Al Filo Del Espejo2

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Por : Gerardo Bloomerfield y María García

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Al filo del Espejo Por : Bloomerfield y María García

Gerardo

Editado en el 2004 Libro editado en Pdf (especialmente para ser impreso) por : José Cadaveria . Diseño y dibujo de la portada José Cadaveria “Aberración” Esta edición fue terminada el 18 de Enero del 2012

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Contiene: Introducción a la presente Obra

Cuentos: Segmento A: 1. Para acabar con la Historia (Por María García) 2. De marcianos, gallegos y gordas perdidas (Por Gerardo Bloomerfield) Segmento B: 3. Dios, la prensa y el canibalismo en el deporte (Por Gerardo Bloomerfield) 4. Del Manchester, brandy y eslabones perdidos (Por María García) Segmento C: 5. El espejo (por María García con 6 frases de GB) 6. Montaña Rusa Ruleta (Por Gerardo Bloomerfield con 6 frases de MG)

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Segmento Segmento D: 7. Cuestión de Sed ( García-Bloomerfield) 8. El Vampiro Intimo (Bloomerfield- García) Fotografía: Fotografía: A. Cámara Bloomerfield modelo García. B. Cámara García modelo Bloomerfield

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Introducción A La Presente Obra Con el primer libro “Al filo del Espejo” casi sin proponérselo los escritores de ficción Gerardo Bloomerfield (Montevideo, 1974/…) y María García (Mendoza, 1974/…) dan origen a una nueva forma de hacer literatura fantástica: Inician un proceso de experimentación no solo en cuanto al contenido y la forma de los relatos, sino al proceso de composición en sí mismo. Nuevos métodos son planteados exploración del territorio y del mapa aun mismo tiempo, osadía y desafío que llevan al género fantástico a nuevos caminos plenamente disfrutables para cualquier amante de la literatura de evasión. En esta segunda entrega de la serie “Al Filo del Espejo” de ocho relatos tal como la original (y una serie de fotos a modo de epilogo conceptual), los autores plantean 3 métodos de realización en cuatro segmentos: Segmento A: Cada uno de los autores realiza una obra por separado, incluyendo cada cual por su lado 3 personajes idénticos (un español, una villera argentina y una pareja de marcianos), dando origen a dos relatos separados y diferentes con esos tres personajes en común. Segmento B: En este caso los autores seleccionan tres personajes al azar de una obra de Ambrose Bierce (“Diccionario del Diablo”) en este caso “Dios”, “un 6

periodista” y “ un grupo de ingleses bebedores de brandy y comedores de carne”, sobre los cuales desarrollan por separado un relato cada uno de humor negro que los incluya. Segmento C: C: Cada autor escribe 6 frases inconexas a manera de fragmentos de un cuento inexistente, las cuales el otro autor deberá incluir en un relato propio. Segmento D: D: Cada autor escribe la primera parte de un relato y luego los intercambian para que el otro autor escriba su final, sin información previa sobre el contenido. Esta especie de ejercicio experimental, a modo casi de juego-desafío, da lugar a las ocho narraciones que componen la obra completa, tremendamente audaz y singular, ya que la mezcla constante y la interacción de ambos autores genera la presencia de un estilo propio que proviene de ambos, pero que no resulta ser exclusivamente de ninguno, como si se tratara de hijos literarios, herederos de un universo y de otro. Los paisajes y personajes reconocibles. El resultado de una serie de narraciones de horror, ficción y humor negro de una irreverencia tal que uno no puede menos que preguntarse cuando aparecerá la tercera parte de este proyecto . Diego Castro

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Para Acabar Con La Historia Por María García Época Actual Un caballero se precipita en tierra junto su caballo. El rocín, muerto de hambre y cansancio se desploma y muere instantáneamente. El caballero a duras penas se incorpora. A lo lejos divisa una linda campesina ocupada en sus quehaceres; tiende la ropa blanca que supuestamente son sábanas, pero ¡oh!, están hechas jirones. Con certeza debe ser una pobre y fiel vasalla de un noble de la comarca. -Moza tan fermosa, dignaos a ofrecer un reparo a este hidalgo caballero que a cambio ofreceré el honor de distinguiros con mi amistad y presencia-. Dice dirigiéndose con un mínimo requiebre de cabeza a la campesina.

Juana Villegas acaba de volver del trabajo en la fábrica de ladrillos a su casa en El Algarrobal, Las Heras. Tiene una pila de pañales para lavar y aún tiene que limpiar el vagón y arreglárselas para hacer la cena para siete con cinco pesos. Mientras tiende la ropa divisa a lo lejos una especie de robot o un payaso vestido con un traje de lata que se acerca tambaleante

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y polvoriento. Muy cerca de él yace un caballo muerto, que aunque magro, bien haría un buen guiso. A una especie de jerigonza que el tipo le espeta responde con actitud harlemniana. Valentía y sinceridad de su miseria. -Mire Don, si se escapó del Sauce va a tener que andar un buen trecho y rumbear pa´l otro la’o. Igual a mí no me joda porque ya viene el Carlos ya nomás y si lo vé, me va a cagar a golpes.

Año 2506, Hábitat 4 de la colonia marciana Un ama de hábitat del cubículo 29 se entretiene grandemente viendo la novela pretérita terrestre en su pantalla de implante incrustada en su brazo derecho. -Tatarabuelo, tatarabuelo, -le grita al bicentenario- mirá en la pantalla este episodio no lo han dado. (Se refiere a un seriado de grandes personajes) Pero volvamos al presente.

Época Actual -No entendéis buena señora, y es lógico que estéis confusa. ¡He viajado en el tiempo hacia el futuro! –Se entusiasma el caballero mientras se sacude el polvo de los zapatos. -Pues pa’ mi esto es el presente. -¡Ah! Agudas palabras habéis dicho. ¡Y vuestro aspecto y rango no conllevan astucia! 9

-… -¿Al menos me prodigaréis una medida del espíritu del vino para que pueda aliviar el dolor de mi magullada pierna? -¡Santo remedio! Ahora sí nos vamos entendiendo –Se excita la mujercita-. No está tan loco al fin. El vino cura todos los dolores. -Pero contadme más, contadme más de estos parajes en los que he caído. Estoy maravillado. -Bue’…, mire…, pa’ empezar pa’ andar por acá se precisa la Mendobu’. -¿Qué es eso? -¡Ah! Se consigue en el kiosco de la Lucila. -¿Kiosc ha dicho? ¿Qué es eso? Suena germano. ¡Qué maravillosas cosas habré de aprender junto a vos campesina! -¿En qué año nos encontramos? -Dos mi… -¡Prodigio! Interrumpe el hispano. No digáis más. Ahora dime país, país… -La Argentina. -¿Es en la Normandía? ¿O es en África acaso? -Parecido. -Dime más de tu comarca. -A ver… ¿Maradona? -¿La Madonna? -No… ¿Cumbia villera? -Humm, no. -Menem. 10

-… -No. A ver… si estuviera mi prima la de Buenos Aires, ella sa… -Habla con ella misma cuando es interrumpida. -¡Nooooo! El gentilhombre está sorprendido-. ¡América! ¡El Dorado! ¡La Encomienda!- Se queda estupefacto. -¿Y qué? ¿Viajó en el tiempo? ¿Y cómo lo hizo? –Le formula socarrona la Juana-. Mire que yo soy burra pero no estúpida. -Os debo una explicación gentil dama, que así os merecéis ser llamada. Tal vez habréis escuchar hablar del libro del Arca. Encontrados en tiempo de Alejandro, el Magno y copiado a mano en clandestinidad por monjes cismáticos. Sería sin duda prohibido y defenestrado por nuestro Santo Oficio, si supieran de su existencia. Sólo dos ejemplares se conservan, según la leyenda, de los cuales uno obra en mi poder. Bueno, gracias a ese texto he logrado construir una máquina del tiempo. -… -¿No? ¿No lo habéis escuchado? Hummm… tal vez siga siendo un arcano… ¡qué misterio! Oh tal vez todo ejemplar en esta época haya sido destruido… ¡Sacrilegio inverso! En fin. No es la primera vez que consigo este prodigio… bueno, pues claro, con algunas diferencias. He logrado llevar a mi tiempo un objeto del futuro, del año 1.984, un extraño objeto negro de aspecto fálico… Aún no desentraño su función y estructura. –Baja la voz-. Pero por supuesto todo esto hecho con el mayor sigilo. -Yo era buena pa’ la historia pero no terminé el secundario. No conozco ese ojeto que usté dice. Pero… ¿no quiere pasar tomar mate y me cuenta? –dice la obrera pensando en pedirle a cambio el cadáver fresco del caballo. Después de todo, el Carlos se pondría contento. -¡Ah! Con gusto. –Dice exultante nuestro caballero-. Presiento que me inspiraréis muchas cosas. 11

Caniles, Granada. Año de 1.589 Un sirviente se aleja corriendo de la máquina infernal ubicada en un atalaya en la que acaban de desaparecer su buen amo y su leal caballo. Un humo amarillento llena la estancia contigua poblada de libros prohibidos, tratados de alquimia y un joystick encerrado cuidadosamente en una esfera de cristal. El sirviente grita a viva voz, conmocionado, a quien quiera oírlo: “Ha sido el mismo Satán, por Nuestro Señor Jesucristo…” y asegura tener las narices impregnadas de olor a azufre. El sirviente no es otro, que el del mismísimo Cervantes.

