Varones y Masculinidad (Es)

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Varones y masculinidad(es).

Herramientas pedagógicas para facilitar talleres con adolescentes y jóvenes. Se terminó de editar en diciembre de 2019, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

Coordinación: Agostina Chiodi Contenidos: Instituto de Masculinidades y Cambio Social Agostina Chiodi, Luciano Fabbri y Ariel Sánchez. Diseño: Dolores Castellá Corrección: Josefina Itioz Fotografía: Agostina Chiodi, Jorgelina Tomasin y Juan Diego Ruiz Videos: Privilegiados Andrés Arbit y Gustavo Gersberg

Este material se realizó con la colaboración de:

ÍNDICE Introducción .........................................................................................................................

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Capítulo 1 ...............................................................................................................................

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¿Qué es el género? .................................................................................................................

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¿Qué tiene que ver la orientación sexual con el género? ......................................................

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¿Qué es y qué no es la masculinidad? ...................................................................................

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Masculinidades normativas y subordinadas ..........................................................................

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Los varones y las resistencias a pensarse como sujetos de género ......................................

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Capítulo 2 ..............................................................................................................................

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Los mandatos tradicionales de la masculinidad y sus privilegios ..........................................

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Resultados de la socialización jerárquica ..............................................................................

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Costos de los mandatos tradicionales de masculinidad ........................................................

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Desplazamiento de las fronteras del género .........................................................................

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Capítulo 3 ..............................................................................................................................

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Violencia y complicidad ........................................................................................................

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Grupos de varones: formas de complicidad y resistencias al cambio ...................................

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Aprender la violencia: el rechazo a lo femenino como elemento definitorio ........................

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El violento (siempre) es el otro ..............................................................................................

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Miedo, incertidumbre y resistencias .....................................................................................

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Capítulo 4 ...........................................................................................................................

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Masculinidades no sexistas, libres y diversas ....................................................................

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Capítulo 5 ...........................................................................................................................

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Apuntes metodológicos: algunas recomendaciones para tener en cuenta desde el rol de coordinación ........................................................................................................

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Taller 1: ¿Qué es y qué no es la masculinidad? ....................................................................

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Taller 2: Mandatos de masculinidad: Privilegios y costos. ..................................................

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Taller 3: Violencia y complicidad ........................................................................................

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Taller 4: Masculinidades no sexistas, libres y diversas ........................................................

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Bibliografía .........................................................................................................................

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¿Cómo repercuten los cambios producidos por los feminismos y las diversidades sexuales y de género en la vida cotidiana de las/os adolescentes y jóvenes? ¿Qué lugar deben ocupar los varones1 cisgénero2 heterosexuales en estos cambios? ¿Cuáles son sus responsabilidades frente a la puesta en cuestión de los mandatos de masculinidad normativa? ¿Se pueden 1

A lo largo de este documento utilizaremos el sustantivo “varones” en lugar de “hombres” por el uso pretendidamente universal del término “hombre” como sinónimo de humanidad. Asimismo, cada vez que hablemos de varones, salvo que especifiquemos que nos referimos a varones trans, estamos hablando de varones cis. 2 Cuando el género autopercibido se corresponde con el asignado al nacer. A diferencia de, por ejemplo, los varones transgénero, que generalmente fueron asignados “mujeres” al nacer.

construir otras maneras de habitar la masculinidad que no estén ligadas a formas de violencia y humillación? El material que presentamos aquí surge de estas inquietudes tan presentes en las agendas sociales cotidianas, y pretende ser una herramienta que colabore con los trabajos de prevención de las violencias de género, y la promoción del derecho a una vida libre de violencias. Los textos y audiovisuales que forman parte de este kit se enmarcan en la Iniciativa Spotlight, una alianza global de la Unión Europea y las Naciones Unidas que busca prevenir, atender y sancionar la violencia contra las mujeres y las niñas en el mundo. El objetivo de dicha iniciativa en Argentina es reducir la violencia contra las mujeres y niñas y su manifestación más extrema, el femicidio.

Uno de los pilares fundamentales para ello es la prevención de la violencia de género. En este sentido, resulta esencial contar con herramientas para trabajar con los varones y las masculinidades, problematizando los mandatos, los privilegios, las relaciones de desigualdad y de complicidad. Los adolescentes y jóvenes varones heterosexuales dialogan de manera cotidiana y conflictiva con el cuestionamiento de los mandatos de masculinidad dominante vigentes en nuestra sociedad. Ante la identificación de prácticas machistas propias y de su entorno, navegan y naufragan entre la culpa paralizante, el silencio cómplice, el paternalismo heroico y las resistencias. Estas últimas, cuando no son confrontadas y acompañadas en un sentido pedagógico transformador, suelen convertirse en sensibilidades autoritarias que nutren las reacciones patriarcales, buscando disciplinar a las feminidades empoderadas a través del recrudecimiento de las violencias machistas e intentando defender el statu quo ante el riesgo de perder los privilegios. Por ello, resulta estratégico trabajar con educadores/as, equipos técnicos, personal de salud, y demás actores involucrados en el acompañamiento de adolescentes y jóvenes en sus procesos de socialización. En ese sentido, con este documento nos proponemos contribuir a la prevención de la violencia de género y la discriminación. En sus capítulos, recorremos el cuestionamiento a los mandatos de la masculinidad patriarcal y sus costos para los varones y las personas con las que se relacionan; la naturalización de los privilegios masculinos, las relaciones de complicidad machista entre varones; y, por último, la necesidad de promover masculinidades libres y diversas, que tomen distancia consciente y activa del machismo como cultura de violencia y opresión. >> 8

GÉNERO El enfoque crítico de género es la mirada que nos permite problematizar cómo llegamos a ser varones o mujeres, por qué existen mandatos acerca de cómo debemos ser varones o mujeres, y de qué modo esos

mandatos generan relaciones desiguales y violentas, que vulneran nuestra libertad, autonomía e igualdad. Este enfoque, a su vez, nos permite entender por qué las mujeres y las diversidades sexuales se encuentran, en general, en situaciones de inferioridad de poder respecto de la mayoría de los varones. Decimos que este enfoque es crítico porque, no solo busca describir las relaciones de género, sino también dotarnos de herramientas para comprender su carácter injusto, denunciar las formas de violencia y discriminación que se desprenden de ellas, y comprometernos a cambiar nuestras prácticas en un sentido igualitario.

Cuando se introduce la perspectiva de género, suele afirmarse que nacemos con un sexo biológico (macho o hembra) y, en base al mismo, se nos asigna un género (masculino o femenino) a partir del cual conformamos nuestra identidad (en principio binaria, varón o mujer según el caso). De esta manera, mientras el sexo sería natural, el género sería aprendido culturalmente. Pero existe una forma alternativa de explicarlo: los seres humanos nacemos con diferentes características corporales, como resultado de procesos que sí son biológicos. Entre ellas, nacemos con diferentes genitales. Sin embargo, es la cultura en que nacemos, y no la naturaleza, la que hace de las diferencias genitales LA DIFERENCIA (que llamamos diferencia sexual) que nos clasifica y divide entre machos (quienes nacen con pene) y hembras (quienes nacen con vagina). Esta clasificación entre machos y hembras, entonces, no es un mero hecho biológico, sino una interpretación cultural que hace que toda la variedad de cuerpos sea reducida a dos únicos sexos. Esa interpretación cultural es lo que llamamos “género”: un dispositivo de poder, un guion, que socializa a los cuerpos con pene en la masculinidad, para que se conviertan en varones, y a los cuerpos con vagina en la feminidad, para que se conviertan en mujeres. Aquellas personas que se identifican con el género que les fue asignado al nacer, se consideran personas cisgénero (el prefijo “cis” significa “del mismo lado”). En cambio, las personas trans (travestis, transexuales y transgénero) son quienes se identifican y perciben en un género distinto al que les asignaron al nacer (por ejemplo, un varón trans es aquella persona que asignada hembra/mujer al nacer, se siente, construye y percibe a sí misma como varón).

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Entonces, nuestras formas de actuar, de ser, de sentir no responden a diferencias naturales entre los varones y las mujeres, sino que son resultado de lo que llamamos socialización de género. Es decir, de las formas en que nos crían y educan en lo que es masculino o femenino según la cultura y el momento histórico. Por eso mismo, y a pesar de su fuerte arraigo en las costumbres, tradiciones y religiones, esas formas son posibles de ser modificadas. La socialización de género es un proceso que se da durante toda la vida y en todos los ámbitos en los que una persona se mueve: la escuela, el barrio, los medios, las instituciones, las familias, los grupos de amigos. Decimos que esta socialización de género es opresiva porque de forma más o menos evidente nos condiciona a desear unas cosas y a rechazar otras, a jugar, a expresarnos, a vestirnos, a desarrollarnos según un guion que establece qué es “de varón” y qué es “de mujer” en un momento histórico particular. De ese modo, se ven vulnerados nuestros derechos a desarrollarnos libremente y de forma autónoma. Además, la socialización de género no nos hace simplemente diferentes, sino que también nos hace desiguales. Nuestras culturas otorgan diferentes oportunidades a varones y mujeres, dando mayor valoración a lo masculino y dejando en un lugar de subordinación a lo femenino.

