Tiene que haber algo mas Sid Roth

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La mayoría de los productos de Casa Creación están disponibles a un precio con descuento en cantidades de mayoreo para promociones de ventas, ofertas especiales, levantar fondos y atender necesidades educativas. Para más información, escriba a Casa Creación, 600 Rinehart Road, Lake Mary, Florida, 32746; o llame al teléfono (407) 333-7117 en Estados Unidos. ¡Tiene que haber algo más! por Sid Roth Publicado por Casa Creación Una compañía de Charisma Media 600 Rinehart Road Lake Mary, Florida 32746 www.casacreacion.com No se autoriza la reproducción de este libro ni de partes del mismo en forma alguna, ni tampoco que sea archivado en un sistema o transmitido de manera alguna ni por ningún medio –electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otro– sin permiso previo escrito de la casa editora, con excepción de lo previsto por las leyes de derechos de autor en los Estados Unidos de América. A menos que se exprese lo contrario, todas las citas de la Escritura están tomadas de la Santa Biblia Reina Valera Revisión 1960 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1960. Usada con permiso. Otra versión utilizada es la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional (marcada NVI). Usada con permiso. Las citas de la Escritura marcadas (LBLA) corresponden a La Biblia de las Américas, Edición de Texto, ©1997 por The Lockman Foundation. Usada con permiso. Las citas de la Escritura marcadas (DHH) corresponden a La Biblia Dios Habla Hoy, 2ª edición © Sociedades Bíblicas Unidas, 1983. Las citas de la Escritura marcadas (RV95) corresponden a la Santa Biblia Reina Valera Revisión 1995, Edición de Estudio © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usada con permiso. Las citas de la Escritura marcadas (BJ) corresponden a la Biblia de Jerusalén, Ed. Desclée de Brower, Bilbao, España, 1976. Usada con permiso. La grafía y significado de los términos hebreos corresponden a la Nueva concordancia exhaustiva de la Biblia de Strong, de James Strong, Editorial

Caribe, 2003. Usada con permiso. Cotejados, en caso necesario, con BrownDriver-Briggs’ Hebrew Definitions, versión para e-Sword. De los recursos en español provistos por www.ebenezer.hn para e-Sword - La espada electrónica, ©2000-2009 Rick Meyers, versión 8.0.6., www.e-sword.net, Usada con permiso. Copyright © 2011 por Casa Creación Todos los derechos reservados Originally published in the U.S.A. by:

Shippensburg, PA under the title There Must be Something More! Copyright © 2009–Messianic Vision USA All rights reserved Traducido por: María Mercedes Pérez, María del C. Fabbri Rojas y María Bettina López Coordinación, revisión de la traducción y edición: María del C. Fabbri Rojas Director de diseño: Bill Johnson Library of Congress Control Number: 2010940921 ISBN: 978-1-61638-112-7 11 12 13 14 15 * 5 4 3 2 1 Impreso en los Estados Unidos de América

Para Joij

TABLA DE CONTENIDO CAPÍTULO UNO CAPÍTULO DOS CAPÍTULO TRES CAPÍTULO CUATRO CAPÍTULO CINCO CAPÍTULO SEIS CAPÍTULO SIETE CAPÍTULO OCHO CAPÍTULO NUEVE CAPÍTULO DIEZ CAPÍTULO ONCE CAPÍTULO DOCE CAPÍTULO TRECE CAPÍTULO CATORCE CAPÍTULO QUINCE CAPÍTULO DIECISÉIS CAPÍTULO DIECISIETE CAPÍTULO DIECIOCHO CAPÍTULO DIECINUEVE CAPÍTULO VEINTE CAPÍTULO VEINTIUNO CAPÍTULO VEINTIDÓS CAPÍTULO VEINTITRÉS

Sentencia de muerte ¡Yo soy el Rey! Mentiroso, burlón Hipócrita, haragán Justo en el centro Un gran trato Míster sensacional Señales borrosas ¿Algo más? Ladrón El adivino Conexión de poder ¿Cuál es la fuente de su poder? Semilla de temor Fuera del infierno Una vida de gracia Gozo por la mañana Piense por sí mismo Creo ¿Quién es un verdadero judío? El cielo debe ser un lugar maravilloso ¡Tiene que haber algo más! Su búsqueda

Diálogo ¿Quién es Él? Diálogo avanzado Claves para comprender la profecía mesiánica

¿Tienen razón los rabinos? Sopla el shofar para hacer la Aliyá

CAPÍTULO UNO Tú, Señor, me obligaste a que volviese en mí y me consideraste, haciendo que todo el feo semblante de mi mala vida, que yo había echado a las espaldas por no verme, se me pusiese delante de mí, para que viese cuán feo era, cuán descompuesto y sucio, manchado y lleno de llagas. Yo me veía y me horrorizaba y no tenía adónde huir de mí mismo. Si procuraba apartar de mí la vista, volvías a ponerme enfrente de mí y hacías que me viese y me mirase a mí mismo, para que claramente conociese mi maldad y la aborreciese. Bien la conocía yo, pero disimulaba: pasaba por ella y la olvidaba.

SENTENCIA DE MUERTE

¡Dios mío! ¿Cómo podía soportarme la gente? ¿Cómo es que nadie me mató hace ya tiempo? No me gustó la repentina revelación que me mostró quién era yo: la revelación de que yo, que siempre había creído que era tan maravilloso, en realidad era un desastre total como persona. Daba asco, dolía, quería negarlo, pero sin importar lo que intentara, no podía encontrar justificación alguna para mi vida. No había ninguna cualidad buena ni amable en mí. ¿Por qué Dios me dejaba vivir? ¡Tal vez no me dejaría! Ese pensamiento taladraba alocadamente mi cabeza, ¡y no podía detenerlo! Quizás el rápido desfile de toda mi vida ante mis ojos fuera el preludio del fin … ese mismo día. ¡Pero Dios! ¡Yo no estoy listo para morir! Conduje sin rumbo por la ciudad durante varias horas, deteniéndome mecánicamente en los semáforos, como si fuera un autómata cambiaba de carril, aceleraba, disminuía la velocidad, pensaba …

Pensaba en la vida que había vivido, me miraba verdaderamente por primera vez, parecía que la maldad que había en mí se hinchaba y se agrandaba cada vez más, hasta que temí explotar por ella. ¿Pero por qué? ¿Por qué había sido así? ¿Por qué nunca la había visto hasta ahora? ¿Habría alguna esperanza para mí? A medida que se arremolinaban las preguntas sin respuesta, consideré estrellar mi auto en aquel tránsito veloz para eliminar la atrocidad del pasado. Pero tuve miedo. Si lo hacía, tal vez aterrizaría en el infierno, y tendría que aguantar por toda la eternidad lo espantoso que había en mi interior. Inexplicablemente, me encontré estacionando frente a una enorme librería a la que había ido varias veces. Al entrar en el lugar, mis pies me llevaron automáticamente a la sección de la nueva era. Allí, un libro con cubierta azul llamó inmediatamente mi atención: The Bible, the Supernatural, and the Jews (La Biblia, lo sobrenatural y los judíos) de McCandlish Phillips. Me estiré para alcanzarlo y cayó abierto en mis manos. Comencé a leer: Así como no tendería su mano en el pozo de las serpientes, tampoco debería permitirse dejarse atraer por ninguna forma de ocultismo, ni siquiera de manera tentativa y experimental, sin saber que es posible que atraviese el umbral y pase una puerta que se cierre de un portazo detrás de usted apenas la cruce—tan cerrada que nada que haga podrá volverla a abrir por lo que no podrá salir.1 ¿Se me había cerrado ya la puerta por estar implicado con el horóscopo, la adivinación del futuro y el control mental? Mi corazón latía desenfrenadamente mientras mis ojos avanzaban algunas páginas. Entonces leí algo todavía más aterrador: La puerta que jamás puede volver a abrirse se cierra más rápido para un judío que para alguien que no lo es.2 El autor sigue diciendo que esto es verdad porque cada judío, sea o no consciente de ello, tiene un pacto con Dios. Sentía gotas de sudor que caían

de mi frente. Mi garganta ardía. Se me puso la carne de gallina en todo el cuerpo. Pero no podía dejar el libro. Le arrojé algo de dinero sobre el mostrador al cajero y regresé apresuradamente a mi auto, apretando el libro bajo mi brazo. Ni siquiera tuve conciencia de que conduje hasta mi edificio, salí del auto dando un portazo, y atravesé corriendo el vestíbulo hacia mi departamento, desgarrado por la preocupación. Parte de mí quería devorar aquel libro, leer cada palabra; otra parte de mí quería hacerlo añicos, prenderle fuego: ¡cualquier cosa, con tal de deshacerme de él! La página en que lo abrí nombraba a prominentes judíos que habían perdido la vida por haber jugado con lo oculto, abriendo la puerta a lo sobrenatural por medio de corrosiva música rock, alcohol, marihuana, drogas, yoga, artes marciales, meditación, canalización, sesiones de espiritismo, curación psíquica, acupuntura, hipnotismo y expansión mental. Allí estaba Brian Epstein, el administrador de los Beatles. Brian, multimillonario a los treinta, era judío. Él había jugado con lo oculto, y murió de una sobredosis de drogas. Me estremecí, pensando en lo cerca que estuve de seguir sus pasos. Phillips decía que entrar al mundo sobrenatural es como pisar la tapa de una alcantarilla, pero cuando quieres salir la tapa convenientemente ha desaparecido. La única manera de salir es por las propias entrañas del infierno. ¡Pero yo no quería morir! ¡No estaba listo para morir! ¡Oh, Dios, ayúdame! ¡Que alguien me ayude! ¡Tenía que ponerme en contacto con Dios! Tenía que decirle lo arrepentido que estaba. Por todo. Pero no sabía cómo ponerme en contacto con Dios, y no sabía quién me podría ayudar. El que me adivinaba el futuro no me podía ayudar. La gente de control mental no me podía ayudar. Ellos decían que no existía la maldad. ¿Mi rabino? Él probablemente me enviaría a un psiquiatra que me encerraría y tiraría la llave. Mi madre no me podía ayudar. Ella tampoco sabía cómo alcanzar a Dios. Acosado por el pánico, salí velozmente y corrí hacia una joyería que había en mi vecindario. Allí compré una Mezuzá3 y me la colgué del cuello. Tal vez eso le mostraría a Dios que yo le pertenecía. Llamé por teléfono a Joy, mi esposa, de quien estaba separado.

“Ora por mí”, le rogué. “¡Ora como si nunca hubieras orado antes! ¡Ora a tu Dios por mí! Pídele que me ayude. Por favor, pídele que me ayude. ¡Pídele que me perdone la vida!” Dejé caer el teléfono, llorando en una agonía desesperada. Podía sentir el miedo agolpándose en mí, algo tangible que iba creciendo. Cuando llegara el colapso y todo hubiese terminado (¿Terminará alguna vez? ¿O será terror eterno?), ¿dónde estaré yo? ¿O quedaría algo de mi ser en alguna parte? Me sentía como un hombre sentenciado a muerte; puse la Biblia debajo de mi almohada, toque la Mezuzá que rodeaba mi cuello, y me arrastré, temblando, hacia la cama. Allí, acostado boca arriba, paralizado por el miedo, le pedí a gritos a Dios que me ayudara. No fue una gran oración, pero surgía de un hombre quebrantado y vacío.

NOTAS FINALES 1. McCandlish Phillips, The Bible, the Supernatural, and the Jews (Cleveland, OH: World Company, 1970), 5. 2. Ibíd., 6. 3. “La Mezuzá es una pequeña caja dentro de la cual se coloca un diminuto rollo de pergamino escrito a mano (llamado klaf). El rollo contiene las palabras del pasaje ‘Shema Israel’ (Deuteronomio 6:4-9) en el cual Dios ordena a los judíos que guarden su Palabra constantemente en sus mentes y en sus corazones. El rollo también contiene otro pasaje (Deuteronomio 11:13). Los pasajes están escritos en hebreo, y contienen 22 líneas de 713 letras escritas minuciosamente” Guía judaica, “Mezuzah”, Jewish Information, The Mezuzah, http://www.judaica-guide.com/mezuzah/ (consulta en línea 29 de abril de 2009).

CAPÍTULO DOS Cuando no obtenía lo que quería … me enfurecía: con mis padres, como si tuviera derecho a que se sometieran a mí; con los demás seres humanos, como si ellos estuvieran obligados a servirme; y me vengaba a gritos … Seguro, no estaba bien pedir a gritos cosas que hubiesen sido absolutamente malas para mí, incluso en esa etapa de la vida; tener ataques de ira porque las personas mayores … no me obedecían; arremeter contra mis padres o alguna otra persona sensible, con la profunda voluntad de herirlos, porque no complacían las demandas que, de haber sido concedidas, hubieran significado un gran peligro para mí.

¡YO SOY EL REY!

El tren estaba atestado de viajeros bien vestidos que iban desde Washington a Nueva York para las fiestas. Los portaequipajes estaban colmados de regalos envueltos en papeles brillantes y abrigos doblados. Todos los asientos estaban ocupados, y algunos pasajeros extra se sentaban en el pasillo, sobre sus maletas. A medida que el tren aerodinámico se abría camino a través de un campo cubierto de nieve, un niñito rubio se soltó a los tirones de la mano de su padre y se arrojó al pasillo, gritando con toda la fuerza de sus pulmones, pataleando contra la alfombra verde del coche de pasajeros en un berrinche entrecortado. “¡Uaaaa! ¡Me muero de hambre! ¡Uaaaa! ¡Quiero una hamburguesa! ¡Uaaaa! ¡Quiero una hamburguesa1 ¡Uaaaa!” Lo hacía casi con ritmo, puntuado por el veloz chasquido de las ruedas del tren. El padre del chico frunció ferozmente el ceño y comenzó a

incorporarse de su asiento, pero su esposa lo tomó de la punta del saco y lo atrajo de nuevo hacia el asiento, con una voz hipnóticamente persuasiva. “Sé paciente, Jack. Después de todo, es solo un niño. Cuando sea más grande podremos razonar con él, enseñarle la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Pero ahora, probablemente solo tenga hambre. Ya pasó toda una hora desde que almorzamos”. El hombre dio un profundo suspiro de resignación y se envolvió los bordes del abrigo alrededor de las piernas. Gruñendo lo que tiene que haber sido un asentimiento, permaneció mirando fijamente hacia adelante. Su esposa hurgó en su amplia cartera, hasta que tomó un puñado de brillantes monedas. Se acercó hasta el pasillo, se arrodilló junto al niño que seguía chillando y dando patadas. “Aquí tienes, Sidney”, susurró, mostrándole el dinero. “Ven conmigo, y te compraré la hamburguesa”. Él detuvo su llanto, como si estuviera a punto de volver a empezar, y exigió con desconfianza: “¿Puedo ponerle mucho ketchup?” “Toda la botella si quieres”, le sonrió la mujer, arreglándole el cabello mientras lo ayudaba a incorporarse. Ella parecía vibrante de orgullo, sin la menor vergüenza ante aquel vagón lleno de pasajeros que habían estado dormitando, leyendo o conversando en voz baja, hasta que se detuvieron a mirar fijamente el melodrama casi surrealista que se desarrollaba ante sus ojos. Pero la escena fue lo suficientemente real para sus tres protagonistas. Habían tenido muchas escenas similares en el pasado. Yo fui un niño que siempre hacía berrinches, y mi mama era la indulgencia personificada, mi arma secreta contra mi padre y contra cualquier otra persona del mundo que no me dejara hacer lo que yo quisiera. Hay otras escenas que permanecen vivas en mi memoria aún hoy. Puedo verme corriendo alrededor de la mesa del comedor, haciendo caras a mi padre—“Nyah, nyah, nyah”—que me corría indignado con su cinturón. Pero mi arma secreta siempre estaba entre nosotros, intercediendo por mí, y él nunca me agarraba. Jamás sentí sobre mí ese cinturón que tanto merecía. De haberlo sentido, todo podría haber sido diferente en mi vida. Podría haber evitado lo que sucedió aquel día cuando, siendo ya un joven físicamente crecido, gatee hasta la cama demasiado aterrorizado como para

cerrar los ojos, pero con tanto miedo por el desastre que había hecho con mi vida que pensé que lo mejor sería dormirme y no despertar jamás. Ya era bastante malo que mi madre me consintiera todo, pero para cuando tuve cuatro años, gran parte del mundo se le unió para dejarme hacer lo que yo quisiera.

DISCAPACITADO Todo comenzó cuando, de repente, por rezones que nadie entendió, comencé a cojear. Ni siquiera yo mismo me había dado cuenta, hasta aquella noche en que hubo en mi casa una reunión para jugar a las cartas. Me había ido a dormir temprano, como era habitual, a la habitación de mis padres. Me desperté a medianoche, como me lo había propuesto, para comer algunas de las cosas que se servían en la reunión. Me restregué los ojos, a los tropezones llegué hasta el living, en mis arrugados pijamas. ¿Qué le pasa a Sidney que cojea de esa manera?”, oí que alguien le preguntaba a mi mamá. “¿Renquear? ¿Mi Sidney?”, claramente se sobresaltó Mamá. Arrojó las cartas boca abajo sobre la mesa y reclinó su silla, con un gesto de preocupación claramente grabado en su rostro. “Oh, solo está simulando, Ceal”, dijo mi padre. “Vamos, es tu turno”. Pero mi madre tenía que averiguar en ese mismo momento qué era lo que le ocurría a su niñito querido. “Camina por la habitación para mí, Sid”, suplicó, extendiéndome sus brazos. Estuve feliz de hacerlo, al ver que la cojera era una manera de conseguir aún más atención de la usual. Pero exageré mi demostración, cojeando de forma tan exagerada, haciendo tan obviamente una mueca de dolor en mi rostro, que todos, excepto mi mamá, soltaron la carcajada y volvieron a su juego de cartas. Me consolé pensando en la comida que mi mama me traería en un ratito. Ella preparaba la mejor carne en conserva y los mejores sándwiches de pastrami del mundo y probablemente me daría uno de más ya que todos se habían reído de mí. Siempre contaba con que ella hiciera cosas así.

En los días que siguieron seguí cojeando, incluso inconscientemente. Mi padre continuaba diciéndome que dejara de fingir, pero mi madre se preocupaba más y más. “Realmente hay algo que no está bien en Sidney, Jack”, escuché que le decía a mi padre unos días después, cuando él llegaba de su trabajo como electricista estatal. “¿Quieres decir ese asunto de la cojera?” Me miró, entrecerrando los ojos, a través del humo del cigarrillo que perpetuamente colgaba de su boca. “Oh, ese niño solo busca llamar la atención”. “¡Jack! ¡Yo sé que pasa algo serio!” Mamá gritó tan alto que papá no dijo nada más. Se enterró en el periódico vespertino mientras ella alzaba el teléfono para pedir una cita con el ortopedista. Me hicieron muchos exámenes, rayos X y más rayos X. El diagnóstico: osteocondrosis de cadera derecha. El tratamiento: tendría que disminuir el peso de mi cadera para poder sanar. “Pobre Sydney”, dijo mamá, y el resto del mundo también demostró su simpatía. Al principio me deleitaba que me dieran tanta importancia y la excitación de tener que andar con muletas, aparatos ortopédicos y zapatos con alza. Todos me daban regalos, y los familiares y vecinos hacían todo por mí. Hasta mi padre me daba todo lo que yo quería. Cuando iba al cine, alguien se paraba para darme el mejor asiento; cuando me inscribí en un concurso de Halloween, gané el primer premio, no porque mi disfraz de cowboy fuese mejor que los demás, sino por mis muletas. Las personas que no me conocían pensaban que yo estaba siendo muy valiente y maravilloso. Pero el que ellos lo pensaran no hizo que fuese así; me fui poniendo más gordo, más descarado y más malcriado aún que antes. De haber habido un concurso, yo habría ganado fácilmente el primer premio por ser el niño más odioso del mundo.

EL HOSPITAL Y LA ESCUELA Para cuando tuve edad suficiente para ir al jardín de infantes me inscribieron en el de la Academia Hebrea en Washington, DC. Yo estaba

convencido de que ser lisiado me daba el derecho a obtener lo que se me antojara de todo el mundo. Debe haber sido un gran alivio para mis maestros cuando en enero, mientras cursaba el primer grado, los doctores decidieron que las muletas y los aparatos ortopédicos no estaban dando resultado. Seguía poniendo demasiado peso sobre mi cadera, decían, y debían sacarme de la escuela e internarme en el hospital para poder corregir mi pierna con tracción. Tener la pierna levantada con pesas no me sonaba muy terrible. Además, ¡estar en el hospital debía ser una buena manera de recibir muchos regalos! En el hospital, el desafío fue hacer que toda aquella nueva gente me diera el gusto. Pero pronto aprendí que las enfermeras tenían experiencia en tratar con mocosos malcriados, y pronto demostraron que sabían bien cómo tratar conmigo. El chico que estaba en la cama de al lado se hizo mi amigo, y nos gustaba intercambiar revistas de historietas y juguetes. Como ninguno de los dos podía moverse de la cama, llamábamos continuamente a las enfermeras y les pedíamos que nos alcanzaran lo que nos estábamos intercambiando. Un día, una enfermera se cansó. Nos explicó que estaba muy ocupada cuidando a otros pacientes y que no la volviéramos a llamar a menos que en verdad la necesitáramos. Lógicamente, después de eso la llamábamos el doble que antes. No sabíamos que la enfermera tenía un arma secreta. A la mañana siguiente, dos practicantes, con su uniforme verde y mascarillas colgando de sus cuellos, vinieron hasta nuestra habitación trayendo una camilla. “¿Van a operar a ese niño?” le preguntó uno al otro, sacudiendo la cabeza en dirección a mí. El otro practicante asintió con gesto de gravedad. Serios, comenzaron a maniobrar la camilla cerca de mi cama. Su gesto extremadamente adusto me puso nervioso. Quizás me cortarían la pierna. “¡No!” Grité tan fuerte como fui capaz. “¡A mí no! ¡Esto es un terrible error! ¡Llamen a mi mamá! ¡Llamen a mi mamá!” Me enrosqué en el extremo opuesto de la cama, pateando y gritando cada vez más fuerte hasta que los practicantes salieron de la habitación, llevándose la camilla con ellos. Tuve demasiado miedo como para llamar a las enfermeras por el resto de aquel día. Cuando mi madre vino a verme antes de la hora de dormir, le conté lo que había sucedido, adornando la verdad con todos los detalles

sangrientos de ficción que mi imaginación pudo crear. Ella escuchó horrorizada, sus cejas se levantaban más y más, primero por la impresión, luego por la súper-justificada indignación. Armada con mi relato de increíble tortura sádica, mamá se fue de prisa hasta la oficina del administrador y exigió que despidieran a los dos practicantes, amenazando con solicitar una investigación oficial de todo el personal del hospital. No sé qué le dijo el administrador, pero sí recuerdo que fui transferido a otro hospital al día siguiente. Fue otro ejemplo de cómo funcionaba mi arma secreta, otro ejemplo de mi negativa a aprender a comportarme de una manera aceptable para el mundo. Cuando me dieron el alta en el segundo hospital, una maestra particular venía a mi casa a enseñarme todo lo que había perdido por no poder asistir a la escuela. Más tarde, me inscribieron en una escuela especial a la que asistían otros niños con discapacidades.

CAPÍTULO TRES Yo, pobre infeliz, no entendía con qué propósito me mandaban a aprender a la escuela … me iba mal, porque escribía o leía o estudiaba menos de lo que se me pedía. No era, Señor, que me faltara inteligencia ni memoria, porque tú me habías dado bastante de ambas para mi edad; pero lo único que disfrutaba era jugar … No comprendía el torbellino de maldad en el cual había sido arrojado, apartado de tus ojos: porque eran más impuros que yo, viendo que no me aceptaban ni mis mismos compañeros: decía innumerables mentiras a mis profesores, maestros y a mis padres … Incluso en los juegos, cuando era claro que otros jugaban mejor que yo, trataba de ganar haciendo trampa, solo por el vano deseo de obtener el primer lugar. Al mismo tiempo, me indignaba y discutía, furioso, cuando encontraba a otro haciendo las mismas cosas que yo les hacía a los demás. Cuando me descubrían, montaba en cólera en lugar de ceder.

MENTIROSO, BURLÓN

Después de haber pasado tres años en la escuela especial, los doctores estuvieron satisfechos ya que me había recuperado de mis síntomas de osteocondrosis de cadera. Dijeron que podía dejar las muletas y asistir a una escuela pública común, con niños normales. Estaba tan entusiasmado por no ser ya más un lisiado que casi estaba contento por no necesitar más atención especial. Pero la tuve de todos modos. Mi madre se encargó de ello. Le dijo a la maestra que yo había sido lisiado, y la maestra le explicó a la clase y les pidió a los chicos y chicas que me tuvieran especial paciencia

y fueran muy amables conmigo. Por algún tiempo todos cooperaron, y me ayudaron a crecer. Con el tiempo, después que los chicos de la escuela superaron la novedad de que yo había sido lisiado, comenzaron a burlarse de mí por lo gordo que estaba, porque no podía correr muy rápido, y porque apenas si sacaba notas suficientes como para pasar de año. Sobrellevaba sus críticas a mi manera. “Yo no soy gordo”, me aseguraba a mí mismo. “Mamá siempre dice que me veo bien, así que no debo ser tan gordo”. Satisfecho con ello, seguía comiendo continuamente. Me justificaba en la clase de educación física, diciéndole a quien quisiera escuchar: “A pesar de que tuve que usar muletas por tanto tiempo, puedo correr más rápido que fulanito” (Había en nuestra clase un chico que era verdaderamente muy lento) Pero hasta yo tenía que admitir que mis notas eran terribles. Me había convertido en tal haragán en mis hábitos de estudio en la escuela especial, donde muchos de los niños tenían un coeficiente intelectual promedio o menor que el promedio, que comencé a creer que tal vez yo fuera tonto. Pero nunca admití esto ante nadie, y convencí a mi madre de que los tontos eran los maestros y la escuela. Al año siguiente, mi madre me mandó a una escuela privada donde obtendría una atención más personalizada. Eso no sirvió. En realidad, empeoró las cosas. Me pusieron en una clase con chicos malos y difíciles, que tenían problemas de aprendizaje. Al principio estaba tan adelantado respecto de ellos que los superé fácilmente. Pero para cuando me di cuenta que otra vez me estaba atrasando, ya era demasiado tarde como para ponerme al día. Una vez más, me quejé ante mis padres sobre la estúpida escuela a la que asistía, y ellos me volvieron a cambiar a una escuela pública el año siguiente.

EL ARMA SECRETA Cuando las cosas no funcionaban bien para mí en la escuela, yo siempre estaba dispuesto a traer mi arma secreta. Un día, un par de niños me estaban tomando el pelo y me empujaron. Eran más grandes y más fuertes que yo así que no dije nada en ese momento, pero prometí que me las pagarían.

Cuando llegué a casa fingí una escena de llanto ante mi madre, y le dije que dos enormes matones me habían pegado. A la mañana siguiente, mi madre fue a la escuela, y la maestra me hizo parar frente a toda la clase y señalar a los culpables para que fueran llevados ante el director para ser disciplinados. Luego, mi madre les regaló caramelos a los demás niños de la clase, tratando de comprar su amistad para mí. En otra ocasión, me di cuenta de que uno de los chicos de la clase de escritura tenía una bandeja de letras mejor que la mía. En mi bandeja, las letras estaban todas mezcladas y yo tenía que enderezarlas antes de poder ponerlas en mi tipo. En la bandeja del otro chico, todas las A estaban en el compartimiento correcto, todas las B, y así el resto del alfabeto estaba también ordenado. “Es porque su hermano también fue a esa escuela”, lloriqueé al contarle a mi mamá cuando regresé a casa. “Y su hermano era tan inteligente. Por eso tiene una bandeja mejor que la mía”. Ella escuchó, tan llena de compasión como siempre, y luego llamó por teléfono a mi compañero. “Te crees que eres muy inteligente porque tu hermano era un buen estudiante, y tienes una bandeja mejor que la de mi Sidney …” Y siguió y siguió, reprendiéndolo y amenazándolo. A veces me daba vergüenza, pero en el fondo debo haber querido que mamá siguiera peleando mis batallas, porque insistía en presentarle todas las acusaciones cada vez que algo salía mal. Me costaba tanto adaptarme a las personas que mi madre finalmente me mandó a un consejero para ver si podía ayudarme a solucionar mis problemas con la gente. Fui a verlo varias veces hasta que al final se dio por vencido conmigo, ya que me negaba a admitir que algo anduviera mal … en mí. Le dije que no tenía ningún problema que yo supiera. Los problemas los tenían los demás, le aseguré. Así que las dificultades continuaron, y las batallas se hicieron más intensas. Mis batallas tampoco se limitaban al salón de clase. Un día comencé a discutir con el hijo de uno de nuestros inquilinos, tomé un cuchillo y lo puse contra su garganta. Cuando él le contó a su madre, viuda, lo que había pasado, ella consultó a un abogado. Entonces cometió un gran error. Le contó el incidente a mi mama y le dijo que estaba pensando en presentar

cargos en mi contra. La reacción de mi mama no fue en absoluto lo que ella hubiera esperado. “¡Fuera!” Le gritó. “¡No mañana, ni esta noche, sino en este mismo instante! Todo el vecindario pudo escuchar sus gritos. “Fuera de esta casa, tú y tu hijo bueno para nada. Estoy mirando el reloj. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Cómo se atreven!” Mamá estaba gritando, y la pobre viuda estaba prácticamente de rodillas pidiéndole que los perdonara a ella y a su hijo. De haber habido una pizca de decencia en mí, me hubiera sentido mal por ellos. Pero una pizca de decencia, un ápice de consideración por otro ser humano, hubiera sido algo extraño en mí.

ASTUTO En la escuela secundaria, aprendí a hacer trampa para obtener las notas que quería. Era bueno haciendo trampa, y mis ojos estaban siempre bien abiertos para encontrar nuevas formas de lograrlo. Un día en la clase de geometría me di cuenta de que la profesora estaba copiando nuestro examen de un libro de exámenes impresos. Más tarde, ese mismo día, uno de mis amigos me dijo que si quería probablemente podría comprar una copia del libro con todas las respuestas correctas de los exámenes. Después de la escuela, llamé a la librería que él me sugirió y mandé a mi madre a que me comprara el libro. Cuando regresó, copié en un papelito las respuestas del próximo examen que tendríamos. A la hora del examen, lo dejé discretamente en una esquina de mi escritorio. Pensé que yo era genial por tener las respuestas en un papel antes de que la profesora siquiera hubiera escrito los problemas en el pizarrón. Aún más divertido que obtener una A en el examen, fue fanfarronear ante los otros chicos sobre cómo me había pasado de listo con la profesora. Pensé también que me burlaba de la profesora cuando dejé que mi compañero Arnold copiara mis tareas de inglés cada día durante todo un semestre. Creí que nos estábamos saliendo con la nuestra. Pero al final del semestre, para mi gran sorpresa, la profesora levantó ante toda la clase un par de trabajos míos y un par de los de Arnold.

“¿No es interesante”, dijo ella, “que durante todo el semestre las tareas de Sidney y las de Arnold han sido idénticas? Ahora, Arnold y Sidney, no voy a preguntar quién se está copiando de quién. El que copia es tan culpable como el que se deja copiar. Uno no es mejor que el otro”. Pude sentir una ola de calor que subía hacia mi rostro, y sabía que hasta las orejas se me estaban poniendo coloradas por la vergüenza. Lancé a Arnold una mirada llena de odio. ¿Por qué al menos no le dice que él se copió de mí? Yo estaba echando humo. ¡Ese asqueroso tramposo! Pero seguí hacienda trampa una y otra vez. ¡Una vez incluso hice trampa en un examen de aptitud musical! Había estudiado brevemente varios instrumentos como el piano, la batería, la guitarra, el clarinete y la trompeta, pero no perseveré con ninguno de ellos por más de un mes—nunca lo suficiente como para aprender algo. Me aburría practicar las escalas y aprender los rudimentos. No había gloria ni aclamación pública en ello. Yo quería tocar bien inmediatamente, y cuando veía que dominar un instrumento particular requería mucho trabajo, lo dejaba y buscaba otro que pareciera más fácil. Cuando estaba tomando el examen de aptitud, supe que el niño sentado a mi derecha tenía una habilidad musical maravillosa, así que simplemente copié todas sus respuestas en mi hoja. Cuando se dieron a conocer los resultados del examen, mi nombre estaba en la parte superior de la lista. “Estos chicos tienen una tremenda habilidad musical”, anunció el juez. Le devolví la sonrisa, agregando otra estrella de falsificación a mi manchada corona. ¡Cómo me gustaba el glamour del reconocimiento! ¡Cómo despreciaba el esfuerzo que llevaba a logros verdaderos! En algún lugar de los profundos recovecos de mi ser se estaba comenzando a agitar cierta conciencia de que mis artimañas se podrían volver en mi contra algún día, pero hice a un lado esa conciencia y continué mi camino de egoísmo. En mi pensamiento se estaban cristalizando dos de los objetivos que tenía para mi vida. El primero: ser aclamado por el mundo; el segundo: ganar un millón de dólares. Me dediqué a hacer lo que fuera necesario para lograr estas metas.

CAPÍTULO CUATRO ¿Pero a quién refiero yo estas cosas? No os las cuento a Vos, Dios mío, sino que en presencia vuestra, y haciéndoos testigo de ello, las refiero y cuento a todo mi linaje, esto es, a todo el género humano, en que verdaderamente se comprende cualquiera pequeña porción de hombres a cuyas manos vayan a dar mis escritos, ¿y esto con qué fin, o para qué lo hago? Para que yo mismo y todos los que lo leyesen, pensemos y conozcamos desde cuán profundamente hemos de clamar todavía a Vos.

HIPÓCRITA, HARAGÁN

Alcancé un hito importante en mi carrera a la fama y la riqueza el 7 de septiembre de 1953. “La ropa en verdad hace al hombre, Sidney. Te ves absolutamente espléndido en tu smoking.” Mi madre suspiró orgullosa, mientras prendía un clavel en mi solapa. Ella tenía puesto un vestido largo de encaje y gasa y en el hombro llevaba prendido un elaborado ramo. Todos estaban muy bien vestidos. Había regalos, dinero y fiestas en mi honor. Mi cabeza daba vueltas por el entusiasmo de mi bar mitzvá, la celebración de mi décimo tercer cumpleaños, el día en el que el niño judío se convierte en hombre.

HIPOCRESÍA RELIGIOSA Me había estado preparando para este día durante cinco años con un rabino que era mi instructor especial para el bar mitzvá. Estudié hebreo,

aprendí las melodías de los cantos, memoricé los versos de mi Haftará,1 y practiqué el discurso que daría en inglés. Se suponía que ese día debía tener una verdadera importancia espiritual para mí. Señalaba que había llegado a la edad de convertirme en un hijo de los mandamientos. Ahora era responsable de guardarlos. Pero no recuerdo haber pensado demasiado en Dios aquel día. Mis pensamientos se limitaban enteramente a mí mismo, cómo me veía, mis regalos y mi diversión. En mi casa, siempre habíamos observado las fiestas judías, generalmente haciendo un viaje a Nueva York para pasarlas con mis abuelos paternos. Esas “vacaciones” siempre fueron experiencias dolorosas para mí. No me gustaba el largo viaje en auto o en un abarrotado tren; subir hasta un sexto piso de unos departamentos que no tenían ascensor; caminar por aquellos pasillos oscuros que apestaban a rancios olores de comida; horas de aburrimiento, sentados en la sinagoga, escuchando un lenguaje que no entendía; soportando rituales interminables que no tenían ningún sentido ni importancia alguna; todos los familiares me baboseaban con sus besos y me hacían preguntas estúpidas, del tipo: ¿Cómo te va en la escuela?” o “Sidney, ¿te acuerdas de tu tío tal y tal?” En estas reuniones tribales, mis padres siempre me molestaban: “Sidney, dale la mano a tu primo”. “Sidney, ¿saludaste?” Siempre saludaba, pero lo hacía tan despacito que nadie podía oírme, y mi padre me seguía, exasperándome cada vez más. “Sidney, ¿saludaste?” Hoy, al mirar atrás, se que mi padre me amaba y sólo estaba tratando de educarme bien, pero en aquel momento me deleitaba perversamente al provocarlo hasta el borde de la apoplejía. En medio de la frustración, había algunas cosas que sí me gustaban: El Agua Carbonatada, la sopa de bola de matzá, el kugel de papa, la recompensa por el regreso de la matzá. Robar trocitos de matzá, el pan sin levadura, de debajo del almohadón en que mi abuelo se sentaba era una parte importante de la cena de Pascua, y la ceremonia no podía terminar hasta que la matzá estuviera de vuelta en las manos de mi abuelo. Parte de la tradición era que yo demandara una suma de dinero o un regalo por su devolución. Un año, me quedé dormido mientras se desarrollaba la cena de Pascua. Las oraciones y la lectura de las Escrituras siempre duraban horas. Hacia el

final, mi tío Willie me despertó y me entregó la matzá que había robado para mí. Mientras yo pensaba en qué regalo pedir o en cuánta plata debería reclamar, cometí el error de hacerme el listo y agité el trozo de matzá frente a la cara de mi abuelo. A la velocidad de la luz, él me lo sacó de la mano. Así aprendí una nueva regla de ese festejo: nunca agitar la matzá cerca del abuelo. A pesar de que no me gustaba todo lo que tenía que ver con las fiestas y que entendía muy poco de su verdadero significado, me sentía extrañamente orgulloso de ser judío. Sabía que había nacido judío, moriría judío, y sabía con fiera seguridad que lucharía contra cualquiera que se burlara de los judíos. Pero ir a la sinagoga era otra cosa totalmente distinta. La única razón por la que iba a una sinagoga ortodoxa con mi padre era porque tenía que hacerlo. La forma de adoración me dejaba frío. No había nada que me gustara, excepto cuando ofrecían refrigerios. Yo creía que había un Dios, pero el rabino describía a Dios como un fuego. ¿Qué podía hacer un Dios así por mí? Todo me resultaba irrelevante, distante, y abstracto. No entendía el hebreo, y los versos del cantor no tenían el más mínimo sentido para mí. Además de todo eso, la hipocresía realmente me irritaba. Por ejemplo, siempre estacionábamos el auto a dos calles de la sinagoga para que nadie se enterara de que conducíamos en la fiesta. Pero la mayoría de los otros también estacionaban allí, por la misma razón. Una vez se me ocurrió agitar las llaves del auto en la sinagoga. La mirada de mi padre casi me hizo caer al piso. Lo había avergonzado completamente. En otra ocasión, se me cayó la kipá de la cabeza en la sinagoga, al piso. Yo no me había dado cuenta, pero mi padre sí. “¿Dónde está la kipá?” gruñó. Me llevé la mano a la cabeza y sentí que la gorrita no estaba, y me agaché para recogerla del piso. Mi padre estaba casi enfermo del disgusto porque mi cabeza estuviera descubierta en la sinagoga. Un amigo que estaba sentado al otro lado de él trató de calmarlo. “Está bien, Jack”, le dijo, poniendo su mano sobre el hombro de mi papá. “El chico cometió un error. Déjalo tranquilo ya.” Yo me puse tan nervioso que casi no podía sostener mi kipá en su lugar. ¿Era un pecado tan grande dejar mi cabeza descubierta?

¿Y por qué mis parientes y amigos fumaban en días festivos importantes cuando estábamos a una cuadra de la sinagoga donde nadie pudiera verlos, y luego, cuando llegaban a la sinagoga, fingían que se estaban absteniendo de fumar? Durante las fiestas sagradas importantes, nadie debía encender fuego por ningún motivo porque encender fuego es trabajar. ¿Por qué tanta hipocresía? ¿Por qué? Solía preguntarle a la gente sobre estas cosas que me molestaban, pero todos se encogían de hombros y no decían nada, como si tampoco supieran. Nadie me dio jamás una respuesta honesta. La hipocresía que observaba en algunos judíos ortodoxos—la absoluta incoherencia entre lo que enseñaban y cómo vivían—probablemente me ayudó a racionalizar la hipocresía de mi propia vida. Después de mi bar mitzvá, no fui más a la sinagoga—excepto para las fiestas—hasta que mucho tiempo después supe en qué consistía realmente la sinagoga. Pero eso fue después de que fui al infierno y regresé.

