Todo tiene dos asas - Ronald Pies

«Todo tiene dos asas –dijo una vez el filósofo Epicteto–, una que sirve y otra que no.» ¿Por qué tomar las cosas, pues,

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Ronald Pies

Todo tiene dos asas Guía estoica para conquistar el arte de la vida

K

Alianza editorial El libro de bolsillo

Título original: Everything Has Two Handles. The Stoic’s Guide to the Art o f Living Traducción de: Paloma Tejada Esta obra ha sido publicada originalmente en Estados Unidos por Hamilton Books, de Rowman & Littlefield Publishing Group, Lanham, Maryland USA. Traducción autorizada. Todos los derechos reservados

Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto Turégano y Lynda Bozarth Diseño de cubierta: Manuel Estrada Reservado* todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley. que establece penaa de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, p a n quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicara! públicamente, en todo o en parte una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

Copyright © 2008 by Hamilton Books © de la traducción, Paloma Tejada Caller, 2011 O Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2011 Calle Juan Ignacio Lúea de Tena, 15; 28027 Madrid; teléfono 91 393 88 88 www.alianzaeditorial.es ISBN: 978-84-206-4339-7 Depósito legal: M. 451-2011 Composición: Gráficas Blanco, S. L. Impreso en Huertas Industrias Gráficos, S. A. Printed in Spain Si quiere recibir información periódica sobre las novedades de Alianza Editorial, envíe un correo electrónico a la dirección: [email protected]

índice

13 Agradecimientos 15 Introducción 23 1. Razón y emoción 45 2. Mortalidad y sentido de la vida 55 3. Moralidad y el respeto hacia uno mismo 61 4 . El control de la adversidad 79 5. Perfeccionismo, virtud y aceptación de uno mismo 97 6. Cómo vivir en armonía con el universo 111 7 . Cómo vivir nuestro aquí y ahora 123 8. L a opinión de los demás 129 9 . El vínculo común de la existencia 135 10. Felicidad y talante 147 11. Satisfechos con lo que tenemos 155 Bibliografía 159 índice analítico

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Toda cosa tiene dos asas, una que sirve y otra que no.11

1. Los textos de Epicteto en español se han tomado de la traducción de Reyes Alonso, 1993. (Epicteto, Manual, Madrid, Civitas).

Agradecimientos

Q uiero dar las gracias a Ira Alien y a Linda O rlando por la profesionalidad con que han acom etido la edición del presente libro. Q uiero asim ism o expre­ sar mi gratitud al doctor Richard Berlín, que se brindó a leer el manuscrito; a la doctora Cynthia G eppert por haberme servido en tantas ocasiones de inspiración espiritual y profesional; y a Robert Deluty, doctor en M edicina, por animarme a seguir cuando el libro estaba todavía en ciernes. P or últi­ mo, agradezco a mi mujer, N ancy Butters, trabaja­ dora social clínica, la paciencia y el apoyo que me ha dedicado.

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Introducción

Q uede claro desde el principio que el volumen que el lector tiene entre las m anos no va dirigido a filó­ sofos, ni pretende dar muestra de elevada erudi­ ción. Se trata simplemente de un libro destinado a satisfacer la curiosidad del profano que desee aprender a vivir, a vivir feliz. Si bien los principios de que vam os a hablar están tom ados de los anti­ guos griegos y romanos, creo que en nuestro aquí y ahora siguen manteniendo su vigencia. Y, com o la vida moderna nos obliga a afrontar nuevos retos y m iedos probablem ente mayores que los que inquie­ taban a los antiguos estoicos, las lecciones que e x ­ traigamos de aquellos sabios resultarán más rele­ vantes hoy incluso que hace dos milenios. M ás que presentar las ideas del pensamiento es­ toico com o si estuviera dando una conferencia, lo que me propongo es dejar que tales ideas «afloren» 15

