- Tranfomar El Dolor en Curacion

El «clic». Transformar el dolor que destruye en dolor que cura Colección «PROYECTO» 91 Marie Lise Labonté El «clic

Views 94 Downloads 1 File size 2MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

El «clic». Transformar el dolor que destruye en dolor que cura

Colección «PROYECTO»

91

Marie Lise Labonté

El «clic» Transformar el dolor que destruye en dolor que cura.

Editorial SAL TERRAE Santander 2006

Título del original en francés: Le déclic. Transformer la douleur qui détruit en douleur qui guérit © 2003 Les Éditions de L’Homme Québec (Canadá)

Traducción: Miguel Montes Para la edición española: © 2006 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) Tfno.: 942 369 198 Fax: 942 369 201 E-mail: [email protected] www.salterrae.es Diseño de cubierta: Fernando Peón / Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier método o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1624-8 Dep. Legal: BI-2608-05 Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya)

Dedico este libro a Maryse, a Jérôme y a cuantos han conocido esa experiencia de transmutación de un dolor que destruye en un dolor que cura: el «clic».

Desearía que este libro ayudara al lector a liberarse de sus separaciones interiores y a lograr una mayor unión de su ser con ese potencial de curación que anida en su corazón y en su alma.

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a Michel Odoul, Guy Corneau y Jacques Salomé su generosidad y su profunda sabiduría. También agradezco a Marie Gillet su colaboración en la investigación. Doy las gracias, asimismo, a cuantos me han servido de inspiración, y muy en especial a Maryse y Jérôme por su confianza y su autenticidad. Gracias de todo corazón.

No puedo curarme a mí misma, pero hay una fuerza en mí que puede curarme, aunque debo apelar a ella. MARION WOODMAN, psicoanalista jungiana

Índice Preámbulo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

17

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

23

PRIMERA PARTE: CUANDO EL DOLOR DESTRUYE. CUIDARSE CAPÍTULO 1 El aparato psíquico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El mecanismo natural de curación . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las funciones del yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La respiración del yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

31 31 34 37

Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

45

CAPÍTULO 2 El proceso de individuación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Desde el comienzo de la vida hasta los diecisiete años . La anatomía de la coraza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El endurecimiento, o la fijación en el mecanismo reaccional a la agresión . . . . . . . . . La herida fundamental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El desarrollo de las creencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

— 13 —

47 47 48 54 58 63

Las creencias creadas por un condicionamiento interior Las creencias creadas por un condicionamiento exterior La edificación de los complejos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El sistema familiar y el rol proyectado sobre el niño . . . La aparición de los síntomas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La batalla de los opuestos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

64 67 70 76 78 85

Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

94

CAPÍTULO 3 El divorcio de nuestra naturaleza profunda . . . . . . . . . . 96 De los dieciocho a los veintidós años . . . . . . . . . . . . . . . 96 La casa invertida del divorcio interior . . . . . . . . . . . . . . . 98 El dolor que destruye . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109 Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

CAPÍTULO 4 La esclavitud de la destrucción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De los veintitrés a los treinta y seis años . . . . . . . . . . . . Los desposorios de la vida color de rosa . . . . . . . . . . . . . El mecanismo de autodestrucción y el triángulo de proyección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El triángulo de proyección exterior . . . . . . . . . . . . . . . . . El triángulo de proyección interior . . . . . . . . . . . . . . . . . La esclavitud de la destrucción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

115

116 116 118 120 121 129 136

Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

CAPÍTULO 5 Testimonios sobre el «clic» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Michel Odoul . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Jacques Salomé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Guy Corneau . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

— 14 —

144 144 150 158

SEGUNDA PARTE: CUANDO EL DOLOR CURA. CURARSE CAPÍTULO 6 A las puertas de la curación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La curación está en nosotros mismos . . . . . . . . . . . . . . . Los tres mundos que hay en nosotros . . . . . . . . . . . . . . . La preparación de la montura para el viaje . . . . . . . . . . . La visita al dominio interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La respuesta a la llamada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La liberación del muerto viviente . . . . . . . . . . . . . . . . . . El encuentro con nuestra herida fundamental . . . . . . . . . El diálogo con el niño interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

167 167 168 175 177 178 181 184 189

Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200

CAPÍTULO 7 El santuario de la curación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La iniciación: de la supervivencia a la muerte . . . . . . . . La reparación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La curación del niño interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El nacimiento a nosotros mismos . . . . . . . . . . . . . . . . . .

203 204 209 210 216

CAPÍTULO 8 La verdad en sí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La ilusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El hilo conductor de la espiral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La comparación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La visión individual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El maestro y el discípulo de sí mismo . . . . . . . . . . . . . . . El misterio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

231 231 232 235 236 238 240

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243

— 15 —

PREÁMBULO

C

UANDO Lydie se presenta en mi despacho, tiene treinta y seis

años. Viene a consultarme porque ha leído todos mis libros, entre ellos uno que describe el proceso que yo seguí para superar una enfermedad incurable: la artritis reumatoide1. Lydie padece esa misma enfermedad, y su petición es muy clara: desea curarse. – Deseo curarme. Ya estoy harta de sufrir y no puedo seguir soportando este mal que me corroe. Quiero luchar. Quiero librarme de ello. Sus palabras son inequívocas, y yo percibo una voluntad de hierro en el tono de su voz, en su manera de hablar y en su mirada. Su discurso transmite una dureza que me hace daño. Por debajo de la «voluntad» de Lydie presiento un gran dolor. Bajo su máscara de voluntarismo se esconde una desesperación que ella permite que aparezca en sus ojos de vez en cuando. Lydie prosigue su monólogo. – Lo he probado todo. He practicado todas las terapias que existen. He consultado a los mejores especialistas, reumatólogos, especialistas en medicina psicosomática... He participado en numerosos seminarios desde hace cuatro años. Incluso he practicado durante un año, con una de sus discípulas, su «método de liberación de las corazas». También he trabajado con...

1.

M.L. LABONTÉ, Autosanar es posible, Luciérnaga, Barcelona 1998.

— 17 —

Y Lydie continúa citándome nombres conocidos en el campo de la relación de ayuda. Me cita a autores especializados en la relación entre el cuerpo y la enfermedad, así como a otros que han consagrado sus vidas a la investigación biológica sobre las enfermedades. Miro a Lydie, y me parece que, a través de todas esas iniciativas, nunca ha logrado encontrarse a sí misma. Ha preferido encontrar nombres, personas, y seguir terapias conocidas. Ha recorrido el mercado del consumo terapéutico. Suspiro ante Lydie. Soy para ella una terapeuta más, alguien en quien ha puesto, de nuevo, todas sus esperanzas. El problema es que Lydie está a diez mil leguas de sí misma. Interrumpo por un momento su monólogo.: – ¿Qué ha sacado en limpio de todas esas experiencias? – Nada, mi querida señora, porque estoy peor que antes... Mi artritis evoluciona cada vez con mayor rapidez. El tono de su voz me da a entender de manera inequívoca que Lydie considera un honor hacerme saber que nada de cuanto ha hecho le ha servido de ayuda. Sigue sufriendo, y me lo expresa con esta especie de rebelión: «¡Ya estoy harta de ese mundo suyo de la curación; ninguno de ustedes me ha salvado!». Y prosigue, cada vez con más vigor: – Llevo gastados cinco mil dólares hasta ahora; de ellos, los últimos mil fueron para que una terapeuta muy conocida, pero que no nombraré, me dijera que mi artritis no era más que «cólera reprimida y resentimiento». En ese punto, yo le dije: «Me parece que exagera usted», y abandoné su seminario. Lydie se calla, con los ojos anegados en lágrimas. – ¿Cómo puedo yo ayudarla? – Ya se lo he dicho: usted se ha curado; y si usted se ha curado de la misma enfermedad, también yo puedo curarme. – Sí, Lydie, pero ¿sabe usted cómo me he curado yo? – Sí lo he leído en sus libros. – Entonces debe saber que yo no me he curado a base de voluntad, sino a base de amor. Respiro a fondo. ¿Podré decirle: • que está muy lejos de sí misma; • que no parece conocer la parte de ella que sufre y que, por el contrario, intenta ahogarla más y más, con el resultado — 18 —

