Sparrow Obsessed - Winter Sloane

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Sinopsis

5

Capítulo 1

6

Capítulo 2

12

Capítulo 3

20

Capítulo 4

27

Capítulo 5

29

Capítulo 6

37

Capítulo 7

45

Capítulo 8

54

Epílogo 60

El trabajo de Jane Sparrow requiere perfección. Ella diseña vestidos de bodas de alta costura para ganarse la vida. Ella tiene el control de todos los aspectos de su vida todos los días de la semana, excepto uno. Los viernes, se permite soltarse y someterse completamente a un hombre. Si Jane no tiene cuidado, no solo es su cuerpo lo que Jacob mantendría cautivo, sino también su corazón. Jacob Farr no espera nada más que la obediencia ciega de Jane. Ella es su sumisa, su propiedad. Jane es el pequeño gorrión que voluntariamente voló dentro de su jaula. Él ya no está contento de tener a Jane para sí mismo una vez a la semana. Jane se ha convertido en su droga, su obsesión poco saludable y Jacob hará cualquier cosa en su poder para hacerla permanentemente suya.

Jane Sparrow pasó sus dedos por la vieja manta de Jacob y suspiro. Los puntos hechos se sentían ásperos. La tela se veía más desgastada que nunca. Estaba realmente jodida. “Otra vez”. No lo había hecho a propósito. Quería que Jacob se quedara con ella un poco más de tiempo. No quería que perdiera el interés. Jane veía a Jacob una vez a la semana y él era especial. Millones de mujeres morirían por poseer algunas de sus creaciones únicas. Ella era adorada por su talento con la aguja y el hilo. Jacob no era superficial no le importaban las apariencias. Una sola mirada ardiente de él y ella se sentía expuesta. Desarmada. Jane pensó en deshacer todo su duro trabajo y presentar al bastardo engreído nada más que la tela sucia. Agarró el odioso objeto en sus manos y expulsó otro suspiro. Era casi imposible imaginarse a Jacob como un niño pequeño. Siempre le recordaba a una escultura de mármol, dura e infalible. Tocó las viejas manchas de la manta raída una y otra vez e imaginó que eran las líneas firmes y bronceadas de su musculoso antebrazo lo que estaba acariciando. Sólo le permitió el privilegio de un toque casual una vez. Él había hecho las reglas. Ella existía para obedecer. Así es como funcionaba su trato. —Lo necesito —dijo a su estudio vacío. El resto del mundo no creía que Jane pudiera hacer algo malo. Cada vestido de novia de alta costura que ella produjo

había recibido críticas halagadoras. Su trabajo exigía perfección. Jacob esperaba una obediencia ciega. Tanto su trabajo como Jacob mantienen su cordura bajo control. Jane bajó los hombros y se llevó la manta con ella. Dejó su cuarto de trabajo y se preparó para su noche con él. Después de poner la alarma en su teléfono, llenó la bañera con agua caliente y se preguntó ¿la bañera podría albergar a dos personas? Cerrando los ojos, se vio a sí misma sentada entre las piernas de Jacob, con su polla apoyada en la curva de su culo y sus dientes en su cuello. Jacob enrollaba su pelo en un puño y luego la mordía con fuerza. La marcaría para que todo el mundo supiera a quien pertenecía, le murmuraría cosas dulces al oído. Al sentir que la humedad entre sus piernas se acumulaba, su corazón comenzó a latir peligrosamente rápido, y se preguntó si estaba teniendo un ataque de pánico. “Pensamientos peligrosos”. Jane comenzaba a imaginarlo en su cama, en su casa. Jacob preparándole el desayuno mientras ella reía. “Fantasías de una niña, no de una mujer adulta y práctica”. ¿Cuándo empezó a querer más de lo que él podía darle? Se quitó la ropa y se metió en la bañera. Cerró los ojos y dejó que el mundo se le escapara por unos minutos. Media hora más tarde, después de que sonara la alarma, Jane salió. Se secó y abrió su enorme armario. Opciones. Opciones. Su armario debe parecer un sueño húmedo para la mayoría de las mujeres, pero ninguna de esas ropas le atraía. Aparte de los vestidos que había confeccionado, Jane no tenía ni un ápice de sentido de la moda. Le había pagado generosamente a su

asistente Mary para verse bien frente a la prensa. Jane apenas podía recordar la vez que había morado ropa y se sintió feliz. Esta noche, eligió a propósito llevar ropa interior sexy con la esperanza de amortiguar de alguna manera la decepción de Jacob. Escogió un simple vestido sin tirantes que sabía que le gustaría a él y luego se vistió despacio, con cuidado. Realzó su cuerpo, destacando sus pechos. Algo ligero, fresco y cómodo, tela que podía rasgar fácilmente con sus grandes y ásperos dedos. En su cabeza, Jane ya podía oír el silbido que hacía el tejido al desgarrarse. Cada vez que el la desnudaba, o ella lo hacía por él, Jane se sentía un poco dominada. Expuesta, sin nada que esconder. Libre. Así de simple, su pulso se disparó. Ese era el efecto que Jacob tenía sobre ella. Incluso si no estaba cerca, ella soñaba con él. Cómo hacía que su cuerpo reaccionara. Cómo la dejaba sin palabras. Jacob era un mago. Siempre se le ocurrían mil formas diferentes de poseerla y ella no se cansaba de dejarlo hacerlo. Jane aplicó un maquillaje mínimo, un poco de delineador de ojos negro y un poco de lápiz labial, uno llamado Blood Red, sobre sus labios. Estudió su reflejo y vio a su madre. Siempre había odiado a su madre por ser débil, por acobardarse constantemente por el capullo que la había dejado embarazada. Jane siempre se había enorgullecido de ser una mujer fuerte. Autosuficiente. Confiada. Alguien que no aceptaba las tonterías de nadie. Esa era la imagen por la que había trabajado duro para construir. Su vida entera a veces se sentía como una farsa. La reputación no significaba nada para Jacob. Fue un cambio refrescante.

Ya no parecía una diseñadora de vestidos de novia de renombre mundial. Parecía una mujer con un trabajo común. Jane estaba a la vez emocionada y horrorizada de sí misma por un trabajo bien hecho. —Jacob no es mi padre y yo no soy mi madre —Hablar consigo misma nunca le había ayudado. Las dudas se deslizaron dentro, como siempre lo hicieron antes de comenzar la sesión. Había conocido a Jacob hace un año, en el club local de BDSM Pluma Negra. Jane sólo quería comprobar la escena local y se esforzó por ocultar su verdadera identidad. Entonces Jacob la encontró. La desenmascaró después de una sola noche, derribó todas las paredes que ella había construido con una gracia depredadora y sin esfuerzo. No le importaba quién era ella. Para él, ella era sólo una más, ansiosa de complacer, buscando alivio. Jacob se convirtió en su nueva droga, su adicción. Empezó a marcar en su calendario los días de sus reuniones. “Un hombre peligroso”. Jane no esperaba a los hombres. Ella movía los hilos en sus relaciones pasadas. Tal vez por eso ninguna de ellas duró más de un mes. Eventualmente, Jacob encontraría un nuevo y brillante juguete, alguien más joven, menos jodida que ella. La descartaría. ¿Y luego qué? Jane se desmoronaría. Ella pensaba que no sería la misma. Sin embargo, seguía viéndolo. Provocándolo. Fallándole. Salió del baño y recogió su bolso. Que solo contenía su cartera, llaves y su teléfono móvil. Se puso el abrigo de piel que Jacob le había regalado la Navidad pasada y metió la manta del bebé en uno de sus bolsillos. Luego se fue al apartamento de Jacob.

 Las manos de Jane empezaron a temblar. Sucedía lo mismo cada semana. Se sentía como si estuviera en guerra consigo misma cada vez que se paraba frente a la puertade él. No es demasiado tarde para echarse atrás. Irse en silencio. Jacob probablemente estaba utilizando su portátil, respondiendo a los montones de correos electrónicos de trabajo, sin saber que ella no podía tocar la puerta. Si seguía así terminaría devastándola. Ella le dio completa libertad creativa para jugar con su cuerpo, “pero su corazón no se lo daría”. Una bonita mentira que se decía a sí misma. Irse ahora significaría pasar los próximos seis días malhumorada, desesperada Jacob le dejaba abierta la puerta principal. Ella empujo la puerta para encontrarlo en el salón, con el portátil apoyado en sus rodillas. No miró hacia arriba cuando ella entró. Nunca lo hacía. Durante unos segundos, Se permitió verlo completamente. Le doblaba la edad, pero hacía ejercicio regularmente y se notaba. Los músculos se asomaban bajo su camisa blanca lisa y los vaqueros gastados que llevaba. A Jane le gustaba verse arreglada mientras él se veía casual. Jacob usaba su pelo negro en un corto militar con algunas canas, y eso hacía que su cara se viera brutal, casi severa. Jacob puso sus penetrantes ojos grises sobre ella e hizo ese pequeño giro con su dedo, como para decir, ¿qué estás esperando? Habían hecho este baile en particular varias veces. No necesitaba darle órdenes. Ella sabía qué hacer. Jane dejó su bolso en el suelo, junto a su estante de zapatos. Se quitó los tacones de aguja rosados que había elegido para la

noche. Luego, se quitó el abrigo. Lo dobló cuidadosamente sobre su bolso, casi olvidando su pequeña tarea. Jane se arrodilló, sacó la vieja manta de bebé del bolsillo delantero del abrigo, no se sorprendió al verlo parado frente a ella. Su corazón se aceleró, viendo lo que él sostenía en su mano derecha. Su collar. Una simple banda de cuero negro con una etiqueta circular de plata en ella. Tenía dos palabras en relieve. El nombre de su mascota para ella. Pequeño Gorrión. Ver su collar la llenó de una alegría indescriptible, una extraña paz interior. Toda su aprehensión inicial, sus miedos de enamorarse de un hombre que nunca sería suyo, desaparecieron. El pasado era un recuerdo lejano, y el futuro estaba lleno de demasiadas incertidumbres. Nada de eso importaba. Este era el presente y esta noche era viernes. Su noche especial. Jacob le metió un dedo bajo la barbilla, haciéndola mirar hacia arriba. No sonrió. Jane nunca pensó que lo había visto curvar sus labios hacia arriba, sólo hacia abajo. —¿Qué tienes para mí esta noche, Pequeño Gorrión?

