célebres britanos Que os gloriáis de haber solos resistido De Napoleón el soberano esfuerzo? ¿Vosotros sois aquellos que habéis dicho A la faz de la Europa que un britano Es bastante a rendir cuatro argentinos? ¿Se debió a un cálculo político del joven Vicente López y Planes, o simplemente a una necesidad impuesta por las reglas de la composición poética, el hecho de que eligiera casi con exclusividad el término argentinos para referirse a los defensores del suelo patrio? Una sola vez en el poema aparece la palabra España, y una sola vez se utiliza bonaerenses, palabra poco eufónica y difícil de ajustar en un endecasílabo. Al parecer, porteño no era aún voz corriente o suficientemente formal. Es interesante detenerse un instante sobre el hecho de que los más de quinientos versos pares del poema riman con una misma rima asonante I-O, y que en ese esquema, nada encaja tan perfectamente como argentino, que además era un cultismo muy apropiado para el estilo del texto. Lo cierto es que este poema fue el principal responsable de que el término comenzase a circular en el habla común, ya instaurado como gentilicio, para referirse a los habitantes del Río de la Plata. El presbítero Pantaleón Rivarola era profesor del colegio de San Carlos, y aunque al parecer estuvo en Chile durante los episodios bélicos, narra los hechos con detalles más concretos que López en sus obras Romance heroico… y La gloriosa defensa de la ciudad de Buenos Aires…, publicadas también en 1808. Rivarola reconoce que un poema heroico es algo que está más allá de su capacidad literaria, por lo cual opta por el romance, como género más popular y llano. Pero su obra, si bien carece del ornato de

3

la de López, es tanto o más colorida, y se lee aún hoy con agilidad e interés. Cito un fragmento que ilustra la expresividad del canónigo, y su habilidad para cargar las tintas en el sentimiento anti-inglés. No se puede ponderar con expresiones ni acentos los trabajos y fatigas, los clamores y lamentos de tantas pobres familias que vagando sin sustento y desnudas, con sus hijos van del enemigo huyendo, por entre espinas y lodo, por entre zanjas y cercos, perdidos todos sus bienes, ropa, muebles y dinero. Si los bárbaros del Norte, o los más feroces negros; si los turcos o los moros, si los indios más sangrientos; al fin, si los hotentotes más salvajes y mas fieros así cometido hubiesen atentados tan horrendos, delitos tan execrables, y tan criminales hechos, nada habría que admirar de naciones tan incultas, de tan ignorantes pueblos. Pero que gente ilustrada, nación culta, sabio reino, que en sus papeles anuncia hacer felices los pueblos, tales horrores practique, cometa tales excesos a la faz de todo el mundo, a vista del orbe entero, ¿qué resta sino que todos a voz en cuello gritemos, que son la afrenta del hombre, el horror del universo, y de todos para siempre la execración y el desprecio? López, Rivarola, y los demás autores contemporáneos a los hechos escriben en un tono muy parecido, ensalzando sin límites –como es natural- a los héroes de 1806-1807. En rigor, no podemos clasificarlos en ninguno de los dos movimientos del péndulo a que nos referimos en la introducción, puesto que no hay distancia temporal entre los autores y los hechos, ni intentos de reconstrucción de su ideología. Hay simplemente un exaltado homenaje a coetáneos, cuyas virtudes y defectos se conocen personalmente sin necesidad de conjeturas.

