Twisted Pride - The Camorra Chronicles 03 - Cora Reilly

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Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo alguno. Es una traducción hecha por fans y para fans. Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.

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Sinopsis Remo Falcone está más allá de la redención. Como Capo de la Camorra, gobierna con una mano brutal sobre su territorio... un territorio que la Organización de Chicago infringió. Ahora Remo está buscando retribución. Una boda es sagrada, robar a una novia sacrílego.

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Serafina es la sobrina del Jefe de la Organización, y su mano ha sido prometida en matrimonio durante años, pero al ser raptada en su vestido de novia de camino a la iglesia por Remo, Serafina se da cuenta rápidamente que no puede esperar la salvación. Sin embargo, incluso en las manos del hombre más cruel que conoce, está decidida a aferrarse a su orgullo, y Remo pronto comprende que la mujer a su merced podría no ser tan fácil de romper como él pensaba. Un hombre despiadado en la búsqueda de la destrucción de la Organización al romper a alguien que se supone que debe proteger. Una mujer con la intención de poner a un monstruo de rodillas. Dos familias que nunca serán las mismas.

The Camorra Chronicles #3

Prólogo Serafina Durante toda mi vida me habían enseñado a ser honorable, a hacer lo que se esperaba de mí. Hoy iba contra todo eso. Remo apareció en la puerta, alto y oscuro, venía a reclamar su premio. Sus ojos vagaron por mi cuerpo desnudo, y los míos hicieron lo mismo. Él era cruel y retorcido. Más allá de la redención.

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Un brutal atractivo, un placer prohibido, un dolor prometido. Debería haber estado disgustada por él, pero no lo estaba. No por su cuerpo y no siempre por su naturaleza. Cerré el grifo de la ducha, asustada de lo que quería, completamente aterrorizada de lo que quería. Este era su juego de ajedrez; él era el rey y yo era la reina atrapada que la Organización tenía que proteger. Me había puesto en posición para su último movimiento: la matanza. Jaque. Comenzó a desabotonarse la camisa y luego se la quitó. Se acercó más, deteniéndose justo delante de mí. —Siempre me miras como algo que quieres tocar pero no se te permite. ¿Quién te está reteniendo, ángel?

1 Serafina —No puedo creer que te vayas a casar en tres días —dijo Samuel, con los pies apoyados junto a los míos en la mesita de café. Si mamá viera nos estrangularía.

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—Yo tampoco —dije en voz baja. A los diecinueve años, ya era mayor que muchas otras chicas de nuestro mundo cuando entraban en el santo vínculo del matrimonio, y había sido prometida a Danilo durante mucho tiempo. Mi prometido solo tenía veintiún años, de modo que un matrimonio más temprano no hubiera sido muy deseable. Ciertamente no me importaba. Me había dado el tiempo para terminar la escuela y quedarme en casa con Samuel por un año más. Él y yo nunca habíamos estado separado por mucho tiempo, excepto por unos cuantos días cuando tenía que realizar negocios para la Organización. Debido a la enfermedad de su padre, Danilo todavía estaba ocupado haciéndose cargo de Indianápolis. Una boda tardía habría sido aún mejor para él, pero yo era una mujer y se suponía que debía casarme antes de los veinte años. Miré el anillo de compromiso en mi dedo con un diamante prominente en el centro. Tuvimos que ampliar la banda con los años a medida que mis dedos crecieron. Y en tres días Danilo me daría un segundo anillo. Mamá entró con mi hermana Sofia, quien al vernos corrió en nuestra dirección y se abalanzó al sofá entre Samuel y yo. Samuel puso sus ojos azules en blanco, pero envolvió un brazo alrededor de nuestra hermanita mientras ella se apretaba contra él con sus grandes ojos de cachorrito, despeinando su melena castaña. La había sacado de nuestro padre, al no haber heredado el cabello rubio de nuestra madre como Samuel y yo. —Es injusto que te vayas justo después de la boda de Fina. Pensé que así tendrías más tiempo para mí. Le di un codazo.

—Oye. —En realidad no estaba enojada con ella. Entendía adónde iba. Siendo ocho años más joven que nosotros, siempre se había sentido como una quinta rueda, ya que Samuel y yo éramos gemelos. Sofia me dio una sonrisa avergonzada. —También voy a extrañarte. —Yo también te extrañaré, bichito. Mamá se aclaró la garganta, erguida elegantemente, con las manos unidas frente a su estómago. Estaba vestida en un elegante vestido verde ajustado. Sus ojos azules bajaron a nuestros pies descansando sobre la mesita e intentó mirarnos severamente, pero el temblor de su boca dejó claro que estaba luchando contra una sonrisa. Samuel y yo bajamos los pies de la mesita al mismo tiempo. —Pensé que debería advertirte que Danilo acaba de llamar. Viene en camino porque acaba de llegar a la ciudad y se supone que se encontrará con tu padre y tu tío.

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Ahora entendía por qué Sofia también estaba vestida con un bonito vestido veraniego. Ni siquiera sabía que mi padre lo esperaba. Mañana me iba a Indianápolis. Me puse de pie bruscamente. —¿Cuánto? —Diez minutos. —¡Mamá! —Mis ojos se abrieron con horror—. ¿Cómo se supone que debo prepararme en tan poco tiempo? —Te ves bien —dijo Samuel arrastrando las palabras y sonriendo, su corto cabello rubio desordenado intencionalmente. Podía lucir muy bien ese aspecto despeinado, pero definitivamente yo no podía. Entrecerré los ojos. —Oh, cállate. —Salí corriendo de la habitación, casi tropezando con papá. Él dio un paso atrás, mirándome con una sonrisa interrogante—. ¡Tengo que prepararme! No tenía tiempo de explicarle. Podía preguntarle a mamá. Tomé dos escalones a la vez. Al momento en que entré tambaleando a mi baño y vi mi reflejo,

me estremecí. Dios mío. Mi piel estaba enrojecida, y mi cabello estaba rizado salvajemente alrededor de mis hombros. Mis jeans sencillos y mi camiseta tampoco gritaban futura esposa recatada. Maldición. Me lavé la cara rápidamente y luego agarré una plancha. Mi cabello era rizado naturalmente, pero siempre lo alisaba cuando estaban alrededor otras personas aparte de mi familia. Esta vez tenía cinco minutos para hacerlo. Volví corriendo a mi habitación y me lancé a mi guardarropa. Para elegir el vestido adecuado para tal ocasión habría tardado al menos una hora. Ahora tenía un minuto, si todavía quería tiempo para ponerme maquillaje. Tomé un vestido rosa que ordené en línea hace un tiempo, pero nunca lo usé y me lo puse. Recordé inmediatamente por qué no lo había usado antes: terminaba varios centímetros por encima de mis rodillas, revelando más de mis piernas largas de lo que solía mostrar, especialmente cuando los hombres estaban alrededor. Danilo sería mi marido en tres días. Era justo que viera un poco más de lo que estaría recibiendo.

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Una emoción de nervios se apoderó de mi cuerpo, pero la aparté y me puse los tacones a juego rápidamente. Después me apresuré a mi tocador. No tenía suficiente tiempo para poner mucho esfuerzo en mi maquillaje. Mi piel era bastante perfecta, así que decidí no usar base y solo puse un poco de rubor y rímel antes de salir corriendo de mi habitación y pasar por el pasillo hacia las escaleras. Reduje mis pasos considerablemente cuando escuché a Danilo, Samuel y papá en el vestíbulo de abajo. No sería prudente aparecer como si me hubiera apresurado a prepararme para un hombre, ni siquiera para mi prometido. Se daban la mano e intercambiaban bromas. Me había encontrado con Danilo un par de veces antes. Me habían prometido a él desde los catorce años y él de dieciséis, pero esta vez se sentía más íntimo. En solo tres días me convertiría en su esposa y compartiría una cama con él. Danilo era muy atractivo y había tenido mucho éxito con las mujeres, un mujeriego, pero conmigo siempre había sido un perfecto caballero. Llevaba una camisa de vestir blanca y pantalones negros, su cabello oscuro inmaculado. Di el primer paso, colocando mi pie en el escalón chirriante a propósito, una pierna larga extendida, y la cabeza bien alta. Todos los ojos se volvieron hacia mí. La mirada de Danilo se centró en mis piernas expuestas, luego disparó sus ojos castaños rápidamente hacia arriba para encontrarse con mis ojos, sonriendo. Papá y Samuel miraron mis piernas brevemente, pero sus reacciones fueron menos que emocionadas. Papá era paciente y amoroso con mamá y con nosotros, incluso con Samuel, lo que hacía que fuera

fácil olvidar que era el lugarteniente de Minneapolis… y uno temido por eso. Recordé rápidamente lo aterrador que podía ser cuando puso su mano en el hombro de Danilo, llevando una expresión dura en su rostro. —Me gustaría darte algo en mi oficina, Danilo —dijo con voz fría. A Danilo no le impresionó el cambio de humor de mi padre. Él iba a ser el lugarteniente más joven en la historia de la Organización, y prácticamente ya estaba gobernando Indianápolis porque su padre estaba muy enfermo. Dio un breve asentimiento. —Por supuesto —dijo con calma, pareciendo mucho más adulto que su edad. Endurecido y maduro. Más hombre de lo que yo me sentía mujer. Danilo me dio otra sonrisa para luego seguir a mi padre. Bajé los escalones restantes, y Samuel me cerró el camino. —Ve a cambiarte. —¿Disculpa? Señaló mis piernas.

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—Estás mostrando demasiada pierna. Señalé mis brazos y mi garganta. —También estoy mostrando mi cuello y brazos. —Levanté una pierna—. Y tengo buenas piernas. Samuel contempló mi pierna y luego mi cara con el ceño fruncido. —Sí, bueno, Danilo no necesita saberlo. Resoplé y entonces miré a mi alrededor rápidamente, preocupada de que Danilo estuviera lo suficientemente cerca para escuchar. —Verá más que mis piernas en nuestra noche de bodas. —Un calor involuntario golpeó mis mejillas. Y la expresión de Samuel se oscureció—. Sal de mi camino —le dije, intentando pasarlo. Samuel reflejó mi movimiento. —Ve a cambiarte, Fina. Ahora —ordenó con una voz que probablemente reservaba para negocios con otros hombres de la mafia. No podía creer su descaro. ¿Creía que le obedecería solo porque era un mafioso?

Eso no había funcionado estos últimos cinco años. Alcancé su estómago rápidamente y lo pellizqué con fuerza, lo cual no fue fácil considerando que Samuel era todo músculo. Se sacudió con sorpresa. Usé su distracción momentánea para pasar junto a él, y luego avancé balanceando mis caderas descaradamente a medida que me dirigía a la sala de estar. Samuel me alcanzó. —Tienes un temperamento imposible. Sonreí. —Tengo tu temperamento. —Soy hombre. Se supone que las mujeres son dóciles. Puse los ojos en blanco. Samuel se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared junto a la ventana.

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—Siempre actúas como una dama bien educada cuando hay otros alrededor, pero Danilo se llevará una sorpresa desagradable una vez que se dé cuenta que no consiguió una dama sino una furia. Un destello de preocupación me inundó. Samuel tenía razón. Todos aparte de mi familia me conocían como la Princesa de Hielo. Nuestra familia era conocida por ser equilibrada y controlada. Las únicas personas que realmente me conocían eran mis padres, Sofia y Samuel. ¿Alguna vez podría ser yo misma con Danilo? ¿O eso lo enojaría? Danilo siempre parecía controlado, razón por la cual probablemente era que el tío Dante y papá lo habían elegido como mi esposo… y porque era el heredero de una de las ciudades más importantes de la Organización. Sonó un golpe y me di la vuelta para ver a Danilo adelantarse. Sus ojos castaños se encontraron con los míos, y me dio una sonrisa pequeña. Después su mirada se desplazó hacia Samuel apoyado contra la pared detrás de mí. La expresión de Danilo se tensó un poco. Me arriesgué a mirar por encima de mi hombro y encontré a mi hermano fulminando a mi prometido como si quisiera aplastarlo y hacerlo polvo. Intenté atrapar la mirada de Samuel, pero estaba contento asesinando a Danilo con los ojos. No podía creerlo. —Samuel —dije con voz forzada y educada—. ¿Por qué no nos das un momento a Danilo y a mí? Samuel apartó la mirada de mi prometido y sonrió. —Ya te estoy dando un momento.

—Solos. Samuel negó con la cabeza una vez, su sonrisa oscureciendo, sus ojos regresando a Danilo. —Es mi responsabilidad proteger tu honor. El calor subió a mis mejillas. Si Danilo no hubiera estado en la habitación, me habría lanzado contra mi hermano y retorcido su cuello. Danilo se me acercó y me besó la mano, pero sus ojos estuvieron en mi hermano. Soltando mi mano, dijo: —Te puedo asegurar que el honor de Serafina está perfectamente a salvo en mi compañía. Esperaré hasta nuestra noche de bodas para reclamar mis derechos… cuando ya no sea tu responsabilidad. —La voz de Danilo se había profundizado de una manera amenazante. Nunca antes había insinuado el sexo, y sabía que era para provocar a mi hermano. El poder se juega entre dos alfas.

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Samuel se movió hacia adelante, lejos de la pared, y su mano se dirigió a su cuchillo. Me di la vuelta y me interpuse a mi gemelo, colocando mi mano contra su pecho. —Samuel —dije en tono de advertencia, clavando mis uñas en su piel a través de la tela de su camisa—. Danilo es mi prometido. Danos un momento. Samuel bajó su mirada hacia mi cara, y por una vez su expresión no se suavizó. —No —dijo firmemente—. Y no desafiarás mi orden. A menudo olvidaba lo que era Samuel. Era mi gemelo, mi mejor amigo, mi confidente primero, pero por cinco años había sido un hombre de la mafia, un asesino, y no retrocedería frente a otro hombre, especialmente no de alguien con el que tendría que encontrarse como compañero lugarteniente. Si seguía insistiendo, se vería débil, y se suponía que se haría cargo del puesto de papá como lugarteniente en unos pocos años. A pesar de que odiaba hacerlo y nunca lo había hecho antes, bajé los ojos como si estuviera sometiéndome a él. Danilo podría ser mi prometido, pero Samuel siempre sería mi sangre, y no quería que pareciera débil delante de nadie. —Tienes razón —dije obedientemente—. Lo siento. Samuel tomó mi hombro y apretó ligeramente.

—Danilo —dijo en voz baja—. Mi hermana se irá ahora. Quiero hablar contigo a solas. Con mi sangre hirviendo, le di a Danilo una sonrisa de disculpa antes de irme. Una vez fuera, mi sonrisa cayó y avancé enfurecida a través del vestíbulo, necesitando ventilar mi ira. ¿Dónde estaba papá? Doblé la esquina y choqué con alguien. —Cuidado —llegó en un tono que conocía muy bien, y dos manos me estabilizaron. Alcé la vista. —Tío Dante —dije con una sonrisa y luego me sonrojé porque me había lanzado contra él como una niña de cinco años teniendo una rabieta. Me alisé el vestido, intentando parecer equilibrada. Después de todo, mi tío era control puro. Tenía que serlo como Jefe de la Organización. Dante inclinó la cabeza con una sonrisa pequeña. —¿Te pasa algo? Te ves molesta.

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Mis mejillas se calentaron aún más. —Samuel me avergonzó delante de Danilo. Está a solas con él ahora mismo. Teniendo una conversación. ¿Puedes ir a comprobarlos antes de que Samuel arruine todo? Dante rio entre dientes pero asintió. —Tu hermano quiere protegerte. ¿Dónde están? —En la sala de estar —respondí. Me apretó el hombro antes de alejarse. La ira todavía estaba hirviendo bajo mi piel. Haría que Samuel pagara por ello. Subí las escaleras y entré en su habitación. Unos cuantos cuchillos y armas pertenecientes a un museo decoraban las paredes, pero aparte de eso estaba prácticamente sin muebles. En una semana o dos Samuel se mudaría a su propio apartamento en Chicago y trabajaría directamente bajo Dante por un par de años antes de regresar a Minneapolis y eventualmente tomar el puesto de papá. Me hundí en su cama, esperando. Con cada segundo que pasó, me puse más nerviosa. Me levanté y me paseé por la habitación. Cuando escuché sus pasos, me detuve y me escondí detrás de la puerta, sacándome mis tacones con cuidado. La puerta se abrió y Samuel entró. Salté, intentando aterrizar sobre su espalda y

envolver mis brazos alrededor de su cuello como lo había hecho a menudo en el pasado. Samuel me atrapó, me levantó por encima del hombro a pesar de mi lucha y me arrojó sobre la cama. Después de hecho me sujetó contra ella, despeinando mi cabello y haciéndome cosquillas. —¡Para! —grité entre risas—. ¡Sam, para! Se detuvo, pero me dio una sonrisa satisfecha. —No puedes ganar contra mí. —Me gustaba más cuando eras un niño escuálido y no esta máquina de matar —murmuré. Algo oscuro pasó por los ojos de Samuel, y toqué su pecho y lo empujé ligeramente, una distracción de cualquier horror que estuviera recordando. —¿Qué tanto me avergonzaste delante de Danilo? —Repasé los detalles de tu noche de bodas con él.

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Miré a Samuel con horror. —No lo hiciste. —Lo hice. Me senté. —¿Qué le dijiste? —Le dije que era mejor que te tratara como a una dama en tu noche de bodas. Ni mierdas dominantes ni nada por el estilo. Mis mejillas ardieron con calor, y golpeé su hombro con fuerza. Frunció el ceño, frotando el lugar. —¿Qué? —¡¿Qué?! Me avergonzaste delante de Danilo. ¿Cómo pudiste hablar de algo así con él? Mi noche de bodas no es asunto tuyo. —Mi rostro entero ardía de ira y vergüenza. No podía creerle. Siempre me había protegido, por supuesto, pero esto llevaba las cosas muy lejos. Samuel hizo una mueca.

—Créeme, no fue fácil para mí. No me gusta pensar que mi hermanita va a tener relaciones sexuales. Lo golpeé de nuevo. —Solo eres mayor por tres minutos. Y llevas años teniendo relaciones sexuales. ¿Siquiera sabes con cuántas mujeres te has acostado? Se encogió de hombros. —Soy hombre. —Oh, cállate —murmuré—. ¿Cómo voy a enfrentar a Danilo después de lo que hiciste? —Si dependiera de mí, serías monja —dijo Samuel, y perdí el control. Tenía una manera de volverme absolutamente loca. Me lancé hacia él una vez más, pero como antes, fue inútil. La última vez que tuve oportunidad de ganar a Samuel en una pelea fue hace más de cinco años. Samuel envolvió sus brazos alrededor de mí por detrás y me mantuvo inmóvil.

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—Creo que te llevaré así abajo. Danilo sigue hablando con Dante. Estoy seguro que le encantará ver a su futura esposa así de despeinada. Tal vez decida no casarse contigo si ve que no eres en absoluto la dama obediente que quieres que él crea que eres. —¡No te atreverías! —grité pataleando pero Samuel me cargó, y me alojó contra su pecho como si fuera una marioneta. Papá entró, sus ojos moviéndose de mí apretujada contra Samuel y mi gemelo agarrándome con fuerza. Negó con la cabeza una vez. —Pensé que dejarían de pelear una vez que fueran mayores. Samuel me soltó y me puse de pie. Él alisó su ropa, enderezando la funda con su arma y su cuchillo. —Ella empezó. Le di una mirada. Alisando mi cabello y ropa, me aclaré la garganta. —Él me avergonzó frente a Danilo, papá. —Le dije a Danilo que le arrancaría las pelotas si no la trataba bien en su noche de bodas. Le fruncí el ceño a mi gemelo. No me había mencionado ese detalle.

Papá me dio una sonrisa melancólica, tocando mi mejilla. —Mi pequeña palomita. —Luego avanzó hasta Samuel y palmeó su hombre—. Lo hiciste bien. Les di a los dos una mirada incrédula. Ahogando mi molestia, y peor aún, mi agradecimiento por su protección, salí de la habitación de Samuel a la mía. Me senté en la cama, de repente superada por la tristeza. Iba a dejar a mi familia, mi hogar, por una ciudad que no conocía, un marido que apenas conocía. Ante el sonido de un golpe desconocido, me puse de pie y caminé hacia mi puerta, abriéndola. La sorpresa se apoderó de mí cuando vi la alta figura de Danilo. Abrí la puerta aún más pero no le pedí que entrara. Eso habría sido demasiado atrevido. En cambio, salí al pasillo. —No puedo pedirte que entres. Danilo me dio una sonrisa comprensiva. —Por supuesto que no. En caso de que te preocupe, tu tío sabe que estoy aquí

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arriba. —Oh —dije, abrumada por su presencia y el recuerdo de lo que Samuel había hecho. —Quería despedirme. Me voy en unos minutos —continuó. —Lo siento —dije con tanta dignidad como permitía mi rostro ardiente. Danilo sonrió con un pequeño ceño fruncido. —¿Por qué? —Por lo que hizo mi hermano. No debería haberte hablado sobre… sobre nuestra noche de bodas. Danilo rio entre dientes y se acercó a mí, su aroma picante envolviéndome. Tomó mi mano y la besó. Mi estómago se agitó. —Él quiere protegerte. Eso es honorable. No lo culpo. Una mujer como tú debería ser tratada como una dama, y así te trataré en nuestra noche de bodas y cada noche después. Se inclinó hacia delante y besó mi mejilla ligeramente. Sus ojos dejando en claro que quería hacer más que eso. Dio un paso atrás, soltando mi mano. Tragué con fuerza.

—Tengo muchas ganas de casarme contigo, Serafina. —Yo también —dije en voz baja. Con una última mirada a mí, se dio la vuelta y se fue. Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, volví a mi habitación y me dejé caer en mi cama. No estaba enamorada de Danilo, pero podía imaginarme enamorándome de él. Ese era un buen comienzo, uno mucho mejor al que muchas otras chicas de mi mundo conseguían. Unos minutos más tarde, alguien volvió a llamar. Esta vez reconocí el golpeteo descarado del puño contra la madera. —Entra —dije. Ni tenía que levantar la vista para saber quién era. Reconocía los pasos de Samuel hasta con los ojos cerrados. Él se hundió a mi lado. —Gracias por obedecerme cuando Danilo estaba cerca —dijo Samuel en voz baja, y tomó mi mano.

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—Necesitas verte fuerte. No quería hacerte parecer débil. —Lo miré, con lágrimas reuniéndose en mis ojos. Su expresión se tensó. —Lo odiaste. —Por supuesto que sí. Samuel miró hacia otro lado, deslumbrándose. —Odio la idea de que tengas que obedecer a Danilo o a cualquiera, a decir verdad. —Podría ser peor que Danilo. Al menos es un caballero cuando está cerca de mí. Samuel rio sombríamente. —Es tan bueno como el lugarteniente de Indianápolis, Fina, y a pesar de su edad, tiene a sus hombres bajo control. Lo he visto en acción. Es un hombre de la mafia como papá y yo. Espera obediencia. Lo miré con curiosidad. —Nunca esperaste obediencia de mi parte.

—La deseé —murmuró en tono de broma y luego se puso serio nuevamente—. Eres mi hermana, no mi esposa. Eso es diferente. —¿Esperas obediencia de tu esposa? Samuel frunció el ceño. —No lo sé. Tal vez. —¿Cómo tratas a las mujeres con las que estás? —Nunca había conocido a ninguna de ellas. Los mafiosos se llevaban a menudo mujeres fuera de nuestro mundo a sus camas antes del matrimonio, y a esas mujeres no se les permitía entrar en nuestros hogares. Rápida e inesperadamente, la cara de Samuel pareció cerrarse. —No importa. —Se puso de pie—. Y no importa cómo estaba Danilo acostumbrado a tratar a sus putas. Eres una princesa de la mafia, mi hermana, y juro por mi honor que lo perseguiré hasta la muerte si no te trata como a una dama. Le sonreí a mi gemelo.

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—Mi protector. Samuel me devolvió la sonrisa. —Siempre.

2 Remo —¿Estás listo? Tenemos que escabullirnos en una boda —dije, sonriendo abiertamente. La emoción chisporroteaba bajo mi piel, un fuego bajo que ardía cada vez más a medida que me acercaba a mi objetivo. Fabiano suspiró, revisando su arma y metiéndola de nuevo en su funda. —Tan listo como lo estaré alguna vez para esta locura. —La genialidad y la locura son a menudo intercambiables. Ambos han alimentado los mayores eventos en la historia humana.

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—Creo que me molestas más cuando suenas como Nino con tu propia locura patentada —dijo Fabiano—. No puedo creer que esté a solo unos kilómetros de mi padre y no puedo hacerlo pedazos. —Lo harás. Mi plan te lo traerá al final. —No me gusta la parte de “al final”. Tengo el presentimiento de que este plan va más allá de matar a mi padre y castigar a la Organización. Me recosté contra el asiento del auto. —¿Y entonces de qué iría? Fabiano se encontró con mi mirada. —De ti consiguiendo poner las manos en la sobrina de Dante por cualquier razón demente que tengas. Mi boca se detuvo en una sonrisa oscura. —Sabes exactamente por qué la quiero. Fabiano se recostó en su asiento, con expresión tensa. —No creo que ni siquiera tú sepas exactamente por qué la quieres. Pero sí sé que la chica pagará por algo de lo que no es responsable.

—Es parte de nuestro mundo. Nacida y criada para ser la madre de más bastardos de la Organización. Nacida y criada para obedecer como una oveja descerebrada. Fue educada para seguir a su pastor sin dudarlo. Solo la guio hacia una manada de lobos. Ese es el error de los pastores, y por eso ella será destrozada. Fabiano negó con la cabeza. —Mierda, Remo. Eres un maldito loco. Envolví mis dedos alrededor de su antebrazo, sobre su tatuaje de la Camorra: el ojo y la espada. —Eres uno de nosotros. Sangramos y morimos juntos. Mutilamos y matamos juntos. No olvides tu juramento. —No lo haré —dijo simplemente. Lo solté entonces. Mis ojos moviéndose al frente del hotel donde los padres de Serafina, Ines y Pietro Mione, acababan de salir por la puerta con una joven de cabello oscuro entre ellos. Vestida con atuendo de noche para la boda del año, Ines se parecía mucho a su hermano. Alta, rubia y orgullosa.

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Tan jodidamente orgullosa y controlada. —No nos llevará mucho —dije, mirando hacia la calle donde estaba el auto con mis dos soldados esperando. Fabiano puso las llaves en el encendido mientras observábamos cómo se alejaban los Mione. —Su gemelo estará con ella —dijo—. Y luego está el guardaespaldas. Mis ojos evaluaron al chico de mediana edad al volante de una limusina Bentley estacionada en la entrada del hotel. Tenía un maldito arreglo floral en el capó. Flores blancas. Quise aplastarlas debajo de mis botas. —Me están haciendo muy fácil averiguar el auto de la novia —dije con una carcajada. —Porque no esperan un ataque. Nunca antes se ha hecho. Los funerales y las bodas son sagrados. —Ya han habido bodas sangrientas antes. Deberían saberlo. —Pero esas bodas se volvieron sangrientas porque los invitados se pelearon entre sí. No creo que nadie haya atacado alguna vez una boda, especialmente a la novia, a propósito. El honor lo prohíbe.

Reí entre dientes. —Somos la Camorra. Tenemos nuestro propio conjunto de reglas, nuestra propia idea de honor. —Creo que hoy se darán cuenta de eso —dijo con fuerza. Mis ojos escudriñaron el frente del hotel. En algún lugar detrás de sus ventanas, Serafina estaba preparándose para su boda. Sería acicalada a la perfección, una aparición en blanco. No podía esperar para poner mis manos en ella, manchar el tejido perfectamente blanco en rojo sangre.

Serafina 19

—No tienes que estar asustada, cariño —dijo mamá en voz baja de modo que Sofia no la escuchara. Mi hermanita estaba ocupada tirando de los pasadores que mantenían su cabello en su lugar sobre su cabeza, haciendo una mueca. —No lo estoy —dije rápidamente, cosa que era una mentira. No es que estuviera demasiado aterrada por dormir con Danilo, sino que ya estaba nerviosa y preocupada por avergonzarme a mí misma. No me gustaba ser mala en las cosas, y lo haría mal ya que no tenía experiencia. Me dio una mirada de complicidad. —Está bien estar nerviosa. Pero es un hombre decente. Dante siempre habla en términos radiantes sobre Danilo. —Mamá intentaba sonar casual, pero fracasó estrepitosamente. Acarició mi cabello como solía hacerlo cuando era una niña. Ambas sabíamos que había una diferencia entre ser un hombre decente y un soldado leal a la Organización. El tío Dante probablemente estaba basando su juicio de Danilo en esto último. No es que importara. Danilo siempre había sido un caballero, y sería mi esposo en unas pocas horas. Era mi deber someterme a él, y lo haría. Mi peluquera tomó el lugar de mamá y comenzó a arreglar mi cabello rubio, adornándolo con perlas y cadenas de oro blanco. Mamá notó que Sofia peleaba con su peinado y se movió rápidamente hacia ella.

—Sofia, basta. Ya has desenredado algunas hebras. Sofia dejó caer sus manos con una mirada resignada. Luego sus ojos azules encontraron los míos. Le sonreí en respuesta. Evitando las manos alzadas de mamá, vino a mi lado y me miró. —No puedo esperar para ser una novia. —Primero, terminarás la escuela —bromeé. Solo tenía once años y aún no la habían prometido a nadie. Para ella, las bodas solo se trataban de verse bonita y el caballero con el que se casaría. Envidiaba su ignorancia. —Listo —anunció la peluquera y dio un paso atrás. —Gracias —dije. Ella asintió y salió rápidamente, dándonos un momento. El vestido era absolutamente impresionante. No podía dejar de admirarme en el espejo, girando de izquierda a derecha. Las perlas y el hilo bordado de plata atraían la luz maravillosamente, y la falda era de ensueño compuesta por varias capas del tul más fino. Mamá negó con la cabeza, las lágrimas empañando sus ojos.

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—Mamá, no llores —le advertí—. Vas a arruinar tu maquillaje. Y si empiezas a llorar, también lloraré y entonces mi maquillaje también se arruinará. Mamá asintió, parpadeando varias veces. —Tienes razón, Fina. —Se secó los ojos con la esquina de un pañuelo. Mamá no era una persona emocional. Era como su hermano, mi tío Dante. Sofia me sonrió radiante. Un golpe sonó y papá asomó su cabeza. Se quedó helado y entró muy despacio. Me evaluó sin decir una palabra. Podía ver la emoción nadando en sus ojos, pero nunca la mostraría abiertamente. Se acercó y llevó dos dedos a mis mejillas. —Palomita, eres la novia más hermosa que he visto en mi vida. Mamá enarcó las cejas en señal de sorpresa. Papá se echó a reír y tomó su mano, besándole los nudillos. —Ines, por supuesto que también fuiste una novia impresionante. —¿Qué hay de mí? —preguntó Sofia—. ¿Tal vez voy a ser aún más hermosa? Papá levantó un dedo.

—Tú serás siempre mi pequeña hija. No hay matrimonio para ti. Sofia puso mala cara y papá sacudió la cabeza. —Ahora tenemos que irnos a la iglesia. —Besó mi mejilla y luego tomó la mano de Sofia. Los tres salieron a la vez, y mamá se volvió una vez más, y me dio una sonrisa orgullosa. Samuel apareció en la puerta, vestido con un traje negro y corbata azul. —Te ves apuesto —le dije y sentí una oleada de melancolía. Estaría a cientos de kilómetros de mí una vez que me mudara a la villa de Danilo en Indianápolis. —Y tú te ves hermosa —dijo en voz baja, sus ojos evaluándome de pies a cabeza. Se apartó del marco de la puerta y avanzó hacia mí, con las manos en los bolsillos—. Va a ser extraño sin ti. —Le diré a Sofia que te mantenga en línea. —No será lo mismo.

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—Te casarás en unos años. Y pronto estarás más ocupado con el negocio de la mafia. Ni siquiera vas a notar que me he ido. Samuel suspiró y luego miró al Rolex que papá le había dado por su iniciación hace cinco años. —También tenemos que irnos. Se supone que la ceremonia comenzará en cuarenta y cinco minutos. Nos llevará al menos unos treinta minutos para llegar a la iglesia. La iglesia estaba fuera de los límites de la ciudad. Quería que la celebración tuviera lugar en un granero renovado en el campo, rodeado de bosque, no en la ciudad. Asentí y después comprobé mi reflejo una vez más antes de tomar su mano extendida. Salimos de la suite con nuestros brazos entrelazados y bajamos al vestíbulo del hotel. La gente seguía mirando en mi dirección, y tenía que admitir que estaba disfrutando de su atención. El vestido había costado una pequeña fortuna. Era justo, ya que muchas más personas de lo posible me verían en él. Esta boda era el evento social más grande en años de la Organización. Samuel abrió la puerta del Bentley negro para mí, y me deslicé en el asiento trasero, intentando recoger la falda de mi vestido a mi alrededor. Samuel cerró la puerta y se acomodó al frente junto al conductor, mi guardaespaldas.

Nos alejamos y mi estómago reventó con mariposas. En menos de una hora sería la esposa de Danilo. Todavía parecía imposible. Pronto, los edificios altos dieron paso al campo ocasional y muchos árboles. Samuel se removió en el asiento delantero, sacando su arma. —¿Qué pasa? —pregunté. Aceleramos. Samuel miró por encima del hombro, pero no a mí. También me di la vuelta y vi un auto acercándose detrás de nosotros con dos hombres en él. Samuel sacó su teléfono y se lo llevó a la oreja. Antes de que pudiera decir algo, otro auto vino del costado y chocó con nuestro maletero. Salimos girando. Grité aferrando el asiento a medida que el cinturón se me clavaba en la piel. —¡Abajo! —gritó Samuel. Me desabroché el cinturón y me lancé hacia adelante, con los brazos sobre la cabeza. Chocamos con otra cosa y entonces nos detuvimos. ¿Qué estaba pasando? Samuel abrió la puerta a toda prisa y comenzó a disparar. Mi guardaespaldas lo siguió. Las ventanas se rompieron, y grité cuando fragmentos de vidrio cayeron sobre mi piel. Un hombre gritó, y mi cabeza voló en alto.

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—¿Samuel? —grité. —¡Corre, Fina! Empujé a través de la brecha entre los asientos delanteros y encontré a Samuel apoyándose contra el costado del auto, con sangre derramándose por encima de la mano que presionaba su costado. Luché con la puerta y me hundí en el suelo a su lado, tocándolo. —¿Sam? Él me dio una sonrisa tensa. —Estaré bien. Corre, Fina. Te quieren a ti. Corre. —¿Quién me quiere? —pregunté parpadeando, sin comprender. Disparó a nuestros atacantes una vez más. —¡Corre! Me puse de pie. Si me querían, me seguirían si corría y dejaba a Samuel solo. —Pide refuerzos. Me quité los tacones, agarré mi vestido y comencé a correr tan rápido como pude. Pétalos blancos del arreglo floral destruido se pegaron a mis dedos. Nadie me

disparó. Eso significaba que me querían viva, y sabía que eso no podía ser algo bueno. Giré a la derecha, donde se extendía un bosque frente a mí. Era mi única oportunidad de perderlos. Mi respiración salía en jadeos cortos. Estaba en forma y era una buena corredora, pero me frenaba la pesada tela de mi vestido. Las ramitas tiraron del vestido, rasgándolo y haciéndome tropezar. Detrás de mí resonaron unos pasos más pesados. Pero no me atreví a mirar por encima del hombro para ver quién estaba persiguiéndome. Los pasos se acercaban cada vez más a mí. Oh, Dios. Este vestido me estaba haciendo ir demasiado lento. ¿Samuel ya habría pedido refuerzos? Y luego un pensamiento peor desterró el último. ¿Y si Samuel no lo logró? Giré a la derecha, decidiendo volver corriendo al auto. Otro conjunto de pasos se unió al primero. Dos perseguidores.

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El miedo se disparó en mis venas, pero no me detuve. Una sombra apareció por el rabillo de mi ojo, y de repente una figura alta vino de mi lado. Grité un segundo antes de que un brazo colgara alrededor de mi cintura. La fuerza me hizo perder el equilibrio y caí al suelo. Un cuerpo pesado aplastó el mío. Me quedé sin aire en los pulmones y mi visión se volvió negra por el impacto de aterrizar con fuerza en el suelo del bosque. Comencé a patear, a golpear, arañar y grité a todo pulmón. Pero unas cuantas capas de tul cubrían mi cara y dificultaban el movimiento. Si papá y Dante hubieran llegado con refuerzos, necesitaban escucharme para poder encontrarme. Una mano se cerró sobre mi boca, y la mordí. —¡Mierda! La mano se apartó y la voz me resultó muy familiar, pero no pude ubicarla por el pánico. Las capas de tul todavía obstruían mi vista. Divisé dos formas por encima de mí. Altas. Una oscura, una rubia. —Tenemos que darnos prisa —gruñó alguien. Me estremecí ante la dura brutalidad de la voz. Un peso pesado se asentó en mis caderas, y dos manos fuertes agarraron mis muñecas, empujándolas hacia abajo en el suelo. Intenté retroceder, pero una mano se acercó a mi cara. Intenté morderla una vez más, pero no lo alcancé. Mi rango de movimiento estaba limitado con mis brazos sobre mi cabeza. Me quitaron el tul de mi cara, y finalmente pude ver a mis asaltantes. El hombre sentado en mis caderas

tenía cabello negro y ojos negros y una cicatriz en su cara. La mirada que me dio envió una ola de terror a través de mi cuerpo. Lo había visto antes, pero no estaba segura de dónde. Mis ojos se dirigieron al otro hombre sosteniendo mis manos hacia abajo, y me quedé inmóvil. Conocía al hombre rubio y esos ojos azules. Fabiano Scuderi, el niño con el que solía jugar cuando era más joven. El niño que había escapado y se unió a la Camorra. Y finalmente, lo comprendí. Mi mirada se dirigió nuevamente al hombre de cabello negro. Remo Falcone, Capo de la Camorra. Me sacudí violentamente, una nueva ola de pánico dándome fuerza. Me arqueé, pero Remo no se movió ni un poco. —Cálmate —dijo Fabiano. Una de sus manos sangraba de donde lo había mordido. ¿Calmarme? ¿Calmarme? ¡La Camorra intentaba secuestrarme! Abriendo la boca, intenté gritar de nuevo. Esta vez Remo tapó mi boca antes de que tuviera la oportunidad de lastimarlo. —Dale el tranquilizante —ordenó.

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Sacudí la cabeza frenéticamente, pero algo me pinchó en el interior del codo y perforó mi piel. Mis músculos se pusieron pesados, pero no me desmayé completamente. Me soltaron y Remo Falcone deslizó sus manos debajo de mí, enderezándose conmigo en sus brazos. Mis extremidades colgaban flojamente a mis costados, pero mis ojos permanecieron abiertos y fijos en mi captor. Sus ojos oscuros se posaron en mí brevemente antes de que comenzara a correr. Los árboles y el cielo se precipitaron sobre nosotros a medida miraba hacia arriba. —¡Fina! —escuché a Samuel en la distancia. —Sam —jadeé, apenas un sonido. Entonces papá. —¿Fina? Fina, ¿dónde estás? Sonaron más voces masculinas, viniendo a salvarme. —¡Más rápido! —gritó Fabiano—. ¡A la derecha! —Las ramitas se rompían bajo las pisadas. Remo respiraba más pesado, pero su agarre sobre mí se mantuvo firme. Salimos del bosque hacia una calle. Y de repente, unos neumáticos chirriaron y la esperanza me llenó, pero se estrelló cuando me metieron dentro de un vehículo en el asiento trasero, y Remo se deslizó a mi lado.

—¡Conduce! Me quedé mirando el techo gris del auto, con la respiración entrecortada. —Vaya, vaya, qué hermosa novia eres —dijo Remo. Levanté mis ojos y me encontré con los suyos, deseando no haberlo hecho porque la sonrisa torcida en su rostro ardió a través de mí como una tormenta de terror. Y después me desmayé.

Remo Serafina se desmayó a mi lado. La contemplé de cerca. Ahora que no estaba golpeando o gritando, podía admirarla como se merecía una novia. Manchas de sangre salpicaban su vestido como rubíes y estropeaban la cremosa piel en su escote. Pura perfección.

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—Parece que los hemos despistado —murmuró Fabiano. Mis ojos fueron atraídos hacia la ventana trasera, pero nadie nos seguía por el momento. Tuvimos heridos, no matamos a los dos acompañantes de Serafina, de modo que parte de las fuerzas perderían tiempo atendiendo a sus lesionados. —Es tremendo pedazo de culo —comentó Simeone desde detrás del volante. Me incliné hacia adelante. —Y nunca más la volverás a mirar a menos que quieras que te arranque los globos oculares y te los empuje por el culo. Una puta palabra más faltándole el respeto y tu lengua acompañará a tus ojos, ¿entendido? Simeone asintió bruscamente. Fabiano me miró con una expresión curiosa. Me eché hacia atrás y volví mi mirada hacia la mujer acurrucada a mi lado en el asiento. Su cabello estaba sujeto firmemente a su cabeza como si incluso esa parte de ella necesitara ser domada y controlada, pero un mechón caprichoso se había liberado y enrollado salvajemente sobre su sien. Lo envolví alrededor de mi dedo. No podía esperar a descubrir qué tan sumisa era Serafina en realidad. Llevé a una inerte Serafina a la habitación del motel y la puse en una de las dos camas. Alcanzando una ramita que se había enredado en su cabello, la quité

antes de deshacer su peinado, dejando que su cabello se derramara sobre la almohada. Me enderecé. Fabiano suspiró. —Cavallaro buscará venganza. —No van a atacarnos mientras la tengamos. Es vulnerable y él sabe que no podrá sacarla de Las Vegas con vida. Fabiano asintió, sus ojos desplazándose a Serafina, que estaba recostada inerte en la cama, con la cara inclinada hacia un lado, su largo y elegante cuello desplegado. Mi mirada bajó hasta el fino encaje sobre el suave oleaje de sus senos. Un vestido de cuello alto. Modesto y elegante, nada vulgar o demasiado sexy para la sobrina de Dante, y sin embargo, habría puesto de rodillas a muchos hombres. Parecía un puto ángel con su cabello rubio y piel pálida, y el vestido blanco solo enfatizaba esa impresión. El epítome de la inocencia y la pureza. Tuve que contener una carcajada. —¿Qué estás pensando? —preguntó Fabiano con cautela mientras seguía mi mirada hacia la novia.

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—Que no podrían haber enfatizado aún más su inocencia si lo hubieran intentado. —Me acerqué más, mi mirada arrastrándose por sus estrechas caderas—. Prefiero las manchas de sangre en su vestido. —Era su boda. Por supuesto que enfatizarían su pureza. Sabes cómo es. Las chicas en nuestros círculos son mantenidas protegidas hasta que entran en matrimonio. Deben perder su inocencia en su noche de boda. Cavallaro y su prometido probablemente harán cualquier cosa para asegurarse que regrese sin ser tocada. Danilo es lugarteniente. Su padre es lugarteniente. El maldito Dante Cavallaro es su tío. Sin importar lo que les pidas, ellos accederán. Si les pides que entreguen a mi padre ahora mismo, lo harán y nos libraremos de ella. Negué con la cabeza. —No voy a pedir nada todavía. No voy ponérselo tan fácil. Atacaron Las Vegas. Intentaron matar a mis hermanos, intentaron matarte a ti y a mí. Trajeron la guerra a mi ciudad, y yo llevaré la guerra en medio de ellos. Los destruiré desde adentro. Los romperé. Fabiano frunció el ceño. —¿Cómo?

Lo contemplé. El indicio de cautela en su voz era apenas perceptible, pero lo conocía bien. —Al romper a alguien que se supone deben proteger. Si hay una cosa que sé, es que incluso los hombres como nosotros rara vez se perdonan a sí mismos por dejar que las personas que supuestamente deben proteger salgan lastimadas. Su familia se volverá loca de preocupación por ella. Se preguntarán todos los días lo que le estará pasando. Se imaginarán cómo está sufriendo. Su madre culpará a su esposo y hermano. Y ellos se culparán a sí mismos. Su culpa se extenderá como el cáncer entre ellos. Y yo alimentaré su preocupación. Los destrozaré. Fabiano bajó la mirada hacia Serafina, que comenzó a agitarse ligeramente. El rasgón en su vestido de novia se movió, exponiendo su larga pierna desnuda. Llevaba una liga de encaje blanco. Fabiano alcanzó la falda de su vestido y cubrió su pierna. Incliné mi cabeza hacia él. —Es inocente —dijo neutralmente. —No va a volver con ellos tan inocente —dije sombríamente.

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Fabiano se encontró con mi mirada. —Lastimarla no romperá a la Organización. Se unirán aún más para derribarte. —Ya veremos —murmuré—. Llamemos a Nino y veamos qué ruta elegir a continuación. Fabiano y yo nos dirigimos hacia el escritorio y pusimos el teléfono en el altavoz. Acabábamos de terminar nuestra llamada cuando Serafina gimió. Nos volvimos hacia ella. Despertó con un sobresalto, desorientada. Parpadeó lentamente hacia la pared y luego hacia el techo. Sus movimientos eran lentos y perezosos. Su respiración se aceleró, y miró hacia su cuerpo, sus manos palpando sus costillas y luego más abajo, apoyándose en su abdomen… como si pensara que la habíamos follado mientras estaba desmayada. Supongo que tenía sentido. Aunque habría estado adolorida. —Si sigues tocándote de esa manera, no seré responsable de mis acciones. Su mirada se disparó hacia nosotros, su cuerpo poniéndose rígido. —No te tocamos mientras estabas inconsciente —le dijo Fabiano.

Sus ojos se lanzaron entre él y yo. Era obvio que no estaba segura de poder creerle. —Sabrías si Fabiano o yo te hubiéramos follado, créeme, Serafina. Ella apretó los labios, el miedo y el disgusto arremolinándose en sus ojos azules. Comenzó a retorcerse y moverse como si estuviera intentando levantarse de la cama, pero no podía controlar su cuerpo. Al final, cerró los ojos, con el pecho agitado, los dedos temblando contra la manta. —Todavía está drogada —dijo Fabiano. —Le traeré una soda. Tal vez la cafeína la despierta. No me gusta que esté así tan débil y muda. No es un reto.

Serafina 28 Vi a Remo salir de la habitación y me obligué a sentarme. —Fabiano —susurré. Se acercó y se arrodilló ante mí. —Fina —dijo simplemente. Solo mi hermano me llamaba por ese apodo, pero Fabiano siempre había jugado con nosotros cuando éramos pequeños y me conocía por el apodo. Mi madre no me había criado para rogar, pero estaba desesperada. Toqué su mano. —Por favor, ayúdame. Fuiste parte de la Organización. No puedes permitir esto. Apartó su mano, sus ojos duros. —Soy parte de la Camorra. Se puso de pie y me miró sin una pizca de emoción. —¿Qué va a pasarme? ¿Qué quiere tu Capo conmigo? —pregunté con voz ronca.

Sus ojos se suavizaron por un segundo, y esa fue la respuesta más aterradora que pudo darme. —La Organización nos atacó en nuestro propio territorio. Remo está en busca de venganza. Un terror helado arañó mis entrañas. —Pero no tengo nada que ver con sus asuntos. —No, pero Dante es tu tío, y tu padre y tu prometido son miembros de alto rango de la Organización. Me miré las manos. Mis nudillos blancos como la tiza por aferrar la tela de mi vestido. Entonces noté las manchas rojas y solté el tul rápidamente. —¿Así que los va a hacer pagar al hacerme daño? —Mi voz se quebró. Me aclaré la garganta, esforzándome y fallando en mantener mi compostura. —Remo no me reveló su plan —dijo, pero no le creí ni un segundo—. Podría usarte para sobornar a tu tío para que entregue partes de su territorio… o su Consigliere.

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El tío Dante nunca cedería parte de su territorio, ni siquiera por su familia, por mucho que mi madre le rogara que lo hiciera, ni le entregaría a uno de sus hombres, su Consigliere. No podía, no por una chica. Estaba perdida. Mi visión volvió a nadar y me desplomé sobre el colchón. Pero a través de la niebla, escuché la voz de Remo. —Cambio de planes. Déjala que duerma y saque el efecto de las drogas de su sistema mientras conducimos. Hemos pasado demasiado tiempo en este lugar. Nino volvió a llamar. Sugiere que salgamos de aquí ahora mismo. Envió nuestro helicóptero para recogernos en Kansas. Se enteró por Grigory que Cavallaro ha pedido a todos los soldados que busquen a su sobrina y todavía estamos en los límites de su territorio. Dante estaba intentando salvarme. Papá y Danilo también me estarían buscando. Y Samuel, mi Samuel, me buscaría. Si todavía estábamos en territorio de la Organización, no se había perdido toda la esperanza.

3 Serafina Desperté en un auto, acurrucada en mí misma, medio enredada en mi vestido. Fabiano estaba en el asiento trasero a mi lado, pero no me miraba. En cambio, estaba revisando la ventana trasera. Otro hombre se sentaba al frente, detrás del volante y junto a él estaba Remo. No estaba segura si me habían dado otro tranquilizante o si mi cuerpo tenía problemas para combatir los efectos de la primera inyección. No había comido en todo el día y apenas había bebido algo. Un gemido bajo se me escapó de los labios.

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Fabiano y Remo me miraron. Los ojos oscuros de Remo enviaron un escalofrío de terror por mi espalda, pero la mirada de Fabiano tampoco me ofreció algún consuelo. Cerré mis ojos otra vez, odiando lo vulnerable que me sentía. No estaba segura de cuánto tiempo llevábamos conduciendo, pero la siguiente vez que desperté estábamos en un helicóptero. Luché por sentarme. La franja con hoteles y casinos se extendía por debajo de nosotros, y mi estómago se contrajo cuando el helicóptero comenzó a descender sobre Las Vegas. No le dije ni una palabra a Fabiano o a Remo, y ellos tampoco me hablaron. La tensión todavía era palpable en el helicóptero, pero habían escapado de la Organización y ahora estaba en Las Vegas. En territorio Camorra. A su merced. Para el momento en que aterrizamos, Fabiano me ayudó a salir del helicóptero mientras Remo hablaba con alguien por teléfono. Necesitaba lavarme la cara y despejar mi cabeza para poder pensar con claridad. Llevaba en mi vestido de novia casi veinticuatro horas. Me sentía pegajosa, lenta y agotada. Y por debajo de todo, tenía problemas para contener un terror que pulsaba dentro de mí. Me empujaron a otro auto y, finalmente, nos detuvimos frente a un club de striptease en mal estado llamado Sugar Trap. Fabiano volvió a agarrarme del brazo cuando Remo siguió adelante sin mirarme.

—Fabi —intenté, pero él apretó su agarre—. Necesito ir al baño y lavarme la cara. No me siento bien. Me condujo dentro del club de striptease desierto hacia el baño de damas y me siguió adentro para esperar en los lavabos. Remo me había ignorado en su mayor parte, pero tenía el presentimiento de que eso cambiaría pronto. Fui a la cabina del baño, odiando saber que Fabiano podía escucharme. No había nada que pudiera haber usado como arma, e incluso si lo hubiera, ¿cómo me ayudaría eso rodeada de Camorrista? Solté mi falda cuando terminé, respirando profundamente, intentando ocultar mis emociones. —Serafina —dijo Fabiano en advertencia—. No me hagas sacarte de allí. No te gustará. Enderezándome los hombros, volví a salir, sintiéndome temblorosa por la deshidratación. Me incliné sobre el lavabo y me lavé la cara, luego bebí unos tragos de agua.

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—Puedes tomar una soda del bar —dijo Fabiano. Antes de que pudiera decir algo, me agarró del brazo y me sacó. Mis pies descalzos dolían. Debo habérmelos cortado en el suelo del bosque. Mis ojos revolotearon alrededor del sitio. Ya no estaba desierto. Como si se sintieran atraídas por la conmoción, varias mujeres con poca ropa se habían reunido en el bar. Evitaron mirarme y me di cuenta que no podía esperar su ayuda. Ni una sola persona en Las Vegas se arriesgaría a ayudarme. —Coca-Cola —le gritó Fabiano a un hombre de piel oscura detrás de la barra, quien tomó una botella, la abrió y se la entregó a Fabiano. El hombre no me estaba mirando a propósito. Buen Señor. ¿A dónde me habían llevado? ¿Qué clase de infierno era Las Vegas? —Bebe —dijo Fabiano, tendiéndome la botella. La tomé y tomé unos sorbos largos. El líquido frío y dulce pareciendo revivir mi cerebro y mi cuerpo. —Vamos. —Fabiano me condujo a través de una puerta y por un pasillo de paredes desnudas hacia otra puerta. Cuando la abrió y entró conmigo, mi estómago se revolvió. Dentro, había dos hombres desconocidos, ambos Falcone, asumí. Todos eran altos, con expresiones duras y cierto aire de crueldad desenfrenada por la que eran famosos. Uno de ellos tenía los ojos grises y parecía mayor que el otro chico. Intenté

recordar sus nombres, pero entonces mis ojos se encontraron con los de Remo y mi mente quedó en blanco. El Capo de la Camorra se había quitado la camisa. Tenía una herida nueva en su costado izquierdo que había sido cosida, pero todavía había sangre alrededor. Mi pulso tartamudeó en mis venas al ver sus músculos y cicatrices. —Tu gemelo casi me alcanza allí —dijo Remo con una risa oscura—. Pero no lo suficiente como para evitar que capturara a su amada hermana —dijo “amada” como si fuera algo sucio, algo sin valor. Fabiano me soltó y se unió a los otros hombres, dejándome de pie en medio de la habitación como un trozo de carne que necesitaba una inspección. El miedo se asentó en mis huesos porque tal vez eso era exactamente lo que era para ellos. Carne. Remo señaló al hombre de ojos grises. —Ese es mi hermano Nino. —Luego hizo un gesto al hombre más joven que estaba a su lado—. Y mi hermano Savio.

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Remo se acercó más, cada músculo de la parte superior de su cuerpo tensándose, como si fuera un depredador a punto de saltar. Me mantuve firme. No cedería ni un centímetro a él. No le daría nada. Ni mi miedo ni una sola de mis lágrimas. Él no podía quitarme eso. Pero no me engañaba pensando que podía evitar que me quitara otras cosas. —Serafina Cavallaro. —Mi nombre sonó como una caricia en sus labios a medida que avanzaba a mi alrededor lentamente. Se detuvo cerca de mí, de modo que no pude verlo. Reprimí un escalofrío. —No soy Cavallaro. Ese es el apellido de mi tío, no el mío. El aliento de Remo abanicó sobre mi cuello. —Para todos los fines importantes, eres una Cavallaro. Me clavé las uñas en las palmas. Los ojos grises de Nino siguieron el movimiento sin un destello de emoción en su rostro. Fabiano se sentaba en el escritorio, mirando al hombre detrás de mí, pero no a mí. Savio me contemplaba con una mezcla de curiosidad y cálculo. No dije nada, solo miré tercamente hacia delante. Remo me rodeó y se detuvo frente a mí. Era un hombre alto y solo por eso deseé tener mis tacones. No era

exactamente pequeña, pero descalza, la parte superior de mi cabeza solo llegaba a su barbilla. Levanté mi cabeza ligeramente, intentando parecer más alta. La boca de Remo se contrajo. —Escuché que ayer debías casarte con tu prometido, Danilo Mancini —dijo con una sonrisa torcida—. Así que te robé tu noche de bodas. Recordé las palabras consoladoras de mamá. Que Danilo sería bueno conmigo. Que no tenía que temerle cuando reclamara sus derechos después de nuestra boda. Y las palabras de Samuel de que perseguiría a Danilo hasta la muerte si no me trataba como a una dama. Cuando contemplé el rostro de Remo Falcone, mi preocupación por tener relaciones sexuales con Danilo me pareció ridícula. La Camorra no sería buena conmigo. El nombre de su Capo era pronunciado en susurros silenciosos y aterrorizados incluso entre las mujeres de la Organización. Y un terror diferente a todo lo que jamás hubiera sentido me agarró, pero lo forcé a un lado. El orgullo era la única arma que tenía, y la mantendría hasta el final.

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—Me pregunto si dejaste que tu prometido tuviera una pequeña probada antes de tu boda —murmuró Remo, su voz un vibrato bajo lleno de amenaza, sus ojos oscuros evaluándome entera. La indignación me llenó. ¿Cómo se atreve a sugerir algo así? —Por supuesto que no —dije con frialdad—. El primer beso de una mujer honorable de la Organización ocurre el día de su boda. Su sonrisa se ensanchó, como un lobo, y me di cuenta de mi error. Me había llevado a una trampa. Usando mi propio orgullo como un arma contra mí.

Remo Mantuvo su cabeza alta a pesar de su error. Su largo cabello rubio caía por su espalda. Sus fríos ojos azules me evaluaban como si no mereciera su atención. Perfecta. De alcurnia y a punto de una profunda caída.

—Tan orgullosa y fría —dije, pasando un dedo por su mejilla y garganta—. Justo como el buen tío Dante. —Ella volvió la cara con una expresión de disgusto. Me reí—. Oh, sí, ahí está ese estúpido orgullo de la Organización. No puedo esperar para librarte de eso. —Me llevaré ese orgullo a la tumba conmigo —dijo con arrogancia. Me incliné aún más cerca, mi cuerpo presionándose ligeramente contra el de ella. —Matarte es lo último en mi mente, créeme. —Dejé que mis ojos viajaran a lo largo de su cuerpo—. Hay otras cosas mucho más entretenidas en las que puedo pensar. El terror se reflejó en su rostro, solo brevemente, y entonces desapareció. Pero lo vi. Así que la muerte no le molestaba a la chica, o eso pensaba ella, pero la idea de ser tocada por mí rasgó un resquicio en ese exterior orgulloso. —Así que nunca antes has besado a un hombre —reflexioné, inclinándome tan cerca que nuestros labios estaban casi tocándose.

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Ella se mantuvo firme, pero un ligero temblor recorrió su cuerpo. Apretó los labios, rechazando una respuesta. —Esto será divertido. —Mi familia y mi prometido derribarán Las Vegas si me lastimas. —Oh, espero que lo hagan, de ese modo podré bañarme en su sangre — dije—. Pero dudo que valgas la pena todos los problemas que tendrán que tomarse una vez que termine contigo. ¿O crees que tu novio se conformará con las sobras de otro hombre? Al final, dio un paso atrás. Mi sonrisa se hizo más amplia. Sus ojos se lanzaron a algo detrás de mí. A alguien. Seguí su mirada hacia Fabiano. Sus ojos se encontraron con los míos, su expresión dura e implacable, pero lo conocía de adentro hacia afuera. Había conocido a Serafina desde niña, había jugado con ella. Había un toque de tensión en sus ojos, pero él no acudiría en su ayuda, ni Nino ni Savio. Me volví de nuevo hacia ella. —Nadie va a salvarte, así que es mejor que dejes de esperarlo. Entrecerró los ojos hacia mí.

—Yo decido qué esperar. Podrás gobernar Las Vegas y a estos hombres, pero no me gobiernas a mí, Remo Falcone. Nunca antes alguien había escupido mi nombre de esa manera, y eso me provocó una puta ráfaga de emoción. —Oh, Serafina —dije sombríamente—. Ahí es donde te equivocas, y te lo demostraré. —Y yo demostraré que estás equivocado. —Sus ojos azules sostuvieron los míos, de nuevo en control, volviendo a ser su persona orgullosa. Pero ya me había dado antes una apertura, me había mostrado una grieta en su máscara y no podía deshacerla. Sabía cómo meterme bajo su piel. —Por mucho que me guste charlar contigo, parecer que tengo que recordarte el motivo por el que estás aquí. Y eso es para que tu tío Dante pague. Hubo un destello de miedo en esos ojos orgullosos. Dejé que mi mirada viajara a lo largo de ella, sobre su vestido de novia desgarrado y sangriento.

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—Necesitamos enviarle un mensaje a tu tío, un bonito video tuyo — murmuré. Asentí hacia Fabiano—. Llévala al sótano. Me reuniré contigo en unos minutos. —Quería ver cómo reaccionaba. La mandíbula de Fabiano se tensó, pero asintió brevemente. Agarró la muñeca de Serafina, y ella se tensó pero no luchó contra él, no como habría luchado contra mí, sin duda. Él comenzó a tirar de ella a lo largo del lugar. Ella no le rogó como pensé que lo haría. En cambio, me dio otra mirada de disgusto. Pensaba que podía desafiarme, pensaba que podía aferrarse a su orgullo y su ira. Le mostraría por qué me había convertido en el Capo de la Camorra. —¿Qué vas a hacer con ella? —preguntó Savio, intentando sonar implacable, pero él no era como Nino y yo. Le quedaba algo de humanidad. —Lo que dije. Usarla para mandarle un mensaje a su tío Dante… y grabar algo de material adicional. —Entonces, ¿vas a follártela para la cámara? —preguntó Savio. Miré a Nino, quien me observaba con los ojos entornados, como si él tampoco estuviera seguro de mis motivos. Sonreí. —No estropees mi sorpresa. Todos veremos el video juntos una vez que esté hecho.

Les di un asentimiento y bajé las escaleras. Para el momento en que entré en el pasillo del sótano, Fabiano salía de la última puerta y la cerraba. Sus ojos se posaron en mí. Me encontró a medio camino y me agarró del brazo. Levanté mis cejas. —La virginidad de Serafina puede usarse como ventaja contra Dante y Danilo. Le entrecerré los ojos. —Gracias por tu aporte, Fabiano. Soy el Capo. He pensado mi plan plenamente. No te preocupes. —¿Lo hiciste? —murmuró Fabiano, y nos llevé nariz con nariz. —Cuidado. Ya me traicionaste por una mujer una vez antes. No lo hagas un hábito. Fabiano negó con la cabeza.

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—Mierda. No voy a traicionarte. Fui a Indianápolis contigo y secuestré a Serafina. No perseguí a mi padre como quería. La puse en tu maldita celda por ti. Soy leal, Remo. —Bien —dije, retrocediendo—. Serafina es mi prisionera, y yo decido lo que pasa con ella, ¿entendido? —Entendido —respondió Fabiano, apretando los dientes—. ¿Puedo ir ahora con Leona? —Ve. Haré que Simeone vigile su celda esta noche. —Es un jodido pervertido, Remo. —También sabe que le cortaré la polla si va en contra de mis órdenes. Ahora ve a divertirte con tu chica mientras yo cuido de la mía.

4 Serafina Fabiano me arrastró por un tramo de escaleras hasta un sótano. —Fabi —dije implorando, tirando de su agarre. —Fabiano —gruñó, sin siquiera mirarme a medida que me arrastraba por otro estrecho corredor desnudo. Parecía furioso. Antes de que pudiera pronunciar una palabra más, abrió una puerta pesada y entró conmigo en una habitación.

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Mis ojos se movieron alrededor. Una celda. Mi estómago se tambaleó cuando vi el inodoro y la ducha en una esquina, pero peor aun cuando me fijé en el colchón manchado en el piso frente a ellos. Manchas rojas y amarillas. El terror se apoderó de mí, y de repente me di cuenta de lo que se suponía que iba a pasar aquí. Mis ojos volaron a una cámara en la esquina a mi derecha y luego a Fabiano. Él era el Ejecutor de la Camorra, y aunque mis padres habían intentado abrigarme, Samuel había sido más abierto con la información. Sabía lo que hacían los Ejecutores, especialmente en Las Vegas. Fabiano escaneó mi cara y me soltó con un suspiro. Me tambaleé hacia atrás y casi perdí el equilibrio cuando mis pies se enredaron en mi vestido. —¿Vas a…? —pregunté ahogadamente. Fabiano negó con la cabeza. —Remo se encargará de ti por sí mismo. Me quedé helada. —Fabiano —intenté nuevamente—. No puedes permitir que eso suceda. No dejes que me lastime. Por favor.

La palabra aún me sabía amarga en mi boca. Rogar no era algo que me hubieran enseñado, pero esta no era una situación para la que me hubieran preparado. —Remo no… —Fabiano se detuvo e hizo una mueca. Empujando más allá de mi miedo, me acerqué a Fabiano y agarré sus brazos. —Si no estás dispuesto a ayudarme, al menos dime qué puedo hacer para evitar que Remo me lastime. ¿Qué quiere de mí? Fabiano retrocedió, así que tuve que soltarlo. —Remo odia la debilidad. Y a sus ojos las mujeres son débiles. —Así que estoy a merced de un hombre que odia a las mujeres. —Odia la debilidad. Pero eres fuerte, Serafina. —Se dio la vuelta y se fue, cerrando la puerta pesada, dejándome encerrada.

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Me di vuelta, mis ojos explorando los alrededores en busca de algo que pudiera usar contra Remo, pero no había nada, y él no era un hombre al que se le pudiera ganar en una pelea. ¿Fuerte? ¿Yo era fuerte? No me sentía así en este momento. El miedo martillaba en mi pecho y en cada fibra de mi cuerpo. Mis ojos se dirigieron al colchón una vez más. Ayer se suponía que Danilo me reclamaría en sábanas de satén en el sagrado vínculo del matrimonio. Hoy Remo me rompería en un colchón sucio como una puta común. Me apoyé contra el duro muro de piedra, luchando contra mi pánico creciente. Durante toda mi vida me habían criado para ser orgullosa y noble, honorable y de buen comportamiento, y eso no me protegió. El chirrido de la puerta me puso tensa, pero no me volví para ver quién había entrado. Sabía quién era, podía sentir sus ojos crueles sobre mí. Miré a la cámara una vez más. Todo lo que sucedería quedaría registrado y enviado a mi tío, a mi prometido y a mi padre. Y peor aún… a Samuel. Tragué con fuerza. Me verían en mi peor momento. No permitiría que eso sucediera. Mantendría la cabeza alta sin importar lo que pasara. —¿Me estás ignorando? —preguntó Remo desde cerca, y un pequeño escalofrío recorrió mi espalda. —¿Alguna vez ha funcionado? —pregunté, deseando que mi voz sonara más fuerte, pero ya había sido una pelea obligarme a decir esas cuatro palabras a través de mi garganta apretada.

—No —contestó Remo—. Soy difícil de ignorar. Imposible de ignorar. —Date la vuelta —ordenó Remo. No me moví, enfocándome en la piedra gris frente a mí. No era solo un acto de desafío. Mis piernas se negaban a moverse. El miedo me tenía congelada, pero Remo no necesitaba saber eso. Su aliento caliente pasó por mi cuello, y cerré los ojos, metiendo mi labio inferior entre mis dientes para sofocar un sonido. —¿Desobediencia abierta? —preguntó en voz baja. Sus palmas presionaron mis omóplatos, y casi me derrumbé bajo su peso, incluso aunque no pusiera mucha presión detrás del toque—. Pensándolo bien —continuó con suavidad—. Esta posición también funciona bien. El suave tintineo de una cuchilla desenvainada me hizo saltar. Remo se cernió a ambos lados de mí, con una larga daga en una mano. Su pecho presionado contra mi espalda.

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—Te daré una opción, Serafina. Puedes quitarte el vestido sola o puedo cortarlo. ¿Cuál decides? Tragué con fuerza. Había esperado otra opción, una por la que Las Vegas era famosa. Una oleada de alivio me llenó, pero fue de corta duración. Moví mi mano y cubrí la hoja con la palma de mi mano y luego rodeé el frío acero con mis dedos. —Si me das tu cuchillo, me cortaré el vestido —espeté. Remo rio entre dientes. Un sonido oscuro, sin alegría. —¿Quieres mi cuchillo? Asentí, y para mi gran sorpresa, Remo soltó el mango, y yo sostuve su daga por la hoja, el filo cortando mi carne. Remo dio un paso atrás, su calor dejando mi cuerpo. Me quedé mirando el arma mortal en mi mano. Inspirando profundamente, me enderecé lentamente y alcancé el mango. Sabía que Remo no me había dado una oportunidad justa. Estaba jugando conmigo, intentando romper mi espíritu al mostrarme que incluso un cuchillo no cambiaba el hecho de que estaba a su merced. Lo que no sabía era que Samuel y yo habíamos pasado toda nuestra vida luchando entre nosotros, como hacen siempre los hermanos, pero cuando se convirtió en un hombre de la mafia, comenzó a trabajar conmigo en mis habilidades de lucha porque sabía cómo trataba nuestro mundo a las mujeres. Había tratado de

hacerme fuerte, y lo era. Sabía cómo manejar un cuchillo, cómo derrotar a un oponente. Pero nunca había ganado contra Samuel, y él siempre tenía cuidado de no lastimarme. Remo era más fuerte que Samuel, y él me haría daño, lo disfrutaría. No podía vencer a Remo en una pelea, ni siquiera teniendo un cuchillo y él no. Las palabras de Fabiano pasaron por mi mente. Remo odia la debilidad. Incluso si no pudiera vencer a Remo, podría mostrarle que no era débil. —Tal vez deberías devolverme mi cuchillo si no sabes qué hacer con eso — dijo Remo, casi decepcionado. Se acercó más. En un movimiento fluido, me giré y balanceé el chuchillo contra Remo mientras mi otra mano alzaba mi vestido. Remo bloqueó mi ataque al golpear mi muñeca. Mis años de entrenamiento con Samuel me impidieron soltar el cuchillo a pesar del dolor agudo en mi muñeca. Una sonrisa cruzó el rostro de Remo, y solté mi vestido y embestí mi puño contra su abdomen a medida que asestaba el cuchillo contra él una vez más. La hoja rozó su brazo y la sangre salpicó, pero Remo ni siquiera hizo una mueca. Su sonrisa se ensanchó mientras daba un paso atrás, completamente inmutable.

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Me lancé hacia él, pero quedé atrapada en mi larga falda. Igual me abalancé a Remo e intenté aterrizar otro corte más mortal. Caímos y Remo aterrizó de espaldas conmigo encima de él. Me senté a horcajadas sobre él y apuñalé hacia su estómago, pero él me agarró la muñeca con una sonrisa torcida en su rostro. Intenté bajar el cuchillo a la fuerza, pero Remo lo impidió prácticamente sin moverse. Y entonces, de repente, me mostró cómo era cuando en realidad intentaba defenderse. Sacudió sus caderas, y antes de que pudiera reaccionar, caí de espaldas y Remo estaba encima de mí. Luché pero él empujó mi falda hacia arriba y se arrodilló entre mis piernas, acercándose hasta que su pelvis se empujaba contra mí y no podía usar mis piernas para alejarlo. Sus dedos se curvaron alrededor de mis muñecas y las presionó contra el colchón por encima de mi cabeza, con el cuchillo todavía en mis manos y completamente inútil. Me tenía inmovilizada bajo su cuerpo fuerte, completamente a su merced, mis dos manos sujetas al colchón. Sus ojos oscuros mostraban emoción y un destello de admiración. Por un momento, me sentí orgullosa, pero entonces mi situación me abrumó. Estaba de espaldas, sobre un colchón sucio, debajo de Remo. Me tenía donde me quería desde el principio.

El miedo superó mi determinación, y mi cuerpo se puso rígido, mis ojos disparándose hacia el repugnante colchón debajo de mí. Respiré hondo, intentando mantener mi pánico a raya. Remo me contempló fijamente. —Suelta el cuchillo —murmuró, y lo hice. Ni siquiera vacilé. Sé fuerte. Tragué con fuerza, recordándome la cámara. Me llevaría mi orgullo a la tumba conmigo. —Solo termina con esto, Remo —dije con disgusto—. Viólame. No pienso seguir jugando tu juego enfermo. No soy una pieza de ajedrez. Los ojos oscuros de Remo vagaron sobre mi cara, mi cabello y mis brazos extendidos por encima de mi cabeza. Se inclinó, su cara cruel acercándose. Se detuvo cuando nuestras narices casi se rozaban. Sus ojos no eran negros; eran los ojos castaños más oscuros que hubiera visto nunca. Sostuvo mi mirada, y yo sostuve la suya. No apartaría la vista, sin importar lo que hiciera. Quería que me viera tal como era. No una debilidad, no un peón, sino un ser humano.

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—Así no, Serafina —dijo. Su voz sonando baja y oscura, fascinada, pero fue su mirada la que me mantuvo cautiva—. No como una puta en un colchón manchado. —Sonrió, y fue peor que cualquier mirada o amenaza. Bajó su boca hasta que sus labios tocaron los míos ligeramente, solo apenas, y sin embargo, una corriente se disparó a través de mí. —No he empezado a jugar, y no eres una mera pieza de ajedrez. Eres la reina. —Tomó el cuchillo y se enderezó, liberándome en el proceso. Se puso de pie lentamente, estirándose a su altura máxima y mirándome fijamente. —¿Y en este juego de ajedrez qué eres? —susurré ásperamente, todavía acostada en el colchón. —Soy el rey. —No eres imbatible. Sus ojos se perdieron sobre mí hasta que regresaron a mi cara. —Ya veremos. —Enfundó su cuchillo—. Ahora sal de ese vestido. No lo necesitarás más. Me senté. —No me desnudaré frente a ti.

Remo rio entre dientes. —Oh, esto será divertido. —Esperó, y le devolví la mirada establemente—. Entonces, será el cuchillo —dijo encogiéndose de hombros. —No —dije con firmeza, luchando por levantarme. Lo fulminé con la mirada y me estiré detrás de mí, bajando la cremallera con un siseo audible. Sin apartar mis ojos de los suyos ni un momento, tiré de la tela hasta que finalmente cayó al suelo, un halo esponjoso alrededor de mis pies. —Blanco y dorado como un ángel —reflexionó Remo oscuramente a medida que evaluaba cada centímetro de mí. Incluso la fuerza de voluntad no podría evitar que mis mejillas se encendieran de calor, estando así de expuesta frente a un hombre por primera vez. Estando en nada más que mi liguero blanco, bragas de encaje blancas y un corsé, la piel de gallina onduló sobre mi piel ante el escrutinio de Remo.

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Acortó la distancia entre nosotros y contuve la respiración. Se detuvo cerca de mí, con los ojos oscuros trazando mi rostro, y levantó su mano, haciendo que me pusiera rígida. La esquina de su boca se crispó. Después su pulgar rozó mi pómulo. Retrocedí, alejándome del toque, lo que le hizo sonreír de nuevo. —Vergüenza virginal, qué atractivo —dijo Remo sombríamente, burlándose de mí—. No te preocupes, ángel, no le diré a nadie que soy el primer hombre que te vio así. Lo fulminé con la mirada, luchando contra las lágrimas de vergüenza y furia cuando se agachó, alcanzando el vestido. —Retrocede. —Salí del vestido rápidamente, y Remo se enderezó con la tela manchada debajo de su brazo. Me volvió a contemplar. —Eres un espectáculo para la vista. Apuesto a que Danilo habría tenido una erección simplemente por mirarte. Solo puedo imaginar lo que siente ahora, sabiendo que estás en mis manos, sabiendo que nunca recibirá lo que se le prometió. Negué con la cabeza. —Sin importar lo que tomes, siempre será menos de lo que él habría recibido, porque me habría entregado voluntariamente a él, en cuerpo y alma, y no hay nada que puedas hacer al respecto. Tendrás que conformarte con el premio de consolación, Remo Falcone.

Remo retrocedió lentamente, con una extraña expresión en su rostro. —Deberías darte una ducha, Serafina. Haré que una de las prostitutas te traiga ropa limpia. —Se dio la vuelta y desapareció con un suave clic al cerrar la puerta. El aire dejó mis pulmones con un suspiro. Envolví mis brazos alrededor de mi cuerpo, temblando, intentando mantener la compostura. Me había costado un gran esfuerzo hacerle frente a Remo, y ahora todo me caía encima en oleadas de emociones. Me puse rígida cuando recordé la cámara, pero luego decidí que no importaba. Remo sabía que estaba aterrada de él. Mi frente valiente no lo estaba engañando.

Remo 43

Serafina era todo lo que había esperado y mucho más. Una reina en mi juego de ajedrez, ciertamente. Noble y orgullosa como una reina, también arrogante y mimada como una. Me hacía querer romperla. Romper esas alas blancas. Un ángel en apariencia pero uno con alas cortadas, feliz de estar conectada a la tierra, feliz de nunca vagar por el cielo. Contenta de convertirse en la hermosa ave domesticada en la jaula dorada de Danilo. Vacié mi whisky y golpeé la barra. Jerry volvió a llenar mi vaso. Las putas se habían reunido en el otro extremo de la barra lo más lejos posible de mí. Como siempre. —Es tan hermosa —dijo a los demás la puta que le había llevado ropa a Serafina. Así era. Serafina era una obra maestra, casi demasiado hermosa. Su cabello dorado y su piel inmaculada contra el sucio colchón se sintieron como un sacrilegio, incluso para mí, y había cometido casi todos los pecados posibles. Tomé otro whisky, considerando regresar al sótano, a Serafina. Sin importar lo que tomes, siempre será menos de lo que él habría recibido, porque me habría entregado voluntariamente a él, en cuerpo y alma, y no hay nada que puedas hacer al respecto. Tendrás que conformarte con el premio de consolación. Sus palabras

siguieron apareciendo insistentemente, golpeando en la parte posterior de mi cabeza. Y maldita sea, sabía que ella tenía razón. Tomar de Serafina lo que quería no se sentiría como una victoria. No habría ningún desafío al hacerlo. Ella era más débil y estaba a mi merced. Podría tenerla de todas las formas posibles para mañana mismo y terminar con esto, pero se sentiría como una puta derrota. No era lo que quería. Para nada. Jamás me conformaría con un premio de consolación. No quería menos de lo que ella le habría dado a Danilo. Quería más. Quería todo de ella. Dejé el vaso de golpe contra el mostrador y me volví hacia la puta más cercana. —A mi oficina. Ahora. Ella asintió y salió corriendo. La seguí, ya dolorosamente duro. Jodidamente duro desde que había visto a Serafina en ropa interior. Jodidamente desesperado por enterrarme en su coño y arrancarle su inocencia. Siempre conseguía lo que quería. Nunca esperaba. Pero si quería la victoria final, tendría que abrigarme de paciencia, y ese sería el mayor desafío de mi vida.

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La puta se posó en mi escritorio, pero se levantó cuando entré. Me desabroché los pantalones y me bajé los calzoncillos. Conocía su señal. Habíamos follado antes. La elegía a menudo. Se arrodilló en seguida a medida que enredaba mi mano en su cabello rojo y comenzaba a follar su boca. Me tomó entero mientras empujaba contra ella, golpeando la parte trasera de su garganta, haciendo que se atragantara, pero por una vez no hizo nada para saciar el hambre ardiendo en mis venas. Le fruncí el ceño, intentando imaginar que era Serafina, pero la puta me miró con esa jodida sumisión de siempre, esa asquerosa reverencia. Sin orgullo, sin honor. Todas tenían una opción y elegían el camino fácil, nunca el difícil y doloroso. Nunca entenderían que nada se puede ganar sin dolor. Débiles. Asquerosas. Apreté mi agarre sobre su cabello, haciendo que ella se estremeciera, mientras me corría en su garganta. Dando un paso atrás, mi polla goteando al desliarse fuera de su boca. Me observó entonces, lamiendo sus labios como si le hubiera dado un maldito regalo. Mis dedos ansiaron alcanzar mi cuchillo y cortar su garganta, liberándola de su lastimosa existencia. Ella bajó la vista. —Levántate —gruñí, perdiendo la paciencia. Se puso de pie rápidamente—. Al escritorio.

Se dio la vuelta y se inclinó sobre el escritorio, sobresaliendo su culo, luego se estiró detrás de sí y levantó su falda, revelando su trasero desnudo. Separó las piernas y se apoyó contra el escritorio. Sin orgullo. Sin honor. Me detuve detrás de ella, bombeando mi polla, pero ya me estaba poniendo duro otra vez. Alcancé un condón, lo abrí con mis dientes y lo enrollé por mi polla. Escupiendo en mi mano, lubriqué mi polla enfundada y luego presioné contra su culo y comencé a embestirla. Los nudillos de la puta se volvieron blancos de su agarre en el escritorio. Cuando estaba enterrado hasta mis pelotas en su culo, me incliné hacia adelante hasta que mi pecho estuvo al ras de su espalda, y por primera vez se tensó. Nunca me acercaba tanto a ella. Llevé mi boca a su oreja a medida que mis dedos sujetaban sus caderas. —Dime, Eden —susurré ásperamente. Contuvo el aliento al oírme decir su nombre. Nunca antes lo había hecho. Pensaban que no sabía sus nombres, pero conocía a todos los malditos cabrones bajo mis órdenes, soldados y putas por igual—. ¿Alguna vez has considerado decirme que me vaya a la mierda?

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—Por supuesto que no, am… —¿Cómo ibas a decirme? ¿Amo? —Empujé en ella una vez, haciéndola jadear—. Dime, Eden, ¿soy tu jodido amo? Ella vaciló. Ni siquiera sabía cómo responder esa puta pregunta, y eso me puso aún más furioso. —No soy tu jodido amo —gruñí. —Sí —concordó rápidamente. Volví su cara de modo que me mirara a los ojos. —¿Tienes un poco de honor en ese cuerpo usado tuyo? —pregunté con suavidad. Ella parpadeó. Mi boca se detuvo en un gruñido. —No. Ni una puta onza. —Agarré su cuello y empecé a embestir en ella. Hizo una mueca y eso me hizo cabrear enloquecidamente. Todavía empujando dentro de ella, murmuré en su oído—: ¿Alguna vez te preguntaste dónde está Dinara? —Se tensó debajo de mí, pero no me detuve—. ¿Has pensado en ella en absoluto?

Dejó escapar un sollozo. No tenía derecho a llorar, no tenía ningún puto derecho, porque no lloraba por su hija, sino solo por ella. Una maldita desgracia de madre. —¿Alguna vez te preguntas si le hago a tu niña lo que te hago ahora? No dijo nada. Me enderecé y la seguí follando hasta que finalmente me corrí. Retrocedí, arrojé el condón al suelo y me limpié con una toalla que tenía a mano antes de que me subiera los calzoncillos y los pantalones. Se dio la vuelta, la máscara de pestañas embarraba bajo sus ojos, y le arrojé la toalla. —Límpiate. Y deshazte del puto condón. Está goteando mi semen por todo el piso. —Recogió la toalla del suelo y limpió primero el suelo y luego se limpió a sí misma. Puta repugnante—. Sal de mi vista antes de que te mate —dije. Pasó corriendo junto a mí, abrió la puerta y casi chocó con Savio, quien dio un paso atrás con una expresión de disgusto. Arqueó una ceja cuando entró.

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—¿Todavía te estás follando a esa perra? ¿Por qué no la matas como se merece? —No merece ni la muerte. Sería demasiado amable que la mate. —Y le di a Grigory mi palabra de que la perra sufriría. Savio asintió. —Tal vez. Pero pensé que estarías enterrado en un coño virgen, no en un pedazo de basura usado. —No estoy de humor para un coño virgen. Savio pareció curioso. —Me imagino que será muy apretado y un poco caliente, sabiendo que eres el primero en estar allí. —Nunca he estado con una maldita virgen, así que no puedo decírtelo. ¿Hay alguna jodida razón por la que estás aquí perturbando mi ira post orgasmo? —¿Cuál es la diferencia entre esa y tu ira pre orgasmo? ¿O tu estado de ánimo general a decir verdad? —Eres un jodido listillo como Nino. Savio se acercó campante y apoyó su cadera contra el escritorio.

—Pensé en venir a decirte que Simeone entró en el sótano con una bandeja de comida para tu chica y aún no regresa. Empujé a Savio, tan jodidamente furioso que estaba teniendo problemas para no matar a cada maldita persona en el puto bar. Corrí por las escaleras cuando escuché el cacareo de Simeone y lo vi apostado en la puerta de la celda de Serafina, no dentro de ella. Bajé la velocidad, sabiendo que no había prisa. No era tan estúpido. Lo suficientemente estúpido, pero no tan estúpido como para intentar tocar algo que era mío. —Vete, pervertido asqueroso —escuché la voz de Serafina. —Cállate, puta. No estás en Chicago. Aquí no eres nada. No puedo esperar para enterrar mi polla en tu coño una vez que Remo termine de romperte. —No voy a bañarme delante de ti. ¡Vete! —Entonces llamaré a Remo y le diré que te castigue.

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Oh… ¿así que me llamaría? Interesante. Me acerqué aún más, sin hacer un sonido. La espalda de Simeone se flexionaba como si estuviera ocupado masturbándose, cosa que probablemente era el caso. Mi boca se detuvo en un gruñido, pero contuve mi ira. Siguió más silencio y me acerqué sin hacer ningún sonido. El perfil de Simeone apareció en mi vista, apoyado en la puerta con su mano agarrando su fea polla mientras la frotaba furiosamente. Me detuvo a pocos pasos de él, y allí estaba Serafina en la ducha, de espaldas a él. Simeone estaba prácticamente salivando en el suelo y masturbándose, viendo a Serafina ducharse. Era un espectáculo para la vista, no había discusión. Su piel era pálida como el mármol. En su culo dos orbes blancos en los que quería hundir mis dientes. No había ni una mancha en su cuerpo, ni una sola imperfección, tan diferente a la mía. Había sido protegida toda su vida, mantenida a salvo de los peligros de este mundo, y aquí estaba a mi merced. —Date la vuelta. Quiero ver tus tetas y coño —ordenó Simeone, su mano moviéndose más rápido en su polla. Simeone estaba tan envuelto observándola y masturbándose, que no me notó. —Si no te das la vuelta, llamaré a Remo. —¡No me daré la vuelta, cerdo! —siseó ella—. Así que busca a Remo. ¡No me importa!

—¡Estúpida puta! Yo te daré la vuelta. Simeone hizo un movimiento como para terminar de abrir la puerta, cuando Serafina se dio la vuelta, con un brazo envuelto protectoramente sobre sus pechos, y la otra mano protegiendo su coño. El agua cayendo por su rostro casi ocultaba sus lágrimas. Le dirigió a Simeone la mirada más disgustada que jamás hubiera visto, con la cabeza en alto… y luego me vio. —Ves, eso no fue tan difícil, ¿verdad? —dijo Simeone con voz áspera. Mi labio se curvó. Saqué el cuchillo de mi funda, deslicé mis dedos a través del soporte de nudillos, saboreando el frío del metal contra mi piel. Ella observó inmóvil a medida que me acercaba a Simeone. Sus perfectos y orgullosos labios no emitirían una advertencia. Envolví mi brazo alrededor de su garganta con un apretón aplastante y presioné mi cuchillo contra su abdomen bajo. Gritó de sorpresa y soltó su polla. —¿Ibas a llamarme? —pregunté.

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Sus ojos ensanchados por el terror parpadearon rápidamente hacia mí mientras su cara se ponía roja por la presión de mi agarre. Aflojé mi agarre para que así pudiera hablar. —Remo, me aseguré que no estuviera jodiendo por ahí. No es como se ve. —Hmm. ¿Sabías que ningún hombre ha visto nunca lo que acabas de ver? Sacudió la cabeza frenéticamente. Levanté la vista hacia Serafina, que estaba observando con una expresión congelada. —Verás, ahora has visto algo que no tenía intención de compartir —le expliqué con una voz agradable. Deslicé el cuchillo en su abdomen, solo un par de centímetros. Gritó, agitándose en mi agarre. Lo sostuve rápido, mis ojos nunca dejando a Serafina. La sangre goteó sobre mi mano. Su mugrienta sangre. Serafina dejó caer los brazos a los lados. No creí que lo notara. Me observaba con horror abierto. Por una vez, su máscara orgullosa se había deslizado y revelaba su verdadera naturaleza: una mujer de corazón blando y quebradiza. Y observé sus pechos firmes y los rizos dorados en el vértice de sus muslos, perfectamente recortados en un triángulo. Para su noche de bodas. Qué lástima que el pobre Danilo nunca llegaría a verlo. Era mía para tomar.

—Remo —balbuceó Simeone—. No le diré a nadie lo que vi. Por favor, te lo ruego. —Te creo —le dije con suavidad—. Pero lo recordarás. —Conduje el cuchillo más profundo en su carne, moviéndome lentamente, permitiéndole saborear cada centímetro de la hojilla—. ¿Te imaginas cómo sería hundir tu asquerosa polla en su coño? Él gorgoteó. El cuchillo estaba enterrado hasta la empuñadura en su abdomen. —¿Te imaginas enterrarte hasta la empuñadura dentro de ella? —Sus ojos estaban completamente abiertos, su respiración superficial. Retorcí el cuchillo y volvió a gritar. Luego lo saqué tan lentamente como había entrado. Sus piernas cedieron, y lo dejé caer al suelo. Aferró su herida, llorando como un cobarde. Pasarían otros diez o quince minutos antes de que muriera. Deseé que fuera menos.

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—¿Recuerdas lo que te dije acerca de tus ojos y lengua? Tu polla se unirá a ellos. —Deslicé el cuchillo sobre su polla, y Serafina se giró con un grito ahogado.

Serafina Mis manos estaban apoyadas contra los azulejos blancos de la ducha. No podía respirar. El terror me obstruía la garganta. Nada en mi educación me había preparado para esto. Nada podría haberlo hecho. Estaba cayendo a pedazos rápido. Más rápido de lo que jamás hubiera creído posible. El orgullo y el honor eran los pilares de nuestro mundo, los pilares de mi educación. Necesitaba aferrarme a ellos. Él podría quitarme todo, pero no eso. Nunca eso. Simeone estaba gritando y presioné mis palmas contra mis oídos, intentando callarlo… en vano. Ya no era la Princesa de Hielo.

