SEGUNDA UNIDAD

Capítulo II (Última ed) EDUCACIÓN, LITERATURA E IDENTIDAD CULTURAL Retrato de Orrego en la Galería de Rectores de la

Views 117 Downloads 8 File size 926KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Capítulo II

(Última ed)

EDUCACIÓN, LITERATURA E IDENTIDAD CULTURAL

Retrato de Orrego en la Galería de Rectores de la Universidad Nacional de Trujillo.

Sólo en ti está la luz, adéntrate en tu propia intimidad, en los más oscuros senos de tu conciencia personal y de allí brotará la voz, la auténtica voz de tu eternidad. Antenor Orrego

1. ORREGO, EDUCADOR Durante algunos años de su juventud, Antenor Orrego fue profesor de educación secundaria. Efectivamente, tan pronto egresó del Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo, fue designado pasante o ayudante del curso de inglés en esa institución educativa. Después asumirá el desarrollo de otros cursos. Allí uno de sus alumnos fue Francisco Xandóval, el poeta que llegará a compartir con su maestro inolvidables horas de tertulia en el grupo de los “bohemios” así como labor periodística en el diario “El Norte”. Por ese mismo tiempo, Antenor también realizaba función docente en el Colegio Instituto Moderno. Años más tarde (1946), próximo a cumplir 54 años, fue nombrado catedrático y rector de la Universidad Nacional de Trujillo. Así, fue educador formal u oficial en las tres instituciones que se acaban de nombrar. Pero su acción docente, de modo principal, fue de carácter informal o en instituciones que no estaban organizadas en grados o años de estudios, con miras a una certificación. Tal es el caso de las Universidades Populares González Prada, surgidas en 1921 al calor del movimiento de la Reforma Universitaria en diversas ciudades, para educar obreros, campesinos, artesanos, amas de casa, empleados, trabajadores en general, mediante cursos prácticos y teóricos: alfabetización, higiene, manualidades, campañas contra la drogadicción y el alcoholismo; igualmente, arte, lenguaje, historia, geografía, filosofía, literatura, matemática, química,

biología, como también actividades deportivas y recreativas. Orrego tenía a su cargo cursos de humanidades. El ingreso a estas instituciones era libre. Los profesores no recibían ninguna retribución económica. Como animador principal del Grupo Norte, ya había demostrado su vocación docente. Sus contertulios siempre lo vieron como maestro y lo escuchaban con interés sobre diversidad de temas culturales y de la problemática social. Su conversación discurría –como anota Rivero Ayllón- “sobre el origen de las viejas culturas orientales, sobre la génesis de nuestras civilizaciones aborígenes o sobre el porvenir de la nueva América. Ora sobre algún tema elevado de filosofía o arte; ora en el comentario, entusiasmado y hondo, de un poema de Verlaine o de un cuento de Poe”. (Orrego, 2011: V, 350). Orrego fue el orientador literario informal de Vallejo, hecho reconocido por el propio poeta en más de una ocasión. En efecto, a raíz de una reunión de ambos, el aeda le escribe al maestro: “No puedes imaginar el efecto prolífico, la resonancia creadora que ha tenido en mi espíritu nuestra última entrevista. Tus palabras han sido como un ‘fiat lux’ que arrancaran del abismo algo que se debatía oscuramente en mi ser y que pugnaba por nacer y alcanzar la vida”. (Orrego, 2011: III, 28).Y en otra carta, a propósito de Trilce, le dice a su mentor: “sin tu magisterio fraternal, sin tu aliento de cada día, sin tu admirable y generosa comprensión, el libro, tal vez, nunca habría nacido. Tú sabes muy bien, que muchos de estos versos han surgido en esas conversaciones inolvidables que tuvimos tantas veces”. (Orrego, 2011: III, 55). Mucho antes, cuando en el seno del Grupo, proclamó genio a Vallejo, según el testimonio de Haya de la Torre, Antenor lo hizo “con aquel su tono de vaticinador, pero al mismo tiempo de maestro”. (Haya de la Torre y Sánchez, 1982: II, 140).Y en una entrevista periodística (1971), el mismo Haya de la Torre dijo: “Antenor Orrego fue para él [Vallejo] un maestro a todas horas. Yo he visto a Vallejo llorar a las tres de la mañana en París, en la Rotonda [famoso café parisino], al hablar de Antenor. Le tuvo siempre un respeto infinito y lo quiso muchísimo.” (En Soto, 1983: 333). Ciertamente, su magisterio fue reconocido dentro y fuera de su grupo fraternal. En tal sentido, Spelucín también sentenciará: “Antenor Orrego fue para nosotros un MAESTRO”. (En Ibáñez, 1995: 126). Y como escribió nada menos que el gran educador Luis Alberto Sánchez, su propia generación y la subsiguiente, “reconocerán en Orrego a su maestro”. (Sánchez, 1981: IV, 1345). Por su parte, Eduardo Quirós anotó: “Orrego tuvo la capacidad de aglutinar a un selecto grupo de muchachos de su generación para emprender una campaña por la transformación de la sociedad. El Grupo de Trujillo lo tiene como su mentor, guía y mejor crítico. Vallejo nació a su vera y se nutrió de sus sabias enseñanzas”. (Quirós, 1993: 11). Fue un educador nato, su eros pedagógico siempre estuvo de manifiesto. Se reunía con muchos jóvenes estudiantes, profesionales, dirigentes sindicales y políticos, que acudían a él en busca de su amistad, su saber y su orientación para ponerle diversos temas a su consideración; él los atendía y dialogaba con ellos, practicando el método socrático. El ambiente no fue un obstáculo para su actitud positiva frente al proceso de enseñanza-aprendizaje, pues, hasta en las cárceles, durante sus numerosas reclusiones, realizó actividades formativas. Y ha dejado algunos testimonios de las inquietudes culturales de los ciudadanos privados de su libertad por razones políticas: Todos estudian y todos enseñan. Apenas llega una etapa de persecución y las prisiones comienzan a colmarse de presos, automáticamente se organizan grupos pedagógicos, asociaciones de estudio, círculos de lectura, planes de conferencia, seminarios de cultura. En el Frontón, donde las condiciones de los presos eran peores que en cualquier otro presidio, conocimos a un adolescente, casi un niño, que cubierto de harapos, estudió y aprendió el inglés y el francés durante quince meses […] Cito este caso, no porque sea único, sino porque es frecuente. Se dictan cursos enteros de historia, economía, literatura, filosofía. (Orrego, 2011: I, 223). El imperativo de prepararse se hizo natural y cotidiano entre los presos, y se dio el hecho paradójico, agrega, de que mientras la Universidad de San Marcos estaba ocupada por las fuerzas del orden, durante el gobierno tiránico de Sánchez Cerro, los penales fueron los únicos centros de alta cultura en nuestro país. Diversas fueron sus vías para educar. Educó al pueblo, en la plaza pública, directamente con su oratoria cargada de ricos contenidos filosóficos, históricos, literarios y políticos. De igual modo, con sus libros, artículos en periódicos y revistas, pensamiento que por estar escrito, perdura y es motivo de consulta, estudio y debate. Los textos siguen educando más allá de la vida de sus autores. No se puede omitir la participación del maestro Antenor Orrego en su calidad de conferencista o ponente en instituciones culturales, académicas, sindicales, profesionales, o en importantes reuniones de intelectuales. En la Universidad Nacional de Trujillo

sustentó conferencias desde sus años de estudiante hasta los de su rectorado. En el Ateneo Popular – institución del barrio La Unión- de esta misma ciudad, era escuchado con devoción. Y en Argentina, fue figura central durante el simposio internacional sobre la poesía de Vallejo realizado en la Universidad Nacional de Córdoba. Asimismo, conferencista en otras universidades e instituciones culturales de esa misma ciudad, así como de La Plata, Bahía Blanca y Buenos Aires. Orrego no esperó tener alumnos sentados en sus carpetas para el ejercicio de su magisterio. En este sentido, él fue principalmente un maestro sin aulas. Conforme queda anotado, educó en diversos ambientes y circunstancias, no sólo en centros formales de estudios. Sus preocupaciones en materia educativa cubren aspectos diversos, desde el terrible problema del analfabetismo, conceptuado por él como la peor de las dictaduras, hasta la formación de cuadros profesionales de alta calidad en las universidades, que él se propuso lograr en su condición de catedrático y rector. Como anota Alva Lescano: “Antenor Orrego, trató desde la cátedra con la palabra, la acción y el ejemplo los principios filosóficos que determinen la personalidad del hombre peruano y americano; proclamó sus ideas para salir de la mediocridad y buscar los caminos para la superación comenzando desde la universidad”. (Alva: 1993: A4). Por su notable obra educativa, y recordando el término usado en el incario para designar al maestro, sabio y filósofo, Antenor Orrego era llamado Amauta, en sectores juveniles, intelectuales, laborales y políticos. Y eso fue, no sólo un profesor, sino un gran maestro que dejó profunda huella. 2. IDEAS EDUCACIONALES Orrego no desarrolló de modo orgánico una teoría educativa, pero dejó diversos escritos sobre este campo. En mi libro Las ideas educacionales de Antenor Orrego (1992), como también en otros trabajos, he presentado reflexiones, glosas y selección de textos. En El monólogo eterno (1929) dejó un esbozo de su concepto de educación, que no desarrolló en sus obras posteriores. Tampoco amplió sus ideas expuestas en sus dos memorias rectorales (1947 y 1948). Su agitada vida –persecuciones y prisiones- le impidieron realizar esta tarea. Sus páginas sobre temas educativos están dispersas, recogidas –la mayoría de ellas- en sus Obras completas. DEFINICIÓN Y FINES Sin lugar a dudas, en su condición de humanista y educador, la formación del hombre ocupa lugar predilecto en el pensamiento de Antenor Orrego. En su concepto, el hombre vale por sus más fuertes impulsos, por sus más fuertes pasiones, no por las que se tornan negativas, sino por las que ennoblecen. Por eso piensa que: “El problema de la educación no es suprimir las pasiones que son el impulso creador del hombre. El problema consiste en enseñar la superación de las pasiones hasta la máxima nobleza y en servirse de ellas como instrumento del espíritu”. “El hombre sin pasiones es un ex-hombre, un ex-ser”. (Orrego, 2011: I, 88). Estuvo, por lo tanto, en contra del concepto común sobre la erradicación de las pasiones, lo cual conllevaría la castración moral del hombre. Alude, desde luego, a las pasiones que conducen hacia los valores, no a las que traicionan el destino del hombre y se tornan en monstruosa negación. Para él, la educación no implica modelar el alma del alumno, por cuanto éste tiene demasiado porvenir como para que el pasado -representado por sus padres y profesores- pretenda formarlo a su arbitrio. Son suyas estas palabras: “La educación no es inculcar y modelar; la educación es revelar, conducir y ennoblecer. El alma humana es demasiado sagrada para que nadie tenga la pretensión de modelarla a su capricho”. (Orrego, 2011: I, 88).Y por ello pide mayor reverencia ante el educando, centro de atención del quehacer pedagógico. Sus obras Notas Marginales (1922), El monólogo eterno (1929), así como otros libros y diversos artículos, contienen ideas con las cuales Orrego se adelanta a las corrientes psicopedagógicas del constructivismo: Lev Vygotsky, Jean Piaget, David Ausubel y Gerome Bruner, y de la escuela humana: Carl Rogers y Abraham Maslow. Asimismo en él encontramos tempranos aportes con los cuales coincidirán después la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner y la teoría de la inteligencia emocional de Daniel Goleman. Efectivamente, Orrego piensa que el profesor no debe formar al alumno a su antojo, a su estilo, a su gusto personal, no debe imponer un contenido educativo, sino ayudarlo a revelar su personalidad, a descubrir sus potencialidades, orientarlo o conducirlo a construir su propio conocimiento, a ser protagonista del proceso cultural. Postula una educación para perfeccionar al hombre, es decir, humanizarlo, ennoblecerlo y facilitarle la expresión de sus cualidades como creador de cultura y para elevar al máximo las energías vitales de su ser.

La idea de educación como revelación está relacionada con la de liberación. Según este maestro, el conocimiento tiene sentido liberador porque contribuye al rompimiento de los obstáculos que impiden el desarrollo humano, como también a buscar la explicación de nuestra problemática y a terminar con las formulaciones ajenas a nuestra realidad. Al conocimiento, entonces, lo descubrimos y revelamos y así queda al servicio del hombre, gracias a la educación. Entiende la dinámica del conocimiento como un proceso en constante devenir, una fluencia, una construcción, no como un todo organizado de manera estática, conclusa y definitiva. Escribe en sus aforismos: “Todo está hecho por conocer y para que lo conozcas”. (Orrego, 2011: I, 288). Vale decir, al conocimiento se lo deberá buscar y producir. Pero su consecución no es simple; exige esfuerzo personal, en tal sentido, el educador pondrá a su alumno en el camino de encontrar la verdad: “Sólo en ti está la luz, adéntrate en tu propia intimidad, en los más oscuros senos de tu conciencia personal y de allí brotará la voz, la auténtica voz de tu eternidad”. “No hay sabiduría infusa, sino sabiduría sufrida, conquistada y vencida”. (Orrego, 2011; I, 94 y 101). En el proceso de elaboración del conocimiento, el hombre descubre y exhibe lo que permanecía ignorado. Así aprende. Y si lo consigue con ayuda, después lo puede hacer sin ella. Orientamos a que otros construyan su conocimiento y, a su vez, los demás también nos facilitan aprender el nuestro. Por eso, Orrego anota: “Revelas y te revelan. Enseñas y te enseñan. Eres profesor y discípulo”. (Orrego, 2011: I, 305). Pero al mismo tiempo preconiza una educación para la transformación. Precisamente, coincidiendo con Karl Manheim, considera que la educación será eficaz solo si se orienta hacia el cambio. Y entiende como tal una educación para comprender el proceso evolutivo y el sentido de la época, captarlos con mente ágil y flexible, en todos sus ángulos: social, económico, político, científico, artístico, filosófico, y así lograr eficacia en el pensar y obrar. Sostiene que la vida es un permanente discurrir, un torrente de fluencia incontenible, por ello siempre es problemática; entonces, para hacerle frente no valen los patrones hechos o las recetas fijas, sino una mentalidad capaz de conducir, mediante la creatividad, a soluciones acordes con cada nueva situación. No siendo estáticas pues, ni la naturaleza ni la sociedad, tampoco lo será la educación, de manera que la escuela habrá de preparar al cerebro del estudiante para reaccionar creativamente ante la cambiante problemática de su entorno y del mundo entero; consiguientemente, la educación será, como la vida misma, dinámica, siempre fluyente, un caminar constante, una revelación permanente y abierta a todas las posibilidades del espíritu, un proceso de creación y difusión de cultura, una vivencia cotidiana de valores. Los diferentes escalones del sistema educativo tienen el ineludible compromiso de poner al alumno en relación con el entorno social mediato e inmediato. La educación no debe caer en inadvertencia frente a los grandes y graves problemas que afectan a la humanidad. Es imperativo, obligación y responsabilidad de los jóvenes comprender con agudeza el sentido de su tiempo, la crisis en los órdenes moral, jurídico, económico, político y social, si no queremos precipitarnos en una catástrofe terrible y regresiva hacia la barbarie. El hombre debe poseer un cerebro tan fino y tan poderosamente organizado que le permita explicar y rebasar estos problemas. Anota: “Un cerebro preparado para el cumplimiento de esta función primordial no puede ser sino la obra de un adecuado sistema educativo que sea eficaz para capacitar a nuestra juventud en el desempeño de su misión histórica”. (Orrego, 1948:5). Los estudiantes y las escuelas que fijan su atención únicamente en los contenidos de las asignaturas, desconectados del inmenso palpitar de la humanidad, tienen una visión estrecha, reducida, están inmersos en un proceso educativo parcial, incompleto; les falta orientar su mirada hacia todos los ángulos de la problemática del país, del continente y del mundo, sin esperar necesariamente una compensación mediante el proceso evaluativo oficial. Consecuentemente, los currículos de todos los niveles educativos deberán tener en cuenta esta realidad. Las experiencias del proceso de enseñanza-aprendizaje no deben ser únicamente teóricas; su relación con la realidad, con las vivencias de los alumnos, con el contexto social donde se realiza es ineludible. Dice Orrego al respecto: La educación puramente teórica arranca al hombre de su contacto con la realidad que lo circunda haciéndole vivir en un mundo imaginario o idealizado, que más que un campo de lucha es una evasión hacia la esfera de la ilusión y del ensueño. El hombre contemporáneo debe aprender a reaccionar original y vitalmente ante el ámbito de vida que le rodea. La vida es siempre problemática porque es siempre una afluencia y un cambio continuo, en que no valen los patrones hechos, ni los lugares comunes, ni las recetas fijas que, en vez de arribar a una solución, escamotean la dificultad por ignorancia o por miedo. (Orrego, 1948:5).

