Tessa Dare - Castles Ever After 3 - When a Scot Ties the Knot

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El siguiente material, es una traducción realizada por fans y para fans. Beautiful Coincidence no recibe compensación económica alguna por este contenido, nuestra única gratificación es el dar a conocer el libro, a la autora, y que cada vez más personas puedan perderse en este maravilloso mundo de la lectura. Si el material que difundimos sin costo alguno, está disponible a tu alcance en alguna librería, te invitamos a adquirirlo. 2

Dirección de Traducción Femme Fatale & Scherezade

Traducción & Interpretación Ana_rmz, anemona, eilosanchez, Feme Fatale, Fxckmodel, katherin.puentes, lauu lr, micafp_2530, Scherezade & Verito.vacio

Corrección de Estilo Scherezade

Lectura Final Scherezade

Diseño de Imagen Scherezade

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Tessa Dare Sinopsis Prólogo Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Epílogo When Another Scot Ties the Knot

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Do You Want to Start a Scandal

T

essa Dare es autora de novelas históricas románticas. Sus libros han ganado numerosos premios, entre ellos Romance Writers of Award ® RITA. La revista Booklist la nombró una de las "nuevas estrellas de la novela histórica" y sus libros han sido contratados para traducirlos a diez idiomas. Mezcla ingenio con sensualidad y emoción. Tessa escribe novelas románticas de Regencia que conectan con los lectores románticos modernos. Con su serie éxito de ventas "Spindle Cove", ha creado una ficticia comunidad costera poblada por mujeres que desafían las convenciones de su tiempo al participar en actividades impropias de una dama como la medicina, la geología y la artillería. Y ha originado aún más diversión al hacer soñar con mujeres de carácter fuerte y hombre desprevenidos que encontrarán su corazón atrapado por estas heroínas improbables.

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Bibliotecaria de profesión y amante de los libros, Tessa tiene su hogar en el sur de California, donde comparte un acogedor bungaló desordenado con su esposo, sus dos hijos y un perro marrón grande.

E

n la cúspide de su primera temporada en Londres, la señorita Madeline Gracechurch era bastante tímida y talentosa con un lápiz de dibujo, pero irremediablemente torpe con los caballeros. Estaba segura de que será un fracaso total en el mercado matrimonial de Londres. Así que Maddie hizo lo que generaciones de tímidas y torpes jóvenes mujeres han hecho: se inventó un amante. Un amante escoces. Uno que era guapo y honorable y devoto a ella, pero convenientemente nunca estaba alrededor. Maddie vertió su corazón escribiendo carta por carta del imaginario Capitán MacKenzie... y fingiendo estar devastada cuando él fue (no realmente) asesinado en la batalla, se las arregló para evitar las presiones de la sociedad de Londres en su totalidad. Hasta años más tarde, cuando este asesinado amante Highland de su imaginación aparece en carne y hueso. El verdadero capitán Logan MacKenzie llega a su puerta: apuesto como ninguno, pero no del todo honorable. Está herido, cansado, en posesión de sus cartas... y listo para hacer válida cada promesa que Maddie nunca esperó mantener.

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21 de septiembre de 1808

Q

uerido Capitán Logan MacKenzie, Hay sino solo un consuelo al escribir esta absurda carta. Y ese es que usted, mi querida ilusión, no exista para leerla.

Pero me estoy adelantando. Presentaciones primero. Soy Madeline Eloise Gracechurch. La boba más grande respirando en Inglaterra. Esto lo sorprenderá, me temo, pero usted se enamoró profundamente de mí cuando cruzamos caminos en Brighton. Y ahora estamos comprometidos.

Maddie no podía recordar la primera vez que había sostenido un lápiz de dibujo. Solo sabía que no podía recordar un momento en que hubiera estado sin uno. De hecho, generalmente llevaba dos o tres. Los guardaba en los bolsillos de su delantal y los esparcía en su cabellera oscura, y a veces —cuando necesitaba todas sus extremidades para trepar un árbol o saltar una barandilla— apretados en sus dientes. Y los usaba hasta el cansancio. Esbozaba pájaros cantores cuando se suponía que debía estar prestando atención a sus lecciones, y esbozaba ratones de iglesia cuando debía estar en oración. Cuando tenía tiempo para pasear fuera, cualquier cosa en la naturaleza era juego limpio: desde los brotes de trébol entre los dedos de sus pies hasta cualquier nube que serpenteara sobre su cabeza.

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Amaba dibujar cualquier cosa. Bueno, casi cualquier cosa. Odiaba llamar la atención1. Y así, a los dieciséis años, se encontraba mirando su primera temporada en Londres con casi la misma alegría que uno podría al anticipar una dosis de purgante. Después de muchos años como viudo, papá había tomado una nueva esposa. Una solo ocho años mayor que Maddie. Anne era alegre, elegante, vivaz. Todo lo que su nueva hijastra no era. Oh, siendo Cenicienta en toda su miseria llena de hollín y vestidos andrajosos. Maddie habría estado encantada de tener una madrastra malvada que la encerrara en la torre mientras todos los demás iban al baile. En su lugar, estaba atrapada con una madrastra muy diferente: una deseosa de vestirla en sedas, enviarla a bailes y empujarla a los brazos de un príncipe desprevenido. Figuradamente, por supuesto. En el mejor de los casos, se esperaba que Maddie buscara un tercer hijo con aspiraciones a la iglesia, o tal vez un baronet insolvente. En el peor… Maddie no se llevaba bien con las multitudes. Más al punto, no hacía nada con las multitudes. En cualquier reunión importante —fuera en un mercado, un teatro, un salón de baile—, tenía la tendencia de congelarse, casi literalmente. Una ártica sensación de terror se apoderaba de ella, y la aglomeración de cuerpos la dejaba sólida y estúpida como un bloque de hielo. La sola idea de una temporada en Londres la hacía estremecerse. Y, aun así, no tenía elección.

Juego de palabras. En el original, la autora usa “draw”, que puede significar “dibujar” o “llamar la atención” cuando se utiliza la expresión “draw attention”. 1

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Mientras papá y Anne (no podía referirse a una chica de veinticuatro años como mamá) disfrutaban de su luna de miel, Maddie fue enviada a una casa de señoritas en Brighton. El aire del mar y la sociedad estaban destinados a sacarla de su caparazón antes de que comenzara su temporada. No funcionó de esa manera. En su lugar, Maddie pasó la mayor parte de esas semanas con conchas. Recolectándolas en la playa, dibujándolas en su cuaderno y tratando de no pensar en fiestas o bailes o caballeros. A la mañana de su regreso, Anne la saludó con una aguda pregunta. —Entonces. ¿Estás lista para conocer a alguien especial? Fue entonces cuando Maddie entró en pánico. Y mintió. En el estímulo del momento, inventó una indignante falsedad que, para bien o para mal, determinaría el resto de su vida. —Ya lo he conocido. La expresión de asombro en el rostro de su madrastra fue inmensamente satisfactoria. Pero a los segundos, Maddie se dio cuenta de cuán estúpida había sido. Debería haber sabido que esa pequeña información no daría el tema por cerrado. Por supuesto que solo lanzó un centenar de otras preguntas. ¿Cuándo va a venir aquí? Oh, eh… No puede. Quería hacerlo, pero tuvo que abandonar el país de inmediato. ¿Para hacer qué? Porque está en el ejército. Un oficial. ¿Qué hay de su familia? Al menos deberíamos conocerlos. Pero no puedes. Es de muy lejos. Del otro lado de Escocia. Y también, están muertos. Al menos dime su nombre.

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MacKenzie. Su nombre es Logan MacKenzie. Logan MacKenzie. De repente, su pretendiente no-real tenía un nombre. Al final de la tarde, tenía cabello (castaño), ojos (azules), una voz (profunda, con una pronunciación gutural Highlander), un rango (capitán), y una personalidad (firme, pero inteligente y amable). Y esa noche, a instancias de su familia, Maddie se sentó a escribirle una carta.

… En este momento, ellos creen que estoy escribiéndole una carta a mi prometido secreto, y estoy llenando una página con tonterías en su lugar, solo rezando para que nadie mire por encima de mi hombro. Lo peor de todo, no tendré otra opción que enviar la cosa cuando termine. Terminará en alguna oficina militar de cartas muertas. Eso espero. O será leída y pasada por regímenes enteros en ridículo, lo cual ricamente merecería. Estúpida, estúpida, estúpida. Ahora el reloj está haciendo tictac, y cuando llegue el funesto momento, tendré que confesar. Primeramente, seré obligada a explicar que mentí acerca de atraer a un guapo oficial escocés durante mi estadía en Brighton. Luego, cuando lo haga, no tendré más excusa para evitar el rechazo real de innumerables caballeros ingleses cuando llegue la primavera. Mi querido e imaginario Capitán MacKenzie, no es usted real y nunca lo será. Yo, sin embargo, soy una verdadera y eterna tonta. Aquí, tenga un dibujo de un caracol.

5 de octubre de 1808. Querido Capitán-no-real MacKenzie Pensándolo bien, quizás no tendré que explicarlo este año. Puede que sea capaz de estirar esto una temporada entera. Debo admitir, es bastante conveniente. Y mi familia me mira con una nueva luz. Ahora soy una mujer

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que inspiró al menos una caída precipitada hacia el amor eterno, y realmente… ¿uno no es suficiente? Porque, verá, usted está loco por mí. Completamente consumido por la pasión después de solo unas pocas oportunidades de reunirnos y pasear por la orilla del mar. Me hizo muchas promesas. Me resistía a aceptarla, sabiendo cómo nuestro naciente amor sería probado por la distancia y la guerra. Pero usted me aseguró que su corazón es sincero, y yo… Y yo he leído demasiadas novelas, creo.

10 de noviembre de 1808 Querido Capitán MacCapricho, ¿Hay algo más mortificante que ser testigo de la historia de amor del padre de uno? Ugh. Todos sabemos que necesitaba volver a casarse y producir un heredero. Tomar a una joven y fértil esposa tenía más sentido. Solo no esperaba que él disfrutara tanto, o con tan poca dignidad. Maldigo esta interminable guerra y su efecto en obstaculizar meses de luna de miel. Desaparecen cada tarde, y luego los sirvientes y yo debemos fingir que no sabemos lo que están haciendo. Me estremezco. Sé que debería estar feliz de verlos felices a ambos, y lo estoy. Bastante. Pero hasta que este proyecto de hacer-un-heredero se arraigue, creo que debería escribir menos cartas y tomar largos paseos.

18 de diciembre de 1808 Querido Capitán MacFantasía, Tengo un nuevo cómplice. Mi tía Thea ha venido a quedarse. En su juventud, era una demi monde2 escandalosa, arruinada en la corte francesa por un conde perverso, pero ahora es frágil e inofensiva.

Se llamó demi monde, entre los siglos XVIII y principios del XX, a cierta clase de mujeres galantes. 2

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Tía Thea adora la idea de que estoy sufriendo de amor y ansiedad por mi oficial escocés en peligro. Apenas tengo que mentirle. “¡Por supuesto que Madeline no desea asistir a fiestas y bailes en Londres! No pueden verlo, la pobrecita está consumida de preocupación por su Capitán MacKenzie”. Verdaderamente, es un poco espantoso cuánto aprecia mi miseria. Incluso ha convencido a mi padre de que deberían servirme el desayuno en mi habitación ahora, como una mujer casada o una inválida. Soy excusada de cualquier cosa que se parezca a alegría pública, se me permite pasar tanto tiempo como desee dibujando en paz. Chocolate y pan tostado son entregados en mi cama cada mañana, e incluso leo el periódico antes de que papá tenga su turno. Estoy empezando a creer que usted fue un golpe de brillantez.

26 de junio de 1809 Querido Capitán MacProductoDeLaImaginación, ¡Oh, feliz día! Toquen las campanas, suenen las trompetas. Esponjen los pisos con aceite de limón. La mujer de mi padre está vomitando profusamente cada mañana, y casi cada tarde también. Las señales son claras. Una ruidosa, olorosa y retorcida cosa abrirá su camino en el mundo en seis o siete meses. Su alegría es completa, y soy presionada cada vez más hacia los márgenes de ello. No importa. Tenemos el resto del mundo, usted y yo. La tía Thea me ayuda a trazar las rutas de su campaña. Me cuenta historias sobre el campo francés para que pueda imaginar las vistas que lo saludarán mientras conduce a Napoleón al otro lado de los Pirineos. Cuando usted huela lavanda, dice ella, la victoria está cerca. Debo recordarme parecer triste de vez en cuando, como si estuviera preocupada por usted. A veces, curiosamente, es bastante fácil fingir. Manténgase bien y completo, mi capitán.

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9 de diciembre de 1809 Oh, mi querido capitán, Estará enfadado conmigo. Sé que juré que mi corazón era sincero, pero debo confesar. Me he enamorado. Perdí mi corazón con otro, irrevocablemente. Su nombre es Henry Edward Gracechurch. Pesa tan solo tres kilos, es rosado y arrugado por todas partes… y es perfecto. No sé cómo alguna vez lo llamé una cosa. Nunca existió un ángel más hermoso y encantador. Ahora que papá tiene un heredero, nuestra herencia jamás pasará al Temido Americano, y nunca seré arrojada a una refinada pobreza. Esto significa que no tengo que casarme y ya no necesito un ficticio pretendiente escocés que excusar. Podría afirmar que nos hemos distanciado, poner fin a todas estas tontas cartas y mentiras. Pero tía Thea le tiene tanto cariño, y yo le tengo cariño a ella. Además, extrañaría escribir. Es la cosa más extraña. No me entiendo. Pero a veces imagino que usted lo hace.

9 de noviembre de 1810 Querido Logan, (Seguro que en este punto podemos familiarizarnos con el nombre de pila). Lo que sigue es un ejercicio de pura mortificación. Ni siquiera puedo creer que voy a escribir esto, pero quizás ponerlo en papel y enviarlo ayudará a deshacerme del estúpido hábito. Verás, tengo una almohada. Es una buena almohada, toda rellena de ganso. Muy firme y grande. Casi un cojín, realmente. Por la noche, la pongo a un lado de la cama y coloco un ladrillo caliente debajo de esta para calentarla. Luego me acurruco junto a esta, y si cierro mis ojos y caigo en ese lugar de medio dormida… casi puedo creer que eres tú.

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Dondequiera que estés, espero que estés durmiendo bien. Dulces sueños, Capitán MacAlmohada.

17 de julio de 1811 Mi querido laird Highland y capitán, Has resultado un gran truco para un hombre que no es más que una almohada rellena de mentiras y bordada con un toque de personalidad. Vas a ser terrateniente. Mi tía Thea ha convencido a mi padrino, el conde de Lynforth, para que me deje un pequeño algo en su testamento. Ese “pequeño algo” es un castillo en los Highlands escoceses. Castillo de Lannair, se llama. Se supone que sea nuestro hogar cuando vuelvas de la guerra. Es el final perfecto para esta obra maestra de lo absurdo, ¿cierto? Querido señor. Un castillo.

16 de marzo de 1813 Querido capitán de la verdadera locura de mi corazón, Los pequeños señor Henry y señorita Emma están creciendo como cañas. He incluido un dibujo. Gracias a su mamá que los adora, ahora han aprendido a decir sus oraciones nocturnas. Y cada noche —mi corazón se retuerce al escribir esto—, rezan por ti. “Dios bendiga y cuide de nuestro valiente Capitán MacKenzie”. Bueno, por la manera en que lo dice Emma, suena más como “Capian Macaroni”. Y cada vez que rezan por ti, siento que mi propia alma se desliza cada vez más cerca del azufre. Todo esto ha ido demasiado lejos, y aun así… si fuera a revelar mi mentira, me despreciarían. Y llorarían por ti. Después de todo, han pasado casi cinco años desde que nos conocimos en Brighton. Ahora eres parte de nuestra familia.

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20 de junio de 1813 Mi querido y silencioso amigo, Me rompe el corazón, pero tengo que hacerlo. Debo hacerlo. No puedo soportar más la culpa. Solo hay una manera de terminar esto ahora. Tienes que morir. Lo siento tanto. No puedes saber cuánto lo siento. Lo prometo, lo convertiré en una muerte valiente. Salvarás a cuatro —no, seis— otros hombres en una hazaña de valor y noble sacrificio. En cuando a mí, estoy devastada. Hay genuinas lágrimas manchando este pergamino. El luto que llevaré por ti será real también. Es como si estuviera matando a una parte de mí, la parte que tenía todas esas esperanzas románticas, pero tontas. Me conformaré con una vida como solterona ahora, como siempre supe que sería. Nunca me casaré. O seré abrazada, o amada. Quizás si escribo todas estas cosas, me acostumbraré a la verdad. Es tiempo de dejar de mentir y dejar de lado el sueño. Mi querido y desaparecido Capitán MacKenzie… Adieu3.

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Adiós en francés.

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Invernesshire, Escocia Abril de 1817

B

lub. Blub blub blub. La mano de Maddie se sacudió.

Tinta chisporroteó de su pluma, haciendo grandes manchas en la estructura del ala que había estado bosquejando. Su delicada libélula brasileña ahora se parecía a un pollo leproso. Dos horas de trabajo desaparecidas en un segundo. Pero no sería nada si esas burbujas significaban lo que esperaba. Copulación. Su corazón comenzó a latir más rápido. Dejó a un lado su pluma, levantó la cabeza lo suficiente para tener una vista despejada del tanque de agua de mar de vidrio y se quedó quieta. Maddie era, por naturaleza, una observadora. Sabía cómo desvanecerse en el fondo, ya fuera en el papel pintado de la sala de estar, el salón de baile o la piedra enlucida del Castillo de Lannair. Y tenía una gran experiencia observando los rituales de apareamiento de muchas criaturas extrañas y maravillosas, desde aristócratas ingleses a polillas de col. Cuando se trataba de cortejo, sin embargo, las langostas eran las más pulidas y formales de todos.

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Había esperado meses a que Fluffy, la hembra, mudara de piel y se declarara disponible para aparearse. También Rex, el espécimen macho en el tanque. No sabía cuál de ellos era el más frustrado. Quizás hoy sería el día. Maddie miró fijamente el tanque, sin aliento con anticipación. Allí. Detrás de un pedazo de coral roto, unas finas antenas naranjas se agitaban en la oscuridad. Aleluya. Eso es, alentó en silencio. Vamos, Fluffy. Eso es, chica. Ha sido un largo y solitario invierno debajo de esa roca. Pero estás lista ahora. Una garra azul apareció. Luego retrocedió. Descarada tomadura de pelo. —Deja de ser tan infantil. Al menos, la cabeza entera de la hembra apareció a la vista mientras se levantaba de su escondite. Y luego alguien golpeó la puerta. —¿Señorita Gracechurch? Ese fue el fin de todo. Con un blub blub blub, Fluffy desapareció tan rápidamente como había emergido. De vuelta bajo su roca. Maldita sea. —¿Qué sucede, Becky? —llamó Maddie—. ¿Mi tía está enferma? Si había sido molestada en su estudio, alguien debía estar enfermo. Los sirvientes sabían que no debían interrumpirla cuando estaba trabajando. —Nadie está enfermo, señorita. Pero tiene un visitante.

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—¿Un visitante? Eso es una sorpresa. Para una inglesa socialmente inactiva residiendo en las estériles selvas de los Highlands escoceses, los visitantes siempre eran una sorpresa. »¿Quién es? —preguntó. —Es un hombre. Un hombre. Ahora Maddie estaba más que sorprendida. Estaba positivamente conmocionada. Empujó a un lado su arruinada ilustración de la libélula y se puso de pie para mirar a través de la ventana. Sin suerte. Había escogido la habitación de esta torre por su impresionante vista de las escarpadas colinas verdes y el vidrioso lago asentado como un fragmento de espejo entre estas. No ofrecía ninguna ventaja útil de puertas o entradas. —Oh, señorita Gracechurch. —Becky sonaba nerviosa—. Es tan grande. —Dios. ¿Y este hombre grande tiene un nombre? —No. Quiero decir, debe tener un nombre, ¿cierto? Pero no lo dijo. Aún no. Su tía pensó que sería mejor que fuera a verlo usted misma. Bueno. Esto se volvía cada vez más misterioso. —Estaré allí en un momento. Pídele a Cook que preparé té, por favor. Maddie se desató el delantal. Después de jalar el delantal sobre su cabeza y colgarlo en una percha cercana, hizo un rápido repaso de su apariencia. Su vestido gris pizarra no estaba demasiado arrugado, pero sus manos estaban manchadas de tinta y su cabello era una farsa: suelto y despeinado. No había tiempo para un peinado adecuado. Ninguna horquilla a ser encontrada tampoco. Recogió los mechones oscuros en sus manos y los retorció en un nudo flojo en su nuca, asegurando el moño con un lápiz cercano. Lo mejor que podía hacer bajo las circunstancias. Fuera quien fuera este inesperado hombre tan-grande sin nombre, no era probable que fuera a estar impresionado con ella.

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Por otro lado, los hombres rara vez lo estaban. Se tomó su tiempo para bajar las escaleras en espiral, preguntándose quién podría ser este visitante. Muy probablemente un agente de tierras de una finca vecina. Lord Varleigh no llegaría hasta mañana y Becky habría sabido su nombre. Cuando Maddie finalmente llegó abajo, tía Thea se unió a ella. Su tía tocó una mano en su turbante con un toque dramático. —Oh, Madling. Al fin. —¿Dónde está nuestro misterioso visitante? ¿En el vestíbulo? —El salón. —Su tía le tomó el brazo y juntas se movieron por el pasillo—. Ahora, querida. Debes estar tranquila. —Estoy tranquila. O al menos estaba tranquila hasta que dijiste eso. —Estudió el rostro de su tía en busca de pistas—. ¿Qué demonios está pasando? —Puede que sea un shock. Pero no te preocupes. Una vez que termine, haré un tónico para ayudarte. Un tónico. Oh, santo. Tía Thea se creía una especie de boticaria aficionada. El problema era que sus “curas” por lo general eran peores que la enfermedad. —Es solo un visitante. Estoy segura que no será necesario un tónico. Maddie resolvió mantener sus hombros erguidos y un aire de buena salud cuando saludó a este gran hombre sin nombre. Cuando entraron al salón, su resolución fue puesta a prueba. Este no era un hombre. Era un hombre.

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Un alto y autoritario escocés, vestido en lo que parecía ser un uniforme militar: un kilt de tela verde y azul, emparejado con un tradicional abrigo rojo. Su cabello era demasiado largo (mayormente castaño, con vetas pelirrojas) y su mandíbula cuadrada llevaba bigotes de varios días (mayormente pelirrojo, con vetas castañas). Anchos hombros estrechándose en un torso esbelto. Una simple escarcela negra estaba colgada bajo su cintura y una daga envainada metida en su cadera. Por debajo de la caída del kilt, musculosas piernas peludas desaparecían en calcetines blancos y botas negras arrugadas. Maddie se suplicó no mirar fijamente. Era una campaña perdida. En su conjunto, su apariencia era un verdadero asalto de virilidad. —Buenas tardes. —Se las arregló para dar una curiosa reverencia. Él no respondió o hizo una reverencia. Sin decir palabra, se acercó a ella. Y en el punto en que un caballero bien educado se habría detenido, él se acercó aún más. Ella movió su peso de un pie a otro, ansiosa. Al menos él había resuelto su problema de miradas. Ella apenas podía soportar mirarlo ahora. Se detuvo lo suficientemente cerca para que Maddie respirara los aromas a whisky y humo de madera, y para vislumbrar una amplia y diabólica boca extendiéndose a través de su ligera barba. Después de largos segundos, ella se obligó a encontrarse con su mirada. Sus ojos eran de un impresionante azul. Y no en una buena manera. Era el tipo de azul que daba la sensación de ser lanzado al cielo o sumergido en el agua helada. Arrojado en un vacío sin esperanza de regreso. No era una sensación agradable. —¿Señorita Madeline Gracechurch?

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Oh, su voz era la peor parte de todo. Profunda, con esa pronunciación gutural Highlander que raspaba y ahuecaba las palabras, forzándolas a contener más significado. Ella asintió. Él dijo: —He venido a casa, a ti. —C-casa… ¿a mí? —Lo sabía —dijo tía Thea—. Es él. El extraño hombre asintió. —Soy yo. —¿Es quién? —exclamó Maddie. No tenía intenciones de ser grosera, pero nunca había visto a este hombre en su vida. Estaba bastante segura de eso. No era un rostro o una figura que probablemente olvidaría. Él hacía una gran impresión. Más que una impresión. Se sentía aplastada por él. —¿No me conoces, mo chridhe? Ella sacudió su cabeza. Había tenido suficiente de su juego, gracias. —Dígame su nombre. La comisura de su boca se levantó en una pequeña sonrisa pícara. —Capitán Logan MacKenzie. No. El mundo se volvió un violento remolino de colores: verde y rojo y ese peligroso y rígido azul. —Usted… —Maddie vaciló—. Seguro que no dijo Cap… Eso fue lo que consiguió decir. Su lengua cedió. Y luego sus rodillas cedieron.

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No se desmayó ni desmoronó. Simplemente se sentó, duro. Su trasero golpeó el sofá y el aire se vio obligado a salir de sus pulmones. —Auch. El escocés la miró fijamente, luciendo un poco divertido. —¿Está bien? —No —dijo ella honestamente—. Estoy viendo cosas. Esto no puede estar sucediendo. Esto realmente, verdaderamente, no podía estar sucediendo. El Capitán Logan MacKenzie no podía estar vivo. Tampoco podía estar muerto. No existía. Para estar segura, durante casi una década, todo el mundo había creído que ella estaba llorando primero, después de luto, por el hombre que no era nada más que ficción. Maddie había pasado incontables tardes escribiéndole cartas, misivas que en realidad habían sido páginas de tonterías o dibujos de polillas y caracoles. Se había rehusado a asistir a fiestas y bailes, citando su devoción al héroe Highlander de sus sueños, pero realmente porque había preferido quedarse en casa con un libro. Su padrino, el Conde de Lynforth, incluso le había dejado el Castillo de Lannair en su testamento de manera que pudiera estar más cerca del hogar de su amado. Muy considerado de su parte. Y cuando el engaño comenzó a pesar en su conciencia, Maddie le había dado al oficial escocés una muerte valiente, honorable y enteramente ficticia. Incluso había usado negro durante un año completo, luego gris. Todos creían que estaba desconsolada, pero el negro y gris le quedaban bien. Escondían las manchas de tinta y carbón que provenían de su trabajo. Gracias al capitán MacKenzie, tenía un hogar, un ingreso, un trabajo que disfrutaba, y ninguna presión para moverse en la sociedad londinense.

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Nunca había tenido la intención de engañar a su familia durante tantos años, pero nadie había salido herido. Todo parecía haber funcionado para mejor. Hasta ahora. Ahora algo había salido terriblemente mal. Maddie volvió su cabeza lentamente, al estilo Miss Muffet, obligándose a mirar al Highlander que se había sentado a su lado. Su corazón lantía en su pecho. Si su Capitán MacKenzie no existía, ¿quién era este hombre? ¿Y qué quería de ella? —No eres real. —Ella cerró sus ojos brevemente y se pellizcó, con la esperanza de despertar de este horrible sueño—. No. Eres. Real. Tía Thea presionó una mano en su garganta, con la otra, se abanicó vigorosamente. —Seguro debe ser un milagro. Pensar que nos dijeron que estaba… —¿Muerto? —La mirada del oficial nunca dejó la de Maddie. Una pizca de ironía afiló su voz—. No estoy muerto. Toque y vea usted misma. ¿Tocar? Oh, no. Tocarlo estaba fuera de toda duda. No habría nada de contacto. Pero antes de que Maddie supiera lo que estaba pasando, él le había agarrado una mano su mano sin guante y la había arrastrado dentro de su abrigo desabotonado, presionándola contra su pecho. Y se estaban tocando. Íntimamente. Una estúpida e instintiva emoción la atravesó. Nunca había tomado la mano de un hombre. Nunca sentido la piel de un hombre presionada contra la suya. La curiosidad clamaba más fuerte que sus objeciones.

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Su mano era grande y fuerte. Endurecida por callos, marcada con cicatrices y quemaduras de polvo. Esas marcas revelaban que su vida fue una de batallas y luchas, al igual que sus pálidos dedos manchados de tinta decían que la suya era una vida de garabatos… sin aventuras en absoluto. Él apoyó su palma contra el linón gastado de su camisa. Debajo de este, era impresionantemente sólido. Cálido. Real. »No soy un fantasma, mo chridhe. Solo un hombre. Carne y hueso. Mo chridhe. Él seguía usando esas palabras. Ella no era fluida en gaélico, pero a través de los años había recolectado algunos pedacitos aquí y allá. Sabía que mo chridhe significaba “mi corazón”. Las palabras eran un cariño de amante, pero no había ternura en su voz. Solo una baja e hirviente cólera. Hablaba las palabras como un hombre que había arrancado su corazón mucho tiempo atrás y lo dejara enterrado en el suelo frío y oscuro. Con sus manos unidas, él apartó una solapa de su abrigo. El gesto reveló una esquina de papel amarillo metido en el bolsillo de su pecho. Ella reconoció la letra del sobre. Era suya. »Recibí tus cartas, muchacha. Cada una. Dios la ayudara. Él sabía. Sabía que ella había mentido. Lo sabía todo. Y estaba aquí para hacerla pagar. —Tía Thea —susurró—. Creo que estaré necesitando ese tónico después de todo. Entonces, pensó Logan. Esta es la chica.

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Por fin la tenía en sus manos. Madeline Eloise Gracechurch. En sus propias palabras, la boba más grande respirando en Inglaterra. Esta muchacha no estaba en Inglaterra ahora. Y pálida como había quedado en los últimos segundos, sospechaba que podría no estar respirando tampoco. Le dio un apretón a su mano y ella dio un gritó ahogado. El color inundó sus mejillas. Allí, eso estaba mejor. A decir verdad, Logan necesitaba un momento para localizar su compostura. Ella también lo había dejado sin aliento. Había pasado mucho tiempo preguntándose cómo lucía ella. Demasiado tiempo durante los años. Por supuesto, ella había enviado dibujos de cada bendito hongo, polilla y flor en existencia… pero nunca ningún retrato de ella misma. Por los dioses, era hermosa. Mucho más bonita que lo que sus cartas lo habían llevado a imaginarse. También más pequeña, más delicada. »Entonces —dijo ella—, esto significa… tú… yo… También mucho menos articulada. La mirada de su Logan se deslizó hacia su tía, quien de alguna manera era exactamente como siempre la había imaginado. Hombros frágiles, ojos ocupados, turbante amarillo azafrán. —Quizás si nos permitiera unos minutos a solas, tía Thea. ¿Puedo llamarla tía Thea? —Pero… ciertamente podrías. —No —gimió su prometida—. Por favor, no. Logan palmeó su delgado hombro. —Aquí, aquí. Tía Thea se apresuró a excusar a su sobrina.

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—Debe perdonarla, Capitán. Lo creímos muerto durante años. Ha usado luto desde entonces. Tenerlo de vuelta… bueno, es un shock. Está sobrecogida. —Es comprensible —dijo. Y lo era. Logan también estaría sorprendido si una persona que había inventado, luego mentido acerca de ella de manera irrazonable durante una década, aparecía en su puerta una tarde. Sorprendido, conmocionado… tal vez incluso asustado. Madeline Gracechurch parecía no menos que aterrada. —¿Qué fue lo que mencionaste que querías, mo chridhe? ¿Un cataplasma? —Un tónico —dijo tía Thea—. Calentaré uno. Tan pronto como su tía hubo salido de la habitación, Logan apretó su agarre en la delgada muñeca de Madeline, poniéndola de pie. El movimiento pareció ayudarla a encontrar su lengua. —¿Quién es usted? —susurró. —Pensé que ya cubrimos eso. —¿No tiene conciencia, venir aquí como un impostor y asustar a mi tía? —¿Impostor? —Él hizo un sonido divertido—. No soy un impostor, muchacha. Pero lo admitiré, carezco completamente de conciencia. Ella humedeció sus labios con un movimiento nervioso de su lengua, atrayendo su mirada a una pequeña boca en forma de beso que de otro modo podría haberse escapado de su atención. Preguntándose qué más podría haberse perdido, permitió que sus ojos vagaran por su figura, desde el desordenado nudo de cabello oscuro sobre su cabeza, hasta…. fuera cual fuera el tipo de cuerpo escondiéndose debajo de esa mortaja gris de cuello alto.

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No importaba, se dijo. No había venido por atracciones carnales. Estaba aquí para recoger lo que le debían. Logan inhaló profundamente. El aire que flotaba alrededor de ella llevaba un aroma familiar. Cuando huela lavanda, la victoria está cerca. La mano de ella fue a su frente. —No puedo entender lo que está sucediendo. —¿No puedes? ¿Es tan difícil creer que el nombre y rango que inventaste podrían pertenecer a un hombre real en alguna parte? MacKenzie no es un apellido poco común. El ejército británico tiene un vasto grupo de candidatos —Sí, pero nunca las dirigí a nadie apropiadamente. Escribí específicamente el número de un regimiento que no existe. Nunca indiqué un lugar. Solo las arrojé al correo. —Bueno, de alguna manera… —De alguna manera, llegaron a usted. audiblemente—. Y usted… Oh, no. ¿Las leyó?

—Ella

tragó

saliva

Él abrió su boca para responder. —Por supuesto que las leyó —dijo ella, interrumpiéndolo—. No podría estar aquí si no lo hubiera hecho. Logan no sabía si estar enojado o agradecido de que ella siguiera completando su lado de la conversación. Suponía que era un hábito de su parte. Ella había conducido una correspondencia unilateral con él durante años. Y luego, una vez que él hubo cumplido su propósito, había tenido las agallas de matarlo. Esta pequeña heredera inglesa pensaba que inventaría el plan perfecto para evitar ser presionada a casarse.

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Estaba a punto de aprender que había estado equivocada. Muy equivocada. »Oh Dios —murmuró ella—. Creo que enfermaré. —Debo decir, está es una buena bienvenida a casa. —Esta no es su casa. La será, muchacha. La será. Logan decidió darle un momento para recomponerse. Hizo un círculo lento por la habitación. El castillo era notable. Una clásica torre fortificada, mantenida en buen estado de conservación. Esta recámara que ocupaban actualmente tenía colgados tapices antiguos, pero de lo contrario estaba amueblada por lo que asumía era un típico estilo inglés. Pero a él no le importaban las alfombras y sofás. Se detuvo ante la ventana. Era la tierra circundante lo que le interesaba. Esta cañada era ideal. Una amplia y verde franja de tierra fértil se extendía junto al claro lago. Más allá se encontraban las colinas abiertas para pastar. Estas eran las Highland que sus soldados habían conocido en su juventud. Las tierras altas que casi habían desaparecido para cuando habían vuelto de la guerra. Robadas por los codiciosos terratenientes ingleses… y las ocasionales solteronas fantasiosas. Esta sería su casa ahora. Aquí, a la sombra del Castillo de Lannair, sus hombres podrían recuperar lo que se les había quitado. Había espacio suficiente en esta cañada para levantar cabañas, plantar cultivos, comenzar familias. Reconstruir una vida. Logan no se detendría ante nada para darles esa oportunidad. Se lo debía a sus hombres. Les debía mucho más. —Usted —anunció ella—, tiene que irse. —¿Irme? No hay ninguna posibilidad, mo chridhe.

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—Tiene que irse. Ahora. Lo agarró por la manga y trató de tirar de él hacia la puerta. Sin éxito. Entonces se dio por vencida y comenzó a empujarlo en su lugar. Eso tampoco fue de ayuda. Excepto, quizás, como una ayuda para la diversión de Logan. Él era mucho hombre, y ella era una mera muchacha. No pudo evitar reírse. Sus esfuerzos no fueron del todo ineficaces. La presión de sus pequeñas manos en sus brazos y pecho lo agitaron en lugares peligrosos. Había pasado demasiado tiempo sin el toque de una mujer. Mucho tiempo. Por fin, renunció a tirar y empujar, y fue directamente a su último recurso. Rogar. Grandes y marrones ojos de becerro le imploraron misericordia. Poco sabía ella, esa era la táctica menos probable de funcionar. Logan no era un hombre que se conmoviera por tiernas emociones. Sin embargo, era un hombre… y no era indiferente a un rostro bonito. Por todo su esfuerzo, estaba empezando a ver rubor en sus mejillas. Y una intrigante chispa de misterio detrás de esos anchos y oscuros ojos. Esta muchacha no pertenecía al gris. Con ese oscuro cabello y esos labios rosas, pertenecía a colores vibrantes. Profundos verdes de los Highlands o azul zafiro. Su propia sonrisa lo tomó por sorpresa. Ella iba a lucir bonita usando su tartán. —Solo váyase —le dijo—. Si se va ahora, puedo convencer a mi tía de que todo esto fue un error. Porque fue un error. Debe saberlo ahora. Nunca quise molestarlo con mis tontas divagaciones. —Tal vez no quisiste hacerlo. Pero me involucraste.

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—¿Quiere una disculpa? Lo siento. Lo siento mucho, mucho. Por favor, si tan solo me devolviera mis cartas y se va, seré más que generosa. Estaría encantada de pagarle por todos sus problemas. Logan sacudió su cabeza. ¿Pensaba que un soborno lo apaciguaría? —No voy a irme, muchacha. Ni por todo el dinero en tu pequeño retículo de seda. —¿Entonces qué es lo que quiere? —Es simple. Quiero lo que dicen tus cartas. Lo que le has estado diciendo a tu familia por años. Soy el Capitán Logan MacKenzie. Recibí cada una de tus misivas, y a pesar de tus mejores intentos de matarme, estoy muy vivo. Él apoyó su dedo debajo de su barbilla, inclinando su rostro hacia el suyo. Así ella tendría la certeza de escuchar y creer en sus palabras. »Madeline Eloise Gracechurch… he venido aquí a casarme contigo.

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L posset4

a tía Thea se sentó frente a Maddie en la mesa del té. —Bueno, querida. Debo decir que esta ha sido una tarde de lo más sorprendente.

Maddie no podía discutirlo. Sumergió su cuchara en el y trazó figuras de ocho en la pálida y grumosa bebida.

Todo el encuentro con el Capitán MacKenzie la había dejado aturdida. He venido aquí a casarme contigo, había dicho él. Y a cambio, ¿qué había dicho ella? ¿Le había dado una mordaz e ingeniosa negativa? ¿Destrozado en jirones su sonrisa con su ironía demoledora? ¿Enviado a cabalgar hacia la puesta de sol, bajo juramento de nunca importunar otra vez a una ingenua mujer inglesa en su hogar? Ja. No, por supuesto que no. Apenas había permanecido de pie allí, tiesa como una piedra y el doble de tonta, hasta que su tía había regresado, posset en mano. He venido aquí para casarme contigo. Maddie maldijo su crianza. Cada hija de caballero era criada para creer que esas palabras —cuando eran dichas por un razonablemente atractivo, bien intencionado caballero— eran su llave para la felicidad. El matrimonio, le había sido enseñado en el transcurso de miles de fiestas de té en casas de muñecas, debería ser su deseo, su meta… su verdadera razón de existir.

Bebida tradicional inglesa de la época medieval a base de leche caliente cortada con cerveza inglesa de malta, vino o similares, con frecuencia dulce y especiada. 4

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Tan arraigada estaba esa lección, que Maddie realmente había sentido una absurda chispa de euforia cuando él había declarado su descabellada intención. Una pequeña voz dentro de ella había permanecido de pie para ovacionar. ¡Finalmente pasaste el examen! Al fin un hombre quiere casarse contigo. Siéntate, le había dicho ella. Y quédate quieta. Se rehusaba a definir su valía personal en función de una propuesta matrimonial. Mucho menos esta. La cual no era una verdadera propuesta, sino una amenaza… entregada por un hombre que no era un caballero, nada bien intencionado, y atractivo a una medida poco razonable. —Nunca soñé que esto fuera posible. —Maddie hacía círculos con su cuchara en el tazón una y otra vez—. No puedo imaginar cómo sucedió. —Sin duda, también estoy sorprendida. La parte de vuelto-de-entre-losmuertos es una gran sorpresa, por supuesto. Incluso más que… —Su tía apoyó su mentón en dorso de su mano y vio por la ventana, mirando hacia el jardín—. Solo mira a ese hombre. Maddie siguió la mirada de su tía. El Capitán McKenzie permanecía de pie en el centro del espacio cubierto de césped, dando instrucciones al pequeño grupo de soldados bajo su mando. Sus hombres habían llevado sus caballos dentro de las paredes del castillo para ser alimentados, hidratados y alojados durante la noche. Después de eso, habían expresado una intención de montar el campamento. Prácticamente estaban estableciendo su residencia. Oh, Dios. ¿Cómo había ocurrido esto? De la misma manera que todo esto había sucedido, se dijo Maddie a sí misma. Era su culpa.

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Había cometido un error años atrás, de la misma manera que un niño hacía una bola de nieve. Había sido una cosa pequeña, manejable y de aspecto inocente al principio. Había cabido en la palma de su mano. Luego la bola de nieve había rodado lejos de ella y dado un rebote salvaje colina abajo. Desde ahí, todo escapó de su control. Las mentiras construidas sobre sí mismas, haciéndose más grandes y ganando furiosa velocidad. Y sin importar cuánto tiempo y cuán duro la persiguiera, nunca lograría conseguir la bola de nieve de regreso. »Pensar que mi pequeña Madling, a la tierna edad de dieciséis años, enganchara a ese glorioso espécimen. Y he aquí que yo creía que solo coleccionabas conchas marinas. —La tía Thea jugó con su pulsera tipo brazalete—. Sé que nos contaste mucho acerca de tu Capitán, pero asumí que estabas exagerando sus cualidades. Parecería que en lugar de ello estabas siendo humilde. Si fuera treinta años más joven, podría… —Tía Thea, por favor. —Ahora entiendo por qué te resististe todo este tiempo a casarte con cualquier otro en su lugar. Un hombre como ese arruinará a una mujer para todos los otros. Lo sé bien. Fue exactamente lo mismo entre el Conde de Montclair y yo. Ah, revivir esa primavera en Versalles. —Miró a Maddie otra vez—. No has tocado tu posset. Maddie echó un vistazo a la grumosa mezcla aromática. —Huele… arriesgado. —Es lo de siempre. Leche caliente, cortada con cerveza inglesa. Un poco de azúcar, anís, clavo de olor. —¿Estás segura de que es todo? —Maddie agarró una cucharada—. ¿Sin ingredientes especiales? —Ah, sí. Añadí una copita del Elixir del doctor Hargreaves. Una pizca de especias encurtidas para limpiar la flema. —Asintió hacia el tazón—. Adelante. Sé una buena chica y cómelo. Todavía tenemos horas antes de la cena. Le dije a tu capitán que traiga a sus hombres para la comida de la noche una vez que se hayan establecido.

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—¿Vamos a alimentarlos? —Todo el mundo sabía que una vez que alimentabas a una manada de bestias ambulantes, nunca se van—. Cook renunciará en protesta. —Son soldados. Solo querrán platos simples. Pan, carne, pudines. No hay necesidad de un menú lujoso. —La tía Thea levantó una ceja plateada—. ¿A menos que estés ofreciendo un par de langostas? Maddie levantó la mirada, horrorizada. —¿Fluffy y Rex? ¿Cómo podrías siquiera sugerirlo? —Lo que estoy sugiriendo, mi querida, es que tu tiempo como una mirona egoísta debe estar llegando a su fin. —Pero he sido comisionada por el señor Orkney para dibujar una serie de ilustraciones del ciclo de vida de la langosta. El apareamiento es solo una parte de ello. Pueden vivir por décadas. Las langostas eran solo uno de algunos pequeños proyectos que tenía en curso. Con un poco de suerte —y la asistencia de Lord Varleigh— esperaba tener pronto compromisos más grandes. —Tienes un ciclo de vida propio para seguir. —La tía Thea colocó sus manos encima de las de Maddie—. Ahora que el capitán ha regresado, puedes contraer matrimonio pronto. Eso, asumiendo que todavía quieras casarte con él. ¿No quieres? Maddie encontró la mirada de su tía. Eso era todo. Su oportunidad de darle a esa bola de nieve siempre creciente un rápido golpe con la verdad. Destruirla de una vez y por todas. En realidad, tía Thea, no quiero casarme con él. Verás, no logré enganchar a ese glorioso espécimen de hombre. Nunca lo había visto antes de hoy. Nunca hubo ningún Capitán McKenzie en absoluto. Conté una tonta mentira presa del pánico para evitar una temporada de decepción. Engañé a todo el mundo durante años, y lo lamento. Estoy muy arrepentida y avergonzada. Maddie mordió su labio.

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—Tía Thea, yo… —Mantén ese pensamiento —dijo su tía, levantándose de la mesa y moviéndose hacia el gabinete—. Primero, me estoy sirviendo algo de brandy para celebrar. Sé que este es tu día milagroso. Tu amor viene a casa. Pero en cierto modo, también es mi triunfo. Después de todas esas veces que fui a batallar con tu papá, cuando él quería forzarte a regresar a la alta sociedad… solo estoy tan feliz por ti. Y también feliz por mí. Estoy reivindicada. Los últimos diez años de mi vida tienen sentido ahora. —Llevó su copa de brandy de nuevo a la mesa—. ¿Bien? ¿Qué es lo que tienes que decir? El corazón de Maddie pinchó. —Sabes cuán agradecida estoy. Y cuánto te adoro. —Pero por supuesto que lo sé. Soy muy fácil de adorar. —Entonces espero que puedas encontrar en tu corazón una manera para perdonarme. —¿Perdonarte? —La tía se rio—. ¿A causa de qué, mi Madling? La cabeza de Maddie comenzó a palpitar. Agarró la cuchara con tanta fuerza que le dolieron los nudillos. —Por no tomar el tónico. —Le dirigió una sonrisa tímida a su tía—. Me siento mejor. ¿Puedo beber un brandy también? No podía hacerlo. Tía Thea no debía ser obligada a sufrir por los errores de Maddie. La vieja no tenía fortuna propia. Dependía de Maddie en cuanto a apoyo financiero, y Maddie dependía de su tía para todo lo demás. A decir verdad, en ese momento les haría mucho daño a ambas. Esta situación era debido a sus propias decisiones. Ese intimidante Highlander en el patio era su problema. Y Maddie supo, en ese momento: era decisión suya resolverlo.

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Cuando Logan salió del castillo, sus hombres esperaban ansiosamente las noticias. Y a juzgar por las miradas en sus rostros, esperaban que las noticias fueran malas. —¿Entonces…? —preguntó Callum—. ¿Cómo te fue? —Tan bien como podría esperarse —respondió Logan. Mejor de lo que había esperado, en algunas maneras. Logan había previsto llegar para encontrar a una mujer plagada de viruela o afectada por un labio leporino. Al menos, se había dicho a sí mismo, sería simple. ¿Por qué sino una heredera se sentiría obligada a inventar un amor? Pero Madeline no estaba afligida de ninguna manera visible, y ciertamente no era simple. Era encantadora. Una pequeña mentirosa encantadora. Todavía no estaba seguro de si eso hacía las cosas mejores o peores. —Si es así —preguntó Rabbie—, ¿por qué estás aquí con nosotros? —Ella había creído que yo estaba muerto —dijo él—. Nuestro regreso fue una sorpresa para ella. Le estoy dando un momento para recuperarse. —Bueno, al menos todavía está aquí —dijo Callum—. Eso significa que te ha ido mejor que a mí. Munro, el cirujano de campo, se les unió. —¿Todavía no tienes noticias de tu chica, Callum? Callum se encogió de hombros. —Hay noticias. Mi tío en Glasgow comprobó los registros de la nave que navegaba para Nueva Escocia. No había ninguna señorita Mairi Aileen Fraser en la lista de pasajeros. —Pero eso es bueno —dijo Munro—. Significa que todavía está aquí en Escocia. El soldado meneó la cabeza.

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—Dije que no había ninguna Mairi Aileen Fraser en la lista. Sin embargo, había una señorita Mairi Aileen MacTavish. Demasiado para mi bienvenida como héroe de regreso. El hombre mayor palmeó a Callum en la espalda. —Lamento escucharlo, muchacho. Si no esperó, no te merecía. —No puedo culparla. —Callum se dio unas palmaditas en el pecho con el muñón del antebrazo izquierdo, el que le faltaba una mano que Munro había amputado en el campo—. Échame un vistazo. ¿Quién esperaría esto? —Un grande —Fifo hipó—, muchas muchachas, sin duda. Logan sacó un frasco de whisky de su sporran5, lo destapó y se lo pasó a Callum. Las palabras de compasión nunca fueron su punto fuerte, pero siempre estaba listo para la siguiente ronda. No se suponía que fuera así. Cuando el regimiento había aterrizado en Dover el pasado otoño, habían sido saludados como héroes triunfantes en Londres. Luego habían marchado hacia el norte. A casa, a los Highlands. Y había observado cómo las vidas y sueños de sus hombres se deshacían, uno por uno. Callum no era el único. Los hombres reunidos a su alrededor representaban lo último de sus soldados descargados, y los peores: los desamparados, los heridos, los dejados atrás. Habían peleado valientemente, sobrevivido a la batalla, ganado la guerra por Inglaterra con la promesa de regresar a casa a sus familias y amores… solo para encontrar a sus familias, hogares y amores desaparecidos. Desterrados de las tierras que habían habitado durante siglos por los mismos codiciosos propietarios ingleses que les habían pedido luchar. Y Logan no podía hacer una maldita cosa al respecto. Hasta hoy. Hoy, él recuperaría todo.

Es un complemento tradicional del traje típico de las Highlands Escocesas, un monedero, bolso o morral. 5

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El hombre alborotado al borde de su grupo se sobresaltó. —¿Qué es esto, entonces? ¿Dónde está este lugar? —Tranquilo, Grant. La historia de Grant era la más triste del lote. Una granada había aterrizado demasiado cerca en la batalla de Quatre Bras, arrojando al gigantesco hombre a seis metros en el aire. Había sobrevivido a sus heridas, pero ahora no podía recordar una bendecida cosa por más de una hora más o menos. Tenía un recuerdo perfecto de todo en su vida hasta esa batalla. Cualquier cosa nueva se deslizaba a través de su agarre como arena. —Estamos en el Castillo de Lannair —explicó Munro. El cirujano de campo tenía más paciencia que el resto de ellos juntos—. La guerra terminó. Estamos en casa, en Escocia. —¿Lo estamos? Bueno, eso es bueno. Nadie tenía el corazón para desmentirlo. —Dime, capitán —dijo el gran hombre—. ¿Estaremos en camino a Rossshire pronto? Estoy deseando ver a mi abuela y a los pequeños. Logan asintió con firmeza. —Mañana, si quieres. No iban a ir a ninguna parte cerca de Ross-shire mañana, pero Grant se olvidaría de la promesa de todos modos. La mayoría de los días, Logan no podía soportar decirle que habían estado en Ross-shire meses atrás. La abuela de Grant había muerto de vejez, los pequeños habían perecido de tifus, y su cabaña familiar era una cáscara quemada de ceniza. —Mañana estaría bien. —Después de una pausa, Grant rio entre dientes y añadió—: ¿Les he contado la del cerdo, la puta y las gaitas? El resto de los hombres gimieron.

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Logan los silenció con una mirada. En la Coruña, Grant había evitado toda una línea de voltigeurs6, dándole a su compañía tiempo para retroceder. Les había salvado la vida. Lo menos que podían hacer era escuchar una vez más su broma. Logan dijo: —Escuchemos, entonces. Podría necesitar una broma hoy. El cuento duró un rato, después de comenzar varias veces, detenerse y hacer pausas para que Grant reuniera sus pensamientos. Cuando finalmente llegó al final, todos los hombres se le unieron con un tono aburrido: —Grita más fuerte, muchacha. ¡Grita más fuerte! Grant soltó una carcajada y dio una palmada en la espalda de Logan. —Buena, ¿no? No puedo esperar a contarlo de vuelta en casa. Casa. Este lugar estaba tan cerca de una casa como Grant podría tener en ese momento. Logan alzó la voz. —Echen un vistazo por la cañada, muchachos. Empiecen a elegir sus sitios para las cabañas. —Nunca nos dejarán tener esto —dijo Rabbie—. ¿Eres tonto? Han pasado más de ocho años desde que la besaste. Esta tierra está en manos inglesas ahora. Esa muchacha tuya tiene un padre o un hermano en algún lugar que mostrará su rostro para perseguirnos y estaremos en el próximo barco a Australia. Callum cambió su peso. —Tal vez deberíamos esperar para estar seguros de que se casará contigo, Capitán.

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Fueron unidades de infantería ligera del ejército francés, creadas por Napoleón en 1804

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Logan cuadró los hombros. —No se preocupen por eso. Me aseguraré de ello. Esta noche.

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na vez que hubo tomado su decisión, Maddie se lavó el rostro, sorbió un poco de brandy y se preparó para salir y enfrentarse al capitán Logan MacKenzie.

Llegó hasta la puerta, donde apareció él, buscándola. Su mirada la barrió de arriba a abajo, dejándola con su piel pintada de carne de gallina. —Parece como si pudieras necesitar un poco de aire, mo chridhe. Vamos a dar un paseo y hablar, los dos. —Muy bien —acordó ella, un poco consternada de que no era su idea ahora. Quería tener el control. O por lo menos mantener el suyo. Pero, ¿cómo iba a poder tenerlo con un hombre así? Maddie se esforzó por mantener su paso mientras salían del castillo y atravesaban la entrada de piedra arqueada. Sus pasos largos y fáciles se traducían a un ritmo rápido para ella. Salieron de la sombra del castillo hacia el sol de la tarde y caminaron hacia el borde del lago. El clima era engañoso: alegre y soleado y cálido para abril, con una suave frescura en la brisa. El cielo y el agua parecían estar teniendo un concurso para superar el color azul. Los ojos del Capitán MacKenzie superaban a los dos. —Qué tarde tan hermosa para caminar por el paseo marítimo —dijo él—. Como en los viejos tiempos, en Brighton. —Puedes dejar de molestarme. Soy muy consciente de que era una tonta a los dieciséis años. Pero no dejé de madurar cuando dejé de escribir cartas. Me he convertido en una mujer.

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—¿Ah, ahora? —Sí. Una mujer independiente. Una que maneja su propia casa y asuntos. Así que seamos directos. Se detuvieron en un pequeño bulto de tierra que se extendía hacia el lago como un nudoso dedo verde. Cielos, era tan alto. Maddie se dio cuenta de que iba a tener un dolor en el cuello por mirarlo fijamente. Subió a una roca grande y plana, cerrando su diferencia de altura a una cantidad más manejable. Desafortunadamente, cerrar esa distancia solo la acercó a sus hermosos rasgos e impresionantes ojos. Su atractivo no importaba, se recordó. Este no era un sueño largamente abandonado milagrosamente hecho realidad. Este hombre no era el heroico Capitán MacKenzie que había inventado. Era un soldado que compartía el mismo nombre. Y, ciertamente, no estaba enamorado de ella. No, este hombre quería algo, y ese algo no era Maddie. Si pudiera saber cuál era su objetivo, tal vez podría convencerlo de que se fuera. —Dijiste que no quieres dinero. ¿Qué es lo que buscas? —Estoy buscando esto, muchacha. —Él asintió hacia el lago—. El castillo. La tierra. Y estoy preparado para hacer cualquier cosa para conseguirlo. Incluso casarme con una inglesa engañosa. Por fin, ahí estaba una explicación que creía veraz. Desafortunadamente, también lo encontraba terrible. —No puedes obligarme a casarme contigo. —No necesitaré forzarte. Te casarás con la suficiente avidez. Como dijiste, eres una mujer independiente ahora. Sería una vergüenza que estas cartas —sacó el papel amarillento del bolsillo del pecho—, cayeran en manos equivocadas. Se aclaró la garganta y comenzó a leer.

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—“Mi querido capitán MacCapricho. Esta mañana, la espantosa señorita Price vino de visita. Lavinia siempre me está pidiendo historias sobre ti. Hoy nos preguntó si nos habíamos besado. Dije que por supuesto. Y luego, por supuesto, tuvo que preguntarme cómo fue el beso”. Mientras leía, Maddie sintió que su rostro se volvía cada vez más caliente. Los bordes de su visión se convirtieron en un matiz pulsante de rojo. —Ya es suficiente, gracias. Siguió leyendo. —“Debería haber dicho algo insípido, dulce o amable. O mejor aún, nada en absoluto. En su lugar…” —Capitán MacKenzie, por favor. —“En su lugar” —continuó—, “esta palabra tonta y jactanciosa tropezó fuera de mi lengua. No estoy segura de dónde vino. Pero una vez que estuvo ahí afuera, no pude recuperarla. Oh, mi capitán. Le dije a la señorita Price que nuestro beso fue…” Ella se lanzó hacia el papel. Pero él levantó la mano por encima de la cabeza y la apartó de su alcance. A pesar de sí misma, saltó en un inútil intento de agarrarlo. Él rio de su intento y ella sintió la pérdida de dignidad agudamente. »“Le dije a la señorita Price que nuestro beso fue incendiario” —terminó. Oh Señor. Dobló el papel y lo devolvió al bolsillo en su pecho. »Esta no es tan mala, en realidad. Hay más. Mucho más. Recordarás que se hicieron muy personales. Sí. Recordaba. Para la joven Maddie, esas cartas habían servido como una especie de diario. Escribía las cosas que no se atrevía a hablar en voz alta. Todas sus mezquinas quejas, todos sus pensamientos más poco caritativos nacidos de humores y decepciones adolescentes. Sus sueños mal informados sobre lo

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que el amor podría ser entre una mujer y un hombre. Había enviado esas cartas al Capitán MacKenzie precisamente porque nunca había deseado que nadie que la conociera las leyera. Y ahora amenazaba con exponerlas al mundo. Una sensación de desesperación se agitaba en su vientre. Se sentía como si hubiera pasado su juventud envolviendo los deseos de corazón en botellas y arrojándolas al océano, y de repente, años más tarde, todas habían sido devueltas. Por un monstruo marino. —¿Y si me niego a casarme contigo? —preguntó ella. —Entonces creo que enviaré tus cartas a otra persona. Alguien que estuviera muy interesado. Ella hizo una mueca. —Supongo que te refieres a mi padre. —No, estaba pensando en las revistas de escándalo de Londres. Lo más probable es que vaya a ambos y vea cuál me ofrece más dinero. —No puedo creer que alguien sea tan cruel. Riéndose, tocó la carta doblada en su bolsillo. —Solo estamos conociéndonos, mo chridhe. Pero créeme cuando te digo que no soy nada que hayas querido y peor de lo que podrías haber soñado. Por supuesto que lo sería. Este era un perfecto ejemplo de la suerte de Maddie. De todas las filas del ejército, todos los nombres de la cristiandad y todos los clanes de las tierras altas… tuvo que elegir el suyo al azar. Si esto solo hubiera sido una cuestión de mortificación, Maddie habría tomado ese castigo, y con mucho gusto. Sin embargo, si esas cartas se hacían públicas, significaría más que una simple vergüenza.

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La gente se reía de una tonta; odiaban un fraude. Tal vez no se había propuesto engañar a toda Inglaterra, pero no había hecho ninguna objeción para despertar la simpatía de su familia y los celos de sus compañeros. Años más tarde, después de la supuesta muerte del capitán, había aceptado sus condolencias. Incluso había aceptado un castillo. Todos sus conocidos sabrían que Maddie los había engañado y por las razones más ridículas. Los chismes seguirían a su familia durante años. ¿Y quién comisionaría las ilustraciones científicas de una mujer infame por mentiras? Podía encontrarse sola con ningún medio de apoyo. Su sensación de pánico solo creció. —Discutamos esto racionalmente —dijo—. Estás proponiendo chantajearme con cartas que escribí cuando tenía dieciséis años. ¿No hiciste nada imprudente y tonto cuando tenías dieciséis años? —Lo hice con toda seguridad. —Bien —dijo Maddie con impaciencia. Tal vez podría convencerlo de que fuera compasivo. Estaría de acuerdo en que nadie debería ser obligado a pagar un precio vitalicio por la locura juvenil—. ¿Y cuál fue tu tonta elección? —Me uní al ejército —dijo—. Más de diez años después, no estoy pagando por esa elección. La mayoría de mis amigos pagaron con sus vidas. Se mordió el labio. Cuando lo ponía así… —Por favor, trata de entender. Si lees mis cartas, debes creer que no he tenido placer en mentir. Simplemente se multiplicó más allá de mi control. He deseado tantas veces nunca haber dicho nada. —¿Quitarías todo? —Sí. En un instante.

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Ella pensó que se estremeció un poco ante su ansiedad, pero tal vez era solo su imaginación. Tenía un exceso de imaginación bien establecida. Particularmente, cuando se trataba de hombres en kilts. —Si quieres recuperar tus mentiras —dijo—, entonces deberías casarte conmigo. —¿Cómo razonas eso? —Piensa en ello. Escribiste estas cartas a un escocés específico. Yo las recibí. Esos son los hechos sencillos, ¿verdad? —Supongo. —Una vez que te cases conmigo, nada de esto será una mentira —señaló—. Será exactamente como si hubieras dicho la verdad todos estos años. —Excepto por la parte en la que nos amamos. Se encogió de hombros. —Es un detalle menor. El amor es solo una mentira que la gente se dice a sí misma. Maddie quería estar en desacuerdo con esa declaración, pero no estaba segura de poder hacer un caso convincente. No por experiencia personal, al menos. Y a pesar de sí misma, estaba cada vez más intrigada. —¿Qué clase de arreglo sugieres? —Uno simple. Nos casamos por nuestras propias razones, como un arreglo mutuamente beneficioso. Me das la propiedad. Recibirás tus cartas. —Qué pasa… —Sus mejillas se calentaron con un rubor—. Ya sabes. —No estoy seguro de saberlo. Sabía lo que quería decir, el pícaro. Solo quería la diversión de hacerla decirlo.

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Forzó las palabras. —¿Y las relaciones matrimoniales? —Quieres decir si voy a violarte, ¿eso quieres decir? —Alzó una ceja—. El matrimonio debe ser consumado. Pero no me interesan los niños. —Oh. Tampoco me interesan los niños. Eso no era precisamente cierto. Maddie amaba a los bebés. Pero por una razón u otra, había renunciado a la idea de la maternidad para sí misma. No sería mucho sacrificio deshacerse de la última balsa de esperanza ahora. »¿Así que una noche de consumación? —preguntó—. Y ninguna participación emocional en absoluto. Él asintió. —Solo tendremos que vivir juntos unos meses. Lo suficiente como para establecer la propiedad del lugar. Construiré algunas cabañas, pondré cosechas en el suelo. Entonces eres libre de hacer lo que quieras. —¿Quieres decir irme? ¿Qué le diría a mi familia? —Que somos como cualquier otra pareja que se casó con prisa y luego se encontraron reconsiderándolo, queriendo vivir separados. No es raro. —No —admitió Maddie—. No es raro. De hecho, eso ni siquiera sería una mentira. Su cabeza estaba girando. La idea del matrimonio había sonado absurda al principio. Pero tal vez esta era la mejor opción para volver atrás en el tiempo. Quizás realmente pudiera retirar todo: aquella historia ridícula e impetuosa que se había apoderado de su vida. Y, oh… su corazón se retorció. Por primera vez en años, podría visitar a su familia sin sentirse como un fraude. Esta red de mentiras que había girado le había hecho imposible confiar en alguien. No se atrevía a dejar que nadie se acercara demasiado.

