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( ARIAS BIOLOGICAS

A UNA DAMA,

i por J. von Uexküll. I itai caiia$ no tienen, ciertamenl», lo lina ¡ironía de las célebres C ,A R IA S PERSAS, de Montesquieu, m podrían tenerla. A u n cuando están escritas en un estilo claro, flexible y ommodo, no tienden a un fin literario ni político; son cartas de un sabio, de jn hombre de ciencia. Y como lo sabio no quita lo agradable, el autor (hey que decirlo en honor suyo), ha logrado plenamente su objetivo, que no parece haber sido otro que el de ilustrar a sus lectores, y especialmen­ te a sus lectoras, sobre materias del más alto interés humano. De ahí que califique él mismo de "biológicas*' tus cartas, ya que, ateniéndonos a la estricta etimología, la biología no viene siendo más que la ciencia de la vida. Es una serie de doce interesantes cartas, cada una de las cuales trata y estudia con el mismo dominio magistral, y a la vez con la misma amenidad, asuntos que lejos de ser heterogéneos guardan una estrecha correlación: sonidos, colores, tiem­ po, espacio, etc., hasta llegar al punto capital, que es el espíritu, sin des­ cuidar por cierto (a fundamental cuestión de nuestro origen, de la eipecie, la familia y el estado. N o nos extraña el éxito resonante que ha alcanzado esta obra en toda I urope. com o no nos extrañará ia •* »gida que los lectores han de brin­ do* a U presento edición, que es la prtmera oparecida en español.

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CARTAS BIOLOGICAS A UNA DAMA

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SONIDOS

SEÑORA: El mundo que nos rodea está lleno de los más variados objetos, y para saber algo de ellos nos parece lo más natural atacarlos inmedia­ tamente, Mordemos una mangana para saber si es dulce. Nos sentamos en una silla para saber si es cómoda. Cortamos las hojas de un libro para saber lo que dice. Diariamente acrecentamos con expe­ riencias nuevas nuestro conocimiento, y de aqui in­ ferimos con seguridad que sin la experiencia nada sabríamos de los objetos. Partiendo de esta convicción, las ciencias lla­ madas experimentales — a las que pertenecen prin­ cipalmente las ciencias naturales — se han dedica­ do a investigar los objetos de la naturaleza en tor­ no. Sus cultivadores no abrigan duda alguna de que van por el buen camino, cercando con todos los recursos de la observación y la experimentación el enigma que la naturaleza nos presenta en estos objetos. Esperan conseguir un día la solución del misterio cósmico, merced a la experiencia, cada vez más ampliada y refinada. Y esa solución consistirá en el descubrimiento de las supremas leyes natura

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les de que dependen todos los objetos de la naturaleza, y, en último término, nosotros mismos como objetos de la naturaleza. Por el conocimiento más profundo de nuestro cerebro y de los procesos químicos y físicos qüe se desarrollan en él, esperan los naturalistas averi­ guar no sólo las modificaciones perceptibles que se verifican en nuestro cuerpo, sino también los sen­ tidos mismos — nuestros pensamientos y senti­ mientos — , demostrando que dependen de unas cuantas leyes naturales claras. A este ímpetu arrollador de las ciencias natu­ rales, que pretenden comprender el mundo hasta en sus últimos elementos, merced a las leyes natu­ rales, tomadas de la experiencia, ha dado Kant el alto, hace ya ciento cincuenta años, planteando la cuestión; ¿Cómo se produce la experiencia? Mostró Kant, con incomparable genialidad, que para hacer experiencia es preciso que tenga­ mos ya en nosotros mismos ciertas condiciones pre­ vias, merced a las cuales es la experiencia posible. Logró hallar ciertas leyes de nuestro espíritu, que anteceden a toda experiencia, y que son mucho más importantes y fundamentales que todas las le­ yes naturales formuladas por los naturalistas. Han pasado ciento cincuenta años. Los pensa­ mientos de Kant han influido repetidas veces en las investigaciones de las ciencias naturales. Pero han sido siempre expulsados como un cuerpo ex­ traño que contradijcx-a toda la corriente espiritual de la época. Los brillantes descubrimientos de la química y la física parecían dar la razón a los que

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esperaban lograr el conocimiento del mundo exclu­ sivamente por la vía de la experiencia externa so­ bre los objetos. / La aparición del darwinismo fortificó la con­ vicción general de que las leyes de la vida no son sino derivaciones de las leyes físico-químicas. La vida misma fué considerada como un proceso quí­ mico-mecánico. Pero en contraposición a esta fe ingenua en la fuerza omnipotente de la experiencia externa, se ha desarrollado en los últimos decenios la biología moderna, que vuelve a los principios de Kant, y pide, ante todo, la investigación de las condiciones de toda experiencia. La experiencia supone un sujeto que la hace y un objeto sobre el cual es hecha. Bien se com­ prende que el menosprecio del sujeto por las cien­ cias experimentales haya sumido cada vez más es­ tas ciencias en errores de que no han sabido librar­ se. Pues el conocimiento del sujeto es mucho más importante que.el conocimiento del objeto, a no ser que se admita que el objeto, como tal, pasa al suje­ to. Pero de esto no cabe ni hablar. Las relaciones entre sujeto y objeto descansan siempre en accio­ nes que parten del objeto y tocan los órganos sen­ soriales del sujeto. En los órganos sensoriales, estas acciones, sean físicas o químicas, se transforman en excitaciones nerviosas. Los órganos sensoriales de todos las seres vi­ vos, que como sujetos se colocan frente a un objeto, son apropiados para la recepción de un grupo de­ terminado de acciones que se llaman estímulos. Las cualidades del objeto que envían estímulos llá-

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manso notas. Desde luego, se comprende claramen­ te quo si el mismo objeto se ofrece a dos sujetos que posean diversos órganos sensoriales, las cualidades del objeto que hacen de notas tienen que ser dis­ tintas para cada sujeto. Por lo tanto, las experien­ cias de los dos sujetos, aunque referidas al mismo objeto, han de contradecirse necesariamente, pues­ to que el objeto posee diferentes cualidades para cada sujeto. La función de los órganos sensoriales consiste en hacer accesible al sujeto un grupo más o menos amplio de estímulos del mundo exterior, y en apa­ gar todas las demás acciones. Pero los estímulos no acceden directamente al sujeto, sino que se con­ vierten en excitaciones nerviosas. La excitación es un fenómeno inexplicado todavía, pero que parece ser el mismo en todos los nervios. Según esto, todos los estímulos, por diferente que sea su índole, se transforman por de pronto en el mismo proceso fi­ siológico. Las diferencias que existen entre los es­ tímulos no subsisten sino por cuanto producen la misma excitación en diversos nervios. Los nervios aislados conducen la excitación a diversos centros que, en su mayoría, son células gangliares. El con­ junto del nervio y su centro se llama 'persona ner­ viosa. Las personas nerviosas de los órganos senso­ riales están en múltiples relaciones con las perso­ nas nerviosas de los órganos electores, músculos y glándulas. Estas relaciones forman el aparato di­ rector del cuerpo en todos los anímales. Merced a esta disposición se consigue determi­ nar la máquina del cuerpo a diversos actos, que en­

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tonces se llaman reflejos o actas reflejos. Llámase arco reflejo al conjunto del aparato sensorial, apa­ rato director y efector, conjunto que entra en ac­ tividad al verificarse un reflejo. Distintas notas pueden disparar distintos re­ flejos. Distintos sujetos pueden verificar distintos actos, bien porque sean distintas las notas que ac­ ceden a ellos por medio de distintos estímulos, bien porque, siendo iguales las notas que acceden a ellos por iguales estímulos, sean distintos en cada sujeto, no sólo los órganos sensoriales, sino tam­ bién los órganos directores, aun cuando sean Igua­ les los órganos efectores. Sí somos nosotros mismos los sujetos que están frente al objeto, respondemos en algunos casos ccn reflejos; por ejemplo: parpadeando cuando un cuerpo se acerca rápidamente a nuestros ojos. Pero la mayoría de las'veces respondemos con una sen­ sación a un estímulo que llega a uno de nuestros órganos sensoriales. Si, por ejemplo, una vibración del aire con de­ terminada longitud de onda hiere nuestro oído, y éste transforma el estimulo en una excitación ner­ viosa que llega hasta la persona nerviosa en el ce­ rebro, tenemos una sensación sonora completa­ mente determinada, El proceso entero es una expe­ riencia. ¿Qué parte de ella pertenece al objeto y cuál al sujeto? Evidentemente, al objeto que la produce sólo pertenece la vibración del aíre. Para convertirse en la experiencia es preciso que exista el oído del sujeto, con su aparato nervioso y su ca­ pacidad de sensación; de lo contrario, el proceso, cuando más, se reduciría a un reflejo.

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Flyura 1^ Interpretamos la sensación sonora sacándola de nosotros mismos y considerándola como propie­ dad del objeto. Esta propiedad se ha convertido pa­ ra nosotros en nota. Por consiguiente, la posibili­ dad de experimentar un sonido depende, no sólo de la actividad fisiológica del cuerpo, sino también de la actividad psicológica del espíritu en nuestro sujeto. Los procesos corporales pueden representarse fácilmente (fig. 1.a). Tomemos, por ejemplo, una campana. De este objeto parte la vibración del aire, que en nuestro oído interno, poseedor de un arpa resonante, se transforma en la excitación nerviosa de una persona nerviosa determinada. Por eso, este importante aparato puede llamarse resonador o transformador. Pero la excitación de la persona nerviosa ha de ir acompañada de unä sensación so­ nora; de lo contrario, habría, si, modificaciones fí­ sicas en el mundo exterior y procesos fisiológicos en nuestro cuerpo, pero no sonidos.

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Para la experiencia del sonido se requiere, an­ te todo, la sensación sonora. Esta, aunque latente, debe existir ya en el sujeto antes de que se produz­ ca la experiencia. Gracias a ella es posible la expe­ riencia. Intente usted representarse una sensación de sonido. Pronto se convencerá de que es. precisa­ mente. eso que solemos llamar un elemento. Sin duda, puede ser más fuerte o más débil; es decir, puede variar de intensidad. Pero su cualidad es al­ go invariable e indivisible. No puede decirse nada más sobre ella. Pero produzcamos dos sonidos. No sólo obtendremos dos sensaciones separadas, que nada tienen que ver una con otra, sino que en se­ guida sabremos que un sonido es más alto que otro; es decir, que inmediatamente pondremos ambas sensaciones en relaciones regulares. Estas relacio­ nes se hacen muy estrechas cuando se produce un acorde entre los sonidos o cuando los sonidos for­ man una disonancia. A medida que se añaden nue­ vos sonidos, estas relaciones van haciéndose más ricas, y nos damos cuenta, con asombro, de que todas estas sensaciones elementales, tan sustan­ tivas e independientes, pertenecen a una suerte de comunidad o parentela, que las comprende y somete todas a leyes perfectamente determinadas. Las leyes de afinidad que unen las sensaciones sonoras están por completo fuera del espacio. Así, el acorde de tres notas es una figura regular; pero las tres notas de que se compone no están una al lado de otra, si bien pueden distinguirse una de otra. La distinción de las sonidos en altos y bajos no



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es sino un recurso auxiliar para darnos cuenta in­ tuitivamente de sus relaciones regulares. Análoga­ mente, la ordenación de los sonidos en una escala no es sino el intento de hallar una expresión para el orden conocido de las leyes de afinidad, una re­ presentación que nos permite abarcar todas estas relaciones, en sí mismas ajenas al espacio. Podemos seguir adelante y transformar la es­ cala en una escalera, cada uno de cuyos tramos comprenda ocho escalones; así percibiremos intui­ tivamente la ley de las octavas. Pero todas estas imágenes traducen al idioma del espacio las leyes de las sensaciones, que son completamente ajenas al espacio, y no deben inducirnos a creer en la po­ sibilidad de referir dichas leyes a disposiciones es­ pacíales en el mundo corpóreo de nuestro cerebro. El espíritu, con sus numerosas sensaciones, sujetas ciertamente a un orden fijo, carece de extensión. Nuestra incapacidad para abarcar este orden, sin recurrir a la habitual intuición del espacio, es la que nos lleva a hablar de un organismo del espí­ ritu . Una parte de esta organización del espíritu es­ tá constituida por la organización de las sensacio­ nes sonoras, organización que llevamos de antema­ no en toda experiencia sonora. Existe antes de toda experiencia. Ño puede deducirse del orden en que están colocadas las personas nerviosas, porque és­ tas, como unidades corpóreas, están sometidas a un orden en el espacio. Tampoco puede deducirse de la disposición del oído interno, que, en efecto, asemeja una escalera, cuyos peldaños van hacién­ dose cada vez más estrechos.

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Finalmente» tampoco las leyes de las vibracio­ nes aéreas en el espacio pueden influir sobre la or­ ganización del espíritu. También en esto se han buscado analogías, esperando poder someter la ley del espíritu a una ley natural. Pero la mayor o me­ nor regularidad en las vibraciones del aire no pue­ de ser considerada como causa de la consonancia o la disonancia, porque la. excitación de las perso­ nas nerviosas por medio de actuaciones directas sobre los nervios acústicos, produce en nosotros los mismos sonidos,-con las mismas leyes, sin que en esto tengan nada que ver ni las vibraciones aéreas, ni la escalera del oído interno. En toda experiencia de sonido pone, pues, el sujeto una organización del espíritu que es por completo ajena al espacio. Esta organización es la que llena el mundo de sonidos, tan pronto como ciertos estímulos apropiados despiertan la excita­ ción nerviosa en el órgano sensorial del oído. Los estímulos de sonido tienen sus leyes pro­ pias, que dependen de las propiedades físicas del aire. Las excitaciones de sonido tienen sus leyes propias, que dependen de las propiedades fisiológi­ cas del órgano sensorial y de la persona nerviosa. Las sensaciones del sonido tienen sus leyes propias, que dependen de las propiedades psicológicas del espíritu.

CARTA SEGUNDA.