Todo tiene dos asas

a la superficie y afecten a nuestra manera de conce­ bir el m undo. Espero que a m edida que leáis los distintos fragm entos filosóficos no sólo vayáis en­ tendiendo mejor qué es el estoicism o, sino que ad­ virtáis hasta qué punto esta filosofía contribuye a ver la vida de manera notablem ente distinta. Pese a que en el libro me centro en uno de los pensadores del estoicism o tardío -e l gran em perador romano, M arco Aurelio (121-180 d. C .)- recurriré a otras fuentes antiguas y m odernas cuando resulte necesa­ rio, sin descartar lo que pueden ofrecem os la tradi­ ción judía y la cristiana. Erróneam ente suele pensarse que el estoicismo carece de base espiritual, que no es más que «lógica pura y dura». E n realidad la filosofía estoica se nu­ tre de profundas fuentes espirituales y en muchos casos los creyentes encontrarán paralelism os entre lo que decim os y lo que sostiene su fe. (Q uienes es­ tén familiarizados con el budism o o el taoísm o van a reconocer en el estoicism o m uchos rasgos com­ partidos.) Pero adem ás de citar convenientemente la existencia de tales fuentes religiosas y espiritua­ les, me he tom ado la libertad de ofrecer comenta­ rios personales y de incluir casos elaborados a partir de mi experiencia com o psiquiatra. (Todos los nom­ bres que aparecen son ficticios y la mayoría de los personajes que intervienen en los retratos robot to ­ man rasgos de distintos pacientes reales o de enfer­ mos típicos.) Llegaré incluso a intercalar algún chis­ tó

Introducción

te, pero sólo de vez en cuando: aunque los estoicos no eran precisamente conocidos por su desenfrena­ do sentido del humor, sabem os que mantenerlo re­ sulta clave para fortalecer la salud y la felicidad. Antes de introducirnos en la filosofía estoica, qui­ zá debam os dar algunas pautas. Cuando oím os la palabra «estoico», ¿qué es lo primero que nos viene a la cabeza? ¿U n personaje de una obra de teatro clásico de las que ofrecía el espacio E studio 1 ? ¿U no de esos tipos flemáticos y distantes del siglo XIX in­ glés, que contenían sus em ociones hasta el punto de parecer im pasibles? O , si hemos nacido entre los años cincuenta y sesenta, el término puede que nos evoque a Mr. Spock, el personaje la serie S tar Trek, una d e mis favoritas. Y, si lo analizamos, el caso es que Mr. Sp ock manifiesta rasgos de los antiguos fi­ lósofos estoicos, aunque no siempre. (Entre otras cosas, Mr. Sp ock parece normalmente m ás interesa­ d o en dom inar sus em ociones que en adoptar una vi­ sión d el m undo que permita en último término pres­ cindir de dicho control afectivo.) Sin duda, el «estoicism o» no goza de particular buena fama. Para quienes crecimos en la década de los sesenta, en que el lema era «¿q u é m ás te d a?», «d eja que las cosas sigan su curso», la idea de com ­ portarse «estoicam ente» nos parecía, bueno, retró­ grada y un tanto «n eu ra». En nuestra época se ha valorado m ucho más el expresar las em ociones que el entenderlas; o, al menos, no hemos sabido cali­ 17

Todo tiene dos reas

brar hasta qué punto los excesos d e nuestras mani­ festaciones em ocionales estaban privándonos de la felicidad. Y sin em bargo, investigadores com o Albert Ellis o Aaron Beck, pioneros de la terapia cognitiva o cognitiva conductual (C B T en inglés), ya llevaban tiem po hablando de esto. Ellis, concreta­ mente, se aproxim a m ucho a los estoicos (sobre todo al esclavo Epicteto) cuando form ula lo que d e­ nomina «T erapia Racional Em otiva C onductual» (REBT, por sus siglas en inglés). En las páginas que siguen confío en poder dem os­ trar que el auténtico estoicism o no consiste simple­ mente en mantenerse im pasible ante la adversidad o en aplacar los sentimientos con mano de hierro. El estoicism o es m ucho m ás; es una especie de acti­ tud mental y espiritual. Podríam os decir que el es­ toico es alguien que pretende vivir de acuerdo con las eternas leyes de la naturaleza o con las eternas leyes divinas, según com o interpretemos el concepto es­ toico de «lo g o s», en este caso. E s cierto que muchos textos escritos por diversos filósofos defienden la idea de m odulación em ocional; pero de ahí no debe­ m os concluir que el ideal sea lograr seres humanos apáticos e im perturbables. M uy al contrario, existe un «área d e m oderación interm edia» que es la que m ás se ajusta a nosotros en tanto que criaturas ra­ cionales. C om o indica M arco Aurelio: « L a perfec­ ción m oral tiene esto: pasar cada día com o el últi­ mo, no sufrir convulsiones, no estar entorpecido, 18

