Sobre La Estupidez

Sobre la estupidez, su definición, sus efectos y el poder Miércoles 17 octubre, 2007 tags: Carlo Cipolla, Cipolla, democ

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Sobre la estupidez, su definición, sus efectos y el poder Miércoles 17 octubre, 2007 tags: Carlo Cipolla, Cipolla, democracia, El Poder, estúpido, Estupidez, Estupidez Humana, Giancarlo Livraghi, idiota, idiotez, leyes de la estupidez, Livraghi, sociedad Como nos comenta el filósofo italiano Giancarlo Livraghi, frente a muchos devastadores desastres político-económicos acontecidos en nuestros países, generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la conspiración, a la malicia astuta, la megalomanía, etc. de las malas decisiones. Están allí, por supuesto; pero cualquier estudio cuidadoso de la historia, o de los eventos actuales, nos lleva a la invariable conclusión que la fuente más grande de los terribles errores es la pura estupidez humana. Así lo piensa el historiador italiano Carlos Maria Cipolla (1922 – 2000). Cuando se combina con otros factores (como sucede a menudo) los resultados pueden ser devastadores. Resulta sorprendente el escaso material dedicado al estudio de un tema tan importante: la impericia por acción de la estupidez humana. Nunca he sabido de un grupo de investigación que estudie la Estupidología. Uno de los problemas de la estupidez es que nadie tiene una definición realmente buena de lo que es. De hecho los genios son a menudo considerados estúpidos por una mayoría estúpida (aunque nadie tiene tampoco una buena definición de genio). Pero la estupidez definitivamente está allí, y hay mucho más de lo que nuestras pesadillas mas desbordadas pudieran sugerir. De hecho la estupidez domina al mundo, lo cual es más que claramente comprobado, por la forma en que se gobierna hoy al mundo. Fue Carlos Maria Cipolla (1922 – 2000), que fuera Profesor Emérito de Historia Económica en Berkeley, quien llegó a dar con una definición bastante interesante sobre el tema y postuló, en su libro “Allegro ma non troppo”, las 5 leyes fundamentales de la estupidez humana, que resumo a continuación: Primera Ley Fundamental: Siempre e inevitablemente todos subestiman el número de individuos estúpidos en circulación. Segunda Ley Fundamental: La probabilidad de que cierta persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona. Tercera Ley Fundamental (o de Oro): Una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas.

El análisis de costo y beneficios de Carlo M. Cipolla permite clasificar a los seres humanos en cuatro tipos de personas según sus acciones. Cada uno de los cuales ocupa un cuadrante en un sistema de coordenadas. Si representamos en el eje de abcisas el beneficio, positivo o negativo, que obtiene el individuo y en el eje de ordenadas el beneficio (+) o costo (-) que causa a los demás: Bondadoso: aquel que se causa un perjuicio a sí mismo, beneficiando a los demás. Inteligente: aquel que se beneficia a sí mismo, beneficiando a los demás. Malvado: aquel que obtiene beneficios para sí mismo, perjudicando a los demás. Estúpido: aquel que causa pérdidas a otros, perjudicándose a la vez a sí mismo. En primer lugar, los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido. Una persona inteligente puede entender la lógica del malvado, pues sus acciones pueden seguir un modelo de racionalidad en busca de beneficios. Puesto que no es suficientemente inteligente como para imaginar métodos con que obtener beneficios para sí procurando

también beneficios a los demás, deberá obtener su beneficio causando pérdidas a su prójimo. Esto no es justo, pero es racional, y por ser racional, puede preverse. Con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. No existe modo racional de prever si, cuando, cómo y por qué, un estúpido llevará a cabo su perverso ataque. Frente a un individuo estúpido, todos quedan completamente desarmados. Cuarta Ley Fundamental: Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento, lugar y circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error. Quinta Ley Fundamental: La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. El corolario de esta ley dice que: El estúpido es más peligroso que el malvado. Si todos los miembros de una sociedad fuesen bandidos perfectos, la sociedad quedaría en una situación estancada pero no se producirían grandes desastres ya que los beneficios de unos son los perjuicios de otros. La maldad, por decirlo de alguna manera, es una forma de redistribución, aunque ésta, por cierto, no crea riqueza. Pero cuando los estúpidos entran en acción las cosas cambian completamente. La personas estúpidas ocasionan pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellas mismas y, por consiguiente, la sociedad entera se empobrece. Esto puede graficarse, trazando una recta de 45 grados que pase por los cuadrantes del bondadoso y el malvado. Toda acción que de lugar a un resultado por encima de dicha recta produce un beneficio mayor al perjuicio generado, mientras que en el caso contrario, todo es pérdida y cualquier beneficio es netamente inferior al perjuicio producido. Giancarlo Livraghi, formula algunos corolarios interesantes a partir de estas 5 leyes: Primer Corolario: En cada uno de nosotros hay un factor de estupidez, el cual siempre es más grande de lo que suponemos. Segundo Corolario: Cuando la estupidez de una persona se combina con la estupidez de otras, el impacto crece de manera geométrica, es decir, por multiplicación, no adición, de los factores individuales de estupidez. Tercer Corolario: La combinación de la inteligencia en diferentes personas tiene menos impacto que la combinación de la estupidez, porque (Cuarta Ley de Cipolla) ” la gente no estúpida tiende siempre a subestimar el poder de daño que tiene la gente estúpida”. Esto se debe a que la estupidez no razona, no necesita pensar, organizarse o planear para generar un efecto combinado, mientras que la transferencia y combinación de la inteligencia es un proceso mucho más complejo. Otro elemento peligroso en la ecuación (tal como lo señalaba Carlo Cipolla) estriba en que el aparato del poder tiende a colocar “malvados inteligentes” en la punta de la pirámide (que algunas veces resultan ser “malvados estúpidos”); y ellos, a su vez, tienden a favorecer y proteger la estupidez y mantener fuera de su camino lo más que puedan la genuina inteligencia. El poder está en todos lados. Todos estamos sujetos al poder de otros y (si no en casos de extrema esclavitud) todos ejercemos poder sobre alguien. Sería demasiado complicado, para el propósito de este análisis, entrar en el terreno complejo de la multiplicidad de las relaciones humanas. Por este motivo me limito a los casos más obvios de “poder”: esas situaciones en las cuales cada uno tiene un rol definido de autoridad sobre un gran (o pequeño) número de personas.

