Adolescentes Infractores Informe Cai

PROCURADURÍA GENERAL DEL ESTADO Dr. Diego García Carrión Procurador General del Estado Presidente del Consejo Nacional

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PROCURADURÍA GENERAL DEL ESTADO Dr. Diego García Carrión

Procurador General del Estado Presidente del Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas

MINISTERIO DE JUSTICIA, DERECHOS HUMANOS Y CULTOS Dr. José Serrano Ministro de Justicia, Derechos Humanos y Cultos Dirección de Administración de Centros de Internamiento de Adolescentes Infractores (CAI)

CONSEJO NACIONAL DE CONTROL DE SUSTANCIAS ESTUPEFACIENTES Y PSICOTRÓPICAS Ing. Rodrigo Vélez Valarezo Secretario Ejecutivo

Contenido 7 8 10

ANTES DE LEER PRESENTACIÓN INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1

ADOLESCENCIAS 16 20 23

Adolescencias y diferencias Desmetaforización de la adolescencia Pobreza y territorialidad

CAPÍTULO 2

EXTRADICIÓN Y TERRITORIALIDAD OBSERVATORIO NACIONAL DE DROGAS Dr. Rodrigo Tenorio Ambrossi Director Nacional

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La sociedad de la ira La violencia como actuación Impunidad o responsabilidad social Una institución para los infractores

CAPÍTULO 3

ADOLESCENCIAS, DROGAS Y MALESTARES 73 Equipo responsable Rodrigo Tenorio Ambrossi – Director de la investigación Diego Vaca Enríquez Jorge Marambio Chávez Christian Gavilanes Hinojosa Cristina Núñez Vásquez Trabajo de campo Centro de Matemáticas Universidad Central del Ecuador Dirección del Observatorio Nacional de Drogas Casa de la Prevención Av. Naciones Unidas E9-08 y Shyris Telefax: (593) 02 – 2242321 www.drogasinfo.ec Diseño y diagramación TRIADA COMUNICACIONES Cels.: 088 186211 / 086817021

Desde la sobrevivencia

CAPÍTULO 4

DROGAS E INFRACCIONES 87

Drogas e infracciones

CAPÍTULO 5

ANÁLISIS CUANTITATIVO 95 95 96 97 98 100 103 104 108 110 112

Población estudio Trabajo de campo Principales datos sociodemográficos Historial previo a las infracciones De los robos a los asaltos La apropiación de la sexualidad del otro Dar la muerte Sobre las drogas De la marihuana y la cocaína Drogas e infracciones Drogas y día cero

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CONCLUSIONES

ANTES DE LEER El presente informe no posee un carácter jurídico sino eminentemente social, antropológico, etnográfico. Por lo mismo, los términos utilizados no tienen la especificidad del discurso legal sino más bien del coloquial. Por ejemplo, se habla de violaciones, robos, asesinatos, sabiendo que, desde el punto de vista legal, los adolescentes no roban ni asesinan, en términos jurídicos. Sin embargo, desde el habla social, sí lo hacen puesto que de esta manera se señalan, describen, entienden y califican sus actos. Estos adolescentes, hombres y mujeres, no son delincuentes sino infractores de la ley. No están presos en una cárcel sino internados en un centro cuyo objetivo primordial es la reeducación para una reinserción social y familiar. El Centro de Adolescentes Infractores, CAI, no es una cárcel sino el espacio destinado a la rehabilitación social de chicas y muchachos. Pese a que el texto trata de evitar la terminología jurídica destinada a los adultos, a veces utiliza términos como delito, violación, robo, detención, y otros más. Y lo hace porque los mismos corresponden al habla, es decir, a los juegos de lenguaje de la comunidad. Quizás salvo alguna excepción, los adultos dicen de sus hijos adolescentes: mi hijo está detenido (o preso), porque robó, asesinó, violó. En consecuencia, de ninguna manera, la investigación pretende criminalizar la vida de los adolescentes, ni ante ellos mismos ni ante la sociedad. Estas observaciones no deberían entenderse como limitaciones de la investigación sino como parte de la complejidad de los sujetos, de sus actos y de los discursos sociales.

PRESENTACIÓN Parafraseando a Bhikhu Parekh, imaginémonos un ser humano inmortal, con seis metros de estatura y órganos sensoriales inusuales, que no experimente emociones ni tenga sentido del humor. Que posea un leguaje refinado desde el momento mismo de su nacimiento, que no cometa un solo error ni sienta tentación alguna en su vida interminable. Que no conozca el sentido de identidad o de subjetividad. Ante la presencia de este ser, nos sentiríamos profundamente desorientados. De hecho, consideraríamos que es un miembro aberrante de nuestra especie o, sencillamente, que no es un ser humano.1 Dentro de la especie humana tener cierta naturaleza es poseer una potencialidad de acción, dotada de un universo simbólico, la cultura, con tendencia a comportarse de cierto modo y a verse sometido a algunas regulaciones sociales. La adolescencia es parte de la vida y una manifestación biológica, social y cultural de los seres humanos. No es un interregno generacional que se resuelva con el transcurso del tiempo, y menos una etapa de la que debamos abdicar, es decir, proclamarla como no perteneciente a uno: la adolescencia ha muerto, viva el adulto. La adolescencia es la interacción de una etapa del sujeto con el mundo, se trata de un actor social en una fase esencial de la vida respecto de la cual la adultez no es su negación sino su construcción, período de desarrollo integral de la personalidad y no solo de adaptación a la vida adulta. Es necesario desarrollar nuevas comprensiones para abandonar los prejuicios con los que enjuiciamos a la adolescencia como si fuese una infracción en sí misma, para derribar los muros intergeneracionales que la excluyen, la condenan a la incomunicación y alimentan la desconfianza mutua entre adolescentes y adultos, entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, entre electores noveles y dignatarios elegidos. Conscientes de que para prevenir hay que investigar nuestra realidad, el presente estudio sobre los adolescentes infractores que se encuentran internados en los CAI abre un proceso para conocer su evolución que contribuya a incidir en las causas y motivaciones que influyen y determinan su mundo existencial. El estudio reconoce que hay chicos infractores, y que no están todos: están los pobres, los que provienen de la precariedad material y social.

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Bhikhu Parekh. Repensando el Multiculturalismo. Ediciones Istmo, S.A. 2005 para lengua española.

El CONSEP, a través del Observatorio Nacional de Drogas, con el apoyo del Ministerio de Justicia, Derechos Humanos y Cultos y la asistencia de la Universidad Central del Ecuador, realizó esta primera investigación sobre los CAI: Adolescentes infractores, territorialidad y libertad. Esta investigación tiene el propósito de aportar con nuevos elementos al desarrollo de políticas públicas que tomen en cuenta una perspectiva generacional y que pongan énfasis en la prevención integral y en el papel socializador de la educación, del entorno familiar y comunitario en el marco del Buen Vivir. Los adolescentes constituyen un grupo de atención prioritaria, y el interés superior es proteger su desarrollo integral, introducirlos en el conocimiento de la libertad y de la responsabilidad. Pongo en sus manos la presente investigación.

Ing. Rodrigo Vélez Valarezo Secretario Ejecutivo del Consep

INTRODUCCIÓN Toda sociedad, en cualquiera de sus expresiones, no hace otra cosa que dar cuenta de su complejidad y también de lo misterioso e indescifrable que hacen su existencia. En ella, nada está presente como cuerpo extraño pues todo le pertenece, a veces, por derecho propio: satisfacciones y frustraciones, logros y fracasos, la vida y la muerte. Lo cotidiano constituye el referente nato de todo el quehacer, del vivir y del morir.

Por otra parte, posiblemente más que en ningún otro espacio, en el de las carencias y limitaciones las actitudes y acciones se repiten una y otra vez, casi de manera incontenible. Una suerte de compulsión a la repetición que determina que los sujetos actúen de manera inmediata ante los estímulos. En otras palabras, sería débil su capacidad de controlar de sus pulsiones y, sobre todo, su capacidad de hacer que pasen por la palabra. En ellos los deseos tanto como los afectos deben ser actuados de manera inmediata y casi irresistible. Esto determinaría que su cotidianidad se halle sostenida y atravesada por lo conflictivo.

Nada acontece por generación espontánea. Ningún niño llega marcado por el mal, aun cuando nazca en medio de la indigencia material e incluso simbólica. Sin embargo, la sociedad, desde su complejidad, se encarga de construir vidas y acontecimientos, de fortalecer o debilitar los códigos que regulan la existencia. No existe el destino como valor y fuerza incuestionables, sino sistemas de representaciones con los que se hace cada sujeto, y estos sistemas difieren de conformidad a las condiciones específicas del medio social, familiar, económico, educativo político. Por ende, cada sujeto se hace de conformidad al conjunto de experiencias, lenguajes, principios, regulaciones y prácticas que circulan en los microambientes, como la casa, el barrio, la escuela, más que con los megarelatos y normativas de los diversos entes del poder. Con frecuencia, no se da coherencia alguna entre los discursos del poder y la vida cotidiana de los marginados sostenida en las frustraciones.

Condiciones sociales, lingüísticas, imaginarias elementales, casi precarias, que se sostienen y reproducen de una a otra generación. Con frecuencia, esta será la cuna que acoge a cada nuevo nacimiento y que, luego, se transforma tanto en los estilos de vida como en los sentidos mismos del existir.

Por lo mismo, y de suyo, las actitudes y conductas antisociales no son, bajo ningún concepto, privativas de los grupos de escasos recursos económicos. Lo que acontece es que en los espacios de la precariedad material se hacen más obvias las debilidades de las normas y principios, sus contradicciones e ineficacias. Porque, en principio, las prácticas delincuenciales, en adultos, y las infracciones en adolescentes, se hallan presentes a lo largo y ancho de toda la territorialidad simbólica y social de un país. Sin embargo, en el mundo de las privaciones probablemente lleguen a ser más obvias porque no existen aquellos elementos con los que cuentan otros espacios para disimular la cantidad y calidad de las infracciones a la ley y hasta los delitos.

De esto trata la presente investigación. En los CAI se hallan adolescentes, mujeres y hombres infractores, adolescentes que no inventaron ni la violencia ni sus múltiples expresiones. Por el contrario, son su efecto y, al mismo tiempo, los encargados de mantenerla en la sociedad. De ninguna manera se pretende despojarlos de sus responsabilidades, puesto que seguramente las tienen, se trata de entender que los órdenes sociales no se dan en relaciones lineales causa-efecto sino, por el contrario, cada situación y acto son efectos de la complejidad social.

El CONSEP reconoce que, en el mundo de las privaciones, ciertos actos delincuenciales (o infracciones en el caso de adolescentes), pueden llegar con cierta facilidad a ser casi elementales o primarios, no tanto en su contenido, cuanto en su expresión que bien podría rozar los extremos. En tal caso, se trataría de un déficit en el manejo simbólico del enojo, la ira, las envidias, los recelos, las sospechas y más que fácilmente se convertirían en agresión destructora. La violencia, en tanto pulsión, se transformaría en una suerte de seducción irresistible a causa de un déficit en los mecanismos de simbolización y de control. Por lo mismo, en tales circunstancias se imponen los actos que ocuparían el lugar de las palabras. Es esto lo que parecería ser el común denominador de las historias narradas por muchachos y chicas que se hallan detenidos en los CAI.2

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CAI: Centro de Adolescentes Infractores.

Puesto que la sociedad, en general, no funciona con estas reglas de juego, estos adolescentes entran en conflicto casi siempre de manera reiterativa y violenta. Las leyes los protegen, primero al excluirlos del mundo de lo delincuencial, al juzgarlos con los criterios del código de la niñez y la adolescencia y al recluirlos en centros que poseen, en principio, un carácter educativo, los llamados CAI. Se trata, sin embargo de una protección débil e inconsistente pues, con su intervención en nada cambiará la realidad de su historia y de su vida cotidiana.

En general, casi todos los delitos que cometen los adultos los realizan también estos adolescentes, aunque no siempre desde una idéntica posición subjetiva. Por eso la ley califica, juzga y sanciona estos actos desde perspectivas legalmente diferentes. Los adolescentes no cometen delitos sino infracciones. Por lo mismo, los CAI no solo que no equivalen a una cárcel común sino que además poseen otros objetivos entre los que la rehabilitación y la educación ocupan un lugar preferencial. ¿Se logran a plenitud estos objetivos? ¿Los procesos educativos se realizan de tal manera que de ahí salgan nuevos ciudadanos que, dejando de lado las rutas de la infracción y, luego, del delito, opten por estilos de vida subjetiva y socialmente válidos y gratificantes? La verdad es que los cambios esperados no se darán únicamente por el trabajo que se realice en el CAI, que nunca podrá ser lo suficiente amplio y sólido, sino

por las sustanciales modificaciones de carácter social y económico que se produzcan en los espacios de vida de estos adolescentes. Un trabajo educativo eminentemente circunstancial, con frecuencia impuesto, no posee el valor ni de afectar la historia personal ni de modificar la vida cotidiana. Porque mientras se sostenga una cotidianidad enraizada en la pobreza y en la violencia, es altamente probable que el adolescente que retorna a la familia, al barrio, al grupo de amigos, se inserte nuevamente en el mundo de la infracción y de la delincuencia del cual, en verdad, no ha salido. Cuando regresen a su hogar y sus calles, constatarán que su mundo social y familiar no ha cambiado, que se mantienen las antiguas condiciones de precariedad y de violencia. Entonces, es probable que lo escuchado y vivido en el tiempo de permanencia en el CAI, en términos de cambio y de nuevas expectativas, se borre de la memoria existencial. En ese momento, es altamente probable que la compulsión a la repetición aparezca como elemental alternativa de sobrevivencia. Entonces, de acuerdo a la edad, unos regresarán al CAI mientras otros irán a la cárcel de adultos. ¿Por qué ligar el delito y las drogas? Porque, pese a los importantes cambios que se han producido en torno al tema de las drogas, aun persisten los antiguos juicios y prejuicios que simplificaron la complejidad y que no dudaron en penalizar, no solamente las drogas, sino también y sobre todo al sujeto usador. Es preciso rescatar que los mismos protocolos de investigación, supuestamente estandarizados, conducían al propósito de probar esa preestablecida relación entre los usos de drogas y el cometimiento de delitos. En nuestro caso, el OND3 revisó minuciosamente el protocolo con el propósito de evitar preguntas que pudiesen parecer tendenciosas. En pos de esta claridad y consistencia, se optó por realizar, de manera paralela, una investigación sociocultural a informantes calificados, muchachas y chicos, de los CAI de Quito, Guayaquil y Cuenca, ciudades que ciertamente representan las condiciones del país en torno a los CAI y sus habitantes cuyos decires se recogen y analizan. El informe comienza con el análisis de los testimonios que, con frecuencia, hacen referencia a los datos de la encuesta, no para su justificación sino para corroborar lo uno con lo otro. Siendo sujetos de lenguaje, las palabras enuncian aquello que los números presuponen o callan. El CONSEP agradece a estos adolescentes por su colaboración y compromiso tanto en la aplicación de la encuesta como en la entrevista. Quizás para muchos de ellos la vida no aparezca “clara, undívaga, y abierta como un mar”4, sin embargo, corresponde a todos hacer algo para que sea cada vez menos conflictiva de tal manera que crezca en ella la esperanza de un mundo mejor.

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OND: Observatorio Nacional de Drogas. Barba Jacob, Porfirio, Canción de la vida profunda.

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uando en la actualidad se aborda el tema de la adolescencia, ya no son posibles las antiguas miradas teóricas únicas ni unificantes puesto que la diversidad es la característica y la norma. No se trata tan solo de diferencias fenomenológicas entre los distintos grupos dadas por las condiciones geográficas, económicas, sociales o culturales. Se trata, de diferencias constitutivas y, de tal manera definitivas, que realmente no es posible pasarlas por alto. Es probable que el concepto mismo de adolescencia sea el que más ha evolucionado en los últimos tiempos constituyéndose, en buena medida, en la base de los cambios sociales que se producen en todas las geografías y en cada una de las culturas. Cuando se afirma que el mundo contemporáneo es esencialmente joven, no se refiere tan solo a la edad cronológica, ciertamente inclinada hacia la juventud, sino a un mundo que se sustenta en las actitudes, demandas, posicionamientos discursivos y actitudinales de las nuevas generaciones cuyos portavoces son, sin duda, los adolescentes y jóvenes.

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¿En qué consiste ser adolecente? Esta pregunta, como todas aquellas que tienen que ver con los sujetos, se resiste a aceptar una sola repuesta por más técnica que fuese puesto que las respuestas surgirán de múltiples lugares teóricos y sociales que, probablemente, tan solo aparencialmente estén hablando de lo mismo. Este constituye uno de los primeros limitantes que darán cuenta de la complejidad del tema de la adolescencia en un mundo que cada vez se resiste a ser capturado en conceptos que se convierten en cárceles del pensamiento y de la creatividad. De hecho, buena parte de las dificultades que envuelven al tema de los adolescentes, en cualquiera de sus circunstancias existenciales, se debe a las resistencias que ofrecen las instituciones y ciertos actores sociales a los cambios teóricos que constantemente se producen sobre estos temas.

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Existe, pues, un anacronismo social y teórico que es preciso denunciar y enfrentar cuando se abordan los temas complejos de la vida cotidiana de la ciudad como, por ejemplo, la libertad, la adolescencia, la delincuencia y lo delincuencial, la libertad y los sometimientos, la responsabilidad y las posiciones ante los castigos sociales, familiares o estatales. En estas, en particular, suelen hacerse evidentes las contradicciones, a ratos irreductibles, entre el pensamiento académico o academicista, el de los grupos sociales y aquel que proviene de ciertas instancias político-sociales que tienen por finalidad el cuidado y la protección de los derechos. Entonces, no solo que se hacen casi imposibles los acuerdos sino que, además, los enfrentamientos sirven para evidenciar los abismos conceptuales que los separan y las contradicciones en el seno mismo de los pensamientos denominados oficiales algunos de los cuales se resisten a evolucionar al ritmo de los tiempos, de las elaboraciones teóricas y metodológicas. Este es el tema primero y fundamental al abordar la realidad de los adolescentes infractores que se hallan detenidos en centros específicamente definidos por la geografía de la edad y con los que se busca, desde cierto discurso social, demarcar diferencias teóricas y actitudinales ante el hecho delincuencial que, en el caso, es necesario calificarlo y tipificarlo con otros nombres que lo diferencien de lo que acontece en el mundo de los adultos. A mediados de los años 50, algunos países europeos optaron por un modelo educativo de justicia juvenil, aunque su incidencia se limitó a los Países Escandinavos y Escocia. Sin embargo, los nuevos instrumentos supranacionales relativos a la justicia de menores y la Convención de los Derechos del Niño consiguen que los Estados realicen reformas que cuestionan el modelo de protección. Dichas reformas se basan en una nueva representación de la infancia promovida por la Convención de los Derechos del Niño. En efecto, los menores dejan de ser víctimas

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1 inocentes necesitadas de protección por los adultos, y pasan a ser considerados “sujetos titulares de derechos”. Surge así el modelo de responsabilidad que se caracteriza por el reforzamiento de la posición legal del menor, produciéndose un acercamiento a la justicia penal de los adultos, en lo que a reconocimiento de derechos y garantías se refiere, así como por la afirmación de una mayor responsabilidad del joven en relación con el hecho realizado5. Este modelo pretende conjugar lo educativo con lo penitencial de tal forma que las medidas eminentemente educativas produzcan respuestas desde la responsabilidad social al enfrentar al adolescente a la realidad de la vida social. Al dejar de ser personas necesitadas de protección para convertirse en sujetos de derechos, el tema de las responsabilidades sociales se vuelve cada vez más complejo. El autor señala que esta situación se debe a la enorme influencia que sobre la legislación penal de los países europeos han ejercido los textos internacionales, elaborados a finales del s. XX, por las Naciones Unidas y por el Consejo de Europa, al reconocer a los menores los mismos derechos que a los adultos, y al demandar una protección especial de la infancia basada en una asistencia particularizada y una protección judicial específica. Se trata, pues, de una tarea necesaria pero cada vez más compleja porque, mientras los límites de la edad se mantienen inamovibles, los de las edades sociales, psíquicas y actitudinales se reducen cada vez más. De hecho, en ciertas legislaciones occidentales, desaparecen o se reducen a la mínima expresión cuando se trata de determinados

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crímenes como el asesinato. Esta constituye una de tantas contradicciones a las que se hizo referencia y que forman parte de la complejidad del tema.

Adolescencias y diferenciaS Como todos los temas que conciernen al sujeto, el de la adolescencia es complejo, con una complejidad muy particular puesto que su movilidad está dada no solo desde los aspectos semánticos sino también temporales e incluso geográficos. Esto ha determinado que, más que de un concepto, se trate de realidades múltiples que no podrían entenderse sino dentro de tiempos y geografías específicas. Por otra parte, estas geografías, van más allá de su materialidad para dar cuenta de realidades procedentes de lo mágico, lo lingüístico, lo cultural. Pocas veces se reconoce que la adolescencia, como concepto, es nuevo en el léxico social y psicológico, y más aún en el político y jurídico. En términos reales, tan solo luego de la Segunda Gran Guerra se empezó a hablar de adolescencia de manera directa e incluso fáctica,6 claramente regulada por la edad y ciertos comportamientos que, de manera directa, fueron calificados de anormales y hasta antisociales. De hecho, para algunos teóricos de la psicología conductista, la adolescencia no representaba sino un conjunto de conducta claramente anormales. Desde sus inicios, se trata de una edad, de un tiempo cronológicamente estatuido y marcado por los cambios de orden anatomo-fisiológico y por una serie de actitudes y comportamientos entre los que sobresalen la rebeldía frente a las normas

Vásquez G. Carlos, Responsabilidad penal de los menores en Europa, Anuario de Justicia de Menores, IV, 2004 El concepto de adolescencia recién se inaugura en el siglo pasado y hacia los 60 con los nuevos movimientos norteamericanos y luego europeos, como el hipismo y mayo 60. Entonces apareció como una etapa en el desarrollo del sujeto, luego de de la niñez. Se pensaba que comenzaba hacia los 14 años y concluía, medio mágicamente, a los 18, coincidiendo con el término del bachillerato o educación media.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

sociales, el alejamiento del núcleo familiar, la despreocupación de lo escolar y una suerte de labilidad ante las normas que regulan las relaciones. Con los cambios acelerados del mundo y de las culturas, este concepto clásico de adolescencia ha sufrido modificaciones sumamente importantes hasta producir una adolescencia que ya no se cimenta en la edad y en ciertas conductas más o menos irregulares sino sobre posicionamientos grupales e incluso subjetivos frente al mundo. Este mundo ya no es el de los otros al que se enfrentaban las antiguas generaciones. Se trata de un mundo diferente que las nuevas generaciones viven en la niñez y que se transforma, abriéndose a horizontes no previstos por nadie. La llamada crisis de la adolescencia consistía en el enfrentamiento conductual, más que ideológico, a las creencias, valores, sistemas lógicos, expectativas de los adultos que esperaban que, pasada la crisis, las nuevas generaciones se adecuen a sus modelos de vida para que, de esta manera, se mantenga la tradición. La psicología describió la niñez como una época de tranquilidad que permitía a niñas y niños asumir el mundo de las normas y de los códigos de la sociedad sin oposición de importancia. Esa psicología, por otra parte, también dijo que llegar a la adolescencia implicaba abandonar ese estado de paz sumisa para ingresar en un mundo caracterizado por lo conflictivo, la discordia y la rebeldía sin causa. En otras palabras, las cosas de la adolescencia, sus inquietudes e ideas, sus expectativas y proyectos no tenían más valor que el de las ilusiones y fantasías. Además, esa adolescencia fue vista como un sistema de oposiciones. En efecto, colocados en la rebeldía, parecía que los adolescentes se proponían echar por los

Adolescencias

suelos los sistemas morales, las normas y los principios que habían organizado la familia y las instituciones sociales. Puesto que la tradición, la familia y las organizaciones sociales de todo orden eran inamovibles e imperecederas, pretender tan solo cuestionarlas implicaba, de suyo, una violencia inaceptable. La adolescencia no era, pues, más que una crisis, quizás, en unos casos, una gran crisis, que se superaba con la edad, con los mágicos dieciocho años, con el final de la educación secundaria, con el inicio de la vida laboral, con la preparación al matrimonio que, en el caso de las mujeres, debía producirse casi a renglón seguido de cumplidos los dieciocho años. Por eso, el mundo de los adultos, tanto de la familia como de las instituciones, esperaba con paciencia que termine esa edad para que los antiguos rebeldes sin causa se adecuen de manera sumisa al mundo de la tradición y del orden para repetirlo y transmitirlo a sus propios hijos. En consecuencia, a la sociedad de los adultos tan solo le correspondía ejercer la virtud de la tolerancia cuyo premio sería una nueva generación insertada en la tradición. Pero, ¿qué significa tolerar? La tolerancia implica cerrar los ojos para no ver las verdades diferentes que construyen las nuevas generaciones. De hecho, cada nueva generación se encarga de construir una nueva generación y casi una nueva cultura. Tolerar implica desconocer que cada generación pone a prueba la consistencia de la realidad social, la validez de los principios morales, los sistemas legales, éticos, estéticos de la sociedad de los adultos. Las adolescencias ponen, pues, en tela de juicio los sistemas de valores con los que los adultos imponen, regulan, ofrecen y prometen.

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1 Las sociedades se sostuvieron en el principio de la irreductibilidad de sus verdades y sistemas de vida. Una férrea tradición de valores no cuestionados apuntala el tiempo y también las conciencias personales y sociales. Es quizá la mejor manera de mantener la conciencia pura pese a las podredumbres de siglos de oprobio de esas guerras mundiales organizadas y peleadas por la cultura occidental del siglo XX. Si alguien prueba a fe cierta que todos los valores son temporales, transitivos y circunstanciales son precisamente las adolescencias. Si las nuevas generaciones construyen cada vez mundos diferentes, es preciso aceptar que lo mismo acontece con el tema de los valores. Ya desde Nietzsche7 y luego con Rorty y Foucault, es preciso reconocer que si hay un deber que obliga a todos, de modo muy particular a las nuevas generaciones no consiste en respetar como inderogable no las tablas de valores, “sino la urgencia de inventar cada vez nuevas tablas, nuevos estilos de de vida o, como diría Vattimo, nuevos sistemas de metáforas para hablar del mundo y de la propia existencia” (1995:77).7 Si se acepta que las adolescencias no son sino conjuntos metafóricos que dan cuenta del mundo en que cada grupo vive e inclusive cada sujeto, se impone aceptar que esa adolescencia antigua prácticamente ha desaparecido para ceder el paso a nuevas concepciones teóricas que miran a los adolescentes desde otros puntos de vista: ya no se trata de un período de vida marcado por la edad y caracterizado por la rebeldía sin causa. La adolescencia actual debe ser entendida como una cultura particular por cuanto

se halla configurada y funciona con normas, prácticas, ideas, posicionamientos, cuerpos, expectativas propias. Ya no una edad, como antes, sino una cultura. No el tiempo de una edad sino el tiempo de una cultura que es capaz de organizarse con lenguajes y códigos que les pertenecen, se podría decir, de manera exclusiva. Posiblemente, una de las principales características de esta adolescencia es su pluralidad. Es decir, ya no se trata de una adolescencia que se repite en todas partes y de forma más o menos similar. Todo lo contrario, hay adolescencias diferentes, distantes y hasta opuestas. La adolescencia de los grupos de poder, la de los que poseen lo suficiente, la de los que se han hecho en hogares sostenido en la libertad y el respeto, la de quienes han vivido el infierno de la violencia doméstica, la adolescencia de los niños agredidos física o moralmente, la de los abusados sexualmente. Hay de los unos y de los otros, como lo dicen ellos mismos. Me han contado que los papás siguen trabajando en eso, vendiendo drogas, y unos no venden pero sí consumen. Casi la mayoría es en papás, en mamás casi no, casi es más en papás y también hay chicas que han vivido, las han dejado botadas desde pequeñas con sus abuelitas, entonces todo ese ejemplo, el remordimiento que ellas tienen que han llegado a cometer eso. Adolescencias múltiples, cada una de ellas construida con normas, valores, relatos, códigos que actúan con éticas y estéticas propias y que, por ende, no pueden ser generalizadas bajo ningún concepto.