ÉTICA LABORAL Mi primer trabajo para lograr la aclamación del mundo y ganar un millón de dólares fue como repartidor de diarios en nuestro vecindario. Cuando comencé la escuela secundaria, me parecía que todos los diarios que levantaba tenían una foto en la primera plana de un muchacho sonriéndome. El artículo hablaría de lo maravilloso que era, y diría que los repartidores de periódicos siempre ganaban premios y viajaban a lugares apasionantes. Otro atractivo determinante, en lo que a mí concierne, fue un plan promocional mediante el cual, por cada nuevo suscriptor, los repartidores recibían cupones canjeables para los helados Good Humor man (Hombre de buen humor). El solo pensamiento de darme el gusto con los helados era un atractivo irresistible, e insistí a mis padres hasta que aceptaron firmar los documentos oficiales que me embarcaron en mi primera empresa comercial. Repartí diarios orgullosamente durante algunos días y logré que mis padres, mi tío y algunos vecinos se suscribieran. Entonces, una mañana desperté y estaba lloviendo a cántaros. Estaba tan cómodo y calentito en mi

cama que en lugar de levantarme a repartir diarios bajo la lluvia, fabriqué un repentino resfriado terrible, tosiendo tan violentamente que mi mamá y mi hermana más chica, Shirley, me trajeron jarabe para la tos y una bolsa de agua caliente, y repartieron los diarios por mí mientras yo me quedaba en cama leyendo historietas. Disfruté tanto aquello que me hice el enfermo muchas veces más, cuando estaba soleado y cuando llovía, y mi mama y Shirley repartían los diarios por mí. Si alguna vez se dieron cuenta de mi engaño, nunca dijeron nada. Yo, por supuesto, era el que obtenía las ganancias. Cuando ya fui demasiado grande e importante como para trabajar como un simple repartidor de diarios, comencé a hacer mandados para mi tío Abe, que tenía un negocio en el que reparaba relojes. Mi tío me caía bien y creí que sería divertido ir a las farmacias y a las diferentes tiendas para llevar los relojes para que mi tío los reparara, y luego llevarlos de vuelta a los negocios. Durante dos semanas nos llevamos bien. Me gustaba el prestigio de llevar mercancías valiosas por la ciudad. Pero una tarde, cuando ya no había más entregas para hacer y no había más relojes para repartir, mi tío me dio una lata con polvo pulidor y un trapo. “Aquí tienes, Sidney”, me dijo, “el fregadero del taller se ve horrible hoy. Dale una buena limpieza”. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Yo? ¿Limpiar el fregadero? Miré ese mugriento fregadero, horrorizado de que me pidiera hacer una tarea de tan baja categoría. ¿Por qué? Cualquiera podría limpiar un fregadero. Estaba muy por debajo de mi dignidad como mensajero que repartía caros relojes el pensar que pudiera hacer tal mugrienta faena. Con poco entusiasmo rocié un poco del polvo verde sobre la capa grasienta del fregadero, lo restregué un poquito con el trapo, le tiré agua limpia para enjuagarlo, y dejé caer con cautela el trapo sucio y empapado sobre las arrugadas toallas de papel en el tarro de basura debajo del fregadero. Luego me senté en un taburete alto en la parte de atrás del negocio a picar unos maníes y leer la provisión de historietas que había llevado de mi casa para mantenerme ocupado mientras esperaba para hacer los repartos. No había volteado ni siquiera la primera página cuando oí a mi tío gritándome.

“¡Sidney! `¡Vuelve aquí! ¿Crees que este fregadero está limpio?” “Se ve limpio para mí”, mentí, viendo lo sucio y polvoriento que lo había dejado. “Bueno, entonces debes hacerte examinar los ojos”, dijo, entregándome de nuevo la lata de polvo limpiador. “Ahora, toma el trapo y límpialo bien esta vez”. Casi me muero al tener que sacar ese inmundo trapo del tarro de basura y restregar el fregadero otra vez. No creo haber hecho un mejor trabajo la segunda vez, pero sí supe que sería la última vez que limpiaría ese fregadero. Eran casi las cinco de la tarde, y cuando se hicieron las cinco en punto, me iría a casa y no volvería nunca más a ese trabajo. Nunca volví. ¡Cómo se atrevía mi tío Abe! ¡Pretender que yo limpiara un fregadero! En mis dos primeros trabajos había establecido un patrón en el que perseveré por mucho tiempo: dejar que otro hiciera las cosas por mí cuando el trabajo se ponía difícil, sin agacharme a hacer lo que se me pedía, tomando sólo lo más conveniente, lo que era divertido, recibiendo los elogios y dejando las tareas pesadas o sucias para los demás.

NOTAS FINALES 1. La Haftará se refiere a los libros hebreos de los profetas, que se leen en muchas celebraciones judías. Torah.org, “Haftorah”, The Judaism Site, http://www.torah.org/learning/haftorah/ (consulta en línea el 29 de abril de 2009).

CAPÍTULO CINCO Gozábame yo en espléndidas victorias, y me gustaba el cosquilleo ardiente que en los oídos dejan las fábulas … Quienes tales juegos organizan ganan con ello tal dignidad y excelencia … ¿Hay algo que sea realmente digno de vituperación fuera del vicio? Pero yo, para evitar el vituperio me fingía más vicioso y, cuando no tenía un pecado real con el cual pudiera competir con aquellos perdidos inventaba uno que no había hecho, no queriendo parecer menos abyecto que ellos ni ser tenido por tonto cuando era más casto.

JUSTO EN EL CENTRO

Comencé a progresar verdaderamente en el mundo de acuerdo a mis propios estándares cuando empecé a pasar más tiempo con Johnny Spitzberg. Johnny era un par de años más grande que yo, pero lo conocía de toda la vida porque su madre era la mejor amiga de la mía. Johnny era totalmente lo opuesto a mí. Era un fantástico bailarín, un hábil atleta, y tenía reputación de ser bueno con las mujeres. Johnny pertenecía a la rama Wilner de AZA (Asociación Sionista Americana), una fraternidad judía que había en nuestra escuela secundaria, y me dijo que me podía hacer entrar a mí también. Yo quería unirme porque pensaba que eso me haría ganar amigos automáticamente, me haría popular, y, naturalmente, me invitarían a las fiestas de AZA. En la primera reunión a la cual fui invitado, tuve que pararme en el medio de un gran círculo de miembros mientras ellos me hacían un montón de preguntas. Intenté responder dignamente, como si fuera un hombre de mundo, especialmente cuando me preguntaron por qué quería unirme a

Wilner. Recité algunas frases grandilocuentes sobre los muchachos de gran calibre que pertenecían a ella, que quería asociarme a ellos, y que anhelaba contribuir de alguna manera con la organización. Era todo un cuento chino, pero parecieron satisfechos con mis respuestas. Observé que un par de ellos se pulían las uñas sobre sus hombros, haciéndose los guapos, muy satisfechos consigo mismos. Sus sonrisas me hicieron pensar que también estaban satisfechos conmigo, y al aumentar mi confianza, bajé mis defensas; así que no estaba preparado para la siguiente pregunta. Cuando me preguntaron: “¿Qué piensas de las chicas?” no tenía preparada una respuesta sofisticada, fluida ni perspicaz que darles. Sólo pude decir, con cierta candidez inmadura: “Oh, me parecen bien”. Todo el salón explotó en una estrepitosa carcajada, y yo me ruboricé en un billón de tonos de rojo y púrpura. Pareció que mi respuesta los dividiría, pero igual fui aceptado en el club. Al pensar en cómo se rieron de mi respuesta, me pregunto si quizás, solo quizás, debería entrar en el mundo del espectáculo como comediante, como mi tío Jay Jason, que había trabajado en el circuito de los clubes nocturnos.

FRATERNIDAD Tuve la oportunidad de practicar mi habilidad para actuar cuando fui a mi primera convención de AZA en Richmond. Allí jugamos al póquer, conté chistes obscenos, y algunos de los muchachos se emborracharon. Yo estaba eufórico, pero lo suficientemente relajado como para no sentirme cohibido, y fingí estar totalmente borracho, tambaleándome por las escaleras, mascullando comentarios comiquísimos y estúpidos, y cayéndome al piso. Mis nuevos amigos hablaron luego por mucho tiempo sobre lo perfectamente loco que yo estaba cuando me emborraché en Richmond, y supe que estaba encaminado. AZA me siguió proveyendo cierto tipo de seguridad y sensación de logros durante el resto de la escuela secundaria. Escribí una sátira humorística que fue un gran éxito, y finalmente me convertí en oficial del capítulo. Así, por primera vez en mi vida saboreé el éxito en lugar del

fracaso, lo que me determinó a revertir mi pobre actuación en la escuela secundaria, haciendo un mejor papel en la universidad. Durante el verano entre mi graduación del secundario y mi primer año en la American University, estuve con mi abuela en Atlantic City y trabajé en el paseo marítimo atendiendo una cabina de grafología. Allí aprendí que tenía talento para persuadir a la gente para que suelte su dinero. Mi incipiente confianza me hizo actuar como si fuera mayor, tan seguro de mí mismo, que incluso una noche se me arrimó una prostituta. Me alejé de ella, con las rodillas temblorosas, pero no dejé de contarles a mis amigos todos los detalles, adornados con mi fértil imaginación. Estaba claro para mí por la forma en que me escuchaban, saliéndoseles los ojos, que me estaba ganando su estima. Uno de ellos me dijo luego, en privado: “Sabes, Sid, tu solías ser el ganso más grande del pueblo. Pero has cambiado. Ahora actúas como uno de los muchachos”. Él estaba tan impactado que estuve seguro de que se lo contaría a todo el mundo. Cuando posó su mirada sobre mí, mi mirada sobre mí mismo también cambió. De repente, la comida comenzó a tomar un segundo lugar en mi vida. Después de todo, había cosas más interesantes para hacer que darme atracones todo el tiempo. Había fiestas, chicas y toda clase de actividades extracurriculares. Era un mundo completamente nuevo, pero yo seguía siendo el centro del mundo.

UN ADULTO Mientras esperaba para tener mi primera entrevista de trabajo en la oficina de empleos de la American University, leí algunas de las cartas de recomendación que acompañaban mi currículum. La primera, del Decano de Estudiantes, decía: El Sr. Roth es un joven agradable, dedicado y sincero. Tiene una disposición amigable y una actitud reservada y cortés. Está muy por encima del promedio en su inteligencia y habilidad académica. Es equilibrado y confiable … tiene altos estándares éticos y fuertes principios morales. Se encuentra altamente recomendado para ocupar

cualquier puesto para el cual esté califcado profesional y técnicamente. La siguiente carta, de uno de mis profesores, decía: Sidney ha estudiado en mis clases, en las cuales ha realizado una excelente labor. Tuve también la oportunidad de trabajar con él en organizaciones estudiantiles en las cuales siempre ha realizado un magnífico trabajo en todo sentido. Es ambicioso, se enorgullece de su trabajo y tendrá éxito en lo que sea que emprenda. Lo recomiendo sin reservas. Otra decía: Él ha tomado una posición de liderazgo en la universidad y es muy respetado por sus compañeros de estudios así como por sus profesores. Al leer estas referencias, el orgullo me salía hasta por los poros. Me felicité por todo lo que había logrado, desde el gordito nene de mamá de la escuela secundaria que ni siquiera podía obtener una buena nota sin copiarse, y quien no podía valerse por sí mismo en ningún conflicto. Ahora, aquí estaba, delgado, popular, a punto de graduarme con una especialidad en relaciones públicas. El mundo estaba a mis pies. Había escogido relaciones públicas cuando recién comencé a estudiar en la universidad, sin saber muy bien de qué se trataba, solo porque alguien me había dicho que era una especialidad fácil. No obstante, comprobé que era la carrera correcta para mí. Mis propias relaciones públicas habían remontado vuelo, mi nombre había estado en el cuadro de honor del decano, había sido presidente de una gran organización universitaria, mi vida social era de primera categoría, y mis padres me habían comprado un nuevo Chevy convertible como recompensa por mis buenas notas. Además de todo eso, había ganado la codiciada beca Glover Leadership en mi último año de universidad. Cuando la recepcionista dijo mi nombre me paré tan erguido que parecía de diez pies de altura, y entré a la oficina para mi entrevista de trabajo con

un hombre de la Autoridad Portuaria de Nueva York. Yo lucía un traje nuevo, mis zapatos brillaban a la perfección, tenía un bronceado que había logrado en mis últimas vacaciones en la Florida, y tenía esas magníficas recomendaciones bajo mi brazo. El trabajo era difícil de obtener, según me habían dicho, pero yo estaba seguro de que sería mío si lo quería. Más tarde, el consejero vocacional me dio la noticia: “No le dieron el empleo, Sid. Mala suerte, hombre. El representante de la Autoridad Portuaria dijo que usted actuó como si el mundo le debiera la vida. Dijo que usted probablemente tendrá dos o tres trabajos antes de darse cuenta de que el mundo no gira a su alrededor.” Dolió mucho, pero estaba consciente de que el consejero me estaba estudiando detenidamente para ver cómo reaccionaría, así que solo resoplé disgustado por su estupidez y me fui. Lo que había dicho el hombre de la Autoridad Portuaria probaría ser el eufemismo del siglo. Sin embargo, no tardé mucho en descartarlo por completo, al convencerme de que él tenía alguna clase de trauma. Probablemente estuviera celoso de lo joven y moderno que yo era, mientras que él ya estaba cuesta abajo y de salida. Probablemente le daría el trabajo a algún viejo pájaro bobo, pensé, solo para que él pudiera seguir sintiéndose superior, haciendo relucir su ego enfermizo. El que yo estuviera completamente consumido por hacer relucir mi propio ego estaba oculto a mis ojos. Era “el Sr. Yo”. Después de racionalizar por completo mi fracaso para obtener el trabajo en la Autoridad Portuaria, mi confianza creció más que nunca, y logré un trabajo de relaciones públicas para una tienda de departamentos en Rochester, Nueva York. Le dije adiós a mi familia y me fui a hacer mi millón de dólares y a conquistar el mundo. Por algunas semanas, me fue bien en el trabajo. Pero luego, un supervisor vino a Rochester, solo para ver cómo iban las cosas. Estábamos en medio de una exigente promoción, y se les había pedido ayuda a todos los de la oficina para ensamblar y engrapar materiales para su distribución. Los más importantes de la oficina estaban manejando engrapadoras sin quejarse—incluso mi jefe y el jefe de mi jefe—para terminar el trabajo. Pero yo no estaba interesado en hacer algo tan aburrido, y luego de ensamblar algunos paquetes, volví a mi escritorio y encontré algo más interesante en qué ocupar mi valioso tiempo.

A la semana siguiente, mi supervisor me llamó a su oficina. Sin rodeos, me dijo: “Sid, ¿recuerdas cuando todos excepto tú estuvimos engrapando paquetes promocionales la semana pasada?” “Sí”, admití, preguntándome qué vendría después. “Bueno”, continuó él, “odio tener que hacer esto, pero realmente te lo ganaste. Me ordenaron que te despida”. A diferencia de mí, mi supervisor era un hombre al que le gustaba seguir las instrucciones que recibía. Mi indignación estalló. Se repetía el episodio del fregadero del taller. Él se enteró de que yo consideraba que engrapar cualquier cosa era una tarea servil, que estaba muy por debajo de mi capacidad. ¡Después de todo, yo era Sid Roth, uno de los graduados destacados de la American University, con grandes credenciales! ¿Y ellos esperaban que yo engrapara cosas? ¡Cualquier horrible muchacho sin ninguna educación podría hacerlo! Antes de que pudiera renunciar, me despidieron. La cadena de tiendas de Rochester no tenía lugar para un hombre con una actitud como la mía. Mi primer trabajo duró casi dos meses. ¿Qué había dicho el hombre de la Autoridad Portuaria? Que yo tendría dos o tres trabajos antes de darme cuenta de que el mundo no giraba a mi alrededor? ¡Ja! Ya iban a ver. Cuando volví a casa, fingí haber renunciado para mejorar mi educación en la escuela de leyes de la George Washington University. En realidad no quería ir a la escuela de leyes, pero tenía que salvar las apariencias de alguna manera. Esto parecía una buena salida. Además, por lo que había observado, los abogados siempre estaban en medio de todo lo que tuviera que ver con dinero. Quizás podría ganar mi primer millón como Sid Roth, abogado. Mi padre estaba encantado. Me llevó a una de las mejores tiendas de la ciudad y me compró cuatro trajes nuevos—colores lisos, conservadores y oscuros a rayas con chalecos—exactamente lo que luciría el abogado joven más adinerado. Era la imagen del éxito. Mi padre les contaba a todos lo bien que me había ido en la Universidad y cómo estaba en camino de convertirme en un exitoso y rico abogado. Pero me habían sacado la tarjeta roja.

En la Universidad había aprendido que no había nada que no pudiera aprender si trabajaba con empeño. Pero en la escuela de leyes, aunque trataba de hacer todas mis tareas, no entendía a algunos de los profesores. Todo estaba muy claro. Como no quería reprobar, simplemente dejé de asistir a las clases. Ni siquiera me preocupé por avisar, pese a saber que si lo notificaba con tiempo podía obtener un reembolso. Después de todo, ¿por qué me iba a preocupar? No era mi dinero; era de mis padres. Ellos habían pagado todo. Cuando Mamá se enteró de que yo había dejado la escuela, llamó a la administración y pidió que le reembolsaran el dinero, pero era demasiado tarde. La fecha de reembolso ya había pasado. Tomé todos mis libros de leyes, nuevos y muy caros, y los vendí en un negocio de libros usados por menos que nada, creyendo que había sido una gran pérdida de dinero. Una lástima. Solo me alegraba que fuera el dinero de mis padres y no el mío.

CAPÍTULO SEIS Ávido estaba yo entonces de honores y de ganancias; ardía por el matrimonio, pero tú te burlabas de mí. Con todas esas concupiscencias pasaba yo por amargas dificultades y tú me eras tanto más propicio cuanto que menos permitías que me fuera dulce lo que no eras tú.

UN GRAN TRATO

Yo quería hacer algo más apasionante que estudiar, algo que fuera glamoroso. La carrera más fascinante en la que pude pensar fue la del mundo del espectáculo. Había pasado varios veranos durante mis vacaciones de la universidad trabajando como chofer de mi tío, el comediante Jay Jason, llevándolo de un contrato al otro en los centros turísticos de Catskill Mountains. La farándula se me había metido en la sangre en aquel tiempo. También había escrito algunas canciones y produje un par de discos durante mis años de estudiante universitario. Y estaba aquella aclamada imitación de un borracho en la secundaria. Tal vez mi lugar estaba en el mundo del espectáculo. Fui a Nueva Jersey a ver a mi tío y le pregunté si me podía ayudar. “Sí, seguro, Sid”, dijo, ansioso por ayudarme a ponerme en marcha. “No tienes ningún talento propio al cual aferrarte, pero eres un promotor nato. Y tienes tu diploma en relaciones públicas. ¿Por qué no te metes en el negocio de cazatalentos? Conozco a un hombre que necesita alguien que lo ayude. Al principio no te pagarían nada, pero podrías aprender cómo funciona el negocio.” Me presentó a Miles Millard, y así arranqué mi carrera, con anteojos de sol y todo, lucía como alguien de Hollywood más que la propia gente que

vivía allí. Durante los primeros dos meses no hice mucho más que escribir contratos a máquina, escuchar negociaciones entre los artistas y Miles Millard, y andar en tren llevando documentos de aspecto oficial aquí y allá. No era muy diferente de mi antiguo trabajo entregando relojes para mi tío Abe, pero parecía muy importante. Estaba viviendo con mi tío, así que no necesitaba mucho dinero, y me habían prometido un porcentaje del contrato de cualquier nuevo talento que yo trajera a la agencia. Anduve por todos lados buscando algún talento desconocido, soñando que “descubriría” a un Elvis Presley y ganaría de golpe no uno sino varios millones. Ya podía saborear mi éxito. Pero, ¿dónde estaba ese talento? No pude encontrar a nadie que valiera la pena promover.

LA GRAN OPORTUNIDAD Y entonces, un lluvioso viernes por la tarde, ocurrió. No pasaba nada, y estábamos a punto de cerrar y dar por terminado el día de trabajo cuando el sueño imposible entró. Era un cantante terriblemente buen mozo, obviamente talentoso, estaba en ascenso, y estaba buscando una agencia que lo representara. Su contrato pertenecía a unos parientes suyos que eran gángsters. Pagaban sus gastos, le daban un salario, y se quedaban con el resto del dinero. Eso le resultó bien mientras fue un desconocido, pero ahora estaba ascendiendo tan rápidamente que necesitaba a alguien que estuviera legítimamente de su parte, una agencia reconocida y honesta que lo representara mientras ellos se quedaban entre bastidores. De esta manera él llegaría a la cumbre más rápidamente. Todos estuvimos de acuerdo en que la cima era donde él estaba destinado a llegar. Los gángsters no quisieron venir a nuestra oficina para resolver los detalles de cómo representaríamos al muchacho, pero me invitaron a cenar en su casa la tarde siguiente, y allí podríamos firmar el acuerdo y todos los contratos. Miles y yo pasamos la mitad de la noche preparando los documentos. Todo estuvo envuelto en intrigas y misterio. No me dijeron a dónde debía ir. Un par de miembros de la banda nos recogerían a Jim Brody y a mí. Jim

también estaba en relaciones públicas; era un amigo mío que justo estaba en la oficina aquella tarde. Y ellos lo invitaron a él también. Nos condujeron por callejones oscuros que yo jamás había visto y nos detuvimos frente a una deprimente lavandería, en una calle llena de basura. El negocio estaba cerrado, pero uno de los hombres tenía la llave y nos hizo entrar. Las campanillas en la puerta repicaron alocadamente cuando ésta se abrió, y eso me puso los pelos de punta. No me sentía tan sereno, seguro, ni al mando de la situación como pensé que mi ropa y mis enormes lentes oscuros me hacían ver. Nos abrimos paso entre hileras e hileras de ropa colgada que casi me mareó con semejante olor a líquido de limpieza en seco. Al fin, emergimos en una cocina iluminada y atestada de gente, donde media docena de hombres se gritaban unos a otros, revolviendo espagueti en una enorme olla, y gesticulando salvajemente. Saludé con la cabeza a todos gentilmente, me dejé puestos los anteojos oscuros, oídos y ojos bien abiertos, y mi boca cerrada. Me daba cuenta de que no tenía ningún sentido tratar de hablar de negocios hasta que las cosas se calmaran un poco. Cuando el espagueti estuvo cocido, alguien me acercó una silla a los empujones, y todos nos sentamos en la gran mesa de la cocina que tenía un mantel de hule con cuadros rojos. Libros, papeles, floreros, cajas de cigarrillos, un costurero, y otros artículos de la vida familiar fueron quitados del camino para hacer lugar a las grandes fuentes llenas de spaghetti caliente sobre el cual se apilaba una suculenta salsa de tomate y albóndigas, la más deliciosa que probé en mi vida. Incluso había servilletas de lino blanco, elegantemente enormes, para ponerse alrededor del cuello. Al inclinarme sobre el espagueti y el pan caliente que estaba crocante por fuera y suave y calentito por dentro, me olvidé momentáneamente del motivo de mi visita. Finalmente, sin embargo, todos los platos quedaron vacíos, las sillas se apartaron de la mesa. Ofrecieron cigarros, sirvieron más café, y me presentaron a todos como el representante de la oficina de talentos que iba a manejar a su cantante. Muy formalmente, abrí mi maletín y comencé a sacar las distintas planillas que debía presentarles para que las estudiaran y luego las firmaran, para oficializar el trato. No obstante, antes de que hubiera terminado de

extraer todos los papeles, Jim Brody abrió su boca y comenzó a hablar. Yo también me quedé boquiabierto por lo que estaba saliendo de sus labios. “Saben”, dijo en un tono de confianza que indicaba que les estaba haciendo un gran favor. “No deberían dejar que la Agencia de Miles Millard represente al muchacho. ¿Por qué? Porque ese Millard es increíblemente ordinario. Son más los talentos que lo dejan que los que tiene. Todos están indignados por lo mal promotor que es. Nadie llega a la cima cuando firma con él”. Jim hizo una pausa, frunciendo el ceño, como pensando mientras miraba su cigarrillo durante un momento, sin aliento, y luego lanzó su frase final: “Un contrato con Millard es la forma más rápida de llegar al pie de la escalera, y cualquier tonto puede llegar allí fácilmente por sí mismo sin tener que pagarle a Millard un porcentaje para que lo ayude a caer”. Al final dejó de hablar para reírse largamente de lo miserable que era mi jefe. Después de algunos segundos de mirarse burlonamente entre ellos, la tensión se rompió y todos soltaron una carcajada. Uno de ellos se doblaba de la risa, tan aliviado de no haber cometido el error de firmar con quien yo representaba. Yo solo permanecí allí sentado, temblando, con los documentos en mis manos. Estaba demasiado anonadado como para saber qué decir. El problema era que yo sabía que Brody tenía razón. No nos quedaba ningún verdadero talento en nuestra agencia. La verdad era que probablemente también llevaríamos a su cantante derecho al desastre. Cuando ya se habían reído lo suficiente, todos los gángsters se dirigieron a Brody con preguntas. “¿Sí? Cuéntanos más sobre todo eso. ¿Puedes probarlo? Como por ejemplo, ¿quién está dejando la agencia ahora? ¿Con qué empresa crees que deberíamos firmar?” Jim tenía todas las respuestas correctas; ellos le creían. Nadie me preguntó absolutamente nada. Me ignoraron como si ni siquiera estuviera allí. Me alegré de que nadie me estuviese mirando. Me resultaba imposible ocultar el dolor que se traslucía en mi rostro. Sabía que todo lo que Jim estaba diciendo era cierto; había sido verdad desde el principio, cuando recién empecé a trabajar con Miles para aprender el negocio. Pero seguía diciéndome a mí mismo que una vez que encontráramos un verdadero

talento, las cosas cambiarían. Y ahora veía que todos mis sueños—de viajar con el chico, hospedarme en los hoteles chic de Miami, comer y beber con los principales nombres del “show business”—desaparecían por el drenaje. Mis grandiosos planes de gastar mis millones se echaron a perder. Peor aún, nadie me ofreció siquiera llevarme a casa. Salí solo por una calle lateral y caminé varias calles hasta el tren, luego hice un largo recorrido en bus, ya tarde, hasta Teaneck, Nueva Jersey, donde vivía mi tío. Cuando por fin llegué a su casa, me quité el hermoso traje y me dejé caer sobre la cama, completamente agotado y desalentado; el mundo se me había venido abajo. Al día siguiente, mi ex-amigo de relaciones públicas vino a la oficina y me palmeó el hombro antes de que pudiera alejarme de su alcance. “Sid”, dijo Jim, “sabes, eres en esencia un buen muchacho. Este negocio no es para ti. No sabes lo duro que puede jugar esta gente. Al arruinar tu negocio anoche en realidad te hice un gran favor—porque me agradas”. Puedo vivir sin amigos como éste. No tuve que decir ni una palabra. Él leyó todo en mi rostro. Miles Millard no pareció enojarse mucho. “A veces se gana, a veces se pierde”, dijo cuando le conté cómo Brody nos había robado el trato durante la cena. Pero no me rogó que me quedara en su compañía cuando le dije que pensaba que era tiempo de volver a DC. Había perdido tres meses sin siquiera poder mantenerme a mí mismo, mucho menos ganar un millón de dólares. No había ningún futuro para mí en la agencia de talentos de Miles Millard. Debe haber un trabajo adecuado para mí en algún otro lugar, esperando que yo llegue.

CAPÍTULO SIETE ¡Ay! ¡Por qué escalones fui bajando hasta lo profundo del infierno! te lo confieso ahora a ti, que me tuviste misericordia cuando aún no te confesaba: acongojado y febril en mi indigencia de verdad, yo te buscaba; pero no con la inteligencia racional que nos hace superiores a las bestias, sino según los sentimientos de la carne. Y tú eras interior a mi más honda interioridad y superior a cuanto había en mí de superior.

MÍSTER SENSACIONAL

Otra vez, volví a vivir con mis padres. Fue difícil, porque ya había probado la independencia cuando estuve en Nueva Jersey. Pero me adapté, y volví a trabajar como gerente de ventas para mi tío Abe, el que reparaba relojes, ya que para entonces él tenía más de 100 negocios al por menor. Fue un trabajo provisorio. Sólo estaba haciendo tiempo mientras esperaba que apareciera mi gran oportunidad. Para entonces, mi tío tenía a alguien más que le hacía los mandados, así que no me pidió que limpiara ningún fregadero. Me mantuve en contacto con una agencia de empleos local, y pasaba por allí a menudo para revisar las ofertas de trabajo. Con el paso de las semanas, me fui haciendo amigo del gerente de la agencia, y un día, después de haber trabajado con mi tío por cuatro meses, la misma agencia tuvo una vacante en un puesto de orientador. El salario era mejor que el que recibía de mi tío, el futuro allí era inexistente, y al trabajar en la agencia tendría la oportunidad de enterarme de primera mano de las buenas oportunidades de trabajo que se presentaran.

Para ese entonces, me mudé de la casa de mis padres a un departamento con Art Creedsman, uno de mis compinches de universidad. Mis viejos me habían estado molestando hasta el hartazgo. A cualquier hora de la noche que llegara, Mamá me seguía llamando por teléfono y me preguntaba dónde había estado, si la había pasado bien y todo eso. Tenía que salir de allí. Después que me mudé al departamento, Mamá me llamaba por teléfono a cada rato, pero eso no me molestaba tanto. Si no tenía ganas de hablar, siempre le podía decir que había alguien en la puerta y le prometía llamarla más tarde. Una noche realmente hubo alguien en la puerta. Art y yo estábamos sentados en la sala, tomando cerveza y hablando, cuando alguien golpeó con tanta fuerza como si no fuese a dejar de hacerlo hasta que le abriéramos. Art y yo nos miramos, preguntándonos quién sería, y él fue hacia la puerta. Me levanté, como para hacer de refuerzo si fuese necesario. Cuando Art apenas abrió la puerta, ésta golpeó contra su mano y se estampó contra la pared. Chuck Hoffman literalmente se abalanzó en la habitación y se dejó caer sobre el sillón. Había conocido a Chuck en la universidad, y siempre me pareció un muchacho un poco nervioso. Ahora estaba jadeando y resoplando, casi sin aliento, y parecía muerto de miedo. Art le dio una cerveza, y cuando se tranquilizó un poco, comenzó a contarnos. “¡Es lo peor que me pasó en toda mi vida!”, dijo jadeando. “No se qué hacer con ella.” Se veía tan alterado que pensé que algo grave le habría pasado. Creí que podría haber matado a una mujer y haberla puesto en el baúl de algún auto. Quizás estaba preocupado por cómo deshacerse del cuerpo y que la policía lo encontrara. Pero resultó que no había pasado nada tan drástico.

TIMADOR Chuck había estado viviendo en una pensión. Le había dado a su casera un depósito bastante importante. Ya era demasiado tarde cuando descubrió que su casera era una alcohólica, y su “casa” demasiado bulliciosa para su gusto. Una noche Chuck escuchó que ella discutía con su esposo, peleaban

y se amenazaban con matarse mutuamente. Chuck estaba tan paranoico que creyó que lo matarían a él antes de matarse entre ellos, y tenía tanto miedo de regresar a esa habitación que no se animaba siquiera a ir a buscar sus cosas, mucho menos a regresar a reclamar su depósito. En seguida me di cuenta de cómo podríamos recuperar su dinero y al mismo tiempo tener a alguien que nos ayudara a Art y a mí con los gastos de nuestro propio departamento. Era justo el tipo de actuación que me encantaba, por mi talento para la persuasión. “Relájate, Chuck”, le dije, guiñándole el ojo a Art. “Puedes dormir en el sillón esta noche, y mañana te vamos a ayudar a recuperar tu dinero”. Art me miró y se encogió de hombros como si no supiera qué hacer con ninguno de nosotros dos. Chuck se desató los zapatos y se estiró en el sillón. A la mañana siguiente me puse mis anteojos oscuros y fui con Chuck a la pensión, con una pequeña camarita de fotos y un anotador en mi maletín. Cuando la dueña de la pensión vino a abrir la puerta, señalé con un gesto a Chuck y dije: “He venido con el Sr. Hoffman a llevar sus cosas y recuperar su depósito. Sé que él le ha dado una sustancial suma de dinero, ¿no es así?” A la señora le dio hipo, se llevó la mano a la boca disculpándose, y comenzó a cerrar la puerta. “Oh, no podemos (hipo) devolverle el depósito”, dijo. “Es para (hipo) cubrir los costos de (eructo) …” Para entonces yo había colocado mi pie entre la puerta y el marco, y cuando ella quiso cerrarla, empujé esa puerta y entré autoritariamente al recibidor, coloqué mi maletín sobre una mesita y saqué la cámara de fotos. Mientras Chuck subía las escaleras a los saltos, de a dos escalones por vez para traer sus cosas, levanté la cámara y la coloqué frente a mi ojo. Apuntando al pasillo que iba al living, disparé el obturador y adelanté la imaginaria cinta hasta la posición de la siguiente toma. Luego, apunté la cámara directamente hacia la dueña de la casa. Ella se quedó dura, boquiabierta, y finalmente farfulló: “¿Qué se … ? ¿Qué (hipo) se cree que está haciendo?” “Tomando fotos para usar como evidencia en el juicio, señora”, le dije con total naturalidad. Luego de disparar algunas fotos más, guardé la

cámara en el maletín y tomé mi anotador. Chuck había bajado ya las escaleras, con los trajes colgando de su brazo, y la valija repleta. “Ahora, señora Landon”, le dije, “me pregunto si le molestaría responderme algunas preguntas. Sabemos que tuvo una gran discusión con su esposo, y …”. Antes de que pudiera terminar la primera pregunta, ella corrió hacia su dormitorio, regresó con una billetera; sacaba billetes y se los daba a Chuck más rápido de lo que yo llegaba a contarlos. Me resultó difícil mantenerme serio hasta que estuvimos fuera, a una calle de distancia, en mi auto. Entonces, estacioné y estallé a las carcajadas. “¡Lo conseguiste!”, dijo Chuck, con verdadera admiración en sus ojos, “te equivocaste de profesión. Deberías haber sido un timador.” Pensé que podría tener razón, pero no sabía cómo meterme en ese negocio. Una cosa era segura: me estaba cansando de la agencia de empleos. Todos esos formularios que había que llenar. ¡Qué lata! Debe haber algo mejor. No me había dado cuenta entonces de que Chuck sería mi socio para encontrarlo.

HOOTENANNY Una noche, Chuck y yo estábamos solos en el departamento. Yo estaba sentado en la única silla cómoda que teníamos, leyendo los avisos clasificados; Chuck estaba desparramado en el piso, jugueteando con una radio a transistores. “Lo único que hay es música folk, masculló. “Guitarras y música folklórica. ¿No te parece que debería haber un poco más de variedad en la radio?” Parecía completamente indignado. Apagó la radio y se paró para apoyarse contra el tocadiscos. Empezamos a hablar sobre las mañas del espectáculo y decidí que la música folk debía haber alcanzado su récord de popularidad. “¿Sabes?” dijo, “apuesto a que hay mucho talento en las escuelas secundarias en estos tiempos”. “Sí”, acepté. “La mayoría de las escuelas secundarias deben tener al menos una docena de chicos que pueden tocar la guitarra y cantar esas cosas”.

La idea se nos ocurrió a los dos al mismo tiempo y en seguida pusimos manos a la obra. ¿Por qué no? Un concurso de talentos en cada escuela, los ganadores se presentarían en la radio, los oyentes podrían escribir y votar por su favorito. En menos de quince minutos habíamos desarrollado todo el formato del programa que se llamaría “Hootenanny”. El talentoso trabajaría por casi nada con tal de lograr algo de difusión. Chuck y yo podríamos trabajar juntos para desarrollar los concursos; nos quedaríamos con las ganancias de todo lo que se hiciera aparte de los conciertos y barreríamos con todas las donaciones con las que contribuyeran los patrocinadores. Para nosotros este era un plan normal. El trabajo de Chuck sería buscar las escuelas, organizar los programas y encargarse de todos los aburridos detalles del entre bambalinas. Yo sería el que dé la cara, el que sostenga el micrófono y presente a los participantes que vayan a las audiciones del concurso de talentos. Chuck trabajaría tanto como yo, quizás más, y como productores recibiríamos sumas iguales de dinero por los programas y las publicidades de “Hootenanny”. Pero sería yo el que recibiría todas las miradas. La primera estación de radio a la que nos acercamos con nuestra idea se entusiasmó. Nos dio un contrato por seis semanas, y nos contrató como productores a setenta y cinco dólares por semana cada uno. Como esa suma no alcanzaba para vivir, yo seguí trabajando en la agencia de empleos por algún tiempo. Para nuestro primer concierto, llenamos el gimnasio de la American University, y la estación de radio estaba contentísima con la respuesta que obtuvo el programa. La audiencia crecía semana a semana, y cuando las seis semanas estaban casi por terminar, la estación estaba ansiosa por renovarnos el contrato como productores. Nosotros queríamos seguir con el programa, pero me puse a pensar que el dinero no era suficiente para ambos. En lugar de hacer lo correcto— hablarlo con Chuck y ofrecerle comprar su parte—decidí hacerlo renunciar. Eliminar a mi coproductor no fue difícil. Comencé a disentir con él en toda ocasión que se presentara. Empezaba discusiones por nada. Lo menospreciaba frente a otras personas, lo criticaba por cómo manejaba su parte del trabajo, y me esforzaba por hacerle la vida imposible. Cuando dio muestras de debilidad, me embarqué en una guerra psicológica más

intencional. Sabiendo lo fácil que era ponerlo nervioso, se me ocurrió la idea de golpear la pared de su habitación todas las noches, cuando él estuviera tratando de quedarse dormido. Me daba un placer casi diabólico verlo tambalearse por la mañana, estropeado por la falta de sueño. Él sabía que era yo quien golpeaba la pared, pero me hacía el inocente y le hacía creer que estaba escuchando cosas, que probablemente estuviera chiflado. “Chuck, por tu propio bien, debes consultar a un psicólogo”, le dije. Una noche en que Art había salido, Chuck salió de su habitación e irrumpió en la mía, echando espuma por la boca; ¡estaba tan enojado conmigo! “¡Muy bien, Sr. Productor!” gritó. “Puedes hacerte cargo del espectáculo, puedes tener el departamento; te puedes quedar con tu golpeteo infernal! ¡Puedes tener todo lo que quieras! ¡Me cansé!” No sé a dónde habrá dormido esa noche, pero al día siguiente regresó, empacó sus cosas, y desapareció de mi vida. Así quedé como único productor de mi propio espectáculo, y obtuve toda la gloria y todo el dinero para mí solo. Dejé mi trabajo en la agencia de empleos y dediqué todo mi tiempo al mundo del espectáculo conduciendo concursos de talentos, trabajando como su agente para nuestras presentaciones, planeando las actuaciones en los clubes nocturnos y me las arreglé para obtener una buena tajada de todo lo recaudado. Los lentes oscuros eran un accesorio de tiempo completo para mí en ese entonces. Era el mismísimo Míster sensacional. El primer millón pronto estaría a la vista.

CAPÍTULO OCHO Me derramé y vagué lejos de ti, mi Dios, muy alejado de tu estabilidad, en mi adolescencia. Me convertí para mí mismo en un desierto inculto y lleno de miseria … Se marchitó mi hermosura y aparecí ante tus ojos como un ser podrido y sólo atento a complacerse a sí mismo y agradar a los demás.