Jacob Farr Había instalado una cámara de vigilancia en su puerta hace once meses. Jane no tenía ni idea de que la observaba en silencio. A través de la cámara, Ella se mordió el labio inferior. Se veía como siempre lo hacía cuando venía. Hermosa e indecisa. Jacob apreció el hecho de que siempre se vistiera con cuidado. Esta noche, se puso el abrigo de piel que le había regalado en diciembre pasado. Debajo de eso, había un sexy vestido negro que Jacob no podía esperar a destrozar. Jacob era un cazador paciente. Esperó, sabiendo muy bien que ella deseaba verlo. Someterse a él superaría cualquier otra duda que ella pudiera tener. Una vez que ella entrara en su dominio, las reglas que se acordaron hace un año estarían en vigor. Al oír el clic de la puerta, minimizó la ventana de su software de vigilancia. Fingía parecer ocupado, indiferente, pero mientras tanto, su corazón latía con inquietud. Todos los músculos de su cuerpo se agruparon, tensos. Siempre se veía impecable cuando llegaba a su puerta. Jane dejaba su apartamento, marcada y poseída de todas las maneras posibles por él. Habían pasado seis largos días desde la última vez que jugó con ella, suspirando y hambriento de ella. Ninguna mujer, le había afectado tanto antes. Nadie debería ser capaz de ejercer un

control tan terrible sobre él. Jacob era su Dom. Jane, su sumisa. Se suponía que él era el que tenía el control. Cerró la tapa de su portátil y miró a su posesión. Con manos temblorosas, Jane dejó su bolso y luego su abrigo. Se arrodilló y esperó a que se acercara. Jacob se acercó a ella, collar en mano, con su polla engrosándose en sus vaqueros. Jane sacó su tarea del bolsillo de su abrigo y sujetó la manta con ambas manos. Una ofrenda. Jacob le arrebató la tela, apenas le echó un vistazo antes de arrojarla sobre su hombro. Jane ensanchó sus ojos azules. Respiró con fuerza, haciendo que sus pesados pechos se balancearan. Podía ver sus pezones como guijarros, atravesando la delgada tela de su vestido. A Jacob por un momento la tentación casi le hizo tirar todas las reglas y protocolos por la ventana. Le gustaría ponerla de rodillas, arrancarle el vestido antes de follarla como una bestia descontrolada. Respiró profundamente, y luego otra vez. Esto fue lo que le hacía a él, reducirlo de un experimentado Dom, a un animal sin mente. —Esto no es bueno —murmuró—. Tendrás que esforzarte más la próxima semana. Si me fallas de nuevo, las repercusiones serán aún más severas. Jane junto las manos en el regazo. Finalmente, levantó los ojos hacia él. El fuego allí hizo poco por su erección. La cremallera de sus pantalones se frotó contra su polla, pero ella le devolvió su desafiante mirada de manera uniforme. Así eran las cosas entre ellos. Jacob le daba una tarea imposible, una en la que sabía que ella fallaría espectacularmente. Jane se deleitaba con la humillación de la derrota.

—No entiendo. ¿Qué quieres de mí? —Preguntó ella en un feroz susurro— Ni siquiera miraste los nuevos puntos que te he hecho. —Es una simple tarea que hasta un niño puede hacer — respondió—. ¿A menos que no puedas hacer eso? ¿Te rendirás? —Jacob se aseguró de que ella escuchara la decepción en su voz. —Nuncan—Jane dijo con un silbido. Su pequeño gorrión le recordaba menos a un pájaro enjaulado que secretamente nunca quería salir de su jaula y más a un gatito obstinado. —Te estás comportando mal, “pequeño Gorrión” ¡Tal vez no merezcas usar mi collar esta noche después de todo! Jane suspiró, como si la realidad de su situación finalmente se estableciera. Como una vagabunda hambrienta y desesperada por afecto, miró la banda de cuero que él sostenía. Inclinó la cabeza y bajó la mirada. La transformación de una bocazas a una engañosamente humilde no dejó de sorprenderle. Por otra parte, Jane siempre había sido una experta fingiendo en vida real. —Lo siento, Amo. — ¿Por qué te disculpas exactamente? —Por cuestionar su pedido. — ¿Y? —Acepto cualquier castigo que considere apropiado. —Muy bien. Levanta tu cabello—él lo ordenó. Jane recogió los largos mechones de su pelo rubio dorado oscuro e inclinó la cabeza. Jacob le puso el collar alrededor del cuello. Se aseguró de que estuviera lo suficientemente apretado como para que ella pudiera sentir el beso del cuero contra su piel cremosa. Jacob le dio un pequeño toque a la etiqueta del collar. Ella se estremeció. Él Se agachó, a la altura de sus ojos, y sacó una gomita para el cabello negra. Ella permaneció quieta,

en silencio mientras él comenzaba a trenzar su cabello. Las hebras doradas se sentían como de terciopelo. —Dime. ¿Prefieres recibir primero tu castigo, o el placer? —preguntó después de terminar su tarea y se puso de pie. Ella parpadeó: —¿Me está dando a elegir, Amo? —Me siento generoso esta noche. Jane dudó, como si no estuviera segura de que se tratara de otra prueba. No lo era, pero Jacob disfrutó viendo cómo reaccionaba ante el cambio inesperado de su rutina. Sus sesiones siempre habían sido de la misma manera. “Castigo y Recompensa”. Jacob quería cambiarla. Cuando estaba realmente solo y acostado en su gran cama vacía, Ella era todo en lo que pensaba. Uno de estos días, Jane lo dejaría. Encontraría un nuevo y joven Dom. Alguien que no fuera tan de la vieja escuela. Eventualmente se cansaría de los juegos que ellos realizaban. Jane seguiría adelante. Dejaría un enorme agujero en su corazón, uno tan grande que Jacob no estaba seguro de que ninguna otra sumisa pudiera llenarlo. —No tengo toda la noche. “Gorrión” ¿Cuál es tu respuesta? —Placer —respondió. Él se río. Por supuesto, ella diría eso. Habían estado en esto el tiempo suficiente para que ella supiera que su castigo después sería peor. Jacob sacó la correa negra a juego, del bolsillo trasero de sus vaqueros y la enganchó en el anillo D de su collar. Le dio un tirón. —Muéveten— dijo. Empezó a avanzar. Jacob agarró la correa con fuerza, observando el balanceo de su trasero perfectamente redondeado, la forma en que su vestido negro llegaba a la parte superior de sus muslos, revelando un toque de

rosa. Siempre llevaba encaje para él. Jacob deseaba que no se molestara con la ropa interior. Estuvo tentado de deshacerse de toda esa molesta tela, para exponer su culo y decorarlo con su marca. La piel de Jane se marcaba fácilmente. Hermosamente. Con su mano libre, Jacob alcanzó el botón de sus vaqueros. Se detuvo, suprimiendo un gemido de deseo. Se recordó a sí mismo que debía ir despacio, que era él quien llevaba la correa. A la mierda. Jacob no era un joven engreído y mediocre Dom que apenas podía controlarse alrededor de su sumisa. Ella se merecía algo mejor. Jacob se compuso y la llevó por el pasillo a su sala de estar. Se detuvo, tiró de la correa y consideró sus opciones. Sólo había unas pocas horas en una sola noche. Nunca era suficiente. Levantó la cabeza, esperando su próxima orden. Jacob siempre la llevaba dentro de su sala de juegos privada. Por segunda vez esta noche, se desvió de sus planes habituales. —Acuéstate en el sofán—él ordenó. Se daba cuenta de que el cambio abrupto la inquietaba. Temblaba como una hoja, pero mantenía los ojos bajos mientras subía al sofá. La había entrenado demasiado bien. Ella nunca cuestionaría sus órdenes. No parecía estar segura de dónde colocar sus manos. Comenzó a ponerlas sobre sus pechos, pero cambió en el último minuto. Las dobló justo detrás de su cuello y lo miró fijamente. —Buena chica. Se sonrojó por el cumplido. El rosa siempre era un color bonito para ella. Jacob se subió encima de ella. Mantuvo sus manos a ambos lados de su cabeza, quitándole el peso de encima. Él inhaló el embriagador aroma de su perfume, el aroma

que había elegido para ella. Al final de la noche, ella se iría oliendo a él y a su forma de hacer el amor. Incapaz de contenerse por más tiempo, Jacob tomo su boca como un salvaje. La dulzura explotó en su boca. Sabía a vainilla y madreselva. El calor se encendió de su polla y se extendió al resto de su cuerpo. Ella separó sus labios, dejando que su lengua picante entrara. Sólo las buenas sumisas merecían besos de sus Amos, pero en ese momento, a Jacob no le importó. Necesitaba esto. Ambos lo necesitaban. Los seis días anteriores que pasaron separados se sintieron como un infierno. Soltando su boca, movió sus labios a la delgada curva de su cuello. Sabiendo la frecuencia con la que estaba expuesta a los medios, a los ojos del público, Jacob eligió con cuidado dónde dejaba sus marcas. Puso sus dientes en el lugar donde su cuello se conectaba con su hombro y mordió. Duro. Ella jadeó debajo de él, pero mantuvo sus manos donde estaban. Jacob levantó la cabeza. Tomó cada detalle de su reacción: sus pupilas dilatadas, su tez sonrosada y sus labios, todavía hinchados por su beso anterior. No era la primera vez que Jacob deseaba no ser solo dueño de esta mujer un día a la semana. —Estás demasiada arreglada —comentó. Jacob destrozó la parte superior de su vestido, dejando que sus pesados pechos se derramaran hacia adelante. Pasó un dedo sobre los simples aros de metal en sus pezones color rosa. A los seis meses de su relación, invitó a una amiga íntima que se especializaba en la modificación del cuerpo para perforar sus tetas.

Esperaba que Jane tuviera dudas. Nunca olvidaría cómo se le iluminó todo el rostro, cómo sus ojos se oscurecieron con el deseo ante la perspectiva de dejar que Jacob poseyera un poco más de su alma. —Me encanta. Es como un pequeño y sucio secreto bajo mi ropa—le dijo semanas después de que el piercing se curara—. Nadie esperaría que la famosa diseñadora de vestidos de novia Jane Sparrow fuera una pervertida. Jacob la amó un poco más después de eso. Demonios, si era sincero, dejó que su pequeño gorrión hundiera sus garras cada vez más profundo en él. Sin que él se diera cuenta, Jane hizo un hogar en su corazón. Ella se estremeció cuando él puso su pecho izquierdo en su boca y chupó fuerte. Luego se quejó cuando él dejó su segunda marca de mordida allí. Él arrancó el resto del vestido, haciéndolo una bola y tirándolo al suelo. Sin la obstrucción de la tela, ella separó sus piernas para él. —Mi pequeña zorra —murmuró, sin ocultar la ternura de su voz. Deslizó dos dedos dentro de su coño y demonios, ella estaba empapada, preparada para él. —Mírate, tan mojada ya, cuando todo lo que hice fue destruir tu vestido. Ni siquiera te he castigado todavía—dijo con voz de reprimenda. Añadió un tercer dedo y sacó el pulgar para acariciar su clítoris. —Amo—Parecía la única palabra que era capaz de pronunciar. Él se desabrochó los pantalones y sacó la polla. Jane la miró y se lamió los labios, pero el exceso de entusiasmo no la hizo perder la compostura. — ¿Quieres esto en ti? —preguntó.