Asimismo, postula una educación para el ejercicio de la democracia; una educación cívico-política para evitar que el pueblo sea arrastrado por caudillos ignaros e improvisados. Y una educación que recoja el veloz desarrollo científico y tecnológico. CONTENIDOS DE APRENDIZAJE El colegio universitario, creado por la ley de reforma universitaria de 1946, como nexo con la educación secundaria o antesala de la formación académica propiamente dicha, debería encarar, según Orrego, cuatro grandes aspectos o contenidos de aprendizaje: 1) el proceso histórico del hombre (historia), 2) la concepción de los fines de la vida humana (filosofía), 3) la imagen física del universo (física y química), y 4) los fundamentos de la vida orgánica (biología). Excepto este caso, nuestro personaje no alcanza en forma expresa, sino indirectamente, algunos contenidos de aprendizaje sin especificar el nivel educativo correspondiente. De modo general, tales contenidos corresponden a ciencia, filosofía, historia, economía, literatura, política, arte y religión, que los concibe formando un corpus, un complejo orgánico en función vital, pero que nuestro cerebro los divide en disciplinas. Orrego se refirió en diversas ocasiones a la revolución científica, particularmente a la era nuclear que, inseparable de la educación, tiene repercusiones en diferentes actividades humanas. Pero consideró que no se debe sobredimensionar la ciencia, porque el hombre requiere una formación armónica. En efecto, el desarrollo de la capacidad de pensar con lucidez es tan necesario como el desarrollo de la imaginación, base de la invención científica y de la producción artística. Entonces, la educación buscará el punto de equilibrio entre las ciencias y las humanidades; entre las matemáticas, física, química, biología y demás materias científicas, en relación con la historia, filosofía, literatura, pintura, escultura, música y demás expresiones del campo humanístico. Los contenidos educativos, en el pensamiento de Orrego, deben permitir a los estudiantes buscar en las aulas vida espiritual intensa; dilatar, ennoblecer y enriquecer su conciencia; conocer y comprender el sentido de su época; encausar su curiosidad y su urgencia vital; vivir dando ejemplo. Los contenidos no deben fosilizar el cerebro de los jóvenes con erudición yerta; tampoco llenarlo con datos divorciados de la realidad, ni con frases rimbombantes sobre hechos nunca vividos. Enfatizó en el aspecto valorativo, especialmente de carácter ético. AGENTES EDUCATIVOS En lugar de textos europeos que, mal comprendidos y mal aplicados, desorientan y fatigan con palabras vacías nuestros cerebros, reclama maestros que enseñen a conocer y amar nuestro país y el continente, que vivan junto a la juventud y el pueblo la infinita y heroica tarea de crear cultura, de forjar un continente integrado por el intelecto, maestros brotados de las entrañas palpitantes de nuestra recóndita realidad. Y que por encima de los vaivenes políticos, tengan estabilidad porque son el factor decisivo en la educación. El pueblo debe respetar a sus maestros, que es una forma de respetarse a sí mismo, sino lo hace será un pueblo ausente de toda personalidad vigorosa. Si bien los vocablos profesor y maestro son sinónimos, en el pensamiento orreguiano denotan diferencias indudables. En verdad, el profesor ejerce su labor en razón de un título profesional, a veces sin una verdadera vocación por la carrera; el maestro es tal por la trascendencia de su mensaje, no por el aval de un diploma. El profesor puede recitar en clase el contenido de un libro y creer que cumplió su tarea; por el contrario, el maestro debe crear y vivificar la relación espiritual entablada con sus discípulos, sea en el aula o en otro ambiente. PROFESOR Y MAESTRO

No siempre el profesor es maestro. Orrego los diferenció nítidamente en sus escritos, y trazó un paralelo que hemos arreglado para entregarlo en formato de cuadro.

EL PROFESOR

EL MAESTRO

1. Te enseña para que puedas repetir la lección de la cátedra.

1. Te enseña para que puedas construir tu vida.

2. Te imparte generalidades abstractas, teoriza tu propio ser y te empotra como una simple pieza standard manufacturada en serie, dentro de un esquema rígido.

2. Desciende a la intimidad concreta de tu alma, aflora tu riqueza interior y se constituye en el compañero de tu pasión, de tu agonía interna y de tu drama personal.

3. Te esclaviza a un oficio.

3.

4. Con él, la habilidad de tus manos puede llegar hasta el escamoteo perfecto de la verdad.

4. Con él, es preciso que asumas la responsabilidad de tu dolor y que desciendas hasta el hondón abismático de la vida, por sombrío, por tenebroso, por lacerante, por trágico que sea.

5. Lo que te da está siempre fuera de ti y te fija siempre un gesto.

5. Lo que te da está siempre dentro de ti y vigoriza tus alas para el impulso.

6. Es como el agua infecunda y dispersa que no alcanza la raíz de la planta porque no se sume en las entrañas de la tierra.

6. Es la linfa creadora que bate el limo, que lo impregna, lo empapa y lo fecunda empujándolo hacia el estallido de luz en una floración maravillosa.

7. Se dirige a tu memoria, anaquel de tu alma, y sus palabras resbalan sobre el recuerdo, como por sobre una losa impermeable, sin lograr infiltración alguna. A lo sumo se dirige a tu vanidad y a tu buena economía.

7. Se dirige a tu espíritu, pozo de creación y de sabiduría y sus palabras siempre urticantes se instalan en el futuro, abolición del pasado muerto.

8. Su palabra se esfuma, se deshace sin dejar huella sangrienta.

8. Su palabra desgarra tu entraña y se incorpora a tu ser para trascender, como un mandato, en cada uno de tus días.

Te libera hacia tu vida.

Fuente: Discriminaciones, en Obras completas, 2011: II, 356.

Pero también diferencia alumno de discípulo. Según nuestra interpretación tal diferencia depende del tipo de relación educativa establecida en el aula. Si la relación es instrumental, es decir, exclusiva y fríamente centrada alrededor del contenido educativo, se hablará de alumno ya que éste -por indicación del profesorsólo aprende el contenido de una clase y trata de rendir satisfactoriamente las pruebas del examen. En cambio, si la relación es expresiva, esto es, llena de mensajes estimulantes y compenetrada de afectividad, se hablará de discípulo -que gracias a la orientación de su maestro- busca clarificar valores y guiarse por ellos, integrar ideas y hábitos positivos en una filosofía de vida. El correlato de la categoría profesor es alumno, el de maestro es discípulo. Y como la universidad no ha sido ajena a desempeñar el papel de diablo predicador, Orrego reclama a profesores y alumnos ser consecuentes con lo que enseñan y aprenden. Pide a ambos protagonistas de la educación realizar su tarea a mayor profundidad y a estrechar su relación pedagógica. Les dice: “Catedrático que se contenta con ser simplemente un profesor y alumno que solamente aspira a alcanzar el resultado

satisfactorio de sus pruebas finales, no son precisamente los factores que crean el vibrante espíritu institucional de una universidad. El profesor debe ser a la vez maestro y el alumno debe alcanzar la categoría de discípulo”. (Orrego, 1947: 9). A los docentes les exige demostrar el espíritu de su elevado magisterio, y a los alumnos estudiar por vocación; a ambos estamentos, dejar el concepto utilitario como único fin, y armonizar sus intereses materiales e ideales. Su paradigma de maestro es el que está impregnado de la identidad peruana y latinoamericana, el que tiene la mente fija aquí, en esta tierra, no el que plagia todo de Europa. Por eso celebra que el movimiento de Reforma Universitaria (de los años veinte del siglo pasado) haya sido una oportunidad para que los estudiantes ejerzan influencia positiva sobre sus propios docentes, y hayan logrado mediante las ideas y la acción, un significativo cambio de roles. Anota: “Los maestros de América –los mejores- eran solamente buenos maestros europeizados, pero América necesitaba más, necesitaba buenos maestros americanos. Y asistimos, entonces, a un maravilloso autodidactismo de la juventud sobre los maestros. La juventud comienza a formar maestros, comienza a americanizarlos. El maestro se ha convertido en discípulo porque necesita aprender y desarrollar su sentido histórico, su sentido americano”. (Orrego, 2011: 313). Y los estudiantes que van a la universidad no sólo para adquirir un título, sino por encima de todo para ser hombres cultos, se vieron obligados a desaprender lo aprendido, por no servirle para pensar ni ser mejores, e iniciaron el camino de su propia formación. UN MAESTRO DE VERDAD

Pero hay otro rasgo importantísimo en su paradigma de maestro. Ya en su madurez, recordando sus años de colegial, Orrego destacó el aspecto afectivo, profundamente humano, de la relación educativa, en un caso específico. Y escribió unos párrafos de homenaje a un maestro de verdad, dedicados a uno de sus maestros del colegio Seminario de San Carlos y San Macelo: Recuerdo, con agradecida nostalgia, que el Padre Lalande, uno de los frailes más jóvenes y cultos del profesorado, creyó adivinar en mí cierta vocación y disposiciones para la meditación filosófica. Se empeñó en darme lecciones de filosofía griega, de filosofía francesa y de filosofía general europea. Me explicó, además, en rápida síntesis, los fundamentos lógicos y racionales de la alta matemática, consagrando las últimas lecciones a la explicación de las matemáticas no-euclidianas. Durante dos años en el periodo de vacaciones todos los días y dos veces por semana durante los estudios escolares, el buen fraile me abrió un mundo fascinante para mí. Nunca puedo recordar esta época sin conmoverme. Jamás podré darme cuenta exacta de todo lo que esto significó para mi formación intelectual y moral. Descubrí la bondad de un hombre, a quien no me unía ningún lazo, que daba luz por el simple hecho de darla, con absoluto desprendimiento, robando horas innumerables de su descanso o de su esparcimiento. Esta experiencia en los albores de la vida determinó, sin duda, mi firme confianza en la bondad esencial del hombre y en los valores supremos del espíritu que jamás me abandonó y mantuvo mi fortaleza en las horas de desesperación que me trajo la adversidad. Un maestro de verdad salva siempre el sentido y la dignidad de una vida. No son enseñanzas frías que nos da sino que nos entrega, junto con ellas, su propio corazón, nos fecunda con su ternura y nos redime para siempre de todo horrible mal… ¡Bendita sea tu memoria Padre Lalande, maestro inolvidable y humilde que abriste un surco tan hondo en mi espíritu y que tanto me diste de ti mismo en un momento decisivo de mi existencia!... (Orrego, 2011: III, 29). ESTRATEGIAS DEL PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE La educación como revelación y para el cambio implica nuevas bases teóricas. La pedagogía que sólo tenía en cuenta al profesor, no al alumno, queda descartada. Por eso Orrego acude a los grandes teóricos paidocentristas cuyas ideas realizan un viraje radical e imprimen al proceso de enseñanza-aprendizaje un nuevo sentido: “el viraje del saber y del maestro hacia el estudiante. El maestro no debe preocuparse tan sólo de lo que enseña, es decir el conjunto de conocimientos que posee, sino también, y muy principalmente, debe preocuparse de cómo enseña, de qué es lo que debe enseñar y cuál va a ser la influencia y la repercusión de sus enseñanzas en el espíritu del alumno”. (Orrego, 1947: 9-10). Se nutre pedagógicamente de los postulados de la escuela nueva, y no cae en los extremos ni del cognitivismo ni del metodologismo, buscó el equilibrio en la tarea docente.

Fustiga la docencia europeizada y le reclama actuar con realismo. Anota: “Los textos europeos mal aplicados y mal comprendidos no sirven sino para desorientarnos [...] y para fatigar con gárrulas palabras nuestros cerebros y nuestra vida”. (Orrego, 2011: I, 333). Piensa que los alumnos deben someter los libros a su espíritu y no su espíritu a los libros. Por ello exige docentes de elevada capacidad creativa y una enseñanza orientada a conocer y amar el Perú y América; una enseñanza para internalizar valores, normas de vida, comportamientos durables, no circunscrita a simples actividades pasajeras como las consignadas en los programas de estudio que no pasan de la epidermis del espíritu. E invoca a la juventud –guiada por sus maestros- a buscar ruta propia, descubrir, comprender y transformar nuestra realidad, cumpliendo así su misión histórica. Invita a la juventud a emprender la búsqueda de nuestra América, alejándose en este viaje intelectual del mágico hechizo de la imaginación exótica, para encontrar su propia y auténtica ruta, no obstante el proceso lacerante que habrá de seguir. “La sabiduría –en su concepto- no es tanto la posesión del conocimiento sino el esfuerzo y el camino al conocimiento”. (Orrego, 2011: I, 96). En tal virtud, no hay sabiduría infusa, sino lograda con sufrimiento, conquistada y vencida después de esmerado trabajo; la enseñanza basada en el viejo precepto del magister dixit, puramente teórica, ha fracasado en la vida moderna. Por eso anota: “El maestro debe enseñar en tal forma que el alumno tenga la impresión de que aquello que aprende lo extrae de su propio trabajo y de su propio afán, porque ésta es la única enseñanza que se prende profundamente en el espíritu del joven y lo cultiva fecundando el esfuerzo del estudiante”. (Orrego, 1947:11). Vale decir, preconiza una enseñanza que le permita al alumno aprender contenidos significativos que incorpora en su estructura cognitiva, impregna su intelecto y le permite seguir perfeccionándose aún cuando haya egresado de las aulas. Observa y comprende el desarrollo del conocimiento en tal magnitud, velocidad y poderío que hace imposible su aprendizaje total en la ciencia, el arte, la filosofía y la historia. Una tarea de ese tipo sería absurda. Entonces, el docente debe tener la cualidad de sintetizar los tópicos fundamentales de la disciplina a su cargo y poner en manos del alumno las herramientas metodológicas para que se agencie del conocimiento. Orrego propugna un proceso de enseñanza-aprendizaje a través de métodos dinámicos, para lo cual sitúa en el primer plano didáctico a la investigación y al seminario. Critica duramente la enseñanza unidireccional, rígida, yerta, memorista, encasillada en tópicos resueltos de antemano, mediante la cual no se obtienen resultados vitales, sustantivos que el profesor y el alumno deberían perseguir en conjunto. Dirige su atención y entusiasmo al método activo del seminario, que debe abrirse paso (especialmente en todas las carreras universitarias) visto como un organismo vivo que diariamente acrecienta sus experiencias, y por acumular información en sus archivos es más eficaz que una biblioteca: pueden llegar a ser tan valiosos dichos archivos que profesores y alumnos encontrarían allí datos, sugestiones, normas, actos y orientaciones necesarios para plantear un tema, desarrollarlo y alcanzar las soluciones que persigue un problema del contenido educativo. De esta manera, con un método dinámico: “El maestro propiamente sólo debe orientar y dirigir el trabajo de los alumnos dejándolos en plena libertad de iniciativa para el desarrollo de los temas. Cada clase, cotidianamente, debe constituir un verdadero problema que se plantea ante al maestro y los alumnos y que ambos deben resolverlo cada día”. (Orrego, 1947: 11). Esta dinámica metodológica permite hacer de cada disciplina no solo emisión magistral del contenido, sino fundamentalmente un intercambio fluido de pensamiento con el cual tanto maestros como alumnos aprenden al mismo tiempo. El hecho de preguntar ya entraña enseñanza y aprendizaje, y el hecho de responder también. Durante su gestión rectoral en la Universidad Nacional de Trujillo, la biblioteca mereció especial atención, y la revista institucional alcanzó su mejor época. Asimismo impulsó enormemente el Museo de Zoología. Y pensó que los colegios también deberían contar con esos museos para el proceso de enseñanzaaprendizaje de carácter práctico, a los cuales la universidad brindaría apoyo con su taller de taxidermia. En

