Stalin y Sus Crímenes. LEON TROTSKY. Traducción Directa Del Ruso

LEON TROTSKY in rímene N O S EDITORIAL STALTN Y SUS CRIMENES LEO N TR O TSKY S T A L IN y s us CRIMENES (T R A

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LEON TROTSKY

in rímene N O S EDITORIAL

STALTN

Y

SUS

CRIMENES

LEO N TR O TSKY

S T A L IN y s us

CRIMENES (T R A D U C C IO N

D IR E C T A D E L R U S O )

P R O LO G O Y N O TAS DE

Gráficas

Valera.-Libertad,

20.-Madrid

PROLOGO T rotsky, a su pesar, es triaca contra el com unism o. La triaca, usada principalm ente como contraveneno, era también v e ­ neno. H asta el siglo X V I I I , la ley prescribía que la triaca fu era conupuesta ante las autoridades. A s í sucedía en V enecia y en otros puntos de Europa. E sa precaución legal detalla el peligro de usar un veneno aun­ que sea como contraveneno. T rotsky es veneno. U n veneno mortal y, a la vez, m uy sutil. P o r su rara sutileza, Trotsky, e l prim er anti-stalinista, sólo por serlo, ha sido aceptado torpem ente como anticomunista. E l libro que prologam os y otros, com o “ E l gran organizador de derrotas” , la “ R evolu ción traicionada” , etcétera, han podido venderse y leerse en países considerados como tota­ lita rio s'y anti comunistas. L o estimamos un error peligrosísim o; m ejo r di­ cho, un hecho sólo posible por falta de preparación antim arxista — cosa» demasiado frecu en te— -, pues la ignorancia confu nd e el anti-stalinismo con el anticom unism o. E l comunism o stalinista es nefando, cruel y hasta macabro. S u m al­ dad absoluta provoca repulsas indignadas, rupturas totales, cismas con­ tinuos 3' hasta sinceros arrepentim ientos. E l cisma de mayor importancia es el que acaudilló T ro tsk y, arrastrando tras de s í a toda la llamada “ v ie­ ja guardia b olchevique” , excepto, claro es, a Stalin. H em os dicho que hasta sinceros arrepentim ientos h u b o ; algunos, arre­ pentidos, regresaron a la idea de D io s y P a tria ; pero, en verdad, fu ero n los menos. L a m ayoría de los que rom pieron con S ta lin fu eron a engrosar las fila s de la llamada oposición, adjetivada como “ de izquierda” , “ bolche~ v iq u e ” , “ leninista” , etc., etc. E n su ataque, iniciado y dirigido por T rotsky, llaman siem pre a Stalin traid or al com unism o. T rotsky se extasía llam ándole “ bonapartista” , “ term idoriano” , sep ul­ turero de la R evolu ción de O ctu b re” y “ C a ín ” . T ro tsk y y la oposición se proclaman a sí m ism os la o rtod oxia m arxista-leninista, excom ulgando a Stalin por h eterodoxo, renegado, rep ro b o ... Y esto lo hacen invocando a M a r x , el cual proclam ó; m ejor, blasfem ó: " L a filo so fía hace suya la fe de P ro m e teo ; od io a todos los dioses del cielo y de la tierra que no reconocen a la conciencia hum ana com o d ivi­ nidad sup rem a.”

PROLOGO Acatando los trotskistas, como todos los m arxistas, a la R azón y a su propia conciencia como “ deidad suprem a” , parece absurdo su anatema. S i la conciencia y la razón son divinas, razón tiene S ta lin ; por lo tanto. ¿por qué la suya no ha de ser también “ divina” ? S in duda, esa deidad ignota, “ la R a zó n hum ana” , es para todo marxista la propia, y no la ajena. A s í se explica que trotskistas y staiinistas, divinizando sus respectivas “ razon es” contrarias, se crean investidos de poderes, corno toda divinidad, sobre la vida del mortal. E n pura lógica, Stalin tiene razón para matar a Trotsky, y T ro tsk y la tiene para1 matar a S ta lin . L a dual y adversa divinización de sus razones da origen auto­ ritario p erfecto a sus decretos exterm ina dores. A s í, pudo darse la ironía m ás macabra. E l últim o libro de T rotSk$ se titula “ S u m oral y la n u estra ” . E s decir, la moral de Stalin y la suya. E n él, al atacar a Stalin, establece la regla d e moral práctica siguiente: “ L a m oral sólo es una de las funciones de la lucha de cla ses.” S e comprenderá que es m oral todo lo que vaya contra el “ enemigo de clase” ; según T rotsky, Stalin. E sto , naturalmente, tendría una fu erza dialéctica decisiva para T rotsky. P er o da la casualidad que Stalin pudo razonar y ju stifica r m oralm ente su sentencia de m uerte contra el propio T ro tsk y haciendo suyas, una por u n a t o d a s las razones fabricadas por T rotsky en su libro postrero. L e bastó considerar también al e x com isa­ rio de guerra “ enemigo de clase” . L o creyó así, lo decretó, y su .sen ten ­ cia de m uerte tuvo com o “ considerandos” y “ resultandos” m orales y j u ­ rídicos los m ism os que, la víctim a escribió para sentenciar a su sentenh ciador y ejecutor. Jamás la ironía pudo llegar a extrem o, m ás inaudito. P ero reconozcam os lógica en la “ m oral” stalimama. S i T ro tsk y puede dogmatizar que Stalin es enem igo de clase, ¿por qué no ha de poder dog­ m atizar S ta lin que el “ enemigo de clase” es T r o tsk y ? ... E s así, porque ambos niegan todo principio de moral religiosa, tras­ cendente o abstracta, y, al negarla, ambos tienen razón igual, pero anta­ gónica. M a s las razones iguales y opuestas, como las fu erza s, se destruyen en el equilibrio, hasta que lo ron:pe una razón de otro orden: la razón de la fu erza. Y Stalin tuvo más razón, porque tuvo más fu e r z a ... *

*

*

T rotsky, que para Bernard Shan ' es “ el rey de los polem istas”^ ha podido introducirse, em bozado en su capa anti-staliana, en los m edios más amurallados contra el com unism o, para encender allí la llama com unista.

M A U RIC IO

C AR L A V IL L A

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N osotros, en 1934, advertim os este peligro y tratamos de fija r una idea clara y terminante sobre Stalin y T ro tsky: “ S t a l in

y

T r o t s k y : d if e r e n c ia

e s e n c ia l

entre

am bo s.

” A T rotsky y a Stalin no les separa en la política com unista ninguna diferencial doctrinal. ” Tanto da el com unism o de uno como el del otro. E sto está ya perfectam ente demostrado. L a diferencia real es la siguiente: ” Stalin, ruso, desea el coiru>::'s¡no por el com unism o. ” T rotsky , ju d ío , desea el com unism o para servir los designios im pe­ riales de la judería. Y así, vem os q u e, desde que se le elimina del suceso revolucionario, las masas t'ibran sólo al im pulso de su s propias fu erza s. ” L a s palancas del materialismo — capitalismo y comunism o— m en al m undo con arritmia

opri­

l: s f u ! s s. E l enem igo no puede a freta r

a placer su, manaza porque ha saltado el pivote. ¡ T r o ts k y ! ” (1). D entro de la excesiva síntesis, 3' con todo su vigor polém ico, en la cita está contenido por entero el problem a y el drama universal del trotskism o. E ste acontecim iento de la historia universal no sólo rebasa el párrafo, sino que rebasaría un libro. H asta creem os que sería capas de llenar m uy amplia bibliografía. Y no sólo por su m agnitud colosal, sino por ser el trotskism o la más clara y. p erfecta m anifestación del problem a de los probletnas de la intrahistoria universal. N o se deberá exigir de nosotros que en un m ero prólogo lo abarque­ m os en toda su dimensión universal. S erá ésa una empr-esa que corona­ rem os algún día en obra que acariciamos y documentam os desde hace años. L o posible aquí es trazar un esquema de toda su problem ática para situar en su adecuada posición y sentido lá obra de Trotsky. L o im pone la necesidad d e neutralizar prezñamente su veneno y la necesidad de inm unizar contra él al lector. A s í, quedará exclusivam ente su virulencia venenosa contra Stalin y el régim en soviético actual, que es la finalidad determ inante de dar a la lu z esta obra. Y nada m ejor que analizar al m icroscopio la anterior auto-cita. A n te todo, adviértase cómo al escribir “ S ta lin ” agregamos ruso. Y al decir “ T r o tsk y ” , añadimos inmediatamente judío. Parecerá, sin duda, una burla del destino que estos dos hom bres, fo r ­ m ados dentro de un internacionalism o quím icam ente puro, deban ser con­ siderados por su determ inante racial y nacional, si se quiere hallar e x ­ plicación racional y sentim ental de su psicología y su ambición. (1)

" E: Enem igo” , pág. 179, 4.a edición.