Qué tiene que ver la con el género Comúnmente, entendemos que la heterosexualidad es la orientación sexual de aquellas personas que se sienten atraídas por el “sexo opuesto”. Ahora bien, así como señalamos que la cultura hace que una variedad de cuerpos sea construida en dos únicos sexos, diferentes y desiguales, esa misma cultura nos dice que esos sexos también son complementarios. En ese sentido nos dirán, “lo que no tiene uno, lo encuentra en el otro, y viceversa”. El problema no estaría en la complementariedad, ya que, en general, los seres humanos buscamos complementarnos con otros para vivir en comunidad. El problema es que, al suponer que la única forma de hacerlo es a través del establecimiento de una relación sexoafectiva con el sexo considerado opuesto, la heterosexualidad deja de ser una orientación posible para transformarse en una norma, en la única orientación sexual considerada normal y legítima. Para describir críticamente este fenómeno se usa el concepto de “heterosexualidad obligatoria”. Suele afirmarse que esta orientación es la “normal” porque es la que permite la reproduccción. Sin embargo, las vías de acceso a la maternidad y paternidad, hoy en día, son múltiples y no dependen exclusivamente de la reproducción biológica entre un varón y una mujer. Y, además, ¿por qué creer que el fin primero y último de la sexualidad es la reproducción? La sexualidad es un proceso complejo de construcción en el que inciden múltiples factores. No puede ser reducido a explicaciones genéticas, biológicas ni psicológicas. Las orientaciones sexuales son diversas y no debemos atribuirles valores morales. Lo único

importante con relación a nuestra sexualidad, es que podamos vivirla de forma libre, placentera, cuidada, sin violencias ni discriminación. Es importante mirar nuestras relaciones desde el enfoque de género, ya que esto nos permite observar que allí donde creíamos que había simples e inocentes diferencias, hay relaciones de desigualdad. Y que estas relaciones, no son así, sino que están así, y es nuestra responsabilidad contribuir a transformarlas.

Qué es y qué no es la La masculinidad es un concepto difícil de definir, por lo que vamos a empezar por lo que la masculinidad NO ES. La masculinidad NO ES un hecho biológico, no depende de los genitales con los que hayamos nacido. La masculinidad NO ES la manifestación de una esencia interior, no está determinada ni por el alma ni por las energías. La masculinidad NO ES un conjunto de atributos propiedad de los varones, no es algo que se tiene o que se posee. Pero entonces, ¿qué es la masculinidad? La masculinidad es un concepto relacional, ya que existe solo en contraste con la feminidad. Se trata, además, de un concepto moderno, no ha existido desde siempre ni en todas las culturas. Es un conjunto de significados, siempre cambiantes, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con nuestro mundo. La masculinidad no es estática ni atemporal, es histórica. 11 > 12

socialmente lo que debe esperarse de las personas que se identifican masculinas. Toda versión que no se corresponda con esa norma o guion hegemónico, será colocada en un lugar de inferioridad. Como ya dijimos, se pretende que las personas masculinas sean varones cisgénero, es decir, personas que nacieron con pene y testículos, que fueron asignadas como varón al nacer y que se autoperciben tales. Pero, además, se espera de ellos que sean heterosexuales, es decir, que orienten su deseo sexual hacia mujeres cisgénero, nacidas con vagina y vulva. A estos varones, desde pequeños, se les enseña a distinguir entre la actividad y la pasividad, la autosuficiencia y la dependencia, la razón y la emoción, la fortaleza y la debilidad, el honor y la vergüenza, la valentía y la cobardía, el éxito y el fracaso, la dominación y la subordinación. Mientras que los primeros términos de estas dicotomías se construyen como deseables, los segundos aparecen asociados a las mujeres y a la feminidad como algo ajeno, secundario e inferior. La mayoría de los varones son condicionados a construir su identidad mostrando una férrea oposición a esa idea de feminidad. Un varón, para ser considerado tal, debe demostrar continuamente que no es un niño, que no es una mujer y que no es homosexual. Algo importante a considerar, que hace a la construcción de la masculinidad pero también a las dificultades para su deconstrucción, es que la masculinidad se practica, demuestra, reconoce y consolida en los grupos de pares. Los varones están bajo el persistente escrutinio de otros varones: se muestran y representan como varones frente a otros varones y es allí donde se avalan y reproducen muchas de las prácticas más nocivas para ellos y para quienes se relacionan con ellos. La virilidad, en tanto sexualidad activa, se va construyendo y reconociendo ante la mirada de otros varones que operan como examinadores de una “verdadera masculinidad”. Este proceso de legitimación homo-

social está lleno de peligros, con riesgos de fracaso y con una competencia intensa e imparable que hacen que el miedo a quedar afuera del grupo de pares (“que te quiten la credencial de macho”) sea la emoción que moviliza cada gesto, práctica, palabra en el recorrido de “hacerse varones”. La violencia aparece allí como una de las formas más destacadas de validación de la masculinidad normativa y la complicidad machista como uno de los mecanismos más comunes para evitar su cuestionamiento. También es relevante considerar que, así como hay normas de masculinidad y masculinidades normativas que son las que se aproximan con mayor éxito a encarnar sus mandatos, también hay masculinidades subordinadas. La masculinidad no es una, ni es única, sino que está estructurada en una jerarquía “interna” de poder. Por ejemplo, la masculinidad de varones de pueblos originarios y de sectores empobrecidos está en posiciones de subordinación respecto a la de los varones blancos y de clase media/ alta; la de varones trans respecto a la de varones cisgénero; la de varones homo o bisexuales respecto a la de varones hetero; la de varones adultos respecto a la de niños y adolescentes; la de varones con discapacidad respecto a la de los varones sin aparente discapacidad; y las masculinidades de personas que no se identifican como varones respecto a las de quienes sí lo hacen. Sin embargo, también es probable que esos varones subordinados tengan posiciones sociales más ventajosas que las mujeres con las que comparten un mismo grupo social en términos de clase, etnia u orientación sexual. 13 > 14

yo me miro al espejo, veo una mujer negra. Para ti la raza es invisible, porque así funcionan los privilegios”. Kimmel ilustra con esto que los privilegiados no saben cómo o por qué lo son. Y dice: “Antes, cuando me veía al espejo veía a un ser humano, sin raza, clase o género: un sujeto universal. A partir de esa conversación me convertí en un hombre blanco de clase media. Me di cuenta de que la raza, la clase y el género también tenían que ver conmigo. Si queremos que los hombres entren a la discusión de la salud sexual y reproductiva, tenemos que hacer la masculinidad visible para ellos y darnos cuenta de que la invisibilidad es consecuencia del poder y el privilegio” (Kimmel, 2000: 7). La masculinidad no solo aparece como el elemento jerarquizado del par de género binario (masculino/femenino), sino que también se ubica como representante de la totalidad de la humanidad, como lo universal que habla, mira, juzga y decide. Así, cuando habla un varón, si cumple con las características de la masculinidad normativa (varón, heterosexual, blanco, clase media/alta), pareciera que lo hace en nombre de la totalidad de los seres humanos. Y ello también es un privilegio naturalizado, por eso, cuando pretendemos que los varones se piensen como sujetos de género, situados, con intereses parciales y responsabilidades concretas, no saben cómo hacerlo, no quieren hacerlo, se sienten interpelados y cuestionados. Esa reacción, aunque muchas veces inconsciente, es una forma de defender el privilegio de ser considerado un sujeto universal, es el privilegio de que sus privilegios no sean visibles ni se encuentren amenazados. Para poder comenzar a problematizar las desigualdades de género, resulta fundamental que quienes se asumen como varones hagan el ejercicio de pensarse como grupo social, trascendiendo la individualidad. Y esa es la principal resistencia que hemos encontrado: ubicarse como sujeto de género en el marco de una construcción colectiva. “¿Se refieren a uno/nosotros o a los varones en general?”, “No somos todos iguales”, “No nos metan a todos en la misma bolsa”, son las ex-

presiones que solemos escuchar, como mecanismos defensivos, para ubicarse por fuera o por encima de las prácticas masculinas en cuestión. Es obvio que todos los varones son diferentes entre sí, pero es importante asumir y transmitir que no existe una posición neutra que nos haga “simplemente personas”, sino que, lo que somos, cómo nos movemos, actuamos, pensamos y vivimos, está atravesado por las estructuras de poder que nos ubican de manera diferencial de un lado u otro del vector de poder, y esto transciende nuestras trayectorias individuales. A su vez, suele aparecer una distancia enorme entre lo que la sociedad dice que es la masculinidad y lo que un adolescente particular piensa que es su masculinidad. Difícilmente el adolescente varón se identifique con la masculinidad normativa. Entre otras cosas, porque muchos de los mandatos de la masculinidad, como veremos en el siguiente capítulo, se dirigen al varón adulto: proveedor, procreador, protector, por ejemplo. Entonces, ante el convite a reconocerse destinatario y (potencial) reproductor de dichos mandatos, suele reaccionar diciendo “yo no soy eso”. En menor o mayor medida, casi todos los varones lo dicen, porque casi ninguno encaja a la perfección en la norma. De hecho, la norma en tanto ficción reguladora y disciplinadora, tiene como objetivo que los varones de carne y hueso no logren alcanzarla, que dejen su vida en intentarlo, o sientan culpa y vergüenza por no lograrlo. 15 > 18