Ella asintió. —Ya sabes qué hacer. —Por favor, Amo. — ¿Hmm? —Por favor, fóllame. Recuérdeme quién es mi dueño, Amo. Jacob le sonrió como un maestro a punto de recompensar a su alumna. Guió la cabeza de su polla hacia su entrada. Habían prescindido de los condones hace dos meses. Jane tomaba la píldora y él estaba limpio. Incluso le mostró los resultados de los exámenes. Jacob normalmente no tenía sexo con las sumisas del club. La mayor parte de su placer se derivaba de lidiar con el dolor, pero con Jane, hizo una excepción. Jacob no empujó de inmediato. Humedeció el prepucio sobre sus muslos, su clítoris, sobre sus suaves pliegues, como una bestia marcando su territorio. Jane gimió sobre él. —Por favor, Amo. Ese segundo alegato lo quebró. La penetró con un empujón despiadado que la dejó jadeando por aire y él gimiendo. Jacob le saco las manos del cuello y las inmovilizó por encima de su cabeza. Ella le envolvió las piernas alrededor de la cintura y lo arrastró hacia delante. Jacob debería reprenderla, pero estaba demasiado perdido en ella. Su coño siempre se sentía tan apretado, tan perfecto alrededor de su polla. Impaciente, bocona y rota en formas que aún no entendía, Jane no era la mejor sumisa del mundo pero ahora mismo, era la mujer perfecta para Jacob.

JaneSe ahogó. Con cada empujón, Jacob continuó tirando de ella hacia abajo. El sexo siempre venía después del castigo, un pensamiento posterior. El aperitivo, no el plato principal. Jacob se libró del dolor de ella, de su humillación. Esta noche, le mostró un lado diferente de sí mismo que ella no sabía que existía. Para un hombre que se enorgullecía de su perfecto control, Jane no se dio cuenta de que ella era capaz de destruirlo. Jacob dejó besos ardientes en su garganta, más marcas de dientes en su cuerpo tembloroso. La sujetó con un apretón de manos, pero a ella le gustaba cuando la convertía en su propio lienzo personal para hacer lo que quisiera. La correa que le puso antes todavía colgaba entre sus pechos, un constante y bienvenido recordatorio de sus papeles. Jane jadeó. Si no le sujetara las manos, ella le dejaría las marcas de sus uñas en la piel. Siempre usaba esposas o cuerdas para sostenerla en su lugar, nunca sus manos. El cálido contacto de sus ásperos y grandes dedos que la mantenían cautiva, de alguna manera hacía todo más íntimo, especial. No tenía ni idea de lo que pensaba Jacob esta noche. Esto podría ser algo aislado. “Que así sea”. Aprovecharía cada momento, lo grabaría en su memoria. Él dijo algo, pero no pudo distinguir las palabras. La tomó más rápido, más profundo, sus respiraciones eran duras. Su corazón latía como un pequeño pájaro enjaulado en su pecho,

luchando por liberarse. Jacob cambió el ángulo de sus caderas y rozó su punto dulce. Ella jadeó, abriendo los ojos. Apuntó a ese lugar especial una y otra vez. Cada vez que la envestía, se aseguraba de que su polla golpeara su sensible y hormigueante clítoris. Ella jadeaba, su grito silenciado por otro beso exigente. No se podía correr, no sin su permiso, pero podía sentir la presión que amenazaba con estallar dentro de ella. Él levantó sus labios de los de ella. —Amo, por favor. Jacob le pellizcó el labio inferior: —Adelante. Jane tuvo una explosión de placer. Su visión se volvió borrosa. Su mente se elevó mientras su cuerpo permanecía encerrado debajo de él. Él sacó su polla blanda y la apoyó contra la curva de su vientre. Ella era consciente de que él la miraba como un halcón, pero eso estaba bien para ella. Él era dueño de las reacciones de su cuerpo y tenía su corazón prisionero. —Gracias, Amo. Jane podía quedarse dormida aquí en su apartamento con su semen secándose en su muslo, pero sólo estaban empezando. Jacob le soltó las manos y se bajó de ella. La dejó recuperar el aliento durante unos minutos. Como siempre, ella no pudo leer la expresión de su cara. Un chasquido de sus dedos y una energía renovada fluyó de vuelta al cuerpo de Jane, se bajó del sofá y cayó sin mucha gracia sobre sus rodillas. Jacob se paró frente a ella y le alzó la barbilla con sus dedos. Ella no tuvo otra opción que mirarlo. Puso dos dedos bajo su collar y le dio un tirón. —Arriba— él lo ordenó. Ella se paró temblorosa en sus pies.

Jacob agarró la correa que se balanceaba entre sus pechos y la llevo, Hacia su cuarto de juegos. Apretó el interruptor. El cálido resplandor de las luces iluminó el oscuro interior de la habitación, paneles de madera oscura que hacían juego con los pisos de madera. El pulso de Jane se disparó, viendo sus conocidos materiales y juguetes colgados meticulosamente en las paredes. —¿Recuerdas la primera vez que te traje aquí? —Jacob le preguntó. —Sí, Amo. Me ordenó que limpiara todas sus herramientas. Aunque no hubiera una mancha de polvo en ninguna de ellas, no añadió eso último. Ese comentario sólo conduciría a un peor castigo. Era un hombre meticuloso y organizado. Un fanático de la limpieza. Sólo más tarde Jane se dio cuenta de que él quería familiarizarla con su equipo. En los meses siguientes, hubo nuevos juguetes que utilizaron juntos. —Actuaste como una pequeña atrevida —comentó Jacob. Jane debe haber imaginado el cariño en su tono porque el Jacob que conocía no se burlaba ni coqueteaba. Él era todos negocios. Soltó la correa y comenzó a inspeccionar su impresionante pared. Ella se estremeció y se quedó dónde estaba. Jacob pasó sus dedos sobre los mangos de su colección, una variedad de látigos trenzados, azotes. La imaginación de Jane se disparó. Al ver las herramientas, pudo visualizar las marcas distintivas hechas por cada una de ellas en su piel. Su mirada se posó en el pesado libro de cuero rojo encuadernado que se encontraba descuidadamente en la pequeña mesa junto al único mueble cómodo de la habitación: su sillón. Después de cada sesión, a Jacob le gustaba tomar fotos

de su trabajo. Si estaba de humor generoso, la dejaba sentarse a sus pies y miraban el libro juntos, revivían esos momentos intensos de nuevo. Jane en su momento más vulnerable y más libre. Ese libro nunca saldría de esta habitación, Jacob le prometió. Era para su disfrute privado. Algo que era suyo. Otro chasquido la hizo parpadear. Jacob había regresado. Su mente había empezado a ir a la deriva pero la realidad se aferró al ver lo que él tenía en la palma de la mano. La caña de bambú hizo un sonido agudo y silbante en el aire. Jane sintió un sudor frío. Sólo usó eso una vez con ella. Ella lo odió después y no pudo sentarse bien durante días. Peor aún, la había destrozado por completo. El dolor quedó marcado para siempre en su cabeza. Jane no era una puta del dolor. Solo obtenía su placer de la humillación. Ella tragó, respiró profundamente. — ¿Tienes algo que decirme? Gorrión —le preguntó. Volvió a pegarse con el bastón en la palma de la mano. Jane no pudo evitar estremecerse. Jacob nunca la lastimaría, no en el verdadero sentido de la palabra. Ella sabía que él había probado cada herramienta en su propia piel antes de probarla en ella. —No, Amo— susurró. —Ve al banco de azotes. Ahora. Jane se acomodó en el banco, permitiéndose estar completamente a su merced. El beso del suave cuero contra su carne desnuda siempre se había sentido erótico. A pesar de la amenaza del bastón, la anticipación surgió en todo su cuerpo. Sus pezones se endurecieron. Jane se mojó vergonzosamente de nuevo cuando él le puso las esposas en las muñecas y los

tobillos, sujetándola completamente. No podía moverse ni un centímetro. Jacob caminó delante de ella, ya no sosteniendo el bastón sino otro instrumento familiar. Uno de los favoritos de Jane. Dejó que las caídas, las tiras de los azotadores, acariciaran su cara. También probaron este juguete juntos. Hecho de piel de ciervo y cuero engrasado, podía producir dos sensaciones diferentes. La imaginación se encendió. Jane ya podía imaginar el impacto del material en su piel desnuda. Las marcas rosadas que dejaba en su piel. Respiró fácilmente. Por supuesto, no usaría esa brutal herramienta en ella de inmediato. La calentaría primero Jacob se arrodilló delante de ella, acariciando su mejilla: — Recuérdame otra vez. ¿Cuál es tu palabra clave? Como si Jane lo olvidara alguna vez, pero Jacob siempre jugaba según las reglas. Era un Dom cuidadoso en ese sentido. —Rojo. —Bonita y simple—Jacob rozó su pulgar sobre el labio inferior de ella. Jane no sabía qué la hizo cerrar sus labios sobre él y chupar su dedo. Jacob la miró fijamente, sin decir nada, sin reprenderla. ¿Cuántas veces la dejaría ser desobediente esta noche? Ya no dejaría que ese pequeño detalle la molestara. Su cuarto de juegos era su santuario. Ella quería perderse en sus castigos. Aquí, el tiempo estaba congelado, inexistente. Jane dejó de hacer lo que estaba haciendo. Jacob se río para sí mismo, apartó su pulgar y se puso de pie. Se colocó detrás de ella. Ella apenas sintió el primer golpe cuando dejó que el látigo la tocara. Un gemido se derramó de sus labios cuando una sensación de picadura comenzó en su trasero y se extendió al

resto de ella. Su clítoris le cosquilleó. Su coño se mojó más. Jacob hizo una pausa. —¿Dónde estamos? Gorrión. —Verde. Jane se retorcía en sus ataduras mientras, Jacob daba golpe tras golpe. Nunca la golpeó en el mismo lugar. Empuñó el juguete con una precisión experta. Jane salió flotando de su cuerpo y entró en el espacio. Le pintó las mejillas del culo de rojo, le hizo cosquillas en la parte interior de los muslos y en los suaves pliegues de su coño. Jane jadeó. Los sonidos que hizo el látigo cambiaron cuando las tiras se mojaron con su humedad. Un movimiento bien dirigido de las tiras hacia su clítoris la hizo jadear. Dejó de pegarle. Jacob sostuvo su culo magullado y dolorido, metiendo su polla en ella. Se quejó, mientras se unía a cada embestidade él. Su mente permaneció en una neblina llena de placer mientras Jacob salió de ella, su semen goteando por sus piernas. Apareció ante ella, colgando la punta del látigo flagelante delante de su cara. Jane sabía lo que él quería. Lamió su necesidad del cuero, sintió su gran mano en su pelo, acariciándola como si fuera una mascota. —Buena chica—murmuró. —¿Dónde estamos, pequeño Gorrión? —preguntó, desechando el látigo para recoger la caña de bambú. Jane podría morir de felicidad. Los elogios eran letales, rara vez los recibía, y aun así Jacob fue muy generoso esta noche. La euforia se desvaneció, reemplazada por una mezcla embriagadora de terror y excitación. Jane se sintió como si

estuviera en una montaña rusa sin frenos ni barras de seguridad, sumergiéndose en lo más oscuro y desconocido. —Verde—susurró, preguntándose si llegaría a arrepentirse de su decisión. Jacob no le preguntó de nuevo. Todavía se sentía como si estuviera flotando en el espacio. Seguramente no le dolería tanto como la última vez.