SEÑALES BORROSAS

“Sid, a las reuniones de los jóvenes demócratas siempre van las chicas más lindas”, me decía mi amigo Joe Garfinkle. “Tú sabrás”, le sonreí. “Y yo estoy dispuesto a averiguarlo”. Joe tenía diez años más que yo, pero me gustaba salir con él porque siempre sabía dónde estaban las mejores fiestas … y las mujeres más lindas. A mí no me interesaban todas las chicas, sólo algunas. Tenían que ser muy bonitas, pero no tenían que ser “buenas”. Mientras paseamos por el salón aquella noche, vi a una chica que tenía la sonrisa más hermosa que jamás hubiera visto. “Hey, Joe! ¡Mira aquélla! Silbé bajito, esperando que él me la presentara. “En ésta estás solo, muchacho”, rió entre dientes. “Jamás he visto a esa muñeca antes. No te puedo ayudar. Pero aquélla que está más allá …” gesticuló señalando a otra que estaba más a la derecha, “es más de mi estilo. A ella sí que la conozco, desde hace mucho tiempo. ¡Y cómo! ¡Mm mm!” Se fue en esa dirección, y yo fui derechito hacia la rubia con la sonrisa que iluminaba todo el salón. Le dije mi frase típica: “Oye, estoy planeando dar una gran fiesta en mi departamento en una o dos semanas, ¿qué te parece si me escribes tu nombre y tu teléfono en este papel así te invito …”

Ella apagó su sonrisa y me miró como si no estuviese segura de si debía darme la información, pero luego tomó mi lápiz y escribió algo en el papel. Yo lo guardé en el bolsillo y hablamos de nada por algunos minutos. Me dijo que debería estar estudiando para un examen de español que tendría al día siguiente. Eso no sonaba muy emocionante, así que la dejé allí parada sola, y me fui a buscar más nombres y números de teléfono. Nunca se sabe cuándo los nombres de algunas chicas pueden resultar útiles para alguna fiesta o algo así. Más tarde esa noche, noté que Joe estaba hablando con la chica. Eso me molestó de alguna manera. Nunca me hacía sentido así antes y me preguntaba qué me pasaba. Después de todo, no había ninguna razón por la que Joe no pudiera hablar con ella. No era mi chica. Ni siquiera la conocía, ni siquiera había leído su nombre en el papel. Lo saqué del bolsillo y lo leí. Joy, decía. Joy Young. Sonaba bien.

JOY Un par de semanas después llamé a Joy y la invité a salir. Cuando la fui a buscar, supe que tenía un Corvette. En mi mente, cualquier chica que tuviera un Corvette propio estaba destinada a hacerse rica. Cuando yo estaba en la universidad, había decidido que me casaría con una chica de dinero. Después de todo, no tenía sentido invertir mi vida en alguien que no tuviera algo material propio para aportar. Me impresionó también el hecho de que cuando salimos a cenar Joy ordenó el plato más barato que había en lugar de pedir el más caro. Estaba asombrado de lo fácil que era llevarme bien con ella. Cuando sugerí que fuésemos a ver una película, nos pusimos de acuerdo inmediatamente sobre cuál deberíamos ver. Antes de llegar a la sexta cita con Joy, ya estaba llevando la cuenta de sus buenas cualidades: era pulcra, agradable, tenía clase, era ecuánime, atenta, rica, y tan bonita que podía verme enamorándome de ella. Tenía todos los requisitos que yo buscaba en una chica, excepto que parecía ser una “buena” muchacha. Eso generalmente hacía que la chica no me interesara,

pero era una clara ventaja en alguien con quien podría pasar el resto de mi vida. Sólo había un problema. Joy era una gentil. Pero la mayoría de las muchachas judías con las que había salido eran demasiado mandonas como para que me agradaran, demasiado difíciles de tratar. Bueno, Joy tendría que convertirse al judaísmo, eso era todo. Así, todo en ella sería superkosher. A Joy también le importaba yo. Me di cuenta una noche cuando ella se detuvo en la puerta de su departamento y me dijo que quizás no deberíamos vernos más. ¿Por qué?, le pregunté, tan seguro de lo que yo quería que no podía ver ninguna razón para terminar lo nuestro. “Bueno, me estoy involucrando demasiado como para que seamos sólo amigos y después de todo, pertenecemos a religiones diferentes.” Entre más hablaba de las dificultades, más seguro estaba yo de que era la mujer para mí. No discutí, solo la tomé entre mis brazos y la callé con besos. Al día siguiente, le di a mi tío Abe mi anillo de graduación para que lo convirtiera en un dije para su pulsera. Cuando lo aceptó, con una sonrisa radiante, eso la oficializó en mi mente. Joy era mi chica, y algún día sería mi esposa. “Mamá, ¿sabes, esa chica, Joy, de la que te he hablado, la gentil con la que he estado saliendo? Quiero llevarla al casamiento de Shirley y que conozca a papa y a ti y al resto de la familia”. En realidad no estaba demasiado ansioso por poner a Joy en medio de una muchedumbre de familiares, pero tendría que conocerlos algún día y en la boda de mi hermana estarían todos juntos. “Sid, ¡me estás tomando el pelo! ¿Quieres llevar a una shiksa1 a la boda de Shirley? Se sentirá fuera de lugar”. Mamá estaba por rechazar mi pedido con liviandad, pero luego me observó detenidamente, y la sospecha nació en sus ojos. “Sidney, ¿no estarás pensando … no puedes estar pensando en casarte con una chica que no es judía?” Mamá se llevó una mano al corazón, se hundió, jadeando, en una silla, y comenzó a abanicarse con el periódico. Entonces, pasó por mi mente el único momento de mi niñez en que Mamá no me dejó hacer lo que yo quería. No me había regañado ni me había

castigado; pero había comenzado a gritar como lo hacía yo cada vez que tenía una rabieta. Y siguió así hasta que me eché atrás. Desde luego, ella no iba a hacerme las cosas difíciles en cuanto a Joy. Yo sólo tendría que desenfundar todas mis artimañas para evitar que lo hiciera. “Ma, tu quieres que yo sea feliz, ¿no es cierto? le rogué, afectando mi voz como si fuese otra vez un niño. “Estoy enamorado de Joy. No existe ninguna otra chica para mí, y además, ella está ansiosa por convertirse al judaísmo para poder encajar con el resto de la familia”. Esta era una mentira absolutamente descarada. La única vez en que habíamos hablado seriamente sobre nuestras distintas religiones, Joy había sugerido que yo me convirtiera en bautista. Eso estaba fuera de discusión, pero sabía que podía convencerla de que se convirtiera al judaísmo (lo cual hice más tarde). De otro modo, mi padre jamás la aceptaría. Además, la crianza de Joy como bautista no parecía algo tan importante para ella. No había ido a la iglesia ni una sola vez desde que la conocí. “¿Ella quiere convertirse?” Mamá seguía mirándome con sospecha, pero el ritmo con que se abanicaba era ahora más pausado, solo un ocasional movimiento con el periódico. “Sí”, le dije otra vez. “Iremos a ver al rabino para que tome lecciones apenas le demos la noticia a papá y hagamos todos los arreglos”. “Bueno, no sé qué pensará tu padre de que ella venga a la boda”. Me daba cuenta de que la ágil mente de mi madre estaba en marcha, ideando su mejor táctica para persuadir a papá, y entonces, saqué mi carta más alta. “Mamá, solo tienes que decirle que si Joy no puede ir a la boda, yo tampoco iré”. Por la mirada afligida que percibí en su rostro, supe que lo había logrado. “Es ridículo que alguien piense que Joy no puede venir a la boda”, resopló, con las velas desplegadas para el ataque contra mi padre. “Después de todo, ella será nuestra nuera y tu padre deberá estar orgulloso de que te cases con alguien que quiere convertirse y educar a sus hijos correctamente”. Mi causa estaba más que satisfecha. Mi arma secreta, hasta entonces, nunca me había fallado.

MATRIMONIO La boda de Shirley fue demasiado lujosa, mucho más elegante que mi bar mitzvá. Había una elaborada cena servida en la mesa para todos los invitados, una orquesta de ocho músicos para el baile, magníficas esculturas de hielo, flores donde uno mirara, y comida, comida y más comida. Cuando le presenté a Joy a mis padres, él le puso mala cara, la saludó con una voz adusta, y le dio la mano de forma inexpresiva. Luego, Mamá se concentró en mantener a Papá de un lado del salón mientras que yo me quedaba con Joy del otro lado. Todos los demás parientes se juntaron a nuestro alrededor para conocer a Joy e inspeccionarla. Sabían que ella era especial para mí o si no, no la hubiera llevado a la boda. Aunque fueron muy educados como para preguntarlo en voz alta, yo podía ver las preguntas en los ojos de todos: “¿Quién es esta Joy que está con Sidney?” “¿Se casará con él?” “Se ve como una shiksa.” “¿En qué trabaja su padre?” Pero yo no estaba listo para responder a nadie, hablando o sin hablar. No conocía ni mi propia agenda aún. Acababa de recibir un aviso de reclutamiento del Tío Sam (nombre con el que se conoce a los Estados Unidos y su gobierno) y debía reportarme a un examen de inducción la semana siguiente. Pensé que me clasificarían como 4-F por mi cadera dañada, pero no estaba seguro. Mi clasificación influiría en mis planes del futuro inmediato. Tendría que esperar y ver qué pasaba, al igual que todos mis familiares. Les contaría mis intenciones cuando fuera tiempo de que compraran los regalos de casamiento. Eso sería pronto. Cuando subí al autobús con todos los demás compañeros para el examen de inducción en Fort Hollabird, Maryland, me senté junto a un muchacho que conocía desde la escuela primaria. Me contó que se había casado y se había divorciado y ahora era “gay”. Vivía con su compañero en la ciudad de Nueva York, donde trabajaban como diseñadores de moda, y estaba feliz con su situación. Cada uno con su gusto, pensé. Lo que hiciera con su vida era su problema, así como era mi problema lo que hiciera con la mía. En Fort Hollabird tuvimos que desnudarnos completamente y caminar uno a uno, en varias filas en las cuales los doctores nos daban golpecitos,

escuchaban, exploraban y escudriñaban. Luego, nos vestimos y pasamos a la última etapa de la inspección. Les entregué radiografías de mi cadera a los asistentes que estaban allí y me premiaron con una automática clasificación 4-F. Cuando mi compañero les entregó su informe psiquiátrico, lo eximieron del servicio a él también. Tan pronto como pude, busqué un teléfono para darle la noticia a Joy. Me di cuenta por el tono de su voz que estaba a punto de llorar de alivio. “Oh, Sidney”, dijo “¡Estoy tan feliz! Ya podía ver que te enviaban lejos, a Alemania o a algún lugar así. Y quizás no te volvería a ver nunca más”. Me sacudió que se asustara tanto. A la mañana siguiente me estaba peinando el cabello, cuando me di cuenta de que se estaba poniendo espantosamente fino allí arriba. “Apuesto que me veré horrible cuando me quede calvo”, me quejé en voz alta. Mis dos abuelos eran calvos; era cosa de familia. Quizás debería casarme mientras todavía me viera lo suficientemente bien como para que Joy siguiera interesada en mí. Me sorprendí cuando el rabino trató de disuadirme de casarme con Joy. Creí que estaría contento de que ella hubiera accedido a convertirse. “¿Estas seguro de que Joy es la única chica en el mundo que puede hacerte feliz, Sidney?” me preguntó, apisonando el tabaco en su pipa de mazorca de maíz seco. Sentado allí en su estudio con su biblioteca detrás, me daba cuenta de que no esperaba oír una respuesta superficial. Quería que probara mi alma en cuanto a lo que significaba casarme con una gentil. Yo sentía que había cumplido con mi parte al convencer a Joy de que se convirtiera al judaísmo, no creí que tuviera que enfrentar al rabino, así que de repente fingí recordar un compromiso previo y me fui a casa a echar mi arma secreta invencible sobre él. Mamá atacó con su bate, segura de que perdería a su hijo si no se le permitía a su futura esposa que se convirtiera al judaísmo. Ningún hombre está en sus cabales si se atreve a enfrentarse a mi mamá, sea rabino o no. Lo próximo que supe, fue que el rabino estaba llamando por teléfono queriendo hablar conmigo. Sonaba ansioso por comenzar la instrucción de Joy al judaísmo. Bajo el martilleo de la influencia diaria de mi madre, hasta mi papa estaba casi persuadido de que una nuera convertida al judaísmo era preferible a una que simplemente había nacido en la fe.

Decidimos hacer una boda pequeña en la casa de mis padres. Como Joy se había convertido al judaísmo, sus padres no estaban interesados en una gran boda, y una espléndida boda judía tampoco les parecía algo apropiado. El 15 de marzo de 1964, Joy y yo pronunciamos nuestros votos frente al rabino bajo una huppah2 en el living de la casa de mis padres. Solo había algunos familiares presentes cuando Joy y yo tomamos de la frágil copa de vino y luego la aplasté contra el piso con mi pie, simbolizando la destrucción del Templo de Jerusalén. Se suponía que eso nos recordaría que nuestro matrimonio también puede romperse, a menos que esté bajo la protección de Dios. Pero si sabía poco de la destrucción del Templo, menos sabía de la necesidad de la protección de Dios en el matrimonio. Lo único en que pensé cuando escuché el crujir de los vidrios bajo mi pie fue que ahora tenía una bellísima esposa que haría por mí todo lo se espera de una esposa. “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”, decía la Palabra de Dios (Oseas 4:6). Pero yo iba cuesta abajo a tal velocidad hacia la destrucción que las señales se borroneaban y no podía leerlas mientras aceleraba, pasándolas de largo.

NOTAS FINALES 1. “Shiksa es una palabra yídish que se instaló en el uso inglés, especialmente en la cultura norteamericana, y es utilizada como un término peyorativo hacia la mujer no-judía” “Shiksa,” Wikipedia, the Free Encyclopedia, http://en.wikipedia.org/wiki/Shiksa (Consulta en línea 01 de mayo de 2009). 2. Una huppah es el tradicional dosel judío para las bodas.

CAPÍTULO NUEVE Pero, mísero de mí, te abandoné por dejarme llevar de mis impetuosos ardores; me excedí en todo más allá de lo que tú me permitías y no me escapé de tus castigos. Pues, ¿quién lo podría entre todos los mortales? Tú me estabas siempre presente con cruel misericordia y amargabas mis ilegítimas alegrías para que así aprendiera a buscar goces que no te ofendan.

¿ALGO MÁS?

Algunas semanas antes de nuestro casamiento, hablé con el gerente de la estación de radio sobre cuál “Hootenanny” estaba transmitiendo. “Oye”, le dije, “me caso pronto. ¿Qué te parece si usamos tu influencia con uno de nuestros patrocinadores para ver si me da la habitación matrimonial en el hotel Summit por algunos días?” “Felicitaciones, Sid” me dijo, moviendo el cigarro hacia el costado de su boca y dándome un cálido apretón de manos. “Creo que ya está todo reservado. Pero te deseo lo mejor de todas formas”. “Te deseo lo mejor de todas formas.” Eso es lo que obtuve de varias personas que llamaron para cancelar sus reservaciones para los programas de música folk. Un grupo de cantantes de pelo largo de Inglaterra, llamado “Los Beatles” había entrado en escena. La música folk pasó de moda de un día para el otro, y una semana antes de mi boda el programa salió del aire. Nueva esposa, nuevo departamento, nuevos muebles y ningún trabajo. El caballero de brillante armadura de Joy, el niño mimado, fuerte, exitoso y glamoroso, se había convertido en un lector de avisos de empleos, sin afeitar, pereceando por el departamento en bermudas arrugadas, esperando que su trabajadora esposa regrese a casa y le prepare la comida. Sin el

prestigio de mi puesto para mantener mi ego en alto, volví a ser un nene de mamá quejumbroso, hosco, egoísta y demandante. Comencé a ver en los ojos de Joy que ya no era el héroe a quien ella adoraba, cada vez que regresaba cansada de su trabajo a las cinco y media todos los días, y yo, quien había estado todo el día holgazaneando, y mirando televisión, pretendía que ella lo atendiera. Por un par de meses hice un intento poco entusiasta de vender bienes raíces por comisión, pero no tuve mucho éxito y me redituó muy pocos beneficios económicos. Entonces un día estaba sentado, levanté el Reader’s Digest y leí un artículo escrito por un empleado de salubridad de enfermedades venéreas (VD, sigla en inglés) una rama del Departamento de Salud, Educación y Asistencia Social (HEW, sigla en inglés). El relato de sus aventuras sobre sus visitas para entrevistar a la gente que iba periódicamente a los clubes nocturnos y preguntarles sobre sus encuentros sexuales me resultó de lo más intrigante. ¿Por qué? Sonaba como un agente del FBI. Llamé a la oficina local del Departamento de Salud para ver si tenían alguna vacante disponible es ese tipo de trabajo, les dije algo sobre mi educación y mi experiencia laboral, y me dieron una cita para entrevistarme por una vacante en Miami, Florida. Más tarde supe que quien me entrevistaría creyó que yo tenía un gran potencial de éxito en el trabajo, más que ningún otro que hubiera solicitado ese trabajo antes. El puesto era mío. Joy estaba entusiasmada ante la idea de mudarnos a Florida. Parecía una vacación perpetua, y ella odiaba su trabajo de secretaria en Washington. Empacamos para mudarnos, y me inscribí en el curso de entrenamiento para convertirme en un empleado del departamento de enfermedades venéreas del Departamento de Salud. El curso de entrenamiento ponía énfasis en los síntomas e historia de las enfermedades venéreas, las mejores técnicas para realizar entrevistas y cómo lograr que un individuo se abra y te cuente con quién ha tenido relaciones sexuales. Aprendí a no escandalizarme ni sorprenderme por nada. Tras algunas semanas de entrenamiento, me volví a poner mis anteojos oscuros y regresé al glamour del mundo del trabajo, o eso es lo que creía. Pero los hombres que daban el curso habían olvidado mencionar algo que

para mí era una pesadilla. Se requería que extrajera muestras de sangre de los sospechosos. Mi primera experiencia de tal operación casi me hace volverme atrás. Seguí pensando que habría alguien más que se ocupara de esa situación por mí, pero me equivoqué. Tenía que enrollar su manga; tenía que atarle la gomita alrededor del brazo; tenía que pedirle que apretara el puño mientras le daba golpecitos en busca de una vena suficientemente gruesa; tenía que pinchar tratando de poner la aguja en el lugar correcto. Tenía que tirar de la jeringa más y más hasta que la ampolla estuviera llena con la oscura sangre venosa. Luego, debía recordar decirles que ya podían relajar su puño antes de quitar la aguja para que la sangre no saliera de improviso y me cayera encima. Cada uno de los pasos de esta operación estaba calculado para que me dieran ganas de vomitar. Encima de todo eso, algunos de los lugares a los que debía ir eran lo menos glamorosos que uno jamás se podría imaginar. Mis entrevistados nunca fueron bellezas perfumadas, ligeras de ropa, en fastuosos clubes nocturnos. Recuerdo un día sofocante de calor, sentado en el borde de un sillón todo roto y absolutamente inmundo, oliendo polvo y mugre, tratando de obtener una muestra de una bruja sin dientes que sólo llevaba puesto un harapo sin nada debajo. El hedor era inaguantable, su lista de contactos parecía interminable. Podía oír ratones correteando por las paredes, y había cucarachas muertas tiradas en el piso. De no haber estado sin un centavo, sin ahorros con los cuales arreglármelas, sin medios para regresar a Washington, sin otro medio para pagar el alquiler o comprar comida, habría dejado ese trabajo después del primer día sangriento y sin glamour. No tenía otra opción, tenía que seguir haciendo ese trabajo. Con el tiempo, la interminable repetición de aquellas prácticas alivió el horror que me causaban, y tomé tantas muestras de sangre que aquello se transformó en una rutina. Pero siempre odié el trabajo. El trabajo tampoco me quería a mí. Mi jefe era un perfeccionista y no parecía impresionarlo el hecho de que yo fuera un excelente entrevistador, un hombre brillante con tantas ideas para mejorar el funcionamiento y reducir el papeleo en la oficina. Cuando hice mi primera sugerencia, me dijo que cuando hubiera trabajado allí un año, recién entonces tendría derecho a ser escuchado, y no antes.

Llené infinidad de formularios de la manera más descuidada posible, porque sentía que llevar esos registros detallados estaba muy por debajo de mi dignidad. Pero mi dignidad se fue de bruces al piso el día que mi jefe clavó una cantidad de formularios míos en la cartelera de anuncios, con innumerables errores marcados con un círculo en lápiz rojo. Me pusieron como ejemplo de primera clase de un trabajador descuidado. Después de eso, ya ni me importaba si él nunca llegaba a implementar alguna de mis buenas ideas. Sólo quería irme. Seguro que había otro trabajo para mí en algún lugar que fuera lo suficientemente grande como para mis excepcionales habilidades.

VENDIDO Uno de mis amigos me había hablado de Henry Greenberg, pero yo no lo podía creer. El tema era que Henry solo tenía treinta y un años y ya había hecho un millón de dólares vendiendo seguros de vida. Vender seguros de vida me parecía la ocupación de menor categoría en la escala de valores, solo un paso más arriba que ser vendedor de autos usados. Yo no estaba ni remotamente interesado en ninguno de estos trabajos. Pero, aún así … un millón de dólares … Ya casi tenía veinticinco años, y difícilmente podía frotar juntas dos monedas de cinco centavos cada mes, después de pagar todas las cuentas, a pesar de que tanto Joy como yo estábamos trabajando. Así que cuando Henry, a quien nunca había visto antes en mi vida, me llamó una noche desde su teléfono en su nueva oficina en Lincoln Continental y me invitó a cenar al restaurante más chic de Miami, salté de emoción por semejante oportunidad. La apariencia de Henry me horrorizó. Era bajo y tenía la contextura de un adolescente regordete. A pesar de su ropa obviamente cara, no parecía un millonario. Pero el rollo de billetes de su bolsillo podría haber hecho emocionar hasta a un caballo. Su esposa, por otro lado, se veía como si hubiera salido de Vogue, y su casa era una verdadera mansión que superaba incluso el poder de mi imaginación. No había escuchado a Henry ni cinco minutos, cuando me di cuenta de que era el vendedor más fantástico que jamás había oído en mi vida. Para

cuando terminamos de cenar, me convenció de vender seguros de vida. Me olvidé de las bromas sobre los hombres que practican esa profesión. Henry me había persuadido de que en Lincoln Continental, una casa magnífica, o cualquier otra cosa que yo quisiera y que el dinero pudiera comprar, me esperaban a la vuelta de la esquina si seguía exactamente sus instrucciones. Al día siguiente, devolví mi equipo de pruebas de sangre al Departamento de Salud de Miami, entregué mi montaña de formularios incompletos y di un gran suspiro. Luego, tomé la presentación de ventas de ocho minutos que Henry me había dado para memorizar. Yo había tratado de convencerlo de que no me exigiera eso, porque siempre me había costado trabajo memorizar cosas, y además yo creía que podía escribir una mejor presentación. Él sin embargo insistió en que hiciera las cosas a su manera, y había un incentivo de un millón de dólares que me llevaba a querer seguir sus pasos. “Tengo una idea inusual que muchos hombres en su …”, repetí la presentación una y otra vez hasta que pude decirla hasta dormido. Una vez que la aprendí, me fui a entrevistar a mi primer posible cliente. Él me compró una póliza. Entrevisté al segundo posible cliente. Me compró una póliza. Entrevisté al tercer posible cliente. Me compró otra póliza. Era evidente que la presentación funcionaba. Ya no volví a pensar en escribir una yo mismo. Día tras día, me acercaba a mis posibles clientes con el infalible discurso enlatado: “Señor, tengo una idea poco común que muchos hombres en su circunstancia …” Y día tras día ellos firmaban en la línea de puntos. Para el segundo mes, ya era el vendedor líder en la oficina de Miami de la compañía de seguros John Hancock y ganaba todos los concursos que se presentaban. En los primeros seis meses vendí más de $500,000 en seguros de vida en una ciudad en la que no conocía prácticamente a nadie de posición prestigiosa. Un día el gerente me llamó a su oficina y me dijo que el departamento de policía había llamado para preguntar si Sid Roth era su empleado. Entonces me preguntó si yo había ido a la calle 40 del noroeste a las diez de la noche del día anterior golpeando puertas. “Sí”, admití, con el corazón que se me aceleraba, preguntándome qué había de malo en ello.

“Bueno, Sid, alguien te vio y pensó que podías ser un ladrón. Los vendedores de seguros no suelen ir a golpear puertas a la noche, a menos que tengan una entrevista programada con anterioridad”. Me sonrojé, tartamudeando alguna clase de explicación poco inteligente sobre cómo no me había dado cuenta de que era tan tarde y esperé la reprimenda, que nunca llegó. “Usted es un descarado, Sid, un verdadero descarado”, se rió entre dientes, con genuina admiración en su voz. Las felicitaciones siempre se me subían a la cabeza y me hacían más autoritario que nunca. Más tarde, ese mismo día, regañé a una secretaria que no había llenado correctamente las solicitudes para los seguros. Le estaba haciendo pasar un mal momento; mis humillantes quejas sobre su ineficiencia se oían hasta el vestíbulo. El gerente oyó todas aquellas cosas horribles y me llamó a su oficina para darme un consejo. “Déjame decirte, Sid”, dijo. “Se atrapan más moscas con miel que con vinagre”. ¿Y a quién le interesa atrapar moscas? Pensé. Solo emití un “aja”, sonreí y regresé a mi oficina. Me había dado vergüenza que él me hubiera escuchado ser tan maleducado. Ya que acababa de felicitarme por mi descaro, no quería que viera mi peor perfil. Resolví mantener la voz más baja la próxima vez que criticara a las chicas de la oficina. Por primera vez desde que me había graduado, estaba ganando una buena suma de dinero en un trabajo que tenía un futuro emocionante para mí. Pero estaba aburrido, muerto de aburrimiento, con mi trabajo, nuestro matrimonio, todo. Me recuerda la canción que escribí poco después de llegar a Miami. El título era: “¡Tiene que haber algo más!” y la letra era: “Porque trabajo, como y duermo, así es la vida, ¡Tiene que haber algo más!” En mi desesperación algo estaba gritando desde lo profundo de mi ser: ¡Tiene que haber algo más!

CAPÍTULO DIEZ Ciertamente, Señor, que tu ley castiga el hurto, ley de tal modo escrita en el corazón de los hombres, que ni la misma iniquidad puede borrar. ¿Qué ladrón hay que sufra con paciencia a otro ladrón? Ni aun el rico tolera esto al forzado por la indigencia. También yo quise cometer un hurto y lo cometí, no forzado por la necesidad, sino por penuria y fastidio de justicia y abundancia de iniquidad, pues robé aquello que tenía en abundancia y mucho mejor.

LADRÓN

Lo que fuere, y donde fuere que estuviera el algo más, no parecía estar en Miami. Joy estaba harta de su trabajo allí así como yo del mío, y estábamos hartos el uno del otro, gruñendo uno al otro, peleando por todo. La vida parecía no tener futuro; era vacía, gris, carente de significado y entusiasmo. Quizás un cambio de escenario podría ayudar. Tomamos dos semanas de vacaciones y nos dirigimos a Washington, DC. La hierba se veía más verde allí, especialmente después de que la sucursal de Washington de la Compañía de Seguros Hancock acordara pagar todos nuestros gastos de traslado si vendía para ellos en DC. La oferta tenía todo para aceptarla. En Miami, muchas de mis primeras ventas requerían repetir las llamadas. Los clientes no estaban pagando sus primas de seguro, y se me requería que averiguara el por qué, para revendérselos si fuera necesario. Yo detestaba la repetición de llamadas. Si dejaba el área de Miami, el gerente local tendría que hacerse cargo de repetir esas llamadas por mí.

Además de eso, mi futuro financiero ciertamente sería más prometedor en Washington donde conocía a mucha gente. Después de todo, si podía vender seguros por valor de $500,000 como un novato en Miami, una ciudad en la que prácticamente no conocía a nadie que estuviera en buena posición, realmente estaría en condiciones de arrasar en Washington, donde había vivido casi toda mi vida. Y quizás Joy también estaría más feliz allí, pudiendo ver a sus padres más a menudo. La hermosa sonrisa que me había atraído hacia ella la primera vez había estado sepultada últimamente bajo la sombría apariencia de espera-de-una-vida-mejor.

ESTAFADO La única forma en que podríamos dejar Miami lo antes posible era teniendo a alguien que pagara los gastos por nosotros. Acaba de agotar nuestra cuenta de ahorros para invertir en un plan infalible que tardaría en concretarse un poquito más de lo que yo había esperado. Otro vendedor de seguros, mi buen amigo Mike Behrman, me había hablado de un trato en que podía convertir nuestros $2,000 dólares de ahorros en una colección de monedas valuada en al menos $15,000 dólares si tenía el valor de desembolsar el dinero y esperar un par de semanas. El día que fui a casa para tomar la libreta de ahorros a fin de girar el dinero de nuestra cuenta, Joy me había hecho mucho problema al respecto. “¡Sid!”, me dijo, con su tono más disgustado cuando le conté lo que iba a hacer. “Nadie en sus cabales te daría una colección valuada en quince mil dólares sólo por dos mil. Tú sabes eso”. De alguna manera discutí con ella hasta llegar a un acuerdo, aunque sabía que la mayoría de nuestros ahorros eran el resultado de que ella se mataba trabajando en un empleo que detestaba. Me persuadí de que sabía más, le dije que se regocijaría conmigo cuando tuviéramos más dinero que nunca, y tomé la libreta de ahorros y vacié la cuenta. Le dí el dinero a Mike en billetes nuevos de veinte como lo había pedido, obtuve un recibo y su promesa de que enviaría el dinero a sus contactos, los individuos que pronto tendrían en su posesión las monedas. No era muy explícito en cuanto a quiénes eran ellos, y pensé que era mejor no ser muy

inquisitivo. Sus insinuaciones me llevaban a creer que estaban confabulados con la mafia, si es que en realidad no eran miembros ellos mismos. Durante unas semanas, había esperado pacientemente sin ninguna ansiedad, soñando cómo gastaría el dinero después de que tuviera en mis manos la colección de monedas y la vendiera a su verdadero valor. Sabía, por supuesto, que el trato no era estrictamente honesto, que tal vez las monedas fueran propiedad robada, pero no podía darme el lujo de ser demasiado quisquilloso al respecto. Por una ganancia del 650% en unas pocas semanas, era de esperar correr algún riesgo. Mientras esperaba, Joy no me daba paz alguna al respecto, sacándome de quicio todos los días acerca de cuándo mi amigo iba a entregar la valiosa mercancía. Yo apretaba los dientes y hablaba menos cada día mientras pasaban las semanas. Veía a mi amigo todos los días en el trabajo, y él seguía asegurándome que estaban solucionando los detalles, y que no debería perder la calma. Hacía que yo apreciara que él corriera tantos riesgos por mí en su trato con la organización. Una tarde, Mike me dijo que había algo importante y confidencial que discutir, así que arreglamos encontrarnos en un bar ese día después del trabajo. En mi exagerado optimismo, pensé que probablemente iba a realizar la recepción y entrega ese día. No pude mantener mi mente en perspectiva, estaba muy expectante. Pero cuando entró al bar, no traía nada en las manos. “Es así, Sid”, dijo Mike cuando nos sentamos en una mesita redonda en un rincón oscuro y la camarera nos trajo la bebida. “Has pagado tu dinero de buena fe; los tipos intentan mantener el trato hasta el fin, pero …” Hizo una pausa para levantar su vaso y vaciarlo, y se me fue el ánimo al piso. “¿Pero qué?” exigí. “No puede haber ningún pero ahora. Un trato es un trato”. Estaba asombrado de lo fría y dura—casi criminal—que sonaba mi voz. “Vamos no te pongas nervioso, Sid”, dijo Mike, frunciendo el ceño y levantando la mano para detener mi impaciencia. “Todavía hay una manera de sacar las papas del fuego. Sólo va a hacer falta un poco más de dinero”. “¿Cuánto?” “Bueno, no tengo libertad para divulgar detalles, entiendes …”

“¡Ahórrate explicaciones! ¡Sólo dime cuánto!” Podía sentir que mis manos apretaban el vaso. “Seiscientos”. “¿Seiscientos?” Estaba totalmente indignado. “¿Seiscientos?” “Ajá. Seiscientos. Hoy. Todo el asunto se va por la borda a menos que consigas seiscientos más. Hoy”. También podría haber dicho seis mil. Ya le había dado todos nuestros ahorros. No había otro centavo … pero espera. Había una posibilidad. No, era más que una posibilidad; era algo seguro. Golpeé la mesa. “Déjame hacer una llamada. Sólo tomará un segundo”. Casi doy vuelta la mesa en mi prisa por llegar a un teléfono. Marqué el número tan familiar para mí y sentí que me invadía el alivio cuando mamá contestó. “No puedo explicarte ahora mamá, pero tengo que tener seiscientos dólares enseguida, hoy”. Oí su respiración agitada y podía imaginar la apariencia afligida de su rostro cuando casi lloraba: “Oh, Sidney, no estás herido, ¿no? ¿O en problemas? No pasa nada malo con mi muchacho …” “No, no mamá. Sólo es que tengo que tener seiscientos dólares ahora mismo. Mira, te explicaré todo cuando lleguemos a Washington la próxima semana. Te devolveré el dinero, cada centavo; lo prometo. Pero gíramelo ya, ¿de acuerdo?” Casi le hablaba con brusquedad al pedirle un favor tan grande. Tenía todo el derecho a rehusarse, pero nunca antes lo había hecho. Esperé. Y luego respondió. “Seguro, Sidney. Quieres que te gire seiscientos dólares. Lo haré ahora mismo”. Forcé un “Gracias, Mamá” de mis labios, y colgué, imaginando como terminaba ella la conversación mientras me abría paso hacia la mesa a través de la multitud que salía del trabajo. Estaría diciendo: “Cuídate, Sidney”, y luego, aun después de darse cuenta que yo había colgado, diría el inevitable: “Adiós y buena suerte”. Lo decía desde que puedo recordarlo siempre que nos despedíamos. “Adiós y buena suerte”. Sé que ese día ella podría estar diciéndole adiós a su dinero sin saberlo, pero por suerte Mike todavía me estaba esperando. Mike esperaba. Por primera vez, observé que él también parecía nervioso. Y pensé en el lío en que él estaba. Ah bueno, probablemente

recibiría una jugosa tajada por ser el intermediario. Lo hubiera dejado preocuparse por cómo iba a terminar la cosa. “Está bien, Mike. Todo va a estar bien”, me encontré asegurándole. “Los seiscientos dólares ya están en camino. Mamá los envía”. “¿Tu mamá? ¿Te envía esa cantidad de dinero? ¿Así? ¿Qué le dijiste?” “¿Por qué? No le dije nada”. No pensé nada de eso, pero Mike estaba tan impresionado que pareció olvidar sus propias preocupaciones por un momento. “Nunca tuve una madre que hiciera algo así por mi”, reflexionó. Y después me miró fijamente con tanta intensidad que me hizo sentir intranquilo. “¿Tienes idea de lo afortunado que eres, Sid? ¿Sólo le pides y ella te lo envía, así? ¡Fantástico!” Sacudía la cabeza como si todavía no pudiera creerlo. “No hay nada fantástico en eso”, dije haciendo caso omiso. “Mi mamá es así, eso es todo. Ella es así. Siempre ha sido de esa manera. Haría cualquier cosa por mí, hasta entregaría su vida por mí si yo se lo pidiera”. Llegaron los seiscientos, se los di a Mike, y me aseguró que todo sería más fácil de ahí en adelante. Debería tener las monedas en mi posesión en unos pocos días. El día antes de que esperáramos que llegaran los de la mudanza para empacar nuestras cosas para Washington, Mike me dijo que lo lamentaba pero que había habido otra complicación imprevista. Respiré mas tranquilo cuando supe que ésta no me costaría nada, sólo un poco más de espera. No tendría la colección antes de mudarme a Washington, sino que, tan pronto como pudiera, él personalmente me la llevaría en un vuelo. Cuando llegué a casa ese día, Joy, que acababa de renunciar a su trabajo, estaba sentada en una silla plegable en el patio del departamento, leyendo una revista. Cuando le di las noticias, su cara manifestó completo desprecio e indignación. Arrojó la revista sobre la hierba y comenzó a gritarme. “¡Sid!”, gritó. “¡Nunca tendrás esas monedas, y tú lo sabes! ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí, tomar todo el dinero por el cual trabajé tanto, y tirarlo así? Cualquier tonto lo sabría mejor”. La gente abrió de golpe las ventanas de sus departamentos y sacaba la cabeza para ver lo que ocurría. Tenía temor de levantar la vista porque sabía que todos estaban mirando y escuchando la diatriba, pero a Joy parecía no importarle. Cuanto más trataba de acallarla más fuerte despotricaba.

Finalmente, di la vuelta, regresé al departamento y la dejé gritando al aire. Pero me alcanzaba de todas maneras. Cuando entró, estaba llorando, y me acerqué. “Joy, yo …” Pero no me escuchaba. Se tambaleó hacia el dormitorio y azotó la puerta. Al día siguiente de llegar a Washington, envié un telegrama intimidatorio a Mike, diciéndole que iba a ir directamente a la policía si no recibía la mercancía el viernes siguiente. Él me llamó por teléfono, trató de calmarme, me dijo que las monedas ya estaban en sus manos para mí, y que debería encontrarme con él en el aeropuerto dos semanas después de ese viernes en la puerta 29 a las 2:04 p.m. La entrega tenía que demorarse ese tiempo, dijo, a fin de protegerme, porque los Federales se habían enterado de una especie de operación, y Mike y sus contactos estaban siendo vigilados las veinticuatro horas del día. Me aplaqué por un tiempo, pero Joy continuaba llena de indignación por cómo había tirado el dinero que ella sentía que le pertenecía. Ah bueno, cambiaría de parecer cuando las ganancias estuvieran en sus manos. El tiempo pasaba. Llegué al aeropuerto media hora antes la tarde señalada y me senté en el área de espera cerca de la puerta donde llegaría el vuelo de Mike. Cuando se anunció su vuelo, así con firmeza el maletín grande y vacío que había llevado para guardar las monedas y me quedé de pie junto al corredor por donde los recién llegados comenzaban a cruzar, buscando entre sus rostros a Mike. Mientras las caras desconocidas pasaban, seguía dándome excusas acerca de por qué él no estaba en el primero de los aviones que había aterrizado, y durante un rato me sentí bastante bien. “Probablemente se quedó atascado justo en el fondo”, razonaba. “Seguramente, será el último en salir”. Y cuando pasó el último pasajero, me imaginé que había perdido el vuelo. Nada de qué preocuparse. Mike nunca había insistido mucho en la puntualidad, y probablemente, llegó demasiado tarde al aeropuerto. Siendo ése el caso, estaría por allí en el siguiente vuelo. Se lo esperaba en un par de horas, así que compré una revista subí a la cafetería, conseguí un café para llevar y volví al sector de espera para no perderlo cuando llegara. Terminé el café, fumé un par de cigarrillos, pasé las hojas de las revistas sin verlas, miré mi reloj un billón de veces, levantándolo hasta el oído para

ver si todavía funcionaba, y decidí llevárselo a mi tío Abe para que lo arreglara al día siguiente. Ningún reloj que funcionara bien podía andar tan lento. Cuando se anunció la llegada del vuelo de Miami, casi me muero del susto. Los pasajeros que habían desembarcado pasaron, el vuelo se abordó otra vez, y fue autorizado para despegar, y todavía sin Mike. Quizás estaba enfermo o algo así, y no había podido tomar el vuelo. Quizás me había llamado para hacérmelo saber, pero el mensaje no me llegó. Sí, seguramente fue eso. Llamé al departamento de los padres de Joy donde estábamos hospedados en ese momento, y cuando contestó la madre de Joy, pregunté si había un mensaje para mí. “Vaya, no, Sidney”, dijo, probablemente sabiendo la razón por la que llamaba. “Nadie llamó en todo el día …” “¿Puede ser que su teléfono esté descompuesto?” contesté, y luego me sonrojé por la necedad de mi pregunta. Después de todo, mi llamada había entrado bien. Entonces colgué, casi atontado por la desilusión, e intenté otra llamada. “Mike Behrman, operadora, B-e-h-r-m-a-n, de Miami, Florida”. Era la agonía usual de esperar que la operadora entendiera el nombre, hacer que entendiera que yo no tenía su número, tener que verificar su domicilio, y luego el mecánico “Lo lamento, pero el número al que ha llamado está fuera de servicio”. Llamé después a la Agencia Hancock de Miami, para ver si ellos podrían decirme cómo contactarme con Mike. La secretaria lo hizo con fría eficiencia. “Lo siento, señor Roth, No podemos ayudarlo. El señor Behrman nos dejó repentinamente, sin ninguna explicación. No, no hay una dirección”. Salí arrastrándome del aeropuerto, crucé la calle hacia el estacionamiento, encontré mi auto, conduje rígidamente a través del tránsito de regreso al departamento. Estacioné, subí al ascensor, y entré. “No apareció, ¿eh?” No era una pregunta la manera en que Joy lo dijo. Era un inútil “Te lo dije”. Casi hubiera deseado que me gritara, dándome algo contra lo cual luchar otra vez, para que me sacara de ese horrible atontamiento de darme cuenta que había sido estafado, completamente estafado. Era como un imbécil que pensó que había comprado el Puente de Brooklyn por cincuenta dólares, había estado de pie toda la noche en la

esquina bajo la lluvia esperando que el tipo regresara y le diera el título de propiedad.

