Un Amor Inevitable - Carolina Paz

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Un amor invitable Carolina Paz Copyright © 2017 All rights reserved. Era inevitable coincidir, chocar, la explosión, disgregarnos, dolernos, buscarnos, reconstruirnos, fusionarnos. Era inevitable amarnos.

Edel Juarez. SINOPSIS ¿Cómo se sigue con la vida después atravesar por un gran dolor? Eso es lo que debe aprender Alyssa que, luego de sufrir una gran pérdida, debe continuar sola con su vida. Todos le dicen que saldrá adelante y que superará todo, pero ella duda de que podrá lograrlo. Se siente desgarrada por

el dolor de perder a la persona tan amada. Sigue con su vida como una autómata sin que nada la motive. Hasta que decide aceptar la invitación a un lugar que le trae muchos recuerdos de momentos felices. Es ahí donde ella comenzará de nuevo, donde conocerá secretos muy bien guardados y sentimientos de los cuales

se siente culpable, pero que le serán inevitables sentir. PRÓLOGO 5 AÑOS ANTES David observaba desde el marco de la puerta cómo su hermano Steve se preparaba frente al espejo para su gran día. Era la boda de su hermano mayor y, aunque él lo quería y lo había respetado siempre, ese día no

estaba muy contento con el paso que su hermano iba a tomar. ―¡No puedo creer que lo vayas a hacer! ―dijo interrumpiendo a Steve quien hasta ese momento había estado concentrado en que el nudo de su corbata quedara perfecto. ―Hermano, ven y ayúdame con esto. David se acercó hasta donde su hermano mayor, pero no le ayudó con el nudo

como este le había pedido, sino que se paró frente a él para enfrentarlo. Ambos hermanos eran muy unidos. Para David, Steve había sido su ejemplo a seguir ya que había perdido a su padre cuando apenas era un niño de cinco años. Pero ese día, sentía que toda aquella admiración, todo el cariño y el respeto que le tenía se los

había llevado el viento. ―Steve, no puedes hacer esto. Tienes que detener esta boda. ―¡No digas tonterías y termina de ayudarme con el maldito nudo! Steve se estaba tornando de mal humor, pero no tanto como David que sentía que en cualquier momento estallaría y podría llegar a golpear a su hermano… podría, pero no lo haría.

Por eso trataba de convencer a su hermano de que parara todo, de que detuviera aquella boda, pero Steve no estaba de humor como para darle el gusto a su hermano menor. ―No es justo y lo sabes. ―¿Qué no es justo? ¿Qué me case con la mujer que amo? ¿Eso no es justo para ti? David tragó en seco y apretó la

mandíbula, había sido muy obvio ante lo que sentía por la que se convertiría en su cuñada, obvio para todos, menos para ella. ―Dices que la amas y no eres capaz de decirle la verdad. No puedes empezar una familia ocultándole algo tan grande, no es justo para ella. ―Se lo diré, no te preocupes por eso,

hermanito, solo que hoy no es un buen día. ―Steve… ―¡No, David! ¡Hoy no! David miró a su hermano y sintió que su héroe, su amigo, se le caía del altar en el que lo había puesto durante años. Tal vez él debería decirlo todo, gritar en medio de los invitados el secreto de su hermano, pero con eso le arruinaría el

gran día a ella… a ella. No, ella no lo merecía, pero tampoco merecía la mentira. Tal vez debía confiar en su hermano y creer que él le contaría una vez ya estuvieran casados y todo se arreglaría porque se amaban, de eso estaba seguro, aunque Steve le ocultara algo tan importante. ―Eres una basura de persona, ¿lo sabías?

―Di lo que quieras, hoy no me arruinarás mi día. Sé que solo quieres correr y contar todo, pero, y lamento decírtelo hermano, nunca podrás tenerla, saca eso de tu cabeza soñadora, ella será mi esposa. David bajó la vista al suelo y apretó sus manos en puños con rabia y un dolor en el corazón. Su hermano ya no era el de antes y le

dolía darse cuenta. ―Ahora, lo que necesito es que te quedes callado y me acompañes al altar. Y así lo hizo. No dijo nada y luego paso días y meses reprochándose su silencio. Sufrió con cada voto matrimonial, murió un poco con cada sonrisa de felicidad de ella, con cada mirada enamorada que le dedicaba a su esposo. Solo compartió un momento en la cena

de bodas y luego desapareció del lugar. No quería ver cómo ella era engañada, no quería ver cómo la perdía en manos de un hombre que se había vuelto un extraño para él. Se alejó para siempre de sus vidas. La relación de hermanos cariñosos se rompió para siempre, y a ella… a ella nunca más la volvió a ver. UNO

Ya no aguanto más. No soporto verlo así, tirado en una cama de hospital, esperando el momento en que tenga que partir y dejarme sola. No es justo… La vida no es justa. Lo miro y sé que ya está cansado de luchar, solo quiere partir, dejar su cuerpo y descansar de esta maldita enfermedad. Pero yo, egoístamente, le digo que no.

Que no me deje, que luche para estar conmigo, pero hoy ya no quiero más, solo deseo que él parta pronto, aunque sé que eso me partirá el alma. Mi corazón ya no aguanta verlo de esta manera, lo amo más que a nada en esta vida, pero solo quiero que él no sufra más. El médico tratante me ha hecho salir de la habitación para revisarlo. Hace una

semana atrás, nos dio la noticia de que Steve, mí adorado esposo Steve, había entrado en fase terminal del cáncer de estómago que le fue descubierto hace más de un año. Steve siempre fue un hombre sano, nunca lo aquejó ni siquiera un resfrío fuerte, por eso nos sorprendió tanto cuando le diagnosticaron un cáncer en etapa avanzada. Mi mundo se derrumbó

con esa noticia, mi marido, el único hombre al que he amado sobre esta tierra, tenía los días contados. Fue un golpe devastador para ambos. Yo que, no quería creer que él me dejaría sola, sin su amor, sin su presencia en mi vida, y él que,luchaba por alargar sus días a costa de sufrimiento, probando cada uno de los tratamientos de los que nos hablaban sin resultado alguno.

Él sabía que era una lucha perdida, pero lo hacía por mí, para hacerme feliz a mí. Y ahora que, ya queda tan poco, me doy cuenta de lo egoísta que he sido, queriendo retenerlo aquí conmigo y él luchando por hacerme feliz, cuando debía ser al revés. Veo salir al doctor con su cara de póker que no me dice nada y llega a mi lado. —Señora Brown. —Su es voz plana,

inexpresiva. La voz que precede a una mala noticia. —¿Cómo está Steve, doctor? —le pregunto, aunque ya sé de antemano la respuesta. —Bueno, señora Brown, usted sabe el estado de su marido —me dice sosteniendo mi mirada —. Voy a ser sincero con usted, y disculpe que sea tan crudo, creo que

debe comenzar a despedirse de Steve. No sé qué espera que haga, cómo quiere que actúe, pero lo único que puedo hacer es llorar. Sé lo que viene, sé el paso que le espera a Steve, pero así y todo, no puedo dejar de sentir dolor y tristeza. —Lo siento, señora Brown, pero su marido ya está desahuciado, solo está esperando el momento para partir, y

creo que será pronto. Todo me da vueltas, el momento que tanto he pedido que no llegara, ahora está a la vuelta de la esquina y lo peor es que no puedo hacer nada para evitar este trago amargo. —Bien, doctor —digo, tratando de usar las últimas fuerzas que me quedan—. Entraré y me despediré de mi marido.

No sé cómo logro decir esa frase. No sé cómo hice para sonar tan calmada, cuando lo único que quiero es subir hasta la azotea del edificio más alto que se encuentre en esta ciudad y gritar todo lo fuerte que pueda para sacar el dolor que me está carcomiendo por dentro. Este dolor que quema mis entrañas y con el cual acabaría lanzándome desde lo alto del

mismo edificio. —Avise a sus familiares, no puede estar llevando esto usted sola. Una vez que pase lo inevitable no tendrá cabeza para nada. —No se preocupe, ya están todos avisados, dentro de poco llegarán. La familia de Steve debe venir viajando. Su madre, su tía y su hermano es toda la familia que tiene mi esposo. Mientras

que yo, solo cuento con mi hermana Janis por todo apoyo. —Bien, no le quito más tiempo, vaya con su esposo ―me dice el doctor. Tiempo, todo se reduce a tiempo. En mi caso el tiempo se me escapa cómo agua entre las manos. Ya no me queda tiempo con mi marido, ya no puedo volver el tiempo atrás, ya no puedo alargar el tiempo que deseo pasar con él.

El médico se aleja dejándome en la entrada de la habitación de Steve. ¿Qué hago? No sé… solo quiero salir de ahí y correr y correr hasta no sentir mi cuerpo. Pero no. Tengo que ser fuerte, me digo, quiero que Steve me vea fuerte antes de partir, que se sienta orgulloso de mí allá donde sea que va. Abro lentamente la puerta de la

habitación y dudo un poco antes de entrar. Tomo una honda respiración y trato de no llorar, no quiero que mi amor me vea llorando. Me acerco a la cama donde está acostado desde hace una semana. Está delgado, con los ojos hundidos y un tono amarillento en su piel. No queda rastro del Steve del que me enamoré en la universidad y con el

cual me casé hace cinco años. Ya no queda rastro de su bello rostro y de su boca rellena que me hacía volar fuera de este mundo solo con un beso. Él siente mi presencia y abre lentamente sus ojos, esos ojos azules brillantes y pícaros que me hipnotizaban y que ahora son opacos y tristes. No puedo verlo así, tengo que salir de aquí, no voy a aguantar esto. No voy a poder.

«Hazlo por él, Aly. Aprovecha cada segundo» —Aly —me dice con un hilo de voz y tomando mi mano—, qué bueno que estás aquí, hermosa. —Dónde más podría estar, cariño —le contesto con una sonrisa, tratando de que no note lo triste que estoy, pero sé que he fallado la misión.

—No sé, tal vez estabas por ahí coqueteando con algún doctor. —¿No será que quieres que yo me busque un médico para que tú puedas coquetear con esa enfermera que viene a atenderte? —digo tratando de mantener el buen humor. —La enfermera Fisher es un poco mayor para mí, ¿no crees? —me dice y trata de sonreír con las últimas fuerzas que le

quedan. —No sé, yo veo que cada vez que ella entra tú le coqueteas descaradamente, no creas que no me doy cuenta. Le acaricio la cara y él cierra los ojos ante el contacto, como si quisiera llevarse ese recuerdo en su memoria. Un escalofrío me recorre por completo. —Aly, sé que mi hora está llegando. — No, no quiero que diga eso, no quiero

mantener esta conversación. —Steve, cariño, no digas eso… —No Alyssa, déjame hablar, por favor. Tal vez sea la última vez que pueda hablar contigo, escúchame, ¿quieres? No me queda otra opción que aceptar, aunque no quiero escuchar nada de lo que tenga que

decir, acepto, asiento con la cabeza y cierro mi boca. —Aly, los dos sabemos que queda poco, que mi tiempo se acaba, por eso quiero que me prometas algo antes de morir. —No, Steve, no digas nada. Por favor, cariño, no digas nada. —Es lo que alcanzo a decir antes de que las lágrimas comiencen a brotar de mis ojos sin poder

controlarlas. Steve toma una honda respiración, ya le cuesta respirar, se está esforzando al límite en esta despedida, no sé si podré soportarlo. —Alyssa, solo quiero pedirte que, cuando yo deje este mundo, tú sigas con tu vida… —No me pidas eso, amor, tú eres mi vida, no me pidas eso.

—Escucha, cariño, yo voy a descansar de todo esto, pero tú debes rehacer tu vida, Aly. Mereces ser feliz. —No puedo, Steve, sin ti no podré hacerlo, no me pidas eso. —Claro que podrás, cariño. Eres fuerte, hermosa, joven, te mereces volver a reconstruir tu vida. Yo te agradezco todo, Aly. Todo el tiempo que estuve

contigo, todo el tiempo que soportaste conmigo esta enfermedad, pero mereces ser feliz amor, prométeme que buscarás la felicidad. Yo ya no quiero escucharlo más, no quiero escuchar que se marchará y me dejará sola, quiero irme con él, quiero morir con él. No podré aguantar ni un segundo sin Steve en mi vida. Él vuelve a tomar otra honda bocanada

de aire, sé que se acerca el final, lo veo acercarse más rápido de lo que imaginé. La muerte se encuentra en esta habitación contando los segundos para arrebatarme a mi marido. —Promételo, Aly, promete que serás feliz, que volverás a amar, promételo amor. No quiero prometerle nada, porque sé que no lo cumpliré. No quiero, pero

debo hacerlo para que se vaya tranquilo. Dios mío perdóname, perdona la mentira que voy a decir, pero tú sabes que es para que él se vaya en paz. Él me mira, espera mi respuesta. Y lo decido, decido decirle a mi amado esposo que, después de que él haya partido de este mundo, yo trataré de ser feliz con un nuevo amor. —Sí, Steve. Lo prometo, prometo que

reconstruiré mi vida, que buscaré mi felicidad. Y como si solo hubiese estado esperando esas palabras, él suelta el aire que había estado conteniendo y su mano que, sostengo entre las mías, se vuelve laxa, la suelto y esta cae como un peso sobre la cama. Todo ha terminado, mi esposo, mi amado Steve me ha dejado… Mi gran amor ha muerto.

Siento que el alma sale de mi cuerpo, es un dolor indescriptible, quisiera rasgarme el pecho y arrancarme el corazón para dejar de sentirlo. Todo el llanto que había estado conteniendo aparece ahora con fuerza. Me lanzo sobre su pecho y lloro como un niño. No es justo, sé que es feo decirlo, pero ni cuando mis padres murieron sentí este enorme dolor ¿Qué haré ahora? ¿Cómo

seguiré con mi vida si no tengo cabeza para nada, si no tengo a Steve? Me incorporo un poco y alcanzo el timbre para avisarle a la enfermera que, el nefasto día llegó y que mi esposo saldrá del hospital, pero no caminando como yo esperaba, si no en una maldita caja de madera. La enfermera entra y me ve llorando

sobre el cuerpo de Steve, no pregunta nada, ha entendido todo. Sale de la habitación para volver cinco minutos después con el médico tratante. —Señora Brown, lo siento mucho. Pero piense que él ahora ya está descansando. Yo levanto los ojos para mirar al médico ¿Qué piensa que hace? ¿Cree que con sus palabras voy a sentir menos dolor?

Sé que él ha dejado de sufrir, que ya no siente nada, pero eso no quiere decir que acepte que esté muerto y que me he quedado sin lo que más amaba en la tierra. —Los familiares del señor Brown ya están en la sala de espera. Necesito que salga un momento de la habitación para poder constatar la hora de muerte de su esposo y llenar el acta.

—¡No! —le digo de forma airada, no quiero separarme de Steve, no quiero que nadie lo toque. Me aferro a él como un náufrago a su tabla de salvación. —Señora Brown, por favor, déjeme hacer mi trabajo, tengo que hacerlo… —No quiero dejarlo, doctor. No quiero, no me pida eso, por favor. —Alyssa, por favor, salga de la habitación y déjeme cumplir con el

procedimiento. Yo no quiero moverme de ahí, no quiero separarme de Steve, sé que este será el último momento que estaré con él . Comienzo a llorar otra vez, pero ahora con mucha más desesperación que hace un rato atrás, no me importa que el médico me escuche, no me importa nada, ni nadie. —Alyssa —Vuelvo a escuchar al

médico que trata de convencerme de salir de la habitación —, salga, por favor, vaya a hablar con su familia. No me obligue a sacarla y darle un calmante. Levanto mi vista hacia él y decido dejar que realice su trabajo. Aunque me cueste reconocerlo tiene razón, debo ir con la familia de Steve para darle la noticia. —Está bien, doctor. Saldré de la

habitación, solo me voy a despedir de mi marido. El médico asiente con su cabeza y se aleja dándome un poco de intimidad en ese espacio reducido. Paso mis manos por el rostro de Steve, lo acaricio suavemente, le beso una mejilla y luego la otra. Tomo la mano izquierda, donde tiene la alianza de matrimonio y poso mis labios

suavemente sobre ella. —Adiós, amor mío… descansa en paz. Aunque no quiero salir del cuarto, debo hacerlo, tengo que hablar con mi suegra que, de seguro estará igual o peor que yo. A mí se me murió mi amado esposo, pero a ella se le acaba de morir un hijo. Miro por última vez a mi Steve y noto que está en paz, descansando por fin de tanto sufrimiento y eso me tranquiliza,

aunque solo sea un poco. Llego a la sala de espera del hospital y me encuentro con mi hermana Janis, Susana, mi suegra, Ángela, la tía de Steve y David, mi cuñado. Todos me miran, pero nadie se atreve a acercarse, deben de notar el dolor en mi cara y no saben qué decirme. Yo paso mi mirada de una cara a otra buscando un poco de

consuelo, necesito un abrazo, pero no logro moverme, es como si me hubiera convertido en una estatua de mármol. Vuelvo a mirarlos y veo que Susana se está acercando a paso lento, estira una mano, yo me acerco un poco más y nos fundimos en el abrazo más doloroso de nuestras vidas. Ninguna de las dos es capaz de hablar, solo se escucha nuestro llanto

desconsolado. Sigo abrazando a mi suegra y de pronto ella, tomando una honda respiración, logra hablar: —Querida —me dice acariciando mi rostro —, sé que es difícil, pero tenemos que ser fuertes. Steve está mejor ahora, Alyssa. Yo solo soy capaz de asentir con mi cabeza ¿Por qué todos se empeñan en decir lo mismo?

Sé que él está mejor ahora, lejos del dolor, pero nadie sabe el dolor que siento dentro de mí por no tenerlo más a mi lado. De pronto caigo en cuenta que estoy siendo una maldita egoísta. Steve solo quería partir. Aunque estuve con él en todo el proceso de la enfermedad, no logro dimensionar el dolor físico por el cual pasó. Él

estaba sufriendo y yo solo quería que siguiera conmigo para no estar sola. Luego Ángela, la tía de Steve, llega a mi lado y también me abraza diciéndome cuánto lo siente. Después de ella viene mi hermana, Janis me abraza con mucha fuerza, ella es toda mi familia sanguínea que tengo, no me dice nada, respeta mi dolor, ya habrá tiempo para hablar. Por último está David, el hermano

menor de Steve. Me mira como pidiéndome permiso para poder abrazarme. Hace años que no nos vemos, la última vez fue en mi boda con su hermano. Siempre sospeché que entre él y mi esposo había sucedido algo, pero hoy no es el momento ni el lugar para pensar en eso. Él da un paso hacia mi encuentro, veo su

rostro, tan parecido al de su hermano, pero ahora luce tan triste. Yo lo miro y me lanzo a sus brazos, no sé por qué, pero necesito ese abrazo y me siento reconfortada. —Lo siento, Aly —me dice mientras yo tiemblo entre sus brazos —, lo siento mucho. Yo solo puedo llorar, él sigue abrazándome y es extraño, hace años

que perdimos el contacto, pero es como si no nos hubiéramos dejado de ver. De pronto siento que mis piernas no pueden seguir sosteniendo mi cuerpo, me empieza a faltar el aire. Escucho a David decirme algo, pero es como si estuviera muy lejos de mí. Me separo y quedo frente a la cara de mi cuñado, veo que me mira de manera extraña. —Aly, ¿estás bien?

Es lo último que escucho, de pronto la cara de David se vuelve borrosa, no siento mis piernas y todo se vuelve negro. DOS Abro los ojos lentamente, me siento mareada y tengo náuseas. Logro fijar la vista y recorro con ella la habitación en la que me encuentro. Estoy en una de las habitaciones del

hospital, acostada sobre una camilla y cubierta con una manta. —¿Cómo te sientes, Aly? Es la voz de mi hermana la que escucho a mi lado. Giro mi cabeza para verla y ella me da una pequeña sonrisa. —¿Qué pasó? —pregunto y me aprieto el tabique de la nariz con mis dedos. Por un instante

no recuerdo el momento previo a esta situación. —Te desmayaste en los brazos de tu cuñado. El doctor dice que te bajó la presión. De pronto lo recuerdo todo, el abrazo con David y luego todo es negro. Me desmayé, claro, si el día no ha sido el mejor de mi vida y no recuerdo la última vez que comí

algo. —¿Dónde crees que vas? —me pregunta mi hermana al ver que hago amago de levantarme de la camilla. —Janis, tengo que preparar un funeral. Hay que ocuparse del papeleo, sabes que Steve quería ser cremado y hay que… ―Tranquila, Alyssa —me dice Janis

tomando mis manos entre las suyas—, ya está todo listo. Tu suegra y tu cuñado se han ocupado de todo. Me vuelvo a tirar sobre la camilla y me tapo los ojos con mí antebrazo. Este día es una pesadilla, gracias a Dios que la familia de Steve está aquí, mi cabeza no da más y dudo que pudiera hacerme cargo de los trámites y todo lo que significa preparar el funeral.

—Aly, creo que deberíamos ir a la cafetería para que comas algo ¿Cuándo fue la última vez que te alimentaste? Miro a mi hermana y la verdad es que no sé qué responderle, ya que ni yo me acuerdo cuándo fue la última vez que probé bocado. —Esta mañana —le miento, y ella me achina los ojos, ya me descubrió la

mentira—. Es verdad Janis, esta mañana comí algo en la cafetería. —No me mientas a mí, Alyssa, que te conozco de toda la vida y sé que no dices la verdad. Ahora levántate y vamos a la cafetería, comemos algo y vemos dónde está la familia de Steve. No me puedo negar, mi hermana cuando se pone en plan mandona es peor que

"La sargento Pepper". Me levanto y descubro que aún me siento mareada. Es verdad, necesito comer algo urgentemente. Llegamos a la cafetería y me encuentro a mi suegra y a la tía de mi marido tomándose un café. Me acerco a su mesa, mientras mi hermana va a pedir algo para comer. —¡Alyssa! —dice Susana cuando llego

a su lado— ¿Estás mejor? Nos diste un gran susto, hija. —Sí, Susana, ya estoy mejor. Ahora como algo y me repongo, tenemos que preparar un funeral y… —No te preocupes, Aly —me dice tomando una de mis manos entre las suyas—. Ya está todo organizado para el funeral. David se ha ocupado de todo.

Ahora solo esperamos que nos entreguen a Steve y eso será en un par de horas más. Los de la funeraria fueron citados a esa hora. Doy un suspiro de descanso. Me hubiera gustado ser yo la que se encargara de todo, pero a quién quiero engañar, si apenas soy capaz de sostenerme en pie y mi cabeza no está cien por ciento en este mundo.

Mi hermana se nos une a la mesa y me trae un sándwich de pavo y un café. Miro de reojo lo que pone en la mesa, la verdad es que no tengo hambre, pero sé qué, por mi bien, debo comer si quiero mantenerme en pie. Estoy en eso cuando veo la figura de mi cuñado acercarse a nuestra mesa. Lo miro y me sonrojo, me muero de la

vergüenza con él. Caí como un saco de papas en sus brazos cuando me estaba dando el pésame. —Está todo listo —dice un serio David —. En dos horas más vienen los de la funeraria a retirar el cuerpo. Ya es tarde, así es que mañana a las diez comenzará el servicio funerario y de ahí lo llevarán al crematorio. ¿Ya es tarde? ¿Qué horas serán? No sé

en qué día estoy, ni qué hora es. Miro a la pared que está frente a mí y fijo mi vista en el reloj que cuelga de ella. Faltan veinte minutos para que sean las nueve de la noche. Ya pasó todo el día y yo ni cuenta me di. —Aly, creo que debes ir a casa y dormir un poco —me dice mi suegra. De pronto caigo en cuenta de que ellos viajaron más de dos

horas para llegar aquí y que deben estar más cansados que yo y que ni siquiera les he ofrecido un lugar donde dormir. —Tienes razón, Susana. Deberíamos irnos a casa y descansar. Vamos. —Por nosotros no te preocupes, querida, nos acomodaremos en un hotel por acá cerca. Miro a la familia de mi difunto marido, no puedo dejar que se vayan a un hotel

teniendo una gran casa vacía, con suficientes cuartos donde ellos se pueden alojar cómodamente. —Cómo se te ocurre, Susana. Vamos a casa, ahí estarán más cómodos. No me dejen sola en esa enorme casa, por favor. Les pido casi rogándoles y al fin aceptan y nos dirigimos todos juntos a mi casa. Un escalofrío me recorre por completo

cuando pongo un pie dentro del que fuera mi nidito de amor, el nidito de amor que compartía con mi amado Steve. Les indico a mis invitados en que habitación se deben instalar, mi hermana se quedará conmigo en la habitación matrimonial. Entro en mi cuarto y me voy directo al baño, necesito una ducha urgente. Me meto bajo el chorro de agua

y comienzo a llorar. Apoyo mi espalda en la fría muralla de baldosas y me deslizo por ella hasta quedar sentada en el piso de la ducha. Me abrazo a mis rodillas y el llanto sale con más fuerza. —¿Por qué, Steve? ¿Por qué me dejaste sola? ¿Qué se supone que haga sin ti? Pregunto mirando al techo del cuarto de baño como si Steve me pudiera escuchar y me fuera

a dar alguna respuesta. Ahí me quedo y debe de haber pasado un buen rato porque mis dedos están arrugados. Escucho que mi hermana me llama preocupada porque no he salido. Le digo que todo está bien, que no se preocupe, que ya salgo de la ducha. Me envuelvo en una bata de baño, peino y seco mi cabello y me meto en un

pijama. Me voy a la cama, donde mi hermana ya está instalada, no creo que hoy pueda dormir. Me acomodo en el lado de la cama que ocupaba Steve. Luego de dar unas cuantas vueltas por la cama, siento que los párpados me pesan, no he dormido en horas, me acomodo la almohada y sin darme cuenta caigo en los brazos de Morfeo.

ӂӂӂӂӂ La luz del sol que da en mi cara me despierta, abro un ojo y veo que me encuentro sola en la cama. Mi hermana ya se ha levantado ¿Qué hora será? Giro sobre mi misma hasta tener a la vista el reloj que está en la mesa de noche. Marca las ocho de la mañana. Me incorporo en la cama y me estiro, disfrutando de la sensación de sentir

cada vértebra de mi espalda sonar. Me pongo una bata de algodón azul que era de mi esposo y bajo a la cocina, de seguro Janis ya tiene la cafetera lista y humeante con un delicioso café. Entro en la cocina y no me equivoco, mi hermana ya tiene el desayuno listo, pero además veo que la familia de Steve ya está en pie. —¡Aly! —dice Janis cuando me ve—.

Buenos días, ¿quieres un poco de café? —Buenos días. —Saludo a todos en la habitación— Sí, gracias Janis, necesito un tazón bien grande. Me siento al lado de mi suegra y comienzo a beber el delicioso brebaje que me sirve mi hermana. —¿Cómo estás hoy, querida? Veo que un poco mejor que ayer —pregunta la tía

Ángela y me sorprendo que de verdad me siento mucho mejor que ayer. Estoy más serena, más asumida, ¿será normal sentirse así? —Mejor —digo, notando todas las miradas de ese cuarto sobre mí— ¿A qué hora tenemos que estar en la capilla? —El servicio es a las diez —responde

David a mi pregunta. —Bien, entonces me voy a preparar. Después de terminar mi café y haber picado algo de fruta, me levanto para ir a mi habitación y comenzar a vestirme para decir el último adiós a mi marido. Luego de una hora bajo al salón, pero no encuentro a nadie. Llego hasta la cocina, pero nada, ¿dónde se metieron todos?

De pronto siento pasos que se acercan en mi dirección. Me giro y me encuentro con la mirada de mi cuñado David. Sus ojos son tan parecidos a los de Steve, pero solo en el color, ya que la expresión de los ojos de David ahora es seria, en cambio la de Steve siempre fue cálida y risueña. Se acerca a mí, viene impecablemente vestido con traje negro. Qué ironía de la vida, la última vez que

vi a David usaba un impecable smoking negro. Era la boda de su hermano, él era el padrino y ahí estaba en el altar acompañándolo. Ahora, cinco años después, el luce un impecable traje para acompañar a su hermano, pero esta vez en su funeral. Se acerca un poco más a mí acortando la distancia que nos separa y le pregunto: —¿Dónde están todos?

—En el jardín, ya estamos listos y me enviaron a buscarte. —También estoy lista, vamos —le digo y doy un paso al frente para encaminarme a la salida de la cocina, pero él me toma por el ante brazo y me impide el movimiento. Yo abro mucho los ojos, él solo me mira, abre la boca como para decir algo, pero la cierra y se queda callado. Veo

que vacila, algo quiere decirme y no se atreve. —David, ¿me sueltas para poder salir, por favor? Se nos está haciendo tarde. Nada, no me dice nada, solo me mira fijamente y me mantiene firmemente sujeta por el brazo. —Alyssa, toma, quería entregarte esto. —Me suelta el brazo y luego, con una de sus manos,

toma una de las mías y con la otra deposita algo en ella—. Pensé que te gustaría conservarla. Miro lo que acaba de poner en mi mano y de mis ojos comienzan a caer las lágrimas que había estado reteniendo durante toda la mañana. En mi mano está la alianza de matrimonio de Steve ¿Cómo no me acordé de ella? —Gracias —le digo en un susurro

mientras aprieto el puño contra mi corazón. No soy capaz de seguir hablando, solo puedo llorar. —De nada —me dice David, mientras pasa un pulgar por mi mejilla como queriendo secar las lágrimas, pero son demasiadas—. Lo vi y me acordé de ti. Bueno, Aly, ahora es mejor que nos pongamos en marcha, te espero afuera.

Y lo veo salir por la puerta de la cocina como si nada ¿Qué paso con David todos estos años? Cuando lo conocí era un joven divertido, tenemos la misma edad. Era muy unido a Steve. Cuando pasé un verano en el rancho de la familia de mi esposo, él fue muy amigable, conversábamos por horas a la orilla del lago. Steve bromeaba con

nosotros y nos decía que estaba celoso porque yo pasaba más tiempo con su hermano que con él que era mi novio. Después de ese verano lo volví a ver en invierno, cuando Steve y yo anunciamos que nos casaríamos. La última vez que nos vimos fue en mi boda. Después de la fiesta no lo volví a ver hasta el día de ayer en el hospital. Salgo al jardín y efectivamente todos ya

están esperándome. Nos subimos en los autos respectivos y nos ponemos en marcha hasta llegar a la capilla donde se realizará el servicio fúnebre de mi marido. Entramos en la pequeña capilla, y veo el ataúd que contiene el cuerpo de Steve. Siento que un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Vuelvo a la realidad, mi esposo está muerto y este es su funeral.

Los de la funeraria nos hacen pasar indicándonos que tomemos asiento en primera fila. Me siento, Susana se sienta a mi lado y toma mi mano. Al lado de ella se sienta David, que le sostiene la otra mano. Luego está la tía Ángela y mi hermana Janis. Giro mi cabeza para ver quiénes vienen a despedirse de mi marido. La verdad es

que hay poca gente en la capilla. Diviso a algunos compañeros de trabajo y al jefe de Steve, alguno de sus amigos y otras personas a las cuales no conozco. El párroco comienza con el responso, escucho que habla, pero no entiendo qué dice, es como si hablara en algún dialecto extraño. Trato de concentrarme, pero no lo consigo. De pronto algo llama mi

atención. Escucho que detrás de mí alguien llora, y lo hace tan angustiosamente, que me obliga a girarme para saciar mi curiosidad. Al mirar desde dónde viene tan afligido lloro, me encuentro con una mujer, no debe tener más de treinta años, vestida completamente de negro como si fuera la viuda, de largo cabello rojo, no logro verle los ojos ya que los lleva cubiertos

con unas enormes gafas oscuras. ¿Quién será esta mujer? Por su forma de llorar deduzco que debe ser alguna pariente cercana que yo no conozco. La ceremonia finaliza y ahora toca llevar el ataúd hasta el crematorio, tal como era la voluntad de Steve. Los de la funeraria se encargan de todo, tenemos que esperar entre dos y tres horas para incinerar el cuerpo. Ese es el momento

elegido por los presentes para darnos el pésame y despedirse. Luego de unas horas, nuevamente estamos los cinco solos esperando que Steve salga, pero ahora en una ánfora. TRES Pasan las dos horas que nos han dicho que esperemos y nos entregan una pequeña ánfora negra que contiene las

cenizas de Steve. Cuando el encargado de la funeraria coloca el ánfora en mis manos me pongo a llorar con desesperación y la aferro fuertemente a mi pecho, como tratando de que el escuche los latidos de mi corazón. Mi suegra me abraza y entre ella y mi hermana me ayudan a salir del crematorio y nos dirigimos de vuelta a casa, ya todo ha terminado por hoy.

Cuando llegamos a casa subo directamente a mi habitación, no quiero comer nada. Busco en el botiquín un frasco con algunas pastillas para dormir que recuerdo haber comprado hace tiempo. Lo encuentro y me tomo una pastilla para poder dormir de corrido, no quiero pensar, si pienso el dolor vuelve a mí y no quiero, no quiero que mi corazón

duela más. Me recuesto en la cama vestida, no tengo ganas de ponerme pijama, me cubro con una manta y abrazo el ánfora contra mi pecho. Luego de un rato ya estoy durmiendo. Ӂӂӂӂӂ Despierto sobresaltada, aún con el ánfora aferrada a mi pecho. Soñé toda la noche con Steve y juro que sentí que me

acariciaba el rostro. Claro que debe haber sido mi imaginación y los calmantes que tomé antes de dormir los que me jugaron una mala pasada. ¿Y si no fuera así? ¿Y si él me ve desde donde sea que esté y quiere venir a decirme que está bien y que deje de sufrir? No sé qué pensar, tal vez sea peor llorarlo porque no descansa en paz. Pero me es imposible dejar de sentirme

así. Lo quiero a mi lado y nada puedo hacer. Miro mi reloj y veo que son pasadas las ocho de la mañana. Me levanto me meto en la ducha para despejar un poco la cabeza del aturdimiento que me invade. Luego de darme una ducha casi fría me seco y me visto para bajar a la cocina y ver si puedo tomar algo de desayuno, aunque

no lo creo. Tengo el estómago cerrado desde el día en que murió mi esposo y solo he comido algo para no caer tirada en el suelo desmayada. Llego a la cocina y me encuentro a mi suegra sentada en la barra del desayuno bebiendo una taza de té. —Buenos días, Susana —le digo y me acerco para besarla en la mejilla.

—Buenos días, querida —me dice acariciando mi mano— ¿Qué haces levantada tan temprano? Deberías haberte quedado un poco más en la cama. —La verdad es que prefiero que no. —Bien, ¿quieres tomar desayuno? Te puedo hacer tostadas o lo que quieras. —Solo café y una tostada, por favor. Ella se levanta y trae una taza de café

recién hecho y la pone ante mí junto a un par de tostadas que ha cubierto con mermelada de fresa. Todo se ve muy apetitoso y espero poder comerlo todo —¿Y los demás? —pregunto al ver que no hay nadie más que mi suegra en esta casa. —Bueno, Ángela y David volvieron al rancho. —¿Pasó algo?

—Hay un problema con el semental y David tuvo que ir a ocuparse. Ángela aprovechó y volvió con él, me pidieron que los despidiera de ti. —Bien —digo y no sé por qué me siento un poco decepcionada. —Yo vuelvo al rancho mañana, Alyssa. —Nadie te está echando, Susana, puedes quedarte por el tiempo que desees. —Lo sé, querida, pero David tiene que

ocuparse de la clínica veterinaria y no podrá estar cien por ciento con el semental y debo ayudarlo. Aunque no te niego que me encantaría quedarme unos días y darme unas cortas vacaciones, la verdad no puedo. —Bueno, Susana esta es tu casa, cuando quieras venir yo estaré encantada en recibirte. ―Gracias, querida ¿Sabes lo que

pienso? Que tal vez tú deberías venir conmigo al rancho. ―Gracias, Susana, pero creo que no. ―Alyssa, esta casa es enorme para ti sola. Tómate unos días en el trabajo, adelanta vacaciones, no sé, y te pasas unos días en el rancho y así te relajas. Pienso en lo que me está diciendo mi suegra. Suena genial tomarse unos días y desconectarse de todo, pero no quiero.

Quiero estar sola, quiero llorar y que nadie me vea o me diga que todo va a estar bien. No quiero escuchar ni una sola vez más que mi difunto marido está mejor donde está. ―Estaré bien, Susana, no te preocupes. Mi hermana vendrá a verme seguido y pronto tendré que volver al trabajo. ―Bueno, yo solo quiero que sepas que,

cuando quieras, te recibiremos en el rancho con los brazos abiertos y por el tiempo que quieras. Ella posa una mano sobre la mía y me mira con ese amor de madre que siempre he sentido de su parte. ―¿Ah qué hora vuelves mañana al rancho?

―A las nueve de la mañana. ―Te llevaré a la estación de buses. ―Gracias, querida. Vuelvo a tomar otro sorbo de café y me sorprendo al darme cuenta que me he comido las tostadas que Susana preparó para mí y que pensé no sería capaz ni de probar. Ӂӂӂӂӂ Ya es la hora de la partida de mi suegra

y estamos en el auto camino hasta la estación de buses. Nos bajamos y la acompaño hasta el bus que la llevará de vuelta a su casa. ―Bueno, Aly, recuerda que, cualquier cosa, no dudes en llamar y la invitación de ir el rancho está hecha, te espero cuando sea. ―Gracias, Susana. Y lo mismo digo, mi casa está a tu disposición para cuando la

necesites. Ella me abraza fuertemente y las dos comenzamos a llorar. Estamos así por lo que creo han sido unos diez minutos hasta que escuchamos que, el bus que va con rumbo al pueblo de Saint Jhon, está por salir de su andén. ―Adiós, Alyssa ―me dice mientras pasa sus pulgares por mis mejillas para

secarme las lágrimas que he derramado. ―Adiós, Susana, cuídate mucho. ―Tú igual, Aly, te quiero.― Me besa la mejilla para girar y comenzar a caminar hasta el bus que pronto hará su partida. Ella sube y se sienta al lado de la ventana. El ruido del motor en marcha indica que el bus ya está listo para salir. La máquina comienza a moverse y veo que Susana mueve su mano a modo de

despedida. Yo le devuelvo el gesto y veo alejarse el bus por el camino hasta perderlo de vista . Vuelvo a mi casa, abro la puerta y me detengo en el umbral dudando en si debo entrar o no. Con mi mano derecha toco la alianza de matrimonio de Steve que ahora cuelga de mi cuello en una cadena. Desde ahora estaré completamente sola dentro de este

gran espacio. Tomo una honda respiración y pongo los dos pies dentro del salón. Miro a mi alrededor y los recuerdos de los días felices que pasé con mi esposo en aquella casa vuelven a mi mente. Caigo de rodillas en medio del salón y comienzo a llorar, me permito hacerlo y lo hago a gritos, como he querido hacerlo desde el día en que murió Steve.

Estoy en el suelo tirada abrazándome las rodillas contra el pecho, es como si fuera una especie de feto. No sé cuánto tiempo ha pasado, solo sé que de mis ojos ya no salen lágrimas. Escucho sonar el teléfono y por mí que lo haga hasta que la máquina explote. Pero tengo que contestar, de seguro es mi hermana y, si no atiendo la llamada, se preocupará por mí y es capaz de

llegar con la guardia nacional hasta la casa. Me arrastro por el suelo hasta llegar al sillón, me tiro despatarrada en él y tomo el teléfono. ―Hola ―digo y trato de que en mi voz no se note que he estado llorando. ―Por fin contestas, pensé que te había pasado algo. ―No, hermana, estoy bien. Fui a

despedir a Susana a la estación de buses y recién vengo entrando en la casa. ―Bueno, te llamaba para saber qué quieres que lleve para cenar. ―Nada, yo preparo algo acá. ―¿Estás segura, hermana? ―Sí, segura. ―Entonces nos vemos dentro de un rato. ―Está bien, nos vemos. Cuelgo el teléfono, cierro los ojos y

trato de mentalizarme en que tengo que mover mi cuerpo hasta la cocina ¿Hasta cuándo estaré así? Esto es más difícil de lo que pensaba, cada rincón de esta casa me recuerda a Steve. Paseo mi mirada por toda la sala y veo las fotografías que cuelgan de las paredes. Recuerdos de nuestras vacaciones en distintas partes del mundo, navidades

felices juntos, momentos alegres y románticos. De pronto pienso que no voy a ser capaz de sobrevivir sin Steve. Ӂӂӂӂӂ Los días pasan, todo está igual, todo es gris. Mi vida se ha reducido a llorar, recorrer la casa, llorar y ver las fotografías de Steve para seguir llorando. Mi hermana me dice que ya es tiempo de

empezar a guardar la ropa de Steve, pero yo aún no he querido mover nada. Su estudio está tal cual él lo dejó la última vez que entrara ahí. No hago nada, cierro el estudio y dejo todo, todas sus cosas, todo lo que fue de él seguirá donde está. Dentro de unas semanas tendré que volver a mi trabajo, soy auditora en un estudio contable y sé que los números

me ayudarán un poco a distraerme de toda esta tragedia. O al menos eso espero. Ӂӂӂӂӂ Ya estoy tras mi escritorio, he vuelto al trabajo y debo reconocer que es de lo peor. Los números no me desconectan del mundo como pensé, si no que me he desconcentrado y he estado cometiendo demasiados errores. Eso nunca me había

pasado. Me estoy cuestionando seriamente mi permanencia en el trabajo. El tiempo pasa lento, eterno, mientras mis ojos miran una y otra vez números que me son incomprensibles. Mi jefe me dijo que no era necesario que volviera al trabajo, apenas han pasado dos meses desde la muerte de Steve y él piensa que todavía no estoy lo suficientemente

asumida como para volver a la vida normal, menos a un trabajo tan exigente y que requiere de mucha atención como lo es el trabajar con números. Le he dicho que no, que estoy bien y que es mejor estar fuera de casa que en ella, pero ahora que siento que el trabajo no me ayuda, estoy tentada a pedir un certificado médico que me exima por un par de meses más del trabajo. Pero,

¿será una buena idea? ¿Será bueno quedarme todo el día en casa compadeciéndome de mi dolor? ¿Pensando en el pasado y en lo que no volverá a ser nunca más? Claramente no, me niego a dar un paso atrás, eso no es lo que le gustaría a Steven que yo hiciera. Debo salir adelante, por mí, por él. Ӂӂӂӂӂ

En los dos meses siguientes mi situación no mejora y ya he sido reprendida un par de veces por mi superior. Y es ahí que decido que lo mejor es dejar el trabajo por un tiempo. Mi jefe me dice que es una pena el que yo me vaya, y sé que no lo dice de verdad, ya que puedo ver en su mirada el alivio que siente cuando le he entregado mi renuncia.

Tomo las cosas que tengo en mi escritorio. Tantos recuerdos pasan por mi mente en este instante. El primer día de trabajo, almuerzos con los compañeros, dolores de cabeza con los balances anuales… Todos recuerdos que me llevo en el corazón y ahora en una caja de cartón donde pongo todas mis cosas personales. Me despido de todos en ese lugar en el

que permanecí por cinco años. Todos están un poco sorprendidos de mi decisión, aunque creo que solo lo dicen por ser amables conmigo. Mi jefe se despide diciéndome que siempre tendré las puertas abiertas en ese estudio y luego de eso y, sin mirar atrás, salgo a la calle y me sorprende sentir cómo un gran peso abandona mi cuerpo.

Llego a casa y como siempre, como cada día, me quedo parada en el marco de la puerta, mirando lo grande y vacío que se siente este lugar que, hace un tiempo atrás, era un hogar. Pongo un pie dentro, luego el otro. Dejo la caja que he traído desde el estudio contablea un lado de la puerta. Paso por la sala y me voy directo a la cocina, necesito un café, uno bien cargado de

ser posible, uno amargo que me haga reaccionar . Luego de beber el café llego al estudio de Steve. Entro lentamente, como si pidiera permiso a su memoria para profanar ese santuario. Llego hasta la que fuera su silla y me siento en ella acariciando el cuero del cual está hecha. Miro los papeles que hay sobre el escritorio y que están ahí tal como él los

dejara antes de ir al hospital para no volver nunca más. Miro los trazos de sus dibujos, tanto talento, tantos proyectos y cosas inacabadas. Toco la alianza que descansa en mi pecho y en silencio elevo una plegaria por mi esposo, para que esté bien en el lugar que está, para que me acompañe y me proteja siempre.

Me acomodo en el asiento y tiro la cabeza hacia atrás y, cerrando los ojos, una paz sobrecogedora me inunda por completo. Tanto así, que me quedo dormida. «Lo prometiste, Aly. Dijiste que buscarías la felicidad» «¿Steve? » «Sí, soy yo ¿Por qué estás así? ¿Por qué estás dejando la vida pasar?»

«Sin ti no hay vida, Steve. Solo un remedo de ella» «No, Aly. Tienes que seguir con tu vida. Yo estoy bien, eso no lo dudes» «No, Steve. No puedo… No puedo» «Sí, sí puedes. Eres fuerte, siempre has sido una luchadora. Tienes que seguir adelante con tus sueños» «Mis sueños eran contigo, amor. Ahora ya no valen nada»

«No hagas esto, Aly. Lo prometiste, lo prometiste» «Lo sé, pero… «Lo prometiste… Lo prometiste» Despierto sobresaltada, el sueño que he tenido con Steve me deja perturbada. Se veía tan bien en mi sueño, tan jovial, como el día en que lo conocí. De pronto un pensamiento cruza mi cabezay es la promesa que le hice a mi

esposo en su lecho de muerte. La promesa de seguir con mi vida y buscar la felicidad. Se lo prometí, pero ni yo me creí esa promesa. ―¿Por qué no estás aquí conmigo, Steve? ―Le pregunto a una foto de los dos que hay sobre el escritorio. ¿Qué es lo que tengo que hacer para seguir con mi vida? ¿Qué debo hacer para sacarme esta tristeza y seguir con

mi vida como quería Steve sin parecer egoísta? Sacudo mi cabeza y voy hasta mi cuarto para entrar en la ducha y dejar que el agua se lleve un poco de mis preocupaciones. Sé que tengo que hacer algo, pero el qué no lo tengo claro. Quizás deba aceptar la oferta de mi suegra. Oferta que me ha hecho en cada una de sus llamadas

telefónicas en todos estos meses. Tal vez ella tenga razón y un cambio de aire, cambiar la ciudad bulliciosa por el pequeño pueblo de Saint John es lo que necesito. Ir donde nadie me conoce, distraer la mente, nadar en el lago del rancho y ayudar en el trabajo del lugar de seguro ayudaran. Salgo de la ducha y lo decido… Iré al

rancho de la familia de mi esposo a reencontrarme con los buenos recuerdos que guardo de ese lugar… A reencontrarme a mí misma. CUATRO Conduzco mi Citroën C3 camino al rancho de los Brown y todo lo que dura el trayecto me pregunto si estoy haciendo bien, si esto es una buena idea.

Necesito desconectar de la ciudad, pero no sé si estando en un lugar donde compartí con Steve, un lugar con muchos recuerdos de un pasado feliz, sea lo mejor para mi vida. Cuando llamé a Susana ella estaba más que encantada de recibirme en su casa y sería un total desaire girar mi auto en el próximo kilómetro y devolverme a casa. No, eso no sería lo mejor. Voy a llegar

hasta el rancho y pasaré unos días ahí. Si no me siento bien, siempre puedo tomar mi auto y volver por donde vine. Ya llevo dos horas conduciendo cuando, unos metros más adelante, diviso el rancho y puedo ver que no ha cambiado nada desde la última vez que estuve aquí. Ya estoy en la entrada y detengo el auto. Miro el lugar frente a mí y la voz de

Steve resuena en mi mente… «Bienvenida» Sacudo mi cabeza y vuelvo a poner el auto en marcha, entro en el rancho y estaciono cerca de la casa. Salgo del auto y veo que Susana viene a mi encuentro. ―¡Bienvenida, Alyssa! ―Me abraza fuertemente.

―Gracias, Susana. ―Pero vamos, entremos en casa. De seguro que vienes muy cansada y querrás tomar un baño ¿Tienes hambre? Tal vez quieras descansar, tu habitación está preparada, quizá quieras dormir un poco y bajar para la cena. ―Sí, una ducha me vendría bien. Saco mi equipaje y ella toma de mi

brazo para guiarme hasta que entramos en la casa. Me quedo parada en la sala. Todo está tal cual la última vez que vine aquí. Miro a una mesa esquinada donde hay unos cuantos porta retratos y veo una fotografía de Steve junto a David. Están tan jóvenes en esa imagen, tan sonrientes y despreocupados, dos típicos jóvenes que no tienen ninguna

responsabilidad más que disfrutar la vida. ―Bien, Al y. Vamos y te enseño tu cuarto. Sigo a Susana hasta el segundo piso de la casa y, en medio del pasillo, ella se detiene y abre la puerta del que será mi habitación durante mi estadía. ―Espero que estés cómoda ―dice mientras entramos en la habitación y

recorro todo el interior con mi mirada. ―Sí, Susana, no te preocupes estaré muy bien. ―Cualquier cosa que necesites me avisas. Ahora te dejo, descansa y te espero para la cena. Susana sale dejándome sola en la habitación que es extremadamente acogedora. Me siento a la orilla de la cama y luego me tiro

sobre ella soltando un largo suspiro. Cierro los ojos y a mi mente viene la última vez que estuve en el rancho. La alegría de Steve porque conociera a su familia. La empatía inmediata que tuve con Susana y las risas y complicidad que compartí con David. David… ¿dónde estará él ahora? ¿Será que recuperaremos esa amistad de hace tantos años?