Una línea de fuego atravesó el trasero de Jane, haciéndola gritar. Sin nada a que aferrarse, sin un ancla, Jane clavó sus uñas en la piel de sus palmas hasta que sangraron. Apretó los dientes, controlando su respiración. Exhala e inhala. Jacob hizo una pausa. Se sintió como minutos en lugar de meros segundos. Jane contó en silencio. Uno. Oh, Dios. —Toma cuatro más para mí, Pequeño Gorrión—dijo. Escuchar su voz tranquilizadora y confiada la ancló de nuevo a la realidad. Jane sabía que una sola palabra suya haría que se detuviera inmediatamente. Él la desataría y se sentaría en el sillón con ella en su regazo. “Todavía no”, Jane pensó ferozmente. Ella ya había fallado en la tarea que le había dado. “Otra vez”. Jane era una perfeccionista. Sacó un buen puntaje en todos sus exámenes sólo para decepcionar a sus padres, cuando anunció que quería coser para ganarse la vida. Su decepción superó con creces la de ellos. Jane quería que se sintiera orgulloso. El segundo golpe fue soportable. El tercero fue como si la hubieran hundido de cabeza en el infierno. Las lágrimas se acumularon detrás de sus parpados cerrados. Le tomó varios segundos darse cuenta ,que le había preguntado otra vez. —Verde—respondió con obstinación. La caña silbó bruscamente en el aire. Dolor al rojo vivo. Jane no pensó en nada más. Incapaz de ayudarse a sí misma,

soltó otro grito. Cuatro. A pesar de sentirse miserable, a pesar de odiar el bastón con cada fibra de su ser, su cuerpo traicionó su necesidad. Sus pezones estaban duros, su coño mojado con sus jugos y su semen. —El último. Jane pensó que había detectado sensibilidad en su voz. Un afecto poco común. Orgullo. El quinto fue siempre el peor. La garganta de Jane se sentía ronca. El golpe cayó. Jacob le metió dos dedos en el coño. Jane no sólo exploto, sino que se despedazó. Su mente se borró por completo. Se sintió desollada viva, por dentro y por fuera, todas sus heridas expuestas. El sudor cubrió todo su cuerpo. Debe parecer un buen desastre, pero él la miró como si fuera una reina. Al oír un clic, se dio cuenta de que Jacob apago la cámara. La dejó en el suelo y pronto le soltó las muñecas y los tobillos. Por fin había terminado.

Jane se desplomó como una muñeca en sus brazos, vulnerable y agotada. La posesividad lo llenó hasta la médula. Jacob la levanto y guio hasta el sillón de espera. Se sentó y colocó un brazo posesivo sobre su cintura, con cuidado de no tocar las marcas frescas de su trasero. El bastón siempre la hacía sangrar, pero él se encargaría de eso más tarde. Jane se deslizó en su regazo, apenas pesaba nada. Le rodeó el cuello con los brazos tan fuertemente que le aterrorizó que desapareciera. Murmuró palabras de consuelo en su oído mientras acariciaba las finas líneas de su espalda: —¡Esa es mi chica!, ¡mi valiente chica! Jacob se preguntaba si ella entendía lo orgulloso que estaba de ella, lo mucho que la amaba en ese momento. Sabía que ella temía y odiaba el bastón, y aun así lo usó con ella de todas formas. Jane confiaba en él, esperaba que la empujara hasta sus límites. Esta noche, ella le había demostrado una vez más que a pesar de sus recelos, estaba dispuesta a dejar atrás su zona de confort. Ella apoyó su cabeza contra su pecho. Jacob tiró de la trenza, dejando su sedoso cabello suelto. Pasó un dedo por el cuello admirando cada detalle. La forma en que ella temblaba, cómo se acercaba a él, atraída por el confort de su calidez. La promesa de seguridad. Estuvieron sentados allí durante mucho tiempo, pero ni siquiera la eternidad parecía suficiente. Apreciaba cada

momento con Jane, pero esta parte, el cuidado posterior, era su parte favorita de cada sesión. —¿Qué hora es? —preguntó. Ella todavía parecía desenfocada y vacilantemente rozó sus dedos sobre mi brazo. Parecía reacia a irse. El la entendió. Se sentía de la misma manera. Quería mantenerla aquí para siempre. Encerrar a su pequeño Gorrión, robarla de los ojos del público hambriento siempre pidiendo más de sus creaciones. Ella existiría sólo para su placer. Un pensamiento indulgente. —Cerca de la medianoche. Creo que... —él no tenía un reloj en la habitación. —Entonces es hora de que me vaya—Ella intentó deslizarse de su regazo, pero él apoyó su mano en su muslo izquierdo y le dio un apretón de advertencia. —Quédate esta noche—Las palabras se le escaparon de la boca sin avisar. Jane parpadeó varias veces, despertando. Su oferta sorprendió a ambos porque era la primera vez. Ella siempre se iba después de los cuidados posteriores. Él siempre le había ofrecido llevarla, pero ella siempre insistió en tomar un taxi para volver a casa. Ella no lo sabía, pero después de despedirla, él se dirigía directamente a su coche. Seguía al taxista para asegurarse de que llegara a casa sana y salva. —¿Está seguro, Amo? —Preguntó ella, pareciendo molesta. —¿Te asusta tanto la idea? —preguntó, a quemarropa. Jane sacudió la cabeza rápidamente: —No. Me gustaría eso. Soy el tipo de persona que no se toma bien los cambios repentinos, las Sorpresas. —Lo sé.

Una vez, la vio desmoronarse en la televisión en vivo cuando el entrevistador comenzó a husmear en su vida personal. No quería nada más que matar a ese idiota, pero se conformó con otra solución. El a veces traía cosas nuevas en los juegos para ayudarla a adaptarse. Quería cambiar su forma de pensar, Esa fue también la razón por la que le daba la imposible tarea de remendar su manta de bebé una y otra vez. Fue una lección, un recordatorio de que había algunas cosas que no controlaba. Ella todavía no entendía por qué le daba la misma tarea, pero al final, lo haría. Jane soltó una risa, un sonido musical que nunca había escuchado antes. Anhelaba volver a oírlo: —Supongo que sí. —Vamos a limpiarte. También quiero aplicarte un ungüento en tus heridas—dijo. —Nunca me dijiste qué hay en esa pomada, —dijo Jane y se bajó de su regazo. Sin dejarla escapar, él le tendió una mano. La sujeto, dejándole que la sacara de la sala de juegos y la llevara a su salón. Jacob notó que ella miraba su ropa desechada en el pasillo, al levantar la mirada. Se veía un poco perdida e insegura, muy diferente a la mujer fuerte y confiada que era en sus entrevistas con los medios. Jacob le dijo rotundamente que le importaba un comino quién era ella fuera de la sala de juegos. Había mentido. Jacob había visto todas las entrevistas que ella hizo y leyó todos los artículos sobre ella en la prensa y en Internet. La empujó a su baño. —Quédate quieta—él le ordenó. Ya no estaban en escena, pero ella obedeció sus órdenes como si fuera lo más natural.

—Sostén tu cabello. Jane miró al suelo mientras él le quitaba el collar. Jacob no se perdió la decepción que pasó brevemente por sus ojos. Dejó el collar y entró en la ducha con ella. Mantuvo la fuerza de la presión del agua. Ella soltó un pequeño grito mientras él dejaba que el agua corriera por su cuerpo y sus heridas. Viendo el agua que fluía por la sensual hinchazón de sus pechos, por su estómago y entre sus piernas, el metal de los anillos de sus pezones atrapando la luz, un gemido se le escapó. El hambre recién saciada lo asaltó. Había pasado una hora desde que él la dominó, recordándole quién era el dueño de cada centímetro de ella. Estaba dolorida, herida, pero él quería volver a hundir su polla en su tierno coño. Volver a ejercer su derecho sobre ella. — ¿Amo? ¿Jacob? Escucharla decir su nombre lo hizo volver a la realidad. Ella miró fijamente la polla, que colgaba gruesa y lista para ella. —¿Te gustaría que yo...? —Jane no terminó su frase. Jacob la agarró del brazo cuando estaba a punto de arrodillarse. —No. Ya has hecho suficiente por esta noche—Su voz fue dura y ella se estremeció. Necesitaba remediar sus palabras antes de que se convirtiera en un malentendido—. Curaremos tus heridas primero. Jane asintió, parecía aliviada. Se puso tensa al principio cuando Jacob la abrazó, pero ella se relajó contra él. La sensación de los pechos húmedos frotándose contra su pecho no ayudó mucho a su erección. Jane cerró sus pequeños dedos sobre su polla, sorprendiéndole de nuevo. Él la dejó trabajar su polla. —Más rápido, aplica más presión—dijo él, y ella cumplió.

Un gemido de apreciación sonó de su pecho mientras se corría, manchando su estómago con su semen. —Pequeño y travieso Gorrión—le dijo—. Gracias. El calor bailó en su mejilla, haciéndola parecer mucho más joven. Era adorable. Terminaron de ducharse y luego Jacob la secó con una toalla. La hizo acostar en su cama sobre su estómago para poder aplicarle el ungüento sobre sus heridas. Atender a su sumisa siempre fue terapéutico, relajado, después de la pomada, le coloco vendas —Ya está... Listo Ninguno de ellos habló, mientras el guardaba sus suministros médicos y el ungüento. Se sintió torpe, Nunca antes habían llegado a esta etapa y se sentía raro pero bien. Su relación estaba cien por ciento centrada en el BDSM, así que este era un territorio nuevo. Al oír el ruido de su estómago, Jacob se río. Oh, Dios. Metió su cara en sus almohadas. ¿Estaba avergonzada? Ella era linda, decidió, extendiendo la mano para acariciar su pantorrilla derecha. No es un adjetivo que haya imaginado usar para describirla, pero ahí estaba. Se le ocurrió que tenían tan pocos momentos como estos. Momentos normales, más comunes. —Voy a hacernos algo de cena. Espera aquí. —No voy a ir ninguna parte —Jane susurró esas palabras como si no quisiera que él supiera que las había pronunciado, pero él las oyó de todas formas. Jacob se puso unos calzoncillos y se dirigió a su cocina. Era chef de profesión, así que preparó algo rápido. Todavía tenía algunos langostinos sobrantes de la noche anterior y un poco de perejil y ajo fresco. Jacob hizo espaguetis con gambas picantes “aglio olio”. Los sirvió en dos platos, estaba a punto de tomar

una botella de vino cuando notó que Jane lo miraba desde atrás del mostrador de la cocina. —Olía tan bien que me dio curiosidadb—dijo. Había encontrado una de sus viejas camisetas para correr. Era dos, tal vez tres tallas más grandes que ella, le llegaba a las rodillas. Al notar su mirada, agarró el dobladillo de la camiseta: — Lo siento, debí haber preguntado si... —Se ve bien en ti—dijo. Empujó uno de los platos hacia ella, le dio un tenedor y abrió el vino. Le sirvió a cada uno una copa. Jane giró su pasta en el tenedor y le dio un mordisco. Sus ojos azules se abrieron de par en par: —Esto es realmente bueno. Viéndola devorar su pasta era un placer, Jacob se dio cuenta, tomando su vino. Ella había terminado antes que él. —Oh, Dios mío. Debo parecer tan hambrienta —murmuró, mirando el plato medio comido de el y luego el propio vacío—. ¿Haces esto, en tu restaurante, quiero decir? —Todavía no. Es un nuevo plato con el que estoy experimentando. —No es de extrañar que no lo haya visto en el menú—Jane apretó los labios como si se diera cuenta de que había revelado más de lo que debía. —¿Has comido en Casa de Arianna? —No pudo evitar la sorpresa de su voz. —Dos veces. Un cliente me llevó una vez allí. La segunda vez, fui sola. Jane jugueteó con el último pedazo de perejil en su plato. En voz baja, dijo,

