Tonya Hurley

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TONYA HURLEY Tonya Hurley, en Orión Literaria, suplemento de diario Despertar de Oaxaca, del 7 de abril de 2018. Introducción Tonya Hurley, escritora, publicista, cineasta y guionista estadunidense que ganó reconocimiento a nivel mundial gracias a su saga de libros titulada Ghostgirl. De esta serie, su último título, Ghostgirl: Día de Muertos, está basado en esta tradición mexicana. Tonya Hurley se graduó como licenciada en un programa de Escritura Creativa en la Universidad de Pittsburgh, fue miembro del Pittsburg Filmmaker. Hurley se inició como publicista musical, para después moverse al cine y la televisión como directora y guionista. También ha hechos trabajos para medios interactivos (videojuegos) y es la fundadora de The Morbid Anatomy Library and Museum, pero se dio a conocer de manera mundial como escritora de la popular serie Ghostgirl. Su bibliografía hasta ahora consta de Ghostgirl, que se publicó en 2008; Ghostgirl: El Regreso (2009); Ghostgirl: Loca por Amor (2010); Ghostgirl: Canción de Navidad de 2012; The Blessed (2012); y su Ghostgirl: Día de Muertos publicado en 2013. La última entrega de esta serie fue realizada por Tonya Hurley como un homenaje a las tradiciones mexicanas, un tributo al significado del Día de Muertos. La autora Tonya Hurley declaró durante una visita a México que se encuentra enamorada de nuestro país, sus tradiciones y costumbres, por lo que decidió dedicar Ghostgirl: Día de Muertos a los lectores mexicanos. “Este libro está dedicado a mis lectores mexicanos con un amor eterno y un especial agradecimiento por su apoyo y entusiasmo. No saben cuánto me inspiran cada día”, declaró en alguna ocasión la autora. Este último título de la saga Ghostgirl fue publicado directamente en español y para su realización, Hurley realizó una investigación documental sobre la tradición mexicana y retrato en el libro las actividades que comúnmente las familias mexicanas realizan el día 1 y 2 de noviembre. Debido al éxito de la saga sobre la joven fantasma, la escritora ha asegurado que se encuentran en pláticas para la realización de una versión cinematográfica de esta historia, incluso mencionó que ya se contaba con la actriz elegida para encarnar a la protagonista, sin embargo, con el paso de los años este proyecto no se ha podido concretar.

Ghostgirl (Fragmento) Sonó el timbre y todos se apresuraron a salir de clase. Todos excepto las Wendys, Damen y Petula, que siempre se tomaban su tiempo a la hora de salir y dirigirse a la clase siguiente. Charlotte también se entretuvo, inmóvil en su pupitre, echándose a la boca más y más ositos de goma

mientras crecía su preocupación por la conversación de Damen y Petula, y crecían sus deseos de que ella y Damen pudiesen acabar la suya. Vio cómo Petula le lanzaba un beso superficial al aire, mientras se disponían a partir por separado. Damen salió primero, y al pasar junto a la mesa del profesor, Widget también se levantó para irse, aunque antes se tomó unos segundos para prevenir a Damen. —Recuerde la nueva política, señor Dylan —le advirtió Widget mientras cerraba su maletín y se dirigía hacia la puerta. El comentario le sirvió a Damen de recordatorio de su encuentro con Charlotte minutos antes. Miró hacia atrás con indiferencia y levantó el libro de Física en dirección a Charlotte. Abrió los ojos de par en par y se encogió de hombros, como si esperara de Charlotte una respuesta. —¿Me ayudarás? —vio Charlotte que articulaban sus labios mientras cruzaba de espaldas y a cámara lenta el umbral, seguido de cerca por Petula y su pandilla. Charlotte se echó un último osito de goma a la boca, y al echar a andar y a articular su respuesta aspiró sin querer la golosina, que se le quedó atascada en la garganta. Empezó a andar más aprisa hacia la puerta, gesticulando desesperadamente con las manos, pero era tanta la gente que rodeaba ya a Damen que, tan pronto éste puso un pie en el pasillo, dejó de verla. Charlotte tosía con todas sus ganas para expulsar el osito y poder gritarle su respuesta, pero justo cuando estaba a punto de desalojarlo de su garganta, Petula le cerró la puerta de un portazo en las narices. Charlotte se dio de bruces contra ella, haciendo que el osito penetrara aún más en la tráquea. Intentó sin éxito practicarse el Heimlich, haciendo pedorretas por el aula como un globo perdiendo aire. Empezaba a ahogarse y el aula estaba totalmente vacía. No había nadie que se fijara en ella. Nadie que la pudiera ayudar. Se echó una mano a la garganta y apoyó la otra en la ventanilla de la puerta para no perder el equilibro. Sin poder respirar, trató desesperadamente de llamar la atención de Damen golpeando con la palma de la mano en la ventanilla, pero éste interpretó el gesto como mera despedida. Él levantó la mano brevemente modo de saludo, rodeó con su brazo a Petula y se dirigió a su próxima clase. Ella pegó la cara contra el cristal como Tiny Tim en Cuentos de Navidad ante el escaparate de la tienda de juguetes e, incapaz de mantenerse en pie, se fue escurriendo puerta abajo. Mientras se deslizaba alcanzó a ver a los estudiantes que reían y charlaban de camino a su siguiente clase, la mirada fija en Damen y Petula que se alejaban. Su mano, que esperaba que alguien llegara a ver, perdió lentamente su sudoroso agarre en la alargada ventanilla rectangular y su desmayada huella fue dejando atrás su rastro antes de llegar abajo, donde se reunió, en el suelo, con el resto de su cuerpo.