PROLOGO E l m arxism o ha pretendido ser el asesino de la idea de nación. T ran s­ form ada desde la R evolución francesa la idea nación en nación-idea, M a r x halló a hí la premisa necesaria para poder transform ar esa naciónidea en la nación-idea universal. E lla fu e la secreta consecuencia a la que pretendieron llegar sus prim itivos inventores, y a ella llegó M a rx. S ta lin y T ro tsk y, form ados y educados dentro del m arxism o m ás e x ­ trem o, se declararon y se declaran intem acionalistas por excelencia. T é n ­ gase en cuenta que en el diccionario m arxista la palabra “ intem acionalis­ ta ” tiene el significado de “ antinacional” ; negación absoluta de la nación. M a s esto de negar la nación, esto de desnacionalizarse, parece teórica y dialécticam ente algo demasiado! fácil. E n la realidad, tío creem os haber hallado un solo hom bre normal que lo haya conseguido. N ada de menor altura que nuestra propia, sombra, nada m enor obstáculo para un salto; pero nadie se la saltó aún. D iríase que con la nación ocurre algo sem e­ jante. N adie es capas de rom per consigo mism o más que suicidándose, enloqueciendo. N ad ie rom pe con su propia nación — que también es él m ismo—

si no es en rapto de locura. Racionalm ente y sentim entalm ente,

sólo se destruye el sentim iento de nación infundiendo en el hom bre un nuevo

sentim iento

nacional.

Es

algo

fatal.

Para

poder

renunciar el

hom bre a la nación tendría que transform arse en bestia o en D io s, d eja n­ do de ser ente sociable. Y naciendo de lo sociable del hombre la nación, ya es coz a la lógica pretender ser “ socialista” renegando de ser “ nacio­ nal” ... ¡ Y pensar que L en in quiso hacer protom arxista al gran P erip a ­ té tic o !... S o n Stalin y T rotsky las cúspides más destacadas del internacionalis­ m o, o sea de lo antinacional, en el panorama mundial. V erbalm ente, dia­ lécticam ente, nadie podrá superarlos. P ero nada importan las palabras en la H istoria cuando son contradichas por los hechos. A s í, vem os revivir — ¡y con qué ím p etu !— en Stalin, no ya un nacionalismo limitado por la idea racial de tipo zarista, sino un imperialism o universalista, en eclosión planetaria, de su nacionalismo. N o es de ayer. E n los m ism os albores de la R evolución rusa, la sen­ sibilidad de T ro tsk y ya advirtió el peligro. N o es mera casualidad que Stalin tuviera como prim er cargo estatal el de comisario de N acionali­ dades. É l, georgiano — más propiam ente, osseto— , sintió la vocación de ordenar y ensamblar el m osaico.de razas de la nueva Rusia. E sta inclina­ ción ya era bien elocuente. S u s antecedentes raciales pudieron errónea­ m ente inducir a suponerle un secesionista o, por lo menos, un fed era lis­ ta. Téngase en cuenta que la prim era C onstitución de la U . R . S . S . consagraba et principio de la autodeterm inación para todos los pueblos

M AU RICIO

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rusos. P ero no; Stalin, apoyado en esto por el fe r o z D zersjin sky , se lan­ zó a fo rja r un centralismo estricto, radical, y a él se debe, sin duda, que en el país de la autoseparación no haya habido hasta hoy más qu£ ane­ xion es. .. Su, prim er choque con T rotsky fu é m otivado por la política relativa a las nacionalidades. T ro tsk y , al parecer, consiguió en un principio el apoyo de L en in , y n os da a conocer en su libro “ L a R evolu ción, d esfigurada ” varias cartas y notas del mism o. N o es cosa de traerlas aquí com o d o cu ­ m entación; basten estas líneas: “ E s evidente que debe hacerse políticam ente responsables a Stalin y a D z e rsjin sk y de toda esta cam paña de verd ad ero nacionalismo ru so .” (Carta de L en in a T rotsky del 3 1 de diciem bre de 1922.) E s de advertir que lo s nom bres de M ediván i, Makaradzé,, de K a m e­ nev y el de T ro tsk y, adversarios en la cuestión de Stalin, que figuran en la correspondencia de L en in referen te al asunto, han sido suprim idos por el “ nacionalista” . N o debe despistar el apoyo circunstancial de L en in a T ro tsk y en la cuestión de las nacionalidades. L en in profesaba en un principio una teo­ ría que se llamó entonces de “ liberalism o nacional” , que le aproxim ó en la circunstancia a la/ tesis del entonces tan poderoso T ro tsk y, en detri­ m ento del m odesto S ta lin ; pero debe suponerse que L en in no debió apo­ yar a T rotsk y y a K a m enev a ultranza, porque, de haber sido así, m uy otro sería el mapa de la U . R . S . S ., ya q u e Stalin carecía de poder , en aquella fech a para triunfar sobre la trinidad

om nipotente de L en in ,

T rotsky, K am enev. T óm ense las palabras de L en in como antecedente so ­ bre el “ nacionalismo ru so ” de S ta lin . Y a la lu z de tal idea, verem os con m ucha claridad su trayectoria política ulterior. F ren te al unitarismo y centralismo staliniano, he aquí la idea de Trotsky, expuesta en su polémica contra Stalin: “ O rg a n iza r el socialism o en un solo país es un procedim iento socialp a triota.” Com o vem os, de ahí a llamar a Stalin “ na ciona lsocialista ” no d is­ ta nada. Y

T ro tsk y afirm a seguidam ente:

“ C on relación al E stad o de los S oviets, el patriotism o es un :ás absurdo,

y

el

T error

tan

contradictorio y

total

que

demencial

sería obedecido sin pestañear por Partido, E jé r c ito y P u eb lo . N ad ie como S ta lin podía ejecutar c n m ejor técnica una política de secreto. S e olvidó que el secreto es lo esencia'. en

a técnica policíaco-crim inal, arte en el

cual es maestro. E l T error preceda:::, desarrollado er. la preguerra, eliminó física , po­ lítica y m oralm ente

a

iodo:

:us

posibles

rivales. E s decir, los mató

integralm ente. N i como mártires de :o: idea’, sobrevivieron en la memoria de las gentes, porque murieron a ccectcs. a usándose y acusando falsa y cobardem ente, para terminar cam cnác i a excelsitu d de su verdugo S ta ­ lin. Com o asesinato, jam ás ia I T :

• : podrá registrar una obra maestra

m ás ejem plar. S i hubiera tenido necesidad de obtener aprobación de al­ gún organismo estatal o conseje de los Com isarios, com o sucede en cual­ quier gobierno normal, para poner er. práctica su audaz plan, jam ás S ta ­ lin se hubiera atrevido a e :e curarlo. P o r fie le s que le fu era n sus cola­ boradores, el secreto — aigc esencial en el plan— hubiera corrido peligro de fracasar. V end er un secreto de tal naturaleza, del cual dependía la guerra universa!, tenia -r.eei - tan fabuloso que al m ás honrado le tenta­ ría... y Stalin sabe bien que su persona y su política no pueden depender jam ás de la honradez... a i-; sin sentido en la R usia soviética, que la de­ claró un prejuicio burgués. S ó lo bajo un se ere: o absoluto — el secreto de uno—

su premeditado

plan, se atrevió S ta lin a llevar a M o scú a la com isión anglo-francesa. A s í pudo, cuando :a conocía con todos sus detalles cuál era la prepara­ ción m ilitar anclo-francesa, reunirse con R ibbentrop en el piso inmediato superior y firm ar el fam oso P a cto que provocó la guerra. S in la previa y gigantesca "purga,” que mató por m illones, de alto a bajo, a toda la O posición y hasta a todo aquel sobre quien había presun­ ción de que no aprobaría ciegam ente cualquier decisión del dictador, aun­ que pareciera clarísima traición al ideal bolchevista, y sin el T error abso­ luto subsiguiente, aquel hecho inaudito de aliarse con el enemigo del m i­ nuto anterior le hubiera costado a Stalin el poder y la vida. C on una nueva lu z-se ven así los procesos y la colosal matanza. S u fin trascendente y últim o era el que S ta lin pudiera provocar, sin riesgo

