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TRANSFIGURACIÓN Y TRANSMUTACIÓN El proceso del surgimiento de un nuevo tipo humano

Francisco Casanueva Freijo Equipo de investigación del CER (Centro de Estudios Rosacruz)

Edita: Fundación Rosacruz Padre Rico, 8, bajo, dcha. 46008 Valencia (España) Web: www.fundacionrosacruz.org e-mail: [email protected]

1ª edición, 2011 © Fundación Rosacruz ISBN: 978-84-87055-58-4 Cubierta: Infinitum Impreso en España / Printed in Spain Editado por Bubok

Reservados todos los derechos, incluidos los de traducción a otras lenguas. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en ninguna forma, sea por impresión, fotocopia, microfilme, etc. sin previa autorización escrita del Editor.

ÍNDICE

7 I "La Montaña del Espíritu" 9 Introducción al Capítulo I 15 La escalada de la Montaña Sagrada 18 La doble pirámide séptuple 33 II "La Luz se encarna en el ser humano" 35 Introducción al Capítulo II 37 La Transfiguración o Metamorfosis 43 El misterio de las radiaciones 53 III "Sólo la Luz conduce a la Vida" 55 Introducción al Capítulo III 60 Materializar el campo de luz y de fuerza del Espíritu Universal 71 Conclusiones

I LA MONTAÑA DEL ESPÍRITU

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO !

Introducción al Capítulo I La Montaña del Espíritu

Para la Escuela Rosacruz hablar sobre sus objetivos es relativamente sencillo, pues exponer que se trata de llegar al estado de vida de la inmortalidad, a un estado de consciencia libre de cualquier forma de ilusión y a una superación positiva de cualquier forma de miedo, preocupación y temor, es algo fácilmente comprensible. Y, además ¿quién no coincidiría con nosotros en que son metas inmejorables? Pues ¿quién podría preferir la muerte a la vida, el miedo a la dicha? Pero, ¿no hay en este planeta ya muchos, muchísimos grupos que proponen metas semejantes? La cuestión, por tanto, no es solamente exponer los objetivos, sino esencialmente los medios y maneras, ya que un objetivo puede ser sublime, pero si no es realizable en la práctica, ¿de qué sirve propugnarlo?

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Nuestra opinión es que proponer objetivos irrealizables, o mejor dicho: proponer objetivos correctos mediante métodos erróneos, inadecuados o inviables, sólo produce desdicha y ansiedad. Por eso consideramos tan importante abordar mediante este libro un acercamiento al método esencial de la Rosacruz. Una de las razones es que, en nuestro tiempo, los seres humanos hemos desarrollado una extrema capacidad lógico-analítica, y por ello nos hemos dejado por el camino una gran parte de nuestra capacidad intuitiva, si no la totalidad, y hemos perdido completamente el sentido mágico de la vida. Como consecuencia, se ha vuelto imposible que nos decidamos a emprender algo, a asumir algo, o simplemente a simpatizar con algo que no seamos capaces de entender con nuestro intelecto. Además, no basta con que el intelecto establezca que algo es correcto para que sintonicemos con ello. Para que esto ocurra será necesario que también nuestro corazón, la estructura fundamental de nuestros sentimientos, acepte igualmente la verdad de lo propuesto. Y esto lo hará según su propia

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INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO !

"lógica", generalmente incomprensible para el intelecto. Y por último será necesario que la voluntad, la fuente esencial de nuestra energía vital, se movilice adecuada y perseverantemente, con una intención y orientación firmes y puras. Este circuito triangular: comprensión racional, sentimiento y voluntad es por tanto el mecanismo central de nuestra vida, y por ello la Rosacruz plantea un proceso inicial también triple, que denominamos "los tres primeros escalones de la Gnosis quíntuple". Se deduce que el cuarto escalón es la práctica misma y el quinto el logro de la meta. En la Escuela de la Rosacruz Áurea nos centramos por tanto en los tres primeros escalones, y ahora, en este capítulo, vamos a concentrarnos en el primero, el de la comprensión racional o discernimiento relativo al método de dicha Escuela Espiritual. Antes de cerrar esta introducción queremos subrayar un aspecto esencial: Cuando comúnmente se habla de método, se alude a una serie de técnicas, prácticas, ejercicios. Con ello se entiende que haciendo esto y

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aquello, y estudiando tanto y cuanto, se consigue el objetivo propugnado. Muchas veces, para hacerlo más atractivo, se añade que se logrará "sin esfuerzo". Pues bien, el método de la Rosacruz es un método que precisa esfuerzo, que no es fácil, y que requiere el empleo de la máxima cantidad de tiempo disponible, es decir: toda la vida. Como el lector puede apreciar, desde el comienzo queremos dejar muy claro que en este libro se va a hablar siempre con total transparencia. Conquistar un estado de vida tan elevado, o al menos acercarse todo lo posible a él, no es un asunto que se pueda afrontar como una diversión para el tiempo libre. Sabemos por experiencia que cuanto más elevado sea el logro que uno se propone alcanzar, mayor será el esfuerzo y el tiempo que le deberá dedicar. Y éste es el caso. Pero una vez dicho esto, debemos añadir que la actividad que conduce a la meta de la Rosacruz no requiere nada especial, es decir, que quienes estamos en esa práctica tenemos una forma de vida corriente: trabajamos, tenemos nuestra fami-

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INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO !

lia y estamos igual que los demás absorbidos de la mañana a la noche en nuestro afán por sobrevivir en la jungla de la sociedad de consumo. Tampoco se requiere una formación cultural, intelectual o profesional determinada, ni un elevado nivel de renta. Tal vez usted se pregunte: "¿Entonces de qué se trata? Si por un lado dicen que hay que dedicarle todo el tiempo, y al mismo tiempo dicen que en la práctica no le dedican nada… ¿cómo se puede entender esto?" En efecto, es una paradoja. Por ello, vamos a pedir ayuda a los grandes maestros de las paradojas, los Maestros Zen, y en concreto al patriarca budista chino Huang-Mei, del siglo VI d.C., quien dijo: «Nuestro método es la AUSENCIA DE TODO MÉTODO. Lo que nosotros describimos como método es, en realidad, la ausencia de método. Nosotros no tenemos que hacer nada especial para llegar a la meta; y un método sin nada especial es siempre el verdadero método. Esto significa que la aplicación del verdadero método es no aplicar nada en especial.»

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Con esta cita de Huang-Mei cerramos la introducción. Esperamos que durante los tres capítulos que componen este pequeño libro usted llegue a formarse una idea básica, sencilla pero profunda, de la naturaleza del trabajo al que aquí estamos haciendo referencia.