de que su cuerpo reacciona y sigue hundiéndose en el sufrimiento; • que la gran voluntad que manifiesta de curar, su gran deseo de acabar con la enfermedad, alimenta más bien una especie de autodestrucción que un diálogo con la parte de ella misma que está sufriendo; • que intentar someter la parte de sí misma que sufre la arrastrará a sufrir todavía más; • que no se cura uno con la voluntad, sino abandonándose, con la escucha, con la acogida y con el amor a uno mismo? Lydie está ahí, sentada frente a mí, absolutamente tensa en su silla. Me acerco a ella y le toco la mano. Ella acepta mi gesto y suspira. Entonces le hablo muy lentamente: – Lydie, sé que sufre usted mucho. Está cansada de buscar y tiene miedo. Es importante que le hable con toda autenticidad. Y me parece que usted también lo desea. Lydie muestra su conformidad y se relaja. – Si trabajamos juntas, vamos a actuar sobre sus protecciones. Trabajando así para liberar su cuerpo de sus protecciones, permitirá usted que la vida circule cada vez mejor en sus sistemas. Va a seguir usted la pista del bienestar. Esa pista la llevará, poco a poco, a encontrarse con su sufrimiento, es decir, con la parte de usted que sufre de artritis reumatoide y que está gritando para que yo la ayude. Hasta ahora, ha sido su voluntad de encontrar una salida lo que la ha motivado. No sé si es usted creyente, pero, si es así, tengo la impresión de que ha perdido la fe. Se está hundiendo en un derrotismo que no hace sino alimentar la parte de usted que vive esta autodestrucción. Ha dejado de creer en usted misma. Sin embargo, puede volver a encontrar su pista interior. Nuestro trabajo se centrará en este diálogo entre usted y usted misma. Hago una pausa y la miro. Sus ojos están abiertos como platos. Su respiración está bloqueada. Tengo miedo de haber ido ya demasiado lejos. Le pregunto: – ¿Qué le parece lo que le he dicho? — 19 —

Espero... y sigo sin recibir respuesta. Prosigo: – Lydie, me atrevo a añadir que no hay receta mágica, que sólo el conocimiento de los mecanismos de destrucción y de nocomunicación con su inconsciente le ayudará a disminuir los síntomas, para después, poco a poco, ir al encuentro del fondo de su ser y liberar la vida, todo ese potencial de curación que está ahí, en usted, y que todavía no ha descubierto. Lydie me mira y se pone a respirar. Sonríe. Veo aparecer en ella a una niña, pero no una niña curada, sino una niña que pide que se hagan cargo de ella, enfurruñada, provocadora. Me responde: – Me parece bien; pero ¿cuánto me va a costar? – Lydie, no ha comprendido usted; estoy diciéndole que no es el instrumento el que cura, sino usted misma. Que todos los instrumentos a los que ha recurrido, todos esos seminarios que ha hecho, los ha hecho creyendo que la curación estaba en el exterior, y que era el instrumento lo que iba a curarla. Usted creyó –como yo hace años y como muchos otros– que es el otro el que la cura, el otro y su instrumento. Debo confesarle, porque lo he vivido, que soy yo quien me he curado; por tanto, le estoy confirmando lo que cree. También puedo decirle que, en mi presencia, deseo que sea usted quien acceda a su propia curación. Hago una pausa, el tiempo de una respiración profunda. Ya han desaparecido de Lydie la cólera y la provocación. Parece más en contacto consigo misma. – Piénselo. Tómese el tiempo necesario para meditar en lo que le he dicho. Cuando haya decidido si quiere comprometerse con la vía que le propongo, veremos juntas lo que ello va a suponer en términos de tiempo y de dinero. Debe saber que la mayor parte del tiempo de terapia no se desarrollará aquí, en mi presencia, sino en su casa, en su presencia. Será guiada para entrar en usted misma, si así lo desea. Es el único medio para reencontrarse. Un mes más tarde, recibí por correo una pequeña carta de Lydie. Me decía que estaba embarazada. Era feliz, pues durante nueve meses evitaría la enfermedad2. Me daba las gracias por nuestra entrevista. 2.

Algunas mujeres afectadas de artritis reumatoide experimentan una regresión de la enfermedad durante el embarazo.

— 20 —

Lydie era la enésima persona que creía en el instrumento, pero no en sí misma; que creía que alguien distinto de ella misma iba a salvarla; que creía que era el médico o el psicólogo... quienes poseían la verdad y la solución. ¿Cuántas serán las personas con las que me he encontrado y me han inspirado la redacción de estas páginas? Muchas. A todas ellas les doy las gracias y les dedico con gozo este libro.

— 21 —

INTRODUCCIÓN

H

E decidido escribir este libro porque, a lo largo de mis vein-

ticinco años de práctica terapéutica, me he encontrado con hombres y mujeres que han intentado curarse a base de voluntad. Todos ellos han consagrado tiempo, dinero y energía a entrar en un proceso de curación de una enfermedad mediante la voluntad de curar. Algunos han implicado en ella a sus familiares; otros han considerado oportuno retirarse de su familia; otros han puesto fin a unas relaciones que les sostenían, creyendo que era ésa la solución; y otros han establecido una nueva relación, porque creían asimismo que ésa era la condición para curarse. Al cabo de este proceso, no han conocido más que el fracaso. Nunca han encontrado la puerta de entrada para amarse y liberar el potencial de curación que está y que sigue estando ahí, en ellos, esperando únicamente su amor para salir del estancamiento. ¿Qué es lo que hace que alguien se cure y que otro que está a su lado no se cure? ¿De qué depende la curación? ¿Qué factores contribuyen a ello? ¿Hay factores que perjudican? ¿Curar implica la salud a toda costa? ¿Es posible curarse muriendo? ¿Es posible curarse aunque el cuerpo físico no acompañe? Me he hecho todas estas preguntas y otras que me gustaría someter al lector. He ayudado a mucha gente en su proceso de curación y he observado que había un paso que permitía transformar el proceso de la enfermedad en curación, transformar el dolor que destruye en dolor que cura. He intentado encontrar un nombre para este paso: el «CLIC», el momento de gracia, el descenso a uno mismo, la zambullida. Algunos lo alcanzan y se cu— 23 —