el campo de la botánica, se inició la formación del Herbario Regional. Enriqueció con nuevas colecciones el Museo Arqueológico, y desde él promovió los estudios in situ de esa especialidad. Además dio vida a institutos y nuevas facultades. Y en su plan de ejecución de la ciudad universitaria se consignaron, entre otros, ambientes para jardín botánico, jardín zoológico, museos, gimnasio y estadio. LA UNIVERSIDAD Y SU MISIÓN Cuando el Senado de la República debatía el proyecto del Estatuto Universitario (1946), Orrego defiende la idea de universidad conformada por profesores, alumnos y graduados, como ahora la entendemos. En aquella ocasión expresa desde su curul: El artículo primero declara que la universidad es la asociación de maestros, de alumnos y de graduados; es decir, la universidad en sus tres dimensiones integrales, como un todo o núcleo viviente que surge del presente y se proyecta como fluencia al porvenir. Este artículo rompe con el concepto antiguo de la universidad, que parecía querer reducirla al cuerpo profesoral de las aulas, como si los egresados no fueran parte sustancial de ella, como si no estuvieran bebiendo las enseñanzas de su fuente maternal y como si no estuvieran obligados a volver a su seno a enriquecerla con la cosecha de su pensamiento, de su experiencia y de su acción. (Orrego, 2011: V, 206). Mucho antes (1923), en el fragor del movimiento de la Reforma Universitaria, ya había sostenido en un artículo periodístico que por la falta de entendimiento entre profesores y alumnos respecto a quienes constituyen la universidad, no se podía esperar ninguna enseñanza viva, ninguna creación efectiva para la sociedad y con proyección hacia el porvenir. Por entonces, la separación entre ambos sectores llegaba hasta el rechazo mutuo que impedía todo nexo afectivo, base del proceso de enseñanza-aprendizaje fecundo. Leamos sus palabras: “El criterio de que la Universidad está constituida, únicamente, por el profesorado revela un concepto petrificado de la enseñanza. La Universidad no se ha hecho para mantener catedráticos, sino para ‘enseñar alumnos’. Son estos, pues, la materia viva, la materia moldeable, el cuerpo y el alma necesarios. La enseñanza debe sujetarse a sus exigencias y necesidades espirituales y, por eso, son ellos, principalmente, los que deben fijar las condiciones de la docencia”. (Orrego, 2011: II, 254-255). Y obviamente, defiende el principio de participación de los alumnos en el gobierno de las universidades. Al profesor lo considera elemento responsable de prestar el servicio al estudiante, que es la sustancia viva e indispensable y merece ser atendido en todo lo necesario para su formación. Postula la conveniencia de las cátedras paralelas y cátedras libres, para una mejor selección docente según la capacidad y no por imperio de las camarillas u oligarquías académicas. Para Orrego, no basta tener infraestructura, legislación y régimen académico impecables, lo importante es que la universidad se vincule y responda a la realidad natural y social circundante. “Por perfecta que sea una universidad extranjera no puede nunca adaptarse a las realidades palpitantes, genuinas y sustanciales del pueblo en que debe vivir. La Universidad Nueva debe surgir como un árbol frondoso que ha hincado vigorosamente sus raíces en el seno de su madre, porque la universidad solamente puede hacer su auténtico camino asimilando los jugos de la tierra que la nutre”. (Orrego, 1947: 7). La universidad en el Perú y Latinoamérica no puede seguir el tipo de las universidades de Europa o Estados Unidos porque nuestra realidad histórica, psicológica y social es diferente. Cada universidad es el producto temporal y telúrico de un pueblo. Debemos crear una universidad que refleje nuestra problemática, que sea el instrumento de investigación y el órgano que dilucide la creación de la cultura peruana y americana. Es decir, la universidad no puede transferirse o trasladarse de una realidad a otra completamente distinta; no se trata de una mercancía sometida al juego de la oferta y la demanda, sino de una institución creadora de cultura; cultura que nace y crece en una sociedad concreta, por tanto, hay que vivirla dentro de nosotros en el proceso dramático, y aún trágico, del Perú y América; cultura que surge de la vida de los conglomerados humanos en el curso de su propia e inconfundible historia y se proyecta con su mensaje hacia otros pueblos del mundo. Entonces, para Orrego la nueva universidad: […] tiene la misión impostergable de recoger en su seno las experiencias, las intuiciones, las esperanzas, la fe y el pensamiento de América. Esta misión de la Universidad Nueva debe realizarse a través de todas sus Facultades e Instituciones Docentes. Cada maestro debe esforzarse

en imprimir esta orientación a sus enseñanzas, porque desde el Derecho, desde la Química, desde la Medicina, desde el Arte, desde la Filosofía, la universidad debe inquirir y definir con entera claridad qué es América como valor específico y original en las artes, en la ciencia, en la economía, en la filosofía. (Orrego, 1947: 8). Esta orientación de la universidad implica creatividad; abrir paso al pensamiento divergente; buscar lo auténtico sin omitir el aporte de otras culturas; combatir el colonialismo mental, la repetición simiesca e irreflexiva de textos y formulaciones del pensamiento que no se avienen con lo nuestro, con lo peruano y latinoamericano. Según el pensamiento de Orrego, la universidad no puede quedar marginada de su contexto social, por el contrario, debe cumplir rol protagónico y vital en el mismo centro del quehacer colectivo, sin aislarse cual ostra parasitaria, lejos de las aspiraciones juveniles y del grito angustioso del pueblo al cual se debe. Él concibió la universidad como un organismo vivo cuyos procesos de crecimiento y estructuración son incesantes. Se propuso por ello: “Hacer de la antigua universidad estática un proceso dinámico de evolución que sepa incorporar, paso a paso, en superación constante, la vida total de la nación”. (Orrego, 1947: 4). Pero como es un visionario en temas sociales y educacionales, se proyecta al futuro y anuncia: […] la realización de un proyecto integral de Universidad Nueva en armonía con la concepción moderna de que ella debe ser un foco de iluminación intelectual y moral y una antena que recogiendo las palpitaciones del Universo y de la Vida, se proyecte profundamente hacia el pasado e infinitamente hacia el futuro. Sólo así podríamos hacerla responder a la realidad de una América Nueva, al ritmo de un mundo que está realizando una acelerada transformación técnica, social y económica. (Orrego, 1948: 21). Puesto que la sociedad y la educación son cambiantes, la universidad también deberá serlo, es decir, la entendió como una institución activa, ágil, en transformación, un proceso en constante superación, que potencia las supremas energías intelectuales, capaz de incorporar al debate académico el diagnóstico y la solución de los grandes problemas del país; consiguientemente, sus miembros serán emprendedores, eficaces, resolutivos, ajenos a la abulia e inmovilidad. Defiende una universidad en cuyas aulas se ofrezca cultura general y especializada, armónicamente equilibradas; la formación del hombre en todas sus dimensiones, integralmente, de modo que el profesional sepa desenvolverse con idoneidad en su campo, pero, asimismo pueda discernir ante la síntesis del conocimiento global. Una universidad que forma expertos en la aplicación de una disciplina científica, pero al mismo tiempo, humanistas, académicos, que tengan el sentido general del mundo y de la historia, todos ellos hombres de amplia cultura y claros conceptos de los problemas sociales, morales, políticos y económicos de su época. Las universidades profesionalizantes tienden a mecanizar la función docente, olvidan que por encima de ello deben formar al hombre y al ciudadano capaces de comprender su entorno y crear la nacionalidad. No es opuesto a la especialización. Pero ésta debe tener una amplia base humanista con una visión universal del hombre y de la vida. Escribe sobre este asunto: “La Universidad no debe forjar ‘insectos’ humanos, entes con sólo una habilidad técnica perfecta y ciegos y torpes en todo lo demás. El mundo está cansado de su insectificación técnica. Eso lo han logrado las hormigas, las abejas, los vermes…con una perfección que está muy lejos de haber alcanzado el hombre con toda la superlativa vanidad de su sabiduría cientificista…” Y añade: “El hombre es un ser con una dimensión espiritual y moral por sobre todas sus otras dimensiones…El especialista, el experto, el técnico sin una fuerte y profunda base de integración humanista, nos lleva a la bomba atómica y a su satánico poder destructivo. Pero, no nos llevará jamás al aprovechamiento de la energía nuclear con su formidable potencia creativa, empleada para la superación espiritual y moral del hombre”. (Orrego, 2011, III: 425). Una universidad que realiza enseñanza a través de la investigación científica; fuente de poderosa irradiación cultural y moral, hondamente enraizada en la historia, pero también con la mirada dirigida al inagotable porvenir; centro receptor del acontecer vital del contexto humano donde funciona y de la acelerada transformación científica, tecnológica, social y económica del mundo; que responda a la realidad peruana y latinoamericana, y prepare generaciones aptas para desempeñarse en la vida y laborar en favor del desarrollo. Una universidad que no esté de espaldas de su realidad, divorciada de su contexto social, como observó en nuestro país, sino asentada en tierra firme.

Así, estamos frente a una universidad dinámica, flexible e integral. En reemplazo de la antigua universidad estática, petrificada, profesionalizante y por ello unilateral, repetidora del pensamiento europeo, marginada del clamor popular, concibe y defiende una universidad dinámica, semejante a un organismo vivo, un laboratorio de renovación y creación espiritual; flexible ante un mundo cambiante por el proceso de la historia y de la ciencia, abierta a todas las energías del espíritu; integral, orientada hacia la formación plena de nuevos hombres; nacida y situada en la hondura de nuestra realidad; fuente creadora de cultura; pletórica de unionismo latinoamericanista; medio para la expresión del universalismo cultural que habrá de consumarse en el futuro; instrumento vital del desarrollo. Al hablar de universidad integral, hace la salvedad de la redundancia porque el significado originario de universidad, universitas, indica integración de elementos culturales de todos los espacios y tiempos. Estas ideas datan de 1946. Cincuenta años más tarde, coincidirá con ellas la Unesco y diversos notables educadores, al propugnar se tenga en mente, cuando se formulare la misión de los sistemas de educación superior, la nueva misión de “la universidad dinámica” o “proactiva”. Esta noción de universidad dinámica auspiciada por la Unesco supone –como sostenía Orrego- su adaptación creativa, por cada país, en el proceso de búsqueda de modelos y prácticas institucionales específicos en relación con el desarrollo, pero sin desconocer las influencias de un mundo rápidamente cambiante. Y cuando relaciona la universidad con su concepción latinoamericanista, escribe: “La Universidad Peruana debe contribuir a la formación de un nuevo tipo de Universidad Indoamericana y clarificar el sentido original de la cultura que está surgiendo en nuestros países en relación con las viejas culturas de Europa y Asia”. (Orrego, 1947: 8). Tal Universidad Indoamericana estará llamada a dilucidar el significado del auténtico mensaje que nuestro continente ha comenzado a aportar al mundo en todas las manifestaciones de la cultura; investigar, debatir y difundir como contenido educativo los anhelos, las ideas, las realizaciones, las creencias y los presentimientos del hombre de esta parte del mundo. Y tan elevada misión institucional deberá realizarla por medio de todas las facultades y cátedras sin distinción alguna, no únicamente a través de aquellas pertenecientes al campo humanístico, como podría pensarse de modo simplista; en todas las materias es posible indagar, clarificar y definir nuestra realidad. En consecuencia, para viabilizar la perentoria e histórica misión asignada a la universidad, Orrego pide a cada uno de los docentes -sean químicos, médicos, artistas, filósofos, pedagogos, en fin responsables de todas las cátedras- desplegar sus energías creativas desde el punto de vista del contenido educativo y de la metódica para darle al proceso de enseñanza-aprendizaje una orientación acorde con la problemática del pueblo-continente indoamericano, buscando nuestra identidad cultural, lejos del embeleso europeizante y de la tendencia libresca predominante en casi todas las asignaturas como rezago de la educación teórica de viejo cuño. Para que este organismo académico, dinámico, flexible e integral, se incorpore gradualmente a la vida total del pueblo, busque soluciones a los problemas locales, regionales, nacionales y se ubique en el contexto mundial, es necesario el concurso de todos sus miembros, profesores, alumnos y graduados, imbuidos de la misión latinoamericanista de la nueva universidad. UNIVERSIDAD Y PUEBLO Para que la cultura “viva en nosotros como médula en nuestros huesos y no sólo en los libros”, son precisos, según Orrego, “dos elementos primordiales: de un lado la universidad, de otro el pueblo; de un lado el trabajador manual, de otro el trabajador intelectual. Son dos elementos que no pueden caminar separados porque se complementan entre sí”. Pero si hay separación, la cultura es utilizada por grupos minoritarios como instrumento de dominación sobre el pueblo, que es “la sustancia permanente de la historia y de la libertad del hombre”. Justamente, en el Perú, la divergencia entre universidad y pueblo ha sido de mayor magnitud que en otros países. “La universidad ha tenido una semicultura de gabinete y de pupitre pero no ha tenido ni tiene una verdadera cultura vital. La cultura hay que vivirla en principio y vivirla en acción. No se puede, pongamos por caso, explicar y defender en el aula las llamadas garantías individuales y atropellarlas y negarlas en la calle y en la vida cotidiana”. “No vale la pena que en los exámenes se declame de corrido el amor a la libertad, al derecho y a la justicia y en la vida se les befe, o por lo menos, se muestre uno diferente a sus imperativos categóricos”. (Orrego, 2011: I, 331 y 332). Mucha gente, por lo común, no actúa en consecuencia con los principios que declara. La aguda observación de Orrego contenida en las citas anteriores exhibe una dolorosa realidad. Nos ponen frente a

situaciones de pasmosa vigencia no obstante remontarse al año de 1928, aplicables en diversos campos de nuestra vida política y universitaria. Hacer cátedra, hacer universidad y hacer país implica fundamentalmente vivir la cultura, no sólo practicar la regurgitación de conceptos, hechos, datos, formulaciones filosóficas, leyes o teorías científicas. Por eso Orrego considera que la gran empresa de los universitarios es vivir la cultura. Y rechaza el eruditismo vacío, carente de sustancia, que no sirve para la mejora individual ni colectiva. Postula, por el contrario, el conocimiento de nuestra problemática: “Necesitamos estudiar la calidad de nuestra América y crear nuestro propio pensamiento, nuestra propia política, nuestra propia economía, nuestra propia estética, nuestra propia historia”. (Orrego, 2011: I, 333). Según Orrego, en la tarea de hacer cultura, deben juntarse maestros y discípulos, en un solidario y fervoroso anhelo común, en el que todos brinden sus aportes. Sostiene que para crear una cultura viva y crear una verdadera nacionalidad es menester superar el libro y la letra muerta; escudriñar nuestra realidad y desde allí elevar nuestro pensamiento. Critica a las universidades porque no han despertado ni formado al hombre en los profesionales salidos de sus aulas. Tales profesionales aparecen, entonces, como criaturas débiles que marchan por la vida agobiadas por su título, por su carrera y por su lucro, sin responsabilidad moral, que lo mismo les da vivir con sus ideas, con la justicia, con la verdad, o sin ellas y hasta en contra de ellas. De esta manera, nada podemos esperar y exigir de profesionales con tales características, que son la degradación de la actividad universitaria. Formar al hombre y al ciudadano antes que al profesional es, pues, tarea primordial de la universidad. Pide a las nuevas generaciones realizar el objetivo más sagrado del hombre: la responsabilidad suprema de crear una nueva vida, esto es, vivir la cultura, realizarse por medio de ella, que le es privativa y sin la cual pierde su condición humana Y para vivir la cultura, en su opinión, es indispensable que la universidad se proyecte al pueblo y éste se incorpore a la universidad. Sobre esta relación entre universidad y pueblo añade los siguientes términos: “Universidad y pueblo son dos vasos comunicantes cuyo nivel superior o inferior lo determinan la mayor o menor mentalidad y moralidad de ambos. Son si se quiere dos factores intercambiables que presiden todo el proceso histórico”. (Orrego, 2011: I, 336). Estos conceptos fueron escritos en 1928; consecuente con ellos, en 1947, desde el cargo de rector de la Universidad Nacional de Trujillo sostuvo que la universidad “tiende a satisfacer las justas aspiraciones de los hijos del pueblo porque la universidad es, y así debe ser, la institución máxima de los hijos del pueblo”. (Orrego, 1947: 36). Pero no se quedó sólo en palabras, sus ideas las llevó a la acción. Y allí están sus realizaciones que han servido y siguen sirviendo a los hijos del pueblo: organismos académicos y obras materiales. La más alta misión espiritual que asigna a las universidades, aparte de la no menos alta que debe ejercer en el campo personal, es la de ser depositaria y discernidora de la experiencia histórica de un pueblo, sin la cual es imposible conseguir la consolidación y la estabilidad de las instituciones políticas. Esto conlleva la idea de una universidad dinámica, flexible e integral, puesta a tono con la vida contemporánea en todas sus manifestaciones. Por eso siente satisfacción al constatar que felizmente en el Perú, las generaciones universitarias del movimiento reformista iniciaron el acercamiento de la universidad al pueblo y de éste a la universidad, con el cual por primera vez se crea cultura opuesta al libro frío y a la letra muerta. EDUCACIÓN, CULTURA Y POLÍTICA Como la educación se inscribe en la esfera de la cultura y ambas se interrelacionan permanentemente, hacer labor de cultura, en el pensamiento de nuestro personaje, es hacer obra constructiva, educadora, imperecedera; es una acción que, en medio de hondas y lacerantes desgarraduras, decanta positivamente el espíritu, y con la cual el hombre deja su huella privativa en el curso de la historia. Precisamente, la cultura – para él- debe ser una cultura histórica, viva, encarnada en hombres concretos, no muerta, tampoco una simple tentativa de los académicos. Por ende, hay que saber vivir la cultura e incorporarla dentro de las fibras de nuestra vida. No debemos, tampoco, confundir cultura con ilustración académica; ésta implica memoria fría e inerte de la cultura pero no la cultura misma. Así, repetir un libro es muestra de ilustración; en cambio crear y vivificar el ambiente espiritual de una cátedra es una muestra de cultura y educación. Y Orrego fue verdaderamente un hacedor de cultura y un educador nato.