En la adolescencia, a los varones se les da más libertades: para salir, para llegar más tarde, para hacer más cosas. En definitiva, son menos visibles al control de las personas adultas. En una investigación sobre masculinidades en adolescentes varones escolarizados de primero y cuarto año, de cinco regiones de Argentina (MSAL, 2018), se observó que ellos se autoperciben “más despreocupados” y “más relajados” en comparación con las adolescentes mujeres, a quienes “las tienen más cortitas”, “más controladas”. En general, se estimula a los varones ser más independientes, a que tomen decisiones y desarrollen sus capacidades tanto físicas como intelectuales. A medida que van creciendo, pero ya desde la adolescencia, se va configurando el mandato de ser proveedor. Este les impone la necesidad de conseguir un trabajo para “ser alguien” y la responsabilidad de man-

tener el hogar económicamente, saliendo a trabajar principalmente en el ámbito de lo público y recibiendo un salario. Este mandato, no solo los aleja del trabajo no remunerado dentro del hogar (tareas domésticas, de crianza y de cuidado), que fundamentalmente queda a cargo de las mujeres, sino que, además, les permite manejar los ingresos familiares, ejercer el poder sobre los demás miembros de la familia e imponer sus reglas para la convivencia. Cabe destacar que los varones gozan de una mejor inserción en el mercado laboral: la diferencia entre varones y mujeres con relación a la tasa de empleo en Argentina supera los veinte puntos (Shokida, 2019). La posibilidad de trabajar fuera del hogar también es una fuente de ampliación de libertades. El trabajo productivo es generador de poder económico y social, de estatus y de presti-

gio, produce bienes materiales y/o servicios que, en su mayoría, manejan los varones. Cabe destacar que las ocho personas más ricas del mundo son empresarios varones, que acumulan más riqueza que la mitad de la población del mundo más pobre, unos 3600 millones de personas (Oxfam, 2017). En contraposición, las mujeres siguen accediendo a trabajos más precarizados, informales y ligados al cuidado de otros/as. Más allá de los supuestos cambios en la distribución de las tareas dentro del hogar, producto de los avances en los derechos de las mujeres que se dieron en los últimos años, el 75% de las tareas de cuidado y reproducción para otros/as miembros del hogar las realizan las mujeres, mientras que solo un 25% las realizan los varones (INDEC, 2018).

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Si bien recaen sobre los varones presiones de heterosexualidad y rendimiento, su sexualidad no es moralizada y custodiada, pueden vivirla más tempranamente, de forma activa y exenta de vigilancia. En contraposición, la sexualidad de las mujeres suele ser tutelada, reproductora, proscripta, sancionada y violentada, y en general son los hombres quienes se encargan de hacerlo. Vayamos a algunos ejemplos de estas diferencias: los adolescentes pueden hablar acerca de la masturbación o el autoplacer con total naturalidad entre ellos, escena que difícilmente ocurre entre las adolescentes mujeres. Además, los varones heterosexuales gozan del reconocimiento de sus pares cuando tienen múltiples conquistas amorosas, en contraposición a las adolescentes mujeres, que si se muestran “demasiado” deseantes son sancionadas socialmente como “rápidas” o “putas”.

Las libertades que gozan los varones en el ejercicio de su sexualidad se ven reflejadas en el hecho de que son ellos quienes suelen tomar la iniciativa en las relaciones sexuales para que sean como y cuando ellos quieren. El deber de “conquistar” a veces deviene en insistencias y abusos. Si bien existe para los varones el mandato de procreador como ritual de pasaje al mundo adulto, asociado al mandato de proveedor, un varón será mucho menos señalado (comparativamente) si decide no ser padre, si decide hacerlo más tarde, o si no cumple con las expectativas sociales del rol paterno que, en términos de cuidados, son muy pocas. Esto puede verse en la legislación argentina que otorga a la madre una licencia de noventa días, mientras que el padre tiene solo dos días corridos (lo mismo que para rendir un examen). Esta ley no solo no reconoce el derecho de los varones a compartir tiempo con sus hijos/as, sino que también reproduce la desigualdad de género al naturalizar el cuidado como una responsabilidad exclusiva de las mujeres. Esta normativa desigual también puede funcionar como barrera discriminatoria en el mercado laboral, ya que muchas empresas prefieren no contratar mujeres para no afrontar esas licencias. Por otro lado, los imaginarios acerca de la maternidad en nuestra sociedad patriarcal ejercen una presión social sobre las mujeres que los varones no sufren

cuando son padres. El mito “mujer igual madre” sostiene que la maternidad es para las mujeres la máxima realización personal. Así, se establece una división entre “buenas mujeres” y “malas mujeres”: las buenas son las que aceptan la maternidad como meta en la vida y las malas todas aquellas que quedan del otro lado. Asimismo, socialmente se asume un derecho a opinar de forma moralizante sobre cómo se comporta una madre, cómo decide que sea su parto, cuánto tiempo le dedica a su hija/o, cómo la/o cuida, cómo la/o alimenta, cuánto tiempo se dedica a ella misma. Esta mirada moralizante no recae del mismo modo sobre la paternidad. Como vimos en el capítulo anterior, la heterosexualidad obligatoria3 es el mandato que indica que las personas se tienen que sentir atraídas sexoafectivamente por personas del sexo “opuesto”. A los varones les tienen que gustar las mujeres y si no es así, o parece no ser así, serán sancionados a través de distintas formas de discriminación. Una de las más extendidas hoy en día en las escuelas secundarias, es el acoso escolar. Entendido como una forma ritualizada de violencia en la que la homofobia, a través del miedo, invisibiliza y normaliza el acoso, silencia y aísla a las víctimas y perpetúa la legitimidad de las 3

Cabe destacar que dicho mandato no es exclusivo de las masculinidades, ya que también se le impone a las feminidades.

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llorar”, sin embargo, apareció con mucha más presencia el mensaje del mundo adulto de “no dejarse pisar” y de “defenderse siempre”, con cierto incentivo a la violencia. Otra de las exigencias más extendidas de la masculinidad es la restricción emocional, es decir, el no expresar las emociones. Así, la construcción de la masculinidad implica presiones y límites en ciertas manifestaciones de la emotividad, en particular, las relativas al miedo, la tristeza y la ternura. Es interesante el planteo de Azpiazu Carballo (2017), que advierte sobre las emociones que los varones se ven limitados a expresar: aquellas entendidas como femeninas. Sí tienen habilitada, en cambio, la expresión de la ira, del enojo, de la bronca, que son emociones del patrimonio social masculino y que también generan una sanción en caso de expresarlas una mujer. A su vez, el ordenamiento de género ubica a los varones del lado de la racionalidad y la inteligencia y a las mujeres del lado de los sentimientos y la intuición. Así, los varones tienen el mandato de ser siempre capaces de tomar decisiones, de no dudar y no equivocarse. Al adjudicárseles la inteligencia racional, se los considera más aptos para trabajos que implican responsabilidad, aquellos relacionados con la ciencia, la cultura o la política y, por tanto, gozan de mayor dominio del espacio público. El monopolio de la palabra masculina puede verse en los ambientes más diversos: en las reuniones familiares, en el acoso callejero, en la política. La palabra de los varones sigue valiendo más y esto es porque la razón se sigue considerando masculina. Un ejemplo de esto es el androcentrismo de la ciencia: desde hace siglos, la producción válida de saber está dominada por varones. La ciencia moderna se construyó en base a la exclusión de las mujeres que, recién en los años sesenta y setenta del siglo XX, comenzaron a tener acceso a las universidades. Los varones son los amos y señores de espacios materiales y simbólicos, tienen mayores posibilidades

Resultados de la

que las mujeres para acceder a lugares de liderazgo y prestigio en todos los niveles: político, empresarial, sindical, laboral, científico, académico e incluso artístico (Shokida, 2019). Por citar un caso: solo una de cada diez intendencias de toda la Argentina está ocupada por una mujer. Es interesante observar cómo, por ejemplo, en ámbitos tradicionalmente femeninos como la docencia y la enfermería, se ve una clara feminización en las bases (mayor proporción de mujeres en los niveles de menor rango), que se invierte a medida que sube la jerarquía, quedando los puestos de poder mayoritariamente (ministerios, direcciones) en manos de varones. El sector financiero y el informático, hoy en día los que tienen más poder, se encuentran altamente masculinizados. Si queremos llevar esta realidad al mundo adolescente, solo basta con observar quiénes ocupan los patios públicos de las escuelas.

