TERRORISMO EN RUSIA

CAPÍTULO I MARCO TEÓRICO 1.1. Antecedentes históricos El terrorismo no es un fenómeno nuevo en el mundo, sino que ha apa

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CAPÍTULO I MARCO TEÓRICO 1.1. Antecedentes históricos El terrorismo no es un fenómeno nuevo en el mundo, sino que ha aparecido una y otra vez a lo largo de la Historia.Los primeros actos terroristas registrados en la Historia fueron los ejecutados en el año 69 d. de C. por la banda de los sicarii, una secta religiosa que actuó en Palestina en contra de la administración romana en la lucha de los zelotes. Posteriormente, en el siglo XII, un grupo ismailí de los musulmanes shiíes conocido como los «Asesinos», desarrolló actividades terroristas contra musulmanes suníes por motivos religiosos, esta secta concibió una doctrina religiosa específica que justificaba el homicidio de sus enemigos religiosos y políticos a quienes consideraban perversos. En su forma moderna, el terrorismo sistemático recibió un gran impulso a finales de los siglos XVIII y XIX con la propagación de ideologías y nacionalismos seculares tras la Revolución Francesa. Posiblemente, el término terrorismo tiene su origen durante esta turbulenta etapa de la Historia, cuando se consideró como Systeme, Regime de Terrour. Desde entonces, se ha usado el término para describir las formas más inimaginables de violencia. El nacionalismo imperialista que en Japón condujo a la restauración Meiji en 1868 estuvo acompañado de frecuentes ataques terroristas al shogunado Tokugawa. En el sur de Estados Unidos de América, se creó el Ku Klux Klan tras la derrota de la Confederación Sudista en la guerra civil estadounidense (1861-1865) para aterrorizar a los antiguos esclavos y a los representantes de las administraciones de la reconstrucción impuesta por el Gobierno Federal. Posiblemente, uno de los más importantes grupos terroristas de la Historia, ha sido el Narodnaya Volia (Voluntad Popular), que actuó en Rusia desde enero de 1878 hasta marzo de 1881, desarrollando una activa campaña contra las autoridades zaristas. Su principal líder, Morozov, sostenía que el terrorismo era una nueva forma de lucha preferible a una matanza generalizada, producto de una insurrección en masa.

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En toda Europa, a finales del siglo XIX, los partidarios del anarquismo realizaron ataques terroristas contra altos mandatarios e incluso ciudadanos corrientes. Una víctima notable fue la emperatriz Isabel, esposa de Francisco José I, asesinada por un anarquista italiano en el año 1898. En el siglo XX, grupos como la Organización Revolucionaria Interna de Macedonia, la Ustashi croata, y el Ejército Republicano Irlandés (IRA) realizaron a menudo sus actividades terroristas más allá de las fronteras de sus respectivos países. A veces recibían el apoyo de gobiernos ya establecidos, como fue el caso de Bulgaria e Italia bajo el líder fascista Benito Mussolini. Este tipo de terrorismo nacionalista apoyado por el Estado provocó el asesinato de Francisco Fernando de Habsburgo en Sarajevo en el año 1914, lo que dio origen a la Primera Guerra Mundial. Es necesario citar a Marx, que se declaró partidario de la violencia terrorista como motor del cambio social y sostuvo que no se podía concretar un proyecto de sociedad más que por una insurrección violenta. También Mao Tse-Tung integró un conjunto de tácticas militares para ser usadas por quienes carecían de ejércitos. Mao se desvió de las teorías revolucionarias marxistas, hasta entonces existentes, y de la estrategia militar del momento. Tanto el fascismo como el comunismo utilizaron el terrorismo como instrumento de su política, contando con defensores entusiastas como Liev Trotski y Georges Sorel (quién representó intermitentemente ambos extremos del espectro político). La inestabilidad política existente durante las décadas de 1920 y 1930 dio pie a frecuentes actividades terroristas. El terrorismo tendió a integrarse dentro del conflicto más amplio de la Segunda Guerra Mundial. Durante las luchas coloniales ocurridas después de la Segunda Guerra Mundial, se empleó nuevamente el terrorismo, teniendo estas guerras como particularidad la identificación como objetivos legítimos a todo aquel que no participaba en la lucha anticolonial. Es decir, se identificó por primera vez como blanco a la población civil en general, como medio de presión a favor de los fines de los movimientos anticoloniales.

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En la actualidad, debido a la reaparición de conflictos latentes que se encontraban reprimidos durante la guerra fría y el agravamiento de las diferencias económicas, ha surgido el terrorismo internacional.

1.2. Algunas definiciones A) En el ámbito académico Este es el espacio donde encontramos sendos conceptos sobre el tema, que conducen a una comprensión cercana sobre el terrorismo y lo que persigue. Por ejemplo, Jean-Marie Balencie lo define como “Una secuencia de actos de violencia, debidamente planificada y altamente mediatizada, que toma deliberadamente como blanco a objetivos no militares a fin de crear un clima de miedo e inseguridad, impresionar a la población e influir en los políticos con la intención de modificar los procesos de decisión (ceder, negociar, pagar, reprimir) y satisfacer unos objetivos (políticos, económicos o criminales) previamente definidos” (Khader, 2010, p.p 306307). Los actos terroristas del 11 de septiembre urgieron a la ONU a intentar una definición transitoria, la cual reza lo siguiente: Terrorismo es, en la mayoría de los casos, esencialmente, un acto político. Tiene como propósito causar daños dramáticos y mortales sobre civiles y crear una atmósfera de miedo, generalmente por un motivo político o ideológico; sea este secular o religioso […] El terrorismo es y busca un asalto sobre los principios de la ley, el orden, los derechos humanos y la resolución pacífica de disputas sobre las cuales se creó este organismo mundial […] El terrorismo no es un fenómeno unívoco, sino que debe ser entendido a la luz del contexto en el cual las actividades terroristas aparecen […] El terror ha sido usado como táctica en casi todos los rincones del planeta, sin distinguir riqueza, género o edad de sus víctimas, que son en su mayoría civiles ( Brieguer, 2011, p. 40). El anterior concepto es extenso, impreciso y confuso, intenta abarcar todo el escenario posible de la conducta terrorista, pero al mismo tiempo lo delimita a la esfera política, obviando así otros tipos de terrorismo dentro de la escala que lo clasifica. De igual modo, lo condiciona a la población civil cuando, en repetidas ocasiones hemos visto ataques terroristas contra militares, sobre quienes intentan 3