En teoría, todos estamos más o menos de acuerdo sobre el hecho de que debería haber la menor cantidad posible de poder; y que quien tiene poder debería estar sujeto al control de las demás personas. Este es el sistema al cual llamamos “democracia”. O lo que en las organizaciones llamamos repartición de tareas, colaboración, motivación, compromiso, responsabilidad distribuida – al contrario de autoridad, burocracia, centralización, disciplina formal y lealtad. Pero son muchas las personas que no desean una verdadera libertad. La responsabilidad es un peso. Es más cómodo ser un seguidor pasivo de las decisiones de otros ya que es más fácil culparlos en caso de fracaso. Por otro lado, algunas personas aman el poder, les da placer y gozo. ¿Será esa actitud estúpida?. Como se dedican con más energía a los notables esfuerzos y sacrificios necesarios para tener más poder y están dispuestos a asumir riesgos, a menudo estas personas llevan las de ganar. Hace unas semanas escribí sobre ello en un post anterior. Ahora bien, supongamos que en el poder hay tantos estúpidos como en el resto de la sociedad. Surge una diferencia fundamental. Queda claro que las personas en el poder tienen más poder que las otras personas. Por otro lado, en el método de Cipolla se establece que los resultados de un comportamiento no deben ser medidos desde el punto de vista de quien hace las cosas (o no hace lo que debiera) sino desde el punto de vista de quien sufre sus efectos. Así pues, el daño (o el beneficio generado) será diferente, según el número de personas afectadas y a la intensidad de las consecuencias de una decisión. Si en una “relación entre dos iguales” una persona consigue una ventaja equivalente al daño que inflige al otro, esa persona en la definición de Cipolla sería un “malvado” en el límite de la inteligente, mientras el otro es un “perfecto bondadoso” ya que el sistema, en términos distributivos, permanece en equilibrio. Claro está, que esto no es así cuando hay una asimetría de poderes ya que, dado que el poder afecta a un gran número de personas, se pierde todo posible equilibrio, incrementándose el factor de estupidez. ¿Cómo hace una persona para tener poder? A veces lo logra sin querer. A alguno se le da confianza porque se confía en esa persona. En ese modo el poder es atribuido a personas capaces, competentes y con un fuerte sentido de la responsabilidad. Este proceso tiene buenas probabilidades de generar poder “inteligente”. Una situación en la cual las personas elegidas hacen el bien a sí mismos y aún más a los otros. A veces se puede arribar al sacrificio, cuando las personas se hacen daño a sí mismas por el bien de los otros. Pensemos en las huelgas de hambre que iniciaba Gandhi, por ejemplo. Sin embargo, suele haber menos ejemplos de “poder inteligente” de los que nos gustaría ser testigos. ¿Por qué será? El motivo radica en la existencia de la competencia. La competencia por el poder. Aquellos que no buscan el poder per se, sino que velan por el bien de los otros, tienen menos tiempo, recursos y energías para gastar en la conquista ciega del poder y por eso tienden a perderlo. Una suerte de selección adversa, como ya explique en otro post. Quienes están sedientos de poder se concentran en la lucha por éste, independientemente de sus efectos sobre la sociedad y peor aún, cuando lo obtienen, son inducidos a pensar que están en el poder por que son mejores, más capaces, más inteligentes, más sabios que el resto de la sociedad. No es que sean más inteligentes, ni más estúpidos, que los otros. Estas personas a menudo son hábiles y astutas. Sin embargo, siguiendo las ideas de Cipolla, debemos recordar que la estupidez y la inteligencia se miden sobre la base de sus efectos. Así pues, se podría concluir que el poder, como sistema, es mucho más estúpido de cuanto puede serlo una persona común. Lamentablemente, debemos convivir con el poder y, por ello, con su inherente estupidez. Cómo eludir esta situación, Carlo Cipolla comentaba que en todas las etapas de la historia «cada país en ascensión posee un no común alto porcentaje de personas inteligentes que intentan mantener la fracción de estúpidos bajo control, y que, en el mismo tiempo, producen ganancias para si mismos y para otros miembros de la comunidad, suficientes para convertir el progreso en certidumbre». Así mismo, nos afirma que «en un país – o, digo yo, cualquier comunidad -en declive el porcentaje de individuos estúpidos es constante; igualmente en la restante población se nota, especialmente entre individuos en el poder, un alarmante crecimiento de malvados con un alto porcentaje de estupidez – y, entre aquellos que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento de la cantidad de desproveídos. Semejante cambio en la composición de la población de los que no son estúpidos refuerza inevitablemente el poder destructor y lleva el país hacía su

propia ruina». La reversión de esta tendencia a veces es posible, pero requiere una combinación de factores muy poco comunes, como la convergencia de personas inteligentes capaces de asumir poder con un empuje colectivo para introducir un cambio trascendente. Cierto es que un escenario turbulento y vertiginoso puede ofrecer mucho espacio al poder de la estupidez, aunque no es imposible que provoque procesos inteligentes. (basado en extractos del libro Allegro ma non tropo de Carlos Maria Cipolla (1922 – 2000) y del artículo de Giancarlo Livraghi , El poder de la Estupidez)

