Sergei Rachmaninov (Danzas Sinfonicas, Op. 45)

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Sergei Rachmaninov

DANZAS SINFÓNICAS OP.45

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ergei Rachmaninov (18731943) escribió las Danzas sinfónicas op. 45 —su última composición o, como solía denominarla, su “último destello”— durante el verano de 1940 en su casa de Long Island. Por entonces, el pianista y compositor ruso se reponía de una intervención quirúrgica sin mucha importancia y preparaba una nueva temporada concertística como instrumentista. Sin embargo, sabemos por su esposa Natalia que durante los meses estivales estuvo especialmente implicado a nivel creativo: todos los días dedicaba a la composición no sólo las primeras horas de la mañana o el tiempo previo a la comida, sino también toda la tarde hasta el anochecer. Y es que Rachmaninov quería escribir una nueva obra sinfónica para su amigo Eugene Ormandy y su querida Philadelphia Orchestra, especialmente tras las satisfactorias experiencias musicales que había compartido con ambos; concretamente, durante el mes de diciembre anterior había dirigido a la Orquesta de Pensilvania en el último de los tres conciertos dedicados a su obra sinfónica y había grabado con ella su Tercera Sinfonía para RCA. El 21 de agosto, Rachmaninov anunció a Ormandy por carta la finalización de su nueva obra: “La semana pasada concluí una nueva pieza sinfónica que naturalmente me gustaría ofrecer primero a usted y su orquesta. Se llama Danzas fantásticas”; el título definitivo de Danzas sinfónicas lo encontramos en otra carta una semana más tarde. Rachmaninov había escrito sus Danzas en un formato de sistemas de cuatro pentagramas y, a falta de la orquestación, realizó una primera versión para dos pianos que sería estrenada privadamente pocas semanas después por el compositor junto a Vladimir Horowitz y en presencia de Ormandy. La orquestación, que contó con el asesoramiento para la sección de cuerda del mismísimo Fritz Kreisler, no estuvo concluida hasta finales de octubre, cuando Rachmaninov estaba inmerso en sus giras como pianista, y el estreno se programó para el 3 de enero de 1941 en Filadelfia con

Ormandy en el podio. En una entrevista emitida por la BBC en 1965, el propio director americano de origen húngaro recordaba cómo fueron los ensayos y también las palabras que pronunció el compositor justo antes de la première: “Cuando era joven, Chaliapin era mi gran ídolo. Ahora Chaliapin está muerto. Desde entonces, todo lo que escribo lo hago con el sonido de Philadelphia en mis oídos. Por ello me he permitido dedicar mi última, y pienso que mi mejor composición, a mi querida Philadelphia Orchestra y a mi amigo Ormandy”. Sofiya Satina, cuñada del compositor, confirma la predilección que tuvo el siempre severo e inseguro Rachmaninov por esta obra e indica los títulos que pensó poner a cada uno de los tres movimientos que la componen: Mediodía, Atardecer y Medianoche. Aunque se hayan relacionado con el frustrado proyecto de representar la obra como ballet bajo la dirección de Mikhail Fokine, estos títulos han permitido ahondar en el programa oculto de las Danzas, en donde Rachmaninov sintetiza toda su trayectoria creativa al sugerir los tres estadios del ciclo vital. Las numerosas citas o relaciones musicales que pueden encontrarse en esta partitura parecen confirmar este nostálgico programa autobiográfico. Así, el Non allegro inicial esconde dentro de su estructura tripartita ABA, referencias a la música de su juventud: en la sección A (número 1 de ensayo) encontramos una cita de la música que precede a la aparición de la reina de Shemakha en El gallo de oro de Rimski-Korsakov (la única partitura de otro compositor que Rachmaninov llevó consigo al abandonar Rusia en 1917) o en la sección B (número 11) evoca el acompañamiento de su juvenil canción La musa, op. 34, nº 1 para la contemplativa melodía de saxofón alto. No obstante, la principal cita la encontramos al final de este movimiento (número 27) donde Rachmaninov cambia a un triunfante do mayor y expone el tema principal del Allegro ma

non troppo de su Primera Sinfonía (una composición que él creía perdida y que fue reconstruida dos años después de su muerte a partir del material de orquesta conservado después de su infausto estreno en 1897). Tras un movimiento marcado por la propulsión agógica y un uso personal y colorista de la orquestación, Rachmaninov nos sumerge con el Andante con moto central en una sorprendente mezcla de vals triste y danse macabre. Al parecer, este movimiento se basó en material que había compuesto previamente para su ballet Los escitas en 1915 y en la última repetición del vals dispuso uno de los más imponentes clímax de toda la obra (número 47), que intensifica a continuación con un espectacular accelerando. En el último movimiento, Lento assai - Allegro vivace,