M AU RICIO

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personal, la guerra universal. Y así fulm inar sobre O ccidente el rayo hit­ leriano que a él estaba destinado. S in el providencial suicidio m ilitar de H itle r y Alem ania atacando a la U. R . S . S . ¡q u é pan oram a!... L a guerra duraría todavía y el O cci­ dente agonizaría. P er o Stalin, que acabaría por ahora su quinto plan quin­ quenal, seguiría neutral. C on aquella neutralidad que le perm itió adue­ ñarse pacíficam ente de lo que quiso de Finlandia, de media P olonia, de E stonia, L ituania, L etonia y Besarabia. N eutralidad que al m ism o ritmo le hubiera puesto en el G o lfo P érsico , en Constantinopía, en Ceilán y, sin duda, en Alasita... Y , una v ez más, preguntamos. ¿ P o r qué? ¿ P o r qué no se devolvió a Stalin el rayo de la guerra en agosto del 39, cuando él lo dirigió con­ tra Francia e Inglaterra?... ¿ P o r qué., preguntam os una y otra vez, se sacrificó a E uropa entera para que H itler y Stalin mutuam ente no se des­ truyeran? ¿ P o r qué? Sabem os los m uchos que podrían responder. ¿ P o r qué calla n?... ¿ Q u ié n les im pone sile n c io ? ... E s la S ecta, como nunca poderosa. S u indom able y secular designio tiene hoy acatamiento u n iv ersa l..., con la excep ció n de Stalin y su mun­ do oriental. L a dualidad providencial continúa en vigor. N o se articulan por nin­ gún hom bre-eje Capitalism o y Com unism o. L a pugna sigue. A h í está hoy, con la evidencia m áxim a. £j? m undo se pregunta con angustia in fin ita si no es inm inente una¡. nueva guerra. N o ; no habrá guerra. N o habrá guerra contra Stalin en tanto la S ecta no halle la solución que busca durante tantos años a problem a... A l problema, de destronar y matar a S ta lin , conservando y heredando el E stado comunista. C on todo su ingenio y sus recursos fabulosos, creem os que la Secta no halló aún la solución. S e le im pone ahora de nuevo la necesidad de “ contener” a Stalin y contra él conspirar. L a guerra, que fatal seria para Stalin ahora, no será declarada. L a derrota en los campos de batalla sería el fin del com unism o... Stalin sabe que la Secta lo intentará todo; pero lo decisivo, la guerra, iw le será declarada. L e conoce su secreto' a la Secta y lo explota con su chantage universal. Q u e sólo eso es su política actual, un chantage. U n chantage colosal. N o ¡negamos la posibilidad actual de que se rom pa el equilibrio. P u e ­ de algún día la Secta creer que halló la solución a su problema. Y también

PROLOGO

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puede S ta lin , en un m omento dado, creerse superior en fu erzas o ju z ­ garse perdido y lanzarse al ataque repentino para vencer o para intentar salvarse. E n esencia, la situación real es de inestable equilibrio, y es tan inm en­ sa la conjunción y oposición de razones y fu erza s que pudiera romperse por causas m isteriosas e imprevistas. M a s la lógica y una completa ponderación de la situación, de propó­ sitos y potencias nos inducen a sostener que no habrá guerra... N o habrá guerra hasta que años de tensión, alarma y m iedo acum u­ len tales fu erza s y tales m edios de guerra — ¡ y qué clase de m ed ios!— • que su choque residte apocalíptico... S ó lo entonces la guerra estallará. S e diría que la política internacional de hoy tiene una inconsciente y dem encial o b jetiv id a d ..., la de buscar la paridad. en un m omento dado entre el mundo staliniano y el occidental. N o dejam os de tener en cuenta su inferioridad actual en lo que a la bomba atómica se refiere. A u n con­ cediendo que hoy no la tenga ya; todos los técnicos coinciden en que sólo es cuestión de tiem po, y no largo, el que la llegue a poseer. L a cuestión de la “ ato-bom ba” no contradice nuestra tesis, sino que la confirm a. E s cuestión de tiem po, y al tiempo referim o s la posibilidad de que S ta lin obtenga potencia en acto superior. Y es evidente que la potencia en acto de Stalin constantem ente crece. S i, como sucede, no se v eta , su potencia bélica superará en la hora H . la de sus adversarios, que seguirá siendo, aunque superior, latente. E sa hora incógnita será la más nefasta del planeta. P o r distintas razones, también a H itle r se le per;}:::: 5 .legar con potencia en acto superior a su hora H ., y lo que les costó a sus enem igos igualar y superar su ventaja inicial está cifrado en m illones y m illones de m uertos y en un destrozo universal de espanto. N o cabe mayor evidencia. P erm itir a Stalin llegar a tener superioridad inicial es repetir el pa­ sado, pero m ultiplicado. S e llegaría a cifras astronóm icas en armamentos y,

a un desatar de las fu erza s cósmicas, que exterm inarán lo más y lo'

m ejo r de la Hum anidad. L a guerra de tal manera planteada sería apocalíptica. L a catástrofe planetaria, total, definitiva. L a menguada H um anidad que sobreviviera sería una m iseria m oral y p ato ló gica; em brutecida, aterro rizad a y p e rv ertid a... A l leer en la cuartilla esa visión infrahum ana de la H um anidad su ­ perviviente de la guerra tota l..., “ mísera, em brutecida, aterrorizada y per­

M AU RICIO vertida ’

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vi ene a nuestra m ente su im agen viva y actual: la E uropa

dominada por la bestialidad soviética. S i la fu tu ra guerra total hace de todas las naciones del planeta lo que hoy es la E uropa oriental, no habrá vencedor. Y , venza quien venza, esa H m nanidad será de hecho comunista. Com unista, s í; que esa H u m a ­ nidad que sobreviva a la guerra total será perfectam ente apta para con­ vertirse en esclava de la S ecta y obedecer su dictadura de form a “ co ­ m unista” . E s decir, esa dictadura tridim ensional, espiritual, política y económ ica; total e integral. Y al sobrevenir este fin , por nosotros no prem editado, sino deducido racionalmente de la realidad de unos hechos fatales, se clava el áspid de esta interrogación en nuestra m ente: ¿ S e r á la creación de esa infra hu manidad■bestial la solución hallada por la Secta para imponer su, dicta­ dura total y universal? L a dialéctica en recta ahí nos lleva. M as esa guerra-revolución ha de ser tan- m onstruosa y fe r o z que lleve a las gentes a una unánime y absoluta desesperación. A perder la noción d e D io s, amor y libertad, triple y una condición para conseguir de la H u ­ manidad su total su m isió n ... Tanto sería como rom per el O rden natural físico y hasta m eta físico ; llegando al mal por el mal, al M a l absoluto. E s decir, a la Alada... Y , lógicam ente, también al aniquilam iento de la S e c ta ... Y surge, fatal, una interrogación definitiva: ¿ N o denunciará ese fi?ial fatal, M al-N ada, que la Secta es tan sólo una posesa de ínfun dido delirio del im pulso al dom inio y víctim a postre­ ra del mism o caos por ella desatado?... A s í ha de ser. P o rq u e suspendido entre los polos M a l y N ad a sólo quedaría el eterno Antagonista, el Suicida inm ortal; aquel para quien el suicidio es un lu jo im posible...

* * * E n algún punto debía tener este prólogo fin al. Y es aquí. Tan sólo un rayo de luz, rasgando el tenebroso seno de la intrahistoria de h o y ... N u eva y acaso última tregua concede al hom bre la infinita m iseri­ cordia de su D ios. L a divisióh y oposición de las fu erza s del M al, en su libre, natural y lógica fun ción , É l las conjuga con su divino arte y su excelsa ironía.... que hasta el crim inal fenom enal es ante E l un pelele trágico y grotesco.