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LA MONTAÑA DEL ESPÍRITU

La escalada de la Montaña Sagrada

La Senda que conduce al despertar espiritual ha sido frecuentemente comparada con la escalada de una montaña. Una poderosa transformación se produce en quien, partiendo de lo profundo del valle, asciende hasta la cima de esa Montaña del Espíritu. En el simbolismo cristiano esa transformación recibe el nombre de Transfiguración. En todas las enseñanzas de sabiduría, en todos los tiempos y lugares, de forma constante se ha utilizado la imagen de la MONTAÑA como símbolo del Camino Espiritual, y su cima como símbolo de la coronación del proceso. Lugares como el Monte Merú en la antigua tradición oriental; el Ararat de Noé; el Horeb o Sinaí, donde Moisés recibió las Tablas de la Ley; el Tabor, donde Jesús transfiguró; o el de los Olivos y el Gólgota, son montañas que representan, por lo que su forma evoca, lo

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más elevado que el ser humano puede alcanzar, y, por las dificultades propias de cualquier escalada, los esfuerzos que debe asumir el caminante hacia la Luz. En otras culturas el monte natural es reemplazado por un monte artificial, como las pirámides egipcias y centro-americanas. Más cerca de nuestra tradición vemos Montsegur en el Catarismo y Montreal de Sos en la tradición del Grial. Y también en Juan de la Cruz leemos sobre el Monte Carmelo, en alusión a la misma y única realidad: la Montaña del Espíritu, masculina por su verticalidad y femenina por su inviolabilidad. Pero hay un factor esencialmente esotérico en este símbolo sagrado: la Montaña del Espíritu está en este mundo, está en medio de este mundo; tiene una estructura material, y el ascenso debe ser realizado por seres vivos. Esto excluye completamente la errónea suposición de que el camino espiritual es un proceso posterior a la muerte del cuerpo físico. La ascensión por el camino espiritual debe comenzar aquí y ahora. Si antes de alcanzar la cima llega el día final de nuestra actual

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existencia, entonces es posible seguir la escalada en los planos superiores del planeta, pero para ello es necesario que durante la vida en el plano físico se haya establecido contacto sensorial con la meta, aunque no se haya llegado a ella. Conviene tener presente este axioma de nuestra filosofía.

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La doble pirámide séptuple

Una Escuela Espiritual también es representada por una montaña o una pirámide, y en lo que concierne a la Escuela Espiritual moderna de la Rosacruz Áurea hablamos de una doble pirámide séptuple, formada por una estructura visible y otra invisible, ambas séptuples. Podríamos decir que, con la lectura de este libro, usted se encuentra a los pies de la Montaña formada por la Escuela Rosacruz, y en concreto al exterior de su estructura visible séptuple. Por otra parte, como sabe perfectamente, las grandes escaladas requieren una importante fase previa, formada por: •Preparativos. No sólo se trata de reunir los víveres y aprovisionamientos necesarios, sino también de estar en una determinada forma física.

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•Una buena información sobre la ruta, así como referencias de quienes la han escalado. •Ya durante la escalada, la adecuada aclimatación, que hace necesario prever diversas acampadas intermedias, antes de asumir la coronación de la cima. Pues bien, una vez que hemos colocado ante usted estas imágenes y símbolos, vamos a observar de forma más concreta los aspectos preliminares, haciendo notar que quedan otros dos capítulos, y que sólo al final del libro podrá tener a su disposición el conjunto de la información a considerar. El argumento básico de la Transfiguración es el siguiente: Nuestra personalidad, es decir, el conjunto de vehículos visibles e invisibles que se interrelacionan en el interior de nuestra corporeidad material, es el fruto de la naturaleza biológica de este planeta, que se expresa en las fuerzas seminales del hombre y de la mujer que, por su unión, dan origen al hombre o la mujer que somos. En esa personalidad se encarna la Chispa Divina, es decir, el núcleo del ser espiritual. Esa Chispa Divina es la expresión indivi-

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dualizada de la Divinidad Universal. Y cuando se encarna en la personalidad manifiesta una fuerza seminal diferente de la biológica. Para que esa semilla divina pueda germinar en el ser humano, debe entrar en contacto con el fluido sanguíneo de la personalidad, pero dicho fluido debe tener un alto nivel de pureza y luminosidad. Es imposible que una persona que lleva una vida impregnada de codicias y pasiones, y con una conducta carente de ética disponga de un fluido sanguíneo adecuado para este propósito de germinación. Y así ocurre que, la inmensa mayoría de las veces, esa semilla no sale del letargo en todo el tiempo de su encarnación. Por lo tanto, se trata básicamente de conseguir un estado sanguíneo adecuado para permitir la germinación de la Semilla del Espíritu en nosotros. Ésta es la primera fase de la Transfiguración. Cuando del proceso de germinación surge una nueva estructura de líneas de fuerza extremadamente luminosa, vemos en el ser humano algo así como una esfera cuyos

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puntos de concentración están muy ricamente interconectados. Imagine una planta. Imagine toda la estructura formada por el tronco, las ramas, las hojas, las flores y los frutos. Imagine que la otra mitad de la planta, la que está bajo tierra y que por ello es invisible, fuese exactamente simétrica con respecto a la parte visible antes mencionada. Esa estructura más o menos esférica, altamente compleja, pero que brota de un único núcleo central, -la Chispa Divina-, forma el sistema óseo, nervioso y circulatorio de un nuevo cuerpo. Ese sistema está focalizado en el corazón de nuestro cuerpo físico. En ese centro confluyen ambos seres en nosotros: la personalidad natural y el ser espiritual. Cuando uno se vuelve consciente de que es un ser doble, y de que en su seno conviven dos focos de vida, uno perecedero y otro imperecedero, se alcanza entonces la segunda fase del proceso. Estas dos fases se desarrollan a los pies de la Montaña del Espíritu. Por consiguiente, la

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próxima fase, la tercera, implica el inicio de la escalada. Pero en este primer capítulo no vamos a detenernos en los detalles, pues de lo que se trata es de aportar una imagen, una idea general, como a vista de águila, de todo el proceso de la Transfiguración. La tercera fase es una de las más complicadas, pues lo primero que el escalador descubre es que una cosa es predicar y otra dar trigo. Hay una gran diferencia entre la asimilación teórica y la realización práctica. Pues, en las dos primeras fases, el proceso se ha desarrollado sin una participación consciente y activa. Algo similar a lo que ocurre durante el embarazo: en realidad la madre no tiene que hacer nada especial para que su bebé se desarrolle con normalidad. Pero cuando el bebé nace, entonces la cosa cambia radicalmente. La interacción de ambos seres en nosotros se produce en el ámbito del sistema nervioso neurovegetativo y del subconsciente. Y esto ya tiene notables efectos sobre nuestra vida cotidiana. Pero el caminante no sabe muy bien el origen de los curiosos pensamientos, senti-

