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1 VEA MEJOR SIN ANTEOJOS

CAPITULO I

DESCUBRIMIENTO "La mitad de nuestras graciosas vidas alocadas", escribió Meredith, "la pasamos doblándonos a recoger lo que antes tiramos". Alrededor de los cuarenta años y por lo común mucho antes, la mayoría de los humanos hemos tirado, junto con muchas otras cosas estimables, el valioso don del sosiego. Y con él hemos tirado el don de ver claramente, ya que cuando hemos perdido el sosiego también hemos perdido la vista clara. Observe al gato y vea cuan sosegado está antes de disponerse a dar el salto, cómo ronronea encogido y cómo se estira para descansar. ¡Mire sus ojos, brillantes como esmeraldas, filosos

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como cuchillos! ¡Mire cuan fuertes y brillantes son los ojos tranquilos de los niños normales! No pierden de vista nada. Fíjese como la gente que por hábito es serena raras veces usa anteojos, aun en su edad madura o en la ancianidad. El desasosiego es la causa de la vista defectuosa en nueve de cada diez casos. "Estaba tan enfurecido que no podía ver", esta es expresión que oímos frecuentemente y que la conceptuamos extravagante, exagerada y, sin embargo precisa del hecho mismo. La tensión iracunda ha cegado al cerebro, ha sacado a los ojos de su foco natural, a esos ojos que son los órganos esenciales de la vista. Todas las emociones ejercen influencia sobre la vista, porque los ojos son como arpas movidas por el viento que responden a toda brisa mental o emotiva que sople. "Por más que fijé la vista no pude ver tal cosa". Si continuada y persistentemente fijó usted la vista, su expresión resulta trágicamente cierta: estuvo temporalmente ciego. El fijar la vista es forzarse a ver y todo esfuerzo es la causa de la visión imperfecta. No el resultado, como generalmente se cree, sino la causa. Cerca del noventa por ciento de las gentes que pasan ya de los cuarenta y cinco años de edad usan anteojos bien para leer o para uso continuo. Cincuenta millones de gentes en los Estados Unidos o llevan anteojos, o en opinión de los facultativos necesitan usarlos. Es asombroso el aumento en el porcentaje de niños que usan anteojos, entre los siete y los quince años.

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PROPÓSITO DE ESTE LIBRO

E

ste libro fue escrito para estas personas, para toda la gente, jóvenes o ancianas, que usan anteojos y quisieran no llevarlos encima de la nariz. A quienes se ha impuesto el uso de anteojos recientemente, a quienes los han usado por años y esperan usarlos por el resto de sus días, extraviándolos, perdiéndolos, quebrándoles o probablemente teniendo que cambiarlos con vidrios más gruesos cada dos o tres años. También es para aquellas personas que, frisando los cuarenta o los cincuenta, ya cuando empiezan a saber cómo se vive, descubren que ya no pueden leer el periódico cómodamente y que los números del directorio telefónico escapan a su vista. ¡Véales cómo sostienen delante un impreso a toda la longitud de su brazo estirado! Esto ya es una señal de alarma. Esto ya reclama inteligente atención inmediata. La distancia normal a que debe leerse un impreso es de 35 a. 40 centímetros de los ojos. Y es para los niños portadores de anteojos, los que deben pasarse largos años con la cara desfigurada y ser considerados como inválidos, para quienes se escribió este libro. El imponer anteojos a los niños es otro de los graves pecados de este mundo. En vez de ayudar a estas pequeñas e indefensas personitas, sólo se les abruma con el peso moral que el uso de anteojos representa. Y, finalmente, este libro es para aquellas buenas gentes, jóvenes-o ancianas, que sufren la humillación que les acarrean sus ojos torcidos. Por centenares se cuentan los casos de ojos torcidos que se han enderezado al seguir los principios expuestos en este libro. No es para personas cuya vista es defectuosa a causa de perturbaciones orgánicas, tales como tumores, degeneración de la retina, del nervio óptico, o * Muchos de estos inconvenientes que menciona el autor se superaron con

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la invención de los "pupilentes" o "lentes de contacto". Sin embargo, esto no invalida el método aquí expuesto, que va contra el uso de cualquier elemento extraño al funcionamiento natural del ojo. (N. del E.).