¿Qué resultado genera esta socialización con mayores prerrogativas sociales, sexuales y económicas para los varones? Que ellos no consideren a las mujeres como pares. Al no estar incluidas en el campo de lo semejante, no tienen los mismos recaudos éticos hacia ellas, recaudos que sí tienen con quienes consideran sus semejantes: los otros varones, los del mismo género, los amigos, los vecinos, los de su propio grupo étnico o cultural. Esto impide que tengan empatía hacia ellas y que, eventualmente, se identifiquen con su sufrimiento en tanto otras (Tajer, 2017).

La naturalización de las ambiciones de poder de los varones, les otorga una posición ventajosa. Si la misma ambición o anhelo de poder lo encarnara una mujer sería sancionada socialmente. Los mandatos de ser una persona importante y de competir para ganar están muy presentes en la socialización masculina, del mismo modo que lo están la búsqueda de protagonismo, la valorización de la jerarquía y del individualismo en detrimento de lo colaborativo. Pareciera que la masculinidad se mide a través del éxito, del poder y de la admiración que uno es capaz de despertar en los demás.

Esta socialización jerárquica les da poder y el principal atributo del poder es la libertad. Los varones, como vimos, tienen más libertad en todo sentido: sexual; de movimiento; de definir la agenda, las situaciones y la realidad; de ocupar el espacio público física y simbólicamente; de asumir o no la responsabilidad paterna, familiar y social. En fin, tienen la libertad de pensarse en el centro de toda experiencia humana. Ese poder los lleva a asumir que pueden disponer del tiempo y, muchas veces, de los cuerpos de las mujeres, y a sostener la creencia de que tienen más derechos que ellas.

En esta línea, es interesante lo que nos muestra Pierre Bourdieu (2000) en su estudio sobre el pueblo bereber: el entrenamiento para llegar a ser un hombre “como se debe” (lo que incluye ser superior a las mujeres) va consolidando un modo masculino de ubicarse en jerarquía con las mujeres y una manera de percibirlas “desde arriba”, con una “mirada dominante”, similar a la de otros grupos que dominan, como la del señor feudal desde su castillo o como la de quien está en la sala VIP de un aeropuerto.

Esta masculinidad que acabamos de describir es sexista en tanto produce y reproduce jerarquías sociales en base a la discriminación de género, suponiendo un lugar inferior y subordinado para las identidades y expresiones de género femeninas. Todos los permisos ligados a la masculinidad que hemos descrito suelen ser naturalizados por los varones, quienes no suelen ser conscientes de las situaciones de privilegio social que gozan por su condición de género. La mirada que acostumbran tener sobre estas 23 > 24

de género esperado y los expone a mayores riesgos de enfermedad y/o la muerte. Ciertos comportamientos masculinos, considerados legítimos y hasta “esperados”, los sitúan en situaciones de riesgo: manejar a alta velocidad y sufrir o provocar accidentes; demostrar que tienen mucha resistencia al alcohol o a las drogas; o involucrarse en situaciones de violencia callejera. Especialmente en la adolescencia, que es una etapa crucial en la “adquisición” de la masculinidad, la duda sobre si se logrará ser “todo un hombre” puede atormentar y angustiar al adolescente, por lo que suelen reforzarse los estereotipos y valores propios de su identidad de género, incrementando las conductas temerarias y violentas. Asimismo, los roles estereotipados de género los llevan a negar sus problemas de salud y su vulnerabilidad, y les dificultan pedir ayuda así como incorporar medidas de autocuidado. Desde el punto de vista de la construcción de su subjetividad, para que los varones puedan cumplir las expectativas relativas a su rol social, su socialización primaria les inhibe el registro de sus propios malestares. Esto genera, entre otras cosas, efectos en la detección primaria de enfermedad. Los varones llegan a los servicios de salud cuando el problema ya resulta muy evidente, con cuadros más avanzados, lo que complejiza su tratamiento y pronóstico (Tajer, 2009). Otra cuestión ligada a la violencia como prerrogativa masculina, es el hecho de que son los varones jóvenes quienes, mayoritariamente, forman parte de ambos lados de las políticas punitivas: grupo mayoritario en el reclutamiento de fuerzas de seguridad (policías o fuerzas armadas) y población carcelaria. Del mismo modo, el mandato de ser procreador y estar siempre dispuesto y activo sexualmente puede promover que algunos varones mantengan relaciones sexuales (ocasionales o no) sin protección, exponiéndose ellos mismos y a otras personas a embarazos no planificados y a contraer infecciones de transmisión

sexual como el VIH/SIDA, la sífilis, las hepatitis B y C, entre otras. Otro de los costos de este mandato es el hecho de limitar fuertemente las expresiones del cuerpo y de los propios deseos por temor a ser tildados de “poco hombres” o de “dominados”. El acceso a la violencia, la posición frente al cuidado, la impostura infranqueable de lo masculino, la dificultad de cierto despliegue emocional, generan perfiles epidemiológicos específicos que se reflejan en las cifras de morbimortalidad de la población adolescente según los datos del Ministerio de Salud de la Nación (DEIS, 2018). Si bien esta población presenta una tasa de mortalidad inferior respecto a otras franjas etarias (alrededor de cinco cada diez mil habitantes de entre 10 y 19 años), la mayor proporción de defunciones en este grupo ocurre por causas evitables, asociadas a situaciones de violencia que provocan lesiones inten-

cionales o no intencionales, autoinfligidas o infligidas por terceros. Para el año 2017, el conjunto de causas externas (CE) constituyó el 57% de las muertes adolescentes en Argentina (1893 de las 3294 defunciones totales). El 74% de las muertes por CE, cualquiera sea la causa, corresponden a varones y más del 81% de estos fallecimientos ocurren entre los 15 y 19 años (DEIS, 2018). Al analizar estos mismos datos de defunciones de adolescentes por CE según sexo (ver cuadro 2) se observa que los varones sufren tres veces más accidentes que las mujeres, se suicidan dos veces más y sufren cinco veces más lesiones por agresiones que estas. Sin embargo, cabe destacar que en Argentina a las mujeres se las mata por el hecho ser mujeres, se produce un femicidio cada veninticuatro horas. Es muy importante señalar que los costos que padecen los varones provienen del ejercicio de sus privile-

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nentes de la masculinidad hegemónica. Sin embargo, Azpiazu Carballo introduce una reflexión fundamental: no podemos ya hablar de masculinidad hegemónica en esos casos, en la medida en que son modelos que se han deslegitimado, que no dan prestigio social en todas las ocasiones, sino que a menudo lo restan. “El modelo hegemónico, el que pasa desapercibido, es hoy mucho más discreto y menos aparentemente adscrito al machismo, lo cual no significa que sea más igualitario: no reivindica una supremacía masculina, pero la practica de manera cotidiana” (Azpiazu Carballo, 2017: 36). Si pensamos la hegemonía como aquello que permite mantener un sistema social de desigualdad que favorece al género masculino, haciendo pasar su privilegio por sentido común de una manera invisible, hoy ese modelo no es el de macho alfa, violento, impositivo y que no llora. El modelo que está ganando terreno es otro, más diverso, más complejo, menos visible. Se trata de un modelo que llega a la misma posición pero pasando por caminos diferentes (Azpiazu Carballo, 2017). No está de más advertir que el modelo tradicional, arquetípico, estereotipado de masculinidad hegemónica que venimos describiendo a lo largo del capítulo, es funcional a las resistencias de los varones jóvenes para no identificar sus propias prácticas como machistas, ya que estos asocian el machismo al cumplimiento de mandatos y prácticas en las que ellos no encajan. La masculinidad como continuum de prácticas asimétricas que configuran relaciones desiguales de poder, exige analizar esas prácticas y a quienes las encarnan de manera situada y contextualizada, para evitar que los varones digan “yo no soy eso” y, en cambio, reflexionen en qué medida lo son o lo siguen siendo. Puesto que todos los varones son socializados en la masculinidad en el marco de una sociedad patriarcal, aun distanciándose de sus expresiones más normativas, siempre quedan aspectos que revisar y cambiar.