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La soledad se había gastado en ella. Más espantosamente. Y cuando no estaba visitando a amigos o familiares, podía quedarse en el castillo y continuar su trabajo en paz. El Capitán MacKenzie estaría ocupado manejando las tierras. Solo necesitaba compartir una cama con él una vez. Le echó un vistazo a sus piernas desnudas. Tal vez esa parte de cama no sería enteramente terrible. Al menos, tendría la oportunidad de satisfacer algunos asuntos de curiosidad. Pasaba sus días esperando que las langostas consumaran el acto. Naturalmente, se había preguntado sobre el equivalente humano de vez en cuando. —Necesito tu elección, muchacha —dijo—. ¿Te casarás conmigo o enviaré todas esas cartas a los escandalosos de Londres? Ella cerró los ojos por un momento. —¿Me prometes que nadie sabrá la verdad? —Juro que no lo sabrán por mí. —Y seré libre para continuar mis propios intereses y actividades. Él asintió. —Tienes tu vida y yo la mía. Maddie se sintió mareada, como si estuviera de pie en el borde de un precipicio. Respiró hondo, juntó sus nervios… luego saltó. —Muy bien, acepto. Podemos casarnos tan pronto como sea posible. —¿Tan pronto como sea posible? —Él se echó a reír—. Eso es Escocia, muchacha. No hay necesidad de esperar por amonestaciones o casarse en una iglesia. —Pero prometiste que nadie sospecharía la verdad. Eso significa que debe parecer que me quieres, al menos al principio. Creo que, si fueras realmente mi Capitán MacKenzie y hubiéramos esperado todos estos años para estar juntos, querrías que tuviera una boda adecuada.

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Cerró la distancia entre ellos. —Maldita sea, si yo fuera tu Capitán MacKenzie y hubiera pasado años en la guerra, anhelando a la mujer que quería tener más que a la vida misma… —Le tocó un mechón de cabello—. No esperaría otra noche. Ella tragó saliva. —¿Verdaderamente? —Sí, verdaderamente. Y habría hecho esto una hora atrás. Su cabeza se inclinó hacia un lado. Su mirada se posó en sus labios. Y entonces su boca hizo lo más extraño. Empezó a acercarse a la de ella. No podía estar… Oh Señor. Lo estaba. Iba a besarla. —Espera. —Con pánico, Maddie puso ambas manos en su pecho, conteniéndolo—. Tus hombres, mis sirvientes… Podrían estar observándonos. —Estoy seguro de que nos están mirando. Por eso vamos a besarnos. —Pero no sé cómo. Sabes que no sé cómo. Sus labios se curvaron. —Yo sé cómo. Esas tres pequeñas palabras, pronunciadas con esa baja voz escocesa y devastadora, no hicieron absolutamente nada para aliviar las preocupaciones de Maddie. Afortunadamente, tuvo un respiro. Se apartó y miró su cabello. Parecía un chico maravillado por los relojes, preguntándose cómo funcionaba todo. Después de unos momentos, ella lo sintió agarrar el lápiz sosteniendo su moño. Con un largo y lento tirón, lo soltó y lo dejó a un lado. Aterrizó en el lago con un chapoteo.

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Sus dedos le atravesaron el cabello, liberando los mechones de su desordenado nudo y acomodándolos sobre sus hombros. Tiernamente. Como siempre había imaginado que haría un amante. Las chispas de la sensación bailaron de su cabello a los dedos de sus pies. —Ese era mi mejor lápiz de dibujo —dijo. —Es solo un lápiz. —Vino de Londres. Tengo una cantidad limitada. Su pulgar le acarició la mejilla. —Casi me quita el ojo. Tengo un suministro limitado de esos también. Y es mejor así. —Pero… —Su aliento se atascó—. Oh. Colocó sus mejillas entre sus manos, inclinando su rostro hacia el suyo. Su pulso le resonó en los oídos. Ella se quedó mirando su boca. Una oleada de inevitabilidad se apoderó de ella. Ella susurró: »Esto realmente está sucediendo, ¿cierto? En respuesta, él apretó sus labios contra los suyos. Y Maddie se quedó quieto. El relámpago de la experiencia sensual que había estado esperando no llegó. Ella estaba pegada a su rostro, mirando su pómulo. No tenía ni idea de lo que debía hacer. Cierra los ojos, tonta. Tal vez, si ella estaba muy quieta y prestara mucha atención, su idiotez no sería obvia. Tal vez podría enseñarle a besar, de la misma manera que el cielo le enseñaba al lago a ser azul. Era un riesgo estúpido, besarla pronto. Logan lo comprendió en el momento en que sus labios se encontraron con los de ella y ella se puso rígida en respuesta. Maldito infierno. Si este

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abrazo salía mal, podría asustarla y sus grandes planes estarían terminados antes de que comenzaran. Eso significaba que su desafío era evidente. Tenía que asegurarse de que el beso saliera bien. —Silencio, mo chridhe. Suavemente ahora. Rozó sus labios sobre los de ella con breves roces, con toda la paciencia y ternura que un hombre como él podía reunir, lo cual no era mucho. Pero en poco tiempo respondió de una manera tímida y dulce. Sus labios rozaron los de él también. Las mismas manos que se habían aplastado contra su pecho para retenerlo ahora se aferraban a sus solapas, acercándolo a ella. Sus labios se separaron debajo de los suyos y él barrió su lengua entre ellos. Un pequeño suspiro salió de su garganta, alentador y dulce. Él exploró su boca con movimientos lentos y lánguidos. Y entonces su paciencia fue recompensada, cuando su lengua tocó ligeramente la suya. Santo Dios. Sus rodillas casi fallaron. Sí. Esa es la manera de hacerlo. Ahora ella tenía la idea, su ingeniosa mocosa. Cuando él exploró, cedió. Cuando él tomó, dio. Y ella hizo lo mismo a cambio. Logan podría haber estado junto a ese lago que se veía como espejo y haberla besado durante horas. Días. Semanas y meses, tal vez, mientras las estaciones cambiaban a su alrededor. Había algo diferente en ella. Un gusto que no podía nombrar, excepto para decidir que nunca lo había sabido antes en un beso. Un poco de especias, un poco de dulce, y todo caliente. Fuera lo que fuese, aquella esencia provocadora le daba ganas de besar más fuerte, de sondear más profundamente para perseguirlo. Como si pudiera llevarla a sí mismo y hacerla suyo. Pero no quería asustarla. Después de un último y persistente roce de sus labios en los suyos, levantó la cabeza.

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Había olvidado que ella aún estaba de puntillas, equilibrada en esa roca. Cuando la soltó y dio un paso atrás, ella se inclinó hacia él. Sus cuerpos chocaron con un sordo uff. La suavidad reuniéndose con la fuerza. Actuando por instinto, la agarró en sus brazos. Él la sintió toda contra él. Cálida y curvilínea y femenina y tan viva debajo de ese vestido gris de duelo. Entonces ella lo miró: con esos grandes ojos marrones de becerro, enmarcados con pestañas negras como el hollín, y sus labios besados ligeramente entreabiertos. Santo Dios. Sus rodillas realmente vacilaron esta vez. Logan creyó lo que le había dicho, con todo lo que tenía en ese lugar donde debía estar el corazón. El amor no era más que una mentira que la gente se decía. Pero, ¿la lujuria? La lujuria era real y la estaba sintiendo. Sintiéndola en su esencia. Mientras la sostenía contra él, su sangre palpitaba con la necesidad más feroz y primaria. Una que hablaba de posesión y reclamación y mía. Ella lo hizo salvaje. Seguramente, era simplemente porque había pasado tanto tiempo sin compañía femenina. Madeline ni siquiera era de su tipo habitual. Dada su elección, habría dicho que prefería a una muchacha escocesa con el cabello ardiente y un brillo conocedor en sus ojos. No una tímida y adecuada dama inglesa recién aprendiendo el sabor de su primer beso. Pero bajo la timidez y la reserva, poseía una sensualidad natural y terrenal. No podía evitar pensar en lo que podría significar eso en la cama, cuando todas las reglas y los corsés fueron derramados y la oscuridad la liberara de la propiedad. Maldición. Se estaba preguntando por ella de nuevo.

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Estaba cansado de eso, de las preguntas. Se había estado preguntando por esta mujer durante demasiado tiempo. Día tras maldito día, y noche tras helada noche. Durante años. Lo había vuelto loco. Necesitaba verla. Buscarla. Saborearla. En todos lados. Escuchar los pequeños ruidos que hacía por placer. Solo una vez. Entonces la pregunta sería reemplazada por el conocimiento, y ya no sería perseguido por ella. La levantó de la roca y la puso en pie. —Capitán MacKenzie —dijo soñadora—. Yo… —Logan —corrigió él—. Creo que es mejor llamarme Logan ahora. —Sí. Supongo que lo es. Logan. —¿Qué era lo que querías decir? Ella sacudió su cabeza. —No tengo idea. Lo tomaría como una buena señal. —Será mejor que vaya a limpiarme y a reunir a los hombres —dijo él—. Puedes empezar a prepararte para la ceremonia. —Supongo que una semana debería ser tiempo suficiente —dijo—. Aunque prefiero dos. Él sacudió la cabeza. —No voy a esperar una semana. —Entonces unos días. Al menos dame eso. Yo… no tengo nada adecuado para usar. —No me importa el color de tu vestido, muchacha. Solo te lo voy a quitar de nuevo. Ella parpadeó. —Oh.

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Logan sabía que tenía que hacer que esto sucediera pronto. Si le daba tiempo para pensar en ello, podría decidir que no lo haría en absoluto. Dio una mirada al sol, el cual se estaba hundiendo rápidamente hacia el verde horizonte. —Tienes tres horas. Nos casaremos esta noche.

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M

addie siempre había sido diferente a otras chicas, y siempre lo había sabido. Por ejemplo, estaba segura de que era la única novia en alguna vez escribir la siguiente lista de cosas por hacer el día de su boda:    

Baño Peinado Vestido Langostas

Tres horas después, estaba bañada, peinada y vestida; y tristemente, tanto para ella como para Rex, todavía no había señales de Fluffy. Ahora estaba de pie en la galería, mirando la escena que iba a ser su boda Highland. Era un cuadro muy duro. No había decoraciones especiales. Muy temprano en el año para las flores, sin cintas a mano y no había tiempo para nada más. Afuera, se había desatado una tormenta de primavera. Viento y lluvia aullaban, azotando las paredes del castillo. En el vestíbulo, las velas brillaban en todos los soportes disponibles. Las llamas bailaban y parpadeaban, pareciendo tan ansiosas como ella. Los sirvientes se alineaban en un costado del pasillo. Los hombres del Capitán MacKenzie se alineaban en el otro. Ambos grupos la estaban esperando. Y no quería nada más que permanecer exactamente donde estaba, para siempre. O ir a esconderse con Fluffy bajo las rocas. —¿Lista, muchacha?

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Saltó, sobresaltada. Logan se había unido a ella en la galería, siguiéndola con sus pasos de gato. Siguiéndola furtivamente con su hermosura también. Misericordia. Él también se había bañado. Y afeitado. La mayor parte de su cabello castaño había sido domado con un peine, pero unos cuantos mechones incorregibles caían sobre su frente en forma raquítica. Alguien había planchado su abrigo rojo y pulido los botones. La trenza dorada y bronce brillaba a la luz de las velas. Antes había estado muy atractivo. Ahora era magnífico. Maddie se sentía desigual con él. Becky había hecho todo lo posible con el cabello, pero Maddie no tuvo más remedio que ponerse uno de sus habituales vestidos de color gris oscuro. No había tenido nada hecho en años. ¿Cuál sería el punto? Nunca iba a ninguna parte, nunca se entretenía. Ciertamente, no estaba preparada para una boda. —No me siento lista para esto —dijo ella. La barrió con una mirada rápida y superficial. —Pareces lo suficientemente lista. Difícilmente lo que una novia soñaba con oír el día de su boda. No Luces hermosa. No Te ves preciosa. Pareces lo suficientemente lista. Miró a la media docena de soldados que se alineaban en el vestíbulo. —¿Qué piensan tus hombres que está pasando aquí esta noche? —Creen que me voy a casar contigo. —¿Así que saben sobre las cartas? —Sí, saben que las recibí. Pero nunca las leyeron.

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A Maddie le habría gustado creer que estaba diciendo la verdad, pero lo dudaba. Para un soldado en circunstancias sombrías, las divagaciones de una nota frígida de una sobre imaginativa inglesa debían haber sido muy entretenidas. ¿Por qué las habría guardado para sí? Parecía mucho más probable que sus cartas se hubieran pasado alrededor de la fogata para divertirse en noches tristes. —Es solo tanta gente —dijo—. Y un espacio tan grande. Había empezado a sentirse demasiado como una multitud. Maddie no se sentía cómoda en las multitudes. »Debes saber por mis cartas que no puedo soportar reuniones sociales como estas. Mi timidez es la razón por la que te inventé, en primer lugar. —¿Me inventaste? Muchacha, no me inventaste. —No, tienes razón. Inventé a alguien comprensivo y bondadoso. —Cruzó los brazos y se abrazó. Nadie más parecía capaz de hacerlo—. ¿Nunca has escuchado la frase dolorosamente tímida? La atención de una sala llena de gente… para mí, es una explosión helada en la muerte del invierno. Primero mi piel empieza a pinchar por todas partes. Entonces me entumezco. Y luego me congelo. —Mira a tu alrededor. La hizo girar hacia el salón, luego se puso detrás de ella, colocando sus manos en la barandilla y encerrándola entre sus brazos. Su sólido pecho se encontró con la espalda de ella, y la barbilla apoyada contra la sien. La pose era íntima y extrañamente reconfortante. Indicó a sus hombres uno por uno. »Allá al final, Callum perdió su mano. Rabbie tiene una pierna llena de metralla. Fyfe despierta gritando cada noche, y Munro apenas puede dormir. Luego está Grant. No puede retener un recuerdo desde Quatre Bras. Incluso si notara algo malo contigo, lo olvidaría en una hora. No hay ni un alma en este salón sin sus propias cargas. ¿Ni un alma?

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Ella estiró el cuello para mirarlo, su bien formado metro ochenta. —¿Qué carga tienes? —La carga del deber. —Su voz bajó a un susurro intenso—. Llevé a esos hombres a la batalla. Cuando estaban cansados y fríos y enfermos de miedo, los empujaba. Les prometí que verían el día en que regresarían a casa a sus esposas, sus amadas, sus niños, sus tierras. En cambio, no llegaron a nada. Su cólera era palpable, atrayendo los pequeños cabellos de la nuca de Maddie. »Esta noche —dijo—, voy a recuperar su futuro. —¿Es por eso que quieres esta tierra? ¿Para ellos? Él asintió. —He dejado claro que no me detendrá mentir, chantajear o robar. Pero en el caso de que necesite subrayarlo, mo chridhe, vas a bajar allí si tengo que arrojarte sobre mi espalda y llevarte como un saco de avena. —Eso no será necesario. Soltó la barandilla, dio un paso atrás y le ofreció el brazo. Maddie lo aceptó. No podía retrasarse más. Del brazo, descendieron las escaleras. Ella era consciente de las docenas de ojos que la miraban, enfriándola como un viento invernal, pero al menos tenía un alto y bravo Highlander que le ofrecía refugio. La tía Thea le dedicó una cálida sonrisa al pasar. Eso también ayudó. Se dirigieron hacia el centro de la habitación. A lo largo del camino, Logan hizo una pausa para presentarla a sus hombres. Cada soldado se inclinó ante ella. Entre la seriedad de sus modales y el ambiente tormentoso, Maddie se sintió transportada de nuevo a otro tiempo. Podría haber sido una novia medieval, aceptando la fidelidad de los miembros de su clan.

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Era un consuelo saber que estaba haciendo esto por lealtad a sus hombres y no por simple codicia. Incluso si la despreciaba, al menos sabía que era capaz de cuidar a alguien. —Aquí está Grant —dijo Logan mientras llegaban a un hombre grande y fornido al final de la fila—. Vas a conocerlo varias veces. —¿Qué es todo esto, Capitán? —Inquieto, el gran hombre se frotó la cabeza afeitada con una palma y miró a su alrededor—. ¿Dónde nos encontramos ahora? Logan extendió la mano y la colocó firmemente en el hombro de Grant. —Es fácil. Estamos de vuelta en Escocia, mo charaid7. La guerra ha terminado y estamos en el Castillo de Lannair en Invernesshire. Los ojos del gran hombre se volvieron hacia Maddie. Él la miró como si estuviera luchando para concentrarse. —¿Quién es esta muchacha? Maddie le ofreció la mano. —Soy Madeline. —¿Ella es tu enamorada? —preguntó Grant a Logan—. ¿La que envió todas las cartas? Logan asintió. —Me voy a casar con ella. En este momento, de hecho. —¿Lo vas a hacer? —El hombre la miró por un momento y luego una risa baja retumbó en su pecho. Sonriendo, hundió el codo en el costado de Logan—. Bastardo afortunado. En ese momento, Maddie supo una cosa. El soldado Malcolm Allan Grant era su nueva persona favorita.

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Mi amigo en gaélico.

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La había hecho sentirse bonita el día de su boda. Mientras viviera, nunca lo olvidaría. —Dime, ¿podemos ir a Ross-shire pronto, capitán? —preguntó Grant—. Estoy deseando ver a mi abuela y a los pequeñitos. —Mañana —dijo Logan—. Iremos mañana. —Eso estará bien. Con eso establecido, Logan la condujo al centro de la habitación. —Será mejor que sigamos adelante. —¿Quién va a oficiar? —Munro hará los honores, pero no necesitamos a nadie para oficiar. No hay anillos para bendecir. Mantendremos esto tradicional, como las formas antiguas de los Highlands- Será un simple handfastin8. —¿Un handfasting? Pensé que esos duraban un año y un día. —Para las novelas, tal vez. Pero la iglesia puso fin a las uniones temporales hace siglos. Eso no impide que las novias y los novios intercambien votos a la antigua manera. Nos aferramos las manos, así. —La tomó por la muñeca, sujetándola con la mano derecha—. Ahora toma control de mí. Ella hizo lo que le pidió, enroscando sus dedos alrededor de su antebrazo lo mejor que pudo. »Y el otro—dijo él. Él reclamó su muñeca izquierda de la misma manera, y ella se aferró a la suya. Sus manos unidas ahora formaban un cruce entre ellos. Parecía algo como la cuna de un gato o un juego de niños. Logan asintió en dirección a Munro.

Procede de la antigua cultura celta. Es la forma en que los novios se comprometían durante un año y un día ante la comunidad y, tras ese período, la unión era confirmada de nuevo de forma permanente. 8

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El hombre se adelantó e hizo un nudo alrededor de las muñecas, atándolas. Maddie miraba, transfigurada, mientras la tira de tela se enrollaba sobre su muñeca y debajo de la suya, amarrándolos. Su corazón comenzó a latir más rápido. Su respiración también. Su cerebro empezó a sentirse tan ligero y brumoso como una nube. Él debió haberlo dicho. Su agarre se apretó en su muñeca. —¿No podemos hacer esto en privado? —susurró. —Debe de haber testigos, muchacha. —Sí, pero ¿tantos? Es solo que… No pudo terminar su súplica. El entumecimiento se había apoderado de ella, como siempre. El frío la encontró, por muy bien que se escondiera. Y el hielo la envolvió desde los dedos de los pies hasta la lengua, prohibiéndole hablar o moverse. Su pulso le palpitaba en los oídos y el paso del tiempo se ralentizó hasta convertirse en un fluido glacial. —Mírame —ordenó. Cuando lo hizo, lo encontró mirándola fijamente. Sus ojos eran intencionados, cautivadores. —No te preocupes por los demás. Solo somos tú y yo ahora. Sus palabras de seguridad susurradas le hicieron algo extraño. Algo que habría pensado imposible. Calentaron su sangre de adentro hacia afuera y la hicieron olvidar a todos los demás en la habitación. Había erguido un escudo contra ese haz de atención. Realmente eran solo ellos dos ahora. De repente, la lluvia, la oscuridad, las velas, el simbolismo primal de estar atado a otro ser humano… Todo parecía mágico. Y más romántico de lo que podía soportar. Le visitó la extraña e inquebrantable sensación de que aquello era todo lo que había soñado desde que tenía dieciséis años.

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No, se suplicó ella misma. No imagines que esto es más de lo que es. Así es como comienzan todos tus problemas. —Ahora repite las palabras tal como las digo —dijo Logan. Murmuró algo en gaélico, y ella repitió las palabras en voz alta lo mejor que pudo. —Bien —elogió. De nuevo, se calentó por dentro. Neciamente. Cuando ella hubo terminado su parte, él dijo algo similar a cambio. Oyó su nombre en la mezcla de gaélico. Entonces Munro dio un paso adelante y desenrolló la tela. —¿Y ahora qué? —preguntó Maddie. —Solo esto. —Él inclinó su cabeza y presionó un beso rápido en sus labios—. Eso es todo. Está hecho. Todos los hombres dieron un animado aplauso. Estaba hecho. Estaba casada. ¿Se sentía diferente? ¿Debería sentirse diferente? —No espero que lleves un arisaid9 completo —dijo su esposo—. Pero ahora que eres la señora MacKenzie, nunca deberías estar sin ellos. Uno de los hombres le tendió un trozo de tartán verde y azul. Logan la cubrió de un hombro a su cintura, como una faja. De su sporran, sacó algo pequeño que brilló a la luz de las velas. Lo usó para fijar el tartán en el frente. —Oh, es hermoso —dijo tía Thea—. ¿Qué es?

Es un manto que utilizan las mujeres, que se extiende hasta los talones. Es un accesorio tradicional de la mujer en gaélico que se usa durante la época de frío. 9

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—Se llama luckenbooth10 —explicó el soldado llamado Callum—. Es tradición en los Highlands que un hombre le dé tal broche a su prometida. —Entonces deberías habérselo dado en Brighton hace años —dijo tía Thea. —Debería haberlo hecho. Supongo que lo olvidé. —Con eso, le dirigió a Maddie una mirada astuta. La comprensión la golpeó como un relámpago. Ahora tenía un confidente. Un conspirador. Alguien que sabía todo. Todos sus secretos. No la amaba por ellos, pero tampoco había corrido lejos de ella gritando. Este despiadado desconocido que se había casado con ella podría ser lo más parecido en la tierra que Maddie tenía a un verdadero amigo. Los truenos estallaron en algún lugar, muy cerca. Las llamas de las velas se agacharon y se encogieron. La tormenta debía de estar pasando directamente por encima. —¿Qué es esto? —preguntó Grant, más confundido que antes de que comenzara la ceremonia—. Estamos en medio del fuego, Capitán. Necesitamos protegernos. Maddie podía ver ahora lo que Logan había querido decir con la memoria del gran soldado. El pobre hombre. Logan extendió la mano hacia su amigo. Explicó, una vez más, que estaban seguros en Escocia. Prometiendo, una vez más, llevarlo a Ross-shire mañana para ver a sus pequeñitos y a su abuela. ¿Cuántas veces debió haber hecho las mismas afirmaciones?, se preguntó Maddie. ¿Cientos? ¿Quizás miles? Debía tener la paciencia de un santo. —¿Y quién es ella? —Grant asintió hacia Maddie. —Soy Madeline. —Ella extendió su mano. Broche escocés en forma de corazón. A menudo tienen una corona sobre el corazón. Por lo general son de plata y pueden ser grabados o con piedras. Suele ser intercambiado entre los amantes como símbolo de su amor. 10

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—¿Eres la enamorada que le escribió todas esas cartas? —Sí —dijo Logan—. Y ahora es mi esposa. Grant rio entre dientes y hundió el codo en el costado de Logan. —Bastardo afortunado. Sí, pensó Maddie. Grant seguía siendo su nueva persona favorita. Memoria defectuosa o no, iba a disfrutar de tenerlo cerca. De hecho, estaba contemplando darle un beso en la mejilla, cuando el vestíbulo parpadeó de blanco, luego oscuro. El castillo entero se sacudió con un poderoso… Crash. —Madeline, abajo. Cuando el rayo golpeó, el corazón de Logan se sacudió. Y por primera vez en años, su impulso inicial no era calmar a Grant o proteger a sus hombres. Su atención fue solo a su esposa. Envolvió sus brazos alrededor de ella, acunándola contra su pecho y tirando de ella hacia el suelo, porque algo por encima de ellos se movió y cayó. Una vez que los candelabros hubieron dejado de moverse y el peligro hubo pasado, se inclinó para hablar con ella. »¿Estás bien? —Sí, por supuesto. El impacto solo me sorprendió. Todavía estaba temblando. Y Logan no pensó que fuera solo por la tormenta. Durante toda la ceremonia, su inquietud había sido palpable. Se había vuelto cada vez más pálida y en el momento en que habían pronunciado sus votos, sus ojos se habían negado a centrarse en los suyos.

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No había estado exagerando cuando había dicho que no le gustaban las reuniones sociales. Y esto era una docena de personas en un castillo en la parte más remota de los Highlands. ¿Cuán peor hubiera sido para ella en un atestado salón de baile de Londres? Había estado acostumbrado a pensar en ella como mimada o petulante por inventar a un novio como lo había hecho. Pero ahora estaba empezando a preguntarse si no había habido algo más. Maldita sea. Se estaba preguntando por ella de nuevo. La pregunta terminaba esta noche. Y no importaba si ella había tenido motivos de auto conservación. La tarea de preservarla era suya ahora. Se había comprometido tanto ante sus hombres como ante Dios, y a pesar de que este matrimonio era un arreglo conveniente, él no era uno persona que tomara esos votos a la ligera. La ayudó a ponerse de pie, consciente de lo pequeña que era, de lo delicada que era. Cada coloración rosa en sus mejillas o respiración difícil era de repente un asunto para su preocupación. Lo cual no tenía sentido, considerando que él era el villano en su vida. La había obligado a un matrimonio que no quería, y ¿ahora estaba obsesionado con protegerla? Era ridículo. Pero no menos real. Mientras la ayudaba a levantarse, preguntó: —¿Estás bien? —Solo un poco temblorosa. Quizás por estar tanto tiempo de pie. Los hombres estarían esperando una celebración. Música, comida, baile. Logan le había pedido al cocinero del castillo un banquete y vino. —Vamos, te llevaré arriba. —Solo lentamente, por favor —le susurró—. Así puedo mantener el ritmo. —Eso no será necesario. Quiero llevarte conmigo.

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—¿Como un saco de avena? —No, muchacha. Como una esposa. La levantó en sus brazos y la llevó fuera del pasillo, escuchando los aplausos de sus hombres y la evidente delicia de su tía. Sin embargo, una vez que salieron del vestíbulo, Logan se dio cuenta de que no tenía ni idea de hacia dónde se dirigía. »¿Cómo llego a tu dormitorio? Ella le dio instrucciones. Las direcciones implicaban un gran número de escaleras. —¿Subes todos estos escalones cada noche? —preguntó, tratando de esconder el hecho de que se había agitado un poco. —Usualmente, varias veces al día. Ese era el problema de las casas escocesas con torres, suponía él. Fueron construidas altos y estrechas para mayor protección contra el asedio, y por dentro, eran todo escaleras. —Los lairds originales habrían albergado a los sirvientes hasta aquí. ¿Por qué no usas un dormitorio en una de las plantas inferiores? Se encogió de hombros. —Me gusta la vista. Su dormitorio, una vez que llegaron, estaba cálidamente amueblado y era acogedor. Los espacios bajo los techos inclinados de dos aguas estaban llenos de filas de libros y pequeñas curiosidades. No era en absoluto la forma en que él habría esperado que fuera el dormitorio de una heredera inglesa, pero después de haber leído las cartas de Maddie, podía reconocerlo como completamente suyo. Su mirada fue atraída hacia un par de miniaturas en el tocador, representando a dos niños rubios, un niño y una niña. Logan los reconoció de inmediato. —Esos son Henry y Emma —dijo.

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—Sí. ¿Cómo supiste? Se encogió de hombros. —Tal vez los reconozco de tus cartas. La verdad era que no solo reconocía a los niños, sino que también reconocía la mano de Maddie en las miniaturas. Una extraña sensación de intimidad lo alcanzó. Rápido a sus pies llegó una incómoda ola de culpabilidad. La dejó en el suelo. —Gracias por llevarme. —Pesas menos que un pájaro. No fue nada. —Fue angustiosamente romántico, eso fue. ¿Intentarías ser un poco menos atrevido? Esto está destinado a ser un arreglo conveniente. —Como quieras, mo chridhe. Ella tenía razón. Romance no estaba en su lenguaje. Ahora que la tenía arriba, en un dormitorio, estaba ansioso por seguir adelante con las partes que acordaron. Los dos, en una cama. Él asintió mientras salía del dormitorio. —Te daré media hora para estés lista. Y luego regresaré.

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T

e daré media hora para que estés lista. ¿Media hora?

Maddie trató de no entrar en pánico. ¿Qué era media hora para prepararse para convertirse en una esposa? Un simple parpadeo, seguramente. Treinta minutos no eran suficientes para estar lista. Treinta años podían no ser suficiente tiempo para sentirse lista. Simplemente había demasiado para digerir. Estaba casada. Estaba a punto de perder su virginidad. Y lo peor de todo, se sentía estúpidamente enamorada de su nuevo marido. En este momento, su corazón palpitaba con un dolor dulce y tierno. Tan absurdo. Por el amor de Dios, solo lo conocía medio día, y él había sido terrible durante la mayor parte. Su cerebro discutía de un lado a otro con su corazón tonto y sentimental. Te chantajeó para que te casaras. Y luego me besó en el lago. Su comportamiento contigo fue detestable. Pero su lealtad a sus hombres es admirable. Amenazó con llevarte como un saco de avena. Y en su lugar me alzó.

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Maddie, eres imposible. Ella suspiró y murmuró: —No hay discusión allí. Decidió no llamar a la doncella para ayudarla a prepararse. Mientras se quitaba el cinturón y el vestido, se recordó severamente que este Capitán Logan MacKenzie no era el héroe con el que había soñado en su niñez. Cuando él regresara a la habitación en —ella comprobó el reloj— diecinueve minutos, no sería con la intención de ser romántico; vendría a completar una transacción. Pero, pero, pero... Un relámpago brilló fuera. Ella se congeló en el acto de desenrollar sus medias, súbitamente inundada con el recuerdo. Su brazo, envolviéndose alrededor de ella cuando el trueno se estrelló. Se veía tan guapo a la luz de las velas. Por no mencionar, más bien emocionante cuando la había llevado por las escaleras. Oh, estaba en muchos problemas. Mientras pasaba un cepillo por su cabello suelto, los escalofríos de anticipación la atravesaron. Jugaron un juego travieso de etiqueta mientras recorría una parte secreta de su cuerpo hasta la siguiente. Su piel se sentía cálida y cosquilleante. Dispuesta. Lista. Cerró los ojos y respiró hondo y lentamente. No debería estar ansiosa por esto. No debería imaginarse que este encuentro significara cosas que no eran. Ese tipo de tonterías solo podía conducir a lastimarse. El amor es solo una mentira que nos decimos a nosotros mismos. Y Maddie tenía mucha práctica en mentir. Echó otra mirada al reloj. Quedaban ocho minutos.

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Cuando colocó el cepillo en su tocador, su mirada aterrizó en el pequeño broche en forma de corazón que le había dado al final de la ceremonia. ¿Cómo lo había llamado Callum? Un Luckenbooth. Lo levantó para examinarlo más de cerca. El diseño era simple, incluso humilde. El contorno de una forma de corazón trabajado en oro, con unas pocas virutas de piedras semipreciosas —verde y azul— cerca de la cresta. Maddie colocó el broche en sus manos para examinarlo. Mientras lo hacía, las yemas de sus dedos atraparon un parche más áspero en el oro. Interesante. Estaba grabado. Se inclinó más cerca de la luz de las velas, observando las minúsculas marcas. Parecían ser un par de iniciales. —L.M. Por Logan MacKenzie, por supuesto. Dios, había llegado preparado. Parecía haber pensado en todo. Luego entornó los ojos para distinguir el segundo par, esperando encontrar un "M.G." por Madeline Gracechurch. No había "M.G." grabado allí. Sin embargo, había otro conjunto de letras. —A.D. —leyó en voz alta. Increíble. Al parecer Capitán Logan "El amor es solo una mentira que nos decimos a nosotros mismos" MacKenzie era un mentiroso, también. Debe haber tenido alguna historia de amor. Una que no había terminado bien, evidentemente, teniendo en cuenta que le había dado a Maddie el broche que había comprado para esta ex amante. El truhan.

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Maddie dejó caer el broche sobre el tocador. Al menos sus cosquilleos, sus sentimientos de anhelo se habían disipado. Este era precisamente el objeto punzante que había necesitado para separar su corazón del resto de su cuerpo. Ahora tenía una forma infalible de recordar que no era un matrimonio real y que no debía imaginarse que poseía sentimientos verdaderos. Llevaría el Luckenbooth cada día, un pequeño amuleto en forma de corazón para recordarle que todo esto era falso. La puerta crujió en sus bisagras. Oh Señor. Era hora. Maddie se metió en la cama y se zambulló bajo la colcha. No lo suficientemente rápido, por desgracia. Él había visto toda la maniobra, estaba segura. Se llevó las sábanas a la barbilla y lo miró. Se había quitado el abrigo y desabrochado la camisa, enrollando las mangas hasta el codo. Parecía estar descalzo, despojado de sus calcetines y botas. Llevaba solo esa camisa de cuello abierto y su kilt, con el cinturón suelto en su cintura. —¿Estás lista? —Su voz era más oscura que las sombras. —No estoy segura —respondió—. Pero no creo que vaya a estar más lista. —Si estás cansada, podríamos esperar hasta mañana. —No, yo... Creo que debería haber terminado con eso esta noche. —Al darle más tiempo para pensar y preocuparse, podría hacer que perdiera sus nervios por completo. —Bien entonces. Él se lamió las yemas de los dedos, luego apagó las velas una a una, hasta que la única luz en la habitación provenía del fuego rojo y ámbar en la chimenea. La cama se sumergió con su peso.

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Maddie estaba muy quieta bajo la colcha. Su corazón latía más rápido que el de un pájaro. Se sentía caliente por todas partes. —Ahí esto. —Ella se acercó al tarro que le había regalado su tía—. La tía Thea me lo dio. Es una especie de crema o bálsamo, creo. Dijo que sabrías qué hacer con ello. Él tomó el tarro, desenroscó la tapa y olisqueó el contenido. —Aye. Sé qué hacer con él. —Tapó el frasco y lo arrojó lejos. Este rodó en una esquina oscura. —Pero... —Sé lo suficiente para que dejar que los remedios de tu tía estén cerca de mí —dijo—. Recuerdo muy bien cómo te fue con el tónico para dormir. Tu carta decía que tuviste una erupción ampulosa durante semanas. Maddie se mordió el labio y atrajo la colcha sobre sus hombros. ¿Se acordaba de eso? Incluso había olvidado el tónico para dormir. Pero tenía razón, había estado cubierta de picazón y bultos rojos durante semanas. Era desconcertante lo mucho que sabía sobre ella sin conocerla en absoluto. Y cuando se trataba de conocer al verdadero Logan MacKenzie, estaba completamente en la oscuridad. En esta situación, cada ventaja era suya. Tenía conocimiento, experiencia, control. —Bebe esto en su lugar. —Le tendió un pequeño frasco. —¿Es medicina? —Es medicina de los Highlands. Un buen whisky escocés. Con cautela, se llevó el frasco a los labios. —Déjalo que se asiente un poco en tu boca. La quemadura es peor si lo tomas enseguida. Con los ojos cerrados, echó la cabeza hacia atrás e inclinó el frasco, enviando un rayo de fuego líquido por su garganta. Tosiendo, se lo devolvió.

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—Si actúa de la forma en que debe —dijo—, no habrá necesidad de cremas o pomadas. —Su mano rodeó su pantorrilla a través de la ropa de cama—. Y quiero hacer esto bien. Lo disfrutarás. Ella tragó saliva. —Oh. —Aun así, es probable que duela un poco cuando... —Cierto. —Pero será rápido desde allí, tanto como me duela mi orgullo decirlo. Esa es la forma habitual cuando un hombre se va sin compañía por un tiempo. Sin las velas, la luz del fuego lo envolvía en una silueta tenebrosa. Se habría sentido mejor si pudiera verlo claramente. Sin duda él había pensado que la oscuridad era reconfortante, pero Maddie estaba acostumbrada a mirar a las criaturas de la naturaleza de una manera directa y sin pudor. Observando dónde se unían sus partes, aprendiendo cómo se movían y trabajaban. Tal vez si le hubiera dado la misma oportunidad de examinar su cuerpo (hasta una furtiva mirada o dos cuando se había desnudado), su pulso acelerado se habría calmado. Pero ya era demasiado tarde. Las velas estaban apagadas. E incluso si pudiera volverlas a encender, no sabría pedir tal cosa. Para ella, él era simplemente una sombra. Una sombra con manos y calor y un barítono profundo y fascinante. —No tengas miedo. —Su mano se deslizó por su cuerpo, abriendo un camino de sensación sin precedentes—. Sé que te has preguntado sobre esto. Cómo un hombre encaja con una mujer. Cómo se siente al estar unido. Puedo enseñarte todo. Lo haré bien. Muy bien. —No sé si puedo hacer esto—dijo. —Puedes. No hay nada más fácil. Si esto fuera difícil, la humanidad habría muerto hace mucho tiempo.

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—Creo que subestimas mi capacidad para tomar la interacción humana normal y hacerla incómoda. Ella se alejó, dejando un espacio entre ellos. »Intenta comprender —dijo—. Llevas años leyendo mis cartas. Sabes mucho de mí, y yo ni siquiera tengo el menor conocimiento de ti. De dónde vienes, cómo has vivido tu vida... Para mí, eres poco más que un extraño. —Ahora soy tu esposo. —Sí, pero no tenemos una historia juntos. No hay recuerdos compartidos. —Tenemos siete años de historia real. Y tenemos recuerdos. —Así como… Él se encogió de hombros. —¿Recuerdas cuando nos conocimos y te caíste de culo? ¿Recuerdas cuando caminamos al lado del agua y hablamos de matrimonio? ¿Recuerdas la vez que te besé tan fuerte, que lo sentiste en los dedos de tus pies? —No —respondió defensivamente—. Solo lo sentí tan lejos como mis tobillos. Él la agarró por la cintura. —Bien entonces. Tendré que esforzarme más esta vez. Se inclinó hacia adelante. Ella puso su mano en su pecho, reteniéndolo. —¿No podemos conocernos primero? —No le veo sentido en hablar más —dijo—. Estamos de acuerdo en que esto es un arreglo, no un romance. —Es solo que, ya ves. No quiero un romance. No quiero fingir. Pero cuando cierro los ojos, no es como si me tocaras. Es el Capitán MacKenzie

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de ficción de mi propia creación. Estoy obligada a hacer demasiado de esto. No creo que quieras una esposa tonta y dependiente haciendo demandas sobre tus afectos. —Tienes razón en eso. No puedo decir que lo haga. —Es como me lo dijiste. El amor es una mentira que la gente se dice a sí misma —prosiguió—. Si ese es el caso, el conocimiento real debe ser el mejor antídoto. Una vez que te conozca mejor, no tendré dificultad en encontrar razones para despreciarte. —¿El chantaje desvergonzado no es suficiente? —Habría pensado que lo sería. Pero luego me contaste sobre las terribles circunstancias de tus hombres. Vi lo leal que eres con ellos. Todo se hizo demasiado comprensivo. Necesito una nueva razón para que me desagrades. —Ella cruzó las piernas—. Comencemos con lo básico. ¿Dónde naciste? —En Lochcarron, en la costa occidental. Se le ocurrió un pensamiento repentino. —¿Tienes familia? —Ninguna. —Oh. Eso es bueno. Quiero decir, no es bueno. Es terrible para ti, y demasiado comprensivo. Pero es conveniente para nuestros propósitos. Concuerda con las mentiras que dije. —Se mordió el labio, encogiéndose de hombros—. Puedo estar un poco absorta en mis propios problemas a veces. Es uno de mis peores defectos. Pero tú ya lo sabias. Él asintió. —Oh, sí. Ya lo sabía. —¿Ves? Sabes todo sobre mis defectos. Es fácil para ti permanecer lejos. Pero no conozco ninguno de los tuyos.

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—Aquí está el primero. —Él se estiró para rodear su tobillo con su mano. Su pulgar acarició arriba y abajo—. Soy demasiado bueno en la cama. Tengo una manera de arruinar a una mujer para todos los demás. Ella apartó la pierna. —La voracidad sería el primer defecto, entonces. Eso funcionará al principio. ¿Qué es lo peor que has hecho? Él pasó sus manos por el su cabello. —Estoy empezando a pensar que casarme contigo. —No, no. No muestres sentido del humor. Eso marca una casilla en la columna equivocada. Él la alcanzó y la acercó, luego hizo que rodara sobre su espalda. El duro y caliente peso de él presionó su cuerpo contra el colchón. —Puedo marcar todas las casillas, muchacha. Ella tragó saliva. —¿Quién es A.D.? —¿Qué? —El broche que me diste. Tiene las iniciales L.M. y A.D. ¿Quién es A.D.? Sus ojos se endurecieron en trozos de hielo. —Nadie importante para mí. —Pero... Él inclinó la cabeza y besó su cuello. Un susurro de calor contra su piel. A pesar de sí misma, suspiró con placer. Él escuchó aquel suspiro. Y fue alentado por ella. Sus manos se extendían sobre sus curvas. Sin agarrar ni tomar. Simplemente conociendo su cuerpo.

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Y mientras lo hacía, Madeline también estaba aprendiendo cosas. Estaba acostumbrada a examinar criaturas, catalogando todas sus partes. La clave para crear una buena ilustración era entender cómo funcionaba la criatura. La razón de una antena. El propósito de una glándula hiladora. Mientras que Logan la tocaba, se dio cuenta de algo abrumador. Durante los últimos años, se había reducido al bosquejo de una persona. Tenía manos para dibujar, ojos para ver, y una boca para hablar ocasionalmente. Pero había mucho más en este cuerpo que habitaba —mucho más de ella— y cuando estaba debajo de él, todo tenía sentido. Le hacía preguntarse qué partes de sí mismo había descuidado él. Cuánto tiempo había pasado sin una mujer que le recordara el espacio pequeño y secreto de su garganta, el refugio perfecto que su cuerpo hacía cuando se curvaba alrededor del suyo. La forma en que su mano fue hecha para agarrar su pecho con la misma facilidad con que se apoderaba de una daga. Todo era demasiado. Maddie se retorció debajo de él. —Lo siento. Lo siento mucho. Sé que se supone que esto sea físico. Impersonal. Es solo que sigo pensando en langostas. Él se giró de espaldas y se quedó allí, parpadeando hacia el techo. —Hasta ahora, habría dicho que no quedaba nada que me sorprendiera en la cama. Estaba equivocado. Ella se sentó, arrastrando las rodillas contra su pecho. —Soy la chica que inventó un amante escocés, le escribió decenas de cartas, y mantuvo un ardid elaborado durante años. ¿Realmente te sorprende que sea rara? —Tal vez no. —Las langostas cortejan durante meses antes del apareamiento. Antes de que el macho pueda aparearse con ella, la hembra tiene que sentirse lo suficientemente segura como para salir de su caparazón. Si una criatura

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marina espinosa vale meses de esfuerzo, ¿no puedo tener un poco más de tiempo? No entiendo la urgencia. Con un suspiro que pareció más un gruñido, él plegó la colcha sobre su regazo. —Teníamos un acuerdo, muchacha. Los votos que dijimos serían considerados como un mero engaño por su propia cuenta. La consumación es lo que hace que sea un matrimonio. Tenía toda su atención ahora. —¿Quieres decir que esto todavía podría deshacerse? Eso era interesante. Muy interesante. —No tengo idea —dijo, con aire severo—. Permítame recordarte que tengo docenas de razones por las que no quieres eso. Razones incendiarias. Sí, Maddie pensó para sí misma. Tenía docenas de razones escondidas en alguna parte. Una idea se apoderó de ella. Si pudiera evitar que él consumara el matrimonio, podría encontrar esas razones... y quemarlas de una vez por todas. Observarlas desintegrarse en humo. Entonces no tendría tanto poder sobre ella. »¿Querías

compartir recuerdos, no? —preguntó.

Ella asintió. —¿Recuerdas cómo en nuestra noche de bodas te hice el amor salvaje y desnudo hasta que gritaste por más? —En realidad, recuerdo que nos quedamos hablando toda la noche. —Solo para molestarlo, agregó—: Y acurrucados. Él frunció el ceño. —No me acurruco.

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—Es lo mejor, supongo —dijo—. Te ofreciste a esperar hasta mañana para consumar los votos si quisiera. Bueno, quiero esperar. No estoy lista esta noche. Y si pudiera encontrar otra forma de salir de esta situación, tal vez nunca tendría que estarlo. Dejó una hilera de cojines en el centro de la cama, dividiéndola cuidadosamente en dos lados: El de él y el de ella. —¿De verdad se supone que esto me detenga? —Él se echó hacia atrás en la cama, de costado, mirando por encima de la pared de cojines con diversión—. Tenía la intención de hacer mi mal camino contigo. Pero ahora hay un cojín… Ella se escondió debajo de la colcha, acercándola a su cuello. »Ahora que lo mencionas —prosiguió—, no sé cómo esta estrategia se le escapó a Napoleón. Si hubiera erigido una barricada de plumas y tela, nosotros los Highlanders no habríamos sabido cómo superarlo. —No espero que los cojines te mantengan alejado —dijo—. Son simplemente una guardia contra cualquier cosa accidental que pueda suceder. —Ah. —Arrastró la sílaba—. No podemos tener ningún suceso accidental. —Exactamente. Podría rodar por la noche, y sé lo que piensas sobre abrazarte. Debo odiar tomar ventaja de ti. —Muchacha descarada. —Se sentó en la cama y arrancó la almohada que estaba entre ellos—. Estoy aquí ahora. Soy de carne y hueso, y soy tu esposo. Estaré condenado si renuncio a mi lugar por una almohada. Ella contuvo la respiración. ¿Qué haría él? »Voy a dormir en el suelo —dijo.

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Tomó la almohada y la colcha de repuesto del extremo de la cama y empezó a disponer una plataforma cerca del centro de la habitación. Maddie se dijo a sí misma que debería estar feliz, era más seguro de esa manera. En vez de eso, no pudo evitar preocuparse estúpidamente por su comodidad. El piso estaría frío y duro, y había estado viajando. La proximidad física era un tipo de peligro, pero preocuparse por él sería aún peor. —Somos adultos que razonan —dijo—. Eres bienvenido a compartir la cama. No necesito una barricada. Me quedaré de mi lado y te quedarás en el tuyo. —Dormiré en el suelo. Lo prefiero. —¿Prefieres el piso a una cama? —Por el momento, mo chridhe, prefiero el piso a ti. Hombre horrible. —Dijiste que querías esperar —prosiguió—. Me gustaría pensar que mi honor es una barrera más fuerte que los cojines. Pero esta noche, no sería prudente poner a prueba esa teoría. Después de un momento, ella dijo: —Ya veo. Él dobló la colcha por la mitad, extendiéndola en el suelo. —No importa. Dormí en el suelo durante mis primeros diez años de vida. Nunca ni una vez en una cama. —¿Diez años en el piso? —Diez años en la finca o el pasto de ovejas, con mayor precisión. Antes de que el vicario me acogiera, yo era un huérfano criado en la caridad de la parroquia. Me quedaba con cualquier familia que me mantuviera, y eso significaba que necesitaban una mano con las ovejas o el ganado de esa

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temporada. Cuidaba los animales, día y noche. A cambio, tuve mi gacha de avena en la mañana y una o dos hogazas por la noche. Oh no. Todo este intercambio fue un paso adelante, dos atrás. Un insulto suave, excelente. Abandonó su cama por el suelo, mejor. Pero ahora, ¿esta trágica historia de huérfano? Lo arruinó todo. ¿Cómo se suponía que debía recordar que no le gustaba cuando estaba imaginando a un niño hambriento y larguirucho de cabello castaño rojizo, tiritando solo en el suelo helado? Maddie quería aplastar las manos sobre sus oídos y tararear tra-la-la para ahogar el latido de su corazón. En cambio, golpeó su almohada unas cuantas veces para suavizarla. —Duerme bien, Capitán MacHumorado. ¿Qué había hecho? Justo cuando parecía que no podía pagar lo suficiente por una tonta mentira que había dicho en su juventud… esto sucedía. Había acordado casarse con un perfecto extraño. Una persona a la que no le importaba nada ella, y una por quien estaba en peligro de preocuparse demasiado. Pero aún no estaba totalmente casada con él. Con un poco de suerte, tal vez nunca lo estaría.

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L

ogan no había esperado dormir mucho en su noche de bodas. No había pensado que la pasaría en el suelo. Pero su descanso fue perturbado por una razón completamente diferente. Era angustiantemente tranquilo.

Todo lo que le había dicho a Madeline era cierto. En la niñez, había dormido en pastizales o establos, rodeado de ganado húmedo de los Highlands o de ovejas que brincaban. Desde que se unió a la clase alta de los Highlanders, había estado acostado en una plataforma rodeada por sus compañeros soldados. Para ser honesto, no había sido muy diferente de dormir entre bestias. Había un cierto consuelo, con la sinfonía nocturna de toscos ronquidos y raspaduras. Pero mientras pasaba muchas horas de placer con la compañía femenina, no estaba acostumbrado a dormir cerca de una mujer. ¿Acariciar? Nunca ocurrió. La presencia de Maddie en la misma habitación lo hacía sentir extrañamente incómodo. Era demasiado misteriosa, demasiado tranquila, demasiado tentadora. El dulce perfume de lavanda lo hacía despertar cada vez que empezaba a dormirse. Tan pronto como la primera luz del amanecer se filtró por la ventana, se levantó de su cama improvisada, se abrochó el chal de su cintura y salió del castillo para estar junto al lago, observando el nuevo día deslizándose por la superficie azul y alumbrando la niebla. —Entonces, Capitán. ¿Cómo se siente esta hermosa mañana? Logan alejó la vista del lago-

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—¿Qué? Callum y Rabbie estaban detrás de él, mirándolo con un inusual grado de interés. Rabbie apoyó el antebrazo en el hombro de Callum. —¿Tú qué crees, muchacho? Callum ladeó la cabeza. —No lo sé con certeza. Creo que es un sí. Rabbie se echó a reír. —Creo que no. Logan frunció el ceño. —¿De qué demonios hablan? Rabbie chasqueó la lengua. —Irritabilidad. Eso no es una buena señal. —Pero no se ve bien descansado —replicó Callum—. Eso debería ser un punto a mi favor. Logan dejó de intentar darles sentido. No estaba de humor por sus bromas esta mañana. —Si están levantados, podríamos ir a trabajar —dijo. Después del desayuno, todos salieron a explorar la cañada. No lejos del lago, encontraron los remanentes de un establo en ruinas. El tiempo, el clima o las batallas habían desmoronado las bajas paredes hace siglos. No había ningún uso en reconstruirlas, pero la piedra aflojada podría ser útil para colocarlas en las cabañas del edificio. Puso su mano en un pedazo de pared que le llegaba a la cintura, y un trozo de piedra inmediatamente se sacudió. Aterrizó en su bota, aplastando su dedo pulgar del pie. Logan la echó a un lado y lanzó una maldición.

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Se giró a tiempo para ver a Rabbie extendiendo una palma abierta en dirección a Callum. —Ahora acepto mi pago. Con resentimiento, Callum buscó una moneda de su bolsa y la puso en la mano de Rabbie. Logan se había cansado de su misteriosa conversación. —Explíquense. —Estoy haciendo una apuesta con Callum —dijo Rabbie. —¿Qué tipo de apuesta? —preguntó. —En cuanto a si te acostaste con tu pequeña novia inglesa en la noche de bodas. Rabbie sonrió. —Dije que no. Gané. Maldición. ¿Era evidente su frustración? Logan pensó en la forma en que acababa de maldecir a una roca. Sí, probablemente lo era. Habían vivido demasiado cerca los unos de los otros durante demasiado tiempo. Logan se daba cuenta a primera vista cuando el muñón de Callum le dolía, y podía sentir cuando Fyfe tenía una noche difícil por delante. Conocía a sus hombres, y también lo conocían. Sería evidente para todos que no había purgado su propia lujuria anoche. Aunque las apuestas de Rabbie eran burdas y estúpidas, comprendió por qué los hombres tendrían más que un ocioso interés en sus actividades amorosas. Para asegurar que el Castillo de Lannair fuera su hogar permanente, necesitaba consumar el matrimonio. Había mucho en la espalda de Logan… que lo esperaba.

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Como esta mañana, los estaba defraudando. Odiaba ese sentimiento. En la batalla, había sido su oficial infalible y leal, llevándolos a la batalla sin siquiera parpadear. Ya no. Callum, siempre el pacificador, trató de disculparse. —Solo estamos teniendo un poco de diversión contigo, Capitán. Ella debió de estar cansada anoche, y solo apareciste en su casa. Fue un shock, espero. No hay vergüenza en darle tiempo para adaptarse a la idea. Estoy seguro de que tu chica piensa que es dulce. ¿Dulce? Maldito sea todo. Primer acurrucarse. ¿Ahora era dulce? —Eso será suficiente —dijo—. Si escucho más apuestas como esta, las cabezas se agrietarán. Deberían gastar su tiempo en algo más que valga la pena. Como limpiar los establos del castillo esta tarde. —Pero capitán… —Callum levantó su brazo amputado. —No hay piedad de este lado. Hasta que pudiera poner cualquier duda a descansar, haría lo que había hecho durante los últimos años: mantener a los hombres trabajando y centrándose en el futuro. Colocaron piedras para marcar los sitios de construcción y siembra. Luego condujo al grupo por la pendiente para examinar las tierras de pastoreo desde una posición más alta. —No hay tiempo que perder —dijo—. Si queremos tener una cosecha este otoño, tenemos que poner los cultivos en la tierra para Beltane. —Esperemos que la tierra sea tuya para Beltane —dijo Rabbie. —Ya es mía. Me he casado con ella. —Aye, en palabras. Pero los ingleses tienen una manera de romper su palabra, aquí en los Highlands. —Te voy a recordar, que es mi esposa de la que estás hablando.

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Rabbie le lanzó una mirada dudosa. —¿Lo es? —Sí. Maddie sería su esposa. Completamente, legalmente, permanentemente y pronto. Había accedido a sus peticiones para retrasar lo de anoche por todo lo que Callum había dicho: había tenido un shock y un largo y agotador día. Sabía que ella tenía curiosidad y él había probado su beso. Había potencial para que las cosas fueran buenas entre ellos, quizás incluso incendiarias. Sería un crimen desperdiciar la noche acordada presionándola más, demasiado rápido. Cuando Logan se acostara con su esposa, no solo estaría dispuesta. Lo querría. Estaría suplicando por él. Y la dejaría tan flácida y exhausta de placer que no podría pensar en nada de acurrucarse después. —Dime, Capitán —replicó Callum hacia el castillo—. Parece que tienes un visitante. Logan miró en la distancia. Un elegante carruaje de cuatro ruedas se había detenido frente a la entrada del castillo. Un hombre bajó del carruaje. Tan pronto como las botas del hombre se encontraron con el suelo, una pequeña figura de color gris salió del castillo para saludarlo, como si hubiera estado esperando que llamara. Maddie. —Pensándolo bien —dijo Rabbie—, parece que tu señora tiene un visitante. Un silencio incómodo cayó sobre el grupo. —Espero que sea probablemente un hombre de negocios —dijo Munro—. ¿No todas las señoras inglesas tienen hombres de negocios?

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—¿Ves ese grupo de caballos? —Insistió Fyfe—. Ese no es el carruaje de un hombre de negocios con cuatro ruedas. Logan se quedó quieto. No sabía quién sería el visitante de Maddie. Pero quería averiguarlo.

—Lord Varleigh. —Maddie dejó caer una reverencia—. Adelante. Siempre es un placer verlo. —El placer es mío, señorita Gracechurch. Señorita Gracechurch. Las palabras hicieron que Maddie hiciera una pausa. ¿Seguía siendo la señorita Gracechurch? ¿Debería corregirlo? Maddie decidió no hacerlo. Era demasiado complicado de explicar en este momento, y Lord Varleigh probablemente habría desaparecido antes de que Logan se diera cuenta de que estaba aquí. Con un poco de suerte, nunca tendría que cambiar su nombre al de señora MacKenzie. Lord Varleigh se aclaró la garganta. »¿Puedo ver las ilustraciones? —Oh. Sí. Si por supuesto. Cielos. ¿Nunca perdería esa torpeza? Había tenido suficientes conversaciones con Lord Varleigh durante el último año para saber que era un caballero inteligente y reflexivo, pero también era bastante imponente. Algo en sus ojos oscuros e inquisitivos y sus uñas arregladas siempre la ponían un poco nerviosa. Concéntrate en el trabajo, Maddie. Está aquí por las ilustraciones, no por ti. Recogió el folio y lo colocó en una mesa ancha y plana para dejarlo abierto.

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»Como se discutió originalmente, hay dibujos de tinta para cada especie en diferentes perspectivas. Se puso de pie a un lado mientras él miraba su trabajo. Metódica y lentamente, como cualquier buen naturalista haría. —¿Qué es esto? —Preguntó, llegando a una acuarela cerca del final de la pila. —Oh eso. Tomé la libertad de combinar algunas de las especies y hacer unas cuantas placas en color. Sé que no pueden ser impresos en la revista, pero pensé que les gustaría tenerlas. Si no, los guardaré. Eran principalmente para mi propia diversión. —Ya veo. —Él inclinó su cabeza mientras las miraba. Al final, Maddie ya no pudo soportar el suspenso. —¿Los bocetos no cumplen con su aprobación? Si no le gustan o no están bien, todavía hay tiempo. Puedo hacer cambios. Él dejó caer la cubierta del folio y se volvió hacia ella. —Señorita Gracechurch, los bocetos son extraordinarios. Perfecto. —Oh. —Maddie exhaló con alivio y solo una pequeña punzada de orgullo. En su mayor parte, dibujaba porque amaba hacerlo, y por el placer de contribuir al conocimiento, no por aplausos. No es que hubiese mucha gente haciendo fila para aplaudir a los ilustradores científicos. Pero la alabanza de Lord Varleigh significaba algo para ella. Significaba mucho. La hizo sentir que había hecho algo bien, a pesar de haber pasado el día anterior tratando con un Highlander decidido a castigarla por cada locura juvenil. —Estoy organizando una reunión en mi casa la próxima semana para develar los especímenes —dijo Lord Varleigh, empacando sus ilustraciones y las muestras de cristal en que había trabajado—. He invitado a todos los miembros de la sociedad naturalista, incluido Orkney.

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—¿Será una exposición, entonces? —Más como un baile. —Oh. —Una fría sensación de temor la invadió—. Un baile. —Sí. Habrá una cena y un poco de baile. Tenemos que dar diversión a las damas, o bien boicotearán la noche por completo. Maddie sonrió. —Entonces no soy muy parecida a una dama. No estoy interesada en el baile, pero me fascinaría su exhibición. —Entonces espero que asista. —¿Yo? —Tengo un buen amigo que estará de visita. El señor Dorning. Es un erudito en Edimburgo, y está compilando una enciclopedia. —¿Una enciclopedia? Lord Varleigh asintió con la cabeza. —Insectos de las Islas Británicas, en cuatro volúmenes. —Me ha tocado el corazón. Me encanta un libro con varios volúmenes. —¿Eso significa que está interesada? —Naturalmente. Me encantaría ver el trabajo cuando esté terminado. Él sonrió. —Señorita Gracechurch, parece que ambos nos estamos refiriendo a algo diferente. Le pregunto si estaría interesada en conocer a mi amigo para que considere contratar sus servicios para el proyecto. Como ilustradora. Maddie estaba aturdida. Una enciclopedia. Un proyecto de ese tamaño significaría un trabajo constante e interesante durante meses. Si no años. —¿Realmente haría eso por mí?

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—Lo consideraría un favor, francamente. La calidad de su trabajo es excepcional. Si usted puede asistir a nuestra reunión la próxima semana, estaría encantado de presentarla. Se mordió el labio. Sería una gran oportunidad para ella, pero… Un baile. ¿Por qué tenía que ser un baile? —¿No podría llamarlo a primera hora de la tarde? —preguntó—. O tal vez a la mañana siguiente. Sería una vergüenza interrumpir su entretenimiento con hablar de trabajo. —El trabajo es la razón de la reunión. No sería una interrupción. —Su mano le rozó la muñeca—. Cuidaré de usted, lo prometo. Diga que sí. —Tengo una pregunta —interrumpió una voz profunda—. ¿Esta invitación se extiende a mí? Oh, Señor. Logan. Después de una breve pausa en la puerta, entró en la habitación. Estaba vestido para el trabajo físico, se podía ver, en su kilt y una llana camisa holgada. Debe de haber venido de la cañada. Lord Varleigh parecía un poco horrorizado, pero también intrigado. La mirada que le envió a Maddie tenía una pregunta casi científica: ¿Qué clase de criatura salvaje es esta? Sin siquiera un atisbo en dirección a los modales o la propiedad, Logan cruzó la habitación en pasos firmes y fangosos. Se acercó a Maddie, pero su mirada nunca dejó a Lord Varleigh. Casualmente pasó el brazo por la cintura de Maddie, luego lo flexionó, jalándola a su lado. La energía de la mañana se aferraba a su ropa, trayendo consigo los olores ligeramente verdes de brezo y musgo. —Buenos días, mo chridhe. ¿Por qué no me presentas a tu amigo?

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La lengua de Maddie se secó como papel. —P-pero por supuesto. Lord Varleigh, puedo presentarle al Capitán Logan MacKenzie. —¿Capitán MacKenzie? —Lord Varleigh miró a Maddie—. No el Capitán MacKenzie. El que usted… —Sí —se las arregló para decir. —¿Su prometido? —Su mirada se dirigió hacia Logan—. Perdóneme, señor. Tenía la impresión de que estaba… —¿Muerto? —preguntó Logan—. Un error común. Como puede ver, estoy muy vivo. —Extraordinario. No tenía ni idea. —Bueno —dijo Logan con suavidad—, ahora sí. —Debería haberlo mencionado antes —dijo Maddie—. El Capitán MacKenzie volvió ayer con sus hombres. Fue todo un shock. Me temo que aún estoy un poco aturdida. —Puedo imaginarlo, señorita Gracechurch. —La señorita Gracechurch es ahora la señora MacKenzie. —La mano de Logan se deslizó hacia el hombro de Maddie en un gesto tan evidentemente posesivo como insustancial. Mía. —En realidad —interrumpió Maddie, empujándolo lejos—, sigo siendo la señorita Gracechurch en este momento. —Intercambiamos votos ayer por la noche. —En una tradicional unión de manos. Pero eso es más un compromiso formal. Es… Bueno, es complicado. —Ya veo —dijo Lord Varleigh, aunque estaba claro que no.

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En serio, ¿quién podría? Era una locura. Cualquier explicación que pudiera intentar decir solo lo empeoraría. Cuando habló, la mandíbula de Lord Varleigh apenas se movió. —Como le he dicho a la señorita Gracechurch, habrá un baile en mi casa el próximo miércoles. Estaría encantado de darles la bienvenida a ambos. —Recogió su maletín y se inclinó—. Hasta entonces. Incluso después de que Lord Varleigh se marchara, el brazo de Logan permaneció en el hombro de Maddie. La habitación vibraba con una tensión tranquila. Ello dio un paso para retirarse. Con dedos inestables, Maddie recogió sus folios y lápices de la mesa. —Necesito devolverlos a mi estudio. —Espera —dijo él—. No te muevas. Sus rodillas se debilitaron cuando se acercó. Era tentador echarle la culpa a su reacción masculina, pero Maddie sabía lo suficiente. Él fue el primero, y probablemente el único, en perseguirla de esta manera. Tenía curiosidad. Ella era romántica. Y, sobre todo, estaba sola. El hambre, después de todo, era un condimento más potente que la sal. Esperó, sin aliento, que Logan hiciera su movimiento. Pero cuando lo hizo, no era el movimiento que esperaba. Su mirada se centró en algo justo detrás de su codo izquierdo. Con la velocidad del rayo, se lanzó hacia adelante y golpeó la mesa. Zas. »Ahí —comentó triunfalmente, sacudiendo la mano. —¿Qué estás haciendo?