ran; otros no lo consiguen nunca y no se curan. También he observado que los terapeutas que, por una u otra razón, habían conocido en su propia vida este paso, estaban en mejores condiciones para guiar a sus pacientes en este momento concreto. ¿Qué es este paso? Este paso de gracia en el proceso de curación es lo que determina el movimiento desencadenante que hace que, desde el proceso de destrucción, el mismo individuo «cambie radicalmente» y pase al proceso de reparación y de construcción. Este momento no es fácil de describir. Se trata de un terreno preparatorio establecido por el terapeuta y la terapia, pero que es vivido por el paciente. Nadie tiene poder sobre otro: aunque yo quisiera iniciar este proceso en el otro, me sería imposible hacerlo. Puedo llevar a mi paciente hasta el borde de... con su consentimiento, pero no puedo empujarle, no puedo hipnotizarlo para que caiga o entre en él o ascienda; sólo puedo acompañarlo en su zambullida en el vacío desconocido de la curación. También puedo acoger el hecho de que se niegue a zambullirse y prefiera volver a su propia ilusión de la seguridad. Sólo el paciente decide vivir o no este paso de gracia. Este paso implica una decisión de no retorno. La fuerza que de él emana permite volver a encontrar la esperanza y el valor para cambiar nuestra vida. Este «clic», esta gracia, esta zambullida, es una muerte para un renacimiento; es morir a una creencia, morir a un modo de funcionamiento, morir a una tensión, morir a un apego, morir a nuestro dolor fundamental, morir a... para renacer en lo desconocido. Este paso no va asociado únicamente al proceso de curación de una enfermedad física o psíquica; algunos lo experimentan en el amor, en el trabajo, en la relación con su familia. Una cosa parece segura: que ese momento de gracia trae consigo un cambio, una ganancia de energía que permite un proceso de reparación celular y el refuerzo del sistema inmunitario. Algunos les dirán que lo han experimentado, pero ustedes constatarán que los signos exteriores no demuestran ningún cambio interior. Por mi parte, lo que he observado es que el individuo es el último en esperar que este momento sobrevenga cuando sobreviene; es algo que se produce sin que uno lo sepa, más allá de su voluntad, por encima de sus creencias, más allá de unos instrumentos específi— 24 —

cos. Las personas que han experimentado un clic describen así su experiencia: • morir a algo para renacer; • encontrar lo desconocido impulsado por una fuerza interior; • zambullirse en el vacío; • abandonarse; • abrirse a...; • fundirse en...; • cambiar por completo; • decidirse a dar el paso para siempre; etc. No quiero reducir la experiencia de este momento intentando describirla. Se trata de una experiencia de vida que no es verdaderamente definible, porque es la vida en su movimiento más puro, desnuda de todo pensamiento, de toda reflexión lógica. Es la vida movida por la fuerza intuitiva e instintiva del ser. Este «clic» se ve inducido, de una manera inconsciente, mediante una preparación de su tierra interior para recibir las semillas de la renovación. Este libro cuenta el camino que recorremos a través de una larga separación respecto de nosotros mismos, como un divorcio de nuestra verdadera naturaleza que se asemeja a un coma, a un sueño, para despertar, mediante un «clic», a una transformación real o transmutación de nuestra vida. La primera parte del libro lleva como título «Cuando el dolor destruye. Cuidarse». Aquí transmito mi visión del proceso de individuación, desde los primeros años de vida hasta la edad adulta. Me he servido de esquemas para hacer esta visión todavía más concreta. Explico aquí la separación respecto de nosotros mismos, que vivimos de manera inconsciente; cómo tenemos la capacidad inconsciente de construirnos una protección frente a nuestra herida fundamental, una protección que nos conduce a menudo al divorcio de nuestra propia naturaleza. Divorciados de nosotros mismos, nos resulta más fácil alimentar un proceso de autodestrucción que nos hace esclavos del sufrimiento. Al final de esta primera parte encontrará el lector un cuestionario que es una guía de introspección. Este cuestionario le ayudará a comprender los mecanismos internos arriba — 25 —

mencionados. ¿En qué aspecto está unido el cuidarnos con el dolor que destruye? Cuando sufrimos, es natural cuidarnos; pero a menudo cuidarnos significa descuidar las causas reales que han ocasionado el malestar, los síntomas y la enfermedad. Con la acción de cuidarnos ponemos, naturalmente, un bálsamo sobre la herida, a fin de evitar sufrir y sentir daño; pero ¿vamos a conseguir contemplar lo que nos hiere?; ¿alcanzaremos a ver qué es lo que hace que el sufrimiento esté ahí? Cuidarnos es, ante todo, actuar para aliviarnos. Podemos quedarnos ahí y desarrollar un comportamiento que nos haga ponernos en manos de otros para que nos ayuden, esperar de los médicos, o de los terapeutas, o de nuestro cónyuge, o de la sociedad, o de la religión, o de Dios... que nos supriman el dolor, que nos alivien de nuestras frustraciones, que nos liberen de las prisiones de nuestro corazón, de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu, sin encontrarlos nunca. El que se cuida por costumbre y sin tener conciencia de lo que hace, puede pasarse la vida buscando la curación sin encontrarla nunca, porque busca fuera de él la solución, y va pasando así de un medicamento a otro, de un médico a otro, de una terapia a otra, de una droga a otra. El que se cuida sin tener conciencia de lo que hace corre el riesgo de desplazar el problema sin resolverlo nunca, sin emplearlo nunca para crecer y transformar su vida. La segunda parte de esta obra, titulada «Cuando el dolor cura. Curarse», está consagrada a describir los factores interiores y exteriores que contribuyen a la curación. Curarse es la acción de emplear los instrumentos de que disponemos, empezando por nosotros mismos y, si fuera necesario, por los demás, no como salvadores, sino como mecanismos de ayuda. Como «facilitadores» que hacen posible un encuentro con nosotros mismos. Curarse es salir al encuentro de nuestro dolor primero y de todos los mecanismos de encerramiento construidos alrededor de esa herida fundamental; comprender su sentido, a fin de liberar los factores profundos que subyacen a dicha herida y renacer a nosotros mismos. Curarse es permitir que el dolor y los síntomas de la enfermedad nos transformen. El lector encontrará también al final de esta segunda parte un cuestionario que le guiará en el reconocimiento de su herida fun— 26 —

damental y de las protecciones que la acompañan. A lo largo de todo este libro, el lector va a seguir la historia de dos personas –un hombre, Jérôme, y una mujer, Maryse– que se han liberado de su enfermedad. Les he pedido que escriban el proceso de la evolución de su enfermedad hasta la curación. Al final de cada capítulo aparece su relato en versión íntegra. A través de sus palabras podrán captar los matices y la individualidad de cada uno. Todos los personajes que presento han conocido las etapas del «descenso» en la enfermedad y de intentar «cuidarse» para dirigirse hacia «la curación». Les agradezco que hayan querido entregarse a corazón y pecho descubiertos. Se los voy a presentar. Jérôme tiene ahora treinta y siete años; a los veintidós desarrolló una coxartria importante de las dos caderas que, poco a poco, le creó una minusvalía. Es arquitecto de profesión, además de ser un afamado escultor. Sus obras se exponen en Francia, en España y en las Antillas. A la edad de treinta y dos años, Jérôme se encontraba casi inválido, con la posibilidad de someterse a una intervención quirúrgica para instalarle una prótesis en la cadera. Se negó a la operación. Cambió su vida, lo dejó todo para continuar practicando su arte en un rincón propicio que le ayudara a reencontrarse. Emprendió un importante trabajo sobre sí mismo y sobre su cuerpo a través del Método de liberación de las corazas1, y se fue curando poco a poco de su artrosis de la cadera, con lo que recuperó por completo la movilidad y pudo vivir su creatividad con mucha mayor felicidad. En cuanto a Maryse, tiene treinta y ocho años. Lleva cinco años casada y vive con su marido, Hugo, y sus dos hijos. Se dedica a una profesión paramédica en el sector de reeducación de un hospital. Hace siete años, supo que padecía una enfermedad reumática incurable: la espondilartritis anquilosante. Dos meses después del anuncio de este diagnóstico, emprendió un trabajo sobre sí misma mediante sesiones de psicoterapia, con el fin de comprender lo que estaba viviendo y encontrar un camino de curación que detuviera el sistema de autodestrucción en el que se 1.