—Me encantan los calzones de allí. Hablaron de sus profesiones antes, pero no profundizaron. Jane parecía horrorizada, como si estuviera preocupada por cómo podría reaccionar. —¿Te molesta? —Finalmente le preguntó. Jacob sintió exactamente lo contrario. Se había obsesionado completamente con ella hasta el punto casi enfermizo, así que este descubrimiento accidental le dio un cierto alivio. Ya que ella también quería saber de él. —No, en absoluto. La próxima vez, dímelo antes. Te haré algo especial. Algo que no esté en el menú. — ¿No estás... preocupado? —preguntó. —No, en absoluto —dijo, sonriendo. —¿Quién es Arianna? Es sólo que siempre he querido preguntar. —Mi madre. Murió cuando yo era joven, pero mis primeros recuerdos de ella son en la cocina. Le encantaba cocinar. —Eso es maravilloso —murmuró—. No sobre su ausencia, sino sobre nombrar tu restaurante con su nombre. Jane parecía incómoda otra vez. Jacob quiso seguir hablando, continuar esta conversación, la primera real que tuvieron sobre sus vidas, fuera de lo otro, pero ella volvió a hablar. —Debería lavar los platos. Tú has cocinado todo. —En otra ocasión—entonces, decidió. Le tocó el brazo—. Déjalos. Me ocuparé de ellos mañana. Es tarde. Volvamos a la cama. Se dio cuenta de que ella estaba cansada, Volvieron a su dormitorio

Jane se deslizó en su cama y se veía diminuta, perdida en las sábanas de seda azul oscuro. —Sólo necesito revisar algunos correos electrónicos —dijo el, viendo la pantalla iluminada de su teléfono. Fue al lado opuesto de la cama tomando su teléfono. Jacob no podía concentrarse en su correo electrónico con Jane allí. Durante mucho tiempo, había dormido solo. Ahora se había dado cuenta de lo solitario que era. Dejó su teléfono. Se acostó de lado, de cara a ella. —¿A la misma hora la semana que viene, Amo? —preguntó con voz somnolienta. Sus párpados se cerraron. —Sí—Le dio una palmada afectuosa en las mejillas del culo. Ella levantó sus labios para sonreír. La respuesta de Jacob sonaba hueca, pero ella no parecía haberse dado cuenta. Se había quedado dormida, a juzgar por sus ojos cerrados y la suave subida y bajada de su pecho. Mañana por la mañana, tuvo el presentimiento de que ella se iría antes de que él se despertara. Siempre empezaba el día temprano. Recordaba que ella mencionó eso una vez. El quedaría en su apartamento vacío, platos sucios en el fregadero y juguetes en el cuarto de juegos que necesitaba limpiar. No se quejaba, pero ya se sentía inquieto. Una semana entera. Jacob no creía que pudiera esperar tanto tiempo.

Durante la semana, Jane pensaba en Jacob y en la noche que habían pasado, le preocupaba. ¿Una semana? Revisó el calendario de su teléfono esta mañana y vio que era sólo miércoles. Esta semana parecía no terminar nunca. El lunes por la noche, Jacob le envió a Jane su tarea. La misma. Empezó a temer recibir el mismo paquete cada semana. Sabía que ella dejaba su casa cada semana, olvidando convenientemente ese trágico trozo de tela. La vieja manta de bebé aún adornaba la mesa de café, sin ser tocada. Jane debería concentrarse en el trabajo, pero seguía repitiendo los eventos del último viernes por la noche en su cabeza. La mitad de ella esperaba que fuera esa noche irregular, que las cosas volvieran a la normalidad el próximo viernes y la otra mitad anhelaba un cambio. Para ver hacia dónde iba esto. Jane dejó escapar un pequeño suspiro. Lo estaba haciendo de nuevo. Pensando demasiado. Encontró un lugar para estacionar al otro lado de la tienda, apagó el motor y salió, llevándose su bolso y una pesada bolsa de muestras. Cruzó la calle y por un momento, se paró en la puerta principal de su tienda. Respiró hondo, como le había enseñado Jacob. La mayoría de los días lo daba por sentado, pero estaba bien tomarlo con calma a veces. Jane siempre tenía una lista interminable de tareas para hacer. Le gustaba mantenerse ocupada, tendiendo a enloquecer cuando las cosas no iban según lo previsto o si había un retraso

en los envíos. Jane miró el vestido de novia que se exhibía en la ventana. Fue uno de sus primeros proyectos. Blanco, clásico, y con un escote de novia. Uno de sus bestsellers. Todavía tenía el maltrecho cuaderno de bocetos que contenía el diseño de este vestido. Jane empujó la puerta para abrirla. Sus ayudantes, Mary y Gina ya estaban allí, cotilleando. Ambas mujeres estaban detrás del mostrador, mirando el teléfono de Gina. Ninguna de ellas la había oído entrar. Jane estaba a punto de decirles que volvieran al trabajo, pero escuchó las palabras venenosas del video que estaban viendo. Una especie de canal de entretenimiento. —La supermodelo Azalea Swan calificó la última creación de la diseñadora Jane Sparrow como "nada especial", "banal" y "aburrida". Swan le dice a Gossip News que está considerando otro diseñador para su boda con un famoso actor... Al verla, Gina abrió los ojos y puso en pausa su video. —Oye, quiero escuchar el resto de las noticias —Mary protestó pero Gina le dio un fuerte codazo en las costillas. —Buenos días, Jane, no te vi allí—dijo Gina. —¿No hay trabajo que hacer? —A Jane no le gustaba lo aguda que sonaba su voz. Ambas mujeres estaban repentinamente ocupadas. Empezaron a sacar estantes de vestidos del almacén. Jane respiró profundamente—. Estaré en mi sala de trabajo si alguien me necesita. Fue a la habitación de atrás y cerró la puerta detrás de ella. Luego dejó sus telas en la gran mesa del centro de la habitación. Le costaba respirar, lo primero que hizo fue abrir las cortinas de las dos grandes ventanas. Las abrió ambas, dejando entrar aire fresco.

Azalea Swan había sido un cliente difícil de complacer. Jane había apretado los dientes y diseñado el vestido como la modelo quería, exactamente hasta el último detalle porque sabía que Swan podría traerle clientes más famosos. Desperdició cuatro meses de su tiempo para que ese vestido fuera perfecto. La frustración brotaba dentro de ella. Sacó una silla, se sentó y se miró las manos. Sabía que era inútil, dejar que comentarios como ese la afectaran. No a todos les gustarían sus diseños. Al entrar en esta línea de trabajo, ya debería haber aprendido a aceptar los halagos y las críticas severas. Cerró los ojos y trató de pensar en algo positivo. —Sólo hay que pasar por alto esto —se dijo a sí misma. Excepto que sacó su teléfono para ver el video original. Sólo la hizo sentir peor. —... insté a mi mejor amiga, la actriz Violet Wild, y a mis otras amigas modelos a considerar la posibilidad de conseguir otra diseñadora para hacer sus vestidos de novia. Jane es una perra arrogante y fría de corazón... Jane apagó el video, odiando a Swan pero sobre todo a sí misma por haber aceptado el trabajo en primer lugar. Su equipo y otros diseñadores le advirtieron de lo malcriada que podía ser la princesa Swan, pero Jane no escuchó. Había insistido, pensando que sería una buena idea en ese momento. Sacó las muestras de tela de su bolso, dejándolas caer sobre la mesa. Y su cuaderno de bocetos después, pero no se sintió particularmente inspirada. Llamaron a su puerta y Gina entró. —Jane, voy a tomar mi descanso para almorzar. Mary está ayudando a un cliente y llegaron los envíos de encaje azul. Pensé que deberías saberlo.

—Bien. Gracias. Gina hizo una pausa: —¿Estás bien? Jane miró hacia arriba. No se dio cuenta de que el tiempo había pasado rápidamente. Tenía una larga lista de cosas por hacer en su agenda, pero no había logrado nada hasta ahora. Sabía que sentarse aquí y tratar de salvar el resto del día no le serviría de nada. —Creo que me tomaré el resto del día libre. Llámame al móvil si hay algún problema—dijo. —Lo haré, Jane. Mucho después de que Gina se fuera, Jane escuchó su bip de teléfono. Estaba a punto de ignorarlo. Probablemente fue sólo un recordatorio de alguna tarea que debería estar haciendo. Jane pasó su dedo por la pantalla y parpadeó. Un mensaje de Jacob. He estado pensando en ti toda la semana. La nube oscura sobre su cabeza se levantó ligeramente. Se encontró a sí misma sonriendo y descubrió que podía respirar de nuevo. — ¿Jane? Miró desde su teléfono, viendo a Mary. Mary parecía desconcertada, casi sorprendida. —¿Qué pasa? —No creo haberte visto nunca sonreír así. ¿Pasó algo bueno? —Mary sacudió la cabeza— Lo siento, eso no es lo que quería decir. ¿Puedes ayudarme con un cliente? Ella tiene muchas preguntas. —Por supuesto—Jane le escribió a Jacob una respuesta rápida antes de seguir a Mary a la tienda. 