La idea de cátedra implica aporte, propuesta o planteamiento; en tal sentido, Antenor Orrego desarrolló cátedra no sólo en el aula, sino por diferentes medios: el periódico, la revista, el libro, la tribuna pública, y lo hizo en diversas esferas: filosofía, literatura, educación, historia, política... Ellas forman un todo polifacético pero coherente de su pensamiento, cuyo profundo humanismo lo llevó a sostener que el supremo fin del Estado es “la exaltación del hombre a su máxima plenitud espiritual, única razón de su origen y de su existencia”. (Orrego, 2011: I, 47). Es decir, concibe un Estado al servicio del hombre, y éste como el centro y eje de las aspiraciones políticas surgidas en una determinada sociedad. Y como considera que el hombre no puede abstraerse del quehacer político, por ser inherente a toda sociedad, bien hubiera suscrito las palabras de Georges Balandier cuyos estudios antropológicos muestran “que las sociedades humanas producen todas lo político y que todas ellas están expuestas y abiertas a las vicisitudes de la Historia”. (Balandier, 1969: 6). En su concepto, la política que merece llamarse tal tiene que ser vista y practicada como método o principio de gobierno, como línea coherente y permanente de acción, no como un simple anhelo pasajero nacido en vísperas de un proceso electoral. Y para que la política asuma un rango científico “es preciso que se alce sobre todos los puntos de vista particulares, y que sea capaz de coordinar una concepción global de la historia en cada situación concreta”. (Orrego, 2011: III, 290). Esto entraña que el contenido de la ciencia política reside en “comprender con claridad la necesidad del cambio o transformación social, que no es cualquier cambio arbitrario, caprichoso o utópico, sino aquel que fluye en un momento determinado de las situaciones morales, económicas, sociales y políticas de un país”. En tal sentido: “El talento o genio del gran estadista consiste en comprender y obrar en consecuencia en el sentido de ese cambio”. (Orrego, 2011: III, 296). Precisamente, para Orrego: “Estadista significa hombre previsor, cuya mirada sea capaz de abrazar grandes perspectivas de tiempo”. (Orrego, 2011: II,). De esta forma, en el pensamiento orreguiano, el estadista es el personaje que encarna y despierta los valores de la libertad de un pueblo como realidad concreta que emana de la historia, no como un conjunto de principios abstractos y, por consiguiente, es el hombre que sabe conducir a su pueblo a la posesión y goce de esa libertad; y el político es el que moviliza la opinión pública estructurando los partidos políticos, orientando y coordinando la acción táctica de la vida política de un país, en ejercicio de la libertad y eludiendo los obstáculos de las ambiciones egoístas e intereses mezquinos. Categóricamente, Orrego afirma: “Cuando en un solo hombre se da, a la vez, el estadista y el político, los pueblos poseen el gobernante perfecto”. (Orrego, 2011: II, 314). Y defendió ardorosamente el derecho de los ciudadanos a organizarse y orientarse mediante los partidos políticos, entidades o núcleos de la opinión ciudadana sustentados en principios y programas. Textualmente dice: “El concepto cabal de partido entraña la formulación de un programa orgánico de gobierno y de una línea coherente y constante de opinión pública para colaborar en las actividades del Estado o para alcanzar el ejercicio del poder público”. (Orrego, 2011: IV, 33). Entonces, orgánica y vigorosamente estructurados en una doctrina, los partidos políticos están llamados a cumplir una gran función educadora en la vida nacional, de modo que orienten a la ciudadanía en uno u otro sentido, controlen el poder, fiscalicen los actos gubernativos y, por lo tanto, el saneamiento de la administración pública. “En verdad, éstos -se refiere a los partidos- deben ser canales vivos y permanentes por donde fluyan, hacia la nación, las corrientes de docencia política que surgen de cada núcleo de opinión”. “Sin partidos políticos auténticos, que sientan profundamente su misión docente, desde su propio campo doctrinario, no tendremos jamás una verdadera democracia”. (Orrego, 2011: IV, 48-49). Orrego se preocupa por el liderazgo político y académico, porque sin liderazgo el país y sus instituciones carecerían de rumbo. Y al respecto pregunta: “¿Qué es pues la política? ¿Cómo debe ejercerla la minoría del pensamiento?”. Él mismo responde así: “Pensando y haciendo pensar a la masa; defendiendo nuevos sentidos de libertad; incorporando en la sensibilidad y en el pensamiento colectivos la necesidad de nuevas superaciones. La política no es dar un gobierno perfecto idealmente; es hacer que el pueblo merezca una autoridad mejor; es procurar que la colectividad sienta la urgencia de un gobierno más perfecto”. (Orrego, 2011: I, 70). Relacionó la cultura popular y la cultura política con la cultura universitaria. En oposición a los académicos europeos que vivían en su torre de marfil, el movimiento de Reforma Universitaria, propagado por toda América Latina a partir de 1918 y 1919, asignó a las universidades un rol social, ahora indiscutible. La Reforma Universitaria fue esencialmente un movimiento académico y social que abrió las puertas de las universidades al pueblo y contribuyó a democratizar el sistema educativo en general, al tiempo que se propuso crear una auténtica cultura latinoamericana. Fue el movimiento de más amplia proyección cultural

que ha dado nuestra patria continental. Y esa proyección tenía al pueblo como su destinatario. En esta perspectiva, Orrego sostuvo que la universidad no podía vivir y quedar aislada en la periferia de los pueblos, sino situarse en la médula vital de su ambiente o contorno. Y como la universidad ha vivido los vaivenes de la vida política de la república, en un movimiento pendular de gobiernos democráticos por su origen y de gobiernos autoritarios, él y las juventudes estudiantiles pensaron a lo largo y ancho de América Latina que la docencia en esta parte del mundo habría de caracterizarse por ser, primordialmente, docencia ciudadana, educación civil y política. En un Estado en el cual no se respetaban los derechos humanos, la universidad no podía vivir encerrada como en un claustro colonial, ciega, sorda, muda, insensible a las angustias del pueblo y al grito redentor de las multitudes. Tenía y tiene la ineludible obligación de proyectarse socialmente; asumir un compromiso con la justicia social. De allí la pregunta formulada por Orrego y su correspondiente respuesta: “¿Cómo puede el hombre consagrarse a la ciencia, a las artes y al ejercicio de las disciplinas intelectuales sino hay libertad? Hay que esforzarse por conquistarla previamente. Hagámonos, primero países justos para hacernos, luego países sabios”. (Orrego, 2011: V, 127). 3. LABOR RECTORAL Elegido el 15 de mayo de 1946, asumió sus funciones rectorales de la Universidad Nacional de Trujillo el 20 del mismo mes y año. Pero su gestión fue interrumpida al ser derrocado el presidente de la república, José Luis Bustamante y Rivero, por el golpe de Estado del general Manuel A. Odría del 27 de octubre de 1948. Eduardo Quirós afirma que Orrego es superior a la mayoría de rectores de esta Universidad. “Lo sostengo – anota- porque trabajé con él durante su corta estancia como Rector, desde su elección en la Asamblea (1946) hasta la tarde fatídica en que, con ropa de campaña y una balacera sin necesidad, el Gral. Víctor Rodríguez Zumarán, tomó por asalto la Universidad y llevaron a Lima a todos los miembros del Consejo Universitario, del cual yo era taquimecanógrafo”. (Quirós, 1993:11). En medio de la incertidumbre política de aquellos días, Orrego encargó el rectorado al vicerrector, Ing. Manuel Carranza Márquez. Y éste a los pocos días solicitó licencia; entonces las funciones rectorales fueron asumidas por el Dr. Segundo F. Estrada, en su calidad de decano de la Facultad de Derecho y catedrático principal más antiguo. No obstante la brevedad de su gestión –dos años, cinco meses, siete días- Orrego realizó intensa actividad, dentro de un acelerado proceso de transformación de lo que él denominó “proyecto integral de universidad nueva”, como se desprende de hechos tales como los siguientes: 1. Reorientación tanto del sentido general de la educación para el cultivo integral del ser humano, cuanto de la docencia universitaria que, con métodos dinámicos, como el seminario, pone en manos del alumno las herramientas esenciales de estudio y perfeccionamiento en su campo aún cuando haya egresado. 2. Organización del Colegio Universitario –creado por la ley de Reforma Universitaria de 1946entendido como centro de cultura general y antesala de la formación profesional y la investigación, cuyo funcionamiento se detuvo por el forzado alejamiento de su cargo y por la contrarreforma que luego sobrevino. 3. Incorporación a la cátedra, en cursos de ciencias y humanidades, de investigadores y especialistas de prestigio, tanto peruanos como extranjeros. 4. Creación de la Facultad de Educación con su respecto Colegio Secundario de Aplicación, gratuito, que aún funciona. 5. Creación de la Facultad de Medicina –cuyas funciones se iniciaron posteriormente-, toda una obsesión de su rectorado y anhelada por él como “la mejor de América Latina”; para su organización constituyó una comisión presidida por el renombrado médico peruano, científico y docente universitario en Estados Unidos, Dr. Eleazar Guzmán Barrón. 6. Acrecentamiento del número de alumnos en las diversas carreras profesionales. 7. Mejoramiento significativo de las rentas. 8. Impulso a la publicación de la Revista Universitaria, en receso desde 1943, y de la cual en el periodo 1946-1948 se editaron cuatro números, cifra proporcionalmente superior al de todas las épocas de su existencia. 9. Adquisición de una pequeña imprenta para los trabajos de las distintas oficinas, y con miras a ser un futuro departamento de publicaciones. 10. Ampliación de los vínculos de la universidad con instituciones académicas del país y del exterior.

11. Creación de los institutos de Psicopedagogía, Antropología y Literatura. 12. Ampliación e implementación de los laboratorios con nuevos ambientes, equipos y reactivos. 13. Progresivo avance de la Escuela de Ingeniería Química que, por la calidad de sus profesores peruanos y foráneos, remozamiento de laboratorios y anfiteatros, se coloca en el primer lugar entre sus pares de la república. 14. Habilitación de nuevas oficinas para los decanatos y demás dependencias. 15. Enriquecimiento de los museos de Arqueología y Zoología, así como el inicio del Herbario Regional. 16. Envío de alumnos becarios al extranjero por cuenta de la institución. Asimismo, viajaron a Estados Unidos, por cuenta de la universidad, profesionales para ser perfeccionados en docencia médica y luego incorporados como catedráticos de la Facultad de Medicina. 17. Incremento considerable de los volúmenes de la biblioteca. 18. Cuidado de la salud de alumnos, profesores y personal administrativo a través del Departamento Médico. 19. Construcción de una bóveda subterránea de concreto para el archivo de la Universidad. 20. Gestión para lograr la donación, por Vicente González de Orbegoso y Moncada, con fecha 10 de setiembre de 1947, de 30 hectáreas de terreno (después ampliada a 40) para la construcción de la ciudad universitaria e inicio de los trabajos preliminares de esa formidable obra. 21. Transferencia de sus derechos de posesión del conductor del extenso ejido municipal llamado “Grama de Mansiche” a la universidad, lo cual hizo posible la donación, por parte de la Municipalidad Provincial de Trujillo, de dicho terreno donde ahora se levanta la Facultad de Medicina. 22. Elaboración del Plan General de Ejecución de la Ciudad Universitaria, cuya primera etapa debió construirse entre 1948 y 1952, y en tres años más, la segunda. Dicho plan incluía: pabellones y ambientes de facultades, oficinas y servicios que hasta ahora no cuenta la UNT, a pesar del largo tiempo transcurrido, por ejemplo, ambientes para: el rectorado y la administración central, las facultades de Arquitectura, Ingeniería Civil, Veterinaria; museos, jardín botánico, jardín zoológico; almacenes y gimnasio. O pabellones de facultades y escuelas que iniciaron su funcionamiento en fechas posteriores: Medicina, Ingeniería Industrial, Ingeniería Mecánica, Odontología, Ingeniería Agrónoma, Ingeniería Zootécnica. Y también otros pabellones construidos con el correr de los años, cuya previsión la hizo Orrego. 23. Participación de los estudiantes en el gobierno de la universidad 24. Intensa actividad de extensión universitaria mediante conferencias y diversos eventos académicos a cargo de notables intelectuales, asimismo proyección hacia su contexto social. 25. Adecuación a los alcances de las disposiciones sobre la Reforma Universitaria para lograr que la institución responda a la realidad peruana, continental y al ritmo de la acelerada transformación científica, tecnológica, social y económica del mundo. 4. RASTACUERISMO INTELECTUAL La creatividad, la identidad cultural y el sentido de pertenencia a la colectividad peruana y latinoamericana son constantes transversales en el pensamiento orreguiano. Para él, la originalidad no puede ser un objetivo o un fin, sino una aptitud. Las obras del amauta traducen su permanente preocupación por una expresión cultural original y un enfrentamiento al europeísmo y a toda forma de colonialismo mental o alienación. Lo cual no entraña el rechazo absoluto al aporte de otros pueblos, sino su asimilación, adaptación o recreación según nuestra realidad, en la permanente afirmación de las manifestaciones culturales del Perú y de América Latina. Orrego combatió la imitación simiesca de patrones culturales exóticos, pero no cayó en el etnocentrismo. Pensó que el intelectual no tiene una palabra de orden distinta a la de crear. Y le señaló como responsabilidad suprema crear nueva vida, y para crearla es preciso vivir la cultura, lo cual implica la proyección de la universidad al pueblo y la incorporación de éste a la universidad. Fue severo con la ostentación de quienes no digieren sus lecturas e incurren en lo que él denominó “rastacuerismo intelectual”. No fue chauvinista ni jingoísta. Rechazó el nacionalismo agresivo y se proyectó hacia una dimensión continental y universal. El texto siguiente constituye una evidencia de su énfasis en las expresiones creativas.