Introducción

no ser falso » (M editaciones, VII: 69)1. D e hecho, di­ cen que los estoicos se esfuerzan p o r alcanzar la apatheia, pero sería erróneo entender este término como «ap atía», en su acepción negativa; apatheia implica más bien una especie de ecuanim idad espiri­ tual. M arco Aurelio dice: « L a alegría de un hom bre es hacer lo que es propio de un hombre. Propio de un hom bre es la bondad para con sus sem ejantes...» (M editaciones, VIII: 26). ¡A quí com probam os que M arco Aurelio no desea ni m ucho menos que su­ prim am os nuestras alegrías! L o que pretende es enseñarnos a encontrar la verdadera alegría en la benevolencia, tal y com o m arca la razón natural. Encontram os un sentimiento similar en las páginas del sabio judío Rav Eliyahu de Vilna, conocido com o el Vilna G ao n o G aon d e Vilna (1720-1727), cuando nos dice: « L o s d eseos hay que purificarlos e idealizarlos, no exterm inarlos». L o s estoicos pretenden entender «có m o son las co sas» y vivir d e acuerdo con ello. D e ahí que aunque para ser estoico no hay que creer en D ios, sí hay que entender cóm o está, digam os, organizado el universo. C uando com prendem os cóm o funcionan las cosas y lo aceptam os, nos serenam os por dentro y nos liberam os, lo cual nos permite perseguir pla­ ceres más elevados. Si nos em peñam os en rechazar 1. Las traducciones de Marco Aurelio al español se han tomado de la edición de Bartolomé Segura, Marco Aurelio: Meditaciones. Madrid, Alianza. 1999. »9

Todo tú n e dos asas

que las cosas son com o son, nos im pedim os ser feli­ ces (e im pedim os que los dem ás lo sean). Si vivimos de acuerdo con los principios estoicos, no tendre­ m os necesidad de aplacar nuestros sentimientos, porque se trata de que nuestros sentimientos se ajusten a «com o son las cosas». Puede que en este momento el lector esté pensan­ do: «¿A caso no hay ocasiones en que no debam os aceptar que las cosas son com o so n ?» «C u an d o ve­ m os casos d e terrible injusticia social, por ejemplo, ¿no estam os obligados a cam biar el statu s qu o ?». Son preguntas excelentes, a las que, p o r lo que en­ tiendo, los estoicos contestan con un claro y rotun­ do « ¡S í!» . Y para com prenderlo, debem os enten­ der que una parte de ese «com o son las co sas» está definida por nuestros propios valores y aspiraciones personales. El hecho de que pretendam os mejorar el m undo form a parte de la realidad tanto como las rocas, los árboles o las tortugas, y, desde luego, no tiene menos entidad real que los males sociales que deseam os erradicar. E s decir, tenemos todo el dere­ cho a intentar cam biar las cosas a mejor, incluso la responsabilidad de hacerlo. Pero si, después de es­ forzam os al máximo, fracasam os, ¡nada nos obliga a asumir adem ás el abatimiento! De ahí que el estoicism o tiene mucho en común con esa invocación, un tanto manida que suele apa­ recer en las guías de consejos para aprender a diri­ gir «reuniones paso a paso»; «D am e serenidad, Se­ 20

Introducción

ñor, para aceptar las cosas que no pu edo cambiar, valor para cam biar las que pu edo cam biar y la sabi­ duría que hace falta para discernir entre unas y otras». El estoicism o no supone una mera acepta­ ción pasiva del statu s quo; lo que busca es com pren­ der fundadam ente cóm o son las cosas y m ejorar lo que se pueda m ejorar racionalmente, incluidos no­ sotros mismos. D icho esto, también es verdad que los sabios a ve­ ces no saben por dónde andan. Y no es raro encon­ trar casos, por ejem plo, en que los filósofos estoicos van algo más allá d e lo que para mí resulta acepta­ ble a la hora de inducim os a contener las em ocio­ nes. E sto ocurre normalmente cuando hablan del período de duelo o de la alegría desbordante. Pero lo que está claro es que no tenemos por qué sentir­ nos obligados a seguir ciegamente los principios es­ toicos en lo referente a tales estados emocionales. C om o nos recuerda el filósofo A. C. G rayling - y com o han reconocido últimamente los neurólogos conductuales- «la razón y el sentimiento son dones igualmente valiosos e igualmente necesarios. Si uno no atem pera al otro, lo único que se consigue es el em pobrecim iento espiritual e intelectual» (2002:5). Y Sam uel John son defiende esta misma idea, acaso con más fuerza: Hay muchos... que nos aconsejan no entregamos a nuestros placeres favoritos, no permitimos el lujo del 21

