SIBILLA A L E R A M O Una mujer Primera edición en esta colección: febrero de 2020 Título original: Una donna © Fondazi
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SIBILLA A L E R A M O
Una mujer Primera edición en esta colección: febrero de 2020 Título original: Una donna © Fondazione Gramsci Onlus © Giangiacomo Feltrinelli Editore Milano © de la presente edición: Altamarea Ediciones C.B. altamarea.es [email protected] © de la traducción: 2020 Melina Márquez Foto de cubierta: Vladislav Muslakov Foto pp. 256-257: Giulia Bucciarelli Diseño de la colección: Ricardo J u á r e z Corrección: Ana Palacios y Carlos Clavería Laguarda Maquetación: José D. Encinas ISBN: 978-84-121103-2-6 DL: M-1927-2020 Impreso en España por A r t e s Gráficas Cofas S.A. en enero de 2020
Traducción de Melina Márquez Epílogo de Anna Folli
Primera parte
M i adolescencia fue l i b r e y gallarda. Vo lver a recordarla, hacer que se i l u m i n e de nuevo en m i conciencia sería u n
esfuerzo
inútil. V u e l v o a ver a la n iñ a que era a los seis, a los diez a ñ o s , pero c o m o si la h u b i e r a s o ñ a d o . U n b o n i t o s u e ñ o que la m í n i m a referencia a la realidad presente puede hacer desvanecer. U n a m ú s i c a , o m e j o r d i c h o : u n a a r m o n í a delicada y v i b r a n t e , y u n a luz que la envuelve, y u n a gran felicidad a ú n en el recuerdo. D u r a n t e m u c h o t i e m p o , en el p e r i o d o más oscuro de m i v i d a , v i m i infancia c o m o algo perfecto, c o m o la verdadera fel i c i d a d . A h o r a , c o n una m i r a d a menos anhelante, t a m b i é n dist i n g o en esos p r i m e r o s años alguna sombra vaga, y siento que ya desde n iñ a n o d ebí de creerme n u n c a c o m p l e t a m e n t e feliz. N o , desgraciada t a m p o c o ; libre y fuerte, sí, eso sí que debía de sentirlo. Era la h i j a mayor, ejercía sin m i e d o m i prepotencia sobre mis dos hermanas peq ueñ as y m i h e r m a n o ; m i padre demostraba que m e prefería y yo en t en d ía su pr o pó sit o de c r iar me c o m o a la mejor. Estaba sana, era graciosa e inteligente — m e d e c í a n — , y tenía juguetes, dulces, libros y u n trozo de jardín para m í . M a m á n o se o p o n í a a mis deseos. Incluso mis amigas se s o m et ían a m í de f o r m a espontánea.
E l a m o r incomparable p o r m i padre era lo ú n i c o que me
Yo entendí que n o debía sentirse demasiado feliz c o n su nueva
d o m i n a b a . Q u e r í a a m a m á , pero p o r papá sentía u n a adoración
situación. C u a n d o lo veía entrar alguna tarde libre en la p e q u e ñ a
i l i m i t a d a ; y m e daba cuenta de esta diferencia, sin atreverme
habitación d o n d e estaban almacenados, u n poco desordenados,
a buscar las razones. Era él el m o d e l o resplandeciente para m i
algunos aparatos para experimentos de física y q u í m i c a , c o m -
p e q u e ñ a i n d i v i d u a l i d a d , él representaba para m í la belleza de
prendía que solo allí él se sentía a gusto. ¡Cuántas cosas m e iba
la vida; u n i n s t i n t o m e empujaba a considerar providencial su
a enseñar papá!
encanto. N a d i e se le parecía: lo sabía t o d o y siempre tenía razón.
Sin ser impaciente, m i curiosidad le daba cierto sabor i n t e n -
A su lado m e sentía liviana, c o m o p o r encima de t o d o : c o n m i
so a la existencia. N u n c a me aburría. A m e n u d o m e negaba a
m a n o en la suya d u r a n t e horas y horas; los dos solos c a m i n a n d o
a c o m p a ñ a r a m a m á a hacer alguna visita y m e quedaba en casa,
p o r la c i u d a d o fuera de la m u r a l l a . Él me hablaba de los abuelos,
arrellanada en una gran butaca, leyendo los libros más dispara-
fallecidos poco después de m i n a c i m i e n t o , de su infancia, de sus
tados, a veces incomprensibles para m í , algunos de los cuales
increíbles hazañas adolescentes y de los soldados franceses que él,
m e p r o p o r c i o n a b a n una especie de embriaguez para la i m a g i n a -
c o n ocho años, había visto llegar a su T u r í n , «cuando Italia aún
ción y me abstraían c o m p l e t a m e n t e de m í m i s m a . Si m e detenía
n o existía». U n pasado así poseía cierta fantasía; y él estaba a m i
era para ordenar pensamientos confusos; y a veces lo hacía en
lado, c o n su ágil y alta figura, esbelta y d i n á m i c a , c o n la cabeza
voz baja, c o m o escandiendo los versos que una voz i n t e r i o r m e
orgullosa y erguida, y la sonrisa rebosante de j u v e n t u d . E n aquellos m o m e n t o s el m a ñ a n a me parecía estar lleno de promesas de aventuras. Papá controlaba mis estudios y mis lecturas, sin exigirme demasiado esfuerzo. Las maestras, cuando venían a casa a vernos, lo escuchaban maravilladas y, a veces, me parecía que c o n una p r o f u n d a deferencia. E n la escuela estaba entre las primeras, y a m e n u d o m e surgía la d u d a de gozar de ciertos privilegios. Desde la escuela p r i m a r i a , n o t a n d o la diferencia en la ropa y en el almuerzo, había p o d i d o crearme u n concepto de lo que debían
sugería. Enrojecía; c ó m o enrojecía c o n ciertas poses lánguidas que adoptaba en la m i s m a butaca, cuando p o r u n m o m e n t o , fantaseando,
m e metía en la piel de una bella dama llena de
encantos. ¿Podía d i s t i n g u i r entre afectación y espontaneidad? M i padre juzgaba c o n una indiferencia u n poco desdeñosa toda manifestación de pura poesía, decía que n o la entendía. M a m á sí repetía de vez en cuando alguna estrofa dulce y nostálgica, o declamaba c o n voz enfática el p r i n c i p i o de viejas romanzas; pero siempre cuando n o estaba papá. Y yo siempre estaba dispuesta a creer que m i padre tenía más razón que ella.
de ser muchas familias de mis compañeras: familias de obreros
Eso incluso cuando él entraba en una de esas crisis de cólera
afligidos p o r el cansancio, o de vulgares comerciantes. A l volver
que nos hacían temblar a todos y que m e s u m í a n en u n estado de
a casa veía sobre la puerta la placa reluciente d o n d e el n o m b r e de
angustia breve, pero indescriptible. M a m á reprimía las lágrimas,
m i padre estaba precedido p o r u n título. N o tenía más de cinco
se refugiaba en la habitación. A m e n u d o , ante papá, ella tenía
años cuando papá, que enseñaba ciencias en la c i u d a d d o n d e yo
una expresión de h u m i l l a c i ó n , ligeramente sobrecogedora: y n o
había nacido, se despidió en u n día de enfado y se asoció c o n u n
solo para m í , sino también para los niños, toda la idea de a u t o r i -
c u ñ a d o de M i l á n , p r o p i e t a r i o de una gran empresa comercial.
dad se concentraba en la figura paterna.
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Sin embargo, n o se p r o d u c ían grandes discusiones entre ellos
A l igual que papá, también ella cedía de vez en cuando a los m o -
en nuestra presencia: alguna palabra áspera, algún reproche seco,
mentos de cólera; pero entonces parecía que rompiese en sollozos
alguna o r d e n tajante. A veces papá se dejaba llevar p o r su t e m -
contenidos durante demasiado t i e m p o . . . Yo tenía la sensación
peramento fogoso d e b i d o a alguna torpeza del servicio; o p o r
de que el desahogo incluso excesivo de m i padre era siempre na-
algún capricho nuestro; pero de t o d o aparecía c o m o responsable
tural, inherente a su temperamento; en m a m á , po r el contrario,
m a m á , que agachaba la cabeza c o m o si de repente u n gran can-
los prontos de m a l h u m o r contra sus hijos o contra las sirvientas
sancio le h u b ie r a sobrevenido; o sonreía, c o n una sonrisa que yo
contrastaban dolorosamente con su dulce naturaleza; se revelaban
n o p o d í a aguantar, p o r q u e deformaba la b o n i t a boca c o n resig-
c o m o ataques espasmódicos de los que ella tomaba i n m e d i t a m e n -
nación.
te consciencia y que le creaban r emo r d imien t o s.
E n ese m o m e n t o , ¿tenía ella visiones del pasado? Casi n u n c a evocaba su infancia o su j u v e n t u d delante de m í .
¡ Cuá n t a s veces v i brillar p o r culpa de una lágrima c o n t en id a los beÜQS, profundos y oscuros ojos de m i madre! C r e c í a en m í
Sin embargo, a pesar de lo poco que había escuchado, había
u n malestar i n c o n t r o l a b l e , que n o era piedad, n i dolor, n i si-
p o d i d o crearme una imagen bastante menos interesante de la
quiera una h u m i l l a c i ó n real, más b i e n u n oscuro rencor c o n t r a
que despertaban los recuerdos de m i padre. Ella había nacido en
la i m p o s i b i l i d a d de reaccionar, de hacer que n o sucediera lo que
u n ambiente m u y modesto de trabajadores y, c o m o m i abuela
sucedía. ¿El qué? N o estaba segura. A los ocho años tenía c o m o
paterna, su madre había t e n i d o muchos hijos, que en su m a y o -
el extraño m i e d o de n o tener una m a m á «verdadera», una de esas
ría vivían esparcidos p o r el m u n d o . D e b í a de haber crecido en-
mamas, decían mis libros de lectura, que t r a n s m i t e n a sus hijas,
tre estrecheces, poco amada. Cenicienta de la casa. A los veinte
c o n su amor, una alegría excepcional y la certeza de la protección
años, en u n baile, se había encontrado c o n papá. Ella mostraba
constante. D o s , tres años después, a este m i e d o se le u n i ó la
el retrato del jo ve n im b e r b e que era m i padre entonces: rasgos
conciencia de n o conseguir querer a m i madre c o m o m i corazón
aún de adolescente, dulces y regulares. E l estaba en el p e n ú l t i m o
hubiera deseado. C l a r o , esto era lo que m e i m p e d í a adivinar la
a ñ o de la universidad. N a d a más t e r m i n a r la carrera, o b t u v o una
verdadera razón p o r la que en nuestra casa se proyectaba peren-
cátedra y se casaron.
nemente una sombra indefinible que i m p e d í a , m u y a m e n u d o ,
C u a n d o yo nací, aún n o había pasado u n año desde el día de
el libre
florecimiento
de una sonrisa. ¡ O h ! , poder lanzarme p o r
su m a t r i m o n i o . A m a m á se le i l u m i n a b a la cara blanca y pura
una vez a su cuello c o n total aban d o n o , sentirme c o m p r e n d i d a
las raras veces que mencionaba los dos cuartitos c o n muebles de
por ella, también prometerle m i apoyo cuando fuera mayor; es-
alquiler de los primeros meses de vida conyugal. ¿Por qué n o es-
tablecer u n pacto de t er n ur a c o m o había hecho de f o r m a tácita
taba siempre así de animada? ¿Por qué era tan propensa al llanto,
c o n papá desde t i e m p o i n m e m o r a b l e .
mientras que m i padre no podía soportar la visión de las lágrimas?
Ella me admiraba en silencio, proyectaba en m í u n poco del
¿Por qué, en las contadas ocasiones en las que se atrevía a expresar
o r g u l l o que ya había sentido ante la intrépida energía de su m a -
sus opiniones, estas diferían tantos de las de él? A d e m á s , ¿por qué
r i d o . Pero n o aprobaba el m é t o d o de educación que yo seguía
nosotros, sus hijos, la temíamos tan poco y apenas la obedecíamos?
con tanto fervor; temía p o r m í , i m a g i n a n d o seguramente
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que
I
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crecería sin sentimientos, que estaría destinada a v i v i r solo del
los cuentos nunca habían existido, al igual que n o había existido
cerebro; y n o tenía el valor de contrastar abiertamente la relación
nunca el «diablo». Repasaba mentalmente los pequeños aconte-
que yo m a n t e n í a c o n papá.
cimientos del día: volvía a ver la sonrisa seductora de papá; u n
Pero t a m p o c o papá intentaba conocerme del t o d o . Algunas
gesto de^desaliento de las manos maternas; volvía a sentir cierta
veces me sentía realmente sola. M e envolvía entonces u n o de
rabia por algunas cazurrerías de mis hermanos menores; y m e en-
esos letargos meditativos que constituían el secreto valor de m i
tretenía bastante con las perspectivas del mañana: el resultado de
existencia.
los exámenes, pequeños viajes, libros y juguetes nuevos, amigas y
Despertaba el p u d o r en m i alma. J u n t o a él, paralela a la vida exterior, una vida oculta a todos se avivaba. Y yo veía este
maestras que c o n q uist ar ... M a m á m e hacía rezar todos los días. Rezar a D i o s . . .
d u a l i s m o . Desde el p r i m e r a ñ o de escuela me había preocupado
U n día, en segundo de p r i m a r i a , oí d i r i g i r c o n desprecio el
la existencia de dos aspectos diversos en m i ser: en la escuela
apelativo «hebrea» a una p e q u e ñ a c o m p a ñ e r a , silenciosa y páli-
todos m e consideraban angelical y, de hecho, yo era buena y
da, que estaba sentada en el banco de al lado. Ella se puso a l l o -
ejemplar, c o n una carita t r a n q u i l a d o n d e n o faltaba una sonrisa
rar, y la maestra, sabiendo el p o r q u é , habló c o n severidad. T o d o
tímida y vivaz a la vez; nada más salir, en la calle parecía que me
ello me llenó de estupor, ya que aún n o sabía nada de razas o
tragara t o d o el aire de m i alrededor, p o n i é n d o m e a dar saltos, a
de religiones diversas. Pero m e sorprendió aún más una palabra
hablar a borbotones; y en casa, c o n m i g o entraba el t e r r e m o t o ,
de la maestra: ella había d i c h o que todas las religiones llevan al
mis hermanos p e qu e ño s dejaban sus plácidos juegos preparados
h o m b r e ante D i o s y que, p o r eso, eran dignas de respeto; que
para mis órdenes de autócrata testaruda. Llegada la hora de pre-
solo u n ser suscitaba asco y piedad a la vez: el «ateo». Entonces,
parar los deberes o las clases, m e retiraba a m i habitación o a u n
m e acordé de m i padre. Él era ateo, estaba m u y segura de ello; él
rincón del jardín, y otr a vez n o existía para los d e m á s ; o t ra vez
m i s m o había p r o n u n c i a d o esa palabra alguna vez; n o iba n u n -
enganchada al gusto del esfuerzo intelectual, a u n sin el afán p o r
ca a la iglesia... Entonces, m i padre, para la maestra, para mis
i m i t a r a mis c o m p a ñ e r a s o p o r merecer algún p r e m i o . Luego,
c o m p a ñ e r a s y para toda la gente, ¿era una criatura despreciable?
por la tarde, después de que m a m á me hubiera hecho recitarle
Tres o cuatro años después, sola en m i h a b i t a c i ó n , a ú n m e
en nuestro q u e r i d o dialecto u n par de palabras c o m o oración
hacía esta pr eg un t a. Entonces p a p á m e hablaba más a m e n u d o
(«Señor, haz que crezca y sea buena, para gozo de mis padres»),
de la que él consideraba una m e n t i r a secular, m e decía que,
y de dejarme en la oscuridad de la cama d o n d e m i hermana ya
antes de los h o m b r e s , en la tierra h abía animales m u y parecidos
d o r m í a , yo notaba una sensación de descanso, de bienestar, n o
a nosotros, que antes de ellos y de las plantas la tierra estaba
solo físico; c o m o si en aquel m o m e n t o , obligada a la oscuridad,
desierta, y que esta tierra es u n p e q u e ñ o p u n t o en el espacio,
al silencio y a la i n m o v i l i d a d , fuera m u c h o más libre que d u r a n t e
al igual que a nosotros nos lo parecen las estrellas en el cielo,
t o d o el día.
y para las estrellas otros m u n d o s , quizá c o n v i d a . . . É l decía
M e gustaba observar las tinieblas. N o tenía m i e d o porque papá me había asegurado desde pequeña que los ogros y las brujas de
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estas cosas extraordinarias c o n tanta n a t u r a l i d a d que n o p o d í a ponerlas en d u d a .
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Sin embargo, n o m e explicó — n i y o me atreví n u n c a a pre-
los milagros de u n santo y parecía que todos le creyesen. A l
final,
g u n t á r s e l o — p o r q u é estamos nosotros en este m u n d o . Desde
el ó r g a n o e m p e z ó a sonar y desde arriba, invisible, u n coro, u n a
este p u n t o de vista, el catequismo de la escuela quizá era más
pura ola plateada, e n t o n ó los laudes... Siempre, ante ese recuer-
satisfactorio: D i o s nos ha creado, D i o s nos m i r a desde arriba,
d o , algo en m í temblaba c o m o en aquella ocasión: m e asaltaban
D i o s , si somos buenos, nos permitirá entrar en el P a r a í s o . . . La
de repente la tristeza de n o saber rezar n i cantar y, m u c h o más
vida no es más que u n c a m i n o .
fuerte, el sentido de m i soledad.
¡Pero cuánta i m p o r t a n c i a le daban todos a este c a m i n o ! M e
D e s p u é s , t o d o se desvanecía. ¿Para q u é apenarme? Era pe-
parecía que nadie pensaba en serio en el infierno y que, al c o n -
q u e ñ a , pero n o quería ser engañada. D e b í a crecer: algún día,
t r a r i o , todos tenían m i e d o de hacerse d a ñ o , de enfermar, o de
sabría.
m o r i r . E n cuanto a m í , estaba dispuesta a creer, al igual que
M i hermana p e q u e ñ a , a m i lado, respiraba t r a n q u i l a . Q u i z á
papá, que el infierno n o existía: n u n c a sentí ángel o diablo tenta-
soñaba c o n una casa de cristal para su m u ñ e c a , u n a casa que yo
d o r alguno sobre mis h o m b r o s . C u a n d o era sensata, era p o r q u e
le había p r o m e t i d o una vez para que me dejara más espacio en
yo lo quería; cuando tenía r e m o r d i m i e n t o s , estaba convencida
nuestra cama. ¡ N o estaba segura de n i n g u n a manera de poder
de que había sido y o la culpable. ¿Y entonces? M a m á , papá, las
c u m p l i r la promesa! Pero... ¡cuando fuera mayor! Entonces t a m -
maestras, los trabajadores p o r la calle, todos en general, t a m -
bién querría más a las niñas y a m i h e r m a n o , n o les haría llorar y
bién los grandes s e ñ o r e s . . . q u i e n gana d i n e r o y q u i e n lo gasta: se
vería a m a m á contenta al
gasta d i n e r o en c o m i d a , se come para n o m o r i r , y así m a ñ a n a y
fin...