Año 2.056, mismo hábitat, mismo cubículo El tatarabuelo que tarda en moverse pero que aún piensa le responde a la tres veces nieta: -Sí m’hijita. ¡Y es el episodio de Juana Villegas! Nada menos que de ella. Descubridora por error de la electricidad fría e inventora de las medias descartables. –Dice orgulloso haciendo ostentación de su lucidez-. ¡Larga vida a su memoria!. 09122003 Nota:

Tres

motivos

1-Un español antiguo, 2- dos marcianos, argentina. 12

dados

:

3- una villera

De marcianos, gallegos y gordas perdidas. Por Gerardo Bloomerfield Marcianos. Eso eran… la palabra le sonaba graciosa en los oídos, en especial después de ver un par de películas del siglo XX en la pantalla. Los marcianos eran seres chiquitos, verdes y de bajo presupuesto. Ñuk! Ñak Ñik! Ñok! Y zum zum las pistolas láser. Sí. Con el láser en vez de seccionar trozos de roca lunar, se disparaban. Así eran los marcianos de aquellas viejas películas. Pero en la realidad y ahora, los marcianos eran aburridos seres humanos con la piel pálida y los pulmones un poco más grandes. Algunos estudios afirmaban que vivían 5 años más que la edad promedio en la tierra debido a que el aire artificial de la colonia de Marte era purificado… pero los estudios no estaban confirmados. En el siglo XXII nada estaba confirmado: todo era inseguro, inestable, dinámico. Por eso, Miguel extrañaba lo desconocido: era un nostálgico del pasado. Un pasado que nunca había vivido, pero que evocaba constantemente en la pantalla etérea. Su bio-padre se quedó en la tierra luego de donar el esperma, pero puso por requisito por derecho que le pusieran Miguel al 13

producto final si salía varón, el nombre de un antiguo escritor, así que supuso que había salido a su padre. A su padre terrestre le agradaban los escritores antiguos al parecer. Movió los dedos en el aire pasando cuadros en la pantalla etérea y pensó en las palabras “Miguel” y “Escritor”… Y apareció la imagen tridimensional en primer lugar, seguida por las otras cuatro, con el nombre escrito en inglés global: Miguel de Cervantes Savedra. Un hombre anciano y de barba tan afilada como la punta de un control remoto. Lo materializó ante si… simplemente cerró los ojos e imaginó sucesivamente un cubo rojo, un triángulo amarillo y círculo azul, que era la secuencia de comandos mentales para materializar las imágenes tridimensionales. Cuando abrió los ojos, la gorda apareció, lo hizo tan sorprendida como él mismo de verla. Usó la boca abierta para gritar: -¿Dónde mierda estoy? ¿Y esto? ¡¡¡Socoro!!! Miguel quiso borrar la imagen: pensó alternativamente en un rectángulo verde y una paloma blanca que era la secuencia de comandos para DESVANECER. Pero la gorda seguía allí… Y temblaba… Las lagrimas se veían reales.

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Roco se cayó al piso de tierra, medio de costado, apoyado en la fuerza de su propio golpe hacia la izquierda. El alcohol y la riña familiar son mala combinación, las mujeres se mueven y no se dejan pegar. Y el equilibrio se pierde. Puta de mujer, ¡se le había escabullido justo cuando le iba a dar el piñazo más esmerado! Miró a la nena en un rincón. Había dejado de llorar para reírse un poco, desde su carita sucia de barro. Si fuera rica sería sucia de chocolate, pero en aquel rancho de lata el chocolate sólo se veía dibujado en algún que otro pedazo de pared hecho a base de publicidad callejera robada. El Roco, tenía su flaca pierna herida. Y la barba sucia de polvo. -¿Y vos de que te reís… Guacha de mierda?... puta de tu madre… mirá lo que me hizo hacer… Desde el piso se sintió ridículo. Pero después se sintió perdido. ¿Dónde carajo se había metido la Gladys para esquivar el golpe? -Dale Gladys… Dejate de joder y salí… No te pego más… Pero la Gladys no apareció. Así eran las minas… no aguantaban más de dos golpes seguidos sin tratar de escabullirse pero esfumarse en el aire como si fuera cosa de macumba era realmente demasiado.

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¿Dónde se había metido esa gorda de mierda? Sino fuera porque su hija más chica era rubia y de ojos claros la hubiera dejado hacía rato ya. La dignidad y las rodillas le dolían por la caída… el Roco decidió por irse a fuera del rancho a tomar unos mates de cucumelo, hongo generoso con la demencia de los pobres. Esos viajes siempre le evitaban cualquier situación molesta de buscar respuestas donde no las había… Ya la iba a fajar a la gorda cuando fuera que apareciera… pero ahora se iba de “viaje” a la dimensión del “cucu”. Los hongos crecían sobre la mierda de los chanchos que criaban en el fondo, así que eran un subproducto altamente aprovechable. El Roco juntó los dos más oscuritos, y los metió adentro del termo. Luego cebó, en el primer vaso de vidrio que encontró tirado en el suelo de aquel basural enorme que rodeaba el chiquero. Demasiado oscuro el hongo, demasiado rápido el efecto… en un minuto vio aparecer alguien que no era del barrio, tampoco parecía ser de la época, iba vestido raro como en el carnaval. -…deteneos os digo, no lo hagáis…- dijo el recién llegado tapándose la cara con un brazo. -¿Qué no haga que, valor?- Le dijo el flaco Roco. -…oh… dispensadme, no era a vos que os hablaba… sino a Marlevin, un hechicero que aparecido ante mi morada me amenazaba… 16

El Roco se cagó de la risa. Esos hongos pegaban bien de bien. -Claro… ¿Y con qué te amenazó bo? ¿Con cogerte? Jua jua. ¿O con afeitarte esa cabeza de pija que tenés? -No os comprendo…- dijo el recién llegado pasando ambas manos por su ropa como si se limpiara. Pero bien… Este Marlevin de marras, me ha amenazado con exiliarme a otra época, a una época donde aun hablando mi idioma la gente me ignorara a mí y a mi obra… ¿podéis creerlo? -Oime barba…- dijo Roco sin dar crédito a sus ojosJua jua… Vos no sos de verdad ¿no? ¿O hay un tablao acá cerca? Porque por ahí toy alucinando por ahí no… Qué sé yo… -¿Tablado? Sigo sin comprender… Pero el punto es que al parecer este hechicero se ofendió tremendamente porque me negué a entregarle ciertos manuscritos acerca de un caballero obeso y lampiño que cabalgaba en un jamelgo brioso llamado… El Roco no daba más de risa. Y le dijo: -Claro… Obeso como yo mirá, jua jua… Que no peso más de 50 a la sombra y mojado… jua jua…- Y se levantó su remera dejando a la luz su extrema flacura. El “gallego” que hablaba raro recién llegado pareció algo ofendido por la grosera risa del Roco. -Caballero… ¿Podéis decirme dónde estoy?

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-Ah pero vos andás más perdido que yo… En el cante barba… En cante igual que yo… es más, vos estás en mi cabeza sos una alucinación mía… ¿o no? El Roco se acarició su sucia barba tirando lejos el termo y el vaso llenos del té de cucumelo. Tomó del piso una olla de aluminio que estaba tirada y se la puso en la cabeza. Luego el palo de escoba viejo que se apoyaba en la pared del rancho, le quedó perfecto al hombro. -Ya que me hablás así, como un marciano… mirá, yo también… Tengo casco… ja, ja, ja… y lanza y espada… hahahahaha. El hombre de barba miró a Roco… Asombrado, ¡estaba en otra época realmente! Pero aquel hombre… Lucía… lucía… perfecto… Mucho mejor que el obeso. Lucía ideal, demente… perdido. Pero… pero ¿dónde era ese lugar? -¡Mancha!- dijo la nena, la hija de la Gladys, antes de salir corriendo. Le había aparecido por detrás y lo asustó. Por eso el gallego de barba cayó de bruces sobre aquella chapa… sintió el dolor… al levantar su mano derecha sólo pudo ver la herida. La chapa estaba oxidada… la infección sería irreversible. -Uh don… ¿se lastimó? ¡Qué guacha de mierda esta!Dijo el Roco acercándose al extraño. -Mancha… mancha… dijo la nena corriendo ya lejos. La mancha es un juego muy popular entre los niños pobres. No hace falta siquiera una pelota para pasar un

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rato evadidos de toda falta de alimentos que la ONU no note.

Miguel le sonrió a su compañero de estación: era una suerte que él entendiera de materializaciones. -Las pantallas quedaron perfectas ahora amigo…- le dijo guiñándole un ojo. -Sí ya veo… es que mirá Mar, materialicé una gorda horrible, sin dientes, que me hablaba de algo así como un cantegril, y de algo llamado Roco… ¡se veía tan real! Marley le sonrió. Los adictos a los hologramas biovirtuales eran tan sugestionables. -Algunos dicen que estas máquinas no materializan realmente, sino que toman prestado… los ecologistas de siempre… Los dos se sonrieron, y aprovecharon la escusa para darse un beso en los dedos índices en señal de compañerismo. Marley hacía dos meses que había sido asignado y le tenía verdadero afecto. Por su parte, Marley gustaba de Miguel secretamente y quería impresionarlo a toda costa. No se atrevió a decirle que aquel desperfecto probablemente estuvo relacionado con una saturación de moléculas que él produjo en su recinto privado al materializar todo un paisaje de época… había querido conseguirle el libro: sabía que 19

Miguel admiraba aquellas cosas antiguas. ¡Épocas primitivas! ¡Porfiado barbudo aquel! -Gracias por la reparación Mar… tu padre biológico estaría tan orgulloso de ti que te daría tu apellido. -Posiblemente… aunque por los datos que tengo de él era un judío llamado Levin. Marley Levin no suena nada bien –y le guiñó un ojo-. Debería hacerme llamar a secas “Mar Levin” para abreviar… Cuando se retiró y dejó a Miguel solo para que cenara. Miguel volvió a ver la foto de aquel antiguo escritor flotando en la sala. Necesitaba borrar el recuerdo de aquella gorda amoratada, aunque por ese día no se atrevía ya a materializar nada. Y pronto lo tuvo, parado, de barba afilada como un control remoto… y brazos extendidos al frente. Por primera vez notó que le faltaba una mano.