No quiero pensar más en eso. Me levanto y voy hasta el baño para darme una ducha y sacarme el cansancio del viaje. Bajo el chorro de agua me relajo y pongo mi mente en blanco. Luego de la agradable ducha me seco y me visto con Jeans y una camiseta, me tiro sobre la cama y sin más, me quedo dormida. Unas horas más tarde despierto

desorientada. Tardo un par de segundos en recordar donde estoy. Me siento en la cama, veo mi reloj y ya es hora de la cena, así es que me levanto me miro al espejo, me arreglo un poco el pelo y salgo de la habitación para bajar a la cocina. Susana está ahí junto con Ángela, conversan animadamente y se ven interrumpidas por mi presencia.

―¡Alyssa, qué bueno verte! ―me saluda Ángela y yo me acerco para abrazarla. ―Dormiste algo, querida. ―Sí, Susana, dormí un par de horas. ―Bien, entonces cenaremos en un momento. Susana se mueve por la cocina y se niega a que la ayude en algo, así es que me quedo sentada a la mesa junto a

Ángela quien me ofrece un aperitivo. ―¿Y David, no cena con nosotras? ―pregunta Ángela y yo siento un nudo en el estómago y no sé por qué. ―Hoy no puede. Ha estado todo el día en la clínica y luego tenía que pasar por el rancho de los Holmes. La yegua está por parir y el señor Holmes quiere que David la revise. Es su yegua campeona,

demasiado valiosa como para que algo le pase. Se me olvidaba que David es veterinario. Eso era de lo que me hablaba la vez que estuve aquí. Él ya estaba por recibirse de medicina veterinaria y me contaba de lo que esperaba lograr en su carrera. Me alegra mucho de que lo haya hecho, que sus metas se volvieran realidad.

La cena transcurre tranquila y le digo a Susana que quiero ayudarla en el rancho. No quiero ser una visita nada más, quiero sentirme útil, usar mi tiempo en algo. Ella me dice que ya mañana hablaremos y que por mientras me relaje y descanse, pero yo ya descansé demasiado. Necesito tener algo en qué ocuparme.

La cena termina y luego las tres nos vamos a la sala donde bebemos una copita de licor. El cansancio del viaje me pasa la cuenta y sin quererlo suelto un bostezo. Me disculpo con ambas mujeres y les digo que me voy a acostar. Llego a la habitación, me pongo un pijama y me meto a la cama. Miro las estrellas que se ven desde la ventana del cuarto y

comienzo a contarlas una a una hasta que caigo en un agradable y profundo sueño. ӂӂӂӂӂ Abro un ojo y miro por la ventana que un sol radiante baña el día de hoy. Anoche tuve un sueño agradable, no recuerdo muy bien con qué soñé exactamente, pero recuerdo que yo sonreía, sonreía mucho, como hace tiempo no lo hago.

Luego sentí que Steve venía y me acariciaba el rostro ¿Será que él está junto a mí? ¿Será que su presencia está en esta casa? Me levanto de la cama y me asomo a la ventana. Observo que frente a la casa está estacionada una hermosa y antigua camioneta Ford en color rojo. Es una belleza, muy bien cuidada, está lustrosa, un verdadero auto de colección.

De pronto algo llama mi atención… David. Lo observo cargando una mochila la cual mete dentro de la camioneta. Va vestido con jeans y una camiseta negra. Saca su teléfono desde el bolsillo de sus jeans y contesta una llamada. Se apoya en la puerta de la camioneta y se pone serio, se nota que no le gusta nada lo que le están diciendo por

teléfono. Se pasa una mano por la nuca en señal de exasperación y luego corta la llamada. De pronto alza la mirada directo a mi ventana, como presintiendo que lo estoy mirando. Instintivamente retrocedo un paso, aunque el velo de la cortina cubre mi figura, no puedo evitar esconderme al sentirme descubierta observándolo.

Él se queda así, mirando hacia arriba unos segundos y luego rodea la camioneta hasta llegar al lado del conductor y entra en ella. La pone en marcha y desaparece a las afueras del rancho. ¿Será que me encontraré con él algún día? Sacudo mi cabeza y me voy a la ducha. Al poco rato entro en la cocina donde

Susana me espera con un exquisito aroma a café que inunda la casa. ―¡Buenos días! ―¡Buenos días, querida! El café está recién hecho, ¿quieres un poco? ―Sí, por favor. Susana pone ante mí un tazón de café y yo inhalo el aroma cerrando los ojos… Qué delicia.

―¿Dormiste bien? ―pregunta mientras ocupa la silla que está frente a mí y me acerca un plato con tostadas. ―Dormí maravillosamente bien. ―Me alegra oír eso. ―¿Y David? ―No sé por qué pregunto eso, pero no puedo contener que la pregunta salga de mi boca. ―Llegó muy tarde anoche y hoy salió

muy temprano, pero él sabe que estás aquí y de seguro hoy estará para la cena. Bueno esperemos que así sea. No sé por qué siento como si David me estuviera evitando, como si no quisiera que yo estuviese en el rancho. Sacudo mi cabeza ante ese pensamiento ¿Qué diablos estoy pensando? De seguro me estoy imaginando todo.

Termino el desayuno y le digo a Susana que daré una vuelta por el rancho. Salgo de la casa y el sol da en mi cara. Cierro mis ojos levanto mi rostro al cielo y aspiro profundamente el aire limpio del campo. Camino mirando a mi alrededor, todo está casi igual que en mi última visita. Diviso las cabellerizas y me dirijo hacia ellas. Entro en el lugar y veo las cabezas

de los caballos asomándose por sus pesebreras. Al fondo de las caballerizas se asoma un hermoso caballo de un lustroso crin negro, ese es el semental del que me ha hablado Susana. Camino hacia él para mirarlo más de cerca y el animal relincha moviendo su cabeza lo que me da un gran susto. ―Tranquilo, bonito, solo quiero

mirarte. ―El caballo sigue moviendo la cabeza y luego se queda quieto, erguido en una majestuosa pose de caballo ganador. Será mejor alejarme de él por el momento, creo que no está de humor para ser montado hoy. Miro la pesebrera contigua a la del semental donde hay una tranquila yegua color chocolate. Me acerco a ella y le

acaricio la cabeza, ella se deja, es extremadamente dócil, así que decido que ella será la que me llevará a dar un paseo por el rancho. Ensillo a la yegua y, unos minutos después, salgo de las cabellerizas a un trote lento. Hace mucho tiempo que no cabalgaba y me alegro de que no se me haya olvidado cómo hacerlo. Luego de un rato llego a un lugar muy

especial. El lago del lugar sigue tal cual lo recordaba. Me bajo de la yegua y la dejo amarrada a un tronco. Mi pecho se aprieta ya que los recuerdos inundan mi mente. En el lago hay un muelle de madera donde Steve, David y yo veníamos en verano para nadar y en la tarde Steve y yo veíamos el atardecer.

Me siento en el muelle me quito los zapatos y meto los pies en el agua. Cierro los ojos al sentir la refrescante sensación y un recuerdo viene a mí. «David y yo sentados de esa misma forma a la orilla del muelle mientras Steve nada y se aleja de nosotros dando largas brazadas. David me habla de su carrera y de los viajes que tiene pensado hacer. Su

mirada es risueña y soñadora, pero sobre todo es sincera. ―¿Y tú? ―Le pregunto mientras nos estamos riendo de una broma que él ha hecho. ―¿Yo qué? ―¿Cuando nos presentarás una novia? ―Él baja la mirada y comienza a mirarse los pies que mantiene bajo el agua.

―No pienso en eso. Quiero hacer otras cosas… ―¿No hay nadie que te guste? De seguro alguna de tus compañeras de universidad se muere por ti. ―Nada de eso… ―Pero te gusta alguien, ¿verdad? ―Él no responde de inmediato, claro que le gusta alguien.

―Sí ―dice finalmente soltando un suspiro. ―¿Y no se lo has dicho? ¿Vas a quedarte así como así sin hacer nada con la que puede ser la mujer de tu vida? Vamos, David, no puedes hacer eso. ―Es… es muy complicado, Aly. Muy complicado. Él me mira serio y me doy cuenta que esto es realmente muy complicado para

él. ¿Quién será la chica que ocupa el corazón de David? Muero por saber, pero sé que es un tema incómodo para él así es que cierro la boca. ―¡Hey, hermano, deja de coquetearle a mi novia, me estoy poniendo celoso de ustedes dos! ―Nos grita Steve emergiendo de las aguas cerca de nosotros. ―Qué dices, hermano ―dice David con

una media sonrisa que es un poco triste. ―Bueno, entonces muévanse. ―Steve nos comienza a lanzar agua― Vamos a echar una carrera hasta el otro lado del lago. David y yo nos lanzamos al agua y luego de que Steve cuente hasta tres, nos ponemos a nadar a ver quién gana la carrera. Luego de unas cuantas brazadas dejo de esforzarme por seguirlos, no

puedo contra ellos que son expertos nadadores. Me quedo ahí, en medio del lago viendo cómo los hermanos Brown se alejan de mí hasta llegar al otro lado del lago» Sonrío ante tal recuerdo y para mi sorpresa no siento dolor por recordar a Steve, más bien siento paz. CINCO Me quedo en el lago mirando el agua

que me calma el alma, aspirando el aire que es tan especial en este lugar, sintiendo el sol sobre mi cabeza. No sé cuánto tiempo he estado en el muelle, pero presiento que ya es hora del almuerzo y debería volver a casa para ayudar a Susana. Monto la yegua y comienzo el camino de regreso. Llevo a la yegua hasta las caballerizas donde la alimento. Le acaricio la cabeza

y le hablo mientras ella come de mi mano. De pronto, por mi lado derecho, veo de reojo que algo se cerca a mí. No sé qué es, solo que algo negro y gigantesco viene a toda prisa hacia mí. Me derriba y me hace caer al suelo. Cierro mis ojos con miedo, no quiero ver qué monstruo es el que va a acabar con mi vida el día

de hoy, porque si de algo estoy segura, es que esta cosa me va a matar. Es un oso, de seguro es un oso y me va a descuartizar aquí mismo y nadie podrá hacer nada. La bestia me tiene firmemente sujeta con todo el peso de su cuerpo sobre el mío y me está costando respirar… Dios, por favor, que esto termine rápido. De pronto siento que animal ladra

fuertemente ¿Ladra? ¿Es un perro y no un oso? Abro lentamente uno de mis ojos y lo veo… Es un enorme, negro, peludo y baboso perro. El animal me mira, da dos ladridos y luego me pasa su lengua por la cara. ―¡Puaj! ―digo al sentir mi rostro mojado, pero no puedo hacer nada más. No puedo gritar como quisiera, ¿y si resulta que el perro

es rabioso y me muerde? ¡Me va a desfigurar la cara! ―¡¡¡Blackie!!! ¡¡¡Suéltala, Blackie!!! ―La voz de David inunda la caballeriza y el perro da dos fuertes ladridos, pero no me deja libre. ―Vamos, Blackie, suéltala, vamos. ―David entra en mi campo de visión y veo que trata de mover al perro, pero este es gigantesco

y penas si lo logra. ―¡Atrás, Blackie, obedece! ―dice ahora con más fuerza y el perro le obedece al fin. David se acerca y me toma una mano para ayudarme a levantar. ―¿Estás bien? ―pregunta y veo que en su cara se forma una… ¿Sonrisa? ¿El muy cretino se está riendo de mí?

―Estoy… estoy bien. ―Lo siento, pero es que Blackie… ―¿Esta bestia es tuya? ―pregunto indignada mientras me voy limpiando la paja que se me ha pegado al pelo. ―¿Bestia? ―pregunta mirando al gran perro quien le devuelve un ladrido― Pero si Blackie es un cachorro. Está en medio de su

entrenamiento. ―Bueno, lo que sea, mantén a esa cosa alejada de mí, casi me mata. ―Él no haría eso, Aly. Solo se estaba divirtiendo contigo, nada más eso. Como te dije, es un cachorro. ―¿Un cachorro? ¿Pero tú has visto el tamaño de esta bestia? Si parece un mastodonte. El perro me ladra, como si se hubiera

sentido ofendido por mi comentario. ―Lo siento ―dice David, pero no veo arrepentimiento es su mirada, más bien veo diversión. Él se está riendo de mí. ―Será mejor que entre y me dé un baño. Él no dice nada, solo asiente afirmativamente con la cabeza y se quita de mi camino. Doy unos pasos y el perro me vuelve a ladrar moviendo enérgicamente su gran y peluda cola.

―¡Tú ni te me acerques! ―le digo al perro apuntándolo con el dedo índice. Giro sobre mis talones y comienzo a caminar, pero puedo sentir que David se está riendo, se está riendo de mí el muy idiota. Corro escaleras arriba hasta mi habitación y me miro al espejo que estoy hecha un desastre. El pelo lleno de paja y la ropa no está

mucho mejor. Me acerco a la ventana y veo que David se agacha y queda a la altura de esa peluda criatura que él dice que es un cachorro de perro. Algo le está diciendo, él le habla como si ese peluche gigante le fuera a entender algo. David le acaricia la cabeza y el perro da dos ladridos. Me quito la ropa con rabia y me meto a la ducha para limpiarme toda la

suciedad y las babas que me ha dejado el perro. Luego de ya estar lista bajo para ver si Susana necesita ayuda en la cocina con el almuerzo. Voy bajando la escalera cuando veo a los pies de esta a David y a su perro que trae en su hocico un ramo de flores silvestres. ―Aly ―me dice David acercándose a

mi encuentro―, Blackie quiere que sepas que siente mucho haberte causado el susto de muerte por el que pasaste. Quiere hacer las paces contigo y es por eso que te ha traído estas flores como ofrenda de paz. Yo miro al perro que se acerca con la flores en su hocico. La verdad me hace gracia el gesto, y aunque quiero sonreír con ganas, me hago la seria un poco

más. ―No sé si quiero hacer las paces con esa bola de pelos. ―Me cruzo de brazos y levanto el mentón poniendo una pose de falsa indignación. ―Vamos, Aly, por favor. El pobre Blackie está muy arrepentido por todo ¿Puedes perdonarlo? El perro se acerca a mí y se echa en el

suelo mirándome con una cara que se hace imposible de ignorar y decirle que no. ―Está bien. Perdono a tu mastodonte peludo, pero dile que no se me acerque más de la cuenta, por favor. El perro se levanta y me ofrece las flores. Miro a David que asiente con la cabeza y me insta a que reciba el regalo de su amigo perruno.

Yo alargo mi mano y tomo el ramo de flores silvestres que ahora tiene un poco de baba en sus tallos. ―Muchas gracias, Blackie. Están muy hermosas las flores. ―El perro me devuelve dos grandes ladridos que retumban dentro de la casa. ―Bien, ahora que ya somos amigos vamos a almorzar. Mamá tiene todo listo

en la cocina. David y Blackie caminan delante de mí y yo los sigo hasta la cocina. Susana se mueve de un lado a otro y sonríe al vernos entrar. ―Ya está todo listo, queridos ¿Y esas flores? ―me pregunta al verme con el ramo en las manos. ―Son una ofrenda de paz ―digo mientras me acerco a un mueble―.

Necesito un jarrón para ellas. ―Me dijo David que el cachorro te ha dado un buen susto ―dice Susana sonriendo. ―¿Cachorro? Esto no es un cachorro, Susana, es un gigante ¿Es qué nadie más que yo ve el tamaño de este perro? ―Alyssa, Blackie es un cachorro de

terranova y… ―… no me digas que puede llegar a ser más grande ―digo y el perro me da un ladrido. ― ¡Qué horror! David sonríe, creo que es la primera vez desde que nos volvemos a ver que lo veo sonreír así, con esa risa que le llega hasta sus ojos y la cual me contagia y sonrío

también. Nos sentamos a la mesa y Susana va sirviendo un exquisito asado que ha preparado para el almuerzo. Pruebo el primer bocado y cierro los ojos por el placer que inunda mi paladar. ―Susana, esto está realmente exquisito. ―Gracias, querida. Es una vieja receta. ―Sí, pero me hubiera gustado

ayudarte… ―No, cómo se te ocurre. ―Susana, agradezco que me invitaras, pero no quiero ser una visita molesta. Quiero ayudar en lo que sea. ―¿Y qué hiciste hoy? Vi que sacaste a la yegua. ―dice David mirándome fijamente a los ojos. ―Sí, quería montar al azabache, pero se

nota que no quiere que lo molesten, así que saque a la yegua. ―¿Y dónde fuiste? ―Fui hasta el lago y me senté un rato en el muelle. ―Él traga en seco cuando escucha lo que digo― Está tal cual lo recordaba. ―Sí, casi nadie va hasta allí ―dice Susana con nostalgia. ―Es un lugar tan hermoso, me trae

tantos recuerdos… pero bueno ―digo soltando un suspiro porque de seguro todos en la mesa han pensado en Steve―, quiero saber qué puedo hacer en el rancho. ―Ya te dije, querida, no es necesario que hagas nada. Miro a Susana que me devuelve una mirada serena, como queriendo con eso que la conversación quede hasta ahí.

Pero yo no quiero, necesito hacer algo, algo en lo que ocupar mis días y así ayudar en el trabajo del rancho que no es poco. Si no me dejan hacer algo me tendré que ir de vuelta a la ciudad y me sorprendo al pensar en eso con disgusto. Aquí, en este rancho he encontrado un poco de la paz que necesito, pero quiero sentirme útil y no un mueble.

Miro a David que está cortando la carne en su plato, y lo hace con una concentración tal, que hasta frunce el ceño cuando hunde el cuchillo en el asado. Lo miro fijo hasta que logro que levante la vista hacia mí. ―¿Qué? ―pregunta antes de meterse el trozo de carne en la boca. ―¿Tú qué dices? ―le pregunto alzando un ceja.

―Yo… bueno… mamá ya lo dijo y siento decirte que ella es la que manda en este rancho. Lo que ella dice se hace. ―¡David! ―le digo a modo de regaño― Se supone que me tenías que ayudar, decir que sí, que puedo hacer algo en el rancho. ―Pero, Alyssa, ¿qué podrías hacer túen el rancho ?

Sé que mi cara está roja porque siento el calor en mis mejillas. Roja de rabia por lo que acaba de decir el hombre que se encuentra sentado frente a mí ,y que si pudiera, agarraría a cachetadas por tratarme de inútil buena para nada. ―O me dan algo que hacer o me devuelvo por donde vine. Y para que sepas, David, soy muy capaz de ayudar aquí.

―Yo no quise… ―Pero lo dijiste. Puedo ayudar en las caballerizas, sacar a los caballos, refrescarlos y limpiar sus lugares. Susana y David se miran entre sí como diciéndose que yo estoy loca al pedir limpiar las caballerizas. ―Aly, creo que ese no es un trabajo para ti ―dice Susana y la verdad es que tanta negativa me está sacando de

quicio. ―¿Y cuál sería el trabajo para mí? ¿Quedarme todo el santo día mirando por la ventana? ¿Estar sentada todo día en el pórtico y ver cómo vuelan los pájaros? Estuve años tras un escritorio y hacía mucho trabajo, pero me sentía inútil, así es que quiero que me dejen hacer algo o me voy hoy mismo.

David me mira y veo que algo así como una sonrisa burlona cruza sus labios. Yo lo miro seria, enojada, muy enojada. ―Mamá ―dice él a Susana, pero con los ojos fijos en mí―, si Alyssa quiere trabajar en las caballerizas dejémosla, nos vendrá bien la ayuda. Sé que lo que acaba de decir no lo dijo de verdad, si no que es una especie de

reto que me está lanzando. «Veamos hasta dónde eres capaz de llegar, Alyssa», eso es lo que me ha dicho entre líneas. ―Aunque no estoy de acuerdo contigo, hijo, dejaré que Aly nos ayude por aquí. Oír eso hace que el buen humor vuelva a mí, aunque no me he olvidado del desafío oculto que he escuchado de los labios de David.

El almuerzo termina yo salgo a pasear por el campo viendo la cosecha y el resto de los animales. Es increíble como ha pasado de rápido el día de hoy y ya estamos en la cena. La conversación de el almuerzo sigue en la cena. Yo queriendo que me den algo que hacer en el rancho, Susana que me dice que no es buena idea y David que sigue desafiándome con indirectas.

La cena termina y Susana se ocupa de la cocina mientras yo salgo al pórtico a tomar un poco de aire y mirar las estrellas. Luego de un rato siento que el peludo amigo de David me roza las piernas y veo a su dueño que llega a mi lado. ―Es una linda noche, ¿no? ―dice mirando hacia el cielo. ―No creas que no me di cuenta lo que

estás tratando de hacer. ―¿Yo? ¿Y qué se supone que hice ahora? ―me pregunta cruzándose de brazos y levantando una ceja escrutando mi rostro. Lo miro por un par de segundos y luego adopto su misma pose. Me cruzo de brazos y levanto una ceja. Él medio sonríe y niega con la cabeza.

―Sé qué piensas que soy una inútil. Una mujercita indefensa en el campo, y si cediste a que ayudara en las caballerizas, es porque piensas que no duraré ni medio día trabajando, pero déjame decirte que lo haré, ya verás. ―Yo… yo no recuerdo haber dicho todo eso que me estás diciendo. ―¡Pero lo pensaste! ―digo irritada. No sé por qué me comporto así, pero que

David piense que soy una mujer citadina que solo se lima las uñas ha sacado lo peor de mí. ―Bueno, sí lo pensé, no te voy a mentir. Pero es que tú no estás acostumbrada a esta vida. ―Pero ya verás que sí puedo. Ahora te dejo, me voy a dormir, mañana me espera un día de trabajo.

Paso por su lado y lo dejo solo con su amigo perruno. Llego hasta mi habitación y me tiro sobre la cama. Repaso toda la conversación de la cena y no entiendo por qué David me ha exasperado con su comentario. Me cambio mi ropa y me pongo mi pijama. Mañana trabajaré en con los caballos y David se arrepentirá de haber pensado que soy

una inútil. SEIS Me levanto temprano y me visto con jeans y una camiseta gris, y en mis pies, coloco unas botas de goma de color negro. Bajo hasta la cocina y veo que David y Susana ya están desayunando y bebiendo café recién preparado y que inunda todo el lugar con

su inconfundible y exquisito aroma. ―¡Buenos días! ―saludo con voz cantarina y feliz ya que me siento muy bien. Ambos me saludan y me siento frente a David en la mesa de la cocina. Él está bebiendo café, pero cada cierto rato mira su teléfono, como si esperara una llamada urgente, ¿la llamada de su novia tal vez?

Susana me sirve una gran taza de café junto con unas tostadas que ataco de inmediato. Luego ambos me dicen qué debo hacer y que puedo pedir la ayuda de alguno de los hombres que trabajan ahí si es que la necesito. Tengo todo muy claro y ya estoy lista para que mi día de trabajo empiece. David recibe un mensaje en su teléfono, lo mira y se

levanta con presteza. ―Me tengo que ir. Que tengan un buen día.― Se acerca a besar la mejilla de su madre y luego besa la mía. Siento cómo un escalofrío sube por mi espalda. Ese beso fugaz ha hecho que algo extraño se produzca en mi interior. Le quito importancia a lo sucedido y salgo de la casa y me voy caminando tarareando una canción hasta llegar a las

caballerizas. ―Bien, mis lindos amigos, les vengo a hacer compañía. ―Buenos días, señora. ―Escucho una voz masculina a mi espalda y giro para ver quién es― Mi nombre es John. El señor Brown me ha dicho que la ayude en las tareas de las caballerizas. Niego con la cabeza mientras sonrío. David tiene tan poca confianza en lo que

haga con sus caballos, que me mandó a uno de sus trabajadores para vigilarme. Pero no quiero que nada ni nadie me amargue el día, así que le doy una gran sonrisa al hombre frente a mí y le digo: ―Bien, John, usted me dirá por dónde empiezo. Él se pone a explicarme que hay que limpiar cada lugar de los caballos, me pasa un rastrillo y unos guantes de cuero

que son enormes. Me explica todo con calma, como si yo fuera una niña pequeña. Lo único que me pide, y me lo recalca dos veces, es que no me acerque mucho al caballo azabache, el semental del rancho. Dice que el animal es muy arisco con quienes no conoce y que solo “el señor Brown” puede montarlo. Me imagino a David arriba de

ese poderoso caballo y siento que mi cara se sonroja ante tal pensamiento…. «concéntrate» me reprendo mentalmente. Comienzo a hacer el trabajo que se me ha asignado. Me pongo los guantes, pero la verdad es que son demasiado grandes para mis manos y solo me molestan, así es que decido quitármelos y trabajar sin ellos. Limpio las pesebreras y luego saco a los

cuatro caballos mansos a los que se me permite acercarme. Los cepillo, los alimentos y salgo a dar un paseo con la yegua. Cuando termino el paseo vuelvo a las caballerizas y estoy sola. Guardo a la yegua en su lugar y noto que mis manos duelen. Me las miro y veo que se me han formado unas feas ampollas por no usar guantes, pero qué más da. No me voy a quejar, menos

frente a David para que luego me diga que no estoy hecha para este trabajo. Me acerco un poco al caballo azabache que mueve su cabeza y relincha arisco ante mi presencia. ―¿Qué pasa, bonito? ¿No te gusta mi compañía? ―Él mueve su cabeza un poco. Es tan hermoso este animal, pero a la vez tiene un halo de peligro. Me quedo mirándolo y estoy segura de

que me puedo ganar su confianza. De a poco lo iré conquistando, estoy segura que lo haré, porque cuando algo se me mete entre ceja y ceja, no hay quién me haga cambiar de opinión. Eso decía Steve cuando trataba de convencerme de algo. Decía que yo siempre me salía con la mía y que podía sacar de quicio hasta a un santo.

Me pongo a alimentar a la yegua que he montado y la cepillo, cuando escucho el fuerte sonido de un motor. Ya es hora del almuerzo y no tengo que adivinar que ese sonido es el de la camioneta de David… Él ha llegado. Yo sigo en lo mío. Dando largas cepilladas a la yegua con calma. Un movimiento a mi lado llama mi atención y veo que es Blackie

el que entra en las caballerizas y llega a mi lado moviendo su cola con entusiasmo, pero no viene con David. ―Hola, felpudo con patas ¿Tu amo te envió a supervisarme? El perro ladra y yo le sonrío, termino con la yegua y veo que David entra en el lugar. ―Hola ―dice y noto cómo mira las caballerizas, de seguro no cree que yo

he hecho todo el trabajo de limpieza del lugar. ―Hola ―le respondo y camino hasta llegar a él, lo miro y le pregunto―: ¿Y bien? ¿Qué te parece mi trabajo? ¿Sé o no manejar un peligroso rastrillo y tratar con caballos? Él sonríe, pero no me dice nada, no quiere reconocer que se ha equivocado conmigo .

―Bien, voy a tomar una ducha. Tu madre ya nos llamará para el almuerzo. Paso por su lado y camino rumbo a la casa mientras él y su perro se quedan en las caballerizas. Llego al pórtico de la casa y me quito las botas de goma que están llenas de barro y estiércol. Subo corriendo las escaleras hasta el segundo piso mientras Susana me dice

que dentro de poco servirá la comida. Me voy a duchar rápido para sacarme el olor a caballo que se ha impregnado en la ropa y voy a bajar a almorzar. Hoy tengo mucha hambre y de seguro es porque el trabajo me ha abierto el apetito. Me meto bajo el chorro de agua de la ducha y suelto un gemido de placer cuando el agua tibia corre por mi

espalda. De seguro mañana amaneceré con cada músculo de mi cuerpo dolorido. Miro mis manos y ahí están las molestas y grandes ampollas. Una se ha reventado y me escose la herida que me ha dejado. Salgo del baño y me comienzo a secar con rapidez. Las manos me duelen y reviso que, justo tengo una de las ampollas en el dedo

donde aún llevo mi argolla de matrimonio. Me miro la mano y toco con nostalgia aquella alianza de oro que simboliza el amor que Steve y yo compartíamos. La sigo utilizando por costumbre, la alianza de Steve está colgada en una cadena que uso a diario alrededor de mi cuello. Tal vez debería quitármela y unirla a la de mi difunto marido. Me

vuelvo a mirar el dedo, y con delicadeza, deslizo la alianza hasta que me la quito y la pongo junto a la otra en la fina cadena. Me visto, me peino el cabello que sigue mojado, pero qué más da, hace calor y ya se secará al aire. Ya estoy lista y bajo la escalera siguiendo el aroma de la comida preparada por Susana. Ella está con David, ambos están

hablando de algo y debe ser importante y lo más seguro es que no quieren que yo me entere porque hablan entre susurros. Cuando me ven entrar se ponen nerviosos, y cambian de tema, ahora hablan con un tono de voz normal. Cuando Susana sirve la comida yo ni hablo, lo único que quiero es comer, comer y comer. David me dice que mi trabajo ha sido

excelente y siento un poco de orgullo dentro de mí, mientras que Susana me dice que no es necesario que lo haga todos los días, pero yo la interrumpo y le digo que ni piense alejarme del trabajo. No voy a dar mi brazo a torcer. El almuerzo termina y ayudo a Susana a limpiar la cocina. David, y la bestia peluda que él llama cachorro, salen de la casa. Miro por la ventana y los veo

que caminan en dirección al lago. Los veo perderse detrás de unos árboles y yo vuelvo a lo mío. Luego de que he terminado de ayudar en la cocina me voy a la sala. Tomo un libro de la mesa esquinada y me siento a leer en el sofá. Llevo como tres hojas y mis párpados me empiezan a pesar, trato de abrirlos, pero el cansancio me gana y caigo en un

agradable sueño. Abro los ojos sobresaltada cuando algo húmedo, tibio y áspero, roza mi cara. ―¡No! ¿Por qué me haces esto? ¡Me dejaste llena de babas! ―Le digo a Blackie quien es el culpable de mi sorpresivo despertar. ―¡Blackie, no! ―dice David mientras trata de ponerse serio, pero puedo ver que sus ojos chispean en diversión.

Me levanto del sofá enfurruñada de que me cortaran el agradable y reparador sueño que estaba teniendo. Me paro frente a David y lo encaro. Para mí el sueño es sagrado y si me despiertas atente a las consecuencias. ―Tú lo mandaste, ¿verdad? ―le pregunto muy, muy seria. ―No, cómo crees… ―responde tratando de parecer inocente.

―No sé qué se traen tú y este peluche viviente contra mí, pero quiero que lo pares ya― le digo mientras le hundo el dedo índice en el pecho. ―Perdón, Aly, pero te juro que no es lo que crees, es que Blackie te quiere y es por eso que se acerca a ti. Miro al perro que me mueve la cola y de pronto siento que mi reacción ha sido un poco desmesurada, pero estoy de mal

humor por haber sido despertada de la peor forma. ―Bien, lo mejor será que me vaya a acostar, muero de sueño. ―¿No vas a cenar? ―No, estoy muy cansada y mañana me tengo que levantar temprano, así que me llevaré una fruta y dormiré. Los dejo para que sigan confabulando cosas contra mí.

Digo con una falsa indignación. Llego a mi habitación y me lavo la cara donde Blackie ha pasado su lengua. Sonrío al recordar las palabras de David… “Es que él te quiere por eso se acerca a ti”. Mi madre solía decir que los animales son los mejores amigos, son más sinceros y cariñosos que los hombres. Bueno me tengo que sentir halagada de tener un admirador perruno y además

uno tan gigantesco. SIETE La alarma del reloj me despierta y me tapo la cabeza con la almohada. Me duele el cuerpo, me duelen músculos que ni sabía que existían. Aún así me levanto estirándome y bostezando sentada en la orilla de la cama. Voy al baño y me lavo la cara, me visto con jeans y camiseta y me peino con una

coleta alta y cepillo el flequillo para que quede ordenado. Miro mi reflejo en el espejo y veo que mi rostro tiene otro color. Un brillo que en la ciudad no tenía, debe ser efecto del aire limpio y de haberme alejado de toda la bulla y el estrés de una gran ciudad. Bajo a la cocina que, como de costumbre, huele a café recién preparado. Veo que Susana

está sola y la saludo mientras me voy sirviendo una taza de café. Al tomar la taza caliente con ambas manos mis palmas duelen por el calor. Las ampollas no han mejorado, la verdad ni siquiera me las traté, solo me lavé las manos con agua y jabón. Lo mejor será, y ya que no me gusta usar los guantes para trabajar, que me vende las manos.

Luego de desayunar eso haré, así las ampollas no me molestarán mientras trabajo. Susana y yo desayunamos solas ya que me ha dicho que David tuvo una urgencia en la granja vecina. Con Susana hablamos de todo un poco, me ofrezco para ayudarla en lo que ella

necesite, le digo que me sentiría muy bien siendo más útil y ella me dice que lo pensará. Luego de terminar el desayuno subo hasta el baño de mi habitación y busco si hay algún botiquín, debe haber algo, pero nada, no encuentro nada y necesito vendarme las manos con urgencia. No quiero pedirle vendas a Susana porque de seguro me va a regañar y no

me dejará ir a las caballerizas. Pienso en qué puedo hacer, dónde podrían haber vendas en esta casa y salgo al pasillo cuando veo que la puerta de la habitación de David está medio abierta. Él no está en casa, él es veterinario y es más que seguro que debe tener algo en su baño. Camino con cautela por el pasillo hasta llegar al final de este donde se encuentra

la habitación de David. Muy despacio abro la puerta sintiendo que estoy violando su privacidad, solo espero no ser descubierta. Entro en la habitación cerrando muy despacio la puerta tras de mí. Miro a mi alrededor con curiosidad. Tiene una cama enorme que está cubierta por una colcha en color negro. Una repisa con libros, muchos de ellos de la

enciclopedia de medicina veterinaria y algunas novelas policiales y otras de Stephen King. Luego veo su escritorio que está un poco desordenado. Papeles por todos lados y una agenda que está abierta. Solo la miro de reojo, no debo husmear más en sus cosas, además, aquí no encontraré lo que necesito, lo que tengo que hacer es ir a su baño.

Camino hasta la puerta del baño y en el camino veo en la pared una pizarra donde hay varias cosas. Noto que hay pegadas un par de postales de distintas partes del mundo, algunas tarjetas de visitas, recibos de compras, y entre todo ese montón de cosas, hay una fotografía que, podría decir, estaba casi escondida. La miro y sonrío, esa fotografía la recuerdo. Es del veranoque estuve aquí.

Estamos Steve, David y yo sentados en el muelle del lago. Recién salidos del agua y sonriendo a la cámara. Mi corazón late más rápido ante ese recuerdo y estiro mi mano para tocar la imagen con la punta de mis dedos. Cierro los ojos por unos segundos y luego sacudo mi cabeza para que no me ataque la tristeza. Entro al baño y miro en todas las

direcciones buscando dónde puede estar el botiquín. El cuarto de baño está muy ordenado y aún huele a jabón o champú, de seguro de la ducha que David debió darse esta mañana. Abro cajones tratando de hacerlo despacio. Algo sobre el lavabo llama mi atención. Es una botella de perfume. Una simple botella de perfume de color negro con letras

plateadas. Destapo la botella y me la acerco a la nariz para olerla cerrando los ojos. El olor me inunda los sentidos, es un aroma masculino con un toque cítrico y muy exquisito de oler. Me aparto la botella y doy un largo suspiro. Me siento abrumada por el repentino deseo que se ha alojado en mi interior. Me imagino a David y a la mujer que hunda la nariz en

su cuello y huela este perfume y …. Será mejor que deje de pensar en eso. Abro un cajón y ¡bingo! Encuentro un botiquín de primeros auxilios. Apurada lo abro y veo las vendas. Las saco y trato de dejar todo tal cual estaba. Doy una última mirada a la habitación y salgo dejando la puerta entre abierta tal como la encontré.

Voy hasta mi habitación y me vendo las manos. Ya lista bajo hasta la cocina, saco una manzana y salgo de la casa. Me paro en el pórtico donde el día de ayer dejé las botas de goma que uso en el trabajo. Me las coloco y Blackie se acerca a mi lado. Hoy su amo no lo ha llevado con él al trabajo así es que contaré con su compañía. Camino con el perro a mi lado. No veo a

John cuando entro en las caballerizas así es que me acerco al caballo azabache . ―Hola, bonito. ―El caballo mueve la cabeza, pero no lo noto que esté inquieto ni nada― Mira, te traje un regalo. Le muestro la manzana y de a poco voy acercando mi mano, quiero conquistarlo, pero no quiero que me arranque los dedos de un mordisco. Además, mis

manos ya están lo bastante maltratadas como para agregarle la amputación de algunos de mis dedos. El caballo, todo lo contrario a lo que pensaba, toma delicadamente la fruta de mi mano y se la come con rapidez. ―¿Te gusta? ¡Claro qué te gusta!― El caballo relincha, hoy he dado el primer paso en este acercamiento.

Comienzo con mi trabajo tomando el rastrillo y John entra saludándome. Se me queda mirando y yo lo miro de soslayo y sigo en lo mío. ―¿Qué le paso en las manos? ―pregunta con los ojos muy abiertos y actitud seria. ―Nada, John… Ah, lo dices por las vendas ―digo tratando de quitarle importancia al asunto―, solo es que no

me gustan los guantes que me diste ayer, no puedo mover las manos con facilidad, así es que decidí vendarlas y así evitar que mis manos se lastimen. Él me mira achicando los ojos y sé que no se ha tragado ni media palabra que le he dicho. Yo hago como si nada estuviera mal y sigo con mi trabajo. ―Señora…

―John, estoy bien, no te preocupes. ―El pobre hombre se da por vencido y comienza a hacer su trabajo con el azabache. Ya estoy en la mitad de mi trabajo y empiezo a sentir dolor en las manos. Bajo la vista a ellas y veo que las vendas se han cubierto de sangre, pero no me importa sigo trabajando hasta que termino de hacer todo.

Antes de almorzar me voy a mi cuarto, me lavo las manos y bajo a la cocina. Hoy seremos solo Susana y yo en la mesa, David aún no vuelve. Ӂӂӂӂӂ Los dos días que siguen son iguales. Mi hermana Janis me ha llamado ya que hace días que no sabe nada de mí. Le cuento que me

encuentro muy bien y que estoy ayudando en la granja. Ella se mofa de mí diciendo que esa vida no es para mí, que soy una chica de ciudad y que apuesta todo el oro del mundo a que dentro de poco vuelvo a casa. No le rebato nada, que piense lo que quiera. Parece que no me conociera y supiera que soy más terca que una mula.

Yo sigo en las caballerizas y ya le estoy dando azúcar al azabache. Sé que pronto podré ver si lo puedo montar. Mis manos aún no sanan, mejor dicho no las he dejado sanar. Me cambio las vendas a diario y creo que debería ir hasta el pueblo y buscar algún ungüento para que me cicatricen las heridas. De David no sé hace días, se va muy temprano en la mañana y llega muy

entrada la noche. Blackie ha estado aquí conmigo haciéndome compañía, y aunque sea raro que lo diga, el mastodonte peludo ha sido un buen amigo. Ӂӂӂӂӂ Ya estoy en la cocina, pero estoy sola. Miro por la ventana y veo que Susana y David están hablando cerca de la camioneta de este. Están serios, sé que

algo pasa y no quieren decirme nada ¿Será que soy una molestia y no saben cómo decirme que me vaya? Tomo mi tazón y me sirvo café mientras veo que David se sube a su camioneta junto con su perro y salen del rancho. Susana entra y me ve en la cocina. ―Buenos días, Susana ¿Estás bien? ―pregunto porque la noto preocupada.

―Sí, querida. Y tú, ¿dormiste bien? ―Sí, muy bien. Ella se sienta en una silla y puedo ver que piensa en algo, debe ser algo grave como para estar así de inquieta. ―¿Pasa algo? ¿Necesitas que haga algo? ―Ella me mira como si me fuera a decir alguna cosa. Abre la boca, pero la cierra de

inmediato. Luego toma un poco de café y de pronto me pregunta: ―Aly, ¿te molestaría si uso tu auto para ir hasta el pueblo? ―Claro qué no. Puedes usarlo cuando quieras ¿Pero, pasa algo? ¿Es algo grave? ―Es mi hermana. Está un poco enferma y me gustaría ir a ver si necesita algo. ―¿Quieres que vaya contigo?

―No, querida. No es necesario. Tomaré tu auto prestado e iré a ver si necesita algo. Al terminar el desayuno voy a hacer mis labores. Susana toma mi auto y sale del rancho. Espero que lo de su hermana no sea nada grave ya que la vi muy preocupada. Yo continuo en lo mío. Otra vez las heridas comienzan a sangrar. Las vendas

están sucias de sangre y tierra. John no me ha dicho nada, solo me mira y sé que quiere regañarme porque ya sé que sospecha lo que hay bajo las vendas. John sale de las caballerizas y me mira con el ceño fruncido. De seguro si pudiera me daba un par de nalgadas por ser tan testaruda. Escucho que el ruido de un motor se acerca, es la camioneta de David. Llegó

un poco temprano, aún faltan más de dos horas para el almuerzo y no preparé nada ya que se suponía que haría algo rápido solo para mí. Blackie llega a mi lado feliz de verme. Lo saludo con alguna palabra cariñosa y acariciando su gran cabeza. Ahí estamos, solo Blackie y yo, ya han pasado unos minutos y David no ha entrado a las caballerizas a ver qué tal

he realizado el trabajo. Luego de un rato lo veo entrar. Camina rápido hacia mí que me he quedado paralizada viéndolo. Me mira con la rabia instalada en los ojos. Con el ceño más que fruncido. ―Hola… ―No alcanzo a terminar el saludo cuando ya lo tengo casi pegado a mi cuerpo. Lo miro hacia arriba ya que me saca una

cabeza de altura, pero así de enojado se ve mucho más alto. Sus ojos claros brillan de furia y puedo ver cómo la tensión se acumula en su mandíbula ¿Qué será lo que le pasa? ―¡Muéstrame tus manos! ―dice en voz firme, grave y enojada. Era eso, el chismoso de John le ha dicho lo de las vendas en mis manos.

OCHO ―¿Qué? ―pregunto mientras suelto el rastrillo y escondo las manos tras la espalda, como si fuera una niña a la que su padre ha pillado en una travesura. Pero acá no hay travesura que esconder ni padre, solo un hombre enojado que si pudiera echaría fuego por la nariz como un dragón. ―Que me muestres tus manos, Alyssa.

―¿Por qué? ¿Qué pasa con mis manos? ―Doy un paso atrás con las manos aún a mi espalda y él avanza un paso hacia adelante. ―¡Quiero ver tus manos! ―Ahora alza la voz. ―¡No! ―le digo y ahora soy yo la que frunce el ceño enojada. ―Alyssa… Alyssa, tus manos. ―En un rápido movimiento me abraza y me toma

las manos obligándome a sacarlas desde mi escondite y a mostrárselas aunque trato de luchar no lo consigo. Es más fuerte que yo. Yo me quejo ya que no ha sido nada delicado al forcejear y ha pasado a llevar las ampollas. Me mira las manos y ve las vendas manchadas y sucias. Lo veo tragar en

seco y su mandíbula se vuelve a tensar y en sus mejillas se asoma un poco de rubor, el cual de seguro es de rabia. Yo lo miro y él fija sus ojos en los míos. ―Maldición ―dice por lo bajo― ¡¿Cómo dejaste que pasara esto?! ―No es nada, creo que estás exagerando. ―¡¿Nada?! ¡¿Nada?! ¡Esto no es nada! Vamos.

Me toma por una muñeca y comienza a caminar rápido en dirección a la casa tirando de mí que no puedo seguirle el paso. ―¡David, espera! ―No me escucha―¡David, para, por favor! Nada, él no quiere oír nada de lo que yo diga. Cuando ya nos acercamos a la casa veo a John que está viendo todo el espectáculo que está montando su jefe y

con rabia le grito mientras soy llevada a rastras: ―¡¡¡John, eres un bocón!!! ―Él solo me mira, no va a decir nada viendo cómo está su jefe― ¡David, espera a que me saque las botas! No logro nada, ya estoy dentro de la casa y él me lleva hasta la cocina. Saca una silla y la deja cerca de mí. ―Siéntate y no te muevas, ¿oíste?

―Pero… ―Siéntate y cállate… vuelvo enseguida. Gruño por lo bajo cuando él desaparece de mi vista. Creo que todo esto es demasiada sobre reacción para un par de ampollas. Nunca vi a alguien tan enojado como he visto hoy a David. Blackie entra en la cocina y se echa a mis pies mirándome, como si sintiera

tristeza por mí. ―No puedo hablarte, cachorro de oso, tu amo me ha prohibido abrir la boca. Es un pesado, no sé cómo lo aguantas. ―Blackie gime, como si me dijera que entiende de qué le hablo. David entra en la cocina con un bolso. Lo pone sobre la mesa y comienza a sacar cosas. Su

cara no ha cambiado nada, está molesto y cortante. Una vez que tiene fuera todo lo que necesita, toma una silla y la acerca para ponerla frente a mí. Se sienta y me pide: ―Tus manos. ―Pongo las manos al frente y él vuelve a mirar― ¿Por qué no usaste los guantes que John te dio? ―Porque me incomodaban y no podía hacer bien el trabajo.

―¡Es decir que tienes las ampollas desde el primer día! ―No digo nada, mi boca está sellada― Alyssa… ―dice a modo de reprimenda. ―Sí ―respondo alzando el mentón―, pero ya te dije, no es nada, no sé para qué tanto escándalo. David cierra los ojos, como si acabara de escuchar la locura más grande del mundo.

―¡Porque no has dejado sanar las heridas! ¡Porque ahora, viendo en el estado en que se encuentran tus vendas, podrías tener una infección! ¡No entiendo por qué no dijiste nada! ―El tono de su voz sube otra vez, me está regañando como hace mucho tiempo no lo hacían, creo que la última fue mi hermana cuando tenía unos quince años. Un nudo se aloja en mi garganta y me

entran unas enormes ganas de llorar, pero no le voy a dar el gusto a este idiota que, además de regañarme como si fuera algo mío, me vea llorando. Trago en seco para que el nudo pase y respiro profundamente. Tengo ganas de gritarle unas cuantas groserías a la cara, pero es mejor que me limpie las heridas rápido y así poder ir hasta mi cuarto. David toma un par de guantes

quirúrgicos y se los pone en las manos. Luego, con un par de tijeras, corta las vendas y me las quita con cuidado. Hay partes donde la venda se ha quedado pegada y yo hago una mueca de dolor cuando tira de ella. Cuando ambos miramos las heridas vemos que están en carne viva y él suelta una maldición y un bufido. ―¡Levántate y acércate al lavaplatos!

―Yo me levanto y hago lo que él me dice. David llega a mi lado con una botella de suero y una gaza, se apega a mi cuerpo y comienza a ponerme el suero en las manos mientras va limpiando y lavando. Al tenerlo tan cerca puedo oler su perfume que llega a mis fosas nasales, cítrico y masculino, como lo he olido antes en su baño. Cierro los ojos y un

calor se aloja en mi rostro y creo que en todo mi cuerpo. Bueno, hace mucho tiempo que no tengo un hombre tan cerca de mí, así es que es obvio que mi cuerpo reaccione a su contacto. Él sigue con la tarea de limpiar mis manos con suero fisiológico y yo siento, o creo que mi cuerpo vibra. ―¿Te sientes bien? ¿Te duele mucho? ―¿Hmmm? ―digo abriendo lentamente

los ojos. ―¿Qué si te pasa algo? Estás temblando. Mi cara arde, sé que estoy roja como un tomate ¿Tan evidente fue mi temblor? Lo bueno es que él lo asume a que es al dolor por las heridas y no a su cercanía. Una vez termina, nos volvemos a sentar uno frente a otro. Él comienza a sacar antisépticos que va colocando en las

heridas. En la primera llaga suelto un gritito, ya que arde. ―Perdón ―dice, pero veo en su mirada que no siente nada de culpa. Sigue y yo lo miro fijamente. Veo la concentración con la que trata mis manos, con su cara seria y profesional. Me quedo observando sus facciones. Su nariz recta y cómo una barba de unos tres o cuatro días cubre su mandíbula.

Es tan distinto al David de años atrás. Ya no es aquel joven bromista que reía seguido. Ahora es un hombre adulto y profesional y muy pocas veces lo he visto sonreír como hace años atrás. El celular de David que, él ha dejado sobre la mesa, comienza a sonar y puedo ver de reojo que la pantalla se ilumina con el nombre “Amanda”. Él mira el aparato, luego me mira y deja que el

teléfono siga sonando. ―Contesta si quieres. ―Puede esperar ―contesta corto y preciso. Ya estoy casi lista, ahora él pone un ungüento y luego una gasa limpia cubriendo mis heridas. ―Listo. Ya terminé. Mañana hay que cambiar el vendaje y tienes prohibido volver a las caballerizas.