A h o r a había que d o r m i r . Tenía la cabeza u n poco cansada.
tarde, y pasan las semanas, los meses, los años, y se muere, y yo
Por u n m o m e n t o , deseaba que me transportaran de u n soplido a
y mis hermanitos íbamos a hacer lo m i s m o . . .
una de esas verdes laderas que eran m i delicia d u r a n t e el verano
Eso me molestaba. E l sueño estaba a p u n t o de alcanzarme y yo lo notaba: a la m a ñ a n a siguiente iba a c o n t i n u a r c o n la inútil
en el campo. Se oían desde lejos, me llamaban muchas campanillas...
meditación. ¡Saber, saber! D u r a n t e el duermevela se me apelotonaban en el cerebro palabras llenas de misterio: «eternidad», «progreso», «universo», « c o n c i e n c i a » . . . M e bailaban al o í d o hasta que dejaba de escucharlas. Entonces, volvía a ver la expresión d u r a de alguna maestra, y m e preguntaba si m a m á iba los d o mingos a misa p o r c o n v e n c i m i e n t o o p o r algún extraño t e m o r a la gente. Yo recordaba la p r i m e r a , y única vez, que había asistido a u n s e r m ó n , en el mes de m a y o , u n a tarde en la que el altar, en una gran iglesia, brillaba entre los cirios y los lirios. Desde el p u l p i t o el cura m o v í a u n brazo c o n u n gesto a m p l i o y la voz imperiosa descendía sobre la m u c h e d u m b r e arrodillada: narraba
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I
II
niebla otoñal, es confusa. Papá hablaba, ¿asi para sí m i s m o , y yo sentía c ó m o m i p e q u e ñ o ser se exaltaba en silencio. A m é r i c a , A u s t r a l i a . . . ¡Ay, si realmente^papá nos llevara p o r el m u n d o ! É l mencionaba t a m b i é n probabilidades menos arriesgadas: volver a la enseñanza, fundar una empresa; pero siempre fuera de M i l á n . La ciudad que hasta aquel día había amado, aunque sin decírmelo, ahora me parecía insoportable; ¡quién sabe qué otros encantos me esperaban fuera de allí! Y me parecía haber crecido de repente i.uuo en años c o m o en i m p o r t a n c i a . ¿ N o me tomaba papá c o m o BU confidente? Los proyectos sobre m i f u t u r o p r ó x i m o c o m o estudiante se desvanecían. Q u i z á tendría que trabajar también y o ,
U n a mañana me estaba preguntando qué resolución se habría t o -
ayudar a la familia... M i r a b a a m i padre a la cara c o n los ojos fijos,
mado sobre la continuación de mis estudios después de que ter-
en los que debía de brillar una llama de entusiasmo.
minara el instituto, cuando papá volvió a casa una hora antes de lo
Por el c o n t r a r i o , en casa, m a m á estaba c o m o perdida. ¿ D e
habitual seguido por el chico de los recados de la oficina, que llevaba
qué tenía miedo? Ella también era j o v e n , más joven que papá;
una caja en el h o m b r o . Tras despedir al chico, m i padre me levantó
nosotros, los niños, estábamos todos sanos y fuertes... ¡ T a m b i é n
u n instante entre los brazos hasta su cara, después me dejó de nuevo
papá hubiera q u e r i d o verla más decidida!
en el suelo; a m a m á , que lo interrogaba con la mirada, le dijo:
I a m p o c o pareció aliviada c u a n d o , algunas semanas después,
—Se a c a b ó . . . he cortado c o n t o d o . ¡Al fin respiro!
u n señor que quería fundar una i n d u s t r i a q u í m i c a en u n pue-
H a c í a t i e m p o que los dos socios se soportaban m u t u a m e n t e
b l u c h o del sur de Italia le ofreció la dirección de la empresa a
temperamentos
m i padre. C l a r o , era m u y osado al aceptar u n t i p o de trabajo
opuestos n o conseguían conciliarse, ya que u n o daba pie a inicia-
que le resultaba c o m p l e t a m e n t e nuevo, pero su sonrisa seguro
tivas atrevidas, mientras el o t r o se ocupaba de pisar el freno. Por
que había seducido al capitalista. Las condiciones del empleo
o t r o lado, papá se aburría en aquella metódica vida de oficina
eran óptimas; y el p u e b l o , allí abajo, era m u y soleado. Se trataba
que n o le reportaba n i siquiera u n a c o m p e n s a c i ó n e c o n ó m i c a
solo de unos pocos años. A m i padre n o le gustaba m u c h o hacer
considerable. U n p e q u e ñ o i n c i d e n t e aquella m a ñ a n a había p r o -
planes de f u t u r o demasiado duraderos. Por el m o m e n t o , estaba
vocado u n a tensa y decisiva escena entre los dos c u ñ a d o s .
c o n t e n t o c o n el riesgo. Y sin hacer caso a los miedos de m a m á ,
cada vez c o n menos buena v o l u n t a d . Los dos
A los treinta y seis años, m i padre tenía que reorganizar su
decidió que nos í b a m o s en primavera.
v i d a p o r segunda vez y, de nuevo, d e b i d o a su sed de emociones nuevas y de independencia.
¡Sol, sol! ¡ Q u é sol tan espléndido! T o d o resplandecía en el pueblo
A q u e l l a m a ñ a n a salió c o n m i g o a pasear u n b u e n rato. La v i -
al que yo llegaba: el mar era una gran franja plateada, el cielo u n
sión de la inmensa Piazza D ' A r m i , que cruzamos bajo una ligera
esplendor i n f i n i t o sobre m i cabeza, una caricia infinita y azul para
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la mirada, que por primera vez sentía la revelación de la belleza del
Bajaba, y m e iba al gran recinto al l a d o de las vías férreas,
m u n d o . ¿ Q u é eran los prados verdes de Brianza o de Piamonte,
donde la fábrica crecía c o n rapidez sorprendente y d o n d e p a p á
los valles y también los Alpes que había visto durante m i infancia,
pasaba casi todas las horas. A l g u n a que o t r a vez m e ordenaba
y los dulces lagos y los bonitos jardines, en comparación c o n ese
pequeñas cosas que y o c u m p l í a recelosa y c o n una e x a c t i t u d es"-
campo plagado de luz, c o n ese espacio sin límites, n i encima n i
< mpulosa. « M e ayudarás también más tarde, cuando t o d o esté
ante m í , c o n ese a m p l i o y portentoso alcance del agua y del aire?
preparado; serás m i secretaria, ¿quieres...?». Luchaba en m í la
Entraba en mis pulmones ávidos t o d o ese aire libre, ese aliento
antigua t i m i d e z c o n t r a u n i m p u l s o de audacia nuevo e i n d e p e n -
salado. C o r r í a bajo el sol por la playa, me enfrentaba a las olas en la
diente. Q u i z á p a p á querría compensarme p o r haber i n t e r r u m p i -
arena, y a cada instante me parecía estar a p u n t o de transformarme
do mis estudios. Es m á s , una especie de o r g u l l o casi i n a d v e r t i d o
en u n o de esos grandes pájaros blancos que rozaban el mar y que
me penetraba, la vaga conciencia de haber establecido contacto
desaparecían en el horizonte. ¿ N o me parecía a ellos?
c o n la vida, de tener delante u n espectáculo más variado e i n t e -
¡ O h , la felicidad perfecta de aquel verano! ¡ O h , m i b o n i t a adolescencia salvaje!
i es inte que el de cualquier l i b r o . Los trabajadores, los apuestos y bronceados campesinos que
T e n í a doce a ñ o s . E n el p u e b l o , que se condecoraba c o n el
venían del c a m p o para ofrecerse c o m o peones, las chicas que se
n o m b r e de c i u d a d , n o existía escuela d e s p u é s de la p r i m a r i a .
subían a los andamios c o n los cubos sobre la cabeza, m e sonreían
U n maestro al que h a b í a n l l a m a d o para d a r m e clases ensegui-
y yo sentía p o r ellos una curiosidad llena de simpatía. Les repetía
da fue despedido p o r ser incapaz de e n s e ñ a r m e m á s de l o que
a mis hermanos pequeños los pintorescos apodos, y m e p r e g u n -
y o ya sabía. D u r a n t e las horas calurosas del m e d i o d í a , sola
ta Da si alguna vez m e atrevería a ser para ellos una patrona, c o m o
en la h a b i t a c i ó n de la g r a n casa que h a b í a elegido c o m o m i
lo era c o n la señora del servicio.
p e q u e ñ o e s t u d i o , echaba, a u n q u e sin ganas, a l g ú n vistazo a
Papá, sí, se declaraba h o m b r e al m a n d o , inflexible y t o d o -
los manuales gordos de física y de b o t á n i c a , o a las g r a m á t i c a s
poderoso, incomparable en actividad y en energía. C u a n d o al-
extranjeras que m e h a b í a d a d o p a p á . M e salía al alto b a l c ó n ,
gunas tardes los tres hermanos y m a m á salíamos c o n él p o r la
observaba abajo en la plaza a los holgazanes en la farmacia o
calle m a y o r del p u e b l o , la gente nos observaba desde las puertas
delante de la cafetería, a alguna campesina a b r u m a d a p o r u n
c o n una mezcla de admiración y temor. A t r i b u í a n a m a m á una
peso i n v e r o s í m i l , a a l g ú n c h i c o m u g r i e n t o que
cara de v i r g e n , y las voces femeninas le susurraban a sus espaldas
despotricaba
c o n t r a o t r o en u n lenguaje s o n o r o e i n c o m p r e n s i b l e . A l f o n d o
bendiciones para sus hijos. Ella se lo agradecía c o n u n a sonrisa
de la plaza el m a r r e s p l a n d e c í a . D o s horas antes de la puesta
benévola, p e q u e ñ a y elegante en su vestido u n poco descuidado.
de sol se d i b u j a b a n , m u y a l o lejos, las velas de los pesqueros
En esos m o m e n t o s también ella m e parecía feliz. H a b í a en sus
que v o l v í a n al p u e r t o , llegaban unos d e s p u é s de o t r o s , y el
ojos c o m o u n a reverencia hacia su a c o m p a ñ a n t e , ahora c o n u n
t u m u l t o de las voces de los pescadores alcanzaba i n c l u s o m i s
renovado atractivo.
o í d o s ; d i s t i n g u í a el r í t m i c o g r i t o de los que arrastraban la barca hasta la o r i l l a .
Recuerdo una fotografía m í a del a ñ o siguiente. Ya estaba en la fábrica c o m o empleada h a b i t u a l . Vestía u n traje h í b r i d o : una
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chaqueta de corte recto c o n m u c h o s bolsillos para el reloj, el
I Ésa, me hablaba c o n una inflexión en la voz que solo yo c o n o -
lápiz y el cuaderno, encima de u n a falda corta. Sobre la frente se
M . I : ni dulce, n i tierna, pero capaz de expresar la t r a n q u i l i d a d ,
me rizaba el pelo c o r t o , d á n d o l e a la fisonomía u n aire de chico.
ese m o m e n t o de descanso y de a b a n d o n o . M e revelaba: « H a b r á
H a b í a sacrificado m i b o n i t a trenza de reflejos dorados cediendo
q u e hacer estro y a q u e l l o . . . Entonces p o d r e m o s a u m e n t a r u n
a la sugerencia de papá.
toco los s a l a r i o s . . . » . Parecía estar p r e g u n t á n d o m e a m í t a m -
Ese aspecto extravagante expresaba perfectamente m i c o n d i -
bién. Y yo pensaba en la felicidad de e n c o n t r a r algo nuevo que
ción de entonces. N o m e consideraba ya u n a niña, n i creía ser
kugerirle. La fábrica se había c o n v e r t i d o para m í , c o m o para él,
u n a señorita; era u n i n d i v i d u o atareado y absorto en la i m p o r -
É l un ser gigantesco que nos evitaba cualquier otra preocupa-
tancia de m i m i s i ó n . M e sentía útil y eso me daba u n a satisfac-
[ i o n , que m a n t e n í a encendida constantemente nuestra fantasía
ción i l i m i t a d a . E n realidad, manifestaba en la ejecución de los
v dimes nuestros nervios, y que se hacía querer — r i n c ó n fre-
trabajos que p a p á m e asignaba u n a lealtad absoluta y u n a gran
nético de la v i d a , que nos sometía a ella, mientras creíamos ser
pasión. M e interesaba t a n t o c o m o él p o r los p e q u e ñ o s o grandes
n o s o t r o s sus d o m i n a d o r e s .
acontecimientos de la empresa y, mientras m e entretenía a l i -
V o l v i e n d o a casa percibía, centuplicada, la sensación de m a -
neando cifras d u r a n t e horas y horas en los registros, m e divertía
lestar que ya surgía en m í de p e q u e ñ a al volver de la escuela. M e
c o m o en u n juego cuando estaba delante de los trabajadores,
sentía desplazada, y recalcaba c o n desprecio los signos de aquel
o b s e r v á n d o l o s en sus duros trabajos y charlando c o n ellos d u -
aislamiento m o r a l . M e parecía al j o v e n c i t o que acaba de e m a n -
rante sus pausas de descanso. E r a n m u c h o s , más de doscientos;
(iparse y que se queja c o n arrogancia del servicio doméstico.
una parte, que venía de P i a m o n t e , se alternaba en los h o r n o s día
Keealcaba c o n el m i s m o t o n o de superioridad las
y noche; y los otros, del p u e b l o , se m o v í a n constantemente p o r
de mis hermanas pequeñas y de m i h e r m a n o , su desgana para
los grandes patios o bajo los cobertizos. T o d a esa gente quizá
el estudio, y la falta en m a m á de una severidad firme que los
no me quería, pero seguro que sentía placer al verme aparecer
disciplinase.
negligencias
de repente c o n mis maneras u n poco bruscas. U n placer que se
Las mujeres del servicio debían de contar en el pueblo cosas
traducía en c o m p o r t a m i e n t o s más desenfadados, más acordes
horrendas sobre m í : n u n c a cogía una aguja, n o prestaba atención
al ideal de trabajo alegremente aceptado. M e consideraban jus-
a las tareas de casa... ¡Y m i cólera sin m o t i v o ! ¡Era solo compara-
ta, bastante más que a m i padre, y buscaban m o n o p o l i z a r m i
ble a la de m i padre! Q u i z á , en esos m o m e n t o s se relajaban mis
benevolencia c o n ingenuos halagos para que yo influyera a su
nervios demasiado susceptibles. Q u i z á , se revelaban los síntomas
favor c o n el h o m b r e que les hacía t e m b l a r a todos. Pero y o sabía
de una crisis de madurez. Yo n o sabía nada de eso. Necesitaba
que cualquier i n t e n t o p o r cambiar la d i s c i p l i n a férrea de p a p á
salir, echar alguna disparatada carrera p o r el m a r y sentir c ó m o
habría sido en vano; y a d e m á s m e había c o n v e n c i d o de que
soplaba a m i alrededor el aire p u r o para volver a la calma, para
esta era necesaria. Por t a n t o , p o n í a atención en agradar al jefe,
e l i m i n a r también el recuerdo del m a l h u m o r . Y entonces o l v i d a -
t a m b i é n c o n el e j e m p l o de m i obediencia. Y quizá p a p á se daba
ba también la expresión de p r o f u n d a pena que surcaba la frente
cuenta. D u r a n t e el breve r e c o r r i d o entre la fábrica y nuestra
de m a m á d u r a n t e aquellas escenas.
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¡ M i madre! ¿ C ó m o era t a n descuidada c o n ella? Casi había
i« i usaba frente al espejo, d u d a n d o ante cosméticos que n o usa-
desaparecido de m i vida. N o conseguía establecer en m i m e m o -
ba desde hacía m u c h o t i e m n o . Se estaba pasando sobre la cara la
ria las fases de la lenta decadencia que se había p r o d u c i d o en su
brp< ha del maquillaje cuando m i padre, molesto p o r la espera,*
persona desde nuestra llegada al p u e b l o . Ella n o supo, desde los
K asomó de nuevo a la puerta de la habitación.
p r i m e r o s días, librarse de u n a cierta t i m i d e z que le i m p e d í a i r
Veo de nuevo la habitación, el espejo, la alta ventana de la
sola, o c o n los n i ñ o s , p o r la playa o p o r los campos. E l p u e b l o
que parecía que entrase n o la luz de la puesta de sol sino el reflejo
n o ofrecía otras distracciones: las mujeres de los notables del
del mar, gris y oscuro. Y en m i o í d o r e t u m b a u n a frase cogida al
p u e b l o n u n c a salían de casa, ignorantes, indiferentes y supers-
\c lo: « . . . entonces, ¿tengo que decir que eres una casquivana?».
ticiosas; las campesinas trabajaban más que sus m a r i d o s ; y gran
M e d i a hora después, en el t r e n , y o aún temblaba en secre-
parte de la p o b l a c i ó n vivía en el m a r y del mar, resguardándose
EOi incapaz de reprocharle nada a p a p á , n i de disculparme c o n
p o r -las noches en las casuchas que se a m o n t o n a b a n a cien m e -
mamá, y m e d i cuenta, en la p e n u m b r a , de que sobre la cara
tros de la o r i l l a .
de ella inclinada sobre la ventanilla corrían lágrimas. ¿Revivía
N i siquiera se interesaba p o r la fábrica para conseguir m o t i -
también ella el m o m e n t o amargo? ¿ U otros muchos m o m e n t o s
vos de distracción. Es verdad que esto me hacía casi feliz, c o n -
Iguales? ¿Pensaba que yo había sido testigo de la ofensa? Y, p o r
v e n c i é n d o m e de que ella quizá no hubiera visto c o n buenos ojos
pi miera vez, la v i c o m o a una enferma: una enferma triste que
mis tareas. La veía, incluso más que en M i l á n , demasiado dife-
n o quiere ser curada, que n i siquiera quiere decir lo que le pasa.
rente en gustos y en carácter a m i padre y, c o m o consecuencia,
D e s p u é s . . . Yo leía en los libros las historias de a m o r y de
a m í . Y t a m b i é n consideraba que, esta diferencia, era cada vez
o d i o , observaba las simpatías y las antipatías en la gente del pue-
más la causa del m a l h u m o r que mis padres n o conseguían es-
b l o , creía que sabía muchas cosas sobre la vida, pero era incapaz
conder. Pero eso n o me preocupaba o, m e j o r d i c h o , m e libraba
de penetrar en la dolorosa realidad de m i casa. Pasaban los m e -
enseguida de esas sensaciones fastidiosas sin i n t e n t a r p r o f u n d i -
ies, aumentaba la tristeza de m a m á , d i s m i n u í a n las atenciones
zar en ellas. ¿Era quizá u n t e m o r i n s t i n t i v o a descubrimientos
de papá hacia ella, sus paseos en c o m ú n , y yo que ya n o era
demasiado graves para m i edad? N o sé. Solo u n p e q u e ñ o hecho
una niña seguía en la vida c o m o si n i n g u n a amenaza se cerniera
m e hizo sospechar que m i padre n o quería a m i madre c o m o me
a m i alrededor. ¿Por qué? M e devoraba, sí, c o m o d u r a n t e m i
quería a m í .