Por ejemplo, adolescencias producidas en espacios en los que no fue posible construir porvenires cimentados en suficientes ilusiones como para mirar la vida más allá de la simple cotidianidad. La más pobre de las adolescencias es aquella que se sabe incapaz de cimentarse en suficientes sueños y fantasías como para pensar y desear más allá de sí misma. El futuro es la ruta de la fantasía asida a la historia personal y social. Mis amigos del sentimiento de sus padres, de su madre, dormían debajo del puente, solos. Y así sabían hacer maldades. Yo decía que yo antes no tenía corazón de nada, a mi me importaba nada, yo le cogía les robaba, les mandaba a veces apuñalando cuando no querían dar las cosas. La tradición juega el papel de calificadora de lo que es verdadero o falso, bueno o malo, deseable o rechazable. Desde ahí se calificó al pensamiento posmoderno de opio de los pueblos (L. Rozitchner), y hasta de putrefacción de la historia (G. Valdés Gutiérrez). En Vidas desperdiciadas: La modernidad y sus parias (…), Bauman nos habla sobre la producción de “residuos humanos”, más concretamente, de las poblaciones ‘superfluas’ de emigrantes. Para muchos, el continuismo fofo e incoloro ha sido siempre el ancla más segura para crear una historia inmóvil y raquítica. Quienes más desprecian la transformación se ufanan de ser profetas del pasado y de la historia mirada al revés pues, pese a las evidencias, aún creen que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.8 Ya en el siglo XXI, aun hay quienes se han olvidado que

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Vattimo, Geanni, Más allá de la interpretación, Paidós, Barcelona, 1995.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Adolescencias

todo pasado debería ser siempre mejor que su pasado. Las adolescencias son las encargadas de anunciar, en cada generación, el advenimiento de lo nuevo y del cambio. No se trata de ninguna clase de espectacularidad, sino de nuevos procesos que se gestan a veces de manera silenciosa, pero otras de manera bulliciosa, abierta y hasta violenta, como Mayo 68. Probablemente sea este el origen de las verdades que hacen a los nuevos mundos: la del no retroceso, la de la necesidad imperativa de caminar siempre adelante, improvisando, creando errores y aciertos. La posibilidad de la verdad única y absoluta pertenece al delirio y la anacronía. No lo dicen de manera explícita, pero los adolescentes, en cada uno de sus momentos de vida, no cesan de denunciar ante el mundo de que la verdad no es otra cosa que apertura9 a los nuevos sistemas en los que deben vivir y que no necesariamente responden a sus expectativas y menos aún a lo que los megarelatos del poder ofrecen o aseguran que existen. Para las muchachas y chicos de la marginalidad, la extensión del sujeto debería ser ante todo geográfica, espacial, porque en ello va incluso y ante todo la seguridad de sobrevivencia. Hay que vivir la vida, porque ahí te haces más amigos de hartos chicos, de ahí supongamos llegas a un barrio y ya no te hacen nada porque haces amigos pues conoces harta gente. Pero igual no es bonito, pues, no es bonito estar aquí. (En el CAI).

Jorge Manrique. Heidegger “ponía de relieve que, antes de todo decir positivo acerca de algo, la existencia humana está ab initio inserta en un ámbito de sentido ya constituido y que esa inserción forma parte de lo que es, no de lo que tiene o dice”. Por su parte, Vattimo sostiene que “la verdad como apertura solo puede ser pensada mediante la metáfora del habitar, habitamos en ella”, Rodríguez, Ramón, Introducción a Más allá de la interpretación”, J. Vattimo. Paidós, Barcelona 1995.

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Desmetaforización de la adolescencia Sin embargo, existen procesos que llevan a la desmetaforización de las adolescencias. Por una parte, esa suerte de hiperrealidad que conduce a ciertos grupos de adolescentes, del orden que fuesen, pero quizás de manera especial a esos grupos saturados de cosas, a desmetaforizar su vida a través de actos compulsivamente repetidos y de cosas compulsivamente adquiridas, guardadas y olvidadas. Grupos de hombres y mujeres que sostienen el sentido y valor de la existencia en la acumulación de las cosas, nimias, aparentemente in-significantes o baladíes, pero a las que no pueden renunciar porque en ello va la posibilidad de sostener los sentidos existenciales. Las cosas se han constituido en el andamiaje que sustituye a los órdenes metafóricos de la vida. Generaciones completas atiborrándose de objetos que adquieren en el megamercado de las cosas cada una de las cuales lleva la etiqueta de los placeres. Las cosas anulan al sujeto cuando absorben sus sentidos, cuando beben la savia de las metáforas que hacen el presente y el futuro. Cuando la esencial caducidad de las cosas se encarga de sustituir a la caducidad del sujeto, entonces, la vida se reduce a un juego que consiste en hacer que el sujeto se convierta apenas en silueta visible de una supuesta llenura que aparece en esas inmensas sonrisas que, pese a todos los esfuerzos, no puede ocultar su oquedad, ese vacío de ser eminentemente tanatogénico. La llenura imperdonable de las cosas se encarga de denunciar los vacíos metafóricos de la existencia. Los brincos y gritos de la fiesta interminable no pueden ocultar los abismales silencios producidos cuando las metáforas dejaron de hablar.

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La mega farra puede sustituir la existencia subjetiva con sus vacios necesarios. La fiesta interminable puede terminar matando las esperanzas. Los extremos se unen porque es imposible construir la línea recta infinita. Todo es segmento. Ese otro corte que deja ver el lado opuesto, el de otro vacío de significación producido por la carencia que puede ser igualmente infinitamente abarcadora. La llenura de las cosas y su carencia se unen para multiplicarse sin que nada las pueda detener. En esa repetición se deshacen los códigos que la cultura crea para que las nuevas generaciones se signifiquen ante sí mismas y ante los otros.

pobreza posee un poder de reproducción tan inmenso que difícilmente podría ser detenido o, por lo menos, controlado. En lugar de convertirse en indicador de vida y desarrollo, la repetición se convierte en aquello que anula al sujeto.10 En cada acto de repetición se acrecientan las formas de ser pobre y hasta las estrategias de su ocultamiento. El malestar, la necesidad, la insatisfacción y la innecesidad de lo placentero como condición de existencia se cronifican hasta producir una suerte de agotamiento familiar y comunitario que bien podría explicitarse en los actos delincuenciales que tienen que ver con la anulación real o mágica del otro.11 Yo una vez le falté al respeto a mi madrastra, le alcé la mano porque ella mucho me pegaba, era muy feo como me pegaba, y me pegaba latigazos, de esos látigos de los de toros. Yo soy de Azogues. Mi papá salía el domingo y venía el viernes, y solo pasaba un día en la casa. El viajaba a Quito y Guayaquil. Yo entonces era envidioso de mis hermanastros porque mi papá les daba las cosas, y yo comencé a sentirme mal. Entonces me salía de la casa, entonces ahí me dijeron fumón, drogadicto. Y entonces, toda la familia me mandó botando de la casa.

La carencia es un orificio de sentido en los relatos con los que cada sujeto da cuenta del estar-en el mundo. Lo dicen los chicos del CAI: Usted sabe, vivimos con bastantes problemas económicos, vivimos ganándonos ocho dólares diarios, así se saca para el café y el almuerzo, no hay merienda, no se come merienda, a veces se puede ir al chulquero o a quien sea para que presten algo, y entonces ya hay algo para comer. Así la carencia deja de ser anécdota para convertirse en relato que no cesa de repetirse una y otra vez hasta convertirse en giro que envuelve irremediablemente a los sujetos, a su entorno familiar, haciendo la historia que podrá ser narrada. La mitopoiesis, que forma parte constitutiva de los sujetos, acá se congela para devenir acto de sobrevivencia que expulsa de sí todas las otras significaciones posibles que podrían dar sentido a la vida.

La edad de la pobreza coincide con la de la repetición de un proceso y de un conjunto de posicionamientos sociales, personales, familiares. La línea de repetición no se interrumpe y no deja nada fuera del lecho de una corriente cuya lógica es tomada por la política social que la reelabora, de la misma

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manera que la familia la reedita en cada uno de sus miembros. No importa cuál sea la edad de la pobreza, pero en cualquiera de sus tiempos lógicos, siempre aparecerá como una suerte de sacralización de la repetición llamada a sostenerla para que logre esos niveles en los que puede llegar a ser bendecida cuando en ella han desaparecido los signos de la violencia. ¿Podrá darse pobreza sin violencia? Imposible, cuando ella misma esa la personificación de la violencia puesto que, en cualquiera de sus expresiones, no dejará de significar la desmetaforización del sujeto, de su vida y de cualquiera de las formas a través de la que se expresa la esperanza. Quizás la esperanza constituya la metáfora más primaria, profunda e incluso radical de todas las metaforizaciones que hacen la vida de los sujetos. La terrible leyenda a la puerta del infierno de Dante: Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza. Rótulo imborrable e imperecedero colocado a la entrada del infierno que se multiplica en cada barrio de la marginalidad en el que se solidifican las representaciones de los que se hallan fuera. La repetición imparable de las representaciones de un mundo que carece de comienzo y de fin porque es tan solo repetición que se encarga de impedir que otros lenguajes sustituyan a las violencias, a las carencias, que no poseen determinación alguna porque son siempre invasoras. En estas condiciones, parecería inútil hablar de valor puesto que se trata de producciones en cadena que se opone a cualquier

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No es la pobreza, entonces, lo fatídico sino su repetición que, parecería, carece de una posibilidad real de superación. La

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Quizás, conscientes de este principio de repetición difícilmente controlable de la pobreza, los poderes acuden a ciertas estrategias destinadas a producir una fantasía de remedio cuando en verdad tan solo oculta su repetición. 11 “Nada (ni siquiera Dios) desaparece ya por su final o por su muerte, sino por su proliferación, contaminación, saturación y transparencia, extenuación y exterminación, por una epidemia de simulación, transferencia a la existencia secundaria de la simulación” (Bauman: La transparencia del mal).

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1 intento de evaluación. El efecto es siempre el mismo: niños, adolescentes y jóvenes deprivados de aquello que les permita construir espacios simbólicos para significarse de otra manera ante sí mismo.

Todos repetimos y repetimos. Mis amigas me conversan que los papás vendían drogas, vendía toda esa clase de drogas, se emborrachaban. Y qué esperan mañana de sus hijos, sino que hagan lo mismo. El ejemplo “grande y bonito”, entre comillas, que les daban para que sean igualitos, para que ellos también vendan. También ya los hijos les ayudan a vender. Supóngase, yo estoy vendiendo y mis hijos me están campaneando por si venga la policía. Los órdenes de los lenguajes corresponden a los de la cultura que crea y recrea incluso en esas microculturas domésticas en las que rigen normas y principios, valores y expectativas particulares. Allí se crean otros regímenes en los que la metáfora de la vida se reduce a la repetición de las estrategias que permiten la sobrevivencia y no aquellas que facilitarán al sujeto ir más allá de sí mismo en tanto sujeto inserto en el orden de los otros. El niño aprende a vigilar para que en ese orden no ingrese el Otro que culturiza, que marca límites y normas, que dice que lo cotidiano se halla inserto en otros órdenes a los que pertenecen todos y cada uno de los sujetos. Cuando aparece este Otro, todo desorden se organiza o, finalmente, se consolida en sus desórdenes cuando este es primario y crónico. Este Otro es el origen y el sostenedor de los juegos de lenguaje que hace la vida de la cultura, el de las normas y de la convivencia. Es el lugar de los secretos que sostienen la verdad de las convivencias en la que las pa-

siones se significan y manejan tanto como las ternuras y los amores. La desmetaforización no es un acto consciente sino un proceso cuyo inicio deberá encontrarse buceando en las aguas nada claras de los procesos sociales destinados a la marginación que, desde luego, ya no es tan solo económica sino fundamentalmente lingüística. Crecieron en hogares que no les dieron un buen ejemplo, como en mi caso. Me han contado muchas amigas que a ellas, desde los 12-13 años o desde antes, ya estaban en los mismos vicios de los grandes, en los robos, en la venta de drogas y también consumiendo, a ellas les permitían que consuman todas esas cosas, así fueron hasta ahorita que están en este Centro. Para estos niños, el otro es el de la semejanza en la alienación, el que impone la repetición para crear semejanzas destinadas a sostener la evidencia de los desórdenes. Un otro de una suerte de alienación a la repetición de una historia sin fin. No es el Otro, mega metáfora del vértigo de la existencia, lugar de los ideales destinados a superar las barreras de las cosas, de lo real. A lo más, aparecerá como el otro de las presencias equívocas y, sobre todo, el de las complicidades. En el barrio, el peso de la realidad que hace lo cotidiano se impone por sí mismo. De ahí que aquello que tenga que ver con la norma, la presencia del otro en su deseo y espacios propios, debe ser rechazado porque ahí no hay lugar para esa clase de lenguajes que hacen la cultura. El Otro es el llamado a dar un vuelco a la necesidad para que aparezcan los deseos. El Otro es lo que permite a cada sujeto no repetirse una y otra vez, hasta el infinito.

Pobreza y territorialidad Todo aquello que pertenece a los sujetos, desde su nacimiento hasta su muerte, pertenece al orden del cambio porque la inestabilidad lo define como condición existencial. Nada es estable, fijo y, menos aún, invariable. La inestabilidad del ser es su condición y de ella manan las diferentes formas de abordar la existencia tanto individual como colectiva. Como probablemente nunca antes en la historia, la cultura actual se caracteriza por una insostenible movilidad conceptual porque los objetos sociales son igualmente móviles, cambiantes y, probablemente, incluso mutantes. La movilidad existencial de los sujetos debe entenderse como una categoría tanto social como psicológica destinada a dar cuenta de lo que acontece en el mundo contemporáneo y cuya expresión más clara se hallaría en las nuevas generaciones que transitan su tiempo en medio de un perenne cambio que, si bien podría aparecer sin un objetivo específico, se ha convertido, sin embargo, en la razón misma de la existencia. La estabilidad de las categorías con las que se contaba para explicar el mundo se ha convertido en inestabilidad hasta el punto de que cualquier intento de acercamiento a las realidades de las nuevas generaciones debería partir de ese principio pues, de lo contrario, se estaría deambulando en un mundo aparentemente seguro pero eminentemente inestable. No se trata de una movilidad circunstancial o accidental sino de aquella que tiene que ver con la existencia misma. Si el ser es el cambio, expresado por el tiempo, esta movilidad se ha convertido en la condición de la existencia actual que de esta manera se diferencia radicalmente de las generaciones pasadas en

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las que el cambio era lento, casi sistemático e inclusive casi imperceptible. Cuando Bauman12 habla de la modernidad líquida, se refiere a las formas de existencia contemporáneas en las que la licuefacción abarca absolutamente todo aquello que hace a los sujetos, los grupos, las relaciones y los estilos de vida. La modernidad líquida –como categoría sociológica– es una figura del cambio y de la transitoriedad, de la desregulación y liberalización de los mercados. La metáfora de la liquidez intenta también dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones. Esta licuefacción, en tanto categoría sociológica, da cuenta del cambio y de la transitoriedad de aquello que tiene que ver con las categoría que sirven para entender a los sujetos, su vida cotidiana, las relaciones que se establecen y las formas de construir las gratificaciones tanto como los pesares y sufrimientos. Como metáfora de la época, la liquidez trata de explicar toda clase de precariedades, la de los vínculos, la de las expectativas, la de los placeres y también de las esperanzas. En esta sociedad, el otro aparece como extraño, como un desconocido y no solo como un portador de incertidumbres. Los conflictos sociales, como la pobreza, el aislamiento social, determinarían que pueda ser violentado en cualquier momento por el otro e incluso eliminado. Aunque de ninguna manera esto sea privativo de los espacios de la pobreza, sin embargo, en el presente caso, da cuenta que esta categoría de la deprivación y el extrañamiento determinaría que los espacios sociales en los que se inscribe cada sujeto o son desconocidos o ya no

Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida, Efe, México, 2003.

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1 cuentan como categoría de diferenciación sino quizás de violencia, tal como acontece a los adolescentes que se dedican a romper las normas y a atentar contra el otro que, herido, vulnerado en sus pertenencias e incluso asesinado, queda como un otro ajeno, extraño. Fuera del territorio del barrio, de la calle y, en algunos casos, hasta fuera de la casa, el sujeto pierde ese ápice de pertenencia territorial. Cuando sale de esa territorialidad rígida, impenetrable y férreamente custodiada por la pobreza, la violencia y el fantasma de la muerte lo acompañan para introducirlo en otros espacios ajenos. Entonces será tratado como intruso. En la frente lleva el signo de Caín, no por haber matado al hermano, sino porque podría matar al otro, el de más allá, por el que es percibido como enemigo real. Allí, el hombre es lobo para el otro igualmente percibido como lobo voraz. La presa es ese otro del barrio ajeno al que ha penetrado. Ese otro que lo descubre y del que debe protegerse porque sabe, desde siempre, desde los tiempos inmemorables de las segregaciones, que el intruso viene a causar daño, a asaltar, robar, asesinar. No lo enfrenta, huye, se esconde. Llama a la policía para que lo detenga antes de que cometa el asesinato previsto. Así funcionan los códigos fantasmales en el barrio excluyente por definición. En el barrio ajeno, es un infiltrado procedente del país de la violencia, del desorden y de la muerte. Urge, pues, deshacerse de él a toda costa y lo antes posible pues su presencia es sencillamente mortífera. En consecuencia, el otro como extraño se constituiría en una suerte de condición destinada a significar ciertos hechos y acontecimientos en los que se hallan involucrados chicas y muchachos, y que tienen que ver con la violentación del otro, de sus derechos y pertenencias, incluida

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la vida. El otro como ajenidad aparecería en la base misma de los actos tanto del habitante del barrio como del intruso. Así, pues, el otro quedaría significado en tanto pertenece al amplio mundo de lo extraño y desconocido, ese mundo saturado de incertidumbres y de peligros reales que se sustentan en las series de clasificaciones sociales. Entonces, el peligro ha dejado de ser una posibilidad remota para devenir algo tangible, permanente y tanto más amenazador cuanto más las condiciones de vida los alejan de ciertos estándares que no tienen que ver tan solo con la pobreza social sino también con la pobreza de significación.

primeros pasos en su recorrido por el mundo. Los comentarios de Vázquez Rocca13 al pensamiento baumaniano vienen como anillo al dedo si se lo traslada a este universo de la exclusión que constituyen los barrios de la pobreza crónica en los que el sentido de ser es tan débil que se lo puede fácilmente poner en la subasta de la muerte. Cuestionador implacable del orden al que ingresa desde tierras ignotas, ha sido a menudo tipificado con el estigma de ser portador de suciedad, puesto que la suciedad es el caos contaminante que el orden existente pretende expulsar, o bien, portador de ambivalencia, puesto que ésta los hace irregulares e impredecibles en sus reacciones. Es el caso de los marginados sociales que, como una categoría o tipificación de una clase de extraño contemporáneo, reciben sobre sí los rasgos sobresalientes de la ambivalencia y la suciedad: a ellos se les atribuye la falta de confiabilidad por lo errático de su rumbo, su laxa moralidad y promiscua sexualidad, su deshonestidad comercial.

Fuera bueno estar allá toditos, cualquier cosa puede estar mal si me voy, y puedo compartir, me pueden decir unas palabras, me puedo tranquilizar. Allá pasamos psicociados, como decimos nosotros, cabreros, a veces nos coge el encierro y quién nos va a ayudar allá. En efecto, en los CAI, predomina la pobreza en toda la extensión inclasificable de sus sentidos y realidades. En esa pobreza, el otro, independientemente de que sea más o menos pobre, será siempre un extraño puesto que el mundo significante y real se ha reducido apenas a un sí mismo in-significante en el que ya casi no hay cabida para otras significaciones que no sean aquellas llamadas a fortalecer justamente esa falta de significación. El CAI no es más que la representación lírica y colectiva del extrañamiento existencial de cada chico y muchacha detenidos. No es necesario que alguien vaya a decírselo en la cara, porque la exclusión ya está dada desde antes de los nacimientos, la exclusión es la cuna en que nacen, el andador con el que aprenden a dar los

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Es decir, esos marginados, y más aún cuando han sido detenidos para marcar su condición delincuencial, se convierten en el punto de convergencia de los riesgos y temores de los otros grupos. Por un proceso de contrastes, son ellos los que sirven de referente para que aparezcan los buenos, sanos y honorables de la comunidad. Ellos, los de las comunidades marginales y los marginados en el CAI, constituyen el grupo de los extraños erradicados de sus espacios desde donde irritan, agreden, transgreden de tal manera que los otros se sientan invadidos. Lo delincuencial urbano, que se expresa en los robos, asaltos, tráfico de drogas, prostitución callejera, no constituye

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otra cosa que la invasión de los marginados en el mundo de los otros quizás con el propósito de eclipsar las líneas que separan los grupos sociales, de los otros ciudadanos de bien. Ellos serían el otro de los otros, la cara oscura de la brillantez, el lado malo de las virtudes personales y sociales. Trabajar, sí puede servir, para algunos, sí les puede servir, pero a otros les gusta la vida mala, quieren seguir haciendo lo mismo. Algunos quieren cambiar algunos no. Algunos de pequeños ya son criados en la calle de la maldad, de la violencia. Se trata, pues, de un problema de identidades una de cuyas expresiones más conflictivas representa precisamente las actitudes infractoras en la medida en que están destinadas a herir los órdenes de los otros, sus sistemas lingüísticos de seguridad, las estrategias de protección para que aparezca la debilidad y la inseguridad como hechos, como actuaciones que se multiplican y que se repiten una y otra vez produciendo una suerte de fragmentación en ese sistema que siempre ha pretendido ser sólido, incuestionable e inquebrantable. Esas muchachas y esos chicos, crecidos antes de tiempo, a ratos quizás ya envejecidos, sobre todo lingüísticamente, constituyen una suerte de telón de fondo que serviría de contraste de aquel otro sistema armado con toda clase de certezas y de bondades. Esa especie de mal social, cultural, temporal, estaría destinado a producir la fragmentación e inconsistencia social, a evidenciarla de tal manera que no quepa duda alguna de que las antiguas certezas no constituyen más que un puñado de palabras ya vaciadas de sentido a causa de la misma licuefacción dada en el corazón de las certezas sociales.

Vásquez Rocca, Adolfo, Revista Almiar, Nº 3, febrero-marzo, 2008, Universidad Complutense, Madrid.

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1 Este inmenso grupo de jóvenes que se encontraron de buenas a primeras con el mal-social no hace otra cosa que sostener y acrecentar un social que le precede y del que debe necesariamente dar cuenta porque, quizás en la mayoría de los casos, no existe ninguna otra alternativa. Claro, haces otras cosas. No eres tú, no soy yo, soy otro. Y no por las drogas porque yo no me drogo para hacer algo. Uno es bueno y sano, es sencillo. Uno cuando va a probar es sencillo, y ya te da la loquera cuando estás en el acto, con adrenalina. Ellos, los de las pobrezas múltiples, inclasificables, los de las carencias de lenguajes y de cosas necesarias para vivir con los otros. Ellos constituyen la parte superflua de la economía significante de los otros, de las organizaciones públicas, de los discursos del poder, de las prédicas irreparables sobre la igualdad y la libertad. Las rebabas de las políticas públicas y privadas, de los megarelatos de igualdad lanzados a la economía de los lenguajes desde que, por primera y única vez, apareció la culpa por las desigualdades. Desde entonces, se pretendió dormir en paz, porque dios había hecho a ricos y pobres para su gloria y bendición. A los unos se les dio el reino de la tierra, el único verdadero. A los otros, los pobres, el del cielo del que nadie sabe absolutamente nada. Ellos son los excedentes de los pactos con el diablo que se hacen para sostener los regímenes de poder y de abundancia. Por eso, para estos chicos y muchachas crecidos de

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manera violenta gracias al perenne y vivificante abono de las privaciones crónicas, cuando se aprende a caminar, se aprende a ir más allá de todo límite. Yo soy adulto, acá todos somos ya adultos, algún tiempo yo fui el único menor, pero aquí nadie es menor. Ellos no viven en crisis. Son la crisis de los otros, sus representantes, parte de los órdenes significantes de los desórdenes que vive la sociedad de los que poseen los capitales, los bienes de producción, el dinero, de esos otros dueños absolutos de toda moralidad. Los habitantes de la pobreza constituyen la parte sucia necesaria, indispensable para que los del poder pongan las miradas y los recursos en la crisis de los que padecen de fobia a la pobreza. Los indicadores de esta crisis se encontrarán en los pobres y desposeídos que incrementarán tanto sus carencias como su alejamiento de ese mundo cada vez más inaccesible. Para Cristina Jiménez,14 los períodos de crisis económica y política suelen tomar tintes apocalípticos y no logran disimular su ambigüedad y ese matiz de autoreferencia de los actores que jamás se involucran como causantes directos de esas crisis, porque en ello va su prestigio y su poder. La crisis, por otra parte, no es ni puede ser unívoca ni sus repercusiones son las mismas para todos, en especial para quienes se hallan perennemente marginados de las construcciones de poder y de los beneficios de las abundancias.

Jiménez Cristina, Delincuencia juvenil y control social. Una aproximación crítica desde los discursos del Derecho y de los mecanismos de inclusión social. Universidad de Tucumán, 2010.

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Si se puede “medir” la crisis por indicadores tales como el empeoramiento en las condiciones generales de vida (desocupación, conflictos sociales, etc.), o por el imperio de la anomia (incremento de conductas transgresoras y delitos), no hay duda de que uno de los aspectos que implica la noción de crisis, a saber la presencia de una perturbación, se cumple y en demasía. Respecto a las causas, la naturaleza y la perspectiva evolutiva de esta crisis es materia de debate en lo que hace a su comprensión, y de actos y conductas para las instituciones y sujetos sociales según sean sus intereses. Cuando los intereses tienen que ver con la sobrevivencia, los efectos de las crisis carecen de elementos de ponderación que no se refieran de manera directa a la vida cotidiana que es presente puro que se prolonga en un futuro absolutamente inmediato. Ello determina que se viva una suerte de anomia generalizada que, en verdad, cuando se trata de estos grupos marginados desde siempre, no señalaría sino su incremento. Solamente soy yo, de plano. Mi papá nos dejó solos, mi mamá era el sustento de la familia, solamente ella, entonces por problemas económicos me salí de la casa y de la escuela para ponerme a ayudarle a mi mamá, trabajando, vendiendo así algo, unas frutas. Entonces, con la plata que ganaba le ayudaba a mi mamá. No se trata de una ayuda cualquiera sino de una condición necesaria para asegurar, quizás en su mínima expresión, la sobrevivencia que no es otra cosa que los intentos que los sujetos, las familias, las pequeñas y grandes comunidades, realizan a diario para ahuyentar la muerte. Fuera de estos lugares, la sobrevivencia carece de

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significación, hasta se diluye en posiciones metafísicas que hablan del cuerpo casi como de una entelequia, cuerpos imaginarios, volátiles, y del cuerpo real bien asegurado con mucho pan todos los días, esos días de los que han sido expulsados, de una vez por todas, los fantasmas del hambre e incluso el de la muerte. El cuerpo de la pobreza y de la marginación es demasiado real en la vida cotidiana, en esa categoría de normalidad construida para asegurar una moral uniforme que gobierne, legisle y castigue. A ninguna ética se le ocurre diferenciar la existencia de la pobreza para juzgar sobre ella desde ella misma, porque todos los sujetos, del lugar que fuesen, son iguales ante la ley, los derechos, el Estado. Ninguna ética entenderá que el ciudadano de las carencias no es el mismo que el de las abundancias. Los dos no poseen la misma ciudadanía. Igual que las riquezas, las pobrezas son múltiples, no solo en sus objetos, sino en sus formas de experimentar y vivir. Abanicos interminables de nominaciones, pero sobre todo de vivencias, de experiencias que tienen que ver con la vida cotidiana, con el amanecer y el anochecer, series de días que se prolongan indefinidamente, sin horizonte. Y la pobreza de la sobrevivencia que se concentra en los intersticios de la vida y de la muerte, en el hecho físico, demasiado real, de tener algo para comer hoy, dejando el mañana perennemente expuesto a la incertidumbre. En el cuerpo de la pobreza, en el de la sobrevivencia, existe un exceso de lo real y, en contrapartida, un déficit geométricamente proporcional de disminución de lo simbólico y de lo mágico. Ese cuerpo que nunca aparecerá en las estadísticas vitales del orden que fuesen, que tampoco aparecerá en las

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1 estadísticas de los usos y abusos de drogas porque ahí se pretende tratar a todos por igual. En este campo como en otros similares, impera una camuflada fobia a la diferencia. Los Centros de Adolescentes Infractores (CAI), desde la ley, son para todos los adolescentes infractores. Pero no existirían si no fuesen únicamente para los chicos y muchachas de los barrios de la pobreza, llamados también barrios bajos en la arquitectura simbólica de las ciudades y de las economías que determina con claridad los espacios para cada uno de los grupos sociales cuya clasificación se sostiene en el orden de las pertenencias. Los de arriba y los de abajo. Ricos y pobres separados por espacios inconfundibles, espacios físicos, casas, calles, tiendas, comidas, la tienda de barrio, la del fío diario, el megamercado, el de las tarjetas de crédito. El mundo de comedia del “piense y hágase rico”, y el otro descifrado como: robo, estafa, asaltar para beber, fumar, comprar, vivir, sobrevivir. Posiblemente no sean mundos opuestos, tampoco contradictorios. Entre uno y otro hay una continuidad significante, una continuidad de exigencia lógica y existencial.