―¡¡¡¿Qué?!!! ―digo en un chillido― ¡No te atrevas a prohibirme nada! ¡Qué te has creído, ¿mi padre?! ―No volverás a trabajar hasta que tus heridas sanen. ―Abro la boca para alegar algo, pero él no me deja hablar― Y no me discutas más, no vuelves y punto. Algo parecido a un gruñido escapa de mis labios y me levanto de la silla. El

teléfono de David vuelve a sonar y es Amanda la que lo vuelve a llamar. ―Contesta, debe ser urgente. Yo iré a ducharme. ―Toma ―dice mientras me extiende un par de guantes de látex―, para que no mojes los vendajes. Mi madre dejó algo de comida en la nevera. Te aviso cuando esté listo. ―No te molestes, no tengo hambre.

Tomo los guantes y salgo de la cocina, enojada, furiosa, rabiosa. Llego hasta mi habitación y voy hasta el baño. Me pongo los guantes y me ducho. Me coloco ropa limpia y seco mi cabello. Luego me tiro sobre la cama y me tapo con una manta. Me vuelvo a sonrojar cuando recuerdo cómo huele David y siento un nudo en el estómago. Me siento la peor de las mujeres por

haber tenido este pensamiento hacia mi cuñado. Sigo pensando en lo enojado que estaba él, y en Amanda, que de seguro debe ser alguna mujer que quiere que le haga una visita y no necesariamente para que le revise algún animalito. Cierro los ojos y los azules ojos de David aparecen en mi mente… ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué pasa conmigo?

Despierto cuando escucho unos golpes en mi puerta. No quiero hablar, si es David no lo quiero ver. Vuelven a golpear y escucho la voz de Susana que me pregunta si puede entrar. ―Pasa, Susana. Ella entra y veo que trae una bandeja con algo de comer. Miro por la ventana y veo que ya está atardeciendo. ―Querida, ¿por qué no dijiste lo de las

heridas en tus manos? No te hubiera dejado seguir en las caballerizas si lo hubiese sabido… ―Por eso, porque sabía que no me dejarían trabajar y yo no quiero ser un mueble más en esta casa. ―Pero, Aly, pusiste en riesgo tu salud ¿Sabes lo que puede ser una herida infectada? Y no me quiero ni imaginar el dolor que has sentido. No volverás más

a las caballerizas. ―Ah, no ¿Tú también, Susana? Ya bastante tuve con el regaño de David como para que ahora también tú me vengas a regañar. Me pongo furiosa, ahora no me dejarán hacer nada en esta casa y me aburriré como una ostra. ―Querida, entiende que una herida mal cuidada puede traer feas consecuencias.

No puedes seguir trabajando hasta que tus manos estén mejor. Sabes que por mí no hicieras nada… ―Pero yo quiero, Susana. Quiero ocupar mi tiempo. Si no tendré que volver a casa. ―Al pronunciar esas palabras un nudo se forma en mi estómago. La idea de volver a la ciudad se me ha vuelto totalmente desagradable y es muy extraño, pero aquí, en este

rancho que apenas había visitado dos veces antes, me encuentro más tranquila y en paz. Pero tengo que hacer algo, ya se vendrá algo a mi mente. ―Por ahora puedes descansar unos días y luego buscaremos algo para que hagas. Me encanta tenerte aquí, Alyssa, no me gustaría que te fueras tan pronto. Susana me acaricia la mejilla y luego me

dice que me dejará sola para que coma. Le doy las gracias y sale de la habitación. La verdad es que, con el enojo que sentí cuando David trataba mis heridas, se me había quitado hasta el apetito, pero ahora que han pasado algunas horas, mi estómago ruge y pide alimento. Me acerco a la bandeja y empiezo a comer lo que Susana ha puesto en ella. Termino rápido, como si

no hubiera probado bocado en meses, tomo la bandeja y bajo a dejarla hasta la cocina. La casa está en silencio, creo que todos han salido o bien se han ido a sus habitaciones. Miro por la ventana y veo al cielo que ya se está empezando a cubrir de estrellas. En la ciudad uno nunca mira hacia el cielo. Siempre anda con la cabeza gacha mirando la calle o

bien preocupada del móvil, pero acá, todo es distinto y un cielo que siempre ha estado ahí, puede emocionarte de sobremanera con su belleza. Me dan ganas de salir al pórtico y mirar un poco más el cielo y tal vez tenga la suerte de ver alguna estrella fugaz para pedir un deseo. Abro la puerta y lo primero que oigo es la profunda voz de David que está hablando con alguien.

Trato de que no me vea, para que no crea que lo estoy espiando, pero al no ver con quién habla supongo que está manteniendo una conversación por teléfono. Debería irme, no es correcto escuchar conversaciones ajenas hasta que escucho que dice: ―Lo sé, Amanda, pero no puedo hacer nada por ahora ―Amanda… está

hablando con Amanda. Quiero escuchar que le dice a esta mujer que lo llama tan insistentemente. Sí, sabes que es difícil, no puedo llegar y soltar algo así, hay que ir con cuidado y si no entiendes eso yo no puedo hacer nada…. No, no sé por cuánto tiempo será. Lo sé, lo sé y créeme que yo también quiero, pero ahora no puede ser. Miles de situaciones entre David y esa

tal Amanda pasan por mi mente. ¿Será ella casada y David será su amante? ¿David se casará y no le ha dicho a su madre? ¿Tendrá novia y la engaña con Amanda? Me sorprendo al sentir que ninguna de las alternativas son de mi agrado. Siento una sensación de molestia en mi interior y no entiendo a qué se debe. ―Bien, trataré de ir mañana. No, no

creo que aún sea tiempo, no sé cómo podrá reaccionar, tal vez no deberíamos decirlo nunca… Sí, bien mañana iré a verte, adiós. Decido dejar de espiar a David y subo hasta mi habitación, me acerco a la ventana y veo cómo juega con Blackie. El perro trata de quitarle una pelota. Los observo por unos minutos y pienso en las palabras que he escuchado antes.

David tiene novia, pero no he escuchado nada de parte de él o de Susana. Bueno, si es que su novia está casada y él es su amante, es obvio que quieran mantenerlo en secreto. Me alejo de la ventana, no puedo seguir pensando en David y en la mujer que lo llama sin cesar. Me siento mal, porque algo parecido a los celos han comenzado a surgir en mi

interior ¿Qué estoy diciendo? Celos, celos, ¿pero de qué? ¿De un hombre que solo me regaña? ¿De un hombre que está casi prohibido para mí? Dios, en que estoy pensando, no puedo sentir algo por el hermano de mi difunto marido, me voy a ir al infierno por tener estos pensamientos… No, no, no, no puede ser. Me acuesto en la cama y me tapo la

cabeza con la almohada como si eso pudiera acallar la voz de mi conciencia que me grita que soy una mala mujer, una horrible viuda, la peor mujer de todas por tan solo mirar a micuñado . NUEVE Ya es de día y yo estoy de pie y vestida para bajar a desayunar. Aunque debería estar muerta de sueño ya que me la pasé

la mayor parte de la noche dando vueltas en la cama y pensando en David, tengo un buen aspecto y casi nada de sueño. Bajo hasta la cocina y entro dando lo buenos días a Susana y a David a quien trato de no mirar directo a los ojos para no sonrojarme. ―Pensé que dormirías por un rato más ―dice Susana mientras me sirve un café.

―Bueno, no tenía ganas de seguir en cama y decidí que, ya que no tengo permitido trabajar en las caballerizas, tal vez pueda dar un paseo por los alrededores. ―Buena idea, querida, hay tanto que ver en este rancho. ―Sí ―interrumpe David―, solo recuerda no hacer nada que pueda dañar tus manos, y apropósito de eso, voy a

cambiar los vendajes. No quiero que lo haga, no quiero tenerlo tan cerca porque me pondré nerviosa y no quiero que él lo note. Pero tiene que ver mis manos así es que hago tal cual me pide. Con calma me quita los vendajes y me mira las heridas las cuales cura y cubre con ungüento. Luego pone vendas limpias. Todo lo que

ha durado el cambio de vendajes traté de no mirarlo, traté de no inhalar su perfume, traté de no temblar ante su tacto, pero sé que fallé en lo último. Termina y se despide de ambas para luego salir de la cocina. Yo sigo bebiendo mi café lentamente analizando todo lo que me está pasando. En lo correcto e incorrecto, en lo que siento y en lo que debo sentir.

―Pensar demasiado no es bueno ―dice Susana interrumpiendo mis pensamientos y trayéndome de nuevo a la tierra. ―¿Qué? ―digo distraída. ―Que de pronto no es necesario analizar tanto las cosas. Lo que es, es. Lo que tenga que pasar, pasará. Me quedo muda, ella me sonríe como si supiera un secreto y sale de la cocina

dejándome con más cuestionamientos en la cabeza. Termino el café, agarro una manzana y unos cuantos terrones de azúcar y me voy a las caballerizas. Entro en ellas y John me mira y agacha la cabeza. ―No te vengo a regañar, John, así que no te preocupes. ―Disculpe, señora, no quise ser un bocón, pero era necesario. No sabe lo

que una herida infectada puede llegar a ser… ―Sí, sí, sí. Ya me han echado ese discurso así que puedes ahorrártelo. ―Tuve que hacerlo, señora, es que usted no escucha a nadie y por eso le dije al señor Brown lo que sospechaba de sus vendas. Me quedo mirando a John, sé que no lo hizo con mala intención y sé que siente

lástima por mí. ―Ni te preocupes, ya pasó. Lo único que siento de todo esto es que no podré trabajar por un buen rato. Tu jefe no quiere que haga nada por aquí. ―Y no debería. ―¿Tú también estás con esas, John? ―le pregunto en tono de reprimenda. ―No debería hacer nada hasta que

sanen sus heridas. Además, puede buscar otras cosas que hacer. En el rancho hay muchas tareas, tal vez las caballerizas no es lo suyo. ―Bueno, ya veremos. De momento vendré a ver a los caballos y quizá pueda montar la yegua para dar un paseo. ―Perfecto, se la ensillo enseguida. Mientras John se ocupa de ensillar la

yegua, yo camino hasta el azabache y le extiendo la manzana que él delicadamente toma de mi mano. He avanzado mucho en mi relación con este caballo y sé que pronto podré intentar montarlo. Luego le doy los terrones de azúcar y sé, por cómo me mira, que me está muy agradecido. Le acaricio la cabeza y me aparto de él. Monto a la yegua no sin antes

enguantarme las manos bajo la atenta supervisión de John. Una vez lista salgo de las caballerizas a recorrer el rancho. Hago que el animal vaya a paso lento para ir disfrutando del paisaje y del clima. Aunque nos falta un poco para que llegue la primavera los días han estado muy soleados. Solo espero a que haga un poco más de calor para poder nadar en el lago.

Sigo con mi paseo y no puedo creer lo grande que es este rancho. Cuando Steve me trajo no recorrimos casi nada, fue tan poco tiempo el que estuvimos aquí y casi siempre la pasábamos o en su cuarto o en el lago. Ahora veo todo el trabajo que hay que hacer por aquí. Veo a los trabajadores que me miran

extrañados y unos cuantos me sonríen al paso. Llego a lo alto de una loma desde donde veo lo vasto del terreno y sus verdes pastos. Llego a un árbol y al girar la cara puedo ver el comienzo de la propiedad vecina. Amarro la yegua al árbol y me siento a la sombra de este. Pienso en cuánto ha cambiado mi vida en este tiempo. Pienso en Steve, ya

no con dolor, porque sé que me acompaña, me cuida desde donde esté. Al pensar en él, a mi mente viene la promesa que le hice en el hospital antes de morir. Que buscaría ser feliz. Que buscaría el amor otra vez. Su voz resuena en mi mente volviendo a recordarme lo que prometí. ―Pero así soy feliz ―digo al viento, para que él escuche y entienda que no

necesito nada más que paz en mi vida. Pero así como digo eso al instante el pensamiento me traiciona al recordar a David. No puedo creer que algo así me esté pasando. Sentirme atraída hacia mi cuñado. No quiero pensar más de esa forma en David, sobre todo por respeto a mi difunto esposo. Tomo una honda respiración tratando de

que el sentimiento de culpa no me invada. David es atractivo, un hombre sumamente atractivo y yo soy una mujer que tengo ojos y puedo apreciar la belleza masculina, sí eso es… nada de atracción, no nada de eso. Recuesto mi espalda en el árbol por un largo rato, acercando mis rodillas al pecho y abrazándolas con mis brazos.

Apoyo el mentón en las rodillas y cierro los ojos dejando que la paz del lugar inunde mi mente y sacando todos los pensamientos que hace rato me atacaban. Me balanceo suavemente, sintiendo la suave briza que pega en mi cara. Ahí me quedo no sé por cuánto tiempo, solo sé que ya es hora de almorzar porque mi estómago da un rugido de hambre. Monto la yegua y ahora voy a

todo galope. John me mira con los ojos abiertos cuando llego a las caballerizas a toda velocidad. ―Por Dios, señora, no pensé que sabía montar así ―le sonrío abiertamente, me encanta haberlo dejado con la boca abierta. ―Sé montar a la perfección y estoy ansiosa por montar a ese azabache. ―Ah, eso ni lo piense, el jefe es el

único al que ese caballo aguanta sobre él. ―Bueno, eso lo veremos, John. ―Sí, lo veremos, porque si no quiere ver al jefe tan enojado como por sus ampollas, mejor ni se acerque a esa bestia. Yo sonrío y le entrego las riendas de la yegua a John quien se encarga de llevarla a su lugar.

Almuerzo con Susana y tenemos una agradable conversación sobre su propiedad y como ha logrado sacar el rancho adelante. Susana es viuda hace mucho. Antes de que yo conociera a Steve y ella tuvo que cuidar y administrar este rancho que ahora es uno de los más prósperos de este pueblo. Realmente admiro a esta mujer que supo salir del dolor de la pérdida

para sacar a sus hijos adelante. Pienso en qué hubiera pasado conmigo si hubiera tenido un hijo con Steve. Nunca tuvimos la oportunidad de pensar seriamente en tener un bebé. Primero, con Steve nos queríamos consolidarnos como pareja y con nuestras carreras. Luego vino la enfermedad de Steve y la posibilidad de tener un hijo nunca más fue nombrada.

Me voy a tomar una siesta para que ese triste pensamiento que ha venido a mi mente pase. Me recuesto en la cama, cierro los ojos y me dejo ir. Despierto cuando ya es la hora de cenar y regaño a Susana por no haberme despertado y haberle ayudado en algo. Ella me dice que no me preocupe, que descanse y que ya habrá tiempo para que

la ayude. Luego de la cena me sirvo un té, tomo una manta y me voy a sentar en un sofá que se encuentra en el pórtico de la casa. Miro hacia el cielo que está despejado esta noche y puedo ver su grandiosa majestuosidad. En la ciudad esta maravillosa postal no se ve. Una anda de un lado para otro casi siempre

mirando el asfalto de la calle, no hay tiempo para deleitarse con esta vista. Trato de ver qué figuras forman las estrellas y puedo reconocer algunas constelaciones. Todo está tan tranquilo, de fondo se oye el cantar de los grillos, aspiro hondo la pureza del aire de la noche y siento que podría quedarme así por toda una vida disfrutando de esta paz.

De pronto veo que por la entrada del rancho se acerca un vehículo y no tengo que adivinar de quién se trata. Es la camioneta de David que estaciona cerca de la casa. Yo sigo en el sofá bebiendo calmadamente de mi taza de té aunque mi estómago se aprieta cuando lo veo bajarse de la camioneta. El primero en llegar a mi es Blackie que se acerca a

mis piernas para que le acaricie la cabeza. ―Hola, bola de pelos ―saludo al animal que mueve su cola y está feliz de que pase mi mano por su gran cabeza. ―Hola, Aly ―saluda David y trato de no mirarlo, pero me es imposible. ―Hola. ―Es todo lo que digo. Él se acerca un poco y sonríe al ver que con

Blackie ya tenemos una relación de buenos amigos. ―¿Qué haces afuera? ―me pregunta mientras mete sus manos en los bolsillos de su jeans y noto como si estuviera tan nervioso como yo. ―Aquí estoy, contando estrellas. Él sonríe dejando ver su perfecta sonrisa de dientes blancos. Esa sonrisa

me perturba y un escalofrío sube por mi espalda… esto no está bien. ―¿Puedo? ―pregunta sacando una mano de su bolsillo he indicado el sofá. Yo asiento con la cabeza y él se sienta a mi lado, tan solo nos separa unos cuantos centímetros y su aroma llega a mí. Tengo que dejar de pensar en él de esta forma, tengo que actuar normal, como

una amiga, como lo hacíamos antes… todo era más sencillo antes. ―Aly, yo… yo quería pedirte disculpas por mi comportamiento sobre tus ampollas. Sé que no fui muy delicado y… ―¿Qué no fuiste muy delicado? Fuiste un bruto, me sacaste casi a rastras de las caballerizas… ―¿Casi a rastras? Eso no fue casi a

rastras… ―¿Ah no? ―No ―me dice divertido y negando con la cabeza. ―Yo creo que sobreactuaste por cuatro ampollitas de nada. ―Aly, ambos sabemos que esas heridas no eran cuatro ampollitas de nada. Si John no me lo hubiera dicho ahora esas heridas

estarían infectadas y sería peor. ―¿Desde cuándo te pusiste tan serio? ―le pregunto de repente y él me mira abriendo los ojos como si le sorprendiera la pregunta. ―¿Serio? ¿A qué te refieres con tan serio? ―A esa pose de hombre mayor, maduro, mandón y rezongón. Así, todo el día con el ceño fruncido ―le digo frunciendo el

ceño en broma. Él sonríe por mi cara― ¿Qué pasó contigo todos estos años, David? Su rostro cambia de inmediato al escuchar mi pregunta. Su sonrisa desaparece y ahora puedo ver algo extraño en su mirada. ―¿A qué te refieres con qué pasó conmigo? ―Él me deja de mirar se acomoda mas en el sofá

y tira su cabeza hacia atrás y fija su vista en el cielo, trata de no mirarme a la cara. ―A eso. A qué pasó contigo todo este tiempo. No supe nada de ti hasta el día que nos vimos en el hospital. Nunca viniste a la ciudad a visitarnos, no nos llamabas y Steve nunca quiso volver aquí. ―Steve siempre odió el campo. Solo

quería vivir en la ciudad y puedo contar con los dedos de las manos las veces que volvió a casa. ―¿Pero, pasó algo? No sé, se me hace raro que él no quisiera visitar a su familia y solo supiera de su madre por teléfono. Él no dice nada. Noto que traga en seco y sé que es un tema del cual no le gusta

hablar, siento que algo me oculta, pero sé también que, si estoy en lo cierto, David no soltará prenda. Decido seguir por otro lado con la conversación, ahora lo veo relajar notablemente la mandíbula que, hace solo unos segundos atrás, él mantenía tensa. Me cuenta que terminó su carrera, luego se dio un año para viajar, y cuando volvió, se asoció con un amigo

para poner en marcha una clínica veterinaria en el pueblo. ―¿Y no te has enamorado? Recuerdo que, la última vez que estuve aquí, me dijiste que te gustaba alguien, pero que era complicado para ti. Él suelta un suspiro y vuelve a mirar al cielo, como si lo que buscara se encontrara ahí. ―Bueno, me enamoré, pero no pudo ser.

―¿Por qué? ―pregunto curiosa por saber por qué una mujer no querría estar con David. ―Solo no tuvimos la oportunidad, y la verdad, ya no quiero hablar de eso. El silencio se hace entre nosotros y me quedo mirándolo. Miro su perfil de nariz recta y mandíbula definida. Así estoy por uno largos segundos y siento que mi cara se sonroja al admirar la belleza del

hombre que tengo junto a mí. ―Bien, será mejor que me vaya a dormir ¿Crees que mis manos ya estén listas para hacer algo de trabajo? ―Creo que faltan un par de días para que sanen bien, mañana te las revisaré y veremos qué tal. ―Está bien, ahora me voy y te dejo en compañía de tu amigo peludo. Buenas

noches, que descansen. ―Buenas noches, Aly. Que descanses tú también. Dejo a David con su perro en el pórtico mientras yo voy entrando en la casa, pero camino hasta la ventana y me quedo mirándolo. No sé qué me pasa con él, solo sé que no puedo dejar de mirarlo y una vocecita en mi cabeza me dice que esto es malo, que no debo mirar a David

como hombre, mientras hay otra voz que me dice que lo que pasa es que él me gusta. Tengo un lio dentro de mí y no sé si esto que siento es bueno o malo. Miro a David estirarse en el sofá y cerrar los ojos mientras veo que en su boca se forma una sonrisa, se ve relajado y me encantaría saber en qué está pensando que lo hace tan feliz.

Será mejor que lo deje de espiar, me quito de la ventana y camino hasta la escalera que me lleva al segundo piso y a mi habitación. Me pongo el pijama y me meto en la cama tratando de no pensar en nada, pero me es imposible, pienso en Steve y en qué debe estar pensando de mí en el más allá y la culpa me comienza a atacar.

Doy vueltas y vueltas en la cama, abro y cierro los ojos hasta que al fin me quedo dormida y tengo un extraño sueño donde meencuentro feliz y luego triste . DIEZ Me despierto sobresaltada. Un gran bullicio en el exterior de la casa me ha sacado de los brazos de Morfeo. Me estiro en la cama y me levanto para llegar a la ventana y ver qué pasa afuera,

a qué se debe tanto alboroto. Cuando veo qué pasa no puedo hacer más que abrir la boca de asombro con la gran posibilidad de que se me desencaje la mandíbula. Toda aquella bulla se debe a que el azabache está fuera de las caballerizas, pero no es eso lo que me ha asombrado, si no que su jinete. Sobre el caballo se encuentra David

domando al hermoso animal. Va vestido de Jeans y camiseta azul con una gorra de beisbol sobre su cabeza. Se ve tan imponente arriba de ese fino pura sangre y siento cómo mi corazón late más rápido al verlo cabalgar y alejarse con el caballo. Estas sensaciones me tienen preocupada, de pronto pienso que es por todo el tiempo de abstinencia que he tenido. Sí,

eso debe ser, y como David es el hombre más cercano con el cual convivo, me hace sentir así. Qué tontería más grande. Decido que lo mejor es darme una ducha y ojalá con agua fría para congelar mis pensamientos. Luego de vestirme bajo hasta la cocina para tomar desayuno. Estoy sola y eso se debe a que hoy me he levantado más

tarde. De Seguro Susana anda ocupada por ahí con cosas del rancho, así que me toca desayunar sola. Me hago unas tostadas y tomo una gran taza de café. Trato de sacar la imagen de David montando al pura sangre, pero me es imposible. Si pienso en eso mi piel se eriza como piel de gallina y mi pulso se acelera un poco más. Termino de tomar el café y salgo de la

casa. Quizás hasta dónde habrá ido a cabalgar David, pero con ese caballo es capaz de llegar hasta la ciudad en corto tiempo. El día está nublado, pero no hace frio, está perfecto para una caminata. Pero antes voy hasta las cabellerizas a dar un vistazo de curiosidad. Cuando entro a mi encuentro sale Blackie que se ha quedado ahí, de

seguro imposibilitado de seguir el ritmo del azabache, el pobre. ―Hola, baboso. Así que tu amo te dejó solo. El perro se alegra de verme y decido que hoy será mi compañero de excursión. Comienzo a caminar y él me sigue. Vamos a paso lento mirando a algunos de los trabajadores y veo que Susana está

hablando con algunos hombres y me saluda con la mano. Le devuelvo el saludo y sigo caminando. De pronto veo que a lo lejos viene el azabache, yo sigo caminando, pero Blackie comienza a correr y a ladrar al encuentro de su amo. El caballo llega a mi lado y agacha la cabeza, de seguro que espera a que le dé algo de azúcar o alguna fruta de las que

acostumbro a darle, pero hoy no llevo nada conmigo. Solo le acaricio la cabeza y el animal se deja, manso ante mi toque. ―Vaya, por fin lo veo fuera de las caballerizas ―digo y subo mi mirada al jinete que me mira sonriendo. ―Sí, pronto vendrán por él para que usarlo de semental en un rancho vecino y quería que botara un poco de estrés.

―¿Me dejarías montarlo? ―David frunce el ceño demostrando así que no le ha gustado lo que ha escuchado. ―Nunca. Este caballo solo lo monto yo ―dice con voz seria como para que me quede claro que no puedo ni siquiera mirar al azabache. ―Ah, vamos, David, sé cabalgar muy bien. Déjame montarlo.

―No ―dice corto y preciso―. Este animal es arisco con quien no conoce. ―Pero si él y yo somos amigos, ¿o no bonito? El caballo no se mueve de mi lado y deja que siga con mis caricias en su cabeza. David me mira mientras que yo con mis ojos le suplico me deje montar el animal. ―Bueno, por muy amigos que sean,

nunca montarás a este caballo. ―Eres insoportable ―digo y comienzo a caminar para alejarme de él. Blackie, el que se suponía era mi compañero de paseo, se queda con la mano que le da de comer y me deja caminando y rabiando sola. Camino a paso firme y enojada deseándole las peores cosas del mundo en voz alta al pesado

de David cuando ya me he alejado un buen trecho de él y su preciado caballo. De pronto escucho el galope del caballo, pero no me detengo ni giro para ver quién viene. Sigo caminando con la frente en alto, David me sigue a un lado, pero yo hago como si no existiera. Seguimos así por un par de metros hasta que él no aguanta más se adelanta y

cruza el caballo en el camino delante de mí lo que me obliga a detenerme. ―¿Quieres quitarte? Quiero seguir con mi paseo. ―¿Estás enojada? ―me pregunta con la cabeza ladeada y la diversión en sus ojos. ―No ¿Qué te hace pensar eso? ―le digo mientras cruzo mis brazos y pongo el peso de mi

cuerpo en una de mis caderas. ―Por lo roja que te has puesto. ¡Maldición! Mi ira ha quedado al descubierto. No quiero que me afecte, pero es más grande que yo, así y todo trato de calmarme y no darle más importancia a David. ―Te equivocas. Ahora, si me haces el favor de quitar el caballo para poder seguir mi exploración.

El sonríe…. Maldición, no debería sonreír así ahora que estoy enojada porque hace que me olvide de mi enojo. ―Ven, vamos ―Estira una mano la cual yo quedo mirando con los ojos muy abiertos. ―¿Qué? ―Quieres montar el azabache, yo no te voy a dejar hacerlo sola, así que ven,

vamos a dar un paseo. Pienso si esto será una buena idea y me quedo pasando mi vista de su mano a sus ojos y viceversa. Al final decido que sí quiero ir a dar un paseo en este caballo y… y con él. Tomo su mano y él me ayuda a subir al caballo. Quedo tras él lo que me obliga a afirmarme a su cintura. El caballo se empieza a

mover , primero en una cabalgata lenta para luego lanzarse en una veloz carrera la que me obliga a ceñirme más firme, mas fuerte al abdomen de David y a apoyar una de mis mejillas contra su espalda… por Dios, ese perfume que me encanta llega a mis fosas nasales y cierro los ojos. Podría estar todo el día así, abrazada a esta espalda y a este hombre. Sé que

está mal que lo diga, cada pensamiento que tengo hacia mi cuñado hace que me sienta la peor persona del mundo… tengo que parar con esto. Tengo que acabar con estos pensamientos y deseos que me invaden. Ver a David como un amigo, como un hombre prohibido para mí. No hemos hablado durante el trayecto, ahora el baja el trote del caballo y deja

que vaya lento. ―Es precioso este caballo ―digo para hacer conversación mientras despego mi cara de su espalda y suelto un poco el agarre de mis manos. ―Sí, pero así como es de hermoso es de peligroso. ―No creo que sea para tanto… ―Créeme Alyssa. Es un caballo

impredecible. ―Es decir, nunca me dejarás montarlo sola ―digo soltando un suspiro de resignación. ―No. ―Bien. ―La conversación termina y él vuelve a tomar el caballo y lo gira para que volvamos a las caballerizas. Cuando llegamos Susana está hablando con John y nos ve juntos. Noto que por

su cara cruza una sonrisa. David se desmonta primero y luego me ayuda a desmontar a mí, tomándome por la cintura y dejándome de pies en el suelo. Nos miramos por un segundo o dos mientras yo siento cómo un escalofrío sube y baja por mi espalda. Me aparto de él y camino hasta donde Susana que me recibe con una sonrisa

esta vez más amplia y que no le importa no disimular. ―Así que estaban cabalgando el azabache. ―Sí. Yo quería montarlo sola, pero tu hijo me dijo que no soñara con eso. ―Y tiene razón, el caballo es impredecible. Además, ¿no es mejor montar acompañada? Miro a Susana como si le hubiera salido

otra cabeza y sé que me pongo roja del color del granate. No digo nada, no tengo palabras, solo trago en seco y hago como que no he odio lo que ha dicho. Veo que David viene hacia nosotras. Mira a su madre y luego me mira a mí que lo miro a él y luego a ella. Es como una guerra de miradas. ―Bien, Aly, creo que deberíamos entrar

y revisar cómo van esas heridas. ―Está bien ―digo caminando rápido delante de ellos para entrar en la casa. Me siento en una silla y David llega a mi lado para revisar las heridas. Siempre que lo hace pone esa cara de concentración como si se tratara de una operación a corazón abierto. Limpia las heridas y hasta yo puedo ver lo bien que han sanado.

―Bien, creo que están muy bien… ―… es decir que puedo volver a la limpieza de las caballerizas. ―digo con la alegría marcada en mi voz. ―Aún no ―me responde David cortando mi alegría de golpe. ―Uf. Qué agua fiestas eres ―digo un poco enojada y escucho reír a Susana. De seguro le hace gracia que encare al pesado de su

hijo. ―No es eso. Tus heridas están bien, pero yo dejaría pasar un poco más, una semana tal vez para volver al trabajo duro, y esta vez, recuerda usar los guantes. ―Sí, los guantes ―refunfuño. ―Mañana iré al pueblo y comparé unos de tu talla. ― Ah, si vas al pueblo necesito que

vayas donde Joe y me traigas las manzanas―pide Susana a su hijo. ―¿Manzanas? ―pregunto intrigada. ―Sí, manzanas para mis famosas tartas. ―Mamá, no puede ser otro día.―David suelta un suspiro de resignación. ―No, el festival de bienvenida de primavera ya se acerca y no me debe faltar nada. ―¿Festival? ―vuelvo a preguntar

porque no entiendo nada de nada. ―Sí, el Festival ―dice Susana muy alegre―. Se celebra todos los años y hay que preparase… Alyssa, ¿tienes un vestido floreado? ONCE En mi cabeza resuenan las palabras manzanas, tartas, festival y vestido floral. Susana se ha largado a hablar con tal entusiasmo de lo que parece ser el

evento del año en el pueblo de Saint John, que no me ha dejado hacer ninguna pregunta ni digerir la información. ―¿Vestido floreado? ―pregunto por fin en una de sus pausas. ―Sí. Es una tradición que, para recibir a la primavera, las mujeres deben llevar un vestido floreado el día del festival. Me pongo a pensar en lo poco que empaqué antes de venir aquí. La mayoría

son camisetas, jeans, shorts y chalecos. No, no tengo ni un solo vestido y menos un vestido floreado. ―No, no tengo vestido floreado ―digo mordiéndome el labio inferior. ―Pues tenemos que conseguirte uno. No puedes ir sin vestido. ―Mamá… ―la reprende David mientras yo sonrío al verla tan

entusiasmada hablando de este evento. ―¿Qué, hijo? ―Es que vas a marear a Aly hablando tan de prisa. ―Perdón ―se disculpa Susana―. No me he dado cuenta que me he largado a hablar. ―No te disculpes, Susana. Pero por lo visto este evento es muy importante. ―Sobre todo para mi madre ―dice

David mientras llega a la nevera y se sirve un vaso de jugo. ―¿De verdad? ¿Y por qué? ―Ahora sí que tengo mucha curiosidad, quiero que me hablen más de esta fiesta y de la importancia que tiene para Susana. ―El festival de bienvenida de la primavera es una fiesta donde se junta

todo el pueblo y se vuelca a celebrar en la calle. Dura todo un día. Hay comida, baile y diversión. La calle principal se cierra y cada habitante del pueblo coopera con algo para poner en las mesas. En mi caso, es la tarta de manzanas. Cada año las preparo. El año pasado hice más de veinte y no sobró ni una sola. Puedo ver el orgullo en el rostro de

Susana al hablar de sus tartas y debo decir que escucharla se me ha hecho agua la boca. ―Bien, entonces tendré que ir hasta el pueblo y comprar un vestido. ―Sí, es buena idea. En la tienda de Molly de seguro encuentras uno bello que te quede genial. Se me ocurre que David te puede llevar y así él va por las manzanas y las demás cosas y tú vas por

tu vestido. Miro a David que me mira con algo en sus ojos que no logro descifrar. Tal vez no le guste andar haciendo de chofer, pero no hay problema con eso, yo tengo mi auto y puedo ir sola hasta el pueblo. ―No te preocupes, Susana. Puedo ir en mi auto, así no desvío a David de sus asuntos. ―Me mira ceñudo, casi enfadado

―Por mí no hay problema, Alyssa. Mañana salimos temprano al pueblo. No admite discusión ya que sale de la cocina dejándome a solas con Susana quien baja la mirada a la mesa y puedo ver una sonrisa en sus labios. Me acerco disimuladamente a la ventana de la cocina y miro hacia el exterior donde veo a David que, junto a Blackie,

caminan en dirección al lago ¿Qué harán esos dos ahí? Susana sube a su cuarto y yo salgo de la casa y, como la curiosidad me mata, me voy en dirección del lago. Camino mirando a mi alrededor esperando que nadie se dé cuenta que voy al lago. Avanzo y trato de no hacer ruido, no quiero que, sea lo que sea que hacen David y

Blackie, me vean espiándolos. Bordeo la orilla del lago, escondiéndome detrás un árbol. Puedo escuchar el sonido del agua, el ruido que se hace cuando alguien se lanza en clavado para luego chapotear en ella. Ahí los encuentro, como dos niños jugando en el agua. David nada y Blackie lo sigue. De pronto David emerge de las aguas por una orilla del

lago. Va vestido con una bermudas grises y su torso desnudo. Me tengo que agarrar firmemente al árbol para no caerme. Él llega hasta el muelle de madera junto con Blackie. Puedo observar su ancha espalda y cómo las gotas de agua van cayendo de su pelo y resbalan por su piel. No es que no haya visto antes a David

de esta forma, pero han pasado cinco años y me sorprende lo que veo. Me agacho para acercarme más y quedar cubierta por un frondoso arbusto. Él se acerca a la orilla del muelle y se lanza en un clavado perfecto hacia el lago. Da un par de brazadas y se aleja del muelle. Blackie lo mira y se mueve nervioso de un lado a otro. Es como si temiera que su amo estuviera en peligro.

Luego de unos segundos David grita algo y el enorme perro se lanza al lago y llega hasta su dueño. David está flotando en el agua, como si se hubiera ahogado. Me sorprendo por lo que veo, ahora el perro lo toma por una muñeca la cual pone en su hocico y comienza a nadar hacia la orilla. ¡¡¡Wow!!! ¡¡¡Blackie es un salvavidas perfecto!!! Ya en la orilla, el perro ladra dos veces

y David se incorpora felicitando a Blackie y acariciando su cabeza. Me quedo en mi escondite por unos largos minutos espiando a David y su perro. Disfrutando de la complicidad de ambos, de la risa de David que se divierte como un niño con su cachorro rescatista. Ahora me hace sentido lo de que el perro estaba en proceso de

entrenamiento, es un perro salvavidas y por lo visto va por muy buen camino. Aunque me gustaría seguir viendo el espectáculo, ya es hora de que vuelva a la casa. Trato de no hacer mucho ruido al salir del arbusto. Camino lento hasta que salgo de mi escondite y me encamino de vuelta a casa. Voy sumida en mis pensamientos que son

todos dedicados para David. Siento que estoy haciendo mal con pensar tanto en él y creo que tal vez debería volver a la ciudad antes de seguir mortificándome con estos pensamientos libidinosos hacia él. ―¿Vienes del lago, Aly? ―Doy un brinco cuando escucho la voz de Susana. Como yo venía pensando en su hijo, ni cuenta me di que

ella estaba en el pórtico sentada en el sofá. ―¿Qué? No… yo no. Solo caminaba por ahí. ―Siento que mi cara arde y veo cómo Susana me observa con una leve sonrisa en los labios. No me ha creído nada. ―Pensé que estabas con David y el cachorro. ―Me pongo nerviosa y me aclaro la garganta.

―No. No sabía que David y su perro estaban en el lago. Me siento a su lado y nos quedamos en silencio por unos segundos. Siento como si ella quisiera decirme algo, pero se contiene de hacerlo. Ahí estamos las dos sentadas mirando a la nada hasta que decido terminar con el silencio y le pido que me cuente más sobre la fiesta que se llevará a cabo

pronto. ―Dijiste que ibas a llevar tartas de manzana a la fiesta, ¿de cuántas estamos hablando exactamente? ―El año pasado llevé más de veinte tartas grandes y este año quiero superar ese número ―¡Me encantaría ayudarte en la preparación! ―digo entusiasmada y con ganas de ayudar.

―Claro, con tu ayuda lograré hacer más. Me encanta que estés aquí, Aly. Me da un par de golpecitos en la mano mientras me mira con gratitud y cariño, le devuelvo una sonrisa que expresa el cariño que tengo por esta mujer. Seguimos hablando del festival de primavera y cada cosa que me cuenta me gusta más que la

otra y la verdad es que ya quiero que llegue ese día, solo me falta un vestido con motivos florales. Entramos en la casa y comenzamos a preparar la cena. Luego de unos minutos entra David y yo trato de no mirarlo, porque si lo miro, la imagen de él semidesnudo aparece en mi mente. El rubor cubre mis mejillas y un calor se aloja en mi bajo

vientre. Hago como que estoy muy ocupada picando vegetales para la ensalada y le doy la espalda. Él dice que va a su cuarto a ducharse y que bajará pronto para cenar. Ya tenemos todo listo y estoy poniendo la mesa cuando él entra en el comedor diario de la cocina.

Me muerdo el labio inferior, el aroma a jabón y a su perfume me ha llegado y un estremecimiento me recorre por completo el cuerpo. Sin querer suelto un suspiro y Susana me mira levantando una ceja, vuelve a sonreír, con esa sonrisa cómplice de quien esconde algo. Yo me hago la loca, como si no pasara nada y comienzo a servir la comida. David descorcha una botella de vino

tinto el cual sirve en las copas. La cena se desarrolla entretenida con Susana contando anécdotas de anteriores festivales de la primavera. Estamos más distendidos, creo que es efecto del vino. Yo miro a David que ha cruzados un par de veces su mirada conmigo. Bajo mis ojos al plato, estoy peor que una quinceañera que se sonroja cuando un

chico guapo la mira. La cena se termina y David se ofrece para lavar los platos. Yo levanto la mesa y le dejo todo en el fregadero. ―Bien, me iré a dormir ―digo a madre e hijo― ¿A qué hora iremos mañana al pueblo? ―Creo que a las diez estará bien ―me responde David. ―Ay, hija, recuérdame y te doy la lista,

que si le digo a David es capaz de traerme la mitad de las cosas. ―No te preocupes, Susana ―digo sonriendo y David me sigue en la sonrisa― Yo vigilaré que todo lo que pidas llegue. Ahora los dejo, que descansen. Ellos me desean buenas noches y yo me voy a mi habitación. Me lavo los dientes y me pongo

el pijama. Me meto en la cama, y como se está volviendo mi costumbre, comienzo a dar vueltas en la cama. La noche es calurosa, creo que una de las más calurosas desde que llegué a Saint John. Al final decido dormir sobre la cama, el pijama que, es de seda y es muy pequeño, me molesta y estoy tentada a dormir desnuda.

Al pensar en eso me es imposible en no volver a pensar en David en el lago. Su cuerpo mojado y su espalda musculada y… Ufff mejor no sigo o tendré que darme una ducha bien fría para quitarme estos pensamientos. DOCE Son las siete de la mañana y yo estoy bajo la ducha. Hoy iré con David hasta el pueblo a

buscar algunos encargos de Susana y en busca de mi misión… comprar un vestido con motivos florales. Si anoche hacía calor, hoy el clima está igual. Aún no entramos en primavera, pero el calor de estos días es tremendo. Busco en la ropa que traje algo ligero que ponerme y encuentro mis shorts de mezclilla

desgastada. Eso me servirá para sentir menos calor… creo. Tomo una sencilla camiseta blanca de algodón y por último calzo mis pies con unas sandalias bajas de color negro. Tomo mi bolso y bajo hasta la cocina a desayunar. David ya está tomando café y me mira de arriba abajo cuando entro en la cocina.

―Buenos días ―saludo caminando hasta la cafetera. Él está sentado y no me dice nada. Me giro y veo que algo en sus ojos ha cambiado. Un brillo pícaro se asoma en ellos. Lentamente deja su tazón de café del cual bebía y me dice. ―Muy buenos días. ―Vaya, es el David simpático el que se encuentra esta

mañana en la cocina. ¿O será que mis piernas tienen el poder de transformarlo en un ser simpático? Pero qué estoy pensando. Tomo mi tazón con café y me siento frente a él que solo me mira. Yo me sirvo unas galletas de avenas que tienen una pinta de buenas.

Él me mira fijo sin hablar, ¿será que por aquí las chicas no usan shorts si hace calor? Ay, no, no creo que sea un pueblo de pacatos y santurrones, en todo caso no me pienso cambiar de ropa, el calor me mata y, si pudiera ir desnuda hasta el centro del pueblo, lo haría. ―Y bien, ¿cuáles son los planes para hoy? ―pregunto mientras le doy un mordisco a mi galleta.

―Mamá está fuera dando algunas instrucciones y ya vendrá con la lista de encargos que tenemos que traerle desde el pueblo. Tengo que pasar por la clínica, pero puedo dejarte en la tienda Molly y… ―Me encantaría conocer tu clínica ―digo sonriendo y él me devuelve la sonrisa. ―Está bien, entonces pasaremos

primero por la clínica y luego vemos los encargos de mamá. ―Genial. ―Sigo comiendo galletas bajo la atenta y azul mirada de David, yo no puedo parar, están deliciosas y antes de que me acabe el plato, Susana entra en la cocina. Ella toma un papel y lápiz y se pone a anotar cosas. Es una gran lista. ―Bueno, aquí les dejo la lista. Puse

todo los ingredientes para las tartas. Llamé a Joe y ya tiene las cajas de manzanas listas. David mira la lista y asiente afirmativamente con la cabeza a cada instrucción de su madre. ―Entonces deberíamos irnos ya ―digo mientras me levanto de la silla y tomo mi bolso indicando que ya estoy lista para salir.

―Ah, casi se me olvida. ―Susana le quita la lista a su hijo y anota una cosa más en el papel― Traigan azúcar en cubos. No sé qué está pasando, creo que hay un duende que se está llevando mis terrones de azúcar. No puedo evitar sonrojarme hasta el pelo, pero tampoco les puedo decir que el duende del azúcar soy yo y menos decirles que los

terrones son para forjar mi amistad con el azabache. Luego de que Susana nos repitiera un par de veces más lo que teníamos que hacer, David y yo estamos en su camioneta. La verdad es que el vehículo es una maravilla. El interior está impecable, con asientos en cuero amarillo, claramente David ha estado

refaccionando esta antigüedad. Me pongo el cinturón de seguridad y David deja su teléfono en el porta vasos en medio de los dos. Se coloca el cinturón y pone en marcha la camioneta. El vehículo es suave, el motor es potente y el sale del rancho a un camino que nos lleva al pueblo. ―Mantienes muy bien esta camioneta

―digo admirando el trabajo hecho en el tablero. ―Gracias. Amé esta camioneta desde que la vi. Un granjero la tenía abandonada, le hice una oferta y luego la fui refaccionando y creo que he logrado un buen resultado. Miro hablar a David y observo el brillo de orgullo en sus ojos al hablar de la camioneta.

―¿Y por qué no pones algo de música? ¿puedo? ―Lo miro y él me guiña un ojo. ―Claro. Enciendo el sistema de sonido y la voz de Steve Perry llena la cabina. El tema Faithfully suena y me encanta. ―¡¡¡Adoro esta canción!!! ―digo con entusiasmo. ―¿De verdad? ―me pregunta David con la vista fija al frente en el camino.

―Sí, ¿tiene algo de malo? ―No, es solo que nunca hubiera imaginado que te gustara Journey. ―¿Ah, no? Y entonces, ¿qué música te imaginabas que me gustaba? Él me mira por unos segundos mientras la canción sigue. Me sonríe y mi estómago se anuda. ―No sé, la verdad no sé. Solo que pensé que el rock de los ochentas no iba

contigo. ―Bueno, te equivocas… Amo el rock de los ochentas. La canción ya está entrando a la segunda estrofa y yo me pongo a cantar. Primero despacio, casi en un susurro, pero ya al final canto a todo pulmón. Y el estar separados no es fácil en este asunto del amor Dos extraños aprenden a caer en amor

otra vez Consigo la alegría de volverte a descubrir Oh, chica, cuentas conmigo Soy por siempre tuyo – fielmente… Oh, oh, oh, oh Fielmente, sigo siendo tuyo Soy por siempre tuyo Siempre tuyo – fielmente … En este momento me doy cuenta que

David canta conmigo. Lo miro y le sonrío. En ese instante volvemos a ser los de antes. Los amigos cómplices que fuimos alguna vez. Mi corazón late emocionado porque hemos vuelto a conectar como antes, el David que conocí ha vuelto. ―Un gran concierto en mi camioneta. Gracias, Aly. ―Sonríe mientras va conduciendo y veo

que ya empiezan a aparecer algunas casa en el camino. ―De nada. ―Le devuelvo la sonrisa mientras la música sigue sonando, ahora cambia a otro grupo y nosotros cantamos casi a gritos. Reímos a grandes carcajadas cuando nos equivocamos en la letra de la canción. Ahora ya entramos en el pueblo. Contrario a lo que me imaginaba, el

centro del pueblo es grande. Hay muchas tiendas pequeñas, un supermercado, una agencia de correos y una sucursal de banco. Además una serie de tiendas de abarrotes y un par de salones de belleza. David estaciona la camioneta, y apenas el motor se detiene, su celular comienza a sonar. Miro de reojo y el nombre de Amanda

ilumina la pantalla. Esa mujer otra vez, vaya qué es insistente. David toma el teléfono y corta la llamada, me mira y yo no puedo evitar una oleada de celos que me ha tomado de la nada y le digo cortante: ―Deberías contestarle a tu novia. De seguro es algo muy importante ―Me quito el cinturón de seguridad y tomo mi bolso.

―No… ―Él sonríe y niega con la cabeza―… ella no es mi novia. ―Por su insistencia cualquiera diría que sí. El celular vuelve a sonar y él lo toma para cortarlo, pero en vez de eso mira la pantalla y contesta. ―Hola. Sí, ella está conmigo. Claro, te la paso enseguida. ―Él me extiende el teléfono y me dice―: Es tu hermana.

Tomo el teléfono y él se baja de la camioneta y da la vuelta para abrir la puerta de mi lado mientras yo contesto la llamada de mi hermana. ―¡Hola, hermana! ―le digo con voz cantarina. ―Aly, ¿no recuerdas que tienes hermana? Quiero saber qué es lo que te tiene tan abducida en ese pueblo.

Bajo de la camioneta y David me hace una seña de que va entrar en la clínica, yo me quedo en la entrada para seguir hablando con Janis. ―Lo siento, Janis. ―No te creo nada. Ahora dime, ¿por qué no te has comprado un teléfono? ―No quiero. La verdad es que ya me he

acostumbrado a vivir desconectada del mundo. No hay nadie que quiero que me llame, solo mi hermana. Pero no quiero comprar un teléfono, no quiero volver a ser esclava del celular. ―¿Has estado bien? ―me pregunta mi hermana, ahora con voz seria. ―Sí, Janis, estoy muy bien. Este pueblo es encantador. ―¿De verdad? Y cuéntame, ¿has

conocido a algún campesino guapo, tal vez algún dueño de rancho… ¿Cómo son los prospectos? ―No, no he visto a nadie. Janis, no estoy mirando hombres a diestra y siniestra.― Si solo supiera que he estado mirando con otros ojos a mi cuñado creo que le daría un infarto. ―Ah, qué aburrida. Entonces, ¿cuándo

vuelves? Si no hay nada bueno por allá te quiero acá en la ciudad para salir de copas. ―No lo sé, me encanta estar acá. Es todo tan tranquilo y sabes que, ahora te dejo, ando de compras, Susana necesita unas cosas, así que hasta aquí la conversación. ―¡Uy, qué mala! Bueno, me despido. Solo te pedio que por favor me llames

aunque sea una vez a la semana y me digas cómo estás… ¿lo harás? ―Sí, hermana, lo haré. ―Bueno, ahora sí te dejo. Espero que estés muy bien y espero también que, la próxima vez que hablemos, me digas que por lo menos has visto un par de hombres guapos en ese pueblo.