VIOLENCIA ¿Es la violencia algo innato de los varones? ¿Se pueden pensar formas de ser varón en donde la violencia no sea el eje estructurante? ¿Cómo nos relacionamos entre varones? ¿Son la humillación y la competencia las acciones más destacadas de las formas dominantes de hacerse varón? ¿Es el dominio el arma principal de las desigualdades estructurales del sistema de géneros? ¿Qué emociones se vuelven legítimas en los vínculos entre varones?

Antes de avanzar sobre estas preguntas y pensar en formas no violentas de habitar masculinidades, vamos a analizar el vínculo entre masculinidad dominante y violencia, haciendo especial hincapié en las dinámicas de complicidad que se constituyen en los grupos de varones. Tal como dijimos al comienzo, es necesario pensar la masculinidad por fuera del cuerpo de los varones cis heterosexuales, sin embargo, los mandatos de esa masculinidad normativa, los tienen a ellos como principales ejecutores de las dinámicas de violencia y exclusión. Por lo tanto, se vuelve urgente trabajar sobre esas dinámicas vinculares para poder ejercitarnos en modos de desarticularlas, partiendo de la comprensión de cómo han llegado a constituirse en órdenes legítimos y naturalizados.

Grupos de formas de complicidad y resistencias al cambio Desde niñas/os nos enseñan que los varones deben reconocerse como tales en y a partir de la mirada de otros varones. Se configuran sus expectativas y roles de género a partir del permanente reconocimiento de otros varones y, en muchos casos, eso incluye el despliegue de diferentes formas de violencia hacia sí mismos y hacia otras personas, sobre todo hacia mujeres. Michael Kimmel, pionero en los estudios sobre varones y masculinidad, definió este proceso como un arduo e intenso recorrido de reconocimiento homosocial. “Los hombres estamos bajo el cuidadoso y persistente escrutinio de otros hombres. Ellos nos miran, nos clasifican, nos conceden la aceptación en el reino de la virilidad” (Kimmel, 1997: 54). Así, en diferentes investigaciones puede verse la presencia decisiva que tuvo el grupo de amigos en la conformación de sus identidades. La masculinidad normativa tiene como motor fundamental la búsqueda de reconocimiento por parte del grupo y el miedo a la pérdida de ese reconocimiento. En los grupos de amigos “se encaja o se es encajado”. Con los pares de género se debe ser siempre activo, no se puede mostrar debilidad, no se puede mostrar que no se puede. Durante la adolescencia y juventud esto se hace relatando hazañas sexuales que den cuenta de la potencia, convirtiéndose en “cazador” constante en fiestas, peleando con otros varones, no llorando o tomando alcohol de manera desmedida. >> 28

Es muy común que en esos grupos de pares se hable poco de cuestiones vinculadas a sentimientos, dolores, preocupaciones y se trate de mostrar el despliegue de una potencia (sexual fundamentalmente, pero también guerrera y hasta económica) sin fisuras. Es más, puede que el simple hecho de hablar (en términos de expresar sentimientos) sea visto como una muestra de debilidad. Los varones, incluso, se hacen a partir de la mirada de varones que ni siquiera conocen. Un ejemplo muy común para pensar esto, es cuando caminan por la calle, pasa una chica, la miran e inmediatamente buscan la mirada de otro varón cómplice donde se chequea, sonrisa de por medio, que los dos eran varones y, por supuesto, heterosexuales. Este simple acto, no tiene mucho que ver con el deseo “desenfrenado” de mirar a la mujer, sino más bien de encontrarse luego con esa otra mirada donde los dos se convierten en escrutadores y escrutados de la categoría de varón. Es una especie de chequeo de que se está cumpliendo con el mandato. Es decir, la complicidad entre pares es la base a partir de la cual se sostienen las diferentes formas de poner en práctica los mandatos masculinos dominantes. Este es un elemento que hay que resaltar cuando se llevan a cabo trabajos pedagógicos y reflexivos con varones, ya que esa forma de conformar la masculinidad y reproducir prácticas de violencia, va a ser el “hueso duro de roer”. En este sentido, es importante trazar estrategias para evidenciar tanto las prácticas de violencia y humillación, como las dinámicas de complicidad que se despliegan en dichas situaciones (acompañamiento pasivo, silencio, minimización de lo realizado, temor para que no quedar como “el diferente” del grupo, entre otras formas). La masculinidad funciona, entonces, como un mandato y exige que se pongan a prueba constantemente sus atributos. Se despliegan formas de dominación y violencia para el espectáculo de los otros varones. Rita Segato (2017), para nombrar estas formas de constitución identitaria, habla de la cofradía masculina como

el eje estructurador del modo en que se reproduce la violencia hacia las mujeres y hacia otras identidades que han sido feminizadas por la sociedad. Si queremos comprender la violencia y su relación con las formas de masculinidad dominante, necesitamos tener presente la fuerte incidencia que tienen los grupos de pares de género en la conformación de los límites y fronteras sobre lo que se debe o no hacer como varón y las implicancias sociales que puede tener perder ese lugar de privilegio.

el rechazo a lo femenino como elemento definitorio El grupo de varones, en tanto manada o cofradía, no es simplemente un espacio para reconocerse y encontrarse. Implica, además, poner en práctica cierta violencia para seguir formando parte de ese grupo. Se trata de ejercicios de violencia que, al principio, pueden ser casi imperceptibles, como el “juego de manos” entre varones o situaciones de competencia por demostrar potencia o éxito, pero con el tiempo se van transformando en formas de violencia que se ejercen sobre otras personas: mujeres o todas/os aquellas/os consideradas/os inferiores desde ese lugar de poder. Ejemplos de ello son las situaciones de acoso en la vía pública, la difusión de imágenes de sus parejas sexuales, las humillaciones, los insultos homofóbicos hacia otros varones, hasta llegar a violaciones y abusos perpetrados colectivamente. Una condición de la masculinidad, que ya vimos cuando hablamos de los costos, es la idea de tener que demostrar que se es una potencia constantemen29 > 30

cia como forma “normal” de estar y habitar el mundo. La manera más común de mostrar que no se es vulnerable es vulnerando a otra u otro. Todo comienza en juegos para “pasivizar” a otros varones, en situaciones de burla competitiva o humillaciones que producen diferentes categorías de varón (débiles, maricones, llorones, pollerudos, nenes de mamá) y luego se traslada hacia el modo en que debe desplegarse la demostración de la heterosexualidad (piropos, acoso callejero, insistencia sexual, violencia física, violaciones en grupo). No es que necesariamente todos van a realizar ese camino hacia formas de violación grupal, pero es interesante dar cuenta de que la lógica de fondo es similar: “el cuerpo del/de la otro/a me pertenece”.

(siempre) es el otro Como hemos visto, en algunos casos se habla de la cofradía como el modo en que los varones hacen la guerra a las mujeres. Jules Falquet (2017) habla de una “guerra de baja intensidad” y en otros casos se habla de un despliegue constante de las potencias guerreras y sexuales para demostrar que se es varón. Es importante pensar estas cuestiones en términos colectivos y no individuales, entender que las formas de violencia de género se inscriben en estructuras de poder y desigualdad mayores y que no son producto de cierto tipo de individualidades con características que debemos simplemente rechazar y aislar. En su libro Masculinidades y feminismo, Jokin Azpiazu Carballo (2017) dice que debemos pensar a la violencia de género como parte del continuum del sistema de género que es, en sí mismo, violento. Por lo tanto, no alcanza simplemente con repudiar formas de violencia o repudiar a los violentos, sino que hay que cortar con las formas en que se reproduce la masculinidad normativa y su vínculo con la violencia. En ese mismo libro, el autor, pone un ejemplo que es muy esclarecedor:

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El simple rechazo a formas de violencia más explícita, en muchas ocasiones, queda solo ahí y anula la posibilidad de desarmar las violencias más naturalizadas

o “locos”, y esa separación, lejos de colaborar con la búsquedas de nuevas formas de vincularnos y construirnos, nos deja con -en términos de Azpiazu Carballo- el alien adentro, y bastante intacto. Por ello, cuando alguien cercano, un compañero, amigo, alumno o hijo es acusado, denunciado o escrachado por una práctica violenta, las primeras reacciones son de sorpresa e incredulidad. Construimos un estereotipo del agresor que siempre es un otro radicalmente diferente a uno. Ese mecanismo de desidentificación, respecto a los violentos y sus violencias, obstaculiza la reflexión (auto)crítica sobre la medida de las propias violencias a registrar, reparar y cambiar. Este es uno de los grandes desafíos en el abordaje de las violencias con varones: que no pongan fácilmente y de manera resistente la violencia afuera, para reafirmarse en la vereda de los buenos, sino que revisen en qué medida han cuestionado los privilegios masculinos y las violencias que el sistema pone a su disposición para reproducirlos.