Nota:

Tres

motivos

1-Un español antiguo, 2- dos marcianos, argentina. 20

dados

:

3- una villera

Dios, La Prensa Y El Canibalismo En El Deporte POR GERARDO BLOOMERFIELD. Desde luego que el fenómeno del canibalismo espontáneo se ha venido imponiendo a la realidad futbolística de un país tras otro. Primero en Inglaterra, en 2.007, cuando en ocasión de enfrentarse el Liverpool de Basora contra el seleccionado de las islas Falkland, una inspección del Instituto Nacional de Sanidad (INS por sus siglas en inglés) detectó a la salida del estadio restos humanos sazonados con salsa tártara… luego en Argentina, en ocasión del ya célebre partido entre los cuadros fusionados del Boca/Penarol y River/Nacional donde parte de la afición de origen Uruguayo decidió hacer un homenaje a los sobrevivientes de los Andes, devorando a parte de la parcialidad de origen Boliviano… que dicho sea de paso se ignora que hacía en ese partido. (Eran vendedores de Churros… atento…) Sí, gracias. Como decía, luego el caso de los vendedores de churros bolivianos devorados en pleno estadio por aficionados. El caso es que hablar hoy de fútbol es hablar de canibalismo y el fenómeno se ha extendido a países tan vegetarianos como, Brasil y Dalmacia, donde 21

sencillamente se notó su existencia justo en el momento que se salía de control. Los expertos en fútbol, manejan dos teorías… Dicen que el consumo de cervezas, tan habitual entre las barras bravas crea el deseo irrefrenable de comer carne humana. Otros discrepan de esta idea, y afirman que los hooligans ingleses por ejemplo, sólo se emborrachan con brandy, por lo cual no pueden atribuirse a la cerveza (ni siquiera al ALE) toda la culpa. Pero hoy, como de costumbre, en nuestro programa afrontaremos y enfrentaremos, si los auspiciantes lo permiten, la verdad o lo que queda de ella… CANIBALISMO EN EL FUTBOL: ORIGEN, CAUSAS Y CONSECUENCIAS. 1-¿Es posible volver a un fútbol sin canibalismo como el de antes? 2-¿Cómo afecta el desempeño de los jugadores el saber que mientras patean una pelota, en las gradas la gente se devoran unas a otras? 3-¿Tiene relación con el fenómeno la hambruna de escala global que se viene padeciendo desde la extinción de algunas especies bovinas? 4-¿Quiénes son los protagonistas? ¿Por qué comen carne? ¿Con qué la condimentan? Contamos con la presencia de una persona, que no conocemos, pero sin duda tiene amplia experiencia en el tema ya que lleva un trozo de carne en la mano. Pasamos desde ya a la entrevista de la mano de… 22

“…frigorífico anélido el “CUCUSÚ”… donde sólo faenamos gusanos naturalmente criados, sin componentes artificiales, en auténticos cadáveres finamente seleccionados y sin familiares conocidos… recuerde: un gusano feliz… es un gusano delicioso… un gusano delicioso… es un gusano… “CUCUSÚ”… -Gracias “Cucusú”… pasamos a la primera entrevista… ¿qué opina sobre el canibalismo en los estadios señor? -Bueno. Creo que la humanidad ya no tiene remedio… es decir: Soporté lo de la licantropía en los cines porno, lo de la pedofilia en las iglesias reformadas, lo del fetish del pie en los baños turcos, incluso. Pero lo del canibalismo en los estadios es demasiado… Han llegado muy, muy lejos… -O sea que se opone… -No mire… yo no me opongo. A mí siempre se me oponen. Yo hago borrón y cuenta nueva. Es mi estilo ¿vio? -Perdón… pero… ¿usted no lo práctica? -¡Claro que no! ¿Cómo se le ocurre? El canibalismo es imposible para mí… soy UNICO, es decir UNICO EN MI ESPECIE, por tanto no puedo devorar a nada que sea de mi especie. Si devorara un ser humano no sería canibalismo… porque no soy humano… -Ah… bien (tenemos un esquizofrénico aquí… acerquen más la cámara y pongan música de Wagner)…

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pero dígame… entonces usted sí come carne humana… ¿por qué lo hace acá a la salida del estadio? -Creo que no entiende. Yo no como carne. No como nada. -Digo que si lo hiciera no sería canibalismo… -Desde luego. Pero era un ejemplo… -¿Y esa costillita que lleva en la mano, aun sangrante… ¿eh picarón??? -Bueno… como le dije. Ustedes los humanos, periodistas o no me cansaron. Los voy a borrar de la faz de la tierra, no sólo de los estadios y los voy a hacer de nuevo. Intenté seleccionar a ocho y que hicieran un barco como la última vez. Mandé emails: no sólo no me creyeron… me multaron por SPAMM. Y además, vi que las reservas de agua que tengo en el cielo no me alcanzan para tapar los edificios más altos… -Pero señor… si usted no es una barra brava caníbal… ¿qué carajo es usted? -Me extraña… soy Dios. ¿No leyó el titulo de este programa? “Dios, la prensa y el canibalismo en el deporte”. -Cierto, me llamó la atención… ¿cómo supo el productor que me lo encontraría justo a usted aquí en la salida del estadio? -Y… no fue causal querido… por algo soy Dios. Quería aprovechar para mandar un mensaje… -¿Y esa costillita? 24

-Ya le dije… ¡qué pesado! Después que borre al ser humano, lo voy a intentar de nuevo. Para eso necesito una costilla. Las costillas son como semillas de humano: las planto en la tierra y crecen… ¿qué no leyó nunca la Biblia… el Corán aunque sea? Usted que es periodista, si cubrió alguno de los últimos 27 atentados debe conocer por lo menos 100 versículos del Corán de memoria… -Sí… pero no… o sé… me siento confundido… de hecho… esos hooligans que se acercan me parecen más interesantes de entrevistar. Pasamos la cámara rápidamente a esta muchedumbre que se acerca… son hinchas del equipo inglés “Coke Manchester”, propiedad de la multinacional de refrescos. Podrían practicar el canibalismo o no. Se pueden apreciar las botellas de brandy en sus manos. Si agreden a este anciano que afirma ser Dios, y lo devoran, esto echaría por suelo la teoría de que el consumo de cerveza es lo que ocasiona el canibalismo en el fútbol. Por otra parte si el anciano les tira un rayo, esto probaría que es dios, en cuyo caso al mundo le queda poco tiempo. Avanzan, vienen, el anciano sigue con su costilla en la mano, no se inmuta. Me quiere decir algo, pero no le acercamos el micrófono, porque queremos la opinión de esta otra hinchada que se acerca… se acerca… y los entrevistaremos con el auspicio de… “…Aborkill… la única pastilla acelerante del desarrollo femenino, que previene el embarazo hereditario… para que disfrute de su hija, sin la obligación de padecer una nieta prematura…” 25

-Gracias Aborkill. Buenas tardes. ¿qué opinan del canibalismo en el fútbol? -We don’t speack spanish sucker. -Bien… tenemos un problema… sigamos con el viejo entonces que al menos habla español… ¿usted cree que estos tipos lo devorarán? -Lama sabaktami numi numi timbuktar… -Epa… ¿y eso qué idioma es? -Arameo… ¿pero qué se piensa? ¿Qué me va a venir a agarrar de entrevista fácil a mí? Soy Dios… comprende soy ¡DIOS! ¡Atención amigos! Tras esta frase vemos como los hinchas ingleses se abalanzan encima del anciano… y comienzan… uggg… sí, a morderlo, a devorarlo… a despedazarlo. Es increíble: estamos registrando en vivo un caso de canibalismo en el fútbol de una forma nunca antes vista… deliciosa diríamos si fuéramos caníbales. ¡Maldición! Lo están despedazando… y el viejo sólo eleva las manos al cielo… es increíble. Pero un momento… los ingleses ahora parecen apesadumbrados de haberlo matado, sí… ¡increíbles señores! Están llorando… algunos parecen decir cosas como “what about if he was God for real?” creo que es algo así como “y si era Dios de verdad ¿qué mierda hacemos?”…es muy confuso todo… aparece un altar… aparece una copa… uno de ellos toma trozos del anciano, los reparte entre la multitud. Exprimen la cabeza en el cáliz, le quitan la sangre y la pasan de mano en mano 26

como entrada revendida… y comienzan a comer sí, pero ceremonialmente… uno a uno, con la cabeza reclinada como Ruso en un fiat 600… Estamos ante el nacimiento de un nuevo culto. De una nueva religión. Por lo cual el programa se termina acá, ya que nos fuimos del tema. Pero no se pierdan el próximo espacial titulado: “CULTOS QUE NACEN A LA SALIDA DEL ESTADIO Y SU RELACION CON EL CONSUMO DE DROGAS”. ¡Gracias a todos!

Nota: Nota Los tres motivos aleatorios tomados de “El Diccionario del diablo” de Ambrose Bierce: 1-Dios, 2-un periodista, 3- ingleses bebedores de brandy y comedores de carne. 27

Del Manchester, brandy y eslabones perdidos. Por María García Una vez que ingresé en el lobby del hotel no pude dejar de maravillarme con lo que habían hecho con un simple dedo opositor y la capacidad de almacenar información, a la que ellos habían dado el nombre de “memoria”. Una morada de semejantes dimensiones, un hábitat que relucía por todos lados, los erguidos que se veían esos monos desde la última vez que los había visitado en la tierra… era increíble, si no hubiera guardado los detalles en mi diario íntimo no me la creía esa de que yo había creado al Hombre. Podría haber caído en una reserva natural y asombrarme con los escasos ejemplares que permanecían después de que yo había dejado en la tierra un sin número de especímenes de todos los tamaños y colores. Podría haber caído en un shopping y directamente salir corriendo a la vista de la multitud exacerbada y la cantidad de hembras de la especie humana que allí se encuentran perdiendo lamentablemente su tiempo. Pero no tenía tiempo de ponerme a llorar y quejarme lastimero, y además, ¿ante quién se supone que debería hacerlo?

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Pero no, desde el ojo de una supernova que es donde generalmente tengo mi morada decidí darme una vuelta por la tierra para ver cómo andaban las cosas, a ver cómo habían manejado mis asuntos mi hijo y sus secuaces, o sea, ver con mis propios ojos cómo andaba la cosa… y sin duda saludar a unos viejos y nuevos amigos que comparten los dominios de la moral y la ética humana. Así es que tomé el globo terráqueo suavemente entre mis manos, lo giré y apoyé mi dedo a la distancia suficiente para no producir ningún cataclismo sobre la faz de la tierra, pero lo suficientemente cerca como para saber en dónde caería por sorpresa a mis criaturas humanas. Y fue casualmente en este lugar (no debería decir eso porque ya vi que todos se han avivado ya de que nada ocurre por casualidad) en donde mi dedo se depositó marcando el destino de mi personalización en la tierra. Un bar en un lujoso hotel inglés, un partido de fútbol, todos hombres, todos medio beodos de brandy y parlanchines hasta las orejas, como quien dice hasta los codos. Comiendo y bebiendo como si fuera la última vez que fueran a hacerlo. Inglaterra no estaba nada mal, excepto porque ya me tenían medio podrido con ese pedido de que salvara a su reina por siempre jamás, como si la inmortalidad hubiera estado en mis planes cuando creé al Hombre. Aparte estaba el viejo chiste ese de la palabra “GOD”, que al revés es “DOG”, y bueno… según mis últimos informes estaban todas esas hordas simpatizantes del demonio. ¿Usted comprende? Me parecían demasiadas cosas en 29

contra como aterrizar así, sin anunciarme, pero… ¡qué tanto! Yo soy Dios, y no en vano se dice de mí por todos lados que soy omnipotente. ¡Qué sorpresa al descubrir la miseria de la raza humana! Ya lo había escrito ese austriaco en el s. XX en “El malestar en la cultura” que por otro lado fue uno de los responsables, según me entero, de que mi reino de ultratumba haya dejado de ser deseable como morada eterna, el muy idiota le priva a la conciencia la dirección de los actos humanos, asignándosela a algo que él llama “inconsciente”, después viene su discípulo, ese tal Jung y crea el “inconsciente colectivo”, una instancia aún más profunda que el “inconsciente individual” que, escuche esto con mucha atención que es graciosísimo, según él, es una especie de mente colectiva, que no sólo une y comunica a los humanos entre sí como parte de un todo único, sino que daría a algunos la posibilidad de “profetizar” actos futuros. ¿Se da cuenta? ¿Y yo dónde quedo? Esta es la última que me han hecho, anteriormente ya me dieron unas buenas sacudidas Darwin y Copérnico, o al menos lo han intentado. Aunque Darwin nunca encontró el eslabón perdido, iba bien el muchacho, no estaba tan lejos, si no lo hubiera hecho en nombre de la ciencia, a lo mejor lo dejaba llegar al nudo del asunto… y hasta quizá le dejaba el eslabón por ahí, para que lo encontrara. Aún así de él quedó el darwinismo social, ¿usted lo conoce?, ¿lo ha sentido? Toda una metáfora del evolucionismo. 30