Porque allí el cuerpo es real, quizás demasiado real, no hay lugar para las hipocondrías histéricas ni para las anorexias suicidas, sino, a lo más, para los actos puros que deambulan sueltos entre los extremos que se juntan con una especial facilidad, como el dar la vida y el dar la muerte. Realidades no necesariamente opuestas, sino sucedáneas, fácticas, casi naturales, pues pertenecen a una lógica particularmente propia, personal. Cuerpos hechos a la medida de los sones de la pobreza, de la violencia, de las cadencias de ternuras que no se encapsulan, que circulan entre los sentidos de propiedad del cuerpo del otro, de su erótica a ratos absolutamente intransferible. El otro puede aparecer como un rival al que se debe alejar y del que es necesario estar siempre alerta. Espacios en los que se da cuenta de la existencia individual y colectiva, como un campo, en términos de Bourdieu, espacio social de acción, de presentación. En el barrio o la calle, todo queda influenciado por aquello que hace la marginalidad y que tiene por objetivo conseguir esas pequeñas ganancias significadas en los intercambios de los sujetos entre sí. Estos intercambios sirven para identificarse ante otros campos y diferenciarse. Espacios geográficos, por lo mismo, y culturales.

Solo después de la muerte, luego de haber padecido el hambre, la desnudez, la enfermedad, los pobres pueden ascender al cielo. Para los otros, el cielo está acá y se lo compra al contado o, lo que es más fácil, a crédito con fáciles cuotas mensuales.

Existen códigos propios, explícitos e implícitos destinados a la creación y al sostenimiento de identidades. Quizás sean los lenguajes utilizados, las metáforas elaboradas, las palabras con sus sentidos crípticos para los extraños.

Puesto que sospechan que en todo esto debe existir algún nivel de farsa, ellos se hunden en los usos compulsivos y a veces hasta extremos de alcohol y de drogas baratos, desechados, falsificados.

La erótica de la tecnocumbia que se mezcla con todo lo que llega y que ahí se bautiza siempre con nombres particulares, mezclas bizarras de estéticas y violencias, de ajenidad de todo y de adueñamiento de

espacios físicos, pero también de los espacios corporales tanto como de las vidas que podrían terminar siendo anuladas en el anonimato. Geografía erótica que produce el sentido de propiedad del cuerpo del otro que puede llegar a ser absolutamente real, fáctico, no negociable. El mío, la mía para designar la propiedad absoluta sobre él o ella. Allí cualquier bien, del orden que fuese, puede transformarse en objeto de posesión y de disputa. Él la pega porque es su mujer, y si ella está borracha y él drogado, entonces se sienten en otro mundo y ahí se pegan, se hieren. Y si alguien quiere acercarse a ella, entonces, él puede pelear y hasta matar. Los sentidos de pertenencias podrían llegar a ser absolutos hasta el punto de que los sujetos se conviertan en objetos transitivos, mercadeados, tomados y dejados. Los hombres llegan, y a las mujeres les “toca” en suerte, como en una ruleta que no cesa de girar. Le toca un hombre malo o uno bueno. Pero la ruleta seguirá girando y, aunque cambie de hombre o de mujer, será la misma ruleta de la suerte la que decida. Tan solo se trata de un compromiso del sujeto con la ruleta previamente cargada por los tiempos de las pobrezas físicas y simbólicas. La mujer que viene acá a visitarme tiene un bebé de su primer compromiso de un hombre que era bien drogado y que la pegaba. Él se iba a bailar y la dejaba botada. Y ahora el hombre que tiene de otro compromiso también

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tiene la misma adicción, pero él la deja consumir también a ella. De los dos hombres, el primero estaba abaleado de nueve tiros que le pegaron y gracias a Dios vivió. Y el otro está en la peni por secuestro exprés, como ella. Porque todos ellos han viajado hacia el mundo del hampa, como quien dice, y han andado haciendo sus cosas. El cuerpo-arnero, perforado por las balas, da cuenta de la dimensión social (también política), de los sujetos, de esa anatomía política de la que hablaba Foucault 15 y que se podría aplicar a las dimensiones del sujeto percibidas desde los lugares en los que vive, domina, delinque o paga las condenas. Cuerpo-tiempo de diferencias no tan radicales como parecería en un primer momento puesto que se da cierta continuidad lógica. Cuerpo-verdad que sirve de testimonio de esas existencias eminentemente precarias. Por lo mismo, también cuerpo de una cultura propia, específica y delimitada que funciona no al arbitrio sino bajo sus propias normas. Entendiendo la cultura como una dimensión a la que es imprescindible acceder para tener historia. Entender la cultura, en palabras de Vich16 como “Un tejido simbólico y una dimensión afectiva y práctica que, junto con las formas económicas, configura nuestra vida social a partir de la estructuración de relaciones materiales y pulsiones imaginarias (...) La cultura, cualquiera que sea, da forma al sujeto y funda en él una epistemología desde donde interpretará el mundo”.

Foucault, Michel, Los anormales. Fondo de Cultura Económica, México, 2000. Vich, Víctor, Sobre cultura, heterogeneidad, diferencia, Estudios Culturales: Discursos, poderes, pulsiones. Eds. Santiago López Maguiña et al. Lima, Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú, 2001.

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1 No se podría, pues, hablar de un mundo líquido e inconsistente únicamente cuando se trata del consumismo, de los megamercados, del imperio de las cosas sobre las subjetividades. Es preciso mirar lo que acontece en los países del tercer mundo en el que las carencias, a veces abismales, se oponen a la exuberancia de los bienaventurados de este mundo. La cita es de Adolfo Vásquez.17 Es el jazz, el rock, el sudor de las masas. Contra las artes del cuerpo, los custodios de la vida sana hacen del objeto la prueba del delito. La “mercancía”, el objeto malo de Melanie Klein aplicado a la economía política, es la extensión del cuerpo excesivo. Los placeres objetables se interpretan como muestra de primitivismo y vulgaridad masificada. Se puede legítimamente jugar con la polisemia del concepto de liquidez a propósito de Bauman. Para el autor, las identidades se reciclan de manera permanente a causa del consumismo que se ha apoderado de las nuevas generaciones. Identidades espumosas, como un buen champagne, ondulantes como los andares de los cuerpos seguros de sí mismos, que han ahuyentado a la muerte tan lejos que ya nunca aparece. Las vidas caminan, se exaltan, se abisman, se olvidan porque hay liquidez en el banco de las cosas y también en el de las seguridades bancarias. La liquidez representa la gran metáfora que da cuenta de las seguridades de los Estados, de los grupos de poder, de todos quienes se han propuesto dormir en paz porque la liquidez se encarga de alejar, lo más lejos posible, el fantasma de la muerte. Al otro lado, apenas separada por una calle, el puente, liquidez adquiere otros sentidos, se torna real, fáctica, pues responde

al hecho de la licuefacción de la existencia que se aferra con las uñas a los sobrantes de la esperanza.

ubicarse en otros, quizás incluso en los lenguajes de la enemiga.

Mientras una parte de la comunidad puede aparecer irreal, mágica y deslumbrante, la del otro lado se muestra en su fragilidad atávica que crece y se potencializa en la medida en la que no pueden cerrar las puertas al comercio, a la imposición de las posesiones, a los flujos de los placeres. No importa que parezcan imposibles, irrealizables, la verdad es que entran para marcar los contrastes y para señalar los imposibles.

Tú ya no tienes entrada acá a la casa, me han dicho todos. Mi mamá me salió tan puerca para decirme así que no soy ya hijo suyo. No pensé que diría eso. Ella no toma, no sé por qué me dice esas cosas. Mi tía me conversa que mi abuelita ya se ha muerto, yo que quiero ir a verla, y no me dejaron verla.

Para las nuevas generaciones de la marginalidad, la sobrevivencia no puede quedarse como tal, no puede autoreferenciarse a través de una pobreza autofágica. Para ninguno de ellos se trataría de fuego de bengalas ni es un disfraz para las comparsas carnavalescas. Las cosas son hechos reales, de condiciones absolutamente fácticas que se adquieren, con dinero real, en el supermercado de las cosas. Es más, incluso las pertenencias originales, aquellas que, de suyo y por la cultura parecían inamovibles, seguras, se convierten en volátiles, en líquidas. Están en un momento dado, luego desaparecen porque se han convertido no solo en circunstanciales sino en condicionadas. Ahí, en la casa de la precariedad, ya no existe certeza alguna, ni en lo más elemental, si se quiere, que corresponde a la maternidad y a la filiación. Todo se vuelve circunstancial y condicionado por el paso de los sentidos que dan las actitudes y las acciones. Hasta hoy, ella es mamá reconocible y nominable. Desde mañana las cosas serán diferentes porque ella se habrá retirado de los lenguajes de la maternidad para

Bauman habla de desechos humanos cuando se refiere a los desempleados que para las ciudades tercermundistas podrían ser considerados como gente superflua, excluida, fuera de juego. Se trata de los juegos de lenguaje que construyen las normas sociales, el uso, las buenas costumbres, la educación. Wittgenstein 18 diría que los habitantes de la marginalidad social se hallan marginados de los juegos de lenguaje de los otros. Los suyos no les pertenecen porque ellos hablan los lenguajes de la violencia, del crimen, de la sospecha, porque sus juegos de lenguaje podría ser (quizás lo son de hecho) totalmente diferentes e incluso opuestos. La pobreza es el lenguaje que hablan los desposeídos, los violentados por las carencias, los segregados a los espacios vacíos de sentidos humanos. El neoliberalismo impuso un lenguaje, el del mercado, este lenguaje no aprendieron a hablar los pobres, ya inventados desde siempre y sacralizados cuando, a cambio de las carencias extremas, se les ofreció un lugar particular en la corte del reino de los cielos. Cuando se habla de la pobreza, desaparece toda simplicidad y linealidad para 18

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Vásquez, Adolfo, Modernidad líquida y fragilidad humana: de Zygmunt Bauman a Sloterdijk, Nómadas, Revista de Ciencias Sociales y Jurídicas, Nº 19, Universidad de Valparaíso, pág. 3, 2008.

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dar lugar a una de las realidades más complejas de las sociedades. Siempre aparece unida de forma inevitable con series interminables de injusticias múltiples, con postergaciones y limitaciones de todo orden. Dejar de lado la idea de los malos ejemplos. O los ejemplos de los malos. Linealidad simple destinada a que la sociedad del poder se ahorre el tiempo de las reflexiones necesarias para entender la complejidad de la vida en sí y más aún esa complejidad vestida con el sayo de simplicidad que caracteriza a la tradición de la pobreza abarcativa, atávica, de los pueblos. No es la simplicidad la que supone que una niña no sea capaz de ver lo que a diario hace el papá para sobrevivir: robar, estafar, asaltar, vender drogas, usarlas, convertir la verdad en mentira y la mentira en verdad. Metamorfosis heroica llamada a sostener el andamio de la existencia Como si los niños naciesen, generación tras generación en el mundo mágico, del bien, del que luego son erradicados por los otros. ¿Cómo serán los mundos del bien y del mal, radicales, absolutos, puros? Todo pasa desde que una es niña. Aunque yo sí tuve una mamá y un papi que me corrigieron. Y mi papi me decía: aunque veas que yo haga eso, tú no tienes que mirar lo que yo haga para no consumir ni alcohol ni drogas. Porque es por pura casualidad de la vida que me hayan cogido. Yo tengo mi hijo que tiene un añito y tres meses, y estaba separada de mi marido y vivía en un cuarto. Y yo le fui a prestar una plata a una amiga que me estaba esperando en la calle. Y le dije: me vas

Wittgenstein sostiene que el significado de las palabras se halla en relación con su uso que a su vez, depende de las formas de vida de los hablantes. En consecuencia, los sujetos de la exclusión hablan lenguajes diferentes de los sujetos excluyentes. Esta diferencia podría llegar a ser casi absoluta. Por otra parte, podría entenderse esta diferencia lingüística como la fuente primordial de las violencias sociales.

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a prestar. Me dijo: ahorita no tengo. Ella estaba con otras dos, las tres estaban borrachas, habían salido del bar El Azúcar. Entonces me dice, vamos a tomar con un amigo, hay un señor que tiene plata, harta plata, y quiere desocuparse contigo. La historia, despojada de lo que la hace, se convierte en anécdota. Cuando desaparecen los sentidos de pertenencia a los órdenes otros en los que los sujetos valen por sí mismos, cuando el tiempo se reduce a darle la cara a la sobrevivencia para esconderse de la muerte. Cuando los sujetos se han reducido a ser repetición inquebrantable de pasados sin memoria. Entonces, ya no tiene importancia lo que acontecerá con esa historia mítica de que fue engañada y de que nada tuvo que ver con el robo o la venta de drogas o el asesinato. Ahí todo es aparentemente igual porque la narración se centra en lo que se debe contar al otro de la justicia, mientras queda en vela el de la narración y el de los acontecimientos cuyos orígenes se remontan a un pasado sin comienzo. En esos casos, nada más cierto que afirmar que todo depende del hogar del que se procede. A ratos, la pobreza se mira a sí misma para ignorarse a sí misma cuando sabe que hay otro abajo y encima: los más pobres entre menos pobres: los pobres de arriba y los de abajo. División, sin embargo, necesaria porque salva a los imaginarios de hundirse en el abismo de la impotencia. Es la historia sin fin que seguirá repitiéndose más allá de cualquier consideración mesiánica, mientras persistan los sistemas de inequidad. En estos espacios sociales, se podría aceptar que la repetición se convierte en tabla de salvación. De lo contrario, cada

adolescente, por ejemplo, se consideraría a sí mismo, el inventor del mal.

Porque yo veo a los niños chiquitos que andan comprando, y cuando los ves, ya te ha comparado a ti mismo, ¿me entiendes? Los amigos de tu hermano chiquito que se han criado con tus hermanos, a los que tú les has visto jugando y a los que les has dado cosas para que dizque se entretengan y no anden pensando cosas malas, ellos son a los que tú ves que ya andan comprándote droga. Yo no les vendo, yo les meto una paliza.

Todo depende de su hogar, como las traten en su hogar. Si en el hogar las tratan como sea, entonces nosotras nos vamos criando con eso. Mi mamá fuma, mi papá fuma, mi hermana toma, entonces, ¿por qué yo no lo voy a hacer? Entonces nos vamos criando con todo eso.

El psicoanálisis habla de la compulsión a la repetición. Un concepto que abre el camino a la comprensión de la pulsión de muerte que anida en la existencia de cada sujeto. Representa, en palabras de Chemama,19 esa suerte de los libretos repetitivos de los que a veces se ven prisioneros los sujetos y de los que, como estos adolescentes, no pueden salir. No son ellos los que asumen el texto, sino que es este el que se impone por sí mismo porque cada nueva generación nace ahí como un acto de pertenencia casi absoluta. Posiblemente todo dé igual en esa cadena de repeticiones y en la batahola de actuaciones en las que se hallan atrapados desde antes del nacimiento, desde los tiempos míticos en los que apareció el primer pobre en cada ciudad. Nadie puede responder, después del mito de la creación edénica, cuándo Dios creó al primer pobre, obra perfecta para los desconciertos de la ciencia y de la verdad. Todos los malabarismos teóricos se quiebran cuando los niños de la pobreza nacen demasiado grandes como para dedicarse a los juegos infantiles. Los senderos abiertos para ellos son otros y los caminarán, quizás, paso a paso, irremediablemente.

Lo cierto es que las palizas son más antiguas que la pobreza. Seguramente por ello no surten efecto alguno en el orden del bien y de la virtud. Porque la paliza ha sido siempre nada más que un disfraz del bien y de la bondad. Las agresiones, del orden que fuesen, solo dicen que el cielo de los bienestares es una utopía. Son importantes los trabajos destinados a marcar las líneas de la pobreza en relación a los ingresos mínimos para cubrir la canasta mínima vital. Los hogares pobres son aquellos cuyos ingresos no alcanzan para satisfacer las necesidades básicas de sus miembros. Según Peter Townsend, el más conocido de los investigadores relacionados con la pobreza “relativa”, indica que la definición de este tipo de pobreza es “cualquier conceptualización rigurosa de la determinación social de las necesidades disuelve la idea de las necesidades absolutas que ellas están constantemente adaptándose a los cambios que se producen en la sociedad y que, en consecuencia, ellas son relativas a un tiempo y a un lugar concreto”.

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Chemama, Roland, Diccionario del psicoanálisis, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2002

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El autor considera que los sujetos y las familias viven en pobreza cuando no poseen los recursos para satisfacer la comida diaria y las comodidades que se acostumbran y que son promovidas por la sociedad, participar en las actividades sociales y familiares. Existen, por cierto, muchos niveles de la pobreza que es necesario reconocer. Vale la pena citar a Townsend:20

El estudio de la pobreza no se ha desarrollado teóricamente en este siglo. Un error ha sido reducir la mirada a la eficiencia física y suponer que ésta puede divorciarse del bienestar sicológico y de la organización y estructura de la sociedad. Otro error fue hacer una lista de satisfactores básicos, traducirlos en un cierto nivel de ingreso [requerido], y llamarle a esto subsistencia. Todos los estudiosos de la pobreza han tendido a escribir como si sus estándares de subsistencia consistieran en una lista de satisfactores absolutos que pudieran aplicarse en cualquier tiempo y lugar. La pobreza es un concepto dinámico, no estático.

La pobreza es la suma de las experiencias de las carencias múltiples, multifacéticas que hace la vida cotidiana y las expectativas para el futuro. En la pobreza, el futuro es siempre corto, con frecuencia, a veces tan solo mañana, cuando no es el pasado convertido en presente y futuro, desde el principio de la repetición que no cesa de actuar. La pobreza es una compulsión que no cesa de repetirse. Prosigue el texto de Townsend:

Townsend, Peter, La conceptualización de la pobreza. En revista de comercio exterior, vol. 53, núm. 5. México,1993.

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El hombre no es un Robinson Crusoe que vive en una isla desierta. Es un animal social envuelto en una red de relaciones—en el trabajo, la familia y la comunidad— que ejerce presiones complejas y cambiantes a las que debe responder, tanto en su consumo de bienes y servicios como en cualquier otro aspecto de su conducta. Y no hay una lista de los satisfactores necesarios absolutos de la vida para mantener la eficiencia física o la salud que se aplique en cualquier tiempo y en cualquier sociedad.

Cuando sales de aquí: hola amigo, pana, llave, como te dicen volteando. Tómate una cerveza, fúmate un grifo. Tómate un mango, siéntate, ya saliste de la peni y vamos a celebrarlo, mande a ver. Son así en los barrios marginales. Porque las chicas que están aquí me han contado eso es en todas sus casas. Apenas uno está llegando, hay harto humo. Están los pandilleros en las calles, están fumando, están drogándose. Son los barrios marginales en los que, por las drogas, hasta han llegado a matarse.

Ese mundo de las privaciones se caracteriza por una repetición convertida en un molinillo que tritura el presente igual que el futuro, las esperanzas de la misma forma como la vida cotidiana.

El barrio es el territorio marcado, tatuado, para que no pueda anularse ni esconderse ni ser ignorado. Se trata de una territorialidad eminentemente ética pues se halla circunscrita mediante creencias, actitudes, valores, mitos y justicias.

Sujetos triturados, los de las carencias. ¿Cómo no pensar que la violencia les pertenece como la humedad al agua y la ceniza al fuego? Ahí se dan círculos cerrados sobre sí mismos. Las salidas a los otros mundos no son para visitarlos sino para actuar la pobreza y las carencias. También para actuar las frustraciones ancestrales convertidas en sumatorias de generaciones hambrientas, enfermas, muertas en la miseria. Los circuitos de las relaciones son cortos. Se hallan, además, en perenne cortocircuito: esa es la violencia oculta, callada, pero siempre dispuesta a estallar. Cuando se sale del CAI, se vuelve al mismo sitio porque tan solo se ha tratado de un paréntesis entre muchos otros que no alterará lo dejado y lo que se retoma.

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sobre un área geográfica.21 En consecuencia, no es dable pensar que de la detención chicas y muchachos puedan arribar a otros mundos, quizás a esos que se han dibujado en las mentes de quienes juzgan posibles los cambios desde las palabras y las promesas. La pobreza debería ser definida quizás como la sumatoria de todas las violencias posibles infligidas a las familias, a los sujetos y a las comunidades. Es la violencia personificada cuya redención, a veces, se la busca en un plus de violencia. El hallazgo no será otra cosa que más violencia.

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Mi casa era la de la violencia. Yo veía que mi papá salía y tomaba, y me tocaba estarle llevando desde chamito. Mi papá tiene como un trastorno del celo: y con quién chucha estás, y tal y cual, y veía que le pegaba a mi mamá y yo no podía hacer nada. Hasta que un día fui creciendo, y ya tuve once años, y le dije a mi mamá espera no más, y yo esperaba a que llegue, y él comenzaba a pegarle a mi mamá, yo le cogí a mi papá y le empujé, y le dije: ya nunca más le va a pegar así, y quiso pegarme, y yo le dije a mi no me va a pegar, alzó el palo de la escoba y me pegó, yo le empujé, no sé de dónde saqué fuerzas y le lancé a la cama, entonces, hicimos la maleta y nos fuimos dejándole.

El barrio también influye, porque si vives en un barrio donde la delincuencia es a diario, obviamente que tarde o temprano voy a caer en las garras de la delincuencia, en mi caso influyó porque yo vivía rodeado de ladrones, más allá vendían droga, o sea era un barrio pésimo y hablaban mal del barrio, estar en el barrio era como estar en la calle mismo, en el mismo barrio no me sentía seguro porque las personas a uno lo analizan y creen que uno anda bien pero anda mal ya pues, en el barrio hay peleas, hasta bala, es que se ven muchas cosas. La pobreza y la marginalidad constituyen territorialidades del poder, pues ahí se controla a las personas, los fenómenos y las relaciones, delimitando y ejerciendo un control

Dematteis y Governa, Territorio y Territorialidad en el desarrollo local. La contribución del Modelo Slot. Boletín de la A.G.E. N° 39, 31-58. (2005)

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a sociedad se ve en la necesidad de protegerse ante las arremetidas reales e imaginas del mal actuado por estos chicos y muchachas que, probablemente, no saben hacer otra cosa con sus fantasías y deseos. Sus mundos cerrados por los márgenes que establecen las condiciones económicas y culturales no son capaces de contenerlos porque, con seguridad, no están hechos para ello sino tan solo para marcarlos. Desde los imaginarios de los otros, los habitantes de los barrios pobres deberían enclaustrarse por sí solos, deberían construir sus propias murallas de segregación y no invadir los territorios de los sanos, buenos, honorables. La pobreza, la organización delincuencial, las series de posicionamientos culturales que directa e indirectamente se oponen a los ritos y lenguajes de los otros ya constituyen de hecho un muro destinado, probablemente, más que a segregar desde fuera, a construir identidades internas. Sin esta identidad, los sujetos, los cuerpos, los lenguajes, las prácticas sociales se perderían en actos informes.

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Por otra parte, los del otro bando, que podría calificarse como el de los buenos, honorables y sobre todo normales, explican la violencia social como una falta de actividades claras, permanentes y eficaces de control de las instituciones públicas sobre los habitantes de los sectores de la segregación. Por lo mismo, la seguridad ciudadana deriva de la implementactión de un buen sistema social regulador y punitivo que limite la violencia a que se torne autofágica, que levante muros policiales y construya suficientes cárceles que alberguen a todos estos muchachos y chicas malhechores. Y también que separe los barrios de la pobreza con muros inviolables capaces de crear ciudades seguras en la estrictez absoluta de los términos.

La Extradicción Territorial

En respuesta a la queja de los otros, los buenos, que segregan al resto de grupos, las instituciones han creado un sistema de control en el que todo aquel que se considera fuera de la norma y presenta un peligro de ataque para ella, es encerrado tras aquel muro que separa y protege. De este modo, en los Centros de Adolescentes Infractores, a septiembre de 2010, se encuentran alrededor de 500 adolescentes que incluyen a quienes se los ha reconocido como culpables, también están aquellos de los que las autoridades no se tiene seguridad de su culpabilidad, pero se los encierra, nuevamente, por seguridad del grupo de los otros. También están aquellos que esperan ser juzgados.

La sociedad de la ira Se sostiene que todos los ciudadanos poseen derecho a la ciudad, es decir, a salir de sus casas, recorrer las calles, visitar los lugares que deseen con la total seguridad de que lo harán en paz y sin el temor de ser violentados, asaltados, heridos. Las preguntas se suceden unas a otras. ¿Será posible que se relacionen en armonía los principios que aseguran la convivencia social, las gestiones públicas de las autoridades y las diferencias ciudadanas? ¿Puede la forma urbana influir en la percepción y victimización de la delincuencia? En general, las actitudes ante la violencia social derivarán de los modos sociológicos, antropológicos y filosóficos de entender el mundo contemporáneo. Las segregaciones y violencias no son fenómenos naturales. Por el contrario, son el producto social y no derivado propio de la denominada naturaleza humana. Por lo mismo, para dominarla y eliminarla no existiría otro método más eficaz que la represión, en cualquiera de sus innumerables formas y estrategias.

