Rerum Novarum

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Seminario Metropolitano de Concepción Arzobispado de la Ssma. Concepción Concepción

Encíclica Rerum Novarum De SS. León XIII Lectura y síntesis

Asignatura: Moral Social Docente: Pbro. Luis Flores Alumnos: Mario Caro Solar Fecha: 01.09.2020

La Encíclica Rerum Novarum, “de las cosas nuevas”, fue escrita por el Sumo Pontífice León XIII, y promulgada en la ciudad de Roma el 15 de mayo de 1891 Contexto histórico A grandes rasgos, en 1891, el mundo se encontraba en los tiempos de la Revolución Industrial, en todo su apogeo. La desigualdad social, económica y política era notoria: muchos ricos gozaban de su fortuna, mientras los obreros eran explotados para garantizar los privilegios de los primeros, sin hablar de las deplorables condiciones laborales. Esto se veía a nivel mundial. Los Estados se habían “ausentado” acerca de este asunto. Y el socialismo, el marxismo y el anarquismo, ya habían surgido, y la Iglesia los ve como amenazas graves. Síntesis La revolución que se agitaba en estos tiempos se debe a los adelantos de la industria y las artes, los cambios en las relaciones de obreros y patrones, la acumulación de riquezas en manos de pocos y la pobreza de la mayoría, la confianza y cohesión de los obreros, y la relación moral. Esto viene ya desde antiguo, desde el gremio de los artesanos, el cual ha sido prácticamente esclavizado por el poder de unos pocos que se desentiende de las políticas públicas y las leyes favorables para todos1. El trabajo y fin de patrones y obreros es la misma: procurarse algo para sí y poseer con propio derecho una cosa suya. Este derecho de poseer algo en privado como propio es dado al hombre por la misma naturaleza: por el hecho de poseer la razón o inteligencia, que le concede al hombre el uso de los bienes (común con los animales) y, además, de poseerlos con derecho estable y permanente. Del mismo modo, con la razón el hombre enlaza y relaciona las cosas futuras con las presentes y se gobierna a sí mismo con su inteligencia, sometido a la ley eterna de Dios, y tiene poder de elegir lo mejor para su bienestar; de este modo puede dominar sobre las cosas terrenales y sobre la tierra misma como necesarias para el futuro; por lo que la propiedad estable y duradera es necesaria, y nadie tiene derecho de violar este derecho otorgado por Dios. Este derecho es anterior a la providencia de la república; y el don de la tierra al hombre por parte de Dios no se opone a la propiedad privada, pues la dio al género humano sin asignar a nadie la parte a poseer y dejando la delimitación de las posesiones privadas al mismo hombre, aunque siendo repartida no deja de servir a la común utilidad de todos; por otro lado, el trabajo es el medio para procurarse de bienes. Negar el derecho a posesión, aún concediendo el derecho a uso de aquella, es privar de las cosas producidas por el trabajo, siendo que el fruto del trabajo debe ser para quien lo trabaja. El ser humano encuentra en la ley natural el fundamento de la división de los bienes, la propiedad privada, y la ley civil ampara este derecho. Estos derechos adquieren más fuerza ligados a los deberes en la sociedad2. En cuanto a la familia, sabiendo que el hombre es libre de elegir entre la virginidad evangélica o el matrimonio, se destaca que no hay ley humana que pueda quitar el derecho al matrimonio y de procrear. La familia, como tal, tiene derechos y deberes propios, independientes de la potestad civil. El hombre debe proveer el sustento y las atenciones de la familia, que se logra mediante la posesión de las cosas productivas, transmisibles a los hijos. La familia es anterior a la sociedad civil, y lo mismo sus derechos y deberes; los poderes públicos, sin penetrar en su arbitrio ni su intimidad, deben socorrerla en caso de necesidad, con medios extraordinarios 1 2