debilitar su moral, de tal forma que los terroristas se fortalezcan, intentando disuadir a los militares y a la población civil que protegen sobre su supuesta superioridad en el terreno. B) En el ámbito jurídico En este espacio encontramos que las agencias de seguridad de los Estados Unidos manejaban, antes del 11 de septiembre, el concepto de terrorismo como tipo penal. “Por ejemplo, el Departamento del Estado norteamericano utiliza la definición contenida en el Titulo 22 del Código de los Estados Unidos, Sección 2656f (d): violencia premeditada y políticamente motivada contra objetivos no combatientes cometida por grupos Infra nacionales o actores clandestinos, habitualmente pensados para influir a un público” (Hoffman,1999, p.54). Asimismo, la Oficina Federal de Investigación (FBI) define terrorismo como: […] el uso ilegítimo de la fuerza o la violencia contra personas o propiedades para intimidar o coaccionar a un gobierno, a la población civil o cualquier segmento de ésta, para la consecución de objetivos políticos o sociales, así también el Departamento de Defensa de los Estados Unidos lo define como: el uso ilegítimo o amenaza de uso de la fuerza y la violencia contra individuos o propiedades para coaccionar o intimidar a los gobiernos y a las sociedades, a menudo para obtener objetivos políticos, religiosos o ideológicos (Hoffman,1999, p.p 54-55). Sin embargo, pudiéramos preguntarnos, ¿por qué los Estados Unidos no manejan una sola idea de terrorismo como tipo penal? Nuestra consideración es que cada agencia tiene su propio concepto según las prioridades que tenga bajo su responsabilidad. Por tal razón observamos que ciertas prioridades presentes en una no están en otra, entonces, como hemos mencionado, ningún concepto de terrorismo ha logrado cohesionar todos los intereses que ya materializado abarca. C) En el ámbito psicológico Por el daño que causa a la persona o sociedad, el aspecto psicológico se convierte en uno de los espacios más sensibles dentro de las consecuencias del terrorismo. En los años setenta el psiquiatra vienés Friedrich Hacker señaló que el terrorismo es: “la imitación y aplicación de los métodos del terror por los (al menos, en principio) débiles, los despreciados, los desesperados, que ven en el terrorismo el único medio de conseguir que se les tome en serio y se les escuche” (González, 2006, p.17). Este 4

concepto está más enfocado en las guerrillas locales que surgieron a mediados del siglo xx en países como Guatemala, El Salvador, Nicaragua o Colombia, resultado del descontento social con la clase política, aduciendo un desequilibrio social como causa de su alzamiento. En este mismo marco teórico se ubica el concepto de Della Porta: […] el terrorismo contemporáneo presenta tres especificidades: el objetivo de la acción es escogido en base a su valor simbólico; la acción se propone efectos psicológicos más que materiales, y se articulan mensajes diferentes para objetivos diferentes. No cabe duda de que el terror es, en gran parte un hecho expresivo, donde el observador puede constatar que el acto violento implica un significado más amplio que sus partes integrantes. Precisamente, la relativa eficacia del terrorismo deriva de esa naturaleza alegórica: mostrando la debilidad de la estructura social, los insurgentes demuestran, no solo su propia fuerza y la debilidad de los gobernantes, sino también la impotencia de la sociedad para apoyar a sus miembros en circunstancias tan críticas (González, 2006,p.18). La intención aquí sería causar un impacto mediático a través del cual la sociedad entre en pánico y desconfíe de sus gobernantes como de sí mismo en cuanto a su propia seguridad, de tal forma que al tiempo que aterrorizan al público, consiguen que los medios de comunicación les sirvan de cobertura global a sus actos terroristas. D) En el ámbito criminológico La gran mayoría de países no cuenta con la conducta de terrorismo tipificada en su legislación: […] más afortunada ha sido la doctrina en pergeñar un concepto criminológico del terrorismo sobre la base de la conjunción de estos tres elementos: violencia encaminada a producir terror, con una finalidad política (aceptado por el Convenio de Ginebra para la prevención y represión del terrorismo de 16 de noviembre de 1937). Y sin embargo tampoco en este reducido ámbito se puede cantar victoria, porque la definición indicada puede convenir al llamado terrorismo revolucionario, e incluso al terrorismo de Estado, pero no al más reciente terrorismo fundamentalista basado en razones religiosas (Bueno, 2009,p.62).

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Este concepto está más dirigido al terrorismo local conocido como guerrilla, pues el término política así lo determina, y tiene reservado un espacio más dentro de los tipos penales de conductas cometidas contra el Estado que en el tipo penal de la vida y la integridad física de las personas. Por ello, esta definición tiene inmersa una connotación: la aplicabilidad de figuras como el indulto o la amnistía, cuestiones que no podrían hoy emplearse con grupos como Al Qaeda y sus filiales, o a los Talibanes que realizan su actividad en Afganistán. De este tipo de vacíos se valen las organizaciones terroristas locales con el fin de evadir la justicia tras el velo de lo político como justificación de los actos terroristas. La cuestión tiende a ser más compleja cuando las altas esferas de poder como la Unión Europea o los Estados Unidos declaran quienes son y no, grupos terroristas, lo cual ocasiona un caos jurídico, pues se supone que sus conceptos están debidamente tipificados y en consonancia uno con otro, o bien son extraídos de una legislación de un organismo multilateral y, como hemos mencionado, ni siquiera la ONU tiene un concepto definitivo. El terrorismo actúa indistintamente según el o los objetivos que persiga, lo que hace que los grupos terroristas no tengan una forma homogénea de conducirse a nivel global y, en cambio, sí una agenda propia, de acuerdo con el lugar de donde proceden, mismo que va a predeterminar su actividad, pues en tal lugar se encuentran las causas que le han dado origen al grupo. Sin embargo, el terrorismo contemporáneo lleva inmersa la cuestión política como pretexto para ejecutar sus actos, encaminados mayormente a cambiar decisiones que están en manos de la clase política. Ningún concepto de terrorismo puede abarcar todo lo que éste significa o puede llegar a significar, pues se debe tener en cuenta que está en constante mutación, ya que quienes lo practican requieren encontrar siempre nuevas formas de sorprender a la víctima, nuevos mecanismos de implantar el terror en la sociedad civil y sus instituciones. Así, la idea de implantar el terror en una sociedad no es un mero capricho de quien lo hace, es un objetivo que corresponde a una demanda de utilizarla como medio para alcanzar un fin, el cual es directamente proporcional al daño causado y generalmente lleva implícita una connotación mediática, pues el terrorismo necesita enviar un mensaje, que puede ser dirigido a la sociedad, a la 6

