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No entiendo a los hombres Por Alejandra Stamateas Romanos 14:22 Las mujeres nos relacionamos básicamente con tres hombre

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No entiendo a los hombres Por Alejandra Stamateas Romanos 14:22 Las mujeres nos relacionamos básicamente con tres hombres a lo largo de la vida: padre, pareja y hermanos o hijos varones. Pero también, con suegros, jefes, médicos, profesores, amigos, amigos de nuestros hijos o de nuestros esposos. Para entenderlos un poco más, analizaremos algunos estereotipos y sus características: 1º- El hombre-bebé. Es el que nunca crece, el eterno niño o adolescente. Nació en un hogar inestable, donde había problemas (quizás su padre era alcohólico) que se debían ocultar, no se podía contar lo que pasaba en su casa, mostrando siempre un rostro alegre y aparentar que todo estaba bien. Sansón es un ejemplo bíblico del “Hombre-bebe.” El tenía comportamientos autodestructivos, era co dependiente y no quería defraudar ni lastimar a nadie, no podía decir que “no”, tenía buen corazón y pícaro a la vez. Había un voto nazareo sobre su cabeza (no podía cortarse el cabello, beber ciertas bebidas y guardar una vida rígida para Dios) y se reprimió. Los hombres-bebés buscan la paz a cualquier precio y la mujer que está a su lado se transformará en una mamá. Ella le dirá: “¿Por qué no le dijiste tal cosa…?”, “Y… ¿no te diste cuenta cómo te miraba ésa, seguro quería algo con vos?” Y él responderá: “¡Qué se yo! Vos te das cuenta de esas cosas…” Dirán: “Encargate de los chicos porque yo me siento incapaz.” ¡Y es claro! Si todavía él tiene que criarse ¡cómo va a cuidar de sus hijos! Hasta que no dejen de ser bebes no podrán ser padres y pretenderán que sus esposas los traten como a un hijo más. Ella será la “mala de la película”, le advertirá y confrontará con lo que “no hace”, él será “un santo varón de Dios” mientras que ella “la bruja.” Algo importante que debemos saber. Cuando tuvimos en brazos al bebé de una amiga o un familiar y el bebé se ensució, ¿qué hicimos? Se lo dimos para que lo cambiara (“Tomá se hizo caca”), de la misma manera, ¡no le cambies los pañales a tu “hombre-bebé”! ¡Que se limpie solo! ¡No te hagas cargo de sus cosas! Decís: “Éste no crece más”, “¡Otra vez se quedó sin plata!”, “¡Otra vez se compró una moto y no tenemos ni para comer…!” ¡No te preocupes! Entregáselo a Dios y orá: “¡Señor hacete cargo, cambialo! No me hago cargo más de sus cosas, hacé algo con él” ¡Y desprendete! 2º-El hombre-perchero. Es el que está obsesionado consigo mismo y vive preocupado con su imagen. Cree que todo lo que pasa se refiere a él, que es el único importante y buscará lo que lo beneficia sin interesarse por nadie. Un ejemplo de éste estereotipo es Salomón, cuyo objetivo era superar a su padre (quien había hecho cosas grandes en verdad), y se proyectó para eso. Salomón debió cobrar grandes impuestos al pueblo para realizar todas sus obras. Como los hombres que dicen: “Voy a hacer el gran negocio”, “Me verás triunfar, ¡seré grande!, mi idea es inmensa”. Al hombre que esta preocupado por su imagen no le interesa nada, con tal de lograr su objetivo te pasará por encima y se creerá imprescindible: “Vos sin mí…, no sé que serías…”;”Yo, te saqué de ese barrio de “cuarta” y te traje a Barrio Norte”; “¿Te querés separar de mí? Y, ¿adónde vas a ir si sos una “pobre mujer”, no tenés nada?” Son ambiciosos y dependen de la admiración de los demás, el día que dejaron de ser admirados se echó todo a perder, esperan que le digan lo maravilloso que es. Tratarán a los