El método de liberación de las corazas ha sido descrito por Marie Lise LABONTÉ en Liberar las corazas. Método y movimientos. Antigimnasia, Luciérnaga, Barcelona 2001, p. 123.

— 27 —

sentía cada vez más encerrada y ahogada. He entrevistado también a terapeutas, autores y conferenciantes que trabajan en el campo del psicoanálisis, de la psicología y del ámbito de lo psicocorporal. Les presento únicamente el testimonio de tres de ellos; he elegido a estos terapeutas no sólo por respeto a su obra terapéutica, sino también por reconocimiento a la autenticidad del mensaje de amor que transmiten en la tierra. Les he hecho a cada uno de ellos estas dos preguntas: • ¿Existe para usted alguna diferencia entre cuidarse y curarse? • ¿Ha sido testigo ya, en su práctica terapéutica, de alguien que haya experimentado el fenómeno del «clic» en su presencia, es decir, que haya pasado del estado del «cuidarse» al de «curarse»? He situado el contenido de estas tres entrevistas en el centro del libro, entre la primera y la segunda parte. Deseo que las reflexiones de estas personas sean para el lector una fuente de inspiración y de reflexión, y que le sirvan de guía en la comprensión de la segunda parte de mi libro.

— 28 —

P RIMERA PARTE

CUANDO

EL DOLOR DESTRUYE. CUIDARSE

L

búsqueda de la felicidad es importante en nuestra sociedad, la búsqueda de la «vida color de rosa» parece primar sobre el encuentro con nosotros mismos. En nuestro mundo actual resulta muy fácil huir de nosotros, de nuestro sufrimiento, del grito de nuestro cuerpo, de nuestra vida íntima, de nuestro cónyuge, de nuestra familia, de nuestros hijos... e ir a buscar fuera de nosotros eso que nos atrae y nos hace la boca agua constantemente: la vida color de rosa y la felicidad, como la promesa de un paraíso perdido. Debido a toda la energía consagrada a esta búsqueda, la vida pasa, nuestros hijos crecen, las flores brotan, el sol sale, nuestro cónyuge envejece..., pero para nosotros no existe más que la voluntad de alcanzar algún día ese último «caramelo» rosa: la felicidad, la saciedad. Con todo, cada vez que creemos tocar este caramelo, se nos escapa de las manos. Cuando, por fin, creemos poseerlo, viene otro a quitárnoslo. Lo cual no hace sino aumentar todavía más nuestra fe, estimular nuestra búsqueda, puesto que creemos, en lo más profundo de nuestra ilusión, que algún día podremos, ¡al fin!, sentarnos y chupetear el caramelo hasta que venga la muerte a buscarnos. Entonces podremos decir: he alcanzado la felicidad. Esta búsqueda de la felicidad nos lleva a cuidarnos, en vez de a curarnos. Y es que curarnos implicaría que abandonáramos esta búsqueda ilusoria y nos dispusiéramos al encuentro con aquello de A

— 29 —

lo que huimos, tanto de un modo consciente como inconsciente; es decir, nuestro mundo interior, nuestra verdadera naturaleza, lo esencial de lo que somos. En ese mundo que está ahí, en nuestro interior, existe una herida fundamental que unos llaman «rechazo», otros «abandono», otros «falta de reconocimiento» o incuso «traición», «abuso», «humillación»... Poco importa el nombre: esa herida está enterrada en nosotros cual un dragón agazapado en nuestra cueva interior, en nuestro cuerpo, en nuestra carne y en nuestra vida. Ahora bien, la caza del dragón está pasada de moda en nuestra sociedad, a menos que el dragón se llame «el otro y su haber», «el otro y su amor», «el otro y su guerra», «el otro y su dinero», «el otro y su poder», «el otro y su notoriedad»... De este modo, el caballero que somos cada uno de nosotros parte a la cruzada, revestido con su armadura, para cazar al dragón social, intentar vivir una victoria, conquistar territorios exteriores, mientras que la enfermedad, el sufrimiento y la vejez atacan nuestro propio reino. Recuperar nuestros territorios interiores, atrevernos a salir al encuentro del dragón y desmitificarlo, ocuparnos de nuestro patrimonio interior, de nuestro castillo, de nuestra morada, cultivar nuestro jardín, abonar nuestra tierra y sus flores, es algo que pide, a ese caballero que somos cada uno de nosotros, quitarse la armadura y ponerse la vestidura que permita ese encuentro íntimo con uno mismo y su ámbito interior, la vestidura del amor y de la autenticidad.

— 30 —

CAPÍTULO 1

El aparato psíquico

¿Quién soy yo? ¿Soy el océano o la gota de agua? ¿Soy el dedo que señala hacia la luna o la luna misma?

E

N este capítulo vamos a analizar el aparato psíquico y su fun-

ción, tal como se ve a través de mi propia rejilla de interpretación, inspirada en el psicoanalista Carl Gustav Jung y en mis años de experiencia en la práctica del arte de la curación. A lo largo de los veinticinco últimos años, he recibido y escuchado a unos setecientos pacientes, con los cuales he ido evolucionando en mi enfoque terapéutico. La materia de esta primera parte procede de estos encuentros.

El mecanismo natural de curación Todos poseemos un potencial de curación que es inherente a nuestro ser1. Esta fuerza de curación es innata, natural y está siempre presente. Es la fuerza de la vida que habita en nosotros. Este poder está ligado directamente a nuestra naturaleza profun-

1.

«Sólo aquello que uno ya es tiene poder curativo» (C.G. JUNG, Las relaciones entre el yo y el inconsciente, Paidós, Barcelona 1990, p. 63).