clase política dirigente, a un grupo poblacional específico o incluso al mundo entero, como sucedió con los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001. A partir de los atentados terroristas de Nueva York, múltiples han sido las interpretaciones de terrorismo, por ejemplo, podemos escuchar voces que hablan, en primera instancia, de terrorismo local, tradicional, o nacional, al que se le contrapone en segunda instancia el terrorismo transnacional, global o internacional. El primer caso hace referencia a aquel terrorismo de origen y ejecución interna de un Estado, sería el caso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc) en Colombia, Hamas en Palestina, el Ejército Republicano Irlandés (ira) en Irlanda, mientras que el segundo se ubica a Al Qaeda,Hezbollah o la Organización para la Liberación de Palestina (olp) en Palestina. 1.3. Enfoques del terrorismo A) El terrorismo como opción estratégica. Las motivaciones políticas de los distintos movimientos terroristas que se han sucedido en el mundo durante el último siglo y medio son muy variadas, pero en su mayoría se caracterizan por su aspiración a un profundo cambio en el marco de la vida colectiva. Existe una corriente interpretativa, que Edurne Uriarte(2004) ha denominado “diagnóstico progresista” del terrorismo, según la cual éste surge como respuesta a la desigualdad social, a la opresión política, o al imperialismo 1; pero resulta imposible explicar en esos términos porqué el terrorismo ha surgido en determinados tiempos y lugares y no en otros . Es cierto que el descontento social ante una situación percibida como injusta favorece el arraigo de un movimiento terrorista, pero para entender el fenómeno, más que considerarlo en términos de respuesta a una injusticia, resulta conveniente analizarlo en términos de sus objetivos. Los terroristas han matado siempre para imponer su visión ideológica del mundo, entendida como una gran causa que todo lo justifica. Han matado en nombre de la Revolución (para construir un mundo mejor), de la Nación (para librarla de sus opresores), o de la Religión (para implantar en la tierra el reino de Dios).

(1) Ver en Terrorismo y democracia tras el 11-M.

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El anarquismo, que propugna una sociedad nueva, sin desigualdad ni coerción, forma por supuesto parte de esas grandes ideologías transformadoras capaces de inspirar el terrorismo. Pero lo cierto es que la mayoría de los anarquistas, como la mayoría de los nacionalistas o de los integristas religiosos, no han recurrido nunca al terrorismo. Conviene por tanto reflexionar sobre cuáles son las circunstancias que favorecen la opción por esta extrema forma de violencia. Una cuestión que es posible analizar desde dos enfoques, el de la estrategia de un movimiento que se enfrenta a enemigos poderosos y el del contagio de las actitudes. Llamaremos al primer enfoque estratégico y al segundo epidemiológico. Desde la primera perspectiva, el terrorismo constituye el ejemplo más típico de lo que los actuales analistas de temas militares denominan estrategias asimétricas. Debido a que permite obtener, por su repercusión en los medios de comunicación, unos efectos políticos muy grandes mediante el empleo de recursos humanos y económicos muy reducidos, el terrorismo permite compensar la asimetría de fuerza y enfrentarse a un enemigo mucho más poderoso. Por tanto existirá la tentación de recurrir a él siempre que una organización o un movimiento se plantee un desafío contra un Estado sin disponer de los apoyos necesarios para ganar unas elecciones, montar una insurrección o iniciar una campaña guerrillera. Desde esta perspectiva y al margen de consideraciones morales, puede afirmarse que en determinadas circunstancias la estrategia terrorista responde a la lógica de la elección racional, en el sentido de basada en un análisis de costes y beneficios. En un artículo sobre la lógica estratégica del terrorismo, Marta Crenshaw mencionó varias circunstancias que pueden favorecer la opción de un grupo por la vía terrorista, tres de las cuales resultan pertinentes para el análisis del caso anarquista. La primera se da cuando la posición ideológica de un grupo resulta demasiado radical para que pueda lograr un amplio apoyo popular, la segunda cuando el grupo opera en el marco de un Estado autoritario, en el que las posibilidades de una acción política y propagandística son muy limitadas, y la tercera responde simplemente a la convicción del grupo de que la movilización popular resulta una vía demasiado lenta. En el caso de los anarquistas, el radicalismo de sus objetivos era evidente, ya que consistían en la eliminación total e inmediata del Estado y de la propiedad, lo que sin duda a 8

contribuyó a que, salvo en algunos lugares y momentos, fuera un movimiento muy minoritario, en contraste con sus rivales socialistas o comunistas que ofrecían una estrategia más gradual. Resulta también evidente que sus atentados eran a menudo concebidos como un medio para transmitir a las masas el mensaje revolucionario mucho más rápido que la propaganda verbal. En cuanto a la ausencia de vías pacíficas alternativas, hay que señalar que el terrorismo anarquista se dio incluso en los países más democráticos, como Francia y Estados Unidos, pero no arraigó en ellos. Lo hizo en cambio en España, donde la vía electoral tenía escaso atractivo para las masas, debido al sistemático falseamiento de los resultados y a la tradición insurreccional surgida desde comienzos del siglo XIX. Y fue en un Estado realmente autoritario aunque no totalitario, la Rusia zarista, donde más impacto tuvo el terrorismo en el período considerado en este libro, con la particularidad de que el terrorismo ruso no fue de inspiración anarquista. Respecto a los beneficios estratégicos que proporciona el terrorismo a quienes lo practican, Crenshaw señala tres que son significativos para nuestro análisis. El primero es, por supuesto, el de captar rápidamente la atención de la opinión pública, es decir lo que los anarquistas denominaban propaganda por el hecho. El segundo es el de acostumbrar a las masas a la idea de la violencia, de cara a preparar una insurrección popular, algo que sin duda estaba en la mente de muchos anarquistas, aunque de hecho, salvo en Rusia, no hubo insurrecciones populares en Europa durante el período clásico de los atentados, es decir entre la Comuna de París y la I Guerra Mundial. Y el tercero es el de provocar al Estado para que tome medidas represivas indiscriminadas que incrementen el descontento popular. Esto último es lo que Ángel Herrerín denomina, en su capítulo de este libro, propaganda por la represión, algo que algunos grupos terroristas se han planteado como estrategia deliberada. B) El terrorismo como epidemia. El enfoque estratégico resulta fundamental para entender el fenómeno terrorista, pero se debe tener presente que, en el caso del anarquismo, sus principios antiorganizativos hacían difícil que se pudiera plantear una campaña de atentados coordinada por un núcleo dirigente. Los atentados anarquistas fueron habitualmente cometidos por pequeños grupos o incluso por individuos aislados (aunque esto último 9

