La Estupidez Humana

Índice Introducción ....................................................................................................

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Índice Introducción ........................................................................................................................................... 2 El descubrimiento de la estupidez humana ........................................................................... 3 Definición de estupidez - Real Academia Española de la Lengua ............................. 4 LA ESTUPIDEZ HUMANA SEGÚN........................................................................................... 6 Fernando Savater, Diccionario Filosófico ............................................................................... 6 El poder de la estupidez humana .............................................................................................11 El origen de Hanlon’s Razor es algo misteriosa ................................................................11 Conclusión ...........................................................................................................................................15 Bibliografía ...........................................................................................................................................16

Introducción En el presente trabajo estaré presentando una investigación sobre lo que la teoría y fundamento de la estupidez humana.

Para la realización de este trabajo he tomado el concepto o mejor dicho la teoría de Fernando Savater, Diccionario Filosófico quien no explica en su teoría el poder que tiene la estupidez humana.

Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal. Hacen el papel del tonto. En realidad, algunos sobresalen y hacen el tonto cabal y perfecto. Naturalmente, son los últimos en saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre aviso, pues la ignorancia de la estupidez equivale a la bienaventuranza.

El descubrimiento de la estupidez humana A veces uno necesita trabajar o estudiar o reflexionar durante meses o años para producir un cambio fundamental en su vida. Sin embargo a veces el cambio llega de manera inmediata y mágica.

Para mi uno de estos cambios fue el descubrimiento de la importancia en nuestras vidas de los efectos de la estupidez humana.

Sucedió, hará unos quince años en una tarde de verano, cuando asistía a uno de los cursos que mi empresa organizaba periódicamente dentro de su plan de formación continua.

Normalmente en estos cursos te formaban en cosas que ya habías aprendido enfrentándote con la dura realidad o que eran simple formalización del sentido común (el menos común de los sentidos) o que sencillamente eran inútiles por que no tenían nada que ver ni con tu vida ni con tu trabajo.

Sin embargo, este fue distinto. El monitor o el coacher (en la nueva terminología formativa) era un chaval campechano que amenizaba las noches tocando la guitarra y comentaba con cierta melancolía la oportunidad perdida de haber sido uno de los miembros fundadores de los Hombres G. (Quienes le hayan conocido seguramente no dudarán con estas pistas. Donde quiera que estés te mando un abrazo.)

A pesar de que la mayor parte del curso discurrió en medio de sesiones de brain-storming y reparto de tarjetas de sabiduría condensada, no sé ni cómo ni cuando apareció el tema que no estaba en el guión y que al principio nos sonó a guasa.

Definición de estupidez - Real Academia Española de la Lengua Estupidez. (De estúpido y -ez). 1. f. Torpeza notable en comprender las cosas. 2. f. Dicho o hecho propio de un estúpido.

Estúpido, da. (Del lat. stupĭdus). 1. adj. Necio, falto de inteligencia. U. t. c. s. 2. adj. Dicho de una cosa: Propia de un estúpido. 3. adj. estupefacto.

Necio, cia. (Del lat. nescĭus). 1. adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. U. t. c. s. 2. adj. Imprudente o falto de razón. U. t. c. s. 3. adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice. U. t. c. s. 4. adj. Dicho de una cosa: Ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción.

Porfiado, da. (Del part. de porfiar). 1. adj. Dicho de una persona: Terca y obstinada en su dictamen y parecer. U. t. c.

s.

Introducción a las Leyes de la Estupidez Humana

La humanidad se encuentra en un estado deplorable. Ahora bien, no se trata de ninguna novedad.

Si uno se atreve a mirar hacia atrás, se da cuenta de que siempre ha estado en una situación deplorable. El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como individuos o como miembros de la

sociedad

organizada,

es

básicamente

el

resultado

del

modo

extremadamente improbable y estúpido como fue organizada la vida desde sus comienzos.

Desde Darwin sabemos que compartimos nuestro origen con las otras especies del reino animal, y todas las especies desde el gusanillo al elefante tienen que soportar sus dosis cotidianas de tribulaciones, temores, frustraciones, penas y adversidades.