Anteriormente apareció ese Copérnico como le contaba, sacó a la tierra del centro del universo, y claro, mis fieles se volvieron locos, no entendieron nada, ¿qué pasa? Decían, ¿no es que estábamos en el centro del universo?, ¿no éramos nosotros los elegidos? A ese no me lo pude sacar de encima tan fácil, gracias a él y a otros después de él los viajes interplanetarios son un hecho, y no falta mucho para que un día vayan a molestarme a mi propia casa e intenten sacarme una foto en el momento más inoportuno. Mejor ni le hablo de los existencialistas. Me dan duro, pero al precio de su propia existencia casi. En fin, como le decía, el malestar en la cultura… no habían aprendido nada, cuando estoy encima de ellos, no quieren saber nada de eso, me odian, me detestan, se fanatizan, me niegan; cuando me voy a crear otros mundos o me entretengo jugando al pinball en alguna otra galaxia, o sencillamente me pongo a mirar las estrellas ensoñadoramente, no hacen más que desperdiciar sus potencias, malgastar sus posibilidades, arruinar sus cuerpos, inventar excusas para ser miserables, ¡parece que estuvieran llamándome a gritos para que ponga un poco de orden en sus vidas…! Mire nomás usted a esta turba embravecida a punto de agarrarse a las piñas unos con otro. No… si con una muestra ya tengo para amargarme unos cuantos milenios. Sé que le he dado una larga charla, y usted sólo quería saber de qué equipo era y le diera mi propio pronóstico sobre cuál de los dos va a ganar y cuál va a ser el puntaje 31

final de este encuentro. Pero a esta altura usted ya se habrá dado cuenta de que yo todo lo sé, y si le digo esas respuestas estaría haciendo trampa. Yo sólo me vestí de una forma de pasar desapercibido en este sitio, como le dije, visitar mis criaturas y ver cómo andaba la cosa… pero ya que usted insiste le daré una respuesta aunque debe saber que yo nunca miento. El equipo que va a ganar es el que no va a perder. Ja, ja, ja, ja… Ahora, si me permite, voy a seguir bebiendo de este brandy que cada vez me sabe más exquisito y aunque usted es de aquellos que pregunta más de lo que a mí me gustaría que se supiera, lo invito a que siga conmigo, y también lo invito a una copa de este brandy junto con una buena picada. Aunque usted no lo crea, yo sé también hacerme el tonto, y sé que detrás de ese disfraz de periodista esconde a mi más fiel salieri. -No gracias. –Le respondió el Diablo mordiendo la lapicera con nerviosa impaciencia-. No bebo mientras estoy trabajando. –El trabajo le llevaría más tiempo de lo que él había pensado. Se retorció como un tornado microscópico tratando de desaparecer lo más desapercibidamente posible y se esfumó sin dejar rastro. -Goooolll –gritó Dios aunándose a los fanáticos del Manchester que en ese momento habían vencido la meta del rival poniéndose 1a 0-. Al fin de cuentas, aún los amaba a todos aunque de vez en cuando debía tomar partido por uno de ellos con tal de que siempre venciera a su más acendrado enemigo. 32

16062004 Nota: Nota Los tres motivos aleatorios tomados de “El Diccionario del diablo” de Ambrose Bierce: 1-Dios, 2-un periodista, 3- ingleses bebedores de brandy y comedores de carne.

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EL ESPEJO. Por María García. Sin duda que aquel espejo era una pieza finísima, y había representado una excelente adquisición. Lo supieron desde el momento en que en el remate el extraño de bigote a lo Dalí ofertó una suma estrafalaria aún para un espejo antiguo de la talla de ese. Los dos eran expertos en arte, los dos eran rubios y bronceados, de cuerpo bien marcado en largas sesiones de gimnasio y pesas, los dos eran gays, y ninguno de los dos era lo que se llamaba millonarios. Pero ahí estaban, frente a la puerta del departamento D10 en uno de los más afanados edificios que rodean el Central Park neoyorquino, Lennon había rondado los mismos lugares que ellos caminarían, Woody Allen entre otros había hecho famoso las calles que ellos caminarían. Pero ninguno de aquellos famosos personajes podría contarles a sus nietos que habían adquirido ese departamento tan sólo ambicionando estar frente a frente con ese espejo. Y por supuesto también porque ninguno de esos famosos personajes tenía nietos. El testamento de la viuda Wilber había sido explicito: “el departamento no podrá ser adquirido por nadie que a su vez no adquiera el espejo; el espejo no podrá ser adquirido por nadie que a su vez no adquiera el espejo. El espejo no podrá ser removido de su lugar.”

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Ocurrencias de viejos aristócratas podridos en guita, humm… tal vez, sortilegios desconocidos, humm… a lo mejor, virtudes mágicas… posiblemente. ¿Quién sabe lo que depara el pasado cuando da la vuelta y se muestra con la cara del destino? ¿Cuánto más poder tiene lo mágico cuando ya nadie está dispuesto a creer en ello? El testamento debía ser cumplido, el juego cumplido. Permanecer el mayor tiempo posible sumergidos en las aguas calmas de aquel misterioso pedazo de vidrio azogado. Pero, ¿sería ese el espejo que tanto habían buscado? De todas formas aquel edificio no podía mantenerse en pie por mucho tiempo. Eso lo sabían, el consejo de administración tenía en carpeta demoler varios edificios antiguos y darlos en concesión a una cadena de alimentos y suplementos para mascotas. Toda una contradicción. Por otro lado la tenencia de mascotas estaba cada vez más restringida a espacios públicos reducidos y controlados, cualquier perro o gato suelto era inmediatamente eliminado si el dueño no aparecía inmediatamente y el tono general era de tolerancia cero contra cualquier atentado al pudor pergeñado por estos animales no humanos. Pero… incongruencias dialécticas como éstas alimentaban cada vez más el clima de violencia urbana que se respira en esta urbe. El edificio estaba que se caía, y pronto iba a ser demolido. En vez de representar un problema, era un aliciente más para perfeccionar la apuesta. Si lo lograban ya nadie podría detenerlos, serían los últimos poseedores del espejo. 35

Entraron los dos sin anunciarse: las malas noticias siempre llevan el envoltorio ingrato de la sorpresa. Por eso es que a nadie contaron de su viaje y su estancia en la Gran Manzana, no querían saber nada del mundo, ni de vecinos chismosos ni solidarios, ni de antros, ni de gimnasios; sólo querían pasar el resto de su vida con sus esculpidos cuerpos lo más juntos posibles y cumplir el sueño de su vida que ninguna legislación divina ni humana podría negarles: mantenerse eternamente jóvenes. Jordi sacó la vieja llave del bolsillo interno de su abrigo. Una llave grande con varias muescas desdentadas. La acercó a la cerradura pero Jonathan le agarró la mano suavemente y mirándolo fijamente y con ternura le dijo: -Abrámosla los dos juntos cariño… como todo lo que hemos hecho desde que nos conocimos. Una atmósfera general de departamento fresco y recién pintado los decepcionó. Esperaban encontrarse una habitación sombría con paredes descascaradas. Al fin de cuentas el edificio iba a ser demolido. ¿Qué le importaba al consejo de administración de la ciudad el testamento de una vieja del s. XIX? Aún así los de la inmobiliaria lo habían arreglado al fin de sacar su tajada de comisión correspondiente. Recorrieron las otras habitaciones buscando el preciado trofeo que los había traído a los Estados Unidos. Para cualquier aprendiz de historia del arte aquello hubiera resultado un festín para la vista. Para dos expertos en arte sencillamente se les hubiera hecho agua la boca. Pero 36

para ellos fue decepcionante. La sala de estar, amplia de ventanales generosos con cortinas de brocato antiguo, los dos dormitorios siameses justo en frente de una enorme araña que pendía del cielorraso intimidante, el estudio con la enorme biblioteca empotrada, la galería, el balcón, la mampostería, los apliques en las paredes, los armarios de peteribí en perfecto estado con herrajes italianos… las estancias revestían aún una majestuosidad que el tiempo no le había escamoteado. Pero del espejo… nada. Cuando ya comenzaban a desesperar abrieron la última de las habitaciones del inmueble: el baño. Como si en la más íntima de las habitaciones de una casa no pudiera encontrarse lo más valioso y ésta no fuera testigo de las más insólitas autoconfesiones, como si hubieran desperdiciado tiempo, esfuerzo y dinero en una hazaña inútil, como si ya nada importara a no ser la inutilidad de su estéril apuesta. Y allí estaba sobre la tapa del inodoro cerrada… detestaba que bajaran la tapa del inodoro. ¡Oh, carajo! ¡Cómo lo detestaba! Pero ahí estaba el famoso espejo. -¡Bendita seas Mrs. Wilber! –Dijo Jordi cayendo sobre sus rodillas en un éxtasis exagerado. -¡El famoso espejo de Dorian Gray existe! –Remató Jonathan cayendo a su vez sobre las suyas.