, incertidumbre y resistencias Es frecuente en el contexto de boliches o fiestas que los varones insistan y se pongan agresivos si una chica les dice que no. Existe una naturalización de la insistencia, que hace que los varones jóvenes no la comprendan como acoso. Muchas mujeres adolescentes han avanzado en esa conciencia, sintetizada en la consigna “No es No”: si dicen que no es porque que, efectivamente, no quieren. Al mismo tiempo y en sentido contrario, los varones continúan siendo subjetivados para pensar que cuando las mujeres dicen que no, quieren decir que sí, o que terminarán diciéndolo si se insiste, que al “sí” hay que trabajarlo y conquistarlo.

Este desfasaje entre ellas y ellos genera un choque de imaginarios que produce un malestar muy presente en esta época y que es relatado en muchas de las denuncias que las jóvenes hacen públicas en las redes. Ante la aparición de escraches y denuncias en las escuelas, la primera reacción de los varones suele ser el miedo o el enojo enunciado como “ahora ya no se puede hacer nada”. Pero es importante que pueda trascenderse esa reacción, ya que sus consecuencias pueden resultar aún más conservadoras. Resulta fundamental que se invite a repensar qué de lo que hago 33 >3434> 36

antiderechos y fundamentalistas desde posiciones explícitamente antifeministas. De algún modo, atribuyen los malestares y las incomodidades que resultan de la pérdida de privilegios e impunidad de los varones, naturalizados en la cultura patriarcal, a los avances de las mujeres y las diversidades sexuales. En este plano, es importante insistir en que los feminismos no buscan invertir las relaciones de dominación, ni hacerles a los varones lo que ellos históricamente han hecho a las mujeres, sino construir relaciones de igualdad y reciprocidad en la diferencia. Volviendo a las masculinidades emergentes, nos gusta pensarlas como expresiones de género más libres y diversas, menos sujetas a los mandatos y las normas. Algunas de sus expresiones son performativas y se hacen visibles desde estéticas más “femeninas” o andróginas,

a través de los cortes y colores de pelo, la indumentaria, el uso de maquillaje, las expresiones corporales disidentes, la apropiación de símbolos de las luchas feministas y LGBTI+, la adopción de pronombres no masculinos y del lenguaje inclusivo, no sexista y no binario. También podemos notar entre los jóvenes varones contemporáneos, aunque con una importante variabilidad según el contexto, que sus repertorios sexuales y afectivos se encuentran menos sujetos al mandato de la heterosexualidad obligatoria y monogámica, permitiéndose explorar otros deseos y prácticas eróticas y sexuales, y vínculos que desafían el guion del amor de novela, exclusivo y posesivo. De manera incipiente, y fundamentalmente interpelados por sus pares mujeres, emergen procesos de

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Apuntes metodológicos: algunas recomendaciones para tener en cuenta desde el rol de coordinación

Si bien en esta cartilla van a encontrar propuestas de talleres acordes a los contenidos de los capítulos, con sus respectivos objetivos, dinámicas y recursos, consideramos importante socializar con ustedes algunas recomendaciones metodológicas para tener en cuenta al asumir roles de

coordinación en espacios pedagógicos. Organizamos dichas recomendaciones, a los fines de una mayor claridad expositiva, en tres momentos: antes, durante y después del taller. Pero antes de avanzar en su lectura, algunos aportes más generales. Problematizar nuestras prácticas en torno al género y la sexualidad, entre otras dimensiones sensibles, implica problematizar relaciones de poder. Ello, en general, supone la posibilidad del conflicto y la tensión, antes que de la armonía y el acuerdo. En esas tensiones y contradicciones está la posibilidad de repensarnos y de desplazarnos de las posturas con las que llegamos al taller.

Por eso, nuestra labor pedagógica, no debe estar orientada a evitar el conflicto, sino a encuadrarlo en un ámbito de respetuoso intercambio, para que sea productivo y favorable al cambio. Es bueno introducir estos aspectos desde el principio, acordando criterios de convivencia y procurando se sostengan a lo largo del taller. A su vez, es importante tener en cuenta que nuestras creencias y prácticas en torno al género no necesariamente coinciden con nuestras ideas. Y que mientras estas últimas, desde un plano racional, pueden ser en favor de la igualdad y la diversidad, las creencias que movilizan nuestras prácticas pueden no serlo. En ese sentido, los espacios pedagógicos para problematizar género y masculinidades deben estar orientados a movilizar creencias y problematizar prácticas, y no solo a expresar ideas “políticamente correctas”. Por ello, buscamos que las personas destinatarias tengan espacio y tiempo para compartir sus experiencias, vivencias, sentires y opiniones, implicándose de manera personal y no hablando en abstracto sobre “valores” y sobre cómo “deberían” ser las cosas. Tampoco pretendemos, por supuesto, limitar estos espacios a exposiciones prescriptivas o normativas elaboradas desde miradas adultas. No buscamos “transmitir” conocimiento, información o valores, sino problematizar colectivamente una cultura arraigada en nuestras formas de ver, ser y estar en el mundo. Es probable que, como personas adultas, haya prácticas, posturas, creencias y opiniones de adolescentes y jóvenes que no compartamos, o que no elijamos para nuestras vidas. El objetivo no es promover nuestra mirada suponiendo que es la correcta, sino acompañarles para que, en el marco de sus propias formas de vincularse, puedan poner en cuestión la reproducción de formas de desigualdad, discriminación o violencias, y preguntarse por las formas de construir vínculos más igualitarios, recíprocos y consentidos.

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Ahora sí, veamos algunas recomendaciones para los diversos momentos del taller.

Antes < del taller Tener claridad sobre los objetivos del taller: ¿qué temas vamos a trabajar?, ¿para qué?, ¿a dónde queremos llegar? Es importante que el equipo coordinador debata y acuerde los objetivos, ya que en función de ellos se desarrolla la planificación del taller y se evalúan sus resultados. Por ejemplo, nuestro objetivo puede ser “sensibilizar sobre cómo afectan los mandatos de masculinidad a los propios varones” o “problematizar las prácticas de violencia machista ejercidas contra las mujeres”. Si para el primero vamos a necesitar organizar un taller más centrado en los padecimientos masculinos, para el segundo, vamos a necesitar promover el descentramiento de los propios padecimientos, para registrar, en cambio, cómo las violencias ejercidas por los varones producen padecimiento en las mujeres. Si no tenemos claro con qué objetivo hacemos un taller, es probable que la planificación no tenga coherencia, que surjan dificultades entre quienes coordinan, que el grupo lleve el taller en cualquier dirección y que no podamos sacarle provecho al espacio. Distribuir roles de coordinación: no todos y todas podemos o queremos hacer lo mismo durante la coordi-

nación de un taller, y todos los roles son importantes. Desde introducir al grupo en los objetivos y metodología del taller (es decir, cómo vamos a trabajar, durante cuánto tiempo, qué compromisos esperamos del grupo), coordinar una dinámica o juego, coordinar los pequeños grupos, hasta llevar los tiempos, tomar notas de lo que se habla, sacar fotos. Es mejor que estos roles sean repartidos antes para que cada cual puede prepararse y pedir al grupo ayuda para desempeñar bien su tarea. Características del grupo destinatario del taller: es importante conocer algunas características generales del grupo que hará el taller, por ejemplo, ¿cuántas personas son?, ¿qué edades tienen?, ¿si vienen trabajando como grupo previamente al desarrollo del taller?, ¿si el interés en el tema nace del grupo o de la institución?, ¿si existe alguna experiencia previa de trabajo o reflexión sobre estos temas?, ¿si existe alguna situación problemática a tener en cuenta?. También es importante definir si el taller será destinado únicamente a varones (y a qué varones) o si será mixto/ intergéneros. Esta información puede ayudarnos a construir una propuesta de taller adecuada al grupo. Por ejemplo, si el grupo ya viene trabajando hace mucho es posible que la confianza construida nos permita establecer objetivos más altos, o de lo contrario, empezar por ayudar a construir confianza entre los/ as destinatarios/as para que les sea más fácil hablar de estos temas. Cuando los talleres son mixtos, suele ayudar trabajar con varones y mujeres por separado en algunos momentos. Muchas veces, sobre todo entre adolescentes, las mujeres sienten que los varones no las escuchan y se inhiben de participar. Otras, y más cuando se debaten estos temas, los varones no quieren exponer sus opiniones frente a las mujeres por temor a “quedar como un machista”. En algunos casos, ayuda a que se expresen más fluidamente realizar pequeños grupos, o grupos separados por sexo, para luego intercambiar opiniones en el momento plenario o de puesta en común. Es importante que, de proponer grupos de varones y mujeres, habilitemos explíci-

tamente a que aquellas personas que no se identifiquen con esas identidades puedan acercarse al grupo que les resulte más cómodo. Preparar los materiales que vayamos a necesitar: antes de un taller tenemos que ver qué materiales vamos a necesitar (afiches, fibrones, tijeras, fotocopias, proyector, sonido), lo que también está relacionado a la cantidad de personas que van a participar. Del mismo modo, es bueno preguntar por el espacio físico donde se hará el taller (si es bajo techo o al aire libre, si tiene sillas empotradas o movibles, si hay paneles o paredes donde se puedan pegar afiches).