fue probablemente menos común de lo que parecía) mientras que el movimiento en su conjunto se limitaba a crear un clima intelectual y moral favorable a todo tipo de acción contra el Estado y contra el capital. Al convertir en héroes y mártires de la causa a muchos autores de atentados, especialmente a magnicidas como Caserio, Angiolillo o Bresci, la propaganda anarquista contribuía a que surgieran emuladores. Es probable que ciertos atentados hayan sido cometidos bajo el estímulo de haber leído la noticia de otro. La sucesión de magnicidios frustrados de que fueron objeto en 1878 y 1879 los monarcas de España, Italia y Alemania, por ejemplo, no respondió probablemente a las órdenes de una central terrorista internacional, sino a un efecto de contagio por el que anarquistas de un país se planteaban emular lo que habían hecho los anarquistas de otros. En ese sentido se puede hablar, en el período clásico del anarquismo, de una epidemia de magnicidios, que alcanzó incluso a Japón, donde en 1911 doce anarquistas fueron ejecutados tras una conspiración contra la vida del emperador. De ahí el papel importantísimo que en el desarrollo del terrorismo tienen los medios de comunicación, no sólo para multiplicar el efecto de terror en la población amenazada, sino para estimular la incorporación a la lucha de nuevos terroristas, como han comprobado muchos estudiosos del tema 2. En el caso de ciertas publicaciones anarquistas, cuya difusión era muy minoritaria, su función fue más la de estimular a futuros terroristas, que la de amplificar el efecto de miedo creado por los atentados; función esta que involuntariamente cumplían los diarios de gran tirada, por la relevancia que daban a unos hechos sin duda espectaculares, como eran los magnicidios o los atentados masivos. La historia del terrorismo en inseparable de la historia de la comunicación. Y para comprender como se difundió el contagio terrorista a través de la prensa y la propaganda, incluida la propaganda por el hecho, resulta conveniente recurrir a las aportaciones de la psicología evolucionista, de inspiración darwiniana, y en especial de la que el antropólogo Dan Sperber ha denominado epidemiología de las representaciones.

(2) Perl, Raphael F; Wilkinson, Paul y Hoffman, Bruce

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De la misma manera que los epidemiólogos estudian el contagio de las enfermedades y los especialistas en genética de las poblaciones estudian la difusión de los genes, científicos sociales e historiadores pueden analizar la difusión de las representaciones mentales, es decir de las ideas, los símbolos, los mitos y las imágenes que conforman la visión del mundo de los individuos y condicionan sus conductas . En un libro pionero publicado hace treinta años, en el que replanteó la función de los genes en la evolución y destacó su característica esencial de ser entidades capaces de replicarse a sí mismas, el biólogo Richard Dawkins apuntó también que desde la aparición de la especie humana había surgido otro tipo de entidades dotadas de la misma capacidad, precisamente las representaciones mentales, a las que propuso denominar memes. Su idea es que las representaciones mentales tienen una capacidad variable de seducir a las mentes humanas, independientemente de su utilidad para los individuos que las asumen. En ese sentido tienen una capacidad de autorreplicarse, pasando de una mente a otra . El tema de los motivos individuales que pueden llevar a los individuos a incorporarse a grupos terroristas ha generado una amplia bibliografía, que descarta los motivos psicopatológicos. Los terroristas no suelen ser psicópatas (pues estos son demasiados individualistas para convertirse en miembros fiables de una organización) ni paranoicos, ni personas que se dejen dominar por la ira. Suelen ser fanáticos, que han abrazado una ideología en virtud de la cual no sienten reparos en matar a los supuestos enemigos de su causa. Matan a traición, pero no lo hacen para conseguir un beneficio personal, ya que por el contrario su destino más probable es la cárcel o la muerte, sino en nombre de una gran causa, sea la Revolución, la Nación o la Religión. Y es el conjunto de poderosas representaciones mentales que convergen en esas abstracciones el que les permite superar el estigma que en la mayoría de las sociedades tiene el asesinato a traición, como se comprueba por la connotación negativa que han asumido los términos sicario y asesino, que hace siglos denotaros a algunos de los primeros grupos similares a los que hoy denominamos terroristas.

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CAPÍTULO II LOS ORÍGENES DEL TERRORISMO REVOLUCIONARIO EN LA RUSIA ZARISTA Como cualquier otra, la Revolución Rusa de 1917 lejos de surgir de la nada fue soñada y perseguida por muchos durante las cinco décadas que la precedieron, pero en este largo proceso cobraría importancia por primera vez un factor hasta entonces desconocido: el empleo organizado del terrorismo como instrumento de lucha política3. Los últimos años de la Rusia zarista estuvieron sacudidos por la amenaza de varios grupos revolucionarios que desarrollaron un método de terror tristemente replicado posteriormente por movimientos a lo largo de todo el espectro ideológico y geográfico. Los estudiosos habitualmente distinguen dos fases u “olas” en el desarrollo del terrorismo revolucionario ruso. La primera ola se inicia a finales de la década de 1860, protagonizada por el grupo Narodnaia Volia, y culmina con su asesinato del zar Alejandro II en 1881. El magnicidio vendría seguido de una etapa de exitosa represión contraterrorista por parte del zarismo durante las siguientes dos décadas. La segunda ola vendría en la primera década del siglo XX, especialmente alrededor de la crisis del zarismo en 1905, y estaría liderada por el Partido SocialRevolucionario. 2.1. Aproximaciones Históricas Los profetas de la revolución En 1861 el zar Alejandro II dio un paso trascendental en la historia de Rusia al proclamar el edicto de abolición de la servidumbre que liberaba a las masas campesinas de las obligaciones feudales que habían arrastrado desde la Edad Media. Por entonces, el Imperio de los Zares era una de las grandes potencias mundiales y disponía del mayor ejército del mundo, pero la inmensa mayoría de su gigantesca población seguía siendo rural y apenas había atisbos en algunas ciudades de la industrialización que rápidamente había calado en los vecinos occidentales. (3)Establecer el origen del terrorismo es tan difícil como establecer lo que significa el propio concepto. Sin embargo, la mayoría de los estudios monográficos sobre el tema coinciden en situar en la Rusia prerrevolucionaria la génesis del terrorismo, al menos tal y cómo hoy se entiende. Así lo hace, por ejemplo, Walter LAQUEUR, A History of terrorism, El estudio de Lindsay CLUTTERBUCK, “The progenitors of terrorism: Russian revolutionaries or extreme Irish republicans?”, Terrorism and political violence.