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COLORES

SEÑORA: Las grandes vibraciones aéreas tropiezan en nuestro oido interno con una, sola arpa, provista de numerosas cuerdas, de manera que puede resonar a mucho más de cien distintas vi­ braciones, Las vibraciones del éter, que son muy pequeñas, tropiezan en la retina del ojo con arpas muy pequeñas y numerosas, cada una de las cuales sólo resuena con pureza a cuatro vibra­ ciones. La figura 2n reproduce una de esas arpas. En cada granito de la retina hay una. Las cuatro cuerdas del arpa tienen támbién aqui la misión de transformar las vibraciones en excitación de las personas nerviosas, teniendo en cuenta que cada cuerda resuena, no sólo a una vibración, sino también a las vibraciones vecinas. La excita­ ción de cada persona nerviosa va acompañada de una sensación de color. Según esto, resultaría que sólo existen cuatro colores: rojo, amarillo, verde y azul. Pero hay que agregar otras dos sen­ saciones que no son producidas por determina­ dos estimulas de vibración; el blanco y el negro. Se ha comprobado que la sensación de blanco se presenta cuando actúan al mismo tiempo los

\t V transformadores del verde y el rojo o los trans­ formadores del amarillo y el azul. Es, pues, necesario enlazar la persona ner­ viosa del blanco con el cruce nervioso de las per­

sonas nerviosas ‘'complementarias” slzuV amani­ llo y verde-rojo; así, queda indicado que en el caso de que ambas excitaciones nerviosas lle­ guen al mismo tiempo al cruce, toman un tercer camino. He conseguido comprobar en los erizos de mar que el estímulo de la sombra depende de un aparato nervioso que almacena la excitación du­ rante la iluminación .y la devuelve una vez que la Iluminación cesa. Hay, pues, que admitir que la persona nerviosa del color negro está provista de semejante depósito de excitación, pues la sen­ sación de negro sólo se presenta cuando falta la iluminación. En el oído no tenemos ninguna disposición

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análoga, pues al cesar las vibraciones del aire no se produce ningún sonido nuevo. El resonador que existe en los granitos de la retina, con las seis personas nerviosas a él liga­ das, parece que sólo podría producir seis sensa­ ciones de color. Pero a esto se opone el hecho de que percibimos un número extraordinario de co­ lores. ¿Cómo se resuelve la contradicción? Recuerde usted, señora, lo que dije sobre el acorde de tres sonidos. En este acorde se obtiene una nueva sensación, que, sin embargo, puede reducirse a sus tres componentes. Lo mismo su­ cede con los colores. Todos los colores, excepto los seis colores indicados, son, o acordes de tres o acordes de dos. Siempre es posible extraer de ellos los colores fundamentales que los compo­ nen. Esto demuestra que para los colores mixtos no existen personas nerviosas especiales. Así, por ejemplo, es imposible distinguir si un color blanco se compone de amarillo-azul o de rojoverde o de los cuatro. De aquí podemos deducir con seguridad que el origen de los colores mixtos es obra de nuestra organización espiritual y no obra de nuestro cuerpo, como el blanco, cuya producción por mez­ cla permanece oculta a nuestro espíritu. Cuando se habla de una escala de colores y se la compara con la escala de los sonidos, hay que tener presente que se trata de cosas muy dis­ tintas. Si se consideran los sonidos particulares como escalones de la escala, entonces la escala de los colores sólo tendría seis escalones. Pero si que­ remos incluir todos los colores mixtos, habremos

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de referirnos a una escala dentro de un acorde de dos colores; por ejemplo; considerando como escalones de dicha escala todos los colores mixtos que van del azul al rojo. Se advierte entonces que todos estos escalones constan tanto de rojo como de azul; pero la intensidad de uno de los

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dos colores fundamentales varía en proporción ascendente, mientras que la del otro varía en proporción descendente. Mas los acordes puros de dos colores son ra­ rísimos. La mayor parte de las veces son acordes de tres, en los que intervienen el blanco o el ne­ gro. Para abarcar con una mirada todas estas

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complicadas relaciones, tome usted un octaedro y pínte los seis vértices (fig. 3?) con los seis co­ lores fundamentales; partiendo de cada vértice extienda con intensidad decreciente el color fun­ damental sobre la mitad del octaedro que le co­ rresponde. Entonces aparecerán en los vértices colores puros, en las aristas colores dobles y en las superficies colores triples. Faltan en el octaedro los colores dobles formados de negro y blanco, co­ lores que designamos con el nombre de gris. Esto gris puedie ser representado por una diagonal trazada desde el vértice negro al vértice blan­ co. No hay necesidad de trazar otras diagonales, pues la mezcla de rojo con verde, asi como la de azul con amarillo, da, como sabemos, el blanco. De todos modos, el .octaedro nos permite bas­ tante bien considerar en conjunto las relaciones de afinidad que mantienen los colores entre si. Advierta usted que me refiero tan sólo a las rela­ ciones de afinidad entre las sensaciones de color, y no a las relaciones de tos colores como pro­ piedades de los objetos; éstas son mucho más complicadas, porque intervienen en ellas las leyes fisiológicas que presiden a la excitación en las personas nerviosas, y las leyes físicas de interfe rencia y refracción en las ondas de) éter. Ya ve usted cuán difidles problemas plantea la más sencilla experiencia de color. No basta tener conocimiento de las relaciones de afinidad que existen entre las sensaciones de color, rela­ ciones explicadas en el octaedro de los colores. Junto a este factor psicológico hay que tener en cuenta también el factor fisiológico, los aparatos

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ópticos y nerviosos de nuestro órgano sensorial. Este es ei que crea las leyes por que se rigen las acciones de contraste y de com plem ento entre los colores; no sólo form a ei blanco con los coloras complementarios, sino que aumenta la acción de los colores complementarios cuando éstos se presentan juntos o sucesivamente. Por último, actúa también e! Tactor físico, que constituye por sí solo toda una ciencia: la ciencia que estudia las leyes de las ondas etéreas. Cuando un sujeto hum ano se coloca fren te a un objeto que despide ondas etéreas, lleva consi­ g o sus propias condiciones fisiológicas y psicoló­ gicas, porque posee una organización corporal y una organización espiritual. El sujeto recibe es­ tím ulos, a los que responde con sensaciones de color. T ra sla d a estas sensaciones h acia afu era y viste ai ob jeto con cualidades de color. Percibe no sólo objetos abigarradas, sino tam b ién objetos blancos, grises y negros, aun cuando no existen ondas etéreas p a ra estos colores negros y grises.

Por consiguiente, la condición previa para la existencia de colores en el mundo exterior es el espíritu del sujeto. Sin la organización del espíri­ tu habría movimientos físicos y procesos fisioló­ gicos nerviosos, pero no habría colores. Así. pues, también en el color es la organiza­ ción del espíritu la condición previa de toda ex* periencia. Incluso las operaciones quirúrgicas en el sistema nervioso ocular, al suprimir los apa­ ratos nerviosos y ópticos de la retina, dejan in­ tacta la organización espiritual. No tenemos noticia do nuestra organización

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espiritual sino cuando entra en actividad. Así, pues, la cuestión de si la ceguera para los colores es un defecto de la organización fisiológica o de la espiritual, no puede ser resuelta. Cabe suponer perfectamente que la organización espiritual de un hombre contenga las sensaciones de rojo y verde, pero que estas sensaciones no se produzcan nunca en él por lesiones en la persona nerviosa correspondiente. Sólo la doctrina errónea de los materialistas, según la cual las sensaciones son funciones de las células cerebrales, pudo resolver parcialmente la cuestión. Pero las células cerebrales son todas corpóreas; por tanto, sólo corporal mente pueden actuar en el espacio y en el tiempo, con arreglo a la ley de causa y efecto. Mas las sensaciones son absolutamente incorpóreas. Más adelante expli­ caremos cómo deben concebirse las relaciones entre las sensaciones y las células cerebrales. Por de pronto, queremos dejai' sentado que las sensaciones de color, con su organización propia, están en nuestro espíritu antes de toda experien­ cia; basta una ocasión externa para hacerlas en­ trar en actividad, y esta actividad se manifiesta en que se tornan conscientes. Sólo entonces se revis­ te el mundo de colores, que no son otra cosa que las sensaciones trasladadas por nosotros al exte­ rior. Las sensaciones se convierten entonces para nosotros en notas del mundo exterior. La organi­ zación de nuestro aparato óptico y nervioso no sirve más que para hacer que resuenen nuestras sensaciones, cuando es necesario para nuestra vida obtener notas seguras del mundo exterior. »



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Así st; explica que la falta cíe estímulo luminoso actúe como un estímulo particular, mientras que la falta de estímulo sonoro no produce igual efec­ to. Una sombra que se aproxima denota siempre un movimiento que tiene lugar en el mundo ex­ terior; pero un silencio, no. Lo que he dicho de las sensaciones de sonido y color en general, puede aplicarse a las demás sensaciones. Dondequiera, podemos comprobar Ja existencia de sensaciones enlazadas entre si per una organización espiritual. Siempre hay sensa­ ciones y organización antes de que se produzca !a experiencia. Siempre dan a ésta su contenido. Constantemente las sensaciones son tratadas co­ mo propiedades de los objetos y trasladadas al exterior. Las sensaciones olfativas lian sido clasifica­ das recientemente, y su organización se represen­ ta por medio de un prisma. No se ha conseguido todavía reducir a un sistema las relaciones entre las sensaciones gustativas: ácido, dulce, amargo y salado. Las sensaciones de temperatura pueden disponerse en una escala con tres grados: ardien­ te, caliente y frío. Es interesante notar que para los estímulos de temperatura sólo hay en nuestra piel dos transformadores; uno está en comunica­ ción con las personas nerviosas que dan la sen­ sación "caliente” , y el otro con las personas ner­ viosas que dan la sensación "frío ” . Cuando am­ bos transformadores actúan juntos, producen ex­ citaciones que llegan a las personas nerviosas que dan la sensación "ardiente” . Las sensacíones táctiles constan de dos sensa-

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ciones fundamentales: "duro" y “ blando", y de algunas sensaciones mixtas, combinadas en una escala sencilla, Se ba dicbo de los cinco sentidos que son los cinco dedos del espíritu con los cuales éste toca el mundo exterior. Más acertado fuera comparar los sentidos con otras tantas manos; cada mano tendría un número mayor o menor de dedos, se­ gún el número de sensaciones fundamentales contenidas en cada sentido. La colaboración de varios dedos sensoriales produciría los acordes dobles o triples; esto es, las sensaciones mixtas. Pero todos los intentos para explicar en las cosas corporales los resultados de nuestras sensa­ ciones. no nos deben inducir nunca a atribuir a las sensaciones relaciones de espacio. Las sensa­ ciones son completamente ajenas al espacio y su dependencia mutua es una mera regla. Esta regla dice más que la existencia de cierta semejanza. ( Determina también su actividad común.

C AR TA TERCERA. — T IE M P O SEÑORA: Las sensaciones nos proporcionan, como hemos visto, el m aterial de todas nues­ tras experiencias. Ver, oír, sentir, oler y gustar constituyen los cinco círculos sensoriales, a los que debe agregarse el círculo de las sensaciones de tem ­ peratura. Cada uno de estos círculos sensoriales consta de un número mayor o menor de sensa­ ciones, que pueden distinguirse según su espe­ cie (cualidad) y según su fuerza (intensidad). Las sensaciones de sonido se distinguen unas de otras por su especie o cualidad. Pero, además, cada f jnldo puede presentarse con distinta fuer­ za o intensidad. La afinidad de los sonidos no depende de su intensidad. Otra cosa ocurre con los demás sentidos. Los colores mixtos forman un acorde triple, que puede determinarse fácil­ mente en el octaedro de los colores. Así, por ejemplo, el pardo es un acorde triple formado de negro, amarillo y rojo. Los distintos colores par­ dos se distinguen según la intensidad de sus tres componentes. Lo mismo sucede con los acordes dobles del mentido de la temperatura. Así, lo tibio está for­ mado por los componentes caliente y frío, que pueden presentarse en distinta intensidad.

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Las sensaciones que están entre blando y du­ ro quedan asimismo determinadas por la diferente intensidad de estas sensaciones fundamentales. En las sensaciones de olfato y gusto podemos comprobar igualmente que la intensidad tiene la misma influencia. Así, la intensidad juega un papel importante en todos los circuios senso­ riales. Pero iiay sensaciones que sólo conocen la cua­ lidad y no la intensidad. Estas sensaciones no se presentan nunca aisladas, sino siempre en com­ binación con una o varias sensaciones de los sen­ tidos ya indicados. Tampoco constituyen elemen­ tos de la experiencia. Sirven tan sólo para orde­ nar las sensaciones que se presentan en la expe­ riencia. Indican el lugar, la dirección y el m o­ mento de la experiencia. Llamémoslas sensci­ clones* de orden. Entonces las otras podrán red-* bir el nombre de sensaciones de contenido. Las sensaciones de lugar, de dirección y de momento no poseen grados de intensidad. La sensación azul, colocada en un lugar, no puede estar más o menos intensamente colocada en dicho lugar. Tampoco puede estar orientada más o menos intensamente en una dirección, ni su aparidón puede ser más o menos intensamente fijada en un momento. El caso más sencillo es el de las sensaciones de momento, que consisten en una única cua­ lidad repetida constantemente. La repetición in­ interrumpida de la misma sensación de momen­ to suministra la ley de afinidad, que liga los mo­ mentos en una organización llamada tiempo.