Mis ojos terminaron borrosos por las lágrimas y el agua. Pero la imagen de Remo hundiendo su cuchillo en un hombre con esa sonrisa torcida en su rostro estaba grabada en mi mente. ¿Cómo se suponía que debía permanecer orgullosa? ¿Cómo se suponía que mantendría mi cabeza en alto y no dejar que viera mi miedo? Nunca nada antes me había asustado tanto como Remo Falcone. Los monstruos no son reales, me había dicho mi madre hace mucho tiempo cuando tenía miedo de dormir en la oscuridad y me arrastraba en la cama de Samuel. No le había creído en ese entonces, y tampoco antes de conocer a Remo. Los gritos se detuvieron. Me estremecí y bajé las manos lentamente. Algo rojo me llamó la atención. Bajé la vista al piso de la ducha donde el agua roja se estaba acumulando alrededor de mis pies. Parpadeé. Y luego entendí. Ducha a ras del suelo. Remo llevando el cuchillo contra el hombre en su… Mis pies se veían aún más pálidos contra el rojo. Mi visión tambaleó y algo se rompió en mí. Estaba de pie en la sangre de alguien.

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Me oí gritar e intenté salir de la sangre, pero el suelo estaba resbaladizo. Me giré, agarrándome a las paredes de la ducha. Y entonces vi el resto de la celda. Todo el piso estaba cubierto de sangre, y en medio de todo estaba Remo, alto y oscuro, con un cuchillo aun reluciendo en su mano. Su pecho y brazos estaban manchados de sangre. Rojo. Rojo. Rojo. En todos lados. Seguí gritando y gritando hasta que ya no pude gritar más porque no había aire en mis pulmones. Y no podía respirar. Remo enfundó su cuchillo y avanzó hacia mí lentamente. Me agité, intentado alejarme de él, de la sangre, de la vista del hombre muerto detrás de Remo. Mis pies resbalaron en el piso, y estaba cayendo. Mis rodillas se hundieron en la sangre, mis manos siguieron. Remo me levantó, mi cuerpo se presionó contra el suyo, y el olor a sangre llenó mi nariz. Aferré sus hombros para mantener el equilibrio. Y luego retiré una mano y estaba roja. Y una mirada hacia abajo. Rojo. Mi piel. Rojo. Todo rojo. Mis ojos encontraron el cuerpo de Remo cubierto de sangre. Rojo. Rojo. Rojo. Comencé a luchar contra su agarre. Luché con todo lo que tenía.

—Por favor —jadeé. Remo me alzó en sus brazos, y no me quedó ninguna fuerza para pelear. Me llevó descalzo por la celda, pasando por encima del hombre muerto. ¿Cuándo se había deshecho de sus zapatos? Una risa histérica brotó de mi garganta, pero se convirtió en un sollozo. Esto era demasiado. Remo entró en otra celda y me dejó en el suelo de la ducha. Me hundí, acurrucándome de lado, incapaz de permanecer sentada. Mi pecho estaba agitado, pero no estaba respirando. A través de mi visión brumosa, vi a Remo salir de su ropa ensangrentada y venir hacia mí. Desnudo. No me registré más que eso. Cerré mis ojos. Movió sus brazos debajo de mis rodillas y espalda, y me levantó una vez más. Después el agua fría me salpicó, y aspiré profundamente, mis ojos abriéndose de golpe. Remo se movió conmigo en sus brazos, inclinándose hacia adelante, su frente presionada contra las baldosas mientras me miraba. Su cuerpo me protegió del agua fría cayendo sobre nosotros, y sus ojos oscuros sostuvieron los míos. —Lleva un tiempo antes de que el agua salga caliente aquí abajo —dijo con

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calma. Tan calmado. Mis ojos evaluaron su rostro. Extrañamente tranquilo. Sin señales de que acabara de matar a un hombre de una manera barbárica. Me estremecí, mis dientes castañeteando. Incluso cuando el agua se calentó, mis dientes siguieron chocando entre sí, y no se detuvieron incluso cuando Remo salió de la ducha conmigo todavía en sus brazos. Remo salió de la celda y me llevó por el pasillo. El pánico desgarrando mi pecho. —Mierda —dijo alguien. Un hombre. —Dame una jodida manta, Savio —gruñó Remo. Apretó su agarre mientras me llevaba arriba. Cerré los ojos, demasiado agitada para luchar. Algo suave y cálido me cubrió, y luego me dejaron sobre cuero tibio. —No puedes conducir desnudo por la ciudad. Y todavía hay sangre en tu cuerpo. —Tú puedes conducir —dijo Remo, y entonces su cuerpo se acomodó a mi lado.

—¿A dónde mierda la vamos a llevar? —A casa. —Maldición, a Nino no le va a gustar eso ni un poco. Ya sabes lo protector que es con Kiara. —Me importa un carajo. Ahora cállate y conduce de una puta vez. Me concentré en respirar, enfocándome en recordar lo que me hacía feliz. Samuel. Mamá. Papá. Sofia.

No estaba segura de cuánto tiempo había pasado. Los minutos parecieron difuminarse entre sí, cuando Remo me levantó nuevamente y, con el tiempo me dejaba sobre algo suave. Mis ojos se abrieron lentamente, demasiado pesados y ardiendo por el llanto.

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Lo primero que registré fue la cama en la que estaba acostada. Sábanas suaves de satén, rojo sangre. Una majestuosa cama con dosel hecha de madera negra, los postes retorcidos como si se hubieran enrollado dos ramas entre sí para formar cada uno de los postes. Pesadas cortinas de color rojo sangre colgaban del dosel, bloqueando la luz del sol entrando en el dormitorio. Apoyé mi mano temblorosa contra la sábana lisa, blanca contra el rojo, como en la ducha. Me estremecí y comencé a hiperventilar una vez más. Remo apareció junto a la cama y se sentó, haciendo que el colchón se hundiera bajo su peso. Estaba desnudo a excepción de una funda de cuchillo, que estaba atada a su pecho. Músculos, cicatrices y fuerza apenas contenida. Aparté mis ojos, mis dientes empezando a castañear de nuevo. Remo me alcanzó. —No —dije débilmente. Después más firme—: No me toques. Los ojos oscuros de Remo sostuvieron los míos con intención. Se agachó hasta que su rostro llenó mi visión. —Después de lo que me viste hacer hoy, ¿aún me desafías? ¿No crees que someterte a mí te hará las cosas menos dolorosas? —Su voz era suave, baja, casi curiosa.

—Sí —susurré, y algo cambió en sus ojos… ¿eso era decepción?—. Pero prefiero sentir dolor que someterme a tu voluntad, Remo. Sonrió sombríamente y me alcanzó otra vez. Antes de que pudiera reaccionar, me cubrió el cuerpo con una manta, cubriendo mi desnudez. Mis ojos se abrieron de par en par. —¿Cómo puedes saber lo que prefieres si nunca has experimentado? Ni el dolor… —rozó sus labios ligeramente sobre mi boca, no un beso sino una amenaza—… ni el placer. —Un escalofrío me recorrió la espalda. Mi garganta estaba seca, mis extremidades pesadas—. Quiero mostrarte las dos cosas, ángel. — Hizo una pausa, sus ojos oscuros ardiendo en mí—. Pero me temo que prefieres matarte antes que entregarte a mí. —Sacó su cuchillo y lo puso a mi lado—. Deberías terminar tu vida, tomar el camino fácil, porque nadie vendrá a salvarte, y no me detendré hasta que te haya roto, en cuerpo y alma. Le creía. ¿Cómo podría no hacerlo con la intensa determinación y frialdad en sus ojos oscuros? Alcancé el cuchillo, luego me senté y presioné la hoja contra la garganta de Remo.

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No se inmutó, solo me miró con ojos inquietantes. —Jamás me suicidaré. No le haré eso a mi familia. Pero nunca me romperás. No te dejaré. —Remo inclinó su cabeza, otra vez con un toque de curiosidad. —Si quieres matarme, hazlo ahora porque no tendrás otra oportunidad, ángel. —Mi mano sosteniendo el cuchillo tembló. Remo no apartó sus ojos de mí cuando se acercó aún más, subiendo una rodilla y luego la otra hasta que se inclinaba sobre mí. Presioné más fuerte y la sangre brotó a la superficie. Mis ojos se enfocaron en el rojo cubriendo la hoja contra la piel de Remo. Se movió sobre mí y clavó el cuchillo más fuerte en su carne. Me rendí, concentrada en la sangre escurriendo por su garganta, en su olor, su color brillante. Remo se dejó caer encima de mí, el cuchillo entre nuestras gargantas, su cuerpo cubriendo el mío con solo la manta entre nosotros. Me contempló, sus ojos oscuros despegaban las capas sobre capas de paredes protectoras que había intentado levantar. La histeria se arremolinó en mi pecho, los recuerdos del sótano arañando los márgenes de mi mente.

Remo enroscó su mano alrededor de la mía y el mango, y entonces lentamente despegó mis manos y me quitó el cuchillo. Lo dejó caer en la cama junto a nosotros. Podía sentir cada centímetro de su cuerpo fuerte y musculoso contra el mío, pero mis ojos no podían centrarse en nada más que en la sangre en su piel, goteando del corte que había infligido. Presionó dos dedos en mi garganta, sintiendo mi pulso errático. —Todavía en las garras del pánico, ¿hmm? —Tragué con fuerza. Se apartó y se puso de pie. Luego se inclinó sobre mí—. Estás a salvo en tus momentos más débiles, ángel. No disfruto rompiendo a los débiles. Te romperé cuando seas fuerte. Agarró el cuchillo y se dio la vuelta, dándome la espalda. Mis ojos trazaron el tatuaje del ángel caído arrodillado. ¿Así era como Remo se veía a sí mismo? ¿Un ángel caído con las alas rotas? ¿Un ángel oscuro renacido del infierno? ¿Y qué era yo? Antes de salir de la habitación, me miró por encima del hombro.

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—No intentes correr, ángel. Existen más hombres como Simeone esperado ponerte las manos encima. Odiaría tener que enviarlos por ti y herirte. Como si alguien pudiera lastimarme más de lo que Remo lo haría. Forcé una sonrisa. —Los dos sabemos que estás mintiendo. No dejarás que nadie me haga daño. Remo enarcó una ceja oscura. —¿No lo haré? —No lo harás porque quieres ser el que me rompa, el que me haga gritar. La boca de Remo dibujó una sonrisa que erizó los pequeños vellos de mi piel. Una sonrisa que me perseguiría para siempre. —Oh, te haré gritar, ángel. Eso lo juro. Suprimiendo un estremecimiento, me clavé las uñas en las palmas y forcé más palabras a través de mi garganta apretada. —No pierdas tu tiempo. Mátame ahora.

—Todos tenemos que dejar que una parte de nosotros muera para levantarse más fuerte. Ahora duerme bien. Volveré más tarde para grabar un mensaje de video adecuado para tu familia. —¿Por qué siquiera me salvaste de Simeone? ¿Por qué no dejar que él comience la tortura que tienes en mente para mí? ¿Por qué traerme aquí a tu mansión? Remo me contempló como si él también se estuviera preguntando lo mismo, y su silencio me indicaba que mi suposición había sido correcta; esta era de hecho la mansión Falcone. Me sorprendía que se arriesgara a traerme a la casa de su familia. —Como dijiste, yo seré el que te haga gritar y nadie más. —Cerró la puerta. Cerré los ojos y tiré de las sábanas con más fuerza. Un juego de poder. Un retorcido juego de ajedrez. No iba a ser un peón o una reina, y Remo no sería el rey.

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5 Remo Tomé unos pantalones de chándal para ponerme antes de bajar las escaleras a nuestra sala de juegos, donde Savio, Nino y Adamo estaban sentados. Desde que Kiara se había unido a nuestra familia, se habían acabado mis días de caminar desnudo por la casa cuando me daba la gana. Mis hermanos me consideraron como si fuera una bomba a punto de detonar. Les disparé una sonrisa.

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Adamo negó con la cabeza pero no dijo nada. No intentaba ocultar su aversión hacia mí o su renuencia a convertirse en Camorrista. Nino se levantó lentamente. —No debiste haberla traído aquí. Tomé el menú de pizzas. —Savio, pide una pizza para nosotros y una extra para Serafina. Nino rodeó el sofá. Mis ojos clavándose en la tensión en sus extremidades. —Remo, llévala a otro lado. —No —dije—. Se quedará aquí, bajo este puto techo, donde puedo vigilarla. Mi hermano se detuvo frente a mí, frunciendo el ceño profusamente. Ese era el equivalente a un arrebato enojado de su parte. —Esta situación podría causar otro de los episodios de Kiara. —Kiara es tu esposa, no la mía. Asegúrate de que no vea nada que no deba ver. ¿Dónde está? —En nuestra ala. Para el momento en que Savio me dijo que traías a Serafina, le dije que se quedara allí.

—¿Ves? No hay problema. —Pasé junto a él hacia la barra y tomé una cerveza. Nino me siguió mientras al fondo Savio pedía pizza. —Es un gran problema. Tu prisionera está arriba, libre para vagar por el lugar como le plazca. Podría andar por ahí en la casa y cruzarse con Kiara. —Dudo que Serafina haga eso ahora mismo. Está demasiado conmocionada y probablemente está durmiendo una siesta de belleza mientras hablamos. No puede escapar de las instalaciones, y uno de ustedes tendrá que vigilarla para asegurarnos que no haga algo estúpido. Nino me evaluó. —En serio espero que sepas lo que estás haciendo. Se supone que íbamos a derribar a la Organización. No lo olvides, Remo. Mi boca se abrió de par en par. —Los aplastará. Se desangrarán lentamente, dolorosamente, sin sentir mi espada en ningún momento. Esto los destruirá.

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Nino asintió porque incluso si las emociones aún fueran difíciles de comprender para él, sabía el efecto que los juegos mentales tenían en una guerra. —Me repugnas —murmuró Adamo. —Cuatro días —le recordé. Se puso de pie, su barbilla sobresaliendo. —¿Y si digo que no? Savio lo empujó. —Serías una jodida desgracia, un traidor. ¿Qué harías entonces? ¿A dónde irías? Adamo lo empujó de vuelta. —Me importa una mierda. Cualquier cosa es mejor que llegar a ser como tú. Me acerqué hacia él. Y levantó la barbilla. —Dices esto porque desde el día de tu nacimiento has sido protegido. Nunca has estado sometido a la verdadera crueldad. Eres un Falcone, Adamo, y un día estarás orgulloso de ser uno. —Desearía no ser un Falcone. Desearía que no fueras mi hermano.

—Adamo —advirtió Nino, mirándome la cara. —¡Jódanse! —gritó Adamo y salió corriendo escaleras arriba. —Entrará en razón, eventualmente —dijo Nino lentamente. —¿Cuánto tiempo falta para que llegue la pizza? —pregunté a Savio. Intercambió una mirada con Nino antes de responder: —Veinte minutos. —Es hora de una llamada telefónica —dije, asintiendo a Nino, quien vaciló brevemente, pero luego sacó su teléfono y lo hojeó. Nino me entregó el celular con un número que no reconocí. —Ese es el número de Dante si no lo ha cambiado desde nuestra última llamada hace años. —Bien. Busca algo de la ropa de Kiara. Un camisón blanco si tiene uno. Nino frunció el ceño profundamente, pero pasó a mi lado y desapareció en su

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ala. —¿Cómo vas a mantenerla bajo control? ¿Asegurarte de que no intente correr o suicidarse? —Ha sido protegida toda su vida. Está lejos de casa, lejos de los hombres que la han protegido. La libertad la asusta más que el cautiverio. Savio rio. —Pareces muy seguro de eso. Sonreí. Nino regresó, luciendo bastante similar a estar cabreado de lo que nunca antes lo hubiera visto. Me tendió la ropa. Entre ellos un camisón de raso plateado. Perfecto. —Kiara sospecha que algo está pasando. Tomé la ropa, sin molestarme en comentar, y caminé junto a él hacia mi ala, donde entré a la habitación de Serafina sin llamar. Mis ojos vagaron desde la cama vacía hacia la pared detrás de ella, donde Serafina intentaba abrir la ventana, lo cual no podía hacerse sin las llaves necesarias. Se dio la vuelta, y las sábanas de color rojo sangre envueltas alrededor de su cuerpo, su cabello rubio, una melena salvaje, deslizándose por sus hombros. Su piel

relucía tan inocentemente blanca contra el rojo de las mantas. Quería pasar mi lengua sobre ella para ver si sabía tan pura como se veía. No encogiéndose en la cama como esperaba, sino intentando escapar. Este pequeño pajarito parecía desesperado por escapar de mi jaula, solo para revolotear justo directo a la de Danilo. Sus ojos y cara albergaban los remanentes de su pánico anterior, pero levantaba la barbilla y entrecerraba los ojos hacia mí. Decidida a jugar con los chicos grandes. Entré en la habitación casualmente. Sus hombros se echaron hacia atrás, un acto de desafío, pero su mano voló para presionar la sábana contra su cuerpo, sus dedos extendidos contra el rojo, temblando visiblemente. Mis ojos nunca la dejaron, coloqué la ropa en la cama, captando la insinuación de su dulce aroma. Lo había captado antes, como si le hubieran dado un masaje con aceite de vainilla en preparación para su noche de bodas. Mis fosas nasales se ensancharon. —¿Intentando escapar de mi jaula, pajarito? Ella me lanzó una mirada altiva. —Eres muy aficionado a las criaturas con alas.

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—Me gusta romperlas. Su labio se curvó, y aun así logró verse perfectamente hermosa. Podía adivinar las imágenes que pasaban por su mente, de mí torturando pequeños animales. Eso era para los cobardes, para los hombres que no son capaces de enfrentar a un oponente digno. —No soy ese tipo de psicópata. —Entonces, ¿de qué clase eres? Sonreí. —No podrás abrir la ventana. No desperdicies tu energía intentando escapar. —¿Hiciste que instalaran las cerraduras específicamente por mí, o tienes la costumbre de encerrar a las mujeres en tu habitación para así poder violarlas y torturarlas para tu entretenimiento personal? Me acerqué a ella, la apoyé contra el alféizar de la ventana y luego me apoyé contra el cristal, fulminándola. —No —dije—. Mi padre los tenía instalados para mi madre. El disgusto se reflejó en el rostro de Serafina.

—Todos los Falcones son unos monstruos. Me incliné, respirando su aroma. —Mi padre era un monstruo. Yo soy peor. Su pulso martillaba en sus venas. Podía ver su miedo palpitando contra la piel inmaculada de su garganta. Retrocedí y después asentí hacia la ropa. —Para ti. Mañana por la mañana llevarás el camisón plateado. Serafina caminó hacia la cama vigilándome de soslayo y luego frunció el ceño al ver el montón en la cama. Llevé el teléfono a mi oreja y presioné el botón de llamada. Después del segundo timbre, la voz fría de Dante sonó. —Cavallaro. —Dante, qué bueno escuchar tu voz.

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La cabeza de Serafina se giró bruscamente hacia mí, y se hundió en la cama, su máscara orgullosa crujiendo cuando sus dedos se cerraron en un puño, aferrando la sábana. El silencio sonó en el otro extremo, y sonreí. Deseé poder ver la expresión de Cavallaro mientras se enfrentaba a las consecuencias de sus acciones, y al darse cuenta que su sobrina pagaría por sus pecados. —Remo. Escuché otras voces masculinas en el fondo y una femenina histérica. La madre de Serafina. —Me gustaría hablar contigo, de Capo a Capo. De un hombre al que trasgredieron su territorio a otro. Dos hombres de honor. —Soy un hombre de honor, Remo. No sé lo que eres, pero honorable no es. —Acordemos estar en desacuerdo en eso. —¿Serafina está viva? —preguntó en voz baja. Deslicé mis ojos por encima de la mujer deslumbrante, aferrando las mantas rojas alrededor de su cuerpo desnudo. Oí una voz furiosa en el fondo. —¡Voy a romper cada maldito hueso en tu cuerpo!

—¿Ese es su gemelo? El dolor cruzó el rostro de Serafina, y tragó con fuerza. —¿Está viva? —repitió Dante, su voz temblando de ira. —¿Qué piensas? —Sí, porque viva vale más que muerta. —En efecto. No tengo que decirte que la mataré de la manera más dolorosa que se me ocurra si un solo soldado de la Organización trasgrede mi territorio para salvarla, y puedo ser muy creativo cuando se trata de infligir dolor. Incluso desde la distancia podía ver su sangre golpeando furiosamente en sus venas a medida que se quedaba mirando hacia su puño. —Quiero hablar con ella. —Aún no. —Remo, cruzaste una línea, y lo pagarás.

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—Oh, estoy seguro que así lo crees. —¿Qué quieres? —Todavía no es el momento para ese tipo de conversación, Dante. No creo que estés listo para ello. Mañana por la mañana tendremos otra cita. Prepara una cámara. Te quiero a ti, a su hermano, a su padre y a su prometido en una habitación frente a esa cámara. Nino te dará instrucciones de cómo configurar todo. Yo instalaré una cámara para que así podamos vernos y escucharnos. Los ojos de Serafina se encontraron con los míos. —Remo… —La voz de Dante contenía una advertencia, pero bajé el teléfono de mi oído y terminé la llamada. Serafina me miraba con los ojos completamente abiertos. Me acerqué más y ella se puso rígida, pero por lo demás no mostraba miedo, a pesar del agotamiento en su rostro. —Mañana empezaremos a jugar, ángel. Me fui, queriendo que ella meditara mis palabras. Nino esperaba en el pasillo cuando cerré la puerta. Levanté las cejas al pasar. —¿Y llegó la pizza?

Nino me siguió de cerca, luego agarró mi hombro. —¿Qué tipo de video tienes en mente para mañana? Lo contemplé, intentado evaluar su estado de ánimo, pero incluso ahora todavía era difícil. —Le daré una opción. Nino negó con la cabeza una vez, casi desaprobándome. —Esta mujer es inocente. No es una deudora. Ni una puta que robó dinero. No ha hecho nada. —Kiara te cambió. —No en este sentido. Nunca nos hemos aprovechado de los inocentes, Remo. Nunca hemos puesto una mano sobre alguien que no lo mereciera, y esta mujer, esta chica… no hizo nada para merecer esa elección. Sostuve su mirada. —Me conoces mejor que nadie —murmuré—. Y sin embargo aquí estamos

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de pie. Nino inclinó la cabeza, sus ojos grises estrechándose. —Estás jugando un juego peligroso. No conoces a tu oponente lo suficientemente bien como para estar seguro de su elección. —Ella elegirá lo que todos hacen, Nino. Es una mujer. Ha sido mimada toda su vida. Tomará el camino fácil. Quiero escucharla decirlo frente a esa puta cámara, quiero que Dante escuche a su sobrina ofreciéndome su jodido cuerpo, que todos lo escuchen, y lo hará.

Abajo, agarré una de las cajas de pizza antes de regresar a la habitación de invitados en mi ala. Esta vez, Serafina se sentaba en la cama y no levantó la vista cuando entré. Sostenía el camisón plateado en sus manos. —¿Y si me niego a usarlo? —Puedes usar ese camisón para el espectáculo o estar desnuda. Tu sangre se verá tan atractiva contra tu piel blanca como lo haría con el camisón.

Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo, y dejó caer la prenda de ropa al suelo a sus pies descalzos. Me acerqué más. —Toma. No has comido en más de un día. —Dejé la caja de pizza en la mesita de noche. Ella la miró con suspicacia. Esperé a que la empujara a un lado, para intentar castigarme al matarse de hambre, como mi madre siempre había intentado con nuestro padre. No había funcionado con él, y no funcionaría conmigo. —Espero que esté envenenada —murmuró, luego alcanzó una rebanada y dio un gran mordisco. Masticó y después llevó sus ojos a los míos. Tragó casi desafiantemente—. ¿Vas a verme comer? Tal vez romperle las alas no sería tan fácil como había pensado.

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Temprano a la mañana siguiente vino Fabiano. Estaba practicando algunas patadas contra el saco de boxeo en nuestra sala de juegos, necesitando liberar mi energía acumulada. Se apoyó contra el marco de la puerta, evaluándome por un par de segundos. —Di lo que tienes que decir —gruñí y lancé una patada fuerte. —Jerry me llamó al Sugar Trap hace un par de horas para que pudiera lidiar con el desastre que creaste. Encontré a Simeone con su polla metida en su boca. No estoy seguro de querer saber qué pasó. Entrecerré los ojos. —Si no quisieras saber, no estarías aquí. Se apartó del marco de la puerta y se dirigió hacia mí. —¿La tocó? Detuve mis patadas. —No. Pensó que podía ver a Serafina duchándose. Fabiano evaluó mi cara.

—¿Dónde está? —En cama. Sus cejas se alzaron. —¿En tu cama? No dije nada, pero lo miré directamente a los ojos. Suspiró. —Entonces, tú… —Buscó la palabra correcta y luego se rindió—. ¿Pensé que querías usar su virginidad como ventaja contra Cavallaro y su prometido? Intenté calibrar los sentimientos de Fabiano, pero él era demasiado bueno para enmascararlos. Si se esforzaba de esa manera para ocultar sus sentimientos, simplemente desaprobaría que yo tomara a Serafina a la fuerza. Me acerqué hacia él. —¿Albergas sentimientos por ella?

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Hizo una mueca. —¿En serio? Tengo a Leona. Fina no me interesa. —¿Pero no te gusta la idea de que la lastime? —Eres el Capo. Harás con ella lo que quieras, pero no, no me gusta la idea de que la castigues por algo que hizo la Organización. Respetaba a Fabiano por su honestidad. La mayoría de los hombres eran demasiado cobardes para decirme la verdad a mi cara. —Entonces deberías irte ahora porque tengo una llamada programada con Dante y su familia en dos horas, y Serafina desempeñará el papel principal. Miró hacia otro lado, un músculo en su mejilla crispándose. —Debería volver con Leona. —Hazlo. Ve con tu chica. Y yo iré con la mía. —Ella no es tuya, Remo. Ella no te eligió. Esa es una gran diferencia —dijo Fabiano antes de girarse y marcharse. Regresé al saco de boxeo y lo pateé más fuerte que antes.

Serafina Incluso a la mañana siguiente, la pizza se asentaba pesada en mi estómago, pero al menos ahora mi estómago estaba revolviéndose por otra razón que temor. Consideré comer otra rebanada de pizza para desayunar. Necesitaba toda la energía que pudiera conseguir si quería encontrar una manera de vencer a Remo en su propio juego porque sin importar cuán protegida fuera, sabía que Remo no habría preparado una video llamada con mi familia si no supiera que tenía algo para mostrarles que los heriría. Apenas y dormí algo. Remo no había bloqueado mi puerta cuando se fue, pero yo no intenté aventurarme afuera, temiendo que fuera una trampa. Todavía estaba demasiado sacudida para planear mi partida de una manera que garantizara el éxito.

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Deslicé el camisón de satín sobre mi cabeza, aun si no quería darle a Remo esa pequeña victoria, pero tenía que elegir mis batallas si quería sobrevivir. Los pasos frente a la puerta me hicieron tensarme, y me levanté de la cama, prefiriendo estar de pie cuando enfrentara a Remo, pero no fue el aterrador Capo quien entró. Savio Falcone se paró en la puerta, sus ojos marrones prolongándose sobre mí. Envolví mis brazos alrededor de mi pecho antes de que pudiera pensar mejor en ello. —Vamos —ordenó con un asentimiento hacia la puerta abierta. Caminé hacia él, e hizo un movimiento para agarrar mi brazo. —No te atrevas a tocarme —siseé. Sus cejas se alzaron, y sonrió con arrogancia. —Entonces mueve tu precioso culo. Y te aconsejo, nunca le hables a Remo así o estarás deseando nunca haber nacido. Le di una mirada mordaz mientras lo seguía por la casa, asimilando mi entorno. Era un lugar espacioso y serpenteante que me dejó confundida rápidamente. Pude sentir ocasionalmente los ojos de Savio sobre mí, más curioso que sexual, pero aun así su presencia me ponía nerviosa. Él era alto, musculoso y demasiado confiado.

Eventualmente, me llevó por unas empinadas escaleras hacia el sótano. —Por supuesto que ustedes los Falcone tienen su propia cámara de tortura clandestina —murmuré, pero hasta yo pude oír el trasfondo de pánico en mi voz. Un olor a desolación y abandono colgaba en el aire. Afortunadamente no a excremento o sangre. Savio no dijo nada, pero me hizo señas para entrar a una habitación a la derecha. Remo ya estaba dentro. —Aquí está. Me encontraré con Diego. Me cuentas cómo va —dijo Savio con una carcajada. —Podrás ver la grabación —dijo Remo, sus oscuro ojos fijos en los míos—. Párate por ahí —me ordenó, señalando un lugar en el centro de la habitación. Seguí su orden, mi cerebro zumbando. La habitación estaba vacía. Sin colchón, sin silla, nada excepto por una mesa con una cámara que apuntaba hacia mí.

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Remo caminó alrededor de mí, escaneando mi atuendo. El camisón plateado de satín se aferraba a mi cuerpo, y mis pezones se fruncieron por el frío del sótano, los ojos de Remo fueron atraídos hacia ellos. Me estremecí. Nino entró también, y mi terror se incrementó cuando lo observé reajustar la cámara y poner una gran pantalla en la mesa de la esquina. Giró la pantalla por lo que estaba hacia nosotros. —Remo —dijo, y su hermano fue hacia él. Nino frunció el ceño, pero Remo tocó su hombro y luego miró hacia mí. Mis uñas encontraron el camino hacia la suave carne de mis palmas. La pantalla se encendió, y en ella vi a mi familia y a Danilo, y mis piernas casi se doblan. Samuel se sacudió, sus ojos tan llenos de desesperación me desagarraron, y Papá tenía oscuros círculos bajo sus ojos. Dante y Danilo eran mejores controlando sus emociones, pero ellos, tampoco parecían compuestos como normalmente. —Estoy tan contento de que lo lograron —dijo Remo en un acento británico, todo elegante y sofisticado. Error. Un hombre como él envuelto en un aire de violencia y crueldad era nada como un caballero inglés. Remo sonrió cruelmente hacia ellos y luego se volvió hacia mí, y sus oscuros ojos resplandecieron con excitación.

—Serafina, en Las Vegas las mujeres tienen elección… —Su voz había vuelto a su vibrato normal y dramático. —¡No te atrevas! —disparó Samuel, cargando hacia la cámara como si fuera Remo. Dante agarró su brazo y lo detuvo, pero incluso mi tío parecía al borde del control. Remo los ignoró, excepto por un tirón de sus labios. Sacó la daga que usó para matar a Simeone y me la mostró. —Ellas pueden pagar por sus pecados con dolor o placer. Me sacudí. —Tú no tienes derecho a juzgar los pecados de otras personas —susurré duramente. Remo caminó lentamente detrás de mí, demasiado cerca, su cálido aliento contra mi cuello. Mis ojos se dirigieron a la pantalla y me encontré con la desesperada mirada de Samuel. Se veía a punto de romperse. Necesitaba ser fuerte por ellos, por él y padre, incluso por Dante y Danilo. Por la Organización. —¿Qué eliges, Serafina? ¿Te someterás a la tortura o pagarás con tu cuerpo?

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Sostuve la mirada de Samuel. Me llevaría mi orgullo a la tumba. Las mujeres fueron creadas para concebir. Esos hombres podían soportar el dolor y también yo lo haría. Remo se paró ante mi vista. —Si no eliges, tomaré la elección por ti. —Sus ojos y rostro dijeron que sabía mi elección, estaba seguro de ello, porque yo era una mujer, débil e insignificante. Sonreí arrogantemente. —Elegiré la mordedura del frío acero sobre el toque de tus insignificantes manos cualquier día, Remo Falcone. Sus ojos resplandecieron con sorpresa, respeto y… aterradora excitación. —Disfrutaré tus gritos. —Remo, es suficiente —ordenó Dante. Remo solamente me miró fijo, murmurando: —Solo estamos comenzando. —Sin una advertencia me agarro, girándome, y tirándome contra su cuerpo, su pecho, cada pulgada de él presionada contra mi espalda y trasero. Su mano ahuecó mi barbilla, alzando mi cabeza por lo que estaba

forzada a mirarlo. Quería ver mis ojos, mi expresión, mi miedo y terror cuando me hiciera gritar. Le devolví la mirada con todo el odio y disgusto que pude reunir. Esperaba ser lo suficiente fuerte para privarlo de mis gritos, oraba por ello. —¿Dónde te gustaría sentir mi cuchilla? Sostuvo el brillante acero justo frente a mis ojos, dejándome ver su afilado borde. Había visto esos tatuajes cubriendo las cicatrices de los antebrazos de Remo y Nino. Tal vez significaban algo, tal vez no. No tenía nada que perder en este punto. —¿O cambiaste de opinión sobre tu elección? ¿Pagarás con tu cuerpo después de todo? No confiaba en mi voz porque el terror envolvía mi garganta, y Remo podía verlo. Agarré su muñeca y guie el cuchillo hacia mi brazo hasta que la fría hoja tocó la suave piel de mi antebrazo, cerca de mis venas.

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Algo brilló en los ojos de Remo y el triunfo me llenó, porque por alguna razón este lugar le llegó. Mantuve mi mano sobre la suya mientras la hoja descansaba contra mi sensible piel. Remo presionó y me tensé ante la ligera picadura, pero él no me estaba cortando realmente todavía, como si no pudiera obligarse a hacerlo. No podía creer que era porque tuviera reservas sobre herirme; este era el hombre más cruel en el oeste después de todo. Y definitivamente no era porque no pudiera soportar destruir mi inmaculada piel. Estaba segura que le encantaría ser el primero en dejar una marca. Había algo más conteniéndolo, algo oscuro y poderoso. Presioné contra su mano, la presioné sobre mi brazo, y la hoja cortó mi piel, pero Remo se resistió. Busqué en sus oscuros ojos, preguntándome qué había en las profundidades, aterrada de nunca averiguarlo. Los ojos de Remo se endurecieron, volviéndose severos, brutales, y finalmente presionó la daga y cortó mi piel. Agudo dolor ardió a través de mí, y me sacudí por su fuerza, mi mano todavía sobre la suya mientras bajaba el cuchillo por mi piel, pero sin detenerlo. Por alguna razón sus ojos reflejaron mi dolor como si él pudiera sentirlo más profundamente que yo. Remo soltó mi barbilla, su brazo se enroscó en mi cintura para mantenerme de pie, pero mantuve mi cabeza en alto, mis ojos ardiendo en los suyos. Mordí mi labio inferior cuando un gritó subió a mi garganta. El cobre llenó mi boca. Luego se filtró sobre mi labio, bajando por mi barbilla. Remo detuvo la daga, algo en sus ojos manteniéndome congelada.

—¡Suficiente! —rugió papá—. Para. ¡Para ahora! Las cejas de Remo se juntaron mientras nuestras miradas permanecían bloqueadas. Soltó mi cintura y retrocedió. Mis piernas se doblaron, y caí al suelo, mis rodillas chocando con el duro piso. Apenas registré el dolor. Me senté sobre mis pantorrillas mientras acunaba mi brazo en mi regazo. El corte no era tan profundo como yo creía, pero la sangre humedeció mi camisón y la sangre de mi labio rápidamente se le unió. Levanté la mirada para ver a Remo apagando la cámara y luego la pantalla. El desesperado rostro de Samuel desapareció de la vista. Nino estaba parado contra la pared, sus ojos en mi muñeca y una indescifrable expresión en su cara. Remo estaba de espaldas a mí, enfrentando a su hermano, pero sus hombros estaban pesados. Obligué a mi cuerpo a pararse, a pesar del temblor de mis piernas, y dejé que mi brazo sangrante colgara frente a mí mostrándose. Nino apartó su mirada y fulminó a Remo. No estaba segura de qué pasaba entre ellos, ni siquiera de querer averiguarlo.

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Remo lentamente giró su cabeza, sus crueles ojos encontrando los míos, las oscuras piscinas de rabia me dejaron sin aliento. Por una vez no sonreía petulante, no parecía superior o furioso. Lucía casi confundido en su propia manera aterradora y fuera de este mundo. Y me juré a mí misma que sin importar el precio, sin importar lo que me costaría, un día yo sería la que pondría a Remo Falcone de rodillas, la que rompería al cruel hombre que conocí.

6 Remo La expresión de Nino era tensa, pero no estaba dispuesto a perder su maldita compostura otra vez. Me observaba atentamente a los ojos, ya no a Serafina. Tragó con fuerza y luego la máscara fría se apoderó de su rostro y se enderezó. Mis ojos cayeron a las cicatrices en su muñeca cubierta por nuestro tatuaje, luego a cicatrices similares en mi piel, no tan rectas, no tan enfocadas. Casi toqué la puta cicatriz sobre mi ceja como lo había hecho en las semanas posteriores…

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—Tendrás que suturarla tú mismo. Jugaste a este juego y perdiste. Has subestimado a tu oponente —susurró y luego se fue, dejándome allí de pie, tan furioso y extático. Me di la vuelta muy despacio. Serafina se tambaleaba, pero intentaba mantenerse erguida. Su barbilla estaba cubierta de sangre de la herida en su labio, de morderlo para contener un grito. No me dio ni uno solo. Mi mirada se hundió más abajo. Su camisón estaba manchado con la sangre que aún goteaba del corte en su brazo, que acunaba contra su pecho. Se suponía que elegiría de manera diferente como todas las demás mujeres siempre hacían. En cambio, me había tomado por sorpresa, había tomado el camino doloroso, había forzado mi puta mano. No me había dado el triunfo de ofrecerme su cuerpo en bandeja de plata frente al maldito Dante Cavallaro y su prometido. Nino tenía razón. Había subestimado a mi oponente porque la comparaba con las mujeres con las que me había lidiado hasta ahora, pero Serafina no se parecía en nada a ellas. Orgullosa y noble. No la subestimaría de nuevo. Y conseguiría ese maldito grito. Conseguiría más que eso. Mis ojos fueron atraídos a su brazo. ¿Por qué había elegido ese lugar? Cuando volví alzar la vista, Serafina se encontró con mis ojos con una mirada triunfal. Sabía que había ganado. Me acerqué a ella lentamente, la ira hirviendo furiosamente bajo mi piel. Se tensó, se balanceó una vez más, pero no cayó. Tomé su brazo e inspeccioné la

herida. No era profunda. No había puesto suficiente presión detrás de la hoja para cortar profundamente. No había querido cortarla en absoluto, lo que era una nueva experiencia. Ver la sangre en su piel perfecta no me dio la profunda satisfacción que solía tener. —¿Cómo se sintió lastimarme? ¿Te excita? —preguntó con fiereza. Me acerqué más, acunando su barbilla. Y contuvo el aliento cuando pasé mi lengua por su labio inferior, saboreando su sangre. Sonreí oscuramente. —No tanto como esto. Se echó hacia atrás y tropezó, pero la atrapé, porque esta no era la caída que tendría. —Tenemos que tratar tu herida. No protestó y me siguió en silencio hasta el primer piso, y mi agarre en su brazo la mantuvo firme. La llevé a mi habitación y luego a mi baño, donde tenía el único botiquín médico en mi ala. Nino era el que solía manejar este tipo de mierda. Se apoyó en el lavabo.

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—Deberías sentarte —le dije. —Prefiero estar de pie. La solté y ella se aferró al borde del lavabo para estabilizarse. Me agaché para recuperar el botiquín, pero mis ojos se vieron atraídos por la abertura alta en su camisón, revelando una pierna larga y esbelta. Se movió para que su frente me mirara. Le sonreí, pero su piel estaba pálida y un brillo fino cubría su rostro. Agarré el botiquín y me enderecé, contemplándola más de cerca para juzgar si iba a desmayarse o no. Entrecerró los ojos y enderezó los hombros con evidente esfuerzo. La esquina de mi boca se contrajo. Saqué el tejido adhesivo. La herida no era lo suficientemente profunda como para requerir puntos de sutura. No podía recordar la última vez que un corte de mi parte no llevara a puntos de sutura… o a un funeral. Saqué el spray desinfectante, y se puso rígida pero no hizo ningún ruido cuando el punzante escozor golpeó su herida, pero se mordió el labio inferior una vez más. —Si sigues haciendo eso, el resultado será doblemente doloroso. Me envió una mirada mordaz, pero soltó su labio inferior.

Comencé a poner el adhesivo en su herida, sintiendo una extraña aversión por ver el corte que había infligido. No podía definir el sentimiento; era extraño para mí. —Entonces, ¿así es como va a ser? ¿Me cortas y me vuelves a coser? — preguntó enfurecida. —No te estoy cosiendo. Te estoy pegando. No dijo nada, pero podía sentir sus ojos en mí. Golpeó mi antebrazo con mi tatuaje de la Camorra, rozando las cicatrices entrecruzadas allí. —Me pregunto quién infligió esos cortes —reflexionó. Me congelé y mi cabeza se disparó en alto. Sostuvo mi mirada con la misma mirada de triunfo que había visto en el sótano. —Me pregunto quién te cosió después. ¿Nino y tú se cortaron en una retorcida ceremonia fraternal y se cosieron mutuamente cuando terminaron? Tienen los mismos cortes. Tal vez debería preguntarle.

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La empujé contra el lavabo con mi cuerpo, mis manos sujetando el mostrador de mármol a medida que temblaba de ira… y otras emociones que nunca me permitiría sentir. Serafina me miró, a pesar de que el miedo se apoderaba de sus perfectos rasgos. —Nunca más vuelvas a mencionar esas cicatrices. Y no hablarás con Nino de esto, ni una sola palabra, ¿entendido? —gruñí furibundo. Ella apretó los labios, sin decir una palabra. Una gota de sangre pasó por sus labios y cayó por su barbilla. Retrocedí, exhalando, agarré un paño y lo empapé con agua tibia. Agarré su barbilla, pero ella alcanzó mi muñeca. —Quédate quieta —ordené, y dejó caer su mano y me dejó limpiar su barbilla. Después le eché un vistazo más de cerca a su labio. Sus dientes solo habían cortado la capa superior de piel—. Tienes suerte. Esto se curará por sí solo. — Estaba tan cerca de ella que, su aroma me golpeó de nuevo. Su voz me sacó del trance. —¿Cuánto tiempo vas a tenerme aquí? —¿Quién dice que alguna vez voy a dejarte ir? —pregunté en voz baja antes de retroceder y sacarla de mi habitación.

Después de regresar a Serafina a la habitación de invitados, que esta vez cerré con llave, estaba a punto de comenzar mi entrenamiento diario, pateando el saco de boxeo, cuando Kiara irrumpió en la sala de juegos. Nino estaba cerca detrás de ella y trataba de pararla, pero ella se soltó de su agarre y se dirigió hacia mí, pareciendo furiosa. Me volví hacia ella, levantando las cejas. No se detuvo hasta que estuvo justo frente a mí y me empujó con fuerza, con los ojos llenos de lágrimas. Atrapé sus muñecas porque parecía que me iba a abofetear entonces, y eso era algo que ninguno los dos no queríamos que sucediera. Un segundo después, un agarre acerado se cerró alrededor de mi antebrazo. —Suéltala ahora mismo —ordenó Nino.

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Me encontré con su mirada, sin gustarme ni un poco su tono. Su agarre se apretó aún más. Una advertencia. Una amenaza. Nunca habíamos peleado realmente el uno contra el otro, por una buena razón, y daría mi puta vida antes de permitir que eso sucediera. Pero Kiara podía ser la razón por la que Nino podría arriesgarse. Savio se levantó lentamente e incluso Adamo soltó su control. Solté sus muñecas, y Nino soltó su agarre en mi brazo. Inclinó la cabeza en reconocimiento, un agradecimiento silencioso. —¿Qué le estás haciendo a esa chica? —preguntó Kiara con fuerza. Entrecerré los ojos. —No puedo ver cómo eso es de tu incumbencia. —Es de mi incumbencia si te estás propasando con una mujer —siseó, pero su voz tembló. —Soy el Capo. Yo domino esta ciudad. Decido qué pasa con las personas en mi territorio. Me giré para enfrentar el saco de boxeo, pero Kiara se interpuso delante de él. La furia ardió a través de mí, pero la empujé por mi garganta a pesar del jodido sabor amargo. Era de Nino. Era una puta Falcone. La agarré por la cintura y la puse a un lado como una puta muñeca antes de que me enfrentara al jodido saco de boxeo

una vez más. Se había congelado bajo mi toque como de costumbre. Desafortunadamente, eso solo duró un maldito segundo. Se interpuso delante de mí otra vez. —Kiara —dijo Nino en advertencia, pero ella lo fulminó. —¡No! Nadie me protegió. No voy a quedarme ahí parada cuando le está pasando lo mismo a otra persona. —Sal de mi camino —dije en voz baja, sintiendo mi propia ira aumentando. —¿O qué? —susurró con dureza. —Dije que salgas de mi camino, Kiara. Dio un paso hacia mí, llevándonos casi pecho con pecho. —Y yo dije que no. Es una razón por la que estoy dispuesta a morir. No me importa tu vendetta con la Organización o lo que sea que pasó en tu pasado. Una mujer inocente no sufrirá por eso.

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No podía creer que ella mencionara nuestro puto pasado. ¡Nino nunca debería haberle dicho de eso! Nino se acercó, observándome, no a Kiara. El jodido temor parpadeaba en sus ojos; algo a lo que aún tenía que acostumbrarme porque mi hermano siempre había vivido sin emociones hasta que conoció a Kiara. Intenté pasar junto a su esposa, pero ella me agarró de la muñeca. Mi mirada se disparó a sus finos dedos y luego a su cara. Nino se movió ligeramente, sus músculos tensándose. Le di una sonrisa irónica. ¿Estaba pensando en atacarme? Su expresión se mantuvo cautelosa. Me encontré con su mirada y giré mi mano libre para que viera mi tatuaje y las cicatrices entrecruzadas debajo de él. Debería saber que sin importar lo exasperante que fuera su esposa, jamás la lastimaría. Sus cejas se fruncieron, y se relajó con un pequeño asentimiento. Kiara apretó su agarre. —Me protegiste de mi tío cuando él quiso humillarme bailando conmigo en mi boda. Ayudaste a Nino a matarlo… La interrumpí, cansándome de su emotividad. —Puedes calmarte. Quiero que Serafina venga a mi puta cama voluntariamente y no por la fuerza. Así que puedes soltarme de una jodida vez. Me evaluó de cerca.

—No lo hará. ¿Por qué debería? La secuestraste. —Y tú fuiste obligada a un matrimonio indeseado con mi hermano. ¿Cuál es la diferencia? Quitó sus dedos de mi muñeca. Nino envolvió su brazo alrededor de su hombro. —No es lo mismo —susurró. —La única diferencia es que, en tu caso, tu familia decidió quién se quedaba contigo, mientras que la familia de Serafina no tuvo nada que decir al respecto. Ninguna de las dos tuvo una elección real. Sacudió la cabeza y miró a Nino con tanto jodido amor que sabía que nunca podría herir ni un solo pelo en su cuerpo. Después volvió su mirada a la mía. —Déjame hablar con ella —dijo, sin preguntar, sino ordenando. —¿Esa es una maldita orden, Kiara? —pregunté con voz amenazadora. Tal vez necesitaba recordar que yo era su Capo.

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Nino le apretó el hombro, pero ella sostuvo mi mirada y luego dio un paso adelante y se acercó a mí. —No —dijo en voz baja, mirándome con esos grandes ojos castaños como si eso conmoviera mi corazón—. Te estoy pidiendo permiso como tu cuñada y como una Falcone. —Maldita sea —gruñí y fulminé a Nino con la mirada—. ¿No pudiste haber elegido a una esposa cabeza hueca? Ella es tan buena manipulando como tú. La boca de Nino se torció y pareció orgulloso. Jodidamente orgulloso. —No estoy seguro por qué los aguanto a todos ustedes —murmuré. —¿Eso significa que puedo hablar con ella? —preguntó Kiara con esperanza. —Sí. Pero te advierto… Serafina no es tan dócil como tú. Si yo fuera tú, me cuidaría las espaldas. Podría terminar atacándote para salvarse. —Me arriesgaré —dijo, luego giró sobre sus talones y se dirigió directamente hacia mi ala. Nino la siguió porque obviamente estaba preocupado por su seguridad. Solté un fuerte suspiro y pateé el saco de boxeo con tanta fuerza que el gancho se soltó del techo y la bolsa se estrelló contra el suelo. Savio rio entre dientes a medida que se acercaba a mí.

—Al principio, en serio odié la idea de tener a Kiara bajo nuestro techo, pero disfruto de su presencia cada día más. —¿Por qué no llamas a alguien para que arregle esta maldita bolsa en lugar de joder con mi paciencia? Savio sonrió. —Lo haré, Capo. Conozco a alguien con quien puedes liberar tu energía acumulada. Se supone que debo entrenar con Adamo. ¿Por qué no te haces cargo? El niño necesita una buena patada en el culo. —¿Por qué no te cuelgo de un gancho y te uso como saco de boxeo? Savio se echó a reír y se marchó. Mirando el desorden en el suelo por otro momento, me volví hacia Adamo, quien tenía los brazos cruzados sobre su pecho y me estaba fulminando. —Vamos, niño. Entrena conmigo.

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Adamo y yo nunca habíamos entrenado juntos a menos que contaras las peleas simuladas con las que lo había entretenido cuando era un niño pequeño y aún no odiaba mis entrañas. Por un momento, parecía que iba a negarse, pero entonces se puso de pie. Avanzó detrás de mí de esa manera molesta que había adoptado recientemente, solo para volverme jodidamente loco. Agarré mis llaves y luego las arrojé hacia Adamo. —Atrapa. Lo hizo, frunciendo el ceño. —Nos vas a llevar allí. —¿En serio? —preguntó y por una vez no me estaba fulminando. —En serio. Ahora muévete. No tengo todo el día. Adamo se apresuró a pasar junto a mí, sin pisotear, y lo seguí, sacudiendo la cabeza y sonriendo. Nada hacía que ese niño se emocionara tanto como conducir autos o, más bien, correr con ellos. Cuando llegué al camino de entrada, ya estaba al volante de mi nuevo Lamborghini Aventador verde neón, sonriendo como el gato que consiguió la puta crema. Al momento en que mi trasero golpeó el asiento del pasajero, aceleró el motor y salimos disparados por el camino de entrada.

—Hay una puerta al final. Recuerdas eso, ¿verdad? —murmuré, abrochándome el cinturón. Adamo presionó el botón y las puertas se abrieron, y corrimos a través de ellas con solo unos centímetros de separación entre los espejos laterales y el implacable acero. Negué con la cabeza, pero Adamo no redujo la velocidad. Atravesamos el tráfico y los bocinazos nos siguieron a todas partes. Una patrulla policial salió disparada desde un callejón lateral y comenzó a perseguirnos con sirenas aullando y las luces encendidas. —Oh, hombre —se quejó Adamo, golpeando los frenos y deteniéndose. El oficial salió, con la mano en su pistola, y caminó hacia nosotros mientras su colega se quedaba atrás, con la pistola a su lado. Ese era el problema con los autos nuevos. Adamo bajó la ventanilla y el oficial lo miró. —Sal del auto.

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Me incliné hacia delante, mi antebrazo con mi tatuaje apoyado contra el tablero de instrumentos y le sonreí al hombre. —Desafortunadamente, oficial, tenemos que llegar a un lugar. El oficial de policía registró mi tatuaje, después mi cara y dio un paso atrás. —Es un malentendido. Conduzcan con cuidado. Asentí y me hundí contra el asiento. —Conduce. Adamo me miró con un toque de admiración en sus ojos. Luego se alejó de la acera a un ritmo más lento, pero aún demasiado rápido. Su estado de ánimo se agrió al momento en que salimos del auto frente al casino abandonado que servía como nuestro gimnasio.

Esperé a Adamo en la jaula, pero él se tomó su jodido tiempo preparándose. Cuando finalmente se arrastró hacia mí, realmente deseé que fuera otra persona

porque quería destruir brutalmente a mi oponente. Adamo subió y cerró la puerta antes de enfrentarse a mí. Había crecido estos últimos meses. Todavía era mucho más escuálido que Nino y yo, e incluso Savio, pero se estaba tonificando muy bien a pesar de su renuencia a pelear. Sus brazos colgaban flojamente a su lado a medida que me observaba con aprensión. —Vamos, niño. Muéstrame lo que tienes. —No me llames niño —se quejó. Sonreí desafiante. —Oblígame. Hasta el momento, nada de lo que he visto ha sugerido que eres más que un niño enfurruñado. Cerró sus manos en puños, entrecerrando los ojos. Mejor. —Al menos no disfruto lastimando a las chicas.

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Así que eso era lo que tenía sus bragas enredadas. —No disfrutas haciendo nada con ellas —me burlé, intentando que finalmente actuara con ira. No podría importarme menos si Adamo era jodidamente virgen o no. No lo entendía ni un poco, pero podía follar con quien sea, cuando sea, cada vez que quisiera. —Me gustan las chicas. —No sus coños, obviamente. Se sonrojó de un rojo brillante. Todavía teníamos mucho trabajo por hacer. —¿Por lo menos has besado a una chica? —Di un paso más cerca de él. Miró hacia otro lado y mi sonrisa se ensanchó—. ¿Quién fue? ¿Una niña de la escuela? ¿O una puta, después de todo? Sus ojos fulguraron de ira, y se lanzó hacia mí. Su patada estuvo sorprendentemente bien colocada, pero la bloqueé con mis dos antebrazos y luego golpeé el costado de Adamo con fuerza, aunque ni siquiera tan fuerte como quería. Se quedó sin aliento, pero aun así envió varios golpes hacia mí. Encontramos un ritmo bueno y pude ver a Adamo entrar en calor, como si fuera uno de sus molestos videojuegos. Tenía que admitir que disfruté el sparring. Sin embargo, no era más que eso, porque si realmente hubiera peleado con Adamo,

el niño habría estado en el suelo en cuestión de segundos. Al final, nos apoyamos contra la jaula, bebiendo agua y sudando. —Pensé que no te contendrías. Pensé que querías patearme el culo porque soy una puta decepción a tus ojos. Bajé la botella. —¿Qué te hace pensar que me contuve? Resopló. —Eres el luchador más fuerte que conozco. No tendría ninguna oportunidad contra ti. —Aún no. Tal vez algún día. Y no eres una decepción. Sacudió la cabeza. —Nunca seré como tú y Nino, ni siquiera Savio. —No quiero que seas como ninguno de nosotros. Solo quiero que seas un Falcone y te sientas orgulloso de ello.

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Adamo me contempló con el ceño fruncido y después miró su botella. —¿Podemos tener otra ronda? —Claro —contesté, incluso aunque estaba ansioso por regresar a Serafina. —No te contengas tanto esta vez —dijo Adamo. Mis labios se extendieron, y dejé la botella. Debí haber luchado con Adamo mucho antes.

Serafina Me recosté en la cama, mirando al techo, preocupándome por mi familia, especialmente por Samuel. Era tan protector conmigo, ¿y si hacía algo estúpido como un ataque y se mataba? Quería que me salvara, pero si algo le pasaba a Sam, no sobreviviría. Prefería sufrir el dolor y soportar la presencia de Remo antes que ver a mi hermano lastimarse.

Una pesadez se asentó en mi estómago cuando recordé la mirada en sus ojos cuando Remo había puesto el cuchillo contra mi piel. Esa mirada había dolido mucho más que el corte superficial. Pero el corte me había dado información importante sobre Remo. Tenía una debilidad, y tenía algo que ver con esas cicatrices y sus hermanos. Unos pasos sonaron frente a mi puerta y alguien llamó. Me incorporé, sorprendida. Nadie se había molestado en llamar. La cerradura sonó y la puerta se abrió cuando me paré, y entró una mujer joven con cabello oscuro y ojos oscuros, vestida con un vestido rojo veraniego. Era más baja que yo y debía ser la fuente de la ropa que Remo me había traído; eso explicaba por qué el vestido largo que llevaba puesto acababa a mitad de mi pantorrilla. Nunca la había conocido, pero sabía quién era. No había ni una sola persona en nuestro mundo que no la conociera.

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—Kiara Vitiello —dije. La pobre mujer de la Famiglia que fue arrojada a los lobos Falcone para ser devorada. Todo el mundo había oído hablar de esa unión. Había sido el chisme del año entre las mujeres de la Organización. Solo había sentido lástima por la chica, pero no parecía que la necesitara o la quisiera. —Ahora Kiara Falcone, pero sí, soy yo. —Miró por encima del hombro con un pequeño ceño fruncido, y seguí su mirada, encontrando a Nino Falcone de pie detrás de ella—. No tienes que quedarte. Serafina y yo vamos a hablar. No representa ningún peligro para mí. ¿Estaba preocupado de que atacara a su esposa? Tal vez usarla como un escudo de seguridad humano me habría sacado de la mansión, pero no era tan valiente. Si fallaba, sabía lo que eso significaría porque la mirada en los ojos de Nino envió un escalofrío helado por mi espalda. —Voy a quedarme —dijo con firmeza, observándome directamente al entrar, cerró la puerta y se apoyó contra la pared—. Y si haces tan solo un movimiento hacia mi esposa, las consecuencias serán muy desagradables. Las mejillas de Kiara se pusieron rojas. Me dio una sonrisa de disculpa antes de acercarse a él, tocando su pecho. No escuché lo que estaba diciendo, pero la expresión de Nino siguió siendo estoica. Él negó con la cabeza una vez, y ella suspiró. Después se acercó a mí. La miré con cautela. No solo había sido una Vitiello, sino que ahora era una Falcone. Ninguno de esos nombres me tranquilizaba.

—Lo siento. Es muy protector —dijo con una sonrisa pequeña. Le di a Nino un vistazo rápido. —Eso es obvio. Su expresión seguía siendo una máscara fría. Remo me habría dado su sonrisa torcida o esa característica mirada aterradora, y tenía que admitir que lo prefería a la cara ilegible de Nino, porque no tenía dudas de que era tan brutal y tan retorcido como su hermano, pero aún más difícil de leer. Kiara extendió su mano. —Llámame Kiara. Dudé, pero luego la tomé. —Serafina. Sus ojos cayeron a mi brazo. —Lo siento.

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—No te corresponde pedir esa disculpa —le dije cuando regresé a la cama y me hundí. —Me temo que es la única que vas a tener —dijo con un toque de desaprobación. Al menos ella parecía horrorizada porque su lunático cuñado me hizo daño. —No quiero las disculpas de Remo. Lo quiero tumbado a mis pies en su propia sangre. Le envié una sonrisa a Nino, evaluando su reacción, pero su expresión no cambió. Bien podría haber sido tallado en hielo. Si no podía tentarlo para que se descuidara, mis posibilidades de superarlo eran nulas. Si alguna vez intentaba escapar, tendría que asegurarme que él no estuviera cerca. Los ojos de Kiara se abrieron un poco mientras se sentaba en el borde de mi cama, alisando su vestido. —Creo que tendrás que unirte al final de la fila. El mundo está lleno de gente que quiere lo mismo. Oh, me agradaba. —¿Eres una de ellos? —pregunté, sofocando una sonrisa. Frunció los labios.

—No, no quiero eso. —Entonces, él es el que te está lastimando —le dije con un gesto de cabeza hacia su marido sin emociones, solo que ahora había algo peligroso en sus ojos. Definitivamente no era indiferente a su esposa. Kiara echó un vistazo a Nino, y la sonrisa tirando de sus labios me sorprendió. —Nino nunca me haría daño. Es mi esposo. Sonaba honesta y más aún… parecía enamorada. Había escuchado los rumores de lo que le había sucedido y lo que los Falcone habían hecho a su tío. Tal vez estaba agradecida. —¿Por qué estás aquí? —pregunté con el tiempo. —Pensé que te gustaría compañía femenina. —Me gustaría volver a mi familia, a mi hogar. Me gustaría que Remo detenga sus juegos retorcidos. Eso es lo que me gustaría —susurré con dureza, sintiéndome mal por desquitarme con ella peor no podía evitarlo.

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Ella asintió. —Lo sé. —Dudo que hayas venido a ofrecer tu ayuda. Eres leal a los Falcone. Una vez más, sus ojos se movieron hacia Nino. —Lo soy. Ellos son mi familia. Miré hacia otro lado, pensando en mi propia familia, en Samuel, y mi corazón se apretó con fuerza. Me sobresaltó cuando ella se inclinó más cerca, y Nino, también, se tensó y se enderezó. A pesar de mi aparente aprehensión, acercó su boca a mi oído y me susurró: —Estos hombres son crueles y brutales, pero no es todo lo que hay en ellos. Creo que puedes meterte bajo la piel de Remo. Lo deseo para los dos. —Luego se apartó y se enderezó—. Veré qué puedo hacer para que puedas pasar tus días fuera de esta habitación. Podríamos sentarnos en el jardín. No hay razón para que tu cautiverio sea más desagradable de lo absolutamente necesario. Me quedé mirando a Kiara. Me sorprendía, pero si en realidad pensaba que alguien podía meterse debajo de la piel de Remo Falcone, entonces la vida en Las Vegas había acabado con su cerebro.

7 Serafina No había un reloj en ninguna parte de la habitación, pero ya debía ser temprano en la tarde. A excepción de la pizza fría y el agua del grifo, no había comido ni bebido nada. Tal vez esta era otra parte del juego de Remo. Mirando por la ventana, intenté encontrar el final de las instalaciones, pero desde mi punto de vista, los jardines rodeando la mansión Falcone parecían interminables.

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¿Qué estaría haciendo Samuel ahora? Cerré mis ojos. Se culparía por lo que pasó. Lo conocía. Siempre se había visto a sí mismo como mi protector. Deseé poder escuchar su voz, poder decirle que no era su culpa. Y mamá y papá… Esperaba que al menos hubieran encontrado una manera de ocultarle la verdad a Sofia. Era demasiado joven, demasiado inocente para ser agobiada con la crueldad de nuestro mundo. El sonido de unos golpes seguidos por el giro de la cerradura me hizo enfrentar la puerta. Me estremecí ante el dolor sordo en mi antebrazo. Un adolescente con pantalones cortos de combate y una camiseta entró en mi habitación. Tenía el cabello castaño rizado ligeramente y largo, era delgado, pero musculoso. —Hola —dijo vacilante, sus ojos castaños amables—. Remo me envió a buscarte. No me moví de mi lugar en la ventana. —¿Quién eres, su sirviente? El niño sonrió con una sonrisa franca y descuidada. Una sonrisa que pocos podían permitirse en nuestros círculos. —Soy su hermano menor, pero eso es tan bueno como lo mismo a los ojos de Remo.

Su amabilidad me confundía. No parecía falsa. Mis ojos se posaron en su antebrazo, libre de las marcas de la Camorra, la espada y el ojo. —Aún no te han reclutado. La sonrisa cayó. —Lo seré en dos días. —Pero no quieres —dije con curiosidad. La precaución sustituyó a la amabilidad abierta. —No deberíamos hacer esperar a Remo. Abrió la puerta de par en par y me hizo un gesto para que pase. Me pregunté qué haría si me negaba a seguirlo. Era más alto que yo y definitivamente más fuerte, pero me daba la impresión de que le costaría mucho poder ponerme una mano encima. Si hubiera sido mi único oponente, podría haberme arriesgado, pero Remo estaba abajo. Al final, me acerqué a él y lo seguí a través del largo y sinuoso pasillo.

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—Soy Adamo, por cierto —dijo. Lo miré un momento. —Serafina. —Lo sé. —Supongo que todos los hermanos Falcone están involucrados en el secuestro —murmuré. Sus cejas se fruncieron, pero permaneció en silencio. Había un indicio de… vergüenza y desaprobación en su rostro. Después de unos minutos, llegamos a la parte baja de la mansión, en una especie de centro de entretenimiento con un bar, sofás, televisión y un ring de boxeo. Había un saco de arena entre escombros, y Remo lo estaba fulminando como si lo hubiera insultado personalmente. También estaba en pantalones cortos de combate y nada más. El recuerdo de cómo me había sostenido bajo la ducha, de cómo había estado presionada contra él completamente desnuda resurgió en mi mente. No había registrado mucho en ese momento, e incluso inmediatamente después, pero ahora mi mirada se deslizó sobre la exhibición de esos músculos duros, las muchas cicatrices

que hablaban de su pasado y presente violentos. Cada centímetro de Remo gritaba peligro. Su altura, sus músculos, sus cicatrices, pero peor aún: sus ojos. Los cuales me encontraron y como siempre fue una lucha para mí hacer lo mismo en respuesta. Alrededor de Remo te sentías como el omega en una manada de lobos. Tus ojos querían evitar los suyos como por un impulso primitivo profundamente enterrado porque Remo era el alfa. No había duda de ello. Adamo se apartó de mi lado y se dirigió al sofá, donde se dejó caer y levantó un control de videojuegos. Un arma yacía en la mesita frente a él. Remo se acercó más. —Adamo —espetó, indicando el arma. Maldición. Adamo la agarró y la metió bajo su pierna. —Ni siquiera sabría cómo usarla —mentí. Remo sonrió sombríamente.

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—Eres muy buena mentirosa. —Su piel relucía con un fino brillo de sudor como si no se hubiera molestado en ducharse después de un entrenamiento. —¿Por qué me llamaste aquí? ¿Tienes otra sesión de tortura planeada para mí? Remo miró mi herida, su expresión endureciendo; todo pómulos afilados y mandíbula apretada. —Hay comida en la cocina para ti y algo de beber, a menos que prefieras licor fuerte, entonces aquí es donde lo conseguirás. —Señaló hacia la barra a mi izquierda donde había una gran variedad de botellas, la mayoría de ellas medio llenas, esperando ser consumidas. Escocés, bourbon, whisky, ginebra… Definitivamente no me embriagaría mientras la Camorra me mantenía cautiva. —¿Soy libre de caminar por la casa? —pregunté. Remo sonrió. —Aún no creo que hayamos alcanzado ese nivel de confianza. —No alcanzaremos ningún nivel de confianza, Remo. Unos pasos resonaron en el pasillo detrás de mí, y me di media vuelta, pero no lo suficiente como para perder de vista a Remo. Prefería mantenerlo en mi línea

de visión. Como si supiera exactamente lo que estaba haciendo, una esquina de su boca se torció hacia arriba. Savio entró con ese arrogante andar suyo. —Conseguí a alguien para arreglar el saco de boxeo. Remo apartó su mirada de mí. —¿Y te tomó cuatro horas? —Me encargué de otros asuntos mientras estaba en eso —dijo Savio encogiéndose de hombros. Remo sacudió la cabeza con evidente desaprobación. —Un día de estos en serio voy a perder la maldita cabeza contigo. Savio no pareció preocupado, y dudaba que fuera porque no tuviera emociones como Nino. Savio sabía que no tenía nada que temer de su hermano mayor. Y esa comprensión me sorprendió, y la archivé para su uso posterior.

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—Ahora que estás aquí, vigila a nuestra invitada mientras está comiendo en la cocina. Me bañaré y luego me encargaré de vigilarla. Mi boca se curvó. —No soy tu invitada. Soy una prisionera. —Semántica —dijo Remo. Tal vez en tu mente retorcida. —Yo también podría haberla vigilado —gruñó Adamo desde su lugar en el sofá. Savio y Remo intercambiaron una mirada. O les preocupaba que su hermano menor me ayudara o les preocupaba que él no pudiera evitar que escapara. Interesante. Remo entrecerró sus ojos y luego pasó a mi lado, su brazo rozando el mío, haciendo que retrocediera. —Ven —ordenó Savio. Mis ojos se detuvieron en Adamo, que estaba frunciendo el ceño ante la retirada de Remo. Tal vez los Falcone tenían un eslabón débil entre ellos. Alejando mi mirada, seguí a Savio a la parte trasera de la planta baja y a través de una puerta, que se abría a una enorme cocina.

Señaló hacia una olla en la estufa. Me acerqué y levanté la tapa, encontrando una cremosa sopa de color naranja. —¿Qué es? —¿Cómo lo sabría? —preguntó Savio despacio, hundiéndose en una silla en la mesa de la cocina—. Probablemente algo sin carne. Kiara es vegetariana. Fruncí el ceño, intentando descifrar la emoción en su voz. Pensé detectar un indicio de protección cuando dijo su nombre. Encendí la estufa, y tomé un bocado. —Sopa de calabaza —le dije. Savio se encogió de hombros. —También quiero un tazón. Me quedé mirando al bastardo arrogante. ¿Acaso pensaba que le serviría el almuerzo? —¿Por qué no sacas tu perezoso trasero de la silla y te buscas tu propio tazón?

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Él de hecho sacó su trasero de la silla y avanzó hacia mí. Se apoyó contra la estufa a cada lado de mi cintura, arrinconándome. —No soy Remo —dijo en voz baja—, pero soy un Falcone, y me encanta derramar sangre. Será mejor que cuides tu lengua. No dije nada. Savio daba miedo a su manera. La sopa comenzó a burbujear detrás de mi espalda, y Savio finalmente se retiró, dándose la vuelta. Abrí un cajón para buscar un cucharón cuando se me ocurrió un plan. Remo estaba arriba, duchándose. No había visto a Nino en ninguna parte, solo Adamo estaba en la sala de estar, y un trabajador potencialmente que, conociendo Las Vegas, no acudiría en mi ayuda. Era la mejor oportunidad que he tenido hasta ahora. Agarré la olla pesada por sus asas y giré hacia atrás para ganar impulso, pero antes de que pudiera soltarla, Savio se giró. Catapulté la olla con la sopa hirviendo hacia él. En un impresionante despliegue de reflejos, se abalanzó hacia un lado, evitando la olla y la mayor parte de su contenido. Salpicaduras de sopa amarilla lo cubrieron de pies a cabeza. Aproveché mi oportunidad y traté de correr más allá de él. Su mano salió disparada, sujetando mi muñeca, y me empujó con un irascible aire de arrogancia.

Girándome, mis caderas chocaron con el borde de la mesa. Caí hacia adelante, mis codos golpeando la madera dura, mi trasero sobresaliendo de manera indigna. —Me gusta tu culo desde ese punto de vista —comentó Savio. —Mientras te guste desde la distancia —advirtió Remo. Me di la vuelta. Ahí de pie en la puerta abierta, Remo se fijaba del desorden en el suelo y en su hermano. —¿Qué mierda pasó aquí? Savio hizo una mueca a su camisa y luego me frunció el ceño. —Esa perra intentó hervirme vivo. Me enderecé, intentando ocultar mi miedo a lo que sería mi castigo por el ataque, pero entonces Remo se echó a reír, un ruido sordo que erizó la piel de mis brazos.

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—Me alegra que lo encuentres divertido —murmuró Savio—. Ya terminé. La próxima vez que estés ocupado, hazme un favor y pídele a Nino que la vigile. —Se marchó sin otra mirada. —Limpia eso —ordenó Remo con una inclinación de cabeza hacia el piso, la diversión desapareciendo de su voz. Me quedé donde estaba. Remo rodeó el lago naranja en el suelo y se detuvo justo delante de mí, obligándome a inclinar mi cabeza hacia atrás. Acunó mi barbilla. —Déjame darte un consejo, ángel. Elige tus batallas sabiamente —murmuró amenazadoramente—. Y ahora limpiarás el suelo. Me importa una mierda si tus manos de alcurnia no deberían ensuciarse. Bajé los ojos por la dureza de su mirada, pero intenté enmascararlo a medida que me alejaba de su toque. —¿Dónde hay una fregona? Remo se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. —Regresaré en exactamente dos minutos y no te moverás ni un puto centímetro, ¿entendido?

Apreté los labios, un pequeño acto de desafío, si es que se podía considerar eso, porque Remo sabía que obedecería. Muy pocas personas se habrían atrevido a desafiar a Remo en ese momento. Esperaba algún día estar entre ellos.

Remo Me dirigí hacia el armario de servicios. Savio se apoyaba en el bar, encargándose de una bebida y su ego magullado. —La próxima vez deberías prestar más atención. Él me fulminó. —Creo que de los dos, tú tienes más razones para preocuparte. Es tuya, no mía. Espera hasta que ella intente hervir tu polla.

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—Puedo controlar a Serafina. No te preocupes. —Saqué una fregona y un cubo del armario antes de volver a la cocina. Serafina estaba exactamente en el mismo lugar, frunciendo el ceño hacia el suelo. Seguía sorprendiéndome. Las fotos que había visto de ella en Internet y los artículos acompañándolas sugerían que era una princesa de hielo. Fría, orgullosa y frágil. Tan fácil de aplastar como la nieve fresca, pero Serafina era como el hielo seco. Romperlo con fuerza era difícil, no imposible, porque sabía cómo romperlo, pero ese habría sido el enfoque equivocado. Incluso el hielo seco cedía al calor. Le entregué el cubo y la fregona, los cuales aceptó sin protestar. Evitó mis ojos cuando se dispuso a llenar el cubo con agua y lo dejó en el suelo. Se hizo evidente con bastante rapidez que Serafina nunca había manejado una fregona en su vida. Usó demasiada agua, inundando el piso. La observé en silencio, apoyándome contra la encimera. Debería haber tomado un trapo, arrodillarse y limpiar el piso adecuadamente, pero sabía que su orgullo le impediría arrodillarse en mi presencia. Orgullosa, fuerte y concienzudamente hermosa, incluso sudada y cubierta de sopa. El suelo todavía estaba manchado de sopa cuando finalmente se dio por vencida. —La fregona no está funcionando correctamente.

—No es culpa de la fregona. Créeme. —No fui criada para limpiar pisos —espetó, mechones de cabello rebeldes aferrándose a sus mejillas y frente. —No, te criaron para calentar la cama de un hombre y abrir las piernas. Sus ojos se abrieron por completo, la ira retorciendo sus rasgos perfectos. —Me criaron para cuidar a una familia, para ser una buena madre y esposa. —No sabes cocinar, no sabes limpiar, y probablemente nunca has cambiado un pañal en toda tu vida. Ser una buena madre no parece estar en tu futuro. Empujó la fregona de modo que cayó al suelo bruscamente, se movió más cerca y luego se detuvo a medio camino. —¿Qué sabes tú de ser una buena madre? ¿O un ser humano decente? Mi pecho se contrajo brevemente, pero lo aplasté. —Sé cómo cambiar un pañal para empezar, y les brindé protección a mis hermanos cuando lo necesitaron. Eso es más de lo que puedes decir por ti misma.

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Ella frunció el ceño. —¿Cuándo cambiaste un pañal? —Cuando Adamo era un bebé, yo ya tenía diez años —dije. Era más de lo que había querido revelar en primer lugar. Mi pasado no era asunto de Serafina—. Ahora ven. Dudo que puedas hacerlo mejor que esto. De todos modos, el personal de limpieza viene mañana. —¿Me dejaste limpiar esto, aunque tienes personas para eso? —Tu orgullo será tu perdición —comenté. —Y tu furia será la tuya. —Entonces caeremos juntos. ¿No es el comienzo de toda trágica historia de amor? —Mi boca se retorció ante la palabra. Qué desperdicio de energía. Nuestra madre había amado a nuestro padre. También lo había odiado, pero su amor le había impedido hacer lo necesario. Ella había dejado que nuestro padre la golpeara y violara, lo había dejado golpearnos porque eso significaba que no le pondría una mano encima. Nunca se enfrentó a él. Se acobardó y, peor aún… volvió su ira hacia nosotros para protegerse. Su único maldito acto de desafío fue castigar a nuestro padre al matar a sus hijos. Intentó devolverle el golpe al matar a su propia carne y sangre porque era demasiado débil para tomar represalias de otra maldita manera.

En una casa llena de armas, no pudo encontrar el maldito coraje de embestir un cuchillo en la espalda de nuestro padre como debería haber hecho la primera vez que él le puso una mano encima. Ella eligió el camino fácil. —Jamás tendremos una historia de amor. Ni trágica, ni triste, y definitivamente no feliz. Puedes quedarte con mi odio —dijo Serafina con fiereza. —Lo acepto —murmuré—. El odio es mucho más fuerte que el amor.

Nino se unió a mí en la terraza esa noche. —Savio me contó lo que pasó. —Es de voluntad fuerte. —Es un problema —me corrigió—. Mantenerla bajo este techo representa un riesgo considerable.

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Le di una sonrisa irónica. —No me digas que le tienes miedo a una chica. La expresión de Nino no cambió. —Afortunadamente, el miedo no está entre las emociones que he desbloqueado. —Entonces mantenlo así —le dije. El miedo era tan inútil como el amor; e incluso más paralizante. —Estoy preocupado por Adamo. Su iniciación es en dos días. Mantener a Serafina como cautiva en la mansión podría aumentar su renuencia a prestar juramento. Me volví hacia él. —¿Crees que rechazará el tatuaje? Nino suspiró. —No lo sé. Se está alejando. Ya no puedo hacer que me hable. Kiara es la única con la que pasa el tiempo.

—Adamo solo se está rebelando, pero aún es un Falcone. ¿Debería presionarlo más? Nino negó con la cabeza. —Creo que eso lo haría alejarse más. Tenemos que esperar que con el tiempo venga a nosotros. —La iniciación será frente a nuestros lugartenientes y capitanes. Si se niega… —me detuve. Nino asintió porque lo entendía. Si Adamo rechazaba el tatuaje sería vergonzoso… una traición. Solo había un castigo por rechazar el tatuaje: la muerte. —Supongo que no sería la primera vez que tendríamos que matar a un número considerable de Camorristas —dije. —Estos hombres son leales. Sería desafortunado deshacerse de ellos, y nos enfrentaríamos a demasiados oponentes a la vez.

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—No llegará a eso. Nino asintió de nuevo y se quedó en silencio a mi lado. —¿Le has dado a Serafina algo para el dolor? —¿Dolor? —repetí. —Su herida podría estar escociendo. —Es un corte superficial. No puede causarle más que una ligera incomodidad. Nino negó con la cabeza. —Eso es lo que pensé cuando traté la herida de Kiara, pero se mostró sorprendentemente sensible al dolor. Y Serafina no será diferente. Tal vez peor. Probablemente es el primer corte que ha sufrido en su vida, con seguridad el primer acto de violencia en absoluto, Remo. Sentirá el dolor con mayor profundidad que tú y yo. Consideré sus palabras y me di cuenta que probablemente tenía razón. Por lo que había captado, Serafina probablemente nunca había sido golpeada por sus padres. El primer acto de violencia… no me detuve en aquellos pensamientos. —¿Tenemos algo para el dolor?

—Tengo analgésicos en mi habitación. Puedo llevárselo después de la cena. Kiara está cocinando su lasaña de queso otra vez. —No, se lo daré cuando le lleve un trozo de la lasaña. —De acuerdo —murmuró Nino, contemplándome cuidadosamente. —¿Qué? —gruñí, su juicio silencioso sacándome de las putas casillas. —Originalmente, el plan era mantener a Serafina en Sugar Trap. —Originalmente no sabía qué tipo de mujer era. Y está más segura aquí. No quiero que nadie le ponga las manos encima. Eso arruinaría mis planes. —Voy por el analgésico —dijo Nino, dándose la vuelta y dejándome allí de pie. Entré y me dirigí a la cocina, que olía a hierbas y algo más picante. Kiara levantó la vista de la tabla de cortar. Estaba cortando tomates y arrojándolos en un tazón con lechuga.

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—Nadie va a comer ensalada por aquí —dije a medida que avanzaba hasta ella. La tensión de su cuerpo ya casi no se notaba. —Yo voy a comer, y Nino también lo hará, y quizás Serafina también prefiera una dieta saludable —dijo Kiara. Me detuve a su lado y eché un vistazo hacia el horno donde una gran sartén burbujeaba con queso. —Serafina tiene problemas más apremiantes. Los ojos de Kiara se alzaron, y agarré su mano antes de que pudiera cortarse los dedos. —Nino necesita mostrarte cómo sostener un cuchillo adecuadamente —exigí y luego la solté. Ella dejó el cuchillo. —¿Cuándo vas a enviarla de regreso? La miré fijamente. Empujó un mechón detrás de su oreja, mirando hacia otro lado. Kiara todavía era rápida a la sumisión. —Vas a enviarla de regreso, ¿verdad?

Nino entró con el analgésico, echando un vistazo entre su esposa y yo. Frunció el ceño, pero no hizo ningún comentario. —¿Cuándo estará lista la lasaña? —pregunté. —Debería estar lista ahora mismo. —Agarró el asa, y di un paso atrás para poder abrir el horno. Ella asintió—. Perfecta. Nino tomó unos guantes de cocina y empujó suavemente a su esposa hacia un lado. —Permíteme. Colocó la olla burbujeante en la estufa, y Kiara le sonrió, tocándole el brazo. —Gracias. Su expresión se suavizó, y yo todavía no podía comprenderlo. Mi hermano amaba a Kiara, o lo que sea que fuera capaz de sentir. Sacando el analgésico de su bolsillo, me lo entregó. —Dame un trozo de lasaña para Serafina.

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Kiara frunció los labios, pero hizo lo que le pedí. —¿Por qué no puede cenar con nosotros? —Es una prisionera —murmuró Savio cuando entró. Todavía estaba cabreado por el incidente de la sopa. —Puede ser una prisionera y cenar con nosotros, ¿no crees? —Miró a Nino en busca de ayuda. Él tomó su cintura y una mirada pasó entre ellos que no pude leer. Harto de sus asquerosos intercambios silenciosos, me fui con la lasaña y el analgésico. Cuando entré en el dormitorio, Serafina estaba sentada en el alféizar de la ventana, con los brazos envueltos alrededor de sus piernas. Me pregunté qué tipo de ropa había usado en Minneapolis. No podía imaginar que hubiera optado por vestidos largos como Kiara. Serafina no se volvió hacia mí cuando entré, ni siquiera cuando crucé la habitación y puse el plato en su mesita de noche. —Dile a Kiara que lamento haber desperdiciado su sopa. —¿Lo sientes? —pregunté mientras me detenía frente a ella. Sus ojos azules todavía estaban firmemente enfocados en la ventana.

—Lamento haberla desperdiciado, no por haberla arrojado hacia tu hermano. Sin embargo, lamento haber fallado. Puedes decirle, eso. Sofoqué una sonrisa y la miré de cerca, su boca curvada elegantemente, su piel inmaculada. Mis ojos bajaron a su antebrazo. Ella sostenía su brazo en un ángulo incómodo de modo que no se presionara contra su pierna. Extendí el analgésico. —Para el dolor. Su mirada se posó en mi palma. Después miró hacia arriba. Podía decir que consideró negarse, pero una vez más me sorprendió al tomar las pastillas, las yemas de sus dedos rozando las cicatrices de mi palma. Sus cejas rubias se fruncieron. —Esas son marcas de quemaduras, ¿no? Retiré mi mano y la envolví en un puño a mi lado. —Come. Tengo planes para ti mañana. —Giré sobre mis talones antes de salir y cerrar la puerta.

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8 Serafina A la mañana siguiente me di una ducha rápida, sosteniendo mi brazo fuera de la cabina para que no se mojara. Los analgésicos habían ayudado con el escozor. No había esperado ese tipo de consideración por parte de Remo, y sospechaba que tenía motivos ocultos para el gesto, pero me había dado otra pieza del rompecabezas. Las cicatrices en sus palmas tenían un significado especial. Tenía el presentimiento de que estaban conectados a las cicatrices que su tatuaje cubría.

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El sonido de la cerradura me sobresaltó, y me puse otro de los vestidos largos veraniegos de Kiara rápidamente antes de salir del baño, con el cabello todavía húmedo y descalza. Remo estaba parado con los brazos cruzados frente a la ventana, alto, oscuro y melancólico como el interés amoroso en las películas románticas. Se volvió y escaneó mi cuerpo. Era inquietante lo física que sentía su mirada en mi piel. —Te llevaré afuera a dar un paseo por los jardines. Levanté mis cejas. —¿Por qué? —¿Preferirías pasar tu cautiverio aquí escondida? —No, pero desconfío de tus motivos. Remo sonrió sombríamente. —Quiero que estés en tus cinco sentidos. Sería una pena que estas cuatro paredes te rompieran antes de que yo pueda. —Lo fulminé con la mirada, contenta de que no pudiera escuchar mi pulso atronador—. Ahora ven —ordenó con un movimiento de cabeza hacia la puerta, con los ojos fijos en mi cuerpo. Lo seguí y casi tropecé con él cuando se detuvo en el pasillo, mirando hacia mis pies.

—¿No te pondrás zapatos? —Lo haría si tuviera alguno que me quede. Kiara calza seis, y yo siete y medio. Remo me contempló un momento antes de tocar mi espalda baja, y salté hacia adelante con sorpresa. Me indicó que caminara adelante, con las comisuras de su boca levantándose, esos ojos oscuros evaluándome. Mi cuerpo se estremeció con su toque, y mi corazón latía feroz en mi pecho. La cercanía de Remo me aterrorizaba, y él lo sabía. Me aseguré de mantener mi distancia, pero Remo me siguió, su mirada ardiendo en mi cuello, su figura alta como una sombra sobre mi espalda. Logré relajarme cuando salimos a la luz del sol. Remo me condujo a través de los extensos jardines que tenían piscinas diferentes, objetivos de tiro establecidos y una vegetación perfectamente cuidada. La cálida hierba se sintió maravillosa bajo mis pies descalzos, pero no dejé que eso me distrajera de mi objetivo principal: explorar mi entorno.

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Remo estaba extrañamente callado, lo cual era inquietante porque significaba que algo pasaba detrás de esos ojos crueles y oscuros. —Puedes intentar correr, pero no puedes escapar —dijo Remo con firmeza cuando exploraba el límite de la propiedad. Los altos muros alrededor de las instalaciones estaban cubiertos con alambre de púas, y cuando caminamos lo suficientemente cerca, pude escuchar el zumbido de la electricidad. —¿Estás buscando una debilidad en nuestras medidas de seguridad? — preguntó con un toque de diversión oscura—. No encontrarás ninguna. —Todo, todos, tiene una debilidad. Es solo cuestión de encontrarla —dije en voz baja, deteniéndome. Remo se paró frente a mí, sus ojos oscuros triunfantes a medida que recorrían mi longitud lentamente. —Y tú eres la debilidad de Dante, Serafina. —Solo soy su sobrina. Dante ha condenado a muerte a tantos hombres en su vida, ¿en serio crees que le importa la vida de una sola chica? Remo tomó la parte posterior de mi cabeza, manteniéndome en el lugar mientras acercaba nuestras caras. Lo dejé, relajándome en su agarre, sabiendo que no era la reacción que quería. Sus ojos oscuros evaluaron los míos, y tuve que luchar para no apartar la mirada.

—Me pregunto si realmente lo crees o si esperas que yo lo crea —dijo en voz baja. —Es la verdad. Sus labios se ensancharon en una sonrisa dura. —La verdad es que eres una mujer, algo precioso, algo que deben proteger. Está grabado en ellos, quemado en ellos irrevocablemente desde el día de su nacimiento. Su honor dicta que te mantengan a salvo, y cada segundo que estás en mis manos, te están fallando, se están fallando a sí mismos. Con cada segundo que pasa la vergüenza de su fracaso devora su honor. Como hombres de la mafia vivimos de honor y orgullo. Son los pilares de nuestro mundo, de nuestro puto ser, y los derribaré pilar por pilar hasta que todos los malditos miembros de la Organización queden aplastados bajo el peso de su jodida culpa.

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Mi aliento se había quedado atascado en mi garganta, y no podía hacer nada más que mirar al hombre frente a mí. Tal vez me había subestimado, pero yo, y temía que incluso la Organización, también había subestimado a Remo Falcone. Sus acciones hablaban de violencia apenas restringida y te llevaban a creer que carecía de una pizca de control, que podía ser conducido a arrebatos precipitados. Pero Remo era peligrosamente inteligente. Un hombre despiadado con el poder y el ingenio para vengarse. —Tal vez se sentirán culpables, pero no vacilarán. No arriesgarán ninguna parte de la Organización por mí. Ni por la estabilidad de mi cuerpo, ni por mi vida, y mucho menos por mi inocencia, Remo. Así que toma todo o nada. No debilitarás a Dante ni a la Organización. El pulgar de Remo acarició un lado de mi garganta. No estaba segura si lo hacía a propósito o sin darse cuenta, y no fue el toque sino la mirada en sus ojos lo que me hizo estremecerme. —Ellos protegerán tu inocencia a cualquier costo porque es la única cosa pura en sus putas vidas de mierda. Piensan que tu inocencia puede lavar sus pecados, pero respiran el pecado. Todos lo hacemos. Ni cien vírgenes podrían lavar el pecado de nuestras venas. Definitivamente no de la mía. —¿Ni siquiera un ángel? —murmuré, inclinando mi cabeza hacia arriba, mirándolo a través de mis pestañas. Mi pulso martillaba en mis venas, consciente del riesgo que estaba asumiendo. Pero me había visto obligada a jugar al juego de Remo, quisiera o no, y podía ser un peón o un jugador más.

Algo en los oscuros ojos de Remo cambió, algo hambriento y mortal desplegándose. Se inclinó más cerca, su cálido aliento contra mis labios. —Estás jugando un juego muy peligroso, ángel. Sonreí. —Igual que tú. Sus labios presionaron contra los míos. No lo había esperado. Los casi besos, como amenazas fantasmas sobre mi piel, habían sido su táctica… hasta ahora. Esto no era un toque fantasma. Era sustancial y, sin embargo, se sintió como la promesa de un beso, una amenaza de lo que nos esperaba. Aturdida por la acción de Remo, sostuve su mirada. Al final, me aparté bruscamente y levanté la palma de mi mano para abofetearlo, pero él atrapó mi muñeca. Me atrajo de un tirón aún más cerca otra vez. —Ese es el beso que Danilo te habría dado en la iglesia, y quizás incluso más tarde en tu noche de boda. Cortés. Controlado. Reverente. —Su voz cayó—. Eso no es un beso.