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Nos pegan durísimo. Yo cuando me fugué me hicieron notas acá adentro, me hicieron, hasta ahora no me olvido lo que me hizo ese policía, me botaron gas, me botaron agua y ahí mismo me pegaron, y eso arde feísimo, es una desesperación. El pensamiento social y político más evolucionado sostiene que con el aumento de la racionalización de la vida social, para unos, o con una distribución equitativa de los bienes materiales, para otros, la violencia tendería paulatinamente a reducirse, desapareciendo como problema social relevante.22 La violencia, en sus múltiples manifestaciones, ha llegado a formar parte de la preocupación de los ciudadanos comunes hasta el punto de que ya se han integrado a las agendas políticas de las autoridades nacionales y locales. De hecho, las investigaciones de opinión pública realizadas en las ciudades del país dan cuenta de un sentimiento colectivo de inseguridad y hasta de miedo. Las noticias de crímenes de todo orden constituyen parte de la vida cotidiana. Algo más, parecería que han aparecido formas cada vez más crueles de violencia en las que se hallan involucrados adolescentes y jóvenes, chicos y muchachas. No se puede pasar por alto que la globalización y también el neoliberalismo han creado cambios sociales, culturales y económicos y nuevas formas de violencia social. En efecto, cuanto más crecen las barreras económicas y sociales, cuanto menos accesibles son los bienes y servicios, la violencia se convierte fácilmente en

la reacción primera sostenida en lógicas evidentemente consistentes. Para Wieviorka,23 no se daría una relación directa entre la imposición del neoliberalismo y la violencia que se inscribiría en los procesos de fragmentación cultural provocados por la mundialización de las propuestas neoliberales. De hecho, dice el autor, la difusión de los bienes culturales (programas televisivos, diversiones, películas, etc.), no produce homogeneización, sino que, en muchos casos, produce retroalimentaciones identitarias, tanto comunitarias como nacionalistas. La violencia es vista, entonces, como un acto con voluntad defensiva, e incluso contraofensiva, de grupos deseosos de afirmar sus identidades culturales. Pero, ¿qué decir de las desigualdades que se producen cuando las ofertas se expresan en los megamercados de las cosas y de los placeres y esa oferta se universaliza sin distingo alguno? Se podría afirmar que la violencia, aquella de los grupos sociales que llegan a los centros de protección de adolescentes, es una de las formas, quizás la más privilegiada, de un sistema de frustraciones que los invade desde hace generaciones.

En nuestro barrio, desde chiquitas las niñas ayudan a su mamá, por ejemplo, yo le decía que trabajaba o que estaba vendiendo, y así ayudaba a mi mamá, mi trabajo era vender, ya sabes qué. No se puede cerrar los ojos ante el hecho de que el megadesarrollo de los unos incrementa la pauperización de los otros. El supermercado de las cosas y de los placeres es un insulto a la humilde tienda de barrio que se sostiene en la carencia generalizada de sus vecinos. Entonces aparecen las culturas de control social como mecanismos para recuperar el orden, para someter las diferencias y también otras clases de desórdenes La sociedad actual, con su desarrollo, ha generado nuevas conductas delictivas que han invadido todos los espacios sociales y que ya no distinguen a sus víctimas si son mayores, ancianas, o niños. Los objetivos de la violencia cada vez hacen menos distingos lo que, posiblemente, la vuelva más cruel que antes. Pues claro que robaban desde pequeños, niñas y niños, ahí en la calle, cuando robaba, ella conoció a ese señor, y así se hizo de ese hombre. Hay unos chicos que tienen su trabajo, tienen su negocito, hay otros que hacen sus cachuelitos24 no más, es decir, se ganan el día con cualquier cosita, y así sobreviven, pero no es suficiente para mantener.

La frustración nace de la imposibilidad de lograr lo deseado. Cuando el objeto de deseo tiene que ver con objetos destinados a las satisfacciones básicas, la frustración puede convertirse en violencia contra los otros e inclusive contra sí mismo. Ya no se trata, entonces, de esa frustración que forma parte de la existencia del sujeto y que da cuenta de la imposibilidad real y lingüística de lograr la realización de todo deseo. 24

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Adorno, S. A violência na sociedade brasileira: um painel inconcluso em uma democracia não consolidada en rev. “Sociedade e Estado: violência”, Departamento de Sociología de Universidade de Brasilia, Brasilia, julho/ dezembro, Vol. X, No. 2: 299-342, 1995. Wieviorka, M. (1997) O novo paradigma da violência en rev. Tempo Social, Departamento de Sociologia, FFLCH-USP, São Paulo, Vol. 9- No. 1, Mayo: 5-41.

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Como reacción, se ha producido una suerte de consenso contra todo tipo de violencia hasta el punto, que han obligado a que los Estados reaccionen frente a ellas. Se ha creado una suerte de cultura de control social cuyo objetivo primordial es la recuperación del orden y de la seguridad ciudadana. Los costos sociales, psicológicos, morales y económicos de la violencia son incalculables. Existen daños materiales que podrían ser objeto de cálculo. Pero existen infinitos daños morales que pertenecen a la subjetividad y que rebasan toda posibilidad de medición. Miles de vidas desperdiciadas, vidas de niños, de adolescentes y de adultos de todas las edades. Hay un país que se desangra.25 Fernando Carrión26 asegura que, por desgracia, el país no cuenta con estudios suficientes que den cuenta de los costos económicos reales de la violencia, aunque sea ciertamente más importante de lo que se puede imaginar: El BID llegó a la conclusión de que los costos de la violencia en la región significaban el 14,2 por ciento del Producto Interno Bruto - PIB, esto es: US$ 168.000.000 para una tasa de homicidios de 27,61 por cien mil habitantes. Si ello es así y haciendo una correlación para el caso ecuatoriano, que tiene una tasa de 14,8 homicidios por cien mil habitantes, se puede inferir que el monto en nuestro país estaría en alrededor del siete por ciento; lo cual significa una cantidad superior a los dos mil millones de dólares.27

Cachuelito: trabajo insignificante. Mientras se escribe este texto, la prensa nacional informa sobre la muerte de un niño de 10 años como efecto de un asalto a su papá en un estación de limpieza de autos. En el asalto interviene también el hijo del asesino, un adolescente de aproximadamente 16 años. Carrión Fernando, Entrevista en Ciudad Segura,18, Flacso, Quito. - 2007 Carrión Fernando, ibídem.

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2 No es posible medir los costos de la inseguridad únicamente desde una perspectiva monetaria pues existen otras que no pasan por ese orden sino por el de la las subjetividades que no tienen costo como, por ejemplo, la muerte del papá, proveedor doméstico y social, o la muerte de un niño cuya desaparición producirá heridas que desordenarán la vida de todos los miembros de su familia. Sin embargo, cabe preguntarse si sería posible imponer modelos de control social sostenidos en la democracia, en el respeto a los derechos humanos y ciudadanos. Porque cuanto más crece la delincuencia y cuanto más se la ataca, más débiles se vuelven las dimensiones de los derechos. Ante lo conflictivo del tema, es necesario un modelo de control social que se base en los principios democráticos y en el respeto a los derechos. Modelos alternativos que den la cara al problema de manera directa y que, al mismo tiempo, creen estrategias destinadas a mejorar las condiciones de vida de los desfavorecidos. Modelos plurales que enfrenten las desigualdades sociales, causas primarias de los desórdenes y de las violencias. Pero también modelos que estén atentos a los procesos evolutivos de la sociedad de las nuevas generaciones que se hacen con modelos que no se hallan contemplados en los programas ni en las estrategias de protección. Entre las múltiples preocupaciones ciudadanas, la violencia constituye quizás la más importante. De hecho, las investigaciones de opinión que se realizan a diario en las pequeñas y grandes ciudades dan cuenta de un creciente temor que invade a la población de todas las condiciones, aunque sea más evidente en los estratos populares en los que los asesinatos, los asaltos y muchas otras formas de agresión forman parte de la vida cotidiana.

Al mismo tiempo, crece la deslegitimación de todo tipo de violencia, incluida aquella de carácter político que justifica sus expresiones porque las ha creído legítimas puesto que, supuestamente, han estado destinados a provocar cambios también supuestamente legítimos. De hecho, en los discursos sociales se ha establecido un amplio consenso en contra de todo tipo de violencia, al tiempo que la inseguridad social crece, sobre todo en países, como el nuestro, marcados por un escaso desarrollo social, político y económico en los que las diferencias, del orden que fuesen, convocan a cualquier forma de agresión, no tanto para su superación cuanto para su explicitación. Cabe señalar que la violencia urbana ha ingresado en el campo periodístico de tal manera que se ha convertido en una suerte mercancía cuya distribución y venta produce réditos económicos. De esta manera se establece una suerte de imagen manipulada de todas las formas de violencia, en especial de las extremas, lo cual hace que la ciudadanía no tenga una percepción adecuada y justa del problema. Las posibles respuestas a las preguntas sobre los orígenes de la violencia dependerán de los lugares en los que se ubican quienes teorizan sobre la misma. ¿Será, como supone Riella, que el crecimiento de la violencia en la vida social se debe principalmente a un proceso de agotamiento del modelo de dominación y sus correspondientes formas de control social? En otras palabras, las formas de control manejadas e impuestas por las clases dominantes no solamente que habrían entrado en crisis sino que, posiblemente habría ya caducado. Existiría, pues, un nuevo modelo de relacionamiento social, en todos los órdenes, que por sí mismo habría producido otras clases de protesta y de violencia que exigen ser entendidas y reguladas desde otros órdenes de control social.

Esta propuesta se negaría a ver la complejidad de la vida social, de los procesos de división territorial, de la creación de nuevos modelos de intercambio, de los mecanismos de segregación-inclusión que forman parte de la vida cotidiana muchos de los cuales se sostienen en procesos de violencia explícita o escondida. Cuando existen grupos dejados de lado y marginados de los sistemas de bienestar económico, es posible que usen la violencia, del orden que fuese, como una herramienta de poder. Se trataría de la violencia como poder capaz de hacer que los otros se subordinen a ella. Ya no hay un jefe ni un dictador. La violencia se convierte en el amo capaz, no solamente de sectorizar la ciudad sino además de invadirla hasta el punto de no dejar sitio seguro alguno. Se trata de un amo que no realiza distingos, pues por igual atrapa a niños y a adolescentes, a muchachos y a chicas. Desde luego, no tendría por qué realizar diferencia alguna ya que la violencia de la frustración suele ser ciega y, por otra parte, tampoco sus víctimas no se distinguen entre sí. Las chicas son grandes apenas crecen un poco. Entonces la calle, los trabajos ínfimos, las relaciones confusas, el tiempo que sobra y que es preciso invertirlo en cualquier cosa para no morir víctima del ostracismo psíquico y afectivo, cualquier cosa es buena para hallar un espacio de salvación. Yo trabajaba en un gabinete y las demás trabajaban así en chongos, en bares, otras, en cambio, no trabajaban sino que se dedicaban a la joderera, se dedicaban a consumir todas esas cosas.

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La salvación siempre viene del otro, de un otro eminentemente equívoco que tiene el poder de vestirse, aunque sea por un solo momento, de mesías en el que una muchachita de 15 años es capaz de depositar lo que le resta de esperanza. Cuando la esperanza se reduce a un pedacito, lo cotidiano como, por ejemplo, la necesidad de sobrevivir, incluso cuando la sobrevivencia se refiere a la urgencia de recibir un mendrugo de afectos, entonces la vida se agota antes de comenzar a vivirla. La mayoría no tiene marido, y casi la mayoría tenía, como se dice, un pique y pase, andan con uno y con otro. También la droga llega a cometer que anden con uno y con otro. Cuando venimos acá, entonces los maridos nos abandonan no más. Esta clase de trabajos no tienen que ver precisamente con la autonomización28 económica, sino apenas con una ínfima estrategia de sobrevivencia ante la penuria doméstica, un estado de agenciamiento mínimo que tiene poco que ver con la autosubsistencia pero sí con la búsqueda de pequeños recursos para el divertimento: adquirir drogas, comprar alcohol. Yo vendí porque me metí29 con una mansita que vendía polvo ahí en mi barrio mismo comenzaba a vender ponte vendía una parte y me fumaba la otra parte pero, chucha, ya no me veían la huevas como antes. El triunfo de esta violencia se expresaría en las calles cerradas, en los miles de guardias de seguridad cuidándolo todo, en los

Unda Lara, René, Jóvenes y juventudes, Abya-Yala, Quito, 2010 Metí: me involucre sentimentalmente.

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2 miles de policías vigilando los más mínimos movimientos, los muros carcelarios en las casas y los conjuntos habitacionales, los actos destinados a crear protecciones, los sujetos, sus pasos, sus rostros, sus vestimenta, sus miradas. La peste del recelo, del miedo y del temor contagiando todos y cada uno de los espacios tanto personales como sociales. Finalmente, se produce la conciencia de que la peste es invencible El triunfo de las violencias urbanas es, ante todo, el imperio de la sospecha que deambula libre por las calles y que ha llegado a habitar en las casas, incluso cuando se las ha protegido con todos los sistemas imaginarios de seguridad. A la sospecha nadie la ata, no puede ser detenida ni conducida a la cárcel. En la actualidad, la violencia de chicos y hasta de niños se ha nacionalizado pues se encuentra en todos los rincones geográficos y ya no, como acontecía antes, tan solo en el sector urbano y fundamentalmente en las grandes ciudades. Es preciso reconocer que adolescentes y niños replican lo que acontece en el mundo de los adultos. Si los Estados resuelven las diferencias ideológicas con armas, guerras y torturas, niños y adolescentes recurren a los golpes e incluso a las armas para imponerse al otro, para solucionar conflictos o para vengar los pequeños agravios. Por lo mismo, resulta absurdo que se construyan megadiscursos sobre la necesidad de erradicar la violencia en las relaciones sociales, en la familia, en el colegio, en las calles, mientras, al mismo tiempo, se invierten millones de dólares en las guerras cuya finalidad es erradicar del mundo las diferencias ideológicas,

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mientras los Estados autodenominados pacíficos invierten en armas de todo calibre buena parte de su presupuesto. En todas partes, los poderosos no cesan de amenazar con la guerra, del orden que fuese, a supuestos enemigos ideológicos, a los vecinos, al hambre, a la riqueza, a las drogas. La más perniciosa de todas las guerras es la que busca anular las diferencias. Una sola verdad, una sola religión, un solo sistema político y económico, un solo régimen de proposiciones sobre la vida y la muerte. Por cierto, una de tantas pruebas del agotamiento del orden social estatuido es la incontrolable violencia en todos los niveles del sistema educativo. Según los estudios de Plan Internacional,30 la violencia a los niños posee múltiples rostros, algunos seguramente se enmascaran con la ternura y la libertad. Probablemente sea la escuela de la pobreza la más proclive a usar la agresión como estrategia pedagógica. Lo dice Plan Internacional que habla de violencia estructural cuando la escuela se convierte en un lugar asfixiante para niños y niñas. Los golpes que reciben cotidianamente de sus docentes y directivos los mantiene en continuo miedo y los vuelven agresivos con sus compañeros.

Por su parte, las autoridades hacen todo lo posible para esconder o minimizar las denuncias con el pretexto de mantener en alto el nombre del colegio. En establecimientos privados, a los denunciantes se les niega la matrícula. La crueldad urbana se introduce en la escuela con la fuerza que le proporciona la indolencia social y política ante toda clase de delincuencia. No existe ningún lugar de la ciudad en el que se pueda transitar con un mínimo de seguridad. El maltrato y la violencia están por doquier, aunque ciertas autoridades traten de negarlo. ¿Cómo legitimar un proceso educativo en contra de la violencia si se la niega de esta manera? Adolescentes y niños replican lo que acontece en el mundo de los adultos. Si los Estados resuelven las diferencias ideológicas con armas, guerras y torturas, niños y adolescentes recurren a los golpes y, cada vez con mayor facilidad, incluso a las armas para imponerse al otro, para solucionar conflictos o para vengar los pequeños agravios. Se ha producido una suerte de ubicuidad indiscriminada y universal, seguramente porque en todas partes existen niños y adolescentes cuya vida no se sostiene en los órdenes de las gratificaciones suficientes como para que los sentidos de la existencia se organicen de otra manera que no sea mediante la violencia.

La Extradicción Territorial

Es posible que, para muchos, la violencia sea la salida fáctica ante las incongruencias de los relatos familiares y sociales sobre el bien, la seguridad, la felicidad y la paz. De hecho, la violencia es el fin de los relatos universalizantes con los que se abordó, estudió y calificó tanto la niñez como la adolescencia, vista tan solo como edad y no como cultura.

Muchos no tenemos ni siquiera papá, ni siquiera que le conocen. Mi papá nos dejó cuando yo era chiquito, y de plano solo mi mamá era el sustento de la familia. Y así por los problemas económicos yo me salí de la casa y de la escuela, primero vendiendo en la calle unas frutas, después ya me hice de amigos y nos pusimos a robar, tú sabes, las cosas para vender, otros vendiendo drogas también y esas cosas.

La violencia en la familia y dentro de las instituciones educativas no solo genera más violencia, sino también podría ser uno de los factores para que los niños, niñas y adolescentes no logren culminar sus estudios. Del total de la población infractora más del 30% de adolescentes entre 12 a 14 años no ha culminado sus estudios primarios.

También están maestras y profesores que no dudan en recurrir a la violencia para enseñar y educar. No solamente gritan y amenazan, también golpean a los estudiantes con lo que pueden ante el silencio cómplice de los autoridades que encubren al colega. Y si un estudiante se atreve a denunciarlos, lo único que obtiene es más violencia porque su palabra no cuenta.

Del total de 197 países controlados por la Iniciativa global para acabar con todo tipo de castigo corporal contra los niños y las niñas, noventa autorizan legalmente a los maestros a golpear a sus alumnos. Incluso en los países en que el castigo corporal es ilegal, las leyes que protegen a los niños y niñas no siempre se hacen cumplir. Plan Internacional, Aprender sin miedo, 2008.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

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2 GRÁFICO 1 Niveles de escolaridad en la población nacional de los CAI

¿Tiempos, edades, espacios, pedazos de ciudades, calles, espacios mediáticos para la violencia y la ira? Posiblemente sí en un mundo que, tras una aparente universalización de los derechos, esconde toda clase de violencias, de modo particular las económicas y sociales. En efecto, derechos humanos están a la vista y no dejan de ser invocados miles de veces al minuto. Con frecuencia estas cadenas de invocaciones no tienen como objetivo primario su cumplimiento sino la construcción de un telón que oculte su exclusión sistemática, su violación constante e inclusive oficial. Las violencias urbanas también dan cuenta de la licuefacción de los derechos por parte de los diferentes poderes de los Estados. Crece el número de ciudades que deben soportar las crisis originadas por grupos de adolescentes, mujeres y varones, organizados en pandillas e inclusive en naciones, como Guayaquil y Quito. A lo largo y ancho

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de los conflictos de la ciudad, deambulan estos grupos que se enfrentan entre sí y que se protegen con amenazas y actos de violencia que, a veces, llegan a los extremos de la muerte. Pero el mayor conflicto de esta realidad radica en la incapacidad de las ciudades de analizar estas circunstancias desde la conflictividad urbana y nacional, dejando de lado los lugares comunes que ubican y significan estas realidades desde la ética del bien y del mal. ¿En dónde aprendieron a organizar de esta manera la vida, el tiempo, las pertenencias, los amores y los sufrimientos? ¿Quién colocó armas y drogas en sus mochilas en lugar de libros y cuadernos? Siempre habrá quienes aún crean que la violencia nace casi por generación espontanea o que es aprendida en las pantallas de televisión que enseñan todo lo malo del mundo. Cuando se trata de hallar razones lineales para explicar los males del mundo como

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

la violencia de grupos adolescentes, fácilmente aparecen quienes, desde una gran simpleza, acusan a la desorganización de las familias que han perdido los supuestos valores porque papá y la mamá los han abandonado de una vez por todas. La pobreza y la violencia no nacen ni en las pantallas de televisión ni tan solo en la casa.31 De esta manera, la familia es tomada como un ente social casi absolutamente autónomo que, por sí y ante sí, hace nuevas generaciones en el mal y para el mal, una suerte de manufactura propositivamente realizada con modelos inventados ad hoc. Estos posicionamientos consideran a la familia como una realidad independiente que funciona de espaldas a los regímenes sociales, culturales, políticos y económicos. Una suerte de ente en sí mismo omnipotente que posee principios, normas y regulaciones exclusivamente propias y, además, con la capacidad de decidir, siempre de manera propositiva, el destinos de sus miembros, en particular de las nuevas generaciones. Una familia claramente malvada y perversa cuyo sentido se centraría únicamente en la pareja parental que hace a la familia, que la significa ante los otros y ante el destino. Pero los más perspicaces señalan a los regímenes sociales y políticos que, desde hace muchos años, han dado la espalda a las familias de la marginalidad y a sus barrios, a sus escuelas, a sus estrategias de sobrevivencia y también a las de diversión.

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La Extradicción Territorial

Males antiguos pero que crecen y se reproducen de forma quizás incontenible. Barrios que, desde las historias que carecen de tiempo se convirtieron en el lugar privilegiado para que líderes políticos jueguen con las palabras de verdad de los otros, esas verdades que luego han sido arrojadas al basurero como si se tratase de inútiles desperdicios. La violencia no nace por generación espontánea ni es obra de la maldad y de la falta de principios de adolescentes supuestamente declarados en necia rebeldía contra todo. Son hijas e hijos de la desocupación, del desempleo, de subempleos atávicos todo lo cual no hace otra cosa que acrecentar las incertidumbres y las iras. Por ejemplo, cuando se tomaron las calles, cuando se unieron para robar, asaltar y hasta asesinar, hace rato que se habían olvidado de soñar. Porque descubrieron que para soñar, hacen falta oportunidades. Soñar con el presente y el futuro significa metaforizar la vida. Tener futuro es la única forma de metaforizar la existencia que, de lo contrario, se agota en sí misma. La violencia sería una de las formas más elementales y que más a mano poseen los desprotegidos.

La violencia como actuación Barrios enteros, muchachas y chicos enojados con una sociedad que es capaz de llenar a los corruptos de bonanzas mientras a ellos no les lanza ni siquiera las migajas de sus mesas. Podría entenderse

Uno de los estudios más masivos y extensos del origen y etiología de la delincuencia en 1940, realizado por Sheldon y Eleanor Glueck, confirma el papel central de la disciplina en familias en forma de agresividad. Los Glueck compararon a muchachos delincuentes y no delincuentes de familias inglesas, irlandesas e italianas de áreas pobres urbanas y descubrieron una conclusiva evidencia que el origen de la delincuencia viene de experiencias de la disciplina y vida familiar en la temprana niñez, siendo este un parámetro de gran importancia. El principio perdura. En efecto, si una familia funciona desde la violencia, la descapitalización de la subjetividad, es altamente probable que sus miembros jóvenes opten por la violencia. Si a ello se añaden las deprivaciones producidas por la sociedad, entonces la opción por la violencia puede ser una alternativa, a veces, ineludible.

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2 esta violencia como una suerte de alarma que da cuenta de que ciertos desórdenes sociales han llegado a niveles insoportables. La violencia no representa tan solo una posición fáctica, un acto concreto destinado a producir daño al otro o así mismo. Se trata también de un estado, de un modo de vida, de una posición existencial que da cuenta de la presencia en el mundo tanto de sujetos como de comunidades o grupos. Como diría el psicoanálisis, se trataría de un estado de existencia que determina que tanto los sujetos como los grupos se hallen listos a pasar al acto sin que para ello se requiera necesariamente de una motivación violenta en sí misma. De ahí que, casi siempre, exista una desproporción, a ratos abismal, entre la motivación y el acto. Introduce el puñal en el cuerpo del otro que apenas ha realizado un elemental amago de resistencia ante el asalto, recibir una salva entera simplemente porque la cantidad de dinero conseguido no responde a las expectativas. El pasaje al acto implica la ausencia constitutiva de los elementos de control social que hacen posible la existencia en sociedad. En otras palabras, el sujeto carece de los códigos sociales que controlan la vida, que organizan su pertenencia al mundo de los otros que se sostiene en un conjunto de principios y normas destinados a asegurar el bienestar presente y futuro. La compulsión a la repetición, por otra parte, no tiene que ver únicamente con las series de actos violentos que se suceden sino también con la repetición de las historias de violencia vividas en carne propia.

32 33

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En general, el chico violento habla de un niño violentado, agredido, maltratado en cualquiera de los espacios físicos y psíquicos de su existencia. Cada chico y muchacha recluidos en los centros de detención acusados de cualquier clase de infracción, no son otra cosa que los testimonios de las violencias familiares y sociales con las que nacieron y vivieron. De sus investigaciones, Glueck32 dedujo que la delincuencia de los adolescentes comenzó en su infancia. Las señales son a menudo visibles cuando los niños tienen la edad de 3 a 6 años y casi siempre antes de que lleguen a cumplir los 11 años. En los grupos de la violencia, sus manifestaciones (agresión desmesurada y múltiple), aparecerían hacia los siete años. A los ocho años yo ya comencé con mis problemas que tengo con el alcohol y las drogas. A mí nadie me enseñaba, yo solito conocí las drogas, el alcohol, la cerveza. Y todo era por sentir curiosidad, porque de chamito33 tú eres curioso, ¿verdad? Ellos no se inventaron el fuego para jugar. El fuego estuvo ahí antes de su nacimiento. Un día se encontraron cara a cara con él y lo tomaron como su amigo, probablemente sin ninguna otra opción posible. La institución carcelaria también se ha convertido en el lugar del fuego, pero no el fuego purificador sino el que agota, consume y destruye.

Aquí estoy quemado, porque yo estaba jugando con fuego, pensaba que estaba haciéndolo bien, pero al estar acá ya me di cuenta, y cuando estás acá reflexionas que aquí es un lugar pequeño y que es linda la libertad cuando estás en la calle, y cuando estás acá sabes que ya es tarde porque no sabes lo que va a pasar. Los actos delincuenciales, comúnmente, desconocen la organización del tiempo de hoy que se sustenta en el mañana. Cada día, con sus propias condiciones y características, en gran medida se explica por su relación al mañana, a un futuro que, de manera directa, se cimenta en lo que ahora se dice, se piensa, se desea y se hace. Por lo mismo, el futuro no será un mañana improvisado sino el efecto real, imaginario y simbólico de un hoy no vivido como realidad autónoma y única sino como lo que aparece, lo que se produce en el día a día real, fáctico. Este sería el sentido más propio y rico de porvenir. Cuando el sujeto vive su día a día y, por ende, carece del sentido de porvenir, se ve impelido a actuar la existencia y a convertirla en una serie infinita de actos. En cada uno de estos actos se significa la totalidad de su vida puesto que más allá no existe otra cosa que la expectativa de un nuevo actuar.

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En ese microcosmos, las drogas juegan un papel importante puesto que se han incrustado de tal manera en la vida cotidiana que, en ciertos casos, podrían llegar a constituir una especie de motor de la existencia y de sus sentidos. Roba, por ejemplo, no para acumular dinero para mañana, sino para gastarlo ahora, en otros actos que vienen en seguida, en la inmediatez de un tiempo igualmente fáctico. El futuro no tendría, pues, que ver con un mañana simbólico e imaginario, sino con un tiempo absolutamente real. El futuro es lo que se debe hacer a reglón seguido con el dinero robado, con las cosas robadas, incluso con las heridas ocasionadas y hasta con las muertes dadas. Si bien, en general, los adolescentes son detenidos por actos que poseen el carácter delincuencial, sin embargo, la gama de actos que forman parte de la violencia son infinitamente más grandes que el vender un poco de droga o robar un reloj, por ejemplo. El robo es lo que más se hace, los manes necesitan su plata para gastar, entonces se van a robar. Y ya, pues, si veían a una chica o a un pelado con un teléfono que sea bacán, le cogían y le quitaban el teléfono y lo vendían para lo que sea, para comprar drogas, por ejemplo.

Desde este nuevo lugar, el muchacho es capaz de tomar conciencia de que el fuego ya lo consumía desde mucho antes.

Glueck Sheldon et al. Revelando la delincuencia Juvenil (Nueva York: La Fundación de Salud Común, 1950) Chamito: niño pequeño.