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Toda sensación de contenido, dondequiera que se presente, va unida siempre a una sensación de momento, que indica el punto en donde ha de ser colocada en la serie del tiempo. Todo momento vivido se distingue de los demás momentos por el sentimiento de haberlo vivido; de la misma manera que toda sensación se distingue de su repetición por ese sentimiento de haberla vivido. Los signos temporales de los momentos orde­ nan las sensaciones de contenido y las incorpo­ ran en la serie de! tiempo, pues todos los mo mentos, por su manera reguiar de combinarse, poseen un "antes'1 y un "después11. El tiempo, como ley de afinidad entre los mo­ mentos, precede í .ecesariamente a toda experien­ cia, que consiste siempre en signos temporales uni­ dos a sensaciones de contenido. El tiempo consti­ tuye una cadena irrom pible, y por eso persiste en la conciencia del sujeto, al vivir éste cada uno de los momentos singulares, que con su antes y des­ pués están ligados al pasado y al futuro. Asi, el tiempo, contrariamente a lo que sucede con Jas reglas de afinidad entre las sensaciones de conte­ nido, es trasladado en su conjunto al mundo ex­ terior con los momentos singulares mismos y for­ ma una de las columnas más firmes de nuestro mundo. El tiempo ñas permite disponer en suce­ sión y dilatar en serie nuestras sensaciones de contenido, que de otro modo coincidirían todas. Recuerde usted la comparación de los cinco sentidos con los cinco dedos de la mano. El tiemno nos proporciona la posibilidad de utilizar su ecslvamente los diferentes d^dos.. Y si compar

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ramos los sentidos con otras tantas manos de mu­ chos dedos» veremos que el tiempo nos suministra la posibilidad de hacer que jueguen sucesivamen­ te los diferentes dedos con independencia unos de otros. El tiempo separa las experiencias unas de otras, De esta manera se convierte en funda­ mento de toda nuestra vida empírica. No es, pues, extraño que sea trasladado al mundo exte­ rior, como lo es el contenido de las experiencias. El inundo se convierte de este modo en una su­ cesión várlada, en donde todo acontecimiento puede enlazarse seguramente con un pasado y un futuro. Sin el tiempo no sería posible el concepto de realidad que hace referencia a una causa antece­ dente y a un efecto subsiguiente. El uso equívoco del lenguaje habitual, que con frecuencia sustituye la palabra realidad por la palabra existencia, nos induce a calificar de irreales y a regar toda existencia a las formas de existencia no sometidas a la ley de causa y efec­ to. Pero, en verdad, la ley de causa y efecto sólo se refiere a los acontecimientos ligados inmedia­ tamente por el antes y el después de la serie tem­ poral. Ahora bien, en la serie temporal hay ciertos enlaces a los que damos el nombre de ritmo y cuya existencia nos es bien conocida, especial­ mente en relación con las sensaciones de sonido. Los sonidos ligados rítmicamente, que constitu­ yen una unidad, se llaman melodía. En toda melodía se acentúan sólo determinados momentos,

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que están separados unos de otros por una serie más o menbs larga de momentos no acentuados. De aquí surgen formaciones que deben su figura únicamente al tiempo, en el cual se extienden como superficies en el espacio. Las melodías deben su existencia únicamente a nuestra organización espiritual. En el mundo real no se presentan. Fórmalas el sujeto merced a sus sensaciones de sonido y a los signos tem ­ porales. El sujeto puede trasladar al mundo exte­ rior las melodías, produciendo sonidos adecua­ dos en enlace rítmico. Pero sin otro sujeto que pueda reproducir la melodía, ésta no tiene efica­ cia en el mundo exterior. Formación inespacial e incorpórea^ ajustada al tiempo, la melodía no puede actuar directamente sobre las figuras cor­ póreas del mundo exterior. Los cuerpos actúan unos sobre otros, según la ley de causa y efecto. Mas la melodía escapa a esta ley, porque está formada según otra ley del tiempo. Es cierto que existen cosas corpóreas, como los cajas de música, que pueden producir melodías. Pero estos aparatos deben esta facultad tan sólo u su constructor, que tiene ya la melodía en su organización espiritual antes de ponerse a cons­ truir la caja. Generalmente procede de esta m ane­ ra: construye un rollo al que da un movimiento de rotación uniforme, merced al impulso de unos muelles; el rollo va provisto de unas púas que hacen vibrar una serie de lengüetas; gracias a la dliipoídción de las púas el constructor puede hacor sonar las lengüetas en el orden que desee y i‘Aeugo una disposición tal que, al girar el rollo, la

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señe de las púas golpeadas corresponda a la serie temporal de su melodía. Utiliza, pues, la ley de causa y efecto, que obliga a las púas a herir las lengüetas en determinados intervalos. Los espa­ cios que separan las púas en el rollo son los que, al girar éste, mantienen fijas determinados Inter­ valos de tiempo. De esta manera eí constructor encarna la fi­ gura temporal de la melodía en la forma espacial de la caja de música. La caja de música obedece * ' toda ella a leyes mecánicas... salvo la disposición de las-púas en el rollo, que debe su existencia pu­ ramente a una ley temporal, presente en el espí­ ritu del constructor. Se ha intentado muchas veces hallar en el ce­ rebro humano disposiciones semejantes a las de la caja de música. No se ha conseguido. Pero aun cuando se lograse demostrar que el protoplasma morfogenético puede construir un aparato ner­ vioso capaz de estimular con determinado ritmo las personas nerviosas de las sensaciones sono­ ras, no por eso quedaría excluida la melodía como productora de este aparato. Pues las disposicio­ nes nerviosas, destinadas a mantener fijas los in­ tervalos de la excitación, estarían determinadas en su posición respectiva por la melodía. Es, pues, totalmente imposible reducir tas melodías a formación alguna corpórea. Estas de­ ben su existencia simplemente a ta organización del espíñtu. Si la organización espiritual de un hombre no es capaz de formar melodías, ya pue­ den producirse las más bellas series de sonidos. Su oído y sus personas nerviosas reaccionarán

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ante ellas; se despertarán en él las sensaciones de sonido en intervalos justos, pero no se produci­ rán unidades en su espíritu. Es, pues, empresa totalmente vana buscar ca­ jas de música en nuestro cerebro. Las figuras temporales de las melodías pertenecen exclusiva­ mente al espíritu. Pero si nos vemos en el caso de rechazar el supuesto de un órgano melódico en nuestro cere­ bro, no por eso queda resuelta la cuestión de si existe un órgano para el sentido del tiempo. Sin duda, la sensación del momento y su inserción en el tiempo es obra exclusiva del espíritu; pero que­ da el problema de cómo se despierta la sensación del momento por excitación de la persona ner­ viosa correspondiente. Como en todas las experiencias, debemos en la experiencia del tiempo inquirir los tres facto­ res: físico, fisiológico y psicológico. En el mundo exterior no existe un manantial permanente de estímulos que envíe durante toda su vida estímulos ai sujeto en idénticos interva­ los. Sin embargo, todos los estímulos del mundo exterior van acompañados de signos rítmicos del momento. Por consiguiente, debemos buscar en ei cuerpo una fuente interior de estímulos que, como nuestro corazón, sea capaz de estar palpi­ tando toda la vida. Esta representaría el factor fisiológico. No cabe pensar en un péndulo me­ cánico; pero sí en un proceso químico que tenga la facultad de fortalecerse, merced a los estímu­ los externos e internos, de tal manera que envíe ondas rítmicas de excitación a la persona nervio-

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sa encargada de hacer resonar el momento. En­ tonces los momentos, como sensaciones, se orde­ narían en la organización de la serie temporal. Un aparato rítmico de este género facultaría al sujeto para imponer su propio compás a todos los acontecimientos internos y externos. El compás de este péndulo químico interno podría medirse en los acontecimientos rítmicos del mundo ex­ terior. Fué Carina Ernesto von Baer el primero que consiguió medir la longitud del momento para el hombre. Determinó la velocidad con que se mue­ ven los acontecimientos exteriores que sentimos como momentáneos. Un movimiento que trans­ curra en menos de una décima de segundo es para el hombre imperceptible. Hoy se admite que la medida del momento humano es 1 : 16 de se­ gundo. Puede, pues, (inferirse que el órgano del sentido temporal envía cada 1 : 16 de segundo una excitación a las personas nerviosas que pro­ ducen la sensación del momento. Estas cifras son sólo aplicables a la vida normal. Si el sujeto se encuentra en estado de gran excitación, los esti­ mulas del tiempo se acercan unos a otras y "los minutos se nos hacen eternos” . Estas experiencias abonan la existencia de un órgano del sentido temporal, que entra en una actividad potenciada, mientras la organización del espíritu permanece invariable. El número de los momentos sucesivos reproduce en cada caso la duración del acontecimiento interno. Medido con arreglo a idénticos acontecimientos del mun­

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do exterior, el proceso interno es en unos casos más largo y en otros más corto. Carlos Ernesto von Baer ha utilizado estos hechos para construir una tesis muy ingeniosa. Supone que la vida de los distintos seres vivos contiene el mismo número de momentos, pero con distinta duración; de modo que unas veces ei momento abraza centésimas de segundo, y otras veces horas enteras. Existen empero animales que sólo viven un año y otros que viven un dia. ¿Cómo se transforma para estos animales el as­ pecto del mundo, si su vida comprende el mismo número de momentos que la nuestra? Si estu­ vieran provistos de entendimiento humano, los padres, al morirse en otoño, después de su año do vida, dirían a sus hijos que les espera todavía un largo período de vida, en el que han de soportar los horrores del frío y de la nieve; pero que no deben perder la esperanza, porque también a ellos Ies ocurrió lo mismo en su juventud, y luego lle­ garon a mejores tiempos. Los animales que no viven más que un dia referirían a sus hijos este tiempo de horror como una vieja leyenda. El día y la noche serían meses para unos, media vida para otros. A semejantes criaturas, todos los aconteci­ mientos del mundo han de parecerles enorme­ mente lentos. La bala que sale de la pistola ha de parecerles quieta en el aire. No deben de tener ni idea del crecimiento de los árboles, como nos­ otros no la tenemos del de las montañas. Por otra parte, pueden imaginarse criaturas cuyos momentos se extiendan sobre un número

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mucho mayor de años. Para estos seres, las esta­ ciones cambiarían, como para nosotros cambian las días. Transcurriría todo en un “ tempo" acele­ rado. Las hierbas brotarían del suelo como surti­ dores. Verdearían, crecerían y morirían los bos­ ques, como para nosotros las praderas. No se vería el sol; durante breve tiempo aparecería en el cielo un arco de fuego seguido de una corta oscuridad. Baer insiste en que el "tempo" con que perci­ bimos los movimientos del mundo exterior coinci­ de exactamente con el resto de nuestras faculta­ des; esto se explica fácilmente, si suponemos la existencia de un órgano del sentido temporal, construido según el mismo plan que los demás órganos. La experiencia del tiempo tiene un carácter más declaradamente subjetivo que las demás ex­ periencias; en efecto, no existe ningún órgano externo del sentido temporal que sea puesto en rítmica excitación por impulsos exteriores, sino que el ritmo es creado por e! propio órgano inter­ no, que recoge también los estímulos procedentes del cuerpo. Y. sin embargo, se considera el tiem­ po como una cualidad objetiva del mundo exte­ rior, al que se atribuye una duración eterna. Representándose claramente que la ley de la organización espiritual del sentido temporal con­ siste en la conexión del momento con un momen­ to antecedente y otro subsiguiente, se comprende que no sea posible pensar ni un primero ni un último momento. Trasladamos las sensaciones de momento, como las demás sensaciones, al mun­ do exterior, convirtiéndolas en propiedades de

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éste; por eso, a la consideración espontánea y sin crítica se le aparece el mundo exterior como pro­ visto de una duración eterna. La serie temporal en que se organizan las sensaciones de momento es única en su especie. Por eso no puede haber más que un tiempo, y todas las secciones del tiempo que consideremos, hemos de incorporarlas necesariamente a esa se­ rie única del tiempo. Contemplado en conjunto, el tiempo no es nunca contenido de experiencia alguna, sino sólo la medida subjetiva de toda experiencia. La es­ tructura de esta medida es la misma en todos los hombres, pues está constituida por unidades ele­ mentales, que permanecen idénticas y que están ligadas unas con otras en serie por un antes y un después, como ios centímetros de un metro. Pero esa unidad de la medida temporal es diversa en las diversas criaturas. Unas miden por minutos; otras, por segundos.

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CARTA CUARTA. — ESPACIO SEÑORA: Los signos temporales acompañan todas las sensaciones y las incluyen en la serle del tiempo. En cambio, las sensaciones de lugar sólo acompañan de continuo una parte de las sensaciones de contenido. Sólo en el tacto y en la vista percibimos constantemente la indicación de lugar. Las demás sensaciones de contenido suelen de ordinario relacionarse más o menos claramen­ te en nuestra conciencia con sensaciones tácti­ les; gracias a esto adquieren una referencia más o menos concreta a cierta localidad, por intermedio del sentido del tacto. Aquí se nos ofrece un hecho muy importan­ te para nuestra organización espiritual. En un mismo tiempo y lugar podemos localizar una sen­ sación perteneciente a cada uno de los círculos sensoriales; pero nunca dos sensaciones del mis­ mo sentido. Un mismo lugar del mundo exterior puede ser al mismo tiempo azul, salado, duro, frío; puede oler a rosas y emitir un sonido. Pero no puede ser al mismo tiempo azul y rojo, salado y amargo, duro y blando, frío y caliente; no pue­ de oler a rosas y a helictropo ni emitir dos soni- . dos. Las sensaciones de un mismo sentido, cuan-

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do se presentan en el mismo lugar, y, por tanto, no están separadas en el espacio, se someten a las leyes de su círculo sensorial y toman posición unas con otras. Asi, el azul y el rojo, si no están separados en el espacio, se convierten en violeta, y dos sonidos se combinan para formar un acorde. Es este un hecho tan seguro que puede decir­ se que cuando en un mismo lugar aparecen coe­ táneas dos sensaciones, no pertenecen al mismo circulo. Ya he dicho que los sentidos óptico y táctil son los únicos inmediatameiite relacionados con sensaciones de lugar. Ellos serán los que nos ins­ truyan más en detalle sobre las sensaciones de lugar. El mundo exterior no nos envía estímulo al­ guno de lugar. Falta, pues, también en este caso el factor físico. Por consiguiente, hemos de bus­ car en los órganos de la vista y del tacto el factor fisiológico que nos suministre los necesarios estí­ mulos. Probablemente son los, órganos mismos de los sentidos los que, al transformar los estí­ mulos exteriores en excitación de sus personas nerviosas, desvían una parte de la excitación ha­ cia las personas nerviosas que producen la sen­ sación de lugar. La organización del espíritu para todas Jas sensaciones de lugar, que como “ signos locales” acompañan, bien el sentido del tacto, bien el de la vista, es siempre la misma. Consiste en la doble vecindad. Al paso que las sensaciones de momen­ to o “ signos temporales” están sólo ligadas con un vecino “ antes” y con otro “ después” , los signos