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—Matando a ese repugnante insecto antes de que saltara sobre ti. —¿Matando a…? —Maddie se dio la vuelta—. Oh no. Allí estaba, en la alfombra. Un escarabajo de ciervo. Debía de haber caído del maletín de Lord Varleigh. —Oh, ¿qué has hecho? —Ella cayó de rodillas a la alfombra. —¿Qué he hecho? A la mayoría de las muchachas les gusta cuando un hombre mata a los insectos. Junto con alcanzar lugares altos y dar placer sexual, es una de las pocas cualidades universalmente populares que tenemos para ofrecer. Ella recogió los restos del escarabajo en su mano. —Este insecto en particular ya estaba muerto. Y ahora estaba aplastado. Necesitaba llevarlo de vuelta a su estudio y ponerlo debajo del cristal de inmediato, para que no le sucediera ningún daño. La siguió por el pasillo. —No te alejes de mí. Me gustaría tener algunas respuestas aquí. ¿A quién le he aceptado la invitación, y qué es lo que quiere ese baboso estirado de ti? ¿Y por qué vengo de terceras en tus afectos detrás del baboso estirado y un escarabajo aplastado? —Lord Varleigh posee una finca en Perthshire. Somos conocidos profesionales. Es un naturalista. —¿Un naturalista? ¿Te refieres a una de esas personas que desprecian la ropa y corren por el campo desnudos? —No —dijo Maddie con calma. Redujo la velocidad y se volvió para mirarlo—. No, esos serían naturistas. Un naturalista estudia el mundo natural. —Bueno, a ese tipo le parecía más interesante estudiar tus pechos. —¿Qué?

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Cerró la distancia entre ellos y bajó la voz a un gruñido. —Tenía la mano sobre ti. Un escalofrío saltó por sus vértebras, prácticamente desatando su corsé. Solo esas pocas palabras, y ella se derretía. Todo lo de la noche anterior volvió a ella. Recordó su aliento en su cuello. Su boca en su piel. Sus manos por todas partes. El deseo la golpeó con tanta fuerza, tan caliente y abrumador, que amenazó con empujar su cerebro a través de sus oídos. Esto era terrible. Por fin Maddie estaba en la cúspide de una carrera, acumulando logros propios. Imagina, la oportunidad de ilustrar un libro. No solo un libro sino una enciclopedia entera. Cuatro volúmenes enteros. Que felicidad. Y ahora esto podría arruinarlo todo. ¿No podría haber esperado una semana más para volver de los no-verdaderamente-muertos? —Puedo explicarlo mejor, pero tendré que enseñártelo. —Puso la mano en el pestillo de la puerta detrás de ella—. Ven por aquí. El latido de su corazón se aceleró al abrir la puerta. Nunca permitía a la gente en su estudio. Especialmente hombres. Era su santuario de curiosidades, extraño y secreto y enteramente suyo. Vulnerable. Abriendo esta puerta para Logan, tuvo ganas de arrojar su corazón al suelo y de invitarlo a pisarlo. Pero necesitaba explicar de alguna manera a Lord Varleigh, y quizás esta vez la pura extrañeza funcionaría a su favor. Podría curarlo del deseo de casarse con ella en absoluto.

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S

anto Dios. Logan se encontraba en una verdadera cámara de los horrores. Los rumores sobre estos viejos castillos eran ciertos.

La siguió por un estrecho tramo de escalones de piedra. Las velas en los candelabros de la pared alumbraban el paso, pero no eran lo suficientemente brillantes para arrojar luz a los rincones. Eran los rincones lo que le preocupaban. Probablemente plagados de murciélagos o ratas o… tritones. Tal vez dragones. Emergieron en una habitación cuadrada, que debió de haber sido una celda de algún tipo. Se destacaba solo una ventana estrecha. Se giró para dar una mirada alrededor, entonces se empezó a alarmar. Una lechuza disecada estaba sentada en un estante, a no más de treinta centímetros de su rostro. El resto de la recámara no era mucho mejor. La habitación estaba llena de estantes y mesas mostrando todo tipo de conchas marinas, corales, nidos de pájaros, pieles de serpientes, insectos y mariposas clavados en tableros, y —lo peor de todo— extraños misterios sellados en frascos turbios. —Hace mucho frio aquí arriba—dijo. —Sí. Es necesario para Rex y Fluffy. —¿Rex? ¿Y Fluffy? —Las langostas. Creo que las mencioné anoche. —Tienes langostas llamadas Rex y Fluffy

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—Solo porque no tenga unas mascotas normales como perros o gatos no significa que las mascotas que tengo no puedan tener nombres apropiados. —Sonrió—. Disfruto la manera en que dices “Fluffy”. Suena como “Floofy”. Aquí están. Le hizo señas hacia un tanque en un rincón de la habitación. El agua dentro olía como el mar. —¿Son para la cena? —¡No! Son para observación. Me han encargado ilustrar el ciclo completo de vida. El único problema es que sigo esperando que se apareen. De acuerdo con el naturalista que me contrató, la hembra —esa es Fluffy— primero necesita mudar. Entonces el macho la impregnará con su semilla. La única pregunta que queda es, exactamente, cómo se verá. He dibujado varias posibilidades. Se movió hacia una amplia y desordenada mesa de trabajo y sacó un montón de papeles. En cada página había un boceto del acoplamiento de langostas en diferentes posiciones. Había creado un libro de cabecera de langostas. El miró alrededor del escritorio: pilas de papeles, botellas de tinta, hileras de lápices preparados. Aquí y allá un dibujo de un nido de tordo o una tenaza de langosta. Logan levantó el dibujo de una libélula y lo sostuvo para que la luz brillara a través, iluminando cada contorno entintado. Había sido hábil con el dibujo desde que había empezado a escribirle, pero nunca había visto producir algo como esto en los márgenes de todas sus cartas. Era hermoso. Cuando bajó el papel, se dio cuenta de que ella lo había estado estudiando de cerca, como él había estado estudiando la página. Viéndolo fijamente, con intensidad en sus ojos oscuros. Le sorprendió un súbito sentimiento de autoconciencia.

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»Es solo un boceto preliminar —dijo, mordiéndose el labio—. Todavía necesita trabajo. —Parece malditamente perfecto para mí —dijo él—. Listo para volar fuera de la página. —¿Realmente lo crees? Su rostro estaba muy serio y pálido. Como si estuviera preocupada por su opinión. Seguramente, con trabajos de esta calidad y amigos como Lord Varleigh, no necesitaba que un soldado de los Highlands le dijera que tenía habilidad. No obstante, la vulnerabilidad en sus ojos hizo que quisiera intentarlo. Deseaba saber decir algo inteligente sobre arte. Cómo alabar las líneas o las sombras. Pero no sabía, así que dijo lo primero que le vino a la mente. —Es adorable —dijo. Ella exhaló, y el color volvió a sus mejillas. Una pequeña sonrisa curvó su boca. Logan tuvo una pequeña y tranquila sensación de triunfo. Después de años de destrucción en el campo de batalla, se sentía bien construir algo. »¿Cómo lo haces? —preguntó, realmente curioso por saber—. ¿Cómo dibujas una criatura tan fielmente? —Curiosamente, el truco no es dibujar la criatura en sí. Es dibujar el espacio alrededor. Los huecos y las sombras y los espacios vacíos. ¿Cómo se curva la luz? ¿Qué desplazan? Cuando empiezo a dibujar a un animal; o cualquier cosa en realidad; observo cuidadosamente y me pregunto qué me estoy perdiendo. Pensó en ella un momento antes, estudiándolo atentamente. Como si se estuviera preguntado sobre sus elementos faltantes. —¿Es lo que estabas haciendo entonces? ¿Cuándo te descubrí mirándome? —Tal vez.

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—Sugiero que no pierdas tu tiempo, mo chridhe. Ella cruzó sus brazos y ladeó la cabeza, mirándolo. —He pasado años estudiando todo tipo de criaturas. ¿Sabes que he notado? Aquellos que se construyen los caparazones más duros, más fuertes por protección… por dentro, no son nada más que blandos. —¿Blandos? —Pegajoso. Gelatinoso. Blando. —Crees que soy blando por dentro. —Tal vez. Él sacudió la cabeza, rechazando la idea. —Quizás no haya nada dentro de mí. Volvió su atención hacia un mapa del mundo montado en la pared. Los continentes y los países estaban llenos de alfileres. —¿Qué es esto? —preguntó. —Coloco un alfiler en el país adecuado de cada espécimen exótico que se me comisiona para dibujar. Siempre quise viajar, pero entre la guerra y mi timidez, nunca pareció posible. Esta es mi versión dela Vuelta al Mundo. Logan inclinó la cabeza y miró el mapa. Vio un puñado de alfileres en la India y Egipto… algunos en las Indias Occidentales. Pero un área en particular tenía la mayor concentración de alfileres, por un amplio margen. —Has dibujado una gran cantidad de criaturas en Sudamérica, entonces. —Oh, sí. Insectos, en su mayoría. Eso nos trae de vuelta a Lord Varleigh, verás. Recientemente, regresó de una expedición a la selva del Amazonas, donde recolectó diecinueve nuevas especies de escarabajos. Hice los dibujos y va a hacer la presentación de los especímenes a sus colegas la semana entrante. —Entonces tu trabajo con él ha terminado. Bien.

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—No dije eso. —Tomó el boceto de sus manos y lo dejó a un lado—. De hecho, espero hacer más ilustraciones, y no solo para Lord Varleigh. Él sacudió la cabeza. —No creo que tengas tiempo. —Pero dijiste que no interferiríamos en los intereses y ocupaciones del otro. Que tendrías tu vida y yo la mía. —Eso fue antes, —¿Antes de que? Señaló hacia las escaleras, en dirección por donde había salido Lord Varleigh. —Antes de que supiera que tu vida incluye a ese imbécil. —No tienes que estar enojado solo porque hizo una invitación. Solo estaba siendo educado, para empezar. Para continuar, no iba a aceptar. Ya sabes que no me gustan los compromisos sociales. —Debería haber aceptado esa invitación por ambos. Ella rio. »No, en serio. Te llevaría a ese baile y me aseguraría de que Lord Varleigh y cada uno de esos naturistas… —Naturalistas. —…cada uno de esos insectos mantengan sus antenas fuera de mi esposa. Ella sacudió la cabeza. —Es un colega, nada más que eso. —Oh, a él le gustaría ser más que eso. —Y no soy tu esposa todavía. No apropiadamente.

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Su mano se deslizó hacia la parte posterior de su cabeza, inclinando su mirada hacia la suya. —Lo serás. —Logan, estás… —Sus ojos buscaron los suyos—. ¿Seguro que no estas celoso? —Él tenía su mano en la tuya. —¿Y qué, si la tenía, Capitán MacEnvidia? Me diste un broche con las iniciales de otra mujer en este. Sacudió la cabeza, negándose a morder el anzuelo. —Si crees que estoy abrigando sentimientos por otra mujer, estás equivocada. No tengo ningún sentimiento, mo chridhe. —Eso es otra cosa. Desearía que dejaras de llamarme así. Si no tienes sentimientos, no sé porque insistes en llamarme “tu corazón”. —Mi falta de sentimientos es precisamente el por qué es fácil llamarte así. Porque mi corazón no significa nada para mí. —Como sea —dijo ella—, ¿debo creer que has vivido casto y como un ermitaño toda tu vida? —No. Ciertamente, no toda mi vida. Solo los últimos años. Y eso es culpa tuya, por cierto. —No veo como eso es culpa mía. —Hubo un tiempo —dijo—, cuando disfruté de una gran cantidad de compañía femenina. Pero entonces tú me pusiste en una caja con esas malditas cartas tuyas. —No te entiendo. —Todos los hombres creían que tenía un devoto amor. Me vieron, me creyeron leal y devoto también. Ninguno de ellos me quería ver vacilar. Perseguían a las seguidoras, alejándolas de mi tienda. Los otros oficiales iban a los burdeles y me dejaban en el campamento. Nuestro capellán pasaba más tiempo con las damas rápidas que yo. —Agitado, se pasó una mano

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por el cabello—. No me he acostado con ninguna mujer desde lo que se siente como el tiempo del Antiguo Testamento. Ella sonrió un poco. —¿Estás diciendo que me fuiste fiel? Puso los ojos en blanco. —No a propósito. No veas algo que no es. —Créeme, estoy tratando muy duro de no hacerlo. Pero tengo mucha imaginación. Ahora estoy imaginándote acurrucado en una hoguera solitaria mientras los otros oficiales están saliendo. Estás sosteniendo una de mis cartas y acariciándola como un enfermo de amor… No, no, no Logan tenía que poner un alto a esa noción, aquí y ahora. Sus manos fueron hasta su cintura y la atrajo hacia él, sorprendiéndola un poco. Su cuerpo se encontró con el suyo, suave y cálido. —Lo que estoy diciendo no es romántico. Es bruto, primitivo y totalmente crudo. —Bajó su voz a un gruñido—. Tú, Madeline Eloise Gracechurch, me has estado volviendo loco de lujuria. Durante años. Maddie no podía decidirse si reír histéricamente o desmayarse de alegría. ¿Ella, una tentadora involuntaria? No tenía idea de cómo responder a eso. Así que, naturalmente, dijo la cosa más inocente posible. —¿Yo? En respuesta, inclinó su cabeza hacia la suya. »Espera.

—Se apartó del beso—. ¿Qué estás haciendo?

—Nada, a menos que tú quieras. —Su pulgar acarició un doloroso lugar de su espalda. Era enloquecedor cómo podía derretir sus defensas con un solo toque—. Pero creo que quieres. Sé que eres curiosa. Sé cómo me respondiste anoche.

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—Es precisamente por eso que necesito tiempo. No estoy preparada para esto. Sea lo que sea que signifique. —Solo es algo físico —murmuró, besando su cuello—. No tiene que significar nada. —Estoy segura que no lo haría, para ti. Pero yo todavía no he cultivado ese talento. No sé cómo hacer qué no signifique nada. Pienso demasiado, muy fuerte. Invento significados donde no hay ninguno. Pronto estaré diciéndome que tu … —¿Qué yo que? Que estás enamorado de mí. Ese era el peligro del que tenía que protegerse. Ella sabía, racionalmente, que Logan no lo estaba. Pero también se conocía, y su corazón era demasiado imaginativo. —Vamos a tomar un momento para pensar —dijo ella—. ¿Qué pasaría si no consumáramos el matrimonio? Dejó de besarla. —Eso está fuera de discusión. —Entonces, tal vez, estamos haciendo la pregunta equivocada. Tal vez hay otra solución mutuamente aceptable. ¿Qué pasaría si les arrendara las tierras a ti y a tus hombres? Por una renta baja, indefinidamente. Él sacudió la cabeza. —No es suficiente. ¿No crees que mis hombres tenían arrendamiento en las tierras que perdieron? La palabra de un terrateniente inglés no tiene valor en los Highlands ahora. —No soy cualquier terrateniente inglés. Soy una con una razón convincente para mantener mi palabra. Podrías confiar en mí. —Confiar en ti. Eso es algo, viniendo de una mujer que ha mentido a todos en cuanto a su relación por años. —Nunca te mentí.

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Su mirada sostuvo la de ella, intensamente. —Incluso si pudiera confiar en ti, no puedo confiar en el mundo. ¿Y si algo te pasa? —¿Qué quieres decir? ¿Si muero? —Si te casaras en otro lugar. Ella se rio ante la idea. —¿Yo, casarme en otro lugar? La muerte es el evento más probable. Ahora estoy en el estante, he acumulado una capa de centímetros de grosor de polvo. —Eres una dama. Vienes de una buena familia. Eres una heredera con propiedades y eres extraordinariamente hermosa. No puedo creer que no tuvieras prospectos. Maddie quería discutir con él, pero sus pensamientos seguían insistiendo en que la había llamado extraordinariamente hermosa. Él continuó: »Si te casaras con otro, o murieras intentándolo, las tierras pasarían a alguien más. Entonces todas tus intenciones y promesas serían inútiles. Así que un contrato de arrendamiento no es aceptable. Ella suspiró. —Nada de esto es aceptable. Becky golpeó la puerta y llamó desde el pie de las escaleras. —Señora, Cook está preguntando cuántos vendrán a cenar esta noche. —Ocho —respondió Logan. —¿Ocho? —preguntó Maddie. —Tú, yo, tu tía y mis hombres. Ocho. Ella sacudió la cabeza.

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—Rara vez tenemos una cena formal. La mayoría de las noches, trabajo hasta tarde y tomo una merienda ligera en mi habitación. —Bueno, esta noche, tú y yo vamos a dar la bienvenida a mis hombres cenando en una mesa apropiada. Como marido y mujer. —Se suponía que era un arreglo de conveniencia. Pensé que estábamos de acuerdo en que tu tendrías tu vida y yo la mía. —Y lo haremos, una vez que estemos casados total e irrevocablemente. Pero como has señalado, no es el caso todavía. —Sacó un papel doblado de su bolsillo—. ¿Quizás preferirías que todos en Inglaterra lean de tu amorío con una almohada? —Logan, eso no es justo. —Nunca te prometí justicia. Te prometí las cartas a cambio de un matrimonio apropiado. Estoy esperando el final de mi trato. —Eres un canalla. Le dirigió una mirada diabólica. —Soy un Highlander, un oficial y un hombre que conoce el significado de “incendiario”. Soy exactamente lo que pediste, mo chridhe. No deberías tener ninguna queja. Entonces la dejó, desapareciendo en una serie de pisotones sin remordimiento, bajando la escalera como si ya le perteneciera el Castillo de Lannair. Pero no era así, totalmente. Aún no. Maddie solo tenía una posible ruta de escape. Tenía que encontrar esas cartas. Si podía encontrarlas y destruirlas, su reclamo sobre ella se iría también. Había esperado buscarlas esta mañana, pero Lord Varleigh había llamado. No había tenido oportunidad. Pero Logan no podría evitar que las buscara por siempre. Mientras tanto, se inspiraría en Fluffy: haría crecer una gran coraza, impenetrable alrededor de ella y permanecería dentro el tiempo necesario.

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ogan sabía que su novia no había estado contando con acoger a media docena de soldados para la cena. Sin embargo, no ofrecería disculpas por incluirlos. Necesitaba mostrarles que este matrimonio era real, independientemente de lo que había —o no había— sucedido anoche en su alcoba. El comedor del castillo ciertamente era lo suficientemente grande para acomodar a su clan improvisado. Incluso con cinco de sus hombres, Maddie, su tía y Logan presentes, todavía no llenaban toda la mesa. Más que nada, los hombres merecían esto… sentarse a una mesa servida con vajilla de porcelana y plata, y ser servidos con trozos de carne asada, jalea de frutas, ostras, ricas salsas y más. Esta era la lujosa bienvenida que les había prometido en el campo de batalla. Y Logan no hacía promesas que no pudiera cumplir. Esos hombres —estropeados y desechos como estaban— habían sido lo más cercano a una familia que Logan alguna vez hubiera conocido. No iba a defraudarlos. Durante los primeros dos platos, simplemente comieron en asombroso silencio. Rabbie, por supuesto, lo arruinaría tan pronto como la agudeza del hambre se hubiera ido. —Debo decir, señora MacKenzie, que lo que el Capitán nos dijo acerca de usted… Bueno, no le hace justicia. Maddie le lanzó una mirada preocupada.

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—¿Ah? —preguntó la tía Thea—. ¿Qué dijo el Capitán McKenzie acerca de ella? —Muy poco, señora. Pero si fuera yo quien hubiera sido tan afortunado, cada hombre en el regimiento estaría enfermo de escuchar mi alardeo. Munro resopló. —De todas maneras, cada hombre en el regimiento estaba enfermo de escucharte fanfarroneando. Con una sonrisa tímida, Maddie bajó su copa de vino. Tocó su clavícula con la punta de un dedo, acariciando distraídamente arriba y abajo la delgada cresta. Logan había notado que hacía eso cuando estaba nerviosa. Desafortunadamente, el pequeño gesto que ella encontraba tranquilizador no tenía un efecto similar en él. Al contrario… encendía cada uno de sus deseos mundanos. Tragó en seco, incapaz de alejar su mirada de esa única y delicada punta de un dedo acariciando de atrás hacia adelante. Y de ida y vuelta. Era como si pudiera sentir ese gentil toque provocador sobre su piel. En su… —Entonces, Capitán —dijo Callum, aserrando un trozo de carne de cordero—. Ahora que estamos todos juntos, cuéntanos la historia completa. Comienza por el principio. ¿Cómo la cortejaste? Logan se dio a sí mismo una enérgica sacudida y cambió su atención hacia su plato. —De la manera habitual. —Como le dije, señora —dijo Rabbie—. Es un hombre de pocas palabras. —¿Un hombre de pocas palabras? —dijo la tía Thea—. Pero seguramente está equivocado. ¿Puede ser este el mismo hombre que le escribió a nuestra Madling tantas cartas hermosas? —¿Cartas?

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—Oh, sí. Le envió a nuestra Madling infinidad de cartas de amor. Muy elocuentes y bien expresadas. ¿De qué demonios se trataba esto? Logan le envió una aguda mirada inquisitiva a Maddie. Ella mordió su labio y miró fijamente hacia su vino. —Estoy segura de que las guardó todas. Madling, ¿por qué no las bajas, así el Capitán puede leer algunas? Siempre deseé que pudiéramos oírlas en ese encantador acento escocés. —No será necesario —dijo Logan. —Tal vez no necesario —dijo la mujer mayor—, pero creo que sería dulce. Esa palabra otra vez. Dulce. —Nadie quiere escucharlas. Al otro extremo de la mesa, Callum sonreía. —Oh, me gustaría escucharlas. Su sentimiento entusiasta fue secundado por todos los demás hombres en la mesa, salvo Grant. —Quizás en otra oportunidad, tía Thea —dijo Maddie—. Estamos a mitad de una comida. Las cartas están en mi tocador, al final de las escaleras. Como anfitriona, no puedo abandonar a nuestros invitados. —Está fuera de discusión —estuvo de acuerdo Logan. —Por supuesto que lo está —respondió la tía Thea—. Te quedas justo aquí, Madling. Yo misma iré a buscarlas. Con eso, la anciana se había ido de la habitación antes de que Logan y sus hombres pudieran siquiera levantarse de sus sillas como muestra de respeto. Tan pronto como se hubo ido, Logan se deslizó más cerca de su reservada novia. —¿De qué está hablando ella?

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Ella murmuró su respuesta desde detrás de su copa de vino. —Bueno, tenía que inventar tu lado de la correspondencia, ¿no es así? No habría sido creíble de otra manera. —¿Y qué, exactamente, decía esa versión mía? Un destello de diversión calentó sus ojos marrones. —Tal vez debiste haber hecho esta pregunta antes de que me empujaras a una boda precipitada. Lo que sea que esté en esas cartas, ahora estás atascado en ello. Santo Dios. Logan se estremeció al imaginar qué absoluta tontería podría poner una chica romántica de dieciséis años como Madeline en la boca de un oficial Highlander. Eso podría ser malo. Muy malo. —Tal vez podríamos hacer un intercambio —susurró—. Te regresaré mis cartas si me devuelves las mías. —Aquellas, en tu tocador, no son mis cartas. —Las que envié tampoco eran tus cartas. Y aún sostienes tu propiedad sobre ellas. No puedes tenerlo todo. Sus pestañas dieron un tímido aleteo. Así que esto era en lo que ella se había convertido, ante el más pequeño trozo de poder sobre él. Una provocadora descarada. Maldición si no le gustaba. La confianza hacía más para resaltar la belleza de una mujer de lo que cualquier kohl o lápiz labial podía lograr. Las luces brillaban hacia él desde las profundidades de sus ojos oscuros. Su satisfacción se atenuó rápidamente cuando la tía Thea regresó al comedor. —Aquí vamos. Dejó caer una enorme pila de sobres sobre la mesa. Logan se maravilló. Debía haber por lo menos cien de ellos. Estaban atados con una cinta de terciopelo rojo, que la anciana comenzaba a desanudar.

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Logan gruñó interiormente. Esto no iba a ser malo. Iba a ser un condenado desastre. Rabbie se puso de pie y aclaró su garganta. —Estaría feliz de ofrecer mis servicios para una lectura dramática. Logan estuvo tentado a lanzar un tenedor en dirección a Rabbie. —Eso no será necesario. —Entonces, ¿tú lo harás? —preguntó Maddie. —Sí. En realidad, había pocas cosas en la tierra que Logan quisiera hacer menos que leer en voz alta esa amenazante pila de pergaminos, y prácticamente todas esas cosas involucraban arañas o vísceras. Pero no veía que tuviera mucha opción. No podía permitir que cualquiera de esos hombres las examinara muy de cerca, o verían que las cartas no estaban escritas de su puño y letra. Maddie tenía razón. Lo que sea que estuviera escrito en esas cartas, no podía desconocerlo sin desconocerla a ella. Y desconocerla significaba abandonar las tierras que sus hombres necesitaban tan desesperadamente. Ya que estamos en el baile, bailemos. —Dámelas acá, tía Thea —dijo Maddie—. Escogeré mi favorita. —Una —le dijo él—. Y solo una. Después de lo cual él quemaría las cosas y vería que nadie las mencionara jamás de nuevo. Bajo pena de sufrimiento. Pero a juzgar por la sonrisa divertida que tiraba de sus labios mientras se movía entre los sobres, Logan comenzaba a sospechar que había cometido un error al permitirle a Maddie escoger. Cuando ella sacó una carta de la pila y se la entregó, ¿riendo? Logan no sospechaba más. Lo sabía.

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Ciertamente, había cometido un gran error. —Lee esta. —Su voz entonada con falsa inocencia—. Es una donde me escribiste un poema. Maddie observó su rostro cuidadosamente, esperando la reacción de Logan ante su declaración con vertiginosa anticipación. —Un poema —hizo eco. Asombroso. Cuando dijo las palabras, su quijada ni siquiera se movió. —Oh, sí. Dos versos completos. —Ella sorbió su vino y saboreó su expresión de pánico. Por fin tenía un momento de victoria. Este Highlander podría haber llegado salido de la nada y acorralarla en un rincón, dejándola sin opciones que no atentaran contra el resto de su vida… pero tenía esta pequeña bandera de triunfo sobre él. E intentaba ondear esa bandera ahora. Rabbie se rio con la boca llena de comida. —Nunca supe que fueras un poeta, Capitán. —No lo soy. —Ah, no sea tan modesto —dijo la tía Thea—. Sí, le envió a nuestra Madling una serie de versos. Algunos de ellos inclusive eran buenos. —Este era mi favorito —sonrió Maddie. Con un profundo suspiro, Logan desplegó la carta. Luego colocó el papel sobre la mesa y estiró la mano hacia su sporran, retirando algo inesperado. Un par de anteojos. Cuando fijó los modestos marcos de alambre a su rostro, el cambio en su apariencia fue inmediato y profundo. Profundamente excitante, eso era.

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Sus facciones todavía eran tan fuertes y sin pulir, cual cortadas de granito con herramientas imprecisas. Como siempre, su quijada lucía el crecimiento oscuro de barba nueva… parecía que podría afeitarse dos veces al día y nunca vencer su bárbaro interior. Pero los anteojos añadían un elemento de refinamiento a su atractivo masculino. No solo refinamiento, sino también civismo. Humanidad. Extrañamente, la hacían plenamente consciente de su salvaje naturaleza animal. Un león podría ser entrenado para caminar erguido y usar un frac, pero uno nunca podía olvidar que debajo de esos modales, aún estaba una bestia peligrosa. Mientras Logan examinaba el contenido de la carta, Maddie imaginaba que podía sentirlo ansiando violencia. Desde el otro extremo de la mesa, sus hombres comenzaron a alentar y burlarse. —Adelante, entonces, Capitán. —¿Por qué el retraso? —Podrías pasarla hasta aquí y la leeríamos nosotros mismos. —No me importaría si lo hicieran —dijo Maddie. Él le disparó una mirada asesina a través de esos anteojos. Ella sintió levantarse cada vello en sus brazos. Al final, Logan aclaró su garganta. —“Mi querida Madeline” —leyó en un aburrido y desapasionado tono— . “Las noches pasadas en campaña son largas y frías, pero pensar en ti me mantiene caliente”. Los hombres tamborilearon en la mesa con aprobación. »“Pienso con frecuencia en los encantos de tu hermoso rostro. Tus oscuros ojos. Y tu suave, cremosa…” —inclinó el papel para mirarlo de cerca. El suspenso engrosaba el aire como humedad—, “…piel”. Rabbie silbó.

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—Por un momento estuve emocionado. —Buena salida, Capitán —añadió Callum. Siguió adelante, claramente dispuesto a tenerlo todo terminado. —“Cuando esta guerra termine, te tendré en mis brazos y nunca te dejaré ir, Hasta entonces, mi amor, te ofrezco este verso”. —¿Bien…? Maddie tuvo que presionar una mano en su boca para evitar reír ruidosamente. Nunca estuvo tan contenta de que sus talentos operaran hacia el dibujo y no a la poesía. Cada verso que había redactado en la adolescencia era trillado e insípido. Como una adulta, nunca pondría voluntariamente su nombre a las horribles cosas. Afortunadamente, le había puesto el nombre de Logan MacKenzie hasta al último de ellos. —“Para mí más auténtico amor” —comenzó. —Adelante —lo instó—. Lo recuerdo con precisión, si la tinta está borrosa. Déjame saber si necesitas ayuda. —No lo haré. Ella se inclinó hacia adelante. —Comienza como muchos. “Si fuera un pájaro…” Exhaló con un sonido de finalidad. Como una liebre atrapada sin escape, estableciéndose para esperar su muerte. Entonces comenzó a leer en voz alta en ese profundo, resonante acento escocés que enfatiza la erre.

—Si fuera un pájaro, cantaría para vos. Si fuera una abeja, aguijonearía por vos. Si fuera una cima, me elevaría para vos.

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Si fuera un árbol, florecería para vos. Si fuera una flauta…

La lectura fue interrumpida cuando Callum comenzó a toser con alarmante violencia. Rabbie lo palmeó en la espalda con vigor. »¿Tengo que detenerme? —preguntó Logan—. ¿Te estás muriendo? Callum negó con la cabeza. »Porque no me importaría hacerlo si te estuvieras muriendo. —No, no. —Al fin, Callum levantó la mirada con un rostro enrojecido y sofocado—. No me hagas caso. Continúa.

—Si fuera una flauta, tocaría para vos. Si fuera un corcel, relincharía para vos.

Ahora la tos era contagiosa. Todos los hombres habían sucumbido. Incluso los sirvientes habían sido afectados. Maddie también estaba luchando con un poderoso cosquilleo en su garganta. Logan continuó, sin duda esperando matarlos a todos. Entonces no habría testigos.

»Si fuera un fuego, ardería para vos. Pero siendo un hombre, anhelo por vos.

Arrojó el papel sobre la mesa y se sacó de un azote sus anteojos. »Todo mi amor y etcéteras. Ese es el final. —Creyó que lo escuchó murmurar amargamente—: El final de toda dignidad.

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El silencio reinó por un largo momento. —Tengo el más excelente remedio para la tos en mi caja de medicina —resaltó finalmente la tía Thea—. Capitán, creo que muchos de sus hombres podrían hacerse con una dosis. Maddie hizo un gesto hacia los sirvientes para levantar los platos y traer el postre. —Solo hay una cosa que no estoy entendiendo —dijo Rabbie, apoyando ambos codos en la mesa—. ¿Por qué ella tuvo la idea de que estabas muerto? Maddie se detuvo. Nunca había necesitado pensar en esa parte. —Bueno, yo… —Había una carta de despedida en mi sporran —dijo Logan—. Para ser enviada en caso de que muriera en batalla. Pensé que la había perdido, pero evidentemente la había enviado por error. El ceño de Rabbie se arrugó. —Pero eso explica por qué dejó de escribirte ella. ¿Por qué dejarías de escribirle tú? Callum se metió. —¿No es obvio? Creyó que había perdido el interés. Muchas de nuestras novias lo hicieron. —Debería haber tenido más fe en mí. —Maddie se cercó y apretó la mano de Logan—. Tú, querido hombre tonto. Él le dio una mirada severa: Ahora estás empujando demasiado las cosas. Un hormigueo de toma de conciencia pasó a través de ella. No dudaba que al momento en que estuvieran solos, él iba a hacerla retroceder.

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e repente, la cena no podía durar lo suficiente. Fue con un fuerte sentimiento de pesar que Maddie despidió a su tía y los hombres de Logan. Mientras ella y Logan subían las escaleras juntos, sintió la tensión tácita entre ellos alcanzando nuevos niveles.

—Hice que Becky preparara una habitación adecuada para ti —le dijo, deteniéndose en la puerta de su dormitorio—. Está al final del pasillo. Él sacudió su cabeza. —Vamos a compartir una habitación, muchacha. Él abrió la puerta y entró, sintiéndose en casa. Ella dijo: —De donde provengo, la mayoría de las parejas casadas no comparten un dormitorio. —Bueno, estás en los Highlands ahora. —Lanzó su bota hacia un rincón. Aterrizó con un golpe seco—. Y aquí, lo hacemos. Si piensas que sufrí ese maldito poema tuyo para dejarte en el umbral, entonces estás gravemente equivocada. Se sacó su otra bota floja y se dispuso a sacarse su ropa. Maddie no podía evitar mirar. Se preguntaba si él tenía idea de cuán atractivo se veía en ese momento, solo haciendo el trabajo cotidiano de prepararse para la cama. Cada uno de sus movimientos la fascinaban. Él se sacó su camisa y la arrojó a un lado. Los músculos de sus hombros y espalda estaban perfectamente definidos por la luz del fuego.

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Se acercó al lavamanos y vertió agua, luego se enjabonó el rostro y se limpió el cuello y torso con un paño húmedo. Olería a ese jabón si se unía a ella en la cama y la acercaba hacia él. Jabón y piel masculina limpia. Ella se sacudió. —Realmente necesitas que tus hombres crean en esto, ¿cierto? Nuestro matrimonio. Se enjuagó el rosto, luego se pasó las manos húmedas a través de su cabello. —Han pasado tiempos difíciles, marchando de un lugar infernal a otro, luego viniendo a casa para encontrar que no les que ha quedado un hogar. No quería que se preocuparan de verse obligados a mudarse de aquí. Como siempre, Maddie encontraba su devoción a sus hombres dolorosamente simpática, pero no podía permitir que la distrajera del tema en cuestión. —Tú —dijo—, eres un completo hipócrita. Él le respondió mientras se cepillaba sus dientes. Su discurso fue amortiguado. —¿Cómo lo consideras? —Me pondrías encima de una llama por decir una mentira cuando tenía dieciséis. Aun así, también has engañado a aquellos a tu alrededor, y por la misma cantidad de tiempo. Después de enjuagarse la boca, se volvió para enfrentarla. —No mentí. Solamente… —Fallaste en contradecir suposiciones erróneas. Por años. Es lo mismo, Logan. Engaño por omisión, sino una falsedad absoluta. Permitiste que todos esos hombres creyeran que hemos tenido una relación, y ahora estás tan comprometido como yo a mantener esa mentira. ¿Sabes lo que creo? Creo

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que eres todo fanfarronadas. Podría negarme a cooperar, sacarte del castillo, y llevarías esas cartas a los diarios de escándalos. Su voz se oscureció. —Sería un error subestimarme. —Oh, no te subestimo. Puedo ver cuán profundamente estás comprometido con tu orgullo. Cuánto significa para ti la adoración de esos hombres. —No es su adoración. Es su confianza. Y sí, significa todo para mí. Les prometí que, si permanecían junto a mí en el campo de batalla, regresarían a una vida aquí en los Highlands. No tengo vergüenza de mentir, engañar, robar o chantajear, si eso es lo que se necesita para cumplir esa promesa. Avanzó hacia ella, y Maddie retrocedió un paso, luego dos, en retirada. Hasta que sus piernas chocaron con el borde de la cama. La tenía acorralada. —Y hablando de rasgos que tenemos en común —dijo él, deslizando un dedo por su clavícula—. He aprendido una o dos cosas sobre ti. Te noté coqueteando conmigo abajo. —¿Coqueteando? No seas absurdo. —Me miras. Estás fascinada. —Es solo el kilt. —Podría ser en parte el kilt. Es más el pavoneo. —¿El pavoneo? —Intentó no reírse. Pero tenía razón, él tenía un pavoneo. Una abundancia de pura arrogancia masculina y la fuerza para llevarla. Y era, a ojos de Maddie, fascinante. —Me estabas desvistiendo con la mirada. —¿Qué? —La palabra salió como un extraño chirrido. Se aclaró la garganta e intentó de nuevo—. Incluso si lo estuviera, y no lo estaba, sería puramente por interés artístico. —Interés artístico, mi trasero.

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—Lamento decepcionarte, pero por ahora no he desarrollado un interés artístico en tu trasero. Él se inclinó para hablarle al oído. Calor se construyó entre sus cuerpos. —Tú —susurró—, estás tan desesperada como yo por consumar este matrimonio. —Eso es ridículo. —Muchacha, no creo que lo sea. Ella puso su mano en su pecho, en parte por la necesidad de contenerlo, y en parte por el deseo de tocar su piel desnuda. Era tan cálido y más sólido de lo que podría haber imaginado. El vello de su pecho hacía cosquillas en su palma. Oh, Maddie. Estás en tantos problemas. Tenía que recuperar el control de esta conversación, y rápido. —Hablas de necesitar un hogar, de no querer mudarte… pero no solo estás preocupado por tus hombres. Nadie es tan desinteresado. Debes querer esta tierra para ti también. Él retrocedió un paso, rompiendo su contacto. —Nunca tuve un hogar, para empezar. No tenía a nadie a quien perder, así que nunca sabré que me he estado perdiendo. Soy el afortunado en ese sentido. Oh, no. No la trágica historia del huérfano otra vez. Su corazón punzó tontamente de dolor. Recogió ropas de noche y se metió detrás del biombo, desesperada por esconderse de él y su desfavorecido pasado, y de sus propios sentimientos tontos. Una gran cantidad de personas crecían huérfanas, se recordó mientras se sacaba su vestido y se ponía su camisón. Eso no lo excusaba. Maddie había perdido a su propia madre a una edad temprana.

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Pero, por otro lado, siempre había tenido un hogar. Ciertamente, nunca se había visto obligada a dormir con las vacas y vivir con unos pocos mendrugos al día. Ahí iba de nuevo, esa punzada de emoción. Maddie resolvió simplemente ignorarla. Logan MacKenzie la estaba chantajeando en el matrimonio. Le había regalado un broche de compromiso de segunda mano. No tenía ninguna razón lógica para sentir compasión por él. Ella debía tener demasiadas sensaciones encerradas dentro, eso era todo. Demasiada ternura y afecto, sin medios para disiparla. Ni siquiera mascotas adecuadas. Solo escarabajos muertos y langostas frígidas. Se tomó su tiempo lavándose y cepillándose el cabello y abrochándose su camisón hasta el cuello, esperando que pudiera estar dormido antes de que siquiera terminara de preparase para la cama. Por lo menos, cualquier ardor que pudiera haber sentido él debería haberse enfriado. Cuando finalmente salió de detrás de la pantalla, estaba segura de que no tendría ninguna dificultad para resistirse a él. Estaba equivocada. Esto era aún peor de lo que se había temido. Punzada, fue a su corazón. Punzada, punzada, punzada. Estaba acostado en la cama, una camisa suelta abierta en su cuello para revelar una porción de su pecho. Su ceño estaba ligeramente fruncido en concentración, y esas gafas estaban posadas en el fuerte puente de su nariz. Un brazo musculoso estaba flexionado y apoyado detrás de su cabeza. Y en la otra mano, sostenía… Que el diablo se lo llevara. Que el cielo la ayudara. Un libro. No solo un libro, sino uno grueso encuadernado con cuero verde oscuro. Y estaba leyendo la cosa.

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Esas punzadas de emoción habían crecido tan fuertes que casi la habían hecho doblarse. Pequeños fuegos artificiales de anhelo estaban estallando en su pecho. No solo en su pecho, sino también más abajo. Un cordón corriendo desde su corazón a su vientre tarareaba como una cuerda de arpa arrancada. Él levantó la mirada de su libro y la atrapó mirándolo. —¿Hay algún problema? —Sí, hay un problema. Logan, esto es malo. —¿Qué es malo? —Aquí estoy, luchando por desterrar cualquier loca afección imaginada por ti para que podamos consumar el matrimonio de conveniencia de una manera apropiada, como acordamos. ¿Y entonces te pones a leer un libro? Mientras lo hacía, ¿por qué no le traía una cesta de gatitos, una botella de champán, y posaba desnudo con una rosa atrapada entre sus dientes? Él hizo una mueca. —Estoy tratando de descansar un poco, eso es todo. Solo leo cuando quiero dormir. Dio vuelta una página con una mano, enganchándola con su pulgar y arrastrándola de derecha a izquierda mientras mantenía su otro brazo metido seguramente detrás de su cabeza. La hábil y practicada naturaleza de ello despertó sus sospechas. Miró el lomo bien doblado de su libro. Las páginas del libro mostraban el desgaste de ser movido de derecha a izquierda, una y otra vez, hasta el final. ¿Solo leía para quedarse dormido, afirmaba? Oh, sí. Y los halcones solamente se alejaban del aburrimiento. Un terrible sentimiento de afinidad la inundó. Durante toda su vida, conocer a otro amante de libros se había sentido como… bueno, más bien

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como conocer a alguien de su propio país cuando viajaba al extranjero. O cómo imaginaba que se sentiría si alguna vez viajaba al extranjero. El amor a los libros era una conexión inmediata, y una verdadera bendición para una chica que tendía hacia la timidez, porque era la fuente de interminable conversación. Cientos de preguntas surgieron en su mente, empujándose entre sí para llegar al frente de la cola. ¿Prefería los ensayos, dramas, novelas, poemas? ¿Cuántos libros había leído, y en qué idiomas? ¿Cuáles había leído una y otra vez? ¿Cuáles había sentido como si hubieran sido escritos para él? Él volteó otra página, menos de un minute después de voltear la última. —Tú —lo acusó—, eres un lector. Se honesto. También tenía perfecto sentido. Después de todo, ¿quién más leía y releía cartas errantes y ridículas de una tonta de dieciséis años? Un lector devoto, eso. Alguien atascado con nada más como material de lectura. —Bien —dijo él—. Leo. Es difícil asistir a la universidad sin practicar el hábito. —¿También fuiste a la universidad? —Solo por unos meses. Ella levantó la colcha y se subió a su lado de la cama. —Cuando hablabas de no tener un hogar, asumía que habías crecido sin las ventajas de la educación. —Nací sin ventajas en absoluto. —Entonces, ¿cómo asististe a la universidad? —Cuando tenía aproximadamente diez años, el vicario local me llevó a su casa. Me alimentó y me vistió, y me dio la misma educación que a sus propios hijos. —Eso fue generoso y amable de su parte.

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Sus labios hicieron una mueca irónica. —Generoso, quizás. Pero amabilidad no tenía nada que ver con ello. Tenía un plan en mente. Me llamó “hijo” solo por un tiempo y convincentemente suficiente para que cuando cada familia se viera obligada a enviar un hijo a la guerra, pudiera enviarme a mí. Para que sus propios hijos —sus hijos verdaderos— estuvieran a salvo. —Oh. —Ella hizo una mueca—. Bueno, eso no es tan amable. Es bastante terrible, en realidad. Lo siento. Su mirada se lanzó hacia su propio brazo. Fue solo entonces que Maddie se dio cuenta que se había extendido para tocarlo. »Lo siento —repitió, retirando el tacto. Él se encogió de hombros el tipo de encogimiento brusco y cohibido que chicos y hombres hacían cuando querían decir No me importa en lo absoluto. El tipo de encogimiento que no había engañado a ninguna mujer, nunca. —Tuve una cama, mis comidas y una educación de ello. Considerando lo que habría sido mi vida de lo contrario, no puedo quejarme. —Cerró el libro y dejó las gafas a un lado. No, no se quejaría. Pero estaba dolido, y se demostraba. Le habían sido dados todos los beneficios materiales de una familia, pero nada de afecto. Nada de amor. Oh, Señor. Ahora no solo era un huérfano empobrecido, sino un huérfano empobrecido y sin amor con una pasión por los libros. Cada impulso femenino suyo saltó a su atención. Estaba vibrando con el peor de los deseos posibles. El instinto de calmar, consolar, nutrir, contener. —Esa mirada de compasión que me estás dando —dijo él—. No creo que me guste.

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—Tampoco me gusta. —Entonces deja de hacerlo. —No puedo. —Agitó sus manos—. Rápidamente, di algo insensible. Búrlate de mis cartas. Amenaza a mis escarabajos. Solo haz algo, cualquier cosa reprochable. La tensión se elevó mientras él la miraba. —Como gustes. En un instante, la hizo voltear sobre su espalda. Sus dedos fueron a los botones de su camisón. Y Maddie no tenía absolutamente ninguna voluntad para resistirse. Él le dio una mirada lobuna. »Confío en que esto lo hará. Ella se escuchó decir: —Sí. Logan se deshizo rápidamente de esos pequeños botones que hacían guardia en el frente de su camisón. Trabajaba con movimientos bruscos y despiadados. No había nada de seducción en su intento. Esta era su pena por la amabilidad. Tenía que aprender que su dulce curiosidad venía con un costo. Él le enseñaría a darle suaves toques en su brazo. A mirar directamente en su alma con esos oscuros ojos y tener la temeridad de importarle. Ella había pedido esto. Él había desnudado a un buen número de mujeres. Pero cuando desabrochó los botones de su camisón, estaba temblando por ver qué yacía debajo. No era exigente con los pechos. Grandes, pequeños. Pezones oscuros o claros. Alabastro o pecosos. En lo que a él respectaba, el par de pechos más atractivos en el mundo eran los que estaba probando en el momento.

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Pero nada lo había preparado para esto. Cuando empujó los paneles de lino para cada lado, no pudo creer lo que le esperaba. Había estado esperando una extensión de piel cremosa y delicada. En su lugar, encontró una pálida extensión de… más lino. —No puedo creer esto. Estás usando dos camisones. Ella asintió. —Puse el de abajo hacia atrás. Solo una capa extra de defensa. Eso explicaría por qué no pudo encontrar otra fila de botones. —¿No confiabas en mí? —No confiaba en mí —dijo ella—. Parece que tenía razón de no hacerlo. Mírame. Logan no sabía si estar ofendido por esta estrategia o impresionado por su inteligencia. Había creado su propia armadura virgen. Y estaba tentado de jugar al encantador pirata. Agarrar la tela en sus manos y descenderla al medio, liberando su pecho para su saqueo. Pero, ¿por qué meterse en ese problema cuando el lino en cuestión era tan fino, tan flexible y frágil? Pasó una mano hacia arriba, reclamando la redondeada hinchazón de un pecho. Ella contuvo el aliento. Su carne tembló bajo su toque. Esperó para ver si le pediría que se detuviera. No lo hizo. —Te dije que esto será genial entre nosotros —murmuró él. —Me parece recordar esa promesa. ¿Fue muy bueno que dijiste? ¿O muy muy bueno?

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Él ahora palpaba su pecho completamente, amasando y apretando. Con su pulgar, encontró su pezón y lo provocó hasta un pico apretado y tenso. De nuevo. Y de nuevo. —Muy… muy… muy bueno. Su propia sangre golpeaba en sus venas, toda haciendo una loca carrera en una dirección: abajo. Debajo de las sábanas, su polla comenzó a latir y endurecerse. Movió su atención a su otro pecho, extendiendo sus dedos para estirar la tela al máximo. Dios, era encantadora. Perfecta piel rosa con un pequeño pezón rojizo que lucía como si tuviera sabor a vino de bayas. Contuvo el aliento. —Podrías… Logan se congeló inmediatamente. Cuando ella no dijo nada más, levantó su cabeza y la miró a los ojos. Maldición. ¿Por qué le había dado la oportunidad? Ahora, aunque ella no lo hubiera estado planeando, iba a pedirle que se detuviera. Y entonces tendría que detenerse, porque no era el tipo de hombre que continuaría. El negocio de la guerra y matanza despojaba a un hombre de su humanidad. Durante su década en el ejército, había visto soldados —incluso los que llevaban el mismo uniforme— cometiendo los actos más viles contra mujeres. A veces había estado en posición para detenerlo; otras veces, no. Pero abusar de una mujer era la única línea que Logan nunca cruzaba. No lo veía como un punto de orgullo. No merecía ninguna medalla por ello. Pero le hacía saber que se había aferrado a un fragmente de su alma. No se rendiría a eso ahora. Ni siquiera por la oportunidad de abrazarla esta noche. No lo hagas, muchacha. No me pidas que me detenga. Ella dijo: —¿Al menos podrías besarme cuando haces eso?

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Alivio y deseo lo estrellaron. —Sí. Puedo hacer eso. Inclinó su cabeza y llevó el pezón con sabor a vino de bayas a su boca, chupando directamente a través de ese maldito camisón extra. A juzgar por su ahogado jadeo, ese no era el beso que había estado esperando. Pero no se quejó. Logan estaba en el paraíso. Era tan dulce. Tan dulce que su cerebro quedó ligero como el aire y no pudo contener un gemido bajo. Lamió su pezón, luego movió en amplios círculos, pintando el lino en su pezón. Se detuvo para admirar el efecto transparente, luego rodó sobre ella para poder empezar en el otro lado. Con los dos camisones rodeando su cuerpo, no podía acomodarse entre sus piernas. En cambio, apoyó las rodillas a ambos lados de sus muslos. Su polla calzó justo donde quería estar. Cuando sus cuerpos se encontraron, ella dio un sobresaltado jadeo. Y luego él se movió contra ella, y su jadeo se convirtió en un bajo y dulce suspiro. Sí. —Eso es. —Meció sus caderas contra ella—. ¿Lo sientes? Es solo el comienzo, mo chridhe. Ella cerró sus ojos. Sus oscuras pestañas revolotearon contra sus mejillas. —De verdad debes besarme cuando haces eso. Logan la complació, está vez presionando sus labios contra los de ella. Mientras se hundía en el exuberante calor de su beso, una ferocidad se acumuló y gruñó dentro de él. La deseaba. Todo de ella. Debajo de él. Alrededor de él. Tomándolo en su suavidad y calor.

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Y no podía tener suficiente de su dulce sabor. Como si estuviera poseído, presionó sus brazos contra el colchón y la besó en el cuello, su frente, sus labios, sus adorables pechos. Luego se movió más abajo. Él se levantó sobre sus rodillas y comenzó a besar un sendero por su cuerpo cubierto de lino. Desde el hueco entre sus pechos… A su tímido y adorable ombligo… Y más. Desde lejos, se oyó murmurar en gaélico. Palabras comenzaron a salir de sus labios, inesperadas. Palabras que no le había dicho a ninguna otra mujer en su vida. —Maddie a ghràdh. Mo chridhe. Mo bean. Maddie, querida. Mi corazón. Mi esposa. Sus fantasías también habían comenzado a añadirse a su cerebro. ¿Qué le estaba haciendo? Él extendió el lino sobre su cadera, revelando el oscuro triángulo de sombra que guardaba su sexo. Y se inclinó para besarla allí. Ella se encogió y se volvió bruscamente, golpeándolo en la cabeza con su rodilla. Auch. Con un bajo gemido de dolor, Logan rodó hacia un lado, agarrándose la cabeza. Miró el techo de madera de la cama, luchando por respirar. ¿Se había estado preguntando qué le estaba haciendo ella? Sabía qué le estaba haciendo. Lo estaba matando.

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Eso era lo que le estaba haciendo. —¿Qué…? —Ella se llevó las sábanas al pecho—. Qué fue… ¿Por qué hiciste… eso? Por qué, de hecho. —Porque los humanos tienen más imaginación que las langostas, mo chridhe. Hay más de una manera de compartir placer. Ella estuvo en silencio por un largo momento. —¿Cuántas maneras? Él rodo sobre su costado para enfrentarla, rozando un dedo desde su esternón a su vientre. —Aquí tengo una idea. Te las demostraré, y puedes contar. Esta vez, su silencio pareció interminable. —Quizás en otro momento, gracias. —Se volvió a su lado. Lejos de él. Y eso fue todo. Deseo pulsaba a través de su cuerpo, enrollándose y chispeando con eléctrica intensidad. No se atrevía a depositar su confianza en almohadas o la decencia para contenerlo. Sería otra fría e inquieta noche en el suelo.

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M

addie encontró imposible dormir. La noche anterior, el whisky y sus emociones abrumadoras la habían dejado demasiado cansada para nada más. Esta noche, su cuerpo crepitaba con energía no utilizada y deseo frustrado.

Cada vez que cerraba sus ojos, pensaba en la boca de él en ella. Ahí. Por ese único momento caliente, se había sentido bien. Más que bien. Una sacudida de felicidad la había atravesado. Todavía la sentía persistiendo en la planta de los pies y en la coyuntura de sus muslos. ¿Querría que una mujer pusiera su boca en él? ¿Ahí? Los humanos tienen más imaginación que las langostas, había dicho. Y aun así Maddie —que era humana la última vez que lo comprobó— no podía doblar su imaginación tan lejos. Por supuesto, podría haber tenido una idea mejor si hubiera visto todo de él desnudo. Se giró hacia un lado y se retorció más cerca al borde de la cama ignorando su jergón en el suelo. El marco de la cama crujió. Se congeló por un momento. Y cuando no escuchó nada excepto su respiración uniforme, se deslizó incluso más cerca, hasta que pudo echarle un vistazo. El débil brillo del fuego encendido reveló su figura lentamente.

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Estaba acostado de costado, solo parcialmente cubierto por su abierto tartán fino. Su espalda estaba hacia ella. En la luz del fuego, se veía fundido en bronce. Excepto que el bronce no se movía, y su espalda parecía estar… ¿convulsionando? Al principio pensó que era un mero truco de la luz. Luego tuvo el repentino pensamiento mortificante de que estaba despierto y riéndose de ella. Pero después de parpadear unas cuantas veces, entendió lo que estaba pasando. Estaba temblando. —Logan —susurró. Sin respuesta. Silenciosamente bajó sus pies al suelo y se deslizó para sentarse a su lado. »¿Logan? Puso un ligero toque en su hombre. No tenía fiebre. Al contrario, su piel estaba fría como el hielo. Su cuerpo entero era atormentado con temblores, y parecía estar murmurando algo en su sueño. Se inclinó más cerca para escuchar. Lo que sea que estuviera diciendo, parecía ser en gaélico. La misma palabra, una y otra vez. ¿Nah--tray--me? A juzgar por lo brutal que estaba temblando, si tuviera que hacer una conjetura, supondría que nah--tray--me quería decir “frío” o “hielo” o quizás “mira, un pingüino alucinatorio”. Oh, Logan. Dado que sus intentos para despertarlo no habían funcionado, Maddie volvió su atención a calentarlo en cambio. Jaló la pesada colcha de la cama. Luego se acostó detrás de él, atrayendo la colcha sobre ambos. Apoyando su cabeza en una mano, dibujó caricias relajantes sobre las líneas de sus hombros, cuello, y espalda. Hizo suaves sonidos de shh. Él no se

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despertó, pero eventualmente sus temblores comenzaron a disminuir. La tensión en sus músculos se desenrolló, y su cuerpo se relajó contra el de ella. Piel contra piel. La esencia jabonosa masculina de él llenó sus sentidos. Su corazón se hinchó. Ternura se expandió en su pecho como una espiral de humo, expandiéndose e impregnando su cuerpo entero. Yo no me acurruco, había dicho él. Acarició los suaves cabellos recortados en la base de su cuello, sonriendo secretamente para sí misma. Quizás él no se acurrucaba, pero ella lo hacía. Era excelente en ello, aparentemente. Madeline Eloise Gracechurch: Acurrucadora furtiva. Lo que Logan no sabía no lo heriría. Pero si no era cuidadosa, eso podría romper su corazón en dos. A la primera señal del amanecer, se levantó y se deslizó en la recámara adjunta, donde se vistió en un simple vestido de muselina. Bajó por los peldaños en espiral y llegó al gran salón, que los hombres de Logan habían convertido en su campamento temporal. Ahí se paró, parpadeando, esperando a que sus ojos se ajustaran, y disponiendo su corazón a dejar de latir en sus oídos. Ven, entonces. ¿Dónde estás? Su mirada fue a la esquina, donde las pertenencias de los hombres habían sido amontonadas. Ahí. Maddie abrazó el perímetro de la habitación, caminando sobre las bolas de sus pies revestidos de zapatillas hasta que alcanzó el montón de equipaje. Si estaban en una escarcela, una silla, o una alforja… Esas cartas incriminatorias tenían que estar en algún lado, y ella iba a encontrarlas.

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Sacó un morral de lona de la esquina y lo abrió, cuidadosamente hurgando a través de los contenidos. Cuando no encontró nada importante adentro, avanzó para investigar la siguiente. Y luego a una tercera. Los contenidos eran modestos, y casi lo mismo en cada una. Una camisa extra o dos, un par de guantes sin dedos de lana, un cepillo de fregar de cerdas naturales, un par de dados. No mucho de importancia. Hasta que un dedo encontró la punta afilada de una aguja. Para su crédito, Maddie se las arregló para no gritar. Pero la bolsa se deslizó de su agarre, golpeando el piso de piedra con un ligero golpe. Se quedó completamente congelada y giró una mirada cautelosa hacia el pasillo de escoceses dormidos. Ninguno de ellos pareció haber escuchado. Los hombres permanecieron como bultos de escoceses amontonados bajo sus tartanes. Aparentemente, los hombres usaban sus tartanes como kilts de día y luego usaban lo mismo para ir a la cama en la noche. Arrugó su nariz. ¿Cuándo lavaban las cosas? ¿Cuándo se bañaban? —Buenos días. Sorprendida por segunda vez en tantos minutos, Maddie saltó y rodó. Aparentemente si eras Logan Mackenzie, te bañabas ahora. Se paró en la entrada en una recámara de al lado, desnudo hasta la cintura y goteando. Apoyó un hombro contra la entrada y agarró su kilt delante de él con su mano libre. Su pose era un clásico contrapunto. Lucía como un David del renacimiento, esculpido no de frío y estoico mármol sino de carne impaciente. Un fino rastro de cabello oscuro atrajo su atención más abajo. —Estás despierto temprano —dijo ella.

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—No realmente. Me levanté un poco después de que tú lo hiciste. —La miró de arriba a abajo. Una ceja se levantó en interrogación—. ¿Estás buscando algo, mo chridhe? —Oh. Sí. Estaba buscando algo. —Torció la esquina de su delantal y dijo lo único que pudo—: Estaba buscándote. —A mí. Ella asintió. Su boca se curvó con pura arrogancia. —Bueno, entonces. Estoy a tu servicio. ¿Qué querías conmigo? Qué en efecto. Maddie tragó fuerte. Quería tantas cosas, y la mayoría de ellas eran ridículas. Quería estirarse y empujar un mechón errante de cabello lejos de su ceja. Ponerle una camisa antes de que pescara un resfriado. Si pudiera leer su mente, habría tenido una buena risa. De alguna forma tenía que encontrar una manera de calmar todos los impulsos exigentes y de cuidado. O canalizarlos en alguna otra actividad. Maldita sea. ¿Por qué nunca había ningún cachorro temblando y sin alimentar cerca cuando una chica más los necesitaba? —Yo… solo quería ofrecerte un buen viaje. Asumí que te estarías yendo a Ross-shire hoy. —No estoy yendo a Ross-shire hoy. —Pero se lo prometiste a Grant. —Le prometo a Grant la misma cosa al menos seis veces al día. Estuvimos ahí hace meses, y él no lo recuerda. Tanto como él sabe, siempre estamos yendo a Ross-shire mañana. —Oh. Bueno, entonces. Si no estás ocupado haciendo nada más esta mañana —dijo—, quizás podríamos… Eso es, esperaba que los dos pudiéramos…

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Él la miró, esperando que completara esa oración, y Maddie no tenía idea de qué decir. ¿Trenzar el cabello del otro? ¿Jugar a las escondidas? ¿Buscar el lago de monstruos marinos? ¿Qué actividad podrían posiblemente compartir los dos? Aparte de actividades relacionadas con la cama que estaban —obviamente en su mente y— enteramente fuera de cuestión. Mientras se paraba ahí titubeando, sus ojos se estrecharon con sospecha. Miró hacia la esquina donde ella había dejado caer la mochila abierta. Saltó hacia un lado, bloqueando su vista y dándole a la mochila un discreto empujón hacia atrás con su pie. »Pensé que podíamos visitar a los arrendatarios —dijo —, juntos. —¿Arrendatarios? —Hay un pequeño grupo de agricultores en la villa. Eres el nuevo laird del castillo, por así decirlo. Ellos querrán conocerte. Para su alivio, la sospecha abandonó sus ojos. Frotó la parte trasera de su cuello. —Me gustaría conocerlos, también. Esa es una buena idea. Encontró una camisa limpia en su bolsa y la empujó sobre su cabeza, metiendo sus brazos por las mangas. Mientras lo hacía, ella tomó nota de la bolsa: una bolsa de lona pintada de negro. Las cartas tenían que estar ahí. Ahora que lo sabía, Maddie podía ser paciente. Él no podía merodear sobre la cosa en cada momento del día. —Entonces está arreglado —dijo ella—. Caminaremos por el arroyo juntos. Puedo llevarles una cesta de… algo. Maddie comenzó a calentarse ante la idea. Quizás visitar a los agricultores era la salida que necesitaba. Podía jugar con los niños. Podría haber un nuevo bebé que podía sostener. Quizás hasta tendrían perritos.

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Tan pronto como llegaron a la vista del baile11, un trío de terriers vinieron corriendo a saludarlos. Los perros aullaron a las faldas de Madeline mientras se aproximaban a un grupo de algunas docenas de cabañas de piedra con tejas situadas a lo largo del borde del río. Alto en la colina, hombres mirando las ovejas se giraron y los miraron en cambio. De uno de los lejanos caseríos que se alzaba en lo alto, llegó el ligero lamento de un niño. Mientras se acercaban al baile, Logan atrajo a Maddie a su lado. —Escúchame. Las personas aquí probablemente estarán asustadas cuando nos vean. —¿Asustados de ti? —No, de ti. —¿De mí? —preguntó—. Pero solo soy una mujer inglesa, y no una muy grande. —Eso es precisamente el por qué estarán asustados —dijo él—. ¿Alguna vez has escuchado de la Condesa de Sutherland? —Por supuesto que he escuchado de ella. Uno no puede dejar de escuchar de ella. Es una parte integrante en la sociedad de Londres. Una pintora talentosa, también. Bastante elegante. —Oh, sí. Tan talentosa y elegante que se ha convertido en la terrateniente más despiadada en toda la región montañosa. —No creo eso. Suspiró con impaciencia. La dama era tan malditamente protegida. Todo le había sido dado en una bandeja de oro. Ella no tenía idea de cómo vivía la gente común de las zonas montañosas. Un sentimiento inútil de ira aumentó en su pecho.

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Hogar en gaélico.