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La ira rugió a través de mí. —Tú… La boca de Remo se estrelló contra la mía, sus dedos magullando mi cadera a medida que su otra mano acunaba mi muñeca entre nuestros cuerpos. Sus labios conquistaron los míos, su lengua probó la comisura de mi boca, chupando mi tierno labio inferior, exigiendo entrada. El calor me inundó, y mis labios se separaron un poco. Apenas. Una pizca de sumisión y Remo hundió su lengua en mi boca, saboreándome, consumiéndome. Su sabor era embriagador, el calor de su cuerpo era abrumador. Su pulgar se presionó en mi muñeca, su palma se deslizó de mi cadera a mi espalda baja. Pequeñas chispas de electricidad siguieron la estela de su toque. Mi cabeza nadaba, no podía retroceder, no podía moverme en absoluto. Finalmente, Remo me soltó y aspiré desesperadamente, mareada y confundida, mi cuerpo hormigueando de los pies a la cabeza. Remo exhaló. —Eso, ángel, fue un beso. Es el único tipo de beso que obtendrás de mí, y es el beso que usarás para medir cada beso después. Me alejé de Remo, temblando.

—¿Qué has hecho? —tartamudeé. Presioné mis dedos temblorosos contra mis labios, el horror golpeándome como un rayo. Se suponía que ese era el privilegio de Danilo. Mi primer beso. Remo lo había tomado. No. Yo lo había dado. Remo negó con la cabeza, frunciendo el ceño. —Te corté con mi cuchillo y no derramaste ni una sola lágrima, ¿pero un beso te hace llorar? Me di la vuelta, intentando controlar mis emociones. Toda mi vida me habían criado para ser la esposa perfecta, para darme como un regalo a mi esposo. Y solo así, había permitido que Remo saqueara parte de mi regalo. Por un momento, sentí ganas de llorar a todo pulmón. Entonces sentí el calor de Remo contra mi espalda, sin tocarme pero permaneciendo entre nosotros.

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—¿Te asusta la ira de Danilo al descubrir que su ángel esconde unas cuantas plumas negras debajo del blanco resplandeciente de su plumaje? Miré por encima de mi hombro a su rostro impactante. —No sabes nada sobre Danilo o de mí. —Conozco tu debilidad, y conozco la suya. Me enfrenté a él una vez más. —Tú también tienes una debilidad, y un día tus enemigos la usarán contra ti con la misma crueldad que les otorgas. —Tal vez —gruñó—. Tal vez se levanten después de haber chamuscado su orgullo, pero no todos están hechos para levantarse de las cenizas. Resoplé. —Suenas como un mártir. ¿Qué sabes del fuego? Remo no dijo nada, solo me miró con cruel intención, la misma expresión que había visto cuando me cortó. Mis ojos se dirigieron a la herida en mi brazo, y la mirada de Remo me siguió. Estaba derribando una pared que Remo no tenía intención de bajar, ladrillo tras ladrillo.

Remo me agarró del brazo y me llevó de regreso a la mansión. No dije nada, ni siquiera miré hacia él. Sabía cuándo retirarme, sabía cuándo rendirme, porque esta batalla apenas había comenzado.

Al segundo en que estuve sola en mi habitación, me dirigí al baño y me salpiqué agua fría en la cara para despejar mi cabeza. Alzando la vista, me estremecí ante el estado de mis labios. Rojos e hinchados. Todavía podía sentir el toque de Remo, todavía podía saborearlo. ¿Cómo pude haber dejado que eso pasara? Debí haberlo rechazado, pero no lo hice. Remo se había detenido. No solo le había permitido que robara mi primer beso, sino que también lo había disfrutado de una manera retorcida y devastadora. Regresé a la habitación y me dejé caer en la cama, mirando el oscuro dosel.

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Algo en Remo me abrumaba. Tenía una forma de atraerme. Levanté mi brazo para mirar mi herida. Todavía se sentía reciente, pero parecía estar sanando. Me alegré por su presencia; no solo me permitió vislumbrar detrás de la máscara cruel de Remo, sino que también me servía de recordatorio de lo que era: un monstruo. Un beso no cambiaba eso. No podía dejar que su manipulación me afectara. Remo era el Capo. Sabía cómo hacer que la gente actuara como él quería que actuaran. Me cubrí la cara con las palmas, respirando hondo y calmándome. Deseé poder hablar con Samuel, ver su rostro, estar en sus brazos. Sin él, me sentía perdida. A él se le ocurriría algo. Mi estómago se contrajo al pensar en mi hermano. Si Samuel supiera que había permitido que Remo me besara, que ni siquiera había levantado un dedo contra él para luchar en su contra, ¿qué pensaría mi hermano de mí entonces? ¿Y qué hay de Danilo? Era mi prometido. Ese beso le había sido prometido. Samuel se mantuvo a la vanguardia de mi mente. Era la persona que realmente me importaba. Y mi familia. Dios, mi familia. Deseé que nunca se enteraran del beso, pero tenía el presentimiento de que Remo les contaría todo sobre el beso.

Remo Un puto beso cuando quería mucho más. Pero besar a Serafina había sido como la primera inhalada a una pipa de crack. Te hacía adicto desde el primer momento. Quería besarla de nuevo, quería robarle cada parte de su inocencia. El sonido de unos pasos me hizo mirar hacia arriba. Nino se dirigía hasta mí y se dejó caer en el sofá frente a mí. Me evaluó de esa manera analizadora que siempre hacía. —¿Qué pasó? —Probé un poco de Serafina. Nino asintió, con los ojos entrecerrados mientras pensaba. —¿La besaste?

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—Sí, pero no será la última probada que tendré de ella. —¿Cómo reaccionó? —No luchó contra eso si es lo que estás preguntando —respondí en voz baja. Frunció el ceño. —No vine a hablarte de Serafina. Obviamente, es un tema que no me permitirás razonar contigo. —Entonces, ¿de qué quieres hablarme? —Creo que deberíamos tener una conversación con Adamo. Mañana es su día, así que quiero asegurarme que está en la misma página que nosotros. Asentí. —Probablemente es lo mejor. ¿Dónde está? Ya que no estaba jugando sus videojuegos, solo podía estar arriba malhumorado o masturbándose. Probablemente esto último considerando que no ha tenido ninguna acción. —Tengo algo para endulzar el trato para él —dije. Nino enarcó las cejas.

—¿No me digas que le conseguiste un auto? Sonreí. —Está cumpliendo catorce años, ¿por qué no? Estoy cansado de que estrelle mis autos. Quizás tratará con más cuidado sus propias posesiones. —La edad legal para conducir en Nevada es de quince años. —Y las drogas y los homicidios están en contra la ley. ¿Cuál es tu punto? —Se va a matar en una de nuestras carreras —dijo Nino—. ¿Vas a discutir el tema de las drogas con él? —Lo haré. ¿Por qué no lo buscas? Lo llevaremos a una prueba de manejo y hablaremos con él. —¿Quién va a vigilar a Kiara y Serafina? Savio fue a reunirse con Diego otra vez. —Llamaré a Fabiano mientras encuentras a nuestro hermanito. Nino se levantó y desapareció, y marqué a Fabiano rápidamente.

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—Remo, ¿qué necesitas? Estoy ocupado con el imbécil de Mason. —Hazlo rápido. Te necesito aquí para que vigiles a Serafina y Kiara mientras Nino y yo hablamos con Adamo. —Supongo que, sobre mañana —dijo Fabiano. Podía escuchar a un hombre llorando en el fondo. —Sí. Ven aquí lo más rápido posible. —Quince minutos. —Fabiano colgó. Pude oír una conmoción en el piso de arriba. Adamo estaba pisoteando y Nino le hablaba con calma. Me puse de pie y entré en el vestíbulo agarrando las llaves del primer auto de Adamo. Nino apareció en las escaleras, con una expresión de desaprobación en su rostro. Adamo lo siguió de cerca, con el ceño fruncido en su propia cara de bebé. Nino se detuvo a mi lado, y pude ver que no estaba impresionado por las payasadas de Adamo, razón por la cual había subido las escaleras y no yo. Perder la puta cabeza con él hoy no ayudaría en nada. Adamo se detuvo en el último escalón con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Qué quieres? Estoy ocupado. —Calma —me murmuró Nino. Después de entrenar juntos, pensé que Adamo y yo habíamos llegado a una especie de tregua. Aparentemente había cambiado de opinión otra vez. Agarré el frente de su camisa y lo jalé más cerca. Le di un poco de holgura porque era un niño, pero mi paciencia tenía sus límites. —Por qué no te borras el mal humor de la cara, niño, o te daré una razón para hacerlo. Él sobresalió su barbilla. —Hazlo. Así tendré otra razón para rechazar el tatuaje mañana. —Adamo —advirtió Nino. Mis dedos se apretaron y lo miré a los ojos duro y por mucho tiempo. —¿Crees que puedes sobrevivir por tu cuenta? —Tengo amigos —murmuró.

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—Amigos que te mantienen cerca porque les das hierba y crack de forma gratuita. No les importas ni mierda. Si no puedes proporcionarles drogas gratis, te dejarán —gruñí. Adamo palideció. —¿Quién te lo dijo? —¿Crees que no me di cuenta que alguien ha estado robando nuestra mierda durante meses? Maldita sea, Fabiano te ha estado vigilando. —El castigo por robar a la Camorra es la muerte —dijo desafiante. —Lo es —dije—. Pero no para ti. La puerta de entrada no estaba cerrada con llave, así que Fabiano entró, con las mangas de las camisas enrolladas y los antebrazos teñidos de rosa. La sangre era difícil de lavar. Los ojos de Adamo se abrieron por completo. —¿Qué hiciste? Fabiano asintió a Nino y a mí saludándonos. —Fabiano habló con uno de tus amigos, ese pedazo de mierda inútil, Mason.

—¿Lo mataste? —preguntó Adamo horrorizado. Fabiano levantó una ceja hacia mí. Negué con la cabeza. Todavía no era tiempo de divulgar esa información. Adamo podía hablar. —No hagas daño a Harper —susurró Adamo. Fruncí el ceño ante el tono de su voz. —¿La chica en tu grupo de drogadictos? Fabiano hizo una mueca. —Estaba con Mason cuando fui tras él, chupándole la polla. —¡Estás mintiendo! —Adamo se soltó de mi agarre y se lanzó hacia Fabiano, intentando aterrizar un gancho.

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Fabiano lo bloqueó y lo empujó al suelo, pero Adamo se levantó y fue a por él nuevamente. No interferí. Adamo tenía que darse cuenta que sus acciones tenían consecuencias, y me dio tiempo para soportar la jodida verdad de que mi hermano se había enamorado de una perra inútil que probablemente le susurró cosas dulces al oído a cambio de drogas. Fabiano agarró el brazo de Adamo y lo empujó de cara contra la pared. —Detén esta mierda —advirtió—, o me defenderé de verdad. Soltó a Adamo, que se volvió de inmediato, con la cabeza enrojecida y los ojos llenos de temor. —¿Qué le hiciste a Harper? Fabiano me echó un vistazo. Nino sacudió su cabeza hacia mí, obviamente preocupado de que perdiera la puta cabeza. —No me digas que esa jodida zorra te dio una mamada a cambio de las drogas, Adamo. Deberías saberlo. Teníamos tantas malditas putas que podían chupar pollas, ¿por qué tuvo que encontrar a una chica que lo usaba? Adamo me fulminó con la mirada. —Harper y yo estamos enamorados. No lo entenderías. —Estaba chupándole la polla a otro hombre. ¿Cómo es que eso significa que “te quiere”? —gruñí.

—¡No es cierto! ¡No lo haría! Estás intentando arruinar las cosas para mí. Fabiano suspiró. —No estoy mintiendo. Mason tenía la polla metida hasta las bolas en su boca. —Cállate —dijo Adamo con fiereza. —Te dije que es difícil encontrar lo que estás buscando —le dijo Nino a nuestro hermano—. La gente siempre intentará ganar algo por estar contigo. Adamo negó con la cabeza, con un brillo obstinado en sus ojos. —¿Qué le hiciste? Asentí hacia Fabiano. —Nada. La eché antes de golpear a tu amigo para que entrara en razón. —Está vivo. —Con algunos huesos rotos, pero vivo, sí —dijo Fabiano.

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Debería haberlo matado. Si hubiera sabido los detalles exactos, habría dado la orden de matarlo. Adamo pareció aliviado. —Los dejaste vivos, para que así mañana me haga el tatuaje, ¿verdad? —Ese no era el plan —dije—. Pensé que querías ser un Falcone. Adamo miró hacia otro lado. —Nunca perdonas a nadie sin una buena razón. —Hazle una prueba de drogas, Nino —ordené. Nino desapareció en su ala. —Estoy limpio —dijo Adamo, pero su voz tembló. Le di la espalda, mis dedos cerrándose en puños. ¿Por qué Adamo tenía que hacer esto tan jodidamente difícil? No estaba seguro de cómo lidiar con su mierda, especialmente las drogas. Tenía que darse cuenta que estaba recorriendo un camino peligroso. —Di la verdad —le dijo Fabiano a Adamo. —Tal vez Mason la obligó. No sabes nada —murmuró Adamo.

Nino regresó y le indicó a Adamo que lo siguiera al baño de invitados para que así pudiera orinar en la tira de prueba. Cuando emergieron y vi la expresión de Nino, perdí la maldita cabeza. Agarré a Adamo por el cuello y lo arrojé al suelo. —¿Qué te dije acerca de usar drogas? ¿Quieres terminar como todos los malditos perdedores recorriendo nuestras calles? ¿Qué carajo te pasa? Adamo se encogió de hombros. —Mis amigos y yo solo las usamos de vez en cuando para relajarnos. Respiré bruscamente. Adamo yacía completamente quieto debajo de mí. Respiré hondo, sofocando la furia ardiendo a través de mí, luego me puse de pie. —Nunca más volverás a usar nada o mataré a cada uno de tus supuestos amigos de mierda. Tengan padres ricos o no. Y ahora llevarás tu maldito auto nuevo en una prueba de manejo a la casa de Harper y le dirás que no le darás más drogas gratis. Si quiere drogas, puede venir a mí y pagar el precio regular. ¿Entendido? Adamo parpadeó hacia mí. —Entendido —dijo lentamente, sentándose—. ¿Mi auto nuevo?

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Arrojé las llaves al suelo junto a él. —Te compré ese Ford Mustang Limgene en rojo y negro que has tenido como protector de pantalla durante meses. Adamo tomó las llaves. —¿Por mi cumpleaños? —Por tu cumpleaños y tu iniciación. Ahora habla con Harper y llévate a Nino contigo —dije y luego entré en la sala de estar, directamente hacia la bolsa de boxeo. Comencé a patear y golpear, pero mi rabia no disminuyó. Fabiano se unió a mí después de un momento. —¿Supongo que ya no necesitas que vigile a las chicas? No dije nada. No quería pensar en Serafina ahora porque si empezaba a pensar en ella, podría terminar arruinando mi propio jodido plan. Fabiano entró en mi línea de visión. —Esa chica lo usó. —Lo sé —gruñí y envié la bolsa volando. El gancho gimió, pero se quedó anclado al techo—. ¿Qué tal un combate simple?

—No pareces que quieras entrenar. Parece que quieres destruir a alguien — comentó Fabiano, pero comenzó a desabotonar su camisa. Tiré de mi propia camiseta y la arrastré por mi cabeza, luego me bajé los pantalones y me metí en el ring de boxeo, usando solo mis calzoncillos. Fabiano hizo lo mismo y se paró frente a mí. Le indiqué que avanzara, y entró en modo de ataque de inmediato. Nos golpeamos y pateamos duro y rápido. Los golpes de Fabiano hablaban de ira reprimida, y los míos estaban cargados de furia pura. Lo empujé contra las cuerdas, pero él se contuvo. —¿Esto es por Serafina? —me burlé. —No —respondió—. Siempre disfruto pateándote el culo, Remo. Se lanzó de nuevo hacia mí. —¿Qué está pasando aquí? —preguntó Kiara desde la entrada. La ignoramos.

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—Si nadie se molesta en darme una respuesta, subiré y hablaré con Serafina. —No lo harás —ordené, y Fabiano conectó un fuerte golpe en mi costado. Gruñendo, hice una patada lateral y le di en el hombro—. ¡Kiara! —Levanté mi palma hacia Fabiano para detener el combate. Ella se congeló. —Pensé que podría cenar con nosotros. Tengo macarrones con queso en el horno. —No irás a ninguna parte cerca de ella sin que alguien te cuide, ¿entendido? Asintió eventualmente. Luego sus ojos se movieron hacia Fabiano. —¿Por qué no llamas a Leona? Hice suficiente comida para que puedas unirte a nosotros. —Esa es una buena idea —dije luego salté fuera del ring. Era obvio que hoy no me libraría de mi ira. —Entonces, ¿traerás a Serafina aquí abajo? —No —contesté tajante. —¿Por qué no? —preguntó Kiara, y me acerqué a ella. No retrocedió cuando me detuve justo delante de ella.

—Porque hoy no me fío ni remotamente de mí a su alrededor, ¿de acuerdo? Kiara asintió, una profunda línea de preocupación formándose entre sus cejas. —Bueno. —Puedo llevarle la comida más tarde —sugirió Fabiano. Le di una mirada dura. —Sí, ¿por qué no? —Mi voz sonó con una advertencia. Me sostuvo la mirada por un largo tiempo hasta que sacó su teléfono del bolsillo de sus pantalones en el suelo y se lo llevó a la oreja. Volví a ponerme la ropa, sin importarme que estuviera jodidamente sudado. Kiara me siguió mientras me hundía en el sofá. No sabía lo que era bueno para ella. Ahora que ya no estaba completamente aterrorizada por mi maldita presencia, empezaba a fastidiarme. —¿Es por Adamo? —¿Qué? —Tu mal humor.

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Sonreí oscuramente. —Aún no me has visto de mal humor, y si puedo evitarlo, no lo harás. Frunció los labios. —Está en conflicto. No quiere decepcionarte, pero tampoco quiere matar y torturar en tu nombre. No dije nada, solo le devolví la mirada hasta que ella apartó la suya. Tenía más problemas para sostener mis ojos que Serafina. —Ya mató antes. —Y se siente culpable por eso. Me apoyé en mis muslos. —Nadie lo obligó a hacerlo en aquel entonces. Podría haberse escondido como todos los demás espectadores de la pelea. Podría haber corrido. Podría haberle disparado al cabrón en la pierna o el brazo, pero Adamo le disparó en la cabeza. Tal vez Adamo no quiere ser un asesino, pero lo es. Está en nuestra naturaleza, Kiara. Puede luchar contra eso todo el tiempo que quiera, pero eventualmente la oscuridad se filtrará en él. Es lo que es.

—Tal vez —coincidió. —Fabiano fue un buen chico una vez. Todo un ricitos de oro con remordimiento y camisa blanca reluciente, pero ahora es mi Ejecutor. Fabiano resopló. —Nunca he sido bueno y definitivamente no un ricitos de oro. —Debería preparar la cena. ¿Puedes ayudarme con el frasco de mostaza en la cocina? No puedo abrirlo —dijo Kiara. Asentí hacia Fabiano. —Él puede ayudarte. Kiara se movió nerviosamente, sus ojos deslizándose a Fabiano y luego a mí. Mis cejas se dispararon hacia arriba. Y me puse de pie. Fabiano se encogió de hombros. —Leona estará aquí en cinco minutos.

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Seguí a Kiara a la cocina y tomé el frasco de mostaza que me tendió. —No pensé que viviría para ver el día en que alguien tendría menos miedo de mí que de Fabiano o cualquier otra persona, a decir verdad. Kiara se sonrojó. —Sé que estoy a salvo contigo —dijo en voz baja. Mierda, tenía razón. Extendí el frasco abierto. —Toma. —Gracias. —También estás a salvo con Fabiano —le dije. —Lo sé —comentó—. Pero el mensaje tarda un poco más en llegar a mi cerebro. —Deberías desconfiar de un cerebro que te hace amar a mi hermano y confiar en mí, Kiara —murmuré. Ella rio. —No es mi cerebro, es mi corazón.

Entrecerré los ojos, después me giré y salí de ahí, sin ganas de tonterías emocionales.

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9 Serafina No estaba segura si el plan de Remo era romperme al dejarme escaldar con mis propios pensamientos todo el día. No tenía nada que hacer excepto revivir el beso de esta tarde, dividida entre la culpa y un destello de emoción aterradora, porque ese beso había sido diferente a todo lo que había sentido antes. Y cada vez que esa realización me golpeaba, mi culpa se duplicaba. Sabía que no debía disfrutarlo; no solo porque Danilo era el hombre al que se suponía que debía besar, sino también porque Remo era el último hombre al que tenía permitido besar.

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Cada vez que Samuel había regresado de una noche con amigos mientras yo estaba atrapada en casa, me abrumaba una oleada de añoranza y celos. Quería ser libre para festejar con él, pero esa habría sido mi ruina; incluso si Samuel hubiera estado a mi lado para proteger mi honor. No podía ser vista en un club bailando toda la noche. Habíamos tenido algunas fiestas secretas en casa, que habían sido emocionantes incluso si Samuel hubiera estado pegado a mi lado cada segundo para que ninguno de sus amigos se me acercara. No es que alguno de ellos se hubiera atrevido. Todos eran mafiosos o estaban en camino de convertirse en uno. Mi padre era lugarteniente. Mi tío era el Jefe de la Organización. Mi prometido es tan bueno como el lugarteniente de Indianápolis y mi hermano un mafioso. Ningún hombre me miraba dos veces, al menos no los chicos permitidos cerca de mí. Podría haber estado desnuda y arrojarme a estos chicos y no se habrían atrevido a mirarme… por miedo a perderlo todo… y su vida. Y lo había aceptado, lo había aceptado porque estábamos sujetos a las reglas de nuestro mundo. No era como si quisiera dormir con todos como Samuel, incluso si las pocas historias que había compartido conmigo al principio cuando estaba demasiado emocionado por perder su virginidad me hubieran hecho sentir curiosidad. La cerradura resonó y me senté rápidamente, preparándome. No permitiría que Remo me atrapara por sorpresa otra vez.

Mis ojos se abrieron por completo cuando Fabiano entró, llevando un plato. Me paré. ¿Por qué estaba aquí? ¿Me ayudaría después de todo? Fabiano contempló mi cara y luego sacudió la cabeza como si pudiera leer mi mente. —Te traigo la cena. Entró pero dejó la puerta entreabierta, y me pregunté por qué lo hizo. Dudaba que fuera para poder huir. ¿Le preocupaba estar solo en una habitación conmigo? —Toma. —Me tendió el plato con macarrones y queso humeante. Lo fulminé con la mirada. —¿Recuerdas cómo tú, Samuel y yo jugábamos juntos? ¿Recuerdas cómo tú y él pretendían ser mis protectores? ¿Te acuerdas de eso? —Por un momento no hicimos nada más que mirarnos el uno al otro fijamente, pero él no me permitió ver detrás de su máscara sin emociones. Con un suspiro, pasó junto a mí y dejó el plato en mi mesita de noche. —Deberías comer —dijo con firmeza.

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Me giré para enfrentarlo. —¿Por qué? ¿Así me mantengo saludable solo para que Remo pueda romperme? Fabiano echó un vistazo a mi brazo y lo agarró, inspeccionando la herida de cerca. —¿Eso está haciendo Remo? —¿A quién más le gusta cortar a la gente? La boca de Fabiano se convirtió en una sonrisa irónica. —Casi todos los hombres de la mafia, Fina. —Tocó la herida ligeramente—. No es profunda. —Lamento que mi herida no cumpla con tus estándares elevados. La próxima vez tal vez deberías cortarme tú. Fabiano negó con la cabeza. —Remo corta profundo. Golpea duro. Mata brutalmente. No hace cortes a medias como este.

Tiré de mi brazo para liberarlo. —¿Y qué? Tal vez quiere guardarse la diversión sangrienta para más tarde. Los ojos azules de Fabiano evaluaron mi rostro con un pequeño ceño fruncido. —Tal vez. Por alguna razón, su escrutinio me molestó. —Cuando la gente dijo que eras un traidor que huyó con la cola entre las piernas, no quería creerles, pero ahora veo que tenían razón. Fabiano se inclinó, y la mirada fue una que nunca antes hubiera visto en su cara, una que me recordó que ahora era Ejecutor.

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—No hui. Soy leal. —Resoplé. Se acercó un paso, y yo retrocedí—. Lo soy. Mi maldito padre envió a uno de sus hombres a matarme. Ese hombre no pudo seguir adelante y me dejó en el territorio de la Bratva para que así ellos pudieran terminar el trabajo por él. Sin Remo, habrían tenido éxito. Estoy vivo por mi Capo, por esos cuatro hermanos Falcone que se unieron cuando el mundo estaba contra ellos y contra mí. Parpadeé, completamente en shock por sus palabras. —¿Tu padre intentó matarte? ¿Por qué no le dijiste a Dante? Me fulminó con la mirada. —No soy un maldito soplón. Y los putos Cavallaro han continuado junto al hijo de puta de mi padre durante demasiado tiempo. Me importa un carajo si tu abuelo piensa muy bien de él. Mi padre es una desgracia. —Mi abuelo está muy enfermo. Probablemente no vivirá mucho más tiempo. —Bien —dijo Fabiano con fiereza. Tragué con fuerza. —Incluso si mi abuelo ya no tiene una mano protectora sobre tu padre, Dante no se lo dará a la Camorra. Se ocupará de él. Fabiano sonrió tristemente. —Dante entregará a mi padre. Créeme. —Dio un paso atrás—. Solo desearía que no fueras la que hiciera que eso pase. Tomé el brazo de Fabiano.

—Sé que no puedes ayudarme a escapar, pero al menos déjame hablar con Samuel, Fabi. Lo extraño muchísimo. —Esa no es su decisión —dijo Remo en voz baja a medida que entraba en la habitación. Fabiano asintió brevemente, intercambiando una mirada con su Capo que no pude leer. Luego se fue sin mirarme más. —¿Intentando convencer a mi Ejecutor para que me traicione? —Desafortunadamente, todos los que he conocido hasta ahora son leales a ti. —Era cierto y ni siquiera podían culpar al miedo. A pesar de su reputación, la gente cercana a Remo parecía tolerarlo, tal vez incluso les agradaba. Remo también dejó la puerta abierta, y mantuvo unos largos metros entre nosotros. Algo en él parecía apagado, y eso hizo sonar mis alarmas. —Déjame hablar con mi hermano —dije. No me atreví a decir por favor. Remo inclinó la cabeza, su expresión evaluativa. —¿Qué hay de Danilo? ¿No quieres charlar con tu prometido? Después de todo, él ya sería tu marido si no fuera por mí.

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—Samuel. Quiero hablar con Samuel. Sus ojos se estrecharon brevemente antes de que viajaran a lo largo de mi cuerpo. —¿Qué obtengo a cambio por permitirte hablar con él? —No soy una puta —espeté—. No te daré eso a cambio de una llamada. Remo se acercó lentamente, como un depredador. —¿Me lo darás gratis? —El infierno se congelará antes de que eso suceda. Se apoyó contra la pared. La vibración violenta que emitía era incluso más fuerte de lo habitual, y estaba empezando a ponerme nerviosa. No estaba segura de lo que lo tenía así al borde, pero sabía que debía ser cautelosa. —¿Acaso no vale la pena besarme por tu hermano? —se burló. —Mi hermano no querría que diera un beso por él. —Ya regalaste tu primer beso, ángel. ¿Qué importan unos cuantos más? — Sus ojos oscuros recorrieron mi cara hasta que se quedaron en mis labios. Fruncí el ceño.

—¿Un beso y me dejas hablar con mi hermano? ¿Mañana? —Un beso —concordó con una sonrisa oscura. Me puse de puntillas, agarré su cuello para empujarlo más hacia abajo, y aplasté mis labios contra los suyos por un segundo antes de retroceder. —Ahí tienes. Un beso. Remo negó con la cabeza, su cara todavía cerca de la mía. —Eso no fue un beso. —No estipulaste los detalles del beso. Te besé. Ahora cumple tu parte del trato. Remo acunó mi cara, encerrándome con su cuerpo. —Te mostré lo que considero un beso. No me conformaré con menos. Lo fulminé con la mirada, pero intentar fulminar a Remo con la vista era una idea ridícula.

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—¿No eres lo suficientemente valiente? —murmuró. Me estremecí ante el bajo vibrato de su voz. Agarrándome a su camisa, lo atraje violentamente. Nuestras bocas chocaron, pero Remo se mantuvo inmóvil, esperando que yo hiciera el siguiente movimiento, desafiándome a hacerlo. Con un estallido de indignación, mi lengua golpeó sus labios y, a pesar del calor subiendo por mis mejillas, sostuve su mirada oscura. Mi momento de control me fue arrebatado al segundo en que Remo profundizó el beso. Tomó la iniciativa, me exigió con su boca y lengua que me entregara. Tuve problemas para seguir el ritmo. Su olor y calor me absorbieron, hizo que mi cuerpo cobrara vida de la manera más aterradora posible. La mano de Remo tomó mi cintura y luego se movió hacia arriba, más cerca de mis senos. Mi reacción fue instintiva, inculcada por el entrenamiento de defensa con Samuel; subí mi rodilla ferozmente. La reacción de Remo fue rápida, su mano se disparó hacia abajo, pero el impulso que llevaba aun así hizo que mi rodilla rozara su ingle. Gruñó y me quedé inmóvil, congelada de miedo por la mirada en sus ojos. Respiraba ásperamente, su mirada quemándome con su intensidad. Sin embargo, un destello de alivio me inundó porque dudaba que hubiera encontrado la fuerza para terminar el beso. —No deberías tocar a alguien sin su permiso explícito o podrían intentar defenderse —dije, porque obviamente no sabía cuándo callarme.

—No pido permiso por nada —dijo Remo bruscamente. Aunque mis manos temblaban, presioné mis palmas contra el pecho de Remo y empujé. No cedió, alzando una ceja oscura. Sostuve su mirada, y él dio un paso deliberado hacia atrás, finalmente dejándome libre. Mis ojos se posaron en sus manos, enroscadas en puños a sus lados con los nudillos blancos y luego de vuelta a su cara. Me estremecí ante la dureza de su expresión y sin pensarlo, aparté la vista y caminé hacia la ventana, trayendo espacio entre nosotros. Me siguió y su respiración se extendió sobre mi oreja cuando se inclinó hacia abajo. —Ahora será mejor que me vaya. Esta noche no es un buen momento para estar cerca de ti. Buenas noches, ángel. Sus dedos apartaron mi cabello, y presionó un beso a un lado de mi cuello, el punto sensible entre mi hombro y garganta, haciéndome saltar de sorpresa. Puse una mano sobre el lugar, aturdida por el hormigueo.

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La puerta se cerró con un suave clic y luego la cerradura giró. Me estremecí con un suspiro y me apoyé contra el alféizar de la ventana. ¿Será que Remo me permitiría hablar con Sam ahora? Debí haber preguntado, pero la presencia de Remo me había abrumado demasiado. Este juego se estaba volviendo peligroso en más de un sentido. La única pregunta era quién perdería primero el control.

Remo Me quedé frente a la puerta de Serafina, con los dedos aferrando la manija con fuerza. Tenía medio en mente volver a entrar y ver cuánto más podía coaccionar a Serafina con su hermano, pero resistí la tentación. Respirando profundamente, apoyé la frente contra la madera. Y así fue como Nino me encontró. Vi sus piernas por el rabillo del ojo, e incluso sin levantar la vista, podía imaginar la expresión analizadora que me estaba dando. —¿Cómo fueron las cosas con Adamo y Harper?

Me enderecé y, como predije, Nino me estaba contemplando con un escrutinio silencioso que me estaba volviendo loco. —Dante llamó. Quiere otras palabras contigo. Parece que está perdiendo la paciencia —dijo. —No se arriesgará a un ataque, no si eso significa que podría matar a Serafina. Nino inclinó la cabeza. —Aun así… deberíamos empezar a hacer demandas. —Quizás tienes razón. Piensa en una demanda ridícula que seguramente no acepte; aún no he terminado de jugar. Pídele Indianápolis o Minneapolis. No me importa. Un músculo en la mandíbula de Nino se tensó, una clara señal de su molestia conmigo. —Bien. Le enviaré un mensaje.

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—Dile que mañana voy a permitirle a Serafina un video chat con su hermano. Será mejor que esté listo a las ocho de la mañana. —Es demasiado tarde. La iniciación de Adamo comienza a las once. —Es suficiente tiempo —dije, luego fruncí el ceño—. No me dijiste lo que pasó con Harper. —Como era de esperarse, usó a Adamo para suministrarle drogas. Para el momento en que le dijo que no podía darle nada más, lo dejó y admitió haber follado con ese otro tipo. Adamo está devastado. Se toma estas cosas demasiado personales. —¿Está enojado? —Enojado con Mason, no con la chica. Sonreí. —Es suficiente. Aún necesitamos a alguien con quien Adamo pueda lidiar mañana. Dile a Fabiano que quiero que lleve a Mason a la iniciación. Nino se quedó pensativo. —Tal vez funcione. Los celos y un corazón roto son buenos motivadores para los actos brutales. —¿Dónde está?

—Afuera, fumando. Le permití un cigarrillo. —Voy a hablar con él. —No estoy seguro que sea el mejor interlocutor posible en este momento. —Ni yo. —Ese es el problema —dijo Nino con una sonrisa torcida. —Jódete, vete con tu esposa y deja de cabrearme. —No has estado en Sugar Trap desde que trajiste aquí a Serafina. Suspiré. —Tal vez no estoy de humor para el coño de una puta. Me estoy tomando unos días de celibato. —No has hecho eso desde que empezaste a follar. —Deja de analizar todo, Nino —gruñí y me marché enfurecido antes de golpearlo.

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Encontré a Adamo en un sillón junto a la piscina, con el ceño fruncido en la oscuridad, y un cigarrillo colgando de su boca dándole a su rostro un brillo misterioso. No levantó la vista cuando me hundí a su lado. Tomó una profunda calada de su cigarrillo, y requerí de cada onza de mi control casi inexistente no arrancar la maldita cosa de su boca. —Lo odio —murmuró. —¿Qué odias? —Odio que con nuestro apellido la gente siempre quiera algo de nosotros. —No debiste haber intentado hacer amigos al darles drogas —dije—. No somos Santa Claus. Vendemos esa mierda, no la entregamos gratis, y nunca consumimos esa jodida mierda. —¿Cuándo le gustaré a la gente por mí y no por lo que puedo darles? Solo ven mi nombre. Eso es todo lo que les importa. —Tienes personas que se preocupan por ti —dije con rudeza. Adamo me echó un vistazo—. Me has costado millones hasta ahora con los autos que chocaste y las drogas que dejaste desaparecer. ¿Qué es lo que le haría a cualquiera que me robara algo?

—Los torturarías y los matarías —respondió Adamo en voz baja. —Lo haría y lo haré. —Hice una pausa—. Pero aquí estás, sano y salvo, y sabes que seguirás estándolo hasta el día que respire por última vez. Adamo bajó la cabeza. —Mañana vas a jurar lealtad a la Camorra. Tomarás el juramento y el tatuaje —ordené. —La Camorra me importa una mierda —susurró Adamo, y mi ira aumentó, pero luego habló de nuevo—. Pero te juraré lealtad porque incluso si odio lo que Nino, Savio y tú hacen, eres mi familia. Me enderecé y contemplé a mi hermano por un momento más. —No desperdicies tu energía en otro pensamiento de esa chica. No vale la pena. Hay muchas más chicas por ahí. Ella te usó. Tal vez ahora también empiezas a usarlas. Adamo frunció el ceño.

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—No puedo evitar lo que siento. —Tragó audiblemente—. Se lo había estado follando todo el tiempo. —¿Y qué? Te la follaste. Él se la folló. Sigue adelante. —No lo hice —dijo en voz baja—. No llegamos tan lejos. —Por favor, dime que al menos te dio una mamada —murmuré. La vergüenza resplandeció en la cara de Adamo. Me hundí nuevamente. —¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo en voz baja. Tenía el presentimiento de que esto se estaba convirtiendo en la conversación sexual que había evitado con Savio al arrojarlo a un regalo gratis con dos putas; que con mucho gusto aceptó. —¿Cuánto tiempo se tarda en conseguir el control? —¿Control? —repetí. No me molestaba en controlarme durante el sexo, pero tenía la sensación de que Adamo no se refería a ese tipo de control. Adamo arrojó su cigarrillo al suelo. —Para refrenarse, ¿sabes? Así como… ya sabes…

—Evitar disparar tu semen al momento en que ella pone su boca sobre ti — proporcioné. Adamo hizo una mueca y miró hacia otro lado. —Sí. Me reí. Adamo frunció el ceño. —No te burles de mí. —No lo hago —dije—. Nunca has estado con una chica, así que es bastante normal. —¿Eso también te pasó? —No, pero siempre he follado con rabia. Eso me dio un mejor control. —Apuesto a que Mason y Harper se reían a carcajadas a mis espaldas —dijo tristemente, y entonces, agregó en voz baja—: Quiero matarlo. A Mason.

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—Lo sé. Los ojos de Adamo se abrieron de par en par. —Vas a hacerme matarlo mañana, ¿verdad? —Tendrás que matar a alguien frente a nuestros soldados. Es él o alguien a quien no odies. De cualquier manera, Mason es hombre muerto. Puede morir por tu mano o por la de Fabiano. Contemplé a mi hermano. Se estaba mordiendo el labio, mirando hacia la piscina. —Lo haré. —Tomé su hombro, y por una vez no intentó sacudirme.

10 Serafina Todavía estaba en cama cuando la cerradura giró y no tuve tiempo de sentarme antes de que Remo entrara a la habitación. Sintiéndome vulnerable acostada en la cama, me senté de inmediato. Remo me estudió con una expresión intensa. Solo llevaba una camiseta y pantalones cortos, y era muy consciente de lo poco que cubría la tela. Tragándome los nervios, salí de la cama, sin querer mostrar debilidad. Los ojos de Remo siguieron cada uno de mis movimientos, persistiendo en mis senos. Mi cuerpo me traicionó cuando mis pezones se endurecieron en el aire frío.

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—Estoy bastante seguro que Dios diseñó tu cuerpo para llevar a los hombres a la locura —dijo Remo sombríamente. Reprimiendo la emoción de excitación que Remo me envió a través de las palabras, respondí: —¿Crees en Dios? —No. No lo hago. Pero con solo verte, podría volverme creyente. Resoplé. —Hay un lugar cálido y acogedor en el Infierno reservado solo para ti. —Ya he ardido antes. Le eché un vistazo. Había insinuado lo mismo antes, y me pregunté qué quería decir exactamente con eso. —Tienes una videollamada con tu hermano en cinco minutos, así que mejor apúrate. No tenía una bata de baño para ponerme encima, así que busqué un vestido, pero Remo sacudió la cabeza.

—Quédate como estás. —Tomó mi brazo y luego se detuvo, sus ojos oscuros vagando sobre mí. —¿Pensé que teníamos prisa? —Tú. Yo no. Me importa un carajo si hablas con tu hermano o no. —A pesar de sus palabras, me llevó fuera de la habitación, a través del pasillo y las escaleras. —¿Otra vez en tu cámara de tortura? —pregunté, temblando violentamente cuando mis pies descalzos golpearon el primer escalón de piedra que bajaba al sótano. No estaba segura cómo era posible que el suelo pudiera estar tan frío cuando afuera el sol estaba ardiendo. Grité cuando Remo me levantó en sus brazos. —No quiero que te resfríes. Eso sería una pena. Tendré que pedirle a Kiara que compre ropa que te quede bien. Estaba congelada en su agarre. —Puedes enviarme de vuelta a Minneapolis. Allí tengo suficiente ropa.

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—Creo que Danilo te quiere en Indianápolis, ángel, ¿o lo has olvidado? Me di cuenta que lo había hecho. Mi boda parecía muy lejana, y era lo último que tenía en mente. Remo rio sin alegría. Sus estúpidas manipulaciones me estaban llegando. ¿Cómo lo estaba haciendo? No contesté su pregunta porque él lo sabía. Mi cuerpo traidor sufrió la pérdida de su calor cuando me puso de pie en la celda donde había grabado el último mensaje a mi familia. Envolví mis brazos alrededor de mí misma, de repente abrumada por los recuerdos. Mi mirada se dirigió a mi herida. Con el analgésico apenas notaba su existencia y ya tenía una costra por encima. Pero lo que me molestaba no era el dolor o el corte. Era el recuerdo de las expresiones de Samuel y papá cuando me vieron en las manos de Remo. Estaban sufriendo más que yo, y eso era lo peor de todo esto. Remo se me acercó, su cuerpo una presencia cálida en mi espalda, y me tomó la muñeca, levantándola para así poder inspeccionar mi herida. Su pulgar trazó mi piel ligeramente. Se inclinó hacia ella. —No te cortaré de nuevo, ángel. No tengas miedo. Eso no era lo que más me asustaba. —¿No lo harás? —pregunté con curiosidad, inclinando mi cabeza para poder evaluar su rostro. ¿Por qué Remo diría algo así?

Remo corta profundo. Golpea duro. Mata brutalmente. Dejó caer mi muñeca, algo en su expresión cambiando, su guardia deslizándose en su lugar. —Hora de tu llamada con Samuel. Fue a la pantalla en la mesa y la encendió, seguido de los altavoces. Me acerqué más cuando apareció la cara de Samuel. Mi corazón se apretó violentamente ante la vista. Su cabello era un desastre, su expresión atormentada y círculos oscuros se extendían bajo sus ojos. Probablemente no había dormido nada desde mi secuestro. La culpa se estrelló sobre mí por no estar tan mal como todos imaginaban. Podría decir que Samuel estaba luchando por mantener su expresión controlada. No mostraría debilidad frente a su enemigo. —Sam —dije en voz baja, mi voz temblando.

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—Fina —susurró. Sus ojos me escudriñaron y el pequeño atuendo en el que estaba. Tragó con fuerza, un músculo en su mandíbula flexionándose—. ¿Cómo estás? —Estoy bien —contesté. Sus cejas se fruncieron con incredulidad. —Cuánto tiempo más sigue así dependerá de la disposición de tu Capo para responder a mis demandas —agregó Remo. ¿Qué demandas? Samuel comenzó a temblar. Llevé mi palma contra mi pecho, haciéndole saber que estaba en mi corazón. Él reflejó el gesto y luego sus ojos se endurecieron cuando se posaron en mi antebrazo. —¿Qué tan malo es? —Nada malo —respondí. Podía ver que no me creía. Pensaba que estaba intentando protegerlo. Pude sentir los ojos de Remo sobre nosotros todo el tiempo, pero intenté ignorarlo. —¿Cómo están mamá y papá? La expresión de Samuel fue cautelosa. No podía decirme todo con Remo cerca.

—Están preocupados por ti. —¿Cómo está Sofia? —susurré, luchando contra las lágrimas. Los ojos de Samuel se dirigieron a Remo, y me puse rígida en respuesta. No debí haber mencionado a mi hermana delante de él. Remo hizo un sonido impaciente. —No secuestro niños, no te preocupes. —Solo secuestras a mujeres inocentes —gruñó Samuel. Remo se presionó detrás de mí, y la expresión de Samuel cambió de furia a miedo. —¿Quién dice que todavía es inocente? Samuel se estremeció. Remo agarró mi cadera en advertencia, pero no me importó. —No es así —dije con fiereza.

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Los ojos de Samuel encontraron los míos, evaluándome, y un destello de alivio se reflejó en su rostro. Remo agarró mi barbilla, giró mi cabeza y me dio un beso brusco. Me quedé inmóvil de shock, sin poder creer que estaba haciendo esto frente a mi hermano. Después me soltó abruptamente. —Cuán inocente volverá a ti depende de la cooperación de ustedes. Dile eso a tu tío, Samuel. Me aparté del agarre de Remo y miré a Samuel, mis mejillas ardiendo de vergüenza. —Tómame en su lugar. Me intercambiaré por ella. —¡No! —grité desesperadamente, pero Samuel no me estaba mirando. Me giré hacia Remo, con los ojos muy abiertos. Una sonrisa cruel se desplegaba en su rostro. Capté su mirada—. No —dije con fuerza. Sus ojos se posaron en mis labios y luego se hundieron aún más antes de que se clavaran en los míos una vez más y el alivio me recorrió. Remo no me intercambiaría por mi gemelo. No me liberaría. No antes de conseguir lo que quería. No estaba segura de qué era eso, pero tenía el horrible presentimiento de que no era algo que mi tío pudiera darle.

—Me temo que, Serafina vale demasiado. Hora de despedirse. Me volví hacia mi gemelo. —Te amo, Sam —susurré. Palabras que nunca le había dicho cuando otras personas estaban cerca porque las emociones no pertenecían al público, pero ya no me importaba. Que Remo vea cuánto amaba a mi familia. Una mirada atormentada pasó por el rostro de Samuel, y me sorprendió al susurrar: —Y yo te amo, Fina. Te salvaré. —Para que él diga esas palabras frente a otro hombre, su enemigo, debe haber estado aún más preocupado por mi vida de lo que pensaba. Las lágrimas se derramaron entonces. Remo pasó a mi lado y apagó la pantalla. No las contuve. Dejé que las lágrimas fluyeran libremente, sin importarme si Remo las veía. Remo me observó con los ojos entornados. Tal vez mis emociones le molestaban. Pero no podría importarme menos.

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—Pensé que Danilo era el hombre que poseía tu corazón, pero ahora veo que estaba equivocado. Me limpié los ojos. —Es mi gemelo. Nunca he estado sin él. Caminaría a través del fuego por él. Remo asintió lentamente. —Te creo.

Remo Nino, Adamo, Savio y yo fuimos juntos a la iniciación. Mis pensamientos seguían desviándose hacia Serafina. La había encerrado en el dormitorio otra vez, y Fabiano la vigilaría a ella y a Kiara mientras estábamos fuera. También hubiera preferido tenerlo en la iniciación, pero alguien tenía que proteger a Kiara y asegurarse que Serafina no hiciera algo

estúpido. Dudaba que encontrara una manera de salir de la habitación, pero si alguien podía hacerlo, entonces era ella. Nino estaba conduciendo y Savio y Adamo se sentaban en la parte de atrás. Eso me recordó el pasado, los meses que habíamos pasado huyendo de los rusos, parte de la Camorra y las otras familias de la mafia. Habíamos estado en el camino casi constantemente, nunca nos habíamos quedado en ningún sitio por mucho tiempo, y aun así nuestros perseguidores casi nos atrapan un par de veces. Nino me echó un vistazo como si él también estuviera recordando esos días. Nos detuvimos frente a uno de nuestros casinos en las afueras de Las Vegas, donde se llevaría a cabo la iniciación. El estacionamiento estaba lleno de limusinas. Mis soldados ya estaban allí. Salí primero, sin esperar a que el botones abriera la puerta, y entré al casino con mis hermanos pisándome los talones. El lugar había estado cerrado desde ayer por la ocasión. Dentro, caras familiares me recibieron. Algunos de mis hombres estaban bebiendo en el bar. Otros conversaban entre sí. Ninguno estaba jugando al póquer o a la ruleta, aunque los croupier estaban allí por si acaso.

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Sabían que era una prueba. Un alcohólico no debe dirigir un bar. Y es mejor que mis lugartenientes y capitanes no apuesten ni se droguen. Los soldados inferiores tenían más margen de maniobra. Se invitó a once lugartenientes y sus Consiglieres para la iniciación. La mayoría eran apenas mayores que yo. Cuando tomé el poder, eliminé a la mayoría de los lugartenientes viejos y elegí a sus jóvenes ambiciosos herederos o bastardos. Al igual que yo y mi relación con mi padre, solo algunos de ellos habían estado tristes al ver que sus padres se habían ido. Solo tres ciudades cayeron bajo el dominio de los lugartenientes más viejos, que eran leales hasta la médula. Estreché sus manos antes de reunirnos en el centro del lugar. Puse una mano en el hombro de Adamo. Se mantuvo erguido, por una vez su expresión no traicionó sus emociones, pero podía sentir su tensión bajo mi palma. —Hoy hemos venido aquí para iniciar a mi hermano Adamo. Los hombres lo recibieron con un gesto de saludo. Todos se habían vestido con trajes para la ocasión, y mis hermanos y yo habíamos seguido la tradición de arreglarnos. —Como con cada iniciado, se tiene que pagar con sangre.

Nino arrastró a un Mason batallando hacia nosotros. Fabiano lo había encerrado en el armario de servicios. Adamo se tensó bajo mi mano, y apreté su hombro ligeramente. Nino arrojó al imbécil contra el suelo. Ya no estaba en la escuela. Había abandonado, y había logrado reunir una pandilla de niños ricachones, mucho menores que él a su alrededor y los había introducido a las drogas. Su padre había sido un hombre de la mafia antes de que lo eliminara cuando reclamé el poder, pero el hijo había resultado aún más inútil que el padre. Su boca estaba cubierta por una cinta, y sus ojos estaban completamente abiertos de terror. Le entregué a Adamo una de mis armas. Como un iniciado, no se le permitía traer sus propias armas. Adamo apuntó el cañón hacia la cabeza de Mason. Estaba lo suficientemente cerca para ver el ligero temblor de sus manos. Así que apreté su hombro una vez más, un incentivo tanto como un recordatorio de no mostrar debilidad, y después, apretó el gatillo.

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Mason se desplomó muerto hacia delante. Adamo se estremeció bajo mi mano y bajó el arma lentamente, con una expresión dura, pero en sus ojos podía ver el indicio del conflicto. Se haría más fácil con el tiempo. Los hombres asintieron en señal de aprobación, y Adamo se encontró con mi mirada. —Es hora de hacerte el tatuaje. Nino se adelantó con el equipo de tatuaje, y Savio llevó una silla. Adamo se sentó, se subió la manga y extendió el antebrazo. —Creo que es hora de un poco de entretenimiento mientras esperamos que Nino termine el tatuaje. Aplaudí, y uno de los camareros abrió otra puerta. Una fila de nuestras putas más hermosas entró en la habitación, medio desnudas. La mayoría de mis hombres aceptaron mi ofrenda, pero algunos pocos eligieron las bebidas en lugar del entretenimiento femenino. Me acerqué a mis hermanos. Nino todavía estaba perfilando el cuchillo. Era rápido y preciso. Y por eso no quería que nadie más hiciera nuestros tatuajes. Incluso Savio se quedó junto a Adamo, pero sus ojos se desviaron a través de la habitación para buscar una puta para más tarde. La mandíbula de Adamo se apretaba mientras observaba a Nino tatuarlo. La muerte lo perturbó aún más que a Savio, Nino o a mí, pero al igual que todos nosotros, finalmente lo superaría. —¿Quieres un trago, Adamo? —preguntó Savio. Adamo lo miró sorprendido.

—Seguro. —¿Whisky, seco? Adamo asintió y luego hizo una mueca cuando Nino comenzó a rellenar la pupila del ojo. Savio volvió con cuatro vasos en una bandeja y nos entregó uno a cada uno. Levanté mi vaso. —Nosotros contra el mundo. —Nosotros contra el mundo. Bajamos el whisky y Adamo comenzó a toser, no estando acostumbrado al licor fuerte. Nino levantó la aguja con el ceño fruncido. —Voy a arruinar esto si sigues moviéndote. —Dejó el vaso vacío y esperó a que Adamo se calmara antes de continuar. Cuando el tatuaje estuvo listo, Nino se puso de pie y llamé a mis hombres. Las putas se quedaron atrás. Sabían que no eran bienvenidas. Adamo se quedó mirando su brazo tatuado. Extendí entonces el brazo con mi tatuaje. Adamo cerró sus dedos sobre él, y yo cerré los míos sobre el suyo, haciéndolo sisear de dolor.

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—¿Serás mi ojo? —Lo seré. —¿Serás mi cuchillo? —Lo seré. —¿Sangrarás y morirás por nuestra causa? —Lo haré —dijo Adamo con firmeza. —Hoy me das tu vida. Es mía para decidir hasta que la muerte te libere. Bienvenido a la Camorra, Adamo. Lo solté y retrocedí. Nino le dio una palmada en el hombro, y Savio hizo lo mismo. Entonces mis soldados dieron la bienvenida a mi hermano en nuestro mundo. Nadie prestó atención al cadáver tendido en su propia sangre en el suelo. Los limpiadores lo quitarían más tarde. El alcohol fluyó aún más libremente. Savio y Adamo se sentaron juntos en el bar. Una vista rara. Pronto, dos putas se acercaron a ellos, una aferrándose a Savio y la otra a Adamo.

Adamo negó con la cabeza y, después de un momento, Savio desapareció con las dos putas a través de la puerta detrás de la barra. Nino se unió a mí donde me apoyaba en una mesa de ruleta. Intercambié unas pocas palabras con cada uno de mis lugartenientes. La mayoría volvería a sus ciudades muy pronto, preocupados de que Dante pudiera atacar después de todo. —Me sorprende que no estás follando a una puta. Mis ojos se desviaron hacia las mujeres reunidas, pero ninguna de ellas llamó mi atención. —Ya las he follado a todas. Se está haciendo aburrido. Nino enarcó las cejas, pero no hizo ningún comentario. —Deberíamos ir con Adamo. Asentí, pero ambos nos detuvimos cuando una de las putas, C.J., se sentó a su lado en el bar y comenzaron a hablar. —Tal vez ella puede convencerlo de que pierda su virginidad —murmuré.

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Nino se encogió de hombros. —Es una mujer decente. Podría irle peor en su primera vez. Le di una mirada. —¿Puedes cortar la mierda compasiva? Sonrió. —No tiene nada que ver con compasión. C.J. es una buena opción lógica para Adamo. Es hábil y tratará de complacerlo. Además, fingirá que es un buen polvo. Lógica pura. —Disfrutas cabreándome con tu lógica. —Sí, es bastante satisfactorio. Negué con la cabeza hacia mi hermano. —Uno de estos días, tú, Savio y Adamo serán mi muerte. —Lo único que te matará es tu falta de control. Mis pensamientos volvieron a Serafina, viéndola en sus diminutas ropas de noche, en la forma en que sus pezones se habían fruncido en el frío. Maldito control.

Maldita paciencia. Nunca antes había deseado tanto algo como a Serafina, y sin embargo no podía tenerla. Nino negó con la cabeza. —Intercambia a la chica por Scuderi antes de que caigas más profundo. —La intercambiaré al momento en que me deje caer profundamente dentro de ella. —Decirte “te lo dije” algún día será tan satisfactorio como te molesto con mi lógica. —Es mi juego, Nino. Soy el mejor jugador en el campo. Ganaré. —No habrá ganadores, Remo.

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11 Serafina Era alrededor de la hora del almuerzo cuando alguien llamó. No había visto a Remo desde que me había regresado a mi habitación ayer después de mi llamada con Samuel. Savio me trajo el desayuno en la mañana sin una palabra. Probablemente todavía estaba enojado. Kiara abrió la puerta con una sonrisa tímida y dos bolsas en sus manos. —Te compré ropa. Espero que te queden.

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Entró seguida por Nino. Salté del alféizar de la ventana. Mis extremidades empezándose a sentirse lentas por la falta de uso. Había entrenado casi a diario antes de mi secuestro, y ahora todo lo que hacía era estar sentada alrededor. —Supongo que eso significa que mi estadía no terminará pronto —dije con amargura. Kiara suspiró. —No lo sé. Mis ojos se movieron hacia Nino, quien miraba todo con su habitual estoicismo, no es que hubiera esperado una respuesta de su parte. Kiara me tendió las bolsas. —Te conseguí sandalias y unas zapatillas. Algunos pantalones cortos, camisetas y vestidos. Y ropa interior. En serio espero haber acertado la talla. Tomé todo y me fui al baño a cambiarme. La ropa me quedó, incluso si no fueran de mi estilo habitual. Salí del baño vistiendo unos pantalones cortos y una camiseta, así como las sandalias. —¿Y? —preguntó Kiara esperanzada. —Me queda todo.

—¿Por qué no te unes a mí en los jardines? Es hermoso afuera, y estoy segura que no puedes seguir soportando estas paredes. Fruncí el ceño. —No puedo soportar esta ciudad, pero me encantaría unirme a ustedes. — Mis ojos se dirigieron a su marido, cuya expresión se había tensado ante su sugerencia—. Si él lo permite. Nino asintió rápidamente, pero era obvio que no lo aprobaba. Seguí a Kiara afuera mientras Nino caminaba detrás de nosotras para vigilarme. —Déjame buscar la ensalada que preparé para que podamos almorzar —dijo Kiara cuando llegamos a la planta baja. Hice un movimiento para seguirla a la cocina, pero Nino me agarró de la muñeca y me detuvo. —Tú te quedas aquí. Arranqué mi muñeca de su agarre, estrechando mis ojos hacia él.

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—No me toques. Nino no mostró más que un simple temblor de sus labios. —Si estás pensando en intentar algo, no lo hagas. No quiero lastimarte, pero si lastimas a Kiara, haré que esto sea muy doloroso para ti. —No es a ella a quien quiero lastimar. No puede evitar estar casada contigo. —En efecto —coincidió Nino. Kiara regresó con lo que parecía una ensalada Cesar, su mirada revoloteando entre su esposo y yo. —¿Todo bien? —Sí —respondí, porque incluso si odiaba a los Falcone, la protección de Nino con ella era algo que podía respetar. Pronto nos sentamos alrededor de la mesa del jardín, comiendo ensalada. Mis ojos comenzaron a vagar por las instalaciones una vez más, pero sabía que no había una manera fácil de escapar. Para mi sorpresa, Nino nos dio más espacio. Se instaló en una silla en las sombras con una computadora portátil que había agarrado al salir. —No puedo imaginar lo horrorizada que debiste estar cuando te dijeron que Nino Falcone iba a ser tu marido —dije.

Kiara masticó lentamente y luego tragó. —Al principio fue un shock. La Camorra no tiene la mejor reputación. Resoplé. —Son monstruos. —Los monstruos de mi familia me hicieron daño. No he experimentado ningún tipo de humillación o dolor en Las Vegas —dijo con firmeza. —Aun así. Ya estaba nerviosa el día de mi boda. No puedo imaginarme cómo debe haber sido para ti. Kiara se encogió de hombros. —¿Qué hay de tu prometido? ¿Qué clase de hombre es? —Es el lugarteniente de Indianápolis. —Eso no responde a mi pregunta… o tal vez lo hace.

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—No lo conocía muy bien —le dije cuando Remo salió—. Pero tengo toda la intención de llegar a conocer mejor a Danilo una vez que finalmente me case con él. Remo me dio una mirada dura. —Estoy seguro que será una delicia. Entrecerré los ojos. —Lo es. —Voy a llevar a Serafina a pasear por la propiedad —le dijo a Kiara. Ella asintió y él se volvió hacia mí—. Ven. A pesar de mi molestia por su tono de mando, me puse de pie, contenta de mover mis piernas. Los ojos de Remo me escanearon de pies a cabeza mientras me llevaba más allá de la piscina. —Kiara te consiguió ropa. —Necesito ejercitar —dije, ignorando su comentario—. No puedo sentarme todo el día sin hacer nada. Me estoy volviendo loca. A menos que eso sea lo que quieres, tienes que dejarme correr en una cinta de correr. Remo negó con la cabeza. —No necesitas una cinta de correr. Corro todas las mañanas a las siete. Puedes unírteme.

Me permití una rápida exploración a su cuerpo. Por supuesto que ejercitaba. Su cuerpo era todo músculo. Sabía que él y sus hermanos estaban metidos en las jaulas de combate y correr era una buena manera de mejorar el aguante. —Eso suena razonable. La boca de Remo se contrajo. —Me alegra que pienses eso. —¿Qué le exigiste a mi tío por mi libertad? —le pregunté después de un rato. —Minneapolis. Me detuve bruscamente. —Eso es ridículo. Mi tío no te dará ninguna parte de su territorio. Ni siquiera mi padre renunciaría a su ciudad para salvarme. La sonrisa de Remo se oscureció. —Creo que tu padre me daría su ciudad con mucho gusto si fuera por él.

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Tragué con fuerza. No quería pensar en mi familia. No cuando Remo me estaba observando de cerca. Ya ayer había llorado bastante delante de él. —Sabes que Dante no va a satisfacer tus demandas. Remo asintió. —Entonces, ¿por qué las haces? —Como dijiste, este es un juego de ajedrez, ángel. Necesito poner mis piezas en posición antes de atacar. Remo parecía muy seguro de sí mismo, me preocupaba que tal vez al final ganara en realidad. Me aparté de él y seguí caminando. —Me sorprende que Luca Vitiello haya aceptado tu plan. Solía pensar que la Famiglia era honorable, pero al parecer están cayendo tan bajo ahora como la Camorra. Remo tomó mi hombro y me detuvo. —Dime, Serafina, ¿cuál es la diferencia entre un matrimonio arreglado con Danilo y ser mi prisionera? —Lo miré con incredulidad, pero antes de que pudiera responderle, volvió a hablar—. No elegiste a Danilo. Serás dada a él como una

cautiva involuntaria y el anillo alrededor de tu dedo será tu grillete, el matrimonio tu jaula. —Sus ojos oscuros albergaban triunfo como si no pudiera argumentar en absoluto mi defensa. Mis ojos se dirigieron al anillo alrededor de mi dedo. Verlo no me provocó el orgullo y la emoción que solía sentir—. Tendrás que rendirte a su cuerpo, lo quieras o no, y tu cuerpo y alma están a su merced. Así que, dime otra vez, ¿en qué se diferencia tu matrimonio arreglado a ser mi prisionera? —Remo se inclinó más cerca, sosteniendo mi mirada todo el tiempo, y no retrocedí. Sus labios rozaron mi mentón, luego mi mejilla, y finalmente mi boca—. Tu “no” no significa nada en un matrimonio. ¿Llamas a eso libertad? Presionando mis labios entre sí, le eché un vistazo, demasiado orgullosa para admitir que sus palabras tenían sentido. Remo tenía una manera de retorcer las cosas como él las quería hasta que creías que eran la verdad. —¿Alguna vez fantaseaste con Danilo? ¿Lo deseas? Lo fulminé con la mirada. —Eso no es asunto tuyo.

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Remo negó con la cabeza mientras acariciaba mi garganta, luego mi clavícula con sus dedos ásperos. —No lo hiciste. Tu mente le dijo que sí, y esperabas que tu cuerpo le siguiera. —Sus dedos sobre mi piel hacía que pensar con claridad fuera difícil, pero no quería darle la satisfacción de retirarme—. Me pregunto cuánto tiempo le tomará a tu mente decirme que sí porque tu cuerpo ha estado gritando que sí desde el primer momento. Me aparté de un jalón de sus toques. —Estás demente. Ni mi cuerpo ni mi mente dicen que sí a ninguna parte de ti, Remo. Creo que ser el gobernante indiscutible de Las Vegas te ha convertido en un megalómano. Los ojos oscuros de Remo enviaron otro escalofrío por mi espalda, así que me alejé, huyendo tanto de su expresión aterradora como el peso de la verdad. A pesar de mi odio por el Capo de la Camorra, sus besos y cercanía causaba estragos dentro de mí. Sospechaba que se debía a mi cautiverio, una forma de Síndrome de Estocolmo. Me aseguré de mantener mi distancia cuando Remo me llevó de regreso a mi habitación, y no intentó tocarme de nuevo. Antes de que me encerrara en ella, pregunté:

—¿Qué es lo que quieres realmente, Remo? Me contempló con una intensidad inquietante. —Tú sabes lo que quiero. —Cuerpo y alma —murmuré. Una esquina de su boca se levantó. —Cuerpo y alma. Cerró la puerta y me quedé ahí con el torbellino de pensamientos en mi cabeza. Necesitaba averiguar una forma de escapar. Tal vez mi familia ya estaba planeando algún rescate demencial de rehenes. Samuel seguramente estaba en eso. Si no abiertamente entonces definitivamente en su cabeza. No había manera de que alguien sobreviviera a un ataque en territorio de la Camorra. Y no me engañaba pensando que Remo me liberaría en cualquier momento pronto. Estaba haciendo demandas, pero no quería que se cumplieran. Todavía.

Remo

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Como prometí, recogí a Serafina a las siete para que así pudiera correr conmigo. Por lo general prefería correr a solo en las mañanas, pero no podía resistirme a su presencia. Serafina se había puesto pantalones cortos, una camiseta y zapatillas. Me siguió en silencio por la casa, pero se detuvo cuando la guie hacia el camino de entrada. —¿A dónde vamos? —Vamos a correr, como dije. ¿Crees que hago mis largos en el jardín? Abrí la puerta de mi Bugatti SUV para ella, y entró sin decir una palabra más. Me puse detrás del volante y bajé por el camino de entrada, sintiendo sus ojos en mí. Disfruté su confusión. Nos llevé a un sendero en un cañón cercano donde antes había corrido. Pronto estaría demasiado caliente, pero así de temprano en la mañana la temperatura

era perfecta para correr. Serafina me siguió fuera del auto y miró alrededor del estacionamiento de grava. Éramos las únicas personas alrededor. Sus ojos lucían evaluadores y atentos. Intentaría algo, y tenía que admitir que no podía esperar a que lo hiciera. Corrimos uno junto al otro por un rato antes de que ella hablara. —¿No te preocupa que huya? —Ya te atrapé una vez antes. —Estaba metida en mi vestido de novia, así era demasiado lenta. —Siempre te atraparé, ángel.

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Después de treinta minutos, paramos para tomar un descanso y beber agua. Podía decir que Serafina estaba explorando el terreno. Tomando un profundo trago de agua, la observé a medida que se ponía en cuclillas y ataba sus zapatillas una vez más. Cuando se enderezó, supe por la tensión en sus extremidades que estaba a punto de hacer algo. Arrojó arena en mi cara y de hecho logró que parte de ella entrara en mis ojos. A través de mi visión borrosa, la vi salir corriendo. Riendo, a pesar de mis ojos ardiendo, me dispuse a perseguirla. Había tratado con cosas peores. Serafina fue más rápida que la última vez, y no permaneció en el sendero, lo que representaba un gran riesgo para ella. Si se perdiera por aquí, moriría de deshidratación antes de encontrar su camino de regreso a la civilización. Aceleré mi propio ritmo. Serafina saltaba para evitar rocas y prácticamente volaba sobre el suelo. Era una hermosa vista. Mucho más hermoso que tenerla encerrada en una habitación. Al final, la alcancé. Sus piernas eran mucho más cortas, y tenía menos músculos. Cuando ya estaba lo suficientemente cerca, enganché mi brazo alrededor de su cintura como la última vez. Ambos perdimos nuestro equilibrio del impacto y caímos. Aterricé sobre mi espalda con Serafina encima de mí. Clavó su rodilla en mi estómago y pataleó para escapar de mi agarre. Antes de que pudiera hacerme un daño real, me di la vuelta y la presioné en el suelo con mi peso, sus muñecas empujadas por encima de su cabeza. —Te tengo —murmuré, jadeando, sudando. El pecho de Serafina se agitaba pesadamente, sus ojos indignados y furiosos. —Disfrutas de la persecución.

—En realidad, no —dije en voz baja, acercando nuestros labios—. Pero contigo sí. —Sabías que correría —murmuró. —Por supuesto. Estás destinada a ser libre. Lo que me hace preguntarme por qué permites que alguien como Danilo te enjaule. Se retorció debajo de mí. —Suéltame. —Estoy disfrutando estar encima de ti y entre tus ágiles piernas. —Moví mi pelvis ligeramente. Se puso rígida. —No lo hagas. Lamí una gota de sudor en su garganta antes de empujarme y pararme. Serafina ignoró mi mano extendida y se tambaleó poniéndose de pie. Su cabello había escapado de su coleta, y estaba cubierta de tierra y sudor.

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—Te prefiero más así. Frunció el ceño. —¿Sucia? —Salvaje. Verte en esa atrocidad blanca no se puede comparar. Demasiado perfecto, demasiado arreglado, demasiado falso. Aunque, apuesto a que a Danilo le habría encantado. No dijo nada, y supe que parte de mis palabras la alcanzaron. Mis ojos cayeron atraídos a su antebrazo, el cual estaba frotando distraídamente. Una pequeña parte del corte se había abierto otra vez y estaba sangrando. Una pizca de culpa me tomó por sorpresa. No era una emoción que albergara muy a menudo. La tomé del brazo e inspeccioné la herida. La suciedad había entrado en ella. —Tenemos que limpiar eso para evitar infecciones. Sus ojos azules evaluaron mi cara, pero tuve problemas para leer la expresión en la de ella. La llevé de vuelta al auto. Hacía más calor que antes y después de la persecución, ambos necesitábamos una ducha. Tomé una nueva botella de agua del baúl y la vertí sobre la herida de Serafina, limpiándola con cuidado con las yemas de mis dedos.

Hizo una mueca de vez en cuando pero no dijo nada. —El tratamiento silencioso no es tu estilo habitual —comenté. —No me conoces. Sonreí. —Te conozco mucho mejor que la mayoría de las personas. Mejor que Danilo. —No me contradijo—. El odio puede librarte —dije. —Igual el amar —respondió—. Pero dudo que lo entiendas. Serafina se quedó en silencio en el camino de regreso a la mansión, su mirada distante a medida que veía por la ventana. La devolví a su habitación, sabiendo que tenía mucho en qué pensar antes de dirigirme a mi propia habitación para una ducha. Cuando bajé a la sala de juegos más tarde, Savio estaba recostado en el sofá, escribiendo en su teléfono. Al verme, lo dejó y sonrió. —Nino no está muy contento de que hayas sacado a pasear a la perra.

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Me hundí junto a mi hermano. —Ofende su lógica. Savio rio. —Pero honestamente, Remo, él tiene razón. Esa chica es impredecible. —Eso la hace más divertida —dije. Savio me dio una mirada curiosa. —Estás disfrutando esto más de lo que pensé. Y ni siquiera te la has follado… ¿o sí? —No, no lo he hecho. Serafina es un desafío sorprendente. —Demasiado trabajo para mi gusto —dijo Savio encogiéndose de hombros— . Prefiero las chicas que se callan cuando les digo que lo hagan, que me chupen la polla cuando lo quiero. Menos molestias. —Con el tiempo, lo habrás tenido todo. Habrás follado en todas las posiciones posibles, habrás hecho toda la mierda perversa en la que puedas pensar. Se volverá más difícil conseguir la emoción del principio. Se inclinó hacia delante sobre sus rodillas.

—No estás pensando en quedártela… ¿verdad? —No.

Llamé a Dante por la tarde. Contestó después del segundo timbre, su voz fría y dura, pero con una tensión subyacente que me dio mucha emoción. —Dante, quería preguntar cuándo vas a cumplir mi demanda. —No lo haré, tal como pretendías. No tengo tiempo para tus juegos, Remo. Esto es entre nosotros, entre tú y yo. ¿Por qué no nos reunimos en persona, de Capo a Capo, y resolvemos esto como hombres? —¿Quieres un duelo conmigo? Qué arcaico de tu parte, Dante. No me parecías del tipo primitivo. —Con gusto te convenceré de lo contrario.

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Casi accedo porque la idea de clavar mi cuchillo una y otra vez en el pescado frío era jodidamente atractivo. Luchar contra Dante habría sido un punto culminante. Dado que cortar a Luca en mínimos pedacitos estaba fuera de discusión por ahora, Dante era el oponente que ansiaba. Solo había una cosa que quería más que matar a Dante: tener a Serafina en todas las formas posibles y destruir a la Organización a través de ella. —Tendremos que posponer nuestro duelo para un punto posterior, Dante. Por ahora, tengo demandas que quiero que cumplas si quieres que tu sobrina sea devuelta a su familia en una sola pieza. —No negociaré contigo, Remo. No conseguirás ni un centímetro de mi territorio. Ahora di lo que quieres realmente. Ambos sabemos lo que es. Dudaba que él supiera lo que quería realmente. Tal vez solo Nino lo hacía. —¿Y qué quiero? —Quieres a mi Consigliere. Fabiano es tu Ejecutor y asumo que el trato que alcanzaste con Vitiello implicó tu promesa de entregar a Scuderi para que así todos puedan desmembrarlo juntos. —Dudo que Luca sea parte de la desmembración de Scuderi. Él preferiría cortarte a ti en pedacitos, Dante.

—Vitiello no es el aliado que crees que es. Su Famiglia es propensa a la traición. Es imprudente de tu parte hacerme tu enemigo. —Dante, hemos sido enemigos desde el momento en que reclamé el poder. Y desde el momento en que tus putos soldados trasgredieron mi territorio, se hizo personal. No necesito a Luca como un aliado mientras sepa que su odio por ti triunfa sobre él. —Un día su temeridad y la tuya serán tu ruina. —Es muy probable —gruñí—. Pero hasta que eso suceda, tu conciencia tendrá que vivir con la ruina gradual de Serafina. Colgué. Con cada día que Serafina estaba en mis manos, mi posición se fortalecía.

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12 Serafina Los siguientes días después de mi intento de huir, caí en una rutina extraña. Remo me recogía para correr por la mañana. A veces me preguntaba si quería que corriera el riesgo de escapar de nuevo porque la persecución le daba emoción, pero no desperdicié mi energía en ello. Remo era demasiado fuerte y rápido. Tendría que vencerlo con ingenio. Desafortunadamente, era tan inteligente como cruel. Podía torcer mis palabras más rápido de lo que creía posible, y me sorprendí disfrutando ocasionalmente de nuestros extraños debates.

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No tenía que contenerme cuando estaba cerca de Remo. No intentaba presentarle mi mejor lado. Como lo había hecho con Danilo porque no me importaba su aprobación. Era yo, sin filtro, descuidada, y extrañamente, Remo parecía disfrutar con eso. El Capo era un misterio para mí. No había intentado torturarme ni forzarme como había esperado, y no podía evitar seguir siendo cautelosa porque los motivos de Remo eran crueles. —Una vez que te deje en libertad, regresarás a Danilo como una paloma mensajera bien entrenada —dijo Remo a medida que corríamos por el sendero a lo largo del cañón un día. —Tus analogías de aves están empezando a aburrir —murmuré. Me alegraba que Remo no supiera que papá me llamaba palomita. Solo lo usaría para su ventaja. —Pero son muy apropiadas, ángel. Le eché un vistazo. Tenía una sonrisa extraña en su rostro. Su camisa se aferraba a su cuerpo sudoroso y perfilaba el contorno de sus músculos y pistoleras. —¿Qué tal una analogía de ornitología? ¿El buitre esperando a que la pobre paloma caiga del cielo para que así pueda desgarrarla? Remo dejó escapar una risa profunda, que envió un escalofrío impactante por mi espalda. Aceleré, intentando obligarme a controlar mi cuerpo.

—No creo que caigas nunca del cielo. Tendré que arrebatarte del aire como un águila. Resoplé, sin importarme si era un sonido indigno. —Estás loco. Se quedó en silencio, siguiendo mi ritmo más rápido fácilmente. Remo estaba en forma al punto de la admiración, tenía que darle eso. Después de regresar al auto, compartimos una botella de agua. —¿Por qué estás haciendo esto? Arqueó una ceja. —¿Dándote agua? —Tratarme decentemente. Sonrió oscuramente. —¿Por qué suenas casi decepcionada?

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Parte de mí lo estaba porque sabía que el hombre frente a mí era despiadado y cruel hasta el fondo. Más monstruo que hombre. La parte más débil solo se sentía aliviada y no quería cuestionar sus motivos. —¿Cuándo comenzará la tortura? Remo apoyó su brazo contra el techo del auto y me miró fijamente. —¿Quién dice que la tortura ya no ha comenzado? Solo porque no te estoy torturando no significa que no estoy torturando a otros a través de ti. Me estremecí. Mi familia. Estaban sufriendo porque se imaginaban los horrores por los que estaba pasando, horrores que no estaban ocurriendo… todavía. —Eres un monstruo —gruñí. Remo se inclinó aún más cerca, irradiando calor y poder, el olor a sudor fresco y su propio aroma prohibido envolviéndose alrededor de mí. Le devolví la mirada. Ojos oscuros. Ojos de monstruo, pero Dios me ayude, siempre me tenían congelada con su intensidad. —Sabes, ángel, creo que disfrutas mi monstruosidad más de lo que quieres admitir.

No tuve la oportunidad de responderle. Los labios de Remo aplastaron los míos, su lengua deslizándose dentro, y mi cuerpo reaccionó con una ola de calor. Aferré sus hombros, encontrando su lengua con el mismo fervor. Entonces la realización me golpeó. Intenté apartarlo, pero Remo no se movió. Envolvió sus brazos alrededor de mí, moldeando nuestros cuerpos entre sí. Impresionante, aterrador, embriagador. Mordí su labio inferior, pero Remo no se apartó. Gruñó en mi boca y apretó su agarre, su beso tornándose aún más brusco. El sabor de su sangre se arremolinó en mi boca, y me alejé entre repugnancia y fascinación enfermiza por igual. La boca de Remo estaba cubierta de sangre. En serio parecía un monstruo entonces. Una oscura sonrisa curvaba sus labios, y simplemente abrí la puerta y me metí en el auto, intentando recuperar el aliento, intentando escapar de su presencia abrumadora. Pude ver mi reflejo en el espejo retrovisor y me estremecí. Mis labios también estaban rojos con la sangre de Remo. En ese momento, no me veía menos monstruo que él.

145 Para el momento en que Remo me recogió a la mañana siguiente, supe que no era para correr. Por un lado, era demasiado temprano, y en segundo lugar, solo estaba en calzoncillos. Aparté mi mirada de su cuerpo. —Tenemos que grabar una motivación adicional para tu tío —explicó Remo—. Ven. Me levanté en la cama, sin moverme ni un centímetro. ¿Otra grabación? Cuando no seguí su orden, Remo levantó las cejas. —Ven —dijo con más fuerza, y me tomó un esfuerzo considerable permanecer inmóvil. Le devolví la mirada obstinadamente. Se acercó hasta mí y se inclinó sobre mí. —Tal vez estoy siendo demasiado indulgente contigo —murmuró, sus dedos alzando mi barbilla. Sonreí y luego jadeé cuando Remo me levantó de un tirón y me lanzó sobre su hombro. Su gran mano cálida se apoyó en mi trasero mientras me llevaba, y por unos momentos me quedé inmóvil en shock. Más debido a la reacción de mi cuerpo

a la sensación de la palma de Remo que a mi cabeza colgando por encima de su hombro. Comencé a retorcerme y Remo apretó mi trasero en señal de advertencia. Clavé mi codo en su costado, pero aparte de una fuerte exhalación, Remo no vaciló. —Bájame —jadeé, horrorizada por la forma en que mi entrepierna se tensó al sentir la mano de Remo en mi trasero. Si se enteraba, moriría en el acto. Sin embargo, Remo no me bajó, hasta que estuvimos de vuelta en la celda. Mi cabeza nadó por un momento, pero cuando mi visión se aclaró noté los grilletes colgando de una cadena en la pared. Remo me empujó hacia adelante. —Brazos arriba —ordenó. —¿Qué? —jadeé sin aliento. No esperó a que obedeciera. Agarró mis muñecas y me aseguró. La confusión, y entonces, el terror se disparó a través de mí. Tal vez finalmente se cansó de torturar a otros cuando me tenía a mí para divertirse.

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Remo se inclinó y me estremecí. Sus ojos oscuros vagaron por mi cara, y sacudió su cabeza brevemente. —Cálmate. Tenemos que darle un show a tu familia. Le daré un chupetón a esa perfecta garganta tuya para unas cuantas fotos convincentes, nada más. No te pongas histérica por nada, ángel. —¿Quieres hacer creer a mi familia que estoy encadenada en una celda? —Entre otras cosas —murmuró. Sus manos alcanzaron el dobladillo de mi camisa y tiraron duro. La tela se rasgó hasta que solo la costura del escote la mantenía unida. Mis pezones se endurecieron y Remo observó en silencio y luego soltó un fuerte suspiro brusco. Tragué con fuerza. —Estas fotos son falsas. No estoy colgando de cadenas todo el día, y no te la pasas rasgándome la ropa —murmuré. Solo me sonrió. —¿Preferirías si no tuviera que fingirlas, ángel? Tragué de nuevo, con la piel de gallina extendiéndose. —No lo creo —dijo con una voz un poco más áspera y luego apartó mi cabello de mi garganta cuidadosamente. Contuve la respiración cuando sus labios

estuvieron casi en mi piel—. Hueles tan jodidamente dulce. Poseerte un día será el triunfo más dulce de mi vida. —Nunca me poseerás. Remo presionó sus labios contra mi piel. Después su lengua salió disparada, lamiendo mi punto de pulso. Succionó y mordisqueó mi garganta, sus dedos acunando mi cabeza, inclinándola hacia un lado. Mis ojos revolotearon cerrándose. Las sensaciones eran extrañas y fascinantes. La boca de Remo en mi garganta pareció enviar ondas de choque a través de mi cuerpo, creando sensaciones que nunca antes había experimentado. Su cuerpo caliente se presionaba contra mí, su aroma inundaba mi nariz. Estaba inmóvil, aturdida, confundida por la reacción de mi cuerpo. ¿Cómo podía ser mi garganta un punto tan sensible en mi cuerpo? ¿Cómo podía eso llenarme de tanto deseo prohibido? Se retiró, pero no se enderezó de inmediato, su rostro aún estaba cerca de mi garganta a medida que exhalaba.

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Cuando finalmente se puso de pie, sus ojos oscuros enviaron una nueva onda a través de mi cuerpo. Las yemas de sus dedos rozaron mi garganta tierna, y mis labios se separaron en una exhalación pequeña. Nuestros ojos se encontraron y una esquina de su boca se alzó. —¿Te gustó eso? —Por supuesto que no —espeté. —Pensé que eras una buena mentirosa. Mis mejillas se calentaron y lo fulminé con la mirada, pero no dije nada porque no estaba segura si mi próxima mentira sería convincente. —Está bien, ángel —dijo Remo en voz baja—. Hay cosas peores que disfrutar del placer. Quise arremeter contra él, pero ni siquiera era la razón principal de mi ira. Estaba furiosa conmigo misma, enfurecida por mi cuerpo y sus reacciones hacia él. —Soy de Danilo —dije firmemente. Remo entrecerró los ojos. —¿Me lo estás recordando a mí o a ti misma? —Fui prometida a él. Lo quiero a él, no a ti.

—Puedes tener un lugarteniente, alguien que ha aprendido a obedecer las órdenes de otro hombre, o al Capo, un hombre que tiene hombres siguiendo sus órdenes. —Puedo tener un monstruo o un hombre. —¿De verdad crees que Danilo no es un monstruo? —No es un monstruo como tú. Remo asintió. —Es un monstruo menor. ¿Quién querría conformarse con menos? —Ni siquiera me quieres, Remo. Todo lo que quieres es chantajear a mi familia con mi destino. Deja de jugar. Dio un paso atrás, se dio la vuelta y levantó su teléfono. —Luce rota por un momento. Lo fulminé con la mirada.

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—Ese no es el aspecto que buscamos. —Esperó. Luego su mandíbula se tensó, y vino hacia mí una vez más, sosteniendo mi barbilla—. Ya te lo dije, elige sabiamente tus batallas. No soy un hombre paciente ni uno decente. Se retiró y finalmente satisfecho con mi expresión, tomó algunas fotos. La culpa dejó un sabor amargo en mi boca, pero no estaba segura de cuánto tiempo le tomaría a mi familia liberarme, si es que tenían éxito, y tenía que pensar en mi supervivencia incluso aunque me odiara por ello. Me soltó y froté mis muñecas, después toqué mi garganta sensible. Remo me observó. —Me gusta ver mi marca sobre ti. No dije nada. Más tarde, pasé mucho tiempo mirando mi reflejo en el espejo del baño. Remo había dejado sus marcas como había dicho. Eran rojas y moradas, y me hicieron sentir una oleada de vergüenza por cómo mi cuerpo había reaccionado. No estaba segura de lo que estaba mal conmigo. Un golpe me sacó de mi ensueño. Arrastrándome lejos del espejo, entré al dormitorio, donde encontré al Falcone más joven. Parecía algo perdido en medio de mi habitación.

—Te traje algunos libros y helado. Es uno de los días más calurosos del verano. Pensé que podría venirte bien refrescarte —dijo, sosteniendo cuatro libros y un tazón lleno de helado. Su mirada se movió hacia mi garganta, y sus cejas se fruncieron. Pasó junto a mí y dejó todo en mi mesita de noche, antes de meterse las manos en los bolsillos, viéndose incómodo. Mis ojos se demoraron en el nuevo tatuaje en su antebrazo. —Ahora eres un mafioso. Bajó la mirada y luego asintió lentamente. —Soy un Falcone. Me acerqué a la mesita de noche para echar un vistazo a todo. —Es con chispas de chocolate. Es todo lo que tenemos. A Savio le encanta el dulce. Al resto de nosotros no tanto. —Entonces, ¿me diste el helado de Savio? Le encantará eso después de la sopa que le arrojé.

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Adamo se echó a reír. —Desearía haber estado allí. Es tan engreído. Apuesto a que su expresión fue hilarante. —Después se puso serio y se aclaró la garganta. Sonreí. —Estaba conmocionado. Era difícil creer que Adamo estaba relacionado con Remo. Había un ligero parecido, pero el cabello de Adamo era rizado y no tan oscuro, y sus ojos eran de un castaño más cálido. Pero la diferencia más grande era su personalidad. Tomé el tazón y me llevé una cucharada del dulce azucarado a mi boca antes de hundirme en la cama. Adamo se acercó un poco más y se apoyó en uno de los postes. —No estaba seguro qué tipo de libros te gusta, así que traje un libro de memorias, un thriller, un romance y un libro de fantasía. No tenemos muchos libros nuevos. Y no creo que tenga permiso para darte mi Kindle. Podrías usarlo para otras cosas. Sonreí.

—Está bien. —A pesar de mi intención de odiar a todos los Falcone, era difícil que Adamo no me agradara—. Aunque creo que pasaré del thriller. He tenido demasiada emoción en mi vida recientemente. —Lo sé —dijo Adamo en voz baja. Señaló mi garganta—. ¿Qué pasó ahí? El calor se disparó en mis mejillas, y me permití probar otra vez el helado para organizar mis ideas. Adamo me observó de cerca. —¿Te lastimó? Consideré mentir, inventando una historia brutal para abrir una brecha entre los hermanos, pero por alguna razón simplemente no pude hacerlo. —No. Está lastimando a mi familia al hacerles creer que me está lastimando. El alivio cruzó el rostro de Adamo, y por un segundo me molestó, pero entonces pensé en Samuel y entendí.

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—Pronto te unirás a ellos —dijo. Tragué con fuerza y asentí. Adamo tomó mi hombro ligeramente y luego retrocedió—. Lo siento, debí haberte preguntado antes de tocarte. Negué con la cabeza. —¿Cómo terminaste siendo tan educado y amable cuando estás relacionado con Remo? ¿Fuiste criado por padres diferentes? —Remo y Nino fueron criados por nuestros padres, pero Savio y yo fuimos criados por Remo y Nino. Me quedé mirándolo boquiabierta. —¿Ellos te criaron? Asintió y luego se frotó la nuca como si se hubiera dado cuenta que no debería habérmelo dicho. —Debería irme. Intenté imaginarme a Remo criando a un niño. Eso me asombró, especialmente porque todos ellos debían haber estado huyendo en ese entonces.

La noche había caído y estaba leyendo en la cama, cuando de repente se apagaron las luces. Parpadeé ante la oscuridad inesperada y salí de la cama, dejando el libro sobre la mesita de noche. Siguiendo el rastro plateado de la luna, miré por la ventana. Las luces en el jardín y todas las otras ventanas de la mansión que podía ver estaban también apagadas. En la distancia podía distinguir algunas luces de otras casas. Mi pulso se aceleró. ¿Qué estaba pasando? Mis ojos evaluaron las sombras del perímetro, y entonces vi dos figuras corriendo por el césped hacia la casa. La Organización. Tenía que serlo. Habían venido a salvarme. La euforia se disparó a través de mí, seguida por el miedo. Este era el territorio de Remo. Los Falcone conocían cada centímetro de su propiedad y la Organización no. ¿Y si Samuel estaba entre los atacantes?

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Me aferré al alféizar de la ventana, inmovilizada por el terror ante la idea. Dante y papá jamás habrían permitido que mi hermano viniera aquí. Era el heredero de Minneapolis. Era demasiado importante para tal comportamiento arriesgado. Tal vez la oscuridad le daría a la Organización una ventaja. Tal vez sorprenderían a Remo y sus hermanos. ¿Quién sabía cuántos de ellos estaban en la mansión? La cerradura de mi habitación giró y miré hacia la puerta. Esta era mi oportunidad de correr. La Organización no sabía en qué parte de la casa me tenían. Probablemente esperaban encontrarme en el sótano. Tenía que encontrarlos primero. Les llevaría demasiado tiempo registrar cada parte de la mansión. Una figura alta entró en la habitación. Era difícil distinguir mucho, y de todos modos no importaba quién había entrado. Ataqué sin vacilar, asaltando a mi oponente, esperando golpear mi codo en su estómago. Desafortunadamente, retroiluminada por la luz de la luna, era un blanco fácil. Mi oponente me esquivó y entonces agarró mi hombro y me empujó hacia adelante. Choqué contra la pared y un pecho firme se presionó contra mi espalda. —¿Hoy no hay sopa? —preguntó Savio burlándose, pero su voz estaba llena de tensión. Intenté alejarme de la pared, pero Savio no se movió ni un poco—. ¿Tengo que noquearte o dejarás la puta lucha?