Los seres humanos, sin embargo, poseen el privilegio de tener que cargar con un peso añadido, una dosis extra de tribulaciones cotidianas, provocadas por un grupo de personas que pertenecen al propio género humano. Este grupo es mucho más poderoso que la Mafía, o que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista.

Se trata de un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni presidente, ni estatuto, pero que consigue, no obstante, actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros.

LA ESTUPIDEZ HUMANA SEGÚN Fernando Savater, Diccionario Filosófico Durante mucho tiempo he creído que la principal explicación de por qué la historia está tan llena de atrocidad y barbarie había que buscada en el aburrimiento. El aburrimiento es una de las exclusivas del animal humano, una intemperancia zoológica como la risa o la presciencia de la muerte (las tres juntas, pasadas por el lenguaje, son el origen de nuestra especialidad más famosa: el pensamiento).

Cuando las cosas marchan discretamente bien, los humanos nos aburrimos: entonces empezamos a metemos con los vecinos, o a desear especias raras que sólo se dan en tierras lejanas y que necesitan para conseguirse afrontar mil penalidades, o nos inventamos amenazas sobrenaturales para asegurar las emociones que nos faltan. La gente que se queda en su casa entretenida en sus cosas rara vez hace daño a nadie: lo trágico de la vida es que en casa la mayoría de la gente se aburre. Y como se aburren, proclaman que quedarse tranquilamente en casa es cosa de cobardes, de egoístas y de malos patriotas.

Hasta los poetas colaboran con este descrédito de quienes lo pasan bien sin meterse en líos: Homero asegura que hacen falta expediciones punitivas como la de T roya para que los bardos tengan algo que cantar y Tolstoi advierte al comienzo de Ana Karenina que «las familias felices no tienen historia».

La gran batalla de este mundo se da entre quienes disfrutan quedándose en casa y los que en casa se aburren, por lo que siempre están dispuestos a echarse a la calle.

«Más que ser felices, los humanos quieren estar ocupados. Todo el que les procura ocupación es, por tanto, un bienhechor. ¡La huida del aburrimiento! En Oriente la sabiduría se acomoda al aburrimiento, hazaña que a los europeos les resulta tan difícil que sospechan que la sabiduría es imposible.»

No hace falta recordar que entre esos «bienhechores» que han aliviado el hastío de los pueblos se cuentan los más célebres carniceros de la humanidad, santos patronos por elevación de los modestos serial killers particulares en torno a cuyas escasas fechorías (rara vez llegan al medio centenar de víctimas, ni siquiera un regimiento) tanta alharaca sensacionalista suele organizarse.

Sigo pensando que el aburrimiento es ingrediente fundamental de las desventuras históricas, pero ahora le voy dando también cada vez más importancia a la estupidez. Debo esta nueva perspectiva a la lectura de un irónico historiador italiano, Carlo Cipolla, según la expone en su libro — recomendable con fervor— Allegro ma non troppo (la traducción castellana lleva el mismo título).

Dice allí el profesor italiano que los evidentes y numerosos males que nos aquejan tienen por causa la actividad incesante del clan formado por los máximos conspiradores espontáneos contra la felicidad humana: a saber, los estúpidos. No hay que confundir a los estúpidos con los tontos, con las personas de pocas luces intelectuales: pueden también ser estúpidos, pero su escasa brillantez les quita la mayor parte del peligro.

En cambio lo verdaderamente alarmante es que un premio Nobel o un destacado ingeniero pueden ser estúpidos hasta el tuétano a pesar de su competencia profesional. La estupidez es una categoría moral no una calificación intelectual: se refiere por tanto a las condiciones de la acción humana.