Cf. 1 - 2 Cf. 3 - 9

y velar por los derechos de cada miembro si se produjera una alteración de los derechos mutuos dentro de ella. La patria potestad no puede ser absorbida ni extinguida por el poder público. Los hijos, por su parte, entran a formar parte de la sociedad a través de la comunidad doméstica, y antes del uso del libre albedrío están bajo la protección de ambos padres3 (Cf. 910). La solución propuesta por el socialismo, de acabar con la propiedad privada, traspasando los bienes de los particulares a la comunidad, es inadecuada, pues incluso perjudica a las clases obreras, e injusta pues ejerce violentamente su postura y pretende privar la libertad de aprovechar los bienes para quien los ha adquirido legítimamente 4; además, esto llevaría a la envidia, la maledicencia y las discordias, las riquezas se secarían, repugnando los derechos naturales de los individuos y perturbando las funciones del Estado. Entre los hombres existen naturalmente grandes diferencias, de distinta índole, y de esto brota espontáneamente las diferencias de fortuna; también, debido al pecado, el hombre debe trabajar con agotamientos, y el mismo hombre no puede pretender acabar con esto, sino solo aliviarlos con otros medios. Es un error pensar que una clase social es enemiga de la otra, es ajena a la razón y la verdad; pues la sociedad es como un cuerpo con distintos miembros cuyas diferencias se ensamblan para que surja una armonía y un equilibrio: se necesitan recíprocamente. Para solucionar y acabar con esta lucha la unidad, la justicia y el cumplimiento de los deberes de ambas clases, los cuales tienen que ver con el respeto mutuo entre obreros y patrones; en la abstención de la violencia, el engaño y la usura; en no considerar la esclavitud, respetando la dignidad; en una justa remuneración de acuerdo al trabajo realizado; en dejar un espacio para la piedad; en no imponer más trabajo del que soporten su fuerzas, edad o sexo; y en dar a cada uno lo justo5. La iglesia, mediante la enseñanza de su doctrina, con su ejemplo y costumbres, con sus medios únicos de salvación, busca unir una clase con la otra por la aproximación y la amistad; porque su misión no solo es el cuidado de almas, sino también lo concerniente a la moral y lo terreno, aportando el camino de la virtud para que los hombres logren salir de la miseria y lleguen a la prosperidad, reprimiendo el exceso de ambición y la sed de placeres e intentando aliviar la indigencia; aun sabiendo que esta vida perecedera está en vistas a la vida futura y verdadera cuando salgamos de este mundo, y entendiendo que Jesús no suprimió las tribulaciones sino que hizo un estímulo de virtudes y materia de merecimientos e hizo más llevaderos los sufrimientos; además, nada de lo que se tenga (o no) importan para la felicidad eterna; lo importante es como se utilizan estos bienes aquí. Las riquezas no exentan el dolor, ni aprovechan para la vida eterna, sino que la obstaculizan; se ha de distinguir entre la recta posesión del dinero y el recto uso del mismo; el hombre debe ver las cosas externas como comunes y compartirlas con otros en sus necesidades, socorrer al indigente con lo que sobra: esto es caridad cristiana; y antes que la ley de los hombres, existe la ley y el juicio de Cristo: es mejor dar que recibir. Por su parte, quienes carecen de bienes deben entender que la pobreza no es una deshonra ante Dios ni una vergüenza; porque la verdadera dignidad y excelencia del hombre está en lo moral, en la virtud, común a todos, lo que lleva a la felicidad eterna. Todos los hombres tienden al mismo fin (Dios), todos han sido redimidos por Jesucristo y elevados a la dignidad de hijos de Dios y, al igual que los bienes naturales, los dones divinos pertenecen en común, entendiendo esto la humanidad podrá unirse en amor fraterno6.

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Cf. 9 - 10 Cf. 2 - 3 5 Cf. 11 - 15 6 Cf. 16 - 22 4