―Sí, sí. Adiós, Janis. ―Adiós, hermana. La llamada termina y yo miro a mi alrededor. Hay mucha gente en este pueblo. Varias personas me miran, de seguro todos por aquí se conocen y yo soy algo extraño para ellos. Entro en la clínica de David. Es genial. Espaciosa y de colores verdes y cafés. Estoy mirando a mi alrededor cuando

escucho que una profunda voz masculina me saluda: ―Hola, ¿necesitas ayuda? ―Frente a mi tengo a un hombre muy guapo. Alto, de contextura atlética, su cabello castaño claro un poco largo arriba le da un aire juvenil. Él me sonríe, y además de dejar ver su sonrisa de dientes parejos, veo que en su rostro se forman dos coquetos hoyuelos.

―Hola ―lo saludo―. Estoy esperando a David. ―Vaya, qué suerte tiene mi colega ―dice mirándome de arriba abajo lo que me hace sonrojar― Soy Will, Will Coleman, el socio de David. ―Y yo soy… ―Aly, ya casi termino con mi paciente.― Nos interrumpe David. ―Aly, qué lindo nombre ―dice Will

mientras mira a su colega que tiene el ceño fruncido. ―En realidad soy Alyssa… soy la cuñada de David. ―¿Cuñada? ―pregunta Will mirándome y luego puedo ver en sus ojos que sabe quién soy― La esposa de Steve… ―Sí, la esposa de Steve… bueno ahora su viuda ― digo mirando al piso

mientras siento que el corazón se me hace un puño. TRECE Tengo a dos hombres frente a mí que me miran fijamente. David me mira serio mientras que la mirada de Will es más pícara. ―Toma ―digo mientras estiro mi mano y le entrego el teléfono a David. ―¿Todo bien con tu hermana?

―Sí, todo muy bien, gracias. El teléfono vuelve a sonar. David mira la pantalla y luego me mira. De seguro que es esa tal Amanda, pero ahora no corta la llamada y decide contestar. ―Discúlpenme un segundo ―dice y desaparece por un pasillo y luego tras una puerta. Siento como si un puño me golpeara el estómago. Creo que estoy celosa de esa

mujer que lo llama tanto. ―¿Y qué has hecho por aquí, Alyssa? ―pregunta Will. ―Bueno, la verdad es que no mucho, solo hacer cosas en el rancho. ―Así que no conoces el pueblo. ―No. ―Para ti que vienes de una gran ciudad, quizás Saint John parezca insignificante,

pero tiene su encanto, créeme… ―dice levantando una ceja y sonriendo coquetamente haciendo que se vuelvan a marcas los hoyuelos en su rostro. ―…No lo dudo. ―Me ofrezco para hacer de guía. Hay un par de muy buenos restaurantes donde podemos almorzar o cenar si quieres y conozco un bar que te encantaría. No puedo creer con la facilidad que este

hombre está coqueteando y no sé cómo hace que su oferta de almuerzo o cena suene tentadora. No me siento intimidada por el avance sin filtro de Will, más bien, me siento halagada. ―Me encantaría conocer todos los lugares que dices, Will. ―Cuando quieras, tú solo llamas y yo voy por ti ―me dice ahora acercándose

un poco más a mí, pero es tan encantador, que no me molesta su cercanía. David aparece de repente delante de nosotros. Sus ojos brillan y su entrecejo está más fruncido que nunca, y por un momento, me pongo a soñar con que él está celoso de la cercanía de Will. ―Bien, yo termine aquí, así es que ya podemos irnos, Aly.

―Qué inoportuno, colega ―dice Will―. Justo que estaba manteniendo una interesante conversación con Alyssa. ―Lo siento, pero tenemos cosas que hacer, ¿estás lista? ―Por supuesto ―digo ―No me queda más que despedirme, querida ―dice Will y siento un leve gruñido a mi lado

¿Ha sido David?―. Y recuerda que la invitación queda hecha. Cualquier día, hora y lugar. ―Claro, Will― digo y me despido de él―Adiós. ―Adiós, Alyssa. ―Nos vemos ―dice David y sale delante de mí mientras yo lo sigo. Comenzamos a caminar por el pueblo, el calor es insoportable aquí y solo tengo

ganas de una ducha muy, pero muy fría. Miro las tiendas mientras David camina a mi lado sin decir nada, con la vista fija al frente y sin emitir palabra como si estuviera enojado. Él se detiene de pronto y yo hago lo mismo. Veo que estamos afuera de una tienda que vende ropa de mujer. Es aquí donde encontraré mi vestido. ―Esta es la tienda de Molly ―me

dice―. Iré por las manzanas a casa de Joe y me llevaré la lista de mamá. Tú ve y busca tu vestido y nos reunimos luego en la camioneta. ―Muy bien. ―Saco la lista desde mi bolso y se la entrego, él da un paso y yo lo detengo― David, ¿me haces un favor? ―Por supuesto.

―Toma ―saco un par de billetes de mi cartera― ¿Puedes traer más azúcar en cubos que la que pidió tu madre? ―¿Más cubos? ―pregunta ladeando la cabeza y mirando los billetes y luego a mí. Me sonrojo rápidamente, no le puedo decir que yo he estado sacado los cubos de azúcar para dárselos al caballo y

para que no pregunte qué hago con los cubos le digo: ―El duende que se roba los cubos de azúcar de tu madre soy yo… tengo una debilidad por el azúcar. ―¿De verdad? ―me pregunta elevando una ceja, yo creo que no se ha tragado mi mentira. ―Sí. Ahora tú solo ve y compra más

azúcar. Yo giro y abro la puerta de la tienda y entro para desaparecer de la vista de David y para no ahondar en el tema de los cubos de azúcar que le doy al azabache. Si él supiera que estoy endulzando al caballo de seguro se vuelve loco. Quiero montar a ese caballo, y cuando lo logre hacer, tendrá que ser un día en

que el rancho esté desierto si no quiero que se arme la tercera guerra. Miro a mi alrededor, pero no me puedo concentrar en un solo objetivo. La tienda en la que entro me desconcentra. Es todo tan colorido y está llena de prendas vintage por todos lados. Miro y miro y no logro ver nada porque no sé por dónde empezar.

―Hola, soy Molly, ¿puedo ayudarte? ―Giro y frente a mí tengo a una mujer de un poco más de cuarenta años de contextura mediana y una tez muy blanca que parece de porcelana. Va vestida con un elegante vestido azul marino y su cabello rubio recogido en un moño alto, pulcramente peinado. ―Hola, necesito un vestido para el

festival de la primavera. ―¡Genial! Tengo muchos modelos, de seguro encontraremos algo que te guste. ―¡Qué bien! La mujer me pide que la siga hasta un perchero donde tiene colgados una gran variedad de vestidos y entre ellos muchos vestidos con motivos floreados. Me pongo a mirar y hay varios que

llaman mi atención, pero ninguno que me guste en demasía. ―¿Tú no eres de aquí, verdad? ―No, no soy de aquí. ―¿Y cómo supiste del festival? ―Por mi suegra. Ella es una entusiasta participante del festival. ―¿Y tu suegra es…? ―Susana Brown. Soy la esposa de Steve.

Molly abre los ojos ante lo que ha escuchado, luego me mira de arriba abajo, pero lo hace sin ser despectiva, sino más bien con sorpresa. ―La esposa de Steve, wow… bueno, querida… yo… no sé qué decir… lo siento, de verdad que siento mucho la muerte de Steve. ―Gracias ―digo mientras desvío mi

mirada de la compasiva de ella. ―Bueno, entonces busquemos algo que te quede sencillamente genial. Me comienza a buscar vestidos y me pruebo dos o tres que la verdad no son muy favorecedores a mi cuerpo y color de piel. Paso un buen rato viendo y viendo vestidos y creo que es mejor que me dé por vencida, no voy a encontrar nada en este lugar. Molly debe de notar

mi cara de desilusión, pero de pronto ella abre los ojos como si se hubiera acordado de algo y pone un dedo frente a mí pidiéndome con eso que la espere. ―Tengo el vestido perfecto para ti. Solo espera un minuto. Molly desaparece por una puerta mientras yo comienzo a mirar accesorios y otras cosas que llaman mi atención. Luego de unos

minutos la puerta se abre y Molly trae en sus manos un vestido de fondo blanco decorado con lindas flores de color rojo. ―Este… este te quedará perfecto ―dice entusiasmada y toma de mi mano hasta llevarme al probador otra vez y me entrega el vestido para que me lo pruebe. Al estar en el probador miro el vestido y

la verdad es que, luego de haberme probado unos cuantos, ya no tengo deseos de probarme otro más, pero necesito llegar a casa con un vestido, solo ruego que este me quede bien, por lo menos el color me agrada mucho. Me pongo el vestido y la verdad es que podría dar un salto de alegría ya que me queda perfecto. Es un modelo precioso,

de fondo blanco con flores rojas, con pequeñas mangas, me llega a la altura de las rodillas y en su falda es un poco más ajustado, lo que hace que mis caderas resalten. Se ve realmente bien. ―¿Y bien? ¿Cómo te quedó el vestido? ―Salgo del probador y Molly sonríe ampliamente. ―Creo que me veo bien, ¿no? ―Más que bien, querida, te vez

totalmente encantadora, bellísima. Sonrío junto con Molly y me siento animada por sus palabras. Ahora ella me dice que necesito zapatos que combinen con el vestido y me trae unos de tacón medio de charol rojo. Tengo que reconocer que son el complemento perfecto. Me gusta lo que veo en el espejo, hace mucho que no me veía así de bien y le sonrío a mi reflejo.

―Solo te falta un detalle más. ¿Un detalle más? ¿Qué será? Ya tengo el vestido que era lo más importante y los zapatos ¿Qué habré olvidado? Veo que Molly se mueve por la tienda y llega a un mueble donde toma algo y luego ya está a mi lado. ―Esto ―dice mientras va colocando a un lado de mi cabello una hermosa

orquídea blanca de tela―. Ahora sí estás lista para deslumbrar. Quedo feliz con el resultado y me giro para abrazar a la mujer que lo ha hecho posible. Me quito todo y luego le pago a Molly quien pone toda mi compra en una bolsa. ―Gracias, Molly. Eres mi hada madrina.

―De nada. Nos veremos en el festival. ―Nos vemos, adiós. Salgo de la tiendafeliz por haber comprado todo lo necesario. En la calle hace un calor peor que hace una hora atrás. Busco una goma de cabello en mi bolso y me hago un moño improvisado en lo alto de la nuca para tratar de capear el calor. Llego a la camioneta de David, pero este aún no aparece por

ningún lado. No puedo esperarlo ahí a pleno sol o si no me encontrará carbonizada. Miro a la calle de enfrente y veo un letrero que me muestra una heladería. Sin pensar cruzo la calle y me pido un barquillo de sorbete de limón. Al ponerlo en mi boca suelto un gemido, el sabor al limón y el frío del helado es la sensación más deliciosa que he

sentido este día. Vuelvo a la camioneta tomando mi helado cuando veo que, David y un par de hombres más, vienen a mi encuentro. Vienen cargados con cajas de manzanas y un par de sacos. Yo sigo ahí, sorbiendo mi helado bajo la atenta mirada de David. ―Alyssa, el es Joe y su hijo Joe junior. ―Encantado de conocerla, señorita

―me saluda el hombre que debe de rondar los setenta años mientras estrecha mi mano. Su hijo hace lo mismo, pero el joven me da una repasada de arriba abajo deteniéndose de forma descarada en mis piernas. ―Encantada, Joe ―digo y sigo comiendo lo que me queda de helado. David habla con ellos mientras ponen todo en orden en la camioneta y se

ponen de acuerdo para el festival. David ahora me mira y yo ya he terminado mi helado, pero estaba tan delicioso, que decido ir por otro más. Comienzo a caminar para cruzar la calle cuando escucho: ―¿A dónde vas? ―A por un helado, ¿quieres uno? Yo invito ―sigo caminando hasta llegar a

la heladería cuando veo que David ya está a mi lado. ―¿Me da uno de fresa, por favor? ―pido a la chica que me está ateniendo― ¿Y tú, cuál vas a pedir, David? ―Bueno, no sé… ―Y luego dicen que a las mujeres nos cuesta decidir ―digo con una leve sonrisa en mis labios mientras la chica

me entrega mi barquillo. ―Bueno, bueno, quiero uno de pistacho. ―La chica se apresura a hacer el pedido y es todo sonrisas para David, no es que conmigo no haya sido amable, pero con él es amable en demasía. Ambos estamos comiendo helado y volvemos a la camioneta. Pongo la bolsa con mis compras a mis pies y David

mira curioso a ver si puede descubrir su contenido. ―¿Encontraste lo que buscabas? ―pregunta pasando la lengua por el helado de pistacho y yo trago en seco al ver ese movimiento. ―Sí, creo que lo he encontrado. ―Bueno, entonces estamos listos para volver al rancho. ―Sí ―digo y él pone en marcha la

camioneta. El camino de regreso es más distendido. Hablamos de muchas cosas y David me pide que le muestre algo de lo que compré, pero le digo que se tendrá que esperar hasta el festival para verlo. Ya estamos en el rancho y comenzamos a bajar las cosas que nos ha encargado Susana. Tomo

la bolsa con el azúcar en terrones y entro con ella en la cocina. David me mira, sé que quiere preguntar qué hago con el azúcar, porque puedo ver en sus ojos que no se cree eso de que soy adicta a esta. Yo desvío su mirada y hago como que no estuviera junto a mí. ―¡Qué bien que llegan! ―dice Susana entrando en la cocina― El almuerzo está listo, voy a

empezar a servir. ―Genial, muero de hambre ―digo y tomo mi bolsa para subir a mi cuarto a lavarme las manos. Dejo el vestido en un perchero y lo guardo en el closet. Me lavo las manos y la cara y bajo las escaleras para almorzar. Voy bajando los escalones y puedo escuchar las voces de David y su madre, pero no logro entender lo que

hablan. Me acerco un poco más sin que sientan mis pasos y escucho que David dice: ―Lo que te digo, mamá, Amanda se está volviendo una pesada, no sé qué espera que haga. ―Hijo, entiende que… ―No, yo ya no entiendo. No podemos hacer nada o quizás deberíamos terminar con esto de

una maldita vez. Noto que David está un poco enojado. Y si mis oídos no me engañan es con la tal Amanda, la mujer que lo ha estado llamando ¿Qué pasará entre ellos? Al pensar en eso, siento que un escalofrío sube y baja por mi espalda. Qué sensación más extraña y estúpida de mi parte… Caigo en cuenta que estoy total y terriblemente celosa de esta

mujer y de lo que tenga que ver con David. CATORCE Entro en la cocina y ambos cambian de tema inmediatamente. Yo pongo los platos en la mesa y trato de actuar lo más normal posible, que no noten que he escuchado parte de su conversación. ¿Quién será esa Amanda? Muero por

conocerla y ver qué tanto quiere de David. Él dijo que no era su novia, pero ella lo llama constantemente y Susana sabe de ella, así es que supongo que debe ser alguien importante en la vida de su hijo. Al pensar en eso los celos me vuelven a atacar ¿Por qué tengo que tener estos sentimientos? Un pinchazo me atraviesa el corazón. De

pronto pienso en Steve y en qué estará pensando de mí por sentir esto por su hermano. ―Aly, ¿estás bien? ―escucho que pregunta David. Levanto la vista y me encuentro con sus ojos claros que me miran con preocupación. Al pensar en todo lo que pasa en mi interior me he quedado paralizada, con

la mirada perdida en la mesa. ―Sí, estoy bien ―lo miro y trago en seco. ―Pero estás blanca, querida ―dice alarmada Susana― ¿Segura te sientes bien? ―Sí, no se preocupen, estoy bien. Me siento en la silla y me sirvo un poco de agua la que bebo casi de un solo trago. Susana comienza a servir la

comida y David se sienta frente a mí. Ellos hablan y hablan mientras yo doy vueltas la comida en mi plato. Me siento incómoda porque sé que David me mira fijo y eso hace que me sonroje. Por Dios… ¿Qué haré ahora? Tal vez deba irme pronto de aquí y así alejarme de la tentación y el sufrimiento que es que me guste mi cuñado… soy la peor de todas.

El almuerzo termina y él me ayuda a levantar los platos y limpiar la mesa. Susana sale de la casa y va a supervisar algunos trabajos. Estamos terminando de limpiar la cocina, de milagro no he botado algún plato ya que la cercanía de David me tiene muy nerviosa, mientras que él actúa con naturalidad. ―¿Quieres venir al lago? ―me

pregunta de improviso y nuestras miradas se cruzan y, al mirar ese azul que brilla con picardía, un escalofrío me recorre por la espalda. ―¿Al lago? ―pregunto como si no supiera dónde está el lago, como si nunca hubiera ido a ese lugar, como si no lo hubiera estado espiando el otro día y supiera lo que él hace ahí.

―Sí, al lago. Hoy hace mucho calor, tengo que entrenar a Blackie, ¿quieres

ayudarme? La oferta suena tentadora ya que el calor es cada vez peor y sería muy refrescante darse un chapuzón en el lago pero, ¿ será buena idea que ambos estemos juntos ahí? ―¿No crees que sería un estorbo más que una ayuda? ―No, serás de mucha ayuda ¿Qué dices, vienes?

Me lo pienso un momento, lo miro y él me mira sonriendo y eso es un golpe bajo a mi auto control. ―Me iré a poner bañador ―digo y subo hasta mi habitación. Busco en mi ropa el bikini anaranjado que traje y que hace algún tiempo no uso, ni sé si aún me quedará bien. Entro al baño y me coloco la diminuta prenda.

Gracias al cielo me queda. Me vuelvo a poner la camiseta de algodón y el short de mezclilla y bajo hasta la sala. No veo a nadie, entro en la cocina y tampoco. Salgo al pórtico y ahí está David con su amigo peludo. ―Estoy lista ―digo sonriendo. ―Bien, entonces vamos. Vamos, Blackie.

Caminamos hasta el lago y lo hacemos en silencio. Este lugar tiene muchos recuerdos para ambos. Recuerdos de momentos felices. ―¿Y qué es lo que haces aquí con tu mascota gigante? ―le pregunto como si ya no lo supiera. ―Blackie está en proceso de adiestramiento. Es un perro rescatista en el agua y aquí lo puedo entrenar.

―¿Y en qué se supone que te voy a ayudar? ―Tú serás mi víctima ―me dice con una sonrisa ladeada que hace que mi pulso se acelere. ―Genial ―digo devolviéndole la sonrisa. Los tres llegamos al muelle y yo miro el agua que se ve muy calma. Tomo una honda respiración y, el aire combinado

con el sol, entran en mis pulmones llenándome de vitalidad. ―Entonces… ¿Qué se supone que debo hacer? ― Tienes que entrar en el agua, trata de nadar un poco y quedar en medio del lago. Cuando estés ahí, grita como si te estuvieras ahogando. ―Bien, hagámoslo. Me comienzo a quitar el short y luego la

camiseta. David me mira y puedo notar que sus mejillas se sonrojan. Me tomo el pelo en una coleta alta mientras lo miro, él no quita sus ojos de mi cuerpo. Me acerco hasta la orilla del muelle y me lanzo al agua en un clavado. El agua está exquisita, refrescante. Hago lo que David me ha dicho y comienzo a nadar hasta el centro del lago. Empiezo a gritar como si me estuviera

ahogando tal cual como él me ha dicho que haga. Escucho que el da un silbido y Blackie, esa enorme bola de pelo negro, se lanza al agua y viene a mi encuentro. Me quedo flotando, como si ya estuviera muerta y el perro agarra con su hocico mi muñeca. Me aprieta, pero es la presión justa y así comienza a tirar de mí para sacarme hasta la orilla del lago.

Es impresionante lo que este perro puede hacer. De seguro será un excelente rescatista en un futuro próximo. Blackie ya me ha sacado y vuelvo a subir al muelle al lado de David que me mira mientras me escurro el agua de la coleta. Él pasea su vista por mi cuerpo y, aunque me siento un poco cohibida por la

insistencia de su mirada, debo reconocer que me gusta que él me mire, me hace sentir muy bien, como hace mucho no me sentía. ―¿No entrarás al agua? ―le pregunto. ―No, creo que hoy no. ―Qué agua fiestas ―le digo y tomo una corta carrera para volver a lanzarme al lago, pero esta vez en una bomba que hace que

salpique mucha agua la cual moja un poco a David. ―¡Lo siento! ―digo cuando salgo a flote, pero la verdad es que no es así. ―Sí, claro, seguro ― dice él sonriendo. Ahora comienzo a nadar y a nadar hasta que ya estoy muy lejos del muelle. Puedo ver a David y a Blackie a la distancia. Él me deja nadar sin mandar al perro a que me rescate y yo lo hago

con gusto. Luego de estar flotando un rato en el agua decido volver al muelle junto a David. Se ha quitado los zapatos y arremangado los jeans para sentarse en la orilla del muelle metiendo los pies en el agua. Subo al muelle y me siento junto a él quien me ofrece una toalla con la cual me cubro la espalda. Ahí estamos, los

dos sumidos en un largo silencio mientras vemos cómo nuestros pies juegan en el agua. ―Este lugar me trae buenos recuerdos ―digo con una media sonrisa. ―Sí, ese verano lo pasamos genial. ―David mira hacia el horizonte, como si ahí estuviera guardado el recuerdo de aquel verano. ―¿Recuerdas cuando Steve y tú se

ponían a echar carreras y querían que yo los siguiera? ―nos miramos a los ojos sonriendo― Nunca pude alcanzarlos, era injusta esa competencia. Ambos soltamos una carcajada como las de antes, una carcajada sincera que reconforta el corazón. De pronto el silencio se vuelve a hacer, él desvía su mirada a sus pies bajo el agua y yo

observo su perfil de nariz recta y mandíbula cuadrada. ―¿Te puedo preguntar algo? ―dice sin levantar la mirada ―Por supuesto. ―¿Cómo fue? ¿Cómo se enteró Steve de su enfermedad? Trago en seco el nudo que se ha formado en mi garganta al recordar aquellos días. Pasamos

de los buenos recuerdos a los malos en solo unos segundos. Sé que algo pasó entre Steve y David, algo muy grave que hizo que dos hermanos se distanciaran, tanto así, que David no sabe por lo que tuvo que pasar su hermano durante su enfermedad. No quiero volver a recordar ese tiempo en el que descubrí que mi marido estaba condenado

por el cáncer. Fueron días dolorosos y agotadores. Pero David tiene derecho a saber qué pasó con su hermano. Respiro profundamente y en mi mente empiezo a buscar el recuerdo de esos tristes momentos y comienzo a hablarle: ―Steve comenzó con dolor abdominal, pero no le tomó asunto. En un principio yo no me preocupé ya que lo atribuía al

nerviosismo del proyecto en el que estaba trabajando, y como tú sabes bien, era casi imposible llevar al cabeza dura de tu hermano a que lo viera un médico. Él decía que no era nada, pero luego los dolores se hicieron más frecuentes y comenzó a perder peso. Seguía diciendo que no era nada, que no me preocupara. Yo le insistía que fuéramos al médico y el siempre me decía que sí, que iría

después de terminar el proyecto, pero nunca llegaba a ir. La gota que rebalsó el vaso, y por lo cual fuimos a parar al hospital, fue un día que comenzó con vómitos y estos eran con sangre. Mi cuerpo se estremece al recordar ese episodio. Lo recuerdo débil, con su rostro blanquecino y sus bellos ojos azules asustados. El dolor vuelve a

atravesar mi corazón y una lágrima baja por mi mejilla. David me mira y puedo ver un brillo en sus ojos, como si quisiera llorar junto conmigo. ―Ese día, y luego de muchos análisis, nos confirmaron que Steve tenía cáncer en etapa avanzada. No lo podía creer y lo culpaba a él y a mí por no haber insistido más en que fuera al médico

antes, culpable de no haber leído los síntomas… ―Pero no tienes la culpa, Alyssa. ―Pero me siento así. Además, luego de que ya fuera diagnosticado, comencé a investigar, estaba desesperada, quería encontrar una cura alternativa, algo que lo mantuviera vivo, algún remedio milagroso para que siguiera a mi lado. Todo eso era doloroso, cada intento de

algo nuevo era más dolor ya que nada lo ayudaba, yo lo quería conmigo y él solo quería que todo terminara de una maldita vez… me siento tan mal al pensar en eso. Comienzo a llorar, ya no puedo ni quiero parar las lágrimas. David pasa su brazo por sobre mis hombros y yo me acerco a él recostando mi cabeza en su hombro y ahí me quedo un buen rato llorando y

recordando aquellos tristes días de la vida de mi marido. Estando ahí, con él, siento que mi alma se reconforta, como si una dulce calidez se instalara en mi pecho y me calmara el corazón. ―No tuviste la culpa de nada, Aly. Sé cómo era de cabeza dura mi hermano y lo reacio que era en visitar a un médico. No te sigas

culpando, no podías hacer más de lo que hiciste. Aunque sé que no podía hacer más de lo que hice, en mi interior me cuesta aceptar eso. Siempre me pregunté, ¿y si hubiera insistido más? ¿Y si hubiera…? Siempre ese maldito y si hubiera, pero ya no puedo seguir así, Steve ya está muerto y nada pude hacer.

Pierdo la noción del tiempo entre los brazos de David. No sé si han pasado minutos o tal vez horas sentada a su lado en el muelle y con los pies bajo el agua. ―¿Por qué tú y Steve no se volvieron a hablar? ―Puedo sentir cómo el cuerpo de David se tensa ante mi pregunta. ―Eso es algo de lo que no quiero hablar. ―Se aparta, me despoja de su

brazo y me siento desprotegida y eso es muy extraño para mí. Ahora me mira y con su dedo pulgar va secando con delicadeza el resto de lágrimas que han quedado en mis mejillas. Quiero que me responda el porqué de ese silencio entre hermanos, quiero saber de una buena vez qué pudo ser tan grave como para que,

dos personas que se querían tanto, se alejaran. ―David… yo… ―Ahora no, Alyssa, ahora no. ―Se levanta y me extiende la mano para ayudarme a levantar. Él se ha puesto serio y en silencio se pone sus zapatos, yo hago lo mismo y me dejo la toalla enrollada alrededor de mi cuerpo. Él solo quiere huir de ahí y de

mis preguntas que tanto lo incomodan. ―Sé que algo muy grave tiene que haber pasado y respetaré tu silencio, pero espero que algún día me cuentes todo, necesito saber qué pasó entre ustedes…. ―Algún día ―dice mascullando entre dientes―. Ahora vamos, el entrenamiento ha terminado por hoy. Y con esas secas palabras él camina

delante de mí junto a Blackie, yo los sigo y ahora estoy más intrigada que antes por saber qué pasó entre los hermanos Brown. QUINCE Yo no apuro mi paso, David me ha dejado atrás. Pienso en todo lo que ha sucedido este día. Mis recuerdos en el lago y dentro de mí siento que algo se ha soltado para salir,

para dejarme para siempre. El abrazo de David ha tenido mucho que ver en esta forma en la que me siento, pero al mismo tiempo, me desconcierta su forma de actuar al tratar de indagar en el pasado con su hermano. Sé que fue una pelea la que tuvieron y, ¿qué par de hermanos no la tiene? Janis y yo hemos tenido una gran pelea cada año de nuestras vidas, pero luego nos

reconciliamos y seguimos la vida como si nunca nos hubiéramos gritado, por eso no entiendo la magnitud del enojo de ambos y el porqué no querer que yo sepa nada. De momento lo dejaré así, no hablaré más del tema, aunque sé que no me aguantaré por mucho de preguntar. Llego a la casa y cuando entro veo a Susana en la cocina y puedo sentir que

el aire huele a manzanas. Ella está pelando las grandes manzanas rojas que le hemos traído del pueblo. ―¿Todo bien en el lago? ―pregunta con una ceja levantada y puedo notar cierta diversión en su expresión. ―Sí, todo bien. Ella baja la mirada al cuchillo y sigue pelando la manzana que tiene en su

mano. Me la quedo mirando, ¿y si le pregunto a ella sobre qué pasó entre Steven y David? No… de inmediato deshecho esa idea. Tal vez hasta ella misma no sepa nada, aunque es raro que una madre no sepa que le sucede a sus hijos, pero tal vez ella tampoco quiera hablar. ―¿Quieres que te ayude, Susana? ―¡Me encantaría!

―Bien, me ducho rápido y vengo para ayudarte. Corro por las escaleras para subir a mi habitación. Veo que la puerta de la habitación de David está cerrada, pero Blackie está echado fuera de la puerta como un guardián. De seguro su un humor es de los mil demonios ya que hasta ha dejado a su amigo peludo fuera de su habitación. El mensaje es fuerte y

claro… no quiere ver a nadie. Entro en mi habitación y voy rápido hasta al baño para darme una ducha. Mientras lo hago cierro los ojos y no puedo evitar dejar de pensar en David y en la causa de su enojo. Termino mi ducha y me visto para bajar a ayudar a Susana con las manzanas. Me miro al espejo mientras seco mi largo

cabello castaño para luego peinarlo en un moño desordenado en lo alto de la cabeza. Bajo a la cocina y ahí está Susana quien, calmadamente, va pelando y pelando manzanas mientras tararea una antigua canción. ―Estoy lista, qué quieres que haga ―le digo sonriendo mientras tomo un delantal que me coloco a la cintura y

luego lavo mis manos. ―Bueno, Alyssa, a pelar manzanas. Hoy me ayudarás a comenzar a preparar mis tartas para el festival de primavera. Me siento frente a ella con un cuchillo en la mano y comienzo a pelar mi primera manzana. Es tan aromática y la verdad es que me dan unas enormes ganas de darle un gran

mordisco, pero me tengo que contener. Susana me cuenta de su tradición de llevar las tartas en cada festival, de que espera que este año sean más que el año anterior y que está feliz de que yo esté en el rancho para ayudarla con todo el trabajo que lleva hacerlas. ―¿Te divertiste en el lago, querida? ―pregunta ella de improviso sacándome de mis pensamientos sobre

manzanas, tartas y David. ―Sí. Me gustó mucho ayudar en el entrenamiento de Blackie. ―Ah, ese cachorro es sorprendente, será un muy buen rescatista. ―Sí, ya lo creo. Seguimos pelando manzanas yo sonrío fuerte cuando Susana me cuenta algunas anécdotas que han ocurrido en el festival. Estamos en eso cuando David

entra en la cocina. Se nota que recién se ha duchado, su cabello aún está mojado. Lleva puesto unos jeans oscuros y una camisa negra con las mangas arremangadas. El aroma a jabón y a su perfume llega a mí y me hace respirar hondo y cerrar los ojos. Siento cómo un hormigueo se apodera de mi cuerpo y mis mejillas se calientan, todo eso es lo que la cercanía

de este hombre está comenzando a provocar en mí. ―Hijo, la cena aún no está lista ―dice Susana cuando lo ve entrar ―Lo sé, mamá. Voy a salir y cenaré por ahí ―dice mientras saca una manzana, le da una mordida y guiñando un ojo dice―: Adiós. Me quedo mirando su espalda cuando deja la cocina y siento como si tuviera

un nudo en el estómago ¿Con quién será que irá a cenar? De seguro que con esa tal Amanda que lo llama hasta el cansancio. Tenso mi mandíbula y reconozco que tengo rabia y celos de no saber a dónde va David. Tomo una honda respiración, tengo que tratar de que esto no me afecte, de que lo que estoy sintiendo no se note.

―Entonces seremos tú y yo para la cena ―dice Susana con un toque de diversión. ―Así parece ―digo entre dientes, claramente enfadada, pero comienzo a contar hasta cien antes de soltar alguna pesadez y aguantar las ganas que tengo de lanzar el cuchillo en dirección a la muralla más próxima a mí.

Luego de que terminamos de pelar todas las manzanas, Susana prepara la cena para dos mientras me deja la tarea de cortar las manzanas en rodajas. Trato de hacerlo sin pensar en nada, de poner mi mente en blanco, de no pensar en que David se fue a juntar con otra mujer, que es a ella a la que está besando en este momento que… bueno, lo de poner la mente en blanco

claramente no está funcionando. Susana con una rapidez sorprendente prepara algo de cenar para ambas. Cenamos hablando de lo que se viene. Me dice que mañana será un día largo ya que tendremos que preparar masa y hornear. Estoy feliz de poder ayudarla y sentirme útil haciendo esto. Luego de que terminamos la cena

dejamos las manzanas macerando para que estén listas para mañana. Ya terminando eso cada una se va a su cuarto… Ya es tarde y él aún no llega a casa. Entro en mi habitación envuelta en aroma a manzanas, pero envuelta también en una horrible sensación de estar celosa. Esto no debería ser, no ha pasado nada entre nosotros, pero no

puedo dejar de sentirme así. Me pongo mi pijama que consiste en una camiseta y shorts de seda, me meto en la cama y doy mil vueltas en ella. Uno por los pensamientos que no me dejan en paz y otra por el calor terrible que hace esta noche. Al final me destapo y me quedo tendida sobre la cama porque siento que la tela

de las sábanas se pega a mi piel. Debe ser media noche cuando escucho el motor de la camioneta de David. Me levanto de la cama y llego a la ventana para espiarlo y me sorprendo de mi actitud, como la de una colegiala espiando a su amor platónico. Él baja de la camioneta y se queda parado mirando hacia mi ventana, como

si presintiera que estoy ahí. Luego de unos segundos lo veo caminar en dirección a la entrada de la casa. Vuelvo a la cama y escucho sus pasos subiendo la escalera. Mi corazón se acelera y el pensamiento de que David dirigiera sus pasos hasta mi habitación se apodera de mi cabeza y de mi cuerpo por completo. Mi respiración se agita, impaciente,

deseosa, hasta que escucho que la puerta de su habitación se cierra y todas aquellas sensuales sensaciones cambian bruscamente por un pinchazo de desilusión en el corazón. Lo que siento me tiene mal. La culpa y el deseo me invaden de igual forma. Cada pensamiento al cerrar mis ojos son para él, para el hombre que está en una habitación a solo unos pasos de la mía,

para ese hombre por el cual me es inevitable sentir esto que está naciendo dentro de mí. DIECISEIS No sé a qué hora me quedé dormida anoche, pero tiene que haber sido a altas horas de la madrugada. Los pensamientos sobre lo que estoy sintiendo por David no me dejaron tranquila y me costó mucho que el sueño

me agarrara. Esta mañana aún me siento con mucho sueño, así es que me levanto y me meto en la ducha para ver si la pereza me abandona. Hoy necesitaré un litro de café bien cargado para no quedarme dormida parada. Me visto y bajo a la cocina donde Susana ya se encuentra tomando desayuno.

―Buen día ―la saludo mientras llegó hasta la cafetera y me sirvo una taza de café recién preparado. ―Buen día, querida ¿Dormiste bien? ―me pregunta como si adivinara que mi noche no ha sido la mejor ¿O será que mi cara delata mi insomnio? ―Sí, muy bien ―miento

―Qué bueno, querida, porque hoy nos espera un largo día en la cocina. Hoy tenemos que preparar las tartas de manzana y eso me tiene muy entusiasmada, pero lo que más me entusiasma es que ya mañana es el festival del que tanto me ha estado hablando Susana. Quiero que el día llegue para poder ver y experimentar todo lo que ella me ha contado.

Tomo una galleta de avena que está en un plato y le doy una mordida mientras pienso en dónde estará David. No quiero preguntarle a Susana porque pienso que ella presiente que algo sucede en mi interior en lo que a su hijo se refiere. De pronto escucho un gran alboroto fuera de la casa. El relinchar de un caballo y el grito de varios hombres. Me

levanto de mi silla y me asomo a curiosear por la ventana de la cocina. Hay un camión estacionado frente a la casa y puedo ver a David que dirige al azabache en dirección al camión. Está enojado porque el caballo está encabritado y no pretende hacerle el mayor caso a su dueño. ―¿Qué pasa con el semental? ―

pregunto a Susana que se ha acercado a mi lado para mirar el escándalo ―Hoy se lo llevan al rancho vecino para ver si fecunda a la yegua pura sangre. Miro cómo los hombres tratan de subir el animal al camión y, luego de muchos intentos, lo logran. En la expresión de David puedo

notar cierto enfado, de seguro pensó que sería más fácil lograr que el caballo subiera al camión, pero si hubiera usado mi táctica de los cubos de azúcar, todo hubiera resultado más rápido. Sigo parada en la ventana bebiendo de mi taza de café, pendiente de lo que sucede afuera, mirando fijamente a David quien, de seguro, ha presentido que lo estoy

viendo, se gira y mira hacia la ventana y nuestras miradas se cruzan por unos segundos. No puedo evitar la sensación que se apodera de mi estómago al mirarlo. Nos mantenemos la mirada hasta que él gira su cara y camina en dirección a su camioneta para luego seguir al camión que ya está haciendo la salida del rancho.

Suelto un suspiro y, cuando miro a mi lado, Susana me observa con una media sonrisa en los labios. Me sonrojo de inmediato y por mi mente pasa la idea de que Susana sabe lo que estoy sintiendo por su hijo… pero eso no puede ser posible, ¿verdad? Terminamos el desayuno y Susana me dice que comenzaremos con la tarea de armar tartas para luego hornearlas, ya

mañana es el festival de primavera y todo tiene que estar listo. Yo estoy feliz de ayudarla, de sentirme útil y así también poder ocupar mi mente en otra cosa que no sea pensar en la confusión de la que estoy siendo presa. Ya estamos listas con Susana y ella me comienza a dar instrucciones de cómo hacer para preparar la masa de las tartas. Me pongo un delantal con

motivos de flores y me siento como una ama de casa antigua que prepara la cena para su amado esposo. Amasar es relajante, hace que mi mente quede en blanco por unos momentos, sin pensar en nada más que harina y manteca. Susana prepara unos moldes de aluminio donde pondrá cada trata y mientras yo pongo la masa ella va rellenando con

manzanas. ―¿Tienes todo listo para mañana, querida? ―pregunta Susana interrumpiendo el silencio. ―Sí, creo que lo tengo todo. Tengo el vestido, los zapatos y una flor para el cabello… Sí, lo tengo todo. ―Qué bueno, Alyssa, te prometo que te divertirás mucho en el festival. ―Por todo lo que me has contado, creo

que si me divertiré muchísimo. Seguimos con las tartas mientras Susana me habla de lo que espera para mañana y yo voy viendo que la cantidad de tartas sobre la mesa aumenta y aumenta. Comemos algo rápido a la hora del almuerzo y ahora ya es hora de comenzar a hornear. He contado las tartas y son cuarenta. Cuarenta tartas que he ayudado a hacer,

cuando yo no picaba ni un pepino en casa y ahora estoy dándomelas de repostera. El calor en la cocina es sofocante, pero el aroma es delicioso, creo que soñaré con manzanas por días. No me he dado cuenta el paso del tiempo estando preocupada de hornear, miro por la ventana y ya está comenzando a atardecer.

Voy hasta el refrigerador y tomo una lata de soda, en eso que giro veo que David entra en la cocina. ―Vaya, que bien huele esta cocina ―dice y hace como que va a estirar la mano hacia una de la tartas, pero su madre le palmea la mano reprendiéndolo, él solo ríe travieso. ―Tendrás que esperar hasta mañana,

hijo. Nadie prueba nada hoy. ―Pero mamá, solo deja probar un poco, este año hiciste demasiadas… ¿Cuántas son? ―Cuarenta, y sin la ayuda de Alyssa, no hubiera podido lograrlo. David me mira y levanta una de sus comisuras de su boca en forma de una media sonrisa. ―Cuarenta… vaya… yo quiero saber

cómo lo haremos para llevar tantas tartas hasta el pueblo. ―No te preocupes, hijo, yo tengo todo solucionado. Ahora él va en busca de un vaso de agua y luego se sienta en una de las sillas de la cocina. Yo sigo ordenando tartas, metiendo algunas en cajas, cosa que no sea un gran trabajo el transportarlas mañana.

Susana sale de la cocina dejándonos solos. Yo sigo en lo mío tratando de aparentar que la presencia de David no me afecta para nada, pero él me mira fijamente y sé que mis mejillas se han cubierto de color rojo. ―Mi madre sí que te hizo trabajar hoy ―dice y yo levanto mi vista hacia sus ojos claros y

tengo que tragar en seco por la sensación que esa mirada ocasiona en mí. ―Para nada. Me divertí mucho con ella haciendo tartas. La conversación se corta de pronto. Él no sabe qué decir y yo bajo la vista avergonzada, como si él pudiera leer en mis ojos los pensamientos de mi mente. ―Bien ―dice mientras se levanta de la

silla―, mañana el día empezará muy temprano. ―Claro. Se acerca al lavaplatos y deja el vaso ahí, luego da dos pasos y queda muy cerca de mí. Mis manos sudan… qué tonta soy, es solo un hombre, no me debería pasar todo esto. ―Alyssa, quería pedirte disculpas por mi comportamiento de ayer.

―¿Por tu comportamiento? ―Sí, bueno, ya sabes, por negarme a hablar sobre Steve, por no querer contestar a tus preguntas, pero quiero que sepas que algún día te contaré todo… solo que ahora… ―¿Por qué ahora no? ¿No es lo mismo hoy que mañana? No te entiendo. ―No diré nada más, Aly. Solo que, cuando sea el tiempo, te lo diré todo.

Quería que supieras que mi mal humor de ayer no tiene nada que ver contigo, es solo que no me gusta hablar de ese tema. ―Está bien ―digo soltando un suspiro ya que él no me contará nada, es más, dudo a que, ese día que él dice, llegue alguna vez. ―Bien, me voy a mi cuarto. Que tengas buenas noches. ―Igual para ti.

Él sale de la cocina y me deja ahí sola pensando en todo lo que me ha dicho ¿Qué será lo tan grave que no puede decirme ya de una buena vez todo lo que pasó entre él y Steve? La curiosidad me mata, ahora mucho más que antes, pero sé que no conseguiré nada de él si lo presiono. Tal vez nunca sepa lo que pasó entre ellos y será mejor aceptar esa

parte de esta historia. Susana vuelve a la cocina y ahora soy yo la que le deseo buenas noches y subo hasta mi habitación. El día ha sido realmente agotador. Me doy una ducha que me ayude a relajar la espalda. Aún puedo sentir el olor a manzanas en mi cuerpo, pero con el gel de ducha comienza a desaparecer. Me seco y me peino el cabello y me

pongo mi pijama. Como ya se está haciendo costumbre las noches son muy calurosas así que me tiro sobre la cama sin taparme. Cierro los ojos y pienso en David, en lo mucho que me está empezando a gustar este hombre y de inmediato mi mente me castiga diciéndome que hago mal al pensar en él como un hombre al que podría llegar a

amar. David es mi cuñado, el hermano del hombre que más he amado en el mundo, no es correcto que mi corazón se rinda a él. DIECISIETE Despierto cuando un rayo de sol da justo en mi cara. Me giro y me cubro la cabeza con la almohada. Aún estoy agotada del día de ayer y creo que deberían proponer el

amasar tartas como un deporte de cardio. Hoy es el gran día, hoy por fin es el festival de bienvenida a la primavera. Me estiro en la cama a ver si se me pasa un poco la pereza que traigo y, después de unos segundos que me he quedado ahí mirando el techo, me levanto y voy al baño y me lavo la cara con agua muy fría para despertar de una buena vez.

Me visto con unos jeans y una camiseta y me tomo el cabello en un moño alto algo desordenado. Bajaré a tomar desayuno y a preguntar a qué hora partiremos hacia el pueblo. Bajo la escalera y veo que a los pies de está Blackie moviendo su peluda y gran cola. ―Hola, felpudo ―lo saludo y el perro me devuelve un ladrido.

Entro en la cocina y Susana y David están preparando desayudo. ―Hola querida ¿Cómo amaneciste hoy? ―Bien, Susana. Me acerco a la cafetera donde está David sirviéndose una taza de café y yo espero a que él termine para servirme la mía. ―Buen día ―me dice y yo le respondo de igual forma.

Nos sentamos a la mesa y yo, como se está haciendo mi costumbre, ataco el plato con galletas de avena que son una delicia. ―¿A qué hora salimos hoy? ―pregunto y luego doy un sorbo a mi café. ―Bueno, Joe estará aquí en tres horas más. Llevaremos las tartas en su camioneta, así que creo que luego del desayuno nos

podemos comenzar arreglar. Yo me iré con Joe y ustedes se irán juntos en la camioneta de David. Ambos nos miramos al mismo tiempo. Yo colorada como tomate y él con un brillo en los ojos que no logro descifrar. No sé por qué estos sentimientos están apareciendo con más y más fuerza, no debería pasarme esto, estoy muy confundida.

Desayunamos como siempre. Susana hablando más que entusiasmada, el gran día del que tanto me ha comentado ha llegado. Nos contagia a David y a mí de su optimismo y sonreímos ante cada frase que dice. Luego de terminar mi café ayudo a Susana a poner en orden las tartas que faltan mientras que David sale a ver a sus empleados. Una vez que termino de

ayudar, Susana me insta a que suba a mi habitación y me prepare para la fiesta. Subo casi corriendo hasta mi habitación. Llego hasta el armario y saco el vestido que me ha estado esperando ahí colgado. Lo dejo sobre la cama, camino hasta un espejo y miro mi reflejo ¿Cómo debería peinarme? Suelto mi pelo y este cae sobre mis hombros, está muy largo hace más de un

año que no lo toco. Me lo levanto haciendo algo así como un moño flojo, pero no me gusta como se ve. Luego intento una cola de caballo, pero tampoco me convence, además tengo que poner una orquídea en el peinado así es que al final decido que usaré la rizadora y me recogeré el cabello a un lado. Solucionado este problema entro en el

baño para darme una ducha rápida. Hoy hace mucho calor, no sé cómo lograré soportarlo todo el día. Cuando salgo de la ducha me rodeo el cuerpo con una toalla y comienzo con la tarea de secarme el pelo para luego poder rizarlo. Cuando ya está casi seco me pongo a buscar ropa interior y, desde el cajón de la cómoda, tomo un conjunto

blanco de encaje y me lo pongo. Me miro al espejo y lo primero que pasa por mi mente es, ¿Qué pensaría David de aquel conjunto? Sacudo la cabeza para no seguir pensando en eso y veo mi rostro rojo. ¿Es que siempre va a ser así? ¿Siempre que piense en él o esté cerca suyo me pondré roja? Me siento una tonta por aquel

pensamiento y trato de alejarme de él, lo mejor es seguir con mi tarea de vestirme para el festival. Lo siguiente que hago es ponerme un poco de loción en las piernas y luego vuelvo al baño a prender la rizadora e intentar hacer algo decente con mi pelo. Luego de unos veinte minutos he logrado que el pelo quede como quería, con grandes ondas

que caen sobre mis hombros. Ahora me aplico el maquillaje, yo no acostumbro a ponerme muchas cosas en la cara, pero hoy me hago un delineado suave en los ojos, dos capas de rímel, un poco de rubor, y lo que si deseo, es pintar mis labios rojos, muy rojos, cosa que hagan un juego perfecto con los toques rojos del vestido. Me pongo el vestido con cuidado de no

mancharlo de labial, me calzo los zapatos y miro la imagen que me devuelve el espejo. El vestido es simplemente perfecto, se abraza a cada curva de mi cuerpo. Me siento muy bien, sexy y femenina y vuelvo a pensar en qué pensará David cuando me vea. De pronto unos golpes en la puerta me traen de vuelta al aquí y el ahora.

―Alyssa ―escucho la voz de Susana al otro lado de la puerta―, estamos listos, te esperamos abajo. ―Estoy casi lista, bajo enseguida ―le grito no pudiendo creer que el tiempo pasara tan rápido. Lo bueno es que no he mentido, ya estoy casi lista. Solo falta el último detalle, la flor en el cabello. Me recojo el lado derecho del pelo y lo sostengo con unas pinzas del

color de mi cabello para luego colocar la orquídea blanca sobre estas. Me rocío con un poco de perfume y me miro por última vez al espejo antes de salir de la habitación y veo la cadena que cuelga de mi cuello. Las dos alianzas de oro juntas que llevo a forma de recuerdo. Con mi mano temblorosa las toco y cierro los ojos al recordar lo que eso se significa, que alguna vez tuve a un

hombre a mi lado y que ya no está conmigo. Me vuelvo a mirar y, sin pensarlo más, decido quitarme la cadena. Suelto un suspiro cuando tengo ambas alianzas en mi mano y las aprieto con fuerza para luego guardarlas en el primer cajón de la cómoda y ya estoy lista para salir. Llego a la puerta y tomo el pomo, pero antes de girarlo para abrirla, tomo una

honda respiración para calmar mis nervios. Cierro los ojos e inspiro… «todo saldrá bien», me digo, estoy muy nerviosa e intranquila. Salgo y camino por el pasillo hasta llegar a la escalera y lo veo. David está al final de los escalones caminando de un lado a otro hasta que me ve, se queda paralizado o al menos es eso lo que parece. Lo miro y veo que va vestido de

jeans azules y una camisa con motivos escoceses en verdes y azules que hacen que sus ojos claros resalten aún más en su color. No puedo evitar que un suave suspiro se escape de mi boca y que un cosquilleo se aloje en mi vientre. Bajo la escalera insegura, mis piernas son como de gelatina, no sé cómo logro bajar cada escalón hasta que llego junto a él que me sigue mirando con

insistencia. ―Te… te vez preciosa ―dice y baja la mirada como si lo que hubiera dicho fuera algo malo. ―Gracias ―respondo y sonrío y otra vez siento mi cara arder. Nos quedamos así por unos segundos, ambos nerviosos, ambos sin saber bien qué decir, hasta que Susana sale de la cocina y nos mira con una sonrisa que no

puede ocultar. ―Querida, estás divina. Serás la más bella hoy en el festival. Pero vamos, Joe ya está afuera, hijo ayúdalo con las cajas. David hace lo que su madre le pide y Susana me toma del brazo para salir de la casa. Afuera está Joe que me saluda como todo un caballero del siglo pasado besando mi mano.