de los centros visuales del cerebro, ya que todos estos casos merecen la atención de un cirujano oculista. Es para todos los desarreglos oculares para los cuales se adaptan los anteojos, para todos los defectos de refracción. Y, también, dedico este libro a ese grande y afortunado grupo que goza de buena o regular vista y que desea conservarla, o mejor todavía, mejorarla. El descubrimiento del Dr. W. H. Bates Hasta hace unos cuantos años, no había sino dos remedios para los males de la vista: anteojos u operación, o ambos. Cuando los ojos suyos o los de su hijito empezaron a sentir molestias, usted hizo lo que hiciera exactamente su abuelo: enseñarle los ojos al oculista para que les adaptara cristales. No quedaba otra cosa por hacer. El globo del ojo era entonces un mundo no descubierto. Se sabía de ciertas molestias hereditarias —como el ver de cerca, el ver de lejos, el astigmatismo, la bizquera, la catarata y el glaucoma— que obligaban a la mayoría de las gentes de mediana edad a ponerse anteojos para leer. Pero nadie sabía cuál era la causa de todos estos males. Los vidrios ayudaban al ojo para que viera mejor y algunas veces le libraban de una operación. Pero los oculistas nada sabían acerca de cómo curar los ojos. Ni siquiera intentaron hacerlo. Trataron sólo de ayudarlo y facilitar su tarea en la creencia de que tales defectos no podían ser curados. Entonces, a principios del siglo veinte, un hombre, el Dr.

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William Horatio Bates, de Nueva York, uno de los más destacados oculistas de su tiempo, se abrió brecha por un mundo desconocido, inexplorado y descubrió algo. Por medio de la investigación y el experimento, halló que la mayoría de los males que aquejan al ojo humano pueden ser curados y no sólo corregidos o ayudados, que las causas yacentes podían en su mayoría, ser extirpadas y que los ojos podían recobrar la salud perfecta y el funcionamiento normal como cualquiera otra parte del cuerpo, a menos que se tuviese delante alguna condición degenerativa. El ojo, sin embargo, raras veces es asiento principal de males degenerativos. Dotado con mente altamente científica, el Dr. Bates consideró por varios años con favor decreciente la teoría de Helmholtz, que era entonces, y aún lo es, la teoría aceptada por la mayoría de los oculistas. Esta teoría está basada en la premisa de que es un cambio de forma en la lente del ojo el que permite ver a distancias variables. En otras palabras, uno enfoca al cambiar la forma de su lente llamado cristalino. Aunque un gran porcentaje de males de la vista no podía ser explicado por medio de la teoría Helmholtz, fue no obstante, el único método de tratar los males de la vista durante casi un siglo, antes de que el Dr. Bates se presentara en escena con su teoría de que el ojo se adapta a las diversas distancias no al cambiar la forma de todo el globo ocular. En otras palabras, el ojo se acomoda a las diversas distancias por medio de sus músculos externos al variar el tirón sobre el globo mismo. Si observa la Fig. 12 verá que el ojo, colocado en una depresión ósea del cráneo, con un cojín de grasa en la parte posterior, se mueve por medio de seis músculos: uno a cada lado, otro encima, otro abajo, y dos que pasan parcialmente en

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torno del meridiano del globo ocular, uno por encima y otro debajo. A los cuatro primeros se le llama rectos y a los dos últimos, músculos oblicuos. Cuando el ojo enfoca objetos distantes, el tirón o la tensión de los cuatro músculos rectos aumenta y la bola del ojo se aplana, quedando más corta del frente a la espalda y más larga de lado a lado.

Mientras los músculos se conservan elásticos y bien equilibrados, la función ocular se realiza perfectamente y sin esfuerzo. Pero si, por alguna razón —tal como el forzamiento causado por malos hábitos al ver o por agotamiento crónico, debilidad general, preocupación persistente, y todo aquello que aumente la tensión nerviosa— los músculos rectos aumentan su tensión habitual, entonces se presenta la hiper-metropía, o vista de lejos. Si son los músculos oblicuos los que entran en tensión,

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entonces se produce la miopía, o vista de cerca. Si la tensión muscular resulta desigual, de modo que un grupo de músculos tira más fuertemente que su contrario, la bola del ojo se carga a un lado por la desigual presión ejercida sobre ella, y da lugar al astigmatismo. En otros términos, cuando la tensión muscular es igual, el foco queda exactamente sobre la retina y uno ve perfectamente. Si, a causa de la tensión, el foco se desvía y queda, bien al frente o atrás de la retina, la imagen resulta borrosa y la visión es imperfecta. Siguiendo la teoría basada en estos hallazgos, el Dr. Bates se ocupó de aquellos casos que no explicaba la teoría de Helmholtz —los que constantemente encontrara en su larga práctica— y satisfactoriamente los diagnosticó y trató de acuerdo con su propia teoría. Los resultados fueron impresionantes. Durante sus años de investigación, cuando experimentó en animales de toda clase, quedó convencido y probó, a un grupo de oculistas de mente alerta, que los músculos externos del ojo son los medios de acomodamiento de que dispone tal órgano y que los anteojos no sólo no ayudan al ojo sino que son una verdadera calamidad, puesto que no extirpan la causa del mal y sí aceleran el daño, primero, al permitir que se mire anormalmente y segundo, que se ajuste el ojo a su deficiencia. Mientras que los anteojos parecen aliviar temporalmente la desigualdad visual, la molestia queda intacta. Y ese órgano acomodaticio, el ojo, se resigna a ser un inválido que marcha con muletas cuando, por medio de unos cuantos ejercicios reconstructivos y de reduc15

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