Todo tiene dos asas

cariño y mantener siempre la mente suspendida en un estado de indiferencia, para que podamos cambiar lo que nos rodea sin sentirnos afectados... pero el intento de mantenemos vivos en tal estado de neutralidad va contra la razón y resulta vano. Johnson, 1750 Bueno, ya está bien de prólogo. Escuchem os a los m aestros y veam os en qué m edida podem os aprove­ char su sabiduría para nuestros fines, para nuestra personal búsqueda de una vida mejor.

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1. Razón y emoción

Las cosas no afectan al alma, sino que permanecen fuera, inmóviles, y las perturbaciones nacen sólo de la opinión interior... E l mundo es alteración, la vida, opinión. Marco Aurelio, Meditaciones, IV: 3 «L as cosas no afectan a l a lm a.» E sta afirmación aparentem ente tan sencilla representa la piedra angular del estoicism o. C onsiderem os el caso de Ángela, una m ujer d e 28 años, divorciada, m adre d e d os hijos, que se esfuerza p o r «se r buena m a­ d re y e sp o sa ». En cuanto su hija Tiffany d e cinco años em pezó a « d a r la lata» en el colegio y a tener pataletas en casa, Ángela cayó en una depresión de m anera fulminante. C ad a vez p asaba m ás tiem po en la cam a, d ejó d e hacer lo que hacía norm alm en­ te y em pezó a perder la confianza en su valor com o persona y com o m adre. «¡T iffan y m e está volvien­ d o lo c a !», le dijo Á ngela al terapeuta. « N o hace m ás que chillarme, independientem ente d e lo que haga, y siem pre m e está espetan do lo mala m adre 23

Todo tiene dos asas

que soy. Se lo com enté a una am iga y lo único que conseguí es que me criticara p o r no “ sab er im po­ ner la adecuada d isciplina” a Tiffany, ¡com o si no lo hubiera intentado! Y eso fue lo que m ás me hundió. Realm ente no d eb o ser muy buena madre, si tanto mi hija com o mi am iga me consideran tan inútil.» T odos -tan to más si tenemos niños pequeñosnos podem os poner en la situación de Ángela. Q ui­ zá incluso lleguem os a reconocer que: « ¡U f !, yo, en su caso, también me deprim iría». Puede ser. Pero lo curioso es que no todas las m adres que viven exacta­ m ente esas m ism as circunstancias tan desgraciadas sufren una depresión clínica. Una cosa es que estén tristes y otra que caigan en una depresión aguda. ¿A qué se puede deber esto? L a respuesta que ofrecen los estoicos es muy similar a la que hoy en día nos proporcionan los terapeutas cognitivo-conductuales: Ángela no está deprim ida porque Tiffany la «vuelva loca», ni por tener una am iga tan insensi­ ble, sino por su propia manera de pensar.1 Ángela se pasa el día atorm entándose con una serie de ideas 1. Los psiquiatras añadirían una salvedad importante a este respecto: en casos de depresión severa, casi siempre se observan factores genéticos, biológicos o químicos que inciden negativamente en la enfermedad. Con frecuencia gracias a una medicación adecuada, se puede conseguir que los individuos se encuentren mejor. Para quienes estén interesados en profun­ dizar sobre estas cuestiones biológicas, les recomiendo fervientemente el excelente ensayo, de fácil lectura, escrito por el doctor John Medina: Depresiion: How ¡t Happens. How it is Healed (New Harbingcr Publications, 1998). 24