Pocos son los escritores de América Latina que no luzcan sus citas bibliográficas, como el fazendeiro brasileño, como el estanciero argentino o como el hacendado o gamonal peruanos lucen sus alhajas y sus joyas. Es regocijante abrir buena parte de las revistas o de los libros latinoamericanos para mirar la cintilación cegadora de toda suerte de chismes, artilugios y referencias eruditas. De pronto, el lector queda deslumbrado por ese resplandor de biblioteca que destaca el saber del escritor, como en un escaparate de sabiduría. Pero, a poco que se intente atrapar el pensamiento o la idea personal del autor, se da uno de bruces contra la atonía del vocablo yerto, acaso porque como esos cendales de nubes que se desgarran en las ramas que se encuentran en la ruta, el pensamiento queda prendido hecho jirones en las zarpas acuchilladas de las citas. El lector tiene que renunciar a la inquisición de lo que se quiere decir en el texto porque en lugar de una reflexión trabada y orgánica se encuentra con una antología bibliográfica. Todo ello no es sino infantilismo mental con el mismo valor sicológico del rastacuero que intenta hacer creer a los otros lo que pretende ser, pero que, en realidad, no lo es todavía. Si el uno ostenta leontinas y sortijas, el otro ostenta citas y referencias, ambos elementos absolutamente externos con que se disimula la vacuidad de la propia alma. El escritor latinoamericano es, por lo general, proyecto de gran escritor que se queda sin serlo. La parada mental, los gestos sibilinos, ademán docto y estirado sabe ejecutarlos con perfecta habilidad. Carece en absoluto de autenticidad humana y pocos hombres se mienten a sí mismos como a los demás. Llegan a falsificar su propio ser hasta un grado inconmensurable. Nos encontramos frente a ellos, no con un semblante, sino con una máscara. Mimetismo casi zoológico que da la razón a Keyserling cuando afirma: que en principio no fue la verdad sino el disimulo y la mentira. No sólo ostentan sus joyas eruditas, sino, también, como el rastacuero, sus amistades célebres. Rastacuerismo social y rastacuerismo intelectual del hombre que no se siente seguro de sí mismo, que es incapaz de asentar a plomo los pies sobre la tierra que pisa. En medio de este eruditismo de taraceo, entre los muñones sangrantes de las citas librescas, entre los cangilones de este mosaico bibliománico en que se retacea, sádicamente, a los autores, no queda ya lugar para ningún pensamiento personal. Extensos sectores de la juventud están perdiendo toda curiosidad y autonomía mentales, toda libertad interior de pensamiento, porque bajo el agobio de un dogmatismo de nuevo cuño, el cerebro se paraliza y es imposible pensar por cuenta propia. Cuando a la iniciativa del pensamiento reemplaza la referencia autoritativa, el cerebro ya no puede hacer otra cosa que juego de palabras y frases vacías, es decir, pura, monda y lironda logomaquia. Todo ello no es más que pereza mental, miedo al esfuerzo individual y penoso. Más fácil que pensar es el escarceo o picoteo en las páginas ajenas, el taraceo abigarrado de retazos y de muñones de textos. Crear es algo doloroso y urticante, mucho más difícil y angustiador que levantar un escaparate de citas y lucirlas, luego, como el rastacuero luce sus cadenas, sus sortijas y sus diamantes. La ostentación de la llamada, de la cursiva o del asterisco se ha hecho entre nosotros una enfermedad intelectual, tanto más destructiva cuanto más congelante de nuestras potencialidades intelectuales. Si América es un continente nuevo, tenemos que mirarla con ojos nuevos y no a través de centones o de infolios. Asimilemos el pensamiento europeo -¡cómo no!- tan asimilado que se convierta en carne viva, en tejido entrañado y congénito, pero, no lo troquemos en mimo o mueca grotesca, en mera anteojera deformante de nuestro desgarrador y vernacular dramatismo. ¡Qué podremos extraer de nuestra realidad si nos empeñamos en cribarla a través de la retícula de textos ajenos! ¡Cómo vamos a ser universalmente valederos si nos empeñamos en repetirlo como tautología de citas muertas! El relleno con guijarros librescos no ha dado jamás con una veta original. Esta lección hemos debido aprenderla ya, si hemos cursado con provecho cuatro siglos de historia. La imagen del rastacuero que traigo a estas páginas, no es una imagen improcedente y baladí, porque es el remedo y el tatuaje mental que esteriliza nuestras potencialidades creadoras, que se aploman sobre nosotros y nos abruma. Política y culturalmente no seremos libres, sino, simplemente libertos y manumitidos mentales mientras sintamos la añoranza de las palabras y de los ademanes extraños. Si sentimos el pensamiento europeo como yugo y no como sustancia nutricia y alumbradora ¿cómo habremos de alcanzar nuestra autonomía, nuestra soberanía y mayoría espirituales? La mera información libresca –mientras más abundante, más corrosiva- acaba siempre en batiburrillo o poupourri ideológico o estético. En un solo artículo sobre marxismo se hacían cierta vez doscientas citas con referencias a igual número de libros. Desde luego, el lector caminaba a trompicones porque cada cita

se levantaba como un bache, y lo que quiso decir el escritor se esfumaba entre sus aristas tajantes. Como el fluido eléctrico, el pensamiento –si es que lo había- tendía a escaparse por las puntas bibliográficas. En América hemos subvertido los términos del pensamiento, como en tantas otras cosas. La información o la referencia no son un fin en sí mismos, sino vehículos y medios para pensar, contenidos y realidades inmediatas. Mucho más que para pensar, para trasmitir y hacer entender nuestro propio pensamiento, mediante el cotejo con el pensamiento ajeno. Si las desplazamos de esta función subsidiaria y humilde, función auxiliar de la que no debe abusarse, las ubicamos en el centro mismo de la meditación individual y corremos la suerte del fazendeiro brasileño que se disuelve entre sus sortijas, sus amistades y sus brillantes. Quiere decir esto, que el hombre, como tal hombre, desaparece y queda sólo el escueto mono mimetista y gesticulante. El hombre que encarna las fuerzas vivientes y creativas en su ambiente bien puede pasarse sin información, pensaba Laotsé. Lo esencial no es acumular datos, ni apilar documentación bibliográfica abundante sino pensar con profundidad, hacerse uno mismo, mediante una faena lenta, trabajosa y penosa siempre, el órgano histórico y espiritual de su pueblo. La función del escritor es una función social y tiene que encontrar su propia expresión personal, si quiere ser un valor significativo de liberación, alumbramiento y cultura colectivos. No puede transferir a los otros –y menos a los pensadores extranjeros- la faena que por natividad imperiosa, le toca cumplir inexorablemente. Las realidades concretas sólo pueden encontrar su expresión adecuada en el hombre que las vive. Las referencias, en ciertos casos, pueden ayudar a definirlas, pero, sólo las imágenes y los símbolos que emergen en el ámbito mismo del que piensa, las trasmiten en su virtual, congénita y auténtica integridad. Buena parte de la labor universitaria de América, se congela en los textos. Rara vez surge una entonación audaz que, a su vez, promueva vocaciones originales. Naturalmente, no me refiero a esa audacia del mulo, que decía Nietzsche, que bordea el abismo porque es incapaz de sentir el vértigo, sino, a esa audacia consciente y valerosa de una vida abnegada en servicio del conocimiento. Pero, a una vida de semejante soporte espiritual, no se llega con el rodrigón de la papeleta bibliográfica. Un ratoncillo puede devorar una biblioteca –cuando es cierto que la devora- pero es incapaz de acuñar un solo pensamiento que llegue al corazón de los hombres, que lo ilumine y lo estremezca. Cuando un escritor está siempre en postura de sabiduría y en mueca cristalizada de celebridad, puede alelar a lo tontos o deslumbrar a los mentecatos, pero, con toda certeza, ahoga sus vivencias más profundas y personales. El pensamiento diáfano y creador, no surge entre los escombros de los textos, ni entre las piezas anatómicas muertas de una morgue de citas. Necesita friccionarse, encadenarse siempre dolorosa y trágicamente, con los filos abrasivos de la vida. El pensamiento más lúcido y sereno tiene a sus espaldas y a sus flancos, como montándole la guardia, un esfuerzo bronco, oscuro y agónico. De la estridencia exhibicionista no surge nada sustancial. Es, casi siempre, un signo seguro para hacer, a primera vista, un diagnóstico de la vacuidad y mediocridad de un escritor. La chispa que fulgura brota del frote áspero con la existencia humana, pero el pedernal que la enciende, queda con las aristas tajadas y rotas. Tal es el precio ineludible que hay que pagar por un fruto tan opulento. Si América ha de surgir con una significación universal, surgirá a través de sus cuitas y de sus grimas más angustiosas; jamás de los escaparates y de las ferias de sabiduría. Habrá de tajarse en las zarpas de su tragedia. Esa América sólo será de una manera tangible en el doliente drama personal de cada uno de sus pensadores, de sus poetas y de sus artistas. Porque en el proceso vital de una cultura, sólo cuenta la potencia individual y personal, como encarnación de las fuerzas históricas y sociales. América es una de las tierras más exuberantes en incitaciones para forjar una egregia misión humana, pero, si no surgen los órganos adecuados para captarla y expresarla en toda su original grandeza y profundidad, ¿cómo podrá incorporarse en la historia y en el acontecer espiritual del mundo? El brillante que destella, como una rosa de luz, ante el resplandor del sol, sólo puede ser porque hubo una mano que descendió tremulante y transida, a las entrañas de la tierra y lo extrajo para tallarlo y bruñirlo con su decisión de sacrificio, de amor y de belleza. (Fragmento del prólogo a la 2ª. edición (1957) de Pueblo-Continente, en Obras completas, 2011: I, 126, 127.130).

5. MENSAJE A LA JUVENTUD

Orrego siempre pensó en la juventud. Su obra, como maestro y escritor, así lo demuestra. Ha dejado páginas en las cuales, ya sea de modo expreso o implícito, están presentes sus preocupaciones por los jóvenes. PuebloContinente, uno de sus principales libros, lo dedicó a la juventud de nuestro país y de América. Este libro fue escrito cuando su autor sufría terrible persecución por razón de sus ideas. Vivía en clandestinidad, para evitar ser apresado como en numerosas ocasiones ocurrió, por defender la libertad, la democracia, la educación del pueblo, la justicia social. Según el propio autor, la obra “nace en medio del fragor de la batalla, cuando es más agudo el estridor del choque”, por los años de 1936 y 1937 en los que, debajo de la serenidad percibida en la superficie, “como dominio de la explosividad y del vocerío jadeante del palenque bélico, subyace la permanente angustia del perseguido político, la dilaceración del ciudadano que ha sido cercenado, por la fuerza brutal, de su convivencia jurídica y civil, la agrura violenta del hombre que se ve forzado a mirar la calle por el ojo clandestino de un tragaluz”. (Orrego, 2011: I, 131). A diferencia de los intelectuales de nuestros días, que escriben en un ambiente de serenidad y comodidad, Antenor Orrego no disfrutó de ese reposo, su obra nació en un clima completamente adverso, tenso, sus páginas se gestaron a salto de mata. Por la brusca irrupción de la brigada policial encargada de perseguirlo, se veía obligado a cambiar frecuentemente de refugio, con lo cual las ideas y frases quedaban bruscamente cortadas. Ante cada inminente asalto, tenía que salir presuroso con sus papeles y sus pocas cosas personales, para asilarse en otro lugar. Cuánto debió sufrir Orrego por salvar su obra, “entrañable hijo de mi espíritu – dice-, que bullía a medio nacer en mi corazón, sabedor, como lo era, de la brutalidad exasperada de mis perseguidores”. Por salvar su vida y su obra, muchas veces quedaban dispersas algunas cuartillas, hecho que lo obligaba a rehacer capítulos o páginas para insertarlos en el texto. (Orrego, 2011: I, 131). En esta obra se trata con hondura la originalidad, la identidad e integración de América Latina, ideas vigentes en nuestros días y que los estudiantes, profesionales y ciudadanos están llamados a conocer. Un profético y bello anuncio por alcanzar unidos el desarrollo de nuestros países. Por otro lado, El monólogo eterno es un pequeño libro de expresiones breves en cuyas páginas su autor le habla al lector como si lo tuviese a su lado, de modo conversacional, como si lo aconsejara. En él se encuentran sentencias aforísticas, textos cortos, proposicionales o doctrinales, máximas o proverbios, normas morales para ajustarlas a una forma de obrar, un ideario de conducta, sugestiones de comportamiento ético, reflexiones sobre estética; en pocas palabras, una serie de pensamientos que contienen valores plenamente humanos defendidos por Orrego. Por lo general, su contenido está presentado en forma de dualismos: reúne dos ideas o principios diversos y contradictorios para buscar dilucidarlos: amor y concupiscencia, legalidad y moralidad, modestia y conocimiento, el “es” y el “debe ser”, dolor y responsabilidad, voluntad y sabiduría, palabra y espíritu, virginidad y cristianismo, ilusión y esperanza…Establece relaciones y destaca los valores frente a los desvalores. Años más tarde, Abraham Maslow hará algo semejante, el contraste de las meganecesidades humanas con las megapatologías: verdad, en vez de deshonestidad; bondad, mejor que maldad; unidad, integridad y trascendencia, en vez de división e inmediatez… Se trata de un hermoso libro que todo joven y ciudadano debería leer. Profundo, vibrante, luminoso, de vasta proyección de ideas y realizaciones, anuncia la alborada de un nuevo hombre educado para labrar un futuro pletórico de libertad, justicia, amor y belleza. En este punto se transcriben algunos textos que merecen atención de la juventud: -

“A las nuevas generaciones del Perú y de América” (Pueblo-Continente)

-

“Vida y peligro” (El monólogo eterno). A LAS NUEVAS GENERACIONES DEL PERÚ Y DE AMÉRICA

Dedico este libro a las nuevas generaciones del Perú y de América que sienten el acendrado, el vivo apremio de encontrar su propia alma. A los veinte años hice la primera salida de este viaje en que estoy casi por completo de vuelta. Iba a la busca de nuestra América, de esa América que latía aún bajo los paños mortuorios de un remotísimo ayer y que no acaba todavía de romper la crisálida sepulcral para resurgir hacia un nuevo ciclo de vida.

Entonces nuestras tierras estaban ancladas del todo en las aguas feéricas de Europa. Nuestros buzos más conspicuos y atentos habían fondeado sus escafandras en aquellos golfos donde se escuchan las voces alucinantes de las sirenas áticas, el aullido imperial y cesáreo de la loba romana, el trémolo escolástico y metafísico del Doctor Angélico, el pesimismo racionalista y crítico del filósofo de Koenigsberg, que nos decía, con el particular acento del que ha encontrado la meta definitiva de una cultura: ¡Non plus ultra!; ¡Non plus ultra! Era un itinerario fascinante, pero, un itinerario que no era el nuestro. La sirte procelosa no es sólo abismarse en los sumideros de los maelstroms frenéticos y siniestros; es, sobre todo, la equivocación de la ruta. Se extravía y naufraga, también, el viajero, en un país de maravilla, donde el alma asolada, sin conexiones vitales con la tierra extraña no puede encontrar la sabiduría profunda de sí misma. Un paisaje dorado y riente bien puede ser un sepulcro. Se vive entonces, como un cascarón flotante, vacío de toda gravitación espiritual, cual una libélula en pos de los castillos multicolores del ensueño. ¡Estábamos deslumbrados y, por ende, estábamos, ciegos! ¡Era el agudo resplandor de la fantasía del niño ante los bengalas polícromos de la ilusión! América no era, porque no éramos, tampoco nosotros: porque habíamos sido arrebatados de nosotros mismos. Ciertamente, esta evasión excéntrica producíase como en aquellas leyendas infantiles en que la princesa resplandeciente de juventud y hermosura, tornábase, bajo el embrujamiento de un mágico hechizo, en la viejilla desmedrada y enteca de la conseja. Vosotros, también, jóvenes del Perú y de América, habéis emprendido este viaje, que es toda una aventura peligrosa, porque no hay sendas conocidas que guíen vuestros pasos. Pero, antes que la pérfida definitiva, es preciso, por lo menos, intentar la salida. Revestíos de la valerosa audacia necesaria a que el destino de vuestra progenie os empuja. La estridencia trepidante del Viejo Mundo os ha descubierto sus rajaduras irremediables, y descubriéndolas ha desvanecido vuestro deslumbramiento. Sois una promoción histórica privilegiada porque el desencanto de lo ajeno y de lo extraño ha traído la fe y la esperanza en vosotros mismos. Sé que esto sólo se alcanza a través de profundas y dolorosas desgarraduras; pero, es preciso que cada hombre y cada pueblo asuma la majestuosa responsabilidad de su lágrima y de su dolor, porque la mariposa no surge hacia la luz sino después de romper y desmenuzar en cendales el sudario que la envolvía. A lo largo de mi camino, modesto pero valeroso, también he ido dejando ciertas señales para vuestro servicio. Algunas de ellas las consigno en este libro y abrigo la esperanza de que contribuirán en algo al mejor y más acrecido éxito de vuestra empresa. Por eso, desde lo más hondo de mi fe os lo dedico, porque mi fe está ansiosa del porvenir de nuestra América. Trujillo (Perú), enero de 1937. (Pueblo-Continente, en Obras completas, 2011: I, 120-121).