En cuanto a quienes gobiernan, según el cometido de la política y el deber de estos, deben cooperar en las leyes e instituciones a fin que del orden y administración del Estado brote la prosperidad de la sociedad y del individuo, fruto de la probidad de las costumbres, la constitución de las familias, la observancia de la religión y la justicia, y el progreso en los medios de sustento. El Estado debe tender al bien común como propia misión y, teniendo presente que la naturaleza única de la sociedad es común a toda clase social, se debe atender al bienestar y salvación de cada individuo en todas las clases sociales, observando inviolablemente la justicia distributiva. Todos los ciudadanos deben contribuir a la totalidad del bien común, aunque no todos pueden aportar lo mismo ni en igual cantidad: una sociedad no puede concebirse sin esta diferencia; de aquí se deriva la jerarquía de las funciones de gobierno y los oficios de cada miembro, especialmente la clase obrera, que con su trabajo constituyen la riqueza nacional. Así, por equidad, se exige que estos últimos no queden desamparados ni abandonados a la miseria con políticas que vayan en contra de su dignidad y valor. Por esta razón, los gobernantes deben defender a la comunidad, sus miembros y sus derechos, siguiendo el mandato y orden de la ley divina7. La posesión privada de debe asegurar con las leyes. El Estado por tanto, debe frenar la agitación y las huelgas que nazcan de doctrinas perversas y deseosas de revolución, que solo perjudican a patrones, obreros, comercio, intereses públicos y hasta al bien común; por lo que a esto se debe anticipar el remedio, removiendo las causas de odios entre clases, con políticas públicas acordes a la situación; debe, entonces, proteger los bienes del alma, pues esta lleva impresa la imagen y semejanza de Dios, y hace a todos los hombres iguales; con políticas que ayuden y dispongan a la piedad, debe proteger la dignidad humana y la relación con Dios por sobre cualquier cosa; limitando y salvaguardando las horas de trabajo, debe librar a los pobres obreros de la crueldad de llenar y dañar al cuerpo y al espíritu de trabajo excesivo sin descanso; debe establecer leyes para que el trabajo sea proporcional y adecuado según la época del año, la edad, el sexo, y aportando el descanso necesario para recuperar fuerzas. En cuanto al salario, este debe ser dado y recibido por libre consentimiento; el patrón debe pagar el salario convenido y el obrero, rendir el trabajo estipulado; de lo contrario el Estado debe intervenir para que se cumpla esto. Con el trabajo se adquieren las cosas necesarias para la conservación, y por naturaleza es personal y necesario. El patrón debe velar por el salario del obrero, por su salud y seguridad. El obrero, si el salario es suficiente, puede inclinarse a ahorrar y obtener un patrimonio privado8. Los patronos y obreros pueden apoyarse y ayudarse mutuamente mediante diversas y variadas instituciones (públicas, para el bien del pueblo o nación; o privadas, para el bien exclusivo de sus miembros) las cuales deben adaptarse a las condiciones de cada época, con costumbres nuevas y con más exigencias de vida cotidiana. El Estado no puede impedir estas asociaciones, a menos que vayan en contra del bien común. La Iglesia puede formar, de igual modo, diversas corporaciones, congregaciones y órdenes religiosas constituidas con una finalidad honesta, conforme al derecho natural y bajo la potestad de la Iglesia, por lo que la potestad civil no puede violar sus derechos y bienes. Estas ayudan a los hombres con trabajo y medios de aportes económicos y de otros bienes, formando y fortaleciendo la conciencia de la observancia de los preceptos evangélicos. Los ciudadanos tienen el libre derecho de asociarse y de elegir libremente la organización y las leyes de sociedad que lleven a su fin particular propuesto; así como aquellas asociaciones deben velar para que se cumplan, para que cada miembro de la sociedad consiga aumentar los bienes corporales, del alma, de la piedad y de la familia: esto es ley general y perpetua. Los cargos en las asociaciones se han de otorgar en 7 8

Cf. 23 - 27 Cf. 28 - 33

conformidad con los intereses comunes, que deben administrarse con integridad, y se deben distribuir con prudencia para no pasar a llevar el derecho tanto de patrones como de obreros9. Finalmente, los problemas que surgieron y siguen surgiendo entre patrones y proletariados se podrán resolver solo según los criterios del cristianismo, del amor; y así también cada quien debe ceñirse a la parte que le corresponda en la sociedad: los gobernantes deben aplicar la providencia de las leyes y de las instituciones; los ricos y patrones deben recordar sus deberes; los proletariados se han de esforzar en su labor; y todos deben trabajar para restaurar las costumbres cristianas, ya que las soluciones a los problemas se esperan solo por la efusión de la caridad, la ley del Evangelio10. Comentario La Encíclica Rerum Novarum juega un papel fundamental en la Doctrina Social de la Iglesia. Hay que aclarar que el hecho que sea la primera encíclica social no significa que la Iglesia no se haya preocupado antes del asunto, sino que esta encíclica marca un precedente por el hecho de ser la primera en plasmar a modo de Encíclica el asunto de la cuestión social y por el modo en que se plasmó el tema. La importancia de esta se puede ver en las continuas y sucesivas referencias que los sucesores de SS. León XIII hacen de ella, sobre todo en el orden social. León XIII analizó la realidad social de su tiempo desde el punto de vista evangélico y desde ahí mismo intentó buscar las soluciones; este método se convertiría luego en característica de la enseñanza social de la iglesia. La respuesta a los hechos que ocurrían en su tiempo se basa sobre el discernimiento, en las exigencias de la naturaleza humana y en los preceptos del Evangelio. Hoy, en que el mundo y sus habitantes, sus estilos de vidas y demás aspectos sufren un cambio a ritmo acelerado, la Encíclica cobra un sentido y una vigencia que hacen que esta haya sido en su tiempo de una dimensión profética, por el mismo motivo de estar fundamentada en la Palabra de Dios que nunca deja de actualizarse. Es necesario, hoy más que nunca, a raíz de los signos de los tiempos, hacer una relectura de la encíclica, actualizando su mensaje y sus soluciones en el contexto en que nos toca vivir; y el llamado y exhortación a las instituciones eclesiásticas, a las Naciones y a todos los fieles, a poner en marcha mecanismos y actividades sociales debería animarnos a todos para colaborar en la mojera de la situación de muchos hombres que, a raíz de las “nuevas esclavitudes”, se hunden en la tristeza, en el desaliento y hasta en la miseria.

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Cf. 34 - 40 Cf. 40 - 41

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