Infancia,
la a d m i r a c i ó n p o r m i padre; pero eso n o es suficiente
Era a finales del p r i m e r i n v i e r n o que pasamos allí. M a m á ,
p ú a explicar m i ceguera. Q u i z á m a m á , c o n cierto p u d o r p o r su
papá y yo teníamos que i r a la capital vecina, invitados a comer y
d o l o r , evitaba una confidente demasiado i n m a d u r a , entregada
al teatro p o r el p r o p i e t a r i o de la fábrica y por su señora, la cual se
Casi exclusivamente al que la hacía sufrir, y dejaba que el t i e m p o
había d i g n a d o a subir a nuestra casa el verano anterior. Se p o n í a
pasara, esperando errabunda y cansada a que llegara u n m o m e n -
el sol y se acercaba la hora de la salida del t r e n . Yo estaba lista
t o providencial.
cuando entró en casa p a p á para cambiarse de traje; en u n abrir
E n el p u e b l o ella debía de provocar una cierta simpatía p o r
y cerrar de ojos, él estaba arreglado. Por el c o n t r a r i o , m a m á se
la a m a b i l i d a d de sus modales y p o r su aspecto agradable, aunque
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hubiese dejado toda práctica religiosa p o r i m p o s i c i ó n de p a p á , y
favorecía en él la crítica despiadada y sin límites. L a diferencia
eso hiciera m u r m u r a r a las más mojigatas.
entre esa raza casi o r i e n t a l que le acorralaba sórdidamente y sus
¿ Q u i é n sabe si desde el p r i n c i p i o la i m a g i n a b a n poco feliz
- ompatriotas era exagerada. ¿Reaccionaba así, quizá sin querer,
c o n u n m a r i d o y c o n una hija c o m o éramos m i padre y yo? Por-
m í e el peligro de adaptarse o de ver adaptarse a sus hijos? Pero
que hacia él enseguida se había o r i g i n a d o cierta h o s t i l i d a d m u d a .
p< i lia, también inconscientemente, el e q u i l i b r o de su j u i c i o ,
N o había m á s ricos en el pueblo que el capitalista p r o p i e t a r i o de
• \.igeraba su superioridad y su desprecio hasta la p r o v o c a c i ó n .
la fábrica, casi siempre residente en M i l á n , y u n conde, d u e ñ o de
I [abría q u e r i d o emplear en la fábrica solo a piamonteses, fundar
casi todas las tierras, que hacía raras apariciones c o n su mujer, una
Lina verdadera colonia, pero el p r o p i e t a r i o se o p o n í a t a n t o p o r
e n o r m e reliquia llena de joyas, a cuyo paso se i n c l i n a b a n hasta el
razones e c o n ó m i c a s c o m o p o r p r u d e n c i a . N o obstante, la maes-
suelo hombres y mujeres. U n a decena de abogados, que habían
tranza estaba compuesta p o r nuestros conterráneos, que j u n t o
anidado entre u n círculo de civiles, provocaban y e n m a r a ñ a b a n
a sus familias constituían u n g r u p o aislado y observado p o r los
largos litigios entre los p e q u e ñ o s propietarios empobrecidos p o r
indígenas c o n recelo.
los impuestos. S u m a n d o algunos curas y una m e d i a docena de
Yo m e enaltecía de corazón m i d i e n d o la distancia entre n o -
la clase dirigente del lugar estaba al c o m p l e t o . M i
lOtros y «todos esos otros». C u a n d o volvía a casa de la fábrica,
carabinieri,
padre n o solo no d i o señales de haber n o t a d o su presencia, sino
con el g o r r o de lana roja sobre el pelo c o r t o y c o n el paso rápido
que rechazó u n banquete que habían q u e r i d o ofrecerle, así c o m o
J e una persona atareada, oía m u r m u l l o s a m i s espaldas. D e l a n -
la presidencia de n o sé q u é instituciones antiguas, ostentosas y
ie del café, los huelguistas habituales m e m i r a b a n s o n r i e n d o .
sin fondos. Era algo i n a u d i t o , t a n i n a u d i t o y casi ofensivo c o m o
Por una parte, sentía que despertaba su curiosidad; p o r la o t r a ,
el hecho de que les devolviera sistemáticamente todos los regalos
ofendía
que le llevaban. ¡Cuántas veces las mujercillas salían de nuestra
celosas y halagadas p o r sus miradas. E l p u e b l o me aburría, y si
casa estupefactas y desesperadas porque papá n o había aceptado
n o l o aborrecía era ú n i c a m e n t e p o r las bellezas naturales que
los pollos c o n los que ellas querían enternecer su corazón e n
n o me cansaba de admirar. U n a extraña nostalgia — e x t r a ñ a en
favor de sus hijos!
mí, que n o había sentido n i n g ú n d o l o r al dejar M i l á n — m e
Pero en su extrema ignorancia e indolencia, los pueblerinos
su c o s t u m b r e de ver a las niñas pasar c o n t i m i d e z , re-
inundaba silenciosamente el alma, exteriorizándose solo e n las
eran la m e j o r parte del p u e b l o , n o les faltaba cierta b o n d a d ins-
curas a mis amigas. M i septentrión, a través de las nubes del
t i n t i v a . Ellos solo reprochaban al «director», c o m o llamaban a
leeuerdo, m e parecía ahora deseable, y lleno de encantos; sobre
m i padre, la rigidez i n a u d i t a c o n sus empleados, que se exagera-
i o d o la c i u d a d , la inmensa c i u d a d c o n su h o r m i g u e r o h u m a n o ,
ba a m e d i d a que pasaba de boca en boca.
Con su existencia v i b r a n t e ; la c i u d a d que imaginaba a veces c o n
A l p r i n c i p i o , papá se había reído de esta extendida antipatía.
sus rasgos m á s típicos, de repente se presentaba ante m í c o n
D e s p u é s , poco a p o c o , al i r conociendo más a f o n d o a los traba-
u n a perspectiva que m e daba la ilusión m o m e n t á n e a de estar
jadores del lugar, u n rencor amargo e m p e z ó a i n v a d i r l e . Por en-
a ú n allí, de p e q u e ñ a , de la m a n o de p a p á , bajo la niebla o e l
c i m a de t o d o , la d o m i n a n t e hipocresía le irritaba. E l aislamiento
sol solo entrevisto; la c i u d a d de m i adolescencia, rodeada ahora
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de u n l a m e n t o sin n o m b r e , me p r o d u c í a a veces, al recordarla, escalofríos de p a s i ó n . . . C u a n d o , c o m o p r e m i o a m i p r i m e r i n v i e r n o «de servicio», p a p á m e llevó a R o m a y a Ñ a p ó l e s , esta vaga nostalgia de centros «vivientes» se hizo más p r o n u n c i a d a para m í . D e s p u é s de dos años volvía a ver a la m u c h e d u m b r e , m e encontraba c o n caras sobre las que había signos de inteligencia superior y rasgos de u n a v i d a intensa; m e volvía a sentir p e q u e ñ a , insignificante, apartada, anhelante de aprender de todos y de t o d o l o que m e rodeaba. Eso m e p r o d u j o u n a e m o c i ó n quizá m a y o r que la que m e provocaban los m o n u m e n t o s y los maravillosos paisajes. E n las cartas a m a m á , y en el d i a r i o que p o r e x h o r t a c i ó n de m i pa-
l i a el t e r c e r septiembre que pasábamos en el pueblo. La época
dre escribí d u r a n t e el viaje, este s e n t i m i e n t o í n t i m o surgía a la
.1.
vez que l o hacían ingenuas observaciones, notas de a d m i r a c i ó n
vacaciones
no había cambiado nada c o n respecto a las an-
u o tes, y nada especial ha quedado en m i m e m o r i a . Solo m e •trece que, p o r m i cuenta, yo alternaba el placer de los cha-
y veleidades críticas. Ese viaje fue c o m o la c o r o n a c i ó n de m i intrépida, temeraria y t r i u n f a n t e adolescencia. M e ha quedado u n recuerdo borroso, rodeado de una luz demasiado v i v i d a . Las sensaciones se h a b í a n superpuesto en m i espíritu c o m o las sílabas de una palabra desconocida que resumiera la vida; y yo las había acogido c o n gran estupor, que hacía serpentear p o r m i s venas u n nuevo deleite, una d e b i l i d a d de la que n o sabía d e f i n i r la causa, u n anhelo de t e r n u r a y c a r i ñ o . . . A l l í presente n o había o t r a cosa m á s que letargo, ¿me dirigía, p o r t a n t o , hacia u n a nueva fase de la existencia?
I M I / o í íes cada vez más largos y arriesgados c o n el de las lecturas
Igualmente excesivas, de las que acababa c o n la m e n t e cansada y
Con < ¡crto m a l h u m o r c o n m i g o m i s m a . I )e m a m á , de mis hermanos p e q u e ñ o s , de mis conocidos, de m i padre en sí n o consigo recordar nada de aquel verano. ¿Por qué una tarde en nuestra casa se hizo u n a especie de recepción p n i algunos veraneantes y algunas familias del lugar? La i n i c i a uva surgió de papá. Tres habitaciones de nuestro apartamento, uansformadas y adornadas c o n plantas y c o n luces, habían acogido a unas cuarenta personas: señoras de Ñ a p ó l e s y de R o m a a las que se les disparaba la ironía de la m i r a d a c o n los p r o v i n c i a nos; hombres serios que apreciaban a m i padre curiosamente p o r su aspecto í n t i m o de b u e n chico; algún empleado, y las maesi ! as y los maestros del p u e b l o c o n sus familias. U n a p e q u e ñ a orquesta invitaba a bailar a grandes y a p e q u e ñ o s . E n m i calidad creí después de no sé cuántos días de u n a t u r d i m i e n t o sin • •• imbre. D e esos días tengo u n recuerdo vago y oscuro. I >e repente m i existencia, ya trastornada p o r el abandono de m i padre, se desbarataba y cambiaba trágicamente. ¿ Q u é era yo
una puerta que separaba el estudio de papá de la oficina c o m ú n ,
- I " >ra? ¿En q u é m e iba a convertir? M i vida de adolescente había
una m a ñ a n a f u i sorprendida p o r u n abrazo insólito y b r u t a l .
'* i m i n a d o .
D o s manos temblorosas h u r g a r o n entre m i ropa, e m p u j a r o n m i
M i o r g u l l o de criatura libre y reflexiva sufría; pero n o m e
cuerpo hasta dejarlo caer sobre u n taburete mientras y o i n s t i n -
permitía detenerme e n arrepentimientos n i disculpas, m e e m -
tivamente forcejeaba. M e ahogaba y emití u n q u e j i d o que ter-
pujaba a aceptar la responsabilidad de l o o c u r r i d o . E intentaba
m i n ó en g r i t o , cuando el h o m b r e , t a p á n d o m e la boca, me e m -
M I itificar c o n afán eso que aún m e llenaba de estupor. ¿ C u á n t o
p u j ó lejos. O í unos pasos h u y e n d o y la puerta cerrarse de golpe.
Kai i.i que conocía a aquel hombre? Desde hacía alrededor de
T a m b a l e á n d o m e , m e refugié en el p e q u e ñ o laboratorio al f o n d o
-1-15 años. L o había visto casi cada día, había sido m i c o m p a ñ e r o
del estudio. Intenté r e c o m p o n e r m e , mientras sentía c ó m o m e
\a ayuda en el trabajo. Siempre l o había visto c o n u n a satis-
faltaban las fuerzas; pero una oscura sospecha me invadió. D i r i -
i l< i ion honesta de adolescente; incluso sus groserías m e habían
g i é n d o m e fuera de la habitación, lo v i interrogarme en silencio:
divertido. D e s p u é s , u n día, él d e s h o n r ó a m i padre ante mis ojos
p e r d i d o y jadeante. Yo debía de parecer aterrorizada p o r q u e u n
I orno si n a d a . . . ¿Por qué n o consideré la p o s i b i l i d a d de que es-
m i e d o atroz le i n u n d ó el rostro mientras avanzaba hacia a m í
tuviera m i n t i e n d o ? Yo n o sabía nada de la vida y enseguida su
c o n las manos juntas en f o r m a de s ú p l i c a . . .
eperiencia m e había i n f u n d i d o u n a especie de respeto. Y m e lonreía c o n piedad. H a b í a asistido a la terrible angustia de m i • lina de repente extraviada. Y m e había parecido diferente al de
42
antes, u n nuevo ser, d o t a d o de t o d o lo que le faltaba ahora a m i
de la fiebre... ¿ C u á n d o m e dije p o r p r i m e r a vez que quizá te-
padre. ¡ C ó m o l o juzgaba c o n d i g n i d a d y c o n desprecio, y q u é
ñí.. (|iie corresponder a la pasión de aquel h o m b r e , aceptando la
c o n m o v i d o se le veía defendiendo a m i pobre m a m á ! Solo u n a
ii v i , para toda m i existencia; su apoyo, y el refugio que él m e
vez había recibido una impresión desagradable: cuando, tras pre-
• • l u x ía, s e p a r á n d o m e de t o d o lo que había c o n s t i t u i d o para m í
guntarle si me habría apoyado c o n su t e s t i m o n i o en el m o m e n t o
la vida hasta entonces? N o l o sé, ya n o l o veo claro. E m p e c é a
en el que y o m e hubiera enfrentado a m i padre, me suplicó que
I" n>.u que quizá y o amaba al j o v e n desde hacía m u c h o s meses ni .iberio, que quizá algo, bajo su h u m i l d e apariencia, m e había
callara; que callara... Y desde aquel m o m e n t o m e e m b a u c ó c o n una oleada de pa-
• «liu ido de f o r m a inexplicable. D e s p u é s llegué a la conclusión
labras dulces; m i corazón se enterneció. N o d u d é u n solo instan-
p f que, quizá, en aquel f u t u r o de a m o r y de abnegación que
te de su d e v o c i ó n y la acepté, c o n la soberbia hasta entonces n o
Kunca antes había v i s l u m b r a d o , se encontraban la salvación, la
e x t i n g u i d a de m i superioridad.
l ' i / . el placer. Su m u j e r . . . ¿ N o lo era ya? É l m e quiso, él decidió
¿Sabía él algo del cansancio que m e había vencido? M e había
m i destino; t o d o se había preparado mientras y o creía que i b a
t e n i d o entre sus brazos, me había d i c h o que m e amaba, y yo le
I•« .1 u n c a m i n o m u y d i v e r s o . . . ¡Aquel esposo de las leyendas que i. mpre me había parecido u n personaje p u e r i l , existía, era él!
había escuchado...
I I b o m b r e se d i o cuenta enseguida de que su causa t r i u n f a b a ,
N o p o d í a considerarme una v í c t i m a de u n cálculo. E l a m o r debía haber hecho t o d o esto. ¡Y q u é m a l preparada estaba yo para
| quizá n i siquiera estaba s o r p r e n d i d o p o r ello. Sin embargo, ha-
recibir al misterioso huésped! ¡Ah, en el f o n d o n o sabía nada de
bí.i temblado. A h o r a , más seguro, lleno de esperanza, secundaba
la v i d a p o r haber c o n t e m p l a d o demasiado y de f o r m a exclusiva
I'
pueriles a la vez; y para parar en m i boca cualquier petición
a m i padre! N u n c a m e había i m a g i n a d o m i f u t u r o c o m o mujer. Y precisamente en m u j e r m e había c o n v e r t i d o de repente, justo
pasiones que y o manifestaba en cartas y en palabras elevadas
l
plicaciones, cualquier cuestión sobre l o o c u r r i d o , volvía a
cuando ya n o p o d í a fiarme de m i padre, cuando nuestro pasado
besarme las manos y el cabello, fugazmente, y me repetía c o n u n
perdía t o d o su valor ante mis ojos, cuando m i p r o p i a madre n o
ÉOCO de solemnidad que toda su existencia n o habría bastado
era capaz de escucharme n i de inspirarme.
para agradecerme el regalo de la mía; e intentaba apropiarse de
N i siquiera p o r u n instante tuve la tentación de desvelarle a
RUevo de m i cuerpo. Pero la iniciación había sido demasiado / y yo m e negaba. C o m o muchas adolescentes, en las q u e
la desgraciada m i terrible secreto. ¡Ella sufría ya suficiente ence|'
rrada en su dolor! A m i padre, ¡ c ó m o lo sentía distante, separado ya de m i vida!
le< unas de las novelas despiertan sueños informes que nadie
onoce, y o s u p o n í a que la realidad n o era exactamente c o m o la
¡Y q u é t o r t u r a u n i d a a otra t o r t u r a la de esconderle la tempestad
• l«i« tan desagradablemente m e había s o r p r e n d i d o , para m a l : m e
que m e arrollaba!
Imaginaba una c o m p e n s a c i ó n que llegaría c o n inefables e m o c i o -
Sola, en silencio, m e dejé i n v a d i r p o r una especie de autosugestión, p o r una lúcida locura. ¿Era la influencia del repentino trastorno
fisiológico?
Los recuerdos q u e guardo son c o m o los
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i i i • q u e iba a d i s f r u t a r c o m o e s p o s a . El p u d o r en u n a quincea-
m i i i oí no y o era aún demasiado e m b r i o n a r i o para que pudiera u l i i i profundamente; es más, quizá, u n a sombría d i g n i d a d m e
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estimulaba y m a n t e n í a m i v o l u n t a d de a m o r y de a b n e g a c i ó n , que cultivaba c o n una testarudez desesperada.