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locales están enlazados con dos pares de vecinos: un par “ arriba y abajo” y otro par a “ izquierda y derecha” . En contraposición a los signos temporales que no forman sino una serie, los signos locales constituyen una superficie. Su forma de afinidad es la “ extensión” . Cada sensación de lugar, proyectada al exte­ rior, suministra como propiedad un lugar. Nin­ gún lugar puede existir sin vecinos. En virtud de su ley de afinidad, todo lugar presupone sus ve­ cinos, como el momento presupone los suyos. A consecuencia de esto, la organización espiritual de las sensaciones de lugar, o sea la extensión, es proyectada afuera, exactamente lo mismo que el tiempo, organización espiritual de las sensaciones de momento. Llamo “ lo extenso” a la extensión cuando es proyectada al exterior. La singular distribución del órgano táctil por toda nuestra piel, tiene por necesaria consecuencia que lo extenso nos circun­ de y envuelva. Como la extensión constituye una sola super­ ficie, lo extenso nos rodea por todas partes como la cara interna de una esfera hueca. La organización espiritual de los signos loca­ les de la vista es igualmente una superficie. Pro­ yectado hacia afuera, rodéanos también lo exten­ so, pues en cualquier posición en que nos situe­ mos lo tenemos ante nosotros. Asi, pues, según testimonian de consuno los signos locales de ambos sentidos, estamos ence-

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rrados dentro de una esfera hueca, compuesta to­ da ella de localidades. Mas para que de aquí resulte el espacio es ne­ cesario otro siguió sensorial más. Pronto podré hablar de él. La extensión, como organización espiritual de nuestros signos locales, no se parece a las figuras de nuestros órganos táctil y visual; no es otra cosa sino una superficie infinita en la que cada lugar tiene dos vecinos. La piel, sustento del ór­ gano táctil, consiste en una reunión de las más variadas superficies, que finalmente se fusionan unas en otras. La retina, sustento del órgano vi­ sual, es una envoltura semiesférica que posee un borde en el que los transformadores no tienen vecino por uno de los lados. Sin embargo, las sensaciones de lugar producidas por la retina tie­ nen siempre vecinos. La superficie visual tiene límites. La superficie local, empero, proyectada al exterior, no tiene límites. En los demás sentidos, para considerar en conjunto las relaciones de afinidad, nos vimos obligados a buscar una figura del espacio que poseyera análogas relaciones. Así nació la esca­ la de los sonidos, el octaedro de los colores, etc. Ahora, por primera vez, no es ello necesario; la forma de afinidad en superficie ilimitada se intuye inmediatamente. Pero así como aquellas figuras auxiliares no tenían nada que ver con las figuras anatómicas de nuestros órganos sen­ soriales, así también la superficie infinita de la extensión nada tiene que ver con la3 figuras de los órganos sensoriales que envían las excitado-

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nes a las personas nerviosas de los signos locales. Entretanto, espero que haya usted progresa­ do 3o bastante para haber hecho la observación de que un órgano corpóreo, por mucho que su forma corresponda a la forma intuitiva de una organización espiritual, no puede nunca susti­ tuirla. Las sensaciones, incluso las sensaciones de Jugar, son factores de] todo incorpóreos; na residen en ios órganos corpóreos que las separan unas de otras en el espacio; no se producen hasta que un proceso fisiológico hace posible su libe­ ración. Y entonces aparecen en seguida- como miembros de una organización que antes existía fuera del espacio. Las sensaciones particulares se convierten en propiedades y — si son sensacio­ nes de lugar — en localidades; y su organización espiritual, anteriormente existente, se extiende con ellas y se dilata en el espacio. . Antes hemos comparado las sensaciones de contenido a los dedos, merced a los cuales el su­ jeto entra en contacto con el mundo exterior. Pues bien; las sensaciones de orden son las que le proporcionan el medio de actuar por junto y por separado en un amplio marco. El tiempo les permite actuar unas tras otras; la extensión les permite actuar unas junto a otras. El número de los signos locales depende, como en todas las sensaciones, del número de las personas nerviosas, cuya excitación las hace re­ sonar en nosotros. Por eso el número de las loca­ lidades que aparecen en lo extenso es limitado y sujeto a variaciones individuales. Ya demostró Weber que hay grandes diferen-

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cías de finura en las sensaciones locales de nues­ tra piel. Si se colocan sobre la nuca las dos pun­ tas de un compás, a un centímetro de distancia una de otra, y luego, sin cerrar ni abrir más el compás, se desliza éste sobre la piel de la espal­ da, las sensaciones de las dos picaduras van acer­ cándose una a otra hasta que acaban por fundir­ se en una sola. La piel de la espalda pone en ex­ citación muchas menos personas nerviosas de la sensación local que las demás partes de la piel. Las partes más sensibles son la punta de los de­ dos y la punta de la lengua, Pero siempre per­ manece idéntico el orden de los lugares en lo ex­ tenso,. La sensación de lugar llega a su máximo refi­ namiento en nuestra retina. La retina está sujeta a grandes variaciones individuales, como fácill mente se advierte al comparar los cuadros de los distintos pintores. Los cuadros de van Eyk y de Holbein nos ofrecen un mundo tan rico en loca­ lidades que el mundo del espectador ordinario no puede ni comparársele siquiera. Si se aumentan los lugares en nuestro mundo visible — como Carlos Ernesto von Baer hizo con los momentos— , o se disminuyen en propor­ ción notable, resulta una imagen muy diferente del mundo. En un mundo que contenga diez ve­ ces más localidades han de ser los movimientos notablemente más rápidos, puesto que han de recorrer en el mismo tiempo cien estaciones en vez de diez. Para determinar en la bóveda celeste diez veces más localidades, es necesario que dicha bóveda se dilate en proporción. El sol, que sigue

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recorriendo su trayectoria en el mismo tiempo, ha de llevar una velocidad notablemente mayor. Asimismo, en un mundo empequeñecido por disminución de localidades, ha de llevar la vida un "tempo” mucho más lento. El sol, para reco­ rrer en igual tiempo un arco celeste más breve, hará descansada y pausadamente su camino. Y otro tanto puede decirse para todos los mo­ ví mientas. El hecho de que las sensaciones de lugar — sensaciones simples, indivisibles, elementa­ les — se transformen para nosotros de signos lo­ cales en localidades del mundo externo, ha tenido* una importancia capital en la orientación inte­ lectual de nuestros físicos y quimicos modernos, induciéndoles a buscar las átomos en todos los objetos de su investigación, esto es, a fijar las unidades elementales de espacio, los componen­ tes indivisibles e informes de las cosas. Pero indi­ visibles e informes son sólo las localidades como expresión de las sensaciones de lugar. Los objetos no son perfectamente Investigados hasta que han sido reducidos a átomos. De suerte que, incons­ cientemente. introducimos en la base misma de nuestro conocimiento cósmico la organización espiritual que existe de antemano en nosotros. Y con razón. Porque no es posible llegar más hondo que a las regularidades dadas en nuestro espíritu. Si quiere usted formarse idea de cómo pueda ser una extensión compuesta de localidades ais­ ladas, no tiene usted más que recordar el picoteo característico de un brazo.o una pierna "dormí-

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dos". Surge entonces en nosotros la impresión de una superficie compuesta de numerosas localida­ des. Estas localidades están sujetas a un orden fijo de vecindad, pero permanecen inconexas. Fáltales, para formar una superficie continua, esos “ mínimos caminos" que funden unas con otras dondequiera las localidades vecinas. Para la relación de vecindad entre el “ arriba” y el “ abajo” falta aún el enlace, que sólo pueden darnos un “ hacia arriba” y “ hacia abajo” . Del mismo modo para la relación de “ derecha” e “ iz­ quierda” falta el “ hacia aquí” y “hacia allí” . Quiero decir, que para franquear esos “ mínimos caminos” hace falta un “ paso” o avance mínimo, que a su vez requiere una sensación particular, la cual en la mayoría de los casos resuena con tal evidencia que solemos despreciarla. Se trata, pues, aquí, de una sensación elemen­ tal de movimiento. Debemos investigarla si que­ remos completar la imagen del mundo exterior. No Iremos a buscarla entre las sensaciones de contenido ya estudiadas. Procederemos a un aná­ lisis de las sensaciones que se presentan con nues­ tros propios movimientos. Este análisis es relativamente fácil. En todos los movimientos voluntarios de nuestros miem­ bros, podemos distinguir entre la sensación de movimiento y las sensaciones simultáneas de los músculos y tendones, que se parecen a las sensa­ ciones táctiles. Pero el problema empieza a ser difícil cuando nos proponemos averiguar cuál es el factor fisiológico que convierte los estímu­ los en las excitaciones que van a desembocar en

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los centros nerviosos destinados a producir sen­ saciones de movimiento. Las observaciones sobre enfermos nerviosos han demostrado que se trata de un órgano senso­ rial colocado en el centro. Este órgano recibe el estímulo, no de los músculos y tendones periféri­ cos, sino directamente de los nervios motores; y lo recibe antes de que los nervios motores hayan enviado sus excitaciones a los órganos electores. El impulso motor que damos a nuestro brazo para efectuar un movimiento, se manifiesta como onda de excitación en el nervio motor del brazo, y esa onda es la que, antes de llegar al brazo, es­ timula el órgano sensorial central, que produce las sensaciones de movimiento. Los signos motores están, pues, más estre­ chamente unidos con nuestros impulsos volunta­ rios que con las sensaciones musculares. A un im ­ pulso breve corresponde un breve signo motor. En éste siempre va indicada una dirección, por lo que podemos hablar de sensaciones de dirección o signos de dirección. Las sensaciones de direc­ ción pueden dividirse en tres parejas correspon­ dientes: hacia arriba y hacia abajo, hacia derecha y hacia izquierda, hacia adelante y hacia atrás. La organización espiritual que las reúne es el m ovi­ miento. Si trasladamos al mundo exterior las sensa­ ciones de dirección, podemos hablar de avances de dirección. Los mínimos avances de dirección enlazan, como ya sabemos, las localidades veci­ nas unas con otras y convierten lo extenso en

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continuo, juntando todas las localidades unas con otras en la superficie de lo extenso. Las relaciones de afinidad entre los signos ele dirección son más ricas que las que guardan en­ tre sí los signos locales, Los signos locales poseen, como sabe usted, una vecindad doble. Los signos de dirección la poseen triple; pues se añade la pareja hacia adelante y hacia atrás, que no exis­ te en la simple extensión. Por tanto, los signos de dirección proporcionan más posibilidades de movimiento que la superficie extensa. De aquí resulta que, trasladada a lo exterior, la organización espiritual de los signos de direc­ ción no constituye una superficie, sino el espacio ilimitado. Ilimitado es, en erecto, este espacio; porque en cualquier punto, por remoto que sea, los signos de dirección poseen siempre tres vecin­ dades, de conformidad con su organización espi­ ritual, y pueden orientar sus avances en tres direcciones. Pero es un error afirmar que nuestros ojos —que además de las sensaciones luminosas y de los signos locales, unidos a ellas, nos proporcio­ nan numerosísimos signos de dirección, merced a su fino aparato motor — ñas dan la intuición del espacio ilimitado. Recibimos los signos de dirección para “ hacia arriba y hacia abajo” y para “ hacia derecha y hacia izquierda” , merced a los músculos que mueven el globo del ojo. Mézclanse con los sig­ nos locales, porque ponen en movimiento el ór­ gano sensorial de las sensaciones de lugar, situa­ do en la retina del ojo. Si no hubiera más signos

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de dirección, el mundo nos aparecería como una única concavidad abigarrada, dispuesta en torno nuestra, siempre a igual distancia. Ahora bien; existen, además, los músculos del aparato de acomodación; éstos, según la diferente colocación del cristalino, nos dan los signos de dirección para “ hacia adelante y hacia atrás” . De esta suerte, determinadas partes de la gran super­ ficie extensa se aproximan más o menos a nos­ otros y vienen a colocarse, cómo telones o basti­ dores, ante el fondo, que parece cerrarse tras ellas. Pero ese fondo no está infinitamente lejos de nosotros. Se nos ofrece en una proximidad deter­ minada. Suele estimarse la distancia al horizon­ te en cuatro a seis horas de marcha, y al ccnit de la bóveda celeste en menos aún: en dos o tres. Cuando nuestros ojos están acomodados para la lejanía, los músculos de la acomodación se hallan en total distensión, y no pueden darnos más signos de la dirección “hacia adelante” . Aumenta, sin embargo, el alejamiento del ho­ rizonte por la circunstancia de que hemos apren­ dido a emplear el tamaño y la posición de Jos objetos como signos de la lejanía. Pero también este medio tiene sus límites, y llegados a éstos, tropezamos con la extensión azul que envuelve el cielo. Durante la noche aparecen las estrellas más o menos cercanas sobre la superficie uniforme — ahora negra — de la extensión. Lo extenso semeja el lienzo de un cuadro, sobre el cual están dispuestos los colores; ios ob-

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jetos pintados se destacan más o menos, merced a los signos de lejanía. Asi es el mundo que nos rodea y que nuestros sentidos contemplan. En nada pueden cambiarlo los astrónomos con sus cálculos de distancias re­ motísimas, que llegan a siglos de luz. Ni los teles­ copios tampoco alteran esta imagen; más bien acercan las estrellas a nuestros ojos, en vez de alejarlas en el infinito. Las sensaciones de lugar y de dirección, con sus organizaciones espirituales, crean el marco del escenario cósmico en que nuestras miradas penetran. Ese marco, es decir, el espacio limitado, aunque no precede a la experiencia, surge, empe­ ro, con necesidad natural, en toda experiencia del mundo exterior; poique los factores espirituales que lo constituyen existen en nosotros antes de toda experiencia, y porque todos los estímulos del mundo exterior ponen en actividad dichos facto­ res espirituales, sin preocuparse para nada de los signos o sensaciones de contenido qüe despiertan en cada caso.