Yo también te extraño. Jacob no sabía por qué seguía releyendo esas cuatro palabras una y otra vez aunque Jane había enviado ese mensaje hace horas. Sus acciones les recordaban a dos adolescentes torpes que nunca habían salido con nadie. En cierto sentido, era cierto. Por primera vez, finalmente estaba viendo a la mujer dentro de su sumisa. No. Eso no era exactamente correcto. Él siempre había sabido que Jane tenía capas. Antes, siempre respetaba los límites, las reglas que acordaron cuando comenzaron este arreglo. Pero él quería romperlas. Regresó a su apartamento cerca de la medianoche, exhausto. Había estado de pie desde las 4:00 AM y acababa de cocinar para una cena privada. Se preguntó qué estaba haciendo Jane a esa hora. Siempre trabajaba hasta tarde en la noche, recordó. Era muy rigurosa con los detalles, siempre ponía toda su atención y talento en su trabajo. Ni siquiera dejaba que sus asistentes la ayudaran. Jacob se desnudó y entró en la ducha. Dejó el teléfono y metió la cabeza bajo el agua helada. Eso hizo poco para aliviar el dolor de su polla. Cerrando los ojos, cerró los dedos sobre su eje y comenzó a acariciarse. Apoyó su otra mano en la pared para sostenerse, ya que imaginó que eran los pequeños dedos de ella los que lo tocaban, sus dulces labios los que los rodeaban. Ella hacia las mejores mamadas. Jacob gimió, pensando en su coño apretado y húmedo, ahora, la subida y bajada de su pecho, la luz que atrapaba el aro en el pezón mientras la tomaba contra el suelo, el colchón, el mostrador de la cocina como un bruto. Lugares a los que nunca la había llevado antes. Siempre tenían sexo en la sala de juegos.

Sólo se la follaba justo después de dejar marcas en su tentador cuerpo con sus instrumentos favoritos. Las cosas cambiarían. Expulsó un aliento, cubriendo las paredes de azulejos con su semen. —¡Joder! —Jacob descansó su frente contra la pared. Durante unos segundos, se quedó allí, visualizando a Jane en la ducha con él, sonriéndole tímidamente mientras miraba su polla en ascenso. De repente echaba de menos su presencia en su casa y anhelaba tenerla en sus brazos. Jacob podía hacerla una cautiva permanente si así lo deseaba. Atarla como a una prisionera y prohibirle que vuelva a dejarle. Pensó en la llave de repuesto que había hecho para ella durante el fin de semana. La llave que estaba inocentemente dentro de uno de sus cajones. Una decisión impulsiva. Se está volviendo loco. Se quitó la toalla y se fue directo a la cama, mañana saldría temprano. Siempre esperaba sus viajes de madrugada al húmedo mercado de los muelles para recoger su primera entrega de mariscos. La cocina siempre estaba agitada, así que la ráfaga de aire fresco del mar se sentía bien. A Jacob le encantaba perderse en el ajetreo del mercado. En este momento, parecía que Jane y él vivían en dos planetas completamente diferentes, pero tenía una idea de cómo eliminar la distancia entre ellos, o al menos, darle una visión de su mundo. Levantó el teléfono, sintiéndose temerario. Jacob le envió un segundo mensaje de texto ese día, otra anomalía. No se enviaban mensajes a menudo. Antes del viernes pasado, Jacob sólo la contactó si tenía una petición especial para su sesión. Jacob: ¿Todavía estás despierta? Jane respondió menos de un minuto después.

Sí. Estoy intentando crear un nuevo diseño. Jacob: No te molestaré si estás ocupada. Siempre tengo tiempo para usted, Amo. Jacob miró el espacio vacío de su cama. Vio la imagen fantasmagórica y desnuda de Jane, tendida boca abajo en su cama, con los párpados caídos mientras intentaba sacudirse el sueño. Su tentador cuerpo estaría marcado con cardenales frescas, sus marcas personales. El anhelo lo atravesó como una hoja afilada, destripándolo. Jacob: Te llamo ahora. Le llevó más tiempo responder. Jacob pensó que ella no contestaría, que surgió algo o que estaba ocupada, pero finalmente lo hizo. —Hola—dijo ella, sonando sin aliento. — ¿Pasó algo? —preguntó, curioso. —Mi teléfono cayó bajo la cama. Me llevó un tiempo recuperarlo. Definitivamente había un montón de polvo ahí abajo. La imagen le hizo sonreír. Jacob se preguntaba qué llevaba a la cama. ¿Un camisón? ¿Pijama? ¿Ropa de noche sexy de satén? Si ella se convertía en un agregado permanente en su cama, él quería que ella no llevara absolutamente nada, así siempre tendría acceso completo a su propiedad. —Entonces, ¿qué pasa? —preguntó. Las palabras sonaban incómodas, viniendo de ella. — ¿Qué pasa? —repitió, divertido. —Um. Bueno. Esta es la primera vez que me llamas al celular. No estaba segura de qué más decir. —Tengo nuevas instrucciones para ti. — ¿Sí? —Sonaba interesada ahora, menos aprehensiva.

—Encuéntrame en los muelles mañana por la mañana. A las 5:00 AM en punto —Jacob no se molestó en preguntarle si estaba libre en un día de trabajo normal. Quería que ella escuchara la expectativa en su voz y además, sabía que tenía tiempo para matar. Jane va a su estudio a las nueve o diez de la mañana. Una pausa: —¿Puedo preguntar por qué? No lo rechazó de plano. Una buena señal. —Ven mañana y averígualo. Oh, y ponte algo cálido y cómodo —Jacob estaba a punto de terminar la llamada, pero cambió de opinión—. Dulces sueños, Jane. —Buenas noches, Jacob.

Jane vio su reflejo en la ventana de un autobús que pasaba. Había seguido las órdenes de Jacob y se había vestido con un suéter verde grueso, un par de jeans cómodos y botas de moda. Se puso un mínimo de maquillaje y se recogió el pelo en una cola de caballo. Así, Jane estaba virtualmente irreconocible y eso le quedaba muy bien. Cuando iba al estudio, su ropa era siempre cuidadosamente elegida, profesional. Se dio cuenta de que era agradable, a veces, vestirse de forma más informal. Un viento frio vino de los muelles ocupados, haciendo que metiera las manos en los bolsillos de sus vaqueros. Vino aquí quince minutos antes porque así era ella. Odiaba llegar tarde. Incluso de adolescente, llega temprano para una cita con una novia o un novio. Un cosquilleo de excitación le bajó por la columna vertebral. Después de la llamada de Jacob anoche, el sueño resultó ser escurridizo. Jacob estaba cambiando las cosas si era bueno o malo, ya no le importaba. Su ánimo estaba por los suelos después de ver la entrevista de Swan ayer. Jane sabía que debía mantenerse alejada de los medios sociales durante los próximos días, pero echó un vistazo antes e inmediatamente se arrepintió. No sabía lo que había hecho para enfadar a Swan, pero a la supermodelo parecía encantarle difamarla a ella y a sus vestidos. A Jane le vendría bien una distracción y este misterioso viaje podría ser la solución.

—Llegas temprano. Debería haber esperado eso —dijo una voz familiar detrás de ella. Jane se dio la vuelta. Ella nunca había visto a Jacob fuera de su apartamento antes y se veía mejor que bien. Sexy. Llevaba una chaqueta de cuero marrón gastada sobre una camisa blanca con dibujos animados de un cerdo con un cuchillo impreso sobre ella, y un par de vaqueros desteñidos bastante usados. Jacob se acercó y la besó en la mejilla. Fue breve y rápido, pero el contacto de sus labios la calentó inmediatamente. —Te ves perfecta —murmuró, mirándola de arriba a abajo. Con el deseo de desnudarla en sus ojos, envió un escalofrío por la columna vertebral de ella. No estaban en la privacidad de su casa, pero esa mirada no se sentía fuera de lugar. Deslizó su brazo alrededor de sus hombros, acercándola a él. Ella respiró su olor familiar, su colonia, y cerró los ojos por un momento. Sintió el cambio en su respiración y abrió los ojos de nuevo. Se dio cuenta de que estaba descansando la palma de su mano contra su increíblemente cálido y sólido pecho. —Lo siento, Amo—susurró, a punto de apartarse, pero él le agarró los dedos. Jacob se apoyó en su oreja: —No necesitas permiso para tocarme en público. Sólo soy Jacob esta mañana. Le tomó un segundo entender lo que él quería decir, Jacob hoy no era su Amo. Jane necesitaba orden, reglas, distinciones, pero hoy, podía ser flexible. La curiosidad la tentó. Ella quería saber lo que él había planeado para ellos. Jacob le apretó la mano: —Vámonos antes de que todos los peces buenos se hayan ido. —No lo entiendo—dijo.

Ingresaron más en el mercado. Ella miró a su alrededor, perpleja. A pesar de la hora, había mucha gente. A Jane no le gustaban las multitudes en general y las evitaba si podía, pero con Jacob a su lado, su ansiedad se hizo inexistente. El olor del pescado crudo le molestaba un poco al principio, pero se acostumbró. Desde las pescaderías gritaban los precios a los clientes que pasaban. Miró a Jacob. Tenía una mirada intensa en su cara cuando entró en una puja con un vendedor de atún. Parecía satisfecho cuando acordaron un precio. Lo estaba viendo en su elemento, ella se dio cuenta. Se veía completamente en casa. Hoy, le había dado un precioso regalo. Le estaba mostrando una parte de sí mismo que nunca pensó que llegaría a ver. Se mudaron a otro puesto. —¿Puedes sostenerme esto? —preguntó. Ella asintió con la cabeza, tomando su bolsa de compras. Ahora estaban mirando un puesto que sólo vendía diferentes tipos de cangrejos. Todos le parecían iguales. —¿Cómo sabes cuál elegir? —le preguntó. Jacob le mostró cómo identificar qué cangrejo era macho o hembra, qué buscar. Fue paciente con ella y sólo sonrió cuando ella tuvo el valor de hacerle preguntas. Una hora más tarde, se fueron a un muelle. Jane echó un vistazo a los barcos de pesca que flotaban en el mar. —¿Haces esto todas las mañanas?—preguntó. —Es la parte del día que más disfruto—contesto el deslizando su mano por la línea de su espalda y la colocó sobre la curva de su trasero. Ella se inclinó más cerca de su cuerpo, amando la sensación del viento en su cara. Hacía un poco de frío aquí, pero Jacob era mejor que cualquier abrigo o manta.