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—La condesa heredó la mitad de Sutherland cuando sus padres murieron. En los pasados años, sus agentes han desalojado pueblo tras pueblo, obligando a los hombres escoceses a salir de la tierra por los cientos y miles. Robando sus tierras agrícolas para hacer espacio para ovejas, quemando sus cabañas hasta el suelo, y ofreciéndoles poco en forma de compensación. A menudo con la ayuda del ejército británico. Miró a su casaca roja con arrepentimiento. Podría haberlo hecho mejor y llevar su tradicional kilt hoy. —Créeme, mo chridhe. La zona montañosa es el único lugar en la tierra donde nadie subestimará la habilidad para destruir vidas de una mujer inglesa callada y gentilmente criada. —Eso es terrible. Eso era una enorme subestimación. —Trata con criminal. Sin vergüenza. Inconcebible. Cualquiera de esas palabras serviría mejor. Ella consideró el grupo de caseríos. —¿Así que estás preocupado de que pensarán que estamos aquí para expulsarlos? —No lo dudaría —dijo—. ¿Mostrando tu rostro por primera vez, con un oficial de Highlander de la Clase Alta a tu lado…? Probablemente temerán que estén a punto de perder todo. —Oh, Dios. Estaban lo suficientemente cerca ahora que Logan podía mirar los rostros en las ventanas de las cabañas, espiándolos. —No te preocupes —dijo él—. Les aseguraré que no tienen nada que temer. —Si tú lo dices. Una pequeña sonrisa curvó sus labios. Logan estaba irritado porque ella no parecía entender lo que él le estaba diciendo.

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—Al menos has traído regalos. ¿Qué hay en la cesta? Ella hurgó a través de los contenidos. —Unos cuantos caramelos. Paquetes de pasas. Pero más que todo son cosméticos sobrantes de la Tía Thea y remedios. Ella envía por cada anuncio de productos en cada revista de mujeres. Me gusta verlos puestos en uso. Él parpadeó hacia ella. —¿Estos son tus regalos? —Tus hombres han agotado nuestras tiendas de comidas, y yo no tenía tiempo para preparar nada más. —¿Qué se supone que harán con…? —Sostuvo en alto una botella café y miró la marca—. ¿Elixir milagroso del doctor Jacob? —Sacó un pequeño tarro después—. ¿Crema para manchas Excélsior? —Las mujeres son mujeres, Logan. Cada chica necesita un poco de lujo y una oportunidad de sentirse bonita ahora y siempre. Pasó una mano sobre su rostro. Esto iba a ser un desastre. —¡Señorita Gracechurch! ¡Señorita Gracechurch! Apenas Logan había terminado sus severas advertencias los jóvenes ocupantes de los caseríos comenzaron a salir de sus casas y se apresuraron a encontrar a Maddie en el camino. Pronto ella tenía niños reunidos a su alrededor, tirando de su falda. —¿Qué era eso que estabas diciendo, Logan? ¿Que ellos estarían asustados de mí? Metió la mano en su cesta y sacó un puñado de caramelos, distribuyéndolos en las manos expectantes de los niños. —Deberías haber mencionado que ellos ya te conocían —dijo él. —¿Y arruinar tu sermón informativo de los males de Clearances? Eso habría sido una lástima. Él sacudió su cabeza. La astuta descarada.

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—Hola, Aileen. —Se agachó al lado de una niña sin dientes que no podría haber tenido más de cuatro o cinco años—. ¿Cómo está tu cicatriz entonces, querida? Levantó el borde de la manga de la niña y examinó una delgada marca roja en su antebrazo. »Muy limpiamente curada. Buena chica. Tendrás una galleta por eso. —Metió la mano dentro de la cesta por el regalo—. Ahí, querida. Una vez Aileen hubo salido corriendo, Logan señaló. —Eso era una cicatriz de vacunación. Maddie asintió. —He estado visitando regularmente desde que tomé posesión del castillo. Cuando supe que ninguno de los niños había sido vacunado, me aseguré de ordenar el asunto de las vacunas del doctor Jenner. Pusimos las vacunas hace un mes o algo así. Maldición, ella solo seguía sorprendiéndolo. Primero con su belleza. Luego con los dibujos. Había sido forzado a aceptar que había más en su personalidad de lo que había obtenido de sus cartas, pero nada de eso se sentía demasiado fuera de los límites de su territorio trazado cuidadosamente en su mente etiquetado como “Madeline”. Ella era privilegiada, protegida, inteligente, curiosa, y demasiado astuta. Pero esto… Esto era diferente. Mientras la miraba con los hijos de los arrendatarios, su concepción de ella empujaba contra sus límites establecidos. Fue forzado a añadir nuevas descripciones a su lista. Unas como “generosa” y “responsable” y “protectora”. Ella estaba conquistando nuevos lugares en su concepción, descaradamente invadiendo territorio que él preferiría morir que entregar. Esto estaba todo mal. Había venido aquí para casarse con ella y reclamar lo que le pertenecía. Él no quería que le gustara, no más de lo que ella quería.

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»No todos nosotros los terratenientes ingleses aspiramos al ejemplo de la Condesa de Sutherland —dijo ella —. Mi padre siempre se adhirió a los fuertes principios de ordenamiento de tierras, y la vacunación es algo por lo que me preocupo. Mi madre sobrevivió a la viruela cuando era una niña. Aunque se recuperó de la viruela, su corazón estaba débil. Creo que es por eso que murió tan joven. Logan sabía, por supuesto, que ella había perdido a su madre. El nuevo casamiento feliz de su padre había sido muy detallado en una carta. Sin embargo, ella nunca había escrito mucho acerca de la mujer en sí, y no se le había ocurrido preguntar. »Estaba esperando este año empezar una escuela —dijo, hábilmente cambiando el tema—. Quizás una vez que tus hombres terminen sus propias cabañas, pueden trabajar en construir un colegio. —Primero necesitan trabajar en encontrar esposas y hacer a los niños llenarlas. —Eso probablemente puede ser arreglado. Muchos de los hombres por aquí fueron a la guerra y no regresaron. Más de una joven mujer se encontró con cabos sueltos. Solo mirando a su alrededor, Logan vislumbró unas cuantas posibles candidatas, un grupo de damas estaban paradas juntas en una puerta, susurrando y riéndose entre ellas. Rápidamente se les unieron otras. Pronto parecía que la población entera del pequeño pueblo había salido a saludarlos, rodeándolos. —No estabas exagerando —dijo él—. Ellos sí aprecian los desechos de tu tía. Miró hacia arriba desde su cesta. —Usualmente no son así de impacientes. Eso debe ser por ti. Cuando yo… Su voz se apagó. Cuando Logan se giró para mirarla, pudo ver que se había congelado. Reconoció esa expresión pálida y desconectada en su rostro. Era la misma mirada que había usado en su boda.

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Ella lo había llamado timidez, pero para Logan, más bien lucía como sorpresa. La había visto en los soldados, particularmente en los que habían sobrevivido a las batallas más feas. Sus ojos miraban por kilómetros, y sus mentes parecían estar en algún lugar muy lejano. —¿Maddie? Se sacudió a sí misma. —Este es el Capitán Mackenzie —le dijo a la mujer, empujando la cesta en las manos de Logan y retrocediendo—. Él va a distribuir los regalos hoy. —Espera —dijo—. Quieres decir que solo me dejarás aquí con todo este… —Pescó una pequeña lata de la cesta—, ¿bálsamo de embellecimiento rosa? —Acabo de recordar a una mujer por el camino que entró en labor de parto. Quiero echarle un vistazo. —Puede esperar hasta que hayas terminado aquí. Sacudió su cabeza, y entonces se había ido.

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M

addie se marchó, agachándose detrás de una larga y angosta cabaña de piedra con un tejado de paja inclinado.

Una vez sola, envolvió sus brazos alrededor de su cintura, abrazándose fuerte. Sus dientes castañeaban, y su piel hormigueaba por todas partes. Se sentía un poco culpable por dejar a Logan solo, y bajo falsos pretextos. No había ninguna mujer que hubiera entrado en labor de parto en esta humilde aldea. No que Maddie supiera, en cualquier caso. Pero encontró una oveja amamantando a un par de corderos en el recinto de piedra detrás de la cabaña, y decidió que eso la hacía lo suficientemente honesta. Cuando la multitud se había cerrado alrededor de ella, el frío también se había cerrado. Supo que tenía que alejarse, y la verdad nunca logró una justificación útil. A lo largo de su vida, había aprendido esa lección una y otra vez. Si rogaba ser liberada de una obligación social en base a que simplemente era muy tímida, su familia y amigos nunca le tomaban la palabra. Insistían en que ella solo tenía que darle una oportunidad. La engatusaban y le daban un codazo, contándole toda la diversión que tendría. Esa vez, prometían, sería diferente. Nunca era diferente. Maddie había aceptado hacía mucho tiempo la realidad. Las mismas ocasiones que a otros les traían alegría y júbilo, eran tortura para ella. Y nadie entendería jamás. Una vez que hubo recobrado su compostura, caminó de regreso a la esquina de la cabaña y echó un vistazo alrededor para observar.

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Las mujeres todavía estaban rodeando a Logan y a su cesta de productos de belleza. Ellas interceptaban las botellas que él les ofrecía y atisbaban los frascos de crema, hablando y riendo entre ellas. Él destapó una botella de eau de toilette12 y la sujetó para que una joven mujer con cabello cobrizo probara el aroma. Después de oler cautelosamente, la joven mujer se rio y sonrió. Un toque de rosa coloreó sus pecosas mejillas. Maddie sospechaba que no tenía nada que ver con la esencia embotellada y todo que ver con su apuesto suministrador. Cielos, se veía bien hoy. La luz de la mañana ponía de manifiesto los reflejos rojizos en su cabello y volvía su piel de un cálido bronce. Daba la impresión de dominio y facilidad. Estaba en su elemento. Probablemente había sido criado en un baile muy parecido a este. Sabía justamente cómo dar la bienvenida a cada una de las personas del pueblo que se presentaban, desde la abuela más vieja hasta un curioso joven que bajaba de las laderas de pastoreo. Cuando pudo ver que la cesta de Logan estaba vacía y las mujeres habían comenzado a regresar a sus cabañas con sus nuevos tesoros, Maddie emergió de su escondite. Se despidieron de los perros y los niños y comenzaron la caminata de regreso. Logan no parecía feliz con ella. —Un buen truco el que jugaste, abandonándome para desempeñarme como gitano con las muchachas. —No creo que fueran mis regalos en lo que esas muchachas estuvieran interesadas. Creo que estaban más curiosas respecto a ti. —Podría haberlo hecho mejor al caminar entre los campos y tener una charla con los hombres. —Supongo que quieres decir que habría sido más propio de un laird. Él hizo un sonido despectivo.

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Agua de tocador

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—No es ser más propio de un laird. Es cumplir con mi deber. Es conocer a los vecinos. Dejarles saber que no tienen que preocuparse acerca de su futuro. —Le deslizó una mirada asesina—. Hablando de preocupaciones, ¿Qué pasó allí atrás? —No sé qué quieres decir. —Creo que sí. Cuando las mujeres te rodearon, fue como si te fueras a otro lugar. O como si de alguna manera te arrastraras dentro de ti. No estabas ahí. Noté lo mismo durante nuestra boda. Ella se mordió el labio, —¿Crees que las mujeres lo notaron? —No puedo decirlo. Pero yo lo noté. Ella miró a la distancia. —Te lo he dicho. Soy tímida. —Me pareció algo más que timidez. Negó con la cabeza. Estaba acostumbrada a que su familia y amigos no entendieran. Pero era un nuevo nivel más bajo cuando incluso su novio imaginario rechazaba aceptar la verdad. —Soy tímida en grupos, eso es todo. Siempre lo he sido. Y detesto que a veces eso haga que la gente sienta que no estoy interesada, pero no sé qué más puedo hacer. —No te preocupes. Tendrás una oportunidad de dar una buena impresión en Beltane. —¿Beltane? —El primero de mayo. Es una celebración tradicional de los Highlands, que se remonta a los tiempos paganos. —He oído de ello —dijo—. Pero no estoy segura de por qué estaría dando una buena impresión ese día.

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—Los he invitado al castillo y pedido a las muchachas que corran la voz. Extenderemos la invitación a cualquiera viviendo en el área. —Entonces, ¿estás dando una fiesta? —Sería más acertado decir que tú estás dando una fiesta. La señora del castillo es la anfitriona, ¿no es así? Los pasos de Maddie se volvieron más agitados, y por poco se tropezó con una piedra. —El primero de mayo apenas está a quince días. No es suficiente tiempo para preparar el castillo. O, para el caso, para prepararme. Nunca he sido anfitriona de nada. —Esta gente necesita una conexión con las formas tradicionales —dijo—. Una celebración para mirar hacia adelante. Y necesitan saber que la tierra está en buenas manos. Es importante que nos vean trabajando juntos. —Solo desearía que me hubieras preguntado primero. —Podría haber preguntado. Pero estaba decidido a invitarlos sin importar tu respuesta. —Bien. Cuán verdaderamente autoritario de tu parte. —No estoy acostumbrado a tomar decisiones en grupo, mo chridhe. Para una discusión educada, deberías haber enviado tus cartas a algún clérigo de Hertfordshire. Si no querías un oficial Highlander, no deberías haber deseado uno. No deberías, no podías, no lo harías. —Qué tonta soy. Soñé en grande. Él le dio una tímida sonrisa. —Y lo conseguiste. La impúdica implicación en su declaración la hizo sonrojar.

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—¿Podemos, por favor, discutir el hecho de que somos diferentes de una manera atroz? —preguntó—. Dos días, y nuestro matrimonio ya es un desastre. Sigo pensando que debe haber alguna otra solución. Si no aceptarás un contrato de arrendamiento… tal vez podría venderte algo de la tierra. Él resopló. —¿Vendérmela por qué cosa? ¿Parezco un hombre rico? —Erres un oficial. O lo eras. Tu comisión debe haber valido una cantidad importante. —Alcancé ese rango a través de una promoción de campo. Mi capitanía no valía lo mismo que la de un caballero. Nos da a mí y a los compañeros lo suficiente para empezar, pero eso es todo. —Ah, bueno, eso está muy mal. —Si tuviera el oro para comprar tierra directamente, lo habría hecho por mi cuenta. Habría sido mucho más fácil. Maddie no sabía cómo tomar esa declaración. ¿Se suponía que creyera que él había sido impulsado a este acto deshonroso —forzarla a casarse— por motivos honorables? ¿O se suponía que sintiera como si ella fuera su segunda opción? Tocó con los dedos el broche fijado a la banda de su tartán. Bueno, ahí estaba su respuesta. Ella era su segunda opción. —Digamos que nunca hubiera escrito ni una sola carta —dijo, su voz suavizándose—. Digamos que tus hombres no necesitaran ninguna ayuda. ¿Qué habrías querido para ti mismo, Logan? ¿Un hogar, una familia? ¿Un negocio, o una granja…? ¿Con qué soñabas? —No soñaba con nada. —No puedes decir nada. Seguramente debes tener… —No. —Su tono fue cortante—. Muchacha, nunca soñé con nada.

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Maldición. Logan no había previsto decir eso. No era algo de lo que hablaba con frecuencia. En efecto, probablemente no era algo de lo que hubiera hablado alguna vez a otra alma. Él sabía que eso lo señalaba como un extraño. Pero había hablado de eso ahora, por alguna tonta razón. Ella se detuvo en medio del camino y se volvió hacia él, examinándolo con esos inteligentes ojos oscuros que tenían el poder de ver no solo lo que estaba ahí, sino también lo que no estaba. —No te creo —dijo—. Todo el mundo tiene sueños. —Yo no. —Se encogió de hombros—. Cuando cierro mis ojos en la noche, no hay nada sino oscuridad detrás de ellos. Solo vacío hasta que me despierto. Era el mayor temor de Logan —el pensamiento que probablemente lo había preservado a través de muchas batallas y campañas— que cuando viniera por él, la muerte pudiera no ser nada más que una noche sin fin. Había sido un muchacho tembloroso otra vez, atrapado solo en la oscuridad vacía. Para siempre. —Pero anoche, tú… —Anoche, ¿qué? Ella apretó sus labios. —Nada. Solo que es muy extrañó. Nunca he conocido a alguien que no soñara en absoluto. —Supongo que nunca desarrollé el talento. Era un huérfano sin nada. ¿Qué provecho podría tener el soñar? No habría sabido con qué soñar, incluso si lo hubiera intentado. —Seguramente no es muy tarde para aprender. —Se acercó para quitar una pequeña pelusa de su manga. Como si quisiera tocarlo, pero lo

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hubiera pensado mejor—. No tienes que estar atrapado en un matrimonio conmigo. No si no lo deseas. La jaló hacia él, con rudeza. Dejándole sentir su cuerpo presionado contra el de ella. —No creía que pudieras dudar qué deseo. —Sí, pero hay deseando y luego hay deseando. El deseo de tu cuerpo pudiera no ser el deseo de tu alma. Él hizo un ruido despectivo. ¿Qué alma? »Esta vida que estás tan determinado a crear para tus amigos y los arrendatarios… una cabaña, cultivos en la tierra, vacas en el pasto… —Tocó el frente de su camisa, en algún lugar cercano a su corazón palpitante—. Una bonita muchacha escocesa que te dé la bienvenida a casa al regresar de los campos cada atardecer, te mantenga caliente en la noche, te dé niños… Tal vez lo quieras para ellos tan desesperadamente porque también es lo que realmente quieres. Él apartó la idea. —Eres la única con exceso de imaginación. Y debo decir, eso no ha hecho tu vida mucho mejor, ¿cierto? —Tal vez no. —No importa lo que quieras. Mucho menos lo que yo sueñe. Mi alma no tiene nada que decir en el asunto. Nada de esto tiene nada que ver conmigo. Vine aquí a casarme contigo porque es lo que los hombres necesitan. Estoy tomando una por el clan. Ella se estremeció ante sus palabras. Él supo de inmediato que la había herido. Y no se sentía ni de cerca tan satisfactorio como había esperado que fuera. En realidad, lo hizo sentir más bien pequeño. Como un muchacho atrapado aleteando rocas a las aves cantoras. Ella exhaló lentamente, luego asintió.

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—Gracias por eso. Después de observarte con los arrendatarios, estuve en mucho riesgo de que me agradaras. Mientras se abría paso lejos de él, la enérgica oscilación en su modo de andar lo tentaba a seguir. —Querías una nueva razón para despreciarme, después de todo. Solo estoy tratando de complacerte. —También estás haciendo de ello un buen trabajo. —Así que estás molesta conmigo. —Sí. —Insultada. Furiosa. Irritada. —Las tres. —Excelente. Él atrapó su brazo y la jaló para que lo enfrentara, dejando a su mirada vagar sobre la piel sonrojada de su garganta y el subir y bajar de sus pechos en el corsé. Una atractiva chispa de desafío iluminó el oscuro secreto de sus ojos. —Entonces nuestra próxima parada es la habitación, mo cridhe. Deberías estar lista para hacer real este matrimonio.

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O

h, no. Maddie se arrepintió inmediatamente de sus ridículas palabras. —No seas absurdo —dijo ella.

—No soy absurdo. Pretendo ser incendiario. Maddie deseó poder pensar en una respuesta mordaz y sofisticada para ponerlo en su lugar y salir de esto. Pero el fuerte viento azotando sus faldas parecía haberse robado su ingenio también. Así que, en lugar de una respuesta sofisticada, le dio una pueril. Balbuceó tonterías por un momento, luego entró en pánico y huyó. El camino sinuoso de regreso al castillo se hizo repentinamente largo. Maddie necesitaba estar en casa enseguida. En su cama, dentro de una acogedora tienda de almohadas y mantas. Con Logan prudentemente al otro lado de la puerta cerrada con pestillo. Levantando el dobladillo, salió del sendero y empezó una ruta recta por tierra, caminando tan rápido como el suelo fangoso le permitía. —No camines por ahí —gritó él tras ella. Lo ignoró. Caminaré por dónde y cómo quiera, gracias. No soy uno de tus soldados. No me ordenas. —Anda

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Maddie casi tropezó con su propio dobladillo. Bajó la mirada. En su prisa por probar su independencia, dio un grave paso en falso independientemente. La totalidad de su media bota había desaparecido en el negro y fibroso fango. Cuando trató de soltarla, su otra pierna también se hundió de inmediato… hasta la rodilla. ¿Qué era este fango? Actuaba como arena movediza, hundiéndola cada vez más. —¿Logan? —llamó—. Logan, por favor, ven de una vez. No puedo mover los pies. Se detuvo a unos cuantos metros a un lado y examinó la situación. —Te has sumergido en un pantano. Pasa todo el tiempo. —Entonces, ¿te ha pasado a ti? —Och, no. No soy tan estúpido. Claro que no, pensó Maddie amargamente. Por supuesto que esto solo podría pasarle a ella. »Pero he desatascado a muchas vacas y ovejas —continuó él. —Maravilloso. Si fueras tan amable de desatascarme a mí también. ¿Rápidamente? Un toque de diversión brilló en sus ojos. Esa mirada le dijo algo terrible. Iba a ayudarla, pero primero iba a disfrutar cada minuto de esto. Maddie giró y tiró de su pierna, sin éxito. Estaba bien y verdaderamente atascada, y su corazón latía erráticamente contra su pecho. Él chasqueó la lengua. —La primera regla del pantano: no entres en pánico. —¿Cuál es la segunda regla del pantano? Creo que deberíamos saltar a eso.

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—-No discutas —dijo él—. Te cansarás. Solo ten calma y espera a que tu cuerpo alcance su equilibrio. Fácil para él decirlo. Trató de alcanzar algo, lo que fuera, para agarrarlo. Sus manos solo atraparon aire y hierba suelta. El pantano apretó su agarre, tragando sus caderas. —Logan —gritó—. Logan, se está poniendo peor. —Eso es porque estás luchando. —¡Por supuesto que estoy luchando! Estoy siendo tragada viva. Y tú solo estás parado ahí. Se agachó hasta el nivel de sus ojos. —Estarás bien. La mayoría de los pantanos no son más profundos que la cintura. —La mayoría de los pantanos. Algunos pantanos son más profundos. —Casi nadie muere atrapado. —¿Casi nadie? Si estás tratando de tranquilizarme, lo estás haciendo mal. —Relájate —dijo él—. Los que mueren, lo hacen por la exposición o la sed. No porque sean succionados. —Entonces, estás diciendo… —Estarás bien. Construiremos un pequeño techo sobre tu cabeza y te traeré bannocks13 dos veces al día. Puedes vivir bastante feliz aquí durante años. Maddie apretó la mandíbula para no sonreír o reír. Cada vez que se decidía a despreciarlo, aparecía ese destello de humor encantador. Se negaba a recompensarlo por eso.

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Pan tradicional de Escocia.

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»No te preocupes —dijo él—. El peso de la turba tarda horas en cortar la circulación a los miembros. Gimió en desesperación mientras se hundía aún más. La turba y el barro le succionaban las piernas, tirando de ella hasta la cintura. Estaba empezando a sentir pánico de verdad. Aterrizar en un pantano con profundidad hasta la rodilla era una situación graciosa, incluso ella lo admitiría… por un minuto. Tal vez dos. ¿Pero inmovilizada hasta la cintura en el helado lodo con la marcada posibilidad de nunca liberarse? Esta no era su idea de una tarde placentera. Especialmente cuando parecía muy probable que fuera su última tarde. Logan, en contraste, parecía que tenía todo el tiempo de su vida. Se sentó en una roca cercana. —Dime, ¿recuerdas aquella vez que te metiste en el pantano? —Se rio para sí mismo—. Qué recuerdo. Estuvimos ahí todo el día. Tuvimos un día de campo por ello. Cantamos canciones por una hora o dos. Contamos hasta cinco mil, solo por diversión. Entonces insististe que fuera por emparedados y… Ella le lanzó una mirada suplicante. Él miró hacia el barro. —Si te libero, ¿prometes acostarte conmigo por mi sufrimiento? —Esto es lo que te prometo, Logan MacKenzie. Si no me liberas, regresaré de la tumba y te perseguiré. Implacablemente. —Para ser una tímida intelectual inglesa, eres bastante feroz cuando te lo propones. Me gusta bastante. Se abrazó a sí misma para mantener las manos lejos del insidioso barro. —Logan por favor. Te lo imploro, deja de bromear y sácame de esto. Tengo frío. Y estoy asustada. —Mírame. Ella lo miró.

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Su mirada se fijó en la de ella, azul e inquebrantable. Toda la broma se fue de su voz. —No te voy a dejar. Diez años en la armada británica y nunca dejé a un hombre atrás. No te voy a dejar. Te sacaré de esto. ¿Entiendes? Ella asintió. Estaba empezando a comprender por qué sus soldados lo seguían a donde fuera, y por qué los arrendatarios habían confiado en él a primera vista. Cuando Logan MacKenzie tomaba un alma bajo su protección, moriría antes de dejar que sufriera algún daño. Maddie no era un alma bajo su protección, no realmente. Quería usarla por sus tierras, simple y llanamente. Pero al menos tenía el consuelo de saber que él no la dejaría aquí. Mientras su matrimonio no fuera consumado, no le servía de nada muerta. »Primero, toma un gran respiro. Adentro y afuera. Despacio. —No quiero perder tiempo respirando. ¿No puedes solo sacarme de esto? —Respira —repitió. Parecía que no la ayudaría hasta que lo obedeciera. Cerró los ojos e inhaló profundamente, luego lo soltó. —Eso es, otra vez. Más despacio esta vez. Y otra vez, hasta que te hayas calmado. Aquella media docena de respiraciones, lentas y forzadas, fueron los momentos más tortuosos de su vida. Pero al final, se sintió algo mejor. El latido de su corazón se había calmado a un clamor ligeramente menos ensordecedor. —Cuando estés lista —dijo él—, puedes moverte de un lado a otro. —¿Cómo? —Basta con ir de un lado a otro. Como si estuvieras bailando. —Oh, Señor. Esto es todo. Moriré aquí. No sé bailar.

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Él rio entre dientes. —Muchacha, el pantano no sabe eso. Hizo lo que le ordenó, balanceándose de un lado a otro. Se sentía como un reloj de péndulo moviéndose en melaza. Al principio, solo se podía mover unos pocos centímetros de cada lado, pero después de unos minutos de esfuerzo, pudo manejar un balanceo razonable. »Eso es. ¿Puedes sentir el agua circulando entre tus piernas? Ella asintió. »Entonces lo estás haciendo bien. Mantenlo así. Tal vez un poco más rápido. Sería mejor mantener tus piernas libres antes de… —¿Antes de qué? —preguntó Maddie. Pesadas gotas de lluvia salpicaban su rostro y hombros. —Antes de eso. Maravilloso. Ahora podría estar mojada y helada desde ambos lados. Se sacudió con vigor renovado y fue recompensada con un poco más de espacio para respirar. —¿Qué hago ahora? —Recuéstate un poco —la dirigió—. Como si fueras a flotar en lo alto del pantano. —Pero… —Solo hazlo. Él yacía sobre su estómago detrás de ella, estirándose hacia adelante con ambas manos. Cuando ella se reclinó, la atrapó bajo los brazos. »Te tengo —susurró en su oído—. Y no te voy a dejar ir. Ella tragó con fuerza. —¿Ahora qué?

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—Sin importar cuál de tus piernas sientas floja en lo más mínimo, sigue meneándola de lado a lado. Y tírala hacia arriba. —Estoy confundida. ¿Se supone que la mueva de lado a lado o hacia arriba? —Ambos. Querido Señor. ¿Qué era lo siguiente? ¿Hacer todo eso al mismo tiempo que malabarismos con antorchas y fumar una pipa? No estaba segura de que tuviera la coordinación para eso. Los salones de baile de Londres, los pantanos Highlands… ¿No había lugar en el mundo que fuera seguro para una rara solterona inglesa? Trabajó primero en su pierna derecha, sacudiéndola debajo de la superficie del lodo mientras la atraía hacia arriba lentamente. El progreso gradual era agonizante, pero al final, su rodilla emergió del fango. »Bien —dijo él—. Ahora la otra. Esta vez, te retuerces. Yo jalaré. —Lo estoy intentando. Y lo estaba intentando, pero no era suficiente. El lodo estaba cerrándose rápidamente sobre ella de nuevo, jalando su pierna. De repente fue drásticamente consciente de cuán afortunada era de tener a Logan cerca. Si Maddie hubiera estado sola, nunca hubiera podido liberarse a sí misma. Incluso con él aquí, no parecía una certeza. —Una última vez —dijo él—. Mueve tu pierna hacia adelante y atrás, con tanto vigor como puedas permitirte. Voy a jalar a la cuenta de tres. Asintió. »Uno… dos… Ella apretó sus dientes. »Tres.

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Los músculos del brazo de él se flexionaron. Cuando jaló, ella sintió un terrible tirón en la articulación de la cadera. Maddie sabía que lo pagaría después. Estaría adolorida durante días. Pero todo un año de dolor sería mejor que un minuto más pasado atascada en ese pantano. Finalmente estaba libre. Sin aliento y jadeando, se arrastró algunos metros pendiente arriba y se dejó caer sobre una porción de terreno húmedo. Estaba cubierta con lodo de la cintura hacia abajo y empapada con lluvia en todas partes. Logan también parecía exhausto. Colapsó a su lado. —La vida es tan extraña —dijo ella, deslizando un mechón de cabello de su rostro salpicado por la lluvia—. Cuando inventé un novio escocés, fue con la finalidad de evitar la humillación. Mírame ahora. ¿Cómo me meto a mí misma en estos problemas? —Al desearlos, mo chridhe. —Rodó para hacerle frente, sosteniéndose a sí mismo sobre su codo—. Es todo lo que pediste. Un castillo lejano en los Highlands y un oficial en un kilt. Sé feliz de que no lograras matarme, o todavía estarías atascada sola en ese pantano. Allí estaba otra vez, acusándola de intento de asesinato. Parecía que no podía renunciar a esa idea. Y cada vez que sacaba el tema, hablaba con un filo de remordimiento en su voz. —Logan, lamento si te lastimé. Él hizo un sonido despectivo. —No me lastimaste. Correcto. ¿Cómo, posiblemente, podría una pequeña mujer inglesa lastimar a un corpulento guerrero escocés? Naturalmente, nunca admitiría eso. —Por si vale de algo —dijo—, mi verdadera fantasía no era un castillo en los Highlands y un hombre en un kilt. Solo quería ser comprendida, aceptada. Amada. —Su mirada cayó a la banda de su tartán húmedo y a

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esa mentira en forma de corazón sujetándolos juntos—. No te preocupes. He aprendido mi lección. —No puedo decir mucho acerca de amor y aceptación, pero sí te comprendo perfectamente. —Realmente no lo haces. —Oh, lo hago. —Sus ojos recorrieron su rostro—. Eres deshonesta, fantasiosa, astuta, rebelde, generosa, talentosa con un lápiz de dibujo… —pasó su pulgar enlodado, bajando por la pendiente de su nariz—. …y sucia. Muy, muy sucia. —No estoy más sucia que tú. Presionó su mano abierta contra su rostro. Eso dejó atrás una estela de cinco marcas lodosas de dedos… y un escocés poco divertido. Aunado a sus intensos ojos azules y quijada sin afeitar, las marcas le daban la apariencia de un antiguo guerrero Highlander, pintado para la batalla. Listo para atacar. Su gran mano lodosa fue hasta su cintura, enredándose en la húmeda lana gris de su vestido. —¿Si es sucio lo que quieres…? —La jaló cerca, sorprendiendo un jadeo de ella—. Es sucio lo que conseguirás. Su boca cayó en la de ella, caliente y magistral. Sus manos estaban en todo lugar, manchando incluso las partes más limpias de su vestido con lodo. Todo lo que Maddie podía hacer era aferrarse al abrigo de él mientras las sensaciones prohibidas la inundaban. Su lengua se hundió en su boca. Solicitando, demandando. Ella podía saborear la frustración en su beso. No podía adivinar si era el resultado de anoche, esta mañana, o la totalidad de la década pasada. Cualquiera que fuera la causa, obviamente quería vengarla con este ataque sensual. Y Maddie no podía atreverse a objetar. Le encantaba la manera ruda y posesiva como la estaba tocando. Sus manos recorrían sus pechos, su cadera, su parte de atrás. Sus pezones se

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volvieron puntos apretados, como si recordaran las atenciones de anoche y estuvieran listos para rogar por más. Cuando su pulgar encontró uno de sus picos adoloridos y lo provocó, ella gimió con impotente placer y alivio. Ella dejó que su cabeza cayera hacia atrás, y él prodigó suaves besos en la vulnerable piel cubriendo su pulso. Su dulzura y esmero la hicieron sentir atesorada. Preciosa. Deseada. Nunca había soñado que pudiera sentir este deseo por nadie. Era casi… Oh, cuán irónico. Era casi como un sueño hecho realidad. No, se dijo a sí misma. No seas tonta. No podía permitirse pensar de esa manera. Había estado luchando para mantener a su tonto corazón fuera de esto, manteniéndolo a él a un brazo de distancia con condiciones y reglas. Era muy peligroso hacerlo de otra manera. Con demasiada facilidad, podría crear una historia en su mente. Tejer un cuento de devoción que sería solo otra mentira… una que se contaría a sí misma. No quería imaginar que Logan se preocupaba por ella. Él no se preocupaba por ella. Pero la deseaba. Este calor entre ellos era real. Este beso aferrado era la realidad. Y la ardiente cresta de su excitación presionando contra su muslo era demasiado grande para ser un truco de su imaginación. Él levantó su cabeza y bajó la mirada hacia ella. —Maddie. Cuando susurró su nombre, el frío fue olvidado. Así como el lodo, la burla de él, el dolor en su pierna. La lluvia continuaba cayendo, empujándola más hacia el escudo de su abrazo. Derritiendo su voluntad para resistir.

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Tocó una mejilla con su mano. Desaparecido estaba el fiero guerrero Highlander. La lluvia pegaba el cabello a su frente y salpicaba su rostro, dándole la apariencia de una mascota mojada: perdida y necesitada de amor. Cada parte tan confundida como ella se sentía por dentro. —Oh, Logan. Y ahora, a pesar de todos sus mejores intentos de evitarlo, ahí venía. Su corazón comenzó a contarle un peligroso, peligroso cuento. La historia de un decente y leal hombre que había atesorado sus cartas, soñado con ella cada noche, sobrevivido batallas y marchado a través de continentes para venir a casa… no a un castillo o a un baile, sino a ella. E incluso ahora, cuando la sostenía en sus brazos, carecía de palabras para explicar todas las emociones en su corazón. No era más que una tonta ficción. Tenía que serlo. Pero no podía bloquearlo más. Puso sus brazos alrededor del cuello de él y entrelazó sus dedos en su cabello, acercándolo.

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L

ogan debería haberse apartado. Necesitaban buscar refugio. Pero no era capaz de dejarla ir.

La lluvia había pegado el vestido de ella a su piel, dejando poco a su imaginación. Veía todo de ella, en perfecto contorno… su pálida piel, sus arrugados pezones, el tinte azul en sus trémulos labios. Estaba vulnerable y temblorosa. Necesitaba calidez. Y él necesitaba esto. Sostenerla. Protegerla. Sentir su palpitante corazón presionado cerca del suyo y saber que ella estaba viva. Porque, si bien moriría antes de admitirlo, se había aterrado por un momento ahí, cuando había estado atrapada en el fango. La había atraído cerca para tranquilizarse a sí mismo. La había besado porque parecía que ella también lo deseaba a él. Pero ahora su retraída y tímida novia lo estaba besando a él, y él había perdido el control de todo. Los dedos de ella se movían a través de su cabello húmedo. Su dulce y tentadora lengua acariciaba la suya. El deseo lo atravesaba hasta el núcleo. Se sentía desmayar con ello. Apretó el agarre en la espalda de su vestido, jalando su ruborizado cuerpo contra el suyo. Suspiró en el beso, retorciéndose aún más cerca. El vientre de ella rozó sobre la cresta de su polla. Un temblor se movió a través del músculo de su ingle.

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Dios, la deseaba. Era la locura. Ambos estaban cubiertos con musgo y lodo desde la cintura hacia abajo. No había manera en que pudiera tomar su virtud aquí, sobre el suelo, en la lluvia y frío. Pero no podía soportar más la creciente tensión. Su polla latía engreída, atrapada debajo de los húmedos pliegues de lana de su tartán. Estaba desesperado por algún tipo de contacto. Resistencia. Toque. Calor. Tenía que tomar el control. En un movimiento rápido, la rodó sobre su espalda, acomodándose a sí mismo entre sus muslos. Cuando su polla finalmente encontró la fricción que ansiaba, gruñó de placer. Ella gritó de dolor. Logan se levantó sobre sus codos inmediatamente. Examinó su expresión sobresaltada. —¿Qué sucede? Estás herida. —Solo es mi pierna. Yo… me la torcí saliendo del fango. Jesús. ¿Había estado herida todo este tiempo? Y él había estado maltratándola aquí en esta colina como si fuera un cordero y él fuera el último lobo Highlander. —No te preocupes. Te tendré de regreso en el castillo de inmediato. Aflojó los pliegues extras del tartán envueltos sobre su hombro. Metiéndola cerca de su pecho, envolvió el tartán alrededor del cuerpo de Maddie para calentarla. Luego la levantó en sus brazos. —Espero que sepas que estás arruinando tus oportunidades en la habitación —dijo ella—. Es imposible detestarte cuando sigues besándome así y levantándome de mis pies cada día. Él endureció su quijada lúgubremente.

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—Puedes aprender a odiarme mañana. Hoy no vas a caminar a ningún lugar. Cuando regresaron al castillo, húmedos, enlodados y helados, Logan comenzó a ladrar órdenes antes de que siquiera hubiera bajado a Maddie. Le ordenó a Becky traer sábanas. Cook fue ordenado para comenzar a calentar agua para un baño. E insistió que Munro, su cirujano de campo, le echara una mirada a la pierna de Maddie. —No es nada —le aseguró al cirujano una vez que había sido envuelta en una vieja colcha y depositada en el diván en su recámara—. Solo me la he torcido. Fui lo suficientemente estúpida para caminar en un pantano. Munro limpió el lodo de su extremidad y cuidadosamente giró su pie de un lado a otro, probando. —La inflamación es leve. No se ve seria. —Eso es lo que estaba tratando de decirle a Logan. Pero no me escucha. —Si quisieras caminar sobre ella ahora, no te detendría. Ella asintió. —Estoy segura de que enviaste soldados de regreso a la batalla en peor estado. —Pero no eres soldado. —Sus canosas cejas se levantaron—. Pero si, tu lesión es delicada, puedo decirle al capitán que necesitas algo de descanso. Y que tiene que seguir esperando la luna de miel por algunos días. Sí. Este era justo el golpe de suerte que necesitaba. Tomaría cualquier excusa para mantener a raya a Logan por algunos días más. —Ahora que lo menciona, mi rodilla duele. Sí creo que el reposo me haría bien.

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Maddie sonreía para sí misma mientras el cirujano recogía su bolsa de reconocimiento. Logan no iba a estar feliz con ella, pero fue quien insistió en la opinión de un doctor. No podía ignorar las recomendaciones médicas. Mientras el cirujano desenrollaba los puños de su manga, ella vislumbró una retorcida cicatriz deforme en su antebrazo derecho. Se estremeció. —¿Qué sucedió ahí? —Ah, ¿eso? Una bayoneta. No es tan malo como se ve. Habría sanado mejor, pero sabes lo que dicen. El hijo del zapatero remendón corre descalzo, y el cirujano de campo va sin suturas apropiadas. —Supongo que de tiempo en tiempo incluso el doctor necesita cura. Él asintió. —Y de tiempo en tiempo, incluso el comandante necesita que se le diga qué hacer. A veces el capitán necesita ser mandado un poco. —Le dio un guiño muy pícaro—. Así que no tienes que ser tímida con él, muchacha. Maddie sonrió. —Gracias por la recomendación. Una vez que Munro la dejó, Becky entró con dos cubos de agua humeante, que añadió a una profunda bañera para el baño de Maddie. Ah, un baño. Era una de las órdenes de Logan que no tenía deseos de contradecir. Después del lodo y la fría lluvia de hoy, un baño caliente era justo lo que necesitaba. Usó toallas viejas y paños para restregar la mayor cantidad posible de musgo de su cuerpo para evitar enlodar el agua del baño. Por primera vez, hizo uso de una de las compras de la tía Thea, añadiendo al baño una buena porción de un linimento aromatizado con lavanda. Luego retorció su

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cabello en un nudo gigante en lo alto de su cabeza y bajó su cuerpo en la bañera humeante. Un gemido involuntario salió de su garganta cuando el agua caliente la cubrió hasta el cuello. Tan encantador. Casi era tan reconfortante como un cálido abrazo. La tensión en sus músculos comenzó a desatarse. Toda su relajación fue arruinada, sin embargo, cuando Logan abrió la puerta de golpe con un impacto. Maddie jadeó y se estremeció, hundiéndose más abajo en la bañera y usando sus brazos para cubrir sus partes más secretas. —¿Nunca escuchaste acerca de tocar la puerta? —No, en mi propia casa no. Le echó un vistazo de anhelo a la toalla al final de la cama. Muy lejos para que ella la alcanzara sin exponerse. »De acuerdo con Munro —dijo de forma malhumorada—, no voy a tocarte. Durante días. —¿Ah? —Inclinó su cabeza en un ángulo inocente—. Qué lástima. —Deja de hacer como si no le hubieras pedido que dijera eso. —Eres el que insistió en que me examinara. No puedes ignorar su recomendación. —Pasó la esponja bajando por su brazo, exprimiendo espuma de ella mientras iba—. Ya que tenemos prohibida cualquier actividad extenuante, creo que sería mejor si usaras la alcoba que Becky preparó para ti. —Eso no será necesario. Estaré maldito si duermo al final del pasillo. —Exhaló con rudeza—. Me estoy yendo. —¿Yendo? —No suenes tan optimista. Solo es temporal. Tengo que ordenar vigas para las nuevas cabañas, así que voy a viajar hasta Fort William. El viaje

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debería llevarme dos o tres días. Cuando regrese, espero que estés en perfecta salud. Él le dio una mirada acerada, y su significado fue entendido perfectamente. A pesar de la calidez del agua del baño, la piel de gallina onduló bajando por sus brazos. Cuando volviera, su paciencia estaría por terminar. Maddie no tendría más tácticas dilatorias. Al final de tres días ella, o estaría libre de él… O sería su esposa.

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M

addie no creyó que Logan hubiera sido lo suficientemente tonto para dejarlas, pero si esas cartas estaban en algún lugar del castillo, estaba determinada a encontrarla antes de que

él regresara.

Se estaba preocupando demasiado por él, tontamente demasiado. No podía repetir el mismo error que había cometido cuando tenía dieciséis. Lanzar esas cartas al fuego era la única esperanza si no quería pasar el resto de su vida atrapada en una mentira de su propia creación. Desafortunadamente, después de muchas polvorientas horas de búsqueda, no había encontrado la más mínima pista. Durante los últimos dos días, había abierto cada cajón en cada mueble, comprobado detrás y debajo de ellos, también. Ahora había cambiado su mirada a sus paredes. Esta tarde, se detuvo y examinó la Larga Galería, una habitación en el piso superior del castillo que se extendía por toda la longitud de la torre. Los paneles de roble presentaban una repisa moldeada donde la pared encontraba el cielo. Desde donde Maddie estaba, no se veía lo suficientemente profunda para ocultar un paquete de cartas… pero no había manera de estar seguro más que comprobar. Tiró de una silla de respaldo alto hacia la orilla de la habitación y subió en ella, parándose de puntitas para estirar sus dedos en la hendidura llena de telaraña y pelusa. Nada… Nada… Se estiró en un esfuerzo por alcanzar la esquina. Na…

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—¿Qué es todo esto, entonces? Maddie casi cayó de la silla. Después de recuperar su agarre en los paneles y asegurar su equilibrio, se dio la vuelta para enfrentar al intruso. —Oh. Buenas tardes, Grant. —¿Cómo sabes mi nombre? —Inspeccionó la galería, cauteloso—. ¿Qué es este lugar? Su mano fue a su cadera, como si estuviera buscando el arma que esperaba estuviera ahí. Maddie fue de repente consciente de lo grande que él se alzaba, y lo pequeña que era ella en comparación. Y lo solos que estaban en este momento. Su corazón empezó a latir un poco más rápido. Si no lograba calmarlo, esta situación podría ponerse peligrosa de verdad. Maddie se quedó muy quieta y levantó las vacías —y polvorientas— manos. Repitió las palabras que le había escuchado decir a Logan y a sus camaradas tantas veces. —La guerra ha terminado, Grant. Estás de vuelta en casa en Escocia. Este es el Castillo de Lannair, y has estado aquí durante casi una semana. Callum, Rabbie, Munro, Fyfe… están trabajando afuera, recogiendo piedras. Su ceño se arrugó. —¿Quién eres? —Soy Madeline. La enamorada del Capitán MacKenzie, quién le escribió todas esas cartas. Estamos casados ahora. —Hizo una seña hacía su tartán y el luckenbooth. —¿Lo están? Asintió. El rostro del hombre se relajó. —Es un bastardo afortunado, entonces.

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—Gracias. Y tú eres mi persona favorita. Sonrió. —Entonces soy un bastardo afortunado, también. Maddie no pudo evitar sonreír. Este hombre debe haber sido muy encantador una vez, cuando había estado sano de cuerpo y mente. Su mirada se movió inquietamente por la habitación. »¿Sabes dónde están mis pequeñitos? ¿Hemos estado en Ross-shire? Tengo muchas ganas de ver a los chiquillos. Sacudió su cabeza. —Lo siento. No lo sé. —Preguntaré al capitán si podemos ir mañana. Su corazón se rompió por el pobre hombre. Una y otra vez, despertaba de esa niebla oscureciendo su mente, buscando a sus hijos. Y cada vez, Logan lo posponía. Bueno, Maddie no podía llevarlo a Ross-shire. Pero quizás podía ayudarlo de alguna otra manera. Bajó del taburete y sacudió el polvo de sus manos. La búsqueda de las cartas tendría que esperar para otra vez. Logan probablemente las había llevado con él en esa bolsa negra. No había sido capaz de encontrarla, tampoco. Cruzó la habitación y tomó a Grant por el brazo. —¿A tus hijos les gustan las shortbread14? —Claro que sí. Nunca he visto chiquillos que no les gusten las shortbread.

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Tipo de galleta tradicional de Escocia.

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—Vamos a la cocina. Creo que Cook ha preparado algunas frescas esta mañana, y yo podría hacerlas con una taza de té. Y mientras comemos, me encantaría que me cuentes todo sobre ellos. Pasaron horas hasta el anochecer cuando Logan finalmente llegó a la cañada. No tenía intención de viajar de noche, pero la luna estaba casi llena, y el prospecto de acampar en el húmedo páramo no era particularmente atractivo. No cuando había una cama caliente esperándolo en el Castillo de Lannair. Le había dado su tiempo. Ella había tenido su oportunidad de descansar. No dormiría en el maldito piso esta noche. Un lacayo con ojos dormidos lo dejó en la escalera lateral. Logan se sentía tan cansado como el sirviente se veía, pero en lugar de ir directamente a la cama, se detuvo en el primer rellano y le dio un vistazo al Gran Salón. Ahí hizo un silencioso recuento de los hombres mientras dormían. Era un viejo hábito de sus días de vigilar el ganado y ovejas cuando era joven, y uno que nunca había abandonado como un comandante de tropas. Nunca había perdido un cordero o ternero, y nunca había dejado atrás a un solado, tampoco. Uno, dos, tres, cuatro… Contó dos veces y se seguía quedando corto. Faltaba Grant. Cristo. Su cansado corazón golpeó en un ritmo más rápido, y él cruzó todo el salón. Cuando descubriera quién había eludido su deber esta noche, las bolas de ese alguien, conseguirían un agudo retorcimiento. Pero de verdad, Logan no tenía nadie a quien culpar sino a sí mismo. Nunca debió haberlos dejado por su cuenta. Después de esta noche, debería empezar a destinar a un hombre como centinela. Este era un maldito castillo, después de todo. Una fortaleza militar. Quizás debería hacerlo funcionar de esa manera.

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Mientras él inspeccionaba las habitaciones más cercanas, hacía una silenciosa oración. Grant no podía haberse alejado mucho, ¿verdad? Con suerte no se había salido en la noche. Si perdía el rumbo en los páramos y su pizarra mental se borraba… Un suave ruido llegó a sus oídos. Una voz, murmurando. No, voces. Siguió el bajo y suave retumbo de indistinta conversación por el pasillo hasta donde terminaba con un tramo de escaleras empinadas. Las voces venían de la cocina. Mientras se deslizaba por las escaleras, el murmullo se hacía más perceptible, y el nudo de preocupación en su pecho empezó a aflojarse. Reconoció la voz de Grant. —Chilla más fuerte, muchacha. Chilla más fuerte. Y luego una onda de suave risa femenina. Cuando giró en la esquina, los vio ahí. Grant y Maddie. Sentados juntos en la mesa, acurrucados alrededor de dos tazas y una sola lámpara. Logan se preparó contra la arcada mientras las emociones lo golpeaban. Estaba aliviado y furioso al mismo tiempo. Había estado preocupado de que Grant pudiera haberse hecho daño. Ahora sabía que era incluso peor, podía haberle hecho daño a Madeline. —Buenas noches —dijo. Su cabeza se levantó. —Logan. Estás en casa. Dios. Las palabras pusieron a girar su mundo. Casi sonaba feliz de verlo. Y esas palabras. Logan. Estás en casa. Nunca había esperado escuchar esas palabras. No en toda su vida.

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Y maldita sea, se veía encantadora. Estaba usando solo una bata envuelta fuertemente sobre su camisón. Su cabello estaba en una trenza suelta acomodada sobre un hombro. Suaves y oscuros rulos estaban sueltos, enmarcando su rostro con rizos. Pero algo más atrajo su mirada y la sostuvo. Su trenza estaba atada no con un trozo de sencilla muselina, sino con un pedazo de tartán. Su tartán. Todo era demasiado. Su sensación de alivio al encontrar a los dos a salvo. La suavidad en sus ojos, la bienvenida en su voz. Ese retazo de su tartán en su cabello. Había viajado mucho y duro para estar aquí, y todo eso solo lo hacía sentir que podría colapsar. ¿Y qué iba a hacer? ¿Tomarla en sus brazos y decirle que la había extrañado cada momento que había estado ausente? ¿Decirle lo celoso que estaba de que Grant pudiera hacerla reír con esa estúpida broma, cuando Logan no lo había conseguido una vez? Por supuesto que no. Porque esas cosas serían razonables, y no podía aferrarse a un fragmento de sentido alrededor de ella. Porque cuando alguien tan alegremente le ofrecía la única cosa que le había sido negada toda su vida y había jurado nunca ansiar, su primer impulso tenía que ser desconfianza. E ira. Estúpida e irracional ira. —¿Qué está pasando aquí? —exigió. —Solo estamos hablando —dijo Maddie—. ¿Tienes hambre? Podría conseguirte algo… —No. —Me está haciendo un boceto de los chiquillos. —Grant levantó el papel y se lo mostró orgullosamente—. Mira eso. Es igual que ellos el día que les di un beso de despedida. Supongo que ahora están más grandes.

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Logan tomó el papel y lo examinó. No tenía puestos sus anteojos, pero incluso sin ellos podía ver la habilidad en su dibujo. Dos niños rubios, un chico y una chica, sosteniendo sus manos debajo de un árbol serbal. —Dime, ¿podemos ir a Ross-shire mañana? —preguntó Grant—. Estoy deseando verlos por mí mismo. —Sí, mo charaid. Mañana. Por esta noche, es hora de dormir. Vamos, entonces. Los demás están justo al subir las escaleras. Grant le dio un empujón con un codo cuando lo pasó por delante. —¿Sabes que estás casado con ella? —preguntó, inclinando su cabeza hacia Maddie. Logan le dio una mirada. —Sí. El gran hombre estiró el brazo y ondeó el cabello de Logan. —Bastardo afortunado. Una vez que Gran se fue, Maddie enjuagó silenciosamente las tazas de té y las guardó. Movió la lámpara a un gancho, limpió la mesa, y colgó la toalla para que se secara. Todo en silencio. Lo estaba evitando. Muy bien, entonces. Logan esperaría. Tenía toda la noche. Cuando finalmente se giró hacia él, levantó el boceto de los hijos de Grant. —¿Qué significa esto? —Te pido perdón. —Frunció el ceño—. Le di eso a Grant. Es suyo. —Lo olvidará en diez minutos. No lo extrañará. —Quizás no, pero los extraña. Son sus hijos. Logan sacudió el papel mientras avanzaba hacia ella.

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—Esta no es la manera de ayudar. ¿Qué bien hace? Solo lo molestará, preguntándose dónde están. —Quizás hablar de los recuerdos ayudará a su mente a sanar. —Ha pasado más de un año. No sanará. Necesita consistencia. Un lugar seguro y familiar donde no se agite todo el tiempo. Maddie rodeó su lado de la mesa y apoyó su peso en el borde. Cruzó sus brazos sobre el frente de su bata y lo observó con esa solemne y minuciosa expresión. Buscando sus espacios vacíos. —Así que es por eso que es tan importante para ti —dijo—, que los dos guardemos las apariencias. Estar apropiadamente casados. No se trata solo de la tierra. Si Grant cree que tú has tenido tu feliz regreso a casa con la enamorada que te envió cartas, puedes mantenerlo creyendo que su propia felicidad está a la vuelta de la esquina. Que lo llevarás a Ross-shire a ver a su abuela y los pequeñitos. Siempre mañana. Nunca hoy. Logan no trató de disputarlo. No estaba avergonzado. —Solo quiero que esté en paz. Tanto como pueda estar. —Pero no puedes mentirle para siempre, Logan. ¿Qué sucede cuando empiece a envejecer? ¿Cuando vea alrededor para ver que el cabello de todos es gris, y sus manos están manchadas por la edad, y todos sus amigos se han casado y tuvieron hijos —incluso nietos— propios? Logan suspiró pesadamente y empujó ambas manos por su cabello, —Tenemos años antes de que eso suceda. —Pero sucederá. Te estás diciendo que puedes mantenerlo a salvo. No puedes. —Tomó el boceto de su mano y lo puso a un lado—. Sé lo que es vivir en un mundo construido de mentiras, Logan. Es todo menos confortable. Significa vivir en constante miedo. En cualquier momento, la cosa más mínima podría derrumbar todo. No es bueno para Grant, y tampoco es bueno para ti. —No te corresponde tomar esa decisión.

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—-Esta es mi casa. Este todavía es mi castillo. Y he llegado a pensar en Grant como mi amigo. Puedes intentar decirme qué usar y a dónde ir y qué servir para la cena. Pero no puedes prohibirme que me preocupe por él. La mera mención de proteger le dio una patada al corazón de Logan y lo envió girando a algún inexplorado lugar. —Puedo, y lo haré. Ella resopló su respiración en silencioso desacuerdo. Él se inclinó, apoyando sus manos en la mesa. —No deberías estar a solas con él. Es un hombre grande, con impredecibles estados de ánimo y confundida memoria. No se sabe lo que podría pasar. Cuando llegué a esa esquina y los vi… Ella inclinó su cabeza a un lado y lo miró a través de ese fleco de oscuras pestañas. —Estabas preocupado por mí. Lo sé. Es dulce. Él apretó su mandíbula. —No es dulce. Vi una situación peligrosa. Reaccioné. Ella bajó su mirada y tocó la solapa de su abrigo. —Estaba preocupada por ti, también. Te esperábamos en casa ayer, Logan. Es por eso que estoy aquí abajo con Grant toda la noche. Pasando el tiempo. Santo Dios. Las yemas de sus dedos tocaron un botón en su abrigo. »Sería natural estar asustado. —No estaba asustado. Estoy enojado. —Puedo ver eso. —Sus ojos se levantaron a los de él—. Pero no entiendo por qué.

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Logan no lo entendía, tampoco. No más de lo que entendía lo mucho que había pensado en ella en los últimos tres días. Estaba perdiendo el control, y odiaba perder el control. Y ya que no parecía tener alguna esperanza de recuperarlo, había decidido que se conformaría con hacerla perder el control, también. Se inclinó hacia adelante, capturando esa exuberante y rosa boca en un posesivo beso. Ella no necesitó ninguna persuasión para devolverle el beso. Sus labios se separaron debajo de los suyos, y cuando deslizó su lengua profundamente, su lengua se movió hacia adelante para dar la bienvenida a la suya. Sí. Dios, la deseaba. Puso sus brazos alrededor de ella y la jaló hacia él, pasando sus manos sobre el acolchado terciopelo de su bata y tirando del cinturón anudado. —¿Qué estás haciendo? No respondió. Solo siguió haciéndolo, esperando que su intención se hiciera perfectamente clara. Soltó el cinturón y dejó caer la longitud de tela trenzada en el suelo. Luego deslizó sus manos dentro de su bata para encontrar el frío y fresco lino de su vestido suelto, y el suave y rosado calor de su cuerpo debajo de él. Sonrió contra su boca. Solo estaba usando un vestido suelto esta noche. Con un bajo y cansado gemido, hundió su cabeza y empezó a dibujar una línea de besos en su cuello. Rozó una mano por la firme pendiente de su muslo, recogiendo la muselina y dándole un tirón hacia arriba. —Logan —jadeó. Si ella quería decir que se detuviera, lo estaba haciendo todo mal. Amaba escuchar su nombre de sus labios. Hacía palpitar su sangre. Su polla prestó atención, endureciéndose debajo del gran peso de su kilt.

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»Dijiste que me darías tiempo —dijo—. Tiempo para encontrar otra solución. No puedo dejar que esto suceda. —Ya está sucediendo. —Alcanzó debajo de su vestido interior, acariciando la tentadora curva de su pantorrilla y provocando el hueco de su rodilla—. Quieres esto, mo chridhe. Sé que lo haces. Oh, puedes tratar de negarlo con palabras. Pero si fuera a tocarte, en este momento, ¿es la misma historia la que tu cuerpo contaría? ¿O te encontraría caliente y húmeda y temblando bajo las puntas de mis dedos? Rozó más fuerte su toque, trepando por la sedosa extensión de su muslo. Suspiró, y su carne tembló bajo las puntas de sus dedeos. Tan suave. Tan dulcemente cálido. »Dime que no me extrañaste —susurró—. Dime que no quieres mi toque. —Logan, no puedo… Cuando su voz se apagó, la besó, decidiendo terminar la oración ahí mismo. No, no puedes, muchacha. No puedes decirme eso porque no es verdad. Me deseas tanto como yo te deseo. Tenía que creer eso, o se volvería loco. Corrió una caricia por su muslo y acomodó su toque en su corazón. Las puntas de sus dedos se deslizaron fácilmente de arriba a abajo por su pliegue. Estaba lista para él, justo como había sabido que estaría. Ella jadeó y apretó sus brazos con las dos manos. »Logan… —Solo esto, mo chridhe. Solo tocar. En consentimiento, dejó caer su cabeza hacia adelante para apoyarla en su hombro. Su respiración se había vuelto irregular, necesitada. Separó sus pliegues con un suave toque, deslizando un dedo en su calor. Dios, estaba apretada. Tan apretada, y tan húmeda. Ella dio deliciosos pequeños jadeos de placer mientras él lentamente trabajaba su

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dedo de adentro hacia afuera, hurgando cada vez más profundo en incrementales grados. Cuando lo deslizó completamente dentro y el dorso de su mano hizo contacto con su montículo, sus caderas se arquearon. Se mantuvo inmóvil, dándole un momento para adaptarse a la sensación, moliendo la palma de su mano contra su más sensible lugar. Y luego se quedó inmóvil, esperando. Vamos. Eres una muchacha lista. Sabes lo que tu cuerpo quiere. Lo suficientemente pronto, empezó a rodar sus caderas. Montando su dedo. Frotando su montículo contra el dorso de su mano. Persiguiendo la sensación, justo como sabía que ella lo haría. Su desvergonzada persecución de placer lo volvía loco. Su polla empujó contra el rugoso tejido de su tartán. Cada susurro de fricción enviaba una emoción a la base de su columna vertebral. Nunca había deseado liberarse tan desesperadamente en toda su vida. Ni siquiera como un libidinoso joven. Pequeños soplos de aliento acariciaron su cuello. Levantó su cabeza y lo miró con esos ojos oscuros, soñolientos y tentadores como nada. Su tímida y rosada lengua se lanzó para humedecer sus labios. No podía seguir en silencio. Las palabras empezaron a caer de sus labios. Tiernas palabras, crudas palabras. Palabras que negaría cuando las recordara en la mañana. Todas en gaélico, afortunadamente. Ella se habría reído al escucharlo confesando con qué frecuencia había pensado en su ausencia. Habría dudado cuando dijo que ninguna otra mujer lo había hecho tan dolorosamente difícil. Y si alguna vez lo escuchaba comparar sus húmedos labios con el amanecer en una mañana de verano en los Highlands, lo arruinaría todo. Pero él no podía evitarlo. Ella hacía que su sangre se incendiaria. »Maddie a ghràdh. Mo chridhe. Mo bean.

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Ella levantó sus brazos y entrelazó sus dedos en su nuca. Y luego lo atrajo hacia adelante, ahogándolo en su beso. Sus caderas rodaron, y él se movió con ella, incorporando un segundo dedo mientras se sumergía en su ansioso cuerpo una y otra vez. Su lengua se enredó con la de él, minuciosa y desesperada. Sus uñas picaron en su cuello. Logan pensó que se podría agotar en ese mismo momento. Apenas lo había pensado y entonces ella movió su peso, recostándose en la mesa. Su muslo entró en contacto con la adolorida curva de su polla. E incluso con las capas de terciopelo, lino, y lana entre ellos, que, además del pulsante calor envolviendo sus dedos, fue suficiente para enviarlo directo al borde. Luchó contra la urgencia de moler contra ella hasta que alcanzó el clímax. No se había corrido en los pliegues de su kilt desde que era un muchacho de quince años, y no estaba a punto de hacerlo ahora. Perder el control de esa manera… sería demasiado como rendición. Él estaba al mando aquí. »Vamos, mo chridhe —susurró—. Necesito sentirte correrte para mí. Su cuerpo se puso rígido, salvo por un delicioso temblor en su muslo que le hizo saber que su clímax estaba cerca. Mantuvo su ritmo firme, ignorando el dolor en su cintura y el dolor de necesidad no agotada en su ingle. Ella mordió su labio, y sus ojos se cerraron fuertemente. »Eso es. Déjalo pasar. Y entonces lo sintió. Su cuerpo sujetándose alrededor de sus dedos, estremeciéndose con el éxtasis del orgasmo. Los gritos de placer que hacía eran tímidos y sumisos, pero no menos excitantes por ello. Cuando se desplomó contra él, débil de placer y húmeda de sudor, se dijo a sí mismo que el balance de poder había sido restaurado. Deslizó sus dedos para liberarlos de su cuerpo y tiró de su vestido interior sobre sus rodillas.

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»El otro día —dijo, acariciando su espalda—, me dijiste que Becky había preparado una alcoba para mí. Asintió somnolienta contra su pecho. »Dormiré ahí esta noche. —No, no. —Levantó su cabeza—. Logan, no necesitas estar solo. —Acabas de decirme que todavía querías tiempo. —Eso no es lo que quiero decir. —Su mano se presionó contra su pecho—. Hay más de una manera de compartir placer, y hay más de una manera de compartir un corazón. —Te he dicho… —Y mentiste. Amaste a alguien una vez. Lo suficiente para querer casarte con ella. Lo suficiente para llevar un recuerdo de ella contigo durante años, en la batalla y peor. —Golpeó su pecho con el dorso de su puño—. Sé que hay algo ahí, tú, obstinada criatura. Que debajo de ese duro exterior, no eres nada más que esponjoso. No me engañas. Él puso su voz fría. —Te estás engañando. —Quizás. —Se encogió de hombros y apartó la mirada—. Supongo que no sería la primera vez. La verdad era, que era un cobarde. Demasiado asustado para admitir que lo que quedaba de su oscuro y arrugado corazón se estaba involucrando. Maddie estaba muy equivocada acerca de él, pero tal vez tenía razón en algunas cosas. Quizás Logan no estaba tan vacío por dentro como había querido creer. Y esa idea lo asustaba. No quería necesitarla, no de esa manera. Si la necesitaba, eso le daba poder sobre él, y había bailado lo suficiente al final de su cuerda. Todas esas cartas, todos esos años. Todo ese deseo y anhelo que ella había reavivado en él…

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Solo para ser dado por muerto. La insensata ira se arremolinaba en él. La urgencia de sostenerla, castigarla, complacerla, poseerla. Esta noche, él sería un mayor peligro para ella que él que Grant podría plantear. Reunió la fuerza de voluntad que le quedaba y retrocedió. —Buenas noches, mo chridhe. Ve a la cama. Y cuando llegues, bloquea la puerta.