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FIGURA

SEÑORA: Los caminos que hemos recorrido hasta ahora han sido espinosos; porque nada es tan difícil como los primeros pasos en la cri­ tica de nuestra propia experiencia. Pero cuando la muchedumbre de los hechos comienza a adqui­ rir forma, entonces ya pisamos sobre terreno fir­ me y podemos andar seguros. Consideremos lo que hemos conseguido: las diferentes organizaciones espirituales se han aco­ modado en formas espaciales, netamente dibuja­ das; conocemos la escala de los sonidos, el octae­ dro de los colores, el prisma de los olores, la es­ cala de las sensaciones táctiles, etc. Preguntémo­ nos ahora, ¿qué significan todas estas cosas ex­ trañas que, siendo espaciales, expresan, sin em­ bargo, relaciones inespaciales? Su sentido consiste en que, merced a estos medios auxiliares, nos encontramos en situación de determinar lo que les sucede a dos sensaciones cuando en un mismo momento coinciden en un mismo lugar. Quedan unidas, sin que las sensa-» cíones de ordenación las distingan y desplieguen; permanecen abrazadas, como las hojas de un ca­ pullo, en el seno do su propia organización espi-

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ritual. Los modelos espaciales de los órganos es­ pirituales nos permiten inferir lo que en este ca­ so les adviene, y determinar qué propiedad común han de dar a la localidad. Mas tan pronto como las dos sensaciones aparecen en distintos tiempos o en distintos luga­ res, el sentido de su organización espiritual pasa a segundo término; despliéganse y pueden, cada una por sí, caracterizar una propiedad de su lugar. Eli puridad, no debe hablarse sólo del mismo lugar, sino de lugar y puesto. Porque los signos de dirección que caracterizan el “ delante y de­ trás” tienen la facultad de hacer que un mismo lugar avance o retroceda — es decir, cambie de puesto — sobre el fondo de la extensión, dando así a la intuición un desenvolvimiento mayor. El espacio y el tiempo nos permiten, pues, desenvolver la muchedumbre de nuestros órga­ nos espirituales con toda la riqueza de las sensa­ ciones y vestir cada punto del espacio, en cada momento del tiempo, con una sensación de cada uno de los círculos sensoriales. El mundo estaría entonces lleno de muchos átomos diferentes. El número de los diferentes átomos posibles, en ge­ neral, puede determinarse por permutación, par­ tiendo de todas las sensaciones pertenecientes a los distintos círculos sensoriales. Pero el mundo no está lleno de átomos o de grupos de átomos, sino de objetos que, además de las cualidades que les prestan las sensaciones, poseen algo peculiar; a saber: la figura.

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¿Cómo se produce la figura? Es, desde luego, evidente, que la figura no representa sino una determinada relación de lugares en el espacio, lugares que pueden estar provistos de varias propiedades. Pero las relacio­ nes de espacio entre up lugar y otro son creadas por los “ avances” de dirección. La figura es, pues, una especie de esqueleto espacial, revestido por las sensaciones con la carne de las propiedades. Ya conoce usted relaciones semejantes. Re­ cuerde las melodías. En las melodías hemos visto cómo una sensación de orden, a saber, el signo temporal, constituye una especie de esqueleto, el ritmo, que, revestido con Ja carne de los sonidos, produce la melodía, unidad dilatada en el tiempo. Guiados por esta analogía, pasemos, pues, a estudiar la génesis de las figuras. En realidad sólo conocemos una figura lo bastante para po­ derla reconocer, cuando hemos aprehendido en nosotros su contorno mediante repetida palpa­ ción por nuestra mirada. .Esto nos conduce ál mismo tiempo a una in­ teligencia más profunda de lo que llamamos me­ moria. Nuestra memoria — que constantemente usamos al reconocer los objetos — no consiste de ordinario en imágenes que comparemos con los objetos para ver si éstos coinciden con ellas. Con­ siste más bien en un conocimiento de la serie vi­ sual que. al palpar los objetos con la mirada, hubimos de recorrer anteriormente. El objeto permanece en nuestra memoria, no como una imagen completa, sino como una serie de signos directivos que, semejante a una melodía, mora en

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nosotros. Pero la serie de los signos directivos que forman la figura representa, en el reconocimien­ to de los objetos, un papel más importante que la serie de los signos temporales que constituye la melodía en el reconocimiento de las melodías. Efectivamente, es mucho más fácil para nosotros reconocer un objeto multicolor en una reproduc­ ción en blanco y negro, que reconocer una melo­ día por sólo el golpeteo acompasado del ritmo. Llamaré esquema — tomando esto término de Kant — a la serie de signos directivos que resue­ nan en nosotros, cuando con nuestra mirada pal­ pamos un objeto y producimos, al hacerlo, una nueva serie de signos directivos. Sin esquema no hay objeto, como no hay me­ lodía sin ritmo. El esquema, el ritmo, represen­ tan las reglas a que se acomodan los signos de ordenación, para, unidos a los signos de conteni­ do, constituir unidades. La memoria, por consi­ guiente, representa un órgano espiritual que tiene la facultad de conservar esas reglas y mantener­ las dispuestas para el uso. Y como dichas reglas dominan no sólo sobre las sensaciones de lugar, sino también sobre las de tiempo, así el órgano mismo no puede ser ni temporal ni espacial. También las imágenes se conservan en la me­ moria; sirven, en el uso diario, para reconocer una impresión conjunta de varios objetos en su vecindad, pero no para formar figuras. Por último, una imagen conservada en la memoria no es otra cosa que una regla de signos locales con sensaciones de contenido.

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Poseemos, pues, tres clases de reglas en el ór­ gano espiritual de la memoria: una para cada una de las tres especies de signos de ordenación. Cuando recordamos, extraemos esa regla de las intimidades del espíritu, esto es, de la memoria, y con ella damos forma a las sensaciones de con­ tenido. Surgen entonces melodías, figuras e imágenes. En unos sujetos está, más desarrollada tal o cual de dichas tres facultades; no hay en esto norma fija. Existe en todos la facultad de formar figuras merced a los esquemas; porque esta facul­ tad es indispensable para la reproducción de obje­ tos bien contorneados. En cambio, la facultad de producir imágenes y la de producir melodías pa­ recen aludir a disposiciones artísticas superiores. Hemos definido la memoria como un órgano que conserva las reglas. Nos falta conocer el ór­ gano que las amplía. Este órgano se manifestará esencialmente en la actividad de formar unidades con las sensaciones de contenido, que despiertan en nosotros los estímulos del mundo exterior; y formará dichas unidades con auxilio de las reglas a que se sujetan las sensaciones de ordenación. Distinguimos, pues, de una parte las sensaciones de contenido que nos son dadas (se refieren a los estímulos del mundo exterior), y por otra parte, las sensaciones de ordenación, que nos son tam­ bién dadas al mismo tiempo (se refieren a estímu­ los de nuestro cuerpo); ambos grupos de sensa­ ciones constituyen el material con que, merced a las reglas conservadas en la memoxia (principal­ mente para las sensaciones de ordenación) el ór­ gano plástico forma las unidades. El órgano plás-

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tico espiritual se distingue por una energía plás­ tica que representa el principium movens de todos los órganos subordinados a ella, Kant llama apercepción a la energía plástica en su actividad general, y la coloca en el centro de su consideración referente al conjunto de las actividades del espíritu en el terreno de los sen­ tidos, Ella crea el escenario adonde salen los procesos del mundo exterior; ella ordena el mate­ rial sensible mediante las reglas. Pero también puede producir reglas nuevas que, conservadas por la memoria, proporcionarán el lazo de unión entre los signos sensibles para ulteriores expe­ riencias. Así, pues, el órgano de la apercepción repre­ senta el miembro más Importante en el organis­ mo del espíritu; el que convierte cada experiencia en una acción del sujeto, acción independiente y unitaria. La actividad espontánea es Ja propiedad pre­ dominante en el órgano de la apercepción Su energía plástica, continuamente en acción, crean­ do sin cesar unidades con que poblamos el mun­ do, es como un manantial vivo que toma de sí mismo su actividad. Una circunstancia muy no­ table caracteriza, además; este importante órgano dei espíritu; tan pronto como entra en actividad, viene a acompañarle su signo sensible que, siem­ pre idéntico, imprime su sello a todas las experien­ cias. Ese signo sensible es el *‘yo” r que, como Kant dice, representa la unidad constante de la aper­ cepción.

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Si consideramos en actividad todo este apara­ to del espíritu que llamaríamos sensibilidad, y contemplamos cómo da forma al fnaterial de las sensaciones, para poblar con ellas el mundo exte­ rior, podemos preguntarnos: “ ¿Qué queda, pues, de original en el mundo exterior?” El fnarco todo de ese mundo — espacio y tiem­ po — es obra del espíritu. Todos las objeLos que en él se encuentran están compuestos de propie­ dades que íntegramente pertenecen al espiritu como sensaciones suyas. La ordenación de esas propiedades obedece a reglas del espiritu. Si con uno de nuestros sentidos tocamos una cosa, esta cosa recibe una propiedad. Si acudiendo a otro sentido intentamos penetrar más hondo en su verdadero carácter, la cosa recibe una segunda propiedad, y nada más. Así la vibración del aire que nuestro oído percibe como sonido, se convier­ te en temblor si la investigamos con los órganos táctiles de la piel. La vibración del éter que nues­ tros ojos perciben como color, se convierte en ca­ lor cuando toca a nuestro órgano de la tempera­ tura. La figura que nuestra vista percibe, se con­ vierte en dureza para el órgano táctil. Mas todas esas vibraciones, ¿qué son, a su vez, sino consecuencias de signos directivos, enlazados con distintas sensaciones de contenido? ¿Qué es del elemento primario, del átomo, si resulta tío ser otra cosa que mi signo local adherido ora a ésta, ora a aquella sensación de contenido? No. Ni la física ni la química nos sacan del recinto de nuestra organización espiritual. Sus leyes, por abstractas que sean, es decir, por lim«

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pias que estén de toda sensación de contenido, residen todas aquende los límites de nuestra sen­ sibilidad, porque no pueden subsistir sin las sen­ saciones de ordenación. El mundo entero se ven­ dría abajo sí se le arrebataran los tugares, las direcciones o el tiempo. El afán de aprehender puras objetividades, sin la menor mezcla de subjetividad, no puede lograr su propósito. Y aunque tuviéramos cien ojos y cien oídas para mirar y escuchar el mundo; aun­ que mil sensaciones nos delatasen sus más delica­ das notas, siempre serian esos sentidos nuestros sentidos y siempre su resultado sería subjetivo. Es totalmente imposible que salgamos del círculo trazado por nuestros órganos espirituales, porque todas los medios de que disponemos para obtener experiencias son otros tantos límites de nuestra experiencia. • Debemos conformarnos e investigar el mundo dentro de los límites subjetivos dados y con los medios subjetivos a nuestra disposición. Desde luego nos abstendremos de afirmar que sabemos lo que en realidad es el mundo. Cuando los físicos aseveran “ que el mundo no es sino un enorme infinito torbellino de átomos perdurables, sin principio ni fin ” , tiene esta frase para nues­ tros oídos mucho más pomposo matiz que esta otrá: “ El mundo, tal como se nos ofrece en el espacio y en el tiempo, depende de las condiciones que nuestro espíritu impone a nuestras sensacio nes de ordenación. Tenemos que llenar el mundo de lugares, direcciones y momentos. Y como nin­ guna de estas sensaciones puede ser pensada sin

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sus vecinos respectivos, por eso el mundo nos apa­ rece necesariamente eterno e infinito” . Así, poco más o menos, diría la explicación biológica, mucho más modesta, pero mucho más exacta.

C AR TA SEXTA, —

MUNDO CIRCUNDANTE

SEÑORA: Hemos visto cómo la actividad de Ja apercepción ordena, según determinadas reglas, el material de sensaciones a su disposi­ ción; cómo da a los signos directivos forma de figuras, que pueden contener toda clase de sensa­ ciones. Las sensaciones resuenan y se producen independientemente de la apercepción; pero la apercepción es quien les confiere forma y nexo. De esta suerte llénase el mundo de figuras co­ loreadas, sonoras, olorosas, gustosas, cálidas o frías, duras o blandas. Estas figuras las llamamos cosas. La apercepción empero posee otras reglas que le sirven para agrupar las cosas. Una de las más importantes es la regla de la ejecución. Nosotros, los hombrea, estamos casi por completo rodeados de cosas que guardan alguna relación con nues­ tras acciones diarias. Estas cosas son realizadas o perfeccionadas por determinadas acciones que nosotros ejecutamos. Las cosas, en cambio, ejecutan a su vez para nosotros ciertas acciones apropiadas. Bien se echa d e ‘ ver en todos tos objetos de uso corriente. La silla sirve para sentarse; el coche, para viajar; la casa, paia vivir, etc. Llamo brevemente “ objetos”

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a todas las cosas que ejecutan acciones apropiadas al servicio del hombre. Un objeto es, pues, una cosa señalada por su capacidad de ejecución; la cosa es una figura se­ ñalada por signos o sensaciones de contenido, y la figura es una serie de signos directivos, orde­ nada según un esquema. La distinción rigurosa entre cosa y objeto no es familiar para el observador ingenuo. Este con­ sidera todas las cosas como objetos, porque sólo las contempla en sus relaciones con el hombre; y esas relaciones se resuelven siempre en ejecucio­ nes mutuamente correspondientes. El suelo sirve para sostener al hombre. El sol, para alumbrar al hombre. El agua sirve para bebida del hombre. Hasta los árboles sirven para dar sombra al hom­ bre. Los animales se dividen, para el hombre, en útiles y dañinos. La contemplación científica, al prescindir de esas relaciones, es la que nos enseña que, en opo­ sición a nuestros objetos de uso — los cuales no existirían sin el hombre— , hay cosas que llevan una existencia propia, independiente del hombre. Las cosas emiten distintas acciones; pero estas acciones no se concentran en una acción unita­ ria, y, por lo tanto, no pueden constituir ejecucio­ nes regladas, correspondientes a las acciones del hombre. Además de los objetos hay también seres vi­ vos que emiten acciones unitarias; pero éstas no corresponden adecuadamente a las que ejecuta el hombre. Los seres vivos no son, pues, ni cosas ni