VIDA Y PELIGRO -Has de estar cuarenta veces al día en peligro de muerte para que tu espíritu no se ablande como la cera. Es preciso que al borde del naufragio, al borde del sumidero definitivo, te salves, también, otras cuarenta veces definitivas. -Aquel que construye su tienda y se pone al abrigo de las inclemencias y de las traiciones de la naturaleza será el victorioso del primer peligro y el vencido de las treinta y nueve restantes. Pero eso es no vivir, sino eludir el vivir. -Vivir es ser el vencedor de las cuarenta veces definitivas y, al día siguiente, recomenzar de nuevo. -El peligro es para el espíritu como el temple para el acero. Hay que sumergirnos siempre en este baño que conserva nuestra juventud eterna. -El azar es padre del peligro y el fuerte cuenta con el azar para su victoria. Existieron cierta vez dos hombres que habitaron la orilla derecha del río eterno de la vida. El torrente era caudaloso y había peligro en atravesar la corriente. Pero, en la orilla izquierda, manaba de la roca viva la fuente de la eterna juventud que estaba guardada en la noche por un dragón voraz, y era accesible solo en pleno día. Los dos hombres, después de trabajosas meditaciones obtuvieron el secreto.

Hiciéronse fuertes, vigorizaron sus músculos, aceraron su voluntad y un día estuvieron en actitud de tentar la peligrosa aventura, y así lo hicieron con éxito. Pero uno de ellos encontró que el esfuerzo diario, además de peligroso era demasiado duro y, para ahorrarse de ambos, construyó un puente para su uso exclusivo. De esta suerte pasaba fácilmente de una orilla a otra todos los días, mientras el otro se esforzaba y desafiaba el peligro. Mas llegó un día en que las aguas de las montañas se precipitaron hasta el valle y el torrente arrebatado descuajó el puente de la comodidad y de la vida fácil. Los dos hombres, cumpliendo su menester cotidiano, encontrábanse en la orilla izquierda. El sol se ocultaba allá tras los altos picachos fragorosos. Acercábase la hora en que el monstruo salía de su guarida. El hombre que había vivido siempre en peligro y que conservaba sus músculos ágiles y fuertes, pudo atravesar victoriosamente la corriente. El otro, debilitado por la comodidad de su puente, fue arrastrado y despedazado contra las rocas. Por haber eludido treinta y nueve veces definitivas el peligro, fue devorado definitivamente al encontrarse por segunda vez frente al azar. En verdad, los hombres han perdido la memoria del paraje en que brota la fuente de la eterna juventud. Sus linfas fluyen reflejando el azul puro del cielo y están esperando que el hombre las encuentre de nuevo. (El monólogo eterno, en Obras completas, 2011: I, 98-99).

6. TEXTOS LITERARIOS Aquí presentamos algunas páginas orreguianas de crítica literaria. Primero, un fragmento del libro en el cual se refiere a sus vinculaciones con el poeta César Vallejo, luego párrafos de los prólogos a “Trilce” segundo poemario del mismo vate- y a “El libro de la nave dorada”, de Alcides Spelucín. MI ENCUENTRO CON CÉSAR VALLEJO Este es el título de un libro póstumo de Orrego. En la segunda edición de Pueblo-Continente, en 1957, se anunció su próxima publicación, lo cual ocurrirá recién el año de 1989 en Bogotá. Se trata de una obra autobiográfica, en cierta forma, pero centrada en las relaciones con los miembros del Grupo Norte, y de modo especial con el poeta César Vallejo. Gracias a este libro se conocen muchas facetas del propio autor, así como de Vallejo y de su grupo en conjunto. Los editores han incluido artículos periodísticos, cartas y fotografías atinentes al contenido de la obra, así como el prólogo a “Trilce”. (Tomo III, Obras completas de Orrego). Es una reivindicación del vate y una guía para los jóvenes. Vallejo tuvo muchos detractores. La crítica literaria había maltratado fuertemente al poeta de Santiago de Chuco, pero nadie en forma tan despectiva como lo hizo Clemente Palma en la revista Variedades de Lima. Este personaje, cuando comenzó a producir la nueva generación de intelectuales del país, fungía como el crítico mayor en temas literarios. En la citada publicación, dirigida por él, insertó un poema de Vallejo (“El poeta a su amada”) acerca del cual descargó terribles calificativos: “tonterías poéticas más o menos desafinadas o cursis”, “adefesio”, “burradas”, “mamarracho”, y además dijo que el autor era “la deshonra de la colectividad trujillana” y ésta debería echarle lazo y amarrarlo “en calidad de durmiente en la línea del ferrocarril a Malabrigo”. El primero en saludar la producción poética vallejiana fue Orrego. Al poco tiempo de conocerlo, en conversación personal, le dijo al vate que veía en él la posibilidad de un poeta extraordinario. Y cuando acogió en La Reforma el poema “Aldeana” anunció la aparición de un gran poeta. En 1916, en una reunión del Grupo Norte, vaticinó la genialidad de Vallejo. Haya de la Torre, lo recuerda así: “Antenor se puso de pie y brindó

Orrego y Vallejo, Trujillo, 1916

por el ‘nuevo genio de la poesía que tomará el puesto de Darío’ […] Orrego con aquel su tono de vaticinador, pero al mismo tiempo de maestro[…] dijo algo así como esto: […] Tú eres genio, yo te proclamo el genio de la poesía americana […] Te proclamo yo humildemente […] aquí en Trujillo […] Tú eres el poeta nuevo superando en una ruta estelar a Darío” . (Haya de la Torre y Sánchez, 1982: II, 140). Y cuando se publicó Los heraldos negros, primer libro de Vallejo (fechado en 1918, comenzó a circular en 1919), sólo recibió el cordial saludo de un artículo del amauta en Trujillo y otro de Luis Alberto Sánchez en Lima; los demás críticos guardaron silencio. Similar actitud se produjo con Trilce en 1922. A continuación algunos fragmentos de Mi encuentro con César Vallejo. Corría el año de 1914. Había cumplido justamente 22 años. Vallejo era casi tres meses mayor que yo, pues había nacido en marzo y yo en mayo del año 1892. Por esa misma época me hice cargo de la jefatura de redacción del diario La Reforma. Su propietario, el doctor Cecilio Cox, me dio amplísima autoridad que contrastaba con mis pocos años y, de hecho, la orientación intelectual del periódico. Hacía entonces el tercer año de la Facultad de Jurisprudencia y el primero de la antigua Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas, que era, por entonces, la preparación universitaria para el ejercicio de la carrera diplomática y burocrática del Estado. César Vallejo me parece que hacía el curso para el bachillerato de Letras, pues al año siguiente, para optar el grado académico, presentó su tesis sobre el “Romanticismo en la poesía castellana”. Eran sus compañeros de estudio, entre otros, el poeta Oscar Imaña y Federico Esquerre. Trabamos amistad en los claustros trujillanos. Creo que fue Víctor Raúl Haya de la Torre, quien me presentó al poeta, a solicitud del mismo. Conversamos muchas, muchísimas veces. Desde luego, el tópico literario surgía con frecuencia en las charlas juveniles. Ya por esa época publicaba yo artículos en varios periódicos y revistas del continente. Tenía, pues, cierta autoridad y prestigio literarios. Me enteró, no sin cierta timidez, que componía versos y requirió mi opinión para cuando los conociera. Accedí de buena gana, aunque un tanto desconfiado de su talento poético, pues conocía algunas composiciones pedagógicas que había publicado en “Cultura Infantil”, órgano del Centro Escolar de Varones, que editaba Julio Eduardo Mannucci, director de ese centro, y compañero mío de estudios universitarios. Cuando escribo estas líneas la imagen del poeta está aferrada, como estampada en mi recuerdo. Un aura de penetrante simpatía fluía de toda su persona. Paréceme verlo todavía, a una distancia de más de treinta años. Figura magra, escurrida en demasía, flexible, ligeramente dislocada al caminar, de mediana estatura. Frente vasta, alta, sin ninguna arruga, con suavísima prominencia en la parte posterior. Caía sobre ella, con gracia viril, desordenada en ocasiones, una bruma, copiosa y lacia cabellera. Vigoroso el entrecejo, mas sin dureza, ni acrimonia. Empero, lo característico de su semblante eran los ojos buidos y oscuros, sumergidos a pique en dos cuencas profundas, abismales casi. Parecían taladrar, estuporados de misterio, el enigma de la vida, desde la honda sima de su alma. Y, luego, los pómulos salientes y el audaz mentón beethoveano que avanzaba, como una quilla cuadrada y resuelta, que acometiera, por anticipado, el duro destino que le aguardaba. El rostro, en conjunto, de rasgos originalísimos, daba la impresión tan honda, difícil de borrar de la memoria, mezcla de bondad y energía, a la vez. No tenía puras facciones de indio, ni tampoco de blanco. Menos aún esa hibridación fisonómica del mestizo tan frecuente en nuestro pueblo. Repito que era una efigie original, de vigorosa, armoniosa y enérgica unidad de expresión. El pergeño, en conjunto, traía al recuerdo la imagen de un Abraham Lincoln moreno. Tenía, más bien, por sus facciones, por sus gestos y por su color amacigado, el aire de un hindú. Hablaba poco y poseía una noble seriedad en la actitud. Jamás le vi colérico, aunque se le adivinaba transido por angustiosas inquietudes internas. Era incapaz de herir a nadie. Magnánimo y tolerante siempre. Cuando se producía una situación tensa o violenta entre amigos, le afloraba el humor a los labios. Una graciosa y amable agudeza deshacía la tempestad inminente, como por ensalmo. Ambos supimos, desde el primer instante, que íbamos a ser amigos de toda la vida. Lo supimos por esa intuición juvenil que nos alumbra, a veces, desde el futuro, panoramas enteros de nuestra propia existencia. Me dijo, mucho tiempo después, en una hora de confidencia, que la noche de nuestra primera charla, acostado ya, vio en relación conmigo, circunstancias concretas y precisas que, años adelante, lo sorprendieron como realidades soñadas. Indudablemente, poseía extrañas facultades premonitorias. -Asisto, en ciertos momentos inesperados –me expresó en una ocasión- a escenas vívidas que no me han ocurrido, como si las recordara, y que me llenan de terror porque creo estar loco.

Algún tiempo después fui testigo presencial de una nueva manifestación de esta proclividad visionaria. Vallejo estaba asilado en mi rústica casa de campo –en Mansiche, pueblecillo rural cercano a Trujillo- que nuestros amigos la bautizaron con el nombre de “El Predio”. El poeta eludía, por esa época, la persecución de la justicia a consecuencia de los sucesos de Santiago de Chuco. Dormíamos ambos en el único dormitorio de la casa. Una noche despertéme sobresaltado a los gritos angustiosos de mi huésped que me llamaba desde su lecho. Cuando abrí los ojos en la penumbra, Vallejo estaba delante de mí, temblando como un azogado de la cabeza a los pies: -Acabo de verme en París –me dijo- con gentes desconocidas y, a mi lado, una mujer, también, desconocida. Mejor dicho, estaba muerto y he visto mi cadáver. Nadie lloraba por mí. La figura de mi madre, levitada en el aire, me alargaba la mano, sonriente. Y añadió: -Te aseguro que estaba despierto. He tenido la visión en plena vigilia y con caracteres tan animados como si fuera la realidad misma. Siento que voy a perder el juicio. Levántate, por favor. Inútiles fueron mis esfuerzos por calmarlo. No dormimos ya el resto de la noche. Hicimos café. El alba nos sorprendió conversando. Cada vez que recordaba esta circunstancia tenía la certeza que habían tenido su raíz en esa visión, aquellos bellísimos y admirables versos en que se siente batir un extraño aletazo de misterio y que comienzan así: Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo… Y aquellos otros en que el poeta anticipa la escena de sus propios funerales: …mi defunción se va, parte mi cuna, y, rodeada de gente, sola, suelta, mi semejanza humana dáse vuelta y despacha sus sombras, una a una… La confirmación me la dio el mismo Vallejo cuando me envió desde París, en las postrimerías de su vida casi, la copia de ambas composiciones, con una nota al pie que decía: “¿Recuerdas, Antenor, esa visión terrorífica que tuve una noche en tu casa y que me causó tan invencible pavor?” Un día de ese mismo año que finalizaba, Vallejo traspuso la puerta de mi oficina en la redacción de La Reforma. Traía debajo del brazo un abultado fajo de papeles manuscritos. Supe, de inmediato, que eran los versos. Lo eran. Conversamos un rato breve. El poeta estuvo aturdido y nervioso. No pudo serenarse. Le prometí comenzar la lectura esa misma noche y le di una cita para la semana siguiente. Eran unas cuarenta composiciones de la más varia estructura. Habían sonetos de irreprochable factura clásica y tradicional. Versos endecasílabos, octosílabos y heptasílabos. Asombraba el dominio técnico y la maestría de la versificación castellana en un mozo de su edad. Se veía que conocía bien la literatura española en general y, singularmente, la del siglo de oro. Llamaban la atención unas cuantas composiciones en que imitaba a Lope, a Tirso, a Gracilazo, a Góngora. Unas pocas en que manejaba donosamente el castellano antiguo a la manera del Arcipreste o del marqués de Santillana. Pero, de modo especial marcábase la impronta de los poetas pertenecientes al grupo modernista americano: Rubén Darío, Herrera Reissig, Leopoldo Lugones. Notábase que allí estaban sus preferencias del momento. La influencia del segundo era ostensible, cuya manera, elegancia, refinamiento y originalidad de expresión reproducía con admirable habilidad, a tal punto que habría sido muy difícil distinguirlas de las del propio poeta uruguayo. Esta influencia persistió todavía en Los heraldos negros. Vallejo jamás buscó la originalidad por la originalidad misma y sólo llegó a ella sin proponérselo, por necesidad interna de su emoción estética que era profunda, virginal, novísima. Por esta razón puso al frente de uno de sus libros unas palabras mías, de Notas marginales: “La originalidad no es un fin, es una aptitud”. Al término de la lectura, tuve la diáfana intuición de que había surgido en el Perú una de la vocaciones poéticas y literarias de más extraordinaria y preclara estirpe humana. Malgrado el predominio de la imitación en todas estas composiciones, rompía, en veces, aquí y allá, un resplandor de calidad primigenia que