Luego que tienen todo listo dentro de la camioneta Susana se va con Joe y David y yo nos quedamos solos. ―Bien, señorita, su carruaje la espera. ―Él camina hasta la camioneta y me abre la puerta del copiloto para que yo entre. Me alegra que estéde buen humor y trate de bromear, así decanta un poco la

tensión que siento, al menos de mi parte. David sube a la camioneta y coloca la llave, pero antes de ponerla en marcha me pregunta: ―¿Lista para el mejor día de tu vida? ―lo dice sonriendo, con esa sonrisa pícara que tanto me gusta… Sí me gusta demasiado verlo sonreír de esa manera. ―Lista ―digo entusiasmada y entonces él pone la camioneta en marcha hasta

que salimos del rancho en dirección al pueblo. Siento un nudo en el estómago y trato de distraerme poniendo algo de música, ojalá algo movido, nada romántico que pueda delatarme ante él. Por Dios, esto que siento es muy fuerte, una atracción que nunca pensé volvería a sentir por alguien. Solo espero que esta fiesta me pueda distraer de todos

estas sensaciones, aunque con David alrededor mío, será muy difícil lograrlo. DIECIOCHO Cuando llegamos al pueblo todo es algarabía. Todas la mujeres llevan un vestido floreado. Hay mucha gente, más de la que pensaba que habitaba este pueblo. David estaciona la camioneta luego de que le costara mucho encontrar un lugar.

Él baja y llega hasta mi puerta para abrirla y, tomándome de una mano, me ayuda a bajar. Ese simple contacto hace que me dé un cosquilleo en todo el cuerpo. Comenzamos a caminar y veo como la gente me observa mientras David va saludando a todos con familiaridad mientras que yo aún estoy un poco cohibida.

Veo que el festival de la primavera es como una gran feria de diversiones. Hay comida y cosas para beber por todos lados. Veo un puesto algodón de azúcar, mi debilidad. Camino hacia el, dejando a David atrás quien sigue su conversación con la gente que lo saluda y le pregunta cosas. Llego al puesto de algodón y una amable chica me da uno para que pruebe. Sigo

caminando hasta que me mezclo entre la gente y he perdido a David de vista. Camino observando cada cosa maravillada. Toda la gente es colorida y sonriente que no puedo hacer otra cosa más que sonreír. Algunos me miran y saludan como si me conocieran de siempre y otros me miran con curiosidad. Lo olores de comida

inundan el aire y escucho que hay música que interpreta una banda en vivo. Sigo caminado hasta que me quedo mirando como algunos niños juegan a tirar tarros con una pelota. Sonrío divertida al verlos tan concentrados tratando de botarlos todos. Algunos lo logran al primer intento, mientras otros lo siguen una y otra vez tratando de que no quede ni un solo tarro

en la base. ―Debo decir que eres la mujer más hermosa en esta fiesta. ―Giro mi cara cuando escucho la masculina voz que me acaba de hablar. ―¡Hola, Will! ―saludo con alegría al colega y amigo de David―. Es bueno ver una cara conocida.

―Y a mí me alegra verte a ti. ¿Quieres que te haga un recorrido? ―me ofrece su brazo, yo me cuelgo de él y comenzamos a caminar. Es raro lo que me pasa en este momento. Con Will, aunque sé que me coquetea abiertamente, no me siento intimidada, es más, me hace gracia su forma de actuar, no siento

por él como lo que me pasa con David, nada de nerviosismo ni nudo en el estómago. Llegamos hasta una parte donde hay más juegos y veo una rueda de la fortuna. ―¿Te animas a subirte conmigo? ―me pregunta Will sonriendo y haciendo con eso que se marquen los hoyuelos de sus mejillas. Yo miro hacia arriba, hace tanto que no

me subo a una rueda de feria. Creo que era una adolescente la última vez que lo hice, pero me animo, es un día de fiesta y no puedo dejar pasar una oportunidad como esta. ―¡¡¡Me encantaría!!! ―Entonces, vamos. ―Will toma mi mano y nos encaminamos rápidamente hasta la fila que se ha formado esperando su turno para

subir a la rueda. Nuestro momento llega y ambos nos subimos al asiento de la rueda mientras nos ajustan la protección. La rueda se pone en marcha y nuestro canastillo se mueve como si se fuera a girar. Por un momento me tenso ya que estamos en la cima, y ahí nos quedamos por un par de minutos y pienso en si esto

se diera vuelta sería una caída desde mucha altura. Mis manos están agarradas con mucha fuerza al fierro de protección, y no es que le tenga miedo a las alturas, es solo que me ha dado un poco de vértigo esta situación. ―Tranquila ―me dice Will mientras posa su mano en una de las mías. ―Estoy bien, es solo que no pensé que

esta cosa se quedaría tanto tiempo detenida aquí arriba. Él se ríe, de seguro de la cara de pánico que debo de tener, pero una vez la rueda comienza a girar otra vez, ya me calmo por completo. ―¿Estás consciente de que has llamado la atención de todo el mundo? ―¿Yo? No lo creo ―digo ladeando mi cara y mirando fijamente a Will.

―¡Claro que sí! Creo que no hay hombre que no se haya dado cuenta de tu presencia y las mujeres te miran porque te ves muy bien y les gustaría lucir como tú. ―Eso no es así. Solo me miran porque no me han visto nunca. ―Puede ser, pero además, llegaste junto a David, el galán del pueblo ―dice sonriendo sarcástico.

―¿Cómo es eso de galán del pueblo? ―Bueno, mi querido amigo y colega tiene a varias mujeres derritiéndose por él. Lo que me acaba de decir Will me da como una fuerte bofetada en la cara. David dijo que la tal Amanda no era su novia, y claro, para que va a querer un novia cuando puede tener a medio pueblo disponible para él.

Los celos me atacan como a una tonta, como si él fuera mío, solo mío. Estos sentimientos son cada vez peor, cada vez más grandes, ¿qué voy a hacer conmigo? La rueda para en nuestro canastillo y nos bajamos. Ni sé cuántas vueltas dimos en verdad. Will sigue a mi lado y me invita a que nos sentemos en una de las largas mesas a comer algo.

Miro para todos lados buscando a David, mientras que los pensamientos de que él pudiera estar por ahí con cualquiera de las mujeres de este pueblo me atacan sin piedad. Ante nosotros ponen dos platos con carne asada bañada con una clase de espesa salsa acompañada con ensaladas. Inhalo su aroma y huele realmente bien,

la pruebo y sabe aún mejor. Trato de no pensar en David mientras como y agradezco a que Will es un muy buen conversador y hace un buen trabajo distrayéndome. ―Quiero que me prometas algo, Alyssa ―dice Will mientras yo sigo disfrutando de la comida de mi plato. ―¿Prometer? ¿Qué cosa? ―Que me concederás el primer baile, y

unos cuantos más. ―¿Baile? ¿qué baile? ―pregunto confundida. Sé por Susana que, en este festival hay música, algo de baile y comida, pero no me ha dicho algo de algún baile formal. ―¿Ves ese granero rojo tras de ti? ―giro mi cabeza y veo la gran estructura de madera de color rojo que se encuentra ahí.

―Sí. ―Bueno, dentro de unas horas, la banda tocará ahí y comienza el baile que puede durar hasta la madrugada. Quiero que seas mi primer baile. ―Pero… ―De seguro que muchos hombres se acercarán a ti y se pelearán por bailar aunque sea una sola pieza contigo.

―No creo que sea así, estás exagerando ―le digo sonriendo con ganas. ―¿Quién está exagerando? ― Escucho la voz de David, levanto la vista y ahí lo veo frente a mí con un plato de comida en las manos. Se sienta al lado de Will, le noto el ceño fruncido y su voz ha sonado un poco cortante. Lo miro y no puedo encontrar el brillo que tanto me gusta en sus ojos.

―Amigo, le decía a Alyssa que en el baile no habrá hombre que no quiera bailar con ella ―noto que David traga en seco―, es por eso que la estoy convenciendo de que me elija a mí como su primera pareja de baile y me conceda unos tres bailes más, porque después, tendré que hacer fila. Will sonríe al ver la cara de pocos

amigos de David y luego vuelve su atención a mí para que le dé una respuesta respecto a lo del baile. ―Y, ¿lograste convencerla? ―David baja la vista hacia su plato y mueve la comida que hay en él, como si no le importara lo que su amigo le acaba de decir. ―En eso estaba, pero justo llegaste tú a

interrumpir todo. Y bien, Alyssa, ¿Qué dices, bailarás conmigo el primer baile? Miro a los dos hombres que se encuentran frente a mí. Paso mi vista desde los alegres y risueños ojos de Will a la seria e impenetrable mirada azul de David. Me quedo en silencio, y pienso que, si David me pidiera que bailara el primer baile con él ni me lo pensaría tanto y le

diría que sí. Alargo mi respuesta, tal vez esperando a que él diga algo, a que él me invite, pero no lo hace, no dice nada. Vuelvo a posar mi vista en Will que está expectante a lo que vaya a salir de mi boca. Miro de reojo a David que vuelve a posar sus ojos en el plato con comida, pero deja el tenedor en el aire esperando mi respuesta. ―Muy bien, Will ―digo para terminar

con la tensión del momento―, estaré encantada de ser tu pareja en el primer de baile. David me da una mirada indescifrable. ¿Está enojado, celoso, le da lo mismo? No lo sé y quizás es nada de lo anterior y yo soy la tonta que me estoy imaginando todo. Mal interpretando gestos y miradas. Seguimos comiendo y hablando, claro

que Will y yo llevamos la conversación solo interrumpidos por monosílabos de parte de David cuando tiene que contestar algo que le preguntamos. Este día he comido como hace mucho no lo hacía. El sabor de la comida casera ha sido mucha tentación a la cual no me he podido negar, solo que aún no he probado la tarta de manzana de Susana y muero por saber cómo ha quedado.

No sé cuánto tiempo hemos estado sentados comiendo y bebiendo una rica cidra que, al parecer, es la bebida típica en este pueblo. De pronto comienzo a ver movimiento. La gente se levanta de la mesa y comienza a caminar en dirección al granero. ―Ya es hora ―anuncia Will que, con una rapidez asombrosa, se levanta de su

lugar hasta llegar a mi lado. Hace una especie de reverencia, alarga una de sus manos y me pregunta: ―¿Lista para bailar, Alyssa? Miro su mano y luego miro a David que sigue sentado al otro lado de la mesa sin emitir palabra. Vuelvo a mirar a Will y posando mi mano en la de él le respondo:

―Lista. Will me ayuda a levantar y luego me ofrece su brazo para que juntos caminemos hasta el granero. ―¿Nos acompañas? ―le pregunta a David quien solo asiente con la cabeza y se levanta para llegar a nuestro lado. Y ahí me encuentro yo, en medio de dos hombres. Uno que me lleva colgando de su brazo y

que va sonriente y lleno de buen humor, mientras que el otro está callado con el ceño fruncido y me arriesgaría a decir que a nadie le gustaría cruzarse en su camino. DIECINUEVE El bullicio es fuerte en el granero que ha sido decorado hermosamente para la ocasión. Muchas flores adornan los pilares y del

techo caen luces en forma de gotas. De verdad que se esmeraron muchísimo en darle un aire primaveral y romántico al lugar y lo lograron. La banda comienza a tocar un antiguo rock and roll, no sé si estoy en condiciones de bailar esta clase de ritmo, hace mucho que no bailo, espero que Will me sepa llevar bien o ambos pasaremos la peor de las vergüenzas.

Mientras soy llevada al centro de la pista por Will, veo que una risueña y rubia mujer se acerca a David y tirando de su mano lo lleva también a la pista. La pista se llena de parejas, algunas más experimentadas en el baile que otras, y me sorprendo al ver que David es un hábil bailarín. Su acompañante sonríe con ganas con cada giro que él le hace dar.

Will también baila muy bien y hace que mi poca experiencia no se note demasiado. Ya casi a la mitad de la canción le tomo el ritmo al baile y puedo decir que hasta estoy gozando en la pista. La canción termina y ahora le sigue algo un poco más lento, Will coloca su mano en mi cintura y me acerca un poco más a él, mientras que yo de reojo observo

como la chica rubia que bailaba con David es sustituida por una morena voluptuosa. ―¿No crees que David está raro? ―pregunta Will ―¿Raro? ¿Raro cómo? ―digo como si no me hubiera dado cuenta que, desde que Will se acercó a mi lado, David comenzó a actuar extraño

―No sé, bueno, está más callado, un poco serio, él habitualmente no es así, de seguro le ha sucedido algo. ―Para mí está igual que siempre.― No quiero seguir con esta conversación, porque si lo hago, solo miraré a David que está al otro lado del salón bailando pegado a la morena. La canción termina y ahora es un tipo foxtrot el que toca la banda. Trato de

hacer mi mejor esfuerzo para seguir a Will y lo logro, y doy gracias a que los tacones no son tan altos, porque por lo visto, si siguen tocando este tipo de ritmo, mis pies me pasarán la cuenta por la mañana. La canción termina para dejar paso a un jazz. De pronto veo que un hombre se acerca a nosotros y tomándome de la mano le dice a Will:

―Lo siento, doctor, creo que no debería acaparar a la dama. Will me suelta y deja que este extraño me lleve por la pista de baile. Me siento incómoda y creo que él lo nota, porque me comienza a explicar que la tradición de este baile es así. En cualquier momento puede llegar alguien e interrumpir nuestro baile, ya sea para llevarme a mí o llevárselo a él.

Ya con esa explicación me siento mejor y me dejo llevar por la pista y así voy pasando y cambiando de pareja, lo mismo que David que, creo ya ha bailado con todas las mujeres del pueblo… Con todas, menos conmigo. Ahora el que interrumpe mi baile es Joe. La música cambia a algo más lento y el hombre de unos setenta años me toma por la cintura

con delicadeza. Joe me lleva con gracia por la pista y veo que la gente sonríe al verlo bailar. ―Se ve usted hermosa, señora, si me permite decirlo. ―Gracias, Joe. Usted también se ve muy guapo. ―No sea mentirosa ―dice soltando una sonora carcajada―, pero se agradece el cumplido.

Yo sonrío con él, me contagio fácilmente con aquel buen humor de Joe. ―Ya veo por qué Steve no quiso volver más al pueblo. ―¿Por qué dice eso? ―Con una esposa como usted de bella en la ciudad, hasta yo dejo este pequeño pueblo y me olvido de todo. Pero bueno, Steve desde que era un niño siempre quiso salir de

aquí, esta tierra no lo llamaba como a David. Pienso en lo que acaba de decir este hombre y sus palabras tienen mucha verdad. Steve nunca quiso volver al pueblo que lo vio nacer. Él era un trabajólico hombre de ciudad y casi nunca hablaba del rancho o de volver de visita a Saint John. La canción termina y ahora un joven, de

no más de quince años, le pide a Joe que me deje libre para poder bailar conmigo. Joe, como el señor que es, besa mi mano antes de dejarme ir y ahora mi joven pareja me lleva por la pista girándome con maestría. Yo estoy feliz entre esta gente que se muestra tan amable conmigo. El chico me gira y cambiamos de lado lo

que le ha impedido a otro hombre sacarme a bailar, así es que tengo que seguir bailando con él, eso me hace reír y me siento halagada a la vez de que él no me quiera entregar a otro hombre. La canción ya está por terminar y el chico ahora gira hacia la otra parte de la pista, de seguro que pretende tener un baile más. De pronto siento que mi mano es tomada

por otra de mayor tamaño, giro mi cabeza y veo que David está ahí. Creo que me lo quedo mirando sin pestañear. ―Es mi turno ―dice al chico y este me suelta a regañadientes. Él pone una mano en mi cintura mientras que, la mano que me mantiene tomada, ahora lo hace con un poco mas de presión. Nos toca bailar un jazz… creo.

Estoy junto a él y la música pasa a segundo plano. ―Will tenía razón ―dice de pronto y yo muevo la cabeza para espabilar. ―¿Sobre qué? ―Sobre que habría que hacer fila para bailar contigo. Si hasta Joe bailó, ¿sabes lo que eso significa? Joe, ese hombre no baila desde que murió su esposa hace cinco años y hoy tú lograste que él se

levantara de su silla y bailara como en sus mejores años. ―¿Y qué me dices de ti? ―No sé por qué le tengo que hacer esa pregunta. ―¿Qué hay de mí? ―No lo has hecho nada de mal. Ya has bailado con la mitad de las mujeres de este salón. Él sonríe de lado y me tengo que reprender mentalmente porque hasta yo

me he dado cuenta que soné como una mujer celosa que solo he estado pendiente de lo que él hace… qué tonta he sido. Seguimos bailando y me sorprendo de lo buen bailarín que es David. Me lleva como si yo fuera una pluma cosa que claramente no soy, pero que él hace que parezca así. Ahora estamos al otro lado de la pista,

la canción ya está por terminar y yo no quiero. Quiero que este baile sea eterno con él, quiero bailar con él y solo con él. Ahora la música es más lenta y puedo reconocer que es una canción de Frank Sinatra. Fijo mis ojos en los ojos de David y es como si el tiempo se detuviera para nosotros. Él me acerca más a su cuerpo y siento

que el mío tiembla. Sé que él ha sentido mi temblor y aprieta más la sujeción de su mano en mi cintura. No sé lo que hago, pero me siento a gusto entre sus brazos y acerco mi mejilla hasta que queda pegada a la de él que hoy está afeitada y suave. El aroma de su perfume, ese que tanto me encanta, me inunda por completo. Nos movemos

lentamente al ritmo de la canción y oigo la letra que en ese momento me hace sentido. Sé que debo esperar hasta que tengas tiempo para pasar una tarde conmigo. Y si vamos a algún lugar a bailar Sé que es probable que no te vayas conmigo. Después a última hora caeremos en un

tranquilo rinconcito y tomaremos 1ó 2 copas. Y entonces voy y lo hago y lo estropeo todo diciendo algo estúpido como “Te quiero” Puedo ver en tus ojos tu desprecio a la mismas viejas mentiras que oíste anoche. Y aunque son adecuadas para ti, para

mi son ciertas y nunca antes me sentí tan bien. Practico cada día para encontrar algo inteligente que decir y que haga realidad ese encuentro. Pero entonces creo que esperaré hasta el atardecer para estar a solas contigo. Es el momento perfecto, tu perfume embriaga mi mente,

las estrellas se vuelven rojas y la noche es tan azul. Y entonces voy yo y lo estropeo diciendo estúpido como “Te quiero” “Te quiero” “Te quiero” “Te quiero” Mi corazón late desbocado, ¿o es el de él? La cercanía en la que nos encontramos me altera, mi piel se eriza y

creo que, si no fuera porque él me tiene firmemente sujeta de la cintura, caería en el piso ya que mis piernas se han vuelto de gelatina. No puedo creer lo que la cercanía de David provoca en mí. Mi estómago se anuda de nervios y ansias y un fuego comienza a nacer en mi interior. La canción termina y él se aparta para mirar fijamente mis ojos. De pronto

necesito aire, tengo que salir de ahí. Él va a abrir la boca para decirme algo, pero es arrancado de mis brazos por una mujer mayor que lo aleja de mí y se lo lleva a la mitad de la pista. Me quedo mirándolo y, cuando un hombre se acerca para invitarme a bailar, rechazo su invitación y salgo del granero, necesito respirar aire fresco con urgencia.

Salgo con rapidez esquivando a la gente que se me cruza en el camino hasta que llego fuera del granero. Ya es de noche, una preciosa noche de luna llena. Comienzo a caminar y puedo sentir que mi corazón aún no normaliza en sus latidos. Bailar con David, tenerlo tan cerca, sentir su cuerpo contra el mío me ha afectado de sobre manera, y al

recordarlo, mi cara se calienta y un exquisito escalofrío me recorre de arriba abajo por la espalda. Sigo caminando hasta que veo un puente de madera que cruza un pequeño rio. Mis pies caminan hasta ese lugar y quedo sobrecogida con la imagen que se muestra ante mis ojos. La espléndida luna llena se refleja en el rio, es una imagen impactante que solo

se puede apreciar en un lugar como este. En la ciudad la luna se pierde entre los altos edificios o simplemente no hay tiempo para mirar hacia arriba. Tengo un nudo en la garganta, las ganas de llorar de emoción se apoderan de mí, por esta imagen, por los sentimientos que se pelean en mi interior, por todo eso y más y por mi mejilla cae una lágrima sin que la pueda contener.

Suelto un suspiro profundo y trato de ordenar mis pensamientos y sentimientos cuando escucho una voz tras de mí: ―Así que aquí es dónde te estabas escondiendo. David me ha encontrado, él está a mi lado con esa sonrisa ladeada y esos ojos claros brillantes. Eso, más todo lo que he mencionado anteriormente,son una peligrosa combinación para mí .

VEINTE ―Yo… no… ―tartamudeo―, no me estoy escondiendo. Es solo que me sentí algo sofocada en el granero y llegué hasta aquí. Lo veo que bebe cidra desde un vaso y el silencio se hace entre nosotros. Desde lejos se oye la música y las risas de la gente que sigue disfrutando del baile. Él se acerca un poco más y quedamos a

solo unos centímetros el uno del otro. Trato de no ponerme nerviosa, de que no me afecte su cercanía y me quedo con la vista fija en la luna reflejada en el agua. ―¿No es bella esta imagen? ―pregunto y luego suelto un suspiro. ―Es bellísima ―dice él, pero al girar mi cara, noto que no está mirando la hermosa postal

de la luna sino que me está mirando fijamente a mí. Siento un cosquilleo en mi interior y mi corazón se vuelve a desbocar. Nos miramos fijo y mis ojos van de sus ojos a su boca y viceversa, hasta que ya no aguanto más y hago lo impensable. Me dejo llevar por todo el lío que traigo en mi interior y dejo que mis ganas afloren y le ganen la batalla a la cordura

y a la voz de alarma que nace en mi cabeza, pero que ha sido acallada por lo que siento. Sin más me acerco a él y lo tomo por sorpresa cuando pongo mis manos sobre su pecho y lo beso ¡Qué locura estoy haciendo! La más grande de todas, pero no importa, es lo que deseo en este momento. Pero algo pasa. David se ha quedado

inmóvil, es como si besara a una estatua de mármol. ¡Maldición, sabía que esto no era una buena idea! Me aparto de él de inmediato, avergonzada por lo que acabo de hacer. Él me mira, no dice nada lo que hace que todo sea peor para mí. Quiero correr, quiero que la tierra se abra y me trague de una vez. Yo

pasándome mil películas con David y él no quiere nada conmigo. ¿Cómo es posible que haya entendido todo tan mal? ―Lo siento… no debí… es que yo… lo siento ―balbuceo sin parar tratando de explicar lo inexplicable y salir airosa de esta situación. Él sigue callado mirándome fijo

mientras yo muero de vergüenza por mi actitud. Qué tonta, me digo, no debí besarlo, no debí besarlo… no… debí… No pienso nada más porque ahora es él quien se acerca a mí y, tomándome por la nuca, me besa. Ahora sí es un beso de aquellos que doblan las rodillas. Abro mi boca y recibo su lengua que aún conserva el

sabor a la cidra que ha estado bebiendo, me cuelgo de su cuello y pego más mi cuerpo al suyo. Ahora el baja una mano hasta mi cintura y la ciñe con fuerza, mi sangre corre con rapidez por mis venas, mezcla de emoción y deseo. El beso se vuelve más ardoroso nublando los pensamientos en mi cabeza. Suelto un suave gemido, esto es mucho mejor de lo que me imaginaba.

Él termina el beso y apoya su frente en la mía. Su respiración es agitada al igual que la mía. ―David…―digo con el hilo de voz que sale desde mi garganta. ―No digas nada, Alyssa. No digas nada. ―Su voz es ronca, sensual y cierro mis ojos mientras tiemblo como una hoja al viento entre sus brazos. ―Pero es que no debí, no… esto no está

bien. ―No te tortures, Aly, no hicimos nada malo. ―dice el calmadamente mientras recorre mi cuello con su nariz para luego besar suavemente mi piel. ―Pero, David, yo… Él se separa un poco y ahora me mira fijamente a los ojos mientras frunce el ceño. Yo estoy perdida, porque siento que algo estoy haciendo mal, pero

queriendo volver a besar esos labios y cobijarme entre sus brazos. ―Alyssa, seamos claros en algo. Eres una mujer soltera, aunque me duela decírtelo, estás sola, no le debes nada a nadie. Yo soy un hombre y me siento atraído hacia ti, ¿me puedes decir qué hay de malo en eso? ―Pero, pero… imagínate alguien nos ve, ¿Qué dirán de mí? Si lo sabe tu

madre, ay no, por Dios, que dirá Susana de todo eso… Él me besa para que deje de parlotear y también logra con eso que deje de pensar, porque besar esa boca suya logra que solo piense en él y nada más. No sé por cuánto tiempo hemos estado ahí ni me interesa, solo quiero que me siga besando,

siento cómo cada poro de mi piel desea a este hombre. Me separo de su boca y nos quedamos en silencio solo mirándonos, con el canto de los grillos como música de fondo. Con su dedo pulgar David comienza a delinear mi labio inferior y esa simple caricia es extremadamente erótica para mí. ―Siempre quise saber cómo sería besar

tu boca ―confiesa sin apartar su mirada de mis labios―. Sé que tal vez suene feo decirlo, pero desde el primer día que te vi que he soñado con este momento, con tenerte entre mis brazos y poder besar estos hermosos labios. Su declaración me sorprende, pero no digo nada, en cambio me acerco a él y me refugio en su pecho. Él me abraza con fuerza

mientras yo levanto mi nariz y puedo oler su masculino perfume en su cuello. Ahí, entre sus brazos, no quiero que el tiempo pase, ojalá esto durara eternamente. Esto se siente tan bien, y David tiene razón, aunque le dé más de mil vueltas y sienta que engaño a Steven, soy una mujer joven, viuda y sola y él es un hombre atractivo al que yo le gusto. ―¿Qué haremos ahora? ―pregunto

mientras besa mi frente. ―Bueno, por mi parte yo iría de inmediato y gritaría a todo el mundo lo mucho que me gustas y que te deseo más que a nada en este mundo… ―¡David, no! ―me separo de él que me mira extrañado. ―¿Qué quieres que haga, Alyssa? ¿Qué simule que no me gustas luego de haberte besado?

Lo siento, soy muy malo simulando. Me muerdo el labio inferior nerviosa y pongo una mano en la frente pensando en qué voy a hacer de ahora en adelante. Él me toma de una mano y con su otra mano me levanta el mentón para que lo mire a los ojos. ―Alyssa, estás dando demasiadas vueltas algo natural.

―Necesito tiempo, David. Necesito tiempo. Esto… esto es extraño y aún pienso en qué va a decir tu madre cuando se entere. David suelta un bufido como si quisiera acabar con aquella conversación ya. ―Mi madre de seguro que estará más que feliz, pero si quieres tiempo está bien, llevaremos esto a tu ritmo, a tu tiempo. Me voy a sentir como un

colegial que anda a escondidas besando a la chica que le gusta. Puedo ver la frustración en sus ojos y juro que me gustaría que esto fuera distinto, pero mi situación es difícil, nunca pensé que me llegara a gustar mi cuñado y es con esa parte contra la que debo luchar. ―Será mejor volver al baile ―digo como para pensar en otra cosa.

―Tienes razón, pero antes de volver, solo quiero que me respondas algo. Lo miro con los ojos muy abiertos esperando su pregunta. Estoy nerviosa como nunca pensé iba a estar. ―¿Te arrepientes de haberme besado? Trago en seco antes de contestar. Claro que no me arrepiento, si fui yo la que prácticamente me lancé a sus brazos y a

sus labios. ―¡Claro que no! ―digo y noto que una media sonrisa aflora en sus labios. ―Bien. Ahora volvamos al granero. Primero voy yo ―dice mientras me acaricia el rostro― y luego vas tú para no levantar sospechas. Me guiña un ojo y me besa rápidamente. Luego se gira sobre sus talones y

comienza a caminar de vuelta a la fiesta. Yo tomo una respiración y me tengo que agarrar al puente ya que mis piernas están temblorosas. Me recompongo y comienzo a caminar lentamente de vuelta al granero. En mi paso alguien me sirve un vaso de cidra la cual tomo de dos sorbos. Veo a David sentado al lado de su madre y me acerco a ellos.

―Alyssa, estaba preguntando por ti. ―Susana me mira con una sonrisa, lo sabe, claro que lo sabe. Ay no, tengo que dejar de pensar en eso, nadie sabe nada. ―Estaba tomando un poco de aire. ―Le decía a David que ya es hora de irme, pero ustedes pueden quedarse si quieren, yo le pido a alguien que me lleve. ―No, creo que es mejor que también me

vaya, la verdad es que tanto baile me agotó y quiero mi cama. David se levanta de la silla en la que estaba sentado y llegando a mi lado me dice: ―Pero antes de irnos, baila conmigo una última vez. ¿No te importa esperar unos minutos más, verdad mamá? Susana sonríe y dice que ella espera. David me toma de la mano y me guía

hasta el gentío y bailamos un jazz. Nos mecemos suavemente con la música y trato que no se note lo mucho que me afecta estar entre sus brazos, pero siento que mi cara arde, así que sé que ya estoy más que roja. Al girar, noto a una mujer de intenso cabello rojo aprisionado en un moño bajo que me parece conocida, y la cual

nos mira insistentemente. David me gira y, al volver a hacer otro giro, la mujer ya no está. Me deja pensando dónde será que la he visto antes, pero luego quito ese pensamiento ya que es casi imposible que la conozca. La canción termina y David me toma de la mano para salir del lugar, vamos caminando cuando alguien me toma por mi otro brazo.

―Alyssa, te he estado buscando. Quiero bailar contigo una vez más. Will aparece en ese momento, David lo mira y tira de mi mano para acercarme más a él y para que Will me suelte. ―Lo siento, colega, pero nos vamos ―le dice en tono brusco. ―Le estoy preguntando a ella, colega. Además, si Alyssa lo desea, puedo ir a

dejarla al rancho cuando termine el baile. ―Will lo mira risueño, como si le gustara molestarlo y verlo enojado. ―Dije que nos vamos, adiós, Will. ―David comienza a caminar entre la gente tirando de mi mano mientras yo voy caminando tras de él tratando de seguirle el paso. ―David, para… ―le digo tratando de no gritar para no llamar la atención de la

gente, pero con su actitud es casi imposible que alguien no lo note.― Qué estás haciendo. Deja de actuar de así, haces que todos nos miren. ―Te dije que era malo simulando. ―Responde sin soltar mi mano hasta que llegamos donde se encuentra Susana. Él le comunica que ya estamos listos y

que nos vamos. Yo estoy sorprendida, una parte de mi se siente feliz de que a él le guste y otra parte se enfada por su comportamiento. Llegamos los tres juntos a la camioneta, yo dejo a que Susana entre primero y se siente al lado de su hijo yo me quedo pegada a la puerta. Lo que dura al camino hasta el rancho ha sido un poco silencioso, solo llenado

por comentarios de parte de Susana y algunos sí o no de parte de David y mía. Ella nos mira y creo que debe presentir que algo sucede entre los dos, pero se abstiene de preguntar. ―¿Te gustó el festival, Alyssa? ―pregunta ella de pronto y David me da una mirada fugaz para luego volver sus ojos a la carretera.

―Sí, me encantó ―digo feliz porque es verdad―. Lo único que siento es que me quedé sin probar tu tarta de manzana. ―No te preocupes por eso, querida. Guardé un par para nosotros. Cuando lleguemos a casa podremos comer un trozo. El viaje sigue, yo solo quiero llegar a casa, tirarme en la cama y pensar con

calma en todo lo que ha pasado esta noche. VEINTIUNO Llegamos al rancho y nos dirigimos a la cocina donde Susana saca desde el refrigerador una tarta de manzana. David busca los platos y su madre nos sirve un trozo a cada uno. Al probar un bocado no puedo evitar soltar un gemido ya que la tarta está

exquisita. ―Esto está realmente delicioso, Susana. No creo que solo pueda comer un pedazo. ―Come lo que desees, querida ―dice ella sonriendo y veo que se levanta de su silla―. Creo que ya es hora de que me vaya a la cama, hoy ha sido un día muy largo para mí. Disfruten la tarta y no se acuesten

muy tarde. Buenas noches. ―Buenas noches ― decimos David y yo al unísono. Susana deja la cocina y yo sigo comiendo tarta como si estuviera sola. David y yo solo cruzamos miradas y alguna que otra sonrisa cómplice. ―¿Crees que se haya dado cuenta? ―le pregunto ―Es difícil saber lo que pasa por la

cabeza de mi madre, pero creo que te estás preocupando demasiado. ―Sí, tienes razón, será mejor que deje de pensar en eso. Creo que David tiene razón y me estoy llenando de una preocupación exagerada. Tengo que tomar esto con calma, aunque con él cerca se me haga difícil disimular lo que pasa en mi interior.

Termino la tarta y me levanto para dejar el plato en el fregadero. David se levanta y deja también su plato. Está a mi lado y yo me muevo rápido como tratando de escabullirme. ―Creo que ya es hora de irme a la cama ―no debí decir eso ya que él me devuelve una sonrisa pícara y llena de promesas― Sí, porque estoy cansada, los pies me matan lo mejor será ir a

dormir. Estoy hablando como loca y comienzo a caminar para salir de la cocina mientras David me mira y no quita la sonrisa de su boca. ―Sí, yo también estoy cansado ―dice y se acerca a mi―, pero antes de subir a mi cuarto hay algo que tengo que hacer. ―¿Qué cosa? ―pregunto mirándolo con

la respiración entrecortada ya que él se ha acercado mucho y ahora me encuentro pegada a la pared con sus manos a cada lado de mi cabeza. ―Un beso, un buen beso de buenas noches. ―Me besa y mis labios se entregan de inmediato al contacto de los suyos. Mi cabeza vuela y mi corazón palpita más rápido por lo que me hace sentir

este beso, pero además, porque estamos en casa de Susana y ella puede vernos. ―David, no… tu madre…― digo separándome un poco. ―Es solo un beso. Además ella no bajará y si baja y nos ve, que nos vea. Yo abro mis ojos demostrando pánico y él se ríe de mi actitud. ―Vamos, Alyssa, que no somos niños.

―Pero tampoco es que vas a andar acarralándome por todas las partes de la casa. Recuerda que está tu madre. ―Eso de acorralar me gusta mucho, es una excelente idea ―me vuelve a besar y ahora es un beso intenso de esos que, cuando se separa, me deja boqueando por oxigeno como un pez fuera del agua y pidiendo

más―, pero bien, trataré de contenerme e intentaré ir a tu ritmo… A tu tiempo. ―Gracias ―le digo y le doy un suave beso en la comisura de la boca y me deja libre para salir de la cocina. Subo la escalera con David siguiendo mis pasos. Giro de improviso y lo pillo observándome el trasero. ―¡Hey! ―susurro cuando ya llegamos

casi al final de la escalera. ―¿Qué? ―me dice sonriendo sabiendo que lo he pillado mirando mi retaguardia―. No lo pude evitar, lo siento. Dice y me besa rápidamente para luego caminar a largas zancadas hasta llegar a su cuarto y entrar en él. Entro en mi habitación, y lo primero que hago, es quitarme los tacones para

luego, de un salto, tirarme sobre la cama. Sonrío ampliamente y abrazo la almohada, hace mucho que no me sentía así, como si estuviera en las nubes. Cierro los ojos y toco mis labios recordando los del hombre que se encuentra a tan pocos metros de mi habitación. Pienso en todo lo que ha pasado esta noche y en cómo me hace sentir David y

un exquisito escalofrío me recorre el cuerpo. Me levanto y me cambio el vestido por mi ropa de dormir. No quiero pensar en si estoy haciendo bien o mal, solo quiero pensar en cómo me sentí entre los brazos de David, en la mujer que había estado dormida y que hoy ha comenzado a despertar. Ӂӂӂӂӂ

Los días pasan y con David hemos tratado de llevar nuestra situación en secreto. Por lo menos de mi parte he tratado de ser discreta, pero por su lado es difícil, ya que apenas tiene la oportunidad, me besa y creo que ya se han comenzado a levantar rumores sobre nosotros en el rancho, de momento Susana no me ha dicho nada, pero eso no quiere decir que ella no sepa lo que

pasa entre su hijo y yo. Hace dos días que no nos hemos visto con David. Ha estado muy ocupado en los ranchos vecinos y llega muy tarde en la noche y se va muy temprano por la mañana para ver a sus pacientes en la clínica. Estoy en las caballerizas limpiando con el rastrillo, cuando de pronto, soy tomada fuertemente por la cintura y

levantada en andas lo que hace que suelte el rastrillo que tenía entre manos. Aún en andas soy llevada hasta una de las pesebreras vacías. No tengo miedo de mi atacante, más bien estoy feliz, puedo reconocer ese perfume varonil, su aroma entre una multitud. Hace dos días que no nos vemos, dos días sin besarnos, David está aquí a mi lado.

Me gira y me estampa contra la dura pared de madera de la pesebrera, mientras me besa sin mediar saludo o palabra. Me besa con desesperación, con ansia, la misma ansia con la que abro mi boca para recibir su lengua y besarlo. Lo he echado tanto de menos en estos dos días, que no puedo parar de besarlo. Sus manos

recorren mi espalda y se detiene justo al llegar a mi cintura, me separo de su boca y agitada le digo: ―¡Hola! ―Él comienza a besar mi cuello y puedo escuchar un hola ahogado en mi piel. Yo sonrío, uno por la situación y otra, porque sentir su boca y su barba de unos dos días hace cosquillas en mi cuello. ―David… ―digo porque quiero verle

los ojos, quiero mirar su cara que tanto he extrañado. ―Alyssa, no. ―Ahora se da a la tarea de besar el lóbulo de mi oreja― Solo tengo unos minutos, tengo que volver al rancho vecino, por favor solo bésame, te he extrañado tanto estos dos días. Me vuelve a besar con necesidad, como si yo fuera el aire que necesita para respirar. Me dejo hacer por él mientras

el calor comienza a subir por mis pies y trato de recobrar la compostura antes de que esto se convierta en una hoguera. ―David… ―Ahora que nos separamos puedo ver sus ojos que brillan de deseo. ―Lo siento, lo siento… ―Se separa de mí y levanta las manos dando dos pasos atrás―… No me pude aguantar, lo siento. Estamos ahí en esa pesebrera.

Respirando agitados y deseosos de más, pero ambos sabemos que no es lo correcto. ―Solo vine a ver cómo estabas y a buscar unas cosas para volver al rancho vecino. Tengo una emergencia con una yegua que está por parir. ―¿Y demorará mucho? ―pregunto ansiosa para que todo termine pronto y

él vuelva a estar hoy en la cena sentado a mi lado. ―No lo sé. Al parecer será un parto complicado. ―Es decir que hoy tampoco te veré en todo el día. Mira el suelo como si quisiera disculparse por estar ausente, pero yo entiendo que su trabajo es así. ―Trataré de volver lo antes posible.

―Me vuelve a besar profundamente, luego se separa de mis labios y con su frente sobre la mía y con su respiración agitada me dice―: Adiós. Veo cómo sale de la pesebrera y se encamina hasta su camioneta, sube en ella y sale del rancho. Mi corazón late más rápido, con unas fuerzas renovadas por haberlo besado.

El deseo y la excitación me recorren el cuerpo por completo, con una intensa necesidad que solo puede ser calmada por el hombre que acaba de salir del rancho en su camioneta. VEINTIDOS Me despierto por la mañana y me estiro en la cama como un gato mimoso. Miro el reloj de

mi mesa de noche y veo que son las siete de la mañana. Bostezando me levanto de la cama y me acerco hasta la ventana para ver el soleado y caluroso día. Al mirar hacia abajo, abro los ojos con sorpresa y una alegría que hace que mi estómago se contraiga y mi corazón lata más rápido. La camioneta de David está estacionada afuera, él está aquí y quiero verlo ya.

Me meto a la ducha y comienzo a tararear una canción mientras me enjabono el cuerpo, para ser más exacta, estoy cantando la canción que bailamos en el festival de primavera. Termino la ducha y con rapidez me seco el cuerpo y el cabello y me visto para bajar a la cocina, porque de seguro él está ahí desayunando junto a su madre.

Me miro una vez más al espejo porque quiero que él me vea perfecta y decido tomar mi cabello en un moño alto. Una última mirada y salgo de mi cuarto. Comienzo a bajar las escaleras sintiendo el revoloteo de mil mariposas en el estómago. Entro en la cocina y ahí está él. Mi corazón da un brinco al verlo sentado junto a su madre y bebiendo café.

―Buenos días ―saludo con una sonrisa en la cara mientras David me mira y se muerde el labio inferior lo que me hace sonrojar. Su madre me da los buenos días y luego lo hace él. Tomo una taza y me sirvo café para luego sentarme frente a madre e hijo. ―Querida, hoy te dejaremos sola en el rancho ―dice Susana y yo no puedo

evitar mirar a David y notar en sus ojos un poco de decepción. ―¿Pasó algo? ―pregunto intrigada. ―No, nada. Solo que tengo que ir hasta el pueblo a atender unos asuntos y David me llevará en su camioneta. Es decir que solo veré a David por unos minutos más. Eso me decepciona un poco y suelto

un suspiro de resignación. Bueno, hoy no es mi día, pienso. ―¿Necesitas que te ayude con algo? ―Le ofrezco a Susana, tal vez necesite ayuda en sus asuntos. ―No, querida, no te preocupes. ―Ella se levanta de la mesa― Hijo, voy por mi bolso y nos vamos. ―Está bien ―responde David.

Susana sale de la cocina y sube la escalera hasta el segundo piso. David se levanta y aprovecha el instante en que quedamos solos y se acerca a mí, gira mi silla para que quede frente a él, se agacha un poco, toma mi rostro con ambas manos y me besa. Es un delicioso beso con sabor a café negro el que posee en su boca, gimo suavemente y él

se separa de mis labios dejándome con ganas de más. Se mueve hasta el otro lado de la cocina y yo, aún medio aturdida por aquel beso, veo que Susana entra de pronto en la cocina. ―Bueno, hijo. Ya estoy lista, ¿nos vamos? ―Enseguida, mamá. Termino mi café y salgo de inmediato.

Susana se despide de mí y sale de la cocina, David da un último sorbo a su café y se comienza a preparar para irse, pero antes de salir, y a toda prisa, me deja un beso húmedo en el cuello y con un «Nos vemos luego» sale de la cocina dejándome sola con las miles de sensaciones que recorren mi cuerpo. He quedado sola en el rancho así que, luego de terminar de desayunar, me voy

a las caballerizas para hacer mi trabajo. Antes de salir de la cocina tomo unos cubos de azúcar para dárselos a mi amigo el azabache. Entro en las caballerizas y llego hasta el semental. Le comienzo a dar uno por uno los cubos de azúcar que son su perdición. Miro para todos lados y no veo a John por ningún lado y una idea que, lleva

instalada en mi mente hace tiempo, cobra más fuerza que nunca. ―¿Qué te parece que tú y yo vayamos a dar una vuelta por ahí? ―le digo al animal y él me mueve la cabeza como si asintiera a mi pedido mientras sigue comiendo azúcar de mi mano. Miro las sillas de montar y saco la que corresponde al caballo. Entro en la

pesebrera y lo acaricio con cautela, él me acepta, no es el mismo caballo arisco que era en un principio. Con rapidez lo ensillo y él se deja hacer por mí. Lo saco de su cubículo y luego me monto sobre él. El azabache se deja guiar por mi sin problemas, como si fuera el caballo más manso del mundo. Salgo de las caballerizas a un trote

suave cuando de pronto veo que John se acerca a toda velocidad a mí. ―¿Qué está haciendo, señora? ―Que no ves, John, voy a dar un paseo. ―Pero usted sabe que ese caballo no… ―Hasta pronto, John ―le digo y con mi talón golpeo al azabache que sale a toda velocidad por el camino mientras escucho a lo

lejos: ―¡¡¡Señora!!! ¡¡¡Deténgase!!! ¡¡¡Señora!!! Me alejo a todo galope y ya no escucho a John. El caballo es muy veloz, se nota que es un animal que está hecho para correr… un campeón. Sonrío feliz de sentir el viento que golpea mi cara. Ahora hago que el

caballo baje un poco la velocidad y lo guio hasta el prado donde pretendo descansar. No sé por qué David insiste en que este caballo es peligroso cuando se ha portado muy bien. Llegamos hasta prado y desmonto para a llevar al azabache cerca de un árbol y amarrarlo ahí mientras él comienza a comer el verde pasto de ese lugar.

Me siento en el suelo mientras aspiro hondo para llenar mis pulmones con la tranquilidad del momento. Cierro mis ojos y pienso en que, lo único que quiero es ver a David, besarlo y sentirme protegida entre sus brazos. Mi corazón da un vuelco al pensar en el hombre que solo esta mañana me besaba con pasión, en ese hombre que me hace olvidar toda la tristeza por la que he

pasado, solo quisiera que todo fuera de otra manera, que él no fuera hermano de mi difunto esposo, solo eso es lo que me detiene para entregarme al cien por ciento. Creo que ya es hora de volver al rancho antes de que a John le dé un ataque. Tomo al caballo y lo vuelvo a montar para salir en un trote lento. Miro los sembradíos del rancho y noto

que varios trabajadores me miran como si me hubieran salido dos cabezas. Yo los miro y los saludo con la mas radiantes de mis sonrisas. Ahora apuro al caballo y este se lanza a cabalgar a toda velocidad dejando el rastro de polvo a mi paso. Ya falta poco para llegar al rancho, ya queda menos distancia cuando creo que veo algo a lo lejos, pero no puede ser.

Llego hasta las afueras de las caballerizas y el azabache se detiene cuando veo que ahí, apoyado en el capot de su camioneta roja, está David. No digo nada, ni siquiera lo saludo ya que su rostro muestra lo molesto que está, con el entrecejo fruncido al máximo y sus ojos de un azul oscuro por la rabia. ―¡Baja de inmediato de ese caballo,

Alyssa! ―me dice con un tono de voz serio que me indica que está más que enojado. Desmonto lentamente del caballo y John llega a mi lado para tomarlo y llevárselo a su pesebrera. Me quedo ahí, sin decir nada, mirando fijamente al hombre frente a mí que, con las manos en las caderas, me mira furioso. VEINTITRES

―¡¡¡¿Qué crees que estabas haciendo?!!! ― dice gritándome lo que hace que me dé una rabia por cómo me está tratando. ―¡¡¡No me grites!!! ―le contesto en el mismo tono. ―¡¡¡¿Me escuchaste cuando te dije que a ese caballo solo lo montaba yo?!!! ―¡¡¡Sí te escuché y deja de gritarme te dije!!! ―me giro sobre mis talones y

comienzo a caminar en dirección a la casa. Qué se ha creído este idiota que me ha venido a gritonear como loco. Si quiere pelear que peleé solo, yo no lo voy a aguantar. ―¡¡¡Alyssa!!! ―me grita mientras yo me alejo y entro en la casa, pero él sigue gritando mi nombre como un loco― ¡¡¡Alyssa!!!

Estoy en la cocina bebiendo un poco de agua, no quiero pelear con él y menos escuchar sus gritos. ―¡Alyssa! ―Deja de gritar, ¿quieres? ―le digo porque ya me ha sacado de mis casillas― Saqué al azabache y qué , no pasó nada. ―¡¡¡Es que tú no entiendes que ese

caballo es peligroso!!! ―¡¡¡Que me dejes de gritar!!! Si me vas a seguir gritando no hablamos nada. Doy un paso porque no quiero seguir escuchándolo. Quiero subir a mi cuarto ya que no quiero pelear con él menos en este estado en el que está donde no quiere escuchar razones. Voy a salir de la cocina cuando David me toma por la cintura acercándome a su

pecho, aferrándome fuertemente a él. Aunque me muero por besarlo, no quiero que lo haga, porque este no es el David

que quiero que me bese. Pero él se lanza a mis labios casi con ferocidad, trato de apartarlo, pero no me deja y me besa a la fuerza. No sé qué hacer para separarme, no quiero que me su boca me domine, yo también estoy enojada. No puede pretender que lo bese con pasión luego de cómo me ha tratado. Con la rabia instalada en mí tomo su labio inferior y lo muerdo con fuerza, él

se separa de golpe y siento el sabor de su sangre en mi boca. ―¡Idiota! ― le grito y subo corriendo las escaleras hasta que llego a mi habitación y me encierro bajo llave. Él llega a la puerta y da unos golpes pidiendo desesperado que lo escuche. ―¡Alyssa, por favor…! ―¡Vete, David, no quiero hablar contigo!