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objetos. Son sujetos activos espontáneos, que eje­ cutan acciones independientes, como el hombre. Los seres vivos, sobre todo los animales, pue­ den ejecutar acciones que no son simples efectos de sus propiedades particulares, sino que, merced a un plan constructivo uniforme, constituyen ver­ daderos actos. Los seres vivos son sujetos inde­ pendientes, con propia estructura, y, como ta­ les, se enfrontan ante el mundo exterior. En él forman nuevos centros, alrededor de los cuales se agrupan de nuevo las cosas, transformando en nuevas notas una parte de sus propiedades. Por eso el estudio de los animales es muy útil para ilustrarnos acerca de la posición del hombre ante el mundo exterior. Naturalmente, estamos ligados en este estudio a las condiciones generales de nuestra organiza­ ción espiritual. Conocemos a los animales m er­ ced a nuestras sensaciones; los vemos en el espa­ cio y en el tiempo; formamos esquemas de sus figuras, y, por último, construimos sus acciones en forma de unidades, por analogía con las re­ glas de ejecución de nuestras propias acciones. El análisis que llevamos hecho de las expe­ riencias nos permite con total rigor crítico recha­ zar radicalmente la manera habitual de la psico­ logía comparada. Nada sabemos de las sensa­ ciones que tengan los animales. Pero vemos que determinadas propiedades del mundo exterior ac­ túan sobre ellos a manera de notas, y que otras no actúan. Por comodidad conservamos, para de­ nominar las notas que actúan sobre los animales, las mismas propiedades que conocemos por nuesCarlaa.—3

te

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tras sensaciones. Pero hemos de tener siempre presente, sin embargo, que. por ejemplo, el azul de las flores que ve el insecto no necesita desper­ tar en su ánimo precisamente la sensación de azul que despierta en el nuestro. La vida espiritual de los animales, que con tanta gracia nos describen los poetas, sumergién­ dose en las almas de los animales, permanece completamente oculta al naturalista observador. Este sólo puede Investigar lo que accede a sus sen­ tidos, y sabe muy bien que ninguna experiencia puede revelarle nunca otras sensaciones que las suyas propias. Para conocer al sujeto animal en la parte del mundo exterior con él relacionada, y que yo lla­ mo su "mundo circundante", dispone el biólogo de los factores físicos del mundo exterior y de los factores fisiológicos del cuerpo animal; mas debe renunciar al factor psicológico. Pero le bastan aquéllas para diseñar un bos­ quejo de la situación y representar ai sujeto en su mundo circundante. Considere la figura 4n. En medio colocamos el sistema nervioso central del animal. Consiste éste esencialmente en un órgano perceptor y un órgano actor, ambos unidos por el órgano director. En el órgano perceptor residen los centros nerviosos, que envían sus prolongaciones nerviosas a las órganos sensoriales (5 y S I). Estos órganos sensoriales convierten en excitación ner­ viosa los estimulas procedentes de las notas. En el organo actor residen otros centros ner­ viosos que envían sus nervios a los electores (E y E l ) , glándulas y músculos de los miembros. El

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órgano director contiene los centros nerviosos cuyas prolongaciones van del órgano perceptor al órgano actor.

Figura 4a A y B « Notification's. 8 y Sl-=Organoa sensoríales. E y El*-Electores.

P Organo perceptor. D Organo director, Ac Organo actor

Todas estas partes en conjunto pertenecen al mundo interior del animal. En el mundo exterior encontramos cosas o seres vivos que guardan con el animal una doble relación. Por una parte le proporcionan las notas que uccedcn a los órganos sensoriales; por otra parte sufren la acción de los efectores. Los llamo

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notificactores (A y B ). Cumplen también la fun­ ción de receptores. Como ve usted, el mundo circundante del ani­ mal se divide en dos partes: un mundo de la per­ cepción, que va del notificador al órgano senso­ rial, y un mundo de la acción, que va del efector al receptor de la acción. Las flechas de la figura indican que de las no­ tas de la cosa parte una acción que llega al órga­ no sensorial del animal. Esta acción, en el mun­ do interior del animal, sufre variadas transfor­ maciones y resurge como acto del animal, para influir sobre la misma cosa, que ahora asume el papel de receptor de dicho acto. Asi se cierra un círculo que yo llamo el círculo funcional El círcu­ lo funcional comprende siempre al sujeto y a la cosa- La vida exterior de todo animal se compone de un numero mayor o menor de círculos funcio­ nales. La función circular acaba siempre aniqui­ lando o transformando al notificador. Este es ani­ quilado unas veces por la huida del animal, que, al alejarse, elimina el notificador, lo aparta de su mundo circundante; otras veces por exterminio de la presa. En muchos casos se verifica una trans­ formación en el notificador; por ejemplo: cuan­ do la presa se da a conocer primero por notas del olfato, luego revela notas visibles, y, final­ mente, a mayor proximidad del animal, envia notas táctiles y, por último, notas gustativas. No es preciso que los notificadores se pre­ senten como cosas configuradas en el mundo per­ ceptivo del animal, para que éste ejecute las accio­ nes correspondientes. Así, por ejemplo, la abeja

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no percibe la miel como un liquido, sino sólo co­ mo un aroma, y, sin embargo, con su trompa, que es como una bomba, le aplica el tratamiento ade­ cuado. Esto nos revela un hecho fundamental dé máxima importancia para el conocimiento de los seres vivos. El organismo de todo ser vivo está siempre adaptado exactamente a los notifícadores que aparecen en su mundo circundante; para na­ da Influye en esta adaptación el que sean muchas o pocas las propiedades que por transmisión del estimulo lleguen a ser notas percibidas por el su­ jeto. La adaptación del animal a su mundo circun­ dante constituye la base de su existencia; es el único factor decisivo en la estructura de sus ór­ ganos sensoriales y de sus efectores. No hay ani­ males más o menos adaptados a su mundo cir­ cundante. Todos, por igual, están perfectamente adaptados a su mundo circundante. Con esto se viene abajo toda la teoría de lu adaptación, que hasta ahora tantas confusiones ha producido. La teoría de la adaptación compa­ raba cada uno de los seres vivos con todo el mun­ do exterior que nos es asccesible a nosotros, hom• bres, aun cuando cada animal tiene relación tan sólo con una pequeña parte de las cosas existentes en el mundo del hombre. Pero la exacta delimi­ tación de esa parte, que constituye el mundo cir­ cundante de cada animal, nos da a conocer el he­ cho de la adaptación que todos los animales po­ seen con perfección igual. De esta suerte la vida de los animales resulta

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más clara y fácilmente inteligible, porque ahora ya podemos considerar cada animal como for­ mando una unidad con su mundo circundante, y podemos destacar esa unidad sobre el resto del mundo exterior y estudiarla por separado. Ante todo deberemos distinguir y separar el espacio, que al animal le corresponde, del espacio en general; envolveremos el animal en su "e x ­ tensión propia” — mucho más breve — como en una cáscara de huevo. Fuera de esa cáscara no existe mundo alguno para el animal. Dentro de la cáscara hállase el animal rodea­ do de los notlficadores, con los cuales está enla­ zado merced a sus circuios funcionales. Durante el curso de su vida, el animal entra en contacto con nuevos notiílcadores, que no sólo cercan su vida, sino que la encierran por todas partes. Así, c! mundo circundante se dilata y convierte en un como túnel que envuelve toda su vida La estructura interna de este túnel de la vida ofrece al Investigador una multitud de problemas nuevos, porque reproduce en serie rítmica los períodos vitales; sueño y vigilia, hambre y sacie­ dad, celo, etc. Cuanto más profundizamos en las relaciones dominadas por la adaptación, más se nos apare­ ce 6sta como problema biológico de máxima im ­ portancia. Cuando se consideraban los seres vi­ vos en relación con todo el mundo exterior del hombre, no era fácil percibir la perfección del mundo animal; los investigadores establecieron vanas teorias para derivar las adaptaciones ma-

C artas B iológicas

a usa

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yores o m enores de estas u otras causas físicas o fisiológicas. P ero la cuestión v a ría de aspecto tan pronto com o consideram os el encaje perfecto del cuerpo a n im al con los notificadores en su m u n d o circun­ dante, y recapacitam os en que toda la vida anim al consiste en el e n g ra n a je perfecto de los circuios funcionales. Si nos lim itam os al transcurso de las funcio­ nes dentro del cuerpo anim al, es imposible negar la adaptación de los órganos unos a otros. Pero el orden q u e se revela en esto se refiere sólo a un cuerpo que procede de un germ en, en el cual sos­ pecham os la existencia de m uchas estructuras qu ím icas y m ecánicas, capaces de producir una con figu ración uniform e del cuerpo. Pero considerem os el hecho de que cada cuer­ po a n im al está ad a p ta d o a sus notificadores con la m ism a perfección con que sus órganos están a d ap tad o s unos a otros; tengam os en cuenta, ade­ más, que los anim ales y los notificadores proce­ den de orígenes totalm ente distintos. Ante este encaje y arm o n ía, no podrem os sustraernos a la Im presión de que nos encontram os ante u n a ley cósm ica, tan im portan te p ara los seres vivos como la ley de la conservación de la energía para el m u n d o inanim ado. L la m o "coo rd in ació n biológica” a 1a fuerza q u e a c tú a en el m undo viviente y produce esa un iversal adaptación de los seres vivos. U n p a n o ra m a feérico se ofrece a nuestra con­ tem plación espiritual, si intentam os im agin ar los resultados de esa coordinación biológica en los

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mundos innumerables de I03 hombres y los ani­ males. Llenan el universo refulgentes pompas de jabón, que aparecen y desaparecen. En cada una hay un mundo, mundo breve y humilde o sun­ tuoso y amplio. No hay leyenda, no hay cuento que iguale en fantasia a esos mundos de la vida. El mundo de los animales monocelulares consta de notas por igual terroríficas, que empujan al ser fugitivo hasta el único lugar en donde ya no per­ cibe estimulo alguno; y en ese lugar encuentra su alimento. La brillante medusa no siente del mun­ do nada más que el golpe de sus propios remos, con el que introduce en su cuerpo y expulsa de su cuerpo la corriente nutritiva del agua marina. Merced a ese golpe de remos, que es al propio tiempo el latido de su corazón, la medusa nada y respira, flotando y descansando encerrada en sí misma. Con cien ojos, la ostra jacobea no ve en su mundo más que un determinado movimiento. Pero este movimiento actúa como una señal, a la que responden dilatándose los largos flecos del órga­ no olfativo. La nota de olor recogida por estos flecos tiene por consecuencia, o retraerlos al re­ poso o exaltar su excitación, de manera que los poderosos músculos entran en actividad, y el animal huye. El notiíícador que produce este efecto es el enemigo de todas las ostras, la estrella de mar. Y asi, de grado en grado, en creciente muche­ dumbre, los mundos rodean a los sujetos. Destácanse cada vez más claros y distintos los notlficadores en el mundo de la percepción. Reciben figuras. Son éstas al principio pocas y sencillas,

C aütas B ioló gicas a u s a D ama

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luego más numerosas, más rigurosamente arti­ culadas, más ricamente coloreadas. Y cuando hayamos saciado nuestros ojos con la contemplación de esos millares de mundos, pasemos a considerarlos en particular y en deta­ lle. Sentiremos entonces acrecentada nuestra ad­ miración, al contemplar la perfecta coincidencia de la organización corpórea con el mundo cir­ cundante. Nada queda abandonado al azar. Todo se adapta a todo. El sol del mundo circundante contiene la medida del ojo, y el ojo del animal comtiene la medida del sol c*n su mundo. Así como son distintos los ojos de cada animal, asi son distintos en cada mundo el sol y el cielo. Los objetos adoptan, en los mundos circun­ dantes de otros seres vivos, a veces, las formas más extrañas, según los esquemas por los cuales son producidos. No podemos conocer esos esque­ mas ajenos sino dentro del marco de nuestros propios esquemas. Pero esto basta para descubrir dondequiera la coordinación universal, que aco­ moda las figuras de los notificadores a las nece­ sidades vitales de los sujetos. jCuán distintas son esta Imagen biológica del universo y la imagen física! Y eso que no pode­ mos franquear los límites de nuestro propio mun­ do. Sólo nos resta lamentar nuestra incapacidad para pintar esos miles de mundos con sus pro­ pios colores, para oír sus propios sonidos, para sentir sus propios espacios y sus tiempo propios. Pero deconocemos por completo las sensaciones de los otros sujetos. El mundo físico, que de modo incomprensi­

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ble consideramos como el único real, porque se funda en las sensaciones de ordenación y pres­ cinde de las sensaciones de contenido, es más po bre que el mundo de los seres más miseros. Re­ dúcese a una danza interminable de infinitos átomos, en la que Impera tan sólo la ley de causa y efecto que. como rígida red, encadena unos a otros los movimientos, sin fin ni principio, en ciega necesidad. Es un mundo sin colores, sin sonidos, sin olores. Informes sistemas de puntos se mueven, desprovistos de sentido y de verda­ dero orden. Es un mecanismo desierto y triste, que nada significa, nada produce. En el mundo biológico todo es armonía, todo * es melodia; porque los momentos en él no exis­ ten sólo para encadenar unos a otros los movi­ mientos, sino que vienen a acentuar las sensacio­ nes, los colores y tos sonidos, en trenzadas series de pausas, en allegros y adagios; descomponen las figuras rígidas en el periódico transcurso de las fenómenos. Todo, hasta lo más mínimo, re­ vela orden, sentido, acomodación. Todo produce formas que al punto desaparecen para dar lugar a otras nuevas. Por doquiera, en variadas ruedas, itcóplanse el principio y el fin. Una fuerza supe­ rior al espacio y al tiempo sustenta, mueve y for­ ma todo: la coordinación biológica.