CAPÍTULO ONCE Quiero recordar mis pasadas fealdades y las carnales inmundicias de mi alma, no porque las ame, sino por amarte a ti. Dios mío. Por amor de tu amor hago esto, recorriendo con la memoria, llena de amargura, aquellos mis caminos perversísimos, para que tú me seas dulce, dulzura sin engaño, dichosa y eterna dulzura, y me recojas de la dispersión en que anduve dividido en partes cuando, apartado de ti, el único, me desvanecí en muchas cosas.

EL ADIVINO

Los dos mil se habían ido, y los seiscientos tras ellos. Pero estaba camino a hacer un millón, y $2,600 dólares era menos que una gota en un balde. Joy dejó de fastidiarme al respecto, sintiendo que yo ya había sufrido lo suficiente, supongo, y Mamá me seguía fortaleciendo diciendo qué hombre malvado y cruel había sido mi ex amigo para estafarme con nuestros ahorros de esa manera. Mi propia indignación se agotó, las heridas comenzaron a sanar y mi eterno optimismo asumió el control. Me volqué al rol de convertirme en millonario de prisa vendiendo seguros de vida. Durante nuestros primeros seis meses en Washington, repetí mi modelo de éxito de Miami y cerré mi primer año en seguros de vida con pólizas en vigencia valuadas en casi un millón de dólares. Me iba tan bien que Joy renunció a su odiado empleo de secretaria y volvió a la escuela a tiempo completo para estudiar diseño de interiores. Nos habíamos mudado a nuestro propio departamento, un gran alivio para ambos después de haber estado encerrados por dos meses con los padres de Joy. Casi sentíamos que éramos felices juntos otra vez. Pero no era real, y no duró. Pronto volvimos

a estar en nuestros respectivos roles de tolerar meramente la presencia del otro. Un día llamó el tío Abe, muy entusiasmado con una nueva especie de póliza de seguro de vida con la que estaba vinculado un fondo de mutual. Sonaba bien distinto, pero un desastre. Se lo dije, e insistí en que lo que yo estaba vendiendo era muy superior a lo que cualquiera pudiera ofrecer. Sabía que mi tío Abe estaba interesado en lo mejor para mí, sin embargo, y acordé reunirme con él y con el otro agente, y oír acerca del producto “superior” del otro individuo. Para mi gran sorpresa, después de dos horas, estuve de acuerdo en que su producto era superior al mío, y estaba listo para cambiar de empleo. Cuando le dije a mi jefe que iba a renunciar se puso furioso porque no sólo renunciaba sino que me llevaba conmigo a dos de los mejores vendedores de su equipo para lo nuevo. “¡Sid, no puedes hacer eso!”, rugió. “¡Va contra toda regla de ética! Pagamos para mudarte aquí, y tenemos una gran inversión en ti y en esos vendedores. ¡Tenemos derecho a una retribución de nuestra inversión!” Mientras más fuerte gritaba, mientras más razón tenía, más inflexible me volvía. “Mira”, le dije, con un tono amenazador en la voz, “ya he contribuido más que suficiente a este negocio. Sería un tonto si no pusiera mi propio interés primero, y eso va por estos dos individuos también. No somos tu propiedad, ¿sabes?” Después de hablarle de esa manera despectiva, es raro que no me haya despedido. Durante mi segundo año en el negocio de los seguros, esta vez con Chatfield Associates, volví a vender más de un millón de dólares en seguros. Para fin de año, era gerente con diez hombres bajo mi mando. Mi unidad de ventas era una de las de mayor producción en el país, y apenas pasaba una semana sin un telegrama de felicitación por algún nuevo logro en las ventas. En algún momento, después de un año y medio con Chatfield, se me ocurrió que si podía vender tanto para otros, era un tonto en llenar sus bolsillos. Debía mudarme solo, comenzar mi propia compañía, y realmente estaría ganando mucho.

Pero mi propia compañía murió al nacer. Algo parecía andar mal con mi capacidad para vender, y no pude comunicarla a los hombres que contraté para trabajar para mí. La oficina se movía con demasiada lentitud, y después de seis meses, cerré el negocio y tomé un puesto en otro negocio. Parte del año, trabajé para ellos como gerente regional, viajando mucho, estableciendo oficinas, y entrenando al personal. Pero también se echó a perder. Me di cuenta pronto de que no estaba yendo a ninguna parte, y comencé a buscar otro puesto, uno en el que realmente me apreciaran. A pesar de mi éxito inicial en la venta de seguros de vida, todo lo que deseaba se había ido. En medio de mis cambios de trabajo, ¡Joy me dijo que estábamos esperando un bebé! ¡Bien! Después de que nació nuestra hija, hasta yo podía ver que ir de un trabajo malogrado a otro no era la manera de tener una familia. Cuando tuve la oportunidad de ir a trabajar como ejecutivo con Merrill, Lynch, Pierce, Fenner, y Smith, una de las mejores compañías de fondos de inversión de los Estados Unidos, me di cuenta de que era exactamente lo que necesitaba. No más venta ambulante de seguros de vida. Cualquier zopenco podía hacer eso. Este era el puesto de mi carrera en el que debería haber estado desde años atrás. El cielo era el límite.

SEPARACIÓN Después de tres meses de entrenamiento local, fui a Nueva York para una instrucción más intensiva. Durante los dos meses que pasé allí, lejos de Joy y mi hijita, comencé a rondar los bares de solteros por la noche. Me convertí en un verdadero desinhibido. Cualquier trozo de nuestro matrimonio que hubiera quedado se desintegró completamente. No porque lo quisiera, sino por una peculiar obediencia a una especie de “tengo que”, telefoneé a Joy desde un bar en la víspera de Año Nuevo. Estaba llorando cuando atendió el teléfono, pero de alguna manera logró decir entre sollozos que su padre, que había sido un alcohólico por años, acababa de dispararse un tiro en la cabeza.

Se la oía tan triste a Joy, tan sola, tan alterada, que tomé un taxi para el aeropuerto y tomé el siguiente vuelo para Washington. Pero cuando Joy me vio fue tan asquerosamente obvio para ella dónde había estado y en lo que me había convertido, que me dijo que no era necesario que me hubiera molestado en ir a casa. Nuestro matrimonio estaba acabado. Joy había tenido toda la infidelidad, toda la negligencia que podía de mí. Ahora sólo deseaba una cosa más. Una separación. Separación. Inaudito para una familia judía. Cuando yo era niño, mis padres una vez habían hablado seriamente de separación. Mi padre había dicho que él y yo nos mudaríamos a Nueva York y que Shirley se quedaría en Washington con mamá. Prometió que me encantaría estar en Nueva York con él, pero yo no podía imaginar mi vida sin que Mamá peleara mis batallas por mí, y tampoco podía imaginarme a Papá viviendo sin ella, sin importar cuán violentamente disintieran acerca de algunas cosas. Al examinar mis propios sentimientos, admití que parte de mí quería dejar a Joy de una vez, pero había otra parte que parecía querer mantenernos juntos a pesar de todo. Iba a ser una decisión difícil para mí.

ENGANCHADO Durante los dos últimos años había estado yendo a un adivino para que me ayudara en las decisiones más importantes de mi vida. Le preguntaría a él lo que debía hacer. Hasta donde puedo recordar, siempre había estado interesado en todo lo que tenía que ver con la nueva era, el ocultismo, la astrología, la adivinación, el análisis de la escritura, la reencarnación, la hipnosis, la comunicación con los muertos, el espiritismo, las tablas Ouija, y los poderes psíquicos. Todo ejercía sobre mí una fascinación que iba más allá de un simple hobby, manía o interés. Era como si una fuerza sobrenatural me obligara, y cuando una de las amigas de mi madre le habló un día de un adivino que había encontrado y lo verdaderamente fantástico que era, yo estaba listo para conseguir su dirección. Cuando entré por primera vez al insignificante edificio de oficinas donde había establecido su negocio, encontré que el adivino mismo era un

individuo muy sólido, rubicundo, en vez del espectro que la atmósfera del lugar sugería. Estaba sentado detrás de una mampara en el rincón de una habitación deteriorada que servía también como sala de espera para sus clientes, y me senté frente a la destartalada mesa de naipes. Lo primero que me dijo cuando barajó las cartas y las desplegó me dio escalofríos en la espina dorsal. “Señor, sus padres viven en la calle 16 en el Noroeste junto a la Calle Kennedy”, dijo con total naturalidad. ¡Guau! ¿Cómo pudo saber eso? ¡Vivían justo a una cuadra de la Kennedy! Eso era casi correcto. Y no había manera de que hubiera podido saberlo sólo por mirarme. Estaba tan impresionado con el conocimiento sobrenatural del adivino que consulté con él toda decisión importante de ahí en adelante. Varias veces, Joy y yo discutimos acerca del hecho de que yo parecía no poder decidir nada importante sin consultarle primero a él. Había periodos en que lo visitaba varias veces por semana. Una vez se me ocurrió preguntarme, ya que él tenía tales poderes sobrenaturales, por qué no era un multimillonario en la bolsa de valores, por qué no tenía una oficina más lujosa, por qué necesitaba mis miserables tres dólares por visita. Pero rápidamente dejé de lado tales cuestionamientos. Estaba enviciado. Cuando le pregunté al adivino si debería dejar a Joy o no, me dio un firme adelante, y estuve aliviado de no tener que tomar la decisión por mí mismo. Buscando en el periódico un lugar para vivir, encontré un servicio para derivación de compañero de cuarto, que me puso en contacto con un soltero desinhibido llamado Jeff. Su departamento estaba amueblado de forma agradable, inmaculadamente limpio. Había sólo un problema. La novia de Jeff compartía su dormitorio. “Sid, ¿te molesta si mi novia duerme conmigo?”, preguntó. “Sí”, contesté. “Me molesta—porque no duerme conmigo”. Reímos, y yo había pasado la prueba. Cuando Joy estaba en el trabajo al día siguiente, saqué mi ropa de nuestro departamento y salí a mi nueva, emocionante, glamorosa vida de soltero absoluto. Queriendo tener una completa ruptura con todo mi pasado, le pregunté al adivino si estaría bien que cambiara otra vez de empleo. Antes

él siempre había aprobado los cambios de trabajo, hasta provocado la búsqueda de trabajo al decirme que cambiaría pronto de empleo, pero esta vez lo desaprobó, aconsejándome que no dejara Merril Lynch. Tenía un cliente anciano que vendía acciones de vez en cuándo y le daba el dinero a él. Yo era un intermediario adecuado para manejar esas transacciones sin hacer preguntas necias. Aún así, yo sabía que no estaba a la altura de Merril Lynch, y sería más fácil comenzar en otro lado que atrincherarse y hacer un buen trabajo allí. No seguí el consejo del adivino sino que no dejé pasar la oportunidad cuando una nueva compañía me ofreció una opción estándar para ir con ellos. Al no haber seguido el consejo del adivino decidí no verlo más, pero me sentía absolutamente perdido sin alguien a quien acudir para que me guiara.

CAPÍTULO DOCE De este modo vine a dar con unos hombres que deliraban soberbiamente, carnales y habladores en demasía, en cuya boca hay lazos diabólicos …

CONEXIÓN DE PODER

Un día, Mike Wasserman, mi asistente director de ventas en Glenwood Equities, mi nuevo empleo, estaba hablándome de uno de sus casos. Sabía que yo había consultado a un adivino en el pasado, y comenzó a hablarme de un amigo suyo que no tenía capacidad de adivinación en absoluto pero que había hecho un curso de control mental que revolucionó su vida. Ahora tenía capacidades sobrenaturales mucho más allá de las de un adivino común. Sabía cosas de otras personas que era imposible saber de manera natural; sabía lo que iba a ocurrir en el futuro; sabía todo lo que necesitaba saber. ¡Wow! Eso sonaba exactamente como lo que yo necesitaba. No podía esconder más que mi capacidad en los negocios se estaba debilitando. Mis ventas no tenían poder permanente, y perdía clientes a diestra y siniestra. Mis mejores vendedores me estaban dejando. En general, tenía una racha de mala suerte. Si tuviera algo de la capacidad psíquica que el amigo de Mike había recibido del curso de control mental, entonces quizás podría mantenerme en la cima. Vaya, con esa clase de capacidad ¡probablemente ni siquiera necesitaría un empleo! Mi siguiente sábado libre, conduje hasta Nueva Jersey para encontrarme con el amigo de Mike para que me diera una prueba de fuego. “Russ”, dije, yendo directo a la razón de mi visita, “tu amigo Mike me ha dicho que el curso de control mental que hiciste te capacitó para acceder a

poder sobrenatural de modo que sabes cosas que no puedes saber de manera natural. ¿Es correcto?” “Pruébame”, desafió. “Vé por ti mismo. Sólo dime el nombre de una persona a quien le ha pasado algo malo, y te diré lo que es. Cualquiera”. “Gilmore Young”, dije, dándole el nombre del padre de Joy. Russ cerró los ojos, parecía estar concentrándose intensamente, sus párpados se movían, y dijo: “Veo una luz que se dirige hacia ese hombre— hacia la cabeza. Está entrando en su cabeza … y empezando a hacerla añicos …” Los ojos de Russ se abrieron de asombro mientras balbuceaba: “¿Este hombre podría haber sido golpeado en la cabeza … por una bala?” Eso era todo lo que necesitaba saber. Russ realmente tenía poder sobrenatural. ¡Piense lo que podría yo hacer cuando ese poder fuera mío! Una nueva clase de control mental comenzaría en la zona de DC en un mes. Lo marqué en mi calendario, tachando los días mientras se acercaba más y más. Sabía que sería lo que había estado buscando toda mi vida, un enfoque infalible para garantizar el reconocimiento y el éxito financiero. Si hubiera sabido que lo que yacía delante no era el reconocimiento y el éxito sino el terror absoluto, habría salido corriendo y gritando en la dirección contraria. Pero no lo sabía. Y no lo sabría hasta después de haberme sumergido de cabeza en el infierno.

CLASE CONJUNTA El día finalmente llegó, el día en que los poderes sobrenaturales más allá de lo que había observado en el adivino comenzarían a ser míos. Conduje con creciente entusiasmo al Sheraton, donde se realizaría la conferencia introductoria de control mental. El instructor parecía tener veintitantos años, de apariencia inteligente, prolijamente vestido. No había nada exterior que lo distinguiera a él o a su grupo de alrededor de veinte personas de la gente de una típica reunión organizacional. Nos dijo que después del curso de una semana, podríamos, entre otras cosas, controlar nuestro peso, mejorar nuestra memoria, saber lo que piensan los demás, curar enfermedades, y mejorar nuestras finanzas.

Me pareció demasiado bueno para ser verdad. Pero tenía que ser legítimo. Había una garantía de reembolso monetario. Mientras el instructor hablaba, yo sabía que iba a tener un gran éxito. Todos mis fracasos anteriores, ésos que supuse que eran éxitos, se desvanecieron. Era como si mi vida estuviera comenzando otra vez. Justo en ese momento. Adiós a la frustración y al fracaso, girando las ruedas sin ir a ningún lado. Hola felicidad, rumbo a algún lugar. Los primeros dos días de clase aprendimos cómo relajarnos. El objetivo era disminuir la velocidad de nuestras ondas cerebrales hasta el estado que ocurre en el sueño. Después de alcanzar este nivel, se nos dijo que imagináramos que teníamos un consejero en la cabeza. El consejero podría responder cualquier pregunta que pudiéramos hacer, para llevar a cabo cualquier prueba que le pidiéramos. Escuché atentamente todo lo que nos dijo el instructor, practiqué la relajación para disminuir las ondas cerebrales, llegué a conocer a mi consejero, y estaba listo para la prueba de fuego el último día del curso. El instructor me dio el nombre de una mujer que nunca había oído antes. Cerré los ojos, disminuí las ondas cerebrales, y comencé a meditar. En unos momentos, vi una figura de mujer en mi imaginación. Tenía una “X” grande sobre uno de sus pechos. “¿Podría tener cáncer de mama?” contesté. “¡Correcto, Sid! Correcto!” El instructor aplaudió y la clase se unió a él. Yo había pasado la prueba de fuego. El poder sobrenatural era mío. Cuando fui a la oficina al día siguiente, apenas podía esperar para experimentar mi nuevo talento. Mi jefe pasó por mi oficina y le pedí que entrara, que me diera el nombre de una persona que yo no conocía—alguien que estuviera enfermo. Mi jefe me miró como si hubiera perdido la chaveta, pero me dio el nombre de un hombre. Cerré los ojos, disminuí las ondas cerebrales, y de pronto, sin advertencia, sentí que mis brazos comenzaban a temblar. “¡Vaya! Eso es exactamente lo que hace mi padre!” Exclamó mi jefe, tan sorprendido como yo. “¿Podría tener mal de Parkinson?”, me oí decir. No sabía qué era esa enfermedad ni nada acerca de los síntomas. Sólo me vino ese nombre. “¡Sí, eso es!”, dijo mi jefe, levantándose con entusiasmo de la silla. Luego le dije que no necesitaba seguir moviendo mis brazos.

“¡Correcto!” Exclamó otra vez. “¡Mi padre ayer comenzó a tomar una nueva medicación, y se controlaron sus temblores!” ¡Wow! Esta nueva capacidad era fabulosa. El poder parecía acrecentarse todo el tiempo. Ayer sólo tenía visiones; hoy sentía los síntomas. ¡Me preguntaba qué sucedería de nuevo al día siguiente! El poder ciertamente era real. Y mientras más lo experimentaba, más usos encontraba para él. Una tarde estaba perdido en el laberinto de rutas que giran en torno a un parque, y dije: “Consejero, dirígeme a casa”. Di vueltas sin titubear por calles que eran totalmente desconocidas para mí y me encontré en casa en un tiempo récord. Si necesitaba un lugar para estacionar, todo lo que tenía que hacer era pedir que hubiera un espacio disponible. No importaba cuán difícil fuera la situación, mi consejero podía hacerse cargo de ella. Era incluso más poderoso que el arma secreta de mis años de adulto. No podía decirse cuán alto podría yo llegar con todo ese poder sobrenatural a mi disposición. Casi tan pronto cómo pensaba en algo que deseaba, sin que dijera una palabra, las personas empezaban a hacer mi voluntad. Todo lo que tenía que hacer era pedir. Nunca esperaría por algo otra vez. Había encontrado una olla de oro ilimitada al final de un arco iris permanente. Uno de mis primeras reflexiones cuando me di cuenta de que podría tener todo lo que quisiera fue que nunca más debería trabajar para otros. Debería volver a los negocios por mi mismo. Esta vez, estaba obligado a prosperar. Casi tan pronto como lo pensé, Jim Fisk, un abogado que conocía sólo superficialmente, pasó por mi oficina. “Sid”, dijo, “he estado pensando que podrías querer volver a trabajar por tu cuenta. En caso de que lo quieras, tengo una oficina adicional disponible en mi edificio. Me gustaría dejártela gratis hasta que te establezcas. Proveeremos tu teléfono y tu secretaria. Podrías incluso vender unas acciones en nuestra compañía y tener algunas comisiones extra para ti mismo para comenzar”. Después que se fue, pensé que verificaría con mi nuevo poder para ver lo que pensaba de la oferta de Fisk. “Consejero, dame dinero”, dije.

Inmediatamente fui dirigido a abrir un diccionario al azar y señalé una palabra. Cuando miré, mi dedo estaba en la palabra “anchor”. Ese era el nombre de una mutual financiera con la que había trabajado en el pasado. Los llamé, y el gerente regional dijo que le encantaría que yo abriera mi propia oficina y fuera su representante en los negocios. Así de simple. Y así de simple renuncié a mi trabajo y establecí mi negocio en mi oficina gratuita.

CAPÍTULO TRECE En vista de ello decidí aplicar mi ánimo a las Santas Escrituras y ver qué tales eran. Mas he aquí que veo una cosa no hecha para los soberbios ni clara para los pequeños, sino a la entrada baja y, en su interior sublime y velada de misterios, y yo no era tal que pudiera entrar por ella o doblar la cerviz a su paso por mí. Sin embargo, al fijar la atención en ellas, no pensé entonces lo que ahora digo … Mi hinchazón recusaba su estilo y mi mente no penetraba su interior. Con todo, ellas eran tales que habían de crecer con los pequeños; mas yo me desdeñaba de ser pequeño y, finchado de soberbia, me creía grande.

¿CUÁL ES LA FUENTE DE SU PODER?

En el tiempo en que establecí mi propia oficina, ignoraba el hecho de que Jim Fisk, el presidente de la compañía de informática que me dio el espacio gratis, era un creyente de la Biblia. Eso era suficientemente malo, pero aún peor, Jim tenía toda la “gente de Jesús” de la ciudad desfilando por sus oficinas, y tenían reuniones de oración, mañana tarde y noche. De algún modo, aunque pensaba que eran todos chiflados, me agradaban. Eran más que agradables para mí, proyectaban una clase de amor y aceptación que nunca había visto antes. Y lo hacían aunque no aprobaban que estuviera involucrado con el control mental. Bueno, estaba contento de que ellos tuvieran esa clase de amor por mí, pero eso no era para mí. Enseguida después de que me mudé a mi nueva oficina gratuita, me encontré con Art Lane. Era alto, fornido, con apariencia distinguida, con canas prematuras, y se expresaba muy bien. Art tenía todas las cualidades que un hombre de mundo tiene que tener, y llegué a admirarlo grandemente.

Pero había algo extraño en él. Aunque Art era judío, asistía a los estudios bíblicos con los individuos gentiles de la oficina. Yo no podía comprender cómo un judío estudiaba las Escrituras con un puñado de gentiles. No tenía sentido, pero hizo crecer mi curiosidad, así que también yo empecé a asistir a las sesiones. Les hice pasar un tiempo difícil, cuestionando todo lo que decían y ridiculizando su fe. Pero no me echaron. Ni siquiera me contestaban con aspereza. ¡Gradualmente caí en la cuenta de que estaban orando por mí! Eso me hacía reír. Era totalmente ridículo. Pero si les gustaba, que siguieran. Estaba contento por mi oficina gratuita y la amistad que daba y daba y daba sin pedir nada de mí. Un día Art Lane se detuvo en mi oficina para hablar del negocio de los seguros. Hablamos de otras cosas además. Me dijo que él mismo había llegado a “conocer al Señor” por medio de la lectura de las Escrituras hebreas y al comprender que Yeshúa—el vocablo hebreo para Jesús—era Aquel que había cumplido todas las profecías acerca del Mesías venidero. Luego me hizo una pregunta. “Sid, ¿tienes una Biblia?” “Bueno, no”, admití. “Te traeré una la próxima vez que pase por aquí”, prometió. “Pero mientras tanto …” Art abrió su Biblia y me mostró algunos pasajes de las Escrituras que hablaban del Mesías que había de venir y algunos pasajes más del Nuevo Pacto que mostraban que un judío llamado Yeshúa había cumplido todas y cada una de las profecías mesiánicas. Estaba aburrido de todo el asunto. “Mira, Art”, le interrumpí, “si el Mesías ya hubiera venido, el rabino de nuestra sinagoga seguramente nos lo habría dicho …” “Ah, pero eso también es parte de la profecía, Sid”, sonrió Art. Luego señaló algunos versículos en el libro del profeta Isaías, y leyó: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? … Despreciado y desechado entre los hombres, … y no lo estimamos.” (Isaías 53:1,3). “¿Entiendes, Sid?”, continuó Art, “si los judíos hubieran recibido a Yeshúa cuando llegó, Él no habría sido el Mesías”.

Con ese intrigante comentario flotando en el aire, Art salió de mi oficina. Pero el brillo de su mirada me advirtió que estaba confabulado con los creyentes de la Biblia que oraban por mí. Bueno, podían orar todo lo que quisieran. Pero estaba bastante satisfecho con mi propia vida, gracias. Separado de mi esposa tenía la libertad de ir y venir como me placiera, y con los poderes mentales en rápido crecimiento, pronto tendría el mundo material en mi mano. Si había un Mesías, yo no lo necesitaba para nada. Otro de los hombres de la oficina que asistían al estudio bíblico y a las reuniones de oración era Gene Griffin. Él era un inventor que había pasado un año en un kibutz, una comunidad agrícola de Israel. Pensaba que era extraño que un gentil dedicara un año de su vida para ayudar a Israel. Y noté otra cosa extraña de Gene. No actuaba como hombre de negocios o inventor. Parecía que cada vez que lo miraba, estaba leyendo la Biblia. “Sabes, Sid”, me dijo Gene un día, “a tu Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, no le agrada que estés involucrado con el control mental. Él condena todas las prácticas ocultistas y de la nueva era”. “¿Qué sabes de mi Dios?”, lo desafié. “Mucho”, me aseguró. “Porque hay un solo Dios. Mi Dios es el mismo que tu Dios. Y si lees el capítulo dieciocho de Deuteronomio en tu propia Tanaj, tu Biblia judía, especialmente los versículos nueve al doce, la opinión de Dios acerca de lo oculto quedará muy clara para ti”. Tomé la Biblia que Art me había dado previamente hacía unos días, busqué Deuteronomio y leí: Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas … (Deuteronomio 18:9-12). ¡Hablar de relevancia! La Escritura hacía parecer como si el leer mi horóscopo (agorero), visitar al adivino, y consultar a mi consejero o canal (encantador) fueran cosas que no agradaran a Dios. ¡En realidad eran

abominaciones! Pero ¿que significaba “necromancia”? Lo busqué en el diccionario. Significaba comunicarse con los muertos. ¿Entonces las sesiones de espiritismo son malas? ¿Y qué pasa con la reencarnación? Gene dijo: “Quienes dicen haberse reencarnado y quienes se comunican ‘con los muertos’ en las sesiones de espiritismo no son nuestros seres queridos sino espíritus familiares que saben todo de nuestros seres queridos fallecidos. Hasta conocen los eventos de la historia porque existían durante esos acontecimientos. Esos espíritus buscan un cuerpo donde habitar. Así es como funciona realmente un canal. “La reencarnación y las leyes del karma dicen que sigues volviendo hasta que seas perfecto. La Biblia dice: “… está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). “Aunque pudieras regresar, eso no te haría justo. Solamente nos convertimos en justos cuando recibimos el regalo gratuito de la justicia del Mesías. Un verdadero cristiano, o judío mesiánico, nunca será más justo que en el momento en que hace Señor a Yeshúa. Somos ‘justicia de Dios en él’ (2 Corintios 5:21). ¡Y no puedes ser más justo que eso!” “¡Ah! Eso no puede querer decir lo que tú crees que dice”, le dije a Gene, cerrando el libro. “Tal como les estuve diciendo, muchachos, Dios está a cargo de todo el conocimiento. Vaya, probablemente Él quiera que exploremos cada avenida de conocimiento—sobrenatural, natural, todo lo demás. Todo lo que podamos aprender acerca de lo bueno o lo malo es para nuestro beneficio”. “¿Has oído alguna vez lo que le ocurrió a Adán y a Eva cuando comieron del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal?”, me preguntó Gene. “¡Por el amor de Dios! ¡Qué ingenuos pueden ser!”, exploté. “¿No se dan cuenta de que esas cosas han sido transmitidas de generación en generación? Existen muchas dificultades en la traducción de cualquier idioma, y probablemente se han deslizado tantos errores en las Escrituras que lo que dicen ahora no se relaciona ni siquiera remotamente con lo que se dijo originalmente”. No me di cuenta de que estaba gritando hasta que Gene me respondió con una voz súper-suave, diciendo que Dios había protegido la autenticidad de la Biblia de maneras sobrenaturales. Pero no me iba a tragar nada de eso.

ORACIÓN La tarde siguiente, estaba tratando de hablar con Jim Fisk escarbando en su mente subconsciente por medio del control mental. Aparentemente tuvo más que suficiente de mi fastidio, porque después de un rato se puso las manos sobre los oídos. Cuando capté la indirecta y me callé, me permitió saberlo. “Mira, Sid. No quiero hablar más de esto contigo. No quiero discutir. No puedo resolverlo. Te he dicho lo que puedes hacer. No quieres aceptar mi palabra. No quieres aceptar la palabra de la Biblia. De acuerdo. Pero ¿por qué no le preguntas a Dios quién es Jesús?” Dicho eso, salió de mi oficina. No le había dicho a Jim que le iba a preguntar a Dios acerca de eso, pero era una pregunta interesante para pensar. Me preguntaba qué me diría Dios si yo le preguntara a Él. Pero Dios nunca antes me había dicho nada. Y yo no tenía el hábito de preguntarle nada a Él. “Mira”, me dije, “aceptaré que Jesús era un buen hombre, un personaje histórico real. Y probablemente un buen maestro, que vivió una vida moral y recta …” “Pero si eso es todo lo que fue”, me interrumpí a mí mismo, “¿por qué la gente está tan tremendamente entusiasmada con Él dos mil años después, como si todavía estuviera vivo?” Esa era otra pregunta interesante. Pero pendía en el aire, sin respuesta e incontestable. En ese momento, me pareció notar un folleto pequeño y blanco en la esquina de mi escritorio. Jim Fisk me lo había entregado un día. Lo había dejado sin leer allí sobre mi escritorio donde había descansado, intacto. Por alguna razón, tomé el folleto y comencé a leerlo. “¿Ha oído de las cuatro leyes espirituales?” preguntaba la cubierta. Yo no, de modo que seguí leyendo. El folleto era sencillo, fácil de leer. La primera ley decía que Dios me amaba y tenía un plan para mi vida. Bueno, eso estaba bien. Yo también tenía un plan para mi vida; quería ser rico y famoso. El plan de Dios no podría ser mejor. La segunda ley decía que el hombre es pecador y está separado de Dios. Y el castigo por el pecado era la separación eterna de Dios al morir sin posibilidad de revertirlo. Luego la tercera ley decía que Jesús, Yeshúa en

hebreo, era el remedio de Dios para el pecado del hombre y la separación de Dios. Yeshúa vivió una vida perfecta y murió como mi sustituto. La cuarta ley decía que para que un hombre tuviera esta sustitución, tenía que “recibir a Jesús … por una invitación personal”. Después de que se explicaban las cuatro leyes espirituales, había una página con una oración que la persona podía hacer para invitar a este Jesús a vivir en su interior. No estaba realmente interesado en hacerlo, pero supuse que no haría daño. Sentado en mi asiento, leí la oración en voz alta, muy suavemente para que si alguien llegara no supiera lo que había decidido: Señor Jesús: perdona mis pecados. Lo siento. Abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Salvador y mi Señor. Vive en mí. Toma control del trono de mi vida. Hazme la clase de persona que Tú quieres que sea. Gracias por entrar en mi vida y oír mi oración como prometiste. Eso fue todo. Cuando terminé de leer la oración, no me sentía diferente. No brillaron luces; no oí nada. Imaginé que la oración no había “funcionado”. Bueno, todo estaba bien para mí. Lo acababa de leer por diversión de todos modos. Todo ese tiempo había sabido que no había nada de este asunto de Jesús, y ahora estaba satisfecho de haberlo probado. Pero había algo sobrenatural en esa oración, y a pesar de que no sentí nada, Dios ahora tenía acceso a mi vida.

PODER Esa tarde a la hora de irse, Gene Griffin asomó su cabeza por la puerta, irrumpiendo en mis pensamientos con una pregunta sorprendente. “Sid, si Dios dice que todo el que se introduce en el ocultismo es abominación a Él, ¿adivina de dónde viene tu poder sobrenatural?” Gene simplemente se quedó allí, esperando mi respuesta. ¡Pero yo no tenía ninguna! ¿De dónde venía ese poder? El temor me golpeó por una fracción de segundo. ¿Existía el diablo? ¿Podría estar involucrado con él? ¿Podría ser el diablo la fuente de mi poder de control mental?

No podía ser. Ese asunto del diablo sólo era una tontería supersticiosa. Me hice volver en mis cabales. “Mira Gene. Como te dije, no creo que la Biblia que tenemos hoy en día sea la Biblia que Dios escribió originalmente. El hombre la ha cambiado a lo largo de los siglos. Y probablemente no existe cosa tal como el diablo”. Gene no respondió. Sólo sonrió y se fue tranquilamente de mi oficina, dejándome argumentar conmigo mismo. Aunque no entendía todo ese pasaje de Deuteronomio y no estaba seguro de que la Biblia fuera la Palabra de Dios, el pensamiento de que podría estar vinculado con el diablo se arraigó en mi mente, y empezó a crecer. Decidí obtener la respuesta de la misma gente del control mental. Les preguntaría de dónde viene el poder. Ellos sabrían. Esa noche fui a ver a mi instructor local. “Bill, ¿de dónde viene este poder de control mental que nosotros usamos?” “¡Yo qué sé, Sid!”, dijo, “No sé. Nunca lo he pensado realmente”. ¡Él no lo sabía! El hombre que me había puesto en contacto con mi consejero ¡no sabía de dónde venía el poder! Bill vio el temor en mi rostro. “Sid, quizás sea mejor que no asistas al curso avanzado”, sugirió. “Te devolveré tu dinero. Pero si realmente quieres una respuesta a tu pregunta, arreglaré una reunión para ti con el más alto instructor de control mental del país”. Me encantó la oferta. La reunión se programó para dos semanas a partir de ese día en Harrisburg, Pensilvania. Apenas podía esperar para contarle a Gene al respecto. “Tú y tus amigos y tu Biblia pueden ir conmigo a Harrisburg”, dije, planeándolo todo en mi mente. “Pueden sentarse en un lado de la mesa y el hombre del control mental en el otro. Yo me sentaré en el medio, y que gane el mejor”. Pero Gene dijo que primero tendría que orar por eso, y después de haber orado respondió que Dios no quería que fuera conmigo a la reunión. Exploté. Eso desarmó mi hermoso plan, y cuando llegó el día me encontré solo en la ruta hacia Harrisburg sintiéndome un tonto con cada milla que pasaba. Sentía como si estuviera haciendo el viaje para defender la Biblia, un libro en el que ni siquiera creía.

Cuando estaba sentado a la mesa de almuerzo con el instructor, hablamos de cualquier cosa excepto del tema candente hasta que la camarera trajo el postre. Comencé diciendo: “¿Qué piensa usted del diablo?” Él se rió de la necedad de mi pregunta antes de minimizarla con una respuesta inequívoca: “No existe cosa tal como un diablo”. Era tan engreído que yo sabía que tenía que tener razón. Qué humillante sería discutir con alguien que hablaba con tal autoridad. Casi apologéticamente le mostré mi Biblia y le pregunté qué pensaba al respecto. Sonrió y dijo: “Es un buen libro, pero hay montones de buenos libros”. Su gesto sugería que cualquier tonto sabría eso. Para mi gran alivio, antes de que le preguntara otra cosa, pidió la cuenta y dijo que tenía que irse. Su comentario final fue: “De paso, señor Roth, la próxima vez que desee preguntarme algo, no es necesario que conduzca todas esa millas para hacerlo. Tampoco use su teléfono. Sólo dirija sus pensamientos hacia mí, y los tomaré y le enviaré las respuestas, mente a mente. Más barato que el correo, entiende, y un servicio mucho más rápido”. Dejó una propina bajo el borde de su plato, caminó hasta la caja registradora y salió del restaurante. Me quedé allí simplemente boquiabierto. ¡Vaya! Piense qué tremendos eran sus poderes. ¡Esperen hasta que los míos se desarrollen así! El control mental realmente era importante. Dejaría de escuchar a mis chiflados amigos religiosos que trataban de asustarme para que no lo usara. Ellos podían irse a los quintos infiernos si querían. Yo seguiría adelante con mi vida.

CAPÍTULO CATORCE Tu ira había arreciado sobre mí y yo no lo sabía. Me había hecho sordo con el ruido de la cadena de mi mortalidad, justo castigo de la soberbia de mi alma, y me iba alejando cada vez más de ti, y tú lo consentías; y me agitaba, y derramaba, y esparcía, y hervía con mis fornicaciones y tú callabas … Tú callabas entonces, y yo me iba cada vez más lejos de ti tras muchísimas semillas estériles de dolores con una soberbia abyección y una inquieta laxitud.