demás como sirvientes, aprovechándose de ellos, porque “él es el gran hombre”. Sobrestiman sus propios logros y no permiten que otros lleguen a tenerlos. Son esos hombres que dicen: No quiero que estudies, ni vayas a trabajar, no tengas tus propios ingresos, no vayas a ningún lugar “porque la gente te puede hacer mal”. ¡Mentira! Es para dejarte en un estado de negación y que nunca lo superes. 3º-El hombre- dispenser. Apretás un botón y se calienta, apretás otro y se enfría. No le gusta que le digan lo que tiene que hacer y, en caso de aceptar, lo hará con “bronca”, “refunfuñando”, “quejándose” (especialmente los jubilados), se olvidará o llegará siempre más tarde porque tiene miedo de que le salga mal. Un ejemplo de este estereotipo es el empleado bancario que trabaja por años en el mismo banco, sentado en la misma silla, en el mismo escritorio, no hace nada más porque su trabajo no le exige, tiene miedo a equivocarse y su familia se queda estancada. La esposa dice: “Si no fuera por mí, no hubiéramos conseguido la casa”; “Si yo no hubiera ahorrado, nunca habríamos ido de vacaciones…” Y él, como no quiere fracasar, prefiere quedarse con lo conocido sin arriesgar. Es arrebatado emocionalmente, impulsivo, todo lo hará sin entusiasmo, y los de alrededor viven esperando su reacción. El progreso familiar se detiene por su carácter. Un ejemplo bíblico del “hombre-dispenser”, es Jonás, a quien Dios le pidió que fuera a predicar a Nínive, y se enojó tanto que se tomó un barco para el lado contrario. Jonás se refugió debajo de una planta, y luego se secó, entonces protestó. Entonces Dios le preguntó: ¿Y te quejás porque se secó una planta? ¿Es tan grave, en comparación a lo que te estoy pidiendo? Así deberíamos responder cuando el “hombre-dispenser” se queja: “¿Por eso te quejás? ¿Es tan difícil lo que te pedí?” Refutale toda queja. Cuando te diga: “Siempre lo tengo que hacer yo”, decile: ¿Siempre?; “Porque vos nunca…”, “¿Nunca?” Si se queja es que no tiene nada que hacer, declará por fe: ¡Dios lo transformará! 4º-El hombre- maniquí: Es el hombre perfecto que te gustaría tener en la cama, que te enamora cuando lo mirás, un hombre completo: atlético, musculoso, amante de Dios, bueno, comprensivo, que te proporciona mucho dinero, te lleva de viaje, paga tus cirugías y es fiel por naturaleza. Quiero darte una noticia: “Ese hombre no existe, está sólo en las vidrieras, tiene las características que soñamos y suple todas nuestras expectativas.” Pero no desesperes, si Dios obró en la vida de Sansón, de Jonás, de Salomón, de Moisés (que no hablaba porque era tartamudo y su reacción era impulsiva y violenta) lo hará con tu pareja y cosas gloriosas creará en él. Si no entendemos a los hombres es porque ponemos nuestras expectativas en ellos. Todo lo que necesitamos lo proyectamos en ellos: “Este hombre me va a cuidar”, “me dará lo que necesito”, “me hará feliz”, “me mantendrá”, “me dará seguridad”, “me amará por siempre.” La sociedad espera que, tanto hombres como mujeres actuemos de determinada manera. Las mujeres decimos: “Si él no tiene expectativas, yo haré que las tenga”, pretendiendo que cambie por nuestro esfuerzo. La palabra expectativa deriva de la raíz esperar. Por ejemplo, si te ofrecen un “dispenser de agua”, te explicarán que apretando un botón sale agua fría y otro agua caliente, y si eso no ocurre, no cubrirá las expectativas. Asimismo, llegamos al matrimonio con “ciertas expectativas” que si el hombre no las cumple, aparecerán la crisis y decimos: “No lo entiendo”. Hay expectativas que son razonables pero otras son irreales. Debemos reconocer si la expectativa que pusimos en nuestra pareja es irreal, entonces hará todo lo contrario. Ejemplo de expectativas:

-“Mi marido no mirará a ninguna mujer.” Esa no es una expectativa real, porque de todos modos va a mirar y quizás lo haga cuando no estés. -“Yo quiero que me sea fiel.” Esa es una expectativa real, correcta. -“Quiero que tengas el mismo cuerpo de los quince años, cuando te conocí.” Es una expectativa irreal que tu marido puso en vos. Respondele: “Después de haber tenido tres hijos, ¿cómo voy a tener ese cuerpo? Tampoco tengo quince, ya tengo cuarenta o cincuenta y pico.” -“Quiero que él me cuente todo.” Es irreal e imposible, porque su lenguaje está acortado, sólo hablan soluciones, en cambio las mujeres filosofamos todo. Los hombres tienen miedo a la ira de las mujeres, a su reacción, por eso se callan o mienten. Muchas veces queremos que nos cuenten pero si no nos gusta lo que nos dicen explotamos y nos dirán: “No te cuento más nada”, y antes de hacerlo pensarán veinte veces. -“Quiero que sea sensible y seguro a la vez.” No sabemos qué queremos. Si nos cuenta sus emociones, temores, alegrías, miedos, ¡salimos corriendo! Lo que menos queremos es estar al lado de un hombre miedoso o inseguro. Culturalmente el hombre era “el protector”, y la mujer, “la tonta que está a su lado.” No somos anexo de nadie, somos únicas, especiales y tenemos las condiciones para salir adelante. Hay hombres que creen que Dios les dio sus brazos para doblarlo y las mujeres se cuelguen de él, y muchas mujeres creen que el brazo del hombre es para colgarse. Siempre se consideró a la mujer como un anexo y Dios no nos hizo nacer para estar detrás de un hombre. Somos fuertes y todo está a nuestro favor para lograr lo éxitos que deseemos. -“Quiero un hombre que se cuide físicamente pero que no sea obsesivo.” -“Quiero que sea decidido pero no atropellador.” Ejemplo: Conociste a un hombre cuando fuiste a bailar y te dijo: “Después te llamo”, entonces te quedaste pegada al lado del teléfono esperando. Él no te llama porque lo dijo “para quedar bien”, en cambio vos, ya te viste casada, con hijos, nietos y en la gloria. Si tenés ganas de hablar con él, ¡llamalo!, porque es “el que tiene ganas el que debe llamar.” A veces ponemos expectativas tan altas que nadie las puede cubrir; por eso muchas mujeres quieren tener una pareja y, a su vez, no quieren; buscan un hombre ideal con expectativas irreales para que nunca aparezca (“Éste tiene lo zapatos sucios”, “Ése tiene las medias rotas”, “A éste le faltan los dientes.”) No podemos entender a los hombres porque no sabemos qué queremos. Muchas veces las expectativas que ponemos es muy altas para no encontrar la solución al conflicto y de esa forma nos transformamos en fariseas. En Mateo 23 dice de los fariseos: “Atan cargas pesadas, difíciles de llevar y las ponen sobre los hombros de los hombres.” “Hacé así”, “comportate de esta manera”, “tratá a tus hijos así”, son cargas que ponemos y que ellos no pueden llevar. Jesús se negó siempre a cumplir las expectativas de los fariseos, no encajaba en sus moldes; él tomaba vino y se sentaba a comer con los pecadores y publicanos lo cual enfurecía a los fariseos. Venid a mí, yo os haré descansar, decía Jesús a los que tenían cargas pesadas e irreales. Hemos puesto tantas cargas sobre nuestra pareja, que Dios nos dice: “Dejalo, no se da

cuenta, vení a mí porque estas cargada.” Al ser muy exigentes ponemos expectativas irreales. “Tenés fe, tenedla para contigo”, dice Romanos 14. No esperes de los demás porque te sentirás frustrada, tu pareja no tiene que hacer lo que vos querés sino lo que Dios quiere. Dejá obrar al Espíritu Santo, que te llevará a la libertad y no al libertinaje. Si Dios te hizo libre, trasmití esa misma libertad a otros; nadie tiene derecho de esclavizar a nadie. Si no encontrás al príncipe es porque tampoco sos princesa, todos fallamos, tenemos lados oscuros y estamos creciendo. Desde pequeño al hombre le enseñaron que no expresara sus sentimientos, por eso dentro de sí mismo está dividido: “No te enganches con la primera mujer, debes tener muchas”, por eso el hombre puede estar con una y otra mujer sin engancharse porque una madre se lo enseñó. En cambio a las mujeres, nos dijeron: “Casate con el primero que enganches”. El hombre separó el amor del deseo: ama a la mujer que será la madre de sus hijos, y desea a la mujer con la que disfrutará. Está dividido, y si no se pone de acuerdo consigo mismo, ¿cómo lo hará con vos? Cuando la mujer no se siente deseada, se descuida: “Total, siempre le van a gustar las de veinte” y se deja de lado. ¡No lo dividas vos! Transformate en la mujer que ame y desee, no solamente que le de hijos, planche la ropa o ayude a pagar las deudas”. No pongas expectativas irreales, no tendrás a Brad Pitt en tu cama porque es de película, tu pareja tiene cosas buenas, otras con las que está luchando y también algunas malas. Como mujeres debemos hacernos dos preguntas: 1. 2.

¿Adónde voy? ¿Con quién voy?

No hacer la segunda pregunta sin haber hecho la primera. Las mujeres que se preguntan: ¿Con quién voy? tendrán dificultades porque no saben adónde ir. Si el foco está primero hacia dónde vas, todo el que te acompañe te hará feliz y tendrá éxito, será transformado e irá donde Dios le diga. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”, dice la Biblia. Si tu tesoro es tu pareja, tu corazón pensará en lo que “no hace”, “no es”, “en sus problemas”, “en su carácter”, “en lo que no logra”, “en sus fracasos y en los tuyos por estar a su lado”. Pero, sabiendo adónde vas, el que te acompañe será alguien más yendo hacia el “Éxito”. Dejara el hombre a su Padre y a su madre y se unirá a su mujer. El que debe dejar es el hombre y unirse a la mujer, porque ella sabe adónde va y quienes la rodeen y sigan serán bendecidos.