CARTA SEPTIMA. — ORIGEN SEÑO R A: Me escribe usted: ‘‘Sentada al sol, sobre un escalón de la terraza, contemplo un abejorro que vuela de planta en planta. Las fio* res, de colores suntuosos, ofrecen a su vuelo obje­ tivos ciertos. Bajo el peso del abejorro, el capullo cerrado abre sus hojas para volverlas a cerrar luego que el insecto lo abandona. La cavidad de los pétalos crecidos parece hecha para recibir al abejorro. La miel, los estambres y el pistilo eje­ cutan una acción aparentemente acomodada a la visita del abejorro, bien que, sin duda, en Interés propio. Todo esto se explicaba antes muy senci­ llamente. al parecer. Decíase que el abejorro y las flores variaban sin regla ni plan, hasta que las variaciones de unos y de otros resultaban acor­ des; y esas variaciones concordantes, por su ma yor provecho y utilidad, eliminaban en la lucha por la vida las demás variaciones menos útiles. Quizá fuera esta explicación errónea. Pero tenia no sé qué rasgo satisfactorio. Ahora se nos ofrece la coordinación, que doblega flores e insectos bajo una ley común. ¿Cómo la configuración de la flor y la organización del abejorro han de obede­ cer a una misma ley, si tanto en el espacio como en el tiempo se originan separadamente, sin po-



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der ejercer la más mínima acción una sobre otra? Hay en esto algo que desazona y confunde." Tiene usted razón. Los grandes problemas de la vida tienen siempre algo que desazona y con­ funde; porque aluden a un fondo desconocido, que ñas es común con todos los seres vivos y que nos toca mucho más de cerca de lo que general* mente pensamos y queremos pensar. Y también tiene usted razón al decir que la mutua concordancia entre dos sujetos, que son uno para otro notíficadores, constitujre uno de los problemas más difíciles de la biología. Cuando todavía militaba yo en el danuinismo, doctrina que resuelve todos los procesos de confi­ guración en variaciones sin plan ni Tegla, pare­ cióme ya extraño que, en un punto al menos, no variasen Jamás los animales. Efectivamente, en todos los animales que poseen piernas, las dos piernas pertenecientes a un mismo par son siem­ pre de igual longitud. Parece, pues, haber en esto una ley fija, una ley que elude toda variación. Pero el conocimiento de los procesos que se verifican al originarse los animales del germen, fué el que me demostró la imposibilidad de acep­ tar la teoría de las variaciones. Al intentar ahora describir estos hechos ex­ trañísimas e inverosímiles, empezaré por rechazar un concepto muy popular, pero muy falso. No hay evolución; sólo hay origen „ La yema o el ca­ pullo. cuyas hojas están plegadas unas sobre otras, se despliega, se desenvuelve, evoluciona. Pero esas hojas han debido primero originarse del germen en la tierra. Loo gérmenes no con-

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tienen, en efecto, al principio ninguna estructu­ ra, sino una célula, ya sean gérmenes animales, ya vegetales. Tan numerados como estériles han sido los intentos de los naturalistas para buscar una es­ tructura invisible de donde poder derivar la es­ tructura del adulto. La experimentación es la que ha aclarado el problema. SI, como se suponía, existiese en el germen una estructura correspondiente a la ulte­ rior estructura del cuerpo adulto, entonces, al di­ vidir en dos un germen, debería el producto que­ dar también dividido en dos; cada medio germen deberla producir medio animal. Pero no sucede así: medio germen produce siempre un animal entero, bien que mitad más pequeño. . Este conocimiento, que debemos a Driesch, echó por tierra toda la teoría de la evolución. El germen no es algo plegado que se despliega, algo envuelto que se desenvuelve. En el germen no hay sino material y fuerza*, de donde se origina cada vez el ser vivo entero, como algo completa­ mente nuevo. Lo único fijo que existe es la regla según la cual se origina ese nuevo ser. Mas un a regla no puede cortarse con el cuchillo, como no puede tampoco dividirse una melodía. Mientras haya material y fuerzas, la regla se manifestará como un todo y producirá un todo. ¿Se acuerda usted de la carta en que demostré que una caja de música no puede nunca crear una melodía, sino que ella misma debe su existencia a una melodía previa? No sin intención llevé a

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cabo esa prueba. El origen de todo ser viviente semeja punto por punto una melodía; sólo que en vez de ser sonidos, son células las que resultan ordenadas rítmicamente. Es. pues, inútil buscar en el germen una como caja de música que pro­ duzca esta melodía. La caja de música sería ella misma siempre producto de la melodía. Cuando observamos el nacimiento de un ser viviente, tenemos ocasión de escuchar lina melo­ día. que la naturaleza, sin ayuda de instrumentos, ejecuta ante nosotros. Todo germen consta primeramente de una cé­ lula. Al crecer, la célula se divide en dos células hermanas, las cuales, a su vez, se multiplican de la misma manera. Cada vez se produce un órga­ no particular de división en las células, y ese ór­ gano divisor separa sobre todo el material nuclear cuidadosamente. Una vez verificada la división, desaparece el órgano divisor, para reformarse de nuevo en la próxima división. Este proceso re­ cuerda la producción de los seudopodios en las amibas. Una vez que han cumplido su misión, esos falsos pies de las amibas son reabsorbidos y reducidos a líquido. La diferencia está en que los seudopodios salen hacia afuera y los órganos de la división van por dentro. El material celular, producido por división, es desplazado según una regla fija y separado en recintos germinales delimitados. Durante todo este proceso las células no sufren modificación visible; siguen siendo puras células proíoplasmáticas. Sólo cuando los recintos germinales es­ tán formados y la figura del cuerpo comienza a

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dibujarse, iniciase un nuevo proceso; en las célu­ las se originan pequeños instrumentos que, una vez formados, encajan y se adaptan unos en otros como la tuerca y el tornillo, y representan el me­ canismo uniforme del cuerpo, mecanismo ya apto para el trabajo. Sólo queda un resto de protoplasma en cada célula para recomponer los ins­ trumentos usados o estropeados. Mientras los recintos germinales constan sólo de células piotoplasmáticas, podemos sustraerles una parte de su material, y entonces producen un órgano entero con todos sus accesorios, sólo que más pequeño que el normal. Sin duda este órga­ no más pequeño no encaja en el nexo de los ór­ ganos vecinos, que son de tamaño normal. Tam­ bién aqui rige, pues, una regla, que se sustrae al cuchillo del anatómico y que determina los pro­ cesos morfogenéticos. Al mismo tiempo vemos que la regla parcial que forma el órgano no es sino una melodía automática, que no se preocupa del conjunto restante y elabora su propio mate­ rial sin tener en cuenta el defectuoso resultado final. Pero todo cambia de pronto cuando ya están listos los instrumentos y ha comenzado la labor común. Entonces rige el conjunto una regla fun­ cional, que determina el crecimiento ulterior de los órganos, promoviéndolo o deteniéndolo en interés de la labor común y aun compensando notables deterioros. Vemos, pues, que actúan aquí dos melodías: una melodia de origen o morfogenética que do­ mina las células protoplasmáticas, y una meló-

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dia funcional que domina las células instrumen­ tales. Aquélla determina el organismo que está siendo; ésta determina el organismo ya hecho. Aquélla representa al constructor de la máquina; ésta, al maquinista que dirige su funcionamiento. Si comparamos ahora las melodías morfogenéticas de distintas especies animales, veremos que, en todas las formas afines, las melodías per­ manecen idénticas durante buen tiempo y sólo se diferencian en los últimos estadios. Cuanto m e­ nor sea la afinidad, más pronto se distinguen las dos melodías. Muchas veces sucede que órganos* ya dispuestos se transforman en el curso ulterior de la melodía y producen otros órganos definiti­ vos harto distintos. Estos acaecimientos tienen gran importancia para la determinación de a fi­ nidades. Consideradas en conjunto, todas las melodías moríogenéticas ofrecen el aspecto de un enorme surtidor de agua que, al punto, se divide en mu­ chos chorros. Algunos de estos chorras caen en seguida y son breves; otros, en cambio, ascienden a alturas cada vez mayores, dividiéndose conti­ nuamente. Cada chorro, empero, tiene su melo­ día, que nunca se quiebra y que siempre le es propia, aun cuando los primeros compases le sean comunes con muchas otras. La melodía morfogenética comienza con la intervención de ciertos factores transmitidos por herencia y llamados genes. Cuando los primeros compases han transcurrido y se han verificado las primeras formaciones germinales, idéntictas en todos los animales, intervienen — como han

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demostrado los trabajos de Spemann — nuevos factores, que se califican de '‘organizadores1'. Es­ tas son los que ponen término a la labor morfogenética. Hay que atribuir a los genes y a I03 or­ ganizadores propiedades corpóreas, con las cua­ les actúan sobre la materia en el protoplasma; pero, por otra parte, obedecen también a impulsos incorpóreos que no pueden coordinarse en la se­ rie de las causas. La aparición de I03 impulsos está sometida a otra regla; como la aparición de los sonidos viene forzada por la melodía. Pueden calificarse de "impulsos organizadores", que están entre sí unidos por reglas propias. La melodía morfogenética se convierte en me­ lodía impulsiva merced a esta reducción a sus elementos. Esta melodía impulsiva es caracterís­ tica de la vida y falta en todos las procesos in­ orgánicos. Los genes, como formas corpóreas, constitu­ yen unidades elementales independientes y resi­ den verosímilmente en la sustancia coloreable del núcleo de la célula germinal. Durante la división de la célula, los genes van repartiéndose, poco a poco, por las nuevas células, hasta que las células definitivas sólo albergan los necesarios para la producción de sus especia­ les órganos. Cuando el mecanismo del cuerpo está termi­ nado, los genes también han cumplido su fun­ ción. Sólo sirven en adelante para reconstruir los órganos destruidos o lesionados.

Constituyen, empero, una excepción los casos en que durante la vida posterior se crean nuevos

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órganos o partes nuevas de órganos. Pues toda creación nueva excede las capacidades del meca­ nismo. Tres casos conocemos de estas interven­ ciones supiamecánicas de los impulsos morfogenéticos; primero, en las acciones de los animales monocelulares; segundo, en las acciones instinti­ vas; tercero, en las acciones de los animales su­ periores. Las amibas, que carecen de órganos perma­ nentes, han de formar en cada caso nuevos seudopodios con que desplazarse. Pero después reco­ gen y disuelven estos seudopodios en su líquido contenido corpóreo. Los infusorios construyen, alrededor de la gota alimenticia que han ingeri­ do, una vejiguita que se convierte en esófago, en estómago, en intestino, y, finalmente, en ano. Las acciones instintivas de muchos insectos, aunque transcurren según una ley, no súceden, empero, con constricción mecánica; de suerte que no puede inferirse la existencia de una caja de música en el órgano director. El mejor ejemplo de esto nos lo da el gorgojo (rhynchites). Es éste un curculiónido de algunos milímetros, que re­ corta en la hoja del abedul una dificilísima línea matemática, con la cual puede enrollar la hoja como un cucurucho; durante esta operación ha de tener en cuenta las resistencias elásticas de la hoja y la corriente de la savia por las nervaduras. En este caso es imposible Imaginar una caja de música, por complicada que sea, que domine y reproduzca los movimientos del animal. Estos actos sólo puede ejecutarlos el animal merced a impulsos cuya melodía constituye una constante-

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transformación del órgano director, de suerte que responda a múltiples y variadas exigencias. Las acciones de los animales superiores, cuan­ do no son actos reflejos necesarios, exigen siem­ pre nuevas actitudes del órgano director, ante la multitud siempre cambiante de las notas. Una estructura fija no podría ejecutar estos cambios de actitud. Hace falta, pues, que intervengan los impulsos. • De esta manera podemos formarnos una idea aproximada de las melodías morfogenéticas, com­ parándolas con las melodías musicales. Mucho más difícil resulta, empero, representarse las m e­ lodías funcionales de los animales adultos. Sin duda, si nos limitamos a considerar las melodías funcionales como una simple regia de funcionamiento, semejante a las que conocemos en todas nuestras máquinas y podemos reseñar en el funcionamiento de todo organismo, enton­ ces el problema aparece muy sencillo. Por des­ gracia, las cosas no están tan claras como nos­ otros las deseáramos. La melodía funcional no es una regla que pueda derivarse de la estructura; no es una regla que dependa de la forma de ciertas ruedas dentadas, vástagos y cilindros; es un factor que vela sobre el curso ordenado de las funciones, haciendo que, según las necesidades, un órgano reemplace a otro, regulando el crecimiento según las exigencias de la función, ordenando constan­ temente el mecanismo del cuerpo. Es, en suma, una regla dominante y no una regla derivada. Considerando las cosas más de cerca, vemos que esa regla es la que rige toda la labor del orga-

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nismo; en tal sentido es el fin propio a que la melodía morfogenétíca aspiraba. No sin motivo decía C. E. von Baer que to­ dos los seres vivos tienden a un fin. Aludía, para demostrarlo, al hecho de que el organismo adulto no es una figura sin relación con el resto del mundo, como un cristal, sino que posee una mul­ tiplicidad de relaciones con el mundo en todos sentidos. Llenar plenamente el puesto que en e] mundo le corresponde al animal es el fin de toda la morfogénesis. Si concebimos el conjunto de los círculos fun­ cionales — que enlazan al animal con sus notiflcadores — como el contenido de la melodía fun­ cional, queda dicho cofi ello que sobre esta melo­ día se apoya toda la adaptación. La adaptación es el fin viviente a que aspira, desde luego, toda producción de organismos o morfogénesis. Así. pues, la serie melódica de los impulsos, que crea las propiedades de los orga­ nismos, se hallaba ya bajo el imperio de la adap­ tación. Pero entonces la adaptación misma no es ya sólo una relación por nosotros conocida entre cosas tan heterogéneas como el animal y los notificadores, sino que es un rasgo activo que con su energía morfogenética hace coincidir el suje­ to con su mundo circundante. La "coordinación” es la fuerza cósmica que crea los sujetos. Pero un sujeto no es un meca­ nismo estructurado para tal o cual funcionamien­ to, sino un organismo arraigado en todos senti­ dos, y forma con su mundo circundante un haz uniforme de activas relaciones.

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Así, la relación activa representa en el mundo de los organismos el último, decisivo factor que, tomo un imán, reúne y reduce toda discrepancia. La totalidad de todas las relaciones, en conti­ nuo, pero ordenado cambio, es la “ coordinación” . El medio para implantarla son los impulsos que actúan en el protoplasma. Mas lo primario es la relación. Considere usted ahora, desde este punto de vista, las visitas del abejorro a las flores. Y a no podrá usted ver en los dos seres cosas heterogé­ neas, que en el fondo nada tienen que ver una con otra, sino que esas relaciones mutuas, que tan maiavillosas le aparecían a usted, han de ser ahora, para su nueva contemplación, el factor que ha creado las formas tan acopladas y adap­ tadas de los dos seres.