Eché la cabeza hacia atrás, esperando golpearle la nariz, pero era más alto de lo que recordaba, y la parte posterior de mi cabeza chocó contra su barbilla. —Mierda —gruñó. Puso sus brazos alrededor de mi pecho y cintura como Samuel había hecho en broma no hace mucho tiempo, y a pesar de mis sacudidas, me llevó a través de la habitación y me empujó al baño—. No te llevaré a nuestra sala de pánico de esa manera. Jódete. —Me giré para enfrentarlo—. No hagas ni un maldito movimiento —gruñó. —La Organización les pateará el culo. Apuesto a que cagaste tus pantalones cuando se apagaron las luces —siseé. Savio rio entre dientes. —Nino fue quien apagó las luces. Conocemos de memoria cada centímetro de esta puta casa. No necesitamos luces. Por cierto, nuestra cámara de vigilancia mostraba a un tipo con cabello rubio. Me pregunto quién lo matará. ¿Remo o Nino? Me quedé helada. ¿Samuel?

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Savio cerró la puerta del baño. Corrí hacia adelante contra ella y golpeé mis puños contra la madera. —¡Déjame salir! ¡Déjame salir! —Grita todo lo que quieras —dijo Savio—. Tal vez atraigas a uno de esos cabrones de la Organización y así también podré divertirme un poco. Presioné mis palmas contra la puerta y me hundí de rodillas lentamente. Savio tenía que estar mintiendo. Samuel no estaba aquí. Si Remo o Nino lo atrapaban…

13 Remo Mis hermanos y yo estábamos viendo la pelea en la jaula del próximo oponente de Savio. Kiara ya se había dormido contra Nino como de costumbre. Dudaba que alguna vez viera más de unos pocos segundos de pelea. La violencia simplemente no estaba en su naturaleza. —No puedo esperar para pelear con él —dijo Savio cuando su próximo oponente lanzó una patada al otro luchador a la jaula. Nada mal.

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Mi teléfono se encendió y también lo hicieron los teléfonos de mis hermanos. Por un momento ninguno se movió. Alcancé el mío. Se había activado una alarma. ¿Qué carajo? Abrí la alerta. Alguien o algo había tocado el alambre de púas eléctrico en la parte superior de los muros. Nino fue más rápido. Levantó su teléfono con la grabación en vivo del área afectada. Cuatro hombres pusieron una escalera sobre la cerca, pusieron una tabla de madera sobre los cables eléctricos y treparon el muro. Me puse de pie, sacando mi pistola y un cuchillo. Nino sacudió a Kiara para despertarla y luego se volvió hacia Adamo. —Lleva a Kiara a la habitación de pánico. Dispara a matar, sin hacer preguntas. —¿Qué pasa? —susurró Kiara. Nino negó con la cabeza, la besó, y después la empujó hacia Adamo, quien la tomó de la mano y la empujó, sacando su propia pistola. —Voy a apagar las luces en el perímetro —dijo Nino—. Podemos emboscarlos más fácilmente de esa manera. Asentí. —Savio, ve por Serafina. También la quiero en la habitación de pánico. Savio frunció el ceño.

—Quiero patear algunos culos de la Organización. —Savio —gruñí. No podía creer que la maldita Organización en realidad se atreviera a atacar nuestra mansión. Ese no era el estilo de Dante. Demasiado arriesgado. Con una mirada fulminante, Savio corrió escaleras arriba. Nino ingresó el código en su teléfono que estaba conectado a nuestro sistema de control central y la oscuridad cayó sobre nosotros. Mis ojos tardaron unos segundos en adaptarse. La luz de la luna entraba por las ventanas, y pronto mi hermano y nuestro entorno se convirtieron en algo más que formas abstractas. Me acerqué a Nino. —Se dirigen hacia el ala norte —dijo. Las cámaras tenían visión nocturna, de modo que no tendríamos problemas siguiendo el progreso de los atacantes. Una cabeza rubia estaba entre ellos, y tuve el presentimiento de saber quién era. Samuel había venido a salvar a su gemela, probablemente sin las órdenes de su Capo. Si estuvieran aquí en plan de Dante, se habrían retirado al momento en que se apagaron las luces. Que siguieran con esto solo significaba que alguien a quien no le importaba su vida era el líder.

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—Vamos —dije. Nino y yo nos deslizamos hacia el jardín, pasamos junto a la piscina, en dirección hacia donde se dirigían los atacantes—. Samuel es mío —dije en voz baja. Nino no dijo nada, solo apagó su teléfono para que el brillo de la pantalla no nos delatara. Llegamos a la esquina del ala norte y ambos nos agachamos. Estudié los alrededores y vislumbré a dos hombres, uno de ellos rubio, trabajando en la puerta de la terraza del dominio de Savio mientras que los otros dos escudriñaban el área, apuntando con sus armas hacia adelante. Habían volcado la mesa y estaban medio escondidos detrás de ella. Era madera maciza. Tal vez bloquearía las balas. —Dos vivos, Samuel y otro —ordené. Nino asintió brevemente. Más tarde me daría un sermón. Le cabreaba que estuviéramos siendo atacados por haber traído aquí a Serafina, que hubiera puesto a su esposa en peligro. Nino y yo levantamos nuestras armas y empezamos a disparar. Quienquiera que fueran nuestros oponentes, no eran de los mejores tiradores. El primero cayó casi de inmediato. Los dos en la puerta de la terraza se colocaron detrás de la mesa y también comenzaron a disparar. Al final nos quedamos sin balas. La diversión estaba por comenzar. Nino sacó su cuchillo, y yo con mi propio cuchillo, corrimos hacia los tres atacantes restantes. Dos fueron para mí, uno para Nino.

Samuel balanceó su cuchillo contra mí y lo bloqueé con el mío. El otro cabrón de la Organización apuntó hacia mi estómago. También esquivé ese ataque y clavé mi hoja en su muslo. Cayó con un grito, pero lo agarré por el cuello y lo alcé para bloquear el próximo ataque de Samuel. Su cuchillo fue directo al estómago de su compañero. Antes de que Samuel pudiera atacar de nuevo, Nino lo agarró por detrás, envolviendo un brazo firmemente alrededor de su garganta, y el otro sobre su brazo con el cuchillo. Dejé caer al bastardo de la Organización y salté hacia adelante, golpeando la muñeca de Samuel y rompiéndola para que así soltara el cuchillo. Gruñó, pero no dejó caer el cuchillo. Luchó como un lunático, y Nino perdió el equilibrio. Mierda. Ambos aterrizaron en el suelo, con Samuel sobre Nino. Tomando mi arma, me lancé hacia Samuel, lo agarré por la garganta y lo golpeé en la sien con la culata de la pistola. Con un gemido, cayó rendido. Nino se lo quitó de encima. Toqué la garganta de Samuel para asegurarme que estaba vivo.

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—¿Mantuviste vivo a tu oponente? —le pregunté a Nino, jadeando. —Por supuesto. Sabía que era poco probable que no mataras al menos a uno de ellos. Me reí. Nino se me acercó. —Si lo torturamos lentamente, enviamos pedazos de él a sus padres y a Dante, la Organización cumplirá nuestras órdenes. No puedo imaginar que corran el riesgo de perder tanto a Serafina como a Samuel. —No creo que actuara por orden de Dante. —Probablemente no. Pero Dante no abandonará a su sobrino por intentar salvar a su gemela. Asentí. —Lleva al otro sobreviviente a una celda y despiértalo. Descubre todo lo que sabe. Voy a mandar Savio que te acompañe o de lo contrario no dejará de quejarse como un marica. —¿Qué hay de Samuel? —Lo llevaré a otra celda. Después tendré que hablar con Serafina. —¿Vamos a lidiar con él juntos?

Contemplé al hombre rubio en el suelo. —Sí. Si se parece a Serafina en algo, será divertido romperlo.

Serafina Las luces volvieron a encenderse. Mis ojos ardieron por la avalancha de brillo. Todavía estaba arrodillada en el piso del baño cuando escuché la voz de Remo. —Ve al sótano y ayuda a Nino a torturar el imbécil de la Organización. Pude sentir que mi cara se quedaba sin color. Escuché el tiroteo, recé para que la Organización ganara…

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Me obligué a pararme cuando la cerradura giró. Remo entró cubierto de sangre, y comencé a temblar, aterrorizada de que mis más grandes horrores se hubieran hecho realidad. Por un par de segundos, Remo simplemente me miró. —Tu hermano intentó salvarte. El terror se apoderó de mí como una prensa. No podía respirar. No quería creerlo. —Estás mintiendo —jadeé, con la voz quebrada y hueca. Una sonrisa oscura curvó sus labios. —Es valiente. Corrí hacia Remo, aferrando su camisa ensangrentada. Los ojos oscuros de Remo sostuvieron los míos. El brillo depredador en ellos hizo que mi corazón latiera aún más rápido. —No —dije una vez más—. Samuel no está aquí. No se arriesgaría. Dante no lo permitiría. —Creo que tu gemelo daría su vida con gusto por ti, ángel. Dudo que viniera por orden de tu tío. Eso significa que no habrá refuerzos.

Tragué con fuerza. Oh, Samuel. Mi protector. ¿Cómo pudiste ser tan estúpido? Si Samuel estaba muerto, no podría seguir viviendo, no sabiendo que él había muerto para salvarme. Las lágrimas ardientes dejaron un rastro caliente por mis mejillas. —Si tú… si tú… —Ni siquiera podía decirlo—. Entonces mátame ahora. —Aún no está muerto —murmuró Remo, con los ojos oscuros escaneando mi cara—. Sin embargo, ya veremos cuánto tiempo dura. Samuel no estaba muerto. Aún no. Mis ojos se abrieron por completo. —Déjame verlo. Remo tocó mi garganta, acercándose. —¿Para qué? ¿Para que puedas despedirte?

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Me mordí el labio. —Para ver si es verdad. Remo sonrió. —No estoy mintiendo. —Agarró mi muñeca y me arrastró fuera de mi habitación. Me llevó al sótano y, sujetándome del brazo para que así no pudiera entrar corriendo, abrió una de las celdas. En el interior estaba Samuel, cubierto de sangre y sin moverse, a excepción de la leve subida y bajada de su pecho. Su cabello rubio estaba enmarañado con sangre. Mi pecho se contrajo tan fuerte que estaba segura que iba a desmayarme en cualquier momento. —¿Qué hiciste? —No mucho todavía —dijo a medida que cerraba la puerta—. Le pegué en la cabeza. Una vez que despierte, Nino y yo lo atenderemos. —Sabía lo que eso significaba. Un grito aterrador y agónico retumbó en el sótano. Me estremecí violentamente. —Eso es lo que hace Nino. Está hablando con el otro sobreviviente.

Pronto esos serían los gritos de Samuel. Pronto estaría sometido a los horrores de los que había querido salvarme. Horrores que me habían ahorrado. La bilis viajó por mi garganta. Mi gemelo sufriría y moriría por mí. Agarré el brazo de Remo con ferocidad, mis ojos rogándole, aunque sabía que no tenía un corazón que pudiera ablandar. —Por favor, no lo hagas. Tortúrame en lugar de eso. Remo sonrió sombríamente, acunando mi cara. —No quiero torturarte. Y ya te dije que nunca más volveré a cortarte, ángel. Por supuesto. Sabía lo que quería, lo que había querido desde el principio, y hoy lo conseguiría. Tragándome el orgullo porque no valía la vida de Samuel, me arrodillé justo enfrente de Remo. Incliné mi cara hacia arriba, las lágrimas escociendo en mis ojos.

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—Estoy de rodillas. Estoy rogándote que lo perdones. Toma lo que sea que quieras, Remo. Es tuyo. Tómalo. Toma todo. Sus ojos oscuros destellaron con una emoción que no podía leer. —No rogaste por tu propia vida. No me ofreciste tu cuerpo para evitar el dolor, ¿pero lo haces por tu hermano? —Sí. Haría cualquier cosa por él —susurré—. Te estoy ofreciendo todo. Puedes tenerlo todo. Me estoy entregando libremente, voluntariamente, si perdonas a mi hermano. Remo me agarró del brazo y me levantó bruscamente. Sin otra palabra, me arrastró escaleras arriba y hacia su habitación. Me soltó y cerró la puerta. Su respiración escapando a ásperamente. Mis dedos temblaron cuando alcancé mi vestido y lo saqué por mi cabeza. Los ojos de Remo chamuscaron mi piel cuando alcancé mi sujetador y lo desabroché, dejándolo caer al suelo. Tragando fuertemente, empujé mis bragas por mis caderas hasta que se unieron a mi sujetador en el suelo. —Es tuyo —dije en voz baja. Todo lo que podía pensar era en Samuel en ese sótano, acostado sobre su propia sangre y la tortura que le esperaba a manos de Remo y Nino. Había escuchado los rumores de lo que le habían hecho al tío de Kiara.

Remo avanzó hacia mí, sin apartar sus ojos de mi cara ni un momento. Sus manos tocaron mi cintura y yo temblé. —Tan fuerte —murmuró Remo—. Tan difícil de romper. —Ganaste. Me rompiste. Te rogué. Te estoy ofreciendo mi cuerpo. Por favor, perdona a Samuel. Sus ojos viajaron a lo largo de mi cuerpo antes de que se fijaran en los míos una vez más. —No estás rota, ángel. Sacrificarte por alguien que amas no es debilidad. —Perdona a mi hermano, Remo. —Con manos temblorosas, alcancé su cinturón, pero él me detuvo. Y mi mundo se vino abajo porque si no aceptaba mi oferta, ¿qué otra cosa podía darle a cambio por la vida de mi hermano? ¿Qué más quería? Remo se inclinó hacia mi oreja. —Una oferta tan tentadora. —Exhaló—. Me odiarías ferozmente.

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—Lo haría —susurré. —Lo harías. Entonces, ¿aún no me odias ferozmente? Me estremecí. No podía soportar sus juegos mentales, no ahora, no cuando la vida de Samuel dependía de ello. Remo besó el lugar debajo de mi oreja. —Voy a perdonar a tu hermano, ángel —dijo en voz baja, y me congelé porque no podía creerlo—. Lo enviaré de vuelta a la Organización con un mensaje. Debe ser alto y claro para que entiendan que no permitiré que trasgredan mi territorio. Asentí en silencio. Accedería a cualquier cosa para salvar a mi hermano. No entendía nada de esto. —Bajarás conmigo a la celda junto a la de Samuel. Hablaré con él. —Me tensé en el agarre de Remo—. Solo una charla y le diré que sus acciones tienen consecuencias, y luego regresaré a tu celda y vas a gritar y rogar como si te estuviera lastimando. Les harás creerlo. Después lo liberaré de modo que pueda regresar a casa con los restos del otro soldado de la Organización y el conocimiento de que tú serás quien sufra brutalmente por cada uno de sus errores.

Di un asentimiento. Samuel se odiaría por eso. Sufriría peor que antes, pero eso era mejor que la otra alternativa. Tenía que salvarlo sin importar el costo. Podía decirle la verdad una vez que volviera a casa. —Bien —dijo Remo en voz baja. Recogió mi ropa del suelo, sus ojos al nivel de mi entrepierna por un momento antes de enderezarse—. Ahora vístete. No entendía por qué no me había tomado cuando era obvio lo mucho que me deseaba. Podría haberme tenido en todas las formas que quería. No habría luchado contra él. Podría haber enviado el mensaje de advertencia que quería al grabar la tortura de Samuel y mis gritos y enviando el video a mi familia. No tenía que mantener a Samuel vivo para entregarlo. ¿Qué más podría querer?

Remo 160 Serafina se me había ofrecido, pero lo había hecho por desesperación, por amor a su hermano. No porque ella quería. Amaba a su hermano ferozmente, quería protegerlo a cualquier costo, como yo lo haría con mis hermanos. Podía respetar eso. Nunca había admirado a una mujer de rodillas más que a Serafina. Me siguió en silencio a través de la mansión. Podría haberle pedido algo, pero no era así como quería que sucedieran las cosas. Ni de cerca. Abrí la puerta de la celda junto a la de Samuel, y Serafina entró. La puerta de la tercera celda se abrió y Nino salió, cubierto de sangre, con las cejas fruncidas cuando vio a Serafina. Cerré la puerta y lo enfrenté. —¿Qué está pasando? —preguntó. Sus ojos escanearon mi cara—. Remo. Sonreí. —Cambio de planes. Se acercó más.

—No vamos a dejarlo ir. —Lo haremos. Savio se unió a nosotros en el pasillo, con su ropa también empapada en sangre. No dijo nada, solo nos contempló con cuidado. Nino negó con la cabeza. —Te estás perdiendo en tu juego. —No es cierto. Sé exactamente lo que estoy haciendo, Nino. Torturar y matar a Samuel no tendrá el mismo impacto que mi plan. Se habría convertido en un mártir. Su muerte haría que Dante y su familia se unan más. Se unirían en su pérdida. Pero la vergüenza y la culpa los desgarrarán. —Entonces, ¿esto no es sobre Serafina? —Por supuesto que sí. Ella es el centro de mi juego. Nino volvió a negar con la cabeza.

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—Le prometimos a Fabiano su padre, y quiero que este juego termine. La quiere fuera de nuestra mansión. Acelera el proceso. —Algunas cosas llevan tiempo. —Tu juego ha estado evolucionando mucho desde que la secuestramos. ¿Estás seguro que es porque crees que es necesario o porque ella te está obligando? —No me está obligando a hacer nada. Me conoces. Nadie me obliga a hacer nada. —Iré con Kiara. Adamo la llevó de vuelta a nuestra ala. No tengo la paciencia necesaria para ti esta noche. —Nino se marchó de inmediato. Savio arqueó las cejas. —¿Qué dijo el bastardo de la Organización? —murmuré. —Era uno de los soldados más jóvenes. Uno de los mafiosos del grupo de Samuel. Al parecer, el idiota rubio ya tiene bastantes seguidores en la Organización de Minneapolis. —¿Supongo que Dante y Pietro Mione no sabían? —No sabían. —Puedes irte. Me encargaré de esto solo.

Savio vaciló. —¿En serio estás seguro que tu plan va a funcionar? Nino es el genio lógico. —Él no tiene en cuenta las emociones. La guerra emocional es mucho más efectiva en este caso que la violencia abierta. —Aunque si me preguntas, no es tan divertido. Negué con la cabeza. —Oh, es divertido para mí, créeme. Savio resopló. —Voy a darme una ducha. Diviértete como prefieras. Se alejó y entré en la celda de Samuel. Sus muñecas y tobillos estaban atados juntos entre sí, pero sus ojos estaban abiertos en su cara ensangrentada y llenos de odio. —Maldito bastardo —dijo con voz ronca.

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Sonreí. —Tendría cuidado con los insultos si fuera tú. —Jódete —espetó Samuel—. Como si cualquier cosa que diga importara. De todos modos, vas a torturarme hasta morir. Me arrodillé a su lado. —No creo que ese sea el castigo adecuado para ti, Sam. El miedo reemplazó al odio en sus ojos. Se arqueó hacia arriba. —¡No! ¡No te atrevas a tocarla! Me enderecé. —Alguien tendrá que sufrir por esto. Y sé que sufrirás el doble si lastimo a tu gemela. —¡No! Tortúrame a mí. Mátame. —Desafortunadamente, esa no es una opción. Regresarás a la Organización con el recuerdo de los gritos de tu hermana. Samuel se congeló.

—No —jadeó sin aliento. Giré—. ¡Remo! —rugió, pero cerré la puerta de la celda. Entré en la celda de Serafina. Estaba pálida y aún tan dolorosamente orgullosa y hermosa, así que me permití un momento para admirarla. Ella inclinó su cabeza hacia mí, sus ojos azules ardiendo de emoción. —¿Samuel estará a salvo? —Por mi honor. Sus labios se curvaron, pero no dijo nada. —Espero que puedas ser convincente. Quiero tus mejores gritos. Sus ojos se estrecharon brevemente, dándome una puta descarga emocionante como de costumbre. Esto era mucho mejor que su rendición desesperada. Cerró los ojos, con el pecho agitado, la elegante garganta flexionándose. Tenía que poseer a esta mujer. En cuerpo y alma, y todo lo que pudiera ofrecer. Ardía con el jodido deseo de poseerla de todas las formas posibles.

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Finalmente, Serafina gritó, y fue tan jodidamente real que mi cuerpo reaccionó al sonido, pero no de la forma en que lo hacía normalmente, no con excitación y la emoción de la caza. Había algo cercano a la repulsión inundando mi cuerpo, al escuchar sus gritos agonizantes e imaginando que eran reales. Mis manos se enroscaron en puños, mis músculos se tensaron porque un instinto profundamente enterrado en mi interior quería que la protegiera de lo que sea que causara esos gritos. Desafortunadamente para ella, nada podría protegerla de mí. Sin poder soportarlo ni un maldito minuto más. Me acerqué a ella, y la agarré del brazo. —Suficiente —gruñí, respirando ásperamente. Los ojos de Serafina se abrieron de golpe. Evaluaron mi cara y, un segundo demasiado tarde, me di cuenta que ella había llegado más lejos de lo que nadie podía. —Suficiente —repetí, mi voz temblando de rabia y confusión. —¿Suficiente? —susurró tan suavemente, el sonido como una puta caricia.

Tal vez debería terminar con esto ahora ismo. Hacer lo que dijo Nino, terminar este maldito juego de una vez. Deshacerme de Serafina y Samuel. Tomé su cabeza y presioné mi frente contra la suya. Ella tembló, abrumada. —Tal vez debería matarte. —Tal vez —susurró—. Pero no lo harás. Debí haberla contradicho, pero tenía razón y ella lo sabía. —Lo prometiste. Me aparté de ella. —Y voy a cumplir mi promesa. Voy a liberar a tu hermano ahora. Haré que uno de mis hombres lo lleve junto a los cadáveres a Kansas City. Cómo regresará al territorio de la Organización desde allí es su propio problema. Ella asintió. —Ven —ordené.

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No la toqué cuando la conduje a su dormitorio. Se dirigió hacia la ventana y se sentó en el alféizar, llevándose sus piernas contra su pecho. Me detuve con los dedos contra el interruptor de la luz y luego los bajé, dejando la habitación en la oscuridad. Serafina giró la cabeza, observándome. Estaba retroiluminada por la luz plateada de la luna mientras se posaba en el marco de la ventana. Nunca antes se había parecido más a un ángel como en este jodido momento, y me di cuenta que estaba en un camino precario. Sus palabras susurradas rompieron el silencio. —Me pregunto qué juego es más peligroso, Remo, ¿el tuyo o el mío?

14 Serafina Durante los siguientes dos días, Remo mantuvo su distancia. No salimos a correr, y Kiara o uno de sus hermanos me trajeron comida. La mirada en sus ojos cuando grité en el sótano, era difícil de describir, pero sabía que por alguna razón que le había molestado.

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Nino me había informado esta mañana que Samuel estaba de vuelta en Minneapolis. Le creí. Remo lo había prometido y, a pesar de mis difíciles sentimientos hacia el Capo, sabía que mantendría esta promesa. También sabía que Samuel y mi familia estarían sufriendo todos los días que estaba aquí. Nino me trató aún más frío que antes; si eso era posible. Tenía el presentimiento de que las cosas entre Remo y él estaban tensas por Samuel. Nino probablemente habría matado a mi hermano. Era la solución obvia, la que Dante habría elegido. Pero Remo… era impredecible. Cruel. Feroz. No le entendía. Si hubiera torturado y matado a Samuel, lo habría odiado con un brutal abandono, habría hecho todo lo posible por matarlo. Pero no lo hizo. Tenía miedo de sus motivos, pero más que nada… tenía miedo porque una parte retorcida de mí estaba agradecida. No estaba segura exactamente por qué, pero Remo había hecho esto por mí. Era pasada la medianoche cuando escuché que mi puerta se abría. No podía dormir, mi mente zumbando con pensamientos. Acostada de lado, observé cómo entraba una figura alta. Sabía que era Remo por la forma en que se movía, por su cuerpo alto, por la sacudida de su cabello negro. —Estás despierta —dijo en voz baja. —¿Querías verme dormir?

Se acercó más. Su rostro yacía en las sombras, y mi pulso se aceleró. Se hundió en el borde de la cama y me puse de espaldas. —No —dijo en un tono extraño—. Te prefiero despierta. Se inclinó sobre mí, uno de sus brazos apoyado junto a mi cadera. —¿Qué quieres? —murmuré. —Quiero que te vayas. Mis ojos se abrieron de par en par. —Entonces déjame ir. —Me temo que no es tan fácil. —Se inclinó aún más bajo y luego su palma tocó mi vientre y se deslizó lentamente hacia abajo. Contuve la respiración, quedándome inmóvil en una mezcla de sorpresa y anticipación. Me acunó entre las sábanas y mi ropa. El toque fue ligero, casi cuestionable, y estaba completamente congelada. Mi núcleo se estremeció y eso, más que el toque de Remo, envió una feroz puñalada de miedo a través de mí. Quería que me tocara sin una barrera entre nosotros, quería probar algo totalmente prohibido, algo que no podía permitir.

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Ninguno de los dos dijo nada. Yo sabía lo que me paralizaba, pero ¿qué contenía a Remo? Exhaló lentamente y se puso de pie. Desapareció, sin otra palabra. Dios mío, ¿qué estaba pasando? Con él. Conmigo. Con los dos.

Esa parte de la visita nocturna pareció haberle hecho algo a Remo porque regresó a nuestra rutina anterior de llevarme a correr y caminar por los jardines. No estaba segura si debía sentirme aliviada o preocupada. Casi extrañaba nuestras discusiones diarias porque me tomaba en serio y se emocionaba extrañamente por mis respuestas. No quería que fuera una dama restringida. Ni de cerca. Remo gozaba del caos y el conflicto. Su presencia me dejaba sin aliento y abrumada. Le di a Remo una mirada a medida que caminaba a mi lado en silencio. Su expresión era dura, sus ojos oscuros severos. Me detuve y después de un momento él también lo hizo. Entrecerró los ojos. —¿Por qué dejaste ir a Samuel realmente? Quiero la verdad.

Remo me fulminó con la mirada. —Creo que estás olvidando lo que eres. No te debo la verdad. Ni siquiera te debo estos putos paseos por los jardines. Eres mi prisionera, Serafina. ¿Serafina? —¿Qué hay de “ángel”? —repliqué. Remo agarró mis brazos. —Cuidado. Creo que manipularte con guantes de seda te dio la idea equivocada. —Creo que tengo exactamente la idea correcta. Los dedos de Remo se apretaron. Levanté mis manos y las apreté contra su pecho. Los músculos se flexionaron bajo mi toque. Remo bajó la mirada a mis manos y luego volvió a mirar mis ojos lentamente. La expresión de su rostro quemó un feroz rastro a través de mi cuerpo. Furia y deseo.

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Remo me atrajo contra él bruscamente, sacándome el aire. Una mano aferró mi cuello, y su boca se apretó contra mi oreja. —No recuerdo que me alejaras cuando te toqué el coño hace unas noches, ángel —gruñó. La vergüenza me inundó por el recuerdo, pero peor, mucho peor… por anhelo. —Cada maldito día me quieres un poco más. Puedo verlo en tus ojos, puedo ver la lucha en ellos. No tienes permiso para tenerme, como tampoco tengo permiso para tenerte. —Eres Remo Falcone. Eres el Capo. Gobiernas sobre el Oeste. ¿Quién podría evitar que me tengas? —murmuré. Dios mío. ¿Qué estaba mal conmigo? Sus dedos se movieron sobre mi cuello, aflojándose, y se apartó para encontrarse con mi mirada, y deseé no haberlo hecho porque la fiereza en sus ojos fue como la primera bocanada de aire después de contener la respiración durante demasiado tiempo. —La única fuerza en esta tierra que puede detenerme eres tú. Tú eres la única a la que le permitiría hacerlo —dijo con voz oscura. Me besó, un roce de sus labios sobre los míos—. ¿Cuánto tiempo más lo harás?

Quería profundizar el beso. Mis dedos temblaron contra el pecho de Remo. Quería apartar la vista de sus ojos oscuros y al mismo tiempo quería ahogarme en su poder. Quería tantas cosas cuando él estaba cerca. Cosas que siempre me habían prohibido querer. Un hombre de crueldad sin igual. Mi captor. Mi enemigo. Me tambaleé hacia atrás, jadeando. —¿Quieres correr otra vez? —La oscura diversión en su voz no fue tan convincente como solía ser. Sonaba tenso. No quería correr, y ese era el problema porque debería querer huir del deseo. Di un paso más atrás. Remo sonrió sombríamente. —No creo haberte visto nunca tan asustada de mí como lo estás ahora.

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Aterrada. Estaba completamente aterrorizada. Me di la vuelta y corrí de vuelta a la mansión. En la terraza choqué con Kiara, y tuvimos que agarrarnos mutuamente para mantener el equilibrio. Mis ojos se encontraron con los de Nino, estaba parado detrás de ella como siempre, y por un momento estuve segura que me atacaría, pero Kiara se apartó de mí. —Oye, ¿estás bien? —preguntó, tocando mi brazo, pareciendo preocupada. Asentí bruscamente—. ¿Estás segura? ¿Remo hizo algo? ¿Lo hizo? ¿O yo lo hice? Las líneas se estaban tornando borrosas. Remo tenía razón. Cada día que estaba aquí las cosas se ponían más complicadas. El cautiverio me rompió, pero no de la forma que yo pensaba. La mirada de Nino se movió más allá de nosotros. Sabía a quién estaba buscando. —No —susurré en respuesta a su pregunta. Kiara frunció el ceño. —Ven. Vayamos adentro. —Kiara —advirtió Nino. —No —dijo con firmeza—. Esto se está poniendo ridículo. Serafina no me hará daño.

Tomó mi mano y me guio al interior donde me empujó en el sofá. Remo y Nino se quedaron afuera. Podía escuchar el bajo retumbar de sus voces. Sonaba como si estuvieran en una discusión. Kiara me dio un vaso de agua y luego se sentó a mi lado. —¿Es por tu hermano? Nino dijo que le permitieron volver a la Organización. Eso es bueno, ¿no? Asentí. Lo era. Mi hermano. Mi familia. La Organización. Mi prometido. Les debía lealtad a todos ellos. Les debía resistencia y una pelea. —¿Serafina? —Kiara tocó mi muslo. Me encontré con su mirada compasiva y toqué su mano. —Me estoy perdiendo a mí misma. Sus ojos se abrieron por completo y entonces se volvió a las ventanas francesas.

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—Sabes, al principio estaba completamente aterrorizada de Remo. Pero vi lados de él que me hicieron darme cuenta que es más que brutalidad y crueldad. —Remo es el hombre más cruel que conozco. Está más allá de la redención. Ella sonrió tristemente. —Tal vez solo necesita a alguien que le muestre el camino a la redención. Me reí bruscamente. —Espero que no pienses que voy a ser yo. El único camino que le mostraré es el camino al infierno. Lo odio. Kiara apretó mi muslo, pero no dijo nada. Me sentí aliviada cuando Nino me llevó a mi habitación, no Remo. Tracé la línea del corte curado en mi antebrazo, deseando que todavía estuviera fresco, deseando que Remo me hiciera daño otra vez. Más que eso, desearía no necesitar ese tipo de recordatorio porque Remo Falcone estaba más allá de la redención. No debería necesitar recordarlo.

Al día siguiente, Remo y yo hicimos nuestra carrera más larga hasta el momento, a pesar del excepcionalmente caluroso sol de finales de agosto. Al parecer, ambos necesitábamos aliviar la energía acumulada. Apenas hablamos. Intenté mantener mi mente en blanco, intenté no pensar en mi familia que estaba sufriendo porque Remo se negaba a hacer una nueva demanda. La culpa se estaba haciendo más difícil de soportar cada día. La culpa por no sufrir como debería estarlo haciendo. Mis ojos registraron una sombra sobre nuestras cabezas. Una gran ave rapaz blanco y negro con cabeza roja. —Mira —jadeé—. Ahí está tu espíritu animal. Un buitre. Remo se detuvo y rio. Una verdadera risa. No oscura, burlona, ni cruel. —Es bueno saber que me encuentras tan repulsivo. Ya quisiera. Tomó una botella de agua de la pequeña mochila para correr y me la entregó. Dios, cuánto deseaba encontrar el cuerpo de Remo repulsivo. Tomé un sorbo de agua y luego le devolví la botella.

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—¿Cuándo vas a pedirle a mi tío por Rocco Scuderi? —pregunté para distraerme y distraerlo. La expresión de Remo se endureció, sus ojos volviendo al cielo. —Los buitres esperan que su presa caiga muerta. Creo que la Organización ya casi está allí. —No puedes ganar este juego. Al momento en que me devuelvas, la Organización se alzará y responderá. Una espiral inminente de violencia empezará. —¿Por qué dirías eso, ángel? ¿No quieres que te devuelva? Danilo está esperando ansiosamente por casarse y acostarse contigo. Seguí el vuelo del gran pájaro, preguntándome cómo se sentiría ser así de libre. Un matrimonio con Danilo parecía tan irreal en ese momento, tan lejano, cuando ya había estado a menos de cuarenta minutos de estar casada con él. Esa chica del hermoso vestido de novia blanco, se sentía cada día más como una extraña. Mis ojos fueron atraídos hacia mi mano, pero el anillo no estaba allí. Por primera vez desde mi compromiso con Danilo, había olvidado ponerme el anillo en las mañanas.

—Un mes —me recordó Remo a medida que me guiaba por el jardín. Me tomó un momento entender lo que quería decir. —Desde que me capturaste —dije en voz baja. Un mes. A veces se sentía mucho más tiempo, a veces solo como ayer. Nunca había pensado que sobreviviría ni un solo día en manos de la Camorra, en las manos de Remo Falcone, y ahora había sobrevivido a muchas más. Remo era más paciente de lo que había pensado. Estaba bastante segura que mi familia y la Organización estaban en un punto a estas alturas en el que le entregarían a Scuderi, incluso si mi abuelo lo desaprobaba. Era un anciano cercano a su muerte. Me quedé mirando mis pies descalzos en la hierba. Cuando era niña me encantaba correr descalza, pero al final dejé de hacerlo porque me habían dicho que eso no era digno. Princesa de Hielo. Disfrutaba siendo ser ella en público, incluso si no era un reflejo de mi verdadero ser. Era quien se suponía que era la sobrina de Dante, así como la esposa de Danilo. Controlada. Digna. Agraciada.

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Atrapé a Remo observándome. Sin control. Emoción desenfrenada. Pasión furibunda. Un mes. Evité sus ojos. Remo me llevó más cerca de la mansión. —Quiero saber lo que está pasando en tu cabeza —dijo Remo. Me alegré de que no pudiera saberlo. —Tal vez te diga si me dices lo que está pasando en la tuya. Remo se detuvo. —En este momento me estoy imaginando cómo se sentiría enterrar mi cara entre tus piernas, ángel. Me quedé helada. Remo obviamente disfrutó de mi sorpresa si su sonrisa era una indicación. No tuve la oportunidad de replicar porque un gemido bajo sonó por encima de nosotros. Mis ojos se lanzaron a la ventana abierta, mis cejas frunciéndose. Remo se movió detrás de mi espalda, deteniéndose muy cerca e inclinándose ligeramente hacia delante de modo que su cara estuviera junto a la mía. Él asintió hacia la ventana. —Esa es la habitación de Nino y Kiara.

Una mujer gimió de nuevo, un sonido abandonado, descontrolado y lleno de placer. Di un paso atrás pero me topé con Remo, que no se movió. —Ese es el sonido que hace una mujer cuando un hombre la está devorando. —Eres repugnante —gruñí, intentando escapar, pero los brazos de Remo me envolvieron desde atrás, manteniéndome en el lugar. —Por favor —jadeó Kiara—. Por favor, más. —¿Quieres saber por qué sé que Nino está lamiendo su coño justo en este momento? Es porque no lo oyes a él. Su rostro está enterrado en ella. Los gemidos de Kiara se hicieron más fuertes, desesperados, y entonces, gritó. Quería estar disgustada, pero mi cuerpo reaccionó al escuchar estos sonidos. El calor se reunió entre mis piernas.

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—¿Alguna vez has hecho este sonido, ángel? —murmuró—. No, no lo has hecho. Pero ¿no te preguntas cómo se sentiría estar tan abrumada con tanto placer como para liberar ese tipo de gemidos de tus labios? —Dejé de luchar, pero Remo no me soltó. Su pecho firme, cálido y fuerte, todavía presionado contra mi espalda— . Una lengua entre tus muslos, lamiendo, chupando. ¿No quieres saber cómo se sentiría eso? Apreté mis labios, pero no pude hacer nada con el goteo de humedad entre mis muslos. Por encima de nosotros sonaron gemidos nuevos. Kiara, seguida por gruñidos más profundos, más sombríos. —Eres una mujer adulta y, sin embargo, nunca te has corrido tan duro como para perderte. Nunca has tenido a un hombre enterrado entre tus muslos, devorándote. —La boca de Remo rozó mi oreja. Luego su lengua se deslizó a lo largo del borde exterior hasta que llegó al lóbulo. Lo rodeó y después lo atrajo entre sus labios y lo chupó ligeramente, y lo sentí completamente directo entre mis piernas. Soltó mi oreja y exhale. Algo duro se clavó en mi espalda baja. Debí haberme retirado con disgusto, pero estaba completamente congelada. —¿Estás mojada, Serafina? ¿Mojada por mí? —gruñó Remo en mi oído, y un pequeño escalofrío atravesó mi cuerpo traidor al escuchar su voz. —Jamás me inclinaré ante tu voluntad, Remo —susurré con dureza.

—¿Quién dice que quiero que te inclines, ángel? Quiero que te entregues libremente porque quieras, porque elijas hacerlo. ¿Alguna vez has elegido algo solo porque querías? ¿Sin prestar atención a las consecuencias? ¿Sin tener en cuenta lo que se espera de ti? Toda tu vida te has inclinado a la voluntad de tus padres, la voluntad de tu tío, la voluntad de la Organización, y una vez que te libere, te inclinarás ante la de Danilo. Odiaba a Remo, lo odiaba por tener sentido, lo odiaba por meterse debajo de mi piel. Y me odiaba por dejarlo. —Un día te darás cuenta que nunca fuiste más libre que en tu tiempo conmigo. Hagas lo que hagas, nadie de la Organización debe saberlo, e incluso si lo descubren, no te culparán, ángel.

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Cerré los ojos, intentando ignorar lo bien que se sentía el cuerpo de Remo contra el mío, intentando bloquear los gemidos que aumentaban en crescendo, pero mi entrepierna palpitante era difícil de olvidar. Los brazos de Remo a mi alrededor se movieron hasta que su pulgar rozó la parte inferior de mi seno. Me quedé quieta pero no lo rechacé, no pronuncié ni una palabra en protesta. Su boca encontró mi garganta, mordisqueando, lamiendo, chupando, y su mano se deslizó debajo de mi camisa. Las yemas de sus dedos se deslizaron sobre mi piel, más y más alto hasta que alcanzaron mi pezón a través del encaje de mi sujetador. Mis labios se separaron por la sensación. —¿No me dirás que me detenga? —murmuró Remo en mi oído antes de que su lengua dejara un rastro húmedo por mi garganta. Su mano libre acunó mi mejilla y giró mi cara de modo que pudiera asaltar mi boca con un beso devastador. Su lengua lamió cada hendidura de mi boca, saboreando, consumiendo y poseyendo mis labios—. Será mejor que me digas que me detenga, ángel, porque si no me detengo ahora, me temo que no me detendré en absoluto. Apenas escuché sus palabras, demasiado atrapada en la sensación que sus dedos en mi pezón estaban creando, demasiado abrumada por los gemidos que resonaban sobre nosotros. Remo soltó mi cara y pezón, aferró mis caderas con un agarre doloroso y se arrodilló. Mirando por encima de mi hombro, la conmoción me inundó al ver al Capo arrodillado ante mí. Me subió la falda y mordió mi nalga para luego deslizar su lengua sobre el lugar. Su palma acunó mi otra nalga, duro, amasando posesivamente antes de que se deslizara y metiera sus dedos debajo de la correa de mi tanga. Tiró con fuerza y la tela empapada se sacudió contra mi centro y mi clítoris. Jadeé en sorpresa y placer.

Remo rio entre dientes contra mi trasero, y después pasó su lengua por la suave piel mientras sus dedos seguían tirando de mi tanga. ¿Cómo podía sentirse tan bien, tan abrumadoramente perfecto? ¿Cómo podía derribarme así la sensación de la tela frotándose contra mi carne sensible? Remo tiró con más fuerza y me arqueé, mordiéndome el labio para contener los sonidos. Succionó la piel de mi nalga en su boca a medida que le daba a mi tanga unos cuantos tirones duros. Las olas de calor y hormigueo se extendieron desde mi centro a cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Me estaba acercando a algo imposible, maravilloso y alucinante. Algo que nunca había sentido, ni siquiera cerca. Entonces Remo dejó caer su mano y liberó mi piel de su boca. Tuve que contener un sonido de protesta. Aferrando mis caderas, Remo me dio la vuelta. Lo miré fijamente. Él arrodillado ante mí, sus ojos oscuros y posesivos, una sonrisa peligrosa jugando alrededor de sus labios. Incluso arrodillado a mis pies, Remo rezumaba dominio, control y poder. Al mirarlo, todavía me sentía como la que él había puesto de rodillas. Entrecerré los ojos, queriendo alejarme de él. Lejos de su violencia y oscuridad que parecía atraerme como una corriente subterránea.

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Y justo como si pudiera sentir mi resistencia, Remo apretó su agarre en mis caderas y se inclinó hacia adelante, presionando un suave beso en mis bragas blancas, justo por encima de mi nudo palpitante. Mi mano voló hacia adelante, aferrando sus musculosos hombros para estabilizarme. Sus ojos me perforaron hasta el centro con su intensidad mientras apoyaba su áspera mejilla contra mi muslo, su boca cerca de mi nudo. —Puedo oler tu excitación, ángel —dijo con una voz cruda que viajó a través de mi cuerpo como una descarga eléctrica. A medida que lo observaba, él sonrió, separó su boca, sacó su lengua y trazó el pequeño valle donde mis bragas se aferraban a mis pliegues. Comencé a temblar. —¿Vas a dejarme bajarte las bragas y probar tu coño? No dije nada. Ni sí, pero peor aún. Mucho peor… no dije que no. Porque no quería hacerlo. Quería a Remo, nunca antes había querido nada más.

Remo

Serafina me miraba con odio, pero no peleó cuando puse mis dedos en la cinturilla de su tanga. Esperé un par de segundos, deleitándome con su silencio, bañándome en su rendición. Bajé sus bragas. Se estremeció, pero levantó los pies para así poder salir de sus bragas. Subí su falda. —Agárrala, ángel. Sus elegantes dedos se curvaron alrededor del dobladillo de su falda, y la presionó contra su estómago plano. Estaba al nivel de vista con su coño. El vello recortado sobre su clítoris relucía con sus jugos, y sus labios estaban hinchados por la excitación. Me incliné hacia delante, respirando su aroma embriagador. Antes de que secuestrara a Serafina, había pensado en diferentes escenarios de cómo la conquistaría, la rompería, pero esto no había estado entre ellos. Tenía que admitir que lo estaba disfrutando tremendamente. Corrí mis ásperas palmas por sus muslos suaves. Tembló, pero no de miedo, y maldita sea… con Serafina prefería cualquier emoción menos miedo.

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Mis pulgares acariciaron sus suaves pliegues y los separaron, revelando su pequeña protuberancia. Soltó un suspiro tembloroso, su cara medio aterrada, medio expectante. —Ya que mi boca es la primera en probar tu coño, seré muy cuidadoso, ángel. Me incliné hacia delante y lamí su clítoris ligeramente. Ella se mordió el labio, sofocando un sonido. Cerró los ojos, sus mejillas ardían. Me retiré un par de centímetros. —Sí, no mires, mi pequeño ángel. Tal vez así consigues fingir que soy otra persona. Sus ojos se abrieron de golpe, furiosos, y me devolvió la mirada. No apartaría de nuevo la vista. Me sumergí con pequeñas y suaves lamidas, probando cómo reaccionaría. Un flujo de jugos fue mi recompensa. Nunca había estado con una virgen o alguien sin experiencia, y no había tenido sexo oral con una mujer en mucho tiempo, y mucho menos había sido amable con una. Esta era una experiencia nueva, pero una que me encontré disfrutando. Mi polla palpitaba cada vez que mi lengua se adentraba entre sus labios, desde su apertura hasta su clítoris. Probé cada parte de su dulce coño,

tracé el suave interior de sus labios, su apertura, sabiendo que mi polla muy pronto reclamaría esa parte de ella. Serafina se estremeció, sus piernas empezando a ceder. —Sujétate a la pared —ordené, y obedeció sin protestar, inclinándose hacia adelante, con los antebrazos apoyados contra la fachada áspera, su cabello dorado cubriendo su rostro como una cortina a medida que me fulminaba con la vista mientras comía su coño. Mis dientes rozaron su clítoris ligeramente, y ella se sacudió, un pequeño gemido escapando. Rocé el interior de su rodilla y empujé. Ella las abrió aún más para mí hasta que estuvo de pie con sus piernas en una V sobre mí. Incliné mi cabeza hacia arriba, mis manos curvándose sobre sus caderas y la jalé firmemente contra mi boca y succioné cada pliegue ligeramente antes de cerrar mis labios alrededor de su clítoris. Ella comenzó a mecerse contra mi cara casi desesperadamente, y cumplí con su demanda silenciosa al enterrarme prácticamente en su coño, lamiéndola, sumergiéndome en su estrechez, succionando. Entonces sus labios se separaron, sus cejas se fruncieron en shock y asombro, y se tensó.

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Mis ojos bebieron la expresión de su rostro, el salvaje abandono de la pasión en sus rasgos perfectos, la conmoción, la resignación y el deleite. La posesividad no era uno de los rasgos de mi carácter, porque poseía todo lo que importaba, pero al ver a Serafina en medio de su orgasmo y sabiendo que era el primer hombre en dárselo, me sentí jodidamente posesivo. Era mía, en cuerpo y alma, y lo sería hasta que decidiera liberarla. Sonreí contra ella mientras su coño palpitaba. Después de otra larga lamida, apoyé mi cabeza contra la piedra áspera y lamí mis labios. La realización llenó los ojos de Serafina, y su rostro se contrajo de horror y vergüenza. Sonreí oscuramente. Ella negó con la cabeza, retrocediendo, tirando de su falda hasta que cubrió su coño una vez más. Me quedé en el suelo, mi polla palpitando en mis pantalones, mi barbilla cubierta con sus jugos, y mi cuerpo hinchado con dulce triunfo. —Corre, ángel. Corre de lo que has hecho —murmuré con una sonrisa oscura, y Serafina lo hizo. Se giró, su cabello rubio ondeando en el aire, y se alejó a toda prisa. Nadie sabía mejor que yo que no podías huir de lo que has hecho. Me puse de pie, me sequé la barbilla con el dorso de la mano y salí a buscar a mi ángel. Había recibido placer; y ahora era el momento de que lo devolviera.

No quería nada menos que cada parte de ella. Su inocencia, su corazón, su alma, su cuerpo. Su pureza y su oscuridad. Tomaría todo.

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15 Serafina Nunca antes había experimentado este agudo sentido de vergüenza. No dejé de correr hasta que alcancé el dormitorio y cerré la puerta, pero incluso entonces continué al baño, agarrando mi ropa, necesitando que se fueran. Las dejé caer al suelo, todo excepto la tanga, que todavía estaba con Remo. ¿Qué había hecho?

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Abrí la ducha y me deslicé bajo el chorro de agua tibia, me froté y restregué entre mis piernas, pero la sensación cálida, húmeda y palpitante permaneció igual. No se iría. Me desplomé contra la pared. Había dejado que Remo pusiera su boca sobre mí, su lengua dentro de mí, y lo había disfrutado. Mi cuerpo zumbaba con los restos del placer, un recuerdo lejano que mi cuerpo estaba ansioso por refrescar. Nunca había experimentado sensaciones como esa. Pero peor aún, las palabras de Remo habían demostrado ser ciertas. Nunca me había sentido más libre que en ese momento con Remo entre mis piernas, mostrándome placer. Se había sentido increíble, liberador y completamente equivocado. Toda mi vida me habían enseñado a ser honorable, a hacer lo que se esperaba de mí, y hoy había ido en contra de todo. Remo apareció en la puerta, alto y oscuro, viniendo a reclamar su premio. Sus ojos vagaron por mi cuerpo desnudo, y el mío hizo lo mismo. Era cruel y retorcido. Más allá de la redención. Brutal atractivo, placer prohibido, dolor prometido. Debí haber estado disgustada por él, pero no lo estaba. No por su cuerpo y no siempre por su naturaleza. Cerré el grifo, asustada de lo que él quería, completamente aterrorizada de lo que yo quería. Este era su juego de ajedrez; él era el rey y yo era la reina atrapada

que la Organización necesitaba proteger. Me movió a la posición para su último movimiento: la matanza. Jaque. Comenzó a desabotonarse la camisa y luego se la quitó. Se acercó más, deteniéndose justo delante de mí. —Siempre me miras como algo que quieres tocar, pero no lo tienes permitido. ¿Quién te está reteniendo, ángel? —Nada me está reteniendo. No quiero hacerlo —murmuré con falsa valentía, la mentira sonando fuerte y clara. —¿En serio? —preguntó Remo en voz baja. Alcanzó mi mano, y lo dejé. Dejé que pusiera mi palma contra su fuerte pecho, dejé que la deslizara hacia abajo, sobre las líneas duras de sus músculos, sobre las cicatrices ásperas. Puso mi palma sobre su cinturón y luego me soltó. —¿No quieres estar libre de las cadenas de la sociedad por una vez? ¿Hacer algo prohibido?

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Lo que más quería de todo era que su sonrisa torcida desapareciera. Agarré su cinturón y tiré de él hacia mí, enojada, desesperada, porque estaba cayendo, ya perdida, contenta de perderme a mí misma. Sus labios se estrellaron contra los míos, su lengua dominando mi boca, sus manos ásperas contra mi trasero. Me levantó de un tirón y contra él de modo que su erección se presionó contra mi centro. Jadeé, lo cual se tragó con sus labios. Mis dedos se engancharon en su cinturilla, asustados y curiosos. Remo captó mi mirada, llena de hambre y dureza. Arrancó su boca de la mía, apoyándome contra la pared. —Sé valiente, ángel. Enrosqué mis dedos en su cinturón y sostuve su mirada a medida que abría la hebilla. El tintineo siendo el sonido de mi última pared desmoronándose. Agarrando su cremallera, la bajé lentamente, aterrada y excitada a la vez. Entonces me detuve. Remo se agachó, su boca rozando mi oreja. —No soy un hombre paciente. Estás jugando con fuego. Obligándome a calmar mis nervios, giré mi cara, llevando mis propios labios a su oído.

—Oh, Remo, seré tu primer ángel. La paciencia es una virtud, y serás recompensado por eso. —Besé su oreja y luego pasé mi lengua por el borde. Exhaló y se retiró para poder mirar mi cara, y la mirada en sus ojos, casi hizo que mis rodillas se doblaran. Por un segundo, lo tenía. Tenía las riendas del hombre más cruel y poderoso del Oeste, y era emocionante. Pero Remo no sería Remo, no sería Capo, si no supiera cómo recuperar su poder. Agarró sus pantalones y los bajó junto con su bóxer. Su erección se liberó, y Remo se apoyó contra la pared con sus manos a cada lado de mi cabeza. Lo miré y me hundí contra la pared. Era largo, grueso e increíblemente duro. Alejé mi mirada, solo para ser golpeada con la mirada penetrante de Remo. Mis mejillas ardieron con calor, y Remo sonrió mientras se inclinaba hacia adelante, arrastrando su lengua sobre mi mejilla caliente. —Dime, ángel, ¿cuál será mi recompensa por mi paciencia?

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Me puse de puntillas, pasando los dedos por el cuello de Remo, levantándome y presionándome contra él. Su dureza se frotó contra mi estómago desnudo, y él gimió un sonido grave y peligroso. —Algo prohibido. Algo que no estás destinado a recibir. El cuerpo de Remo se puso tenso, ansioso, y echó la cabeza hacia atrás, sus labios rozando los míos. —¿Algo que prometiste a alguien más? Mi garganta se apretó, pero Remo me besó con fuerza, sin permitirme detenerme en esto. Enganchó una de mis piernas sobre su cadera, abriéndome. Sus dedos rozaron mi centro, y luego dos dedos irrumpieron mi abertura. El dolor se disparó a través de mí. Me aparté de su boca bruscamente, tensándome, un sonido ahogado brotando de mi garganta. Remo se inmovilizó, sus dedos todavía apartó, con un toque de sorpresa en su rostro, fijamente, casi con curiosidad. Mi pecho acostumbrarme a la sensación estirada de tener frente contra la mía.

profundamente dentro de mí. Se que luego se fue. Me contempló se agitaba mientras intentaba sus dedos en mí. Remo apoyó su

—Creo que tenías razón, ángel, mi recompensa valdrá la pena. La ira me inundó. —¿Disfrutaste lastimándome? —susurré.

Remo besó mis labios. —Este no soy yo lastimándote. Este soy yo intentando no lastimarte. Sabrás cuándo quiero lastimarte. —Sacó los dedos y luego volvió a deslizarlos. Mis músculos se aferraron a él, y exhalé. Sostuvo mi mirada mientras establecía un ritmo lento. Apoyé la cabeza contra la pared, sin apartar los ojos ni un momento. Los ojos oscuros de Remo me arrastraban más y más profundamente en su abismo. El placer reemplazó lentamente la sensación de estar estirada, y comencé a mover mis caderas, haciendo que la erección de Remo rozara mi vientre. Su respiración se tornó más profunda, pero siguió bombeando sus dedos dentro de mí lentamente, observándome, y su otra mano aferrándose a mi muslo externo. Un profundo latido se extendió desde mi centro, y jadeé, y no de dolor esta vez. El pulgar de Remo pasó sobre mi nudo y me astillé de adentro hacia afuera, en miles de partículas llenas de sensación.

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Remo me miró con avidez, casi con reverencia, y sonreí, sin saber por qué. Todavía estaba tambaleándome de mi orgasmo cuando Remo sacó sus dedos y agarró mi otro muslo, alzándome, mi espalda contra la pared, mi cuerpo atrapado entre su pecho y él. Y supe lo que quería. Mis manos volaron hasta su pecho, resistiéndome. Cuando su erección rozó mi muslo interno, jadeé: —¡No! Los ojos oscuros de Remo volaron hacia los míos, enojados, incrédulos… pero hizo una pausa. —Así no —dije en voz baja—. No contra una pared. —Esto sucedería en mis términos, no en los suyos. La ira disminuyó. —Tienes razón —dijo sombríamente. Me levantó aún más alto de modo que mis piernas se envolvieron alrededor de su cintura, y mi centro se apretó contra sus abdominales. Después salió conmigo del baño y entró en el dormitorio—. Te follaré en la cama, ángel. Puse sábanas blancas para la ocasión. Qué pena habría sido si no las hubiera manchado con tu sangre. El shock y la indignación me atravesaron porque me di cuenta que mis sábanas habían sido blancas por algunos días, pero luego Remo me besó. Clavé las uñas en sus hombros enojadamente y batallé con su lengua.

Tiramos y nos besamos y de repente estábamos en la cama. Remo se arrodilló entre mis piernas, separándolas aún más, su boca áspera contra mi garganta, y me quedé inmóvil, laxa y asustada. Esto era todo. Remo se detuvo encima de mí y levantó la cabeza. Nuestros ojos se encontraron. No sé lo que vio en los míos, pero acunó mi mejilla, sorprendiéndome. Sus besos se tornaron más ligeros, suaves, casi cariñosos. Tan equivocados. Ese no era Remo. Ese era una mentira. —Shh, ángel. Seré gentil. Sus dedos acariciaron mis senos, mi costado, tan gentilmente, y su boca… su boca espolvoreándome con besos amorosos. Incluso aunque sabía que eran falsos, sabía que se suponía que tenía que apartarlo, pelear, le devolví el beso. Perdida, perdida, perdida. Remo moldeó nuestros cuerpos entre sí, meciéndose, y entonces sentí una ligera presión contra mi apertura. Jadeé y me tensé. Remo observó mi rostro, lleno de intención, y sus ojos… aquietaron mi vacilación, mi miedo y cualquier protesta que pudiera haber tenido.

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Se deslizó dentro de mí lentamente, centímetro a centímetro, nunca tomando más de lo que mi cuerpo podía dar, pero aun así pareciendo desgarrarme. Una conquista lenta pero una conquista, no obstante. Había esperado brutalidad y crueldad. Lo deseé. Pero este Remo tan gentil, me aterrorizaba más. No me dejó escapar, ni siquiera de la única manera que podía. Quería consumirme con sus ojos. Se hundió completamente en mí, y entonces se detuvo cuando me estremecí bajo la fuerza de la intrusión. Sus ojos oscuros decían lo que yo había sabido todo el tiempo. Me había poseído. Él era mi dueño. Yo era la reina Él era el rey. Jaque mate.

Remo

Esta era la victoria final sobre la Organización. Aún no lo sabían, pero pronto lo sabrían. Serafina tembló debajo de mí, sus mejillas de mármol se enrojecieron, los labios se separaron. Estaba dolorida, y de alguna manera eso no me gustó porque había intentado no hacerle daño. Provocaba dolor voluntariamente, deliberadamente, libremente. No por accidente. Me quedé inmóvil, deleitado con la sensación de sus apretadas paredes exprimiendo mi polla sin piedad. Estaba jodidamente extático sintiendo la humedad resbaladiza a mi alrededor y sabiendo que era su sangre virgen. La recompensa más dulce por mi paciencia que jamás podría imaginar. Mis ojos vagaron por los rasgos perfectos de Serafina, y sus ojos azules se encontraron con los míos, evaluando, debatiendo. Salí de ella lentamente, reconociendo los signos de dolor en su expresión, y luego empujé de vuelta incluso más lento.

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Mecí mis caderas muy despacio, manteniendo mis movimientos lo más controlados posible. Su rostro se retorció de dolor y placer, e incliné mis caderas para aumentar esto último. Ella jadeó sin aliento, sorprendida. Seguí el ritmo lento. La paciencia no era mi fuerte, pero sabía que este premio también valdría la pena. Jadeó una vez más. Sus pálidos ojos azules elevándose a los míos, cuestionando, confundidos y asustados. Asustados de mi consideración, de mi gentileza. No lo había esperado de mí, había aceptado su destino. Se había preparado para que la follara como un animal. Había esperado agonía y moretones, humillación y palabras crueles. Se había preparado para todo eso, se había prometido pelear conmigo. Esto era algo para lo que no se había preparado, algo para lo que no podía luchar porque estaba demasiado desesperada por esto. Era orgullosa y noble, pero aun así era solo una mujer protegida. Mostrarle amabilidad era como darle agua en un momento de sequía. Era algo nuevo para mí. Follaba duro. Las mujeres eran placer y dinero. Negocios y carga. No tenían permitido ser más que eso. Gimió, sus mejillas de mármol enrojecidas. Se estaba acercando. Llevé mi boca a sus labios, hundí mi lengua, probando esa dulzura impecable. Mis dedos se deslizaron por su costado, sobre sus costillas delgadas hasta la hinchazón de su seno. Jadeó nuevamente. Rocé su pezón con mi pulgar, el toque suave como una pluma porque así era como le gustaba, tan inexperta como era.

Pronto vería que el dolor y el placer funcionaban bien juntos. Me estiré entre nosotros y deslicé dos dedos sobre su clítoris. Ella se estremeció y repetí el movimiento y empujé mis caderas más rápido, sacándole un jadeo asombrado tras otro de sus labios. Levanté su pierna sobre mi espalda, cambiando el ángulo y deslizándome un poco más profundo en su interior. Gritó y echó la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto ese elegante cuello. Dolor y placer. No podía apartar los ojos de su rostro a medida que jadeaba, gemía y suspiraba. Su mirada buscó la mía una vez más. Casi nunca apartaba la vista. Era la primera mujer que se atrevía a sostener mi mirada mientras la follaba, la primera mujer a la que le permitía hacerlo. Mis dedos se deslizaron sobre su clítoris a medida que me hundía en ella con movimientos más profundos y controlados una y otra vez. Quería mi premio, quería conseguirlo de su cuerpo tembloroso, quería su rendición completa. Sus apretadas paredes se cerraron alrededor de mi polla cuando se corrió debajo de mí. Cerré mis labios sobre la piel perfecta en su garganta y mordí, deseando dejar mi marca. Mi ángel. Ella se tensó y se estremeció aún más fuerte. Me incliné hacia abajo.

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—Y pensaste que no te poseería, ángel —dije suavemente y después besé su oreja. Me miró entonces, la vergüenza y el odio mezclándose en sus rasgos perfectos. Sus fríos y orgullosos ojos ardiendo con emociones que había convocado—. Ahora que hemos sacado esto del camino, ¿por qué no te follo como quería desde el principio? —dije en voz baja. Serafina era una pieza de ajedrez. Hubo un destello de miedo, pero no le di tiempo para considerar mis palabras. Ya estaba resbaladiza alrededor de mi polla. Me deslicé completamente fuera de ella y embestí de vuelta con un fuerte empujón. Esta vez jadeó de dolor. Tarareé en aprobación. Pronto encontré un ritmo que era lo suficientemente rápido como para ser doloroso, pero no tan abrumador como para que no sintiera la oscura promesa de placer detrás de él. Cerró los ojos. —No —gruñí, dándole una estocada mucho menos restringida, mostrándole que todavía estaba conteniéndome. Ella me miró con odio y disgusto. Reclamé su boca, poniéndome aún más duro bajo la intensidad de sus emociones. El odio era bueno. Succioné su pezón en mi boca, y ella se tensó. Oh, sí. Mierda, Serafina era mucho mejor de lo que mi imaginación había prometido.

—No puedo esperar para enviar estas sábanas a Danilo y tu familia —jadeé contra su piel mojada. Me arañó la espalda, y gemí, mi polla contrayéndose. Luchaba contra el placer, se aferraba al dolor, incluso prefiriéndolo. Me estiré entre nosotros, encontré su nudo y pasé mi dedo sobre él. Apretó más fuerte alrededor de mi polla, haciendo que mis ojos se cerraran bajo el placer cegador. —Si dejas de luchar contra el placer, será menos doloroso, ángel —murmuré contra su pezón rosado antes de chuparlo una vez más en mi boca. Golpeé más profundo que antes, todavía no tan fuerte y profundo como quería, pero Serafina gimió. Levanté la cabeza. Ella se mordía el labio, conteniendo el sonido—. Ríndete al placer. Valdrá la pena. Me golpeó con una mirada de odio, pero no se apartó cuando besé su boca y hundí mi lengua dentro. Prefería sufrir por el dolor que dejar de luchar contra el placer. Orgullosa y fuerte. Decidida a no darme otra de sus dulces liberaciones. Reclamé su boca, duro y rápido, así como mi polla hacía en su centro apretado.

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Decidí permitirle esa pequeña victoria. Ya había ganado el premio y la guerra. Me dejé llevar, sometido a la presión en mis bolas. Empujé en su interior una última vez y luego disparé mi semen en ella con un violento estremecimiento. La observé a los ojos a medida que reclamaba su cuerpo. Era mía. No podía esperar a que Cavallaro y su prometido se enteraran.

16 Serafina Remo salió de mí, e hice una mueca, aspirando profundamente. Me puse de lado, alejándome de él, pero la vergüenza permaneció conmigo. Remo apartó mi cabello y besó mi cuello, luego lo mordió ligeramente, y me estremecí. —Ahora eres mía, ángel. Soy tu dueño. Incluso si alguna vez te dejo ir, seguiré poseyéndote. Siempre recordarás este día y en el fondo siempre sabrás que eres mía y solo mía.

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Cerré los ojos, intentando contener las lágrimas, luchando contra ellas, aferrándome a mi compostura con pura fuerza de voluntad. Las sábanas crujieron cuando Remo salió de la cama, y ni siquiera miré por encima del hombro para ver qué estaba haciendo. Escuché el agua corriendo en el baño. Regresó unos momentos después y pasó los dedos por mi espalda y después volvió a subir antes de que me agarrara del hombro y me pusiera de espaldas. Mis ojos encontraron los suyos. Separó mis piernas, sus ojos fiándose en mis muslos cubiertos en mi sangre. Sin apartar los ojos de mi cara, se arrodilló entre mis piernas. Me tensé, confundida pero demasiado aturdida y abrumada para actuar. Con una sonrisa oscura, se inclinó hacia delante y pasó su lengua por mi muslo, lamiendo la sangre. Estaba congelada. Trazó un dedo por mi pierna y rodeó mi abertura con él. Me puse rígida. Estaba adolorida, pero Remo deslizó su dedo dentro de mí muy lentamente. Sus ojos oscuros sostuvieron los míos y, después de un momento, retiró su dedo suavemente, ahora resbaladizo con mi sangre. Una horrible sospecha se abrió paso en mi cabeza, y él demostró que estaba en lo correcto. Remo se metió el dedo cubierto de sangre en la boca con una sonrisa retorcida. —El sabor de la sangre nunca me disgustó, y tu sangre virgen es más dulce que cualquier otra cosa. —Mi nariz se arrugó con disgusto y la vergüenza calentó mis mejillas.

Remo me evaluó con calma a medida que sacaba su dedo de su boca. Me acarició la parte interna de los muslos mientras bajaba hasta su estómago para acomodarse entre mis piernas. —¿Qué estás haciendo? —pregunté. Remo presionó un beso en mi centro. —Reclamando mi premio perdido. Mi mano salió disparada, queriendo apartarlo, pero él atrapó mi muñeca y la presionó en mi muslo. Su boca se movió suavemente sobre mí, seguida por su lengua. Fue tan amable que, mi cuerpo respondió a pesar de mi dolor. Sostuvo mi mirada mientras trazaba su lengua a lo largo de mi abertura una y otra vez. Después cerró sus labios sobre mi clítoris y comenzó a chupar suavemente. Gemí, incapaz de contenerlo. Remo sonrió contra mi carne. Dejé de pelear y me hundí en el colchón, separando aún más las piernas. Remo mantuvo el suave toque de su lengua y boca, pero se retiró ligeramente.

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—Ahí tienes. Déjame hacerte olvidar el dolor. Y lo hizo. Aún había una corriente de dolor sordo en el fondo, pero de alguna manera aumentó cada ráfaga de placer que la lengua de Remo me traía. —Mírame —ordenó Remo, sus labios rozando mis pliegues. Me encontré con su mirada y comencé a temblar a medida que mi núcleo se tensaba. El dolor y el placer se mezclaron mientras la lengua de Remo trabajaba en mi nudo. Mis labios se separaron y grité, incapaz de contenerme. Los ojos de Remo resplandecieron con triunfo, y se presionó aún más a mi centro, devorándome. Me sacudí debajo de él, jadeando. Era doloroso y alucinantemente placentero. Fui destrozada y reconstruida, dispareja y equivocada, pero de nuevo junta. Me desplomé contra la cama, resignada, exhausta, mi cuerpo palpitando de dolor y los restos de mi orgasmo. Remo se quedó entre mis piernas, pero su lengua se había ralentizado. Sus dedos me separaron, y lamió mi abertura. Gemí ante esto ya que provocó otra réplica. Todo en esto estaba mal y era obsceno. Con un último beso en mi clítoris, Remo se me acercó y reclamó mi boca. El sabor de la sangre y mis propios jugos me hicieron estremecer. Remo se echó hacia atrás. —Dolor y placer —gruñó con voz ronca—. ¿Qué prefieres, ángel?

La vergüenza se estrelló contra mí duro y rápido. —Te odio. Remo sonrió sombríamente y se apartó de mí. —Hay una toallita en la mesita de noche. —Su erección y la parte superior de sus muslos estaban manchados con mi sangre, pero no se molestó en cubrirse cuando salió de la habitación, dejándome sola. La puerta se cerró con un clic. Me senté, haciendo de nuevo una mueca. Mis ojos quedaron atraídos hacia las sábanas, y cerré mis ojos nuevamente. Esto era lo que se suponía que pasara en mi noche de bodas. Se suponía que era el privilegio de Danilo, y lo había dado porque eso era exactamente lo que había sido: dar no tomar. Me levanté y me moví lentamente hacia el baño. El dolor ni siquiera era la peor parte. Ni siquiera cerca. Esa era la vergüenza, la culpa por lo que dejé pasar.

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Me metí en la ducha y abrí el grifo. El agua estaba caliente, a punto de ser dolorosa, pero se sintió bien. Me recosté contra la pared y me hundí lentamente. Atrayendo mis piernas contra mi pecho, lloré porque Remo tenía razón: lo que había hecho hoy, nunca lo olvidaría. Incluso si volvía a la Organización, ¿cómo podía enfrentar a mi familia otra vez? ¿Cómo podía enfrentar a Danilo, mi prometido, el hombre al que me había prometido? No estaba segura de cuánto tiempo me senté así cuando Remo entró al baño. No alcé la vista, solo vi sus piernas en mi visión periférica. Se acercó más y luego el agua se detuvo. Se agachó ante mí. Y aun así, no levanté la mirada. Mi garganta y mi nariz estaban obstruidas por el llanto y comencé a temblar sin el calor del agua. —Mírame —ordenó Remo—. Mírame, Serafina. Cuando me negué a hacer lo que me pedía, él tomó mi barbilla y la empujó hasta que mi mirada se encontró con la suya. Sus ojos oscuros evaluaron mi cara. Pero no podía leer las emociones en sus ojos. —Si te ayuda, intenta decirte que te violé —susurró en voz baja—. Tal vez incluso empezarás a creerlo. Nada me había cortado más profundo que las palabras de Remo. No necesitaba un cuchillo para hacerme sangrar. Lo fulminé con la mirada, deseando odiarlo con cada parte de mi ser, pero una pequeña y horrible parte de mí no lo

hacía, y era esa parte de mí que despreciaba más de lo que nunca podría odiar a Remo.

Remo Después de reclamar a Serafina, la dejé en la cama. Necesitaba tiempo para ordenar mis malditos pensamientos. Fui a mi habitación y me puse unos calzoncillos, pero no me molesté en limpiarme los muslos o la cara. Era tarde en la noche, así que Kiara todavía debería estar en su habitación con Nino. Todavía podía saborear a Serafina, dulce y metálica. El triunfo más dulce de mi vida. Mierda. Esta mujer…

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Me preparé una bebida, un bourbon, luego me apoyé en la barra, agitando el líquido en el vaso, negándome a limpiar su jodido sabor. El recuerdo aún ardía brillante. Este era el momento por el que había trabajado tanto, había sido paciente. Por una vez en mi vida había sido paciente. Tu recompensa valdrá la pena. Seré tu primer ángel. Serafina era muchísimo más de lo que esperaba. Era magníficamente hermosa, ruinosamente impresionante. Incluso hombres de menor rango matarían por tener a alguien tan regia como ella en su cama solo una vez. Casi tuve una maldita erección pensando en cómo se sentiría Danilo al ver las sábanas con la sangre virgen de Serafina en ellas, con cuánta intensidad sentiría la pérdida de algo que había deseado desde lejos durante años, algo que casi había estado a su alcance solo para serle dolorosamente arrancado. Eso era suficiente para llevar incluso al hombre más controlado a una rabieta. Y su padre y su hermano… para ellos sería una pintura de su mayor fracaso. —Esa sonrisa en tu cara me asusta jodidamente —murmuró Savio cuando entró, oliendo a perfume y sexo.

—Pensando en mi próximo mensaje para Dante —dije, colocando el vaso sobre la mesa sin tomar un solo sorbo. Aún no podía soportar la idea de deshacerme del sabor de Serafina. Los ojos de Savio se desplazaron a mis muslos superiores cubiertos por la sangre de Serafina y luego hasta mi cara. Se cruzó de brazos. —O mutilaste a un gatito y te frotaste la cara y la ingle por todo el botín o tuviste un encuentro perturbador con un coño virgen. Algo oscuro y posesivo ardió en mi pecho al oírlo hablar así de Serafina. Lo empujé contra la barra. —Ya no es virgen. Savio me contempló con curiosidad y luego sacudió la cabeza con una risa incrédula. —En serio la hiciste ir voluntariamente a tu cama. Maldición, Remo, debes haber retorcido la mente de esa chica.

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Sonreí. —Y mañana me bañaré en mi triunfo y le enviaré las sábanas a Dante. Savio se echó a reír, se acercó a mí y bebió la bebida que me había servido. —Por tu mente retorcida y toda la mierda retorcida que se le ocurre. Querías romperla y la rompiste. Lo dejé parado allí, sin ganas de hablar más de Serafina. Mi cuerpo la añoraba, por más. Por todo. Cuando entré en el dormitorio, encontré la cama vacía, a excepción de las sábanas manchadas. Seguí el sonido del agua corriendo en el baño. Serafina estaba acurrucada en la ducha y la vista me provocó una punzada desagradable en mi pecho. Cerré el grifo del agua y después me arrodillé ante ella. —Mírame —dije—. Mírame, Serafina. Sus ojos azules mostraban angustia y culpa cuando la forcé a mirar hacia arriba. —Si te ayuda, intenta decirte que te violé —murmuré—. Tal vez incluso empezarás a creerlo. El odio se encendió en sus ojos, y por una vez no me emocionó.

Me levanté, frustrado por la reacción de mi cuerpo. Volví a la habitación y quité las sábanas de la cama, sin querer que se arruinaran. Serafina probablemente intentaría quemarlas para destruir cualquier prueba de lo que habíamos hecho, pero no podía quemar los recuerdos. Las arrojé al pasillo antes de regresar a Serafina. Ahora estaba de pie, con los dedos aferrando el borde de la ducha, su otra mano presionada contra su estómago. Dio un paso, haciendo una mueca. Me acerqué más y sus ojos se lanzaron hacia mis muslos sangrientos. Hizo una mueca. —¿Por qué no te limpias? —Porque quiero recordar. —Y yo quiero olvidar —espetó. —Tienes que reconocer tus acciones, ángel. No puedes huir de ellas —dije, deteniéndome frente a ella. El odio se arremolinaba en sus ojos azules, pero no todo estaba dirigido a mí. —Vete. —Entrecerré los ojos—. ¡Vete! —gritó ronca.

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—El analgésico ayudará con tu dolor. —Me di la vuelta y caminé hacia la puerta. —No quiero que el dolor se vaya. Me lo merezco —murmuró. Me detuve en la puerta y eché un vistazo por encima de mi hombro, pero Serafina no me estaba mirando. Estaba contemplando al suelo. Salí del baño, saqué unas sábanas limpias del armario y las arrojé sobre la cama antes de salir y cerrar la puerta del dormitorio. Metiendo las sábanas descartadas bajo mi brazo, vacilé. No podía precisar exactamente qué, pero algo no me sentaba bien. Ignorando la sensación, bajé las escaleras. Nino se cruzó en mi camino mientras me dirigía a la sala de juegos. Él, también, estaba solo en calzoncillos. Sus ojos se desplazaron hacia las sábanas manchadas y luego bajaron hasta mis muslos antes de que alzara las cejas. —Supongo que no es sangre menstrual. —No lo es. Es la caída de Dante. Nino me siguió de esa manera molesta y melancólica que tenía cuando desaprobaba algo que hacía. —No es solo su caída.

Seguí a la oficina. La oficina de nuestro padre. Era una de las pocas habitaciones que habíamos dejado en su mayoría tal como estaba, pero ninguno de nosotros trabajaba en ella. Entrecerré los ojos. —¿Te refieres a Serafina? —Será una ruina ante los ojos de su familia, en sus círculos. Algunos incluso podrían considerar sus acciones como una traición. Es una mujer y Dante no la matará por eso, pero será rechazada… si es que para empezar se le permite regresar a su casa. Supongo que tienes la intención de enviarla de vuelta ahora que conseguiste lo que querías. Algo en su voz me encendió. —Aún no he conseguido todo lo que quería de ella. Ni siquiera cerca. Y se quedará hasta que me dé todo lo que yo desee. Nino se interpuso delante de mí. —¿Esto siquiera todavía se trata de venganza?

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—Nunca ha sido solo por venganza. Se trata de destruir a la Organización desde el interior, no una mera venganza. —Lo esquivé y busqué algo en lo que pudiera envolver las sábanas. Finalmente, encontré una caja y las metí dentro. —No te pierdas en un juego sobre el que no tienes un control total, Remo. La preocupación en su voz me hizo levantar la vista. Tomé su hombro. —¿Cuándo he estado alguna vez en control? Perder el control es mi pasatiempo favorito. La boca de Nino se contrajo. —Como si no lo supiera. —Su expresión se volvió seria otra vez—. En estas últimas semanas, has pasado mucho tiempo con Serafina. Te necesitamos, Remo. La Camorra no puede arriesgarse a un conflicto interminable con la Organización. Entra a matar. —Estas sábanas son la punta de mi cuchillo. ¿Vas a ayudarme con la nota para Dante y su familia? Nino suspiró. —Si pone fin a esto, entonces sí. Revolví alrededor en busca de una elegante pieza de papelería en el viejo escritorio de madera y luego saqué una pluma.

—Ahora vamos a pensar en las mejores palabras posibles para aplastarlos. Pensé que podríamos comenzar con una referencia a la tradición de las sábanas sangrientas que tiene la Famiglia para una patada adicional. Nino negó con la cabeza. —Me alegra que seas mi hermano y no mi enemigo.

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17 Serafina Me cerní junto a la cama, incapaz de moverme. Las sábanas blancas habían desaparecido, las sábanas cubiertas de mi sangre. Remo las había tomado, y sabía por qué. Cerré los ojos por un momento. Él las enviaría a mi familia. Ellos sabrían lo que había sucedido. ¿Qué pensarían? ¿Me odiarían? ¿Me desterrarían?

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Esto no fue una violación. No podía defender mis acciones. No hubo fuerza, ni tortura, ni violencia. Samuel había arriesgado su vida por mí. Los hombres habían muerto por mi culpa, y los había traicionado a todos. Me aparté de la cama, incapaz de soportar su presencia, y me dirigí hacia la ventana. Subí al alféizar de la ventana, haciendo una mueca por la punzada aguda entre mis piernas. Un recordatorio doloroso que no necesitaba. Cada momento de lo que había hecho estaba grabado en mi memoria, ardiendo ferozmente cuando cerraba mis ojos. Me acosté con Remo Falcone. Capo de la Camorra. Mi enemigo. No Danilo. No mi prometido. Mis ojos encontraron mi anillo de compromiso descartado en la mesita de noche. No lo había usado hoy, y ahora nunca podría usarlo nuevamente sin sentirme como un fraude. Tragué con fuerza. Él también vería las sábanas. Había dado lo que le habían prometido durante cinco años. Lo peor era que había querido darlo. Todavía podía sentir el cuerpo de Remo en el mío, la forma en que se movió en mí. Fue… maravilloso. Liberador. Embriagador.

Pecado. Traición. Mi ruina. Lo que hice no podía deshacerse. Un beso podría ser negado. Un toque podría ser escondido. ¿Esto? Esto había dejado cicatrices. Había pruebas tangibles, y Remo las exhibiría ante los rostros de mi familia. Tienes que reconocer tus acciones, ángel. Sabía que tenía que hacerlo, pero no estaba segura de poder.

Remo 195

A la mañana siguiente encontré a Serafina sentada en su lugar habitual en el alféizar de la ventana. Las sábanas no estaban arrugadas. Debe haber dormido recostada contra la ventana o no haber dormido en absoluto. —Enviaste las sábanas —dijo Serafina en voz baja, sin mirarme. Por supuesto, lo sabía. No solo era hermosa, era increíblemente inteligente. Una combinación letal. —Lo hice. Entrega urgente. Deberían llegar a la casa de tu familia mañana por la mañana o tal vez incluso esta noche. No se volvió, no reaccionó. Solo miraba por la ventana. Su cabello estaba peinado sobre su otro hombro, su cuello delgado descubierto a mi vista. Las marcas de mis dientes estropeaban su piel intacta. Sus hombros dieron una pequeña contracción. Luego endureció su espalda. —¿Qué les dijiste? Supongo que les enviaste una nota con tu regalo. —Hubo una muy leve vacilación en su tono, una grieta en su voz fría. Avancé más cerca. —¿Qué habrías querido que dijera la nota? —Me miró por encima del hombro, una expresión hermosamente odiosa perfectamente congelada en su rostro—. ¿Quién sabría que el odio podía ser tan hermoso? —murmuré a medida

que mis dedos se deslizaban sobre los suaves bultos de su columna a través de su delgada bata de satén. Ella se levantó de un salto, se dio la vuelta y apartó mi mano de un manotazo. —No me toques. La presioné contra la pared, con una mano enroscada alrededor de sus muñecas mientras las empujaba contra la pared por encima de su cabeza. —Ayer me dejaste tocarte, me dejaste devorar tu coño, me dejaste follarte. Te entregaste a mí, voluntariamente, desesperadamente, lujuriosamente. La última palabra rompió a través de su máscara. —Me habrías obligado con el tiempo. Mis ojos se fijaron en los de ella, mi agarre en sus muñecas apretándose.

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—Pensé que eras valiente, ángel. Pensé que no elegirías el camino fácil, pero ahora veo que ni siquiera puedes soportar la verdad de lo que hiciste. —No apartó la mirada—. Ahora dime otra vez, ¿por qué te entregaste ayer? Y sé valiente. ¿Fue porque temías que tomara tu regalo sin pedirlo o porque querías ser quien decidiera a quién querías dárselo? Tragó con fuerza. —Quería dárselo a Danilo. Era su privilegio. —¿En serio? ¿O solo te sentías obligada a dárselo porque alguien le prometió ese regalo sin tu consentimiento? —No te atrevas a hablar de consentimiento. Me acerqué aún más. —¿Por qué me lo diste? Sus ojos brillaron y las lágrimas brotaron de sus ojos. —¡Porque quería! —espetó cerrando los labios con fuerza y finalmente miró hacia otro lado. Una lágrima se deslizó por su perfecta mejilla, y tomó una respiración temblorosa—. No van a perdonármelo. Me odiarán con todas sus furias, pero nunca tanto como me odio a mí misma, nunca lo suficiente. Me incliné y rocé mi nariz sobre su punto de pulso, mi mano acunando su cara.

—Hazlo —susurró ella, suplicó, y retrocedí, observando sus charcos azules de desesperación. —¿Hacer qué? —Acaricié el punto suave detrás de su oreja. —Lastímame. Mi boca rozó su barbilla y más alto sobre sus labios. —Lastímame. —Lo dijo más áspero esta vez. Agarré su cintura y la giré, presionándola contra la pared, sus muñecas aún por encima de su cabeza, mi cuerpo enjaulándola. Ya estaba dolorosamente duro. La mano que no sostenía sus muñecas se movió debajo de su bata de satén, y la encontré desnuda por debajo. Exhalé contra su cuello y luego lo mordió ligeramente, haciendo que ella se estremeciera. Mis dedos se movieron a su vientre plano y después bajaron a los rizos recortados hasta que me sumergí entre sus pliegues—. ¡Lastímame, Remo! —Lo haré, ángel. La paciencia es una virtud. ¿No lo recuerdas? —Mis dedos se deslizaron más profundamente.

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No estaba mojada como lo había estado ayer, apenas excitada, casi rota y desesperada por intercambiar una forma de dolor por otra. Me desabroché el cinturón y saqué mi polla antes de deslizarla entre sus hermosas y firmes nalgas. Se quedó sin aliento, pero me sumergí aún más profundo en su coño. Se tensó cuando empuñó mi punta, dolorida, preparada para el dolor. No empujé en su interior. En cambio, mis dedos comenzaron a jugar con su coño, ligeros, burlones, toques provocadores. Para nada como ella quería. —¿Por qué no puedes simplemente lastimarme? —susurró, inclinando su cara hacia un lado y hacia arriba. ¿Sí, por qué? Mis manos siempre daban dolor fácilmente. La mantuve en su lugar, con los brazos levantados por encima de su cabeza, su frente pegada a la pared, mi polla encajada entre sus muslos, y la vi llorar. Reclamé su boca para besarla, saboreando sus lágrimas a medida que mis dedos acariciaban sus labios vaginales. Pronto pude sentir su rendición. Mis dedos se deslizaron a través de su humedad, y su coño se aflojó contra mi punta. Usando mi pie, separé aún más sus piernas y después miré sus llorosos ojos azules mientras me deslizaba en ella. Hizo una mueca y volví a besar su boca, lenta y lánguidamente, hasta que estaba envuelto en ella hasta mis bolas, mi polla enterrada profundamente en su interior. —Ahora tu paciencia será recompensada, ángel.

Sonrió sin alegría alguna contra mi boca, y salí completamente de ella para luego volver a embestir. Jadeó, su cuerpo tensándose, atrapado entre mi pecho y la pared. Su coño se apretó sin piedad a mi alrededor. Acaricié su clítoris mientras volvía a entrar en ella. Mi cuerpo anhelaba ir aún más fuerte, y ella también, pero me contuve sin querer hacer ningún daño duradero. Maldita sea. ¿Qué demonios me estaba haciendo Serafina? Sus ojos sostuvieron los míos como si pudiera encontrar la salvación allí, pero los dos estábamos condenados, y la estaba arrastrando cada día más cerca de la perdición. Mis bolas golpeaban contra ella con cada empuje, y estaba perdiendo el control, no solo de mi puta polla sino también de todo lo demás. Serafina todavía estaba tensa y sus gemidos vacilantes, el dolor siendo más fuerte que el placer. Reclamando su boca para un beso, abandoné el control y me corrí con un violento estremecimiento.

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Tembló en mi agarre a medida que mi polla se contraía dentro de ella. Presioné mi frente contra la suya, quedándome dentro de ella por unos minutos. Su cálido aliento abanicó sobre mis labios, y finalmente salí de su interior. Su gemido me hizo besar su omóplato. Después la levanté en mis brazos. La llevé a su cama y la acosté, luego me apreté contra su espalda y ella me dejó. Estaba callada. Pasé mis dedos sobre su brazo suave. Su dulce aroma se mezclaba con el mío y el almizcle del sexo. La mezcla perfecta. —¿Y te sientes mejor? ¿Ayudó el dolor? —murmuré contra su omóplato mientras lo besaba de nuevo. No estaba seguro por qué sentía la necesidad de besarla así, pero simplemente no podía parar. —No —contestó en voz baja. —Podría haberte dicho eso. —Sabes todo sobre el dolor y sus efectos, ¿no? —No creo que una sola persona pueda saber todo sobre el dolor. Todo el mundo siente el dolor de manera diferente, reacciona de manera diferente. Es una cosa curiosa. El cuerpo de Serafina se relajó aún más en mi abrazo.

—Creo que prefiero el dolor. No me hace sentir tan culpable como el placer. Enterré mi nariz en su cabello. —No tienes razones para sentirte culpable. No dijo nada y eventualmente su respiración se igualó. Levanté la cabeza con cuidado y la encontré dormida. Sus pálidas pestañas revoloteaban, su rostro pacífico. Nunca había entendido el atractivo de ver a alguien dormir, siempre me había parecido aburrido y carente. Pero mierda, me había equivocado tanto. Seguí acariciando su brazo y luego besé su piel nuevamente. Maldición. ¿Cómo iba a devolverla? Apoyé la cabeza en la almohada. No estaba cansado a pesar de la larga noche que había tenido, pero no podía obligarme a levantarme teniendo a Serafina en mis brazos. Cerrando los ojos, me permití relajarme. Había caído en un sueño ligero cuando Serafina se agitó, despertándome de golpe. Ella se puso rígida en mi agarre. —Es extraño cuando tus pesadillas son menos horrendas que la realidad — susurró.

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—Lo he vivido, ángel. Te hace más fuerte. —Desearía que me hubieras tomado el primer día, de vuelta en ese sótano sobre ese colchón sucio como la puta que soy. Las palabras rasgaron de su garganta como si cada sílaba fuera agonía pura. Me tensé, girándola hacia mí, sintiéndome jodidamente enojado. Por un instante, Serafina retrocedió ante la fuerza de mi furia, pero entonces se encontró con mi mirada. Yació inmóvil de lado, con los ojos llenos de angustia. —No eres una puta. ¿Acaso tu jodida virginidad es lo único que le importa a tu familia? —No es solo que ya no soy virgen —susurró—. Es con quien la perdí. No van a entenderlo. No van a perdonarme. Me odiarán por lo que he hecho. —¿No deberían sentirse aliviados de que no hayas sufrido el dolor y la humillación? Sucumbiste al placer. ¿Y qué? Todos han pecado peor que eso, incluso tu hermano, y tu prometido particularmente. ¿Qué derecho tienen a juzgarte? Parpadeó lentamente. Entonces me sorprendió inclinándose hacia adelante y besándome. Un beso suave. Una suave nada que se sintió como un jodido todo. Mis cejas se fruncieron, intentando evaluar su estado de ánimo.

—Estoy perdida, Remo. Acuné su cabeza y la besé otra vez antes de gruñir: —Mi nota decía que te había arrancado tu inocencia a la fuerza, que habías peleado como una fierecilla y que disfruté cada segundo rompiéndote. Contuvo el aliento, evaluando mis ojos. —Lo hiciste sonar como si me hubieras violado —dijo y tragó con fuerza—. ¿Por qué mentiste? ¿Fue porque eso lastimaría aún más a mi familia? Sonreí oscuramente. —Temo que tu familia habría estado aún más destrozada si supieran que te entregaste libremente. —Me odiarían. —Ahora puedes decidir lo que les dirás cuando te devuelva. —¿Lo harás? —preguntó en voz baja.