Durante < el taller Escuchar: aunque parezca obvio, es muy importante crear un clima que favorezca la escucha, donde todos/ as podamos expresar nuestras opiniones con confianza, sabiendo que podemos no estar de acuerdo pero que no se nos va a faltar el respeto por ello. Quienes coordinan tienen una gran responsabilidad en este sentido, escuchar sin juzgar, sin reírse o burlarse, poner límites cuando no hay respeto entre integrantes del grupo, no permitir situaciones de agresión o violencia. Repreguntar: siempre es mejor devolver nuevas preguntas que dar todas las respuestas, o decir “cómo deberían pensar”. Las nuevas preguntas nos dejan pensando, aun cuando todavía no tenemos una respuesta. Por ejemplo, si alguien dice que las parejas del mismo sexo no deberían adoptar, antes de decirle 41 > 42

Después < del taller Sistematizar: llamamos sistematizar a la elaboración de una memoria, de un registro de lo sucedido en el taller. Podemos hacerlo con imágenes que tomamos, transcribiendo los afiches elaborados por el grupo, con las notas que escribimos desde la coordinación acerca de lo que se fue diciendo y compartiendo. Ayuda a reconstruir el trabajo realizado y, también, a evaluar cómo salió el taller. Evaluar: podemos hacer una evaluación colectiva al término del taller con la participación del grupo destinatario, para saber cómo se sintieron, si se cumplieron sus expectativas, qué les gustó más y qué menos, si quedaron dudas, si hay algún tema que quisieran seguir trabajando. También, podemos realizar una evaluación posterior al taller entre quienes coordinamos, pensando si se cumplieron nuestras expectativas, cómo funcionamos como equipo, cómo nos sentimos en los roles que asumimos, qué dinámicas, juegos, recursos funcionaron para los objetivos que nos pusimos, si administramos bien los tiempos, qué podemos mejorar para el próximo taller.

en sus creencias o prácticas machistas. Otra tendencia, es que menosprecien o ridiculicen las reflexiones críticas de sus compañeras, que intenten trasladarles culpas y responsabilidades, que asuman posiciones extremadamente defensivas, fortaleciendo sus resistencias. Si ello es así, puede ser poco efectivo para el cambio que buscamos en los varones, así como revictimizante para las mujeres y contraproducente para los lazos grupales.

Antes, durante y después del taller:

¡Disfrutar! < Para que todo salga bien, es importante hacerlo con responsabilidad y compromiso, y también con disfrute y alegría, sabiendo que coordinar talleres es un aprendizaje que lleva tiempo y práctica, y que mientras aprendemos nos transformamos y ayudamos a que otras/os transformen sus formas de sentir, pensar y actuar, siendo todos/as cada días más protagonistas del cambio social y cultural que necesitamos para vivir en libertad e igualdad. A continuación, compartimos con ustedes algunas propuestas de taller para realizar sobre cada uno de los capítulos anteriores. En su elaboración, priorizamos la posibilidad de que estos espacios pedagógicos sean realizados con grupos de varones adolescentes y jóvenes. En nuestra experiencia facilitando talleres, los varones se animan un poco más a soltarse y expresar lo que efectivamente piensan y sienten sobre estos asuntos, cuando no se sienten juzgados por la mirada de sus pares mujeres. Por efecto de la misma socialización patriarcal, ante ellas, suelen aparentar desinterés por “estos temas, que son de mujeres”, tienden a callar sus dudas o temores por la presión de aparentar “tenerla clara”, por el miedo a ser ridiculizado ante ellas por otros compañeros varones, por quedar expuestos

De todos modos, los espacios mixtos o intergéneros también tienen sus ventajas, aunque requieren de muchos cuidados y de un rol muy activo de la coordinación para evitar las tensiones recién mencionadas. Entre las ventajas está que, si se logra construir un buen espacio de escucha, las mujeres tienen la posibilidad de expresar ante los varones las prácticas que les hacen padecer a diario, superando el silencio y posibilitando la sensibilización de sus compañeros. Aunque esto puede dejar a los varones en silencio, ese silencio puede ser activo, es decir, que detrás del mismo hay fichas que van cayendo, aunque la reflexión aún no logre ponerse en palabras. Cuando los varones pueden hablar luego de reflexionar autocríticamente sobre los padecimientos que inflingen sobre sus compañeras, emergen posibilidades de reparación de esas violencias.

Por lo expuesto, las propuestas de taller a continuación están planteadas con la idea de ser trabajadas en grupos de varones. Esperamos que las propuestas resulten de su interés y utilidad, y que las reflexiones anteriores las/ os animen en su implementación.

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Segundo momento Tiempo sugerido: 15 minutos. Duración sugerida: 120 minutos.

Introducción Tiempo sugerido: 5 minutos. Presentación de los objetivos del taller y de las personas que van a coordinarlo.

En la misma ronda en que se encuentran, pedimos que se numeren para conformar grupos. Aconsejamos que no sean grupos muy numerosos (máximo 6) para que puedan escucharse y que circule la palabra. Los grupos van a hacer dos columnas en un afiche con el siguiente encabezado, del lado izquierdo: “¿Qué NO es la masculinidad?”; del derecho: “¿Qué es la masculinidad?”. Comienzan por las palabras del pizarrón o afiche, colocándolas en algunas de las dos columnas -o descartándolas- pero justificando la elección. Luego pueden agregar a ambas columnas otras palabras que no se hayan dicho en la dinámica del globo.

Primer momento Tiempo sugerido: 10 minutos. Pedimos a los participantes que se coloquen en ronda. Inflamos un globo rosa, tomamos un fibrón indeleble y los hacemos circular con la siguiente consigna: al recibir el globo, digo mi nombre y la primera palabra que me viene a la mente cuando se dice “masculinidad”. Escribo esa palabra en el globo y lo paso. Insistimos en que sea dinámico, que no tienen que pensar mucho en la palabra, que no hay respuestas correctas o incorrectas, que se escuchen y respeten. Es aconsejable tener un par de globos de repuesto. Alguien de la coordinación va anotando todas esas palabras en un pizarrón o afiche, en letra grande y legible. También vamos registrando dificultades, resistencias, chistes, comentarios respecto al color del globo, al ejercicio, etc.

Tercer momento Tiempo sugerido: 40 minutos. Compartimos lo conversado haciendo un solo afiche colectivo con las características más reiteradas. Preguntamos: ¿Qué tipos de personas representan lo que NO es la masculinidad y lo que SÍ ES la masculinidad? (Por tipos de personas podemos ejemplificar: mujeres, varones, heterosexuales, trans, cisgénero, niños/as, adultos, blancos, indígenas, personas con discapacidad). Si tuviéramos que ordenar a esas personas en una escala, de la más aceptada a las menos aceptada socialmente, ¿cómo las ordenaríamos y por qué? 47 > 48

Existen mandatos sociales sobre lo que es o no es la masculinidad, que constituyen privilegios y costos, relaciones de poder.

Visibilizar los mandatos tradicionales de la masculinidad en nuestra sociedad. Sensibilizar sobre los privilegios que se ejercen como varones y los costos que implica, tanto para sus vidas como para las vidas de las mujeres y la población LGBTIQ+.

Video nº 2 Fibrones y afiches Proyector y sonido Computadora.

Videos disponibles en: http://www.onu.org.ar/IniciativaSpotlightArgentina/



Duración sugerida: 120 minutos.

Introducción

Tiempo sugerido: 5 minutos.

Presentación de los objetivos del taller y de las personas que van a coordinarlo. Recordamos brevemente y entre todos lo que trabajamos en el primer taller.