— 31 —

da, a nuestra identidad real. Las diferentes escuelas filosóficas, religiosas y psicológicas lo denominan de diferentes maneras: «fuerza de vida», «fuerza espiritual», «chi», «kundalini», «impulso vital», «proceso creador» o incluso «amor»... Poco importa el nombre que le demos: está ahí, presente en lo más hondo de nosotros mismos, alimentando el cuerpo, el espíritu, el alma. Hace de nosotros un ser encarnado. Esa fuerza, alojada en lo más hondo de nuestro cuerpo físico, emana de lo más profundo a la superficie, del centro a la periferia. Está en relación con la fuerza de la vida que habita el universo, el cosmos, se conecta a él, se alimenta de él para unificarse mejor. Esta fuerza de vida que habita en nosotros se comparte, se transmite. No todos son necesariamente conscientes de ella, aunque algunos sí pueden serlo: depende de las circunstancias y los acontecimientos que puedan despertar el contacto con dicha fuerza. Se aloja en el corazón de nuestro cuerpo, en nuestra columna vertebral, en nuestros músculos intrínsecos, en nuestro tejido conjuntivo más profundo. Alimenta todos nuestros centros de energía, nuestras glándulas, nuestros órganos internos, nuestro sistema nervioso central, nuestra sangre, nuestros nervios y, por ello mismo, cada célula de nuestro cuerpo. Cuando circula libremente por el cuerpo y la psique, es la pura expresión de la encarnación del alma en la tierra. Es la fuerza psíquica que permite evolucionar a nuestra alma en el cuerpo físico y en el cuerpo planetario. Está ligada a la encarnación terrestre y permite al alma habitar debidamente en su envoltura, a fin de llevar a cabo su realización, su mandato planetario. De este modo, si es libre, acompaña a la realización del alma y de la personalidad a través de una unión, de un matrimonio de la pareja interior: el yin y el yang, lo alto y lo bajo, el cielo y la tierra. Cuando es retenida, cuando está estancada por necesidad de protección, por miedo, por inhibición, se vuelve contra sí misma y no sólo se destruye, sino que destruye todo cuanto hay a su alrededor. El potencial de curación o la fuerza de la vida existe. Carece de condiciones, de cualidad y de juicio. Simplemente, existe: cuando está en un movimiento de construcción, es vida; cuando está en un movimiento de destrucción, es muerte. Carece de juicio. La vida y la muerte son la misma fuerza inherente a todo ser. — 32 —

Este potencial vital que existe en nosotros y a nuestro alrededor es sostenido en nuestro aparato psíquico por el sí-mismo2 y el yo3, términos creados por el psicoanalista C.G. Jung. El sí-mismo, cual una membrana o filtro universal y colectivo, nos permite entrar en relación con las fuerzas universales (la luna, el sol, la naturaleza, los astros...) y las fuerzas colectivas (los arquetipos matriarcales y patriarcales y muchos otros...) que nos envuelven. El yo, otra membrana o filtro personal, nos permite entrar en relación con nuestro mundo interior, que se compone de pensamientos, emociones, sensaciones, intuición..., así como con el mundo exterior, que se compone de los otros, de los acontecimientos, de los distintos movimientos y de todo cuanto nos envuelve. Nuestro potencial de vida o de muerte está sostenido por nuestro aparato psíquico. Esta vida o esta muerte no son única-

2.

3.

«El sí-mismo podría caracterizarse como una especie de compensación del conflicto entre el adentro y el afuera. Esta formulación podría no ser inadecuada, teniendo en cuenta que el sí-mismo es algo con carácter de resultado, de meta alcanzada; algo que sólo paulatinamente ha llegado a ser y se ha hecho vivenciable a través de muchos esfuerzos. Así, el símismo es también el objetivo de la vida, pues constituye la expresión más cabal de esa combinación dada como destino y que denominamos individuo; y no sólo la del hombre singular, sino también la de todo un grupo humano, en que el uno complementa al otro para formar la imagen total. Con la experiencia del sí-mismo como algo irracional, un ente indefinible con respecto al cual el yo no está ni enfrentado ni sometido, sino dependiente, rotando en cierto modo en torno a él como la tierra en torno al sol, se ha alcanzado la meta: la individuación». (C.G. JUNG, Las relaciones entre el yo y el inconsciente, Paidós, Barcelona 1990, p. 143). «Entiendo por “yo” un complejo de representaciones que forman para mí mismo el centro del campo consciencial, y que me parecen poseer un elevado grado de continuidad y de identidad con él mismo... Ahora bien, como el yo no es más que el centro del campo consciencial, no se confunde con la totalidad de la psique; no es más que un complejo entre muchos otros. Se puede distinguir, por tanto, entre el yo y el sí-mismo: el primero no es más que el sujeto de mi conciencia, mientras que el segundo es el sujeto de la totalidad de la psique, incluido el inconsciente» (C.G. JUNG, Types psychologiques, Librairie de L’Université, Genève 19683, p. 456 (trad. cast.: Tipos psicológicos, Edhasa, Barcelona 1971). «El yo es el contenido del sí-mismo que conocemos. El yo individuado se experimenta como objeto de un sujeto desconocido que lo abarca» (C.G. JUNG, Las relaciones entre el yo y el inconsciente, Paidós, Barcelona 1990, pp. 143-144).

— 33 —

mente personales; esta energía vital es también universal y colectiva; somos constantemente testigos de ella y estamos bajo su influencia. EL YO INDIVIDUADO Universo Sí-mismo

Cosmos

Yo

Cosmos

Colectivo

Las funciones del yo El yo, nuestro filtro personal, reposa en el sí-mismo, nuestro filtro universal y colectivo. El yo –poco importa el nombre que se le dé: personalidad, yo o ego– es lo que nos permite entrar en presencia del mundo exterior y de nuestro mundo interior y administrar la fuerza del sí-mismo, de lo universal y de lo colectivo. El Yo o la personalidad permite decir: «soy un hombre o una mujer, me llamo X, habito en tal lugar, estoy casado o no...». Podemos escuchar nuestro mundo interior; podemos, por ejemplo, oír nuestras necesidades4, nuestros deseos5, seguir nuestras 4. 5.

Las necesidades son exigencias naturales. Son fundamentales y necesarias para la existencia. Las necesidades básicas son, por ejemplo, disponer de un territorio, alimentarse, dormir, reproducirse, vestirse, etc. Los deseos son atracciones conscientes ejercidas por un objeto real o

— 34 —

intuiciones y, al mismo tiempo, permitirnos seguir el movimiento de nuestros impulsos6, de nuestras aspiraciones. Siempre a través del yo, podemos entrar en relación con el mundo exterior y discernir, por ejemplo, en nuestra vida cotidiana lo que es bueno para nosotros y lo que es tóxico. El yo nos permite tomar lo que alimenta y prescindir de lo que no alimenta. Es el filtro que permite la mirada que proyectamos sobre nosotros mismos y sobre los demás. El yo realiza varias funciones de receptividad del mundo interior en el mundo exterior, de escucha, de filtro, de adaptación y de búsqueda de equilibrio entre las fuerzas interiores de que estamos provistos y las fuerzas exteriores existentes. En esta búsqueda de equilibrio, nuestro yo ejerce también la función de establecer mecanismos de protección. Son éstos: La represión: mecanismo que permite a la personalidad retener en una parte inconsciente de uno mismo lo que se presenta como demasiado amenazador (una violación, un incesto u otros acontecimientos capitales excesivamente dolorosos para ser integrados en la personalidad). El yo deposita en el granero del inconsciente lo que por el momento le es intolerable. La proyección: mecanismo del yo que nos permite rechazar hacia el exterior lo que vivimos en el interior. En vez de reprimir, es posible proyectar hacia el exterior de nosotros mismos sentimientos, objetos, deseos y cualidades. Por ejemplo, creemos que los otros están tristes porque nosotros nos sentimos tristes, pero no queremos confesárnoslo; o bien, que todos los demás están coléricos o que todo el mundo está colérico cuando nosotros lo estamos, pero no queremos reconocer este sentimiento. La separación: mecanismo que nos permite separar en dos un acontecimiento doloroso, conservando sólo lo bueno del mis-

6.

imaginario, como comunicarse, triunfar, compartir, bailar, degustar. Contrariamente a las necesidades, que garantizan la supervivencia para permitir la vida, los deseos se establecen en el espacio que nace de la vida para encaminarse a la calidad de la vida. Los impulsos son movimientos creadores que nos atraviesan, como una llamada del alma. Una vez percibidos por nuestros sentidos, los impulsos que nacen de la calidad de nuestra vida y que realizamos nos conducen al mundo de la vida creadora.