I. Razón y emoción

contraproducentes e irracionales, com o por ejem­ plo: « S i mi hija me chilla, debe ser porque no soy buena m adre» o «S i mi amiga me critica es porque tengo que estar más pendiente». En términos estoicos, es la opinión que Ángela vier­ te sobre los acontecimientos externos lo que la está al­ terando, no los acontecimientos en sí. ¡Cambia de opi­ nión, cambia tu manera de sentir las cosas! N o cabe duda de que esto es mucho más fácil de decir que de hacer y por muy estoico que uno sea, si te dan un buen pisotón, no podrás evitar lanzar un ¡ay! L as personas no controlam os completamente el m odo en que nos afectan las cosas, pero ejerce­ m os una influencia sobre nuestras em ociones m u­ cho mayor que la que nos vem os obligados a asumir por las películas, las canciones o la cultura «victim ista» en la que estam os inmersos. Pero ¿qué es lo que defiende M arco Aurelio sobre el universo y la «transform ación»? Supon go que irá quedando claro a m edida que avancemos. D e m o­ mento, la próxim a vez que te encuentres preocupa­ do por algo razonablemente trivial, pregúntate lo si­ guiente: ¿E n qué m edida va a influir este problem a en mí o en quien sea dentro de mil años? Y ¿dentro de un año? ¿Y dentro de una sem ana? E n la m a­ yoría de los casos, probablem ente contestes: « N o m ucho». El universo es esencialmente variación y cam bio y lo que tú pienses sobre esa variación regirá tu propia manera de sentir. C om o dijo Shakespeare 25

Todo nene dos asas

en H am let (ILii: 253): «P o rqu e nada hay bueno ni malo si el pensamiento no lo hace tal»2. *

Todos los estados encuentran su origen en la mente. La mente es su fundamento y son creaciones de la mente... Si uno habla o actúa con un pensamiento puro, entonces la felicidad le sigue como una sombra que jamás le abandona... Cualquier daño que un ene­ migo puede hacer a su enemigo, o uno que odia a uno que es odiado, mayor daño puede ocasionar una men­ te mal dirigida.... El bien que ni la madre, ni el padre, ni cualquier otro pariente pueda hacer a un hombre, se lo proporciona una mente bien dirigida, ennoblecién­ dolo de este modo3. E l Dhammapada *

Al amanecer, dite a ti mismo: me voy a tropezar con un indiscreto, un desagradecido, un insolente, un envidio­ so, un insociable. Todo esto les sucede por su ignorancia 2. Traducción española de Luis Astrana Marín, Hamlet, Madrid, Alianza Editorial, 200$. 3. Traducción española de: http://wvmoshogulaab.coin/BUDA/TEXTOS/ budadamapada.htm#Cap%C3%ADtulo%201:%20Versos%20gemelos; Editado en español: 2006. Biblioteca de la sabiduría oriental [Monografía]. RBA colecdonable ISBN 13:978-84-473-4753-7 ISBN 10:84-473-4753-2

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1. Razón y emoción

del bien y del mal... [pero] no puedo sufrir daño por obra de ninguno de ellos... y no puedo enfadarme con un pariente ni odiarlo. Marco Aurelio, Meditaciones, II: 1 *

Cuando te encuentres con quien sea, dite al punto a ti mismo: «Éste ¿qué idea tiene del bien y del mal?»... [entonces] no me parecerá asombroso ni extraño si hace estas cosas... Marco Aurelio, Meditaciones, VIII: 14 T odos los días Jim llegaba a la oficina hecho un d e ­ sastre. C om o vivía a unos 80 km de Boston y te­ nía que coger el coche, term inaba invariablem ente echando pestes contra «e so s im béciles que no sa ­ ben condu cir». U na vez que tuvo que frenar un poco en la autopista p o r algún listillo, Jim aceleró y, según él m ism o contaba, «estuve tocando la b o ­ cina durante diez m inutos, todo el rato, hasta B o s­ to n », to do eso a unos 3 m etros d e distancia del otro conductor, y a 100 km po r hora. P ero Jim no sólo tenía problem as en carretera. C u an d o llegaba a la oficina y veía que no había ya sitio libre para aparcar, se encabritaba. Un d ía que el coche d e d e­ lante le quitó un sitio que había a pocos m etros, 27