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mientos e intuiciones que surgen en su consciencia sin aviso previo, y que por su tipo considera raros e inusuales. Se interesa por cosas de escasa importancia para el común de los mortales y que además tienen nula significación para su vida material. Pero ahora, al comienzo de la tercera fase, ha llegado al campamento base, en las estribaciones de la Montaña, donde un pequeño pero decidido grupo de personas se prepara para el ascenso. En ese campamento número uno se revisa el equipo, y se comprueba que las condiciones básicas para la escalada están presentes. Y en la tercera fase comienza la marcha. El camino conducirá hasta aproximadamente la mitad de la altura de la Montaña. No es un ascenso muy difícil, pero es largo. Los músculos comienzan a quejarse, los zapatos aprietan más de lo que suponíamos; a veces hace mucho frío y notamos que la ropa no nos cubre suficiente; otras veces hace demasiado calor, pero no podemos contrarrestarlo. Lo que sí es seguro es que en esta fase a nuestra mente acude constantemente el siguiente pensamiento-sentimiento:

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"¿Por qué me he metido en este lío? Con lo bien que estaba tranquilo en mi casa. Además, no veo la cima. ¿Qué habrá allí arriba? ¿Y si me han engañado? ¿Y si todo esto es un timo más?" Y ocurre que esta preocupación no es exclusivamente personal, sino que pensamientos de este tipo circulan regularmente entre el grupo de los escaladores principiantes. Por ello, esta tercera fase de la escalada es la fase de la prueba. Y cuando una parte del grupo llega por fin al segundo campamento base, situado a media altura, comienza la cuarta fase. La cuarta fase es la fase intermedia; es el escalón central de la escalera de siete peldaños. Durante la tercera fase se ha producido una intensa depuración en los procesos psíquicos relativos al miedo, la duda y la orientación de la vida. Mecanismos que hasta entonces estaban plenamente bajo el dominio del yo personal, con todo el conjunto de miedos, debilidades e ignorancia que configuran nuestro egocentrismo, han sido desplazados por un nuevo estado anímico, un estado de alma nuevo.

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Si hemos llegado al segundo campamento base, y de esta forma al comienzo de la cuarta etapa, es porque hemos sabido poner límites a nuestra interminable actividad analítica, basada en una infinita serie de conjeturas, y también hemos desenmascarado una parte de los miedos que más paralizaban nuestra acción. También en nosotros se ha desarrollado una inclinación a ayudar a otros, en particular a aquellos que comparten con nosotros la escalada. Todo esto ha permitido que las dos estructuras corporales en nosotros se hayan acercado mucho y compartan ya algunos circuitos, especialmente el sistema hormonal, el cual tiene mucho que ver con nuestro estado de ánimo y nuestra vitalidad. Pero nuestra consciencia sigue estando completamente limitada al ámbito de la personalidad natural. En estas condiciones llegamos al segundo campamento. Por primera vez sentimos los efectos de la altura. La composición del aire que respiramos ha cambiado.

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Una atmósfera diferente reina en este campamento. Esta nueva atmósfera tiene un efecto de frenado sobre la frecuente agitación interior que los seres humanos habitualmente experimentamos en los tiempos modernos. Infunde en nosotros la necesidad de tomar las cosas con calma, con serenidad. Aparece un espíritu más reflexivo, inclinado a meditar las cosas, a sopesarlas con profundidad. Las cosas exteriores ya no ejercen una atracción tan intensa, o al menos ya no nos llaman tanto la atención. La teoría de la escalada quedó atrás. Ahora existe la experiencia práctica contrastada. Ahora es posible constatar que todo lo que nos ha ocurrido hasta este punto del camino ha sido tal y como nos había sido explicado por los escaladores más expertos antes de iniciar el recorrido. Y ello nos inclina a tener más confianza en el proyecto. Entonces ocurre algo muy importante. En uno de esos momentos de serena meditación, en que uno se encuentra recostado contra una roca con la mirada perdida en lo alto, pero en realidad con la mirada orientada hacia el interior, las nubes se apartan y

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por unos breves instantes vemos la cima de la Montaña. Es un momento fugaz, pues pronto las nubes vuelven a abrazar la cumbre. Dudamos, y nos restregamos los ojos para comprobar que no estamos soñando... Y efectivamente, no es un sueño. Tras las nubes está, en todo su esplendor, la cima nevada, con intensa blancura, reflejando irresistiblemente la Luz de otro Sol, un sol diferente al que conocemos. Ante esta visión el escalador se levanta de un salto, y querría ponerse de inmediato en marcha… pero los instructores, conscientes de lo que le ha ocurrido, le dicen con el habitual sentido del humor de los escaladores espirituales, que allí arriba no se puede respirar, que aún debe desarrollar unos pulmones nuevos. Los pulmones tienen una función esencial en la vida. Y en sentido esotérico tienen un significado tal, que sólo para esbozarlo se requeriría un capítulo completo. Lo que sí podemos decir ahora es que tienen un papel esencial en todos los mecanismos de formación de nuestra consciencia. Por ello, en la cuarta fase, el escalador de-

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sarrolla la capacidad de respirar en la atmósfera del mundo del espíritu, sin perder la capacidad de respirar en la atmósfera corriente de este mundo. En la cuarta fase se desarrolla, por tanto: •la percepción del propio mundo interior y el primer vislumbre de la cima; •la estructura de líneas de fuerza del ser espiritual, que engloba ya completamente a la personalidad biológica y mantiene una interacción intensa con ella. Aunque el sistema “cerebro-espinal” y los procesos de la consciencia aún siguen siendo poco receptivos a dicha influencia espiritual, no obstante, esa primera percepción de la cima ha sido como un terremoto para el entramado de certezas intelectuales; el "sé que no sé" comienza a establecerse como actitud, y se constata una efectiva disolución del núcleo de la natural vanidad humana. También comienza a desarrollarse un intenso sentimiento de solidaridad con quienes aún están vagando por el valle, sin orientación ni guía. Se recuerda el propio pasado y se constatan los profundos cambios que se han operado en el propio ser, pese a haber realizado solamente la mitad de

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la escalada. Acuden a la mente numerosas ideas de cómo ayudar; la misericordia espiritual nace. Y cuando todos estos procesos —y algunos más que de momento dejamos fuera de mención— han alcanzado un punto de maduración determinado, suena la invitación para comenzar la quinta etapa. Esta etapa es la esencial, pues debe atravesar completamente el anillo de nubes y llegar al siguiente campamento base, el tercero. Como es lógico, ese campamento no se ve desde el segundo; tampoco se ve muy bien el camino que conduce a él. Y la siguiente indicación es que no existe un camino claramente trazado, pues las condiciones lo impiden. Caminos que en un tiempo se trazaron hoy están cubiertos de nieve; otros están llenos de piedras. Además, durante la travesía por esa zona llena de nubes y de escasa visibilidad es muy frecuente que se desaten tormentas, lo que muchas veces obliga a modificar la senda. De nada sirven las ideas fijas y hay que improvisar a partir de los valores conquistados hasta el momento. Y lo más importante es mantener el contacto visual con los com-