1
Clllpa por la atención afectiva que m e h a b í a empezado a faltar
Pero p a p á notó mis distracciones y m i turbación; de repente, m a n t u v o su palabra y m e o r d e n ó que n o volviera a la oficina.
i ida, lo exasperaba. C l a r a m e n t e , n o reconocía su parte de
" la época en la que habría t e n i d o necesidad de ella. Sufría. I
implicado y p r i m i t i v o a la vez, n o llegaba a hacerse u n a idea
M e enfurecí m u c h o p o r la brusca separación y creí que esta-
l " . i isa de t o d o l o que ocurría a su alrededor, n i a ponerle reme-
ba pasando los peores días de m i vida. D e s p u é s , tras conseguir
d i o A su vez, c o m p r e n d i ó que estaba solo al haber puesto en su
cartearme c o n el j o v e n , este me a n i m ó a hablarle a m i madre
ra a la única que lo a d m i r a b a . Y d e b i d o a la a c u m u l a c i ó n
de nuestro amor; y m a m á , triste, transida y suspendida en el
ll
«ic- m a m á t o m a r a p a r t i d o p o r m í insistentemente lo sor-
para su criatura? A l g o de ella latía en m í , en aquel m o m e n t o , p o r
i - lidió. Después de aquella tarde, siempre habían evitado ha-
p r i m e r a vez. ¿Lo sentía de f o r m a inconsciente? La desventurada
l I use; ahora, ella parecía i m p o n e r l e , a m o d o de pacto de paz
n o p o d í a i m a g i n a r el d r a m a que había t r u n c a d o m i adolescencia.
di e n t e n d i m i e n t o , m i b i e n . Parecía decir: «Sí, soy vieja, seré
Pensó, ¡también ella!, en u n s e n t i m i e n t o m á g i c a m e n t e esbozado
lbu< i , la t r a n q u i l i d a d entrará en m i espíritu así c o m o en m i
en m i corazón para salvarme de una existencia híbrida; y reunió
pobre < orazón. Podré encontrarle a la v i d a algo de belleza, siem-
toda la energía que le quedaba para que mis lágrimas cesaran,
|W y i uando nuestra h i j a esté c o n t e n t a ¡y y o pueda pensar en
para que su sueño de d u l z u r a triunfase p o r una vez en su h i j a . . .
y
Yo la observaba c o n una t e r n u r a melancólica, c o n una sensación confusa de t e m o r p o r m í m i s m a , al verme frágil c o m o ella, p r e g u n t á n d o m e si en realidad yo había t e n i d o más suerte, si n o
i"
él le decía adiós a todos los sueños que sobre m í había cons-
truido en tiempos remotos.
estaba e n g a ñ á n d o m e al confiar en el a m o r c o m o ella se había engañado.
hijos!». I I no me d i j o nada. E n t e n d í que yo estaba m u e r t a para él,
I e dije al j o v e n que n o era el m o m e n t o de pensar en el m a • r l m o n i o , p o r ahora. Tenía quince años y m e d i o , aún tenían que
C u a n d o p a p á se enteró, pareció n o darle i m p o r t a n c i a , c o m o
p> ii algunos m á s . Pero él p o d í a v e n i r a nuestra casa, p o r la
si n o se l o creyera. Pero, p o r escrito y a viva voz, m i triste héroe
i irdc, y salir de paseo alguna que o t r a vez c o n nuestra familia.
y yo tratamos de hacerle ver que la única meta de nuestra v i d a
1
»ué planeaba hacer? ¿Encontrar algún trabajo más conveniente
era ya solo la de u n i r n o s . Su cólera se d e s e n c a d e n ó t e r r i b l e m e n -
n otra parte? ¿ E m p r e n d e r una carrera política? Yo le advertí de
te. Sin embargo, n i siquiera sospechó la verdad: ¿ c ó m o p o d r í a
qu< n o me i b a n a dar n i n g u n a dote. M i e n t r a s t a n t o , debía seguir
haber pensado en u n a audacia reprobable, él que se creía tan
i ' ¡tando sus servicios en la f á b r i c a . . .
t e m i d o p o r cualquiera que se le acercara? La idea de u n a estú-
I labia i m a g i n a d o que dimitiría, que habría conseguido en-
p i d a ilusión de su n i ñ a preferida, educada para despreciar toda
k r i n d a o t r o trabajo, incluso fuera del p u e b l o . Sin embargo, n o
fantasmagoría y para contar solo consigo m i s m a ante las batallas
Oí n i i i o nada; él n o pensaba en absoluto que fuera poco d i g n o
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quedarse en las dependencias de u n f u t u r o suegro y de u n h o m -
«uñándome p o r t o n t a . T a m b i é n se r i o cuando le conté la
bre cuya c o n d u c t a despreciaba. A l c o n t r a r i o , estaba seguro de
habladuría que me había o í d o sobre él: que había deshonrado a
que m i padre me daría una d o t e cuando me casase.
IMa < hica que después había i n t e n t a d o suicidarse. Y n i siquiera
Por t o d o ello, venía a casa p o r las tardes c o m o u n p r o m e t i -
Intentó defenderse n i justificarse.
d o h a b i t u a l . C o n p a p á n o se encontraba n u n c a , ya que este se
Pasaron los meses y t a m b i é n cesaron las habladurías. Por lo
iba sin falta nada más comer. A l r e d e d o r de la mesa los chicos
• I- más, yo estaba aislada de la v i d a del p u e b l o . E l j o v e n , celo-
jugaban o leían, m a m á y yo nos entreteníamos c o n la costura; y
I i aperaba de m í renuncias absurdas: n o p o d í a asomarme a la
el j o v e n se divertía m o l e s t á n d o m e y c o n t r a d i c i é n d o m e sistemá-
• ni.i na y debía i r m e a m i habitación si algún h o m b r e llegaba a
ticamente d u r a n t e la conversación. D e vez en cuando m e daba
11 i isa, i n c l u i d o el d o c t o r de m a m á . M i personalidad, hasta en-
u n beso sin pensar, sin hacer caso a las protestas de m i madre y a
lOnces tan libre, se rebelaba p o r m o m e n t o s ante la m e m o r i a del
las risas de los niños. Entonces m e tranquilizaba. N o s d e j á b a m o s
I t c h o que yo consideraba irreparable, pero solo para
cerca de las diez, después de habernos abrazado en la antecámara
K ni ii aún más el s u f r i m i e n t o de la derrota.
oscura d o n d e yo sola lo a c o m p a ñ a b a : a veces, sus manos
hacerme
me
Incluso les escribía a mis amigas que era feliz. I n t e n t a b a en-
aferraban, febriles, u n instante, resucitando en mis sentidos el
| MI.nme a m í m i s m a . Y conseguí a l i m e n t a r m i fantasía hasta
escalofrío, ya lejano, de terror.
• peri mentar una especie de embriaguez.
Las primeras semanas se p r o d u j o en el p u e b l o una gran ha-
[ A m a r l o , amarlo! Sí, buscaba el a m o r c o n tenacidad. Y n o m e
bladuría sobre nuestra relación. M i alejamiento r e p e n t i n o de la
m tenía ante n i n g u n a de las continuas sensaciones desagradables
fábrica fue i n t e r p r e t a d o p o r los malvados c o m o la consecuencia
Me m i p r o m e t i d o me provocaba. D e s c u b r í a en él una c a n t i d a d
de u n d e s c u b r i m i e n t o p o r parte de m i padre. ¿ N o habían susu-
• l« defectos, antes insospechados: sabía que era i n c u l t o , pero l o
rrado, hacía u n a ñ o o así, las mismas lenguas que el afecto de m i
libia considerado más ágil de m e n t e . Su carácter decepcionaba,
padre hacia m í n o era solo paterno? ¿ N o se habían d i v e r t i d o c o n
H »l >re t o d o , mis expectativas c o n algo evasivo o a m b i g u o ; y la pe-
invenciones odiosas y monstruosas? M i s padres n o sabían l o que
'|in na razonadora que yo a ú n era tenía de vez en cuando gestos
entonces se decía. A n t e la seguridad i g n o r a n t e de mis padres, yo
1
501 presa n o exentos de i n d i g n a c i ó n . . . Pero a pesar de t o d o
había visto crecer en m í u n cierto sentido de vergüenza. ¡Si al
los reprimía. Yo quería creer en m i felicidad, presente y f u t u r a ;
menos m i p r o m e t i d o se h u b i e r a levantado c o n t r a los d i f a m a d o -
pieria considerar hermoso y grande el amor, ese a m o r de los
res! Sin embargo, parecía haber adoptado u n c o m p o r t a m i e n t o
llei ¿ i s años que resume para la adolescente la misteriosa poesía
especial ante sus c o m p a ñ e r o s , c o m o si de repente h u b i e r a au-
«le la vida. Y nadie cercano a m í m e m i r ó a los ojos, n i entró en
m e n t a d o en d i g n i d a d . Estos l o envidiaban y a la vez parecían es-
m i alma, n i me d i j o palabras verdaderas que yo a ú n habría sido
tar contentos p o r q u e u n o del p u e b l o p o r fin h u b i e r a h u m i l l a d o
Ctpaz de comprender.
ls
a la orgullosa f a m i l i a forastera. A l pasar p o r delante del g r u p i t o
M i rostro, p á l i d o , enmarcado p o r el pelo que m e había deja-
h a b i t u a l , m e d i cuenta de la expresión b u r l o n a c o n la que m e
J o crecer de nuevo, perdía expresión y s i n g u l a r i d a d . ¿ H u b o de
m i r a b a n y de que m i o r g u l l o ya n o se atrevía a reaccionar. É l se
Irielad u n t i e m p o en el que yo p o d í a i r m e a la playa cuando m e
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apetecía y z a m b u l l i r m e en el agua d u r a n t e horas, y vagar p o r el
m o m e n t o s de exasperación que ú l t i m a m e n t e tenía a m e n u d o ,
c a m p o y abandonarme a sueños de trabajo y de belleza sinfín?
ni. i rato c o n rudeza c o n una excusa...
A h o r a los días pasaban casi p o r entero en el silencio de m i
I \ la tarde, m a m á v i n o al lado de m i cama. Intentó decirme
habitación. Preparaba el ajuar, y a veces m e quedaba d u r a n t e
ligo para prepararme para lo que me esperaba al día siguiente.
largos m o m e n t o s parada, m i r a n d o mis manos posadas sobre la
I .1 interrumpí enseguida abrazándola, acariciándole las grises
muselina blanca. M i f u t u r o c o m o esposa se iba perfilando: papá,
i. nes, mientras gemidos ahogados m e estremecían. V e i n t i c u a t r o
m u c h o más fácilmente de lo que yo m e esperaba, se doblegaba a
|Oras después, c o n m i m a r i d o , m i r a n d o desde el tren el b l a n -
la idea de casarme en pocos meses. Y m e parecía estar preparada,
• 0 i .nnpo nevado bajo las estrellas, yo pensaba en los dos sufri-
incluso c o n la visión de la vida de restricciones que m e esperaba;
MM< u t o s diversos que aquel día, c o n u n esfuerzo e n o r m e , había
y n o sentía n i n g ú n escrúpulo particular p o r el abandono de mis
• K o n d i d o bajo u n a sonrisa ante todos los que habían v e n i d o
padres, de m i madre cada vez más débil, cada vez más perdida y
r f e l i c i t a r n o s . . . ¿Lloraban mis padres, en ese m o m e n t o , en sus
temerosa, de mis hermanos sin guía y sin amor.
h il-ilaciones solitarias?
¿ Y q u é le pasaba a m i prometido? ¿Quizá u n cierto respeto se insinuaba en su conciencia p o r la robada criatura? ¿Quizá en su a m o r p r o p i o se ilusionaba p o r poder hacerme feliz? D e c i d i d o a n o dejar su empleo en la fábrica, m a q u i n a b a hab l a n d o de mejoras i n m i n e n t e s y de ser el sucesor de m i padre en el f u t u r o . D i s c u t í m u c h o c o n él la cuestión de la dote; al final, se resignó a aceptar solo una asignación mensual. Q u e r í a u n c o m p r o m i s o legal pero m i padre, i n d i g n a d o , se negó a aceptar cualquier c o m p r o m i s o . M i p r o m e t i d o n o tenía nada, n i siquiera lo suficiente para comprarse u n traje o regalarme u n anillo de bodas. Papá d i o el d i n e r o para los muebles. M i s futuros parientes intervenían nada más que para maravillarse de lo poco que se estiraba m i familia. La situación se volvía en silencio cada vez más penosa, ¿para q u é alargarla? La fecha del m a t r i m o n i o se fijó para finales de enero. Poco menos de u n a ñ o h a b í a pasado desde la tragedia silenciosa sobre la que j a m á s u n a palabra h a b í a salido de m i boca n i siquiera c o n el culpable. Los preparativos se efectuaron sin disfrutarlos. La v i g i l i a del día de la boda, p a p á , en u n o de sus
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V
• i l M i m í a n m i nueva f a m i l i a , del a m b i e n t e en el que m i m a r i d o huí ¡i crecido y en el que t a m b i é n mis hijos serían educados. D e 11 cuando iba a visitar a m i m a d r e , y se m e representaba de ni Mura más nítida la diferencia entre el m u n d o del que había ilido y en el que ahora entraba. Y casi u n rencor inconfesable urgía en m í hacia m i pasado: algo i n s t i n t i v o , irreflexivo e i n IM .10, c o n t r a m a m á , c o n t r a mis hermanas p e q u e ñ a s , c o n t r a m i padre y c o n t r a mis «utopías». Solo m a m á se d i o cuenta c o n su sensibilidad de enferma. I los o tres veces, en aquellos p r i m e r o s m o m e n t o s de m i nueI
Las ventanas del c o m e d o r de nuestro a p a r t a m e n t o daban a una calle ancha, al o t r o lado de ella se extendían algunos huertos; al *
ida conyugal, ella me habló sin hablar, c o n el rostro b l a n aempre devastado p o r el s u f r i m i e n t o y la sorpresa dolorosa
que le provocaba m i silencio. D e l viaje de bodas volví c o n una
f o n d o , se v i s l u m b r a b a n u n perfil de colinas y u n a franja de mar.
u ion confusa, o más b i e n ya borrosa: n i n g u n a satisfacción
Las otras habitaciones daban a u n jardín p e q u e ñ o y desierto,
l Miinal fuerte, n i n g u n a v i b r a n t e revelación para los sentidos.
rodeado de melancólicas enredaderas de b o j ; cerca, las vías del
|l lh, l o que las jovencitas esperan! Yo n o había t e n i d o t i e m p o de
t r e n . D e vez en c u a n d o , de día y de noche, la casa temblaba
lltli lscura m a ñ a n a que creía casi o l v i d a d a . . .
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C o n respecto a m i suegra, p o r el c o n t r a r i o , n o la sentía en ab-
i •' ulo dos a ñ o s . . . D e esta f o r m a , manso y p r u d e n t e , c o n rarí-
soluto cercana. Solo quería conquistarla, y t a m b i é n a los suyos,
Imos instantes de j o v i a l i d a d que quizá algún día fueron parte
y n o lo creía difícil. M e parecía que m e consideraban diferente,
ilr su naturaleza, me provocaba siempre cierta piedad mezclada
de u n metal más fino, precioso, y eso les hacía estar í n t i m a m e n t e
• il temor.
orgullosos. Para los dos viejos yo era una niña. Por o t r o lado,
Las relaciones entre los m i e m b r o s de la familia me parecían
m i c u ñ a d a quizá intuía una fuerza escondida bajo m i fragilidad,
11 mas: en m i casa t o d o era siempre más ordenado, más disci-
pero una fuerza probablemente incapaz de volverse h o s t i l . Por
|illnado, más claro. Por el c o n t r a r i o , lo que me hacía sentir u n a
lo d e m á s , para toda la familia, m i m a r i d o era sin d u d a el esposo
• | " » ¡ e de fascinación en aquel ambiente vulgar era el sentido de
ideal, m u y d i g n o de haberme o b t e n i d o .
I • tradición, el respeto p o r la costumbre, la v o l u n t a d tenaz que
Por las tardes veía a m i suegra agachada ante la gran c h i m e -
movía a aquella gente, en determinados m o m e n t o s , a exaltar el
nea, cuya luz a veces i l u m i n a b a p o r sí sola la oscura cocina de la
(n< ulo de su sangre, de su n o m b r e y de su tierra. E n m i l co-
planta de abajo, c o n la puerta casi siempre abierta hacia el huer-
' i inmiscuías: desde la f o r m a de preparar una c o m i d a c o n una
to. C o n las mejillas enrojecidas, parecía más joven c o n sus rasgos
• n i solemnidad, hasta la encarnizada defensa que m i c u ñ a d a
rectos y marcados en el rostro, y casi bella; y m e sonreía u n poco
• i 11 de su h e r m a n o ante los extraños, aunque poco antes en el
c o n f u n d i d a t r a t á n d o m e de usted. T a m p o c o m i suegro conseguía
" • i MI lo hubiera criticado. Veía una expresión de vida bastante
tutearme. A l t o , casi gigantesco, estaba u n poco arqueado y era
i o n t ra ría a la que había forjado m i carácter y m i gusto; contraria,
lento en sus m o v i m i e n t o s . Por la m a ñ a n a era él el que daba las
i menudo errada — a ñ a d í a casi a la fuerza m i r a c i o c i n i o — pero
órdenes.
( i i t a de fascinación.
— ¿ E s t á contenta la señora baronesa? — p r e g u n t a b a a la hija.
Mientras t a n t o , una especie de e n t u m e c i m i e n t o me iba inva-
Esta última, una solterona cerca de los treinta, encontraba siem-
illi lulo, lira c o m o una necesidad de inacción, de total abandono
pre f o r m a de quejarse; tenía u n t e m p e r a m e n t o tiránico y egoísta,
| lo que me rodeaba. D e esta f o r m a , m i persona se iba doble-
frío y lunático a la vez, y ante ella la madre temblaba.
indn i la v o l u n t a d de m i m a r i d o . Progresivamente una cierta
E n realidad, en el p u e b l o , tenía u n a fama de m a r i m a c h o que
pulsión se manifestaba en m i organismo, que yo atribuía al
yo ignoraba, al igual que ignoraba que la f a m i l i a al c o m p l e t o no
ij n i amiento y al cansancio. N o intentaba vencer la frialdad de
despertaba n i n g u n a simpatía. M i suegro, hacía ya m u c h o t i e m -
l l que él se asombraba y, a veces, se quejaba. M e habría parecido
p o , había sido procesado y condenado, algo bastante
común
en aquel p u e b l o . E l h i j o m e c o n t ó una c o m p l i c a d a h i s t o r i a de ofensas y de venganzas para d e m o s t r a r m e la inocencia pater-
• " I K ( bible u n c o m p o r t a m i e n t o más desembarazado. La única Mi lac< i o n era sentirme deseada, pero incluso esta desaparecía rápidas visiones desagradables o ante la embestida de pa-
na, y su c o n m o c i ó n me persuadió. A h o r a , en la cocina llena de
l «Il r vulgares o insensatas. Cerraba los ojos, m e i m p e d í a a m í
sombras y de reflejos m e parecía, en ciertos m o m e n t o s , ver en el
mi m , i pensar y entraba c o m o en u n letargo.
viejo gestos azorados, casi c o m o si las paredes se estrecharan a su alrededor hasta convertirse en u n a celda; la cárcel d o n d e había
54
I tespués, me quedaba d o r m i d a . ¿Cuántos años tenía? A ú n no i ni diecisiete a ñ o s . . . El sueño era largo, tranquilo, casi infantil.