anunciaba la poderosa genialidad de un auténtico poeta. Pero sentí, también, dentro de mí, la tremenda repercusión y la responsabilidad –casi responsabilidad sagrada- que iban a tener mis palabras para el futuro literario del poeta. Releí y medité mucho durante varios días. Marqué aquellas expresiones y pasajes que mejor revelaban su temperamento. Habían terminado los estudios universitarios del año. La mayor parte de estudiantes se disponía a regresar a sus hogares de provincias. Eran los primeros días de enero de 1915. Vallejo me visitó de nuevo conforme a nuestra cita. Le abracé ya con fraternal y admirada cordialidad y le hice sentar frente a mí. El mozo, no obstante sus visibles esfuerzos, no podía refrenar su tremulante ansiedad. Parecía un chiquillo delante de un juez que había sorprendido el secreto recóndito de sus entrañas. ¡Nunca olvidaré ese candor traslúcido en que un alma juvenil se entrega a otra alma, sin palabras, sin gestos, con un silencio profundo y tenso, casi patético a fuerza de simplicidad. Esos instantes no se viven sino una sola vez y no vuelven más. Por mi parte, yo estaba, también conmovido hasta el fondo más radical de mi ser y balbuceante, con palabras tajadas por filos invisibles, rotas, por momentos, comencé a hablar. Me sentía anonadado, desarmado ante la insólita escena. Lo que le dije exactamente, no lo sé, ni puedo saberlo nunca. Pero guardo la impresión global que intentaré traducirla, a una distancia de cuarenta años, en mi lenguaje de hoy: -César, he visto a través de tus versos barrenando, diré, las paredes literales de tus palabras escritas, la posibilidad de un poeta extraordinario, pero, a condición de que te esfuerces por alcanzar la fuente más auténtica de tu espíritu. Luego, debes expresar lo que allí encuentres con tu propio y más genuino estilo personal que tienes que crearlo, porque traes algo que es absolutamente nuevo. Si fueras cualquier otro poeta, te aconsejaría que publiques, sin pérdida de tiempo, un libro, que te traería prestigio y aplausos inmediatos. Pero, contigo debo tener la máxima exigencia, aquélla que mi responsabilidad me dicta este momento. Olvídate de estos versos y ponte a escribir otros durante los meses de vacaciones, concentrándote resueltamente en ti mismo. Debes tener la seguridad que posees algo que nadie ha traído hasta ahora a la expresión poética de América. Y luego, escogí, de entre todo el haz de versos, aquéllos que se titulaban Aldeana, y algunos otros más señalándole las expresiones que antes había subrayado con lápiz y que, a mi juicio, revelaban con más claridad, el sentimiento de su obra futura. El poeta no me dijo nada. Lo intuí recogido sobre sí mismo y hondamente conmovido. Me abrazó efusivo y se despidió. Esa misma semana inserté en la página literaria de La Reforma la composición antes mencionada, y que comienza así: Lejana vibración de esquilas mustias en el aire derrama la fragancia rural de sus angustias. En el patio silente sangra su despedida el sol poniente. El ámbar otoñal del panorama toma un frío matiz de gris doliente! Al pie, puse una breve nota que decía más o menos, de esta manera: “Saludemos la aparición de un gran poeta en América. Esta pequeña y original composición es como la partida de bautismo de un creador de calidades excepcionales. Por su voz, comienza a expresarse auténticamente el continente”. La composición tuvo fortuna. “El Guante” de Guayaquil y “El Liberal” de Bogotá fueron los primeros que la transcribieron junto con la nota. Los versos dieron la vuelta a todo el continente. Casi al finalizar enero recibí de Vallejo una carta fechada en Santiago de Chuco. En uno de sus párrafos decía: “No puedes imaginar el efecto prolífico, la resonancia creadora que ha tenido en mi espíritu nuestra última entrevista. Tus palabras han sido como un “fiat lux” que arrancaran del abismo algo que se debatía oscuramente

en mi ser y que pugnaba por nacer y alcanzar la vida. Cosas así no pueden agradecerse con palabras. Están más allá de todo servicio, socorro o asistencia habituales. Diré que son cosas del destino para decir algo vago sobre lo inexplicable. Ahora ya sé lo que soy sin poderlo expresar, sin embargo; se han desvanecido todas mis vacilaciones y marcharé seguro de mí mismo contra todas las negaciones, “contra todas las contras”. Tiempo adelante, cada vez que el denuesto, la mofa estólida, la injuria y hasta el insulto procaz le agredían, el poeta solía repetir sonriendo ante el coro de amigos, con cierto gracioso, irónico y fraternal reproche: -“De todo esto el único culpable es Antenor”. Tres meses más tarde, a mediados de mayo de ese mismo año, retornaba el poeta de Santiago. Puso en mis manos un cuaderno de su última producción con la advertencia de que algunos versos habían sido escritos antes de esta vacación. Quedé deslumbrado. Parecióme como, si de súbito, surgiese ante mí una pasmosa revelación estética. Allí estaban algunos de los versos que después figuraron en Los heraldos negros. Y allí estaban, también, como anuncio y en potencia, la plenitud de Trilce y de los libros que siguieron después. (Mi encuentro con César Vallejo, en Obras completas, 2011: III, 22-28. Los poemas originados en el delirio que Vallejo tuviera en casa de Orrego son: “Piedra negra sobre una piedra blanca” y “París, octubre de 1936”, incluidos en “Poemas humanaos”, libro póstumo del vate).

PRÓLOGO A TRILCE Orrego, mentor o maestro informal de Vallejo en asuntos literarios, conocía más que nadie el proceso de gestación del poeta. Por tal razón, éste, en lo tocante a Trilce, le dijo en una carta: “¿Quién, pues, mejor que tú, podría hacer la ‘obertura’ prologal?”. (Orrego, 2011: III, 55). Esta nueva obra revelaba la madurez literaria de Vallejo: “Era ya el poeta que yo esperaba desde aquella memorable entrevista de 1915 y cuyo genio comenzó a apuntar en los ‘Heraldos Negros’ […] El estudiante tremulante, casi un adolescente, que me presentó sus primeros versos y que se ignoraba a sí mismo, se había convertido en un poeta de excepcional, iluminada y poderosa conciencia estética” (Orrego, 2011: III, 53 y 54). Y así, en el prólogo, el amauta anuncia ante América y la posteridad el surgimiento de un poeta genial, cuya obra es estéticamente superior en la creación literaria del continente. Varias veces, Orrego utiliza en su texto la palabra genial (“hermano genial”, “puerilidad genial”, “genial intuición”), por ende, el poemario de un genio será un “gran libro”. Y un libro pletórico de cordialidad y humanismo, escrito con un lenguaje personal, con la espontaneidad de un niño; por eso los vocablos del prologuista para resaltar la originalidad y la potencia creadora del poeta: “prodigiosa virginidad”, “sencillez prístina”, “pueril y edénica simplicidad del verbo”. Con su arte, Vallejo expresa al hombre de todos los tiempos, al hombre eterno; desde el espacio del Perú, el aeda alcanza su más elevado rol estético, llega a toda la humanidad y descubre los valores originarios de la vida. Con su expresión, esto es con su estética, el hombre se relaciona con el mundo, se humaniza. El autor de Trilce particulariza el lenguaje, tiene un decir personal, pero piensa y siente universalmente. El hombre que expresa el poeta con su arte no es un hombre particular –de nuestra región o ciudad- sino el hombre universal, no es un hombre aislado, sino un hombre solidario. El libro salió a luz en 1922. Orrego sabiamente anotó que del estudio de esta obra “se encargará la crítica inteligente; si no hoy, mañana”. Por cierto, en ese entonces, el libro fue incomprendido, cubierto por un silencio casi absoluto. En carta de agradecimiento, Vallejo le dijo a Orrego: “Las palabras de tu prólogo han sido las únicas palabras comprensivas, penetrantes y generosas que han acunado a “Trilce”. Con ellas basta y sobra por su calidad”. (Orrego, 2011: III, 56). Transcurridos muchos años, la crítica inteligente hizo la esperada labor iniciada por el prologuista. Pero por lo general, las ediciones posteriores han omitido, injustificadamente, las insuperables y proféticas palabras de apertura, hecho burdo con el cual mutilan este libro porque el cuerpo poético y el prólogo conforman un todo, cuya división afecta la cabal comprensión del mensaje vallejiano. He aquí una selección de párrafos. Bien quisiera yo, que estas palabras mías al frente del gran libro de César Vallejo, que marca una superación estética en la gesta literaria de América, fueran nada más que lírico grito de amor, tenue

vibración del torbellino musical que ha suscitado siempre en mí la vida y la obra de este hermano genial. Así debería ser, pero mi amor no puede eludir el conocimiento. Pienso que sólo quien comprende es el que con más veracidad ama, y que sólo quien ama es el que más entrañablemente comprende. Hay, pues, una mayor o menor veracidad en el amor, tanto o más que en el conocimiento que extrae para sí el máximun de comprensión que necesita para su autor. La América Latina –creo yo- no asistió jamás a un caso de tal virginidad poética. Es preciso ascender hasta Walt Whitman para sugerir, por comparación de actitudes vitales, la puerilidad genial del poeta peruano. De esta labor ya se encargará la crítica inteligente; si no hoy, mañana. Es así como César Vallejo, por una genial y, tal vez hasta ahora, inconsciente intuición, de lo que son en esencia las técnicas y los estilos, despoja su expresión poética de todo asomo de retórica, por lo menos, de lo que hasta aquí se ha entendido por retórica, para llegar a la sencillez prístina, a la pueril y edénica simplicidad del verbo. Las palabras en su boca no están preñadas de desnudo temblor. Sus palabras no han sido dichas, acaban de nacer. El poeta rompe a hablar, porque acaba de descubrir el verbo. Está ante la primera mañana de la creación y apenas ha tenido tiempo de relacionar su lenguaje con el lenguaje de los hombres. Por eso es su decir tan personal, y como prescinde de los hombres para expresar al Hombre, su arte es ecuménico, es universal. Los demás hombres vemos anatómicamente las cosas. Asistimos a la vida como estudiantes de medicina ante el anfiteatro. Nuestra labor es una labor de disección. Tenemos conocimiento de la pieza anatómica, pero no del todo vivo. Nuestro plano de perspectiva es tan inmediato que el árbol nos oculta el bosque. Vemos los órganos de la vista, separados, clasificados, abstraídos, pero no vemos el temblor vital que palpita en el conjunto. En una palabra, hacemos análisis del hombre, pero no síntesis del hombre. La pupila de este poeta percibe el panorama humano. Reconstruye lo que en nosotros se encontraba disperso. Toma a la pieza anatómica y la encaja en su lugar funcional. Retrae hacia su origen la esencia de su ser, bastante oscurecida, chafada, desvitalizada por su carga intelectualizada de tradición. De este modo, llega su arte a expresar al hombre eterno y a la eternidad del hombre, pese a la ubicación local o nacional de su emoción. Su plano de perspectiva está colocado en tal punto que le permite tener percepción, a la vez, del árbol y del bosque. El poeta asume entonces su máximo rol de humanidad, lo que equivale a su más alto rol de expresión, lo que equivale, a su vez, a su máximo rol estético. El hombre sólo expresándose se relaciona con el mundo, se conecta con los demás hombres y es por esta condición que alcanza su humanidad; y la estética es, a la postre, expresión. El ser absolutamente inexpresivo no existe, es un ente de pura abstracción. Si existiera sería la negación de toda facultad estética, de toda condición humana. Quien conozca el sórdido ambiente espiritual de los pobladores serranos en el Perú, se dará cuenta cabal de la maraña tinterillesca y lugareña en que cayó la ingenuidad del poeta. El varón que había nacido con los mayores dones de sensibilidad y de pureza ética, que era simple y bondadoso, como un niño, fue acusado de los más turbios crímenes Mientras la justicia ventilaba la causa, el acusado, con mandamiento de prisión, vivió los días más angustiosos y ásperos. Días de alarido interior y de bruno agravio. Tenía yo una minúscula casita de campo donde fue a refugiarse el perseguido. Largas noches de insomne pesadilla ante el paisaje estático y fúnebre, ante los encelados rumores del campo y ante los pávidos ojos de la noche muerta que eternizaba nuestra desesperanza. Hubieron, sin embargo, horas dulcificadas, las más de las veces, por la presencia fraternal de algunos de los muchachos que se ha nombrado antes y que iban a visitarnos. [Se refiere a los integrantes del Grupo Norte]. Después de dos meses, el poeta comenzó a sentir temores de ser sorprendido y resolvióse a salir a otro lugar que ofrecía, al parecer, mayor seguridad. No fue como esperaba, porque al día siguiente cayó en manos de sus jueces que le condujeron a la cárcel. En este oscuro período de dicterio el espíritu del poeta crecióse superando su potencialidad creadora. Allí se estilaron con sangre de su sangre, los mejores versos de “Trilce”. Donaba ritmos y marcaba agravios. Que América y la posteridad tengan en cuenta las ciliciadas lonjas cordiales que vale este libro. (Orrego, 2011: III, 191-200).

PRÓLOGO A EL LIBRO DE LA NAVE DORADA En este prólogo, Orrego destaca la deslumbrante sensibilidad artística y la emoción estética de Spelucín que ha hecho del mar el personaje central de su obra, cosa poco común en la poesía. El verbo del poeta ilumina, pinta y le da música al mar tropical, en forma tal que por su concepción, elaboración y riqueza metafórica, esta obra es incomparable en el continente. Ella refleja las maravillas luminosas y musicales de esta parte del mundo, y su autor logra un mensaje americanista, pero su americanismo no es superficial, falso y exhibicionista que deja de lado al hombre, como ocurre con otros escritores. El americanismo de El libro de la nave dorada tiene la marca de la profundidad y autenticidad, se abre al mundo, y con este libro América entra en la historia nueva con un mensaje de justicia, amor, belleza y salvación. En forma exclamativa, Orrego llama a los hombres de pensamiento luminoso, espíritus selectos erguidos hacia el cálido cielo americano, habitantes de nuestras tierras y mares para que acudan a sentir sus propios anhelos recogidos por el artista y a gustar la estupenda obra del autor que los representa. Considera que la palabra del poeta es el espejo, la voz que trasmite el mensaje esperado largo tiempo por el continente. La belleza creada por él encierra –según el prologuista- una nota de asombro frente a las maravillas de la naturaleza. Y como el autor ha surgido de nuestras pródigas tierras y ha bebido sus jugos nutricios y maternales, su verbo trasmite originalidad e identidad. El mar que canta Spelucín es el mar de Malabrigo, cercano a su natal Ascope, el mar de Huanchaco, cuyos bellos atardeceres contemplara tantas veces junto a sus compañeros de grupo, el mar de Salaverry y el cálido mar del Caribe, cuya sinfonía y colorido dejara finalmente huella indeleble en su alma de poeta. Por la belleza de su lírica, Spelucín ciertamente es el poeta del mar. Su grandiosa creación poética inició una línea cuyos continuadores, desde la ciudad de Trujillo, dijeron sus versos, inspirados como él, en la majestuosidad del mar y del mundo que éste genera: vida humana en los puertos, barcos, aves y peces, caracoles y lobos, luces y brumas…

Orrego (traje oscuro) y Spelucín (saco blanco).

A continuación se transcriben algunos fragmentos de “Palabras Prologales” a El libro de la nave dorada, escritas por Orrego en abril de 1926. ¡Almas tropicales, tórridas pupilas anegadas de luz, nervios templados en las fraguas del sol, frentes erguidas hacia el combo cálido del americano cielo, pensamientos frenéticos y caniculares que anunciáis ya el galope de la raza futura, glebas enardecidas de entrañas pródigas y virginales, mares tibios, caldeados por el cotidiano beso solar, venid a sentir, por milagro del arte, el jadeo de vuestro fuego, venid a palpar la