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pañeros de escalada, pues aislarse o perderse en esta fase puede ser fatal. Esta quinta fase fue descrita en la Edad Media como “la búsqueda del Santo Grial”. Es una fase de gran esfuerzo, de combate, de ir hasta el límite de nuestras posibilidades. El Castillo del Santo Grial es el siguiente campamento base (como dijimos, el tercero) y la espesa capa de nubes opera en la práctica como una intensa niebla en la que a nosotros afluyen todas las ilusiones, todos los fantasmas que albergamos en nuestro inconsciente. Allí toca luchar contra ellos, como un auténtico caballero de la Mesa Redonda. Esta etapa —seguramente usted mismo ya lo ha deducido— guarda relación con la apertura del sistema nervioso cerebro espinal y su integración en el proceso de la Transfiguración. Por ello, en un momento dado, el escalador llega al siguiente campamento y allí recibe la corona, es decir, todo el sistema cerebral se abre a la Luz, es bañado por ella, y lo que antes eran dos ahora es uno solo. El ser natural de la personalidad y el ser espiritual surgido de la Chispa Divina se

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han fundido en un único cuerpo. La muerte ha sido vencida, el escalador es un ser libre. Sobre la sexta y la séptima etapa de la escalada no daremos muchos detalles, pero sí algo fundamental: el trabajo en esas dos etapas tiene relación con una ayuda muy especial para todos los seres humanos que están en el valle. Como decíamos al principio, el quíntuple Camino de la Gnosis Universal queda realizado con la llegada al tercer y último campamento base, en la coronación de la quinta etapa. Desde este campamento no es difícil ascender a la cima, pero, como comprenderá, no se trata de quedarse en ella. Como resumen, al final de este capítulo diremos lo siguiente: la forma interior, la estructura y configuración de nuestra personalidad ha sido transformada, transmutada, transfigurada a lo largo de los procesos de la escalada hasta llegar al otro lado de la capa de las nubes. Aparentemente, para los demás, esa persona sigue siendo la misma, pero por dentro

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hay un mundo de diferencias; todas ellas muy sutiles, pero no por eso menos influyentes en todos los procesos vitales y de la consciencia.

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II LA LUZ SE ENCARNA EN EL SER HUMANO

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO II

Introducción al capítulo II La Luz se encarna en el ser humano

En el capítulo anterior esbozamos una imagen general del proceso, y para ello utilizamos el ejemplo de la montaña y los escaladores. Aunque tocamos puntos fundamentales del método de trabajo de la Rosacruz, estamos seguros de que las explicaciones aportadas no son de ninguna manera suficientes para captar los rasgos esenciales del proceso de la Transfiguración. Hemos planteado los aspectos individuales del tema, centrándonos en los dos seres que coexisten en nuestra personalidad: el ser biológico y el espiritual, procedentes de diferentes naturalezas y fuerzas seminales. En el segundo capítulo daremos un paso más, para afrontar la dimensión cósmica y su contrapartida en el plano de las radiaciones y las estructuras atómicas. La Luz siempre ha sido un símbolo recu-

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rrente para representar la acción de las fuerzas divinas. Sin embargo la ciencia moderna está descubriendo que ese símbolo es más bien la realidad misma. Por ello aportaremos algunos elementos científicos que no sólo sirvan para ilustrar nuestro tema, sino para ratificarlo.

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LA LUZ SE ENCARNA EN EL SER HUMANO

La Transfiguración o Metamorfosis

La cima de la Montaña no puede ser percibida desde el valle. Es imposible, pues siempre está rodeada por una espesa capa de nubes. Esas nubes representan nuestra propia vida de deseos y emociones, de pensamientos limitados y basados en suposiciones y conjeturas. El esfuerzo por purificar la vida de los pensamientos y los sentimientos es por ello, en sí mismo, la escalada de la Montaña, y en la misma medida en que se diluyen las sombras, la cima se dibuja en lo alto en toda su majestad. Y en la cima, la Luz del Espíritu se une con la propia Luz que emana del caminante. Como ya dijimos, el método de la Rosacruz es la Transfiguración. La palabra Transfiguración no aparece en el Antiguo Testamento. Y esta palabra aparece solamente dos veces en los Evangelios, concretamente en el capí-

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tulo 17 del Evangelio de Mateo y en el capítulo 9 del Evangelio de Marcos. La palabra que figura en el original griego de los Evangelios es METAMORFOSIS. En la tradición griega, esta palabra era utilizada para describir el proceso por el que los dioses "se transfiguran" en hombres, para poder estar en medio de ellos, para hacerse visibles, o para conseguir sus objetivos. Unas veces adoptan forma humana para tratar con los hombres, otras veces aparecen en forma de animales o incluso bajo la forma de un lago o un río. En estas metamorfosis vemos que la identidad esencial de ese dios o diosa es cubierta con una forma, con una apariencia determinada que no afecta a su naturaleza esencial. En la naturaleza corriente vemos muchos tipos de metamorfosis. Los cambios que experimenta el agua según la temperatura pueden ser considerados como metamorfosis. Pero hay ejemplos mucho más impactantes. Uno que fue utilizado profusamente en la Edad Media por los Cátaros es el de la oruga que se transforma en mariposa. Verdaderamente éste es un símil muy adecuado para el tema de la Transfiguración,

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pues que un ser terrestre se transforme en un ser del aire aporta una imagen muy directa del hombre celeste. Además es fácilmente observable como fenómeno de la naturaleza. Por lo tanto, como vemos, este tipo de transformaciones no son extrañas a la vida corriente, y nadie las tacharía de milagrosas. Pero también hay leyendas que hacen alusión a esta transfiguración, como la muy conocida de la Bella y la Bestia, o la del sapo que se transforma en príncipe gracias al beso de una doncella, siendo la bella y la doncella símbolos del Alma inmortal que con su fuerza de amor transfiguran al hombre terrenal. Pues bien, todas esas figuraciones, mitos y leyendas hablan de un proceso real, que no tiene nada de milagroso. El asunto está en que, en la metamorfosis espiritual de la que estamos hablando en este libro, ocurre que precisamente la forma externa —nuestra apariencia corporal—, no se ve muy afectada por ese proceso, o al menos los cambios que se producen son tan suaves, que sólo una persona que estuviese varios años sin tomar contacto con nosotros podría llegar a percibirlos.