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La debilidad estructural del en apariencia imbatible Imperio ruso se hizo sentir en la Guerra de Crimea (1853-1856), cuando cayó derrotado por los modernos ejércitos de Francia y Gran Bretaña. El fracaso desvaneció el aura de imbatibilidad que Rusia había logrado en las guerras napoleónicas y acabó con el triunfalismo zarista. El primero en darse cuenta fue el propio Alejandro II, que había ascendido al trono en mitad de la desastrosa guerra legada por su padre, iniciando un cauto pero amplio programa de modernización con la liberación de los siervos como piedra angular. Aunque la aplicación efectiva del edicto de 1861 devino en largos y costosos procesos burocráticos, supuso un punto de inflexión en el desarrollo social de Rusia, afectando a más de 50 millones de siervos, casi el 80% de la población 4. Libre de las ataduras serviles, la enorme masa campesina inició un espectacular crecimiento demográfico y empezó a nutrir de mano de obra a las ciudades y su incipiente industria. Aunque Alejandro II intentó acompañar estos profundos cambios sociales con un ligero aperturismo político hacia formas más occidentales, descubrió que incluso para un monarca absoluto como el zar era difícil enfrentarse a las pasiones de todo un país. La autocracia rusa se había definido a sí misma por el rechazo al liberalismo y creía firmemente que su fuerza se sustentaba, más que la de ningún otro gobierno, en la defensa de la religión y los principios tradicionales, así como de un nacionalismo eslavófilo que recelaba de las influencias extranjeras. El sistema cultural zarista se consolidó bajo el reinado del padre de Alejandro II, Nicolás I, que proclamó como ideología oficial de Rusia la triada Ortodoxia, Autocracia y Nacionalismo, propuesta por su ministro Sergei Uvarov. Este pensamiento, también denominado “nacionalismo oficial” era una forma más elaborada del espíritu de la Restauración que habían compartido las grandes monarquías después de vencer a Napoleón, pero mientras que en Europa occidental acabó siendo derrotado por las revoluciones liberales, en Rusia resistió y se hizo más fuerte hasta convertirse en el verdadero sustento del sistema zarista5.

(4) Mariano GARCÍA DE LAS HERAS, “El declive del zarismo”, Ab Initio, Núm. 6 (2012) p. 49 (5)Nicolas RIASANOVSKY, Nicholas I and Official Nationality in Russia 1825–1855, Berkeley: University of California Press, 1959 pp. 266–67

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En consecuencia, el reformismo de Alejandro II, aunque respetuoso con los pilares del nacionalismo oficial, despertó el rechazo de una élite que estaba completamente identificada con los principios conservadores. Pero la mayor oposición al programa reformista no provendría, curiosamente, de los sectores más reaccionarios del zarismo, sino al revés. La derrota de Crimea y el aperturismo del zar, unido a la convulsión causada por la abolición de la servidumbre, hicieron creer a la reducida intelectualidad progresista rusa que había llegado su momento. Se trataba principalmente de burgueses y miembros de la clase media raznochintsy (funcionarios inferiores, oficiales de baja graduación, periodistas, médicos) que habían visto mejorada su situación la liberalización de la economía pero se sentían excluidos de la jerarquía social zarista. De este sector social surgieron una serie de intelectuales, acogidos al principio a la protección de los aristócratas más reformistas, que formaron la llamada intelligentsia. Muy influidos por el pensamiento occidental, sostenían posiciones filosóficas despreciadas por el nacionalismo oficial como el materialismo o el racionalismo y eran contrarios a la religiosidad omnipresente del zarismo. Para estos intelectuales, los tímidos intentos de reforma de Alejandro II pronto se mostraron insuficientes y lejos de simpatizar con el aperturismo, radicalizaron su rechazo al sistema. La primera oposición abierta al zarismo salió de uno de los asiduos tertulianos de los salones de la intelligentsia moscovita, Alexánder Ivánovich Herzen (1812-1870). Desde el exilio en Londres, fundó la revista Kolokol (la campana) como una voz crítica contra la represión de las nuevas tendencias por parte del régimen zarista. Tras la muerte de Nicolás I, publicó con jolgorio: Rusia está conmocionada por los recientes acontecimientos. Pase lo que pase, ya no puede volver al estancamiento: las ideas serán más enérgicas, aparecerán nuevas preguntas: ¡será posible que éstas también se pierdan y se apaguen! No lo creemos […] No puede ser. Todo está en movimiento, todo es conmoción y tensión… ¿será posible que el país, despertado tan bruscamente de su sueño, vuelva a su letargo? ¡Mejor sería que Rusia desapareciera! 6

(6)Citado en Miguel VÁZQUEZ LIÑÁN, “Periodismo ruso en el exilio: Alexánder Ivánovich Herzen (1812-1870)”, Revista Científica de Información y Comunicación 3 (2006) pp. 199-200

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Aunque liberal en sus inicios, sus viajes por Europa acercaron a Herzen a posiciones más radicales de izquierda, defendiendo ideas socialistas. En ello, Herzen es paradigmático de la deriva de la oposición zarista a partir de la década de 1860, cuando empezará a ganar peso el elemento revolucionario de izquierdas que, sobre las demandas liberales de aperturismo, se alzó como defensor del pueblo oprimido, especialmente el campesinado. Así, en la misma Kolokol se publicaba: La mayoría puede estar atrasada y adolecer de falta de dinamismo; sintiendo las dificultades de su situación actual no hace nada por liberarse; preocupada por sus problemas, permanece sin solucionarlos. Entonces, surgen personas que hacen de esos sufrimientos y aspiraciones la causa de su vida; actúan como propagandistas a través de la palabra y como revolucionarios a través de sus actos; pero en ambos casos, el verdadero fundamento es la mayoría y su grado de compromiso hacia ella.7 La pretensión de erigirse en defensores de las masas oprimidas se convirtió pronto en el tema central de gran parte de los intelectuales críticos, de la mano de las ideas socialistas crecientes en toda Europa. Para liberar al pueblo, sin embargo, no bastaba con aplicar reformas, era necesario un cambio absoluto del sistema: la revolución. Herzen y otros intelectuales de su generación verdaderamente actuaron como propagandistas a través de la palabra de las nuevas ideas radicales, pero pronto la generación que les siguió dio el paso de actuar como revolucionarios a través de sus actos. La radicalización de la oposición rusa en la década de 1860 coincide con el fenómeno del llamado “nihilismo”, término confuso donde los haya. El nihilismo surgido en la Rusia de Alejandro II era básicamente la compleja adaptación de las corrientes más radicales del socialismo revolucionario al alma rusa. Los nihilistas se presentaron como modelo de hombres nuevos, sin lazos con el pasado y libres de toda imposición externa de la religión, la cultura o la sociedad. Vivían una vida ascética y profesaba un racionalismo exacerbado que renegaba de los sentimientos, el arte y todo cuanto consideraban “superfluo” para lograr la revolución.