PROLOGO

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E n ser o no ser dignos de su m isericordia radica el ser o no ser de la H um anidad en un próxim o futuro. N o ser, porque ni esa utopía de dom inio absoluto universal, con que la S ecta sueña, al fin del f in será. L a S ecta , hoy ■ u nida objetivam ente, fa lta de su adversario, el bien encarnado, se dividirá y luchará contra sí. S u triunfo será su total de­ rrota. S e suicidará. E s el axiom a fundam ental de la dinámica del mal. A esta conclusión nos lleva, por razón y por fe , nuestro concepto providencialista de la hoy intrahistoria. D io s al hom bre se revela, como ja ­ m ás lo hiciera, en el profu nd o acontecer universal. S o b re la tempestad de terror y crim en desatada por una H um anidad satanizada, nuestra f e y razón ve al D io s om nipotente sobre la cima ver­ tiginosa de la H istoria. S u Tabor. M A U R IC IO

C A R L A V IL L A

M au ricio K a rl

C ii la ^)Z o ru eg a «Ó o c ia lís ta » He pasado casi dieciocho meses, desde junio de 1935 a septiembre de 1936, con mi m ujer, en W eksal, pueblo situado a 60 kilómetros de Oslo. Habitábamos en casa de Konrad Knudsen. redactor de un periódico obrero. Esta residencia nos h a ­ bía sido asignada por el Gobierno noruego. N uestra existencia era com pletam ente tranquila y regular; se podría casi llamar “ pequeño-burguesa” . Nos habíamos habituado pronto a ella. Relaciones casi silenciosas se habían establecido entre nos­ otros y nuestros convecinos. Una vez por sem ana íbamos al cine con los Knudsen. De vez en cuando recibíamos visitas, principalm ente en el verano; nuestros visitantes pertenecían en su m ayoría a la izquierda del movimiento obrero. La tele­ fonía sin hilos nos tuvo al corriente de lo que pasaba en el mundo. Habíamos empezado a servim os de este invento m á­ gico e insoportable tres años -antes. Nos asombramos, sobre todo, al oír las emisiones de los burócratas soviéticos. Estos personajes se sentían en el “ é t e r ” como en su casa. O rdena­ ban, amenazaban, reñían, descuidando las reglas de la más elemental educación. ¿Gomo llegamos a N oruega? Me parece preciso decir so­ bre esto algunas palabras. El partido obrero noruego p e rte ­ neció durante cierto tiempo a la Internacional Comunista; des­ pués rompió con ella, sin afiliarse a la II Internacional, dem a­ siado oportunista para su g u sto ... Cuando este partido subió al Poder, en 1935, se acordaba todavía de su pasado. Yo me apresuré a pedir el visado para Oslo, esperando que me sería posible vivir en paz. Después de algunas vacilaciones y algu­ nos roces entre los dirigentes del partido, el visado de en tra­ da me fué concedido, con la obligación de no intervenir en modo alguno en la vida interior del país. El órgano central del partido, el “ A rbeiderbladet” , invoca, es verdad, a Marx y Lenin, y no a la Biblia y a L u lero ; pero perm anece muy pene­ trado de la mediocridad bien pensante que inspiraba a Marx y Lenin un insoportable disgusto... La antigua burocracia que­ dó en su puesto toda entera. ¿Era un bien o un mal? Tuve pronto la ocasión de convencerme, por experiencia, de que los viejos funcionarios burgueses probablem ente tenían más visión y más profundo sentimiento de su dignidad que los se­ ñores m inistros “ socialistas” . Aparte de una visita - • cial que me hizo Martín Tranm ael, el jefe del P. O. X. y iel ministro de Justicia, Trygve Lie, no tuve relaciones personales

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STALIN

Y

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CRIMENES

con los medios gubernam entales. Casi no tuve contacto con los militantes, para que no pareciese de ningún modo que me mezclaba en la política local. Vivíamos mi m u jer y yo en un aislamiento extremo. Relaciones m uy amistosas se habían es­ tablecido con los Knudsen, siendo la política, por un acuerdo tácito, excluida de nuestras conversaciones. Trabajaba, en los instantes de tregua que me dejó mi enferm edad, en la “ Re­ volución traicio n a d a” , esforzándome en hacer resaltar las cau­ sas de la victoria de la burocracia soviética sobre el Partido, los Soviets y el pueblo, y de bosquejar las perspectivas del desenvolvimiento ulterior de la U. R. S. S. Enviaba el 5 de agosto de 1936 los prim eros ejem plares del m anuscrito ter­ minado a los traductores am ericanos y franceses. El mismo día partimos, con Konrad Knudsen y su m u jer, para el mediodía de Noruega, donde debíamos pasar dos semanas a la orilla del mar. Pero, a la m añana siguiente, oímos en el camino que los fascistas habían entrado por la fuerza en mi habitación para robar los archivos. E sto 'n o era difícil; la casa no estaba vigi­ lada. los arm arios estaban aún a b ie rto s ...; los noruegos están tan acostum brados al ritmo pacífico de su existencia que no habíamos logrado obtener de nuestros amigos que tom asen las precauciones más elementales. Los fascistas llegaron a media noche, enseñaron insignias falsas de la Policía y pretendieron empezar inm ediatam ente la “ pesq uisa” . La hija de nuestros huéspedes encontró aquello sospechoso; no perdió su pre­ sencia de espíritu y se puso, con los brazos extendidos, delante de la pu erta de mi cuarto, declarando que ella no dejaría pasar a nadie Cinco fascistas — sin experiencia aún en este ofi­ cio de impostores— se sintieron com pletam ente aturdidos ante el valor de aquella joven. Su herm ano m enor dió entretanto la alarma. Vecinos a medio vestir llegaron. Los agresores, ho­ rrorizados, huyeron, llevándose algunos documentos cogidos al azar de la m esa más próxima. Al día siguiente se estableció sin dificultad su identidad. Pareció que nuestra vida iba a vol­ ver a recobrar su calma. Pero al continuar nuestro viaje hacia el Sur, notamos que un automóvil, en el cual iban cuatro fas­ cistas, mandados por el ingeniero N., su director de propagan­ da nos seguía. No conseguimos deshacernos de nuestros per­ seguidores más que al final del viaje, impidiendo que su coche pasase al transbordador que a nosotros nos llevaba al otro lado del “ fio rd ” . Pasamos diez días bastante tranquilos alojados en una casa de pescadores construida en la mitad de las rocas de la pequeña isla. Las elecciones del Storking se acercaban. Los periódicos gubernam entales (Noruega no tiene más que tres millones de habitantes; el Partido Obrero, a pesar de ello, publica 35 pe­ riódicos diarios y una docena de semanarios) comenzaron una cam paña antifascista de vuelos m uy moderados. La Prensa de

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derechas respondió con una cam paña extrem adam ente violen­ ta contra mí y contra el Gobierno que me había concedido el visado de entrada. La agresión de la Prensa fascista había suscitado en las masas obreras la más viva indignación. "Estam os obligados a v erter aceite sobre las olas— decían los líderes social-demócratas, con aire profundo— . ¿Y para qué? P ara que los fas­ cistas no sean hechos p e d a z o s ...” Nubes mucho más amenazadoras se acum ulaban en Orien­ te. Se disponían a hacer saber al mundo que yo trabajaba para derribar a los Soviets de acuerdo con los nazis. El atentado de W eksal y la vehem ente cam paña de la P ren ­ sa fascista contrariaban las intenciones de Moscú. ¿Podía uno despreciar sin más ni más sem ejantes m inucias? Muy al con­ trario, pues los acontecimientos de Noruega habían acelerado la puesta en escena del proceso de Moscú. Es inútil decir que la Legación de 1a. U. R. S. S. en Oslo no perdía su tiempo. El 13 de agosto llegó en avión el jefe de la Policía Criminal de Oslo, M. Swen. Venía a interrogarm e, en calidad de testigo, sobre el “ r a id ” de los fascistas. Este interrogatorio, tan apre­ surado, efectuado por orden del ministro de Justicia, no an un ­ ciaba nada bueno. Swen me mostró una carta de un contenido com pletam ente anodino, dirigida por mí a uno de mis amigos en París y publicada por la Prensa noruega; me rogó explicara mi actividad en Noruega. El funcionario de la Seguridad fundó sus preguntas, inform ándom e que mis agresores se inculpaban arguyendo sobre el carácter criminal de mis actividades. La actitud del señor Swen fué particularm ente correcta. A conti­ nuación de mis largas declaraciones, el señor Swen declaró a !a Prensa que no encontraba en mis actos nada contrario a las leyes o los intereses de Noruega. Pudimos nuevam ente pen­ sar que el “ incidente había t e r m i n a d o P e r o no había hecho más que empezar. El m inistro de Justicia, h asta hacía poco tiempo miembro de la Internacional Comunista, no tenía la m enor simpatía por el liberalismo del jefe de la Policía Cri­ minal. La agencia soviética Tass publicó el 14 de agosto el descu­ brim iento de un complot terrorista de trotskistas y zinovietistas. Nuestro huésped, Konrad Knudsen, fué el primero que lo oyó por radio. Pero en la isla no había electricidad, las an ­ tenas eran muy primitivas y, para colmo, el aparato no fu n ­ cionaba aquella tarde. “|Grupos trotskistas-zinovietistas..., ac­ tividad co n tra -rev o lu cio n aria...” Knudsen no pudo coger más. — ¿Qué significa eso?— me preguntó. — Alguna m arran ad a de Moscú— respondí. Al am anecer, llegó un periodista que se había enterado del comunicado de la agencia Tass. Aun estando dispuesto todo, no podían creer mis ojos tal conjunto de vilezas. “El terroris-