Me tiro sobre la cama y comienzo a llorar desconsolada. Nunca pensé que se pondría tan furioso por haber montado a ese animal que al parecer es su tesoro más preciado. Abrazo la almohada y lloro con impotencia, me siento como una niña regañada por su padre y siento que es injusto que me trate así, como si yo pudiera hacerle algo a ese

caballo. Tengo rabia por cómo me gritó y tengo rabia porque soy una tonta que está llorando encerrada en su habitación por un hombre, pero si cierro los ojos, vuelvo a ver su mirada oscura por la rabia y el llanto regresa a mí con más ganas. Después de estar ahí por unos minutos, lo que deseo es olvidarme de todo,

necesito relajarme y como no quiero salir de mi cuarto para no encontrarme con el ogro de David, decido que lo mejor es darme un baño de tina. Voy llenando la tina y coloco loción para hacer espuma. Me quito la ropa y me tomo el pelo en lo alto de mi cabeza. Una vez está la tina llena, meto uno de mis pies y luego me sumerjo en el agua tibia y espumosa.

Tiro mi cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y respirando profundamente tratando de relajarme. La sensación de estar ahí tomando un baño de espuma es exquisita y alejo todos los pensamientos negativos de mi mente hasta que logro entran en un estado donde no pienso en nada. Debo haber estado como por una hora dentro de la tina, el agua ya está fría, así

que decido salir. Me seco el cuerpo y luego me pongo el pijama. Aunque es temprano para irse a la cama, no me interesa salir de mi cuarto, así que lo mejor será acostarme y ver si puedo dormir un poco. Unos golpes en la puerta me sacan del sopor del sueño. Me quedé dormida luego del relajante baño de tina. Miro por la ventana y veo que ya se está

haciendo de noche. ―Alyssa, ¿estás bien? ―Es la voz de Susana la que me hace la pregunta desde el otro lado de la puerta. ―Sí, Susana, todo bien. Solo me duele un poco la cabeza. ―¿Quieres algo para el dolor? ¿O algo de comer quizás? Querida, ni siquiera has almorzado.

―No. No quiero nada, muchas gracias, solo deseo dormir. ―Bien, cualquier cosa me avisas. ―Gracias, Susana. De seguro que David le ha dicho a su madre que no he almorzado y de seguro que también ya debe estar enterada sobre el incidente del caballo. Doy vueltas en la cama tratando de

volver a retomar el sueño, pero me es imposible. Me quedo mirando el techo mientras se va haciendo de noche. Así he estado toda la noche, de un lado a otro en la cama, el calor se está haciendo insoportable, el hambre igual, pero lo único que se aloja en mi mente, es el antojo de comer chocolate. Siempre que no podía dormir, o cuando era más pequeña y pasaba alguna pena,

siempre me consolaba con un chocolate. Sé que en la despensa de la cocina hay una barra y la boca se me hace agua al pensar en eso. Miro el reloj que está en la mesa de noche y veo que ya pasa de media noche. De seguro todos ya están dormidos, así es que puedo bajar hasta la cocina sin que nadie me vea. Abro lentamente la puerta de mi

habitación y salgo al pasillo mirando a todos lados con cautela. Voy descalza y bajo rápido la escalera hasta llegar a la cocina. Enciendo la luz y camino hasta el mueble donde he visto aquella barra de chocolate que ha hecho que me levante de la cama como desesperada. Está en la parte de arriba del mueble, así es que abro la puerta y

me pongo en punta de pies para llegar y comenzar a buscar la barra. Trato de no hacer ruido y me está costando más de lo normal encontrar el chocolate, hasta que por fin la tengo en mis manos. De pronto veo que dos manos están una a cada lado de mis caderas. No quiero girarme, no quiero ver su cara. No hoy que estoy tan

enojada. ―Creo que acabo de encontrar a un ratón al que le gusta el chocolate ―susurra David en mi oído y mi piel se eriza por completo. «No voltearé», me digo mentalmente con convicción, no voltearé, pero sé que, estando tan cerca de él y sintiendo su perfume y su cuerpo pegado al mío, me será casi

imposible ignorarlo. VEINTICUATRO ―¿Qué haces aquí? Pensé que dormías ―digo mientras siento su respiración agitada en mi oído. ―No me di cuenta y me quedé dormido en el sofá de la sala. Sentí un ruido en la cocina y te encontré aquí. Mi cuerpo comienza a vibrar, mi

respiración se vuelve más agitada y mi corazón amenaza con salir disparado desde mi interior. ―Alyssa, necesito que hablemos. ―Cuando dice eso me deja un suave beso en el hombro y me gira. Pone ambas manos en la mesada, una a cada lado de mi cuerpo, creando así una prisión de la que no puedo huir. No

quiero mirarlo, porque si lo hago, me voy a perder en sus ojos y me dejaré hacer por él. Estoy enojada, muy enojada, eso no se me tiene que olvidar. Estoy mirando al piso, a mis pies descalzos y a sus zapatos. Él me toma por la barbilla y me levanta la cara para que lo mire fijamente. ―¿Vas a hablar conmigo? ―pregunta en un susurro de voz grave.

―No quiero, ni siquiera debería dirigirte la palabra en este momento por cómo me trataste hoy ―digo enojada lo que parece que a él le causa mucha gracias porque sonríe de lado mientras niega con la cabeza. ―Lo sé, pero es que tú no entiendes que… ―Mira, David, entiendo que hice mal al sacar al caballo, pero no le paso nada.

Actuaste como un desquiciado gritándome como loco por haber montado al azabache. Ya entendí el mensaje, el caballo es tu tesoro, no lo volveré a mirar siquiera. Él suelta un suspiro cansino y niega con la cabeza. Luego, con su dedo pulgar acaricia una de mis mejillas mientras nuestras miradas se mantienen unidas. ―No fue por eso, Alyssa, el caballo es

un caballo y puedo comprar otro. ―¿Y entonces? No entiendo a qué se debió aquella escena de telenovela que hiciste afuera. Se queda callado, no responde de inmediato, como si estuviera sopesando en decirme o no lo que pasa por su mente. Toma mi rostro entre sus dos manos y su boca se abre, pero la cierra de inmediato. Me

vuelve a mirar y ahora toma una honda respiración y me dice: ―Te pido perdón por mi forma de actuar hoy, pero cuando te vi sobre el azabache, mi corazón se detuvo y pensé que iba a morir. Si te dije que solo yo montaba ese caballo, no es por una cosa de egoísmo, es que el caballo es impredecible. ―Pero no paso nada, el azabache es

muy dócil, creo que estás sobre actuando. ―Él frunce el entrecejo dejando en claro con eso que lo que estoy diciendo una verdadera y gran locura. ―Pero no es así. ¿Te imaginas el caballo te hubiese botado? Yo… yo… ―¿Tú qué? ―Le pregunto y cierra los ojos por un segundo antes de volver a hablar.

―Cuando John me llamó para decirme que habías sacado al azabache, subí a mi camioneta y conduje a toda velocidad ―así que fue el bocón de John―, sin respetar ninguna de la leyes de tránsito. Ya te dije que no me importa el caballo, pero si te hubiera pasado algo a ti me hubiera vuelto loco. Por eso actué así, por eso te grité, porque me desesperé y

no supe cómo actuar, ¿entiendes Alyssa? No me importa qué le pase al maldito caballo, solo me importas tú . Me deja con la boca abierta con lo que acaba de decirme. Mi corazón da mil latidos por segundos, él se acerca más y me besa suavemente, un beso tierno y tibio que hace que mi piel se erice. Ese beso me deja con gusto a poco así es que abro mi boca y lo comienzo a

besar apasionadamente cuando siento que él suelta un quejido y se separa un poco de mis labios. Lo miro y veo que se toca el labio inferior con un dedo, el labio que le mordí mientras me besaba con enojo esta tarde. ―Lo siento ―le digo mientras toco la herida―, pero de verdad que te lo merecías por bruto. ―digo y él sonríe.

―Es verdad, fui un bruto, me lo merezco. Ahora se acerca a mi cuello y me besa para luego ir repartiendo besos hasta llegar a mi hombro y luego de vuelta a mi cuello. Con mis manos me afirmo de sus brazos para no perder el equilibrio. Sus manos se escabullen bajo la camisola de seda de mi pijama y con sus yemas me va acariciando de arriba

abajo por la espalda, dibujando con sus dedos lentamente mi columna vertebral. Cierro mis ojos ante el placer que esto me provoca. ―Así que este es tu pijama ―dice separándose un poco y observando cómo se me han endurecido los pezones que se pueden notar a través de la tela―, si lo hubiera sabido ya te hubiera hecho una visita a tu habitación.

Me sonrojo de inmediato mientras junto las piernas por la súbita sensación que se ha apoderado de mi bajo vientre. Será mejor que paremos aquí o terminaremos haciendo una locura en la cocina y no creo que sea lo mejor. ―David… ―digo con una voz que ni yo reconozco. ―Aly, no te imaginas cuánto te deseo. ―Ahora me besa y sé que debe dolerle

el labio, pero de igual forma me besa con pasión, jugando con mi lengua y aprontándome contra el mueble de cocina. Siento su erección que rosa mi vientre y juro que me encantaría entregarme a él en este mismo instante, pero no, no puedo, tengo que parar esto. Él sigue besándome y posa una de sus manos en uno de mis senos. Con su dedo

pulgar e índice me aprieta el pezón por sobre la suave tela lo que hace que suelte un gemido ahogado por su boca. Aunque no quiero me separo de su beso, tengo que hacerlo antes de que el fuego interior siga creciendo. ―David, será mejor detenernos ahora ―digo con la respiración agitada y mis manos sobre su pecho para poder detener su avance.

―Alyssa, no, no me pidas eso ―suplica poniendo la boca en puchero. ―Este no es un lugar adecuado, David. Además, tu madre está arriba y no es correcto. Veo la decepción en la cara de David. Yo también lo deseo con locura, pero este no es el lugar donde quiero que me ame. ―Tienes razón ―dice suspirando

frustrado―. No es el lugar, aunque la mesa de esta cocina es muy resistente, ¿sabes? ―dice sonriendo pícaro mientras me guiña un ojo lo que hace que me contagie y sonría también. ―Será mejor que suba a mi cuarto. ―Tomo la barra de chocolate y trato de avanzar, pero él me lo impide.

Me mira fijamente en silencio, solo observando cada detalle de mi rostro mientras que con su dedo pulgar va delineando mi labio inferior. ―Así que te llevas todo el chocolate ―dice irónico. ―Sí, ahora lo necesito más que hace un rato atrás. ―¿Por qué?

―¿No has escuchado eso de que el chocolate causa el mismo efecto que hacer el amor? Él niega con la cabeza sonriendo y se acerca a mi oído para susurrarme: ―Te han mentido toda la vida. Comer chocolate nunca te causará el mismo placer que hacer el amor. Cuando estés conmigo verás que no hay comparación. Ni con todo el

chocolate de la fábrica de Willy Woonka podrás sentir lo que te haría sentir yo. Mi cuerpo comienza a temblar de solo pensar en aquella promesa y en mi mente se aloja la imagen de David desnudo y me vuelvo a sonrojar. ―Bueno, me voy. Si quieres te dejo la mitad de la barra ―le digo tratando de jugar con él.

―No, querida, lo mío tendré que solucionarlo con una hora bajo el agua fría. Me besa una última vez y me deja libre. Le deseo las buenas noches y él también lo hace. Camino rápido para salir de la cocina y subo hasta mi habitación con el corazón más que agitado. Me tiro sobre la cama envuelta en una

nube de deseo y excitada de sobre manera. Como un poco de chocolate haber si así logro calmarme, pero David tiene razón, ni toda una fábrica podría quitarme el deseo intenso que siento por él. VEINTICINCO Al día siguiente todo vuelve a la normalidad. David desayuna con nosotras, pero sale de prisa a la clínica

por un paciente que tiene de urgencia. Con Susana hablamos de lo ocurrido con el azabache y, aunque presiento que ella ya tiene toda la información de lo sucedido, le cuento mi parte de la historia omitiendo un poco la gran discusión que tuve con su hijo. Vuelvo al trabajo, y apenas entro en las caballerizas, me encuentro a John que

me esquiva la mirada ya que siente culpable de haber llamado a su jefe. ―Te debo felicitar, John ―le digo mientras sigue sin mirarme―. No creo que exista un trabajador más fiel a su jefe en todo este rancho como tú. ―Lo siento, señora, pero tenía que avisarle al jefe. Si algo le hubiera pasado a usted ahora mi cuerpo hoy estaría colgando en un árbol.

Lo miro con la boca abierta por lo que me ha dicho. Está bien que David se haya comportado como un verdadero Neandertha l, pero de ahí a que fuera capaz de hacerle algo a su mano derecha, me niego a creerlo. ―Creo que exageras, John, David no te haría nada. ―Señora, nunca había visto al jefe tan enojado como lo vi ayer, y eso que lo he

visto discutir en otras ocasiones, pero ayer, cuando la vio sobre el azabache, pensé que se iba a caer muerto al piso. Estaba blanco como un fantasma. Yo sonrío por la ocurrencia de John, porque claramente yo no me di cuenta de lo que él dice, solo escuché los gritos de David y vi su cara de enojado. ―Creo que usted le importa y mucho… ―No digas más ―lo interrumpo

poniéndome roja porque hasta él se ha dado cuenta de lo que pasa entre David y yo―, será mejor que sigamos con el trabajo. Así corto la conversación con John sobre el incidente del azabache. Él me pide disculpas por haberme delatado y yo le digo que no pasa nada. Seguimos con el trabajo, y una vez que termino, me voy a almorzar con Susana.

Luego en la tarde voy al lago a nadar un rato ya que David no ha aparecido. Ya en la hora de la cena David llega y todo lo que dura la comida somos miradas insinuantes y sonrisas cómplices. Susana nos mira y baja la mirada, de seguro ya sabe todo, pero no hace comentario alguno. Ӂӂӂӂӂ

Los días pasan y cada vez los escasos encuentros que tenemos con David son más excitantes. Ocultándonos de todos para besarnos y más de una vez me han bajado unas inmensas ganas de escabullirme a su habitación por la noche. Tenemos que contenernos, pero esta situación se está tornando demasiado ardiente para ambos y no sé dónde

iremos a para un día de estos. Estoy en el pórtico de la casa sentada en un sillón mientras tomo una taza de té. De pronto veo que Susana sale a hacerme compañía y se sienta a mi lado. Ya está atardeciendo y las primeras estrellas comienzan a hacer su aparición en el cielo. ―¿Estás bien, querida? ―pregunta y me mira con extrañeza.

―Sí, Susana, ¿Por qué lo preguntas? ―Tienes cara melancólica, ¿echas de menos la ciudad? Abro los ojos y la miro como si le hubiera salido otra cabeza. ¿Echar de menos la ciudad? Eso ni siquiera se me ha pasado por la mente en el tiempo que llevo aquí. Y no es melancolía lo que siento, si no que es

el paisaje que me sobrecoge. ―No, Susana, no echo de menos la ciudad, el campo me encanta. De pronto extraño a mi hermana, pero estoy bien aquí. Ella me sonríe feliz y me da un golpecito con su mano en mi muslo. Estamos en silencio por unos minutos observando como el cielo se va tornando cada vez más oscuro y la noche hace su

majestuosa aparición. ―Alyssa, quiero pedirte un gran favor ―dice de pronto Susana, como si hubiera estado armándose de valor para pedirme algo. ―Claro, Susana, lo que sea. ―Necesito ir con mi hermana a la ciudad, ella tiene que ocuparse de unos papeleos y quiero pedirte tu auto para hacer el viaje.

―Claro, ya te dije una vez que el auto está a tu entera disposición. ¿Quieres que las lleve? ―No, hija. John nos hará de chófer. David se había ofrecido a llevarnos, pero está muy ocupado con lo de la clínica y los ranchos vecinos. Además, Ángela quiere comprar cosas y de seguro pasaremos la noche en la ciudad. Mi cara se pone roja y mi corazón late

rápido de solo pensar en lo que me acaba de decir Susana. Ellos partirán a la ciudad y nos dejaran a David y a mi solos en la casa por una noche. Miles de imágenes de él y yo juntos invaden mi mente y escucho que Susana habla, pero yo no entiendo nada, ya que mi mente está volando lejos… muy lejos.

―Alyssa, ¿estás bien? ―pregunta mientras toca mi frente. ―Sí, estoy muy bien. Ella sigue hablando de que su hermana tiene que ir a ver algo al banco de la ciudad para luego ir al abogado y luego comprar algunas cosas para su casa. También me informa que el viaje lo harán en dentro de dos días más… Dos días más, solo espero que David no esté

ocupado y… ¡¡¡Por Dios, en qué estoy pensando!!! Bebo un largo sorbo de mi té para aquietar las sensaciones que se mezclan en mi interior, pero no logra apaciguarlas del todo. ―Susana, si van a la ciudad pueden alojar en mi casa. ―ofrezco y al recordar mi casa el estómago se me aprieta.

Hace días que no me acordaba de aquel lugar y de todo lo que deje ahí. Todos mis recuerdos y toda mi vida junto a Steve. ―No te preocupes, nos registraremos en un hotel… ―… cómo se te ocurre. La casa es lo suficientemente grande para que los tres se puedan alojar cómodamente. ―Pero es que…

―Nada de peros, Susana. Llamaré a Janis para que tenga todo listo para cuando ustedes lleguen. ―Bueno, querida, te lo agradezco mucho. Seguimos conversando por unos minutos más con Susana hasta que ella me dice que se va a ir a acostar. ―Te dejo, Alyssa. No te acuestes muy

tarde. ―Creo que veré una película y luego me iré a la cama. ―Bueno, que descanses… espero que David no llegue muy tarde. Ella sale y me deja dando vueltas con la última frase que dice. «Que David no llegue muy tarde» ¿Es que ella ya se habrá dado cuenta que entre su e hijo y yo pasa

algo? ¿O es que tal vez David le ha hecho algún comentario? Sacudo la cabeza negándome a creer en cualquiera de mis dos hipótesis y entro en la casa dispuesta a ver una película. Preparo palomitas de maíz en el microondas, porque película sin palomitas, no es película. Una vez tengo la fuente lista llego al

salón y comienzo a buscar qué película ver. Encuentro que en el mueble de la televisión algunos hay dvds. Recorro los títulos y no sé cuál ver. Al final agarro uno que dice “Post data: te amo” Sé por la sinopsis que es romántica, ojalá sea buena. Coloco el dvd en el reproductor y me instalo cómodamente en el sillón con mi fuente de palomitas a

ver la película. VEINTISEIS No han pasado ni los primeros quince minutos de la película y yo estoy llorando como un rio. La trama me ha llegado directo al corazón y me siento tan identificada con la protagonista, que me es imposible no hacer una comparación entre ella y lo que ha estado sucediendo con mi vida.

Sé que tal vez debería de dejar hasta ahí mi noche de película. Dejar de llorar he irme a acostar para dejar de pensar en cosas tristes, pero la masoquista que hay en mí no me deja y sigo viéndola hasta el final. Estoy enjugando mis lágrimas cuando la palabra fin se presenta ante mis ojos y los créditos comienzan a correr. Mi cuerpo sigue en el sofá sin querer

levantarse y sigo llorando más cuando, las últimas palabras que le dedicara a Steve minutos antes de su muerte, llegan claramente a mi mente. Le prometí que buscaría la felicidad, que seguiría con mi vida, que volvería a amar, pero, ¿estará él feliz de saber que estoy tratando de hacer todo eso que prometí y que lo quiero hacer junto su hermano?

Vuelvo a llorar y, estoy tan ensimismada en mi llanto, que no me doy cuenta de que David ha entrado al salón. Acaba de de llegar a casa, no tengo idea de qué hora es. Levanto la vista, él está en la entrada del salón. Giro mi cara y, al verme llorar, él camina rápido y en dos zancadas está a mi lado. ―¿Estás bien? ―me pregunta preocupado mientras se sienta a mi lado

en el sofá y me toma el rostro con ambas manos. ―Sí, estoy bien. ―respondo con un sollozo. ―Entonces ¿Por qué lloras? ―No es nada ―digo mientras me paso el dorso de la mano tratando de secar lo que queda de lágrimas. David me mira y en un rápido

movimiento me toma por la cintura y me sube a sus piernas. Ahí me quedo, aprovecho a acurrucarme y apoyo mi cabeza en su hombro mientras que él me abraza como si yo fuese una pequeña niña llorona. ―No me digas que nada y cuéntame qué es lo que te tiene así, tan desconsolada. ―Es que… es que… ―digo entre un hipido y otro―, estaba viendo una

película. ―¿Y por eso estabas llorando, acaso era muy triste? ―Demasiado. ―¿Quieres contarme de qué trataba? ―Él me acaricia la espalda dándome consuelo para que deje de hipar. ―Es una tontería, mejor olvídalo ―digo para no contar nada, como para que no piense que

soy una loca romántica que llora por una película de amor. Él se separa de mí, me vuelve a tomar por la cintura, me levanta y me obliga a sentar a horcajadas sobre él lo que nos deja frente a frente. Pasa uno de sus pulgares para detener una lágrima que cae por mi mejilla. ―Si estás así no puede ser una tontería. Anda, dime qué pasa.

Me lo quedo mirando y no digo nada. Él sigue acariciando mi rostro y esperando a que le cuente el porqué de mi llanto. ―¿Acaso era muy mala la película? ―pregunta mientras pasa un mechón de mi pelo tras mi oreja. ―No… ―¿Entonces?

―Era romántica… Lo que pasa es que me sentí muy identificada con el personaje y no pude evitar… ―y vuelvo a lloriquear como una tonta. Él me abraza fuerte contra su pecho y puedo respirar su perfume el cual me encanta y tiene el poder de tranquilizarme en este momento. ―¿Me vas a contar qué fue lo que te

impresionó tanto de esta película? Me separa de su cuerpo, yo mantengo la vista baja, vuelvo a pasarme el dorso de la mano por mis ojos llevándome las lágrimas que he soltado. Levanto la cabeza y lo miro directo a los ojos y puedo notar en su mirada lo desesperado que está por saber qué es lo que me agobia. ―En la película… ―mi voz suena

temblorosa y en medio de la frase tomo una honda respiración―… ella pierde a su marido. David se pone tenso, su nuez de Adán sube y baja porque traga fuertemente en seco. Me sigue mirando, yo apoyo mis manos en sus hombros mientras él me sigue teniendo sujeta de la cintura. ―Ella no quiere seguir con su vida, pero él, antes de morir, le deja cartas

que le van llegando de distintas formas. Él quería que ella siguiera con su vida después de su muerte. ―Te entiendo, te llegó el tema por la muerte del marido. ―Sí, pero además de eso, yo… Steve… yo… ―estoy balbuceando sin sentido, no sé cómo comenzar a contar la promesa hecha en el hospital.

―¿Tú qué? ―Con su mano toma mi mentón como para que no deje de mirarlo fijo mientras le hablo. Y así lo hago, no puedo dejar de mirarlo y, tomando una honda respiración, me doy a la tarea de hablar. ―Antes de que Steve muriera, me hizo prometerle que buscaría de nuevo la felicidad, que

viviría mi vida y que encontraría otra vez el amor. ―¿Y qué tiene de malo eso? ―Que yo se lo prometí porque sabía que ya eran sus últimos momentos junto a mí y quería que se fuera tranquilo. Lo prometí, pero no con la intención de cumplir la promesa. ―Pero…

―Pero vine aquí, y nació esta relación entre nosotros y yo me pregunto si esto le gustaría a tu hermano. No dejo de cuestionarme todo a cada momento. Sospecho que tu madre ya lo sabe y no sé cómo enfrentarla, porque tal vez ella me encuentre una mala mujer. ―Alyssa, para empezar mi madre nunca pensaría eso de ti. Ahora, no puedes seguir pensando en el qué dirán. ¿Qué te

importa a ti lo que diga la gente de esta relación? Esto es entre tú y yo. Me quedo callada escuchando todo lo que me ha dicho David. Me muerdo el labio inferior tratando de ocultar mi nerviosismo, porque su mirada brillante ha cambiado y ahora tiene el ceño fruncido y algo oscuro en sus ojos. ―No… no sé lo que me pasa, estoy

tratando de ordenar todo en mi cabeza. Entiende, por favor, estoy hecha un lío. ―Alyssa, ¿es que acaso quieres que terminemos con esto… con nuestra relación? Me pongo tensa de inmediato al pensar en dejar a David. Siento como si una tonelada me oprimiera el pecho. No quiero alejarme de él. ―¿Estás hablando en serio? ¿Dejarías

esto que tenemos? ―pregunto con la voz quebrada. ―No me encanta la idea de estar sin ti, pero si para ti esto es un problema, si no quieres seguir con esto, con el dolor de mi corazón respetaría tu decisión y me alejaría de ti. ―¿Te olvidarías de mí? ―pregunto mientras tomo su rostro en mis manos. ―Yo no dije eso. Dije que me alejaría

de ti, pero no podría olvidarte… jamás. Le acaricio el rostro y sé que no puedo alejarme de él, que, tengo que olvidarme de todas las tonterías en las que he pensado y seguir con mi vida como se lo prometí a Steve. Eso es lo que él querría, que fuera feliz y David es el hombre que mi corazón a elegido para cumplir con la tarea de volver a enamorarme.

―Entonces, Alyssa, ¿quieres terminar con esto? ―no contesto de inmediato, él tensa la mandíbula y sus ojos desesperados me piden que le dé una respuesta rápida. ―¡No! ¡Claro que no! ―digo― Sé que tengo que trabajar en eso, tengo que vivir mi vida y olvidarme del qué dirán. No quiero que te alejes de mí. Te necesito en mi vida.

Me acerco a él y lo beso con desesperación. Solo pensar en que se aleje de mí, me entra una angustia terrible. No quiero que mis miedos nos separen, tengo que dejar de pensar en todo y solo pensar en esta relación que está comenzando a nacer entre ambos. Nos seguimos besando y meto mis dedos entre su pelo al cual doy un leve tirón y él gruñe

sensualmente. Sus manos bajan de mi cintura y ahora están apoyadas en mis caderas, me da un apretón, lo que me indica que él quisiera que la barrera de la ropa desapareciera y poder acariciar mi piel libremente. Me separo de su boca aunque no quiero, lo miro a la cara y abre lentamente sus ojos que brillan de manera tan especial por la excitación.

―¿Sabes que tu madre viajará a la ciudad y que pasarán allá la noche? ―le pregunto sonriendo seductora mientras mis dedos van delineando delicadamente las facciones de su rostro. ―Sí, y sé también que yo estaré muy ocupado en la clínica y en los ranchos vecinos y que por eso no podré acompañarla en el

viaje. ―¿De verdad vas a estar tan ocupado? ―pregunto haciendo un puchero. Con mi dedo pulgar dibujo la forma de sus labios mientras el asiente con la cabeza y saca un poco la lengua para pasarla por mi pulgar. La decepción me toma por completo al escuchar las palabras de David. Yo me estaba armando una película en mi mente

de que ese día por fin estaríamos solos y pasaríamos una noche más que romántica. ―¿Alyssa, te digo un secreto? ―dice él susurrando en mi oído. ―Sí. ―Cuando mi madre me dijo que iba a la ciudad y que pensaba pasar la noche ahí, le inventé todo eso de que estaba muy ocupado

―me sonríe de lado, como si disfrutara de haber hecho una travesura―. Ese día voy a la clínica y vuelvo enseguida para estar junto a ti. Sonrío ampliamente compartiendo aquella ocurrencia. Mi cuerpo tiembla al pensar que, en pocos días, ambos podremos estar completamente solos en este inmenso rancho.

―Eres malo, mira que mentirle así a tu madre ―lo regaño tratando de ponerme seria, pero no me resulta. ―Bueno, creo que es tarde ―dice palmeando mi trasero yo no quiero levantarme desde donde estoy, pero él tiene razón, ya es tarde y hay que ir a la cama. ―Está bien ―digo con desgano y me

levanto. ―Sí, vamos a la cama. ―Lo miro risueña él hace lo mismo y luego aclara―: Quiero decir… cada uno a su cama… tú a la tuya yo a la mía… de momento. ―No te preocupes, entendí la idea. Subimos a la planta alta. David me da un beso de buenas noches, es un beso un poco más largo que de costumbre que

me deja con todo el vello del cuerpo erizado. Él se dirige a su cuarto y lo veo desaparecer tras su puerta. Entro en mi habitación y deseo que las horas pasen rápido hasta que llegue el momento del viaje de Susana. El deseo que siento por David me está matando. Me la estoy pasando cada hora pensando en

él, deseando su boca, ansiando su cuerpo, soñando con el momento en que estemos juntos… En el momento de entregarme por completo a él. VEINTISIETE Hoy es el día del viaje de Susana y ambas estamos en la entrada de la casa despidiéndonos. John acerca el auto hasta la casa y luego sale David para despedirse de su madre.

―Bueno, ya es hora de irme ―dice Susana mirándonos a ambos―. Espero que no pase nada malo mientras estoy en la ciudad… ―Mamá, no seas fatalista, ¿quieres? ―La reprende David mientras la abraza―. Nada va a pasar. Ya advertí a John para que conduzca con cuidado y el rancho estará aquí cuando vuelvas.

―Eso espero, hijo. ―Susana sonríe con malicia mientras dice eso. Ahora me abraza y se despide de mí mientras yo le deseo un buen viaje. Luego de que nos bese la mejilla a cada uno, Susana sube al auto que John pone en marcha y vemos como se aleja hasta salir del rancho. David me toma por la cintura, me acerca hasta dejarme muy pegada a él y me

besa. Suelto un gemido, ese beso prende cada parte de mi cuerpo. Ahora él se separa, y tomando mi rostro entre sus manos, me dice: ―Voy a la clínica a ver a un paciente y luego al rancho vecino. Prometo que no demoraré mucho y estaré de vuelta pronto. ―Está bien ―digo en un susurro. Me vuelve a besar como para que no me

olvide de él en lo que vuelve del pueblo. Termina el beso, me dice hasta pronto y corre hasta su camioneta para salir del rancho. Veo como la camioneta sale dejando una gran nube de tierra tras ella. Mi estómago se contrae y de pronto siento como el revoloteo de mil mariposas. Sonrío y noto que Blackie está a mis pies. El gran peluche perruno

me hará compañía en lo que llega su dueño. Entro en la cocina y me pongo a limpiar las cosas que se usaron para el desayuno. Ordeno todo y veo qué puedo preparar para el almuerzo, supongo que David estará de vuelta antes de esa hora, así que debe ser algo rápido. Puedo sentir lo agitada que esta mi

respiración y eso que aún no sé qué podrá pasar este día, pero sí sé lo que quiero que pase y eso me tiene muy ansiosa, nerviosa, casi taquicardica. Doy vueltas por la casa viendo si hay algo más que ordenar. Y así ya veo en mi reloj que ya es medio día. El calor se deja sentir con toda su intensidad y David aún no ha llegado. Me entran unas enormes ganas de darme

un chapuzón en el lago. Subo corriendo las escaleras hasta llegar a mi habitación, busco mi bikini y me lo pongo. Bajo hasta la planta baja y ahí está Blackie quien menea su cola de un lado a otro, como si supiera que voy a ir hasta el lago y que él será mi acompañante. Camino con mi acompañante perruno hasta el lago, vamos sin que nada nos

apure. Llegamos al muelle y me comienzo a quitar la ropa para quedar solo en bikini. Me tomo el pelo en un moño alto algo desordenado y luego me lanzo al agua de un clavado. Nado hasta alejarme del muelle y escucho como Blackie ladra desesperado por entrar en el agua. Le doy una orden y el gran mastodonte

peludo se zambulle en el lago y nada con premura hasta llegar a mi lado. Disfruto de nadar en el lago y debo reconocer que Blackie es incansable. Desconozco la hora que es, pero sigo ahí refrescándome cuando de pronto escucho el ruido de alguien que entra en el agua. Siento unas manos tocando mis muslos y cuando sale a flote veo la cara de David

frente a la mía. ―Hola, perdón por la tardanza ―me dice mientras me apega a su cuerpo y me besa con deseo y que yo enrollo mis piernas en su cintura. ―Pensé que tal vez no llegarías ―le doy un beso en el cuello. ―Cómo se te ocurre pensar eso. Fui a la clínica, vi a mi paciente y luego volé hasta el rancho vecino a ver a los

animales, luego conduje como un loco para llegar hasta aquí. ―Escucharlo decir eso me hace sonreír. Me estrecha con más fuerza y besa mi hombro para luego darle un suave mordisco lo que hace que cierre mis ojos y piense en cosas libidinosas que me gustaría hacer ya con él. ―¿Hace mucho que estás en el agua? ―La verdad, no lo sé. Hacía mucho

calor y vine al lago. Aquí he estado con Blackie y perdí la noción del tiempo. ―Bueno, es mejor que salgamos y nos sequemos. Nadamos hasta el muelle. Primero sale él y veo que va vestido con un bóxer de color negro, su cuerpo fuerte y tonificado hace que me sonroje de inmediato. Me da la mano para ayudarme a subir al

muelle y puedo ver su ropa desperdigada por todo el lugar. Me siento en la madera y luego me estiro para que el sol seque mi bikini. David me imita y ahí estamos los dos estirados en el muelle tomando un poco de sol. Blackie llega y se sacude junto a nosotros lo que nos deja más mojados. Ambos sonreímos y

David se pone de espaldas, mientras que yo volteo y me acuesto sobre mi abdomen. Desde esta posición puedo ver su cara, cada facción de su rostro y mi corazón da un vuelco al reconocer de que este hombre me atrae, me gusta, me encanta demasiado, más de lo que llegué a imaginar. Como si él supiera que lo estoy mirando

ensimismada, entrelaza mi mano con la suya y luego se la lleva hasta sus labios para besarla. Ese simple acto hace que mi vello se erice y mi corazón lata más que rápido. Estoy peor que una adolecente en su primera cita, necesito controlarme. ―¿Tienes hambre? Porque prepare algo para almorzar. ―digo como para concentrarme en

otra cosa que no sea él. ―Alyssa… ―en un rápido movimiento tira de mi mano y ahora me encuentro recostada sobre su cuerpo, ¿Cómo es que hace esto? ―… lo que menos pasa por mi mente en estos momentos es comer algo. Siento que me sonrojo hasta más allá del pelo. Estoy sobre él, sobre su cuerpo semidesnudo y me es imposible pensar

en otra cosa que no sea sexo. Él tiene razón, no es momento para pensar en comida. David se me queda viendo como si yo fuera algo exótico nunca antes visto por nadie. Bajo un poco mi cabeza y lo beso, ataco su boca sin piedad, porque lo único que quiero es besar esos labios una y otra vez y ojalá por siempre.

Puedo sentir que mi beso ha causado efecto en él, ya que noto su erección bajo de mí. Esto es algo inevitable, la atracción y el deseo que ambos sentimos está por explotar en este preciso momento, pero él se detiene, se separa de mi boca y me dice: ―Será mejor que vayamos a la casa. Yo hago un puchero y me aparto de mala gana. Me pongo mi camiseta y mi short

mientras que él se vuelve a vestir con sus jeans y camiseta negra y con prisa se coloca sus zapatos. Me toma de la mano y, seguidos por Blackie, nos alejamos del lago para dirigirnos a la casa. Siento que un temblor me recorre el cuerpo por completo y mi centro del deseo se humedece de inmediato.

Ya estamos a pocos metros de la casa, la ansiedad me toma de pies a cabeza y juro que puedo sentir que mi sangre corre más rápido por mis venas. De pronto el ruido de un motor nos baja de la nube de deseo en la que estamos sumidos. Un vehículo ha entrado al rancho, no puedo ver bien quién es ya que viene a toda velocidad lo que hace que una gran nube

de polvo se levante y no deje ver con claridad. Al llegar a la altura de la camioneta de David, el auto se detiene y por fin puedo ver que vehículo es. Un gran Jeep Renegade verde militar está parado ahí. De pronto la puerta se abre y de el sale una delgada y diminuta chica de larga cabellera rubia que va vestida de shorts de mezclilla y camiseta de color verde

musgo. ―¡¡¡David, cariño!!! ―grita la chica que corre hasta él y se cuelga de su cuello para luego darle un beso rápido en los labios. ―Ariana… ―dice desconcertado y luego me mira como si tratara de explicarme algo con la mirada. La chica no me mira, creo que ni

siquiera ha notado que estoy ahí cerca de ella. Yo me cruzo de brazos y pongo todo el peso de mi cuerpo en una cadera mientras muevo con impaciencia mi pie, indicando con eso que le estoy pidiendo a David una muy buena explicación de lo que está sucediendo aquí. VEINTIOCHO ―Ariana ¿Qué haces aquí? ―pregunta David algo contrariado y con el ceño

fruncido y tratando de soltarse del agarre de la chica. ―Te vine a ver, cariño. Hace tres días que volví de Australia y lo único que quería era verte. Pasé por la clínica, Will dijo que habías ido temprano por allá y que habías vuelto a casa. No lo puedo negar, estoy comenzando a sentir que una gran furia me está comenzando a subir por los pies y que

pronto hará explosión en mi cabeza. Ella lo sigue abrazando y acariciando la cara, no sé por cuánto más podré seguir soportando esto, porque los celos me están dominando y me han entrado unas enormes ganas de agarrar a esta rubia de los pelos y tirar de ella hasta dejarla calva. ―¡¿Blackie?! ―dice ella agachándose a la altura de la bestia negra quien se tira

al suelo y se gira para mostrar la panza. ¡Epa! ¿Qué está pasando aquí? ―¡Qué grande estás bebé! Si parece que fue ayer que te traje a este cachorro, ¿lo recuerdas, David? Así que ella le regaló a Blackie, eso quiero decir que, esta chica, no es una chica cualquiera, ella es alguien importante en la vida de David. Siento que un nudo se forma en mi garganta,

quiero llorar de rabia, este mentiroso me estaba tratando de seducir y resulta que tiene novia. De pronto la chica se fija en mí, había pasado tanto rato, que llegué a pensar que me había vuelto invisible. Me mira de arriba abajo y sonríe de lado. David no ha dicho nada, está contrariado con esta situación, se le nota en la cara, en sus ojos, no sabe qué

hacer ahora. ―Hola ― me dice la rubia mirándome y luego mira a David. ―Ariana, ella es… ―…Hola, soy Alyssa… la cuñada de David. Él me mira extrañado, pero con eso dejo en claro la relación entre nosotros, ella me extiende la mano para saludarme y luego siento que estoy demás entre ellos,

así que lo mejor será que entre en la casa. ―Bueno, un gusto conocerte, Ariana, los dejaré solos, de seguro tienen mucho de qué hablar ―digo irónicamente y miro a David quien baja la mirada. ―Uy, sí… David, tengo tanto que contarte. Si vieras lo que es Australia. Estuve de voluntaria en una clínica y me

tocó atender muchos animales exóticos, tenemos que hablar. ―Bien… ―es todo lo que dice. ―Bien ―repito y me despido para girarme y caminar a la casa. Siento que él viene detrás, entro en la cocina y él me toma del brazo para girarme y quedar cara a cara. ―Alyssa, juro que puedo explicarte todo…

―No me toques y no me interesan tus explicaciones ―le digo mientas me suelto de su agarre―. Ve con tu amiga, no la hagas esperar, tiene mucho que contarte ―le digo exagerando las palabras con las manos. ―Voy a hablar con ella y vuelvo enseguida para que hablemos. ―Por mi ni te apures ―le digo sin mirarlo dándole la espalda.

―Alyssa … ―¡No quiero escucharte, no quiero verte! Salgo de la cocina y subo hasta mi habitación donde me encierro bajo llave. Por la ventana veo como la Araña esa sigue acariciando a Blackie quien se ha convertido en una adorable y dócil cachorrito.

David llega a su lado, le dice algo y cada uno sube a su auto para, unos segundos después, salir del rancho. Me quedo mirando la nube de polvo que ambos vehículos han levantado y la rabia me ataca por completo. Tengo ganas de tiran cosas contra las paredes, tengo rabia conmigo misma por haberme armado una tonta historia de quinceañera en mi mente, que hoy sería

un día perfecto para los dos, un día donde nos amaríamos sin trabas, pero el sueño no pudo ser y estoy llegando a pensar que tal vez no esté destinado a suceder nunca. Necesito hacer algo, no quiero llorar, no quiero que David sea el causante de mis lágrimas y más por lágrimas por celos. Camino de un lado a otro en la habitación tratando de sacar la imagen

de aquella chica colgada del cuello de David, pero me es imposible. Decido salir de la habitación y salir a montar un rato para ver si así bajo las revoluciones. Cuando llego afuera de la casa Blackie está parado ahí. Me mira y me da dos ladridos: ―Ni me mires, felpudo traicionero ―le digo mientras le apunto con el índice―.

No sé quién es peor, si tú o tu dueño. El perro agacha la cabeza y suelta una especie de gemido, pero no lo perdonaré tan fácil y me hago la difícil. ―No me vengas con tus chantajes, bola de pelos, te dejaste acariciar la panza por la Araña esa, ni me mires. Le digo y camino hasta las cabellerizas donde ensillo la yegua para salir a dar un paseo.

Aunque debería sacar al azabache para que a David le diera una hemiplejia de la rabia. Salgo a todo galope dejando que el aire golpee mi cara, tratando de que toda la rabia quede atrás. El galopar tiene un efecto calmante en mí y llevo a la yegua hasta un paramo donde la dejo descansar mientras yo me tiro en el pasto a ver todo a mi alrededor.

Nunca pensé que llegaría a sentirme así con respecto a David, sufrir un ataque de celos por un hombre con el cual estoy recién empezando una seudo relación, aunque por lo visto ahora, de la seudo relación ya no quedará nada. Trato de poner mi mente en blanco, inspiro hondo y trato de hacer un poco de meditación y tranquilizar mi corazón.

No sé qué pasará cuando vuelva a ver a David nuevamente, creo que debería emplear la táctica de la ley del hielo. He pasado un par de horas cabalgando y recorriendo el rancho. Vuelvo a las caballerizas y me doy cuenta que la camioneta de David no está… Él aún no ha llegado y eso hace que miles de imágenes de él y la chica rubia pasen por mi mente y los

malditos celos me vuelven a atacar. Guardo a la yegua y entro a la casa. Entro en la cocina a beber un poco de agua y me fijo en el reloj que cuelga en la pared. Las cinco de la tarde, ya son las cinco y ni señales de David. No quiero pensar en él, no debería pensar más en ese hombre, lo mejor será darme una ducha y luego tratar de comer algo,

aunque con la rabia y pena que traigo en mi interior, no creo que pueda tragar nada. En la ducha vuelvo a repasar todo lo ocurrido ese día y siento una gran opresión en mi pecho. Es como si el aire se me acabara de pronto. Cierro los ojos mientras el chorro de agua golpea mi cabeza y en ese instante veo los azules y brillantes ojos de

David. Nunca llegué a pensar siquiera que, luego de Steve, me llegaría a atraer otro hombre y menos que ese hombre sería su hermano. Salgo de la ducha para vestirme y bajar a la cocina. Como algo y luego me tomo un té de hierbas. Vuelvo a mirar el reloj que me dice que ya pasan de las siete de la tarde. Creo que es inútil esperar a que David

vuelva. Está más que claro que él y su “amiga” están conversando de lo lindo. Soy una idiota por esperar algo más de él. Veo un poco de televisión y cerca de la diez de la noche me voy a mi habitación, me pongo el pijama y me acuesto en la cama. Una lágrima rueda por mi mejilla, una lágrima de impotencia, de rabia, de

celos, una lágrima porque David no ha llegado. VEINTINUEVE Estoy en mi cama tratando de dormir, pero no puedo, doy miles de vueltas y al final me quedo mirando las tablas del techo, contando cuantas hay en mi cuarto. No quiero mirar el reloj, porque si lo hago, veo como pasa el tiempo y mi

mente no deja de pensar en David y Araña o Ariana y en lo que estarán haciendo. De pronto escucho el motor de un vehículo que se acerca. Corro hasta la ventana y veo que es la camioneta de David. Lo veo bajarse a toda velocidad. Yo llego hasta la puerta y le pongo el cerrojo y luego me meto a la cama.

Puedo escuchar sus pasos firmes y rápidos al subir la escalera y luego toca suavemente a mi puerta. Yo no digo nada, cierro los ojos y trato de no pensar en nada. Mi respiración es agitada, en parte por el enojo, en parte por la excitación. El gira el pomo de la puerta y se da cuenta de que está cerrado, espero que entienda la indirecta de que no quiero

hablar con él y se vaya a su cuarto, pero es David y es un cabeza dura extremo. Vuelve a tocar a mi puerta, ahora un poco más fuerte, pero obtiene la misma respuesta de mi parte… solo silencio. ¿Qué se cree este hombre? ¿Se desparece todo el día con otra mujer y luego espera a que lo reciba con bombos y platillos en mi habitación? Está loco si piensa que le abriré mi puerta.

―Alyssa…―dice con voz desesperada― Aly, ¿puedes abrir la puerta, por favor? Tenemos que hablar. Me hago la dura y no le respondo nada. Silencio total de mi parte. Aunque la verdad es que me encantaría gritarle unas cuantas cosas a la cara, pero me mantengo en estado de mutismo total. Tal vez se canse de golpear la puerta y

se vaya a su habitación o salga de casa y vuelva a seguir haciendo lo que estaba haciendo con la rubia. ―¡Alyssa, abre la puerta, por favor! ―Ahora levanta un poco más la voz y da un par de fuertes golpes en la puerta. ―Estoy durmiendo, lárgate ―le digo y me fue imposible quedarme callada… Grrr, qué rabia. ―Alyssa ―dice a modo de advertencia,

pero a mí me da lo mismo. Que grite y golpee la puerta todo lo que quiera, no voy abrirle. ―Vete, estoy cansada y quiero dormir. ―¡Maldición! ―le escucho gritar seguido de un par de improperios que no logro descifrar bien. Se queda ahí, golpeando y pidiendo que

lo deje entrar, que tiene que hablar conmigo y explicarme todo lo que pasó este día y que, cuando lo escuche, voy a entender todo. Yo no sé qué cree él que tengo que entender: Llegó una mujer, se colgó de su cuello, lo besó y luego se fue con ella para volver muchas horas después. Yo estoy más que clara, no quiero escuchar nada de lo que tenga que decirme.

―David, deja de gritar y vete. No abriré la puerta, no quiero que me expliques nada. ―Si no me abres la maldita puerta la voy a tirar abajo ―amenaza con voz enojada que llega a dar miedo, pero sé que no lo hará, ¿o sí? ―No te atreverías ―le digo, salgo de la cama y estoy más cerca de la puerta.

―¿A no? Pruébame. ―No lo harás ¿Cómo le explicarás a tu madre mañana por qué no hay puerta en mi habitación? Se hace el silencio al otro lado de la puerta. De seguro se ha quedado pensando en lo que le he dicho. ―¡¡¡Maldición, me sacas de quicio, mujer!!! Escucho que baja la escalera casi

corriendo. ¿Se irá de la casa y e irá a reunirse con Ariana otra vez? Llego a la ventana, pero él no está fuera, no llega a su camioneta, ¿Dónde se ha metido, David? Tal vez, está en la cocina tratando de relajarse o quizás se quede abajo durmiendo. Vuelvo a mi cama, creo que todo ya ha pasado. De pronto escucho los pasos de

David subir la escalera y me pongo tensa. Ahora veo cómo el pomo de mi puerta se mueve, de un salto me levanto de la cama y me quedo parada tomando un almohadón entre mis manos. La cerradura hace un click y en un segundo David está dentro de mi habitación. Él tiene la llave de mi puerta en su mano y me la muestra mientras esta

se menea en el aire. Cierra la puerta de un golpe y se mete la llave en el bolsillo del pantalón. ―¡¿Qué crees que haces?! ―le grito― ¡Sal inmediatamente de mi habitación! ―. Él se va a acercar a mí, pero le lanzo el almohadón que tengo entre mis manos. Él lo esquiva. Salto sobre la cama para alejarme de él mientras tomo otro

almohadón y se lanzo. Ahora me alejo al otro lado de la habitación y él avanza hacia mí. Es como cuando el gato quiere cazar al ratón. Me vuelvo a mover hasta el otro lado tratando de mantenerme lejos de él. ―¿Quieres quedarte quieta para que podamos hablar? ―me dice enojado, pero yo no quiero

hablar nada con él. Me vuelvo a mover, vuelvo a pasar por arriba de la cama, hasta que él hace un amague y se mueve en el otro sentido al que yo creía que lo haría y me toma por la cintura. ―¡¡¡Suéltame!!! ―¡¡¡Quédate quieta y escúchame!!! ―Como no me quedo quieta me toma por ambas manos y

me las mantiene firmemente sujetas a mi espalda. No puedo moverme, su fuerza contra la mía es demasiada. Lo tengo pegado a mi cuerpo, su pecho sube y baja agitado al igual que el mío. Lo miro a la cara con rabia y me remuevo entre sus manos para que me suelte, pero es en

vano, me tiene sujeta con fuerza para que me sea imposible escapar de él. No quiero escucharlo, no quiero que me dé explicaciones que serán mentiras. ―¡Suéltame! ―No, porque si lo hago, vas a salir corriendo y yo quiero que hablemos, quiero explicarte todo este mal entendido. ―¡¿Mal entendido?! Lo que yo vi no fue

ningún mal entendido. ―suelto de corrido y hablando con ira, siento que mi cara quema de lo roja que debe estar― Esa chica, la tal Araña, se te colgó del cuello y te besó y luego te fuiste con ella. Yo no he mal entendido nada, ¿o sí? ―¿Acaso estás celosa, Alyssa? ―pregunta sonriendo de lado y juro que, si tuviera mis manos libres, le daría un

buen golpe en la cabeza por estar burlándose de mí. ―¡Claro que sí! ―digo respirando agitada― ¡Qué quieres que sienta después de todos estos días que nos la hemos pasado besándonos, claro que estoy celosa de esa chica! Él sonríe abiertamente, obviamente le causa mucha gracia mi actitud, pero todo

lo que digo es la verdad estoy celosa, muy celosa de esa chica que significa algo en la vida de David. TREINTA ―No te rías, no es gracioso. ―Lo reprendo con el ceño fruncido― ¿Acaso alguna vez te has sentido así? ¿Qué no puedes más de los celos? Me mira y noto un cambio en el humor

de sus ojos, como si la pregunta no hubiera sido de su agrado. ―Sí ―responde con la voz ronca y seria. ―Sí, qué ―le digo. ―Sí, me he sentido así. He sentido lo que es morir de celos y no poder hacer nada. Me quedo sin palabras, y siento un pequeño dolor en el corazón. Así que él

ha estado enamorado y ha sentido lo malo de los celos. ¿Quién habrá sido esa mujer? Ahora no solo estoy celosa de Ariana, sin no que también de otra mujer de la cual no quiero saber ni su nombre. ―Alyssa, ¿podemos hablar? Quiero explicarte todo. ―Bueno, pero… ―…Ni lo pienses, no te voy a soltar. Eres mas arisca que el azabache y eso es

mucho decir. Ese comentario me saca una media sonrisa, él se acerca un poco más y me da un beso de pico. ―¡Hey, no te pases! No quiero que me beses, de seguro Araña te besó bien besado… ―Ariana ―dice sonriendo ampliamente―, y no me besó. ―No te creo.