4

Cien años después En 1907 Paul Groussac publicó su Santiago de Liniers. Si bien se trata de un ensayo histórico, su cualidad literaria lo hace merecedor de una mención destacada en este breve recorrido. En efecto, visto desde un cristal exclusivamente estético, tal vez se trate del mejor libro escrito sobre las Invasiones Inglesas, o por lo menos, del libro mejor escrito. El análisis histórico y la compulsa de fuentes alternan con páginas imaginativas de gran vuelo y exquisito estilo. En Groussac, la evocación del Buenos Aires colonial encuentra una de sus mejores expresiones. Los felices patricios de principios de siglo cavilaban poco, trabajaban algo, comían bien y dormían mejor. El Semanario fomentaba el sibaritismo hasta el grado de recetar el modo de tener sueños agradables, en un artículo que comenzaba así: “Como pasamos gran parte de la vida durmiendo…” […] De vez en cuando, un escándalo social de tamaño mayor rompía la telaraña de la crónica diaria: era una humorada de Anita P…, la capitosa criolla de la isla de Francia, muy festejada de los hombres y abominada de las mujeres –sobre todo de las feas-; o una borrasca del coronel Bourke, inglés que se daba por alemán, tahúr y espadachín, además de espía, y que desempeñaba a maravilla su triste papel… Esos y otros lances exóticos caían en la juiciosa sociedad patricia como piedras en un estanque, levantando un oleaje de círculos concéntricos, cuyas últimas ondulaciones duraron hasta la Revolución. Groussac es un escritor polémico y apasionado, que siempre toma partido, y en este caso lo hace por su compatriota Liniers, a quien siente injustamente relegado por la historiografía argentina. La índole combativa de Groussac tal vez le reste eficacia como historiador, pero no como escritor. Su permanente espíritu crítico lo lleva a examinar con desconfianza lo que historiadores anteriores han dicho, por lo cual parecería que podríamos asimilarlo al segundo movimiento de nuestro péndulo, pero lo cierto es que no vemos en él los defectos apuntados en ese grupo, y como el sentido final de su obra es laudatorio (reivindicar la figura de Liniers), parecería más apropiado asimilarlo al primer movimiento. El solo hecho de que cueste encasillarlo nos demuestra que estamos ante un autor de genio muy personal. Lo que queda fuera de toda duda es que la lectura de su Santiago de Liniers es amenísima, lo que constituye el principal logro de una obra literaria. Arturo Capdevila publicó en 1938 Las invasiones inglesas: crónica y evocación, una especie de collage semi-novelado en el estilo inconfundible del autor de Córdoba del recuerdo, donde alternan descripciones de tono casi lírico, diálogos anónimos, y citas de documentos de la época. El libro contiene no poca investigación original y demuestra conocimiento acabado de la literatura existente sobre los acontecimientos tratados. Tal vez la virtud más sobresaliente del Las invasiones inglesas es su consustanciación con el sentimiento religioso del pueblo del virreinato, y la capacidad de su autor de expresarlo poéticamente a más de ciento treinta años de distancia. La postura ideológica del libro puede resumirse con palabras del propio Capdevila en el prólogo a la cuarta edición: …sólo he procurado y procuro una cosa que estimo salvadora: reargentinizar a la Argentina en esta hora tan turbia del mundo y tan laxa de la nacionalidad, en que vemos cultivarse en la patria el más funesto espíritu de plagio, ora de derecha, ora de izquierda, a los vientos de la moda. […] Muchos somos ya los que pensamos que hoy como nunca debemos ser fieles a nosotros mismos, si queremos ser salvos. Seguiré, pues, proponiendo a los argentinos en estas evocaciones mías la visión del pasado y en él las razones realmente profundas del porvenir.