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Retrocedí y me incorporé, después le di la espalda. —Nunca estuviste destinada a ser una prisionera para siempre. Las yemas de sus dedos trazaron mi tatuaje. —Ahora que conseguiste lo que querías de mí, pedirás a Scuderi. —Hubo una nota extraña en su voz, pero no me giré para ver su cara porque entonces ella también habría visto la mía—. ¿Crees que todavía me querrán ahora que estoy arruinada? Serafina era muchas cosas, pero estar arruinada no era una de ellas, y cualquiera que la declarara como tal era un maldito tonto. —Tu familia te ama. Harán cualquier cosa por salvarte, incluso ahora. Especialmente ahora. Me puse de pie y me fui sin mirarla más.

Era casi medianoche cuando sonó mi teléfono. Me aparté de la pantalla donde Savio y Adamo estaban jugando un videojuego de carreras. Nino y Kiara ya se

habían retirado a su habitación para follar. Contesté sin mirar la pantalla, sabía quién era. —¿Dante? Mis hermanos me echaron miradas curiosas. —Recibí tu mensaje —gritó Dante. Prácticamente podía sentir su furia. Y no fue tan emocionante como había esperado. —Sé que no sigues las tradiciones de la Famiglia en cuanto a las sábanas sangrientas, pero pensé que sería un buen toque. Adamo hizo una mueca y su auto se estrelló contra la pared. Savio había dejado de jugar por completo. Hubo silencio en el otro extremo. —Hay reglas en nuestro mundo. No atacamos a niños y mujeres.

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—Es curioso que digas eso. Cuando tus soldados atacaron mi territorio, dispararon a mi hermano de trece años. Tú rompiste primero esas jodidas reglas, así que déjate de estupideces. Los ojos de Adamo se abrieron por completo y miró su tatuaje. —Sabes tan bien como yo que no di la orden de matar a tu hermano, y está sano y salvo. —Si no lo estuviera, no estaríamos teniendo esta conversación, Dante. Habría matado a cada maldita persona que te importa, y los dos sabemos que hay muchos para elegir. —También tienes personas que tampoco quieres perder, Remo. No lo olvides. Savio y Adamo me observaban, y me costó un gran esfuerzo mantener mi furia a raya. —Pensé que las sábanas podrían haberte hecho entrar en razón, pero veo que quieres que Serafina sufra un poco más. Colgué. Después de un par de segundos, mi teléfono volvió a sonar, pero lo ignoré. —Supongo que Dante no está dispuesto a cooperar todavía —dijo Savio con una sonrisa. Adamo negó con la cabeza, se puso de pie y subió las escaleras enfurecido.

Savio puso los ojos en blanco. —Durante unos días ha sido casi tolerable. Supongo que ya se acabó. Me puse de pie, cambié el teléfono al modo silencioso y me lo metí en el bolsillo. —Voy a hablar con él. —Buena suerte —murmuró Savio. No me molesté en llamar antes de entrar en la habitación de Adamo. Mis ojos escanearon el piso, que estaba lleno de ropa sucia y cajas de pizza. Avancé hasta la ventana y la abrí para deshacerme del horrible hedor. —¿Por qué no limpias tu habitación? Adamo se encorvaba frente a la computadora en su escritorio. —Es mi habitación y no me importa. No te invité a entrar. Me acerqué a él y golpeé contra su tatuaje.

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—Harías bien en mostrarme respeto. —¿Como mi hermano mayor o mi Capo? —murmuró Adame, sobresaliendo su barbilla. —Ambos. —No mereces mi respeto, por lo que le hiciste a Serafina. —¿Qué hice? Frunció el ceño. —¿La obligaste? Acerqué nuestros rostros. —¿Lo hice? —¿No lo hiciste? —¿Vamos a seguir intercambiando preguntas? Porque se está poniendo jodidamente molesto. —Pero te acostaste con ella —dijo Adamo, confundido. —Lo hice —contesté—. Pero ella lo quería.

—¿Por qué? Me reí. —Pregúntale. —¿Crees que está enamorada de ti? Mis músculos se tensaron. —Por supuesto que no. —El amor era un juego delirante para los tontos, y Serafina era muchas cosas pero no una tonta. —Ella me agrada. —Adamo me contempló casi con esperanza. Me pregunté cuándo nuestro mundo lo libraría de los últimos restos de su inocencia. —Adamo —dije bruscamente—. La secuestré para que pudiera servir de propósito en la venganza contra la Organización. No va a quedarse, así que no te apegues. Se encogió de hombros. Y suspirando, toqué su cabeza y luego me fui. Oh, Serafina.

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Me dirigí hacia mi ala, pero en lugar de continuar hacia mi habitación, me detuve frente a la puerta de Serafina. Sabía que Dante accedería a darme Scuderi en cualquier momento. Abrí la puerta y entré. Serafina estaba acurrucada de lado, leyendo un libro. Lo dejó cuando cerré la puerta y avancé hacia ella. Frunció el ceño. —Solo porque me acosté contigo una vez… —Dos veces —corregí. —Solo porque me acosté contigo dos veces no quiere decir que voy a dormir contigo siempre que lo desees. Me hundía a su lado. —¿En serio? —Las yemas de mis dedos se deslizaron sobre su brazo expuesto, y la piel de gallina se erizó en su piel. —Estoy muy adolorida. Creo que la última vez fue demasiado —admitió, sus mejillas tornándose rosadas. Mis dedos se detuvieron en su clavícula.

—¿Necesitas ver a un doctor? —No está tan mal. —Entrecerró un poco los ojos—. ¿Estás preocupado por mí? Ignorando su pregunta, añadí: —De todos modos, no vine para tener sexo. —Entonces, ¿por qué viniste? Si tan solo lo supiera. Me quité la funda con el arma y el cuchillo, y la dejé caer al suelo junto a la cama antes de tumbarme a su lado y apoyar la cabeza en mi mano. —No me digas que has venido a acurrarte conmigo —dijo. Mi boca tembló. —Nunca me he acurrucado con una mujer. —Hoy lo hiciste.

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Consideré eso. Me había acurrucado con ella en la cama después del sexo, la había visto dormir en mis brazos. —Solo estaba allí para asegurarme que no te ahogaras en tu autocompasión. —Claro —murmuró—. Dijiste que nunca te has acurrucado con una mujer. Entonces, ¿acostumbras a acurrucarte con los hombres? Reí entre dientes y metí mi mano en su cabello. Ella se apoyó en el toque muy ligeramente. No estaba seguro que lo notara. —Ya no lo hago. —Ante su ceja levantada en pregunta, continué—: Solía acurrucarme con Adamo y Savio cuando eran muy pequeños. Su nariz se arrugó. —Lo siento. No puedo verlo. Teniendo en cuenta lo agotadores que pueden ser los niños pequeños, me sorprende que no hayas acabado matándolos. Mis dedos se contrajeron, pero contuve mi ira. —Son mis hermanos, mi carne y mi sangre. Moriría antes de lastimarlos. — Me quedé en silencio. Serafina también estaba callada. —No te entiendo, Remo Falcone.

—No se supone que lo hagas. —Soy perceptiva. Antes de que lo sepas, me revelarás más de lo que quieres. Temí que ella tuviera razón. Una pieza de ajedrez. Un medio para un fin. Eso era todo lo que Serafina podía ser. Nada más. Mi sonrisa se volvió cruel. —Serafina, sé que perder tu virginidad conmigo te hace pensar que compartimos un vínculo especial. Pero dos folladas no te hacen nada especial para mí. Me he follado a muchas mujeres. Un coño es como cualquier otro. Tomé algo de ti, y ahora quieres justificarlo con esa puta mierda emocional. Se puso rígida, pero entonces me dio una sonrisa astuta de las suyas. Sus dedos se cerraron sobre mi cuello, y presionó su frente contra la mía, como lo había hecho antes. —Me quitaste algo, es cierto, pero no eres el único que está tomando algo. Tal vez aún no lo veas, pero con cada parte que me quitas, me estás dando a cambio un poco de ti mismo, Remo, y nunca lo recuperarás.

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Reclamé su boca con dureza y me coloqué encima de ella, presionándola contra el colchón con mi peso. —No —gruñí en su oído—. No creas que me conoces, ángel. No sabes nada. Crees que has visto mi oscuridad, pero las cosas que no has visto son tan oscuras y negras que ninguna puta luz sobre esta tierra puede penetrarlas. —¿Quién no es valiente ahora? —susurró. Me estremecí de ira. Quería sacar la maldita rabia de mi sistema. Quería lastimarla. Quería romper algo. Bajé por su cuerpo y empujé su camisón hacia arriba y luego rasgué su tanga por sus piernas. —Te dije que estoy adolorida —dijo en voz baja. Maldición, ¿por qué tenía que sonar tan vulnerable en ese momento? ¿Qué carajo estaba haciéndome? Le abrí las piernas. Y no me detuvo a pesar de la tensión en sus extremidades. Tomando una respiración profunda, me bajé a mi estómago, descansando entre sus muslos. Su cuerpo se relajó inmediatamente cuando se dio cuenta que no iba a hacerle daño. La empujé hacia mi boca, y ella se estremeció. Suavicé mis labios contra sus pliegues, y pronto se estaba retorciendo y gimiendo, sus piernas cayendo abiertas, confiando, y mierda, eso fue mejor que cualquier follada enojada que alguna vez

hubiera tenido. Me tomé mi tiempo, disfrutando de la forma en que se permitió rendirse al placer. Las yemas de mis dedos trazaron la suave carne de su muslo interno, los músculos relajados allí. Sin señales de tensión o miedo. Se corrió con un hermoso grito, su cuerpo arqueándose, y dándome una vista privilegiada de sus hermosos pezones. Dejé un rastro de beses por su cuerpo hasta llegar a sus labios. —Siempre hablas de dar y tomar. Te di mi boca. ¿Qué tal si me das la tuya ahora? —Puedes tener mi mano, no más —dijo con firmeza. —Quiero correrme por tu garganta, no en tu mano. Ella sostuvo mi mirada. —Puedes tener mi mano o nada. —La última vez que una mujer me dio una masturbada, tenía catorce años. Después de eso me he corrido en una boca, coño o culo.

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—No soy como ellas, Remo. No, no lo era. Serafina lo era todo. Astuta y fuerte. Leal y feroz. Podría haber sido Capo si se permitiera que las mujeres tuvieran ese lugar en nuestro mundo. Me puse de espaldas y crucé los brazos detrás de la cabeza. Serafina se incorporó. Intentó enmascarar su falta de experiencia, pero sus nervios destellaban abiertamente cuando luchó con mi cinturón. No la ayudé. Mi polla ya estaba dolorosamente dura cuando la sacó de mis calzoncillos. Su toque fue demasiado suave cuando me acarició, pero disfruté viéndola. Pronto encontró la presión y el ritmo correctos, y me estiré entre sus piernas y dibujé pequeños ochos a lo largo de su clítoris y pliegues. Cuando Serafina comenzó a temblar con la fuerza de su orgasmo, y su mano se apretó alrededor de mi pene, mi propia liberación me abrumó, y me corrí como un puto adolescente en todo mi estómago. Usé su tanga para limpiar mi estómago a pesar de su ceño fruncido. Después la atraje contra mí. Estaba rígida, pero finalmente, terminó apoyando su cabeza sobre mi hombro. —No fue tan malo —dije arrastrando las palabras—. Pero si quieres traerme a mis rodillas, tendrás que utilizar tu boca. Ella resopló. —Voy a encontrar otra manera de ponerte de rodillas, Remo.

Si alguien podía, entonces sería ella.

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18 Serafina Desperté con alguien presionado contra mi espalda, un cálido aliento abanicando sobre mi hombro. No me aparté, solo miré hacia mi mano, que descansaba sobre la suya en la cama. La piel de mi dedo anular era más clara por el uso de mi anillo de compromiso durante cinco años, y ahora estaba en mi mesita de noche abandonado. ¿Y cómo podía usarlo otra vez? ¿Cómo podía enfrentarme a mi prometido otra vez después de todo lo que había hecho? Todo lo que aún quería hacer.

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En el fondo sabía que ya no quería casarme con Danilo, pero era mi deber, incluso ahora. Pasé las yemas de mis dedos sobre la mano de Remo, y se despertó con una corriente de tensión irradiando a través de su cuerpo. Asumí que no era un hombre acostumbrado a compartir una cama con alguien. Exhaló y se relajó, pero no dijo nada. Volví su mano hasta que su palma estaba hacia arriba y luego tracé las cicatrices de la quemadura allí, preguntándome cómo habían llegado ahí. Mi toque siguió las cicatrices hasta sus muñecas, donde unas cicatrices entrecruzadas luchaban por el dominio con sus marcas de quemaduras. La respiración de Remo cambió, se volvió cautelosa, peligrosa. —¿Alguna vez me dirás cómo te hiciste eso? Me mordió en la nuca. —¿Por qué debería? Sí, ¿por qué debería confesarme sus secretos? Me di la vuelta en su agarre. Su expresión era amenazante, pero sus ojos mostraban un indicio de algo aún más oscuro. —Tienes razón —susurré, sosteniendo su mirada—. Solo soy tu prisionera. La reina en tu juego de ajedrez. Algo sin sentido, fácil de olvidar al momento en que me devuelvas. —Incluso mientras decía las palabras, no podía imaginar que Remo

realmente me dejara ir, no con la forma en que me miraba, y no estaba segura si esa realización me aterrorizaba o aliviaba. Porque, ¿cómo podría volver a la Organización? —Oh, ángel, será imposible olvidarte. Y sonreí. Dios me ayude, sonreí. Remo negó con la cabeza lentamente. —Esto es una locura. —Lo es. —Lo era y peor aún… era traición. Papá. Mamá. Sofia. Sam. La culpa me atrapó en su agarre asfixiándome. Tragué con fuerza—. Mi familia… — No dije más. El rostro de Remo endureció, se desenredó de mí y se levantó. Mis ojos se fijaron en la dureza de su expresión, sus ojos crueles, las cicatrices y los músculos.

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Remo era el enemigo. Estaba intentando destruir a las personas que amaba al usarme como su arma. No podía olvidarlo. Se puso su ropa y la funda de las armas. Luego asintió con severidad. —Esa es la mirada que se supone que debes darme, ángel. Aférrate a tu odio, si puedes. —¿Tú puedes? No dijo nada, se limitó a sonreír sombríamente. Se dio la vuelta y se fue. El tatuaje del ángel caído en su espalda pareció burlarse de mí porque cada día me sentía un poco más como un ángel cayendo.

Kiara me recogió a la hora del almuerzo. Podía decir por la forma en que me miraba que sabía que había dormido con Remo. Nino probablemente le había dicho, y Remo le había dicho a él y probablemente a todos los demás. Aún no me había atrevido a preguntarle si las sábanas habían llegado. La mera idea de que mi familia y mi prometido las vieran me disparaba la bilis por la garganta.

Nos acomodamos en el sofá. Ella había pedido sushi vegetariano, que estaba puesto en la mesa frente a nosotras. No veía a Nino por ningún lado, pero sabía que estaba cerca y que vendría furioso ante el menor sonido de angustia de Kiara. Comimos en silencio por un tiempo, pero al final Kiara no pudo contener aún más su preocupación. Tomó mi hombro, sus ojos revoloteando a las marcas de mordidas en mi garganta. —¿Estás bien? Dejé los palillos y me encontré con su mirada. —Soy una prisionera en estas paredes y traicioné a mi familia. Dejé que Remo me deshonrara. Estoy arruinada. Así que, ¿tú qué piensas? Frunció los labios. —Solo estás arruinada si permites que otros te hagan sentir así. —No lo entiendes. —Cerré mis labios de golpe, la vergüenza apoderándose de mí porque todos sabían las historias sobre ella—. Lo siento.

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Kiara negó con la cabeza, con un destello de dolor en los ojos, pero enderezó los hombros con una sonrisa. —Me sentí arruinada durante años… hasta que ya no lo hice, y entonces fui libre. —Si mi familia y mi prometido descubren que Remo no me obligó, no me lo perdonarán. —¿Quieres volver con tu prometido? —¿Crees que quiero quedarme con Remo? —murmuré—. Me secuestró. Me mantiene encerrada en una habitación. Es mi enemigo. El sexo no cambiará eso. Kiara me miró de cerca. —Tal vez hay una oportunidad para la paz entre la Organización y la Camorra. Podrías ser esa oportunidad. Algo bueno puede nacer de un acto de brutalidad. —Pero no la habrá. Mi papá, mi tío, mi prometido, mi hermano jamás accederán a ningún tipo de paz. Son hombres orgullosos, Kiara. Ya sabes cómo son los mafiosos. Remo me secuestró, me robó… robó mi inocencia. —Puede ser robada o dada.

Miré hacia otro lado. —No lo verán de esa manera. Les arrancó algo de sus manos, tomó algo que consideraban su posesión. Insultó a mi familia, a mi prometido. No olvidarán ni perdonarán. Tomarán represalias. Me vengarán con brutal intención. —¿Quieres ser vengada? —Remo me secuestró. Me quitó todo. —¿Todo? —preguntó Kiara con curiosidad. —Todo lo que solía importar. —Tomé mis palillos una vez más y seguí comiendo, con la esperanza de que Kiara captara la insinuación de que ya no quería hablar más.

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Remo volvió a mi habitación esa noche. Lo había esperado y no dije nada cuando dejó caer su pistolera en el suelo y luego se tendió a mi lado. Solo lo contemplé, intentando entenderlo, a mí, a nosotros. Pero vi la misma confusión en sus ojos que sentía cada vez que estaba cerca. Ambos estábamos atrapados en una corriente subterránea, arrastrándonos a su implacable profundidad, incapaces de nadar a la superficie por nuestra cuenta. Las únicas personas que podían salvarnos solo querían salvar a uno de nosotros y ver cómo se ahogaba el otro, pero estábamos enredados. Uno de los dos se tendría que dejar ir primero para llegar a la superficie. Y justo como la noche anterior, la boca de Remo me obligó a someterme, sus labios, lengua y dientes, en un momento brusco, y gentil al siguiente. No intentó dormir conmigo, y por alguna razón empeoró las cosas porque no quería que él se contuviera. Quería que me tomara sin consideración, sin misericordia. Porque cuando era algo más que el monstruo que sabía que era, tomaba algo que estaba aún menos dispuesta a dar. Se presionó contra mi espalda, respirando con dificultad, su erección siendo una presencia exigente empujando contra mí. —¿Cuándo me liberarás? —pregunté. —Pronto —murmuró Remo, pero no dio más detalles. Por alguna razón escuché el eco de la palabra “nunca”.

Nunca. Nunca. Nunca. Y no me asustó tanto como debería. Consideré preguntar por las sábanas. Dante ya debe haber contactado a Remo. Pero estaba demasiado asustada, no quería saber su reacción. Los labios de Remo rozaron mi omóplato. —Siempre haces eso. La tensión se disparó a través de su cuerpo como si lo hubiera atrapado cometiendo un crimen horrendo. —Creo que Danilo arruinó el plan de tu tío para mantenerse sosegado. También me puse rígida. —¿Qué? El agarre de Remo se tensó, sin permitirme dar la vuelta.

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—Dante intentó fingir que las sábanas no tuvieron el efecto deseado, pero Danilo me llamó esta tarde, y no estaba tan controlado como el tempano que quería que creyera que es. Respiré temblorosa. —¿Hablaste con Danilo? —Estaba furioso, homicida. Me dijo que me cortaría las pelotas y la polla, y me las daría de comer. —Remo hizo una pausa y me tensé aún más—. Y le dije que podía intentarlo pero que no cambiaría el hecho de que yo fui el primer hombre dentro de ti. Me arranqué de su abrazo, me giré sobre él, arrodillándome en la cama. Remo sonreía sombríamente. Mis ojos se fijaron con la pistolera en el suelo. Me lancé, saqué la pistola de la funda, quité el seguro, y apunté a la cabeza de Remo. Rodó sobre su espalda, con los brazos estirados en señal de rendición. No había temor, ni aprehensión en sus ojos. Me enderecé de rodillas a su lado. —Si crees que no puedo seguir adelante presionando el gatillo, Remo, estás equivocado. No soy la chica de antes que no pudo cortarte la garganta. Remo sostuvo mi mirada.

—No dudo que puedas matarme, ángel. —Entonces, ¿por qué no estás asustado? —pregunté con fiereza. —Porque… —murmuró, agarrando mis caderas. Apreté mi agarre en el arma, pero le permití que mantuviera sus manos sobre mi piel—. No tengo miedo de la muerte o el dolor. Sin bajar la pistola, me senté a horcajadas sobre su estómago, y mi núcleo se apretó ante la sensación de sus músculos. Los ojos de Remo brillaron con deseo. Me incliné hacia adelante, apoyando el cañón contra su frente. —Si te mato ahora mismo, seré libre. —Todavía están mis hermanos y cientos de hombres leales para perseguirte —dijo Remo, sus pulgares acariciando mi vientre de una manera distraída. Ya había estado mojada por las atenciones anteriores de Remo, pero una nueva ola de excitación se acumulaba ahora entre mis piernas. —Pero aun así estaría libre de ti y eso es todo lo que importa.

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Remo sonrió sombríamente otra vez. Levantó un brazo y apreté mi dedo en el gatillo. —No puedes liberarte de mí. Porque estoy allí. —Tocó mi sien suavemente, aunque debería haber tocado otro lugar porque su presencia en ese otro lugar era lo que más me asustaba—. Siempre recordarás que soy la persona a la que te diste por primera vez. Le di la sonrisa cruel que usaba en mí cuando me acercaba demasiado al blanco. —El recuerdo se desvanecerá. Dos veces no importan después de un tiempo. Dormiré con Danilo por el resto de mi vida, y olvidaré que alguna vez hubo un hombre antes que él. Remo se sentó de golpe, sus ojos fulgurando con furia. La pistola se clavó en su frente, pero no le importó. Su agarre en mi cadera se apretó, y su otra mano acunó mi cabeza. —Oh, ángel, confía en mí cuando te digo que me recordarás por el resto de tu existencia. Me alcé y me ubiqué sobre la erección de Remo. Apoyé la palma de mi mano contra su mejilla, haciendo que sus ojos destellaran con una emoción que tanto a él

como a mí nos asustaba por igual. Solté el gatillo, pero no solté el arma. Me bajé lentamente a lo largo de la longitud de Remo, a pesar de la punzada feroz. Mi cabeza cayó hacia atrás cuando estuvo enterrado completamente dentro de mí. —Devastadora. Bajé la cabeza, trabando miradas con Remo. —Devastadoramente hermosa —murmuró. Bajé la pistola y la apreté contra su pecho—. Ahí no hay nada a lo que disparar. Puse el seguro, envolví mis brazos alrededor de su cuello, y mecí mis caderas, el arma colgando libremente en mi mano. El dolor y el placer se dispararon a través de mí. Remo gimió. Me moví más rápido, levantando y cayendo. Remo me abrazó con fuerza, sus ojos oscuros y posesivos a medida que me dejaba tener el control.

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Los dientes de Remo rasparon mi garganta, dejando marcas, y mis uñas rastrillaron su espalda, dejando mis marcas a su vez. Fue doloroso, pero lo monté duro y rápido, disfrutando de la sensación de ardor. Remo chupó mi pezón en su boca, y su pulgar frotó mi clítoris. El placer se disparó con fiereza, mezclándose con el dolor en un delicioso baile. Ambos estaban subiendo en espiral cada vez más alto, y sabía que uno de ellos me destrozaría con el tiempo, y lo deseaba. Lo necesitaba. Remo sacudió mi nudo y el placer dominó todo lo demás. Grité, soltando el arma mientras me aferraba desesperadamente a los hombros de Remo, clavándole las uñas. Remo sostuvo mi mirada con fiereza y hambre, y me sentí viva, ingrávida y libre. Todavía estaba temblando por la fuerza de mi orgasmo cuando Remo nos volteó, envolviendo mis rodillas debajo de sus brazos, separándome más amplio y embistiéndose en mí con un fuerte empujón, yendo mucho más profundo que antes. Me arqueé hacia arriba, separando los labios en un sonido ahogado, medio gemido, medio sollozo. Remo no se detuvo. Se estrelló contra mí, fuerte y rápido, empujándome en el colchón una y otra vez, arrancando de mí cada fragmento de inocencia. El arma yacía a nuestro lado en la cama. Remo había tenido razón. Una bala en su cabeza no me libraría de él. A estas alturas, no estaba segura si algo podía.

Remo Sentado en el sofá de la sala de juegos, miré mi teléfono. Dos llamadas perdidas de Dante. La última de ayer. Tres días desde mi entretenida llamada con Danilo. Pero no podía obligarme a hablar con Dante, sabiendo que lo tenía justo donde lo quería. —Es hora de terminar esto. Dante me llamó hoy. Intercambiará a Scuderi por Serafina. —Soy el Capo. Decido cuándo y cómo liberarla. Nino se inclinó hacia delante, con los brazos apoyados en los muslos. —Remo, si tienes sentimientos por ella… Lo corté.

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—No soy como tú. Una mujer no me convertirá en un desastre emocional. Entrecerró los ojos, pero su expresión se mantuvo tranquila. —Entonces envíala de vuelta. Fabiano se está impacientando y yo también. No hay nada más que ganar con esto. Dante no nos dará más que a Scuderi. Ya les hiciste creer que torturaste y violaste a Serafina. Están de rodillas, pero Dante es Capo. No va a renunciar a más que su Consigliere. —La próxima vez que llame, atenderé su llamada —dije encogiéndome de hombros. Nino me evaluó. —Te dije que no habría ganadores en este juego. —Somos los ganadores. Sacudió la cabeza, pero no dijo nada. Me puse de pie y fui a la bolsa de boxeo. Patearla y golpearla no ayudó con mi jodida confusión interna, y la presencia crítica de Nino tampoco ayudó. Le di una patada a la bolsa una vez más, y después subí las escaleras, irrumpiendo en el dormitorio de Serafina. Estaba leyendo en el alféizar de la ventana. A estas alturas, Adamo debe haberle traído la mitad de nuestra biblioteca.

Dejó el libro y se puso de pie. En los últimos días, un cambio de poder gradual había empezado y no podía permitirlo. Serafina se acercó, escaneando mi cara con cautela. Se detuvo frente a mí. En lugar de lidiar con la dureza que tenía la intención de usar, mis ojos se fijaron en sus labios suaves, unos labios de los que no me cansaba, unos labios que me volvían loco de deseo. —Tienes una mirada muy extraña en tu cara. —No puedo pensar en otra cosa más que tenerte de rodillas delante de mí con esos labios perfectos alrededor de mi polla. —Era una verdad a medias, la única verdad que podría tener. —Ya estuve de rodillas una vez —siseó. Negué con la cabeza. —Eso no cuenta. Puedes estar de rodillas y aún tener el control. —No voy arrodillarme.

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—Es una pena, considerando que no hay mejor manera de poner de rodillas a un hombre que arrodillarse frente a él mientras le chupas la polla. ¿No querías ponerme de rodillas? Ella me empujó hacia atrás y me hundí en el borde de la cama. La atraje entre mis piernas de modo que sus rodillas se presionaran contra mi erección. Deslicé la palma de mi mano entre sus muslos cerrados y la froté a través de la tela de sus bragas. —Todas las mañanas me despierto con una puta erección, soñando con tus labios y tu lengua, ángel. Cómo se sentiría follar tu dulce boca. Estaba grabada en mi jodida mente, no solo la sensación de su cuerpo… Sus cejas se fruncieron, pero su boca se abrió a medida que su respiración profundizaba. Usando mi pulgar, rocé su clítoris mientras mi otro dedo se deslizaba a lo largo de su hendidura. Sus bragas pronto se pegaron a sus pliegues con sus jugos. —Me como tu coño casi todos los días. ¿Nunca te preguntas cómo sería devolver el favor? ¿Cómo sería controlarme con tu boca? Sus ojos destellaron y gimió cuando presioné mi mano más fuerte contra su centro. Retiré mi mano lentamente y sonreí sombríamente. Agarré sus caderas y presioné, no lo suficiente para hacer que sus rodillas se doblen, sino para mostrarle

lo que quería. Ella se resistió, así que aflojé la presión y finalmente se arrodilló sola, con la cabeza en alto. Mi polla se endureció aún más ante la vista de Serafina ante mí. Me desabroché el cinturón y desaté los pantalones antes de sacar mi polla. Comencé a acariciarme, girando mi pulgar sobre mi punta resbaladiza. Serafina observó con los labios separados, pero entrecerró los ojos cuando notó mi sonrisa. Después otro giro de mi pulgar, agrupando mi liquido preeyaculatorio, rocé sus labios y empujé en su boca. Su lengua me probó con vacilación, y mi maldita polla se sacudió. Serafina se dio cuenta, por supuesto, y sonrió triunfante. Saqué mi dedo y puse mi mano sobre su cuello, pero no la empujé hacia mi polla esperando, sabiendo que se resistiría de nuevo si intentaba convencerla para que hiciera lo que quería.

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Finalmente, extendió la mano, envolviendo esos elegantes dedos alrededor de la base de mi polla. Apretó experimentalmente, y reprimí un gemido. Y entonces Serafina se inclinó hacia delante y deslizó mi punta en su boca. Lamió la punta y luego chupó, con unos movimientos inexpertos que me volvieron loco de deseo. Comencé a embestir en su boca, empujando mi polla más profundamente en ella, pero no hasta el fondo, todavía conteniéndome cuando nunca me había contenido por una mujer en toda mi vida. Mis bolas se apretaron cada vez que ahuecaba sus mejillas, y la vista me habría hecho caer de rodillas si no estuviera ya sentado. Arrodillándose ante mí, desafiante y triunfante en sus ojos azules, Serafina me poseyó. En cuerpo… y cualquier alma negra que quedara. Mi teléfono sonó y apreté mi agarre en su cuello cuando recibí la llamada. —Dante, qué placer —solté. Serafina intentó retirarse, sus ojos abriéndose por completo, pero mi mano en su cuello la mantuvo en su lugar mientras empujaba en su boca. Me fulminó con la mirada y restregó sus dientes sobre mi polla, lo que hizo que mis ojos se dieran vuelta y mi polla se contrajera. Sonreí. Tendría que morderme mucho más fuerte para que la soltara. El dolor solo me excitaba más. —No estoy llamando para intercambiar bromas —dijo Dante con frialdad. Encendí el altavoz y aflojé mi agarre en su cuello. Serafina se echó hacia atrás, pero la agarré del brazo y la levanté. Después la senté en mi regazo, su espalda contra mi torso, uno de mis brazos envuelto alrededor de su pecho. Mis pies

empujaron sus piernas separadas y las mantuve completamente extendidas a los lados. Serafina frunció el ceño, pero no pudo decir nada. Pasé dos dedos sobre sus pliegues, encontrándola jodidamente goteando con excitación. Sonreí y la vergüenza brilló en su rostro. —Eso es una pena —le dije a Dante Deslicé dos dedos dentro de ella y comencé a follarla mientras mi otra mano acunaba su seno. —Debemos llegar a una solución —dijo Dante. Podía escuchar la furia apenas contenida en su voz. —Estoy seguro que lo haremos —le dije a medida que deslizaba mis dedos dentro y fuera del coño de Serafina y giraba mi pulgar sobre su clítoris—. Sabes que quiero a Scuderi. Quiero que me lo entregues en persona.

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Los músculos de Serafina se apretaron alrededor de mis dedos mientras la follaba lentamente. Volvió la cabeza hacia atrás y me mordió el cuello. Mi agarre se aflojó, y ella se liberó de mi agarre y salió a toda prisa al baño, cerrando la puerta de golpe. —En dos días. En mi ciudad. Quiero que lo traigas todo el camino a Las Vegas. Consigues a Serafina. Consigo a Scuderi. También quiero a su prometido allí. Me gustaría conocerlo en persona. Dante se quedó en silencio. —Estaremos allí. —Nino te enviará los detalles. Estoy ansioso por encontrarnos. —Colgué, pero el triunfo que sentí duró solo un segundo. Mis ojos encontraron la puerta detrás de la cual Serafina se estaba escondiendo. Dos días más. Después la liberaría. Dependería de ella si volaba directamente a la jaula de Danilo… Mi pecho se contrajo, pero empujé más allá de la sensación. Serafina nunca estuvo destinada a ser mía. Me puse de pie, y apartando la mirada de la puerta, me fui.

19 Serafina —Usa esto —ordenó Remo, arrojándome mi vestido de novia sobre la cama. Me quedé mirando las capas blancas de tul, las manchas de sangre y las lágrimas. No lo había visto en casi dos meses. No se sentía como algo que alguna vez hubiera sido mío. Nada que estuviera destinado a usar nunca más. —¿Por qué? —pregunté. Remo se volvió hacia mí, sus ojos oscuros duros. —Porque te dije que lo hagas, Serafina.

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No ángel. Serafina. ¿Qué estaba pasando? Entrecerré los ojos. —¿Por qué? Se acercó más, fulminándome. —Haz lo que digo. —¿O qué? —pregunté ásperamente—. ¿Qué podrías hacerme? Ya me has quitado todo lo que me importaba. No hay nada más que puedas tomar, romper. La boca de Remo se volvió cruel. —Si realmente crees que eso es cierto, entonces eres más débil de lo que pensaba. Tragué con fuerza, pero no me puse el vestido. Ambos sabíamos que era mucho más fuerte de lo que él había imaginado. Tal vez por eso seguía haciendo esto, alejándome. Remo alcanzó su cuchillo y lo sacó con un tintineo de la hoja contra la vaina. La piel de gallina se erizó en mi cuerpo, pero me mantuve firme porque si sabía una cosa era que, Remo no me haría daño. Ya no, nunca más.

Cualquiera que fuera el vínculo retorcido que se había formado entre nosotros, le impedía provocarme dolor. Agarrando el escote de mi camisón, seccionó a través de la tela con un corte afilado del cuchillo. Los fragmentos se agruparon a mis pies, dejándome solo en mis bragas. Sus ojos oscuros vagaron por mi cuerpo, el cuchillo todavía apretado en su mano, y mi núcleo se apretó con necesidad. Agarró mi cadera bruscamente y me atrajo hacia él, sus labios aplastando los míos. Jadeé cuando su lengua conquistó mi boca, nuestros dientes rechinando. Me apoyó contra la cama hasta que caí hacia atrás. Cortó mis bragas con su cuchillo, y la proximidad de la hoja desató un escalofrío por mi espalda. Remo se alzó sobre mí y liberó su erección, sus ojos furiosos, hambrientos y aterradores. Sosteniendo su mirada, le abrí las piernas porque estaba perdida, me había perdido desde el momento en que Remo había puesto sus ojos en mí, y cuando lo miré, supe sin duda que él también estaba perdido.

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Las comisuras de su boca se alzaron a medida que bajaba su mirada hacia mi centro. Se puso de rodillas, separando aún más mis piernas. Remo enterró su cara en mi regazo. Me arqueé, mis uñas clavándose en las sábanas frescas, mi mirada encontrando mi vestido de novia desgarrado. La boca de Remo me reclamó implacablemente, con lengua y labios, mordiscos y lamidas. No había escapatoria. Él no me dejaría. Me hizo rendirme, no con fuerza, no con violencia… Se sumergió aún más, girando hasta que fui una esclava de las sensaciones que él estaba creando. Mi orgasmo se estrelló sobre mí como una avalancha, pero mis ojos permanecieron fijos en la tela blanca manchada de mi vestido; una señal de mi honor, mi pureza. Ambos perdidos. Ambos tomados… no. Dados. La boca de Remo viajó por mi estómago, lamiendo y mordisqueando, su lengua jugueteando con mi pezón. Mordió ligeramente y luego calmó el lugar con un beso húmedo. Su cuerpo cubrió el mío, con las palmas de sus manos presionadas contra la cama junto a mi cabeza, el cuchillo todavía apretado en su agarre. Por un momento nuestros ojos se encontraron, y lo odié, me odié a mí misma, nos odié a ambos, porque se hacía más difícil aferrarme al odio con cada día que pasaba con él. Ambos necesitábamos nuestro odio y, sin embargo, se deslizaba entre nuestros dedos como arena. No había forma de contenerlo. Perdido. Sus ojos

oscuros reflejaban mi confusión interna. Ambos estábamos perdiéndonos el uno en el otro. Mi mirada regresó a mi vestido cuando Remo se empujó dentro de mí con una sola devastadora estocada despiadada. Su boca se presionó contra mi oreja a medida que embestía contra mí enojado. —Cuando te vi con ese vestido, supe que necesitaba ser el único que te arrancara la inocencia. Supe que tenía que ser yo quien te hiciera sangrar. ¿Quién sabría que me harías sangrar a cambio? Me estremecí, mi garganta apretándose aun cuando mi cuerpo palpitaba con un placer traidor. Finalmente, aparté mi mirada del vestido para mirar a Remo: mi captor, mi némesis, mi ruina… y aun así, a pesar de lo que había tomado de mí, el odio no era lo único que sentía mi corazón débil e idiota. Pero esa era una verdad que me llevaría a mi tumba. —Te odio —susurré como si decir las palabras en voz alta las hiciera realidad.

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Los ojos de Remo se clavaron en los míos, llenos de emociones, su boca torciéndose en una sonrisa oscura porque él sabía. Se acercó más, su lengua deslizándose a lo largo de la comisura de mis labios. —Nada sabe más dulce que tus labios, incluso cuando están escupiendo mentiras, ángel. Su siguiente empuje golpeó profundamente, y no pude contenerme. Un placer cegador se precipitó a través de mi cuerpo. Mis labios se separaron, pero me tragué el grito. No se lo daría a Remo. Hoy no. Me mordió en la garganta y la fuerza de mi orgasmo se duplicó. El gemido escapó de mi garganta a la fuerza. Ni siquiera me permitiría esa pequeña victoria. Su propio rostro se retorció por la tensión mientras seguía empujando, flexionando los hombros. Besó mi boca suavemente y después mi oreja, y supe que pronunciaría las palabras destinadas a romperme, unas palabras peores que cualquier tortura. Lo había sabido desde el momento en que había visto su cara fría esta mañana. —Querías saber por qué necesito que te pongas tu vestido de novia —dijo con voz ronca mientras sus embestidas se tornaban menos controladas. Mi pecho se apretó con miedo. Remo volvió a besarme la oreja.

—Verás, concerté una reunión con Dante para esta noche, y prometí devolverte. Danilo también estará allí, y pensé que apreciaría verte finalmente con tu vestido de novia. Incluso si le robé lo que le prometiste. La conmoción y la furia se estrellaron contra mí, y golpeé a Remo con fuerza. Agarró mi muñeca y la presionó contra el colchón sobre mi cabeza a medida que embestía dentro de mí otra vez, sus ojos reclamándome una y otra vez, tomando más con cada empuje. Pero ya no podía bloquearme, porque yo también había reclamado una parte de él. Su cuerpo se tensó, se estremeció con placer y, como siempre, mi propio cuerpo traidor se sometió una vez más. Grité. Remo entrelazó nuestros dedos, presionándolos más profundamente en el colchón cuando su boca encontró la mía para un beso lleno de ira y dominio. Cuando finalmente se quedó inmóvil encima de mí, mis ojos se desplazaron a mi vestido. —Eres mía, ángel. En cuerpo y alma —gruñó ronco. Y que Dios me ayudara, porque decía la verdad.

222 Cuando me volví a poner el vestido, me sentí como un sacrilegio vistiendo algo tan puro y blanco. La piel de gallina se erizó en mi cuerpo cuando la pesada tela se asentó alrededor de mis piernas. Me quedé mirando las capas de tul, las manchas de sangre y las lágrimas. ¿En serio había elegido este vestido? ¿Alguna vez me sentí cómoda usándolo? Remo me miró con una expresión dura. —Todavía recuerdo la primera vez que te vi en él. No dije nada. Remo alcanzó mi anillo de compromiso en la mesita de noche, y los pequeños vellos en mi cuello se erizaron. Se detuvo justo delaten de mí y tomó mi mano, después me puso el anillo con una sonrisa torcida. —Esto te marca como Danilo, ¿no? Lo miré ferozmente, sin rodeos, porque sabía que la marca que él había dejado era mucho más profunda que un anillo caro. Algo en los ojos de Remo

cambió, un parpadeo en su máscara áspera, sin embargo, aún sostenía mi mano. Me soltó bruscamente y dio un paso atrás. —Danilo estará encantado de recuperarte. —No soy la chica que solía ser. La mirada de Remo me golpeó como un mazo, pero no dijo nada, aunque yo quería… necesitaba que lo hiciera.

Hasta el muy preciso final, estuve convencida que Remo me retendría. Seguí negando la verdad hasta que me encontré con el resultado de mis pecados: los rostros agotados de mi familia y prometido.

223

Esperaban en el estacionamiento abandonado. Papá, Dante y Danilo. Samuel no estaba allí, y sabía que era porque habría perdido la cabeza. Detrás de ellos, en el suelo, había un hombre atado, probablemente el padre de Fabiano. Me daba la espalda y no podía estar segura. Sus ojos se dirigieron hacia uno de los edificios, y cuando Remo me sacó del auto, descubrí la razón. Nino estaba posado en el techo como un francotirador. Fabiano también salió del auto, sacando su propia pistola. Remo me guio a pocos pasos del auto. Y luego se detuvo. —Fuiste muy mal aconsejado al atacar nuestro territorio, Dante —dijo con amabilidad, su agarre en mi cadera apretándose a medida que me sostenía contra su cuerpo. Mis ojos permanecieron en el suelo porque mi culpa se asentaba tan pesadamente sobre mis hombros que no podía encontrar el coraje para encontrarme con las miradas de los hombres que vinieron a salvarme. La tela blanca de mi vestido parecía burlarse de mí, así que me concentré en las manchas de sangre. Preparándome con todas mis fuerzas, levanté la cabeza finalmente y deseé no haberlo hecho. Nada había dolido más que la mirada en la cara de papá. Se fijaba en mi vestido ensangrentado, los moretones en mi garganta donde Remo me había marcado una y otra vez. Remo había hecho que su reclamo en mí fuera lo más aparente posible, alardeándolo frente a todos, y tuvo el efecto deseado. El tío Dante, mi prometido Danilo y mi padre me contemplaron como si los hubieran destripado. El último triunfo de Remo.

Quise gritarles que no había sufrido de la forma en que pensaban que lo había hecho, deseé que me odiaran, pero no era lo suficientemente valiente como para decir la verdad. —La próxima vez que consideres joder con nosotros, mira a tu sobrina, Dante, y recuerda cómo le fallaste a ella. El rostro de Dante era de piedra, pero había un destello de algo oscuro en sus ojos. No podía encontrarme con sus ojos. Una vergüenza ardiente me recorrió por lo que había dejado que Remo hiciera, lo que yo había hecho. Lo que había querido hacer, y lo que todavía quería hacer. Remo se inclinó más cerca, sus labios rozando mi oreja. —Soy tu dueño, ángel. Recuérdalo. Me diste una parte de ti y nunca la recuperarás. Es mía sin importar lo que pase ahora.

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Dante, Danilo y mi padre parecieron a punto de atacar, con el cuerpo tenso, y expresiones retorcidas de odio y furia. Querían protegerme cuando ya no quedaba nada por salvar, no podían salvar nada porque estaba perdida irrevocablemente. Volví la cabeza ligeramente, encontrándome con la mirada fría de Remo. —No soy la única que perdió algo —susurré—. Me diste parte de tu cruel corazón negro, Remo, y un día te darás cuenta. Algo brilló en los ojos de Remo. Esos ojos crueles que atormentaban las pesadillas de sus víctimas… ¿cuánto tiempo me atormentarían? Especialmente todas las veces que no me habían mirado con crueldad u odio, sino con una emoción mucho más aterradora. Luego apartó la mirada de mí para mirar a mi tío. Todo lo que podía pensar era que él no había negado mis palabras. Tenía el cruel corazón negro de Remo y tal vez esa era la realización más dolorosa de todas. —Entrega a Scuderi —dijo. Dante agarró la cuerda que se enroscaba fuertemente alrededor de Scuderi y lo arrastró hacia nosotros. Había conocido a mi tío durante toda mi vida, pero nunca había visto esa mirada en su rostro. Más allá de la furia y arrepentimiento. Empujó a Scuderi al suelo a medio camino hacia nosotros. —Libera a mi sobrina, ahora —ordenó.

Remo rio entre dientes. Esto era un truco. Tenía que ser un truco. Remo lo había dicho él mismo: era suya. Era mi dueño. Le pertenecía. En cuerpo y alma. No me dejaría ir. Lo peor era que, en el fondo, esperaba que no lo hiciera… y no solo porque no quería vivir con la familia que había traicionado tan horriblemente, sino también porque la idea de que él pudiera abandonarme tan fácilmente me estaba destrozando. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, posesivos y triunfantes, y se inclinó hacia abajo. Por un segundo de infarto, estuve segura que me besaría justo delante de todos, pero sus labios rozaron mi mejilla ligeramente antes de que se detuvieran en mi oído. —Nunca pensé que me darías esta mirada el día que te liberara; como si darte la libertad fuera la peor traición de todas. No deberías querer que alguien te enjaule. Deberías anhelar la libertad. —Exhaló entonces, su cálido aliento contra mi piel haciéndome temblar—. Adiós, Serafina.

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Remo me soltó y después me apartó de él. Me tambaleé hacia adelante, alejándome de él, con el corazón martillando en mi pecho. Unas manos fuertes me agarraron y me apartaron de Remo rápidamente. Avancé hacia mi familia, mi prometido, la libertad, pero no me sentí ni remotamente libre. Dante se detuvo a mi lado y Danilo dio un paso hacia mí, alcanzándome, y me estremecí, sintiéndome indigna de su toque después de que lo hubiera traicionado, así como traicioné a la Organización con Remo. Dante y mi padre se tensaron, y Danilo bajó el brazo y se apartó de mí con una mirada llena de odio ultrajante hacia Remo. Pero la expresión de Remo fue lo peor de todo porque cuando me encontré con su mirada supe lo que decía. Soy tu dueño. Medio caí en los brazos de mi padre, y él me abrazó con fuerza, susurrando palabras de consuelo que no había captado, alejándome hacia su auto. Mis ojos no estaban en él. Fabiano cargó a su padre en la parte trasera del auto antes de que entrara en él. Con otra mirada hacia mí, Remo lo siguió y entró. Alejándose. Y otra vez me estremecí porque una parte de mí, la parte que más me aterrorizaba, ya extrañaba a Remo. Soy tu dueño. Lo era.

Papá se subió a la parte trasera del auto conmigo, todavía abrazándome contra su pecho y acariciando mi cabello, y una nueva ola de culpa me abrumó. Dante se puso al volante y Danilo se sentó a su lado. Mi prometido me echó otro vistazo por el espejo retrovisor y agaché la cabeza, con las mejillas encendidas de vergüenza. —Ahora estás a salvo, Fina. Nada volverá a pasarte de nuevo. Lo siento, palomita. Lo siento mucho —susurró papá contra mi cabello, y me di cuenta que estaba llorando. Mi padre. Un hombre de la mafia desde su adolescencia. El lugarteniente de Minneapolis. Estaba llorando en mi cabello, justo delante de su Capo y mi prometido, y me desmoroné. Aferré su chaqueta y lloré, lloré a todo pulmón, por primera vez desde que podía recordar, y mi padre me abrazó aún más fuerte. —Lo siento —jadeé, unas palabras rotas llenas de desesperación. Unas palabras que no eran suficientes para transmitir el alcance de mis pecados. De mi traición. —No —gruñó—. No, Fina, no. —Se estremeció, su agarre doloroso. —Remo… él… yo…

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Papá acunó mi cabeza. —Se acabó. Ahora se acabó, Fina. Lo juro, un día lo perseguiré. Lo mataré por lo que te hizo… por… por lastimarte. Tragué con fuerza. Él pensaba que Remo me había violado. Todos lo hacían, y no podía decirle la verdad, era demasiado cobarde como para decirle. Cerrando mis ojos, apoyé mi mejilla contra su pecho. Papá me abrazó con fuerza, meciéndome como una niña pequeña, como si pudiera restaurar mi inocencia al hacerlo. ¿La verdad lo liberaría? ¿Los liberaría a todos o los rompería aún más? Ya no estaba segura de nada.

Remo Fabiano siguió lanzando miradas de reojo a su padre sobre el respaldo del auto, viéndose jodidamente ansioso por desgarrar al hombre.

—Tu plan en realidad funcionó. Aplastaste a la maldita Organización —dijo Fabiano, girándose hacia mí. Seguí mirando hacia el camino. Tenía en mis manos el triunfo por el que había estado trabajando, al destruir a la Organización desde dentro. Lo había visto en las caras de mis enemigos. Sabía que seguirían sufriendo. Fabiano se movió en su asiento. —Remo, te das cuenta que ganamos, ¿verdad? Tenemos a mi padre. Tu jodido plan lunático funcionó. —Sí, mi plan funcionó… —Entonces por qué… —Los ojos de Fabiano se abrieron por completo. Mi agarre en el volante se apretó. —Podemos intentar secuestrarla de nuevo. Funcionó una vez, quién dice que no volverá a funcionar —dijo casi con incredulidad. —No —gruñí con dureza—. Serafina no pertenece al cautiverio. Fabiano negó con la cabeza.

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—La casarán con Danilo. Incluso si arruinaste los bienes, sigue siendo la sobrina de Cavallaro, y Danilo sería un tonto si rechazara un matrimonio porque ya no es virgen. Quería matar a alguien, quería derramar sangre. —Ella no se casará con él. —Remo… —Ni una palabra más, Fabiano, o te juro que no tendrás la oportunidad de destrozar a tu padre porque yo lo haré y quizás te haga lo mismo. Se hundió en el asiento con el ceño fruncido. —¿Debería llamar a Nino? —Lo veremos dentro de cinco malditos minutos —gruñí—. Ahora cállate de una puta vez. Nos encontramos en Sugar Trap. Fabiano arrastró a su padre al sótano mientras yo me sentaba en el bar. Jerry dejó una botella de brandy y un vaso delante de mí sin una palabra. Nino se unió a mí después de un par de minutos.

—El avión de Matteo y Romero llegó hace treinta minutos. Pronto estarán aquí. —Bien. Una señal de buena voluntad por parte de Luca. —Aún no está contento con el secuestro. Pero ahora que devolvimos a Serafina y le dimos a su hermano y al capitán la oportunidad de participar en la tortura, probablemente entrará en razón. No necesitamos un conflicto con la Famiglia. La Organización comenzará a atacar brutalmente dentro de poco. —Organiza una pelea de jaula para mí. Dos oponentes. Combate a muerte. Mañana. A más tardar el día siguiente. Nino me agarró del hombro. —Remo. No podemos tenerte jugando con tu vida ahora mismo. Te necesitamos fuerte. Me puse de pie y le di una sonrisa torcida.

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—Si me quieres fuerte, dame alguien a quien matar. Quiero sangre. Quiero mutilar y matar. Y no estoy arriesgando mi vida. Maldita sea, eliminaré a cada jodida persona que entre a la puta jaula como mi oponente. —Eso no hará que la extrañes menos. Me lancé hacia él con una furia cegadora. Y por primera vez en mi puta vida, ataqué a mi hermano. Nino bloqueó mi puño y retrocedió un paso, así que me paré bruscamente, deteniéndome después de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Mi pecho se agitaba pesadamente mientras observaba los cautelosos ojos grises de mi hermano. Jerry había corrido y, un momento después, Fabiano irrumpió dentro, pero se quedó helado cuando nos vio a Nino y a mí uno frente al otro, de pie casi pecho contra pecho. —Mierda —gruñí con voz ronca, retrocediendo un paso. Extendí mi brazo, con el tatuaje expuesto, mi palma hacia arriba. Una disculpa silenciosa, la única de la que era capaz. Fabiano se dio la vuelta, dejándonos solos. Nino unió nuestros brazos, mi mano en su tatuaje, en sus cicatrices y su palma en la mía. —Caminaste a través del fuego por mí, Remo —dijo en voz baja, implorando—, pero debes saber que, haría lo mismo por ti. No te habría pedido que la enviaras de vuelta si hubiera sabido… y caminaré directamente hacia el territorio de la Organización por ti y la recuperaré si eso es lo que quieres.

—Eso no es lo que quiero. —Ella no volverá a ti por su propia voluntad. —Entonces, que así sea. Ahora encuentra a alguien que pueda matar y prepara todo para un maldito combate a muerte. —Nino apretó mi brazo y luego me soltó—. Creo que por primera vez en mi vida te envidio tu falta de emociones.

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20 Remo —Si no llegan pronto, empezaré sin ellos. Me importa una mierda si eso ofende al maldito Luca Vitiello o no —gruñó Fabiano a medida que se cernía sobre su padre, quien yacía de costado en el suelo, con la boca tapada, los brazos y las piernas atados. Observaba a su hijo con los ojos llenos de terror. —Estarán aquí en cualquier momento —murmuré.

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Podía decir que Fabiano apenas estaba escuchando. Estaba demasiado concentrado en su padre. Había esperado mucho tiempo por este momento. Maldita sea, lo entendía. Haría cualquier cosa por la oportunidad de torturar a mi padre hasta la muerte. Todavía recordaba el jodido día en que descubrí que mi hermanastro traidor había matado al imbécil, algo con lo que había soñado desde que había entendido que nuestro padre no era el dios invencible que él mismo se había creído. Que, de hecho, podía ser asesinado. Desde que era un maldito niño, soñé con borrar a nuestro padre de nuestras vidas… Si hubiera un infierno, caminaría directamente hacia él para hacer un trato con el diablo de modo que me diera la oportunidad de matar al hombre solo una vez. Tal vez dos veces. —Ya no soy el niño escuálido al que puedes torturar para tu propia diversión, ¿verdad? —murmuró Fabiano mientras se agachaba frente al otro hombre. Me enorgullezco de mi sonrisa de miedo, pero la expresión de Fabiano sobrepasaba todo. Hoy disfrutaría. La puerta se abrió con un chirrido y Fabiano se enderezó. Entró Nino, seguido de Matteo y Romero. Me había sorprendido cuando Luca me dijo que los enviaría pero que no vendría por sí mismo. Suponía que tenía menos razones para desgarrar a Scuderi que los otros. Le habían dado a Aria porque Scuderi vendía a sus hijas como si fueran ganado, y cualquiera podía admitir que Aria era un regalo muy bonito. La imagen de otra mujer con cabello rubio y ojos azules entró en mi mente, sin ser invitada. La empujé hacia abajo.

La dejaría ser libre. —Nada mejor que una tortura compartida para unir vínculos —dijo Matteo con una sonrisa a medida que entraba tan campante en la celda en el sótano del Sugar Trap. Ese imbécil siempre parecía como si hubiera salido de una sesión de fotos para una revista de moda. Un día jodería esa cara bonita. Romero me dio a mí y a Fabiano un breve asentimiento de saludo antes de que sus ojos también cayeran sobre Scuderi. Me aparté de la pared y extendí mi mano hacia Matteo, quien la estrechó después de un momento. —Todavía no puedo soportar tu puta cara, Remo —dijo con una sonrisa engreída—. Pero por esto podría dudar un milisegundo antes de cortarte la garganta una vez que volvamos a ser enemigos. —Ese milisegundo será el momento en que yo te corte la cabeza, Matteo — dije con una sonrisa torcida de las mías. Soltó mi mano.

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—Que gane el cabrón más loco. Mi sonrisa se ensanchó y capté la mirada de Nino a través de la habitación. Ambos sabíamos quién sería, porque cuando se trataba de la puta locura, yo era el maestro indiscutible. Me dirigí a Romero, quien no mostró la actitud descuidada de Vitiello. Obviamente él estaba preocupado por estar en un sótano en Las Vegas. Pero no tenía la menor intención de atacar a ninguno de ellos hoy. La guerra con la Famiglia tendría que esperar hasta que la Organización estuviera aplastada y su territorio dividido entre nosotros. Me dio la mano brevemente. —Tus métodos son deshonrosos —dijo lacónicamente. —Los desapruebas y, aun así, aquí estás… beneficiándote de ellos. Romero retiró su mano, sus ojos castaños volviendo a Scuderi y su expresión llenándose de odio. Me acerqué a Scuderi y le sonreí. Sus ojos parpadearon con terror. —Debo decir que has reunido a muchos enemigos con el tiempo, y todos nos hemos reunido para desgarrarte.

Me agaché y arranqué la cinta de su cara, luego me enderecé y regresé a mi lugar en la pared. Tal vez sus gritos de agonía ahogarían la voz de arrepentimiento en mi cabeza. A Serafina alejándose con ese maldito vestido blanco y la última mirada que me dio. Maldición, qué se joda todo. Fabiano rodeó a su padre. —Padre, he estado esperando esta oportunidad por mucho tiempo, y tengo toda la intención de hacer que dure el mayor tiempo posible. Por suerte para mí, Nino es un maestro prolongando las torturas. Con un poco de suerte podemos mantenerte vivo durante dos o tres días. De esa manera, todos podremos conseguir la diversión que merecemos. Scuderi intentó empujarse a sí mismo en una posición sentada, pero falló. Su expresión se tornó suplicante. Si pensaba que eso conmovería el corazón de Fabiano, no entendía lo que Fabiano hacía a diario como mi Ejecutor. —Fabi, soy tu padre. Ya perdiste a tu madre. ¿También quieres perderme?

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Fabiano se lanzó, aplastando su puño en la cara del hombre. Sus huesos crujieron. Observé desde mi lugar contra la pared. Este no era mi momento. A pesar de mi necesidad de mutilar y matar, me contendría. Matteo, Fabiano y Romero tenían más razones para derramar la sangre de Scuderi. —Cállate —gruñó Fabiano. Matteo había empezado a girar un cuchillo Karambit entre sus dedos, con un brillo ansioso en sus ojos que conocía muy bien. —Tengo niños pequeños que me necesitan —intentó Scuderi con voz ronca. Fabiano lo levantó del cuello y lo arrojó contra la pared, deteniéndose justo en su cara. —Estarán mejor sin ti. Mis hermanas y yo lo habríamos estado, eso es seguro. Nino dejó una silla en el centro de la habitación, y Matteo ayudó a Fabiano a arrastrar a Scuderi hacia ella. Lo ataron a pesar de su lucha. Sus ojos pequeños y brillantes me encontraron. —Remo, eres Capo. Podría serte de utilidad. Lo sé todo sobre la Organización y Dante. Si me dejas vivir, te lo contaré todo. Fabiano resopló a medida que sacaba su cuchillo de la funda alrededor de su pecho.

Sonreí cruelmente ante el repugnante bastardo que tenía ante mí. —Igual me revelarás todo lo que quiero saber. Sé que estás en manos muy capaces que te obligarán a soltar todas las verdades. —Oh, lo haremos —dijo Matteo con su puta sonrisa de tiburón. Se acercó a Fabiano, e intercambiaron una mirada. Entonces Matteo se inclinó sobre Scuderi y clavó su cuchillo en su pecho—. Gianna te envía saludos. Le dije que te dejaría sufrir, y lo haré. Matteo dejó un largo corte en el pecho de Scuderi, haciendo que el bastardo gritara como un maldito cobarde. Romero avanzó hasta Scuderi después de eso. No estaba sosteniendo un cuchillo en su mano. Solo estrelló el puño en el costado de Scuderi dos veces y después en su estómago. Algunos hombres preferían repartir el dolor con sus puños, otros con una cuchilla fría. Igual lo disfrutaba, dependiendo de mi estado de ánimo y de lo que mi oponente temiera más.

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—Le diste a Lily a un maldito viejo bastardo para que así pudieras conseguir una novia, una niña, para ti. Eres una desgracia de padre. —Volvió a golpear al hombre. Fabiano se hizo cargo. —Espero que pases tus últimas horas considerando que ni una jodida alma en este planeta lamentará que te hayas ido. Si encuentras tiempo para pensamientos cuerdos entre la agonía. —Infligió un largo corte en el brazo del hombre. La vista de los riachuelos rojos arrastrándose seductoramente sobre la piel desnuda hicieron que mi cuerpo vibrase de emoción. Mierda, quería derramar sangre, repartir agonía. Maldita sea, quería destruir a alguien. Nino se inclinó a mi lado. Todavía no era hora de que lo ayudara, y su atención estaba en mí, no en la escena en el centro de la celda. —Deja de evaluarme —dije en voz baja. Nino entrecerró los ojos ligeramente, pero obedeció y finalmente se volvió hacia la tortura. Matteo, Romero y Fabiano se turnaban para golpear y cortar a Scuderi hasta que sus gritos y suplicas llenaron la celda. Después de unas horas, Fabiano, cubierto de sangre y sudor, le indicó a Nino que se involucrara. Mi hermano se subió las mangas y, después de mirarme otra vez, se dirigió hacia el equipo médico que aseguraría que Scuderi no muriera demasiado pronto.

Romero se apoyó contra la pared. Matteo y Fabiano se habían turnado para torturar a Scuderi durante la última hora, y tenía la sensación de que serían ellos los que lidiarían con él en las horas restantes de su vida. Mi propio cuerpo zumbaba con la necesidad de destruir, la necesidad de provocar dolor y sentir dolor, de llenar el maldito vacío en mi pecho. Mi cuerpo gritaba por dormir, pero a excepción de algunas pausas para ir al baño, me quedé en la celda mientras Fabiano lidiaba con el hijo de puta de su padre. No llevaría demasiado tiempo. Los hombros de Fabiano se agitaban a medida que contemplaba a su padre. El hombre respiraba superficialmente. Fabiano se volvió hacia mí, con salpicaduras de sangre en su rostro. Su pecho desnudo estaba completamente cubierto con ella. Nuestros ojos se encontraron. —Remo… ¿quieres…? —Su voz sonó ronca.

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Me aparté de la pared y caminé hacia él, sin estar seguro de lo que me estaba pidiendo. Fabiano aferraba el cuchillo ensangrentado en un agarre mortal, la mirada en sus ojos recordándome al chico que había encontrado en el territorio de la Bratva hace muchos años atrás… un chico desesperado por la muerte porque su padre le había arrebatado todo. Nino hizo un gesto a Matteo y Romero para que se fueran, y mirándome por última vez, cerró la puerta. Fabiano tragó con fuerza antes de alargar el antebrazo con el tatuaje de la Camorra. —Me diste un hogar. Un propósito. Me trataste como a un hermano… — Echó un vistazo a su padre—. Como familia. Sé que no querías nada más que matar a tu padre y que te lo quitaron. Sé que no es lo mismo, pero… ¿quieres ayudarme a matar a mi padre? Uní los brazos con Fabiano, apretando su antebrazo con fuerza. —No somos sangre pero somos hermanos, Fabiano. Caminaré a través del fuego por ti. —Miré fijamente al hijo de puta que había querido a su propio hijo muerto y luego de vuelta a Fabiano—. Y no hay nada que prefiera hacer más que matarlo contigo. Es un honor. Fabiano asintió, y después se arrodilló junto a su padre. Yo hice lo mismo. Fabiano levantó el cuchillo sobre el pecho de su padre y luego me miró. Cerré mis dedos sobre los suyos y juntos clavamos la hoja, justo en el puto corazón de Scuderi.

Los hombros de Fabiano se hundieron y soltó un fuerte suspiro brusco, como si la muerte del hombre finalmente lo liberara. Me pregunté si alguna vez encontraría algo que hiciera lo mismo por Nino y por mí.

Serafina Ya fuera de Las Vegas, cambiamos el automóvil por el jet privado perteneciente a la Organización. Me acurruqué en mi asiento, mi mejilla presionada contra la ventana, observando cómo la ciudad se hacía más pequeña en la distancia. Papá se sentó frente a mí, mirándome y a la vez sin mirarme, atrapado en algún lugar entre el alivio total y la desesperación exasperada.

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Sabía lo lamentable que me veía. Un vestido sangriento y desgarrado. Marcas de mordidas en toda mi garganta. Dante estaba hablando en voz baja por teléfono, pero él también me miraba de vez en cuando. El único que no me había mirado después de que me estremeciera por su toque era Danilo. Se inclinaba hacia delante, con los antebrazos apoyados en las rodillas, viendo fijamente al suelo. La culpa y un destello de tristeza me inundaron. Por él. Por nosotros. Por lo que podría haber sido y nunca sería. Tragué con fuerza y aparté la vista. Me encontré con la mirada de papá. Forzó una pequeña sonrisa y me alcanzó como si quisiera tocar mis piernas sobre el tul de mi vestido, pero entonces vaciló como si estuviera preocupado por mi reacción. Tomé su mano y la apreté. Sus ojos aún estaban vidriosos y atormentados. Soy una pecadora, papá. No llores por mí. Levantó su otra mano con el teléfono. —¿Quieres llamar a Samuel? Le envié un mensaje para decirle que te tenemos. Asentí ferozmente, con mi garganta obstruida. Los ojos de papá se lanzaron a mi garganta una vez más, y la insinuación de algo cruel y áspero se encendió en ellos. Algo que nunca había mostrado en casa. Me dio su teléfono y golpeé la marcación rápida con mis dedos temblorosos. —¿Sí?

Por un segundo, al escuchar la voz de Samuel quedé inmovilizada. —Sam —susurré. Hubo silencio. —¿Fina? La palabra sonó como una exclamación rota que me destrozó en mil pedazos. Las lágrimas se arrastraron por mis mejillas, y pude sentir todos los ojos en mí. Cerré los míos. —Lo siento. Samuel contuvo el aliento. —No… no te disculpes. Nunca más, Fina. No podía prometer eso. Un día tendría que admitir una disculpa que haría que Sam me odiara. Una voz más aguda sonó en el fondo.

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—Está bien, mamá —la tranquilizó Samuel—. Ya te la paso. —Se dirigió a mí otra vez—. Ahora te pondré con mamá. No puedo esperar para tenerte en mis brazos, Fina. Sollocé. —También yo. —Fina —dijo mamá con suavidad, intentando pero fallando en sonar compuesta y no como si estuviera llorando. Tantos corazones rotos. Tanto dolor y desesperación. Remo Falcone era, de hecho, el hombre más cruel que conocía, y yo tenía que ser la perra más fría de este planeta, porque aun así, mi estúpido corazón latía más rápido cuando pensaba en él. —Pronto estaré en casa —susurré. —Sí… sí —concordó mamá. Colgamos eventualmente porque llegó a ser demasiado, el silencio del llanto reprimido y la distancia que no podríamos superar. —¿A dónde vamos? —No había preguntado antes porque asumí que regresaríamos a Minneapolis… pero prácticamente seguía siendo la esposa de Danilo. ¿Me llevarían a Indianápolis? ¿O tal vez a Chicago porque Dante necesitaba interrogarme sobre cada pequeño detalle de mi cautiverio? Papá se inclinó hacia delante y acunó mi mejilla.

—A casa, Fina. Casa. Asentí. Mis ojos encontraron a Danilo, quien me estaba observando. Nuestras miradas se encontraron brevemente, pero luego la culpa me obligó a mirar hacia otro lado. Con el tiempo, tendría que enfrentarlo. Pero no estaba segura de qué decirle. El resto del viaje en avión transcurrió en completo silencio. Sabía que todos tenían muchas preguntas que formular, pero se contenían por mi bien, y me alegré porque todavía no estaba segura qué decirle a ninguno de ellos. Con cada segundo que pasaba, mi piel hormigueaba cada vez más atrapada en mi vestido de novia. Se sentía absolutamente equivocado, como estar envuelta en mentiras y engaños. Mamá y Samuel esperaban frente a nuestra casa cuando nos detuvimos con el auto. No vi a Sofia por ninguna parte, probablemente para protegerla de la vista, y me alegré. No necesitaba verme así.

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Temblé cuando papá me ayudó a salir del auto, sus dedos apretándose alrededor de mi antebrazo como si temiera que pudiera desmayarme. Dante y Danilo se quedaron atrás mientras caminábamos hacia la casa. Samuel se tambaleó hacia mí. Mi gemelo. Mi confidente. Mi compañero de crimen. Se congeló cuando sus ojos registraron mi estado, las marcas en mi garganta, y su expresión se convirtió en una que había visto por primera vez poco después de haberse convertido en un hombre de la mafia hace cinco años. Fría, cruel, sedienta de sangre. Se contuvo, superó la distancia restante entre nosotros y me abrazó contra su cuerpo, levantándome del suelo en un abrazo aplastante. Enterré mi cara en el hueco de su cuello, temblando. —Pensé que nunca más te volvería a ver —dijo con voz ronca. Ya no era la persona que él conocía. Se había ido. Si supiera en qué me había convertido, si todos lo supieran, me odiarían. Y con toda razón. ¿Podías des-perderte? Me aferré a Samuel durante mucho tiempo, solo respirando su aroma reconfortante, saboreando la sensación de él. Eventualmente, me bajó y mis ojos se posaron en mamá, quien estaba detrás de Samuel, con la mano cubriendo su boca, y lágrimas corriendo por su rostro. Papá había envuelto su brazo alrededor de ella, estabilizándola. Su angustia me cortó profundamente.

Pensaban que Remo me había violado. Parecía que me habían violado con mi vestido rasgado y sangriento. Mamá se apresuró hacia adelante y me abrazó con tanta fuerza que apenas podía respirar y lloró en mi cabello, y mi corazón… simplemente se rompió al escucharlo. Y no por primera vez, deseé que Remo hubiera hecho lo que todos pensaban para así poder llorar legítimamente con mi madre y con todos ellos. Debería haberles dicho la verdad, pero las palabras no pasaron por mis labios. Pronto. Papá y Samuel se unieron a nosotros, y suspiré, porque en ese momento me permití un momento de alegría uniéndome a ellos. Samuel envolvió su brazo alrededor de mis hombros a medida que me guiaba al interior de nuestra casa. —¿Dónde está Sofia? —pregunté. —Está con Valentina y los niños en una casa segura cerca. Vendrán pronto —explicó Dante detrás de mí. Asentí.

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—Necesito ducharme —dije y lamenté mis palabras cuando vi la mirada que intercambió mi familia. Me alejé rápidamente y avancé a mi habitación escaleras arriba, comenzando a rasgar mi vestido, pero la cosa seguía aferrándose a mí. Lágrimas enojadas y desesperadas se agruparon en mis ojos. —¡Sam! —llamé, y en un abrir y cerrar de ojos él estaba allí—. ¿Puedes… puedes ayudarme con el vestido? Asintió y empujó mi cabello hacia un lado para alcanzar la cremallera. Se quedó inmóvil, soltando un suspiro entrecortado. Sabía lo que veía: la marca de la mordida en la nuca. Se inclinó hacia delante, enterrando su cara en mi cabello. Le permití un momento para recuperarse incluso cuando mi corazón se rompió y se rompió y se rompió infinitas veces. —Lo mataré. Una amenaza. Una promesa. Aunque no mi salvación como él esperaba que pudiese ser. Bajó la cremallera. Me tambaleé hasta el baño, y sin mirarlo, cerré la puerta. El agua tibia no me quitó la vergüenza y la culpa. ¿Cómo podría permanecer entre las personas que había traicionado? ¿Cómo podría mirar sus caras sabiendo que habían sufrido más que yo?

Cerré mis ojos. Estaban felices de tenerme de vuelta. Tenía que centrarme en eso. Pero ¿por qué, por qué no estaba feliz? Salí de la ducha, me sequé y luego envolví una toalla alrededor de mi cuerpo. Salí para agarrar la ropa. Samuel se sentaba en el borde de mi cama, su expresión tensa. Sus ojos pasaron a mi garganta y luego a mis muslos. Mi mirada siguió la suya y vi las contusiones en forma de mano en mis muslos internos donde Remo me había sostenido en el lugar cuando había enterrado su cara en mi regazo. Sentí que el color desaparecía de mi cara, agarré algo de ropa y volví al baño. Temblando, me vestí rápidamente con un vestido suave y medias. Con una respiración profunda, salí y me acerqué a Samuel vacilantemente. Estaba mirando hacia su mano en la cama, apretándola en un puño. Me senté a su lado, acurrucando mis piernas bajo mi cuerpo. Samuel alzó los ojos y la mirada en ellos fue como una bola de culpabilidad a toda velocidad. Su mirada se dirigió a mi garganta una vez más, a las marcas de Remo, y una desesperación absoluta llenó su rostro.

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—Oh, Fina —dijo en un murmullo roto—. Jamás me perdonaré a mí mismo. Te fallé. Debí haberte protegido. Casi me volví loco durante estos dos últimos meses. No puedo dejar de pensar que tuve que quedarme aquí atrás mientras tú estabas en el infierno. Que soy la razón por la que sufriste aún más. —Tragó con fuerza—. Cuando Remo nos envió esas sábanas… —su voz se quebró. Me arrojé hacia Samuel, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello y enterrando mi nariz contra su cuello. —No. Por favor, no te culpes a ti mismo. No hiciste nada malo. Yo sí. Les hice mal a todos. Sus brazos me rodearon, y se estremeció. —Se suponía que debías estar protegida, a salvo de los horrores de nuestra vida. Nunca quise que descubrieras lo cruel que podría ser la mafia. Nadie nunca te volverá a tocar, Fina. No voy a dejar tu lado. Y un día, papá y yo pondremos nuestras manos en Remo, y entonces le mostraremos que podemos ser tan crueles y despiadados como la Camorra. Él estará rogando misericordia. —Se acabó —susurré—. Se acabó, Sam. No hablemos de eso nunca más. Por favor. —Conocía a Remo mejor que él, y nada de lo que pudieran hacer haría que Remo pidiera misericordia. Asintió contra mí, y nos quedamos así por un tiempo.

—Cuando escuché tus gritos en el sótano, pensé que me volvería loco —dijo sombríamente. Presioné mi cara contra el hueco de su cuello, incapaz de mirarlo cuando le confesé la verdad. —Remo no me torturó. Quería que creyeras que lo hizo. Quería que te hiciera creer que me lastimaba para que así sufrieras. Yo… yo… solo quería salvarte. Samuel acunó mi cabeza y se apartó, sus ojos más suaves que antes.

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—Era mi trabajo salvarte y no pude. Incluso si esos gritos no fueron reales, puedo ver lo que te hizo… —Samuel tragó con fuerza, sus ojos bajando a las marcas de mordidas una vez más—. Estabas destinada a ser tratada como una princesa, cuidada y apreciada… no… no… —Negó con la cabeza y hundió el rostro entre sus manos—. No puedo sacar la imagen de esas sábanas de mi cabeza, no puedo olvidar los sollozos de mamá o la forma en que se arrodilló frente a Dante y le rogó que te salvara, o cómo Danilo destruyó toda la oficina de papá. No puedo olvidar a papá llorando. Nunca ha llorado, Fina. Papá y yo hemos hecho y visto tantas cosas, pero los dos lloramos como unos jodidos bebés ese día. Juro por mi honor, por todo lo que amo, que no descansaré hasta que haya clavado mi maldito cuchillo en Remo Falcone. Besé la parte superior de su cabeza y lo sostuve porque a pesar de ser la secuestrada, Remo no me había roto, y me di cuenta que nunca había sido su intención. Lo que había hecho era peor. —Sam —dije, reuniendo mi coraje porque necesitaba salvarlo, necesitaba salvarlos a todos con la verdad, incluso si eso me arruinaba—. No sufrí como todos ustedes piensan. Remo no me violó, no me torturó. Samuel se echó hacia atrás y me preparé para lo inevitable, para el disgusto y el odio, me resigné a ello, pero sus ojos albergaban piedad y tristeza. Me acarició la garganta y luego tocó el corte descolorido en mi antebrazo. Algo oscuro se arremolinó en la profundidad de sus ojos azules cuando se fijaron en los míos. —Eras inocente. Nunca has estado sola con un hombre merced de un monstruo como Remo Falcone. No tenías nada Hiciste lo que tenías que hacer, para sobrevivir. El cerebro poderosa. Puede sobrevivir a los horrores más crueles alternativas. Negué con la cabeza. No entendía.

y después estabas a con que protegerte. es una herramienta creando realidades

—Sam —probé de nuevo—. No fui violada. Sam tragó con fuerza y me besó la frente como si fuera una niña pequeña. —Con el tiempo te darás cuenta, Fina. Una vez que te hayas curado, una vez que el lavado cerebral cese, verás la verdad. Y estaré ahí para ti cuando eso suceda. Nunca más me iré de tu lado. Y entonces me di cuenta que jamás creería la verdad porque no podía. La hermana que conocía y amaba no se habría acostado con Remo, y si quería volver a él, a mi familia, necesitaba volver a ser ella nuevamente. No estaba segura si ella todavía estaba dentro de mí en algún lugar o si Remo me la había arrancado, así como hizo con mi inocencia, y se la quedó para él solo.

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21 Serafina Después de cubrir las marcas de mordidas con corrector, salí de mi habitación con Samuel a mi lado. Mamá estaba en el comedor, dejando los platos para la cena. Por lo general, las criadas lo hacían, pero me dio la impresión de que ella necesitaba mantenerse ocupada. Había perdido peso. Siempre había sido alta y delgada, pero ahora parecía más flaca.

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Las palabras de Samuel pasaron por mi mente, que había caído de rodillas y le rogó a Dante para que me salve. Mi madre era una mujer orgullosa. No creo que haya rogado alguna vez por nada en su vida ni se arrodillara ante nadie. Pero arrodillarse por los que amamos… eso era algo que ella y yo siempre haríamos. Me acerqué a ella. Sonrió, pero sus ojos albergaban preguntas y miedos. —¿Puedo ayudarte? Sus ojos se movieron hacia mi garganta. —No, Fina. Solo descansa. No tenía ganas de descansar. —¿Dónde están los otros? —Tu padre y tu tío están hablando con Danilo en la oficina. Sofia estará aquí pronto. Estará tan feliz de verte otra vez. Sonreí, pero mis pensamientos se desviaron a Danilo. Mi prometido. Mi mirada se posó en el anillo de compromiso que rodeaba mi dedo, y me estremecí, recordando la mirada en los ojos de Remo cuando me lo puso. —Necesito hablar con Danilo —dije en voz baja. Mamá dejó los platos, evaluando mi cara. No preguntó por qué. Tal vez lo sabía y podía verlo en mi cara. —Hazlo, cariño.

Asentí y me volví para ir a la oficina de papá. Samuel me siguió enseguida. —No vas a casarte con él, ¿verdad? Me detuve en el pasillo y miré a mi gemelo. No había juicio en su voz, sino alivio. —No puedo. Tomó mi hombro. —Estoy aquí para ti. —¿No tienes que ir a Chicago para trabajar con Dante? Sacudió la cabeza, su bosa tensándose. —Decidimos no enviarme lejos. Papá me necesita aquí. Necesitamos proteger nuestro territorio. A mí. Necesitaban protegerme… y a Sofia. —Quiero hablar a solas con Danilo, Sam.

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Frunció el ceño, y el instinto protector destelló en sus ojos. —Sam —dije con firmeza—. Puedo manejarlo. Había manejado a Remo durante meses. Ya nada podía asustarme. Tal vez el mismo pensamiento cruzó la mente de Samuel porque él asintió con una mueca. —Esperaré en el pasillo —dijo, apoyándose contra la pared al lado de la puerta de madera. Toqué dos veces y luego entré, sin esperar respuesta. Me quedé sin aliento cuando vi el desastre. Alguien había arrojado dos estanterías contra el suelo. Había libros rasgados y vidrios rotos. La amada colección de whisky de papá se esparcía por el piso. El sofá de cuero estaba rasgado, el relleno asomando por todas partes. Danilo había hecho esto y nadie se molestó en limpiar después. Mis ojos encontraron a mi prometido. Lucía controlado, tanto como Dante aunque probablemente ya no podría compararse con él. No podía imaginármelo haciendo esto. Sus ojos castaños se clavaron en los míos, llenos de arrepentimiento y rabia. —¿Palomita? —preguntó papá.

Me aclaré la garganta, dándome cuenta que Dante y él también me estaban mirando. —Lamento molestarlos —dije—. Pero necesito hablar con Danilo. Papá vaciló, sus ojos revoloteando entre mi prometido y yo. Dante le puso una mano en el hombro y finalmente ambos se fueron. Danilo se enfrentó a la ventana, sus manos presionadas contra la pared en ambos lados. La puerta se cerró con un suave clic y el silencio reinó en la habitación. Danilo enderezó los hombros pesadamente. Era alto y musculoso, pero no como Remo. —Yo… —comencé, pero luego no supe cómo seguir, cómo explicar que estaba arruinada para él. Danilo se dio la vuelta lentamente, con una expresión atormentada en su rostro. Sonrió pero fue tensa, cansada, y detrás de ella se escondía algo oscuro y roto.

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—Serafina —murmuró. Dio un paso más cerca, pero se detuvo cuando me tensé—. Todavía quiero casarme contigo. Si me quieres. Contemplé el hermoso rostro de Danilo. Sabía ocultar su violencia mejor que Remo. Era elegantemente atractivo, no brutalmente atractivo como Remo. Remo. Siempre Remo. Soy tu dueño. —Ya no soy la chica que te prometieron —susurré—. Estoy… arruinada. Sacudió la cabeza y se acercó, pero todavía no lo suficiente para tocarme. —Él pagará. En estos últimos dos meses, pasé cada momento despierto pensando en ti, volviéndome loco de preocupación y rabia. Tu familia y yo… queríamos recuperarte… fallamos… —Está bien —dije en voz baja. —Y no me importa que él… que tú no… —Su rostro se contrajo de culpa y furia—. Todavía quiero casarme contigo, y no debes tener miedo, Serafina. No te tocaré hasta que hayas sanado, hasta que quieras que lo haga, te lo juro. Avance hacia Danilo. Podríamos haber sido felices. Él habría sido amable conmigo, tan buen marido como un mafioso podría ser. No me engañaba pensando que él no era un monstruo, sino que era uno refrenado. Apoyé mis palmas contra su pecho y lo miré a los ojos. Algo en ellos había cambiado desde nuestro último

encuentro hace dos meses. Eran más ásperos, más oscuros. Mi cautiverio también había dejado su marca en él. —No puedo. Lo siento —susurré—. Te mereces a alguien más. Por favor, encuentra a alguien que te merezca. Me contempló, con la mandíbula tensa. —Solo te quise a ti, desde el momento en que te vi por primera vez. Bajé los ojos porque desde el momento en que Remo había puesto sus ojos sobre mí, había sido suya. —Lo siento —repetí. Asintió lentamente. Dejé caer mis manos de su pecho y retrocedí. —Falcone consiguió lo que quería, ¿no? —dijo con voz ronca—. Pero tu familia y yo lo derribaremos. Lo destruiremos. Me estremecí. Me quité el anillo de compromiso de mi dedo y se lo entregué a Danilo.

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—No pierdas tu tiempo en venganzas, Danilo. Sigue adelante. Encuentra a alguien más. Sé feliz. Sacudió la cabeza, obviamente luchando por el control. —La venganza es todo lo que quiero, y no me detendré hasta conseguirla. Remo maldecirá el día que te apartó de mí. Remo ya lo hizo, pero no por la razón que Danilo quería que lo hiciera. Se fue sin otra palabra. Tragando con fuerza, me apoyé en el alféizar de la ventana. Esto era todo. Ya no estaba comprometida… no era nada. Estaba… arruinada. En nuestros círculos, estaba arruinada. Si me hubiera casado con Danilo, las cosas podrían haber sido diferentes, pero ahora… Hubo un suave golpe y mamá entró, luciendo preocupada. Le di una sonrisa pequeña, deseando desterrar la línea dura entre sus cejas. —Danilo me dijo que no quieres casarte con él. Como si fuera tan fácil como eso. Querer tenía poco que ver con eso. No podía porque en el fondo sabía que tenía que aflojar el control de Remo en mi estúpido corazón antes de que pudiera considerar seguir adelante.

Conocía las reglas de nuestro mundo, incluso ahora todavía me ataban, ataban a mi familia. Habíamos prometido a los Mancini la sobrina de Dante, y ahora no conseguirían lo que querían, lo que esperaban como la familia gobernante de Indianápolis. Tal vez Danilo había aceptado mi decisión, pero su padre todavía estaba vivo, enfermo y en cama, pero vivo. Él tiraba de las cuerdas en el fondo. Los Mancini no se conformarían con nadie como mi reemplazo. —No puedo —dije en voz baja—. No puedo casarme nunca, mamá. No me obliguen. Mamá corrió hacia mí y me abrazó. —No lo haremos. Ni yo, ni tu padre, o Dante. Todos te hemos fallado horriblemente. Jamás tendrás que casarte, cariño, puedes vivir con tu padre y conmigo todo el tiempo que desees. —Gracias, mamá —dije, e incluso mientras lo decía, supe que no era lo que quería. Se apartó, frunciendo el ceño.

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—A tu tío le gustaría hablar contigo. Le dije que todavía era demasiado pronto, pero insiste en que es necesario. Aun así, si no estás lista, me enfrentaré a él. El temor me llenó, pero sacudí la cabeza. —Está bien. Hablaré con él. Asintió brevemente. —Voy a buscarlo. Necesita regresar a Chicago mañana por la mañana. Ha estado fuera estos últimos dos meses. —Besó mi mejilla antes de irse. Dante entró un momento después, alto y controlado como siempre. Cerró la puerta y entonces se detuvo, sus fríos ojos azules parpadearon a mi garganta donde habían estado las marcas de Remo, ya no visibles, cubiertas por capas de corrector, así como mis sentimientos traidores hacia él estaban cubiertos por montones de mentiras. Me sonrojé y toqué mi piel con vergüenza. —No lo hagas —dijo con firmeza. Fruncí el ceño. Se movió hacia mí lentamente, con cautela, como si pensara que podría salir corriendo. Bajé la mano de mi garganta cuando se detuvo frente a mí. —No te avergüences por algo a lo que fuiste impuesta —dijo Dante en voz baja, pero su voz sonaba apagada. Tenía una nota que nunca antes había escuchado

en él. Busqué los ojos de mi tío, pero era difícil leerlo. Él exudaba control y poder. Pero había un mínimo destello de pesar y tristeza en su mirada—. No quiero reabrir heridas dolorosas, Serafina, pero como Jefe de la Organización, necesito saber todo lo que sabes de la Camorra de modo que pueda derribarlos y matar a Remo Falcone. Tragué con fuerza, apartando la mirada. Esta guerra pronto se volvería mucho más sangrienta y cruel. Como si eso pudiera deshacer mi secuestro. Como si la muerte de Remo pudiera cambiar algo. Pero mi familia y Danilo necesitaban compensar sus culpas. Nada de lo que pudiera decir cambiaría eso. —No creo que sepa nada que te ayude. —Cada pequeño detalle ayuda. Hábitos. La dinámica entre los hermanos. Las debilidades de Remo. La disposición de la mansión. La debilidad de Remo. Sus hermanos. La mayor debilidad de Remo puede ser su única debilidad. —Remo no confía en nadie más que en sus hermanos y en Fabiano. Moriría por ellos —susurré.

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Por alguna razón me sentí casi culpable por revelarle eso a mi tío, como si le debiera lealtad a Remo, como si le debiera algo en absoluto. Me había secuestrado y luego me dejó ir. No estaba segura de lo que me hacía odiarlo más. —Aparte de la familia, solo Fabiano y Leona están permitidos dentro de la mansión, y ocasionalmente un personal de limpieza. Remo mantiene un cuchillo y una pistola cerca en todo momento. Tiene un sueño ligero… —Me congelé, quedándome en silencio. Mi piel ardió ante lo que acababa de revelar, pero Dante solo me contemplaba con calma. Sin juicio o enfado. Aun así, tuve que bajar mi mirada porque su comprensión me hacía sentir aún peor. No sabía que había entrado libremente en la cama de Remo, que disfruté no solo del sexo sino también de la ternura después. Era una parte de Remo que nadie conocía y que él me la hubiera mostrado significaba más para mí de lo que debería. ¿Podría recuperar lo que había perdido? Comencé a temblar, abrumada por la situación, por mis sentimientos. —Serafina —dijo Dante con firmeza, tocando mi hombro. Levanté mis ojos a los suyos y temblé aún más, abrumada por la necesidad de confesar todo, pero no siendo lo suficientemente valiente. Me apreté contra mi tío, y tomó mi nuca para consolarme.

—¿Qué voy a hacer? ¿Cómo podré encajar otra vez? Todos me mirarán con disgusto. El cuerpo de Dante se tensó con más fuerza. —Si alguien lo hace, me lo harás saber y me encargaré de ellos. Asentí. —Y nunca dejaste de encajar. Eres parte de la Organización, parte de esta familia, nada cambió. Todo cambió. Y peor aún, yo lo había hecho.

Cuando finalmente salimos de la oficina, Samuel tomó su lugar como mi sombra otra vez.

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Estábamos en camino hacia el comedor cuando se abrió la puerta principal. Uno de nuestros guardaespaldas entró, y luego Sofia entró a toda prisa. Sus grandes ojos se posaron en mí, y corrió en mi dirección. Chocó conmigo, y me habría caído hacia atrás si Samuel no me hubiera estabilizado. —¡Has vuelto! —Sofia abrazó mi cintura con fuerza, y apoyé mi barbilla sobre su cabeza, sonriendo. Cuando me retiré, sus ojos se iluminaron de felicidad a pesar de las lágrimas en ellos. —Te extrañé tano. —También te extrañé, bichito. Me pregunté cuánto sabría, cuánto le habrían divulgado mis padres y Samuel o si no habrían podido escondérselo. Valentina entró con sus dos hijos, Anna y Leonas. Anna tenía más o menos la edad de Sofia, y se querían mucho. No eran solo primas sino mejores amigas a pesar de la distancia entre ellas. Leonas tenía casi ocho años y era la viva imagen de Dante, excepto por los ojos. Anna y Leonas le lanzaron a su madre una mirada interrogante, y ella asintió antes de que ellos también se acercaran a mí. Los abracé, aunque resultó difícil porque Sofia seguía aferrándose a mi brazo. Anna y Sofia a veces eran confundidas como hermanas porque su color de cabello era similar.