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E

n el desayuno de la mañana siguiente, Rabbie le inclinó una ceja. —¿Todavía no hay progreso en el frente de la base?

Logan miró directamente hacia adelante. Se negó a reconocer la pregunta. »Eso es un no, lo entiendo. —¿Estás seguro de que te estás aplicando? —preguntó Callum. Logan le dio una aguda mirada. »Tienes que ser el Rob Roy de sus imaginaciones. ¿La estás llamando “muchacha bonita”? Los corazones de las inglesas se agitan con eso. —¿Qué sabes de los corazones de las inglesas? —Él tiene razón —intervino Rabbie—. “Muchacha bonita” es bueno. “Muchachita bonita”, bueno, eso es aún mejor. —“Tu muchachita bonita” —dijo Callum, tomando la improvisación un paso más allá—. Lanzar un montón de “och” y “aye” y “no temas”, también. Rabbie sacudió su cabeza. —Todos ustedes están fallando en la respuesta obvia. —¿Cuál es esa? —preguntó Munro. Logan se alegró de que Munro hubiera preguntado, porque estaba seguro como el demonio de que él no lo haría. Pero a decir verdad, estaba llegando al final de su paciencia. Si no la tenía pronto, se volvería loco de

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deseo. En este punto, estaba dispuesto a escuchar cualquier idea, sin importar lo ridícula que fuera, incluso si venía de Rabbie.

Rabbie se encorvó para susurrar: —Tiene que verlo con su conjunto. Camisa, tartán, todo. Un áspero grito se levantó de los hombres. Logan puso sus ojos en blanco y apuñaló su carne con su cuchillo. »No, lo digo en serio —dijo Rabbie, poniéndose de pie—. Así es como va. Te levantas temprano una mañana, Capitán. Eliges una neblinosa, cuando la penumbra se asiente como una manta sobre el valle. Ondeó su mano aplanada delante de ellos como un artista pintando un paisaje. —Te desnudas, y luego te das un baño en el lago. Esperas hasta que ella llegue a verte. Porque lo hará. Siempre lo hacen. Pero finge no notarlo cuando lo haga. Y entonces, justo cuando esté lo suficientemente cerca para ver y ha estado observando por un tiempo, sales del agua. Como un delfín. O una sirena. Disparando a través de la neblina y empujando hacia atrás tu cabello con ambas manos —Rabbie empujó ambas manos por su cabello para demostrarlo—, con todas las pequeñas gotas de agua goteando sobre las crestas de tus hombros y pecho. —Bailó sus dedos por su vientre—. Así. Munro resopló. —¿Así que se supone que debe bajar al lago al amanecer, chapotear en el agua fría durante una hora o dos, y luego salir? Encuentro difícil de creer que ella vería algo impresionante. Todos se rieron. Incluso Grant. —Pueden reírse mucho —dijo Rabbie—, pero marca mi palabra, Capitán. Quita tu conjunto. La próxima vez que la tengas en tus brazos, no será capaz de resistir. —He estado casado —dijo el habitualmente silenciosos Fufe—. Te diré lo que ella quiere. Quiere tus secretos. Quiere tu alma. Tienes que abrirte y

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encontrar esa rota y vergonzosa pieza de tu corazón que esconderías del mundo y de Dios mismo si pudieras lograrlo. Y entonces servírsela en una bandeja. No se conformará con nada menos. El ambiente alrededor del grupo se volvió solemne. —Bueno, me gusta más mi idea —dijo Rabbie, haciéndole un guiño a Logan—. Pruébala primero. —Podría —murmuró Logan. Incluso si estaba dispuesto a abrirse, encontraría poco para ofrecerle. —Están haciendo esto demasiado complicado —dijo Munro—. Es una muchacha. Llévale flores. Llévala a bailar. Dale una excusa para ponerse un bonito vestido. Eso es todo lo que se necesita. —Pero Madeline es diferente. No le gustan esas cosas —dijo Logan. —Créeme. A todas les gustan esas cosas. Logan frotó su nuca y exhaló. Quizás Munro tenía razón. En la aldea, Maddie había dicho lo mismo. Mujeres son mujeres, Logan. Toda chica necesita un poco de lujo y una oportunidad de sentirse bonita de vez en cuando. ¿No era de eso de lo que se trataban sus cartas? Ella no creía que pudiera tener éxito en una fiesta o en una asamblea. Y su sueño había sido un hombre que la quisiera de todas maneras. No quería ser el hombre de sus sueños. Pero tal vez podía jugar el rol por una noche. Quizás todo lo que Madeline Gracechurch había necesitado alguna vez era un cortejo cotidiano. El mismo tipo de atención que cualquier chica de su edad recibiría. Y ella merecía eso y mucho más. Logan sabía exactamente lo que tenía que hacer. —Maldita sea —dijo—. Tendré que asistir al Baile del Escarabajo.

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—¿Quieres asistir al baile de Lord Varleigh? —Ella recolocó una pluma en su tintero y se giró para enfrentarlo—. Logan, no podemos. —¿Por qué no? —Es imposible. Por una docena de razones. Ella cruzó sus brazos sobre su bata de trabajo manchada de tinta. Metió su labio inferior bajo sus dientes. Y esa sola punta del dedo fue de nuevo a su clavícula, trazando hacia atrás y adelante. Volviéndolo salvaje con deseo. Él cruzó sus brazos y atoró las manos en sus axilas. Era la única manera que conocía para evitar alcanzarla. —Dime las razones. Una a la vez. —En primer lugar, ya declinamos la invitación. Le dije a Lord Varleigh que no asistíamos. —Fácilmente arreglado. Escribes un mensaje diciéndole que hemos cambiado de opinión. Enviaré a uno de los hombres para que lo entregue esta tarde. Siguiente razón. —Yo… yo no tengo nada que usar. —Señaló a su vestido—. He estado vistiendo de medio luto durante años. Todos mis vestidos son de lana gris. —Te encontraremos un vestido ya hecho en Inverness mañana. Siguiente problema. —Y se supone que debes usar tu mejor uniforme. El atuendo de un oficial siempre es un traje aceptable. Pero has invitado a todos aquí para Beltane, y eso es a menos de una quincena a partir de ahora. —Más razón para encontrarte un nuevo vestido y dar a las faldas una vuelta o dos. La dama del castillo no puede recibir a sus invitados en lana gris. Ella suspiró. —Lord Varleigh vive en Perthshire. Es demasiado lejos para viajar.

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—He escuchado que tienen esas nuevas cosas llamadas posadas. A menudo ubicadas cerca de carreteras. Encontraremos una cerca para pasar la noche. Ahora Logan estaba realmente empezando a apreciar esta idea. El Baile del Escarabajo sonaba como una tortura con muchas piernas, pero el prospecto de pasar una noche con Madeline en una pequeña habitación en una posada de postas, con una cama aún más pequeña, lejos de sus hombres y su tía, ahora eso sonaba digno de un par de horas de cualquier cosa. También sonaba como la manera perfecta de finalmente hacer real este matrimonio. —Pero es un baile. —Se apartó de él, continuando el trabajo de enderezar su vestido—. No voy a bailes. Soy miserable en ellos. No puedo bailar. —Yo tampoco puedo. No ese tipo de baile, en todo caso. —Se paró detrás de ella, ligeramente colocando sus manos en su cintura—. No tenemos que bailar, mo chridhe. Solo iremos y escucharemos a Lord Varleigh hablar sobre sus escarabajos. Lo más importante, es que estarás ahí para ver tu trabajo revelado. —Realmente no quiero ese tipo de atención. —Golpeteó un lápiz contra el papel secante en su escritorio—. Pero confieso, que me gustaría una oportunidad de conocer a un hombre que estará ahí. Ahora esto le hizo prestar atención. —¿Un hombre? —Logan, no seas celoso. Apretó el agarre en su cintura. —Te gusta cuando estoy celoso. —Muy bien, tal vez sí. —Él podía escuchar una pequeña sonrisa en su voz—. Lord Varleigh me dijo de un erudito que conoce en Edinburgh. Uno que asistirá al baile. Aparentemente este erudito está planeando una

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enciclopedia. Insectos de las Islas Británicas, en cuatro volúmenes. Podría necesitar un ilustrador. Lord Varleigh prometió hacer la presentación. La giró para enfrentarlo. —¿Ves? Así que quieres asistir. No respondió, pero no necesitaba hacerlo. Ahora que Logan había removido las barreras, un bonito rubor había empezado a calentar sus mejillas. Una vez que la tuviera en un adecuado vestido de seda en lugar de este rasposo traje de luto, media batalla estaría ganada. »Esas son solo seis razones hasta ahora —señaló—. Dijiste que había una docena. Date prisa, entonces, así puedo remediar el resto. —Pensándolo bien, quizás solo haya una razón más. Pero es la razón más grande, y no hay remedio a ser encontrado para ella. —Pruébame. —No puedo dejar las langostas. Santo Dios. Ella se movió hacia el tanque, mirándolo de cerca. »Fluffly se ha vuelto más activa durante el último día. Es una señal de que podría estar lista para mudar la piel. Tengo que estar cerca, o podría perderme el apareamiento totalmente. He estado esperando demasiado tiempo para que eso suceda. También Rex, de hecho. Maldición, ¿no podía ver que Rex no era el único frustrado en este castillo? Si la maldita langosta terminaba satisfaciendo sus deseos naturales antes de que Logan lo hiciera, estaría tentado a subir a la torre más alta del Castillo de Lannair y arrojarse de ella. —Déjame preocuparme por las langostas —dijo. —Pero… —Confía en mí. —Puso sus manos en sus hombros—. Soy un capitán, ¿recuerdas? Sé cómo poner un reloj, elaborar un plan, comandar tropas. Retiraremos a Rex a un tanque separado por la noche. Mis hombres

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establecerán turnos para la guardia de la langosta. Si hay alguna señal de la muda de Fluffy, Rabbie montará como un endemoniado a la finca de Varleigh y te hará saber. Estarás en casa con bastante tiempo para poner a Rex y Fluffy juntos y ver las chispas volar. Ella le dio un vistazo al tanque de agua de mar. —No estoy segura de cuántas chispas estarán involucradas. —Ver los gimoteos de burbujas. Ver las ondas de las antenas. Lo que sea que pase cuando las langostas hacen el amor, juro en mi tartán que no te lo perderás. No hago promesas que no puedo cumplir. Ella lo miró con esos ojos de ternero. Como de costumbre, él podía sentir el valor de todo un mundo entero por detrás de ellos. Logan no podía contenerse más. Rozó su pulgar en su clavícula, deslizándose de arriba a debajo de la estrecha cresta. Relajándola de la misma manera en que ella se calmaría. Su piel era tan suave. Se estaba muriendo de ganas de tocarla por todas partes. »Déjame preocuparme por todo. —Su voz estaba repentinamente ronca—. Solo quiero que disfrutes. Mereces esto, Maddie. Ella atrajo una profunda respiración, luego la soltó. —Bien. Bien. Eso no era exactamente la encantada aceptación que había estado esperando escuchar. Pero la tomaría. »Quizás es más que bien. —Levantó su cabeza y lo miró a los ojos—. Quizás es perfecto. Perfecto. Ahora eso estaba mejor. »Tal vez este es el compromiso que hemos estado buscando.

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Logan supuso que tal vez ella había estado buscando uno, pero él nunca había estado interesando en el compromiso. —Quiero lo que quiero, muchacha. Eso es todo. —Lo sé. Entiendo. Eso es lo que lo hace perfecto. —Se giró lejos de él, como alimentada por su propia pequeña brisa de excitación—. Ves, tienes un sueño. —Te lo dije, mo chridhe, yo no… —No sueñas. Bien. Llámalo objetivo, entonces. Quieres dar a tus hombres un baile aquí, en este valle. Tengo un sueño, también. —Un sueño con insectos. —Exactamente. Un sueño de todos los insectos en las Islas Británicas. Si el señor Dorning me contrata para su enciclopedia, tendría un pequeño, pero constante, ingreso para mantenerme. Y estaría establecida, con excelentes prospectos para más trabajo a partir de ahí. Ni siquiera necesitaría vivir aquí. Logan sacudió su cabeza. —Ya hemos discutido todo esto. Un arrendamiento no será aceptable, y no puedo comprar la tierra. —Quizás podamos resolver otro tipo de trato. Un trueque. —¿Un trueque? ¿Qué tipo de trueque? —Tu objetivo por el mío. Solo podía mirarla. Ella no tenía sentido. »Nunca podría pensar en asistir a un baile por mi cuenta —dijo—. Soy tímida, estoy incómoda. Quiero huir y esconderme. Pero tal vez no sea así si tú estás cerca. —Una pequeña sonrisa jugó sobre sus labios—. Es como si me irritaras tanto que me olvido de preocuparme por mí. Si me acompañas al baile de Lord Varleigh, quizás puedas ayudarme a dar una buena impresión al señor Dorning. Y si me da el cargo de la enciclopedia… —Se giró de frente a él—… te daría este castillo, y con mucho gusto.

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¿Qué? Logan no podía creer esa oferta. Ciertamente no confiaba en ello. —No pedí eso —dijo—, y no lo quiero. Nadie nunca me ha dado nada. He trabajado por todo lo que he tenido. —Lo sé. Y trabajarás por esto. Quizás no parece igual si lo miras en términos de dinero o tierra. Pero para mí, será un trueque parejo. Tu sueño por el mío. No sabía qué decir. —¿Estás segura? —Estoy segura. Bueno, y hay otra cosa. —Mordió su labio—. Necesitaría esas cartas de regreso, también. —De acuerdo —dijo—. Las cartas. Por supuesto. Eso podría ser una arruga en este plan suyo, pero Logan decidió que nadaría ese lago cuando llegara ahí. Solo se aseguraría de que haya firmado el lado de los papeles antes de entregárselas. Ella enlazó sus brazos alrededor de su cuello, ligeramente balanceándose de un lado a otro en una insinuante manera. —Y quizás, si no jugamos este juego consumado-de-sí-o-no por más tiempo, podemos disfrutar de algunos placeres carnales menores. Ahora ella tenía su atención. »Dijiste que los hombres son más creativos que las langostas. —Sí, muchacha. Eso somos. —Y también dijiste que soy curiosa. Tal vez tienes razón sobre eso, también. Especialmente después de anoche. Sus manos se aplanaron contra su pecho, suave y cálido. Explorando. Tentador.

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Este plan suyo… bueno, sonaba casi perfecto. Demasiado perfecto, se preocupó. O al menos podría haberlo estado si no hubiera todavía un significativo obstáculo por aclarar. Había prometido que llevaría a una dama al baile —una que sería acogida por un maldito conde, que los escarabajos serían el tema principal de conversación— y la haría tener éxito. Y no tenía la más remota idea de cómo. Quizás podía encontrar algo en un libro.

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C

uando Maddie se preparó para la cama detrás de su biombo esa noche, salió para encontrar la más terrible visión. —Oh, en serio, Logan. Eso no es justo.

Él levantó la mirada de su reclinada pose en el diván de su dormitorio, con su rostro parcialmente oculto detrás de un libro encuadernado en un cuero verde oscuro. —¿Qué? —¿Estás leyendo Orgullo y Prejuicio? Se encogió de hombros. —Lo encontré en tu estantería. Verlo leer cualquier libro era bastante malo. Pero, ¿su libro favorito? Esto era tortura pura. —Solo prométeme algo, por favor —dijo. —¿Qué cosa? —Prométeme que no saldré de este biombo una noche y te encontraré sosteniendo un bebé. —Esa parecía la única posibilidad más devastadora para su auto-control. Él se rio entre dientes. —Eso no parece probable. —Bueno.

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—Mientras estamos en el tema de libros… —Logan se levantó de la silla y arrojó el libro a un lado—. Tengo una pregunta para ti. Si estos son los tipos de historias que prefieres, ¿por qué inventaste un oficial escocés para tu pretendiente imaginario? Podrías haber creado uno tipo señor Darcy. —Porque Escocia está muy lejos, y necesitaba que fueras alguien que nunca viniera por aquí. Él le dio una media sonrisa. —¿Cómo funcionó eso? —No totalmente como había planeado. Más es la pena. —En el tocador, terminó de trenzar su cabello y ató los extremos con un pedazo de tartán—. ¿Alguna otra pregunta? —Sí. Tengo una. Se dio la vuelta para encontrarlo mirándola con descarado deseo. —¿Por qué nunca me enviaste un dibujo de ti? Ella hizo una pausa. —No sé. Supongo que la idea nunca se me ocurrió. Pero ¿estás diciendo que la idea se te ocurrió? —Por supuesto. Soy un hombre, ¿verdad? Sí. Definitivamente era un hombre. Y su virilidad estaba en plena exhibición mientras desabrochaba los puños de su camisa, exponiendo sus bronceados y musculosos antebrazos. »Cada vez que entregaban una de tus cartas —dijo—, solía tener este incremento de anticipación. Tal vez… solo tal vez… esta vez habría un bosquejo de una mujer ahí. —Sacó su camisa sobre su cabeza y la colgó sobre el respaldo de la silla—. No hubo tan suerte. Todo lo que conseguí fueron polillas y caracoles. Maddie apenas escuchó la última parte de su discurso. Aparte del habitual estupor que acompañaba verlo sin camisa, su mente había

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incautado una palabra del inicio de su declaración. La que había sonado como… anticipación. —Tú… —La palabra murió en su lengua. Aclaró su garganta y trató de nuevo—. ¿Esperabas mis cartas? Respondió desde el lavamanos. —La guerra es una brutal ocupación, mo chridhe. También es mortalmente aburrida y muy incómoda. Los calcetines son motivo de celebración. ¿Un cepillo de dientes? —Levantó el que actualmente estaba en su mana—. Vale su peso en oro. Las cartas son maná del cielo. Después de enjuagar su rostro, cruzó al borde de la cama y deslizó un dedo a lo largo de su clavícula. »El más mínimo vislumbre de esta suavidad habría parecido un milagro. Desabrochó el botón superior de su vestido interior, empujando la tela a un lado para revelar una pequeña muestra de su piel. »¿Solo un vestido interior esta noche? Asintió. —Ahora confío en ti. Con un pesado suspiro, él se inclinó sobre el pilar de la cama, con sus ojos nunca dejando su cuerpo. —Entonces haz un boceto de un dibujo para mí. Sin lápiz. Sin papel. Solo tú, justo aquí, en este momento. El pulso de Maddie se atascó. Su sugerencia debería haber sido impensable. Pero su cuerpo tenía ideas propias. Dijo: —Dime cómo. —Empieza por soltar tu cabello.

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Alcanzó el pedazo de tela atando el extremo de su cabello trenzado. Soltó el nudo y empezó a separar los mechones de la trenza, sacudiendo su cabeza suavemente para distribuirlos. En este momento, ella haría casi cualquier cosa que le pidiera. Pero no estaba haciendo nada de eso por él. Oh, no. Esto era por sí misma. Amaba la forma en que la miraba en este momento. Nunca quería que terminara. »Ahora esto. Él empujó la manga de su vestido por su hombro. Ella se tensó. »Solo quiero mirar, mo chride. —Su voz estaba ronca—. Déjame tener más de esto. Empujó el panel hacia abajo para revelar su pecho. Con solo la yema de la punta de su dedo, rodeó su areola rosada. Su pezón se tensó hasta una adolorida cima. Maddie lo miró. La expresión en su rostro era pura, deseo sin filtro. Nunca habría creído que pudiera inspirar esa mirada en alguien, mucho menos en un hombre que había estado al tanto de sus peores pecados. Él tragó, y el duro movimiento de su manzana de Adán fue la cosa más sensual y excitante que había visto. Toda su vida había sido un ejercicio para evitar atención. Observando, en lugar de ser observada. Había dominado el arte de esconderse a la vista. Y por primera vez, nunca quería que esta atención terminara. Deslizó su brazo de la manga totalmente suelta. Luego desabrochó un par de botones más de su vestido, sacó su otro brazo, y dejó que la nube de lino blanco se colocara sobre su cintura. Su corazón latía en su garganta. —Acuéstate en la cama. Siguió su instrucción, reclinándose contra la cama. En un impulso de pura perversidad, empujó el vestido enguatado sobre sus caderas y lo bajó por sus piernas. Dejándose completamente desnuda, de pies a cabeza.

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Su elección de posición fue instantáneamente más tensa de lo que había esperado. ¿Debería acostarse sobre su espalda, o de costado? ¿Piernas dobladas o rectas? Y por el amor de Dios, ¿qué debería hacer con sus brazos? ¿Estirarlos sobre su cabeza? ¿A sus co? ¿Uno a cada lado? Su impulso más sincero era aplastarlos en indecisión, pero esa no era la imagen erótica que esperaba presentar. Al final, se acostó de costado, cruzada sobe la cama. Las piernas juntas, dobladas suavemente en las rodillas. Con un brazo, levantó su cabeza. La otra mano acomodada casualmente, esperaba, sobre su muslo. Él la miró. La miró tanto tiempo sin hablar que empezó a preocuparse. —Tal vez eso fue una mala id... La hizo callar. —Los bocetos no hablan. Ella rozó el dorso de sus dedos en su alargado cuello, arrastrándolos lentamente hacia abajo. Esperaba que se quejara de que los bocetos tampoco se mueven. No se quejó. A menos que un estrangulado gemido contara como una queja, y no pensaba que lo hiciera. Dejó que sus dedos bajaran más a la deriva, hacia abajo al hueco entre sus pechos. Él murmuró algo gaélico que ella asumió era el mejor tipo de blasfemia. Con sus ojos nunca dejando su cuerpo, deshizo algún tipo de atadura en el interior de su kilt. El pesado tartán cayó al piso, dejando cada parte de él tan desnuda como estaba ella. Cada parte tan desnuda, tal vez, pero considerablemente más bronceada, musculosa y cubierta con vello. También más sólida.

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Una cierta parte de él estaba muy, muy dura. A Maddie le preocupaba que fuera poco apropiado o impúdico mirar, pero no podía arrancar la mirada. Estaba fascinada. No solo como artista, sino también como mujer. Santo cielo. Su órgano masculino salía de su nido de vello oscuro, una gruesa, oscura curva de carne que parecía, a primera vista, bastante alarmante en tamaño. Mientras lo miraba fijamente, su mente estaba haciendo estimaciones, dibujando diagramas. ¿Cómo podría…? ¿Por qué hacía…? Su cerebro difícilmente podía completar una pregunta. Necesitaba más observación. Lo que quería decir que también tenía que darle a él algo para observar. Con las puntas de sus dedos, trazó el globo de su pecho. Rodando sus dedos lentamente, dando vueltas y vueltas. Él dio un gruñido bajo. Con una mano, agarró el poste de la cama. Envolvió su otra mano alrededor de su vara. La sacudida de excitación fue inmediata. Al momento en que su mano se cerró alrededor de su rígida vara, sus propias partes reproductoras se volvieron suaves y temblorosas. Tal vez tendría que haberse sentido avergonzada… y para ser sincera, lo estaba. Pero no podía apartar la mirada. La prueba visible de su excitación, la fuerza de su agarre, la tensión en los tendones de su cuello mientras se acariciaba de arriba a abajo… Ella había causado eso. Todo eso. La oleada de poder era intoxicante. Lo más emocionante de todo era la manera en la que él la miraba, o más bien miraba a través de ella. Dentro de ella. En algún lugar detrás de esos ojos, le estaba haciendo el amor en audaces caricias apasionadas.

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Y algo le decía que no era la primera vez que él se había perdido en esa fantasía particular. La idea era salvajemente excitante. Dejó que la punta de su dedo rodeara un pezón, luego el otro. Luego arrastró esa simple punta del dedo bajando su vientre. A su propio lugar más sensible. Él asintió. Su mirada, pesada con deseo, se levantó hasta la suya. —Continúa. Maddie apenas podía creer que estuviera haciendo esto, pero su excitación era tan poderosa que expulsaba cualquier sentido de vergüenza. Ante su petición, se tocó allí. Justo de la manera en que sabía que la complacería más si estuviera sola. Pero no estaba sola. Logan estaba observándola, y eso quería decir que cada sensación estaba incrementada. Había peligro aquí entre ellos, pero también confianza. El más aterrador sentido de seguridad que alguna vez ella hubiera conocido. Él se acarició más rápido, asegurando su cabeza contra su brazo apoyado. Su respiración era ruda. El placer de ella escaló hacia un empinado pico, aproximándose rápidamente. Quería contenerse, lo mejor para observarlo y absorber cada detalle de la vista. Pero en muy poco tiempo, el placer reventó en ella. Se enroscó sobre sí misma, cerrando sus ojos y dejando que las ondas de felicidad la sacudieran una y otra vez. Fue vagamente consciente del bajo gruñido de él. Cuando la bruma de su propio clímax se levantó, alzó la mirada hacia él para encontrarlo limpiándose a sí mismo con su camisa descartada. La respiración de ella jadeó en su pecho. Cielos santos. ¿Qué se decían uno al otro después de eso?

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Nada, aparentemente. Sin una palabra, Logan se acostó en la cama junto a ella. Sin tocar. Solo a su lado. Sin almohadas ni tensión entre ellos… solo calor. La respiración de él se tranquilizó, y una deliciosa languidez se propagó a través de su cuerpo. Ninguno de ellos parecía dispuesto a arruinar la placentera tregua por hablar. Así que estaban callados. Y luego estaban dormidos. El sueño de Logan era tanto como siempre era. Oscuro. Frío. Vacío. Aparentemente infinito. Entonces, de la nada, un rostro apareció en la oscuridad. Un pálido, lindo rostro con ojos oscuros. Ella lo llamó en una dulce voz ronca. —Logan. Bueno, pensó Logan. Si iba a desarrollar el talento de soñar, ese era el tipo de sueños que podría disfrutar. Se estiró hacia ella, queriendo acercarla. Y entonces el rostro comenzó a desvanecerse. De regreso en la oscuridad. No. No, regresa. —Logan. Esta vez, había temor en su voz. Tenía que llegar a ella. Abrazarla. Impedirle escapar.

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Pero se estiró hacia ella en vano. Bajando la mirada vio, para su horror, que sus pies se habían hundido en el suelo. Sus brazos ya no eran los suyos. Eran anormalmente delgados. Del tamaño de los de un niño. No podía estirarlos lo suficiente, sin importar cuánto lo intentara. Y lo intentaba. Una, otra y otra vez. »Logan. Se sentó de un brinco en la cama, temblando y respirando con dificultad. La ropa de cama estaba bañada con sudoración. Maddie se sentó a su lado. Su mano fue hasta su hombro. »Logan, ¿estás bien? Estabas soñando. Él negó con la cabeza. —No es posible. Yo nunca… —Lo haces. Sí sueñas, hombre terco. He visto esto más de una vez. Sueñas y hablas. A veces, soy capaz de calmarte en tu sueño, pero esta vez fue diferente. Lamento despertarte, pero no podía soportar observarte sufrir de esa manera. La respiración de Logan jadeó en su pecho. No sabía cómo recibir esta noticia. Aparentemente, se había avergonzado a sí mismo cada noche frente a ella… ¿y ella lo había estado reconfortando cuando él había sido insensible a ello? Impulsó sus dos manos a través de su cabello, frustrado en más de una manera. —Estás bien ahora —canturreó ella, bajando los dedos por su columna—. Podemos volver a dormir. Le restó importancia a su toque. —Casi es de día. También deberíamos levantarnos y estar vestidos si vamos a estar en Inverness cuando las tiendas abran por hoy.

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—Muy bien, entonces. Logan trató de ignorar la mirada alicaída en su rostro. Sabía que la estaba lastimando al rechazar sus gestos dulces. Pero la lastimaría más profundamente después, si los permitía. Los sueños no tenían lugar en sus planes. Este había sido un proyecto despiadado desde el principio, y tenía que permanecer de esa manera. Si tenía el propósito de asegurar esta tierra para sus hombres, tenía que conquistar a Madeline, de una manera u otra. Bien si entregara esta propiedad, o entregara su virtud. Las emociones solo podrían complicar las cosas. No podía alentarla a preocuparse por él. Principalmente porque se volvería muy tentador preocuparse por ella a cambio.

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L

a tía Thea se inclinó hacia él. —¿Voy a suponer que no tienes una considerable experiencia para la compra de la vestimenta formal para damas?

Logan rascó su cuello. —¿Qué me delató? Se sentaron en dos sillas estrechas en medio del taller de una modista de Inverness, esperando a que Maddie hiciera su elección de un traje de noche. La mera cantidad de encaje y plumas en el establecimiento le hacían sentir picazón. —¿Tampoco mucha experiencia asistiendo a bailes? —preguntó. —Ninguna. —Debes estar tan ansioso. No pude comer durante semanas antes de mi primera presentación. Si él no había estado ansioso aún, ahora iba a ponerse ansioso. Gracias, tía Thea. Muy agradecido. »Mientras que estamos esperando, te daré un pequeño consejo. —Se impulsó sobre sus pies y lo pinchó en el codo—. Vamos. Levántate. Un hombre nunca debería estar sentado en tanto que una dama se levanta. Logan se levantó con renuencia. No quería especialmente lecciones de etiqueta por el momento, pero tampoco sabía qué más hacer con él mismo en este lugar. Por lo menos ella le ofrecía una manera de pasar el

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tiempo. Era mejor que retorcerse. Si le diera golpecitos al tacón de su bota por más tiempo, podría hacer un agujero en la alfombra. »Ahora —comenzó ella—, cuando eres presentado a alguien, la persona de rango social más bajo es presentada al superior. —No necesito memorizar nada de los rangos sociales —dijo—. Voy a estar al final de ese intercambio todo el tiempo. No podía imaginar que pudiera haber allí alguien de rango más bajo presente en la residencia del conde. Incluso en un humilde baile, de los Highlands, Logan siempre había sido el más bajo de los bajos, un escalón por encima de los animales. Algunas veces había sido alimentado después de los perros. —Indistintamente, entonces te inclinarás. No necesitas inclinarte profundamente por la cintura. Eso es para criados aduladores. Pero algo más que un asentimiento cumple con lo estipulado por la aristocracia. Piensa en una bisagra entre tus omóplatos e inclínate hacia adelante desde ahí. Eso debería bastar. Logan obedeció lo mejor que pudo, sintiéndose más bien como una marioneta. »Ahora besa mi mano. Él llevó su mano hacia sus labios y besó la parte superior de sus dedos. »Esa parte no es estrictamente necesaria. —Sus ojos brillaron—. Eso fue en su mayor parte para mí. No pudo evitar sonreír un poquito. No sabía de dónde Madeline había heredado su naturaleza tímida, pero ciertamente no había sido del lado de su tía. »Ahora para el baile —dijo ella. —No vamos a bailar. —La mayoría de los pasos no son difíciles. Espera por una contradanza y observa a los caballeros próximos a ti. O, si te estás sintiendo aventurero, podrías intentar el vals.

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Logan negó con la cabeza. —Maddie me dijo que no querrá bailar en absoluto. —Tal vez ella no lo hará. Pero yo sí. Han pasado años desde que bailé la gavota con el Conde de Montclair. ¿Me complaces? Él dirigió una melancólica mirada hacia las pesadas cortinas que resguardaban el vestidor, deseando que se abrieran y le dieran una excusa para rehusarse. No tuvo suerte. Así que le permitió a la tía Thea posicionar sus brazos impecablemente y que le enseñara el paso de esta manera, luego de aquella. Uno-dos-tres, uno-dos-tres. No recordaría nada de eso más tarde, pero si eso hacía feliz a una anciana, suponía que no podía oponerse. »Nada mal —dijo ella—. Nada mal en absoluto. Logan se inclinó y besó sus dedos otra vez. —Como ves, nunca tuve hijos. Ese es el por qué Madling es tan valiosa para mí. He pensado en ella como propia. Cuidándola lo mejor que pude como una madre. ¿Te das cuenta de lo que eso significa, Logan? Él cambió su peso de un pie al otro. —¿Es el momento en el que me advierte que si le hago daño, me dará veneno en el té? —No, no. Lo que tengo que decir es mucho peor. Si eres el esposo de Maddie, eso quiere decir que voy a tratarte maternalmente. —Le dio un rápido fuerte abrazo antes de soltarlo—. Y simplemente tendrás que soportarlo. Logan estaba aturdido. Nunca había sido tratado maternalmente por nadie. No estaba seguro de que reconocería el sentimiento, mucho menos sabría cómo corresponderlo. Pero entendía la lealtad. Los familiares impulsos protectores se levantaron mientras la ayudaba a tomar su asiento. En ese momento, ella

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había sido añadida a la corta lista de gente por la que él daría su vida para proteger. No era una decisión, simplemente un hecho. Resguardaría la felicidad de esta tonta anciana con su vida. Sin importar cómo ella tratara de matarlo con tónicos y bálsamos. Y justo cuando había comenzado a recuperar su juicio, Madeline apartó las cortinas del vestidor. Y él estuvo atónito otra vez. Madeline estaba parada delante de él en un traje de rica seda verde esmeralda. El corpiño de corte bajo hacía cosas milagrosas por su busto, y el vibrante color hacía un sorprendente contraste con su pálida piel y cabello oscuro. Y sus labios… algo acerca del verde ponía de manifiesto su riqueza. Se veían como dos exuberantes rodajas de ciruela madura. Su boca se hizo agua. Ella se volvió y giró frente al espejo, tratando de echar un vistazo. —Necesita algunas modificaciones, pero creo que servirá. —Se volvió hacia Logan— ¿No crees? Él asintió tontamente. »Entonces, muy bien. Desapareció una vez más, cerrando las cortinas. Él todavía estaba asintiendo tontamente. ¿Qué había acabado de pasar? Ella había abierto esas cortinas por unos diez segundos, tal vez, y él se había sentido como un profeta que hubiera vislumbrado una revelación divina. Ahora su mundo llegaba a su fin. La tía Thea tiró de sus guantes. —Bueno, está hecho. Mientras Madling termina su prueba, te quedas aquí. Voy a escabullirme en la calle y echar un vistazo en la botica. Logan asintió. De nuevo.

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»¿Te sientes bien? —preguntó la tía Thea—. No has dicho una palabra desde que Madling salió. Y tu rostro está ruborizado. —¿Lo está? —Logan frotó su rostro—. Quizás necesite uno de sus tónicos o possets. —No lo creo. —Arqueó una delgada ceja plateada—. He visto esa aflicción antes. Es una dolencia del corazón. Y no hay ninguna cura. —No, espere. No es así. Tía Thea… Una vez que la anciana salió, Logan se inclinó hacia adelante en su silla y dejó que su cabeza cayera en sus manos. Brillante. Justo cuando había comenzado a preocuparse por romper el corazón de Maddie, ahora tenía que preocuparse también por el de su tía. —¿Dónde está tía Thea? —preguntó Maddie. Él levantó la mirada para ver que ella había salido otra vez, esta vez en su habitual vestido gris. Racionalmente, no debería haberla encontrado incluso más adorable de lo que lo había hecho hace unos pocos minutos… pero lo hacía. Era la familiaridad que le despertaba. Conocía ese vestido. La conocía a ella. —Dijo que quería parar en la botica. —Oh, cielos. —Puso mala cara—. Bueno, sucede que necesito unos guantes nuevos. ¿Supongo que no puedes tolerar una parada rápida por el vendedor de telas? Creo que está justo calle abajo. Dejaron juntos la tienda e hicieron su camino hacia el otro lado de la calle. Era mediodía, y un día de mercado, y la calle se había vuelto considerablemente más abarrotada mientras habían estado en la tienda de la modista. Un trío de chicos corriendo por la calle los separó. Logan fue forzado a soltar su agarre en la mano de Maddie. Cuando alcanzó el pavimento al otro lado del camino, se volvió para mirarla. No estaba a su lado.

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—¿Maddie? Madeline se había detenido en seco en el medio del camino. Estaba parada pálida y temblando. La gente y los caballos se movían alrededor de ella como truchas nadando alrededor de una roca en la corriente. Jesucristo. Si no se movía, probablemente iba a ser golpeada por un carruaje. Logan se abrió paso hasta su lado. »Maddie. ¿Qué pasa? ¿Te vas a desmayar? ¿Cuál es el problema? No respondió. Solo permaneció de pie allí, con los ojos desenfocados y todo su cuerpo temblando. Él estuvo tentado a arrancarla de sus pies y cargarla en sus brazos, pero le preocupaba que pudiera incluso crear más bien un escándalo. Colocando el brazo alrededor de sus hombros, la guio a la parte lateral de la calle principal, buscando en sus alrededores un lugar seguro donde ella pudiera sentarse y recuperar su aliento. Había una tienda de té cerca, pero abarrotado con clientes a esta hora. Por la desesperación y falta de alternativas, Logan la dirigió hacia la iglesia. De todos los lugares, una iglesia. No había estado en una casa de oración apropiada en años. Pero el lugar estaba oscuro, callado y vacío, y eso era lo que Maddie necesitaba en ese momento. La acompañó por el pasillo central y la ayudó a encontrar un asiento en una estrecha banca de madera. Luego puso sus brazos alrededor de ella, intentando calmar los temblores atormentando su esbelta figura. Pensó en la manera en la que ella lo había tocado esa mañana, cuando se había despertado temblando y cubierto por sudor. Trazando hacia abajo con sus dedos las perlas enlazadas de su columna, trató de imitar la tranquilizadora caricia.

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La sostuvo así por varios minutos, hasta que ella se sintió lista para hablar. —No puedo hacer esto. —Se ahogó con un sollozo—. Lo siento. Sé que tenemos un acuerdo, pero ni siquiera puedo caminar por la calle sin entrar en pánico. No sé cómo podría ir a un baile. —Fácil, mo chridhe. Ahora te tengo. Ya pasó. —No pasó. Nunca pasa. —Sacó un pañuelo de su bolsillo—. Esperaba que finalmente pudiera superar esto, pero he sido de esta manera casi toda mi vida. Al menos, siempre desde… —¿Siempre desde qué, mo chridhe? ¿Qué pasó? Puedes contarme. —Me creerás tan estúpida y tonta. Era estúpida y tonta. —Nunca te creería estúpida. Tonta, posiblemente. Cuéntame la historia, y te dejaré saber. Agarró el borde de encaje de su pañuelo. —Cuando tenía siete años, era navidad y mi madre estaba muriendo. Lo sabía, A pesar de que nadie me lo dijera. Podía verlo en la manera en la que ella se había vuelto tan pálida y delgada, y podía olerlo en su aliento. Era el olor más extraño, como alcohol mineral y pétalos de rosa. No había visitantes, excepto doctores. Mis lecciones fueron suspendidas. Tenía que estar muy callada todo el tiempo, a fin de no molestar su descanso. Así que aprendí a muy temprana edad cómo ser invisible. Cualquier juego que jugaba, cualquier dicha que encontrara… tenía que ser indetectable. Pasé una gran parte del tiempo al aire libre. Tomando interés en otras pequeñas cosas silenciosas. »Un día, una de las hijas del agricultor local me dijo que iba a haber una pantomima navideña en la plaza del pueblo. Estaba curiosa por verla, pero no me atrevía a decirle a nadie. Me deslicé fuera y anduve sola todo el camino hasta el pueblo para verla. Me abrí paso hasta el frente de la multitud. Era asombroso. Los trajes, las bromas. Había un hombre que hacía malabares con bastones de fuego. Me reí hasta que mis costados dolieron. Por pocos minutos, olvidé todo acerca de la tristeza en casa. Y entonces…

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Cuando se detuvo, Logan extendió la mano y tomó la suya. »No sé con precisión lo que sucedió —continuó ella—. ¿Tal vez un caballo asustado? —Su ceño se frunció por la concentración—. Tal vez un perro se soltó. No puedo recordar. Toda la multitud entró en pánico, y fui atrapada en el medio sin nadie para protegerme. Si no hubiera logrado acuñarme bajo la tarima, seguramente habría sido pisoteada. Todavía no recuerdo cómo llegué a casa. Solo recuerdo que estaba oscuro, y muy frío. Metí mi vestido en la carbonera para ocultar las rasgaduras y manchas. Luego pasé la noche temblando en mi cama. Pensé que seguramente me descubrirían en la mañana. Podrían haber escuchado las noticias del pueblo, o se habrían dado cuenta del vestido. Pero cuando mi padre me despertó, fue para decir que mi madre se había ido en la noche. Así que nadie descubrió mi travesura. Y nunca les conté. —¿A nadie? —¿Cómo podría? ¿Confesar que mientras mi madre yacía en su lecho de muerte, había huido para reír en una pantomima? Estaba tan avergonzada. Él negó con la cabeza. —Eras una niña. Querías una tregua de la pena y la tristeza. Eso no es nada por lo que estar avergonzado. —Sin embargo, como niña, era difícil creerlo. Durante mucho tiempo, sentí que mi timidez era un castigo merecido. Verás, he tendido a paralizarme en lugares abarrotados desde entonces. Mercados, calles concurridas, teatros… —Salones de baile —terminó por ella. —Salones de baile. —Levantó sus hombros, luego los dejó caer—. Cada vez que hay mucha gente alrededor, me convierto en esa niña de siete años otra vez. Sola y paralizada por el temor. Logan no estaba seguro de qué decir. Le acarició el dorso de la mano con su pulgar. —Es comprensible.

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—¿Lo es? Porque realmente no lo entiendo. ¿Realmente es la multitud lo que me paraliza? Tal vez todavía me estoy castigando por un antiguo error. O quizás es superstición. Temo que si disfruto, algo terrible sucederá. Tragó. »En cualquier caso, no había manera en la que pudiera enfrentar una temporada en Londres, y no había forma de que pudiera explicarle las razones a mi padre. Así que mentí. Y años después, aquí estamos. —Aquí estamos. —¿Ves? —Forzó una sonrisa—. Te dije que la verdad era estúpida. Solo otra tonta historia de Maddie Gracechurch cometiendo un error y luego permitiendo que arruine los siguientes diez años de su vida. Es un patrón, aparentemente. La observó atentamente. —El patrón no es lo que veo cuando te miro. —¿No? —No. En el oscuro y nublado interior de la iglesia, sus ojos eran piscinas de líquido oscuro. —Entonces, ¿qué ves? Esperó un momento antes de responder. —Veo un insecto. Ella se rio por la sorpresa. Justo como había esperado que hiciera. »No, en serio —dijo—. Uno de esos insectos que empieza como una larva y luego se hace a sí mismo una funda. ¿Cómo se llama? —¿Un capullo? —Correcto. Se hace un capullo y va dentro a esconderse. Y cuando finalmente sale, es algo completamente diferente. Algo hermoso.

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—Bueno, a veces es hermoso. Una gran cantidad de insectos se hacen capullos. No todos son lindas mariposas nocturnas y libélulas, ya sabes. Si tienes razón, y me he estado escondiendo en un capullo, podría salir para encontrar que soy una tijereta o una termita. Logan lo dudaba. Él sabía lo que había visto cuando esas cortinas de terciopelo habían sido empujadas a un lado en la tienda de la modista, y no había sido parecido a una tijereta. Pero ella necesitaba descubrirlo por sí misma. Él dijo: —Solo hay una manera de descubrirlo. —Estás diciendo que debería hacer girar mi valor e ir al baile. Él asintió. —Tienes más valor del que te das crédito. Eres lo suficientemente valiente para aceptarme, y eso es algo. —Supongo que es verdad. Eres más bien formidable. —Hay soldados entrenados que huyeron al verme. Tú siempre te has mantenido firme. —Debe parecer indescriptiblemente ridículo, tener que persuadirme para ir a una fiesta cuando has conducido tropas en batalla. ¿Cómo lo lograbas sin tener miedo? —¿La batalla, quieres decir? Asintió. »No lo hacía. Siempre estaba asustado. Aterrado, todo el tiempo. —Ah. —Pero ayudaba saber que no estaba solo. Que siempre estaba alguien en mi espalda que nunca me abandonaría. —Jaló el brazo de ella hasta el suyo, metiéndolo cerca—. Estaremos juntos en eso. Estaré ahí para ti. Seguro como el infierno que no estaría en el Baile del Escarabajo por nadie más.

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—Gracias —susurró ella. Como por si se tratara de un impulso, besó su mejilla. Y entonces, como si fuera el destino, él se inclinó y besó sus labios. El abrazo fue breve y casto. Pero dulce. Muy dulce. Y de alguna manera más conmovedor que cualquier beso que hubiera conocido antes. Con Madeline, o con cualquier otra. Este día se volvía más y más peligroso. Se había despertado de su sueño para encontrar a Maddie muy cerca para cuidar de él. Luego su tía le había dejado claro que había un segundo conjunto de esperanzas que permanecía en riesgo de destruir. Ahora la peor, y más inconcebible revelación de todas. ¿Qué podría ser peor que saber que había dos corazones en peligro de romperse? Sospechar que podrían ser tres.

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A

l margen de una pequeña demora debido a los caminos lodosos, el viaje fue según lo planeado. Llegaron a la posada de postas con tiempo de sobra para vestirse para la noche.

Una de las chicas de la posada ayudó a Maddie con su traje y cabello. La joven era extraordinariamente talentosa con las pinzas para rizar, pensaba Maddie, inspeccionando el trabajo de la chica en el espejo, mientras consideraba si quizás debería contratar una apropiada doncella para damas. Pero incluso si su cabello lucía tolerable, todavía estaba… el resto de ella. Sus mejillas estaban pálidas. Su estómago era una masa retorciéndose por los nervios. No había sido capaz de comer una cosa en todo el día. Y Logan no estaba ayudando en lo más mínimo. Mientras dudaba sobre la elección de sus pendientes, él daba vueltas por la habitación. De un lado y luego al otro. Y de un lado y luego al otro. Peor, parecía agarrar velocidad con cada pasada. Hasta que estaba dando zancadas con agitación a cada paso. Lo observaba en el espejo. —Me estás poniendo nerviosa. Desearía que dejaras de contonearte. Esa sugerencia provocó que se detuviera. —No me estoy contoneando. —Para mí, eso se veía como contonearse. —Los hombres no pueden contonearse.

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—Pueden, si están usando una falda. —Un kilt no es una falda. Es una cosa enteramente diferente. —Giró sobre sus talones y reanudó sus zancadas agitadas. —Contoneo —dijo ligeramente, mirando deliberadamente hacia el dobladillo de su tartán rebotando. Y otra vez con cada una de sus pesadas zancadas—. Contoneo, contoneo, contoneo. No podía evitar burlarse de él. Provocarlo se llevaba algo de su propia ansiedad. —No es contonearse —dijo él—. Es pasear. —Si tú lo dices, Capitán MacContoneo. —O merodear. —Merodear. —Ella arqueó una ceja—. ¿Cómo un gatito? Le dio una mirada exasperada. —Llámame gatito una vez más y… —¿Qué harás? —Me abalanzaré sobre ti y te lameré como a un plato de crema. Maddie sonrió para sí misma. No sonaba como un castigo tan terrible. »Has estado sentada ante ese tocador por las últimas dos horas —le dijo—. Sé que estás ansiosa. Pero si quieres conocer a ese señor Dorning, debemos ponernos en camino. —Lo sé, yo… —Levantó la cabeza y encontró su propia mirada en el espejo—. Solo estoy nerviosa. —Esta es apenas una aparición en la casa de St. James. Solo son un grupo de naturistas. —Naturalistas, Si fueran naturistas, haría el vestirse mucho más fácil. —Alcanzó una pequeña jarra en el tocador—. Estoy tratando de decidir si afrontar este carmín que tía Thea me dio.

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Levantó el pequeño pote de cosmético y entrecerró los ojos hacia él. Luego untó el contenido cuidadosamente con la punta de su meñique. Logan fue hasta ella, tomó el carmín de su mano, lo llevó hasta la única estrecha ventana de la habitación y lo lanzó afuera, hacia el ocaso. Después de una cuenta de tres, lo escuchó aterrizar con un débil golpe. »Mejor así. Estaré más cómoda si no llamo la atención. —Maddie se levantó sobre sus pies con un suspiro y recogió sus guantes—. Nos podemos ir ahora. Ahora él bloqueaba su camino, prohibiéndole dar un solo paso. —Espera solo un momento. Cielo santo. Su repentina cercanía era muy perturbadora. Se veía muy bien en su oscuro tartán verde y azul, y su aseada gabardina de oficial le ajustaba, ceñida como piel de foca. Cada botón y pieza de trenzado dorado brillaba. Incluso había comprado una corbata blanca y la anudó con una habilidad razonable. Y se había afeitado. Lo suficiente recientemente que incluso su formidable rastrojo no había logrado reaparecer todavía. Su mandíbula estaba lisa, salvo por una pequeña muesca donde se había cortado con la navaja. Estaba invadida por el deseo de tocar su mejilla. Presionar sus labios en esa pequeña, atractiva herida. Y quería mucho más. Sus manos revoloteaban por los nervios, como si él y ella hubieran sido extraños y este hubiera sido su primer encuentro. A pesar de ello, trató de sonar indiferente. »No puedo imaginar qué pasa contigo. Primero me estás apurando para salir, ¿y ahora me estás diciendo que espere? Pensaba que las mujeres son el sexo con estados de ánimo cambiantes.

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—Tenemos que hablar acerca de ese comentario que acabas de hacer. ¿Algo respecto a cómo no llamarás la atención? —Sí. Bueno, ¿qué hay con ello? Puso sus manos sobre el tocador, una a cada lado de sus caderas. Sus ojos azules la inmovilizaron, tan ciertamente como si hubiera sido una mariposa clavada en un tablero. —Como el infierno que no llamarás la atención —dijo él—. Tienes mi atención. Maddie se retorció, tratando de escapar. —En serio, llegaremos tarde. Deberíamos estar saliendo. Él no cedió. —Todavía no. —Pero pensaba que estabas apurado. —Tengo tiempo para esto. Las palabras eran un gruñido bajo que se hundía en su vientre y hervían a fuego lento allí. Se inclinó lo suficientemente cerca para que ella pudiera inhalar el aroma de su cabello limpio y piel, junto con el ligero aroma de jabón y ropa almidonada. Ella nunca había aspirado una inhalada más excitante. »Puedes decir que no quieres llamar la atención. Bueno, noto todo de ti. —Inclinó su cabeza, dejando que su mirada se paseara hacia abajo por su cuerpo—. De hecho, estoy comenzando a imaginarme a mí mismo como una especie de naturalista. Uno con intereses muy particulares. Estoy llegando a ser muy experto en Madeline Eloise Gracechurch. —Logan… —Y muchacha, no puedes detenerme. Logan se tomó su tiempo, absorbiéndola.

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Santo Dios, se veía adorable esta noche. El verde de su traje ponía de manifiesto lo sonrosado de sus mejillas y labios. La seda se aferraba a su figura, y ese pequeño volante de encaje decorando su busto lo volvía loco con deseo. Inclinó su cabeza, contemplando la suave oscuridad de su escote. Necesitaba tocarla. Probarla. Poseerla de alguna pequeña manera. —¿Qué pretendes hacer? —preguntó. —Pretendo poner algo de color en tus mejillas. —¿Cómo? —Voy a besarte. —No te atrevas. La doncella pasó una hora con las pinzas para rizar. —No voy a despeinar tus rizos. —Una sonrisa desvergonzada tiró de su boca—. No los de tu cabeza, en cualquier caso. —Ahora no tiene ningún senti… Cayó de rodillas delante de ella, lanzando hacia arriba sus enaguas con ambas manos. Ella chilló en respuesta. —Logan. Solo un beso, mo chridhe. Solo un beso. Déjame darte esto. No era solo acerca de dar. Él también estaba tomando. Subió una mano por su pierna cubierta por la media, rozando sobre su liga para acariciar su sedoso muslo. Luego se extendió más arriba, ajustándose en el oscuro triángulo donde sus muslos convergían. —Logan, por favor, no quiero… —Sus palabras terminaron en un suspiro entrecortado. Él sonrió un poco, frotando arriba y abajo con la almohadilla de su pulgar.

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—Oh, tú quieres. Definitivamente, quieres. Puedo sentirlo. —Le dio una lamida al interior de su muslo—. Puedo saborearlo. Podría haber estado impactada por su lenguaje crudo, pero su cuerpo no objetaba. Él deslizó un dedo a lo largo de su pliegue y encontró que estaba húmeda. Tan húmeda y lista para él. —Llevó mucho tiempo vestirse —susurró—. No quiero estar arrugada. —Entonces apóyate en el tocador. —Le acomodó el trasero contra el borde—. Sostén tu falda así. —Levantó el dobladillo de seda y lo dobló hacia arriba, colocándolo en sus manos—. Y ahora estate muy, muy quieta. Antes de que pudiera hacer acopio de otra objeción, Logan se hundió de nuevo en sus rodillas y puso su boca en su núcleo. Ella jadeó. Él gruñó. Santo Dios. Ella sabía a ambrosía. Como a duraznos, flores, miel y almizcle. Y solo un toque de sal, para hacer así aún más dulce la insoportable dulzura. Iba lentamente, pasando su lengua de arriba abajo por toda la longitud de su raja. Burlándose, probando. Disfrutando el tirón de la aceleración de su respiración. Sintiendo los pequeños temblores en sus muslos. Saboreando la perfecta suavidad de sus lugares más íntimos. Y entonces, cuando comenzó a arquearse contra su boca, él se deslizó hacia arriba y tocó con su lengua el lugar donde sabía que ella lo necesitaba más. Ella gritó un poco. Sus caderas corcoveaban. Él extendió la mano debajo de sus enaguas, acunando los globos gemelos de su trasero en las manos para sostenerla quieta. Muy… demasiado… quieta… Mientras él inquietaba ese sensible nudo con los más delicados golpecitos de su lengua.

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Pronto sus caderas estaban rodando en un ritmo instintivo. Moviéndose con él, contra él. Si retiraba su lengua, ella lo perseguía. Sí. La excitación lo atravesó. Debajo de su tartán, su polla estaba dura como el mango de una daga de cuerno de venado. Un pensamiento susurró a través de su mente frenética por la lujuria. Podía tenerla. Podía hacerla suya. Justo aquí, justo ahora. Para siempre. Si se levantara sobre sus pies en este momento, subiera a la mesa su dulce pequeño trasero y posicionara la polla en su entrada… ¿ella le diría que no? No creía que lo hiciera. Pero maldición si no estaba disfrutando mucho de esto. La seducción. La persecución. Aprendiendo el sabor de ella, y encontrando cada ligera caricia que la hacía suspirar y gemir. Aun así, necesitaba estar dentro de ella de alguna manera. Soltó una mano de su trasero y subió sus dedos hacia la pendiente de su muslo. Sin cesar nunca sus atenciones en la cima de su sexo, deslizó la punta de un dedo dentro de ella. —¿Sí? —susurró, presionando la frente en su vientre. No hubo duda en su respuesta. Solo confianza. —Sí. Adelantó su dedo, empujando adentro y afuera, empujando más profundo lentamente. Estaba tan condenadamente estrecha. Sentía una emoción primitiva ante la forma en la que sus músculos internos agarraban su dedo con tanta fiereza. Esto era algo que ella solo había compartido con él. Y le encantaba.

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—Logan. Oh, Logan, eso es tan… —Un gemido enganchó sus palabras y las robó—. Tan adorable. —Tú eres adorable. —La besó justo donde sabía que lo necesitaba—. Hermosa. —Dio una tierna pasada de su lengua—. Perfecta. Luego se ajustó a un ritmo. Deslizando su dedo dentro y fuera. Provocándola con la punta de su lengua. Su respiración y movimiento se volvieron frenéticos, pero él mantuvo su lento ritmo constante. Ella soltó una mano de su dobladillo, enredando sus dedos en el cabello de él. —No te detengas —imploró. Logan no tenía intención de detenerse. Se quedaría así —besándola, acariciándola, adorándola— por tanto tiempo como necesitara que él lo hiciera. Eso es, mo Chridhe. Mo Chridhe. Córrete para mí. Sus dedos se apretaron en el cabello de él. Con un grito agudo, convulsionó alrededor de su dedo. Él sintió el placer estremeciendo todo el cuerpo de ella. Luego se desplomó hacia atrás, contra el tocador, jadeando y agotada. Logan también necesitaba un momento para recomponerse. —¿Lo ves? No tienes necesidad de ningún carmín. —Acomodó sus faldas sobre ella—. Ahora hay suficiente color en tus mejillas. En tu garganta y busto también. Todo el mundo en el baile lo verá. Y debido a que no tengo intención de dejar tu lado, sabrán exactamente quién lo puso ahí. Ella alargó la mano para alisar su corbata. Evidentemente, él se había puesto un poco arrugado. Le gustaba tener su conmoción sobre él. Sus ojos se levantaron hacia él desde debajo de esas oscuras pestañas. Y dijo, como si fuera la más dulce de las caricias: —Eres terrible.

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—¿Si es una disculpa lo que estás esperando, muchacha? —Dejó caer un beso en su frente—. Estarás esperando por un tiempo. Estaría esperando por el resto de su vida. Porque Logan ya había tomado una decisión. No iba a haber ningún compromiso. Ningún intercambio, ningún trueque. Madeline tendría sus sueños, y sería su esposa. Esta noche, si existiera la justicia. Y una vez que la sostuviera en sus brazos, nunca la dejaría ir.

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C

uando Maddie y la tía Thea habían comprado este carruaje en York, el vendedor de coches les había informado que emplazaba a cuatro personas cómodamente, seis en caso de

necesidad.

Maddie suponía que podría acomodar a esa cantidad de personas… pero solo si ninguna de esas personas fuera un escocés de un metro ochenta y tres centímetros, en un traje Highland completo. Tal como estaba, los dos iban bastante apretados. Él había insistido en sentarse frente a ella en el asiento con vista a la parte trasera para evitar aplastar su traje. Bueno, para evitar aplastarlo más. Por lo que debe haber sido la vigésima vez en la misma cantidad de minutos, inclinó la cabeza para echar un vistazo por la ventana del carruaje. Solo le había dado a ella las más breves ojeadas, pasando la mayor parte de su tiempo mirando hacia el camino y la campiña. —Ahora no deberíamos estar a más de un kilómetro y medio de distancia. —Efectivamente. Respuesta estúpida. Todo lo que habían intercambiado desde la posada fueron sandeces. No parecía ser capaz de hilvanar más de dos sílabas juntas desde que… Desde entonces. Misericordia. Después de las cosas perversas que él le había hecho… Hablar no importaba. Apenas sabía cómo mirarlo ahora. Cada vez que recordaba la sensación de su lengua sobre su carne —lo cual era

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aproximadamente siete veces por minuto— se encendía por completo. Sus piernas iban temblorosas debajo de sus enaguas. La transpiración se reunía entre sus pechos. El carruaje rebotó en un bache. La rodilla de él golpeó contra su muslo. Lo ojos de Logan se apresuraron hacia los de ella. —¿Estás bien? —Ciertamente. Supo enseguida que los pensamientos de él lo habían estado llevando al mismo lugar… debajo de la tienda de sus extendidas enaguas. Por primera vez desde que habían dejado la posada, sus ojos dejaron de recorrer las colinas y riscos del paisaje y en su lugar vagaron por sus curvas. Lentamente, con una cruda hambre posesiva. Un lento calor a fuego latente chispeó y se construyó dentro de ella, alimentándose de ese deseo en los ojos de él, de la misma manera en que una llama se alimentaba del carbón. Una vez la había llamado inusualmente bonita en una conversación, y al momento ella había estado tentada a discutirle. Pero esta noche, por primera vez en su vida, se sentía irresistible. Deslumbrante. Realmente hermosa. A los ojos de él, sino a los de nadie más. Oh, esto era tan peligroso. El carruaje rodó hasta una parada. —Aquí estamos —anunció él, todavía mirando hacia sus ojos. —Ciertamente —respondió. Sus siempre serviciales nervios empujaron rápidamente a un lado cualquier otra emoción inconveniente. Para el momento en el que Logan descendió y extendió su mano para ayudarla a bajar, total y mudo terror había reemplazado cualquier emoción persistente. Puso su otra mano debajo de su codo, siendo cuidadoso de soportar su peso mientras las zapatillas de ella encontraban el suelo de gravilla.

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Al final fue capaz de levantar la vista al lugar delante de ellos. Así que esto era Varleigh Manor. Santo cielo. El castillo era un espectáculo impresionante de torretas cuadradas, ribeteadas con un borde esmerilado estilo pan de jengibre. Toda la superficie había sido revestida con recubrimiento entintado de color rosa, con pequeñas piedras molidas incrustadas en la escayola, de tal manera que la fachada brillaba en el ocaso menguante. Las luces brillaban en cada ventana, grande o pequeña. Y alrededor de ellos, exquisitas gardenias perfumaban la noche. No las había visto de manera adecuada todavía, pero el aroma envolvía sus sentidos y le daba vértigo. Maddie no podía hacer nada sino mirar boquiabierta. Había esperado un hogar impresionante. Tal vez incluso elegancia. ¿Pero esto? Esto era opulencia, a gran escala. Añadiendo a la multitud de coches rodeándolos, los caballeros en traje de gala y las damas adornadas con joyas y plumas… —Oh, no —gimió. Se aferró al brazo de Logan—. No, no, no. No podemos entrar allí. Solo míralo. Solo mira a todo el mundo. Solo mírame. El traje de seda modificado precipitadamente que había lucido bastante aceptable en una posada tenuemente iluminada ahora se sentía desesperadamente poco elegante y pasado de moda. Tendría que haber usado las perlas de su madre. Tendría que haber comprado guantes nuevos. —Estaba esperando una pequeña y silenciosa reunión de aristócratas científicos. No esto. —Estamos aquí ahora, muchacha. No hay vuelta atrás. Tal vez no había vuelta atrás, pero los pies de Maddie tampoco estaban ansiosos por seguir adelante.

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Permaneció cerca de él mientras caminaban hacia la entrada y hacían la fila para su anuncio en el salón de baile. —Primera regla de los bailes —susurró él, metiendo fuerte el brazo de ella en el suyo—. No entres en pánico. —¿Cuál es la segunda regla? Creo que solo deberíamos pasar hacia ella. —¿Recordar cuando fuimos al Baile del Escarabajo y pasamos un estupendo buen tiempo? —murmuró. —Lo hago, a decir verdad. Te comportaste bastante bien y fuiste encantador. De hecho, me parece recordar que incluso bailaste con la misma condesa viuda. Él se encogió de hombros. —Soy sorprendentemente bueno con las ancianas. —Eso he escuchado. —Pero solo bailé con ella para ser cortés. La verdadera diversión vino después. Cuando te acorralé en una alcoba y te di placer hasta que gritaste. Maddie palmeó una mano enguantada sobre su sorprendida risa. Por lo menos las mejillas estarían rosadas sin ningún carmín. Era su turno de ser anunciados. El mayordomo los miró, esperando a que Logan proporcionara los nombres. Logan lanzó una ojeada incierta en dirección a Maddie y tiró de su corbata. En ese momento, Maddie se dio cuenta de algo. Había sido insoportablemente egocéntrica. Tan fuera de lugar como se sentía en este entorno, Logan debe haberse estado sintiendo cien veces más incómodo. Cierto, ella nunca había asistido a un baile apropiado, pero había sido entrenada en cómo comportarse en ellos. Había sido criada entre esta clase social.