55
11 tibiera querido interesarme por los acontecimientos puebleri-
A las once de la m a ñ a n a la m u j e r que venía a l i m p i a r la casa se iba. Yo preparaba sola la c o m i d a y la cena, sin t e d i o , pero
11.
pero ya no tenía ningún t i p o de contacto con los trabajadores,
t a m b i é n sin placer. Y pasaban los días, sin saber c ó m o . Llevaba
uní los pescadores, con los campesinos, y con respecto al elemento
algunos libros de contabilidad de la fábrica, u n trabajo que podía
burgués, me parecía más vulgar aún de lo que había imaginado. Sin
hacer desde casa y que papá me había concedido para que me h i -
« m i l esármelo, temía que esa vulgaridad acabara invadiéndome. Ya
ciera ilusiones m a n t e n i é n d o m e en una cierta independencia; pero
11 inercia que poseía a todas las mujeres del pueblo empezaba a pa-
solo me llevaba dos o tres horas. Subscrita a algún periodicucho,
1.1 erme, en cierto sentido, envidiable. E l cuidado torpe y material
leía u n poco; escribía a mis amigas y a mis maestras. E l p r i m e r mes
«I. los hijos, la cocina y la iglesia eran toda su vida. Los hombres,
recibí la visita de algunas de las notables del pueblo y las atendí,
A pesar de aceptar que no eran creyentes, exigían de las mujeres las
molesta y a la vez, divirtiéndome c o n m i nuevo papel de señora.
pi.u ücas religiosas. E l m i s m o deseo inconfesado quizá estaba en
M á s satisfecha estaba cuando p o r la tarde venía a vernos al-
m i marido. Sin embargo, lo que él no deseaba eran niños, y me lo
g ú n a m i g o de m i m a r i d o que, después de haber ensalzado las
i. petía a m e n u d o . ¿Por egoísmo? Y yo aún no sentía surgir de lo
cualidades de nuestra m á q u i n a de café, pasaba a hacer degustar a
mis profundo de m i ser el anhelo de una nueva existencia a la que
los huéspedes cierto v i n o de garrafa. F u m a b a n , bebían y a veces
miar, que me perteneciese y que iluminase m i vida.
soltaban alguna expresión t r i v i a l pueblerina, olvidándose de m í .
Los amigos ensalzan t u i n g e n i o , m e dicen que tengo u n a
C u a n d o la conversación era sobre política, yo participaba en la
mujercilla e n v i d i a b l e . . . » , m e contaba m i m a r i d o . N o m e c o n -
discusión, y sentía que m i t i m i d e z se relajaba; los oponentes es-
ni ía. Por el c o n t r a r i o , tenía la impresión de que m e considera-
taban, más o menos, a la m i s m a altura intelectual de m i m a r i d o
I- ni graciosa, y quizá guapa; pero ante el espejo n o me reconocía
y capitulaban fácilmente ante m i lógica.
lOITlo tal, me veía c o n u n aire a d o r m e c i d o , de niña vieja; y t a m -
Alguna que otra vez fuimos a casa de u n pariente suyo, jefe de la
poco esto me preocupaba
demasiado.
facción democrática, donde acudían varios burgueses, algunos con
Solo una ráfaga de m i antigua fiereza m e asaltó una tarde, al
sus mujeres. El parloteo mezquino y cotilla de las mujeres se alter-
p n n c i p i o de t o d o , mientras ordenaba u n p e q u e ñ o cofre d o n d e
naba con las discusiones ruidosas de los hombres. La mayoría me
m i marido había puesto sus cartas, nuestra correspondencia y
observaba con una especie de recelo m a l escondido ante el recuerdo
ilgún recuerdo. Q u é sorpresa cuando v i conservadas j u n t o a las
de mis excentricidades de cuando era pequeña. Solo una persona,
M U Í , las cartas que seis u ocho años antes le había escrito su p r i -
u n joven doctor toscano, recientemente titulado, que se alojaba en
H< ra enamorada, la chica que se había quedado soltera, y de la
la casa de nuestro pariente, parecía ser afín a m í desde los primeros
• |n. yo ahora a veces sentía p o r la calle la m i r a d a centelleante de
encuentros debido a su espíritu meditativo, a su correcto lenguaje y,
pdii >. Solo leí u n a de ellas, sin ortografía, llena de frases de secre-
creía, a su pensamiento. C u l t o y con una inteligencia vivaz, debía de
i M io galante. Él sonreía al lado de la estufa c o n cierta fatuidad.
evaluarme con una pizca de curiosidad, y percibía la contradicción
\
entre m i vida exterior y m i alma, que entreveía, quizá ya entonces, como una sombra fugaz sobre m i frente infantil.
56
eguir h u r g a n d o , otras notas breves de m u j e r aparecieron. — S o n . . . de cuando estaba en el r e g i m i e n t o , sabes, la hija de
un posadero...
57
firmado
i i . j u n t o a los niños que u n día habían sido su orgullo? ¿ T e n í a
c o n u n d i m i n u t i v o f e m e n i n o , y m i r a b a la fecha: el verano pasa-
Pero ya n o le prestaba atención; leía u n telegrama,
• i 'os quince años el derecho de alejarme i n d i g n a d a de él, a
d o , d u r a n t e nuestro c o m p r o m i s o . . .
¡lii< n reconocía deber t o d o lo bueno que había en mí?
D e s p e d a c é las cartas en m i l trozos: él n o se atrevió a protestar.
\a parte de estos reproches i b a n también d i r i g i d o s a
¿Por q u é n o le creí mientras me contaba t o d a u n a historia? ¿Y
mamá. Su d e b i l i d a d , su renuncia a la lucha me exacerbaban
p o r q u é sufría de aquella manera? ¿Tanto quería a aquel hombre? ¿ O , en realidad, algo se derrumbaba? ¿Se venía abajo t o d o el edificio que m i buena v o l u n t a d había i d o construyendo? E l desconcierto pareció disiparse c o n u n a crisis de lágrimas.
• l i o más ahora que estaba obligada a reconocer p u n t o s en i m i un con ella en m i resignación ante m i destino. Pero la desventurada
sufría a t r o z m e n t e , y n o solo en el
alma. U n a t e r r i b l e crisis fisiológica la i n v a d í a y yo percibía cier-
M e impuse a m í m i s m a olvidar y n o a t o r m e n t a r m e . Fuese lo que
I i insinuaciones en sus palabras sin sentido que hacían que m e
fuese, ahora él era m i m a r i d o , m i c o m p a ñ e r o , en el que debía
• .111 meciera en lo más í n t i m o de m i esencia f e m e n i n a , ahora
actuar lentamente, pero de f o r m a segura, m i honesta influencia.
i nns( l e n t e . Y me pareció que esto, e x t r a ñ a m e n t e y ahora m á s
Ya n o veía a m i padre, pero m i m a r i d o m e hablaba de él,
que n u n c a , m e i m p e d í a ser, para la m u j e r que era m i m a d r e ,
siempre considerándolo demasiado exigente y brusco, y de mis
onsuelo. ¡ A h , yo n o era en realidad la esposa enamorada
hermanas y, a veces, de m a m á . Él vivía casi siempre fuera de casa,
l|lte' ella creía, n i la c r i a t u r a feliz y capaz de sentir u n a p i e d a d
ya n o se interesaba p o r la v i d a de sus hijos. La casa se i n u n d a b a
Infinita hacia ella, aquella que buscaba c o n las manos abiertas
de terror cuando él entraba. D e s p u é s , en cuanto volvía a cerrar la puerta a sus espaldas, los niños asistían al espectáculo de m i
I bien p e r d i d o ! M i padre... ¿qué sentía? ¿ Q u é le decía el m é d i c o que s u m i -
madre que entraba en u n a crisis de l l a n t o y de protestas, o l v i d a n -
lll naba a la enferma pociones deprimentes y se e m p e ñ a b a en
d o que estaban presentes. A duras penas m i hermana pequeña
demostrarle la necesidad de cambiar de vida, de irse, de confiar
conseguía calmarla o hacerla volver en sí, c o n la pobre y d o l o r i d a
II los recursos del p r o p i o organismo, en el t i e m p o , en los h i -
sonrisa de su b o q u i t a i n f a n t i l . La otra hermana, ya c o n trece
I imbién él rogaba a m i padre, c o m o la p r o p i a infeliz, que
años, c o n sabiduría y t r a n q u i l i d a d asumía, casi sin darse cuenta,
Miera y que tuviera piedad? Yo lo c o m p r e n d í , puesto que la
las riendas de la casa. M i h e r m a n o m e soltaba frases violentas
ilinación era así: ella habría aceptado la l i m o s n a de su afecto
sobre padre, q u i e n n o lo enviaba a la c i u d a d para c o n t i n u a r con
• ••• luso c o m p a r t i d o c o n la rival.
sus estudios, sino que lo obligaba a hacer u n trabajo demasiado
Sentía que papá n o volvería atrás. E l estaba, c o n cuarenta y
pesado en la fábrica. Y parecía que todos estaban a la espera de
iln» años, en lo más alto de la f o r t u n a material, en guerra c o n t r a
u n funesto desenlace.
• is y hombres, e m p u j a d o c o m o n u n c a antes p o r la v o l u n t a d
Yo n o me sentía c o n la energía suficiente c o m o para juzgar a
lili l« mente de n o reconocerse n i n g u n a culpa. C l a r o , n o se re-
m i padre. A veces tenía la impresión fugaz de haber c o n t r i b u i d o
niaba al pasado, n o se decía que hacía u n t i e m p o habría p o -
c o n m i triste fatalidad a aquel naufragio de su conciencia. ¿ N o
illdn evitar la desgracia... ¿Sufría? ¿Tenía algún atisbo de cons-
lo había abandonado sin haber hecho nada para retenerlo en su
I ii ion? N i una palabra, n i u n gesto de él que me lo aclarase.
58
59
r
Solo entendí que la h o s t i l i d a d ya evidente de t o d o el p u e b l o , la revuelta del s e n t i m i e n t o p ú b l i c o inspirada p o r el arcipreste, p o r los «civiles» envidiosos, y p o r los empleados despedidos, crispaban su a m o r p r o p i o ; y que también su c o n d u c t a provocadora hacía que perdiera cada vez más el sentido de la realidad. Y, mientras t a n t o , las semanas pasaban. L l e g ó el verano sin casi darme cuenta, adormecida c o m o estaba t a n t o en cuerpo c o m o en alma. U n a noche l l a m a r o n a la puerta. Era m i madre,
sostenida
p o r m i suegro, desaliñada, c o n la m i r a d a perdida y e m i t i e n d o sonidos inarticulados. H a b í a salido de casa sin que la sirvienta se diera cuenta de ello, había vagado por las calles, quizá d u r a n t e m u c h o t i e m p o , hasta que
finalmente
i inte m u c h o s días yací i n e r t e , r e p i t i é n d o m e a m í m i s m a en
se había tropezado c o n d
baja la palabra « m a m á » ; p r e g u n t á n d o m e si habría q u e r i d o
viejo que la había traído hasta m í . Q u i z á se había r e n d i d o ante la
Ufl
obsesión de salir a buscar a m i padre. M e q u e d é f u l m i n a d a . D e s p u é s i m a g i n é la casa abierta c o n los
\s t a n t o , u n resentimiento m e punzaba, algo que m e
niños d o r m i d o s , ignorantes de t o d o . A n t e esa miseria h u m a n a
H limía, que me quitaba, una vez m á s , el a m o r p o r m í m i s m a
que m e buscaba en m i t a d de la noche, tuve una salvaje sacudida en t o d o m i ser... Temblaba, presa yo t a m b i é n de la
> i de m i sangre y s i n t i e n d o que n o p o d í a l l o r a r c o n pa-
11 • iquel h i j o que n o había p o d i d o crear.
fiebre...
Y
lancé a la desventurada palabras duras, enloquecidas casi c o m o las suyas... ¡ O h , m i m a d r e ! . . . ¡Y p o r el a m o r de u n h o m b r e que ya n o la merecía!
i
i la vida. Pensaba en m i madre, en el torrente de palabras
lili había salido de m i boca aquella noche terrible. E n el pasa( ) u é había sido ella para mí? ¿La había querido?
1
N o me atrevía a responder, m i e n t r a s y o m i s m a m e veía c o n 1
• i vo aspecto, en la desolación de u n s u e ñ o m a t e r n o sobre-
M e veo, m e d i o desnuda, de pie al lado de la cama, mientras
nlJo de repente y que i n m e d i a t a m e n t e se h a b í a desvanecido.
ella, apoyada en la pared, m e m i r a y l l o r a sumisa. E l m é d i c o , al
Pili((|uc nunca h a b í a c o n t r i b u i d o a la felicidad de m i m a d r e ,
llegar, le d i o u n fuerte calmante. E n u n d e t e r m i n a d o m o m e n -
0 quizá nada m á s nacer en el seno de u n m a t r i m o n i o ena-
t o , p i d i ó que la llevaran j u n t o a sus n i ñ o s . M e v o l v í a acostar.
II ido. Es verdad que ella n o estaba presente c o m o e l e m e n t o
E n la o s c u r i d a d , en el silencio, la t e r r i b l e escena se repetía en
ni i il en n i n g u n o de mis recuerdos m á s v i v i d o s ; pero ¿era
m i m e n t e hasta el i n f i n i t o ; y sentí que la fiebre aumentaba, y c o n la fiebre, u n o d i o feroz p o r la v i d a , u n disgusto, y u n cansancio sin
fin...
Llfii ¡ente para explicar la i n d i f e r e n c i a que y o h a b í a s e n t i d o I mt< i o d o este t i e m p o p o r la mísera alma doliente? 1 • - lo el pasado se presentó ahora más claramente ante m i espíritu,
V o l v i ó el m é d i c o . U n germen de vida nueva, que n i siquiera se había n o t a d o en m i vientre, me había abandonado.
ii
i turante dieciocho años la infeliz había v i v i d o en la casa c o n I
(
orno esposa, las pocas alegrías se habían transformado
i más grande y por no ser capaz de llevar a la desventurada
en penas infinitas; c o m o madre, n u n c a había gozado del recono-
I» |m ile aquel que no tenía n i n g u n a piedad.
c i m i e n t o de sus criaturas.
l i p a parecía t a c i t u r n o , impenetrable, n o hablaba. Y todos
Su corazón nunca había encontrado el camino del afecto. H a bía pasado la vida i n c o m p r e n d i d a por todos: de niña, su familia la
• >...,»!ms
seguíamos teniéndole cierto terror, que nos paralizaba
lint abatía.
consideraba romántica, exaltada y al m i s m o t i e m p o inepta, aunque fuese la más inteligente y la más seria de la numerosa prole. Había
I 11 i.iI mente, los médicos declararon que era necesaria una
roto sin remordimientos casi toda relación con sus parientes que
M i l a regular, en una casa de salud. N o se p o d í a dejar más a la " i Mii.i con los asustados niños.
desaprobaban a su esposo. Creyente, quizá con u n misticismo desalentador y sin afición por la práctica del culto, la religión no la
1
>< hecho, su p a r t i d a a la c i u d a d vecina fue para los p e q u e ñ o s
había librado de ningún dolor. A pesar de su fantasía viva y cálida
Inli l u e s , después de tantos meses de angustia, una liberación.
y de buen gusto, nunca se había dedicado a ningún arte, y ninguna
1
I m a g e n dulce y doliente que habían visto inclinada sobre sus
manifestación de su ingenio había despertado en ella una especial
í n u l a s durante sus años de infancia se había transformado en
fascinación que la evadiera de sí misma durante algún instante. N i
• • ligura fantasmagórica, p o r la que ya n o se sentían queridos
una amiga, n i una consejera, nunca, en su camino. Y una salud
I|U< iemían n o poder amar más. ¡ O h , si volviera p r o n t o para
incierta, u n organismo a t o r m e n t a d o p o r lentas enfermedades...
. i i también la sombra de aquel sueño siniestro!
1
\ ¿podría haberle p e d i d o perdón?, ¿haberle hablado sobre
¡Pobre, pobre alma! N o le bastaron la belleza, la b o n d a d o la inteligencia. La vida le había pedido fuerza: n o la tenía.
IIII pena sin n o m b r e p o r el recuerdo de haber sido tan i n h u m a I i Mostrarle que finalmente la comprendía?
•
¡ A m a r y sacrificarse y sucumbir! ¿Es este su destino y, quizá,
nunca más m i voz le llegaría al corazón. N u n c a más p o -
el de todas las mujeres? H a b í a pasado alrededor de u n mes desde m i enfermedad.
l " i h a b l a r a m i madre, lo sabía, lo sabía; ¡todo había t e r m i n a d o !