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mo; ¡bueno! — me repetía estupefacto— ; eso aun se puede c o m p re n d e r...; pero ¡la Gestapo!” — ¿Está usted seguro de que han dicho “ la G estapo” ? — Sí. — Entonces, después de la reciente agresión fascista, ¿los stalinistas me acusan de ser aliado de los fascistas?! Dicté inm ediatam ente al periodista mi prim era declaración sobre el proceso anunciado. Tenía que disponerme para la lu ­ cha; algún golpe horrible me preparaban. El Kremlin no podía, sin graves razone~. com prom eterse de tan estúpida m anera. El proceso sorprendió a la opinión m undial y aun a la In­ ternacional Comunista. El Partido Comunista noruego, sién­ dome tan ho~;il. había convocado el l í de agosto un mitin de protesta contra la agresión fascista de Weksal, horas antes de que la agencia Tass me confundiera con los fascistas. El órgano francés de Stalin, uL’H u m an ité'!, publicó entonces un telegram a, fechado en Oslo, diciendo que el Gobierno no rue­ go había considerado mi entrevista noctu rn a con los fascistas como una visita amistosa que implicaba mi intervención en la vida política del país. Estos señores de “ L’H u m an ité” han perdido hace mucho tiempo la vergüenza y están, en cualquier circunstancia, dispuestos a justificar sus sueldos. Dirigí una carta abierta al señor Swen para com pletar mis declaraciones. El Gobierno noruego sabía muy bien, desde que t me concediera el asilo, mi carácter de revolucionario y de protagonista en la creación de una nueva Internacional. Abs­ teniéndome rigurosam ente de toda intervención en la vida in­ terior noruega, no pude caer en la cuenta, ni sospechar siquie­ ra, que el Gobierno noruego estaba llamado a vigilar mis actividades literarias en otros países, aun cuando mis libros y artículos no se refirieran para nada a la cuestión que inte­ resaba. Mi correspondencia obedecía a las mismas ideas que inspiraban mis libros. Los últimos días ocurrió algo que deja muy atrás todo lo que la Prensa reaccionaria ha escrito a costa mía. Radio Moscú comenzó a acusarm e de crímenes inauditos. Si alguna partícula de estas acusaciones fuera verdad, no m e­ recería la hospitalidad del pueblo noruego ni la de ningún otro pueblo de la tierra. Aun sigo dispuesto a contestar en el acto, punto por punto, ante una comisión de información, siempre que sea imparcial, o ante cualquier tribunal público, y yo me encargo de probar que mis acusadores son los verdaderos cri­ minales. La P ren sa noruega adoptó desde el principio, con referen ­ cia al proceso de Moscú, la actitud más desconfiada. Martín T ranm ael y sus colegas pertenecieron hasta hace poco a la Internacional Comunista, y ellos saben lo que es la G. P. U. y cuáles son los métodos de esta institución. Por otra parte, el estado de espíritu de las masas obreras, indignadas por la agre-

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sión fascista, me era com pletam ente favorable. La Prensa de derechas había perdido com pletamente la cabeza. Afirmaba ayer que yo obraba de acuerdo con Stalin para preparar una revolución en España, Francia y Bélgica, y también, n atu ra l­ mente, en Noruega. Y sin renunciar a esta tesis, se dedicó desde entonces a defender la burocracia moscovita contra el peligro de mis atentados terroristas. Habíamos vuelto a W eksal a la term inación del proceso de Moscú. Con el diccionario en la mano, me dediqué a des­ cifrar en los periódicos de Oslo los inform es de la agencia Tass. Me parecía estar en u na casa de locos. Los periodistás nos molestaban continuamente. En tal ocasión llegaron dos amigos y antiguos secretarios míos: Erw in W olff y Jean van Heijenoort. Su ayuda me resultó preciosa en los días tan agitados e inquietos que precedieron a dos im portantes acontecimientos ocurridos en Moscú y en Oslo. Sin el asesinato de los acusados, nadie hubiera tomado la acusación en serio. Yo estaba convencido de que todo acabaría en ejecuciones. Sin embargo, me dió pena conocer la noticia cuando oí al “ sp e a k e r” de París, cuya voz temblaba en este instante, anunciar que Stalin había m andado fusilar a todos los acusados, entre quienes estaban cuatro m iembros del an ti­ guo Comité Central bolchevique. No era la ferocidad de este asesinato lo que me sublevó. Yo me sublevé por la fría prem e­ ditación de la impostura, por el gansterism o moral de los diri­ gentes, por esta tentativa de engañar a la opinión del mundo entero, a n u estra generación y a la posteridad. — Caín Djugachvili esta en la cima de su destino— dije a mi m u jer ( 1 ). La Prensa internacional acogió el proceso de Moscú con una desconfianza manifiesta. Los “ amigos profesionales” de la U. R. S. S. se callaron. Moscú estimulaba, no sin dificulta­ des, el resorte complicado de sus organizaciones “am ig a s ” subordinadas o medio subordinadas. La m áquina internacional para fabricar la calumnia ( 2 ) se puso poco a poco en m archa: ____________

' n , ..

(1) L a mujer de T ro tsky era hermana de Kamenev, uno de los fusilados. (N. del T.) (2) “ La máquina internacional de fabricar calumnias” . Preciosa frase. Valioso testimonio, por ser persona de la mayor autoridad quien lo proporciona. T al es el nombre propio de esa diabólica máquina. E lla es el arma primera de la Revolución. A hora bien, Stalin tiene una “ máquina” magnífica, ciertamente; pero ni la inventó ni la construyó él. Stalin la heredó. Antes de que soñase tomar el poder, antes de nacer él, ya la máquina existía. España tiene una dolorosa experiencia de su exis­ tencia. Los impactos de las calumnias fabricadas en serie por la “ máouina" tienen su ser nacional acribillado. Y sus1 heridas no datan de 19x7, ni de 1909: datan de siglos. De antes de que existiera el Bolchevismo, el M arxism o y la Masonería, la “ máquina” ya nos calumniaba con la “ Leyenda N e g ra ” , lo cual prueba que la

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el engrase no hacía falta. El aparato de la Internacional Co­ m unista suministraba, naturalm ente, el principal mecanismo de transmisión. La “ Gaceta" com unista noruega, que ayer to­ davía se veía obligada a defenderm e contra los fascistas, cam ­ bió de repente de tono. Exigía ahora mi expulsión y, sobre todo, que se me cerrase la boca. Las funciones de la P ren sa actual de la Internacional Comunista son conocidas. El tiem ­ po que les sobra después de la ejecución de los oficios subal­ ternos que le encomienda la diplomacia soviética, los emplea en realizar las más rucias faenas en servicio de la G. P. U. El telégrafo funcionaba sin interrupción entre Moscú y Oslo. P retendían im pedir que yo pudiese recelar la gran impostura. Sus esfuerzos no fueron vanos. L'n cambio repentino se pro­ dujo en las esferas dirigentes noruega?, cambio repentino que el Partido Obrero no notó en el prim er instante y no com pren­ dió jamás. Pronto supimos cuáles eran las causas secretas. El 26 de agosto, el jefe de la Policía, Askvig, y un funcio­ nario de la Oficina Central de Pasaportes, encargado de la vigilancia de extranjeros, se presentaron en casa. Estos im ­ portantes visitantes me invitaron a firm ar la aceptación de nuevas condiciones para mi residencia en Noruega. Aceptaba el compromiso de no tratar en mis escritos asuntos de la polí­ tica actual y de no celebrar entrevistas. Consentiría en que toda mi correspondencia, a la llegada y a la salida, fuera vi­ sada por la Policía. Sin hacer la m enor alusión al proceso de Moscú, el documento oficial no mencionaba ninguna actividad reprensible. El Gobierno noruego usaba los prim eros pretextos que encontró para disimular la verdadera causa de su cambio de actitud. Más tarde he comprendido por qué me pidieron mi firma. Al ingenioso Ministro de Justicia no le quedaba más que solicitar de mi propia voluntad grilletes y cadenas. Y© rehusé categóricamente. El Ministro me hizo saber bien pron­ to que en adelante los periodistas no serían autorizados para verme y que el Gobierno nos asignaría pronto, a mi m u jer y a mí, otra residencia. Me esforcé en hacer com prender al Mi­ nistro que los funcionarios de la Policía no tenían ninguna com petencia para controlar mi actividad lite ra r ia ; que restrin­ gir mi libertad de com unicación con la Prensa en el momento en que era objeto de acusaciones malévolas, era tom ar el partido de los acusadores. Esto era muy justo; pero la Lega­ ción soviética tenía a su disposición argum entos más convin­ centes. A la m añana siguiente, unos agentes me condujeron a Osle “ máquina” tiene mayor antigüedad que Bolchevismo, Marxismo y Masonería... ¿Qué organización sería la que la inventara y construyera? ¿Por qué el judí* Trotsky no lo dice? Y si hoy la delata es porque la que él y los suyos construyera», manejada hoy por Stalin, le ha cogido a él y a los suyos entre sus engranajes...