Acerca de la estupidez Por Cristián Sucksdorf * Hay un peligro que amenaza a todo aquel que pretenda hablar de la estupidez: la involuntaria autorreferencia. Pues de la estupidez se suele hablar en tercera persona, y con esto se da a entender, o bien que uno se tiene por inteligente o que al menos se piensa a sí mismo emancipado de la estupidez. Y es aquí, entonces, donde se cae en esa involuntaria autorreferencia, pues el primer síntoma de la estupidez es encontrarla siempre afuera, en los otros, sin querer siquiera imaginar que las murallas que evitan que engrosemos el número de estúpidos tienen el destino de todas las murallas: caer. Intentaremos entonces, para no correr este riesgo, acercarnos a otro tipo de estupidez; una que no es de carácter personal, sino que se nos impone colectiva y cotidiana. Esta estupidez colectiva e involuntaria –que sólo por facilidad llamaremos “estupidez social”– la encontramos de modo palmario en la publicidad. Tomemos por caso una publicidad gráfica de estos días. Para vender una consola de videojuegos una empresa argumenta: “Cuando tu hijo juega, no te pregunta cómo llegó al mundo”. Que algo estúpido hay en esto no se nos escapa, pero, ¿por qué decir que lo que aquí se manifiesta es precisamente esa estupidez social, y no la simple y llana estupidez personal de un equipo de publicistas? Para ver esto deberemos antes aclarar qué entendemos por “estupidez social”. Dialéctica de la ilustración, el clásico estudio de Adorno y Horkheimer sobre las desventuras de la razón moderna, concluye con un esbozo genial sobre la estupidez. Allí leemos que la vida de la inteligencia –la llamada “vida espiritual”– tiene su símil en las antenas del caracol: cuando no encuentra impedimentos externos, cuando la experiencia es propicia, el caracol despliega las antenas y así ensancha los límites de su mundo; cuando, por el contrario, encuentra un obstáculo, las antenas se repliegan en la interioridad del caparazón protector, donde vuelven a “formar una sola cosa con el todo”. Las antenas esperarán un tiempo hasta arriesgar un nuevo despliegue; de persistir el obstáculo, el tiempo de repliegue será cada vez mayor, de modo que, si el obstáculo perdura, su juego se verá impedido y esa sensibilidad quedará atrofiada. “El cuerpo –escriben Adorno y Horkheimer– queda paralizado por la lesión física, el espíritu por el terror.” Y en el origen ambos son inseparables.

De acuerdo con esa analogía podemos, junto a los autores, entender la estupidez como una cicatriz: un punto en que la inteligencia –esa curiosidad que, en un cuerpo a cuerpo con el mundo, ensancha la experiencia posible– ha sido impedida por el terror, y en su exacto lugar ha crecido una callosidad del sentir, un miedo ignorado que aprieta los límites del mundo. La respuesta ante esta limitación, es decir la conducta estúpida, se dará fundamentalmente de dos modos. Uno individual, que consiste en la repetición del momento previo a la limitación, aunque ya sin la esperanza de que esa curiosidad primera ensanche nuestra experiencia. Es el caso de esas preguntas infantiles que no esperan su satisfacción de la respuesta sino del vértigo redoblado de su formulación, o también de los rituales del neurótico, que –como citan Adorno y Horkheimer en términos freudianos– “repite la reacción defensiva que ya se mostró inútil una vez”. La repetición nos permite mantener el camino de esa curiosidad hacia el mundo, como si el límite del terror no se hubiese impuesto, al mismo tiempo que su circularidad aleja al sujeto de esos temidos arrabales. El segundo modo de respuesta a esa limitación –el segundo modo de acción estúpida– implica necesariamente a los otros, y es a lo que nos referíamos como estupidez social. Consiste en la conducta por la cual quien ha padecido la limitación de la experiencia por medio del terror intenta que los demás no se aventuren en aquella dirección en que su propia experiencia fue obturada. Las formas más clásicas de su formulación son el fanatismo y la crueldad, pero toda acción que se dirija a impedir a los otros experimentar ese campo que ha sido vedado a la experiencia propia la conjuga de algún modo. Y es aquí donde convergen estupidez y obediencia, aquí es donde el poder tiene su mecanismo secreto. Pues, como se sabe, el poder no funciona sólo por la obediencia aterrada, sino por la lucha que los aterrados mismos libran contra todo aquello que exceda esos límites que su sensibilidad ya no reconoce sino como un dolor antiguo, persistente y olvidado; una deformación que nos recuerda no olvidar el terror vivido. La publicidad, en tanto promoción, no de un mero producto, sino de un “estilo de vida”, es decir, una particular limitación del mundo, es quizá la manifestación más explícita de esa estupidez social. Por esto, esa publicidad que mencionábamos, que nos ofrecía la inhibición del origen mismo de toda curiosidad y de toda sensibilidad –la experiencia infantil de la pregunta por el propio origen– no es una simple estupidez personal. O lo es, pero en el sentido de esos “idiotas sagrados”, que muchas culturas veneraban porque por su boca surgía una verdad divina, o en términos más actuales, inconsciente. En nuestro caso, la del terror que da contorno y forma a nuestra vida social y nos propone, como única experiencia posible, la estúpida repetición de la noria. * Anticipo de un texto que publicará en noviembre la revista Topía.