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¿Por qué entonces hablar de transformación, cuando en realidad la forma no cambia? Usted habrá visto numerosos edificios con antiguas fachadas emblemáticas, que son vaciados por dentro y completamente transformados en un edificio moderno sin que la fachada cambie radicalmente. La forma externa, eso que nosotros denominamos "nuestro cuerpo", es en realidad una ilusión óptica. Nuestro cerebro no puede captar la verdadera forma de las cosas, su estructura real. En el plano de vida en el que se desarrolla nuestra existencia, la materia tiene una frecuencia vibratoria muy baja, y eso provoca que ofrezca una mayor resistencia al paso de la luz, dando origen a los colores y a las sombras que aquí conocemos. Además, nuestros sentidos sólo captan un rango muy limitado de frecuencias, lo que conlleva que a nuestro cerebro acudan pequeños "retales"; impresiones fragmentarias de la realidad circundante. A partir de esos fragmentos la humanidad ha ido edificando a lo largo de los milenios una imagen del mundo, y esa imagen del

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mundo se transmite de múltiples formas de padres a hijos, lo que implica una codificación muy condicionante, establecida mucho antes de que tengamos uso de razón. De ahí que los científicos modernos nos digan que la realidad que percibimos es el resultado de la proyección de nuestra propia consciencia sobre el entorno, sobre el universo que nos envuelve. Y sólo las mentes más brillantes pueden romper esa red de condicionamientos mediante el empleo de una energía personal increíblemente potente, una fuerte tenacidad y, claro está, potentes instrumentos, logrando establecer nuevos conceptos sobre el comportamiento de la materia en el universo y sus relaciones espaciales y temporales. Todo esto viene a demostrar lo que los iluminados de todas las épocas han afirmado, a saber, que la realidad que percibimos con nuestros sentidos es una ilusión. Si usted toma una semilla de roble en sus manos, y mostrándosela a alguien le dice : "Mira qué hermoso roble tengo en mis manos", enseguida será corregido por el sagaz interlocutor. Y sin embargo su frase

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sería exacta si usted percibiese esa semilla con los "ojos" de un ser humano que hubiese recorrido el camino de la Transfiguración, pues para él o ella, el "paso del tiempo" tiene un significado muy diferente. Y, al fin y al cabo, lo que separa a una semilla de un árbol crecido no es otra cosa que "el paso del tiempo".

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El misterio de las radiaciones

Las ideas preliminares han sido necesarias para centrar nuestro tema, pues en nosotros están activas muchas más fuerzas y radiaciones de las que somos capaces de percibir. No nos referimos solamente a las que vemos u oímos, pues hay otras, como los rayos ultravioleta, que no vemos, pero podemos notar, ya que nos pueden quemar la piel. Estamos hablando de fuerzas y radiaciones de las que no tenemos ni noticia, pero que existen y actúan de manera constante. Para facilitar nuestra exposición es imprescindible simplificar, y por ello vamos a hablar de dos grupos de energías y radiaciones, según sea su origen. Un grupo es el formado por fuerzas y radiaciones procedentes de nuestra biosfera, incluyendo las procedentes del exterior de la misma, pero que han sido alteradas al atravesar nuestra atmósfera, lo que ha provoca-

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do un drástico debilitamiento de su vibración; ¡afortunadamente!, pues si no estaríamos todos muertos. El otro grupo de radiaciones y fuerzas procede de una dimensión planetaria diferente, casi podríamos decir de un universo paralelo que comparte el mismo espacio que el universo que nosotros percibimos. Este último está configurado en una determinada fórmula espacio-temporal, de la que nosotros sólo somos capaces de captar las tres dimensiones espaciales y la temporal. La ciencia actual considera el tiempo como la cuarta dimensión. Nosotros preferimos decir que el tiempo y el espacio no pueden ser separados en ningún caso, y que por ello el tiempo está implícito en las tres dimensiones espaciales. De ahí que nosotros digamos, en determinado contexto, que el "otro" universo al que hemos aludido es un continuo espacio-tiempo basado en una fórmula de cuatro dimensiones espaciales, en el cual el tiempo se comporta de una manera radicalmente diferente. Pues bien, toda la humanidad, tarde o temprano, debe pasar a esa otra dimensión de la existencia.

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Pero el paso de un universo al otro no conlleva el que nos "desplacemos" allí "dejando" este plano. Pues, como quizás sepa, en estos momentos, en nuestro mismo planeta, una gran cantidad de especies animales vive de hecho en un universo diferente al nuestro, cuya fórmula espacio-temporal está basada en dos dimensiones, sin la menor noción del tiempo. Y sin embargo nos percibimos mutuamente, aunque es obvio que no nos entendemos. O al menos nosotros no los entendemos a ellos… Es completamente verosímil que en este mismo espacio, en este mismo planeta, haya personas que se encuentran ya existencialmente en el universo tetradimensional, y que comparten con nosotros el mismo ámbito de vida. Por lo tanto de lo que aquí le estamos hablando es de un proceso de salto evolutivo cualitativo que está en vías de producirse, aunque de forma muy lenta, como todas las cosas en la naturaleza. Pero en el mundo hay cada vez más personas en quienes se perciben elementos de configuración psíquica propios a esa futura

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fase, que a veces viven de una manera dramática debido a su incapacidad para adaptarse a la norma imperante. Nos referimos a los niños índigo, quark y demás. Pues bien, una escuela espiritual sólo puede nacer y desarrollarse cuando es capaz de establecer un túnel de luz entre esos dos universos paralelos, y hacer que ese túnel sea TRANSITABLE en ambos sentidos. Pero al mismo tiempo tiene que disponer de una estructura protegida, para que las fuerzas y radiaciones que afluyen del otro universo al nuestro no se derramen sin más ni más en la biosfera de nuestro planeta, sino que antes sean por así decirlo "humanizadas" por el grupo de colaboradores que la componen. ¡Esto es la Montaña! La Montaña Sagrada es el túnel de luz y al mismo tiempo la escalera que permite a una persona nacida en las condiciones del plano de existencia tridimensional escalar por ese túnel hasta llegar al séptimo escalón, que es la puerta del otro plano de existencia tetradimensional. Y esa travesía no es un viaje físico, ni un viaje astral o mental. Tampoco guarda la

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menor relación con el paso de un fallecido al reino de los muertos. Esa travesía es una serie sucesiva y permanente de transfiguraciones y consolidaciones que permite la metamorfosis de un ser humano procedente del mundo tridimensional en un ciudadano del mundo tetradimensional. Ese mundo es denominado en los ámbitos religiosos como el "Reino de los Cielos" o "la casa del Padre donde hay muchas moradas", y en la tradición budista como el estado de ser del Nirvana. Ese proceso de permanente transformación interna incide en todos los fluidos y órganos de la personalidad biológica, pero muy especialmente en los tres fluidos fundamentales: el fluido sanguíneo, el fluido nervioso y el fluido hormonal. Y el factor dirigente de todo ese proceso yace encerrado en el Misterio de la Luz. Decíamos antes que la luz que percibimos es en realidad un fenómeno reflejado y muy polarizado por la resistencia de los estados de la materia de nuestra biosfera. Pero hay una Luz procedente de la otra