―Te lo juro. Alyssa, te voy a explicar, ¿vas a dejar que te cuente todo? Tengo ganas de decirle que no y que se vaya a la mierda, pero al mirarlo a los ojos, me quedo prendada de ese color azul maravilloso y no puedo negarme, además, es también porque quiero saber la historia que hay entre él y la rubia. Al final, asiento con la cabeza y me quedo callada para que él empiece a

contarme lo que ha pasado hoy y que, según él, ha sido un tremendo mal entendido… Sí, cómo no. ―Bien, empieza a contar antes de que me arrepienta. Suelta un poco la fuerza con la que me tiene agarrada, pero no me deja libre. ―Con Ariana fuimos compañeros de universidad. Somos muy buenos amigos…

―Amigos con derecho querrás decir. ―Lo interrumpo y luego cierro la boca. ―Podría decir que… bueno… ―Está demasiado complicado para explicarme algo que, según él. era nada―. Alyssa, no te voy a mentir, en mi vida no es que haya sido un monje tibetano en meditación. Tuve mis aventuras de joven y Ariana y yo teníamos ese tipo de relación, sexo y

nada más. Nunca hubo promesas de nada, eso era bueno para ambos. Ella se fue a Australia y ahora volvió al país y quiso ver cómo estaba. Estuvimos hablando y… ―¿…y te demoraste todas estas horas solamente en hablar? No te creo. De seguro que debe estar pensando que le creo eso de que solo estuvo hablando

con ella recordando viejos tiempo cuando se ha demorado tantas horas. ―Con Ariana estuvimos dos horas en un café hablando. Le dije que ahora había alguien en mi vida y ella entendió todo. ―Abro los ojos al escuchar eso. ―Bien ―digo en un tono un poco más suave―, dices que estuviste dos horas con ella, ¿y

qué pasó con el resto del tiempo? ―Cuando terminé de hablar quise venir de inmediato a casa, pero Will me llamó porque se había presentado una urgencia en la clínica. El perro del señor Adams, un hacendado de Saint John, sufrió un accidente y se quebró una pata. Tuve que operarlo, tenía muy

fracturado el hueso y hubo que ponerle clavos… por eso es que llego a esta hora y no porque estuviera por ahí con una mujer. Lo miro fijo, sus ojos claros me piden con desesperación que les crea y la verdad es que se ven tan sinceros, pero no puedo dejar de sentir celos. ―Créeme, Alyssa, no hay otra mujer en mi vida. Solo tú, tú eres la única ―se

acerca a mi mejilla y me deja un suave beso para luego ir bajando hasta el cuello y besarme otra vez en esa parte tan sensible de mi cuerpo. Me quiero resistir, pero me es imposible porque muero de deseo por este hombre. Soy muy débil cuando estoy entre sus brazos. Ahora comienza a repartir húmedos

besos hasta mi hombro y aprovecha a empujar con su barbilla el tirante de mi camisola que cae y le deja el paso libre a mi piel. Cierro los ojos y suelto un suave suspiro. Aún me sigue teniendo sujeta con las manos a mi espalda, aún cree que puedo ser capaz de salir corriendo de la habitación, pero, si sigue besando mi piel, dudo que quiera salir de este

cuarto. ―Di que me crees, Aly. ―Dice cuando viene de vuelta repartiendo besos ahora desde mi hombro hasta mi oreja― Puedes comprobar todo lo que te he dicho. ―¿Me puedes soltar? ―pido y él me mira con reticencia.― No escaparé, lo juro. Él sonríe y poco a poco va soltando su

agarre. Ya tengo mis manos libres y ahí estamos los dos, unos frente al otro mirándonos, yo algo nerviosa y él de seguro que ansioso por lo que se viene. Porque ambos sabemos dónde terminará esto. Estiro mi mano y la pongo sobre su pecho, justo ahí donde late su corazón y siento que su ritmo es como un potro desbocado. Con

su mano acaricia mi mejilla y yo apoyo mi cara en su mano cerrando mis ojos ante su toque. Trato de alejar todos los malos pensamientos de mi mente, quiero pensar solo en él, en mí y en nadie más. Quiero que esta noche sea la mejor de las noches que he pasado en este último tiempo. David pasa una mano por mi cintura y

me acerca a él, me cuelgo de su cuello y, sin decir más, me pongo de puntillas y lo beso. Nuestras bocas están ansiosas por el contacto al igual que nuestras lenguas. Nos besamos con pasión y dulzura, con pasión y excitación. David suelta un gruñido cuando el beso se vuelve más intenso. Yo lo insto a dar un paso atrás y otro y

otro y otro hasta que llegamos a la cama y cae sobre ella y yo sobre él. El beso sigue, ninguno lo quiere terminar, ambos necesitamos de ese contacto. Sin querer, soy yo la que termina el beso. Me siento a horcajadas sobre él para mirarlo. Tengo al hombre que deseo en mi cama y hoy nada nos impedirá amarnos. Él está ahí, de espaldas mirándome

risueño mientras yo meto mis manos bajo su camiseta y de a poco la voy subiendo hasta que esta sale volando por los aires. Le voy acariciando el torso sin saber muy bien por dónde empezar y él debe notar mi cara de confusión, porque ríe pícaro y me dice: ―Soy todo tuyo, Aly. Haz conmigo lo que quieras.

Yo sonrío ante lo que escucho y bajo hasta su cuello para besarlo. Él suspira y luego coloca ambas manos en mis caderas. Ya no tengo dudas y claramente haré con él todo lo que quiera. TREINTA Y UNO Lo voy besando suave en el cuello, deteniéndome en la vena que le late rápidamente. Luego

empiezo a dejar pequeños besos en su mandíbula y llego a su mentón al cual le doy un ligero mordisco. Él se deja hacer por mí, mientras sus manos van pasando de mis caderas a mis muslos a los que les da un fuerte apretón. Ahora comienzo a bajar desde su cuello hasta llegar a su pecho para repartir muchos besos.

Acaricio el vello que ahí se encuentra para luego seguir bajando con mis labios hasta su vientre. Puedo sentir cómo su cuerpo se tensa, puedo sentir su creciente erección bajo mi cuerpo, escucho su respiración que se ha vuelto pesada por la excitación. Recorro con mi lengua desde su vientre de vuelta hasta su cuello, paso por su mentón y llego a sus labios. Mi lengua

se pasea lentamente por su labio inferior y luego, en vez de besarlo, le doy un suave tirón. Él gruñe, de seguro esperaba que lo besara, pero no es así. Llego hasta el lóbulo de su oreja y se lo muerdo suavemente. Siento sus dedos hundirse un poco más en la piel de mis muslos. Él se incorpora un poco en la cama y quedamos cara a cara. David me mira

intensamente, sus ojos brillan de deseo, pasa el dorso de su mano por mi mejilla y mi piel se eriza con esa simple caricia. Su mano llega a mi pelo el cual está sujeto en un moño alto. Él busca la goma que lo mantiene amarrado. Con delicadeza la toma, la saca y deja que mi pelo caiga sobre mis hombros. ―Alyssa…―susurra en mi oído,

jadeante y anhelante mientras hunde su nariz en mi pelo y toma una honda respiración. Toma el dobladillo de la camiseta de mi pijama y lo comienza a deslizar lentamente por mi cuerpo hasta que la prenda sale por mi cabeza y va a parar al piso. Ahí me quedo frente a él, semi desnuda, con mis senos erguidos y desesperados

por su atención. Él me mira como si estuviera apreciando una obra de arte en un museo. Luego posa ambas manos en mis senos y yo cierro los ojos cuando el comienza a apretarlos. ―Perfecta ―dice mientras sigue estimulando mis pezones―. Como un sueño… como en mis sueños. Suelto un gemido cuando siento su lengua sobre uno de mis pezones que se

han endurecido con sus caricias. Ahora con su dedo pulgar juega a delinear mis labios deteniéndose en el centro de mi boca. Yo saco mi lengua y la paso por su yema suavemente y luego introduzco su dedo en mi boca para chuparlo. Él cierra los ojos y se muerde el labio inferior, abre los ojos y se lanza a mi boca para darme un fogoso beso que me deja más

excitada de lo que ya estaba. A tientas llego hasta su cintura y busco la hebilla de su cinturón para desabrocharlo. Abro el botón, bajo el cierre del jeans e introduzco mi mano para tocar su dura erección. Él responde con un gruñido erótico, y en un rápido movimiento, me levanta un poco y se gira sobre la cama. Ahora soy yo la que estoy de espaldas con él sobre mí.

Ahora sí que se convierte en un verdadero torturador. Besa la piel de mi vientre y va subiendo lentamente mientras mi piel se vuelve de gallina con cada pasada de su lengua y de su boca. Llega a mi cuello y va repartiendo besos y pequeños mordiscos hasta que encuentra mi boca y me besa o mejor dicho nos besamos

con desesperación. Ahora vuelve a mis senos, besando cada pezón que reciben gustososla caricia dedicada . Vuelve a mi vientre y de improviso se sienta sobre sus rodillas para mirarme. Yo lo miro desesperada, mi cuerpo tiembla y no es de frío si no de anticipación y de deseo por él. Toma la cintura del pantaloncillo de mi pijama y lo arrastra junto con la ropa

interior para quitármelo. Ahora sí, me encuentro totalmente desnuda ante David y siento que un poco de calor me inunda las mejillas, de segura me he puesto roja de pudor. Quéloca, ya no hay cabida para el pudor en esta habitación. Cierro los ojos cuando siento que su lengua esta sobre mi centro de placer. Trato de juntar las piernas, pero él me lo impide y con sus manos me afirma

fuertemente los muslos. Gimo al sentir las caricias de su boca en mi parte íntima. Mi espalda de arquea y puedo sentir como una oleada de calor se comienza a alojar en mi bajo vientre. David sigue disfrutando de mi intimidad mientras yo me retuerzo de placer y ahora, la sensación que quemaba en mi vientre, empieza a subir

por cada vértebra de mi columna. Puedo sentir cómo mi cuerpo vibra a un paso de la liberación. Gimo y boqueo como si me faltara aire en los pulmones mientras mis manos aprietan fuertemente las sábanas. Mis ojos se comienzan a cerrar, estoy absorta, totalmente sumida en el placer que siento y caigo en una espiral donde

el orgasmo me toma. Él no se detiene aunque la tensión de mi cuerpo indica que ya he llegado a la cumbre del éxtasis. Mi cuerpo se tensa, y luego de soltar un grito, me dejo ir lejos. Mi respiración es más que agitada, como si mi corazón luchara por salir de mi pecho. David se aparta de mí, yo entre abro los ojos y veo como se quita

los jeans y su ropa interior con premura. Sonrío satisfecha luego de aquel orgasmo que aún me tiene media atontada. David sube sobre la cama, y con su rodilla, vuelve a separar mis piernas, ahora se cierne sobre mí. Me acaricia el rostro y me separa mechones de cabello que se han pegado a mi cara que está sudorosa. Me besa suavemente, con una delicadeza tal,

como si yo fuera de porcelana. Lo miro a los ojos y siento algo dentro de mí que no logro explicar. David comienza a besar mi cuerpo, lentamente empieza en el cuello pasando por los senos y llegando al vientre. Yo no aguanto más, quiero que entre en mí, quiero tener ese contacto intimo con él y que me haga llegar a la gloria una vez más. Pero él me hace esperar, alarga

el momento con su boca cubriendo cada centímetro de mi cuerpo. Jadeo desesperada, ansiosa por la excitación que mi cuerpo está sintiendo en este preciso instante. Nunca pensé que iba a desear a David con tanta necesidad. Por fin él se apiada de mí y siento que lentamente comienza a entrar en mí. Mi cuerpo se tensa en ese instante mientras

me muerdo el labio inferior y escucho un grave gemido que sale desde su boca. Es tan erótico que me excita más de lo que ya estaba. Me llena por completo, un estremecimiento me toma de pies a cabeza. Él se acerca a mi boca y me besa, yo dejo el paso libre y mi lengua sale al encuentro de la suya. Mis manos suben y bajan por su suave

espalda mientras que él comienza a moverse lentamente. Sale y entra dentro de mí con cuidado, pero yo necesito más. ―David… ―susurro en parte de placer y en parte de protesta. ―Tranquila, Alyssa ― dice sonriendo, sabe lo que deseo, pero me está haciendo esperar. Baja a mis labios y me besa largamente,

luego toma mis manos entrelazándolas con las suyas. Ahora se mueve un poco más rápido y yo envuelvo mis piernas en su cintura. Lo siento dentro, llegando hasta lo más profundo con cada embestida. Ambos gemimos cuando ya ha encontrado el ritmo que deseo, el ritmo que me hará tocar el cielo por una segunda vez. Vuelvo a tener esa exquisita sensación

en cada vértebra de mi columna, estoy tan cerca y él comienza a embestirme más fuertemente. Suelto un gemido fuerte y alto, David me está llevando a un punto donde ya no hay retorno. Nuestras manos están firmemente entrelazadas, echo mi cabeza hacia atrás y entreabro la boca ya que siento que un nuevo gemido viene subiendo por mi garganta, entrecierro mis ojos cuando

escucho: ―Alyssa ―la voz de David es agitada y grave―, mírame, por favor, mírame. ―pide, pero se me hace muy difícil. Trato de fijar mis ojos en los suyos, pero solo logro entreabrirlos cuando el orgasmo inminente me toma por completo. Su nombre sale de mis labios dejando bien en claro que él es el dueño

de mi placer. David me besa una vez más y luego acuna su cara en el espacio entre mi cuello y mi hombro. Dice mi nombre repetida veces en un susurro y luego dice algo que me es imposible descifrar. Una embestida más y siento cómo su cuerpo se tensa para después derramarse en mi interior.

Luego su cuerpo cae sobre el mío y me besa suavemente la piel del hombro. Pequeños besos como si no tuviera fuerzas para moverse. Nuestras manos siguen juntas, entrelazadas, ninguno quiere soltar al otro. Beso el cuello de David mientras él sigue hundido en mi hombro. Cierro los ojos y suelto un suspiro mientras una sonrisa se dibuja en mi cara.

Esta noche ha sucedido algo en mi interior, algo de lo cual ya no hay marcha atrás. TREINTA Y DOS Nuestras respiraciones agitadas es todo lo que se escucha en la habitación. David sigue sobre mí con su cara hundida en mi cuello y yo mantengo aún los ojos cerrados, imposibilitada de abrirlos, sumida en el placer post

clímax. David se mueve y llega a mi boca, me besa suave, tiernamente, luego suelta mis manos y colocándolas en mi trasero hace un movimiento rápido y gira en la cama para que yo quede sobre él, sin perder la unión que existe entre nosotros. Pongo mi cara en su pecho para escuchar el latido de su corazón que ya

se está apaciguando. Él acaricia mi espalda y mi cabello, yo dejo un beso en el centro de su pecho cuando de pronto, un pensamiento pasa por mi cabeza y me incorporo rápidamente quedando a horcajadas sobre él. ―¿Qué pasa? ―pregunta David mirándome con cara de preocupación que debe ser reflejo

de la mía y se incorpora un poco apoyando el peso de su cuerpo en sus ante brazos. ―¡¡¡David ―digo y sé que mi voz suena alarmista―, qué hice, por Dios!!! Me tomo la cabeza con ambas manos y negando a la vez. Ahora David se sienta y me sostiene por la cintura, así quedamos cara a cara. ―Alyssa, qué pasa, te has puesto blanca

como un fantasma. Con una mano me levanta el mentón para que lo mire directamente a los ojos y le diga qué es lo que me preocupa. ―David… no usamos protección ―digo rápidamente abriendo los ojos asustada por lo que pueda pasar. El ahora me toma el rostro con ambas manos y me besa la nariz tratando de

calmarme, pero no lo logra. ―Alyssa, es mi culpa, pero no me pude contener al tenerte desnuda frente a mí. Si te preocupa alguna enfermedad, te juro por mi vida que nunca he estado con alguien sin usar protección, solo contigo… Tú has sido la única. Por una parte no sé por qué me gusta escuchar eso, pero por otra no logro que

la preocupación deje mi cuerpo. ―No es eso, David, es que yo… yo… ―Tú qué. ―Hace más de dos años que no tomo algún método anticonceptivo. ―Noto como traga en seco cuando digo eso. Vuelvo a bajar la vista y miro su cuerpo que hace solo un par de minutos me daba placer.

También fue mi culpa el no preocuparme de la protección, pero tal como le paso a él, ya estaba perdida solo con sus besos y no pensé en nada más que no fuera en que me hiciera suya. ―¿Estás cerca de tus días fértiles?― pregunta y vuelve a subirme el mentón para que le hable de frente. ―No… ―digo media dudosa, ya que la verdad es que mis periodos no son

regulares. ―¿Entonces? No creo que haya problema, ¿o sí? ―Creo que no, pero, ¿te imaginas si me equivoco y quedo embarazada? ―Noto que sus ojos brillan y una sonrisa se asoma en sus labios. ―Sería muy feliz ―dice él con toda normalidad y relajo del mundo.

―¡David! ―lo reprendo. ―Alyssa, siempre he querido tener un hijo. Me encanta la idea de ver a un pequeño Brown correteando por el campo y si ese hijo viene de ti, de la mujer que amo, será la felicidad completa. Abro la boca, pero no soy capaz de decir nada. No sé si mis oídos han escuchado bien, o si ha sido mi

imaginación. ¿ Acabo de escuchar a David decir que me ama? No… no debe ser cierto. ―David… ¿Qué…? Repite lo que acabas de decir. ―¿Qué cosa? ¿Lo de tener un hijo o lo de que te amo? Siento que mis mejillas se calientan, como si fuera una colegiala a la que le acaban de decir que es bonita. Me ama,

el dijo que ama y mi corazón da un brinco de felicidad. ―Sí, Alyssa, te amo. Te he amado desde que te vi por primera vez cuando viniste al rancho hace años. No lo puede evitar. Eras tan alegre, hablamos de todo y por horas, sentía que había encontrado a mi alma gemela, pero estabas con mi hermano y así como te amaba, sentía que eso era

una traición hacia Steve. ―¿Él lo supo? ―Me esquiva la mirada y de esa forma sé que Steve sabía de los sentimientos de su hermano hacia mí. ―Sí, lo supo. ―¿Fue por eso que se pelearon? No me contesta de inmediato, frunce el ceño y sé que este no es un tema que quiera hablar conmigo, pero ya es hora de que sepa el

porqué de su pelea. No habla, solo suelta un suspiro cansino, no quiere responder a mi pregunta, así que le vuelvo a preguntar: ―¿Fue por eso que nunca más se hablaron? ―Digamos que en parte sí. No creo que le gustara mucho saber que su hermano amaba con locura a su novia.

―Pero hay algo más, ¿verdad? Se queda callado, veo en sus ojos la duda en si debería o no decir algo. Sospecho que la pelea que tuvieron no fue solamente por eso y quiero que me cuente todo. ―No creo que ahora sea un buen momento para hablar de esto. Estamos desnudos en la cama, tú sobre mí y me pones a mil, así que dejémonos de

charla y sigamos con lo nuestro. Con eso escapa de la pregunta y me deja en claro que no aceptara mas de mis preguntas. Me toma por los muslos y se baja de la cama y así me lleva en andas hasta la ducha. ―Sabes que no descansaré hasta que me cuentes todo, ¿verdad? ―le digo mientras estoy abrazada a su cuello y le

dejo un beso suave y húmedo en la piel. ―Lo sé, pero hoy no… por favor... hoy no. Entramos en la ducha, nuestros cuerpos juntos bajo el chorro de agua. Nos fundimos en un beso que hace que cada poro de mi cuerpo vuelva a desear a David. Me relajo con la tibieza del agua y las manos de David que me dan un exquisito

masaje en mis hombros, para que luego sus manos se vuelvan a perder en mi cuerpo, y ahí en la ducha, nuevamente me hace suya. Salimos del agua y trato de secar mi cabello. Por el espejo veo cómo él seca su cuerpo con la toalla. Trato de concentrarme en mí, pero tenerlo así, desnudo cerca de mí, me hace la tarea muy difícil.

Al fin terminamos los dos en la cama, desnudos bajo las sábanas. Él pasa un brazo bajo mi cabeza para que la apoye ahí y yo pego mi espalda a su pecho. Su mano libre toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos. Me besa el cuello hasta llegar a mi oído donde me susurra que me ama, hunde su nariz en mi cuello y así siento cómo

poco a poco va cayendo en un profundo sueño. Su respiración es acompasada y puedo sentir el latido de su corazón. Miro nuestras manos entrelazadas y sonrío. Me siento bien, como si esto fuera un sueño del que no me gustaría despertar nunca. Han sido tantas las emociones vividas hoy que, luego de un par de minutos

observando su mano, caigo rendida. Cierro los ojos y el sueño me toma. TREINTA Y TRES Los ladridos de Blackie retumban en la casa y eso hace que abra un ojo. Miro hacia la ventana y el sol entra por ella… Ya amaneció y no sé qué hora es. David sigue dormido. No nos hemos movido ni un solo centímetro en la cama y estamos en

la misma posición en la que nos quedamos la noche anterior. El perro comienza a ladrar más desesperado así que, con cuidado, me despego de David y camino desnuda hasta la ventana para ver qué sucede, a qué se debe que Blackie actúe así. Miro hacia afuera y mis ojos casi se salen cuando veo que mi auto se está

estacionando afuera de la casa . ¡¡¡Susana acaba de llegar!!! ―David ―le digo mientras voy recogiendo su ropa y se la voy tirando sobre la cama―. David, levántate, tu madre acaba de llegar… David. Él se estira como un gato en la cama y me mira con sus ojos adormilados, aún no asimila lo que le estoy diciendo.

―¿Qué pasa? ―pregunta dando un bostezo ―¡¡¡Tu madre!!! ―le grito y me sigo moviendo de un lado a otro recogiendo ropa por la habitación. ―¿Mi madre, qué? ―responde despreocupado. ―Tu madre acaba de llegar. Vamos sal de mi cama. David se levanta y se comienza a vestir

con rapidez, yo sigo desnuda y abro una ventana y saco las sábanas de la cama para cambiarlas por otras. ―David, vamos, sal de aquí. ―Él me mira, se pone la camiseta y sale de la habitación con los zapatos en la mano. Recojo toda la ropa y las sábanas y las dejo en la canasta de ropa sucia del baño. Me meto en la ducha y me doy un

baño muy rápido. Luego me visto con jeans y camiseta, me seco un poco el pelo y me lo sujeto en un moño alto. Vuelvo a hacer la cama y, cuando tengo todo listo, bajo hasta la cocina a desayunar. Cuando entro David está preparando el café mientras habla con Susana quien le cuenta cómo estuvo todo en la ciudad.

―Buenos días, Susana ―saludo, le beso la mejilla y luego voy hasta la cafetera a esperar que el café esté pronto. Miro a David quien luce medio despeinado y con la barba crecida, solo se cambió la camiseta y bajó de inmediato. ―Buenos días, querida ―dice Susana mientras toca la tapa de una caja de

tamaño mediano que está sobre la mesa―. Qué bueno que estén los dos aquí, necesito hablar con ustedes. Voy a cambiarme de ropa y vuelvo enseguida. David y yo asentimos con la cabeza y mis manos sudan de los nervios. Tomo un sorbo de café y el silencio se hace la cocina. Ninguno de los dos dice nada hasta que no aguanto más y pregunto:

―¿Crees que tu madre haya sospechado algo? ―Bueno, veamos: Yo visto casi la misma ropa del día anterior, estoy despeinado, sin afeitar y huelo a ti por todos lados. Tú, tienes los labios hinchados y el mentón un poco rojo. ¿Tú qué crees? ―¡¡¡Por Dios!! Qué va a pensar de…― David coloca su dedo índice en mis

labios y me hace callar. ―Qué importa eso ―dice medio risueño ―¿Cómo que qué importa? Es tu madre y ella pensará que yo… ―Shhh…. Alyssa, escucha, mi madre no va a pensar nada de ti, eso tenlo por seguro. Además,no podremos mantener esto en secreto por mucho tiempo, tarde o

temprano todo se sabe y yo prefiero que sea temprano. ―Pero, David… ―Pero nada ―dice con voz tajante que no da motivo a discusión―. Sé que me pediste tiempo, pero yo no quiero esperar más. Ambos tenemos esta relación y creo que ya es hora de contarle todo a mi madre, sé que ella entenderá nuestra relación.

Lo miro con los ojos muy abiertos y no sé por qué tengo tanto miedo de que Susana sepa la verdad y piense algo malo de mí. David tiene razón, si queremos seguir con esto que tenemos, no podemos seguir ocultándonos como si estuviéramos cometiendo un pecado. Él besa mi frente y yo suelto un suspiro de forma resignada, espero que hoy no

sea el día en que a él se le ocurra contarle todo. Tomo otro sorbo de mi café y Susana entra en la cocina. David le ofrece una taza de café y ella se sienta en una silla y nos invita a que nos sentemos frente a ella. Está seria, como si tuviera que comunicar una notica grave. Un nudo se forma en mi estómago de los nervios que siento y no sé por qué.

―Queridos, necesito hablar con ustedes ―dice ella con voz calmada y armoniosa como siempre―. Primero, tengo que entregarte esto, Alyssa, lo envió tu hermana. Deja una bolsa sobre la mesa, la tomo y saco de ella una caja de un teléfono celular. La caja trae pegado un papel amarillo y veo que tiene algo escrito con la inconfundible letra de mi hermana.

«Está cargado y programado con mi número. Llámame, no te olvides que tienes una hermana que quiere saber de ti. Te quiere, Janis.» Sonrío al leer lo que ha puesto mi hermana y vuelvo a mirar la caja del aparato del que ya me estaba acostumbrando a no saber nada. ―Gracias, Susana. ―digo y guardo la caja en la bolsa.

―De nada, Aly ―dice y el silencio se hace en la cocina. Mis manos comienzan a sudar, David mueve un pie inquieto y Susana se toma con toda calma su café mientras nos mira a uno y luego al otro. ―Bueno, quiero hablarles de algo y espero su comprensión, sobre todo la tuya, Alyssa.

―Trago en seco y pienso en qué puede ser lo que va a decir Susana, por qué requiere de mi comprensión. ―Mamá, ¿quieres hablar de una vez? ―interviene David que está tan desesperado como yo por saber qué es lo que se trae su madre. Susana alarga el momento volviendo a dar otro sorbo a su taza de café. Coloca una mano

sobre la caja que había dejado hace un rato sobre la mesa. Levanta su mirada hacia mí y me dice: ―Alyssa, sé que, antes de hacerlo debí consultarlo contigo, sé que tal vez fue muy imprudente de mi parte y te pido disculpas, actué sin pensar. Yo la miro sin entender nada, miro a David que no está mejor que yo mirando a su madre como si le hubiera salido

otra cabeza. ―Susana… no… no entiendo, ¿qué es lo que pasa? ―Hija, haz pasado varios meses aquí en el rancho y me encantaría que te quedaras por siempre. No sé lo que tú pienses al respecto, pero ese es mi deseo. Cuando llegué a tu casa, lo primero que vi fue el ánfora de Steve. Estaba ahí,

sobre la chimenea y no lo puede evitar… la traje conmigo. Ella abre la caja y saca el ánfora negra donde yacen las cenizas de quien fuera mi esposo y los pone frente a nosotros. Mi estómago se contrae y un nudo se comienza a formar en mi garganta y el llanto amenaza con salir. Mi mano temblorosa que, está sobre la mesa, es cubierta por la mano

de David que me da un suave apretón como para que sepa que está a mi lado. ―¿Por qué hiciste eso, mamá? ―pregunta David con voz firme y dura. ―Ya les dije, no lo estaba pensando bien, solo tomé el ánfora y lo traje. Pensé que, tal vez Alyssa no tendría problemas y podríamos darle sepultura aquí, junto a tu padre. Miro fijamente el ánfora y mi cuerpo

comienza a temblar como si estuviera muerta de frío, cuando en realidad hace un calor abrasador. Siento un gran peso sobre mí, como si Steven estuviera ahí presente frente a mí para juzgarme por lo que hice con su hermano, reprochándome por la noche de ayer. Estar en ese espacio junto a David y el ánfora de Steve hacen que me sofoque,

necesito salir de ahí o me dará un ataque de pánico. Me levanto de golpe, David suelta mi mano, lo miro y luego miro a Susana y les digo: ―Lo siento, necesito salir un momento. Camino rápido hasta la salida, el pecho se me oprime y siento que no entra aire a mis pulmones. Corro hasta las caballerizas y me refugio en una

pesebrera vacía. Me siento en el suelo mientras doblo mis piernas y las acerco a mi pecho, ahí me quedo abrazando mis piernas y las lágrimas comienzan a caer sin que nada pueda hacer. TREINTA Y

CUATRO Sigo sollozando y la verdad es que no sé qué es lo que causa mi llanto. ¿El recuerdo de Steve? ¿Lo que siento por su hermano? ¿Qué la conciencia no me deje en paz? Me siento estúpida por estar escondida en una pesebrera llorando, angustiada por algo que

no puedo resolver. Steve está muerto, me hizo prometer que seguiría con mi vida y traté de hacerlo, solo que no contaba con que, en esta nueva vida, entrara David. Sigo con mi cabeza hundida en mis piernas cuando escucho el sollozo de Blackie en la puerta de la pesebrera. El perro rasguña la puerta para poder entrar, pero el que entra es su dueño.

David entra, yo levanto la vista y él se agacha para quedar a mi altura. No me dice nada, solo me mira y con su pulgar seca una lágrima que va cayendo por mi mejilla. Me calmo ante su toque y él me toma de una mano para ayudarme a levantar. Me lanzo a su cuello y lo abrazo fuertemente, él hace lo mismo y me siento muy reconfortada de estar ahí

entre sus brazos. ―Alyssa ―comienza a hablar y me separo un poco del abrazo para mirarlo a la cara―, creo que deberías ir a hablar con mi madre. No sé si fue buena idea que haya traído las cenizas de Steve hasta aquí, pero en este momento está en la cocina pensando qué hacer. ―Es que me siento rara, David. Siento que abandoné al recuerdo de Steve en la

ciudad y ahí lo dejé. Ahora llega Susana y me recuerda todo eso más lo nuestro y no sé de verdad qué pensar. Estoy bien, estoy mal, solo sé que estoy hecha un lío. ―Lo único que puedo decirte es que ella no lo hizo con mala intención. Extraña a su hijo y lo hizo sin pensar, pero si es tu decisión, podemos viajar de inmediato a la ciudad y…

―No ―digo cortante, como si la idea de volver a la ciudad me asustara mucho―. Entiendo lo de tu madre… creo que lo mejor es hablar con ella. Tener una larga conversación a solas. Él me besa suavemente, y tomándome de la mano, me saca de la pesebrera y nos encaminamos hasta la casa. Subimos los tres escalones antes de

llegar a la puerta de entrada y él me pregunta: ―¿Segura que no quieres que te acompañe? ―Segura ―digo y le dejo un beso en la comisura de los labios y entro a la casa mientras él se queda afuera con su perro. Entro en la cocina donde está Susana sentada frente al ánfora de su hijo. Al entrar me mira y se levanta, llega hasta

mí y me abraza. ―Disculpa, Alyssa, no fue mi intención hacerte llorar. Actué sin pensar, debí llamarte antes y pedir tu consentimiento… ―Está bien, Susana. No tienes que disculparte. Sé que no actuaste de mala fe. Y creo que, lo quieres hacer con las cenizas de Steve, es una buena idea. La tomo de una mano y la llevo de

vuelta a su silla y yo me siento frente a ella. ―No quiero que te sientas presionada por mi imprudencia. Si tu deseo es conservar las cenizas en tu casa, lo entenderé perfectamente. Mi casa… Escucho esa palabra y la siento tan lejana. A pesar de que, solo llevo unos meses aquí, siento que este lugar ha pasado a ser mi casa, mi hogar.

―No, Susana ―digo tomando su mano y acariciándole el dorso de esta―, creo que hiciste bien. Ella sonríe ahora más tranquila que hace un rato atrás. Giro mi cara y quedo frente al ánfora de la discordia. Siento que un escalofrío me recorre por entero, suelto la mano de Susana y la alargo hasta para tocar la tapa del ánfora.

Cierro los ojos y mi corazón se comienza a agitar. Por mi mente pasan imágenes de mis días junto a Steve. Nuestra boda, nuestra casa, nuestros momentos felices hasta aquel fatídico día en el hospital. Las últimas palabras de Steve llegan a mi recuerdo y una lágrima cae por mi mejilla. Abro los ojos y Susana me está mirando como

queriendo preguntarme algo, pero no se atreve. Me levanto de la silla, y sin decir nada, camino hasta la entrada de la cocina cuando la voz de Susana me detiene. ―No sientas culpa, Alyssa ―dice y me quedo petrificada en el marco de entrada dándole la espalda―. Mereces ser feliz. No dejes que aquellos sentimientos de estar

haciendo algo malo te invadan. Eres una mujer joven que debe volver a amar. Nadie puede juzgarte, es tu vida, es tu felicidad. Giro mi cabeza para poder mirarla fijamente. Ella lo sabe, ella sabe todo lo que pasa entre David y yo y, como si eso no fuera poco, sabe del sentimiento de culpa que me invade. ―Susana… yo…

―Hija, no quiero entrometerme en nada, soy reservada pero no ciega. He visto cómo ha estado actuando David y, de desde que tú llegaste hasta hace unos días atrás, a cambiado su humor. Me fijo en sus miradas y en cómo tú te sonrojas cada vez que él te habla. ―Lo siento, Susana… yo no sé… ―¿Qué lo sientes? ¡No digas eso! ¡Es lo mejor que ha podido suceder! ―dice

con mucha alegría y se levanta de la silla para caminar hasta mí― David… bueno… él… creo que debe habértelo dicho. Él se enamoró de ti desde la primera vez que te vio y ese día en el baile… ahhh… todos comentaban lo linda pareja que hacían. ―Pero, Susana… ―No me digas nada, no quiero ni

necesito explicaciones. Es su vida, son mayores de edad y puede hacer lo que quieran. Si están felices yo seré feliz. No digo nada más, solo me quedo mirándola mientras ella me sigue sonriendo con complicidad, ternura y aprobación. Salgo de la casa y comienzo a caminar para buscar a David. No lo veo en las

caballerizas así que camino en dirección al lago. Ahí está sentado en el muelle junto a Blackie, ambos mirando el horizonte. Me acerco y él levanta la cabeza al sentirme cerca y me regala una amplia y linda sonrisa. Me siento a su lado y él pasa su brazo por sobre mi hombro acercándome a su cuerpo.

―Tu madre lo sabe todo ―digo soltando un suspiro mientras me acurruco en su pecho. ―¿Todo de qué? ―me pregunta con voz calmada, como si no le sorprendiera lo que le digo. ―Lo de nosotros, ella dice que hacemos buena pareja. ―Bueno, si lo dice ella. ―Él sonríe mientras yo lo abrazo por la cintura y

ahí nos quedamos disfrutando de este momento juntos. Me gusta sentir la calma que la cercanía de David me hace sentir. Esa paz que calma mi corazón y que me dice que nada puede salir mal. Y es así que sé que tengo que dejar atrás todos mis temores y vivir mi vida junto a este hombre que, de a poco, ha ido entrando en mi corazón y se ha ganado un lugar

importante en el. Ӂӂӂӂӂ Dos días después Susana, David, Ángela y yo, nos encontramos en el cementerio parados frente al mausoleo de la familia Brown. Hay un sacerdote quien inicia una ceremonia donde pide por el alma de Steve. Cierro los ojos y rezo para mis adentros. Rezo para que él esté bien,

para que me dé una señal de que si estoy haciendo bien en continuar mi vida con su hermano. David toma mi mano, de seguro me ha notado nerviosa. Entrelaza sus dedos con los míos haciéndome sentir que no estoy sola ahí. La ceremonia termina y las cenizas de Steve descansan junto a su padre en el mausoleo familiar. Pongo mi mano en mi

pecho donde hace unas semanas colgaban las dos alianzas de matrimonio y que ya no he usado más. Miro por última vez el ánfora y le digo en mi mente que siempre tendrá una parte de mi corazón, que lo amé con toda mi alma en esta vida, pero que ahora necesito seguir adelante, y que su hermano, es el responsable de que mis días sean más alegres.

―No te muevas ―me dice de pronto David mientras saca su teléfono celular. Yo me quedo quieta y él me toma una fotografía. ―¿Qué pasa? ―le pregunto con miedo a moverme. Él se acerca a mí y me muestra su teléfono. ―Esto. Miro la imagen y veo que, una linda mariposa amarilla se ha posado en mi

cabello. Está quieta, sin batir sus alas, parece como si fuera una hebilla para el cabello. La mariposa no deja mi pelo y con David decidimos salir del cementerio ya que Susana y su hermana se nos han adelantado. Caminamos por entre las tumbas de los habitantes de este pueblo que han pasado a mejor vida. Voy mirando

algunos nombres y las fechas, hay tumbas que están ahí desde principio de siglo. Ya estamos en la entrada del cementerio y David me comenta que la mariposa sigue en mi cabello como si no quisiera abandonarme. Cuando doy un paso fuera del campo santo, la mariposa levanta el vuelo y me

deja. Bate sus alas de vuelta al lugar donde me la había encontrado, es decir, el mausoleo de los Brown. Pienso un poco en lo que acaba de pasar, en la señal que le pedí a Steve que me diera y sé que, esa mariposa posada en mi cabello, ha sido su forma de manifestarse, de decirme que continúe con mi vida, que la viva plenamente.

TREINTA Y CINCO Los días siguen en nuestras vidas con normalidad. El calor del verano ya se deja sentir con toda su fuerza y con David, cada vez que podemos, nos vamos al lago a refrescarnos. Ese lugar se ha convertido en nuestro refugio donde podemos alejarnos del mundanal ruido y las preocupaciones. Tratamos, bueno por mi parte trato, de

ser discretos, pero con David es casi imposible. Me besa cuando quiere y donde quiere, hay veces en que lo reprendo y él se enoja conmigo, pero luego con un beso suyo todo vuelve a la normalidad. Estamos cenando en la cocina una rica lasaña que ha preparado Susana. Conversamos animados sobre el día de

trabajo. Hoy, aparte de trabajar en las caballerizas, ayudé en el campo, bueno tratando de ayudar. Seguimos comiendo, cuando el celular de David comienza a sonar, el se lleva con lentitud el tenedor a la boca con el bocado de lasaña, como si no le importara quien lo llama. Susana le dice que puede ser algo urgente por la hora y él, con pereza, saca

el móvil desde el bolsillo del jeans y lo contesta. ―Bueno ―dice en forma seca ―. ¿Y qué crees tú? Bien, salgo enseguida. ―¿Pasa algo grave, hijo? ―pregunta Susana y vemos cómo él se levanta de su silla. ―Era Will. Está en uno de los ranchos. Dos vacas están pariendo, pero una tiene muchas complicaciones. Necesitan mi

ayuda. ―Espero que no sea nada muy grave ―digo mirándolo a los ojos. ―Esperemos que no. Bueno, será mejor que me vaya. David besa la mejilla de su madre, luego se acerca hasta mí y me da un suave beso en la boca que me deja toda sonrojada y sale de casa. Susana solo me mira, no me dice nada,

sonríe disfrutando de la situación. Ambas terminamos de cenar mientras planeamos el día de mañana y todo lo que haremos en el campo. Me tomo un té de manzanilla para luego subir hasta mi habitación y meterme en la cama cayendo rendida por el sueño. Me despierto sobresaltada, abro los ojos y mi habitación está totalmente a oscuras. De pronto siento el agradable

aroma de jabón y a perfume varonil, un brazo me envuelve y el cuerpo de David se pega al mío. ―David…―susurro aún adormilada. Él está aquí acostado en mi cama. ―Shhh, sigue durmiendo. ―me dice al oído mientras acomoda su nariz en mi cuello. ―¿Pasó algo? ―Sí ―dice soltando un suspiro

cansino. ―¿Quieres hablar de eso? ―ofrezco aunque estoy muerta de sueño. ―No, solo sigue durmiendo. ―Me da un beso en el cuello, pero yo lo siento muy preocupado y quiero saber qué es lo que pasa. ―¿Paso algo en el rancho? Anda, cuéntame. Se hace el silencio por unos segundo. Le

tomo la mano para entrelazar nuestras manos y apretársela fuerte para que sienta que estoy con él. ―Fue imposible salvar a uno de los becerros. ―Su voz es triste y lo entiendo― Venía en mala posición. ―Lo siento, pero no tenías mucho que hacer si era así. ―Sí, lo sé, pero de igual forma me

frustra. Estudié veterinaria porque me gustan los animales y me siento impotente, casi un mal veterinario cuando pasa algo como esto. ―David, pero es algo que puede pasar, y que de seguro pasa muy a menudo en tu trabajo. Eso no quiere decir que seas un mal veterinario. Me abraza más fuerte, me vuelve a besar

el cuello y siento su respiración sobre mi piel. ―Bueno, creo que ya está bueno de conversación. No quería despertarte, solo quería sentirte junto a mí porque me calmas. Así que ahora, duérmete. ―Está bien ―digo y acerco su boca a mi mano y le dejo un suave beso. Una exquisita sensación se extiende por todo mi cuerpo. Sentirlo junto a mí me

tranquiliza, me gusta, y así de a poco y sintiendo su respiración acompasada vuelvo a caer en el más profundo de los sueños. Cuando despierto al día siguiente estoy sola en mi cama. El lado que ocupaba David aún se encuentra tibio así es que no se debe de haber marchado hace mucho rato. Me estiro en la cama y huelo en la

almohada el perfume del hombre que ayer durmió conmigo en este lecho. Mi corazón se acelera de solo pensar en su cuerpo pegado al mío. Me levanto y me meto en la ducha. Noto que ya es hora de ir al pueblo y surtirme de productos personales que me hacen falta. Una vez lista bajo a desayunar. Saludo a Susana y a David, quien se me adelanta

y me sirve una taza de café. Le sonrío agradeciéndole el gesto mientras que él me guiña un ojo de forma traviesa. ―Susana, iré al pueblo a comprar algunas cosas, ¿necesitas que traiga algo? ―pregunto mientras unto una tostada con mermelada de frambuesa. ―Bueno, creo que me hacen falta un par de cosas en la despensa… ―Bien, me anotas y aprovecho a

traerlas. Termino mi desayuno y voy al pueblo. ―¿Quieres que te lleve? ―pregunta David ―No es necesario, tengo mi auto, ¿recuerdas? Además tú debes de estar muy ocupado como para desviarte de tu trabajo. Él me mira levantando una ceja y bebe un sorbo de su café, yo sigo comiendo

mis ricas tostadas y él me dice: ―Pero, Alyssa, para qué ocupar dos autos si podemos compartir uno. ¿No has oído lo de la contaminación por emisión de carbono? ―Yo medio sonrío y miro a Susana que también sonríe por lo que ha escuchado― Vamos, además yo también necesito comprar algunas cosas.

―Está bien ―digo―, no me puedo negar con ese argumento tan contundente. Voy por mi bolso y nos vamos. Cuando bajo de vuelta a la sala con mi bolso al hombro, Susana me entrega una lista con algunas cosas que ella necesita. David ya me espera en la entrada de la casa cerca de su camioneta. Me despido de Susana y salgo de casa para llegar

hasta él. Nos subimos a la camioneta y David la pone en marcha rumbo al pueblo. Vamos escuchando música, conversando, riendo y besándonos de vez en cuando. Ya en el pueblo él me pide que pasemos por la clínica a ver si hay algo que necesite de su presencia. Llegamos al lugar, pero no hay nada que requiera que

él esté ahí, así que nos dirigimos al supermercado. Entro en el pequeño supermercado del pueblo que debe tener como unos ocho pasillos, pero que está sorprendentemente muy bien surtido. Comienzo a mirar la lista que Susana me ha dado y voy buscando las cosas. David, que se

suponía me venía a ayudar, no hace más que arrinconarme cada vez que puede en los pasillos para besarme. Aunque me encanta que me bese, lo he tenido que regañar un par de veces por su comportamiento ante la gente. Estamos en eso, yo pidiéndole que me pase un producto que está muy alto en la estantería, él lo saca y me vuelve a besar cuando de pronto escucho una voz,

más bien una vocecita que lo llama y le dice: ―¡¡¡Tío David!!! ―Él se gira con rapidez y vemos que una niña de unos seis años corre a su encuentro gritando su nombre con alegría. Él se agacha para recibirla y levantarla fundiéndose en un abrazo. David tiene el rostro desencajado y está blanco como un fantasma. Yo estoy muda, tratando de

comprender esto. ―¡Amy! ―grita una mujer que ahora que entra en mi capo de visión se me hace cada vez más conocida. Es la mujer pelirroja que nos observaba en el baile. ―Amanda ―dice David que aún no recupera el color en su rostro. ¿Tío? ¿Amy? ¿Amanda? ¿Qué alguien me explique qué es lo que pasa aquí. Mi cabeza da mil vueltas, siento que me

voy a desmayar… esto no puede ser lo que estoy pensando. TREINTA Y SEIS ―Amy, vamos, no molestes ―dice la mujer pelirroja a la niña que está colgada del cuello de David. Luego me da una mirada de arriba abajo con un dejo de desprecio. ―Pero, mamá, quiero que el tío David

me lleve al rancho. ―alega la pequeña y luego le pregunta a David―: ¿Cuándo puedo ir, tío? Le pregunté a la abuela y me dijo que pronto. Quiero montar a caballito. Mis piernas comienzan a flaquear y siento un escalofrío recorriéndome de pies a cabeza. Mi cabeza no quiere aceptar lo que está oyendo, aún no logra la dimensionar la verdad que esta frente

a mí. ―Amy ―David le habla a la pequeña niña pelirroja y de hermosos ojos azules, son los ojos de David, son los ojos de Steve. No, por Dios, que esto no sea cierto―, ve con tu madre, luego hablamos, bueno. ―Bueno ―dice a regañadientes y él le besa la mejilla y la deja en el piso. La niña corre hasta llegar a su madre y la

toma de la mano. ―Lo siento ―dice Amanda, pero sé que no es así. De pronto el supermercado que, ya era pequeño, se me hace aún más diminuto. Mi respiración comienza a hacerse agitada mientras mi corazón va latiendo a mil por hora. Llevo una de mis manos al pecho y abro la boca en busca de aire, estoy sufriendo

un ataque de pánico, necesito salir de este lugar o creo que voy a morir. ―¡Alyssa! ―David se acerca y coloca una mano en mi hombro. ―¡¡¡Suéltame!!! ―le grito y comienzo a caminar por el pasillo tropezando con gente y carros que me impiden el paso. Busco la salida y una vez fuera comienzo a llorar. No puede ser que Steve me lo ocultara,

no puedo creer que él, que era una persona tan recta, me ocultara la existencia de su hija, de su propia sangre. Doy pasos, camino, pero no sé hacia dónde ir. Las lágrimas me nublan la vista. Quiero tirarme al suelo y gritar y llorar con ganas, pero no puedo. La gente me mira cómo doy vueltas de un lado a otro, de seguro piensan que me

volví loca y de seguro que, toda esta gente que me mira, sabe la verdad. ―¡Alyssa, espera! ―escucho a David gritarme, pero no quiero hablar con nadie, menos con él que también me ocultó la verdad. ―¡¡¡No quiero escucharte, déjame en paz!!! ―le grito, pero él se para frente a mí y me toma entre sus brazos. ―¡¡¡Suéltame, suéltame!!! ―le digo

mientras golpeo con todas la fuerzas que me quedan su pecho, pero él no me suelta― ¡¡¡Déjame, no te quiero cerca de mí!!! ―Él no me suelta y me abraza más fuerte y yo ahora tengo mi cara en su pecho y comienzo a llorar con más fuerza. ―Tranquila, Alyssa. Tenemos que hablar, pero con calma y en otro lugar.