— 35 —

mo y enviando a la mazmorra lo más doloroso. La separación se asemeja a una purga de supervivencia. La negación: mecanismo que nos permite negar del todo una realidad exterior o interior dolorosas, por ejemplo la pérdida de un ser querido, la traición, el rechazo o el anuncio de un diagnóstico, y negar que eso haya pasado, hasta llegar a olvidarlo y construirnos otra realidad. La anulación: mecanismo del yo que nos permite fabricar historias en torno a una situación dolorosa para hacernos creer que esa situación no se ha producido. El individuo adopta entonces un comportamiento que tiene una significación inversa. Pongamos el caso de una mujer que fue abandonada a su suerte por su padre en su primera infancia. Como reacción, su tendencia sería la de idealizar a los hombres, verlos en cada uno de ellos un príncipe azul. Esta mujer anula su herida idealizando al hombre. La trivialización: mecanismo del yo que nos permite minimizar una experiencia dolorosa o feliz. Por ejemplo, un hombre constantemente rechazado por su mujer desde el punto de vista sexual llega a creer que eso no le molesta y que, para él, el sexo no tiene gran importancia. Se dice a sí mismo que no tiene necesidad de la sexualidad, que todo eso es trivial. Este hombre trivializa una expresión de su vida. También se puede trivializar una experiencia feliz, cuando se interpreta la felicidad como algo excesivamente amenazador para la personalidad. El triángulo de proyección dramática: función del yo parecida a la proyección, pero que es un juego mucho más poderoso que permite desplazar el contenido emocional demasiado doloroso de un acontecimiento a otro contexto, para evitar reconocerlo. El individuo entra entonces en un juego de posicionamiento en el interior de un triángulo cuyas posiciones privilegiadas son: el perseguidor, la víctima y el salvador. Por ejemplo, un padre de familia sale de viaje para Florida con sus hijos, corriendo él con los gastos. Por alguna razón, este adulto se siente traicionado por sus hijos durante el viaje. En vez de ocuparse del dolor ocasionado por la traición y hablar de ello con sus hijos, su yo acusará a Florida, a su cli— 36 —

ma, al hotel, al campo de golf, al mar, a los americanos y a todo lo que pueda encontrar a su alrededor... del malestar que experimenta en ese viaje. De este modo, evita sentir su dolor poniéndose como víctima en el interior del triángulo que le permite acusar a los otros de su desgracia personal. El yo ejerce así funciones de escucha, de receptividad, de filtro, de equilibrio, de discernimiento, de adaptación, y también funciones de protección si se siente amenazado. Estos mecanismos de protección se desencadenan cuando la personalidad se siente amenazada o irritada por situaciones exteriores que conllevan reacciones internas (imagínese, por ejemplo, que se encuentra constantemente en presencia de alguien que le rechaza: corre usted el peligro de desencadenar enseguida un mecanismo de protección respecto del rechazo que recibe de esa persona). El yo se siente cada vez más amenazado si la situación exterior que le agrede se muestra recurrente. Estos mecanismos de protección le permiten «sobrevivir» en unas condiciones psicológicas que considera insoportables. En consecuencia, las funciones del yo son necesarias para el equilibrio; no podríamos existir sin personalidad.

La respiración del yo ¿Puede morir el yo? En ciertas obras espirituales dice el maestro que es preciso matar el ego, la personalidad, porque el ego es el enemigo. Hay muchas maneras de interpretar este mensaje. Hasta ahora, por lo que a mi práctica terapéutica se refiere, lo que he observado es que, cuanto más respira el yo en el sí-mismo, es decir, cuanto más flexible es la personalidad, cuanto más encarnada está en un cuerpo la naturaleza profunda del ser, o sea, el alma, tanto más puede influir en la vida cotidiana mediante su vibración de amor y de vida. Así, los actos serán portadores de equilibrio y de transparencia. Si esta respiración del yo es limitada, entonces nos convertimos en testigos de dureza, de violencia, de autodestrucción, en esa relación íntima con la fuerzas de vida y de amor que habitan en nosotros. Si, por el contrario, prefiere usted creer que el ego es su enemigo, se arriesga a efectuar una separación con algunos aspectos — 37 —

de usted mismo y a mantenerse en una especie de elevación del espíritu, en detrimento de ciertos aspectos importantes de la personalidad, como su historia, sus heridas, sus necesidades. Esto tendrá como consecuencia reducir la experiencia de su mundo interior y obrar de suerte que considere enseguida como malsanas las emociones reprimidas o los encerramientos que se han ido acumulando en usted desde hace años. El yo que reposa en presencia del sí-mismo posee una respiración que le es propia. La personalidad, cual una membrana cuya fibra fuera flexible (estado de fusión), demasiado tenue (estado de inflación) o demasiado rígida (estado de endurecimiento), tiene una capacidad de elasticidad y de contracción, desde la fusión hasta el endurecimiento. Denomino a este fenómeno «la respiración del yo». Esta respiración o esta capacidad que tiene la personalidad de abastecerse en la energía de las profundidades y en el potencial de vida que hay en todos nosotros (fusión) o, en el extremo opuesto, de contraerse de modo que se ahogue en sí misma hasta el encarcelamiento y hasta la destrucción (endurecimiento), depende de la manera como se haya construido la personalidad (véase capitulo siguiente). Para hacer más concreto lo que acabo de decir, he partido del ejemplo de la vida cotidiana de un personaje ficticio llamado Jules. Para nosotros, Jules va a reaccionar de tres maneras diferentes ante una situación cotidiana que se resume así: Jules, durante su jornada de trabajo, tiene que hacer frente a un problema con su jefe. Está irritado por la situación. Acaba su jornada de trabajo y... Ejemplo A (estado de fusión) Jules sale de una difícil jornada laboral y tiene que hacer frente a un problema que le ha irritado. Está agotado física y psíquicamente. Tiene la impresión de haber envejecido de repente. Llega 7.