estreno debido a sus compromisos pianísticos y tampoco pudo coincidir con Horowitz para grabar la versión para dos pianos; al parecer, el propio Rachmaninov reconoció al director musical de RCA, Charles O’Connell, que no pensaba que la obra tuviese éxito entre el público. Quizá por ello las Danzas tardaron en grabarse más de diez años y el honor de ser el primero en hacerlo no correspondió a Ormandy sino a Erich Leinsdorf, que grabó para CBS en abril de 1952 una pionera y colorista versión de la obra junto a la Rochester Philharmonic Orchestra que espera todavía hoy su reedición digital. El histórico registro de Ormandy llegó en marzo de 1960 y ese mismo año coincidió con otro realizado en Londres por sir Eugène Goossens junto a la London Symphony para el sello americano Everest. Ormandy hace gala en su gra-

volvemos al tema de su Primera Sinfonía, aunque convertido ahora en una cita del Dies iræ. De nuevo con una forma tripartita (dos secciones dinámicas flanqueando una tranquila central), Rachmaninov incluye nuevas citas que conforman esta vez una particular lucha con la muerte en donde vence la fe; la obra culmina triunfante con una cita del himno de la Resurrección de sus Vísperas op. 37, algo que marca en la partitura con la palabra “Alliluya” (número 99) transliterada del ruso.

bación del Philadelphia Sound que había inspirado la obra, y precisamente este registro destaca más por esa impresionante claridad y corporeidad de la sección de cuerda o encanto y precisión en la madera que por la dirección del maestro de origen húngaro o la desigual calidad técnica del registro de CBS (hoy disponible en Sony Classical): la cita de la Primera Sinfonía en el Non allegro (nº 27) es imponente (corte 4; 10:11); las tensiones no se manejan bien en el vals, aunque se alcanza el clímax (nº 47) con intensidad (corte 5; 7:26); y el último movimiento es quizá lo mejor de esta grabación, con un frenético final que sigue a la cita del “Alliluya” (corte 6; 12:40). Conviene recordar que Rachmaninov nunca estuvo muy conforme con la interpretación de Ormandy de su obra. Casi un año y medio

La elección histórica: Eugene Ormandy (1960) Rachmaninov rechazó hasta en dos ocasiones grabar para RCA sus Danzas; en ambos casos aparentemente por problemas de agenda. Por ejemplo, no fue posible registrar la obra poco después del

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después del estreno de las Danzas, el compositor escribió lo siguiente tras un concierto: “Ormandy dirige mal La Isla de los Muertos y las Danzas sólo en algunos pasajes tolerablemente bien. No las entiende, esto es, no siente la obra, o la conoce mal”. Por el contrario, la opinión de Rachmaninov era bien distinta al hablar de Dimitri Mitropoulos, a quien escuchó sus Danzas en 1942 al frente de la Minneapolis Symphony Orchestra; por desgracia no se ha conservado ningún registro del maestro de origen griego. La elección rusa: Kirill Kondrashin (1963) Kirill Kondrashin ha sido quizá el director que mejor ha sentido y entendido las Danzas de Rachmaninov. Como buen discípulo de Boris Khaikin, uno de los verdaderos impulsores de la tradición directorial rusa, Kondrashin dejaba a un lado cualquier pathos romántico germano y se enfrentaba a esta partitura con una energía dramática desbordante. A pesar del soni-

do estéreo un tanto opaco de su registro de 1963 publicado por el sello oficial Melodiya, la interpretación dispone de tempi ligeros y muy moldeados que se combinan con un inigualable mordiente sonoro; el resultado se hace patente desde el arranque de la cita de El gallo de oro en la cuerda (corte 5; 0:23) y convierte a esta versión en la más diabólica de toda la fonografía. Hay que destacar además: el recuerdo de la Primera Sinfonía como ejemplo de pura evocación sonora (corte 5; 9:51); la concepción tensa y masticada del vals con un clímax tan imponente como equilibrado con el accelerando posterior (corte 6; 8:00); o el espectacular virtuosismo orquestal y vivacidad que culmina en la llegada del “Alliluya” (corte 7; 12:22). Del resto de directores rusos hay que citar a Evgeni Svetlanov, para quien las Dan-

zas fue siempre su partitura sinfónica favorita; de todas formas, su versión en vivo de 1986 (Melodiya) no puede competir en calidad e ímpetu con la de Kondrashin. Y, dejando a un lado los discos de Fedoseiev de 1987 (Olympia), Polianski de 1998 (Brilliant), o incluso las grabaciones más conocidas de Pletnev de 1998 (DG) o Temirkanov de 2005 (Warner), quizá sea el registro de 1993 de Mariss Jansons al frente de la Filarmónica de San Petersburgo (EMI) el más convincente en su conjunto: una increíble calidad sinfónica, una tímbrica autóctona o una mezcla de propulsión y equilibrio le permiten fusionar todos los momentos destacados dentro del fluir general.