Valentina fue la última en saludarme. Su abrazo fue suave como si fuera a romperme, pero le di una sonrisa firme. —Podemos cenar —dijo mamá con una sonrisa valiente. Con los niños alrededor, no volvería a llorar ni nadie más. La conversación fluyó fácilmente en la mesa del comedor. Demasiado fácil. Podía decir que todo el mundo estaba intentando crear un ambiente de normalidad por mi propio bien y el suyo. Danilo no estaba allí. Supuse que quería estar solo después de que rompiera nuestro compromiso, y de todos modos, no era parte de la familia y ahora nunca lo sería. Era extraño estar rodeada de mi familia nuevamente. Me sentaba entre mis hermanos, ambos ansiosos por estar cerca de mí, pero mis pensamientos seguían dirigiéndose a Las Vegas, a Remo. —¿Cómo estuvo Las Vegas? —soltó Leonas de repente cuando terminamos con el postre, un pastel de chocolate decadente, mi favorito. —Leonas —espetó Dante bruscamente. Mi primo se sonrojó, dándose cuenta de su error.

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Tomé un sorbo de mi agua y luego me encogí de hombros. —Si me preguntas, no vale la pena visitarlo. Leonas rio, y mi familia se relajó una vez más. Samuel apretó mi mano debajo de la mesa. Tal vez podría encontrar mi camino de regreso a ellos. Se sentía extraño estar de vuelta en mi propia cama. Tuve problemas para dormirme. Había pasado demasiadas cosas. Esta mañana había despertado en Las Vegas con Remo, y ahora estaba aquí. La puerta se abrió y Samuel entró. Le hice sitio en la cama. —¿Despierta? —preguntó en voz baja. —Sí. —No dije más. Se acostó de espalda sobre las mantas—. ¿Qué hay de ti? Samuel se quedó callado por un par de segundos. —Estaba en una reunión nocturna con Dante y papá. —Oh —dije—. ¿Sobre sus planes para vengarse de la Camorra? Samuel tragó audiblemente.

—No. Eso no. Se trataba de Danilo. Su padre no está contento con el estado de las cosas. La preocupación me abrumó. ¿Y si me hacían casarme con él a pesar de todo? ¿Y si su familia insistía en que le dieran la sobrina de Dante? —Sam —susurré, y él me alcanzó en la oscuridad, su mano cubriendo la mía. —Papá le prometió a Sofia. Me quedé helada. —Es una niña. Samuel suspiró. —Se casarán el día después de cumplir dieciocho años. —Todavía faltan seis años y medio. Pude sentir a Samuel asentir.

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—Piensan que Danilo aún es joven y está ocupado tomando el control de Indianápolis y cuidando a su padre. Puede esperar. —Hizo una pausa—. Y no es que no pueda mantenerse ocupado con otras mujeres hasta entonces. Cerré mis ojos. —¿Qué dirá Sofia? Es mi culpa. Debí casarme con él. —No —gruñó Samuel—. No te dejaremos. Ese es un punto en el que todos estamos de acuerdo, Fina. No serás dada en matrimonio a nadie. Ya has pasado suficiente. Te quedarás aquí hasta que te sientas mejor. —¿Y entonces? —No lo sé —admitió. No podría vivir por mi cuenta. Como mujer esa no era una opción. Tendrían que casarme o tendría que quedarme con mamá y papá para siempre. —Vendrás a vivir conmigo eventualmente. Me reí. —Sí, claro. Estoy segura que tu futura esposa estará encantada de tenerme bajo el mismo techo. —Hará lo que yo diga —murmuró.

Me quedé en silencio. —Una vez que te cases, es tu deber protegerla, ser bueno con ella, Sam. Ya no seré tu responsabilidad. —No voy a casarme pronto, no con la forma en que se están desarrollando las cosas con la Camorra. —¿Cuándo se lo dirán a Sofía? —Papá hablará con ella mañana a primera hora de la mañana. Danilo insiste en ello. También insiste en que aumentemos el número de guardias. —Supongo que no quiere que la historia se repita —dije en voz baja. Samuel se puso rígido. Lo pellizqué ligeramente. —Para. —¿Por qué hiciste eso? —Porque te sentías culpable otra vez, y quiero que te detengas. Quiero que las cosas vuelvan a ser como eran antes.

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—También quiero eso —dijo Samuel. Ambos sabíamos que no sería tan fácil.

Samuel ya se había ido cuando desperté a la mañana siguiente. Siempre había sido un madrugador tardío, pero eso también parecía haber cambiado. Salí de la cama y me vestí antes de salir de mi habitación. En lugar de bajar las escaleras, avancé por el pasillo hacia la habitación de Sofia y toqué. Mi estómago se apretó dolorosamente. —¡Adelante! —llamó ella. Entré, frunciendo el ceño ante su tono alegre. Sofia yacía sobre su estómago, con los tobillos cruzados. Estaba dibujando. Cuando me vio, se sonrojó. Caminé hacia ella y me senté en el borde de la cama. Sus brazos cubrieron su dibujo, y yo incliné mi cabeza. —Quería hablarte sobre Danilo. ¿Supongo que papá ya te contó? Ella asintió, mordiéndose el labio.

—¿Estás enojada conmigo? —¿Enojada? —repetí, confundida. —Porque Danilo quiere casarse conmigo ahora y no contigo. La opresión dejó mi pecho. Eso fue lo que le dijeron a Sofia. De acuerdo. La contemplé de cerca. —No. No estoy enojada. Quiero que seas feliz. ¿Estás bien con eso? Se mordió el labio una vez más y asintió un poco. Con una sonrisa avergonzada, apartó la mano de su dibujo. Era su nombre y el de Danilo una y otra vez. La sorpresa se apoderó de mí. —¿Te gusta? Sus mejillas estallaron con calor. —Lo siento. Me gustaba incluso cuando se comprometieron. Es lindo y caballeroso.

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Besé la parte superior de su cabeza. ¿Fui así de inocente alguna vez? ¿Así de esperanzada y despistada? Me aparté y le di una mirada severa. —Es un hombre adulto, Sofia. Pasarán muchos años antes de que te cases con él. No se acercará a ti hasta entonces. Ella asintió. —Lo sé. Papá me lo dijo. —Parecía decepcionada. Tan hermosamente inocente. Acaricié su cabello—. Entonces, ¿estamos bien? —preguntó. —Mejor que bien —contesté, luego me puse de pie y dejé a mi hermanita soñando despierta. Echaba de menos los días en que pensaba que un caballero con una armadura brillante montado en un semental blanco me robaría el primer beso. En su lugar, un monstruo me había reclamado, en cuerpo y alma. Mi estómago me condujo escaleras abajo, pero me detuve cuando vi a Danilo en el vestíbulo. Supuse que había estado repasando los detalles de su compromiso con mi hermana con mis padres y Dante. Por alguna razón, estaba furiosa. Sofia podría estar feliz, pero no conocía el alcance de su promesa. Por supuesto que

eventualmente la habrían prometido a alguien, pero no como un premio de consolación porque los Mancini quisieran a la sobrina de Dante. Avancé directamente hacia él. Su rostro parpadeó con arrepentimiento y odio a sí mismo a medida que me observaba. —Sofia es una niña. ¿Cómo pudiste estar de acuerdo con esa unión, Danilo? Su expresión destelló con ira. —Es una niña. Demasiado joven para mí. Por Dios, es de la edad de mi hermana. Pero sabes lo que se esperaba. Y no nos casaremos hasta que sea mayor de edad. Nunca te toqué y no voy a tocarla. —Debiste haber elegido a alguien más. No a Sofia. La tensión se disparó a través de su cuerpo. —No la elegí. Te elegí a ti. Pero te arrebataron de mis manos, ¡y ahora no tengo más remedio que casarme con tu hermana incluso aunque sea a ti a quien quiero!

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Un fuerte jadeo nos hizo mirar a Sofia, que estaba parada en el escalón más alto, observándonos con los ojos completamente abiertos. Su barbilla tembló y se dio la vuelta, huyendo a toda prisa. —Maldita sea —murmuró Danilo. Hizo un movimiento como para seguirla, pero lo agarré del brazo. —¿Qué estás haciendo? —Debería hablar con ella. —No creo que sea una buena idea. Danilo se retiró, su expresión volviendo a ser controlada, serena, resguardada. —Debería disculparme. —No estoy segura que hable contigo. Pero podemos intentarlo —dije en voz baja. Lo conduje escaleras arriba, intentando ignorar la forma en que sus ojos se posaban en mi garganta. No había cubierto las marcas esta mañana. Señalé la puerta de Sofia y Danilo golpeó con fuerza. —¡Vete! —Sofia —dijo Danilo con calma—. ¿Puedo hablar contigo?

Todo se quedó en silencio detrás de la puerta durante mucho tiempo. Las cejas de Danilo se fruncieron. —Probablemente está intentando limpiar su cara para que no veas sus lágrimas. Hizo un pequeño asentimiento y de nuevo miró mi garganta. Suspiré y aparté la vista. —La protegeré. No le fallaré como te fallé a ti —murmuró Danilo. Mis ojos se dispararon a los suyos, pero la puerta se abrió en ese momento. Sofia se detuvo en la puerta, tímida y desconcertada. Sus ojos se movieron de Danilo a mí, y le di una sonrisa. Se sonrojó cuando alzó los ojos hacia Danilo. —¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó. Sofía me miró pidiendo permiso.

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—Claro —le dije. Sabía que las costumbres prohibían a las chicas estar a solas con los hombres, pero Sofia tenía once años y Danilo siempre había sido un perfecto caballero conmigo. Sofia regresó a su habitación y se sentó en su lujoso sofá rosa. Danilo la siguió al interior, dejando la puerta abierta. Sus ojos se fijaron en su femenina habitación rosa, y pude ver lo incómodo que estaba. Se hundió en el sofá con tanta distancia entre ellos como permitía el mueble. Parecía fuera de lugar en la habitación, como un gigante a su lado. El contraste no podría haber sido más grande: Sofia con su vestido rosa y naturaleza bulliciosa, y Danilo con sus pantalones negros y camisa negra con su actitud tranquila. Ya me había parecido mucho mayor a mí, ¿pero en comparación con Sofia? No es que a ella pareciera importarle. Lo estaba mirando con tanta adoración infantil que incluso mi corazón aplastado cantó con alegría. Esperaba que ella pudiera aferrarse a eso durante mucho tiempo. Retrocedí unos pasos y les di un momento de intimidad. Dos minutos después, Danilo salió. Se pasó una mano por su cabello oscuro. Sus ojos se encontraron con los míos, y otra vez vi el destello de anhelo y furia. —¿Y? Dio un breve asentimiento.

—Creo que logré convencerla de que dije esas cosas para que te sea más fácil. —Bien —le dije. Danilo negó con la cabeza, sus cejas frunciéndose. —Nada está bien en esta situación, Serafina, y me sorprende que tú de todos nosotros, seas la que parece estar lidiando mejor con eso. Me puse rígida. —Solo quiero que las cosas vuelvan a la normalidad. Eso es todo. Asintió cansadamente. —No lo harán, pero entiendo. Ahora tengo que irme. —Se fue sin otra palabra. Esperé hasta que su silueta alta desapareciera antes de entrar en la habitación de Sofia. —¿Todo bien? Todavía estaba sentada en el sofá, mirando hacia sus manos.

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—Creo que sí —respondió pensativa. —Serás la novia más hermosa del mundo, simplemente lo sé. Sus ojos se iluminaron. —¿Eso crees? —Lo sé. —Y me dolió el pecho por lo que había perdido, por lo que nunca podría tener, especialmente no con el hombre que tenía mi corazón.

22 Remo La Arena de Roger estaba repleta para mi pelea cuando entré. Nino me siguió de cerca a medida que caminábamos hacia el puesto donde Adamo, Savio, Kiara, Leona y Fabiano estaban esperando. Ya estaba en mis pantalones cortos de combate, y mi cuerpo vibraba con sed de sangre apenas contenida.

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Roger ayudaba detrás de la barra por una vez y me saludó con la cabeza, el cual yo devolví. La audiencia me lanzaba miradas, ansiosas, curiosas y aterradas. Mis peleas siempre eran particularmente populares para aquellos que tenían estómagos para ellas. Griffin se veía jodidamente extático mientras anotaba las apuestas. —¿Quiénes son las almas desafortunadas con las que lucharás? —preguntó Savio con curiosidad. —Pregúntale a Nino. —No me importaba quiénes eran. De cualquier manera, los despedazaría. —Dos ex convictos. Ambos en fuga. Ambos en desesperada necesidad de dinero como en identidades nuevas. Sin opciones —dijo Nino con neutralidad—. Uno de ellos mató a su esposa embarazada a punta de patadas y perdió al bebé. Ya cumplió una sentencia por homicidio. El otro pasó la mitad de su vida en la cárcel por abuso de menores. —Parece que merecen su sentencia de muerte —dijo Fabiano con una sonrisa, su brazo envuelto alrededor de Leona y ella sonriéndole con adoración. La vista disparó mi furia, y me concentré en la jaula. —Desearán la pena de muerte cuando termine con ellos. El árbitro gritó mi nombre, y caminé entre la multitud abriéndose hacia la jaula y los dos hombres muertos me esperaban dentro. La multitud rugió y aplaudió, extasiada. Me metí en la jaula y evalué a mis oponentes. Uno de ellos era más alto y más ancho que yo. Tal vez podía imaginar

que era Luca. Sería un giro emocionante muy agradable. El otro era bajo pero parecido a un toro, y su postura sugería que era boxeador. Ambos parecían que sabían cómo conectar un buen puñetazo. Bien. Para el momento en que comenzó la pelea, atacaron juntos. Agarré al bajo y clavé mi rodilla contra su costado, pero el gigante me agarró por detrás. El chico bajo se apresuró hacia mí y me dio un puñetazo en el estómago. Sacudí la cabeza hacia adelante y la estrellé contra la suya. Se tambaleó y pataleé contra su pecho, catapultándome a mí mismo y al hijo de puta que me retenía por detrás. Nos estrellamos contra la jaula, y salté del agarre del Grandote. Girándome, me levanté del suelo rápidamente y pateé su puta cara, rompiéndole la nariz, la barbilla y el pómulo. La sangre salpicó por todas partes, y el tipo cayó hacia atrás, sosteniéndose su cara. Eso lo mantendría ocupado por un tiempo.

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Me volví hacia Bajito y sonreí. La audiencia rugió. Conocían esa sonrisa. Y la mirada en los ojos de mi oponente me fue familiar: pánico y realización horrorizada. Me acerqué a él lentamente, y levantó los puños. Fingí un ataque, haciéndolo retroceder. Me reí entre dientes. Esto iba a ser divertido. Me lancé hacia él, pateando y golpeando con fuerza sin piedad alguna. Los gritos de la multitud y los jodidos gemidos de mi oponente me incitaron, pero el maldito vacío en mi pecho permaneció igual. Lo pateé una y otra vez hasta que todo estaba rojo. Cuando ni siquiera se movió más, me detuve. El otro tipo estaba de espaldas a mí y estaba sacudiendo la puerta de la jaula, queriendo salir. —Nadie va a abrir esa puerta. Si quieres salir de esta jaula, tendrás que matarme. Grandote se volvió, con la cara hinchada y sangrienta. Hizo lo mejor que pudo. Pronto lo tuve en un estrangulamiento, y después estrellé su cara contra la jaula. Una vez. Dos veces, y luego una y otra vez. Maldita sea, no podía detenerme. Necesitaba aplastar algo. —Remo. Aplastar. —¡Remo! Aplastar. Una mano agarró mi hombro y me arrancó hacia atrás. Solté la pulpa sangrienta y miré a Nino. Su rostro estaba salpicado de pequeños puntos rojos. Sangre.

Me miré a mí mismo y luego al suelo. Todo estaba en silencio en la arena y todos me veían con horror abierto. —Gané —murmuré. Nino negó con la cabeza. —Ven. Lo seguí fuera de la jaula y hacia el vestuario. La multitud se separó aún más esta vez. El hedor del vómito colgaba pesado en el aire. Griffin estaba presionando un jodido pañuelo sobre su boca. Dentro del vestuario, me quité los pantalones cortos empapados, dejando un rastro rojo en el suelo cuando entré a la ducha. El agua caliente permaneció roja durante mucho tiempo, y Nino me observó todo el tiempo desde su lugar en el banco, con los codos apoyados en los muslos. —¿Te gusta lo que ves? No dijo nada, y comenzaba a cabrearme.

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Tomando una toalla, salí de la ducha y me sequé. —Di lo que tengas que decir. Nino me contempló con un pequeño ceño fruncido. —¿Esto es por Serafina? ¿Tengo que preocuparme? Mis labios se extendieron de lado a lado. —No tengo un corazón que pueda romperse, Nino. Mierda, ya deja de joder. —No va a volver a ti, Remo. Intentará encontrar su camino de regreso en la Organización donde cree que pertenece. Si esperas a que ella venga a ti libremente, te encontrarás con una gran decepción. Me agaché lentamente, encontrándome con sus ojos. —No me importa si vuelve o no. Tengo putas para follar, cabrones de la Organización para matar, y la puta Bratva para cabrear. Me vestí con los pantalones que Nino me entregó, y luego nos fuimos. Parte de la multitud ya se había ido, los otros seguían susurrando en voz baja. Nino me guio hacia la cabina, pero solo Savio estaba allí, y él me contemplaba como si me hubiera alzado directamente del infierno. —¿Dónde está todo el mundo?

—Bueno —murmuró Savio—. Kiara y Adamo probablemente están ocupados vomitando, y Fabiano y Leona salieron con ellos para vigilarlos. El ceño de Nino se profundizó ante la mención de Kiara. Salimos y los encontramos a todos en el estacionamiento junto a nuestros autos. Adamo se sentaba en el capó del auto de Nino, fumando. Kiara estaba inclinada detrás del maletero, agitada, y Fabiano tenía su brazo envuelto alrededor del hombro de Leona, que parecía un poco desmayada. Nino se acercó a su esposa y le frotó la espalda. Fabiano negó con la cabeza. —¿Qué demonios, Remo? Puse los ojos en blanco. —Me has visto hacer cosas peores. Torturamos juntos. —Y después de lo que le había hecho a su padre, en realidad no tenía por qué sorprenderse de verme perder el control. Savio resopló.

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—Todos te hemos visto torturar, pero nunca perdiste el control de esa manera. Echa un vistazo a las imágenes del video y si tu expresión no te asusta ni una mierda, entonces no sé qué decir. Se acercó a Adamo y le quitó el cigarrillo, dándole una calada profunda. —Tú no fumas —se quejó Adamo. —Necesito deshacerme del sabor del vómito en mi boca. —No me digas que también vomitaste —comenté. Savio enarcó una ceja. —No. Pero cuando las personas a mi alrededor comenzaron a expulsar su comida, prácticamente pude saborearlo en mi boca. Sentí los ojos de Fabiano en mí y me encontré con su mirada, desafiándolo a decir algo. No lo hizo. Adamo no pudo ni siquiera mirarme a los ojos, y esta noche no tenía la paciencia necesaria para tratar con él. Tal vez mañana. Nino finalmente logró calmar a Kiara, quien se apoyó en él, pálida y sudorosa. Me miró a los ojos un momento, y no fue disgusto o miedo lo que vi en su mirada, sino compasión y comprensión, y eso me provocó una nueva oleada de rabia. —Llaves —ordené, extendiendo mis manos a Nino.

Sacudió la cabeza. —No vas a conducir a ningún lado en este momento. —Dame las malditas llaves —gruñí. —No. —Puedo llevarte —bromeó Adamo. Le eché un vistazo. Por supuesto que había venido con su auto nuevo, y por supuesto que no estaba sentado en su capó. Nino asintió, como si necesitara su jodido permiso para subir al auto de Adamo. —Entonces vamos, niño —murmuré. Adamo saltó del auto de Nino, arrojó su colilla y se metió en su Mustang. Para el momento en que me hundí en el asiento del pasajero y cerré la puerta, Adamo salió disparado del estacionamiento. —¿A dónde quieres ir? Me froté la sien.

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—Quiero matar y mutilar, pero ahora que tengo que vigilarte, eso no va a suceder. Maldición. —Creo que estoy destinado a cuidarte esta noche. Nino está preocupado — dijo Adamo. Negué con la cabeza. —Todos ustedes son unas malditas molestias. —Mierda, esta noche me asustaste mucho. —Espero que no haya sido la primera vez o estoy haciendo algo mal. —Te he tenido miedo antes. Cuando enviaste a Fabiano a buscarme por el asunto de la cocaína. Pero hoy en cierto modo, estaba un poco asustado por ti. —Créeme, Adamo, no tienes ninguna razón para asustarte por mí. Adamo frunció el ceño. —¿Es por ella? Mis hermanos parecían empeñados en probar el límite de mi paciencia. —Cállate y conduce.

—¿A dónde? —A casa. Solo llévanos a casa.

Serafina Mamá y yo nos sentamos en el jardín en un columpio, disfrutando de un cálido día de otoño. Había regresado solo por dos días, y era la primera vez que mamá y yo estábamos realmente solas. Nuestros pies pateaban el suelo suavemente para mantener el columpio en movimiento. Mamá sostenía mi mano, mirando hacia el cielo. Sabía que tenía preguntas, pero no podía hacerlas, y no estaba segura de poder darle respuestas.

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—¿Por qué le dieron a Sofia a Danilo? —pregunté finalmente para decir algo. —No es lo que queríamos, no es lo que Danilo quería, pero necesitábamos unir nuestras familias. Es lo que se esperaba —dijo mamá—. Y es un hombre decente. —Me dijiste las mismas palabras el día de mi boda. Mamá palideció, pero logró un pequeño asentimiento. —Quería aplacar tus miedos. —Lo sé. Sus ojos azules sostuvieron los míos, llenándose de angustia. Tomó mi mejilla. —Solo quería lo mejor para ti. Quería felicidad. Quería un hombre que te cargara en sus manos, que te mostrara amabilidad como tu padre lo hizo conmigo. —Apartó la mirada brevemente y se contuvo—. No puedo imaginar los horrores que viviste, Fina, pero desearía haberlos sufrido en tu lugar. —Mamá —susurré—. No es como todos ustedes piensan. No sufrí de la forma que tú crees. Remo no me obligó.

—Tu padre no me permite ver el video donde él te cortó, pero vi las sábanas. Veo las marcas en tu garganta. No tomes tu sufrimiento a la ligera para hacerme sentir mejor, amor. No lo hagas. —Acunó mi cara, sus ojos fieros, decididos. Ella tampoco entendería jamás el alcance de mi traición. Mi familia necesitaba verme como la víctima en todo esto.

Quería pertenecer, quería volver a formar parte de la Organización, pero cada día que pasaba se hacía más obvio que parte de mí se había quedado en Las Vegas con Remo. La gente hablaba. Lo hacían detrás de puertas cerradas en su mayoría, pero captaba las miradas de lástima de los guardaespaldas y las criadas. Durante toda mi vida la gente me había mirado con admiración y respeto, y ahora era una persona que daba lástima. No sabían que yo no era la víctima, no en el sentido que todos pensaban.

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Y hasta ahora me habían protegido de la atención. No había salido de la casa, no había asistido a ninguna reunión social, pero con el tiempo tendría que hacer una aparición o las especulaciones aumentarían aún más. Necesitaba mostrarles que no me estaba escondiendo, que no tenía razón para esconderme. Pasaron más de tres meses desde que Remo me había secuestrado. Más de cuatro semanas desde que me liberó… en cuerpo, no en alma. Y a veces conseguía olvidarlo por unos minutos, solo para que me lo recordaran con una fuerza aplastante, pero estaba mejorando. Quizás Sam tenía razón. Tal vez el lavado cerebral de Remo estaba cesando. Tal vez podría ser libre algún día. Hoy mi familia volvería al público, mostraría fortaleza, demostraría que no estábamos rotos, que yo no lo estaba. Era el quincuagésimo cumpleaños de papá, y la fiesta había sido planeada por casi un año, un espléndido festín con la familia y los amigos, con los lugartenientes y capitanes. Mis padres habían considerado cancelar la fiesta, pero los había convencido de celebrarla. La vida tenía que seguir. Dante, Valentina y los niños también se estarían quedando con nosotros, y estaba emocionada de verlos nuevamente. Me ocupé de ayudar a mamá a preparar todo para la fiesta en las últimas semanas, necesitando distraerme, intentando ignorar el miedo persistente en la parte posterior de mi cabeza que se hacía más fuerte cada día.

Me quedé mirando el techo de mi habitación. Ya era tarde, y necesitaba elegir un vestido, prepararme y ayudar a mamá, pero no podía moverme. Durante las últimas dos horas había permanecido inmóvil, excepto por mi respiración superficial. Había tenido mi periodo la última semana de agosto. Ahora estábamos a finales de octubre. Mis dedos trazaron mi vientre, aterrorizada e inmovilizada. Me levanté de la cama lentamente, y me senté en su borde durante mucho tiempo, dejando que una horrible realización inundara mis huesos. Habían pasado dos meses desde mi último período. Cerrando los ojos, tragué con fuerza. Nunca había tomado la píldora durante mi tiempo con Remo, y él nunca había usado protección, queriendo reclamarme sin esa barrera entre nosotros. Miré hacia el techo, rogando que no fuera verdad. Sería el fin de todas mis esperanzas, de todo. Tragué una vez más. Sonó un golpe en la puerta. —Fina, ¿estás despierta?

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Samuel. Ya era tarde y lo que preguntaba en realidad era si estaba bien. No lo estaba. Debería estar preparándome, debería jugar mi parte, ser fuerte por el bien de la apariencia. —Entra —dije. Abrió la puerta y entró, ya vestido con pantalones oscuros y una camisa de vestir azul real. Sus ojos se fijaron en mi estado maltrecho, y avanzó hasta mí y se agachó frente a mí. —¿Qué pasa? Consideré mantener mi sospecha para mí, pero era una verdad de la que no sería capaz de esconderles. Si realmente era verdad… Me encontré con su mirada. —Creo que estoy embarazada. Samuel se quedó inmóvil, con los ojos completamente abiertos en shock. —Quieres decir… —Tragó con fuerza, observando mi estómago plano. Su expresión se retorció de ira, tristeza y peor aún… repugnancia. Repugnancia, porque este era el bebé de Remo. Apoyó la frente contra mi muslo y soltó un suspiro tembloroso.

—Lo mataré. Lo juro. Un día mataré a Remo Falcone de la manera más cruel posible. Toqué su cabeza. —¿Puedes… puedes traer a mamá? Necesito una prueba de embarazo. Necesito saberlo con seguridad. Samuel se enderezó y se puso de pie. Se fue, con una última mirada hacia mí. No podía moverme. Si estaba embarazada del hijo de Remo… ni siquiera podía terminar el pensamiento. No quería, todavía no, no antes de tener la certeza. Unos minutos más tarde, mamá entró, con la cara pálida. Nos miramos entre sí antes de que ella caminara hacia mí y me tocara la mejilla. —Superaremos esto, Fina, pase lo que pase. Vamos a salir de esto. —Lo sé —dije—. ¿Puedes conseguirme una prueba? —Le preguntaré a Valentina. Tal vez tiene una prueba de repuesto. Ella y Dante están intentando tener otro hijo.

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Mamá dejó caer la mano y salió de la habitación. Me puse de pie, respirando profundamente. Tal vez había otra explicación, pero en el fondo sabía la verdad. Mamá regresó con una prueba. La tomé con manos temblorosas. —¿Puedes dejarme sola? Bajaré una vez que esté listo. Mamá dudó, pero luego me besó en la mejilla. Observé la puerta cerrada por un tiempo antes de obligarme a levantarme de la cama y dirigirme al baño. Mi corazón latía en mi garganta cuando desempaqueté la prueba. Quince minutos después, observé la prueba en mis manos, la verdad destrozando el último fragmento de esperanza que había tenido. La esperanza de que alguna vez pudiera encontrar mi camino de regreso a la Organización. La esperanza de que pudiera olvidarme de Remo. Como si hubiera una manera en que alguna vez pudiera haberlo olvidado. Me quedé mirando las dos líneas en la prueba. Embarazada. Con el hijo de Remo Falcone. Un hombre de crueldad sin precedentes y despiadado sin igual. El hombre que había robado mi inocencia, mi futuro… mi corazón. En cuerpo y alma.

Soy tu dueño. Oh, Remo, si supieras lo que me regalaste… Bajé la prueba y toqué mi estómago. Parecía irreal, imposible. Embarazada. Mi corazón era como una tierra desgarrada por la guerra: dos emociones en conflicto batallando por el dominio, sin dejar nada más que devastación a su paso. Felicidad desenfrenada de que un pequeño humano creciera dentro de mí. Una pequeña parte de Remo que siempre quedaría conmigo. Y un crudo miedo del futuro, de mí… de nuestro futuro. Nuestro mundo era cruel con las mujeres que quedaban embarazadas fuera del matrimonio; y era incluso aún más cruel con los niños nacidos fuera del matrimonio.

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Maldecidos al ser llamados bastardos. Un hijo de Remo Falcone no podía esperar un nombre más amable. Protegería a mi hijo, pero no siempre estaría allí para defenderlo de los ataques. Sería lo suficientemente fuerte como para defenderse por sí mismo, sin duda, pero la idea de que mi bebé tuviera que crecer fuerte por necesidad, porque el mundo lo forzara contra una esquina, me ponía furiosa. Intenté calmar mis furiosas emociones. Me estaba adelantando a los hechos. Vengo de una familia buena, tal vez las cosas serían diferentes para mi hijo, sin importar quién era su padre. Respirando hondo me dirigí abajo. Mi familia estaba reunida en el comedor, y cuando entré todos se callaron. Mamá. Papá. Valentina. Dante. Samuel. Los hijos de Dante. Anna, Leonas, mi hermana Sofia. La sala ya estaba decorada para el evento, y en el jardín se había instalado una carpa blanca que albergaba la pista de baile. El proveedor llegaría en aproximadamente dos horas, los invitados en tres. Un día de celebración. Mamá le hizo un gesto a Sofia, Anna y Leonas. —Afuera. Vayan a sus habitaciones por ahora. —Lo hicieron, sin protestas. Al pasar, Sofia me dio una sonrisa pequeña. Miré a Samuel. Él se levantó, lentamente, vacilante, y nuestros ojos se encontraron. Su expresión cayó, tornándose desesperada. —Estoy embarazada. Mamá se tapó la boca con la mano y papá cerró los ojos. Valentina me contempló con simpatía, y Dante asintió brevemente. Sin celebraciones. Sin felicidad.

Samuel se hundió lentamente en su silla. Desde cientos de kilómetros de distancia y sin saberlo, Remo había conseguido asestar otro golpe. —Todavía es pronto. Podemos llamar al médico y él se librará de eso —dijo papá, con la cara pálida y preocupada cuando finalmente se encontró con mi mirada. Mi estómago se apretó y algo enojado y protector levantó su cabeza en mi pecho. Mi hijo. Mamá asintió lentamente. —No tienes que quedártelo. Samuel solo me miró. Me conocía. Hasta hace poco mejor que nadie, pero Remo había visto partes de mí que nadie más conocía, mis partes más oscuras. —Quieres conservarlo —dijo en voz baja, sin comprender. Toqué mi estómago.

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—Voy a tener este niño. Lo cuidaré, lo amaré y lo protegeré. Es mío. —Y al momento en que las palabras salieron de mi boca, lo supe con certeza. Este niño nacería, y quienquiera que intentara quitármelo vería cuán fuerte era yo. El silencio me saludó. Y entonces, Dante asintió una vez. —Es tu decisión. —Lo es —dije firmemente. Mamá se levantó. Era obvio que estaba batallando consigo misma. Me acerqué a ella porque no podía moverse y tomé sus hombros. —Vamos a salir de esto, ¿verdad? Este bebé es inocente. Es mi bebé. Mamá sonrió temblorosamente. —Tienes razón, cariño. Papá se levantó y tocó mi mejilla. —Estaremos a tu lado. —Pude ver lo mucho que le costaron estas palabras. No estaba segura si mi familia podría superar el hecho de que mi hijo era el hijo de Remo. ¿Lo amarían porque era mío o lo odiarían porque era suyo?

23 Serafina Me senté frente a mi tocador y me cepillé el cabello, intentando encontrar la calma pasada tras pasada. Podía escuchar a los primeros invitados abajo, podía escuchar risas y música. Tenía que bajar. Me puse de pie, tomando una respiración profunda. Había elegido un ajustado vestido azul oscuro hasta el suelo a juego con el color de la camisa de Samuel. Toqué mi estómago, todavía plano, pero sabía que en unos pocos meses ya no podía usar vestidos como este.

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El bebé de Remo. Cerré mis ojos. Estaba feliz y triste, aterrada y esperanzada. ¿Qué diría Remo si supiera? ¿Le importaría en absoluto? Había sido un medio para un fin, una reina en su juego de ajedrez, y él ganó. Me había dejado ir como si no fuera nada. Había escuchado los rumores de sus peleas de jaula. Volvía a pelear, a vivir su vida. Me preguntaba si ya habría seguido adelante con una de las muchas putas a su disposición. Probablemente. Había sido tan estúpida. Sam tenía razón. Remo había retorcido mi mente para poder controlarme, y lo había dejado. Sonó un golpe familiar y Samuel entró. No habíamos hablado desde que revelé mi embarazo a mi familia. Se había vuelto obvio que necesitaban tiempo para asimilarlo, tiempo para ponerse sus máscaras públicas de modo que nuestros invitados no descubrieran la verdad. No todavía. Se detuvo cerca de la puerta, observándome como si me estuviera rompiéndome justo delante de sus ojos. Me giré hacia él, mostrándole mi vestido. —Coincidimos. —Quería ver su sonrisa, cualquier cosa que no fuera la oscuridad desgarradora que reflejaba. —Estás hermosa —dijo, pero no sonrió. Avancé hasta él, y mientras lo hacía sus ojos cayeron atraídos a mi estómago—. Fina, deshazte de eso. —Me quedé

helada. Sam se me acercó y agarró mis brazos—. Por favor, deshazte de eso. No puedo soportar la idea de que algo que le pertenece está creciendo dentro de ti. —Sam —susurré—. Esto es un bebé. Es inocente. Este bebé no sufrirá por nada de lo que Remo hizo. Samuel se alejó de mí bruscamente. —¡Pero tú sí! ¿Qué crees que dirá la gente si das a luz a su engendro? Y la cosa te recordará al hijo de puta cada jodido día. ¿Cómo lo olvidarás alguna vez si ves el resultado de los jodidos pecados de Remo todos los días? Me volví y me dirigí hacia la ventana, agarrando el alféizar de la ventana con un agarre de hierro, intentando aferrarme a mi compostura. Si quería aparecer en la fiesta de papá, no podía perderla ahora. Samuel vino detrás de mí y tomó mis hombros. —No debí haber dicho eso. —Está bien —dije. Puse mi mano sobre la de Samuel—. Te necesito a mi lado, Sam. El bebé y yo… ambos te necesitamos. Por favor.

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Samuel apoyó su barbilla en mi cabeza y suspiró. —Siempre estaré ahí para ti. Nos quedamos así durante un tiempo hasta que me di la vuelta y le di a Samuel una sonrisa firme. —Vamos abajo y mostrémosle a la gente que juntos somos fuertes. Samuel extendió su mano, y la tomé. Bajamos juntos, y el agarre de Samuel sobre mí se tensó cuando la atención se desvió hacia mí. La gente intentaba ser discreta, pero seguían fallando tristemente. Todos los lugartenientes estaban allí, incluso Danilo. Se apartaba a un lado, junto a la barra, sosteniendo una bebida de color ámbar. Nuestros ojos se encontraron brevemente, pero luego aparté la vista. Samuel permaneció pegado a mi lado. Mi sombra, mi protector, pero incluso su dura mirada no pudo detener las miradas de compasión o los susurros, y la gente ni siquiera sabía todavía de mi embarazo. Solo podía imaginar cuánto peor sería el chisme entonces. Me habían conocido como la Princesa de Hielo, destinada a convertirse en la Reina de Hielo junto a Danilo. Ahora era la mujer a quien Remo había profanado. Los hombres apenas podían mirarme. De alguna manera, me había convertido en todos sus fracasos.

La mano de Samuel en mi espalda baja se contrajo, y una mirada a su cara me dijo que estaba cerca de perder el control. —Baila conmigo —le supliqué. Samuel asintió con una pequeña y tensa sonrisa, y me envolvió en su abrazo, pero luego se puso rígido cuando mi estómago aún plano se aplastó contra él. Sus ojos se lanzaron hacia abajo y la angustia cruzó su expresión antes de que pudiera enmascararlo. Como si ya pudiera ver mi embarazo cuando aún estaba oculto de manera segura. Apreté mi agarre sobre él brevemente, y finalmente se encontró con mi mirada. Empezamos a bailar. Con todos los ojos sobre nosotros. Samuel sostuvo mi mirada porque estaba a punto de perder el control. Una sola mirada más a los demás y se vendría abajo. Le sonreí y él se relajó. También sentía las miradas. Prácticamente podía escuchar los susurros. Unas cuantas mujeres de mi edad que siempre me habían resentido por mi estatus parecían casi… triunfantes, felices de presenciar mi caída de la gracia. Levanté mi barbilla más alto, enojada y luego preocupada… porque, ¿cómo trataría esta gente a mi hijo?

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Después de tres bailes, papá se hizo cargo y Samuel se movió hacia un lado para mirar. —Estás hermosa, palomita —dijo en voz baja. Su expresión era controlada, tranquila. Su rostro público. Mamá, también, parecía equilibrada y elegante a medida que se paraba junto a Sofia, Anna y Valentina. —Gracias, papá —dije y entonces agregué—, lo siento, no tengo un regalo para ti. No había salido de casa desde mi regreso y, para ser honesta, había olvidado por completo conseguir un regalo. Mi mente había estado ocupada con muchas otras cosas. —Ya tengo mi regalo —dijo, y por un momento pensé que se refería a mi hijo, pero luego me di cuenta que se refería a mi libertad. No mencionó mi embarazo. Dante bailó conmigo a continuación. Me encontré con sus ojos, preguntándome qué estaría pensando de mi embarazo, preguntándome qué tipo de futuro tendría por adelante para mi hijo, si era

un niño. ¿Sería aceptado en la Organización? ¿O la identidad de su padre cerraría todas las puertas antes de poder abrirlas? No me atrevía a preguntarle a mi tío. No en público, no en la fiesta de cumpleaños de mi padre. Después del baile, me dirigí de nuevo a Samuel, quien estaba hablando con uno de sus amigos más antiguos. Él me dio un gesto de asentimiento, pero también tuvo problemas para mirarme a los ojos. Samuel se dio cuenta y su mandíbula se tensó. Se excusó, me tocó la espalda, y me llevó lejos. Samuel y yo entramos en el vestíbulo de entrada. Tenía la sensación de que Samuel necesitaba estar lejos de la fiesta por un par de minutos. Unos cuantos mafiosos más jóvenes que no conocía se habían reunido allí, y cuando los pasamos, sus palabras lograron alcanzarnos. —No entiendo por qué no la mantienen oculta. Es una maldita desgracia tenerla caminando por ahí como si Falcone no la hubiera profanado. Apenas había registrado mi conmoción cuando Samuel atacó. Rompió la nariz del primer chico con un crujido repugnante, después empujó al segundo contra el suelo, presionando su cuchillo contra la garganta del hombre.

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—Sam —dije con firmeza, agarrando su hombro. Él se inclinó, acercando su rostro al otro hombre. —Debería cortarte la garganta por insultar a mi hermana. Pídele disculpas. El hombre contempló a sus amigos. Uno estaba aferrando su nariz rota, el otro obviamente no estaba seguro si debía interferir, considerando que nuestro padre era el lugarteniente de sus padres. —¡Discúlpate! —gruñó Samuel. —Lo siento —espetó el chico. Apreté mi agarre en el hombro de Sam. Se echó hacia atrás, tomó mi mano y me arrastró hasta afuera, no al jardín sino al camino de entrada donde estuvimos solos. Me soltó, dándome la espalda. Respiraba hondo. Así que presioné mis palmas en sus omóplatos y luego apoyé mi frente contra su espalda. —No dejes que sus palabras te afecten. No me importan y a ti tampoco debería importarte. —¿Cómo puede no importarte? Eres una princesa de la mafia. Debería cortarle las lenguas por atreverse a susurrar su nombre con el tuyo en una frase.

Su nombre. Remo Falcone. El padre de mi hijo por nacer. Y peor aún, el hombre que llenaba mis noches no de pesadillas sino de anhelo.

A la mañana siguiente, papá, Samuel y Dante querían hablar conmigo. Cuando entré en la oficina de papá, supe por sus expresiones que no sería una conversación fácil y definitivamente no me gustaría. Papá se sentaba detrás de su escritorio, Sam encaramado en su borde, y Dante estaba de pie con las manos metidas en los pantalones junto a la ventana. Me fui en línea recta al sofá y me hundí en él. Mi cerebro se sentía lento por la falta de sueño. Había paspado toda la noche intentando llegar a un acuerdo con el hecho de que llevaba un bebé, el bebé de Remo.

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—¿De qué quieren hablar? Tres pares de ojos se lanzaron a mi vientre, y mi mano automáticamente, de manera protectora, se presionó contra el lugar. —Si te quedas con este niño —comenzó Dante. —Voy a quedarme con el niño. Papá miró hacia otro lado y luego miró el marco de la foto en su escritorio. Una foto de nuestra familia tomada brevemente antes de que me hubieran secuestrado. —Tendrás que mantenerlo oculto —dijo papá. Parpadeé hacia ellos. —¿Qué? —Una vez que comience a mostrarse, tendremos que mantenerte fuera del ojo público, Serafina —dijo Dante, su voz resuelta—. Dudo que Remo Falcone tenga el menor interés en su descendencia, pero podría usarlo contra nosotros. La Organización necesita permanecer fuerte. Este niño podría causar tensión dentro de la Organización, y no podemos permitir eso actualmente.

—O podríamos concertar un matrimonio rápido con alguien que acepte un matrimonio falso y fingir que es su hijo —sugirió papá con suavidad. Me quedé mirando entre ellos. Samuel veía al suelo, sus cejas frunciéndose. —No voy a casarme con nadie, y no voy a mentir sobre el padre del bebé. De todos modos, la gente no va a creérselo. Ahora era la mujer embarazada del hijo bastardo de Remo. Pronto mi vientre sobresaliente cargaría con la culpa y la vergüenza de la Organización. —Con el tiempo la gente se dará cuenta que tengo un hijo. Una vez que crezca, será difícil mantenerlo oculto. ¿Y si es un niño? ¿No será parte de la Organización? Ellos intercambiaron una mirada.

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—Ni siquiera has dado a luz todavía. Todavía es muy pronto —dijo Dante tersamente. Evalué sus caras, y a medida que lo hacía, fue difícil mantener a raya mi indignación y mi ira. Mi secuestro había dejado sus marcas. Todavía estaban sacudidos. Tal vez con el tiempo las cosas mejorarían. Les daría el tiempo que necesitaban para aceptar la situación. Se los debía. Les debía más de lo que le debía a Remo. Este bebe y yo pertenecíamos a la Organización. Esta era mi familia, mi hogar. Aun así, una parte de mí se preguntaba si me estaba mintiendo a mí misma, si no era mejor regresar a Las Vegas. Pero Remo me había regresado. Había cumplido mi propósito. En realidad, ¿cuánto sabía de él? ¿Y cómo podía estar segura que todo lo que había hecho no había sido parte de un espectáculo, su manipulación magistral? Eso había funcionado, ¿no? ¿Y cómo podía estar segura que lo que estaba sintiendo era real? ¿Acaso sentimientos como esos podían nacer del cautiverio?

Mi embarazo se terminó convirtiendo en el elefante rosa de la habitación, una presencia cada vez mayor que todos intentaron ignorar, e hice todo lo posible para que fuera fácil para ellos. Llevaba ropa holgada, contenta por los fríos días de

invierno que me permitieron usar suéteres gruesos e incluso abrigos más gruesos. Creo que mi familia a menudo lograba olvidar que incluso estaba embarazada. Solo cuando estaba sola en mi habitación me permitía admirar mi abdomen. Todavía no era grande. Incluso había logrado participar en la fiesta de Navidad de Dante y Val porque en mi decimoséptima semana, si mis cálculos eran precisos, un vestido de línea trapezoide había conseguido esconder todo lo que debería. Si la gente sospechó algo, se lo guardaron para sí mismos. Era una posible vergüenza que la Organización no quería expresar en voz alta. Fue a principios de enero cuando Samuel y mamá me acompañaron a mi primera cita con el médico. Hasta ahora no había pedida una, pero mamá me había sorprendido hace unos días al preguntarme si debíamos comprobar al bebé. Era su disculpa silenciosa, su intento de aceptar lo que era tan difícil de aceptar para todos ellos. La doctora había estado trabajando con la Organización durante años. Trataba a la mayor parte de las embarazadas de la Organización y mantendría el secreto que llevaba.

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El miedo me inundo cuando me estiré en el sofá de examen. Ni siquiera estaba segura de lo que me asustaba exactamente. No era como si no supiera que estaba embarazada. Era inconfundible a estas alturas. El médico estaba a un lado de mí con el ultrasonido, mientras que Samuel y mamá estaban de pie en el otro. Tragué con fuerza cuando me subí el suéter, revelando el bulto por primera vez frente a otros. La cara de Samuel se quedó de piedra, y mamá tragó con fuerza antes de que lograra una sonrisa alentadora y apretó mi mano. —Esto estará frío por un momento —me advirtió la doctora. Asentí distraídamente, mis ojos fijos en el ultrasonido. El médico comenzó a fruncir el ceño, moviendo el ultrasonido alrededor de mi vientre. El ruido sordo de los latidos del corazón llenó la habitación y mi propio corazón se aceleró, hinchándose con amor y maravilla. Pero el ruido sordo sonaba apagado, como si estuviera fuera de ritmo, dos ritmos desincronizados. Los ojos de mamá se abrieron por completo, pero no estaba segura de por qué, y el miedo me inundó. La miré a ella, después a la doctora, y luego a Samuel, pero él se veía tan confundido como yo me sentía. —Oh, Dios —susurró mama.

—¿Qué? ¿Qué está pasando? Los ojos de mamá se llenaron de lágrimas. —Gemelos. La doctora asintió, y mis ojos se volvieron de golpe hacia Samuel. —Como nosotros —dije con asombro. Logró una sonrisa pequeña, pero sus ojos albergaban preocupación.

Saber que llevaba gemelos cambió las cosas para mamá. Fue como si finalmente pudiera ver a los bebés como míos, no como algo ajeno.

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Samuel también pareció empezar a entrar en razón. Pintó la habitación de los bebés y dispuso los muebles por mí. ¿Y Sofia? Estaba entusiasmada con la perspectiva de ser tía. Pero papá… papá siguió teniendo más dificultades. Ahora no mencionaba el embarazo y nunca miraba por debajo de mi barbilla. Lo entendía, no podía estar enojada porque sus ojos reflejaban su conflicto. A menudo lograba sentir que pertenecía una vez más, lograba fingir que no estaba obligada a esconderme en nuestro hogar para que así nadie se enterara de que estaba embarazada. Lo que no logré fue dejar de pensar en el hombre que era la razón de todo esto. Cada noche permanecía despierta en cama. Cada vez que acariciaba mi bulto lo veía ante mis ojos. Y cada vez más estaba desgarrada entre la ira y el anhelo. A veces me preguntaba si debería encontrar una manera de dejarle saber, pero luego pensaba en mi familia, en su lento proceso de curación, en lo que mi secuestro les había hecho, y simplemente no podía hacerlo. ¿Qué le debes al hombre que te secuestró? ¿Quien intentó destruir a la gente que te importaba? ¿El hombre que tomó tu corazón, solo para alejarte? Nada. No le debía nada a Remo Falcone. Estos eran mis hijos, y crecerían como parte de mi familia, como parte de la Organización. Les escondería la verdad tanto tiempo como pudiera. No sabrían quién era su padre hasta que tuvieran que hacerlo.

Si quería que tuvieran una oportunidad en la Organización, no podrían ser Falcone. No podrían ser asociados en absoluto con Remo. Di a luz a mediados de mayo a las creaciones más hermosas que podía imaginar y supe con absoluta certeza que todo lo que deseaba para ellos jamás se haría realidad.

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24 Serafina Amaba a mi familia con todo mi corazón. Y ellos me amaban. Pero al momento en que tuve a mis hijos en mis brazos, supe que no podría quedarme con ellos para siempre, lo supe con una certeza aplastante. Nevio y Greta eran Remo. Ojos oscuros, cabello negro y espeso.

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Para todos en la Organización siempre serían Falcone, siempre el resultado de algo horrible, nacido de algo vergonzoso, algo oscuro. Pero para mí eran la creación más hermosa que pude imaginar. Eran la perfección absoluta. Gemelos como Samuel y yo. Se apoyarían el uno al otro, se harían más fuerte el uno al otro como Samuel y yo lo habíamos hecho cuando éramos más jóvenes y todavía lo hacíamos. Seríamos nosotros contra el mundo. No podría ser de otra manera. Samuel se quedó conmigo en el hospital después del parto, mientras mamá iba a casa por unas horas a dormir después de veinte horas a mi lado durante la labor de parto. Los ojos de Samuel eran amables y amorosos cuando me veían a mí, pero estas emociones tiernas se desvanecían tan pronto como se volvía hacia mis hijos durmiendo en sus cunas. No lo hacía a propósito, pero mis hijos le recordaban algo que él y todos los demás estaban desesperados por olvidar. ¿Y cómo era posible que no se los recordara cuando mis gemelos se veían como Falcone? Me dolía el corazón ferozmente cuando los miraba, martillando con un anhelo que había intentado enterrar con los recuerdos de Remo, pero Remo no era un hombre que pudiera ser olvidado. Ni fácil, ni rápido, ni nunca. Dos días después de dar a luz, mamá y Samuel llevaron a mis gemelos a la casa porque todavía tenía problemas para levantar algo más pesado que un vaso de agua. La familia se había reunido para la ocasión, pero sabía que no era para celebrar. Papá y Dante probablemente necesitaban discutir cómo mantener a mis

hijos un secreto. Los lugartenientes lo sabían. Tenían que saberlo por el bien de la Organización. Danilo lo sabía, pero no había hablado con él desde el día que le habían prometido a Sofia. Samuel sostuvo mi brazo mientras en el otro llevaba el portabebés. Subir las escaleras fue más que un poco incómodo, y me alegré cuando finalmente llegué a nuestra casa. Valentina se acercó a mí y me abrazó suavemente. Ella y Dante todavía estaban intentando conseguir el niño número tres, pero hasta ahora no estaba funcionando. Contempló a mis bebés con una sonrisa suave. —Son hermosos, Serafina. —Lo son —coincidí. Sam y papá intercambiaron una mirada, y se sintió como una puñalada en el corazón porque cuando veían a mis hijos solo veían el cabello negro y los ojos oscuros y nada más. Veían a Falcone. Veían vergüenza y culpa. ¿Alguna vez permitirían que mis bebés fueran más que el mayor fracaso en la historia de la Organización?

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Sofia se apresuró por la escalera seguida por Anna. Leonas mostró menos entusiasmo que las chicas a medida que bajaba los escalones, y ponía los ojos en blanco. Sofia se detuvo junto a mí y Samuel, mirando a Greta durmiendo profundamente en el portabebés. Había notado que Samuel había insistido en llevar a Greta, y no a Nevio, pero intenté no darle demasiado significado a eso. Sofia no había sido admitida en el hospital porque no queríamos llamar demasiado la atención sobre nosotros, y sus ojos se abrieron por completo en sorpresa. —Guau —suspiró—. Nunca he visto un cabello tan negro. Nunca había visto a Remo. Anna asintió mientras pasaba ligeramente un dedo sobre la cabeza de Nevio. Sus ojos se abrieron lentamente y como siempre que lo hacían, mi aliento se atascó en mi garganta. Ojos oscuros. Los ojos de Remo. Incluso a los dos días de edad, mi hijo era su padre. Papá desvió los ojos, con las cejas alzadas tirantes, y miró a Dante con una expresión que me desgarró pulcramente por la mitad. Valentina apretó mi hombro y se inclinó hacia mí.

—Llevará tiempo, Serafina. Dales tiempo. Un día verán a tus bebés como lo que son: solo tuyos. Asentí, pero en el fondo sabía que Greta y Nevio jamás serían solo míos porque también eran de Remo, y nada podría cambiar eso. Y no quería que lo hiciera.

Al día siguiente, estaba acunando a Greta en mi brazo mientras Nevio descansaba en el sofá a mi lado, profundamente dormido cuando Dante entró. Se dirigió hacia nosotros, sus ojos desplazándose sobre mis hijos. Su expresión no delataba nada, y me pregunté si era porque no estaba resentido con mis gemelos como todos los demás o si era demasiado bueno ocultando sus verdaderos sentimientos.

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Se hundió en el sillón frente a mí, abriendo su chaqueta para que no se arrugara. Me dio una sonrisa tensa. —¿Cómo estás? Acaricié la mejilla a Greta antes de alzar la vista. —Bien. Asintió. —Sé que las cosas no son fáciles para ti, Serafina. Nunca estuvo destinado a ser así. He querido hablar contigo por un tiempo… —Se calló, su expresión tensándose—. Pero no estoy acostumbrado a justificar mis acciones, ni a pedir disculpas. Fruncí el ceño. —Eres el Capo. —Lo soy, pero eso no me hace infalible. —Hizo una pausa—. Creo que deberías saber que cuando Remo te secuestró, tu padre habría entregado su territorio para salvarte. No lo permití. Y Samuel atacó la mansión sin mi permiso porque no lo habría permitido. No soy un hombre que responde a las exigencias de otros. Me niego a ser chantajeado. Tengo que pensar en la Organización.

—Lo sé y lo entiendo, tío. —Luego hice una pausa—. Pero al final le diste Scuderi a Remo. Algo oscuro y furioso brilló en los ojos de Dante. —Sí. Porque no soy solo Capo. Soy padre. Soy tu tío. Esta es mi familia, y le debo protección. Te debía protección y fracasé. —Bajó la mirada hacia mis hijos—. Ahora tendrás que vivir con las consecuencias de mis decisiones. Negué con la cabeza. —Esas decisiones me dieron a mis hijos, y eso es algo que nunca podría lamentar. Dante se levantó y tomó mi hombro. Después trazó su dedo índice sobre la cabeza de Greta antes darse la vuelta. Al igual que Samuel y papá, le costaba mucho más mirar a Nevio que a mi hija. Bajé la vista hacia mi hijo y tomé su pequeña mano en la mía, y no por primera vez me pregunté qué vería Remo cuando los viera.

279 Un gemido agudo retumbó. Samuel y yo nos levantamos de un tirón al mismo tiempo desde donde nos habíamos quedado dormidos en el sofá de la habitación de los bebés. No nos molestábamos en ir a nuestras camas la mayor parte del tiempo porque Nevio y Greta se despertaban cada dos horas. Él y mamá se turnaban para ayudarme, y durante el día Sofia también cambiaba pañales y ayudaba a alimentarlos. No podía recordar la última vez que hubiera dormido más de dos horas en los últimos seis meses. Samuel se frotó la cara. Sabía que tampoco dormía mucho por las noches en las que no estaba ayudando. La Organización estaba planeando algo. Solo lo había insinuado, pero simplemente podía ser un ataque a la Camorra. Eso me asustaba, me aterraba porque no solo temía por Samuel y papá, sino también por el hombre que no podía olvidar. Me puse de pie y Samuel también. Alcanzó a Greta como de costumbre y yo tomé a Nevio. Esta era nuestra rutina, una que ya no cuestionaba. Me alegraba por el apoyo de Samuel, incluso si él no pudiera soportar estar cerca de mi hijo.

Treinta minutos más tarde, Samuel y yo nos sentamos hombro con hombro, Greta dormía en su brazo y Nevio despierto en el mío. Me arrebató un mechón de cabello y tiró de él. Aflojé su agarre, estremeciéndome, y empujé el mechón fuera de su alcance. Nevio dejó escapar un aullido feliz, con los ojos enfocados en Samuel. Seguí su mirada. Mi hermano suspiró y echó la cabeza hacia atrás. —No me mires así, Fina. —¿Cómo te miro? —Como si estuviera rompiendo tu corazón. —¿Por qué te cuesta tanto mirar a Nevio, pero no tienes problemas para sostener a Greta? —Porque con ella puedo pasar por alto las similitudes, pero con Nevio… — Samuel negó con la cabeza, bajando su mirada hacia mi niño que estaba felizmente mordiéndose los dedos—. Con él todo lo que puedo ver es al maldito Remo Falcone.

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—Shh —dije para silenciarlo. Acaricié la cabeza a Nevio, pero él estaba ajeno a lo que se estaba diciendo. Sin embargo, un día entendería. Un día se daría cuenta de lo que significaban esas miradas. —Nunca serás libre de él por culpa de ellos, Fina. Tal vez sin esos niños la gente finalmente tendría que olvidar lo que pasó y seguirían adelante, pero son recordatorios vivientes. Una vez que la gente descubra que son hijos de Falcone, y confía en mí, todos sabrán que son suyos, las cosas se pondrán realmente feas. Mecí a Nevio y sus ojos comenzaron a cerrarse. —Si alguien intenta lastimar a mis hijos haciéndolos sentirse menos, tendrán que atravesarme y vérselas conmigo. Samuel sonrió tristemente. —Estaré a tu lado. Siempre te protegeré. A mí. No a mis hijos. Nunca a ellos.

Falcone. Falcone. Una mirada.

Falcone. Los mismos ojos crueles. Profundamente oscuros. Falcones hasta la médula. Vergüenza. Pecado. Deshonra. Bastardos. ¿Por qué se arruinó a sí misma al tener a sus hijos? ¿Por qué no se deshizo de ellos? Falcones.

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Hasta el momento, los rumores solo corrían en la Organización, pero pronto serían gritados a los cuatro vientos porque mis hijos se parecían cada vez más Remo con cada día que pasaba, como a Falcone. En una semana mis gemelos tendrían siete meses, y ni siquiera había salido todavía de la casa con ellos. El único aire fresco que recibían era cuando estaba en el jardín con ellos. La partera y los médicos nos habían hecho visitas a domicilio. A pesar de estas precauciones se corría el rumor sobre ellos entre nuestros círculos. Tal vez las criadas habían dejado escapar algo. Tal vez fue uno de los guardaespaldas o tal vez uno de los lugartenientes confió de más en su esposa chismosa. Asistí a dos eventos con Samuel, y los susurros me habían seguido a todas partes. La pena y curiosidad. La incomprensión e incluso la ira de haber elegido a estos niños y no haberlos eliminados, como si eso borrase el secuestro. Cuando llegamos a casa después de una de estas reuniones sociales, la fiesta de cumpleaños del segundo al mando de papá, perdí la paciencia justo en medio del vestíbulo. —No puedo soportarlo —espeté con dureza—. No soporto cómo todos susurran sus nombres como si fueran algo pecaminoso. No quiero que crezcan avergonzados de quiénes son. Mamá que se había quedado con los niños porque no se sentía lo suficientemente bien como para asistir a un evento apareció en el rellano, pareciendo preocupada por mi arrebato. Papá suspiró, su expresión reflejando dolor. —Todo el mundo sabe lo que pasó. Todo el mundo sabe lo que son y eso nunca cambiará. —¿Lo que son…? —Miré a mi padre.

Samuel me tocó el hombro, pero lo sacudí. —¡Son míos! También son tu sangre. ¡Son parte de la Organización! ¿Cuándo vas a aceptar eso? ¿Acaso Nevio tendrá que prestar el juramento para que lo aceptes? —Papá y Samuel intercambiaron una mirada, y di un paso atrás—. Será parte de la Organización, ¿verdad? ¿Se convertirá en el lugarteniente de una ciudad algún día? Es su derecho de nacimiento. Su derecho de nacimiento es convertirse en Capo de la Camorra. Papá me dio una sonrisa triste. —Palomita —murmuró. —No —susurré—. No me digas que no dejarás que Nevio consiga nada debido a quién es su padre. Samuel me miró como si no estuviera siendo razonable. —Fina, parece un puto Falcone. Todos están jodidamente locos. La sangre retorcida de Remo corre por sus venas. Y solo míralo. Ya tiene un temperamento imposible a los siete meses.

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—Nuestros soldados nunca lo aceptarán, no después de lo que hizo su padre. Apenas nos hemos recuperado del ataque. Cada boda está fuertemente resguardada, cada mujer protegida por el doble de la cantidad de guardias. Esa vergüenza persiste y tus hijos te lo recuerdan constantemente —dijo papá en voz baja. Me di la vuelta y los dejé allí de pie. Corriendo más allá de mi madre sin una palabra, irrumpiendo en la habitación de los bebés y cerrando la puerta, respirando con dureza. Nevio y Greta estaban dormidos en la cuna que compartían, ambos tendidos de espaldas. La mano de Greta estaba apoyada en el pecho de Nevio. Siempre terminaban tocándose cuando dormían. Mis hijos no eran algo vergonzoso. No permitiría que nadie los hiciera sentir de esa manera. Ni siquiera la familia que amaba.

Remo

Kiara estaba en pleno modo navideño. Había decorado cada área de la casa donde tenía permitido entrar. Sabía que a ella también le habría encantado usar su magia en mi ala, pero aún no era lo suficientemente atrevida para hacerlo. Bien por ella, porque estaba de un jodido mal humor, lo había estado durante días, y hoy era peor que antes. El aroma de galletas recién horneadas flotaba en la casa mientras leía el correo electrónico de Rick, el organizador de nuestras carreras. Todo se había preparado para la carrera más grande que hubiéramos tenido. Nino no estaba feliz que decidiera terminarla en Kansas City después del último incidente, pero quería hacer un maldito punto. La Organización había sido sorprendentemente cuidadosa con sus ataques. Una emboscada aquí y allá, unos pocos soldados desmembrados, pero nada importante. Hasta hace tres días cuando mataron a mi maldito lugarteniente en Kansas City. Una advertencia para no acercarnos tanto a su territorio. Tal vez el comienzo de más. Finalizar la carrera en cualquier otro lugar habría enviado el mensaje equivocado.

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Kiara entró con un plato de lo que parecían pequeñas medias lunas espolvoreadas con azúcar. Lo sostuvo delante de mí. —Kipferl. —No estoy de humor para algo dulce. —Estaba de humor para disparar algo hasta volverlo mierda, por sangre y muerte, y más que eso… la jodida muerte de Dante. Ella frunció. —Están deliciosos. —Sus ojos se movieron hacia la pantalla—. ¿Kansas? Asentí, y entonces tomé una de las galletas y le di un mordisco. Dulce y suave. Dejé la mitad en el plato. Kiara lo tomó y se comió el resto. No me gustaba la forma en que me veía como si lo supiera. —He estado pensando en tu oferta. No tenía ni idea de lo que estaba hablando. —Sobre entrenar contigo. —Hice esa oferta hace más de un año —dije.

Ella se mordió el labio. —No estaba lista entonces. Sabía otra razón por la que no había formado parte de su entrenamiento de defensa en los últimos meses. Nino desconfiaba de mi estado emocional, pero él estaba visitando algunos de nuestros laboratorios de drogas. Estaba interesado en los procesos químicos, pero yo solo en el resultado final. Las únicas veces que visitaba nuestros laboratorios eran cuando necesitaban que les recordaran trabajar de manera más eficiente. —¿Y crees que hoy es un buen momento para pelear conmigo? —pregunté en voz baja. —No pelear. Entrenar —corrigió. Me levanté del sofá, elevándome sobre ella. No se inmutó. —¿Ahora? Dejó el plato e indicó el ring de boxeo. Negué con la cabeza.

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—En la vida real no estarás en un ring de boxeo cuando estés siendo atacada. Estarás en un callejón oscuro, cuando estés en tu camino a casa. Tu atacante te habrá estado siguiendo y observando durante un tiempo. Él estará detrás de ti. Ambos sabíamos que nunca llegaría a eso. Kiara ya nunca estaba sola, y el estúpido bastardo que se atreviera a mirarla de la manera incorrecta perdería sus ojos. —Corre. Parpadeó. —¿Qué? Me incliné hacia abajo, invadiendo su espacio personal, intentando acelerar su pulso. —Corre. La comprensión llenó sus ojos. Dio un paso atrás y luego se dio la vuelta y comenzó a correr. Tomé otra galleta y mordí la mitad antes de volver a ponerla en el plato. Después, la perseguí. Correr detrás de Kiara me trajo unos putos recuerdos que no necesitaba hoy ni nunca. La ira rugió a través de mí. Tomé los escalones dos a la vez y la alcancé en el pasillo conectando con su ala. Agarré su mano y tiré hacia atrás.

Kiara jadeó sin aliento pero actuó de inmediato, girando sobre mí antes de que pudiera presionarla contra el suelo. Sabía que no podía permitirse que la presionara contra su estómago. Una vez que mi peso descansara sobre su espalda, ya no tendría la oportunidad de defenderse. Era buena, pero estaba enfadado y no estaba de humor para tomármelo con calma. Al segundo en que me senté a horcajadas sobre sus caderas con sus brazos presionados sobre su cabeza, las ráfagas de pánico inundaron sus ojos. —Supéralo —ordené. Vi la lucha en sus ojos, los recuerdos amenazando con estallar incluso después de todo este tiempo. —Supéralo de una jodida vez —gruñí. No la liberaría si no lo hacía. La indignación brilló en sus ojos, y sacudió sus caderas, pero yo era demasiado pesado. Era pequeña y ágil, y se las arregló para levantar su pierna de manera que su rodilla se estrelló contra mis bolas.

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Cada fibra en mi cuerpo, cada músculo, cada jodida célula sanguínea, actuó por instinto, queriendo explotar. Me levanté de ella y me hundí contra la pared, con el pecho agitado, intentando calmar la rabia en mis venas. —Lo siento —dijo Kiara, sentándose y mirándome preocupada. Sonreí oscuramente. —No hay necesidad. Hiciste lo que Nino te enseñó. —Pero no te retiraste porque te lastimé… solo para evitar lastimarme en respuesta. Levanté mis cejas. Era perceptiva. No estaba seguro si eso me gustaba. —No importa. El hombre promedio no está tan familiarizado con el dolor como yo. Una patada a las bolas los distraería. Asintió y luego me sorprendió al sentarse a mi lado contra la pared. —Hoy es el cumpleaños de Serafina, ¿cierto? —Kiara —dije en advertencia. Inclinó la cabeza. —No se casó, ¿verdad? —No tengo espías en la Organización, así que no lo sabría.

—Habría estado en las noticias. Había dejado de buscar noticias sobre Serafina a pocos días después de haberla liberado. Era una cosa del pasado. —Pensé que se estaba enamorando de ti… Me puse de pie, fulminándola. —No entiendo por qué las mujeres siempre necesitan convertir todo en un cuento de hadas, incluso un secuestro. Serafina era mi prisionera. Lo único que hizo fue caer en desgracia. También se empujó del suelo. —Puedes fingir todo lo que quieras, pero vi la forma en que la mirabas. La apoyé contra la pared. —No viste nada porque no hubo nada. Me follé a Serafina y disfruté cada momento de eso. Quería poseerla, quería arrancarle la inocencia, y lo hice. Eso es todo.

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—Si eso fuera todo, entonces después te habrías regodeado en tu triunfo. Pero casi no la mencionas desde que la dejaste ir… como si no pudieras soportar decir su nombre. —Kiara —gruñí—. No me empujes demasiado. Ahora no. Empujó contra mi hombro, y di un paso atrás. Se fue sin otra palabra, pero sus ojos habían dicho más que suficiente. Cuando bajé a la sala de juegos para patear el saco de boxeo, Savio y Adamo estaban en el sofá, jugando un jodido videojuego de disparos. Como si no tuviéramos suficiente derramamiento de sangre en la vida real. El plato con las galletas estaba vacío. —¿Hay más galletas en la cocina? —preguntó Savio sin levantar la vista. —¿Cómo puedo saber? Pregúntale a Kiara. Savio me miró con curiosidad. —¿Qué se te metió por el culo? Me hundí frente a ellos. —¿En este momento? Tú. ¿En general? Kansas.

—Esa carrera va a ser espectacular —dijo Adamo. —No suenes tan jodidamente emocionado. En serio no crees que Remo te permitirá volver a correr después de la última vez, ¿verdad? —murmuró Savio, levantando los pies sobre la mesa. —Eso no fue mi culpa —espetó Adamo. —Por supuesto. Cuando chocas un auto nunca es tu culpa. —No me estrellaré esta vez. Soy mucho mejor. Ganaré. Savio no parecía convencido. —Es la carrera más larga hasta ahora. Ocho horas mínimo. Eso te da mucho tiempo para joderlo. —No voy a joderlo. Y la distancia larga es la mejor parte. Es un diseño genial —dijo Adamo. —No vas a conducir —dije finalmente—. La carrera termina en Kansas City. No te quiero tan cerca del territorio de la Organización.

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—Nadie tiene que saber que estoy ahí. Iré en un auto. Puedo usar otro nombre. —No. Y eso es definitivo. Adamo frunció el ceño y se hundió aún más en el sofá. —Me prometiste que podría competir más a menudo si no me saltaba la escuela y cumplía con mis deberes con la Camorra. —Y esa promesa se mantiene, Adamo, pero no esta carrera. —Pero Luke estará allí otra vez con un auto nuevo. Me golpeó la última vez. Quiero darle una patada en el culo y hacerle chocar su auto. Me incliné hacia adelante. —No irás a ninguna parte cerca de esa carrera, Adamo. —Bien —murmuró—. ¿Pero estoy permitido en la próxima carrera? Asentí. Pensé que la fascinación de Adamo por las carreras se desvanecería con el tiempo, pero no era así. Todavía vivía para la carrera ocasional, y había empezado a recompensarlo con ellas por las tareas bien hechas. Aún era reacio a ser mafioso, pero había mejorado, no solo sus habilidades de lucha sino también su culpa por lo que hacíamos. A veces me preguntaba si debería simplemente dejar que

se convirtiera en el organizador de nuestras carreras y que pudiera correr en lugar de intentar obligarlo a asumir otro papel, pero lo necesitábamos. La guerra abierta con la Organización requería cada mafioso que tuviéramos.

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25 Serafina Papá estaba inquieto. Siguió revisando su teléfono, que descansaba junto a su plato. Normalmente no tenía su teléfono a la mano cuando cenábamos. Era nuestro tiempo en familia.

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Mamá llevó una cuchara con puré de batata en un arco a la boca expectante de Greta; y ella cerró sus labios alegremente alrededor de la comida. Yo, por otro lado, intentaba evitar que Nevio tirara su comida por todos lados. No le gustaba que lo alimentaran y prefería meterse la comida en la boca él solo, pero aún era demasiado pequeño para eso y hacía un gran desastre. Tomé sus pequeñas manos para que así no pudiera agarrar la cuchara y se la llevara a la boca. Le tomó tres intentos antes de que él aceptara la comida que le daba. —Son lindos, pero verlos comer es un poco asqueroso —dijo Sofia con la nariz arrugada—. Y ya que también empezaron a comer alimentos normales, sus pañales apestan. Papá frunció el ceño, obviamente descontento con el tema. Podía cenar mientras alguien era torturado justo delante de él, pero le molestaba un pañal apestoso. Hombres. Nevio dejó escapar un aullido indignado cuando probé darle otra cucharada de puré. Se sacudió en su asiento. Y los ojos de papá albergaron desaprobación. Siete meses, y todavía no podía soportar ver a Nevio. Al menos había abrazado a Greta un par de veces, pero no creía que pudiera ver más allá de su ADN. La puerta del frente se abrió de golpe, y Samuel entró corriendo al comedor, viéndose emocionado y un poco desquiciado. Papá se levantó lentamente y Samuel sonrió. Me estremecí porque había algo oscuro y terriblemente ansioso en la expresión de mi gemelo. —Lo tenemos —dijo—. Tenemos al bastardo.

—¿Dónde está? —preguntó papá, sabiendo exactamente a quién se refería Samuel. Dejé la cuchara en el plato. Mamá y yo intercambiamos una mirada. —Danilo y yo lo llevamos a nuestra casa de seguridad, como hemos discutido. —¿Danilo? Una horrible sospecha me abrumó. Mamá comenzó a limpiar a Greta. Los ojos de papá se movieron hacia mí, y finalmente Samuel también se volvió hacia mí. Me acerqué a ellos. —¿A quién atrapaste? Samuel tomó mis hombros ligeramente, sus ojos brillantes, pero en sus profundidades algo estaba acechando que me asustaba. —Tenemos nuestras manos en Adamo Falcone. Estaba participando en una carrera callejera cerca de nuestras fronteras y lo atrapamos. Mi interior se convirtió en piedra.

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—¿Por qué lo atrapaste? —Tenía la sensación de que sabía exactamente por qué. —Para torturar a esa pequeña escoria y enviarle a Remo un video de eso, como él nos envió un video de ti. Y tal vez le enviemos cada parte de su hermano que cortemos, envuelta en una cinta blanca. —Sam, Adamo solo tiene quince años. Es un adolescente. No está bien. La cara de Samuel se endureció. —Es un miembro de la Camorra, con el puto tatuaje y todo. Y a Remo Falcone no le importó ni mierda el bien y el mal cuando secuestró a una mujer inocente el día de su boda, la torturó y la violó. El color desapareció de mi cara. —No fue así —susurré. Miré por encima del hombro a mis hijos, pero mamá ya estaba recogiendo a Greta. Tomé a Nevio fuera del asiento y también se lo entregué. Ella se fue rápidamente. Me volví hacia Samuel, temblando porque había dicho un nombre que no había escuchado en mucho tiempo. Todavía me sentía increíblemente culpable porque mi familia no entendía que Remo no me había forzado, no entendía que solo había tomado lo que yo le había dado.

Papá se paró junto a Samuel. A él todavía le costaba mirarme a los ojos cuando se abordaba este tema, demasiado avergonzado por no haber podido protegerme. —Tu hermano tiene razón. Los Falcone recibirán lo que merecen. Destruiremos a su loca familia como destruyeron la nuestra. Tragué con fuerza. ¿Eso es lo que pensaba? ¿Que nuestra familia estaba destruida? Lo veía cada vez que miraba a mis hijos y su expresión brillaba con culpa y disgusto. —Remo no retrocederá y te dejará torturar a su hermano. No le importará el peligro. Él irá hasta nuestra ciudad y derribará todo lo que esté en su camino. Samuel dejó caer su mano, retorciendo la cara con odio a sí mismo. —Como debimos haber marchado a Las Vegas y haberte salvado. Papá se pasó una mano por el cabello.

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—Sabes que no podíamos. Remo habría matado a Fina en cuanto nos acercáramos. Tuvimos suerte de que no lo hiciera cuando fuiste por tu cuenta. No podíamos arriesgarnos después de eso. Remo nunca me habría matado, pero ellos no sabían eso, no podían entenderlo, y ¿cómo podía explicarles cuando yo no lo entendía? —En lugar de eso, nos sentamos y esperamos que él hiciera demandas mientras estaba ocupado violándola y dejándola embarazada. —¡Estoy aquí! Dejen de hablar de mí como si no estuviera aquí. —Lo siento, palomita —dijo papá con un suspiro. Mi corazón se agitó. Ya casi nunca me llamaba “palomita”, no porque me amara menos sino porque se sentía responsable de mis alas rotas. —No los estoy culpando a ninguno de ustedes —dije firmemente, mirando primero a mi padre y luego a Samuel—. Pero conozco a Remo y él hará cualquier cosa para salvar a su hermano. Cualquier cosa. —Ya veremos. Vamos a hacer una grabación en vivo para el maldito cabrón. Puede ver cómo su hermano es torturado en vivo en la Darknet. —Samuel sonrió. Di un paso atrás. —Estás bromeando.

—No —dijo Samuel—. Solo vine a recoger a papá. Danilo ya está preparando todo, y se supone que Dante llegará en cualquier momento. —¿Planeaste esto? —No lo de Adamo, no —dijo Samuel—. Queríamos atacar la carrera. Fue pura suerte que el pequeño bastardo disfrute con los autos de carreras. Papá asintió. —Deberíamos irnos ahora. Vamos. Agarré el brazo de Samuel. —Déjame ir contigo. Él intercambió una mirada con papá, quien dijo: —No, palomita. Eso no es nada que debas ver.

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—¿Por qué no? Fui prisionera de la Camorra durante meses. ¿De verdad crees que la tortura o la sangre todavía me molestan? ¿Crees que algo así me puede poner de rodillas? No soy la chica inocente del pasado. Tengo derecho a estar allí. Yo fui a la que secuestraron. Me debes dejar que te acompañe. —Los dos me miraron como si los hubiera golpeado, y me sentí un poco culpable, pero jugar la carta de culpa era mi única oportunidad de convencerlos, y necesitaba ver a Adamo. Papá cerró los ojos brevemente y luego hizo un pequeño asentimiento. —Ven. Se adelantó. Samuel envolvió su brazo alrededor de mi hombro y apretó. —Les haremos pagar por lo que te hicieron. Remo se arrepentirá del día en que te puso un dedo encima. Alejé mis ojos y seguí a Samuel fuera de nuestra casa, un lugar que se sentía cada vez menos como estar en casa con cada día que pasaba. Cada día que Nevio se parecía más a su padre.

La casa a la que me llevaron era un edificio de tres pisos en mal estado cerca de las vías, ubicado en la zona industrial de Minneapolis. Cuando entramos, mis ojos registraron primero a Danilo. Tenía los brazos cruzados y estaba observando

una pantalla en una mesa contra una pared. Junto a él estaba mi tío Dante, como siempre vestido con un traje, pero su chaqueta ya estaba colgada de una silla que estaba frente a la pantalla, y se había arremangado la camisa. Mi estómago se revolvió. Nunca lo había visto con las mangas enrolladas, y sabía por qué. Nunca había estado cerca cuando había torturado a alguien. Había otro hombre, uno de los soldados de papá, que estaba trabajando en una computadora portátil, probablemente estableciendo la conexión en la Darknet. Se giraron cuando entramos, y todos los ojos se centraron en mí. No se suponía que estuviera aquí. Dante frunció el ceño y se acercó a nosotros. Danilo se quedó donde estaba, pero él también me miró. Ya no era su prometida. No era nada para él. Le prometieron a mi hermana, y ahora ella era tan preciosa como yo lo había sido. Y, sin embargo, sería parte de la venganza de la Organización porque Remo había insultado a Danilo de la peor manera posible: me había robado de sus manos. Dante se detuvo ante nosotros, sus fríos ojos posándose en mí. —Serafina, esto es asunto de la Organización. Tú no deberías estar aquí.

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—Es mi asunto, tío. Los Falcone me mantuvieron cautiva. —Me encontré con su mirada de frente. Después de meses en la compañía de Remo, no sentía la necesidad de bajar mi mirada a pesar de la vibra escalofriante de mi tío, especialmente hoy. Había algo parecido a un depredador en él, en todos ellos. Deseosos por desgarrar a su víctima, escuchar sus gritos y saborear su sangre. Inclinó la cabeza. —Será brutal y sangriento. Eres libre de mirar en la pantalla. Se dio la vuelta y caminó de regreso a Danilo, seguido por papá. Samuel me apretó el hombro. —Si es demasiado, ve y siéntate allí. —Señaló un sofá detrás de la mesa con la pantalla—. No deberías dejar el edificio. No te quiero fuera sin mí o papá. Asentí. Samuel me soltó y se unió a los otros hombres. Me acerqué Poco a poco y cuando llegué a la mesa, pude ver la pantalla. Mi respiración se atascó en la garganta. Mostraba a Adamo en una habitación vacía, atado a una silla, con la cabeza colgando. —¿Listo? —preguntó Dante. Danilo, papá y Samuel asintieron. Dante se volvió hacia el hombre de la pantalla—. ¿Estamos en vivo? —Todo listo. La cámara en la sala de torturas está transmitiendo.

—Bien —dijo Dante con frialdad. Con una última mirada hacia mí, los hombres desaparecieron por una puerta. Unos pocos minutos después aparecieron en la pantalla, entrando en la sala. Me hundí en la silla junto al soldado de mi padre, quien me lanzó una rápida y curiosa mirada. Podía imaginar lo que él pensaba, lo que todos pensaban. Desde que me habían secuestrado, solo se me conocía como la mujer mancillada por Remo Falcone. La rota. Samuel sostuvo algo debajo de la nariz de Adamo de modo que se incorporó de golpe, con los ojos volando en shock. Había cambiado desde la última vez que lo vi. Su rostro se había vuelto más duro, más maduro, y había crecido y se había vuelto más musculoso. No llevaba una camisa, y algunas cicatrices cubrían su pecho, pero no tantas como Remo. El parecido lejano con Remo envió una puñalada a través de mi corazón. La mirada de Adamo vagó sobre mi papá, Samuel, Danilo y Dante, y por un segundo el miedo cruzó su rostro. Luego controló sus rasgos. Dante dio un paso adelante, y la expresión de su rostro envió un escalofrío por mi espalda.

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—Adamo Falcone. Bienvenido al territorio de la Organización. Adamo sonrió amargamente. —Habría ganado la carrera si no me hubieran disparado a los neumáticos. Mis ojos se abrieron de par en par. Provocar a mi familia en una situación como esa era una locura. La expresión de Dante se tornó más dura. Samuel ya había sacado su cuchillo, y Danilo también parecía listo para hundir su daga en Adamo. Solo papá se quedó atrás. Era un hombre refrenado, pero su postura lucía peligrosa. —Veo que compartes la misma disposición arrogante que tu hermano Remo —dijo Dante con amabilidad—. Es solo justo que te vea pagar por sus pecados entonces. Adamo negó con la cabeza. —No importa lo que hagas, a Remo no le importará. Remo es más cruel que todos ustedes juntos. Dante inclinó la cabeza. —Ya veremos. —Tomó un cuchillo de una mesa y se dirigió hacia Adamo, quien se tensó y se recostó. Dante se agachó y soltó el brazo derecho de Adamo.

La confusión me hizo fruncir las cejas. Dante agarró el brazo de Adamo y le dio vuelta, mostrando el tatuaje de la Camorra. —¿Cuánto tiempo has sido un hombre de la mafia? —Un año y cuatro meses —murmuró Adamo, fulminando a mi tío. —Serás juzgado como un hombre de la mafia, no un niño, Adamo Falcone. Adamo hizo una mueca. —Toda esta mierda me importa un carajo. Haz lo que tengas que hacer. No cambiará nada. Dante dio un paso atrás e hizo un gesto a los otros hombres. —¿Quién quiere ir primero? Ustedes son los más cercanos a Serafina. Adamo hizo una mueca y miró a Samuel, quien dio un paso adelante. —Quiero ir primero. Las lágrimas escocieron en mis ojos. Por favor no lo hagas, Sam.

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Samuel se movió hacia Adamo y lo golpeó con fuerza. La cabeza de Adamo cayó hacia atrás, la sangre salpicando de su nariz a medida que se rompía. Me levanté lentamente de mi silla, ignorando la mirada del hombre que estaba a mi lado. Samuel clavó su cuchillo en el estómago de Adamo y dejó un largo corte. Adamo gritó y trató de defenderse con su mano libre, pero Samuel la agarró y retorció la mano hacia atrás, rompiéndola. Di un paso atrás, mi mano cubriendo mi boca. Nunca había visto a Samuel así. Sabía lo que era, lo que todos ellos eran. Esto no estaba bien. Tenía que detenerlos de alguna manera. —Mira, Remo, tu hermano sangrará en tu lugar. Lo desgarraremos pedazo por pedazo por lo que le hiciste a mi hermana. Él sufrirá por ti —gruñó Samuel. En ese momento, poco quedaba de mi gemelo. Un mafioso, un monstruo. Solo porque nunca vi su lado monstruoso no significaba que Samuel fuera menos monstruo que cualquier otro de los hombres de nuestro mundo. Papá se apartó de la pared, agarró el brazo libre de Adamo y lo tiró hacia atrás con un enfermizo crujido. Tenía una mirada en su cara que nunca antes había visto. Los gritos de Adamo resonaron a través de los altavoces, y comencé a correr. Adamo no se merecía esto. Y con sus acciones, empeorarían todo porque Remo buscaría retribución. Él atacaría ferozmente, mutilaría y mataría, no dejaría

nada a su paso, y cualquiera que fuera el resultado, perdería a alguien que me importaba. O los miembros de mi familia o el padre de mis hijos. Seguí los gritos hasta la última puerta y estallé a través de ella, luego me congelé cuando el olor a carne quemada llenó mi nariz. Adamo gritaba a medida que Danilo sostenía un encendedor en su antebrazo, quemando el tatuaje de la Camorra. —¡Basta! —grité. Me acerqué a toda prisa y lo empujé a un lado antes de que cualquiera de ellos pudiera agarrarme. Los ojos de Danilo centellearon con furia, y todos los hombres me miraron. —¡Basta! —grité—. ¡Suficiente! Adamo gimió y me volví hacia él, arrodillándome ante él. Solo una pequeña parte de su tatuaje se había quemado, y la piel tenía ampollas y estaba roja. Toqué su hombro y él se estremeció. —Adamo —susurré. Levantó la cabeza unos centímetros, sus ojos llorosos encontrándose con los míos. Una débil sonrisa tiró de sus labios.

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—Serafina. —Cómo podía sonar amable después de lo que le habían hecho era un misterio para mí. Una sombra cayó sobre mí y miré hacia arriba. Samuel. —Fina, deberías irte. Está recibiendo lo que se merece. —Es un niño —dije—. Y siempre me trató con amabilidad. —Es un Falcone —dijo Danilo, dando un paso adelante con el encendedor aún en la mano. Sus ojos lucían duros y despiadados—. Fuiste castigada por algo que los soldados de la Organización hicieron. Adamo pagará por algo que hizo su hermano. —Sufrí por sus pecados —les escupí—. Y él sufre por Remo. Estoy harta de esto. Esto termina aquí. Adamo no sufrirá más dolor bajo sus manos. —Esa no es tu decisión —dijo Dante con firmeza. Miré de nuevo a Adamo, que parecía resignado y había empezado a temblar. Entonces sonó un teléfono y Dante lo contestó. —Remo. Me estremecí, mis ojos abriéndose por completo.

Remo Kiara estaba dormida con la cabeza en el regazo de Nino. Era temprano en la tarde, así que no entendía cómo podía estar cansada. Tal vez Nino la mantuvo despierta toda la noche. Fruncí el ceño y luego volví a mirar la pantalla donde se desarrollaba la carrera. El número de participantes era asombroso. Tenían que comenzar desde diferentes lugares, todos a la misma distancia de Kansas City, para desviar la atención de la policía. Algunos serían arrestados como de costumbre, pero eso era parte del juego. Eventualmente, las diferentes rutas se fusionarían en una para las últimas 100 millas antes del final. Las carreras de autos traían buen dinero, pero en realidad no me importaba. Prefería pelear en jaula.

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Savio comió otro bocado del pastel que Kiara había horneado. —¿Crees que Adamo está enamorado de esa puta? —C.J. —dijo Nino. —Lo que sea. Ha estado en Sugar Trap muy seguido. Definitivamente están follando. Y vamos, pasó la noche con ella otra vez. ¿Qué está haciendo con ella? ¿Acurrucándose? No puede follársela durante horas. Me sorprendería que aguantara una en absoluto. Si tuviera que pagar por ella, ya estaría en bancarrota. Me encogí de hombros. No me importaba si Adamo se follaba a una puta o no. Sin embargo, nunca lo había visto hablar con ninguna de las otras putas. Eso me preocupaba, por no mencionar que no era la primera noche que había pasado con la puta en el Sugar Trap. Follársela estaba bien, pero pasar mucho tiempo con ella definitivamente podría ser un problema. —Solo Adamo podría terminar enamorándose de una puta y ser monógamo cuando ella tiene alrededor de una docena de pollas en su coño todos los días —dijo Savio. Nino hizo un sonido impaciente, obviamente interesado en ver la carrera en paz. Uno de los participantes estaba siendo perseguido por tres patrullas policiales. Las apuestas si el hijo de puta lograba escapar o no probablemente ya estaban ardiendo.

—No sabes lo que está pasando. Tal vez solo disfruta de sus habilidades. Savio resopló. —No es mala, pero hay mejores putas por ahí. —No es como si tuviera muchas con las que compararla —dije, cansado de la discusión. —Uno de estos días la traerá aquí y se la quedará —dijo Savio. La perspectiva cambió a otra cámara de drones, y mis cejas se fruncieron. Mostró brevemente a unos cuantos autos en llamas, algunos de ellos limusinas negras. Los otros eran autos de carrera. Después cambió de nuevo a la persecución policial. —¿Qué diablos fue eso? La puerta del frente se abrió con un fuerte golpe, unos pasos atronaron hacia nosotros. Nino puso un brazo sobre Kiara y sacó su arma. Me levanté con mi propia pistola levantada. Fabiano irrumpió en la sala de estar, jadeando.