Solo u n a vez volví a ver a la enferma, u n día en el que ella estaba
I V ella, de lo que ella había sido s o l o quedaría en nosotros el
t r a n q u i l a y en el que, entre el resto de frases casi sensatas, m e
•
Jo, c o m o u n oscuro r e p r o c h e . . .
d i j o , h a c i é n d o m e temblar: — ¡ A y , si hubieras t e n i d o u n niño! ¿Por q u é n o has t e n i d o u n n i ñ o ? — . Ella había s o ñ a d o c o n u n n i e t o , ¡una m a t e r n i d a d
1
i iban los días y las semanas. I • o a poco m e liberé del a b a t i m i e n t o físico: la energía espiI parecía haberse e x t i n g u i d o . N o tenía n i n g u n a queja. I m a -
renovada! D e s p u é s , el m é d i c o me p r o h i b i ó más visitas. Cada tarde ve-
i n a k i q u e , p o r la serie de casos trágicos que se habían cernido
nía u n m o m e n t o m i h e r m a n o , o la hermana p e q u e ñ a , c o n la
ni MI m i eorta v i d a , ya poseía la visión c o m p l e t a del m u n d o : una
angustia en la garganta y los ojos dilatados. M a m á ya n i siquiera escuchaba sus voces, alternaba extravagancias c o n amenazas de
I n e l e x t r a ñ a . . . T o d o era placer y dolor, esfuerzo y rebelión; la |}ll!< i indulgencia era la resignación. II siquiera intentaba dedicarme a mis hermanas para atenuar
t o d o t i p o : la enfermera ya n o era suficiente para vigilarla. La niña r o m p í a a llorar entre mis brazos; el n i ñ o se t o r t u r a b a p o r
62
11 li
111 ura y darle u n propósito inmediato a m i existencia. U n a
63
• i< lía. Pero después surgía sin falta la imagen de la m u j e r doliente
joven institutriz que había llegado poco después de la partida de nuestra madre intentaba apropiarse de su afecto. Elegante y co-
b el 11 ágico asilo, tal y c o m o la había visto por primera vez pocas
queta, yo veía de mala gana c ó m o desempeñaba su delicada tarea y
las después de su partida. Y sentía u n escalofrío repentino,
pensaba que debería luchar para que ella no ejerciera demasiada i n -
lll la sensación de q u i e n , perdido en u n glaciar, siente la oscila-
fluencia en las dos niñas. Sin embargo, dejaba que estas se alejaran
lión de una cuerda que lo une a u n compañero que acaba de caer
de m í con una progresión insensible. Papá me buscaba menos aún.
• I ibismo. ¡ O h , la voz de m i madre, ya diferente, que decía cosas
D e la ausente, nadie pronunciaba jamás el nombre delante de él.
" i Gerentes! Y la inmensa vecindad de la que se elevaba u n z u m -
Incapaz de ver más allá, m i m a r i d o se c o n f o r m ó c o n m i t r a n -
bido a >nf uso de risas y llantos, c o m o el eco de una m u c h e d u m b r e
q u i l i d a d exterior, c o n la transformación evidente de m i carácter,
furli isa separada por u n m u r o del resto del m u n d o ; los grandes pa-
cada vez más sumiso. E l disfrazaba su i l i m i t a d o egoísmo c o n una
Illi». desiertos, que recorrían las enfermeras con manojos de llaves
atención superficial. Era una atención de b o q u i l l a , pero servía
• el < i nt urón, mientras a las puertas se asomaban a veces figuras
para i m p e d i r el estallido de m a l h u m o r y las explicaciones sin-
con grandes ojos en blanco y bocas sonrientes, fantasmas
ceras. Parecía que ambos temiésemos profundizar en la realidad
Í
y que u n pacto de silencio mantuviese las relaciones
l • que m i madre se aferraba llamando p o r su n o m b r e a la ciudad
cordiales
e indulgentes. Pero n o era exactamente así. E l creía en la per-
una vida oculta; y al final, la habitación blanca con sus rejas, a
• |H. se extendía lejana y bella bajo el sol, c o m o u n niño llama para
sistencia de m i a m o r y, p o r su parte, me quería u n poco c o m o
i «I l i g o y al bosque. Salí del recinto del d o l o r con u n escalofrío
a una cosa de su p r o p i e d a d , o c o m o si se l o impusiera alguna
• ••i, i ior, sin poder llorar n i hablar, sintiendo u n sufrimiento físico
idea convencional del deber. Yo adulaba su a m o r p r o p i o c o n m i
• |U< me postraba y me agitaba a la vez, algo oscuro e inexpresable,
belleza que florecía de nuevo, c o n m i inteligencia, c o n la calma
lomo un deseo i l i m i t a d o de evasión: evadir la vida y extraviarse en
y con la obediencia a sus caprichos celosos, que n o me ofendían,
1
• «He- que lleva al puerto de la l o c u r a . . .
y ante los que me mostraba sonriente. Si le daba alguna razón n n i o envuelto en una niebla lúgubre. D e s p u é s . . . después el
de malestar, era p o r la intolerancia cada vez más aguda de mis
1
sentidos ante t o d o i n t e n t o de perversión. M u c h o más ignorante
lili I d o en m í de una nueva vida, y la incomparable espera...
que b r u t o , él n o se lo explicaba y se atormentaba, mientras que yo solo me ocupaba de defenderme. Y los días, las semanas pasaban. Aquella época, a pesar de los
En primer lugar, tuve una sensación de temor, casi de terror: la • IH. 11 n o expresada pero tormentosa sobre la herencia personal que • i hijo btendría de m í y de m i pareja... Y otras preocupaciones
recuerdos que surgen aquí y allá, es una de las más confusas de m i vida, y la más indescifrable. Solo tengo la clara sensación de que algo, n o sé el qué, me defendía ante la tristeza y el abatimiento irremediables, me imponía seguir viviendo así, automáticamente, con u n oscuro orgullo ante la silenciosa aceptación del d e s t i n o . . . La m e m o r i a de los años de infancia era u n oasis al que a veces
64
profundas, pero también graves, sobre el futuro material l|ll< nos aguardaba, sobre mis aptitudes para la m a t e r n i d a d . . . I
ia primera impresión desapareció enseguida. M e atreví a Il hacia el f u t u r o , a aceptarlo c o n u n a valentía tan fuerte
Mi
persistente era en m í una p r o f u n d a melancolía, que nunca perimenté en n i n g u n a otra época de m i vida. Poco a poco
65
escuché c ó m o en m í se despertaban los instintos maternales;
nvencido de que n o h a n sido creados para la felicidad. Y 1a
sentí que m e volcaría en aquel p e q u e ñ o ser que se formaba m i s -
sventura estaba preparada para golpearle una vez más.
teriosamente, sentí que lo iba a querer c o n t o d o el a m o r que aún
M i suegro y m i m a r i d o cayeron enfermos al m i s m o t i e m p o ,
n o había dado a criatura alguna. Y u n placer silencioso y austero
• I primero por u n reumatismo ignorado durante m u c h o tiem-
floreció
p o , el segundo p o r u n a fuerte angina. A u n q u e la enfermedad
en m i alma, rociado p o r las primeras lágrimas dulces de
m i vida. Por fin, tenía u n a meta para m i existencia, u n deber
I
I viejo n o parecía tener demasiada i m p o r t a n c i a , la m u j e r y
1
• hija permanecieron en el cabecero de su cama y y o estuve
evidente. N o solo m i h i j o debía nacer y vivir, sino que debía ser el más sano, el más guapo, el más b u e n o , el más grande y el más
" l . i asistiendo a m i m a r i d o , cuya enfermedad avanzaba rápi-
feliz. Yo le daría toda m i sangre, toda m i j u v e n t u d , todos mis
damente. U n a noche m e pareció que le faltaba la respiración;
sueños. Por él estudiaría, yo m i s m a m e convertiría en la mejor.
• 'nédico que a c u d i ó h i z o u n gesto de desesperación, la enfer-
M i m a r i d o , tras u n m a l h u m o r que desapareció enseguida, se-
. l i d que sufría había a s u m i d o todas las características de la
guía m i embarazo con ternura. L o veía bien; ya notaba en él el fuer-
lili leí ¡a. N o supo e s c o n d é r m e l o , a pesar de m i estado; pero y o
te amor de padre, u n amor completamente instintivo, sin una pre-
me sentía a n i m a d a p o r la v o l u n t a d de n o p e r j u d i c a r en nada
ocupación real por la responsabilidad que empezaba para ambos.
I \a de la c r i a t u r a que latía en m i v i e n t r e . Estuve t r a n q u i l a ,
1
Su madre, para q u i e n nuestra boda solo c i v i l fue u n a pesadi-
• II el corazón confiado, d e j a n d o al e n f e r m o en la i g n o r a n c i a
lla, p r i m e r o m e suplicó que hiciera del n i ñ o «un cristiano», y yo se lo p r o m e t í , recordando que m i padre había hecho a m i madre
n N erdadero estado, asistiéndole sin descanso, c o m o segura
1
lli q u e el deber así c u m p l i d o n o h a b r í a p o d i d o ser m a l o .
la m i s m a concesión c o n nosotros. Pero t a m b i é n le dejé claro que n o habría tolerado interferencias suyas o de su h i j a en la educa-
I B ( nlermedad se curó en pocos días, tras los cuales el conva"
1
ción del n i ñ o , a q u i e n n o quería inculcar ciertos usos bárbaros a ú n vigentes en aquel lugar, n i rodearlo desde la cuna c o n a m u letos y otros objetos protectores. A eso m e respondía c o n una gallardía que contrastaba c o n su t i m i d e z h a b i t u a l : «¡Diez hijos he t e n i d o y a m a m a n t a d o yo misma!».
l
,(
> m ó conciencia del peligro del que se había escapado.
l u v o t i e m p o de regocijarse. Su padre había empeorado y al il MI d e dos semanas falleció, lira la primera vez que la m u e r t e pasaba llevándose u n a exis' id l.i < ercana a m í , pero m i alma n o se c o n m o v i ó . Q u i z á estaba l l i i i i i e de mis fuerzas, c o n todas las facultades concentradas en
D e los diez hijos, seis m u r i e r o n d u r a n t e su infancia y los su-
r v e u i o que iba a marcar m i vida.
pervivientes p o d í a n considerarse afortunados. Ella defendía que
I nmprendí la retórica del l u t o . M i m a r i d o y m i c u ñ a d a , que
los niños deben pasar cinco o seis enfermedades, en las que D i o s
"
a m e n u d o se los lleva para crear ángeles.
9 lo habían visto c o m o el poseedor de u n d i n e r o c o m ú n , p r o -
¡Pobre vieja! M e ayudaba a cortar y a hilvanar camisitas y camisolas, y disfrutaba c o n ese trabajo en la paz de nuestra salita; le enternecía u n dulce bienestar del que se consideraba
• habían sonreído a su padre después de su infancia, que
m»ron un terrible dolor. Q u i z á creyeron d u r a n t e algún t i e m i ¡ u f r í a n indescriptiblemente.
indig-
I icé aquella circunstancia sobre la base de algunas c o n -
na c o m o todos los que, tras sufrir d u r a n t e t o d a su vida, se han
I H Iones que había escuchado más de u n a vez de m i padre.
66
67
• E n aquel p u e b l o reinaba u n a gran h i p o c r e s í a . E n r e a l i d a d , los padres, ya fueran burgueses o trabajadores, eran
explotados
y m a l t r a t a d o s t r a n q u i l a m e n t e p o r los h i j o s ; sobre t o d o m u chas madres sufrían vejaciones en silencio. N i u n a m u j e r era sincera c o n su m a r i d o en el balance de los gastos, n i n i n g ú n h o m b r e llevaba a casa el salario al c o m p l e t o . Pocas parejas mantenían una
fidelidad
r e c í p r o c a , y de bastantes señores se
r e c o n o c í a a la a m a n t e en alguna m u j e r que v i v í a sola, o c o n u n m a r i d o , c o n fuentes de ingreso inconfesables. Poco t i e m p o antes, u n t e r r i b l e p a r r i c i d i o g o l p e ó a u n a f a m i l i a : el h i j o h a b í a s o r p r e n d i d o a su padre c o n su p r o p i a m u j e r . M u c h a s chicas se v e n d í a n sin la c o n s t r i c c i ó n del h a m b r e , p o r el c a p r i c h o de a l g ú n a d o r n o ; a los catorce a ñ o s n i n g u n a era ya i n o c e n t e . Pero se q u e d a b a n en casa, alardeando de su candidez, desafiando al p u e b l o a o b t e n e r pruebas c o n t r a su h o n e s t i d a d . La hipocresía se consideraba u n a v i r t u d . ¡ A y de q u i e n se atreviera a hablar c o n t r a la s a n t i d a d d e l m a t r i m o n i o y el p r i n c i p i o de la a u t o r i d a d paterna! ¡ A y de q u i e n se atreviera a mostrarse p ú b l i c a -
• I indo, a la luz incierta de u n alba lluviosa de a b r i l puse p o r I-MI,,, ra vez mis labios sobre la cabecita de m i h i j o , m e pareció |U< la vida asumía p o r p r i m e r a vez ante mis ojos u n aspecto ce|( i i i l ; que la b o n d a d entraba en m í , que y o m e convertía en u n llniiu> del i n f i n i t o ; u n á t o m o feliz, incapaz de pensar y de hablar,
m e n t e tal y c o m o era! Por eso m i padre había sido condenado y o d i a d o salvajemente p o r aquel p u ñ a d o de personas tan inferiores a él. Por eso siempre sintió u n i m p u l s o que lo había llevado a apartarse.
I illgado del pasado y del f u t u r o , abandonado al alegre M i s t e • ».. I >os lágrimas se m e pararon en las pupilas. Sostenía entre ION brazos a m i criatura: ¡viva, viva, viva! M i sangre y m i espíritu I «luí en ella: él era toda y o , desde ese instante, y t a m b i é n m e
¡Y m i h i j o nacía en aquel ambiente!
• • •' il c o m p l e t o , ahora y siempre. Yo le entregué una segunda
L o esperaba c o n u n a fuerte concentración, alejando c o n
11 v ida c o n la promesa y el o f r e c i m i e n t o de la m í a en aquel
energía cualquier asalto de pesimismo, m u l t i p l i c a n d o los m i n u ciosos preparativos, consciente y c o n m o v i d a p o r la d i g n i d a d que me recubría en aquel d e t e r m i n a d o m o m e n t o . T e n í a a m i lado la imagen de m i madre constantemente; de m i madre joven en los lejanos y desconocidos años de m i p r i m e r a infancia. Sentía en
1
v
idormccí... M á s tarde, tras descansar, envuelta en limpias sábaD | de lino, recuerdo haber sonreído a mis hermanas que habían I'l; recuerdo haberme m i r a d o en el espejo que una de ellas
m i alma el calor de aquel afecto que debía haberme d i r i g i d o con
Irc( ¡ó, y haber descubierto el lustre en mis mejillas, el esplen-
la m i s m a fuerza c o n la que m i corazón abrazaba amorosamente 1
la espera...
68
lemie beso cual sello celestial.
Vi a m i m a r i d o c o n m o v i d o p o r la felicidad, le sonreí, me
}| di mis ojos, la blancura de m i frente: una bella imagen de la
maternidad. A m i padre, que también había venido, el médico
• i i el d o m i n i o de la vida. Las horas en las que el p e q u e ñ o
le narraba las fases del parto: los primeros dolores a las dos de la
MI n i en su blaaca cuna a m i lado, y el silencio y la p e n u m b r a v
mañana, la rápida evolución de la crisis, una media hora de sufri-
lindaban la habitación, yo daba rienda suelta a la fantasía, y en
m i e n t o , la última angustia, y finalmente el alivio, el p r i m e r gemido
II mente se alternaban dos proyectos distintos: u n o tenía que ver
del niño excepcionalmente robusto y perfecto en sus formas. Las
MI mi h i j o , que resumía la visión de todos los meses anteriores
frases me llegaban c o m o la narración de u n acontecimiento lejano
n i . i m i e n t o y perfilaba ante m í la solemne dulzura de m i tarea
del que mis sentidos n o guardaban más que u n débil recuerdo. Sí,
lodriza, maestra y compañera; el o t r o , constituía el p r i m e r
m i cuerpo-se había visto envuelto en espiras de fuego, m i frente se
Ipulso invencible p o r la exteriorización artística de t o d o lo que
había cubierto de u n sudor frío, yo me había convertido — ¿ p o r
- onmovía ahora, lo que me llenaba de sensaciones distintas,
u n momento? ¿por una eternidad?— en u n pobre ser que i m p l o -
[lillas, nuevas e indescriptibles. Se desarrollaba en m i cerebro el
raba piedad, ajeno a t o d o , las manos convulsamente agarradas a
lliyctto de u n l i b r o ; pensaba escribirlo apenas fortalecida, d u -
imaginarias sujeciones del vacío y la voz convertida en estertor. Sí,
|Ui las largas horas de reposo al lado de la cuna. Y de vez en lo, en duermevela, sonreía ante imágenes de gloria.
yo había creído que entraba en la muerte en el m o m e n t o en que
I • séptima u octava noche después del n a c i m i e n t o , mientras
m i h i j o entraba en el m u n d o , había lanzado u n grito de insurrección en n o m b r e de m i carne desgarrada, de mis visceras devoradas,
urraba al lactante palabras de ternura, v i el rostro i n f a n t i l es-
de m i conciencia que naufragaba... ¿En qué m o m e n t o t o d o eso?
• «i u n a sonrisa. U n a sonrisa larga, plena, b r i l l a n t e y m i l a g r o -
¡Antes, antes! Antes de sentirme m a m á , antes de ver los ojos de m i
" li | ii i >dujo una sensación tan intensa que creí que m e caía.
pequeño; y ya era c o m o si nada hubiera o c u r r i d o , porque yo tenía
N o hice caso al d o c t o r cuando, a la m a ñ a n a siguiente, me
ahora ahí en m i cama el cálido cuerpecito envuelto en paños, por-
• i " que aquella sonrisa n o fue más que una contracción m u s -
que sentía u n bienestar delicioso en todos mis miembros, porque
I " absolutamente inconsciente, f r u t o solo del bienestar
fisio-
m a ñ a n a iba a dar el pecho a aquella b o q u i t a de la que salía u n
I
sonido que me hacía reír y l l o r a r . . .
• miso, lira m u y dulce pensar que entre m i h i j o y yo ya existía
i del que el n i ñ o gozaba en aquel m o m e n t o de saciedad y
¿Podría amamantar a m i criatura? D u r a n t e t o d o el t i e m p o
1 con u n t e de simpatías, y que, en el misterio de la noche, c o n
de embarazo esta fue m i p r e o c u p a c i ó n permanente; también la
I - mi i ostro amoroso en los ojos, el n i ñ o confirmaba ya su vida
tarde anterior m e había d i c h o a m í m i s m a que habría q u e r i d o sufrir algún día m á s , pero estar segura de poder criar al n i ñ o . Por
queño h o m b r e . I I i l o i tor me m i r ó c o n afecto y m e sugirió que n o m e excita-
eso, cuando vislumbré la boca c h u p a n d o ávidamente y escuché
llbrc i o d o que n o m e preocupara, c o m o empezaba a hacer,
la garganta tragar el líquido que manaba de m i seno, y después
r u d o que el p e q u e ñ o adelgazaba. M e aseguró una vez más
v i la cara satisfecha d o r m i d a sobre m i pecho, tuve u n a nueva c o n m o c i ó n inenarrable. D u r a n t e u n a semana viví c o m o en u n sueño placentero, en una p l e n i t u d de energía espiritual que me i m p e d í a sentirme extenuada, que m e hacía creer que m e dirigía
70
mi leche era suficiente y que n o tenía nada que temer. IW
el día enardeciendo m i corazón c o n la evocación de
iM.111 s o n r i s a n o c t u r n a , que m e había parecido u n p r e l u d i o a lli ¡.iias que m i h i j o m e daría c o n el t i e m p o .