SEMILLA DE TEMOR

En la siguiente reunión de control mental a la que asistí, alguien me dijo que un amigo había usado sus poderes de control mental sobre un jockey en una carrera de caballos, haciendo que cayera de su caballo y casi se matara. ¡El accidente había hecho que el jamelgo del tipo del control mental ganara la carrera! Wow, eso es poder, pensé. Pero un vestigio de conciencia largamente dormido en mí me irritó ante el pensamiento de que el poder de control mental pudiera ser usado para herir a alguien. Se me había dicho que sólo podía usarse para lo bueno. En la misma reunión, algunos de los estudiantes más avanzados le preguntaron a sus consejeros lo que ellos harían en el futuro. Le pregunté al más adelantado de los estudiantes qué me veía hacer su consejero dentro de un año. “Un momento, Sid, y lo averiguaré”, contestó. Cerró los ojos, disminuyó sus ondas cerebrales, y casi inmediatamente los abrió. Tenía una expresión de susto en su rostro. “Sid, no entiendo. Mi consejero siempre ha sido un perfecto caballero conmigo, pero cuando le pregunté qué estarías haciendo dentro de un año,

empezó a maldecir y a usar toda clase de groserías y se rehusó a contestar mi pregunta”. El instructor no tenía explicación para esta clase de conducta extraña de un consejero. Dijo que nunca antes se había encontrado con algo así. ¿Qué andaba mal? ¿El consejero vio algo tan terrible que no podía mencionarlo? La semilla del miedo comenzó a brotar y surgir en mí. En otra reunión unos días más tarde, toda la clase estaba entrando en una profunda meditación. ¡Algo nuevo ocurrió! ¡Me vi salir de mí mismo! Estaba tan entusiasmado que salí de mi meditación y sin aliento le conté a la mujer que estaba a mi lado. “Oh, Sid”, dijo, “¡Me alegro tanto por ti! Has encontrado tu alma astral. Ahora realmente puedes tener todo lo que quieras, el mayor poder que jamás hayas soñado”. Por unos momentos, me quedé quieto allí, regocijándome por el hecho de que nada estaría fuera de mi alcance. Pero entonces sentí su mano sobre mi brazo. “Pero, Sid, déjame advertirte algo. Nunca dejes que tu alma astral te lleve demasiado lejos de tu cuerpo. Podrías no ser capaz de encontrar el camino de regreso”. “¿No poder encontrar el camino de regreso?” Podía sentir la piel de gallina en mis brazos. “Pero eso significaría … significaría … que estaría muerto … si mi cuerpo estuviera en un lugar y mi alma en otro …” Tartamudeé. Ella asintió con solemnidad, cerró los ojos y volvió a su estado de meditación. La semilla del temor que había brotado estaba creciendo en mí. La aplasté, froté mis brazos para sacarme la piel de gallina, y decidí ser cuidadoso y no ir demasiado lejos de mi cuerpo. Lo sensato era mantener mi cuerpo completamente a la vista todo el tiempo. De esa manera, siempre encontraría el camino de regreso. Satisfecho con que esa precaución sería suficiente para evitar que me ocurriera algo malo, continué ejercitando mis poderes. En la reunión de la semana siguiente, surgió otra vez el tema de la proyección astral. El instructor explicó que cada vez que dormimos, nuestra alma astral se va a dar un paseo. Casi me caigo de la silla. Los pinchazos del temor me volvían a dar escalofríos. Cuando estaba despierto, podía controlar mis idas y venidas,

pero ¿cómo podría hacerlo cuando estuviera dormido? Sacudí la cabeza, tratando de limpiarla de mis ideas horripilantes. Después de todo, no estaba dormido. Estaba despierto. Estaba en perfecto control de mí mismo. Al día siguiente en la oficina tuve ganas de hacer nuevamente mi truco del diccionario, esta vez sin formular ninguna pregunta específica por adelantado. Abrí el libro, escribí la primera palabra que mi dedo señaló, lo cerré, lo abrí otra vez al azar, y continué el proceso hasta que tuve cinco palabras escritas en un trozo de papel. Reaccioné cuando me di cuenta de que formaban una oración: “Abstente de este diccionario pecaminoso”. ¿De dónde venía ese consejo? Arrugué el papel y lo arrojé al cesto, y simulé volver al trabajo en mi escritorio. Pero la intranquilidad interior no se calmaba, no se aquietaba. Estaba agitado con una especie de angustia espiritual, algo que nunca había sentido antes. Cuando Gene entró a mi oficina unos minutos después, le conté lo que había pasado y cómo me sentía. Para mi sorpresa no intentó consolarme, sino que extendió sus manos al aire y comenzó a reír y alabar a Dios por su bondad. Eso no me hacía sentir mejor. Después Jim Fisk entró para ver qué estaba pasando. Cuando Gene le contó, Jim me miró con firmeza un buen rato y dijo: “Sid, luces como si tuvieras un serio caso de neurosis espiritual”. Luego le guiñó el ojo a Gene e hizo una señal de victoria diciendo: “Parece que Sid está casi listo para su crisis nerviosa, ¿eh?” Jim obviamente me aguijoneaba. ¿Qué estaban haciendo? ¿Trataban de llevarme a una especie de histeria o algo así? Por un momento vino a mi mente el trato que le había dado a Chuck Hoffman en los días de “Hootenanny”, y por primera vez sentí un incómodo caudal de remordimiento por lo que le había hecho. La oficina se me volvía insoportable. Tenía que salir, así que arrojé algunos papeles en el maletín y salí tan rápido como pude. ¿Podía ser que mis amigos creyentes en la Biblia tuvieran razón? ¿Existía en realidad el diablo? ¿Me había unido a él por involucrarme en la nueva era?

CAPÍTULO QUINCE Pero enviaste tu mano de lo alto y sacaste mi alma de este abismo de tinieblas …

FUERA DEL INFIERNO

Mientras hacía retroceder mi auto para salir del estacionamiento, recibía flashes de incidentes de mi pasado, todos malos. Mi berrinche de la infancia en el tren, cómo corría alrededor de la mesa para escapar de mi padre, cómo me escabullía del reparto de periódicos, acusaba, mentía, hacía trampas en la escuela, rehusaba engrapar cartas, dejaba tras de mí gruñidos por trabajos mal hechos en más cambios de empleo que los que podía contar; cómo siempre trataba de obtener algo por nada, de sacar ventaja de otros compañeros, cómo le había sido infiel a Joy y pensaba que yo era muy inteligente para arreglármelas … Esa fue la tarde de creciente terror. Esa fue la noche en que me fui a la cama con la mezuzá alrededor del cuello, la Biblia bajo la almohada, con el temor que me envolvía, y la angustia en mi interior. Esa fue la noche en que oré “¡Socorro, Jesús!” Esa fue la noche en que le pedí a Joy que rogara a su Dios por mí. Cuando era niño trataba de imaginar cómo sería la muerte. Como en mi familia nunca hablábamos de la muerte, llegué a la conclusión de que la vida debía terminar en la nada. Pero ese concepto era tan inaceptable que hice lo único que tenía sentido: dejé de pensar en eso. Hasta ahora. Por primera vez en mi vida, la nada de la muerte se veía mejor que continuar una existencia atormentada. Y con ese pensamiento me quedé dormido de puro agotamiento.

Lo próximo que supe era que ya era de mañana. Había una presencia tangible en mi habitación. La atmósfera era puro amor. ¡Estaba inundado con tanta paz, que no podría preocuparme aunque quisiera hacerlo! La luz del sol entró por mi ventana y me despertó. Yo estaba vivo, realmente vivo. El temor se había ido, el consejero se había ido, y en su lugar había un gozo indescriptible. Sabía que el responsable era Jesús. ¡Había un poder mayor en su Nombre que en todas las fuerzas de las tinieblas que estaban tratando de destruirme! Lo sabía en lo profundo de mi ser. Era tal cual Dios lo prometió: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ezequiel 36:26-27). Al fin era libre. Y estaba agradecido, muy agradecido. Entonces oí por primera vez la voz audible de Dios. Me dijo: “Vuelve con tu esposa y con tu hija”.

CAPÍTULO DIECISÉIS Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz que no tiene tarde. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, ha de pasar; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde.

UNA VIDA DE GRACIA

Sabía que era la voluntad de Dios para mí que me reconciliara con mi esposa. Habíamos estado viéndonos frecuentemente, y ella había notado un profundo cambio en mí. Sabía que estaba interesado en ella, aunque antes había sido total e increíblemente egoísta. Joy me dijo que durante la noche en que yo había estado a punto de morir de miedo, había salido de la cama para orar por mí por primera vez en muchos años. “Dios”, oró, “si estás allí, por favor ayuda a Sid”. Eso fue todo, pero Él había oído. Y Joy vio que Él había respondido. Con el paso de las semanas fui tomando conciencia de que Él guiaba cada uno de mis pasos, como se lo había pedido cuando, sin fe, ese día en mi oficina leí la oración para invitarlo a que se hiciera cargo de mi vida. Antes de que hubieran pasado muchos días, Joy y yo estábamos viviendo juntos otra vez, y nuestra hijita, Leigh, tenía una madre y un padre para amarla. Las cosas del mundo que habían ejercido tal control sobre mi atención ya no me interesaban. Anhelaba saber más del plan de Dios para mi vida, y le agradecía continuamente haberme librado por los pelos de las fuerzas de las tinieblas a las que había abierto mi vida al involucrarme en la adivinación, los horóscopos y el control mental.

Quería advertirles a todos que hay dos fuerzas sobrenaturales que obran en el mundo, el poder de Dios, y el otro, que viene disfrazado como iluminación, pero que se entrelaza más y más con el mal. No es raro que toda participación en el ocultismo sea una abominación para Dios. Constituye el instrumento de Satanás para robar, matar y destruir a las mismas criaturas por las cuales el Mesías murió para que puedan tener vida eterna.

FAMILIA Pronto comencé a recibir invitaciones para hablar a grupos por todo el país. Después de contar mi historia, veía que otros que habían estado en la esclavitud del ocultismo renunciaban a Satanás e invitaban a Dios a tomar el control de sus vidas. Observaba con asombro mientras veía a Dios obrar. Un día tuve el gozo de ver a mi hermana Shirley y a su esposo, Marc, aceptar al Mesías, mientras mi amigo, Don Tobias, los dirigía en oración. Con Marc, sin embargo, el nuevo compromiso fue de corta duración. A la mañana siguiente me llamó y volvió todo atrás. “Mira, Sid, sé que necesitabas al Mesías porque tu vida era un desastre. Te separaste de Joy y te mezclaste con el ocultismo y todo eso. Pero para mí, bueno, es diferente. Debo de haber estado hipnotizado cuando dije lo que dije anoche. No había razón para que lo hiciera. Tengo todo lo que necesito. Soy feliz con mi esposa, tengo un buen empleo, y sencillamente no necesito esto en mi vida”. Antes de que pudiera presentarle ningún argumento, continuó: “Regreso al camino en que estaba. No necesito a Jesús”. Y colgó. Pero Shirley mantuvo su compromiso. Yo confiaba en que mientras ella viviera su nueva vida donde Marc pudiera verla, él reconsideraría esa posibilidad. Dios finalmente logró su propósito en Marc. Más pronto de lo que hubiéramos pensado, Marc vio qué necesitado estaba realmente. Ocurrió una noche casi un año después de la decisión fallida de Marc. Acaba de finalizar una conferencia con un grupo y estaba frente al

auditorio, orando por una mujer que tenía serios problemas. De pronto, sentí que alguien me tocaba el codo tirando de mi chaqueta. “Sid, hay una llamada urgente para ti”. Corrí al teléfono a través del hall. La voz del otro lado sollozaba incoherentemente algo acerca de un bebé muerto. “Oh mi Dios, no Leigh”, dije abruptamente, pensando en mi propia hijita. “No, es Cheryl Ann”, la voz se controló, y me di cuenta de que hablaba con mi hermana Shirley. Su bebé no tenía dos años todavía. “Marc la encontró”, dijo Shirley interrumpiendo. “La sacó de la piscina. Oh, Sid, los médicos dicen que murió. Pero … cuando el Mesías estaba aquí en la tierra …” Había una temblorosa determinación en su voz ahora, y un ruego apremiante. “Sid, Él resucitó a los muertos. Oh, Sid, ¿crees que … Él lo haría … ?” “Sigue orando, Shirley. Espera. Voy para allí”. Los amigos de la reunión siguieron orando por Cheryl Ann mientras yo corría al hospital donde estaban esperando Shirley y Marc, con una mezcla de esperanza y desesperación en sus ojos inflamados por el llanto. Cheryl Ann yacía inmóvil en una cama con sábanas blancas. Un respirador artificial innecesario se había retirado a un rincón. Pensé: “Si Dios hace este milagro, toda mi familia se volverá creyente”. Arrodillado junto a la cama, con las manos sobre el diminuto pecho de Cheryl Ann, oré largo tiempo. Otros venían y se unían a mí de vez en cuando—un ministro protestante, una monja católica, un camillero afroamericano. Ninguno de ellos parecía impactado porque yo le pidiera a Dios que resucitara a la bebé. De pronto oí un sonido que no era mi propia voz ni la de ninguno de los que oraban. Al abrir mis ojos ¡vi que salían burbujas de los orificios nasales de Cheryl Ann! “¡Está viva!” grité y corrí hacia el hall para alcanzar a la enfermera que acababa de salir de la habitación. “Lo lamento”, dijo ella, volviendo conmigo a la habitación. “Esas burbujas no significan que esté viva. Eso suele ocurrir cuando alguien se ahoga. Sólo es dióxido de carbono que sale de los pulmones”. La enfermera se volvió a ir. Oré un poquito más y de a poco sentí que la paz de Dios reemplazaba mi angustiada lucha. Me incliné para despedir a

Cheryl con un beso y di gracias a Dios de que Él seguía estando a cargo y que mi sobrinita estaba segura en sus brazos. A la mañana siguiente Shirley llamó para decir: “Sid, yo puedo superar esto por Yeshúa. Pero Marc está casi fuera de sí. No puede soportarlo. Está destrozado”. Mientras conducía hacia su casa, alababa a Dios por la paz que le había dado a Shirley, y pedía que Marc también pudiera tenerla. Cuando llegué, dos vecinos que estaban en el living con él se fueron casi inmediatamente. Marc se había estado esforzando por mantener la compostura, pero tan pronto como ellos cruzaron la puerta estalló en terribles sollozos. Le había pedido a Dios que me ayudara a decir las palabras adecuadas, pero no tuve que decir nada. Esperé, orando suavemente, y Marc al fin pudo hablar. Le brotó un susurro apremiante. “Sid, necesito ayuda. ¿Tu Yeshúa me podría ayudar?” Asentí, y fuimos a su habitación donde él se arrodilló junto a la cama y se entregó a Yeshúa. “¡Oh Sid!, exclamó, abriendo los ojos, con la mano en el pecho. “¡Es como si todo el peso insoportable se hubiera ido de mi corazón! El dolor y toda esa agonía. ¡Se fue! Siento algo. Es … como una nube de amor sobre todo mi ser!” Empezamos a reír de gozo. “Es el Señor, Marc”, dije, y él sabía que le decía la verdad. Shirley tuvo un nuevo esposo. Yo, un nuevo hermano. Dios, un nuevo hijo. En el funeral, al día siguiente, todos los parientes estaban atónitos ante lo bien que Shirley y Marc afrontaban la tragedia. El tío Abe se acercó a mí meneando la cabeza. “Sid”, dijo, “no lo puedo entender: qué valientes son. Shirley y Marc están poniendo esa fachada, manteniéndose fuertes por la familia”. “No es una fachada tío Abe”, le dije. “Es real. Su fuerza proviene del Mesías que vive dentro de ellos”. Me miró, con lágrimas, y sacudió la cabeza como si pensara que yo estaba loco. No dije nada más, pero sabía que la semilla había sido plantada. El hermano de cuatro años de Cheryl, Brian, resumió muchas cosas al decir a su madre: “Mami, ahora que Cheryl está en el cielo, somos más

grandes, ¿no?” “No”, dijo Shirley, arrodillándose para abrazarlo, sin entender lo que él quería decir. “Quieres decir que somos más pequeños. Tenemos un familia más pequeña ahora”. “No, mami”, insistió Brian buscando con sus ojos oscuros los ojos de ella. “Somos más grandes porque todos tenemos a Dios dentro de nosotros”. Una semana más tarde Marc y Shirley nos acompañaron a Joy y a mí a un servicio de Kathryn Kuhlman en Pittsburg, y Marc dio su testimonio ante una gran congregación en el auditorio y una enorme audiencia televisiva. “Soy judío. Crecí en un hogar judío. Creíamos en Dios y esperábamos que el Mesías viniera algún día. Pero la semana pasada, nuestra hija de veintiún meses, Cheryl Ann se ahogó en la piscina de nuestro propio patio. “Siempre habíamos pensado que ella era un ángel, enviado desde el Cielo. Trajo gozo a muchas personas. “Fue difícil, tan difícil que yo no podía esperar más a un Mesías que podía venir alguna vez en el futuro. Necesitaba a un Mesías ya. Y en mi gran necesidad mis ojos se abrieron a la verdad de que el Mesías Yeshúa, el Señor Jesús, ya había venido, cumpliendo todas las profecías de las Escrituras hebreas. “Invité al Mesías a entrar a mi corazón, y Él lo hizo, quitando toda la carga de dolor que era demasiado grande para soportarla. “Dios nos dio a Cheryl Ann—su nombre significa ‘vida de gracia’ en hebreo—para que abriera las puertas de la vida eterna para toda nuestra familia. Cheryl Ann estará esperándonos en la eternidad”. Cuando Marc terminó de hablar, una gran multitud de personas se levantó de sus asientos y vino hacia el frente del auditorio. Sus ojos también se habían abierto y querían invitar al Mesías para que tomara el gobierno de sus vidas.

CAPÍTULO DIECISIETE Pero ¿qué hombre dará esto a entender a otro hombre? ¿Qué ángel a otro ángel? ¿Qué ángel al hombre? A ti es a quien se debe pedir, en ti es en quien se debe buscar, a ti es a quien se debe llamar: así; así se recibirá, así se hallará y así se abrirá.

GOZO POR LA MAÑANA

Con tantas cosas maravillosas ocurriendo a nuestro alrededor, pensé que mi esposa seguramente se volvería una verdadera creyente. Pero, de algún modo, las cosas no eran así. Yo estaba tan ocupado con mis negocios y con mis compromisos de conferencias por todo el país, apresurado por diversas apariciones televisivas, que estaba ciego a cómo recibía Joy todo eso. No era consciente de que las dejaba, a ella y a Leigh, solas noche tras noche hasta que Dios la usó para abrirme los ojos. Un día no llegué a casa sino hasta después de la medianoche. Entré con cuidado esperando encontrar a Joy dormida. Pero estaba sentada en la cama, esperándome. La confrontación comenzó suavemente, pero no siguió así. “¡Sidney!”, dijo con un tono de voz que hacía mucho tiempo que no oía. “¿Tienes idea de la hora que es? ¿Te das cuenta de que te has ido cada fin de semana durante un mes, más dos o tres noches por semana? ¡Sabes cuánto detesto estar sola todo el tiempo! ¡Casi es como volver a estar separados!” “Pero Joy, ¡sabes que todo esto es para el Señor!” ¿Había algo más que un dejo de pretensión de superioridad en mi defensa? “¿Para el Señor?”, gritó. “Yo pensé que el Señor decía que los esposos tenían que amar a su esposa, no dejarlas todo el tiempo. ¿A eso llamas

amor?” Seguí tratando de defenderme, ella seguía golpeando mis defensas, volviéndose más chillona y frenética. “¡Shhh! Despertarás a Leigh”, le advertí, tratando de calmarla, pero eso la hizo enojar más todavía. En su exasperación, tomó la almohada y empezó a golpearme con ella. Otras cosas comenzaron a volar por el aire, y cuando vi que un libro de su mesa de luz pasaba cerca de mi cabeza, por fin oí, realmente oí, lo que me estaba diciendo: Yo no podía servir a Dios y descuidar a mi familia. Comencé a reconocer cuánto se alimentaba mi ego con la popularidad e importancia que me daban todas esas personas necesitadas en todas esas reuniones. Pero yo también era un necesitado: necesitaba madurar. Mientras tanto, algunas de las muchachas que trabajaban con Joy en su oficina se estaban convirtiendo en creyentes en Jesús, y la estaban bombardeando con sus experiencias. Solamente exacerbaban su actitud defensiva. Fue por esa época que nos anotamos para ir en una excursión por Israel. Joy estaba muy entusiasmada al principio, porque le encantaba viajar, y ninguno de nosotros había viajado antes al exterior. Casi la totalidad de las 150 personas de la excursión eran verdaderos creyentes nacidos de nuevo … excepto Joy. Se agotó completamente de escuchar a tanta gente hablar de Jesús todo el tiempo. En vez de bendecirla, toda la charla venía a ser una condenación, y naturalmente, me culpaba a mí. Yo todavía no había aprendido que es el Espíritu de Dios quien dirige a las personas hacia sí, y que nuestro excesivo asedio interceptaba el camino de su obrar. Un día, Joy, cansada de todo el grupo, especialmente de mí, nos dejó para visitar sola los lugares de interés. El taxista, un judío que hablaba inglés con un fuerte acento neoyorkino, estaba contento de llevar a Joy a ver el museo de los seis millones de judíos aniquilados durante la Segunda Guerra Mundial, y cualquier cosa que tuviera que ver con el Antiguo Pacto. Pero pasó un tiempo difícil tratando de persuadirlo para que la llevara a ver algo que tuviera que ver con Jesús. Cuando, avanzada la tarde, por fin lo persuadió de que la llevara a la Tumba del Jardín, las puertas ya habían sido cerradas.

Ella estaba enojada con el taxista, conmigo, con todos. Mis grandes planes para alcanzar a Joy en Israel se deshicieron a mi alrededor. Después de regresar de Israel, Joy siguió yendo a las reuniones de creyentes de la Biblia—por mí—, pero sólo cuando asistió a una congregación Judío Mesiánica (una congregación en que judíos y gentiles adoran a Dios en un contexto cultural judío) su fe fue desafiada a hacer de Yeshúa su Señor. Allí, Joy oyó las profecías de la Biblia acerca de Israel y Yeshúa. No pudo negar su asombrosa exactitud, y así fue que esta “agnóstica” bautista del Sur, que se convirtió al judaísmo para que pudiéramos casarnos, fue circuncidada en su corazón y se convirtió en una verdadera judía.

CAPÍTULO DIECIOCHO Porque también entonces descansarás en nosotros, del mismo modo que ahora obras en nosotros; y así será aquel descanso tuyo por nosotros, como ahora son estas obras tuyas por nosotros. Tú, Señor, siempre obras y siempre estás quieto; ni ves en el tiempo, ni te mueves en el tiempo, ni descansas en el tiempo, y, sin embargo, tú eres el que haces la visión temporal y el tiempo mismo y el descanso del tiempo.

PIENSE POR SÍ MISMO

Mi madre, una gran conciliadora, convenció a mi padre de que mi nueva creencia en Jesús era una fase que pasaría. Yo estaba muy preocupado por la salvación de mis padres y trataba de testificarles en cada oportunidad. Mi madre escuchaba, pero mi padre se enojaba y cerraba los oídos. A lo largo de los años mis padres vieron cómo fue restaurado mi matrimonio. Observaron la nueva estabilidad de mi vida. Podían ver que me estaba convirtiendo en un verdadero mensch, una palabra hebrea que, traducida toscamente, significa “un buen humano”. Observaron que mi esposa, mi hija, mi hermana, mi cuñado, y mis sobrinos se convirtieron en creyentes. Cuando mi hermana perdió a su hija Cheryl Ann, mis padres observaron su fortaleza interna al tratar con esa tragedia—una fortaleza que ella no había tenido anteriormente. Mi padre ni siquiera estaba dispuesto a permitirme hablar del Mesías Jesús. Después de mucha oración, sin embargo, me dejó que le leyera el capítulo cincuenta y tres de Isaías. Para cuando terminé, se enojó y me acusó de leer de una Biblia cristiana1 porque estaba leyendo sobre Jesús. Le mostré que estaba publicada por la Hebrew Publishing Company, pero eso

no fue suficientemente. Dijo que sólo aceptaría una Biblia de su rabino ortodoxo. “Hmmm”, pensé, “Mi padre piensa que Isaías está hablando de Jesús”. De modo que al día siguiente llamé al rabino de nuestra familia para pedirle una cita. Cuando entré a su oficina, me saludó con una cálida bienvenida y me preguntó qué podía hacer por mí. Le pregunté si podría darme una Biblia y escribirme una dedicatoria personal para mí. Accedió complacido, escribiendo algunas palabras amables para mí en la cubierta interna. Le dí las gracias y me fui rápidamente. No podía esperar a mostrarle este impactante regalo a mi padre. Cuando llegué, confiadamente le mostré la inscripción a mi papá y me aseguré de que la leyera. Luego empecé a leer el mismo pasaje de Isaías. Ahora él tenía sólo dos opciones. Tenía que estar de acuerdo en que Jesús era el Mesías o pensar que algo estaba mal con el rabino. Para mi sorpresa, dijo: “Siempre he pensado que algo andaba mal con ese rabino”. Y después procedió a contarme cómo una vez había visto al rabino comer en un restaurante en el Yom Kippur—el día de ayuno.

HABLAR CON MI MADRE Una tarde cuando fui a casa de mis padres a visitarlos, mi padre estaba en las carreras. Decidí que ése era el momento de intentar hablar con mi madre de que Jesús era el Mesías. Sabía que ella tenía muy poco conocimiento de las Escrituras, no sabía si eran verdad, y no pensaba en la vida del más allá, aunque provenía de una familia religiosa y asistía a una sinagoga ortodoxa. Comencé intentando probar que Dios existe y la Biblia es su libro. “Mamá, ¿sabías que toda la historia del pueblo judío—pasada, presente y futura—está en la Biblia? Cientos de profecías exactas se han cumplido ya. Y el fechado científico de los Rollos del Mar Muerto de Israel prueba que nadie introdujo estas profecías en la Biblia después de que ocurrieron los acontecimientos. “Por ejemplo, Dios dijo que nos bendeciría más que a cualquier otro pueblo que haya vivido si fuéremos obedientes a sus leyes (vea Deuteronomio 28:1). Pero, si desobedecíamos, perderíamos nuestro país y

seríamos perseguidos y esparcidos hasta los confines de la tierra (vea Deuteronomio 28:36-37; Isaías 11:12). Y dondequiera que huyéramos seríamos perseguidos (vea Deuteronomio 28:65). Aunque muchos de nosotros sufriríamos y moriríamos, siempre seríamos preservados como un pueblo especial (vea Jeremías 31:36). Con el sufrimiento por el cual hemos pasado como judíos, creeríamos que cada judío que quedó con vida se habría asimilado como medio de autopreservación. Pero aunque parezca increíble Dios nos ha preservado como un pueblo distinto. “Más tarde, en los últimos días, ocurriría un milagro. Israel se convertiría en una nación judía (vea Jeremías 16:15). Si no existiera Israel y las Naciones Unidas tuvieran que votar hoy en día para que se convirtiera en un país, ¿qué posibilidades habría? Cero sería demasiado generoso. Así de imposible era en 1948. Pero Dios hizo que ocurriera una gran señal que fue de una magnitud mayor que el cruce del Mar Rojo como si fuera tierra seca (vea Jeremías 16:14-15). Y una nación, Israel, se formó en un día, como lo predijo Isaías (vea Isaías 66:8). “Amós dijo que una vez que regresáramos reconstruiríamos las ciudades en ruinas (vea Amós 9:14). Si investigas la historia de Israel, encontrarás que una ciudad se edifica sobre otra. Tel Aviv es moderna y cosmopolita como cualquier ciudad del mundo. Isaías incluso dijo que el desierto florecería como la rosa (vea Isaías 35:1). De paso, ¿sabías que Israel exporta más rosas a Europa que cualquier otra nación? Ezequiel profetizó la reforestación de Israel (vea Ezequiel 36:8). E Isaías 35:7 nos dice: ‘El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas’. ¿Cómo supo Isaías hace 2,700 años que Israel desarrollaría una tecnología que haría que el agua subterránea subiera a la superficie, fomentando el crecimiento de la vegetación en el desierto yermo? Puesto que esta agua se origina en la profundidad de la tierra, sale tibia, ¡permitiendo el crecimiento en cualquier tiempo!2 “La única manera de que Isaías o cualquiera de los profetas pudo haber sabido estas cosas es que Dios se las hubiera dicho. Doscientos años antes de que Ciro naciera, Isaías 45:13 lo identifica por nombre y dice que Dios usaría a este gentil para edificar el Templo judío y restaurar las ciudades de Israel. ¿Cómo supo Isaías su nombre? Y mejor todavía, ¿cómo consiguió Dios que un pagano quisiera restaurar Jerusalén? Jeremías profetizó que

Israel iría en cautividad a Babilonia por exactamente 70 años (vea Jeremías 29:10). ¿Adivinas cuántos años estuvieron cautivos en Babilonia? Mamá, podría seguir contándote cosas acerca de las sorprendentes profecías de la Biblia que fueron escritas miles de años antes del hecho, pero ¿te gustaría saber de nuestro futuro? Ya que Dios ha demostrado un cien por ciento de exactitud hasta aquí, es razonable esperar que sepa nuestro futuro”. Mientras me movía rápidamente de pasaje en pasaje, podría decir que mi madre estaba impresionada con mi conocimiento de la Biblia. Y por primera vez en su vida ella fue confrontada con la exactitud de las Escrituras. “Mamá, Zacarías dice que en los últimos días el mundo entero no sabrá qué hacer con Jerusalén (vea Zacarías 12:3). Hoy en día, los problemas de Jerusalén y la diminuta nación de Israel son noticia continuamente. E Israel será invadido por muchas naciones. Los poderes invasores se mencionan por nombre (vea Ezequiel 38:3-9). Será realmente un baño de sangre; dos tercios de nuestro pueblo perecerán (vea Zacarías 13:8). Y cuando ya no quede esperanza, el Mesías peleará por Israel. Déjame leértelo de Zacarías: “Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla … ‘Y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén’ …” (Zacarías 14:3; 12:10-11) “Mamá, ¿sabes por qué lloraremos?” Creo que ésta fue la primera vez que hice una pausa para tomar aire y darle la oportunidad de hablar. “Supongo que porque estaremos muy agradecidos porque se nos perdonará la vida”, contestó. “En parte eso es correcto. Pero la razón principal es que por primera vez nos daremos cuenta de que Jesús es nuestro Mesías, y no lo comprendimos”. “Pero si Jesús es el Mesías, ¿por qué no lo creen todos los rabinos? Sidney, te amo, pero todavía no sabes tanto como los rabinos que han estudiado toda su vida”. “Mamá, el Talmud nos cuenta que hace años, cuando los rabinos se preguntaban cómo reconocer al Mesías, llegaron a la conclusión de que

había dos Mesías. Uno que sufriría por el pueblo y sería como José. Él sería rechazado por su propio pueblo. Se lo describe en Isaías: Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos (Isaías 53:3). “Y, según Daniel, moriría antes de que el segundo Templo fuera destruido: Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario … (Daniel 9:26). “Él moriría por crucifixión. David describe esto cientos de años antes de que se registrara la primera crucifixión. David incluso vio a los guardias echando suertes por su ropa. Y observó que sus huesos no eran quebrados, porque ése es el requisito para que los sacrificios sean aceptables. He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes (Salmo 22:14-18). “Él no murió por sus propios pecados sino por nuestros pecados: … le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados (Isaías 53:4-5). “Por cierto, los profetas continuaron diciendo que su linaje sería de la genealogía de David, que los gentiles lo seguirían, y que Él nacería en

Belén de Judá (vea 2 Samuel 7:12-13; Isaías 11:10; Miqueas 5:2). ¿Sabías que su madre estuvo viviendo en el lugar equivocado hasta muy poco tiempo antes de su nacimiento? ¡María tuvo que ir a Belén para un censo especial con propósitos impositivos en el preciso momento de su nacimiento!” “Ya está bien. Entonces, ¿por qué los rabinos no ven esto?”, preguntó mamá. “Bueno, vieron a este Mesías siervo y sufriente, y lo llamaron ‘Mesías ben (hijo de) José’. Pero luego hallaron muchas profecías acerca del Mesías que regía como Rey y marcaba el comienzo de una era de paz. Lo llamaron ‘Mesías ben David’, como al rey David. ¿Cómo conciliaban estos roles supuestamente contradictorios? Su teoría era que había dos Mesías diferentes. Pero hoy en día está claro que es un Mesías con dos apariciones. Primero, vino a iniciar el Nuevo Pacto profetizado por Jeremías, para cambiarnos de adentro hacia fuera: “He aquí que vienen días”, dice Jehová, “en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel … y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:31, 34). “Como los humanos somos tan impuros comparados con la santidad de Dios, siempre necesitamos un mediador y la sangre de un animal inocente para expiar nuestro pecados. En los días del Templo, nuestro intermediario era un sumo sacerdote. Hoy en día, nuestro intermediario nos limpia de todos los pecados; Él es el Cordero de Dios que quita el pecado de todo el mundo. Después cuando estamos limpios, Él verdaderamente hace su morada dentro de nuestro cuerpo, el cual se convierte en su Templo. “Hablando de dos apariciones del Mesías, ¿sabías que la primera vez que Moisés se identificó como nuestro libertador lo rechazamos? (vea Éxodo 2:11-14). Y la primera vez que José se identificó como nuestro libertador, sus hermanos quisieron matarlo (vea Génesis 37:8, 19). Jesús calzó en el mismo patrón. Su segunda aparición será cuando regrese a gobernar al mundo e introduzca una era de paz. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar

(Isaías 11:9). “Hoy en día los rabinos nos enseñan acerca de su segunda venida pero nunca mencionan al Mesías ben José. Averigüé la causa cuando participé de un debate con un rabino en la Universidad de Maryland. Después del debate, entablé un diálogo con un joven estudiante rabínico ortodoxo. Le pedí que me dijera de quién estaba hablando Isaías en el capítulo cincuenta y tres. Me asombró con su respuesta. Dijo: “No puedo decírselo”. “¿Por qué?” pregunté rápidamente. “Conoces el hebreo mejor que yo. Léelo de tu Tanaj (Antiguo Pacto)’. “No,’ respondió, ‘sería un pecado’. “¿Por qué?’ volví a preguntar. “‘Porque no soy lo suficientemente santo’, respondió. ‘Sólo podemos decirle lo que los rabinos que vivieron cerca de los días de Moisés nos dicen acerca del significado de esos versículos’. “Qué triste, mamá. Lo que él realmente estaba diciéndome era que no podía pensar por sí mismo”. Aunque creí que mi presentación para mi mamá era abrumadora, ella me hizo saber que estaba agradecida por el cambio que el creer en Jesús había causado en mi vida, pero no estaba lista para aceptar la verdad. “¿Qué diría tu padre? ¿Tienes hambre? ¿Te traigo algo para comer?”

NOTAS FINALES 1. La mayor diferencia entre una Biblia judía y una Biblia cristiana es que ésta última incluye el Nuevo Testamento. Además, los libros de la Biblia judía están en un orden ligeramente diferente y a veces el número de versículos difiere por un versículo. Por ejemplo, Miqueas 5:2 es 5:1 en la Biblia judía. La traducción en sí es esencialmente la misma. 2. De una entrevista en una emisión radial. Dr. Dov Pasternack, conferencista, “Informe a Sion”, en Messianic Vision (Visión Mesiánica), abril de 1989.

CAPÍTULO DIECINUEVE Que mis huesos se empapen de tu amor y digan. Señor, ¿quién semejante a ti? Rompiste mis ataduras; sacrifíquete yo un sacrificio de alabanza.

“CREO”

Un día vi que mi madre caminaba por la entrada de mi casa con lo que llamo afectuosamente “paquetes de cariño”. Le encantaba traernos provisiones a mi hermana y a mí. Cuando miré, se cayó. Corrí inmediatamente hacia ella para ayudarla. Mi madre era una mujer fornida y pude ver que se había lastimado considerablemente la rodilla. Estaba hinchada y empezaba a cambiar con todos los colores del arcoiris. Me preocupé. Le dije: “Mamá, ¿puedo orar por ti?” Cuando ella accedió, dije entre dientes: “Señor, si vas a contestar una oración, ahora es el momento”. Y ante mis ojos y ante los ojos de mi madre, la hinchazón se fue y la mancha prácticamente desapareció. Después de esa sanidad, siempre que mi madre estaba enferma me llamaba y esperaba que Dios la sanara por medio de mis oraciones. Y comenzó a agregar una nueva frase a su vocabulario. A menudo expresaba en voz alta las palabras: “Gloria al Señor”. Luego, un día, mi tía, que tenía diabetes, tuvo gangrena en el dedo gordo del pie. Su médico judío le dijo que la única manera de salvar el pie era amputar el dedo inmediatamente. Ante eso, mi madre preguntó al médico con osadía: “¿Podríamos esperar un día para que mi hijo pueda orar por ella?” “Señora”, respondió el médico, “ni siquiera Jesucristo podría salvar ese dedo”.

Ante Dios, el diablo, los ángeles, mi madre y el médico judío, proclamo que el dedo de mi tía jamás fue amputado. Y un día mi madre me dijo: “Sidney, ya no creo en Jesús por causa de tu fe. Creo en Jesús como mi Mesías porque yo creo.”

EN EL CIELO Acababa de regresar de un viaje a Israel y llamé a casa para pedirle a mi esposa que me pasara a buscar por el aeropuerto. Cuando mi hija Leigh atendió el teléfono, estaba llorando. Le dije: “¿Qué pasa?” “Pasó algo horrible”, respondió. “Murió la abuela”. Recomponiéndome rápidamente, traté de calmar a Leigh diciendo: “La abuela está en el cielo”. “Lo sé, papá, pero voy a extrañarla”. Después que corté, la realidad se hizo sentir. La única persona en quien siempre podía confiar para que me sacara de mis problemas había muerto. La única persona que me amaba incondicionalmente había muerto. Después me di cuenta más que nunca, de que Dios es tan asombroso. ¡Él tomó lo que mi madre judía dejó!

CAPÍTULO VEINTE Porque tú has dicho al hombre: He aquí que la piedad es la sabiduría y No quieras parecer sabio, porque los que se dicen ser sabios son vueltos necios. Ya había hallado yo, finalmente, la perla de gran precio, que debía comprar con la venta de todo lo que tenía. Pero vacilaba.

¿QUIÉN ES UN VERDADERO JUDÍO?

Después del funeral de mi madre, mi padre sólo tenía una pregunta: ¿Iba yo a decir el Kadish (rezo por los muertos) por mi madre en la sinagoga todos los días durante once meses? Había un motivo ulterior para la pregunta de mi padre. Si yo decía las oraciones por mi madre, él podía estar seguro de que las diría por él. Él creía que de algún modo esas oraciones serían su pasaje al cielo sin castigo ni demora. Como sabía que yo no estaba de acuerdo con esa forma de oración, se preguntaba cuál sería mi respuesta. Por una fracción de segundo pensé en el compromiso del tiempo. Pensé en la fortaleza que se necesitaba para sentarse y terminar todos los rituales y oraciones en un idioma que no entendía. Pensé en las posibles repercusiones por quienes en la sinagoga sabían de mi abierta fe en Jesús. Pero tan pronto como mis pensamientos corrieron por mi mente, me encontré poniéndome de acuerdo para hacerlo. Habían pasado años desde que me puse el tefilín (una cajita con versículos dentro que se ata alrededor de la cabeza y del brazo de uno según Deuteronomio 6:8). Un rabino retirado me ayudó mientras me colocaba el tefilín alrededor del brazo y en la cabeza. Después de un servicio, me puse a conversar con el hombre que leyó la Torá. La lectura de la Torá se refería al pueblo judío cuando cruzó el Mar

Rojo como si fuera tierra seca. Mientras hablaba de esto con mi amigo, me miró con la expresión más incrédula y dijo: “Realmente no crees esas historias, ¿o sí?” Respondí con la misma expresión incrédula y dije: “¿Tú no? ¿Qué estás haciendo aquí?” Una cosa es que un judío laico no crea en la Torá. Pero cuando un líder religioso judío no cree en la Torá, me impacta. Luego, cuando me dijo que no creía en Dios ni en la vida después de la muerte, realmente sentí curiosidad por saber por qué entonces asistía a la sinagoga. Respondió: “Porque mis amigos están aquí. Porque me gustan las tradiciones de mis padres. Y porque me da algo para hacer”. Siempre pensé que estos ancianos que davined (oraban) todos los días en la minyan (reunión de oración para hombres judíos) eran los judíos más santos de la sinagoga. Encontré que la mayoría de los hombres con quienes oré sentían lo mismo que éste. Mi padre realmente apreció que yo fuera a la sinagoga todos los días a orar. Y como no le había mencionado a Jesús por un tiempo, me preguntó: “¿Todavía crees en Él?” Yo había estado esperando el tiempo de Dios, porque cada vez que mencionaba a Jesús mi padre se enojaba. Le dije que creía en Jesús y que Él era la razón por la cual iba a la sinagoga. Le dije que no creía que las oraciones fueran necesarias para mamá porque ella ya estaba en el cielo. Entonces se enojó y cambió rápidamente de tema. En otra ocasión, mi padre dijo que los hombres de la sinagoga le habían dicho que sus hijos no habían sido tan fieles en ir a la sinagoga todos los días. Mi padre me decía: “Tú eres un hijo maravilloso. Eres bueno como el oro. Pero, ¿tienes que creer en Él?” El Talmud declara que si una voz desde el cielo contradijera a la mayoría de los rabinos, debemos ignorar esa voz. Un verdadero judío dice que si la Torá contradice a la mayoría de los rabinos, debemos seguir a la Torá. Que Dios conceda que pronto todo Israel sea de verdaderos judíos.

CAPÍTULO VEINTIUNO Y si se dice que te derramas sobre nosotros, no es cayendo tú, sino levantándonos a nosotros; ni es esparciéndote tú, sino recogiéndonos a nosotros.