Masas vs. Multitudes... de la estupidez a la inteligencia

Esta es la tercera parte (1 / 2) de los textos que estoy elaborando para el proyecto Manifiesto Crowd en que he colaborado con Antoni Gutiérrez-Rubí. Buena parte del siglo 20 fue la “era de las masas”: medios de masas, consumo de masas, productos de masas ... Desde finales del siglo pasado empezamos a a hablar de multitudes. Los dos términos aluden a un colectivo de gran tamaño y los diccionarios no son de gran ayuda. Por ejemplo la RAE define masa como “gran conjunto de gente que por su número puede influir en la marcha de los acontecimientos”, y multitud como “número grande de personas o cosas”. Sorpredentemente parece que solo la masa puede cambiar el estado de las cosas cuando las evidencias empiezan a demostrar que son las multitudes quienes realmente podrían tener esa capacidad. Dado que los matices son relevantes ¿qué diferencia una masa de una multitud? La masa es el concepto clave del modelo industrial propio de la segunda mitad del siglo 20. La masa se caracteriza, en términos estadísticos, por su promedio (por sus propiedades de "primer orden", su tendencia central). Cuando nos "enfrentamos" a una masa lo óptimo es ofrecerle un producto o servicio estandarizado, optimizado para el promedio. En los modelos de masas el público se caracteriza por su promedio y como mucho en los últimos tiempos se segmenta, que no es más que descomponer una única masa en varias masas más pequeñas. Una vez definida la tendencia central el objetivo es la eficiencia y calidad (producir algo de una forma rápida, barata y estándar). En este sentido podríamos decir que

las masas son estúpidas, no demuestran inteligencia, todos los elementos de la masa son considerados idénticos y por tanto no aportan nueva información. Por el contrario la multitud se define por su varianza (su propiedad estadística "de segundo orden"). Una multitud, si es concebida como tal, no es segmentable dado que pierde diversidad. En una multitud cada componente es diferente y por tanto aporta diversidad y genera capacidad de innovación. En este sentido las multitudes son inteligentes. La multitud responde al modelo post-industrial propio del siglo 21 en que la eficiencia y calidad son solo requisitos (en gran medida alcanzables mediante tecnología) y el objetivo es generar de forma continua innovación, y en particular innovación disruptiva. La innovación es una estrategia de supervivencia ante un entorno en cambio constante que requiere de flexibilidad y capacidad de adaptación. Un ejemplo de la evolución de masa a multitud gracias a un cambio tecnológico: la telefonía móvil Los teléfonos móviles iniciales estaban pensados para las masas; permitían dos acciones únicas (las llamadas y el envío de mensajes cortos, SMS). Si analizábamos a un grupo de usuarios de teléfonos móviles presentaban las características de una masa: todos los utilizaban del mismo modo con pequeñas variaciones (la diversidad era escasa; todos llamaban y enviaban SMS); la entrada de un nuevo usuario no aportaba conocimiento nuevo. Los teléfonos móviles inteligentes están pensados para las multitudes. Bajo la apariencia de un producto se esconde una plataforma de servicios. Los usos originales han ido perdiendo relevancia y hoy en día un móvil es un artefacto que permite acceder a múltiples servicios a partir de aplicaciones. La oferta de apps es tan elevada que en realidad cada usuario tiene su propio móvil totalmente diferente al de otros. En un grupo de usuarios todos serán diferentes y todos aportarán conocimiento (usarán algunas apps distintas) al común.

Sobre la estupidez y los estúpidos Hoy en día hablamos de manera continua en términos de educación, de progreso científico y de mejoras de distinta naturaleza, pero ¿realmente existe dicho progreso? Con la ayuda de pensadores españoles y francófonos, este texto propone una reflexión sobre el concepto de la estupidez y la influencia del fenómeno en diferentes campos. Para comenzar, acudo al pensador francés Jean-Michel Couvreur que introduce una primera distinción a tener en cuenta cuando propone hablar de «ininteligencia» a propósito del niño pequeño que todavía no ha madurado lo suficiente como para lograr poseer inteligencia. De igual forma, se debe también distinguir la estupidez de la simple ignorancia cuando ésta radica en la mera falta de información sobre alguna cuestión que una persona tampoco pretende o debe conocer. La verdadera estupidez se caracteriza por la ausencia de un conocimiento que se debería poseer o, aún más, que se pretende conocer y, además, no existe en el sujeto una preocupación por cubrir esta carencia. Para Couvreur, en definitiva, la estupidez consiste en una inmovilidad intelectual que corresponde a un suicidio intelectual. En opinión de Jacques Barzun, historiador de la cultura y decano en la Universidad de Columbia, la inteligencia es individual pero el intelecto es colectivo porque necesita una tradición, una educación, una red de bibliotecas y revistas y unas instituciones como las universidades. Barzun ha observado la presencia de un profundo «antiintelectualismo» en los países occidentales durante el siglo xx. Cree que lo que atrae a las masas es el arte y no la ciencia. La idea de que tiene poca importancia el sentido de una obra o de una expresión se ha extendido cada vez a más áreas. Los jóvenes no reciben una educación intelectual adecuada porque no se les obliga a trabajar sobre materiales intelectuales. Incluso entre los que se consideran intelectuales reina la confusión. Piensan en sí mismos como intelectuales pero quieren vivir como artistas, dice Barzun. El historiador francés afincado en Nueva York afirma que los jóvenes están más influidos por los medios de comunicación que por la escuela y que, como todo lo que ocurre en los medios se debe poder entender enseguida, no dan ninguna importancia a la irrelevancia propia de la mayoría de los contenidos difundidos. Los jóvenes no descubren el valor de los conocimientos y, de esta manera, la educación llamada democrática lleva a una actitud escéptica, negativa, reacia al esfuerzo. El lema de