71
Por la tarde v i n i e r o n mis hermanas c o n la i n s t i t u t r i z a visitar-
itli nos que habían
me. Conversaba alegremente c o n ellas, casi i r r a d i a n d o felicidad, cuando llegó m i c u ñ a d a . Sin manifestar interés p o r las presentes,
una m i r a d a , c o n t i n u a r o n t r a n q u i l a m e n t e c o n la conversación y
Tuve que ceder para que la criaturita n o se muriera. C o n s e g u í que l.i nodriza se quedara en casa y que m i h i j o d u r m i e r a a m i
" i ilquiera ella tenía leche suficiente para el p e q u e ñ o glotón que
siquiera esperó a que cerraran la puerta, se dirigió a m í c o n furia
• MI.II
p o n d e r c o n alguna frase de desprecio, mientras me abandonaba
iNnquila y buena, por fin calmó m i angustia p o r la salud del niño. Itlluycndo mis celos maternales, la pobre c h i q u i l l a se resistía a la Init ación de besar a la criatura a la que daba su sangre, y ponía HHI IS las facultades de su intelecto en n o transgredir mis normas.
sobre las almohadas, s i n t i e n d o la fiebre subir p o r mis venas, y separando al n i ñ o del pecho a raíz de exhortaciones sumisas de la alarmada sirvienta. D u r a n t e m u c h o t i e m p o la m u j e r h a b l ó y
\ pude vencer bastante m i pena, resignándome a d i r i g i r la obra •Ui no podía interpretar, y restableciendo m i organismo extraorm i e n t e trastornado. M e vuelvo a ver completamente pálida
!
habló fuera de sí, e n c o l e r i z á n d o s e . . . C u a n d o se fue, m e sentía
i iila de blanco, h u n d i d a en el sofá; i n t e n t a n d o calentarme al
exhausta, casi desmayada, incapaz siquiera de reprocharle nada a m i m a r i d o , de hablarle de m i estado... Por la noche el n i ñ o lloró, insatisfecho c o n la nutrición. E n su visita m a t u t i n a el doctor m e e n c o n t r ó mientras dejaba caer sobre la cara de m i h i j o , aferrado en vano al seno, algunas lágrimas desesperadas. N o tenía más leche. D u r a n t e quince días intenté en vano y con afán t o d o remedio, toda dieta, viviendo solo con la idea fija de
Di di mayo, escuchando distraídamente los discursos del m é d i c o , |
"
jalá me matara! S i n t i e n d o c ó m o su o r g u l l o crecía de
1
• Milu . implacable, t o d o m i ser se alzaba en u n í m p e t u . . . É l n o
c o n t a d o que el picapleitos se divertía desde hacía algunos días hablando m a l en las reuniones vespertinas en la casa de nuestro
igaba; amenazaba y acusaba. N o m e creía: m e había entre• • I " debía confesar... 1
pariente el asesor, y en la reciente fiesta de baile. O t r a señora de la c o m i t i v a y yo éramos la p r i n c i p a l diana de aquellas
charlas
N o recuerdo m á s . M e vuelvo a ver a m í m i s m a tirada en el MU lo alejada c o n el pie c o m o u n o b j e t o i n m u n d o , y vuelvo a
infames. A aquella se le atribuían varios amantes a la vez, a m í
1 1 1
solo u n o , discreto y a ú n p l a t ó n i c o , puesto que se hablaba solo de
Me matará?». C o n una calma extraña m e pregunté si a
E l d o c t o r estaba t r a n q u i l o , afable c o m o siempre, y deseoso de calmarme. H a b í a aconsejado al m a r i d o de la otra señora, y ahora
t r o m b a de palabras infames, líquida e h i r v i e n t e c o m o
( m u l i d o . C o n la cara c o n t r a el suelo una idea m e cruzó la
miradas p o r la ventana y de cartas...
90
-Para qué mentir? Yo había l l a m a d o a aquel h o m b r e . I había amado! T a m b i é n lo había rechazado, c o m o l o
lima se le unirían en algún m o m e n t o las almas de m i madre i «I
lujo.
91
ili
Y tengo la confusa sensación de la ira desesperada q u e m
tan irremediablemente vedados a la risa. Ponía atención
laces. H u m i l l á n d o m e , yo no p o d í a n i siquiera tener el consuelo
n - Miarle razones de p r e o c u p a c i ó n , incluso a n t i c i p á n d o m e a
de perdonar a q u i e n me o p r i m í a . N a d a estaba por encima de mí,
ith < \igencias, pero más p o r una v o l u n t a d de defender m i t r a n -
condenada a caminar agachada. Y m i h i j o , m i h i j o era otra v u
q u i l i d a d y la de m i h i j o que p o r u n í m p e t u piadoso. Él había
t i m a entre dos condenados encadenados. ¿ Q u i é n lo salvaría lie vándoselo lejos d o n d e alguien le transmitiera la v i r t u d humana:
• i. h«> a ser c o m o en el pasado, necio, ciego y t r a n q u i l o . C o n (pitas tic u n bienestar agradable, t e r m i n a b a p o r congratularse del ltnme< ¡miento que me había puesto en sus manos vencida, re• I n u l a y sumisa. Yo lo observaba d u r a n t e la rápida recuperación tli a i estado n o r m a l , sin indignarse. A estas alturas ya n o p o d í a ni por m í n i por él.
I n aquellos días de soledad i n f i n i t a , en la ausencia de toda •nal de vida h u m a n a , abandonada a toda esperanza y a toda fe, i é en u n l i b r o u n m o t i v o de salvación.
106
Era el p r i m e r o que cogía entre mis manos después de muchos
il» u n m u n d o . Y aquel encantamiento hacía retroceder en silen-
meses: u n envío de m i padre; que m e veía raramente y que me
i i n I los recientes fantasmas desesperados, hacía de la soledad
creía, seguro, c o n cierta amargura, una v í c t i m a silenciosa p o r no
rfl}«n agradable, y me defendía de las pequeñas realidades que
haber aceptado la invitación de refugiarme en su casa d u r a n ce
lltoideaban
aquellos trágicos días.
(
E l autor era u n joven sociólogo cuyo l i b r o , apenas p u b l i c a d o , expandía su n o m b r e p o r toda Europa. H a b l a b a de algunos d(
liando el sentido c o m ú n vencía los celos de m i m a r i d o y l o
llttlih 1.1 a
llevarme de paseo, yo sentía u n indescriptible fastidio
| n I is miradas de la gente y p o r el t e m o r a encontrarme cara a II i < o n el h o m b r e que p o d í a volver a encender en el alma de
sus viajes p o r países jóvenes y, c o n una elegante vivacidad, hacía a los profanos y escépticos ser conscientes de m u c h o s problemas
de su irremediable miseria.
Ijlili I I
estaba a m i lado la b r u t a l i d a d p r i m i t i v a . V i s l u m b r a n d o a la conocida figura, sola o en algún c o r r i l l o , y evitándola,
graves que surgían p o r el contraste entre dos civilizaciones.
il ii neldo m u t u o c o n m i m a r i d o que también escudriñaba la
U n a aguda facultad para la intuición y u n verdadero genio para la síntesis otorgaban u n raro atractivo a aquella obra algo
| lili
me
consideraba v i l . ¿Por q u é n o consideraba la existencia
iquel
h o m b r e c o m o u n hecho que n o m e incumbía? Q u i z á
atropellada pero pensada c o n i n g e n i o , en la que u n g e n u i n o sen
W
t i m i e n t o de h u m a n i d a d vivificaba cada página.
Un ei a o d i o lo que yo sentía p o r él, sino que más b i e n temblaba
Si en lugar de aquel l i b r o m e hubiera topado en aquel m o -
¡Milito se • prc
lecer un vínculo con su sucesor, para no alejarse del todo de IM ptopia creación.
con los trabajadores, había propuesto el nombre de m i maridl para el puesto de director.
bulo m i ser se sublevaba como si un monstruoso peligro ||1 amenazara; reclamaba la vida, la libertad. Cerrando los ojos
Me parece volver a escuchar el ataque de risa que me dlf cuando escuché el contenido de la hojita amarilla. Partir, volv. i allí abajo, ver a m i marido en el puesto de m i padre... ¡Qfl
I"
oídos a la llamada de la razón, de los derechos y de las
in< i sulades de los demás, una única visión me aterrorizaba: se • ii iba para mí fulminantemente el camino hacia el futuro, se
ironía!
Mu II' \a de nuevo al desierto. Y conmigo a m i hijo, al que yo
El calló. Estaba confuso. Lo miré y pareció que su rostro Im
li ibi i querido salvar de las influencias del ambiente originario...
biera adquirido instintivamente una nueva dignidad, como I
Ill niiotros dos, de nuevo, durante años, quizá durante toda la
el hecho de ser considerado merecedor de un cargo importan!
' i i o n las manos rendidas y la boca callada, frente a un pueblo
fuera suficiente para convencerle de un valor nunca sospechado
I ll «bajadores miserables y llenos de odio...
Y, de repente, m i felicidad se derrumbó. El «no» de la tarde anterior me volvió a la mente. Una nucí tidumbre desalentadora me acometió. Mientras tanto él, .mn la silenciosa interrogación de m i mirada, sintió la necesidad J fingir, de expresar indiferencia. Y m i ansiedad aumentó. Por la tarde, una carta de m i cuñada llegó, ilustrando los h«
!
chos telegrafiados; acentuaba la seguridad de nuestra vuelta • I patria» y decía entre otras cosas: «¿Recuerdas? Te lo dije en l'« cua...». ¡El lo esperaba desde hacía quién sabe cuánto tiempo! Y dos días después llegó la propuesta. Condiciones bastan»! buenas. Era la existencia asegurada, el bienestar en pocos m< quizá la fortuna con el tiempo. Debería haber estado leli/ el poco orgullo que podía poseer, porque inesperadann nt< alzaba ante los ojos de los demás el que me había hecho padl cer... También habría debido sentirme satisfecha diciénd que, en el fondo, ahora y siempre él nos debía a m í y a mi [Mili
170
I
171
na noche — é l había organizado su partida para el día si-
1
|MIM MU
me desperté y lo oí sufrir, dar vueltas en la cama, pro-
ai palabras confusas. Encendí una luz, ¡tenía fiebre! Recha|ti nula ayuda, escondiéndose bajo las sábanas con un gesto de rl< ii apelación. Cuando me pareció que se había calmado, quizá Ulnnnci ¡do, me volví a meter en la cama, a oscuras. Después de I - . , n tiempo, oí que llamaba, delirando en sueños, a m i amiga... (Pobre, pobre!... Luchaba, la criatura despreciable, luchaba la fuerza formidable que él nunca había conocido, nunca klinítido, ¿el amor? ¿Desde cuándo? Quizá la verdad se le había MI inhestado hacía unos días, desde que había decidido irse. Q u i • I n o lo admitía aún, se creía débil, enfermo...
Cuando terminaron las negociaciones, m i marido cayó en m i
l i a el castigo?
oscura tristeza. ¿Había anticipado su decisión quizá para repl mir cualquiera de mis posibles intentos de revuelta? Quizá p ••
I i dibujante lo había adivinado, quizá la primera. Y quizá,
no asistir a las demostraciones de sorpresa, a los reproches qu( i
la esperanza de que m i marido lo supiera por mí, ella me
amigas y los conocidos nos habrían hecho, a m i dolor mu u n
Huilla . 01 diado, a su vuelta del campo, su secreto. Ella amaba al ii Iisi(dogo que yo había conocido en la recepción de Mulier.
preparaba la mudanza; quiso hacerse el generoso. El partía ytñ
lo este tenía que convencer a sus viejos padres, algo muy d i -
concedía quedarme con m i hijo y con la sirvienta aún algún semanas en la ciudad; mientras esperaba a que m i padre, qu< 1 a establecerse en Milán, dejase libre la casa del director, ahd
i ' "I \e solo con el tiempo. Predisponerse para la propia
' lli i I i d con el sufrimiento de los padres a él le parecía egoísmo. Mi marido debía de notar ahora la atención que yo ponía, a
destinada a nosotros. Entonces, habría vuelto a recogernos. Pero el día que había decidido irse no salió de casa; pe necio taciturno y descontento en su mesa, escribiendo no se qti proyectos. Los días siguientes vagó por la ciudad, completara I te solo, como invadido de repente por un loco amor por aqiK II vida vertiginosa de la que estaba a punto de alejarse. Por la tari vino la dibujante, que había vuelto del campo. La conversa. I
•
pi ir, en observarlo, y eso lo irritaba. Sentía la necesidad de " nerse por encima de mí. Mientras tanto, m i amor propio (
• " «I-1 dolido. ¿Cómo explicar el hecho de que yo nunca había i i d o a aquel hombre que desde hacía diez años respiraba m i
" " m i atmósfera y, sin embargo, había bastado la sonrisa argén-
• • i de una extranjera para trastornar sus sentimientos? Y un afán
fluía lentamente, y se repetía como un estribillo la p|egun
i •
«¿Por qué irse?». Ella parecía rendirse ante una melancolía
i " " saber si aquel hombre era víctima otra vez de sus sentimien-
inven
iber me incendiaba; por saber cuál era la esencia del amor,
cible, hablaba del tiempo en el que se iba a quedar sola otra \
•
yo no soportaba imaginarme lejos de ella. M i marido la
Huilla que yo no poseía... Y una pregunta surgía como de un
como hechizado.
niii.il
n si la bonita criatura le había hechizado con alguna fuerza • •!« • horizonte: «¿Estoy hecha para ser amada?».
173
Él se fue. M i amiga se sintió aliviada. Durante algunos dítf
l orno el destino nos la había preparado. ¡Que confesase! ¡Que
nos hicimos compañía casi continua y muy grata. Ibamos por Le.
onociese que nuestros caminos eran diversos y que nuestra
calles, a las villas, por los campos, con el pequeño entre nosot i a\
u n í e r a una cadena también para él!
un poco distraídas, casi felices en ciertos instantes. Ella sacaba su cuaderno, donde esbozaba con rapidez poses de mamas, d
iuante dos, tres días, no recuerdo bien, la vida a m i alrede-
Ella me escuchaba sonriente. Cuando mencionaba el futuro, m i
t no me sacó de mis meditaciones. Para la revista no tenía casi
ojos se enturbiaban; m i querida amiga me cogía una mano, M
• I i que hacer, el editor que se había mostrado doliente al per-
tenía nada más que ese gesto para darme ánimos.
no, buscaba a alguien para sustituirme: «Es difícil encontrar a
También para ella el advenir se anunciaba indescifrable; de
" i i lea con imparcialidad libros de mujer». La directora, con
bía considerar imposible entregarse al hombre que amaba, e*
hacer entre cortés y distraído, me había dicho que esperaba
conderse con él para vivir felices y despreocupados de los vim u
| yo continuara con m i colaboración también desde el pueblo.
los sociales. Sola, ¿sola hasta cuándo? Desde el pueblo m i marido me escribía ingenuamente qij se encontraba perdido, que quizá ese ya no era un lugar p.n •
había pensado nunca en intentar alguna obra de ficción? I i noruega estaba en cama por una infección reumática que parecía grave. Iba cada día durante algunas horas a hacerle
nosotros, que sentía un deseo irrefrenable de volver... Le "
Hipa nía. Cada día también venía a visitarla su amigo el profe-
pondí un día con toda la fuerza de la piedad humana que lul.i
i I a primera vez que vi al joven inclinado sobre ella, me trans-
en mí, haciéndole entender que solo juntos mirando a la cari
Itlri la seguridad dulce de su amor. Pero en la habitación oscura
la verdad podríamos sentirnos capaces de disfrutar de la vida tal
174
I» ibía aire suficiente. Cuando él la convenció de la necesidad
175
de transportar la cama al estudio, la frente se le oscureció, aun que él le hubiera prometido que sería solo cuestión de días.
peí permanecer junto al hombre que creía que me amaba y a u n u creía ser útil. Mencioné el reciente descubrimiento de un
Apresuraba con el pensamiento la vuelta de m i marido; le
llevo sentimiento en m i marido, y m i reciente espejismo de i n -
habría propuesto una separación amistosa, yo podría vivir de
•I' pendencia... La aspiración apasionada a una vida de libertad
mi trabajo y de lo que m i padre me seguía dando. El pequen»»
\e acción, en a r m o n í a con mis ideas, se me reveló a m í misma
habría podido estudiar junto a mí, e ir a casa de papá duran ti
Verdaderamente como nunca antes. Cada una de mis palabras
las vacaciones.
Itrci ia iluminarme el fondo del alma. Y un cierto desconcierto
¿Por q u é no iba a aceptar? Él estaba en uno de esos mo mentos psicológicos que justifican las acciones más contrarié 2 nuestra naturaleza; todo debía aparecerle bajo un nuevo puní.,
m . invadió, mezclándose con la lúcida embriaguez del pensamiento finalmente capaz de manifestarse. I I hombre me miró con tranquilidad, después empezó a I' « u n . Consideraba inútil juzgar la decisión irrefrenable de m i
de vista. Sin embargo, no quería de ninguna manera desaprovei Im
Ipnciencia., ¿Estaba preparada para sufrir posibles consecuen-
la oportunidad. ¿A quién pedir consejo? La buena vieja mam i
• 11. El solo podía decirme que todas las cosas de la vida, tam-
aún no había vuelto de Lombardía. Y a nadie más habría podid. i
| | é n los problemas morales que nuestro orgullo crea, en el fondo
confesarme en aquel decisivo momento. Pero una imagen se mi
ii solo sombras. Para guiarse, en la vida, se necesita muy poco;
presentaba desde hacía algún tiempo, con una insistencia < 11
10 . omprendería algún día. Mientras tanto, le gustaba m i preo-
dente: ¿no había un hombre que decía poseer la verdad? De él
4 upación por ser sincera y racional. Se puso de pie, dio vueltas alrededor tocando los libros y las
podría recibir la fuerza. N o lo veía desde hacía semanas. Le invité con una nota I venir a casa para escuchar cosas importantes.
litografías. También yo me levanté y me apoyé en la mesa que l i b i a en el centro de la habitación; se puso a m i lado; era solo un
Llegó la tarde siguiente, mientras estaba a punto de ai 01
loco más alto que yo. C o n t i n u ó hablando, despacio. También
tar al n i ñ o . Durante algunos minutos habló con el pequen.,
u i a i pasado había cosas oscuras: él había creído en la ley, en el
amigo, que lo miraba confiado. Después, el p e q u e ñ o fu. |
pi o r í eso; había juzgado a los hombres en nombre de un absolu-
acostarse.
i " inflexible, había condenado... Después, un dolor tremendo,
Con un temblor interior extraordinario empecé a habla i I I me escuchaba impasible. Quizá lo sabía. Su cuerpo se inclinad i un poco hacia mí, en actitud de animarme.