—Tu presencia aquí significa mucho para mí. Sus palabras la tomaron por sorpresa: — ¿No me interpuse en el camino? —Jane apostó a que él sería más eficiente si ella no la acompañaba. —No, en absoluto. ¿Sabes por qué te pedí que me acompañaras aquí hoy? Ella reconoció su tono. Era el mismo que usaba cuando le enseñaba una lección particular en la sala de juegos. Siempre escogía sus palabras con cuidado deliberado. —Sí, creo. Querías que fuera parte de tu vida —Se preguntaba si había dicho algo equivocado porque la miró por unos momentos. Jacob bajó su boca hasta la de ella, trazó su labio inferior con su lengua, y luego lo pellizcó. Pasó una gran mano por la cintura de los vaqueros y la ropa interior de ella y le dio un estirón antes de meterle la lengua en la garganta. Olvidó dónde estaban en ese momento. Jugando en su apartamento o aquí fuera no importaba. Su vida secreta y la real se habían fusionado finalmente, y no era tan aterradora como ella había pensado inicialmente que podría ser. Creyó escuchar un clic en algún lugar, el flash de la luz de una cámara que se apagaba. Por un segundo, el pánico entró en ella. ¿Alguien les había tomado una foto? Él se alejó y ella se giró a verlo. Se centró en el ahora, en el presente. Tenía una imaginación hiperactiva. Eso era todo. Mechones de pelo se deslizaron de su cola de caballo. Los puso detrás de una oreja. La sonrisa que llevaba hizo que su corazón latiera con entusiasmo. Jacob sacó su mano de sus bragas. La desnudó con esa mirada ardiente. De repente ella

deseó que no estuvieran en público, sino en su lugar. Por primera vez en su carrera, en su vida, Jane quería salir de la rutina. No tenía ningún deseo de volver al estudio. —La cita no ha terminado todavía —dijo él. —¿Esto es una cita entonces? —tuvo que preguntar. —¿Qué piensas? —Jacob rozó sus dedos contra los de ella— Te estoy preparando el desayuno.  — ¿Qué estás haciendo? —Jane preguntó. —Cangrejo y huevos de aguacate benedictinos. —Suena delicioso. Ella se quedó detrás del mostrador de la cocina, viéndole sacar los cangrejos azules de la bolsa de plástico. Jane comenzó a hurgar en uno de los cangrejos, un macho con una garra particularmente malvada, pero él colocó suavemente su dedo a un lado. —Cuidado. Sus garras pueden estar atadas con una cuerda, pero ya me han pellizcado antes —le dijo. Asintió con la cabeza, con aspecto solemne, sus ojos azules brillantes, sus labios apretados entre sí, como si se muriera por hacer más preguntas, pero lo pensó mejor. Bajo la brillante luz matinal de su cocina, se veía imposiblemente joven, hermosa y tentadora. Jacob se detuvo de su tarea y se inclinó para tomar su boca. El pequeño suspiro que ella emitió cuando se alejó hizo maravillas con su polla. ¿Cómo se vería, inclinada sobre el mostrador, desnuda, con las muñecas atadas, y completamente a su merced? El hambre de otro tipo se apoderó de él. Su polla se apretó incómodamente contra la cremallera de sus vaqueros, nada

nuevo. Jane siempre se las arregló para provocarle esa reacción, y él siempre quiso encontrar nuevas formas de poseerla. Recordarle a quién pertenecía por derecho. Jacob apartó sus malos pensamientos. Había prometido hacerle el desayuno. Su visita al mercado fue mejor de lo esperado. Cuando se despertó temprano esa mañana, se preguntó si había tomado una decisión equivocada. No a muchas mujeres les gustaría ir al mercado para su primera cita, pero Jane había sido increíble. Ella le hizo más preguntas sobre su trabajo y él estuvo más que feliz de responder. —¿No te extrañará tu personal? —Pueden arreglárselas sin mí durante una o dos horas— Les dije que iría más tarde hoy, él respondió—. ¿Qué hay de ti? — ¿Yo? Mary y Gina pueden hacer algunas cosas del estudio por mí. —Mi pequeño gorrión está aprendiendo a delegar. Muy bien—con su cumplido, el color se elevó a sus mejillas y cuello. —Estaba teniendo una mala semana. Gracias por lo de esta mañana. Me siento mucho mejor. —Dime lo que pasó —dijo Jacob, agarrando los platos con el desayuno. No la llevó a la mesa del comedor sino a la sala de estar y se hundió en el sillón. Jane automáticamente se arrodilló, sentándose a sus pies. Jacob sonrió, pasándole un plato y un tenedor. Dejó su plato a un lado, recogió su pelo entre sus dedos y tiró de la banda. Ella no habló de inmediato. ¿Estaba debatiendo si debía compartir detalles personales de su vida con él? Jacob no presionó. La conocía lo suficiente. Jane se abriría a él tarde o temprano.

—Es este cliente con el que he trabajado —dijo. Jane levantó su tenedor y tomó un poco de desayuno. Ver el placer llenar sus ojos hizo que Jacob quisiera cocinar para ella otra vez—. Guau. Me está malcriando, Amo. —Me gusta alimentarte. Es mi deber cuidar de mi sumisa —Le acarició el pelo, le encantaba cómo se inclinaba en su toque como un gatito. ¿Ronronearía por él a continuación? Jacob se detuvo brevemente pensando en comprar orejas de gato e incluso una cola a juego para ella. Jane siempre se veía tan tranquila, distante e indiferente a los ojos del público. Sabía que era sólo la armadura que se ponía para sobrevivir a la industria asesina que había elegido. La verdadera Jane Sparrow era cálida y cariñosa, tímida y vulnerable a veces. —¿Has oído hablar de Azalea Swan? —finalmente le preguntó. —¿La modelo? —Sí —Jane le contó todo sobre la entrevista que hizo Swan—. Sé que no debería dejar que algo tan pequeño como eso me afecte tanto, pero no he podido hacer nada productivo en toda la semana. Jacob frunció el ceño. Había estado inusualmente ocupado en la cocina, pero siempre vigilaba a Jane, lo que los medios decían de ella. Se maldijo a sí mismo por no prestar más atención. Claramente, este incidente de Swan sacudió a Jane lo suficiente como para afectar su proceso creativo. —Swan es irrelevante —dijo finalmente—. Estás pensando demasiado las cosas. Ella es una perra, contra decenas de miles de mujeres que aman cada una de tus creaciones.

—Escuchar esas palabras de ti hace la diferencia—dijo suavemente. Jane corrió sus dedos arriba y abajo por el vaquero de su pierna. —Jane—dijo, su voz un poco estrangulada. Pensó en la copia de la llave en su cajón. Sería fácil decirle que esperara aquí mientras él la buscaba. ¿Dársela aquí y ahora arruinaría todo lo que tienen? ¿Estaba lista para dar el siguiente paso? ¿Lo estaba? El teléfono de Jane al sonar rompió la tensión creciente en la habitación. —Necesito atender esto —dijo ella, poniéndose de pie. Ella respondió a su llamada en la cocina. Jacob se quedó dónde estaba, sintiéndose el mayor cobarde del mundo. Por el amor de Dios, él era el Dom en esta relación. Jane confió en él para liderar. Jacob podía muy bien ordenarle que se mudara con él, pero esta decisión tenía que ser tomada por los dos. Jane volvió a él, con aspecto nerviosa. —Necesito volver al estudio. —Te llevaré. —No... —Ella de repente se puso nerviosa y luego respiró profundamente— Aprecio el gesto, pero hay fotógrafos y periodistas fuera. Creo que quieren hablarme sobre Swan. Jacob frunció el ceño, no le gustó ni un poquito. Ella Se acercó a él y suavemente puso su mano sobre su brazo. Se levantó de puntillas y le besó en la boca. —Puedo manejar esto. Lo prometo. Se sintió asentir con la cabeza, pero no mucho después de que ella se fuera, seguía preocupado. Llevó sus platos vacíos al fregadero y luego soltó una maldición. Pensando en el muelle, recordó haber oído un chasquido y un hombre con capucha

corriendo en la dirección opuesta. No pensó en ello porque había estado demasiado inmerso en Jane. El mal presentimiento en él se intensificó. Jacob agarró su abrigo y fue tras Jane.

Los reporteros y fotógrafos acorralaron a Jane en el momento en que salió del coche. Protegiendo sus ojos de la cámara con flash, se dirigió al estudio. Lo intentó, pero. Jane sintió que una ola la arrastraba hacia adelante y hacia atrás. El sudor le goteaba por la espalda. La presión de la gente dificultaba la entrada de aire en sus pulmones. El pánico subió por su columna y apretó los dientes. Le había hecho una promesa a Jacob antes de irse. Podía manejar la prensa. Si hubiera sabido que hacer ese vestido para Azalea Swan la llevaría a esto, desearía no haber aceptado trabajar con la modelo. Swan podría desear atención, pero Jane era exactamente lo contrario. Ella sólo quería seguir haciendo vestidos. —Jane, ¿algún comentario sobre la mordaz entrevista de la supermodelo Azalea Swan con el presentador del Late Night Show, Gene Reeves? —alguien disparó desde la derecha de ella. —Sin comentarios—Jane estaba a pocos metros de su tienda. Sus dos asistentes se pararon en la puerta, tratando de controlar a la multitud sin éxito. Las estaban ignorando. —Apártense. Dejen pasar a Jane—ella escuchó a Gina gritar, pero su voz se perdió entre la multitud—. Ya hemos llamado a la policía. La policía. De acuerdo. Jane respiró un poco más fácil. Sólo tenía que aguantar esta ola. La policía le prestaría su ayuda, si es que llegaban.

—Jane, ¿es verdad que estás viendo a Jacob Farr, chef con una estrella Michelin y propietario de Arianna's? Esa pregunta la dejó completamente desprevenida. Se congeló por completo y su expresión de sorpresa debe haberla delatado. Los tiburones lo sabían. Olfatearon la sangre en el agua y empezaron a hacer preguntas sobre ella y Jacob. La cabeza de Jane giró. Recordó que el clic se disparó en el muelle. El flash. Todos estos años, había mantenido la cabeza baja, asegurándose de que los periodistas no le sacaran nada sucio. Cometio un error. Bajó la guardia, se permitió sentirse normal para variar, y mira lo que pasó. Jane apretó sus puños a su lado, tentada de golpear al reportero calvo y gordo delante de ella que no dejaba de preguntar, si ya se había acostado con Jacob. No era asunto suyo. Tenía todo el derecho de tener una cita si quería. Ninguna de estas personas podía arruinar el momento especial que Jacob y ella compartían. Hace un año, ella se quebró en la televisión una vez y la prensa uso ese único momento de vergüenza durante meses. Ya no podía dejar que la afectaran, no era esa mujer insegura y emocional. Soy fuerte, enderezó su columna vertebral y puso una expresión neutral en su cara. —Sin comentarios. Si me disculpan, necesito entrar a mi estudio —dijo, alzando su voz fuerte y clara Los reporteros no se movieron. ¿No tenían nada mejor que hacer? ¿Otros famosos más importantes que perseguir? Jane era sólo un pez pequeño en un tanque de peces más grandes. Luchó en una batalla perdida. En cualquier momento se derrumbaría. Las preguntas se volvieron más personales,

invasivas. Jane abrió la boca, a punto de decirles a todos que se vayan a la mierda a pesar de saber que eso sólo los provocaría más. Sabía que no debía hacerlo. —La escuchaste—gruñó una voz familiar detrás de ella—. Dale un poco de espacio. Jane se giró. Jacob se abrió camino hacia ella. Sus ojos se entrecerraron, sus labios formaron una delgada línea, apretó y soltó sus puños a los lados. Se veía muy enojado. Algunos de los periodistas debieron sentir el aura negra saliendo de él porque se hicieron a un lado. ¿Estoy soñando? Mis pies casi se aflojaron. Jacob estaba allí, llevándome a sus protectores brazos, evitando que cayera de bruces en el pavimento. No es un producto de mi imaginación, después de todo. Jacob no estaba solo. Había traído dos oficiales de policía con él. —Hagan espacio—ordenó uno de los policías. —¿Estás bien? —le susurró al oído. —Sí. Ahora lo estoy —respondió. Con Jacob sosteniéndola, se las arreglaron para llegar al estudio. Gina mantuvo la puerta abierta mientras ellos pasaban. Jacob le dio un apretón de hombros y luego le mostró una sonrisa tranquilizadora: —Necesito hablar con Cooper y Farley. Son los policías con los que vine. —¿Cómo supiste? —le preguntó ella, parpadeando cuando él le tocó la mejilla. Su presencia firme, su toque la ancló de nuevo a la realidad. Ella podía volver a respirar. —Tuve un mal presentimiento cuando te fuiste —Jacob se acercó a los policías que entraron al estudio. Jane se giró para mirar a sus asistentes, quienes miraban a Jacob con curiosidad.