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dimensión de la existencia, que habitualmente recibe el nombre de ESPÍRITU, y en el cristianismo "Espíritu Santo". Es una Luz pura, sin sombra ni merma, que es la portadora de una información muy diferente a la información que transporta la luz terrestre. Es por ello la Luz de Sophia, de la Sabiduría, que cuando encuentra el espejo adecuado puede reflejar su plan liberador. Seguramente han oído o leído que en la tradición oriental se habla del Alma Diamante. De nuevo nos encontramos ante una imagen que puede parecer meramente poética, pues en efecto el diamante es un cristal extraordinariamente puro, y al mismo tiempo resistente. Sin embargo el diamante es también el producto de una transfiguración. El carbono es, como saben, el elemento esencial de la vida orgánica; sin carbono no hay vida. El carbono se encuentra en el reino mineral en forma de grafito. Es un mineral de todos conocido, negro y muy blando. La estructura molecular del grafito es hexagonal bidimensional, de ahí su fragilidad. Pues bien, el diamante es también carbono

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mineral puro, y su diferencia esencial con el carbón es que sus átomos están agrupados molecularmente en forma de tetraedro, es decir, 4 triángulos equiláteros organizados según las 3 dimensiones del espacio. Se ve aquí claramente cómo las mismas substancias, estructuradas según un plan dimensional diferente, ¡adquieren propiedades y cualidades muy diferentes! Por ello vemos que la Luz Divina precisa que nuestra estructura atómica personal sea transfigurada según un plan arquitectónico diferente, para que en nosotros surja el Alma Diamante, el puro espejo de la Sophia, de modo que de la refracción resultante se despliegue una gama cromática completamente nueva, dando lugar a nuevas formas y nuevas funciones. El espejo es también la consciencia humana transformada por este proceso, resultante de un estado de Alma inmortal. Por tanto, cuando esta Luz toca al caminante y puede encarnarse en él, se puede acometer la fase final de la escalada y triunfar sobre la muerte. El punto de concentración de esa Luz es la zona cerebral de la hipófisis, que como

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saben es un lugar de interconexión esencial entre el sistema hormonal y el sistema nervioso. Desde ese foco se enviarán por todo el organismo humano las instrucciones necesarias para abrir el sistema celular a nuevas substancias. Es así como se construye el nuevo cuerpo del ser humano inmortal. Concluimos este capítulo diciendo que las actividades de la Escuela Espiritual de la Rosacruz Áurea se desarrollan en el interior de ese séptuple sistema transformador, de modo que los alumnos reciben siempre las fuerzas y radiaciones procedentes del Otro plano de existencia, cada uno en virtud de su propia realización personal. De esta manera nadie recibe más de lo que precisa, pero tampoco menos. Esto queda asegurado por un sistema basado en el propio magnetismo personal, y no está sujeto a decisiones arbitrarias de personas. En una palabra: quien por propio esfuerzo se eleva a un punto determinado de la Montaña, recibe las fuerzas de ese punto determinado de la Montaña, las cuales no

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están activas simplemente un metro más abajo, por decirlo de alguna forma. Los colaboradores de la Rosacruz Áurea, seguros de que un día todos los seres humanos habrán consumado su propia metamorfosis, se esfuerzan por ver ya hoy en cada semilla el árbol completo que será mañana.

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III SÓLO LA LUZ CONDUCE A LA VIDA

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO III

Introducción al capítulo III Sólo la Luz conduce a la Vida

Recordará que en el primer capítulo todo giró en torno a la Montaña del Espíritu y su escalada, a la necesaria preparación y aclimatación a las condiciones del Espíritu y al papel de la Escuela Espiritual como estación transformadora y transmutadora de las Fuerzas Divinas, auténtico seno materno para la gestación de almas. En el segundo capítulo nos acercamos tímidamente al misterio de las radiaciones, intentando hacer comprensible que lo que en la Enseñanza Universal se denomina Mundo Divino es un Plano Universal regido por menos leyes que el nuestro, pero mucho más potentes en sus efectos, por lo que cualquier deficiencia en su cumplimiento produce serias consecuencias. En esa dimensión superior de la existencia el espacio y el tiempo son experimentados de una manera radicalmente diferente a

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como los percibimos aquí, y la Vida se vive con una plenitud inextinguible. Por eso se afirma que en realidad ese Mundo Divino es LA VIDA MISMA, y visto desde esa Vida, nuestra existencia aquí es algo así como un cementerio… De ahí que místicos como Jakob Böhme definan nuestro mundo como la "naturaleza de la muerte". La Luz de ese plano espiritual es de una vibración e intensidad muy elevadas, y las resistencias que encuentra son prácticamente nulas, por eso todo allí es instantáneo, lo que da origen a la sensación de omni-consciencia. No es que ese plano sea el final de nuestro trayecto universal, ni que allí ya se sepa todo y se pueda todo. Pero la inmediatez con la que cada pregunta encuentra respuesta genera la sensación de saberlo todo, aunque no sea el caso. Decíamos también que la idea de "entrar en el Mundo Divino" y, por tanto, "salir de este mundo actual" no alude a un fenómeno de desplazamiento en el espacio ni en el tiempo. Ésas serían imágenes lineales resultantes de la proyección de nuestros actuales conceptos espacio-temporales. Quien, por la Transfiguración, irrumpe en

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la Cuarta Dimensión —tal como también hemos denominado ese nuevo "Cielo-Tierra" del que habla el Apocalipsis de Juan— sigue presente entre nosotros, participando en el mismo espacio, pues el espacio universal es el mismo para todos los universos paralelos. Pero, sin poseer los órganos corporales adecuados —fruto de la Transfiguración—, y sin disponer de la correspondiente Consciencia Mercuriana o del “Alma- Espíritu” —fruto de la encarnación del Logos en el ser humano preparado por la Transfiguración—, ese nuevo Cielo-Tierra no puede ser ni percibido ni experimentado como vivencia, y por tanto, en realidad ni siquiera podría ser comprendido. Y sin embargo está aquí, más cerca de nosotros que nuestras propias manos. En este tercer capítulo vamos a adentrarnos en el tema de la Transfiguración a partir del simbolismo cristiano. Nos parece importante por dos razones de mucho peso. En primer lugar, el cristianismo esotérico —no el teológico, propio de las instituciones eclesiales—es la base y la raíz de la espiritualidad occidental, y es a nuestro juicio la reve-