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Primer momento

Tiempo sugerido: 30 minutos.

Antes de comenzar con la dinámica, preguntamos si saben lo que es la identidad de género y con qué género se identifican las personas presentes. Preguntamos también qué otras identidades de género conocen4. La propuesta es que todas las personas participantes caminen a lo largo y ancho del espacio disponible, buscando encontrarse con la mirada de quienes se vayan cruzando. Cuando la coordinación aplauda (o haga un sonido con algún instrumento) todas las personas deben detenerse y ponerse de a dos con quien tengan enfrente en ese momento. Allí, la coordinación dirá en voz alta una consigna a partir de la cual deberán conversar con su pareja. Dialogarán por un minuto siguiendo la consigna, hasta que la coordinación aplaudirá (o tocará el instrumento) nuevamente para indicar que finalizó el minuto y deberán volver a caminar por el espacio hasta el próximo sonido, que hará que se encuentren con alguien diferente y dialoguen a partir de una nueva consigna. Consigna 1: contarle a mi pareja cuál era mi juguete preferido en la infancia. Consigna 2: contarle a mi pareja con qué género me identifico y por qué. Consigna 3: contarle a mi pareja lo que más me gusta del género con el que me identifico. 4

Nota para la coordinación: si no fue introducido en el primer taller, es oportuna la diferenciación entre cisgénero y transgénero. Mientras el prefijo “cis” significa “del mismo lado” y corresponde a las personas que se identifican con el mismo género que le fue asignado al nacer, transgénero es la persona que se identifica con y transita hacia un género distinto al asignado al nacer. Algunas identidades de género a considerar entre los ejemplos: varón cis, varón trans, mujer cis, mujer trans, travesti, personas no binarias. No confundir con identidad/orientación sexual (gays, lesbianas, bisexuales).

Consigna 4: contarle a mi pareja lo que menos me gusta de mi género. Consigna 5: contarle a mi pareja si alguna vez dejé de hacer algo que me gustaba o quería porque “no correspondía” con mi identidad de género. Consigna 6: contarle a mi pareja si creo que mi género me otorga alguna ventaja o privilegio. Al finalizar la última consigna, siguen caminando unos segundos más por el espacio y se les pide que formen una ronda. La coordinación hace las siguientes preguntas al grupo: ¿Qué les pareció más fácil y difícil responder y por qué? ¿Costó encontrar cosas que no les gusten de ser varón? ¿Resultó más sencillo encontrar lo que sí les gusta de ser varón? ¿Aparece rápidamente el reconocimiento de algún privilegio o cuesta identificarlo?

Segundo momento

Tiempo sugerido: 10 minutos.

Pasamos el video nº 2. Una vez finalizado el video conversamos entre todos qué nos pareció y luego quien coordina invita a los participantes a que se numeren del uno al tres, para dividirse en tres grupos.

Tercer momento

Tiempo sugerido: 40 minutos.

Se le entrega a cada grupo un afiche, un fibrón y una consigna.

Grupo 1 a) Pensar y hacer una lista de situaciones donde los varones ejercen privilegios ligados a la libertad sexual. b) ¿Podemos identificar algún costo para los varones 51 > 52

Es importante ayudar a comprender que una situación se transforma en privilegio cuando algunas personas pueden acceder a ella y otras no. En este caso, hablamos de privilegios de los varones cis a los que las otras identidades de género no acceden, o no lo hacen en la misma medida ni con la misma facilidad. Además, podemos distinguir los privilegios que hay que erradicar, como el de no cargar con la responsabilidad del cuidado en las relaciones sexuales, de los privilegios que hay que garantizar como derechos universales, como caminar por el espacio público sin miedo al acoso o abuso sexual. La mayor dificultad de este ejercicio es que los privilegios son generalmente invisibles para los privilegiados, y que hay muchas resistencias a reconocerlos como tales, ya que asumirlos implica identificar que muchas de las ventajas con las que contamos a diario como varones, constituyen injusticias y desigualdades.

Para complementar este taller, y estas reflexiones que proponemos en el cierre, te recomendamos estos videos: “Caja de herramientas, capítulo 26: Los privilegios masculinos”, disponible en: . “Caja de herramientas, capítulo 6: Micromachismos”, disponible en: .

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Tercer momento

Duración sugerida: 120 minutos.

Introducción Tiempo sugerido: 5 minutos. Presentación de los objetivos del taller y de las personas que van a coordinarlo.

Tiempo sugerido: 30 minutos. Los grupos socializan lo conversado en torno a las tarjetas y entre todos vamos complementando qué entendemos por esos conceptos. También compartimos las respuestas que elaboramos para las preguntas.

Cuarto momento Tiempo sugerido: 20 minutos.

Primer momento Tiempo sugerido: 15 minutos. Repartimos una tarjeta a cada uno de los participantes que, en silencio, deben encontrarse con sus compañeros de grupo. Una vez que se encuentran, se organizan en ronda y responden qué entienden por la/s palabra/s que les tocó como grupo: “Violencias machistas”, “Complicidad machista”, “Consentimiento”.

Entre todos imaginamos cómo podríamos responder/ intervenir ante las siguientes escenas: * En un grupo de amigos se comparten fotos de una chica desnuda. * Vemos cómo un amigo se pone insistente en una fiesta con una piba para que lo bese, mientras ella intenta irse. * En la calle, un grupo de amigos le dice “piropos” a una chica que pasa caminando.

Segundo momento Tiempo sugerido: 30 minutos. Pasamos el video nº 3. En los mismos grupos conversamos: ¿Qué prácticas machistas siento que tengo y aún no pude cambiar? ¿Qué prácticas machistas sigo reproduciendo o permitiendo que se reproduzcan a mi alrededor, en el aula, en mi casa, en mi grupo de amigos? ¿Alcanza con que yo no haga eso o es necesario, además, aportar a que otros dejen de hacerlo?

Cierre Tiempo sugerido: 20 minutos. Elaboramos grupalmente una consigna, una frase, un hashtag, una contraseña a la que podamos recurrir para intervenir ante prácticas machistas en nuestros grupos o entornos.

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Para complementar este taller y estas reflexiones que proponemos en el cierre, te recomendamos estos videos:

“Caja de herramientas, capítulo 9: Violencias”, disponible en: .

“Caja de herramientas, capítulo 15: La violencia de género al revés no existe”, disponible en: .

“EXPLICAMOS™ EL CONSENTIMIENTO (Blue Seat Studios) #videoexplicativo”, disponible en: .

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Afirmaciones propuestas: 1-



Duración sugerida: 120 minutos.

“Masculinidad hay una sola: la de varones cis y heterosexuales” 2-

Introducción Tiempo sugerido: 5 minutos. Presentación de los objetivos del taller y de las personas que van a coordinarlo.

Primer momento Tiempo sugerido: 25 minutos. Dinámica de las cuatro esquinas: pegamos cuatro carteles cada uno con una palabra (“Mucho”, “Maso”, “Poco”, “Nada”) en todas las esquinas del aula e invitamos a los participantes a pararse en el centro, bien juntos, mirando hacia afuera. La coordinación explica que va a leer una afirmación a la vez y cada participante debe dirigirse a la esquina que exprese su grado de acuerdo con esa afirmación. Luego de cada frase, todos vuelven al centro y se repite la dinámica con todas las afirmaciones restantes. Se puede usar un ejemplo de prueba: “Disfruto los talleres sobre masculinidades”. Podemos hacer una pausa entre frase y frase para preguntar si alguien quiere contar por qué se dirigió hacia determinada esquina, qué piensan al respecto, etc. La coordinación puede ir colaborando a problematizar las respuestas con los contenidos del Capítulo 4 del cuadernillo. No debe extenderse mucho la explicación ni generarse debates o juicios entre los participantes.

“Hay muchas masculinidades, cada vez más diversas.” 3“Los varones de hoy no somos machistas.” 4“Los varones ya no podemos hacer nada sin que nos cuestionen.” 5“Las feministas odian a los varones.” 6“Los feminismos nos ayudan a ser más libres a todos y todas.”

Segundo momento Tiempo sugerido: 30 minutos. Pasamos el video nº 4. Una vez finalizado el video, en ronda nos numeramos para dividirnos en grupos. Se entregan a cada grupo las siguientes preguntas para una reflexión conjunta: 1. ¿Qué nos señalan o critican los feminismos a los varones? ¿Cómo nos sentimos al respecto?; y 2. ¿Qué aportes y aprendizajes podemos recuperar de los feminismos para repensar nuestras masculinidades? ¿Cómo imaginamos que pueden ser masculinidades más libres y diversas?

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“Construir la masculinidad de forma consciente | Pol Galofré | TEDxReus”, disponible en: .

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