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Logan era un oficial, pero no había nacido como un caballero. Para un muchacho rural huérfano que había crecido durmiendo con ganado en el establo, esta escena podría ser completamente extraña. Él también podría haber sido lanzado a la luna. Un suave bucle de emoción se desrizó en su corazón. Detén eso, se dijo a sí misma. Él no está aquí por amor a ti. Está aquí por el castillo. La tierra. Sus hombres. Tenían un acuerdo. Después de esta noche, él tendría sus tierras, y Maddie tendría su vida de regreso. No más esconderse. No más mentiras. Ella se inclinó hacia el sirviente y le dio sus nombres. —La señora Madeline Gracechurch y el Capitán Logan MacKenzie, de Invernesshire. Cuando fueron anunciados, se movieron hacia el salón de baile. Maddie habló a través de una sonrisa. »Este es mi debut. Es la primera vez que he escuchado mi nombre anunciado así. —Espero que lo disfrutes. También es la última vez que escucharás tu nombre de esa manera. Algo extraño para que él dijera, pero Maddie suponía que había tenido la razón en ello. Parecía poco probable que ella alguna vez asistiera alguna vez a otro baile. Murmuró: —Ahora entramos y hacemos un lento círculo en la habitación. —Cierto —dijo él—. Ves, te dije que todos estarían mirando fijamente. —Por supuesto que están mirando fijamente. Te están contemplando. —Y Madeline estaba tan contenta por ello. Había estado preocupada acerca de llamar la atención, pero bien podría haber sido invisible al lado de Logan—. Realmente no lo sabes, ¿cierto?

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—¿Saber qué? —Cuán tremendamente magnífico te ves esta noche. Él hizo un ruido despectivo. —Es el kilt. —En parte es el kilt. Principalmente es la arrogancia. Esta era, después de todo, una reunión de naturalistas… y Logan era un espécimen raro. Se preguntaba si había algún espectáculo tan apuesto como un Highlander en traje militar completo. Todos en el salón estaban evidentemente fascinados. —No vi a Varleigh —murmuró él. —Imagino que probablemente se está preparando para su conferencia. Logan asintió. —¿Querías bailar? —No —respondió rápidamente. —Gracias a Dios. Permaneceré cerca de ti entonces, así nadie más pregunta. Ella no sabía qué era más conmovedor… su fe en que alguien más podría molestarse en pedirle bailar, o el deliciosamente posesivo puesto de centinela que él había adoptado a su lado. Aceptaron vasos de ponche de un sirviente pasando. Hicieron un espectáculo de inspeccionar un busto de mármol tallado. Observaron a los bailarines mientras se movían a través de una cuadrilla. Durante todo eso, él nunca se apartó más de medio metro de su codo. Sabía que esto era en parte para protegerla y en parte para protegerse a sí mismo, pero para el espectador casual, debe haber parecido completamente enamorado de ella. Maddie no tenía queja. Siempre había imaginado cómo sería tener a un fuerte y guapo oficial Highlander servilmente colgando de cada palabra y acción suya. Ahora lo sabía.

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Cada parte era tan maravillosa como había soñado. Pronto, la música se detuvo y los invitados comenzaron a filtrarse hacia la galería. —Aquí. —Maddie pescó un objeto pequeño de su retículo y lo presionó en la palma en la mano de Logan. —¿Qué es esto? —preguntó. —Un cigarro. —No fumo cigarros. —Bueno, podrías fumar uno esta noche. Si quisieras. Le frunció el ceño, claramente confundido. —Es tu boleto al aire libre si quieres un escape. La conferencia naturalista estará comenzando pronto. Sé que no estás interesado en escuchar acerca de diecinueve especies nuevas de escarabajos amazónicos, y creo que puedo soportar sentarme sola al fondo de una conferencia. Si prefirieras un turno afuera, entenderé. La miró por un momento. Luego aplastó el cigarro en la planta en maceta más cercana. —Me quedo contigo. En ese momento, Maddie tampoco estaba segura de sí le importaba escuchar sobre diecinueve especies nuevas de escarabajos amazónicos. Tal vez preferiría encontrar la alcoba más cercana y efectuar ese recuerdo con el que Logan la había provocado. Pero considerando cuántas molestias él se había tomado, tenía que mantener su parte del trato. Ese era el propósito de la noche, se recordó a sí misma. Intercambiar sus sueños por los de él. Logan seguramente no lo había olvidado, y ella tampoco debería. Encontraron asientos hacia la parte de atrás del salón. Logan soportó admirablemente la conferencia, aburrida como debe haber sido para él. Incluso la atención de Maddie flaqueó. Estaba ansiosa

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porque en cualquier momento Lord Varleigh le pediría que se levantara y sería reconocida. La firme presión del muslo de Logan contra el suyo era tranquilizador. Y deliciosamente distractor. Sus preocupaciones, sin embargo, demostraron ser en vano. Un puñado de aplausos le permitió saber que la conferencia se había acabado. Maddie todavía estaba en su asiento. —No te mencionó. —murmuró Logan—. ¿Por qué no lo hizo? —No lo sé —susurró—. Tal vez su intención es reconocerme después. —Pero se acabó. Todo el mundo se está alejando. —Antes de que pudiera detenerlo, Logan se lanzó sobre sus pies y llamó—: Lord Varleigh. La gente dejó de alejarse. —¿Sí, Capitán MacKenzie? ¿Tenía alguna pregunta? —Solo un cumplido que ofrecer, milord. —Logan aclaró su garganta—. Quería felicitarlo por la magnífica calidad de estas ilustraciones. Lord Varleigh lo miró directamente a los ojos. —Gracias. Maddie sintió la inmediata llamarada de ira de Logan. Podría haberse vestido en fino atuendo y adoptado modales corteses esta noche, pero todavía era un guerrero debajo de todo eso, y ahora sus instintos de batalla habían cargado a un primer plano. Alguien iba a salir herido. —El bastardo. Ella tiró de su manga, urgiéndolo a sentarse. —No importa. —Por supuesto que importa. Es tu trabajo el que está en las paredes, y él se está llevando toda la gloria.

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—Merece tener la atención esta noche. Es el que viajó hasta el Amazonas. —Se subió a un maldito barco. Eso es todo. Y una vez allí, no tengo duda de que le pagó a un grupo de nativos del Amazonas para hacer todo el trabajo. También probablemente los haya robado. Pero tú, Maddie… Tomas sus feas cáscaras secas de cosas y les traes vida. —Tocó su mejilla. Solo brevemente, como si no confiara en sí mismo para ser gentil en este momento—. Eso es lo más extraordinario acerca de ti, mo chridhe. La manera que tienes de traer las cosas a la vida. Un nudo se formó en la garganta de ella. Desesperada, lo apartó del grupo de la conferencia, hacia una habitación lateral. Una pequeña biblioteca o algo por el estilo. Lord Varleigh se unió a ellos. —¿Hay algún tipo de problema, Capitán MacKenzie? —Usted sabe condenadamente bien que lo hay. —Logan, por favor —murmuró Maddie. En concesión, Logan moderó su tono, de un tranquilo rugido a un acerado gruñido. —La invitó aquí para ser reconocida. Ofreció presentarla al señor Dorning. Ahora, ¿qué tipo de explicación puede ofrecer a la señorita Gracechurch por su comportamiento? Lord Varleigh enderezó su chaleco. —Sin embargo, debería estar encantado de presentar a la señorita Gracechurch a mis colegas. Eso, con la condición de que me asegure que permanecerá como la señorita Gracechurch. —¿Qué? —Necesito saber —dijo Varleigh—, que no hay oportunidad de que se convierta dentro de poco en la señora MacKenzie. Logan murmuró un juramento.

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—Pero, ¿por qué debería importar eso, milord? —peguntó Maddie. —Señorita Gracechurch, no puedo, con la conciencia tranquila, recomendarla para un proyecto prolongado si está por casarse. Una esposa tiene obligaciones hacia su esposo y familia, y esos deberes prevalecerán por encima de su empleo artístico. —Pero eso es absurdo —dijo ella—. Seguramente muchos de sus colegas son caballeros casados, con deberes hacia sus familias y esposas. Nadie cuestiona su dedicación académica. —Tal vez —dijo Lord Varleigh, deslizando un vistazo condescendiente en dirección a Logan—, si estuviera casada con un caballero de alguna posición social o académica, sería un caso diferente. Ahora era el turno de Maddie para experimentar una llamarada de furia. Nunca en su vida había atacado a otra persona, pero quería golpear a Lord Varleigh en su aristocrática nariz. —¿Acaba de insultar al Capitán MacKenzie? —dijo—. Le haré saber que es un hombre sumamente inteligente. Él lee. Cada noche. Incluso asistió a la universidad. —Mo Chridhe. —Logan la apartó con gentileza. Se dirigió hacia Lord Varleigh—. La señorita Gracechurch estará con usted en un momento, milord. Después de que el hombre abandonara la habitación, un silencio cayó. Logan comenzó a dar vueltas de un lado al otro en la pequeña habitación. —Te dije que él te deseaba. Probablemente planeó todo este baile como un instrumento para proponerte matrimonio. Ahora está tomando su mezquina venganza porque está enfadado porque estás aquí conmigo. —Ahora, eso es absurdo. —¿Lo es? —No puedo creer que a algún hombre le gustaría lo suficiente como para tomarse todas esas molestias. No por mí.

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Dejó de dar vueltas y se aproximó a ella. Puso las manos en sus hombros y la forzó a encontrar su intensa mirada azul. —Estoy usando una corbata y mancuernillas en el miserable Baile del Escarabajo. ¿Eso no cuenta como tomarse molestias para ti? —Pero… eso no es por mí. No realmente. —Maddie, mo chridhe. —El agarre en sus brazos se suavizó hasta una caricia, y su mirada cayó a su boca—. Como el infierno que no lo es. Su corazón se le hinchó en el pecho. Si la besara en este momento. Si pudiera amarla… Tal vez nada más importaría. Perder el trabajo era una decepción. Maddie quería la publicación de esa enciclopedia. Incluso más que eso, quería ser reconocida por sus ilustraciones. El desaire de Lord Varleigh se había asentado en el fondo de su estómago como un amargo nudo de náuseas. Pero la perspectiva de perder a Logan le desgarraba el corazón. En una extraña e ilógica manera, él había sido una parte integrante de su vida desde que tenía dieciséis años de edad. Y a pesar de todos sus intentos para impedirlo, había llegado a gustarle… el real, imperfecto Logan. El hombre que prendía en fuego su cuerpo con besos incendiarios y la enfurecía con sus presunciones arrogantes y la presionaba para salir de su gélido y helado capullo. Se había enamorado de él. »Supongo que no importa —dijo él—. Todo lo que tienes que hacer es ir a decirle que no estamos casados. Maddie tragó duro. —No estoy segura de que pueda hacer eso. No estaba segura de que quisiera hacer eso. Él miró por encima de su hombro, hacia el salón de baile.

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—Creo que están yendo a cenar. Ya no está tan abarrotado. —No es la multitud. Logan, por favor. Solo vayamos a casa. —Entonces solo saldremos y encontraremos a este señor Dorning por nosotros mismos —dijo—. Al diablo con Varleigh. No necesitas tener miedo de él. Le diré la verdad a todo el mundo. —Solo llévame a casa —dijo ella—. Eso ya no importa. —No. No voy a dejar que te escondas detrás de mí otra vez. —¿Qué tal si no me estoy escondiendo detrás de ti? —Puso sus manos en las de él—. ¿Qué tal si en lugar de ello, te estoy eligiendo a ti? Bajó su mirada hacia ella. —Maddie, yo… Tap, tap. Tap, tap, tap. Se dieron la vuelta, buscando el origen del ruido del frenético golpeteo. Un rostro familiar estaba presionado contra el cristal de la ventana. —¿Rabbie? —dijo ella con desconcierto. Él asintió y articuló una palabra: Abre. Y luego otra: Rápido. Logan juró y corrió hacia la ventana, la abrió y extendió una mano para ayudar a pasar a Rabbie. Una vez dentro, Rabbie arregló y arrancó trozos de follaje de sus mangas. —Aquí están los dos. —¿Qué diablos estás haciendo?

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—No me dejarían por el frente. He estado husmeando en cada ventana, buscándolos. Por poco escapé de una paliza de un par de lacayos. —¿Qué pasó? —exigió Logan— ¿Es Grant? —No, no. Grant está bien. Es la langosta. Maddie jadeó. —¿Ella está mudando? Rabbie hizo una mueca. —Och, no. Bueno, no puedo estar seguro. No exactamente. Logan conocía esa mirada en el rostro de su soldado. No presagiaba nada bueno. —Dinos de una vez —dijo—. Toda la verdad. —La langosta ha desaparecido. Ella se escapó.

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S

e fueron del baile enseguida. Logan ofreció ir a casa solo.

—No tienes que irte conmigo —le dijo—. Deberías quedarte y conocer al señor Dorning. Rabbie puede acompañarte cuando regreses a Lannair más tarde. Maddie no estuvo de acuerdo. —No puedo hacer esto sin ti. Y si Fluffy está perdida, tengo que ayudar a buscar. Es más que solo una asignación. Lo sabes. Es una mascota. Logan se dirigió a la salida, ordenando su carruaje con una orden brusca. Ya que el caballo de Rabbie estaba cansado, tendría que montar con ellos. En el coche, el viaje tomaría… Logan hizo algunos cálculos mentales… cuatro horas para regresar a Lannair. Si eran afortunados. Lo que significaba que Logan tenía cuatro horas antes de que pudiera ser de alguna utilidad práctica para aliviar la mirada de preocupación en el rostro de Madeline. E iba a pasar cada uno de los minutos regañando a Rabbie. Mientras el coche era traído, Logan lo agarró por el frente del abrigo. —Tú tenías una misión. Rabbie tragó con fuerza. —Lo sé. —Observar la langosta. —Logan le dio a Rabbie una pequeña sacudida—. Ese fue el único deber que te di. ¿Cómo pudiste arreglártelas para echarlo todo a perder?

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—Bueno, ya ves. Estaba observándola en el estudio. Pero es un poco extraño allí arriba, ¿sabes? Sí. Logan lo sabía. El lugar le provocó escalofríos también, pero eso no era excusa. —Así que la puse en una cubeta y la llevé abajo mientras los chicos y yo jugábamos cartas. Alguien debe haberlo pateado. La siguiente vez que miré, ya no estaba. La enorme estupidez de la situación dejó a Logan sin palabras. Su coche llegó, y ayudó a Maddie a entrar primero antes de unirse a ella. —No te preocupes —dijo Rabbie, subiendo—. Para el momento en que lleguemos, los chicos ya la habrán encontrado. ¿Cuán lejos puede ir una langosta, después de todo? —No lo sé —respondió Logan entre dientes—. Es una pregunta que un soldado obediente nunca tendría que preguntar. Mientras se dirigían a casa, Maddie estaba en silencio. Y pálida y angustiada. Logan quería perforar un agujero en el techo del carruaje. Era una superficie dura, lo que significaba que tendría sus nudillos cubiertos de sangre con el esfuerzo, pero estaba seguro que su rabia lo habría hecho posible. Se volvió hacia ella. —¿Cuánto tiempo puede vivir una langosta fuera del agua? —Unos días si está dentro del castillo, donde esté fresco y húmedo. Pero, ¿y si encontró su camino al lago? —Negó con la cabeza—. El agua dulce la mataría. —La encontraremos. No te preocupes. La buscaremos toda la noche si es necesario. Apoyó la cabeza contra el costado del coche y dijo suavemente: —Ya no importa.

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—Como el demonio que no importa. —Todo es mi culpa. Fue una equivocación atraparla en ese tanque. No me sorprende que saltara a la primera oportunidad para escapar. Si quisiera aparearse con Rex, ya lo hubiera hecho. Quizás no es bueno para ella. Quizás es una langosta bruto, salvaje, con mala higiene, y no quiere hacer nada con él. —¿Qué me dices de los dibujos de su ciclo de vida? Solo se encogió de hombros. —Aparentemente, soy una mujer sin ninguna posibilidad de futuro en la ilustración. Es verdad. Logan mantuvo la calma el resto del viaje. A duras penas. Cuando llegaron al Castillo de Lannair, los hombres aún no habían encontrado a la langosta. Maldición. Logan reunió a los hombres en la cocina. Trazó un plan en la pizarra que el cocinero utilizaba para los menús del día. —Aquí está el diseño del primer piso —dijo—. Las entradas y las salidas están aquí y aquí. Lo primero que haremos es establecer un perímetro. Asegurándonos de que la langosta no va a entrar ni va a salir. Munro, estás en la entrada principal. Grant se queda contigo. El resto de nosotros buscará. —Intenten esto. —Rabbie silbó una trillada canción similar a un pájaro, y ahuecó sus manos alrededor de su boca—. ¡Aquí, Fluffy, Fluffy, Fluffy! ¡Aquí, chica! Logan parpadeó. —Es muy poco probable que ese método vaya a funcionar. Rabbie se encogió de hombros. —Veremos después, ¿no?

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Logan dibujó una cruz en el esquema del castillo, dividiéndolo en cuatro cuadrantes. Asignó tres de los cuatro a Rabbie, Callum y Fyfe. —Tomaré este —dijo, marcando el lugar con la tiza—. Tomen una antorcha. Busquen en todos los rincones y grietas en rocas. Antes de que sigan, es una langosta azul, no roja, entonces será difícil verla de noche. Tengan cuidado donde pisan, si la encuentran tráiganla aquí, a la cocina, inmediatamente. Nos reuniremos en dos horas, como sea. Y sin importar lo que hagan, manténganla fuera del agua dulce. ¿Alguna pregunta? Fyfe levantó la mano. —¿El que la encuentre se la come? —No. —Logan puso las manos en la mesa de la cocina y se dirigió a los hombres reunidos—. Esta langosta es muy importante para Madeline. Lo que significa que es muy importante para mí. Las palabras eran ciertas. No estaba seguro de cuándo había ocurrido, pero le importaba ahora. Madeline y sus ilustraciones. Esta era más que una langosta. Era su sueño. Nadie le iba a quitar eso, ni Varleigh, ni Rabbie y menos Logan. »Necesito que se muevan con rapidez y seguridad, chicos. En todos nuestros años juntos en campaña, ni una sola vez dejamos un soldado atrás para morir. No dejaremos esta langosta tampoco. Justo antes de dejar de la habitación, llevó a Maddie a un lado. »No te preocupes. Tienes mi palabra. La encontraremos en muy poco tiempo. Pasaron las horas. Nada. Mientras los hombres continuaban su búsqueda, Maddie subió las escaleras para cambiarse el vestido. Sería de más ayuda en ropa cómoda. Mientras se iba, examinaba cada nicho y cada hueco en las rocas. Parecía muy improbable que una langosta hubiera logrado subir las escaleras, pero mantuvo los ojos abiertos de todos modos.

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Entró a su dormitorio y comenzó a deshacer los cierres de su falda verde, cuando sus ojos cayeron en algo que atrapó y mantuvo su atención. No era Fluffy. La bolsa de lona negra de Logan. Usó una pequeña escarcela de cuero en el baile anoche. Pero ahí, en uno de los ganchos, colgaba su bolsa militar para monedas, anteojos, guantes… y, posiblemente, varios años de vergonzosas cartas de Maddie. Renunció a su plan de desvestirse y se apresuró para agarrarla en sus manos. Esas cartas tenían que estar aquí. Tenían que estar. Había buscado en todas partes. Sus dedos temblaban mientras aflojaba la hebilla que sostenía la correa. Y luego se detuvo. ¿Qué haría con ellas si estaban adentro? Había planeado destruirlas a la primera oportunidad, pero ahora se preguntaba. ¿Realmente sería capaz de arrojarlas al fuego? Maddie no lo sabía. Mucho había cambiado. Respiró hondo, abriendo la bolsa, y echó un vistazo adentro. Nada. Bueno, no nada. Estaban las chucherías habituales adentro, pero ningún paquete de cartas. Maldito. —¿Qué estás buscando? La voz de Logan. Se volvió para enfrentarlo. —Oh. Nada. Bueno, estoy buscando a Fluffy, por supuesto. La bolsa estaba abierta y pensé que podría haberse metido adentro. Es… un hecho poco conocido que a las langostas les encanta el olor a lona.

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En toda una vida diciendo mentiras estúpidas, Maddie sabía que acababa de decir la más estúpida. Pero Logan parecía demasiado cansado para cuestionarla, o quizás, simplemente demasiado agotado para preocuparse. Sus ojos estaban rojos de agotamiento, y en su barbilla había vuelto a crecer barba. Su corazón se ablandó. Había estado trabajando demasiado duro por ella. »¿Tampoco tuvieron suerte? —preguntó. Sacudió la cabeza. —Pero no nos rendiremos. No importa si nos toma toda la noche y la mañana. —Deberías descansar. Solo es una langosta. —No es solo una langosta. Es tu sueño, y ese fue nuestro trato. Tu sueño por el mío. —Se acabó, Logan. Se acabó. Viste la forma en que me trató Lord Varleigh esta noche. Incluso si me hubiera presentado al señor Dorning, hubiera sido por nada. Soy una mujer. Eso ya es un ataque en mi contra a los ojos de la mayoría de la gente. ¿Y si estoy recién casada? Nunca me contratarían para un proyecto largo. Asumirían que quedaré embarazada en cualquier momento y que abandonaría el trabajo. —¿Por qué hablas como si estuviéramos casados? —Porque quizás deberíamos estarlo. —Se obligó a mirarlo. —No quieres eso. —¿No quiero? —No. No quieres. —¿Por qué estás tan seguro? —¿Además del hecho de que me lo has dicho demasiadas veces, en términos inequívocos, desde que llegué? —Pasos fuertes lo acercaron—. Las

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cartas, mo chridhe. Has tejido una historia de un oficial escoces y un hogar en los Highlands. Pero solo fue una historia. Tu verdadero sueño estaba en los márgenes. Todas esas polillas, flores y caracoles. No voy a dejar que renuncies a eso solo porque Lord Varleigh es un bastardo o porque una langosta se escabulló. Esto significa algo para ti. Quizás lo hacía. Pero significaba todo para ella que lo entendiera. —Quizás podríamos significar algo el uno para el otro. —Maddie… Alcanzó a tocarlo, agarrando las solapas de su abrigo para acercarlo. Su corazón estaba golpeando en su pecho, pero se dijo a sí misma que debía ser valiente. Estaba andrajoso y cansado, pero ella también estaba cansada. Exhausta de retener esta corriente de afecto y ternura dentro de ella. No podía controlar sus emociones ni por un momento. Quería abrazarlo. Quería que la abrazara. —¿No lo ves? —Deslizó sus manos dentro de su abrigo, rozando la superficie ondulada de su abdomen y logrando encerrarlo en sus brazos—. Si pudiéramos tener un matrimonio real… uno que significara algo… Lord Varleigh, Fluffy y la enciclopedia no importarían. Nada más importaría. —No. —Su voz estaba ronca—. No hables así. Todavía tenemos mucho castillo para buscar. —Deja que los hombres busquen. Quédate aquí conmigo. Sintió sus ganas de resistir la debilidad. Su respiración se volvió irregular. Encontró el lugar donde su cuello abierto se unía. Besó la marca oscura en la base de su garganta. —Quédate conmigo, Logan. —Se extendió sobre la punta de sus pies, besó su barbilla, luego su mejilla—. Hazme el amor. Lo besó.

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Y cualquier débil protesta falsa que Logan pudo haber hecho se perdió, borrada en la dulzura. »Quédate conmigo. —Lo empujó hacia la cama, y la siguió—. Es hora de hacerlo real. Juntos cayeron al colchón. Finalmente, estaba debajo de él. Suave, cálida y acogedora. Extendiendo sus muslos para hacer una cuna para sus caderas y tirando del dobladillo de su camisa. Bajo las escaleras, aún podía escuchar a los hombres estrepitándose de una habitación a la otra, gritando direcciones el uno al otro en su búsqueda de la langosta. —Estás… —Cuando su mano se deslizó dentro de su camisa, gimió contra su boca—, ¿estás segura que quieres esto ahora? —SI. Ahora. Siempre. —Sus palabras susurradas calentaron su piel e incrementaron su deseo—. Hazme sentir como lo hiciste antes, en el tocador. Déjame hacer lo mismo por ti. —Empujó la tela de su camisa y pasó su mano por su pecho desnudo—. Logan te deseo. Santo Dios. Las palabras eran como chispas caídas en whisky. En un instante, estaba ardiendo por ella. Preparado para explotar. Era una mujer adulta, se recordó. Comprendía lo que significaba, y estaba haciendo su propia elección. Todo lo que tenía que hacer era apoderarse de su recompensa. Lo sujetó más fuerte, pasando sus dedos a través del cabello de su nuca. El límite del placer era muy intenso. La aferró a él, hundiéndose en el beso. »Solo hazlo —instó, situándose entre ellos para sacar su camisa—. Apresúrate. Hazme tuya antes de que pueda… Su voz se apagó. Pero no necesitaba completar esa declaración. Sabía lo que casi había dicho.

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Hazme tuya antes de que pueda cambiar de opinión. Un susurro de arrepentimiento lo atravesó. Lo ignoró. Corriendo directamente hacia el miedo, justo como siempre había dicho a sus hombres hacer en la batalla. Por un momento glorioso, creyó que podía superarlo. Y entonces… En un instante, simplemente se hizo demasiado. No había pensamiento en su decisión. Ni deseo o intención consciente. Solo instinto: alejarse. El destello de dolor en sus ojos fue inmediato. Y desgarrador. Se sentía como si hubiera vislumbrado el paraíso, mirando entre las barras, justo cuando las puertas le fueron cerradas para siempre. —Antes de que puedas cambiar de opinión —terminó por ella—. Eso es lo que casi dijiste, ¿no es así? Quieres que te tome aquí y ahora antes de que recobres la cordura. —Él rodó sobre un codo, respirando con dificultad—. No me gusta cómo suena eso. Lanzó sus brazos sobre su cabeza y suspiró. El gesto hizo cosas increíbles a sus pechos. —¿Ahora, repentinamente, estás lleno de escrúpulos? —No lo sé. Quizás. —Logan. Esto es lo que querías. Lo que exigiste y amenazaste con arruinarme para conseguirlo. —Solo estás molesta ahora mismo por lo que ocurrió hace un rato. Sé que estás decepcionada, mo chridhe. Lo alcanzó. —Entonces, mejóralo. No sería un sacrificio renunciar a mi trabajo si esto fuera un matrimonio real en todos los sentidos. Uno con amor. Una familia. Podríamos tenerlo juntos. Logan.

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Jesús. ¿Así que ahora tenía que prometer que podría valer la pena renunciar a todo? No podía hacer eso. No sabía cómo reemplazar su carrera, una familia, una comunidad de colegas y amigos. Era imposible. Él no sería suficiente. Se volvería resentida con él. Y luego, lo dejaría. »No tendríamos que mentirle a nadie. Podríamos hacerlo todo realidad. Esta noche. ¿No te importo nada? Por supuesto que le importaba, y más que un poco. La verdad era que le importaba demasiado. Solo que no quería quitarle sus sueños. No de esta forma. —Encontraremos otra manera —dijo. No debí haberlo dicho. —Hemos pasado por esto, Logan. ¿O lo olvidaste? Has rechazado cada una de mis ideas. Incluido esta, suficiente. —Se elevó a una posición sentada y enterró el rostro en sus manos—. Me siento como una tonta. —No puedo darte lo que estás pidiendo —dijo—. Te lo he dicho desde el principio. Amor y romance… simplemente no están en mí. —Me rehúso a creer eso. Sé que no es verdad. —Sus ojos oscuros brillaron con rabia—. Eres el hombre más atento y leal que he conocido. Lo veo en la forma en que tratas a tus hombres, los arrendatarios. Incluso a mi tía. Soy la única que al parecer no inspira tu devoción. —Eso no es justo. Y sabes que no es verdad. Te protegería con mi vida. —Pero nunca tendré tu corazón. ¿No es así? No sabía cómo responderle. Se levantó de la cama y fue al tocador. »Terminé con esto. Terminé de soñar contigo. —Arrancó la banda de tartán que envolvía su torso. Abriendo el broche de Luckenbooth y sosteniéndolo en la palma de su mano—. Quiero la verdad. ¿Quién era ella, esta A.D.?

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—Te lo he dicho. No es importante. —¡Es importante para mí! Lo he usado día tras días. Una mentira en forma de corazón en mi pecho para que todos puedan verlo. Acepté esto como mi pago. Una marca de vergüenza que había traído a mí misma por engañar a todo el mundo. Pero ahora quiero saber la verdad. ¿La amabas? —Maddie… —Es una simple pregunta, Logan. No necesito explicaciones. Solo una palabra será suficiente. Sí o no. ¿La amabas? —Sí —respondió. —¿Mucho? —Tanto como sabía. No fue suficiente. —Entonces te dejó. Asintió. »Mujer inteligente. Logan se estremeció. —Quizás lo era. La estaba reteniendo. Y estaría reteniendo a Maddie también. Tenía mucho más que bocetos para ofrecer al mundo. Tenía un corazón bondadoso y amor abundante. El deseo de criar una familia. Todas esas eran cosas que no se atrevía a aceptar. Estaría perdida con él. —Así que aunque te dejó, e incluso después de todo este tiempo —dijo—, nunca has sido capaz de olvidarla. Sacudió su cabeza en una respuesta sincera. —No. Le arrojó el Luckenbooth, y aterrizó en la manta arrugada.

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—Te lo devuelvo. No quiero usarlo más. Me voy. —Espera. —Se puso de pie—. Falta una semana hasta Beltane. Cualquier arreglo que resolvamos entre nosotros, necesito que estés aquí esa noche. —Me rechazaste. ¿Qué te hace pensar que tengo algún interés en algún tipo de acuerdo contigo? —¿Necesito recordarte las cartas? —Esas estúpidas cartas. —Se atragantó con una risa salvaje—. Ya ni siquiera me importan. Adelante, envíalas a las revistas de escándalo. ¿Qué me queda por perder? No tengo perspectivas de empleo que proteger. No hay perspectivas románticas tampoco. Estoy acostumbrada a la humillación pública. También a la soledad. No puedo estar más aislada de lo que he vivido aquí. Abrió su armario y buscó una valija vacía en el estante superior. Le cayó encima, mirando de reojo mientras caía al piso. Auch. Logan se estremeció en simpatía. —Justo lo que necesitaba en este momento —dijo aturdida—. Una humillación más. Abrió la valija y la puso en la cama, luego comenzó a tirar puñados de lino y medias desde el armario y metiéndolos dentro. Logan agarró la valija por un mango. —No puedes irte. Aún no. Tiró la otra manilla y la jaló. —Puedo. Y lo haré. No puedes detenerme. —¿De qué vivirás? —Ira, por el momento. Siento como si tuviera suficiente para alimentarme por algún tiempo.

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Sus ojos eran tan decididos y valientes como nunca los había visto. Era justo el fuego que había estado esperando ver en ella. La fuerza que sabía que había poseído todo el tiempo. Y por supuesto, vendría justo cuando había resuelto dejarlo. Pasó una mano a través de su cabello. —Olvídate de mí. —Oh, créeme. Es mi intención. —Nada de esto ha sido por mí. Mis hombres necesitan un hogar, y lo sabes. Sé que te preocupas por ellos también. Piensa en Callum, Rabbie, Munro, Fyfe. Piensa en Grant. —Los extrañaré a todos. Especialmente a Grant. —Se detuvo, un puñado de medias rayadas de lana en una mano. Apretó las medias contra su corazón—. Grant es mi persona favorita. ¿Sabes por qué? me hizo sentir hermosa el día de mi boda. No importa cuántas veces nos presenten, siempre está impresionado. Me hace reír. —Metió las medias en su valija—. Cree que eres un bastardo afortunado por tenerme. Que pobre tonto confundido. —Grant puede estar confundido, pero no es ninguna clase de tonto. Y tampoco es el único que te encontró hermosa el día de nuestra boda. —La tomó en sus brazos—. No puedo dejarte ir. —¿Por qué debería quedarme? —Porque yo… Logan sabía lo que quería escuchar. Pero de alguna manera, no podía forzar las palabras. No creía en esas palabras. No viniendo de alguien más, y menos de sus propios labios. Tarde o temprano, siempre eran una mentira. Le dio una sonrisa triste. —Eso es lo que pensé. —Maddie. Un estridente grito agudo los empujó a dos pasos de distancia.

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Su instinto protector se apoderó de él. Pero antes de que pudiera volver a sus cabales para investigar, la cabeza de Rabbie apareció en la puerta. —¡La encontramos! —comunicó el soldado sin aliento y enrojecido—. O, mejor dicho, encontró el dedo de Fyfe. Una langosta, sana y salva. —Excelente. Muchísimas gracias, Rabbie. —Maddie le dio una sonrisa que se desvaneció tan pronto como dejó la habitación. Para Logan, agregó—: Justo a tiempo. Ahora puede irse conmigo. —¿Terminaras tus dibujos en otro lugar? —No. Voy a hacer a Fluffly el favor que debería haberme hecho a mí misma. Voy a dejarla libre.

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—¿M

adling? —Tía Thea asomó su cabeza con turbante a través de la puerta—. Becky me dijo que estabas empacando tus maletas. ¿Está todo bien?

—Tía Thea, siéntate. Tenemos que hablar. Preparó sus nervios. Era el momento. Hace mucho tiempo. Este pantano de mentiras la había absorbido cada vez más con los años. Había terminado metida hasta el cuello, y esta vez no iba a tener ninguna ayuda de Logan. Le correspondía a Maddie liberarse. Primera regla de los pantanos: no entres en pánico. —¿Qué pasa, Madling? —pregunto tía Thea. Respira, se dijo a sí misma. —Yo… tengo mucho que decir. ¿Puedo pedirte que tengas paciencia conmigo hasta que lo haya dicho todo? —Por supuesto. —Cuando tenía dieciséis años y vine a casa desde Brighton, te dije que había conocido a un oficial escocés a orillas del mar. —Maddie tragó con dificultad—. Mentí. Ahí estaba. La gran confesión, en dos silabas. ¿Por qué había sido tan imposible de decir en voz alta durante tanto tiempo? No podía comprenderlo. Pero ahora que las había dicho de una vez, al parecer no había problema en decirlas otra vez.

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»Mentí, —repitió—. Nunca conocí a ningún caballero. Pasé todas las vacaciones sola. Cuando vine a casa, todos estaban esperándome para ir a la Ciudad para mi temporada. Sentí que entraba en pánico ante la idea de la sociedad, así que inventé esta salvaje falsedad sobre un Capitán MacKenzie. Y luego, solo continué diciéndolo. Por años. —Pero… a menos que esté yendo a la demencia en mi vejez, hay un hombre en este castillo. Uno cuyo nombre es Capitán MacKenzie. Luce bastante real para mí. —Es real. Pero nunca antes lo había visto. —Maddie apoyó su cabeza sobre sus brazos cruzados—. Lo siento mucho. Me avergüenzo, y he estado temiendo que supieras la verdad. Quería decírtelo hace años, pero estabas tan encariñada con la idea de él… y estoy tan encariñada contigo. —Oh, mi Madling. —Tía Thea frotó su espalda en círculos suaves. De la forma en que había hecho cuando Maddie era una niña—. Lo sé. —¿Sabes que lo siento?, ¿Puedes perdonarme? —No solo eso. Lo sé todo. Las mentiras, las cartas. Que tu Capitán MacKenzie simplemente era fantasía e imaginación. Siempre lo he sabido. Sorprendida, Maddie levantó su cabeza. —¿Qué? —Por favor no te ofendas con esto, querida, pero no era una historia muy creíble. De hecho, era más bien absurda, y no eres especialmente talentosa en el engaño. Sin que yo apostara por ti, no creo que la historia hubiera durado un mes con tu padre. —No entiendo lo que estás diciendo. ¿Quieres decir que nunca me creíste? ¿Todo este tiempo, has sabido que mi Capitan MacKenzie era un montaje, y nunca dijiste una palabra? —Bueno, acordamos que parecías necesitar tiempo. —¿Nosotros?, ¿Quién es “nosotros” en esa frase? —Lynforth y yo, por supuesto.

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—¿Mi padrino también sabía que había inventado a un pretendiente? —Maddie escondió su rostro entre sus manos—. Oh, Señor. Esto es tan vergonzoso. Vergonzoso, pero también, extrañamente liberador. Si esto era verdad, al menos no necesitaba sentir que había heredado este castillo bajo falsos pretextos. —Obviamente lo sabía. Y lo comprendía. Porque, mi querida Madling, los dos éramos cercanos. —Cercanos. —Amantes por veinte años, de forma intermitente. Y él sabía que también había mentido una vez para evitar casarme. Maddie pensó que su cerebro se retorcería por todas esas revelaciones. —¿No fuiste corrompida por el Conde de Montclair y arruinada para todos los otros hombres? —Oh, fui a la cama con él. No fue terrible, pero tampoco fue mágico. Y no, esa noche no me arruinó para otros hombres. Por el contrario, hizo que me diera cuenta que era demasiado joven para atarme a un hombre por el resto de mi vida, simplemente porque mis padres lo consideraban adecuado, solo para saber en la noche de bodas que podría o no poseer una obsesión erótica con las plumas. —¿Plumas? —No necesitamos detenernos en eso. Mi punto es, que la importancia de la compatibilidad en la habitación no puede ser sobrevalorada. De todos modos, proclamé en voz alta mi ruina como una excusa para evitar el matrimonio. Fui capaz de conseguir amantes cuando y como me complacía, pero por estas dos últimas décadas o algo así, estuve más bien dedicada a Lynforth. Su fallecimiento fue todo un golpe. Es por eso que vine con gusto al norte contigo. También estaba de luto. —Sí, pero tu luto era real. —Maddie se acercó más—. Oh, tía Thea. Lo siento mucho.

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Su tía frotó sus ojos. —Sabíamos que pasaría. Pero uno nunca está realmente preparado. Sin embargo, la vida cambia. Descubrimos nuevas pasiones. Mientras has pasado tu tiempo dibujando escarabajos, he escrito una apasionada novela en mi torre subiendo las escaleras. —¿Tú, una novelista? Pero eso es… bueno, eso es perfecto. Cuando pensaba en ello, tía Thea había estado escribiendo melodrama por años, con Maddie en el papel protagónico. —Es más bien una memoria, realmente. O como los franceses lo llaman, un roman à clef15. Casi todo en los eventos es fiel a la vida, pero los nombres han sido cambiados para proteger a los perversos. Maddie sacudió al cabeza. —¿Por qué no me dijiste? ¿Por qué hemos estado mintiéndonos la una a la otra todo este tiempo? Entrelazó las manos de Maddie entre las suyas. —No sabía que lo hacíamos, querida. Durante años, pensé que era comprendido por ambas partes. A veces una mujer no encaja perfectamente con su rol esperado. Hacemos lo que podemos para hacer nuestro propio camino, forjar un espacio para nosotros mismos. Creí que eras feliz aquí en Escocia, y alenté a tu padre para dejarte ser. Pero luego, ese enorme hombre magnífico apareció… Maddie rio con ironía. —Siquiera lo hizo. —Y luego, no sabía qué pensar. Quizás habías estado diciendo la verdad todo el tiempo. Inventé una prueba o dos para él. El poema, la lección de baile. Intenté estar disponible si necesitabas confiar en mí. Pero, sobre todo, decidí… eres una mujer ahora. Una mujer fuerte e inteligente a quien admiro. No era mi lugar para interferir.

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Novela en clave.

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Maddie tomó el borde del ganchillo de su pañuelo. —Es un completo extraño. ¿Puedes creerlo? De alguna manera mis cartas fueron entregadas, y sabía todo sobre mí. Sobre nuestra familia. Pero nunca lo había visto antes de que llegara al salón. Y ahora… —Y ahora lo amas. ¿No es así? —Me temo que podría. —Sus ojos picaron en las esquinas, y pestañó con fuerza—. Pero él no me ama. O quizás podría, pero no se lo permitirá. No sé qué hacer. Nos peleamos terriblemente después del baile de anoche. Le devolví el broche de compromiso. —Una simple pela de amantes, quizás. —¿Lo es? No sé si somos amantes siquiera. Quiero ser amada tan desesperadamente, tengo miedo de que solo estoy imaginando que podría amarme de vuelta. Terminaré atrapada en otra mentira de mi propia creación. Tia Thea sonrió. —Después de lo que le hice pasar para la preparación del baile, realmente debe preocuparse por ti. Al menos un poco. —Es un hombre leal. Pero yo… creo que lo he herido de algún modo. Profundamente. Quizás mis mentiras no te lastimaron a ti o a la familia, pero lastimaron a Logan. No comprendo cómo o por qué las estúpidas cartas de una joven de dieciséis años podrían tener tal efecto. Pero deseo saber cómo arreglarlo. Incluso ofrecer su amor no había sido suficiente. ¿Qué más podría darle aparte de eso? Se quedó mirando la mesa. »Me siento tan enredada por dentro, y sin esperanza. —Justo tengo el remedio para esa condición. Maddie se encogió. No había nada para arruinar un momento de sinceridad como uno de los remedios de su tía.

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—Oh, tía Thea. En beneficio de la honestidad, debo decir… no sé si pueda tragar uno más de… —No seas tonta. Es solo esto. Su tía se inclinó hacia adelante y la atrapó en un abrazo cálido y apretado. Fue un abrazo que olía como a mostrador de cosméticos, pero tan bienvenido después de todo. Se sostuvieron la una a la otra, balanceándose hacia adelante y hacia atrás. Cuando se separaron, Maddie tenía lágrimas en sus ojos. Tía Thea ahuecó sus mejillas. —Eres amada, mi preciosa Madling. Siempre lo has sido. Una vez que lo sepas y lo creas en tu corazón, todo lo demás estará claro.

Logan mantuvo su distancia de Maggie por los siguientes días. No era fácil mantenerse alejado, pero no creía que hubiera algo que pudiera ganar al acercarse a ella. Ya estaba a punto de irse, y no tenía nada nuevo qué decir. Solo podía esperar que el tiempo —o quizás la persistente amenaza de esas cartas— cambiara su opinión. Eso parecía aún menos probable cuando en la tarde del Beltane, la encontró en el comedor en medio de cajas y cartones. La mesa estaba cubierta de porcelana, plata, cristalería, manteles y candelabros de estaño. Y artículos más humildes, también: cacerolas y teteras, atizadores de chimenea, velas y pequeños frascos de especias. Preguntó: —¿Estas teniendo una fiesta del té? —No —dijo Maddie—. No es una fiesta del té. Estoy armando el ajuar de los hombres.

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—¿Ajuar? Su frente se arrugó. —¿Pueden tener ajuar los hombres? Realmente no lo sé. No importa. Cuando se muden a sus nuevas cabañas, tendrán que organizar sus casas. Necesitarán estos artículos. —¿No necesita el castillo esas cosas? —Ya no. —Embaló una jarra de estaño con paja—. Me voy a casa con mi familia. Alguien debería utilizar esas cosas. Logan fijó la mandíbula. Le molestaba la forma calmada y práctica al hablar de su partida. No solo dejaba el castillo, lo dejaba a él también. La siguió mientras se movía al otro extremo de la mesa, contando pilas iguales de cucharas. —¿También tengo un regalo de despedida? —dijo, sin duda sonando más petulante y transparente de lo que le hubiera gustado—. ¿Quizás una mesa auxiliar y un par de candelabros? —De hecho, tengo algo más en mente para ti. —Oh, ¿En serio?, ¿Qué es? Sus ojos oscuros se encontraron con los suyos. —Quiero que tengas esto. —¿Qué, una cuchara? —No, esto. —Inclinó la cabeza para mirar el techo cóncavo—. La tierra, este castillo. Todo. Logan la miró fijamente. ¿Qué estaba diciendo? —Maddie, no quieres decir… —Ya está hecho. —Llegó hasta el centro de la mesa y sacó un sobre que estaba encima de un montón de manteles doblados—. Redacté los papeles copiando los documentos con que me transfirieron esta propiedad.

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Becky y Callum firmaron como testigos. Las noticias ya se habrán expandido por el castillo. Para el anochecer, todos lo sabrán. —Le entregó el sobre—. Lannair es tuyo. Tomo el sobre en sus manos. No podía hacer nada más que mirarlo. —Pero ese trato que sugeriste… no he cumplido con mi parte. —La verdad Logan, es que no me pertenece. Nunca lo hizo. No trabajé por ello. No tengo ningún apego por la tierra. Este lugar pertenece a los Highlands. A las personas que han vivido aquí por generaciones. A aquellos cuyos antepasados apilaron las piedras de este castillo con sus propias manos. Y no puedo imaginar una persona mejor para cuidarlo. —No quiero caridad, ni de ti ni de nadie. He trabajado por todo lo que he tenido. —Oh, lo sé. Sé bien que aceptar esto te hará sentir incomodo, y es parte de mi diversión. Me causará mucho placer verte retorcerte. Para mí, es una especie de victoria. Y la victoria lucía bien en ella. —Entonces, ¿Cuándo te vas? —preguntó. —Mañana. Planeo quedarme a la fiesta, por supuesto. Y para la hoguera de esta noche. Hemos trabajado muy duro en la preparación. Incluso si ya no soy la señora del castillo, e incluso si ya no soy tu novia… quiero estar allí. —También te quiero allí. Te quiero aquí siempre. Las palabras rondaban en la punta de su lengua, pero no las dijo. Era demasiado tarde. Demasiado inútil. Al darle este castillo, le había quitado su última moneda de cambio. No tenía ninguna posesión material o influencia que no hubiera rechazado ya. Otro hombre podría haberle ofrecido algo de su interior. Su corazón, tal vez. Alguna calidez de emociones. Quizás, incluso un sueño. Pero Logan había olvidado cómo soñar, si es que alguna vez hubiera sabido cómo.

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Y cuando miró dentro de sí, no vio nada más que vacío y frío. Levantó el sobre. —Gracias por esto. Ella asintió. —Ha sido un honor conocerte, Logan. Espero que entenderás si no escribo.

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M

addie encontró un placer inesperado en ser la anfitriona. Lo encontró mucho más fácil que ser una invitada. Estaba tan preocupada de que la cerveza no faltara y supervisando el progreso de los platos, saliendo y entrando de la cocina, que podía mantenerse al margen del salón y escabullirse por un momento, cada vez que la multitud se volvía demasiado para ella. Lo más conveniente de todo, es que apenas tuvo tiempo de pensar en Logan. Lo vio una o dos veces de pasada. La saludó con un asentimiento brusco, pero no se detuvo a charlar. Parecía completamente probable que podría no volver a hablarle antes de irse por la mañana. Menos mal. Parecía que no había nada más que decir. Cuando la tarde estaba menguando, todo el mundo se levantó de las mesas bordeando el Gran Salón y caminaron, estómagos llenos y todo, hasta el punto más alto con vista al lago. A medida que el día se convertía en crepúsculo, un pequeño grupo de aldeanos se reunieron para hacer una hoguera. En vez de traer carbón del hogar de alguno de ellos, crearon una máquina de tipo rudimentaria con palos, casi como un taladro. Luego de casi una hora de hacerla más grande y más fuerte, una ola de humo se levantó de la madera frotada. Una mujer se apresuró hacia ella con un puñado de musgo seco y virutas de madera. Con unos soplidos pacientes —y quizás, algunas maldiciones y oraciones— el pequeño resplandor se convirtió en una llama. Y con muchas manos trayendo más combustible, la llama se convirtió en una hoguera.

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El whisky fue pasando alrededor, junto a trozos de pastel de avena con frutas. Maddie declinó educadamente la primera, pero aceptó felizmente la segunda. —Asegúrate de que no es la marcada —dijo Rabbie. —¿Qué quieres decir? —Es tradición. Uno de los pasteles está marcado con carbón. Quien saque uno, lo lanzamos a la hoguera. —Guiñó. —Que tradición tan encantadora. —Examinó su pastel de avena—. No tiene carbón. —Vivirás para ver el siguiente Beltane, entonces. Un brillante y alegre violín la golpeó, y cuando miró, su origen fue una sorpresa para ella. —No sabía que Grant tocara el violín. —Oh, sí —dijo Rabbie—. Tenía uno que trajo con él a la campaña. Lo arrastró con él por los Pirineos y de vuelta, pero se arruinó al cruzar un río. El capitán acaba de traerle ese desde Inverness el otro día. Maddie mordisqueó su pastel de avena y jugó a las escondidas con una niña rubia escondida tras la falda de su madre. Luego de algunas rondas de esquivar y esconderse, le ofreció a la niña el resto de su pastel de avena y recibió una tímida sonrisa sin dientes a cambio. Maddie pensó que era un excelente intercambio. De vez en cuando, veía a Logan por el rabillo de sus ojos, por lo general, conversando con un campesino o uno de sus hombres, o pasando otra ronda de whisky. Nunca hicieron contacto visual. Una vez pensó que sentía el calor de su mirada. Pero cuando se volvió a ver, no estaba por ninguna parte. Supuso que estaba imaginando cosas. No sería la primera vez. Maddie se paró cerca de la hoguera, abrazando su manta más apretada sobre sus hombros y observando a las parejas bailar la música que Grant proporcionaba. A juzgar por la forma en que hombres y mujeres

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hacían fila, la ronda no parecía muy diferente a la de los bailes tradicionales del país inglés. Mientras los bailarines hacían cola para un nuevo baile, Callum apareció a su lado. —¿Te gustaría unirte? —Oh, no —dijo sin pensar. —Ah. Ya veo. Muy bien, entonces. Algo en su comportamiento decepcionado provocó una revelación. Había estado tan atrapada en preocuparse por sí misma, que había entendido mal. Callum no le había estado preguntando si disfrutaba o no bailar. Le había estado pidiendo que bailara. Con él. Y lo había rechazado con una sola palabra y un estremecimiento. En serio, Maddie. —¡Callum, espera! —Tendió la mano para alcanzarlo antes de que pudiera desaparecer—. Lo siento mucho. No me di cuenta que estabas pidiéndome que bailara. —No importa. No tienes que dar explicaciones. —No, quiero hacerlo. La verdad es que me siento honrada de ser invitada a bailar. Significa mucho para mí. Más de lo que podrías imaginar. —Apretó sus brazos—. Gracias. Sus ojos se calentaron con una sonrisa, y el nudo en su estómago comenzó a aflojarse. Tan difícil como iba a ser alejarse de Logan, dejar el Castillo de Lannair iba a romper lo que quedaba de su corazón. Extrañaría a sus nuevos amigos de aquí. Muchísimo. »El problema —le dijo—, es que no se bailar. —No es nada. Los pasos no son difíciles.

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—Quizás no para la mayoría, pero nunca he bailado. Me temo que seré terrible en eso. Levantó su aplastada manga recortada. —Yo mismo estoy en desventaja. Así que si eres terrible, al menos estaremos iguales. ¿Probamos de todos modos? Es solo por diversión. Quizás fue el calor de la hoguera. O quizás, simplemente no podía soportar decepcionar la mirada de entusiasmo en los ojos de Callum. Era posible que una pequeña parte de ella esperaba que Logan pudiera verlos y estuviera celoso. Pero lo más probable… era hora de dejar de estar de pie en el frío. Rabbie había dicho que viviría para ver el próximo Beltane. Pero no estaría aquí en los Highlands. Solo tendría esta oportunidad para bailar una ronda escocesa, y sería una lástima desperdiciar la noche con nervios y preocupación. Quizás, este era un momento para ser aprovechado. Un momento para simplemente ser. Por la razón que sea, Maddie se encontró diciendo que sí. A bailar. Por primera vez en su vida. E inmediatamente le hizo preguntarse por qué no había hecho lo mismo hace años. Lo que no quiere decir que salió especialmente bien. La danza en sí fue más bien un desastre, pero uno divertido. La ronda en particular a la que se habían unido implicaba una gran cantidad de giros, y una vez que Maddie comenzó a girar, le costó mucho detenerse. Añadiendo el hecho de que Callum no estaba en la mejor posición para alcanzarla y atraparla, se parecían a nada más que dos bolas de billar colisionando y girando lejos del otro, repetidamente. Dentro de poco, Maddie estaba riendo tan fuerte que apenas podía recobrar el aliento. Al final de la ronda, se suponía que se tomaban las manos, pero se perdieron completamente.

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Perdió el equilibrio y se alejó, aun girando y riendo. Hasta que chocó con alguien. Alguien amablemente grande y sólido, e imposible de derribar. —Oh, Dios. Lo siento mucho, de verdad. Yo… —Levantó la vista. Su estómago se hundió—. Oh, eres tú. Logan. —¿Lo estas disfrutando? —Lo hago, bastante. Gracias por preguntar. De repente, estaba igual de nerviosa con él como lo habría estado a los dieciséis años. ¿Quién podría evitarlo? Esta noche llevaba consigo un nuevo aire de… no era arrogancia. La arrogancia no era nada más que tontería para enmascarar la incertidumbre. Esta noche, se veía confiado. Protector. Listo para liderar. Prácticamente, en el verdadero sentido de la palabra. Vestido en su gran kilt y una fresca camisa marfil, también parecía listo para posar en una ilustración de la próxima novela de Sir Walter Scott. El baile terminó, y Callum vino a encontrarla. Le dio a Maddie una sonrisa. —Lamento habértela robado, Capitán. —No necesitas disculparte —replicó Logan—. Madeline pertenece a sí misma. —Solo estábamos bailando —dijo. —Lo vi. —No muy bien. Su boca se arqueó. —Vi eso también.

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—Sí. Bueno. Lo siento por haber chocado contigo. Está tan oscuro. Miró alrededor, desesperada por evitar la mirada de confusión en sus ojos. No había otras luces, en ninguna parte. No en el castillo, no en el baile a la orilla del río. El mundo se había derrumbado en el resplandor rojo anaranjado de la hoguera y el vasto cielo estrellado sobre ellos. —Sí, es la tradición, —dijo Callum con amabilidad—. En Beltane, apagamos el fuego de todas las casas. Al final de la noche, cada familia tomará carbón o una antorcha y volverán a encender su hogar desde esta hoguera. Es un nuevo comienzo. —Un nuevo comienzo. Que adorable pensamiento. Le ayudó a entender por qué Logan había estado tan determinado a tener la tierra en su propiedad antes de Beltane, quería que sus hombres y los arrendatarios supieran que esto era un nuevo comienzo. También le hacía preguntarse lo que ella y Logan podrían ser del otro si solo pudieran hacer su propio nuevo comienzo. Era un buen hombre. Preocupado, protector, inteligente, leal. Y a un nivel superficial, muy atractivo. Maddie iba a lamentar para siempre no haber hecho el amor con él. Al menos, tía Thea había sido bien arruinada por el Conde de Montclair. Plumas y todo. Pero era inútil sufrir entonces por lo que no podía ser. Logan no la amaba. No podía amarla. Alguna otra mujer había llegado a él primero y lo había dejado arruinado para todas las demás. Esperaba que esa A.D., quien quiera que sea y donde sea que esté, apreciara adecuadamente lo que había perdido. Maddie esperaba que esa mujer lamentara su error diariamente. Maddie tampoco estaba por encima de desearle ser víctima frecuente de furúnculos. —¿Qué fue eso? —preguntó Logan.

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¿Había hablado en voz alta? —Oh. Nada. Una mujer envuelta en un arisaid tradicional se acercó a ellos. Comenzó a hablar con Logan en un gaélico ferviente, y antes de que Maddie supiera que estaba ocurriendo, la mujer había colocado un bebé en sus brazos. Maravilloso. Era exactamente lo que su corazón no necesitaba en este momento. Tuvo la esperanza de que el bebé pudiera chillar o ensuciar su pañal o vomitar leche agria. Algo, cualquier cosa para detener a su vientre de hacer esas frenéticas volteretas. Pero el bebé se rehusaba a ser algo menos que completamente adorable. Era un pequeño bulto angelical en los brazos de Maddie, envuelto en un trozo de cómoda franela. Mientras tanto, la madre del bebé agradecía a Logan, incluso sin saber el idioma, Maddie podía reconocer la mirada de gratitud, y Callum tradujo el resto. La joven había enviudado recientemente, y creía que sería forzada a dejar Escocia. Aparentemente, Logan la había contratado para lavar la ropa y cocinar para los hombres mientras terminaban sus cabañas. Ella y su hijo podrían quedarse. El corazón de Maddie se apretó. Miró hacia el pequeño bulto, quien susurraba y agitaba sus pequeños puños. Algo brillante le guiñó desde el banderín del niño, y Maddie le echó un vistazo. —Lleva un luckenbooth. —Le mostró a Callum—. Pero, sin lugar a dudas, es demasiado joven para estar comprometido. Y crei que eran para las muchachas. —No está comprometido. —Callum le hizo cosquillas en una de sus mejillas—. Es la tradición. Un hombre le da un luckenbooth a su esposa en su matrimonio, y luego se coloca en el banderín del primogénito de la pareja. La gente creía que lo protegía del mal.

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—Que interesante. Así que eso significa que estas marcas de aquí… —Maddie rozó las pequeñas marcas grabadas en el broche con forma de corazón—, no son las iniciales del niño. —No, no. Esas sería las de su padre y de su madre. —Ya veo. Miró al bebé en sus brazos, y ese corazón de oro que resplandecía a la luz de la hoguera. L.M. y A.D. El mundo se ralentizó. Los latidos de su corazón golpeaban en sus orejas. ¿La amabas? Tanto como sabía. No fue suficiente. Entonces te dejó. Sí. Una mujer inteligente, entonces. Maddie se encogió ante el recuerdo. Oh, buen Señor. Si sus sospechas eran correctas… La viuda se había unido al baile, y Logan se había alejado. Cuando Maddie levantó la vista, cruzó miradas con él sobre la hoguera. Sus ojos se entrecerraron, con propósito y búsqueda. La luz roja del fuego jugaba sobre su ceño fruncido. Parecía saber que algo había cambiado. —Callum —dijo, tragando un nudo en su garganta—. ¿La palabra nahtray-me significa algo para ti? Inclinó su cabeza. —¿Quieres decir Na tréig mi? No es una palabra, es una frase. —¿Qué significa?

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—Significa “no me dejes”. ¿Por qué lo pregunta? Intentó ocultar la repentina contracción de su voz. —Por nada. Por nada. Excepto que todo tenía sentido ahora, y me doy cuenta de que he sido total y absolutamente tonta. »Tengo algo que hacer. ¿Puedes sostenerlo? —Se volvió para colocar al niño en los brazos de Callum. —No, no. Espera un momento. ¿Yo? —Retrocedió, agitando su brazo amputado—. No puedo sostenerlo con un brazo. —Por supuesto que puedes. Las madres lo hacen todo el tiempo. —Metió al bebé en el pliegue de su brazo, asegurándose de que su mano se apoyaba en el trasero del bebé—. Ahí está. Algún día sostendrás a tu propio hijo de la misma forma. Por impulso, besó a Callum y al bebé en la frente. Luego, se volvió para mirar a Logan, buscando en la multitud. No estaba allí.

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ogan se alejó de la hoguera con pasos largos y decididos. Pero aparentemente no caminó lo suficientemente rápido. —Logan, espera.

No disminuyó el ritmo. No podía hablar con ella. No ahora, después de verla mecer a ese bebé en sus brazos y bailar con Callum. Luego de sentir su cuerpo contra el suyo, incluso por ese instante. Había hecho su elección, y él también. Podría soportar alejarse de ella mañana. Pero si se acercaba a él esta noche, estaba seguro de que se aferraría a ella y haría algo que ambos lamentarían. —Regresa al fuego —le dijo—. Está demasiado oscuro. No hay luces en el castillo para guiarte. Te tropezarás. Podría haber pantanos. —Na tréig mi. Las palabras lo detuvieron al instante. Su corazón se detuvo por un momento también. Mantuvo su voz tranquila. —¿Estás conociendo el gaélico ahora? —Estoy conociéndote a ti ahora. Finalmente. ¿Qué diablos significaba eso? Lo alcanzó. Por lo que podía ver bajo la luz de la luna, parecía enojada. Bien. Era más seguro de esta forma. »Me mentiste, Logan.

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—No te he mentido. —Me dejaste seguir creyendo una suposición falsa. Ese luckenbooth. No lo hiciste para otra mujer. ¿O sí? —¿Eso otra vez? Te lo he dicho, no significa nada para mí. Ya no. —Ahora, eso es una mentira. —Se acercó—. El bebé que estaba sosteniendo junto al fuego tenía un luckenbooth clavado en su banderín. Callum me lo explicó todo. El L.M. en ese broche no era tuyo, ¿o sí? Eran las iniciales de tus padres. Fuiste nombrado como él. Y A.D…. oh, Logan. Tu madre. ¿Cuál era su nombre? Exhaló lentamente. —No lo sé exactamente. No tenía edad suficiente para recordar. —Lo siento mucho. ¿Por qué no me dijiste la verdad? Habría estado orgullosa de usarlo si hubiera sabido. ¿Solo disfrutaste poniéndome celosa? Celosa. La palabra no tenía sentido para él. —¿Por qué diablos estarías celosa? —Porque —gritó, alzando las manos—, pensé que alguna bonita muchacha escocesa había robado tu corazón y lo había roto. Por supuesto que estaba siendo devorada viva por los celos. Quería tu corazón para mí. —Te lo dije, no puedo darte eso. —Sí. Me lo dijiste. Y mentiste entonces, también. Se acercó lo suficiente para tocar su brazo. Solo el roce más ligero con la punta de sus dedos en su manga. —Sé cuánto te importan esos hombres —dijo—. Sé cuan tierno puedes ser, cuan amable y protector. Sé cómo me cuidaste en Inverness. Como me defendiste en el baile… La agarró por los brazos y la obligó a alejarse.

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—Sé cómo eres. Eres muy imaginativa. Le das demasiada importancia a las cosas. Te mientes a ti misma. Debería haber pensado que ya habrías aprendido tu lección. Se alejó, y una vez más lo siguió. —¿Alguna vez dejarás de castigarme? Cuando mentí y escribí esas cartas, era joven, estúpida, egoísta y estaba equivocada. Engañe a todos. Sin saberlo, te hice mi cómplice. Estuvo mal de mi parte. Lo sé, y lo siento mu… —su voz se quebró—. No puedo decir que lo siento. No lo siento. —Por supuesto que no lo sientes. ¿Por qué lo sentirías? Te dieron un castillo y una vida independiente. Se apresuró a enfrentarlo, bloqueando su camino. —Te encontré. —Me diste por muerto. Allí estaba. La semilla de toda esta ira, cruda y palpitante como una herida expuesta. —¿Y no era la primera vez que te daban por muerto, verdad? No le respondió. No podía. —Na tréig mi —susurró—. No me dejes. ¿Sabes que dices eso mientras duermes? —Yo no… —Lo haces. Na tréig mi, na tréig mi. Una y otra vez mientras tiemblas. —Se dio una palmada en la frente—. No sé cómo no lo vi antes. Explica todo. Tu madre te envolvió en un tartán, engancho el luckenbooth para alejar el mal… y luego te abandonó. —Sí. Sí. ¿Está bien? Es exactamente lo que hizo, y estaba en una ladera no muy diferente a la que estamos en este momento. —Lo que significa que no eras un bebé. Eras lo suficientemente mayor para recordar. —Se abrazó a si misma—. Oh, Logan. Las cosas que dije… eso

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de que debe haber sido una mujer inteligente si te dejó. Debes saber que no quise decir eso. Lo siento mucho. Siento mucho lo que pasó. —¿Lo sientes por lo que pasó? No lo sientas por lo que pasó. Siéntelo por lo que hiciste. —¿Qué hice? Retrocedió, tomando tiempo para respirar y caminar en un círculo lento. Estaba enojado ahora. No solo con ella. Pero particularmente con ella. Había estado furioso con Madeline Gracechurch por mucho, mucho tiempo. Y ya que lo había preguntado, iba a dejar que lo tuviera. Aquí, en la oscuridad. —¿Quieres escuchar algo muy divertido? —Supongo que no es una broma de esas que terminan con “chilla más fuerte, muchacha, chilla más fuerte”. —Oh, mucho mejor que eso. Cuando me llegó tu primera carta, no era un capitán. Era un soldado raso. El rango más bajo en el ejército. Indisciplinado. Desinteresado. Demasiado pobre para permitirse zapatos. Ahí llegaron tus cartas para el Capitán Logan MacKenzie. Que broma. Se burlaban de que debía haber hablado con una chica antes de partir, de que me hice pasar por más de lo que era. —Pasó una mano a través de su cabello—. En poco tiempo, me llamaban “capitán” cada vez que les daba la espalda. Mi sargento me había azotado por darme aires. —Y me culpaste. —Por supuesto que te culpé. Eras culpable. Había leído tus cartas. Sabía que no eran nada más que fantasías para una mimada debutante inglesa que no tenía ganas de dar una vuelta por Almack’s esa temporada. Pero las cartas seguían llegando. Las burlas también. Y después de un tiempo, comencé a pregúntame… ¿no podría ser capitán? Se los mostraría a todos. —Suena muy parecido a ti. Ambicioso. Determinado. Resopló.