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2

Tabla 1: Internos por robo % Robo de un accesorio de auto

Robo de un auto

Robo de alguna otra cosa

GÉNERO

2,7

4,6

35,4

Hombre

100

83,3

87

Mujer

0

16,7

13

EDAD

2,7

4,7

35,5

12-14

0

8,3

6,6

15-17

85,7

91,7

87,9

18 y mas

14,3

0

5,5

INSTRUCCIÓN

2,7

4,6

35,2

Sin instrucción

0

0

0

14,3

8,3

17,4

0

41,7

21,7

85,7

50

59,8

0

0

1,1

Primaria incompleta Primaria completa Secundaria incompleta Secundaria completa

Porcentaje de adolescentes internos por robo

El robo de un auto corresponde al 4.6 % de las infracciones por las que están detenidos los internos. De este porcentaje, la mayor parte se halla conformada por hombres, 83.3%, mientras que el 16.7% corresponde a mujeres. Se observa que el robo es la infracción por la cual están detenidos la mayor parte de los internos, el 35%. Estas infracciones han sido cometidas por la mayor parte de los adolescentes entre los 15 y 17 años de edad. ¿Por qué, en consecuencia, no dejar de ser un don nadie, un muchacho absorbido por la calle y sus penurias? La respuesta no procede de los órdenes de la cultura de los otros sino de lo que el barrio, la calle, los pares dicen y tienen para ofrecer desde su propia tradición.

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Ser pobre implica sometimiento y abandono. Para algunos, una forma de enfrentar esta suerte de anonimato aniquilador consiste en armar un grupo que lo reconozca como jefe, que obedezca sus órdenes, que se someta a sus deseos. Juega con un fuego que lo redime aunque solo sea por un tiempo cercado en sí mismo porque, de una u otra manera, reconoce que no hay salvación. La violencia adquiere entonces estatuto de salvación porque provee de un pírrico poseer que, en los imaginarios, implica ser dueño de la vida y de la muerte, del tener y de carecer. La detención obstaculiza estos planes, los anula porque, para cuando regrese, todo será distinto. Ni siquiera en lo delincuencial hay esperanza ni permanencia, pues los

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lugares de mando y poder seguramente ya han sido sustituidos. Uno no se puede quedar aquí, no ves que tengo harta gente, todos hacen lo que yo les diga. Y el jefe de la otra banda sabe que si yo le digo a mi amigo anda y métele bala a ese man, le va a meter, y yo salgo, yo salgo de todo. Yo les doy todo a los que son mis amigos, les doy las armas, y yo me quedo sin nada, porque ese es el destino de cambiar, de quedarte sin nada, y comenzar a cambiar, a trabajar, y yo de nuevo les doy todo. Y quieren matarme. Por eso tengo que ir fuera de Guayaquil. La sociedad no lo desconoce, pero probablemente ante su emergencia y significado, privilegia lo que más se destaca, desde el punto de vista de la ley, por una parte, y desde las apariencias, por otra. ¿A quién importa, por ejemplo, que estos muchachos se organicen para agredir, con la posibilidad de dar la muerte al otro, como si se tratase de un don particular, de una dádiva casi inevitable? El círculo de la violencia se convierte en un no retorno, no hay salida posible que no sea el de la violencia. Desde ahí, la agresión interna y externa se transforma en una suerte de condición de vida, en uno de los elementos que sirven para que el sujeto se identifique como tal ante sí mismo y ante los otros. Cuando faltan los objetos de satisfacción, lo real puro de la carencia se convierte en su sustituto. El sujeto desaparece en las carencias, y de él tan solo queda un resto en forma de violencia limitada únicamente por otra violencia. De esta manera, cada uno se agota presa de sí mismo y de la indigencia simbólica de aquellos objetos que dona la cultura. La violencia crea los círculos de la destrucción pues ninguna violencia contra el

La Extradicción Territorial

otro puede ser tal si no es primero y ante todo, autoagresión. Dar la muerte es también darse muerte, eliminarse del mundo simbólico.

El que recién entra puede salir porque quiere, en cambio los que arman relajo son los que mandan y no se pueden salir porque supongamos que el jefe de la otra banda también se quiere salir y yo todavía no me salgo y lo vea por aquí caminando, de una llamo para que lo tiren o yo mismo lo tiro porque yo sé que anda en algo, ¿me entiendes? Pero lo que yo no sabía es que ya estaba cambiado, que ya tenía otra vida, pero ya te lo dicen cuando ya estaban por despedirlo y me dice: no me maten, yo tengo mi mujer, mi hija. Y te lo dicen cuando ya está muerto. La frustración convertida en el agujero significante del sujeto en el que se precipita. Al fondo, con frecuencia, ya no es posible encontrar sino los propios despojos con los que muchos se arman para la construcción de nuevas y más fatales violencias. A la vuelta de cualquier esquina, estará asechando la muerte propia y ajena.

Impunidad o responsabilidad social Los temas que tienen que ver con las infracciones cometidas por los adolescentes se han vuelto cada vez más complejos ya que se enfrentan a realidades no solo de carácter legal sino también social y familiar. Está claro para la ley que el adolescente no es un delincuente, pese a la gravedad de los hechos, sino un infractor que debe ser juzgado con normativas y procedimientos particulares. En otras palabras, los adolecentes no son penalmente imputables. Por ello su destino no es la cárcel sino una institución destinada a la reeducación.

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2 Los adolescentes son penalmente inimputables y, por tanto, no serán juzgados por jueces penales ordinarios ni se les aplicarán las sanciones previstas en las leyes penales (Art. 305).34 Se ha mencionado ya la dificultad cada vez mayor de realizar diferencias absolutas entre la adolescencia tomada como un período de edad y la adolescencia como cultura que pretende dar cuenta de realidades cada vez nuevas y que ya no se sostienen en la edad cronológica sino, por el contrario, en las realidades que viven chicas y muchachos en un mundo cada vez más complejo que se caracteriza por hacer que las nuevas generaciones vivan cada vez más tempranamente situaciones que correspondían a la juventud, a esa mayoría de edad marcada por los mágicos dieciocho años. Imposible verlos desde una sola perspectiva porque, cuando se habla de ellos, todo recorre un ir y venir de acciones, intenciones y también de afectos. Aunque sea el otro el herido o el asesinado, como en ningún otro, esas heridas o muertes se vuelcan contra el actor que, en principio, debería quedar herido de muerte o ya definitivamente muerto. Por el contrario, si no se produjese esta herida, si esa muerte dada ya no deja huella, se podría colegir que ahí ya no hay nada de adolescencia. Esto es lo que diferencia al que, por accidente, hiere al otro o incluso lo mata. Esta muerte y esas heridas nada tienen que ver con las muertes y heridas dadas de

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manera propositiva. Lo que marca la diferencia es la intención del acto, la posición decidida de matar. Como se ha señalado, la sociedad no posee ideas claras y actualizadas de lo que significa la adolescencia ahora. Por una parte, se los considera unos niños grandes y, por otra, unos jóvenes con capacidades de discernimiento equiparables a las de los adultos.35 Por ejemplo, el Estado les confiere la capacidad para elegir y sufragar en las elecciones de autoridades nacionales y locales. Al concederles este derecho, se está reconociendo la capacidad política y jurídica de analizar a los candidatos, la validez de sus propuestas políticas y sociales, su capacidad de compararlas con las de los otros candidatos y la capacidad de decidir para elegir. ¿Implica menor poder de decisión tomar un arma para dar muerte al otro que elegir al mejor candidato para la alcaldía de la ciudad o para la presidencia de la república? Las respuestas no son fáciles. Sin embargo, exigen nuevos posicionamientos teóricos en quienes deciden sobre estos temas, como por ejemplo, los asambleístas llamados a mirar y analizar el tema desde la complejidad y no desde el facilismo del discurso político, ese discurso verbalmente arrollador y, con frecuencia, vacío de lógica, de modo especial cuando enfrentan realidades cada vez más complejas.

Código de la niñez y la adolescencia, Corporación de estudios y publicaciones, Quito, 2006. Un niño de 12 años será procesado como adulto por asesinar a la novia de su padre con una escopeta, determinó hoy un juez del estado de Pensilvania. La decisión en contra de J.B. fue anunciada hoy después de que el magistrado rechazara transferir su caso a un tribunal para procesar casos contra menores de edad. El muchacho ha sido acusado del homicidio de la mujer Kenzie Marie Houk a la cual disparó a quemarropa con una escopeta en febrero de 2009. Houk tenía un embarazo de ocho meses. J.B. también ha sido acusado del homicidio de un niño no nato, informaron fuentes judiciales (El Comercio, Lima, 10,03,2011). Según las leyes del estado de Pensilvania, cualquier persona de más de 10 años de edad acusada de asesinato debe ser procesada como adulta. Si es declarado culpable, el muchacho podría ser condenado a cadena perpetua, dijeron las fuentes.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Mirar, por ejemplo, la responsabilidad personal ante todo aquello que atenta en contra de los órdenes sociales, de las normativas que aseguran la convivencia social, como los atentados a la vida e integridad de los otros. Si los dieciséis años son jurídicamente válidos para asumir la responsabilidad política y social de elegir autoridades, ¿cómo desconocer esa responsabilidad igualmente jurídica ante el homicidio y el asesinato? El fiscal general de la nación presentó a la prensa el Proyecto de Ley Reformatoria al Código Penal, Código de la Niñez y Adolescencia y Código de Ejecución de Penas, para que se considere al sicariato como delito de lesa humanidad y, por lo tanto, sea imprescriptible. Propone que la pena para los autores materiales del delito, sea de 20 a 28 años de “reclusión mayor especial”. Pide los mismos años de prisión para quienes encargan o contratan la ejecución del delito, es decir, a los autores intelectuales. Esta medida se la podría aplicar a adolescentes mayores de 14 solo en casos de asesinato, homicidio, sicariato, violación, plagio de personas y robo con resultado de muerte. En estos hechos, la rebaja de penas se haría en una audiencia pública y luego de transcurrido por lo menos dos tercios de la pena impuesta por el juez de menores infractores, indica la iniciativa de la Fiscalía. La Reforma al Código de la Niñez es para que los adolescentes de entre 16 y 18 años queden sujetos a la “jurisdicción penal ordinaria, previa declaración del juez de la niñez y adolescencia que establezca que tales menores han actuado con discernimiento en la ejecución del ilícito”. En torno a las reformas al Código de Ejecución de Penas y Rehabilitación Social,

La Extradicción Territorial

el fiscal general plantea la creación de jueces de garantías penitenciarias que controlen la correcta aplicación del beneficio de la rebaja de penas. El funcionario sostuvo que no era correcto que sean los directores de las cárceles quienes tengan esa potestad. La reforma plantea que, previo al otorgamiento de la libertad, debe haber una calificación y evaluación de la rebaja. Propone, además, se cambie el 50% actual de rebaja de penas (2x1) por el del 20%. Y considera que el sistema de rebaja de penas no debería aplicarse, como en las últimas semanas se lo ha hecho, para casos como narcotráfico, sicariato, y en delitos contra la administración pública. Además, la Fiscalía propone se sancione penalmente a quienes, por cualquier medio (incluido el internet),”promuevan, oferten, demanden la comisión del sicariato, aunque este no se hubiere ejecutado. En delitos de reclusión, pero en especial en asesinato, homicidio, sicariato, violación, plagio de personas y robo con resultado de muerte, cuya pena es de entre cuatro y ocho años, pueden ser internados los menores de 14 años en adelante. ¿Víctimas y victimarios? Como víctimas, los adolescentes enfrentan situaciones preocupantes que dan cuenta de la complejidad de la vida social, económica, familiar, la de un mundo que los ha tomado como centro fundamental, por ejemplo, de la tecnología en tanto consumo y de este como indicador de las pertenencias a los grupos y, sobre todo, como constructor fundamental de las identidades. Por su parte, ellos, los que se encuentran en los CAI, no se consideran adolescentes sino adultos. Chicas con hijos, muchachos con hijos, con relaciones supuestamente estables, con independencia familiar, social e incluso económica.

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Acá somos adultos, aunque incluso yo sea el menor acá. Yo, apenas metiéndome la primera cuchara en la boca, el man coge ¡paf!, le digo pásame lo mío, y nada, y el negro se comía de veras. Acá nada de niños ni de esas huevadas. Aquí hay algunos que ya son viejos. Hay algunos que ya están caídos, ya están torcidos, no están pilas, ya no están con miedo, no, no me da mucho miedo. Si viene, viene, si no viene no viene el miedo. Cuando llega, llega. Y antes de venir acá, unos no fumamos ni tomamos, solo mirar como fuman y toman, y esperar que ya estén tirados en el piso para llevarlos a la casa. No se trata de adolescentes que imitan a los jóvenes o adultos. Son jóvenes, como los otros, que, a diferencia de los que viven realidades diferentes, han crecido al ritmo de la calle, de las necesidades y de las emergencias de todo orden. Probablemente, crecer para convertirse en joven adulto lo antes posible sea la primera gran urgencia existencial. A causa de esta premura, les invade lo real hasta apropiarse de ellos. Eso me gusta, me gusta verlos. Siempre me ha gustado estar bien, porque lo que me gusta es verlos, y ya pues, uno se ríe de lo que están haciendo, me gusta verlos, cuidarlos. A veces, ya que están borrachitos, no toman conciencia que es su amigo, y quieren darle,36 yo: no, no hagas eso. Hay adultos, sin realidad, como posiblemente diría Baudrillard, sin orígenes lógicos. Un modelo de adolescente hecho sobre la base de la posesión de todo lo

inusitado y, al mismo, tiempo, de la ausencia de aquello que crea las subjetividades en la lógica de la comunidad social. Como si se tratase de un sujeto hecho de lo hiperreal y existiendo en un estado más allá de lo real. A diferencia de los adolescentes actuales que, en condiciones menos complejas, se hacen jóvenes en el grupo y en tiempos lógicos marcados por la cultura, estos chicos han crecido hacia una adultez cada vez más temprana con la materia prima de las actuaciones. Incluso la paternidad y la maternidad tanto como los robos y los asesinatos no son sino actuaciones puras en una sociedad en la que, ni remotamente, posee espacios simbólicos suficientes para ellos. La actuación implica un pasaje al acto de forma inmediata, irreflexiva, una vez que se ha producido un acontecimiento. Por ejemplo, si alguien es agredido verbalmente, responde de manera inmediata y, casi siempre, desproporcionada. En consecuencia, sujetos hiperreales que, en principio, difícilmente podrían ser tratados como adolescentes. La adolescencia contemporánea no se sustenta en una edad sino en los estilos de vida y los lenguajes que expresan esos estilos. Se trata de lenguajes y no de cuerpos reales, de metáforas y no de fechas de calendario. Sin embargo, ciertamente se trata de seres hiperreales porque han sido tomados por las cosas y los acontecimientos como cuando hieren o matan a un rival o a cualquier otro que oponga resistencia a sus demandas. Víctimas del sistema de las cosas hechas para los divertimentos, las comodidades, la construcción de cercanías. También para crear burbujas de aislamientos que,

a ratos, dan la impresión de que se trata de un mundo contaminado de un nuevo autismo. Adolescentes que deambulan por el mundo de sus cotidianidades conectados a un Ipod, cordón umbilical que los extrae de la relación con los otros para ensimismarlos. Es probable que ese aislamiento se haya convertido en una estrategia más de sobrevivencia ante las inclemencias de un mundo que poco se preocupa de ellos, salvo en los discursos de ocasión. Son momentos que, a veces, se prolongan por horas, y que constituirían una suerte de un nuevo autismo del que salen cuando lo juzgan pertinente y al que retornan de manera casi necesaria. El aislamiento de mundos y sistemas en los que no se hallan involucrados ni tomados en cuenta puede extenderse por tiempos ilimitados, horas y horas, quizás con pequeños paréntesis utilizados para dar cabida a alguien que llega y se va. Así como viven y conviven con esa nueva forma de aislamiento, también son capaces de asociarse, a ratos de manera elemental, para violentar las normas del convivir social, y también para darle la cara a la muerte. Quizás lo más grave de su situación sea el haber convertido a la vida en un juego con la muerte. De hecho, entre las principales causas de su muerte figuran los homicidios, suicidios y accidentes de tránsito. Como victimarios, en la actualidad se han convertido en causantes de muertes directas e indirectas. Posiblemente el sicariato sea la principal. Contratados por delincuentes adultos, se ofrecen a matar a terceros por una recompensa que seguramente será pírrica. Perversamente utilizados ya que, si la policía los detiene, no serán juzgados por el crimen sino por una infracción. De suyo, el sicariato constituye una de las formas más perversas de asesinar

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puesto que se paga a otro para que dé muerte a nombre de un tercero. Esto ha motivado que las autoridades de justicia se hayan propuesto incrementar las penas. Los adolescentes ya no quedarían excluidos. De hecho, en el país se ha establecido un sistema de contratación de adolescentes entre los 14 y los 18 años para que actúen como sicarios, den la muerte a nombre ajeno, y que, a cambio, reciban un puñado de monedas. Adultos asesinos que se esconden tras las acciones de adolescentes a quienes pervierten probablemente para toda la vida. Adultos que explotan, no solo la pobreza de estos muchachos sino también, muy posiblemente, sus ansias de vengar esa pobreza, el aislamiento social, las violencias domésticas de las que han sido víctimas desde que nacieron.

Una institución para los infractores Puesto que lo adolescentes no cometen delitos sino infracciones, cuando son detenidos deben ir a un centro particular, específicamente diseñado para ellos. Se trata de los Centros de Adolescentes Infractores, CAI. Los nombres marcan los sentidos, los ubican y los definen. Nombres que revelan lo real de la cosa en su dureza pura. Nombres que esconden los sentidos propios, que los suavizan para que el otro no huya despavorido ante la realidad que implican, nombres sobre los que aún es posible lanzar miradas e interrogaciones válidas, humanas. Campo de concentración, patíbulo, horca: ahí la muerte atroz y la perfidia social aparecen en su crudeza significante. No hay nada más que preguntar porque la crueldad se hace presente, desnuda, absolutamente deshumanizada.

Quiere darle: quiere pegarle, darle de golpes o matarlo.

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2 Chicas y muchachos son detenidos en estos centros, primero, de manera provisional, hasta que el juez competente determine sus responsabilidades. Culpables y también inocentes. Ahí se encuentran los que aceptan y los que niegan, los que usan el tiempo parta meditar sobre su vida, y aquellos que lo viven como un momento de relax antes de retomar su cotidianidad constituida con la violencia, esa violencia atávica que ha llegado a ser parte consustancial de la vida. La violencia dada en herencia por la sociedad, la política, la economía. Chicas y muchachos momentáneamente excluidos del mundo de los otros. Unos dirán que por su propia decisión optaron por el camino del mal-vivir. Posición límite, lineal, que desconoce las complejidades de la existencia como hecho y como efecto de circunstancias, la mayoría crónicas, quizás hasta irreversibles.

Casi como si tratase de un pequeño paraíso, en especial para quienes tal vez nunca tuvieron la seguridad de un espacio y, más aún, de una comida suficientemente adecuada. Un contraste, probablemente para la mayoría de estas chicas y muchachos, con su vida cotidiana sostenida en privaciones de todo orden, privaciones atávicas, heredadas generación tras generación. Esas privaciones a las que retornarían el día de su liberación.

GRÁFICO 2 Condición de detención según edad (%)

No es una cárcel sino un centro en el que se prevé desarrollar procesos educativos que permitan a estos adolescentes quizás analizar su historia y también quizás optar por otras estrategias de vida. Tarea harto compleja, difícil porque una es la intención del Estado y otra la que gobierna la existencia de estos chicos y muchachas.

Aquí nos tratan bien. Eso sí, la comida no nos falta. También estamos escuchando clases, 10 minutos. Y luego viene, como llaman aquí, el refrigerio: nos dan fruta, nos dan comida, nos atienden muy bien.

Para septiembre de 2010, en los CAI del país, de los 500 adolescentes detenidos, aproximadamente 138, entre 12 y 18 años de edad, han recibido sentencia por su infracción. Al mismo tiempo, tan solo 45, entre las mismas edades, se hallan en espera de la formulación de cargos, primer momento jurídico. Más allá de cualquier otra consideración, cada quien sabe que está preso, es decir, que carece de la libertad para hacer y deshacer, para ir y venir, para salir y entrar. La cárcel significa la imposibilidad de que los lenguajes puedan movilizarse a su antojo. La informante continúa:

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La Extradicción Territorial

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Pero si vamos al baño, nos acompañan porque igualmente, como usted sabe, hay chicas que han venido acá por delitos muy graves, podría irse.37 En el CAI de mujeres, no faltan ciertas actitudes maternales por alguien del personal que piensa y desea que de esta manera la detención se convierta en experiencia productora de cambios. Aparecen, entonces, los consejos universales, aquellos que hablan de dejar las rutas del mal para decidirse por las del bien que, de suyo, atrae a todos por igual. El Emilio de Rousseau que todavía creía en la bondad innata de los sujetos, en la esencia

Irse: fugarse

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2 buena de todos, puesto que se procede de una naturaleza igualmente buena. Es el pecado social, decía, el que se encarga de dañar. Los buenos y grandes consejos que ignoran que los males no aparecen por la mala voluntad de alguien sino por las formas en las que la sociedad vive el bien y el mal, la norma y su quebranto, la tenencia y la carencia. Los consejos pasan por alto la complejidad que hace a cada sujeto y más aun a estas muchachas y chicos. Entonces aquí nos aconsejan como si fuesen unas madres. Las personas que nos cuidan en la parte de atrás, ellas nos hablan que, por favor, cambiemos, que lo hagamos por nuestros hijos, que lo hagamos por los familiares a los que una más quiere. Los CAI tienen como objetivo el cuidado y la protección de los adolescentes de quienes se sospecha han infringido la ley y se los acusa de ello. No es, por lo mismo una cárcel, en el sentido estricto. Pero posee sus características fundamentales que tienen que ver con la privación de la libertad y, por ende, la obligación de someterse al régimen de internamiento.

Si, por una parte, la sociedad reconoce los derechos de los adolescentes, por otra también exige que esos derechos concuerden con las realidades fácticas de la vida diaria y no se convierta en un sistema de ocultamiento e incluso de legitimación de la violencia en contra de los derechos de los otros. Al respecto, algunos investigadores38 refieren que ya se han instalado discusiones de carácter sociológico y jurídico sobre la responsabilidad penal de ciertos adolescentes. Hay quienes denuncian proteccionismo a favor de los adolescentes que podría devenir en atentado en contra de la misma sociedad y no solo de las víctimas de la violencia. La presencia del CAI, por su parte, se sostiene en la imputabilidad penal de los adolescentes, posición que, como se ha señalado, ya tiene detractores oficiales.

Sin embargo, los CAI deberían diferenciarse radicalmente de una cárcel común puesto que el código que rige las relaciones es el de la niñez y adolescencia. En el país, existen organizaciones públicas y privadas que velan el cumplimiento de los derechos de niños y adolescentes porque no es difícil que los derechos se conviertan en tábula rasa.

Se trataría de un “falso paternalismo anticiudadano” que rechaza el reconocimiento de la posibilidad de infracciones graves cometidas por adolescentes. Esta posición se basaría en la existencia de un vínculo automático entre pobreza y criminalidad. Desde ahí, se exige que el adolescente sea tratado como un criminal común. Desde luego que lo primero que habría que negar es la supuesta relación causal, casi excluyente, entre pobreza y crimen, como también la igualmente supuesta relación causal entre el uso de drogas y el crimen.

Cuando se niegan las garantías constitucionales, penales y procesales, convierten al derecho de este grupo social en una caricatura de un derecho entendido como instrumento de protección del

La pobreza expone al sujeto y cada unos de sus actos de manera radicalmente diferente a como lo hace la riqueza. El uno irá al centro de diversiones en el que el divertimento no va necesariamente de la mano

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individuo frente a las diversas formas de la arbitrariedad.

Podría verse el trabajo de García Méndez: Brasil, adolescentes infractores graves: sistema de justicia y política de atención.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

con la violencia. El otro estará en un lugar sostenido en toda clase de precariedades. Los actos violentos de los primeros pretenden pasar desapercibidos por la sociedad que se cuida de escandalizar con ellos. Los otros están para escandalizar. Pese a que existen excepciones, la mayoría de adolescentes infractores, mujeres y hombres, habitantes de los CAI, proviene de grupos social, cultural y económicamente desposeídos. Quizás como no acontece con los adolescentes infractores de los otros grupos sociales, quienes van a parar al Centro se hallan siempre expuestos a las miradas de los otros, ocupan la ciudad, están en donde es posible robar, asaltar, agredir. Precisamente, a causa de esta exposición, son detenidos por la policía. Pese a que las propuestas pretenden brindar el mejor trato posible a estas chicas y muchachos, la vida diaria se desenvuelve en lo que es y significa un centro de detención que no necesita vestirse de nombres rimbombantes. Por ejemplo, la propuesta de la institución es tener a los adolescentes tan solo hasta que

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La Extradicción Territorial

sean juzgados por su juez competente, el de la niñez, lo cual no debería pasar de tres meses. También para que ahí se cumplan las sentencias impuestas. Sin embargo, el tiempo de permanencia podría prolongarse de manera indeterminada, porque no siempre se cumplen las normas. Yo ya estoy aquí un año y nueves meses. Me dieron cuatro años. Pero me faltan cuatro meses, y cuando cumpla dos años con un mes, le puedo exigir o le puedo enviar una carta al juez para que me dé el dos por uno por mi comportamiento, por mi buena conducta, por mis logros porque he estado estudiando por internet, haciendo alguna actividad con el SECAP, por ejemplo. Sea cual fuese la naturaleza de la infracción cometida, el CAI no deja de ser un centro penitenciario, en el sentido estricto del término, en tanto priva de la libertad a los adolescentes que serán permanente vigilados y castigados. El CAI debe, pues, cumplir esa doble función tan bien descrita por Foucault:39 la de vigilar y castigar.

Foucault, M., Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008

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2 que la bienaventuranza casi deja de ser un mito para convertirse en realidad.

GRÁFICO 3 Condición de la detención según sexo (%)

Bauman acuñó la expresión modernidad líquida para dar cuenta de los cambios radicales que se han producido en las representaciones sociales que ya no se sostienen en la tradición y que tampoco pretenden convertirse en los paradigmas del futuro. Bien entendida, la modernidad líquida da cuenta de generaciones que se resisten, no solo a la repetición que valida sin crítica los sistemas axiológicos, sino que también a la fundamentación de las nuevas propuestas de vida.