algunos alumnos frente el profesor parece ser: «Enséñame si puedes!». Frente a esto, un país que quiera tener ciudadanos inteligentes deberá cuidar de sus instituciones intelectuales y en primer lugar de su escuela. El filósofo francés Adam realizó hace varias décadas un estudio sobre «la estupidez» en el que enumera algunas características del sujeto-el estúpido-- que se caracteriza por ostentar dicha «virtud»: - No se interesa por el conocimiento. - No acepta el esfuerzo. - No toma en cuenta la realidad. - Sus limitaciones no le molestan sino que es feliz en su estado. En lo epistemológico, el estúpido da importancia a lo que no la tiene, a lo fútil, lo evanescente. Explica fenómenos banales que no necesitan explicación. No aprende cosas nuevas sino que se repite. En una discusión, no se apoya en argumentos. Le gusta lo superficial y no echa de menos otras dimensiones del pensamiento. En lo social, el estúpido usa las palabras sin poner atención en su sentido. Se niega a prestar atención a las razones expuestas por los otros. No toma en cuenta la realidad. Convierte en víctimas a las personas sensatas, expuestas a su torrente de palabras. Adam no duda en calificar la estupidez como una agresión contra la sociedad. El estúpido llega a ejercer un «terrorismo intelectual» sobre su entorno porque, en la conversación, impone lo irrelevante, salta entre temas y continuamente se autoelogia. El ser inteligente, por el contrario, muestra una disponibilidad hacia lo real. Adam subraya que reconocer las limitaciones propias en cuanto a los conocimientos es estar ya en camino de aprender. De igual modo, reconocer un error moral es el acto de un ser moralmente superior. El uso de la razón y de la moral es lo que posibilita un verdadero encuentro entre las mentes. LA ESTUPIDEZ ESCOLAR

El pensador suizo Romain constata que los jóvenes de hoy no valoran los conocimientos culturales y no están dispuestos a sacrificarse para transformarse en personas cultas. Lo que «se estila» es vivir en el instante, una actitud característica de los niños y los incultos. El que vive en el instante busca lo fácil, lo rápido, lo superficial, lo que no supone esfuerzos. Busca atajos. Romain destaca que el gran «valor» de nuestros días es el “jeunisme”, algo así como el jovenismo, es decir, elogiar diferentes conductas y pensamientos sólo porque caracterizan a la gente joven. En la práctica, el jovenismo no está muy alejado del hedonismo, porque la cultura joven de nuestros días da mucha importancia al placer inmediato. Para Romain, el jovenismo tiene mucho en común con el voluntarismo, la idea de que si yo quiero que algo sea de cierto modo, la realidad se amoldará a mis deseos. El pensador suizo se interesa por los cambios en la educación y nota que la escuela actual propone materiales «premascados», instantáneos, con lo cual fomenta las actitudes que él critica. En vez de avanzar en civilización estamos volviendo hacia atrás y cada vez somos más tercermundistas. Enumera cinco características de la educación de hoy: - Pereza. Los alumnos ya no tienen que hacer tareas y rendir exámenes para poder seguir dentro del sistema educativo. - Angelismo. Se supone que todos los alumnos son buenos, quieren estudiar, nunca destrozarían nada y todos dicen siempre la verdad. - Victimización. Cualquier alumno puede considerarse víctima por una serie de causas. Muy pocos seres son tan afortunados que no puedan señalar ninguna circunstancia en su vida que pueda presentarse como problemática. - Igualitarismo. Todos son buenos, todos tienen la razón y todos son iguales. Cualquier distinción es socialmente inaceptable. Si la realidad no corresponde a este credo, se rechaza la realidad. - Relativismo. Todos los valores se consideran iguales, lo cual convierte en muy difícil

para la escuela dar énfasis a los valores epistémicos. LA ESTUPIDEZ UNIVERSITARIA Un investigador sueco en el campo de la resistencia de los materiales, Ostberg, subraya que la pereza es uno de los factores importantes para explicar la estupidez. Dice directamente que la pereza lleva a la estupidez. Enumera algunos efectos de la pereza en el campo epistemológico. El perezoso: - Se niega a tomar en consideración hechos que no se conjuguen con la tradición del área. - Busca explicaciones sólo dentro del área que ya conoce. - No toma en cuenta que la respuesta pudiera encontrarse fuera de la disciplina que el investigador está manejando. - Deja la búsqueda antes de llegar al final de la investigación. - Afirma arbitrariamente disponer ya del conocimiento en cuestión. Por su parte, el escritor austriaco Grillparzer ha resumido las diferencias entre el estúpido, el mediocre y el inteligente. El estúpido cree que todos los casos son únicos; el mediocre sólo ve las reglas; el ser inteligente ve también las excepciones. Como se ve, el concepto de estupidez de Grillparzer es similar al de Adam y de Ostberg. El estúpido es perezoso y no se toma la molestia de averiguar. No pone atención en la realidad. El mediocre sí toma en cuenta la realidad, pero se cansa pronto. Se distrae y, al poco tiempo, deja de intentar alcanzar su meta. Sólo el inteligente de verdad pone atención en la realidad y organiza mentalmente sus conocimientos, distinguiendo las reglas de las excepciones. Ostberg habla de modelos, metáforas y perspectivas como instrumentos de trabajo del intelecto. Los modelos suelen corresponder exactamente a la realidad y constituyen un «instrumento» normal de trabajo en las ciencias naturales. Las humanidades y las ciencias sociales utilizan más bien metáforas, imágenes que corresponden en parte a la realidad que se quiere captar. Con una metáfora hay que saber manejar la doble presencia de la similitud y de la diferencia. Una idea fundamental en Ostberg es que todas las profesiones incluyen la necesidad de saber evaluar los riesgos. No sólo son importantes los conocimientos en sí sino