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—Era absurdo. ¿Tienes alguna idea de lo estúpida que es para un soldado raso enlistado, sin dinero e incluso menos conexiones, la noción de establecer su objetivo en convertirse en capitán? —Pero lo hiciste. —Aye. Lo hice. Me tomó cuatro años, pero lo hice, una promoción y una comisión de campo a la vez. El nombre en las cartas se volvió real. Las bromas de los hombres se convirtieron en respeto. Y las letras dentro, también estaban cambiando. Eran… más amables. Atentas. Malditamente extrañas, pero atentas. Me enviabas noticias de los pequeños Henry y Emma. Aquí había niños orando por mí todas las noches, como si fuera parte de su familia. No puedes entender, Maddie. Pasé mi juventud en los establos, o acurrucado debajo de mi andrajoso tartán en el piso. Nunca había tenido eso. Nunca en toda mi vida. Me sentía como un tonto por ello. Pero comencé a orar por ellos también. —Logan… —Entonces ahí estabas tú. Esa mujer extraña y dulce que no me reconocería en la calle, pero me contaba todos sus secretos, e hizo más de mí de lo que yo mismo podría haber hecho. Alguien que soñaba conmigo, deseando sujetarme en sus brazos. Sentía… —Su voz de desvaneció—. Sentía como si hubiera jalado un hilo suelto en el tartán de Dios, y a un mundo de distancia. Alguien jaló hacia atrás. Lo que eran mentiras y tonterías para ti eran más que eso para mí. Tus cartas me dieron el sueño que no sabía imaginarme. Me trajeron a la vida. Y luego me diste por muerto. Maddie presionó una mano en su boca. —Logan, lo siento mucho. Me preocupaba por ti. Lo que sentías… lo sentía también. Nunca hubiera seguido escribiendo por tanto tiempo de otra manera. Sabía que de alguna manera eras real. —No digas eso. —La agarró por los brazos y la sacudió un poco—. No me digas que era real para ti, y luego te alejaste para nunca más pensar en mí. Eso solo lo empeora. —Entonces dime cómo mejorarlo.

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—Es inútil. —Sacudió su cabeza—. No hay nada que puedas decir. Posó su mano en su mejilla. —¿Ni siquiera te amo? Las palabras lo mecieron. Se rehusó a dejarla verlo. —No. No quiero escuchar eso. —Bueno, quiero decirlo. Ahora, cuando no hay obligaciones. No hay amenazas sobre mi cabeza. No hay mentiras que proteger. Te amo, Logan. De alguna forma… comenzó antes de conocerte. —Eso no tiene ningún sentido. —Sé que no lo tiene. —Sonrió—. Pero es verdad. —No. —Tomó su rostro entre sus manos y lo sostuvo con fuerza—. Eso no es verdad, y lo sabes. He tenido suficiente de falsedades. —Te amo, Logan. Eso no es una mentira. Apretó la mandíbula. —Esas palabras siempre son una mentira. Quizás, esas palabras no eran falsas para todos. Pero siempre eran una mentira cuando se las dijeron. Todos quienes habían dicho amarlo lo habían abandonado. Decepcionado. Dado por muerto. Y ella no era diferente. Le había dado una falsa muerte en el campo de batalla, y cuando había forzado su camino de regreso a su vida, había encontrado una forma para deslizarse fuera de su alcance. Justo en ese momento, sus baúles estaban empacados. Estaba planeando dejarlo por la mañana. ¿Y ahora se atrevía a perseguirlo y decirle esto? Inclinó su cabeza y presionó su frente con la de ella. —Detente.

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—¿Crees que no he intentado detenerme? De hecho, intenté con todas mis fuerzas no comenzar en primer lugar. Ninguna estrategia fue exitosa. —La yema de sus dedos rozó su mandíbula—. No puedo evitarlo. Y no puedo negarlo más. Te amo. Si algo sale de eso o no, quiero que lo sepas. No dejaría esas palabras en su corazón. No las creería. Pero las utilizaría a su favor, de la forma que pudiera. Ella besó su boca, tan suavemente. Luego su mejilla. Luego su sien. »¿Recuerdas la primera noche que hicimos el amor? —susurró, deslizando sus manos alrededor de su cintura—. Era Beltane. Todos estaban reunidos alrededor de la hoguera, y nos escabullimos en secreto. —Sí. —Las palabras se deslizaron como un gemido. Podía sentirse cediendo ante la dulce calidez de ella—. Lo recuerdo. —Recuérdame qué pasó después. ¿Extendimos tu tartán en el brezo e hicimos el amor debajo de las estrellas? Sacudió su cabeza, acariciando su garganta. —Casi lo hicimos. Era tentador. Pero quería que nuestra primera vez fuera en una cama adecuada. —Oh, es cierto. Ahora lo recuerdo. Lo miró fijamente, esperando. Suficiente de bromas. Necesitaba saberlo. Logan hizo su voz grave. Enmarcó su rostro en sus manos y le dio una ligera sacudida para asegurarse que estaba prestando atención. —Si no quieres esto, dímelo ahora. Sé que eres curiosa. Sé que tienes deseos. Y si un poco de exploración es todo lo que buscas, no hay vergüenza en eso. Pero eso no es lo que ocurrirá si lo hacemos esta noche. Sus labios se separaron, pero no habló.

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—Quiero decir que te haré mía, mo chridhe. Te tocaré por completo. Probaré todo de ti. Te conoceré desde adentro hacia afuera. Una vez que te haya tenido así, no voy a dejarte ir. Nunca. Y en respuesta, dijo una sola palabra: —Bueno. Muy bien. Había intentado advertirle. Le había dado todas las oportunidades de oponerse. Había pedido esto. Hizo lo que había estado amenazando con hacer desde la primera noche. La tomó y la arrojó sobre su hombro como un saco de avena. Y llevó a su esposa a casa. A la cama. Podría haber parecido extraño supuso Maddie, para una mujer que actualmente estaba colgada sobre el hombro de un escoces con el cabello y los pies colgando en el viento de la noche, reclamar ese momento como cualquier tipo de triunfo. Pero victoria era exactamente lo que sentía. Al fin estaba recibiendo al hombre de sus sueños. En sus propios términos. Y a menos que su amado Highlander quisiera exponerse como un mentiroso descarado… Esta noche iba a ser muy, muy, muy buena. El castillo estaba completamente oscuro. Cada fuego había sido apagado. La luz de la luna los llevó hasta el interior, luego Logan fue forzado a bajarla. Recogieron una vela y un pedernal de la mesa en la entrada del vestíbulo, luego de un montón de maldiciones y tanteos en la oscuridad, la encendieron. La pequeña luz amarilla brillaba como una promesa. No era una chispa llevada a casa desde la hoguera, pero era una que habían creado ellos mismos.

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Una llama nueva. Un nuevo comienzo. Nada en el pasado importaba ya. Ahora solo existía el futuro. Y el futuro era suyo para tomarlo. Maddie colocó la vela en un soporte, y juntos subieron las escaleras hasta su dormitorio. Su dormitorio. Su corazón comenzó a golpear con más fuerza a cada paso. Cerró la puerta detrás de ellos y giró la llave en la cerradura. Luego se encontró clavada contra la puerta. La enjauló allí con su cuerpo, usando una mano para enrollar su cabello aflojado alrededor de su puño, levantándolo y alejándolo. Entonces su boca, caliente y hambrienta, descendió sobre su cuello. Jadeó con el dulce golpe. El firme jalón de miles de terminaciones nerviosas. Su lengua, corriendo desde su clavícula hasta su oreja. Sus rodillas se tambalearon. Apoyó su brazo contra la puerta. Se desplomó hacia adelante allí, incapaz de moverse mientras le cubría cada centímetro de su cuello con besos y barridos posesivos de su lengua. El rastrojo de su barba raspaba contra su piel, añadiendo un contraste deliciosamente agudo al suave calor de su boca. Pronto todo su cuerpo se encendió. Debajo de su corsé, sus pezones presionados en puntos duros, ansiaban ser tocados. Ansiaba su boca. Y sus besos avivaron un dolor bajo y profundo entre sus muslos. Se había mordido el labio para no gritar. Pero cuando alcanzó la copa de su pecho, no pudo retenerse más. Abandonó el último fragmento de autoconciencia y gimió con placer. El sonido solo parecía animarlo. Respondió con un leve gemido propio. Su brazo libre se deslizó alrededor de su cintura, y la acercó. Su erección se presionó contra la parte baja de su espalda. Impresionantemente

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caliente y rígida, incluso a través de las capas de camisa, corsé, vestido, y el pesado kilt. Le besó la oreja ahora, trazando las crestas con su lengua y tomando la protuberancia del lóbulo de su oreja entre sus dientes. Su pulgar encontró su pezón, y lo frotó hacia adelante y hacia atrás. Burlándose ligeramente. La tortura era exquisita. —Logan. Por favor. Intentó volverse para enfrentarlo. Puso la mano en su cintura, prohibiéndoselo. —No todavía. —Pero. . . ¿Cuándo? —Pronto, mo chridhe. Pronto. Sus manos fueron a los cierres de su vestido. Intentó quitarlo y maldijo mientras los soltaba. Su dificultad con los botones le dejó saber que no estaba tan tranquilo y en control como le había hecho creer. Estaba tan impaciente como ella. Tal vez incluso ansioso. Desesperado. Cuando soltó los ganchos, los botones y los cordones lo suficiente para permitir que su vestido se deslizara hasta la cintura, la giró para que lo enfrentara, presionándola contra la puerta una vez más mientras tomaba su boca en un beso posesivo. Sus manos jalaron su vestido y su corsé. Intentó ayudar lo mejor que pudo, liberando los brazos y luego quitándolos para enlazar sus manos detrás de su cuello. Cubrió su pecho desnudo en una mano, levantándolo y amasándolo. Pasó los dedos por su cabello suave y pesado mientras se besaban. Gimió contra su boca, y ella probó el fuego persistente del whisky y su propia dulzura única y escurridiza. Mantuvo esa dulzura escondida del mundo, pero sabía cómo sacarla. Lo saboreó.

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Impaciente, comenzó a tirar de la tela de su camisa, arrancándola del cinturón de su kilt y arrugándola en sus manos. Cuando se las arregló para subir el dobladillo lo suficientemente alto, rompió el beso el tiempo suficiente para que arrancara la prenda sobre su cabeza y la arrojara a un lado. Y cuando se besaron de nuevo, su pecho desnudo encontró el suyo por primera vez. La sensación era para derretir los huesos en su intensidad. Toda esa piel con piel. Calor con calor. Sus músculos sólidos daban forma a su suavidad. Los vellos claros en su pecho se burlaban de sus pezones. Su corazón golpeaba contra el suyo. —Levanta tu falda —murmuró, deslizando su lengua por su cuello. Cielos misericordiosos. Dándole a elegir cualquier palabra para escuchar de los labios de Logan, Maddie probablemente habría elegido te amo. Pero tenía que admitir que, levanta tu falda, tenía un atractivo innegable. Sus partes más suaves y secretas se estremecieron. Obedeció, recogiendo la seda en puñados y subiéndola hasta que el dobladillo llegó a sus rodillas. Sus manos se deslizaron hacia su trasero, y la levantó del piso y la puso contra la puerta, apoyando su cadera entre sus muslos y cerrando sus piernas descalzas alrededor de su cintura. Dio un pequeño chillido de risa. Entonces su boca encontró su pezón, y su risa se convirtió en un suspiro lánguido. La superficie áspera de la puerta raspaba contra su espalda desnuda, pero no se molestó en preocuparse. Sus labios y su lengua estaban haciendo magia en sus pechos, y la dura cresta de su excitación estaba justo donde la quería. Él rodó sus caderas, y una felicidad simple y brillante se extendió

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por ella. Dejó caer la cabeza a un lado y se aferró a él, montando las olas de felicidad. Luego de haber atendido cada uno de sus pechos con placer, la acercó a él y la giró lejos de la puerta, llevándola hacia la cama. —Ten cuidado —susurró, todavía jadeando y riendo—. Está tan oscuro. Sería una lástima que tú… Crash. Él golpeó su cabeza contra la parte sobresaliente del marco de la cama. Maldijo. Juntos cayeron al colchón. Maddie se apresuró para evaluar sus heridas. Apartó el cabello de su frente, rozando las yemas de sus dedos sobre su sien y su coronilla. —¿Estás bien? ¿Estas sangrando? ¿Tenemos que parar? No respondió enseguida. Acarició su cuero cabelludo otra vez. —¿Logan? —Estoy bien, mo chridhe. Me habría golpeado la cabeza así hace días si sabía que me tocarías así. —Alcanzó sus manos y las llevó a sus labios, besando primero la parte de atrás de sus dedos. Luego su palma. Luego, ese sensible brazalete de carne en su muñeca. Y desde ese momento, todo entre ellos era un poco menos frenético y mucho más tierno. Mientras se movía sobre ella, rodando las medias por sus piernas y ayudándola a liberarse de su vestido, se sentía atesorada. Preciosa. Amada.

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Una vez que estuvo desnuda, la colocó en la cama y comenzó a acariciarla por todas partes. Sus palmas se extendieron sobre sus pechos, sus piernas, sus caderas, su vientre. Sus propios dedos picaban por su turno. Quería tocarlo. En todos sus encuentros previos, Logan había estado mucho más controlado. Había decidido cuándo y dónde tocarla. O incluso cuándo y dónde debería tocarse a sí misma. Esta vez, Maddie estaba determinada a ser un participante igualitario. Incluso si se sentía tímida o insegura, no se permitiría ser disuadida. No si sabía lo que quería, y lo hacía. Fue directamente hacia el kilt. Le ayudó con los cierres delanteros, y luego los pesados pliegues del tartán se aflojaron. Empujando la tela a un lado, con impaciencia alcanzó al hombre debajo. Y no tuvo que buscar mucho para encontrarlo. Su erección casi saltó en su mano, llenando su agarre con carne dura y caliente. Acarició de arriba a abajo su longitud, de la forma en que lo había visto acariciarse esa noche, y él gimió con indefenso placer. Su piel era más suave de lo que había imaginado que podría ser. Como terciopelo arrugado. Hizo círculos con su pulgar alrededor de la ancha corona lisa, luego estiró las yemas de los dedos para explorar la gruesa raíz de su polla y el vulnerable saco debajo. Estaba empezando a disfrutar, cuando Logan apartó su mano. —Eso tendrá que ser suficiente por ahora, mo chridhe. O esto terminará antes de comenzar. —Pero… —Después. —Tomó sus manos entre las suyas y las llevó hacia atrás, sujetando sus brazos contra el colchón a cada lado de su cabeza—. No puedo arriesgarme a liberarme. He esperado demasiado tiempo para esto. —Derrochó besos a lo largo de su cuello—. Días. Semanas. Años.

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Manteniendo sus brazos clavados en el colchón, lamió y besó su camino hacia el centro de su cuerpo. Cuando alcanzó su ombligo, hizo una pausa. —Quiero probarte, mo chridhe. Intenta no patearme en la cabeza esta vez. A pesar de la advertencia, sus caderas aún se resistieron cuando puso su lengua a su lugar más íntimo. Oh, era bueno. Muy… muy… muy bueno. En un instante, la tenía retorciéndose debajo de él. Exploró cada pliegue y hueco con su lengua, rodeando su botón antes de deslizarse para sumergir su lengua dentro de ella. —Logan, por favor. Estoy demasiado cerca de… No mostró señales de detenerse. O siquiera reconocer sus súplicas. Al contrario, redobló sus esfuerzos, acariciándola y lamiéndola hasta un clímax feroz y súbito. —Eso es injusto. —Hizo una mueca entre respiraciones dificultosas—. Ni siquiera me dejarías tocarte. Soltó sus brazos y se echó hacia atrás sobre sus caderas. —Es mejor de esta forma. La unión será más fácil para ti si ya has encontrado tu culminación. —Acarició su mejilla—. No quiero lastimarte. Mientras se instalaba entre sus muslos, deslizó sus manos sobre sus brazos desnudos, disfrutando los contornos de su fortaleza. »¿Lista? —preguntó, posicionándose sobre sus codos. —Sí. Sí. Cuando empujó dentro de ella, dolió. Maddie tuvo que morder su labio para no gritar. Empujó más profundo en golpes pacientes, y sintió que su cuerpo se estiraba lentamente para acomodarse al suyo.

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Cuando al fin estaba completamente dentro de ella, permaneció inmóvil por un momento. Solo sosteniéndola. Su cuerpo comenzó a relajarse. —¿Estás bien? —preguntó. Asintió. Cuidadosamente se retiró un poco, luego volvió a entrar, alcanzando una nueva profundidad dentro de ella. Ambos gimieron. »Estás tan apretada —murmuró, sonando preocupado. —Creo que es más bien que eres muy grande —dijo—. Pero no tienes que preocuparte. Estoy bien. Fue lentamente al principio. Pero lentamente no duró mucho. Pronto un ritmo más urgente se apoderó mientras sus estocadas aumentaban tanto en rapidez como en intensidad. La fuerza de su pasión le quitaba el aliento, pero Maddie estaría condenada antes de pedirle que se detuviera. Le encantaba sentir cuánto la deseaba, cuán desesperadamente su cuerpo necesitaba el suyo para estar completo. Comenzó a murmurar palabras que no entendía. Pequeñas promesas dulces en gaélico, o así se halagó en pensar. A pesar de que no podía descifrar su significado, no había duda en el tono de su voz. Era uno de emoción pura. Estaba segura de que había escuchado algunas frases familiares en la mezcla: Maddie. Mo chridhe. Na tréig mi. Envolvió sus piernas alrededor de sus caderas y se aferró a sus hombros, sujetándolo tan fuerte como pudo. Luego él llegó a un punto en el que no había más palabras. Se apoyó en un codo y deslizó el otro brazo bajo su cintura, atrayendo su fuerte cuerpo

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contra el suyo. Cuando él empujó, su polla llegó a un lugar tan profundo dentro de ella que lo sentía en todas partes. Luego de unas estocadas finales, se estremeció y gimió. Se desplomó encima de ella y enterró su rostro en su cuello. Puso sus brazos alrededor de los suyos, abrazándolo más cerca. Se quedaron allí juntos, solo respirando. Su corazón nunca había estado tan lleno. Muy pronto, comenzó a escuchar ruidos desde los pisos inferiores de la torre. Los hombres y los sirvientes estaban regresando de la hoguera. —Quizás debería bajar a encontrarlos. —Comenzó a levantarse de la cama. —No, no. ¿Dónde crees que vas señora MacImpaciente? —Agarro su brazo y lo tiró. Ella se echó a reír mientras volvía a la cama. —¿Cómo me llamaste? —Creo que… —rodó para enfrentarla y la vio sorprendida—, te llamé mi esposa. —¿Estamos completamente casados esta vez? —Por supuesto que estamos casados. Alzó una ceja. —¿Estás muy, muy seguro? —Acabamos de consumar la relación, Maddie. Te lo advertí, una vez que te tuviera de esta manera… —sus ojos se intensificaron—, no puedes pedirme que te deje ir. —Oh, Logan. No te estoy pidiendo eso. Quiero ser tu esposa. Más que nada. Solo estaba bromeando cuando te pregunté si estabas seguro. —Quitó el cabello de su frente—. Lo siento mucho.

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Su expresión tormentosa no se aclaró. Rozó su pecho desnudo, acurrucándose cerca. —Créeme, no hay ningún lugar donde prefiera estar que aquí. Contigo. Los hombres de abajo tendrían que arreglárselas por sí mismos. Presionó un beso en la parte inferior de su mandíbula, luego deslizó su lengua por su cuello, deseando que el tendón se relajara. Había sido desconsiderado de su parte burlarse de él de esa manera, sabiendo lo que sabía ahora acerca de su infancia. Podrían ser meses, incluso años, antes de que esas pesadillas desaparecieran y dejara de preocuparse de que lo abandonaría en el momento en que le diera la oportunidad. Mañana comenzaría a encontrar otras maneras de tranquilizarlo. Esta noche esperaba que los besos serían un buen comienzo.

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E

n la mañana, Logan se despertó solo. Tuvo un momento de soñoliento e irrazonable pánico… hasta que encontró una nota sobre la almohada a su lado.

Mi queridísimo Capitán MacDormilón,

Perdóname. No quería perturbar tu bien merecido descanso. Cuando despiertes, tu desayuno estará esperando en el piso de abajo.

Tu amada esposa

Usando una camiseta, pantalones sueltos y una descarada sonrisa, entró en el salón. Sus hombres se sentaron reunidos en torno a la larga mesa. Logan aclaró su garganta. —Buenos días. Todas las cabezas giraron para mirarlo de frente. Lo consideraron en silencio por un momento. Y luego, al mismo tiempo, se levantaron sobre sus pies y rompieron en un aplauso espontáneo. —Hurrah. —¡Por fin! —Entonces, saluda al público.

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Logan acabó con una seña las burlas, pero no pudo atreverse a detener el regocijo. Sabía que esto también era un símbolo de suerte para ellos. Ahora Lannair era realmente el hogar. Para todos ellos. Eso era algo para celebrar. Miró alrededor del Alto Salón con una nueva perspectiva, teniendo en cuenta cualquier nueva grieta en el yeso que necesitara arreglo, cualquier parte del revestimiento de madera que se hubiera opacado con el tiempo. Los hombres iban bien encaminados en terminar sus propias cabañas. A partir de hoy, Logan podía volver su atención a hacer de este castillo un hogar. Tendría que hacer algo acerca de esa empinada escalera antes de que cualquier niño viniera. El mero pensamiento de la paternidad era vertiginoso, en todas las mejores y peores maneras. —Te tardaste bastante, pero supongo que valió la pena esperar. —Rabbie se adelantó y lo golpeó en el hombro—. Buen trabajo, Capitán. Y justo a tiempo. Después de lo de anoche, Callum puso su vista en una de las muchachas de la aldea. Ahora la puede cortejar apropiadamente. El rostro de Callum se llenó de color. —No estoy cortejando a ninguna de las muchachas. —Vi cómo la mirabas, todo ojos tontos. Le doy una semana. Logan había soportado las bromas con buen humor, pero no podía ignorar la preocupación persistente en sus entrañas por más tiempo. —¿Han visto a mi esposa? —preguntó. —La señora MacKenzie está en la cocina. —Munro le lanzó un guiño antes de reintegrarse a los planes. ¿La cocina?

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Desconcertado, Logan hizo su camino a la antigua cocina del castillo, con sus techos altos e inmensa chimenea. Incluso antes de que hubiera entrado en la habitación, un aroma conocido lo asaltó… un agudo sabor metálico. Rodeó la puerta de entrada para encontrar una escena que lo detuvo en seco. Maddie estaba de pie en el centro de la habitación, llevando una expresión lamentable y un delantal manchado con sangre. —Buen Dios, Maddie, estás… —¡Estoy bien! —se apresuró a asegurarle—. Nada de eso es mío. Estoy bien. —¿Qué diablos pasó? ¿Alguien ha sido asesinado? —No. —Con su muñeca, limpió su frente y luego desplazó un terco mechón de cabello con un soplo de aire—. Estoy haciendo haggis16. Grant está ayudando. Ladeó su cabeza hacia la esquina, donde el gran hombre se sentaba cortando cebollas y murmurando para sí mismo. Después de una sorprendida pausa, Logan rompió a reír. ¿Ella estaba haciendo haggis, de entre todas las cosas? Parecía la confesión más adorable en el mundo. »Lo sé, es la cosa más absurda que alguna vez haya hecho. Y cuando se trata de mí, eso es decir algo. Pero les di a Cook y a Becky el día libre, después de su duro trabajo de ayer. Encontré un libro de recetas y pensé que podría hacerme cargo, ya que mi tía se fue esta mañana. —¿La tía Thea se fue? Ella asintió.

Es un plato escocés muy condimentado y de sabor intenso. Normalmente se elabora a base de asaduras de cordero u oveja (pulmón, estómago, hígado y corazón) mezcladas con cebollas picadas, harina de avena, hierbas y especias, todo ello embutido dentro de una bolsa hecha del estómago del animal y cocido durante varias horas. 16

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—El carruaje ya estaba listo y embalado, así que le pedí que siguiera adelante. Va a darle las noticias de nuestro matrimonio a mi padre e invitar a todos a unas vacaciones tardías de verano. Ha pasado mucho tiempo desde que estuvimos todos juntos, y ahora no hay nada que nos mantenga separados. No puedo esperar a que Emma y Henry te conozcan. Logan también se encontraba ansioso porque eso sucediera. Ella pasó la punta de un dedo rojo sobre la página del libro de recetas. —¿Tienes alguna idea de lo que está en esto? Él asintió. —Corazón de oveja, pulmones e hígado, todos metidos en su estómago… más avena y un poco de salsa. Ella le dio una mirada inexpresiva. —Y sin embargo todavía comes eso. —Con tanta frecuencia como puedo conseguirlo. —Echó una ojeada dentro de la olla al grumoso y deforme haggis—. No se ve tan mal. —¿En serio? —Entonces echémosle una mirada a tus tatties17. Ella se sonrojó y cruzó los brazos sobre su pecho. —¿Qué? ¿Ahora? ¿Aquí? —No esas. Tus tatties. Las papas, mo chridhe. —Ah. —Se mordió el labio—. Creía que era un poco temprano en el día para todo eso. Él atrapó la parte de atrás de su delantal y le dio una mirada retorcida. —Créeme, nunca es muy temprano en el día para todo eso.

Juego de palabras. Tatties suena como titties (senos). Las Tatties son patatas que generalmente se utilizan para acompañar al haggis. Pueden ser fritas o en puré. 17

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Cuando ella alcanzó las papas, dejó caer una de sus dedos escurridizos. Se salió de sus manos y por poco lo golpea a él en la cabeza. Solo lo salvaron sus rápidos reflejos. —¡Oh! Lo siento. —Vamos a sacarte de la cocina antes de que alguien salga herido. —Deshizo el lazo del delantal, atado en la parte posterior de su cintura y lo sacó por encima de su cabeza. Luego levantó una toalla, la humedeció con agua y limpió sus manos, un delicado dedo a la vez—. No puedo comprender qué te poseyó para encargarte de esto esta mañana. —¿No puedes? —Levantó la vista hacia él con una sonrisa siniestra—. Estaba emocionada acerca de ser la señora MacKenzie. Ansiosa por meterme en el papel. Pero no sé si alguna vez seré una novia Highland apropiada. Logan acunó su mejilla en su mano. Estaba a punto de decirle que ella era la única esposa que alguna vez podría desear, novia Highland apropiada o no. Pero las palabras se atascaron en su garganta justo el tiempo suficiente para que un explosivo estrépito se les adelantara. Bang. Maddie dio un pequeño grito de alarma y se contrajo cerca de él. —Cálmate, mo chridhe. Solo es el haggis, que ha explotado. —¿Hice un haggis explosivo? Oh, Señor. Él miró hacia la olla y siseó hacia el arruinado budín. —Antes de que lo pongas a cocer, tienes que darle un pinchazo con un… Un rugido salvaje hizo eco a través de la cocina abovedada. Logan dejó caer la tapa de la olla y se volteó. Jesús.

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Grant se había levantado del asiento donde había estado cortando cebollas. La explosión debe haberlo sorprendido. Lucía una mirada más salvaje y aterrorizada de la que Logan le había visto en meses. Pero una cosa era diferente. Esta vez, Grant estaba abrazando a Maddie. La tenía envuelta con un brazo, y con la otra mano sostenía el cuchillo de cocina en su garganta. —¿Dónde estamos? —preguntó—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué es este lugar? ¿Dónde están mis niños? Logan atrapó la mirada de Maddie. —Estoy bien —dijo ella con suavidad—. No tengo miedo. No quiere lastimarme. Solo está confundido. Logan deseaba que él pudiera sentirse tan seguro de ello. Entre la explosión y el olor a sangre suspendido en la habitación, solo podía imaginar los lugares infernales por los que la mente de Grant podría haberle llevado, o qué tipo de enemigo pudiera pensar que sea Maddie. —Calma, Grant —dijo—. Estás en casa, en Escocia. La guerra terminó. —No. —Balanceó su cabeza de un lado a otro—. No, no, no. No me eches ese cuento de nuevo, Capitán. No otra vez. Día tras día es lo mismo. Me dices que iremos a Ross-shire mañana. Siempre mañana, nunca hoy. Logan se tragó una maldición. De todas las veces para que Grant uniera unas pocas piezas de su destrozada memoria. —Tranquilo, mo charaid. Vamos a calmarnos y a sentarnos ante un buen vaso de… —¡Quiero saber ahora! —gritó Grant, sosteniendo el borde de la cuchilla contra la pálida garganta de Maddie—. Dime la verdad, MacKenzie. —Primero, deja ir a la muchacha. —Logan se movió hacia él, con las manos abiertas y levantadas—. Te diré la verdad, pero debes dejarla ir.

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Grant negó con la cabeza, manteniendo a Maddie en un fuerte agarre. —¿Dónde están ellos? Quiero a mis niños. Mi familia. Quiero la verdad. —Solo cuéntale —susurró Maddie—. Por favor. Logan se fortaleció a sí mismo y miró a su amigo a los ojos. —Están muertos. Todos están muertos. —Es mentira. —No. Fuimos juntos allí, hace meses. Los pequeños perecieron de tifus un buen año atrás. Lo que permanecía de la aldea había sido desahuciado. Las casas fueron totalmente quemadas, y los sobrevivientes habían sido enviados a Canadá. Su barco se hundió en mares turbulentos. No quedó nada. —No. —Grant presionó el cuchillo en la garganta de Maddie—. No, me estás engañando. Yo lo recordaría. —Viste sus tumbas, mo charaid. Al lado de la vieja iglesia, debajo del árbol de serbal. Me paré a tu lado mientras llorabas y orabas por ellos. El rostro de Grant se contorsionó con angustia. El gran hombre sollozaba y su agarre se aflojó. Logan hizo contacto visual con ella. —Vete. Ahora. Ella se agachó bajo el brazo de Grant y escapó a un lado de la habitación. Antes de que Grant pudiera alcanzarla, Logan caminó en dirección a él. —Soy con quien estás enojado. Vuelve el cuchillo hacia mí. El gran hombre dio un aullido inhumano e hizo justamente eso, cargando hacia adelante y blandiendo el cuchillo de cocina en un amplio

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arco. Logan se agachó lo suficientemente rápido para ponerse fuera del camino del brazo, pero el sonido del acero pasó muy cerca de su oído. —¡Logan! —lloró Maddie. Grant cambió de dirección entonces, cargando otra vez. Logan se movió rápidamente hacia atrás, sobre la mesa, poniendo una barrera entre ellos. Dieron vueltas alrededor de ella mientras Grant perseguía y Logan permanecía en retirada. Logan mantuvo su voz plana. —Madeline, sal de la habitación. —No. —Dije vete, Maddie. —No te voy a dejar solo con él. No de esta manera. —Por el rabillo del ojo, Logan la vio estirarse para alcanzar un enorme removedor de madera y levantarlo como un bate de cricket. Luego su atención se movió de regreso a Grant. Del otro lado de la mesa, el maltratado soldado niveló el cuchillo con una mano temblorosa. —¿Qué le ha sucedido a mi mente, Capitán? No puedo retener los días. Se deslizan a través de mis dedos. La última cosa que recuerdo apropiadamente es a nosotros en el campo de batalla. —Fue un mortero en Quatre-Bras. —Mi cabeza estaba zumbando. Todavía está zumbando. Todo el tiempo, el zumbido. La sangre. —Se golpeó a sí mismo en la sien—. Te dije que me dejaras. Deberías haberme dejado. —Yo… —Deberías haberme dejado morir. Entonces, estaría con ellos ahora, no atascado en este infierno. Sintiéndolos morir una y otra vez. Esto es culpa tuya.

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—No podía dejarte, mo charaid. Somos hermanos. Kin18. Muinntir19. No nos dejamos unos a otros atrás. La voz de Grant se volvió un rugido: —Te dije… que me dejaras. ¿Por qué no me dejaste? Con su brazo libre, Grant levantó el extremo cercano de la mesa y la volcó, corriendo hacia adelante. Logan fue arrastrado en el impulso y estrellado contra la pared de piedra. Sintió la veloz quemadura de la cuchilla cortando su carne, pero no podía permitir que lo frenara. Reuniendo su fuerza, atrapó a Grant por los hombros y lo empujó hacia atrás. El gran hombre tropezó con la pata de la mesa volteada, y se desplomaron juntos en el piso. Ahora Logan tenía la ventaja. Montó a horcajadas el torso de Grant, clavando sus brazos a sus costados. Sosteniéndolo quieto. —Respira, mo charaid. Solo respira. Sostuvo a su amigo allí, hasta que una opacidad familiar se apoderó de sus ojos. Y entonces, justo como había hecho mil veces desde esa explosión de mortero, Grant se sobresaltó de regreso a la vida. —¿Qué es todo esto, Capitán? ¿Dónde estamos? Logan casi se ahogó en una onda de alivio. —La guerra se acabó, Grant. Estamos en casa, en Escocia. Seguros. —Oh. Bueno, eso es bonito. —Aye. Lo es. —Jadeando, Logan se movió a un lado. Cuando se movió para pararse, hizo una mueca ante el dolor en su pecho. Probablemente se había roto algunas costillas cuando Grant lo estrelló contra la pared.

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Parientes en gaélico. Personas en gaélico.

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Se volvió, buscando a Maddie. Estaba allí, sosteniendo el removedor como un arma. Totalmente preparada para aporrear a su persona favorita en beneficio de Logan. Dulce muchacha. »Cálmate —le dijo—. Todo está bien ahora. Ella bajó el removedor, pero su rostro permaneció pálido y receloso. —Logan, deberías estar sentado. —Estoy bien. Solo un poco conmocionado. —Hizo una mueca—. Podría tener una costilla rota o dos. Nada que no se reparará. —Logan, por favor. Siéntate de inmediato. Su voz era tan fría y seria. Incluso Grant permanecía mirándolo fijamente. —¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Me ha crecido una segunda cabeza? Entonces, otra vez, no era su cabeza lo que parecía estar manteniéndolos arrobados, sino algo varios centímetros más abajo. Siguió la mirada de Maddie hacia abajo. Oh. Así que eso era lo que la tenía tan preocupada. El cuchillo de Grant estaba incrustado en su muslo. Hasta la empuñadura. Extraño. Había estado tan concentrado en el dolor en sus costillas que ni siquiera lo había notado. Miró fijamente hacia abajo, sintiéndose como un observador separado de su propio cuerpo. Cuando habló, su voz sonaba distante a sus propios oídos. »Espero que Munro quiera dar una mirada a esto. Parpadeó. Dos veces. Y entonces el mundo se volvió oscuro.

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—¡L

ogan! Maddie no estaba preparada para atrapar un metro ochenta de hombre escoces, pero hizo su mejor esfuerzo, estirándose para alcanzar su costado antes de que se cayera.

Ella lo ayudó a deslizarse al piso, siempre consiente del cuchillo. No quería moverlo y lastimarlo más. Una vez que estuvo acostado en el piso, la cabeza en su regazo, trató de revisar su herida. Se hizo a un lado para levantar su kilt. Oh Señor. La herida podría haberla preocupado menos si hubiera sangrado más. Pero no era un corte superficial. Los trece centímetros del cuchillo habían sido enterrados en su muslo. Hasta el tope. Y si no fuera por Logan, el mismo cuchillo podría haber estado enterrado en su garganta. —Logan, Logan ¿me escuchas? Sus parpados se movieron. —¿Mo chridhe? —Si. Si, Logan. Soy yo. —Alejó el cabello de su frente—. Quédate quieto mi amor. Vamos a curarte de inmediato. Entonces sus ojos se pusieron en blanco y el agarre en su mano se aflojó.

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Oh Señor. Oh Señor. Encontró su pulso con las puntas de los dedos. Siempre que siguiera latiendo, podía decirse que todo estaría bien. —¿Qué pasó? —Grant vino a sentarse junto a ella, ahora ignorante del caos que había causado—. ¿Han herido al capitán? —Estará bien —dijo Maddie, necesitando convencerse tanto como necesitaba convencerlo a él—. No te preocupes Grant. Va a estar bien. —Ha salido de peores, es un guerrero. —Sonrió un poco, entonces levantó la mirada hacia ella—. ¿Quién eres tú? —Soy Madeline. La enamorada que le enviaba cartas, ¿recuerdas? Ahora soy su esposa. Soy… —Una lagrima caliente se derramó por su mejilla—. Soy la señora Mackenzie. Ella solo deseaba que Logan pudiera escucharla decirlo. Grant miró de ella a Logan y de regreso. Se rio y golpeó a Logan en el hombro. —Mackenzie, eres un bastardo afortunado. Los otros hombres llegaron corriendo, sin duda por el ruido de la mesa volcándose. —Ayúdalo por favor —dijo Maddie, divisando al cirujano—. Esta herido. Munro se arrodilló a su lado. —No voy a saber que tan malo es hasta que quite el cuchillo. Y no puedo quitarlo hasta asegurarme de que se queda quieto. Tiene un par de costillas rotas. Demasiado movimiento y uno de esos extremos podría perforar su pulmón. —Miró a Maddie—. ¿Tienes algún opiáceo en la casa? Ella asintió. —Claro que sí. Mi tía tiene cerca de veinte brebajes diferentes y tónicos milagro que ordena de las revistas femeninas. Apuesto a que todos son láudano principalmente.

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—Ve y tráelos entonces. Ella asintió y se preparó para levantarse. La mano de Logan apretó un puñado de su falda. —No —murmuro—. Na tréig mi. Su corazón se apretó. —No puedo dejarlo. —Voy a ir a conseguir las medicinas —dijo Rabbie. —En el vestidor de mi tía —dijo ella—. Sube dos tramos de escaleras, la cuarta puerta en el corredor oeste. —Na tréig mi, —jadeó Logan de nuevo—. No me dejes Maddie. —No lo hare. —Tomó su mano en la de ella—. Estoy justo aquí. El la apretó. —Debes jurarlo, mo chridhe. Eres mi corazón. Si me dejas, moriré. Ella puso las manos en su mejilla y lo miró a los ojos. —No voy a dejarte. No vas a morir. Munro va a curarte. Voy a estar justo aquí mientras lo hace. Ni tú ni yo vamos a ninguna parte. Rabbie volvió con un montón de botellas oscuras. Munro las destapó y olfateó una por una. Le dio a Maddie un vial verde oscuro. —Este debería servir. Ella puso la botella en los labios de Logan. —Ahora bebe esto. Hizo lo que le pidió, ahogándose con el amargo liquido con apenas una mueca. Sus parpados comenzaron a ponerse pesados de inmediato. —Munro. —Logan movió la cabeza de lado a lado, buscando al cirujano—. Munro, ¿ves a esta mujer a mi lado?

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—Aye —respondió Munro—. La veo. —¿Ves lo hermosa que es? Maddie se ruborizó. —Aye —dijo el cirujano, sonriendo—. Lo veo. —Bueno, hemos estado casados por semanas ahora —dijo Logan, levantando la cabeza soñoliento—. Solo me he acostado con ella una noche. Y estaré condenado si esa noche será la última. Mejor me reparas, Munro. Tengo mucho placer que dar. —Entendido Capitán. El rostro de Maddie ardía, pero no pudo evitar reírse. Presionó un beso en la frente de Logan. —Maddie… —Su voz se hizo más gruesa. Sonaba como si hablara hacia un túnel oscuro y profundo—. Mo chridhe, yo…yo… —Shh —le dijo ella, reteniendo las lágrimas—. Voy a quedarme contigo Logan. Siempre. Solo por favor promete que te vas a quedar conmigo. Logan atravesó la cirugía fácilmente, o eso asumió más tarde, dado que no podía recordarlo. Fueron los días posteriores los que amenazaron con llevarlo a la tumba. Una fiebre le dio la tarde que Munro removió el cuchillo de su muslo. Los siguientes días fueron una niebla de dormir, escalofríos, compresas frías en su cuerpo, caldos ligeros ofrecidos en cucharas… Y sueños. Su sueño fue un revoltijo de salvajes, vívidos sueños. Tantos sueños que sospechaba que su mente estaba compensándolo por todos esos años de oscuridad. Soñó con gente y lugares que había olvidado hace mucho. Soñó con campos de batalla y ropa de cama. Más que nada, soñó con Madeleine. Sus ojos oscuros y sus delgados dedos, y su dulce esencial sabor.

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Cuando finalmente despertó, su fiebre terminada y su mente en paz, ella estaba justo ahí a su lado. Pero la mujer no lo dejaría salir de la cama. Por nada. Los baños de esponja no eran ni de cerca tan divertidos como un hombre pensaría. Ni siquiera cuando eran administrados por una mujer hermosa. En el tercer día de su tratamiento de invalido, Logan se rebeló. —Espero que sepas que desprecio cada momento de esto. —Lo sé. —Ella lo talló bajo el brazo con una esponja jabonosa—. Es por eso que lo estoy disfrutando tanto. —Soy perfectamente capaz de hacerlo yo mismo. Estoy bien. —Oh no. Te estoy sentenciando a una semana completa de cuidados en la cama. Si lo haces bien, el próximo jueves podría dejarte comer tú solo tu propia parrilla. Logan gruño en respuesta. »Es lo que obtienes por ser heroico y salvar mi vida. Ella se agacho sobre él, acomodando su almohada. La pose le dio una visión directa del valle de su escote. —Ten cuidado, muchacha. Estas tentando al peligro. Ella sonrió. —No eres peligro para mí en este estado. —Eso sonó como un reto. —Hablo en serio Logan. Siempre trabajas muy duro cuidando de todos los demás. Por unos días, voy a cuidar de ti. Y vas a tener que quedarte ahí y aguantarte.

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Logan trató de no lucir tan amargado. No era que le importara su presencia, por supuesto. Él nunca había conocido este tipo de gentileza y atención. Simplemente despreciaba la sensación de inutilidad. Odiaba saber que, si alguien pasaba por la puerta, no podría detenerlo. Pero también tenía que admitirse que había cierto tipo de placer intoxicante en encontrarse rendido. —No tienes que sentarte ahí todo el día —dijo el—. Sé que probablemente tienes trabajo que hacer. ¿Cómo están Rex y Fluffy? Puso la esponja y el contenedor a un lado. —Haciéndolo muy bien de hecho. Ella se rindió. Se emparejaron y entraron a la fase del cortejo. —¿Y…? —estimuló el—. No me dejes en suspenso, ¿qué posición prefieren las langostas para hacer el amor? En respuesta, ella solo sonrió y se encogió de hombros. Logan se enderezó en la cama, la comprensión cayendo sobre él. —Te lo perdiste. Te perdiste todo, ¿no? porque estabas aquí conmigo. —No hay problema. Solo tendré que atraparlos la próxima vez. Fluffy estará lista para aparearse de nuevo en… oh, dieciocho meses aproximadamente. Su respuesta fue ligera, pero él sabía que había sido un golpe. Se estiró por ella. —Maddie. Antes de que pudieran discutirlo más, Munro entro a la habitación para revisar las heridas de Logan. —Estás fuera de lo peor del peligro —declaró—. Sin actividades agotadoras en un mes. —¿Un mes?

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—Un mes. Y si piensas darme problemas con quejas, te sugiero que agradezcas que estás vivo para quejarte. —Mo charaid. —Logan se estiró para tomar la mano del cirujano—. Estoy en deuda contigo por salvar mi vida. Nunca lo olvidaré. Gracias. Munro asintió. —Con eso dicho, espero que tomes esto de la forma más gentil posible. Sal de aquí. Quiero estar a solas con mi esposa. El enorme cirujano dibujó una rara sonrisa. —Eso puedo hacerlo. Una vez que estuvieron solos, Maddie se sentó en la cama junto a él. —Ven aquí entonces. —Él la acercó más, enterrando el rostro en su cuello. Ella se resistió. —Acabas de escuchar al hombre. Esa herida tardará un mes en sanar. Por el último par de días, ambos trabajamos día y noche para mantenerte vivo. No voy a deshacerlo todo ahora. —Si tengo que esperar un mes para abrazarte fuerte, juro que moriré primero de deseo. Ella acarició su cabello con la mano. —Supongo que un gentil abrazo puede ser aceptable. Él supuso que tomaría eso. Ella se acomodó mejor en la cama y se acurrucó contra él, moldeando la curva de su cuerpo a las suyas y poniendo la cabeza en su pecho. Sus dedos frotaban lentamente su cuello, ida y vuelta. Él presiono su nariz en la cima de su cabeza e inhaló profundamente. Ella se rio suavemente contra su pecho. —¿Qué fue eso?

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—Oh Logan. Odio decirte esto. Pero estamos acurrucados. —Ella olfateó el dobladillo de su camiseta—. Y estas haciendo un trabajo excelente. La pequeña descarada. Muy bien, finalmente lo había conseguido. Estaban acurrucados. Y a Logan le gustaba bastante. Le encantaba. Y parecía que ella lo amaba en verdad. O había tenido éxito en convencerse de que así era. Él deslizó su mano por la apretada trenza en su cabello. —No me dejaste. —Ni siquiera por una hora. Él lo sabía. Había estado a su lado a través de todo. La sangre, las puntadas, la curación, la fiebre y escalofríos. Él había sentido su presencia a su lado, sus brazos sosteniéndolo cuando no podía dejar de temblar. Su tenue esencia a lavanda y dulzura lo habían alcanzado incluso dormido. Y los sueños. Había soñado con ella, día y noche, y por primera vez en su vida no había nada frio, oscuro o solitario en esas fantasías. Estaban llenas de más color y luz que un circo. Sus hombros se sacudieron de nuevo, ¿se estaba riendo de él? Él suspiró pesadamente bromeando, entonces se arrepintió. Incluso suspirar dolía. —¿Qué he hecho que es tan gracioso esta vez? Ella no respondió. Porque, tan suavemente como había comenzado a reír minutos antes, había comenzado a llorar. —Estaba tan asustada.

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—Está bien mo chridhe. Está bien. Estoy aquí ahora. Tampoco voy a dejarte. Él inclinó su adorable rostro hacia él. Y entonces la besó, ¿cómo podría no hacerlo? Si trataba de hablar, habría fallado. No había palabras para las emociones llenando su pecho. Su corazón latía tan ferozmente que temía que rompiera sus costillas de nuevo, esta vez desde adentro. O simplemente explotara por estar hinchado con tantos sentimientos. Tanta alegría. Toda esa emoción tenía que ir a algún lado, o seguramente lo mataría. Un beso era la única respuesta. Ella le devolvió el beso, como si significara su propia vida, deslizando los dedos en su húmedo cabello para sostenerlo. Bajo las colchas, partes dormidas de él comenzaron a despertar y afirmar su vitalidad, haciendo demandas. Aun no estamos muertas, decían. —Te deseo —susurró él, jalando el cuello de su vestido e inclinándose para besar su cuello—. Aquí. Ahora. Maddie, te necesito. Te amo. Dios, te amo. El pensamiento se movió por su cabeza, y Logan luchó contra el instinto de soltarlo. No lo dijo en voz alta, pero tampoco lo aplastó como una mosca. Eso se sentía como una victoria. Él movió una mano a su pecho, pasando el pulgar por su pezón hasta que se puso apretado y pasando los dedos bajo el cuello de encaje de su vestido azul para sentir el delicado calor de su piel. Un gruñido posesivo se elevó en su pecho. —Logan… A pesar de su tono infantil, dejó que su cabeza rodara a un lado, dándole más espacio para besar su oreja.

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—Déjame tenerte mo chridhe —deslizó la mano dentro de su corsé, acunando sus pechos—. No seremos molestados. —Logan. —Ella se alejó con obvio arrepentimiento—. Munro dijo que ningún ejercicio agotador. Sabes que no puedo ignorar sus órdenes. Me preocupo demasiado por ti. Él dejó que su cabeza cayera contra la almohada. »Así que… —Ella pasó los dedos por el centro de su pecho vendado, hasta que alcanzaron sus pectorales y llevó los ojos a los suyos—. Tendremos que ser muy muy cuidadosos. Si. Maldita sea, sí. —Puedo ser cuidadoso. Puedo ser tan cuidadoso. —Logan se estiró por ella. —Shh. —Sostuvo esos dos dedos contra su plexo solar y lo empujo, gentil pero firmemente, de nuevo a la cama—. Yo voy a ser cuidadosa. Solo déjame hacerlo todo. —No tienes que hacerlo todo. Sus dedos lo clavaron a la colcha. —Voy a hacerlo todo. Y tú debes acostarte ahí y tomarlo. No había nada en el mundo que viniera menos naturalmente a Logan que reclinarse en un suave colchón permitiendo que alguien más hiciera todo. Mucho menos la mujer que había llegado a atesorar y proteger. Pero a una parte de él le gustaba la idea. Le gustaba mucho, mucho. —Voy a cuidar de ti —susurró en su oído izquierdo. Deslizó su vestido hacia abajo, susurrando en el lado derecho—: Voy a darte todo lo que necesites. Su sensual promesa sin aliento envió escalofríos por su columna y por su espalda. La vista directa de sus pechos dejó sus labios secos con sed.

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Él solo pudo manejar una palabra: —Apresúrate. Ella le dio una sonrisa lenta y traviesa. Ella levantó un pecho con la mano y se agachó, pasando la suavidad con olor a lavanda contra su mejilla sin afeitar. Logan giró la cabeza, atrapando su pezón. Llevó el apretado, lujurioso brote a su boca, y ella dio un jadeo sin aliento que hizo a su polla moverse. Él lamió y jugó con abandono, amando el sabor y la suavidad de ella. Incluso mejores eran los pequeños sonidos que hacia mientras la chupaba más duro. Jadeos y suspiros y bajos, eróticos gemidos. —Se… se supone que yo estoy complaciéndote. Él líbero su pezón solo lo suficiente para responder: —Lo estás haciendo. Él enterró la cabeza, acariciando la parte baja de sus pechos y llevándolos más arriba con la frente así podía lamer la sensible curva debajo. Entonces encontró de nuevo su pezón y lo premió con largos, lentos paseos de su lengua. Cuando la liberó, se volvió a sentar. Sus ojos tenían esa perdida mirada de placer, y sus mejillas estaban ruborizadas. Era adorable. Tan adorable y tan suya. Él había hecho esto. —Quédate muy quieto —le dijo. Ella recogió su falda con una mano, acomodándose entre sus piernas. Él dobló la lastimada por la rodilla, haciéndola a un lado para darle más espacio. Ella quitó las cobijas, exponiendo todo su cuerpo al aire frio de la habitación. Sus ojos se cerraron en anticipación ante su toque. Pero su anticipación no fue respondida.

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Después de una pausa que pareció durar años, abrió los ojos y la miró, ¿Cuál era el problema ahora? Aparentemente ninguno. Estaba mirando la dura curva de su polla, con artística fascinación. De la misma manera en que podría mirar las tenazas de una langosta o las alas de una mariposa. Pasó una mano ligeramente por su muslo. —¿Podría hacer un boceto de ti alguna vez? —Puedes hacer lo que quieras conmigo. Siempre que sea en otro momento. —Su voz estaba temblando. Sus puños apretando las cobijas—. Mujer, estoy muriendo aquí. —Ah. —Mordió su labio con fingido remordimiento—. Bueno, no podemos permitir eso. Finalmente, lo tocó. Su dedo hizo un largo y lento recorrido por un costado de su dureza, rodeando la sensible corona. Él maldijo. Sus caderas moviéndose fuera de la cama. —No te muevas así —dijo ella. —No juegues así —gruño él. Ella tuvo piedad de él. Su mano envolvió su dureza, agarrándolo adecuadamente. Con su primer movimiento, luz brillante pasó por su cerebro, borrándolo. Cayó de nuevo contra la cama, mirando el techo. Si. Eso. Más. Más rápido. Por favor. Él apretó sus ojos para saborear la sensación. Cada dulce, lento movimiento de su mano llevándolo más cerca de la liberación. Y entonces… una nueva sensación se unió a la mezcla. Un frio, gentil movimiento justo en la punta de su polla. Casi como una brisa. Ella estaba lamiéndolo. Pasando esa tímida, rosada e inteligente lengua alrededor de la corona de su erección. Besando y saboreando ligeramente.

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La sensación era intensa. Sublime. Ni de cerca suficiente. Aguantó cerca de un minuto de su exploración antes de que sus muslos se pusieran rígidos. No podía soportarlo más. Con mano temblorosa, se estiró para frotar su cabello. —Tómame en tu boca. Las palabras eran un riesgo. Podría haberla asustado por completo. Podría haber levantado la cabeza y liberado su dolorida polla para darle un discurso acerca de cómo no le daría órdenes. Para aumentar sus probabilidades, siguió con un desesperado: »Por favor. Pero incluso antes de que recordara sus modales, ella lo había complacido, llenando la cabeza de su polla en húmedo y emocionante calor. El placer lo engulló, y gimió desesperado en rendición. »Te amo. Las palabras solo salieron. No pudo detenerlas más. Inmediatamente se maldijo. De todos los momentos idiotas para decirlo por primera vez. Ahora seguramente se detendría. Se alejaría con lágrimas de alegría en los ojos, y tendrían que sentarse a discutir sus sentimientos. Tal vez incluso acurrucarse. Pero no se detuvo. Solo levantó la mirada hacia él, sonrió un poco alrededor de su polla, entonces lo tomó más profundo. Él gruñó de nuevo. »Dios, te amo tanto. Comenzó tentativamente. Entendible, siendo esta su primera vez. Pero no requería exactamente mucho entrenamiento. Él estaba adolorido con necesitad, y ella era entusiasta, aunque no experimentada. Además de morderlo, había poco que pudiera hacer que no se sintiera bien. Era más que buena. Era asombrosa.

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Se encontró rotando su pelvis, luchando por empujar más profundo cada vez que su dulce boca bajaba en él. Comenzó a temer perder el control y empujarla demasiado lejos. »Tómame en ti —urgió—. Necesito sentirte. Llenarte. De nuevo, no tuvo que pedirlo dos veces. Ansiosamente se levantó y subió la falda hasta la cintura, montándolo con cuidado. Logan se estiro entre ellos para posicionarse, separando sus pliegues con la cabeza de su polla. Estaba húmeda. Tan mojada. El conocimiento de que ella encontraba esa atención oral tan excitante como él… Dio un gruñido estrangulado. Se dejó caer en él, y él se deslizo fácilmente la mitad del camino. Con un gentil subir y bajar de sus caderas, lo tomó más profundo centímetro a centímetro. Era el paraíso y una tortura al mismo tiempo. Primero, fue cuidadosa de no tomarlo todo, tomando en cuenta su muslo lastimado. Pero después de algunos minutos, puso las manos en sus hombros y tomó un ritmo que podía decir tenía menos que ver con sus heridas y más con la necesidad de ella. Bien. Él la miró, incapaz de alejar la mirada del rebotar de sus pechos y el evidente placer en su rostro. Era la cosa más excitante que había visto. De repente sus ojos se abrieron. Su mirada encontrando la de él, suplicando. —Logan, yo… Logan. Él sabía lo que necesitaba. Pasando la mano entre la nube de su falda y fondo, alcanzo el lugar donde sus cuerpos se unían. Sin romper el contacto visual, presionó su pulgar en el dolorido nudo en la cima de su sexo. —Eso es, mo chridhe. Deja que suceda. Córrete para mí. Su ceño se frunció, y se mordió el labio. Sostuvo su mirada unos cuantos embistes más antes de cerrar los ojos.

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Se corrió con fuerza, convulsionando alrededor de él y temblando con placer. Su clímax precedió al de él. Con un grito gutural, se rindió, perdiéndose en la sensación. Después, quiso llevarla abajo con él. Quedarse dentro de ella y dejarla quedarse dormida contra su corazón. Pero ella recordó sus heridas y sus deberes de enfermera, y no permitió nada de eso. Se movió a un lado, descansando entre sus brazos. Bueno. Eso estaba bien también. »Solo hay una cosa que aun no entiendo —murmuro ella—. ¿Dónde demonios están esas cartas?

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E

n un instante, Maddie sintió tensarse el cuerpo de Logan. Su corazón acelero el ritmo. —No es lo que crees —dijo él.

—No había formado ninguna idea. —Tuve esas cartas. Lo hice. Las recibí todas, las leí una y otra vez. —Sé que lo hiciste. —Y entonces después de la última, cuando me dabas por muerto… —maldijo bajo su aliento—. Me enojé tanto, las quemé todas en una fogata una noche. Todas excepto una. —Así que cuando sacaste una de esas cartas de tu bolsillo para leérmela… —Estaba recitándola de memoria. Las recordaba en mi corazón. Sin importar cuánto traté de olvidarte, nunca pude sacarte de mi corazón. Ella lo abrazó gentilmente. —Logan. Esa es la cosa más estúpida y dulce que he escuchado. —Que puedo decir. Yo… —Eres dulzura. Pura dulzura. —Iba a decir que estoy enamorado de ti, pero supongo que no es tan diferente. Él atrapó sus manos, y sus dedos se entrelazaron juntos en un nudo apretado en su pecho.

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—Primera regla del amor: no entres en pánico. —¿Cuál es la segunda regla? Creo que mejor pasamos a esa. Ella levanto la cabeza y le dio una sonrisa malvada. —No darle vueltas. Maddie acababa de mover el cuello para darle un profundo, beso apasionado, cuando un golpe sonó en la puerta. —¿Señora Mackenzie? ¿Está ahí? Logan besó la cima de su cabeza. —Me gusta escucharla llamarte así. —A mí también. —Maddie apoyó la barbilla en su pecho y le sonrió—. Supongo que tengo que ir a responder. —No te molestes. —Logan elevó la voz—. Adelante. Con un pequeño chillido de alarma, Maddie se movió para levantarse de la cama. Él brazo de él se apretó a su alrededor. —Quédate justo donde estás. Es difícilmente la última vez que los sirvientes nos encontraran en la cama juntos. Ella podría también acostumbrarse. —Yo soy la que va a tener que acostumbrarse. —Maddie sintió un rubor ya subiendo por su garganta. Pero no se movió. Si Logan la quería a su lado, ahí es donde se quedaría. Siempre. Cuando la doncella entró, Maddie permaneció acurrucada a lado de Logan. —¿Qué pasa Becky? Para su crédito, la doncella lo tomó bien.

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—Yo… siento molestarla señora, pero tiene una visita. —¿Una visita? —Sí, señora Mackenzie. Y es un hombre. —¿Un hombre? —Enderezándose en su codo, Maddie intercambió una mirada sorprendida con Logan—. ¿Esperas a alguien? —No a menos que tú lo hagas. —¿Dio el caballero su nombre? —le preguntó a Becky. La doncella negó con la cabeza. —Olvidé preguntarlo. Ah, señora Mackenzie. Él luce tan… —¿Grande? —No. Extraño. Ahora Maddie estaba completamente perdida. —Por favor muéstrale el salón Becky. Y pídele a Cook que prepare algo de té. Bajaré en un momento. Una vez que la doncella se fue, Maddie le dio a Logan un encogimiento perplejo. »No puedo imaginar quien podría ser. —¿Tengo que estar celoso? —Bueno, debería advertirte, la última vez que tuve a un inesperado caballero de visita… —Sonriendo, miró sus manos enlazadas sobre su pecho—. Esto pasó. —Eso es todo. —Logan liberó su mano y se sentó en la cama—. Voy a ir contigo. —Logan, solo estaba bromeando. Deberías quedarte en la cama. No es necesario.

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—Voy a bajar contigo —repitió esta vez más firme, con tono mandón. Se estiró por su camiseta y se la puso, haciendo gestos mientras pasaba un brazo por su manga—. Solo en caso de que este extraño caballero sin nombre intente algo inapropiado. —Y si lo hiciera, ¿qué harías al respecto? ¿Sangrar sobre él? —Se rio. Él no lo hizo. Le dio una mirada solemne. No era la mirada de un inválido sino la de un guerrero. —Tendría que estar muerto y enterrado antes de dejar de luchar por ti Madeleine. Incluso entonces, movería tres metros de tierra para encontrar la forma. Oh. Su pobre corazón. —Muy bien entonces. ¿Qué más podía hacer cuando le decía esas cosas? Maddie sabía que era mejor que tratar de disuadirlo. Si su mente estaba empeñada en levantarse de su cama, de nada valía discutir. Y para ser honesta, se sentía confortada por verlo saludable y de pie. Fueron despacio. Ella acomodó su fèileadh beag20 en su cintura y lo ayudó a bajarse la camiseta sobre el torso vendado. A pesar de sus protestas masculinas de que podía hacerlo solo, ella insistió en que se sentara mientras ella atacaba su salvaje cabello con un peine. Cuando estuvo presentable, hicieron su lenta travesía por el pasillo, brazo con brazo. La identidad del hombre en el salón fue una verdadera sorpresa. —Soy el señor Reginald Orkney —anunció. Becky tenía razón; el hombre lucía tan fuera de lugar en su salón a las once de la mañana como Maddie se había sentido en el baile de Lord Varleigh. Estaba vestido en un abrigo de tweed, pantalones azul oscuro y 20

Falda escocesa en gaélico.

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pesadas botas de soldado. Cuando entraron a la habitación, se levantó de su silla, quito el sombrero de su cabeza y los saludo con una inclinación profunda. —Buenos días señorita Gracechurch. —Se inclinó de nuevo en dirección a Logan—. Capitán Mackenzie. —De hecho —dijo ella—. Ahora es Capitán y señora Mackenzie. —¿Es cierto entonces? ¡Bien! —El señor Orkney aplaudió en sorpresa. Desafortunadamente, el gesto aplastó el sombrero que tenía aun en una mano. Incómodamente lanzó la cosa al piso y la pateó bajo una silla—. Mis felicitaciones para ambos. Y entonces no mostró signos de decir nada más. Después de un momento en silencio, Maddie apuntó: —Señor Orkney, ¿a qué debemos el placer de su visita? —Ah. Sí, eso. No estoy seguro de que la visita tenga un propósito ahora, extrañamente. Vera, señorita Gracechurch —o señora Mackenzie debería decir— confieso que venía esperando comprometerme con usted. La tensión en la habitación escaló a un nuevo nivel. —¿Vino a proponerse? —Logan sonaba increíblemente envidioso. El señor Orkney lucia medio aterrorizado. —No comprometerme con ella como esposa —arregló rápidamente el hombre—. Tan adorable como podría ser, tengo una esposa. Oh querida. Parece que estoy haciendo un enredo. —Aclaró su garganta y comenzó de nuevo—. Señora Mackenzie, vine esperando comprometer sus servicios. Como ilustradora. Logan se relajó. —No hay razones para que no pueda contratar el trabajo de mi esposa. Incluso aunque estamos recién casados, ella quiere seguir ilustrando. —Bajó la mirada a ella—. ¿O no? —Cierto —dijo Maddie.