EL CIELO DEBE DE SER UN LUGAR MARAVILLOSO

Usted tendría que ser judío para comprender la actitud de mi padre hacia Yeshúa. Él había nacido en Polonia y crecido en un hogar judío ortodoxo; cuando su padre pasaba por una iglesia, la escupía. Los cristianos, decía su padre, eran los responsables por la muerte de más judíos que ningún otro grupo de gente. Durante años traté de convencer a mi padre de que no todos los que se llamaban a sí mismos cristianos eran verdaderos seguidores de Jesús. Un verdadero cristiano ha experimentado un nuevo nacimiento y podría ser identificado por su amor incondicional. Pero parecía que mi padre nunca entendía, ni tenía el más leve interés en Jesús. Yo tenía un santo mandato de ganar a mi padre para el Señor. Aunque no tenía evidencia en lo natural, sabía que un día él llegaría a ser un judío mesiánico. Pero después de veinte años de fe y confesión y paciencia, de vez en cuando la duda asomaba su horrible cabeza y tenía que reprenderla. El domingo 1° de noviembre de 1992, por la noche, recibí un llamado de mi hermana, desde la unidad de terapia intensiva de un hospital de la zona de Washington, DC. Me dijo que papá estaba sangrando y que los médicos no sabían por qué. Dijo que moriría en cinco horas. Si sobrevivía, viviría sólo unos pocos días.

Como yo vivía en otra parte del país, tenía que confiar en Dios en que papá sobreviviría esa noche. Volé a Washington DC, la mañana siguiente. Mi papá había estado al borde de la muerte antes, pero yo estaba totalmente seguro de que no moriría hasta que recibiera al Mesías. El lunes, cuando llegué, fui inmediatamente a su cama. Comencé a decirle que era necesario que sus pecados fueran perdonados para que estuviera con mi madre en el cielo. Cada vez que le había prometido a mi madre que papá se convertiría en un creyente, ella sacudía con tristeza la cabeza. Ella no tenía la fe para creer en tal milagro, me decía. Pero él sabía que ella había creído. Le había dicho muchas veces: “El cielo debe de ser un lugar maravilloso”. Ese lunes en el hospital mi padre estaba tan débil que sólo podía resoplar en respuesta a mis preguntas. Cuando mi hermana y yo le preguntamos si creía que Jesús era su Mesías, él contestó, pero ninguno de nosotros entendió lo que dijo. Al día siguiente le preguntamos otra vez. Esta vez dijo claramente y en voz alta un categórico: “Sí”. Mi hermana saltó de alegría allí mismo en la unidad de cuidados intensivos. Después alguien dijo que lo había hecho sólo por complacernos. Pero en su lecho de muerte lo último que haría un judío ortodoxo sería confesar a Jesús como Señor a menos que lo dijera en serio. Al día siguiente por la mañana cuando vi a mi padre, supe que se estaba yendo. Me miró a los ojos. Luego oí que la enfermera dijo que había muerto. Shalom, papá. Adiós. Le hitra ot. Te volveré a ver.

CAPÍTULO VEINTIDÓS Di a mi alma: “Yo soy tu salvación”. Dilo de forma que yo lo oiga. Los oídos de mi corazón están ante ti, Señor; ábrelos y di a mi alma: “Yo soy tu salvación”.

¡TIENE QUE HABER ALGO MÁS!

Hace muchos años, escribí una canción llamada “¡Tiene que haber algo más!” Era más que una canción. Era un clamor de mi corazón por la realidad, el significado y el propósito de la vida. Dios ha contestado en abundancia ese clamor. Joy y yo celebramos nuestro cuadragésimo quinto aniversario de casados. Y puedo decir sinceramente que Joy es el gozo de mi vida. Nuestra hija Leigh se graduó en la Universidad Oral Roberts y se casó con Greg Williamson. Ambos tienen una sólida fe en el Mesías. Si yo hubiera buscado por todo el mundo, no podría haber encontrado un mejor esposo para mi hija. Y nos regalaron tres nietas: Olivia, Deborah, y Anna. En 1977, comencé Messianic Vision (Visión Mesiánica). Al principio, las ganancias de mi negocio secular pagaban el tiempo de emisión al aire de nuestro programa radial en doce estaciones. Dios me bendijo tanto que pude dedicarme a tiempo completo a Visión Mesiánica. El deseo de mi corazón era dar a conocer a Jesús a todas las personas. Mi estrategia era ir primero a los judíos. Éste es el patrón iniciado por Dios cuando Él fue primero a los judíos (Abraham). Después Jesús fue primero a los judíos (vea Mateo 15:24) y el apóstol Pablo hizo lo mismo (vea Romanos 1:16). El propósito de Dios no era alcanzar sólo a los judíos, sino también al mundo entero. He probado el éxito de esta estrategia: puesto que he ido

primero a los judíos, se ha abierto una puerta sobrenatural para llegar a un número mayor de gentiles que si hubiera ido primero a los gentiles. La mejor manera de captar la atención del pueblo judío es por la demostración de un milagro. El milagro prueba la realidad de Dios y abre la puerta para proclamar por qué Jesús es el Mesías. Es difícil creerlo después de nuestros pequeños comienzos, pero hoy estamos diariamente en más de 70 estaciones de radio, y nuestro programa televisivo semanal, It’s Supernatural! (¡Es sobrenatural!), puede verse en todas las ciudades de los Estados Unidos y la mayor parte del mundo. Personalmente he visto el poder de Dios sanar a los cojos, abrir los oídos a los sordos, y dar vista a los ciegos. Se han quitado cánceres y tumores, y personas aprisionadas por temores, depresión y ataduras han sido libertadas. Hay más poder en una palabra de Dios que en todo el poder de la nueva era combinado. En cuanto a mí, mi vida estuvo cerca de terminar en la locura, con un matrimonio deshecho, casi en el suicidio. Yo soy un hombre judío agradecido que encontró que hay algo más.

CAPÍTULO VEINTITRÉS

SU BÚSQUEDA Los siguientes artículos le darán información clave para que la considere en su búsqueda de algo más. Pueda Dios darle entendimiento de esta verdad.

LA BIBLIA ES VERDAD

Estas escrituras le ayudarán a establecer la verdad de la Palabra de Dios. Todas las profecías son de las Escrituras judías. Preservación del pueblo judío Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre. Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente (Jeremías 31:35-36). Dispersión del pueblo judío Y quedaréis pocos en número, en lugar de haber sido como las estrellas del cielo en multitud, por cuanto no obedecisteis a la voz de Jehová tu Dios.… Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra (Deuteronomio 28:62,64).

Supervivencia del pueblo judío Y aun con todo esto, estando ellos en tierra de sus enemigos, yo no los desecharé, ni los abominaré para consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo Jehová soy su Dios (Levítico 26:44). Formación de Israel y re-unión del pueblo judío Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinar y Hamat, y en las costas del mar. Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra (Isaías 11:11-12). Israel reconstruido … y edificarán ellos las ciudades asoladas … (Amós 9:14). Logros agrícolas Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa … (Isaías 35:1). Jerusalén: una carga para todos los pueblos He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados (Zacarías 12:2-3). Todas las naciones se volverán contra Israel Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén … (Zacarías 14:2).

Y acontecerá en toda la tierra, dice Jehová, que las dos terceras partes serán cortadas en ella, y se perderán … (Zacarías 13:8).

SHALOM CON DIOS ¿Hablan las Escrituras judías de la vida después de la muerte? Daniel dice: Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua (Daniel 12:2). ¿Cómo podemos despertar a la vida eterna? No estando separados de Dios. La Biblia dice que todos nosotros estamos separados de Dios. Leemos en los Salmos: Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Salmo 14:3). Y en Isaías: Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios … (Isaías 59:2). Dios nos dio un camino para “cubrir nuestros pecados” (expiación) mediante el sacrificio de un animal sin defecto en el Templo: “… porque es la sangre, por razón de la vida, la que hace expiación” (Levítico 17:11, LBLA). Desde que el Templo fue destruido en el año 70 e.c., los sacrificios animales para expiación fueron imposibles. ¿Cómo podemos tener hoy la sangre de la expiación? Jeremías predijo un Nuevo Pacto para la casa de Israel y Judá:

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel … y no me acordaré más de su pecado (Jeremías 31:31,34). Dios proveyó la sangre de la expiación de este Nuevo Pacto mediante un perfecto Cordero para el sacrificio, uno llamado “El Mesías”. Isaías describe cómo lo reconoceremos: ¿Quién ha creído a nuestro mensaje? ¿A quién se ha revelado el brazo del SEÑOR? … no tiene aspecto hermoso ni majestad para que le miremos, ni apariencia para que le deseemos. Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción; y como uno de quien los hombres esconden el rostro, fue despreciado, y no le estimamos. Ciertamente El llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas El fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el SEÑOR hizo que cayera sobre El la iniquidad de todos nosotros (Isaías 53:1-6, LBLA). Dios se aseguró de que reconociéramos al Mesías dándonos más de 300 marcas identificatorias descritas por los profetas de Israel. Él nacería en Belén de Judá. Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad (Miqueas 5:2). Sus ancestros serían de la familia de David He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo … y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra (Jeremías 23:5-6).

Los Gentiles lo seguirán En aquel día se alzará la raíz de Isaí como estandarte de los pueblos; hacia él correrán las naciones, y glorioso será el lugar donde repose (Isaías 11:10, NVI). Él iba a morir antes de que el Segundo Templo fuera destruido Después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fn será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones (Daniel 9:26). [El Templo fue destruido en 70 e.c.] Aunque Dios ha provisto la sangre de la expiación a través del Mesías Yeshúa (Jesús), nosotros debemos arrepentirnos (admitir que hemos pecado y volvernos de la injusticia) y pedir perdón en el nombre de Yeshúa. La oración de cada individuo debe ser: “Mesías Yeshúa, admito que he pecado. Yo creo que Tú has provisto la sangre de la expiación para mí. Te recibo como mi Mesías y Señor. Gracias por darme shalom con Dios.”

DIÁLOGO • ¡Nací judío y moriré judío! Usted no debe renunciar a su identidad judía para recibir a Jesús. Por el contrario, usted gana una relación personal con el Dios de Abraham, Isaac y Jacob mediante su caminar con el Mesías de los judíos. • Una persona es judía o es cristiana. Yo soy judío. No, están los judíos, los gentiles, o los del Mesías. Los no judíos (gentiles), seguidores del Mesías Jesús se llaman cristianos; muchos judíos creyentes en el Mesías prefieren ser llamados judíos mesiánicos. • ¿Creer en Jesús significa que ya no eres más judío? Esa no es verdaderamente la cuestión. La pregunta “¿Cómo se puede ser judío y creer en Jesús?” es mejor respondida con otra pregunta: “¿Quién es Jesús?” Si Jesús, como afirmó, es el Mesías prometido de Israel, entonces, según las Escrituras, para ser un verdadero judío observante uno debe reconocer y creer en Jesús como el Mesías. Uno es judío o gentil por nacimiento, nada puede cambiar eso. Según la Biblia, un judío es una persona que desciende de Abraham, Isaac y Jacob. Jesús y sus primeros seguidores fueron judíos. Ellos nunca renunciaron a su herencia judía. Ni se esperaba que lo hicieran. Creer y confiar en el Mesías judío puede sumarse a la propia valoración del judaísmo. • Si Jesús es el Mesías, ¿por qué no hay más judíos que crean en Él? Hoy el judaísmo está dividido en varios grupos: reformados, reconstruccionistas, conservadores, ortodoxos, y jasídicos. Cada grupo

acepta ciertas verdades del Talmud y ciertas verdades de la Biblia. La cualidad distintiva del judaísmo mesiánico es que es bíblicamente judío: sostiene la autoridad absoluta de las Escrituras. Esto es importante porque para todos los demás grupos judíos la Biblia no es la autoridad fnal. Por lo tanto, el mesianismo de Jesús es un tema que no se aborda con una mente abierta, ya que las interpretaciones de los rabinos de hoy dependen totalmente de las opiniones y tradiciones de sus antepasados que rechazaron a Jesús. Los judíos que han estudiado la cuestión de los reclamos mesiánicos de Jesús con una mente verdaderamente abierta han llegado a conclusiones sorprendentes, y muchos rabinos y líderes judíos han aceptado a Jesús como su Mesías. Algunos judíos han rechazado a Jesús porque no logran entender su doble función. Ellos han buscado un rey, un líder político que los libre de sus opresores y les proporcione paz y prosperidad. Jesús va a cumplir esto en el futuro, cuando regrese a restablecer el trono de David. Las Escrituras hebreas indican que el pueblo judío no reconocería a su Mesías, cuando Él apareciera por primera vez para morir como expiación por el pecado (vea Isaías 53:1-3). • Los judíos creemos en un Dios, no en tres. Los seguidores de Jesús también creen en un Dios, no en tres. La mayoría de los judíos recitan el Shemá, la confesión de fe judía: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, ¡el Señor uno es!” Sin embargo, la traducción de la New Jewish Version (Nueva Versión Judía), reconocida como la traducción al inglés más exacta producida por eruditos judíos, dice: “Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, ¡sólo el Señor!” Lo esencial de la Shemá es exigir una fe absoluta en el Señor solo, sin dioses delante de él. La palabra hebrea ekjad traducida aquí como “solo”, significa “uno” en el sentido de “ese uno solo.” En el siglo XII, Moisés Maimónides, quien escribió para responder a las creencias cristianas y musulmanas, compiló sus trece artículos de fe, que son recitados a diario por los judíos observantes. Uno de los artículos afirma que los judíos deben creer que Dios es yachid: “unidad absoluta”. Pero esto no es bíblico, ya que la Biblia hebrea da claras indicaciones de la unidad compuesta de Dios.

Génesis 19:24 dice que “… el SEÑOR hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego, de parte del SEÑOR desde los cielos” (LBLA). En otras palabras, el Señor, que había estado en la tierra hablando con Abraham (lea Génesis 18:1-33 muy cuidadosamente), hizo llover fuego y azufre del Señor desde los cielos. El Espíritu de Dios vino sobre muchas personas en las Escrituras. Por ejemplo, Isaías 61:1 dice: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí.…” Y, por último, ¿quién es el Hijo de Dios en Proverbios 30:4? ¿Quién subió al cielo, y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afrmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes? Isaías 42:1 habla del Siervo de Dios (es decir, el Mesías), sobre el cual Dios pone su Espíritu porque “él traerá justicia a las naciones”. Aquí, en un solo pasaje hay una referencia a Dios (el Padre), el Mesías (el Hijo), y el Espíritu. He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones (Isaías 42:1). • Los judíos no necesitan un intermediario. Históricamente, el judaísmo ha requerido un sacerdocio, los levitas para ejercer su ministerio entre los israelitas y su Dios santo. Levítico 1:15 ordena que sólo un sacerdote (uno de los hijos de Aarón) podría rociar la sangre de la expiación en el Tabernáculo de Reunión para el perdón de los pecados. Los seguidores de Jesús tenemos ahora acceso directo a Dios a través de la función mediadora realizada por Jesús. Nos acercamos ahora al Señor directamente y vamos a su santa presencia. En tiempos de la Biblia ningún judío, aparte del Sumo Sacerdote (e incluso él, sólo una vez al año), podía hacer esto. • Los judíos no creen en sacrificios humanos.

Los seguidores de Jesús tampoco creen en eso. Nosotros, como seres humanos no tenemos derecho a sacrificar a otro ser humano por nuestros pecados. Sólo Dios tiene el derecho absoluto para dar vida y para quitarla. Porque la paga del pecado es la muerte, Dios en su gran misericordia proveyó su propio sacrificio para pagar por los pecados del mundo (vea Ezequiel 18:4). Su propio Hijo sufrió voluntariamente la pena de muerte por nosotros. Es la enseñanza absolutamente clara de Isaías 53 que Dios podía poner el castigo que merecía su pueblo sobre una víctima inocente y justa que iba a morir por los pecados de Israel. Esta profecía fue cumplida por Jesús el Mesías. • El judaísmo no cree en el pecado original. Según como definamos el pecado original, se puede decir que el judaísmo cree o no en esta enseñanza. El Salmo 51:5 dice: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.” Esto enseña claramente la pecaminosidad inherente de la humanidad. Y, según algunas tradiciones judías, todas las almas humanas estaban en Adán cuando pecó. Por lo tanto, cuando Adán pecó, toda la raza humana cayó con él. No puede haber ninguna duda, de cualquier manera, de que la Biblia hebrea enseña la universalidad del pecado. Génesis 8:21 dice que “… porque el intento [hebreo yétser] del corazón del hombre es malo desde su juventud”. Y Eclesiastés 7:20 dice: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”. Proverbios 20:9 pregunta: ¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?” E Isaías 53:6 dice que “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”. La pecaminosidad de la humanidad se enseña claramente en toda la Biblia hebrea. • Las religiones son todas iguales. Todas tienen algunos puntos buenos y pueden ayudar a la gente a llevar una vida que valga la pena. La fe en el Mesías no es una religión; es el camino declarado por Dios para que la humanidad se reconcilie con Él. Si bien hay muchos puntos

positivos para encomiar en algunas religiones, esto no significa que Dios esté satisfecho con todo lo que sea “religión”. Lo importante no es lo que la gente decida acerca de Dios, sino lo que Dios decide por nosotros. Debemos acercarnos a Dios de acuerdo a sus normas. Nosotros no podemos crear nuestra propia manera de acercarnos a Él. Puesto que Él nos ha dado una manera de que nuestros pecados sean perdonados, tenemos el privilegio de aceptar su gracia. • ¿Por qué permitió Dios que seis millones de judíos murieran en el Holocausto? Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros … (Deuteronomio 29:29). Dios ha elegido mantener en el misterio algunas de las razones del Holocausto. Pero algunas de las razones han sido reveladas. Dios nos dijo que si obedecíamos la ley, seríamos una nación de sacerdotes y más bendecidos que todos los pueblos sobre la faz de la tierra. Sin embargo, si violábamos la ley, perderíamos nuestra patria y seríamos esparcidos hacia los cuatro confines de la tierra. Y dondequiera que fuéramos, seríamos objeto de persecución (vea Deuteronomio 28). Era como si la ley de Dios fuera una valla de protección alrededor de nosotros. Sin embargo, una vez que saliéramos de la puerta de protección, seríamos destruidos. Además de esta advertencia en su Palabra, Dios siempre envió profetas para llamar al arrepentimiento con la esperanza de que el juicio pudiera ser evitado. A veces nos arrepentimos, como hicieron los ninivitas cuando los advirtió Jonás, y algunas veces ignoramos el mensaje de Dios, como en Jerusalén, cuando Jeremías advirtió de la invasión de Nabucodonosor. Antes del Holocausto de Hitler, Dios nos advirtió a través de fogosos sionistas como Theodor Herzl y Ze’ev Jabotinsky. En 1939, Jabotinsky, dijo: “Veo una visión horrible. Se acorta el tiempo para que usted pueda ser salvo.” Aún con las advertencias, el por qué un Dios de amor permitió el Holocausto es un secreto que no entenderemos completamente hasta que lleguemos al cielo.

• ¿Qué pasa con los judíos que no creen en Jesús? La única manera de que se conceda el perdón del pecado es creer en Jesús. Jesús dijo: “Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Marcos 12:29). Esto se conoce como el Shemá y es cantado por los judíos temerosos de Dios. Jeremías dice: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13). Algunos creen que muchos judíos, buscando sinceramente a Dios, murieron con el Shemá en los labios y tuvieron revelaciones de Jesús en los campos de concentración y en otros momentos de prueba y tribulación. Sólo Dios conoce a los que lo buscan de todo corazón. No podemos saber lo que hay en todo corazón, sino sólo en el nuestro. ¿Quién dice usted que es Jesús? • ¿Cómo puede una virgen tener un hijo? ¿Hay algo imposible para Dios? Sara dio a luz a Isaac cuando tenía más de noventa años. Además, ¿qué es más difícil: para una virgen concebir, o para Dios crear un ser humano del polvo? En realidad, la profecía mesiánica indica que, si bien el Mesías iba a ser un verdadero hombre, también debía ser más grande que cualquier hombre, siendo incluso uno de sus títulos “Dios Fuerte” (vea Isaías 9:6—9:5 en algunas versiones). El nacimiento virginal explica cómo eso pudo ser posible: el Mesías iba a nacer por medios humanos y divinos. La palabra hebrea de Isaías 7:14 puede hoy ser traducida como “virgen” o “una mujer joven, soltera”. Pero no deja de ser interesante que, cuando los eruditos judíos tradujeron Isaías 7:14 al griego (Septuaginta) unos doscientos años antes de Jesús, tradujeron la palabra hebrea almá con la palabra griega parthenos que significa “virgen”. Es esta traducción judía la que Mateo cita en Mateo 1:23. Está claro que el Mesías, que iba a ser una persona especial y sobrenatural, tuvo un nacimiento especial y sobrenatural. • Los cristianos siempre han odiado y perseguido al pueblo judío.

No todo el que se hace llamar cristiano es un cristiano. Jesús, que mandó a sus seguidores amar a todas las personas, dijo: Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis … (Mateo 7:15-16). Si una persona no lleva el “fruto” cristiano del amor, la compasión y la misericordia, no tiene derecho a llamarse a sí mismo cristiano. • ¿Tienen los judíos necesidad de arrepentirse? La palabra hebrea para “arrepentirse” es shub, y significa literalmente, “volver, regresar”. Muchas veces Dios le habló a Israel a través de sus profetas diciendo: “Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros” (vea Zacarías 1:3-4; Joel 2:12-14). En otras palabras, si Israel se arrepentía entonces Dios se apiadaría. Pero ¿es necesario para los judíos “volverse” hoy en día? La respuesta es enfáticamente “¡Sí!” dado que: 1. Todos los judíos son miembros de la raza humana. 2. Todos los seres humanos pecaron. 3. Quien peca “se aparta” de Dios. 4. El que se ha “apartado” tiene que “volver”. ¿Ha pecado usted de pensamiento, palabra u obra? ¿Ha robado algo, o cometido un acto lascivo, u odiado a alguien en su corazón, o ha sido ingrato, o ha abusado de su cuerpo, o ha dicho una mentira, o se ha llenado de orgullo? ¿Hay alguna manera, grande o pequeña, en que usted se haya apartado de Dios? Entonces, quienquiera que usted sea, judío o gentil, usted necesita arrepentirse (“volverse”). • Isaías 53 ¿no se refiere al pueblo judío en su conjunto?

Las primeras interpretaciones judías del capítulo 53, que realmente comienza en Isaías 52:13, dicen que habla del Mesías. Es evidente por muchas razones que no puede referirse al pueblo judío en su conjunto, o incluso a un remanente justo dentro de la nación. Este pasaje tampoco puede hacer referencia a la “Era Mesiánica”, porque el versículo tres tendría entonces a la gente rechazando una utopía: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores …” (Isaías 53:3). Además, Israel nunca ha sido una víctima silenciosa: “… y no abrió su boca” (Isaías 53:7). Y ¿quién es “mi pueblo” si “Él” se refiere a Israel? “… Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido” (Isaías 53:8). El profeta Oseas describe a Israel como una prostituta; Israel, al contrario del Mesías descrito en el pasaje, no está exento de pecado “… ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53:9). Además, de acuerdo a la Torá, el pueblo judío sólo sufriría si fuera injusto. En ninguna parte se enseña que Israel iba a sufrir por los pecados del mundo. Sólo Jesús ha cumplido esta profecía.

¿QUIÉN ES ÉL? POR EL DR. MICHAEL BROWN1 Jesús, Yeshúa. ¿Rabino? ¿Profeta? ¿Curandero? ¿Libertador? ¿Salvador? ¿Mesías? ¿Hijo de Dios? Jesús, Yeshúa. ¿Engañador? ¿Apóstata? ¿Mago? ¿Rebelde? ¿Traidor? ¿Mentiroso? ¿Maldito de Dios? Jesús, Yeshúa. ¿Quién es Él?

Dos mil años de idas y venidas, pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿Es Jesús de Nazaret, el Mesías, el Salvador del mundo? Si lo es, entonces vamos a seguirlo, porque no hay otro camino. Si no lo es, pongámoslo en evidencia, porque sólo la verdad nos hará libres. Aunque el mundo está lleno de religiones, la controversia sobre el mesianismo de Jesús es única, ya que tanto los que aceptan a Jesús como quienes lo rechazan basan sus creencias en el mismo libro. Judíos que siguen a Jesús dicen: “Él debe ser el Mesías. Él cumplió todas las profecías de la Biblia”. Judíos que no siguen a Jesús dicen: “No puede ser el Mesías. Él no cumplió ninguna de las profecías de la Biblia”.

¿QUIÉN TIENE RAZÓN?

De un libro, las Escrituras hebreas, han salido dos religiones. Una fe dice: Preferimos morir antes que confesar el nombre de Jesús. La otra fe dice: Preferimos morir antes que negar el nombre de Jesús. Una fe dice: Hay dos Mesías que vendrán sólo una vez.2 La otra fe dice: Hay sólo un Mesías, pero ha de venir dos veces.

ENTONCES, ¿CÓMO PUEDO YO SABER LA VERDAD? Es simple. Sólo una de estas dos religiones ha seguido realmente la Biblia. La otra ha seguido su propio camino. Sólo una realmente ha continuado en el poder de Dios. La otra ha seguido las tradiciones de los hombres. Si escuchamos con atención la voz de Dios, su Palabra será “una luz para nuestro camino y una lámpara a nuestros pies”. Su Palabra es segura. Él no puede mentir. Hace poco estuve hablando con un bien educado rabino ultraortodoxo sobre el mesianismo de Jesús. Él no quería escuchar mis opiniones (¡y no puedo culparlo por eso!). No le importaba lo que nadie tuviera que decir. Sólo quería volver a las fuentes originales. “Volvamos al Talmud”, dijo. “Ahí es donde podemos encontrar la verdad.” Creo que mi respuesta le sorprendió. “¿Por qué debo volver al Talmud”, dije, “cuando puedo ir todo el camino de regreso al Nuevo Testamento?” Para mi sorpresa, no lo discutió. Usted ve, a muchos judíos hoy en día se les dice que el judaísmo es la única verdadera religión de la Biblia, y que el “cristianismo” es una religión mucho más tardía, predominantemente gentil. Pero declaraciones como éstas, aunque puedan sonar intimidantes, simplemente no son verdaderas. Aquí están los hechos: el judaísmo tradicional como lo conocemos hoy en día no es en absoluto la religión de Moisés y los profetas. Es la religión de los rabinos que vivieron y enseñaron más de 1500 años más tarde. En lugar de ser la religión del templo y el sacrificio según lo prescrito por la Torá, es la religión de ningún Templo y ningún sacrificio, a pesar de la Torá. Puede chocarle saber esto, pero algunos de los libros más sagrados del judaísmo ni siquiera existían antes de finales de la Edad Media. ¡Cristóbal

Colón ya había descubierto América antes de que el Código de la Ley judía utilizado por los judíos ortodoxos de hoy hubiera sido compilado! En cuanto al Judaísmo Mesiánico, el judaísmo que cree en Yeshúa el Mesías, los hechos son los siguientes: la única autoridad para la fe y la práctica es la Biblia, que consiste en el Antiguo y el Nuevo Testamentos. El Nuevo Testamento no fue un libro tardío de los gentiles, sino que todos sus autores, excepto uno, fueron judíos, judíos que vivían antes de que el segundo Templo fuera destruido en el año 70 e.c. Muchas otras tradiciones y costumbres añadidas en los siguientes siglos por la iglesia no han tenido nada que ver con la Biblia y por lo tanto no tienen absolutamente ninguna relación con el Judaísmo Mesiánico. Aunque algunas personas puedan llamarlas “bíblicas” o “cristianas”, están totalmente desprovistas de autoridad escritural. Los escritores del Nuevo Testamento fueron judíos que reconocieron que el Mesías había llegado para expiar los pecados de su pueblo. Ellos basan sus creencias en las Escrituras hebreas, y sólo en las Escrituras hebreas. Así que supieron que Yeshúa es el Mesías, porque Él cumplió las profecías del Antiguo Testamento. Si Él no hubiera cumplido las profecías, no lo hubieran seguido. Ellos lo reconocieron porque Él responde perfectamente a la descripción. Entonces ¿por qué otros líderes judíos de hoy no reconocen que Yeshúa fue, de hecho, el Mesías? La respuesta de nuevo es simple: No lo estaban buscando. Buscaban a otro. El Mesías de los rabinos no era el Mesías de la Biblia. Y aunque era lo que más anhelaban fue precisamente lo que se perdieron, porque el Mesías tenía que venir a salvarlos de sus pecados. Así que en el año 30 e.c., cuando Yeshúa se acercó a Jerusalén y “al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si tú también hubieras sabido en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.… Porque no conociste el tiempo de tu visitación”. Cuarenta años después Jerusalén fue destruida, y decenas de miles de sus habitantes fueron muertos. “Pero espere un segundo”, dice usted. “¿No eran estos rabinos los que verdaderamente estudiaron la Ley día y noche? ¿Y no eran estos los hombres que fueron responsables de la mayoría de las más bellas oraciones y enseñanzas que se hayan escrito nunca? ¿Cómo pudo ocurrir, entonces, que algunos de los más escrupulosos y celosos judíos de todos los tiempos

hayan desconocido al Mesías? Es a esta pregunta que debemos volver ahora.

SUSTITUCIÓN No hay palabra más importante en la Biblia hebrea que ésta, si queremos entender el santo amor de Dios por nosotros: sustitución. Es la llave que abre la puerta de nuestra redención. Y es la roca que hace que los hombres tropiecen. Sólo ella puede explicar plenamente por qué el propio pueblo de Yeshúa no lo comprendió, y sólo ella puede volver a abrirle los ojos. Sustitución. Sin esta palabra la muerte de Yeshúa es una farsa. Los rabinos del Talmud debaten acerca de cómo arreglar la situación con Dios. Aunque algunos reconocieron que “no hay expiación sin sangre”, no todos estaban de acuerdo en el resto. Unos decían: “Para ciertos pecados, el Día de la Expiación por sí solo es suficiente”. Otros argumentaban: “¡No! También debe haber arrepentimiento”. Algunos afirmaban que sólo el Día, más arrepentimiento, más sufrimiento podría resolver el problema, mientras que hubo quienes, dijeron: “¡La única esperanza para el perdón es el Día de Expiación y muerte!” Y sin embargo, perdieron de vista lo central del Día de la Expiación, perdieron de vista la sangre. No pudieron captar la lección que estaba ante sus ojos. Día tras día, los saduceos ofrecieron sus sacrificios en el Templo. Se dio muerte a miles y miles de animales, y se derramaron galones de sangre sobre el altar. Corderos y cabras y carneros y terneros fueron ofrecidos a un Dios santo. Pero la gente no podía ver. Los fariseos estudiaron la Torá día y noche. Añadieron nuevos reglamentos a las antiguas leyes, y desarrollaron el sistema de pureza ritual más detallado que el mundo haya conocido jamás. Enseñaron que el estudio de la Ley era más amado por Dios incluso que las propias ofrendas. Sin embargo, no pudieron ver el núcleo de la cuestión. No pudieron captar el significado fundamental de todo esto.

Porque no era la sangre de los toros lo que Dios quería para sí, no era el sebo de los carneros lo que Él deseaba. No era un pueblo de santidad exterior lo que buscaba; Él no requería un nuevo código que mantuviera limpios a los hombres. No. Él quería un sustituto, un cordero justo que llevara los pecados de su pueblo. Él quería un sacrificio sin mancha, que purificara a las personas por dentro. Una y otra vez, diez mil veces mil, las ofrendas fueron llevadas ante el altar. Y una y otra vez, en número demasiado grande para contar, su sangre inocente fue derramada. Y una y otra vez, el mensaje de Dios estaba pidiendo a gritos: “¡Debe venir un sustituto! “¡Debe venir un sustituto!” El pueblo judío de los días de Yeshúa estaba todo en busca de un Salvador. Algunos esperaban un líder militar poderoso, mientras que otros buscaban un libertador del cielo. Algunos buscaban un sacerdote santo, mientras que otros buscaban un maestro de justicia. Pero nadie buscaba un Mesías crucificado. Y nadie buscaba al Cordero de Dios. Habían olvidado que el Siervo justo del Señor era Él mismo como una ashám: una ofrenda por el pecado (Isaías 53:10). Y se habían olvidado de las palabras del padre Abraham, que Dios provería el cordero para el holocausto (Génesis 22:8). Sí, hubo algunos rabinos que afirmaron que todos los sacrificios fueron aceptados sobre la base de la ofrenda de Isaac por Abraham. Y afirmaron que en el rito de la Pascua, cuando Dios “vio la sangre” (Éxodo 12), estaba mirando el sacrificio de Isaac, y no la sangre del cordero. Sin embargo, Isaac no fue ofrecido, y su sangre nunca fue derramada. Y fue Dios mismo quien proveyó el sacrificio que salvó la vida del hijo de Abraham. Fue el Mesías quien sufrió y murió, y es por sus heridas que hemos sido sanados (Isaías 53:5). Fue Él quien fue llevado como un cordero al matadero, y fue Él quien llevó nuestros pecados (Isaías 53:7,12 y Levítico 16:22). Oh, sí, hubo maestros judíos que creyeron que el sufrimiento de los justos podría traer la expiación para el mundo. Sin embargo, cuando el verdadero Justo sufrió y murió, dijeron que era en vano. Nuestros rabinos nos dicen que cuando el Mesías venga establecerá la paz en la tierra. Cuando el Salvador real venga, nos sacará del pecado. Sin embargo, un salvador que nos saque del pecado sin sacar el pecado de nosotros no es realmente un salvador. Y un Mesías que establezca la paz en

la tierra sin establecer primero la paz en nuestro corazón no es realmente el Mesías. El Mesías tenía que morir. El Mesías tenía que tomar nuestro lugar. No había otro camino. No se encontró ningún otro sustituto. Nadie más podía pagar el precio. Ninguna otra cosa podía sanar nuestras heridas, porque el pecado requería la muerte. Yeshúa pagó el precio. Fue su muerte lo que nos trajo vida. Sólo Él fue el sustituto de la raza humana pecadora, y sólo Él nos puede ofrecer redención. El judaísmo tradicional de nuestros días tiene sus raíces en la religión de los fariseos, un pequeño grupo de judíos que se juntaron hace más de dos mil años. Eran los hombres que no comían sin lavarse ceremonialmente las manos, los hombres tan famosos por su atención a los detalles. Ellos fueron los hombres que diezmaban hasta los cultivos insignificantes y que estudiaban cada jota y cada tilde de la Ley de Dios. Sin embargo, muchos de estos hombres desconocieron a Yeshúa cuando vino. Los árboles no les dejaron ver el bosque. Porque no es la observancia del ritual lo que hace a un hombre interiormente limpio, y no es la atención a un sistema externo de leyes lo que nos lleva a Dios. El núcleo de la Torá es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”, y “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Sin embargo, ésa es la verdad que esos hombres celosos perdieron, ya que en su pasión por la letra de la ley perdieron el espíritu de Aquel que la dio. Y como fueron los fariseos, así fue el pueblo judío. El judaísmo tradicional tal y como lo conocemos hoy es la religión de los que rechazaron a Yeshúa. Es una decidida reacción contra la fe en Él. Es un sistema que ha sido reconstruido para negar y contrarrestar los reales reclamos del Mesías. Es por eso que los judíos tradicionales a lo largo de los siglos han tropezado con la persona de Yeshúa. Pero al principio no fue así. Los maestros judíos antes de Yeshúa hicieron hincapié en lo milagroso y creían en el poder del testimonio de Dios desde el cielo. Pero cuando los seguidores de Yeshúa recibían todo tipo de sanidades, dijeron: “¡No dependemos de un milagro!” Muchos de los judíos de los días de Yeshúa estaban buscando un libertador que vendría en las nubes del cielo. Sin embargo, cuando Yeshúa

vino y dijo: “Vendré otra vez en las nubes del cielo”, dijeron: “¡No es así! ¡Nuestro Mesías será un maestro de la Ley, un rabino como nosotros!” Tenían las oraciones, tenían las leyes, tenían la tradición del pacto, ¿cómo nuestros antepasados pudieron desconocerlo? La respuesta de nuevo es muy sencilla. Ellos realmente tenía celo por Dios, pero no de acuerdo al conocimiento (Romanos 10:2). No alcanzaron lo que buscaban, porque tropezaron en la gracia de Dios. El Mesías había venido a sanarlos, pero ellos respondieron: “¡No estamos enfermos!” Pero no todos nuestros antepasados lo desconocieron. El autor de casi la mitad del Nuevo Testamento fue él mismo un fariseo, nacido de la tribu de Benjamín. Y el Libro de los Hechos registra “cuántos millares de judíos hay que han creído” y todos eran celosos por la Torá (Hechos 21:20). De hecho, “muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hechos 6:7), y aún hoy en nuestro país y en todo el mundo, hay decenas de miles de judíos que creemos y confesamos: “¡Yeshúa es el Mesías! ¡Yeshúa es el Señor!” Éste, entonces, es el verdadero judaísmo, el judaísmo que es verdaderamente mesiánico. Y ésta es la fe que volverá el mundo hacia Dios, la fe que hará que las naciones crean. Y Yeshúa es el que va a establecer la justicia en la tierra “y las costas esperarán su ley” (Isaías 42:4). El Talmud enseña que durante los últimos cuarenta años antes de que el Templo fuera destruido, Dios no aceptó los sacrificios del Día de la Expiación (Talmud de Babilonia, Yoma 39). Año tras año, durante la vida de una generación entera, el Señor estuvo diciendo: “No”. Como ve, Dios había provisto un sacrificio por todos, una expiación final por los pecados de la humanidad. Dios había provisto el Cordero. Y fue cuarenta años antes de que el Templo fuese destruido que Yeshúa ofreció su vida. Desde ese día hasta hoy, Dios ha estado diciéndole “no” a su pueblo. “No más de sus sacrificios, no más de sus oraciones, no más de sus obras. Yo he provisto el camino.” Sin embargo, a todos los que tienen oídos para oír, Dios les ha estado diciendo: “¡Sí, puedes venir! ¡Sí, puedes conocerme! ¡Sí, te limpiaré de todo tu pecado! Cree en Aquel que Yo he enviado. Yeshúa el Mesías ha venido”. Los líderes espirituales de nuestro pueblo que nos dicen que no podemos conocer a Dios se equivocan. Sólo están diciendo: “Yo no lo conozco, así

que ¿cómo puedes conocerlo tú? He estudiado durante años y sigo aprendiendo. ¿Cómo puedes tú estar tan seguro?” Una vez más, nuestra respuesta es simple y clara. El Mesías Yeshúa ha hecho conocer a Dios. Él nos ha revelado al Padre. Y por su sangre nos ha traído de regreso a Dios. La tradición no nos salvará. Las opiniones no nos harán libres. El Mesías ha rescatado nuestras almas de la fosa. ¡Dejen venir a todo su pueblo judío!

NOTAS FINALES 1. “Diálogo”, “¿Quién es Él?”, “Diálogo avanzado”, “Claves para entender la profecía mesiánica”, y “¿Tienen razón los rabinos?”, del Dr. Michael Brown, publicados anteriormente en el libro de Sid Roth There Must Be Something More! (¡Tiene que haber algo más!), (Brunswick, GA: Messianic Vision Press, 1994). 2. Aunque la mayoría de los judíos tradicionales no son conscientes de la enseñanza de los dos Mesías, uno que sufre y muere en la última gran guerra, y uno que gobierna y reina, ésta es la enseñanza del Talmud y la mayoría de los escritos judíos tempranos. Para obtener una declaración clara, consulte el Talmud Babilónico, Sucá 52a.