La vigilancia de los cuerpos que dejan de ser propios para convertirse en objeto de la mirada acuciosa de los vigilantes. En cada uno de esos actos, se ratifica la exclusión de la subjetividad y la pertenencia a la mirada de los otros que poseen el derecho y, además, la obligación de hacerlo. El control es absoluto, aquí no dejan entrar nada de aquello que los padres nos den, porque aquí nos dan todo, todos los alimentos. Lo único que nos dejan entrar son las toallas sanitarias, papel higiénico, jabón. Pero eso sí, rompen la funda y comienzan a revisar las cosas, bien revisado. Nos tienen bien controladas aquí. La institución no provee de todo a los detenidos sino fundamentalmente de la alimentación. Los relatos dicen que hubo un tiempo, el de las tradiciones orales, en el que el CAI proveía de los útiles de limpieza

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y aseo personal. Pero ese tiempo se aleja cada vez más porque ahora la comida es lo único seguro. Es fácil pensar que la familia estará siempre lista a satisfacer las otras necesidades como el vestido, el aseo. Pero la realidad es muy diferente por múltiples razones. La primera tiene que ver con el hecho de que no todos los adolescentes detenidos son de la ciudad en la que se halla el CAI. En segundo lugar, algunos chicos y muchachas han roto los lazos familiares hasta el punto de que es posible que la familia original ignore la situación del hijo o la hija. Finalmente, no falta quienes han sido, propositivamente o no, abandonados por su familia. Complejas realidades que forman parte de estos adolescentes, muchos, tal vez la mayoría, crecidos antes de hora porque caminan rutas en espacios que nada tienen que ver con aquellos que corresponden a la edad de imaginar y crear mundos en los

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Los adolescentes que ingresan en lo delincuencial, sencillamente no sueñan, ni imaginan ni crean. Ni siquiera repiten la tradición. Ellos se han visto obligados a abandonar el universo de la fantasía y de la significación del futuro a cambio de hallarse sumergidos en lo real de la vida. Más allá de los esfuerzos que podría hacer un CAI para ofrecer algo de lo que pertenece al mundo en el que se encuentran los otros, tan solo terminará convertido en un paréntesis temporal in-significante porque no puede hacer otra cosa que eso. Aquí tan solo nos dan la alimentación, y la ropa nos tienen que traer nuestros familiares. Hubo una temporada en que daban útiles de aseo, lo que es toallas, cepillo, pasta dental, shampoo, papel higiénico. Pero, póngase usted, las que vienen de lejos, nadie viene a verlas y nadie les da nada. No se trata, en consecuencia, de la carencia de servicios y de esas pequeñas cosas indispensables para vivir decentemente lo cotidiano. Esas privaciones dan cuenta de la privación existencial que explica y significa la vida de estas chicas que, al igual que sus pares varones, se hallan en el mundo

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La Extradicción Territorial

formando parte de un sistema que contradice de manera absoluta las propuestas de vida del mundo actual. Un CAI podría convertirse en la réplica explícita de las violencias que caracterizan a los sistemas sociales y políticos sostenidos en los grandes enunciados de igualdad y justicia cuando responde con violencia a la violencia de los chicos. Los testimonios hablan de un antes que es ayer, de un antes que se refiere a las historia interminable de las repeticiones que compete a las instituciones del Estado. Bourdieu definía las instituciones como aparatos ideológicos del Estado. Y en Historia de la locura, Foucault realiza ese paralelismo entre los sistemas sociales de exclusión y el manicomio que lo representa. El sistema penitenciario forma parte del mismo orden de las repeticiones. Los policías y las autoridades antes abusaban. Como ha habido esos problemas y todo, los presos han partido la cabeza a ellos, se les han metido en contra de todo. Y ya, pues, como que ahorita ya tienen miedo. Antes venían las requisas y nos dejaban todo moreteados, todo. Y ya, pues, a los que se les hace cerebro40 es a ellos. Un CAI, como cualquier centro penitenciario, tiene como misión la represión cuyo paradigma es la pérdida de libertad. Es probable que alguien lo tome como un tiempo de reflexión sobre la vida e intente modificar su historia. ¿De qué manera hacerlo, cuando la historia individual es la repetición de historias ya vividas en la familia, el barrio, la calle de todos?. El testimonio da cuenta de la complejidad de las relaciones de los sujetos con sus propias experiencias y con un presente

Les hace cerebro: se alocan.

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2 absolutamente real en el que casi no cabe idea de futuro, en términos de cambio. En el testimonio se dan varios momentos lógicos que dan cuenta de la vida cotidiana, de las representaciones que sobre la vida y el presente poseen estos muchachos que, en definitiva, carecen de esperanza, no solo por la pobreza económica, sino también por la pobreza de significación con la que hacen su existencia. Existen chicos que, de manera propositiva, se dejen atrapar por la policía porque necesitan un pequeño paréntesis para descansar de los avatares de privaciones y también de violencias de la vida. Quieren estar en prisión para detener la vorágine de acciones, de privaciones y también de riesgos. El CAI se convierte, entonces, en un refugio necesario, casi indispensable, para tomar fuerzas para poder seguir viviendo. Para producir un pequeño descanso incluso en lo que tendría que ver con los usos de drogas. Hay unos que comienzan a hacer bastante daño a la gente, y entonces les cogen. Y ellos vienen no más a engordarse un poquito y a salir de nuevo a fumar, a fumar y a robar porque eso es lo que ellos hacen. Compulsión a la repetición que nada la detiene porque ellos y ellas no conocen otras alternativas para la vida, porque de esto se han alimentado desde mucho antes de nacer, desde que se inventaron la pobreza, la injusticia, el abandono social. Sí hay algunos que parece que se componen. Porque hay los otros que siguen y siguen, porque la mayoría sale a robar, no salen a trabajar, qué decirte, del 100%, el 15% sale a trabajar, de ahí el resto sale a robar, a divertirse como quien dice, y de ahí nada más.

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Porcentajes imaginarios de esas estadísticas en las que la verdad se aferra a los deseos y las fantasías, a las prácticas sociales que rigen en la calle. Un período de descanso que bien podría prolongarse por algún tiempo, no más allá de esos mágicos 18 años que llegan más rápidamente de lo que se imagina y que estarían llamados a producir, ipso facto, la libertad. Sin embargo, aunque ya sean mayores, la sentencia deberá ser cumplida hasta el final, sin importar la edad. Como dice el informante, cada quien vive un mudo aparte, su propio mundo en el que las cosas ya están dadas porque, quizás desde antes, ya fueron introducidos en el infierno de Dante. Simplemente, ahí nacieron. Hay unos que salen con la mente de matar. Cada quien con su mente, cada quien con su mundo. Pero también es feo que maten a gente inocente. Y ya, pues, el rato de la hora te encuentras y no vale mucho la pena, pero la gente inocente sí vale bastante. Hay tantos manes que ya, pues, hacen y han hecho cosas muy malas. Acá hay unos que son calladitos, pero son los más malditos, son los que más andan matando, los que más problemas buscan. El nudo se cierra sobre sí mismo porque de esa manera estos muchachos se protegen de este mundo en el que no hay salvación. Toda salvación exige un tercero que venga desde fuera. Pero ellos nacieron en el mundo en el que la salvación ya fue proscrita desde antes. La sociedad de los otros cree que la salvación está en enseñar a estos chicos algún oficio, como la panadería, por ejemplo, que les sirva de una suerte de salida a la precariedad afectiva, mental, física.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Propuestas quizás sinceras pero que desconocen que la historia de pobreza de estos muchachos no tiene tiempo, que es universal y que difícilmente va a cambiar en un par de meses en los que aprenden alguna destreza como hacer pan. Como dicen ellos, eso es tan solo un pasatiempo, una manera de matar el tiempo de la no libertad, una actividad que les sirve en la espera de que se abran las puertas a la calle. Es eso lo que trato de decirte, que uno quiere hacer algo así, pero que no se quiere hacer eso. Porque ahí viene el pensamiento del pana que está pensando en intentar fugarse, o cómo matar al man. Ahí es que vienen esos pensamientos. En consecuencia, las posibilidades de que sus habitantes puedan cambiar en su subjetividad será posiblemente excepcional. No se trata de recurrir a ningún determinismo que presuponga que las cosas están dadas y que son irreversibles. Pero tampoco puede optar por esos facilismos que creen, que porque una chica aprende un oficio en la situación cárcel, ya estará habilitada para enfrentar la vida de diferente manera. Como ellas y los chicos dicen, lo que hacen en el CAI es bueno, les permite enfrentar su situación de mejor manera. Pero de eso a pensar que salen cambiados para siempre existe un abismo que no se puede desconocer. Por lo mismo, el hecho de ser detenido podría también interpretarse como un acto fallido, pese a que, como ellos mismos dicen, cuando se deciden por realizar acciones contra la ley, se sabe bien que tarde o temprano serán detenidos por la policía y llevados de regreso al CAI, siempre y cuando sea menor de dieciocho años. Por otra parte, el CAI posee sus propias limitaciones institucionales a las que se

La Extradicción Territorial

añaden aquellas que surgen de un personal no siempre capacitado para atender esta clase de sujetos productos de la conflictividad social y ellos mismos cada vez más conflictivos puesto que aquello que realizan se convierte fácilmente en una bola de nieve que no deja de crecer. Esta conflictividad se acrecienta cuando el mismo Centro se aleja de las normas y se torna violento e irrespetuoso de los derechos. Es posible que exista una relación directa entre el buentrato y la posibilidad de que chicas y muchachos puedan, por lo menos, cuestionar su vida y sembrar en ellos un pequeño deseo de cambio. Ese atisbo de un nuevo mundo que, como señala un informante, bien podría ser el solo hecho de que se han construido nuevas relaciones de amistad ya no precisamente sostenida en lo delincuencial. Es una buena forma de vivir la vida, porque te haces de más amigos, de hartos chicos. De ahí, supongamos, llegas a un barrio y ya no te hacen nada porque has hecho amigos de ahí, pues ya vas a conocer harta gente. Por supuesto, no es nada bonito estar aquí, lo que todos queremos es que nos dejen en libertad, nada más. Generalmente, los programas para estos chicos suelen sustentarse en sí mismos y en certezas absolutas sobre lo bueno del trabajo, sobre el valor preventivo que ciertas actividades poseerían en sí mismas. Se suele pasar por alto que, tanto en la violencia como en otras acciones, como los usos conflictivos de drogas, existen historias previas que determinan la existencia. De hecho, demasiados programas sociales destinados a esta clase de poblaciones parten de presupuestos derivados del pensamiento del Emilio que creía en la bondad de la esencia humana. Ni existe dicha esencia ni tampoco una inclinación

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2 innata al bien. Nadie es sujeto innato sino, por el contrario, sujetos hechos con los lenguajes, las historias y los deseos de los otros. Es el detalle que rescata, quizás sin saberlo, el siguiente testimonio, mezcla de ideales pensados y de realidades vividas, de cercanías y lejanías, de ternuras y violencias. No existe continuidad ni certeza, sino creación, improvisación y repetición. Aquí todos nos llevamos bien, no hay muchos problemas, solo según, pues, las circunstancias o los días. Porque, ya pues, si alguien le tiene pica a uno y, ya pues, comienzan los problemas, y se triquean41 todos y comienzan a pelear todos. En el CAI hay espacio para todos, los acusados y los sentenciados, los que van para alimentarse por un tiempo y recobrar las fuerzas perdidas en la cotidianidad de privaciones. Hay lugar para las nuevas amistades y las violencias crónicas, más antiguas que todos los adolescentes. Desde luego que no es un lugar de paz. Imposible que lo sea cuando se sostiene en las violencias producidas por la sociedad y aquellas que traen, como propiedad privada y bien personal, los adolescentes. Más aquella que nace ahí y que, aunque parezca lo contrario, no es nueva. Existen posibilidades, pequeñas si se quiere, para que el tiempo de la desesperanza pueda ser utilizado en aprender algo nuevo. La pedagogía del trabajo que pretende

sembrar esperanzas y oportunidades, a veces, en los eriales crónicos. Nunca será arar en el mar porque siempre habrá la oportunidad de que las buenas intenciones germinen.

Aquí me siento bien por lo que aprendo, casi en la calle no hacía nada, ahorita trabajo en carpintería haciendo un armario, en mí sí ha habido cambios positivos. No ves que cuando uno llega de otra parte donde la violencia es a diario, uno también se hace violento. Cuando me trajeron para acá, no había lo que es maltratos, ni andar peleando por la comida, porque en el otro CDP42 tienes que pelear, se roban tu ropa y también te haces violento. Acá no había violencia, sangre más que todo. Aquí es tranquilo, te dan tres comidas, duermes tranquilo. Sí hay problemas pero diminutos, como en cualquier colegio. Sin embargo, es preciso reconocer que no todo CAI es igual a otro. Pese a las limitaciones y condiciones propias del sistema, en unos la vida cursa en una suerte de normalidad menos agresiva. Hay centros caracterizados por la violencia interna, la de los detenidos y también la de los guardias.la de la misma institución, con sus precariedades crónica. Como si se tratase de una violencia generalizada que surgiría de la conexión permanente entre la calle y la institución. Por lo mismo, se trataría de una violencia que no se interrumpe porque es una sola la que llevan en sí mismos los chicos y la institución.

Aquí, a mí la policía me coge todos los días. Aquí a mí me tienen visto el ojo, yo soy polilla acá adentro. Por eso, a mí me dan un mínimo chance y yo me los voy. Pero ya no quiero irme, quiero pagar, quiero salir en abril. Si me sentencian me pienso ir del intento de muerte por el que estoy.43 Estoy jodido acá adentro. La comida sí es a lo bien aquí. Pasamos bien, solo que los policías son muy malos. Es importante que la comida sea apreciada, no solo por la calidad, sino por su seguridad. Para muchos adolescentes, hombres y mujeres, fuera de la institución, la vida diaria transcurre en la peor de todas las incertidumbres, de no saber si se comerá o no. Este sería el primer enfrentamiento al fantasma de la muerte que los acompaña día y noche y que, en unos casos, se vuelve de tal manera evidente, que se convierte en actuación. Se mata al otro como si el sujeto se matase a sí mismo. Proyección fatal, si se quiere, pero estrategia límite de sobrevivencia. La violencia, incluso en la institución, se sostiene en la lógica del poder aniquilante, destructor, mortífero.44 A veces peleamos, discutimos, a veces rompemos vidrios, a veces hacemos maldades. Al inspector le faltamos al respeto. Porque uno cuando está así en la mente cabrero, no le importa nada lo que dicen. Como lugar límite, toda cárcel se halla siempre sostenida en la violencia que podría no aparecer sino cuando se abre un orificio que le permita salir, incluso a

La Extradicción Territorial

borbotones. La tranquilidad no es más que un estado débil, una pequeña estrategia que se sostiene en el aire porque se encarcela al sujeto pero no su historia, esa historia construida y sostenida en la violencia. Pensar en una cárcel como en un centro de paz, implicaría desconocer su condición de lugar de castigo y que, como tal, se ubica de manera inevitable en el dominio de la crueldad. ¿Cómo podría una cárcel ser amigable y bondadosa? ¿De qué manera podrían reinar en ella la tolerancia, el respeto a los derechos y a los deseos de los otros? Problema que se queda fuera de los espacios lógicos y cuya solución tan solo podría encontrarse en la convivencia. De hecho, todo centro carcelario, del orden que fuese, forma parte de las contradicciones existentes entre el sistema de los enunciados académicos y las acciones políticas. Por ende, los enfrentamientos físicos que se dan entre los adolescentes y la policía deberían entenderse como parte de los sistemas de oposición lógica entre la supuesta representación del bien y del orden que se ubica en los sistemas del control social y su opuesto que son los infractores, en el caso de los adolescentes, y los malhechores o reos, en el de los adultos. Por otra parte, los órdenes de los discursos políticos no son los mismos de los de la realidad. Desde una de las parte, todo anda bien, mientras que desde la vida cotidiana, encargada de significar a los discursos, las cosas son diferentes. Inclusive las posiciones de los adolescentes responden en gran medida a sus condiciones en las que viven la cotidianidad mas no necesariamente a cambios que se hubiesen producidos en sus representaciones sobre su vida personal, el mundo de fuera

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Triquearse: ponerse mal, enojarse. Es un término que pertenece al uso de drogas y se refiere a los efectos negativos que tienen que ver con la angustia, la ansiedad. Hay sujetos que usan drogas con la finalidad de triquearse. 42 CDP: Centro de detención provisional.

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Del intento de muerte: del intento de asesinato. Hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres/ como la entraña oscura de oscuro pedernal. Barba Jacob.

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2 y las realidades históricas personales, familiares y sociales. Todo depende de uno mismo. Si uno no pone de su parte, no cambiará nunca, acá nos enseñan clases de matemáticas, a tejer, a pintar uñas, cosas de belleza, cosas de artesanías para que pasemos el tiempo ocupadas, para que no pasemos el tiempo pensando en cosas malas. Pero si yo estoy deseosa de irme, de irme, de irme y me quiero ir, entonces las cosas llegarán a un límite que ya no sé cómo explicarte. No nos castigan sino que nos ponen a hacer comisiones: trapear, limpiar, recoger la basura. Ese es el castigo, pero de pegarnos, hasta ahorita, no. Homologados por las infracciones y delitos, la misma institución y sus habitantes reclaman una igualdad que no es posible mantener sino en los discursos y en los regímenes internos de disciplina en los que la violencia y el maltrato podrían disfrazarse de bondad o de buentrato. Algunos internos logran hacerle el quite a la violencia y se adaptan mejor que otros al sistema. Sin embargo, no se requerirán grandes conflictos para que, el rato menos pensado, surja la violencia que los habita, que vive en cada uno como en su propia casa. A veces, violencia acallada y hasta domesticada, nada más. El buen trato podría ser el producto de la domesticación momentánea, de un sometimiento asumido como una estrategia de sobrevivencia. Por ende, resulta inconsistente que se hable de modificaciones subjetivas importantes cuando una chica o un muchacho cambia su modo de vivir

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el día a día de la cárcel. El malestar existencial de unos los acompañará perennemente. Otros harán cosas para asumir de la mejor manera posible una realidad que probablemente, desde las subjetividades, resulta mejor que la vida cotidiana de violencias y privaciones en la calle, la casa, el barrio. El testimonio es claro cuando habla de un antes y un ahora, un antes que fue apenas ayer y un ahora que, en verdad, apenas si se reduce al momento. Ahora hay una vigilancia más mejor que antes, porque antes sí había más agresividad entre las compañeras, insultos. Pero ahora se ve que ha cambiado porque han habido muchos cambios. Porque, diga, si una discute, la otra evita. Aquí todas estamos por un error, todas somos iguales, ni más ni menos. Pero hay otras muy agresivas a las que no se les puede decir nada porque salen groseras, o sea, insultan. Cuando están con el carácter malo, mejor no les decimos nada. La verdad, no se puede controlar, las compañeras, a veces, por la mínima arman el gran lío y no se pueden controlar.

La Extradicción Territorial

de las actividades al interior del centro de retención.46

El ministro Justicia y Derechos Humanos, visitó el CAI de Guayaquil, donde se habían producido enfrentamientos entre los jóvenes internos que dejaron un muchacho y tres policías heridos. Recorrió las instalaciones del centro penitenciario y dialogó con varios jóvenes, así como con el personal administrativo para conocer sus necesidades y analizar las posibles soluciones.

El director del Centro pidió que el rancho para los internos, hoy de un dólar por cada uno, se incremente para mejorar la dieta de los chicos.

Se constató que ese CAI tiene limitaciones en su infraestructura física y que los servicios básicos, principalmente, de agua y luz son deficientes. Esas condiciones no posibilitan un normal desenvolvimiento

Este Centro de Adolescentes Infractores está habitado por 185 internos. 135 de ellos, de 15 a 17 años, están en el bloque B. Los 50 internos restantes, de 13 a 14 años, están en el bloque A.

Según los chicos, en los dormitorios existe hacinamiento pues deben compartir sus camas y colchones entre tres o cuatro.

Hay enfermedades y heridas ancestrales. La pobreza es una de ellas. Quizás ahora, como nunca antes, las diferencias se hacen más patéticamente evidentes. No se trataría tan solo del enfrentamiento a lo real de lo diferente expresado en las cosas, sino en ese real que se apropia de los discursos que no cesan de hablar de igualdad y equidad. Es probable que la negación de la diferencia45 se convierta en uno de los mayores actos de violencia en contra del otro.

Lyotard habla de el diferente (Le différend, traducido por La diferencia), para señalar tanto la imposibilidad de anular la diferencia porque forma parte del ser y, luego, para marcar que, antes que nada, cualquier diferencia pertenece al orden del leguaje.

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Mayo, 2010.

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as drogas pertenecen a la juventud e incluso a la adolescencia casi por derecho propio puesto que fueron las generaciones jóvenes norteamericanas de la postguerra las que llegaron a ellas para redescubrirlas e invitarlas a formar parte de los nuevos estilos de vida que se habían propuesto construir para dar la cara a la vida de otra manera. A esa vida colocada en el paredón de los acusados por los regímenes totalitaristas que no dudaron en asesinar a millones de humanos por el delito de ser diferentes. La humanidad casi ha olvidado que el movimiento hippie no surge como una moda más de la postguerra sino como una estrategia de sobrevivencia ante la muerte dada y por la amenaza de seguir dándola por los Estados poderosos que se creen dueños de la vida y de la muerte de sus ciudadanos. Por esos grupos que se apoderan del poder y que, dueños absolutos de la verdad, se proponen imponerla a sangre y fuego. El Siglo XX, probablemente el más cruel de la historia de la humanidad, se especializó por crear sistemas únicos, hechos con verdades incuestionables a las que debían adscribirse todos sin crítica alguna. Todavía persisten algunos de esos sistemas totalitarios, absolutos y sostenidos en la crueldad. Para los disidentes se inventaron innumerables Archipiélagos de Gulag.47

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El hipismo y otros movimientos similares aparecen, pues, como la anticultura, entendida como la rebelión en contra de la primacía ideológica de los Estados que, a su nombre, sembraron de muerte todos los surcos de la Tierra. Como nunca antes, se demostró que las ideologías políticas y económicas eran más

Adolescencias, Drogas y Malestares

importantes que la vida misma. Otra forma de las guerras santas medievales que tomaron como pretexto la salvación de las almas para apropiarse de las conciencias y de los bienes de los supuestos infieles. El movimiento hippie, como cultura, invadió Occidente a través de su arte eminentemente psicodélico pues se ligó al uso de alucinógenos, particularmente, el LSD. Luego la marihuana se convertirá en uno de sus símbolos privilegiados. Desde entonces, los nuevos movimientos sociales, políticos y culturales, no podrían entenderse sin su relación directa con las drogas. Sin embargo, no como una relación causa-efecto, sino como ese añadido destinado a proveerlos de un plus de sentido y de dimensión. Es necesario, pues, pensar las drogas desde la antropología y sus complejidades y no tan solo desde los discursos del poder en los que la dupla droga-mal está llamada a explicar lo inexplicable de las relaciones de los sujetos con el poder, la economía personal y social, el arte y el tránsito de las intersubjetividades. En cierta medida, el tema de las drogas, desde sus perspectivas ideológicas, vendría a sustituir a los antiguos y caducos sistemas religiosos.48 Por ende, como señala Andrade,49 para entender el problemas de las drogas son necesarias nuevas teorías y técnicas de carácter etnográfico que superen las posiciones oficiales que se centran fundamentalmente en lo biomédico, lo psicológico y lo económico. Pero no solo hace falta una nueva etnografía sino también nuevas éticas y estéticas capaces de crear acercamientos teóricos adecuados para entender las actuales complejidades.

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Nota: Referencia a la novela de Alexander Solzheritsyn Recordar a Nietzsche calificando a la religión de opio del pueblo. 49 Andrade Xavier, Etnográficas sobre drogas, masculinidad y estética, en Ecuador, academia y drogas, pág. 114, El Conejo, Quito, 2010. 48

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3 Por ejemplo, cuando se trata de los adolescentes denominados infractores, la mirada moralista ocupa un lugar de preferencia puesto que, con frecuencia, las relaciones estatuidas entre ellas son casi de causa-efecto. De esta manera se empobrecen, no solo las rutas para arribar a la complejidad sino, sobre todo, las conclusiones posibles. En el siglo XXI, aun se abordan temas trascendentales desde un anacronismo que provee de seguridad a los sistemas políticos y sociales pero que impide saber más y mejor de los problemas que importan a la sociedad. Las consecuencias sociológicas y políticas de tales visiones son mayormente perversas y la literatura crítica sobre las drogas las ha puesto sobre el tapete desde décadas antes de que el narcotráfico existiera como concepto siquiera, aquellas siguen primando sin lograr permear, ni siquiera medianamente, la esfera pública.50 Por las características derivadas de los mismos usos, a causa de las políticas indiscriminantes, las drogas fueron perdiendo sus valores originales de ser uno de los indicadores de las nuevas propuestas de vivir y también de las formas de protestar ante la tozudez mundial de aferrarse a los ancestrales estilos de vida social, política, económica. La Guerra Fría, Vietnam, la caída del Muro de Berlín, la persistencia de regímenes totalitaristas no son sino parte de esos monumentos que dan cuenta de las perennes incongruencias de los macro sistemas del

poder de las que, en alguna medida, las drogas y sus usos se han hecho eco. No podía ser de otra manera cuando se arma la gran guerra en contra de las drogas, guerra mundial en la que se hallan comprometidos todos los países y en la que se invierten ingentes recursos, no solo económicos, sino también humanos. Las sociedades, casi sin excepción, se hallan directamente involucradas en esta guerra que se ha extendido por más de cuarenta años. Esta guerra comienza en 1961.51 Se suele creer que la presencia de las drogas en la cotidianidad social es reciente, apenas si partir del movimiento hippy. Lo que se debe reconocer es que a raíz de la década de los sesenta, se inauguran otros discursos en torno a un fenómeno que adquiere nuevas expresiones y presencias, ya no en lo reservado de las prácticas chamánicas, por ejemplo, sino en la vida cotidiana. Esto sería lo más nuevo y espectacular de este movimiento: su inserción violenta en los ejercicios de lo cotidiano. Algunos han visto en las drogas la única expresión contestataria ante los poderes de la tradición y la imposición de los pensamientos únicos. Dentro de la misma convención, la JIFE52 clasificó las drogas en cuatro grandes grupos. Al primero corresponden las sustancias naturales y que poseen una larga historia de usos de carácter ritualístico y ceremonial. Es importante anotar que, a medida que los usos se extienden en las poblaciones, el valor ritualístico abandona los espacios ancestrales del rito para introducirlo en la vida cotidiana. De esta manera, es lo cotidiano lo que se convierte en el lugar de la celebración y del rito (Tenorio).53 Es posible que

esta extensión ritualística y significante se haya convertido en el mayor obstáculo para el triunfo de la guerra a las drogas. Es decir, si las drogas hubiesen permanecido adscritas únicamente a los ejercicios de la ritualística social, es probable que los efectos de la lucha antidrogas habrían sido diferentes. La situación actual de las drogas da cuenta de que existen otras múltiples realidades a las que pertenecen y que, para una mejor comprensión, exigen ser claramente diferenciadas. Para comenzar, basta señalar que no es la misma la droga del traficante que se enriquece ilegal y malévolamente, que la droga del grupo de chicos que comparten un porro para una celebración. Distinciones elementales, si se quiere, pero que resultan de suma importancia cuando se trata de analizar de manera adecuada el tema de los usos y consumos de drogas y, sobre todo, las estrategias de prevención. Es probable que la vida cotidiana de los adolescentes infractores dé cuenta de las múltiples presencias y significaciones que poseen las drogas. Lo cual no simplifica su intelección sino que, por el contrario, lo que complejiza cada vez más. En efecto, es probable que algunos de los adolescentes que han sido detenidos por cualquier tipo de infracción no sean sino únicamente usadores, conflictivos o no, de drogas. Otros, en cambio, formarían parte de la compleja red de pequeños traficantes, una red que, parecería, no cesa de crecer dada la mayor demanda de drogas en todos los espacios sociales. Al respecto, vale tomar en cuenta que en el Ecuador no se han realizado sostenidos estudios sobre el tema del tráfico de drogas

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y su incidencia en la economía nacional ni tampoco en la de los pequeños traficantes. Desde perspectivas maniqueas, las drogas, sin excepción, pertenecen por derecho propio al reino del mal. Sin embargo, vale tener presente que, cuando se indiscrimina el mal, se corrompen los lenguajes y con ellos los sujetos aludidos en tanto quebrantadores de la ley. Puesto que las drogas pertenecen al reino de lo malo, a esa misma categoría se adscriben los pequeños traficantes que en la actualidad forman parte de los quehaceres sociales, estos traficantes que, con frecuencia, son sancionados por la ley con mucha más rigurosidad y hasta crueldad que los grandes traficantes. Para efectos de la ley y sus sanciones, casi valen más 50 gramos de marihuana que varias toneladas de base de cocaína.

Desde la sobrevivencia “El narcotráfico da trabajo a aquellas personas para las cuales las actividades laborales se han convertido en una quimera”, afirma Rossi.54 Porque, en general, los pequeños traficantes pertenecerían a los grupos marginados o, como dice la autora, excluidos. Se diría, pues, que el tráfico al menudeo, que aparecería como una estrategia de sobrevivencia, requiere ser abordado desde nociones sociales, económicas, políticas y psicológicas propias. Como muchas otras realidades sociales, pertenece al misterio el ingreso a las complejas redes del narcotráfico, en particular cuando se trata de ese casi elemental tráfico que se da en la calle, la venta de esa droga utilizada por chicas y muchachos que, entre las realidades de su historia, también cuentan con esta forma de ganarse la vida.