11 muerte casi simultánea del padre y de la madre, le devolvió la • »ii. iencia de que el hombre es la nada y, por primera vez, sintió •I deseo tormentoso de dirigir su mirada a un punto más allá
Poco a poco me reconforté; sus preguntas, exactas, servían
• I' la vida. Habían pasado años y años, él había cortado todos
para dirigir y desenredar m i relato un poco cohibido. N o habla
I " lulos que lo ataban a la humanidad, y una luz, sí, una luz se
ba de un pasado lejano, o de m i adolescencia interrumpida; si >li l
libia encendido en su espíritu. Él creía que podía explicar ahora
de m i padre y de m i madre, de m i matrimonio, del largo peí i< n ll I
I ' ingina de nuestra esencia: de nuestra esencia inmortal. Este
en el que, consciente de mis sentimientos, había considerado un
• i ••oimiento aportaría a las criaturas humanas una gran paz;
176
177
las pautas para una conducta beneficiosa para nuestra propia
"»• "mprensible para sí mismo. Y ni siquiera entonces tenía la
voluntad durante este paso por la tierra. N o podía explicarme
fuerza para formarme un concepto exacto de su personalidad;
nada aún sobre ello. Dentro de poco... De cerca o de lejos, que
Monees menos que nunca. Es más, evitaba, probablemente sin darme cuenta, realizar m i análisis delante de él. Lo veía pálido,
continuara a esperar y a tener fe en su promesa. Desde la calle, de vez en cuando, el tranvía eléctrico lanzaba un aullido, y suscitaba en m í una sensación como de viento m u
demacrado, sombra de la vida, con una sonrisa cada vez más Bllgmática en los pálidos labios entre la leve barba negra, con
turno en la orilla de un mar tempestuoso. Me sentía realmeim
los de niño delicado y precoz que prevé todo lo que la vida
envuelta en una fría atmósfera que mitigaba, que cercenaba in
le va a negar... Yo temblaba. Tan débil y mísero como era, me
cluso todo impulso vital concreto, creando blancas alucinaciones
parecía admirable. Había en él una potencia que no sabía definir,
en las que la mirada se perdía.
Mro que consideraba más grande que cualquier otra. Él repre-
Cuando me encontré de nuevo sola en el estudio, donde la
tltaba para mí el incesante y terrible impulso del ser humano
lámpara parecía vigilar desde lo alto la ciudad entera, me invadí!
hacia la divinidad. Cuando la palabra «locura» se me venía a la
una alegría desconocida hasta entonces. ¿De qué se trataba? ¿I >c
• ilx /a, sentía que me atormentaba.
qué se trataba? N o quería saberlo, al igual que no me angustiaba
Pero él estaba seguro de m i fe en él; un centelleo fugaz me
el secreto que aquel hombre decía que poseía. Pero la antigtil
parc< ia que le atravesaba la mirada en los momentos en los que
alma rebelde ante cualquier yugo, que había llegado a odiai 11
• n. si u prendía concentrada y absorta en sus palabras. Nunca ha-
amor por el desprecio a la abnegación, se abandonaba a la dul/u
Mfl < ucontrado, seguro, una devoción tan férvida en un alma tan
ra de ser comprendida, escuchada por otra alma...
llhn v joven... I Ialdaba sobre él con m i enferma durante las muchas horas
El placer silencioso y casi inconfesable duró algunos días. I I amigo vino dos o tres veces más por la tarde; me había
pedid.,
IM. pasaba al lado de su cama; la enfermedad se había complildo, la infección había subido al corazón, y el pobre corazón se
que copiara el manuscrito de su nuevo opúsculo que estab.i I punto de publicarse. Ciertas páginas casi indescifrables p o i
m
• •••i. haba cada día más, palpitaba locamente y amenazaba con
añadidos y los borrones requerían de sus explicaciones. El me la-,
pal irse para siempre. El doctor, un viejo maestro de su prome-
daba con ese tipo de seguridad dogmática que impide cualqm» i
tido. ya me había revelado la gravedad del caso; él luchaba, pero
objeción. El opúsculo era una sátira cortante a la que no podfl
•MUÍ
no unirme; preanunciaba, pero no desvelaba del todo, la i d . I dominante del autor: la síntesis secreta creada por su
intelec
El joven fisiólogo la sonreía con ternura, pero de vez en lo me miraba atormentado. La enferma no sospechaba
' 11 no quería a su lado, además de a m í y al amigo, más que
m
Solo el estilo me perturbaba, complicado, enrevesado y a \ - -
• l i vecina viuda. Organizaba proyectos para su convalecencia
ilógico; pero más me perturbaban, a veces, ciertas frases dichl
"
a viva voz, frases oscuras, que me llevaban a los primeros m.. mentos de nuestra relación, cuando observaba a aquella extl
1
ña criatura como a un enviado temeroso del Misterio, qm/a
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pinendo:
«¡Qué fastidio, qué fastidio!».
Una terrible crisis, inesperada, aceleró el proceso de la enfermedad, y lanzó a la enferma ante el terror final. Permanecí dos lies al lado de la triste cama, la mano agarrada convulsamente
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por la suya; tristeza infinita por no poder hacer nada contra l |
• I niño se acostó, las almas se abrieron, con ardor la mía, un
misteriosa fuerza que la postraba. Durante algunas horas p e r »
I
prudente la suya. Él se aferraba a justificar su conducta. Yo
que el final era inminente. Escribí a m i marido dos líneas pftfl advertirle de la necesidad de quedarme algún día más.
[iiería que el tiempo pasase en vano perpetuando la mentira. respaldada por la excitación nerviosa después de tantos
• quizá
La tercera noche el corazón disminuyó bastante sus locos la*
di 1.
hablé
como nunca creí que podría hacerlo. Le dije lo que
tidos y el peligro se alejó. El joven, que había velado conmigt i 11
podría
tres tormentosas noches, se concedió un poco de descanso,
dirte, terminó admitiendo en silencio lo que yo le atribuía. Me
•
no me sentía cansada, y la sonrisa con la que la amiga acogí < i m resolución de quedarme junto a ella me impidió anhelar la p»/ de mis habitaciones, la respiración del niño dormido ante m i .
haberle dicho a m i hijo hecho hombre. El no pudo eva-
Ifti n c h ó también cuando concluí que era necesario liberarnos Itnbos
de una unión que nos oprimía.
I monees, con dudas, me preguntó:
ojos. La esperanza volvía a florecer.
¿De verdad lo crees? ¿Nunca podremos entendernos...?
Cuando llegó el alba dejé a la enferma al cuidado de la vi tula y me dirigí a casa. Tras pocos pasos por la calle desierta, blam 11 .
\ reí que podría llegar a convencerle. I n aquel momento sonó el timbre de la entrada. Era el profe-
me topé con m i marido que avanzaba con la cabeza agachada I
• | 1 quien no veía desde hacía algunos días. Por la mañana le ha-
estremeció, no supo encontrar una palabra, casi avergonzánd. i |
bí 1 hablado a m i marido de sus visitas, del trabajo que me había
Una mezcla de piedad y de desprecio me invadió.
hedido;
Después de haberle puesto al tanto de las condiciones d< 11 enferma, él intentó disculparse por el viaje inesperado. L e M U . rrumpí, no quería ofender de ninguna manera a la amig.i q d sufría allí arriba. También en casa callamos. Volví al poco tiempo junto .1 11 mentó. Lo observé. Pero esa que lo había enloquecido, que luí .1. conseguido casi vencer en él la codicia de un empleo
desead.,
ya no tenía el atractivo sensual que lo había cautivado. Era LUI pobre criatura marchita.
en su alma, de repente, toda la ira malintencionada de
• |u. era capaz. A duras penas pudo reprimirla y la conversación unió con dificultad durante algunos minutos hasta que el Ninigo
amiga. El vino por la tarde a preguntar si podía verla un m i
pero al verle llegar así, después de las ocho de la tarde, se
precipitó
decidió irse, apretándome la mano como un gesto para
o n i initirme valor. Sentí que había perdido la partida. M i marido empezó con u . indagaciones, brutalmente sarcásticas. Le dejé hablar y habí n. esperando que así se agotase, como otras veces, el furor que I. h a c í a
rechinar los dientes... Sin embargo, m i conducta sumisa
mpeoró la situación. Alterado por el sonido de su propia voz,
Ella le habló de mí, le dijo que yo había sido una santa pm 1
IIH ai usó, insultó al amigo, vomitó palabras despreciables, termiM" lanzándose sobre mí, para ponerme de rodillas, golpeándome
ella. —Ve un poco a casa, ahora, ve. Estoy bien, descansaré. Vcfl drás mañana por la mañana, ¿verdad?
b< MI al mente mientras yo forcejeaba a la vez con un angustioso • 1 ique de ira. De la habitación contigua el niño, despierto, me
¡Pobrecilla! Tuve que contentarla. Pero entre m i marido yyá
II miaba asustado. Conseguí desasirme y correr junto a la camita,
pesaba el silencio. Solo por la noche, después de la cena, cu i n d . .
" i i 10 aturdida. Las pequeñas manos de m i hijo recorrían m i
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rostro h ú m e d o y enrojecido, la vocecita temblorosa susurraba — N o quiero, mamá, no quiero... N o vuelvas allí con pap4, quédate aquí, ven a la cama, no quiero que llores... ¡Ay, sí, obedecer, obedecer a la pequeña voz afligida! Ya se trataba de las horribles noches del pasado en las que el alma envilecida aceptaba sin rebelión cualquier afrenta y no reí » ninguna llamada a la vida... M i hijo, ahora, se preparaba p$M defenderme, me quería para sí, me sabía buena, pura, tambUl reaccionaba al injusto dolor que por primera vez se le revelaba El hombre tuvo que dormir en el sofá en el comedor, y yt metí al niño en la cama; otra vez, esperé al alba. La vieja sirvienta, cuando me levanté, me interrogó tembl.m do. ¿Qué había oído desde su habitación? Me miraba con m u insistente piedad. Me cogió las manos, me besó algunas man • rojas de las muñecas. ¿Recordaba ella también horas de suplii \m Sus ojos tenían a menudo como el mudo reproche de las best 11 maltratadas.
f Kami nado la situación, se había impuesto una línea de conduela, había sentido evaporarse las nubes sentimentales entre las que había disfrutado en los últimos meses, se había visto preparado • nuevo para quitarle a la vida, sin miramientos, solo los bienes materiales —suficientes para él—. Quizá ya sabía de antemano lili la amenaza de quitarme a m i hijo iba a hacerme claudicar • I. nuevo. Se calmó, consiguió reírse levemente de lo que había pagado como de una debilidad. Creo que también me pidió perlón Acordamos que me quedaría en la ciudad aún algunos días, hasta que la enferma estuviese fuera de peligro.
A l mediodía, en la mesa, no recuerdo cómo la nueva eso na se desencadenó: solo sé que en un determinado momento me < Í contré con m i hijo abrazado al pecho, y delante m i marido enSarniento se dirigió naturalmente hacia el amigo. Él
casi fraternal, y no añadió nada más. Sin confesármelo claranu ll
Hipo aconsejarme. ¿Qué era yo para él? Él actuaba con todos,
me quedé un poco desilusionada; pensé que un gesto de plril
tilda yo, como hace el transeúnte que se inclina un momento
aunque despreciable, o un reproche me habrían aliviado mi Por la noche, después de la cena, mientras el niño j u - i l la alfombra al lado de la estufa, tuve una terrible crisis . 1 I
\k ñas de contrastes irónicos.
I niño y lo deja asustarse y llorar por algún pequeño inforque él podría eliminar fácilmente. ¿Podría? El niño casi lo Vil también, casi, lo había creído.
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Por primera vez me pregunté si la vida que él llevaba, al cotí trario que de purificación y de perfeccionamiento, era de I I friamiento, de crueldad inútil... ¿Qué razonamientos pod brotar de ello? Él creía que había llegado la hora de eximir al mundo ....
I leí mana me llamaba é l . . . Pero una hermana no puede nada. Otras debía de haber encontrado, y ninguna le había podido I o nar el camino de la felicidad... Y él, obstinado, quería transmitir a los hombres su palabra de renuncia, asegurarles que aquel minino estaba fuera de la tierra...
faltaba más que una preparación ritual...
1 entas, las respuestas llegaban. Sí, si él me hubiese llamado, •l< u n o s días antes, cuando «creía en él», yo le habría seguido; sí,
Y mientras él preparaba su liturgia, yo naufragaba y m i amiga
i " i él» quizá habría podido vivir sin m i hijo. En poco tiempo,
agonizaba. ¡Podría morirme también yo! ¿No había en todo < o.
• n gran cambio se había producido en m í . Algunos meses an-
algo de monstruoso? Me acosté. El sueño no llegaba. ¿Qué momento de lúcid.i con
i uando temí por la muerte de m i hijo, ninguna figura había
ciencia estaba atravesando? Desde que, con el niño abrazado C O i
tangido ante m í para confirmarme que podría haber vivido tam-
tra m i pecho, había renunciado a mis proyectos de libertad, m
lilrn por otro ser.
había preguntado aún realmente qué me esperaba. Estaban ihl
Y, sin embargo, no era amor lo que yo sentía por aquel hom1 n o podía ser amor; yo no deseaba nada para m í de él, es más, P ni I.I que una entrega por su parte lo habría reducido ante mis o j o s No podía sentirme feliz ante su beso.
las respuestas se cruzaban ahora contradiciéndose, abatiéndolo. Me despreciaba por m i debilidad... Me sentía v i l . . . Sufría sin utu meta, sin un consuelo, sin una utilidad para mí o para m i hijo Me dirigía hacia la felicidad como él en la espontaneidad d< MI seis años... Y presentía todas las torturas que él sufriría cuand< • • hubiese sabido el precio de la ignominia materna... Y, de pronto, una nueva pregunta surgió: «¿Si "él" te hubu
I t r o arrodillarme ante él, adorar su alma misteriosa... servir1
regarle m i ingenio, m i pluma, m i vida; esto habría podido
" l u í , si él hubiese querido... Y m i hijo no se habría sentido di l i nulado.
pedido que dejaras a tu hijo, si te hubiese propuesto qiu lo ••• guieras, que lo sirvieras, que llevaras a su vida esa armonía qtif
I i repente, al cabo de una semana, la enferma empeoró de • El prometido esta vez no me dijo nada, me miró como
le faltaba?». «¡Él!» ¿Vivía por tanto aquella criatura realmente en mí? ¿lira || más que un guía, un ejemplo, un consuelo?
Implorándome una palabra de consuelo; y yo lo comprendí, U amiga estaba perdida, perdida... el pobre corazón de un mentó a otro, m a ñ a n a o en unos días, se iba a detener de
Y otra cuestión fulminante: «¿Lo has amado?». Y además: «¿Habrías dejado todo por él?».
i nlpe...
Entonces, ¿para qué continuar con aquella lucha cada minu-
Lo veía frente a mí, como lo había visto aquel día con t nto || i"
alguna vez? ¿Había conocido alguna vez el descanso en el si no
kllviar a la enferma sino a atacar la enfermedad?
de una mujer que lo comprendiese y que lo defendiese d< \i temidas sombras del misterio?
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iodos
aquellos remedios, aquellas curas, dirigidas no solo a
encontrarme entre la multitud desconocida. ¿Había sido amado
|Ay, es imposible creer realmente en la ciencia que preanunm la muerte en un cuerpo en el que la vida aún vibra! Se cree
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más bien en el milagro, en una intervención desconocul.i Si
I I doctor me aconsejó que descansara algunas horas y que tjrfcpués diera un paseo con el niño al sol para fortalecerme y
espera, hasta el final.
pndci estar otra noche en pie.
Y nosotros esperamos. Él, con el cuerpo joven y austero, la
Nada más llegar a casa agarré a m i hijo entre los brazos, lo
ojos hundidos e hinchados detrás de las gafas; yo, más madura en presencia de la moribunda, cansada y pálida bajo la férrftj
•atuve durante un largo rato. N o descansé. No podía. Salí con
voluntad de resistencia; de pie a los dos lados del cabecero de la
1, cogí el tranvía de San Pietro. Quería ver a la vieja amiga que
cama, horas y horas, esperamos.
blbla regresado hacía poco. En la plaza, casi desierta, la column i i . i (on su corona de estatuas ondeantes parecía palpitar en el
Ella nos confundía casi en una persona sola, como en una ll
be \¡do, y en el gran silencio. Nos dirigimos a pie hacia Santo
mósfera protectora y fiel. Durante las crisis nos apretaba los dedo como con tenazas. ¡Pobres ojos azules y dolientes, pobre rost ro son
Ipil i l o , bordeamos el muro del hospital; al otro lado de la ca-
rosado entre cabellos color de espiga! Durante las treguas internaba
li'
|óvenes y mujeres andrajosos interrumpían sus juegos y sus - i
arrancarnos el secreto de su suerte para prepararse. Pero no i tela
saciones para mirar m i apariencia de forastera y tenderme
que fuera a morir, no podía creerlo, a intervalos seguía haciendo
•
mino.
proyectos y proyectos. Hablaba de un pueblo lejano, todo Mam ti
• '"
bajo la nieve. ¡Cuánto tiempo desde que no veía la nieve! ¡Se niait
• miseria, más ventanas de hospicios enrejadas. U n grupo de
Harapos colgados a lo largo de los muros, hedor en el
Por la subida de Sant'Onofrio más harapos, más niños en
juntos a los fiordos! ¡Pronto, a principios del verano! Yo agualdaba
Pili indas bajaba con algunas monjas. En lo alto, en la cúspide
la terrible noticia sobre el rostro del joven cuando se levantaba I M -
Irl lanículo, nos detuvimos un momento, jadeantes. Garibaldi,
haber escuchado sobre el pobre pecho blanco el latido similar a uM
de leyenda, destacaba en el azul, miraba tranquilo la cú• il i «norme a su izquierda.
enorme émbolo. Su rostro se endurecía para encubrir la pena ¿Durante cuánto tiempo? Ya no lo sé, me pareció intermití I
I I tesplandor de la masa compacta de casas, de torres, de
ble; por el contrario, debió de ser bastante breve.
fritóles que se extendía ante m i mirada era intenso, casi insoste-
Una mañana, la mujer me llevó a casa de la enferma una po