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—¡La Organización atacó nuestro territorio! Me quedé helado. Savio se puso de pie. —¿Qué? —gruñí. Si Dante había puesto un pie en el suelo de Las Vegas, entraría en Chicago mañana mismo. Entonces otro pensamiento me golpeó—. La carrera. Fabiano asintió. —El organizador de la carrera de Kansas llamó hace unos minutos. Hubo un ataque en la carrera. Creo que me llamó porque pensó que eso evitaría que lo mates. Mala suerte. Me ocuparía de él una vez que hubiera terminado con la Organización. —¿Hace cuánto tiempo atacaron? —Hace aproximadamente una hora. Hay caos por allí. Pero la carrera continúa con los autos restantes. —¿Por qué no nos alertaron antes? —Al principio no sabían lo que estaba pasando. Cuando se dieron cuenta que era la Organización, intentaron desviar primero a los otros autos de carrera de modo que pudieran seguir la carrera.

Kiara se removió. —¿Qué pasa? Saqué mi cuchillo, temblando, furioso de que Dante hubiera atacado otra vez. Nino se puso de pie, tirando de Kiara para levantarla. —Ve a nuestra habitación. Ella me miró con los ojos muy abiertos, luego asintió rápidamente y se alejó rápidamente. Mi teléfono sonó. Lo saqué y lo llevé a mi oreja. —Remo —dijo un hombre. La voz era muy familiar, pero no podía ubicarla. El ruido de fondo sugería que estaba en un helicóptero o en un pequeño avión—. Habla Danilo Mancini. Te llamo para decirte que tenemos a tu hermano y vamos a disfrutar de sus gritos como tú disfrutaste de Serafina. Dile a Nino que establezca una conexión en la Darknet para que más tarde puedas ver cómo lo destrozamos. Disfrutaré cortándolo en pedacitos. —Colgó. A mi cerebro le tomó unos momentos procesar la información.

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—Llama al Sugar Trap y pregunta si Adamo está allí —ordené. Fabiano frunció el ceño, pero hizo lo que le dije. —¿Adamo está ahí? —preguntó sin un saludo—. Entonces pregúntale a ella. —Remo, ¿qué está pasando? —preguntó Nino con cuidado. Mi teléfono emitió un pitido con un mensaje entrante con instrucciones detalladas para la conexión. Se lo tendí a Nino, quien me lo quitó, frunciendo el ceño. Su boca se tensó cuando leyó lo que decía el mensaje. —No está allí. Al parecer se fue anoche. C.J. dijo que le pidió que simulara que estaba con él porque quería unirse a la carrera. Asentí, intentando ignorar la forma en que mi pecho se contraía. Savio no dijo nada, solo me miraba fijamente. Fabiano se había preparado una bebida y la había tomado de un trago. Después de un momento, Nino levantó la vista del teléfono. —No seremos lo suficientemente rápidos para salvarlo. —No quedará nada de él para salvar cuando terminen con él —gruñí, con furia y una emoción más débil ardiendo a través de mis venas. ¿Por qué el niño no

podía haber escuchado por una vez? Maldición—. Llama a Grigory. Dile que puede quedarse con Kansas si ataca a la Organización. Nino asintió, y presionó el teléfono contra su oreja a medida que caminaba de un lado a otro en la habitación. Savio se pasó una mano por el cabello. —Mierda. Tenemos que hacer algo. Por las palabras que capté, Grigory no tenía intención de involucrarse. Arrojé mi cuchillo a la pesada bolsa. —¡Maldita sea! —gruñí antes de que Nino pronunciara una sola palabra. —Dice que esta no es su pelea. —Bastardo —murmuró Fabiano. —Pronto lo haré su puta pelea. Por esto, le declararé la guerra a él y a la jodida Bratva en el territorio de la Organización. —¿Quieres que establezca la conexión? —preguntó Nino en voz baja.

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—Por supuesto —rugí—. Si Adamo tiene que sufrir, lo veremos. Sufriremos con él. ¡Maldita sea! Nino no se movió por un momento. Luego asintió lentamente. —Tenemos que averiguar a dónde lo están llevando —le dije a Fabiano. Él conocía a la Organización mejor que ninguno de nosotros. —Supongo que el honor dicta que lo lleven a Minneapolis porque allí es donde vive su familia. No estaba casada con Danilo todavía o habrían llevado a Adamo a su ciudad para repartir el castigo allí —dijo. Nos llevaría al menos tres horas para llegar a Minneapolis y probablemente varias horas más para averiguar dónde mantenían a Adamo. La conexión con la Darknet comenzaría en cincuenta minutos. Tomé mi teléfono una vez más y marqué el número de Dante. Rechazó la llamada. —Hijo de puta —dije con voz áspera—. Llama a nuestro piloto. Será mejor que el avión esté listo en veinte minutos o lo mataré. —Nino hizo la llamada y nos dirigimos hacia el aeropuerto. Fabiano se quedó con Kiara, a quien llevaría a una casa segura con Leona. Había alertado a todos los jodidos soldados de Las Vegas para que estuvieran vigilantes.

El avión estuvo listo a tiempo, y partimos casi inmediatamente. Intenté llamar a Dante otra vez, pero no contestó. —Esta vez es su juego —murmuró Nino después de un rato. Savio tenía su cara enterrada en sus manos. —Lo es —concordé—. Y va a ganar. Nino enarcó las cejas. —Le permitiré ponerme en jaque mate. —Remo —comenzó, pero sonreí con severidad y le indiqué la computadora portátil—. Es hora de encender esto.

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Presioné mi cuchillo contra mi palma cuando Adamo apareció en la pantalla. Estaba desplomado hacia adelante en una silla. Cuando empezaron a cortarlo, el grito de Adamo inundó el avión, retumbando por los altavoces sin piedad, y maldición, fueron los primeros gritos en una eternidad que se habían metido bajo mi piel. Los primeros desde sus gritos. Corté mi palma, profundo, sacando sangre. Savio se agarró al reposabrazos del asiento, sus brazos temblando. Nino estaba detrás de mí, con una mano clavada en mi hombro. Danilo fue el siguiente y sacó un encendedor. Me levanté de un salto, temblando de rabia… tanta rabia, que amenazaba con destrozarme. Los ojos de Adamo se abrieron por completo. Mierda, era un niño. No era como nosotros. Se suponía que esto era para mí. Se suponía que debían quemarme a mí. Danilo llevó la llama contra la piel de Adamo, y sus gritos se tornaron más fuertes. Alcancé mi teléfono nuevamente, sabiendo que Dante rechazaría mi llamada como antes y odiando esta jodida sensación de impotencia. Se suponía que debían quemarme a mí, por él, y lo haría. —¡Suficiente! —sonó una voz femenina, y mis ojos se volvieron a la pantalla de golpe cuando Serafina se arrojó delante de mi hermano, protegiéndolo. Me quedé inmóvil, incapaz de confiar en mis ojos, de creer que la mujer que atormentaba mis noches estaba realmente delante de mí.

Nino y Savio me miraron fijamente, como si esperaran que perdiera mi puta cabeza por completo. —Mierda —murmuró Savio, sacudiendo la cabeza. No había regresado a mí como había pensado que lo haría. Me odiaba más de lo que esperaba y, sin embargo, protegía a Adamo. Porque él no era a quien ella quería ver sufrir. Quería verme sangrar. Conseguiría su deseo. —¿Remo? —preguntó Nino con voz cautelosa. Alcé el teléfono hasta mi oído, esperando lo inevitable, pero esta vez no llegó. Finalmente respondió a mi llamada. —Dante, te daré lo que quieres en realidad. Mañana por la mañana estaré en Minneapolis y me intercambiaré por Adamo. —No necesitaba saber que ya estábamos en camino, pero tal vez lo hacía. —Remo —dijo con frialdad. Sus ojos se enfocaron en la cámara por un momento antes de que la pantalla se volviera negra y Serafina y mi hermano desaparecieran de la vista.

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—Es a mí a quien quieres ver arder, no a mi hermano, y tendrás tu oportunidad. —Mañana por la mañana, a las ocho. Si llegas tarde, tu hermano ya no será reconocible como tu hermano, ¿entendido? —Entendido. —Haré que alguien te envíe los detalles, Remo. Estoy ansioso por encontrarnos otra vez —dijo con frialdad. Colgué. —Remo, te matarán —dijo Savio. —Me cortarán, me desollarán, me quemarán, me cortarán la polla, y luego tal vez me maten —dije en voz baja. Y todo lo que podía preguntarme era si Serafina los vería hacerlo.

26 Serafina Me permitieron quedarme con Adamo, y me agaché a sus pies, sintiéndome enferma por lo que había presenciado y aún peor pensando en lo que vendría. —Remo se intercambiará por ti —le susurré—. Mañana volverás a Las Vegas y Nino tratará tus heridas. Adamo inclinó la cabeza, sus ojos oscuros sombríos.

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—Remo es el Capo. No va a morir porque he sido lo suficientemente estúpido como para ser capturado. He sido una decepción para él desde que nací. Aprovechará esta oportunidad y matará a Dante en lugar de entregarse a sí mismo. Levanté la tela empapada de su quemadura, y él gimió profundamente. Su muñeca y nariz estaban rotas y su hombro dislocado. Debía de sentir un dolor horrible, y no había nada que pudiera hacer para ayudarlo. Jugar la carta de culpa obligó a mi familia a darme esta pequeña libertad. Aunque no los convenció de que llamaran a un médico. Probablemente habrían seguido torturando a Adamo si no me hubiera negado a alejarme de su lado. —Te equivocas, Adamo. Remo te protegerá. No le teme a la muerte ni al dolor. Tomará tu lugar porque tú eres su hermano y él se preocupa por ti. Haría cualquier cosa por ti. Adamo dejó escapar una risa ahogada. —¿Por qué hablas de él como si no lo odiaras? Te secuestró. Arruinó tu vida. Miré hacia otro lado. No le contaría sobre Nevio y Greta, y ciertamente tampoco sobre mis sentimientos retorcidos hacia su hermano. Adamo se inclinó hacia delante, haciendo una mueca de dolor, y acercó nuestros rostros, un riesgo porque sin duda estábamos siendo observados, y mi familia todavía estaba ansiosa por derramar sangre Falcone. La suya o la de Remo,

no importaba, siempre y cuando fuera un Falcone. Me encontré con la mirada de Adamo, y la comprensión se asentó en su rostro. —Mierda —susurró con voz ronca. Se inclinó aún más cerca, a pesar de la cuerda que sujetaba su brazo ileso a la silla—. Me estás dando la misma mirada que tiene Remo cada vez que alguien te menciona. Mi pecho se contrajo. —Ahora tengo que irme. —Me levanté y retrocedí de él. Adamo Falcone. Falcone, el nombre que mis hijos debían llevar—. Adiós —susurré, pero en el fondo me pregunté si realmente sería la última vez que lo vería. Me di vuelta rápidamente y salí de la habitación. Samuel esperaba justo enfrente de la puerta. Me contempló, con absoluta incomprensión en sus rasgos. —¿Por qué cuidas a un maldito bastardo Falcone? —Nunca me hizo daño. Es un niño. Samuel negó con la cabeza.

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—Es un mafioso, Fina. Deberías dejarnos encargarnos de él y Remo. Somos capaces de hacer lo que es necesario. Entramos en el salón principal donde papá, Danilo y Dante estaban hablando en voz baja. Se volvieron a nosotros al momento en que entramos. Me enfrenté a Samuel. —¿Y qué es eso? —Traer a Remo de rodillas. Hacer que pida misericordia. Rogar por la muerte. Cortaré su polla con mis manos. Danilo se hará cargo de sus bolas, y luego las guardaremos en una bonita bolsa con hielo para que pueda verlas mientras lo destrozamos. Luego se las empujaremos por su garganta. Danilo sonrió sombríamente, e incluso papá parecía que no podía imaginar nada mejor que cometer el asesinato más brutal en el que podía pensar. Tragué con fuerza. —Es el padre de mis hijos. Samuel me agarró los hombros con fuerza, desesperadamente. —Te rompió, Fina —dijo en voz baja.

Ninguno jamás me había preguntado si me consideraba rota. Simplemente me habían declarado como tal, y los cuatro me hacían sentir como si lo estuviera. —Es un monstruo —agregó Samuel. —No es el único —susurré, mis ojos vagando sobre los hombres reunidos. Samuel dejó caer las manos, su cara retorciéndose como si lo hubiera apuñalado. —Estoy haciendo esto por ti. Para vengarte. —¿Alguno de ustedes alguna vez me preguntó lo que quería? ¿Si quería más sangre derramada? ¿Si quería ser vengada? —grité. Dante se adelantó, con una expresión tensa. —¿No quieres ver a Remo Falcone de rodillas? ¿No quieres verlo roto? Lo quería, pero no de la misma manera que ellos querían. —No quiero nada más —dije en voz baja, porque jamás podrían ni lo entenderían.

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Samuel envolvió un brazo alrededor de mí y besó mi sien. —Fina, vamos a casa. —Sí, vamos a casa —dije en voz baja. Miré a Samuel y me di cuenta que, por primera vez en mi vida, no nos referíamos al mismo lugar.

Remo Nino, Savio y yo unimos los brazos, presionando sobre el tatuaje del otro. —Serás un Capo mejor que yo, Nino. No matarás a las personas que podrían sernos útiles. Tu lógica hará que la Camorra sea aún más fuerte. Nino no dijo nada, solo me miró fijamente. Savio negó con la cabeza.

—Remo, vamos a atacarlos. Prefiero morir luchando que tenerte en sus putas manos. Sonreí oscuramente. —Tendrás que morir otro día. Pagaré por mis pecados. Nino soltó un sonido bajo. —Ella no regresó, Remo. Se quedó en Minneapolis. No te dejarán acercarte a ella. Morirás por nada. —No, voy a morir para que ella obtenga lo que quiere. Nino se alejó. —Maldición. Se razonable por una vez. —Tomé mi decisión y la aceptarás.

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Los autos se detuvieron y me alejé de mis hermanos que se refugiaron dentro del auto. Nino y Savio levantaron sus armas a través de las ventanas abiertas. No estaba armado cuando avancé hacia los autos estacionados, con los brazos levantados sobre mi cabeza. No creía que Dante atacaría a Nino o Savio. Una vez que me hubiera desmembrado de la manera más cruel posible, enviaría la grabación a mis hermanos y probablemente también a Luca. Intentaría romper a mi familia como yo había roto la suya, matarnos a todos simplemente no funcionaría. Aún no. Dante salió, seguido de Samuel, Pietro y Danilo, y más hombres que no conocía y que no me importaban ni mierda. Samuel caminó hacia la parte trasera del auto y sacó a Adamo. Adamo apenas podía pararse cuando Samuel lo arrastró detrás de sí hacia mí. La rabia hirvió bajo mi piel. Samuel empujó a Adamo al suelo frente a mis pies, y Adamo me miró con su rostro cubierto de sangre, acunando su brazo roto y quemado contra su pecho. —No —susurró—. No hagas esto. No dejes que te maten por mi culpa. Soy un maldito fracaso. Me acerqué a él y tomé su cabeza brevemente. —Tú de todos nosotros eres el que menos merece la muerte, Adamo. —Quité mi mano de su cabeza, pero antes de que pudiera seguir adelante, me agarró el antebrazo y sus dedos se clavaron sobre mi tatuaje de la Camorra. —Somos nosotros contra el mundo —gruñó.

—Nosotros contra el mundo —dije. Samuel me agarró del brazo y sofoqué el instinto de machacarle la cara. Vi su puño acercándose a mi cara y sonreí. El primer puñetazo solo empañó mi visión. Su patada a mis bolas me puso de rodillas. Y su arma en la parte posterior de mi cabeza finalmente me llevó a la oscuridad.

Serafina Samuel y Danilo arrastraron a Remo a la casa de seguridad, con los brazos y las piernas atados, la nariz rota y goteando sangre, su cabello pegado a la parte posterior de su cabeza con más sangre. Me levanté lentamente del sofá donde había esperado casi una hora con dos guardaespaldas.

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Papá se movió hacia mí, intentando escudar a Remo de mi vista… o a mí de la suya. No estaba segura y no me importaba. —Palomita, no deberías estar aquí. —Sus ojos se estrecharon sobre mis guardaespaldas, con dureza y crueldad. Tomé su brazo. —Me quedaré —dije con firmeza, mi voz resuelta. Dante fue el último en entrar. Los hombres intercambiaron una mirada. Su palabra era ley, no mía, pero sus culpas me daban poder sobre ellos, más poder del que nunca habían tenido sobre mí. Odiaba usarlo contra ellos, pero jamás me permitirían poseer poder por ninguna otra razón. Pasé junto a mi padre, hacia Danilo y Samuel sosteniendo a Remo entre ellos. Su cabeza colgaba, su cuerpo estaba laxo. Intenté ocultar el temblor que me había agarrado desde el momento en que lo vi. Remo Falcone. La expresión de Danilo se retorció como siempre lo hacía cuando me veía. Con culpa y un destello de humillación porque le habían quitado algo, porque Remo se lo había quitado. Era un hombre fuerte y poderoso, y habiéndome perdido lo atormentaba así como atormentaba a todos los hombres en la habitación. Yo era su

fracaso. Su orgullo un trapo sucio y andrajoso. Cada vez que tenían que mirarme a los ojos y, peor aún, a los ojos de mis hijos, lo recordaban. Nunca me dejarían ser otra cosa que la paloma con las alas rotas. No podían. Pero yo quería volar. —¿Has venido a ver morir al bastardo, Fina? —preguntó Samuel, con una expresión cruel, ansiosa, brutal cuando sus ojos azules se posaron en Remo, que aún no se había movido, pero noté el cambio casi imperceptible en sus hombros, sus músculos contrayéndose. Se estaba despertando. Mi corazón latió más rápido, mis palmas poniéndose sudorosas. —Sé que mereces tu venganza, palomita, pero esto va a ser más de lo que puedes soportar, confía en mí —dijo papá, acercándose detrás de mí y poniendo una mano en mi hombro. Su voz era suave y convincente, pero su rostro mostraba un entusiasmo y una crueldad terrible mientras miraba al padre de mis hijos. —¿Cuáles son sus planes para él? —pregunté a mi tío, porque él era el hombre que tendría la última palabra al respecto.

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Sus fríos ojos azules no estaban tan controlados como de costumbre. Él, también, quería desgarrar a Remo. Habían tenido que esperar mucho tiempo para este momento. —Prolongaremos su tortura el mayor tiempo posible sin arriesgarnos a un ataque de la Camorra. —¿No morirá hoy? —Oh, no morirá hoy —murmuró Samuel—. Pero podría desearlo. Di un asentimiento, era lo que había esperado, Remo no experimentaría ninguna piedad a manos de la Organización, no es que alguna vez la pediría. —Él rogará por la muerte —dijo papá con dureza. —No ruego por nada, Pietro. Temblé ante el timbre familiar, ante la amenaza subyacente, la corriente subyacente de poder. ¿Cómo lo hacía? Remo levantó la cabeza, y mi hermano y Danilo apretaron su agarre, pero se desdibujaron en mi visión cuando los ojos de Remo finalmente se encontraron con los míos. Catorce meses.

La fuerza de su mirada me golpeó como un maremoto. Desde el momento en que me liberó, a menudo me pregunté si alguna vez podría olvidarme de él, si podría seguir adelante y vivir una vida nueva, pero ahora, mientras lo veía, me di cuenta que había sido una tontería pensar que era una opción. Las comisuras de su boca se alzaron en una sonrisa torcida. —Ángel. Mi hermano golpeó la cara de Remo, pero solo rio sombríamente cuando la sangre salpicó el suelo. —Esta es tu oportunidad de pedir perdón —dijo papá. Remo miró a cada uno de ellos hasta que sus ojos finalmente se posaron en mí. —¿Quieres que te pida perdón? Sus ojos me arrastraron hacia abajo con fiereza, sin piedad, irrevocablemente como siempre lo habían hecho. Como siempre lo harían.

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—No te daré mi perdón —dije en voz baja. Algo parpadeó en los ojos de Remo, pero Samuel y Danilo lo apartaron de mi vista, bajaron por el pasillo hasta su cámara de tortura. Papá besó mi sien. —Te vengaremos, haremos que pague por lo que hizo. Se alejó, dejándome con Dante, quien me contemplaba con un escrutinio sereno. Me tocó el hombro ligeramente, y me encontré con su mirada. —Al final, pedirá perdón —prometió. Toqué su mano brevemente. —No quiero que lo haga porque sería falso. Remo hizo todo con pasión desenfrenada, con furia sanguinaria, sin una onza de arrepentimiento. Él consumía, destruía y arruinaba. Tomaba todo y no dejaba nada a su paso. Era un pecador impenitente. Era un destructor, un asesino y un torturador. Un monstruo.

El padre de mis hijos. El hombre que sostenía mi corazón en su mano cruel y brutal. —¿Lo castrarás? —Era una pregunta innecesaria. Sabía que lo harían, y era solo una de las muchas atrocidades que habían planeado. Todo lo que necesitaba saber era cuándo. Dante asintió brevemente. —Mañana. Hoy no. Aceleraría demasiado su muerte. Danilo y Samuel lo harán. No estoy seguro que debas ver nada de esto, pero quizás necesitas hacerlo. Lo de hoy será más fácil de digerir que lo de mañana, así que quédate si es lo que quieres. —Gracias —susurré. Me dirigí hacia la pantalla en la mesa lentamente y la encendí.

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Mi hermano y Danilo estaban pateando a Remo en el estómago, en el costado, y Remo no hacía ningún movimiento para defenderse. Cuando finalmente se dieron por vencidos, porque Dante había entrado, Remo rodó sobre su espalda y miró directamente a la cámara, sabiendo que estaba mirando. No apartó la mirada cuando mi padre sacó su cuchillo y cortó su pecho. No cuando fue el turno de Samuel. No cuando fue el turno de Danilo. No cuando fue el turno de Dante. Pasé tantas horas, día y noche, preguntándome cómo se sentiría ver a Remo roto, verlo de rodillas. Así no era cómo imaginaba que serían las cosas, mi corazón se apretaba en mi pecho con tanta fuerza que apenas podía respirar, las lágrimas se presionaban contra mis párpados tan ferozmente que tuve que morder el interior de mi mejilla para contenerlas. E incluso durante la tortura, Remo no parecía roto porque no podía romperse, no con violencia y dolor. Tal vez no en absoluto. Me aparté de la pantalla y me alejé. Mis guardaespaldas siguiéndome de cerca, sus pasos lentos y medidos. Sombras destinadas a protegerme y salvarme. Pero estaba más allá de la salvación. Mi familia intentó arreglarme, pero no lo necesitaba porque no estaba rota. Deslizándome detrás del volante de la limusina Mercedes, aceleré el motor al momento en que mis guardaespaldas estuvieron dentro. Mi pie presionó el acelerador. Me dirigieron sus miradas, pero no comentaron nada. Estaban destinados a proteger, no a juzgar.

Se me permitía esta libertad porque la culpa de mi familia la había pagado. No podían soportar mantener a la paloma con las alas rotas en una jaula dorada. Para el momento en que estacioné el auto frente a la casa de mi familia, apagué el motor y salí, sin esperarlos. Entré y me apresuré a subir, no paré hasta que entré en la habitación de los bebés. Ambos, Nevio y Greta, estaban durmiendo en su cuna compartida, luciendo pacíficamente y concienzudamente hermosos. Acaricié sus cabezas, el cabello negro y espeso como el de su padre. Cuando mis dedos rozaron la sien de Nevio, sus ojos se abrieron con esos ojos castaños oscuro, casi negros. Me incliné y le di un beso en la frente, luego a Greta, aspiré sus aromas, luego me hundí en una silla y los observé dormir. No estaba segura de cuánto tiempo estuve así cuando se abrió la puerta. Detrás de mí resonaron unos pasos familiares, unos pasos que me habían acompañado casi toda mi vida. Una mano cálida cayó sobre mi hombro, y la cubrí con la mía.

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Samuel presionó un beso en la coronilla de mi cabeza y después apoyó la frente contra ella durante un par de minutos. Tan amable y cariñoso, tan diferente del hombre que había visto torturar a Remo. Se enderezó e incliné la cabeza hacia atrás, mirándolo. Su mirada se posó en Greta y Nevio, pero para él no había nada hermoso en ellos. Como siempre, sus ojos brillaban con culpa y aversión cuando los contempló antes de que notara mi escrutinio y bajara su mirada hacia mí. La calidez inundó su expresión. Deseé que él pudiera compartir parte de ella con los niños que amaba más que la vida misma. Samuel era mi sangre. Siempre lo sería. Era parte de mí como lo era yo de él, y no lo resentía por sus sentimientos hacia mis hijos. Sabía que odiaba a su padre, no a ellos, pero más que eso, se odiaba a sí mismo. Me puse de pie, lo agarré del cuello y lo atraje hasta que su frente descansó contra la mía. —Por favor, Sam, deja de culparte a ti mismo. Por favor, te lo ruego. No estoy rota. No tienes por qué sentirte culpable. Él me devolvió la mirada, pero me di cuenta que su culpa era demasiado profunda. Tal vez mañana finalmente sería libre. Tal vez podría dejar de lado su culpa cuando tuviera que dejarme ir. —Te amo —dije, sabiendo que era la última vez. Samuel envolvió sus brazos alrededor de mí.

—Y yo te amo, Fina.

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27 Serafina Papá y Dante no vinieron a casa esa noche. Pasarían la noche en la casa de seguridad. Casa de seguridad. Qué nombre para una casa para torturar enemigos. Después de que Samuel se aseguró que estaba bien, también regresó allí. Tal vez estaban preocupados de que Remo lograra escapar o tal vez querían seguir torturándolo durante toda la noche. Probablemente esto último.

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Agarré un bolso y empaqué algunas cosas para Greta y Nevio. Después bajé al sótano donde guardábamos nuestras armas y otras necesidades en caso de un ataque. Examiné la pantalla de armas y cuchillos. Me amarré una funda para pistolas en el pecho sobre mi camiseta. Me permitió atar una pistola y un cuchillo a mis costados, así como otra pistola a mi espalda. Solo para estar seguros, agregué una funda de cuchillo a mi pantorrilla. Había elegido pantalones sueltos de lino para la ocasión solo para ese propósito. Después de eso revolví los suministros médicos. Samuel me lo había explicado todo de modo que estuviera preparada si ocurría algo, no para poder usarlo contra ellos. Agarré una jeringa con adrenalina y otra con un sedante. Después de ponerme mi chaqueta de punto gruesa, metí las jeringas en sus bolsillos y volví a subir. Estaba tranquilo en la casa. Sofia probablemente estaba leyendo en su habitación antes de acostarse, y lo más probable es que mamá hiciera lo mismo. Los guardaespaldas estaban en sus aposentos en la parte trasera de la casa, y dos estaban vigilando la cerca rodeando el jardín. Me puse unas zapatillas cómodas y luego me dirigí a la habitación de los niños. Pensé en ir a mi madre, despedirme y disculparme por lo que iba a hacer, pero las palabras nunca serían suficientes para explicar mi traición. Las palabras

eran demasiado insignificantes. Jamás lo entenderían. Intentaría llamarla más tarde, una vez que estuviéramos a salvo. Levantando el bolso sobre un hombro, agarré a Nevio y Greta antes de salir de la habitación de los niños, moviéndome en silencio. Me quedé inmóvil cuando vi a Sofia de pie en su puerta con su camisón rosa, su cabello castaño despeinado. Sus ojos se fijaron en todo y un pequeño ceño frunció sus cejas. —¿A dónde vas? Consideré qué decirle, cómo explicarle a una niña de doce años lo que había hecho y lo que estaba a punto de hacer. —Me voy. Tengo que hacerlo. Los ojos de Sofia se abrieron por completo y se acercó hasta mí con los pies descalzos. —¿Por Greta y Nevio? —Asentí. Era joven, pero no era tan ajena como todos queríamos creer. Se detuvo justo delante de mí—. Nos estás dejando.

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Tragué con fuerza. —Tengo que hacerlo, bichito. Por mis bebés. Quiero que estén seguros y felices. Tengo que protegerlos de los susurros. Sofía contempló a mis gemelos. Se inclinó hacia delante y besó a cada uno de ellos en la mejilla, sus ojos llenándose de lágrimas a medida que me veía. Mi corazón se apretó con fuerza. —Sé lo que la gente dice sobre ellos, y lo odio. Pero no quiero que te vayas… —Su voz se quebró. —Lo sé. —Intenté contener mis emociones—. Dame un abrazo. Envolvió sus brazos alrededor de mí y los gemelos, y nos quedamos así por un momento. —Por favor, no se lo digas a nadie. Se apartó con una mirada de complicidad. —¿Vas a volver con su padre?

Asentí, una verdad a medias, pero Sofia no necesitaba saber que nuestra familia y su futuro esposo estaban torturando al hombre al que se refería en este preciso momento. —¿Lo amas? —No lo sé —admití. Sofia pareció confundida por un momento, pero luego asintió, mordiéndose el labio, con más lágrimas reuniéndose en sus ojos. —Papá no me permitirá verte más, ¿verdad? Tragué con fuerza. —Espero que algún día lo entienda. —Te extrañaré. —Yo también te extrañaré. Intentaré contactarte. Recuerda que te amo.

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Asintió, las lágrimas arrastrándose por sus mejillas. Me di vuelta rápidamente antes de que perdiera el control. Podía sentir los ojos de Sofia sobre mí mientras bajaba las escaleras. La luz del piso de arriba iluminó mi camino cuando entré en el garaje. Puse a Nevio y Greta en sus asientos de automóvil y luego me puse detrás del volante. Las armas se clavaron incómodas en mi espalda y en mi costado. La puerta del garaje se abrió, y salí y conduje el auto por el largo camino de acceso. Presioné el botón de las puertas principales y se abrieron. Un guardia se paró frente a la puerta, y tuve que parar o atropellarlo. Las ventanas estaban teñidas, de modo que no podía ver a los niños en el asiento trasero. Bajé la ventana solo una brecha. —Señorita Mione, nadie nos informó que se iría. —Te estoy informando ahora —dije con firmeza. Frunció el ceño. —Tendré que preguntarle al jefe. Fruncí el ceño. —Fuera de mi camino. Me dirijo a la casa de seguridad para matar al hombre que me violó y torturó. Sus ojos se abrieron de par en par, y bajó la vista, la vergüenza de todos los soldados de la Organización reflejándose claramente en su rostro. —Tendré que hacer una llamada rápida.

Levantó el teléfono hasta su oreja, y consideré golpear el acelerador, bajó el teléfono, volvió a tocar la pantalla y luego lo levantó una vez más. —Samuel, no puedo localizar a tu padre. Tu hermana está en la puerta, intentando irse. Me tendió el teléfono, así que lo tomé con una mirada fulminante en su dirección. —Fina, ¿qué está pasando? —Dile que me deje ir. —Fina. —Voy para allá. Necesito… necesito ver lo que estás haciendo. Me lo debes, Sam. —La culpa me atravesó, pero la empujé hacia atrás. —Deberías llevarte un guardaespaldas.

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—Sam —susurré ásperamente—. Déjame salir. ¿Quieres que te suplique? Ya he hecho suficiente de eso, créeme. —Una mentira, una que nunca quise usar con Samuel. Suspiró. —Está bien. Pero en este momento no estamos haciendo nada. Papá, Danilo y Dante están descansando un poco. Ha sido un día largo. —Estaré allí en quince minutos. Déjalos dormir por ahora. No necesitan saber que voy a ir. Ya sabes cómo puede ser papá. Devolví el teléfono al guardia y, después de una orden de mi hermano, finalmente me dejó pasar.

Samuel me estaba esperando afuera de la casa de seguridad cuando me detuve. Programé la calefacción para que mantuviera el auto caliente para mis bebés antes de salir. Samuel me miró con el ceño fruncido. Llevaba una camisa diferente a la última vez que lo vi, y cuando me acerqué, noté el rojo debajo de sus uñas. Envolvió un brazo alrededor de mis hombros, y por un momento me tensé porque me preocupaba que pudiera sentir la funda, pero su brazo estaba demasiado alto y mi suéter demasiado grueso. Me llevó adentro. Mis ojos escaneando el área principal.

—Están en el área de dormir arriba. ¿Quieres que los despierte? —No —respondí rápidamente. Mis ojos fueron atraídos a la pantalla. Mostraba a Remo tendido en el suelo, sin moverse. Intenté calibrar el ángulo. Samuel siguió mi mirada. —Continuaremos en aproximadamente una hora. Levanté mis ojos a los de él. Sombras oscuras se extendían bajo sus ojos. —Parece que deberías dormir un poco. —Alguien tiene que vigilar. —No parece que pueda hacer nada. Los labios de Samuel se curvaron. —Es un cabrón duro. —Su expresión se suavizó—. Pero lo haremos rogar. En algún momento, incluso él se romperá. Lo dudaba, pero nunca lo descubriríamos.

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—¿Tienes algo de beber para mí? Samuel asintió y caminó hacia la mesa en la esquina. Saqué la jeringa antes de seguirlo. —¿Agua, está bien? —preguntó a medida que me detenía cerca de él. Toqué su pecho. —Lo siento, Sam. —Sus cejas se fruncieron en confusión, y empujé la aguja en su muslo. Sam se sacudió. —¿Fina? ¿Qué? —Pero ya estaba tambaleándose, sus párpados cayendo. Me aferré a él, intentando evitar que se cayera y se lastimara, pero era demasiado pesado. Se hundió en el suelo. Sus ojos comenzaron a perder el foco. Me incliné sobre él y lo besé en la frente. —Espero que un día me perdones. Entré en la sala de torturas, mis ojos posándose en Remo. Estaba tendido en el suelo, yaciendo en su propia sangre, desnudo, excepto unos calzoncillos negros, con los brazos y las piernas atados a los ganchos en el suelo con una cuerda.

Moretones y cortes cubrían casi cada centímetro de él. En la mesa a la derecha, podía ver herramientas de tortura. Los cuchillos cubiertos de sangre, pero algunos de los otros aún estaban inmaculados e intactos, esperando su propósito. Los ojos de Remo se abrieron en su rostro cubierto de sangre, y me dejaron sin aliento otra vez. Una sonrisa oscura retorció su boca, pero había una emoción más en sus ojos que apretó mi estómago. —Ángel, ¿has venido a ver a tu familia cortarme la polla? Escuché que está programado para hoy. Me acerqué más a él, mis zapatillas avanzando a través de su sangre cubriendo el piso áspero. Mis pasos no fallaron. La sangre no me hacía nada. Ya no. Remo me contempló en silencio. Sus ojos deslizándose por mi brazo hasta la punta del cuchillo sobresaliendo de la manga larga de mi suéter. —¿O has venido a hacerlo tú misma?

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Me detuve justo encima de Remo. Incluso aunque estaba de espalda, cortado y magullado, cubierto con su propia sangre, parecía poderoso. Remo no podía romperse porque no temía el dolor ni la muerte. ¿Esto era amor? ¿O locura? Me puse de rodillas junto a él, arrodillándome en el suelo pegajoso, mis pantalones de lino blanco empapándose de sangre ávidamente. Mis pantalones pronto se pegaron a mi piel con la sangre de Remo. —No —susurré, respondiéndole finalmente. Los ojos de Remo trazaron mi cara. Parecía casi en paz. —¿A matarme? Incliné mi cabeza, contemplándolo. Remo era Nevio. Nevio era Remo. Como si hubieran sido tallados de la misma plantilla. Mis hijos eran la viva imagen de su padre. Incluso si no tuviera sentimientos por el hombre ante mí, jamás podría matarlo porque las caras de Greta y Nevio me lo recordarían todos los días de mi vida. —Siempre pensé que estaba destinado a ser así. Tu mano acabando con mi vida. Negué con la cabeza.

—No voy a matarte. —Me incliné sobre Remo, mis dedos extendiéndose a través de su sangre en el suelo, mi cabello sumergiéndose en ella. Tanta sangre. —No te casaste con Danilo —murmuró Remo. —¿Cómo podría? —susurré, agachándome hasta que Remo y yo estábamos casi tocándonos—. ¿Cómo podría casarme con él cuando estaba embarazada de tus hijos? Remo se puso rígido. Siempre me pregunté cómo reaccionaría si alguna vez le contaba sobre Greta y Nevio, pero nada se acercó a la expresión de su rostro. Conmoción completa y absoluta, y más que eso… asombro. —Cuando me entregaste, llevaba a tus bebés en mí, Remo. Nos entregaste. —Pensé que volverías a mí —dijo con voz ronca. —Me apartaste. —Te liberé.

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—No era libre —susurré. ¿Cómo podría ser libre cuando su nombre estaba grabado en mi corazón? —Estabas embarazada —dijo en voz baja. —Estaba embarazada, un recordatorio vivo del mayor fracaso de la Organización, un recordatorio vivo de algo oscuro y vergonzoso. Un recordatorio de que tomaste algo de la Organización, que tomaste algo de mí. Eso es lo que todos pensaban. Mi familia y todos los demás en la Organización. Sabía que dar a luz a un hijo tuyo arruinaría cualquier oportunidad que tuviera para encontrar mi camino de vuelta en la Organización, de vuelta en mi familia. Sabía que si tenía a tu hijo sellaría mi destino. Sería condenada a vivir una vida de miradas de lástima y expresiones de disgusto. Algo destelló en los ojos de Remo. Temor, tal vez incluso miedo. —Te deshiciste del bebé. —Y su voz vaciló ligeramente. Un hombre cruel, inquebrantable. Mi némesis, mi captor, el hombre que me quitó todo y sin saberlo, me dio el mejor regalo de todos. Siempre me había preguntado qué se necesitaría para romper a Remo, y me di cuenta que tenía el poder para hacerlo, para aplastar al hombre más cruel y fuerte que conocía en mi mano, y lo tenía en la punta de la lengua. Una palabra lo

destrozaría para siempre. La comprensión me llenó de una alegría sin igual, no porque pudiera romper al hombre que estaba delante de mí. No, porque nuestros hijos, incluso sin conocerlos, significaban tanto para él que sus muertes lo destruirían. —Oh, ángel, ¿te han enviado para dar el golpe definitivo? Dile a Dante que gana. Negué con la cabeza. —No —dije en voz baja, luego feroz—: No. No me deshice de los bebés, aunque todos querían que lo hiciera. —Remo sostuvo mi mirada—. ¿Cómo podría deshacerme de la creación más hermosa que puedo imaginar? Greta y Nevio son perfección pura, Remo. —Exhaló, y la mirada en sus ojos… Dios, esa mirada. Este hombre cruel me había robado el corazón, y yo lo había dejado—. Se parecen a ti. Nevio es tú. Todo el que lo ve sabe que es tuyo. Remo sonrió con la sonrisa más oscura y triste que jamás haya visto. —¿Has venido a decirme antes de mi muerte que nunca los veré? Ángel, debo decir que eres más cruel de lo que nunca podría ser.

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Uní mis dedos con los suyos sangrientos, el cuchillo acunado entre nuestras palmas. —Nuestros hijos son la perfección, pero aquí, en la Organización, representan vergüenza y deshonra. La gente susurra a sus espaldas, los llama Falcone como si fuera algo pecaminoso, algo sucio. Nuestros hijos son hermosos. —Mi voz se volvió más feroz con cada palabra—. Están destinados a mantener la cabeza alta, no a avergonzarse por quienes son. No están destinados a inclinarse, no están destinados a vivir en las sombras. Están destinados a gobernar. Son Falcone. Pertenecen a Las Vegas donde sus nombres albergan poder y respeto. Están destinados a gobernar junto al hombre más cruel y valiente que conozco. Su padre. —Remo no dijo nada, pero su expresión me encendió de emoción—. ¿Qué tan mal herido estás? —le susurré al oído. —Mal —admitió. Asentí, mi garganta apretándose. Alcancé la jeringa en mi bolsillo y la saqué. —Adrenalina. La boca de Remo se extendió más. Le inyecté el líquido y él se estremeció. Sus pupilas estaban dilatadas cuando se encontró con mi mirada otra vez. Mis labios rozaron los suyos ligeramente.

—¿Qué tan fuerte eres, Remo Falcone? —Lo suficientemente fuerte como para llevarte a ti y a nuestros hijos a casa a donde todos ustedes pertenecen, ángel. Sonreí. Metí el cuchillo debajo de la cuerda. —Jura no matar a mi familia. Ni a mi hermano, ni a mi padre, ni a mi tío. Júralo por nuestros hijos, Remo. —Lo juro —murmuró. Corté la cuerda cuando escuché el chirrido de la puerta. Dejé caer el cuchillo en la mano libre de Remo. —¡Serafina, aléjate de una puta vez de ese imbécil! —gruñó Danilo, agarrándome por los hombros y poniéndome de pie. Me giré hacia él, alzándome justo en su cara. —No me digas qué hacer. Tengo derecho a estar aquí.

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Danilo respiraba con dificultad, con el pecho agitado. Retrocedí un paso, más cerca de Remo nuevamente. Dante y mi padre entraron. Protegí a Remo principalmente de su vista, pero eso no duraría mucho. —No deberías estar aquí, palomita. Esto no es algo para una mujer —dijo papá con suavidad. Todavía creía en mi inocencia, pero Dante y Danilo me contemplaban con más cautela. —¿Dónde está Samuel? —preguntó Dante. Envolví mis brazos alrededor de mi cuerpo y deslicé mis manos debajo de mi suéter, mis dedos curvándose alrededor de la pistola atada a la funda allí. —Lo siento —susurré y apunté el arma sobre ellos. Dante puso su mano en su arma en su cintura, pero no la sacó. Mi padre y Danilo estaban completamente congelados. —Samuel va a estar bien. Está noqueado detrás del sofá. —Fina —dijo papá con voz suave—. Has pasado por mucho. Baja el arma. Retrocedí un paso más, soltando el seguro. —Lo siento —repetí, conteniendo las lágrimas, pensando en Samuel, en lo que pensaría una vez que despertara. En mi visión periférica, Remo cortaba la última cuerda alrededor de su tobillo.

Dante sacó su arma y también lo hizo Danilo, pero me interpuse impidiéndoles ver a Remo. No me dispararían, ni siquiera ahora que los estaba apuntando con una pistola. Era mujer, alguien a quien proteger. Era su responsabilidad y su fracaso. Remo se puso de pie tambaleante detrás de mí, y Danilo apuntó. Le disparé, rozando el exterior de su brazo. Jadeó, sus ojos disparándose hacia mí. —Ni un solo movimiento —advertí. Remo se presionó detrás de mí, como de costumbre, sin prestar atención a ninguna medida de seguridad, inclinándose sobre mí—. Solo queremos irnos. Nadie tiene que salir herido —susurré. Remo alcanzó mi arma, pero negué con la cabeza. —Mi espalda —le dije. Su mano se deslizó debajo de mi suéter y sacó el arma de allí. —Palomita —graznó papá—. No le debes nada a este hombre. Te violó. Sé que las emociones pueden confundirse en una situación como esta, pero tenemos personas que pueden ayudarte.

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Le sonreí con tristeza y entonces Samuel entró tambaleándose, sujetándose del marco de la puerta. No me había atrevido a usar una dosis más alta de lo que era absolutamente necesario; obviamente no fue suficiente. Me observó sin comprender, su brazo con el arma colgando débilmente a su lado. Mi gemelo, mi confidente. Durante la mayor parte de mi vida había estado segura que mi amor por Samuel, por mi gemelo, nunca podría ser desafiado, y aún lo amaba, lo amaba tanto que la expresión de traición en su rostro me rasgó por la mitad, pero ahora estaban mis hijos y el hombre detrás de mí. La mirada de Remo se movió de mí hacia él, y tomó mi cadera. Tragué la emoción creciente. —Por favor, déjanos irnos, tío —me dirigí a Dante—. Esta guerra es por mi culpa, y puedo decirte que no la quiero. No quiero ser vengada. No le robes su padre a mis hijos. Iré a Las Vegas con Remo a donde pertenezco, a donde pertenecen mis hijos. Por favor, si te sientes culpable por lo que me pasó, si quieres salvarme, entonces haz esto. Déjame volver a Las Vegas con Remo. Esto no tiene que ser una espiral infinita de derramamiento de sangre. Puede terminar hoy. Por tus hijos, por los míos. Déjanos irnos. Los fríos ojos de Dante estaban en Remo, no en mí. —¿Está hablando en nombre de la Camorra?

El agarre de Remo en mi cadera se apretó. —Sí, lo hace. Trasgrediste mi territorio, y yo trasgredí el tuyo. Estamos a mano. —¡No lo estamos! —rugió Samuel, dando un paso adelante, balanceándose. Remo levantó su arma unos centímetros. —Secuestraste a mi hermana y la rompiste. La retorciste en tu puta marioneta. No terminaremos hasta que esté de pie sobre tu cadáver destripado para que así mi hermana finalmente se libere de ti. —Sam —dije atragantándome—. No hagas esto. Sé que no entiendes, pero necesito volver a Las Vegas con Remo, por mí, pero más importante aún por mis hijos. —Sabía que deberías haberte deshecho de ellos —dijo Samuel con voz ronca, con los ojos vidriosos. La mano de Remo en mi cadera se sacudió y supe que sin la promesa que me había dado, habría matado a mi hermano por culpa de sus palabras. Papá se acercó a Samuel y le puso la mano en el hombro.

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—Envíalos con él a Las Vegas. Son Falcone, pero tú no, Fina. Libérate de ellos y de él. Puedes empezar una vida nueva. —Iré a donde vayan mis hijos —dije feroz—. ¿No crees que he sufrido lo suficiente por todos tus pecados? No me conviertas en otro peón en tu juego de ajedrez. Libérame. La realización se instaló en los ojos de Sam, y me rompió el corazón. Me dolía, dolía por mi familia que nunca lo entendería. Solo podía esperar que lograran odiarme algún día para que así ya no me echaran de menos. El agarre de Remo en mi cadera aflojó. Incluso la adrenalina no lo mantendría en pie por un tiempo interminable. Estaba demasiado herido para eso. —Déjennos irnos. Me fallaron una vez, y ahora estoy perdida para ustedes. Pero, por favor, permítanme llevar a mis hijos a una familia que va a amarlos. Permítanme llevar a mis hijos a casa. Me lo deben. Danilo hizo un sonido incrédulo, su mano alrededor de su arma apretándose. Me odié por jugar la carta de culpa, pero sabía que era nuestra única oportunidad. Para que Remo saliera de aquí con vida, tenía que lastimar a la familia que amaba. Los fríos ojos de Dante se encontraron con los míos.

—Si te permito irte hoy, serás una traidora. No serás parte de la Organización. Serás el enemigo. No volverás a ver a tu familia otra vez. No habrá paz con la Camorra. Esta guerra solo habrá comenzado. Samuel respiró hondo, sus ojos rogándome que lo reconsiderara. ¿Podría vivir sin él? —¿Y cuándo terminará esta guerra, tío? —pregunté en voz baja. Miró a Remo, y supe lo que diría—. Nunca —susurré la respuesta. Dante inclinó la cabeza. Papá me miró como si este fuera el último adiós, una hija perdida para siempre. —Vete —dijo Dante con frialdad. Danilo sacudió la cabeza con incredulidad. —No puedes estar hablando en serio, Dante. No puedes dejarlos ir. Dante miró a mi ex prometido, luciendo cansado. —Libérame —dije en voz baja.

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—Vete. El alivio y la melancolía me golpearon al escuchar esa palabra. —Gracias. Dante negó con la cabeza. —No me lo agradezcas. No por eso. Remo me dio un ligero empujón, y me acerqué a la puerta, manteniendo mi cuerpo entre él y los otros. Caminé hacia atrás para vigilar a mi familia. No atacaron. No nos detuvieron. Papá y Samuel parecían rotos. Había aterrizado el golpe final, los había roto. Me pregunté cómo reaccionaría mamá cuando se enterara. Estaría devastada. Mi corazón se sentía pesado mientras guiaba a Remo al auto estacionado. Se hundió en el asiento del pasajero, desmayándose de inmediato. Cerré la puerta y me puse detrás del volante. Greta y Nevio seguían dormidos en sus asientos. Golpeé el acelerador y envié el auto volando por el largo camino de grava. Me conecté al Bluetooth rápidamente y llamé al Sugar Trap. Era el único número que había encontrado en Internet. Pasó un tiempo antes de que el chico con el que hablé accedió a llamar a Nino y darle mi número. Estaba empezando a volverme loca.

Remo no sobreviviría si tenía que conducir todo el camino a Las Vegas con él, y no podía llevarlo a un hospital en el territorio de la Organización. ¿Qué pasaría si mi familia superara el shock inicial y decidiera deshacerse de nosotros después de todo? Tenía que llegar a territorio de la Camorra. Mi pulso se disparó cuando mi teléfono finalmente sonó. Contesté después del segundo timbre. —¿Está muerto? —preguntó Nino de inmediato. Miré a Remo, que estaba desplomado contra la puerta del pasajero, respirando con dificultad. —Todavía no —solté. Nino se quedó callado por un momento. —¿Llamaste para regodearte? ¿Para dejarme escuchar los últimos gritos de mi hermano? ¿Eso es lo que pensaba?

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—Estoy en un auto con él. Logramos salir. Estamos de camino. —¿Lograste sacarlo? —preguntó Nino bruscamente—. ¿Dónde estás? Tomaremos un helicóptero y nos encontraremos a medio camino. Estamos en Kansas City. Calcularé el mejor lugar ahora mismo. Le dije a dónde me dirigía y acordamos un lugar de reunión a ochenta millas de donde estaba. —Está gravemente herido —dije en voz baja. —Remo es demasiado fuerte para morir —dijo Nino. Las lágrimas escocían en mis ojos. —Estoy conduciendo tan rápido como puedo. —Serafina —comenzó Nino—. Pensó que volverías. Quería que regresaras por tu propia voluntad. Tragué con fuerza. Esto no era sobre Remo y yo. Se trataba de mis hijos y, aun así, me dolió el pecho de tantas emociones cuando miré al hombre que estaba a mi lado. Su cabello oscuro pegado a su frente sangrienta. —Tengo que conducir —dije y colgué.

Aproximadamente una hora después, dirigí el auto hacia un estacionamiento desierto donde un helicóptero ya estaba esperando. Nino y Savio estaban a su lado. Esperaba que Fabiano estuviera allí. Confiaba en él más que en estos dos. Me detuve. Tenían sus armas fuera, sin confiar en mí. Y tampoco confiaba en ellos, pero Remo apenas respiraba. Agarré mi arma y salí del auto. Nino se acercó, como de costumbre con una expresión en blanco en su rostro. Tenía mi arma apuntada hacia él como él me apuntaba con su arma. Por supuesto, con sus habilidades estaría muerta antes de que mi dedo se moviera tan solo un poco en el gatillo. Bajé mi arma y caminé hacia la puerta del pasajero, abriéndola. Nino todavía me contemplaba con cautela. Savio apareció detrás de él, con su arma a su lado, sin apuntarme. —¿Van a ayudarme? ¿O quieren que Remo muera?

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Nino avanzó y, en cuanto vio a su hermano, metió la pistola en su funda y corrió a mi lado. Comprobó a Remo rápidamente y luego lo agarró por los brazos. Remo gimió. Savio tomó sus piernas y estaban a punto de sacarlo cuando Greta se despertó y dejó escapar un grito desgarrador al ver a dos hombres que ella no conocía. Nino y Savio sacudieron sus cabezas hacia atrás y después se congelaron. Nevio también se había despertado y sus ojos oscuros les devolvían la mirada. Mi pequeño Remo. —Mierda —jadeó Savio. Sus ojos castaños volaron hacia mí—. Son de Remo. No era una pregunta porque solo una mirada a Nevio bastaba para que supieran que él era de su hermano. —Lo son y él se desmayó antes de que pudiera verlos. —Mi garganta se contrajo. Nino sostuvo mi mirada por un momento y supe que no me arrepentiría de mi decisión porque ya podía ver que mis hijos serían Falcone. —Rápido —murmuró Nino, y tanto Savio como él llevaron a Remo al helicóptero. Con el corazón martillando en mi pecho, avancé hacia la puerta trasera y la abrí para desabrochar a Nevio y Greta. —Shh —calmé a mi hija. Nevio parecía meramente curioso y un poco adormilado.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Savio detrás de mí, sorprendiéndome. Miré por encima de mi hombro, vacilando, mi protección alzaba su cabeza. —No me mires así. Tus hijos están a salvo. Siempre estarán a salvo, y no solo porque Remo me mataría si algo les sucediera. Asentí. —¿Puedes tomar a Nevio? A Greta no le gusta estar en los brazos de nadie más que los míos. Savio se dirigió a la otra puerta, la abrió y se inclinó sobre Nevio, quien lo contempló con sus grandes ojos negros. —Nunca he cargado a un bebé —dijo Savio a regañadientes. —Habla con él suavemente y levántalo contra tu pecho. Ya puede sostener su cabeza solo.

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—Hola, Nevio —dijo Savio a medida que deslizaba sus manos debajo de las axilas de Nevio y lo levantaba con cuidado. Parecía que estuviera sosteniendo una bomba a punto de detonar, pero me alegré de que tuviera cuidado. No había pensado que Savio pudiera ser así. Me volví hacia Greta y también la levanté rápidamente para luego enderezarme y vigilar a Savio. Sostenía a Nevio contra su pecho, y mi hijo parecía contento de ser sostenido por el hombre desconocido. Los ojos de Savio lucían curiosos y fascinados a medida que veía a mi niño. Sin resentimiento, ni vergüenza asociada. Avanzamos juntos hacia el helicóptero. Greta se apretó contra mí por el ruido de las aspas del rotor. Nino estaba inclinado sobre Remo dentro del helicóptero. Remo ya estaba recibiendo una transfusión de sangre y otra intravenosa con un líquido claro mientras Nino palpaba su cuerpo. Un hombre que no conocía estaba en la cabina del piloto. Nino se volvió hacia nosotros cuando Savio le ofreció a Nevio. Agarró a mi hijo de inmediato, con una expresión extraña en su rostro a medida que lo contemplaba. Savio subió y me tendió la mano. Entré torpemente con Greta todavía aferrándose a mí con todas sus fuerzas. Me hundí en el banco y Savio me ayudó a abrocharme el cinturón. Nino le devolvió a Nevio y Savio se sentó a mi lado. Los ojos de Nino seguían lanzándose

entre Nevio y Greta, como si no pudiera comprender lo que estaba viendo. Para el momento en que el helicóptero despegó, Nino regresó junto a Remo. Nevio miró hacia su padre, después a mí, y me tragué la emoción. ¿Y si Remo moría antes de poder ver a sus hijos? ¿Y si mis hijos nunca conocían a su padre? Jamás esperé que Remo quisiera a sus hijos, pero ahora que sabía que sí, la culpa se apoderó de mí. Pensé que los había protegido al mantenerlos alejados de él, al permanecer en la Organización, pero me había equivocado. Las Vegas era su hogar porque era el hogar de Remo.

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28 Serafina Después de aterrizar en Las Vegas, Nino se apresuró a llevar a Remo a un hospital con el que la Camorra trabajaba, y Savio se quedó conmigo. Estaba agotada y emocionalmente exhausta. —¿Qué pasa con nosotros ahora? —pregunté con cansancio. Savio me miró sorprendido. —Te llevaré a la mansión. Remo querrá tenerte a ti y a sus hijos alrededor cuando regrese.

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—¿Crees que sobrevivirá? Savio asintió. —Remo no va a morir. Seguí a Savio a un auto y me hundí en el asiento trasero con mis hijos. Cuando me desperté bruscamente, habíamos llegado y Fabiano estaba mirando a través de la ventana como si estuviera viendo un fantasma. Abrió la puerta. —¿Qué carajo? —Remo tiene hijos —explicó Savio. —Veo eso —dijo Fabiano. Savio tomó a Nevio una vez más, y yo salí con Greta, que tenía su cara enterrada en mi cuello. Fabiano no podía dejar de mirar a Nevio, pero entonces finalmente, se encontró con mi mirada. —¿Salvaste a Remo?

Asentí. Fabiano evaluó mis ojos, y no estaba segura de lo que estaba buscando. —Hace demasiado frío para que Nevio y Greta estén aquí afuera. ¿Puedes sacar mi bolso del maletero? Fabiano asintió y avanzó hacia la parte trasera del auto. Seguí a Savio dentro de la casa, y una extraña sensación de familiaridad se apoderó de mí. Este lugar no se sentía como estar en casa. Solo lo había experimentado como una prisionera, y me pregunté cómo serían las cosas ahora que había venido aquí libremente. ¿Podría esto convertirse en un hogar para mis hijos y yo? Savio había dicho que Remo querría que viviera aquí con ellos, pero no estaba segura. Se sentía surrealista estar aquí, pero ya no había vuelta atrás. La realización se hundió en mí lentamente, y por un momento me sentí inmovilizada por el peso de la misma. Agarrar a Greta pareció estabilizarme. —Puedes darme a Nevio —logré decir, ofreciendo mi brazo libre.

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Las cejas de Savio se fruncieron, pero me dio a mi hijo sin dudarlo, y lo abracé contra mí. Savio y Fabiano me observaron por un momento, como si no estuvieran seguros qué hacer conmigo. —¿Cómo está? —preguntó Kiara, corriendo hacia el vestíbulo. Se detuvo bruscamente cuando me vio con los niños. Sus ojos se abrieron de par en par. —Nino lo llevó al hospital —dijo Savio. Kiara solo me miró fijamente. Sus ojos dirigiéndose hacia Nevio y Greta, y sacudió la cabeza con incredulidad. Una chica con pecas y cabello castaño siguió a Kiara y también se detuvo en seco. Kiara fue la primera en moverse. Vino hasta mí, sus ojos iluminándose con calidez. —¿Cómo reaccionó Remo? Las lágrimas brotaron de mis ojos, y su sonrisa cayó. —Se desmayó antes de verlos —susurré. —Nada mata a Remo —dijo Fabiano con firmeza. Asentí.

Greta comenzó a llorar, y Nevio también, se estaba volviendo cada vez más irritable. —Necesito alimentarlos y cambiarles los pañales. Después necesitan un lugar donde dormir. Savio miró a Fabiano, quien se encogió de hombros. Kiara puso los ojos en blanco. —¿Estaría bien si te llevara a la habitación en la que estuviste… la última vez? No quiero abrir las otras habitaciones en el ala de Remo. ¿O preferirías quedarte en mi ala y en la de Nino? Ahogué una carcajada. —Me quedaré en el ala de Remo. La otra chica sonrió vacilante. —Soy Serafina. Y este es Nevio y Greta.

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—Leona —dijo ella—. Encantada de conocerte. —Fabiano se acercó a ella y le puso la mano en la cintura en un gesto posesivo. Así que era su chica. Kiara tomó mi bolso de las manos de Fabiano y me condujo escaleras arriba al ala de Remo. Sabía el camino de memoria, pero su compañía se sintió bien. Cuando entramos en mi antigua habitación, mi aliento quedó atrapado en mi garganta por la avalancha de recuerdos que me abrumaron, pero otro fuerte chillido de Greta me sacó de allí. Me acerqué a la cama y los dejé con cuidado sobre ella. Kiara seguía lanzando miradas a mis gemelos, con anhelo en su mirada. —¿Cómo puedo ayudarte? Abrí el bolso y le tendí la fórmula para bebés. Por la noche, siempre necesitaban una botella para calmarse. —¿Podrías preparar dos botellas? Kiara regresó quince minutos después con las botellas y se acomodó a mi lado en la cama. —¿Por qué no alimentas a Nevio mientras me encargo de Greta? —sugerí. Sus ojos se iluminaron. —Gracias.

Me reí. —Me estás ayudando. Yo debería agradecerte. Sonrió a medida que tomaba a Nevio y lo acomodaba en su regazo. —Debería advertirte. Es un poco belicoso. Kiara llevó la botella a la boca de Nevio, y como era de esperar, sus pequeñas manos alcanzaron la botella, intentando arrebatársela de la mano. Ella se rio. Luché contra las lágrimas mientras me concentraba en Greta, que estaba felizmente bebiendo, sus grandes ojos oscuros mirándome adormecidos. Muchas emociones a la vez se apretaron dolorosamente en mi pecho. Remo tenía que sobrevivir. No podía creer que el destino fuera tan cruel para quitármelo antes de que pudiera ver a sus hijos. Tal vez Remo merecía la muerte, pero no me importaba. Tenía que vivir por Greta y Nevio. —Él los amará y los protegerá —murmuró Kiara. Remo los protegería. ¿Era capaz de amar? No estaba segura.

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Después de que Kiara se fue, me acosté junto a mis bebés, que ya estaban dormidos después de alimentarse. No tenía camas para ellos o cualquier otra cosa más, excepto por las pocas cosas que metí en el bolso. Cerré mis ojos. La imagen de Remo entre su sangre apareció en mi mente, y me estremecí. Debo haberme quedado dormida porque el gemido de Greta me despertó poco después. Era la primera noche sin la ayuda de Samuel o mi madre, y una pesadez se instaló en la boca de mi estómago pensando en mi familia. No estaba segura de cómo serían mis futuras noches. ¿Manejaría todo por mi cuenta? Me levanté temprano a la mañana siguiente y parpadeé ante la suave luz entrando por la ventana. Apenas había dormido, y no solo por el horario errático de mis gemelos. La preocupación por Remo había atormentado mi sueño. Me preparé a mí y a mis bebés antes de bajar las escaleras, llevándolos en mis caderas. Siguiendo el aroma del café y el tocino, me dirigí a la cocina, pero me detuve en la puerta. Adamo, Savio y Nino estaban sentados alrededor de la mesa de la cocina mientras Kiara revolvía algo en una olla grande. Todos los ojos se volvieron

hacia mí, y me balanceé sobre mis pies. Siempre he sido el enemigo, la prisionera, ¿y ahora qué? ¿Una invitada? ¿Una intrusa? —Buenos días —dije y luego me volví hacia Nino, el miedo obstruyendo mi garganta—. ¿Cómo está? —Estable. Unos huesos rotos, magulladuras, rotura del bazo. Está arriba, noqueado con los medicamentos para el dolor. —Eso no le gustará ni un poco —dijo Savio sonriendo—. Sabes que prefiere el dolor a estar indefenso. Todavía no me había movido de la puerta. —Estoy preparando un puré de calabaza para los bebés. ¿Espero que esté bien? —intervino Kiara. Asentí. Nino agarró una silla y la retiró para mí. Con una sonrisa pequeña, me acerqué a la mesa y me hundí. Nevio derribó el vaso de Nino, derramando agua sobre él.

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—Lo siento —dije, inclinándome hacia atrás para que los brazos furtivos de Nevio no se metieran en más problemas. Todavía hacía movimientos de agarre. Nino lo contempló atentamente a medida que se secaba con una toalla que Kiara le había entregado. Adamo negó con la cabeza. Su brazo estaba vendado y su cara hinchada. —No puedo creer que Remo tenga hijos. —Apuesto a que la Organización odiaba verlos. Quiero decir, no hay forma de que no puedan ser Falcone —dijo Savio con una sonrisa. Me puse rígida, el dolor atravesándome. Miré hacia otro lado, tragando con fuerza. —¿Es por eso que estás aquí? —preguntó Nino suavemente—. ¿Para darles una oportunidad? —Quiero que se sientan orgullosos de lo que son —respondí. No quería explicarlo todo. —Lo estarán. Son Falcone —dijo Nino. Miré sus ojos grises sin emociones.

—¿Solo así? Mi familia torturó a Adamo y casi mata a Remo y técnicamente soy el enemigo. —Solo así. Eres de Remo y ellos también son suyos. Eres familia. Fruncí el ceño. —No soy de Remo. Nino me dio una sonrisa torcida. —Lo eres. Kiara puso un plato lleno de huevos, tocino y tostadas delante de mí. —¿Tienes una manta? Se apresuró y volvió con unos minutos más tarde, extendiéndola en el suelo. Puse a Greta y Nevio sobre sus espaldas para poder comer. Sonreí cuando Nevio rodó sobre su estómago y levantó la cabeza con curiosidad. —Esto es demasiado raro —dijo Adamo. Le di una sonrisa.

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Savio negó con la cabeza. —No voy a cambiar pañales. Me importa una mierda si Remo da la orden o no. No voy a ninguna parte cerca de la mierda de otra persona, sea de un bebé o no. Resoplé. —Estoy bastante segura que entras en contacto con más cosas asquerosas a diario. Adamo rio. —De todos modos, estás lleno de mierda. Savio golpeó el brazo ileso de Adamo. Parte del peso que había sentido desde ayer se levantó de mis hombros.

Remo

Me sentía como la mierda, como si tuviera la boca llena de algodón y un dolor en todo el cuerpo. Al abrir los ojos, encontré a Nino observándome fijamente. —Estúpido imbécil. Me diste medicamentos para el dolor y algún tipo de jodido sedante. —Tu cuerpo lo necesitaba. Intenté sentarme, pero mi cuerpo estaba muy reacio a la idea. Luché y le di a Nino una mirada de muerte cuando intentó ayudarme. Eventualmente, logré sentarme contra la cabecera, cada puto centímetro de mi cuerpo palpitaba ferozmente. La mayor parte de mi parte superior del cuerpo y los brazos estaban cubiertos con vendas. Nino se sentó en el borde de mi cama. —Parecías una mierda cuando Serafina te trajo a nosotros. Serafina me había salvado la vida. La mujer que había secuestrado, me había salvado la puta vida.

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—Por un momento pensé que había soñado toda esa mierda, pero la forma en que mi cuerpo grita con agonía me dice que es verdad —solté. —Casi te matan, y lo habrían hecho si Serafina no te hubiera sacado de ahí. —¿Dónde está? —pregunté, ignorando la forma en que mi pecho se hundió vacío al pensar que después de todo no estaba en Las Vegas. —Abajo —dijo Nino lentamente, sus ojos evaluando los míos—. Con tus hijos. —Mis hijos —repetí, intentando dar sentido a las palabras, intentando entender que era padre. Greta y Nevio—. Mierda. —Suspiré. —Es como mirar una versión infantil de ti —dijo Nino con una mirada incrédula. —Asegúrate que tengan todo lo que necesitan. Sin importar lo que Serafina diga que necesita, tú solo consígueselo. Nino asintió. —Está aquí para proteger a sus hijos porque la Organización no los aceptó. No por ti. Le entrecerré los ojos.

—No me importa por qué está aquí. Todo lo que importa es que está aquí. Ya te lo dije antes, no tengo un maldito corazón que pueda romperse, ¿o lo has olvidado? Nino tomó mi hombro ligeramente. —Te conozco mejor que nadie, Remo. ¿O tú lo has olvidado? —Es por eso que eres tan bueno en hacerme cabrear. —¿Quieres que la traiga? Asentí. No pensé que alguna vez querría algo más. Habría pasado por días de tortura, durante semanas, para ver a Serafina. ¿Que ella me salvara? Maldición, nunca lo había considerado una opción. Después de decirme que no me iba a perdonar, me resigné al hecho de que ella quería que muriera, que quería verme sufrir. Me lo merecía. No había ninguna jodida cuestión en eso. Sabía lo que era. No había nada blanco en mí, muy poco gris, y una tonelada de negro. Y sin embargo, estaba aquí. Estaba aquí con nuestros hijos.

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Intenté imaginarlos, pero no pude. Nunca quise tener hijos, porque estaba seguro que nunca encontraría a una mujer que no demostraría ser el mismo maldito fracaso que mi madre había sido. Estaba seguro que rompería a cualquier mujer, pero Serafina era fuerte. Me había demostrado que estaba equivocado, había torcido mi juego hasta que me sentí como el perdedor, como el que había estado en jaque mate todo el tiempo.

Serafina Nino entró en la sala de estar donde Kiara y yo estábamos sentadas en una manta con Nevio y Greta. Kiara era natural con los niños, y era obvio lo mucho que los amaba. Sostenía a Nevio en su regazo mientras le mostraba un libro de imágenes. Greta se sentaba en mi regazo, su pequeña mano envuelta alrededor de mi pulgar a medida que veía el libro en mi mano libre. Miré a Nino, pero sus ojos estaban fijos en Kiara, quien estaba sonriendo a mi hijo, prácticamente brillando de felicidad.

Apartó su mirada lentamente de ella. —Remo acaba de despertar. Me levanté sin pensarlo con Greta aferrándome. No quería que mis hijos estuvieran allí cuando hablara por primera vez con Remo después de que despertara. Sentía que necesitábamos un momento antes de que pudiera permitir eso. Desenredé a Greta con suavidad y la acosté sobre la manta, luego vacilé. Kiara me miró con una sonrisa. —Nino y yo podemos cuidarlos mientras hablas con Remo. Nino se acercó más, pero me quedé donde estaba. No podía evitarlo. Esta sería la primera vez que los perdería de vista desde nuestra llegada. —Cada uno de nosotros daría nuestra vida por estos niños —dijo Nino—. Los trajiste aquí. Son Falcone. Son los hijos de Remo. Él ardería por nosotros. Y nosotros arderíamos por ellos. Di un pequeño asentimiento y retrocedí. Los ojos de Greta me siguieron.

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—Kiara, ¿puedes encargarte de Greta? Es muy tímida con las personas que no conoce, especialmente con los hombres. Nino se agachó junto a Kiara y le quitó a Nevio. Me tensé cuando Kiara alcanzó a mi hija, esperando un ataque de llanto, pero la cara de Greta se arrugó brevemente y luego se suavizó cuando Kiara la arrulló suavemente. Di un paso más atrás. Kiara sonrió a Nino mientras ponía a Nevio en su regazo y señalaba el libro de imágenes. Nino rezumaba calma, lo cual era perfecto para mis hijos. Nevio ignoró el libro de imágenes que Nino sostenía y miró los coloridos tatuajes en el brazo de Nino, tocándolos con sus pequeñas manos como si creyera que cobrarían vida bajo la punta de sus dedos. Mi corazón se hinchó una vez más, y giré rápidamente antes de sentirme demasiado emocional.

Respiré hondo antes de entrar en la habitación de Remo. Estaba sentado contra la cabecera, elevado por almohadas. Su parte superior del cuerpo estaba desnuda, excepto por los muchos vendajes cubriendo su piel; los cortes que mi familia había infligido para vengarme.

Levantó la vista de su iPad, y me acerqué un paso vacilante a medida que dejaba que la puerta se cerrara. Dibujó una sonrisa extraña en su rostro. —Nunca habría pensado que serías tú quien me salvara. Me acerqué más, medio aterrorizada, medio excitada, y me detuve a su lado. Los ojos oscuros de Remo ardían con emociones que ponían a mi corazón en llamas, pero rechacé las sensaciones. —Salvé al padre de mis hijos para que así estuvieran a salvo. —Mis hermanos los habrían protegido incluso si tu familia me hubiera matado. Puse una mano a su lado en la cabecera, cerniéndome sobre él. —Nadie los protegerá como tú lo harás. Irás a través del fuego por ellos. No pregunté. Lo sabía.

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Levantó la mano rígidamente, la mayor parte de su brazo vendado, y acunó la parte posterior de mi cabeza. Dejé que me atrajera hacia abajo. —Por ellos. Por ti —murmuró, feroz, con aspereza y furia. Sus labios rozaron los míos, y todo mi ser se derritió. Caí como la primera vez que me besó. Estremeciéndome, retrocedí y me enderecé. Esto era demasiado pronto. Primero tenía que resolver las cosas entre nosotros. Me observó con una sonrisa amarga. Por alguna razón, la vista me desgarró. Me incliné y rocé sus labios con los míos brevemente para mostrarle que mi retirada no significaba “nunca” solo “más tarde”. Di un paso atrás rápidamente y me di la vuelta. —¿Vas a mostrármelos? —preguntó en voz baja. Miré por encima de mi hombro. —Por supuesto. Sostuve a Greta y Nevio fuertemente contra mi cuerpo a medida que empujaba la puerta para abrirla. Después entré. Estaba inexplicablemente nerviosa. Mi familia nunca había visto a mis hijos de la manera en que yo los veía, como si fueran algo precioso, un regalo que quería amar cada día más. Los ojos de Remo se enfocaron en nuestros bebés cuando me acerqué, y no apartó la vista nuevamente,

aparentemente casi aturdido. Me senté a su lado y puse a Nevio de espaldas cuidadosamente junto a Remo. Greta todavía se aferraba a mí con fuerza. La expresión de Remo era maravillada, y cuando levantó los ojos hacia los míos, eran más suaves de lo que nunca antes los hubiera visto. Estiró su brazo vendado y le acarició el pecho a Nevio con reverencia. Nevio siendo Nevio, tomó el dedo de Remo y se lo llevó a la boca para masticarlo con una sonrisa desdentada. Los labios de Remo se crisparon. Luego levantó la mirada hacia Greta, quien había girado la cabeza para observarlo con curiosidad. —Es tímida con la mayoría de las personas —dije. Siempre había sido así, incluso cuando era una pequeña recién nacida. Tomé la mano de Remo de modo que ella me viera hacerlo y después la llevé hacia ella. Cuando no protestó, solté la mano de Remo, y él la acarició la espalda con los dedos. Fue tan amable y cuidadoso con ella que, pude sentir una mezcla de felicidad y nostalgia en mi garganta. Greta lo observaba en silencio. ¿Sabía que él era su padre?

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Las lágrimas corrieron por mis mejillas. Remo acariciando la espalda de Greta y después de que Nevio le mordiera el dedo era la vista más hermosa que podía imaginar. —No creo haber estado nunca tan feliz —admití, sin importarme estar siendo emocional frente a Remo. Esto ya no era una batalla de voluntades, un juego retorcido de ajedrez. Estas apuestas eran demasiado altas. Remo fijó su mirada en la mía. —Sé que yo nunca he sido más feliz.

29 Serafina En cuanto a pacientes, Remo era una pesadilla. También era una pesadilla en muchos otros aspectos, pero darle tiempo a su cuerpo para sanar no estaba en su agenda. Nino no estaba feliz por eso. —Necesitas descansar, Remo. Han pasado solo tres días y ya estás corriendo. —He pasado cosas peores. Ahora deja de joder. No soy un niño.

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—Tal vez no. Pero obviamente soy el único de los dos que es capaz de tomar decisiones sensatas. —Ninguno de ustedes está cuerdo. Ahora ayúdenme con esta puta cuna — murmuró Savio. Me apoyaba en la puerta de la futura habitación de los niños. Nino y Kiara habían ido de compras esta mañana, y ahora los cuatro hermanos Falcone estaban intentando armar los muebles. Aunque Nino y Savio estaban haciendo todo el trabajo porque el brazo de Adamo estaba enyesado y la mayor parte del cuerpo de Remo estaba vendado, por no mencionar los muchos huesos rotos en su cuerpo. Adamo estaba sentado en un lujoso sillón azul claro, que estaba colocado cerca de la ventana. A veces, cuando pensaba que nadie estaba mirando, sus ojos se retorcían con algo oscuro, algo atormentado. Algunas heridas tardarían mucho tiempo en sanar. Remo se apoyaba contra el alféizar de la ventana, vistiendo solo pantalones de chándal de corte bajo, ladrando órdenes. Una sonrisa tiró de mis labios. —Las instrucciones son bastante claras, Remo —dijo Nino—. No necesito tus órdenes además de eso. Savio resopló.

—Como si eso lo detendrá. Todavía era difícil comprender lo que había sucedido en los últimos tres días. Dejé a mi familia, a Samuel, para vivir en Las Vegas con el hombre que me secuestró y su familia que lo ayudó a hacerlo. Pero con cada hora que pasaba, me daba cuenta que había sido la decisión correcta para mis hijos y tal vez incluso para mí. Para el momento en que Remo vio a sus bebés, un nudo en mi pecho se aflojó, un nudo que me había estrangulado desde que me liberó, solo para apretarse más cuando nacieron Greta y Nevio. Aquí pertenecían. Había intentado mantener mi distancia con Remo hasta el momento, solo visitándolo dos veces de modo que nuestros gemelos pudieran acostumbrarse a su presencia, y sabía que no estaba contento con eso. Remo me vio en la puerta, sus ojos cada vez más intensos y ansiosos. Mi pulso se aceleró, y me di la vuelta para regresar con Nevio y Greta que estaban esperando abajo con Kiara.

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Remo me acorraló en el pasillo. Para alguien con sus heridas, era fastidiosamente rápido. —¿Estás huyendo de mí, ángel? —Me apoyó contra la pared, sus palmas a cada lado de mí. —He aprendido que eso no funciona. Siempre me atrapas —contesté, inclinándome hacia atrás porque con él tan cerca, tenía problemas para concentrarme. —A menudo me imaginaba cómo sería verte otra vez —dijo en voz baja—. Pero este no fue uno de los escenarios que se me ocurrieron. Lo contemplé un momento. —Cuando te deshiciste de mí como algo fácil de desechar, no parecía que quisieras verme otra vez. Sacudió la cabeza, la ira destellando en su rostro. —Te di una opción, una que no tenías antes… y elegiste quedarte con la Organización. Resoplé.

—Eso es ridículo. Me canjeaste como un pedazo de ganado. ¿Por qué volvería a ti? No tengo el hábito de arrojarme sobre alguien que obviamente no podía esperar para deshacerme de mí. Remo se inclinó aún más cerca. —¿En serio creíste que no te quería? ¿O te dijiste eso porque no querías dejar a tu familia? Fruncí el ceño. —Podrías haber… —¿Qué? —gruñó—. ¿Podría haber qué? ¿Secuestrarte de nuevo? ¿Pedirle a Dante que te enviara de vuelta? Tenía un punto y eso me molestaba. —¿Cuándo estabas pensando en contarme sobre nuestros bebés? ¿Me habrías dicho algo si Adamo no hubiera sido capturado?

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—Me enviaste lejos, de vuelta a mi prometido. No pensé que te importara lo que pasara conmigo, mucho menos que quisieras hijos —murmuré, pero algo en sus ojos me hizo continuar—. Quería decirte. Al momento en que los vi, supe que tenía que decírtelo, pero no sabía cómo. Fui… una cobarde. Levantó su mano, acunando mi mejilla, sus ojos oscuros siendo increíblemente posesivos. —Estaba seguro que volverías conmigo. —Sus labios rozaron los míos—. No eres una cobarde. Me salvaste. Fuiste contra tu familia para proteger a nuestros hijos. Lo dejaste todo por ellos… y por mí. Profundicé el beso, no podía mantener la distancia que tan desesperadamente quería mantener. Los labios de Remo, su lengua, la sensación de su palma áspera contra mi mejilla despertaron un profundo anhelo, una necesidad desesperada que había mantenido enterrada desde que me había liberado. Mi núcleo se apretó cuando su familiar aroma masculino inundó mi nariz, y los recuerdos de cómo las manos de Remo, su boca y su polla se habían sentido salieron a la superficie… Retrocedí, volviendo a mis sentidos, y salí de debajo del brazo de Remo. Él me dio una sonrisa de complicidad antes que me alejara. Pero había visto la prueba de la reacción de su cuerpo hacia mí en el bulto de sus pantalones de chándal.

Solo una semana para Navidad. La mansión estaba hermosamente decorada con adornos rojos, oropel dorado y ramitas de muérdago. Afortunadamente, Greta y Nevio no estaban caminando todavía o los árboles habrían tenido que irse. Le envié a Samuel algunos mensajes, diciéndole que estaba a salvo y preguntándole si estaba bien. Todavía no había contestado, pero sabía que había leído los mensajes. Tal vez su dolor todavía era demasiado fresco. Cinco días no eran suficientes para aceptar el hecho de que tu hermana te traicionó por un hombre que odiabas más que nada en el mundo. Mis mensajes a mamá y Sofia ni siquiera habían sido recibidos. Sospechaba que papá había conseguido teléfonos nuevos para ellas de modo que no pudiera contactarlas. Me acerqué a Kiara a medida que agitaba un nuevo lote de comida para bebés, un puré de patata dulce. —¿Se dan regalos de navidad entre ustedes?

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Nino me había dado una tarjeta de crédito de una de las cuentas bancarias de los Falcone ayer, y aunque al principio quise rechazarla, acepté la tarjeta. Remo parecía decidido a asegurarse que tuviera todo lo necesario. Aun así, se sentía un poco extraño usar su propio dinero para comprarles regalos, pero ya no era como si pudiera acceder a las cuentas de mi familia. —Bueno, el año pasado fue todavía como una pequeña prueba de Navidad. Nino y sus hermanos aún necesitan acostumbrarse a un toque femenino en sus vidas, pero les conseguí regalos, y unos días después de Navidad también recibí regalos de ellos. —Se rio—. Creo que este año podrían conseguir los regalos a tiempo. —No sé qué conseguir a ninguno de ellos. No los conozco lo suficiente y todavía no me siento en realidad parte de esta familia… Tomó mi hombro. —Pero lo eres, Serafina. Es una situación extraña para todos nosotros, pero es lo mejor que pudo haber sucedido, especialmente para Remo. —¿Eso piensas? —susurré. —Lo sé —respondió dijo con firmeza—. ¿Cómo están las cosas entre ustedes? —Estoy intentando mantener mi distancia. Tengo miedo de permitir demasiada cercanía demasiado rápido.

—¿Pero quieres estar con él? Me reí. —No creo que tenga opción. —Él no te obligará. —Eso no es lo que quiero decir —dije en voz baja—. No creo que mi corazón o mi cuerpo me den opción. Asintió, la comprensión inundando su rostro. —Estoy tan feliz por ustedes dos, ustedes cuatro. —¿Crees que Remo es capaz de… amar? Kiara se quedó pensativa. —Él y Nino pasaron por cosas horribles cuando eran niños. Los formó en los hombres que son hoy. Todavía les afecta. No estoy segura de lo que le hizo a Remo. Si partes de él quedaron destruidas irrevocablemente…

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No pregunté qué tipo de horrores había en el pasado de Remo. Kiara me habría dicho si pensara que era su lugar para compartirlo. Si quería averiguarlo, tendría que preguntárselo. —Si quieres ir de compras navideñas, podemos ir juntas mañana. Fabiano podría protegernos. —Eso estaría bien —dije. A pesar de las palabras de protesta de Nino, Remo bajó a cenar esa noche, y todos nos acomodamos en la mesa del comedor. Greta y Nevio estaban en sus nuevas sillas altas entre Kiara y yo. Había asumido el trabajo de tratar de meter la comida en la boca de Nevio, ya que Greta parecía estar bien con Kiara. Podía sentir los ojos de Remo sobre nosotros todo el tiempo con una expresión que solo podía describir como anhelo. De todos modos, mi comida se estaba enfriando, así que decidí darle la oportunidad de ser un verdadero padre. —¿Por qué no lo intentas? —le pregunté a Remo. No estaba segura si estaba interesado en alimentarlos o si era como algunos padres cuyo interés en sus hijos terminaba cuando eso les obligaba a hacer algo. Todos pausaron lo que estaban haciendo por un momento. Remo dejó su tenedor y se puso de pie. Sus movimientos seguían siendo rígidos, y no solo por los

vendajes; tomaría algún tiempo para que sus huesos rotos y magulladuras sanen. Le di mi silla, tomé mi plato y me instalé en el lugar que había dejado vacante. Nevio estaba haciendo movimientos de agarre, pero la cuchara y el tazón estaban fuera de su alcance. Podía decir que se estaba frustrando con la situación y un ataque de llanto se acercaba rápidamente. Remo tomó la cuchara y la llevó hacia la cara de Nevio, pero no retuvo sus brazos. Antes de que pudiera advertirle, Nevio agarró la cuchara y catapultó el puré de batata por toda la habitación. La mayor parte aterrizó justo en la camisa de Remo. El resto en la cara de Nino. Me mordí el interior de la mejilla para contener la risa. Kiara no mostró la misma moderación. Ella se echó a reír. Nino se limpió la cara con una servilleta, sus ojos en su esposa carcajeando… y más suave de lo que nunca los hubiera visto.

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Nevio se meció emocionado en su silla, con una sonrisa desdentada en su rostro. Remo se miró a sí mismo, luego a su hijo, y sus labios temblaron. Esta vez tomó las manos de Nevio en la suya más grande antes de llevar la cuchara hacia su boca. Nevio apretó los labios, obviamente descontento con la situación. —Esto me recuerda a ti, Adamo —dijo Remo. Adamo hizo una mueca. Nino asintió. —También siempre hacías un desastre cuando comías. —Si empezamos a intercambiar historias de bebés, me voy —murmuró Savio. Remo se volvió hacia Nevio y le dio un empujoncito a los labios con la cuchara. —Vamos, Nevio. Me levanté y me puse en cuclillas junto a la silla alta de Nevio. —Vamos, Nevio, muestra a tu papá lo bien que puedes comer. Remo me miró, su expresión paralizándose cuando lo llamé “papá”. Después de un momento de vacilación, Nevio finalmente le permitió a Remo poner la cuchara en su boca.

Sonreí, enderezándome y presionando un beso en la cabeza de Nevio. Luego me incliné sobre Greta e hice lo mismo. Ella me sonrió con la cuchara en la boca, y mi corazón simplemente explotó de agradecimiento. Capté los ojos de Remo, pero aparté la vista rápidamente porque la mirada en él amenazaba con aplastar mi resolución de mantener mi distancia. Después de llevar a los gemelos a la cama, agarré mi teléfono y me dirigí a la habitación de Remo. Nino prácticamente lo había arrastrado allí para que así pudiera recostarse y descansar. Me preparé para tocar. —Entra, ángel. Frunciendo el ceño, entré. —¿Cómo supiste? Me contempló con una expresión que envió un pequeño escalofrío por mi espina dorsal.

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—Porque mis hermanos no tocan, simplemente irrumpen, y Kiara generalmente se mantiene alejada de mi habitación. Asentí, con la mano todavía en la puerta, debatiendo si debía dejarla abierta solo para estar segura. Remo sonrió a sabiendas. —Estoy prácticamente postrado en cama. No hay razón para que te preocupes. No voy a atacarte. —Postrado en cama. Ya quisiera. Ese hombre no podía romperse fácilmente. Cerré la puerta. No me preocupaba que Remo hiciera un movimiento. Me preocupaba arrojar la precaución al viento y hacer lo que había soñado desde siempre. —Como si eso te detendría. Remo no dijo nada. Levanté mi teléfono. —Pensé que te gustaría ver fotos de Nevio y Greta. —Eso me gustaría —dijo Remo, moviéndose hacia un lado de modo que hubiera espacio a su lado en la cama. Miré el lugar y luego Remo se apoyó en el reposacabezas con la parte superior de su cuerpo desnuda. Incluso los vendajes no hacían a Remo menos atractivo.

Intentando ocultar mis pensamientos, caminé hacia él casualmente y me hundí a su lado, con las piernas estiradas ante mí. Los ojos de Remo se detuvieron en ellas. Llevaba un vestido sin medias, porque hacía un calor increíble en la casa. La piel de mi cuerpo se erizó. Me aclaré la garganta y seleccioné la primera foto, que mamá había tomado poco después de dar a luz a los gemelos. Los sostenía en mis brazos y los miraba con una expresión agotada, pero de adoración. Remo se inclinó y su brazo rozó el mío. A pesar del material de mi vestido entre nosotros, un cosquilleo me atravesó con el contacto breve. —Te ves pálida en la foto —dijo en voz baja. —Después de veintidós horas de trabajo, todos lo hacen. Los ojos oscuros de Remo parpadearon con un toque de nostalgia. —Desearía que hubieras podido haber estado allí… si hubiera sabido lo que sé hoy, habría venido a Las Vegas antes. Lamento haberte quitado eso. Remo tomó mi barbilla y me tensé porque parecía que iba a besarme.

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—Arrepentirse del pasado es solo una pérdida de energía. No podemos cambiar el pasado, sin importar cuánto queramos hacerlo. —¿Qué querrías cambiar? —pregunté, intentando ignorar la sensación del toque de Remo. Sacudió la cabeza con una sonrisa oscura. —Tu secuestro no. No siento ni una pizca de arrepiento por haberte robado. —¿Ah, no? —Fruncí el ceño, apartándome un poco, pero Remo se inclinó más, con los dedos todavía en mi barbilla. —Mierda, ni un poco. Te secuestraría otra vez solo para ser a quien te regales. Jamás habrías sido mía si no te hubiera robado. No discutí, ni acerca de ser suya, ni del hecho de que sin el secuestro nunca nos hubiéramos encontrado. —¿Qué hay de ti? —murmuró Remo—. ¿Te arrepientes de ser mía? —No —admití, y finalmente me retiré de su toque—. Eso no. Simplemente desearía que eso no le hubiera costado tanto a mi familia. Remo asintió y se recostó contra la cabecera. —No se puede ganar nada que valga la pena sin pérdida, dolor y sacrificio.

Mis ojos se perdieron sobre sus heridas y moretones. Se había sacrificado por su hermano. Pero tenía la sensación de que no era la única razón por la que había permitido que mi familia lo capturara y torturara. Había aceptado el dolor, tal vez incluso perder la vida, solo por la oportunidad de volver a verme. Me aclaré la garganta y pasé a la siguiente foto. La primera foto de Nevio y Greta tumbados en una cuna uno al lado del otro. Le mostré foto tras foto, ninguno de los dos diciendo nada. Era difícil concentrarse en algo que no fuera el calor de Remo, su olor, la fuerza y el poder que rezumaba. Cuando finalmente apagué mi teléfono, mi cuerpo estaba zumbando de necesidad. Me encontré con su mirada, que descansaba descaradamente en mí. Remo me contemplaba con una expresión que conocía demasiado bien. Hambre y dominio. Tomó mi rodilla desnuda. Y exhalé. Su mano se deslizó lentamente hacia arriba entre mis piernas.