recia encarnadura luminosa y musical de vuestro Expresador. Este verbo espejea vuestra ardida maravilla; esta voz concreta, articula en su registro vuestro cósmico mensaje, tan esperado por otras razas. Al fin, América, el provenir ha cansado a los siglos y he aquí tu hijo amasado con la ganga de tus tierras y abrigado en lo más hondo de tu axila materna! ¡Pon la oreja atenta a los primigenios vagidos sinfónicos de tu criatura bienamada. Esta vez el ruiseñor de la selva ha levantado su tienda trashumante en los mástiles de las barcas románticas y sobre los lomos de las olas aladinescas. Simbad el Marino, que ha fatigado a la aventura cruzando todos los caminos azules, coge la lira y devuelve en canciones todo lo que a su corazón donóle el trópico alucinado! ¡Con estos heraldos radiantes entras, América virgen, en los senos de la historia nueva, para decir, a las otras razas, tu mensaje de justicia, de amor, de belleza y de salvación! ¡El espíritu ha comenzado a hablar por boca de tu raza! El gran protagonista de esta poesía es el mar; el mar tropical; ardiente, luminoso y alucinado. Mejor dicho, el mar es la metaforización de este lirismo, deslumbrante como un saetazo de luz. En él encuentra el símil, la metáfora, la imagen y la objetivación de su estremecimiento interior y efusivo. Es el espejo y el vehículo plasmable de su fervor estético. No conozco una idealización más rica del mar que la de este libro. El mar es y ha sido siempre el ambiente natural más parco y monótono para la imagen y la metáfora. Ha sido la materia poética de composiciones aisladas y sueltas pero rara vez el personaje central de toda una obra poética tan bien organizada, trabada y rica como ésta. Es preciso verla realizada para convencerse y comprender una vez más, que la sensibilidad del artista lo es todo. En este aspecto Spelucín no tiene par en América. Esta deslumbrante sensibilidad pictórica transmuta el color y la luz en emoción estética. Luz y color inconfundiblemente tropicales. Verbo radioso que está anegado en el torrente de claridades zenitales que se proyectan al límpido cielo. El poeta no solo expresa el color objetivo, no solo transporta la realidad inmediata y táctil, no solo lo incrusta, fotográficamente, en el verso, sino que lo piensa y lo permeabiliza en el espíritu; lo siente como estados de conciencia, como acendrada entraña de su sensibilidad. ¡Pensar el color, he aquí lo que le diferencia de tanto rimador superficial y descriptivo! En Chocano el trópico se encuentra únicamente como alegoría, como enunciación verbal y epidérmica. En Spelucín se halla transfundido y simbolizado. Se diría, para emplear un símil fisiológico, que esta “digerido”. Es preciso insistir, sobre todo, en el significado de esta última palabra, porque es la que revela el efectivo y sutil americanismo del poeta. Como lo dije al hablar de la obra de Vallejo, nuestro americanismo ha sido antes externo, decorativo, de un sobrehaz vulgar y adocenado, y, a veces, puramente convencional, falso y de artificio oropelesco […] Americanismo de tramoya escénica del cual se había escamoteado al Espíritu, al hombre americano. Literalismo fácil de escaparate, de exhibición y de feria. El americanismo del poeta [Spelucín] es otro; es el auténtico y puro en que canta y se expresa la criatura humana. Es el trasunto de una música nueva; el ritmo revelatriz de una pulsación cósmica. Viene a expresar el misterio anímico de nuestra raza hasta hace poco completamente hermético e inarticulado para el mundo. Hay en su entraña un pasmo religioso y sobrecogido, un estupor juvenil y viril ante la maravilla cósmica. (Orrego, 2011: III, 200-212). 7. EL SIMPOSIO DE CÓRDOBA La Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Argentina, por intermedio de dos institutos: el de Literatura Argentina e Hispanoamericana, uno, y del Nuevo Mundo, el otro, organizó el simposio “César Vallejo, poeta trascendental de Hispanoamérica”, realizado entre el 12 y 15 de agosto de 1959. Asistieron notables representantes de universidades del Perú (San Marcos), Uruguay, Chile, Bolivia, Argentina y Estados Unidos, así como del Instituto Hispánico de Nueva York y de la Sociedad de Escritores de Uruguay. Los invitados especiales fueron: Angel del Río, docente de la Universidad de Columbia (Estados Unidos); Guillermo de Torre, destacado crítico literario español; Saúl Yurkievich, profesor de la Universidad Nacional del Nordeste (Argentina); el escritor peruano Xavier Abril; Antenor Orrego, exrector de la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), representante de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, autor del prólogo a Trilce y anunciador del genio poético de Vallejo, y el poeta Alcides Spelucín, docente de la Universidad Nacional del Sur (Argentina), ambos, amigos de Vallejo desde sus años

de jóvenes estudiantes en la UNT, integrantes del Grupo Norte. Abril también fue amigo del poeta, igualmente, otro participante en el evento, el español Juan Larrea, profesor de la Universidad Nacional de Córdoba. Junto a poetas, escritores, profesores e investigadores de la obra vallejiana, asistieron y participaron estudiantes argentinos y de otros países, interesados en la literatura y el acercamiento de nuestros pueblos a través del aporte cultural del gran poeta peruano. En efecto, en las sesiones del evento se trataron temas sobre la vida y obra de Vallejo, así como la significación de ambas en el campo literario y de la cultura en general. Precisamente, la ponencia sustentada por Orrego se tituló “Sentido americano y universal de la poesía de César Vallejo”, en la cual arribó a las siguientes conclusiones: PRIMERA.- Lo fundamental en la obra poética de Vallejo son sus raíces metafísicas, que retraen el ser a su esencia original. SEGUNDA.- César Vallejo es uno de los prototipos de la Nueva América que está surgiendo, con una nueva conciencia histórica de carácter universal.

Simposio de Córdoba, Argentina, 1959. Primer plano, sentados, de izquierda a derecha: Antenor Orrego, Uruguay González Poggi, Xavier Abril y Saúl Yurkiévich.

TERCERA.- Es el poeta en lengua española que expresa, con más estremecida profundidad, la injusticia social de la época y su sentimiento de solidaridad con el dolor humano de nuestros días. Durante la sesión final se acordó dedicar un aula del Departamento de Letras de la UNC al poeta peruano. Se realizó una transmisión especial en su homenaje por Radio Nacional de Argentina en cadena con la BBC de Londres y emisoras de Perú, Uruguay, Venezuela y Chile. En el desarrollo del simposio, fueron entrevistadas por los medios de comunicación diversas personalidades, en especial, los amigos de Vallejo. Al ser preguntado, Orrego: ¿Qué importancia le asigna Ud. a este simposium y cuál es la significación de César Vallejo para la cultura americana?, respondió: Desde que recibí la invitación para el simposium me di cuenta de la extraordinaria importancia que tenía esta reunión para precisar la existencia de una cultura germinal latinoamericana. Y por esta razón, yo no dudé en expresar mi aceptación al decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Creo que la resonancia del mismo ya ha comenzado, desde la información transmitida a través de la prensa escrita y oral y de las noticias cablegráficas a todos los países. El simposium de Córdoba va a constituirse como un foco de irradiación, de esta nueva conciencia americana que ha comenzado a aflorar a la superficie del fenómeno cultural en el continente. Creo, además, que la

significación del poeta César Vallejo para la nueva cultura americana, que tiene carácter universal, es decisiva, porque su obra es el testimonio probatorio, casi evidente, de la existencia incipiente de esta cultura de que estamos hablando. Este testimonio consiste, a mi juicio, en las profundas raíces metafísicas que surgen desde Los Heraldos Negros hasta los Poemas Humanos. (Orrego, 2011: III, 112-113). La presencia de Orrego y Spelucín, compañeros de Vallejo en el Grupo Norte, fue todo un suceso académico. Sus intervenciones en el evento fueron cálidamente aplaudidas, tanto por sus cualidades de expositores cuanto por el conocimiento de la vida y obra del poeta. El autor del prólogo de Trilce fue ovacionado por el auditorio, puesto de pie. Además de su participación en el simposio, Orrego sustentó conferencias sobre la poesía de Vallejo y sobre el proceso de integración cultural de América Latina, en la misma ciudad de Córdoba, como también en La Plata, Bahía Blanca y Buenos Aires. 8. PERIODISMO Y LITERATURA Orrego fue periodista desde muy joven. A los 22 años ya era jefe de redacción del diario “La Reforma” y pronto director (1914-1920); después lo será de los diarios “La Libertad” (1921), “El Norte” (1923-1934) y “La Tribuna” (1957 y 1958). También dirigió la revista “La Semana”. Y publicó artículos en revistas de Lima, “Amauta” dirigida por José Carlos Mariátegui, y “Balnearios”, asimismo colaboró con otras del extranjero. Mucho antes, había escrito en las revistas trujillanas “Cultura Infantil” (1913) e “Iris” (1914). Él vio al periódico como el instrumento más apropiado para traducir el ritmo acelerado de la vida contemporánea: “Cada día, cada hora, digamos, la realidad presenta un semblante distinto y ningún otro instrumento de expresión es capaz de reflejarlo con tanta presteza y con tal cabal integridad. Es la actividad síntesis de la época porque es la traducción más cercana, inmediata y directa de la realidad que lo circunda”. (Orrego, 2011: IV, 213-214). Practicó el periodismo de opinión para enfocar los hechos más importantes de las actividades humanas, defender la justicia social y las libertades públicas, analizar problemas y proponer alternativas de solución, presentar ideas nuevas. Varios de sus libros se conformaron por artículos previamente publicados en periódicos. Periodismo y literatura son compatibles. Si bien a Orrego como pensador le interesa sobremanera la exposición de ideas y la solidez de la argumentación, su prosa se nutre de estética y alcanza ciertos ribetes poéticos. Sus contemporáneos encontraron en su prosa tanto al filósofo como al poeta. Vallejo escribió (1925) que Orrego era un gran poeta en prosa y el pensador más grande y generoso de la juventud peruana. Federico Esquerre Cedrón lo vio como un poeta por su vida y obra. Y Luis Alberto Sánchez anotó que Orrego era fundamentalmente un poeta; por tanto un creador. Un autor de otra generación, Eduardo Paz escribe al respecto: Antenor Orrego hace periodismo literario en el artículo y en el ensayo periodístico, en la reflexión sociológica y filosófica, como otros lo hacen en el reportaje y la entrevista para conseguir una representación más vivencial de los hechos o las ideas. Es decir, cuando el tipo de texto periodístico que escribe lo permite, en su prosa se fusionan el periodismo y la literatura para dar forma a su material ideológico, con libertad de estilo, elevándolo a modos conceptuales con los que busca expresar los hilos finos de sus agudas observaciones, en el propósito de expresar amplios sentidos y significaciones. (Paz, 2009: 21). Tal vez muchos de sus escritos aparecidos en periódicos y revistas, por la fragilidad de los materiales de impresión y el tiempo transcurrido, se encuentren deteriorados o estén olvidados en algún rincón. Pero, de todos modos, ya se ha recuperado y publicado gran parte de su creación literaria. Así lo evidencia, por ejemplo, el texto titulado “Se acerca ella”, de prosa poética, publicado por el diario “La Reforma”, que revela al Orrego joven como un talentoso artista de la palabra: Oigo tus pasos creadores, tus pasos amados que surgen desde la eternidad, junto con mis pensamientos al conjuro de mi corazón.

Tus pasos que se deslizan hacia mi vida como las corrientes subterráneas de la linfa hacia la fuente; como los radios de un círculo hacia su centro; como los colores de la naturaleza hacia mis ojos; como los anhelos del mundo hacia la eternidad. Cuando percibo su música inédita y divina, se atropellan a mis labios mis canciones y siento que mi mocedad ha cumplido su espera. (Orrego, 2011: I, 437). El periodismo fue su principal medio de lucha por sus ideas, pero no por eso, dejó de practicarlo con belleza y ética. El Norte, diario que fundó y dirigió, dejó huella por su calidad literaria y hondura de pensamiento. No cabe duda, Orrego no sólo fue crítico literario en su condición de prologuista de diversos poemarios (Vallejo, Spelucín, Nicanor de la Fuente, Julio Garrido Malaver) y autor de numerosos artículos sobre este campo, sino también un creador literario para cuya realización utilizó especialmente el periodismo. ANÉCDOTA GALLARDA Y TRAVIESA JUGARRETA EN UN CONCURSO Con motivo del centenario del fallecimiento de José Bernardo de Torre Tagle y Portocarrero, el prócer que proclamó la independencia de Trujillo, el 29 de diciembre de 1820, la municipalidad de esta ciudad organizó un concurso literario. Algunos miembros del Grupo Norte urdieron un “donoso y memorable episodio”, para fraguar la participación de Vallejo en esa lid. El plan se acordó en casa de Orrego, ubicada en Mansiche y conocida por sus amigos como El Predio, con la participación del propio poeta, Crisólogo Quesada y Julio Gálvez Orrego, sobrino de Antenor. Producto del ardid fue el Canto a Torre Tagle. Orrego recuerda el hecho así: El canto fue escrito y presentado en cabeza ajena y obtuvo el primer premio. Fue una gallarda y traviesa jugarreta al jurado municipal de un concurso poético en Trujillo. La idea de que participara Vallejo en este concurso la sugirió Crisólogo Quesada y él fue también el autor de la original simulación. Se trataba de componer una poesía en que no aparecieran las características tan conocidas de la versificación del poeta, a fin de que no fueran advertidas por los miembros del jurado que pertenecían todos al Mentidero Público, desde el cual partía toda la campaña de hostilidad contra la obra literaria de Vallejo. Había pues la necesidad de solapar las características a que aludo porque habría bastado la menor sospecha sobre el verdadero autor para que la composición fuera descartada. Se acordó, entre todos, que la composición fuera presentada, bajo sobre cerrado, con un seudónimo que correspondía al nombre de mi sobrino Julio Gálvez. Favorecía el éxito de la simulación el hecho de que mi sobrino había vivido siempre en Lima y su nombre era desconocido en la ciudad. Resuelto todo el plan de la tramoya burlesca, el poeta necesitaba documentarse sobre los hechos y la vida de Torre Tagle. Fue entonces, tras una rebusca acuciosa por entre mis viejos libros, que encontramos un libro cuyo autor era Don Nicolás Rebaza, que había sido vocal de la corte de Trujillo. La obrilla se titulaba “Anales del Departamento de La Libertad en la época de la Independencia”. Creo que éste era el título. Esta fue la única fuente histórica que Vallejo tuvo para su información […] El plan sobre el concurso poético se ejecutó, estrictamente, como lo pensamos. Vallejo hizo gala de una elasticidad de talento en la versificación que logró eliminar de su trabajo todas aquellas expresiones y giros, que hubiéranle denunciado ante el jurado. Sin embargo, la composición resultó muy fluida, elegante y con pasajes verdaderamente bellos. Terminado el trabajo me entregó para su última revisión que tuvo por finalidad hacer desaparecer las pocas huellas que podían servir para identificar al autor. Luego, sentóse a la máquina Vallejo mientras yo dictada del original. Se firmó el trabajo con el seudónimo convenido que no recuerdo cuál era y en otro papel junto con el nombre de mi sobrino, estaba el seudónimo que debía servir, luego de expedido el fallo, para saber el nombre del autor. El nombre desconocido de mi sobrino hizo creer efectivamente al jurado que se trataba de algún estudiante universitario de la Facultad de Letras y no hubo ningún inconveniente para adjudicarle el premio, que consistía en una suma de mil soles que en esa época era cantidad apreciable. El día de la entrega, constituyóse Julio en el gran salón de la Municipalidad y, tras de una sencilla ceremonia, recibió un cheque, girado por la suma mencionada, de manos precisamente del abogado propietario del Mentidero Público e incansable detractor de la poesía de Vallejo.

Al día siguiente enuncié desde “La Reforma” que en realidad el agraciado con el premio era el poeta Cesar Vallejo y que el supuesto autor no había hecho otro papel que servirle de intermediario. Hay que imaginarse, desde luego, la indignada sorpresa de los miembros del jurado al darse cuenta que habían caído, ingenuamente atrapados, en una treta hábil, diestramente confeccionada. El asunto tuvo amplia y regocijada proyección que repercutió en todo Trujillo y que sirvió para los comentarios más irónicos y sabrosos. (Orrego, 2011: III, 46-48) ACTIVIDADES 1. 2. 3. 4.

Elaborar, en orden alfabético, un vocabulario de las palabras nuevas. ¿Por qué a Orrego se le llama “maestro sin aulas” y “amauta”. ¿Cuáles son las ideas centrales de Orrego sobre educación en general y la universidad en particular? ¿Qué diferencias presenta entre profesor y maestro? Comentar el pasaje referente a “Un maestro de verdad” 5. ¿Qué relación establece entre educación, cultura y política? 6. Comentar su obra rectoral. 7. ¿Qué sostiene sobre la creatividad y el “rastacuerismo intelectual”? 8. ¿Cuáles son las diferencias entre Pueblo-Continente y El monólogo eterno? 9. En relación a los textos intitulados, “A las nuevas generaciones del Perú y de América”, y “Vida y peligro”: a) Seleccionar las expresiones que tienen sentido metafórico y encontrar su significado; b) Escribir un breve ensayo; ponerle un título propio a cada uno de ellos. 10. ¿Cómo se conocieron Orrego y Vallejo? 11. ¿Qué recomendaciones hizo el primero al segundo? ¿Cuál fue la reacción del vate? 12. Emita su opinión sobre cinco hechos o ideas de Mi encuentro con César Vallejo. 13. Seleccionar e interpretar las ideas principales de los prólogos a Trilce y El libro de la nave dorada. 14. ¿Qué participación tuvo Orrego en el Simposio de Córdoba? 15. Comentar su labor periodística. 16. Escribir un breve comentario sobre la anécdota.

Orrego (sentado), Spelucín (de lentes) y Ciro Alegría, a su lado. Trujillo, 1931

Carlos Manuel Cox (senador de la república, de lentes); estudiante Elmer Robles Ortiz, primero de la izquierda. Distrito de Poroto, 1964.

Retratos de Vallejo (izquierda) y Spelucín (derecha), por Macedonio de la Torre Retrato de Ciro Alegría, por Mariano Alcántara

Víctor Raúl Haya de la Torre José Eulogio Garrido