“Un viejo amor de origami”: “Alma en pena”

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DOMINGO 28 DE OCTUBRE DE 2018 EL TRIBUNO JUJUY

PROMETHEUS

“Un viejo amor de origami” De Carlos Vargas Perez El replicante Roy Batty llora recordando momentos, mientras la lluvia cae sobre su pelo albino. De su mano cuelga en el vacío el policía Rick al que encomendaron la caza de los pocos sobrevivientes prófugos de Marte, porque pondrían en peligro a la especie humana. Utilizando sus enormes poderes físicos y mentales, intentan hallar a sus creadores para que prolonguen su corta vida, lo que evitaría que adquieran emociones humanas; cuando se niegan son asesinados. Antes, con la ayuda de un colega experto, ha “retirado” a otros humanoides, excepto a Rachael, una nueva androide de la que se enamora Rick, y con la que al final huye con la anuencia impensada de aquél, Gaff, ese hombre con rasgos orientales que vigila su trabajo y señala su presencia dejando pequeños Origami a modo de rúbrica. Inesperadamente el último y más temido replicante adquiere rasgos humanos, se apiada y salva al que se empeña en su búsqueda. Entonces, cuenta brevemente su vida como esclavo y muere, mientras una paloma blanca escapa de su puño. Ese arte milenario sin el uso de pegamento ni tijera, se llama Origami, y consiste en plegar con las manos un simple trozo de papel para que adquiera formas en las que se reconozcan grullas, cisnes, flores, elefantes, vehículos, personas, unicornios, recipientes, mariposas... Es cuando el anciano que recuerda a duras penas esa

peli, Blade Runner, piensa en esas altas aulas de su niñez, con sus techos poblados de estalactitas blancas, fabricadas con hojas de cuaderno que, con forma de flecha, de lanza y el aguzado extremo amasado entre los dientes hasta adquirir una calidad gomosa que le permitía adherirse, eran arrojadas con energía por el joven guerrero de turno; con su secado, cada una era un fantasmal murciélago con rayas o cuadrículas invisibles, que no se inmutaban ante cuentas y oraciones con tiza en los polvorientos pizarrones de madera, ante la algarabía de los niños partiendo hacia el recreo, o al golpe de puntero que

castigaba al mentiroso adolescente descubierto. Recordaba los sencillos aviones en dos partes, cuya trompa y ala tenían un sencillo pliegue desmañado o alguno que imitaba un humilde tren de aterrizaje, y la cola doblada a lo largo, que aseguraba un metro adicional de vuelo a su nervioso piloto terreno. El repetido doblez en largo y ancho, hasta lograr un mínimo milhojas desabrido, pero que, arrojado con el empuje de una gomilla entre dos dedos o por el índice con su carga mortífera sobre la uña que, atrapada y liberada bruscamente por el pulgar, adquiría virtudes de resorte,

de ballesta o catapulta. A veces, el minúsculo balín orgánico, se introducía en el caño vacío de una birome, de una pajita de sorbete, del plástico por donde trepa la soda, y disparado con un violento soplido bucal en un extremo, no había arcabuz más mortífero, ninguna bombarda producía tamaño estropicio. Cuando el papel doblado y redoblado, adquiría un formato de sombrero napoleónico o como barco, surcaba el mar sin medidas de un charco o el salvaje Amazonas crecido al pie de una vereda, el verano se extendía doce meses, la alegría borroneaba fronteras. Pero, con frecuencia alarmante, esos tubos de diferente origen, se utilizaban para aspirar por las narices una línea prohibida de polvillo blanco sobre un papelito, ¿eran también Origami? Y cuando la abuela Sara confeccionaba con un diario un cartucho con formato cónico, introducía el extremo fino en el oído del niño con dolores, y encendía el vertical distante del que yacía acostado, el alivio llegaba con los secos resoplos repetidos, era contagioso el regocijo de la afectuosa curandera sin matrícula: "salió el aire", decía entre humaredas y los negros trocitos inasibles, ¿era también un Origami? El “juntapiojos”, con cuatro caras escondidas entre los dedos en posición de frunce, que mostraba u ocultaba a voluntad del titiritero, los afrentosos insectos dibujados en un par, o la impoluta condición de la