Partamos de la base de que toda acción humana tiene como objetivo conseguir algo ventajoso para el agente que la realiza. Según Cipolla, pueden establecerse cuatro ca-tegorías morales: primero están los buenos (o, si se prefiere, los sabios, los únicos que pueden aspirar a tan alta cualificación) cuyas acciones logran ventajas para sí mismos y también para los demás; después vienen los incautos, que pretenden obtener ventajas para sí mismos pero en realidad lo que hacen es proporcionárselas a los otros; más abajo quedan los malos, que obtienen beneficios a costa del daño de otros; y por último están los estúpidos que, pretendan ser: buenos o malos, lo único que consiguen a fin de cuentas es perjuicios tanto para ellos como para los demás.

La opinión de Cipolla es que hay muchos más estúpidos que buenos, malos o incautos. Y que son encima más peligrosos: primero, porque no consiguen nada bueno ni siquiera para sí mismos y luego por aquello que dijo hace ya tanto el sutil Anatole France: el estúpido es peor que el malo, porque el malo descansa de vez en cuando pero el estúpido jamás. Aún peor, porque lo característico del estúpido es la pasión de intervenir, de reparar, de corregir, de ayudar a quien no pide ayuda, de curar a quien disfruta con lo que el estúpido considera «enfermedad», etc.

Cuanto menos logra arreglar su vida, más empeño pone en enmendar la de los demás. Lenin dijo que el comunismo eran los soviets más la electricidad; aquí podríamos establecer que la estupidez es la condición de imbécil sumada a la pasión por la actividad.

En efecto, mirando alrededor no puede uno convencerse de que la abundancia de malos y de incautos baste para explicar la magnitud del tiberio en que estamos metidos.

Somos cinco mil quinientos millones de seres humanos en el planeta y creemos poder vivir con las mismas pautas que bastaron para la mitad o para la cuarta parte.

Cientos de millones de seres humanos se mueren de hambre y los recursos económicos se gastan en armamento o en mármol para decorar ministerios, mientras el Papa y otros santos varones recomiendan tener todos los hijos que se pueda, pues lo contrario es pecado. El ozono del firmamento, el agua de los mares y las selvas de la tierra son sacrificados como si conociésemos el modo de reponer tan indispensables riquezas.

En Europa, no sabe uno qué es peor: si los yugoslavos que se matan por la bazofia nacionalista o quienes, a pesar de lo que está pasando en Yugoslavia y otros lugares, siguen predicando en tierras aún pacíficas bazofia nacionalista; los que aspiran a la paz universal sin dejar por ello de vender armas a los contendientes o los pacifistas que, tal como están las cosas, pretenden a la vez que se proteja a los débiles y que se renuncie a toda violencia institucional; los vociferantes predicadores del odio racial o sus cómplices naturales, los conspicuos abogados de la diferencia irreductible y la superior dignidad de los grupos oprimidos... No, ciertamente hay que darle a la estupidez toda su enorme im-portancia: sin su colaboración entusiasta, la vida humana seria una aventura más o menos intensa, pero seguro que carecería de sus principales sobresaltos colectivos.

Si la estupidez es mala en todos los estamentos humanos, entre intelectuales alcanza una gravedad especial. Suponer que todos los «intelectuales» son básicamente «inteligentes» es un error muy generoso, fundado quizá en la homofonía de ambas palabras. Por el contrario, el terreno de debate intelectual atrae al estúpido con particular magnetismo, le estimula hasta el frenesí, le proporciona oportunidades especialmente brillantes de ser estentóreamente dañino.

Lo más grave es que su imbecilidad habitual pierde el carácter benévolo aunque descarriado que posee por lo común la estupidez (que en el fondo es una perversión alimentada de buenas intenciones) y puede llegar a ser insólitamente malévola o cruel. Ya Voltaire, en su Diccionario filosófico, había señalado este peligro gremial.

La mayor desgracia del hombre de letras no es quizá ser objeto de la envidia de sus colegas, o víctima de los contubernios, o despreciado por los Poderosos de este mundo; lo peor es ser juzgado por tontos.

Los tontos llegan a veces muy lejos, sobre todo cuando el fanatismo se une a la inepcia y la inepcia al espíritu de venganza.» El dictamen es importante porque proviene -del intelectual antiestúpido por excelencia, quizá el hombre de letras al que menos opiniones desastrosas pueden reprochársele, aquél en cuyo nombre o con la inspiración de cuyas doctrinas es más difícil cometer crímenes. Pero de la estupidez nadie está descartado: los intelectuales la llevamos dentro como una enfermedad profesional, es para nosotros como la silicosis para los mineros.