(Chandos), el líder de esta orientación es Vladimir Ashkenazi. Y es que su grabación de 1983 al frente del Concertgebouw (Decca) es posiblemente la referencia más recomendable tanto a nivel sonoro como interpretativo de esta obra: inolvidable la cuerda en la cita de la Primera Sinfonía (CD1; corte 5; 10:07); emotivo en el clímax del vals (CD1; corte 6; 7:07); y manteniendo la tensión en todo el proceso de llegada al “Alliluya” hasta la conclusión (CD1; corte 7; 12:48). La elección actual: Vladimir Jurowski (2005)

A pesar de los prometedores inicios de la fonografía de las Danzas, hasta los años ochenta y noventa la obra no terminó por consolidarse en los catálogos discográficos. En ese proceso hubo dos tendencias bastante generalizadas

Tanto Jansons como Ashkenazi han vuelto a grabar las Danzas en los últimos años, aunque ninguno ha igualado su versión anterior. El registro de Jansons de 2005 en Ámsterdam (RCO) muestra cómo ha madurado la partitura, aunque las ventajas de su musicalidad no compensan la pérdida de energía e intensidad. Lo mismo puede decirse del registro publicado el año pasado de Ashkenazi en Sydney (Exton),

principalmente entre directores no rusos: los que ahondaban en la modernidad del lenguaje sinfónico de la obra y los que se recreaban en el encanto bailable de la pieza. Entre los primeros habría que contar las versiones de Maazel de 1984 (DG), Mackerras en 1989 (EMI) o Litton de 1990 (Virgin), aunque resultan mucho más interesantes los que se inclinan por la segunda: Rattle en 1984 (EMI) o Bátiz (Naxos) y Dutoit (Decca) en 1992. A estos últimos pertenece la excelente grabación de 1976 de André Previn al frente de la London Symphony (EMI); una de la interpretaciones más elegantes de la obra y donde mejor se maneja el rubato en el vals. No obstante, existen algunos híbridos que combinan la intensidad rusa con el encanto europeo y, aparte de la interesante versión Neeme Järvi de 1992

con el añadido de que la orquesta australiana no es comparable a la holandesa. Entre las nuevas incorporaciones a esta obra publicadas en los últimos quince años hay casos peculiares como el registro de Gardiner de 1995 (DG), buenas interpretaciones que no dicen mucho como la de Oue de 2001 (Reference Recordings), brillantes ejemplos de la tradición de la obra en Rusia (ya comentados) o en EEUU, como el registro de Zinman de 1994 en Baltimore (Telarc). No obstante, los resultados más interesantes han llegado de nuevo de la mano de planteamientos híbridos ruso-europeos como la convincente grabación de Bichkov de 2007 en Colonia (Hänssler), que ha sido publicada también en DVD junto a un irregular documental sobre la obra, o el magnífico registro londinense en vivo de Vladi-

La primera elección: Vladimir Ashkenazi (1983)

mir Jurowski al frente de la London Philharmonic publicado en 2005 (LPO). Quizá sea este último el registro actual que mejor resume todos los logros del pasado en la interpretación de las Danzas: dramatismo, riqueza tímbrica, equilibrio dinámico, concentración expresiva y atención a los más mínimos detalles de la orquestación. La elección para dos pianos: Dimitri Alexeev y Nikolai Demidenko (1993) Para terminar, no podemos olvidar que las Danzas de Rachmaninov han tenido también una importante discografía en su versión para dos pianos. Quizá una de las referencias absolutas de esta versión sea el pionero registro de 1964 de la pareja formada por Vitia Vronski y Victor Babin (HMV), que no puede comprenderse que siga inédito en formato digital (por fortuna puede escucharse en YouTube). Son muy interesantes las combinaciones de famosos pianistas como la de Ashkenazi y Previn en 1979 (Decca) o la más

reciente de Ax y Bronfman en 2001 (Sony); también son famosos e importantes los dos registros de Argerich junto a Economou en 1983 (DG) o Rabinovitch en 1991 (Teldec). No obstante, el listado de grabaciones de la versión pianística de la Danzas es muy amplio, especialmente a partir de finales de los ochenta. De todos los registros disponibles hoy quizá sea el realizado en 1993 por Dimitri Alexeev y Nikolai Demidenko (Hyperion) uno de los que mejor conservan la esencia sinfónica de esta obra, algo que podemos comprobar en el Non allegro con el cambio de registro en la cita de la Primera Sinfonía (corte 9; 10:08), la diabólica construcción del clímax en el vals (corte 10; 6:09) o la trepidante y triunfante llegada al “Alliluya” (corte 11; 12:26). Pablo L. Rodríguez

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