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Ibidem. Convención única sobre estupefacientes, Viena, 1961. 52 JIFE: Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Esta Junta nunca asumió la clásica definición de droga propuesta por la OMS por considerarla demasiado técnica. 53 Tenorio, Rodrigo: Drogas, usos, lenguajes y metáforas, El Conejo- Abya-Yala, Quito, 2003 51

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Rossi, Adriana, Narcotráfico y los desaciertos de la política antidrogas en: Ecuador, academia y drogas, op. cit. Pág. 31.

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3

Claro, yo sí vendía, pero hace un tiempo atrás, en San Roque. Solo un poco no más para ganarme la vida.

constitutiva. Por otra parte, una ilegalidad que actúa unida a otras, como la venta de objetos robados, pero que se halla estatuida desde imaginarios más radicales respecto al riesgo.

No es una confesión jurídica, sino de una elemental constatación, como si se tratase de una de tantas pequeñas estrategias de sobrevivencia con la que cuentan el barrio, la calle y sus habitantes. Desde luego, que el sentido de ilegalidad se halla presente y no puede desaparecer porque los habitantes posean otras representaciones de sus realidades. Sin embargo, la ruta existencial del pequeño traficante se halla estatuita también con ese sentido de quemeimportismo respecto al bien y al mal, lo legítimo o ilegítimo.

Todas las ciudades, más notable en las de mayor crecimiento urbanístico, poseen barrios llamados bajos dentro de la geografía mítica de las posesiones y carencias económicas, sociales, culturales. Clasificaciones construidas a lo largo de los tiempos y de la historia de las posesiones que crean aislamientos y clasificaciones que hacen las ciudades y que, de igual manera, marcan a los ciudadanos. Allá, abajo, se encuentra siempre el mal y los malos, mientras que por las alturas vuelan los bienes y los buenos.

En Guayaquil, por ejemplo, según Andrade,55 los cuidadores y limpiadores de autos, en las calles y otros estacionamientos son proveedores de marihuana, base y otras sustancias. Pequeño negocio que redondea los magros ingresos con los que apenas se le hace el quite al hambre.

En la actualidad estos barrios reciben otra impronta más que, unida a la violencia, los margina exponencialmente y los vuelve temibles y constructores natos de maldad. Las drogas, supuestamente, se han unido a la violencia ancestral, innata, para convertirla en lo temible por antonomasia. Un maridaje dado y certificado por los discursos del poder.

Prácticas estatuidas que se extienden a lo largo del tiempo, tiempo de los calendarios, pero sobre todo, tiempo de las sobrevivencias. En efecto, dice Andrade, esta práctica la he constatado en mis trabajos etnográficos desde 1987 hasta el 2007. Yo pasaba vendiendo todo el día. Y así vendía unos 25 gramos, por porciones de cinco, de diez o de dos dólares. La economía informal de las ciudades no podía dejar de lado esta actividad, tal vez la más riesgosa de todas por su ilegalidad

Porque ya no se trata tan solo de sostener las antiguas interpretaciones sobre los sentidos sociológicos y antropológicos de los robos en los espacios de la pobreza. Ahora el robo, desde los imaginarios sociales, forma parte del maldito vicio de usar drogas o de traficarlas, una unión causa-efecto que, de tanto ser repetida, se ha convertido en un nuevo dogma. Desde ahí se han construido en la marginalidad nuevos seres cuya peligrosidad se magnifica real e imaginariamente.

GRÁFICO 4 Usaron drogas alguna vez en la vida (%)

Un patrón que usualmente se observa es que el uso de drogas en los hombres es mayor que el de mujeres, en el caso de la población menor infractora sucede lo mismo. Sin embargo, los porcentajes de diferencia no son amplios, en especial en el caso del alcohol y la cocaína. Así, 9 de cada 10 menores hombres aseguran haber usado alcohol alguna vez en la vida, en el caso de las mujeres son aproximadamente 8 de cada 10. En cuanto al uso de cocaína, 3 de cada 10 hombres afirman haberla usado alguna vez en la vida, y 2 de cada 10 mujeres. No obstante, las drogas de uso mayoritario de hombres son la marihuana y el maduro con queso.56 La droga, unida al robo y la violencia, adquiere otros sentidos antes inexistentes en

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Andrade, Xavier, ibídem.

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los barrios y también en las formas de interpretar el convivir social. No se trata, de ninguna manera, de un puro imaginario puesto que la violencia está ahí y cuyos efectos son cada vez más cruelmente palpables. Por lo mismo, para la comunidad resulta lógico mirar las drogas como un potencializador de la violencia existente, como si fuese su alma, en la pobreza. Como la mayoría es de aquí de Quito, y yo no soy de Quito y no lo conozco bien, ellos me han hablado de un poco de barrios que son dañados, que venden drogas, que son ladrones, pero son ladroncillos no más, roban esos teléfonos, pero los casos son así, los hermanos también roban y trafican, todo es muy distinto de lo que a mí me pasa, todos van en conjunto, tienen historias parecidas, unas peores que otras.

Se conoce como maduro con queso a la mezcla entre pasta base y marihuana.

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3 Reyes57 se refiere a la tabuización de la droga para señalar los procesos sociales mediante los cuales, de manera sistemática, se construyen imágenes peyorativas de los usadores de drogas y de los pequeños traficantes. De esta manera se justifican las diversas sanciones sociales con las que se construye una dogmática de penas que caen tanto sobre los consumidores como sobre los pequeños traficantes. Es imperativo repensar y reorientar los conocimientos, las actitudes, los comportamientos y los reconocimientos acerca de ese “otro” al que se lo percibe en tanto contaminado con este tema abyecto y que, por tal razón, no merecería ser sujeto de ningún tipo de derechos ni de garantías legales. Como señalan los informantes, la necesidad de dinero es algo inevitable e imperativo que exige soluciones inmediatas y válidas, al margen de cualquier otro tipo de consideración social o ética. Más aún, la ética de la necesidad, como imperativo, no podría regirse con principios y actitudes que dan cuanta de otras realidades sociales y personales en las que la sobrevivencia es tan solo una palabra de discursos que les son ajenos. Los entrevistados acuden a frases lacónicas para señalar que se trata de algo elemental que, por ende, no necesita de grandes explicaciones. La necesidad, el hambre o, simplemente, el hecho de poseer espacios, tiempos y pequeños ingresos para su propio divertimento. Todas nosotras hemos salido de la casa a la calle porque necesitábamos el dinero para todas las cosas.

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Desde hace varias décadas, el tema de las drogas se ha contaminado con un sinnúmero de ideologías y creencias de carácter social, religioso, ético. Hasta el Vaticano no ha dejado de intervenir parta calificar el uso de drogas como uno de los tantos pecados graves de sus fieles. Desde estas perspectivas, ya no son posibles los distingos y los juicios que miren y analicen el problema en sí mismo, despojado de los prejuicios y como parte de la vida cotidiana, de las economías y de las políticas mundiales, nacionales, familiares y personales. Una vez que se analizó el tema de las drogas como fenómeno social, apareció la necesidad de reglamentarlo desde las políticas de Estado a nivel mundial, sostiene Beatriz Acevedo.58 Las dinamias de la calle y de sus habitantes funcionan con simplicidades ya dadas y reeditadas en cada caso. Aparentemente, la complejidad procede más de quienes las miran desde fuera que desde sí misma. Digamos que yo robaba cosas y las vendía y por eso fumaba, porque esa cosa es como un caramelo, digamos ya, como el alcohol, vamos a tomar, uno más, dices, y ya, pero al final terminas tomando harto trago, así mismo es con la droga, te fumas un poquito y ya te pica, ya quieren otro y otro, y ¿de dónde sacas la plata, a ver, de dónde? De ahí mismo, pues.

porque no se tiene a mano otra actividad cuya legitimidad no sea cuestionada bajo ningún concepto. Por otra parte, dadas las condiciones del barrio, de la calle, de la casa, ¿qué hay para escoger que no esté, directa o indirectamente, en contra de las normas sociales? Existen abismos epistémicos y morales entre el narcotráfico de los carteles y sus semejantes y el muchacho del barrio que mediante su pequeño negocio pretende cubrir las necesidades existenciales personales y también familiares. Es preciso tener presente que muchos menores de dieciocho años y chicas menores de dieciséis ya son papás y mamás, realidad que no puede ser pasada por alto al momento de analizar y juzgar Con frecuencia la ley y también la justicia los equipara. Sin embargo, cabrían distingos necesarios, imprescindibles y también justos porque no sería dable medir con el mismo rasero al gran negocio del narcotráfico, cuyo paradigma lo constituyen los grandes y medianos carteles internacionales, y al pequeño traficante de barrio. Probablemente no sea adecuada ni proporcionada la actitud social de ligar los delitos con la droga. Primero porque los pequeños traficantes posiblemente sean numéricamente menores a los que realizan otros oficios para sobrevivir, en particular, el robo. Sin que ello excluya el hecho de que las dos prácticas puedan asociarse, como lo señala el siguiente testimonio.

Adolescencias, Drogas y Malestares

En mi caso, yo no fumo ni tomo nada. Lo que yo hago (vender droga) es para vestirme y para mi mujer, para lo de la casa. Hay otros que no fuman por el día y solo entregan, ya me entiende, lo que pasa es que en la noche salen a robar y ya, pues, se ve que tienen plata, y a veces ya les pica el bicho y se fuman lo que ellos mismos tienen, me entiende. Pero no es de todos los días, claro que fuman pero en ellos es otra cosa porque es más sano, pues no lo hacen todos los días, no se les ve mucho que salen a fumar, todo lo otro para la casa. Es preciso reconocer que para los usadores las drogas forman parte de los procesos construido y utilizados en el afán de metaforizar el mundo, la vida cotidiana. De esa manera las drogas pierden su materialidad concreta e ingresan en otros procesos eminentemente mágicos en los que los valores de posesión, venta, uso e intercambio se significan. Esto determina que la droga, aunque en la sustancia sea la misma, es diferente para cada usador e inclusive para acto de uso. Este principio podría extenderse también a los pequeños tráficos. La droga del tráfico, en efecto, es necesariamente otra. Aunque se trate de pequeños traficantes, esa droga no es más que una mínima parte de la gran droga de los grandes traficantes.

Algunas prácticas podrían convertirse en ignominia cuando representan al sentido de la existencia como, por ejemplo, perderse en el mundo de las drogas, traficarlas,

Reyes, Hernán, Esbozo de crítica a los discursos “tabuizantes” y criminalizantes sobre las drogas, en Ecuador, Academia y Drogas, op. cit. pág. 49. Acevedo Holguín, Beatriz, La política colombiana de las drogas en la nave de los locos. Un análisis de la construcción social del problema de las drogas, citado por Reyes, op. cit. pág. 48.

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3 GRÁFICO 5 Han traficado drogas (%)

existencia, de su valer y de la misma convivencia. Dar muerte al otro, a sangre fría, por motivos casi siempre baladíes, implica la destrucción masiva de todo el sistema de conocimientos y de valores que sirven de cimiento, no solo a la vida individualmente considerada, sino a la cultura. De hecho, en cada muerte dada la cultura queda igualmente herida de muerte. Fatalmente herida porque la sangre derramada invoca, convoca, a más sangre por derramar. Ley del Talión. Principio de equidad que roza lo perverso de los sistemas sociales degradados.

En cuanto al tráfico de drogas, de la población infractora, más de la mitad de hombres, alrededor de 139 de un total de 264, es decir, el 52.5%, asegura que alguna vez haber vendido drogas. En el caso de las mujeres, llama la atención que de un total de 32 mujeres 15 de ellas hayan traficado drogas, es decir, casi el 50%. . Es cierto que en unos y otros, con las diferencias necesarias, lo que cuenta es únicamente la obtención de dinero. Pero mientras para unos se trataría de una estrategia más de sobrevivencia, para los grandes traficantes ya no es tan solo el dinero sino la compra de espacios de poder económico y político. Las relaciones del narcotráfico, verdadero narcotráfico, con el crimen organizado son cada vez más espeluznantes igual que el atentado directo en contra de los proyectos democráticos.59 Los pequeños traficantes también forman parte de la exclusión social, por ende, constituyen uno de los tantos indicadores de los

desórdenes que no se solucionarán con ningún tipo de violencia. Es importante el criterio de Andrade60 sobre lo que acontece en la calle por la que circulan los pequeños vendedores de drogas y sus usadores, unos y otros nacidos en los espacios anónimos de la pobreza omnímoda. “La cárcel es la institución depositaria de los desprotegidos de la guerra contra las drogas. En Ecuador, con una legislación que deja en manos de los policías, en primera instancia, definir arbitrariamente quienes califican como “consumidores” y quienes lo hacen como “traficantes”, el panorama es particularmente dramático”. Son innumerables las clases de infracciones (delitos) que un sujeto puede cometer ya sea en contra de la comunidad, de los sujetos, la familia o contra sí mismo. Pero la sociedad se encarga de privilegiar unos sobre otros, colocando el dar la muerte al otro en el punto más profundo de violencia porque expresaría la degradación total del sentido de la

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Lo que acontece en México, en particular en su frontera norte, es un claro ejemplo de las dimensiones económicas y políticas a las que aspira el narcotráfico. 60 Ibidem, pág. 134.

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Esto es más grave aún cuando, no solo se da muerte a un niño o a un muchacho, sino cuando el actor de la muerte es un niño o un adolescente. Cuando esto acontece, entonces ya no se puede dar fe de la vigencia de los sistemas políticos, económicos, jurídicos y éticos. Entonces, la incertidumbre se apodera de la sociedad. La más atroz y destructora de todas las incertidumbres. No se trata tan solo del debilitamiento de los sistemas de seguridad destinados a proteger a los ciudadanos. Se trata también de desarraigos afectivos básicos que han dado lugar al imperio de cierta insensibilidad cínica que invade a los actores de la crueldad como a quienes tienen el deber de la protección ciudadana. La sociedad insensible termina siendo una sociedad fragmentada y ajena a las lealtades básicas, elementarles pero imprescindibles. El viejo enunciado de que el hombre es lobo para el otro se convierte, si no en ley, en sospecha estatuida, estabilizada, acrecentada. A ratos, los discursos oficiales privilegian, hasta de manera totalmente indiscriminada, el enfrentamiento tanto a las drogas en sí mismas como a los usadores. Pero deja de lado el tema de la muerte dada.

Adolescencias, Drogas y Malestares

No se puede vivir sin dinero y uno tiene que conseguirlo. En mi caso, mi familia pudo haberme dado. Pero como ya no me tenían confianza porque andaba solo en la calle, no sabían qué hacía. Entonces me tocaba a mí mismo conseguirme, me iba a la calle y robaba, primero robaba así a mis vecinos, entonces no robaba teléfonos y esa nota. Por eso es cierto que el barrio sí influye, porque con ellos a veces íbamos en la moto y en unas cabina cogíamos ya sea tarjetas, teléfonos, y ahí se hacía dinero. También robando esos carros que transportaban alimentos o electrodomésticos. También por ahí había dinero vendiendo lo que tú sabes, la marihuana y la pasta. Pero nunca pensé que me iba a pasar lo que me pasó, que iba a estar preso, no precisamente preso, pero sí privado de la libertad, como se dice. ¿Cuál será la diferencia entre estar preso y estar privado de la libertad? A veces la semiótica social y política pretende construir diferencias nominativas con el afán de marcar con claridad diferencias inexistentes sino, posiblemente, a lo más en las formas en las que cada sujeto se vive así mismo como libre o como prisionero. Espacios absolutamente reales, una nominación que se refiere más a los hechos físicos que a las implicaciones. En efecto, es altamente probable que un alto porcentaje de estas muchachas y chicos termine en la cárcel más temprano que tarde. Casi desde que de manera masiva aparecieron las drogas en el escenario las relaciones sociales, el mundo institucionalizado buscó razones que expliquen los usos, de manera más urgente aún cuando estos usos se volvieron significativamente más importantes, tanto en lo que tiene que ver con el número de usuarios, cuanto con las frecuencias, cantidades y tipos de drogas.

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3 GRÁFICO 6 Alguna vez han usado alcohol (%)

Estos presupuestos se han fortalecido de tal manera que han terminado convertidos en dogma social, ético e inclusive jurídico. Además, no se necesitarían demasiadas pruebas para, supuestamente, confirmar que detrás de un adolescente usador de drogas y, más aún, cuando se trata de un usador conflictivo, hay una familia en desorden convertida en causante del mal. Por otra parte, estos presupuestos se cumplirían al pie de la letra cuando se trata de chicos y muchachas de la pobreza y, además, infractores.

El alcohol comienza a ser usado cada vez más tempranamente. De hecho, 7 de cada 10 adolescentes comprendidos entre los 12 y 14 años de edad aseguran haber usado alcohol alguna vez en su vida. Luego se convierte en un uso prácticamente común. Si los datos de la investigación dicen que 9 de cada 10 lo hacen, no es nada arriesgado afirmar que, en realidad, lo hacen todos. De hecho, recientes investigaciones61 dan cuenta que cada vez más tempranamente chicos y muchachas se inician en el uso de alcohol. Como ellos mismos dicen, es la droga más fácil de conseguir y la que peores efectos produce en la vida, más que cualquiera de las otras drogas. Desde las representaciones de un mundo supuestamente organizado con sólidos principios éticos y, además, cobijado con un incuestionable sistema de valores, las drogas han sido calificadas de enemigas de la

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sociedad, y los usadores como sujetos que han perdido los valores y que se hallan fuera de las rutas por las que han caminado y deben caminar todos. En definitiva, las rutas del bien. Cada uso no sería sino una suerte de respuesta inadecuada a los conflictos sociales, una salida en falso frente a la conflictividad inevitable de la vida y, sobre todo, una expresión indudable de conflictos personales y de la pérdida de los valores sociales. Cuando los usadores son niños y adolescentes, casi de forma inmediata se acusa a la familia de ser la responsable primordial porque ya no cumple sus deberes de cuidar, vigilar y castigar. En la medida en que la familia se ha vuelto ella misma laxa frente a los ordenamientos culturales y morales, los hijos se descarrían en el mundo de las drogas, incluido el alcohol.

Tenorio Rodrigo, El sujeto y sus drogas, Consep, El Conejo, Quito, 2009.

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Sin embargo, estos chicos no necesitan ir a estos orígenes para explicar sus usos. Las drogas pertenecen a su ambiente, están ahí para ser vendidas, compradas, usadas. Nadie las ha llevado porque, cuando nacieron, las encontraron formando parte de la vida cotidiana. Porque sus papás y mamás, igual que ellos, las usaron antes, muchos lo siguen haciendo. Algunos de estos papás tienen usos conflictivos, tanto de alcohol como de drogas, unidos a prácticas delincuenciales. Son historias que se repiten una y otra vez, generación tras generación. Se trataría de una compulsión, ya no personal, sino familiar y social a la repetición. No se puede decir, por principio, que haya una preferencia de una droga determinada sobre otra. En el barrio las cosas circulan, igual que los lenguajes y la pobreza, todo transita y cambia porque todo es móvil, quizás a excepción de las pobrezas y las violencias que se repiten e incrementan. El aislamiento social que produce el CAI de modo alguno determina una abstinencia total de drogas o de alcohol. De hecho, por las vías más inimaginables, la droga entra y es

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Adolescencias, Drogas y Malestares

usada. Como dice el informante, los de la vigilancia no pueden estar en todo. Por ende la droga tendrá sus vías para llegar a ellos. Sí, como te explico, afuera consumo y consumo toda una semana o un mes. Pero acá, en el CAI, según te siga llegando y, claro, un día máximo, porque los educadores no van a estar en todas, máximo dos días o supongamos una semana, pero no todos los días. Claro que esto se hace calladito, aunque claro que se dan cuenta. Desde luego que el tema de los precios juega un papel importante, pero nunca será tan definitorio al momento de decidirse por una u otra droga. En la práctica, se usa lo que se tiene a mano lo cual determina que, en general, se pruebe de todo. En un día, prevalecerá un tipo de uso sobre otro por circunstancias que van desde la capacidad adquisitiva del momento hasta el hecho real de la presencia de una determinada droga. Ya lo han dicho en otros espacios y circunstancias. En efecto, hay una coincidencia en afirmar que la actual cultura vive y se sostiene en múltiples drogas, no solamente las llamadas ilícitas sino también las calificadas de lícitas como el alcohol y el cigarrillo, excluidas de esta persecución. Pero existen muchas otras a las que no se les persigue ni se las conduce al cadalso. Sin algunas de esas innumerables drogas, no podría vivir una buena parte de la población del mundo. Si bien y desde la teoría, suelen describirse los efectos de cada una de las drogas, en la práctica, siempre aparecerán como el producto de las circunstancias del sujeto y del ambiente en el que se vive y se usa.62

Tenorio Rodrigo, El sujeto y sus drogas, Consep, El Conejo, Quito, 2009.

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3 Pero las sensaciones que se experimentan nunca podrán ser ajenas a las realidades y circunstancias del usador. Los barrios de la pobreza, los grupos delincuenciales viven en alerta. Puesto que saben que de ellos se sospecha y que la policía los tiene en su mira, sus habitantes también viven en constante vigilancia. ¿Es esto lo que conduce al usador conflictivo a esa especie de delirio de persecución en el que queda atrapado bajo los efectos de su droga? Probablemente sí. Más el polvo de base, porque el polvo te asusta, y los manes por estar así vigilando de aquí para allá piensan que te cogen, porque cuando estás fumando, carajo, tú te asustas, piensas que estás en una esquina y ves que ya viene alguien de allá a cogerte por la espalda, a agarrarte así, sientes que ya viene la policía, de una te quedas quieto y luego te asustas, estás mirando, mirando, y te dan ganas de irte de donde estás parado, te dan ganas de meterte en tu casa y no salir. A mí me ha pasado eso, porque yo he estado en la esquina, al frente de mi casa, fumando. Entonces, siento así como que vienen y yo tengo que ver a los cuatro lados, sientes que vienen a cogerte por los cuatro lados, y me asusto, y mejor me subo a mi terraza, y también en mi terraza siento que me cogen mis vecinos. Los efectos de una droga casi siempre tienen que ver con las experiencias del usador, con su pasado y, sobre todo, con su presente, con ese instante existencial en el que hace liga con lo que usa. Por más bizarras que aparezcan, siempre se hallarán ancladas en la vida diaria. Nada aparece de la nada. Existe una historia de experiencias, fantasías, deseos, frustraciones que interviene en cada acto.

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Como un sueño que se construye con los restos diluirnos pero también con lo vivido, lo deseado y lo reprimido. Todo sueño es también una experiencia alucinatoria. Y las pesadillas caminan las rutas de la angustia y hasta de la desesperanza. El otro polvo es la marihuana que, como todos saben y ha sido comprobado por científicos, es ciento por ciento natural, eso sí es verdad, porque la marihuana, para qué decirte, eso sí que es chévere, tú te fumas un grifo, te fumas un pase63 y tal, y estás que te ríes, como que estás contándote chistes, te cuento un chiste y te ríes, pero no puedes calmarte, no te calmas, hasta que te dicen: oye, carajo, despierta. Tienes que estarle pegando cada rato a tu amigo. Si a la pobreza se añaden los otros desórdenes sociales, el resultado de esas sumas no podrá ser otra cosa que sujetos hechos con la materia prima del desamparo. El desamparo no es unívoco pues va desde el ser deseado antes de nacer, hasta el hecho de ser colocado en la cuna de lenguajes equívocos.

remediar ni el entorno y, menos aún, la historia que se repite generación tras generación. Cuando consumen, ellas dicen que se sienten muy bien, como ser, se sienten en un ambiente relajado, más mujeres, como las más buscadas. Sienten que las insinúan, porque hay amigas que, pongámoslo, le pongo mi caso, hay amigas que me dicen: fúmate esto, y yo le digo qué chévere, bueno, rico, y así, poco a poco te vas metiendo hasta que apareces drogadicta. De la seducción y de ser deseada, se puede pasar a la orilla del abandono, la soledad y la decepción. La orilla en la que están las mujeres abandonadas, despreciadas, abusadas. Es la orilla en la que, probablemente, no cabe ninguna otra alternativa que la de la repetición. Ahí la pesadilla se convierte en realidad.

Adolescencias, Drogas y Malestares

También usan por decepción, por los problemas familiares, los problemas entre los padres, porque el papá le pega a la mamá, entonces, qué más hacer, que irse de la casa, y me voy al baile y en el baile que más espero que encontrar un chico drogadicto o ladrón, un chico fumón, entonces me meto hasta la cabeza en las drogas. En última instancia, se trataría de una suerte de dédalo en el que constantemente se cree que se ha encontrado la ruta justa y verdadera para salir, pero el sujeto se siente más y más perdido en sí mismo y en las repeticiones de un mundo que carece tanto de comienzo como de fin. En efecto, cada generación nace ahí, allí ha sido depositada como en su única y verdadera cuna.

La pobreza no solo es carencia de cosas, no es la inmensa sumatoria real de todas las privaciones experimentadas. Es nacer sin horizontes para la mirada y el deseo. Porque ninguno de los habitantes del barrio bajo viene a inaugurarla, la pobreza está ahí hasta en forma de una miseria eminentemente polisémica. Esto hace que, quizás como en ningún otro lugar, un bate, un maduro con queso, una pistola, o cualquier otra forma de presentación imaginaria, pueda ser vivido como una pequeña experiencia de salvación. Entonces los usos se convertirán fácilmente en usos conflictivos porque nada es capaz de

Un pase: el porro compartido.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

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Drogas e infracciones 84

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

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P

robablemente el tema de las posibles relaciones entre los usos de drogas y la comisión de delitos por parte de adolescentes y adultos constituya uno de los problemas más acuciantes a los que se ven abocadas las nuevas sociedades democráticas. De hecho, no ha sido fácil aceptar que unir uso y delito, es decir, penalizar los usos, supone violentar los cimientos éticos y filosóficos que sustentan los sentidos y dimensiones de las sociedades modernas. Sin embargo, al mismo tiempo, las relaciones entre lo uno y lo otro aparecen como las reacciones más lógicas y éticas en una sociedad que se siente amenazada por un mal que, hace ya mucho tiempo, se le escapó de las manos. Como probablemente en muy pocas realidades sociales que tienen que ver con la violentación de las normas sociales y jurídicas, los usos de drogas no recibieron atenuante alguno para su calificación como delito, como si se tratase de un mal absoluto cuya penalización debía darse de suyo. En este espacio jurídico-penal fueron introducidos la producción, los tráficos (del orden que fuesen) y los usos.

Drogas e infracciones

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Como efecto de esta lógica, casi de manera inmediata se estableció una relación igualmente penal entre los usos de drogas y la comisión de delitos. Es decir, quienes infringen la ley lo harían bajo los efectos mediatos e inmediatos de alguna droga. Esto, incluidos los adolescentes, que no solamente cometerían la infracción bajo el efecto de una droga sino que, además, muchas de estas infracciones se cometerían con la finalidad última de conseguir dinero para las drogas.

64

Drogas e Infracciones

De la misma manera, y sin distingos, han sido tratados dentro de lo delincuencial los que producen las drogas, quienes las trafican y sus usadores. De ahí esa relación íntima establecida entre el delito y el uso de drogas. Debieron pasar algunas décadas para que los usadores sean extraídos de esa cadena. Sin embargo, pese a los cambios, aún existen Estados en los que los usos siguen siendo penalizados. De hecho, despenalizar los usos ha significado uno de los grandes avances en el manejo de un problema que es mucho más complejo de lo que suelen aceptarlo ciertos discursos oficiales. ¿No se exige que un acto determinado produzca daño a un tercero para que haya delito o infracción? ¿Este tercero no debería aparecer claramente identificado y ser parte acusatoria? ¿Cuál sería este tercero, que no puede ser excluido, en el uso de drogas? Se ha calificado de progresismo a los movimientos que han luchado y siguen luchando por la despenalización de todo uso de drogas. Sin embargo, en algunas partes, se ha acusado a estos movimientos de desconocer que las conductas personales interactúan con los otros de tal manera que nada de un sujeto puede aislarse de su entorno. Mujica, presidente de Uruguay, sería un ejemplo de la línea dura frente a los usadores a los que es preciso sacar de la sociedad para que no contaminen a los sanos. La ideología de la manzana podrida que debe ser separada de las buenas y lozanas del cesto para ser arrojada a la basura.64 Ciertamente es amplio el tema de las posibles relaciones entre la droga y el delito.