Hay razones estructurales y dinámicas para contraer esta dolencia. A la pregunta «¿por qué los estúpidos se vuelven a menudo maliciosos?», responde así Nietzsche; uno de los grandes estudiosos del tema: «A las objeciones del adversario frente a las cuales se siente demasiado débil nuestra cabeza, responde nuestro corazón haciendo aparecer sospechosos los motivos de

las

objeciones.»

Cuando

falla

nuestra

argumentación

o

nuestra

comprensión, recurrimos al proceso de intenciones y de ahí al proceso tout court si tenemos vara alta con los poderes gubernamentales.

Por eso toda vigilancia es poca y cada cual debe hacerse chequeos periódicos a sí mismo para descubrir a tiempo la incubación de la estupidez. Los síntomas más frecuentes: espíritu de seriedad, sentirse poseído por una alta misión, miedo a los otros acompañado de loco afán de gustar a todos, impaciencia ante la realidad (cuyas deficiencias son vistas como ofensas personales o parte de una conspiración contra nosotros), mayor respeto a los títulos académicos que a la sensatez o fuerza racional de los argumentos expuestos, olvido de los límites (de la acción, de la razón, de la discusión) y tendencia al vértigo intoxicador, etcétera.

El poder de la estupidez humana Generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la malicia astuta, la megalomanía, etc. de las malas decisiones. Están allí, por supuesto; pero cualquier estudio cuidadoso de la historia, o de los eventos actuales, lleva a la invariable conclusión que la fuente más grande de los terribles errores es la pura estupidez. Cuando se combina con otros factores (como sucede a menudo) los resultados pueden ser devastadores.

Es un fenómeno conocido. Una de las maneras en que está resumido la dichosa Navaja de Hanlon: «No atribuyas a maldad intencionada lo que puede ser adecuadamente explicado como estupidez». El concepto ha sido recalcado por Robert Heinlein en una frase aún más simple: «No subestimes nuncael poder de la estupidez humana.»

El origen de Hanlon’s Razor es algo misteriosa Se considera un corolario a la dichosa “ley de Finagle”(Finagle’s Law of Dynamic Negatives) que se parece a la conocida “ley de Murphy”. Se inspira al clásico “Navaja de Occam” (y es igual de tajante). No se da a conocer ningún autor llamado Hanlon – es probablemente una variación fonética de Robert Heinlein, que había hecho esa consideración en su novela Logic of Empire (1941).Cuando la estupidez se combina con otros factores (como sucede a menudo) el efecto puede ser devastador.

Otra cosa que me sorprende (¿o no?) es el escaso material dedicado al estudio de un tema tan importante. Existen departamentos universitarios para analizar las complejidades matemáticas de los movimientos de las hormigas del Amazonas, o la historia medieval de la isla de Perima; pero nunca he sabido de una cátedra de estupidología.

He encontrado muy pocos libros buenos sobre el tema. Entre ellos tres que merecen, en particular ser citados.

Uno que leí cuando era adolescente, y que nunca olvidé, se llama A Short Intrduction tothe History of Human Stupidity de Walter B. Pitkin de la Universidad de Columbia, publicado en 1934. Lo encontré por accidente hace muchos años en un estante de viejos libros y, por fortuna, todavía tengo.

Así de antiguo como es, todavía es un muy buen libro. Algunas de las observaciones del Profesor Pitkin aparecen extraordinariamente correctas setenta años después. Pero... ¿por qué llamaría el autor “una breve introducción” a un libro de 300 páginas?

Al final del libro, dice: «Epílogo: ahora estamos listos para empezar a estudiar la Historia de la Estupidez». Nada sigue.

El Profesor Pitkin fué un hombre muy sensato. Sabía que toda una vida era muy poco tiempo para cubrir aún un fragmento de tan vasto tema. Así que publicó la Introducción, y eso fué todo.