«La relajación parece ser una manera de “recargar las baterías”. Cansarse físicamente de una manera regular es una manera de combatir el estrés» (Dr. C. SIMONTON, S.M. SIMONTON, J. CREIGHTON, Guérir envers et contre tout, Desclée de Brouwer, Paris 200221, p. 162 (trad. esp.:

— 38 —

a casa y opta por practicar la relajación profunda7 o su deporte favorito8 para regenerarse. Durante esa relajación profunda o esa práctica deportiva, se distiende y establece el contacto con el potencial de vida que habita en él mismo. Se relaja en la energía de las profundidades. Va a alimentarse, de manera consciente, en su potencial de regeneración que es el contacto con el sí mismo. Este alimento se lo asegura el efecto de la relajación o la práctica del deporte. Algunas ondas cerebrales9 actúan de suerte que la superactividad del hemisferio izquierdo de su cerebro se relaja, permitiéndole acceder al hemisferio derecho de su cerebro, que le liga a la energía de sus profundidades. Experimenta en todas las células de su ser que él es esta vida, sin perder por ello la presencia a sí mismo. Se vuelve más amplio, más abierto10. Mientras Jules permanece en ese estado, se le revelan de manera natural algunas soluciones al problema que se le había planteado durante la jornada. Se distancia saludablemente respecto del acontecimiento que le había irritado. Comprende la fuente de tal irritación. La relajación o el deporte le ayudan a establecer Recuperar la salud: una apuesta por la vida, Los Libros del Comienzo, Madrid 1998). «La investigación ha demostrado suficientemente que estas técnicas específicas de relajación tienen efectos [de descarga] del estrés mucho más considerables que las actividades habituales y convencionales de reposo y de descanso» (ibid., p. 163). 8. «[...] El ejercicio activo contribuye a dominar el enfado, y lo mismo puede decirse de los métodos de relajación como, por ejemplo, la respiración profunda y la distensión muscular, porque estos ejercicios permiten aliviar la elevada excitación fisiológica provocada por el enfado y propiciar un estado de menor excitación, y también, obviamente, porque así uno se distrae del estímulo que suscitó el enfado. El ejercicio activo puede servir además para disminuir el enfado, y ello por una razón similar, ya que, después del alto nivel de activación fisiológica suscitado por el ejercicio, el cuerpo vuelve naturalmente a un nivel de menor excitación» (D. GOLEMAN, Inteligencia emocional, Kairós, Barcelona 199934, pp. 105-106). 9. Sobre el tema de la actividad cerebral, véase: J.-J. FELDMEYER, «Intuition et conscience: le cerveau et son double», en Cerveau et conscience, La conquête des neurosciences, Georg éditeur, Genève 2002, pp. 288ss. 10. «Cuando el intelecto queda reducido al silencio, la intuición produce un estado de consciencia extraordinario; se aprehende directamente el entorno sin la pantalla del pensamiento conceptual»: F. CAPRA, Le Tao de la physique, Éditions Sand, Paris 1992, p. 40. (Trad. esp.: El Tao de la física, Sirio, Málaga 1999).

— 39 —

una distancia con respecto a las sensaciones que ha vivido durante la jornada11. Se ha fusionado con la energía de sus profundidades. Se siente rejuvenecido y muy vivo. Vuelve a salir de esta experiencia rejuvenecido, regenerado, y prosigue la velada con más energía y vigor. Su yo ha recuperado el equilibrio y puede continuar distendiéndose en presencia de la fuerza del sí-mismo. ¿Qué ha pasado? Jules ha conocido aquí una experiencia de percepción ensanchada de su realidad. Ha sentido la vida en él, está vivo, tiene una percepción de sí mismo como ser vivo y sigue llamándose X. Su personalidad ha sido capaz de establecer un contacto con la fuerza de la vida que hay en él en una forma de estado de fusión, de estado de conciencia ensanchada, aunque conservando su identidad. Sin que él lo sepa, su cerebro ha producido una hormona que ha producido ese estado alterado de conciencia en el que se ha llevado a cabo la regeneración de los sistemas de su cuerpo. Ahora puede descansar el yo, distenderse en el sí-mismo e incluso ensanchar su propia percepción de su universo personal sin perderse en él, porque la membrana es flexible. FUSIÓN

11. «Cuando el organismo está completamente distendido, es posible establecer un contacto con nuestro propio inconsciente a fin de obtener una información importante en cuanto a nuestros problemas o en cuanto a los aspectos psicológicos de la enfermedad» (F. CAPRA, Le temps du changement, Éditions du Rocher, Paris 1990, p. 334).

— 40 —

EL YO ES FLEXIBLE PUEDE CALMAR SU SED EN EL SÍ MISMO

Ejemplo B (estado de inflación) Retomemos el mismo ejemplo y añadamos que Jules es un ser debilitado por la vida desde hace varios años. Es muy sensible a todo tipo de contrariedad. La irritación que se le ha creado durante el día ha sido fuerte. Se siente en estado de supervivencia, transpira copiosamente, tiene miedo, duda repentinamente de sí mismo de manera irracional, y su malestar refuerza su miedo: No tiene más que un deseo: ingerir alguna bebida alcohólica para dormirse y olvidar. Jules se dirige a un bar conocido de sus antiguos compañeros. Allí se encuentra con un amigo de sus tiempos de «hippy». Su compañero sigue fumando «porros» y le invita a fumarse uno con él. Hace ya mucho que Jules no ha fumado. Está bajo los efectos del alcohol, y su capacidad de discernimiento se ha resentido. Se dice: «¿por qué no?», y más cuando el día e incluso su vida entera ha sido agotadora a lo largo de estos últimos años. Nuestro Jules está harto. El compañero le dice que es marihuana de Tailandia, muy fuerte. Jules se siente completamente excitado ante esta perspectiva. Decide fumar. Se siente bien, incluso muy bien, bajo los efectos de la droga. Entra en una experiencia alterada de conciencia que le va a durar dos horas. Se siente enormemente vivo. Jules ve la vida como un fluido verde que circula por todos los poros de su piel. «Viaja». Anuncian la hora del cierre del bar, pero a Jules le importa un comino. Está bajo los efectos de la droga, y el tiempo ya no existe para él. No olvidemos que Jules es un personaje debilitado por la vida. Su personalidad, ahora bajo el efecto de la droga, le permite este contacto con la fuerza de vida que habita en él. Como las paredes de su yo están debilitadas por pruebas reprimidas, Jules queda sumergido por su experiencia de tal manera que ya no puede «volver a bajar» a la tierra. Su yo se identifica con la energía de sus profundidades. Echan a Jules del bar, porque se niega categóricamente a abandonar el lugar. Está en la calle, y su compañero ya no sabe qué hacer. Jules grita a quien quiera escucharle: «¡Yo soy la vida!»; «¡Estoy vivo!». Llega la policía y le pregunta su nombre; Jules responde: «Mi nombre es la vida. Me llamo la vida». Le — 41 —

preguntan su dirección, y Jules responde: «la vida». Le piden que nombre las diferentes partes de su cuerpo, y Jules responde: «la vida». Entonces conducen a Jules urgentemente a un hospital psiquiátrico para evaluar su estado. Este fenómeno, por el que el yo queda sumergido, se llama inflación, otro término creado por Jung12, y significa que la personalidad ha sido sumergida por la fuerza del sí-mismo. El yo, cuyas paredes estaban debilitadas por experiencias de sumergimiento repetitivo, se identifica con el sí-mismo. El yo ha estallado bajo la fuerza de la experiencia amplificada, en este caso la droga ingerida; el yo se ha convertido entonces en el sí-mismo. Jules ya no sentía frontera alguna, estaba fundido con el gran Todo. Había perdido el contacto con su identidad. El miedo que sentía Jules ha cedido a una necesidad urgente de fusionarse para perderse y olvidar así su dolorosa realidad. Ni que decir tiene que existen otros muchos contextos susceptibles de debilitar a un individuo a lo largo de su vida, como una experiencia mística, un traumatismo violento y otros que pueden conducir a la experiencia de la iniciación.