Muchos podrán dudar que el fantasma de Canterville existiese, aunque la parasicología y la ciencia den sus 37

explicaciones, pero un espejo es un espejo, un objeto material tangible y sensiblemente objetivo para cualquier escéptico o cualquier aprendiz de científico. Ahora, un espejo que mantenga la juventud para siempre es un hecho improbable aún para los más ingenuos o los más creyentes. Y un espejo salido de un cuento, aunque éste fuera célebre y tan bien calculado era un hecho digno de ser más bien detallado como ocurrencia en alguna historia clínica de cualquier neuropsiquiátrico. Pero ahí estaba la cuestión: como siempre, ya se sabe, para pasar desapercibido no hay nada más efectivo que llamar la atención, para llamar la atención, nada mejor que querer pasar inadvertido. Esa era su teoría: Wilde había descrito el espejo y lo había hecho público y notorio para que nadie intentara jamás buscarlo, para que todos creyeran que era pura fantasía, una parábola sobre el paso del tiempo, una hermosa metáfora sobre la muerte y la belleza. Pero ellos habían creído en eso, y habían rastreado el recorrido del espejo de la época victoriana hasta nuestra época. Era ese, no había duda. Con respecto a Mrs. Wilber, pues bien, algo debía haber hecho mal la anciana pues se murió de vieja y arrugada. Se sentaron en el piso casi como hipnotizados a la vista de sus propios rostros asombrados. Mirando el espejo que les miraba como desde otro mundo, mirándose ellos y cruzando miradas. Una sonrisa pícara afloró en el rostro de Jordi y tomándole la mano a su pareja le dijo: 38

-Lo logramos Yoni, lo logramos… -Sí Jordi, la historia contará con la nuestra propia. -Te traje los caramelos que tanto te gustan, como para celebrar este primer momento de gloria eterna. –Le dijo Jordi a su pareja pasándole un puñado de caramelos de leche-. Son tus favoritos… -Gracias Jordi, sabés que son mis favoritos. -Sí claro, -le dijo Jordi con la misma sonrisa pícara- yo sé todo lo que te gusta. -…guerra de caramelos… -Aventuró Jonathan con los ojos ya en blanco imaginando el placer futuro de desfallecer cuando su compañero le untara con su propia lengua la verga con el caramelo apenas derretido en su lengua. -…sí honey… porque esto lo podremos repetir hasta que digamos basta. Lo primero que deglutió el espejo fueron algunos caramelos esparcidos por el piso, y la mochila de Jordi y los zapatos que Jonathan ya se había sacado. Mientras Jordi le mordía dulcemente el lóbulo de la oreja a su eterno compañero vio como desaparecían uno a uno frente a sus propios ojos todos los objetos que habían traído. Y se lo quiso decir, para que no le quedaran dudas… pero antes se arrodillo y recogió uno de aquellos caramelos del suelo.

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Después le tomó la cabeza entre las manos y con las narices apenas tocándose, juntas tan juntas como permite la distancia del preámbulo de un beso le dijo: -Es el espejo Yoni, es nuestro pasaje al infinito, ya no tengas dudas. Después fueron engullidos en feroz abrazo hacia el otro lado. La leyenda había narrado que sólo los últimos poseedores del espejo alcanzarían la juventud eterna. El departamento fue demolido dos años después de la última compra. Lo único que quedó fue la llave del departamento. Aunque esto también se convirtió en leyenda. La llave nunca la volvieron a encontrar… aunque hay quien dice que espera algún cuento que la describa para darle un pasaje a alguno de sus personajes para este lado.

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Nota: Las seis frases de G. Bloomerfield incluidas en este relato: 1-“Sin dunda que aquel espejo era una pieza finísima, y había representado una excelente adquisición.”, 2-“De todas formas aquel edificio no podía mantenerse en pie por mucho tiempo”, 3-“Entraron los dos si anunciarse: las malas noticias siempre llevan el envoltorio ingrato de la sorpresa.”, 4-“Y allí estaba sobre la tapa del inodoro cerrada… detestaba que bajaran la tapa del inodoro.” 5-“ Y se lo quiso decir, para que no le quedaran dudas… pero antes se arrodillo y recogió uno de aquellos caramelos del suelo.”, 6-“La llave nunca se volvió a encontrar…” 40

Montaña Rusa Ruleta Por Gerardo Bloomerfield Esa ventana tapiada no hacía más que recordarle la falta de virtud de los objetos inútiles. Ocupando espacio mientras se pudrían juntos de la mano de algún recuerdo. Cómo cadáveres olvidados y tirados en un rincón oscuro, los conocía sin embargo, personalmente y de memoria: los repasó uno por uno arrojándolos hacía fuera del placard, mientras buscaba desesperadamente. El primero en aparecer fue el cepillo de dientes… ¿para qué mierda podía servir un cepillo de dientes en una casa donde no se tomaba más que sopa instantánea? La única comida que podía pagar él, la única que sabía cocinar ella. En lo fracasado eran compatibles. ¡Qué deleite! Para tener un diente que lavar, era necesario tener un diente sucio de algo más sustancioso que un poco de agua caliente con colorante… ¡A la mierda el cepillo de dientes! Y lo arrojó al suelo. Más al fondo tenía que estar aquello que buscaba, sí… ella siempre lo dejaba allí… Pero no… sólo estaba la plancha de hierro. ¿Para qué podía ser usada una plancha de hierro si los dos sólo tenían ropa de algodón e informal, de la que ni se lava ni se plancha? En aquel cuarto lo único que se arrugaba era la piel… un poco más cada calendario. Y no había hierro al rojo vivo capaz de devolverle la dignidad a sus cuerpos. La tiró también y ni si quiera reparó en ver si había caído cerca del cepillo de dientes. Siguió 41

examinando el cajón, como un verdadero buscador de tesoros. Era el último que le faltaba revisar y la perla tenía que estar allí. Pero sólo pudo ver el secador de pelos, con la escasa luz que se filtraba de a retazos por aquella ventana grosesramente tapiada… Ellos no se pusieron de acuerdo si llevarían o no el secador de cabello en las próximas vacaciones. Por eso estaba guardado. El odiaba ese aparato… pero ella lo amaba: era parte de su ritual diario. Y es que a ella todavía, y pese a la plaga, le crecía algo de pelo. Se veía horrible, grotesca… eran tan escasos que se podían contar en su calva: diez o doce pelos que como hojas caducas insistían en crecer sólo para caerse cada otoño. Pero ella insistía en lavarlos, y peinarlos y secarlos… -Mientras tenga un solo pelo en la cabeza, George… lo seguiré cuidando como si representara a toda una caballera… soy rubia George, recuérdalo. Mi pelo me define étnica y estéticamente… como este broche –decía ella refiriéndose al prendedor de pelo adornado por aquella enorme perla, herencia de su madre y auténtico lujo de toda la miseria que les rodeaba. Con el valor de esa perla podrían haber comido a cuerpo de rey durante años… pero no. Para ella era parte de su rito. Como el peine y el secador de pelos. Y él la escuchaba cada vez, soportando el ruido de aquella vieja máquina, única fuente de calor en aquel cuarto tapiado y frío. La veía como un esqueleto vestido de piel, lleno de esporas pestilentes sentarse ceremonialmente ante el espejo, encender un par de 42

velas… y arreglarse el pelo temblando, para colocarse finalmente aquel fino prendedor de 20 mil dólares atravesando parte de su piel por falta de cabellera, creando surcos de sangre que le corrían por las orejas. Hacía más calor en un freezer que en esa habitación a oscuras. Pero el secador de cabello rugía cada mañana, en la cabeza de ella rebelándose contra aquel frío, aquel silencio… Era su ritual: su jodido ritual. Contradecirlo sería como intentar estar en contra de la ley de la gravedad, siempre llevaba las de perder. Ni todas las plagas de Egipto le hubieran ablandado el carácter a Elga. Así eran las europeas del Este. Quiso convencerla de tirar el antiguo y ruidoso secador. Y de vender la perla. Desechar lo inútil, vender lo útil. -Es un recuerdo de familia George… mi abuela la llamaba “Irina”, porque se parecía a una cuchara de plata cuando brillaba a la luz… siempre será parte… de mi cuerpo. La perla acompañándolos durante toda su miseria… como un irónico ojo que espiara aquella contradicción oscura, sucia y maloliente plagada de carencias. Y el inútil secador de pelos: tan inútil como aquella ventana tapiada. ¿Para qué sirve una ventana tapiada? No da la esperanza de la luz, ni el consuelo del calor. No es pared, ni techo… es como un ojo tuerto. Como su teclado sin la tecla ESC, sin retroceso posible. Una ventana tapiada es una ventana sin recuerdos: sin inviernos ni otoños. Sin veranos, ni palomas. Sin lluvias y sin primaveras. El tiempo sólo avanzaba. Como su mano 43

desesperada revolviendo y buscando… Como el viejo teclado que lo esperaba al fondo mismo del cajón. Si algo lo había hecho un escritor famoso, era que su perro le había arrancado de un mordisco la tecla ESC a su computadora. Como niño George había sido siempre tímido, y se arrepentía de sus palabras antes de terminarlas. Cuando le ofrecieron aquel trabajo como escritor pensó que jamás vería el final de una hoja en blanco: después de cada primera frase presionaba ESC, ESC, ESC… y borraba. Pero “Falucho”, aquel perro flaco que Elga había llevado a la casa un día hizo de su teclado su juguete… y le arrancó la maldita tecla. ¡Pobre “Falucho”! No debió matarlo… ya que al no tener la tecla ESC no podía borrar lo escrito y terminó todos sus artículos sobre comida alemana. Irónicamente nunca ganó lo suficiente para algo más que unas sopas instantáneas… ¿y a quién le importaba? Elga no sabía cocinar otra cosa. La sopa instantánea ni siquiera ensucia los dientes. ¡Pobre “falucho”! Se merecía morir por haber colaborado a perpetuar aquella infra vida. Lo devoró crudo, entreverando sus vísceras con la sopa instantáneas. Y el teclado aquel viejo, merecía ser tirado al suelo también, como el cepillo de dientes, y como la plancha de hierro… por no ser la puta perla de Elga , aquella Rusa cuyos caprichos, rituales y enfermedad había soportado durante tantas oscuridades, esperando por aquella perla que llevaba sobre su cabeza semi calva.