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lación adecuada a la actual etapa del desarrollo humano. Las imágenes-pensamiento de esta corriente espiritual están fuertemente integradas en nuestra mentalidad y en nuestra sangre, y precisan ser elevadas al plano de la consciencia lúcida, y extraídas del mundo inconsciente. Si no se hace este trabajo de depuración y vivificación, los esquemas religiosos terminan por germinar, por fermentar, y tarde o temprano bloquean el desarrollo del Alma-Espíritu. En segundo lugar, como Escuela Rosacruz, nos sentimos en el deber de recoger la herencia de la Rosacruz como impulso surgido en el ámbito del cristianismo, con el fin de demostrar que detrás de este impulso se encuentra la más pura de las tradiciones espirituales del lejano pasado: el cuerpo doctrinal hermético, que se incorporó al cristianismo a través de la tradición helénica por un lado, y de determinados grupos gnósticos del ámbito alejandrino por otro. Para nosotros no sería ningún problema utilizar para el propósito de este libro el simbolismo hindú, taoísta, budista o islámico, por ejemplo. Pero como dijimos anterior-

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mente, el concepto de Transfiguración se menciona de forma muy explícita en los Evangelios cristianos y queremos ser fieles a su origen. Es muy curioso que Lutero, al traducir y revisar la Biblia, no fue fiel al término Transfiguración, y lo cambió por “Esclarecimiento“ o “Iluminación“, aún a pesar de que el término griego Metamorfosis no guarda la menor relación con una iluminación. Con ello vemos cuán necesario es contribuir a depurar los textos que configuran nuestra tradición espiritual de todas las alteraciones e interpretaciones, que a lo largo de los siglos los teólogos de diverso signo y orientación han ido introduciendo y aportando, y que expresan por sí solas que, a pesar de toda su potencia intelectual, muchos de estos teólogos carecían por completo de intuición espiritual. Vamos, pues, a adentrarnos en este mensaje escondido en los Evangelios.

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Materializar el campo de luz y de fuerza del Espíritu Universal

Para aprender a nadar hay que meterse en el agua. Cualquier enseñanza teórica que ignore el hecho de que sin entrar en contacto inmediato con la substancia estudiada no puede haber un verdadero aprendizaje, está irremediablemente abocada al fracaso. Por ello, para conquistar la Vida del Espíritu hay que vivir la Vida del Espíritu. Sólo la Luz conduce a la Luz; sólo la Vida conduce a la Vida. El título de este capítulo: "Sólo la Luz conduce a la Vida", tiene una intención muy precisa. Por un lado significa, en un contexto corriente: "a nadar sólo se puede aprender en el agua". Y por otro, en un sentido espiritual: “medios y fin deben ser una unidad y estar en sintonía”. Como saben, una de las corrupciones éticas que más estragos ha hecho y hace en nuestro mundo moderno es el famoso lema atribuido entre otros a

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Maquiavelo: “El fin justifica los medios”. No vamos a entrar en un análisis de este asunto ni a contemplar sus terribles efectos, porque nos alejaría del tema, pero lo evocamos para decir: no se puede ir hacia la Luz aplicando los métodos de la oscuridad. El lenguaje utilizado en los Evangelios cristianos tiene dos características básicas: por un lado está pensado para instruir al conjunto de los creyentes de una forma sencilla y enfatizando sobre todo el mensaje de bondad y amor, y por otro es un lenguaje extremadamente velado, mediante expresiones impenetrables para la lógica corriente. Un ejemplo notable de esto último es el pasaje en el que Jesucristo condena a una higuera a secarse porque no daba higos; pero se dice claramente que no era la época de los higos. Es obvio que aquí yace encerrado un mensaje muy secreto. Otras frases aparentemente claras, pero que no lo son dicen: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida." "Nadie va al Padre si no es por mí." "Mientras estoy aquí, yo soy la Luz del Mundo." Estas expresiones, aplicadas a una perso-

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na, son bastante extrañas. Pero si usted hace el esfuerzo de imaginar a Jesucristo como la Montaña del Espíritu, es decir, como el conjunto de fuerzas de luz y radiaciones procedentes del Mundo Divino y actualizadas a través de una Escuela Espiritual como Escuela de Misterios o Centro de Iniciación, entonces estas palabras cambian completamente su significado. Cuando en un momento y en un lugar se consigue —por así decirlo— materializar el campo de luz y de fuerza del Espíritu Universal, hasta dar forma al túnel de luz y a la escalera de la Liberación, de la que hemos hablado en los capítulos precedentes, esta situación especial no dura indefinidamente. Y por ello, a los candidatos allí reunidos se les indica muy claramente que deben aprovechar el tiempo en que la Luz brilla tan cerca de ellos. Esa Luz es el Camino, pues el proceso de ascensión de la Montaña se realiza siguiendo los rayos de luz que emanan de la cima. En esos rayos de luz circula la Sabiduría Divina, que es la única Verdad, y esa Luz es la Vida misma, pues vivifica y vitaliza todos los fluidos de nuestra alma y luego los transfigura plenamente.

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Sólo así se puede llegar al Padre, que como sabemos por el Evangelio de Juan es el Logos, la Palabra, el Verbo, es decir, la Fuerza Creadora del Universo. Citamos a continuación los pasajes del Evangelio de Mateo, extraídos del capítulo 17, que guardan relación con lo que queremos transmitir: «Seis días después Jesús se llevó a Pedro, Santiago y Juan, su hermano, y a solas los subió a un monte alto (el Tabor). Y se transfiguró ante ellos, y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve. Y de pronto se aparecieron Moisés y Elías, conversando con él. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: "Señor, más vale quedarnos aquí; si quieres, pondré aquí tres tiendas; una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba él hablando cuando de pronto una nube luminosa los cubrió. Y una voz se oyó desde la nube, que decía: "Éste es mi Hijo bienamado, en él me agrado. Escuchadle". Al oír la voz los discípulos cayeron sobre su rostro y se asustaron mucho. Pero Jesús

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se acercó, les tocó y dijo: "Levantaos y no temáis". Alzando sus ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y mientras descendían del monte Jesús les ordenó: "No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos". Y los discípulos preguntaron: "Entonces, ¿por qué dicen los escribas que tiene que venir primero Elías?" Él respondió así: "Elías vendrá, y restaurará todo, pero os digo que Elías ya vino, y no le reconocieron, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así también el Hijo del Hombre va a sufrir de parte de ellos". Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.» Este pasaje es de una extraordinaria importancia. No sólo porque habla claramente de la enseñanza de la reencarnación, la cual era muy común entre los primeros cristianos, fuertemente influidos por las doctrinas de Pitágoras, sino porque describe la Transfiguración de una manera completamente esotérica, aunque parece una narración sencilla. Vamos por ello a descifrarla poco a poco.