Pitkin estaba muy consciente de la carencia de trabajos previos en el campo. El tenía a su disposición un equipo de investigadores a quienes puso a realizar pesquisas en los archivos de la Biblioteca Central de Nueva York. Encontraron solamente dos libros sobre la materia: Über Dummheit de Leopold Loewenfeld (1909) y Aus der Geschite der menschlichen Dummheit de Max Kemmerich (1912).

Evidentemente existen muchos otros libros y documentos en los que se habla, de una manera o de otra, de estupidez. Pero pocos en los que se intenta un encuadramiento sistemático del problema para encontrar sus mecanismosy sus efectos.

En el curso de los años, para una información más completa, he recopilado una pequeña bibliografía (en Italiano) sobre el argumento.

En la opinión de Pitkin, cuatro de cada cinco gentes son lo suficientemente estúpidos para ser llamados “estúpidos”. Eso equivaldría a quinientos millones de gentes cuando escribió el libro; ahora son más de cuatro mil millones. Esto por si mismo es bastante estúpido.

El observó que uno de los problemas de la estupidez es que nadie tiene una definición realmente buena de lo que es. De hecho los genios son a menudo considerados estúpidos por una mayoría estúpida (aunque nadie tiene tampoco una buena definición de genio). Pero la estupidez definitivamente se encuentra allí, y hay mucho más de lo que nuestras pesadillas mas desbordadas pudieran sugerir. De hecho domina al mundo – lo cual es muy claramente comprobado por la forma en que se gobierna al mundo.

Pero alguien, cincuenta años después, llegó con una definición bastante interesante. Su nombre es Carlo M. Cipolla, Profesor Emérito de Historia Económica en Berkeley. Sus libros están en inglés – y sólo algunos en italiano y otros idiomas. Uno de estos, Allegro ma non troppo, fue publicado por Il Mulino en Bolonia en 1988 (traducción de Anna Parish). Hay también una edición castellana publicada por Crítica en Barcelona en 2001 (traducción de María Pons).

En ese libro hay un pequeño ensayo intitulado Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Uno de los meiores textos que se ha escrito sobre la materia. Las “leyes de Cipolla” son conocidas y citadas también en otros contextos. No me parece necesario reproducirlas ni resumirlas. A quien no las conociera, aconsejo leer su texto (que, como otras obras del mismo autor, une la seriedad del análisis a una agradable vena de humor). Me limito aquí a algunos comentarios.

Se trata en parte de cosas ya conocidas. Por ejemplo un hecho relevado también por otros autores (ver el ya citado “Navaja de Hanlon”) y por casi todas las personas que han tenido ocasión de razonar sobre el argumento:siempre se tiende a “subestimar el número de estúpidos en circulación”.

Cada uno de nosotros puede comprobarlo cada día: por conscientes que podemos ser del poder de la estupidez, somos a menudo sorprendidos por su manifestarse donde y cuando menos nos lo esperamos.

Esto tiene dos consecuencias, también evidentes en cualquier análisis coherente del problema. Una es que se subestiman a menudo los perniciosos efectos de la estupidez. La otra es que por ser imprevisibles, los comportamientos estúpidos son aún más peligrosos que los conscientemente malvados.

Conclusión En este trabajo he desglosado los conceptos de la estupidez humana y para mí fue un tema muy interesante y nutritivo ya que este tema tiene mucha importancia.

Para finalizar puedo decir que este tema por más extraño que suene fue muy nutritivo el cual puede conocer informaciones el cual carecía y algo que mas me gusto es cuando dice A veces uno necesita trabajar o estudiar o reflexionar durante meses o años para producir un cambio fundamental en su vida. Sin embargo a veces el cambio llega de manera inmediata y mágica.

Bibliografía http://www.buenastareas.com/ensayos/EstupidezHumana/1035885.html

http://la-estupidez.blogspot.com/2009/02/introduccion-lasleyes-de-la-estupidez.html

http://foros.monografias.com/showthread.php/30077-LaEstupidez-Humana