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p ara ser interrogado, siempre en calidad de “ testigo” , en el asunto del “ r a id ” de los fascistas. El juez de instrucción 110 se interesó apenas por los hechos; por el contrario, me inte­ rrogó durante dos horas sobre mi actividad política, mis rela­ ciones, mis visitantes. Largas disputas se produjeron sobre la cuestión de saber si yo criticaba en mis artículos a otros Go­ biernos. Naturalm ente, no le contesté. El magistrado estim aba que este modo de actuar estaba en contradicción con la obli­ gación que había contraído de evitar toda acción hostil contra otros Estados. Respondí que los Gobiernos y los Estados no pueden ser identificados. El régim en dem ócrata no considera la crítica a un Gobierno como un ataque contra el Estado. De lo contrario, ¿qué quedaría del parlam entarism o? Era la sola interpretación sensata de la obligación que yo había contraído de no tener en Noruega actividad ilegal clandestina. Y traté de hacerle com prender que encontrándom e en Noruega, publi­ car artículos periodísticos en otros países no estaba de nin­ guna m anera en contradicción con las leyes de su país. El juez tenía sobre este asunto otras ideas o, por lo menos, otras órdenes, no muy inteligibles sin duda, pero, como vamos a ver, suficientes p ara motivar mi internam iento. Del palacio de Justicia fui conducido ante el Ministro del ramo, que me recibió rodeado de sus altos funcionarios. Fui de nuevo invitado a firm ar la dem anda de vigilancia policíaca, muy ligeram ente modificada, que había rehusado firm ar ayer. “ Si usted quiere detenerm e— le m anifesté— , ¿por qué quiere que yo le a u to ric e ? ” Respondió el Ministro, con aire de enten­ dido, que entre el arresto y la libertad com pleta había una si­ tuación intermedia. “ Esto no puede ser más que una equivo­ cación o una trampa. ¡Yo prefiero el a r r e s to !” — decidí. El Ministro me hizo esta concesión y dió en el acto las ór­ denes necesarias. Los agentes rechazaron brutalm ente a Erwin Wolff, que me había acompañado hasta allí. Cuatro poli­ cías con uniform e me volvieron a conducir a Weksal. En el patio vi a otros que, em pujando a van H eijenoort por los hombros, lo echaron fuera. Mi m u je r salió alarmada. Se me retenía en un coche cerrado, a fin de prep arar en la vivienda nuestro aislamiento de la familia Knudsen. Los agentes ocupa­ ron el com edor y cortaron el teléfono. Eramos, pues, prisio­ neros. La dueña de la casa nos llevaba la com ida bajo la vigi­ lancia de dos policías. El 2 de septiembre ^fuimos trasladados a Sundby, pueblo a 36 kilómetros de Oslo, en la orilla de un fiord. Debíamos pa­ sar allí tres meses y veinte días bajo la vigilancia de 13 p e í ­ d a s . Nuestro correo pasaba por la Oficina Central de Pasa: rtes, que lo retenía cuanto le venía en gana. Nadie era admi*id>. para vernos. P ara justificar este régimen, contrario a la Cor -titución noruega, el Gobierno tuvo que prom ulgar una ley e ; :>e-

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cial. En cuanto a mi m ujer, se la arrestó sin siquiera pretender explicar el motivo. Los fascistas noruegos podían cantar victoria. En realidad no eran ellos los vencedores. El secreto de mi internam iento era sencillo. El Gobierno de Moscú había amenazado con boi­ cotear el comercio noruego e hizo sentir seguidam ente por sus actos la seriedad de esta amenaza. Los arm adores se precipi­ taron en los Ministerios: "Haced lo que queráis, pero dadnos los pedidos soviéticos.' La flota m ercante del país, la cuarta del mundo por su importancia, tiene en la vida pública un puesto decisivo, y los arm adores hacen su política con cual­ quier Ministerio. Stalin usaba del monopolio del comercio ex­ terior para im pedirm e desenm ascarar su impostura. La finanza noruega vino en su ayuda. Los Ministros socialistas dijeron para justificarse: “ ¡No podemos sacrificar en favor de T rots­ ky los intereses vitales del país!" Tal fué la causa de mi arresto. Después de las revelaciones sensacionales de los fascistas, ya conocidas las acusaciones de Moscú. Martín T ranm ael es­ cribía en “ L 'A rbeiderbladet” : “ Trotsky se ha atenido estric­ tam ente, durante su perm anencia en nuestro país, a las condi­ ciones que le habían sido im puestas a su llegada.” Probablem ente no será superfluo hacer aquí una breve di­ gresión histórica. El 16 de diciembre de 1928, en Alma-Ata (Asia Central), el encargado de una misión especial de la G. P. U., llegado de Moscú, exigió que yo firmase el com pro­ miso de abstenerm e de toda actividad política y me amenazó con medidas coactivas en el caso contrario. Yo escribí al Co­ mité Central: “Exigir que renuncie a toda mi actividad polí­ tica es exigir que yo renuncie a la lucha por los intereses del proletariado internacional, lucha que sostengo sin cesar desde hace treinta y dos años, es decir, desde el principio de mi vida consciente... R enunciar a la actividad política sería re­ nunciar a preparar el m a ñ a n a ... En nuestro m ensaje al VI Con­ greso de la Internacional Comunista, escribimos nosotros, los oposicionistas, previendo el ultim átum que me ha sido dirigido hoy: “ Sólo una burocracia com pletam ente desmoralizada po­ dría exigir de los revolucionarios el abandono de su actividad política. Y sólo despreciables renegados podrían consentirlo.” No tengo nada que cam biar a estas palabras. ” En respuesta a esta declaración, el “ Bureau P olítico ” decidió desterrarm e y enviarme a Turquía. Yo pagaba, pues, con el exilio mi negativa a renun ciar a la actividad política. El Gobierno noruego exigía ahora que yo pagase mi destierro con el abandono de toda actividad política. No, señores demócratas, yo no lo puedo con­ sentir. En mi citada carta al Comité Central, expresaba la convic­ ción de que la G. P. U. se preparaba a detenerme. Me equivo­

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caba. El “ Bureau P olítico” se limitó a desterrarm e. Pero lo que Stalin no se había atrevido a hacer en 1928, los “ socialis­ t a s ” noruegos lo hicieron en 1936. Ellos me detuvieron por haber rehusado abandonar una actividad política. El órgano oficial del Gobierno se justificó diciendo que los tiempos aque­ llos en que los grandes em igrados: Marx, Erigels, Lenin, podían escribir lo que querían contra los Gobiernos de los países que les daban asilo, se habían acabado. * * * Los prim eros días de internam iento, después de la extra­ ordinaria tensión nerviosa de aquella sem ana “ m oscovita” , nos parecieron días de un reposo bienhechor. Resultaba magnífico quedarse solo, sin noticias, sin telegramas, sin cartas, sin lla­ madas telefónicas. Pero desde que recibimos los prim eros periódicos, el internam iento se convirtió en to rtu ra ... El pues­ to que ocupa la m entira en nuestra vida social es verdadera­ mente desconcertante. Los hechos más simples son siempre los más deformados. Temible es la m entira servida por los poderosos mecanismos gubernam entales, que se impone a todo y a todos. Ya lo habíamos visto durante la guerra. No existían todavía regím enes totalitarios. La m entira en sí conservaba aún ciertos residuos de diletantismo y timidez. Estamos ya lejos de aquello; hoy, en n u estra época, la m en tira es abso­ luta, completa, totalitaria, al servirse de los monopolios de Prensa y radio que le proporciona el Estado moderno. Nosotros fuimos, es verdad, privados de la radio durante las prim eras semanas de n u estra detención. Estábamos bajo la vigilancia del director de la Oficina Central de Pasaportes, señor Konstad, al que la Prensa liberal calificaba cortésm ente de semi-fascista. El unía_a su arbitrariedad y a sus caprichos las m aneras más groseram ente provocantes. Preocupado por la unidad del estilo policial, el señor Konstad estimó que la radio era incompatible con el régim en de internamiento. Pero al fin recibimos un aparato. Beethoven nos reconciliaba con muchas cosas. Pero muy a menudo teníamos que oír a Goebbels, Hitler, o a cualquier orador de Moscú. N uestra pequeña habitación, baja de techo, se llenaba de pronto de ondas satu­ radas de mentiras. Los oradores de Moscú, hablando diversos idiomas, m entían a diversas horas de la noche y del día, siem ­ pre sobre el mismo objeto: explicaban cómo y por qué yo ha­ bía organizado el asesinato de Kirov, sobre cuya existencia, cuando él vivía, yo había pensado menos que en la de cualquier general chino. El orador, invariablemente, ayuno de cieñe'a y talento, ensartaba frases a las cuales sólo la m entira las daba una relativa coherencia. “ Aliado de la Gestapo, Trotsky tiene la intención de provocar la derrota de la dem ocracia e r F ran­ cia, la victoria del general Franco en España, la caí la del «o-