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En primer lugar vamos a ver quiénes suben a la Montaña. Jesucristo va acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Estos tres apóstoles significan algo muy particular. A Pedro le conocemos como un hombre de corte autoritario, con una enorme energía. Firme como una roca, aunque a veces esa roca se tambalea. Pues bien, en este contexto Pedro simboliza la fuerza de la voluntad de quien acomete la escalada de la Montaña. La voluntad es la fuerza esencial que sostiene todas nuestras decisiones e intenciones, y por ello mismo no suele ser muy proclive a dejarse modificar mediante el raciocinio o las emociones. Es la firmeza del sí o del no a secas. Pues el candidato sabe que una vez comenzado el proceso de la escalada, cualquier vacilación conduce al fracaso. Juan es, sin embargo, el discípulo más cercano al corazón de Jesús. Es, por excelencia, el místico en la Gnosis. Y por ello simboliza aquí la potencia del corazón. Pues si Jesús representa el nuevo estado de Alma nacido en el corazón como consecuencia de la encarnación de la Palabra, es precisamente el santuario del corazón lo que envuelve y

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abraza a esa nueva fuerza de luz. De ahí su cercanía a Jesús. Juan representa por ello toda la vida de nuestros sentimientos y anhelos. El salmista describe maravillosamente el estado del corazón del caminante, cuando dice en el Salmo 42: "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo…" Y en el 121: "Alzo mis ojos a los montes, de donde vendrá mi ayuda." Y luego vemos a Santiago. Este apóstol representa la cabeza, la capacidad racional. Es el aspecto reflexivo, más bien silencioso y discreto, que participa en todo este proceso pero de momento no dice nada. Esos tres discípulos en su unidad forman los tres centros del ego humano. Pero no de un ego cualquiera, sino de una personalidad que se ha decidido a seguir a su Alma personal (a su Jesús) hacia donde ella le conduzca por los caminos de la liberación. El Alma, la Luz interior, guía al candidato triplemente activo en la escalada de la Montaña. Y así llegan por primera vez a la cima.

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Y entonces:"Jesús se transfiguró ante ellos, y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve." En lo alto del Tabor la Luz se manifiesta en todo su esplendor, sin velos ni trabas. ¡Y los tres discípulos lo ven! Ven la realidad del Alma (el rostro iluminado) y ven el vestido de luz del Alma (y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve). Y ante sus atónitos ojos ven aparecer a Elías y Moisés. Estas dos figuras representan aquí a la Fraternidad Universal de los Renacidos, quienes siguen activos en nuestro plano de vida a favor de todos los que aún no han encontrado la Luz de las Luces. El Alma inmortal conversa con ellos, pero los discípulos no oyen, no entienden lo que hablan. Tampoco entienden cabalmente lo que está ocurriendo y por ello proponen establecer allí mismo un campamento. Y para aumentar su conturbación ocurre que «de pronto una nube luminosa los cubrió. Y una voz se oyó desde la nube, que decía: "Éste es mi Hijo bienamado, en él me agrado. Escuchadle."»

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La Voz del Espíritu, la manifestación de la Mónada en el Alma, haciendo de ésta un Alma-Espíritu, se hace presente. El Alma (Jesús) se une con su Padre (el Espíritu), y aparece el Alma-Espíritu, es decir, Jesús se vuelve Jesucristo. Los discípulos piensan que ya han llegado a la meta, pero Jesús les dice que le sigan de nuevo al valle, y ellos, claro, le siguen, porque aún no ha concluido el proceso, ni mucho menos. Pues lo que ha ocurrido en la cima del Tabor es la Transfiguración del Alma, pero ahora hay que acometer la Transfiguración del cuerpo. Es decir, que los tres discípulos deben también ellos transfigurar. No se trata de que sólo el Alma se transfigure, sino que también lo haga el hombre personal con su triple ego. Y esto lo hará guiado por la Luz misma, que ahora está encarnada, incorporada, en el sistema de la personalidad. A partir de este momento Jesucristo asume todo el trabajo de liberación y Juan Bautista, el precursor, se retira. (Se dice que fue decapitado, porque en realidad el Alma-Espíritu ocupa ahora la cabeza del sistema humano). El candidato, testigo de la encarnación de

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la Luz, asume ahora su trabajo en el valle. Todo el proceso de Transfiguración de la personalidad es en realidad un proceso alquímico de transmutación: los metales densos son transmutados en metales nobles, el plomo es transformado en oro. Y al mismo tiempo el candidato aprende a preparar el elixir de la vida, la fuerza vital curativa de las almas. Sólo quien sirve al prójimo en olvido de sí mismo consigue neutralizar la fuerza de gravedad de la materia densa y neutralizar toda inclinación egocéntrica, pues la gran tentación siempre será la misma: querer la Luz para sí mismo, querer retenerla (“Señor, más vale quedarnos aquí; si quieres, pondré aquí tres tiendas; una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”). Pero esa no es la intención de la Luz. La vida divina quiere propagarse, quiere compartir, quiere entregarse. Pues la vida divina es el Amor, y el Amor es la llave de la libertad. Es el Amor que da sin esperar nada a cambio, y en ese dar está escondida la realidad de la Transfiguración. Pues, ¿qué otra cosa es la Transfiguración sino dar lo viejo para que nazca lo nuevo?

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Tanto nuestra naturaleza, como la naturaleza divina, no aceptan el vacío, y por ello siempre tienden a colmar los espacios. Por ello, cuando al escalar la Montaña, el escalador consigue vaciarse de todas las codicias y deseos de la vida en la materia, la naturaleza de la Luz llena ese vacío con Luz. La Luz conduce a la Luz. La Vida da Vida. El Camino es la Meta. Y así cada paso, cada fase de nuestra existencia, es una vivencia completa de la Transfiguración, que nos conduce poco a poco, sin forzamientos ni coacciones, por un recorrido en espiral séptuple, hasta que un día todo ello alcanza su plenitud en otro Monte: el Gólgota. Del triple proceso alquímico que se realiza en ese Monte del Cráneo, en esa cima de la cabeza, surge ya el Cuerpo de Luz sin mancha, el cuerpo inmortal. Ese cuerpo puede manifestarse en todas las dimensiones del espacio y del tiempo, y realizar así todas las obras de la Luz en todo y en todos. Ésta es la meta. Y éste el camino. La Luz conduce a la Vida.

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CONCLUSIONES

Conclusiones

El tema que hemos abordado en este libro es de una gran importancia para la Escuela Espiritual de la Rosacruz Áurea, y es la primera vez que lo hemos expuesto de una forma tan clara al público general. Al hacerlo somos conscientes de que les entregamos un pequeño tesoro, fruto del trabajo de ideación de nuestra Escuela durante muchas décadas. En ningún momento hemos pretendido ser exhaustivos; más bien hemos mostrado un cuadro impresionista. Sólo desde la perspectiva del Alma adquiere contornos, formas, imágenes claras. Si se acerca mucho con su mirada intelectual, verá que esas imágenes e ideas se pierden, se diluyen, y en su lugar sólo encontrará puntos inconexos. Para tomar el agua con las manos, hay que formar un cacito con las palmas; el agua no

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