(7) Ibidem, p. 199

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En palabras de Richard Stites, los nihilistas preferían la ciencia a la fe, los artefactos a las obras de arte, el materialismo sobre el idealismo y el realismo sobre el romanticismo8. El nihilismo, aunque muy restringido a unas minorías dentro del ámbito universitario, generó una gran convulsión en Rusia por su radicalidad rupturista. Para muchos ejerció un encanto fascinador con su utópico modelo de un mundo racionalmente ordenado y justo, libre de toda superstición y opresión, tal y como lo representó Chernyshevsky en su novela ¿Qué hacer? (1863)9. Sin embargo, el pensamiento nihilista no llegó a elaborar un programa de reforma verdaderamente coherente para después de la revolución, supliéndolo con un acusado sentimiento destructivo que veía la demolición de todo lo existente como un paso purificador necesario para erigir el nuevo mundo. Dimitri Pisarev, otra de las cabezas del movimiento, publicó en su revista Ruskoue Slovo “todo lo que pueda romperse, hay que romperlo; lo que aguante el golpe, será bueno, lo que estalle, será bueno para la basura”. Tras el cierre temporal de Ruskoe Slovo por las autoridades en 1862, el mismo Pisarev escribió un artículo pidiendo a la juventud rusa que utilizase sus fuerzas para aniquilar por completo al zar y la familia real que le valió cuatro años de prisión. Los nihilistas de la década de 1860 como Chernyshevsky o Pisarev, pese a su radicalismo, nunca llegaron a saltar del plano intelectual al político y algunos autores han considerado que, pese a su prosa incendiaria, fue en esencia un movimiento pacífico. La tendencia destructiva como purificación necesaria, sin embargo, tuvo un gran efecto en el pensamiento revolucionario ruso y pronto fue recogida por grupos terroristas que hicieron realidad hasta las más atroces soflamas de Pisarev.

(8) Richard STITES, Revolutionary Dreams, Nueva York: Oxford University Press,1989 p. 68 (9) Nikolai Chernyshevsky (1828-1889) fue quizá el más importante de los nihilistas. Estudiante de la Universidad de San Petersburgo, donde era apodado Sant-Just por sus ideas socialistas, fue perseguido por sus escritos revolucionarios. Desde la prisión de la fortaleza de San Pedro y San Pablo escribió ¿Qué hacer? Sasha ST JOHN MURPHY, Opus cit. pp. 61-62

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La pasión por la destrucción Mientras en San Petersburgo y Moscú los nihilistas fantaseaban con demoler el zarismo a golpe de revistas clandestinas y tertulias de estudiantes, una comunidad cada vez más grande de exiliados rusos se había ido instalando en el resto de Europa, donde las cenizas de las exitosas revoluciones liberales de 1848 seguían avivadas por el creciente movimiento socialista organizado desde 1864 en la Asociación Internacional de Trabajadores o “Primera Internacional”. Entre ellos, el más activo era Mijail Bakunin, veterano de la mayoría de las insurrecciones recientes en el Viejo Continente, que había empezado a desarrollar la doctrina revolucionaria del anarquismo, por oposición a la vía autoritaria y organizada que pedía Marx. La visión anarquista de Bakunin, como no podía ser de otra forma en un revolucionario ruso formado en la retórica de la década de 1860, tenía un fuerte carácter nihilista que se concentraba en la glorificación de la destrucción como gran acto revolucionario. El anarquismo creía que solo tras demoler todo rastro de la decante civilización podría emerger entre las ruinas un mundo igualitario de comunas autogestionadas, de forma que, en palabras de Bakunin: “la pasión por la destrucción es, en realidad, una pasión creativa”10. El anarquismo adoptó los elementos más violentos del nihilismo y los convirtió, más allá de la especulación filosófica, en un programa político aplicable que entendía la destrucción y la muerte como pasos necesarios para la revolución. Bakunin, sin embargo, siempre abogó por las grandes insurrecciones populares como método para derribar el sistema, antes que en las iniciativas individuales, aunque no se oponía a ningún tipo de violencia revolucionaria. Bakunin, como muchos de los líderes revolucionarios del momento, confiaba en que las convulsiones de la Rusia de Alejandro II fuesen el anuncio de una gran revolución que sirviese de precedente para el proletariado de las demás naciones.

(10) Steven G. MARKS, How Russia Shaped the Modern World: From Art to Anti-Semitism, Ballet to Bolshevism: Paperback, 2004 p. 10

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Por ello en 1869, desde su exilio en Suiza, trabó amistad con un joven compatriota, Sergei Neachev. Ejemplo paradigmático de los jóvenes estudiantes afectados por el nihilismo, Nechaev era un fanático radical, probablemente desequilibrado, que llevaba una vida de rígido ascetismo y enteramente dedicada a conseguir la revolución. Admirado por los escritos de Bakunin, se presentó ante él en Suiza haciéndose pasar por el líder de una inexistente organización revolucionaria y convenció al padre del anarquismo de que era la persona indicada para actuar como su agente en Rusia. Para ello, Bakunin lo nombró miembro de la Alianza Mundial Revolucionaria, que tampoco existía realmente, y le encargó agitar la revuelta en Rusia. La misión de Nechaev, sin embargo, fue breve: tras poco exitosos intentos por reclutar colaboradores, asesinó a uno de sus compañeros sospechando que era un traidor y después huyó abandonando al resto de su organización cuando la policía encontró el cuerpo y la desmanteló. Bakunin renegó de sus brutales métodos y en 1872 Nechaev fue extraditado a Rusia, donde murió en una celda años después. A pesar de su decepcionante carrera como revolucionario, Nechaev ejerció una importante influencia en el desarrollo del terrorismo revolucionario ruso gracias a su escrito El catecismo del revolucionario (1869), publicado durante su tiempo de colaboración con Bakunin. El texto, que se compone de 26 puntos, refleja el celo fanático que espoleaba a muchos revolucionarios y supone el culmen del culto a la destrucción como esencia de la revolución. El revolucionario es un hombre en el que “todo en él se dirige hacia un solo fin, un solo pensamiento, una sola pasión: la revolución” y que “es un enemigo implacable de este mundo, y si continúa viviendo en él, es sólo para destruirlo más eficazmente”. Para ello se exige: Siendo severo consigo mismo, el revolucionario deberá ser severo con los demás. Todos los tiernos y delicados sentimientos de parentesco, amistad, amor, gratitud e incluso el honor deben extinguirse en él por la sola y fría pasión por el triunfo revolucionario. Para él sólo debe existir un consuelo, una recompensa, un placer: el triunfo de la revolución. Día y noche tendrá un solo pensamiento y un solo propósito: la destrucción sin piedad. Manteniendo la sangre fría y trabajando sin descanso para esa meta, estará listo para morir y para destruir con sus propias manos todo lo que le estorbe.11