5

Mirad a los cuatro puntos cardinales y creedme. No es mal consejo el retorno a Mayo y a sus vísperas. ¿Para qué? ¿Para que nos cristalicemos? No. Para saber entonces de verdad cuál es la senda de seguir adelante. Conforme a este planteo, el libro apunta a exaltar el sentimiento nacionalista y los valores de pertenencia religiosa que impulsaron la reconquista y la defensa. Es, pues, un exponente cabal del primer movimiento del péndulo. Debe sin embargo destacarse en Capdevila la mesura en las apreciaciones y su humano interés por comprender a todos los actores sin intentar juzgarlos inmediatamente (es muy valiosa en ese sentido su presentación del punto de vista de Córdoba en las invasiones y la participación de su gente acompañando al desafortunado marqués de Sobre Monte). Debemos esperar hasta la publicación de La muerte en las calles, de Manuel Gálvez, en 1949, para encontrar la primera auténtica obra de ficción narrativa ambientada durante las invasiones inglesas. ¿Por qué este largo silencio? No es fácil dar la respuesta. ¿Desinterés generalizado por el tema? ¿Será, como dijimos antes, que las invasiones han sido siempre un episodio difícil de clasificar en el imaginario nacional? Gálvez, novelista prolífico, aborda los episodios de 1806-1807 como parte del recorrido por la historia argentina que hubo de plasmar en una serie de novelas nacionales al estilo de Benito Pérez Galdós. En La muerte en las calles se percibe una sólida documentación histórica y el respeto por una consigna básica de las novelas históricas, cual es la de presentar dos planos argumentales: 1. El de los protagonistas, que son caracteres ficcionales cuyos actos acompañan los hechos históricos sin alterarlos ni influirlos de manera decisiva. 2. El telón de fondo de los grandes personajes históricos, a quienes atisbamos indirectamente a través de la ocasional relación personal que los protagonistas mantienen con ellos. La extensa novela (368 páginas) adolece de al menos dos defectos literarios importantes que el autor de novelas históricas debería evitar. Uno es el didactismo: los diálogos entre los personajes a menudo son una excusa para instruirnos de los hechos históricos, y se desenvuelven ostentando tanta prolijidad de detalle como poca naturalidad. -Mañana –terminó con sus informes Esteve –salen para Perdriel los primeros enganchados. […] -Me he olvidado de anunciarles que contamos ya con un héroe. -¿Un héroe? –preguntaron varios. -El señor Juan de Dios Dozo. Por orden del señor don Martín ha entrado en la logia masónica fundada por los herejes y denominada Southern Cross, que quiere decir Cruz del Sur Todos miraron con admiración a Dozo […] -Los ingleses –dijo Dozo, después de agradecer los elogios a su favor y con aire de pobre hombre –han fundado un par de logias. Una se llama Estrella del Sur, no como aseguró el señor don Felipe, y está en la calle de San Carlos, frente a San Juan; y la otra, Hijos de Hiram y está en la calle Ribas. He entrado en la primera porque de ella forman parte algunos que se entienden con nuestros enemigos, como el señor capitán don Saturnino Rodríguez Peña. El segundo defecto –otro riesgo inherente a la novela histórica- es la tendencia de los personajes a la clarividencia, de la que Gálvez abusa. Se diría que todos en la novela tienen constantemente premoniciones de lo que va a pasar, no sólo en el futuro cercano, sino también en la gesta independentista que comenzará unos años después, y hasta en el siglo venidero. Esta clarividencia está