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eialismo en la U. R. S. S. y, ante todo, “ la pérdida de nuestro grande, de nuestro genial, de nuestro bien a m a d o .. . ” La voz del orador se tornaba lúgubre, aunque resultaba desvergon­ zada. Stalin no busca de ningún modo la verosimilitud A este respecto, él ha asimilado com pletam ente la técnica psicológica de la propaganda, que consiste en sofocar la crítica bajo la m asa de mentiras. ¿O bjetar? ¿D esmentir? Los argum entos no hacen falta. En nueceros papeles, en nuestras memorias, tenía­ mos, mi m u jer y yo. dat' s inapreciables para desenm ascarar las falsedades. Noche y día, nosotros recordábamos hechos, miles de hechos, cada uno de los cuales bastaba para aplastar 4 cualquier acusación y "declaración espo ntán ea” . En Weksal, antes del internam iento, había yo diciado durante tres días, en ruso, un folleto sobre el proceso de Moscú. Yo no tenía ninguna ayuda y ahora me fué preciso escribir a mano. Eso no era la dificultad principal, pues m ientras anotaba mis obje­ ciones, examinando cuidadosamente los textos citados y los hechos, m u rm u rab a mi fuero in te r io r : “ ¿Pero es que son dig­ nas de réplica tales in fam ias?... Las rotativas! del mundo entero lanzaban en millones de pe­ riódicos las nuevas m entiras apocalípticas y el “ sp eak er” de Moscú envenenaba el éter. ¿Cuál será la suerte de mi folleto? ¿Lo dejarán pasar? N uestra situación era particularm ente penosa. El Presidente del Consejo y el Ministro de Justicia se inclinaban visible­ mente por mi prisión completa. Los otros Ministros tem ieron la resistencia de la opinión. Las preguntas que yo formulé para saber qué derechos me restaban no tuvieron contestación. Si al menos hubiera sabido que todo trabajo literario me estaba prohibido, hubiera depuesto, m om entáneam ente, las arm as y leído a Hegel. Pero no; el Gobierno no me prohibía nada en términos absolutos. Se limitaba a confiscar mis manuscritos, que yo enviaba a mi abogado, a mi hijo, a mis amigos. Des­ pués de haber trabajado duram ente en la redacción ele un do­ cumento, debía esperar im paciente la contestación del desti­ natario. Pasaba un a semana, dos a veces, y todo para que, sobre las doce, se me presentase un sargento de la Policía trayéndome un papel firmado por Konsland y que significaba que tales cartas, tales documentos no podían ser expedidos. El señor Konstand sólo ejercía su control sobre nuestra vida espiritual (radio, correspondencia, periódicos). Nuestras personas fueron confiadas a dos altos funcionarios de la Poli­ cía, los señores Askvig y Joñas Lie. El escritor noruego Helge Krog, en el cual se puede confiar, les llamaba a los dos fascistas; pero fueron más correctos que Konstad. Estos detalles no mo­ difican en nada el aspecto político del asunto. Los fascistas intentaron un “ r a id ” en mi habitación; mas Stalin me acusa

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de aliado de los fascistas. P ara im pedirm e refu tar sus impos­ turas, obtiene de sus aliados social-demócratas mi incom uni­ cación. Y resulta que nos encierran a mi m u jer y a mí bajo la vigilancia de tres funcionarios fascistas. La fantasía de un jugador de a j e d r e z n o sería capaz de im aginar tal disposición de las piezas. Sin embargo, yo debía sufrir pasivam ente acusaciones tan abominables. ¿Qué me quedaba por h acer? ¿Intentar la de­ m anda ante los tribunales contra los stalinistas y fascistas del país, que me habían calumniado en la Prensa, para dem ostrar al foro la falsedad de las acusaciones moscovitas? Pero, res­ pondiendo a mi tentativa, el Gobierno prom ulgaba el 29 de octubre un a nueva ley de excepción, autorizando al Ministro de Justicia para prohibir a cualquier “ extranjero internado" toda acción judicial. N aturalmente, el Ministro se apresuró a usar de su nuevo derecho. La p rim era ilegalidad justificaba así la segunda. ¿Por qué tomó el Gobierno este camino tan escandaloso? Siempre por la mism a razón. El pequeño perió­ dico “ c o m u n ista” de Oslo, el cual, aun ayer, prodigaba al Go­ bierno socialista áus pruebas de servilismo, ahora le dirigía amenazas con una arrogancia inverosímil. Trotsky había aten­ tado “ al prestigio de los tribunales soviéticos” , lo que acarrea a Noruega consecuencias económicas ta n fastidiosas” . ¿El prestigio de los tribunales soviéticos?... El no podía sufrir que yo lograse dem ostrar ante la justicia noruega toda la falsedad de JaS3. acusaciones moscovitas. A esto era a lo que tem ía el Kremlin. Yo intenté dem andar a mis calumniadores en otros países: en Checoslovaquia, en Suiza... La consecuencia no se hizo esperar: el Ministro de Justicia me informó el 11 de no­ viembre que me estaba prohibido entablar acciones judiciales en todos los países. P ara defender mis derechos en otro país, debía antes “ salir de N o ru eg a” . Estas palabras implicaban una am enaza: la am enaza de expulsión, es decir, la de mi entrega a la G. P. U. Y tal fué la interpretación que yo di a este docu­ mento en una carta dirigida a mi abogado en Francia, Gérard Rosenthal. La cen sura noruega dejó pasar mi carta, confirm an­ do así su contenido. Mis amigos, alarmados, se dedicaron a llam ar a todas las puertas en busca de un visado para mí. El resultado de estos esfuerzos fué que las puertas del lejano Mé­ jico se me ab rie ro n ... Pero ya volveremos a hablar de eso. Desde el 15 de septiem bre yo había intentado advertir a la opinión pública, por la Prensa, de que, después del prim er proceso, Stalin se vería obligado a m o ntar un segundo. Yo p re­ decía que, esta vez, la G. P. U. in te n ta d a trasladar su base de operaciones a Oslo. Yo intentaba por tai medio cortarle su ruta, para im pedir la segunda escena y h asla salvar probablemente a los acusados. ¡En vano! Mi m ensaje fué confiscado. Escribí, en form a de carta a mi hijo, contestando al folleto del ab ogado

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inglés Pritt. Pero como “ este consejero de Su M ajestad” de­ fendía con celo a la G. P. U.. el Gobierno noruego se creía obligado a defender al señor Pritt y retener mi obra. Escribí a la Federación Sindical Internacional, recordándole, entre otras cosas, el destino trágico del antiguo jefe de los Sindica­ tos soviéticos, Tomski, y exigiendo una intervención enérgica. El Ministro de Justicia detuvo tam bién esta carta El nudo corredizo se apretaba cada día más. Se nos privó pronto de los paseos. Ningún visitante fué admitido. El escritor Helge Krog notaba que el Gobierno se mostraba más y más rencoroso con­ tra aquéllos ante quienes se sienten c u lp a b le s ...” Guando yo recuerdo hoy este período de internam iento. es preciso que diga que nunca, en ninguna parte, en el curso de toda mi vida — y he visto muchas cosas— . he sido perseguido con tan mise­ rable cinismo como por el Gobierno “ socialista” noruego. Du­ rante cuatro meses, estos Ministros, prodigando las gesticu­ laciones de la hipocresía dem ocrática, me apretaron la gar­ ganta para impedirme protestar contra el crimen más grande que la Historia conoce (3 ). ii (3) “ El crimen más grande que la historia conoce." Espanta más aún que el crimen el “ estado” del alma de Trotsky, Este hombre, que horrorizó al primer Consejo de Comisarios bolcheviques con el terror que ce=ató y hubo de usar de toda la autoridad de Lenin para poder seguir segando vidas inocentes a millares, de lo cual en este y en sus escritos anteriores se ufana tantas veces...: este hom­ bre, ahora, le llama el “ crimen más grande de la historia” a la ejecución de Zi­ noviev, Kamenev y demás trotskistas. Para él, sólo crimen es el cometido en estes hombres, ni uno solo de los cuales no estaba ensangrentado por infiinitos críme­ nes, cometidos por ellos cuando tenían el poder. Sólo es crimen, y el mayor, el cometido por Stalin cuando es tan criminal como los criminales. No era ni es cri­ men el asesinar a millones de víctimas mermes, sin más delito que haber nacido es otra “clase”. Ni una vez en sus largos escritos Trotsky se conduele ni se arrepiente de la exterminación de hombres y mujeres de la llamada burguesía. Sólo se contorsiona y grita cuando mueren los suyos. Se diría que para él, como para todo marxista, el que no lo es carece de calidad humana. Y así se explica que matar a la “clase” no marxista no sea para ellos crimen, sino una necesidad fisiológica...