Todo tiene d os asas

Jim em pezó a tocarle el claxon, a insultar al con­ ductor y estuvo a punto d e llegar a las m anos. ¿C óm o habría reaccionado Jim si hubiera enta­ blado este «diálogo consigo m ism o»? «Vale, es una lata que este tío me haya quitado el sitio en mis narices. H a sido un grosero. Pero ima­ gínate que también llega tarde y que tiene la misma prisa que yo por entrar en la oficina. Puede que na­ die le haya enseñado a ser educado, o puede que no me haya visto y que no supiera que iba a aparcar. D a igual, com o dice Tony Soprano, “ ¿Q u é se le va a ha­ ce r?” . ¡E n todos lados hay miles de personas male­ ducadas e irreflexivas, y seguro que hoy me toca to­ parme con dos o tres! ¡Pero por eso no se acaba el m undo, su p o n go !» M arco Aurelio añade el argumento de que esas personas irreflexivas tan groseras no tienen siquiera la capacidad de herim os, precisam ente porque no ven las cosas, ni nosotros tenemos por qué «odiar­ las». Curiosam ente, el im pulsor d e la Terapia Ra­ cional Em otiva C onductual, el Dr. Albert Ellis, nos diría que el m ero hecho de llam ar a alguien «grose­ ro irreflexivo» supone una reacción excesiva. Y es cierto, hay gente que se com porta normalmente de manera irreflexiva o grosera, pero eso no basta para que la clasifiquem os con la etiqueta de «gro sero» para los restos. Y si nos ponem os a pensar por qué las personas cargantes han llegado a ser com o son e intentamos com prender qué idea tienen del bien y 28

[.Razón y emoción

del mal, probablem ente nos enojem os m enos y dis­ culpem os m ás a la persona que tenemos delante. Puede que veam os, por ejem plo, que el tipo que se m etió en el sitio de Jim quizá venga de una familia en la que a los niños se les inducía a ser siem pre el N úm ero U no, por encima d e todo. Q uizá parezca éste un m odo un tanto sensiblero d e reaccionar contra los sinvergüenzas o los imper­ tinentes, pero la tesis de Ellis realmente expresa un principio profundam ente ético y religioso: a saber, que las personas son algo m ás que la sum a d e sus m alas acciones. T odos albergam os una dignidad in­ trínseca por el m ero hecho de com partir la misma naturaleza y puede que quien se com porte hoy de manera ruda, m añana cam bie. E n la tradición judía, encontram os esta idea recogida en el Talm ud: « N o desprecies a ningún hombre, y no seas indiferente a nada. Porque no hay hom bre que no tenga su hora, y no hay cosa que no tenga su lugar» (Pirkei Avot, 4: 3 )4. E l rabino Shlom o T operoff añade, «cuan d o desprecias a alguien, estás despreciando a D ios... por ello, no desprecies a nadie globalmente, ni siquiera cuando descubras rasgos censurables en su carácter. Ten paciencia y así quizá llegues a d es­ cubrir que posee virtudes adm irables» (Tope­ roff, 203). En la tradición cristiana, encontram os

4. Traducción española de http://casahilleI.coni/casahillel/index.phpi’

option=com_content&task=vicw&id= I8<emid=41 (27.11.09) 29

Todo tiene dos asas

también este sentimiento humanitario tan maravi­ lloso en el capítulo de Tom ás d e K em pis, «Sop ortar los defectos ajenos»: « N o hay nadie sin defecto, na­ die sin carga, nadie para sí es suficiente, nadie lo bastante sabio, sino que es necesario llevam os unos a otros, consolarnos, ayudarnos igualmente, ins­ truim os y aconsejam os»5 (C onsejos útiles para la vida espiritual). Sé que resulta muy difícil ser tan «com prensivo» cuando te acaban d e quitar ¡el único sitio d e apar­ cam iento que había! Pero si em pezam os a interpre­ tar tales com portam ientos d e manera distinta hoy, nos será m ucho m ás fácil mantener la tranquilidad en el futuro. *

E l rabino Josep h G elberm an tiene fam a reconocida com o maestro de la Cábala, una de las principales colecciones de escritos de mística judía. Y además es un psicoterapeuta que ofrece recomendaciones muy sensatas sobre las emociones: De todos los tiranos del mundo, nuestras actitudes se ponen a la cabeza de los más crueles caudillos, la tira­ nía de uno mismo sobre sí mismo. La irritación es una 3. La traducción de los fragmentos del Kempis está tomada de http:// www.multimedios.org/docs/d001289/p000001.htm#0-p0.1 (27.11.09), Ver­ sión del original latino por Luis Otero Linares 30