—Jane, siéntate. Te prepararé una taza de té—dijo Mary, llevándola a uno de los sofás reservados para sus clientes. —Quiero un poco de agua—dijo—. Por favor y gracias. Mary asintió con la cabeza, trayéndole un vaso. —¿Él es la razón por la que sonreíste el otro día? —Gina le preguntó curiosa. No tenía sentido negarlo. La foto que les tomaron en el muelle probablemente aparecería en las noticias o en una revista sensacionalista tarde o temprano. —Sí —lo admitió. —Bien, bien por ti—Gina dijo, sonriendo—. Es un buen partido. Mary y yo lo vimos todo. Parecía listo para asesinar a cualquiera que se acercara a ti.

—¿Así que aquí es donde trabajas? —preguntó Jacob, mirando el espacio con interés. Había una máquina de coser en la mesa cerca de donde Jane se sentaba. Rollos de tela y muestras de encaje colgaban en una pared y velos de boda en otra esquina. Jane permaneció sentada donde estaba, tomando una taza de té que probablemente se había enfriado. Las dos asistentes de Jane habían salido a almorzar. Una de ellas dio vuelta el cartel de en la puerta a “cerrado”, dando a Jane y a él completa privacidad en el estudio. —No quería arrastrarte al lío que es mi vida— dijo Jane finalmente, mirándolo. Jacob se sentó en la mesa, frente a ella. Apoyó su mano grande sobre la delgada y pequeña de ella."Esta charla tardó mucho en llegar”.

—No me importa—respondió—. ¿Es esa la razón por la que no querías que te llevara? ¿Estabas preocupada por mí? Jane se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza. —Antes de conocerte, no podía salir con un hombre porque eventualmente se intimidaban por la prensa, por el hecho de que estoy constantemente bajo el foco de atención. Así que empecé a ir a la Pluma Negra en su lugar. Me gustaba cómo mantenían las identidades de sus miembros en privado. Jacob tomo un mechón de pelo y le dio un tirón de advertencia, obligando a Jane a mirarlo: —No quiero oír hablar de otros hombres con los que has estado. Ya sabes lo posesivo que puedo ser. —Parece celoso, Amo —Ahí estaba. La sonrisa que quería ver. Jacob sonrió con suficiencia: —No me hagas castigarte en tu propio estudio. Jane respiró con dificultad. —La primera vez que nos conocimos, supe que eras diferente. La antigua Jane habría rogado ser castigada sólo para evitar tener una conversación adulta. Su pequeño gorrión había cambiado, creció. Eso lo complació. —Hemos estado jugando juntos durante mucho tiempo, ¿no? Eres la única sumisa con la que he accedido a tener sesiones privadas en mi casa. Sabía que eras diferente—Jacob le soltó el pelo—. Pero deberías saber que quiero más. Jane se quedó en silencio por unos momentos, como si estuviera pensando mucho. —Has visto lo que es estar conmigo. La privacidad será difícil de conseguir. Sabiendo eso, ¿todavía me quieres a tu lado?

—Lo quiero todo —Se lo dijo sin rodeos. Jacob le abrió su corazón y se lo ofreció en una bandeja. —Eres lo primero que quiero ver por la mañana, tu tentador cuerpo cubierto de mis marcas, mi polla enterrada en tu coño, y tú llevando mi collar. Cocinaré para ti, cuidaré de ti. Te haré daño cuando me lo ruegues. Seré todo lo que necesites. Jane se estremeció ante esas palabras. Cuando Jacob le trazó el labio inferior con el dedo, ella se lo chupó. El Gimió imaginando que era su polla, ella de rodillas, desnuda y dispuesta a servir. Sus vaqueros se sentían apretados de nuevo. Jane apartó sus labios y usó su regazo como almohada. Le pasó los dedos por el pelo y decidió arriesgarse: —Múdate conmigo, Jane. No me importa hacer pública nuestra relación. Quiero que el mundo entero sepa que me perteneces. Contuvo el aliento. Jacob pensó que ella necesitaría más tiempo para darle una respuesta. Se equivocó. —Sí —murmuró, levantando la cabeza para mirarlo—. Me mudaré contigo.

Un mes después Jane extendió la manta del bebé de Jacob sobre su mesa de trabajo y la miró un rato. Lo Sintió moverse detrás de su silla. Él le paso sus brazos alrededor de los hombros, inclinándose para besarla en la mejilla. Luego movió sus labios a un lado de su cuello, hundiendo sus dientes justo sobre su pulso acelerado. Ella gimió, soltando la tela. El la soltó: —Estás ocupada con tu tarea, ya veo. Jane lo miró y sonrió: —No puedo hacer nada más por ella, Amo. Le sonrió como un orgulloso profesor. —He hecho carbonara para la cena, pero he decidido que te tendré a ti primero. —¿No se enfríara la comida? —Preguntó, sintiéndose descarada. Habían pasado cuatro semanas desde que se había mudado oficialmente al apartamento de Jacob. La prensa tuvo un día de campo cuando Jane aceptó ir a otro programa de entrevistas. Esta vez, se sintió más valiente, diferente y no sólo porque Jacob estaba con ella. Por primera vez en su vida, se sentía completa. Contenta. Feliz. —¿Elegirás la cena en lugar de esto? El corazón de Jane tronó cuando le colgó el collar de cuero delante de sus ojos. —Levántate el pelo —él le ordenó.

Jane hizo lo que le pidió, cerrando los ojos y disfrutando de la reconfortante textura del suave cuero alrededor de su cuello. Jacob le dio un toque a la etiqueta pegada al collar. —Levántate. Jane se puso de pie temblorosamente. Jacob le puso dos dedos bajo el collar y la sacó de su lugar de trabajo. Solía ser una habitación de invitados, pero la convirtió en un pequeño estudio para que ella la usara. Sólo pensar en lo atento que era hizo que Jane se sintiera protegida y amada. No pasaron de la sala de estar. Jacob se detuvo frente a la mesa del comedor. Desde aquí, Jane podía oler la pasta que había hecho en la cocina. Le soltó y comenzó a desabrochar su vestido. En segundos, le quitó el vestido amarillo, dejándola completamente desnuda. Su mirada penetrante hizo que sus pezones se pusieran como piedras, su coño mojado. —No hay ropa interior. Lo apruebo —dijo. Jane movió su mirada a la erección que él le apoyó. Él se dio cuenta: —¿Quieres mi polla? Entonces ruégame por ella. Jane se arrodilló delante de él. Cuando él asintió, ella le desabrochó el cinturón y los pantalones. Le sacó la polla, acariciándola con los dedos mientras Jacob enroscaba el cabello de ella en su mano. Se inclinó hacia adelante, lamiendo el prepucio en la punta. Lo exploro de raíz a punta, usando su lengua. —Continúa con eso —él le ordenó. Jane abrió la boca y metió la polla. Movió la cabeza de arriba a abajo, complacida de que él se volviera duro como una roca para ella. Jacob le dio un suave empujón. Jane retiró su boca de su polla, esperando su próxima orden.

Jacobo sacó una silla y se sentó en ella como un rey arrogante: —Súbete a mi regazo. Jane se puso de pie y se subió a sus muslos, gimiendo cuando él pasó su gran mano callosa por su columna y la hendidura de sus nalgas. Le tocó con los dedos los pliegues de su coño, le dio un apretón al clítoris. Jane jadeó, casi llegando entonces, pero se contuvo. Jacob la había entrenado para que se viniera cuando el dijera y ella aún no tenía su orden. —Ya está empapada. Una sumisa traviesa —Jacob sacó su mano, sólo para dar el primer golpe. Jane gimió, agarrándose a sus vaqueros mientras él empezaba a nalguearla, nunca en el mismo lugar dos veces. —Quiero oírte contar. Si te pierdes un número, empezaremos de nuevo —dijo. —Uno—Jane susurró, gimiendo, más excitada que nunca. Jacob estaba de humor para jugar hoy, pero nada pesado. No le importó en absoluto. Cuando llegó a los veinte, Jane estaba jadeando, y sus muslos estaban empapados de su propia necesidad. Le pesaba el pecho, y se dio cuenta de que sus piercings de metal se clavaban en la tela vaquera que rodeaba las piernas de él. Su culo le cosquilleaba, y ahora, debe de estar rojo, marcado con las huellas de su mano. —Ponte de rodillas—dijo Jacob con voz ronca. Ayudó a ponerla en posición. Jane soltó un gemido cuando él usó su pie para abrirle las piernas, exponiendo su dolorido coño y su culo a él. Jacob cerró sus manos sobre su cintura y se deslizó dentro de ella sin previo aviso. Ella estaba tan mojada, que apenas sintió dolor. Siempre supo lo que ella necesitaba y ahora mismo, quería que él la manejara con rudeza.

Ella gimió, fijando los dedos en el suelo de madera mientras él la follaba sin piedad. Con cada golpe, él se apropiaba de su cuerpo y su corazón, una y otra vez. Jane gritó, arqueando la espalda cuando él encontró su punto G, que toco repetidamente. Ella ya no estaba en el comedor. Su visión era borrosa. Los placeres salían de su boca. —Por favor, Amo. —Córrete por mí, Pequeño Gorrión. Hazlo ahora—Su siguiente empujón la hizo volar a través de las nubes. Ella gimió cuando él le metió la mano entre las piernas y le dio un pellizco al clítoris. Jane se vino, jadeando, gritando su nombre, cubriendo su mano con su venida. Jacob la penetró unas cuantas veces más antes de llenar su coño con su semilla. La atrapó antes de que pudiera deslizarse por el suelo. Ella sintió deshuesada, lánguida, apenas se dio cuenta de que Jacob la había levantado. Dejando que se derrumbara contra su cuerpo y ella enterró su cara en su pecho, justo contra su pectoral izquierdo que ocultaba un corazón que latía por ella. Luego la rodeó con sus brazos, apoyando una palma de la mano en su culo. —Mia—le gruñó en la oreja, haciéndola temblar. Levantó la cabeza y le lanzó una sonrisa que parecía haberle tomado por sorpresa. —Tuya para siempre—murmuró de acuerdo.