(11) Sergei NECHAEV, Mijail BAKUNIN, Catecismo del revolucionario, punto 6

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El Catecismo acompaña esta pavorosa concepción con una serie de disposiciones prácticas igualmente despiadadas en las que se instruye sobre cómo deben operar los revolucionarios, organizándose en grupos secretos altamente centralizados y piramidales destinados a operar con total eficacia. Dichos grupos tenían un fin, purgar la sociedad de aquellas personas que se opongan a la revolución. Así, el texto dice: Toda esta sucia sociedad tendrá que ser dividida en varias categorías. La primera categoría es la de aquéllos que deberán morir sin demora. La Organización de camaradas revolucionarios harás listas de los condenados, tomando en cuenta el daño potencial que puedan hacer a la revolución, y eliminarán en primer lugar a los primeros de la lista.12 La obra de Nechaev y Bakunin es un punto de inflexión en los movimientos de extrema izquierda rusos. No solo llevaba a su extremo más radical los conceptos nihilistas de destrucción y exaltaba la violencia como arma revolucionaria, sino que por primera vez proponía el terrorismo como forma de actuación y establecía un manual sobre cómo ponerlo en práctica de forma organizada. Despreciando la inoperancia de todos los intelectuales de salón y panfletistas clandestinos, Nechaev entiende que el revolucionario es necesariamente un terrorista. Dado que todas las normas de la sociedad se han rechazado con el nihilismo, la moralidad deja de existir como concepto y el revolucionario solo mide sus actos por la efectividad con la que propician el advenimiento de la revolución. El terrorismo se ve imbuido además de un celo fanático casi religioso, que convierte la revolución en una causa sagrada ante la cual toda consideración ulterior se desvanece13. Por todo ello, El catecismo del revolucionario, con razón, ha sido considerado el nacimiento del fenómeno terrorista tal y como hoy lo entendemos. Tras el fracaso de Nechaev, las ideas anarquistas de Bakunin tardaron varios años en establecer con fuerza en Rusia, pero el modelo del terrorismo tuvo mucho más éxito.

(12) Ibidem, punto 15 (13) Sobre el carácter “religioso” de los movimientos revolucionarios rusos se han hecho considerables reflexiones. Muchos estudiosos han visto conexiones entre la profunda religiosidad ortodoxa rusa y su mesianismo y la actitud radical del nihilismo revolucionario. El propio Bakunin, que era un ateo de pensamiento enormemente místico, alabó a Nechaev y sus compañeros como “creyentes sin Dios”. Abott GLEASON, Young Russia: the genesis of Russian radicalism in the 1860s, Nueva York: Viking Press (1980) p. 354

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En realidad, el primer atentado terrorista moderno se adelantó a Nechaev por unos años cuando en 1866 Dimitri Karakozov, un joven nihilista desequilibrado y con tendencias suicidas, disparó contra Alejandro II durante uno de sus paseos por San Petersburgo. Karakozov erró el tiro y fue detenido y condenado a la horca, pero la investigación destapó toda una trama dirigida por su primo Nikolai Ishutin que presuntamente presidía una organización secreta revolucionaria llamada “Infierno” destinada a organizar atentados suicidas contra el zar y su familia. Los testimonios sobre las exigencias de “Infierno” eran muy similares al modelo ideal de Nechaev: Un miembro de Infierno debe vivir bajo un nombre falso y cortar todos los vínculos con la familia; no debe casarse, debe abandonar a sus amigos y en general debe vivir con un único y exclusivo propósito: un profundo amor y devoción por su país y su bien. Por su país debe abandonar toda satisfacción personal y a cambio sentir odio por el odio, rechazo por el rechazo, concentrando estas emociones en su interior.14 Aunque el juicio no pudo probar la existencia de Infierno, que fue negada por los acusados, los detalles del caso tuvieron un enorme impacto en la sociedad rusa y demostraron que la oposición revolucionaria empezaba a escapar al control del gobierno. La voluntad del pueblo Los casos de Nechaev y Karakozov demostraban que el movimiento estudiantil nihilista estaba convirtiéndose en un peligroso caldo de cultivo para la aparición de organizaciones terroristas. La respuesta del zarismo fue ambigua e ineficaz: por un lado, recrudeció la censura y la persecución de las asociaciones universitarias, llevando a cabo numerosas detenciones y cerrando revistas e imprentas, pero por otro se mostró temeroso de ejercer una dureza excesiva y la mayoría de las operaciones policiales acababan sin represalias para los arrestados, que volvían al poco tiempo a la actividad15. (14) Citado en Marc SAGEMAN, Turning to Political Violence: The Emergence of Terrorism, Filadelfia (EEUU): University of Pennsylvania Press (2017) p. 158 (15) Esta es una de las características que Crenshaw considera idóneas para el surgimiento del terrorismo, al reforzar la sensación de persecución de los opositores pero sin ejercer un efecto disuasorio. Martha CRENSAHW, “The causes of terrorism”, Comparative Politics, Vol. 13, 4. (1981), p 383.

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Fue el caso de una de las principales asociaciones revolucionarias, Zemlia i Volia (Tierra y Libertad), que reunía a las mentes más destacadas del llamado populismo ruso, una vía socialista basada en las ideas de Herzen que abogaba por una revolución campesina que acabase con el zarismo 16. Tras ser disuelta en 1864, la organización volvió a surgir en 1874, convertida en la principal representante de la oposición. En su programa, afirmaba que sus demandas “solo podían cumplirse mediante una revolución violenta” y aunque en principio su actividad era meramente la agitación, muchos miembros simpatizaban con las ideas terroristas, consideras como una medida de autodefensa de las clases populares o incluso una especie de “justicia popular”. En 1878 una joven llamada Vera Zasulich atentó contra el coronel Trepov, gobernador de San Petersburgo, hiriéndolo gravemente de un disparo. Aunque Zasulich había tenido contacto con Nechaev y otros simpatizantes anarquistas, su juicio se presentó como un caso de venganza personal por el maltrato de Trepov a un joven prisionero al que había ordenado azotar y, sorprendentemente, fue absuelta. El juicio fue enormemente publicitado en toda Rusia y se convirtió en un símbolo de la debilidad del gobierno frente al descontento de la opinión pública. El caso enconó el debate dentro de Zemlia i Volia sobre la necesidad del terrorismo y finalmente, en 1879, la organización se dividió entre una rama puramente política minoritaria llamada Repartición Negra y una mayoritaria consagrada a la actividad terrorista que adoptó el nombre de Narodnaia Volia (la voluntad del pueblo). Narodnaia Volia ha sido frecuentemente definida como la primera organización terrorista de la Historia, lo cual es cierto si tenemos en cuenta que Infierno probablemente nunca llegó a existir como ente organizado y que la única víctima de la organización de Nechaev antes de ser descubierta fue uno de sus propios miembros.

(16) El populismo ruso nunca llegó a ser una doctrina homogénea ni bien definida. Pese a su indudable carácter revolucionario y socialista, no se identificaba ni con el anarquismo de Bakunin ni con el marxismo que posteriormente defenderían los leninistas.