DIÁLOGO AVANZADO POR EL DR. MICHAEL BROWN

EL NUEVO TESTAMENTO • El Nuevo Testamento es antisemita. Está lleno de referencias negativas al pueblo judío, y le echa la culpa de la muerte de Yeshúa. No es difícil demostrar que el Nuevo Testamento es definitivamente no antisemita. Ante todo, considere los siguientes hechos: 1) Todos los autores del Nuevo Testamento, salvo uno, fueron judíos. Su tema principal fue Yeshúa, el Mesías, y gran parte de su escritura estaba dirigida a una audiencia judía (por ejemplo, el Evangelio de Mateo o la Carta a los Hebreos). 2) El Nuevo Testamento tiene muchas cosas positivas que decir sobre el pueblo judío. Yeshúa mismo enseñó que “la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22b), y Pablo (Saulo) dice que los judíos “son amados de Dios por causa de los patriarcas” (por ej., Abraham, Isaac y Jacob; Romanos 11:28b, NVI). De hecho, Pablo afirmó que, desde un punto de vista espiritual, había mucha ventaja “en todas maneras” en haber nacido judío (Romanos 3:1-2), y que los gentiles le debían al pueblo judío una bendición material, ya que habían participado de la “bendición espiritual de los judíos (Romanos 15:27). 3) La ciudad celestial de Jerusalén, que es el destino final de todos los creyentes en Yeshúa, se dice que tiene “una gran muralla con doce puertas” y los nombres escritos en estas puertas son “los nombres de

las doce tribus de Israel” (Apocalipsis 21:12). En otras palabras, la única manera de entrar al cielo es a través de las puertas de Israel. ¡Esto no suena antisemita! ¿Qué hay de la afirmación de que el Nuevo Testamento también tiene muchas cosas negativas que decir sobre el pueblo judío? Una vez más, se pueden dar varias respuestas. En primer lugar, los profetas hebreos llamaban a su propio pueblo rebelde, de dura cerviz, y pecador, y predijeron que el juicio caería sobre ellos si no se arrepentían. Esto es exactamente lo que Dios le dijo a su pueblo judío. ¿Fueron antisemitas los profetas hebreos? ¿O es Dios antisemita? ¡Por supuesto que no! Pero estas son las cosas que los escritores judíos del Nuevo Testamento dijeron acerca de su propio pueblo: que como rechazaron al Mesías estaban siendo iguales que sus antepasados, de dura cerviz y pecadores, y que por ello serían juzgados. ¿Esto hace antisemita al Nuevo Testamento? Además, es importante señalar que el término “judíos” en el Nuevo Testamento frecuentemente se refiere a los naturales de Judea o incluso a “líderes religiosos judíos”. Así, algunos de los comentarios negativos que se expresan en el Evangelio de Juan en contra de “los judíos” no son aplicables a todo el pueblo judío, sino más bien a determinados líderes judíos de Judea. Para un claro ejemplo vea Juan 9:22, donde los padres judíos de un hombre ciego que había sido milagrosamente sanado tenían miedo de “los judíos” (es decir, de algunos fariseos, véase 9:13-15, 40-41). Del mismo modo, la palabra hebrea yejudí bien puede significar “judío” o “de Judea”. Esto explica un versículo de las Escrituras hebreas como Nehemías 2:16, cuando Nehemías, él mismo judío, se refiere a otro grupo llamado “los judíos” (es decir, los habitantes de Judea), junto con los sacerdotes, nobles, funcionarios, “o cualquier otra persona que estuviera haciendo el trabajo”, ¡todos los cuales también eran judíos! Por último, aunque algunos han afirmado que Pablo les dijo a sus lectores gentiles (en este caso los tesalonicenses) que los judíos “no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres”, es importante leer cuidadosamente el contexto general (1 Tesalonicenses 2:14-16). Una vez hecho esto, se verá que Pablo está hablando de aquellos judíos que “mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas”, y ahora los persiguen “impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven”. Y esto, dice Pablo, es exactamente lo

que los tesalonicenses estaban sufriendo de sus propios compatriotas (es decir, no todos los tesalonicenses, sino aquellos que se oponían a la fe). Cuando todos estos hechos se consideran con una mente abierta, es evidente que el Nuevo Testamento no es una obra antisemita. Así, muchos estudiosos de hoy hacen hincapié en que si se quiere entender el Nuevo Testamento completo, ¡usted debe leerlo como un libro rigurosamente judío! • El Nuevo Testamento está lleno de inexactitudes históricas. Con frecuencia cita erróneamente y malinterpreta las Escrituras hebreas. En cuanto a la exactitud histórica del Nuevo Testamento se refiere, cabe señalar que de todos los libros escritos en el mundo antiguo, el Nuevo Testamento griego es, de lejos el mejor conservado. Hay literalmente miles de manuscritos antiguos que contienen copias sea de la totalidad o de una parte de los libros del Nuevo Testamento. Y, a pesar de la abundancia de evidencia de manuscritos antiguos, estos documentos no contienen prácticamente ningún desacuerdo sobre un punto doctrinal importante. A medida que se ha investigado más y más sobre las costumbres y la historia de la Palestina y el Asia Menor del primer siglo, el Nuevo Testamento ha emergido como una fuente histórica de gran valor, ya sea para confirmar o complementar lo que la arqueología nos ha enseñado. Además, los estudios de los modernos eruditos judíos han servido para subrayar el carácter judío de Jesús y los autores del Nuevo Testamento. También se ha encontrado que es completamente judío el uso del Antiguo Testamento por el Nuevo Testamento. Como el Nuevo Testamento fue escrito en griego, mientras que el Antiguo Testamento fue escrito en hebreo, los escritores frecuentemente citan la versión griega de su tiempo, la Septuaginta. Pero esta versión fue hecha por judíos unos doscientos años antes de que Yeshúa naciera. Y, aunque en ciertas ocasiones puede parecer que la redacción de un versículo del Antiguo Testamento cambia cuando se cita en el Nuevo Testamento, ¡esto suele deberse al hecho de que se está citando la Septuaginta judía! Estas “diferencias”, entonces, no reflejan tardíos cambios “cristianos”; y, lo más importante, el verdadero significado de los versículos nunca cambia.

Otro importante factor a considerar es que los escritores del Nuevo Testamento que, con la excepción de un médico, Lucas, eran todos judíos, a menudo siguieron las reglas de interpretación judías de la época. ¡Era como judíos que ellos leían sus Escrituras, y era como judíos que las interpretaban! Por lo tanto, algunas de sus citas de las Escrituras hebreas están en consonancia con el entendimiento judío común del pasaje que se cita. En otras ocasiones, la principal diferencia en la interpretación se debió al hecho de que sabían que el Mesías ya había venido y, en lugar de esperar un futuro cumplimiento de las escrituras, las veían como ya cumplidas. Y hay algunas citas del Nuevo Testamento que reflejan la interpretación que se encuentra en las paráfrasis en arameo (llamadas Tárgumes: “traducciones”), que luego fueron leídas en las sinagogas. Una vez más, esto significa que los escritores del Nuevo Testamento eran rigurosamente judíos en el manejo del texto hebreo. También es importante recordar que los judíos del primer siglo de nuestra era se dedicaron fundamentalmente a la determinación de lo que las Escrituras les decían a ellos, en su día y época. Su principal preocupación no era redescubrir lo que Amós o Isaías habían dicho a sus contemporáneos. Querían saber lo que Dios requería de ellos en su tiempo presente, y querían saber lo que Él les había prometido. Por lo tanto, los judíos que fueron autores de lo que ahora llamamos los Rollos del Mar Muerto se consagraron a una vida aislada de estudio y disciplina basándose en su interpretación de la Biblia hebrea. Los fariseos comenzaron a desarrollar un sistema detallado de leyes y reglamentos basándose en su interpretación de la Biblia hebrea. Y los escritores del Nuevo Testamento recibieron y siguieron a Yeshúa como el Mesías basándose en su interpretación de la Biblia hebrea. De estos tres diferentes sistemas de interpretación judía, es la del Nuevo Testamento la que adhiere con mayor precisión a la adecuada comprensión del texto hebreo. De hecho, en comparación con la interpretación judía de las Escrituras que se encuentran en el Talmud y el Midrash, los escritores del Nuevo Testamento fueron increíblemente cuidadosos y sobrios. Siempre que la interpretación del Nuevo Testamento parece difícil de seguir, solo hay que recordar estos tres hechos: (1) los autores pueden haber estado citando la Septuaginta, la versión judía griega de la época (la redacción puede ser un poco diferentes, pero el significado es el mismo),

(2) que se pudo haber seguido un método inusual de interpretación rabínica (aunque nuestras mentes occidentales del siglo 21 pueden tener dificultad en seguir su línea de razonamiento, un rabino del siglo I no habría tenido ningún problema en captar su significado), y (3) fueron capaces de encontrar pistas e indicadores de la vida y el ministerio del Mesías virtualmente en cada página de la Biblia hebrea, ya que, junto con muchos otros judíos del primer siglo, creían con razón que todos los profetas hebreos y toda la historia del antiguo Israel señalaban a la venida del Mesías. Por lo tanto, aunque no ignoraban el significado contextual original de los pasajes que citan, su principal objetivo era mostrar cuán maravillosamente toda la historia del Antiguo Testamento y la revelación fueron llevados a su plenitud (es decir, se cumplieron) en Yeshúa el Mesías. Aunque muchos judíos de hoy dicen que los autores del Nuevo Testamento se contradicen entre sí, ¡ni un solo judío de la antigüedad planteó jamás tal argumento! Si hubo errores gruesos y tantos, ¿por qué los que se opusieron a la fe no puntualizaron estas cosas entonces? La respuesta, por supuesto, es que, según todas las normas de escritura de la historia antigua, los documentos del Nuevo Testamento fueron un trabajo excelente. Y si, como afirman algunos, los judíos que escribieron el Nuevo Testamento eran hombres astutos que estaban dispuestos a mentir y engañar, entonces ¿por qué no inventar una historia que nadie pudiera discutir, ni siquiera sus oponentes? Obviamente, no hicieron más que informar los hechos tal como los vieron, ¡y ninguno de sus contemporáneos pudo discrepar! Uno de los primeros seguidores de Yeshúa señaló que hay una sorprendente armonía total en los relatos del Evangelio de nuestro Mesías. Afirmó que cualquier aparente discrepancia que pudiera observarse podría ser explicada con sólo tener en cuenta que cada uno de los testigos oculares hizo una cuidadosa crónica de lo que vio y oyó. Por lo tanto, si hubiéramos estado allí en el momento en que se produjo el evento, habríamos podido ver cómo todas las piezas del rompecabezas encajan perfectamente entre sí para formar una imagen clara de la vida y enseñanzas del Hijo de Dios. Por lo tanto, en vez de ser evidencia de mala memoria y mentiras, las diferentes perspectivas de los distintos autores del Nuevo Testamento en realidad nos ayudan a darnos cuenta de lo precisos que fueron sus registros.

Algunas de las mentes más grandes que este mundo ha visto han dedicado su vida entera al estudio cuidadoso del texto del Nuevo Testamento, y algunos de los mayores escépticos de la historia lo han atacado. Los críticos de hoy en día no han descubierto nada nuevo. El Nuevo Testamento ha soportado la prueba del tiempo. Sigue siendo merecedor de nuestra fe. • Yeshúa no cumple algunas de las profecías mesiánicas. Sabemos que los escritores del Nuevo Testamento realmente reconstruyeron la vida de Yeshúa a fin de armonizarla con ciertas predicciones hechas por los profetas. Estas dos declaraciones se contradicen entre sí. ¿Por qué los escritores del Nuevo Testamento reescribirían intencionalmente los acontecimientos de la vida de Yeshúa con el fin de hacer que Él cumpliera predicciones que no eran realmente mesiánicas? Si las profecías que se citan en realidad no eran mesiánicas, entonces ¿por qué “hacer” que la vida de Yeshúa se conformara a ellas? Podemos tener confianza en que los escritores del Evangelio describen exactamente los acontecimientos de la vida de Yeshúa, ya que queda constancia de que ellos mismos estaban desconcertados por su sufrimiento y muerte. Ellos tenían ideas diferentes de lo que el Mesías iba a hacer cuando viniera, por lo que no podían entender mucho de que ocurría como cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento. Fue sólo después de la resurrección de Yeshúa que estos hombres fueron capaces de ver cómo todos los acontecimientos de su vida y muerte fueron anunciados por los profetas de la antigüedad. Ahora, la cuestión es simple: Si los discípulos iban a reescribir la historia de la vida de Yeshúa como testimonio para su propia gente, ¿por qué no lo hicieron en línea con algunas de las más “ortodoxas” expectativas judías? ¿Por qué hacer que vaya a contrapelo de gran parte del sentimiento popular de su época? ¿Y por qué escribir una historia que sin duda iría contra la corriente? ¡Es simple! Fue lo que Pedro les dijo a las autoridades judías que lo desafiaron: “Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20). Ellos fueron verdaderos testigos presenciales, vieron todo. Sólo nos lo podían transmitir de la manera en que les sucedió.

En cuanto a la afirmación de que, según el relato del Nuevo Testamento de la vida de Yeshúa, Él en realidad no cumple ninguna de las profecías mesiánicas, uno podría preguntarse: “¿Profecías mesiánicas de acuerdo a quién?” De acuerdo a una declaración del Talmud (Sanedrín 99a), todos los profetas profetizaban de los días del Mesías, una declaración de la que Pedro se hizo eco en Hechos 3:22-24. ¿Quién dice que Isaías 2:1-4, que habla de los días de la paz universal, es mesiánico, mientras que Isaías 53, que habla de un hombre que muere por los pecados de la nación, no es mesiánico? ¿Quién dice que Números 24:17, que habla de la destrucción de los enemigos de Israel, es mesiánico, mientras que Daniel 9:24-27, que habla de la muerte del Ungido (mashíakj en hebreo), no es mesiánico? La única razón por la que ciertas profecías de un Salvador sufriente han sido consideradas no mesiánicas por ciertas corrientes del judaísmo se debe al hecho de que, si fueran reconocidas como mesiánicas, ¡entonces Yeshúa debería ser el Mesías! Puesto que Él fue, de hecho, rechazado por muchos rabinos, el siguiente paso consistió en rechazar como mesiánicas las profecías que predijeron su sufrimiento y muerte. • Si la muerte de Yeshúa realmente inauguró el Nuevo Pacto de que habla el profeta Jeremías, ¿por qué no ha sido cumplido? Cualquier pacto que Dios hace con el hombre tiene condiciones y objetivos. En primer lugar, debe haber personas que estén dispuestas a aceptar las estipulaciones del pacto. Éxodo 24:3 registra que “Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho”. Si algunos israelitas rehusaban aceptar el pacto de Dios, debían ser cortados, pero el pacto seguiría siendo vinculante y válido para los que lo oyeron y obedecieron. Para aquellas personas que estuvieran dispuestas a seguir a Dios, se expusieron los objetivos del pacto. Éxodo 19:5-6 registra los objetivos ideales del Pacto Mosaico: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”. Sin embargo, a pesar de que esta promesa no se ha cumplido en la historia de nuestra nación, nadie se atrevería a cuestionar

la validez y la autoridad de la Torá, sino que somos nosotros los que hemos fallado en mantener nuestra parte del trato. Los que han aceptado las estipulaciones del Nuevo Pacto, ratificado con la propia sangre de Yeshúa (Mateo 26:28), pueden dar testimonio de que las promesas y los objetivos del Nuevo Pacto se están cumpliendo en ellos. La ley de Dios está escrita ahora en sus mentes y en sus corazones, y el Señor ha perdonado a su iniquidad, y no se acuerda más de su pecado (vea Jeremías 31:33-34—o 32-33 en algunas versiones). Un día, cuando todo Israel se vuelva al Mesías Yeshúa, el Nuevo Pacto alcanzará su plenitud en el pueblo en su conjunto. Hasta entonces, los objetivos del Nuevo Pacto se están cumpliendo en los que están dispuestos a aceptar sus condiciones.

EL MESÍAS • El judaísmo no cree en un Mesías divino. El judaísmo cree en un Mesías exaltado, superior a Abraham, superior a Moisés, y superior a David (véase, por ejemplo, el Midrás a Isaías 53:12). Y, de acuerdo con el Salmo 110:1, el Señor le diría al Mesías (el Señor de David): “Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. También, con base en Jeremías 23:6, algunos de los primeros rabinos opinaron que uno de los nombres del Mesías sería Jehová. Y el judaísmo nos enseña la preexistencia del Mesías, como uno creado antes de que el mundo comenzara. Más importante aún, las Escrituras hebreas enseñan claramente la naturaleza divina del Mesías. De acuerdo con Isaías 9:6 (9:5 en algunas versiones), el Rey, cuyo gobierno y reino no tendría fin sería llamado “Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (rv 95). Aunque algunos intérpretes judíos trataron de referir este pasaje a Ezequías, rey de Judá, alrededor de 715 a 687 a.e.c., claramente él no era el descrito por Isaías. Su reino definitivamente llegó a su fin, y, como mero hombre, difícilmente podría haberse llamado el gibbor, “Dios fuerte”. De hecho, ¡“Dios Fuerte” se utiliza como título del Señor mismo en Isaías 10:21! Modernas traducciones judías de Isaías 9:6 (9:5) que tratan de

suavizar la clara declaración de la deidad del Mesías deben pasar por alto el más obvio significado del texto hebreo original. • El judaísmo no cree en un Mesías sufriente. Aunque esta declaración se hace comúnmente, casi no hay verdad en ella. El Talmud registra la enseñanza de más de un rabino en el sentido de que el Mesías hijo de José (en hebreo: mashíaj ben Yosef) sufriría y moriría en la gran guerra que precedería al reinado del Mesías hijo de David (en hebreo: mashíaj ben David). De hecho, Zacarías 12:10, que dice: “Mirarán a mí, a quien traspasaron”, citado con referencia a la muerte de Yeshúa en el Nuevo Testamento, ¡se aplica al Mesías ben José en los escritos rabínicos! También es digno de mención que Isaías 52:13-53:12, la más clara profecía de un Salvador sufriente que se encuentra en las Escrituras del Antiguo Testamento, es aplicado por el Targum al Mesías, y la exégesis judía hasta aproximadamente 550 e.c. interpretó esta sección casi exclusivamente con referencia al Mesías. Desde entonces, la idea de un Mesías sufriente ha estado presente en muchas formas de judaísmo, y las descripciones de los sufrimientos del Mesías son especialmente ricas en la literatura judía mística medieval. • El judaísmo no cree que el Mesías vaya a venir dos veces. Como se señaló anteriormente, el Talmud menciona dos Mesías, uno que sufrirá y morirá, y uno que gobernará y reinará. Sin embargo, en las Escrituras hebreas sólo conocemos un Mesías, descendiente de David. Por lo tanto, en lugar de crear un segundo Mesías, descendiente de una tribu diferente, los escritores del Nuevo Testamento correctamente vieron que sería un solo Mesías que vendría dos veces. Su primera venida sería para cumplir las profecías de un justo sufriente que pagaría por los pecados del mundo. Su segunda venida sería para establecer su reino de paz en la tierra. Además, declaraciones tales como “el judaísmo no cree …” frecuentemente han inducido a error, ya que de un grupo judío a otro puede haber creencias totalmente diferentes sobre temas tan importantes como el Mesías, la vida después de la muerte, la ley oral, ¡e incluso Dios mismo! Así, uno puede encontrar dentro del judaísmo la opinión de que el Mesías

fue creado antes de que el mundo comenzara, y que en cada generación se ha esperado que fuera revelado; o que el Mesías ya ha estado en la tierra en cada generación, esperando ser revelado; o que el Mesías vendrá cuando el mundo sea totalmente justo; o que el Mesías vendrá cuando el mundo sea totalmente malo; o que el Mesías es más que un mero hombre; o que el Mesías es sólo un mero hombre; o que el Mesías es un concepto, o bien que el Mesías es un mito. Por lo tanto, decir que “el judaísmo no cree en un Mesías sufriente, o en un Mesías que va a venir dos veces”, es dar la falsa impresión de que el judaísmo tiene un conjunto de creencias sobre la persona y obra del Mesías, y que estas creencias excluyen absolutamente la idea de un Mesías sufriente o de un Mesías que vendría dos veces. • El Mesías es el hijo de David. Si Yeshúa nació realmente de una virgen, entonces José no fue su padre y Él no es realmente un descendiente de David. Por lo tanto, Yeshúa no puede ser el Mesías. Según las propias palabras de Yeshúa, el Mesías era al mismo tiempo, hijo de David y Señor de David (véase Mateo 22:41-46), y el Nuevo Testamento es cuidadoso en mostrar cómo el hijo natural de David también podía ser el Hijo espiritual de Dios. De este modo, la genealogía de Mateo proporciona la ascendencia real y legal de Yeshúa a través de su padre adoptivo José, mientras que la genealogía de Lucas proporciona su ascendencia natural y física a través de su madre Miriam. De esta manera, el Hijo de Dios nacido de una virgen, superior a David, se ha convertido en el rey Mesías, descendiente de David. Por lo tanto, el nacimiento de una virgen más que presentar un problema para la mesianidad de Yeshúa, en realidad provee una prueba. • Yeshúa no puede ser el Mesías, porque Él es descendiente del rey Joaquín. Dios maldijo a este rey y a su descendencia, diciendo que ninguno de sus descendientes se sentaría jamás en el trono de David. Este argumento se puede responder de dos maneras muy sencillas. En primer lugar, hay que señalar que Yeshúa no es un descendiente físico, natural de Joaquín (también llamado Jeconías o Conías), sino sólo un descendiente legal. Por lo tanto, sólo Mateo traza el linaje de Yeshúa a

través de este rey, mientras que la genealogía de Lucas sigue una línea diferente. (Observe cuidadosamente: Salatiel y Zorobabel de Mateo 1:12 probablemente no son los mismos Salatiel y Zorobabel de Lucas 3:27. Esto se puede ver observando que el nombre del padre de Salatiel en Mateo 1:12 no es otro que Jeconías, mientras que en Lucas 3:27, el padre de Salatiel es Neri. Así, la genealogía de Yeshúa de Lucas no incluye a Jeconías.) Por lo tanto, aunque todos los descendientes físicos de Joaquín estuvieran maldecidos, Yeshúa no hubiera estado realmente bajo esa maldición. Más importante, sin embargo, es que las Escrituras hebreas muestran claramente que Dios no maldijo a todos los descendientes de Joaquín, sino sólo a su descendencia inmediata. En otras palabras, Dios no estaba declarando que, por todos los tiempos, ninguno de los descendientes de Joaquín se sentaría en el trono de David, sino que sus hijos que estaban vivos entonces no reinarían. Según Jeremías 22:24, Dios dijo: “Si Conías … fuera anillo en mi mano derecha, aun de allí te arrancaría”. Y luego en el versículo 30 Él ordenó: “Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá”. Al parecer, había judíos que vivían en el exilio en Babilonia, y esperaban que su pueblo rompiera pronto el yugo de los babilonios, permitiendo que Conías (es decir, Joaquín) o uno de sus hijos volviera a asumir el gobierno en Jerusalén. Jeremías declaró categóricamente que esto no podría ser, porque setenta años de cautiverio fueron determinados para la nación judía, y ni Joaquín ni sus hijos volverían a gobernar. Sin embargo, dos generaciones después, Zorobabel, nieto de Joaquín, se convirtió en gobernador de Judá, y las promesas mesiánicas fueron renovadas a través de él. Luego, la profecía de que Dios haría temblar los cielos y la tierra y trastornaría los reinos gentiles fue dicha a Zorobabel (Hageo 2:21-22), y en el siguiente versículo el Señor declaró: “Te tomaré, oh Zorobabel hijo de Salatiel, siervo mío, dice Jehová, y te pondré como anillo de sellar, [¡Eso es, un anillo de sellar! Conías, aunque hubiera sido un anillo de sellar en la mano de Dios, fue rechazado. Zorobabel sería realmente un anillo de sellar para el Señor] porque yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos” (aclaración entre corchetes añadida por el autor). ¡Además de todo esto, Zorobabel llegó a ser tan famoso en la literatura judía posterior que incluso se lo

menciona en una oración de Janucá (“Así había yo perecido, cuando se acercaba el fin de Babilonia; mediante Zorobabel fui salvado después de 70 años”a)! Es imposible que Zorobabel, el nieto de Conías, estuviera bajo maldición, ya que de hecho prosperó y, como hijo de David, gobernó al pueblo judío (la maldición decía: “porque ninguno de su descendencia [de Conías] tendrá la suerte de sentarse en el trono de David y de ser jamás señor en Judá” (BJ, aclaración entre corchetes añadida por el autor)). Es perfectamente correcto, entonces, que Mateo trazara la línea real de Yeshúa a través de Jeconías (es decir, Joaquín), ya que las promesas hechas a David se renovaron y confirmaron en Zorobabel, su nieto.

LA EXPIACIÓN • La noción de que los judíos necesitan una expiación por sangre es completamente errónea. En primer lugar, hasta el libro de Levítico indica que en ciertas ocasiones la harina fue aceptada para expiación, mientras que Éxodo 30 se refiere al “dinero de las expiaciones” y Números 31 menciona joyas que se ofrecen para expiación. Los profetas indican claramente que Dios no quiere sacrificios de sangre, y los rabinos han enseñado que hoy Dios está satisfecho con la oración, el arrepentimiento y las buenas obras. Hasta que el Templo fue destruido en el año 70 e.c., la enseñanza judía hizo hincapié en la necesidad de expiación por la sangre. Según el Talmud, “No hay expiación (kafár) sin sangre” (Yoma 5a; Zebahim 6a; Menahot 93b). Es reconocido por estudiosos judíos y cristianos por igual que el énfasis del Nuevo Testamento en la expiación por la sangre se basa en creencias judías de la época. Y, aunque muchos judíos de hoy piensan que son los escritores del Nuevo Testamento quienes citan Levítico 17:11 para probar que Dios requería expiación por la sangre, ¡en realidad son los rabinos del Talmud quienes citaron este versículo de esta manera! Ellos reconocieron que, como “la vida de toda criatura está en la sangre” (Levítico 17:11a, NVI), Dios la dio en el altar para hacer expiación por su

pueblo. “La misma sangre es la que hace expiación por la persona” (Levítico 17:11, RV95). Los sacrificios de sangre formaban la parte principal del servicio del antiguo Templo israelita, y según Levítico 16, en el Día de la Expiación (Yom Kippur), el propio santuario, así como el Sumo Sacerdote y todo el pueblo de Israel, debían ser limpiados por la sangre de un chivo expiatorio. En la víspera del éxodo de Israel de Egipto, fue la sangre del cordero de Pascua (Pésakj), puesta en las dos jambas y el dintel de la casa, lo que sería una señal para el ángel destructor, y el Señor dijo: “Y veré la sangre y pasaré de vosotros” (Éxodo 12:13, énfasis añadido). Incluso la entrega de la Torá en el Monte Sinaí fue ratificada con el derramamiento de sangre (“He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas”—Éxodo 24:8, énfasis añadido; y el Targum arameo a este versículo dice: “Entonces Moisés tomó la sangre y la derramó sobre el altar como expiación por el pueblo …”). Es con razón que la Carta a los Hebreos dice que “De hecho, la ley exige que casi todo sea purificado con sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay perdón” (Hebreos 9:22, NVI, énfasis añadido), ya que la importancia central de la sangre, y, en particular, la sangre de la expiación, se ve claramente en el Tanaj. Cualquier otro sistema de expiación que no incluya la sangre no es bíblico, y cualquier otro sistema de expiación que no ofrezca expiación sustitutiva, es decir, el sacrificio de una víctima inocente que muera en lugar de un pecador culpable, no puede proveer el real perdón de pecados. Entonces, ¿cómo dar cuenta de las referencias a las ofrendas de harina y al “dinero de las expiaciones” en la Torá? Las respuestas son de nuevo simples. Según Levítico 5:11-13, un israelita pobre que no tuviera lo suficiente para la ofrenda de un cordero, cabra, tórtolas o palomas requerida por la transgresión, podía traer en su lugar una ofrenda de flor de harina. Según el versículo 12, el sacerdote “tomará de ella [es decir, la harina] su puño lleno, para memoria de él, y la hará arder en el altar sobre las ofrendas encendidas a Jehová”, (énfasis y aclaración entre corchetes añadidos). Entonces (versículo 13) “el sacerdote hará expiación por el pecado cometido”. En otras palabras, el sacerdote, en su calidad de mediador por el pueblo, y habiendo mezclado la harina con la sangre que ya estaba sobre el altar, hará expiación por su compatriota israelita. En

ninguna parte está escrito que “la harina hará expiación”, o que “la vida de una criatura está en la harina”. Por el contrario, toda la base para la expiación seguía estando en la sangre del sacrificio que estaba sobre el altar. Las referencias al “dinero de las expiaciones” en realidad no tienen nada que ver con la expiación por los pecados. Un ejemplo se encuentra en Éxodo 30:11-16, donde todo varón israelita que fue contado en el censo debía pagar un kófer (“un rescate”; véase Éxodo 21:30: el propietario de un buey acorneador que mató a un hombre debería pagar un kófer, es decir, una cantidad fija de dinero como rescate). Dado que la realización de un censo era considerada una empresa peligrosa (de acuerdo a 2 Samuel 24, cuando David censó a Israel se desató una plaga entre el pueblo), Dios les dijo a los israelitas que contribuyeran con una ofrenda para el Tabernáculo, para que no estallara entre ellos una plaga. Así, el kófer aquí tenía que ver con la protección de una plaga, y no con el perdón de los pecados o la expiación personal. De hecho, la expresión del versículo 15, “para hacer expiación por vuestras vidas” (LBLA), en realidad debería ser traducida como “para pagar un kófer (rescate) por vuestras almas”. Ésta es también la mejor manera de traducir Números 31:50, ya que la referencia a que los hijos de Israel ofrecieran joyas de oro al Señor una vez más no tiene nada que ver con la expiación. Habiendo contado los soldados que habían ido a la batalla con los madianitas (de nuevo, se había realizado un censo), los oficiales decidieron ofrecer a Dios parte del botín y, por tanto, pagar un kófer por sus almas. ¿Qué conexión hay entre cualquiera de estos relatos y el concepto de expiación personal o de perdón de los pecados? En cuanto a la creencia de que “los profetas indicaron claramente que Dios no quiere sacrificios de sangre”, queda claro de la lectura de las propias palabras de los profetas que a lo que ellos realmente se opusieron era a los sacrificios huecos y a las ofrendas vanas. Si uno quiere decir que los profetas querían abolir el sistema de sacrificios, ¡también debería decir que los profetas querían abolir el día de reposo! (Vea Isaías 1:13: “No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes”, énfasis añadido.) Los profetas enseñaron que los sacrificios sin misericordia y justicia eran vanos, y que traer una ofrenda sin un corazón contrito y arrepentido era

inaceptable. Ambos temas son constantemente reiterados en el Nuevo Testamento, y uno de los textos favoritos de Yeshúa fue Oseas 6:6: “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos” (véase, por ejemplo, Mateo 12:7). De hecho, cuando Yeshúa dio la Gran Comisión, dijo que “se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47, énfasis añadido). Sin arrepentimiento, el sacrificio de Yeshúa no hará al pecador bueno. Cuando el Templo fue destruido en 70 e.c., los rabinos instituyeron lo que ellos pensaban que eran otras formas de reparación, tales como la oración, las buenas obras y la caridad. Se encontró apoyo para esto en versículos como Oseas 14:2 (versículo 3 en algunas versiones), que dice poéticamente: “Te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios”. Sin embargo, aunque la Biblia describe a veces la oración, el arrepentimiento y la adoración con “imágenes de sacrificio”, nunca implica que estas cosas fueran a tomar el lugar de los sacrificios mismos. Así, en el Salmo 51, después de afirmar que “los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado” (v. 17), David dice: “Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada; entonces ofrecerán becerros sobre tu altar” (v. 19). Otro buen ejemplo es el Salmo 141, donde David pide que su oración sea puesta delante de Dios como incienso, y que el levantamiento de las manos sea como el sacrificio de la tarde. Sin embargo, ¡nadie sugeriría que el rey David, quien trajo el arca de Dios a Jerusalén, y que deseaba construir una “casa” permanente para el Señor, quería abolir el incienso o el sacrificio de la tarde! Los rabinos nos han enseñado mucho de bueno respecto a la oración, el arrepentimiento y las buenas acciones. Sin embargo, tan bella como es esta enseñanza, no nos provee un reemplazo adecuado para la sangre de la expiación. En el día de hoy, sigue habiendo judíos ortodoxos que, reconociendo la necesidad de un sacrificio expiatorio, matan a un pollo en Yom Kipur, lo mecen alrededor de sus cabezas y dicen: “¡Éste es mi sustituto! ¡Ésta es mi expiación!” ¡Qué triste testimonio de la falta de verdadero perdón a nuestro pueblo fuera de los caminos de Dios a través del Mesías! Y qué clara evidencia del hecho de que, con el Templo destruido, el judaísmo tradicional no ofrece ningún nuevo pacto, ratificado con sangre, y aceptable a los ojos de Dios.

• ¿Qué hicieron los judíos que vivían en el exilio babilónico, antes de que Yeshúa muriera y sin sacrificios que ofrecer, para hacer expiación? Es significativo que los judíos que estaban en el exilio en Babilonia anhelaban los días en que el Templo estuviera reconstruido, y reconocieron plenamente que fue a causa de su pecado que el Templo había sido destruido (vea Daniel 9:1-19). Curiosamente, los estudiosos creen que fue durante este tiempo del exilio que la enseñanza del Siervo sufriente de Isaías llegó a la prominencia. La esperanza en el Mesías fue cobrando vida, y el pueblo judío se estuvo dirigiendo a Aquel que traería a su cumplimiento el sistema de sacrificios de sangre del Antiguo Pacto, ofreciéndose a sí mismo. Para la época en que el Segundo Templo fue destruido en el año 70 e.c., Él ya había llegado y realizado su obra. Los judíos en la cautividad babilónica podían esperar la venida del Libertador y que se le quitara “la vida … mas no por sí” (Daniel 9:26). Hoy en día, nuestro pueblo judío puede mirar hacia atrás a Aquel que pagó el rescate de nuestras almas. • Aunque admitamos que necesitamos la sangre, todavía no puedo creer en Yeshúa. Dios quería la sangre de una cabra o un cordero, no de una persona. El escritor a los Hebreos afirma que “la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4). Es evidente que un Dios justo no podía aceptar la muerte de un inocente e ignorante animal en pago por los pecados humanos. Más bien, como Rashi afirma en su comentario sobre Levítico 17:11, había un principio implícito: “Porque la vida de la carne de cada criatura depende de la sangre, por lo tanto Yo la he dado [en el altar] para hacer expiación por la vida del hombre. ¡Que la vida venga y expíe por la vida!” Dios le estaba enseñando a su pueblo que el pecado merece la muerte (vea Deuteronomio 24:16, 30:15 y Ezequiel 18:4). Sin embargo, como Él es misericordioso y compasivo, proveyó una vía de escape: la vida de una víctima inocente tomaría el lugar del pecador. Pasajes tales como Isaías 53 dejan en claro, sin embargo, que estos sacrificios eran sólo una lección cuyo gran propósito apuntaba hacia adelante a la venida de Aquel que “ha

aparecido una sola vez y para siempre, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio para quitar el pecado” (Hebreos 9:26, DHH). Solamente su sangre podía proveer un sacrificio aceptable por los pecados del mundo. En el día más sagrado del año, el Yom Kippur, el Sumo Sacerdote debía cumplir un ritual realmente importante. Debía tomar dos machos cabríos y presentarlos delante del Señor (Levítico 16:7). A un macho se le daba muerte, y su sangre se ofrecía para hacer “expiación por el lugar santo a causa de las impurezas de los hijos de Israel y a causa de sus transgresiones, por todos sus pecados” (versículo 16, LBLA). Y luego tomaba el segundo macho cabrío, que aún estaba vivo, y, poniendo sus dos manos sobre su cabeza, “confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío” (versículo 21). A continuación, lo enviaba al desierto, donde el macho cabrío “llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada” (versículo 22). Dios había ideado un plan por el cual el pecado no sólo sería expiado, sino que en realidad sería quitado. La justicia sería satisfecha, porque el pecado sería castigado. Y sin embargo se cumpliría la misericordia, porque el pecador sería perdonado. Así, en términos físicamente gráficos y literales, el Señor estaba apuntando hacia adelante a la muerte del Mesías, quien, en un acto, proporcionaría la sangre de la expiación y quitaría de nosotros nuestros pecados. Y es este mismo concepto, a saber, que el sufrimiento del justo podría proveer expiación por los pecados del mundo, el cual es tan bien conocido en el judaísmo. Por lo tanto, el Zohar indica claramente que: “Los hijos del mundo son miembros los unos de los otros, y cuando el Santo desee conceder sanidad al mundo, hiere a un hombre justo de entre ellos, y por amor a él sana al resto. ¿De dónde aprendemos esto?” Del dicho: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados”, es decir, mediante el derramamiento de su sangre—como cuando un hombre sangra del brazo—, hubo sanidad para nosotros—para todos los miembros del cuerpo. En general una persona justa solo es herida con el fin de procurar la sanidad y la expiación para toda una generación.

¿Se podría pedir una declaración más clara de la muerte vicaria de Yeshúa, por cuyas heridas hemos sido sanados?

LA LEY (TORÁ) • La Torá es para siempre, cada jota y cada tilde, y sólo los judíos tradicionales la guardan. De hecho, incluso el llamado Nuevo Pacto de Jeremías 31 dice que Dios pondrá la Torá en nuestros corazones. Por lo tanto, ya que Yeshúa abolió la Torá, no puede ser el Mesías. Yeshúa vino a cumplir la Torá, no a abolirla, y sólo en Él podemos realmente decir que “la Torá es para siempre”. El ejemplo más claro de esta verdad se encuentra en lo relativo a los rituales del Tabernáculo y el sacerdocio levítico, que formaban una parte tan grande de la legislación mosaica. Una y otra vez se dijo que estas instituciones y las leyes que las rigen son “eternas” (véase, por ejemplo, Éxodo 27:21, 28:43; 29:9,28; 40:15). Pero con el Templo destruido, ¿cómo podría el pueblo judío observar estos mandamientos? Sin un santuario, ¿cómo podría haber sacrificios legítimos, agradables a Dios? El Nuevo Testamento provee la respuesta, pues no sólo Yeshúa predijo la destrucción del Templo con cuarenta años de antelación (véase, por ejemplo, Lucas 19:42-44), sino que, por su muerte vicaria en la cruz, Él cumplió las exigencias del sistema de sacrificios de la Ley. Cuando el Templo de hecho cayó, los seguidores de Yeshúa no tuvieron ningún problema, ya que no debían inventar otros medios alternativos de expiación. Su sacrificio por los pecados ya había sido hecho. En lo que al judaísmo tradicional concierne, no ha tenido sacrificios desde el año 70 e.c., pero quienes reconocen a Yeshúa como el Mesías han disfrutado su sacrificio hecho de una vez y para siempre para todas las generaciones. Así, Yeshúa, en lugar de abolir el sistema de sacrificios, lo ha llevado a su cumplimiento. De la misma manera, su identificación como el Cordero de Dios efectivamente ha profundizado, y subrayado el mensaje de la Pascua de liberación de la esclavitud, y los judíos mesiánicos pueden celebrar esta fiesta con mayor fervor y convicción que antes. ¡A través de

Moisés han sido librados de la mano de Faraón, y por medio de Yeshúa han sido redimidos del poder del pecado! Otro ejemplo se ve en el hecho de que el sacerdocio de todo Israel fue establecido como un objetivo de la Torá (Éxodo 19:6). Los fariseos buscaban hacer realidad este objetivo mediante el desarrollo de un sistema que requiere que cada judío viva con la misma limpieza ritual que un sacerdote consagrado. Por desgracia, esto sólo dio lugar a nuevas regulaciones y leyes, sin traer a la gente a un verdadero ministerio sacerdotal. Pero ahora, a través de Yeshúa el Mesías, todos los creyentes del Nuevo Testamento “son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta” (1 Pedro 2:5, NVI, énfasis añadido). La comunidad del Nuevo Testamento se ha convertido en el gran templo de Dios (véase Efesios 2:19-22), y cada creyente miembro tiene acceso directo a la santa presencia del Rey! En lo relativo a los mandamientos éticos de la Ley, Yeshúa siempre sacó los significados más profundos de los justos requerimientos de Dios, y rehusó permitir que seguir al Señor degenerara en una mera formalidad externa. Una característica clave del Nuevo Testamento como fue profetizado por Jeremías fue que la Torá sería escrita en nuestros corazones. Así, en lugar de destruir y anular la Ley, Yeshúa la plantó en nuestros corazones y nos dio a través del Espíritu la capacidad para no sólo oír, sino también obedecer. En cuanto al argumento de que aunque Yeshúa en realidad no abolió la ley, pero la cambió, se puede preguntar: “La tradición judía ¿no enseña que cuando el Mesías venga, dará mandamientos nuevos o una nueva Torá?” En otras palabras, si bien los principios justos de la Ley nunca van a cambiar, algunas de las normas terrestres ¿se verán afectadas? Y si esto es posible, ¿no pudo Yeshúa como el Mesías instituir ciertos “nuevos mandamientos”, ya que Él había traído el cumplimiento de las demandas de la Torá en su vida perfecta y muerte sacrificial? Siendo éste el caso, ¿es aún acertado decir que Yeshúa está cambiando la Ley? Pablo, Santiago y otros de los primeros seguidores de Yeshúa eran conocidos como judíos observantes que eran celosos de la Ley (Hechos 21:20-25). ¿Qué mejor prueba podría haber de que Yeshúa de ninguna manera pretendía contradecir, anular o derogar los mandamientos de Dios?