Ghostgirl: El Regreso (Fragmento) Morirse de aburrimiento no era una opción. Charlotte Usher ya estaba muerta. Tamborileó sus finos dedos sobre la mesa, impasible, y se desplazó en su silla de oficina de tres ruedas aun lado del cubículo y luego al otro, estirando el cuello por si así obtenía una mejor perspectiva del pasillo. —Esto no es vida –gruñó Charlotte, lo bastante alto como para que Pam y Prue, que ocupaban sendos cubículos cercanos, la oyeran. —Evidente. No lo es para ninguno – graznó Prue—. Y ahora cierra la boca, que estoy atendiendo una llamada. —Cosa que también tú deberías hacer –sentenció Pam, recurriendo a una mano en lugar de a una tecla correspondiente para silenciar el auricular y evitar que su ―cliente pudiera escucharla. Pam y Prue, continuaron parloteando muy ocupadas, y Charlotte lanzó a su aparato una mirada cargada de resentimiento. Todos los teléfonos, y los cubículos, eran idénticos. De color rojo sangre, con la única luz parpadeante en el centro. Sin teclado, sin posibilidad de marcar una llamada saliente. Sólo las recibía. Es más, ni siquiera podía estar segura al cien por cien de que la luz parpadease, porque, hasta el momento, el aparato no había sonado jamás. No es que la llamada la hubiese pillado en el pasillo y no hubiese llegado a tiempo o algo por el estilo. No había sonado jamás. Ni una sola vez desde que estaba allí, tiempo este que por otra parte se le antojaba una eternidad. —Quizá esté mal conectado –se quejó Charlotte, con un gesto en el que a la ausencia de llamadas se sumaba su falta de entusiasmo. Tendió los brazos sobre la mesa y apoyó la cabeza en ellos, como un huevo pálido y frágil arrebujado en un nido. —Esmalte de uñas vigilado nunca se seca –le susurró Coco con condescendencia al pasar dando saltitos junto al cubículo de Charlotte y verla mirando fijamente el teléfono. Pasar día tras día allí sentada, incomunicada, era algo terriblemente frustrante para Charlotte, por no decir más que bochornoso. ¡Los teléfonos de los otros no paraban de sonar! Además, ¿no era gracias a ella que el resto de sus compañeros de clase, ahora becarios en prácticas, estaban allí para empezar? Demonios, si hasta la chica nueva, Matilda Miner, que se sentaba justo en frente, estaba parloteando y recibiendo centenares de llamadas más que ella. —Menuda lata ¿eh? –dijo Maddy, asomando su encrespada cabeza sobre la división que las separaba—. Es una lata que nadie te llame. Charlotte asintió decaída y justo cuando empezaba a armarse de valor para hablar, el teléfono de Maddy sonó. Otra vez. —Ay, perdona –la atajó Maddy, haciendo constatar algo más que evidente para Charlotte—. Ahora no puedo hablar. Tengo que responder esa llamada. Hablamos luego, ¿te parece?