RELATO

“Alma en pena” De Héctor José Méndez En el mes de septiembre las noches maimareñas comienzan a atemperarse, lo que invita a las familias a quedarse de sobremesa luego de la cena, “para hacer la digestión”. En la gran casa de los Maurines, a la entrada sur del pueblo, encontrábase reunida la familia de don Rafael Valdivieso; su esposa Carmen con su hija Rosa en brazos, algunas criadas y otros familiares. -Me han dicho que el Gallego está muy grave- comentó el jefe de la casa. -¿Y qué vos no estás peleado a muerte con él?- preguntó doña Carmen. -Mmmmmm…..pero en caso de peligro de perder la vida, hay que perdonarse. No es bueno que el alma se quede con un cargo de conciencia o disgustado con alguien, porque no descansará en paz y hasta puede andar penando por ahí. Así pues, mañana iré a disculparme con el Gallego explicó don Rafael. La conversación giró hacia otros

temas y ya nadie se acordó del moribundo. Se hicieron las diez de la noche y todos, entre bostezos, decidieron irse a la cama, cuando una especie de maullido largo que venía desde el fondo de la quinta, los detuvo en seco. -Debe ser un gato, no se asustenprevino don Rafael sin poder evitar un estremecimiento… Otra vez el aullido, esta vez más bien como un quejido doloroso. Ya no parecía un gato. Se lo escuchó

mucho más cerca, en el fondo de la casa, por donde está el horno de barro. Todos se miraron con el terror reflejado en el rostro, pero nadie habló. Una corriente eléctrica parecía flotar en el ambiente. La luz de la lámpara comenzó a vacilar haciendo mover las sombras en una danza macabra. Cada uno permanecía petrificado en su sitio, escuchando los propios latidos de su corazón que quería salirse por la boca.

Mentalmente todos pedían la protección de Dios. -¡Aaaaooooooouuuuuuuuu!!!se escuchó ahí nomás, en la puerta que daba al patio empedrado. Doña Carmen, sin darse cuenta apretó fuertemente a su hija de meses, la que dio un grito estremecedor, que conjuro el hechizo y sirvió de antena de descarga, pues el aullido se cortó abruptamente y la tensión de las personas se relajó milagrosamente. Don Rafael atinó a ver la hora en su reloj de bolsillo. Las diez. Nadie comentó nada, sólo se miraron y, como si telepáticamente se comprendieran, mudos, se fueron a dormir. Al día siguiente temprano, don Rafael se dirigió presuroso al pueblo. Ya se encontraba en las primeras calles, cuando alguien le dijo: -El Gallego murió anoche a las diez. En ese momento, las campanas de la iglesia comenzaron a doblar por la muerte de Manolo Rodríguez, al que todos llamaban afectuosamente: el Gallego. (Fuente: “Relatos Maimareños y otros cuentos”. Agradecimiento a Biblioteca Popular de Jujuy- sección autores jujeños)

amistad en el otro; los ingeniosos ‘machetes’ de las pruebas ocultos en insólitos rincones del cuerpo o de la ropa, y las cartitas de amor, de ruptura, de afrenta, de paz, de chisme, de cita; el cartelito adherido en la espalda o plegado en un bolsillo del guardapolvos de un compañero descuidado, con un texto ofensivo o solicitando un golpe, ¿podrían considerarse Origami? El colchón de celulosa con sábanas púrpuras, que sobrevuela su sueño como una alfombra mágica que traslada desnuda a una mujer rubia, ¿era un Origami? Y el corazón quieto, simulado con un pálido papel desfallecido por la herida de un adiós sin tijera ni engrudo, ¿era un Origami? Y el hombre solitario de cabello blanco como el jefe de mutantes que quizá soñaba con ovejas eléctricas, el que también lloró alguna vez ante una lluvia mansa que mojaba un vidrio mientras enviaba un verso cursi a una prima lejana, ¿era un Origami soñado por un hombre triste que vuelve del trabajo, y recuerda a una bella dama a quién nunca pensó que había amado?. Ese hombre, que mirando sus ajadas manos nudosas supo, como Roy Batty, que "todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia". De esa última lluvia sobre un papel que será inútil para fabricar el Origami de un celu que no borrara fotos ni estropeara escritos; que será inútil para imitar un árbol, una flor, un nido, un pájaro, y a la mujer rubia que podía haber amado. Entonces, invocó a su creadora, la única que podría renovar sus poderes y recuerdos y, quizá, otorgarle una prórroga al plazo de vida que, sin ese amor, se había cumplido.

Eternamente agradecidos… Desde Literarte, queremos agradecer antes que nada al diario El Tribuno de Jujuy y a su Gerente ejecutivo Rubén Armando Rivarola por habernos concedido este espacio para adentrarnos en las letras y en el arte. A todos los que nos colaboraron con sus obras literarias y artísticas por permitirnos mostrarlos al mundo, mediante estas sencillas publicaciones. Don Oscar d’ Oliveira dio el primer paso, el equipo que desde siempre lo acompañó continuamos con su legado, pero todo ciclo así como empieza, tiene un final. Nos vamos despidiendo de nuestros lectores y seguidores y en la próxima y última edición les daremos lo mejor de nosotros a todos ustedes para que esta despedida sea memorable. Otra vez, con el corazón henchido por haber cosechado tanto amor de nuestros lectores y gracias a la magia de artistas y escritores… Otra vez, ¡Muchísimas gracias a todos!