también la inserción de los conocimientos en el marco de la realidad con toda su complejidad. En otras palabras: es necesario ser inteligente para ser buen profesional. Echeverría describe, en el campo de la epistemología, lo que es contrario a la estupidez, mencionando la cohesión, la precisión, la generalidad, la verificabilidad, la racionalidad y la valoración. Está claro que la pereza no se conjuga con estos valores. LA ESTUPIDEZ PSICOLÓGICA El filósofo español José Antonio Marina denuncia la importancia que se otorga actualmente al ingenio, a la intuición, a la levedad y al hedonismo. El ingenio puede divertir pero cansa, subraya Marina, porque gira sobre sí mismo. No apunta a ninguna meta fuera de sí. El ingenio prefiere la improvisación y la asociación libre, lejos del ideal social de Condorcet que consistía en la búsqueda del consenso entre personas instruidas y racionales. Lo que con el lenguaje psicológico se llama una buena gestión de metas es lo que lleva a una sociedad funcional y a individuos felices. El niño que aprende la técnica de proponerse metas y cumplirlas adquiere posibilidades de convertir su vida en un éxito. Al revés, lo que caracteriza a los mal adaptados es no poder planificar y no lograr guiarse por un plan. La palabra compromiso está en vías de adquirir otro significado. El nuevo significado podría ser comprometido con la realidad en contraste con los que hacen caso omiso de la realidad, que «devalúan» lo real. Marina observa una relación entre el desprecio por la realidad y la idea de que todo es igual. Si todo es igual, todo carece también de importancia. ¿Por qué mantener precisamente la distinción entre lo real y lo no real? La equivalencia impide la elección, la jerarquización y el hablar de valores. En el campo epistémico, la equivalencia impide elegir entre lo importante y lo menos importante. Si todas las opiniones son respetables, no hay criterio epistemológico para distinguir entre ellas. En el campo moral, la equivalencia impide la ética, porque la ética es precisamente señalar que ciertos actos son mejores que otros. En sus estudios Marina muestra varias paradojas: a) Hay una tendencia a considerar libre sólo la acción espontánea. Si sólo el instinto se considera libre, no se puede conseguir nada con esa libertad, porque no se rige por la voluntad. Es una libertad sin sentido. El yo sería igual al instinto. b) Si todo está libre, el individuo no puede estar libre de nada. La libertad misma queda devaluada y el individuo libre también. c) La

educación, el conocimiento y la reflexión corresponderían a la opresión y la deformación. El reino del ingenio es el reino de la novedad y la originalidad, un criterio estético. Marina menciona que el éxito académico del crítico literario ruso Bajtin podría tener relación con estas nuevas tendencias. Con la carnavalización de la que habla Bajtin se asocian lo ingenioso, lo festivo, la libertad, la comunidad, la igualdad y la abundancia. Todo está libre, no se pide ningún esfuerzo y todo se puede elegir. Esto es lo que le gusta oír al hombre moderno. Por su parte, el filósofo español José Luis González Quirós nos recuerda que la psicología clásica distingue entre la realidad, los conceptos sobre la realidad y el sujeto que piensa, pero que la ciberfilosofía da saltos atrevidos entre estas categorías. Es difícil distinguir la estupidez psicológica de la epistemológica. En la actualidad, se podría hablar de un solipsismo epistemológico y de un infantilismo psicológico, caracterizados por confundir la realidad con el deseo. La tendencia es llamar simplemente realidad a aquello que uno escoge. Otra confusión es la que se da «entre lo reciente y lo original, entre lo original y lo verdadero, entre lo verdadero y lo usual». Lo que hay es lo que se dice. Una tercera confusión podría estar relacionada con el relativismo cultural que ya no quiere distinguir un conocimiento científico de una opinión, «pretendiendo reaccionar frente a un excesivo etnocentrismo occidental se acaba colocando en el mismo plano la ciencia, la creencia, la opinión y los ritos». LA ESTUPIDEZ FILOSÓFICA González Quirós señala el riesgo que conlleva considerar como un progreso el desprecio de la realidad. Cuando desaparece la realidad del objeto, ya no hay que tomar en cuenta la relación entre objeto y palabra, el discurso queda libre para expresar cualquier cosa. La «comunicación» lo es todo. Los medios de comunicación son la nueva realidad. El saber ya no es conocer la realidad sino que se confunde con lo que se dice, con la opinión, con la doxa. En vez de investigar si una manera de pensar corresponde a la realidad, se acepta si corresponde a algo que se dice. González Quirós considera que el constructivismo ya está instalado en el arte y en la política y está ganando cada vez más terreno en la ciencia y en la filosofía. Las pruebas ya no se buscan en la realidad sino en la repetición. En las sociedades mediáticas, repetición equivale a demostración.

El constructivismo niega la existencia de la realidad objetiva, lo cual es igual que afirmar que lo que hay es lo que una persona o una cultura reconoce o «construye». Corresponde a una arbitraria reducción de la información que tenemos de la realidad. Puede parecer muy abierto, muy personal o individual pero cerrarse a lo que no gusta es «la epistemología propia del totalitarismo». Significa cambiar la idea que solíamos tener del entendimiento. El entendimiento solía concebirse precisamente como la comprensión de la realidad. Ésa era la libertad de la que se disponía. Si ahora todo depende de la voluntad el entendimiento queda supeditado a la dictadura de la voluntad. Las personas ya no se pueden relacionar a través de un entendimiento en común de la realidad. Esa manera de ver conduce a una confusión porque el saber ya no es saber cómo es la realidad sino conocer las expresiones que se utilizan. Se supone que la realidad se reduce simplemente a esto. González Quirós considera que el constructivismo es, en el plano teórico, lo mismo que el autoelogio y la autoestima, en el plano psicológico. El individuo se basa en la idea de que lo que él no sabe o no quiere saber carece de interés hasta tal punto que se puede decir que no existe. En vez de hablar de constructivismo se podría retomar el término de relativismo, porque viene a ser una posición ideológica que desprecia e ignora la objetividad, la historia y la verdad. La persona pone tan alto su propia inteligencia que se convierte en su propia pauta de lo que es real. UNA GUÍA RÁPIDA PARA CONOCER A LOS ESTÚPIDOS Los estúpidos no se interesan por la realidad. Se «desconectan» de ella de manera activa y militante, reemplazando el mundo por su propia actitud frente al mundo. No se interesan por los datos precisos, por los diferentes niveles de abstracción, ni tampoco por las posibles perspectivas divergentes. La tendencia de los estúpidos es creerse el centro del universo, y una conversación es para ellos en primer lugar una posibilidad de decir su opinión. Hablan de sí mismos. Es un tema en el que no necesitan realizar una investigación previa y en el que son expertos. Inger Enkvist, Catedrática de la Universidad de Gotenburgo. Publicado en “Nueva Revista”, núm 105, mayo-junio 2006