6

sazonada de evaluaciones con perspectiva histórica de los hechos que viven, como si en realidad los personajes fueran todos estudiosos de la Historia argentina trasladados en el tiempo. -¡Sobremonte! –declaró don Anselmo -. Él nos hubiera salvado de caer bajo el dominio de un aventurero francés. -¡Ca, hombre! Su marqués es un incapaz. Lo veremos pronto fracasar en la otra orilla. Huirá, o hará cualquier tontería irremediable. Gálvez es el más fiel exponente del primer movimiento del péndulo. Los personajes históricos se nos presentan idealizados y en pose, preparados a soltar discursos patrióticos. Desde su nacionalismo pro-hispanista, el autor pinta con simpatía a los diversos grupos que se enfrentaron a los ingleses, superados ya los antagonismos que los tornaban problemáticos. Españoles viejos, patricios revolucionarios, Liniers, Álzaga, todos obtienen su bendición, o al menos su benevolencia, aunados contra el enemigo común. Los ingleses en cambio, son siempre en Gálvez lo otro, lo foráneo, lo que no forma parte de nuestra identidad nacional: mercantilsimo, imperialismo, codicia, soberbia. El final de la novela constituye un buen resumen de los rasgos apuntados: -¡Cuántas alegrías! La Patria y yo somos felices. Y todos, porque nos hemos salvado de ser ingleses y protestantes. ¿No es milagroso que esta humilde colonia española haya vencido por dos veces al soberbio y poderoso imperio británico? Esto quiere decir que Dios nos ha ayudado, y también que somos un gran pueblo. Tenemos alma, fuerza, entusiasmo. Hemos evidenciado ante el mundo lo que somos y lo que podemos hacer. Me siento tremendamente orgulloso de haber nacido en esta tierra. Ahora sólo falta que echemos a los otros. -¿A los godos? -¡Claro! Tenemos que prepararnos para ese gran día- Veo que llegará el momento de nuestra independencia. Lo siento… Lo adivino… Antúnez miró a los ojos de su amigo y no se sorprendió al vérselos llenos de lágrimas. Manuel Mujica Láinez incluye en su Misteriosa Buenos Aires, de 1950, un relato, La casa cerrada, cuya acción transcurre durante la defensa de la ciudad en julio de 1807. Se trata de un texto breve y muy expresivo, que sólo nos da un atisbo, aunque sugerente, de los hechos históricos. Amerita una mención aquí en atención a que indudablemente se trata del texto más popular de cuantos integran el presente recorrido, y ha quedado en el recuerdo de sus muchos lectores. -¡A la calle, a la calle, a Santo Domingo! Me ajusté el cinturón. Mis compañeros me llamaban. Me volví para seguirles. Nada había cambiado en el fondo del aposento. La madre, sentada en el lecho, gemía tapándose los oídos. Detrás asomaba la cabeza diabólica, oscilante, babeante. Las dos hijas se abrazaban con miedo. Me miraron y adiviné en su crispación anhelosa un ruego desesperado. Fue como si súbitamente una oleada del fresco perfume de los jazmines me envolviera en pleno mes de julio. Todavía me quedaba una bala en el fusil. Reverendo Padre, cualquier hombre hubiera hecho lo que hice. Un tiro seco, un solo tiro seco... ¡A tantos otros había muerto ese mismo día desde la retirada de la Plaza de Toros: oficiales fuertes y esbeltos, soldados que apenas salían de la adolescencia, a tantos, a tantos! Cayó la cabeza espantosa, como en un juego, como si fuera una cabeza de cartón y de lana...

7

Hasta hoy me persigue el alarido de la madre, hasta hoy, como me persiguió el 5 de julio de 1807 en mi fuga por la calle de Santo Domingo negra y roja de cadáveres, lejos de la casa cuyas puertas había arrancado...” Doscientos años después Un nuevo salto de cincuenta años nos lleva a la actualidad y al aniversario doscientos de las invasiones inglesas. La fecha coincide con cierto auge de la novela histórica en la Argentina, y como consecuencia, tras un silencio de cincuenta años encontramos numerosas obras inspiradas por los acontecimientos de 1806-1807. Entre ellas, las más reconocidas han sido las de Alejo Brignole El amante de rojo (2000), Jorge Castelli El delicado umbral de la tempestad (2001, Premio La Nación Novela), y Miguel Wiñazki Sobremonte, una historia de codicia argentina (2001). No es la intención de este trabajo realizar un análisis del auge de la nueva novela histórica. Me limitaré a señalar que en nuestro país el fenómeno –salvo excepciones- ha estado signado por la mediocridad. En cuanto a la recreación de un mundo pasado, difícilmente pueda compararse el nivel de documentación y compenetración con el espíritu de la época que manifiestan novelas históricas publicadas en otras partes del mundo (pongamos por caso el de Patrick O’Brian en Inglaterra), con la delgada pátina de historicidad que exhibe la mayor parte de los productos nacionales. Para el lector estudioso de la historia, que se acerca a esos libros con el anhelo de ver cobrar vida un universo que le es caro, y que disfruta con la exactitud de la reconstrucción, la decepción suele ser inmediata. Estos libros en realidad presuponen un público con una información previa muy elemental, y una tibia curiosidad por el pasado, un público que no perciba como una peca –por ejemplo- el hallar en boca de un personaje de principios de siglo XIX términos y expresiones pertenecientes a épocas posteriores. En rigor, no puede hablarse de auténtica novela histórica argentina en el sentido de literatura que persigue la reconstrucción lo más fiel posible del pasado. Lo que hay es novelas de intención política, periodística, moralizante, o de estudio psicológico, que utilizan para sus propios fines un telón de fondo histórico. El impacto de la accidentada historia argentina de los últimos cincuenta años es muy visible en estas novelas. La autocrítica y la búsqueda de síntomas de corrupción en nuestros antepasados reemplazan el candor nacionalista de Gálvez. El segundo momento del péndulo se halla en su cénit. Un rasgo interesante de las novelas mencionadas es que por primera vez hay espacio para una mirada simpática hacia los ingleses, lo que permite dar cuenta con más libertad de las interesantes expresiones de admiración mutua que se produjeron durante el agitado año que duraron los intentos militares en el Río de la Plata. La mencionada obra de Jorge Castelli, por ejemplo, asume directamente el punto de vista del general Withelocke en los hechos. Esta capacidad de asumir la voz del otro enriquece indudablemente la literatura. Es muy temprano para aquilatar debidamente la trascendencia y valor de las novelas antedichas, exponentes de un movimiento que tal vez no se haya agotado aún. Lo cierto es que para los apasionados del Buenos Aires virreinal y de las Invasiones Inglesas, todavía hay anhelos literarios por satisfacer, que esperan su pluma. Alejandro Murgia Graduado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, ha ejercido la docencia universitaria en la Universidad del Museo Social Argentino. Actualmente se dedica al estudio del Buenos Aires virreinal como investigador independiente y en función de su quehacer literario.