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Pero lo tiró en la valija. Junto al secador de pelos de ella: como un símbolo, como un recuerdo. Los llevaría consigo. Luego se apresuró en poner algunas ropas encima, cerró la valija y se quedó pensativo. La perla estaba en aquella habitación… pero por más que la había revuelto de arriba abajo no lograba encontrarla. Elga siempre la tenía a mano, cerca del secador… era imposible que la hubiera vendido justo antes de… antes. De… La miró… aún tenía los ojos abiertos. No parecía muerta. De hecho el aspecto de cadáver lo había adquirido a lo largo de su larga y dolorosa enfermedad. La mandíbula sobresalida exhibiendo los dientes de abajo, las fistulas derramando pus, la osamenta perfectamente adivinable, el casi inexistente vientre. Hubiera querido golpearla… para que le respondiera. -¿Qué mierda hiciste con la perla? ¿Te la tragaste acaso?-Le gritó. Y el silencio de la habitación fue su respuesta. “Siempre será parte de mi cuerpo” recordó… “Te la tragaste, te la tragaste”. ¡Era la única posibilidad! Elga supo que iba a morir la noche antes, había supurado por aquellas yagas más que de costumbre… y se tragó la perla. Era porfiada y terca desde más allá de la muerte: sabía que él la vendería e hizo lo posible por evitarlo. George sonrió… ¡la muy puta! Debería cargar algo más en la valija después de todo. La cabeza fue fácil separarla del cuerpo: el cuello se había vuelto casi simbólico. Lo mismo podría decir de los brazos… sólo las piernas representaron la mayor dificultad: cortó justo a un lado de la vagina, por la derecha y por la izquierda. Era un 45

cuchillo magnifico. Ya tenía el torso. Si hay un torso, hay un estómago, y un intestino… llevaba apuro. Las extremidades eran inútiles: nadie digiere una perla por un brazo o una pierna. Ya vería por el camino exactamente en qué parte se encontraba aquel tesoro. Ahora lo único que quería era alejarse. No podría extrañar aquella habitación jamás. Eso creía… la dejó atrás. Y caminó por entre los hierros cada día más despintados de las atracciones. Algún día había sido un parque de diversiones: ahora era sólo un enorme basural, donde otros portadores de la plaga se amontonaban como él y Elga a esperar la muerte. Las vio abandonadas como esqueletos fósiles de una alegría que ya no regresaría aquel lugar: la rueda gigante, el gusano loco, el tren fantasma, la montaña rusa… lleno de óxido, de vejez, de olvido. Como él mismo. Cargó la valija con dificultad. El viejo Ford aún funcionaba, como él mismo, a fuerza de terquedad. Depositó la valija justo detrás: el segundo asiento de la derecha. Y encendió el motor. Rodeando el viejo parque abandonado, pronto estuvo en la ruta. Más allá había un mundo entero para él, para cualquiera que pudiera pagarlo: con cines, comida que ensuciaba los dientes, secadores silenciosos, ropa capaz de arrugarse y teclas de repuesto. ¿Sería verdad? Y las ventanas tenían cortinas, no horribles maderas claveteadas. Y las mujeres tenían hermosas cabelleras y carne. Y hasta la plaga tenía cura… ¿Sería verdad? Una cuadra del trayecto lo asaltaba el remordimiento, y en la otra… la curiosidad. Remordimiento, curiosidad, 46

remordimiento allá abajo… curiosidad bien alta. En cierta forma era como una montaña rusa, rusa como Elga. Palpó el cuchillo de destripar pescados en la guantera abierta del coche, y sonrió… ya no más ilusiones ni sueños. En el segundo asiento de la derecha de la montaña rusa estaba el mensaje que lo conduciría a la verdad. No disuelto por el estómago que lo rodeaba, aquel papel garabateado en medio de un indescriptible dolor… “Siempre será parte de mi cuerpo”. Y en la lejanía, la cabeza de aquella mujer perdiéndose en la oscuridad del cobertizo de un parque de atracciones abandonado, con el brillo de una perla disuelta en sopa instantánea, tiñendo sus escasos cabellos de cierto sabor a voluntad…

Nota: Las 6 frases de María García incluidas en este relato: 1-“La ventana tapiada no hacía más que recordarle la falta de virtud de los objetos inútiles.” , 2-“Ellos no se pusieron de acuerdo si llevarían o no el secador de cabello en las próximas vacaciones.”, 3- “Hacia más calor en un freezer que en esa habitación a oscuras.”, 4- “Contradecirlo sería como intentar estar en contra de la ley de gravedad, siempre llevaba las de perder.” , 5- “Si algo lo había hecho un escritor famoso, era que un perro le había arrancado de un mordisco la tecla Esc a su computadora.”, 6- “En el segundo asiento de la derecha de la montaña rusa estaba el mensaje que lo conduciría a la verdad.”

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Cuestión de Sed. Por María García y Gerardo Bloomerfield. Inestable como el uranio, valiosa como un Stradivarius, tan inútilmente bella como una poesía a la hora de alimentar a cinco hijos con los ojos brillantes de anhelo y los estómagos vacíos de comida. Así era yo. Convocaba a la posesión dejando a todos con arena escurriéndose entre los dedos. Y así me quedaba, tan muda como un instrumento musical que el dueño ha dejado olvidado, tan llena de melodías que nadie interpretaba, tan vacía. Aprendí a andar en la calle desde muy pequeña, vendiendo estampitas de la Virgen y rosas para los enamorados y los turistas extranjeros en cualquier café de la peatonal del centro. En verano por cierto, porque en invierno el frío sólo podía soportarse con una buena calefacción y vidrios dobles en las ventanas. La nieve sólo es romántica en las postales, cuando hay un hogar o un buen hotel donde llegar a calentarse; la nieve, como todos los estados del agua, desgasta poco a poco los materiales más duros y las morales más férreas. Y en ese lugar del planeta agua era lo que abundaba, una de las reservas naturales de agua más codiciada por los futuros sobrevivientes. Una gema de incalculable valor tan sólo explotada como destino turístico y madriguera de nazis. Para mí, un lugar de nacimiento, y sin duda, una fría tumba si mi camino no hubiera sido 48

torcido con un buen golpe, y pronto. ¡Qué historia más triste! ¡Qué historia más conocida! Un día cuando esa nena ya estaba bastante buena para amasarla me convenció un señor de mirada bondadosa de tan sólo hacerle compañía. Me podría haber engatusado cualquier proxeneta de esos que sacan avisos clasificados en todo el país para traer coperas a Viedma o cualquier otra de esas ciudades perdidas en el mapamundi, haciéndome pasar por mayor de edad, laborándome de prostituta; podría habérseme acercado cualquier milico en un Falcon verde y simplemente violarme y dejarme enterrada en una montaña de nieve hasta el próximo deshielo en el verano, pero no… El viejo quería darme casa, comida y hasta su apellido… Pronto me explicó que lo que quería, si yo no me oponía claro, era adoptarme. ¿Un filántropo? ¿Alguien haciendo una obra buena para expiar culpas o antiguos pecados? ¿Un psicodrama privado? ¿Un loco inofensivo… o un refinado pervertido? Yo no lo sabía, sólo tomé la sopa, el baño y la siesta en ese orden, y en varias semanas ganó mi total confianza. El viejo era soltero y solitario. Contaba con dos cosas que saltaban a la vista: una buena renta y mucho tiempo libre. Tal vez un par de negocios bien hecho en su vida, ninguna cuenta pendiente, una familia pudriéndose en una tumba común en Alemania y la peste. Varios kilos de oro escondidos en un escalón flojo de la escalera y contactos que debería tener bien guardados por el resto de su vida. Y lo que él llamaba la peste.

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Decía que la pestilencia no se le iba aunque se bañara tres veces al día, yo en ese momento no lo entendía. El clima frío de la Patagonia, el constante viento en la cara, las inmensidades de la llanura a veces le hacían creer que los experimentos genéticos hasta podrían haber sido un invento de su propia mente. Pero entonces su inconsciente se lo recordaba casi todas las noches en forma de pesadillas. Tubos de ensayo apilados, cientos de ellos, un mechero… un viaje en una avión privado, siempre perdía los zapatos cuando el avión se iba en picada. El resto no podía recordarlo. Ahora iba a adoptar a esa niña, a esa niña que yo había sido, quería hacerlo con todos los papeles, legal, derecho. Un poco por justicia; quería saber que se sentía recomponer tanto daño que había causado. Otro porque yo era tan hermosa y blanca y perfecta y pulida que no podía permitirse el desperdiciar tal ejemplar. Ejemplares que él mismo había luchado toda su vida en conseguir, a pesar de que fuera judío. Un poco de comida, unos buenos baños, una cama mullida para dormir y haría de mí toda una dama. Como su propia hija, a la que habían matado esos “aliados” creyendo que él era un colaboracionista. La vida parecía darle la oportunidad de hacer una vida normal respirando, comiendo, compartiendo… El siguió siendo muy bondadoso aunque un rictus de infinita tristeza nunca se borrara de su rostro, aún cuando esbozaba una tímida sonrisa. Hasta que apareció el general en su propia casa. Lo invitó cordialmente a ver las torturas pidiendo 50

comparaciones con las infligidas en Aushwitz, mofándose de “la manera argentina” y agregando que ellos habían inventado la picana. Tal era la repugnancia que sentía el viejo porque se veía venir la cosa, a precio de su propia vida y la mía. Los sudacas querían su pequeño Holocausto, a la manera latina, y también querían los experimentos genéticos. Para eso es que lo buscaron. La primera discusión la escuché desde mi habitación. El viejo parecía contrariado, pero las voces de ellos, los milicos se imponían a fuerza de razones. Repetían constantemente la misma frase “una mano lava a la otra y las dos lavan la cara”. Yo no comprendía: una niña no puede comprender frases con segundas intenciones. No hablaban de manos. Cuando pasé a la sala, los milicos ya se habían ido y el viejo se hundía en un vaso de coñac sollozando. Sentí pena por él y un tremendo afecto. Era lo más parecido a un padre que aquel invierno me había dado. -Pasa pequeña… pasa. -Me invitó, y antes que pudiera negarme su mano arrugada como el paisaje más allá de la ventana me acercaba un vaso a mí también. Nunca había probado nada más fuerte que la coca cola que encontraba olvidada en alguna botella entre los desperdicios. Y cuando el líquido ambarino pasó mi garganta sentí que me arañaba, que me rasgaba como si tuviera uñas propias. -Tengo que hacerlo… ¿entendés pequeña? Tengo que hacerlo… de lo contrario… de lo contrario te llevarían a 51

vos. Y a mí… bueno… a mí… -El silencio tapó sus palabras como si fuera nieve. Y sus palabras tapadas por la nieve parecieron irse encima de su frente: el viejo lució a partir de aquel día más canoso. Al menos las pocas veces que se dejaba ver. Pasaba encerrado en aquel cuarto, entrando y saliendo ocasionalmente con papeles y apuntes. Con libros. Y botellas de coñac. Al viejo le encantaba el coñac y ese fue el segundo padre que me dio aquel invierno: el coñac. A escondidas comencé a beberlo. A la botella de coñac le contaba mis sueños, mis ilusiones. A veces bebía tanto que me animaba a contarle alguna esperanza. -Si un día crezco… si un día me salen dos tetas enormes y huelen bien, me casaré con él señora botella. Y desde su frialdad, la botella parecía contestarme: “Cuando eso suceda él estará más frío que la nieve de afuera.” Y el invierno comenzó a terminarse de a retazos. Comenzó a perder fuerzas, a darle permiso al sol más seguido. Esto era buena noticia para mí cuando las calles eran mi dormitorio, pues significaba más posibilidades de sobrevivir. Pero de alguna forma sabía que con el invierno, también terminaba algo que desconocía. Algo que el viejo estaba haciendo en aquel cuarto al que por ninguna razón me dejaba entrar. Aquella noche lo vi sentado más temprano en su sillón, delante de la estufa a leña, a la cual le había puesto ya menos leña. Y es que el frío era cada vez más soportable.