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Los populistas de Narodnaia Volia, por el contrario, consiguieron establecer una estructura estable y eficaz que debía mucho a las instrucciones del Catecismo del revolucionario, hasta el punto de que Vera Zasulich llegó a describir la organización como “puramente Nechaev]. En su punto álgido, antes de 1881, llegó a alcanzar entre trescientos y cuatrocientos miembros, separados en distintas células aisladas unas de otras, dirigidas desde un Comité Central de no más de veinte personas inaccesible a los miembros regulares. Aunque esta estructura, dispuesta para evitar las infiltraciones policiales, nunca llegó a operar con el secretismo y la profesionalización que los líderes pretendían, supuso el primer intento de llevar a cabo un terrorismo coordinado y constante. Narodnaia Volia también representó la adaptación del terrorismo a los nuevos tiempos, valiéndose de los avances de la Rusia industrial para acometer sus crímenes. Fueron pioneros en el empleo de la dinamita, recientemente descubierta por Alfred Nobel, comenzando la larga y negra historia de las bombas como arma terrorista. Además, aprovecharon hábilmente la creciente red de ferrocarriles para moverse por el país, ampliar su radio de acción, despistar a la policía e incluso llegaron a atentar descarrilando trenes17. Narodnaia Volia no solo perfeccionó la organización y la técnica del terrorismo, sino también su mensaje. A diferencia de sus predecesores, la organización se preocupó por intentar legitimar sus acciones ante la opinión pública, que comenzaba a ser cada vez más importante y prestar más atención al fenómeno terrorista. Para atraerse más apoyos entre la población, especialmente la intelligentsia burguesa, se publicó un programa en el que pedían muchas de las reivindicaciones liberales como el establecimiento en Rusia de la libertad de pensamiento, expresión, reunión y asociación, así como la convocatoria de un parlamento democrático. El programa prometía que depondrían las armas en cuanto se cumpliesen esas demandas, pero a la vez el Comité Ejecutivo emitió un comunicado en el que se erigían como jurado y declaraban a Alejandro II culpable de crímenes contra el pueblo, condenándolo a muerte18. (17) Martha CRENSAHW, Opus cit. p. 381 Existe un trabajo concreto de Frithjof Benjamin SCHENK, “Attacking the Empire’s Achilles Heels: Railroads and Terrorism in Tsarist Russia”, Jahrbücher für Geschichte Osteuropas (2010) pp. 232-253 (18) Derek OFFORD, The Russian Revolutionary Movement in the 1880s’, Cambridge: Cambridge University Press (1986) pp. 28-29

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La condena era mucho más que un ejercicio retórico y el Comité Ejecutivo centró todos sus esfuerzos en descubrir la forma de acometer el regicidio. No eran los primeros que intentaban seguir los pasos del desdichado Karakozov. El 20 de abril de 1879 un estudiante vinculado con la extinta Zemlia i Volia, Alexander Soloviev, disparó contra el zar mientras pasaba revista a su guardia, pero falló y fue ahorcado. El verano anterior había sido ejecutado un socialista judío, Solomon Wittenberg, por intentar hundir con una mina el barco del zar en Odessa. El Comité Ejecutivo de Narodnaia Volia sabía que para evitar otro fracaso debía preparar minuciosamente la operación. En diciembre de 1879, dos equipos de terroristas minaron con dinamita las vías del tren que debía transportar al zar de vuelta de su residencia de verano en Livadia, pero fallaron: la primera mina no hizo explosión y la segunda voló por error el tren que llevaba a la comitiva del zar y no en el que viajaba el monarca. En febrero de 1880, a través de un infiltrado en el servicio, situaron una bomba bajo el comedor del Palacio de Invierno de San Petersburgo, pero estalló antes de que Alejando II entrase en la sala, matando a once personas e hiriendo a cincuenta y seis más. Pese a los fracasos, la imposibilidad de la policía para detener los atentados y la audacia de los mismos empezaron a crear una leyenda en torno a los terroristas de Narodnaia Volia, de los que se hablaba no solo por todo el Imperio, sino en el mundo entero. En noviembre de 1880 la policía consiguió arrestar al principal líder de Narodnaia Volia, Alexander Mijailov, que fue juzgado y condenado a muerte, aunque el zar conmuto la pena por prisión. El Comité Ejecutivo de la organización terrorista no se desanimó por este golpe y, siguiendo las últimas instrucciones por carta de Mijailov, se centraron obsesivamente en el regicidio. Finalmente, el 13 de marzo de 1881 (1 de marzo en el calendario juliano ruso), los terroristas consiguieron alcanzar a su escurridizo objetivo. Tres miembros de la organización armados con bombas sorprendieron al carruaje del zar cuando volvía de revisar unos ejercicios militares de la guardia en San Petersburgo. La primera bomba lanzada mató o hirió a varios miembros de la comitiva y transeúntes, pero Alejandro II volvió a salir ileso. Sus escoltas intentaron sacarlo del lugar, pero el zar quiso ver primero a los heridos, momento en el que Ignacy Hryniewiecki, de veinticinco años, arrojó una segunda

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bomba que alcanzó de lleno al zar destrozándole las dos piernas. Su sequito consiguió llevar al moribundo monarca hasta palacio, donde murió. Hacía apenas unas horas, Alejandro II había firmado un decreto autorizando al ministro del Interior, el conde Loris-Melikov, a aplicar un tímido programa de reformas constitucionales que permitiese una apertura de la autocracia zarista. El triunfo de Narodnaia Volia supuso a la vez su destrucción. Los militantes terroristas despreciaban a los revolucionarios de salón de la intelligentsia por hablar inútilmente de la revolución sin hacer nada por ella, pero en su nihilismo destructivo cayeron en el otro extremo: estaban tan consagrados a la aniquilación del sistema que no sabían qué hacer cuando éste cayese. Diez días después del asesinato, Narodnaia Volia envió una carta al hijo y sucesor de Alejandro II, Alejandro III, reiterando las exigencias de su programa, pero más allá de aquel gesto el Comité Ejecutivo no tomó medidas para favorecer la revolución o forzar al zar a aceptar sus demandas. En realidad, la organización no tenía un plan de acción para aprovechar la muerte del zar, sino que más bien parecían creer que su desaparición llevaría a un colapso automático del país y conduciría a la eventual revolución. Pero lejos de desmoronarse, el zarismo reaccionó al atentado con renovado vigor y dureza. El asesinato de Alejandro II puso fin a la etapa reformista del zarismo. Alejandro III y sus consejeros entendieron que la apertura y permisividad habían sido las causas del ascenso del terrorismo y volvieron a las posiciones conservadoras del reinado de Nicolás I. Las reformas de Loris-Melikov se cancelaron sin llegar a entrar en vigor y se retomó la defensa a ultranza de la Ortodxia, la Autocracia y el Nacionalismo. Junto a estas medidas, el zarismo contratacó para acabar con los terroristas endureciendo las leyes penales, aumentando la censura y, sobre todo, creando un poderoso cuerpo de Policía Secreta destinado a detectar y neutralizar la oposición: la Okhrana. El resultado de las medidas de Alejandro III fue que en unos pocos meses Narodnaia Volia fue desmantelada y sus miembros, junto con otros muchos revolucionarios de distintos grupos, fueron encarcelados o tuvieron que huir al exilio. La actividad revolucionaria se vio reducida a la insignificancia y el terrorismo prácticamente desapareció.

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