¡Es irónico que hoy, cuando los judíos mesiánicos quieren adorar en sábado, celebrar las fiestas y circuncidar a sus hijos como hijos de Abraham, se los llame engañosos e hipócritas! Si bien hay quienes sostienen que para que la profecía del Nuevo Pacto de Jeremías esté realmente cumplida, Dios tiene que colocar toda la Torá en nuestros corazones, este argumento se basa en una concepción errónea del significado bíblico de la Torá. En realidad, a pesar de que la palabra hebrea torá generalmente se toma como referencia a los primeros cinco libros de la Biblia (el Pentateuco), y aunque muchos judíos entienden todas las referencias a la torá en las Escrituras en el sentido de toda la revelación de Dios a su pueblo judío, el hecho es que torá tiene una variedad de significados en el Tanaj. En el sentido de “la Torá”, puede ser un sinónimo de los cinco primeros libros. Sin embargo, más a menudo simplemente significa “enseñar”, “instrucción”, “ley” o “reglamento”. Por lo tanto, cuando Jeremías profetizó que bajo el Nuevo Pacto, Dios pondría la Torá en el corazón de Israel y de Judá, estaba diciendo que la enseñanza de Dios sería plantada en el creyente, y que la revelación del Señor, por el Espíritu (vea Ezequiel 36:2527), sería internalizada. ¡No estaba diciendo que la Torá judía tradicional, que consiste en la Mishná y el Talmud, sería automáticamente colocada en el corazón de los participantes de este pacto! Tal concepto no sólo habría sido extraño a los oídos de Jeremías, habría sido totalmente ajeno, ya que el concepto de “interpretación tradicional de la Ley” ¡ni siquiera había llegado a la existencia! Y, aunque los judíos tradicionales sostienen que la “ley oral” fue revelada a Moisés, casi todos los estudiosos judíos modernos admiten que gran parte de la ley oral ni siquiera existía antes de los días de Yeshúa. Por lo tanto, es con todo derecho que los judíos mesiánicos dicen ser los verdaderos herederos de Moisés y los profetas, los hijos del Nuevo Pacto. No nos inclinamos hacia la tradición judía posterior. Ponemos firmemente nuestros pies en la revelación escrita de Dios. • De acuerdo con la Ley, Yeshúa fue un falso profeta, y los que le siguen son culpables de la peor clase de idolatría: ¡hacer Dios a un hombre! Deuteronomio 13:1-3 dice:

Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma. De acuerdo con estos criterios, Yeshúa sólo puede ser clasificado como un profeta verdadero y fiel, ya que todo el objeto de su ministerio terrenal fue para traer gloria y honor a su Padre, el Dios de Israel. Cuando se le preguntó cuál era el primero y más grande mandamiento, Jesús contestó: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” (Marcos 12:29-30). Mateo registra que cuando la multitud vio los grandes milagros que Él hizo “glorificaban al Dios de Israel” (Mateo 15:31). Una y otra vez, Yeshúa le señaló a la gente hacia Dios. ¿Cómo podría decirse entonces que Yeshúa mismo era Dios? ¿Y no es esto, de hecho, hacer a Dios hombre? En primer lugar, cabe destacar que tanto judíos tradicionales como judíos mesiánicos están de acuerdo en que “Dios no es hombre” (Números 23:19), y que para Dios en su totalidad convertirse en hombre significaría que Dios deje de ser Dios. Y sin embargo, el judaísmo a menudo se ha preguntado cómo Dios, que es un Ser espiritual infinito, puede entrar en comunión con el hombre, que es un ser físico (y espiritual) finito. En respuesta a esta pregunta, varias corrientes de enseñanza judía han ofrecido algunas soluciones diferentes, y sin embargo todas ellas tienen este pensamiento en común: de una u otra manera, Dios se dignó descender al nivel del hombre. Algunos rabinos enseñaban que Dios, el Espíritu perfecto, descendió hasta el hombre, el terrícola imperfecto, por medio de sucesivas emanaciones (en hebreo, sefirot) de su ser. En otras palabras, Él se reveló en sucesivas etapas o esferas, hasta que, en la esfera más baja, pudo ser percibido por el hombre. Otros creían que se reveló al hombre por medio de su Verbo Divino (arameo, memra).

Cada uno de estos conceptos nos ayuda a comprender la interpretación del Nuevo Testamento de Yeshúa como Hijo del Hombre e Hijo de Dios. En primer lugar, la idea de que existen diferentes esferas o emanaciones de Dios es similar a la idea de la Trinidad: Dios, que es uno, existe en las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es sólo de esta manera que Él se revela al hombre. Por lo tanto, Yeshúa (el Hijo) bajó a la tierra para revelar al Padre al mundo. Esto es lo que quiso decir cuando dijo: “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre” (Juan 16:28); y: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27). También hay mucha enseñanza judía que habla de la Shekinah, la Presencia Divina misma, yendo al exilio con el pueblo judío. De acuerdo con este concepto, Dios no puede volver a estar “completo” hasta que su pueblo regrese de su exilio físico y espiritual, ya que los rabinos vieron en la Shekinah el aspecto “maternal” de Dios, sufriendo con sus hijos en tierras extrañas. Similarmente, el Nuevo Testamento nos enseña que Dios, en la persona del Hijo, se ha unido con el hombre: Yeshúa es, pues, plenamente hombre y plenamente Dios. Como el Hijo, el que procede del Padre, Él fue la “imagen del Dios invisible” para nosotros. Como Hombre, Él vivió una vida perfectamente justa y murió por nuestros pecados, convirtiéndose así en el “nuevo” o “segundo” Adán. En cuanto a la revelación de Dios por medio de su memra (Palabra), la enseñanza judía entiende que, porque Dios es infinito y está totalmente por encima del hombre, Él sólo puede interactuar con nosotros por medio de su Palabra. Así, en lugar de que Dios mismo “toque” esta tierra, lo hace por medio de su memra. Por supuesto, los lectores del Nuevo Testamento de inmediato pensarán en la descripción de Juan de Yeshúa como “el Verbo” (griego, logos) Quién estaba con Dios en el principio, y sin embargo, al mismo tiempo, era Dios. Y, aunque “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre”, nos ha manifestado a Dios a nosotros (Juan 1:18). ¡Aprendemos sobre el Padre por medio de su Palabra! Y, así como las Escrituras hebreas declaran que Dios creó todas las cosas por su Palabra (vea Génesis 1 y Salmo 33:6-9), así también el Nuevo Testamento nos enseña que es a través de Yeshúa que todas las cosas fueron creadas, y es por Él que todas las cosas subsisten (Colosenses 1:16-17).

De todo esto podemos aprender dos hechos importantes. En primer lugar, mientras que el judaísmo siempre ha enseñado que sólo Dios es el Salvador, también ha enseñado que, en cierto sentido, “el hombre debe salvarse a sí mismo”. Estos dos conceptos, ambos enraizados en las Escrituras, se cumplen en Yeshúa: Como hombre, rompió el poder del pecado sobre el hombre y pagó el castigo por nuestra desobediencia; como Dios, Él es el único medio por el cual podemos ser salvos, ya que el hombre sin Dios siempre se extravía. En segundo lugar, aunque el concepto de la Trinidad del Nuevo Testamento no acepta diferentes niveles de deidad (aunque el concepto místico judío de sefirot parece ver las divinas “emanaciones” de esta manera), el énfasis constante en las Escrituras es que el Padre es Dios y Yeshúa es el Mesías. Por lo tanto, Pablo pudo escribir que, cuando todas las cosas se sometan a Yeshúa el Hijo, “entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:28). Es claro, entonces, que, más bien que tener una tosca e idólatra idea de Dios, el Nuevo Testamento nos ha explicado la verdadera manera en que Dios podía seguir siendo el alto y sublime Santo, sentado en su trono celestial, mientras que al mismo tiempo, como el Salvador del mundo, se inclinaba hasta el más vil pecador. Y es a través del ministerio terrenal de Yeshúa que incontables millones de personas de todo el mundo “se convirtieron a Dios dejando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9, NVI). Sólo Él es el Salvador, y sólo Él traerá las naciones a Dios. Nota de la traducción: a. Traducción transcripta por el Dr. Gary Williams en Hageo, notas expositivas, pág. 5, punto 4.2.2.4., como “Himno de Jánuca”, “citado en Baldwin, pág. 55”.) En obrerofiel.

CLAVES PARA ENTENDER LA PROFECÍA MESIÁNICA POR EL DR. MICHAEL BROWN

“¡No sé de qué está usted hablando!” “¡Está malinterpretando completamente a Isaías!” “¡Este versículo no tiene absolutamente nada que ver con su Jesús! ¡De hecho, ni siquiera es una profecía mesiánica!” “En cuanto a las verdaderas profecías mesiánicas, Jesús no cumplió ninguna de ellas.” Estos son algunos argumentos comúnmente utilizados por los que no creen en Yeshúa como su Mesías. A continuación se enumeran importantes claves y principios que le ayudarán a ver que, real y verdaderamente, Yeshúa cumplió las profecías de las Escrituras hebreas. 1) Las profecías mesiánicas no están claramente identificadas como tales. No hay un solo versículo en toda la Biblia hebrea que esté específicamente identificado como una profecía mesiánica. ¡En ninguna parte la Escritura dice: “El siguiente párrafo contiene una predicción del Mesías!” Por lo tanto, si se acepta o no cierto pasaje como mesiánico depende en gran medida de cómo uno entienda la persona y la obra del Mesías. Por ejemplo, si alguien cree que el Mesías será un rey que traerá paz a la tierra, es probable que interprete Isaías 11 como una profecía mesiánica. Pero no va a interpretar Isaías 53 en forma mesiánica, ya que no se ajusta a su idea preconcebida de lo que el Mesías hará. Y así, cuando yo señale Isaías 53, con seguridad me dirá: “¡Pero eso no es una profecía mesiánica!” ¿Cómo puedo responder a este argumento? Haciendo sólo dos preguntas

sencillas: “¿Quién dice que Isaías 53 no es mesiánico, mientras que Isaías 11 es mesiánico? ¿Quién dice que su interpretación es la correcta?” En otras palabras, quiero ayudarlo a ver que su comprensión de la profecía mesiánica está basada en preconceptos tradicionales, en contraposición a la objetiva verdad escritural. Quizás es él quien ha traído nociones preconcebidas al texto. Si él está abierto al diálogo, puedo llevar las cosas un paso más allá y preguntar: “¿Está seguro de que su visión del Mesías es la correcta? ¡Tal vez le falten algunas piezas del rompecabezas! ¿Cómo sabe usted que el Mesías no ha venido?” ¡Y desde allí puedo mostrarle el camino! 2) La esperanza mesiánica se desarrolló gradualmente en Israel. Las profecías mesiánicas no fueron claramente identificadas como tales porque no se entendieron inicialmente como una referencia al Mesías. Además, la palabra hebrea mashíakj (Mesías), que literalmente significa “un ungido”, casi nunca se refiere al Mesías en la Biblia hebrea. En cambio, se refiere al rey ungido (como Saúl o David), el sumo sacerdote ungido (como Aarón), o incluso a un “ungido” (elegido) gobernante extranjero (como Ciro). Apliquemos esto a la esperanza mesiánica de Israel. David fue un gran rey, un mashíakj del Señor; lo fue su hijo Salomón, quien tuvo un maravilloso reinado de paz. Muchos de los Salmos fueron escritos por ellos o sobre ellos: el Salmo 72, que es una oración de Salomón; el Salmo 2, que celebra la coronación del rey; o el Salmo 45, que conmemora la ceremonia de la boda real. Y cuando todo estaba bien, el pueblo de Dios no reconocía que tuviera necesidad del Mesías. Pero cuando los reyes de Israel comenzaron a fracasar, cuando no hubo más Davides o Salomones, y cuando el pueblo judío fue exiliado de su tierra, comenzaron a darse cuenta de su necesidad de un mashíakj especial, sobrenaturalmente ungido por Dios. ¿Y qué cree usted que ocurrió cuando volvieron y releyeron los Salmos? ¡Comenzaron a ver el significado mesiánico de los versículos! Reconocieron, por ejemplo, que el Salmo 2, que profetizó el dominio mundial del ungido del Señor, no se cumplía en David, Salomón, o cualquier otro rey. Sólo podía ser cumplido por el Mesías. Y así, poco a poco, comenzaron a entender la esperanza mesiánica.

3) Muchas profecías bíblicas se cumplen gradualmente. Este principio básico se aplica a todo tipo de profecía, sea mesiánico o no. Esto también está implícito en la palabra “cumplir”: las palabras del profeta tenían que ser “llenadas completamente” para estar “cumplidas”. Ezequiel, que vivía exiliado en Babilonia, profetizó que su pueblo volvería de su cautividad. El cumplimiento comenzó en el año 538 a.e.c., cuando el primer grupo de exiliados regresó a Judá; continuó en el siglo pasado con el retorno del pueblo judío a la Tierra, y alcanzará su cumplimiento cuando Jesús vuelva y reúna a su pueblo disperso por todos los confines del globo. ¡Más de 2500 años y se sigue cumpliendo! Ahora demos una mirada a una profecía mesiánica. Zacarías profetiza que cuando el Rey de Israel venga, será “justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno.… y su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra” (9:9-10). Si usted le muestra esto a un rabino, probablemente le dirá: “¡Está claro que Jesús no lo ha cumplido!” ¿Cómo le voy a responder? Simplemente, explicándole que la profecía se está cumpliendo en la actualidad (es decir, actualmente está en proceso hacia su pleno cumplimiento): Jesús vino como el profeta dijo: “justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno”; cada día el número de individuos sobre los que Él reina como rey se sigue incrementando (¡incontables millones en todos los países!) y en el futuro, cuando Él vuelva, establecerá completamente su reinado. 4) Los profetas vieron la venida del Mesías en el horizonte inmediato de la historia. ¿Alguna vez se paró en la cima de una montaña y miró hacia otro pico de la montaña? Las montañas parecen estar una al lado de otra, aunque haya un enorme valle entre ellas. Lo mismo sucede con la profecía bíblica. Los profetas vieron el futuro a través de un telescopio. Cosas lejanas en el tiempo parecían cercanas. No se dieron cuenta de que pasarían siglos entre su predicción inicial y su efectivo cumplimiento. En realidad, ¡para los profetas, la expresión “al final de los días” podría haber significado “a la vuelta de la esquina”!

¿Por qué es importante entender este principio en relación con la profecía mesiánica? Porque a los creyentes en Yeshúa a menudo se los acusa a de tomar un versículo “fuera de contexto”. Se nos dice: “Esa profecía corresponde a los días de Isaías, hace 2700 años. ¡Ciertamente no se refiere a Jesús!” Pero, ¿realmente corresponde a los días de Isaías, o fue un ejemplo de profecía telescópica? Isaías ¿hizo ver la venida del Mesías (es decir, de un gran libertador) en el contexto de sus propios días? Demos una mirada a Isaías 9:1-7 (8:23-9:06 en algunas Biblias) donde se predice que el yugo del enemigo (es decir, Asiria) sería quebrado por el hijo de David, que ya había nacido. Y este hijo de David tendría un reino de paz sin límite. ¿Cuándo fue aplastada Asiria? Hace 2600 años. ¿Quién nació poco antes de ese tiempo? Ezequías. ¿Cumplió él la profecía? ¡Obviamente que no! Pero el profeta vio la llegada del futuro gobernante davídico como si estuviera a punto de suceder en sus propios días. Estemos atentos a las profecías de este tipo, ya que son extremadamente comunes. De hecho, esta clave de interpretación profética es en realidad un resumen de los tres primeros principios que acabamos de dar. Si los vuelve leer, verá cómo las cosas comenzarán a calzar en su lugar. 5) Es importante leer todas las profecías en su contexto general de las Escrituras. ¿Los escritores del Nuevo Testamento toman versículos del Antiguo Testamento fuera de contexto, o son fieles al significado del texto? En Mateo 1:23, Isaías 7:14 se aplica al nacimiento de Jesús (la virgen dará a luz un hijo y llamará su nombre Emanuel). Pero ¿Es esa una cita fiel de Isaías? ¿Cómo aplica Mateo una señal dada al rey Acaz alrededor de 734 a.e.c. al nacimiento de Yeshúa más de 700 años después? ¿Cómo podría ser eso una señal relevante? Tenga en cuenta el contexto de los capítulos 7-11 de Isaías. Judá estaba siendo atacado por Israel y Aram. Estas naciones quería reemplazar a Acaz, quien representaba la casa de David (vea Isaías 7:2,13), por su propio hombre llamado Ben Tabeel. Esto significaría el fin del reinado de David en Judá. Pero como Acaz no le pidió a Dios una señal, Dios mismo le dio una: un niño llamado Emmanuel (que significa “Dios está con nosotros”)

iba a nacer y unos años después, antes de que el niño estuviera muy crecido, los enemigos de Judá serían destruidos. ¿Quién era este Emmanuel? Obviamente, un niño que le nacería a la casa de David en lugar del infiel Acaz, un hijo que sería una señal de que Dios estaba con su pueblo (en otras palabras, ¡una buena noticia para la nación y una mala noticia para Acaz!). Pero ¿su nacimiento es mencionado en el libro de Isaías? ¡No! De hecho, el nacimiento del hijo de Isaías Maher-salalhasbaz en Isaías 8:1-4 parece ocurrir como un marcador de tiempo (lea Isaías 7:14-16 y 8:3-4: antes de que Maher-salal-hasbaz fuera muy grande, los enemigos de Judá serían destruidos: ¡justo lo que fue dicho acerca de Emmanuel!). ¿Qué pasó con Emmanuel? Nada se dice claramente. Pero lo que sí se dice claramente en Isaías 9:6-7 (9:5-6 en algunas Biblias) y 11:1-16 es que saldrá una vara de Isaí (el padre de David) que regirá a las naciones en justicia. ¡Y éste fue el contexto de Mateo! ¡Estaba leyendo todo Isaías 7-11! Así, cita Isaías 7:14 en Mateo 1:23; Isaías 9:1-2 (8:23-9:1 en algunas Biblias) en Mateo 4:15-16; y alude a Isaías 11:1 en Mateo 2:23 (la palabra hebrea para “nazareno” se asemeja a la palabra hebrea para “vástago”). ¿Hubo alguien nacido en los días de Isaías, que comenzó a cumplir la profecía de Emmanuel? Sencillamente no lo sé. Pero de esto podemos estar seguros: Jesús, el rey ideal de la casa de David, y claramente el tema de las profecías mesiánicas de los capítulos 9 y 11, ¡es Emmanuel—Dios con nosotros—en el pleno sentido de la palabra! 6) El Mesías iba a ser a la vez sacerdote y rey. Todo el que cree en el Mesías acepta la profecía real de las Escrituras como referida al Mesías Rey. Pero ¿qué pasa con las predicciones de sufrimiento. ¿Qué tienen que ver estos versículos con el Mesías? ¡Ésta es una respuesta importante! Las profecías de sufrimiento y muerte señalan al ministerio sacerdotal del Mesías, ya que era el deber del Sumo Sacerdote interceder por su pueblo y hacer expiación por sus pecados. ¿Sabía usted que en el primer siglo de nuestra era había una creencia generalizada en la llegada de un figura sacerdotal mesiánica, así como una figura real mesiánica? Esta creencia era casi correcta. Él iba a ser un

sacerdote e iba a ser un rey, ¡sólo que estas dos figuras eran una! Según el Salmo 110, el gobernante davídico sería a la vez sacerdote y rey. En Zacarías 6, la corona es colocada en la cabeza del Sumo Sacerdote llamado Josué (¡también se le llama Yeshúa en Esdras y Nehemías!), que entonces es mencionado como “el Renuevo”, ¡un título mesiánico! Por lo tanto, está claro que el Mesías tendría un doble papel: como Sumo Sacerdote tomaría los pecados de su pueblo sobre sí mismo e intercedería por ellos; como Rey reinaría y gobernaría. Como el judaísmo tradicional ha olvidado en gran parte la obra sacerdotal del Mesías, no siempre se han reconocido los pasajes clave de Isaías como referidos a Él. 7) El Mesías es el representante ideal de su pueblo. En el antiguo Israel, el rey y su pueblo eran uno. Como eran los reyes de Israel, así era la nación. Ellos se vieron a sí mismos representados en su cabeza. ¿Cómo se aplica esto al Mesías? En primer lugar, la historia de Israel es paralela a la vida de Jesús. Por ejemplo, cuando Moisés nació, Faraón estaba tratando de matar a los bebés varones israelitas, y cuando Jesús nació, Herodes empezó a matar bebés judíos. Además, tanto la nación de Israel como Jesús pasaron sus primeros años en Egipto. (¡Es por eso que Mateo cita Oseas 11:1 en Mateo 2:15! Compare también Mateo 2:20 con Éxodo 4:19.)

Y porque el Mesías era el representante ideal de su pueblo, Él cumple las palabras de sus salmos. Así, el Salmo 22, el salmo del justo sufriente al que Dios libera maravillosamente, no es identificado en absoluto como una profecía mesiánica. Sin embargo, para cualquier lector imparcial, es claro que tanto la profundidad del sufrimiento descrito, como los efectos universales de la liberación sólo pueden referirse a Jesús, el ideal justo Sufriente, el Rey representativo, el mayor que David. Por lo tanto, los escritores del Nuevo Testamento a menudo ven los Salmos como conteniendo profecías mesiánicas, ya que el Mesías es visto como el representante en última instancia.

¿Cómo se pueden poner juntos todos estos principios? Cada vez que usted vea una profecía mesiánica citada en el Nuevo Testamento, búsquela en el Antiguo Testamento y lea toda la sección de la que se toma (esto podría ser un párrafo, un capítulo, o aún más). Luego, trate de ver cuál de las claves interpretativas explica la cita. Recuerde: ¡Muchas veces varios principios están operando juntos! No sólo enriquecerá su comprensión de la Palabra, sino que aprenderá a apreciar cuán maravillosamente Dios ha entretejido juntas las profecías de la venida del Mesías.

¿TIENEN RAZÓN LOS RABINOS? POR EL DR. MICHAEL BROWN1 Los siguientes pasajes están extractados de un casete especial titulado: “¿Tienen razón los rabinos?” presentada por It’s Supernatural! y Messianic Vision.

Es frecuente que la comunidad rabínica diga a los cristianos que usted no puede tener un cristianismo sin Cristo. Y se lo dice de una manera negativa. En otras palabras, usted puede tener un judaísmo sin un Mesías, pero no puede tener un cristianismo sin un Cristo. No lo tomo como un insulto. Doy gracias a Dios por enviarnos el Mesías. Pero quiero darle una declaración paralela: usted no puede tener un judaísmo rabínico sin un rabino. No puede tener un judaísmo tradicional sin una tradición. Según la enseñanza rabínica, citando una introducción al Talmud de un famoso erudito judío llamado Zevi Hirsch Chajes: “La Torá, la instrucción divina, se divide en dos partes: la ley escrita y la no escrita. La primera, la ley escrita, consiste en el Pentateuco, que fue revelada por Dios a Moisés en el Sinaí”. Todos aceptan el Pentateuco (los cinco libros de Moisés) como autoridad, la ley escrita que Dios le dio y que sirvió de base para todo el pensamiento judío posterior, todas las leyes judías posteriores, toda la enseñanza judía posterior. Este es el fundamento y estoy de acuerdo con esto. Pero ahora Chajes va a decir: “esta última, la ley no escrita, abarca exposiciones e interpretaciones que fueron comunicadas a Moisés oralmente como un suplemento de la primera”. La visión judía tradicional es que Dios le dio a Moisés la ley escrita, que a menudo es oscura y no dice todo lo que usted necesita saber. Eso se puso

por escrito. Y luego Dios le dijo a Moisés todas las otras cosas, en realidad cientos y miles de leyes e interpretaciones y puntos de vista sobre las Escrituras. Le dijo a Moisés que las pasara a Josué y Josué a los ancianos que vivieron en su día y luego los ancianos a los profetas, y así sucesivamente hasta la época de Jesús y después de eso hasta la comunidad rabínica de estos días. Algunas de esas tradiciones fueron escritas. Esas se llaman el Mishná, el Talmud y los códigos de la ley judía posterior. Otras tradiciones fueron aprobadas sólo en forma oral. Pero de acuerdo con Chajes: “La lealtad a la autoridad de dicha tradición rabínica es obligatoria para todos los hijos de Israel dado que estas explicaciones e interpretaciones han llegado hasta nosotros de boca en boca, de generación en generación directamente desde la época de Moisés”. Estas frases que acabo de citarle son el punto de vista tradicional estándar. La ley oral se le dictó a Moisés y él la pasó, la transmitió directamente, y ha sido transmitida literalmente a través de todas las edades. Y aquí dice: “Nos han sido transmitidas a nosotros precisa, correctamente y sin adulterar. Y el que no da su adhesión a la ley no escrita y a la tradición rabínica no tiene derecho a compartir la herencia de Israel”. Chaim Schimmel, un abogado judío que escribió un libro llamado The Oral Law (La Ley oral), hablando de nuestro pueblo judío, dice esto, que es muy sorprendente: “Ellos no siguen la palabra literal de la Biblia, ni lo han hecho. Han sido formados y regidos por la interpretación verbal de la palabra escrita, especialmente por la Torá, que comprende tanto la ley escrita como la oral”. Aquí está el problema que tengo con todo esto. Puedo demostrarle con los cinco libros de Moisés y a través del resto de la Escritura que no hubo tal cosa como una tradición oral autoritativa. Dios hizo un pacto con Israel para todo tiempo sobre la base de la palabra escrita y sólo la palabra escrita. Cada referencia individual en toda la Biblia hebrea a la violación de la Torá de Moisés es sólo una referencia a la violación de la Torá escrita. No hay ninguna referencia a la violación de ninguna ley oral, tradición oral, ni nada. ¿Por qué? Porque no existe. Se desarrolló mucho más tarde y luego en la memoria de la gente fue atribuida a una época anterior de la historia. Sin embargo, a pesar de la falta de evidencia, la comunidad rabínica ha dado una gran importancia a la ley oral. El Tratado Gittin, 60b del Talmud

de Babilonia, dice: “El Santo, bendito sea, no hizo su pacto con Israel, sino en virtud de la ley oral”. Y luego, en el Talmud de Jerusalén, en el Tratado Pe’ah, sección tres, Halajá tres, un rabino estaba tratando de averiguar qué era más importante, la ley oral o la ley escrita. Él dice: “Las palabras fueron dadas oralmente y las palabras fueron dadas por escrito y yo no sabía cuál de los dos conjuntos era el más valioso. Sin embargo, desde el versículo, Éxodo 34:27: ‘De acuerdo con estas palabras he hecho un pacto con vosotros …,’ nos enteramos de que las que se transmitieron por vía oral son las más valiosas.” ¿Qué tiene que ver Éxodo 34:27 con la ley oral? Permítame leerle este versículo de la Versión Reina Valera 1960a (todas las escrituras que siguen son de esta versión, salvo que se indique otra cosa): “Y Jehová dijo a Moisés: Escribe tú estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho pacto contigo y con Israel”. Mire esto. “Escribe tú estas palabras”. ¿Cómo llegan sobre la base de la interpretación este versículo a que la ley oral es más valiosa que la ley escrita porque ella explica e interpreta la ley escrita? Muy sencillamente: por una total malinterpretación de las palabras hebreas traducidas “conforme a”. Las palabras hebreas por mismas significarían “en la boca”. Pero todo erudito hebreo estaría de acuerdo en que aquí las palabras significan “conforme a”. Así que Dios no dijo: Estoy haciendo un pacto con ustedes basado en la ley oral. Él dijo: Yo estoy haciendo un pacto con ustedes, basado en lo que vas a escribir. Muchas veces la comunidad rabínica acusa a los judíos mesiánicos de sacar de contexto las escrituras y de torcer el significado de la Escritura. Y yo diría con todo respeto al gran aprendizaje que muchos rabinos tienen, que los fundamentos del judaísmo rabínico se basan en interpretaciones erróneas y distorsionadas de la Escritura. Quiero enfrentarlo a usted con lo siguiente: Al dar a la ley oral un lugar más alto que a la Palabra escrita de Dios, la tradición rabínica ha usurpado la autoridad divina. La tradición rabínica ha reemplazado a la voz profética. La tradición rabínica ha tomado el lugar de un encuentro cara a cara con Dios. Déjeme explicar lo que quiero decir por un encuentro cara a cara con Dios. En Deuteronomio 5:2-4, Moisés habla a los hijos de Israel, que están a punto de entrar en la tierra prometida después de casi cuarenta años de

vagar por el desierto. Les dice: “Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb [Sinaí]. No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos. Cara a cara habló Jehová con vosotros en el monte de en medio del fuego …” (aclaración entre corchetes añadida). Usted dice: “Bueno, ¿qué significa eso?” ¿Acaso Dios no hizo un pacto con nuestros antepasados y aquí Moisés está diciendo que no lo hizo con nuestros padres, sino sólo con nosotros? Esto es lo que significa. Moisés dijo que Dios hizo el pacto con nosotros los vivos. Sí, Él había hecho un pacto con vuestros padres, pero ellos están muertos ahora. Ellos murieron en el desierto. Es con ustedes que escucharon a Dios hablar desde la montaña cara a cara y siguen vivos, con quienes Él hizo el pacto. ¿Por qué? Porque Dios no hace pactos con los muertos, sino sólo con los vivos. No puedo decir: “Bueno, Dios hizo un pacto con mis antepasados, por lo tanto estoy incluido en él”. No. Yo mismo tengo que entrar en él. Yo mismo debo tener esa experiencia de vida, vivir ese entrar en relación de pacto con Dios. ¿Pero acaso Dios no hace también un pacto con nuestros hijos? Sí, pero ellos mismos deben entrar en él de una manera viva. Cuando le pregunté a un hombre ultra-ortodoxo por qué vive su forma de vida, la esencia de su respuesta fue: “Bueno, es bastante buena. Mi padre lo hizo, yo lo aprendí de él, ahora voy a enseñarla a mis hijos y ellos van a aprender de mí y van a crecer y hacer las mismas cosas que hago”. ¿Ha entrado usted en esa relación con Dios que tuvieron Moisés y la primera generación de israelitas, o simplemente imitó lo que había aprendido y sus padres imitaban lo que habían aprendido? No me refiero a imitar en un sentido negativo, quiero decir siguiendo las tradiciones que se han aprendido de memoria. ¿Es eso lo que está haciendo usted como judío tradicional? Uno de los fundamentos del judaísmo rabínico es que la mayoría gobierna. El único texto de la Biblia que se utiliza para probarlo es Éxodo 23:2-3: “No imites la maldad de las mayorías. No te dejes llevar por la mayoría en un proceso legal. No perviertas la justicia tomando partido con la mayoría. No seas parcial con el pobre en sus demandas legales” (NVI). En otras palabras, no sigas a la mayoría (poderosos). Lo que los rabinos

hicieron fue eliminar la palabra “no” y entonces dicen: “Sigue a la mayoría”. Si usted lee lo que los eruditos rabínicos dicen de esto, se admite que este versículo está fuera de contexto y que se ha cambiado su significado. En ninguna parte la Biblia sugiere tal cosa, que la mayoría de los líderes de la comunidad tiene la visión correcta. En realidad, en esencia cada vez que usted lea la historia de nuestro pueblo judío en la Biblia, verá muy claramente que la mayoría, incluso la mayoría de los líderes, casi siempre se equivoca. “¿Cómo sabe usted lo que está bien o mal?” le pregunté. Lo primero es que tenemos la palabra escrita. El que viola o cambia el significado de la palabra escrita no puede estar siguiendo a Dios. Ellos no podían estar en lo cierto. No sólo eso, Dios confirmaría su Palabra con milagros, señales y maravillas. Y finalmente, Dios le habló a su pueblo a través de los profetas. Uno de los rabinos más grandes de todos los tiempos fue Moisés Mamonides (1135–1204). En su introducción a su comentario sobre la Mishná, dice algunas cosas muy sorprendentes. Dice que si alguien que es un profeta probado le dice a usted que siga la palabra literal de la Torá y la palabra literal es contraria a la interpretación rabínica, él es un falso profeta. Eso está diciendo que la autoridad rabínica humana tiene más peso, es más poderosa, más decisiva que el testimonio de un profeta probado siguiendo la palabra literal de la Escritura. Si usted acepta esto, entonces el sentido llano de la Biblia ya no es vinculante. Usted puede hacer que cualquier cosa signifique cualquier cosa. La opinión del rabino es que de una u otra manera la interpretación rabínica es la verdadera interpretación de la ley escrita, aun cuando parezca contradecir lo que está escrito. Lo que yo quiero decir es esto: Éxodo 24, versículos 3-4, dice que Moisés leyó en voz alta todas las palabras que fueron escritas en el libro y que ése era el pacto que el Señor hizo con los hijos de Israel. (Vea también Éxodo 34:27.) Josué 1:8 dice: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien”. ¿Lo hemos entendido? “No deje que este libro de enseñanza se aparte de tu boca …” Eso es lo que Dios dio al pueblo

de Israel. Es la Torá escrita. La Torá oral, la tradición oral fue algo que llegó mucho más tarde y viola la autoridad profética. Recuerdo la primera vez que creí que Jesús era el Mesías, que había venido a cumplir las promesas de la Torá que Dios levantaría un profeta y que él era el último gran profeta que Dios levantaría para hablarle a Israel. Comprendí que él vino como el cumplimiento de la imagen del sumo sacerdote de la Torá que se levanta y hace el sacrificio y la expiación por los pecados del pueblo. Se dice en Isaías 53, que el siervo justo del Señor: mi siervo justo justificará a muchos, y cargará con las iniquidades de ellos. Por lo tanto, le daré un puesto entre los grandes, y repartirá el botín con los fuertes, porque derramó su vida hasta la muerte, y fue contado entre los transgresores. Cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores (vv. 11b-12, NVI). Cuando comprendí que Jesús hizo expiación por mí, mi vida fue radicalmente cambiada. Quiero que usted entienda este gran misterio, que Jesús, que fue exaltado y reconocido como el Mesías y amado y adorado por hombres y mujeres, millones y millones de ellos en todo el mundo, hasta hoy, fue un carpintero judío que fue clavado en un madero y despreciado por nuestro propio pueblo. Y en este día es despreciado por muchos de nuestro propio pueblo. Pero Él es la clave. Ése es el misterio. Él fue el exaltado, Él fue el despreciado. Es Uno y el mismo. ¿Tienen razón los rabinos sobre el Talmud? ¿Tienen razón los rabinos acerca de Jesús?

NOTA FINAL 1. “Diálogo”, “¿Quién es Él?”, “Diálogo de avanzada”, “Claves para entender la profecía mesiánica,” y “¿Tienen razón los rabinos?”, por el Dr. Michael Brown, publicados anteriormente en el libro de Sid Roth There Must Be Something More! (Brunswick, GA: Messianic Vision Press, 1994). Nota a la traducción:

a. El autor utiliza en esta sección la New Jewish Version (Nueva Versión Judía), que no está disponible en castellano, pero dice lo mismo que la traducción que utilizamos. El texto en inglés es: “And the Lord said to Moses: Write down these commandments, for in accordance with these commandments I make a covenant with you and with Israel”.

SOPLA EL SHOFAR PARA HACER LA ALIYÁ

Es tiempo de que los judíos hagan la Aliyá (regresen) a Israel. Estos son diez de más de 700 escrituras en las que Dios promete la Tierra de Canaán a su pueblo elegido y le manda o lo alienta a volver a la tierra de Israel, que les ha dado como herencia eterna. Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Ahora volveré la cautividad de Jacob, y tendré misericordia de toda la casa de Israel, y me mostraré celoso por mi santo nombre. Y ellos sentirán su vergüenza, y toda su rebelión con que prevaricaron contra mí, cuando habiten en su tierra con seguridad, y no haya quien los espante; cuando los saque de entre los pueblos, y los reúna de la tierra de sus enemigos, y sea santificado en ellos ante los ojos de muchas naciones. Y sabrán que yo soy Jehová su Dios, cuando después de haberlos llevado al cautiverio entre las naciones, los reúna sobre su tierra, sin dejar allí a ninguno de ellos. Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor (Ezequiel 39:25-29). Oh Sion, la que moras con la hija de Babilonia, escápate (Zacarías 2:7). Porque yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí; pero a ti no te destruiré, sino que te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo (Jeremías 30:11). Salid de en medio de ella, pueblo mío, y salvad cada uno su vida del ardor de la ira de Jehová.… Los que escapasteis de la espada, andad,

no os detengáis; acordaos por muchos días de Jehová, y acordaos de Jerusalén (Jeremías 51:45,50). Los que siguen a ídolos vanos [las comodidades de Babilonia] abandonan el amor de Dios (Jonás 2:8, NVI, aclaración entre corchetes añadida). Sacúdete del polvo; levántate y siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion. Porque así dice Jehová: De balde fuisteis vendidos; por tanto, sin dinero seréis rescatados (Isaías 52:23). Establécete señales, ponte majanos altos, nota atentamente la calzada; vuélvete por el camino por donde fuiste, virgen de Israel, vuelve a estas tus ciudades (Jeremías 31:21). No obstante, he aquí vienen días, dice Jehová, en que no se dirá más: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de tierra de Egipto; sino: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres. He aquí que yo envío muchos pescadores, dice Jehová, y los pescarán, y después enviaré muchos cazadores, y los cazarán por todo monte y por todo collado, y por las cavernas de los peñascos (Jeremías 16:14-16). Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado (Joel 2:32). Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sion cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán (Isaías 51:11).

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Pensaron por sí mismos Por Sid Roth Las personas que aparecen en este libro vienen de diversas procedencias, incluyendo un sobreviviente del Holocausto, un multimillonario, un ejecutivo de medios y un Ph.D. Provienen desde de crianza atea hasta ortodoxa. ¿Cuál es el denominador común entre los de este singular grupo? Todos pensaban por sí mismos y se atrevieron a enfrentar lo prohibido. Es un libro que muchos consideran como el mejor para el pueblo judío inconverso, por lo que debe tenerlo en su casa y en la biblioteca de su iglesia. ISBN: 978-1-61638-121-9

Sanidad sobrenatural Por Sid Roth Los testimonios verídicos en Sanidad sobrenatural construirán su fe en la sanidad y la unción salpicará de las páginas a medida que le permite a Dios que le riegue con su glorioso amor. Como a Sid le gusta decir: “La sanidad es muy fácil de entender, necesita ayuda para confundirse”. Lamentablemente, a generaciones de cristianos se les ha enseñado que la sanidad no es para todo el mundo. Hace más de dos mil años, Yeshua (Jesús) entró a una sinagoga y dijo: “Por la tradición que se transmiten entre ustedes, anulan la palabra de Dios” (Marcos 7:13). Si Jesús visitara gran parte de las iglesias hoy en día diría lo mismo. Prepárese. Las cosas están por cambiar. ISBN: 978-1-61638-113-4