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CARTA OCTAVA. — ESPECIE SEÑORA: toda propiedad de un ser viviente es expresión de una relación, que puede ser des­ cubierta indagando la propiedad correspondien­ te del notificador. Así, pues, a cada propiedad de los seres vivos corresponde una propiedad com­ plementaria en su mundo circundante, para ve­ rificar plenamente la relación. Pero el hecho de haber reconocido que la rela­ ción es el factor genético de las formas en el mundo vivo, no nos exime de indagar el origen de las relaciones. Reducidas las propiedades de los seres vivos a las predisposiciones o genes en el germen, po­ demos abrigar la esperanza de acercarnos consi­ derablemente a la “ coordinación", fuente de toda vida. Si comparamos el germen de un abejorro con el germen de una flor, podremos determinar que un cierto número de genes en ambos seres vivos se condicionan mutuamente, esto es, son genes complementarios. Los genes de la coloración en la flor corres­ ponden a ios genes del órgano visual en el abe­ jorro. Los genes del aroma en la flor correspon­ den a los genes del órgano olfativo en el abejo-

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rro. Los genes que en ]a flor forman la articula­ ción elástica de los pétalos, corresponden a los genes que en el abejorro dan forma maciza al cuerpo. Todas estas relaciones son necesarias -para que el abejorro encuentre siempre un reci­ piente de miel bien cerrado y constituido. Por otra parte, los genes que dan pelambre al abejorro corresponden a los genes que crean anteras y pistilos en la flor; porque estas rela­ ciones realizan la pulverización necesaria para la flor. Es claro que si todo abejorro y toda flor po­ seen los genes complementarios, no es necesario adaptar cada abejorro en particular a cada flor en ' particular. Basta que las dos especies se adapten una a otra por medio de sus genes complemen­ tarios, Así, el problema del origen de los genes coin­ cide con el problema del origen de las especies. Para estudiar ^el problema del origen de las especies es necesario, ante todo, tener una idea de lo que es especie, saber cómo es la cosa cuyo origen queremos investigar. Con tal fin, le pediremos prestada a un hada bondadosa su varita de las virtudes, y con ella obligaremos a todos los individuos de una espe­ cie a realizar todas sus acciones vitales al mismo tiempo, con el mismo compás. Este sencillo- medio nos permitirá descubrir por todas partes los miembros de la misma especie. Entonces vere­ mos cómo la especie consta de diferentes pueblos, a veces muy distantes unos de otros, y todos, sin embargo, aparecerán animados por idéntico pul-

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so vital. Para no exigir demasiado esfuerzo a nuestras facultades intuitivas, limitémonos á un corral de gallinas: todos los huevos verifican su morfogénesis a un mismo tiempo bajo las galli­ nas, que incuban todas simultáneamente; todos los pollitos salen a un tiempo del cascarón; todos andan a compás; todos picotean simultáneamen­ te granos y lombrices; todos corren juntos hacia su madre; todos crecen a la par; todos duermen y velan a un mismo tiempo; los gallos cantan como obedeciendo a una señal; las gallinas ponen sus huevos y los incuban a la vez, y sin cesar se re­ pite el mismo juego. Cuanto más en detalle consideremos este es­ pectáculo, más honda será en nosotros la impre­ sión de hallarnos frente a un solo ser, que, aun­ que compuesto de muchos individuos, sin em­ bargo está movido por los mismos hilos, como una marioneta. Pues bien, esos hilos existen en realidad; su acción resulta aparente ahora, merced a este nues­ tro pequeño experimento fantástico. Esos hilos son los círculos funcionales comunes a todos esos individuos; haciendo que dichos circuios funcionales se verifiquen a un mismo tiempo, advertimos claramente su identidad. Idénticas son las reglas del funcionamiento; idénticas, tam­ bién las reglas de la morfogénesis; idéntico es, en suma, el plan constructivo. Es, pues, una misma ley que domina esta especie. Y dicha ley se diferencia de todas las de­ más leyes específicas o planes constructivos, en que dispone de otras relaciones que los de otras

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especies. La ley de todas las especies es una ley periódica, porque siempre las reglas morfogenéticas del germen y las funcionales del adulto se suceden unas a otras. Por consiguiente, la especie misma es un ser de estructura periódica, que cons­ ta alternativamente de individuos adultos y de gérmenes en formación. Su figura ofrece una dis­ tribución temporal: separaciones y reuniones alternadas, Ambas periodos se suceden constan temente. Y asi, cada especie se remonta a los tiempos más remotos, inmutable y siempre igual a sí misma.

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. Figura S4* Si queremos llevar al papel el esquema de una especie resultará un enrejado bastante sencillo (fig u ra 5*), que puede alargarse cuanto se quiera. En el cruce de las líneas surgen dos nuevas lineas, que indican la nueva generación. Las li­ neas de Jos padres, después de cruzarse, acompa­ ñan durante algún tiempo las líneas de los hijos. La unidad general del enrejado queda asegurada por siempre, renovadas las uniones de individuos padres. La inmutabilidad de las especies ha quedado

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definitivamente probada por recientes investiga­ ciones. En los animales monocelulares — que se reproducen por división — ha podido Jennings demostrar que todo nuevo segmento, germen de un nuevo individuo, produce siempre el mismo individuo sin la más mínima variación; y esto k) ha comprobado en más de cinco mil generaciones seguidas. Sabemos por Johannsen que todos los retoños de una pareja con iguales predisposiciones son idénticos a los padres. Nunca se hubiera puesto en duda la inm uta­ bilidad de las especies si, como tácitamente veni­ mos suponiendo, todos los individuos de una es­ pecie fuesen efectivamente iguales. La invariabilidad específica habria saltado entonces a la vista. Pero es el caso que en todas las especies los indi viduos contemporáneos se diferencian unos de otras, y no en pequeña medida. Estas diferencias obedecen, en parte, a los diferentes Influjos a que está sometido el germen durante su formación y el joven ser durante su crecimiento. Esto sucede sobre todo en las planta», en cuyo crecimiento tiene decisiva influencia el lugar de arraigo. Pero en parte también obedece esa diferencia entre los individuos adultos a un a diferencia en­ tre sus genes en el germen. Si, empleando la ter­ minología de Johannsen , llam am os genotipo a la totalidad de los genes y fenotipo a la totalidad de las propiedades derivadas de los genes, podemos decir que la diferencia entre los individuos de una especie obedece en parte a causas genotiplcas y en parte también a causas fenotipicas.

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Nos interesan aquí principalmente las prime­ ras. parque nos hacen ver que la especie, conside­ rada en conjunto, tiene más predisposiciones que el individuo, y por tanto, se halla enlazada con su mundo circundante en mayor número de reía* clones que el individuo. El genotipo de la especie es más rico que el d d individuo. Los maravillosos descubrimientos de Mendel nos han dado a conocer el modo y manera cómo, al cruzarse Individuos de diferentes genotipos, se verifica el trueque de los genes. El germen recibe todos los genes del padre y de la madre; pero al formar su fenotipo no utiliza más que los llam a­ dos genes dominantes. Sin embargo, los genes que no han llegado a manifestarse en formas, los ge­ nes llamados recesivos, se conservan en las célu­ las de la generación; y como en estas células son separados por ios genes dominantes, pueden muy bien codetermínar las formas en la próxima gene­ ración. Los genes, que son factores completamente independientes, están repartidos por igual en to­ das las células de la generación. Así, pues, en cada célula de generación se forma un genotipo propio para un individuo entero. Los genotipos de las células de generación ofrecen todas las per­ mutaciones de los dos genotipos pertenecientes a los padres. Y estas permutaciones pueden llegar todas a manifestarse en la segunda generación, si hay un número suficiente de retoños. Dichas permutaciones entre los genes de los padres son las que durante mucho tiempo han

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hecho creer que existían verdaderas variaciones, dando lugar a la teoría de Dancin. Ahora ya sabemos que dos pilares del darninismo. la adaptación y la variación, descansan en sendos errores. No existe variación. El genotipo de la especie, tomada en conjunto, es fijo e invariable, indepen­ dientemente de las permutaciones en que se m a­ nifieste. Con esto queda eliminada también la poslbilidad de retraer la especie a una pareja única, pues el genotipo de una especie es siempre más rico que los dos genotipos de los hipotéticos pri­ meros padres. Nunca se ha observado producción de nuevas especies. Lo único que podemos observar son grupos de individuos semejantes, que se separan de la espe­ cie porque se reproducen entre sí constantemen­ te. En este caso surgen de la especie dos nuevas subespecies, más pobres en genes que la vieja es­ pecie. Pero la producción de especies verdadera mente nuevas, con cualidades nuevas, es impasi­ ble por ese medio. Nada sabemos del origen de los genes, ni po­ demos esperar sobre este punto aclaración alguna en el estado actual de nuestro conocimiento; por­ que el gen no es sino la expresión abreviada de una relación, y la relación, como fuerza natural activa, se sustrae a nuestro conocimiento, lo mis­ mo que la gravedad, que en esencia no es otra cosa que una relación entre masas. Si comparamos las leyes del mundo orgánico.

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que rigen las relaciones entre las cantidades y las cualidades — entre éstas hay que poner las formas — con las leyes del mundo inorgánico que rigen sólo relaciones entre cantidades, obtenemos una base unitaria para todas las leyes naturales. La relación es tan decisiva para el calor, la elec­ tricidad. el magnetismo, la gravedad y las com­ binaciones químicas, como para todos los nexos biológicos entre sujetos y notlficadores. El curso cósmico descansa, como dice Chamberlain, en oposiciones polarizadas. Róstanos demostrar que las relaciones bioló­ gicas se manifiestan con Igual necesidad natural que las relaciones Inorgánicas. Esta demostración puede, en realidad, hacerse íntegramente por la adaptación. SI tenemos en cuenta que en la adap­ tación observada se trata siempre del fenotipo de un sujeto que, a consecuencia de múltiples influ­ jos exteriores, manifiesta sólo de un modo apro­ ximado su genotipo, podemos muy bien afirmar que en los genes la ley de relación está realizada integramente, y que los genes obedecen a su ley de relación tan perfectamente como la piedra gra ­ vitante obedece a la gravitación. Sin duda queda siempre una diferencia fun­ damental entre las relaciones del mundo inorgá­ nico y las relaciones del mundo orgánico. Las re­ laciones inorgánicas enlazan siempre directa­ mente los factores complementarios, mientras que los factores orgánicos entran en relación m e­ díante un sujeto. Las relaciones físicas carecen por eso de plan; las relaciones biológicas obede­

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cen a un plan, gracias a la coordinación bio­ lógica. Si prescindimos del tejido de las relaciones en el plan del sujeto, podemos exigir que, como en el mundo inorgánico, también en el mundo bio­ lógico cada propiedad producida por un gen po­ sea en el mundo exterior u n a propiedad comple­ mentaria. Pero no podemos esperar que en todo caso particular la relación latente se actualice. Si h a ­ cemos que un pollito salga del cascarón bajo el agua, ninguna de sus relaciones se actualizará y el animal perecerá, porque sus relaciones con el mundo exterior constituyen las condiciones de su existenelu. En cada gen está encarnada una relación di­ rectiva que. una vez formada la propiedad, pue­ de actualizarse tan pronto como entra en con­ tacto con la otra propiedad complementaria en el mundo circundante. El gen está, pues, enlazado con la propiedad complementaria, no directamente de modo físico o químico, sino indi rec tañí en te de modo biológico. El enlace biológico puede poner en relación una propiedad cualquiera de un sujeto con varias propiedades complementarias. Estas relaciones, empero, no necesitan manifestarse todas en el plan constructivo del mismo sujeto, sino que pue­ den muy bien pertenecer a los planes constructi­ vos de diferentes sujetos. Eli peso y tamaño del cuerpo del abejorro, que se adaptan a las pétalos de la flor, confieren tam ­ bién al vuelo del abejorro la fuerza viva sufi-

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ciente para romper la tela de araña, tan fatal para los insectos ligeros. P ero1al mismo tiempo resulta el cuerpo del abejorro visible para los pá­ jaros, que con frecuencia lo sacrifican. La pelam­ bre del abejorro encuentra en la frialdad del aire una propiedad complementaria que pertenece a su plan constructivo. Pero al mismo tiempo es ella misma complementaria de la forma y posi­ ción de los estambres y pistilo en la flor, que per­ tenecen ai plan constructivo de la planta. Nada es tan instructivo como esas mutuas limitaciones de las relaciones. Yo las llamo adap­ tación. Nos enseñan que la Lucha por la vida constituye sólo un miembro de la coordinación universal. Con esto cae por tierra el último pilar del darvinism o. Variación sin plan, adaptación sin plan, lucha por la vida sin plan eran los tres motivos que indujeron a Darwin a negar toda “ coordinación" en el mundo de la vida. Pero los tres se basan en errores. Al estudiar la lucha por la vida se ha demos­ trado que los seres vivos que ofrecen en las pro­ piedades de su cuerpo puntos de ataque — esto es, complementos — a numerosas enemigos, com­ pensan la gran pérdida de individuos por un nú­ mero superior de nacimientos. La capacidad de crear numerosos retoños obedece también a de­ terminados genes. Este hecho nos da la clave para una inteli­ gencia perfecta de la especie. La especie posee, como hemos visto, una distribución en el tiempo; comprende, alternativamente, los gérmenes en

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formación y los cuerpos ya formadas.con todos sus círculos funcionales. Pero no hay una función general de la es­ pecie que resulte de las funciones particulares de ios individuos. En cambio, podemos hablar de una armonía en todas las fundones particulares . de los individuos, aun cuando éstas no se verifi­ quen en idéntico compás. Esto nos permite cali­ ficar las individuos de factores armónicos. Hasta ahora la especie era considerada sólo como una armonía rítmicamente repetida en las formas y funciones de los factores armónicos. Ahora sabemos que también el número de los factores armónicos va incluido en la armonía que, por esta circunstancia, se mantiene y alimenta a sí misma. De esta suerte la especie se revela como una armonía que no sólo abraza los sonidos, sino que los crea también. Asi resulta un ser natural, de índole peculiar, en cuya contemplación debe­ mos ahondar particularmente, porque no dispo nemos de analogía que ni aún de lejos pueda ex­ presarlo. Conjunto inmutable, ordenado según un plan, la especie se dilata en el pasado de nuestra historia terrestre. Ha surgido como un todo, del mismo modo que cada sujeto surge como un todo. Las probabilidades de nuevos conocimientos sobre el origen de las especies son muy escasas. Podemos decir a lo sumo: desde este o aquel mo­ mento aparece la nueva armonía. Existe enton­ ces, seguramente, un nuevo genotipo específico Canas.—