—Claro –dijo Charlotte con resignación, y volvió a apoyar la cabeza sobre los brazos, si bien en esta ocasión torció los ojos hacia la videocámara que, desde el techo, apuntaba en su dirección. ¿La estaban monitorizando? Más bien se estarían burlando de ella, sí, eso era más probable. Con todo, trató de mantener el rostro impasible, el más puro estilo de un adolecente de la realeza británica que asiste a un besamanos creyéndose explotado. Si algo había aprendido era que su conducta importaba, sobre todo si la estaban observando. Bajó la mirada, giñando los ojos contra el blanco cegador de las paredes y las luces de neón del techo de la oficina, y aceptó su soledad con la gracia y dignidad propias de una becaria en prácticas consciente de su pedigrí. Enderezó la espalda, cruzó las piernas a la altura de los tobillos, plegó sus huesudos dedos sobre los muslos, frunció los labios en una rígida sonrisita y prosiguió con… la espera. Charlotte se puso a cavilar; algo que, últimamente, hacía con excesiva frecuencia. Atragantarse con aquel osito de goma y morir en clase lo había cambiado todo, pero no todo era malo. La muerte hizo que madurara como persona mucho más de lo que hiciera en vida. Aprendió a valorar el trabajo en equipo, el altruismo y el sacrificio gracias a sus compañeros de Muertología y el apoyo y condescendencia del profesor Brain. Incluso consiguió ir al Baile de Otoño con Damen, el chico de sus sueños. O algo parecido, por lo menos. Ghostgirl: Loca por Amor (Fragmento) Scarlet Kensington sabía muy bien lo que la aguardaba cuando franqueó la entrada de Hawthorne High y se vio embargada, de pronto, por un aroma floral nauseabundo y dulzón: el mismo que sólo se percibe en la habitación de un hospital o en el tanatorio. —San Valentín —suspiró, en parte de alivio, en parte de temor. Conforme se dirigía a la taquilla, no pudo zafarse de la fragancia lacrimógena que emanaba de las mesas de la cafetería, devenidas ahora en tenderetes de flores apostados cual garitas militares en cada pasillo, en cada rincón, en cada resquicio. Los alumnos vendían «amor» por ramos. El hecho de que la finalidad de todo aquel montaje fuese la recaudación de fondos era lo único que hacía algo más pasable tanto mercadeo. Ellas guardaban cola y compraban las rosas blancas para regalar a sus amigas, y ellos se hacían con las de color rosa, más que nada a fin de no exponerse demasiado ante sus destinatarias o, mejor dicho, ante sus «colegas». Las de este color venían a ser para ellos poco más o menos que un sustituto de las acostumbradas y rancias rosas rojas. Exceptuándose, claro está, el ramillete de chicos chapados a la antigua y matriculados en la rama de empresariales, porque a decir verdad las rosas rojas parecían ya ligadas de forma indisoluble a los anillos de graduación y broches de pedida. Antes que una festividad, San Valentín se había convertido en algo así como otra temporada más, y, al igual que Navidad o Halloween, parecía adelantarse más y más con cada año que pasaba. Hasta ahora, Scarlet había optado por ignorar la celebración, que consideraba una más de las irritantes y exacerbadas engañifas del marketing. Ni ella ni su novio, Damen, necesitaban un día señalado para declararse su amor e intercambiar tarjetas o cualquier fruslería, al menos eso había pensado ella siempre.

Con todo, sus enconados sentimientos hacia la celebración eran ahora más tenues. Incluso el aroma a flores baratas le resultaba algo menos ofensivo este año. Se trataba de una costumbre adorable, después de todo, y muy a su pesar había acabado por reconocerle cierto mérito. Hasta se sentía dolida, aunque poco, todo hay que decirlo, por el hecho de que Damen no tuviese intención de abandonar la universidad para pasar unos días con ella, pero este año Scarlet tenía otra razón para participar en aquella celebración del amor. Fuere como fuere, tras un largo día saturado de chicas que gritaban de emoción, se abrazaban a sus amigas con ataques de risa tonta, o se encerraban a llorar en el aseo, Scarlet estaba dispuesta a afrontar la última clase de la jornada. Embutió sus cosas en la taquilla y sacó el libro de texto de Anatomía en el mismo momento en que sonaba el timbre. Se dirigió al aula, y, comoquiera que sus compañeros andaban histéricos comprando rosas, fue una de las primeras en llegar. En el laboratorio, el perfume a flores sumado al del formaldehído resultaba poco menos que nauseabundo.