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Cuando se escucharon los tres golpes en la puerta, parecía más calmado. -Retírate a tu cuarto pequeña. Debo hablar a solas con estos señores. Y no salgas hasta que no te lo diga… Y así lo hice. Le obedecía por lealtad, por indiferencia a veces, por agradecimiento casi siempre. Escuché las voces duras, secas de los milicos, tras sus pasos rústicos en el piso de tablas abajo, desde la oscuridad de mi habitación. Y escuché algo más. Escuché llantos. Llantos que podía reconocer fácilmente. Llantos que había escuchado cientos de veces en los basurales, sobre todo en invierno hasta que la nieve los silenciaba: llantos de niños, niños como yo, pero varones. Las voces parecían nuevamente discutir. Busqué debajo de mi almohada aquella estampita. Era la única que me quedaba, un recuerdo de cuando las vendía a la sonrisa de los desconocidos. Por alguna razón la había conservado: -Sea de lo que sea virgencita… defendé al viejo. Es lo único que me diste en este invierno. La discusión seguía. Y los llantos. No pude evitarlo… tenía que escuchar algo más. Entreabrí la puerta… -¿Qué pasa Flishman? ¿Acaso estos bastardos hijos de esos montoneros hijos de puta no son tan asquerosos como las crías de las judías a las que les clavabas agujas en Aushwitz? -Ustedes no entienden… se suponía que… 53

Seguí bajando la escalera. No comprendía del todo lo que hablaban. -…se suponía que la droga era para combatientes en misiones especiales… no para… no para… -¿Para pichones de rojos zurdos hijos de puta? ¡Pero Flishman! ¡Sí hasta en la Biblia está! Los enemigos del hombre serán sus propios hijos… -¡Sheitze! Malditos sean… -Podemos hacerte desaparecer muy fácil Flishman, a vos y a la pendeja cabecita negra esa que tenés arriba. Seguro que hasta te la cogés y todo… Reían. Yo no entendía pero lo que entendía no me gustaba. -Dales la droga veterano, dáselas a estas crías… y los largamos a la calle. Sus papás los van a encontrar, un padre siempre encuentra a su hijo… deja que los lleven a sus casas… a esas madrigueras llenas de subversivos… Reían. Y yo no podía evitar temer por el viejo. Y por mí. El llanto de los niños, las protestas del viejo, las risas de los milicos. Era una sinfonía dantesca. Cuando escuché los disparos. Cinco disparos, supe que eran disparos porque era un sonido como el de un neumático cuando revienta. Pero dentro de la casa no había ningún coche. Y un coche no tiene cinco ruedas. Y los disparos fueron cinco. Y bajé la escalera, sin pedir permiso. Esta vez no le pedí permiso, y cuando llegué lo vi. Con la Lugger en la mano, aquella vieja arma que solía limpiar los fines de semana 54

llamándola “Freud Ingrid” y pidiéndome que no me acercara a ella por ningún motivo. También vi los cuerpos a sus pies, como rindiéndole tributo. Los dos milicos… y los otros tres. Los niños. Ya no había llantos. No había risas. La sinfonía había terminado. -Pequeña… yo… yo… El arma humeaba. La dejó caer y sonó seca contra la madera del suelo. El fuego dibujaba su sombra extraña contra las cortinas. Quizá afuera nevara aún levemente, quizá afuera el frío era más grande. El también se dejó caer en el sillón. Hacia atrás, y los cuerpos en diferentes posiciones parecían una extraña alfombra. Se lo acerqué. Le acerqué la botella de coñac a la mano. Sabía que no necesitaría un vaso. Y acerté. Me sonrió cómplicemente… -No podía hacerlo pequeña… fue experimental… lo usaron en Varsovia. Lo mezclaron con la leche de los niños. Y… -Entonó sus palabras con un trago que le diera el valor de continuar. Necesitaba desalojar su pasado, así fuera en los oídos de una niña-. Y luego… luego llegaban a su casa… La droga les daba sed… ¿entendés? SED… y sus padres. Sus padres eran de la resistencia… y los niños tenían sed… Continuó bebiendo, como si quisiera ahogar los recuerdos en el fondo de su alma, en algún lugar donde nadie pudiera desenterrarlos.

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-…fui entomólogo durante años… antes de la guerra… Sabía que los grillos decapitan a sus propios padres cuando alcanzan el estado adulto… luego se procrean y son muertos por sus hijos… un gen… todo está en los genes… algunos asesinos célebres lo tenían… yo sólo… La botella continuó bajando. -…yo sólo descubrí como causar la SED… ellos querían… querían hacer de estos… simples asesinos… Y señaló los cuerpos de los niños-. Me engañaron… dijeron que la emplearían en algunos combatientes selectos para que no dejaran rastro en sus misiones haciendo pasar a unos y otros por padre… porque padre no es el que engendra siempre… padre es lo que… lo que sentimos que es padre… La calle. El viejo. La botella. Y no necesitaba pedirle permiso. Ya no tenía vergüenza. La botella… era como un padre. La levanté y bebí yo misma un trago delante de él. Me miró con asombro primero, con horror después. -Pero… pero… pequeña… ¿de dónde sacaste esta botella? Sonreí. No le sonreía mucho, pero le sonreí. -De tu cuarto papá… de ese lugar donde me pediste que jamás entrara… es que ya no quedaba coñac en la despensa… y la botella de la sala… te hubieras enojado conmigo… ¿cierto? Me acerqué un poco más a él, podía ver las gotas de sudor en su cara, sus pupilas levantadas. 56

-Pero… pequeña… eso… no es el coñac eso… además… ¿por qué lo hiciste? Lo miré y me sentí diferente. Sentí claramente en mi mano lo que debía hacer. -Porque tenía sed… papá… tenía sed. De hecho, ahora mismo tengo una enorme SED. Descargué la botella en su rostro. Era lo más parecido a un padre que había conocido. Una y otra vez. No podía evitarlo. Los vidrios se rompían y se clavaban en sus ojos, en sus manos cuando quiso cubrirlos, en su frente, en sus canas. Cuando reaccioné, ya no respiraba. Ya nada respiraba en aquella casa, incluso el fuego se había apagado y con él se había ido la luz ambarina del ambiente. Y jamás volví a ser la misma. Los cuerpos se fueron amontonando en las calles, así como los años en mi cuerpo. Después de todo, yo vivía de la generosidad de aquellos señores que dejaban caer una moneda ante mí. Y cualquiera que me dejara caer una moneda en aquellos fríos inviernos… bueno, no podía menos que sentirlo… como un padre.

19062004

Nota: por María García, desde el inicio hasta: “…genéticos. Para eso es que lo buscaron.”, (párrafo12), por Gerardo Bloomerfield desde párrafo 13 hasta el final. 57

El Vampiro Íntimo. Por Gerardo Bloomerfield y María García. Cuando supe que lo tenía, hice lo mismo que hubiera hecho cualquiera que la había amado, y eso que yo, ni la amaba, ni era cualquiera. Por deducción era el marido claro, hasta que se murió: ahora soy su viudo. Lo hice por mí, por ella… por ella no podía hacer más nada. Fui al bar del gallego Fraga y me emborraché, pero con gin. -¿Hoy no le das al escocés, pelado?- Me preguntó mientras la botella escupía una dosis de consuelo en el vaso. -No… a ella le gustaba el ron. -Pero… ron sabés que no vendo. -Lo sé… por eso te pedí gin. El gallego siempre me arrimaba al vaso algún platillo con salchichón cortado y tortitas picadas, elaboradas por su mujer que era de por allá de Mendoza, al otro lado del charco. Siempre estaba reseco el salchichón y dura la tortita. Pero como tampoco lo cobraba, era difícil reclamarle algo, mucho menos preguntarle. Pero él sí que era preguntón. Indiscreto como todo gallego detrás de la barra de un bar; los bares apagan la sed, pero despiertan la curiosidad. Supongo que mi aspecto era (y es todavía) lamentable. 58

-Lo que no me pediste es que te preguntara… -dijo él gaita. -¿Qué me preguntaras qué?- Le devolví yo levantando ya el segundo vaso. -¿Fue “aquello”… verdad? Digo… lo que le vino a “aquella”, justo “ahí”. Sonreí. ¡El gallego siempre el mismo! Más discreto intentaba ser, más groseros se volvían sus labios. Lo contemplé detenidamente. Era parte del paisaje: como el banderín de un cuadro de fútbol desconocido, como la foto de un Gardel que parecía más bien nacido en Japón, por lo amarillo. Como los trofeos de la época en que el bar era club de bochas también. Epocas en que el gallego era joven y a lo mejor hasta barría y todo el piso. Cuando su mujer la mendocina no endurecía las tortitas y estaba lo suficientemente buena para cagarlo a cuernos. No conocí esas épocas más que por sus rastros… rastros en la humedad del lugar, en el choque de las bolas del casín de atrás. No las conocí. Era (y soy) joven. Y ella también… por eso, aunque no llegué a amarla, estaba gastando plata en una borrachera pensando en ella. Y no era casual. Y no era justo. Ella también era joven… Hice señas… necesitaba un tercer trago. Aún me quedaba medio litro por recorrer de camino a la paz del alcohol, al sueño incoloro de las bebidas color agua y gusto fuego. -Sí gallego… sí… tenía “aquello”… 59