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—Bueno, es excelente escuchar eso —respondió el señor Orkney—. Privar al mundo de tal talento sería una tragedia. —Pero señor Orkney ¿está seguro de que quiere contratarme? Tal vez aún no ha recibido mi carta. Hubo un retraso, algo así, con las langostas. —Sí, sí. Pero eso no tiene importancia. Este es un nuevo proyecto, verá. Puede que haya notado que soy un tipo diferente de naturalista que Lord Varleigh y sus amigos. No tengo deseos de atrapar las cosas y traerlas de Inglaterra como estatuas. Prefiero estudiar y grabar mis investigaciones en la naturaleza. Mi objetivo para este viaje es grabar a los moluscos y crustáceos nativos de las Bermudas. —Las Bermudas. Mi dios, que aventura. —Si. He venido aquí para preguntarle, señorita Gracech… señora Mackenzie, si estará disponible para unirse a la expedición como nuestra ilustradora. Maddie no pudo hablar por un momento. ¿Él quería que se les uniera en una expedición a las Bermudas? El señor Orkney se jaló la oreja. »Es con muy poca anticipación, me temo. No habíamos planeado irnos hasta más tarde este verano. Pero la semana pasada nos ofrecieron pasajes en un barco que sale de Port Glasgow el próximo jueves. No podía dejar pasar la oportunidad. —¿El próximo jueves? Así que está pidiéndome que me vaya… —Inmediatamente. —Puso cara de disculpa—. Eso me temo, sí. Una vez que tenga sus cosas, viajaremos a Glasgow y usaremos el tiempo restante para arreglar suplementos para el viaje. Es bienvenida a traer compañía, si desea una. Como sea, mi esposa estará viajando conmigo. Sé que estará feliz por la compañía femenina. Cuando la cabeza de Maddie dejó de girar, se las arregló para responder:

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—Suena como una oportunidad más que emocionante, y me honra que pensara en mí. Pero estoy recién casada, como ve. Mi esposo está recuperándose de una herida. Simplemente no puedo… La mano de Logan se apretó en su brazo. —¿Por cuánto tiempo se iría? —Cerca de seis meses. Logan asintió. —¿Nos daría un momento para discutirlo? —Pero por supuesto. —El hombre hizo otra reverencia, más profundamente que nunca. Maddie siguió a Logan al pasillo, confundida. ¿Qué había que discutir? No necesitaba disuadirla de hacerlo, si eso pretendía. Ya había expresado su intención para declinar muy a su pesar. Él dijo: —Creo que deberías ir. —¿Qué? —Creo que deberías acompañar al señor Orkney en su expedición a las Bermudas. Ella no podía creer esto. —¿Qué pasa con todo lo que nos dijimos en Beltane? ¿Lo que compartimos en la cama esa noche? Si te has olvidado de todo, seguramente debes recordar hace veinte minutos. Su boca se curvó en una pequeña sonrisa. —Créeme, no voy a olvidar lo de hace veinte minutos en toda mi vida. Aun creo que deberías ir. —Creí que querías que nos quedáramos juntos. Siempre.

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—Lo que quiero es apretarte y nunca dejarte fuera de mi vista de nuevo. Lo que quiero es pasar cada momento de cada día contigo y abrazarte piel con piel cada momento de cada noche. Te amo hasta la locura. Pero soy lo suficientemente racional para saber que quiero esas cosas porque tengo dificultades con la confianza. —Y lo entiendo. —Sé que lo haces, eres una dulce muchacha. Eso no cambia que sea mi problema para resolver. —La tomó de los hombros—. Esta es una oportunidad destacable. Una expedición a las Bermudas. Ilustrando vida, más que esas cosas muertas y polvorientas que te mandan. Una oportunidad de viajar y establecer tu carrera. Es lo que has estado esperando. —Pero… Logan, no quiero… —Quieres ir. —Él puso los dedos en sus mejillas—. He visto tu estudio, mo chridhe. Ese mapa desgastado con todos esos pines. No puedes decirme que no quieres ir. —Parte de mi podría —admitió ella—. Pero todo de mi quiere estar contigo. —No voy a ningún lado. —¿Qué si estoy embarazada? —Es improbable después de tan pocas veces. ¿Cuándo esperas tu periodo? —En cualquier momento ahora. —Entonces probablemente sepas por seguro antes de que el barco zarpe. Mientras tanto, bien podrías prepararte. Una oportunidad así no llega cada día. El señor Orkney podría ser tu mejor oportunidad de perseguir tu sueño. —¿Mi sueño? —Ella arqueó una ceja—. ¿Desde cuándo le das algo de crédito a mis sueños? —Llámalo un reciente descubrimiento.

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—Si me preguntas, estás asustado. Estás tan asustado de que piense en irme, que me estas alejando. Él se encogió de hombros. —Puede que tengas razón. Dices que me amas, pero no puedo dejar de pensar… ¿Cómo puedes estar segura? Te he conocido por años. Tú solo me has conocido por un par de semanas, ¿y ahora dejarás pasar la oportunidad de tu vida? ¿Cómo sé que soy lo que quieres? Tal vez aun te escondes tras la historia. —Así que ahora soy la chica que crea cuentos. Porque inventé un oficial escoces hace un tiempo, ¿nunca vas a creer que en verdad te amo? —Lo que estoy diciendo es esto, Madeleine. ¿Si siguieras tu sueño y volvieras a mi…? Creería eso. Ella lo miró por mucho rato. No podían vivir así, siempre dudando el uno del otro, siempre cuestionando si su vínculo era por amor real o un arreglo conveniente. ¿Estaba en sus corazones que encajaban juntos como dos piezas de un rompecabezas? ¿O solo en sus miedos? Ella lo amaba. Se sentía segura de eso, incluso si el no. Pero a menos que quisiera vivir el resto de su vida bajo la sombra de esta duda, tenía que convencerlo de eso. Maddie iría al final de la tierra. Al infierno y de regreso si era necesario. En contraste, las Bermudas no parecía tan lejos. —Déjame ponértelo de esta forma. —Logan inclinó su cabeza hacia él—. Si él hubiera venido aquí a preguntar hace dos meses, antes de que yo llegara a tu vida… ¿Qué hubieras hecho? Ambos lo sabemos. Maddie asintió para sí misma. Sabía exactamente lo que hubiera respondido. Y después de considerarlo de esa forma, todo se volvió claro.

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Antes de que pudiera darse tiempo para volver a pensarlo, regreso al salón. —Señor Orkney, puedo irme con usted hoy mismo.

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L

ogan no toleraba la ociosidad. No había pasado ni una semana desde la partida de Maddie con el señor Orkney, y ya estaba enloquecido de aburrimiento. Y, por supuesto, extrañando a su esposa como loco.

No sabía cómo iba a sobrevivir a seis meses de esto. Al menos los hombres parecían saber que necesitaba compañía. Era como en los viejos tiempos en campaña. Todos se sentaban alrededor del fuego por la tarde, bebiendo whisky y hablando de amores perdidos y de su futuro. Logan buscó en su bolsillo y tocó la esquina de un papel doblado. Lo había encontrado escondido en su pijama la noche después de que ella se fue con el señor Orkney. Solo la vista de un papel con su escritura había enviado su mente volando en recuerdos. Su corazón había dado un salto familiar. ¿Podría ser otra carta? Y entonces lo había abierto para encontrar algo mucho mejor. Un dibujo. La pequeña descarada. No lo sacaría en compañía, pero lo había tomado para llevarlo con él siempre. El carboncillo casi brillaba como brasas en su bolsillo, amenazando con quemar a través de la tela. Destapó la botella para servirse otro whisky. Entonces lo pensó mejor y la alejó. Después de rascar su barbilla, decidió que podía hacerlo con un

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baño y afeitada. Si no tenía cuidado, estaría borracho y con una barba de cuatro metros cuando Maddie regresara. Y ella volvería a él. Tenía que creer eso, o en verdad se volvería loco. Grant se levantó. —¿Qué es esto entonces? ¿Qué pasó? Logan consideró murmurar su usual letanía de consuelos: estamos en Escocia, iremos a Ross-shire mañana, y así. Pero entonces se detuvo. En lugar de eso, puso la mano en el hombro de su amigo. —Has sufrido una herida, mo charaid. Una que afectó tu memoria. Hemos vuelto de la guerra, a salvo. Tu familia no fue tan afortunada. Pero estoy aquí, y siempre te diré la verdad. Pregúntame lo que sea que quieras. Pero Grant lo sorprendió. —Sé dónde estoy, Capitán. Y estoy comenzando a recuperar partes del resto. Solo hay una pregunta que quiero hacer. ¿Dónde está Madeleine? Nadie pudo responder. Si el resto eran como Logan, se estaban preguntando si lo habían escuchado bien. —¿Dónde está Madeline? —repitió. —Ella… bueno, se fue. —¿Se fue? ¿Por qué haría eso? —Le dije que se fuera. —Logan frotó su rostro con una mano—. La envié a las Bermudas para dibujar criaturas marinas con un naturalista. Grant estuvo callado por un momento, y entonces habló las palabras que todos —Logan incluido— parecían estar pensando. —Tú estúpido bastardo. Logan levantó las manos en defensa.

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—¿Qué más podía hacer? Tiene talento. Y sueños. No quería interponerme en su camino. Va a volver. Tenía que aferrarse a ese pensamiento. Ella volvería. Lo haría. ¿O no? Callum se rascó la cabeza. —Bueno, entiendo por qué querías que fuera. Pero lo que no puedo entender es por qué no fuiste con ella. Ir con ella. Logan tenía que admitir, que la idea nunca se le había ocurrido. —No podía ir con ella. —¿Por qué no? —Nos acabamos de establecer en Lannair. Soy el señor del castillo ahora. Alguien necesita vigilar la propiedad. Y ustedes me necesitan aquí. —Miró alrededor a los hombres—. ¿O no? Su única respuesta fueron los sonidos de gargantas aclarándose y la bota de alguien moviéndose en el piso de piedra. Así, que no lo necesitaban. »Ya veo —dijo tensamente. —No es que queramos que te vayas —dijo Callum—. Pero somos hombres adultos, todos. Podemos valernos por nosotros mismos. Las cabañas están en curso, las semillas plantadas. Incluso Grant va por buen camino. Las palabras estaban destinadas a consolarlo, pero Logan se sintió vacío por dentro. Si los verdaderos sueños de Maddie habían estado escondidos en los márgenes de sus cartas, sus propias esperanzas habían estado escondidas

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en los bordes de sus planes. No era la tierra lo que había querido. Era familia. Lazos. Amor. Este montón variado de soldados destrozados a su alrededor eran la única familia que había conocido. Cuidaría de ellos de la forma en que lo haría con su propia sangre. Si Maddie se había ido y los hombres no lo necesitaban… ¿Quién era él? —Pensé que éramos una hermandad —dijo él—. Un clan. Muinntir. —Aye, lo somos —dijo Rabbie—. Y esa es la cosa con los lazos de hermandad, mo charaid. Se estiran. Por cientos y miles de kilómetros si lo necesitan. Puedes depender de nosotros para mantener el lugar junto mientras llevas a tu esposa a una luna de miel. Luna de miel. Que concepto. Logan ni siquiera había pensado en ello de esa forma. Hombres con sus orígenes no tenían vacaciones. Ahora era todo lo que podía imaginar. Zarpar con Maddie a través de claras aguas azules, viendo la brisa mover su oscuro cabello despeinado. Haciéndole el amor en playas arenosas. Finalmente, podrían en verdad tomar esa caminata por la playa. —¿Qué día es? —preguntó. —Miércoles —respondió Callum. Logan se levantó y pateó la silla a un lado. —Entonces aún hay tiempo. Puedo alcanzar el barco antes de que se vaya. Los hombres se pusieron en acción. —Ese es el espíritu —dijo Rabbie—. Voy a preparar tu caballo. Callum le trajo su abrigo y Logan se lo puso.

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Pasó sus manos por las mangas rojas antes de pasar los dedos por su cabello. No tenía calcetines, camisa ni corbata. No había tiempo. —¿Cómo me veo? —le preguntó a Callum mientras metía el pie izquierdo en su bota. —Como algo que un gato salvaje arrastró por la tierra —dijo Callum. Logan se encogió de hombros. Nada podía hacerse ahora. Ella lo tomaría como estaba o no. —Espera, espera. —Munro bloqueó su camino—. Para tener alguna oportunidad de llegar a Glasgow en coche, habrías tenido que irte… —revisó su reloj de bolsillo—, hace doce horas. Y como tu doctor, no puedo recomendar que montes. No con esa herida reciente. Logan le dio una dura mirada al hombre. —Doctor o no, si valoras tu salud, no tratarás de detenerme. —Como dije, eso es hablando como tu doctor. —Munro le dio una sonrisa astuta—. Como tu hermano y amigo, digo que montes bien y a la velocidad de Dios. Logan lo reconoció con un gesto de gratitud. »Lo más probable es que todavía no la alcances, ¿sabes? —Lo sé. Pero tengo que intentarlo. Y si llego demasiado tarde… —Pasó el pie derecho en la otra bota—. Supongo que le escribiré algunas cartas. —¿Cartas? —Sonó una familiar voz femenina a través del pasillo—. Oh. Lamento que me las perderé. Maddie.

Oh, la expresión en el rostro de Logan cuando se dio la vuelta. Ella la atesoraría por siempre.

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Parecía que tenía los ojos rojos, como si no hubiera dormido en días. Ciertamente no se había afeitado. El olor del whisky colgaba en el aire. Su camisa estaba desabrochada y su cabello estaba descuidado. Era un retrato de la miseria sin ella. Ella lo amaba. Y nunca lo había amado más. —Estás aquí —dijo, sonando desconcertado. —Estoy aquí. Se acercó más. Despacio. Como si temiera que si se movía demasiado cerca, demasiado rápido, pudiera ahuyentarla. Maddie sonrió. No estaba yendo a ninguna parte. Se detuvo a unos pasos de distancia. Entonces simplemente permaneció allí por un momento, dejando que su mirada vagara por cada parte de ella. —Te ves hermosa —dijo, pasando una mano por su rostro. —Te ves terrible —respondió sonriendo. —¿Por qué estás aquí? ¿La expedición fue pospuesta? Ella sacudió su cabeza. »¿Cancelada? —No. —No estás... —Su mirada se posó en su vientre. Ella sonrió y negó con la cabeza. —Tampoco eso. —Entonces cambiaste de idea sobre navegar con él. —En realidad, nunca fui a Glasgow. Su ceño se oscureció. —¿Ese bastardo de Varleigh...?

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—Logan. —Se adelantó y llevó una mano a su pecho. Cálido y sólido como siempre. Se sentía tan bien tocarlo. Tan esencial y correcto—. Esto iría mucho más rápido si dejaras de tratar de adivinar y simplemente me dejas hablar. Abrió la boca para hablar. Entonces la cerró. Ella tomó eso como su señal. —Me pediste que pensara en lo que habría contestado si el señor Orkney me hubiera invitado a unirme a su expedición hace dos meses. Y supe de inmediato cuál habría sido mi respuesta. Hubiera sido no. Yo habría estado demasiado intimidada, demasiado temerosa. Me habría pegado a un tablero de especímenes y dejaría que mis propias alas se arrugaran. La única razón por la que incluso podía contemplar irme… Era por ti. —Entonces, ¿por qué regresaste aquí? —Porque querías que persiguiera mi sueño. Y no estaba en Glasgow o las Bermudas —explicó—. Hice lo que debería haber hecho la noche del Baile del Escarabajo. Me disculpé con el señor Orkney y fui a Edimburgo, donde llevé mi portafolio al señor Dorning. Es el impresor trabajando en la enciclopedia, si recuerdas. Él asintió. »Tenías razón, Logan. Tengo ambición. Quiero hacer algo grande con mis talentos. Pero la enciclopedia era la comisión que realmente quería desde el principio. Así que le mostré al señor Dorning mi trabajo y le ofrecí mis servicios para su proyecto. Sus cejas se alzaron. —¿Y…? —Y… —Ella sonrió—. Me dio el puesto. Ya no podía contenerse más tiempo. La tomó en sus brazos y la levantó sobre sus pies, balanceándola alrededor en un círculo. Maddie sintió como si estuviera volando.

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E incluso cuando bajó sus pies de vuelta a la tierra, su corazón seguía elevándose. »Tus costillas —dijo, recordando repentinamente—. Ten cuidado. Recuerda lo que dijo el señor Munro sobre tu pulmón. —Mis pulmones están bien. Es mi corazón el que está a punto de estallar. Con orgullo. Eso es brillante, mo chridhe. —Se volvió hacia sus hombres—. Muchachos, la señora MacKenzie va a ilustrar una enciclopedia. Cuatro volúmenes enteros. Felicítenla. Los hombres ofrecieron sus sinceras felicitaciones, las cuales Maddie estuvo más que alegre de aceptar. —Ahora, díganle adiós —dijo. —¿Adiós? —Maddie lo miró, confundida. —Sí. —Él la atrajo hacia sí y gruñó en su oído—: Una vez que te tenga arriba en nuestra cama, no te verán en una quincena o dos. Su rostro se calentó. —Oh. Él siguió esa promesa con un beso abrasador que sabía a whisky y dulzura. Ella le devolvió el beso, hundiéndose completamente en el abrazo. Sin red de seguridad, sin correa para agarrar. A partir de ese momento, no estaba conteniendo nada. Ella se negó a dejar que la sacara de la habitación. Pero él la sacó de la mano, dejándola sin aliento mientras subían las escaleras en espiral. Cuando llegaron al dormitorio, estaba mareada de risa y deseo. Juntos cayeron sobre la cama. Él tiró de su vestido, trabajando soltando los botones con una mano y levantando sus faldas con la otra. Hicieron el amor con movimientos lentos y cautelosos. En parte en deferencia a su estado lesionado, y en parte solo para saborear la cercanía. Ninguno de los dos quería que terminara demasiado pronto.

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Después, se quedó dentro de ella mientras ella lo mantenía cerca. »¿De verdad querías mantenerme aquí por una quincena? —susurró. —Quizá dos. —No puedo quedarme en la cama para siempre, ¿sabes? Hay trabajo por hacer. Y siento que debo advertirte… que pronto mi estudio se arrastrará con escarabajos, libélulas, polillas, y más. Ella lo sintió estremecerse. »No te preocupes. La mayoría de ellos estarán muertos. La miró fijamente. —¿La mayoría de ellos? —Y la gente casi nunca muere de picaduras de insectos. —Casi nunca. Ella le dio una caricia con la barbilla. —Respira. Solo respira. Su frente se apretó contra la suya. Y por un momento, eso es todo lo que hicieron: solo respirar. Intercambiando el mismo aire hacia atrás y adelante, hasta que no había aliento de él o suyo, sino solo el de ambos. —Te amo —dijo él. —Yo también te amo. —Te extrañé ferozmente, mo chridhe. Fui un idiota por dejarte ir. —Oh, tú eras el Capitán MacIdiota. Él sonrió un poco. Entonces su expresión se hizo solemne. —Simplemente no quería retenerte de seguir tu sueño. —Eso es todo. Nunca hubieras podido. —Ella lo miró profundamente a los ojos, del mismo azul brillante que los anchos cielos de los Highlands—. Logan, tú eres mi sueño. Siempre lo fuiste. Tienes que saberlo. El deseo más

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profundo de mi corazón. Y tan salvaje como una fantasía… —Le rodeó el cuello con los brazos—. …Nuestra realidad es mucho mejor.

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L

e tomó varios meses, pero una vez que se había recuperado por completo de sus heridas y el sol de verano había calentado el aire, Logan finalmente logró escaparse con su esposa para una apropiada luna de miel. La llevo a la orilla del mar. Nueve años después de que se “conocieron” en la playa de Brighton. Mejor tarde que nunca. Encontró una cabaña bien amueblada cerca de Durness, situada cerca de una amplia y arenosa media luna de playa con una perfecta vista del atardecer rosado-naranja. No era Brighton o las Bermudas, pero era encantador, aislado y era suyo. Considerando que eran las primeras vacaciones que él había planeado o tomado en su vida, Logan se sintió muy orgulloso de su éxito. Cada tarde, caminaban juntos por la orilla. Maddie recogía conchas y las bosquejaba en su cuaderno. Logan le dio un anillo de bodas de oro que había grabado con las iniciales de ambos. Más de una vez hicieron el amor en su tartán verde y azul extendido sobre las arenas blancas. Y se despidieron de dos queridos amigos. —Hasta luego Fluffy —murmuró Maddie—. Cuida bien de ella Rex. Liberaron a las langostas en el océano, deseándoles buen viaje y los mejores deseos para que tuvieran miles de descendientes sanos. Mientras veían el agua azul, Maddie alcanzó la mano de Logan y entrelazó sus dedos con los suyos. —¿Recuerdas cuando sostuviste a nuestro primer hijo entre tus brazos?

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Él la acercó y besó sus dulces y suaves labios. —Creo que me acuerdo de eso. Como yo lo recuerdo, fue hace nueve meses a partir de ahora. Ella rio. —Más bien seis, creo. —¿Qué? —Atónito, Logan levantó la cabeza y la miró—. No. ¿Ya? Ella asintió. —Pero… —Atormentó su memoria en busca de evidencia—. No has estado enferma. —Lo estaba al principio, solo un poco. La tía Thea me dio un tónico. Dejó caer su mano, dio un paso atrás y la miró, pasándose una mano sobre el rostro. Dios lo ayude. Pensó que podría desmayarse. Ella se mordió el labio. —Confieso que pensé que reaccionarias con más entusiasmo. —No es falta de entusiasmo. Quiero apretarte y dar vueltas alrededor, acostarte y hacerte el amor. Pero de pronto estoy aterrorizado de hacer algo de eso. —Tragó saliva con fuerza—. Tendrás un niño. Estás en una condición delicada. —¿Delicada? —Sonrió—. Logan, el niño que llevo es tuyo. Estoy segura de que él o ella pueden sobrevivir casi cualquier cosa. Incluyendo el amor. Trazó una suave caricia por su clavícula. —Mo Chridhe. Mi propio corazón. Ella tomó su mano y la llevó hacia su vientre. —Hay otro pequeño corazón dentro ahora. Un poco de ti y un poco de mí y un montón de alguien que tendremos que esperar para conocer. Pero

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Logan —sus ojos oscuros se inclinaron para encontrarse con los suyos—, esto significa que somos una familia. Sus rodillas realmente colapsaron. La atrajo bruscamente hacia él abrazándola fuertemente para ocultar sus propias abrumadoras emociones. Más tarde, culparía a la arena traída por el viento, por la rojez de sus ojos. Por ahora, enterró su rostro en su cabello y murmuró promesas. Eres hueso de mi hueso, carne de mi carne. Las mismas palabras con las que había prometido su vida a Madeline, ahora las susurró a su bebé no nacido. Este niño nunca conocería el hambre, nunca sentiría frío. Nunca sabría del dolor, del miedo y la oscuridad. No mientras Logan tuviera aire en sus pulmones y vida en sus venas. En cuanto al amor… Incluso cuando su corazón dejara de latir, no habría fin para su amor. La mantuvo ahí hasta que la marea entró en los dedos de sus pies. Y entonces tomó a su esposa en sus brazos y la llevó a su casa.

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When Another Scot Ties the Knot Logan

—P

equeño ladrón. Vuelve aquí.

Logan persiguió al rufián que corría por las escalinatas del Castillo de Lannair y entró en el gran salón, donde una docena de personas se preparaban para la boda que tendría lugar esa noche. Connor se dirigió directamente al novio. —No tan rápido, pequeñito Maestro Connor. —Rabbie arrancó al chico de sus pies y miró a Logan—. ¿Qué ha hecho ahora? Logan hizo un gesto de "quieto". —Tranquilo. No lo presiones. Se acercó a su pequeño infierno de hijo con las manos hacia arriba, hablando en voz baja y calmante. »Ahora Connor, sabes cuánto significan esas bestias para tu mamá. No se tomará bien perder uno. Escúpelo ahora. El chico se retorció y sacudió la cabeza, con los labios cerrados. Rabbie bajó la voz. —Me alegro de verte, Capitán. He estado deseando hablar contigo. Sobre la boda. —Más tarde.

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—No hay mucho más tarde para ser tenido —dijo Rabbie—. He estado pensando. Reflexionando. Acerca de si esto es lo correcto para mí. Quiero decir, para nosotros. Logan maldijo entre dientes. No tenía tiempo para los temores de Rabbie. La saliva salpicó la barbilla de Connor. Eso fue todo. Logan estaba entrando. Extendió la mano, atrapando al muchacho por la barbilla y moviendo un dedo entre sus finas mandíbulas. Podía sentirlo allí adentro, encaramado en esa lengua regordeta y babeante. Si solo pudiera abrir la boca un poco más, un barrido de su dedo haría el truco. —Ahí estamos —susurró, presionando el eje de las mandíbulas del muchacho—. Abre. Esa es la manera. —Esto es matrimonio —prosiguió Rabbie—. No sé si estoy preparado. —No ahora, Rabbie. —Quiero decir, la amo. Pero esos votos... son para toda la vida. ¿Qué pasa si estoy cometiendo un error? Logan gruñó. —Mira a tu alrededor. Los adornos han sido colgados. Maddie preparó la casa para los invitados, y las mujeres han trabajado durante días en la fiesta. Sigo siendo tu Capitán, y si tengo que hacerlo, te ordenaré que te cases con ella. —No funciona de esa manera. Un hombre tiene que hacer su propio… —¡Ahh! Connor mordió el dedo de Logan, con fuerza Y luego tuvo la temeridad de reírse. Logan sacó al chico del agarre de Rabbie, lo atrapó por los tobillos y lo puso de cabeza.

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»Escúpelo. —Le dio una sacudida al chico—. Escúpelo ahora, o tu madre va a matarme. —¿Qué demonios está pasando? Perfecto. Maddie entró en el salón justo a tiempo para verlo sosteniendo a su hijo por los tobillos. Connor se retorció como una trucha en la línea. Y entonces… Trago. Logan suspiró. —Te pedí que te ocuparas de él durante una hora o dos —dijo Maddie—. No han pasado veinte minutos. ¿Qué pasó? Logan acomodó al chico de pie. —Tu hijo se comió un insecto. —Creo que dijiste, “tu hijo se comió un insecto”. —Ella le quitó al chico que se retorcía en sus brazos—. ¿Qué insecto? —Uno de esos escarabajos. Los especímenes que llegaron de Hampshire. —Oh no. Todavía no terminaba de esbozarlos, y mucho menos de pintar las placas. —Traté de recuperarlo. —Logan se frotó la nuca—. Mírale el lado positivo. Estará contento con tijeretas y saltamontes por regalos de Navidad. Maddie dio un suspiro, y el sonido se arrastró a su corazón. Entre el trabajo, la maternidad y la preparación de la boda de Rabbie, su vela estaba encendida en tres extremos. Había estado luciendo cansada últimamente y ahora la había decepcionado. —Está mudando dientes de nuevo —dijo—. Pondrá cualquier cosa en su boca. —Arrancó un trozo de pastel de boda de una mesa cercana y se lo dio al niño. Connor se puso en ello como un perro que roe un hueso—. Es hora de acostarse, querido. —Se dirigió a las escaleras, ladrón de escarabajos en brazos.

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Logan tendría que venir con algo muy creativo para ganarse su camino de regreso en las gracias de su esposa. Pero primero, tenía que lidiar con un novio renuente. Estaba listo para tomar a Rabbie por las pelotas y darles un giro agudo. Logan podría haberle costado a su esposa un escarabajo y un descanso muy necesario, pero esta boda continuaría como estaba planeado. Se volvió y miró por el pasillo. Rabbie se había ido.

Rabbie

V

isitar a Callum fue un error. Rabbie debería haber sabido que lo sería. —Estás pensando demasiado en eso —dijo Callum—. Ella te ama. Tú la amas. Es sencillo.

Aye. Era sencillo para Callum. El hombre estaba hecho para comprometerse… con el ejército, con un laird, con una esposa, con una familia. Después de haberse instalado en Lannair, el capitán había nombrado a Callum su administrador de tierras. Los dedos del hombre habían hundido las raíces directamente en el suelo pantanoso. En poco tiempo, había puesto los ojos en una viuda bastante joven. Él había tomado a Leana como su esposa, su pequeño hijo como el suyo, y ahora tenían gemelos en la cuna, también. —Tú no puedes tener dudas. —Callum equilibró a un chico regordete en un brazo, ese brazo era su único brazo bueno, desde la guerra—. El día que viste por primera vez a Sorcha, nos dijiste que ibas a casarte con la muchacha. —Aye, pero eso fue porque sabía que nunca me tendría a mí. —Rabbie se sentó en la mesa de la cocina de Callum y dejó caer su cabeza entre sus

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manos. Su cerebro estaba girando—. Ya sabes cómo soy. Juré que nunca sentaría cabeza. Fui persiguiendo a cada muchacha en el condado. Nunca soñé que una mujer como esa pudiera ser atrapada. No por personas como yo. Sorcha Graham era la hija de un impresor de Inverness. Hermosa. Animada. Rápida como un relámpago. Ella podía conseguir a alguien mejor que Rabbie MacInnes, un soldado de infantería sin familia y muy poco a su nombre. »Y si nos casamos, y entonces ella… El gemelo que Callum no estaba sosteniendo —Angus, Agnes... Rabbie nunca podría distinguirlos— comenzó a lamentarse desde la cuna. —Espera un momento —dijo Callum—. Lo más probable es que ella se haya ensuciado. —Le entregó el niño en su brazo a Rabbie, y luego fue canturreando una vieja melodía gaélica mientras arrancaba al otro de la cuna. Le dio una esnifada a la niña—. ¡Aye! Lo ensucio y bien. Por la sangre de Dios. Solo Callum podría sonar entusiasmado por limpiar el trasero de un niño. Rabbie sostuvo a Angus torpemente mientras Callum iba a atender a su hija. —No estoy seguro de poder hacer esto. —¿Hacer qué? —Nada de esto. Hogar, esposa, hijos. —Te está yendo bien con tu primera lección. —Miró a Angus—. Creo que le gustas, Rab. El niño dejó caer la cuchara de madera que hastía estado mordisqueando, se volvió para mirar a Rabbie… y rompió en un penetrante llanto. —¿Ves? —dijo Rabbie. Callum rio.

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—Aprenderás. —Nunca aprendo. Mi propia madre lo decía, y la mujer nunca se equivocaba. Bueno, eso no era del todo cierto, admitió Rabbie para sí. Su madre había estado equivocada en una cosa. Había tomado a un patán sin valor como esposo, y esa elección le había costado caro. Su padre había sido un borracho, y no del tipo jovial. Rápido en levantar su mano en cólera y lento para volver a casa con su salario. Nada les había dado tanto alivio como el día en que nunca regresó, y Rabbie no se avergonzaba en admitirlo. Era aceptable para Callum decir que esto era fácil de aprender. Se encariñó con la vida familiar como una trucha se encariñaba a un arroyo. Pero el talento de ser un esposo y padre decente… no corría en la sangre de Rabbie. —Ahí. —Callum regresó a Agnes a la cuna, se enjuagó su mano, y se volvió para admirar al aún llorón Angus donde estaba sentado en la rodilla de Rabbie—. Tiene pulmones fuertes, ¿no es así? Esa era una manera de decirlo. Rabbie le devolvió a Angus agradecidamente. El bebé conocía a su padre. Se tranquilizó al instante. —Hay estofado de cordero en la olla —dijo Callum—. Leana lo hizo esta mañana antes de irse al castillo. Una comida apropiada y una pinta de cerveza te calmarán. Rabbie sacudió su cabeza. No había comido desde el día anterior por la mañana. Ante la mención de comida, sus entrañas se retorcieron en un nudo. Se puso de pie. —Agradezco tu oferta, mo charaid. Pero no puedo quedarme. Hay alguien más a quien necesito ver. Un cuarto de hora después de abandonar la cabaña de Callum, Rabbie se sentó en otra cocina; esta perteneciente a Munro, el cirujano de campo que había venido con ellos para asentarse en el Lago de Lannair.

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—Te lo estoy diciendo, estoy enfermo —dijo Rabbie—. Mi cerebro se ha vuelto papilla, y mi estómago está doliendo. No creo que pueda caminar por el pasillo. Munro suspiró. —Echemos un vistazo, entonces. Tanteó el estómago de Rabbie, miró sus ojos y oídos, y metió un palo plano por su garganta. Rabbie hizo arcadas. Una mirada sombría se apoderó del rostro del cirujano. »Bueno, ¿qué pasa? —Las entrañas de Rabbie se le retorcieron otra vez—. ¿Me estoy muriendo? —Quizás. Pero solamente porque es probable que te asesine. —Cerró su bolso de médico—. Venir a mi casa y molestarme cuando estás tan sano como un maldito buey. —Sano como un… No, no. Munro, lo juro. Nunca me he sentido tan mal en mi vida. No puedo comer. No puedo dormir. —Rabbie extendió una mano—. Mira, ¿ves esto? Tengo temblores. ¿Consideras que es tifus? O quizás anginas. —Considero que son nervios, teniendo en cuenta que te casas esta noche. Rabbie sacudió su cabeza. —No creo que debería tomar mis votos. ¿Y si es contagiosa, y Sorcha se enferma? No puedo tomar ese riesgo, no hasta encontrar el remedio. —Oh, tengo el remedio que estás necesitando —dijo Munro. Sacó una jarra de loza de un estante alto y la abrió—. Primero, aprovecha esto. Rabbie olfateó con cautela. —Es solo whisky. —Sí. Es tu cura. Un buen trago de whisky. Y si eso no funciona, lo seguiré con una rápida pateada en tu trasero. —Retiró el whisky—. Ahora vete.

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—No estás entendiendo, Munro. No creo que pueda… —Rabbie. —El cirujano lo agarró por los hombros y habló con un gruñido bajo y amenazante—. Tengo un invitado. Vete. ¿Un invitado? Rabbie echó una mirada alrededor de la cocina y miró hacia la pequeña sala de estar. No había ningún invitado que pudiera ver. —Oh, Munro. No seas tan antipático. La voz salió del único dormitorio de la cabaña. Y era una familiar. Inglesa. Bien educada. Femenina. Rabbie frunció el ceño. No. Seguramente no podía ser… Una mujer mayor salió del dormitorio con una de las camisas de lino de Munro… y nada más. ¿La tía Thea de Maddie MacKenzie? Luego de enviar un alegre saludo en dirección a Rabbie, fue a llenar un caldero. —Tengo un nuevo tónico en mi baúl en el castillo. Te traeré un poco más tarde. —No te atrevas —la regañó Munro—. Tú y tus tónicos. Déjale el doctorado a alguien que sepa de qué se trata. Ella ignoró al canoso cirujano, en su lugar poniendo el caldero en su gancho y balanceándola al fuego. —Te compadezco, Rabbie. Lo admitiré, nunca vi el encanto del matrimonio. Me gusta demasiado mi libertad. Munro miró a Rabbie y levantó una ceja. —Escucha a la mujer. Me está usando por mi cuerpo. Si lo hacía, el cirujano no parecía infeliz por ello. Al contrario, Rabbie pensó que lucía bastante orgulloso.

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—Shh —dijo ella—. Somos amigos. Amigos que disfrutan de la compañía del otro de vez en cuando. No hay nada malo con eso. Estamos demasiado viejos para preocuparnos por la propiedad. —¿Demasiado viejos? —Munro hizo un ruido brusco—. Dale un cuarto de hora, mujer. Veras cuán viejo y decrépito estoy. —El caldero está en su lugar. Tienes cinco minutos antes de que hierva. Diez, como mucho. —Volvió al dormitorio, tarareando la melodía de una sirena. —Desafío aceptado —murmuró Munro. Rabbie se puso de pie. —Sabes qué, me siento mejor. —Solo estás ansioso. —Munro le dio una palmada en el hombro, dirigiéndolo hacia la puerta—. Es natural. Si quieres mi consejo… no pienses en las presiones del matrimonio. Fija tu mente en los placeres de la noche de bodas. —Pero… —Vete, muchacho. Munro empujó a Rabbie por la puerta, luego la cerró y la bloqueó. Y esa fue la extensión de su opinión médica.

Fyfe

—E

stuviste casado, ¿cierto, Fyfe? —Sí —respondió Fyfe cautelosamente. Aunque seguramente no sabías lo que quería Rabbie MacInnes, viniendo a preguntar

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mientras estaba preparando comida de invierno. —¿Fue un buen partido? —Fue breve. —Te trajo nada más que dolores de cabeza. —Muy poco más. El matrimonio de Fyfe no había durado un año. Maggie murió de fiebre puerperal, y el bebé se fue con ella. Fyfe se había unido al ejército a la semana siguiente. Pensó que lo ayudaría a olvidar. En su lugar, le había dado demasiado tiempo para recordar. Pero estaba años y años en el pasado ahora. Eventualmente, la vida seguía adelante. —Mira, es por eso que me gustas, Fyfe. Fyfe resopló. Los hombres de Lannair habían atravesado la guerra y peor juntos. Habían llegado a amarse los unos a los otros como hermanos. Sin embargo —como era verdad con hermanos reales— eso no significaba que todos se gustaran. Él y Rabbie nunca habían sido lo que uno llamaría cercanos. Lo cual hacía malditamente extraño que Rabbie hubiera venido al cobertizo de Fyfe para vomitar sus pensamientos y sentimientos más profundos. Solo apilando más basura para que Fyfe enterrara. »No hablas mucho, pero sigues lo que estoy diciendo. —Rabbie voló una pequeña piedra al pasto—. Los hombres como Logan, Callum… son demasiado felices. No pueden ver la verdad… que no cada matrimonio es como los suyos. Pero tú sabes eso. No tienes intenciones de casarte de nuevo. —Ahí estás equivocado —respondió. —¿Equivocado acerca de qué? —He decidido casarme de nuevo. Rabbie estaba prestando atención ahora.

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—¿En serio? ¿Con quién? —Jamesina Muir. Rabbie parecía desconcertado. —Jamesi… Espera. ¿Quieres decir Ina? ¿La lavandera? —Sí. Ina. Mi Ina, como había llegado a pensar en ella. Cabello rojo, ojos brillantes. Vivía en una cabaña al final del camino, la del arroyo. Ella tarareaba mientras se dirigía a su lavado. Había llegado a atesorar ese sonido. »No será pronto —dijo—. Su esposo se fue a América hace menos de seis años. Debe esperar un total de siete antes de que sea declarado muerto. —Clavó su horqueta en el heno y lanzó otro puñado a la buhardilla—. En todo caso, te agradeceré que no vengas por aquí quejándote de casarte esta noche. Hay algunos de nosotros que cambiaríamos ansiosamente de lugar. —Fyfe, yo… no tenía idea. —Bueno, ella tampoco. Aún no le he preguntado. Así que no vayas a propagar historias. —Nadie me creería si lo intentara. —Se rio—. Imagínalo. El silencioso e irritable Fyfe, enfermo de amor. —Más como enfermo de tu compañía. Continúa, entonces. Tengo trabajo que terminar antes de poder bañarme. No creo que me quieras en tu boda oliendo a ganado. Una vez que su visitante finalmente se había ido, Fyfe regresó a su trabajo. No había levantado más que un par de manojos de heno cuando escuchó pasos acercándose de nuevo. Levantó la mirada, listo para darle a Rabbie otro sermón. Jamesina Muir doblaba la esquina, con una cesta de lavado balanceada en su cadera.

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—¿Lo dijiste en serio? Fyfe hizo una pausa. ¿Cuánto había escuchado? »¿Querías decir lo que le dijiste hace un momento? —preguntó—. ¿Sobre querer casarte conmigo? Había escuchado todo, aparentemente. No tenía deseos de negarlo. —Sí. Lo hice. Su frente se arrugó. —Nunca has dicho nada. A veces imaginaba que me mirabas un poco más de lo necesario. Pero nunca hubiera pensado… —No hay mucho que decir, ¿verdad? No por otro año. —Clavó su tenedor en el heno y lo dejó descansar ahí—. Y no doy discursos. —Lo he notado —respondió pensativamente—. Siempre eres duro en tu trabajo. —Cuando me fijo algo, no descanso hasta que termino. —Rozó sus manos en su tartán—. Sé lo que quiero. Lo he estado deseando por algún tiempo. Solo será cuestión de que también lo quieras. La miró. Ella lo miró. Había algo de alivio en tenerlo a la intemperie. No había querido precipitarla. Pero ahora que lo sabía. Si no lo quería, podía decirle. En su lugar, simplemente preguntó. —¿Tienes algo más para lavar? —Nada que no esté arreglado. —¿Qué hay de eso? Tocó la sucia línea de su camisa. —¿Esto?

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—Sí. Le dijiste a Rabbie que quieres bañarte antes de la boda. También puedo tomarla ahora. Fyfe fijó su mirada en ella. Algo le dijo que no se trataba del lavado de ropa. Atravesó el establo en lentas zancadas, hasta que estaba solo a unos pasos de distancia. Estiró su camisa de tartán y la tiró sobre su cabeza. Cuando su piel encontró el aire frío, sudor puro se elevó de su cuerpo como vapor. Los ojos de Ina bajaron. No con timidez, sino curiosidad. Lo miró de pies a cabeza, con su labio inferior atrapado entre sus dientes delanteros. Se quedó inmóvil, haciéndose libre para su valoración. Su vida había sido una batalla y trabajo duro. Tenía las cicatrices y músculos para demostrarlo, y no se estaba avergonzado de mostrarlas. Y ya que lo estaba mirando, tomó la oportunidad para descansar una persistente mirada en su tentador pecho, y admirar la curva de su ladeada cadera donde sostenía la cesta de la ropa. Ladeó una ceja. ¿Bien? Ella había estado casada antes, y él también. Los dos sabían de qué se trataba. ¿Le gustaba lo que veía o no? Sin hablar, le tendió la camisa, y ella la tomó. Su boca se inclinó en una pequeña sonrisa. —Será un año muy largo. Fyfe la observó mientras se alejaba, notando el balanceo de sus caderas. Muchacha, no tienes ni idea.

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Rabbie

R

abbie no sabía qué estaba pasando hoy. Sus amigos habían perdido la cabeza. Esa era la única explicación. Se habían acostumbrado tanto a las comodidades caseras y compañía femenina, que se habían olvidado de la clase ruda que habían sido una vez. Se habían olvidado de lo canalla que Rabbie todavía era. Bueno, había un hombre en Lannair que recordaría su verdadera naturaleza. Malcolm Allan Grant. Grant se había aturdido cuando sufrió una explosión de mortero durante la guerra. Había perdido la memoria de todo lo que vino después de la lesión, y por algún tiempo, había necesitado que le recordaran una y otra vez su entorno actual, y la trágica muerte de su familia. Había mejorado, lentamente, desde que habían venido a Lannair. La mayoría de los días, ya no se perdía en el castillo. Recordaba gente nueva si los veía día tras día. Pero un poco de confusión permanecía, y todavía trataba a Rabbie como si estuvieran en campaña, durmiendo acurrucados en sus tartanes, contando chistes alrededor de la fogata. Cuando Rabbie entró en la cocina, Grant levantó la mirada de su pila de cáscara de papas. —¡Rabbie! ¿Qué te trae aquí? —La búsqueda de buena compañía, supongo. —Rabbie arrastró un taburete y se sentó junto a su viejo amigo—. Esas son muchas papas. —Sí, habrá un festín esta noche. —Miró a Rabbie—. Recuérdame, ¿cuál es la ocasión? —Es una boda. —Rabbie frotó su rostro—. La mía, creo. —Ah, lo recuerdo ahora. Esa doncella tuya finalmente cedió. —Alcanzó otra papa. El Capitán MacKenzie había nombrado a Grant el cuidador del castillo, pero aparte de cerrar las puertas en la noche y vigilar si alguna vez era necesario, pasaba buena parte de su día en la cocina del castillo.

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Cortaba nabos, picaba papas y amasaba la masa para el pan. De alguna manera, el ritmo constante de ello no parecía molestarlo. »Eres un bastardo afortunado, por atraparla —dijo Grant—. Es bonita como largo es el día. —Sí. Y tan suave como la primera nevada del invierno. —¿Qué es lo que ve en ti, entonces? —No tengo idea, mi amigo. Ninguna en absoluto. —Rabbie agarró una de las papas de la pila, sacó su cuchillo de su bota, y se unió a Grant en pelar. Quizás la actividad le ayudaría a ordenar sus pensamientos, también—. Me conoces. No soy la idea de esposo de una mujer. —Es algo bueno que lo estés haciendo sagrado esta noche, entonces. Antes de que pueda entrar en razón. —He estado pensando en ello —le dijo a Grant en voz baja—. Quizás sería más amable dejarla ir. Viendo que estoy seguro de decepcionarla algún día. —Oh no, no la decepcionarás. Ya la has encantado. —Sí, pero encantar a una querida es una cosa. No tengo idea de cómo mantener a una esposa. —Por supuesto que no. Nunca lo has hecho antes. Bueno, Rabbie supuso que eso era verdad. —Rabbie MacInnes. —Becky, la joven doncella de todo el trabajo del Castillo Lannair, salió de la despensa—. Veo que has venido a molestarnos. ¿No tienes otra cosa que hacer? —Tal vez haya venido a darle a cierta ayudante de cocina una última mirada de este hermoso rostro. Antes de que me encadene en matrimonio. Becky sacudió su cabeza, molesta. »Lo siento, muchacha —bromeó—. Sé que tu corazón estaba puesto en mí, pero estaré fuera del mercado.

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—Hay que llevarse bien contigo, entonces. —Le dio una vuelta al espetón de gansos asados, luego sacó un pastel de carne del horno—. Si quieres un banquete de bodas adecuado, sería mejor que nos dejes para cocinarlo. —Me iré pronto. —Después de que Becky se movió a través de la cocina y empezó a dividir la masa para bannocks, Rabbie bajó la voz—. ¿Ves? —le dijo a Grant. Ya sabes que soy un fanfarrón incurable. Normalmente, no hace daño. Pero estos son votos. Si no puedo cumplir mis palabras esta vez, Sorcha es la que pagará. Grant dejó a un lado su cuchillo y colocó sus musculosos antebrazos, uno sobre el otro, sobre la mesa. —Déjame decirte, Rab. Luego de esa explosión, mi astucia se dispersó en todas direcciones. Sentía como que estaba abriendo nuevas vías en mi cerebro, intentando conectar una parte a otra. Y algunos días, solo estaba tropezando a través de una neblina. Pero en todo ese tiempo, nunca me he sentido realmente perdido. ¿Sabes la razón? —No. —Gracias a ti. —¿A mí? —Sí, gracias a ti. Y al capitán y Maddie, y Callum y Fyfe. También a Becky. —Inclinó su cabeza hacia la doncella—. Si alguna vez me pierdo en mi camino, sé que uno de ustedes me indicará la dirección correcta. No estoy asustado. Ya no. Rabbie pensó en ello. Su padre no le había enseñado una maldita cosa acerca de ser un buen esposo y padre, o incluso un hombre decente. Pero ahora estaba rodeado de ejemplos de hombres buenos. El Capitán MacKenzie, Callum, Munro, Fyfe… incluso Grant. A Rabbie le gustaba pensar que se había convertido en un hombre mejor en sus años viviendo y trabajando entre ellos. No era un hombre perfecto, de ninguna manera. Pero quizás Grant tenía razón. Si alguna vez estaba inseguro de su camino, uno de ellos estaría cerca para indicar el camino.

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Rabbie colocó las dos manos sobre la mesa y se puso de pie. Becky tenía razón, tenía cosas que hacer. —Gracias, Grant. Has sido muy útil.

Grant

—H

as sido muy amable, Grant. —Becky hizo estallar los bannocks en el horno—. No sé cómo encuentras la paciencia para escuchar a toda la gente de este

castillo.

—Es un placer. —Cargó las papas sin cascara en sus cestos y las llevó hacia la olla de agua hirviendo—. Todos me han ayudado, y me alegro de ser de alguna ayuda a cambio. En algún momento, cada alma de Lannair vino y se sentó en la mesa de trabajo de la cocina mientras quitaba la piel a las papas o cortaba nabos. Le contaban sus secretos, planes, sueños… cualquier cosa de la que pudieran avergonzarse de admitir en voz alta a otra persona. Grant suponía que habían venido a él porque incluso si deseaba traicionar su confianza, probablemente no recordaría la historia muy bien. No era un problema. Le gustaba escuchar, y le gustaba sentir que cumplía un propósito en Lannair más allá de cerrar las puertas del castillo por la noche y levantar cosas pesadas de un lugar a otro. Hablando de cosas pesadas… Se apresuró a ayudar a Becky, que estaba haciendo malabarismos con una cesta de huevos en un brazo y un saco de avena en el otro. —Deberías dejarme hacer eso —le dijo. Dejó a un lado la avena, luego tomó los huevos y los puso sobre la mesa.

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Cuando Grant se volvió, estaba muy cerca de él. Ambos estaban respirando con un poco de dificultad, y por su parte no era por el peso de la avena. Había otras razones por las que a Grant le gustaba estar en la cocina. Otra razón —en especial— y ella estaba de pie delante de él ahora. Por Dios, era bonita. Sus mejillas eran rosadas y los pequeños mechones de cabello en las sienes se curvaban por el calor de la cocina. Hermosa. El latido de su corazón agitaba sus costillas como un cañón de fuego. —Eres un buen hombre, Malcolm Grant. —Lo miró tímidamente—. El mejor hombre que conozco. Antes de que supiera lo que estaba pasando, sus brazos estaban alrededor de su cuello. Y entonces sus labios tocaron los suyos, dulces y suaves como pétalos. La tomó en sus grandes brazos, elevándola en sus pies para poder besarla apropiadamente. Quería ser tierno, pero también quería… Cristo, él simplemente quería. La quería. Quería esto. Quería más. Ella rompió el beso, y se quedó con un eco de dulzura y calidez. Un recuerdo. Uno al que se aferraría con todas sus fuerzas. Su cerebro era una tormenta con toda su magia. Y justo cuando había conseguido recuperar el aliento… Giró el mundo en su oreja con lo que dijo a continuación. »Grant, yo… me he enamorado de ti. No podía hablar. »No espero oír nada a cambio. Solo soy lo suficientemente valiente como para decírtelo porque sé que no lo recordarás mañana.

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—Suenas muy segura de que no lo haré. —Por desgracia, sí. Lo estoy. Sonrió un poco. —Porque crees que no recuerdo las otras veces que nos hemos besado. Sus brazos se deslizaron de su cuello. —¿Tú…? Dijiste… —Sí, muchacha. Recuerdo cada uno. Bueno, nueve de ellos al menos. Podría haber perdido algunos antes de comenzar a tomar notas. —Oh Señor. ¿Tomabas notas? Su rostro se volvía más rojo a cada momento. —Siempre escribo una nota si algo es importante para mí. Y tus besos son muy, muy importantes para mí. —¿Por qué no dijiste algo? Pasó la mano por su cabeza rapada. —No sabía cómo decírtelo. —Esto es tan vergonzoso. —Le dio la espalda—. Debes pensar que soy una tonta. —Nada de eso. —Se lanzó a su alrededor, intentando atrapar su mirada—. Becky, ¿por qué crees que vengo a las cocinas día tras día? No es por el amor de los nabos. Colocó un dedo debajo de su barbilla, inclinando su cabeza hasta que encontró su mirada. »Eres tan bonita. Y tan amable. Me gusta el modo en que ríes, cómo hueles. La forma en que a veces tu cabello cae sobre tu frente. Me gusta... No, me encanta estar cerca de ti. —Entonces, ¿por qué no me dices la verdad?

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—Porque no hay nada bueno en eso. —Tragó con fuerza—. No podría ser el esposo que mereces. —¿Has estado pensando eso? Qué nosotros, ¿nos casaremos? —Sí, muchacha. He estado pensándolo. —Tomó su cintura en sus manos—. Desde mucho antes de la primera vez que nos besamos, aunque sabía que era imposible. —¿Por qué imposible? No estaríamos sin amigos. Como le dijiste a Rabbie hace un momento. Los demás nos guiarían por el camino correcto. —No es lo mismo. Hay partes de mí que todavía están en pedazos. Todavía tengo sueños, algunas noches. ¿Qué si despertaba y no sabía quién estaba durmiendo a mi lado? —Deslizó sus manos alrededor de ella, agarrando el lino de su vestido en puñados—. Si alguna vez te hiciera daño… no sabría cómo soportarlo. No podría protegerte, ni proveer para ti de la forma en que un hombre debería para una esposa. —Creo que podrías. —Sus ojos se suavizaron—. Creo que podrías hacer casi cualquier cosa. Con todo su corazón, quería creer eso. —Con el tiempo, quizás. Pero, ¿quién podría saber en cuánto tiempo? No te pediría que esperes. —No me estás pidiendo que espere, Malcolm Grant. Estoy diciéndote que pretendo hacerlo de todos modos. Si me amas, eso haré. Apoyó su frente en la suya. —Estoy muy enamorado de ti, muchacha. El camino de mi corazón al tuyo fue recorrido hace mucho tiempo. —Entonces, seguiremos caminando juntos desde aquí —susurró—. Un paso a la vez. Un paso a la vez. Grant era un hombre fuerte, en cuerpo, no tanto en su mente. Pero esa mirada devota en sus ojos lo había debilitado hasta en los huesos.

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Dios dame la gracia para merecerla. —Según mi cuenta —dijo—, hemos tenido al menos nueve primeros besos. Creo que estamos listos para dar el siguiente paso ahora. Un hermoso hoyuelo se formó en su mejilla. Con una rápida mirada para asegurarse de que nadie estaba mirando, lo tomó de la mano y lo condujo hacia la bodega. Cielo misericordioso. Grant no podía esperar a leer la nota que se dejaría para mañana en la mañana.

Rabbie

E

sa noche, Rabbie estaba de pie en el Gran Salón del Castillo de Lannair, vestido con su tartán, una camisa nueva y un frac negro de préstamo del Capitán MacKenzie. Su estómago seguía siendo un nudo de nervios, pero su corazón y sus pensamientos se habían calmado. Podía hacer esto. Lo que era mejor, quería hacer esto. Miró por el pasillo. Los invitados estaban reunidos. La familia de Sorcha había viajado desde Inverness y más allá. No había ningún MacInnes en la multitud, pero no importaba. Callum, Munro, Fyfe, Grant, el capitán... todos estaban presentes, y ellos eran su familia. Sólo faltaba una persona. La novia. —Cristo —murmuró Rabbie—. Lo sabía. Sabía que ella eventualmente entraría en razón y se daría cuenta de que estaba desperdiciando su vida conmigo.

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—Calma. —Callum puso su mano sobre el hombro de Rabbie—. Probablemente esté jugueteando con su cabello o sus flores. Sabes cómo son las mujeres. Agonizantes minutos pasaron. Los invitados se volvieron inquietos. Cuando finalmente unos pasos accedieron a la escalera, Rabbie inhaló su respiración. No era Sorcha. El salón se volvió totalmente silencioso mientras los tacones de Maddie MacKenzie cliqueaban por la longitud del piso de piedra. —¿Dónde está? —susurró Rabbie—. Ha cambiado de opinión, ¿cierto? —No dijo nada por el estilo. Pero ha pedido verte. Sus rodillas se tambalearon. —Va a dejarme. —No sabes eso. —Lo sé. Va a dejarme, pero no huiría sin decírmelo a la cara. Es muy buena para eso. Muy buena para mí. —Rabbie. Ve a hablar con ella. Asintió con resignación. —Muy bien. La encontró en la recámara designada como la habitación para vestir a la novia. Se sentaba en una silla junto a la chimenea, con las manos entrelazadas sobre su regazo. Rabbie estuvo de pie en la puerta por un momento, solo mirando fijamente. Si iba a dejarlo, él iba a mirarla mientras pudiera. Dios, estaba hermosa. Su cabello oscuro estaba hecho rizos y atado con cinta dorada. El dorado también bordeaba su traje, brillando a la luz de las velas. Su corazón dolía por la belleza.

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Eventualmente, él aclaró su garganta. —Rabbie —dijo, dándose vuelta—. Gracias por venir. —No tienes que agradecerme, Sorcha. Lo que sea que tengas que decir, lo escucharé. Ella miró al suelo. —No estoy segura de que pueda ir allí abajo. Él cerró sus ojos mientras el aire salía precipitadamente de sus pulmones. Ella continuó: —Estoy tan… —No, muchacha. No busques excusas. Realmente es un alivio escucharte decirlo. Me preguntaba cuándo serías lo suficientemente sabia como para darte cuenta de que no te merezco. Mejor ahora que años después. —Oh, no. —Se levantó—. Rabbie, no es eso. —¿No lo es? Negó con la cabeza y la tierna mirada en los ojos de ella le dio esperanzas. —Entonces, ¿qué es? —Se movió hacia ella, cauteloso—. ¿Tu padre está oponiéndose? —No. —No me digas que estás asustada por la noche de bodas. A pesar de lo que hayas podido escuchar que se rumora, realmente no soy tan enorme. Ella se rio un poco mientras venía hacia su abrazo. —Siempre me haces reír.

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—Es mi más grande gozo, el oírte reír. —La guio para que se sentara, luego acercó una silla a su lado—. Y este es mi más grande temor, que un día te daré un motivo para llorar. —¿Por qué temerías eso? ¿No me amas? —Muchacha, mi corazón estuvo perdido al momento en que puse mis ojos sobre ti. Pregúntale a cualquiera de los hombres abajo en ese salón. —Tocó su mejilla—. Entonces, dime. ¿Qué está en tu corazón? ¿No sientes lo mismo? —Por supuesto que lo hago. Te amo desesperadamente, Rab. Es solo… —Apartó la mirada—. Una boda. Matrimonio. Somos jóvenes. No tenemos noción de lo que estamos haciendo. Se siente como si estamos haciendo una carrera para saltar desde un acantilado. Estoy asustada. No encontró otra cosa para ello. Él se rio. Lo miró, herida. —¿Te estás riendo? —No de ti, Sorcha gradh21. Es solo que estoy feliz de escucharte decir eso. He estado sintiendo lo mismo. —¿Lo has hecho? —Oh, aye. No he tenido una comida apropiada o un buen sueño en dos noches. Ella sonrió, pareciéndose más a la misma de siempre. —Han sido tres para mí. —Bueno, al menos podemos admitir nuestros verdaderos sentimientos el uno al otro. Eso es algo, ¿cierto? —La honestidad es importante. Y también lo es esto.

21

Amor en gaélico.

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Ella se inclinó y presionó sus dulces labios contra los de él, deslizando la mano hacia su cabello. Él la besó en respuesta, con tanta pasión como se atrevía. Se sentía como volver a casa. Él exhaló, sintiendo desvanecerse el valor de toda una vida de temor. —También está eso. —Eso será suficiente, ¿lo crees? Él estaba callado, considerando. —Aquí está la manera como lo estoy viendo. Si voy a dar una carrera para saltar desde un acantilado… No preferiría estar sujetando la mano de nadie más. Ofreció su mano. Ella la tomó, entrelazando los dedos con los suyos. —Vamos a bajar y a casarnos.

Maddie

C

on los brindis, festejos, toque del violín, bailes, bebidas… era más cerca de la mañana que de la medianoche al momento en que las festividades de la boda llegaron a un final por extinción del whisky. Maddie subió las escaleras a su recámara con los pies cansados. Logan la siguió poco después. Una vez que estuvieron a salvo detrás de una puerta cerrada, se hundió contra ella y gruñó: —Me alegra que se haya acabado.

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Él había tomado las palabras de su boca. Había sido un largo día para ambos. Mientras ella se quitaba su joyería, él tiró de sus botas y se quitó de sus piernas las medias altas hasta la rodilla. —Por lo menos la boda avanzó rápido —dijo—. Estuve preocupado allí por un momento. —Yo no lo estaba —dijo Maddie—. Sabía que tú mismo los habrías empujado hasta el altar, si no hubieran ido voluntariamente. —Volvió la espalda hacia él, de manera que pudiera ayudarla con los botones de su traje. —Tuvieron mucho tiempo para pensar en ello —dijo—. Si me preguntas, nosotros lo hicimos de la manera correcta. —¿Qué, casarnos tres horas después de que nos habíamos conocido? —No eras una extraña para mí —respondió con aire de suficiencia—. Te había conocido por casi diez años, y te amé por la mitad de ellos. —Bueno, si estamos discutiendo ese punto, te amé primero. Recuerda que soñaba contigo. —Vamos a acordar que fuimos creados el uno para el otro. Mientas cepillaba su cabello en el tocador, Maddie observaba el reflejo de su esposo en el espejo. Desenrollaba los pliegues de su tartán, colocándolo a un lado antes de arrastrar su camisa por encima de su cabeza. Su mirada vagó por los duros planos de su espalda y los músculos esculpidos de sus muslos. Oh, sí, pensó. Efectivamente bien formado. Dejó a un lado su cepillo y comenzó a abotonar su camisón. »No tengo problema con eso. —Llegando detrás de ella, tomó su cintura en las manos y se inclinó para acariciarle el cuello con la nariz. Ella se derritió contra su pecho con un suspiro. —Después del día que tuvimos, no puedo creer que todavía tengas la fuerza para esto.

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—Mujer, ¿has olvidado la vez que fui apuñalado? —La guio a la cama y apartó a un lado su camisón, desnudando su pecho—. Incluso entonces todavía tenía la fuerza para esto. —Punto entendido. Arrastró su pezón hasta la boca y la provocó con sus dedos hasta que ella estaba ardiendo por el deseo. —Nunca tendré suficiente de esto —dijo con voz ronca—. La manera en que mi cuerpo encaja con el tuyo. La manera en que me sostienes tan duro, como si no me dejarás ir. Ella jadeó mientras él entraba en ella. —Sabes que nunca lo haría. Ellos se conocían uno al otro tan bien, se unían como dos mitades de un todo. Maddie necesitaba cada parte de esto tanto como él lo hacía. Esta sensación de ser amado, deseado, estar seguro. Completo. Pronto encontraron un fácil ritmo familiar. Él sabía dónde ella deseaba ser besada suavemente y dónde le gustaba un mordisco provocador. Ella sabía cómo lo volvía salvaje cuando ella agarraba su trasero con ambas manos, lo mejor para jalarlo profundo. Cuando todo terminó, la sostuvo cerca. —Nos habríamos reunido de cualquier manera. Lo sabes, ¿cierto? Si tus cartas no me hubieran encontrado, habría ido a buscarte. Maddie rio para sí misma mientras se imaginaba la escena: Un Highlander de un metro ochenta y tres centímetros pisando con fuerza por las colinas verdes de Inglaterra, tocando cada puerta en busca de una tímida ratoncita de biblioteca solterona. Pero realmente, ¿era eso menos creíble que la manera en que se habían conocido? —Lo digo en serio, mo chridhe. —Miró profundamente dentro de sus ojos—. Te habría encontrado.

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Ella entrelazó los brazos alrededor de su cuello. —Yo habría esperado.

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En la noche del baile Parkhurst, alguien tuvo una escandalosa cita en la biblioteca. •¿Era Lord Canby, con la doncella, en el diván? •¿O la señorita Fairchild, libertino, contra la pared?

con

un

Quizás el mayordomo lo hizo. Todo lo que Charlotte Highwood sabe es esto: no era ella. Pero los rumores de lo contrario están zumbando. A menos que pueda descubrir la verdadera identidad de los amantes, se verá obligada a casarse con Piers Brandon, Lord Granville... el caballero más frío y arrogante que jamás haya tenido la desgracia de abrazar. Cuando se trata de emoción, el hombre no tiene ni idea. Pero mientras se ponen a buscar a los misteriosos amantes, Piers revela algunos secretos propios. El oh-tan-correcto marqués puede abrir cerraduras, golpear la tierra, bromear con astuto ingenio... y derretir las rodillas de una mujer con un solo beso. Lo único que guarda con más ferocidad que la seguridad de Charlotte es la verdad sobre su oscuro pasado. Su pasión es intensa. El peligro es real. Pronto Charlotte se está sintiendo desgarrada. ¿Arriesgará todo por probar su inocencia? ¿O se entregará a un hombre que juró nunca amar?

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