12. «Este concepto [inflación psíquica] me parece adecuado en cuanto que el estado de que se trata significa una dilatación de la personalidad más allá de los límites individuales; en una palabra, una hinchazón. En tal estado se ocupa un espacio que normalmente no podría llenarse. Esto sólo puede hacerse cuando uno se apropia de contenidos y cualidades que, como existentes en sí, debieran permanecer fuera de nuestros límites. Lo que está fuera de nosotros pertenece o a otro, o a todos, o a ninguno» (C. G. JUNG, Las relaciones entre el yo y el inconsciente, Paidós, Barcelona 1990, p. 32).

— 42 —

INFLACIÓN LA MEMBRANA DEL YO ESTALLA

Ejemplo C (estado de endurecimiento) Jules ha pasado una jornada estresante y decide ir al gimnasio para practicar deporte. El conflicto que ha vivido durante la jornada le ha irritado, pero ya conoce esto. Aprieta los dientes pensando: «les voy a aplastar». Hace sus ejercicios habituales, pasa de una máquina de condicionamiento físico a otra, intenta distenderse, pero no cesa de pensar en su trabajo y en el conflicto con su jefe. Se imagina escenarios en los que golpea a su jefe. Sin embargo, a pesar de todos los escenarios, Jules no consigue distenderse; al contrario, se siente cada vez más tenso. Aumenta en él la cólera y siente deseos de golpear. Jules insiste en las máquinas, y el entrenador viene a advertirle que afloje el ritmo, puesto que corre el riesgo de lastimarse. Jules aprieta los dientes todavía más. Se siente cada vez peor. Decide interrumpir sus ejercicios. No ha alcanzado el estado de relajación que otras veces sí ha conseguido. Está tenso, rígido, se hace reproches a sí mismo. Se considera inútil. También le hace reproches a la vida. Echa pestes contra todo. Se sienta al volante de su coche y conduce a excesiva velocidad. Le detiene un policía. Jules le mira; no tiene más que un deseo: golpearlo. Jules se agarra la cabeza con las manos. Es demasiado... y, además, le ponen una multa. Decididamente, todo va mal. Qué pasa en este escenario? La personalidad de Jules se ha contraído. Su yo se ha visto «atrapado» por una mala experiencia o por un conflicto vivido durante la jornada que le recuerda algo más profundo en él, pero que Jules no quiere ver. No consigue administrar el estrés creado por el conflicto. Está invadido por el problema, y su única respuesta condicionada es la cólera, que se convierte en agresividad. Jules no consigue distenderse en presencia del conflicto exterior que ha provocado en él un conflicto interior. No hay comunicación posible entre su personalidad –el yo– y el gran todo del sí-mismo. El cerebro no ha conseguido liberar las hormonas que habrían permitido el surgimiento del fenómeno del estado de conciencia ensanchada. Al contrario, Jules ha segregado adrenalina, y en gran cantidad, pues fantaseaba con escenarios de ataque. Vuelve a sentarse al volante. Conduce a toda velocidad. Le detiene otro policía y le pide la do— 43 —

cumentación. Jules no desea más que una cosa: pegarle. Este fenómeno, si perdura, recibe el nombre de «endurecimiento». Este término, creado por Wilhelm Reich, designa el proceso de encerramiento que puede padecer la persona «endurecida», es decir, que no existe más que a través de su rigidez y cerrazón en relación con un problema o un conflicto13. La membrana de la personalidad es demasiado espesa y está demasiado rígida. Este proceso, llevado al extremo, puede llevar a un individuo a negarse a distenderse, pues tiene miedo a morir cuando cierre los ojos; o impulsar a un individuo, superado por su conflicto, a atacar de palabra o de obra al policía que le interpela; o incluso a provocar en uno tal rigidez en su cuerpo físico que le haga imposible practicar ningún deporte sin lastimarse. Esa persona carece ya de flexibilidad. Ese mismo fenómeno del endurecimiento puede ser experimentado por alguien que sea depresivo y se encuentre encerrado en su estado de depresión. El endurecimiento no está ligado únicamente a un encerramiento que desemboca en la agresividad; este mismo encerramiento puede llevar a un individuo a estados de impotencia y de desesperación que, a la larga, alteran la química del cerebro. Entonces se instala la depresión crónica.

13. «El carácter consiste en una alteración crónica de nuestro yo que se ha denominado también endurecimiento y que es el responsable de la cronicidad de las reacciones caracteriológicas de una persona. Tiene la función de proteger al yo de los peligros externos e internos que le asaltan. Como mecanismo de protección permanente, merece perfectamente el nombre de coraza»: W. REICH, L’analyse caractérielle, Payot, Paris 2000, p. 145. (Trad. española: Análisis del carácter, Paidós Ibérica, Barcelona 1995).

— 44 —

ENDURECIMIENTO LA MEMBRANA DEL YO SE HA ENDURECIDO

Los tres tipos de respiración del yo en el sí-mismo no son categorías fijas. Existen varios matices en las respiraciones mencionadas más arriba; las tres maneras de reaccionar de Jules son ejemplos muy generalizados. Todos los escenarios son posibles de una respiración a la otra. El modo en que reacciona la personalidad en una situación de agresión depende de varios factores ligados a la vida intrauterina, al nacimiento, o bien a la primera infancia, y, sobre todo, a la manera en que el niño ha desarrollado su mundo reaccional en su relación con su sistema familiar. La respiración del Yo depende del proceso de individuación.

***

CUESTIONARIO Análisis de las reacciones frente a un acontecimiento estresante ¿Cómo reacciona usted frente a un acontecimiento estresante? ¿Reacciona de manera consciente? ¿Trata de distanciarse del acontecimiento practicando algún deporte o algún método de relajación, a fin de encontrar una solución? ¿Reacciona huyendo? ¿Intenta huir del problema planteado por el acontecimiento ingiriendo estimulantes como café, alcohol, nicotina, drogas o medicamentos? ¿Reacciona defendiéndose? — 45 —

¿Reacciona poniéndose rígido, defendiéndose con una cólera y una agresividad dirigidas contra el acontecimiento y la gente asociada al mismo? Descubrir su manera de reaccionar al estrés le dará pistas de transformación y le informará sobre la capacidad que tiene su personalidad de respirar en las energías de las profundidades que habitan en usted, abriéndole al bienestar, encontrando soluciones con facilidad. Cuanto más flexible sea su personalidad, tanto más capaz será de distanciarse respecto de cualquier situación estresante, y hasta de encontrarle un sentido. Análisis de las reacciones de protección frente a un acontecimiento choque que le pone en estado de supervivencia ¿Puede identificar su manera de protegerse de un dolor afectivo, de una decepción profesional, de un sentimiento de traición, de rechazo o de cualquier otra agresión que pueda padecer o haya padecido en su vida cotidiana? ¿Cuál es su mecanismo de protección? ¿La represión? (Yo olvido). ¿La protección? (La vida es una traición, o la vida no es más que sufrimiento). ¿La separación? (Divido el dolor en dos y no conservo más que lo bueno; olvidando lo malo). ¿La negación? (Lo niego). ¿La anulación? (Me invento toda una historia para no sufrir). ¿La trivialización? (Después de todo, no es tan importante...). ¿El triángulo dramático? (La culpa es del otro; yo soy la víctima).

— 46 —

Identificar sus mecanismos de protección le dará pistas de transformación y le permitirá cuestionar su reacción de protección y ver si siempre es tan legítima como parece.

— 47 —