Aquello era jodido. Y la culpa era mía. Desde que la epidemia había llegado al país, habíamos tomados las precauciones. Yo la embarazaba siempre, y a conciencia, cada nueve meses y semanas… La culpa era mía. Comencé a tomar pastillas… no sé porqué lo hice, pero me volvieron estéril. Ella sencillamente no lo podía creer cuando luego de su decimotercer parto, a pocas semanas de haber parido y habiendo cogido día y noche como animales, como si la vida nos fuera en ello, se enteró que no la había preñado. Estábamos enterrando el bebé muerto, recién nacido en el jardín del fondo. No era cuestión de procrearse, era otro el asunto: -Pero… pero… Pelado… nene… ¡vos siempre fuiste tan fértil! -Oíme… sabés que nada es seguro… sabés que nada es imposible… sabés que… -Pero… pero… Pelado… nene… ¡lo que sé es que ahora voy a menstruar! Y menstruó. La sangre comenzó a correr desde su vagina por sus piernas. Un día, dos, tres… semanas… y no paró. El gallego me miraba esperando que le contara algo más. Todo el barrio sabía que mi mujer había muerto finalmente. La vieron desangrarse en cada paseo, hasta que la anemia no le permitió salir más a la calle. Dejaba surcos rojos en las baldosas grises. “Menstruación crónica”. Así aparecía, así se las llevaba. No la había amado… pero si seguía bebiendo gin, por 60

falta de ron y en lugar de escocés, seguro que la iba a amar menos. Justo ahora que se había ido. Fue ahí justo, a medio camino entre la lucidez parcial y el pedo total, que el gallego me acercó la frase, junto con un platillo adicional, este con maníes marchitos: -Te digo algo… oye… Te entiendo. Mi mujer, Inés… tuvo “eso”… es decir… el “vampiro”. Así le decían comúnmente a “aquello”… imaginando tal vez una especie de ser invisible que les arrebataba cada gota de sangre de las conchas a cuanta mujer menstruaba y se lo agarraba. Pero lo que no era común, era que el gallego me contara que su mujer, la argentina, había tenido eso. Era sencillo… La menstruación crónica no tiene cura. Desangrarse sin parar, mata. Y la mujer de Fraga, la Inés estaba viva. Digo, hacía semanas que no la veía, pero sólo aquella mendocina de manos cansadas de acariciar a un gallego tan feo podía hacer unas tortitas tan horribles como las de aquel picadillo. Eran mañas del gallego, complicidad falsa, deseos de que me sintiera comprendido. No había necesidad. -No jodás Fraga… poneme otro gin… y déjate de joder. Tu mujer nunca tuvo el “vampiro”. Yo sé lo que te digo… tenías que haber visto a la gorda… bueno: flaca, según quedó últimamente. Primero se le fue el color, luego el brillo en los ojos… cayeron sus uñas… andaba detrás de ella con un fregón todo el día secando la sangre podrida de aquella incesante menstruación… no se quiso 61

internar. ¿Para qué? No hay cura. Y en el barrio no era la única… El gallego sonrió pícaramente, y sosteniendo la botella de gin con sus dos manos, me miró fijo y comenzó a contarme: -Dicen que se lo agarran justamente en “esos días”… -¿De qué estás hablando gallego? -Le pregunté ya arisco y liviano, con ese sopor autoritario que te otorga el alcohol cuando entra en sus dominios. -Sí, así como te cuento. Se la agarran en los baños públicos, en cualquier lugar en donde se juntan más de veinte mujeres. Se transmite cuando las mujeres están en “esos días”. Yo ya pasé por todo esto, óyeme chaval, claro, lo vuestro ya es irrecuperable, porque tu mujer, pues… ya está muerta. Pero todo podría haberse arreglado con un solo remedio. Dicen que la epidemia provino de Corea. La cantidad de emigrantes coreanos, con sus tiendas de ropa de segunda, de ropa interior para mujeres, tú sabes, las mujeres van, se prueban esas prendas… y de ahí… -Esa su costumbre de usar pronombres para las cosas que sí tenían un nombre propio pero parecía que iban a manchar su boca de forma definitiva. Una vez más vacilaba el gallego no queriendo apurar las palabras justas de su boca, las que quizás me ayudarían a comprender mejor todo este asunto, aunque claro, ya fuera irreversible. Sólo atiné a decirle la clásica: -Gallego, yo tomo y vos te ponés en pedo. Anótame lo que te debo en la libreta. –Y salí por las mismas puertas 62

que me vieron entrar tantas veces sin haber alcanzado la paz de las botellas. Me fui por donde vine, de vuelta a mi casa. Aunque las palabras del tío este sonaran cada vez más lejanas e incoherentes en mi cabeza, pues, ¿podría acaso ser la verdad de lo que le había pasado a mi Jermu? No tenía ninguna otra pista que me llevara a considerar alguna otra hipótesis de lo que había ocurrido, y en verdad sus palabras me rondaban en la cabeza como una vieja calesita que no se decide a ponerle fin a sus vueltas. Pero por más que le diera vueltas a sus explicaciones nada cerraba, sin duda que estaba desvariando de entrada o que la agarraba a la botella del pescuezo más seguido de lo que yo pensaba. Al otro día, con una resaca de la mierda, con el olor a flores del velorio impregnado en las narices me fui a la casa del gallego cuando sabía que este estaba en el boliche. Quería hablar con una “sobreviviente” del vampiro, con Inés, la mendocina… Quería saber si ella podía aclararme algo de todo este asunto. -El coagulante lo tomo desde que vino la visitadora médica… Y fue un santo remedio. Me quedan algunas consecuencias, como que cada vez mis articulaciones están más duras y pareciera que la sangre se me estancara en las arterias todas las mañanas. –Me dijo la menduca moviéndose lentamente mientras me ponía en frente un plato con tortitas resecas y me alcanzaba un mate. -¿Y qué tiene que ver Corea? –pregunté cada vez más confundido. 63

-Nada, eso se le dije al Fraga para que no me jodiera. El repite lo que le digo, a quien quiera escucharlo, como si fuera una verdad demasiado cierta y el último secreto por el cual vale la pena estar vivo. Sólo para mantenerlo con una ilusión. Ya ni fútbol mira, se está quedando sordo y además vos sabés que no le queda familia. -¿Y qué tipo de coagulante? –le pregunté metiéndome en terrenos que bien sabía no conocía, que sólo harían en confundirme aún más el panorama, pasando por alto los dramas familiares a los que parecía querer arrastrarme Inés Fraga. -Uno que nos trae la visitadora médica de la Bayer. Nos los pasa gratis a todas las mujeres que lo precisemos, lástima que tu esposa no haya sabido a tiempo. No se hubiera muerto. Un pueblo perdido en el medio de la pampa uruguaya, sin periódico local, sin conexión a internet, en donde el único lugar para ir a pasar el rato era el bar del gallego… ¿y venía una visitadora médica para que un puñado de mujeres no se desangraran? ¿Y eso a quién podría importarle, si ni siquiera había salido en las noticias nacionales? Yo no soy muy avispado, no sé ni cómo resolver un crucigrama, pero hay algo que me sonaba raro. ¿A quién podía importarle que mi mujer se muriera de “menstruación crónica” o cualquier otra en este pueblo que ni figuraba en los mapas? Aunque pensándolo bien no era tan agarrado por los pelos. Bien sabía yo que hasta que mi esposa no se había agarrado la “epidemia” evitaba decirme cuando le venía la hemorragia y que yo 64

nunca me había enterado cuando mi madre ni mis hermanas menstruaban. Cuestión de cuchicheo entre ellas, cuestión de mantenerlo en secreto para que cualquier macho no se enterara. No era raro que la “epidemia” fuera sólo un tema que no salía de los confines de este pueblo fantasma. Tampoco creía en los vampiros, y ni siquiera había visto uno agazapado entre las piernas de mi señora… ni que fuera invisible. Tampoco se podrían llamar hijos a esos coágulos de sangre proyecto de bebés que vi parir en el jardín trece veces durante diez años seguidos. Debía ser sólo una cosa, una confabulación de una de las empresas farmacéuticas más grande del planeta: la Bayer. Ahí entonces todo cerraba. Claro, me di cuenta con una sencillez meridiana que todo era un plan para… ¿quién sabe? ¿Probar nuevos medicamentos en un pueblo perdido del tercer mundo? ¿Vender stocks vencidos a quienes no tuvieran forma de quejarse? ¿Un capricho de uno de sus magnates como si nuestras esposas fueran simples ratones de laboratorio y ellos se divirtieran creando nuevas y crueles formas de borrarlas del mapa? La gente ignorante siempre inventa razones mágicas para lo que les sucede, y nosotros, éramos gente de esa clase. A no confundirse, no gente que “no supiera”, sino gente que “no quería saber”. Esa es la verdadera ignorancia. Ahí empecé a desconfiar de todo: del Fraga, de su mujer, de los vecinos de la esquina, de las tortitas de la mendocina, hasta de mí mismo. ¿Quién estaba mintiéndome y quién me decía la verdad? ¿Acaso no estaba ayudando yo mismo a que todo esto pasara? 65

Y bueno, pasó lo que tenía que pasar. Yo no era un ignorante. Estaba preguntando demasiado y los que tenían que enterarse se enteraron. Todo era tan absurdo que resultó ser cierto, como casi todo lo que ocurre en esta tierra… me ofrecieron un trabajo, una casa nueva, casi una familia. No les importó mi pasado… no les importó nada. Eso sí, que usamos colmillos es un mito muy lejano a la realidad, que chupamos la sangre es sólo relativo. Quiero decir, por unas cuantas muertes, ¿cuántas vidas salvamos? Ya no alcanzan los ratones de laboratorio, ni los monos, ni los cerdos, ni los perros. Y al final de cuentas, yo a ella ni siquiera la amaba. Al gallego le liquidé la cuenta que le debía y de su mujer me despedí cordialmente. Después de cuentas… no soy tan mala persona, soy tan sólo un empresario cumpliendo mis metas semestrales. 22062004

Nota: Nota Por Gerardo Bloomerfield desde el inicio hasta “….me miró fijo y comenzó a contarme:” (párrafo 30), por María García, desde el párrafo 31 hasta el final. 66

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Cámara: Gerardo Bloomerfield Modelo: María García

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Cámara: Cámara: M. García Modelo: Modelo G. Bloomerfield

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