“A los adictos hay que sacarlos del medio ambiente, tenerlos un poco aislados y que se cansen. Se les puede dar instrucción militar. Hay que diferenciar servicio militar de instrucción, que no significa andar a los tiros ni nada de eso. También los podemos mandar al campo. El asunto es sacarlos de sus lugares y ponerlos a hacer trabajo físico. Se busca reeducarlos mediante la disciplina; queremos darle a los adictos la herramienta de la auto disciplina para poder vencerse a sí mismos”, marzo, 2010.

87

4 que ver con la posesión y tráfico de drogas. Posiblemente, la más importante de las relaciones buscadas entre droga y las infracciones de adolescentes tenga que ver con el cometimiento de la infracción misma bajo los efectos de la droga usada o el uso de una determinada sustancia para cometer el delito.65

Sin embargo, estos delitos tendrían que ver con infracciones que se relacionan con las drogas y que se hallan tipificados en la ley respectiva. Se podría hablar de las infracciones que un sujeto comete para financiar la adquisición de drogas para su uso y que tendrían

TABLA 2 Porcentaje de infracciones atribuibles al uso de drogas

Tabla 2: Infracciones atribuibles al uso de alcohol y otras drogas Todas las infracciones

Infracciones contra la propiedad

Infracciones contra las personas

Infracciones cometidas contra la ley de drogas y/o dentro del mercado de las drogas (%)

56.6

-

-

Detenidos por tráfico de drogas (compra/venta de drogas)

9.6

-

-

0.4

-

-

Última infracción cometida para comprar o conseguir drogas (%)

3.5

2.5

1.0

Último infracción cometida para comprar o conseguir drogas (número de personas)

29

18

11

0.12

0.14

0.09

Infracciones cometidas bajo los efectos del alcohol (%)

9.3

1.1

10.6

Infracciones cometidas bajo los efectos del alcohol (número de personas)

62

18

44

0.15

0.06

0.24

Infracción cometida bajo los efectos de otras drogas (%)

5.6

1.8

4.0

Infracciones cometidas bajo los efectos de otras drogas

51

20

31

0.11

0.09

0.13

Detenidos por transportar droga (usados como mulas)

(Fracción atribuible)

(Fracción atribuible)

(Fracción atribuible)

Tan solo 1 de cada 10 internos asegura estar detenido por tráfico de drogas (compra/ venta) y un porcentaje ínfimo (0.4%, 1 persona), afirma que fue utilizada como mula para transportar droga. Lo que en verdad parecía preocupar entonces y ahora es la seguridad. Pero si el motivo de la inquietud y la alarma es nuestra seguridad personal, siempre se puede recurrir al código penal, en lugar de sembrar la confusión disfrazándola de compasión. No obstante, es cierto que hay algo que permitiría sostener que el vínculo de las drogas con el delito no son meras conjeturas. Ese algo no es únicamente la prohibición casi sin sentido, como sostiene cierto pensamiento de vanguardia respecto a las drogas. También están de por medio realidades incuestionables en las que los tráficos se hallan íntimamente ligados con el crimen organizado y que, como acontece en ciertos países, las actitudes y acciones criminales han rebasado toda medida ya que la crueldad ha sustituido a toda ética. Sin embargo, son necesarias distinciones claras y socialmente sostenidas que no mezclen el tráfico de drogas realizado por los grandes traficantes con la realidad concreta de los pequeños traficantes que se hallan en una escala más ínfima del conflicto social y legal. Esto es más cierto y justo cuando se trata de usadores o consumidores de drogas que cometen infracciones, del orden que fuese, y que no necesariamente usan alguna droga para cometer infracciones. Realizar distinciones no implica, de

Drogas e Infracciones

modo alguno, justificar sino tan solo marcar las diferencias necesarias e indispensables. Las distinciones también pertenecen al orden de lo justo. Desde los mitos de origen, es clara la relación entre la prohibición y el deseo de tal manera que, para muchos, no habría ni deseo ni falta si de por medio no estuviese la prohibición.66 Por su parte, las prohibiciones y los límites pueden ser exageradamente severos de tal manera que no dejen resquicios ni para las excepciones ni para los distingos siempre necesarios en todo lo que tiene que ver con la vida social e individual en la que nada es tan absolutamente malo que no incluya algún aspecto de bondad y, viceversa, tan absolutamente bueno, que no roce, en algún lugar, con lo malo. En cada situación legal y ética, debe haber un claro espacio para lo figural para que las subjetividades no sean desconocidas o pasadas por alto. Siempre es necesario desconfiar de los enunciados absolutos que no dejan resquicios a la duda y a la excepción. Únicamente así es posible descubrir, analizar y aceptar las diferencias. Con el tema de las drogas ha pasado algo similar a lo acontecido cuando universalizaron ciertos conceptos y posicionamientos sobre los valores de la cultura occidental cristianizada. La droga se convirtió en el significante paradigmático del mal. Desde ahí se podrían dimensionar las críticas de Rossi (36):

Porcentaje de infracciones atribuibles al uso de drogas 66

65

88

La primera vez que se asoció el consumo de drogas con determinados grupos sociales y con el delito fue en los años 20 del siglo veinte, en Estados Unidos. Fueron estigmatizados los inmigrantes chinos que consumían opio, los negros que usaban cocaína y los mexicanos que consumían marihuana. Un médico convocado por el Congreso de Filadelfia declaraba entonces que “la mayoría de los abusos deshonestos y las violaciones de negros a blancas son el resultado de un cerebro enloquecido por la coca”.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Esta es, por ejemplo, la posición de Lacan para quien el deseo en el sujeto únicamente aparece cuando en él ha sido instalada la ley que prohíbe porque la ley separa al sujeto del objeto que, en ese momento, se vuelve deseable. Para Lyotard, el deseo es anterior a la ley que aparece justamente para regularlo. Para el filósofo, no se podría prohibir sino aquello que es deseado. Durante los primeros seis meses que siguieron a la aprobación de la llamada Ley Seca en Estados Unidos (1920), ya se había constituido un mercado negro que nada tenía que envidiar al actual mercado de drogas. Unos 15.000 médicos y 57.000 dueños de droguerías y farmacias solicitaron permisos para recetar y vender bebidas alcohólicas. Siete años más tarde, los terapeutas especializados en este tipo de “tratamientos” obtenían 40 millones de dólares por sus recetas, lo que representaba el 20% de los gravámenes a la venta de alcohol antes de la prohibición. En 1931, se contaban más de 100.000 “terapeutas” inscritos con licencias, que obtenían 200 millones de dólares por recetas.

89

4

Promulgación de legislaciones internacionales y locales, reformas de los aparatos policiales y militarización de la lucha antinarcóticos han sido las respuestas unidimensionales que privilegiaron los aspectos represivos sin abordar las causas de un fenómeno de múltiples y problemáticos aspectos. El tema de las drogas y su relación con el delito implica abandonar algunas orillas para acercarse de mejor manera al conflicto. En efecto, no es posible realizar análisis lineales entre el delito como efecto de los usos de drogas que, a veces, se realiza sin las suficientes distinciones. Desde que las drogas quedan absolutamente prohibidas y se las declara la guerra, casi de manera automática, se empieza a ligar la infracción, del orden que fuese, con la droga. “Seguro que estaban drogados”, se convierte en una expresión casi necesaria porque se ha transformado en una suerte de nuevo pivote interpretativo sobre el cual gira el discurso social para explicar cualquier violencia. Se podría concluir que, antes de que apareciesen las drogas en el escenario social, ni se cometían delitos ni existía inseguridad alguna. Por eso mismo, porque drogados salen a robar y ya, pues, como no saben, a veces con harta perica se acelera mucho el corazón, y corren y corren, y ya no pueden, se quedan para adentro. Hay otros que no saben lo que hacen, y ya la policía igual te coge por muchas cosas, porque han robado o porque tienen perica. Y también están los otros que roban por necesidad o porque son sapos. Desde esta perspectiva, ya no es la propia intención clara, decidida y personal lo que movería a un sujeto a cometer un delito,

90

sino que es la droga la que, introducida en la existencia, se convierte en la actora directa del mal. Es decir, priva al sujeto de su deseo y de su intencionalidad para convertirlo en un esclavo casi absoluto del poder anulador de la voluntad y del propio deseo que poseen las drogas.

También dicen ellas que con esa droga que se meten no sienten nada, hasta que cuando van a tener sexo con la persona, no saben ni por qué lo hacen, usan esas pepas, la perica que se meten en la nariz, o marihuana, todas esas cosas. Entonces, son ellas las que están aquí en el Centro. Allá viven como acorraladas, esa es la palabra, acorraladas. Así los padres les han dejado andar, si me dejan andar con un ladrón, qué voy a esperar sino que me meta a fumar, que me meta a robar hasta que me vea en la correccional o en la peni,67 como estamos aquí.

El fin no justifica los medios, dice la tradición. Por lo mismo, si alguien se droga para robar y con eso conseguir dinero para más droga, no es éticamente distinto a quien roba para mejorar las condiciones de vida de la familia. Todo depende porque, como en mi caso, yo no fumo, ni tomo nada, y lo que hago es para vestirme, para mi mujer. En cambio otros, si no fuman están mal, y entonces, salen a robar para poder tener plata para fumar. Se podría pensar que, de alguna manera, las drogas se han ligado íntimamente al mal, pero al mal moral, no al mal de carácter existencial. Ya sea que acompañe al acto, o que, de alguna manera lo ocasione, droga y mal, desde este discurso preestablecido, han terminado constituyendo una dupla prácticamente inseparable. Sin embargo, ¿cómo sería una sociedad en la que todos los que usan drogas, del tipo que fuese, se lanzasen necesariamente a cometer delitos? Como dice la informante, a veces no sirve sino para ocultar la vida, para que los actos que se realizan en ese espacio de las precariedades no aparezcan en su dureza pues, como en el mundo de la sexualidad, los sentidos han terminado cosificados, igual que las mujeres. Parecería que estas mujeres parecería que se ven en la necesidad de hundirse en las drogas para sentir de otra manera su vida o, quizás, para ya no sentirla.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

No necesariamente existe una relación causa efecto entre el uso de drogas y el cometimiento de infracciones. Aunque en algunos casos se acuda a actos delictivos con la finalidad de obtener dinero para, entre otras cosas, conseguir droga. Parecería que los actos en contra de la propiedad serían los que más se relacionan con el uso de drogas. Como acontece cada vez con más frecuencia, a estos delitos se junta la violencia física, heridas a las víctimas e inclusive la muerte.68 La relación de la infracción y la droga no implica que de manera necesaria el sujeto sea un adicto aunque sí, por cierto, un usador conflictivo. Quizás en este espacio, la idea de usador conflictivo adquiere su mejor expresión ya que, ante la carencia de droga, estos usadores se ven impelidos a delinquir para obtenerla.

Drogas e Infracciones

Muchas amigas se gastaban la plata de la comida en drogas, en alcohol, en todas esas cosas que yo te digo, y cuando no tenían plata y como querían seguir haciendo lo mismo, entonces ellas se decidían por robar, hasta se pasaban la mano.69 Puesto que se comenzó criminalizando cualquier tipo de relación establecida entre el sujeto y las drogas, fue lógica su extensión al orden de lo penal, en cualquiera de sus expresiones. “Por supuesto, dice Reyes,70 desde la construcción de una imagen estereotípica tan negativizada sobre el “drogadicto” y sobre el “narco”, las sanciones sociales se legitiman sobre una dogmática de penalización desbocada y sobre la estigmatización de ese “otro” al que se le percibe como que se ha “contaminado con ese tema abyecto y que, por tal razón, no merecería ser sujeto de ningún tipo de derechos ni de garantías legales”. ¿Por qué, sin embargo, son más las mujeres que los hombres detenidas por supuesto tráfico? Como se indicó, quizás en ellas, más que en los varones, esos pequeños tráficos forman parte de las estrategias de sobrevivencia personal y familiar, más aun si se toma en cuenta que muchas de estas chicas son mamás. Si de los 264 chicos detenidos, tan solo 16 han sido acusados de traficar drogas (6 %), con las mujeres la realidad es bastante diferente. En efecto, de las 32 detenidas, a 9 se las acusa de venta de drogas (28 %).

67

Peni: penitenciaría. No consta que estén ligados a usos de drogas delitos socialmente muy graves como defraudaciones, falsos testimonios, corrupción, prevaricato, enriquecimiento ilícito y muchos más. Una investigación del gobierno mexicano en el marco de su estrategia para combatir el narcotráfico llegó a la conclusión de que el 60% de los efectivos policiales de los Estados del norte del país no era confiable: era susceptible de corromperse y hacer la vista gorda ante el tráfico de narcóticos o trabajaba directamente para los grandes cárteles. 69 Pasarse la mano: darse de golpes. También significa tocar ciertas partes (íntimas) del cuerpo de la mujer. 70 Reyes, H., op. cit. Pág. 49. 68

91

4 El llamado tráfico se convierte en una venta más de las tantas que se suelen realizar para sobrevivir, incluida la prostitución Por eso

Drogas e Infracciones

involucran a sus hijos (niños muy pequeños, como se ha visto ya), en esta actividad.

GRÁFICO 7 Detención por tráfico de drogas (%)

Nuestro tiempo se hace mediante constantes rupturas que se evidencian en cada uno de los espacios existenciales. Desde luego, los lenguajes representan los lugares privilegiados para estos cambios pues son los únicos encargados de la construcción de nuevas realidades. Por ende, para una mejor comprensión de lo que acontece en las diferentes regiones sociales, en particular, urbanas, haría falta, en primera instancia, desnarcotizar las representaciones sociales para evitar que se realicen conexiones arbitrarias, por ejemplo, entre droga y delito. En la Edad Media, los lenguajes fueron diabolizados de tal forma que todo aquello que marcaba cualquier tipo de diferencia en los modos de interpretar la vida cotidiana o de explicar lo oculto o simplemente lo diferente

71

92

fue condenado porque lo diferente no podía ser sino obra del demonio. La complejidad de la vida social, la de los grupos desposeídos, exige dejar de lado construcciones dogmáticas preestablecidas que impiden un acercamiento más lúcido a esas realidades para construir con ellas nuevas verdades. Por otra parte, es probable que la presencia de las drogas también sea una de las formas de negar la contingencia de la vida cotidiana incluso en los sectores marginales y más vulnerables de la sociedad.71 Por qué no pensar, por ejemplo, que los usos de drogas podrían formar parte de estrategias individuales y hasta colectivas de dar la cara a la precariedad significante de una existencia que se sostiene en carencias ancestrales, polisémicas, invasivas.

Tenorio, R., Drogas y palabras nuevas, en Ecuador, academia y drogas, op. cit.

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Análisis cuantitativo

5

93

5

Análisis cuantitativo

Tabla 3: Número de internos a nivel nacional según provincia y ciudad

Análisis cuantitativo 94

5

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Provincia

Ciudad

Número de internos

Esmeradas

Esmeraldas

14

Guayas

Guayaquil

110

El Oro

Machala

7

Imbabura

Ibarra

12

Tungurahua

Ambato

40

Chimborazo

Riobamba

8

Azuay

Cuenca

20

Loja

Loja

14

Pichincha

Quito

71

TOTAL

296

Número de internos a nivel nacional según provincia y ciudad

95

5

Tabla 4: Rangos de edad de los entrevistados por género y nivel de instrucción (%) Edad (años)

Género

Instrucción

Tabla 5: ROBOS (%) Robo de accesorio de auto

Robo de auto

Otros robos

30,1

12,9

67,8

Hombre

92,1

86,8

93

Mujer

7,9

13,2

7

9

10,5

7,5

83,1

73,7

83,4

7,9

15,8

9

Sin instrucción

1,1

0

0,5

Primaria incompleta

21,3

21,1

19,5

Primaria completa

25,8

23,7

24

Secundaria incompleta

51,7

52,6

54,5

Secundaria completa

0

2,6

1,5

TOTAL

Primaria incompleta

Primaria completa

Secundaria incompleta

Secundaria completa73

8.3

33.3

20.8

37.5

0.0

81.3

0.4

17.4

25.0

55.5

1.7

12.3

3.1

0.0

9.1

33.3

51.5

6.1

EDAD

TOTAL

100.0

100.0

1.0

17.7

25.6

53.6

2.0

12-14

BASE74

263 (89.1)

32 (10.9)

3

52

75

157

6

15-17

Hombre

Mujer

Sin instrucción72

12-14

7.3

15.6

15-17

80.4

18 y más

Rango de edad de los entrevistados según sexo y nivel de instrucción (%)

Análisis cuantitativo

GÉNERO

18 y más

75

INSTRUCCIÓN

Porcentaje de adolescentes que aseguran haber robado alguna vez en su vida

96

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

97

5

Análisis cuantitativo

Tabla 8: Internos por robo % Robo de un accesorio de auto

Robo de un auto

Robo de alguna otra cosa

2,7

4,6

35,4

100

83,3

87

0

16,7

13

12-14

0

8,3

6,6

15-17

85,7

91,7

87,9

18 y más

14,3

0

5,5

0

0

0

14,3

8,3

17,4

0

41,7

21,7

85,7

50

59,8

0

0

1,1

Total GÉNERO Hombre Mujer EDAD

INSTRUCCIÓN Sin instrucción

Tabla 7: Adolescentes detenidos por la policía

Tabla 6: Asalto a una persona (%) TOTAL

42

GÉNERO

Hombre

Mujer

Total

2-5 veces

88

6

94

6-10 veces

22

2

24

11-15 veces

3

0

3

16-20 veces

6

1

7

Hombre

95,2

Más de 20 veces

10

0

10

Mujer

4,8

Total

129

9

138

EDAD 12-14

9,7

15-17

81,5

18 y más

8,9

Primaria incompleta Primaria completa Secundaria incompleta Secundaria completa

Porcentaje de adolescentes internos por robo

Número de adolescentes que han sido detenidos por la policía más de una vez

INSTRUCCIÓN Sin instrucción

0,8

Primaria incompleta

16,1

Primaria completa

26,6

Secundaria incompleta

55,6

Secundaria completa

0,8

Porcentaje de adolescentes que aseguran haber asaltado alguna vez en su vida

98

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

99

5

Tabla 11: Violación (%)

Tabla 9: Asalto (%) TOTAL

Análisis cuantitativo

TOTAL 14.6

GÉNERO

GÉNERO Hombre

92,1

Mujer

7,9

15,8

15-17

76,3

18 y más

7,9

INSTRUCCIÓN 0

Primaria incompleta

21,1

Primaria completa

28,9

Secundaria incompleta

47,4

Secundaria completa

2,6

Porcentaje de adolescentes que se encuentran internos por asalto

100

Mujer

0

12-14

12,5

15-17

87,5

Tabla 10: TentaTtiva de violación (%)

18 y más

0

TOTAL

INSTRUCCIÓN

4.4

GÉNERO

Sin instrucción

Hombre

EDAD

EDAD 12-14

2,7

Hombre

100

Mujer

0

EDAD 12-14

15,4

15-17

84,6

18 y más

0

INSTRUCCIÓN Sin instrucción

15,4

Primaria incompleta

23,1

Primaria completa

30,8

Secundaria incompleta

30,8

Secundaria completa

0

Sin instrucción

12,5

Primaria incompleta

50

Primaria completa

12,5

Secundaria incompleta

25

Secundaria completa

0

Porcentaje de adolescentes que aseguran haber violado a una persona alguna vez en su vida

Porcentaje de adolescentes que aseguran haber asaltado e intentado violar a una persona alguna vez en su vida

100

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

101

5

Análisis cuantitativo

Tabla 12: Adolescentes internos por tentativa de violación y violación(%) Tentativa de Violación (%) violación (%) Total

6,9

6,5

100

100

0

0

12-14

5,9

17,6

15-17

70,6

76,5

18 y más

23,5

5,9

0

11,8

Primaria incompleta

11,1

29,4

Primaria completa

27,8

5,9

Secundaria incompleta

55,6

47,1

Secundaria completa

0

5,9

GÉNERO Hombre Mujer EDAD

INSTRUCCIÓN Sin instrucción

Porcentaje de adolescentes que se encuentran internos por tentativa de violación y violación

Tabla 13: Asesinato (%) TOTAL

19,6

GÉNERO Hombre

92,2

Mujer

7,8

EDAD 12-14

5,9

15-17

66,7

18 y mas

27,5

INSTRUCCIÓN Sin instrucción

0

Primaria incompleta

11,8

Primaria completa

33,3

Secundaria incompleta

54,9

Secundaria completa

0

Porcentaje de adolescentes que se encuentran internos por asesinato

102

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

103

5

Tabla 14: Adolescentes internos por comprar/vender y transportar drogas (%)

Tabla 15: Porcentaje de entrevistados que aseguran haber usado drogas alguna vez en la vida, durante el último año y durante el último mes (%)

Compra/ Transportar venta droga droga Total

9.2

0.4

Hombre

62,5

100

Mujer

37,5

0

12-14

8,3

100

15-17

83,3

0

18 y mas

8,3

0

Sin instrucción

0

100

Primaria incompleta

24

0

Primaria completa

32

0

Secundaria incompleta

40

0

4

0

GÉNERO

EDAD

INSTRUCCIÓN

Secundaria completa

Análisis cuantitativo

Uso drogas alguna vez en la vida (%)

Uso drogas en el último año (%)

Uso drogas último mes (%)

Alcohol

89.9

76.5

18.4

Marihuana

62.8

57.7

20.1

Cocaína

26.8

23.7

6.3

Pasta base

27.7

22.6

6

Inhalantes

16.6

10.8

4.4

Base para el análisis

296

296

296

Porcentaje de adolescentes que aseguran haber usado drogas alguna vez en la vida, durante el último año y durante el último mes

Porcentaje de adolescentes que se encuentran internos por comprar/vender drogas y transportar droga

104

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

105

5

Tabla 16: Porcentaje de adolescentes que aseguran haber consumido alcohol durante el último año previo al estudio

Análisis cuantitativo

Tabla 18: Uso de drogas durante el último año previo a la encuesta según género y nivel de instrucción (%)

Internos en Centros de Adolescentes Infractores (%)

Estudiantes escolarizados (%)

Uso de drogas en el último año

(%)

Uso de drogas en el último año

(%)

Alcohol

76.5

57.5

Alcohol

76.5

Pasta base

22.6

Marihuana

57.7

4.2

Género

Cocaína

23.7

1.3

Hombre

78.5

Hombre

24.2

Pasta base

22.6

0.6

Mujer

62.5

Mujer

12.5

Inhalantes

10.8

2.5

Género

Instrucción

Porcentaje de adolescentes que aseguran haber consumido alcohol durante el último año previo al estudio

Instrucción

Sin instrucción

66.7

Sin instrucción

0.0

Primaria incompleta

65.4

Primaria incompleta

25.5

Primaria completa

77.0

Primaria completa

23.1

Secundaria incompleta

81.5

Secundaria incompleta

23.1

Secundaria completa

50.0

Secundaria completa

0.0

Marihuana

57.7

Inhalantes

10.8

Género

Género

Hombre

61.8

Hombre

11.5

Mujer

28.1

Mujer

6.3

Instrucción

Instrucción

Sin instrucción

66.7

Sin instrucción

0.0

Primaria incompleta

50.0

Primaria incompleta

17.0

Primaria completa

64.3

Primaria completa

7.7

Secundaria incompleta

59.0

Secundaria incompleta

10.9

Secundaria completa

16.7

Secundaria completa

0.0

Marihuana

23.7

Género

Tabla 17: Rangos de edad de los usadores y del primer uso de drogas (años)

Hombre

25.0

Rangos de edad de los usadores de último año (años)

Mujer

15.6

TOTAL

12 a 14

15 a 17

18 y mas

TOTAL

Instrucción

Rango de edad del primer uso (años) 12 a 14

15 a 17

18 y mas

Alcohol

6.4

81.8

11.7

100.0

7.7

82.9

9.5

100.0

Sin instrucción

0.0

Marihuana

6.5

81.1

12.4

100.0

7.6

80.3

12.1

100.0

Primaria incompleta

21.7

Cocaína

8.9

78.5

12.7

100.0

11.7

75.0

13.3

100.0

Primaria completa

29.2

Pasta base

7.4

75.3

17.3

100.0

10.7

80.4

8.9

100.0

Secundaria incompleta

23.5

Inhalantes

8.2

81.6

10.2

100.0

11.1

85.2

3.7

100.0

Secundaria completa

0.0

Rangos de edad de los usadores y del primer uso de drogas

106

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Uso de drogas durante el último año previo a la encuesta según género y nivel de instrucción

107

5

Análisis cuantitativo

Tabla 20: Frecuencia y porcentaje del número de respuestas afirmativas al cuestionario CIE-10 Marihuana Número de respuestas afirmativas

Tabla 19: Cuestionario de preguntas para medir abuso y/o dependencia al uso de marihuana o cocaína 1.

Usabas (…)78 por que tenías algunos de estos problemas.

2.

Tenias algunos de estos problemas cuando suspendías o disminuías el uso de (…).

3.

Notabas que para obtener el mismo efecto usabas más (…).

4.

Usabas (…) a pesar de no tener la intención de hacerlo.

5.

Usabas más (…) de lo que te habías propuesto.

6.

Dejabas de hacer actividades (sociales, laborales, recreativas) debido al uso de (…).

7.

Necesitabas más tiempo que antes para recuperarte de los efectos de la (…).

8.

Continuabas usando (…) pese a que te ocasionaba problemas de salud, emocionales o nerviosos.

9.

Has tenido un deseo tan grande de usar (…) que no has podido resistirte y pensar en nada más.

Cocaína

Frecuencia

%

Frecuencia

%

0

12

6.5

8

10.1

1

15

8.1

8

10.1

2

21

11.3

5

6.3

3

29

15.6

7

8.9

4

20

10.8

8

10.1

5

17

9.1

6

7.6

6

11

5.9

9

11.4

7

20

10.8

5

6.3

8

20

10.8

11

13.9

9

8

4.3

5

6.3

Perdidos

13

7.0

7

8.9

TOTAL

186

100.0

79

100.0

Frecuencia y porcentaje del número de respuestas afirmativas al cuestionario CIE-10

Cuestionario de preguntas para medir abuso y/o dependencia al uso de marihuana o cocaína

108

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

109

5

Análisis cuantitativo

Tabla 21: Porcentaje de infracciones atribuibles al uso de alcohol y otras drogas Todas las infracciones

Infracciones contra la propiedad

Infracciones contra las personas

Infracciones cometidas contra la ley de drogas y/o dentro del mercado de las drogas (%)

56.6

-

-

Detenidos por tráfico de drogas (compra/venta de drogas)

9.6

-

-

Detenidos por transportar droga (usados como mulas)

0.4

-

-

Última infracción cometida para comprar o conseguir drogas (%)

3.5

2.5

1.0

Último infracción cometida para comprar o conseguir drogas (número de personas)

29

18

11

(Fracción atribuible)

0.12

0.14

0.09

Infracciones cometidas bajo los efectos del alcohol (%)

9.3

1.1

10.6

Infracciones cometidas bajo los efectos del alcohol (número de personas)

62

18

44

(Fracción atribuible)

0.15

0.06

0.24

Infracción cometida bajo los efectos de otras drogas (%)

5.6

1.8

4.0

Infracciones cometidas bajo los efectos de otras drogas

51

20

31

0.11

0.09

0.13

(Fracción atribuible)

Porcentaje de infracciones atribuibles al uso de drogas

110

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

111

5

112

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

Análisis cuantitativo

113

Conclusiones

114

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

115

Bibliografía

116

Adolescentes infractores, territorialidad y libertad

117

092702264 / 088186211