1. Razón y emoción

tiranía que nos imponemos a nosotros mismos, sobre la mente y el corazón... Lo único que consigue la cóle­ ra es arrebatamos la libertad. Es mejor aceptar la ad­ versidad que nos toque vivir, rechazar la irritación y la derrota y dejar que esas emociones tan dañinas des­ aparezcan (2000,54). El miedo no es sino un tirano que se envalentona al ver que le dan rienda suelta. Somos nosotros los que le abrimos la puerta y le dejamos entrar (49). *

Si suprimieses tus suposiciones sobre lo que parece en­ tristecerte, estañas anclado en la posición más segura. Marco Aurelio, Meditaciones, VIII: 40 Linda llevaba meses deseando que llegara el día d e la boda de Jen , una íntima amiga suya de la universi­ dad, y estaba segura de que estaría entre las dam as de honor. Pero cuando le llegó la invitación, vio que era una invitación corriente, en la que no le daban nin­ gún trato especial. Linda se vino abajo. Em pezó a re­ pasar palabra por palabra todas las conversaciones que ella y Je n habían tenido durante el año anterior y a revisar los correos que se habían m andado una a otra para ver si encontraba algo que pudiera darle una pista sobre lo ocurrido. Aunque no encontró nada particularmente relevante, Linda siguió ru3i

Todo tiene dos asas

miando la idea de que le habían hecho un feo. Pensa­ ba q u e je n estaba enfadada con ella por algo, o que «Jen ya se había cansado d e tenerme com o amiga». A ratos Linda se sentía molesta y se reconocía pensan­ do: «¿C ó m o es posible q u e je n se atreva a hacerme esto a mí, después de todo lo que hemos pasado jun­ tas?». Linda quería llamar a su amiga para que le die­ ra alguna explicación, pero se sentía dem asiado doli­ da y le daba vergüenza. Con el paso d e los días Linda se iba encontrando cada vez m ás abatida. H asta que dos semanas antes de la boda, Linda recibió una lla­ m ada de Jen para disculparse por «el lío que había tenido con las invitaciones». Jen le explicó a Linda que le había llegado una tarjeta equivocada y que, desde luego, contaba con ella com o dam a de honor. Este retrato da muestra de cóm o nuestra opinión o interpretación de las cosas forjan nuestros sentimien­ tos, y sirve además de cuento con moraleja: si inter­ pretamos las cosas especulando sobre bases infunda­ das, lo pagamos. Linda se podría haber ahorrado semanas de sufrimiento interior, evitando interpreta­ ciones o contemplando posibles alternativas; por ejemplo: «P uede que la invitación original se perdie­ ra... o puede q u e je n mezclara las tarjetas. Y además, supon q u e je n no quisiera que yo fuera dam a de ho­ nor. ¿Pasa algo? A lo mejor tenía primas o parientes cercanas que se sentirían realmente heridas si no les invitara a ser dam as de honor. D esde luego no tiene por qué ser que ya no me valore com o am iga». 32

1. Razón y emoción

En el Antiguo Testamento ya se nos advierte: «con justicia juzgarás a tu prójim o» (Levítico, 19:15). Y en el Talmud, se nos dice: «S ed circunspectos en el jui­ cio» (Pirkei Avot, 1 :1 ); y «juzga a toda persona para bien» (Pirkei Avot, 1: 6). En la tradición cristiana, Tomás de Kem pis nos sugiere: «A l juzgar a los de­ más, uno trabaja inútilmente... se equivoca muchas veces... Com o recibimos las cosas según nuestros sentimientos, de acuerdo con eso frecuentemente las juzgamos; por causa del am or propio fácilmente per­ dem os su verdadero sentido» (Capítulo XIV: «E v i­ tar los juicios temerarios»). Los estoicos van más allá en su análisis de las opiniones, sobre todo cuando juzgamos a otros. M arco Aurelio se pregunta: « ¿ C o ­ mete otro una falta contra mí? É l verá». (M editacio­ nes, V: 25); y añade: «las perturbaciones nacen sólo de la opinión interior» (M editaciones, IV: 3). El rabino Zelig Pliskin nos descubre que hay un grupo en Israel que se reúne periódicam ente para intentar buscar «e x c u sas» que expliquen los desai­ res sufridos por algún m iem bro del mismo. Tom o un ejem plo del rabino Jo sep h Telushkin (2 006:35), tal com o lo cita él mismo: E sperabas que alguien te invitara a cenar a su casa, pero no lo hizo: a) b)

A lo mejor se ha puesto enferm o alguien de su familia. A lo m ejor estaba pensando irse d e viaje. 33

Todo tiene dos asas

c)

A lo m ejor no tenía com ida en casa para pre­ parar la cena.