S¿L p u e r ta

c e rra d a

El Gobierno había pensado juzgar dos semanas antes de las elecciones a los fascistas que habían penetrado en m i casa. Pero cuando yo fui detenido, el Gobierno hizo diferir el pro­ ceso hasta después de las elecciones, y el Ministro de Justicia sólo vió en este asunto una “hazaña de pilluelos” . ¡ “ Santas re ­ glas de la eq u id ad ! El asunto pasó al Tribunal del distrito de Drammen. Fui citado el 11 de diciembre en calidad de testigo. El Gobierno, que no esperaba nada .bueno de mi parte, ni para él mismo ni para sus amenazantes aliados de Moscú, exigió que la vista se celebrase a “ puerta c e r ra d a ” . Los acusados estaban en li­ bertad. .“ T estig o ” y querellante, llegué rodeado de una docena de policías. Los bancos del público estaban desiertos; los poli­ cías tom aron sitio allí. Los deplorables héroes del “ r a id ” noc­ turno se sentaron a mi derecha; ellos me escucharon con aten­ ción sostenida. Los bancos de la izquierda fueron ocupados por 18 jurados, obreros y pequeño-burgueses. Detrás del T ri­ bunal, en fin, habían ocupado sitio los altos funcionarios. La “ pu erta c e r r a d a ” me permitió responder a todas las cuestiones con entera libertad. El Presidente no me interrum pió una sola vez en el curso de mi declaración que, con la traducción del alemán, duró cerca de cuatro horas. Yo no he recogido taqui­ gráficam ente estos debates, pero respondo de la exactitud aproxim adam ente literal del texto siguiente, anotado inm edia­ tam ente después en un bosquejo preparado con anticipación. Yo hablé bajo juram ento. Asumo toda la responsabilidad de lo que dije. El Gobierno “ socialista” noruego ordenó la “ p uer­ ta c e r r a d a ” ; yo quiero abrir puertas y ventanas.

¿ /i

torno al internamiento

Después de las preguntas sobre la identidad, el abogado dé los fascistas empieza su interrogatorio. — ¿Qué condiciones le habían sido im puestas al testigo a su llegada a Noruega? ¿Ha cumplido el testigo sus com pro­ misos? ¿Cuáles fueron las causas de su internam iento? — Acepté la obligación de no intervenir en la política no­ ruega y de no tener en este país una actividad hostil a otros países. He cumplido estas obligaciones de un modo que no se me puede reprochar. La Oficina Central de Pasaportes h a de­ bido adm itir que no me mezclaba en asuntos de este país. En cuanto a los otros países, mi actividad era sólo la de un publi­ cista. Todo lo que he escrito tiene, es verdad, un carácter m ar­ xista y, por consecuencia^ revolucionario. Pero el Gobierno conocía mis ideas cuando me concedió el visado. Mis obras y mis artículos aparecen siempre con mi firm a y no fueron en n ir^ u n a parte objeto de persecuciones. -—¿El Ministro de Justicia no explicó al testigo el sentido p-'eciso de sus obligaciones, durante sn estancia en W eksal? — Recibí, efectivamente, poco después de mi llegada, la «isita del Ministro de Justicia. Fué acompañado de M artín Tranm ael, el jefe del Partido Obrero noruego, y del señor Kolbjerson, periodista oficioso. El Ministro me decía, con una tímida sonrisa, que él esperaba que en mi actividad no habría espinas. La palabra "espina" no me pareció clara, pero como el Ministro habla un alem án bastante malo, no insistí. Las co­ sas se presentaron así en cuanto al fondo: los filisteos reac­ cionarios se im aginaban que yo haría de Noruega una base de operaciones para complots, transportes de armas, etc. So­ bre este aspecto yo tenía la conciencia tranquila, y podía dar u los señores filisteos, a los “ socialistas” y a los otros toda clase de seguridades. No pude pensar que las inadmisibles “ espinas” se podían referir a la crítica política. Consideraba a Noruega como un país civilizado y d em ó crata... Y no quiero, ni hoy, renu nciar a esta opinión. — ¿El Ministro de Justicia no advirtió al testigo que no le era permitido publicar artículos de actualidad política? — Una interpretación de este género hubiera parecido in­ conveniente al Ministro mismo. Soy un escritor político desde hace cuarenta años. Esa es mi profesión, señores jueces y j u ­ rados, y esta profesión es el sentido de mi vida. ¿Podía el Go­ bierno exigir que yo pagase mi visado con la renuncia a mis convicciones y al derecho de ex p resarlas? ... No; adem ás de

L E O N

T R O T S K Y

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esto, inm ediatam ente después, el señor Kolbjerson, periodista oficioso, me pidió unas declaraciones para el “Arbeiderblad e t ” . Yo accedí, y dirigiéndome al Ministro de Justicia, le dije: “ ¿Pero no verán en esta entrevista una intromisión en la po­ lítica n o r u e g a ? .. . ” El Ministro, me respondió textualm ente: “ Hemos concedido a usted un visado; es necesario que lo h a­ gamos conocer a nuestra opinión pública.” Eso parece que ya estaba bastante claro. Yo dije entonces, en presencia de Mar­ tín Tranm ael y del Ministro de Justicia, y con su aprobación tácita, que el .Gobierno soviético había prestado a Italia un socorro criminal en el curso de la guerra italo-etíope; que el Gobierno de Moscú había llegado a ser, en general, u n factor conservador; que la casta dirigente de Moscú falsificaba siste­ m áticam ente la historia para hacerse en ella un sitio m ejor; que la guerra será in e v ita b le ...” Y muchas cosas más. Dudo que en esta entrevista al “A rbeiderbladet” , publicada el 26 de julio de 1935, se puedan encontrar rosas; pero las espinas no faltan. Me permito recordar a ustedes que mi autobiografía fué publicada hace unos meses por las Ediciones del Partido Obrero. El prefacio de esta obra condena sin contemplación el culto bizantino del “j e f e ” infalible, al arbitrario bonapartista Stalin y su pandilla, y expresa la necesidad de derribar la casta burocrática. Tam bién se dice en aquellas páginas que la lucha contra el bonapartismo soviético es la causa de mi tercera emigración. En otros términos, si yo renunciase a esta lucha, no tendría necesidad de buscar la hospitalidad n o ru eg a... ¡Eso no es todo, señores jueces y jurados! El 21 de agosto, una sem ana antes de mi internam iento, publicaba el “A rbeiderbla­ d e t” una larga entrevista conmigo en la p rim era página, titu­ lada “ Trotsky dem uestra que las acusaciones de Moscú son imaginarias y fab ricad as” . Hay que pensar que los miembros del Gobierno leyeron mis revelaciones sobre las m entiras de Moscú. La decisión de internam iento, tom ada una sem ana des­ pués, invocaba no esta entrevista de actualidad, conteniendo solamente espinas, sino antiguos artículos míos publicados en Francia y los Estados Unidos. Por fin, puedo señalar el testimonio del Ministro de Asun­ tos Exteriores, señor Koht, que declaraba, una decena de días antes de mi internam iento, que “ el Gobierno sabía sin nin­ guna duda que Trotsky continuaría escribiendo sus artículos políticos; pero estimaba que debía continuar siendo fiel al principio dem ocrático del derecho de asilo ” . El testimonio pú­ blico del Ministerio de Asuntos Exteriores impone un mentís categórico al Ministro de Justicia, que ha expulsado b ru tal­ m ente de Noruega a mis dos colaboradores. El abogado W .— ¿Cuál es la actitud del testigo respecto a la IV Internacional?

6o

STALIN

F

SUS

CRIMENES

— Soy partidario de ella; en cierto sentido, soy el iniciador de esa corriente internacional, y asumo la responsabilidad. El abogado W .— ¿El testigo se dedica entonces al trabajo revolucionario práctico? — No es fácil separar la teoría de la práctica, y tal no es de ningún modo mi intención. El Presidente.— Es vuestro derecho. Usted puede rehusar responder a las preguntas susceptibles de produciros perjuicio. — ¡No lo puede haber, señor Presidente! Yo estoy dispues­ to a responder a todas las preguntas que usted quiera diri­ girme, de cualquier clase que sean. No quiero la “ puerta ce­ r r a d a ” ; todo lo contrario. Yo dudo que en toda la Historia se pueda encontrar un a m áquina de fabricar calumnias com para­ ble en su potencia a la que está puesta