Acerca de la estupidez Publicado por Primer Momento en 10/07/2013 y bajo Opinión. Sigue las respuestas en RSS 2.0. Puedes dejar un comentario a esta entrada SANTIAGO DE CHILE, Chile.- He estado desde hace días en plan de darle algunas vueltas al tema de la estupidez partiendo de un hecho fácilmente comprobable: todos y todas en mayor o menor grado hemos sido entrenados, educados o domesticados para responder de determinada manera a los infinitos retos que nos instala la vida; pero todos y todas estamos, sin embargo, absolutamente indefensos para enfrentar con éxito a la estupidez, esa “Torpeza notable en comprender las cosas”, según el Diccionario de la Real Academia de Española de la Lengua.

Por casualidad encontré un texto de Manfred Max Neef (Economista chileno y Premio Nobel Alternativo de Economía en 1983) en el que recuerda que desde su niñez consideró importante preguntarse “¿Qué es lo que hace únicos a los seres humanos?” Descartó primero que fuera el alma, que los animales no poseen, pues no le pareció creíble que Dios no hubiera dotado de tal cualidad a los animales. Probó luego con la inteligencia, ya que los animales actuarían por instinto y volvió a quedar insatisfecho pues por las contribuciones de la etología sabemos que los animales también poseen inteligencia. Dice Max Neef “un día finalmente creí que lo tenía -los seres humanos son los únicos seres con sentido del humor. Otra vez fui desengañado por estudios que demuestran que hasta los pájaros se hacen bromas entre sí y se «ríen».” Siendo ya estudiante universitario acudió a su padre en busca de respuesta a la pregunta que durante tanto tiempo le había obsesionado. Su padre sólo lo miró y le dijo: “¿Por qué no intentas por el lado de la estupidez?” Años más tarde, luego de dictar el curso «Investigación sobre la naturaleza y las causas de la estupidez humana», en el Wellesley College de Massachusetts, abierto también para estudiantes del Massachusetts Institute of Technology (MIT), Max Neef reclamó el honor de ser el fundador de la “Estupidología”. “¡Ningún otro ser vivo es estúpido, salvo nosotros!” El hecho de que los seres humanos seamos dueños exclusivos de esa “torpeza notable” no debe avergonzarnos. En realidad todos nuestros esfuerzos deben ser dirigidos a lograr disminuir, hasta donde sea posible, nuestros grados de estupidez y a enriquecer nuestro acervo científico con técnicas que nos ayuden a medir los avances y los retrocesos. Por ejemplo, si nos ponemos en dimensión histórica hay preguntas que nadie podrá evadir. Hijos y nietos seguro que un día nos preguntarán ¿qué hiciste o dijiste en aquel

tiempo en que las causas eran archivadas?, ¿es verdad que la dictadura tenía cosas buenas?, ¿todos eran partidarios de la dictadura?, ¿tú creías que era suficiente con decir que todos lo hacen?, ¿cómo respondiste a la afirmación de que un buen gobernante se reconoce porque nunca se quiere marchar? Abuela, ¿qué edad tenías cuando leíste el Programa Mínimo del Movimiento de Liberación Dominicano? Abuelo, ¿qué edad tenías cuando leíste “La mancha indeleble”? Las respuestas tendrán que ser convincentes, pues si bien somos únicos dueños de la estupidez, debemos ser optimistas respecto a que nuestros descendientes sean menos estúpidos. Por ejemplo, desde la Estupidología debe ser puesta a prueba la afirmación, ofensiva a la inteligencia pero indiscutible para la estupidez, “este es mejor que el anterior”. A los estúpidos por lo general se les hace más fácil recurrir sólo al pasado y no intentar trazos de futuro. Tampoco se olvide aquello de “es que el otro es terrible”. Primero me hizo gracia, luego me pareció ofensivo y finalmente sólo lo explica nuestra protagonista: la estupidez. Si no fuera estúpido ¿alguien podría justificar una opción con ese argumento? ¿Ha visto usted alguna vez a un ser vivo inferior en la televisión, en un programa que tiene una densidad de 13 insultos por minuto (los conté) y ha visto a otro ser inferior viendo el programa (al perro tuve que amarrarlo para que no se escapara)? Sólo la estupidez explica, y demuestra, que estar en cualquiera de los dos lados –insultando o escuchando con placer o indiferencia los insultos- es parte de nuestro patrimonio distintivo. Aunque para ser más rigurosos habrá que anotar que el estúpido (“el que se hace daño y hace daño a los demás”) queda en un nebuloso segundo plano frente a las conductas propias del bandido o malvado (el que “perjudica a los demás y se beneficia a sí mismo”). A lo mejor en esta post modernidad tardía, de post democracia, de tiempos en que se prefiere “la galería y no el museo” es hora de abandonar las ciencias sociales pues no han dado con la estupidez como sujeto histórico. Quizás, no lo han intentando por creer que predomina la gente inteligente, como plantea Cipolla aquellos que cuando actúan se benefician a sí mismo y a los demás. La realidad la ha dejado establecida el mismo autor en su Primera ley sobre la estupidez: “Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”. Como debemos tratar de ser objetivos es necesario reconocer que ha habido intentos interesantes para acercarnos a cosas nuevas, pero lamentablemente el marco sigue siendo el reinado de nuestra “torpeza notable”. Para muestra un botón: las políticas públicas (las acciones u omisiones del Estado) no pueden ser remplazadas por la propaganda. Cuando los estadistas escasean, la falta de oferta no puede ser satisfecha por relacionistas públicos. Y eso no lo digo yo. Lo dice el último número de la revista a prueba de estúpidos “Too much”, en su artículo central: “A falta de pan, casabe”. Guillermo Cifuentes