En resumen, la felicidad viene en gran m edida (aun­ que no del todo) en función del m odo en que ju z ­ guem os las cosas, de la generosidad, la tranquilidad y la precisión con que lo hagam os, y no en función de las cosas en sí. Y cuando nos sentim os «h eridos» por algo o por algún acontecimiento, tenemos que reflexionar para ver qué opinión nos hem os form a­ do de estas circunstancias externas. *

Hay una historia que se cuenta de Epicteto, el pen­ sador que de joven fue convertido en esclavo. Una vez que su amo le retorció la pierna de manera tor­ turante, Epicteto observó con tranquilidad: «M e va a rom per la pierna». Y cuando de hecho se la rom­ pió, añadió con similar serenidad: « ¿ N o se lo d ije?» (Bonforte, vii). Sin em bargo, también es cierto que el rabino Joseph Telushkin establece una excepción por lo que se refiere a la idea defendida por el estoicism o clási­ co de que la irritación nunca resulta apropiada. Te­ lushkin señala: El argumento que defienden Filón y Séneca me resulta llamativamente excesivo. Por ejemplo, los que se enfu34

1. Razón y emoción

recieron contra Hitler, como Winston Churchill, esta­ ban más dispuestos a combatirlo y a terminar con él que otros que no se sintieron particularmente irrita­ dos... Y siguiendo su argumento, ¿quién iba a querer vivir en una ciudad en la que los agentes de policía no se sintieran indignados frente a los asesinos, violadores o pederastas a los que tenían que detener? Como dejó dicho el rabino Abraham Joshua Heschel: «Si suprimi­ mos del todo la irritación ante los estallidos de maldad, estaremos rindiéndonos y capitulando ante lo perver­ so... La ausencia absoluta de indignación atrofia la sen­ sibilidad moral». Telushkin, 2006 L o s rabinos Telushkin y H eschel aportan observa­ ciones im pecables. Si nos enfrentamos a una atroci­ dad, m ás que suprim ir del todo nuestra irritación, lo que tenemos que hacer es perm itim os el grado d e irritación suficiente para conseguir e l objetivo. Re­ sulta probablem ente m ás inteligente. Pero ¿cuál es el objetivo? ¡D errotar e l m al, no sufrir una apople­ jía! Y lo que tam bién está claro es que dejándonos sobrepasar por la ira, también contribuim os a que se atrofie la sensibilidad moral. *

Toda cosa tiene dos asas, una que sirve para llevarla y otra que no. Si tu hermano comete faltas, no lo agarres 35

Todo tiene dos asas

de la primera, del hecho que cometa faltas (pues este -sic- asa es la que no sirve para llevarlo); agárralo me­ jor de la segunda, del hecho de que es tu hermano, porque ha sido criado contigo: así lo tomarás por la que sirve para llevarlo. Epicteto, 86 E va era una profesora de danza de 45 años, que llevaba 20 años casada con G eorge, inform ático de profesión. A unque Eva cuando describía a G eorge decía que era «u n tío muy decen te», lo cierto es que le resultaba muy difícil hablar con él. «Intenta escuchar, pero es com o si no le im portara nada. Allí no hay n ad a»6, explicaba E v a con pesar. G eor­ ge tam poco la había apoyado dem asiado cuando intentaba m ontar su propio estudio d e danza, algo que consideraba « p o c o p ráctico » y «autocom placiente» y la presionaba para que bu scara un traba­ jo que le reportara un «salario segu ro». E va y G eo rg e habían ido a un reconocido asesor m atri­ monial y durante unos años las co sas parecían ir mejor, según Eva. P ero d esd e hacía p o co G eorge estaba em pezando a sentir que el m atrim onio para

6. Una de las citas más conocidas

El libro de bolsillo