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—Remo —advertí, pero sostuvo mi mirada, sus labios estirándose más. —¿Has dejado que alguien toque lo que es mío? Lo fulminé con la mirada, pero mi cuerpo gritaba por más. Por el toque de Remo, por sus labios. Él sabía la respuesta, podía verlo en mi cara. —No —dijo en voz baja—. Todos ustedes son solo míos. —Me dejaste libre, ¿recuerdas? Solo me pertenezco a mí. Ambos sabíamos que era una mentira. Nunca había estado libre de su control sobre mí, pero él también había perdido su libertad. Su mano se deslizó más alto hasta que finalmente rozó la tela de mis bragas. Estaban empapadas, solo por estar en su presencia. Remo gimió, bajo y oscuro, y mi resolución se derrumbó. Su pulgar dibujó pequeños círculos en mi entrepierna, y pude sentirme cada vez más excitada. Los ojos oscuros de Remo sostuvieron los míos, y como de costumbre no pude apartar la mirada. Su pulgar empujó debajo de mis bragas y entre mis pliegues, extendiendo mi humedad. Gemí por el contacto, piel con piel. Tan delicioso, tan desesperadamente necesitado. Dibujó pequeños círculos en mi clítoris, dando vueltas y vueltas y más vueltas. Separé un poco más mis piernas y aferré las

sábanas, necesitando algo a lo que sostenerme a medida que veía a Remo fijamente. Su mirada me poseyó como siempre lo hacía. —¿Vas a correrte, ángel? Di un pequeño asentimiento. Había pasado demasiado largo. Me estaba desmoronando tan rápido. No aceleró el ritmo cuando su otra mano subió mi vestido para que así pudiera ver su dedo trabajando en mí. Vueltas y vueltas. —Separar más las piernas —gruñó, y lo hice. Se deslizó entre mis pliegues nuevamente, extendiendo mi humedad un poco más. —Quiero follarte tanto. —Todavía estás sanando —dije con voz ronca. Sus huesos rotos necesitaban remendarse. Uno de los dos tenía que ser la voz de la razón, incluso si mi cuerpo me odiara por eso. Se incorporó rígidamente.

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—Móntame a horcajadas con tu culo frente a mí. —¿Qué? —Hazlo —ordenó. No lo cuestioné, apenas podía pensar claramente por el latido entre mis piernas. Me levanté y me subí por encima de Remo, cuidando no golpear mis rodillas contra sus costillas. Mis palmas descansaron a los lados de sus rodillas cuando me arrodillé sobre él, mi culo empujando hacia afuera. Remo levantó mi vestido hasta que estuve expuesta y mi núcleo se tensó en anticipación. —Maldición —murmuró Remo, haciendo que temblara de nuevo. Jadeé cuando él empujó dos dedos dentro de mí, mi espalda arqueándose ante la deliciosa sensación de mis paredes aferrándose a él. Remo dejó escapar un gemido, y casi me corrí al escucharlo. Podía ver la prueba de su propia necesidad empujándose contra sus pantalones de chándal. —Ver tu coño tomando mis dedos es jodidamente increíble. Gemí en respuesta y comencé a encontrarme con sus estocadas, necesitando sus dedos más profundo, más rápido, más duro. —Sí, ángel, tómalos —dijo con voz ronca.

Más humedad se estaba acumulando entre mis encima de mi hombro. Remo estaba concentrado en follaban, sus ojos oscuros ardiendo con tanto deseo estremecí de placer. Levantó la vista, sus labios complacida.

piernas. Eché un vistazo por sus dedos a medida que me que me robó el aliento. Me curvándose en una sonrisa

—Vamos, ángel. Fóllate mis dedos. —Remo agregó un tercer dedo y mis ojos rodaron hacia atrás en mi cabeza por la sensación. Me froté contra la mano de Remo, conduciendo sus dedos aún más profundamente en mí. Me observaba fijamente y su otra mano comenzó a masajearme el trasero. Quería agarrar su erección, pero apenas podía sostenerme en dos brazos, ya fuera de control. Recogió mi humedad con los dedos de su otra mano, y luego sentí un dedo contra mi entrada trasera. Me tensé, pero no paré de montar los dedos de Remo. —Relájate —ordenó Remo, sus ojos decisivos—. Estará bien. Ansiosa y excitada, di un pequeño asentimiento. Hundió un dedo poco a poco.

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—Oh Dios —jadeé cuando sentí sus dedos en mis dos aberturas. Hubo una ligera incomodidad, pero no tuvo ninguna posibilidad contra el placer que provocaban los dedos de Remo en mi centro. Remo estableció un ritmo suave con su dedo mientras yo seguía meciéndome contra su otra mano. No quitó sus ojos de mí a medida que trabajaba mi cuerpo, y pude sentir el primer espasmo traidor de mi orgasmo. Mi coño se apretó alrededor de sus dedos. Gemí, las sensaciones abrumándome. Sentí un segundo dedo en mi entrada trasera y me tensé nuevamente. Remo acarició mi trasero, y mientras empujaba sus dedos profundamente dentro de mí, los curvó y golpeó mi punto G. Me corrí fuerte, gritando desesperadamente, y empujó el segundo dedo en mi entrada trasera. Jadeé por el dolor y mi orgasmo aumentó en fuerza. Me estremecí, atrapada entre el placer intenso y el dolor sordo. Mis brazos cedieron Y me apoyé en mis antebrazos. Remo siguió empujando. —Sí, ángel, te dije que te mostraría dolor y placer. Medio bajé sobre él, podía sentir su erección clavándose en mi vientre. Gimió nuevamente, casi en agonía. Estaba completamente abrumada, aturdida y un poco avergonzada. Nunca había considerado permitir que alguien se acercara a mi trasero ni remotamente. Por supuesto, Remo también quería esa parte de mí.

Remo salió de mí lentamente, y yo jadeé. Sus manos se posaron en mis nalgas, y me masajeó suavemente. —Si muriera ahora mismo, valdría la pena. Resoplé. —No morirás hoy. No voy a explicarle eso a Nino. No gracias. Remo rio entre dientes y el sonido envió un tipo diferente de escalofrío a través de mi cuerpo. Me encantaba el sonido de Remo riendo, especialmente si era sincera. Me levanté y me arrodillé junto a Remo. Envolvió su mano sobre mi cuello y me atrajo hacia él para un beso lento. Cuando retrocedió, sus ojos evaluaron mi cara. Sabía que mis mejillas estaban enrojecidas, no solo por mi orgasmo sino también por vergüenza. —Hay tanto placer que aún quiero mostrarte —murmuró Remo, trazando sus labios sobre mi mandíbula y mejilla.

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Dejó caer su cabeza contra la cabecera, suspirando a medida que alcanzaba un vaso lleno de líquido oscuro en su mesita de noche. Reconocí el olor de inmediato. —Escocés, ¿en serio? —Ayudará con la curación, créeme. He investigado mucho en el pasado. Negué con la cabeza. —Y —agregó, con una sonrisa desafiante—, parece ser el único placer que se me permite hoy. Tomó un sorbo. Mis ojos se dirigieron hacia el impresionante bulto en sus pantalones. Sabía lo que quería hacer. Quería convertirlo en un lío de deseos indefenso como lo hizo conmigo. —¿Intentando decidir si eres lo suficientemente valiente? Lo fulminé con la mirada. —Te he hecho una mamada antes. Su boca tembló.

—Lo intentaste, pero no terminaste, así que no cuenta. Sabía que él estaba intentando incitarme. Desafortunadamente, estaba funcionando. Bajé hasta que me arrodillé junto a su ingle. Remo alcanzó sus pantalones y los bajó, haciendo una mueca al hacerlo. —Muy ansioso, ¿no? —bromeé. Sonrió, pero fue oscura y hambrienta, y su cuerpo estaba tenso. Bajé la cabeza y tomé su punta en mi boca. Remo gimió, sus dedos enredándose en mi cabello. Giré mi lengua alrededor de él, y mi propio núcleo se apretó con una necesidad renovada. La respiración de Remo se profundizó, sus músculos tensándose a medida que me observaba. —Toma más de mí —ordenó Remo en voz baja, y lo hice. Lo dejé reclamar mi boca hasta que golpeó la parte posterior de mi garganta. Se empujó lentamente dentro de mí, su mano en mi cabello manteniéndome en el lugar. Sostuvo mi mirada mientras lo dejaba reclamar mi boca. Su otra mano acunando mi mejilla. Remo. Brutalidad y ternura. Todavía no lo entendía ni a él ni a nosotros.

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El cuerpo de Remo se tensó con más fuerza, sus caderas sacudiéndose con menos control, sus labios separándose en un gemido bajo. —Voy a correrme —dijo con voz áspera. Vi la pregunta en su expresión, y mi corazón se llenó de afecto… y Dios me ayude… amor. Asentí un poco alrededor de su cabeza antes de que él volviera a penetrar más profundamente en mi boca, y su agarre en mi cuello se tornara más firme. Su rostro se contrajo con pasión, sus ojos casi ásperos con lujuria a medida que se tensaba y se corría con una fuerte exhalación. Tuve problemas para tragar alrededor de su longitud, y Remo aflojó su agarre en mi cuello de modo que pudiera retroceder un poco. Siguió meciendo sus caderas, su respiración áspera. La mirada de Remo reclamó otra parte de mí, posesiva y cálida, mientras me acariciaba mi mejilla. Solté su polla de mis labios lentamente y tragué, frunciendo el ceño ante el sabor. Remo me atrajo hacia él, rozó mis labios con los suyos y me entregó su vaso con escocés. Tomé un sorbo y tosí. Eso sabía aún peor. —Te acostumbrarás al gusto —dijo con una pequeña risa. —¿Al whisky o tu…? Agarró mis brazos y me apretó contra él, de modo que terminé acunada contra su pecho. Capté la mueca que hizo, pero luego se fue.

—Mi semen —murmuró mientras lamía mis labios y luego se zambullía en mi boca. Nuestro beso fue lento, casi burlón, hasta que no lo fue. Se volvió necesitado y ansioso. Me colocó de manera que una de mis piernas estaba por encima de su ingle, mi cabeza contra su hombro. Su mano me separó y luego sus dedos se deslizaron sobre mis bragas empapadas. Empujó la tela a un lado y hundió dos dedos en mí lentamente. Su otra mano comenzó a pellizcar y retorcer mi pezón. Jugó conmigo magistralmente con sus dedos a medida que yacía tendida sobre él. Nos besamos suavemente, nuestros ojos encontrándose todo el tiempo, hasta que una nueva ola de placer se disparó a través de mí. Apenas había recuperado el aliento cuando escuché el grito de Greta. Suspiré con una sonrisa pequeña. —Perfecta sincronización —murmuró, dándome otro beso persistente. Salí de la cama rápidamente y corrí al baño para lavarme las manos antes de regresar al dormitorio. Remo estaba de pie junto a la puerta, esperándome.

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—Deberías quedarte en cama y descansar —dije. —Debería ayudarte con nuestros hijos. Su voz no permitía objeciones, y tuve que reprimir una sonrisa complacida. Cuando llegamos a la habitación de los niños, Nevio también había empezado a llorar. Tomé a Greta porque no conocía lo suficiente a Remo. Él sacó a Nevio de la cuna sin dudarlo y lo presionó contra su pecho. Era obvio que había cargado antes un bebé, que sabía cómo manejarlos. Capté un mal olor. —Cambio de pañales. Remo llevó a Nevio a la mesa de cambio y comenzó a trabajar. Lo observé por un momento largo, mi cuerpo inundado con tantas hormonas que, podía sentir el comienzo de las lágrimas. Parpadeé y aparté la vista. —Iré a la cocina y prepararé sus botellas. Remo levantó la vista, su mirada deteniéndose en mis ojos, luego asintió. Cuando regresé diez minutos después, Nevio ya estaba vestido y descansando en el brazo de Remo. Le di una botella, y él se hundió en el sillón, haciendo una mueca otra vez. Se movía más rígido que antes, probablemente por el esfuerzo excesivo.

Cambié el pañal de Greta antes de sentarme en el reposabrazos junto a Remo y comenzar a alimentarla. —Esto es extraño —susurré después de un momento. Remo frunció el ceño. —No es lo que me imaginé cuando te secuestré. Evalué su rostro, intentando averiguar qué significaba esto para él, lo que realmente significaba para él, pero no me atreví a preguntar. Sabía que era inútil mantenerse alejada de Remo, no solo porque mi cuerpo ya estaba clamando su toque una vez más, sino también porque mi corazón anhelaba su cercanía. Después de que se hubieran quedado dormidos, me dirigí hacia mi habitación cuando Remo me agarró de la muñeca y me detuvo. —Quédate conmigo. Asentí y dejé que Remo me llevara de vuelta a su habitación, donde me puse una de sus camisas antes de meterme debajo de las sábanas. Remo me atrajo contra él, haciendo una mueca cuando toqué sus moretones.

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—Tienes dolor —protesté, intentando poner distancia entre nosotros, pero Remo apretó su agarre sobre mí. —A la mierda el dolor. Te quiero en mis brazos. Me quedé inmóvil y al final me relajé contra él, mi mejilla presionada contra su fuerte pecho. Esto se sentía demasiado bien para ser verdad.

30 Serafina La Navidad ya estaba a la esquina. La primera Navidad para Nevio y Greta. La primera Navidad como parte del clan Falcone. Después de desearle a Samuel una feliz Navidad y no escuchar nada a cambio, bajé las escaleras con Nevio y Greta. Remo ya estaba en la sala de estar con sus hermanos, discutiendo sus planes para futuras carreras. Después del ataque de la Organización, las medidas de seguridad tendrían que ser duplicadas. Se suponía que ayudaría a Kiara en la cocina, pero todavía tenía que averiguar qué hacer con los niños.

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Remo levantó la vista cuando entré. Como de costumbre, su expresión se paralizó cuando me vio con nuestros gemelos, casi como si todavía le costara mucho confiar en sus ojos. —¿Puedes vigilarlos? —pregunté mientras me dirigía hacia ellos. Nino se sentaba junto a Remo. Adamo y Savio estaban en el sofá frente a ellos. —¿Te encargas de Nevio? —le pregunté a Nino, quien se levantó de inmediato y me quitó a mi hijo. A Nevio no le importó, demasiado fascinado por los tatuajes en los brazos de Nino. Me acerqué a Remo. Greta se aferraba a mí, todavía tímida alrededor otros. Remo me dio una mirada inquisitiva. Aún no había cargado a su hija. La única persona, excepto yo que no hacía llorar a Greta, era Kiara. Acarició su masa de cabello negro suavemente y luego le pasó la mano por la espalda. Su voz fue baja y suave cuando le habló. —Greta, mia cara. Mi corazón pareció saltarse un latido. Era la primera vez que escuchaba a Remo hablar en italiano. Mi familia y yo solo hablábamos italiano cuando estábamos rodeados de forasteros, y sabía que muchas familias lo manejaban de la misma manera. La desenredé con cuidado de mi cuello y se la di a Remo. Sus grandes ojos oscuros parpadearon hacia él, y su rostro comenzó a retorcerse. Remo

la meció suavemente en el hueco de su brazo, después bajó la cara y besó la parte superior de su cabeza. Ella dejó escapar un grito vacilante, como si no estuviera segura de querer llorar o no. Le di su sonajero favorito, y él se lo mostró. Ella lo alcanzó, sus ojos iluminándose, y él la ayudó a sacudirlo. Di un paso atrás y luego otro a medida que Remo la mecía. Remo se hundió, todavía meciéndose y susurrando palabras de consuelo. La expresión de Greta dejó claro que todavía no estaba convencida, pero que no estuviera llorando era una buena señal. Savio y Adamo parecían estar teniendo un derrame cerebral. Lo entiendo. Remo era uno de los hombres más temidos del país, y aquí estaba acunando a su bebé en sus brazos, paciente y cuidadoso. Nino estaba meciendo a Nevio en su muslo, y mi hijo soltaba gritos encantados. —Supongo que este es el fin de mis días de prostitución en la casa — murmuró Savio. Remo levantó la vista de Greta, sus ojos estrechándose. —No quiero a una maldita puta cerca de mis hijos.

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Greta lloró ante la dureza de su voz, y los labios de Remo se apretaron. La sacudió suavemente y luego murmuró algo que no pude captar. Para el momento en que ella dejó de llorar, me di la vuelta y me fui. Mis bebés estaban bien cuidados. Finalmente fui a ayudar a Kiara en la cocina. Kiara se ocupaba de los aperitivos vegetarianos y del plato principal vegetariano, mientras yo intentaría una carne asada y un pastel de chocolate. No tenía mucha experiencia en la preparación de ningún tipo de comida, excepto el puré de bebé ocasional, por lo que resultó ser todo un desafío. Más tarde, todos nos acomodábamos alrededor de la mesa con un asado de carne bien hecho, no medio raro como estaba previsto, y un pastel de chocolate ligeramente quemado, pero a nadie le importó. Durante mi cautiverio solo había vislumbrado el vínculo fraterno que Remo y sus hermanos compartían, pero ahora que me convertí en parte de su familia, me di cuenta de lo mucho que se preocupaban el uno por el otro. Remo se había intercambiado por Adamo, había firmado su sentencia de muerte de modo que Adamo pudiera vivir. No había mayor señal de amor que esa. Y eso me dio la esperanza de que Remo fuera capaz de ese tipo de emoción.

Cuando Remo y yo regresamos a nuestra habitación esa noche, me arriesgué a echar otro vistazo a mi teléfono y mis hombros se desplomaron. Ningún mensaje. Remo apareció detrás de mí, sus manos en mi cintura, sus labios calientes en mi garganta. —¿Te arrepientes de haber dejado a la Organización? Me recosté contra él. Su pecho estaba desnudo y se había quitado la mayoría de los vendajes a pesar de las protestas de Nino. —No. Greta y Nevio estarán más felices aquí. Me mordió la garganta con suavidad. —¿Y tú? Me di vuelta en su agarre y lo besé. —Creo que también seré feliz.

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Remo sacó mi vestido sobre mi cabeza antes de retroceder hacia la cama, y ambos caímos abajo. Nos besamos por un largo tiempo hasta que estaba desesperada y caliente. Remo bajó por mi cuerpo y me quitó las bragas para luego acomodarse entre mis piernas. Sus labios y su lengua me empujaron al borde en un par de minutos, después volvió a subir, su cuerpo cubriendo el mío, su peso apoyado en sus antebrazos. Sus ojos se encontraron con los míos cuando embistió dentro de mí, reclamándome por completo por primera vez en catorce meses. —Remo —jadeé. A pesar de los destellos de dolor en su rostro, los empujes de Remo no flaquearon. Golpeó profundo y duro, sus ojos poseyéndome. Cuando él alcanzó entre nosotros y acarició mi clítoris, grité, apretándome a su alrededor y aferrando sus hombros con fuerza. Remo gruñó de dolor y placer, pero siguió empujando mientras cabalgaba mi orgasmo. Me besó ferozmente, posesivamente, y luego se retiró. Me puso boca abajo antes de besarme la oreja a medida que se acomodaba entre mis muslos. Sentí una firme presencia en mi trasero y me puse rígida de sorpresa y miedo. Remo acarició mi espalda, me masajeó el trasero. —Quiero ser dueño de cada parte de ti —murmuró, besando mi hombro. Volví la cabeza, de modo que me encontré con su mirada y me besó lentamente. Remo había puesto sus dedos en mí un par de veces, pero su erección era mucho más grande.

—Di algo —instó. Tragué, nerviosa. —Soy tuya. Todo en mí. Los ojos de Remo se suavizaron. —Relájate, ángel. Seré cuidadoso. Por un momento su peso se alzó, y lo oí tomar algo del cajón. Por encima de mi hombro, lo vi cubriendo su polla con lubricante y luego volvió sobre mí. Me mordió ligeramente el omóplato a medida que empujaba hacia adelante, y me arqueé cuando el estiramiento se tornó demasiado. Remo se detuvo, besó mi hombro, mi mejilla. Sus manos se deslizaron bajo mi cuerpo, encontraron mi pezón y mi clítoris. Tiró de mi pezón mientras sus dedos acariciaban mi clítoris y apertura. Pronto, me relajé a su alrededor a medida que el dolor y el placer se mezclaban. Empujó dos dedos en mí y gimió ásperamente, el sonido tan primitivo y erótico que mi núcleo se apretó con excitación. —Siento mi polla dentro de ti. Es perfecto.

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Gemí a medida que él movía sus dedos lentamente mientras su otra mano seguía retorciendo mi pezón. A pesar del dolor, sentí una liberación aproximándose. Mis labios se separaron y mis músculos se tensaron cuando el placer me abrumó. Remo empujó su polla en mí todo el camino, y gemí y gimoteé, atrapada entre el dolor y el placer. Nunca me había sentido más estirada, al borde del dolor abrumador y, sin embargo, feliz de que Remo también hubiera reclamado esta parte de mí. Temblé, vencida por las sensaciones. Remo besó mi mejilla. —¿Puedo? Asentí y se retiró casi todo el camino. Me estremecí cuando se empujó de nuevo. Pero siguió trabajando mi coño a medida que empujaba dentro de mí lentamente. —Se pondrá mejor, ángel —murmuró. Sus movimientos se tornaron más rápidos, y me mordí el labio. Dolor y placer mezclados, casi convirtiéndose en uno. El cuerpo de Remo me presionó contra el colchón mientras su polla y sus dedos me reclamaban. Con un gemido gutural, Remo embistió una vez más, y sentí su liberación. Me estremecí desesperadamente bajo él. Remo se quedó dentro de mí durante un par

de segundos, su cálido aliento en mi hombro, sus dedos suaves, casi relajantes en mi clítoris. Salió de mí con cuidado, y después me dio la vuelta y se apretó detrás de mí, besando mi hombro. No podía moverme, abrumada, aturdida. Cada vez que pensaba que Remo había tomado todo, tomaba otra parte de mí. —¿Ángel? —preguntó en voz baja. Me di la vuelta en su abrazo y me acurruqué cerca de él, mi nariz enterrada en el hueco de su cuello. Remo se tensó y agarró mi barbilla, empujando mi cara hacia arriba. Podía ver un indicio de vacilación en su rostro mientras evaluaba mi expresión. —Jamás te rendirás a mi voluntad porque crees que quiero que lo hagas. ¿Fue demasiado doloroso? Levanté la vista, tragando con fuerza. Remo estaba preocupado por mí. Cruel, despiadado, brutal hasta lo más profundo, y sin embargo estaba preocupado por mí. —Quería rendirme a ti, entregarme a ti así. Ya posees cada otra parte de mí.

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Sus cejas se fruncieron aún más. Y trazó mi cara con su dedo. —No disfruto lastimándote a menos que eso aumente tu placer. Incliné la cabeza. —Pareces sorprendido. —Me gusta lastimar a las personas, pero no a ti, nunca a ti. Me quedé en silencio, preguntándome qué significaba eso. Remo empujó hacia arriba y se estiró sobre mí y alcanzó el cajón de su mesita de noche. Sacó un estuche pequeño y luego lo puso entre nosotros. —Para ti —dijo. Mis cejas se alzaron. No me había dado un regalo antes, pero había asumido que los regalos para Greta y Nevio también eran para mí. Ya había sido bastante difícil conseguir algo para Remo. Al final, opté por una guía de los senderos de la región, así como un libro de fotos de los primeros siete meses de nuestro gemelo. —¿Qué es? —Ábrelo —exigió Remo, con las yemas de sus dedos trazando mi costado y mi cadera.

Levanté la tapa y me quedé sin aliento cuando mis ojos registraron el collar con el colgante en forma de alas. Era una hermosa pieza de joyería de oro finamente trabajada. Intrincadamente precioso. Lo saqué con cuidado. —¿Dónde lo obtuviste? No saliste de la casa. —Lo mandé hacer a mano por un orfebre local poco después de liberarte. Mis labios se abrieron de sorpresa. Remo me ayudó a ponerme el collar, y el oro frío se asentó en el valle entre mis pechos. —Ruinosamente hermosa —murmuró Remo a medida que trazaba mi piel. Le di una mirada curiosa—. Me arruinaste para todas las demás mujeres. Una ola de posesividad me abrumó. Remo era mío.

Remo 360 Observé a Serafina mientras acariciaba las cabezas de nuestros niños, paciente, cariñosa, a pesar de que ambos habían estado llorando durante horas. Ella les cantó, les susurró palabras dulces. Había dejado a su familia por ellos para que así estuvieran a salvo, para que así tuvieran la vida que merecían, la vida para la que estaban destinados. Había visto la mirada en sus ojos cuando se despedía de sus gemelos por las noches. Serafina había renunciado tanto por nuestros hijos. Su cuerpo era más débil que el mío. No era tan dura, ni cruel, o valiente. Pero Dios, era fuerte. Cuando Nevio y Greta finalmente se quedaron dormidos, se enderezó de donde había estado inclinada sobre su cuna y cuando se fijó en mí, se tensó un poco pero se acercó a mí. Hoy había estado extrañamente tranquila, y sabía que algo le estaba molestando, pero no hablaba de emociones si podía evitarlo. Serafina se detuvo en el pasillo. —He estado aquí por tres semanas, pero aún no sé lo que somos. —Me apoyé en sus hombros, mirándola por encima de ellos.

—Tú eres un ángel, y yo soy tu ruina. Mis labios se tensaron en una sonrisa irónica. Negó con la cabeza casi enojada. —¿Qué soy yo para ti? ¿Tu amante? ¿Tu novia? ¿Un cambio agradable de tus putas habituales? Mi propia ira se disparó. —¿Qué quieres que te diga? —Nada —respondió en voz baja—. Quiero la verdad. Necesito saber qué esperar de ti. —Me encanta la muerte. Me encanta derramar sangre y causar dolor. Me encanta ver el terror en los ojos de las personas, y eso jamás cambiará —susurré con dureza porque era cierto. Solo me miró. —Eres el hombre más cruel que conozco. Me lo quitaste todo.

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Asentí porque eso también era cierto. —Pocas mujeres pueden soportar la oscuridad. No puedo… no voy a obligarte a estar conmigo. Eres libre. —Libre de hacer lo que quiera —murmuró, cálida y suave contra mí. Tentadora—. ¿Incluso llevar a otro hombre a mi cama? Una explosión de rabia me inundó. La quería para mí, quería seguir siendo el único hombre que hubiera probado esos labios perfectos, que la hubiera reclamado, pero más que eso quería que ella también la quisiera. Me tragué mi furia. —Incluso eso —dije después continué en un áspero susurro—: No voy a detenerte. No voy a castigarte por eso. Sonrió con una sonrisa de complicidad. —Pero matarás a cualquiera que me toque. Acerqué nuestros labios. —No solo voy a matarlos, eliminarlos de la manera más cruel posible por tocar algo que no merecen. El desafío parpadeó en sus ojos.

—¿Y tú eres digno? Reclamé su boca, duro y desesperado, antes de apartarme. —Oh no, ángel. Desde el día en que te vi, supe que era el menos digno de todos ellos. —Nunca debí haberle puesto mis manos encima, pero era un maldito bastardo y había tomado todo lo que estuvo dispuesta a dar. Levantó la cabeza, contemplándome. Abrió mi camisa lentamente, un botón tras otro, y cedió bajo esos elegantes dedos. Apoyó su palma contra mi pecho, sobre mi corazón. —¿Hay algo aquí que sea capaz de amar? Mi puto pecho se contrajo. —Cualquier cosa que esté ahí, es tuyo. Cualquier cosa que sea el amor del que soy capaz, también es tuyo. Acunó mi cara, sus ojos feroces, casi brutales en su intensidad.

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—Estás más allá de la redención, Remo —susurró, y yo sonreí con amargura porque lo sabía. Sacudió su cabeza—. Pero yo también, porque incluso si soy libre de hacer lo que me plazca, te elijo a ti. No soy un ángel. Un ángel no amaría a un hombre como tú, pero yo sí. Te amo. —Y me besó con dureza, brutalidad, rabia y amor puro, y le devolví el beso con el mismo amor, la misma rabia. Esta mujer me había robado mi negro corazón. Desde el primer momento en que la vi, quise tenerla. Al principio para destruir a la Organización y a Dante luego, después porque se convirtió en una necesidad irresistible, un anhelo voraz. Y al final, Serafina era quien me poseía, mi negro corazón, mi alma condenada, mi cuerpo cicatrizado. Cada jodida parte de mí era de ella, y si me lo permitía, sería de ella hasta mi último día.

Serafina Mi corazón ardía de emociones. Ferozmente. Remo había declarado su amor por mí. Algo que nunca había considerado una posibilidad.

Este hombre cruel era dueño de mi corazón, y no lo quería de ninguna otra manera. El beso de Remo fue violento, duro. Entonces se retiró. —Cásate conmigo. Me quedé helada. Había sido una orden. Remo no era un hombre que pedía nada. Me recosté contra la pared lentamente, evaluando sus ojos. No me dejó retirarme. Me besó nuevamente pero más gentil. —Cásate conmigo, ángel. Todavía no era una pregunta, pero su voz ya no era dominante. Era suave, convincente, cruda. —¿Ser una Falcone? —murmuré contra sus labios. —Ser una Falcone. Ser mía. Sonreí.

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—He sido tuya durante mucho tiempo. —¿Eso es un sí? —preguntó, su mano deslizándose por mi muslo externo, acariciándome, distrayéndome. —Sí —susurré. —Serafina Falcone —murmuró—. Me gusta cómo suena eso. Sonreí porque este nombre sonaba bien, más correcto que Mancini. ¿Esto era amor? ¿Esto era locura? No me importaba. Era la perfección de cualquier manera.

31 Serafina Estaba inexplicablemente nerviosa cuando Remo me dijo que quería anunciar nuestra boda a sus hermanos y a Kiara al día siguiente. Nos habíamos reunido en la cocina para desayunar, Nevio en el regazo de Kiara y Greta en el mío. —Les espera una nueva boda por delante —dijo Remo sin previo aviso. Cada par de ojos se disparó de él hacia mí. Mis mejillas se sonrojaron. No estaba segura de lo que Savio y Nino pensaban de la situación. Adamo y Kiara me querían, pero los otros dos…

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—¿Se nos permitirá secuestrar a alguien? ¿O al menos derramar un poco de sangre? Ya que antes probaste los bienes, las sábanas sangrientas no pasarán después de todo —dijo Savio arrastrando las palabras, sonriendo. Remo se estiró sobre la mesa y lo golpeó en la cabeza, Savio solo rio entre dientes. —Ten cuidado de no derramar tu sangre. Adamo me sonrió y luego puso los ojos en blanco ante Savio. Kiara se levantó y le dio a Nevio a Remo para que así pudiera abrazarme. —Estoy tan feliz. Savio y Nino definitivamente no parecían infelices, pero su reacción no fue tan entusiasta como la de Kiara o Adamo, no es que hubiera esperado que sea así. Cuando Savio se levantó para atender una llamada, lo seguí, pero esperé hasta que hubo terminado antes de acercarme a él. Me miró con curiosidad cuando se fijó en mí. Ya no se veía como un adolescente, especialmente ahora que tenía una algo de barba. —¿Estamos bien? —pregunté.

—Si te refieres al incidente de la sopa, eso está olvidado. Créeme, la mayoría de las personas quieren hacerme cosas peores, especialmente las mujeres, así que he aprendido a no guardar rencor. —Se encogió de hombros—. Y nosotros éramos los que te manteníamos prisionera, así que en realidad tú tienes más razón para estar enojada. —Cierto. Pero mi familia secuestró a tu hermano menor y casi mata a tu hermano mayor, ¿así que supongo que estamos a mano? La expresión de Savio se tensó brevemente ante la mención de mi familia y mi propio estómago se revolvió dolorosamente. —Ahora eres parte de nuestra familia. No me importa un carajo el pasado. Solo asegúrate de no romper el maldito corazón de Remo. —¿Crees que es una posibilidad? —bromeé. Sus cejas oscuras se fruncieron. —Antes de ti, habría apostado mis bolas contra eso. Para ser honesto, no estaba seguro que Remo tuviera algo parecido a un corazón.

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—Él te ama. Savio miró hacia otro lado, obviamente incómodo. —Somos hermanos. Moriríamos el uno por el otro. —Sonreí—. Deberíamos volver —murmuró Savio—. No quiero que Remo piense que nos estamos enrollando a sus espaldas. Resoplé. —Lo siento, Savio, no es nada contra ti, pero no tienes ninguna posibilidad. Savio me dio una sonrisa arrogante. —Te gusta lo que ves, admítelo. —Volvió a la cocina antes de que pudiera refutarle algo. Pero por alguna razón su ego insoportable era casi entrañable. Me recordaba un poco a Samuel, lo cual era consolador y doloroso al mismo tiempo. Después de mi conversación con Savio, me sentí mejor. Ahora solo necesitaba arreglar las cosas con Nino. Él y yo nunca nos habíamos llevado muy bien, y no estaba segura si era porque a Nino no le agradaba o era debido a su naturaleza. Remo se inclinó cuando me senté a su lado. —¿Se comportó?

Savio puso los ojos en blanco ante su hermano. —Lo intentó —dije. —Eso es todo lo que puedo esperar. Tal vez también probarán tu paciencia tanto como la mía. —Criar gemelos te enseña la paciencia de un santo. Dudo que tus hermanos me puedan poner a prueba. —Ya veremos —dijo Savio con una risita—. Y no aguantes la respiración. Remo no llegará a la santidad a corto plazo. —No quiero que sea un santo —dije, mirando a Nevio y Remo, ambos observándome con esos ojos increíblemente oscuros. Después del desayuno, le pregunté a Nino si podíamos hablar. Nos dirigimos al jardín a pesar de la expresión sospechosa de Remo. —¿Desapruebas nuestra boda? Nino me evaluó sin un destello de emoción.

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—No. Nunca consideré el matrimonio como una opción para Remo, pero eso no significa que no piense que sea algo bueno. Lo fue para mí a pesar de mi propia renuencia con respecto al matrimonio. Asentí. —Me parece que nunca te agradé mucho. —Nunca fue una cuestión de disgusto, Serafina. Eras nuestra prisionera, el enemigo, y no quería que Remo se perdiera en su juego. Pensé que no funcionaría. Pero estaba equivocado. Tú lo salvaste. —No podía dejar que mi familia lo matara. Nino negó con la cabeza. —No me refiero a eso. Esperé, observando el perfil de Nino a medida que veía hacia la distancia. —Remo y yo, estamos jodidos de una manera que no se puede arreglar, en realidad no. Para que alguien nos acepte a pesar de lo que somos, se necesita mucho perdón y amor. Nuestro pasado… rompió ciertas partes de nosotros. —Remo nunca habla del pasado.

Nino asintió. —Te lo dirá eventualmente. Dale tiempo. —Tenemos todas nuestras vidas.

Remo Sostuve a Serafina en mis brazos después del sexo, mi pecho apretado contra su espalda, mi nariz enterrada en su cabello suave, saboreando su aroma dulce. Ella trazaba las cicatrices en mi palma. Lo hacía a menudo. Al principio me había molestado porque era una parte de mí que no compartía con nadie, excepto con Nino.

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—Tenía nueve años —comencé y luego paré porque incluso con Nino nunca había discutido lo que había sucedido. Las palabras siempre habían sido insuficientes para transmitir nuestros horrores compartidos. El olor a sangre inundó mi nariz como siempre lo hacía cuando recordaba ese día. Pronto el hedor a tela y piel ardiendo se uniría al fuerte sabor metálico. Los dedos de Serafina en mi palma se habían detenido. —Te amo sin importar nada. He oído hablar de todos los horrores que cometiste, y sigo aquí. Así era. Podía imaginar la clase de historias que se susurraban en la Organización y eran todas ciertas. Y Serafina había experimentado una pequeña parte de nuestra naturaleza cuando la había capturado, cuando la había cortado. Mirando la cicatriz blanca descolorida, todavía sentía una puta punzada en mi pecho. Aparté su cabello y le besé la nuca. Que a pesar de todo encontrara que me amaba en el fondo de su corazón, que confiaba en mí con nuestros hijos, parecía imposible. —Sé lo que soy. Pero mi padre, era monstruoso de una manera diferente. Disfrutaba torturando a las personas que en realidad debía proteger, tanto como a sus enemigos, o tal vez incluso más. Mi madre lo amaba y lo temía por igual, y ella le permitió humillarla y torturarla por eso. Permitió que él hiciera lo mismo con nosotros. El amor la debilitó.

Serafina sacudió la cabeza levemente. —El verdadero amor no te hace débil. Amar como se supone que debe ser te hace más fuerte. Pero no hay lugar para el miedo donde hay amor. Apreté mi agarre alrededor de ella. —¿No me temes? —Solía hacerlo, pero ya no y nunca más. Apoyé mi frente contra su cabello. Muy pocas personas no me temían. Mis hermanos y tal vez Kiara, y eso era lo que quería, para lo que me esforzaba. —Con el tiempo, odió a mi padre más de lo que lo amaba, y decidió castigarlo de la única manera que creyó posible. Cerré los ojos, recordando ese día.

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Mi madre entró en mi habitación con su camisón largo, que se tensaba sobre su vientre. Nunca nos llevaba a la cama ni nos daba las buenas noches, así que me tensé cuando la vi en la puerta. Nos había preparado a mis hermanos y a mí para ir a la cama mientras ella yacía en el sofá, mirando a la nada. —Remo, mi niño, ¿puedes venir conmigo? Entrecerré los ojos. Sonaba demasiado cariñosa, demasiado amorosa. ¿Mi niño? Sonaba como una madre. Ella sonrió y di un paso vacilante hacia adelante, más esperanzado que sospechoso. —Nino y Savio ya están en mi habitación. Eso me convenció. La seguí hacia su dormitorio. Por un segundo consideré deslizar mi mano entre las suyas, pero nunca me había tomado de la mano y ahora era demasiado mayor. Para el momento en que entré en el dormitorio, cerró la puerta rápidamente y nos encerró. Mis ojos registraron a Nino arrodillado en el suelo, acunando su brazo. Todo era rojo. Riachuelos rojos se arrastraban por sus brazos, sus muñecas estaban abiertas. Sus ojos se clavaron en los míos. No estaba haciendo ni un sonido, solo llorando a medida que sangraba. Sangre. Por todos lados. Me tapó la nariz. Busqué a Savio frenéticamente y lo encontré inmóvil en la cama. Un grito se incrustó en mi garganta hasta que noté el ascenso y la caída de su pecho. No se había ido.

Mamá se paró frente a mí y me agarró del brazo. Algo plateado brilló ante mis ojos y me sacudí. Mis manos y cara ardieron cuando la hoja me cortó. Golpeé, arañé y rugí, luchando contra ella. Y entonces, se detuvo y el olor a humo llenó la habitación. Las cortinas se estaban quemando. Nos quemaríamos. Todos nos quemaríamos. Nino comenzó a tararear, meciéndose hacia adelante y hacia atrás, pálido y sudoroso. Corrí hacia la ventana. Afuera oí los gritos de los hombres de mi padre. Arranqué las cortinas y las llamas lamieron mis manos, cuello y brazos, abalanzándose con avidez hacia mi piel. Grité mientras rompía la ventana. Ayudé a Nino a salir, después agarré a Savio y salté por la ventana con él en mis brazos. Mis huesos se rompieron y me quemé por todas partes. Agonía, pura y abrumadora. Mirando hacia la ventana, vi a nuestra madre gritando desesperada entre el humo y las llamas. Gritando porque le había arrebatado su venganza, porque no había muerto con mis hermanos como se suponía que debíamos. Quise que ardiera, quise que se fuera de nuestras vidas. La quería muerta.

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Serafina estaba en silencio cuando terminé. Tragó con fuerza. —¿Cómo una madre puede hacer eso a sus hijos? Moriría por Greta y Nevio. Nunca les haría daño. Y si alguna vez los lastimas, Remo, te mataré. Eso es una promesa. —Espero que lo hagas porque si los lastimo, no merezco nada menos que un cuchillo en el maldito corazón. Serafina se dio la vuelta en mis brazos, sus ojos azules fieros y confiados. —Pero nunca les harás daño. Sé que no lo harás y protegerás a las personas que amas. Asentí. —No lo haré y nadie más lo hará. —Maldita sea, destruiría a cualquiera que lo intentara. Ella trazó la cicatriz sobre mi ceja. —Sé que está mal, pero desearía haber matado a tu madre por lo que te hizo. Mi pecho se apretó. No le dije que mi madre todavía estaba muy viva. Llevé la mano de Serafina a mi cara y besé la palma de su mano luego la cicatriz que había creado.

—No permitiré que nadie te arrastre a mi oscuridad. Un día iba a matar a mi madre. Un día, Nino y yo seríamos lo suficientemente fuertes para hacerlo. —Esa no es solo tu elección. —Dirijo sobre cientos de hombres. Puedo ser muy convincente si lo intento. Sonrió con una lenta y feroz sonrisa. —Créeme, lo sé. Me convenciste de enamorarme de mi captor. Pero puedo ser muy terca. La acerqué aún más. —Es verdad. Casi me pones de rodillas. Levantó una ceja rubia perfecta. —¿Casi?

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—Me tuviste tirado en mi propia sangre a tus pies, ¿no es suficiente? — pregunté en voz baja. —No hagas eso nunca más. —No lo haré. La próxima vez que me bañe en sangre no será mía. La realización parpadeó en sus ojos. Suspiró y luego me besó. —Juraste no matar a mi familia. —Ángel, juré no matarlos ese día. Los hombres de tu familia son miembros de alto rango de la Organización. Tu tío es el maldito Dante Cavallaro. Si quiero ganar esta guerra, voy a tener que matarlo, y voy a ganar esta jodida guerra. Porque si no lo hago, Cavallaro lo hará y eso significa que Nevio y Greta, tú, mis hermanos… no estarán a salvo. Y no me importa cuántos tendré que matar para garantizar tu maldita seguridad. Mataré a todos los que amenacen a las personas que están bajo mi protección. —Toqué su garganta, acariciando la suave piel allí—. No puedes tenerlo todo. Tienes que hacer una elección. Sacudió su cabeza. —Hice mi elección, Remo. Te elegí y te elegiré una y otra vez. Mierda. No merecía a esta mujer.

Serafina Llevábamos dos meses viviendo en Las Vegas. Estaba empezando a sentirme como en casa, más en casa de lo que me había sentido en Minneapolis desde que había dado a luz a mis gemelos. Seguí enviando mensajes a Samuel, pero se hicieron menos frecuentes debido a su falta de reacción. Cada semana le enviaba una breve nota diciéndole que estaba bien y una foto de los gemelos y de mí. No había respondido hasta ahora, pero sabía que los leía e incluso eso era una pequeña victoria. No me había bloqueado. Todavía quería saber cómo estaba, aunque ahora era prácticamente el enemigo. La guerra entre la Camorra y La Organización no terminaría pronto, incluso aunque las cosas se hubieran calmado de momento. Dante probablemente estaba planeando algo, y estaba bastante segura que Nino y Remo tampoco se relajarían con la Organización.

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El cumpleaños de Remo era mañana e incluso si no lo celebraba, quería darle algo especial. Era difícil idear un regalo para alguien que gobernaba la Costa Oeste y podía comprar lo que quisiera porque el dinero no era un problema. Me había costado mucho encontrar algo que significara algo y le mostrara a Remo lo que él significaba para mí. Temprano en la mañana, después de otra noche de insomnio con los gemelos, me acerqué a Nino, que estaba nadando sus habituales vueltas en la piscina. Kiara estaba vigilando a los bebés ya que ambos estaban bastante agitados en este momento debido a su dentición. Nino me vio de pie junto a la piscina y nadó hacia el borde. —¿Sucede algo? —Tengo un favor que pedirte. Nino salió del agua. Mis ojos escanearon la miríada de tatuajes en la parte superior de su cuerpo y muslos. Nino me contempló con curiosidad, y me di cuenta que había estado mirando fijamente. —Lo siento. No quise quedarme boquiabierta, pero me preguntaba dónde te hiciste los tatuajes. Nino se acercó a la tumbona y recogió su toalla. —Algunos los hice yo mismo. Esos en los lugares que no puedo alcanzar los hice en un estudio de tatuajes no muy lejos.

—¿Haces tatuajes? —Puedo hacerlos, sí —dijo—. ¿Por qué? Vacilé. —Porque quiero hacerme un tatuaje. ¿Puedes hacerlo por mí? —Eso depende de lo que quieras exactamente. —Quiero unas alas de ángel en la parte posterior de mi cuello —contesté, con un rubor extendiéndose en mis mejillas bajo el escrutinio de Nino. No estaba segura si sabía el apodo que Remo tenía para mí, pero se sentía como algo personal para compartir. —Alas, puedo hacerlo… si tienes un diseño en mente. ¿Puedes mostrarme dónde quieres el tatuaje exactamente? Se me acercó y empujé mi cabello hacia un lado, desnudando la nuca de mi cuello y tocando el lugar. —Aquí. —Será doloroso —advirtió Nino.

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Le envié una mirada. —Di a luz a gemelos. Creo que puedo soportar una aguja. Nino inclinó la cabeza. —Eso es verdad. Si bien no puedo evaluar la fuerza del dolor de parto porque nunca lo he experimentado, asumo que es insoportable. —Lo es —dije—. Entonces, ¿lo harás? —Si es tu deseo, entonces sí. ¿Cuándo? —Tan pronto como sea posible. El tatuaje es el regalo de cumpleaños de Remo. Una vez más, Nino me dio una mirada ligeramente curiosa. —Podemos hacerlo más tarde. Puedo preparar todo en una de las habitaciones de invitados. —Gracias —dije. —Agradéceme una vez que haya terminado y estés feliz con el resultado. — Hizo una pausa—. Supongo que no quieres que Remo se entere por ahora.

Asentí. —Si es posible. —Es un secreto que no me importa ocultarle a mi hermano.

Como prometió, Nino había instalado todo en un dormitorio de invitados en su ala. Estaba nerviosa a pesar de mis mejores intenciones de no estarlo. Nino rezumaba calma mientras me estiraba sobre mi estómago en la cama. Desinfectó mi cuello antes de apoyar la aguja de tatuar contra mi piel, y me estremecí con la primera punzada. Pronto me acostumbré a la sensación ardiente. Nino se movió rápida y meticulosamente, y no hablé a medida que trabajaba, sin querer distraerlo. Cuando finalmente terminó, me incorporé y acepté el espejo que Nino me tendió. Sostuvo un segundo espejo detrás de mi cuello.

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El resultado fue más impresionante de lo que nunca podría haber imaginado. No sabía que era posible pintar una obra de arte tan intrincada con una aguja. Las plumas de las alas se veían tan reales que esperaba que revolotearan al viento. —Es hermoso —admití. Nino asintió. —Remo apreciará el mensaje. —¿Sabes que me llama ángel? —Le oí decirlo, sí, y tú eres la contraparte de su ángel caído en su espalda. —¿También lo tatuaste? —Lo hice —murmuró Nino. —¿Por qué las alas rotas y chamuscadas? El ángel caído está arrodillado, y las puntas de las plumas están torcidas y ardiendo. Nino me contempló de cerca. —¿Qué te dijo Remo de nuestro pasado? —Me dijo que su madre intentó matarlos y que casi mueren en el fuego. La cara de Nino se tensó y asintió.

—Remo se quemó para salvarnos. Nunca le pregunté a Remo sobre los detalles de por qué quería hacerse el tatuaje, pero creo que tiene algo que ver con ese día. —Gracias, Nino. Nino sacudió la cabeza levemente. —No, gracias a ti.

Ocultar mi tatuaje de Remo resultó difícil. Lo tenía cubierto con mi cabello, pero cuando movía la cabeza, a menudo tenía que evitar hacer una mueca.

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Esa noche, después de llevar a los gemelos a la cama, Remo me empujó contra él en nuestra habitación, sus manos apretando mi trasero antes de que se movieran más arriba. Me besó y me tocó el cuello. Retrocedí con una mueca antes de que pudiera evitarlo. Sus ojos se estrecharon. —¿Qué pasa? Consideré inventar algo, pero Remo era demasiado bueno para detectar mentiras, y su cumpleaños estaba a solo dos horas más. —Se suponía que este era tu regalo de cumpleaños —dije suavemente a medida que levantaba mi cabello y me giraba para que así pudiera ver mi cuello. Remo se quedó callado y me arriesgué a mirarlo por encima del hombro. Levantó los ojos de mis alas lentamente con una sonrisa extraña. —Alas. Sonreí. —Porque me diste alas. Sacudió la cabeza, sus ojos oscuros suavizándose. —Ángel —dijo en voz baja, rozando sus dedos sobre mi piel tierna—. Todo el tiempo, tuviste alas. Solo necesitabas un pequeño empujón para abrirlas y volar. Me di la vuelta para encararlo. —Tal vez, pero no lo hubiera hecho por mi cuenta.

Al principio nos besamos lentamente, pero Remo profundizó nuestro beso rápidamente, y de repente estábamos en la cama tirando de nuestra ropa y acariciando cada centímetro de piel desnuda que pudiéramos alcanzar. Empujé a Remo sobre su espalda, sonriendo, y su sonrisa de respuesta, toda deseo y dominio, envió una punzada de excitación a través de mí. Inclinándome hacia adelante para reclamar su boca por un beso, descendí sobre su erección, gimiendo ante la sensación de plenitud. Remo se sentó, llevándonos pecho a pecho, latido acelerado contra latido acelerado. Jadeé ante el cambio de él dentro de mí, ante la sensación de su fuerza cuando sus brazos rodearon mi espalda. Mecí mis caderas, conduciéndolo profundamente en mi interior a medida que nos besábamos. Nos miramos mutuamente como siempre lo hacíamos, y esos ojos oscuros me cautivaron como lo habían hecho desde el principio. Muy a menudo crueles y despiadados, pero apasionados y reverentes cuando descansaban sobre mí, tiernos y cariñosos cuando contemplaban a nuestros gemelos.

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Cuando los dos encontramos nuestra liberación, nos quedamos envueltos el uno en el otro de esa manera, con la respiración agitada, los cuerpos resbaladizos por el sudor. Pasé la punta de mis dedos sobre la espalda de Remo, trazando el lugar donde se extendían las alas de su ángel caído. Él arrastró sus propios dedos hacia arriba, a lo largo de mi espalda hasta que alcanzó mi nuevo tatuaje. Me estremecí ligeramente y el toque de Remo se volvió aún más suave. Mi corazón estaba listo para escapar de mi caja torácica por la mirada en sus ojos. Remo escaneó mi expresión, sus cejas frunciéndose entre sí. Suspiré. —Lo siento. Desde mi embarazo estoy más emocional. Espero que desaparezca pronto. —Me aclaré la garganta y luego apoyé la palma de mi mano sobre su omóplato—. ¿Cuál es el significado de tu tatuaje? Sabes por qué me hice el mío, pero me pregunto por qué te hiciste el tuyo. Una pizca de cautela brilló en los ojos de Remo, las paredes a las que estaba acostumbrado usar queriendo bloquear todo en su lugar. —Nino lo hizo. Hace unos siete años. Asentí para mostrarle que estaba escuchando. —Es un ángel caído, como dijiste. Representa la caída a la que tanto Nino como yo nos enfrentamos el día en que nuestra madre intentó matarnos.

Mis cejas se fruncieron. —¿Caída? Salvaste a tus hermanos. ¿Cómo es que llamas a eso caer? La expresión de Remo era oscura y retorcida, sus ojos lejos, atormentados, enojados. —Hasta ese día, Nino y yo éramos inocentes. Después de eso no lo fuimos. Ya habíamos experimentado nuestra parte justa de violencia por parte de nuestro padre, pero eso nunca nos afectó tanto como lo hizo ese día. Las llamas de ese día chamuscaron nuestras alas y comenzó nuestra caída en la oscuridad. Nos convertimos en quienes somos hoy. Es por eso que el ángel caído está arrodillado en charcos de sangre. Había notado que el ángel caído se arrodillaba en charcos de algún tipo de líquido, que algunas de sus alas chamuscadas se sumergían en eso, pero no me había dado cuenta que era sangre. Por un momento, no estaba segura de qué decir, cómo consolar a Remo. ¿Podrían siquiera las palabras ser suficientes para hacer que los horrores de su pasado sean mejores? —Lo siento —dije en voz baja.

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La mirada de Remo se centró en mí, apartándose de las imágenes del pasado. —No eres la que debería disculparse. Y no la perdonaré sin importar cuán a menudo se disculpe. No es que ella lo haya hecho nunca. Me quedé helada. —¿Tu madre no murió ese día? —No. Incluso aunque la quería muerta, me alegro que sobreviviera ese día o Adamo no estaría aquí. Estaba muy embarazada de él. Negué con la cabeza, sin comprender ni remotamente lo que había hecho la madre de Remo. —¿Dónde está? —En una instalación mental. —La voz de Remo se hundió y se volvió cruel—. Seguimos pagándola para que así pueda vivir, respirar y existir, cuando tampoco debería estar haciéndolo. —¿Por qué no la has matado? —Con alguien más, nunca habría preguntado algo así, pero este era Remo. El asesinato estaba en su naturaleza, y sus palabras dejaban claro que odiaba a su madre.

Remo presionó su boca contra el hueco de mi cuello. —Porque —gruñó—. Por alguna jodida razón, Nino y yo somos demasiado débiles para matarla. No la hemos visto en más de cinco años… —¿Savio y Adamo saben lo que pasó? —Savio lo ha sabido por un tiempo. Y hablamos con Adamo unos meses después de que se iniciara en la Camorra. Acaricié el cuello de Remo. —¿Has pensado en visitarla nuevamente para tratar de encontrar un cierre? Remo levantó la vista, con una expresión áspera. —No habrá ningún cierre hasta que ella esté muerta. No quiero malgastar otro segundo de mi vida en ella. Ya está jodidamente muerta para mí. Tú, Greta y Nevio son lo que importa ahora. Mis hermanos son lo que importa. Eso es todo.

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Lo besé para mostrarle que entendía. Aunque no pensaba que fuera así de fácil. Su madre aún dominaba parte de su existencia, pero respetaba que Remo no estuviera todavía listo para buscar una solución ahora. No era mi lugar para entrometerme. Sus hermanos y él tendrían que enfrentarse a su madre algún día, y tal vez entonces podrían superar sus demonios. Todo lo que podía hacer era mostrarle a Remo un futuro mejor. Un futuro con una familia que lo amaba. Siempre había tenido a sus hermanos, pero ahora también nos tenía a nosotros.

32 Remo Serafina, Leona y Kiara estaban ocupadas en la cocina, horneando pasteles de cumpleaños para los gemelos cuyo primer cumpleaños era hoy. Ya era cerca del mediodía. Dudaba que pudieran preparar el pastel a tiempo para la tarde, pero no dije nada.

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—Parece un desperdicio de esfuerzo crear pasteles elaborados con la forma de un unicornio y un auto cuando su único propósito es ser comidos —comentó Nino cuando salimos de la cocina para darles a las mujeres su espacio. Habían encontrado imágenes de pasteles complicados en Internet y estaban decididas a recrearlos para Greta y Nevio. —Me importa un carajo, pero Serafina está tan jodidamente emocionada por los pasteles, así que creo que vale la pena trabajo. Dudo que a los niños les importe mucho. Solo aplastarán sus manos en el pastel y embutirán la cara —dije, mirando a Greta, a quien acunaba en el hueco de mi brazo. Ahora se sentía completamente cómoda en mi presencia, y se sentía como uno de los mayores triunfos de mi vida al ver que sus grandes ojos oscuros me miraban con confianza. Y por mi jodido honor y todo lo que importaba, jamás haría nada para traicionar esa confianza. Cuando al principio había estado desconfiada de mí, se había sentido como un cuchillo en el corazón. Siempre había disfrutado el miedo en los ojos de los demás, a excepción de mis hermanos, pero con mis hijos y Serafina nunca quería volver a verlo. —Nunca consideré el matrimonio como una opción para los dos —dijo Nino pensativamente a medida que nos deteníamos junto a la piscina. —Nunca pensé que encontraría una mujer a la que no quisiera matar después de unas horas. Greta me dio una sonrisa dentuda, y le acaricié el cabello hacia atrás. Lo llevaba bastante largo y ligeramente rizado como sucedía con el cabello de Adamo. —Hmm, mia cara, ¿lista para tu primer baño?

Nevio estaba acunado en el brazo de Nino y, como de costumbre, intentaba agarrar los tatuajes coloridos. Ya podía adivinar lo que querría conseguir una vez que fuera mayor. Fabiano ya estaba descansando en el flotador de flamenco rosado que Savio había usado antes de que prohibiera cualquier tipo de prostitución en la mansión. Le puse los ojos en blanco. —Esa es una vista inquietante. Fabiano se encogió de hombros. —Es cómodo. Savio y Adamo estaban jugando con una pelota de agua cerca de la cascada en la piscina y discutiendo como siempre. Era el primer baño para los bebés, ya que antes no teníamos una piscina climatizada y solo la habíamos instalado ahora que los bebés eran parte de nuestro hogar. Nino entró despacio en la piscina con Nevio.

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Nevio soltó un chillido, sonriéndome. Mi jodido corazón se llenó de orgullo. Ese chico no temía nada. A veces casi me preocupaba lo parecido que era a mí. Se metería en problemas tan pronto como pudiera caminar mejor. Nino se acercó a Fabiano en el flotador, y Nevio intentó tomar sus manos, queriendo montar en el flamenco con Fabiano. Fabiano levantó sus ojos hacia los míos, pidiendo permiso. Asentí, girando el antebrazo con el tatuaje. Entre nosotros significaba algo más que un juramento a la Camorra, más que ser un hombre de la mafia. El día que Fabiano se había jurado a mí, a la Camorra, se había convertido en familia, y confiaba en él con mis hijos. Nunca se lo había dicho, pero entendía por qué actuaba de la forma en que lo hacía cuando intenté abrir una brecha entre Leona y él. Quería protegerla, quería proteger a alguien que podía ver más allá de la jodida oscuridad, que lo amaba a pesar de todo. Serafina había cambiado mi punto de vista en las cosas, y si estuviera en mi naturaleza, podría haberme disculpado con Fabiano por cómo había actuado. Fabiano extendió los brazos y Nino le tendió a Nevio, quien pataleó felizmente hasta que estuvo sentado en la parte delantera del flotador, aferrándose al cuello del flamenco. —Espero que le hayas dado una buena restregada a esa cosa —grité a Savio, quien me enseñó el dedo medio.

Bajé los escalones hacia la piscina. Al momento en que los pies de Greta tocaron el agua, su rostro se retorció, pero hice un sonido suave y relajante y se calmó. Cambiándola para que así su cabeza estuviera al nivel de la mía, nos hundí aún más en el agua tibia. Greta se aferró a mí, mirando el agua críticamente. Al cabo de un rato solo sonrió y golpeó el agua con la palma de su mano. Fui hasta el flotador de flamenco, pero Greta apretó su agarre cuando intenté ponerla en él. Nevio balbuceaba, sus diminutas piernas agitándose a medida que Fabiano lo sujetaba por la cintura. Tanto Greta como Nevio eran expertos en el balbuceo, pero los dos no habían dicho ninguna palabra excepto “mamá”, y aunque Nevio ya estaba dando sus primeros pasos, Greta solo gateaba. Era una niña cautelosa y me recordaba mucho a Nino. Nevio me sonrió, apretando el cuello del flamenco antes de que extendiera sus brazos con sus manos intentando agarrarme. —Papá. Papáááá. Me congelé por un momento, mi expresión paralizándose. Fabiano sonrió y Nino me apretó el hombro. Envolví mi brazo alrededor de Nevio y lo apreté contra mi pecho. Greta presionó su palma húmeda contra la mejilla de Nevio, riendo. Nadé en el agua con los dos, hundiéndome un poco, haciendo que gritaran de alegría.

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Serafina se dirigió a nosotros en un sensual bikini blanco capaz de provocar un infarto a cualquiera, con Kiara y Leona detrás. Se acercó al borde de la piscina y se metió. —¡Mamá! —llamó Greta, y le entregué a nuestra hija a Serafina. Me quedé cerca y toqué el muslo de Serafina. Ella arqueó las cejas—. ¿Pasa algo? Tienes una expresión extraña. —Nevio dijo papá —dije. Se inclinó y me besó, su expresión tan llena de felicidad que inundó de calidez incluso mi corazón cruel. —Papá —confirmó Nevio, golpeando la superficie con su palma una vez más y enviando agua a todas partes. Serafina sacudió la cabeza con una sonrisa suave mientras se deslizaba en el agua con Greta presionada contra su pecho. —Esto está cerca de la perfección —dije, indicando a las personas reunidas a nuestro alrededor—. Todos los que importan están aquí. Y maldita sea, los protegería a todos con mi vida.

Una sombra pasó por el rostro de Serafina, y desvió la mirada, parpadeando rápidamente. Envolví mi mano sobre su cuello, acercando nuestros rostros. Ella me miró fijamente. —Sé que los extrañas, especialmente a tu hermano. Solo asintió. —Lo hago, y desearía que pudieras conocer a Sofia y a mi madre. Desearía que pudieran verte como yo te veo. Serafina me veía de una manera que la mayoría de la gente nunca lo haría porque nunca permitiría que lo hicieran. —No puedo prometerte paz. No es solo mi decisión, y hay mucha mala sangre entre la Camorra y la Organización. No voy a retroceder, no cuando Cavallaro fue el primero en trasgredir mi territorio. Todavía quería bañarme en la sangre de Cavallaro y sabía que él compartía el sentimiento. La paz jamás sucedería.

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—Lo sé, y puedo lidiar con eso. Esta es ahora mi familia nueva, y estoy feliz de que los bebés y yo estemos aquí a donde pertenecemos. —Hizo una pausa, suspirando—. No puedo dejar de extrañar a mi familia, especialmente a Samuel. Siempre hemos sido muy cercanos, y ahora no he sabido nada de él en mucho tiempo. Es difícil. Estaba acostumbrado a encargarme de las cosas, acostumbrado a las cosas yendo a mi manera, pero esta era una cosa que no podía cambiar por ella. No iba a hacer una oferta de paz hacia Cavallaro, incluso cuando el ataque a la Arena de Roger fue orquestado por Scuderi, pero el ataque a nuestra carrera en Kansas definitivamente no lo fue. Habían torturado a mi hermano. Esa era otra cosa que no podía olvidar fácilmente. Quería que sangraran. Al menos el maldito Dante Cavallaro. Greta rio nuevamente y Nevio le siguió. La expresión de Serafina se iluminó, y me sonrió. Mierda. Esa sonrisa me tenía cada vez.

Serafina

Nevio era un pequeño torbellino, y solo había empeorado desde que comenzó a caminar. Era el día antes de nuestra boda y solo cuatro días desde el cumpleaños de los gemelos, y Kiara estaba ocupada con la preparación de los últimos minutos, aunque iba a ser un asunto pequeño. Adamo tenía el deber de niñera de Nevio, que consistía principalmente en correr detrás de él y asegurarse que no se rompiera el cuello o que pusiera las manos en algo que se pudiera romper. Cada vez que Adamo levantaba a Nevio en sus brazos, comenzaba a llorar en protesta. Le di a Adamo una sonrisa comprensiva cuando dejó escapar un suspiro. —¿Puedo asumir el control si quieres? Adamo sonrió tímidamente. —Necesito un descanso. Riendo, le quité a Nevio y lo levanté en mi cadera a pesar de su fuerte protesta. —Mamá, no. No. No. ¡No!

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—Tenía muchas ganas de que hablaran —dijo Remo desde su lugar en una manta donde jugaba con Greta a medida que intentaba trabajar en su iPad simultáneamente—. Pero Nevio disfruta de la palabra “no” demasiado para mi gusto. “No”, “mamá” y “papá” eran las únicas palabras que Nevio había dominado hasta el momento. —¡No! —gritó Nevio. Me reí. Remo negó con la cabeza. —Nevio, ya es suficiente. Nevio frunció el ceño, sus labios convirtiéndose en un puchero. —¿No? La boca de Remo se contrajo. —Si te quedas tranquilo, te bajo de nuevo —le dije. Nevio me miró, luego a Remo, obviamente no estando seguro si nuestra oferta valía la pena.

Greta gateó acercándose a Remo, y él la contemplo. Ella presionó sus manos contra sus piernas y se empujó hacia arriba lentamente, con el trasero alzado, y luego tambaleó hasta ponerse de pie. Remo se estiró, y ella envolvió su pequeña mano alrededor de su dedo índice y los otros dedos de Remo cubrieron los suyos, estabilizándola, y mis ojos comenzaron a llorar. —Bien —la alentó Remo. Lo miró, sorprendida, y todavía un poco insegura. Dio un paso vacilante, y él sonrió. —Muy bien, mia cara. —Su sonrisa se ensanchó, dio unos cuantos pasos inestables y temblorosos y tropezó contra él. Remo se quedó quieto mientras ella se aferraba a su camisa y dedo, mirándolo con absoluta confianza. Dejé a Nevio en el suelo porque podía decir que quería unirse a ellos. Al segundo en que sus pequeños pies tocaron el suelo, se tambaleó hacia Greta y su padre. Remo envolvió también un brazo alrededor de él.

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Greta soltó la camisa de Remo e hizo el movimiento de agarre cuando quería ser alzada. Todavía prefería que la cargaran. Remo puso una mano debajo de su espalda mientras que la otra la sostenía y la presionaba contra su pecho. Le tendió la mano a Nevio. —¿Brazo? Nevio asintió por una vez, y Remo se inclinó para también alzarlo. Se enderezó con un niño en cada cadera y presionó un beso en la parte superior de sus cabezas. Sus ojos encontraron los míos, y no me importó que viera mis lágrimas. Hoy con mucho gusto se las daría. Remo estaba más allá de la redención ante los ojos de tantos. Era el hombre más cruel que conocía. Pero con cada átomo en mi cuerpo, sabía que nunca lastimaría a nuestros hijos. Los protegería. Eran Falcone. Eran suyos. Nuestros. Ambos moriríamos por ellos, el uno por el otro. Mañana me convertiría oficialmente en una Falcone, y también mis hijos. Sabía que todos llevaríamos el nombre con orgullo.

33 Serafina La boda estaba programada para la tarde. Elegí un vestido al estilo bohemio sin perlas o un corpiño. La parte superior estaba tejida con un escote en V, y la falda fluía libremente alrededor de mi cuerpo, tocando el suelo en suaves ondas. Mi cabello caía suelto y en rizos indómitos alrededor de mis hombros.

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Me permití otro momento para mirar mi reflejo. Este día se sentía muy diferente al día de mi última boda. En aquel entonces, me asustaba lo desconocido, pero estaba decidida a hacer lo que se esperaba de mí, contenta de casarme con un hombre al que apenas conocía y del que definitivamente no estaba enamorada. Hoy estaba absolutamente segura de mi amor por mi futuro esposo. Remo tenía mi corazón en un agarre de hierro, y no lo habría deseado de otra manera. El amor puede florecer en el lugar más oscuro, y el nuestro lo hizo de forma salvaje, libre e indomable. No había creído posible sentirme así por alguien; de vez en cuando lo había soñado o lo había esperado tontamente, pero sabía que era un regalo raro en nuestros círculos. Salí de nuestra habitación y caminé por los silenciosos pasillos de la mansión, un lugar que se había convertido en mi hogar y un refugio seguro para Greta y Nevio. Falcone. Un nombre que todos llevaríamos con orgullo. Un nombre que nuestros hijos siempre podrían decir con la cabeza bien alta. Adamo me esperaba en la sala de juegos y sonrió cuando me vio. Las ventanas francesas estaban abiertas y una suave brisa, cálida y relajante entraba a través de ella. Adamo estaba vestido con pantalones de vestir y una camisa blanca, y se había cortado el cabello para refrenar sus rizos salvajes para la ocasión. Las lágrimas brotaron de mis ojos, y mi pecho se contrajo dolorosamente. Se suponía que este sería trabajo de Samuel. Lo quería a mi lado en uno de los momentos más importantes de mi vida. Estaba destinado a acompañarme por el pasillo. Siempre había sido destinado a ser él, pero él no estaba aquí. Adamo extendió su mano y yo apoyé la mía. Me dio un apretón.

—Un día tu familia lo entenderá. Un día habrá paz. Lo miré fijamente, a su sonrisa amable y ojos cálidos, luego bajé la vista a la marca de quemadura en su antebrazo, en los cortes curados. De vez en cuando, todavía veía la mirada atormentada en sus ojos y me preguntaba si nos ocultaba lo peor de su lucha. Ya casi no estaba en casa. Tanto dolor y sufrimiento en nombre de la venganza y el honor. —¿Quieres la paz después de lo que mi familia te hizo? —Vas a casarte con el hombre que te secuestró. Me reí. Él me tenía allí. Si alguien me hubiera dicho el día de mi boda con Danilo que alguna vez consideraría convertirme en una Falcone, me habría reído en su cara. Mucho había cambiado desde entonces. Apenas conocía a la chica de entonces. Había sido reemplazada por alguien más fuerte. Adamo tiró suavemente de mi mano e indicó hacia los jardines. —Ven. Todos están esperando, y ya sabes cómo es Remo. La paciencia no es su fuerza.

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No, no lo era, pero me había esperado más de una vez. Adamo me sacó de la mansión y pasamos por el estanque hacia la pequeña congregación que había en el césped. Mis pies descalzos tocaron la cálida hierba, y luego vi a Remo al final del pasillo, debajo de un arco de madera blanca, y una sensación de rectitud me llenó. Rosas rojas como la sangre se arrastraban alrededor del arco, contrastando hermosamente con el blanco. Kiara había arreglado todo con la ayuda de Leona. No era una gran fiesta con cientos de invitados, a los que ninguno nos hubiera importado. Éramos solo nosotros, los hermanos de Remo, Fabiano, Kiara, Leona y los gemelos, y así nos sentimos perfectos. Al no invitar a todos los lugartenientes de la Camorra, Remo se había arriesgado a insultar a mucha gente, pero también sabían que a él no le importaba ni mierda y sus soldados probablemente sabían que era mejor no expresar su disgusto en caso de que lo sintieran. En sus pantalones oscuros, camisa de vestir negra y chaleco rojo sangre, Remo era un espectáculo para la vista. Alto, oscuro y brutalmente atractivo. Sus ojos me chamuscaron incluso desde lejos, y una esquina de su boca se levantó en esa sonrisa torcida, siempre al borde de la oscuridad, que había llegado a amar.

—¿Lista? —preguntó Adamo cuando llegamos al punto de inicio del largo pasillo de pétalos blancos. Ni siquiera quería saber cuánto tiempo habían pasado Kiara y Leona preparándolos cuidadosamente en un sendero, pero habían insistido en hacerlo. —Sí —dije sin lugar a duda, sin vacilación. Todos se habían reunido a ambos lados del arco. Kiara sostenía a Greta en sus brazos y Nino sostenía a Nevio. No podía esperar a que también fueran padres. Y entonces vi una cabeza rubia a un lado, lejos del resto, al borde mismo, y mi garganta se tensó. Mi mirada se fijó en la de Samuel. Se paraba con las manos metidas en los bolsillos, y una expresión ilegible. Por un momento me quedé completamente inmovilizada por mis emociones. Alegría pura y un poco de preocupación, porque definitivamente no había paz entre la Camorra y la Organización. Hice a un lado el último sentimiento, enfocándome en el hecho de que mi gemelo, mi Samuel estaba en uno de los días más importantes de mi vida. Adamo y yo empezamos a caminar por el pasillo. Todavía deseaba que Sam estuviera caminando a mi lado, pero entendía por qué no podía, por qué su orgullo no le permitía entregarme a Remo.

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Mi mirada se apartó de Samuel hacia el hombre que había capturado mi corazón con salvaje abandono. Los ojos oscuros de Remo sostuvieron los míos a medida que me dirigía hacia él. Cuando llegamos al frente, Greta me vio y me dio una gran sonrisa, con un solo pétalo pegado a la comisura de su boca. Por eso Kiara solo había comprado flores comestibles. Era simplemente perfecta con los niños. Mi corazón se desbordó de amor por todos ellos. Nevio estaba junto a Nino, o más bien se aferraba a su pierna, pero me daba cuenta que se estaba cansando de quedarse quieto. Pronto deambularía por los jardines en sus piernas inestables. Solté a Adamo y tomé la mano extendida de Remo. Sonriendo a Remo, le susurré: —¿Cómo? ¿Cómo hiciste que Samuel viniera? —Mis ojos se dirigieron a mi gemelo por un momento, incrédulo, increíble, y tan extraordinariamente feliz. Miré de nuevo a Remo, intentando contener mis emociones. Remo pasó su pulgar por el dorso de mi mano, sus ojos oscuros llenándose de una calidez que no otorgaba a muchos.

—Juré que estaría a salvo si venía. Usé tu teléfono para llamarlo. Fue un proceso difícil. —Tragué. Podía imaginar cuánto tiempo y esfuerzo había costado convencer a Samuel de venir aquí, de arriesgar tanto. Y supe que Remo habría tenido que dejar de lado su orgullo para dar un paso hacia mi hermano, el enemigo. Lo había hecho por mí. —Te torturó, casi te mata… Remo me apretó la mano. —Lo que hice fue peor. Te arrebaté de sus manos. Si yo fuera él, tampoco me lo perdonaría. —Gracias por traerlo aquí, Remo. —Toqué su pecho, esperando que él pudiera ver lo ferozmente que lo amaba. —Cualquier cosa que haya allí, es tuyo —dijo con una sonrisa oscura. —Y amo cada parte de él, de ti, lo bueno, lo malo, la luz, la oscuridad, incluso tus rincones más negros. Los ojos de Remo centellearon con fiero afecto.

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Nino hizo la ceremonia ya que no queríamos a ningún forastero para nuestro día especial. Había obtenido la licencia para hacerlo solo recientemente, lo que no representaba un gran problema en Las Vegas. Mantuvimos la ceremonia corta, renunciando a un largo discurso tradicional antes de pronunciar nuestros votos. Cada uno había elegido anillos para el otro que aún no habíamos visto. Tomé la mano de Remo y le puse el anillo. Era un anillo negro de carburo de tungsteno con una incrustación de madera de ébano. Remo enarcó las cejas con sorpresa. —El carburo es dos veces más fuerte que el acero —susurré—. Porque eres el hombre más fuerte que conozco. —Sonreí ante el destello de adoración en sus ojos—. Y ébano porque la madera es duradera y porque no solo me diste mis raíces, sino también a nuestros hijos y tus hermanos. La mirada en la cara de Remo dejó en claro que había tomado la decisión correcta y el alivio me inundó. Entonces, tomó mi mano y me puso un anillo con la forma de dos alas entrelazadas, una salpicada de diamantes blancos y la otra con piedras preciosas negras.

—El ala blanca te representa a ti —dijo Remo en voz baja, inclinándose más cerca para que así solo yo pudiera escucharlo—. Porque eres la perfección pura, mi ángel. Y el ala negra con los zafiros negros me representa a mí, mi oscuridad, que logras aceptar. Remo me besó, sus dedos tocando el tatuaje en mi cuello. —Me liberaste —dije, con la voz cargada de emoción. Sacudió la cabeza y nuestros labios se rozaron, sus ojos oscuros y atentos. —Yo fui el que necesitaba ser liberado. Lo besé ferozmente. Libre de los grilletes de su pasado. Cuando nos alejamos, me di cuenta que todos habían retrocedido unos pasos para darnos privacidad. Mis ojos se dirigieron a Samuel una vez más, cuya expresión era de piedra. Necesitaba hablar con él, abrazarlo. Remo apretó mi mano para mostrarme que estaba bien.

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Me dirigí hacia Samuel y Remo soltó mi mano, pero mis dedos se aferraron a él, empujándolo conmigo. —Ángel, ya tuviste una boda arruinada. ¿Quieres agregar una sangrienta a tu lista? Le eché un vistazo. —No vas a atacar a mi hermano. Sus ojos pasaron más allá de mí. —No lo haré. —Y Samuel tampoco va a atacarte —dije firmemente. Samuel se mantuvo erguido, con expresión áspera cuando se asentó en Remo. Al final solté la mano de Remo, y él se quedó a unos pasos atrás mientras superaba la distancia restante entre Sam y yo. Me detuve justo frente a mi gemelo. Miré a Samuel y bajó su mirada hacia la mía y, a pesar de todo lo que había hecho, todo lo que él sabía, su expresión se suavizó con amor y ternura. Comencé a llorar porque no me había dado cuenta de lo mucho que lo extrañaba, de lo mucho que ansiaba su perdón. —Viniste.

Envolví mis brazos alrededor de su cintura, y me devolvió el abrazo. —Haría cualquier cosa por ti, Fina, incluso mirar a los ojos del hombre al que quiero matar más que a nada en este mundo. —Nos quedamos abrazados por unos minutos, intentando hacer que cada segundo dure toda la vida porque sabíamos que habría pocas oportunidades como esta en el futuro. Me aparté, evaluando sus ojos azules. —No saben que estás aquí. —Nadie lo sabe. Si lo supieran… sería considerado traición. Estamos en guerra. —Te estás arriesgando demasiado por mí —susurré. —No me arriesgué lo suficiente. Por eso estamos aquí hoy de pie. — Suspiró—. Recibí todos tus mensajes. Los leí y consideré responder tan a menudo, pero era un idiota. Estaba enojado y herido. Toqué su mejilla.

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—Perdóname. —Fina, te perdonaría cualquier cosa. Pero él… —Samuel indicó a Remo—… a él, nunca lo perdonaré por alejarte de nosotros, de mí. Ni en un millón de años. Tragué con fuerza. —Lo amo. Él es el padre de mis hijos. Samuel me besó en la frente. —Es por eso que hoy no le pondré una bala en la cabeza, incluso si lo hubiera considerado hacer en el camino hasta aquí. El amor de Samuel por mí evitaba que matara a Remo, y el amor de Remo por mí le impedía matar a mi gemelo. Deseé que su amor también pudiera hacerles ver más allá de la enemistad, más allá del viejo odio. —¿Estarás a salvo? —No te preocupes por mí, Fina. —Levantó su mirada hacia el hombre detrás de mí—. No tengo que preguntarte si estarás a salvo porque sus ojos me dicen todo lo que necesito saber. Es un maldito asesino bastardo, pero un bastardo que matará a cualquiera que se atreva a mirarte de la manera equivocada.

Miré por encima del hombro a Remo, que nos estaba observando con intención. Parecería relajado a cualquiera que no lo conocía muy bien, pero captaba la sutil tensión en sus músculos, la vigilancia en sus ojos. No confiaba en Samuel. Más abajo, junto al arco, Nino también seguía lanzando miradas evaluativas en nuestra dirección. —Remo pasaría por el fuego por mí y por nuestros hijos —susurré. Samuel asintió. Podía decir que necesitaba irse. Estaba rodeado de sus enemigos, e incluso si sabía que estaba a salvo porque Remo lo había declarado como tal, se sentía incómodo. —¿Te veré otra vez? No puedo perderte, Sam. Samuel apoyó su frente contra la mía. —No vas a perderme. No sé cómo, pero intentaré hablar contigo por teléfono y responder a tus mensajes. Pero no puedo venir de nuevo hasta aquí. Y no puedes ir a territorio de la Organización. —Gracias por estar aquí.

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Me besó en la frente nuevamente. Y después, con otra mirada dura hacia Remo, se alejó, de lado, nunca dándole la espalda por completo porque no confiaba en la promesa de Remo. Cuando finalmente desapareció de vista, solté un fuerte suspiro. Y una felicidad agridulce me inundó. Remo apareció detrás de mí, sus brazos envolviéndose alrededor de mi pecho, atrayéndome contra él. —Lo verás otra vez. No va a dejarte. Es tan terco como tú. Le di una mirada indignada. —No soy terca. —Por supuesto que no. —Me besó en el omóplato y luego me mordió ligeramente el hueco de mi cuello, haciéndome temblar de deseo. No podía esperar para estar a solas con él.

Remo

Serafina estaba prácticamente temblando de excitación cuando la llevé a nuestra habitación después del banquete de bodas. Era una novia hermosa, libre, indómita y resplandeciente de felicidad. Era todo lo que debía ser. Cuando llegamos a nuestra habitación, me empujó contra la puerta y la cerró en el proceso. Poniéndose de puntillas, presionó su cuerpo contra el mío, sus dedos recorriendo mi cabello a medida que su boca saboreaba la mía. Mierda. Me encontré con su lengua con hambre y necesidad mientras mis manos acunaban su culo a través de su vestido, apretando con fuerza. Gimió en mi boca, frotando sus senos contra mi pecho. Una de sus manos deslizándose por mi pecho y cerrándose sobre mi polla, que ya estaba dolorosamente dura. Moví mis caderas, conduciéndome contra su palma. Aferrando la mano de Serafina, nos di la vuelta, atrapándola entre la puerta y mi cuerpo, con su brazo levantado por encima de su cabeza, presionado contra la madera.

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—Tan dominante —bromeó, y la silencié con un beso más duro, empujando contra ella para mostrarle lo que la esperaba. Recogí su falda larga. —Agarra esto, ángel —le ordené. Se mordió el labio, sofocando una sonrisa. Sus dedos se curvaron sobre la tela, y la sostuvo, revelando una tanga de encaje endeble. Me puse de rodillas, sonriendo oscuramente a medida que deslizaba la delgada pieza de ropa por sus piernas, dejando su coño desnudo hacia mí. —¿Recuerdas la primera vez que probé tu coño? Amplió su postura ligeramente, haciendo un pequeño movimiento de impaciencia con su pelvis. —¿Cómo podría olvidarlo? Fue lo mejor que hubiera sentido jamás. —Su voz estaba cargada de excitación. —Voy a hacer que el día sea aún mejor —le prometí. —Por favor, Remo, solo pruébame. Enganché mi palma debajo de su rodilla y la abrí a medida que presionaba su pierna contra la puerta.

Finalmente, me incliné hacia delante y le di una larga lamida. Retirándome, gruñí: —Oh, ángel, ya estás tan jodidamente preparada para mi polla. Sus ojos se estrecharon. —No me importa. Primero quiero tu lengua. Ahora deja de hablar. Reí entre dientes, ridículamente excitado por su deseo y actitud mandona. Empujando dos dedos dentro de ella, comencé a chupar su clítoris. Ella gritó, con una de sus manos agarrando mi cabeza mientras alternaba entre chupar su protuberancia y sus suaves labios a medida que mis dedos la trabajaban profundamente. Su humedad y el aroma embriagador de su excitación me estaban volviendo loco de deseo, mi polla cerca de la combustión. Solo quería follarla, pero primero recibiría lo que quería. Sus gemidos y quejidos se tornaron más desesperados mientras la llevaba al borde solo para liberar su clítoris y succionar el interior de su muslo, mis dedos deteniéndose. —Remo —dijo, medio enojada, medio desesperada.

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Envolví mi boca sobre su clítoris cuando golpeé mis dedos contra ella, y Serafina se arqueó, gritando mi nombre a medida que su liberación sacudía su cuerpo. Seguí empujando y chupando hasta que ella comenzó a temblar, abrumada por la sensación. Deslizando mis dedos fuera de su canal, metí mi lengua adentro, haciendo que ella dejara escapar otro gemido bajo. Me puse de pie, empujando mis pantalones y chocando mis labios contra los de ella para que así pudiera saborearse. —¿Ahora estás lista para ser follada? —gruñí. —Oh, sí —gimió, sus mejillas de mármol enrojecidas de deseo. La alcé contra la puerta, con su vestido agrupado entre nuestros cuerpos mientras Serafina envolvía sus piernas alrededor de mis caderas. Mirándonos fijamente, me conduje en su interior con un fuerte empujón. Sus paredes se cerraron alrededor de mi polla, e inclinó la cabeza hacia atrás con un jadeo, dejando al descubierto su garganta perfecta. Marqué su piel impecable, mis dedos clavándose en sus muslos suaves mientras la embestía una y otra vez. Se aferró a mis hombros, sus labios se separaron, sus párpados cayeron a medias de placer. Su agarre se volvió doloroso a medida que se acercaba, sus talones clavándose en mi trasero. Gemí, mis bolas apretándose, pero seguí embistiendo contra ella, empujándola contra la pared, y luego se congeló con un hermoso grito. Tomó todo mi puto autocontrol no quedar arrastrado con ella. Gruñendo, seguí meciendo mis caderas hasta que ella se relajó, y su cabeza cayó hacia delante para un beso descoordinado.

—No te pongas demasiado cómoda. No he terminado contigo —dije bruscamente. Sonrió contra mi boca, su cabello rubio pegado a ella y mi frente mientras la llevaba a nuestra cama. La dejé caer sobre el colchón y soltó un resoplido indignado, con las piernas ya separadas en invitación. Sacudí la cabeza con una sonrisa oscura. —De rodillas. Se dio la vuelta, presentándome sus nalgas redondas y después se arrodilló en la cama. La vista de ella esperándome así hizo que mi polla se contrajera. Me incliné sobre ella y le mordí el culo antes de acercarla a mi polla esperando. Capté la ligera tensión de sus músculos, la forma en que se preparaba, pero al final se relajó, se volvió suave cuando me deslicé en su coño, no en su culo. Lo habíamos intentado un par de veces. Siempre había sido mi favorito antes que ella, pero podía decir que Serafina solo lo había hecho por mí. No lo había disfrutado y, a su vez, había perdido su atractivo para mí. Quería a Serafina loca de lujuria, no tensa con incomodidad.

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Establecí un ritmo duro y rápido, mis bolas golpeando contra su coño. Serafina buscó debajo de su cuerpo y comenzó a acariciar su clítoris, rozando mi polla con sus uñas en el proceso, volviéndome completamente loco. Inclinándome hacia adelante, aparté su cabello para poder ver sus alas entintadas. Ya había estado cerca, y cuando me estrellé contra Serafina más profundo que antes, finalmente me corrí. Serafina también quedó atrapada por mi clímax y chocó hacia atrás contra mí, sus brazos rindiéndose cuando su propia liberación la golpeó. Seguí bombeando dentro de ella hasta que estaba completamente agotado. Le di una palmada en el culo antes de salir y dejarme caer a su lado. Ella se acurrucó contra mí, nuestra respiración agitada, nuestros cuerpos resbaladizos por el sudor. Compartimos un beso lento y prolongado. Envolví un brazo alrededor de su hombro, y Serafina unió nuestras manos, sosteniéndolas. El anillo alado con los diamantes y zafiros negros lucía perfecto en su largo dedo. Lo había mandado hacer para ella, y al joyero le había costado varios intentos conseguirlo exactamente como lo quería. Su frente siempre estaba resbaladiza por la transpiración para el momento en que le hacía una visita. Serafina me había sorprendido con su elección para mí, pero no podía haber elegido mejor. El carburo negro con el centro de ébano no se sentía extraño en mi mano como lo había temido. Nunca usaba ningún tipo de joyería, y pensé que nunca lo haría. El matrimonio había estado fuera de cuestión. Nunca había entendido su

atractivo. Tenía la compañía de mis hermanos, y tenía suficientes mujeres a mi disposición para tener relaciones sexuales. Nunca me había preocupado por ninguna mujer, excepto tal vez por Kiara, pero ese era un tipo diferente de preocupación. Y entonces, vino Serafina, mi ángel, la mujer que iba a ser mi mayor triunfo, y lo era… solo que no de la forma en que pensé que sería. —¿Qué estás pensando? —murmuró Serafina, su voz lenta y relajada. —Que eres mi mayor triunfo. Ella me miró. —Soy la reina. Tú eres el rey. Y me usaste para poner en jaque mate a la Organización. Su voz era suave y burlona porque sabía que no me refería a eso, ya no. —Si alguien ha sido puesto en jaque mate, entonces soy yo —murmuré—. Me derribaste, borraste mi resolución, capturaste mi cruel corazón negro.

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Levantó la cabeza. —Ninguno de los dos ha sido puesto en jaque mate. Ambos ganamos el juego. Nos tenemos el uno al otro. Tenemos a Nevio y Greta. —Tuviste que perder algo para ganar eso. Asintió, pero sus ojos no estaban tristes. —Sí. Pero perder algo te hace apreciar las cosas que tienes mucho más. No me arrepiento de nada porque eso me trajo aquí. Te amo con cada fibra de mi ser. La atraje para darle un beso, todavía aturdido de que alguna vez pudiera amarme después de lo que había hecho. Tracé la cicatriz casi invisible en su antebrazo ligeramente. —Y yo te amo —murmuré ásperamente. Nunca pensé que le diría esas palabras a nadie, aunque antes hubiera admitido mis sentimientos a Serafina—. Porque desafías mi oscuridad todos los días, porque deberías correr, pero no lo haces, porque me diste el mejor regalo de todos, a nuestros hijos y a ti misma. —Desafío tu oscuridad gratamente porque tu luz brilla aún más contra ella — dijo. Y la besé ferozmente. Esta mujer tenía mi cruel corazón. Siempre lo tendría.

Yo era cruel. Estaba más allá de la redención, pero no me importaba mientras Serafina… mientras Nevio y Greta vieran algo redentor cuando me miraran. Me aseguraría de nunca traicionar su amor y confianza. Y si alguien alguna vez se atreviera a alejarme de ellos, les mostraría a esos desafortunados bastardos lo que era para aquellos a los que no me importaba: el hombre más cruel del Oeste.

FIN 395

Próximo Libro

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The Camorra Chronicles #3.5

Sobre la Autora Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra Chronicles y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos peligrosamente sexy. Antes de encontrar su pasión en los libros románticos, fue una autora publicada tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes. Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como con el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando despierta con libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina platos muy picantes de todo el mundo. A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a leyes cualquier día.

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Born in Blood Mafia Chronicles: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Luca Vitiello Bound by Honor Bound by Duty Bound by Hatred Bound by Temptation Bound by Vengeance Bound by Love Bound by the Past

The Camorra Chronicles: 1. 2. 3. 4. 5. 6.

Twisted Loyalties Twisted Emotions Twisted Pride Twisted Bonds Twisted Hearts Próximamente

Créditos Moderación LizC

Traducción LizC

Corrección, recopilación y revisión final 398

Bella’ y LizC

Diseño JanLove

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