―Nada de calma. ―Lo empujo y me suelto de su abrazo― ¿Por qué no me lo dijeron? ¿Por qué todos sabían menos yo? ¡De seguro que todo este maldito pueblo lo sabe, por qué nunca me dijeron nada! ―Entiende, Alyssa, era Steve el que tenía que decírtelo, se suponía que así sería. De pronto el cielo se nubla. Es como si

el clima estuviera sincronizado con mis sentimientos y de la nada comienza a llover. ―Vamos, sube a la camioneta y vamos a casa para que hablemos con más calma. ―¡No! ―digo y comienzo a caminar en dirección al rancho. Sé que es una locura y que tal vez demoraré un par de horas en llegar, pero no me importa.

El agua escurre por mi cuerpo que está vestido solo con camiseta, shorts y zapatillas deportivas. Estoy empapada por completo, pero sigo caminando con paso rápido, como si no sintiera la lluvia caer sobre mi cabeza. David me sigue con la camioneta y me va gritando que suba y que hablemos, pero yo hago como que no lo escucho, no quiero

verlo, tengo tanta rabia que la voy a descargar con él si sigue así. ―Alyssa, sube, vamos, te vas a enfermar. ―me pide una vez más desde la camioneta. ―¡Y a ti qué te importa lo que pase conmigo! De pronto él se adelanta un poco y cruza la camioneta en el camino. Mierda, no tengo escapatoria. Si quiero escapar de

él tendría que devolverme al pueblo. David se baja de la camioneta y, caminando a largas zancadas, llega a mi lado. Me mira a los ojos, pero yo le esquivo la mirada. Él me carga y me sube a su hombro como si yo fuera un costal de papas. ―¡¡¡Suéltame, no quiero que me toques, déjame!!!― grito a todo pulmón. ―¡Cállate! Te vas a subir a la camioneta

e iremos a casa y hablaremos de todo esto con calma. Me sube a la camioneta y me pone el cinturón de seguridad. Con rapidez se sube a la camioneta y emprendemos el viaje de vuelta al rancho. Tengo rabia, pena, desilusión. No puedo creer todo esto que me está pasando. Debe ser una mala broma, pienso. Sí, eso debe ser,

una mala broma que aún no me causa ninguna gracia. David conduce a toda velocidad para llegar pronto a casa y explicar todo. Y yo me pregunto, ¿qué me va a explicar? ¿Qué mi esposo me engañó y que tuvo una hija con otra mujer? ¿Qué no fue capaz de decirme nada? ¿Qué todo el mundo sabía menos yo?

Mientras más lo pienso menos quiero hablar, solo quiero tomar mis cosas y largarme de este pueblo. ―Supongo que tu madre lo sabe, ¿verdad? ―pregunto ―Sí ―responde él. ―¿Por qué, David? ¿Por qué Steve nunca me dijo nada? Quiero que me cuentes todo ahora. ―Pero vamos en camino y…

―¡Dime algo ya o voy a enloquecer! Él baja un poco la velocidad con la que va conduciendo. Yo me giro y lo miro fijo instándolo así a que comience a hablar. Él traga en seco y toma una honda respiración. ―Amanda y Steve tuvieron algo cuando eran jóvenes. No eran novios oficiales, pero todos sabían que pasaba algo entre ellos.

Amanda lo amaba, estaba loca por él, pero Steve no se tomaba la relación muy en serio. Cuando Steve te conoció y se enamoró de ti, para Amanda fue el fin del mundo. En una visita de Steve al rancho se encontraron y bueno, ya sabes. Se suponía era la última vez. Cuando Steve nos contó que se casaría contigo, Amanda ya tenía tres meses de

embarazo, no le había contado a nadie, esperando hablar con mi hermano. Steve vino, se juntó con ella que le contó todo. La respuesta de él fue fría. Le dijo que no la amaba y que no aceptaba a ese hijo que ella llevaba en su vientre, que ni pensara que ese bebé llevaría su apellido. Le depositó una fuerte suma de dinero para que se olvidara de él.

Dos días antes de tu matrimonio nació Amy. Mi madre y yo la aceptamos como nuestra familia aunque no lleve el apellido de su padre. Me tomo la cabeza con ambas manos, lo que acabo de escuchar me hace pensar que me case con un hombre del que no conocía nada. No puedo creer que Steve hiciera todo lo que me está diciendo David, como

pudo dejar a una hija, sangre de su sangre, sin apellido, sin padre… no, ese no es el Steve del que me enamoré. ―¿Y por qué, si ustedes lo sabían, no me dijeron nada? ―pregunto sin poder detener mis lágrimas. ―No podíamos. El día de tu boda hable con él y le dije que tenía que contarte, pero él dijo que lo haría luego, fue por eso que nunca más nos hablamos…

―¿Por eso? ―Él sabía que yo te amaba, que estaba desesperado, pero asumido de que tú solo lo amabas a él. Podría haber hablado y todo podría haber quedado al descubierto, pero ese día estabas tan feliz, tus ojos llenos de amor por él que no tuve corazón para destruir tu sueño. Además, él prometió contártelo, él lo prometió.

Lo prometió, pero no lo hizo. Nunca dijo nada de su hija. Me lleno de rabia y pienso en cómo ha sido la niñez de esa pequeña. Mis padres murieron cuando yo ya tenía dieciocho años y los eché mucho de menos, ¿Qué sentirá ella? ¿Qué le habrán dicho sobre la ausencia de su padre? El clima empeora fuera, la lluvia golpea con fuerza el vidrio de la camioneta y se

pueden escuchar truenos. Ya estamos a poco de llegar al rancho, tengo un gran nudo en la garganta, unas enormes ganas de desaparecer me invaden y cierro los ojos pidiendo al cielo que eso se hiciera posible, pero no, no hay nada que hacer más que enfrentar y aceptar la realidad. Ya estamos en la entrada del rancho y, como si todo el universo se confabulara con mi estado de ánimo, el neumático de

la parte trasera de la camioneta se pincha y alcanzamos a llegar justo hasta la puerta de la casa. Me bajo rápido del vehículo, puedo escuchar a David que grita mi nombre a mi espalda, pero no le hago caso, no quiero hablar con nadie, solo quiero irme de este lugar. No quiero estar aquí, tengo que armar mi maleta y salir hoy mismo de este rancho

de vuelta a la ciudad. TREINTA Y SIETE Cuando pongo un pie dentro de la casa me encuentro con Susana que me mira desconcertada por mi actitud. ―Alyssa, hija, qué pasó, ¿estás bien? ―pregunta ella mientras me detengo para mirarla a los ojos. ―¿Cómo pudiste ocultarlo por tanto

tiempo, Susana? Pensé que me estimabas aunque fuera un poco. ―A qué te refieres, no entiendo… ―Ya lo sabe, mamá ―dice David que entra detrás de mí―. Nos encontramos con Amanda y Amy en el pueblo. Susana se lleva las manos a la boca y abre mucho los ojos. Yo miro a la madre

y luego al hijo, y me siento tan decepcionada por ambos. ―Alyssa, yo… ―¡Susana, por qué me hicieron esto, por qué Steve me hizo esto! ―No podíamos decir nada, se lo juramos a Steve, él nos dijo que te lo contaría. ―Pero nunca lo hizo, ni siquiera en su

lecho de muerte… no puedo creer todo esto, no puedo más. Me giro sobre mis talones y subo hasta la que ese día fuera mi habitación. Entro en ella y ni siquiera me molesto en cerrar la puerta. Me cambio la ropa mojada y busco mi maleta en el armario, la tiro sobre la cama y comienzo a juntar todas mis cosas. ―¡¿Qué haces?! ―Escucho la voz de

David que pregunta entrando en la habitación. ―Empaco mis cosas, me voy de aquí. Él se acerca a mí, yo estoy dando vueltas y vueltas por la habitación sacando cosas de los cajones y esperando no dejar nada en ellos. ―¡Para! ―dice y me toma por uno de mis brazos para que me detenga y lo mire.

―¡No, déjame, me voy de aquí, necesito salir de aquí! ―Te vas, ¿y qué hay de mí? ¿No piensas en lo que tenemos? Siento que mi corazón se va a romper en mil pedazos, no puedo batallar con esto ahora. No puedo pensar en la relación que hemos formado con David luego de enterarme de todo, no puedo estar aquí.

―Lo siento, David, pero no puedo con esto, espero que entiendas. ―Puedo entenderte, pero no quiero. No quiero que te vayas y me dejes. No quiero perderte otra vez. Nos quedamos mirando a los ojos. Su mirada azul ahora es triste y la mía oscura debe ser distante, porque así me siento, siento

que ahora hay una enorme distancia entre nosotros. Como puedo me suelto de su agarre y vuelvo a los cajones de la cómoda mientras él se mantiene en silencio. Abro el primer cajón de la cómoda y ahí veo algo que me hace sacar la rabia y el llanto que ya había logrado controlar un poco. Ahí está la cadena con las dos alianzas

de mi matrimonio. La saco y la miro mientras la tengo en mi mano. Siento como si un puño me golpeara en el centro del estómago. Cierro mi mano con fuerza hasta que siento que mis uñas lastiman mi palma. Meto las alianzas en el bolsillo de mi jeans, miro a ambos lados buscando por si algo más faltara por empacar y no hay nada.

―Alyssa, ¿quieres tomarte un tiempo y hablar de todo esto tranquilamente? ―No. Lo siento, pero no. Espero que entiendas que necesito salir de aquí de inmediato, siento que me voy a asfixiar, no puedo con esto y contigo… ―¡Pero yo te amo, Aly! ¡¿Puedes entender eso?! ―dice angustiado levantando la voz. ―Por favor, David, no me lo hagas más

difícil y déjame ir. Él debe ver el dolor en mis ojos, abre la boca para decir algo, pero la vuelve a cerrar. Tomo mi maleta y paso por su lado para salir de la habitación. Bajo rápido por la escalera y veo a Blackie que me mueve la cola con felicidad, pero no puedo estar feliz en este momento. ―Alyssa, no te vayas, por favor ―me

pide Susana, pero yo estoy decidida. ―Adiós, Susana. Gracias por recibirme en tu casa. Salgo de la casa, sin darle un beso en la mejilla a ella ni un abrazo siquiera. Camino rápido hasta mi auto, no quiero mirar hacia atrás. La lluvia no ha cesado y el suelo se ha convertido en charcos donde vuelvo a mojar mis zapatos. Entro en mi auto y lo pongo en marcha,

retrocedo y veo que David sale a toda velocidad, pero pongo el pie en el acelerador y no logra llegar hasta mí. Por el retrovisor veo que llega a su camioneta, pero no puede hacer nada con ella, la rueda trasera está pinchada, no podrá seguirme. Conduzco rápido y ya que me he alejado un poco detengo el auto a la orilla del camino y,

poniendo mi cabeza en el volante del auto, me pongo a llorar desconsolada. Aunque una parte de mí quiere irse de este lugar lo más pronto posible, la otra parte quiere volver por él, por David y por su amor. Porque no volveré a verlo más y siento que mi corazón no podrá soportarlo, pero me tendré que acostumbrar, tendré que salir adelante en la ciudad aunque la idea de volver a

pisar el asfalto otra vez no me produzca la menor gracia. Los truenos suenan de repente, esta tormenta no para y yo tengo un camino de más de tres hora hasta llegar a mi casa. Levanto la cara y busco en la guantera una caja de pañuelos desechables, saco uno y trato de secar mis lágrimas. Estoy en eso cuando, por el espejo, un

movimiento lejano llama mi atención. Abro los ojos cuando veo quién es el que se acerca. David viene a todo galope en el azabache, yo hago partir el auto otra vez, pero me cuesta sacarlo del barro. De pronto un rayo cae frente a mis ojos, el azabache se encabrita y se para en sus patas traseras tirando a unos metros a su jinete.

―¡¡¡David!!! ―grito mientras trato de abrir con rapidez la puerta del auto. Salgo y corro hasta donde él está. El caballo galopa de vuelta al rancho y David está en el suelo, tirado como si estuviera muerto. ―¡No, no, no! ―susurro cerca de su rostro, pero no quiero moverlo porque puede ser para peor.

Me quedo petrificada, no ha parado de llover y él sigue ahí tirado en la carretera, mojado y con un corte en su cabeza, y lo que es peor, sin ninguna reacción. ―¡David, ¿me escuchas? David, di que me oyes ―le digo desesperada, pero él no me da ninguna respuesta. Comienzo a llorar y trato de pensar en qué hacer en este caso. No puedo

moverlo sola hasta mi auto y llevarlo al hospital, eso podría ser fatal. Necesito llamar una ambulancia, sí, eso es… una ambulancia. Busco en el bolsillo de sus jeans y saco su teléfono. Lo primero que hago es llamara a Susana, contarle todo y pedirle que llame una ambulancia, que estamos a pocos metros del rancho, tirados en la carretera.

Corto la llamada y le hablo en voz baja a David con la esperanza de que oiga. ―David, por favor, despierta. No me dejes sola, cariño, no me puedes dejar aquí, yo… yo te amo. Me pongo a llorar mientras acaricio su rostro con suavidad. Espero que la ambulancia llegue pronto y que él no tenga nada de gravedad. Tomo una de sus manos y le beso los

nudillos mientras pido al cielo que él reaccione y me hable. ―Alyssa… ―dice en una especie de quejido― …Alyssa. ―Shhh, cariño, no digas nada. Estoy aquí contigo, la ayuda ya viene en camino. ―Yo… ―hace el amago de levantarse, pero yo se lo impido.

Me mira con sus ojos azules que ahora lucen asustados, por su frente corre un chorro de sangre y me comienzo desesperar porque quiero que la ambulancia llegue pronto, cada segundo que pasa es primordial. ―Aly, no te vayas, por favor, no te vayas.― balbucea ―David, no hablemos de eso ahora. Esperemos que la ambulancia llegue

pronto y te revise un médico. Él se calla y los minutos se hacen eternos, más bajo la lluvia. Me comienzo a desesperar, a maldecir porque nadie llega en nuestra ayuda. De pronto mis ruegos son escuchados y llega una ambulancia que me pregunta lo sucedido. Les cuento todo a los paramédicos y

suben con mucho cuidado a David a una camilla. Lo miro, ahí está, quieto, con los ojos cerrados y uncollarín en el cuello . Él me pide que vaya con él en la ambulancia, pero yo le digo que los seguiré en mi auto. Y así lo hago, la ambulancia va delante de mí. Yo voy llorando todo el camino hasta el hospital y rogando que nada

malo le suceda. Quizás tengan que trasladarlo a la ciudad si tiene algo complejo. Espero que no sea así, espero que todo esté bien con él. Llegamos al hospital y me bajo corriendo de mi auto para seguir la camilla que entra por unas puertas de acceso restringidos y ahí, pierdo todo contacto con David… solo me queda esperar noticias de él.

TREINTA Y OCHO Me paseo de un lado a otro en la sala de espera. Aún estoy mojada y el agua escurre por mi ropa, pero no pienso cambiarme hasta que alguien venga y me dé noticias de David. Escucho un gran alboroto en la puerta de entrada y veo que es Susana acompañada de John. Ella corre hacia mí y me mira a los ojos

con desesperación. ―¿Dónde está mi hijo? ¿Qué te han dicho? Por favor, Alyssa, dime que todo está bien. ―Susana rompe en llanto lo que hace que yo también comience a llorar. ―No sé nada, Susana. Entró por esa puerta y me dijeron que esperara, pero no me han dado noticias.

―Por Dios, cómo es esto posible. ―Ella se acerca a una ventanilla de informaciones y comienza a gritarle a una mujer que está tras esta. Susana le pide información, pero recibe la misma respuesta que yo le acabo de dar. Hay que esperar a que, alguien detrás de esas dos puertas blancas por las que entró, salga y nos diga algo… por muy malo que sea.

Mi cuerpo comienza a temblar de frío, pero también de miedo. Solo espero que nada grave le suceda a David. Siento el corazón en la garganta de solo pensar en que puedo perderlo. ―Aly, estás temblando. Si no te cambias de ropa te vas a resfriar. ― me dice Susana. ―No me importa, Susana. Hasta que

alguien no nos diga algo de David no me moveré de aquí. ―Pero, Alyssa… ―No insistas, Susana. David puede necesitar algo. ¿No crees que sería mejor trasladarlo a un hospital en la ciudad? ―le pregunto nerviosa y temblando mientras sigo caminando de un lado a otro en la pequeña sala de espera.

―Tranquila, hija, esperemos a ver qué nos dicen aquí y, de ser necesario, tomaremos decisiones. Solo espero que todo salga bien, que mi hijo esté bien. Esperar, yo no puedo esperar. Tengo unas ganas enormes de correr y traspasar las puertas que me separan de David. Quiero saber qué pasa con él, que alguien me dé información antes de que deje un surco en el piso de este

hospital con mis tantas idas y venidas. De pronto, la puerta que tanto he mirado durante todo este tiempo, se abre y deja ver la figura de un hombre de mediana edad que va vestido de bata blanca. ¡¡¡Por fin!!! Grito para mis adentros. Este es un doctor que nos viene a dar algo de información, solo espero y ruego que sea solo información positiva. ―Doctor, dígame, ¿cómo está mi hijo?

―Se adelanta Susana en preguntar. El doctor le pide calma con la mano y yo me acerco más para escuchar y preguntar todo lo que sea necesario. ―Bueno, ante todo le pido calma, señora Brown. Su hijo tuvo una fuerte caída, pero el muchacho es duro y no tuvo más que un corte en la cabeza y un par de costillas rotas.

―¿Eso quiere decir que todo está bien, doctor? ¿No necesita que le hagamos algún otro procedimiento, alguna tomografía o… ―me pongo a hablar como poseída y el doctor coloca una de sus manos en mi hombro para detenerme. ―Señorita, todo está bien con él. Todos los exámenes salieron perfectos al igual que las tomografías. Está consciente y

dolorido, pero bien. Ahora, lo que yo le recomiendo, es que usted se cambie esa ropa mojada si es que no quiere venir a verme por una pulmonía. Me sonrojo cuando el doctor me regaña, porque lo hace como un padre regañaría a una hija. Pero ahora que ya estoy tranquila… bueno lo estaré más cuando pueda ver a David y comprobar con mis propios

ojos que está bien. ―¿Cuándo podremos verlo? ―pregunto ―Bueno, dentro de unos minutos. Lo vamos a trasladar a una habitación, tendrá que pasar un par de días en este lindo hotel antes de que le demos el alta. ―Gracias, doctor ―dice Susana y abraza al hombre agradecida―, muchas gracias. ―De nada, señora. Ahora las dejo y les

vendrán a avisar cuando puedan pasar a verlo. Y usted… ―me advierte el hombre apuntándome con el dedo índice. ―… lo sé, lo sé, me iré a cambiar de ropa de inmediato. Apenas el médico desaparece de mi vista giro sobre mis talones y salgo del hospital hasta llegar a mi auto. Por fin a dejado de

llover. Busco en la maleta algo de ropa para cambiarme. Busco los baños y entro para sacar la ropa empapada y ponerme jeans, camiseta y un suéter gris, además de los zapatos que están empapados. Meto todo eso en una bolsa y luego, con el secador de manos que se encuentra en el baño, me trato de secar un poco el pelo para luego peinarlo en

una trenza. Vuelvo rápido a la sala de espera y Susana está sola, le ha dicho a John que puede volver al rancho. Ella me espera con un vaso con café de máquina que, con el frío que tengo, me lo bebo casi de golpe. Estamos ahí, en silencio, mirándonos las caras, cuando una enfermera nos dice que podemos

pasar a ver al paciente. Apresuro mi paso, quiero ver con mis propios ojos que no tenga nada más de lo que nos ha dicho el doctor. Cuando llegamos a la puerta de la habitación viene saliendo otra enfermera que nos dice que pasemos y que aprovechemos a hablar con él, ya que le ha administrado un calmante y estará

despierto solo por unos minutos. Susana entra primero y luego yo la sigo. Mi estómago se aprieta al ver a David tendido sobre una cama de hospital. Esta imagen me trae tan malos recuerdos. Recuerdos dolorosos de Steve en sus últimos momentos de vida. ―Mamá… Alyssa ―dice David casi en un susurro, ambas nos acercamos a él y veo que tiene puntos en la frente que de

seguro dejarán una fea cicatriz en el lugar. ―Sí, hijo, estamos aquí, pero no hables, no te esfuerces, solo descansa. ―Alyssa ―dice estirando su mano hacia mí la cual tomo con la mía―, no te fuiste. ―No hablemos de eso ahora, ¿quieres? ―Pero, es que yo… ―Shhh, David. Ahora no ―Lo corto,

para que descanse y él cierra los ojos como aceptando que no vamos a tener esa conversación en ese momento. Se suponía que el sedante que le habían dado a David solo nos dejaría hablar con él un momento, pero él está batallando y no se quiere dormir. Susana, ya un poco más tranquila porque ha visto que su hijo está bien, me dice

que nos vamos al rancho y que lo dejemos. David aprieta mi mano y lo miro a sus ojos suplicantes que me dice que no lo deje solo, entonces yo le digo a Susana: ―No, Susana, yo pasaré la noche aquí junto a David. ―Pero, hija, no tienes dónde dormir. ―Esta silla, estará bien. ―digo mirando hacia una silla que hay en un

rincón. Susana me deja a regañadientes y se despide de su hijo y luego de mí. Acerco la silla a la cama y vuelvo a tomar su mano. Esta noche la pasaré a su lado velando su sueño. Con la mano que tengo libre acaricio lentamente su rostro, su frente y separo un mechón de cabello. Él me mira, sus ojos han recobrado ese azul brillante

que tanto amo. ―Lo siento ―dice con la voz rasposa y trata de moverse, pero sus costillas lastimadas se lo impiden. ―No digas nada… ―Siento que estés aquí, cuando lo único que quieres es estar en la ciudad. ―No hablemos de eso, ¿quieres? Además no estoy aquí obligada por nada ni por nadie.

Podría irme si quisiera, pero no quiero. Quiero estar contigo, aquí, en esta horrible habitación de hospital y sentada en esta incómoda silla porque te amo. Él abre los ojos con asombro, nunca le había dicho que lo amo y es obvio que tenga esta reacción. ―Creo que el golpe en la cabeza me afectó el oído. ¿Qué es lo que acabas de decir?

Me acerco a su rostro y llego a su oído para susurrarle lentamente y para que no le queden dudas. ―Te amo, David. ―Le dejo un beso en la mejilla y vuelvo a mi posición de antes, lo miro y lo veo sonreír. ―Yo también te amo, Aly, siempre te he amado. Nos miramos fijamente y no puedo

aguantarme las ganar de besar sus labios. Trato de hacerlo suave, pero él me exige que lo bese con más ganas. Aunque me muero de ganas de besarlo así, debo contenerme ya que no debo olvidar que, solo hace algunas horas, él ha sufrido un gran accidente. ―Ahora descansa, amor ―le digo separándome de sus labios―. Me quedaré aquí toda la

noche haciéndote compañía. Él me dice que tenemos que hablar sobre el asunto de Amy y yo le digo que ya tendremos tiempo para eso. David va de apoco cayendo en el dulce sueño del calmante. Me quedo a su lado, tomando su mano y mirando lo plácido que es su sueño, hasta que ya no aguanto más y yo también caigo rendida

y me duermo apoyando mi cabeza en la cama de hospital. TREINTA Y NUEVE No sé qué hora es, pero ya ha amanecido. David sigue dormido tan calmado como la noche anterior. Una enfermera entra y revisa la bolsa de suero, yo aprovecho y salgo de la habitación para ir por algo de comer. Voy camino a la máquina de café cuando

de pronto, veo que en la ventanilla de informaciones, está Amanda con su larga cabellera roja. Me quedo parada observándola sin saber muy bien qué hacer. Quiero hablar con ella y hacerle un montón de preguntas, pero a la vez no quiero saber cómo me engañó mi esposo. Al parecer ella se da cuenta que la miro fijo. Gira su cara, me mira y abre mucho

los ojos y luego comienza a caminar hacia las puerta de salida del hospital. Sin pensar en nada más muevo mis pies y la sigo hasta que llegamos a la calle. ―¡Amanda! ―le grito y ella se detiene pero no gira su rostro para verme. ― Creo que necesitamos hablar. ―No lo creo ―dice ella e intenta dar un paso, pero yo la rodeo y quedamos frente a frente.

Me mira sorprendida para luego bajar sus ojos al suelo. ―Ya lo sé todo ―digo y trato de que mi voz suene en calma aunque se me esté formando un nudo en la garganta al recordar lo que Steve me ocultó. ―¿Todo de qué? ―pregunta ella como si no supiera de que hablo. ―Amanda, ya sé todo lo que pasó entre

tú y Steve. También se sobre su hija y… ―No es su hija ―dice ella airada. ―Sé que él no quiso darle su apellido, pero eso no quita que es su hija y que tiene una familia. ―No hables de mi hija, ella es mía, solo mía. ―Ella se enfurruña y yo solo quiero que tengamos una conversación tranquila. ―Amanda, yo solo quiero hablar

contigo. No quiero atacarte ni nada, menos meterme con tu hija, pero debiste luchar para que ella llevara el apellido. Ahora me mira como si yo hubiese dicho la peor de las locuras del mundo y niega con la cabeza. ―Yo amaba mucho a Steve, ¿sabes? Fue mi primer hombre, hubiera hecho lo que fuera por

él, mi error fue creer que sentía lo mismo por mí. Ella comienza a llorar y puedo sentir su dolor. Quiero ayudarla, pero sé que no me corresponde hacerlo, además ella se negaría. ―Cuando él supo que yo estaba embarazada, fue como si lo hubieran sentenciado a muerte, habías aparecido tú y te amaba, te

amaba como nunca logró amarme a mí. Por eso, cuando no quiso que la bebé llevara su apellido, yo acepté el dinero. Supe que él nunca me había amado, ni siquiera como madre de un hijo suyo, me dije que lo olvidaría, que iba a rehacer mi vida, pero no pude. Menos con una niña que es su vivo retrato y me lo recuerda día a día.

―¿Y qué le has dicho a la niña sobre su padre? ¿Cómo explicaste su ausencia todos estos años? ―Dije que estaba muerto antes de que ella naciera. Amy se crió con esa historia y David ha sido su figura paternal. Ella lo ama y él hace todo por ella. Mi corazón da un vuelco al escuchar lo

que me ha dicho esta mujer. David asumiendo el papel de padre que le correspondía a su hermano. Me siento orgullosa de contar con un hombre así a mi lado y me siento más afortunada de que me ame. ―Bueno ―digo―, ahora lo sé todo, no solo tú fuiste engañada, yo también y tu hija no tiene la culpa de nada. Lamento que no haya podido ir al rancho mientras

yo estaba ahí, no debió de pasar por eso. Ella me mira con desconfianza, como no creyendo en lo que le digo. La verdad es que yo estaría igual, ¿pero qué puedo hacer? Mi esposo me engañó, tuvo una hija y no es justo lo que pasa con la niña. ―Bien, creo que no tenemos nada más que hablar ―me dice mientras se arregla el bolso que cuelga de su

hombro y levanta el mentón con orgullo―, solo quería saber cómo estaba David. ―Está muy bien y te doy las gracias por escuchar. Sé que no seremos las mejores amigas ni nada, pero podemos tener una relación cortés, ¿no? No me dice nada, asiente con la cabeza y da un paso para pasar por mi lado para

dejarme sola en medio de la calle. Repaso en mi mente la conversación que tuve con Amanda y el rostro de la pequeña Amy no deja de dar vueltas en mi cabeza. Tengo que hacer algo por esa niña. Una idea pasa por mi mente, pero para hacerlo tengo que partir cuanto antes del pueblo.

No sé cómo David se tomará la noticia. Me tengo que ir, pero volveré. Ahora tengo que entrar en el hospital y darle la noticia a él. Entro en la habitación y veo a David con los ojos cerrados. Me siento a un lado y le tomo la mano. Él poco a poco va abriendo los ojos y sonríe al verme ahí. ―Hola ―dice con la voz ronca ―Hola ―digo y me acerco a besarle la

mejilla ―, ¿dormiste bien? ―Sí. No sé qué ponen en este suero, pero me dejó fuera de juego. ¿Y tú cómo dormiste? Debes de estar toda dolorida. ―Aunque no lo creas estoy muy bien. ―Hago un silencio, trago el nudo que tengo en la garganta y le digo ―: David, hay algo de lo que tenemos que hablar. Él trata de incorporarse, pero suelta una

maldición cuando las costillas se lo impiden. ―¿Qué paso, Aly? ―pregunta asustado. ―David… tengo que ir a la ciudad. ―No. ―Escucha, necesito ir a la ciudad a resolver unos asuntos… ―No volverás ―asevera. ―Sí volveré, te lo prometo. ―Solo espera unos días a que me

recupere y voy contigo. Creo que esta será una batalla dura. Tengo que convencer a David que me voy, pero que volveré, que lo amo y que no lo voy a dejar por nada del mundo. ―David, necesito un mes… ―¿Un mes? No, eso es mucho ―Escucha, necesito ese mes en la ciudad, pero necesito hacerlo sola. Me tendrás de vuelta en un mes y será para

siempre. ―Alyssa, es un mes, no puedo con tantos días.―Se queja y frunce el ceño, lo que le recuerda que tiene las sutura en la frente. ―Necesito hacerlo, solo un mes, sin llamadas ni nada, cero contacto. ¿Confías en mí? Se queda en silencio y cierra los ojos dándose por vencido. Suelta un suspiro

cansino y luego me dice. ―Promete por lo más sagrado que volverás… ―David, lo juro ¿Cómo no voy a volver cuando aquí está el hombre que amo? Él me mira y en sus ojos veo la súplica de que me quede. Le aprieto la mano como tratando de infundirle confianza en mí. Tengo que irme, tengo que solucionar algunas

cosas, cerrar el círculo y dejar todo atrás para tener una nuevo comienzo con él. Le explico todo eso y por fin da su brazo a torcer. ―Está bien, solo un mes. Si no vuelves voy por ti y te juro que te traigo amarrada si es necesario. ―No será necesario ―río por lo que me dice―, vendré por voluntad propia y

en el tiempo prometido. Confía en mí. Lo beso para despedirme. Hago que el beso se alargue lo más posible para tener ese recuerdo hasta que vuelva dentro de un mes. ―Te amo.―digo cuando me separo de su boca. ―Te amo. ―me dice y me deja ir. Salgo del hospital con el corazón en la

mano, pero sé que pronto volveré y seré más feliz que nunca en vida. CUARENTA Ya estoy en la ciudad y debo confesar que tanto asfalto y edificios me abruman. Echo de menos la tranquilidad del rancho, a David, los caballos… si hasta echo de menos al peluche gigante de Blackie. Apenas llego voy directo a la casa de mi

hermana quien se asombra de verme ahí. Llegué sin previo aviso, así que no estaba preparada para ver mi cara. Le cuento por qué estoy de vuelta. Le explico todo lo que descubrí de Steve y de lo vivido con David. Ella no puede creer lo de la hija de Steve y suelta un par de maldiciones al aire en su nombre. Aunque quisiera mucho a su cuñado, engañó a su hermana, así que entiendo

que esté enojada con él. Luego me dice que está encantada de que tenga algo con David y que ya se estaba imaginando algo así. Que se le hacía raro que yo, que siempre usé tacones y celular y adoraba ir de compras en la ciudad, me volviera de pronto en una campesina desconectada del mundo.

―¿Y qué vas a hacer ahora? ―pregunta ella mientras sirve dos tazas de chocolate caliente. ―Necesito con urgencia buscar a un abogado y a un vendedor inmobiliario. ―¿Vas a vender la casa? ―me pregunta con los ojos casi fuera de su órbita. ―Sí. Ya te dije, amo a David y amo estar en el campo, no encuentro razón para tener una casa en la ciudad.

Además, me tienes que ayudar a desocupar esa casa. ―Bien. ―Tenemos un mes justo para hacer esto ―¿Un mes? ―Sí, un mes. Dentro de un mes debo volver junto a David. Ella se ríe de mí porque dice que mi cara es la de adolescente enamorada. Yo sonrío también, porque es verdad, me

siento como una chiquilla cada vez que pienso en David. Tengo tantas cosas qué hacer, pero ya es tarde y será mejor que me vaya a dormir. Tengo unas enormes ganas de llamar a David solo para escuchar su voz, pero no debo. Le pedí un mes sin contacto y lo voy a cumplir, así como espero que él lo cumpla también.

Son las nueve de la mañana y estoy en la oficina del abogado de confianza de Steve. Le cuento a grandes rasgos lo sucedido y lo que quiero hacer. Él se sorprende de escuchar todo lo que pido, pero es su trabajo y me dice que se pondrá a mover papeles de inmediato. Luego, en la tarde, voy con la vendedora inmobiliaria. Entramos a la que fuera mi casa y siento que mi cuerpo tiembla.

Todos los recuerdos de mi vida de casada vienen a mí y me tengo que afirmar del marco de la puerta para no desmayarme. Respiro hondo y entro junto a la vendedora. Ella comienza a admirar el inmueble y a nombrar las cualidades de este. Hace anotaciones en una libreta y, luego de una media hora, me dice que la pondrá en venta.

Ella se va y me deja sola en medio del salón. Todo está tan callado y frío. Camino un poco tocando el sofá y algunos muebles hasta que llego al estudio de Steve. Miro la fotografía que hay sobre su escritorio, estamos tan sonrientes, tan felices, que no puedo creer que, mientras él vivía una gran vida, su hija estaba en un pueblo alejado sin saber

nada de él. Me pongo a llorar al recordar la mentira de Steve, y al pensar en eso, algo viene a mi mente. Tomo mi bolso y saco la cadena con las dos alianzas de nuestro matrimonio. ―¿Qué voy a hacer con esto, Steve? ―pregunto a la fotografía mientras levanto la cadena lo que hace que las alianzas giren en el aire.

No las puedo vender, son recuerdo del día más importante de mi vida, pero también recuerdo de que él traicionó los votos que me hizo en el altar. ¿Regalarlas? No, eso no podría ser, pero luego algo se me ocurre. Ya se qué haré con estas alianzas y serán un lindo recuerdo y un nuevo comienzo. Ӂӂӂӂӂ Los días pasan y ya tengo al menos

algunas cosas solucionadas. La casa ya está en venta y se han recibido un par de ofertas, así es que con mi hermana nos hemos puesto a desocuparla para que esté lista. Con el abogado ha sido un poco más lento el asunto, pero todo está encaminado, espero que todo resulte más que bien. Ӂӂӂӂӂ

Faltan dos días para que se cumpla el mes, dos días y yo no aguanto más estar en esta ciudad y lejos de David, así es que, cuando me levanté esta mañana, he decidido volver antes al rancho y darle una sorpresa. Abro una maleta y pongo en ella todo lo que pueda de ropa, mientras estoy haciendo eso Janis entra en la habitación y me pregunta:

―¿Qué haces, hermana? ―Me voy, ya no aguanto más aquí, lo siento hermana, pero es así. Quiero ver a David. ―Pero faltan dos días para el mes… ―Lo sé, quiero darle una sorpresa. Janis no me dice nada más, está feliz de verme tan entusiasmada cómo hace tiempo no me veía. Ya estoy lista y me despido de mi

hermana con un gran abrazo y le prometo que volveré a visitarla. Me subo al auto, pero antes de partir hacia el pueblo, tengo que pasar a un lugar para buscar algo. Entro en la joyería y el hombre tras el mostrador va en busca de mi encargo. Cuando pensé en qué hacer con la alianzas se me

ocurrió fundirlas y darles una nueva forma. Él me entrega una caja donde se encuentra un dije en forma de corazón. Ahora este corazón colgará en mi cuello y representa el amor. El amor que tuve y el amor que tengo. El amor de mi pasado y el amor que me está esperando para mi futuro. Mis manos sudan mientras conduzco por

la carretera en dirección al rancho. Mientras más me acerco a mi destino, más nerviosa estoy. ¿Qué pensará David de mi regreso adelantado? ¿Me habrá extrañado como yo lo hice? Ya me queda poco y puedo vislumbrar la entrada al rancho. Mi corazón amenaza con salir de mi pecho, quiero salir corriendo del

auto y buscar a David. Estaciono el auto y salgo caminando rápido. Puedo escuchar el ladrido de Blackie que proviene del establo y que sale a mi encuentro. ―Hola, bola de pelos ―le digo mientras me agacho para acariciarlo― ¿Me extrañaste? ―Mucho ―dice una voz masculina que proviene desde las caballerizas.

Levanto la mirada y lo veo. David está frente a mí, luce su cabello despeinado y una barba más crecida. Sus ojos me miran con amor y tengo ganas de llorar de la emoción, de verdad que lo extrañaba demasiado. ―David ―digo y me lanzo a él que me atrapa casi en el aire. Me cuelgo de su cuello y mis piernas están alrededor de su cintura. Lo

beso sin demora, necesito sentir sus labios para sentir que vivo. No me importa que estemos en medio del rancho y que los trabajadores nos vean. No importa que Susana me vea besar a su hijo y que sepa que lo amo, por fin soy libre de vivir este amor que se me brinda. ―¿No tenías que llegar dentro de dos días? ―me pregunta él cuando le libero

la boca. ―Bueno, si no quieres que esté aquí… ―No, era solo una broma. He estado contando cada segundo desde el día que te fuiste. Estoy feliz de que hayas decidido adelantar tu regreso. Te he extrañado tanto. ―Yo igual, ya no aguantaba no saber de ti, pero ya estoy aquí, completa y entera para ti.

―¿Toda para mí? Suena muy tentador ―sonríe y luego hunde su nariz en mi cuello ―Cómo extrañé este aroma, amor mío. Alguien se aclara la garganta y al girar mi cabeza veo a Susana quien nos mira con una gran sonrisa en la cara. David me suelta y yo corro hasta ella para abrazarla. Luego entramos en la casa y como algo

mientras les cuento todo lo que hice en la ciudad. Lo primero, fue hablar con el abogado quien se está ocupando de que Amy sea reconocida como hija de Steve y pueda llevar el apellido Brown. Y lo otro, es que la mitad del dinero de la venta de la casa fue depositado en una cuenta a su nombre para asegurarle su futuro. Creo que es lo mínimo que esa pequeña

se merece y espero que Amanda acepte todo. Luego de contarles todo David y yo nos vamos hasta el lago, nos sentamos en el muelle y vemos el atardecer juntos. Nuestras manos permanecen entrelazadas mientras vemos cómo el sol desciende. ―Alyssa ―dice David mientras yo observo que el cielo se ha vuelvo

anaranjado―, tengo que hacerte una pregunta. Nos separamos y quedamos frente a frente. Él se mete la mano al bolsillo trasero de su jeans y la pone frente a mí en un piño cerrado. ―Claro, dime. ―Bueno, ya que adelantaste tu llegada y demás está decir que me encantó la sorpresa, creo

que yo también me adelantaré y te preguntaré: Alyssa, ¿quieres casarte conmigo? Abre la mano y ante mis ojos deja una hermosa sortija de compromiso con un diamante cuadrado. Mis ojos pasan de sus ojos a la sortija y viceversa. Una lágrima comienza a correr por mi mejilla, luego otra y luego otra hasta que ya no puedo contenerlas y lloro

emocionada. ―Bien, Aly, qué me dices, ¿serás o no mi esposa? ―Claro que sí ―le digo―. Mil veces sí. Coloca la sortija en mi dedo y luego me besa suavemente. Cuando ya comienza a oscurecer volvemos a casa donde le damos la noticia a Susana que falta que dé de

saltitos de la alegría. Ella dice que organizará todo y así lo hace porque dos meses después, estamos en el muelle donde tantas cosas hemos vivido, rodeados de la gente que más nos quiere nos unimos en matrimonio frente a un sacerdote que nos hace juramentar los votos. Todo es perfecto, si hasta Blackie está ahí con nosotros ya que lleva las

alianzas colgadas a su collar. La ceremonia termina y los invitados nos dejan solos. Yo no puedo dejar de mirar mi mano, estoy como embobada. ―¿Eres feliz? ―me pregunta mi flamante esposo sacándome de mis pensamientos. ―Mucho, ¿y tú? ―le contra pregunto. ―Demasiado.

Nos besamos, ahora que no está el sacerdote, nuestro beso es más ardiente. Lo miro y sé que no podría haber otro hombre en el mundo que me hiciera feliz como lo hace él. Y quiero ver cómo sus ojos reflejan la felicidad cuando le diga la notica que tengo que contarle. EPÍLOGO ―Ade caballito, ade, ade.

―Zac, bájate de Blackie, él no es un caballo, es un perro. ―No, mami, Blackie es caballito… Ade caballito. Estoy parada en el escalón del pórtico de la casa mirando cómo Zac, mi hijo de casi cuatro años, está montando a Blackie, pensando que es un caballo. Le he tratado de explicar que Blackie es un perro y que no cabalgara como él

quiere que lo haga. Todo termina cuando Blackie lo tira al piso, pero él no se da por vencido y vuelve a montarlo, es tan cabeza dura como su padre. ―Zac, por favor ―le pido cuando le tira una oreja al pobre Blackie. ―Cariño, deja de regañarlo, te va a hacer mal en tu estado. David sale al pórtico y llega a mí para acariciarme la enorme barriga de casi

nueve meses que tengo. Dentro de pronto Zac tendrá un hermano. ―David, tú que eres médico veterinario, ¿podrías explicarle a tu hijo la diferencia entre un perro y un caballo? ―Ya lo he hecho un par de veces, pero él no se da por vencido, ¿Qué más quieres que haga?

―Pero mira cómo tiene al pobre Blackie, lo único que va a conseguir es que lo tire al suelo como siempre. David me besa la mejilla y camina hasta donde está Zac. Lo levanta del lomo del perro y le dice que lo deje en paz. El pequeño se enoja y frunce el ceño igual como lo hace su padre cuando se enfada. Así pasan nuestros días en este rancho. David, ahora que se va acercando la

fecha de mi parto, pasa más días en el rancho para cuidar más a Zac y que yo no pase tantas rabias, se supone. Ya es tarde y me costó un buen rato hacer dormir a mi pequeño Zac. Ahora estoy en la cama junto a David. Estoy tan cansada y he tenido la barriga tensa todo el día, pero no me debo preocupar, me faltan un par de semanas para que este pequeño

nazca. Me acurruco cerca de David para que me acaricie la cabeza y así me quedo dormida casi de inmediato. No sé bien qué hora es, pero me despierto de pronto con un gran dolor que me ha producido una contracción. Aún está oscuro y me cambio de posición en la cama para

poder quedar más cómoda con esta gran panza que me hace compañía. De pronto, me doy cuenta que algo escurre por mis piernas, meto mi mano y noto que las sábanas están mojadas… he roto la fuente y mi hijo viene en camino. Trato de respirar profundo para no entrar en pánico. Me acerco a la mesa de noche y enciendo la lámpara cuando otra contracción se hace presente. No lo

puedo evitar y suelto un grito llamando a mi marido que duerme profundamente. ―¡David! ―Él se incorpora en la cama y me mira ―¿Qué pasa, Aly? ¿Necesitas algo? ―Tu hijo ―digo entre quejidos, tratando de respirar y esperando a la próxima contracción que pronto se deja sentir. ―Mi hijo que. ¿Qué le pasó a Zac

―pregunta saliendo de la cama y llegando hasta la puerta en un par de zancadas. ―No, Zac no. Es este otro hijo ―digo echando las colchas de cama hacia atrás―. Este bebé va a nacer y lo hará ahora. Los ojos de David se abren en asombro y veo que su tez se va palideciendo poco a poco.

―Pero se supone que no es la fecha. Te quedan unos días y… ―¡David! ―le digo en medio de otra contracción― No te pongas a pensar en fecha y ayúdame, el bebé ya viene. Puedo sentir que mi hijo saldrá en cualquier momento. Con Zac todo fue distinto, alcancé a llegar al hospital y pedí epidural para soportar las fuertes contracciones, pero este pequeño quiere

venir a este mundo en este mismo instante. ―Llamaré una ambulancia ―dice mientras enciende las luces del cuarto. ―Bien, pero no creo que lleguen a tiempo. Amor, creo que tendrás que recibir a tu hijo que va a nacer ahora. ―¿Qué? ―pregunta como si le estuviera diciendo alguna locura ―¿Quieres que yo haga de

partero? ―Sí― digo y tomo una almohada para ponerla en mi boca y soltar un grito. No quiero que mi hijo se despierte asustado al escuchar a su madre gritar. ―Pero yo no puedo ¿Cómo se te ocurre? ―Pero tú eres médico. ―Sí, querida, soy veterinario. He visto

miles de partos de vacas no de mujeres. ―Somos mamíferas, da igual. ―No. No es lo mismo y yo no creo… ―David, tu hijo ya está aquí. Puedo sentir cómo la cabeza del bebé se está asomando. David corre al baño a buscar su maletín y saca sábanas limpias desde el clóset. Susana golpea la puerta, de seguro despertamos a la pobre con tanto

alboroto y David le dice que entre y la pone al tanto de la situación. Susana llama a la ambulancia y luego se acerca a mí para ayudarme. David se pone guantes quirúrgicos y noto lo nervioso que está. Cree que lo hará mal, pero yo le tengo toda la confianza del mundo. Él se acomoda frente a mí y me mira nervioso mientras yo me retuerzo con

otra contracción y no puedo evitar pujar. El bebé ya está afuera, David, con la ayuda de Susana, lo saca y luego corta el cordón umbilical. Susana lo limpia rápido y de pronto oigo el llanto de mi hijo que inunda toda la habitación y de seguro que toda la casa. Es un llanto fuerte, que no deja duda de que ha llegado una nueva v ida a este mundo.

Estoy cansada y adolorida, pero nada de eso importa cuando Susana lo coloca sobre mi regazo. Aunque está todo arrugado, creo que es el bebé más precioso del mundo. Ahora escuchamos los sonidos de la sirena de la ambulancia, ya están aquí y Susana baja para abrirles la puerta. ―Siempre supe que me había casado con la mujer más valiente del mundo

―dice David mientras me besa la frente y yo solo soy capaz de sonreírle. ―Papá, ¿qué pasa? ―La voz de Zac nos interrumpe desde la puerta. El pequeño llega a mi lado y al ver al bebé pregunta―: ¿Qué es esa cosa, mami? ―Es tu hermano, Zac. Ahora ya eres un hermano mayor ―le digo sonriendo mientras él mira

con extrañeza al bebé que está entre mis brazos. Los paramédicos llegan y toman al bebé mientras otros dos me ayudan a trasladarme a la planta baja para luego emprender el viaje al hospital. David me acompaña en la ambulancia, llegamos al hospital y entramos de inmediato por el pasillo de urgencias.

El médico revisa al bebé y dice que todo está bien. Otro médico me revisa a mí y me dice que hice un muy buen trabajo, que estoy perfecta y luego nos trasladan a una habitación donde pasaremos los próximos tres días. No sé en qué momento me quedé dormida, pero ahora que abro los ojos miro por la ventana

de la habitación del hospital y el sol resplandece en lo alto. Miro hacia un lado y veo que David se pasea de un lado a otro en la habitación con nuestro bebé entre los brazos. Observo unos segundos la hermosa imagen de padre e hijo hasta que David se da cuenta de que los observo y se acerca a mí. ―Hola, dormilona ―David me muestra

a nuestro bebé que ahora ya está vestido con la ropa que compramos unos meses atrás. ―Hola, ¿cómo están mis hombres? ―Bien, aquí estábamos hablando y me preguntaba… ¿Qué nombre le podremos a este pequeño Brown? No hablamos de ningún nombre, cariño. David dice la verdad. Si bien con Zac, apenas supimos el sexo del en el

ultrasonido nos pusimos a escoger un nombre, con nuestro segundo hijo no fue igual. Hasta ahora no nos habíamos preocupado por un nombre y no se cúal podría llevar el más pequeño de la familia. Pensando en eso, en que es el más pequeño se me ocurre un nombre. ―Benjamin ―digo acariciando la

regordeta mejilla de mi pequeño― se llamará Benjamin Brown. ―Benjamin… sí, me gusta ―dice mi marido y se acomoda junto a mí en la cama mientras ambos miramos el milagro que nos acaba de regalar la vida. Un nuevo ser humano para integrar nuestra familia.

Fin AGRADECIMIENTOS Al terminar esta historia quiero agradecer a todas las personas que me acompañaron durante este viaje. A mi querida Ale Peña, con quien puedo contar en cada proyecto que emprendo. Gracias por escucharme y apoyarme en esta novena novela que ve la luz.

Gracias a mi grupo de facebook “Lectoras de Carolina Paz”. Gracias como siempre por la paciencia. Gracias a todos que, de alguna u otra manera, tuvieron que ver con este proyecto. Y sobre todo, gracias a ti que estás leyendo por darme la oportunidad de entrar en tu biblioteca.

Carolina Paz. OTRAS OBRAS DE

LA AUTORA ― Rojo Relativo ―Mi Rubia debilidad. ―Dulce Mila. ―Tú, eres para mí. ―Alas para tu libertad. Desde Italia con amor. ―Tú, mi dulce traverura. ―Mi pequeño y gran amor.

―Hisrorias de amor.