8

Bibliografía 1. Romance heroico en que se hace relación circunstanciada de la gloriosa reconquista de la ciudad de Buenos Aires, Capital del Virreinato de Río de la Plata, verificada el día 12 de Agosto de 1806, por un fiel vasallo de Su Majestad y amante de la Patria, quien lo dedica y lo ofrece a la Muy Noble y Muy Leal Ciudad, Cabildo y Regimiento de esta Capital, Buenos Aires, Real Imprenta de los Niños Expósitos, 1807. 2. La gloriosa defensa de la ciudad de Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, verificada del 2 al 5 de Julio de 1807, Brevemente delineada en verso suelto, con notas, por un fiel vasallo y amante de la Patria, quien lo dedica al Sr. D. Santiago Liniers y Bremont, Brigadier de la Real Armada, Gobernador y Capitán General de estas provincias, y General del Ejército Patriótico de la misma Capital, Buenos Aires : Imprenta de los Niños Expósitos, 1807. [el autor de esta dos obras es Pantaleón Rivarola] 3. Vicente López y Planes, El triunfo argentino. Poema heroico en memoria de la gloriosa defensa de la Capital de Buenos Aires contra el ejército de 12.000 hombres que le atacaron los días 2 a 6 de Julio de 1807, Buenos Aires: Imprenta de los Niños Expósitos, 1808. 4. Groussac, Paul, Santiago de Liniers. Conde de Buenos Aires. 1753-1810, Buenos Aires : Arnaldo Moen Editores, 1907 5. Capdevila, Arturo Las invasiones inglesas. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1941 [el texto citado es del prólogo a la cuarta edición]. 6. Gálvez, Manuel. La muerte en las calles: Novela de las invasiones inglesas (1806-1807) Buenos Aires, 1949. 7. Mujica Láinez, Manuel. Misteriosa Buenos Aires, Buenos Aires : Ed. Sudamericana, 1950. 8. Brignole, Alejo. El amante de rojo, Buenos Aires : Ed. Sudamericana. 2000. 9. Wiñazki, Miguel Sobremonte, una historia historia de codicia argentina. Buenos Aires : Ed. Sudamericana, 2001. 10. Castelli, Jorge El delicado umbral de la tempestad. Cuestiones de un general inglés. Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 2001.

9