La estupidez Quiénes y por quéPedro Salvador Ale 2013-09-10 • Al Frente      

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La ignorancia va siempre acompañada de poca exigencia en el buen gusto sobre lo que es la belleza, porque abundan y se multiplican los profesionales de lo mediocre, y de esta manera se somete, se educa, se esclaviza, se tortura y se mata a la inteligencia. No hay desgracia más grande que no poder luchar contra la propia estupidez, no sobreponerse a la debilidad de caer en lo ordinario, en lo burdo, en las bajezas individuales del mal gusto que recorre cada resquicio de nuestra realidad cotidiana. Los medios de “comunicación” exhiben una perfección colorida de la manera de vivir, inalcanzable para la mayoría, donde la belleza natural de lo humano, no está presente, ni siquiera cuando aparece como tragedia o desgracia, por el amarillismo que conlleva otros miedos y terrores, otras maneras de control. El sentimiento de propiedad que ostenta cualquier sistema es una pesadilla, creerse dueño de las ideologías y de lo que se debe creer a nivel masivo, un poder que se apropia de los sueños de las personas, merece que lo abandonen, que lo hagan caer muchas veces. Y muy pocas personas piensan en este asunto de lo que es la libertad de elegir, es decir la belleza. Y las raíces de la belleza son pocas, pero profundas, para el que quiera de verdad probarlas: el amor, el gozo existencial, la alegría compartida, el conocimiento, para ver más lejos, y todas las expresiones del arte, que nos hacen creer, que el ser humano puede evolucionar; todas estas cosas son las maravillas de la belleza, porque son efímeras, porque sabemos que existe el olvido y la muerte. La estupidez, que no sólo es individual, sino masiva, se junta sola para compartir su propio infierno, nadie convoca a los estúpidos, se atraen, son masoquistas declarados, delincuentes del lenguaje y del mal gusto, es decir hombres y mujeres débiles que no pueden reprimir sus propias maldades, sus propias tendencias hacia lo más torpe y mediocre, el poco alcance de sus sueños; tienen la valentía de los suicidas, pero no hay ninguna nobleza en ello, porque están jugados a no cambiar, a persistir en idealizar a la ignorancia, tienen una manera estrecha de ser felices, se contentan con migajas, sus cerebros son más pequeños que cualquier idea sobre la libertad, son fanáticos del miedo, lo cual es de una maldad insoportable. Digo que cualquier tipo de pasión, de alegría, de belleza y de libertad, se apagan ante la masiva malevolencia de la estupidez. En esta realidad hay muy pocas buenas noticias, de esos oscuros escombros se rescatan la amistad, la lealtad, el amar con fruición el tiempo propio, que es la otra cara de la esperanza, creer y asombrarse de una manera continua, poniéndole magia a la cabeza y a los actos, sin ningún tipo de “pureza” mancharse de utopías, ser distinto siempre, que la muerte, si quiere llevarte, tenga que recurrir a Amnistía Internacional, (y no le darán bola) porque, para entonces, habrás amado mucho.

Inteligencia Emocional, Estupidez Intelectual

Hay una parte del periodismo que no entiendo. O mejor dicho que entiendo pero que no comparto. Se trata de las publicaciones enfocadas a conseguir una audiencia fácil y que no genere mayor esfuerzo por parte del equipo editorial. Los horóscopos son el mejor ejemplo de esta táctica que encuentro completamente antiperiodística. El periodismo es la herramienta perfecta que va de la mano con la ciencia, pues se trata de darle difusión a lo que pasa en el mundo, a los hechos. Creo que por esta razón soy tan sensible cuando me cruzo con notas periodísticas que promueven y le dan difusión a teorías conspiranóicas, a la pseudociencia o a la religión. Eso no es periodismo, es publicidad. Como el consejo publicado en El Tiempo de usar la inteligencia emocional en las relaciones de pareja (?): La inteligencia emocional es la capacidad para identificar, comprender y expresar asertivamente nuestras emociones. También les faltó decir que es una hipótesis que no ha sido comprobada. De hecho, en el 2006 un estudio sobre el efecto Mozart -ese que nunca se probó con no nacidos-, las inteligencias múltiples y la inteligencia emocional encontró que Dado que la teoría de las inteligencias múltiples, la teoría del efecto Mozart y la teoría de la inteligencia emocional no están soportadas por ninguna evidencia empírica firme y consistente que las valide, y ya que estas teorías no respetan

las restricciones previstas por la evidencia empírica acumulada de investigación de la neurociencia cognitiva, estas teorías no se deben ser enseñadas sin proporcionar el contexto de su apoyo empírico existente. El entusiasmo por su aplicación a la práctica en el salón de clase debe ser moderado siendo conscientes de que su falta de apoyo empírico firme hace que sea probable que su aplicación tendrá poco poder real para mejorar el aprendizaje de los estudiantes más allá del estimulado por el entusiasmo inicial de algo nuevo. Por supuesto, la investigación futura podría arrojar nueva luz sobre estas teorías, y los estudiantes, profesores, investigadores y teóricos deben permanecer abiertos a nuevas pruebas. Sin embargo, las evidencias parecen tener sin cuidado a los de El Tiempo: En pareja, significa aprender a utilizar el intelecto y la habilidad afectiva para vivir de manera gratificante y exitosa todas las dimensiones en las cuales transcurre su vida emocional, lo que facilita la construcción de una relación equilibrada, amorosa y flexible. Como quien dice, la panacea. Y lo digo en sentido literal: ninguna de las dos existe. Por el momento, yo recomendaría no aplicar la inteligencia emocional. Pues ¿de qué sirve conseguir muy bien emocionalmente con la pareja si en el proceso le demuestran que se dejan persuadir por cualquier bobadita pseudocientífica?